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Lenguaje y pensamiento II

Miguel García Zaqueo


15-011-0226

Reseña del manifiesto surrealista

INTRODUCCIÓN
Se conoce como “Primer manifiesto surrealista” al texto publicado por el francés André
Breton en 1924 y de donde se define el surrealismo por términos psicológicos. Según esta
definición, el surrealismo es: "Automatismo psíquico por cuyo medio se intenta expresar
verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento.
Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda
preocupación estética o moral” (Breton, André. 1942, pp. 13-14). Y más adelante hace
alusión a la “escritura automática” como base fundamental en el proceso creativo en el
surrealismo: “la atmósfera surrealista creada mediante la escritura mecánica, que me he
esforzado en poner a la disposición de todos, se presta de manera muy especial a la
producción de las más bellas imágenes” (Breton, André. 1942, p. 21).
Pero, ¿qué es exactamente la escritura mecánica o automática, tan apreciada por los
surrealistas? “un monólogo lo más rápido posible, sobre el que el espíritu crítico del paciente
no formula juicio alguno, que en consecuencia, quede libre de toda reticencia, y que sea, en
lo posible, pensar en voz alta” (Breton, André. 1942, p. 12) responde el Primer Manifiesto al
referir algunos métodos freudianos aplicados a los enfermos durante la guerra. Entonces se
le ocurrió a nuestro héroe (André Breton), junto a Phillippe Soupault, llevar esas prácticas a
otras disciplinas. Ambos sentían un desprecio inicial por este proceso creativo ya que, según
cuenta en el manifiesto, no esperaban grandes resultados literarios de estos experimentos
“pero, por otra parte, también había en aquellas páginas la ilusión de una fecundidad
extraordinaria, mucha emoción, un considerable conjunto de imágenes de una calidad que no
hubiésemos sido capaces de conseguir, ni siquiera una sola, escribiendo lentamente, unos
rasgos de pintoresquismo especialísimo y, aquí y allá, alguna frase de gran comicidad”
(Breton, André. 1942, p. 12).
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Miguel García Zaqueo
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EL HOMBRE ANTE LA IMAGINACIÓN


El Primer Manifiesto Surrealista plantea desde sus primeras páginas que el hombre es un
soñador sin remedio, pero que al mismo tiempo vive esclavo de la sociedad que le impone
normas y obligaciones (familia o trabajo) de manera tal que, si le queda un poco de lucidez
evocará por siempre su infancia pues ella le parecerá la época más maravillosa. Así también,
el hombre de juicio tampoco quiere soñar, debido a que cree que ese mundo que ha perdido
nunca más volverá (Breton, André, 1924, p. 1).
El hombre de juicio, dice Breton, renuncia a esa parte del terreno que (más bien)
debería conquistar. Ahora, la imaginación cumple un papel esencial al hombre para poder
sobrellevar esta vida. Sin embargo, aunque al principio parece ilimitada las leyes de la
sociedad le ponen límites y es donde “la imaginación no puede cumplir mucho tiempo esta
función subordinada, y cuando alcanza aproximadamente la edad de veinte años prefiere, por
lo general, abandonar al hombre a su destino de tinieblas” (Breton, André, 1924, p. 1).
Y ¿qué le espera al hombre que se abandona? Todos sus actos carecerán de altura,
dice Breton, y sus ideas de profundidad.

EL CANTO A LA LIBERTAD
Más adelante, André Bretón (1924), afirma que sólo la palabra libertad tiene el poder de
exaltarlo. Que reducir la imaginación a la esclavitud impuesta por la moral “es despojar a
cuanto uno encuentra en lo más hondo de sí mismo del derecho de la suprema justicia”
(Breton, André, 1924, p. 2).

LOS LOCOS
Los locos son más felices porque nuestra opinión sobre si quebrantan o no las reglas del
orden les es indiferente y aún ellos son esclavos, pero lo son de su imaginación. Así pues,
Breton (1924) establece una clara diferencia entre los locos y los cuerdos ya que a ellos su
imaginación les da bastante: grandes consuelos o el gozo de sus delirios. Y agrega: “el miedo
a la locura nos obliga a bajar la bandera de la imaginación” (Breton, André, 1924, p. 2).
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MARCO PSICOLÓGICO
Luego de hacer una breve comparación entre la actitud materialista y la realista ante este
fenómeno que es la imaginación y la locura André Breton asume su postura de que las
descripciones absurdas no le interesan, “la pereza, la fatiga de los demás no me atraen”,
agrega (Breton, André, 1924, p. 4).
Llegamos, por fin, a lo que el propio Breton llama “la psicología” y hace algunas
observaciones dignas de ser mencionadas aquí. En primer lugar, se refiere a los personajes
cuidadosamente planeados y los compara con un “simple partida de ajedrez” que no despierta
en él el más mínimo interés. Y en esto último demuestra su rechazo sobre el análisis que
impera sobre los sentimientos: “insoportable manía de equiparar lo desconocido a lo
conocido, a lo clasificable” (Breton, André, 1924, p. 4). Por tratar de respetar los parámetros
establecidos el ingenio y el verdadero pensamiento se pierden definitivamente.
Todo es culpa de la lógica y sin embargo, no todo está perdido. Freud ha hecho
grandes descubrimientos de vital importancia y Breton cree que su Teoría de los sueños
permitirá a la imaginación volver a ejercer los derechos que le pertenecen (una terea que
Breton piensa que corresponde a los sabios y a los poetas).
Pero, ¿qué son los sueños o cómo se comportan? El propio manifiesto responde, “los
sueños son actividad psíquica que desde el instante del nacimiento del hombre hasta el de su
muerte, no ofrece solución de continuidad alguna, y la suma total de los momentos de sueño,
desde un punto de vista temporal, y considerando solamente el sueño puro, el sueño de los
períodos en que el hombre duerme, no es inferior a la suma de los momentos de realidad, o,
mejor dicho, de los momentos de la vigilia” (Breton, André, 1924, p. 5).
Más aún, el hombre se convierte en juguete de su imaginación pues ella se complace
en evocar vagamente sólo algunos episodios del sueño. Y “el hombre, al despertar, tiene la
falsa idea de emprender algo que vale la pena” (Breton, André, 1924, p. 5).
Más adelante, André Breton hará algunas reflexiones al respecto:
1. El sueño es continuo. Deberíamos otorgar al sueño (como si de catarsis se tratara),
aquello que a veces negamos a la realidad.
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2. La vigilia es un fenómeno de interferencia y produce una extraña sensación de


desorientación. Parece que el espíritu se limita a obedecer sugerencias procedentes
de aquella noche profunda de la que uno le extrae.
3. El espíritu del hombre que sueña queda satisfecho con lo que sueña de manera tal
que, si sueña que un día hermoso una bestia le habla, el testimonio de su vista y sus
oídos le dirá que efectivamente aquel día tan hermoso existió, y aquel animal que
habló.
4. El sueño como examen metódico para llegar a la realidad absoluta o sobrerreal o
surreal. Aquí se plantea por primera vez la posibilidad de llevar ese ejercicio a las
disciplinas artísticas y literarias (como más adelante se aborda en el manifiesto).
Según estas prácticas si un poeta duerme entonces sueña y si sueña entonces está
trabajando: “en el momento de disponerse a dormir, Saint Po-Roux hacía colocar en
la puerta de su mansión de Camaret un cartel en el que se leía: EL POETA
TRABAJA” (Breton, André, 1924, p. 5).

CONCLUSIÓN
De esta manera será como el francés, André Breton, nos hace una aproximación al
movimiento que encabezaría por las siguientes décadas.
Ya hemos dicho que la principal fuente de inspiración para los surrealistas son los
sueños y la liberación del pensamiento verdadero a través de la escritura automática. Uno
pensaría que nadie es capaz de escribir a la misma velocidad con que uno piensa (André
Breton cree que sí y a demostrarlo dedicó las siguientes páginas y resto de su vida creyendo,
también, que los sueños son una valiosa fuente de acceso al estado más puro y elevado del
alma).
En este breve trabajo he tratado de explicar cómo es que estas conclusiones se
transformaron en manifiesto y luego en movimiento y no sólo literario sino que se extendió
también a otras disciplinas del arte como la pintura.
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Miguel García Zaqueo
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BIBLIOGRAFÍA:
Breton, André. Primer manifiesto surrealista, París, 1924.

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