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DOMINGO V DE CUARESMA

Nos vamos acercando a la Semana Santa. Una oración de este tiempo pide que, a
medida que se acerca la fiesta de nuestra salvación, vaya creciendo en intensidad
nuestra entrega para celebrar dignamente el misterio pascual. Has de seguir
preguntándote cómo vas viviendo la cuaresma. Se puede empezar bien e ir decayendo a
medida que pasan los días, se puede empezar regular o mal y luego recuperar el tiempo
perdido. Puede ser natural decaer en algún momento, pero hay que reaccionar y
recuperar los planteamientos fundamentales. Recuerda: estamos en un tiempo especial
de gracia y salvación, en perspectiva del tiempo pascual y pentecostés. El Triduo
pascual es el centro del año litúrgico, espera celebrarlo bien y recibir gracias
abundantísimas y espéralas también para los demás, para toda la Iglesia, para el mundo.
Haré una alianza nueva
Siguiendo con el tema de la alianza, la primera lectura nos presenta hoy la promesa de
una alianza nueva que Dios hizo al pueblo de Israel, que, como veíamos el otro
domingo, había multiplicado sus infidelidades. La novedad no está simplemente en que
va a ser otra, sino en su modo y contenido, de otra calidad: Dios va a poner su ley divina
y el conocimiento de sí mismo en los corazones de los miembros de su pueblo, junto
con su perdón. Esta promesa fue cumplida, de modo maravilloso, en Jesús; su sangre
entregada es la sangre de la alianza nueva y eterna. Su ley es el amor derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. El Espíritu nos lleva al
conocimiento de Dios y es agua y fuego que limpia y quema los pecados.
Para nosotros ya no es promesa sino recuerdo agradecido de una realidad a revivir.
Deseo intenso de que por la renovación de las promesas bautismales en la vigilia
pascual y la celebración del misterio pascual de Cristo, esa alianza cobre nueva vida y
su contenido: perdón, conocimiento de Dios, Espíritu santo como ley nueva, aumente en
intensidad. En definitiva, puesto que esta alianza es un pacto de amor, que se reavive y
renueve la comunión con las Personas divinas. Que todo lo que pedimos en el salmo
cincuenta se haga realidad en cada miembro de la Iglesia y en otros que todavía no
pertenecen visiblemente a ella.
Si el grano de trigo cae en tierra y muere produce mucho fruto
Para la renovación de esa alianza venimos disponiéndonos desde el inicio de la
cuaresma. No se realizará tal gracia si no ha habido conversión, “un corazón
quebrantado y humillado”, una disposición a morir a sí mismo. Jesús, en el evangelio de
hoy habla de su glorificación, que tendrá lugar en su misterio pascual. Su muerte es
presentada ya en el evangelio de san Juan como su triunfo. Al deseo de unos gentiles de
verle, Jesús responde que el lugar y la situación para verle, como él desea ser visto y
conocido, será cuando sea elevado sobre la tierra. Ahí es donde atraerá a todos hacia él.
Con otras palabras, la contemplación y mirada de fe a la cruz es la condición para poder
verle y conocerle. Cuando, humanamente, sea un fracasado, un grano aniquilado por la
humedad y la tierra, un malhechor crucificado… entonces se le podrá conocer de verdad
y comenzará a fluir de él fruto abundantísimo para todo el mundo.
Un cristiano no es solo un discípulo, un seguidor, de Jesús sino alguien que está
dispuesto a dejarle vivir en él su propia vida: Cristo ha de nacer, crecer, ser tentado,
predicar, hacer signos, ser rechazado, padecer y morir en cada uno de sus seguidores.
“Donde esté yo -nos dice- allá estará también mi servidor”. En la cruz, en tierra, muerto,
así nosotros. Y añade: “a quien me sirve, el Padre le premiará”. Sí, el Padre hará que des
mucho fruto, atrayendo a muchos hacia Él, y verán a Jesús en ti, y Él te glorificará.

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