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EN ADULTOS MAYORES
ANTECEDENTES DEL PROBLEMA
Los determinantes sociales de la salud que en su integralidad abordan
elementos que intentan explicar que las desigualdades en que se manifiestan
los resultados en salud para diversos grupos de la sociedad, dicen relación con
las distintas posibilidades que tienen las personas de desarrollarse en la vida y
gozar de buena salud.
Esas desigualdades se observan en las condiciones de vida de la primera
infancia, la escolarización, la naturaleza del empleo y las condiciones de
trabajo, las características físicas del medio construido y la calidad del medio
natural en que vive la población. Según el carácter de esos entornos, las
condiciones físicas, el apoyo psicosocial y los esquemas de conducta varían
para cada grupo, haciéndolos más o menos vulnerables a la enfermedad.
La estratificación social también crea disparidades en el acceso al sistema de
salud y en su utilización, lo que da lugar a desigualdades en la promoción de la
salud y el bienestar, la prevención de enfermedades y las posibilidades de
restablecimiento y supervivencia tras una enfermedad.
La generación de objetivos estratégicos que consideran específicamente los
determinantes sociales como referentes relevantes para el entendimiento de la
producción y abordaje de las inequidades en salud.
Dado que las conductas de un ser humano son el resultado de la interacción
entre variables individuales, sociales y ambientales, se ha tomado conciencia
de la necesidad de modificar los enfoques en salud, siendo hoy el
predominante en salud el denominado “Enfoque de Determinantes Sociales de
la Salud”. Por otra parte, el concepto de la salud como derecho humano
fundamental, consignado en la Carta de Ottawa, destaca determinados
prerrequisitos para la salud, que incluyen la paz, adecuados recursos
económicos y alimenticios, vivienda, un ecosistema estable y un uso
sostenible de los recursos. El reconocimiento de estos prerrequisitos pone de
manifiesto la estrecha relación que existe entre las condiciones sociales y
económicas, el entorno físico, los estilos de vida individuales y la salud.
Estos vínculos constituyen la clave para una comprensión holística de la salud
que es primordial en la definición de la promoción de la salud. Una visión
integral de la salud supone que todos los sistemas y estructuras que
rigen las condiciones sociales y económicas, al igual que el entorno físico,
deben tener en cuenta las implicaciones y el impacto de sus actividades en la
salud y el bienestar individual y colectivo.
El concepto de determinantes sociales surge con fuerza desde hace dos
décadas, ante el reconocimiento de las limitaciones de las intervenciones
dirigidas a los riesgos individuales de enfermar, que no tomaban en cuenta el
rol de la sociedad. Los argumentos convergen en la idea que las estructuras
y patrones psicosociales forman u orientan las decisiones y oportunidades de
ser saludables de los individuos. Así, una pregunta clave para las políticas de
salud es: ¿hasta qué punto es la salud una responsabilidad social y no sólo una
responsabilidad individual? Esta pregunta, planteada por el enfoque de los
Determinantes Sociales de la Salud, es central al enfoque de determinantes
sociales y amplía el foco de los esfuerzos en salud pública más allá de las
personas, e incluso las comunidades, para analizar las causas sociales más
estructurales. Como determinantes sociales de la salud se entienden las
características específicas y las vías mediante las cuales las condiciones
sociales afectan a la salud de las personas. Los determinantes sociales son
tanto de carácter socio individual, tales como las prácticas de salud, capacidad
y aptitudes para la adaptación de la persona, como aquéllos derivados de la
estructura de una sociedad, entre los que se sitúan la pobreza, la educación, el
trabajo, el género, el nivel socioeconómico. De esta manera, los determinantes
sociales de la salud se refieren tanto al contexto social como a los procesos
mediante los cuales las condiciones sociales se traducen en consecuencias
para la salud. El estudiar y conocer los determinantes sociales presentes como
factores predictores de la adopción de estilos de vida promotores de salud, en
una población determinada, permite generar insumos que pueden aportar
elementos necesarios a considerar en la formulación de políticas públicas y
programas, buscando el mayor impacto en cada una de ellas para la
generación de conductas saludables en la población. Al respecto, la política de
salud actual del país incorpora los conceptos de Promoción de la Salud y los
Determinantes Sociales, encontrándose adscritos a las pautas generales de la
Organización Mundial de la Salud (OMS), en especial a lo determinado por la
Comisión de Determinantes Sociales. Este Modelo incorpora elementos
relevantes a considerar como factores asociados y predictores en la adopción
de estilos de vida promotores de salud: al contexto social, la estratificación
social, la vulnerabilidad diferencial y los sistemas de salud. Desde esta mirada,
los determinantes de la salud incluyen: el ambiente social y económico, el
ambiente físico, y las características individuales y comportamientos de la
persona. Ya en el año 1974, en el Informe de Lalonde se identifican como
determinantes de la salud: los estilos de vida, el ambiente, la biología humana y
los servicios de salud, señalando que los esfuerzos por mejorar la salud de las
personas no debieran concentrarse sólo en los servicios de salud, sino se
requiere intervenir en los estilos de vida. Posterior a esto, Acheson, adaptando
el modelo de Dahlgren y Whitehead, diagrama los determinantes de la salud
como capas de influencia. En dicho modelo, el centro está representado por la
persona y sus características no modificables: edad, sexo, y que se proyectan
hacia los estilos de vida del individuo, los que se encuentran determinados o
influenciados por las redes sociales y comunitarias en las que se encuentran
insertos el individuo y su grupo familiar, las cuales, a su vez, se encuentran
condicionadas por otros factores predictores, tales como la educación, el
ambiente laboral, las condiciones de vida y de trabajo, el empleo, el acceso a
servicios básicos, la calidad de la vivienda y los servicios de atención de salud,
todos éstos influencian la adopción de estilos de vida saludable.
El campo de los determinantes sociales de la salud es quizás uno de los más
complejos y desafiantes. Se trata de los aspectos claves de la vida y las
circunstancias laborales de las personas y de sus estilos de vida que explican
en gran proporción la diferencia en muchos de los indicadores de salud.
Wilkinson y Pickett plantean que las diferencias en salud son no sólo una gran
injusticia social, sino que también atraen la atención de los científicos sobre
algunos de los más impactantes determinantes de los niveles de salud de las
sociedades modernas. Más concretamente, han permitido una mayor
comprensión de la extraordinaria susceptibilidad de la salud ante el entorno
social. Temas como la pobreza, las drogas, las condiciones laborales, el
desempleo, el apoyo social, la buena alimentación y la política de transporte,
son algunos de los determinantes que actúan fuertemente sobre las personas
desde la primera infancia. Otros elementos que inciden poderosamente
en la salud y en los estilos de vida promotores de salud son las variables
sociológicas y psicológicas: el comportamiento es un eslabón ineludible en la
cadena causal de la mayoría de los determinantes ambientales y genéticos y
los consecuentes efectos que tienen para la salud. Por su parte, el entorno
social presenta una complejidad mayor como mediador y moderador entre la
conducta y el medio ambiente en la determinación de la salud de la población.
Si se combina la economía, la sociología y la psicología con la medicina y la
neurobiología, parece como si todo dependiera en gran medida de la
comprensión de la interacción entre las desventajas materiales y sus
implicaciones sociales; no es simplemente que las circunstancias de pobreza
material sean dañinas para la salud; el significado social de la pobreza, el
desempleo, la marginación social, o de otros estigmas son relevantes. La
inequidad adquiere aún mayor relevancia al considerar que las circunstancias
económicas y sociales asociadas a la pobreza afectan a la salud de por vida.
Las personas que viven en los peldaños más bajos de la escala social suelen
estar sometidas a un riesgo doble de padecer enfermedades graves y muertes
prematuras que las personas que viven más cerca de los peldaños superiores.
Así también, el ser humano, en calidad de ser social, no necesita solamente
contar con unas buenas condiciones materiales, sino que ya desde la primera
infancia requiere sentirse valorado y apreciado; necesita soporte social, de
sociedades más amigables, necesita sentirse útil y tener un cierto nivel de
control sobre un trabajo valioso. Sin ello, la persona se torna más propensa a la
depresión, al uso de las drogas, a la ansiedad, la hostilidad y a la
desesperación, lo que repercute en la salud física. Un estado de ansiedad
prolongado, la inseguridad, una autoestima baja, el aislamiento social y la falta
de control sobre el trabajo y la vida doméstica ejercen unos efectos
impactantes sobre la salud. Esos tipos de riesgos psicosociales se van
acumulando a lo largo de toda la vida y aumentan las posibilidades de padecer
una alteración de salud mental y una muerte prematura. Ser excluido de la vida
social y recibir un tratamiento de inferioridad causa la peor salud y los riesgos
más elevados de padecer una muerte prematura y más concretamente, el
estrés que produce vivir en la pobreza es particularmente perjudicial durante el
embarazo para los bebés, los niños y los ancianos. Como otro elemento muy
relevante se debe mencionar una buena dieta y un suministro de comida
adecuado, los que constituyen dos de los factores más determinantes en la
promoción de la salud y el bienestar. La carencia de comida o la falta de
variedad provocan desnutrición y enfermedades carenciales, a la vez, un
consumo excesivo contribuye al desarrollo de enfermedades cardiovasculares,
diabetes, cáncer, enfermedades oculares degenerativas, obesidad y caries
dentales. En esta lógica, las condiciones sociales y económicas se traducen en
un gradiente social en la calidad de la dieta que contribuye a acentuar la
desigualdad en salud. La posición o nivel socioeconómico es una variable
ampliamente utilizada en investigación en salud, es un concepto
multidimensional y no existe un único estándar para su medición. Se reconocen
para este concepto tres indicadores clásicos: ingreso, educación y ocupación.
Las diferencias socioeconómicas en salud se reflejan en las medidas generales
de salud, como la esperanza de vida, la mortalidad por todas las causas, y
autopercepción de salud. La situación socioeconómica también está
relacionada con la prevalencia y el curso de la enfermedad y la autovaloración
de la salud. Las desigualdades socioeconómicas en salud son evidentes en las
causas específicas de la enfermedad, discapacidad y muerte prematura,
incluyendo cáncer de pulmón, enfermedad coronaria, accidentes y suicidio.
1. El envejecimiento
Dado el contexto actual, en el que las personas viven más que en cualquier
otra época pasada, cabe preguntarse qué significa el envejecimiento en
nuestros días. Para ello se debe partir de la idea de que el envejecimiento
“como proceso histórico-social también es dinámico y heterogéneo” (Osorio
2006: 3). En otras palabras, se trata de un proceso que todas las personas
experimentan de forma constante y, sobretodo, diferenciada en términos
sociales. Hablar de envejecimiento implica también hablar de la edad. Como
bien señalan Ginn y Arber, “la edad es una categoría social con un fundamento
biológico, pero la biología nos dice poco acerca de su sentido y significaciones
sociales” (1996: 22). Así, es necesario entender qué es el envejecimiento, y
este no puede ser considerado solo desde el punto de vista cronológico, con su
carácter puramente biológico y de trastornos funcionales.
Como indica Osorio, “[a]l envejecimiento se le debe entender como un proceso,
pero no solo como un proceso lineal en el interior del ciclo vital” (2006: 11), sino
también con matices a nivel social y a nivel individual.
Ciertamente, el envejecimiento “tiene un sentido social, es decir, se construye
socialmente y está referido a las conductas y actitudes adecuadas para una
determinada edad cronológica, a las percepciones subjetivas que tienen de si
mismas las personas que llegan a determinada edad, y a las que tienen las
otras personas que no viven este momento (jóvenes y adultos), con quienes
interactúan” (MIMP 2009a: 17). Por todo ello, envejecer “es una experiencia
heterogénea, ya que, existen múltiples factores que la determinan, entre ellos
la clase social, nivel educativo, cultura, género o salud” (Ramos Bonilla 2014).
El factor de la edad conduce a centrarse en una “etapa” específica que todas
las personas suelen tener: la vejez.
2. La vejez
Desde las ciencias sociales, abordar el tema de la vejez resulta una tarea
bastante compleja. Como ha observado Ramos Bonilla, esto se debe
principalmente a los siguientes motivos: no existe un significado preciso de la
vejez; los aportes teóricos sobre la vejez son bastante heterogéneos e incluso
divergentes; y el interés sobre la vejez surgió por la creciente presencia de la
población adulta mayor (2014: 1). De esta manera, lo anterior “llevó a que la
academia desarrollara mayores aportes en la dimensión práctica y política que
en la teórica” (Ramos Bonilla 2014: 1). A pesar de estas primeras limitaciones,
como afirma Pérez Ortiz, se puede entender que la vejez “no implica una
ruptura en el tiempo, una etapa terminal, sino que es parte de un proceso (y
también un proceso en sí misma) en que el individuo se relaciona con la
estructura social con el mismo sentido con que lo hizo en otras etapas de su
vida, aunque varíen las formas sociales” (1998: 96). En esa línea, la vejez
implica necesariamente dimensiones como la edad, entendida como variable
estratificada u ordenadora, y la estructura social, entendida como el sistema
que impone pautas de comportamiento y de conducta (Olivares- Tirado y otros
2008: 4).
De acuerdo con Pérez Ortiz, la edad es una creación de la estructura social y
ambas “se contienen una a la otra delimitando el terreno donde surge con
propiedad el fenómeno social de la vejez” (1998: 21). Es por ello que Aranibar
señala que, al interactuar de forma simultánea, “la edad existe en una
determinada sociedad y la sociedad se articula en función de las edades”
(2001: 11). Entonces, si bien la vejez es “una etapa más en un proceso que
constituye la totalidad del ciclo vital” (Aranibar 2001: 20), esta etapa se
caracteriza por la interacción entre la sociedad en sí misma y las personas que
llegan a una determinada edad que las hace ser consideradas poco activas. A
estas personas se las conoce como personas adultas mayores o PAM.
3. Las personas adultas mayores
La longevidad muestra que “el envejecimiento es un proceso muy dinámico, y
que la vejez se ha tornado cada vez con más fuerza en un elemento
constitutivo —y para la comprensión— de la complejidad social en las
diferentes sociedades, occidentales y orientales” (Osorio 2006: 27). Como ya
se ha mencionado, el concepto vejez se asocia a la denominación “persona
adulta mayor”. Este término tiene un uso relativamente reciente y hace
referencia a aquella persona que se encuentra en la etapa posterior a la
adultez. En ese sentido, se toma como referencia un valor numérico específico
para determinar el momento en que una persona llega a dicha etapa, dicho
valor generalmente se establece alrededor de los 60 o 65 años (Aranibar 2001:
62). No obstante, “la determinación de la vejez por el recurso cronológico (la
edad) produce un grupo muy heterogéneo de personas, donde cada una reúne
distintas experiencias según clase social, sexo, raza y área de residencia, etc.”
(Aranibar 2001: 62).
Desde el derecho, se ha tomado como referencia el valor numérico para
determinar a quién se considera una persona adulta mayor. En el ámbito
internacional, por ejemplo, el artículo 2 de la Convención Interamericana sobre
la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores define a la
persona mayor como: “aquella de 60 años o más, salvo que la ley interna
determine una edad base menor o mayor, siempre que esta no sea superior a
los 65 años”. En el caso peruano, el artículo 2 de la Ley de la Persona Adulta
Mayor establece que se debe entender por persona adulta mayor a “aquella
que tiene 60 o más años”.
Ahora bien, es común pensar en las PAM como un grupo en situación de
vulnerabilidad. No obstante, definir a estas personas como vulnerables en sí no
es del todo adecuado. Factores como enfermedades, pobreza y marginación
social —que son determinantes de la vulnerabilidad— no son propios de la
vejez y, por tanto, no son explicables por el simple dato cronológico (Aranibar
2001: 38).
En virtud de ello, los recientes estudios sociales sobre la vejez muestran a las
PAM “como una población heterogénea y compleja, activa y capaz de decidir
sobre su vida, aunque en una situación de crisis y conflicto principalmente por
la gran cantidad de prejuicios sociales sobre la vejez, que, al cruzarse con otras
variables como la etnia, el género o la situación económica pueden poner al
individuo en una situación de vulnerabilidad” (Ramos Bonilla 2013: 110). Así, se
advierte nuevamente que la población adulta mayor es un grupo diverso con
problemas particulares y diferentes para cada individuo.
ENFOQUES TRANSVERSALES CON RESPECTO A LAS PERSONAS
ADULTAS MAYORES
Como se ha indicado anteriormente, las PAM son consideradas un grupo en
situación de vulnerabilidad no necesariamente por el hecho de llegar a
determinada edad, sino por las características heterogéneas que surgen por su
interacción social. De este modo, al momento de implementar medidas de todo
tipo dirigidas a dichas personas, resulta necesario adoptar enfoques
transversales, como los enfoques de derechos humanos, de género, de
interculturalidad y el enfoque intergeneracional.
1. Enfoque de derechos humanos
La Organización de las Naciones Unidas (ONU) ha definido a los derechos
humanos como “las garantías jurídicas universales que protegen a los
individuos y los grupos contra acciones y omisiones que interfieren con las
libertades y los derechos fundamentales y con la dignidad humana” (ONU
2006: 1). En esa línea, el enfoque basado en los derechos humanos “es un
marco conceptual para el proceso de desarrollo humano que desde el punto de
vista normativo está basado en las normas internacionales de derechos
humanos y desde el punto de vista operacional está orientado a la promoción y
la protección de los [mismos]” (ONU 2006: 15).
Este tiene por finalidad corregir tanto las prácticas discriminatorias como el
injusto reparto del poder, los cuales generan problemas en materia de
desarrollo humano (ONU 2006: 15). Por consiguiente, este enfoque es un
instrumento metodológico que utiliza el discurso de la teoría constitucional e
internacional de los derechos humanos, además de incorporar una dimensión
política en el análisis de las decisiones adoptadas (Alza Barco 2014: 54).
Asimismo, es también un criterio ético, dado que constituye, por un lado, una
manera de asumir el papel del Estado y, por otro lado, una manera de accionar
y movilizar la estructura estatal para lograr el desarrollo (Alza Barco 2014: 55).
En la materia de nuestro interés, este enfoque implica, entonces, adoptar
medidas partiendo de los derechos humanos reconocidos para todas las
personas y, en específico, para la población adulta mayor.
2. Enfoque intergeneracional
Las personas transitan por etapas generacionales que se caracterizan por el
cambio de las capacidades físicas y mentales; estos cambios causan que los
aportes, necesidades y responsabilidades varíen a lo largo de las vidas de las
personas (MIMP 2013: 20). En esa línea, corresponde que se tome en cuenta
las diferencias de cada grupo según la etapa en la que se encuentran sus
miembros, para lo cual se debe adoptar el enfoque intergeneracional.
Este enfoque entiende que se debe dirigir la atención y la capacidad
institucional hacia los problemas sociales con miras al fortalecimiento
de los procesos de desarrollo humano, el cual surgirá del encuentro y la
vinculación entre generaciones (Muñoz García 2017: 116). De manera más
específica, el enfoque intergeneracional considera que “la edad no es un factor
limitante para el disfrute de los derechos, proponiendo aprovechar las
potencialidades y capacidades de cada una de las edades” (Alza Barco 2014:
73). En tal sentido, se pone especial énfasis en grupos como niños, niñas y
adolescentes, y la población adulta mayor.
3. Enfoque de género
El género permite comprender “qué roles, atributos, comportamientos,
posiciones jerárquicas, asumidos de manera distinta y excluyente por hombres
y mujeres, no son naturales sino construidos social y culturalmente mediante
un largo proceso de socialización, que se inicia desde el nacimiento” (MIMP
2013: 19). De esta manera, su incorporación implica la integración de una
perspectiva de género en las actividades de desarrollo para lograr la igualdad
en esta dimensión (ONU 2006: 18).
Con todo ello, se considera que el enfoque de género “promueve la igualdad
entre hombres y mujeres, sin distinción de sexo u orientación sexual y en
particular protege los derechos de las mujeres como grupo históricamente
discriminado y hace evidente los impactos que tienen las decisiones de política
pública en ellas” (Alza Barco 2014: 73). Así, este enfoque permite identificar
entonces las desigualdades de género en un contexto determinado, como el de
la población adulta mayor.
4. Enfoque de interculturalidad
El Perú es un país pluricultural, multiétnico y multilingüe, por lo que es
necesario establecer una convivencia armónica entre las distintas comunidades
y culturas mediante la implementación de distintas medidas. En este marco, “la
interculturalidad visibiliza las relaciones de poder y de reconocimiento que se
han dado entre las culturas a lo largo de la historia de la humanidad” (Deutsche
Gesellschaft für internationale Zusammenarbeit (GIZ) 2013: 17).
Por ello, el enfoque de interculturalidad resulta una “herramienta que permite
analizar las relaciones entre los grupos culturales que cohabitan un mismo
espacio” (GIZ 2013: 17), como el peruano. Este enfoque permite reconocer y
valorar la diversidad cultural y, acompañado por la debida adecuación de las
decisiones públicas, posibilita el respeto, la promoción, la protección y la
garantía de los derechos de los pueblos indígenas (Alza Barco 2014: 74). En el
contexto peruano, es imprescindible adoptar este enfoque para grupos
considerables como, por ejemplo, las personas adultas mayores.
A partir de los conceptos revisados, se puede concluir que la población adulta
mayor es un grupo diverso y heterogéneo, cuyas problemáticas han sido
recientemente estudiadas por distintas disciplinas. Si bien la edad es el factor
utilizado para clasificar a este grupo, ella no permite dar cuenta de la diversidad
de las PAM. En esa línea, la adopción e implementación de medidas orientadas
a este grupo debe observar enfoques transversales como el enfoque de
derechos humanos, el de género, el de interculturalidad, y el enfoque
intergeneracional. En un contexto como el peruano, estos enfoques resultan
aún más importantes y permiten justamente identificar las referidas
particularidades de la población adulta mayor.
En diferentes estudios realizados en forma aislada en diferentes zonas y
regiones del Perú se pueden apreciar resultados diversos y variados cuyo
denominador común es que no existe establecido menos instaurado las
diferentes acciones que permitan la realización de la promoción de estilos de
vida saludables en los adultos mayores en el Perú los que no son ni conocidos
en las zonas rurales, población nativa y en pobreza.
JUSTIFICACION DE LA PROPUESTA
Durante la Primera Conferencia Internacional de Promoción de la Salud (PS)
celebrada en Ottawa, Canadá, se aprobó la Carta de Ottawa, documento que
plantea los campos de acción y las acciones fundamentales de la promoción de
la salud, centradas en la elaboración de políticas públicas saludables, creación
de ambientes favorables a la salud, desarrollo de habilidades personales,
refuerzo de la acción comunitaria y reorientación de los servicios de salud;
estas acciones resaltan el enfoque multisectorial que rige a la promoción de la
salud donde gobiernos, sectores sanitarios, sociales, económicos y
comunidades aportan y participan de las acciones en salud, si bien algunas
dependen de factores ambientales, gubernamentales y de la regulación de los
sistema sanitarios, la promoción de la salud potencializa los recursos humanos
con que cuentan las personas para la participación efectiva en salud.
En la Declaración de Yakarta sobre la promoción de la salud en el siglo XXI, se
contempla la ampliación de la capacidad de las comunidades y el
empoderamiento del individuo a través de la educación práctica, el
fortalecimiento del liderazgo y el acceso a los recursos. Asimismo, la carta de
Bangkok para la promoción de la salud en un mundo globalizado enfatiza en la
capacitación de las personas para que ejerzan un mayor control y reafirmen el
derecho fundamental de la salud, sin ningún tipo de discriminación. En síntesis,
la promoción de la salud refleja un concepto positivo e incluyente que se
relaciona directamente con la calidad de vida y el bienestar, se enfoca en los
determinantes de la salud y crea opciones saludables para la población. El
propósito es generar condiciones para que los grupos y las personas actúen,
se empoderen y tomen decisiones en pro de su salud y bienestar. La
promoción de la salud como estrategia básica que mejora la calidad de vida en
las personas fomenta cambios de comportamiento sobre la base de Estilos de
Vida Saludables (EVS) definidos como patrones de acción multidimensional
mantenidos en el tiempo por factores internos y externos. Estos son elementos
condicionantes y determinantes de la salud y son componentes importantes de
intervención dentro de la promoción de la salud.
Frente a este panorama, estudios como las revisiones sistemáticas (RS)
abordan temas sobre la base de la promoción de estilos de vida saludables,
sus modelos teóricos, estrategias de intervención, estrategias de promoción de
actividad física, alimentación, programas de promoción y prevención para el
abordaje de la obesidad, estrategias de cambio de actitudes y estrategias con
adultos mayores resaltan la importancia de fomentar estilos de vida saludables
desde la promoción en salud. En este sentido, las estrategias de promoción de
la salud no solo fortalecen las habilidades personales, sino también la
modificación de condiciones sociales, políticas y ambientales, existen 4 tipos de
estrategias, la Estrategia de influencia (EI) basada en un modelo de cambio de
actitudes y predisposición positiva hacia la acción, a través de la información, la
sensibilización y el cambio de actitudes. La Estrategia de Desarrollo de
Competencias (EDC) encargada de suministrar las herramientas necesarias
para el cambio de comportamiento, con acciones que fortalezcan la autoestima,
la autonomía y la toma de decisiones; por su parte, la Estrategia de
Modificación del Medio (EMM) y la Estrategia de Control (EC) son un
complemento de las anteriores porque influyen sobre factores externos a las
personas. La Estrategia de Modificación del Medio mejora los espacios donde
se desenvuelven los individuos, disminuyendo las consecuencias negativas de
los riesgos en estos espacios y la Estrategia de Control establece controles que
a corto plazo introducen costes relacionados con comportamientos a evitar a
través de medidas legislativas y judiciales. Esta clasificación permite incidir
desde diversos ámbitos y estructurar una línea de cambio global.
El propósito al respecto, es analizar las estrategias de política de salud para el
fomento de Estilos de Vida Saludables, visibilizadas desde cinco escenarios de
acción: familia, sector sanitario, escuelas, comunidades y lugares de trabajo,
considerados contextos fundamentales para la Promoción de Salud así, por
ejemplo, dentro del escenario familiar genera procesos de empoderamiento y
participación, otorgando los recursos necesarios para el desarrollo de
conductas saludables en sus integrantes que incluyan a los adultos mayores.
En el sector educativo estrategias como la psicoeducación, las capacitaciones
y el entrenamiento desde la Promoción de Salud, posibilitan el fomento de
conductas saludables incidiendo positivamente en la salud de adultos mayores.
Dentro del sector sanitario las acciones de Promoción de Salud actúan para el
establecimiento de hábitos de vida activos y saludables. En la comunidad
ayuda en la construcción de comunidades saludables y sostenibles y,
finalmente, en el lugar de trabajo la Promoción de Salud mejora las condiciones
laborales, favorece la productividad de los trabajadores y se modera los costos
de asistencia médica.
La OMS define la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y
social”, lo que significa que más que una vida sana se debe hablar de un estilo
de vida saludable del que forman parte la alimentación, el ejercicio físico, el
trabajo, la relación con el medio ambiente y la actividad social. Frente a esto,
nuestros resultados resaltan que la salud debe asumirse de forma integral, en
donde las estrategias para el fomento de Estilos de Vida Saludables no se
centralicen únicamente en la Alimentación Saludable y/o la Actividad Física, sin
desconocer su importancia en la promoción y mantenimiento de una buena
salud durante todo el ciclo vital sino también intervengan el tiempo de sueño, la
recreación, el sexo seguro y protegido, la salud oral, el manejo del estrés y las
habilidades sociales, como determinantes de la salud en las personas.
Estilos de vida del adulto mayor del Asentamiento Humano Alto Perú,
Chimbote_2019. https://hdl.handle.net/20.500.13032/28944