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DE LO COMUNAL A LO AGRARIO
UNA VISIÓN HISTÓRICA Y SOCIOLÓGICA DEL DERECHO
AGRARIO EN MÉXICO
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el permiso expreso por escrito del editor, conforme a la Ley Federal del Derecho de Autor
vigente y a los tratados, convenios, convenciones y acuerdos internacionales suscritos y
ratificados por México sobre Propiedad Intelectual.
ISBN 978-607-542-152-0
Ediciones Michoacanas
DIRECTORIO
DIRECTORIO
Í N D I C E
PRÓLOGO 10
Beatriz ESQUIVEL CONTRERAS
INTRODUCCIÓN 13
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ
CAPÍTULO PRIMERO 21
CONFIGURACIÓN HISTÓRICA DE LOS BIENES COMUNALES (ANTECEDENTE
REMOTO DEL DERECHO AGRARIO EN MÉXICO)
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ; Ricardo GARCIA MORA
1.2. Los bienes comunales en Las Siete Partidas y su articulación con el Calpulli
precolonial 32
CAPÍTULO SEGUNDO
DEL DERECHO POSITIVO Y LIBERAL AL DERECHO SOCIAL AGRARIO
(REVOLUCIONARIO) 54
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ; Beatriz ESQUIVEL CONTRERAS
CAPÍTULO TERCERO
EL NEOLIBERALISMO Y LA REFORMA CONSTITUCIONAL DE 1992 97
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ; Ricardo GARCÍA MORA
3.3. Las vigentes instituciones jurídicas para el campo, comparadas con el anterior
marco legal 114
3.3.1. Las asambleas de ejidatarios y comuneros y sus órganos de representación 114
3.3.2. La Procuraduría Agrario, los Tribunales Agrarios y el Registro Agrario Nacional 115
3.3.3. Principales figuras jurídicas y procesales: las nulidades de actos y contratos que
contravienen las leyes agrarias; las enajenaciones de derechos parcelarios y la prescripción
adquisitiva 119
CAPÍTULO CUARTO
9
CONCLUSIONES 206
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ
PRÓLOGO
El trabajo editorial ha permitido compendiar temas para esta obra del ámbito del
derecho rural positivo y consuetudinario, demostrando el esfuerzo colectivo de
investigación en la creación de conocimientos y conceptos de vanguardia, ahora
explorando la existencia y necesidad del estudio de los antecedentes comunales del
actual derecho agrario mexicano, su actualidad y sus perspectivas, ajustado a los
requerimientos académicos de la Licencitura en Derecho y apelando a la política de
desarrollo sustentable de la responsabilidad social universitaria.
Porque, en efecto, tenemos aún mucho trabajo por materializar para producción y
publicación del conocimiento jurídico en el renglón agrario, y ahora contamos con más
investigadores, como Edilberto Esquivel Ramírez y Ricardo García Mora, profesores
universitarios entusiastas por la investigación, desempeñando la labor áulica con los
discentes de la Licenciatura en Derecho, en la asignatura de Derecho Agrario y Derecho
11
En cada uno de los capítulos se podrá observar, desde el inicio del concepto
comunal de la tierra, aunado a la evolución de las preocupaciones sociales más sentidas
en los retos y paradigmas del ámbito agrario, que se encarnan en los periodos históricos,
en los pensamientos notables y en las escuelas más representativas en el desarrollo y
progreso del renglón agrario, partiendo precisamente de lo comunitario, para ir
encaminados, de manera compendiada, al entendimiento y discernimiento de los
estudiantes de Derecho.
Lo objetivo de este texto se refleja con el influjo de los notables pensadores que
enriquecieron el acervo doctrinal en la materia agraria, agradeciendo la respuesta a los
docentes investigadores participantes en los eventos académicos extracurriculares, para
que con sus guiones compartidos se puedan lograr los actuales retos y paradigmas en la
sustentabilidad de la temática comunal agraria, a fin de afrontar las necesidades de tener
12
nuestra propia literatura jurídica, que ahora sirva para acercar mejor el conocimiento al
alumnado de la Licenciatura en Derecho.
Con ello se proponen nuevos derroteros que generen retos que vayan de la mano
con la globalización jurídica-política, que generen conceptos jurídicos progresistas en la
materia agraria, que provengan, desde luego, de la necesidad comunitaria de los
pobladores del medio rural, por asegurar el respeto y promoción de sus derechos
humanos, de su entorno natural y colectivo y, sobre todo, de su Derecho consuetudinario,
que han observado de generación en generación, para así dar cuentas, dentro de la
misión histórica de nuestra universidad nicolaita, de compromiso y solidaridad con los
grupos sociales más marginados de nuestro país y del mundo.
13
INTRODUCCIÓN
Es indudable que el tema de los bienes comunales, por esencia, es un tema histórico y,
desde luego, sociológico, tanto por sus orígenes occidentales y precoloniales, como por
la conformación actual de las comunidades indígenas propietarias y poseedoras de esos
bienes, en las cuales el derecho consuetudinario ancestral sigue teniendo plena vigencia
-al lado del derecho positivo- en regir las relaciones sociales de sus pobladores, al regular
no solo los derechos sobre la tenencia de la tierra y los de sus habitantes, sino el resto
de su organización política, religiosa y cultural.
Esa raigambre histórica que se trasluce hasta la actualidad en la vida de los
pueblos comunales es, desde luego, la responsable de la subsistencia de esa forma de
tenencia colectiva de la tierra, que a través de los siglos ha logrado subsistir a pesar de
los embates de la modernidad y del progreso prohijados por el derecho positivo y liberal.
Pero más aún, esa raigambre y tenacidad de las comunidades originarias a partir del
movimiento revolucionario de 1910, logró influir en la conciencia social de los
Constituyentes de Querétaro, en la promulgación del artículo 27, que ha sido la base del
derecho social agrario que creó la figura de los ejidos y los derechos de sus integrantes
con previsiones propias de las comunidades indígenas.
En ese sentido, no es aventurado afirmar que la figura de los bienes comunales,
ha sido de gran influencia en casi todos los órdenes, en la preservación de los derechos
colectivos del resto de las comunidades agrarias campesinas; lo cual ha quedado de
manifiesto en los movimientos actuales de resistencia en la defensa de los ecosistemas,
14
necesariamente y en todos los casos tiene que ver con la salvaguarda de los derechos
humanos de las personas y/o de los integrantes de las comunidades indígenas -lo cual
ya de por si representa un problema de interpretación y de hegemonía normativa-, en la
que entran en juego concepciones antagónicas que se suelen denominar, por un lado,
como autonomía condicionada y por el otro, autonomía absoluta2.
Es decir, si bien muchas de las prácticas consuetudinarias de los pueblos
indígenas y tribales suelen anteponer los derechos de la colectividad sobre los de los
individuos -dada su cosmovisión histórica milenaria-, traduciéndose en lo que para la
cultura occidental es trasgresión a los derechos humanos, lo cierto es que, en ocasiones,
tratándose de la propiedad de las tierras, bosques y aguas, en el fondo puede estar
latente una presión de las tendencias liberales que buscan la privatización y/o
comercialización de las tierras comunales; presión que en los ejidos, cuya historia es más
reciente, al surgir de la revolución de 1910 -aunque en el norte del país, como en los
Estados de Chihuahua, Durango, Tamaulipas y Sonora, se ha documentado su
nacimiento desde finales del siglo XVIII-, está permeando a partir de la reforma neoliberal
de 1992, que abrió la puerta a la privatización.
En otras palabras, la trampa que se ha originado con la reforma a la tenencia de
la tierra, de corte eminentemente liberal, que va liquidando al derecho social surgido de
la revolución y bajo una interpretación tergiversada de los derechos humanos, en Estados
de democracias débiles o francamente simuladas como el nuestro, las presiones de la
corriente liberal patrimonialista al amparo de la política globalizadora, va ganando terreno
con más facilidad en los ejidos no indígenas; pero por otro lado, enfrentando decidida
oposición en las comunidades indígenas, dado su origen que, desde luego, es anterior a
todo derecho occidental.
Por tanto, el ensayo que ahora se presenta, contiene también como misión
epistemológica no menos fundamental, remontarnos a los origines ancestrales de la
propiedad comunitaria de la tierra, que se han guardado en textos que datan de la
recepción del derecho común en España, así como su símil, el sistema del Calpulli
precolonial, que en nuestra cultura indígena se ha preservado de generación en
2 GARCÍA-SAYÁN, Diego (2012). Derecho Internacional, Pluralismo Jurídico y Derecho de los Pueblos
Indígenas/ en Un Diálogo entre Jueces (Trabajos de la Cumbre de Presidentes de Cortes Supremas,
Constitucionales y Regionales. México: Suprema Corte de Justicia de la Nación), p. 122.
17
generación, con algunos títulos escritos coloniales, pero, más acusadamente, bajo el
derecho consuetudinario que como forma sociológica esencial, ha tenido como misión la
salvaguarda de sus territorios en forma comunitaria.
Sin embargo, como consecuencia inmediata de lo anterior -y de ahí el título de la
presente obra-, se deberá buscar, en esta investigación, la presencia que la historia y la
sociología de los bines comunales, ha cobrado en el derecho agrario mexicano, en aquel
conjunto de normas jurídicas positivas que, a partir de la posrevolución, cambiaron la
estructura de la tenencia de la tierra en México, bajo la cual, la propiedad social de ejidos
y comunidades se convirtió, de hecho y de derecho, en la territorialmente mayoritaria.
Bajo los esquemas legales, doctrinarios y jurisprudenciales del derecho agrario
revolucionario, se consolidaron instituciones jurídicas que, sin duda alguna, se
influenciaron de la historia y de la sociología de los bienes comunales que ha
amalgamado normas precoloniales, coloniales, consuetudinarias y positivas, con el
propósito de preservar los derechos rurales, tales como la imprescriptibilidad y la
inenajenabilidad de los bienes colectivos de uso común; figuras que se remontan a la
legislación de las Siete Partidas de Castilla y que aún se conservan bajo el derecho social,
a pesar del avance del derecho patrimonial que, bajo la concepción liberal, derogó ya
instituciones de aquella raigambre, tales como la irrenunciabilidad y la inembargabilidad
de los bienes y derechos agrarios, con lo cual se abre la posibilidad de que .los bienes
agrarios en su conjunto, entren a la esfera comercial de la oferta y la demanda.
Por tanto, bajo principios formativos, con el objeto de entender la consistencia de
los pueblos indígenas en la preservación de la tenencia de la tierra en forma comunal,
por necesidad debemos remontarnos a los orígenes tanto occidentales como
prehispánicos de la propiedad comunal de las tierras, bosques y aguas de los pueblos
originarios; y de esta forma, se tendrá que retomar y ampliar, desde luego, el rastreo
sobre el origen de los bienes comunales en la cultura de los reinos de Castilla, dado que
la conquista y colonización de estas tierras, como es sabido, fue obra de aquella
civilización.
En ese sentido, resulta igualmente importante analizar el impacto que derivó del
choque de las culturas occidental e indígena, y en el que se pondera el hecho de que la
conquista y el proceso de colonización de estos pueblos no se hubiera podido consolidar
si la cultura dominante no hubiese asimilado en su esquema normativo al derecho
18
Las previsiones a que se hace referencia, si bien es cierto que fueron suprimidas
con la reciente reforma constitucional de 1992, de franca influencia neoliberal, también lo
es que, la resistencia de los poblados rurales, tanto ejidales como comunales, ha sido
manifiesta a partir de esa época; teniendo como ejemplos los casos de varias
comunidades y pueblos de los estados de Michoacán, Oaxaca y Chiapas, al igual que de
algunas del norte del país, como los Tarahumaras, en los que se han manifestado
abiertamente en contra de la privatización de sus recursos.
En ese contexto de lucha y resistencia, en tiempo reciente, comunidades indígenas
de Oaxaca y Michoacán, han establecido sus gobiernos autónomos, alejados de la forma
político-electoral prevista en el derecho positivo, fundamentándose en sus usos y
costumbres, lo cual ha experimentado resultados positivos en materia de seguridad,
preservación ecológica y patrimonial; resultados que incluso han sido medidos por
organismos oficiales en sede interna e internacional.
Tales logros de las comunidades indígenas en la defensa de su población y su
territorio, nuevamente sigue siendo pauta para otros núcleos de población no indígenas
o cuando menos no mayoritariamente indígenas, algunos de los cuales, en Guerrero y
Michoacán, han empezado por organizar grupos de autodefensa en materia de seguridad
poblacional, lo cual va generando esquemas de conciencia social en rechazo de las
medidas privatizadoras, identificándolas como las causantes directas de la miseria, del
deterioro ecológico y, consecuentemente, de la descomposición social y la delincuencia
generalizada.
Así pues, como esperanza en la preservación de los derechos y de la propiedad
colectiva de las tierras, los bosques y las aguas de los pueblos indígenas, de mestizos,
de las tribus y demás núcleos de población, tenemos, sin lugar a dudas, la figura milenaria
de los Bienes Comunales.
Por tanto, el anterior es pues el núcleo central del presente trabajo y hacía allá
pretendo conducirlo, con el doble propósito de advertir asimismo, si existe futuro para la
subsistencia de los bienes comunales y, consecuentemente, para sus habitantes y
poseedores que mayoritariamente son indígenas y que en la actualidad representan una
población de un poco más de 10 millones de habitantes, seis millones de los cuales viven
20
en sus comunidades de origen3, es decir, en las tierras comunales que han poseído de
generación en generación, desde tiempo inmemorial.
Pero ese futuro, a no dudar, también corre la misma suerte que el resto de la
propiedad social en la tenencia de la tierra: los ejidos y el resto de los pueblos rurales,
que en su conjunto han establecido para México y para el mundo, el derecho social
agrario.
Finalmente, solo quiero puntualizar, que la presente aportación teórica, pretende
no solo ser, de alguna forma, un referente académico por cuanto se refiere al curso de
derecho agrario; sino que, dada la sencillez que ha caracterizado a la cuestión agraria, al
tratarse de la regulación de los bienes y los derechos de la gente del campo, comuneros
y ejidatarios; esto es, personas sencillas por naturaleza, el estudio de nuestra asignatura,
debe ser, por tanto, sencillo y llano, sin pretensiones excesivamente técnicas ni
terminología rebuscada, que quizá sean característica de otros campos del derecho,
como del civil y mercantil los que, por su esencia, siempre han reñido con el derecho de
los marginados del campo; quienes, hasta hace muy poco, no conocían, por innecesario
para su forma de vida noble y sin complicaciones, las operaciones civiles con fines de
lucro propias del capitalismo, del cual, huelga decir que jamás ha tenido nación, menos
corazón, el que, por otro lado, le sobra a la gente del medio rural.
Debido a lo anterior, el autor espera que el presente trabajo, pueda formar parte,
junto a la academia, de la cultura general; de aquellas y aquellos interesados en la historia
y en la sociología de las mujeres y de los hombres del campo que, sin duda alguna, en
mucho, han sido el motor de la historia patria.
3Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Regiones Indígenas de México, Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas,
México, 2006, p. 7.
21
CAPÍTULO PRIMERO
CONFIGURACIÓN HISTÓRICA DE LOS BIENES COMUNALES (ANTECEDENTE
REMOTO DEL DERECHO AGRARIO EN MÉXICO)
4ALTAMIRA Y CREVA, Rafael (1981). Historia de la Propiedad Comunal. Madrid: Instituto de Estudios de
Administración Local (prólogo de Alejandro Nieto), p. 65.
23
Tales son pues las razones por las cuales tendremos que ubicar a nuestra
institución en la historia y en la sociología, pues por lo demás, creemos que es la historia
la madre de las civilizaciones y por ende de los saberes y las ciencias, y es precisamente
en la historia y en las explicaciones de la sociología, que los usos y costumbres cobran
fuerza y sentido; lo cual se tratará de sostener en las siguientes referencias
historiográficas.
A la caída del imperio Romano de occidente, la capital del nuevo Imperio se
trasladó a Constantinopla, lo que en el actualidad es Estambul, y en esa sede, al nuevo
orden político-jurídico se le conocería como el Imperio Romano de Oriente, que
perduraría como tal casi un milenio, que inició a finales del siglo IV y principios del V de
nuestra era, hasta el XV, cuando a mediados del año 1400 fue invadido por el imperio
Turco; terminando así y para siempre una civilización –la Romana- que nació en el siglo
VII antes de Cristo y que, a no dudar, ha influenciado a prácticamente la totalidad de las
civilizaciones occidentales que perduran hasta nuestros días. El especialista en la Edad
Media, Humberto Eco, sobre el particular, nos dice que:
[…] el Medievo es el periodo que se inició con la disolución del Imperio romano,
fundió la cultura Latina con la de los pueblos que gradualmente invadieron el
imperio -con el cristianismo como su elemento de unión- y dio nacimiento a lo que
hoy llamamos Europa, con sus países, con los idiomas que aún hablamos y con
las instituciones que, a pesar de muchos cambios y revoluciones, aún son las
5 NIETO, Alejandro (1964). Bienes Comunales, en: Revista de Derecho Privado, Madrid, p. 10.
24
Por ello, fue el Imperio Romano de Oriente, el que logró preservar no sólo la cultura
política de la antigua forma de gobierno; sino que, a la vez, rescató, compiló, difundió
académicamente y se rigió bajo las instituciones políticas y las normas del derecho que
generó la Ley de las XII Tablas y las posteriores codificaciones imperiales, pero así como
se logró conservar y actualizar el derecho, de igual forma se afianzó la influencia de la
religión cristiana, lo que a la postre, en Europa Occidental, traería como consecuencia la
creación del derecho canónico que se comenzó a gestar a inicios de la edad media,
primero bajo la influencia de la patrística y después bajo la órbita de la escolástica y de
las primeras universidades de la Baja Edad Media.
Sin duda alguna que la época del período de Justiniano, es una de las más
sobresalientes del Imperio Romano de Oriente, pues en ese tiempo se logró reconquistar
gran parte del territorio que anteriormente le pertenecía al Imperio de Occidente, como lo
fue el norte de África, Italia y una pequeña parte de España, lo que trajo consigo,
obviamente, un considerable impulso a la agricultura y, sobre todo al comercio, lo cual le
permitió no solo un importante avance económico, sino que, a la vez, le generó una
profunda relación cultural con los pueblos conquistados y con las civilizaciones vecinas,
de suerte tal que en esa época bien podemos hablar de una especie de renacimiento,
puesto que se retoma el estudio de los clásicos de la cultura helénica, sobre todo la
Filosofía y desde luego el Derecho.
La cultura del derecho es una consecuencia inevitable de su tiempo, pues su
estudio y difusión no solo se debió a la necesidad de preservar lo romano, sino que
6Eco, Umberto, “Introducción a la Edad Media”, en: La Edad Media: I. Bárbaros, cristianos y musulmanes,
Fondo de Cultura Económica, primera reimpresión, 2018, México, pp. 11-12.
25
también se hizo indispensable para que rigiera las nuevas relaciones sociales que se
estaban basando ya en el comercio y en la propiedad de grandes extensiones de tierra
en manos de pocos.
Es importante señalar, en el contexto histórico y sociológico, que si bien los
pueblos del centro de Europa fueron invadidos y conquistados por los bárbaros, aquellos
siguieron conservando su propio sistema legal, esto es, el romano, lo cual les fue tolerado
por los vencedores, quienes a su vez rigieron sus relaciones sociales por medio del
derecho consuetudinario; pero lo cierto es que aquel cuerpo jurídico romanista en su
sentido clásico y ortodoxo, poco a poco fue quedando, si no superado, si penetrado frente
a la influencia de la sociedad dominante; lo cual fue originando, por un lado, la
degradación o vulgarización del derecho romano clásico y la mezcla de éste con el
derecho consuetudinario de los pueblos bárbaros, por el otro.
Por lo tanto, bien se puede afirmar, que la institución de los bienes comunales, es
producto directo de los flujos migratorios y el consecuente establecimiento de otras
culturas y otras civilizaciones distintas a las del Imperio en disgregación, dentro de los
territorios que otrora conformaron el sistema del poder de Roma, el cual, como es bien
sabido, basaba su influencia social, económica y política, principalmente en la coalición
de los terratenientes y aristócratas de la administración pública, dueños de gran cantidad
de esclavos.
Luego entonces, la propiedad de sus territorios en todo el mundo hasta entonces
conocido, desde el norte de África, Asia, el cercano Oriente, lo que ahora es España,
Portugal, Italia, Grecia, Alemania, Francia, los Balcanes y buena parte de la Magna
Bretaña, eran precisamente territorios delimitados y asignados al Imperio, como producto
de las guerras de conquista; por lo que, a favor de los generales triunfadores, senadores,
magistrados, ediles y tribunos, que conformaban la clase socialmente alta o de los
patricios, se transferían, en enajenación, por la administración burocrática basada en el
derecho civil, considerables superficies de tierra de labor, bosques, montes y aguas.
Lo anterior fue posible, gracias a la creación de instituciones que reglamentaron
los derechos de propiedad, posesión, usufructo, usucapión, así como los derechos reales
y personales; los contratos y la teoría de las obligaciones; instituciones del derecho civil
que hasta la fecha son vigentes.
26
Es así que la propiedad privada bien delimitada, tanto a favor del Imperio como a
favor de los particulares, se consolidó como una forma de vida basada fundamentalmente
en la propiedad de la tierra; mientras que, por otro lado, estarían los pueblos bárbaros,
producto de los flujos migratorios, los que paso a paso, pacífica o violentamente ganaban
espacios territoriales que por lo general no delimitaban ni asignaban en propiedad plena
a sus miembros, pues la movilidad social era una de sus características por necesidad.
[…] Hasta los años cuarenta del siglo V los romanos trataron de oponer una feroz
resistencia al avance de los pueblos germánicos. La derrota de Rávena, capital del
Imperio de Occidente, en la cual Odoacro, jefe de las filas bárbaras de los hérulos,
esciros, turcilingos y rugios, depone en el año 476 al emperador Rómulo Augústulo
y envía las insignias imperiales a Constantinopla, sella definitivamente este
proceso de infiltración del elemento bárbaro y de disolución de la unidad imperial
de los territorios de Occidente que había comenzada varias décadas antes. Con el
progresivo desgaste de la autoridad romana se conforman principados bárbaros
estables que se reparten las provincias imperiales: los alamanes instalados en el
actual Suiza, los anglos y los sajones en las islas británicas, los burgundios en el
valle del Ródano, los francos en el bajo Rín, los ostrogodos en Italia, los vándalos
en la región africana y los visigodos primero en Francia meridional y sucesivamente
en la península ibérica […] la gradual infiltración de los pueblos germánicos en los
confines del imperio. Éstos comienzan a establecerse en los márgenes externos
de las provincias imperiales, formando, ya desde el siglo IV, pequeñas colonias
agrícolas y militares en los campos devastados por las guerras. A continuación,
gradualmente van formando parte de las milicias romanas, de las que pronto
constituirán el núcleo principal. Luego, a partir de los primeros años del siglo V, se
extienden hacía los territorios romanos, empujados por el avance huno en el
Oriente, invadiendo la Galia, la península ibérica y la península itálica […] 7
Así, la tradición del derecho romano escrito, junto con el derecho consuetudinario
preexistente y, posteriormente, con el arribo del derecho común ya difundido por los
glosadores y, sobre todo, por los comentaristas, permitieron la erección de un nuevo
sistema legal que, desde luego, tuvo su origen en el derecho romano clásico, pero que
por necesidad histórica hubo de transformarse, así como se transformaría la lengua latina
misma al contacto con las demás que recorrían el territorio europeo.
Este nuevo orden social y consecuentemente legal, que conjugó el derecho
romano de los vencidos y las practicas consuetudinarias de los vencedores, fue dando
origen, en el norte de la península ibérica, a una forma muy peculiar en la tenencia de la
tierra, que se basa más en las formas comunitarias de propiedad territorial que en la
forma individual, esta última que constituyó el pilar del derecho imperial que otrora fue el
hegemónico.
Mientras que, para el derecho romano, en materia de patrimonio inmobiliario, el
interés individual y privado fue la base de su organización social y política, partiendo de
la delimitación e identificación plena de la propiedad privada, para el derecho
consuetudinario de germanos y visigodos, tenía preponderancia la posesión comunal; es
decir, la propiedad de las tierras, bosques y aguas que sirven a las necesidades
elementales de susbsistencia de todos y cada uno de sus integrantes.
Por eso se habla incluso y sobre todo, de posesión o propiedad comunal y no
colectiva, pues ésta contiene una definición amplia que se refiere más bien a los derechos
de la colectividad, como por ejemplo a los derechos de los ciudadanos a la vialidad, los
panteones, el esparcimiento y a un entorno sano, etcétera. La propiedad comunal o
comunitaria, según Rafael Altamira y Creva, a quien ya se citó con anterioridad, es
aquella en la que,
[…] los propietarios son todos los miembros que forman la comunidad
individualmente; de modo que aparecen como necesarias dos condiciones para
que exista una propiedad de ese género: 1ª Que lo poseído (la cosa) subsiste en
el grupo, percibiéndose solo sus utilidades, sin destruirla o enajenarla. 2ª Que el
uso y disfrute sea de los individuos que componen el grupo de cada vez en el
tiempo, considerados singuli; pero no de la persona social (como en los bienes de
propios). Hay pues dos sujetos: en primer lugar, el grupo, que mantiene su
personalidad y su valor constantemente, mientras es tal grupo, aunque se
renueven sus miembros por el transcurso natural de las generaciones, o por otras
28
primeros siglos de la Reconquista supone la ocupación por las gentes del Norte de
unos territorios abandonados y en su mayoría incultos, que tiene lugar conforme a
dos principios: el señorial-feudal y el comunal. Curiosamente la literatura se ha
volcado hasta ahora primordialmente sobre el primer principio; pero, como es
lógico, para nuestro tema va a tener más importancia el segundo […] el Rey o el
Señor –laico o eclesiástico- asignan unas tierras a una colectividad de vecinos. En
ese sentido, pues, originariamente todas las tierras de una agrupación de vecinos
son comunales. Sobre ellas van poco a poco ejerciendo los vecinos sus derechos
de presura y escalio, es decir, van realizando apropiaciones individuales de
porciones de tierras comunes […] Por lo demás, éste es ya el sistema ordinario de
repoblación en la Baja Edad Media […] Analizando separadamente estos
elementos –los de los bienes comunales- resulta que los derechos de los vecinos
son derechos reales administrativos de goce. Cada vecino, tienen un derecho de
ese tipo y los derechos de cada uno de ellos se articulan con los derechos de los
demás vecinos en una relación jurídica que puede considerarse como una
comunidad de tipo germánico […]10
en el siglo XVI) y en todos los países, excepto Inglaterra, se hizo sobre los cimientos
del Derecho Romano12.
Por tanto, quizá no resulte aventurado advertir, que el origen de los bienes
comunales en España, así como su evolución, comparte, desde el punto de vista
sociológico, en el tiempo, el origen mismo de la lengua castellana, pues ésta, al igual que
las posesiones comunales, fueron producto del contacto y posterior mezcla de pueblos y
civilizaciones, esto es, de romanos, celtas, visigodos, germanos y, posteriormente,
musulmanes, que a fuerza de costumbre generaron idioma, cultura y vida propias.
Como conclusión de este tema, bien pudiéramos aventurarnos también en decir,
que el origen remoto de los bienes comunales no se puede ubicar en el derecho romano
clásico, ya que como lo hemos visto, y se verá con más detalle en el apartado posterior,
en España es la tradición consuetudinaria de celtas, visigodos y germanos, a través de
sus posesiones comunales, lo que va originando aquella institución, para posteriormente
consolidarse, ya en la Baja Edad Media, con la recepción del ius commune, este último
que procura reglamentar en las Siete Partidas, un derecho consuetudinario ya bien
establecido históricamente en varios pueblos de la península ibérica, junto, desde luego,
con el dercho civil romanista.
Considero que no se debe despreciar tampoco la influencia que con el tiempo se
acumuló en favor de las posesiones comunales -justo con el arribo de la colonización de
América-, la corriente de las teorías comunitarias de la patrística y de la escolástica, así
como del socialismo utópico de Tomás Moro, que de manera trascendente formaron
conciencia social en los primeros misioneros que sobresalieron en la defensa de los
derechos humanos y de las posesiones de los naturales de estas tierras, figurado entre
ellos Bartolomé de las Casas, en el actual Estado de Chiapas; y por su parte, Vasco de
Quiroga en el actual Estado de Michoacán.
1.2. Los bienes comunales en Las Siete Partidas y su articulación con El Calpulli
precolonial
Al igual que aconteció en el resto de las sociedades del centro de Europa que a la postre
conformarían los nuevos Estados nacionales, la península ibérica, después de la caída
del imperio romano de Occidente, es conquistada por los ejércitos de Alarico, rey de los
visigodos. Sin embargo, los nuevos gobernantes toleraron las formas de organización
social de los habitantes de los territorios ocupados, dentro de las que encontramos al
derecho que, como ya vimos, fue el derecho romano el que en la mayoría de los actos
sociales rigió la vida de los habitantes de lo que hoy es España y Portugal.
Debido a esa permisibilidad de que gozaron los pueblos de la península, fue que
se toleró por los visigodos y por los germanos en el norte, el sistema jurídico que siglos
antes trajeron los romanos; sistema que se fue mezclando con el derecho
consuetudinario observado por los nuevos conquistadores, producto de la mezcla misma
de razas. En ese sentido, el derecho romano logró preservarse debido a la solidez misma
de sus instituciones sociales, lo cual permitió, desde luego, que siglos más tarde, sin
33
mayores tropiezos, pudiera asimilarse, a la vez, el arribo del derecho común. Con relación
a lo disertado, el escritor mexicano Carlos Fuentes, nos comenta que:
[…] de este modo, curiosamente fue la victoria de Aníbal en Italia, lo que atrajo a
Roma hasta España. Y con Roma llegaron las formaciones más duraderas de la
cultura española. Lengua, derecho, filosofía, una visión de la historia universal,
comunicaciones […] Se trata de una experiencia singular, porque si en las
Américas, España, de manera deliberada, aplastó a civilizaciones preexistentes,
cortándolas en flor, destruyendo lo bueno junto con lo malo, y sustituyendo
violentamente una forma de cultura por otra, la experiencia hispánica con los
romanos fue exactamente la opuesta. Italia creo en España un gobierno e
instituciones públicas orgánicas y duraderas […]14.
14FUENTES, Carlos (2008). El Espejo Enterrado. México: Fondo de Cultura Económico, 3ª ed., p. 23.
15SIRVENT GUTIÉRREZ, Consuelo (2007). Sistemas Jurídicos Contemporáneos. México: Porrúa, 10ª ed.,
pp. 38-39.
34
Edad Media Española que incluye la compilación legislativa Las Siete Partidas, el
tratado judicial, El fuero real […]17.
Ahora bien, en cuanto se refiere a la legislación de las Siete Partidas, en ella, como
lo dijimos, encontramos no solo las principales instituciones legales del derecho romano
imperial que, en forma comentada habían compilado y preservado tanto los emperadores
del imperio romano de Oriente como los posglosadores o comentaristas, sino también las
prácticas jurídicas provenientes del derecho consuetudinario que desde los germanos y
visigodos seguían observando algunos pueblos del norte de Iberia.
Entre esas prácticas consuetudinarias sobresale, obviamente para nuestro
empeño, la concerniente a los bienes comunales, de manera tal que el colombiano
Gustavo Espinosa Jaramillo, sobre el particular comenta:
[…] Socavado el orden anterior –romano-visigodo- instauróse un equilibrio ahí
mismo con las poderosas inyecciones de afro-euroasia, que a más de una sangre
que vitalizó un temperamento, derramó idioma y arte y ciencia y finura espiritual,
tendiendo el amplio escenario de la Hispanidad […] y exigido por la necesidad
tomó forma un orden jurídico que en mucho era legado de ancestros pero también
en mucho hijo de las circunstancias […] En la reconquista castellana el papel de
los Concejos Municipales había sido primordial, gracias a su eficaz participación
en la gestión político-social. Fórmulas ya olvidadas o desvirtuadas en España,
como el poder de los Concejos para “examinar y recibir” a los nombrados para
desempeñar los oficios concejiles y el fomento y control de los tipos diversos de
bienes comunales, y que habían probado su eficacia en la lucha de reconquista
para la repoblación de las tierras arrebatadas a los árabes, cobraron, por las
circunstancias del medio geográfico y social, una vitalidad insospechada19.
18 SERNA VALLEJO, Margarita (1993). Estudio Histórico-Jurídico sobre los Bienes Comunales. /en revista
Aragonesa de Administración Pública. Aragón (España), Nº 3, pp. 208-211.
19 ESPINOSA JARAMILLO, Gustavo (1982). Los Bienes Comunales. Revista de Estudios de Derecho,
20 Ibídem, p. 174.
21 El subrayado es nuestro, palabra del Español antiguo que se refiere a la palabra actual “ejido”.
38
vsar de todas estas cosas sobredichas: e son comunales a todos, también a los
pobres como a los ricos […]
Leyes del Toro de 1505, expedidas por la reina Juana de Castilla –conocida
históricamente como Juana la Loca, madre a su vez del emperador Carlos I de España y
V de Alemania- y, finalmente, la también monumental obra jurídica que regularía los
derechos de posesión y de propiedad territorial, así como las relaciones sociales de los
naturales de estas tierras. Me refiero desde luego a La Recopilación de las Leyes de
Reinos de Indias.
Sin embargo, justo es de puntualizar, que el acto legitimador, desde el punto de
vista político e ideológico, que justificó la ocupación y el dominio de la población y los
territorios de los indígenas de la Nueva España, por parte de los españoles, y que desde
luego les confirió el derecho de conquista, de legislación y de soberanía, lo fue, sin lugar
a dudas, el Tratado de Tordesillas, mismo que contiene todo un andamiaje institucional
que se utilizó como pretexto y justificación del derecho de ocupación territorial que
desplegaron los conquistadores en estas tierras, que posteriormente se legitimaría con
la conocida Bula Alejandrina denominada Inter coetera (entre los demás); es decir, el
decreto emitidos por el Papa Alejandro VI, de la familia española de los Borgia, quien
repartiría las tierras descubiertas en América, entre los imperios Español y Portugués.
Ese derecho de conquista que se irrogaron los soberanos de Castilla, desde luego
que tiene su origen en condiciones históricas y sociales muy concretas; puesto que para
el año de 1492, en que arriban los europeos a estas tierras, el último bastión de la cultura
occidental y judeo-cristiana en Euro-Asia.
Es decir, el imperio romano de oriente, había sucumbido a manos de los
musulmanes unos cuantos años antes; lo cual impedía a los comerciantes cristianos del
centro de Europa penetrar con su actividad comercial a los territorios de Asía y del lejano
y cercano oriente; lo que originó que las necesidades del sistema capitalista en ascenso,
buscara urgentemente nuevas rutas de navegación comercial, las que finalmente se
encontraron en el continente Americano.
Los nuevos territorios descubiertos, necesitaban, desde luego, una forma de
legitimación que les permitiera a los monarcas que sufragaron los gastos de la travesía,
el dominio de los mismos; y para ello debemos tomar en cuenta que la España de aquella
época, tenía “méritos” importantes para conseguir la pretendida legitimación de estos
territorios por medio del personaje que representaba la máxima autoridad de la Iglesia
católica, apostólica y romana, en otras palabras, el representante de San Pedro en la
40
tierra; y se dice que España tenía precisamente méritos importantes, debido a que, a
diferencia de Alemania y de Inglaterra, aquella no incursionó en los movimientos
protestantes que cuestionaron la autoridad del Papa, sino que, al contrario, España hizo
la guerra de contrarreforma defendiendo a sangre y fuego la autoridad del poder católico,
lo cual obviamente hizo posible que éste le retribuyera el favor, legitimando lo opuesto a
todo derecho natural: la ocupación y conquista de estas tierras y de sus habitantes.
El jurista español Francisco de Vitoria, en un inicio asumió una postura progresista
a favor de los naturales de estas tierras, en el sentido de que el derecho de conquista
que se irrogaron los españoles, es contrario a los principios de justicia y de todo orden
natural, disertando lo siguiente:
[…] También los pueblos paganos son sujetos de derecho independiente, titulares
de una pretensión legítima a la libertad y a la independencia, debiendo ser
respetados aún por los pueblos cristianos. Los principios básicos de estas
lecciones, son los siguientes [...]:1. La comunidad estatal no tiene como base la fe,
sino al derecho natural, conforme al cual todos los hombres, independientemente
de sus creencias, poseen una naturaleza social [...] 2. Los Estados fundados sobre
el derecho natural se encuentran ligados entre sí (...) 3. Por tanto, no solo en el
interior de cada Estado, sino también en la comunidad de ellos existe un orden
jurídico, cuyas raíces se hunden en el derecho natural [...] 4. Ni el Papa ni el
emperador poseen una pretensión legítima al dominio del mundo, pues ni Dios ni
los pueblos le han otorgado tal derecho23.
23 VEDROSS, Alfred (1983). La Filosofía del Derecho del Mundo Occidental. México: Instituto de
Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. 1ª ed., p. 148.
41
27NARVÁEZ HERNÁNDEZ, José Ramón (2010). Interpretación Judicial Indiana: El caso de la Audiencia
de México. /en Revista Semestral del Instituto de Investigación Jurisprudencial y de Promoción y Difusión
de la Ética Judicial, N° 8, julio-diciembre de 2010: México: Suprema Corte de Justicia de la Nación, pp. 115-
119.
44
tenencia de la tierra en forma comunal, por los naturales de estas tierras, a quienes
consideran en el mismo rango de derechos que a los peninsulares.
La corriente jurídico-filosófica a que nos referimos, de clara tendencia humanista,
se ilustra en personajes como los misioneros Bartolomé de las Casas y Vasco de
Quiroga, quienes despliegan importantes labores tendentes a proteger los territorios, la
artesanía, la tierra y la cultura de los indios de Michoacán y de Chiapas.
Dichas corrientes fueron nutridas a su vez, de pensadores europeos y españoles,
que disertaron sobre la preponderancia del derecho comunal sobre el privado, y en ese
sentido, el tratadista Joaquín Costa, nos comenta, en el apartado dedicado a Juan Luis
Vives (1526-1535), que éste pensador valenciano, respecto de la filosofía de Santo
Tomás de Aquino, pensaba que éste había adoptado la doctrina aristotélica sobre la
necesidad de la propiedad individual por motivos de interés público, considerándola como
un estimulante necesario de la actividad individual, algo así como un impulsor del trabajo;
que por tanto, Aristóteles consideraba que dicha propiedad individual no tenía su origen
en el derecho natural; sin embargo, no la reputaba contraria a éste; que de modo
contrario, el doctor de la escolástica, contrariando también a los padres de la Iglesia
católica, pensaba que la propiedad individual en cuanto a su tenencia, debe ser común,
en cuanto al uso o disfrute.
Dice el autor antes señalado, que Vives consideraba la necesidad de la
expropiación de la propiedad por causa de utilidad pública, con el fin de colectivizar ésta.
Sin embargo, no contemplaba la indemnización, por considerar que la apropiación
individual de la propiedad era contraria al derecho natural; que:
[…] no obstante el precepto del Código castellano de Partidas que pone por
condiciones para expropiar por causa de utilidad pública la previa indemnización
por todo el valor de lo expropiado y algo más, había doctores españoles que no
estimaban necesario indemnizar a los expropiados cuando la expropiación se
dictaba por Ley General como en ciertos casos de los siglos XV al XVI; que por
tanto, con relación al derecho a la propiedad individual y al derecho a la propiedad
colectiva, Vives adopta un término medio que en última instancia viene a traducirse
en esto: la comunidad en la propiedad del suelo y la individualidad en el trabajo y
el consumo […]28.
28 COSTA, Joaquín. Colectivismo Agrario en España./en la obra Catálogo de Obras, visible en el portal:
https://www.fundaciongimenezabad.es (consultado: 26/02/2013).
45
El escritor Mauricio Beuchot, al respecto nos comenta que “los derechos humanos
surgieron en las aulas de la Escuela de Salamanca, en el siglo XVI. Y no fueron
determinados sólo por la labor de Francisco de Vitoria o Domingo de Soto, grandes
visionarios de éstos, sino por la vehemente lucha que por ellos realizó Bartolomé de las
Casas, quien inspiró a todos esos maestros, y aún los corrigió en varios puntos. Lo hizo,
sobre todo y precisamente, cuando defendió no sólo a los indios sino también a los
negros, arrepentido de haber pedido que se trajeran a América para ayudar a los
indígenas29.
Ahora bien, si en el terreno de los derechos humanos individuales de los indígenas,
la defensa de algunos integrantes del clero fue destacada, no lo fue menos en lo
concerniente a la defensa de la propiedad de las tierras, montes y aguas que en común
usufructuaban los indígenas; y en ese sentido, partiendo del rescate que iniciaron varios
misioneros católicos, las instituciones y gobernantes españoles, como es el caso de la
Real Audiencia, el propio monarca Carlos V y posteriormente sus sucesores,
promulgaron una serie de ordenanzas tendentes a proteger la propiedad territorial de los
naturales de estos pueblos, mediante las famosas Leyes Generales de Reinos de Indias.
Dichas disposiciones no solo constituyeron una medida piadosa que se escuchó
de aquellos humanistas y evangelizadores, sino que, además, contuvieron la influencia
que en el derecho español habían marcado previamente las corrientes filosóficas y
jurídicas heredadas del pensamiento aristotélico, relativas a su teoría del bien común, la
cual, tal como lo vimos, fue retomada por el padre de la escolástica Santo Tomás de
Aquino, quien incluso llegó a sentenciar que aquello que riñera con el bien común
automáticamente se colocaba en lo injusto y en lo ilegal30..
Por lo que respecta al derecho Indiano propiamente dicho, como producto de la
asimilación del derecho de Castilla y del derecho consuetudinario indígena, que desde
luego tiene como fundamento esencial las posesiones comunitarias sobre la tierra,
Faustino Martínez Martínez, expone:
29BEUCHOT, Mauricio (2005). Interculturalidad y Derechos Humanos. México: Siglo XXI-UNAM, 1ª ed., p.
46.
30 ESQUIVEL RAMÍREZ, Edilberto (2014). El Derecho y su Filosofía en México y el Mundo, Edit.
31 MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Francisco (2003). Acerca de la Recepción del Ius Commune en el Derecho
Indiano / en Anuario Mexicano de Historia del Derecho. México: Universidad Nacional Autónoma de México,
2ª ed., p. 456.
32 CHÁVEZ PADRÓN, Martha. Op. cit., p. 146.
47
fundo legal. Esta distribución se hacía a favor de los jefes de familia, para que se
dedicaran preferentemente a la agricultura; dicha institución se aproxima al Calpulalli34.
De gran relevancia en materia de propiedad colectiva, es el régimen jurídico de los
montes, pastos y aguas, mediante el cual se dotó por igual a los indígenas que a los
poblados españoles, bajo el sistema de propiedad colectiva que siempre pertenecía a
toda la población. Las composiciones fueron el mecanismo técnico-legal mediante el cual
los indígenas, mediante diligencias de testigos y de inspección de vista, lograban que las
autoridades de la colonia o el propio monarca, les confirmaran la titularidad sobre sus
tierras comunales.
Sin embargo, mediante esa institución, que se semejaba a la prescripción
adquisitiva o a la usucapión, se toleró indiscriminadamente el despojo de tierras que los
colonizadores cometieron en perjuicio de sus legítimos poseedores, es decir, los
indígenas que desde tiempo inmemorial habitaban y cultivaban el territorio.
En cambio, los indígenas aprovecharon esta institución, para asegurar, mediante el
Título Real que la corona les extendía, el usufructo de sus ancestrales dominios,
heredades que explotaban de manera comunal. Accionando esta facultad, los
propietarios originales compraban a bajos precios sus antiguos condueñazgos.
Basados en todo lo anteriormente expresado, afirmamos que la composición es
creadora tanto de Derecho Privado para los peninsulares, como para confirmar el
patrimonio colectivo de las Comunidades Indígenas35.
36 GARCÍA VILLALOBOS, Ricardo (1996). Las Sociedades Civiles y Mercantiles en el Campo. 1ª ed.,
México: Tribunal Superior Agrario, p. 6.
37 FRANCO MENDOZA, Moisés (1997). La Ley y la Costumbre en la Cañada de los Once Pueblos. 1ª ed.,
Finalmente, como colofón del presente apartado, se debe decir que la casi
totalidad de las leyes que rigieron durante la colonia y que de hecho y de derecho
conformarían lo que didácticamente conocemos como Derecho Indiano, se compiló en lo
que a partir del año de 1680, se conoce como Recopilación de las Leyes de Reinos de
Indias, la cual representa el acopio de las disposiciones normativas desde la llegada de
los peninsulares hasta ese año y que rigieron, sobre todo en lo concerniente a la cuestión
indígena, prácticamente durante el resto de la colonia, y en lo referente a las posesiones
territoriales, siguieron rigiendo incluso en el México independiente, y en algunos aspectos
siguen incorporadas al derecho vigente en nuestro país, incluso por voluntad
constitucional.
Dada la importancia de algunas de esas disposiciones, conviene señalar a
continuación algunas de ellas, mismas que se publicaron entre los años de 1631 a 1642,
que son descritas magníficamente por Don Manuel Fabila, en su obra intitulada Cinco
Siglos de Legislación Agraria en México38.
Una de esas leyes, es la que se promulgó por Felipe IV, en Madrid, en 17 de mayo
de 1631, intitulada:
“Que se Admita a Composición de Tierras, la cual disponía textualmente, en una de
sus partes, que: Considerando el mayor beneficio de nuestros vasallos, ordenamos y
mandamos á los Virreyes y Presidentes Governadores, que en las tierras compuestas
por sus antecesores no innoven, dexando á los dueños en su pacífica possessión; y
los que se huvieren introducido y usurpado mas de lo que les pertenece, conforme á
las medidas, sean admitidos en quanto al exceso a moderada composición, y se les
despachen nuevos títulos; y todas las que estuvieren por componer, absolutamente
harán que se vendan á vela y pregón”.
38 FABILA, Manuel (2006). Cinco Siglos de Legislación Agraria en México. México: Procuraduría Agraria;
p. 25.
52
atención, que á los Indios se les dexen con sobra todas las que les pertenecieren,
assí en particular como por Comunidades, y las aguas y riegos; y las tierras en que
huvieren hecho acequias, ú otro cualquier beneficio, con que por industria personal
suya se hayan fertilizado, se reserven en primer lugar, y por ningún caso no se les
puedan vender, ni enagenar y los Jueces, que á esto fueren enviados, especifiquen
los Indios que hallaren en las tierras, y las que dexaren á cada uno de los tributarios
viejos, reservados, Caciques, Governadores, ausentes y Comunidades […].
Ahora bien, de conformidad con las anteriores disposiciones reales y, sobre todo,
merced a la Recopilación de las Leyes de Reinos de Indias, de 1680, se generalizó la
expedición de los famosos Títulos Virreinales, que constituían el documento final y
definitivo de una gestión administrativa o de un litigio con particulares, con encomenderos
o con otro pueblo.
Esos títulos han constituído así, el documento esenciales de los pueblos naturales,
por cuanto constituyen, como el mestizaje, la confluencia de dos legislaciones
ancestrales privilegiadoras de los Bienes Comunales. Una, de origen Castellano, Las
Siete Partidas, desde la Baja Edad Media, y la otra, precolonial, de los pueblos de la
Meseta Central y del Altiplano, que observaban, como Derecho Consuetudinario, la
posesión de las tierras, bosques, montes y aguas, en forma comunal, entre los
pobladores de los barrios bajos, me refiero a la también ya varias veces citada ley del
Calpulli.
Dichos títulos, por ejemplo, fueron la base legal del reclamo de las tierras de
Anenecuilco, Estado de Morelos, que encabezó Emiliano Zapata, desde la época
porfirista, así como la de muchos otros pueblos de México que, con el mismo reclamo de
53
restitución, la mayoría con título y otros acreditando la posesión desde tiempo inmemorial,
por haber perdido, en el tiempo, “sus papeles”, firmaron uno de los primeros planes
revolucionarios.
Pero en los hechos, aquellos documentos coloniales, representaron y siguen
representando aún, el medio de prueba que, despreciado por liberales de ayer y
neoliberales de hoy, son el JustoTítulo y la famosa Causa Generadora de la Posesión,
con el que infinidad de poblados comunales y ejidales han acreditado, a través de los
siglos, su derecho ancestral a sus tierras, bosques y aguas, que les fue confirmado por
las autoridades de la Colonia y que por ello, los han hecho valer frente a los gobiernos
liberales de finales de aquella época, de los régimenes del México independiente y frente
a las actuales instituciones burocráticas que consideran que los documentos producto del
“PROCEDE”, son más importantes porque colocan las tierras, los montes y las aguas de
la nación y de los poblados naturales, en “la modernidad” y, consecuentemente, en el
mercado.
54
CAPÍTULO SEGUNDO
DEL DERECHO POSITIVO Y LIBERAL AL DERECHO SOCIAL AGRARIO
(REVOLUCIONARIO)
Desde la época de las reformas Borbónicas de finales del siglo XVIII y principios del XIX,
empezaron a penetrar las ideas liberales a la metrópoli española y obviamente no
tardarían en emigrar al continente americano. Sin embargo, esas reformas jamás
contuvieron medidas progresistas de libertades individuales para los criollos, menos para
los indígenas ni para los mestizos y demás castas en que entonces se había dividido a
la sociedad novohispana.
Dichas reformas, más bien significaron la forma o medio que utilizó el monarca
para sujetar con más autoridad y presencia a las colonias bajo su dominio, sobre todo
cuando éstas empezaron a considerarse como mayores de edad. Es decir, fueron
emprendidas con la finalidad de inhibir la consolidación económica, social y política de
las corporaciones de los hacendados, de los mineros, de los comerciantes y del clero
que, compuestas, muchas de ellas, por criollos letrados y con cierto poder económico,
comenzaban a pensar y a demandar una participación en lo económico, así como en los
asuntos públicos.
Asi, mientras en el siglo XVI, había en la Nueva España una sociedad señorial,
prácticamente feudal, que vivía de la explotación extensiva de la población indígena, para
el XVIII, es evidente que la población blanca había creado una nueva economía, dirigida
y manejada por los colonos con sistemas más capitalistas que señoriales y orientadas a
satisfacer sus propias necesidades. Esta configuración económica le otorgó a la minoría
blanca los medios para asegurar su dominio sobre la población indígena y mestiza.
La iglesia también sufrió cambios profundos en estas tierras, pues para el siglo
XVIII, ya se había perdido el fervor misionero de los inicios de la colonia -con el cual se
generó la protección a los derechos territoriales de los pueblos y civilización indígena,
55
entre otros-, y al mismo tiempo, cerró las puertas a las ideas del renacimiento. Por lo
tanto, estrechó sus intereses con los criollos, con evidente influencia sobre la población,
incluidas las castas, al tener la dirección espiritual y toda la educación, la asistencia
hospitalaria y el crédito. Es decir, para esta época, tenemos no a una iglesia al estilo de
Bartolmé de las Casas, sino a una más conservadora y reaccionaria.
La ideología liberal, en el sentido estricto y, sobre todo histórico del término –
acorde fundamentalmente con la filosofía del Inglés John Locke y en menor medida con
los principios de la revolución francesa -desplegó la concepción filosófico-jurídica, de que
el único sujeto de derechos y obligaciones es la persona física en lo individual; esto es,
el individuo físico en su más pura individualidad ontológica; por lo que, los derechos
sociales tanto de corporaciones –y lógicamente los de las comunidades indígenas-, no
tienen sustento bajo esa corriente.
Por consecuencia, el liberalismo capitalista pregona la virtud del trabajo profesional
y, sobre todo, individual-personal, así como la ganancia, como premisas del orden
capitalista, a grado tal que, según Max Weber: La ganancia de dinero –cuando se verifica
legalmente- representa dentro del orden económico moderno, el resultado y la expresión
de la virtud en el trabajo […] Esa idea, decimos, es la más característica de la “ética
social” de la civilización capitalista, para la que posee, en cierto sentido, una significación
constitutiva39.
En ese sentido, el Estado, como consecuencia del orden liberal-capitalista, no
puede ni debe intervenir en lo que se refiere a la actividad productiva y de obtención de
ganancia del individuo, ni tampoco en la organización de la propiedad ni su distribución,
por lo cual se propugna por un modelo de hombres que:
[…] creen en el trabajo y la industria y que aspiran a un orden que proteja los
intereses que se deriven de dichos trabajo e industria […] Se trata de una clase
amante del orden, que no ve en la revolución sino un medio inevitable para obtener
el orden que proteja sus intereses”. Por ello, el Estado, no puede ser una persona,
un protagonista, sino simplemente un instrumento al servicio de los individuos que
39WEBER, Max (2001). La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. México: Colofón, 5ª, ed., pp. 52-
53.
56
Por lo que toca a los bienes comunales de los indígenas, que obtuvieron por medio
de la confirmación o la restitución, aun cuando en la época de los borbones no corrieron
idéntica suerte que las propiedades de la iglesia, si se les comenzó a ver sin embargo,
como producto de instituciones arcaicas y obsoletas que debían ser superadas por el
progreso individual y capitalista; por lo que toda aquella concepción individualista de corte
burgués, una vez que México logró su independencia, se concilió con los intereses del
clero y de los terratenientes, los cuales, en gran medida, favorecieron la emancipación,
dados los embates de las medidas borbónicas en su contra; corporaciones que desde
40 ZEA, Leopoldo (1981). El Positivismo en México: Nacimiento, Apogeo y Decadencia. México: Fondo de
Cultura Económica, 3ª reimp., pp. 77-83.
41 VILLORO, Luis (1987). Los Grandes Momentos del Indigenismo en México. México: Lecturas Mexicanas,
luego, fueron las que heredaron, ya en el México independiente, el poder social y político
de la colonia.
Así las cosas, las prematuras medidas liberales y desamortizadoras durante la
primera mitad del siglo XIX, que se adoptaron en el México independiente, fueron
dirigidas solo en contra de las comunidades indígenas campesinas –aunque
posteriormente también en contra del clero, ya en la segunda mitad de ese siglo-, a las
cuales se les suprimió la capacidad jurídica para poseer y administrar tierras en común;
considerando que todos y cada uno de los individuos somos iguales ante la ley; sin tomar
en cuenta que esa igualdad formal, en no pocas ocasiones contrasta con la realidad social
e histórica, que por inercia torna desiguales socialmente a los seres humanos.
Moisés Franco Mendoza, dice sobre el tema que:
[…] el proceso de desintegración de las tierras pertenecientes a las comunidades
indígenas en Michoacán, se inició en el año de 1827, como consecuencia de la
legislación local. Años después se agravó la situación con la ley de 25 de junio de
1856, cuya aplicación se extendía a todo México, pues ordenaba el reparto de
tierras pertenecientes a las comunidades indígenas. Legalmente la propiedad
comunitaria debía transformarse en propiedad individual o propiedad privada […]42.
De esa guisa, tenemos pues que, la corriente liberal pugnaba no solo por las
libertades políticas, económicas e ideológicas del individuo, sino que, al mismo tiempo,
reputaba como retrógrados y conservadores, como opuestos al progreso social, los
derechos comunitarios, de ahí que, acorde con la ideología burgués individualista, se
considerara que las posesiones comunales que se habían confirmado o restituido a los
indígenas, para que poseyeran y aprovecharan sus tierras en común, eran herencias
conservadoras de una época feudal que reñía con la época de las luces y de los avances
científicos y tecnológicos. Por tanto,
[…] el modelo ideal concebido por los liberales, era el de una sociedad en la que
el individuo encarnaría el principio rector, mientras que el Estado se limitaría a
garantizar y a promover los intereses de los particulares. La Iglesia y el Estado
deberían divorciarse y este último adoptaría la forma federal de gobierno […]43.
44 RAMOS, Samuel (1980). El Perfil del Hombre y la Cultura en México. México: Era, 9ª ed., pp. 21-24.
59
46 LÓPEZ GALLO, Manuel, Economía y Política en la Historia de México (1978), Edit. El Caballito, México,
p. 126.
61
47 Ibídem, p. 93.
62
Tal como lo señalamos, esa conciencia privatizadora, que no solo permeó entre
las clases dirigentes y acomodadas, sino entre los propios comuneros, ha originado un
sinnúmero de controversias legales y sociales que han degenerado en enfrentamientos
entre hermanos de clase y que en la actualidad se siguen manifestando ante los
tribunales agrarios.
Por lo demás, si bien los comuneros indígenas y mestizos, asumieron los actos
jurídicos de derecho privado, tal no ha sido, en la mayoría de los casos, una actitud
tendenciosa, sino producto de una disposición constitucional que en su momento fue
vigente y, por tanto, vinculante para todos los mexicanos (la Constitución Política de 1857
y leyes reglamentarias vigentes hasta 1917).
De manera tal que si, posteriormente, la Constitución y las leyes revolucionarias,
producto de los derechos humanos de segunda generación, restauraron la vigencia de
los títulos virreinales y de los derechos comunales, reputando ahora de nulos aquellos
actos del derecho civil, como es obvio advertir, tal contradicción afecta de nueva cuenta
a los más débiles, pues ocasiona ahora confusión y enfrentamientos al interior de las
propias comunidades, y entre ellas y “pequeños propietarios”, que en realidad son
comuneros con diligencias de información ad perpétuam.
A lo anterior, se le debe añadir, la criminal burocracia que ha prevalecido en
nuestro país, producto de una clase política que la revolución no liquidó, pero que sí la
Desde luego que el derecho social agrario, es un producto y consecuencia directa del
movimiento revolucionario de 1910, y si bien el lema de Sufragio Efectivo no Reelección,
es con el que se le suele identificar; el tema fundamental, sin embargo, lo fue el aspecto
de la tenencia de la tierra; puesto que su injusta distribución, aun cuando se remonta a la
época de la colonia, se agudiza a partir de la instauración de los gobiernos de corte liberal
e individualista del siglo XIX, bajo los cuales se consolidó el gran latifundio en el campo
mexicano; ocasionando con ello la concentración de la riqueza en unas cuantas manos
de hacendados criollos, por un lado; y por el otro, la miseria de la inmensa mayoría
compuesta por campesinos e indígenas, a los cuales se les usurparon sus derechos de
posesión sobre sus comunidades y ejidos.
Tal como lo vimos en el capítulo anterior, a diferencia de los gobiernos producto
de la independencia nacional, los propios conquistadores españoles, debido a una
jurisprudencia piadosa, fundamentada en el derecho consuetudinario que heredaron a su
vez de las culturas de visigodos y germanos, preservaron, hasta cierto límite, la propiedad
territorial de los pueblos de indios, los cuales conservaban aún sus tradiciones
precoloniales al amparo de la comentada Ley del Calpulli, que igualmente se sustentaba
en la tradición consuetudinaria, y sobre lo anterior, la tratadista Martha Chávez Padrón,
nos comenta que:
[…] La mixtura de las anteriores instituciones, españolas y aborígenes, dará
resultados parecidos, pero diferentes de sus instituciones de origen, pues en la
Nueva España las tierras dadas a las comunidades se caracterizaron por incluir
principalmente terrenos para labranza que se denominaron de común
49
Salmerón, Pedro, La División del Norte, (2018); Edit. Ediciones Culturales Paidós, S.A. de C.V., México,
pp. 39-63.
65
Sin embargo, los efectos de las leyes liberales del México independiente, sobre
todo al amparo de la Constitución de 1857, consideraron como improductivos e
inoperantes los derechos comunales; privilegiando el interés individual por sobre el social.
De esta forma, los títulos virreinales que las autoridades de la colonia otorgaron a las
comunidades, fueron considerados nulos de pleno derecho y, por ende, se les suprimió
a éstos capacidad jurídica para poseer y administrar tierras en común, al igual que a las
iglesias.
Se les suprimió incluso a los pueblos comunales, la personalidad jurídica, al
equiparlas a una corporación social. Lo cual obedeció, desde el punto de vista histórico,
al auge del capitalismo, bajo cuya formación la clase burguesa se impuso económica y
políticamente en el mundo moderno, estableciendo su particular ideología y su formación
jurídica, mediante la cual se proscribieron los derechos sociales de los más
desprotegidos.
Bajo ese estado de cosas, para la época del presidente Porfirio Díaz, que va de
los años de 1876 a 1911, la condición de los campesinos e indígenas de nuestro país,
era de miseria y marginación, pues no solo carecían de tierras de labranza; sino, además,
de educación y de los más elementales derechos civiles, ya que si bien es cierto que la
Constitución de 1857, estableció formalmente la protección de los derechos
fundamentales del ser humano, tales como los de igualdad, debido proceso, libertad y
propiedad; no lo es menos que ante la injusta distribución de la riqueza, dichas garantías
solo fueron una quimera para las clases marginadas.
Fue tan escandalosa en esa época, la forma en que algunas familias acomodadas,
bajo el amparo de leyes liberales, se hicieron de grandes extensiones de tierra, ya de la
Nación o ya de corporaciones campesinas, que el historiador Manuel López Gallo, nos
cita como ejemplo de tal desproporción, que,
[…] Sánchez Mármol, apoderado del señor Garduza, el cual obtuvo una superficie
de 74,000 hectáreas en el estado de Chiapas, para explotar Caoba y Cedro,
pagando solamente 1.50 por cada árbol cortado (…) A Faustino Martínez, se le
Con relación al programa agrario del zapatismo, se debe señalar que sobre el
mismo se impuso finalmente la coalición Carranza-Obregón, que representaba una
corriente moderada y, desde luego, una posición institucional de la revolución, para dar
paso a una burguesía nacional -que demandaba posiciones en el escenario social y
político y que el Porfiriato también le había negado, para favorecer a la oligarquía
terrateniente, en el plano nacional y a una burguesía internacional de corte imperialista-.
Las fuerzas populares y progresistas representadas por los generales Francisco
Villa y Emiliano Zapata, serían aniquiladas militarmente, y en el terreno político e
ideológico, sus programas fueron, en algunos casos abandonados y en otros asumidos
por la nueva clase dirigente, con el fin de legitimarse y hacerse para sí de los contingentes
campesinos que habían hecho, en gran medida, la lucha armada. El escritor ya varias
veces citado, Manuel López Gallo, nos dice también:
[…] Las disenciones entre las dos corrientes, tan pronto fue derrotado el usurpador –
se refiere al dictador Victoriano Huerta, quien encabezó el golpe de Estado y
asesinato de Madero en 1913-, estallaron. Los campos ideológicos tenían que
definirse: por un lado, el Centauro del Norte y el Caudillo del Sur, por el otro Carranza
y Obregón. Todos respondían por igual a las aspiraciones de las clases a que
pertenecieron, Zapata y Villa luchando por una transformación radical en la que al
campesino cabía el papel más importante; el Varón de Cuatrociénegas y el Manco de
Celaya también buscaban un cambio pleno de régimen, nada más que según ellos,
la burguesía nacionalista, debería erigirse en la clase dominante […]53.
Así las cosas, con el fin de que la coalición que representaba a la burguesía
nacional, se legitimara en el poder del nuevo Estado revolucionario, se hizo menester que
se impulsaran medidas legislativas que le quitaran la bandera a los contingentes villistas
y zapatistas, y de esta manera, se publicó la primera Ley Agraria que estuvo en vigencia
como derecho positivo antes de la Constitución de 1917. Me refiero a la Ley Agraria de 6
de enero de 1915, promulgada por Venustiano Carranza, quien por necesidad política
más que por convicción –pues él mismo provenía de una familia de hacendados del
Estado de Coahuila, beneficiaria del régimen dictatorial de Porfirio Díaz-, tuvo que recoger
en su proyecto de gobierno, los postulados de los auténticos revolucionarios agraristas.
Por disposición de aquella ley, se nulificaba cualquier acto de las autoridades
civiles o militares, federales o del fuero común, ya fueran judiciales o administrativas, que
hubiesen tenido por efecto privar de sus tierras, montes y aguas a los poblados indígenas
y campesinos; proveyéndose así a la restitución y/o confirmación de aquellos bienes, y
para los casos de los campesinos carentes de tierras, se dispuso la afectación a las
haciendas colindantes en un radio de 7 kilómetros a partir del poblado solicitante, para
dotar de ejidos a los poblados; reduciendo los latifundios al límite de la pequeña
propiedad inafectable, de no más de cien hectáreas de riego o su equivalente en otras
calidades de tierra.
fecha, con las cuales se hayan invadido y ocupado ilegalmente los ejidos, terrenos
de común repartimiento, o cualquiera otra clase pertenecientes a los pueblos,
rancherías, congregaciones o comunidades y núcleos de población; […] c. Todas
las diligencias de apeo o deslinde, transacciones, enajenaciones o remates
practicados durante el período de tiempo a que se refiere la fracción anterior, por
compañías, jueces u otras autoridades de los Estados o de la Federación, con los
cuales se hayan invadido u ocupado ilegalmente tierras, aguas y montes de los
ejidos, terrenos de común repartimiento, o de cualquiera otra clase, pertenecientes
a núcleos de población […] X. Los núcleos de población que carezcan de ejidos o
que no puedan lograr su restitución por falta de títulos, por imposibilidad de
identificarlos, o porque legalmente hubieren sido enajenados, serán dotados con
tierras y aguas suficientes para constituirlos, conforme a las necesidades de su
población, sin que en ningún caso deje de concedérseles la extensión que
necesiten, y al efecto se expropiará, por cuenta del gobierno Federal, el terreno
que baste a ese fin, tomándolo del que se encuentre inmediato a los pueblos
interesados. […] XII. […] Los expedientes pasarán entonces al Ejecutivo Federal
para su resolución […] XIV. Los propietarios afectados con resoluciones dotatorias
o restitutorias de ejidos o aguas […] tendrán solamente el derecho de acudir al
Gobierno Federal para que les sea pagada la indemnización correspondiente […].
Es importante destacar, que hacía los años cincuenta del siglo pasado, se restituyó
a favor de los propietarios particulares, el derecho de obtener certificados de
inafectabilidad y con ellos se abrió la posibilidad de que acudieran al juicio de amparo en
contra de las resoluciones presidenciales agrarias, con lo cual se comenzó a dar un giro
conservador a la política revolucionaria, lo cual culminaría con reforma neoliberal de
finales de ese siglo y que en el próximo capítulo se abordará a detalle.
De esta forma, se va configurando pues el derecho social agrario surgido de la
revolución, desplegando una ideología y conciencia social distante del liberalismo, en la
que se privilegian los derechos sociales por sobre el privado y bajo la cual el Estado,
sobre todo aquel que surge de una revolución de campesinos y de obreros, no puede ser
un simple espectador; por lo que, el maestro Arnaldo Córdoba, en su conocida obra La
Política de Masas del Cardenismo, refiere que el general Lázaro Cárdenas, escribió en
el año de 1935, que:
72
de 1917, no fue otra cosa sino la de tratar de igualar ante la ley a quienes son desiguales
en la vida56.
instancia, por el federal; de ahí que la única vía para impugnarlos era el juicio de amparo
indirecto, por no tratarse de resoluciones de autoridades formalmente judiciales.
En esos procedimientos, no existían las reglas procesales del derecho civil; pues
para los solicitantes de tierras no había término para su reclamo, ni para la presentación
de sus pruebas y sus alegatos, que se podían hacer por escrito o de manera verbal. Ni
para los ejidatarios y comuneros, ni para los pequeños propietarios, pues incluso no se
exigía que sus patronos fuesen abogados titulados; pudiendo hacerlo cualquier persona
de su confianza; puesto que, en el caso de los primeros, existía una amplia protección en
la suplencia de la queja, comparecencia y exposiciones, tanto a cargo de las autoridades
administrativas, como de las judiciales de amparo.
Este último período, se refiere al tiempo que duró en el poder el General Porfirio
Díaz y hasta la fecha en que se dictó la antes comentada Ley Agraria de 6 de enero de
1915.
La Ley Federal de Reforma Agraria en su artículo 191, reglamentaba las
condiciones para que las comunidades que habían sido privadas de sus tierras, pudieran
promover la restitución, reproduciendo los requisitos anteriormente reseñados y que
corresponden al artículo 27 constitucional; sin embargo, era frecuente que, no obstante
que acreditaran la propiedad de sus tierras, mediante el título primordial y/o virreinal,
generalmente de la época de la colonia, no acreditaran.
Sin embargo, la famosa exigencia de comprobar la fecha y forma del despojo; es
decir, deberían comprobar el acto de la autoridad administrativa o judicial, del fuero
común o federal, de la compañía deslindadora o de algún particular, que les hubiese
quitado esa tierra y la fecha exacta en que aconteció el acto; en caso de no comprobar
tales extremos, la acción de restitución resultaba improcedente.
Lo trascendente para el derecho agrario, era que para el caso de los expedientes
de restitución, quedaba previamente establecida la también famosa doble vía, que
consistió en que, para los efectos de la ley, la fecha en que se hubiese instaurado el
expediente de restitución, era la misma con la que se consideraba iniciado, de oficio, el
expediente de dotación, para el caso de que precisamente no procediera la restitución
por aquella famosa causa (artículo 274 de la Ley Federal de Reforma Agraria).
Luego entonces, la restitución de tierras se fincaba sobre los inmuebles de quienes
hubiesen despojado a los núcleos de población o sus causahabientes, y se entregaban
a los pueblos para que los disfrutaran bajo el régimen de propiedad social; es decir, que
dichos bienes no podían ser enajenados, cedidos, en todo o en parte, no podían tampoco
prescribir ni embargarse.
En la tramitación de los expedientes de restitución, al presentarse los títulos por
parte de la comunidad demandante, ante la Comisión Agraria Mixta, órgano
administrativo del Gobierno del Estado, se mandaba publicar la petición en el Periódico
oficial.
Después se ordenaban los estudios a la Secretaría de la Reforma Agraria, a través
del Departamento de Paleografía, para determinar la autenticidad de dichos títulos y si
resultaba que eran auténticos y si se comprobaba también la fecha y la forma de despojo,
76
acomodar a otra familia57. Nótese aquí, que el juicio privativo de derechos agrarios que
estableció el derecho agrario posrevolucionario, se basa históricamente en el derecho
consuetudinario indígena.
Por lo demás, tenemos así, que el derecho social agrario producto de la
Revolución, de alguna forma volvió al pasado remoto, buscando en los orígenes
prehispánicos y coloniales, el fundamento de la sustentación del nuevo orden legal y
político.
De ahí que las leyes reglamentarias del artículo 27 de la Constitución de 1917, así
como la jurisprudencia sobre el particular, de la quinta, sexta y octava épocas, que van
de los años de 1917 a finales de los años 80 del siglo pasado, hayan reconocido, como
derecho positivo, plena capacidad y personalidad jurídica a los núcleos de población
ejidal y comunal, tanto para demandar dotación o restitución de sus tierras, como para
poseerlas, administrarlas y aprovecharlas.
Más aún, a diferencia de la época de los gobiernos liberales, se reconoció esa
personalidad jurídica a las comunidades indígenas para aprovechar sus tierras que
tuviesen en posesión desde tiempo inmemorial y que las hubiesen conservado de
generación en generación, con título colonial o sin él; dándoles el mismo reconocimiento
a las comunidades de hecho que a las de derecho.
Por tanto, es imprescindible para el presente trabajo, a pesar de su extensión,
transcribir a continuación una jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, que hace sobre el particular, un análisis exegético del Derecho de propiedad de
las comunidades indígenas.
COMUNIDADES AGRARIAS DE HECHO Y DE DERECHO. PERSONALIDAD. En
relación con la distinción entre comunidades de hecho y de derecho, y
comunidades, verdaderas copropiedades sujetas al derecho civil, cabe efectuar las
siguientes consideraciones: La propiedad de los indios sufrió muchos ataques a
partir de la Conquista Española, pero al decir de algunos historiadores, la
propiedad más respetada fue la que pertenecía a los barrios (calpulli), propiedad
comunal de los pueblos. Sin embargo, cuando se empezó a legislar sobre la
propiedad, se ordenó respetar la de los indios y, por medio de varias disposiciones
se procuró organizarlas sobre las mismas bases generales que la sustentaban
indígenas de nuevas tierras, puesto que a expensas de las que antes tenían, se
formó la referida pequeña propiedad. Precisamente el conocimiento exacto de los
hechos sucedidos, nos han servido para comprender las necesidades
indeclinables de reparar errores cometidos. Es absolutamente necesario que en lo
sucesivo nuestras leyes no pasen por alto los hechos que palpitan en la realidad,
como hasta ahora ha sucedido; y es más necesario aún que la ley constitucional,
fuente y origen de todas las demás que habrán de dictarse, no eluda, como lo hizo
la de 1857, las cuestiones de propiedad, por miedo a las consecuencias. Así pues,
la nación ha vivido durante cien años con los trastornos producidos por el error de
haber adoptado una legislación extraña e incompleta en materia de propiedad,
preciso será reparar ese error para que aquellos trastornos tengan fin. Volviendo
a la legislación civil, como ya dijimos, no conoce más que la propiedad privada
perfecta; en los Códigos Civiles de la República apenas hay una que otra
disposición para las corporaciones de plena propiedad privada permitidas por las
leyes constitucionales; en ninguna hay una sola disposición que pueda regir ni la
existencia, ni el funcionamiento, ni el desarrollo de todo ese mundo de
comunidades que se agitan en el fondo de nuestra constitución social; las leyes
ignoran que hay condueñazgos, rancherías, pueblos, congregaciones, tribus, etc.;
y es verdaderamente vergonzoso que, cuando se trata de algún asunto referente
a las comunidades mencionadas, se tienen que buscar las leyes aplicables en las
compilaciones de la época colonial, que no hay cinco abogados en toda la
República que conozcan bien. En lo sucesivo, las cosas cambiarán. El proyecto
que nosotros formulamos reconoce tres clases de derechos territoriales que real y
verdaderamente existen en el país: la de la propiedad privada plena, que puede
tener sus dos ramas, o sea, la individual y colectiva; la de propiedad privada
restringida de las corporaciones o comunidades de población y dueñas de tierras
y aguas poseídas en comunidad, y la de posesiones de hecho, cualquiera que sea
el motivo y condición. A establecer la primera clase van dirigidas las disposiciones
de las fracciones I, II, III, V, VI y VII, de la proposición que presentamos; a
restablecer la segunda van dirigidas las disposiciones de las fracciones IV y VIII; a
incorporar la tercera con las otras dos van encaminadas las disposiciones de la
fracción XIII”. La iniciativa anteriormente citada, previo dictamen y discusión, se
aprobó con modificaciones y pasó a ser el artículo 27 de la nueva Constitución. La
fracción IV de la iniciativa pasó a ser la fracción VI del texto, que fue aprobado en
los siguientes términos: “VI. Los condueñazgos, rancherías, pueblos,
85
58 Jurisprudencia número 436, consultable en la página 767, de la segunda parte, Séptima Época del
Apéndice al Semanario Judicial de la Federación. El resaltado en negro del texto es nuestro.
59 CASILLAS, Jaime (1976). Película Chicano, Conacite 2, México, visible en el portal:
https://www.filmaffinity.com/es/film850634.html
87
demandaron, en el fuero local, ya en los años sesenta del siglo XX, su derecho a la
posesión, ante los reclamos de agricultores particulares norteamericanos. El litigio
judicial, en algunas ocasiones pasó a la resistencia armada de los comuneros en defensa
de su patrimonio colectivo, pero finalmente, en resolución de la Corte Suprema de la
Unión, aquella comunidad obtuvo la confirmación de sus bienes comunales, para
poseerlos y aprovecharlos en común, tal como lo venían haciendo desde tiempo
inmemorial.
La resolución definitiva de la Suprema Corte de los Estados Unidos de
Norteamérica, se fundó, en lo esencial, en el derecho de posesión que venían ejerciendo
los naturales de aquella tierra y que contaban, además, con el título que les fue expedido
por las autoridades de la colonia. Pero, además, en el artículo segundo del Tratado
Guadalupe-Hidalgo, que hasta ese entonces -1969-1970-, no había sido derogado,
anulado o dejado sin efecto legal por ninguna de las cámaras de senadores de los países
firmantes.
El asunto antes comentado, nos pone de relieve, en primer lugar, el hecho de que,
la institución de los bienes comunales, rebasa y ha rebasado las fronteras nacionales, y
en segundo, que aún en la actualidad, sobre todo en México, no puede tener solamente
un abordaje de derecho escrito positivo, sino también histórico, sociológico y de reflexión
y acaso de aplicación de principios generales del derecho tales como la equidad y no se
diga de derecho consuetudinario -tal como lo apunta el español Alejandro Nieto-, y que
en los Estados Unidos de Norteamérica, cuyo caso se ha analizado y cuyo sistema
jurídico no se basa, en lo fundamental, en el derecho escrito, sino precisamente en la
costumbre y en la Equity.
Ese asunto judicial que se muestra en el filme mexicano, nos debe reafirmar la
convicción de la necesidad de preservar esa añeja institución que va ligada a la historia
de México, a su cultura y, sobre todo, a su identidad; misma que en tiempos actuales
parece palidecer y en proceso de extinción, bajo los embates del neoliberalismo.
Pero no solo para los bienes comunales existen instituciones de corte tutelar y
eminentemente social, sino para los derechos agrarios en general; así, son de mencionar,
88
60Jurisprudencia visible en la página 27, de la Segunda Sala, Séptima Época, Volumen 205-216, Tercera
Parte del Semanario Judicial de la Federación.
90
61Tesis visible en la página 23, Volumen 76, Tercera Parte, Séptima Época del Semanario Judicial de la
Federación.
91
62Jurisprudencia visible en la página 85, Volumen 43, Primera Parte del Semanario Judicial de la
Federación.
93
el principio de que la parcela debe ser la unidad económica suficiente para dar
sustento a la familia campesina. Esta consideración se confirma mediante el
análisis de los artículos 17 y 18, de la citada Ley Agraria, que aunque no prohíben
la división parcelaria de manera directa, sí la evitan, pues el primero consigna que
el ejidatario puede designar a quien deba sucederle en sus derechos sobre la
parcela, pero siempre lo señala en singular, sea su cónyuge, su concubina o
concubinario, uno de sus hijos, uno de sus ascendientes u otra persona, además
de que los enlistados están sujetos a un orden preferencial, de modo que el anterior
posterga a los demás, lo que confirma la consideración de indivisibilidad. El
segundo de dichos preceptos prevé la posibilidad de que el ejidatario no haga
designación de sucesores, o que ninguno de los señalados en la lista de herederos
pueda heredar por imposibilidad legal o material, y establece que en tales casos,
los derechos agrarios se transmitirán de acuerdo con el orden de preferencia, pero
siempre se otorgan los derechos sucesorios a una sola persona, siendo importante
observar que en los casos en que haya pluralidad de herederos, éstos gozarán de
tres meses a partir de la muerte del ejidatario para decidir quién de entre ellos
conservará los derechos ejidales, pero en caso de no ponerse de acuerdo, el
tribunal agrario proveerá la venta de dichos derechos ejidales en subasta pública
y repartirá el producto por partes iguales, entre las personas con derecho a
heredar, lo cual viene a reiterar el criterio de que la ley evita la división de la
parcela63.
63Jurisprudencia aprobada por la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, resultado
de la contradicción de tesis número 57/2001, publicada en el Semanario Judicial de la Federación, en el
Tomo XIV, octubre de 2001, p. 400.
95
64Tesis consultable en la página 1542, Tomo XXII, Julio de 2005, Novena Época del Semanario Judicial
de la Federación y su Gaceta
96
CAPÍTULO TERCERO
EL NEOLIBERALISMO Y LA REFORMA CONSTITUCIONAL DE 1992
En apartados anteriores, vimos que una de las consecuencias inmediata y directa del
movimiento revolucionario de 1910, lo fue el aspecto del reparto agrario, que conllevó,
desde luego, el fraccionamiento del latifundio y con ello la liquidación de la clase
aristócrata terrateniente que heredó sus privilegios desde la colonia y que consolidó su
patrimonio durante la era liberal e independiente.
Obviamente que todo aquel impulso social y político de la Revolución, tuvo que
generar, a su vez, nuevas formas jurídicas y, desde luego, políticas, que le dieran
sustento a esas medidas sociales de reivindicación; formas que ya no podían ser las que
utilizó la corriente liberal-individualista, puesto que ahora, las acciones eran de corte
social para beneficio de las clases que por generaciones habían permanecido al margen
del progreso.
En ese sentido, en el aspecto del derecho agrario, como igualmente lo dijimos, en
México se generó toda una corriente novedosa que influenció a no pocos países del
mundo, en especial en Latinoamérica, como Guatemala, Chile, Nicaragua, Cuba, entre
otros; e incluso, para la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, mediante
la cual se conformó una nueva división de las normas jurídicas, las que, como es sabido
para el mundo de los juristas, se venían agrupando en dos grandes campos temáticos a
saber: en derecho público por un lado y derecho privado por el otro, sin que hubiera lugar
para otra clase de normas que no fueran las del derecho civil y el mercantil, por una parte,
y por la otra, aquellas provenientes de la relación del Estado con los particulares,
conformadas por los derechos constitucional, penal, administrativo, fiscal, etcétera.
En otras palabras, de acuerdo con la tradición continental europea y, sobre todo,
con la influencia de la ilustración, solo se pensó, por parte de los juristas, en homogenizar
a los habitantes de un Estado-Nación, bajo las premisas de una regulación constitucional
98
que pretendió igualar a todos frente al orden legal, sin que existiera la posibilidad de
regulación jurídica a favor de grupos, pueblos o sectores de la población nacional, con
características étnicas, culturales, sociales y económicas diferentes.
A partir del movimiento revolucionario en análisis, surgió en México la necesidad
de reglamentar no solo las acciones concernientes al reparto de tierras a campesinos
carentes de ellas; de restitución y confirmación de bienes comunales a las comunidades
indígenas y de definición de derechos laborales a la clase obrera, sino también la de
generar un conjunto de normas que, al mismo tiempo que establecieran el derecho de
los sujetos titulares de aquellos beneficios y el procedimiento para ejercer las acciones,
también se conformara un nuevo orden jurídico basado en los derechos humanos de
segunda generación, es decir, en aquellos que ya no fueran solamente los referentes a
la persona física, sino los que corresponden a grupos sociales específicos, como por
ejemplo, los núcleos de población ejidal o comunal, los obreros y sus organización
sindical.
Por eso se afirma que, a partir de la Revolución de 1910, se genera una nueva
concepción del derecho y su división clásica, para dar origen al conocido Derecho social,
dentro del cual, para el objetivo de nuestro trabajo, encontramos, como un componente
genuino, al derecho agrario y, dentro de éste, a su vez, la reglamentación de los bienes
comunales y de las propias comunidades indígenas, así como los derechos de sus
integrantes, y a últimas fechas, lo que se ha denominado como el nuevo Derecho
Indígena, producto de la reforma constitucional de 2001, mediante la que se les reconoce
autonomía y autodeterminación a los pueblos tradicionales, entre otros aspectos que
serán analizados con posterioridad.
le iniciaba juicio privativo de sus derechos al infractor, ante tribunales administrativos que
dependían del poder ejecutivo y no del judicial.
En otras palabras, ante una violación real o aparente, los campesinos podían
quedar sujetos a la privación de su patrimonio, de ahí que el control por parte del Estado,
en ese rubro, fue prácticamente total.
Además, aparte de aquellos injustos juicios privativos, si un campesino o un núcleo
agrario requería de créditos o insumos productivos, para poderlos obtener, era requisito
casi indispensable que lo hicieran por medio de la central oficial perteneciente al partido
de Estado; de otro modo las gestiones eran prácticamente imposibles. Incluso, las propias
solicitudes de tierras, que igualmente no estuvieran dirigidas por dicha central, no tenían
posibilidad de prosperar.
La fuerza de la figura presidencial y del Estado encarnado en el partido único, se
manifestó también en la interpretación que los juristas e incluso los Ministros de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, hicieron de las disposiciones constitucionales y
de las leyes secundarias, sobre todo en materia de derecho social, que era el que más
prominentemente reflejaba el corporativismo, por las razones ya apuntadas, sobre todo
de la quinta a la séptima épocas, y así nos lo comenta puntualmente el doctor José
Ramón Cossio, Ministro en retiro de la Corte, en la siguiente reflexión:
[…] Una primera característica, es que las normas constitucionales, que en una
primera época se estudiaban exegéticamente y con poca relación a las teorías
constitucionales que se decía iban a ser seguidas, poco a poco comenzaron a ser
explicadas a partir de las “exposiciones de motivos” utilizadas por el presidente de
la República para justificar su iniciativa de reformas. Tal como se señaló respecto
de los juzgadores, los juristas desconocieron su posición de intérpretes de los
preceptos, para delegar la determinación de los sentidos en los señalamientos
explícitos de las exposiciones de motivos de las iniciativas de reforma presentadas
por el presidente. En realidad, y a pesar de haberse constituido una ideología
revolucionaria para justificar la dominación que el régimen realizaba a partir de la
Constitución, los juristas interpretaban esta última en “términos presidenciales” [...]
las normas constitucionales, y particularmente las de contenido social, perdieron
102
66 COSSÍO DÍAZ, José Ramón (2005). Dogmática Constitucional y Régimen Autoritario. México: Coyoacán,
1ª ed., 3ª reimp., pp. 68-75.
67 COSSÍO DÍAZ, José Ramón (2002). Problemas del Derecho Indígena en México. México: Comisión
Por otro lado, la clase campesina que, durante la revolución y posrevolución, era
mayoritaria, dejó de serlo, y para aquella década de 1980, solo representaba menos del
30 por ciento de la población total del país. La mayoría de la gente vivía ya en los centros
urbanos, habiendo engrosado las filas del proletariado citadino, los cinturones de miseria
y muy pocos las de la clase media.
En ese orden de ideas, la alianza histórica que el Estado y su partido había
prohijado con los campesinos, ya no le resultaba necesaria al primero y ante las presiones
de la globalización económica, hubo de girar hacia la derecha, esto es, hacia una posición
ideológica y política de corte privatizador y empresarial, alejándose así de los principios
del derecho social.
La escisión del PRI con las clases sociales mayoritarias del país, se evidenció
durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, bajo el cual se genera toda una
estrategia económica a favor del grupo empresarial dominante, privatizándose
importantes empresas otrora estatales como la Compañía Nacional de Subsistencias
Populares, Liconsa y otras más del rubro de las telecomunicaciones, que se subastaron
a la iniciativa privad.
Pero en cuanto a la tenencia de la tierra se refiere, tenemos la reforma
constitucional de 1992, que coincide con la firma del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte, bajo cuyo esquema se modifica substancialmente el contenido del
derecho agrario y se aniquilan igualmente las empresas de naturaleza social.
La Influencia de la caída del muro de Berlín, en Alemania, en el año de 1989,
parece ser -o así nos lo pretende hacer ver la política liberal- el fin de las aspiraciones
sociales de las mayorías; pues los países otrora socialistas, pretendiendo ingresar al
régimen liberal de la economía de mercado; descubrieron rápidamente que, el
capitalismo, no tienen nación ni tiene corazón, y que a veces, la propia democracia no
alcanza a cubrir la miseria de quienes no pueden comprar y la de aquellos que emigran
por preservar la vida de su familia.
En México nos ufanábamos de nuestra economía mixta, aunque en los hechos
teníamos y tenemos una potencial dependencia de los vecinos del norte. La geografía y
la maldición nos persiguen y nos perseguirán por mucho tiempo. “Pobre de México, tan
104
lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”68. En fin, en unas formas de propiedad
éramos socialistas y en otras definitivamente capitalistas. Terminaron por vencer las
segundas.
Sobre la política económica de los países latinoamericanos y, en especial México,
se debe destacar que, se encuentran algunos paralelismos con los Estados antes
socialistas de Europa, con su debida proporción; puesto que, en nuestro país, con la
revolución social de 1910, se transformó a la población, en cuanto al reparto de la tierra
se refiere, dado que se desterró a la clase aristócrata terrateniente que sostuvo a Porfirio
Díaz por más de 30 años en el poder. En su lugar, se crearon ejidos en toda la República
y se confirmaron las posesiones de los territorios de los indígenas, que los habían
poseído desde tiempo inmemorial.
A diferencia de la entonces Unión Soviética, en donde el Estado era, en última
instancia, el propietario de la tierra, mientras que los campesinos lo eran solo del
usufructo, y a veces controlado; en México los propietarios de las tierras, aguas, montes
y sierras, son los propios ejidos y comunidades. En este aspecto, el Estado mexicano
surgido de la revolución, aplicó, en el reparto agrario, un verdadero Estado social, con
tendencias marcadamente socialistas y comunitarias.
Tanto en Rusia como en México, sus partidos fuertes surgieron de una revolución
social en la que, de hecho, pasaron del sistema feudalista de producción, a un régimen
con proyecto socialista; por ello, ambas regiones tuvieron partidos fuertes y únicos, pues
se consideraba, no sin acierto, que la democracia liberal y burguesa, no era suficiente
para mejorar las condiciones de vida del proletariado; por lo que, a la postre, al
consolidarse el culto al poder, la democracia participativa solo se simulaba.
Ambos pueblos, ante los empujes del neoliberalismo, ingresamos plenamente a la
economía de mercado y al liberalismo económico y, ambos también, hemos sido
invadidos por completo por la economía globalizada y su régimen financiero y, a la vez,
pretendimos “nacionalizar” la democracia liberal, sin darnos cuenta que ésta nació coja,
haciéndose depender de la ley de la oferta y la demanda. Por eso es que la democracia
68Frase popularizada por el general Porfirio Díaz Mori, escrita por Nemesio García Naranjo, vid Barragán,
Mélany, “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, La Opinión, visible en el
portal: https://laopinion.de/2019/06/13/pobre-mexico-tan-lejos-de-dios-y-tan-cerca-de-estados-unidos/
(consultado: 28/08/2020).
105
en nuestros tiempos y en nuestros países, nos queda a deber en más pobreza, más
emigración y criminalidad perpetua.
La alternancia democrática, a partir de la primera derrota en el año 2000, del
partido de Estado, es decir, el PRI, e incluso con gobiernos estatales salidos de la
izquierda, no mejoró ni siquiera mínimamente las condiciones de marginación y miseria
de las mayorías, ni la caída de la clase media. Al respecto, Alain Touraine, manifiesta:
[…] pero esta política económica (la de libre mercado), si bien estuvo de acuerdo
con un retorno a las elecciones libres, no hizo por eso que se invirtiera la tendencia
al aumento de la marginación y el crecimiento del sector informal de la economía.
Los pobres se han hecho más pobres, amplios sectores de la clase media
tradicional (docentes, funcionarios, etc.) han visto deteriorarse gravemente su
situación, en tanto que los ricos conservaban sus posesiones y se beneficiaban
con la explotación masiva de capitales, suministrados frecuentemente por el
endeudamiento exterior de sus países […]69.
69TOURRAINE, Alain (1994). Crítica de la Modernidad, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, p. 329.
70ALCARAZ, Yetelanci (2019). “El Muro de Berlín sigue en pié”, en: revista Proceso, Nº 2245, México, 22
de noviembre de 2019.
106
todo los que son a cargo del Estado; éste, bajo tales políticas, debe despojarse de las
empresas paraestatales y de los programas de mejoramiento y bienestar públicos, hasta
donde sea posible.
El Estado neoliberal, no debe ejercer control ni rectoría sobre los aspectos de la
economía de los gobernados, sobre todo de la empresa privada. La educación, hasta
donde sea posible, debe dejar de estar controlada y financiada por el poder público y, por
el contrario, así como la organización de la economía, la propiedad, el comercio y las
finanzas, debe auspiciarse e incentivarse por el interés privado y particular.
Bajo este modelo, se debe permitir el libre juego de la oferta y la demanda y todo
o casi todo, debe ser susceptible de estar en el mercado. De esta forma, las instituciones
de salud pública, que han sido controladas y dirigidas por el Estado, con aportaciones de
los trabajadores, bajo el sistema neoliberal, se pretende que sean reducidas a la iniciativa
privada.
Resulta obvio advertir, que las políticas económicas y sociales antes señaladas,
las propias exigencias del Tratado de Libre Comercio, así como la posición muy particular
de nuestros vecinos del norte, han orientado e influido profundamente en las decisiones
de la política económica particular de nuestro país, sobre todo en el período de gobierno
de Salinas de Gortari.
También resulta lógico deducir, que, en países altamente desarrollados como los
Estados Unidos y Canadá, las privatizaciones, tal como las vimos, no resultan en un
perjuicio ostensible para las clases trabajadoras, las que, dadas sus condiciones
laborales y sus percepciones, muy superiores a las de los trabajadores de México, están
en posibilidades de contratar servicios médicos particulares, educación y, en general, una
óptima seguridad social. Por lo demás, en Canadá, toda la salud pública, para todas las
clases sociales, al igual que en Inglaterra, la imparte solamente el Estado, con una calidad
óptima, exenta de burocratismo.
Por otro lado, la política económica de esos estados desarrollados, generalmente
se orienta hacía la producción de satisfactores materiales, y debido a su alta tecnificación
e industrialización, la exportación de sus productos es una de las actividades más
atractivas y redituables; exportación que se hace, principalmente, a países
subdesarrollados como México, que no sólo recibe productos comerciales, sino dólares
107
que tendrá que pagar con réditos elevadísimos y políticas económicas que no nos han
correspondido.
Bajo esta influencia de la política económica internacional, el aspecto de la
tenencia de la tierra en nuestro país, va sufriendo transformaciones impulsadas por este
nuevo orden, que, al igual que todos los bienes y productos, se espera que de igual forma
esté en el mercado, que desaparezcan los candados legales que limitan su entrada al
libre juego de la oferta y la demanda.
Tal como lo estatuyó el constituyente de 1917, la tierra con características sociales
ya no resulta competente ni productiva; habrá que “liberarla”. Precisamente, para que
México esté en condiciones de firmar el tratado de libre comercio, debe tener condiciones
materiales y estructurales semejantes a las de sus futuros socios. Allá, en los países del
norte, la tenencia de la tierra se rige bajo el régimen de plena propiedad, se puede vender
y adquirir libremente, sin más limitaciones que las impuestas por el derecho común y las
formalidades existentes.
Es indudable que las reformas constitucionales del 6 de enero de 1992, son
inspiradas en gran medida por estas nuevas políticas tecnocráticas, pues, aunque tales
reformas hayan sido, en algunos casos para bien, sería ingenuo sostener lo contrario.
Sin embargo, también es indudable que, dadas las circunstancias reales e
históricas que privaban en el campo, esas transformaciones eran necesarias, en otros
aspectos, sobre todo si se toma en cuenta la inexistencia material de tierra para ser
dotada y la consecuente incertidumbre jurídica entre los hombres del campo, bajo
expectativas de recibir una tierra que legalmente ya no podía ser considerada como
afectable, pues para 1980, la tierra laborable en el país, estaba, en su gran mayoría, más
del setenta por ciento, en manos de ejidatarios y comuneros, y el resto en la pequeña
propiedad, en el minifundio y en la propiedad nacional y de los municipios.
Por otro lado, tal como lo apuntamos al principio, los efectos de esa incertidumbre
se traducían y traducen aún, en una merma considerable en la producción de granos
básicos y productos agropecuarios en lo general, aunado al control político que se ejercía
y que aún subsiste inercialmente sobre ejidatarios y comuneros, que bajo una extorsión
real vivían con el temor latente de ser privados de sus derechos agrarios cuando rentaban
o trataban de enajenar su parcela.
108
Sobre lo anterior, es importante precisar, tal como se apuntó con antelación, que
los efectos de la globalización comercial y financiera, así como de la ideología neoliberal,
han sido sumamente perjudiciales para los ejidos y sus integrantes, dado que no son
pocos los núcleos que en el país han otorgado la propiedad de sus tierras de uso común
a sociedades mercantiles, y en lo concerniente a los ejidatarios, cuando sus parcelas se
encuentran aledañas a las manchas urbanas, realizan ventas indiscriminadas de parte
de sus parcelas, incluso contraviniendo la misma formalidad legal, ocasionando con ello
inseguridad jurídica a los adquirentes y, consecuentemente, graves conflictos sociales,
amén del deterioro ecológico por el cambio en la vocación de la tierra.
En este nuevo esquema legal, los límites a la pequeña propiedad quedan igual que
como lo establecía el anterior artículo 27 constitucional, es decir, cien hectáreas de riego,
doscientas de temporal, y sus equivalencias por cuatro de agostadero y ocho en terrenos
áridos. Esos límites a la propiedad particular, también son fijados para los ejidatarios,
quienes no pueden tener más tierras que las señaladas para la pequeña propiedad,
siendo acumulables para determinarla, en todo caso, las tierras de régimen ejidal y las
de dominio pleno.
En caso de que a un propietario particular o a un ejidatario le resulte alguna
excedencia, tienen un año para enajenarla o bien, la Procuraduría Agraria o la Secretaría
de la Reforma Agraria, mediante el procedimiento respectivo, deben proceder a su venta
en pública subasta. De esta forma, de acuerdo con la exposición de motivos del decreto,
en la forma solamente, se pretende evitar el resurgimiento del latifundio.
El aspecto medular y trascendente del nuevo artículo 27, lo encontramos en la
supresión definitiva de la posibilidad del reparto agrario; y por lo que ve a las demás
acciones, sólo quedan subsistentes la de restitución de tierras, bosques y aguas a los
núcleos de población, contra actos de autoridades administrativas o jurisdiccionales,
fuera de juicio, o contra actos de particulares, así como el reconocimiento de régimen
comunal, esta última más bien como una acción declarativa y no como controversia
propiamente dicha.
Bajo esta normatividad agraria, se suprime totalmente el polémico juicio privativo
de derechos agrarios en contra de ejidatarios, al despenalizarse o desaparecer las
causales de esa privación. Así, los ejidatarios ya están en posibilidad legal de enajenar
sus derechos parcelarios a otros ejidatarios o vecinos del núcleo, así como dar su parcela
en arrendamiento, mediería o aparcería, sin que para tales actos se requiera de la
autorización ni de la asamblea ni de los representantes ejidales, cubriendo solamente los
requisitos establecidos en la nueva Ley Agraria.
Tanto los ejidatarios en lo individual, tratándose de sus parcelas, como el núcleo
agrario en general, en relación con los bienes de uso común del ejido, pueden asociarse
con otros ejidatarios o con terceros para la explotación de sus bienes, para lo cual,
también, a diferencia de la anterior legislación, ahora ya se puede dejar en garantía el
producto de las tierras.
Aunque se dispone que las tierras de uso común constituyen el sustento
económico y social de la vida en comunidad y que esta es inalienable, imprescriptible e
inembargable, pretendiéndose con ello preservar el espíritu ancestral y colectivo de la
tenencia de la tierra entre indígenas y mestizos; sin embargo, inmediatamente después
se establece la posibilidad de que el ejido o la comunidad, con las formalidades previstas
112
será también para aquellas; disponiéndose expresamente en la Ley Agraria, que los
indígenas deberán contar con traductores en la tramitación y defensa de sus derechos.
Sobre el aspecto de las comunidades indígenas, tal como se verá en apartados
posteriores, diversos artículos constitucionales de reciente reforma, han ampliado la
gama de sus derechos humanos de corte individual y cultural, reconociendo su capacidad
de autonomía y su regulación jurídica consuetudinaria, lo que obviamente les quedó a
deber la revolución y que ahora se pretende reivindicar a su favor.
Las actuales instituciones jurídicas para el medio rural, son aquellas de carácter social y
político; las administrativas y judiciales, así como las jurídico-procesales, tal como
aconteció con el anterior marco constitucional.
Producto del nuevo marco jurídico, nacen también las nuevas instituciones
administrativas y judiciales encargadas de la procuración e impartición de la justicia
agraria. Bajo esta normatividad, desaparecen las competencias y varias de las anteriores
autoridades administrativas encargadas de la aplicación de la ley de la materia. Ni los
116
demás órganos del poder judicial y respecto de los demás poderes, para conocer y
resolver lo que la ley les encomienda, así como para ejecutar sus disposiciones.
Los Tribunales Agrarios no sólo sustituyen históricamente a los titulares del poder
ejecutivo en el ámbito de la impartición de la justicia agraria, esto es a los gobernadores
de los Estados y al presidente de la República, sino también a las Comisiones Agrarias
Mixtas y al Cuerpo Consultivo Agrario y, más aún, le quita varias de las atribuciones que
antes tenía el secretario de la Reforma Agraria.
Los Tribunales Agrarios se componen por un Tribunal Superior Agrario y los
Tribunales Unitarios Agrarios de Distrito. El Tribunal Superior tiene su sede enel la Ciudad
de México y se compone y constituye de cinco magistrados numerarios, uno de los cuales
será el presidente, mientras que los Tribunales Unitarios estarán a cargo de un
Magistrado titular y de acuerdo con el decreto respectivo, las sedes de estos se ubican
generalmente en la capital de los estados de la República, pudiendo tener un Estado dos
o más tribunales y distritos.
Los Magistrados, tanto del Superior como de los Tribunales Unitarios, aparte de
cumplir con los requisitos personales y profesionales establecidos, son nombrados por la
Cámara de Senadores o por la Comisión Permanente, en receso de aquella, a propuesta
del presidente de la República.
El Tribunal Superior Agrario, contará además, con un Secretario General de
Acuerdos, un Oficial mayor, un director General de Asuntos Jurídicos, la Contraloría
Interna, actuarios y peritos, así como el demás personal que autorice el presupuesto. Los
Tribunales Unitarios de distrito, cuentan con un Secretario de Acuerdos, Secretarios de
Estudio y Cuenta, unidades jurídicas, administrativa y de control de procesos y actuarios.
Tanto el Tribunal Superior Agrario, como los unitarios, hasta la fecha, cuentan con
facultades y competencias definitivas, habiendo tenido transitorias hasta el año 2000. En
lo tocante al Tribunal Superior, tuvo como competencia transitoria el emitir las
resoluciones definitivas que ya no pudo dictar el presidente de la República, en los
expedientes de dotación, ampliación de ejidos y nuevos centros de población; por lo que
ve a la competencia propiamente definitiva, dicho tribunal, considerado de alzada,
resuelve de los Recursos de Revisión en contra de las resoluciones de los tribunales
unitarios, pero sólo en los casos establecidos en la legislación de la materia.
118
3.3.3. Principales figuras jurídicas y procesales: las nulidades de actos y contratos que
contravienen las leyes agrarias; las enajenaciones de derechos parcelarios y la prescripción
adquisitiva
Ahora bien, en tratándose de las nulidades relativas, la misma doctrina nos dice
que, como su nombre lo indica, sus efectos son relativos y pueden confirmarse con el
72Tesis visible en la página 116, Séptima Época del Semanario Judicial de la Federación, Tercera Sala,
Séptima Época, volumen 205-216, Cuarta Parte.
121
tiempo, mientras que las absolutas jamás podrán convalidarse. Estas, por tanto, pueden
invocarse por cualquier interesado.
[…] La nulidad se produce, en los actos que han nacido en el mundo jurídico por
reunir las condiciones especiales de existencia, pero defectuosos o imperfectos
por no reunir los requisitos de validez que señala el artículo 1795 Código Civil para
el Distrito Federal: capacidad, ausencia de vicios de la voluntad, licitud en el objeto
y forma […] La nulidad absoluta se produce ipso iure; el acto afectado por ella no
tiene efectos jurídicos; puede ser invocada por cualquier interesado, y la acción en
que se haga valer no se extingue ni por renuncia, confirmación, ratificación
prescripción o caducidad […] La nulidad relativa permite que el acto afectado
produzca efectos jurídicos en tanto no ha sido decretada, pero dichos efectos
pueden destruirse por la aplicación retroactiva de la sentencia en que se decrete
la nulidad; sólo puede hacerse valer por la persona en cuyo favor se haya
establecido; el acto puede convalidarse por confirmación, ratificación o renuncia, y
la acción puede prescribir o caducar. Para la legislación francesa esta teoría resultó
incompleta de ahí que surgiera el concepto de inexistencia y, con él, la teoría
tripartita [...] En este tipo de nulidades -las absolutas- los actos no producen efectos
y no es necesario ejercitar ninguna acción para hacerla valer, en caso de
controversia el juez se concretará a comprobar dicha nulidad; tampoco podrían
convalidarse ni por prescripción, caducidad o confirmación, pudiendo ser invocada
por cualquier persona […]73.
del derecho social agrario surgido de la revolución, con relación a los contratos en materia
agraria, con el fin de entender la génesis de las acciones de nulidad.
Bajo aquella legislación, la mayoría de los contratos que se regulan en materia
civil, eran inexistentes; pues así lo disponían expresamente los artículos 52, 53, 75 y 76.
Son justamente los contratos, como expresión genuina del derecho civil patrimonialista,
heredero a su vez del sistema liberal-capitalista, los que, a juicio de los juristas del
derecho social revolucionario, deben evitarse, pues esos actos generaron la
concentración de la tierra en unas cuantas manos, desde antes de la independencia y
hasta la revolución, en detrimento de las posesiones comunales.
En especial, los artículos en mención, reputaban las tierras de los núcleos de
población en general y de los ejidatarios y comuneros en particular, como inenajenables,
inalienables, inembargables e imprescriptibles. Es decir, las parcelas ejidales y las tierras
de los núcleos agrarios, bajo la anterior legislación, jamás podían prescribir ni venderse
a favor de persona física o moral alguna, ni tampoco embargarse, ni siquiera sus frutos.
Solamente podían salir del régimen agrario, por expropiación por causa de utilidad
pública.
Así, de conformidad con el derecho tutelar de anterior vigencia, estaban pues
totalmente prohibidos y más aún tildados de inexistentes y nulos de pleno derecho, los
contratos de enajenación de derechos parcelarios; por lo que cualquier acto que tuviera
por objeto enajenar directa o indirectamente tierras de los ejidos y de las comunidades y
de los ejidatarios y comuneros en lo particular, eran simplemente inexistentes. Tal
consideración estuvo vigente hasta el 27 de febrero de 1992.
Para los casos en que el ejidatario o comunero, autorizara o tolerara de cualquier
forma la enajenación de la totalidad o de parte de su parcela, no solo era nulo el acto,
sino que se hacía acreedor a que se le siguiera juicio privativo de sus derechos agrarios.
En lo tocante a los contratos que implicaran el trabajo indirecto de la parcela por
terceras personas, como son la aparcería, el arrendamiento y cualquier otro acuerdo de
voluntades al respecto, igualmente se encontraban tajantemente prohibidos para los
ejidatarios y comuneros. Sin embargo, existían excepciones que el propio artículo 76, de
la LFRA74 establecía, en materia de contratos del trabajo indirecto de las parcelas; a
saber: I. Mujer sola con familia a su cargo; II. Menores de 16 años que hubiesen heredado
derechos agrarios; III. Incapacitados y IV. Labores que el ejidatario no pudiera realizar
oportunamente, aunque dedique todo su esfuerzo (ejemplo: caña de azúcar, vid y otros).
Tampoco podían existir contratos mediante los cuales un ejidatario adquiriera o
acumulara dos o más derechos agrarios individuales. La excepción era solo cuando al
llegar al matrimonio o en unión marital, el marido y la mujer ya disfrutaran cada cual de
su parcela. El acaparamiento estaba prohibido (artículo 78). En caso de que se violara
esta disposición, el acaparador podía ser privado de sus derechos (artículo 85 fracción
IV).
De los contratos que se encontraban permitidos por la LFRA, tenemos el de
permutas de unidades de dotación entre ejidatarios dentro del mismo ejido. Sólo era
permitida cuando se autorizaba por la asamblea de ejidatarios y se notificara a la
Secretaría de la Reforma Agraria. Existe tesis de jurisprudencia en el sentido de que
cuando no se cumplieran esos requisitos, era nula esa permuta.
Ahora bien, las controversias que se suscitaran por la interpretación de los
contratos, se dirimían ante la Comisión Agraria Mixta, mediante el conocido juicio de
nulidad de actos y documentos que contrvinieran las leyes agrarias (artículos 406 al 412
de la Ley Federal de Reforma Agraria).
Por el contrario, ahora, con la reforma constitucional de 6 de enero de 1992, para
bien o para mal, las tierras ejidales ingresaron al concurso del MERCADO. Los contratos
de enajenación de derechos parcelarios, se regulan actualmente por el artículo 80 de la
Ley Agraria. Sus peculiaridades son que, solo se pueden enajenar parcelas delimitadas
en términos del artículo 56 de dicha ley. Las enajenaciones únicamente proceden sobre
la totalidad de la o las parcelas que formen unidad topográfica, puesto que la Constitución
y la Ley prohíben la división y fraccionamiento de las parcelas ejidales. Los actos y
contratos que contravengan este principio, que tienen su origen en el derecho social
agrario, son nulos de pleno derecho.
Las enajenaciones deben hacerse solamente a favor de OTROS EJIDATARIOS O
AVECINDADOS DEL NUCLEO. De no ser así, la jurisprudencia ha establecido que el
acto es nulo porque se debe proteger la integridad social y comunal de los núcleos de
población. Para la validez del contrato, no se requiere la autorización ni de la asamblea
ni del comisariado, porque se pretende evitar el cacicazgo y el injusto intermediarismo.
124
Solo se requiere la conformidad por escrito de las partes ante dos testigos. Además, se
deberá notificar al Registro Agrario Nacional e informar al comisariado ejidal.
De conformidad con el propio artículo 80, se debe otorgar el derecho del tanto a
favor del cónyuge e hijos del enajenante, pues si no se otorga, la venta podrá ser anulada.
Tratándose de cesiones gratuitas, no es necesario que se otorgue el derecho del tanto,
porque no se trata de beneficio económico alguno; pero sí se trata de ocultar una venta,
ésta también podrá ser anulada si se acredita. Tratándose de enajenación a favor de uno
de los hijos, tampoco es necesario el derecho del tanto. Así lo ha dispuesto la siguiente
tesis de la Corte:
DERECHOS PARCELARIOS. EL DERECHO DEL TANTO SÓLO OPERA
CUANDO SU TRANSMISIÓN SE REALIZA A TÍTULO ONEROSO. De la
interpretación armónica de lo dispuesto en los artículos 20, fracción I, 60, 80, 83,
84, 85 y 86 de la Ley Agraria, se concluye que para la validez de la enajenación
de derechos parcelarios a título oneroso, resulta indispensable que se notifique
al cónyuge e hijos del titular de esos derechos, a efecto de que estén en
posibilidad de ejercer el derecho de preferencia previsto por el legislador so pena
de nulidad de la venta que se efectúe en contravención a éste, sin que tal
prerrogativa resulte procedente tratándose de la transmisión de derechos a título
gratuito, pues tal aseveración no encuentra apoyo en precepto jurídico alguno de
la ley de la materia ni en la naturaleza del derecho preferencial derivada de
diversas disposiciones de la legislación común, supletoria de la Ley Agraria, en
términos del artículo 2o. de ese ordenamiento, entre las que destacan las
contenidas en los artículos 771, 950, 973, 974, 1292 y 2706 del Código Civil
Federal, que regulan el derecho del tanto y en los que se advierte, como
denominador común, que las operaciones en que se concede ese beneficio son
a título oneroso, estableciendo ese derecho de preferencia a favor, entre otros,
de los propietarios de predios colindantes cuando conforme a la ley pueda
enajenarse una vía pública, de los copropietarios, coposeedores, herederos,
compradores, arrendatarios, familiares y socios a efecto de que opten por
adquirir, en igualdad de condiciones a un tercero, un bien o parte de éste que
deseen enajenar. Lo anterior permite concluir que en materia agraria debe operar
el mismo principio inherente al derecho del tanto, esto es, referirse a operaciones
donde existe una contraprestación a título oneroso, en virtud de que el ejercicio
de esa prerrogativa supone el cumplimiento, por parte del beneficiado, del precio
125
del bien que se enajena, tal como lo reitera el contenido expreso y literal del
artículo 80 de la Ley Agraria. Además, en el supuesto de que el ejidatario realizara
operaciones a título gratuito, de mala fe y en perjuicio de su cónyuge e hijos,
éstos en ejercicio de las acciones derivadas de la donación o de la simulación,
previstas en las disposiciones civiles supletorias, podrán solicitar ante el tribunal
correspondiente la declaración de que tales operaciones son inoficiosas o
nulas75.
75Jurisprudencia a./J. 78/2000, visible en la página 72, Novena Época del Semanario Judicial de la
Federación y su Gaceta; Tomo XII, septiembre de 2000, Segunda Sala.
126
Por lo que, al poder ser convalidable esos actos, tal nos conduce a colegir que no
están pues afectados fatalmente de inexistencia; razón por la cual, con el fin de evitar la
inestabilidad social y legal en el campo, sería conveniente reflexionar sobre la necesidad
de alguna reforma legal, con el objeto de que el accionante de la nulidad por el ejercicio
del derecho del tanto, acredite la vecindad en el ejido y la dependencia del trabajo de la
tierra objeto del litigio; disponiendo de un término de 2 años, para que tenga derecho a
ese ejercicio, a partir de la inscripción del acto en el Registro Agrario Nacional, a cuyo
vencimiento le debe prescribir el derecho de acción.
Para tal efecto, los actos de inscripción y publicidad en el ejido y en el Registro
Agrario Nacional, deben servir como efectos de notificación, sobre todo, para los
ejidatarios, posesionarios, avecindados y familiares del enajenante, que demuestren, en
primer lugar, la vecindad y, en segundo, la dependencia respecto del trabajo de la tierra.
76Tesis: 2a./J. 155/2013 (10a.), Décima Época; Segunda Sala; Jurisprudencia; Gaceta del Semanario
Judicial de la Federación, libro 3, febrero de 2014.
127
Incluso, en esa dirección se han pronunciado los Tribunales del Poder Judicial de la
Federación, en la siguiente tesis aislada:
DERECHO DEL TANTO PREVISTO EN EL ARTÍCULO 84 DE LA LEY AGRARIA.
DENTRO DEL CONCEPTO "FAMILIARES" A QUE ALUDE DICHO NUMERAL,
QUEDAN COMPRENDIDOS TODOS LOS QUE, TENIENDO ALGUNA
RELACIÓN DE PARENTESCO, MATRIMONIO O CONCUBINATO CON EL
ENAJENANTE, SIN LIMITACIÓN POR RAZÓN DE LÍNEA O GRADO, GUARDAN
UNA RELACIÓN DIRECTA CON LAS ACTIVIDADES PROPIAS DEL NÚCLEO DE
POBLACIÓN. El artículo 84 de la Ley Agraria dispone, entre otras cosas, que
tratándose de la primera enajenación de parcelas sobre las que se hubiere
adoptado el dominio pleno, gozarán del derecho del tanto que se prevé en dicho
numeral y precisamente en ese orden, los familiares del enajenante, las personas
que hayan trabajado las tierras por más de un año, los ejidatarios, los avecindados
y el núcleo de población ejidal, e inclusive, que en caso de que no se haga la
notificación respectiva la mencionada venta podrá ser anulada; de lo cual se sigue,
en principio, que en el aludido precepto no se define quiénes deben considerarse
comprendidos dentro del concepto "familiares" al que se alude en primer término,
lo cual hace necesario realizar una interpretación sistemática de la norma citada,
así como un análisis de su evolución legislativa, a fin de arribar a la convicción de
que dentro del citado concepto deben considerarse incluidas todas aquellas
personas que teniendo alguna relación de parentesco, matrimonio o concubinato
con el enajenante, sin limitación por razón de línea o grado, guardan una relación
directa con las actividades propias del núcleo agrario en cuestión, pues de las
exposiciones de motivos relacionadas con las reformas al artículo 27 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y a la legislación agraria,
que permitieron adquirir el dominio pleno sobre tierras parceladas puede
advertirse, sin género de duda, una clara intención legislativa de proteger y
fortalecer la vida ejidal y comunal, privilegiando el hecho de que las personas
directamente relacionadas con el ejido pudieran adquirir la propiedad de
una parcela, preferentemente sobre otras extrañas al núcleo de población,
preservando así la propiedad y el aprovechamiento de las tierras dentro de la
vida ejidal o comunal. De tal manera, que, bajo el concepto "familiares" antes dicho,
debe entenderse a todas aquellas personas que además de tener alguna relación
de parentesco, matrimonio o concubinato estén vinculadas con la vida en
comunidad dentro del ejido, que los haga ser preferentes respecto de otras que
128
hayan trabajado las tierras por más de un año, de los ejidatarios o avecindados y
del propio núcleo agrario77.
Otra de las figuras que sin duda es de una singular importancia, también por su
impacto social en el medio rural, es la prescripción adquisitiva; sobre todo porque sus
antecedentes histórico-sociológicos y legislativos, siempre se ocuparon de aquella
institución, efectivamente, de origen civil-patrimonialista, como aquella que no se debería
aplicar, jamás, en el ámbito de la propiedad comunitaria de la tierra, los bosques, las
aguas y los montes de los pueblos originarios, al igual que la enajenación, debido a que
ambas figuras, por su naturaleza patrimonial e individual, erosionan, por su esencia, la
posesión y la propiedad común de los pueblos.
Sin embargo, en la época actual, el liberalismo ha vuelto por sus fueros, ahora con
el neoliberalismo, con más fuerza y penetración que antes, invadiendo toda la vida social,
material, económica, política y cultural de los pueblos, en donde la tenencia de la tierra
no ha sido la excepción. Si bajo el libre mercado, todo se compra y todo se vende, desde
la política, la democracia, las elecciones, la producción de bienes materiales, la cultura,
los medios masivos de comunicación como la prensa y la televisión, la cuestión agraria
no podía seguir siendo de carácter social, como lo dispuso la revolución. Todo cambia,
aunque no siempre para bien.
Así, la figura de la prescripción, nació de nuevo en el derecho agrario, en el artículo
48 de la vigente Ley Agraria, con una marcada influencia de los criterios civilistas, lo que
no podría ser de otra manera, pues hemos visto que tal institución, por su esencia, es
patrimonialista e individualista, cuya misión es afianzar y definir la propiedad privada y no
la comunal. La jurisprudencia de la Segunda Sala de la Suprema Corte Justicia de la
Nación, nos ilustra claramente acerca de lo que estamos hablando, desde el punto de
vista jurídico e incluso jurisdiccional, al sostener:
PRESCRIPCIÓN ADQUISITIVA. ES UNA INSTITUCIÓN DE DERECHO CIVIL Y
NO AGRARIA, POR LO QUE EL ACCIONANTE DEBE AJUSTARSE A LOS
REQUISITOS PREVISTOS EN EL CÓDIGO CIVIL Y A LA JURISPRUDENCIA
DEFINIDA AL RESPECTO. Si bien es cierto que no existe disposición expresa en
77Tesis número III.2°. T Aux.49 A, página 1999, Novena Época, Tomo XXXIV, julio de 2011, del Semanario
Judicial de la Federación.
129
78Jurisprudencia número 603, página 562, Novena Época, Apéndice 2000, Tomo IV, del Semanario Judicial
de la Federación.
130
de los ejidatarios o comuneros, sino que, además, tiene como facultad y obligación, la de
representar también, con la misma diligencia y comedimiento, a los sucesores de
aquellos, a los jornaleros y avecindados, esto es, que los ámbitos de competencia de la
Procuraduría Agraria, no son limitativos para un tipo de campesinos, sino que se
extienden prácticamente para toda la clase trabajadora del campo.
Esta extensión de facultades, tiene que ver con el hecho de que, con la anterior
legislación y sus instituciones, no se abordaba de manera clara y definida la defensa de
los intereses de los vecinos de los ejidos que no fueran ejidatarios, ni tampoco de los
jornaleros, medieros o aparceros agrícolas y pequeños propietarios, sujetos campesinos
que generalmente no tenían ninguna garantía ni protección legal tanto en su aspecto
laboral y muchas veces ni en su posesión sobre la tierra ejidal o solares urbanos.
En efecto, las instituciones legales del anterior marco jurídico, delimitaban el
concepto genérico de “campesino”, no desde el punto de vista sociológico, entendido
como toda persona que vive y trabaja en el medio rural, de la tierra y sus productos; sino
desde el punto de vista político-jurídico; es decir, como aquel grupo de personas cuyos
derechos tienen que ver exclusivamente con el carácter de ejidatarios y comuneros o
aspirantes a esas calidades. En esa dirección se prununció la Segunda Sala de la
Suprema Corte de Justicia, en la siguiente jurispudencia:
CLASE CAMPESINA, DETERMINACION DEL CONCEPTO DE. AMPARO EN
MATERIA AGRARIA. Aunque el artículo 212 de la Ley de Amparo se refiere "a
quienes pertenezcan a la clase campesina", si se interpreta este precepto en
relación con el artículo 107, fracción II, de la Constitución, debe concluirse que las
normas tutelares del amparo en materia agraria sólo son aplicables en beneficio
de las entidades o individuos sujetos al régimen de propiedad ejidal o comunal,
jurídicamente distinto del régimen de propiedad particular, independientemente de
su pertenencia a una determinada clase social que podría llamarse campesina.
Cuando el artículo 212 de la Ley de Amparo habla de "... quienes pertenezcan a la
clase campesina...", se refiere no a todos los campesinos en el sentido genérico
del vocablo, sino a los previstos en la fracción III, a saber: los aspirantes a
ejidatarios o comuneros. Las referidas normas tutelares del amparo en materia
agraria no implican como criterio diferenciador para su aplicación el concepto
sociológico de "campesino", sino los conceptos de núcleo ejidal o comunal o
ejidatarios y comuneros (incluyendo los aspirantes), que son más bien jurídicos
131
porque dependen del régimen de propiedad a que están sometidos dichos núcleos
o individuos, de tal suerte que quien posee un terreno rústico no sujeto a régimen
ejidal o comunal, aunque sociológicamente pertenezca a la clase campesina, no
puede invocar en su beneficio las normas tutelares ya mencionadas79.
79Tesis número 204, visible en la página 146, Tomo III, péndice de 1995, Séptima Época del Semanario
Judicial de la Federación.
132
histórica, en favor de los originales dueños de esas tierras, los indígenas y campesinos
mestizos carentes de sustento.
Por eso, al fraccionarse el latifundio y al reducirse la tierra a los límites de la
pequeña propiedad y aún por menos -en la mayoría de los casos-, y al repartirse entre
comuneros y ejidatarios la mayoría de la tierra de la nación, la correlación de fuerzas y
niveles sociales se equilibraron en los últimos tiempos y se tenía que equilibrar por
consecuencia, el ámbito de la ley, ésta tenía que ser igual para ejidatarios y pequeños
propietarios, pues ambos ya estaban generalmente en igualdad de condiciones sociales.
La misma ley ahora les permite a los ejidatarios ya no sólo tener una parcela, sino incluso
concentrar dos o más de ellas, sólo con la condición de no rebasar los límites a la
pequeña propiedad particular.
Así pues, para la concretización de la reforma agraria hubo menester de un tipo
de legislación, acorde con las exigencias de la época y una vez concluida ésta, por fuerza
tenía que reformarse en el caso en comento, para que estuviera a tono con las nuevas
necesidades y realidades del campo mexicano.
Ahora bien, dentro de esta nueva realidad social, jurídica e institucional, justo es
reconocer, que nos encontramos con algunos márgenes de libertad y participación para
los campesinos de nuestro país, ya que, por un lado, desaparecen las causales de
privación de derechos a ejidatarios y comuneros, y se abren las posibilidades de la
explotación indirecta de sus parcelas por medio de aparceros o medieros y de la
asociación con compañeros o propietarios particulares para la explotación de sus
recursos; por otro lado, al desaparecer la competencia del poder ejecutivo en la
impartición de la justicia agraria y al depositarse en manos de tribunales autónomos e
independientes de aquel, va desapareciendo al mismo tiempo la sujeción incondicional,
generalmente inducida por el poder público.
En ese sentido, si el campesino ya no tiene la preocupación latente de ser privado
de su parcela por rentarla o enajenarla y si en la definición de sus derechos sobre la tierra
ya no interviene el ejecutivo, que fue el origen del partido otrora oficial y éste a su vez
ejercía control sobre los líderes campesinos regionales y los comisariados ejidales, bajo
una interrelación y enajenación política, con sus ramificaciones de corrupción y
prepotencia, se esperaba que la libertad y pluralidad política, empezara a permear entre
133
80 Riquelme, Rodrigo. “¿Qué es el tratado de libre comercio de América del Norte?”, El Economista, 27 de
agosto de 2018, visible en el portal: https://www.eleconomista.com.mx/internacionales/Que-es-el-Tratado-
de-Libre-Comercio-de-America-del-Norte-20161123-0111.html (consultado: 27/08/2019).
81 CONTRERAS VACA, Francisco José. Derecho Procesal Civil, Oxford, UNAM, 1999, p. 2.
135
82Jurisprudencia VI.2°. CJ/281, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Tomo XXV, abril de
2007, p. 1451.
136
83Novena Época, Tesis aislada: III.1o.A.167 A, Semanario Judicial de la Federación, Tomo XXXIII, mayo
de 2011, p. 1314.
137
El proceso agrario actual se rige, tanto por la Ley Agraria y por la Ley Orgánica de
los Tribunales Agrarios. En la primera, a partir del artículo 163 hasta el 200, y en lo no
previsto, por el Código Federal de Procedimientos Civiles, que le es supletorio.
Por cuanto a la doctrina de las fases del actual procedimiento agrario, el
constitucionalista mexicano, quien fuera el primer Magistrado de los Tribunales Agrarios,
Sergio García Ramírez, ha identificado los principios fundamentales de esa materia84; los
cuales se detallan y explican a continuación:
84
GARCÍA RAMÍREZ, Sergio (1995). Justicia Agraria. México, Edit. Tribunal Superior Agrario.
138
verdad histórica, así como a los peritos y a los testigos (artículo 185 de la ley de la
materia).
La vigente norma agraria, sí prevé el desistimiento en todas sus formas y efectos,
tanto el de los ejidos y comunidades, con anuencia de la asamblea general, como el de
los sujetos de derechos agrarios en lo individual. Los principios del juicio agrario actual,
según la legislación y lo que nos muestra el doctor Sergio García Ramírez 85, son, como
ya vimos, la publicidad y la oralidad; pero también, el principio de legalidad. Tanto en el
proceso como en la sentencia, los tribunales agrarios deben ajustarse a la ley. Sin
embargo, ahora existen también, como imperativo constitucional, los usos y costumbres,
sobre todo a favor de las comunidades, según el artículo 2º constitucional.
Para los tribunales agrarios, es obligatorio, a partir de 2001, con la reforma de
derechos indígenas, y con la de 2011, de derechos humanos, no solo la aplicación del
derecho consuetudinario, bajo principios de ponderación, sino el de procurar y proteger
los derechos humanos como derechos naturales de las personas y de la colectividad. Es
decir, ya no solo el derecho positivo o la ley escrita y promulgada, sino también, los usos
y costumbres, como en el derecho indiano colonial. Tal concepto se deduce de la
siguiente tesis aislada, que dice:
PERSONAS INDÍGENAS. ÁMBITO SUBJETIVO DE APLICACIÓN DEL
ARTÍCULO 2o. DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS
MEXICANOS. AUTOADSCRIPCIÓN. El artículo 2o. de la Constitución Federal,
reformado el catorce de agosto de dos mil uno, ofrece una respuesta normativa a
aspectos determinantes de nuestra historia y de nuestra identidad como sociedad
que están en el núcleo de muchos de los vectores de desventaja e injusticia que
afectan a los ciudadanos. Sin embargo, como esta Primera Sala de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación tuvo oportunidad de subrayar al resolver los amparos
directos en revisión 28/2007 y 1851/2007, las dificultades que enfrenta una corte
de justicia al intentar determinar quiénes son las "personas indígenas" o los
"pueblos y comunidades indígenas" a quienes aplican las previsiones
constitucionales anteriores son notables; dichos conceptos, de sustrato
originalmente antropológico y sociológico, deben adquirir un significado
específicamente jurídico, cuya concreción viene dificultada por la intensa carga
emotiva -tradicionalmente negativa y sólo recientemente transformada en algún
85 Op. Cit.
139
grado- que gravita sobre ellos. La arquitectura del artículo 2o. de la Constitución
Federal prevé que exista un desarrollo normativo mediante el cual el legislador
ordinario concrete los conceptos, derechos y directrices que contiene, pero
mientras este desarrollo no exista, o exista sólo parcialmente, los tribunales de
justicia se ven a menudo confrontados directamente con la tarea de delimitar esas
categorías de destinatarios en cumplimiento de su deber de atenerse a la fuerza
vinculante y a la aplicabilidad directa de muchas de ellas. En el desarrollo de esa
tarea deben tomar en consideración que el texto constitucional reconoce, en primer
lugar, la importancia de la articulación (total o parcial) de las personas en torno a
instituciones sociales, económicas, culturales y políticas (en el caso de los pueblos
indígenas), así como de la identificabilidad de algún tipo de unidad social,
económica y cultural en torno a un territorio y a ciertos usos y costumbres (en el
caso de las comunidades indígenas). Asimismo, la Constitución -siguiendo en este
punto al convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo- no encierra
ambigüedad alguna en torno al imperativo de tomar la autoconciencia o la auto
adscripción como criterio determinante al señalar que "la conciencia de su
identidad indígena deberá ser criterio fundamental para determinar a quiénes se
aplican las disposiciones sobre pueblos indígenas". Por tanto, en ausencia de
previsiones específicas que regulen el modo en que debe manifestarse esta
conciencia, será indígena y sujeto de los derechos motivo de la reforma
constitucional, aquella persona que se auto adscriba y auto reconozca como
indígena, que asuma como propios los rasgos sociales y las pautas culturales que
caracterizan a los miembros de los pueblos indígenas. La apreciación de si existe
o no existe una auto adscripción indígena en un caso concreto debe descansar en
una consideración completa del caso, basada en constancias y actuaciones, y
debe realizarse con una actitud orientada a favorecer la eficacia de los derechos
de las personas, sobre todo en casos penales y en aquellos que prima facie
parecen involucrar a grupos estructuralmente desaventajados86.
861a. CCXII/2009, visible en el Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, Primera
Sala, Tomo XXX, diciembre de 2009, p. 291.
140
El principio de defensa oficiosa lo prevé el artículo 179 de la Ley Agraria, que nos
remite al principio de equilibrio procesal. La representación oficiosa de la Procuraduría
Agraria, que se refiere a que la audiencia no se puede llevar válidamente si una de las
partes acude asesorada y la otra no.
El proceso agrario no busca solamente la verdad legal, sino, sobre todo, la
histórica. No se atiene solo a la iniciativa y a las pruebas que las partes presenten, porque
tiene como obligación traer oficiosamente elementos convictivos con el objeto de saber
la verdad histórica, según los artículos 186 y 187 de la Ley Agraria. En nuestra materia,
la realidad de los campesinos, ha sido históricamente de marginación, de ahí que la
verdad formal del derecho civil, no debe ser suficiente para juzgar.
Existe una jurisprudencia definida sobre el verbo “poder”, respecto de la obligación
del juzgador agrario para ordenar el desahogo de pruebas en forma oficiosa y se
estableció que ese verbo, en materia agraria, significa más bien un deber que una
potestad para el Magistrado agrario, la cual es del tenor siguiente:
JUICIO AGRARIO. OBLIGACIÓN DEL JUZGADOR DE SUPLIR LA DEFICIENCIA
DE LA QUEJA, DE RECABAR OFICIOSAMENTE PRUEBAS Y DE ACORDAR LA
PRÁCTICA, AMPLIACIÓN O PERFECCIONAMIENTO DE DILIGENCIAS EN
FAVOR DE LA CLASE CAMPESINA. Con base en lo establecido en la tesis de
esta Sala, LXXXVI/97, con rubro: “PODER, EL USO DE ESTE VERBO EN LAS
DISPOSICIONES LEGALES, NO NECESARIAMENTE IMPLICA UNA FACULTAD
DISCRESIONAL”, debe interpretarse que si el artículo 189 de la Ley Agraria
dispone que las sentencias se dicten a verdad sabida, sin sujetarse a reglas sobre
estimación de las pruebas, sino apreciando los hechos y documentos según se
141
Se regula por los artículos 178 y 185 de la ley. En materia agraria, este principio
tan de moda, ya existe desde hace más de 27 años, desde la creación de los tribunales
agrarios. Está vinculado estrechamente con otros principios, como la inmediación y el de
publicidad. Es tan importante este principio que, en diversa jurisprudencia ha quedado
establecido que, si la contestación de demanda no se ratifica oralmente en la audiencia,
la misma no surte efectos jurídicos y se tiene por no interpuesta.
Esta característica es trascendente, por cuanto que el juzgador tiene la
oportunidad de escuchar y sentir, de manera directa e inmediata, lo que pretenden las
partes, independientemente de la disertación de sus patronos.
87 2ª./J.54/97, publicada en el Semanario Judicial de la Federación, Tomo VI, noviembre de 1997, p. 212.
142
se detuvo para convertirse en una institución más de la burocracia del priísmo, los
expedientes se perdían en los anaqueles de las oficinas y cuando finalmente se emitía la
resolución presidencial, muchos de los solictantes de tierras, ya habían fallecido o se
habían desavecindado del poblado.
Desafortunadamente, los vicios, las inercias de la idiosincracia burocrática,
heredada desde el liberalismo de la dinastía Borbón y sus famosas reformas que en
Nueva España nos afectaron desde finales del siglo XVIII, con más vicios que virtudes,
se han adueñado de los óganos de procuración e impartición de justicia en general, ya la
penal, ya la conmutativa, ya la agraria, esta última que es la que nos interesa y de la cual,
junto con el resto de las especializaciones, se debe reflexionar aún más, en el viejo adagio
del derecho que nos recuerda que Justicia retardada es justicia denegada.
desahogar diligencias, pero nunca a dictar sentencias, por los riesgos que esto puede
implicar.
Puede ser que sea el principio más importante del juicio agrario. Desde el proceso
social revolucionario, concretamente en los conflictos por límites entre las comunidades
indígenas y de éstas con ejidos, el artículo 370, de la Ley Federal de Reforma Agraria,
ya contemplaba la conciliación, con el fin de evitar conflictos sociales y de sangre.
Este tema también está de moda y actualmente se privilegia incluso en el proceso
penal -siempre y cuando no se trate de delitos graves que se persigan de oficio-, pues
para los campesinos siempre será más conveniente una sentencia que provenga de ellos
mismos que una impuesta por un tercero, dada la convivencia inmediata entre los pueblos
y las personas. En los tiempos modernos existe una fuerte tendencia a desjudicializar la
solución de los conflictos y, desde luego que la materia agraria, por ser una de las
asignaturas que tiene que ver con la gente históricamente marginada, este principio
resulta fundamental.
La defensa oficiosa representa, para la materia agraria, un principio procesal que
venimos arrastrando, para bien de la materia agraria, desde el derecho colonial indiano,
ya que, una vez conjugadas históricamente la ley de El Calpulli precolonial, con las Siete
Partidas de Alfonso X, el rey sabio, en lo que se conoce como Ley General de Reinos de
Indias, en la Nueva España privó menos el derecho procesal civil que el derecho público
y el consuetudinario, y con éste se aplicaron las normas para titular tierras en común a
los pueblos indígenas.
Respecto de lo que se viene comentando, el autor Faustino Martínez Martínez,
comenta que,
[…] la presencia de otro elemento en el derecho indígena, tolerado con
restricciones por la legislación indiana, que se moverá en el mismo campo que
para la costumbre preveía el derecho de Castilla, de modo que se erige en la norma
de preferente aplicación en las relaciones establecidas entre los propios indígenas,
merced a una primera política de adaptación de las costumbres prehispánicas e
hispánicas, siempre que no se opusieran a la religión. En este primer momento,
144
Finalmente, la forma de impugnar las sentencias que ponen fin al juicio por los
Tribunales Unitarios Agrarios o de primera instancia, es por medio ordinario, que es el
recurso de revisión ante el Tribunal Superior Agrario, similar al de la apelación en materia
común; o bien, el extraordinario, mediante el juicio de amparo directo, lo cual se deduce
146
del artículo 200 de la Ley Agraria, en el que se establecen la forma y los términos
procesales para ello.
Los artículos 198 y 200 de la propia ley sustantiva, regulan precisamente el recurso
de revisión, el primero de los cuales establece los casos en los que el mismo procede,
referentes a sentencias de los tribunales unitarios agrarios que resuelvan en primera
instancia expedientes de conflicto por límtes de tierras entre dos o más núcleos de
población ejidal o comunal, o entre estos con propietarios particulares; expdientes de
restitución de tierras y aquellos de nulidad de resoluciones en materia agraria.
Solamente en esos supuestos procede el recurso de revisión ante el Tribunal
Superior Agrario. En los demás casos en los que se dicta sentencia definitiva por los
tribunales unitarios, procede el juicio de amparo uni-instancial o directo ante el Tribunal
Colegiado de Circuito que corresponda.
El recurso a que se hace referencia, se debe presentar ante el tribunal unitario que
emitió la sentencia, dentro del término de diez días posteriores a la notificación de la
misma; por lo que, una vez admitido en tiempo y forma, se turnan los autos del expediente
natural, con el escrito de agravios y la notificación a la contraparte, con o sin la promoción
que ésta hubiese emitido, al Tribunal Superior, el cual deberá resolver en definitiva dentro
de un término no mayor a diez días.
En los caos que se trate de actos emitidos por los tribunales agrarios, distintos a
las sentencias definitivas, procede el amparo indirecto ante el Juez de Distrito que
corresponda.
Sólo basta decir que en materia agraria, la suplencia en los juicios de amparo,
sigue siendo amplia y considerable, tanto en la forma como en el fondo; en los términos
y comparecencias, y en la materia de la suspensión, incluso con la actual Ley de Amparo
de 2011, que derogó el Libro del Amparo en Materia Agraria. En ese sentido, esa
prerrogativa es más extensa incluso hacía los indígenas y su territorio, con base en los
artículos 1°, 2°, 27, 103 y 107 de la Constitució General y el sinnúmero de jurisprudencia
al respecto.
91De Ibarrola, Antonio, DERECHO AGRARIO, el campo base de la patria (1993), Edit. Porrúa, México;
Cap. CXII, relativo a las conclusiones.
148
Lo anterior, en gran medida se explica, debido a que los esfuerzos del Estado
Mexicano, han enfatizando únicamente en aspectos de producción de subsistencia y no
de producción intensiva de calidad, para una economía de escala, además de llevar
ímplicitos fines propagandísticos haciéndoles llegar diversos activos productivos, sin que
se ponga a la misma persona productora al centro de dichos programas, con un
seguimiento sistemático de sus avances y fortaleciendo las cadenas productivas en lo
que ve a suministros, permisos y logística; además del apoyo y capacitación en la
actividad empresarial.
Con independencia de lo anterior, las acciones para el fomento a los procesos
organizativos, de asesoría y de adquisición de producto de las actividades agrícolas y
pecuarias, para su posterior distribución a detalle, se han desvirtuado y se han
corrompido en su ejercicio; y en la mayoría de los casos, lejos de componer las
inconsistencias y mejorar los procesos y acciones, más bien se han desmantelado las
instituciones y programas de apoyo (caso CONASUPO, Sistema Alimentario Mexicano
SAM, Comisión Técnica del Programa de Empleo Rural COTEPER, Programa Nacional
de Solidaridad PRONASOL, Extensionismo Agrícola y pecuario; PROCAMPO-
PROAGRO, LICONSA etc.)
Es importante señalar que, la política pública agraria diseñada, ha tenido diversas
disposiciones de apoyo en su gran y variada normatividad legal encaminada a fomentar
el desarrollo económico, urbano y social, pero una cosa es que se encuentren dispuestas
en sus diversos cuerpos de leyes y la otra es que el ejercicio de las mismas, no ha sido
el óptimo, en perjuicio de los campesinos de México.
Si uno lee con detenimiento y capta el espíritu y fines de los planes de San Luis (5
de octubre de 1910 de Francisco I. Madero) y Ayala (28 de Noviembre de 1911 de
Emiliano Zapata), se podrá percatar que el objeto de recuperar y acceder a las tierras
que les habían despojado en antaño por diversos medios legales y de facto a los pueblos,
era para que la gente de esos pueblos y rancherías tuviera un patrimonio con tierras de
labranza que les constituyera un modo de empleo para elevar su nivel de vida.
En la Ley Agraria del seis de enero del año 1915 no se hizo mención sobre los
procesos productivos, ya que únicamente se establecieron las bases jurídicas y
filosóficas de lo que hoy conocemos como Reforma Agraria, que contiene ya los aspectos
torales del artículo 27 de la Constitución de 1917, en donde se definen los tipos de
tenencia de la tierra que a la fecha prevalecen, como son: la propiedad ejidal, la comunal
y la pequeña propiedad.
Fue a partir del año de 1926 que se fue estatuyendo de manera adyacente en
diferentes cuerpos de leyes, las diversas disposiciones legales que normaron la actividad
económica productiva en el medio rural, a partir de la Constitución y su operación del
Banco Agrícola a través de la puesta en marcha de la Ley General de Crédito Agrícola.
En materia de organización institucional, el decreto del 6 de enero, establece en
su Artículo 4o., la creación de la Comisión Nacional Agraria, así como la de una Comisión
Local Agraria por cada estado o territorio de la República, los cuales fueron los primeros
órganos facultados para repartir tierras. De esta manera, se institucionalizaba la
restitución y dotación de tierras comunales y ejidales a los campesinos y, ante lo corto
de esas disposiciones, fue que el diez de abril del año de 1922, se implementó un
Reglamento en el cual se definían de mejor manera los procedimientos administrativos
sobre afectación y dotación de tierras y sus relaciones al interior de los ejidos en cuanto
al ejercicio de derechos corporativos.
La Constitución de 1917 formalizó lo anterior y estatuyó la creación de Instituciones
agrarias sobre derechos de acceso a la tierra y su norma respecto de las relaciones entre
los sujetos agrarios entre sí y con los órganos de gobierno.
En el Código Agrario de 23 de septiembre del 1940, promovido por el General
Lázaro Cárdenas aparte de diversas disposiciones procedimentales que respondían a las
modificaciones del artículo 27 de la Constitución, se implementaron las primera figuras
jurídicas encaminadas al fomento a la producción en los núcleos agrarios instituyendo,
entre otras, las parcelas escolares para que sirvieran a los alumnos como centros de
capacitación de las mejores prácticas agrícolas y pecuarias y, paralelamente, se impulsó
el establecimiento de las Escuelas Técnicas Agrícolas “ETAS”, a fin de hacer accesible
la academización de las actividades pecuarias, pero ahí también se asentaron las bases
para que en los casos en que se comprobara la falta de explotación directa de las parcelas
por sus titulares por mas de dos ciclos, dicho titular perdería los derechos como ejidatario.
150
Fue en la primera Ley Federal de Reforma agraria del 1971, cuando aún operaba
el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización (DAAC), donde se definieron las
facultades del Secretario de Agricultura y Ganadería y, así, en su Libro Tercero, se
establecía el capítulo relativo a la “Organización Económica del Ejido”, aunque con
diversas restricciones: a saber:
ARTICULO 128.- Los titulares de las dependencias y organismos oficiales,
que dentro de sus atribuciones legales participen en la Reforma Agraria, deberán
establecer una adecuada coordinación para programar sus actividades conforme
a los principios que dicte el Presidente de la República.
ARTICULO 129.- Las prerrogativas, derechos preferentes, formas de
organización y garantías económicas y sociales que se establecen en este libro,
se mencionen o no expresamente, se entenderán otorgados por igual a ejidatarios,
comuneros y pequeños propietarios de predios equivalentes a la unidad mínima
de dotación individual en los ejidos.
ARTICULO 130.- Los ejidos provisionales o definitivos y las comunidades
podrán explotarse en forma individual o colectiva. La explotación colectiva de todo
un ejido sólo podrá ser acordada o revocada por el Presidente de la República,
previa elaboración de los estudios técnicos necesarios por el Departamento de
Asuntos Agrarios y Colonización; en todo caso deberá mediar solicitud de los
núcleos interesados aprobada en Asamblea General por las dos terceras partes
de sus integrantes con excepción de los casos a que se refiere el artículo 131.
la Ley establece las formas y condiciones para tal efecto (artículo 75) y a su vez el artículo
77, faculta a sus propietarios al uso de las parcelas para fines productivos que estimen
pertinentes
las poíticas y condiciones de los grandes productores, principalmente los que tienen
capacidad de financiamiento y exportación.
Por su parte, el Código Fiscal de la Federación y sus misceláneas, aunque otorga
varios y diversos estímulos tanto a la producción como a la organización para la
producción, no es claro respecto a la comercialización y cadenas de distribución de
productos agropecuarios, pero sobre todo, sus disposiciones son ampliamente ignoradas
por los propios contadores y economistas; y más aún, por los propios beneficiarios que
en este caso son los sujetos agrarios, lo cual los pone en una gran desventaja respecto
de lo que pueden deducir fiscalmente y respecto de las grandes empresas productivas
que, contando con ayuda profesional, si deducen hasta e el último peso en beneficio de
sus cadenas de suministro e impacto final en su enormes ganancias económicas, a
contrapunto de la falta de asesoría oportuna y profesional de los productores a quienes
van dirigidas.
Las disposiciones en materia de desarrollo rural, no obstante que en la
conformación de sociedades encaminadas a la producción y/o explotación de productos
primarios en fruto o de recursos naturales de manera directa para su transformación
industrial (Sociedades de Producción Rural SPR, Sociedades de Solidaridad Social SSS
o Sociedades Cooperativas S C) fueron diseñadas como incentivo para el apoyo de los
productores de pequeña escala, éstas realmente son buscadas y utilizadas por grandes
inversionistas como un medio para eludir responsabilidades de orden fiscal,
aprovechando las bondades de sus disposiciones, y resulta que para los casos de los
pequeños productores, son muy poco aprovechadas para su aplicación y uso, debido a
su deficiente difusión en el medio productivo rural y lo farragoso de su tramitología
institucional
A manera de comentario final, es preciso decir, que la orientación de la política
agraria, por muchos años, se ha planeado con un enfoque de defensa de derechos de
territorio y acompañada de acciones redistributivas de la tierra o identificación y/o
acomodo de los derechos inherentes a la tierra o a las actividades corporativas de las
asambleas ejidales o comunales, pero alejada de los procesos de producción,
comercialización y adquisición de bienes para sus beneficiarios, privilegiando el enfoque
respecto de la relación tierra-persona-derechos corporativos para su incrustación en los
procesos de producción, pero sin definir las fórmulas para acrecentar el nivel de vida en
155
función del acceso a los procesos de intercambio de los bienes de valor producidos por
los bienes de uso.
A lo anterior, se suma, que lo devastador de la política publica de llamado periodo
neoliberal, a raíz del ingreso de México al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros
y Comercio (GATT por su siglas en inglés) y con el tratado de libre comercio (TLC) y
ahore Tratado México, Estados Unidos y Canada (T-EMEC), si bien se propició una serie
de facilidades para exportar productos, no se tomó en cuenta, sin embargo, las asimetrías
de los pequeños productores con deficiencias en los procesos de producción y
comercialización y por tanto, no serían sujetos de dichas oportunidades exportadoras y
que, para la intención de que “ellos cubrieran el mercado Interno”, la desproporción de
sus capacidades con la indiscriminada política de importación de productos, han visto
avasallados sus sistemas de producción y logístia de distribución local con el terrible
impacto económico que ello ha reportado, con un consecuente abandono de las
actividades microempresariales agrícolas pecuarias y agroindustrial.
Propuesta: sería de mayor utilidad, al amparo de lo dispuesto por los artículos 5 al
8, de la Ley Agraria, que se implementara una política de Estado, encaminada a la
articulación institucional en comunión directa con los productores, para fortalecer los
procesos de producción, acopio y comercialización en el mercado interno y ¿por qué no?
con miras hacia los países del sur y asiáticos, en los que sus exigencias de calidad en
tamaño y presentación del producto, no es tan relevante.
Por tanto, las nuevas metas que se propongan en el incremento a la producción y
su calidad, tendrán que responder a la pregunta inicial del proceso agrario (Plan de Ayala)
¿para qué la restitución de tierras, aguas y bosques? Si se responde como un ejercicio
redistributivo de la tierra y sus derechos ó como un medio para elevar el nivel de vida de
los campesinos, lo que nos lleva de manera muy concisa a identificar como mínimo las
siguientes tareas a realizar en las dependencias gubernamentales del sector agrario:
Procuraduría Agraria. Sin dejar de lado las demás acciones que despliega en
defensa de los intereses de los campesinos, debería implementar acciones de
Organización social y Agraria encaminadas a la constitución y fortalecimiento de figuras
jurídicas para la producción, la asesoría y orientación a nivel de sus unidades
administrativas conocidas como “Residencias” en materia de contratos encaminados a
los procesos de producción y comercialización.
156
CAPÍTULO CUARTO
PERSPECTIVAS DEL DERECHO SOCIAL AGRARIO
Al entrar en vigor como derecho positivo, la Ley Agraria y la Orgánica de los Tribunales
Agrarios, producto del reformado marco constitucional, como se dijo, emergieron por
consecuencia, las nuevas autoridades encargadas de hacerlas cumplir. Los tribunales
agrarios, con plena autonomía y jurisdicción, para resolver las controversias suscitadas
por la aplicación de las leyes agrarias, con auxilio de la supletoria legislación civil y
mercantil.
La Procuraduría Agraria, como institución encargada de la defensa de los
derechos agrarios de los campesinos en general y el Registro Agrario Nacional,
encargado del registro y resguardo de los actos de naturaleza agraria; de los documentos
de los pueblos ejidales y comunales; de los derechos individuales y de los actos de
conversión de la propiedad social agraria al régimen de dominio pleno o propiedad
privada.
A la época actual, han transcurrido casi 30 años de aquella reforma al artículo 27
constitucional en materia agraria. Sus efectos y consecuencias en el medio social, ya se
han podido dimensionar; lo cual, dicho sea de paso, es lo que de toda transformación
jurídica de trascendencia se espera. Incluso, esa fue la apuesta de los operadores
políticos del salinismo; quienes argumentaron reiteradamente que, con aquellas
modificaciones, se darían mejores oportunidades económicas y sociales para los
campesinos; amplios márgenes de libertad, al despojarlos de la tutela del derecho social
y darles la oportunidad de decidir sobre su patrimonio.
Sin embargo, nuevamente la realidad histórica se ha impuesto; pues al no haberse
transformado las inequitativas formas económicas imperantes, en las que menos del diez
por ciento de la población se apropia de más del ochenta por ciento de la renta nacional,
“la libertad” pregonada para las mujeres y los hombres del campo, a estas alturas ha
158
quedado como la pretendida igualdad de los liberales del siglo XIX, la que, ante el
contexto social de la época, se convirtió, en los hechos, en una profunda desigualdad que
a la postre ocasionó una de las primeras revoluciones sociales del mundo.
El régimen liberal que impulsó las reformas, que los intelectuales orgánicos del
salinismo impulsaron bajo la paradójica denominación de liberalismo social, no fue otra
cosa que el impulso de la política neoliberal en el campo, con interés soterrado en la
privatización de la tierra ejidal y comunal, con el fin de colocarla en el mercado.
Una de las figuras legales más socorridas, si no es que la más importante, para
los actos civilistas de enajenación de la tierra ejidal y comunal; para la procedencia de la
prescripción adquisitiva y, desde luego, para la privatización mediante la modalidad de la
adopción del dominio pleno, lo constituye la delimitación de las tierras ejidales y
comunales y la titulación de solares; algo similar a las Leyes de Colonización de la época
de Porfirio Díaz.
Bajo aquella delimitación, que es regulada primordialmente por el artículo 56 de la
Ley Agraria, se delimitan y asignan las áreas de las tierras; las de uso común o colectivo,
que en apariencia sigue siendo imprescriptible e inalienable; distribuida proindiviso entre
todos los ejidatarios o comuneros.
La tierra parcelada, constituida por parcelas y asignada en titularidad a los
ejidatarios o comuneros, o bien a los posesionarios con derechos limitados a la posesión
y usufructo y, finalmente, la zona urbana, conformada por los bines públicos y colectivos,
sobre todo, por los solares con fines de vivienda que, desde el momento de la delimitación
y asignación formal, adquieren el carácter de propiedad plena a favor de sus poseedores.
Esos actos de delimitación y asignación de tierras, se llevaron a cabo en el pasado
inmediato, mediante la implementación de programas institucionales conformados por las
dependencias agrarias, denominados PROCEDE92 y PROCECOM93. El primero para los
ejidos y el segundo para implementarse en las comunidades. Actualmente, ya sin
94 VENTURA PATIÑO, María del Carmen; Nueva reforma agraria neoliberal y multiculturalismo. Territorios
indígenas, un derecho vuelto a negar. Publicación de la Universidad Nacional Autónoma de México, Centro
de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur.
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S1870-.
160
mediante las figuras del derecho civil romanista, como la enajenación, la prescripción y
la adopción del dominio pleno; actos jurídicos que, por necesidad, requieren de la
delimitación y asignación de las tierras, la cual, como se ha visto, es la puerta de entrada
hacía los actos de comercio en el campo.
En efecto, el artículo 80 de la vigente Ley Agraria, dispone que los ejidatarios
podrán enajenar sus derechos parcelarios a otros ejidatarios o avecindados del mismo
núcleo de población, para lo cual, el enajenante deberá dar el derecho al tanto a sus
familiares directos y dar aviso al comisariado ejidal e inscribir el acto en el Registro
Agrario Nacional, para la expedición de los certificados correspondientes.
Sin embargo, el acto jurídico es nulo si no cuenta con requisitos previos e
indispensable, independiente del resto de ellos, como lo es el de la vecindad del
adquirente cuando no es ejidatario y el efectivo otorgamiento por escrito del derecho al
tanto. Estos últimos que son aspectos de forma y que, por su naturaleza, solo pueden
dar lugar , como ya lo vimos, a la nulidad relativa.
Pero aquel requisito de fondo a que nos referimos y que sí puede dar lugar a una
nulidad absoluta, es aquel que requiere que para que procede la enajenación de los
derechos parcelarios ejidales y comunales, previamente la tierra de que se trata, debió
haber sido delimitada y asignada en términos del artículo 56 de la ley de la materia, y en
caso de no ser así, como se ha dicho, la enajenación no podrá surtir efectos jurídicos. La
siguiente tesis aislada, nos demuestra lo que señalamos:
TIERRAS EJIDALES. SI A LOS EJIDATARIOS NO SE LES HA OTORGADO EL
DOMINIO PLENO SOBRE ELLAS, CONFORME A LOS ARTÍCULOS 27,
FRACCIÓN VII, DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS
MEXICANOS Y 81 DE LA LEY AGRARIA, NO PUEDEN CEDER SUS DERECHOS
RELATIVOS A UN TERCERO AJENO AL NÚCLEO DE POBLACIÓN, AUN A
TÍTULO GRATUITO. Tanto el contrato de cesión de derechos, a título oneroso o
gratuito, como la compraventa constituyen formas de enajenación, pues implican
la transmisión de un bien o derecho mediante un acto jurídico de distinta
naturaleza; consecuentemente, al implicar dicha enajenación un acto de dominio,
en materia agraria sólo pueden efectuarla los ejidatarios respecto de las
tierras parceladas que se les hubieran asignado, en favor de los miembros o
avecindados de ese núcleo ejidal; y a los terceros ajenos a ellos, por las tierras
respecto de las cuales la asamblea les haya otorgado expresamente el dominio
161
95Tesis número 2ª. XLI/2008, Segunda Sala, Tomo XXVII, abril de 2008, Novena Época del Semanario
Judicial de la Federación, página 732.
162
Lo anterior es así, porque, por lo demás, para que los ejidatarios y comuneros
puedan adoptar el dominio pleno, primera e indispensablemente deben acogerse a la
delimitación y asignación formal, según lo dispone el diverso artículo 81 de dicha ley. Lo
mismo reza para la procedencia de la prescripción adquisitiva, respecto de la cual la
Suprema Corte de Justicia de la Nación se ha pronunciado en los siguientes términos:
PRESCRIPCION POSITIVA EN MATERIA AGRARIA PARA QUE PROCEDA
DEBE INTENTARSE SOBRE TIERRAS FORMALMENTE PARCELADAS. Para la
procedencia de la prescripción positiva en materia agraria, el artículo 48 de la ley
de la materia prevé cuatro requisitos de carácter subjetivo: que se posean tierras
ejidales; en concepto de titular de derechos de ejidatario; de manera pacífica,
continua y pública y durante cinco años, si la posesión es de buena fe, o de diez si
fuera de mala fe. Además, tal precepto establece un requisito de carácter objetivo
que alude a las cualidades que debe cubrir el predio objeto de la prescripción, y
que consiste en que no se trate de tierras destinadas al asentamiento humano, ni
de bosques o selvas, lo que deriva de la protección especial que caracteriza a tales
bienes del ejido, como se advierte de los artículos 27 constitucional; 64 y 74 de la
ley agraria. Así, aunque el citado artículo 48 no excluye de la prescripción positiva
a las tierras de uso común que no sean bosques o selvas, de una interpretación
teleológica i sistemática de éste y de los numerales 23 y 56 de la referida ley, se
concluye que para que un predio ejidal pueda reclamarse por la vía de la
prescripción positiva, debe tratarse de tierras formalmente parceladas, ya que sólo
en tal supuesto podría prosperar la demanda de la prescripción positiva, puesto
que de lo contrario, correspondería a la asamblea del núcleo de la población decidir
el destino del inmueble96.
De esta forma, como lo apuntamos, las tierras, los montes, las sierras y las aguas
de los núcleos de población ejidal y comunal, han ingresado al mercado, mientras que la
pregonada libertad que incluso se imprimió en la exposición de motivos de la reforma
constitucional, solo se ha traducido, para las mujeres y los hombres del campo, en la
libertad de vender o rentar el patrimonio que la revolución social de 1910, quiso que fuera
familiar, con protección social para impedir los actos de comercio.
96Tesis: II.1º.A.117 A, visible en la página 1838, Tomo: XXIII, mayo de 2006, Novena Época del Semanario
Judicial de la Federación y su Gaceta.
163
Por ello, el término “libertad”, que tanto gusta a la política liberal, tendenciosamente
se ha acuñado para confundir siempre a los marginados del campo y de la ciudad, y en
este caso, al suprimirse las previsiones sociales sobre las tierras ejidales y comunales,
los operadores del régimen oficial “invitan” a los sujetos agrarios a ejercer esa libertad
frente a los derechos comunales de los pueblos naturales y al uso común de los ejidos,
haciendo aparecer ese derecho individual como un derecho humano a la propiedad
privada, con lo cual se logra, más temprano que tarde, la delimitación y asignación
individual y con ella, la inclusión de ese derecho particular al libre mercado, en el que,
por lo general, al campesino no le cambian sus condiciones sociales de marginación y
pobreza.
[…] Adicional a ello hay que agregar la presión que ejercen sobre los
núcleos las dependencias del sector agrario y agropecuario. Ejemplo de esto es el
Programa de Apoyos Directos al Campo, Procampo, respecto del cual se ha
determinado como política institucional —por lo menos así ha sucedido en los
hechos— que los beneficiarios comprueben con el «certificado parcelario» los
derechos sobre la tierra si quieren continuar recibiendo el precario apoyo
económico. Esto ha influido para que ejidatarios y comuneros terminen por aceptar
el Procede y el Procecom […] A 15 años de la aprobación de la reforma
constitucional el avance de certificación ha sido notable. De los 29,942 núcleos
agrarios existentes en nuestro país se han certificado 28,261, esto es un avance
de 94% […]97.
Otra de las figuras privilegiadas que inciden sobre la privatización de las tierras
ejidales y comunales, es la que se prevé en la Sección Quinta de la Ley Agraria, intitulada
De las Tierras de Uso Común, que incluye los numerales 73 a 75, en la que los dos
primeros hablan de la naturaleza de las tierras de uso común de ejidos y comunidades,
en el sentido de que éstas constituyen el sustento económico de la vida en comunidad
de los núcleos de población y que esas tierras son imprescriptibles, inalienables e
inembargables. Sin embargo, el artículo 75 de ese mismo apartado, dispone que por
manifiesta utilidad para los núcleos agrarios éstos podrán aportar esas tierras a
sociedades civiles y mercantiles.
caso de liquidación, si es que quedan acciones una vez que se liquiden los
adeudos. Esta figura jurídica permite la inversión extranjera hasta en 49% […].
Desde luego que la manera más explorada para que las tierras ejidales y
comonales emigren del derecho social agrario al de derecho privado, es mediante la
figura denominada de Adopción del Dominio Pleno, misma que es regulada por los
artículos del 81 a 86 de la vigente Ley Agraria.
Los dispositivos en mención, disponen que, para que un ejidatario o comunero
pueda solicitar y adquirir el dominio pleno de sus tierras, éstas debieron ser previamente,
como ya se ha dicho, delimitadas y asignadas en términos del diverso artículo 56; es decir
que, mediante una asamblea calificada, que sea convocada y constituída con un número
requerido de ejidatarios o comuneros; que a la misma asista un representante de la
Procuraduria Agraria y un fedatario público que den fe de la legalidad de la constitución
de la asamblea, de los acuerdos y de la votación que se emita.
En esa asamblea de delimitación y asignación de tierras, se miden las parcelas
por sus vientos y colindancias y se asignan a los ejidatarios o a posesionarios, a quienes
se les expide un certificado parcelario por el Registro Agrario Nacional,en el que constan
los datos personales y los de identificación y delimitación de las parcelas.
Solo si se han delimitado y asignado las tierras en la forma antes expuesta, los
interesados están en condiciones de pedir a la propia asamblea para que convoque y
constituya una asamblea con los mismos requisitos que se expusieron, para que aquella
resuelva si les concede o no adoptar el dominio pleno. En caso de ser aceptada la
petición, el acta de asamblea se manda inscribir en el Registro Agrario Nacional, para
que cancele la inscripción en sus asientos, del cerificado parcelario ejidal, y proceda a
expedir ahora el Título de Propiedad, que se manda inscribir ahora al Registro Público de
la Propiedad, a partir de lo cual los actos subsecuentes sobre la o las parcelas
respectivas, se regirán por la legislación civil y ya no la agraria.
De tal forma que, en no pocas ocasiones, ante la oferta y presión de fraccionadores
y de especuladores de la tierra, o bien, cuando se desea adquirir el pleno dominio con
166
fines e interés personal y/o familiar del campesino, éste tiene que pasar por un verdadero
viacrucis en las oficinas de la Procuraduría Agraria y en la casa ejidal, para solicitar se
convoque a dicha asamblea. Huelga decir que los intereses de todo tipo, se asoman en
esos trámites burocráticos ya sumamente viciados por las inercias de la realidad social
en que nos ha tocado vivir.
También sucede que, en no pocos casos, la resolución de la asamblea sea en
sentido de negar tal concesión, al o a los campesinos solicitantes del dominio pleno, que
el artículo 23 fracción IX de la Ley Agraria, determina como facultad exclusiva de la
asamblea general, en contra de la cual no se prevé por la ley ningún recurso, y cuando
se ejercita, ante el tribunal agrario correspondiente, la impugnación del acuerdo
denegatorio, se determina que, solo para los casos de afectación de derechos por las
asambleas de ejidatarios de delimitación y asignación de tierras, procede esa
impugnación, según el diverso artículo 61 y no para las asambleas de dominio pleno.
Hasta hace algunos años, las sentencias en juicios de amparo directo de los
Tribunales Colegiados de Circuito, eran en el sentido de confirmar las de los Tribunales
Unitarios Agrarios, en los términos expuestos, lo que nos coloca en las siguientes
reflexiones: que en los casos de adopción del dominio pleno, según los órganos judiciales
competentes de nuestro país, la asamblea de ejidatarios o de comuneros, son la máxima
autoridad en contra de la cual no procede medio de defensa alguno; es decir, se coloca
a aquellas como un órgano de justicia definitiva y sin posibilidad de recurso alguno.
La segunda reflexión que se obtiene, es que, aún cuando esos trámites
representan el ingreso de las tierras ejidales y comunales al mundo del capital
especulativo, aún así, las inercias de la burocracia obnubila en los hechos, la marcha de
la constitucionalidad de los derechos humanos; de la horizontalidad de la interpretación
de la disposición jurídica y del principio pro-persona tan comentados en nuestros foros
de cultura jurídica.
No puede ser posible, en un Estado que pretende ser democrático y constitucional
de derecho que, si ya existe una forma legal de que los campesinos puedan obtener el
dominio pleno sobre su o sus parcelas, la burocracia, esa que descompne a la sociedad
entera, en los hechos solo se la conceda a los empresarios, y cuando se trata de un
ejidatario o de un comunero, la tramitología, ante los operadores de la Procuraduría
167
Agraria y los comisariados ejidales y comunales, la tornan casi imposible si no pasa por
aceptar “las condiciones” por aquellos impuestas.
Además, al llegar el reclamo a los órganos jurisdiccionales, éstos se olvidan de los
principios que, de conformidad con los Derechos Humanos y su interpretación, se deben
aplicar, sobre todo, a favor de los seres humanos que históricamente han resentido la
marginación, el desprecio, la burocracia y el racismo.
Y de nuevo el adagio de la época de Porfirio Díaz, la realidad y la Constitución
caminan por senderos distintos y a veces opuestos. En efecto, el Estado neoliberal que
en 1992 modificó el régimen jurídico agrario, sin consulta previa a las mujeres y a los
hombres del campo, impuso de tal forma los mecanismos legales para que las tierras
ejidales y comunales pudieran privatizarse, lo que resultó generalmente en beneficios de
particulares y de empresarios inmobiliarios, generándose una red de corrupción con el
mercado de la tierra, que ha involucrado a instituciones públicas y privadas, a
organizaciones campesinas e incluso a los propios órganos de representación ejidales y
comunales.
En nuestro país, como en el resto del mundo occidental pero sobre todo en varios de los
países latinoamericanos, a principios del presente siglo, se inicia una corriente que varios
autores sobre el tema han dado en llamar El Nuevo Constitucionalismo o El
Constitucionalismo del siglo XXI; corriente que, de alguna forma, pretende contrarrestar
la penetración desmedida de las políticas neoliberales en estos pueblos, impulsando para
ello medidas políticas y legislativas a favor de la universalización de los derechos
humanos así como en pro de la autonomía y la libre determinación de los pueblos
indígenas y tribales; procurándose para ello, adoptar, como derecho vigente, los tratados
internacionales más significativos sobre esas materias, tales como el de la Organización
Internacional del Trabajo y el Pacto de San José de Costa Rica, de 1969, en materia de
derechos humanos.
Tal como lo apuntamos en apartados anteriores, las medidas producto de la
revolución social de 1910, en el aspecto de la tenencia de la tierra y, sobre todo, en lo
concerniente a la restitución y confirmación de bienes comunales a los poblados
168
indígenas creó, no solo la propiedad social a favor de dichos pueblos, sino, a la vez, el
entramado jurídico que legitimó esa propiedad, generándose así lo que conocemos como
Derecho Social Agrario, con lo cual se inició, en nuestro suelo, la corriente de los
derechos humanos de segunda generación, que tendieron a establecer los derechos
sociales de las mayorías del campo y de la ciudad.
Pero a la par de la consolidación de este derecho, también se fueron creando
mecanismos políticos de corte corporativo, que sujetaron no solo a las comunidades
indígenas, sino también a los ejidos mestizos, al control clientelar del partido en el poder,
es decir, al PRI; con lo cual se inhibieron las posibilidades autonómicas y de
reconocimiento de la cultura a los pueblos agrarios y, particularmente, de las
comunidades indígenas.
Tal como lo afirma el escritor Luis Villoro, en su obra Los Grandes Momentos del
Indigenismo en México, en un primer momento, refiriéndose a la época colonial, lo
indígena aparece como una realidad siempre revelada pero nunca revelante. Así,
hablamos del indio, lo medimos y juzgamos, pero no nos sentimos ni medidos ni juzgados
por él. En un segundo momento, que se identifica como la era independiente, el autor
dice que el indio juega en la historia sin saberlo; que,
[…] allá arriba, mestizos y criollos arreglan sus papeles, distribuyen su actuación,
su situación histórica; lo nombran su aliado o su enemigo; mientras el indio,
indiferente, ignorante de su propio proceso, sigue laborando tristemente allá abajo.
En un tercer momento lo indígena aparece como una realidad en la que el
mexicano puede reconocerse, pero sin que deje de ser distinto; que así fue como
resultó enemigo del español a la luz de la providencia, aliado del criollo a la luz de
la historia, del mestizo a la luz de la sociología […] Y nunca puede él mismo
acceder a los ojos que lo miden a los jueces que lo salvan o condenan. Para hacer
valer hasta ellos su opinión o voluntad, su confesión o su alegato, solo tiene un
intermediario: el mestizo98.
98VILLORO, Luis (1987). Los Grandes Momentos del Indigenismo en México. México. Edit. Lecturas
Mexicanas, 1ª ed., pp. 240-241.
169
inicio los misioneros católicos defendieron los bienes territoriales y los derechos de los
indígenas; también lo es que esa defensa fue aprovechada, en última instancia, por la
elites dominantes principalmente de españoles peninsulares y seguidamente por los
criollos, con fines de sojuzgamiento por medio de la evangelización.
Además, la cultura de los pueblos indígenas, por cuanto reñía con la tradición
judeo-cristiana, hubo de ser aniquilada, incluso por sus propios defensores. Luego
entonces, los indígenas lo único que lograron fue que se les considerara perpetuamente
como menores de edad, sin capacidad de ejercicio.
La independencia jamás se planteó la condición de los indígenas, motivo por el
cual el nuevo país se organizó y se proyectó solo para los criollos, pues los primeros
fueron evocados para justificar la demanda de escisión, sin embargo, su nivel de vida fue
peor que en la colonia, puesto que, tal como igualmente lo señalamos, bajo el nuevo
Estado liberal, las propiedades comunales se privatizaron y por ende, los poblados
indígenas fueron despojados de hecho y de derecho de sus tierras, montes y aguas.
Con la revolución de 1910, en lo concerniente a los bienes comunales, se declaró
la nulidad de los actos de despojo a los pueblos indígenas y mestizos y se proveyó a la
restitución de las tierras, montes y aguas que se habían usurpado a aquellas, así como
a la confirmación de esos bienes, cuando los tuvieran en posesión en forma común y
desde tiempo inmemorial.
Sin embargo, los campesinos mestizos, en cuanto constituyeron el sector más
numeroso y por ello protagonista primordial del movimiento revolucionario, se apropiaron,
en forma prioritaria y mayoritaria, de los beneficios de la Revolución, tan es así que las
tierras de mejor calidad y más extensa, fueron dotadas a favor de ejidos mestizos y no
de comunidades indígenas. A éstas se les relegó, en confirmación o restitución, a los
montes y sierras; es decir, a las tierras menos productivas agícolamente.
Lo anterior obedeció, muy seguramente, al hecho ya comentado, de que el
indígena fue el menos protagonista y menos numeroso en la Revolución, de ahí que el
pacto que necesitaba el Estado, era con el contingente más significativo. En ese sentido,
la legislación agraria dispuso, en materia de reparto agrario, que, frente a tierras ya
dotadas a los ejidos, no procedía la restitución que solicitaran las comunidades, bajo la
consideración de que hermanos de clase, ya habían sido previamente beneficiados con
la tierra de los latifundistas.
170
Como se ve, los indígenas volvieron a perder la batalla, solo que ahora frente a
sus hermanos de clase: los mestizos, con los que también los unen, obviamente, lazos
de sangre. Y fueron precisamente éstos, los que ahora, en el proceso revolucionario,
hablaron a nombre y en representación de los indígenas, bajo el argumento de la
legitimación racial, tal como en el siglo XIX, lo hicieron los criollos, para justificar la
independencia de un país en el que no concibieron tampoco al indio vivo.
No obstante lo anterior, es innegable que la restitución y entrega de tierras a los
pueblos indígenas, así como la confirmación de las que aún tenían y tienen en posesión,
constituyó un serio intento de reconocer su existencia, su cultura e identidad, como
auténticas civilizaciones que han pervivido por siglos, de generación en generación,
dentro del territorio de lo que fue y ha sido México; puesto que las leyes agrarias producto
de la Revolución, les reconocieron personalidad jurídica y patrimonio propios,
independientemente de que no contaran con alguna resolución agraria.
El anterior concepto se citó en capítulos previos, en los que se citó una
jurisprudencia que nos dice que tanto las comunidades de hecho como las de derecho,
tienen el mismo reconocimiento a su personalidad y, desde luego, personería.
Se debe considerar, que el nuevo Estado revolucionario, nació con fuerte
tendencia positivista, teniendo como eje la figura presidencial heredada del siglo XIX, la
cual contempló solo en los hechos, lo que tenía que contemplar, es decir, la necesidad
de afianzar al grupo político en el poder. Por ello, a los campesinos en general y a los
indígenas en lo particular, cuando hubo necesidad, se les concibió como clientela política,
sujetos a la corporación del PRI; razón por la cual no era conveniente, para el grupo en
el poder, concederles plena autonomía y determinación en sus decisiones
fundamentales.
En otras palabras, tal como lo vimos al comentar las obras de Cossio Díaz y de
Franco Mendoza, el excesivo positivismo jurídico posrevolucionario, no permitía esos
márgenes de actuación a los ejidos ni a las comunidades, y como muestra un botón,
cuando este último señala que los indígenas de la Cañada de los Once Pueblos de
Michoacán, en contra de las previsiones legales, acostumbran que en las asambleas de
las comunidades, tanto para reglamentar la vida de la comunidad como para la
administración de sus bienes comunales, tomar en cuenta, en votación abierta en
171
Es decir, con una autonomía condicionada para regular su vida, las comunidades
indígenas no pueden acceder a una efectiva autodeterminacióna, pues al quedar
condicionadas a las instituciones legales y jurisdiccionales de la federación y de los
poderes de las entidades federativas, se les inhibe la capacidad de regular jurídica y
políticamente su vida social e individual; siendo que su existencia y su regulación, desde
100CLAVERO, Bartolomé, “Constitucionalización de los derechos humanos, inclusive los derechos de los
pueblos indígenas”, en: Suprema Corte de Justicia de la Nación. Argumentación Jurisprudencial, Edit.,
Coordinación de Compilación y Sistematización de Tesis de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; pp.
14-18.
174
101 QUIROZ ACOSTA, Enrique (2012). “La sociedad y la autoridad ante el garantismo”, en: revista El Mundo
del Abogado. México, año 15, No. 158, junio de 2012, pp. 10-11.
102 El expediente y el nombre del poblado se omiten con el fin de respetar el derecho de privacidad.
176
agraria expedida por los representantes del núcleo indígena, siendo que más bien,
exhibían docuementos de derecho privado .
Sobre lo anterior, conviene señalar, en primer lugar, que, al contestar la demanda,
los comuneros indígenas que fueron demandados, alegaron y lo acreditaron, entre otras
cosas, el que la mayoría de los integrantes de la comunidad, cuentan con diligencias de
información que amparan los pequeños predios que en forma familiar tienen en posesión,
incluidos los mismos representantes de la comunidad que los demandaron.
La sentencia que puso fin a la contienda, resolvió la nulidad de los títulos de
propiedad con que los demandados pretendieron defender su derecho a la posesión
sobre los predios que en forma familiar poseían y, además, fueron condenados a la
restitución de los mismos. Dicha sentencia fue confirmada por resolución que se emitió
en el recurso de revisión que promovieron los posesionarios ante el Tribunal Superior
Agrario, cuya resolución de alzada fue confirmada a su vez por ejecutoria que dictó el
tribunal de amparo correspondiente.
La sentencia del tribunal agrario, se fundamentó en el hecho de que la comunidad
es la propietaria original de la superficie que se le reconoció y tituló por mandamiento
presidencial, el que a su vez se basó en el hecho de que el núcleo indígena cuenta y ha
contado con la posesión de las más de diez mil hectáreas, de generación en generación,
las cuales les fueron confirmadas en la época de la colonia; que, adicionalmente, los
títulos de propiedad que ofrecieron los demandados, provenientes de diligencias de
jurisdicción voluntaria, devienen nulos de pleno derecho, por contravenir el espíritu del
artículo 27 constitucional, cuya transcripción se hizo en párrafos anteriores y que sobre
este aspecto reza: VII. Se declaran nulas: […] c) todas las diligencias de apeo o deslinde,
transacciones, enajenaciones o remates practicados durante el periodo de tiempo a que
se refiere la fracción anterior, por compañías, jueces u otras autoridades de los estados
o de la federación, con los cuales se hayan invadido u ocupado ilegalmente tierras, aguas
y montes de los ejidos, terrenos de común repartimiento, o de cualquier otra clase,
pertenecientes a núcleos de población.
Con relación al asunto que se comenta, se debe recordar lo que también nos dice
el autor Moisés Franco Mendoza, en su obra ya citada, en el sentido de que los
integrantes de las comunidades indígenas en el Estado de Michoacán y, particularmente,
los de la región de la Cañada de los Once Pueblos, a partir de la leyes liberales del siglo
177
XIX y hasta bien entrado el siglo XX, en forma reiterada recurrieron a los actos jurídicos
de naturaleza civil, con el fin de obtener certidumbre legal sobre sus solares destinados
a casa-habitación y a un pequeño corral para criar sus animales domésticos, así como
para sus ecuaros103; lo cual obedeció igualmente a la indeterminación de los límites de
los bienes comunales del núcleo indígena; a la tardanza en la solución de los expedientes
de Reconocimiento y Titulación de Bienes Comunales, así como a los innumerables
conflictos por límites entre las comunidades. El escritor a que nos referimos, nos dice
que:
[…] Tradicionalmente el purépecha ha reconocido como suyo el estilo comunal de
poseer la tierra que se disfruta en dos modalidades: en forma individual y comunal.
La primera otorga la tenencia en forma particular, que implica la exclusión de los
demás miembros de la comunidad pero dentro de ella, es decir, sique siendo
comunal […] En cambio, la segunda forma –la comunal- comprende a la
generalidad, a la colectividad, sin exclusión de personas […] Mientras se espera la
definición formal de la tierra comunal que consiste en una declaración del ejecutivo
federal mediante una Resolución Presidencial, la que a su vez debe ejecutarse, en
la práctica judicial los procedimientos de privatización no se detiene y,
consecuentemente, la superficie que se considera comunal sigue perdiéndose […]
La figura jurídica más socorrida en estos procedimientos es la llamada diligencias
de información ad perpétuam para suplir título escrito de dominio […]104.
En otras palabras, entre los indígenas del Estado de Michoacán, que cuentan con
bienes comunales, es práctica común derivada de sus usos y costumbres, los que a su
vez se originaron en circunstancias históricas y legislativas bien determinadas, que sus
pequeñas posesiones de tierra individual y/o familiar, cuenten con una definición legal,
ya sea de carácter agraria o civil, por lo que en el caso que venimos comentado, si la
mayoría de los miembros de la comunidad de ese poblado, contaban y cuentan aún con
títulos derivados de diligencias de información testimonial, a la luz de los derechos
humanos que recientemente se elevaron a rango constitucional, con protección incluso
103 El término ecuaro, es de origen purépecha, que significa una pequeña superficie de tierra o potrero,
generalmente de no más de dos hectáreas, de agostadero o de temporal de mala calidad, que se dedica
al cultivo agrícola, en forma rudimentaria, por medio del azadón, que a su vez es un instrumento
rudimentario de labranza.
104 FRANCO MENDOZA, Moisés. Op. cit., pp. 148-150.
178
El tema que tratamos en este apartado, como se podrá ver, es consecuencia y por
ello guarda una íntima relación con el anterior, por cuanto que el tema de los usos y
costumbres no se pude entender sino como producto del pluralismo cultural, es decir,
como producto de la cultura de una comunidad, pueblo, nación o etnia en lo particular, y
105BEUCHOT, Mauricio (2005). Interculturalidad y derechos humanos. México: Siglo XXI-UNAM, 1ª ed., p.
14.
179
en el caso que nos ocupa, habremos de referirnos a la cultura que han generado las
comunidades indígenas en México y que, a partir del reconocimiento constitucional de
2001, se suele identificar -esa producción- como derechos culturales de los pueblos
indígenas.
esenciales del hombre no nacen del hecho de ser nacional de determinado Estado, sino
que tienen como fundamento los atributos de la persona humana, razón por la cual
justifican una protección internacional, de naturaleza convencional coadyuvante o
complementaria de la que ofrece el derecho interno de los Estados Americanos.
Por lo que ve a la doctrina, algunos juristas igualmente se inclinan hacia aquellas
corrientes, de suerte tal que Imer B. Flores, investigador del Instituto de Investigaciones
Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en un reciente ensayo
intitulado: ¿ENSUEÑO PESADILLA Y/O REALIDAD?, OBJETIVIDAD E (IN)
DETERMINACIÓN EN LA INTERPRETACIÓN DEL DERECHO , nos comenta que,
[…] el positivismo jurídico podía solucionar el problema del derecho en un
periodo de codificaciones, de seguridad y paz relativas, de optimismo filosófico y
de fe en la ciencia, tal como el siglo decimonónico era; sin embargo el positivismo
jurídico no puede solucionar los problemas del derecho como éste debería ser; y
estos problemas dominan el siglo veinte –y lo que llevamos del veintiuno-. Por ello
el retorno del derecho natural, por ende, las filosofías modernas en general,
enfatizan el elemento ético y no el lógico […]106
.
En nuestro país, en diversas disposiciones normativas, también se han empezado
a tomar en cuenta las circunstancias sociales y, específicamente culturales, en asuntos
judiciales, como una eficaz forma de defensa, con la finalidad de beneficiar a los
individuos pertenecientes a los pueblos indígenas que se encuentre involucrados en un
procedimiento penal o de cualquier otra naturaleza, específicamente la agraria, en su
capacidad autonómica; en su libre determinación y en defensa y protección de su
patrimonio; tan es así que en el Código Penal vigente en el Estado de Michoacán, en
reciente reforma de 2007, se introdujo un capítulo especial denominado Ley de Justicia
Comunal, en el que se habla de que todos los procedimientos ante los jueces comunales
estarán exentos de formalidades; que serán orales y se procurará que se desahoguen en
una sola audiencia.
La ley en cita, habla de que los jueces comunales aplicarán, de manera prioritaria,
los usos, costumbres, tradiciones y practicas jurídicas de las comunidades, pero
106FLORES MENDOZA, Imer Benjamín (2007). “¿Ensueño, pesadilla y/o realidad? Objetividad e (in)
determinación en la interpretación del derecho”, en: Revista de los Tribunales Agrarios, Nº 43, México, pp.
42-49.
181
terminología, las primeras se refieren al ser, mientras que las segundas aluden
al deber ser […] De acuerdo con lo expuesto, los derechos humanos son normas,
se les considere prepositivas o prejurídicas. En tanto que normas, son
convenciones siempre relativas. Desde una posición rígidamente convencionalista
resultaría un contrasentido hablar de que son derechos que “el hombre tiene por
naturaleza”. Tampoco resulta aceptable, desde este punto de vista, decir que son
derechos que el ser humano tendría de conformidad con “su naturaleza”.Sin
embargo, no podemos negar la especificidad de los derechos humanos. Es decir,
no podemos quedarnos con el simple señalamiento de que se trata de unas
normas como cualesquiera otras. Más bien habría que asumir que no todas las
normas son iguales, que hay unas convenciones que son mejores que otras; o
mejor aún, que unas normas son más fundamentales que otras […]107.
107 BELLOR TABOADA, Walter. “El derecho consuetudinario indígena en México”, visible en el portal:
https://books.openedition.org/cemca/3061?lang=es (consultado: 10/07/2020).
184
pervivir como especie natural humana. El autor en cita, más adelante nos comenta sobre
la diferencia entre las necesidades naturales y las convenciones sociales, al afirmar que,
[…] Nuestros intereses son muy diversos y algunos de ellos varían de persona a
persona. Pero es posible hablar de nuestros intereses básicos o primarios,
entendiendo por tales aquellos que condicionan nuestra sobrevivencia como
individuos y como especie. Conforman lo que se denomina necesidades
fundamentales. El sentido de la palabra fundamental, en este contexto, supone que,
de no ser satisfechas esas necesidades, el individuo o la especie desaparecen,
mueren [...] todos los animales superiores compartimos intereses tales como la
superviviencia, la salud y la ausencia de dolor. Se trata de intereses comunes a
todos los seres humanos y constituyen una parte primordial de nuestros intereses.
Estos intereses se satisfacen o no; pero si no se satisfacen, el individuo o la
colectividad pueden morir. En este sentido se trata de necesidades por naturaleza y
nada tienen que ver con nuestras convenciones […] La inteligencia, el vigor, la
libertad son intereses de este tipo, porque cualquier cosa que pretendamos hacer
requiere de ellos. Son, por consiguiente, intereses humanos. De nueva cuenta, estos
intereses se satisfacen o no; pero si no se satisfacen, el individuo o la colectividad
quedan confinados a la inacción, y la inacción puede conducir a la involución.
Ninguna sociedad podría decretar la desaparición completa de estos intereses, so
pena de caer en la autoaniquilación [...]
108 ESQUIVEL RAMÍREZ, Edilberto, El Derecho y su Filosofía en México y el mundo, pp. 73-74.
109 BELLOR TABOADA, Walter. Op. cit.
186
110 Ídem.
187
De conformidad con lo anterior, tenemos por tanto que, la igualdad no basta para
efectivamente considerar iguales a todos frente al orden jurídico. Hace falta aplicar la
equidad aristótelica, que bien pudiera traducirse en igualar ante la ley a quines son
desiguales en la vida.
Es decir, jamás pudiera considerarse a una sociedad como igualitaria, cuando, por
ejemplo, en nuestro país, un diez por ciento de sus habitantes se adueñan del bienestar
que le pudiera corresponder a más del 50 por ciento de la población. Ante la desigualdad
social y económica, la igualdad es solo una ilusión.
Por ello, con el fin de hacer efectivo el principio de igualdad, no solo para los
pueblos indígenas, es menester igualar las condiciones de vida de todos; reconociendo,
a la vez, que en México somos un país de muchas culturas, de varios pueblos con formas
de vida particulares, por lo que esa reiterada igualdad deberá sustentarse en la
diversidad, con el fin de evitar los errores cometidos por el liberalismo del siglo XIX, así
como las políticas funestas del neoliberalismo.
La pluralidad a que nos referimos, nos conduce inevitablemente a los conflictos
que son resultado de la colisión entre el derecho consuetudinario de los pueblos
naturales, con las normas del Estado, respecto de los cuales el reiterado autor citado con
anterioridad, dice que:
[…] Por supuesto, el punto más difícil es el establecimiento de criterios que
permitan incorporar o armonizar las prácticas consuetudinarias con las normas
jurídicas estatales, cuando aquéllas se contraponen a éstas. Este es, pues, el nudo
de la cuestión vista desde la perspectiva del derecho […] En suma, la costumbre
jurídica de las comunidades indígenas es un tema que debe explorarse con mayor
profundidad. Está conformado por una serie de normas que tutelan intereses
diversos y específicos, en muchas ocasiones divergentes del orden jurídico
nacional. Como cualquier tipo de normas, las del derecho consuetudinario indígena
son convencionales, y en tal sentido son productos de la cultura […]
Por eso se afirma que los comuneros sienten la tierra como su propio ser, como
su esencia misma, la cual no desvinculan de su entorno social, por considerar que éste
y la naturaleza son la misma cosa. De ahí que todos los que nacen en ella deben tener
los mismos derechos, con independencia de que así los reconozca o no el orden legal.
Justo aquí estriba una de las formas más eficaces para su preservación como núcleo
humano en torno a la tierra a la que, al igual que el ser humano, no consideran en el
comercio.
111 Faena, es una palabra de uso común y corriente entre los comuneros y los ejidatarios, que se refiere al
trabajo voluntario y gratuito a favor de la comunidad, generalmente para beneficio de ésta misma y/o para
el que se realiza dentro de los bienes comunes de los núcleos agrarios.
112 VÁZQUEZ HERNÁNDEZ, Antonia (2013). “Usos y costumbres, lastre para la mujer indígena”, Sipse,
capacidad de las mujeres ni están de acuerdo en que sea quien los mande; cuando la
mujer trasciende, el hombre pierde poder, y para los indígenas varones no.
Lo anterior nos pone de relieve, las practicas claramente discriminatorias y con
ello violatorias de los derechos humanos occidentales de algunas de las comunidades
indígenas, en las que el sojuzgamiento hacia la mujer ha sido un paradigma contenido
en sus usos y costumbres, con lo cual se trasgreden los tratados internacionales sobre
la materia, así como el apartado correspondiente al derecho de aquellas, contenido en el
artículo 2° de la Constitución Mexicana, que antes se comentó y que reza:
“II. Aplicar sus propios sistemas normativos en la regulación y solución de sus
conflictos internos, sujetándose a los principios generales de esta Constitución,
respetando las garantías individuales, los derechos humanos y, de manera relevante, la
dignidad e integridad de las mujeres. La ley establecerá los casos y procedimientos de
validación por los jueces o tribunales correspondientes (…) III. Elegir de acuerdo con sus
normas, procedimientos y prácticas tradicionales, a las autoridades o representantes para
el ejercicio de sus formas propias de gobierno interno, garantizando la participación de
las mujeres en condiciones de equidad frente a los varones”.
Contrariando lo dispuesto en materia de derechos humanos, tenemos lo que
manifiesta la indígena tzotzil, Antonia Vázquez Hernández, pero también ha sido noticia
internacional, el caso de Eufrocina, una mujer indígena del Estado de Oaxaca, a quien
se le prohibió ser electa como alcaldesa de su municipio, porque los usos y costumbres
de la región lo prohibían.
De esta forma, es igualmente un hecho notorio, el que a las mujeres, en varias de
las comunidades indígenas de los estados de Oaxaca, Chiapas y Michoacán -aunque
afortunadamente no en todas-, no se les permita participar en los órganos representativos
y de Gobierno de sus comunidades ni de sus municipios, precisamente por no
considerarlas aptas, según lo relata Antonia Vázquez.
Hemos señalado con anterioridad, que algunos especialistas sobre el tema, con
el fin de zanjar, o como también lo señalamos, conciliar esas contradicciones, han
recomendado, por principio de cuentas, la difusión, análisis y discusión de los derechos
humanos al interior de las comunidades, es decir, socializar a profundidad el tema, con
el fin de que pueda llegar a considerarse a éstos como parte de la cultura misma de los
pueblos. Es decir –aunque parezca aventurado el concepto-, como parte de los usos y
193
En ese sentido, acorde con lo comentado por Beuchot, en última instancia se debe
pues privilegiar la salvaguarda de los derechos de la persona física, pues incluso así se
ha pronunciado la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la tesis
que dice:
Esta Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha
reconocido que los derechos fundamentales gozan de plena eficacia, incluso en
las relaciones jurídico-privadas. Asimismo, ha determinado que esta vigencia no
puede sostenerse de forma hegemónica y totalizadora en todas las relaciones que
se suceden de conformidad con el derecho privado, ante lo cual, el intérprete de la
norma debe analizar las relaciones jurídicas en las que
los derechos fundamentales se ven confrontados con otros bienes o derechos
114 Tesis aislada que se publicó en la página 627, Décima Época, Libro XVI, del Semanario Judicial de la
Federación.
115 GOOGLE, “Individualismo”, visible En el portal:
https://www.google.com/search?q=individualismo&rlz=1C1NHXL_esMX802MX802&oq=indivi&aqs=chrom
e.2.69i59j69i57j0l3j46j69i60l2.9187j1j7&sourceid=chrome&ie=UTF-8 (consultado: 10/03/2019).
195
fundamental del liberalismo individualista, es, sin lugar a dudas, la propiedad de los
medios e instrumentos de producción. De manera tal que, uno de los máximos
exponentes de esta teoría, lo es el inglés John Locke, ideólogo de los sistemas
capitalistas e imperialistas más destacados del mundo, como Inglaterra y los Estados
Unidos de Norteamérica, quien expuso que,
Para garantizar la propiedad, los hombres salen del estado de naturaleza y
constituyen una sociedad civil "cuyo fin principal es la conservación de la
propiedad". "El gobierno -escribe también Locke- no tiene más fin que la
conservación de la propiedad." Hay que observar que aquí Locke emplea más o
menos indiferentemente -según parece- las expresiones "sociedad civil" y
"gobierno". Para Locke, la función del gobierno consiste menos en gobernar que,
en administrar y legislar.Locke está a favor de la represión del Estado, incluida la
pena de muerte, en defensa de la propiedad. […] Hay una ley natural anterior a
toda organización social. Esta ley natural consagra los derechos a la vida, a la
libertad y a la propiedad. El Estado, con sus leyes, debe garantizar estos
derechos. El gobierno sólo tiene derecho al uso de la fuerza para defender estos
derechos, no para transgedirlos. Las leyes deben proteger estos derechos.
División de poderes entre legislativo y gobierno, y entre el Estado y la Iglesia. La
conciencia religiosa de cada uno es un tema privado. El Estado no debe legislar
en este”116.
De manera tal que para la resolución final del asunto, si se diera por la vía del
derecho civil, por fuerza tendrián que ser desalojados los naturales del segundo pueblo,
de una posesión de más de dos siglos; resolución que huelga decir que ni con el ejercito
se pudiera ejecutar. La resolución tuvo que ser, desde luego, conciliada, pero tomando
en cuenta el derecho y la grmática comunal con un significado opuesto al derecho liberal-
capitalista.
En los últimos 30 años, la política económica de México, orientada bajo el libre mercado,
en términos muy evidentes para la población, no cumplió con lo pregonado por sus
operadores, en el sentido de una mejor distribución de la riqueza y en mejores
oportunidades sociales y económicas para todos, especialmente para las hombres y
mujeres del campo; porque en los hechos, lo que ha generado, ha sido una generalizada
devastación de territorios comunales y ejidales, con el propósito de explotación intensiva
de los recursos naturales como la tierra, los montes, las selvas, los lagos, ríos, arrollos,
etcetera, que se han transformado para dar paso a la ganadería, como en tiempos de la
colonia; al desarrollo urbano incontrolado, por medio de la especulación de la tierra; el
arrendamiento y la compra de parcelas ejidales por parte de compañías extranjeras y
nacionales, al amparo de las reformas jurídicas privatizadoras, y con ello, la emigración
de contingentes humanos hacía los centros urbanos nacionales y hacía el extranjero.
En las ciudades y en el campo, se liquidan los derechos sociales a la tierra, a la
educación, al trabajo, a la asistencia médica y a las pensiones dígnas. En su lugar, el
fomento a la educación privada elitista, aparentemente como única vía para el progreso;
los seguros medicos de esa categoría para los que puden y tienen, mientras que la salud
pública para los asalariados, se pierde en la ineficiencia, la burocracia, la impunidad y la
corrupción.
Ante tal escenario, en los últimos años, a partir del año 2006, en el período de
gobierno del panista Felipe Calderón, con una marcada ideología conservadora de
derecha, se declara la llamada guerra al narcotráfico como una forma de legitimar su
200
Despues del diagnostico que hace la autora del artículo en comento, se pregunta
cuales son las alternativas a seguir, y para ello propone que:
117VÁZQUEZ KARNSTEDT, Ana Paulina. “El reto de la conservación y el desarrollo comunitario”, revista
Ciencia Hombre, nº 1, vol. XXIII, Universidad Veracruzana, México, visible en el portal:
https://www.uv.mx/cienciahombre/revistae/vol23num1/articulos/reto/index.html (consultado: 20/08/2019).
202
[…] bajo las condiciones en las que nos encontramos es indispensable operativizar
un enfoque del desarrollo que no sea entendido únicamente como sinónimo de
desarrollo económico. El nuevo paradigma debe implicar la promoción de una
visión crítica que cuestione el modelo dominante de desarrollo en unión con otros
movimientos sociales de gran relevancia, como los antirracistas, los de los
derechos de las mujeres y los de los pueblos indígenas, entre otros. Por ello, el
nuevo desarrollo considera un proceso de “empoderamiento” o toma de control,
entendido como un poder individual (reconocimiento y fortalecimiento de la
identidad y la autoconfianza) y un poder colectivo (organización y trabajo conjunto
que permitan la acción social).
Idealmente, el desarrollo –entendido desde todas sus dimensiones– fortalece el
capital social, esto es, incrementa las redes y recursos sociales con los que
cuentan los individuos y que facilitan su acción. De este modo, las relaciones
sociales que se establecen en una comunidad, así como los principios que rigen
dichas relaciones, determinarán su capacidad de acción ante los elementos
externos que la afectan positiva o negativamente. Desde esta perspectiva, se
asume que la conservación y el manejo adecuado de los recursos naturales
dependen de dicho capital social, ya que, más que un asunto ambiental y científico,
constituyen un proceso social y político que requiere la evaluación de las
instituciones sociales, de la estructura económica y de los factores políticos que
promueven o amenazan la biodiversidad
[…] Para ello, debemos fomentar esfuerzos y promover procesos que busquen el
rescate de los recursos naturales en un contexto histórico, social, cultural y familiar,
que celebre el pasado, pero que no lo romantice, y que planee a futuro[…].
118Sólo como aclaración etimológica, la palabra Concejo, con “c” y no con “s”, en este caso obedece a su
propio significado, que se refiere al Concilio (concilium-ii), Cabildo o Ayuntamiento de personas con
funciones de gobierno municipal o regional.
204
119 ESQUIVEL RAMÍREZ, Edilberto; GARCÍA MORA, Ricardo, Memorias de El Cacalote, pp. 126-127.
205
CONCLUSIONES
el cual se procedió, por un lado, a confirmar los terrenos comunales a los naturales que
conservaron la posesión de sus tierras, montes y aguas, y por el otro, a restituir a otros
grupos indígenas que no conservaran la posesión, bien porque se les hubiese privado de
ella por los peninsulares o por otros núcleos indígenas, o bien por encontrarse dispersos
en los montes con motivo de la guerra de conquista.
En el decurso del presente trabajo, vimos que la cultura occidental que los
Españoles trajeron consigo a estas tierras, en lo concerniente a la propiedad común o
propiamente dicho, a los Bienes Comunales, fue a su vez una adquisición que se remonta
al derecho consuetudinario de los pueblos visigodo y germánico, que por muchos años
ocuparon importantes territorios de lo que hoy es la península Ibérica; pueblos que, por
sus condiciones sociológicas, despreciaron el derecho civilista romano, fincado en la
teoría de la propiedad privada de la tierra, para privilegiar la propiedad común de los
pastos, montes, aguas y tierras, sin delimitación específica.
Pero esa tradición comunitaria o colectiva que en España también se consolidó en
su tiempo, no deja de tener influencia de las teorías del bien común que ya habían sido
desarrolladas por la filosofía jurídica griega y, posteriormente por la medieval, la que a su
vez dio origen, ya en el renacimiento, a las teorías utópicas del socialismo de Tomás
Moro, que magistralmente materializaron en estas tierras los frailes humanistas Vasco de
Quiroga y Bartolomé de las Casas, a quienes se debe, en gran medida, la preservación
de los Bienes Comunales, los derechos y la cultura de los indígenas.
Después del episodio liberal del México independiente, en el que se pretendieron
proscribir, en aras del derecho individual, los derechos sociales y con ellos la propiedad
comunal, la Revolución de 1910, retomó no solo la teoría de los bienes comunales,
mediante las acciones de restitución y de confirmación de éstos a favor de las
comunidades de indígenas y mestizos, sino que, a la vez, teniendo como fundamento
ese derecho ancestral, se procedió a dotar de tierras a los campesinos, generalmente
mestizos, carentes de ellas, con la salvedad de que esas dotaciones revolucionarias se
hicieron prohijando las tareas del derecho comunal.
Lo anterior fue así, debido a que una vez constituidos jurídica y materialmente los
ejidos, éstos se tuvieron que reglamentar, en lo colectivo y en lo individual, con las
previsiones legales que se venían observando ya en el régimen comunal. Así por ejemplo,
tenemos conceptos propios de los bienes comunales, trasladados al régimen ejidal, tales
208
FUENTES DE CONSULTA
1. BIBLIOGRAFÍA
CONTRERAS VACA, Francisco José (1999), Derecho Procesal Civil, Edit. Oxford,
UNAM.
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S.A. de C.V., México,
VEDROSS, Alfred (1983). La Filosofía del Derecho del Mundo Occidental. México:
Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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217
3. LEGISGRAFÍA
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BARRAGÁN, Mélany, “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados
Unidos”, La Opinión, visible en el portal: https://laopinion.de/2019/06/13/pobre-mexico-
tan-lejos-de-dios-y-tan-cerca-de-estados-unidos/ (consultado: 28/08/2020).
BELLOR TABOADA, Walter. El derecho consuetudinario indígena en México,
viible en el portal: https://books.openedition.org/cemca/3061?lang=es, consulta: 1 de
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Comercio-de-America-del-Norte-20161123-0111.html (consultado: 27/08/2019).
5. FILMOGRAFÍA
DE LO COMUNAL A LO AGRARIO.
UNA VISIÓN HISTÓRICA Y SOCIOLÓGICA DEL DERECHO AGRARIO EN MÉXICO
Esta obra se imprimió en los talleres de Ediciones Michoacanas, S.A. de C.V., calle
Arenisca, 166, colonia Linda Vista, de Morelia, Michoacán, el día 28 de octubre del 2020,
constando el tiro de 300 ejemplares, más sobrantes para su reposición.
221
EDILBERTO ESQUIVEL RAMÍREZ. Maestro en Derecho por la Universidad del País Vasco (Euskal
Herriko Univertsitatea), de San Sebastián, España. Licenciado en Filosofía y en Derecho por la Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Profesor por Asignatura en la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales. Secretario de Acuerdos del entonces Cuerpo Consultivo Agrario, Secretario de Estudio y Cuenta
de los Tribunales Agrarios (1992-2018). Organizador de foros de difusión de la cultura en general y de
temas jurídicos en particular. Autor del libro El derecho y su filosofía en México y el mundo (2014) y coautor
del libro Crónicas de El Cacalote, la nostalgia de un pueblo comunal del Bajío Michoacano (2019), de donde
él es oriundo, así como de otras obras académicas antológicas, capítulos de libro y artículos, ponente y
conferencista [Email: esquivel_1960@hotmail.com].
COAUTOR
RICARDO GARCÍA MORA. Doctor en Derecho por el Centro de Investigación y Desarrollo del Estado de
Michoacán, Maestro y Licenciado en Derecho por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Profesor Investigador de Tiempo Completo en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Miembro del
Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales, Coordinador del Cuerpo Académico UMSNH-CA-241
Derecho Civil y Social. Reconocimiento a Perfil deseable PRODEP-SEP. Integrante del Colegio de
Abogados del Estado de Michoacán, A.C., de la Fundación Génesis SUCAYM, A.C., de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística, A.C. y del Colegio Nacional de Abogados Masones, A.C. Editor de
la Revista virtual Derecho Civil y Social. Articulista y árbitro de la revista Cijus Vox. Autor de varios libros
jurídicos, capítulos de libro y artículos, obras académicas, ponente y conferencista [Email:
rigarmora@hotmail.com].
COLABORADORES
BEATRÍZ ESQUIVEL CONTRERAS. Doctora en Filosofía por Instituto de Investigaciones Filosóficas “Luis
Villoro”, Maestra y Licenciada en Derecho por la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, todos de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Profesora por Asignatura en las ciencias sociales y
humanidades, fue funcionaria del Poder Judicial de Michoacán, autora de capítulos de libro y artículos,
ponente y conferencista [email: beatrizesquivel_1987@hotmail.com].