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Hace unos días en un cruce vi una mujer indígena acercarse a un coche.

Al
lado de la puerta del chofer procedió a tirar en el aire un limón que tenía en la mano.
Subía unos 50cm y caía y lo tiraba otra vez. Lo había tirado así unas tres o cuatro
veces cuando el chofer, un señor de unos 30 años de edad, subió sin más la ventana
de la puerta, llevando a la indígena a pasar con su limón al siguiente coche.
¿Qué es lo que me llamó la atención de lo que vi? Super cialmente, no hay
nada misterioso aquí. Esa mujer estaba haciendo lo que todos hacemos, tratando de
hacer que alguien le diera dinero. En general, hay dos formas de hacerlo. Por un
lado, ofrecer algún bien o servicio. Si nos delimitamos a los cruces, vemos a gente
vendiendo cosas, desde fruta picada hasta bolsas de plástico; gente ofreciendo
algún servicio, como limpiar el parabrisas; y gente entreteniendo a los que están
esperando a que cambie la luz del semáforo, haciendo malabares por ejemplo. La
otra forma de conseguir dinero es simplemente pedirlo directamente, no a cambio
de algo sino regalado. En nuestra sociedad, si quieres pan, tienes que ganarlo, y a lo
mejor eso es lo que esa señora pensaba cuando salía al cruce con su limón. Eligió
ganar el dinero con el entretenimiento, haciendo malabares. Supongo que no sabía
hacerlo con tres o más objetos, quizá ni siquiera con dos, no sé. Pero tenía que hacer
algo, el gesto básico o mínimo, y por eso tiraba un solo limón. Creo que estarás de
acuerdo en que eso no es hacer malabares. El chiste es que sean mínimo dos cosas,
de preferencia tres o más, entre más mejor, ya que el exitoso manejo de todas esas
cosas a la vez muestra destreza y habilidad, algo que no cualquiera puede hacer. Eso
es lo que lo hace entretenido. Yo no fui entretenido por su performance, pero sí
intrigado. Me di cuenta que si lo hubiera hecho con tres limones, casi no lo habría
notado, habría sido normal, común. Pero ese limón solitario subiéndose y bajándose
me cautivó, casi como si fuera una obra de teatro y la señora un personaje en algún
drama de Beckett en el que todo está reducido a un mínimo, todo austero, donde los
personajes hablan un lenguaje fragmentado que ilumina lo absurdo del mundo.
No pensé todo esto en ese momento, sino hasta después en casa tratando de
entender lo que había visto. Cuando la señora decidió hacer malabares, a lo mejor
no veía en el lo que los choferes de los coches ven, una actividad social cuya sentido
es entretener. Ella percibía quizá una actividad social despojada de su sentido,
reducida a un simple mecanismo de causa y efecto (tirar limón-recibir dinero). Como
si fuera un fetiche. Un fetiche es algo al que atribuimos poderes aparentemente
mágicos para producir efectos de forma no natural. ¿No habrá visto eso de tirar el
limón en esos términos? Hace poco dije que si hubiera tirado tres limones, no le
habría prestado atención, me habría parecido normal, común. ¿Pero no es eso
también una manera fetichista de ver esa actividad social, que es natural dar dinero a
los que más entretienen? Lo que la extraña actividad de la señora me reveló fue el
perverso trasfondo del tejido social que nos vincula uno con otro. A lo mejor en este
momento estás pensando “¡Ah ese Mtro. Darin se pasa con su marxismo
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trasnochado! ¿Qué espera, que le gente tenga todo gratis sin trabajar?” No, no
espero eso, pero sí espero que cuestionemos, que seamos críticos. Es muy fácil
tachar de perverso a los que no hacen las cosas como tú, pero mucho más difícil
poner tu propio mundo en tela de juicio.
A lo mejor ese señor que subió la ventana de su coche iba en camino a su
trabajo, a sentarse frente a una computadora en uno de múltiples cubículos en una
o cina grande y ahí a mover los dedos sobre las teclas subiendo a la pantalla letras y
cifras, una por una, de forma tan metódica y esperanzadora como el limón que la
señora subía en el aire. Como la señora, lo hace para recibir un dinero, un sueldo en
la quincena. No es un trabajo de entretenimiento, sino que está ofreciendo un
servicio. ¿Pero qué servicio? Vemos lo que hace la señora con su limón y decimos
que no tiene ningún valor real o intrínseco esa actividad. ¿Lo tiene lo que hace el
señor en su cubículo? Hay un antropólogo que se llama David Graeber que tiene un
libro que se llama Bullshit Jobs. Lo han traducido como Trabajos de mierda, pero el
fenómeno que señala no es exactamente eso. Hay muchos trabajos desagradables
que uno podría cali car de mierda, por ejemplo, ser basurero, o cortar caña. Sin
embargo, son trabajos importantes con un valor real. Si nadie recogiera la basura, la
sociedad pronto dejaría de funcionar. Graeber no se re ere a esos trabajos sino a
trabajos que aparentan ser valiosos pero que en realidad no lo son. Trabajos como
telemarketing, servicios nancieros, el derecho corporativo, recursos humanos,
relaciones públicas, la administración en los sectores de salud y de la academia, etc.
Si esos trabajos desaparecieran, ¿habría gente que los echara de menos? No creo, al
menos, no muchos.
Graeber menciona una predicción del famoso economista John Maynard
Keynes. En 1930 predijo que al cabo del siglo XX la tecnología habría avanzado lo
su ciente para que en países como Inglaterra y Estado Unidos la gente tendría que
trabajar sólo 15 horas a la semana. Obviamente, esto no ha pasado. Muchos
trabajos industriales y agrícolas, trabajos productivos, han sido automatizados, o sea,
como predijo Keynes, la tecnología ha avanzado lo su ciente como para liberar
mucho tiempo libre para la gente, pero no. Nuevos trabajos se han creado, trabajos
no productivos sino bullshit. Y ahora con el impresionante desarrollo de la
inteligencia arti cial más gente va a perder su trabajo e incluso más trabajos bullshit
tendrán que inventarse. Una situación bastante extraña, ¿no? Si vuelvo a ver a la
señora esa le voy a $100. Pero la persona que realmente quisiera volver a ver es el
joven que subió su ventana ya que creo que le hace falta un fuerte abrazo.
La siguiente anotación tiene que ver con una entrevista que vi en la tele. El
invitado era un mago quien hizo un truco de magia para el público. Luego el
entrevistador, impresionado, le pidió que le enseñara cómo lo hizo. El mago dijo: “Si
te lo enseñara, dejaría de ser magia, ¿no?” Por alguna razón, eso me hizo pensar en
lo que hacen los lósofos. En el caso de la magia, si aprendes cómo un truco se hace,
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desvanece la magia y se convierte en un simple mecanismo. Y pensé que a lo mejor
la losofía era como un truco mágico, pero al revés. Me explico.
Tenemos una percepción ordinaria de la realidad en la que sabemos que
cuerpos sólidos no pueden interpenetrarse y donde cosas soltadas caen al suelo,
cosas de ese tipo. El mago nos hace percibir algo por encima de esa realidad – algo
precisamente surreal – o algo que contradice lo que suponemos sobre la naturaleza
de la realidad. En el contexto de un show de magia, sabemos que lo que percibimos
no es real, pero no podemos dar cuenta de ello. Si descartamos que el mago tiene
algún poder fuera de lo común, entonces nosotros hemos de ser la fuente de la
ilusión. Parafraseando un famoso decir: “Si un mago hace un truco y no hay nadie
para verlo, ¿sucede algo mágico? No. Por otro lado, si hubiera un público sin mago,
pues tampoco habría magia. Es una colaboración entre los dos. En todo caso, nos
gusta la ilusión, nos entretiene.
Ahora bien, imagínate un público ahí sentado y que en vez de que salga al
escenario un mago sale un lósofo. A diferencia del mago, el lósofo no hace ningún
truco, dado el truco ya está hecho de antemano. Consiste en la realidad tal y como
uno la entiende de cierta forma. En el caso del mago, vimos que nuestra ordinaria
percepción del mundo sirve de trasfondo para que lo que hace el mago se resalte,
para que su ilusión nos impacte. En el caso del lósofo, la ilusión es la realidad
misma, al menos nuestra concepción de ella. Ésta es una diferencia importante entre
los dos – la ilusión no es óptica, como con el mago, sino conceptual. Y a diferencia
del mago, el lósofo sí nos explica el truco – explica, o hace explícitos más bien, los
conceptos sobre los que nuestro entendimiento del mundo está basado, y muestra
cómo la sustitución de algunos conceptos por otros, o quizá una nueva articulación
de los mismos, resulta en un mundo distinto. Sócrates hace eso con uno de los
esclavos que ve las sombras en el fondo de la caverna. Al cabo de la enseñanza
percibe un mundo ya bastante distinto. Y es esa explicación, la colocación de un
mundo nuevo al lado del primero lo que crea ese choque o disonancia inesperada
que en los dos casos nos maravilla.
Es en este sentido que dije que la losofía es como un truco mágico, pero al
revés. Al revés porque parte de la ilusión, en vez de crearla, y además la explica. Sin
embargo, ¿no tendrá razón el mago; no será que explicando cómo el truco se hace,
la magia desvanece? Pues sí, la magia, la ilusión, desvanece y en su lugar uno no ve
más que un simple mecanismo mundano. Pero la ilusión que el lósofo hace
desvanecer es el mundo entero. Quizá lo que sea mágico, o más bien maravilloso, es
que tengamos el poder de crear mundos.
Como último, un comensal de la Fonda me preguntó: “Si el sistema solar se va
a consumir cuando el sol se convierte en un supernova – ¿sirve de algo que me
angustie por hacer algo grande, ser alguien, o pasar a la historia?”
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Primero, un detalle técnico. Resulta que el sol no va a convertirse en un supernova,
pues según dicen los cientí cos no tiene una masa su ciente. Más bien, dentro de
unos 5 mil millones de años su combustible se va a acabar y va a convertirse en lo
que llaman una enana blanca.
En todo caso, ¡deja el penoso destino del sol, ya que hay peligros globales
actuales que dentro de un siglo o incluso dentro de un año pueden acabar con la
civilización humana y quizá con la especie! Visto así, creo que tu inquietud se vuelve
más interesante y urgente.
Lo que dices sobre hacer algo grande me recuerda de lo que los franceses
llaman “chanson de geste”, los relatos épicos escritos en la Edad Media que narran
las hazañas de un héroe. El Cantar de Roldán y El Cantar de mio Cid son ejemplos. A
lo mejor estos relatos y canciones servían para la gente del medievo y también de
otras épocas como una especie de máxima – Vivir de tal forma que lo que haces en
esta vida sea cantada y celebrada por generaciones posteriores.
Se me hace que algo de eso está implícito en tu inquietud. Bueno, no es una
simple inquietud sino como dices algo que te angustia. Si te angustia, esto implica
que una vida en la que no trascendieras quedaría corta, te dejaría insatisfecho. Si uno
con sus hazañas pasa a la historia, ¿qué es lo que trasciende? En alguno de sus
escritos, Jean Jacques Rousseau dice que un perro, a unos meses de nacer, ya es lo
que será el resto de su vida. Luego pregunta ¿por qué el animal humano es el único
capaz de convertirse en imbécil? Nunca vas a encontrar en el mundo ningún perro
imbécil, pero muchos humanos sí. Lo que uno trasciende es su mera condición
animal, pero lo que Rousseau está señalando, o enfatizando, es el lado negativo de
esta trascendencia. Algunos lo hacen mal, y se convierten en imbéciles, y otros bien,
convirtiéndose quizá en héroes. Entonces, creo que lo que te angustia es la
posibilidad de que tu vida salga mal o que la vivas en el plan básico animal – comer,
dormir, reproducirte, disfrutar pequeños placeres como cuando mis perros yacen
bajo el sol. Eso no está mal, pero el ser humano, además de convertirse en imbécil,
es capaz de grandeza, de belleza, de trascendencia.
El problema con el imbécil lo vemos en la etimología de la palabra. “Bécil”
viene del latín, “baculum”, que signi ca “palo o bastón”. El imbécil es quien no tiene
un bastón en el que apoyarse y que por tanto cae. Entonces, hace falta un bastón
para no caerte y vivir bien. En nuestro contexto el bastón son otras personas, gente
que admiras, tus héroes pues. El bastón te apoya físicamente y tus héroes
espiritualmente. Ahí están parados al otro lado del río de la vida, animándote,
diciendo: “Si nosotros pudimos, tú también puedes”. Bueno, eso es una
simpli cación cursi, pero el punto es que necesitamos guías. El problema es que si tu
héroe es Kant o Simón Bolívar, puedes verte muy fácilmente frustrado en tu intento
de trascender, pues son muy pocos los que pueden liberar a un continente entero o
ilustrar a un continente entero. Yo creo que la angustia de los que quieren hacer algo
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grande o importante en la vida proviene de esto, de que no ven cómo pueden
posiblemente alcanzar esos niveles? Y un problema más – ¿qué pasa si tu modelo no
es Kant o Borges, por ejemplo, sino alguien como Kim Kardashian? ¿Deberíamos
distinguir entre una buena trascendencia y una mala? Ella ha hecho algo grande y sin
duda pasará a la historia, pero podemos decir que hizo algo importante, algo bueno
que merece ser recordado?
Mi respuesta sería lo siguiente: Si eres capaz en la vida de hacer algo
importante, algo que trasciende, será porque eres capaz de atender. Ortega y Gasset
dijo: “Dime a qué le prestas atención y te diré quién eres”. Muy profundas estas
palabras, especialmente en esta así llamada economía de la atención en que vivimos.
Cuando la atención se convierte en una mercancía con valor monetario habrá
muchos compitiendo por tu atención, fenómeno que vemos precisamente en las
redes sociales. Para que dirijas la vista a lo que compañía X tiene a la venta o a algún
meme de partido político Y, tu atención tiene que ser distraída. Cuando prestas
atención estás atendiendo. A-tender signi ca literalmente estirarse hacia algo, estar
orientado hacia algo. En el contexto de la fenomenología, Edmund Husserl habló de
básicamente la misma idea cuando caracterizó la conciencia fundamentalmente en
términos de la intencionalidad. Es como si la intención o el estiramiento de la
conciencia se hiciera en un carril que se dirige hacia el objeto. En este sentido
podemos decir que la distracción descarrila la atención. La jala o arrastra para que
vaya en otra dirección. Compañías e ideologías rivales te jalan por aquí y por allá,
con la consecuencia de que seas menos atento e intencional y más distraído y
reaccionario. Irónicamente destruye la atención que buscan, creando más bien una
conciencia esquizofrénica. Distraer es descarrilar la conciencia; atender es
encarrilarla, es tender o extenderse hacia algún objeto.
¿Qué es ese algo? ¿Cuál es tu carril en la vida? En la Vedanta, los antiguos
hindúes hablaban del “sat-cit-ananda”. Sat es el verdadero ser, cit es la verdadera
conciencia, y ananda es la dicha. Puede que no sepas que son el verdadero ser y la
verdadera conciencia, pero conoces tu dicha. Es ese estado de ser que Peirce
describía con su categoría de la primeridad – la experiencia directa, inmediata, sin
divisiones. Es estar en aquel estado de ujo donde no estás observándote ni
haciendo preguntas sino sintiendo directamente. Lo que uno siente aquí no es
simplemente el placer, una sensación placentera, sino algo mucho más profundo, lo
que Aristóteles llamaba la eudaimonia, lo cual traducimos no del todo bien con los
términos felicidad o bienestar. Eudaimonia signi ca literalmente buen espíritu, pero
no el espíritu que es tu conciencia a diferencia de la tu amigo, sino un daimon o
deidad que abarca y rebasa todo individuo, el daimon del mundo, sea como quieras
entender eso. Cuando atendemos, estamos encarrilados por ese daimon, lo cual
percibimos muchas veces simplemente como la belleza de la vida. No es sentir
ningún placer en particular ni ningún conjunto de placeres sino la fundamental
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orientación de la vida. La dicha de cada quien en ese estado es un re ejo parcial de
esa belleza.
Ayer estaba pensando en estas cosas y en la noche acostado en la cama
leyendo El libro del desasosiego de Fernando Pessoa, me topé con una oración que
captó perfectamente bien lo que estoy tratando de decir. Dice Pessoa: “Todo
depende de lo que somos, y cómo perciben el mundo los que vienen después de
nosotros dependerá de que tan intensamente lo hayamos imaginado, es decir, lo
hayamos verdaderamente sido”. Lo que dice Pessoa toca nuestra preocupación por
hacer algo grande o importante que in uirá en otros. Todo depende, dice, de lo que
somos, no lo que hacemos. Lo que hacemos es posibilitado por lo que somos, por lo
intenso que hayamos verdaderamente sido el mundo que imaginamos o sentimos.
Creo que hoy en día, lo más importante que uno puede hacer, es ser, es
recuperar la capacidad de atender. Esta capacidad o disposición de uno no es la del
ego individual que trata el mundo como un escenario de objetos que puede adquirir
y controlar sino de la conciencia vista como uno entre in nitos puntos de expresión
de una inmensa realidad bella y misteriosa, una realidad que es menester sentir. Yo
sé que suena muy metafísico y cursi eso, pero si queremos dejar de ser títeres de
algoritmos, dejar de reproducir con nuestras reacciones un sistema económico y
tecnológico que nos vuelve cada vez más narcisista y que produce división y
destrucción más que cualquier otra cosa, si queremos un mundo mejor, pues esa
metafísica ya no parece tan cursi. Más bien es imprescindible.
Yo diría que dejaras de preocuparte por hacer cosas grandes, deja a Kant y
Borges y sin duda a Kim Kardashian, y con ello dejar de preocuparte por supernovas
y guerras nucleares. Si vivimos atemorizados por esas posibilidades, nunca haremos
nada y la vida será más pobre. Que tu modelo sea más bien el árbol que crece en el
jardín, el atardecer con todos sus efímeros colores, el sonido que hace el latido de tu
corazón, el susurro de un río. Esa es la realidad, la existencia, y te tocó ser parte de
esa existencia, de experimentarlo – ¡qué milagro, qué suerte! Si eres capaz de esa
cursilería, serás capaz entonces de instruir o de liberar, quizá no a continentes pero a
tu hijo sí, y a los de tu comunidad, y para cualquiera eso es más que su ciente.
Krishnamurti dijo: “No es saludable estar bien adaptado a una sociedad
profundamente enferma”. El deseo de hacer algo grande puede ser un deseo
egoísta cuya pregunta es ¿Qué me toca a mí? Esto en pocas palabras, llevado a un
extremo, lo considero una enfermedad mental. Así uno no es más que un re ejo de
la sociedad enferma en que vive. Pero uno también puede desear hacer algo grande
para mejorar la sociedad, sanarla. Para ello hay que desadaptarse, descarrilarse
precisamente, de los enfermos mecanismos del sistema actual. Un buen primer paso
sería apagar este vídeo, salir a buscar el árbol más cercano y, sí, abrazarlo.
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