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Guía de Comprensión Lectora

Nombre estudiante
Fecha Nivel/curso I° Asignatura Lengua y literatura
Competencia(s) / OA OA 8, 12 Docente Karina Rodríguez C.

Instrucciones: Lee el poema “El otro yo” del escritor uruguayo Mario Benedetti y un
texto sobre el escritor chileno Gonzalo Rojas sobre su infancia. Analízalo y luego
responde las preguntas.

Texto 1
El Otro Yo - Mario Benedetti
Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras,
leía historietas, hacía ruido cuando comía, se metía los dedos a la nariz, roncaba
en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tenía Otro
Yo.
El Otro Yo usaba cierta poesía en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentía
cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba
mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte
el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podía ser tan vulgar como
era su deseo.
Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió
lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart,
pero el muchacho se durmió. Cuando despertó el Otro Yo lloraba con
desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qué hacer, pero
después se rehízo e insultó concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero
a la mañana siguiente se había suicidado.
Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero
enseguida pensó que ahora sí podría ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo
reconfortó.
Sólo llevaba cinco días de luto, cuando salió a la calle con el propósito de lucir su
nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso
le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas.
Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. Para peor
de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban: «Pobre Armando. Y
pensar que parecía tan fuerte y saludable».
El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reír y, al mismo tiempo, sintió a la
altura del esternón un ahogo que se parecía bastante a la nostalgia. Pero no pudo
sentir auténtica melancolía, porque toda la melancolía se la había llevado el Otro
Yo.
FIN

Texto 2
El hombre es su infancia
La niñez es el fundamento de mis visiones
El hombre es su infancia, como se dice y se habrá dicho tantas veces. Hay algo en
las infancias que es como una especie de estabilidad esencial y que perdura en el
hombre y la mujer hasta el cierre final. En mi caso, la larga niñez, es el
fundamento de mis visiones.
La infancia mía es la de un hombre de una clase social limitada por situaciones
fortuitas —las económicas, las sociales, las de pensar y las de sentir—. Mi padre
fue un minero del carbón que empezó a trabajar a los veinte años en las minas de
una región de Chile llamada Lebu (Torrente hondo).
Lebu es la capital de la provincia histórica de Arauco (en Colombia hay una región
que se llama Arauca), donde ene! siglo XVI un joven de entonces veintiún años,
Alonso de Ercilla
Zúñiga, quien gustaba cabalgar por la comarca en un caballo andaluz, escribió un
célebre poema épico que Miguel de Cervantes Saavedra incluyó como documento
en el primer capítulo de las Aventuras del ingenioso hidalgo Don Quijote de la
Mancha (1605) y salvó del filoso escrutinio del barbero. De Ercilla y Zúñiga, el
poeta y militar nacido en Madrid, es Ci autor del famoso libro La Araucana, poema
que da cuenta de la guerra de los españoles con los naturales del país, con
nuestros aborígenes, que eran los mapuches, los araucanos.
Este grupo étnico, que aún existe, fue muy fuerte, pero no alcanzó la evolución
cultural de los aztecas. Como estos, empero, fue un pueblo guerrero que tenía dos
espacios próximos a la cordillera. De este lado Chile, y del otro Argentina. Estoy
hablando del centro sur de este país, llamado Chile, que tiene 4 mil 500 kilómetros
—por lo menos— de litoral frente al Océano Pacífico.
Pues bien, yo nací en ese pueblo de Lebu que tiene un abolengo histórico muy
hermoso.
Cerca de allí, un indio nuestro de nombre Lautaro (1535-1557) se convirtió a los
veinte años en un estratega genial. Lautaro le dobló la mano al invasor europeo y
en una batalla noble y fuerte (1554), mató en Tucapel al conquistador Pedro de
Valdivia, quien es el Hernán Cortés de los chilenos. Todo esto ocurrió en los
parajes donde yo nací. Parajes aguerridos donde hay un río que se junta con el
océano. Mi pueblo es un puerto marítimo y fluvial acotado con rocas portentosas
donde el océano azota la costa de una manera cruel; y las minas, especialmente
las de carbón, se encuentran bajo el mar. Mi padre, Juan Antonio Rojas, trabajó en
esas tierras húmedas, en esas minas y yo ahí me crié.
Lebu es como Comala y como Macondo
Cuando mi padre muere cerca de los cuarenta años y deja una familia de ocho
niños, el séptimo de los cuales soy yo, la madre queda desequilibrada; tenía que
cuidarnos y como era temerariamente despierta, lúcida y valiente, se cambió de
Lebu —donde mi padre había techo una casa humilde, pero casa— a Concepción
de Chile, que está un poquito más el norte. Ahí continuaron mis infancias.
Quedaron atrás el paisaje fluvial y los bosques.
Salí algunos años de mi paraje, y no es que ahora haya vuelto: estoy volviendo
siempre. Todavía, a mi temprana edad de ochenta y cinco años, sigo volviendo a
Lebu, porque me parece que Lebu es como Comala (la de Rulfo) y como Macondo
(el de García Márquez), lugares míticos donde uno tiene que volver. Yo vuelvo
siempre a Lebu, puerto marítimo y fluvial con mucha madera, donde las naves
llegan prácticamente hasta la casa y donde el viento, personaje central del lugar,
alcanza ochenta kilómetros por hora. Yo me crié allí, entre las rocas y el océano.
Tal vez por eso es muy fuerte en mí la presencia geológica más que la geográfica.
Soy, pues, un animal poético, más geológico que geográfico y más fisiológico que
u'sio: muy amarrado a las cosas. Pero no un poeta iáricc,ni lirco. Eso me aburre
profundamente, porque es como quien acepta la idea de villorrio, y yo, hijo de un
humilde minero de carbón, no soy poeta de ilion lo, soy poeta mundano. Nací con
mundo, los dioses me dieron mundo —eso es muy curioso—, y me lo dieron tal
vez porque influyeron los buenos maestros que tuve en un internado más
espartano que ateniense, donde había mucha gente adinerada —muchachos ricos
del roquerio—, y donde yo —muchacho pobre del pobrerío— me ganaba las
becas para poder vivir ahí. 5 A los nueve años ingresé a ese internado, donde se
nos exigía leer en voz alta, durante algunos minutos encima de una silla, novelas
de Julio Verne o historias de hombres ilustres. Todo esto sucedía mientras los
demás comían. Aquello era un suplicio, uno se exponía al escaiuio y a las
carcajadas de los compañeros. Sin embargo, fue en uno de esos días cuando se
me dio el prodigio del gran juego verbal, ahí se me dio el neuma y la vivacidad de
la palabra.
Tenía maestros alemanes, franceses, italianos, españoles y también chilenos. Así
que me formé en un ámbito de mundo. Eso influyó mucho. 5
Cuando oí relámpago, descubrí el portento de la palabra
En los primeros ocho años se da prácticamente todo: las claves mayores en
cuanto a sensibilidad, a imaginación, al expresivo- Y yono era un muchachillo con
fijación materna, pese a que mi padre desapareció.
Uno podía tener una amarra mayor con la mamá, pero yo era un animalito libre —
libérrimo— y me crié casi a la intemperie del pensar, del sentir y de las
comodidades, que eran muy escasas. Recuerdo, por ejemplo, haber salido a las
cuatro de la mañana al océano abierto, junto a los pescadores, sin tenerle miedo
al oleaje ni a nada, y maravillarme del mar y el cielo infinito acompañando a esos
hombres —amigos míos— que me querían porque era un chico despierto,
temerario y con coraje.7
Vamos caminando por esas calles y pendientes tristes del Lebu de su niñez y de
su vida toda. Nos paramos frente a la que fuera su casa, esa casa grande de
madera que construyera su padre. —Ya no es la misma. Me indica señalando el
lugar donde se encontraba el cuarto de zinc, aquel donde por primera vez escuchó
la palabra relámpago y donde su madre los parió.
Seguimos calle abajo; es un día con mucho viento que agita con fuerza los
recuerdos. El rugir del mar forma parte del escenario, es como si estuviéramos
encima de su oleaje y miráramos desde ahí esos recuerdos.
—En aquellos días, jugando con uno de mis hermanitos, en un descuido rodé de
lo alto de ese cerro —me señala el barranco que está próximo a la que fuera su
casa—, rodé y casi me destrozo la cabeza con una roca.
Con la misma frescura recuerdo también el arribo a casa del padre, a caballo,
procedente de la distante mina de carbón donde trabajaba. Entraba por el portón,
que era una puerta grande, muy grande, y yo lo veía venir. Eso lo tengo dibujado
con un poema intitulado precisamente Carbón.
Una vez —tendría yo cuatro años— me quebré un brazo, mejor dicho un codo
Entonces llegó mi padre. La noche era la hora de su presencia, y preguntó:
—Qué le pasó a ese niño?
—Se quebró un codo —respondió mi madre.
Entonces mi padre pidió que le trajeran agua caliente con sal y una venda.
Cuando él me compuso el brazo, sonó el huesito que se insertó de nuevo en su
lugar. Eso me gustó, lo encontré poderoso y capaz de resolverme un problema
así. Luego seguí jugando.
Ascencio, E. (2012). Memorias de un poeta.

ACTIVIDAD CON DÉCIMAS.


1. Identifica qué diferencias, en cuanto al propósito con que fueron escritos,
observas entre ambos textos. ¿Cuál crees que es la razón de estas diferencias?
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2. Reflexiona sobre cuál es la verdadera personalidad del protagonista del cuento.
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3. Reflexiona por qué es importante la infancia. Responde a partir del texto de
Gonzalo Rojas.
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4. Compara el lenguaje poético con el lenguaje narrativo de Benedetti y el lenguaje
testimonial de Gonzalo Rojas.
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