DEFINICIÓN. EL CONTRATO COMO FUENTE DE OBLIGACIONES.
Un contrato (antiguamente «contracto», este del latín contractus) es un acuerdo legal, oral o escrito, manifestado en común entre dos o más personas (partes del contrato) con capacidad jurídica, que se vinculan en virtud del mismo, regulando sus relaciones a una determinada finalidad o cosa, y a cuyo cumplimiento se puedan obligar de manera recíproca, si el contrato es bilateral, u obligar una parte a la otra, si el contrato es unilateral. Es el contrato, en suma, un acuerdo de voluntades que puede generar derechos, obligaciones y otro tipo de situaciones jurídicas relativas; es decir, que solo vinculan a las partes contratantes y, finalmente, a sus causahabientes. Pero, además del acuerdo de voluntades, algunos contratos exigen, para su perfección, otros hechos o actos de alcance jurídico, tales como efectuar una determinada entrega (contratos reales), o exigen ser formalizados en documento especial (contratos formales), de modo que, en esos casos especiales, no basta con la sola voluntad. De todos modos, el contrato, en general, tiene una connotación patrimonial, incluso parcialmente en aquellos celebrados en el marco del derecho de familia, y es parte de la categoría más amplia de los negocios jurídicos. Es función elemental del contrato originar efectos jurídicos (es decir, obligaciones exigibles), de modo que a aquella relación de sujetos que no derive en efectos jurídicos no se le puede atribuir cualidad contractual. En cada país, o en cada estado, puede existir un sistema de requisitos contractuales, diferente en lo superficial, pero el concepto y requisitos básicos del contrato son, en esencia, iguales. La divergencia de requisitos tiene que ver con la variedad de realidades socioculturales y jurídicas de cada uno de los países (así, por ejemplo, existen ordenamientos en que el contrato no se limita al campo de los derechos patrimoniales, únicamente, sino que abarca también derechos personales y de familia como, por ejemplo, los países en los que el matrimonio es considerado un contrato). En tanto el contrato es una categoría del acto jurídico, su validez y eficacia no solo están supeditadas a las reglas que regulan tales aspectos del contrato, sino también aquellas reglas relativas a los negocios jurídicos. Por tanto, toda causal de nulidad o anulabilidad de un acto jurídico, lo es también de un contrato. CONCEPTO DEL CONTRATO. LA DEFINICIÓN DEL ARTÍCULO 1133 DEL CÓDIGO CIVIL. Conceptualmente es un tipo particular de convención, desde la construcción doctrinal de derecho romano republicano; la doctrina clásica romana depuró su definición y se ha integrado en la práctica totalidad de las arquitecturas jurídicas occidentales (por no decir mundiales); evidentemente, existen algunos matices que no son ahora de interés referir, aunque sí el relativo a que, en propiedad, la construcción jurídica de contrato debe de entenderse como una forma particular de convención. Así, en el Digesto de Justiniano, se pone en autoría de Ulpiano la siguiente definición de convención: “Conventio (est) duorum, vel plurium in ídem placitum consensus de dando aliquo, faciendo, vel praestando” [la convención es el consentimiento de dos o más personas que se avienen sobre alguna cosa, que deben de dar o hacer], que debe de complentándose con la definición doctrinal romana de contrato, así: "contractus (est) conventio quae habet vel nomen, vel causam” [el contrato es la convención que tienen bien nombre, o bien causa]. El literal latino resulta explícito. Por efecto de la codificación acaecida durante el siglo xix en Europa, se incorporó la definición sintética de contrato como convención a los cuerpos del distinto derecho civil nacional, sin que por ello se deba de considerar como novedad alguna, por cuanto que el Código justinianeo no dejó de ser derecho aplicable, directamente o por incorporación a otros repertorios nacionales, desde antes de los diferentes códigos de leyes modernos. Por lo tanto, no debe de entenderse, bajo ningún concepto, una creación propia del derecho francés o napoleónico; ni siquiera en el literal de la expresión, como queda demostrado por la fuente original del Digesto. La mayoría de los códigos civiles de los países cuyos ordenamientos jurídicos provienen históricamente del sistema romano-canónico y germánico, contienen definiciones aproximadas del contrato. La mayoría de ellos, siguen las directrices estructurales del Código civil francés, heredero del Código Napoleónico, cuyo artículo 1101 establece (repitiendo el literal del Digesto referido anteriormente) que el contrato es la convención por la cual una o más personas se obligan, con otra u otras, a dar, hacer, o no hacer alguna cosa. RAMA DEL DERECHO PRIVADO QUE REGULA EL RÉGIMEN DE APLICABLE A LOS CONTRATOS. Art. 1133 del Código Civil: «El contrato es una convención entre dos o más personas para constituir, reglar, transmitir, modificar o extinguir entre ellas un vínculo jurídico.» HISTORIA DEL CONTRATO. FORMALISMO Y CONSENSUALISMO. En el Derecho romano el contrato aparece como una forma de acuerdo (conventio). La convención es el consentimiento de dos a más personas que se avienen sobre una cosa que deben dar o prestar. La consensualidad era el prototipo dominante. La convención se divide en pacto (pactum) y contrato (contractus), siendo el pacto aquel que no tiene nombre ni causa y el contrato aquel que lo tiene. En este contexto se entiende por nombre la palabra que produce la acción (el pacto se refiere únicamente a relaciones que solo engendran una excepción). La causa es alguna cosa presente de la cual se deriva la obligación. El pacto fue paulatinamente asimilándose al contrato al considerar las acciones el instrumento para exigir su cumplimiento. El contrato se aplica a todo acuerdo de voluntades dirigido a crear obligaciones civilmente exigibles y estaba siempre protegido por una acción que le atribuía plena eficacia jurídica. Los contratos se dividen en verdaderos y en cuasicontratos. Eran verdaderos los que se basaban en el consentimiento expreso de las partes y eran cuasicontratos los basados en el consentimiento presunto. A su vez los contratos verdaderos de dividían en nominados e innominados. Eran nominados los que tenían nombre específico y particular confirmado por el derecho (ej. compraventa) e innominados los que aun teniendo causa no tenían nombre. Los contratos inominados eran cuatro: "Doy para que des", "Doy para que hagas", "Hago para que des" y "Hago para que hagas". Lo característico de los contratos inominados es que en ellos no intervenía el dinero contado. En el Derecho romano existían contratos unilaterales y bilaterales. Los contratos unilaterales obligaban solo a una de las partes (por ejemplo, el mutuo) y los bilaterales obligaban a ambas partes (como en el caso de la compraventa). QUÉ ENTENDEMOS POR FORMALISMO Tendencia a seguir rigurosamente las normas formales establecidas. QUÉ ES LA CONSENSUALIDAD El principio de consensualidad implica, entre otras cosas, que es válido y obligatorio el contrato si las partes han dado su consentimiento voluntaria y conscientemente a las obligaciones y términos establecidos y, además, que en el ejercicio de la expresión de la voluntad no hay formas determinadas. EL PRINCIPIO DE LA AUTONOMÍA DE LA VOLUNTAD. Principio jurídico según el cual toda persona es libre de establecer las relaciones jurídicas según los dictados de su conciencia, siempre que ello no esté en contra de lo establecido en las normas. Ejemplo: «Una consecuencia de la autonomía de la voluntad en el derecho privado es que las personas pueden hacer todo lo que no esté expresamente prohibido». La autonomía de la voluntad privada es la facultad de los particulares de regir y ordenar su propia conducta mediante sus propias normas sin depender de nadie ni ser obligado a ello por algún impulso externo. Aplicado al ámbito de la contratación es un derecho incuestionable, que comprende la discrecionalidad de contratar o negarse a hacerlo, la de elegir con quien contratar y en última instancia decidir sobre la regulación del convenio. Como ya hemos señalado con anterioridad el contrato es un acuerdo creador de relaciones jurídicas entre personas que constituye un medio de realización social para intereses privados. Según Castán Tobeñas (1971, citado por Rivera, 1998, p. 505) “el negocio jurídico es el medio fundamental de realización del principio de autonomía de la voluntad”. El contrato obliga a las partes porque ellas lo han querido y nadie las ha obligado a contratar. Por lo que el contrato es, entre todos los hechos o actos jurídicos que generan obligaciones, aquel en que la voluntad de los particulares cumple una función más importante ya que tiene como elemento característico el consentimiento, es decir el acuerdo libre de la voluntad de las partes. Si se parte en primer lugar de la base que el contrato se realiza cuando se quiere, con quién se quiere, y cómo se quiere, y en segundo que su cumplimiento es obligatorio y que nadie se ve obligado a contratar en contra de su voluntad, se obtiene la conclusión de que si una persona se compromete frente a otras por medio de un negocio jurídico, lo hace porque ése ha sido su deseo. LA LIBERTAD CONTRACTUAL Y SU ALCANCE. La Libertad contractual se manifiesta en la voluntad autónomamente expresada, que determina el establecimiento de las estipulaciones que las partes se otorgan de manera libre, pudiendo, en ciertos casos, hacer exclusión parcial o total de la norma jurídica, y son obligatorias para ellas desde el punto de vista jurídico Sucede con frecuencia, que abandonando el contenido de la norma o algunos aspectos de ella, las partes otorgan convenciones que la excluyen o inclusive de contenido contrario al de aquélla, lo cual es posible siempre que no se trate de requisitos esenciales del contrato o bien de su natural consecuencia, y es legítimo en presencia de derechos denominados dispositivos (que por supuesto abundan en el derecho privado), en donde la ley permite a las partes, en plena expresión del principio de la autonomía de la voluntad, establecer condiciones a su contratación, que deberán ser cumplidas, de modo que el órgano jurisdiccional, ante la eventual controversia, sustentará el sentido de su resolución interpretando la voluntad de las partes. «Obra solo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en una ley universal». Para que el hombre pueda querer lo que debe, su voluntad no ha de estar sometida a una ley extraña, pues al someter la voluntad a la ley de otro, no se obtiene nunca un deber, sino más bien una necesidad de obrar en interés de este otro. Ser ley para sí mismo, allí como concibió Kant la autonomía de la voluntad, concepto base para la ciencia jurídica. Antes, en el siglo xvi, Hugo Grocio había definido al contrato como un «acto voluntario», producto del libre ejercicio de la voluntad del hombre que, al igual que tiene poder sobre sus bienes, tiene completa soberanía sobre sus decisiones. Por medio de ese acto voluntario –entiende Grocio– una persona promete alguna cosa a otra, con la intención de que esta acepte y pueda, por lo mismo, adquirir un derecho contra el promitente. Con estas opiniones hemos de considerar también a autores como Puffendorf y Wolff. No es en tal sentido gratuito el lamento de Mélich Orsini, quien, haciéndose eco de las palabras de Villey, afirma que «ha podido decirse con razón que “nuestra teoría del contrato es un regalo que nos ha hecho a los juristas un cierto grupo de filósofos de la Europa moderna” y que lamentablemente, por esa misma circunstancia, “nosotros debemos nuestra ciencia jurídica a pensadores perfectamente ignorantes del derecho”».