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Primos y extranjeros.

La inmigración española en Buenos Aires, 1850-1930”

agosto 26, 2010historia americana, Historia Argentina, Historia Contemporánea, Historia Europea,
Historia social, Paper, Siglo XIX, Siglo XXAlfred Crosby, esquemas migratorios, Generación del 80,
Historia Argentina, imperialismo ecológico, inmigración española, José C. Moya, modernización,
neoeuropas, política liberal, Siglo XIX, Siglo XX

Llegada de inmigrantes españoles a Argentina

Llegada de inmigrantes españoles a Argentina

Reseña bibliográfica (fragmento)

Si alguna peculiaridad histórica posee la Argentina, parece haber sido la de recibir -durante unas
décadas a caballo entre los siglos XIX y XX-, una extraordinaria serie de oleadas humanas en un
Estado apenas estrenado y en unas tierras despobladas que hasta entonces no habían sido
bendecidas con ningún don que las hiciera especialmente apetecibles para propios o extraños.
Pero la combinación de ciertos factores y procesos la convirtieron en un destino de promisión para
varios millones de europeos que terminaron siendo en cierto modo una marca característica de la
sociedad argentina.

Sobre este tema, el libro del historiador cubano-norteamericano José Moya, Primos y Extranjeros.
La inmigración española en Buenos Aires, 1850-1930, aparecido originalmente en 1998 y
recientemente traducido y publicado aquí por Emecé, generó un amplísimo debate –al menos en
los ámbitos académicos estadounidenses. En diferentes países, el espectro de la crítica transcurre
desde la aclamación hasta el reparo más o menos sutil y fundamentado de sus aportes teóricos y
metodológicos en el campo de los estudios migratorios en general.

En efecto, la emigración resultó y formó parte de un proceso global de modernización que creó
ciertas condiciones favorables. La propagación popular de datos y conductas fue global en su
dimensión, pero basada localmente: una “fiebre inmigratoria” pareció recorrer Europa entre
segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX.

El autor analiza las fuerzas globales en el nivel europeo que explican por qué regiones rurales
empobrecidas de España se transformaron en zonas desde donde sus algunos de sus pobladores
decidieron emigrar, y otros quedarse. Cinco revoluciones modernizadoras a escala mundial
jugaron un rol decisivo en este proceso: la revolución demográfica, la liberal, la industrial, la
agrícola y la de los transportes. La modernización causó la migración masiva, pues si bien
engendró pobreza para muchos, ofreció oportunidades para otros y cambios, competencia,
desplazamientos y movimientos para un número mayor.[1] Estas macrotendencias explicarían por
qué España se convirtió en un país de emigrantes en determinado momento.

En el segundo capítulo se explica cómo esas mismas fuerzas tornaron a la Argentina en un país de
inmigración. La inmigración argentina formó parte de un fenómeno demográfico-ecológico. El
exceso de población europea no se dirigió a países con economías florecientes, sino que optó por
geografías determinadas: América del Norte, el Río de la Plata, Oceanía y Sudáfrica. Llamadas por
Alfred Crosby neoeuropas, son definidas como regiones de climas templados con buenas
precipitaciones pluviales, poblaciones nativas muy dispersas, con llanuras fértiles cerealeras y en
general de población mayoritariamente europea. Desde esta perspectiva, este fenómeno es
descripto como un imperialismo ecológico, que se caracterizó por una migración-invasión de la
fauna (incluso humana) y la flora del Viejo Mundo que terminaron por alterar sus biotas.

Al mismo tiempo, las políticas liberales derribaban las barreras para el tránsito de bienes y
personas que se movían en una corriente desatada por las revoluciones agrícola e industrial, y al
paso veloz que permitía la tecnología moderna. Moya considera mucho menos importante
estudiar las estrategias y la legislación inmigratorias que comprender las razones macro-
estructurales. Aunque repasa la política inmigratoria desde 1810, cuyo pico llegó hacia fines de la
década de 1880 (época de la llamada “inmigración subsidiada”), no cree que el “desdén racista de
las clases dirigentes de la Argentina hacia su población autóctona y los consiguientes programas y
políticas deliberadas para europeizar el país”[2] hayan sido componentes centrales para explicar
por qué Argentina se convirtió en un país de inmigrantes. Al contrario, Moya sostiene que el
esfuerzo político de subsidiar la inmigración dejó como resultado una gran deuda y población
reputada como “de vagos”. Para él, la exuberancia de los registros oficiales ha hecho exagerar la
importancia de la política gubernamental. Lo que sí hizo el gobierno argentino fue abrir las puertas
del país y crear una infraestructura institucional nacional favorable a la inmigración: tesoro,
ejército, aduana, capital, la burocracia y correo, educación, Poder Judicial. Se promovió el orden
social, la seguridad, la propiedad, la inserción en el mercado mundial, la modernización en los
transportes, el puerto moderno.

En el tercer capítulo, introduce el análisis microsocial de aquellos mecanismos regionales de


España por los cuales ciertas ciudades, pueblos, aldeas, villas y redes de parentesco participaron
en el proceso de emigración. Tan importante como estudiar los factores push que impulsaron a
millones de personas a emigrar, el autor considera imprescindible analizar el rol de las redes
sociales de emigrantes transoceánicos que operaban en el nivel local para promover la
continuidad de las olas inmigratorias españolas. ¿Por qué los españoles que vinieron eligieron
Argentina? Moya encuentra que la interacción entre fuerzas globales y locales creó una pauta
determinada de migraciones.

Siguiendo este razonamiento, define una serie de esquemas migratorios. Según el patrón de la
acomodada ciudad industrial portuaria de “Mataró”, la primera generación migraba -en etapas, de
manera lenta y espontánea- desde zonas rurales o pequeñas poblaciones a la ciudad y la siguiente
desde allí a Buenos Aires. Luego presenta otro prototipo menos frecuente -como el de los
malagueños-, gente que era atraída por funcionarios gubernamentales, privados o semioficiales, y
que llegó en “racimos”, en forma artificial y a menudo fallida. En cambio, un ejemplo de la
emigración como asunto familiar y también empresa comercial es la del Valle de Baztán, en
Navarra. Allí, la emigración de la mayoría de las localidades seguía una pauta que involucraba
tanto vínculos e intereses familiares como mercantiles. Al mismo tiempo, proliferaban en España y
por toda Europa las imágenes de una temible “plaga de la emigración” que en la península se
declaraba con el alarmante síntoma de la “fiebre de la Argentina”.

En resumen, lo que Moya encuentra es un proceso de difusión de información, conceptos y


conductas que delataría un esquema expansivo que deja poco espacio para las explicaciones a
partir de los factores de expulsión-atracción. Por el contrario, las provincias originales de
emigración incluían a las más ricas (Pontevedra y La Coruña en Galicia, los valles del norte de
Navarra): “Lo que tenían en común las comunidades de emigración temprana no fue un
monopolio de pobreza y factores de expulsión, sino una ubicación estratégica a lo largo de los
canales de información y transporte. Todas estaban ubicadas sobre el mar, en pequeñas islas o
planicies y valles cercanos a la costa. Por lo tanto, la fiebre se expandió desde la periferia hacia el
centro.”[3]Describe así lo que llama “una especie de telégrafo humano sin hilos”
permanentemente fluyendo información entre Europa y América a través de cartas, fotografías y
visitas entre parientes más o menos próximos.

A pesar de su dinamismo, estas redes microsociales podían permanecer detenidas y latentes en las
épocas difíciles –guerras, limitaciones de transporte, obstáculos políticos- y reactivarse al
desaparecer las trabas. Redes y no cadenas, pues serían como ramificaciones incontables que
ligaban gente en todas las direcciones, interrumpiéndose en algunos lugares y reproduciéndose en
otros, como un ser con vida propia.

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