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I.

CUARESMA
«Conviértanse, porque está llegando el Reino de los cielos»
(Mt 3,2)

Cuaresma, tiempo para fortalecer la fe, la esperanza y la caridad. Tiempo de


meditar y hacer vida los valores humanos y cristianos que tanta falta nos hace
para promover una sociedad más humana y caritativa.

Cuando Jesús anuncia a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, para


cumplir con la voluntad del Padre, les revela el sentido profundo de su misión y los
exhorta a asociarse a ella, para la salvación del mundo (Cf. Mt 20,17-19). Esta
misión y exhortación de Jesucristo también es nuestra para la extensión del Reino
de Dios.

Recorriendo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las celebraciones


pascuales, recordemos a Aquel que «se humilló a sí mismo hasta la muerte por
obediencia, ¡y una muerte de cruz!» (Flp 2,8). En este tiempo de conversión
renovemos nuestra fe, saciemos nuestra sed con el “agua viva” de la esperanza y
recibamos con el corazón abierto el amor de Dios que nos convierte en hermanos
y hermanas en Cristo.

Recordemos que el ayuno, la oración y la limosna, tal como los presenta Jesús en
su predicación (Cf. Mt 6,1-18), son las condiciones y la expresión de nuestra
conversión. La vía de la pobreza y de la privación (el ayuno), la mirada y los
gestos de amor hacia el hombre herido (la limosna) y el diálogo filial con el Padre
(la oración) nos permiten encarnar un perdón sincero, un respeto vivo y un dialogo
que nos permite caminar juntos y con alegría.

En la noche de Pascua renovaremos las promesas de nuestro Bautismo, para


renacer como hombres y mujeres nuevos, gracias a la obra del Espíritu Santo. Sin
embargo, el itinerario de la Cuaresma, al igual que todo el camino cristiano, ya
está bajo la luz de la Resurrección, que anima los sentimientos, las actitudes y las
decisiones de quien desea seguir a Cristo.

II. PASCUA

Pascua, palabra un tanto peculiar que está en boca de todos. Muy probablemente
muchos estemos familiarizados con esta palabra, posiblemente otros no estemos
tan familiarizados con el término, pero por la época del año en la que la
celebramos, es común escucharla en la Iglesia, los periódicos, en las
conversaciones de los demás y en la red.

Basados en la Palabra de Dios: Ex 11,4-7 podemos afirmar que, Pascua para el


pueblo judío es el paso de Dios, este paso significó para ellos la liberación de la
esclavitud a la que estaban sometidos en Egipto, convirtiéndose así en la fiesta
por excelencia del Pueblo de Israel, la cual está llena de simbolismos que centran
su atención en el sacrificio del cordero pascual, prefigura del sacrificio mismo de
Cristo en la cruz como nuestro Cordero Pascual.

Entonces podemos decir que para nosotros los cristianos la figura central de la
pascua es CRISTO, Él es nuestro cordero que nos libera de nuestras culpas. Con
Cristo la pascua adquiere otro significado, ya no es una mera celebración de un
acontecimiento pasado; sino que se convierte en algo más trascendental y con
carácter actual: EL MISTERIO DE NUESTRA FE.

Este misterio significa que Cristo murió por mí, por mis culpas, por mis pecados
presentes, pasados y futuros; en el sacrificio de Cristo no existe únicamente el
perdón, sino también la reconciliación definitiva con Dios, ahora puedo exclamar
con toda confianza PADRE (Cf. Rm 8, 14- 15). Pero lo más grande del misterio
pascual de Cristo no sólo es el perdón de mis faltas, sino la esperanza de la
eternidad que puedo alcanzar mediante su gloriosa resurrección; entonces por el
misterio pascual de Jesús no solo alcanzo PERDÓN, sino también VIDA.

Esa es la razón por la que la Iglesia insta en la cuaresma a la conversión, al


ayuno, a la caridad y a la reflexión, para poder entender en todo su esplendor lo
que significa la pascua. Dice Gál 2, 20: “Me amó y se entregó a sí mismo por
mí”. Ahora me toca a mí responder. La salvación ya está dada . Y, ¿cómo
responder? Meditemos las palabras del Papa Francisco:

“La buena noticia de la Resurrección debería transparentarse en nuestro


rostro, en nuestros sentimientos y actos, en el modo como tratamos a los otros”.

“Nosotros anunciamos la resurrección de Cristo cuando su luz ilumina los


momentos oscuros de nuestra existencia y podemos compartirla con los otros:
cuando sabemos reír con quien ríe, y llorar con quien llora; cuando caminamos
junto a quien está triste y está a punto de perder la esperanza, cuando contamos
nuestra experiencia de fe a quien está en la búsqueda de sentido y de felicidad”.

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