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1. División del trabajo: Taylor abogaba por una división clara y detallada del trabajo,
descomponiendo las tareas en pequeñas unidades que podían ser realizadas por
trabajadores especializados.
2. Estudio de tiempos y movimientos: Taylor y sus seguidores llevaron a cabo estudios
exhaustivos para analizar y estandarizar los tiempos y movimientos necesarios para
completar cada tarea. Esto permitía determinar el método más eficiente para realizar el
trabajo.
3. Incentivos salariales: Taylor propuso un sistema de incentivos salariales que
recompensaba a los trabajadores por su rendimiento y productividad. Esto contrastaba
con el sistema de pago por jornada que era común en ese momento.
4. Supervisión y control: El Taylorismo implicaba una supervisión cercana y un control
estricto sobre el trabajo de los empleados para garantizar que se siguieran los métodos y
procedimientos establecidos.
5. Formación y selección de trabajadores: Se enfatizaba la selección cuidadosa y la
formación de los trabajadores para asegurar que tuvieran las habilidades necesarias para
realizar su trabajo de manera eficiente.
La revolución inglesa del siglo xvii (1642-1689) significó el triunfo de la propiedad burguesa
sobre la propiedad feudal, de la competencia sobre la estructura artesanal, del derecho
burgués sobre los privilegios medievales, y fue una herencia ideológica para otros
movimientos revolucionarios de tipo burgués contrarios al moribundo Medievo y el
absolutismo.2 Hay que precisar que la burguesía inglesa era una clase social muy heterogénea,
cuya masa fundamental la integraban comerciantes de medio pelo, la capa superior de los
maestros artesanos, y empresarios de tipo no gremial organizadores de manufacturas e
iniciadores de empresas coloniales. También integraba la burguesía mercaderes adinerados
que se habían enriquecido por la protección del comercio interno (mercantilismo) y que
estaban estrechamente ligados con la Corona en calidad de rentistas y financistas. Finalmente,
una parte de la aristocracia feudal también estaba ligada con la burguesía en calidad de
acreedores y participantes de las privilegiadas compañías mercantiles.3
La burguesía y la nueva nobleza (nobles de categoría inferior y personas que habían comprado
algún título de nobleza) compartían un interés en común: querían convertir todas sus
crecientes posesiones de tierra en propiedad libre de tipo burgués, libre de todas las trabas
feudales. A esta pretensión se oponía el régimen absolutista que imponía el sistema de control
feudal sobre la propiedad de la tierra, y los derechos feudales (renta feudal) que recibía la
Corona sobre sus tierras (que era de lo que vivía la vieja nobleza).4 Este es el origen económico
del conflicto entre, por un lado, la burguesía y la nueva nobleza, y por el otro, los
terratenientes feudales y los maestros artesanos, que desembocó en el enfrentamiento entre
el Parlamento y la Corona que llevaría a la guerra civil.
La mayor parte de la población del país eran pequeños artesanos en la ciudad, campesinos en
la aldea y algunos trabajadores asalariados de la ciudad y del campo, pero sus intereses no
estaban representados ni en el parlamento ni en la administración local, por lo que este
descontento fue aprovechado por la nueva nobleza y la burguesía para derrocar el viejo
orden.5
La lucha por la autodeterminación respecto a la Corona inglesa fue la decisión de una amplia y
próspera clase media nativa para defender el libre desarrollo ulterior de su prosperidad, y para
no someterse por más tiempo a los intereses económicos de la metrópoli.7 Fue el primer acto
de defensa de las posibilidades de desarrollo de una nueva economía nacional, en la que si
bien las diferencias en la distribución y la jerarquía social existían, no eran tan crasas como en
Europa y había una amplia clase media que, tanto en las ciudades como en el campo,
participaba de un bienestar en aumento.8
Las revoluciones de independencia de las colonias españolas en América Latina entre 1790 y
1824 tuvieron su inspiración directa en la Revolución Francesa, y al igual que en los tres casos
revidados, lograron concretar la eliminación de las formas precapitalistas de producción,
explotación y dependencia.10 Como resultado de los movimientos libertarios en la América
hispánica se formaron estados nacionales como una expresión de la tendencia ineludible hacia
a la formación de estados potencialmente burgueses, no obstante que como “revolución
anticolonial” clases y estratos sociales divergentes, e incluso antagónicos, fueron aglutinados
en el mismo grupo de “oposición colonial”.11
Una vez consolidado el orden burgués producto de los procesos revolucionarios, quedó la
mesa puesta para el despegue y consolidación del capitalismo, teniendo como su episodio
emblemático la Revolución Industrial en Inglaterra iniciada alrededor de 1780. Después,
durante la segunda mitad del siglo xix la industrialización se extendió a un ritmo impresionante
en Estados Unidos, Alemania y Japón consolidándose así el modo de producción capitalista en
el mundo económicamente desarrollado.
La industria textil británica tuvo su origen como un subproducto del comercio ultramarino, en
el cual las colonias proporcionaban la materia prima y la metrópoli los esclavos y los productos
manufacturados de algodón. Entre 1750 y 1769, la exportación de algodones británicos
aumentó más de diez veces, y las ganancias eran tan enormes que compensaban los riesgos
inherentes a las aventuras de innovaciones técnicas; la expansión de la industria algodonera
fue tan grande y su peso en el comercio exterior británico tan decisivo, que dominó los
movimientos de la economía total del país: las manufacturas de algodón representaron 40 a
50% del valor total de las exportaciones inglesas entre 1816 y 1848; para I833, la industria del
algodón empleaba a un millón y medio de personas.15
En 1859 la Seneca Oil Company perforó el primer pozo de petróleo comercial, cerca de
Titusville, Pennsylvania, empezando una nueva era en el mundo moderno; los granjeros se
hicieron ricos como productores o como sorprendidos propietarios de tal tesoro, se abrieron
pozos sin descanso y el petróleo corría desperdiciándose por falta de transporte; los productos
derivados del petróleo como la gasolina y el diesel comenzaron a ser fuertemente
demandados por ferrocarriles, buques mercantes, plantas industriales y calefacción
doméstica.26 John D. Rockefeller fue el magnate del negocio petrolero y modelo de muchos
hombres de negocios de Estados Unidos. En 1870 varias sociedades en las que él y otros
estaban interesados, fueron incorporadas en la Standard Oil Company (soc) de Ohio, y durante
los 30 años siguientes la soc perfeccionó su técnica de competencia destructora, siendo una de
sus armas el control monopólico del transporte, primero de los ferrocarriles y luego de
oleoductos. Las figuras jurídicas del trust y de la empresa tenedora permitió el control
centralizado de varias compañías y la formación de gigantes industriales, con lo que la soc de
New Jersey aumentó su capital de 10 a 110 millones de dólares en 1899, gozando de una
época de oro que terminó en 1911 cuando un decreto de los tribunales dispuso la disolución
del grupo.27
El desarrollo de la industria del hierro y del acero se basó en la construcción de altos hornos.
En 1850 un alto horno producía 45 toneladas al día, y para 1931 un horno de la Jones and
Laughlin Steel Corporation tenía una capacidad diaria de 1100 toneladas. En 1894 los Estados
Unidos sobrepasaban a Gran Bretaña en la producción de hierro en barras, en 1906 igualaba la
producción combinada de Gran Bretaña y Alemania, y para 1925 ya arrojaban casi la mitad de
la producción mundial.28 La industria del ferrocarril demandó grandes cantidades de hierro
para la producción de rieles, y de acero laminado para la construcción de locomotoras, y más
tarde el acero se utilizó prácticamente en la producción de todas las industrias: buques,
barcos, conservas, clavos, alambres, puentes, rascacielos.29 En esta rama industrial destaca el
nombre de Andrew Carnegie. Las compañías de Carnegie mostraron pocas diferencias con la
soc en cuanto al monopolio del transporte de sus productos, pero después de 1880 intentaron
poseer el control de sus propias materias primas para así integrar la industria, primero fue el
coque y luego los minerales de hierro. En 1901, la fusión de las empresas Carnegie con las de
otros potentados del acero dieron por resultado la United States Steel Corporation como
empresa tenedora en New Jersey, con un capital de 1 400 millones de dólares.30
El caso de Alemania
En el curso de una sola generación, Alemania pasó de ser una colección de estados
económicamente desiguales y atrasados —en la que aún después de 1815 existían más de
treinta administraciones políticas separadas, con sus propios sistemas legales, monetarios, de
pesos y medidas, con sus propias fronteras aduaneras, y con un dominio abrumador de una
economía campesina y de pequeños artesanos—, a un imperio unificado de rápido avance
gracias a una industria en acelerada expansión y fundada sobre una adelantada base
tecnológica.36
El inicio de este exitoso proceso de industrialización puede identificarse con la puesta en vigor
del Zollverein (unión aduanera) en 1834, que unificó la mayor parte de Alemania en una única
zona de libre comercio. Esta medida demostró ser un factor capital en la promoción del
desarrollo económico alemán al ampliar los límites legales del mercado y al hacer posible la
libre circulación de mercancías, además de que impulsó el nacionalismo económico que
inspiraba a los crecientes grupos comerciales.37
A partir de 1838 el gobierno jugó un papel fundamental en la construcción de toda una red de
líneas ferroviarias básicas y con ello empezó el despertar económico de Alemania. El
financiamiento para la construcción de los ferrocarriles provenía del extranjero y contaban con
la protección estatal, pero la influencia extranjera en la industria alemana se derrumbó tan
pronto como empezó a avanzar la industrialización y las fuentes nativas pudieron proporcionar
el capital, dirección y técnicas empresariales adecuadas.38 El estímulo proporcionado por la
construcción del ferrocarril, así como la ampliación del mercado que los medios de transporte
hicieron posible, alentaron la inversión en las minas de carbón y en las industrias metalúrgicas
que iban a constituir la base de la industrialización alemana.39
Los gobiernos alemanes comprendieron enseguida que la inferioridad económica podía ser
contrarrestada mediante un esfuerzo en el campo de la educación. En un corto periodo la
educación secundaria y la educación técnica fueron llevadas a un nivel sin parangón en Europa,
y surgió un caudal de hombres científica y técnicamente cualificados que iban a hacer posible
que Alemania venciera con gran celeridad su inferioridad inicial en la industria, y que Alemania
tomará la iniciativa en algunas de las industrias basadas directamente en la investigación
científica que iban teniendo cada vez mayor importancia, como la farmacéutica.40 El énfasis
puesto en la educación, el conocimiento científico y la organización dio sus frutos en el
desarrollo de nuevas ramas de la producción, entre las que sobresalieron la industria química y
la electricidad, y que contribuyeron a dar a su estructura industrial un aspecto altamente
moderno; el laboratorio se convirtió en parte integrante del gran complejo industrial, la
invención pasó a ser una actividad organizada y la patentización de nuevos métodos se hizo
parte de la actividad empresarial.41
Un elemento central de la industrialización alemana, a diferencia de los casos de Estados
Unidos e Inglaterra, fue el estímulo poderoso que provino de su peculiar sistema bancario, en
el cual el ‘banco’ es una combinación de banco comercial, banco de inversión y banco de
fideicomiso. Los bancos invertían sólo una pequeña parte de los fondos en valores del
gobierno, el grueso era invertido en papel comercial que podía ser redescontado en el
Reichsbank (banco central) por lo que contaban con una gran reserva líquida; éstos fondos se
empleaban principalmente para préstamos directos, la mayoría a largo plazo, a empresas
industriales y comerciales, con garantías o sin ellas, y para promociones industriales.42 Sólo los
bancos podían asumir el riesgo y aportar las grandes sumas de capital líquido necesarias para
construir ferrocarriles, abrir minas de carbón, y montar plantas de industrias pesadas.43
El caso de Japón
Antes de 1853 Japón no tenía comercio exterior y su principal producción eran textiles,
cerámica, lacas, cobre, papel, cera, té, tinta, abanicos, paraguas, velas, carbón, sake, frijol,
bambú, algas marinas y medicinas tradicionales; la mayoría de los edificios eran de madera y
los vehículos de ruedas eran poco comunes, había impuestos locales de peaje y cada feudo
tenía su propia moneda (en 1867 había 1694 tipos de billetes de banco).45
Los líderes de esta revolución fueron los samuráis de más baja categoría que habían sido
administradores, particularmente aquellos que habían sido más hostiles al antiguo régimen.
Los samuráis estaban financiados por los comerciantes ricos y aunque algunas antiguas casas
mercantiles no se podían adaptar bien a la economía capitalista, otros lo hicieron muy bien
como los Mitsui y Sumitomo. Los gobiernos imperial, prefectural y municipal estaban llenos de
samuráis, así como la policía y las fuerzas armadas.48
En el plano social las reformas del periodo Meiji “establecieron la igualdad legal de las
diferentes clases sociales y las antiguas distinciones en vestido y derechos de guerreros,
campesinos, artesanos y comerciantes fueron abolidas… [al tiempo que] la occidentalización
del vestido y de los hábitos sociales fue promovida. La selecta clase de los guerreros fue
reemplazada por fuerzas armadas modernas; el calendario fue cambiado y se introdujo la
vacunación masiva”.49 El nuevo lema del imperio fue: “una nación rica, un ejército
poderoso”.50
En este proceso de industrialización el gobierno jugó un papel mucho más importante que en
la mayoría de los países europeos y Estados Unidos, pues financió de manera directa la
extensión de los servicios ferrocarrileros, telegráficos, telefónicos y la siderúrgica de Yawata,
aportando con ello 40% de la formación de capital de toda la economía.51 Además, como los
capitalistas comerciantes no tenían experiencia en la administración de modernos
establecimientos industriales, el gobierno estableció empresas estatales en varios campos:
ferrocarriles, bancos, compañías aseguradoras, armerías, astilleros navales, teléfonos,
telégrafos, servicios de agua, trasporte urbano, gas y electricidad; empresas que luego fueron
vendidas a muy bajos precios a unas cuantas familias que se convirtieron en dinastías
financieras (Asano, Mitsubishi, Kawasaki, Mitsui, Furukawa), y una vez en manos privadas
continuaron recibiendo cuantiosos subsidios en forma discriminatoria.52
Finalmente, no podemos soslayar que Japón “.tenía una homogeneidad de raza, lenguaje,
derecho y, firmemente arraigado el hábito de la obediencia en la gran masa de la población, en
tal forma que disponía de un sentido y una meta nacional que frecuentemente no existía en
otras partes”,57 todo lo cual contribuyó notablemente al éxito de su proceso de
industrialización.
Conclusión
Los procesos revolucionarios de los siglos xvn a xix en Europa y Norteamérica tuvieron un
carácter eminentemente burgués, y con su triunfo lograron establecer las nuevas instituciones
que resultaron propicias para el desarrollo del modo de producción capitalista, quedando así el
terreno listo para el despegue del capitalismo con la Revolución Industrial en Inglaterra y con
los procesos de industrialización de Estados Unidos, Alemania y Japón durante la segunda
mitad del siglo xix. Con el estudio de estos temas ha quedado agotado el programa del primer
curso de la asignatura Historia Económica General que se imparte en la Facultad de Economía
de la unam conforme al Plan de Estudios vigente (1994).
Imperialismo
Imperialismo es cuando un país extiende su influencia y control sobre otros países o territorios,
a menudo a través de la conquista militar, la colonización o la dominación económica. Es un
fenómeno histórico que ha tenido un impacto significativo en la política mundial y en las
relaciones internacionales. ¿Quieres saber más sobre algún aspecto específico del
imperialismo?
Durante la Revolución Industrial, las potencias europeas como Gran Bretaña, Francia y
Alemania buscaron expandir su influencia y control sobre territorios en otras partes del mundo
para asegurar recursos naturales, mercados para sus productos manufacturados y rutas
comerciales estratégicas. Este período vio un aumento significativo en la colonización y la
dominación imperialista en regiones de África, Asia y América Latina. Las potencias
imperialistas establecieron colonias, protectorados y esferas de influencia, explotando los
recursos locales y estableciendo sistemas económicos y políticos que beneficiaban a sus
propios intereses. Esta expansión imperialista también tuvo impactos socioeconómicos y
culturales profundos en las sociedades colonizadas, incluida la desposesión de tierras, la
imposición de sistemas laborales coercitivos y la supresión de culturas locales.
División del trabajo y especialización: El capitalismo fomentó la división del trabajo y la especialización,
lo que aumentó la eficiencia en la producción. Las fábricas empleaban a trabajadores especializados en
tareas específicas, lo que permitía una mayor producción y una reducción de los costos.
Mercados globales: El capitalismo facilitó la expansión de los mercados globales, ya que las economías
capitalistas buscaban tanto materias primas baratas como nuevos mercados para sus productos
manufacturados. Esto llevó a la globalización del comercio y a la creación de redes comerciales
internacionales.
Transformación social: Si bien la Revolución Industrial trajo consigo avances tecnológicos y económicos,
también provocó cambios sociales significativos. La industrialización condujo a la migración masiva de
personas del campo a las ciudades en busca de empleo en las fábricas. Esto dio lugar a la aparición de
una clase trabajadora industrial y al surgimiento de problemas sociales como la pobreza, la
superpoblación y las condiciones laborales injustas.
El socialismo en la Revolución Industrial fue una respuesta a las condiciones laborales extremadamente
duras y las desigualdades económicas que surgieron durante ese período. La Revolución Industrial, que
tuvo lugar en Europa y América del Norte aproximadamente entre finales del siglo XVIII y mediados del
siglo XIX, marcó un cambio significativo en la forma en que se producían los bienes, pasando de
métodos de producción artesanales a la producción mecanizada en fábricas.
Durante esta época, las condiciones de trabajo en las fábricas eran notoriamente malas. Los
trabajadores, incluidos hombres, mujeres y niños, a menudo trabajaban largas horas en ambientes
peligrosos y sucios, con salarios bajos y sin derechos laborales básicos. Esto condujo al surgimiento de
movimientos socialistas que buscaban abordar estas injusticias.
Los primeros pensadores socialistas, como Robert Owen y Karl Marx, criticaron el capitalismo industrial
y propusieron alternativas. Owen, por ejemplo, abogaba por la creación de comunidades cooperativas
donde los trabajadores compartieran los frutos de su trabajo de manera más equitativa. Marx, por otro
lado, desarrolló una crítica más amplia del capitalismo en su obra "El Manifiesto Comunista",
argumentando que el sistema capitalista inevitablemente conduciría a la explotación de la clase
trabajadora por parte de la clase capitalista.
En resumen, el socialismo en la Revolución Industrial surgió como una respuesta a las injusticias y
desigualdades provocadas por el capitalismo industrial emergente, y buscaba abordar estas cuestiones
mediante la promoción de una distribución más equitativa de la riqueza y el poder económico.
Durante la Revolución Industrial, las ideas económicas dominantes estaban más orientadas hacia el
laissez-faire y el liberalismo económico, que defendían la mínima intervención del gobierno en los
asuntos económicos. Esta mentalidad se reflejaba en las políticas económicas de la época, que tendían a
favorecer la libre competencia y la no interferencia gubernamental en los mercados.
El liberalismo clásico, en términos económicos y políticos, tuvo una influencia significativa durante la
Revolución Industrial. Este enfoque se basaba en la creencia en la libre competencia, la propiedad
privada, los derechos individuales y la mínima intervención del gobierno en los asuntos económicos.
Durante la Revolución Industrial, estas ideas se reflejaron en las políticas económicas y sociales
predominantes en muchas de las potencias industriales de Europa y América del Norte.
Además, el liberalismo clásico defendía la propiedad privada como un derecho fundamental y esencial
para el funcionamiento eficiente de la economía. Durante la Revolución Industrial, esto se tradujo en un
sistema económico en el que las fábricas y los medios de producción estaban en manos privadas, lo que
permitía a los empresarios tomar decisiones sobre la producción, la inversión y la distribución de bienes.
Políticamente, el liberalismo clásico abogaba por la protección de los derechos individuales y las
libertades civiles, como la libertad de expresión, la libertad de asociación y la libertad de religión. Estos
principios fueron fundamentales para el surgimiento de movimientos que buscaban reformas
democráticas y la ampliación de la participación política.
Sin embargo, es importante destacar que el liberalismo clásico también enfrentó críticas durante la
Revolución Industrial, especialmente por parte de aquellos que argumentaban que no era suficiente
para abordar las injusticias y desigualdades sociales generadas por el rápido cambio económico. Estas
críticas llevaron al surgimiento de movimientos socialistas y laborales que buscaban reformas más
radicales para proteger los derechos de los trabajadores y promover una distribución más equitativa de
la riqueza.
Durante la Revolución Industrial, el concepto de laissez-faire influyó en gran medida en las políticas
económicas de muchos países, especialmente en el Reino Unido, donde se originó gran parte de la
revolución. La doctrina del laissez-faire estaba estrechamente asociada con las ideas económicas de
Adam Smith y otros economistas clásicos de la época.
Regulación mínima: El gobierno británico adoptó una política de mínima regulación sobre la industria y
el comercio durante gran parte del siglo XIX. Las leyes laborales eran laxas, lo que permitía largas
jornadas de trabajo, condiciones de trabajo peligrosas y salarios bajos en muchas fábricas. Libre
comercio: El Reino Unido fue un defensor destacado del libre comercio durante este período. La
derogación de las Leyes de Granos en 1846 eliminó las restricciones a la importación de granos, lo que
permitió una mayor competencia y reducción de precios. Esta política también se extendió a otros
productos, fomentando el comercio internacional.
Propiedad privada y capitalismo: Se promovió la propiedad privada y el capitalismo como motores del
crecimiento económico. Los empresarios tenían libertad para iniciar y operar empresas, y se fomentaba
la acumulación de capital y la inversión en nuevas tecnologías.
Mínima intervención en los salarios y los precios: El gobierno no intervenía en la fijación de salarios y
precios, dejando que la oferta y la demanda determinaran estos aspectos.
Sin embargo, vale la pena señalar que el laissez-faire no significaba ausencia total de regulación o
intervención en la economía. El gobierno británico, por ejemplo, todavía intervenía en ciertas áreas,
como la protección de la propiedad privada y la aplicación de leyes de quiebra. Además, hubo reformas
sociales y laborales a lo largo del siglo XIX en respuesta a los problemas generados por el rápido
desarrollo industrial, como la aprobación de leyes que regulaban las condiciones laborales y establecían
estándares mínimos de seguridad.
Laissez faire
El Laissez faire es una teoría económica que significa ‘’dejen hacer, dejen pasar’’ que defiende
la libertad individual a través de la no intervención gubernamental en los asuntos económicos
de un país, consiguiendo una libertad absoluta en la economía y una economía de mercado sin
obstáculos. Así pues, esta teoría defiende que la única intervención del Estado ha de ser para
proteger los derechos individuales de los ciudadanos y el derecho a la propiedad privada.
Esta teoría surgió en Francia durante la segunda mitad del siglo XVIII al calor de la Revolución
Industrial y la Ilustración y durante la monarquía absoluta de Luis XIV. Adam Smith y Vicent de
Gournay son considerados como padres de estas teorías, quienes defendieron que el Estado es
un mal administrador económico y que el mercado no necesita de regulación gubernamental,
ya que existe una mano invisible que guía al mercado y lo regula.
La aplicación de esta teoría tiene una serie de implicaciones en la economía. Son las siguientes:
Los beneficios que conlleva la aplicación de la teoría económica de Laissez faire tiene una serie
de ventajas y beneficios. Son los siguientes:
Menor intervención del Estado en economía: esto conlleva una reducción importante en los
impuestos y una liberación del potencial humano. Así pues, gracias a este sistema, las personas
más preparadas, con más habilidades y con más talento pueden usar de mejor manera los
recursos de que disponen y conseguir llegar más alto en la sociedad.
Interés individual prevalente sobre las políticas centralizadas del Estado: como ya dijo Adam
Smith, el mercado se regula solo, de forma que no es necesaria la regulación gubernamental.
Esto es así porque, en su opinión, la administración económica no del Estado no es deseable,
ya que el Estado no está interesado en una buena administración por no utilizar fondos
propios.
Libertad para elegir: todos los que participen en el mercado y los diferentes agentes
económicos podrán elegir cómo y en qué medida quieren participar o cooperar en el mercado.
Esto les da poder a los consumidores, quienes a través de sus acciones deciden qué empresas y
empresarios han de permanecer en el mercado.
Esta idea sería desarrollada por dos fuentes principalmente. Una de ellas fue Anne Robert
Jacques Turgot, ministro del rey Luis XVI de Francia. Discípulo de Quesnay, tomó su teoría y
planteó ese orden natural por el que se regía la autonomía y que hacía innecesaria cualquier
intervención del estado en el desarrollo de los mercados, salvo cuando sea para defender la
propiedad privada e individual. Con esta idea en la cabeza surgió la doctrina del laissez faire,
materializada a través de la frase “laissez-faire, laissez passer, le monde va lui même” (“dejad
hacer, dejad pasar, el mundo va solo”). Turgot creía que el libre mercado y las leyes de oferta y
demanda eran mecanismos suficientes para regular la economía y, buscando el beneficio
individual, maximizar la riqueza de las personas y de la sociedad en conjunto.
El otro intérprete de esta teoría fue Adam Smith, economista escocés considerado padre del
sistema capitalista y que plasmó sus teorías en La riqueza de las naciones (1776). Smith creía
que el hombre era un ser social que vivía en conjunto con sus semejantes y necesitaba de su
ayuda para sobrevivir, siendo movido por intereses personales y por un sentimiento de
empatía hacia sus semejantes. Este delicado equilibrio hacía que, al buscar el beneficio
individual, se consiguiese también el beneficio colectivo y, por lo tanto, la sociedad avanzase y
la economía creciese. Para Adam Smith, los mercados se autorregulaban gracias a una fuerza
que compensaba las leyes del mercado y que bautizó como la ‘mano invisible’.
Este tipo de teorías tenían como elemento clave la creencia de que lo que beneficiaba a una
parte de la sociedad acabaría beneficiando al resto, y que unos y otros acabarían por buscar el
bien común. Sin embargo, en el siglo XVIII seguían viviéndose grandes diferencias y
discriminaciones según los niveles económicos, los bienes de producción y las tierras seguían
acumulándose en manos de unas clases privilegiadas y precisamente sería esta diferencia lo
que llevaría a la burguesía y las clases bajas a rebelarse contra el orden establecido,
acercándose un poco más al modelo liberal pero sin llegar a cumplir la situación ideal que
Turgot y Adam Smith proponían.