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Cap-Tulo 4 y 5 Frankenstein o El Moderno Prometeo (Mary Shelley)
Cap-Tulo 4 y 5 Frankenstein o El Moderno Prometeo (Mary Shelley)
"Frankenstein o el moderno
Prometeo"
Capítulo 4
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Mary Shelley
"Frankenstein o el moderno
Prometeo"
rostro arrugado, y los finos y negruzcos
labios.
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Mary Shelley
"Frankenstein o el moderno
Prometeo"
gusanos reptaban entre los dobleces de
la tela. Me desperté horrorizado; un
sudor frío me bañaba la frente, me
castañeteaban los dientes y
movimientos convulsivos me sacudían
los miembros. A la pálida y amarillenta
luz de la luna que se filtraba por entre
las contraventanas, vi al engendro, al
monstruo miserable que había creado.
Tenía levantada la cortina de la cama, y
sus ojos, si así podían llamarse, me
miraban fijamente. Entreabrió la
mandíbula y murmuró unos sonidos
ininteligibles, a la vez que una mueca
arrugaba sus mejillas. Puede que
hablara, pero no lo oí. Tendía hacia mí
una mano, como si intentara
detenerme, pero esquivándola me
precipité escaleras abajo. Me refugié en
el patio de la casa, donde permanecí el
resto de la noche, paseando arriba y
abajo, profundamente agitado,
escuchando con atención, temiendo
cada ruido como si fuera a anunciarme
la llegada del cadáver demoníaco al que
tan fatalmente había dado vida.
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Prometeo"
y articulaciones tuvieron movimiento,
se convirtió en algo que ni siquiera
Dante hubiera podido concebir.
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calles, sin conciencia clara de dónde
estaba o de lo que hacía. El corazón me
palpitaba con la angustia del temor,
pero continuaba andando con paso
inseguro, sin osar mirar hacia atrás:
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Prometeo"
desgracia. Repentinamente, y por
primera vez en muchos meses, sentí
que una serena y tranquila felicidad me
embargaba. Recibí, por tanto, a mi
amigo de la manera más cordial, y nos
encaminamos hacia la universidad.
Clerval me habló durante algún rato de
amigos comunes y de lo contento que
estaba de que le hubieran permitido
venir a Ingolstadt.
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aspecto. Pareces enfermo; ¡estás muy
pálido y delgado! Como si llevaras
varias noches en vela.
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Mary Shelley
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huésped. Apenas si podía creer
semejante suerte. Cuando me hube
asegurado de que mi enemigo
ciertamente había huido, bajé corriendo
en busca de Clerval, dando saltos de
alegría.
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Me pareció que el monstruo me asía;
luché violentamente, y caí al suelo con
un ataque de nervios.
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a Henry. En un principio, las tomó por
divagaciones de mi mente trastornada;
pero la insistencia con que recurría al
mismo tema le convenció de que mi
enfermedad se debía a algún suceso
insólito y terrible.
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Mary Shelley
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––Me consideraré bien pagado si dejas
de atormentarte y te recuperas
rápidamente, y puesto que te veo tan
mejorado, ¿me permitirás una
pregunta?
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Capítulo 5
A V. FRANKENSTEIN.
Mi querido primo:
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rejuvenecido diez años desde el invierno
pasado. Ernest ha cambiado tanto que
apenas lo conocerías; va a cumplir los
dieciséis y ha perdido el aspecto
enfermizo que tenía hace algunos años;
tiene una vitalidad desbordante.
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Mary Shelley
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Ante esto, mi tío esbozó una sonrisa,
comentando que yo era la que debía ser
abogado, lo que puso fin a la
conversación.
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obligaciones de una sirvienta, condición
que en nuestro afortunado país no
conlleva la ignorancia ni el sacrificar la
dignidad del ser humano.
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propio dolor para reparar en la pobre
Justine, que a lo largo de su enfermedad
la había atendido con el más solícito
afecto. La pobre Justine estaba muy
enferma, pero le aguardaban otras
muchas pruebas.
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la señora Moritz, lo cual agravó su
irascibilidad. Ahora ya descansa en paz.
Murió a principios de este invierno, al
llegar los primeros fríos. Justine está de
nuevo con nosotros, y te aseguro que la
amo tiernamente. Es muy inteligente y
dulce, y muy bonita. Como te dije antes,
sus gestos y expresión me recuerdan
con frecuencia a mi querida tía.
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Ginebra. Pero ya se ha recuperado, y se
dice que está apunto de casarse con
madame Tavarnier, una joven francesa
muy animada. Es viuda y mucho mayor
que Manoir; pero es muy admirada y
agrada a todos.
ELIZABETH LAVENZA
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universidad. Al hacerlo, pasé muy malos
ratos, poco convenientes a las heridas
que había sufrido mi mente. Desde
aquella noche fatídica, final de mi labor
y principio de mis desgracias, sentía un
violento rechazo por el mero nombre de
filosofía natural. Incluso cuando me
hube restablecido por completo, la sola
visión de un instrumento químico
reavivaba mis síntomas nerviosos.
Henry lo había notado, y retiró todos los
aparatos. Cambió el aspecto de mi
habitación, pues observó que sentía
repugnancia por el cuarto que había
sido mi laboratorio. Pero estos cuidados
de Clerval no sirvieron de nada cuando
visité a mis profesores. El señor
Waldman me hirió aceradamente al
alabar, con ardor y amabilidad, los
asombrosos adelantos que había hecho
en las ciencias. Pronto observó que me
disgustaba el tema, pero,
desconociendo la verdadera razón, lo
atribuyó a mi modestia y pasó de mis
progresos a centrarse en la ciencia
misma, con la intención de interesarme.
¿Qué podía yo hacer? Con su afán de
ayudarme, sólo me atormentaba. Era
como si hubiera colocado ante mí, uno
a uno y con mucho cuidado, aquellos
instrumentos que posteriormente se
utilizarían para proporcionarme una
muerte lenta y cruel. Me torturaban sus
palabras, mas no osaba manifestar el
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dolor que sentía. Clerval, cuyos ojos y
sensibilidad estaban siempre prontos
para intuir las sensaciones de los
demás, desvió el tema, alegando como
excusa su absoluta ignorancia, y la
conversación tomó un rumbo más
general. De corazón le agradecí esto a
mi amigo, pero no tomé parte en la
charla. Vi claramente que estaba
sorprendido, pero nunca trató de
extraerme el secreto. Aunque lo quería
con una mezcla de afecto y respeto
ilimitados, no me atrevía a confesarle
aquello que tan a menudo me volvía a
la memoria, pues temía que, al
revelárselo a otro, se me grabaría
todavía más.
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señor Frankenstein es modesto,
excelente virtud en un joven. Todos los
jóvenes debieran desconfiar de sí
mismos, ¿no cree, señor Clerval? A mí,
de muchacho, me ocurría, pero eso
pronto se pasa.
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escritos la vida parece hecha de cálido
sol y jardines de rosas, de sonrisas y
censuras de una dulce enemiga y del
fuego que consume el corazón. ¡Qué
distinto de la poesía heroica y viril de
Grecia y Roma!
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tipo de paseos, que acostumbrá;bamos
a dar en mi ciudad natal.
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pensamientos que, a pesar de mis
intentos, me habían oprimido el año
anterior con un peso invencible.
Regresamos a la universidad un
domingo por la noche. Los campesinos
bailaban y las gentes con las que nos
cruzábamos parecían contentas y
felices. Yo mismo me sentía muy
animado y caminaba con paso jovial,
lleno de desenfado y júbilo.
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