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UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS SOCIALES

DE LO COMUNAL A LO AGRARIO
UNA VISIÓN HISTÓRICA Y SOCIOLÓGICA DEL DERECHO
AGRARIO EN MÉXICO

EDILBERTO ESQUIVEL RAMÍREZ

RICARDO GARCÍA MORA

MORELIA, MICHOACÁN, MÉXICO. 2020


2

De lo comunal a lo agrario. Una visión histórica


y sociológica del derecho agrario en México

Primera edición: octubre del 2020

Benemérita y Centenaria Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo


Facultad de Derecho y Ciencias Sociales
Coordinación de la Investigación Científica

Proyecto CIC 14764 (2019-2020) “La responsabilidad social universitaria en la


investigación jurídica nicolaita”. Responsable: Dr. Ricardo García Mora.

En coordinación y aprobación del Cuerpo Académico DERECHO CIVIL Y SOCIAL, así


como de la Academia de la Asignatura DERECHO AGRARIO, de la Facultad de Derecho
y Ciencias Sociales.

Prohibida la reproducción parcial o total por cualquier medio electrónico o mecánico, sin
el permiso expreso por escrito del editor, conforme a la Ley Federal del Derecho de Autor
vigente y a los tratados, convenios, convenciones y acuerdos internacionales suscritos y
ratificados por México sobre Propiedad Intelectual.

Los capítulos de esta obra son responsabilidad de sus autores.

ISBN 978-607-542-152-0

Colección “Textos Jurídicos Nicolaitas”. Nº 4

Responsables: Dr. Ricardo García Mora y Mtro. Edilberto Esquivel Ramírez

Impreso en México / Printed in Mexico

Ediciones Michoacanas

Morelia, Michoacán de Ocampo, México. 2020


3

Del Mtro. Edilberto Esquivel Ramírez:

A mi esposa Gloria, con quien he compartido, por


fortuna propia, la mayor parte de mi vida y a quien le
agradezco no solo por haberse atrevido a seguir mi
camino, sino, sobre todo, por haberme dado la dicha de
tener a mis hijas Marcela y Betriz y mis nietos Santiago
Damián, Emma y Emilio, a quienes he adorado desde
antes de nacer.

A la memoria de mis padres Odón Nicolás


y Ernestina (Tina) Cardiel, originarios de
la comunidad de El Cacalote, en el Bajío
michoacano, de donde somos mis hermanos,
amigos y muchos familiares.

A mis amigos, amigas, compañeras y compañeros de la


Facultad de Derecho de nuestra Universidad nicolaíta, que ha
sido una de las casas de estudios que por siglos ha difundido la
ciencia, la cultura y, sobre todo, el pensamiento crítico y
revolucionario; que ha acogido en sus aulas a seres humanos
de todo el mundo, sin distinción de sexo, origen étnico, nivel
social, religión e ideología, pero que ahora, en el desprecio de
las élites dominantes, es desdeñada incluso por algunos de sus
hijos que pretender ver en la educación privada la “excelencia”
que segrega; respecto de la que, debemos estar seguros, jamás
compartirá el humanismo y la solidaridad de nuestra casa de
San Nicolás.
4

UNIVERSIDAD MICHOACANA DE SAN NICOLÁS DE HIDALGO

DIRECTORIO

Dr. Raúl Cárdenas Navarro


Rector
L.E. Pedro Mata Vázquez
Secretario General
Dr. Orépani García Rodríguez
Secretario Académico
M.E. en M.F. Silvia Hernández Capi
Secretaria Administrativa
Dr. Juan Carlos Gómez Revuelta
Secretario Auxiliar
Dr. Rodrigo Gómez Monge
Tesorero
Dr. Héctor Pérez Pintor
Difusión Cultural y Extensión Universitaria
Lic. Luis Fernando Rodríguez Vera
Abogado General
Mtro. Rodrigo Tavera Ochoa
Contralor
Dr. Marco Antonio Landavazo Arias
Coordinador de la Investigación Científica

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS SOCIALES

DIRECTORIO

Dr. Héctor Chávez Gutiérrez


Director
Lic. Oracio Camacho Mercado
Subdirector
Lic. María del Carmen Trujillo Martínez
Secretaria Académica
C.P. Jorge Gustavo Juárez Meza
Secretario Administrativo
Dr. Francisco Ramos Quiroz
Jefe de la División de Estudios de Posgrado en Derecho
Lic. Andrea Janet Serna Hernández
Secretaria Técnica
Lic. Víctor Hugo Árciga Hernández
Secretario de Desarrollo Estudiantil
Mtro. Octavio Rodríguez González
Cordinador General de la Licenciatura
Mtro. Juan Reynoso Cuevas
Coordinador del Sistema Abierto
Dra. Karla Teresa Piña Martínez
Coordinadora de Educación a Distancia
Lic. Julio César Téllez Barragán
Coordinador de Vinculación
Dr. Javier Éliott Olmedo Castillo
Coordinador del Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales
5

FACULTAD DE DERECHO Y CIENCIAS SOCIALES

CUERPO ACADÉMICO 241 “DERECHO CIVIL Y SOCIAL”

DR. RICARDO GARCÍA MORA


Responsable

DRA. MARTHA OCHOA LEON


Integrante

DRA. EMILIA RAMOS VALENCIA


Integrante

DR. MIGUEL MAXIMILIANO GUZMÁN ÁBREGO


Integrante

DR. MIGUEL MENDOZA BARAJAS


Integrante

DR. JUAN REYNOSO JAIMES


Integrante

ACADEMIA DE DERECHO AGRARIO

M.D. GERARDO BENJAMÍN COSS GARCÍA


Presidente

DR. MARTÍN HUMBERTO MORALES JURADO


Secretario

DR. RAMIRO PEÑA DÍAZ


Integrante

M.D. EDILBERTO ESQUIVEL RAMÍREZ


Integrante

M.C. KATIA MÉNDEZ CAMPOS +


Integrante (In Memoriam)
6
7

Í N D I C E

PRÓLOGO 10
Beatriz ESQUIVEL CONTRERAS

INTRODUCCIÓN 13
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ

CAPÍTULO PRIMERO 21
CONFIGURACIÓN HISTÓRICA DE LOS BIENES COMUNALES (ANTECEDENTE
REMOTO DEL DERECHO AGRARIO EN MÉXICO)
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ; Ricardo GARCIA MORA

1.1. Las tendencias comunales en las culturas germánica y visigoda 21

1.2. Los bienes comunales en Las Siete Partidas y su articulación con el Calpulli
precolonial 32

1.3. El Derecho Indiano y las concesiones de tierras a las comunidades


Indígenas 47
1.3.1. Los Títulos Virreinales 52

CAPÍTULO SEGUNDO
DEL DERECHO POSITIVO Y LIBERAL AL DERECHO SOCIAL AGRARIO
(REVOLUCIONARIO) 54
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ; Beatriz ESQUIVEL CONTRERAS

2.1. Derecho liberal versus derechos comunitarios en el México


independiente 54
2.1.1. Las Leyes de Desamortización y el artículo 27 de la Constitución de 1857 59
2.1.2. Privatización de tierras comunales y ejidales 61

2.2. La Revolución y el artículo 27 constitucional: el reparto agrario 64


2.2.1. El Plan de Ayala zapatista 66
2.2.2. La primera Ley preconstitucional de 6 de enero de 1915 y el Artículo 27 de la
Constitución de 1917 68

2.3. Los procedimientos cuasi-jurisdiccionales del Derecho social agrario


revolucionario 73
8

2.3.1. Los procedimientos sociales: la restitución de tierras; la dotación, la ampliación de


ejidos, los nuevos centros de población ejidal y el reconocimiento y titulación de bienes
comunales 74
2.3.2. Los procedimientos individuales: los juicios privativos de derechos; los conflictos por
posesión de parcelas y las nulidades de actos contrarios a las leyes agrarias 79

2.4. Instituciones tutelares de los derechos social y comunal agrario 80


2.4.1. La imprescriptibilidad, la inenajenabilidad y la irrenunciabilidad de los bienes ejidales
y comunales 87
2.4.2. El Amparo en Materia Agraria 90
2.4.3. La sucesión de derechos ejidales y comunales 92

CAPÍTULO TERCERO
EL NEOLIBERALISMO Y LA REFORMA CONSTITUCIONAL DE 1992 97
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ; Ricardo GARCÍA MORA

3.1. La globalización y las tendencias privatizadoras en México 97


3.1.1. La crisis de la política social agraria: el presidencialismo corporativista 98

3.2. El fin del reparto agrario 108

3.3. Las vigentes instituciones jurídicas para el campo, comparadas con el anterior
marco legal 114
3.3.1. Las asambleas de ejidatarios y comuneros y sus órganos de representación 114
3.3.2. La Procuraduría Agrario, los Tribunales Agrarios y el Registro Agrario Nacional 115
3.3.3. Principales figuras jurídicas y procesales: las nulidades de actos y contratos que
contravienen las leyes agrarias; las enajenaciones de derechos parcelarios y la prescripción
adquisitiva 119

3.4. El actual proceso judicial agrario y sus características 134


3.4.1. La instancia de parte y la audiencia de ley 137
3.4.2. Principios de igualdad procesal y de defensa oficiosa 139
3.4.3. Principio de verdad material o histórica 140
3.4.4. Principio de oralidad 141
3.4.5. Principios de celeridad y concentración 141
3.4.6. Publicidad e inmediación 142
3.4.7. Desplazamiento o itinerancia del tribunal 142
4.4.8. Conciliación y la suplencia oficiosa 143
4.4.9. El Recurso de Revisión 145

3.5. El desarrollo económico y social en el medio agrario 146


Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ; Alberto OROZCO MORENO
3.5.1. La organización y el desarrollo agrario, antes de la vigente Ley Agraria de 1992 148
3.5.2. El desarrollo productivo bajo la óptica del actual marco jurídico 151
3.5.3. A manera de conclusión 153

CAPÍTULO CUARTO
9

PERSPECTIVAS DEL DERECHO SOCIAL AGRARIO 157


Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ; Beatriz ESQUIVEL CONTRERAS

4.1. Las figuras legales privatizadoras del campo mexicano 157


4.1.1. La delimitación y asignación de las tierras ejidales y comunales al amparo del
artículo 56 de la Ley Agraria (El Programa de Certificación y Titulación de Tierras Ejidales y Solres
Urbanos “PROCEDE” y el mercado de tierras) 158
4.1.2. La conversión de tierras ejidales y comunales a la propiedad privada mediante la
adopción del dominio pleno 165

4.2. El reflejo de la constitucionalización de los derechos humanos en las


cuestiones agraria e indígena 167

4.3. Resistencia cultural y derecho consuetudinario de los pueblos comunales 178


4.3.1. Un ejemplo ilustrativo entre dos comunidades 179
4.3.2. Diferencias esenciales entre ejido y comunidad 188
4.3.3. Derechos cujlturales y derechos individuales en las comunidades indígenas.
Algunos casos de colisión de derechos 190
4.3.4. Aplicación del derecho consuetudinario en un caso de un conflicto territorial entre
dos comunidades 197

4.4. El caso paradigmático de la comunidad indígena de Cherán K’eri, en el Estado


de Michoacán 199

CONCLUSIONES 206
Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ

FUENTES DE INFORMACIÓN 212


10

PRÓLOGO

Beatriz ESQUIVEL CONTRERAS

Partiendo de los estudios y reflexiones acerca de la doctrina jurídica, cuya


herramienta fundamental lo es la Filosofía, definitivamente que se considera loable la
labor editorial emprendida por profesores investigadores y de asignatura para dar cuerpo
a este libro de texto sobre la materia de Derecho Agrario, mismo que contiene, en lo
fundamental, una visión sociológica de esta materia, aunque sin dejar de abarcar las
características propias desde la perspectiva de su evolución legislativa y jurisdiccional.

Este trabajo bibliográfico es encabezado por la iniciativa del Maestro Edilberto


Esquivel Ramírez, quien ha sido respaldado por la suscrita, junto con el Doctor Ricardo
García Mora, quien cuenta con el proyecto aprobado por la Coordinación de la
Investigación Científica de nuestra Casa de Hidalgo, la Universidad Michoacana de San
Nicolás de Hidalgo, intitulado “La responsabilidad social universitaria en la investigación
jurídica nicolaita”.

El trabajo editorial ha permitido compendiar temas para esta obra del ámbito del
derecho rural positivo y consuetudinario, demostrando el esfuerzo colectivo de
investigación en la creación de conocimientos y conceptos de vanguardia, ahora
explorando la existencia y necesidad del estudio de los antecedentes comunales del
actual derecho agrario mexicano, su actualidad y sus perspectivas, ajustado a los
requerimientos académicos de la Licencitura en Derecho y apelando a la política de
desarrollo sustentable de la responsabilidad social universitaria.

Porque, en efecto, tenemos aún mucho trabajo por materializar para producción y
publicación del conocimiento jurídico en el renglón agrario, y ahora contamos con más
investigadores, como Edilberto Esquivel Ramírez y Ricardo García Mora, profesores
universitarios entusiastas por la investigación, desempeñando la labor áulica con los
discentes de la Licenciatura en Derecho, en la asignatura de Derecho Agrario y Derecho
11

Civil, respectivamente, destinando el tiempo institucionalmente planificado para la


realización de la labor gestionadora del conocimiento.

En esta gama de temas expuestos en el marco de las actividades programadas


por el Centro de Investigaciones Jurídicas y, sobre todo, por el Cuerpo Académico de
Derecho Civil y Social, podemos constatar la labor indagadora que los autores han
materializado para dar cuerpo a los capítulos de que consta este texto universitario
nicolaita, actualizándose una línea de investigación relacionada con el derecho social y
humanitario, en donde se localiza el campo jurídico agrario, cumpliendo la necesidad de
dar a conocer lo hasta ahora obtenido en este renglón sensible para actuar con una total
responsabilidad social y, desde luego, académica.

Por ello, es de destacar el conjunto de temas abordados que se generan como


resultado de la preocupación por la obtención de grados académicos, actualización y
puesta al día de rubros que conllevan también el objetivo de promover el interés de
instituciones públicas en el campo mexicano, con el fin de mejorar las condiciones de
vida de sus habitantes.

En cada uno de los capítulos se podrá observar, desde el inicio del concepto
comunal de la tierra, aunado a la evolución de las preocupaciones sociales más sentidas
en los retos y paradigmas del ámbito agrario, que se encarnan en los periodos históricos,
en los pensamientos notables y en las escuelas más representativas en el desarrollo y
progreso del renglón agrario, partiendo precisamente de lo comunitario, para ir
encaminados, de manera compendiada, al entendimiento y discernimiento de los
estudiantes de Derecho.

Lo objetivo de este texto se refleja con el influjo de los notables pensadores que
enriquecieron el acervo doctrinal en la materia agraria, agradeciendo la respuesta a los
docentes investigadores participantes en los eventos académicos extracurriculares, para
que con sus guiones compartidos se puedan lograr los actuales retos y paradigmas en la
sustentabilidad de la temática comunal agraria, a fin de afrontar las necesidades de tener
12

nuestra propia literatura jurídica, que ahora sirva para acercar mejor el conocimiento al
alumnado de la Licenciatura en Derecho.

Con ello se proponen nuevos derroteros que generen retos que vayan de la mano
con la globalización jurídica-política, que generen conceptos jurídicos progresistas en la
materia agraria, que provengan, desde luego, de la necesidad comunitaria de los
pobladores del medio rural, por asegurar el respeto y promoción de sus derechos
humanos, de su entorno natural y colectivo y, sobre todo, de su Derecho consuetudinario,
que han observado de generación en generación, para así dar cuentas, dentro de la
misión histórica de nuestra universidad nicolaita, de compromiso y solidaridad con los
grupos sociales más marginados de nuestro país y del mundo.
13

INTRODUCCIÓN

Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ

“La lucha de los indios, proletarios y campesinos, en


estrecha alianza con el proletariado mestizo y blanco
contra el régimen feudal y capitalista, puede permitir el
libre desenvolvimiento de las características raciales indias
y podrá crear la ligazón entre los indios de diferentes
países, por encima de las fronteras actuales que dividen
antiguas entidades raciales, conduciéndolas a la
autonomía política de su raza”.
(José Carlos Mariátegui)

Es indudable que el tema de los bienes comunales, por esencia, es un tema histórico y,
desde luego, sociológico, tanto por sus orígenes occidentales y precoloniales, como por
la conformación actual de las comunidades indígenas propietarias y poseedoras de esos
bienes, en las cuales el derecho consuetudinario ancestral sigue teniendo plena vigencia
-al lado del derecho positivo- en regir las relaciones sociales de sus pobladores, al regular
no solo los derechos sobre la tenencia de la tierra y los de sus habitantes, sino el resto
de su organización política, religiosa y cultural.
Esa raigambre histórica que se trasluce hasta la actualidad en la vida de los
pueblos comunales es, desde luego, la responsable de la subsistencia de esa forma de
tenencia colectiva de la tierra, que a través de los siglos ha logrado subsistir a pesar de
los embates de la modernidad y del progreso prohijados por el derecho positivo y liberal.
Pero más aún, esa raigambre y tenacidad de las comunidades originarias a partir del
movimiento revolucionario de 1910, logró influir en la conciencia social de los
Constituyentes de Querétaro, en la promulgación del artículo 27, que ha sido la base del
derecho social agrario que creó la figura de los ejidos y los derechos de sus integrantes
con previsiones propias de las comunidades indígenas.
En ese sentido, no es aventurado afirmar que la figura de los bienes comunales,
ha sido de gran influencia en casi todos los órdenes, en la preservación de los derechos
colectivos del resto de las comunidades agrarias campesinas; lo cual ha quedado de
manifiesto en los movimientos actuales de resistencia en la defensa de los ecosistemas,
14

de la tierra, de la seguridad y de la autonomía de poblados rurales en los Estados de


Michoacán, Sonora, Chiapas y otros.
Por tanto, en el presente ensayo, que tiene como referencia central el tema de los
bienes comunales en México, su análisis se despliega –por necesidad, dados sus
orígenes milenarios- bajo una perspectiva histórica y sociológica, la cual nos permite, a
la vez, advertir sobre el futuro de esa forma de tenencia de la tierra y su subsistencia, así
como la subsistencia misma de sus poseedores como colectividad humana consecuencia
de la tenencia comunitaria de la tierra.
Al mismo tiempo se verá de qué manera esa peculiar forma de tenencia de la tierra
ha generado prácticas jurídicas consuetudinarias que se han tenido que reconocer, por
medio de la resistencia social, a veces de forma no escrita y otras más recientes por el
sistema jurídico vigente.
De manera tal que el objetivo central de esta aportación teórica, tiene como misión
entender la pugna que, como evolución dialéctica se ha escenificado entre el derecho
patrimonial de corte civil, por un lado, y por el otro, el derecho comunitario que, para
nuestro país, representa una buena parte de su conciencia social y por ende el
fundamento sociológico, doctrinario y legislativo del moderno derecho social agrario.
Ese derecho comunitario cuyo origen se remonta a la cultura de los pueblos
bárbaros visigodos y germanos, pobladores medievales de la península ibérica, que se
conjugó con las teorías comunitarias de la escolástica y del socialismo utópico del
renacimiento; que posteriormente se asimiló con la propiedad territorial comunitaria de
las culturas mexica y purhépecha y que se conoce históricamente como Calpulli; lo cual
dio origen, después de los embates del liberalismo decimonónico, al derecho agrario
surgido de una de las primeras revoluciones progresistas del siglo XX, con el cual se
consolidó jurídicamente la propiedad territorial de los ejidos y los bienes comunales de
los indígenas y mestizos del país.
Como consecuencia de aquella evolución dialéctica, en las últimas décadas, el
neoliberalismo, como arma jurídico-política de la globalización comercial, parece buscar
revancha, regresando a los cánones del derecho privado, y con ello, obnubilar al derecho
social en perjuicio de la propiedad colectiva de ejidos y comunidades, cuyo régimen
parece en vías de extinción. Sin embrago, la resistencia que, sobre todo las comunidades
indígenas han opuesto desde el siglo XIX a la política liberal, ahora la refrendan,
15

reconstruyendo practicas comunitarias consuetudinarias en defensa de su patrimonio


social, de su cultura y del medio ambiente natural.
Esa resistencia comunitaria de los pueblos indígenas que en el programa
revolucionario afianzó el concepto de la propiedad social de la tierra, tanto para indígenas
como para campesinos no indígenas, nuevamente parece ser la esperanza en la defensa
de los derechos colectivos de las comunidades rurales de México.
En la actualidad, el afianzamiento de los derechos culturales de los pueblos y
comunidades indígenas, así como la constitucionalización de los derechos humanos en
nuestro país, a partir de las reformas de 2001 y 2011, ha logrado establecer para las
instituciones públicas y, sobre todo, para los órganos judiciales, desde los juzgados
municipales hasta la Suprema Corte, disposiciones normativas y criterios interpretativos
en los que el derecho Internacional de los Derechos Humanos es de observancia general
y vinculante para todo tipo de autoridades e instituciones e incluso para algún tipo de
personas físicas y morales de derecho privado.
Esa gama o mejor dicho bloque de constitucionalidad-convencionalidad de los
derechos humanos1, inicia por enfatizar los derechos individuales de las personas físicas
como aquellos que trascienden al Estado y que nos asisten por provenir de nuestra
condición natural de seres humanos, con independencia de la regulación positiva. Es
decir, tomando, por decirlo así, cierta distancia de la corriente positivista, se preconizan
ahora concepciones éticas en la defensa y garantía de los derechos humanos.
Dentro del comentado bloque de constitucionalidad-convencionalidad, localizamos
también y desde luego aquellos derechos culturales de los núcleos de población
indígena, los cuales, de manera general, han normado su vida gregaria de generación en
generación, al amparo del derecho consuetudinario, tanto en aspectos que se refieren al
sistema de gobierno, al de sanciones o punitivo, como a aquellos que tienen que ver con
la tenencia de sus tierras, aguas, bosques y montes.
Es obvio suponer que, en no pocos casos, el derecho consuetudinario choca
abiertamente con el eurocentrismo que, en nuestro suelo es fundamento del derecho
positivo y liberal, esto es, con la concepción occidental del derecho. Pero ese choque no

1 FERRER MAC-GREGOR, Eduardo (2011). Interpretación Conforme y Control Difuso de


Convencionalidad. El Nuevo Paradigma para el Juez Mexicano. Estudios Constitucionales, año 9, N° 2.
Centro de Estudio Constitucionales de Chile, Universidad de Tecla, p. 532.
16

necesariamente y en todos los casos tiene que ver con la salvaguarda de los derechos
humanos de las personas y/o de los integrantes de las comunidades indígenas -lo cual
ya de por si representa un problema de interpretación y de hegemonía normativa-, en la
que entran en juego concepciones antagónicas que se suelen denominar, por un lado,
como autonomía condicionada y por el otro, autonomía absoluta2.
Es decir, si bien muchas de las prácticas consuetudinarias de los pueblos
indígenas y tribales suelen anteponer los derechos de la colectividad sobre los de los
individuos -dada su cosmovisión histórica milenaria-, traduciéndose en lo que para la
cultura occidental es trasgresión a los derechos humanos, lo cierto es que, en ocasiones,
tratándose de la propiedad de las tierras, bosques y aguas, en el fondo puede estar
latente una presión de las tendencias liberales que buscan la privatización y/o
comercialización de las tierras comunales; presión que en los ejidos, cuya historia es más
reciente, al surgir de la revolución de 1910 -aunque en el norte del país, como en los
Estados de Chihuahua, Durango, Tamaulipas y Sonora, se ha documentado su
nacimiento desde finales del siglo XVIII-, está permeando a partir de la reforma neoliberal
de 1992, que abrió la puerta a la privatización.
En otras palabras, la trampa que se ha originado con la reforma a la tenencia de
la tierra, de corte eminentemente liberal, que va liquidando al derecho social surgido de
la revolución y bajo una interpretación tergiversada de los derechos humanos, en Estados
de democracias débiles o francamente simuladas como el nuestro, las presiones de la
corriente liberal patrimonialista al amparo de la política globalizadora, va ganando terreno
con más facilidad en los ejidos no indígenas; pero por otro lado, enfrentando decidida
oposición en las comunidades indígenas, dado su origen que, desde luego, es anterior a
todo derecho occidental.
Por tanto, el ensayo que ahora se presenta, contiene también como misión
epistemológica no menos fundamental, remontarnos a los origines ancestrales de la
propiedad comunitaria de la tierra, que se han guardado en textos que datan de la
recepción del derecho común en España, así como su símil, el sistema del Calpulli
precolonial, que en nuestra cultura indígena se ha preservado de generación en

2 GARCÍA-SAYÁN, Diego (2012). Derecho Internacional, Pluralismo Jurídico y Derecho de los Pueblos
Indígenas/ en Un Diálogo entre Jueces (Trabajos de la Cumbre de Presidentes de Cortes Supremas,
Constitucionales y Regionales. México: Suprema Corte de Justicia de la Nación), p. 122.
17

generación, con algunos títulos escritos coloniales, pero, más acusadamente, bajo el
derecho consuetudinario que como forma sociológica esencial, ha tenido como misión la
salvaguarda de sus territorios en forma comunitaria.
Sin embargo, como consecuencia inmediata de lo anterior -y de ahí el título de la
presente obra-, se deberá buscar, en esta investigación, la presencia que la historia y la
sociología de los bines comunales, ha cobrado en el derecho agrario mexicano, en aquel
conjunto de normas jurídicas positivas que, a partir de la posrevolución, cambiaron la
estructura de la tenencia de la tierra en México, bajo la cual, la propiedad social de ejidos
y comunidades se convirtió, de hecho y de derecho, en la territorialmente mayoritaria.
Bajo los esquemas legales, doctrinarios y jurisprudenciales del derecho agrario
revolucionario, se consolidaron instituciones jurídicas que, sin duda alguna, se
influenciaron de la historia y de la sociología de los bienes comunales que ha
amalgamado normas precoloniales, coloniales, consuetudinarias y positivas, con el
propósito de preservar los derechos rurales, tales como la imprescriptibilidad y la
inenajenabilidad de los bienes colectivos de uso común; figuras que se remontan a la
legislación de las Siete Partidas de Castilla y que aún se conservan bajo el derecho social,
a pesar del avance del derecho patrimonial que, bajo la concepción liberal, derogó ya
instituciones de aquella raigambre, tales como la irrenunciabilidad y la inembargabilidad
de los bienes y derechos agrarios, con lo cual se abre la posibilidad de que .los bienes
agrarios en su conjunto, entren a la esfera comercial de la oferta y la demanda.
Por tanto, bajo principios formativos, con el objeto de entender la consistencia de
los pueblos indígenas en la preservación de la tenencia de la tierra en forma comunal,
por necesidad debemos remontarnos a los orígenes tanto occidentales como
prehispánicos de la propiedad comunal de las tierras, bosques y aguas de los pueblos
originarios; y de esta forma, se tendrá que retomar y ampliar, desde luego, el rastreo
sobre el origen de los bienes comunales en la cultura de los reinos de Castilla, dado que
la conquista y colonización de estas tierras, como es sabido, fue obra de aquella
civilización.
En ese sentido, resulta igualmente importante analizar el impacto que derivó del
choque de las culturas occidental e indígena, y en el que se pondera el hecho de que la
conquista y el proceso de colonización de estos pueblos no se hubiera podido consolidar
si la cultura dominante no hubiese asimilado en su esquema normativo al derecho
18

consuetudinario de las civilizaciones precolombinas en lo concerniente al régimen en la


tenencia y explotación de la tierra.
Por ello, se reitera que, en ese contexto temporal, se asimilaron dos esquemas
legales de dos civilizaciones que, aunque antagónicas por sus intereses hegemónicos,
eran similares en un aspecto fundamental: esto es, en la tenencia de la tierra en forma
colectiva de pueblos naturales que, de manera articulada, dio origen al llamado Derecho
Indiano, que se materializa y formaliza durante el siglo XVII en la conocida compilación
de la Ley General de Reinos de Indias.
Como se puede ver, la referencia histórica que se propone, no significa, en forma
alguna, una mera decoración del presente trabajo, sino, al contrario, una parte sustancial,
pues la naturaleza de la investigación no deja duda de la necesidad gnoseológica del
pretérito, ya que sin el no se puede entender el presente de los bienes comunales; el
grado de influencia en el derecho agrario mexicano, ni tampoco formular propuestas de
futuro para su preservación. Es decir, la institución de los bienes comunales en nuestro
suelo es, por necesidad, una realidad histórica y sociológica quizá más que jurídica.
En capítulos subsecuentes del presente trabajo, se aborda, de forma breve y
sucinta, la época independiente y liberal, que es en la que se retoma el proceso de
resistencia de los pueblos indígenas y tribales por su territorio comunal, frente a los
embates privatizadores del derecho liberal y que tiene su continuación hasta los tiempos
actuales, pasando por algunos periodos que conformaron sus posesiones territoriales -
más no su cultura-, al amparo de la revolución social de 1910.
Bajo esa perspectiva, pareciera que esa lucha de los pueblos originarios es eterna,
como eterna es su ansia de pervivir ahora frente a los impulsos de la oferta y la demanda,
de los medios de comunicación y, en fin, de la fuerza de la empresa globalizadora y sus
corrientes ideológicas que parecen ya dominar el escenario mundial, pero que no
obstante, esa lucha por la supervivencia que ha caracterizado a las comunidades
indígenas, se ha traslucido –de ahí su importancia-, a otras formas de propiedad social
que en México, hasta estos momentos, representa más de la mitad de su territorio. Me
refiero a la figura de los ejidos, los cuales son propietarios de sus tierras, bosques y aguas
y que, con la legislación revolucionaria se adoptaron en su seno instituciones de franca
influencia comunal, con el objeto de preservar su patrimonio colectivo.
19

Las previsiones a que se hace referencia, si bien es cierto que fueron suprimidas
con la reciente reforma constitucional de 1992, de franca influencia neoliberal, también lo
es que, la resistencia de los poblados rurales, tanto ejidales como comunales, ha sido
manifiesta a partir de esa época; teniendo como ejemplos los casos de varias
comunidades y pueblos de los estados de Michoacán, Oaxaca y Chiapas, al igual que de
algunas del norte del país, como los Tarahumaras, en los que se han manifestado
abiertamente en contra de la privatización de sus recursos.
En ese contexto de lucha y resistencia, en tiempo reciente, comunidades indígenas
de Oaxaca y Michoacán, han establecido sus gobiernos autónomos, alejados de la forma
político-electoral prevista en el derecho positivo, fundamentándose en sus usos y
costumbres, lo cual ha experimentado resultados positivos en materia de seguridad,
preservación ecológica y patrimonial; resultados que incluso han sido medidos por
organismos oficiales en sede interna e internacional.
Tales logros de las comunidades indígenas en la defensa de su población y su
territorio, nuevamente sigue siendo pauta para otros núcleos de población no indígenas
o cuando menos no mayoritariamente indígenas, algunos de los cuales, en Guerrero y
Michoacán, han empezado por organizar grupos de autodefensa en materia de seguridad
poblacional, lo cual va generando esquemas de conciencia social en rechazo de las
medidas privatizadoras, identificándolas como las causantes directas de la miseria, del
deterioro ecológico y, consecuentemente, de la descomposición social y la delincuencia
generalizada.
Así pues, como esperanza en la preservación de los derechos y de la propiedad
colectiva de las tierras, los bosques y las aguas de los pueblos indígenas, de mestizos,
de las tribus y demás núcleos de población, tenemos, sin lugar a dudas, la figura milenaria
de los Bienes Comunales.
Por tanto, el anterior es pues el núcleo central del presente trabajo y hacía allá
pretendo conducirlo, con el doble propósito de advertir asimismo, si existe futuro para la
subsistencia de los bienes comunales y, consecuentemente, para sus habitantes y
poseedores que mayoritariamente son indígenas y que en la actualidad representan una
población de un poco más de 10 millones de habitantes, seis millones de los cuales viven
20

en sus comunidades de origen3, es decir, en las tierras comunales que han poseído de
generación en generación, desde tiempo inmemorial.
Pero ese futuro, a no dudar, también corre la misma suerte que el resto de la
propiedad social en la tenencia de la tierra: los ejidos y el resto de los pueblos rurales,
que en su conjunto han establecido para México y para el mundo, el derecho social
agrario.
Finalmente, solo quiero puntualizar, que la presente aportación teórica, pretende
no solo ser, de alguna forma, un referente académico por cuanto se refiere al curso de
derecho agrario; sino que, dada la sencillez que ha caracterizado a la cuestión agraria, al
tratarse de la regulación de los bienes y los derechos de la gente del campo, comuneros
y ejidatarios; esto es, personas sencillas por naturaleza, el estudio de nuestra asignatura,
debe ser, por tanto, sencillo y llano, sin pretensiones excesivamente técnicas ni
terminología rebuscada, que quizá sean característica de otros campos del derecho,
como del civil y mercantil los que, por su esencia, siempre han reñido con el derecho de
los marginados del campo; quienes, hasta hace muy poco, no conocían, por innecesario
para su forma de vida noble y sin complicaciones, las operaciones civiles con fines de
lucro propias del capitalismo, del cual, huelga decir que jamás ha tenido nación, menos
corazón, el que, por otro lado, le sobra a la gente del medio rural.
Debido a lo anterior, el autor espera que el presente trabajo, pueda formar parte,
junto a la academia, de la cultura general; de aquellas y aquellos interesados en la historia
y en la sociología de las mujeres y de los hombres del campo que, sin duda alguna, en
mucho, han sido el motor de la historia patria.

3Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. Regiones Indígenas de México, Programa
de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas,
México, 2006, p. 7.
21

CAPÍTULO PRIMERO
CONFIGURACIÓN HISTÓRICA DE LOS BIENES COMUNALES (ANTECEDENTE
REMOTO DEL DERECHO AGRARIO EN MÉXICO)

Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ


Ricardo GARCÍA MORA

1.1. Las tendencias comunales en las culturas germánica y visigoda

Para este capítulo, resulta trascendente rastrear el antecedente y el contexto histórico de


los bienes comunales en la península Ibérica, con el objeto de tratar de entender hasta
qué punto esta institución surgió a la vida jurídica con vida propia, es decir, con una
marcada autonomía y distancia del régimen de la propiedad plena o privada.
Es trascendente también para el objetivo del presente trabajo, la delimitación
sociológica de nuestra institución porque tanto en España como en México, con el
derecho consuetudinario del Calpulli, los bienes comunales surgieron sin reconocer la
delimitación precisa de las tierras, las aguas, los montes y los bosques, delimitación que,
por el contrario, es la base y fundamento del derecho civil de origen meramente
romanista.
Bajo el régimen de los bienes comunales, la posesión y aprovechamiento de la
tierra y sus productos era y, sigue siendo en común, por el grupo de familias que
conforman el núcleo de población de vecinos, mientras que para el régimen de la
propiedad plena y delimitada, el fundamento es el derecho privado; de ahí la importancia
del rastreo histórico y sociológico, con el objeto de entender que el derecho civil y el
derecho a los bienes comunales nacieron de matrices diferentes y que su caminar en la
historia es por senderos igualmente diferentes y por lo tanto, en esencia, opuestos.
Lo anterior es así porque mientras que, para la propiedad privada de la tierra, de
los bosques y los montes y de sus derivaciones que constituyen el latifundio, la
acumulación del capital, la especulación y el lucro, su regulación y su defensa jurídica y
aún filosófica, la localizamos en el derecho y la política liberal. Por el contrario, para los
bienes comunales esa corriente riñe con su esencia, razón por la que esta institución
suele identificarse más con la sociología que con el derecho escrito. En otras palabras,
si para la propiedad privada el derecho civil es su arma jurídica por excelencia, para los
22

bienes comunales tenemos la costumbre como conciencia histórica y como organización


social de los pueblos.
[…] Por ello, el carácter que ofrece desde este punto la propiedad comunal es el
rural, ya agrícola, ya pastoril. El comercio y la industria van generalmente por otro
camino: son el más poderoso medio de individualización, y lo fueron también
algunas profesiones que añadían cierto carácter importante y augusto a las
personas […] En lo que toca especialmente a la comunidad de la tierra son tres,
fundamentalmente, los sistemas de organización. O la comunidad es tan absoluta
que aún el trabajo se hace en común, juntándose los productos y repartiéndolos
luego; o se hacen periódicamente distribuciones de parcelas que cada familia
cultiva para satisfacer sus necesidades; o, por último, la distribución se verifica con
carácter de posesión permanente que, sin embargo, no autoriza en modo alguno
para la enajenación. Esto en cuanto a la tierra laborable: la inculta destinada a
pastos y los montes, quedan en absoluta indivisión […]4.

Sobresale de la cita anterior, la función solidaria de los bienes comunales, por


cuanto que la tierra, tanto laboralble como pastoril, tienen un aprovechamiento siempre
común, fundamentalmente para la subsistencia del grupo. Pero, por otro lado, y no menos
importante, a diferencia de la propiedad plena de corte civilista, aquellos bienes no se
puden enajenar, es decir, no entran en las leyes del mercado.
Adicionalmente, porque los bienes comunales han tenido su origen y se han
seguido regulando por los usos y costumbres de la colectividad, es que han sido
discriminados, primeramente en la península Ibérica, por la fuerza de las instituciones
positivizadas del derecho civil, cuyo origen encontramos en la cultura del conquistador y
poderoso Imperio Romano y, después, en América Latina que, con la presencia del
liberalismo que arribó a finales del siglo XVIII -como cultura igualmente dominante-, trató
de eliminar para siempre aquélla conformación.
En lo anterior quizá podamos encontrar el origen de una deficiente reglamentación
para los bienes comunales, sobre todo en México, ya que obviamente nunca han sido
santo de devoción del derecho occidental codificado; razón por la cual, la cultura
hegemónica ha estado interesada en obnubilar su existencia. INVESTIGAR

4ALTAMIRA Y CREVA, Rafael (1981). Historia de la Propiedad Comunal. Madrid: Instituto de Estudios de
Administración Local (prólogo de Alejandro Nieto), p. 65.
23

Con relación a los antecedentes históricos de la conformación de los bienes


comunales, Don Alejandro Nieto, uno de los más prominentes especialistas de esta
formación sociológica en España, nos dice que:
[…] por eso, si queremos averiguar la verdadera esencia de esta institución, no
hemos de detenernos en el ropaje jurídico que en un momento determinado se le
haya dado, máximo cuando esta determinación jurídica ha sido de ordinario, tan
precaria e insuficiente. Teniendo en cuenta, además, que el cuerpo social está en
constante evolución por la permanente evolución de las necesidades sociales y de
la estructura económica a que responde la existencia de los bienes comunales, es
claro que sólo la historia podrá darnos la clave en su esencia […]5.

Tales son pues las razones por las cuales tendremos que ubicar a nuestra
institución en la historia y en la sociología, pues por lo demás, creemos que es la historia
la madre de las civilizaciones y por ende de los saberes y las ciencias, y es precisamente
en la historia y en las explicaciones de la sociología, que los usos y costumbres cobran
fuerza y sentido; lo cual se tratará de sostener en las siguientes referencias
historiográficas.
A la caída del imperio Romano de occidente, la capital del nuevo Imperio se
trasladó a Constantinopla, lo que en el actualidad es Estambul, y en esa sede, al nuevo
orden político-jurídico se le conocería como el Imperio Romano de Oriente, que
perduraría como tal casi un milenio, que inició a finales del siglo IV y principios del V de
nuestra era, hasta el XV, cuando a mediados del año 1400 fue invadido por el imperio
Turco; terminando así y para siempre una civilización –la Romana- que nació en el siglo
VII antes de Cristo y que, a no dudar, ha influenciado a prácticamente la totalidad de las
civilizaciones occidentales que perduran hasta nuestros días. El especialista en la Edad
Media, Humberto Eco, sobre el particular, nos dice que:
[…] el Medievo es el periodo que se inició con la disolución del Imperio romano,
fundió la cultura Latina con la de los pueblos que gradualmente invadieron el
imperio -con el cristianismo como su elemento de unión- y dio nacimiento a lo que
hoy llamamos Europa, con sus países, con los idiomas que aún hablamos y con
las instituciones que, a pesar de muchos cambios y revoluciones, aún son las

5 NIETO, Alejandro (1964). Bienes Comunales, en: Revista de Derecho Privado, Madrid, p. 10.
24

nuestras […] y, por convención, la fecha de conclusión del periodo se ha fijado en


1492, año del descubrimiento de América y de la expulsión de los moros de la
península ibérica […] Así suele diferenciarse una Alta Edad Media, que abarca de
la caída del Imperio romano al año 1000 (o al menos hasta la época de
Carlomagno), un Medievo intermedio, que incluye el renacimiento posterior al año
1000, y una Baja Edad Media, que, a pesar de las connotaciones negativas que
puede insinuar el adjetivo baja, es la gloriosa época en la que Dante concluyó su
Divina Comedia, en la que escribieron su obra Petrarca (1304-1374) y Boccaccio
(1313-1375) y en la que maduro el humanismo Florentino […]6.

Por ello, fue el Imperio Romano de Oriente, el que logró preservar no sólo la cultura
política de la antigua forma de gobierno; sino que, a la vez, rescató, compiló, difundió
académicamente y se rigió bajo las instituciones políticas y las normas del derecho que
generó la Ley de las XII Tablas y las posteriores codificaciones imperiales, pero así como
se logró conservar y actualizar el derecho, de igual forma se afianzó la influencia de la
religión cristiana, lo que a la postre, en Europa Occidental, traería como consecuencia la
creación del derecho canónico que se comenzó a gestar a inicios de la edad media,
primero bajo la influencia de la patrística y después bajo la órbita de la escolástica y de
las primeras universidades de la Baja Edad Media.
Sin duda alguna que la época del período de Justiniano, es una de las más
sobresalientes del Imperio Romano de Oriente, pues en ese tiempo se logró reconquistar
gran parte del territorio que anteriormente le pertenecía al Imperio de Occidente, como lo
fue el norte de África, Italia y una pequeña parte de España, lo que trajo consigo,
obviamente, un considerable impulso a la agricultura y, sobre todo al comercio, lo cual le
permitió no solo un importante avance económico, sino que, a la vez, le generó una
profunda relación cultural con los pueblos conquistados y con las civilizaciones vecinas,
de suerte tal que en esa época bien podemos hablar de una especie de renacimiento,
puesto que se retoma el estudio de los clásicos de la cultura helénica, sobre todo la
Filosofía y desde luego el Derecho.
La cultura del derecho es una consecuencia inevitable de su tiempo, pues su
estudio y difusión no solo se debió a la necesidad de preservar lo romano, sino que

6Eco, Umberto, “Introducción a la Edad Media”, en: La Edad Media: I. Bárbaros, cristianos y musulmanes,
Fondo de Cultura Económica, primera reimpresión, 2018, México, pp. 11-12.
25

también se hizo indispensable para que rigiera las nuevas relaciones sociales que se
estaban basando ya en el comercio y en la propiedad de grandes extensiones de tierra
en manos de pocos.
Es importante señalar, en el contexto histórico y sociológico, que si bien los
pueblos del centro de Europa fueron invadidos y conquistados por los bárbaros, aquellos
siguieron conservando su propio sistema legal, esto es, el romano, lo cual les fue tolerado
por los vencedores, quienes a su vez rigieron sus relaciones sociales por medio del
derecho consuetudinario; pero lo cierto es que aquel cuerpo jurídico romanista en su
sentido clásico y ortodoxo, poco a poco fue quedando, si no superado, si penetrado frente
a la influencia de la sociedad dominante; lo cual fue originando, por un lado, la
degradación o vulgarización del derecho romano clásico y la mezcla de éste con el
derecho consuetudinario de los pueblos bárbaros, por el otro.
Por lo tanto, bien se puede afirmar, que la institución de los bienes comunales, es
producto directo de los flujos migratorios y el consecuente establecimiento de otras
culturas y otras civilizaciones distintas a las del Imperio en disgregación, dentro de los
territorios que otrora conformaron el sistema del poder de Roma, el cual, como es bien
sabido, basaba su influencia social, económica y política, principalmente en la coalición
de los terratenientes y aristócratas de la administración pública, dueños de gran cantidad
de esclavos.
Luego entonces, la propiedad de sus territorios en todo el mundo hasta entonces
conocido, desde el norte de África, Asia, el cercano Oriente, lo que ahora es España,
Portugal, Italia, Grecia, Alemania, Francia, los Balcanes y buena parte de la Magna
Bretaña, eran precisamente territorios delimitados y asignados al Imperio, como producto
de las guerras de conquista; por lo que, a favor de los generales triunfadores, senadores,
magistrados, ediles y tribunos, que conformaban la clase socialmente alta o de los
patricios, se transferían, en enajenación, por la administración burocrática basada en el
derecho civil, considerables superficies de tierra de labor, bosques, montes y aguas.
Lo anterior fue posible, gracias a la creación de instituciones que reglamentaron
los derechos de propiedad, posesión, usufructo, usucapión, así como los derechos reales
y personales; los contratos y la teoría de las obligaciones; instituciones del derecho civil
que hasta la fecha son vigentes.
26

Es así que la propiedad privada bien delimitada, tanto a favor del Imperio como a
favor de los particulares, se consolidó como una forma de vida basada fundamentalmente
en la propiedad de la tierra; mientras que, por otro lado, estarían los pueblos bárbaros,
producto de los flujos migratorios, los que paso a paso, pacífica o violentamente ganaban
espacios territoriales que por lo general no delimitaban ni asignaban en propiedad plena
a sus miembros, pues la movilidad social era una de sus características por necesidad.
[…] Hasta los años cuarenta del siglo V los romanos trataron de oponer una feroz
resistencia al avance de los pueblos germánicos. La derrota de Rávena, capital del
Imperio de Occidente, en la cual Odoacro, jefe de las filas bárbaras de los hérulos,
esciros, turcilingos y rugios, depone en el año 476 al emperador Rómulo Augústulo
y envía las insignias imperiales a Constantinopla, sella definitivamente este
proceso de infiltración del elemento bárbaro y de disolución de la unidad imperial
de los territorios de Occidente que había comenzada varias décadas antes. Con el
progresivo desgaste de la autoridad romana se conforman principados bárbaros
estables que se reparten las provincias imperiales: los alamanes instalados en el
actual Suiza, los anglos y los sajones en las islas británicas, los burgundios en el
valle del Ródano, los francos en el bajo Rín, los ostrogodos en Italia, los vándalos
en la región africana y los visigodos primero en Francia meridional y sucesivamente
en la península ibérica […] la gradual infiltración de los pueblos germánicos en los
confines del imperio. Éstos comienzan a establecerse en los márgenes externos
de las provincias imperiales, formando, ya desde el siglo IV, pequeñas colonias
agrícolas y militares en los campos devastados por las guerras. A continuación,
gradualmente van formando parte de las milicias romanas, de las que pronto
constituirán el núcleo principal. Luego, a partir de los primeros años del siglo V, se
extienden hacía los territorios romanos, empujados por el avance huno en el
Oriente, invadiendo la Galia, la península ibérica y la península itálica […] 7

De manera tal que, desde el punto de vista sociológico, la mezcla de civilizaciones


que se originó por la fusión de los grupos humanos que se entrelazaron por medio del
matrimonio y por el consiguiente parentesco, fue generando la creación de un sistema
jurídico que fuese común para los nuevos grupos sociales producto de aquella mezcla.

7 Ibídem, pp. 88-89.


27

Así, la tradición del derecho romano escrito, junto con el derecho consuetudinario
preexistente y, posteriormente, con el arribo del derecho común ya difundido por los
glosadores y, sobre todo, por los comentaristas, permitieron la erección de un nuevo
sistema legal que, desde luego, tuvo su origen en el derecho romano clásico, pero que
por necesidad histórica hubo de transformarse, así como se transformaría la lengua latina
misma al contacto con las demás que recorrían el territorio europeo.
Este nuevo orden social y consecuentemente legal, que conjugó el derecho
romano de los vencidos y las practicas consuetudinarias de los vencedores, fue dando
origen, en el norte de la península ibérica, a una forma muy peculiar en la tenencia de la
tierra, que se basa más en las formas comunitarias de propiedad territorial que en la
forma individual, esta última que constituyó el pilar del derecho imperial que otrora fue el
hegemónico.
Mientras que, para el derecho romano, en materia de patrimonio inmobiliario, el
interés individual y privado fue la base de su organización social y política, partiendo de
la delimitación e identificación plena de la propiedad privada, para el derecho
consuetudinario de germanos y visigodos, tenía preponderancia la posesión comunal; es
decir, la propiedad de las tierras, bosques y aguas que sirven a las necesidades
elementales de susbsistencia de todos y cada uno de sus integrantes.
Por eso se habla incluso y sobre todo, de posesión o propiedad comunal y no
colectiva, pues ésta contiene una definición amplia que se refiere más bien a los derechos
de la colectividad, como por ejemplo a los derechos de los ciudadanos a la vialidad, los
panteones, el esparcimiento y a un entorno sano, etcétera. La propiedad comunal o
comunitaria, según Rafael Altamira y Creva, a quien ya se citó con anterioridad, es
aquella en la que,
[…] los propietarios son todos los miembros que forman la comunidad
individualmente; de modo que aparecen como necesarias dos condiciones para
que exista una propiedad de ese género: 1ª Que lo poseído (la cosa) subsiste en
el grupo, percibiéndose solo sus utilidades, sin destruirla o enajenarla. 2ª Que el
uso y disfrute sea de los individuos que componen el grupo de cada vez en el
tiempo, considerados singuli; pero no de la persona social (como en los bienes de
propios). Hay pues dos sujetos: en primer lugar, el grupo, que mantiene su
personalidad y su valor constantemente, mientras es tal grupo, aunque se
renueven sus miembros por el transcurso natural de las generaciones, o por otras
28

circunstancias, y en el que radica lo que llamarían algunos la propiedad nuda o el


dominio directo, que imposibilita a sus componentes para enajenar y disponer por
si del fundo de la propiedad; y en segundo lugar, los individuos que forman en cada
momento el grupo, y que perciben las utilidades de la propiedad a él referida con
un mismo derecho sobre el todo, aunque no siempre matemáticamente igual, sino
proporcionado a sus necesidades […]8.

Al dejarse pues más o menos clara la diferencia entre el derecho colectivo y el


derecho a la propiedad comunal y de ésta con la privada y, sobre todo, su
aprovechamiento por el grupo, en forma igualmente comunal, es menester ahora
referirnos al origen de este tipo de propiedad que se conoce históricamente como Bienes
Comunales, y sobre el particular, hemos comentado que en España el surgimiento de
esa forma de tenencia de la tierra, se remonta a la Alta Edad Media, después de la caída
del imperio romano de occidente, al asentarse en la península ibérica los grupos humanos
conocidos comúnmente como bárbaros, provenientes del norte y del cercano oriente, a
los que después se ha identificado como germanos, celtas, godos y visigodos.
Por eso se dice que el origen de los bienes comunales se le encuentra no en el
derecho romano sino en el derecho consuetudinario de los pueblos germanos y visigodos,
principalmente, quienes no concebían un derecho de propiedad territorial de forma
individual y delimitado al estilo de aquel, pues para éstos, la tierra, los bosques y el agua
eran considerados como bienes de todo el grupo que los habita por ser originarios de
esas mismas tierras y que las pueden aprovechar individual y familiarmente.
Rafael Altamira, nos dice también que […] siempre la propiedad común reside en un
grupo, que ora es la familia troncal, ora la tribu, o las subtribus, ora las agrupaciones rurales
constituidas administrativamente; en él radica, como fondo sagrado cuyo objeto es servir a las
necesidades de todos sus miembros, los de hoy y los de mañana, porque todos descienden y se
suceden respectivamente y tienen igual derecho […]9.
Por su parte, Alejandro Nieto, en lo tocante al origen temporal, espacial y al
espectro sociológico de los bienes comunales, refiere que:
[…] la investigación propia empieza en la Edad Media porque, para nosotros es
aquí donde en España hay que buscar el origen de los bienes comunales […] Los

8 ALTAMIRA Y CREVA, Rafael. Op. cit., pp. 56-57.


9 Ibídem, p. 58.
29

primeros siglos de la Reconquista supone la ocupación por las gentes del Norte de
unos territorios abandonados y en su mayoría incultos, que tiene lugar conforme a
dos principios: el señorial-feudal y el comunal. Curiosamente la literatura se ha
volcado hasta ahora primordialmente sobre el primer principio; pero, como es
lógico, para nuestro tema va a tener más importancia el segundo […] el Rey o el
Señor –laico o eclesiástico- asignan unas tierras a una colectividad de vecinos. En
ese sentido, pues, originariamente todas las tierras de una agrupación de vecinos
son comunales. Sobre ellas van poco a poco ejerciendo los vecinos sus derechos
de presura y escalio, es decir, van realizando apropiaciones individuales de
porciones de tierras comunes […] Por lo demás, éste es ya el sistema ordinario de
repoblación en la Baja Edad Media […] Analizando separadamente estos
elementos –los de los bienes comunales- resulta que los derechos de los vecinos
son derechos reales administrativos de goce. Cada vecino, tienen un derecho de
ese tipo y los derechos de cada uno de ellos se articulan con los derechos de los
demás vecinos en una relación jurídica que puede considerarse como una
comunidad de tipo germánico […]10

De conformidad con lo anterior, debemos puntualizar algunos aspectos esenciales


para entender el origen de los bienes comunales y su preservación en México, y uno es
el que esos bienes generalmente eran inenajenables, es decir, no podían depender del
patrimonio individual ni ser vendidos por ningún miembro del grupo. Tampoco podían
prescribir como los bienes de propiedad privada, ya que su esencia era el
aprovechamiento del grupo de vecinos que tenía más bien derechos de usufructo y no
de propiedad plena.
Esos bienes comunales que se conformaron y conforman aún por las tierras,
montes, bosques, lagos, lagunas y esteros, en posesión de un determinado pueblo, era
explotado en la caza, en la pesca, en la recolección de leña para el combustible y en el
pastoreo para el ganado, precisamente por todos los miembros del núcleo de población,
el cual, en ocasiones y si la topografía lo permite, explotaba por familias, pequeñas
parcelas abiertas al cultivo, cuyo aprovechamiento era también familiar. Bajo el entendido
tácito de que aún esas parcelas solo se podían usufructuar y jamás enajenar, por formar
parte del todo.

10 Nieto, Alejandro, Op. cit., pp. 14-16.


30

Esas parcelas que en Europa y, particularmente en el norte de España, eran


aprovechadas en la agricultura por determinadas familias que las abrían al cultivo, es lo
que, en nuestro país, en la región tarasca de Michoacán, se conoce como ecuaro11, bajo
el derecho consuetudinario de El Calpulli.
Hemos dicho que el derecho romano, tanto el primigenio que arribó a la península
ibérica desde las guerras con Aníbal, como el posterior que penetró con la recepción del
ius commune, sólo consideraba el derecho de propiedad con límites definidos, más no
las posesiones comunales, a las cuales, en forma limitada consideraba, en todo caso, a
partir de las Doce Tablas, como personas morales de derecho privado o corporaciones
civiles.
De ahí que el origen, sobre todo sociológico y aún jurídico de los bienes
comunales, jamás lo podremos encontrar en la cultura romana, pues ésta, a lo más que
llegó en esa materia, fue al régimen del derecho colectivo o exidus. Es decir, la propiedad
del municipio para beneficio público, como los panteones, las plazas públicas, el foro,
etcétera.
Lo anterior es así, dado que el derecho civil romano, constituye el fundamento
legal del derecho de la propiedad privada, a su vez pilar básico del sistema capitalista de
producción, de la acumulación de bienes y riquezas, de lucro y de las ganancias; por
tanto, si los bienes comunales no conocen la propiedad privada plenamente delimitada,
obvio es de suponer que su origen y esencia es diametralmente opuesto al derecho de
propiedad privada regida por la ley civil.
Los creadores del socialismo científico, Carlos Marx y Federico Engels, en su obra
La Ideología Alemana, al hacer una reflexión sobre el derecho como producto de la
propiedad privada, respecto del derecho romano en particular, nos dicen que:
[…] la desintegración de la comunidad natural engendra al mismo tiempo el derecho
privado y la propiedad privada se desarrollan juntas [...] Primero en Italia y después en
otros países, a medida que el comercio y la industria crearon un desarrollo más
considerable de la propiedad privada, se echó mano rápidamente del derecho privado
de los romanos ya elaborado, elevándolo a rango de autoridad. Más tarde, cuando la
burguesía tenía ya la suficiente potencia para que los príncipes se hicieran cargo de
sus intereses, empezó el verdadero desarrollo del derecho en todos los países (Francia

11 Pequeña parcela agrícola abierta al cultivo con derechos delimitados de usufructo.


31

en el siglo XVI) y en todos los países, excepto Inglaterra, se hizo sobre los cimientos
del Derecho Romano12.

Todo lo anterior nos conduce, sin temor a equivocaciones, a la conclusión de que


el sistema de los bienes comunales, no tiene su origen en el derecho romano, sino más
bien en el derecho consuetudinario de celtas, germanos y visigodos, que fue
evolucionando y definiéndose jurídicamente al contacto con los diversos pueblos que se
mezclaron a lo largo de la historia, de manera tal que ya para los tiempos de la Baja Edad
Media, esa forma comunal de la tierra se encontraba regulada incluso en la monumental
obra Las Siete Partidas de Don Alfonso X El Sabio, y en efecto, nuestro ya citado autor
Rafael Altamira, con relación al origen germano y celta de la institución de los bienes
comunales en la obra ya comentada, refiere que:
[…] donde se ha concebido al hombre como individuo, de un modo absoluto que lo
desliga de todo lazo social, siendo centro y foco de todas las relaciones que han
de revertir en su beneficio privado, originando así el aislamiento cuyas
consecuencias son bien diferentes de las buscadas en punto al bienestar de la
totalidad de los individuos mismo, allí ha predominado el sentido romanista puro,
destruyendo las tradiciones germanas y celtas, y haciendo desaparecer, luego de
la interpretación y elaboración que en las escuelas del Derecho natural hubo de
sufrir, hasta la solidaridad vecinal, mantenida en pleno territorio romano (España,
la región pirenaica) por el fondo de población indígena, menos latina ni latinizada,
durante mucho tiempo, de lo que se ha creído […]13.

Por tanto, quizá no resulte aventurado advertir, que el origen de los bienes
comunales en España, así como su evolución, comparte, desde el punto de vista
sociológico, en el tiempo, el origen mismo de la lengua castellana, pues ésta, al igual que
las posesiones comunales, fueron producto del contacto y posterior mezcla de pueblos y
civilizaciones, esto es, de romanos, celtas, visigodos, germanos y, posteriormente,
musulmanes, que a fuerza de costumbre generaron idioma, cultura y vida propias.
Como conclusión de este tema, bien pudiéramos aventurarnos también en decir,
que el origen remoto de los bienes comunales no se puede ubicar en el derecho romano

12 Marx, Carlos; Engels, Federico, La Ideología Alemana, p. 83.


13 ALTAMIRA Y CREVA, Rafael, Op. cit., p. 63.
32

clásico, ya que como lo hemos visto, y se verá con más detalle en el apartado posterior,
en España es la tradición consuetudinaria de celtas, visigodos y germanos, a través de
sus posesiones comunales, lo que va originando aquella institución, para posteriormente
consolidarse, ya en la Baja Edad Media, con la recepción del ius commune, este último
que procura reglamentar en las Siete Partidas, un derecho consuetudinario ya bien
establecido históricamente en varios pueblos de la península ibérica, junto, desde luego,
con el dercho civil romanista.
Considero que no se debe despreciar tampoco la influencia que con el tiempo se
acumuló en favor de las posesiones comunales -justo con el arribo de la colonización de
América-, la corriente de las teorías comunitarias de la patrística y de la escolástica, así
como del socialismo utópico de Tomás Moro, que de manera trascendente formaron
conciencia social en los primeros misioneros que sobresalieron en la defensa de los
derechos humanos y de las posesiones de los naturales de estas tierras, figurado entre
ellos Bartolomé de las Casas, en el actual Estado de Chiapas; y por su parte, Vasco de
Quiroga en el actual Estado de Michoacán.

1.2. Los bienes comunales en Las Siete Partidas y su articulación con El Calpulli
precolonial

Al igual que aconteció en el resto de las sociedades del centro de Europa que a la postre
conformarían los nuevos Estados nacionales, la península ibérica, después de la caída
del imperio romano de Occidente, es conquistada por los ejércitos de Alarico, rey de los
visigodos. Sin embargo, los nuevos gobernantes toleraron las formas de organización
social de los habitantes de los territorios ocupados, dentro de las que encontramos al
derecho que, como ya vimos, fue el derecho romano el que en la mayoría de los actos
sociales rigió la vida de los habitantes de lo que hoy es España y Portugal.
Debido a esa permisibilidad de que gozaron los pueblos de la península, fue que
se toleró por los visigodos y por los germanos en el norte, el sistema jurídico que siglos
antes trajeron los romanos; sistema que se fue mezclando con el derecho
consuetudinario observado por los nuevos conquistadores, producto de la mezcla misma
de razas. En ese sentido, el derecho romano logró preservarse debido a la solidez misma
de sus instituciones sociales, lo cual permitió, desde luego, que siglos más tarde, sin
33

mayores tropiezos, pudiera asimilarse, a la vez, el arribo del derecho común. Con relación
a lo disertado, el escritor mexicano Carlos Fuentes, nos comenta que:
[…] de este modo, curiosamente fue la victoria de Aníbal en Italia, lo que atrajo a
Roma hasta España. Y con Roma llegaron las formaciones más duraderas de la
cultura española. Lengua, derecho, filosofía, una visión de la historia universal,
comunicaciones […] Se trata de una experiencia singular, porque si en las
Américas, España, de manera deliberada, aplastó a civilizaciones preexistentes,
cortándolas en flor, destruyendo lo bueno junto con lo malo, y sustituyendo
violentamente una forma de cultura por otra, la experiencia hispánica con los
romanos fue exactamente la opuesta. Italia creo en España un gobierno e
instituciones públicas orgánicas y duraderas […]14.

Tal estado de cosas, como lo señalamos, creo un campo fértil, de hecho ya


cultivado, para la posterior llegada del Ius Commune en España, en donde ya se tenía
una tradición política y jurídica legada por los romanos, que se fue preservando junto con
las tradiciones jurídicas de los visigodos, germanos y celtas primero y de los musulmanes
después. Esa tradición jurídica con marcada influencia de los romanos que fue tolerada
primero por los visigodos, a la caída del imperio romano de Occidente, nos la refiere la
tratadista Consuelo Sirvent, al señalar que:
[…] hubo al principio dos legislaciones diferentes, pero la tolerancia de los
conquistadores, el transcurso del tiempo y la libertad de celebrar uniones entre los
dos pueblos, hicieron cesar gradualmente aquella legislación de castas abolida con
la publicación del Liber Lúdican o libro de los jueces, nombre que recibió en su
origen el Fuero Juzgo […] que se publicó en el año 645; se dividió en doce libros y
contiene principios del derecho romano sustancialmente procesal, privado y penal,
adecuado al destino forense que refleja su mismo nombre […] Posteriormente, en
el siglo VIII, se produjo la invasión musulmana en gran parte del territorio español,
la dominación duró casi 700 años (711-1492). Durante este tiempo el derecho
romano sobrevivió a través del libro de los jueces […]15.

14FUENTES, Carlos (2008). El Espejo Enterrado. México: Fondo de Cultura Económico, 3ª ed., p. 23.
15SIRVENT GUTIÉRREZ, Consuelo (2007). Sistemas Jurídicos Contemporáneos. México: Porrúa, 10ª ed.,
pp. 38-39.
34

Fue durante los siglos XI a XV, cuando en España se opera históricamente la


penetración del nuevo derecho que recorría al resto del continente, producto de los
esfuerzos intelectuales de los glosadores y los comentaristas, los cuales conjugaron el
derecho romano compilado desde la época de Justiniano con el derecho canónico, por
medio de la lengua de nacimiento del primero, es decir, del latín, que por esos tiempos
estaba dando origen, dada su vulgarización, a las lenguas romances, como el español,
entre otras.
Por ello, no es casual que algunos de los tratados de derecho que en España se
escriben para la época de la recepción del derecho común, se redacten ya en lengua
romance.
La autora antes invocada, nos comenta también, que al unirse Castilla y León, en
1230, con la ampliación de la corona de Castilla, a la que se incorporaron los otrora reinos
musulmanes de Córdoba, Murcia, Jaén y Sevilla, se elevó a la cima del poder político a
los monarcas castellano-leoneses Fernando II y su hijo Alfonso X El sabio, quienes
pretendieron renovar la vida jurídica de sus pueblos introduciendo las nuevas
enseñanzas del derecho romano canónico mediante las obras conocidas como Espéculo,
Fuero Real y Partidas; que a éstas se les dio, desde el siglo XIV, el nombre de Las Siete
Partidas, por estar divididas en siete partes, que representa la aportación más conocida
del derecho español a la historia jurídica universal16.
El escritor Carlos Fuentes, a quien igualmente nos hemos referido con antelación,
nos dice asimismo, que el pluralismo cultural y religioso de la España de la Baja Edad
Media, fue determinante en la creación de una de las obras que más ilustran el fenómeno
de la recepción del derecho común; que tal evento se marcó durante la época del rey
Fernando II, a quien incluso le gustaba ser llamado el soberano de las tres religiones,
esto es, de la cristiana, la hebrea y el islam:
[…] pero que la coexistencia cultural, en tanto política explícita de un monarca
español, alcanzó su verdadero apogeo durante el reino de Alfonso X de Castilla,
quien, en 1254, le otorgó su cédula a la mayor universidad de España en
Salamanca […] Con los intelectuales judíos, escribió la monumental summa de la

16 Ibídem, pp. 38-40.


35

Edad Media Española que incluye la compilación legislativa Las Siete Partidas, el
tratado judicial, El fuero real […]17.

En lo referente a nuestro tema de los bienes comunales, ya vimos en el subcapítulo


anterior, que el derecho romano, en cuanto a la propiedad territorial se refiere, no
contenía referencia para aquel tipo de bienes, sino solamente para la propiedad plena y
claramente delimitada y si acaso para la copropiedad en mancomún.
Es preciso reconocer, que el derecho común que empezó a nacionalizarse en
España, si fue protagonista en la regulación de aquella forma de posesión; puesto que,
tal como se verá con posterioridad, la asimilación del Ius Commune, no solo significó
acuñar al viejo y clásico derecho romano, sino que también se asimilaron prácticas
jurídicas propias del derecho consuetudinario que ya regía en varias regiones de la
península, prácticas que, desde luego, fueron incorporadas a la obra cumbre del derecho
medieval europeo, esto es, a las Siete Partidas.
De esa guisa, es de suponer, que una de las prácticas legales más significativas
que se conjugaron con el arribo y consolidación del derecho común en España y que ya
contenía una fuerte raigambre consuetudinaria entre la población de los siglos XI y XII, lo
fue, sin lugar a dudas, la institución de los bienes comunales, misma que, a decir de la
escritora española Margarita Serna Vallejo, en su obra Estudio Histórico Jurídico sobre
los Bienes Comunales, surge en los primeros años de la historia medieval de España,
bienes que son aprovechados por los miembros de las comunidades vecinales, las que
a la postre adquieren derechos de propiedad sobre determinadas parcelas. La autora en
comento nos dice que:
[…] A partir de los siglos centrales de la Edad Media, coincidiendo con la
Recepción en nuestro país del Derecho común y con la institucionalización de los
concejos cerrados o regimientos, estos bienes de aprovechamiento común
comienzan a ser administrados por los órganos rectores de las villas y ciudades,
sin que ello suponga que los vecinos pierdan los derechos de uso y disfrute que
tenían sobre los mismos […] A diferencia de los bienes propios, los comunales son
aquellos bienes propiedad del concejo o colectividad de vecinos, que se
encuentran destinados al aprovechamiento directo, personal y gratuito de los

17 Fuentes, Carlos. Op. cit., p. 49.


36

vecinos y que los Ayuntamientos como regla no pueden convertir en fuente de


renta […]18

Ahora bien, en cuanto se refiere a la legislación de las Siete Partidas, en ella, como
lo dijimos, encontramos no solo las principales instituciones legales del derecho romano
imperial que, en forma comentada habían compilado y preservado tanto los emperadores
del imperio romano de Oriente como los posglosadores o comentaristas, sino también las
prácticas jurídicas provenientes del derecho consuetudinario que desde los germanos y
visigodos seguían observando algunos pueblos del norte de Iberia.
Entre esas prácticas consuetudinarias sobresale, obviamente para nuestro
empeño, la concerniente a los bienes comunales, de manera tal que el colombiano
Gustavo Espinosa Jaramillo, sobre el particular comenta:
[…] Socavado el orden anterior –romano-visigodo- instauróse un equilibrio ahí
mismo con las poderosas inyecciones de afro-euroasia, que a más de una sangre
que vitalizó un temperamento, derramó idioma y arte y ciencia y finura espiritual,
tendiendo el amplio escenario de la Hispanidad […] y exigido por la necesidad
tomó forma un orden jurídico que en mucho era legado de ancestros pero también
en mucho hijo de las circunstancias […] En la reconquista castellana el papel de
los Concejos Municipales había sido primordial, gracias a su eficaz participación
en la gestión político-social. Fórmulas ya olvidadas o desvirtuadas en España,
como el poder de los Concejos para “examinar y recibir” a los nombrados para
desempeñar los oficios concejiles y el fomento y control de los tipos diversos de
bienes comunales, y que habían probado su eficacia en la lucha de reconquista
para la repoblación de las tierras arrebatadas a los árabes, cobraron, por las
circunstancias del medio geográfico y social, una vitalidad insospechada19.

La transcripción anterior, nos pone de relieve dos conceptos, a saber: el primero,


que nos informa que el tratadista colombiano coincide en su apreciación con el español
Alejandro Nieto, a quien ya hicimos referencia con anterioridad, en el sentido de que el
proceso de repoblación como producto de las guerras de reconquista en contra de los

18 SERNA VALLEJO, Margarita (1993). Estudio Histórico-Jurídico sobre los Bienes Comunales. /en revista
Aragonesa de Administración Pública. Aragón (España), Nº 3, pp. 208-211.
19 ESPINOSA JARAMILLO, Gustavo (1982). Los Bienes Comunales. Revista de Estudios de Derecho,

Universidad de Antioquia, Colombia, números 56-100, pp. 172-173.


37

reinos árabes, de alguna forma constituyó el origen de la consolidación social e histórica


de los bienes comunales, y el segundo, que particular y precisamente es en el reino de
Castilla, baluarte de la reconquista, donde encontramos la regulación sobre esa forma de
tenencia de la tierra, y que para el objetivo del presente estudio resulta relevante dado
que, como es sabido, es precisamente el reino de Castilla el que despliega el poder de
dominación en tierras americanas.
Por ello, cobra importancia singular que, en una de las legislaciones más
importantes para la civilización universal, es decir, en Las Siete Partidas, se haya
regulado aquella forma de posesión territorial llamada Bienes Comunales, que ha
significado, a no dudar, no solo una antítesis del derecho civil patrimonialista, sino toda
una corriente política y jurídica que ha procurado atenuar la desproporción de la vida que
se ha manifestado entre poseedores y desposeídos.
Más adelante, el autor colombiano, nos dice que: inició su periplo victorioso el
Castellano, amojonando etapas con mesteres, con cantares, con romances y mística, con
lira inspirada y también claro con legislación de valía […] Más fortuna inmensa, el sabio
don Alfonso X, castellano que hizo y hace honor a su real prosapia dispuso compilar todo
cuanto en su época regía, cumplida obra que vino a la luz en 1265, que es la gran
columnata del Derecho español y por ende del de Indias20.
Desde luego que la obra a que se refiere nuestro autor, no es otra que Las Siete
Partidas, y en atención a ello, para el fin propuesto en el presente ensayo, resulta
trascendente trascribir algunas de las disposiciones relativas a nuestra materia de los
bienes comunales, y así, en la obra en comento, respecto de la Ley IX, contenida en la
Tercera Partida, del Título XXVIII, se asienta:
[…] apartadamente son del común de cada vna Civdad, o Villa, las fuentes, e las
placas o fazen las ferias e los mercados, e los lugares e se ayuntan a concejo, e
los arenales que son en las riberas de los nos, e los otros exidos21, e las carreras
o corren los cauallos, e los montes, e las dehesas, e todos los otros lugares
semejantes destos, que son establecidos, e otorgados para pro comunal de cada
Cibdad, o Villa o Castillo, u otro lugar. Ca todo ome que fuera morador, puede

20 Ibídem, p. 174.
21 El subrayado es nuestro, palabra del Español antiguo que se refiere a la palabra actual “ejido”.
38

vsar de todas estas cosas sobredichas: e son comunales a todos, también a los
pobres como a los ricos […]

Las anteriores prescripciones, a no dudar, son las esenciales que regulan la


materia de los bienes comunales en la monumental obra de Las Siete Partidas, origen a
su vez de las disposiciones normativas que emigraron al continente americano, y en ellas
encontramos características que por fortuna aún en la actualidad norman al Derecho
Agrario mexicano, en lo referente a las propiedades territoriales de las comunidades
indígenas, e incluso a las tierras de uso común de los ejidos mestizos, tales como la
utilidad y el aprovechamiento común de los pueblos.
Dentro de las características sobresalientes de los bienes comunales que
actualmente se observan por la norma vigente en nuestro país, tenemos, desde luego, la
imprescriptibilidad de las tierras, bosques y montes; imprescriptibilidad que ya
localizamos en aquella legislación bajomedieval en la Ley VII, del Título XXIX, en la que
se dispuso que: […] plaza nin calle, nin camino, nin defensa, nin exido, nin otro logar
cualquiera semejante destos, que sea en vso comunalmente del pueblo de alguna
Civdad, o Villa, o Castillo, o de otro lugar, non lo puede ningund ome ganar por tiempo
[…]22.
Es decir, las peculiaridades distintivas de los bienes comunales, desde su origen
legislativo más remoto, como son la imprescriptibilidad, así como la posesión común o
colectiva y el aprovechamiento de las tierras, bosques, montes y aguas por los naturales
de los poblados, tal como se verá en el apartado correspondiente, forjaron, siglos
después y en otras civilizaciones, el programa agrarista de los líderes campesinos que
en el México del siglo XX hicieron la revolución social de 1910, el cual a su vez definió
seguidamente las características fundamentales del derecho social agrario.
Pero obviamente que Las Siete Partidas no emigraron con esa denominación a
estas tierras, puesto que fueron asimiladas por una serie de legislaciones que son las
que arriban con la empresa conquistadora y que después conformarían un cuerpo legal
propio para los territorios dominados. Dentro de tales disposiciones que inicialmente se
aplican en Nueva España, tenemos La Ordenanza Real de Castilla de 1485; las famosas

22 ESPINOSA JARAMILLO, Gustavo. Op. cit., pp. 174-175.


39

Leyes del Toro de 1505, expedidas por la reina Juana de Castilla –conocida
históricamente como Juana la Loca, madre a su vez del emperador Carlos I de España y
V de Alemania- y, finalmente, la también monumental obra jurídica que regularía los
derechos de posesión y de propiedad territorial, así como las relaciones sociales de los
naturales de estas tierras. Me refiero desde luego a La Recopilación de las Leyes de
Reinos de Indias.
Sin embargo, justo es de puntualizar, que el acto legitimador, desde el punto de
vista político e ideológico, que justificó la ocupación y el dominio de la población y los
territorios de los indígenas de la Nueva España, por parte de los españoles, y que desde
luego les confirió el derecho de conquista, de legislación y de soberanía, lo fue, sin lugar
a dudas, el Tratado de Tordesillas, mismo que contiene todo un andamiaje institucional
que se utilizó como pretexto y justificación del derecho de ocupación territorial que
desplegaron los conquistadores en estas tierras, que posteriormente se legitimaría con
la conocida Bula Alejandrina denominada Inter coetera (entre los demás); es decir, el
decreto emitidos por el Papa Alejandro VI, de la familia española de los Borgia, quien
repartiría las tierras descubiertas en América, entre los imperios Español y Portugués.
Ese derecho de conquista que se irrogaron los soberanos de Castilla, desde luego
que tiene su origen en condiciones históricas y sociales muy concretas; puesto que para
el año de 1492, en que arriban los europeos a estas tierras, el último bastión de la cultura
occidental y judeo-cristiana en Euro-Asia.
Es decir, el imperio romano de oriente, había sucumbido a manos de los
musulmanes unos cuantos años antes; lo cual impedía a los comerciantes cristianos del
centro de Europa penetrar con su actividad comercial a los territorios de Asía y del lejano
y cercano oriente; lo que originó que las necesidades del sistema capitalista en ascenso,
buscara urgentemente nuevas rutas de navegación comercial, las que finalmente se
encontraron en el continente Americano.
Los nuevos territorios descubiertos, necesitaban, desde luego, una forma de
legitimación que les permitiera a los monarcas que sufragaron los gastos de la travesía,
el dominio de los mismos; y para ello debemos tomar en cuenta que la España de aquella
época, tenía “méritos” importantes para conseguir la pretendida legitimación de estos
territorios por medio del personaje que representaba la máxima autoridad de la Iglesia
católica, apostólica y romana, en otras palabras, el representante de San Pedro en la
40

tierra; y se dice que España tenía precisamente méritos importantes, debido a que, a
diferencia de Alemania y de Inglaterra, aquella no incursionó en los movimientos
protestantes que cuestionaron la autoridad del Papa, sino que, al contrario, España hizo
la guerra de contrarreforma defendiendo a sangre y fuego la autoridad del poder católico,
lo cual obviamente hizo posible que éste le retribuyera el favor, legitimando lo opuesto a
todo derecho natural: la ocupación y conquista de estas tierras y de sus habitantes.
El jurista español Francisco de Vitoria, en un inicio asumió una postura progresista
a favor de los naturales de estas tierras, en el sentido de que el derecho de conquista
que se irrogaron los españoles, es contrario a los principios de justicia y de todo orden
natural, disertando lo siguiente:
[…] También los pueblos paganos son sujetos de derecho independiente, titulares
de una pretensión legítima a la libertad y a la independencia, debiendo ser
respetados aún por los pueblos cristianos. Los principios básicos de estas
lecciones, son los siguientes [...]:1. La comunidad estatal no tiene como base la fe,
sino al derecho natural, conforme al cual todos los hombres, independientemente
de sus creencias, poseen una naturaleza social [...] 2. Los Estados fundados sobre
el derecho natural se encuentran ligados entre sí (...) 3. Por tanto, no solo en el
interior de cada Estado, sino también en la comunidad de ellos existe un orden
jurídico, cuyas raíces se hunden en el derecho natural [...] 4. Ni el Papa ni el
emperador poseen una pretensión legítima al dominio del mundo, pues ni Dios ni
los pueblos le han otorgado tal derecho23.

Sin embargo, el mismo pensador ilustrado, en una forma realmente paradójica, al


pretender justificar los derechos de la corona española sobre estos territorios, trató de
legitimar lo ilegítimo; contradiciendo evidentemente su original línea de pensamiento,
para lo cual echó mano del derecho positivo vigente en esa época, o sea, de las propias
leyes de Las Siete Partidas, que, por cierto, como consecuencia de las luchas contra los
Moros, también contenían disposiciones de ocupación y conquista; argumentando que:
si los aborígenes o bárbaros atacaban al español o no lo recibían como huésped,
entonces deberían ser tratados como pérfidos enemigos. En esta hipótesis se justifica la
guerra y consecuentemente el despojo de sus propiedades y la posibilidad de reducirlos

23 VEDROSS, Alfred (1983). La Filosofía del Derecho del Mundo Occidental. México: Instituto de
Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México. 1ª ed., p. 148.
41

al cautiverio […] Si eventualmente les permitían predicar, en esas condiciones, no era


lícita la guerra, ni los despojos de sus tierras. Recordemos que las cosas de los enemigos
de la fe son de quien las gane, para los soldados si son muebles, para el señor se
conquistan los inmuebles24.
Las referencias anteriores, nos muestran los argumentos ideológicos más que
jurídicos y filosóficos, que desplegaron los intelectuales de la época para pretender
justificar un derecho que nunca les asistió; reproduciendo en América lo que habían
practicado con los moros, a quienes consideraban, desde las cruzadas, infieles y
enemigos de la fe católica; argumentos que les permitieron apropiarse de las propiedades
y posesiones de éstos, al igual que, como lo hemos dicho, lo hicieron en lo que hoy es la
América Latina.
El ya citado maestro Juan Balanzario Díaz, nos dice también, que los fundamentos
de la propiedad de los hispanos, después de la conquista, se basaron en la famosa Bula
Alejandrina “Inter coetera” y en el Tratado de Tordesillas, en lo general. Respecto de las
primeras, menciona que el Papa Alejandro VI, “donó” a los Reyes de Castilla y León, las
tierras que fueran descubiertas hacia el occidente y hacía el sur de un imaginario
meridiano, bajo la condición de que no estuvieran en el dominio de algún monarca
cristiano25; lo cual significa que si esos territorios hubiesen estado en poder de algún otro
monarca no cristiano, como el inglés, lógicamente esas posesiones no serían legitimadas
por el Papa, situación que nos conduce a suponer, sin lugar a equivocación, el profundo
malestar de los monarcas protestantes.
Desde luego que la Bula Alejandrina intitulada “Inter coetera”, tuvo como objeto
“arreglar” las diferencias entre los reinos católicos más importantes de su época, es decir,
entre España y Portugal; motivo por el cual en el año de 1494, se reunieron los delegados
de Don Juan II de Portugal y los de Don Fernando y Doña Isabel de Castilla, en la Villa
de Tordesillas, en donde se firma el famoso tratado que lleva su nombre, mediante el cual
se corrigen las Bulas y en donde Portugal acepta el valor de éstas, prácticamente en sus
mismos términos.
Con fundamento en la Bula Alejandrina “Inter coetera” y en el Tratado de
Tordesillas, se legitima pues el derecho de ocupación territorial por los españoles, lo cual

24 BALANZARIO DÍAZ, Juan. Op. cit., pp. 83-84.


25 Ibídem, p. 80.
42

permite la adopción de instituciones jurídicas que estaban vigentes en España, al amparo,


entro otras legislaciones, de los tratados de Las Siete Partidas que, como lo vimos, por
fortuna también contenían una fuerte carga del derecho consuetudinario visigodo y
germánico y que a su vez había nacionalizado el Ius Commune en aquellos pueblos.
Ahora bien, las principales instituciones que arribaron o, mejor dicho, se recibieron
en la América española, fueron, entre otras, la usucapión, el patrimonio privado del Rey;
el real patronato; la confirmación; la compra-venta y la encomienda; todas éstas
inherentes al derecho privado, mientras que, en el terreno del derecho público,
encontramos el de los pueblos y figuras como el ejido, la dehesa, las tierras de común
repartimiento, tierras de comunidad y los montes, bosques y aguas.
En el transcurso del tiempo, ya en el virreinato, los soberanos crearon un inmenso
catálogo de normas para reinar, que se conocieron posteriormente como las famosas
Leyes de los Reinos de las Indias, como una verdadera compilación de derecho público26.
Dicha legislación, perfeccionó las instituciones del derecho comunitario a las tierras y que,
desde luego, se nutrió con el derecho consuetudinario indígena.
El conjunto de instituciones llegadas de la Europa española, muy pronto se fueron
asimilando en estas tierras, sobre todo aquellas referentes a la propiedad pública, la
privada y, particularmente, la concerniente a los bienes comunales.
En lo tocante al tema que nos ocupa, no es pues casualidad, que el sistema legal
que como hegemónico desembarcó en lo que a la postre sería la Nueva España, haya
sido el de los reinos de Castilla y de León, pero, sobre todo el primero, y a ese respecto,
José Ramón Narváez, nos dice que el traspaso de la cultura jurídica de la península
ibérica a estas tierras, igualmente se le suele denominar como una:
[…] recepción del ius commune que reinaba en Europa y que automáticamente se
volvió vigente en Nueva España con la utilización del Fuero Real y las Siete
Partidas que, a diferencia de Castilla, se aplicaron en Indias preferentemente en
materias de derecho privado, supuesta la escasez del derecho municipal y la
inexistencia del derecho foral […] Por lo que respecta a las leyes, es sabido que la
empresa colombina involucró la anexión de lo descubierto al reino de Castilla,
cuestión que se puso de manifiesto desde las Capitulaciones de Santa Fe y se

26 Ibídem, pp. 86-88.


43

confirmó en el concilio isabelino; de este modo el derecho a aplicarse en las nuevas


tierras sería el castellano […]27.

Así pues, para el objetivo de nuestro trabajo, resulta conveniente delimitar en el


presente apartado, las instituciones que se encargaron de reglamentar, en la época
colonial, la propiedad social para los pueblos indios y mestizos y que se mezclaron
profundamente con los usos y costumbres que en el altiplano tenían los naturales sobre
sus tierras comunales.
Tal como lo apuntamos en el apartado anterior, las instituciones de derecho
público y social que se recibieron en la América española, fueron de tal importancia que
aún bajo el actual marco jurídico positivo, se siguen observando en una gran proporción;
de ahí la importancia y necesidad de su estudio en el presente trabajo, entre otras
razones no menos importantes.
Para fortuna de una gran parte de la población indígena y posteriormente mestiza,
arribaron a estas tierras, no solo personajes con ambiciones de poder terrenal, sino
también humanistas que gestionaron la promulgación de disposiciones normativas
acordes con el derecho consuetudinario de los pueblos prehispánicos, con la finalidad de
preservar los territorios comunales y con ello, al mismo tiempo, evangelizar a los
indígenas aún renuentes a la conquista material y espiritual del viejo mundo.
Por tanto, el antecedente histórico de los bienes comunales que, como lo hemos
apuntado, proviene desde luego de España y, concretamente de la cultura castellana
que encarnaron los Reyes Católicos y sus predecesores desde Alfonso X El Sabio que,
tal como lo veremos con posterioridad, se subsume con el derecho consuetudinario de
los pueblos prehispánicos de Latinoamérica y, particularmente con los de México,
contiene también, a no dudar, una profunda carga filosófica, que tiene que ver con las
tesis del Socialismo Utópico de Tomás Moro y la cultura misma de los Derechos
Humanos.
Esa corriente de pensamiento, de raigambre filosófico, afortunadamente también
emigra a este continente, y la misma, fortalece, por decirlo así, la concepción de la

27NARVÁEZ HERNÁNDEZ, José Ramón (2010). Interpretación Judicial Indiana: El caso de la Audiencia
de México. /en Revista Semestral del Instituto de Investigación Jurisprudencial y de Promoción y Difusión
de la Ética Judicial, N° 8, julio-diciembre de 2010: México: Suprema Corte de Justicia de la Nación, pp. 115-
119.
44

tenencia de la tierra en forma comunal, por los naturales de estas tierras, a quienes
consideran en el mismo rango de derechos que a los peninsulares.
La corriente jurídico-filosófica a que nos referimos, de clara tendencia humanista,
se ilustra en personajes como los misioneros Bartolomé de las Casas y Vasco de
Quiroga, quienes despliegan importantes labores tendentes a proteger los territorios, la
artesanía, la tierra y la cultura de los indios de Michoacán y de Chiapas.
Dichas corrientes fueron nutridas a su vez, de pensadores europeos y españoles,
que disertaron sobre la preponderancia del derecho comunal sobre el privado, y en ese
sentido, el tratadista Joaquín Costa, nos comenta, en el apartado dedicado a Juan Luis
Vives (1526-1535), que éste pensador valenciano, respecto de la filosofía de Santo
Tomás de Aquino, pensaba que éste había adoptado la doctrina aristotélica sobre la
necesidad de la propiedad individual por motivos de interés público, considerándola como
un estimulante necesario de la actividad individual, algo así como un impulsor del trabajo;
que por tanto, Aristóteles consideraba que dicha propiedad individual no tenía su origen
en el derecho natural; sin embargo, no la reputaba contraria a éste; que de modo
contrario, el doctor de la escolástica, contrariando también a los padres de la Iglesia
católica, pensaba que la propiedad individual en cuanto a su tenencia, debe ser común,
en cuanto al uso o disfrute.
Dice el autor antes señalado, que Vives consideraba la necesidad de la
expropiación de la propiedad por causa de utilidad pública, con el fin de colectivizar ésta.
Sin embargo, no contemplaba la indemnización, por considerar que la apropiación
individual de la propiedad era contraria al derecho natural; que:
[…] no obstante el precepto del Código castellano de Partidas que pone por
condiciones para expropiar por causa de utilidad pública la previa indemnización
por todo el valor de lo expropiado y algo más, había doctores españoles que no
estimaban necesario indemnizar a los expropiados cuando la expropiación se
dictaba por Ley General como en ciertos casos de los siglos XV al XVI; que por
tanto, con relación al derecho a la propiedad individual y al derecho a la propiedad
colectiva, Vives adopta un término medio que en última instancia viene a traducirse
en esto: la comunidad en la propiedad del suelo y la individualidad en el trabajo y
el consumo […]28.

28 COSTA, Joaquín. Colectivismo Agrario en España./en la obra Catálogo de Obras, visible en el portal:
https://www.fundaciongimenezabad.es (consultado: 26/02/2013).
45

El escritor Mauricio Beuchot, al respecto nos comenta que “los derechos humanos
surgieron en las aulas de la Escuela de Salamanca, en el siglo XVI. Y no fueron
determinados sólo por la labor de Francisco de Vitoria o Domingo de Soto, grandes
visionarios de éstos, sino por la vehemente lucha que por ellos realizó Bartolomé de las
Casas, quien inspiró a todos esos maestros, y aún los corrigió en varios puntos. Lo hizo,
sobre todo y precisamente, cuando defendió no sólo a los indios sino también a los
negros, arrepentido de haber pedido que se trajeran a América para ayudar a los
indígenas29.
Ahora bien, si en el terreno de los derechos humanos individuales de los indígenas,
la defensa de algunos integrantes del clero fue destacada, no lo fue menos en lo
concerniente a la defensa de la propiedad de las tierras, montes y aguas que en común
usufructuaban los indígenas; y en ese sentido, partiendo del rescate que iniciaron varios
misioneros católicos, las instituciones y gobernantes españoles, como es el caso de la
Real Audiencia, el propio monarca Carlos V y posteriormente sus sucesores,
promulgaron una serie de ordenanzas tendentes a proteger la propiedad territorial de los
naturales de estos pueblos, mediante las famosas Leyes Generales de Reinos de Indias.
Dichas disposiciones no solo constituyeron una medida piadosa que se escuchó
de aquellos humanistas y evangelizadores, sino que, además, contuvieron la influencia
que en el derecho español habían marcado previamente las corrientes filosóficas y
jurídicas heredadas del pensamiento aristotélico, relativas a su teoría del bien común, la
cual, tal como lo vimos, fue retomada por el padre de la escolástica Santo Tomás de
Aquino, quien incluso llegó a sentenciar que aquello que riñera con el bien común
automáticamente se colocaba en lo injusto y en lo ilegal30..
Por lo que respecta al derecho Indiano propiamente dicho, como producto de la
asimilación del derecho de Castilla y del derecho consuetudinario indígena, que desde
luego tiene como fundamento esencial las posesiones comunitarias sobre la tierra,
Faustino Martínez Martínez, expone:

29BEUCHOT, Mauricio (2005). Interculturalidad y Derechos Humanos. México: Siglo XXI-UNAM, 1ª ed., p.
46.
30 ESQUIVEL RAMÍREZ, Edilberto (2014). El Derecho y su Filosofía en México y el Mundo, Edit.

Universitaria, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México, p. 74.


46

“La presencia de otro elemento en el derecho indígena, tolerado con restricciones


por la legislación indiana, que se moverá en el mismo campo que para la
costumbre preveía el derecho de Castilla, de modo que se erige en la norma de
preferente aplicación en las relaciones establecidas entre los propios indígenas,
merced a una primera política de adaptación de las costumbres prehispánicas e
hispánicas, siempre que no se opusieran a la religión. En este primer momento,
previo a la Recopilación de las Leyes de Indias, el monarca castellano legisla, más
no podrá nunca perjudicar el justo ordenamiento consuetudinario de la
población”31.

A su vez la doctora Martha Chávez Padrón, con relación a la similitud entre el


concepto de tierras comunales en España, con el derecho comunal consuetudinario del
antiguo Anáhuac, nos dice, citando igualmente al doctor Alejandro Nieto que,
originalmente todas las tierras de una agrupación de vecinos son comunales; estas son,
como su raíz semántica indica, los bienes del común, común de vecinos, común de
pueblos o común a secas, son expresiones muy antiguas que aún se mantienen en el
siglo XIX. Y así, respecto de las posesiones de tierras comunales en nuestros territorios,
relata que:
[…] los bienes de la comunidad agraria se llamaban Calputlalli, que se dividían en
calpullis o parcelas, las cuales, al advenimiento de la conquista española, eran
trabajadas por cada cabeza de familia; que el Calputlalli o el barrio de vecinos, era
el propietario de todas las tierras. Del sistema precolombino podemos decir que la
idea esencial de la propiedad de entonces era el aprovechamiento o disfrute de las
tierras en sentido agrario por los miembros de una comunidad y no era el ius
disponendi absoluto; por eso hemos dicho que el calpulli implicaba una propiedad
con función social, idea que perduró en nuestros aborígenes y a la que siempre
tendieron, hasta que encontró su expresión legal en la Constitución Federal del
cinco de febrero de mil novecientos diecisiete […]32.

31 MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Francisco (2003). Acerca de la Recepción del Ius Commune en el Derecho
Indiano / en Anuario Mexicano de Historia del Derecho. México: Universidad Nacional Autónoma de México,
2ª ed., p. 456.
32 CHÁVEZ PADRÓN, Martha. Op. cit., p. 146.
47

Como se podrá advertir de la cita de la doctora Chávez Padrón, una de las


peculiaridades de la institución social agraria de El Calpulli precolonial, era aquella que,
a diferencia de la propiedad romanista, no contemplaba el derecho de disposición de los
bienes comunales; esto es, de las tierras, montes, pastos y aguas perteneciente al pueblo
o congregación. Peculiaridad que igualmente encontramos en el derecho y las prácticas
consuetudinarios de varios pueblos gallegos y vascos del Norte de España que, sin
conocerse previamente con las civilizaciones prehispánicas, ya compartían la forma
comunal en la tenencia de la tierra, con previsiones de imprescriptibilidad e
inenajenabilidad.
Por tanto, no considero que sea aventurado afirmar, que la identificación primero
y la asimilación después por coloniales y colonizados, en lo referente a la propiedad en
común, limitada sólo al aprovechamiento de las tierras, montes, pastos y aguas, por
determinado pueblo natural, hizo posible, en última instancia, la pacificación total de los
indígenas al poder de la Corona; lo anterior, sin restar importancia a otros aspectos
sociológicos propios de la imposición de una cultura pretendidamente hegemónica, frente
a la otra considerada fatalmente inferior.

1.3. El Derecho Indiano y las concesiones de tierras a las comunidades indígenas

Como consecuencia de lo anterior, es pertinente ahora centrar nuestra atención en las


instituciones que en la Nueva España reglamentaron los derechos de posesión y de
propiedad, sobre todo de interés comunal.
Para ello, resulta indispensable retomar el estudio de las principales instituciones
que se aplicaron en lo tocante al derecho público y social en lo general y a los bienes
comunales en lo particular; siendo al respecto ilustrativo el texto del maestro Juan
Balanzario Díaz, quien nos dice que dichas instituciones entonces vigentes, fueron el
ejido, la dehesa, las tierras de común repartimiento o tierras de la comunidad; los montes,
pastos y aguas; el fundo legal y las composiciones33.

33 BALANZARIO DÍAZ, Juan. Op. cit., p. 88.


48

De aquellas instituciones, conviene destacar las más importantes y significativas


que, por su trascendencia histórica aún en nuestros días siguen rigiendo la vida en común
de varios pueblos de indígenas y mestizos.
Otra de las instituciones de derecho público que en su denominación ha
influenciado los fundamentos del derecho social agrario mexicano, lo es, sin duda, la
figura del ejido, cuyo término es de origen medieval, que etimológicamente proviene del
vocablo latino exidus, que significó, en aquella era, la superficie de tierra que se localizaba
a la salida de las poblaciones, cuya finalidad era la de la ampliación del fundo legal de
las mismas.
Vale la pena aclarar, que con motivo de la revolución social de principios del siglo
XX, México adoptó el término legal de ejido, pero con un significado diferente, pues se
refiere a la superficie de tierras, bosques y aguas que se dotaron a los núcleos de
población mestizos e indígenas que carecían de esos bienes para su sustento,
afectándose para ello las tierras de los latifundios cercanos, a los cuales se les redujo a
la mínima extensión aceptable constitucionalmente; destruyéndose así la gran propiedad
territorial de las haciendas que se crearon desde la colonia y que se consolidaron en la
época liberal.
Por tanto, como se ha dicho, esta figura social y jurídica de origen romano y
medieval, aun cuando diferente a lo que ahora significa el ejido mexicano, su origen de
contenido social bien la podemos encontrar en la concepción jurídica y filosófica del bien
común greco-romano, en el derecho consuetudinario español y en las teorías
comunitarias de la escolástica que penetraron en las leyes de Las Siete Partidas. Incluso,
bien podemos afirmar, y así se referenciará con posterioridad, que en algunos Estados
del norte de nuestreo país, desde finales del siglo XVIII, se constituyeror varios ejidos de
pueblos de quella región, como una auténtica forma social en la tenencia de la tierra que
daba derechos de usufructo a los pobladores.
Otra de las figuras jurídicas más importante para entender el origen de los actuales
bienes comunales en nuestro país, lo representó, sin lugar a dudas, la institución de Las
Tierras de Común Repartimiento, que se refieren a las superficies que pertenecían en
común a los pueblos precoloniales y que, de acuerdo con la costumbre, la superficie total
se parcelaba y se distribuía de manera equitativa entre las familias de los poblados o del
49

fundo legal. Esta distribución se hacía a favor de los jefes de familia, para que se
dedicaran preferentemente a la agricultura; dicha institución se aproxima al Calpulalli34.
De gran relevancia en materia de propiedad colectiva, es el régimen jurídico de los
montes, pastos y aguas, mediante el cual se dotó por igual a los indígenas que a los
poblados españoles, bajo el sistema de propiedad colectiva que siempre pertenecía a
toda la población. Las composiciones fueron el mecanismo técnico-legal mediante el cual
los indígenas, mediante diligencias de testigos y de inspección de vista, lograban que las
autoridades de la colonia o el propio monarca, les confirmaran la titularidad sobre sus
tierras comunales.
Sin embargo, mediante esa institución, que se semejaba a la prescripción
adquisitiva o a la usucapión, se toleró indiscriminadamente el despojo de tierras que los
colonizadores cometieron en perjuicio de sus legítimos poseedores, es decir, los
indígenas que desde tiempo inmemorial habitaban y cultivaban el territorio.
En cambio, los indígenas aprovecharon esta institución, para asegurar, mediante el
Título Real que la corona les extendía, el usufructo de sus ancestrales dominios,
heredades que explotaban de manera comunal. Accionando esta facultad, los
propietarios originales compraban a bajos precios sus antiguos condueñazgos.
Basados en todo lo anteriormente expresado, afirmamos que la composición es
creadora tanto de Derecho Privado para los peninsulares, como para confirmar el
patrimonio colectivo de las Comunidades Indígenas35.

Importancia singular destaca la figura de Las Reducciones de Indígenas, que


representa una de las formas más efectivas de dominación que los españoles ejercieron
sobre poblaciones de indígenas que habían resistido a la dominación colonial y que se
mantenían en actitud rebelde en las sierras y en los montes; por lo que, con el objeto de
reducirlos al concierto de la civilización y evangelización cristiana, se les ofrecían tierras
en común para formar pueblos y para el trabajo agrícola. Por tanto, esta fue, como se ha
dicho, una de las medidas de dominación más efectivas, para la cual la religión católica,
suplantadora de la dominada, juega un papel determinante.

34 Ibídem, pp. 93-94.


35 Ibídem, pp. 96-97.
50

De lo anterior, bien podemos afirmar, que la figura del Calpulli precolonial, al


asimilarse con el derecho consuetudinario de Castilla, conforma en un inicio la institución
de la propiedad colectiva de las tierras de las Comunidades Indígenas y a futuro generará
las bases del derecho social agrario revolucionario, con la figura del ejido a la cabeza,
como una estructura jurídica de interés social, que junto con los bienes comunales,
lograron el reparto y la restitución de tierras a los pueblos indígenas y mestizos,
conformando así un régimen de propiedad común que perdura hasta nuestros días, bajo
el cual, antes de la reforma constitucional de 1992, imponía a sus miembros, la obligación
del cultivo familiar de la tierra y la prohibición de su venta. De tal forma que, el entonces
presidente del Tribunal Superior Agrario, Ricardo García Villalobos, nos comenta al
respecto, que en:
[…] el Calpulli, la forma más importante de explotación agrícola, pues eran tierras
para el pueblo y se daban en los barrios. También constituían una forma de
hegemonía política, pues los jefes de cada una formaban el Tlatocán, que era el
Tribunal Supremo de los Aztecas. Tal vez sea este el antecedente más antiguo del
ejido. Era tierra común, no particular, y si en un ciclo agrícola no se cultivaba, se
les llamaba la atención y al segundo perdían la posesión de la tierra […]36.

En congruencia con lo anterior y tal como lo anunciamos en líneas precedentes,


los naturales de estas tierras, sobre todo aquellos que conformaron verdaderas
civilizaciones estructuradas social y culturalmente, como la azteca y la purépecha, esta
última que actualmente conforma el Estado de Michoacán, observaron, como una forma
privilegiada de posesión territorial, la comunal o comunitaria, de manera tal que el
historiador michoacano Moisés Franco Mendoza, sobre tal estado de cosas, nos dice
que: la propiedad o tenencia comunal de la tierra ha tenido importancia en Michoacán y
su origen se remonta a la época prehispánica. La tierra entre los p’urhépecha podía ser
de cuatro categorías atendiendo a la persona, como titular, y al uso que se destinaban:
tierras patrimoniales del rey, tierras patrimoniales de la nobleza, tierras de uso fiscal y
tierras de los comunes37.

36 GARCÍA VILLALOBOS, Ricardo (1996). Las Sociedades Civiles y Mercantiles en el Campo. 1ª ed.,
México: Tribunal Superior Agrario, p. 6.
37 FRANCO MENDOZA, Moisés (1997). La Ley y la Costumbre en la Cañada de los Once Pueblos. 1ª ed.,

México: El Colegio de Michoacán, p. 55.


51

Finalmente, como colofón del presente apartado, se debe decir que la casi
totalidad de las leyes que rigieron durante la colonia y que de hecho y de derecho
conformarían lo que didácticamente conocemos como Derecho Indiano, se compiló en lo
que a partir del año de 1680, se conoce como Recopilación de las Leyes de Reinos de
Indias, la cual representa el acopio de las disposiciones normativas desde la llegada de
los peninsulares hasta ese año y que rigieron, sobre todo en lo concerniente a la cuestión
indígena, prácticamente durante el resto de la colonia, y en lo referente a las posesiones
territoriales, siguieron rigiendo incluso en el México independiente, y en algunos aspectos
siguen incorporadas al derecho vigente en nuestro país, incluso por voluntad
constitucional.
Dada la importancia de algunas de esas disposiciones, conviene señalar a
continuación algunas de ellas, mismas que se publicaron entre los años de 1631 a 1642,
que son descritas magníficamente por Don Manuel Fabila, en su obra intitulada Cinco
Siglos de Legislación Agraria en México38.
Una de esas leyes, es la que se promulgó por Felipe IV, en Madrid, en 17 de mayo
de 1631, intitulada:
“Que se Admita a Composición de Tierras, la cual disponía textualmente, en una de
sus partes, que: Considerando el mayor beneficio de nuestros vasallos, ordenamos y
mandamos á los Virreyes y Presidentes Governadores, que en las tierras compuestas
por sus antecesores no innoven, dexando á los dueños en su pacífica possessión; y
los que se huvieren introducido y usurpado mas de lo que les pertenece, conforme á
las medidas, sean admitidos en quanto al exceso a moderada composición, y se les
despachen nuevos títulos; y todas las que estuvieren por componer, absolutamente
harán que se vendan á vela y pregón”.

Otras de las leyes de esa época, es la publicada también en Madrid, en 16 de


marzo de 1642, que, junto con la anterior, hablan del otorgamiento de tierras a los indios,
bien sea por vía de restitución o de confirmación por título suficiente. Esta ley se
denominó:
[…] Que a los Indios se les Dexen Tierras, la cual prescribía lo siguiente:
Ordenamos, que la venta, beneficio y composición de tierras se haga con tal

38 FABILA, Manuel (2006). Cinco Siglos de Legislación Agraria en México. México: Procuraduría Agraria;
p. 25.
52

atención, que á los Indios se les dexen con sobra todas las que les pertenecieren,
assí en particular como por Comunidades, y las aguas y riegos; y las tierras en que
huvieren hecho acequias, ú otro cualquier beneficio, con que por industria personal
suya se hayan fertilizado, se reserven en primer lugar, y por ningún caso no se les
puedan vender, ni enagenar y los Jueces, que á esto fueren enviados, especifiquen
los Indios que hallaren en las tierras, y las que dexaren á cada uno de los tributarios
viejos, reservados, Caciques, Governadores, ausentes y Comunidades […].

Las anteriores disposiciones legales, de conformidad con el autor indicado, fueron


obtenidas de la compilación de las Leyes de Indias (Tomo II, Libro IV, 3ª. Ed., p. 104), y
las mismas, tal como se verá con posterioridad, han generado una importante influencia
en lo que en el siglo XX en México se ha denominado el Derecho social agrario, como
una de las expresiones más genuinas de los Derechos Humanos de la llamada segunda
generación.

1.3.1. Los Títulos Virreinales

Ahora bien, de conformidad con las anteriores disposiciones reales y, sobre todo,
merced a la Recopilación de las Leyes de Reinos de Indias, de 1680, se generalizó la
expedición de los famosos Títulos Virreinales, que constituían el documento final y
definitivo de una gestión administrativa o de un litigio con particulares, con encomenderos
o con otro pueblo.
Esos títulos han constituído así, el documento esenciales de los pueblos naturales,
por cuanto constituyen, como el mestizaje, la confluencia de dos legislaciones
ancestrales privilegiadoras de los Bienes Comunales. Una, de origen Castellano, Las
Siete Partidas, desde la Baja Edad Media, y la otra, precolonial, de los pueblos de la
Meseta Central y del Altiplano, que observaban, como Derecho Consuetudinario, la
posesión de las tierras, bosques, montes y aguas, en forma comunal, entre los
pobladores de los barrios bajos, me refiero a la también ya varias veces citada ley del
Calpulli.
Dichos títulos, por ejemplo, fueron la base legal del reclamo de las tierras de
Anenecuilco, Estado de Morelos, que encabezó Emiliano Zapata, desde la época
porfirista, así como la de muchos otros pueblos de México que, con el mismo reclamo de
53

restitución, la mayoría con título y otros acreditando la posesión desde tiempo inmemorial,
por haber perdido, en el tiempo, “sus papeles”, firmaron uno de los primeros planes
revolucionarios.
Pero en los hechos, aquellos documentos coloniales, representaron y siguen
representando aún, el medio de prueba que, despreciado por liberales de ayer y
neoliberales de hoy, son el JustoTítulo y la famosa Causa Generadora de la Posesión,
con el que infinidad de poblados comunales y ejidales han acreditado, a través de los
siglos, su derecho ancestral a sus tierras, bosques y aguas, que les fue confirmado por
las autoridades de la Colonia y que por ello, los han hecho valer frente a los gobiernos
liberales de finales de aquella época, de los régimenes del México independiente y frente
a las actuales instituciones burocráticas que consideran que los documentos producto del
“PROCEDE”, son más importantes porque colocan las tierras, los montes y las aguas de
la nación y de los poblados naturales, en “la modernidad” y, consecuentemente, en el
mercado.
54

CAPÍTULO SEGUNDO
DEL DERECHO POSITIVO Y LIBERAL AL DERECHO SOCIAL AGRARIO
(REVOLUCIONARIO)

Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ


Beatriz ESQUIVEL CONTRERAS

2.1. Derecho liberal versus derechos comunitarios en el México independiente

Desde la época de las reformas Borbónicas de finales del siglo XVIII y principios del XIX,
empezaron a penetrar las ideas liberales a la metrópoli española y obviamente no
tardarían en emigrar al continente americano. Sin embargo, esas reformas jamás
contuvieron medidas progresistas de libertades individuales para los criollos, menos para
los indígenas ni para los mestizos y demás castas en que entonces se había dividido a
la sociedad novohispana.
Dichas reformas, más bien significaron la forma o medio que utilizó el monarca
para sujetar con más autoridad y presencia a las colonias bajo su dominio, sobre todo
cuando éstas empezaron a considerarse como mayores de edad. Es decir, fueron
emprendidas con la finalidad de inhibir la consolidación económica, social y política de
las corporaciones de los hacendados, de los mineros, de los comerciantes y del clero
que, compuestas, muchas de ellas, por criollos letrados y con cierto poder económico,
comenzaban a pensar y a demandar una participación en lo económico, así como en los
asuntos públicos.
Asi, mientras en el siglo XVI, había en la Nueva España una sociedad señorial,
prácticamente feudal, que vivía de la explotación extensiva de la población indígena, para
el XVIII, es evidente que la población blanca había creado una nueva economía, dirigida
y manejada por los colonos con sistemas más capitalistas que señoriales y orientadas a
satisfacer sus propias necesidades. Esta configuración económica le otorgó a la minoría
blanca los medios para asegurar su dominio sobre la población indígena y mestiza.
La iglesia también sufrió cambios profundos en estas tierras, pues para el siglo
XVIII, ya se había perdido el fervor misionero de los inicios de la colonia -con el cual se
generó la protección a los derechos territoriales de los pueblos y civilización indígena,
55

entre otros-, y al mismo tiempo, cerró las puertas a las ideas del renacimiento. Por lo
tanto, estrechó sus intereses con los criollos, con evidente influencia sobre la población,
incluidas las castas, al tener la dirección espiritual y toda la educación, la asistencia
hospitalaria y el crédito. Es decir, para esta época, tenemos no a una iglesia al estilo de
Bartolmé de las Casas, sino a una más conservadora y reaccionaria.
La ideología liberal, en el sentido estricto y, sobre todo histórico del término –
acorde fundamentalmente con la filosofía del Inglés John Locke y en menor medida con
los principios de la revolución francesa -desplegó la concepción filosófico-jurídica, de que
el único sujeto de derechos y obligaciones es la persona física en lo individual; esto es,
el individuo físico en su más pura individualidad ontológica; por lo que, los derechos
sociales tanto de corporaciones –y lógicamente los de las comunidades indígenas-, no
tienen sustento bajo esa corriente.
Por consecuencia, el liberalismo capitalista pregona la virtud del trabajo profesional
y, sobre todo, individual-personal, así como la ganancia, como premisas del orden
capitalista, a grado tal que, según Max Weber: La ganancia de dinero –cuando se verifica
legalmente- representa dentro del orden económico moderno, el resultado y la expresión
de la virtud en el trabajo […] Esa idea, decimos, es la más característica de la “ética
social” de la civilización capitalista, para la que posee, en cierto sentido, una significación
constitutiva39.
En ese sentido, el Estado, como consecuencia del orden liberal-capitalista, no
puede ni debe intervenir en lo que se refiere a la actividad productiva y de obtención de
ganancia del individuo, ni tampoco en la organización de la propiedad ni su distribución,
por lo cual se propugna por un modelo de hombres que:
[…] creen en el trabajo y la industria y que aspiran a un orden que proteja los
intereses que se deriven de dichos trabajo e industria […] Se trata de una clase
amante del orden, que no ve en la revolución sino un medio inevitable para obtener
el orden que proteja sus intereses”. Por ello, el Estado, no puede ser una persona,
un protagonista, sino simplemente un instrumento al servicio de los individuos que

39WEBER, Max (2001). La Ética Protestante y el Espíritu del Capitalismo. México: Colofón, 5ª, ed., pp. 52-
53.
56

componen la sociedad. El Estado no es una persona, un individuo más, que pueda


disputar e intervenir en la vida personal de los individuos […]40.

Luego entonces, la propiedad de la tierra, igualmente se debe reservar a ese libre


juego de la oferta y la demanda y por ello no debe estar en manos muertas, sino que se
debe explotar y aprovechar por individuos emprendedores que la hagan producir al
máximo, con fines de ganancia; por ello, las posesiones territoriales en manos del clero
y de las comunidades indígenas, deben desamortizarse y nacionalizarse, para
adjudicarse en forma individual a personas laicas y productivas.
En ese contexto, el historiador Luis Villoro, nos comenta, respecto de las
consecuencias liberales y desamortizadoras que se generaron en la colonia, que:
[…] uno de los grupos que más sufrió de esta sangría fue la Iglesia y con ella los
hacendados e industriales que dependían de su crédito. En 1789, se estableció un
impuesto especial sobre inversiones de la iglesia, la cual quedaba obligada a
financiar las constantes guerras de la Corona […] La economía interna de la
colonia resintió terriblemente el despojo. Los más afectados fueron por supuesto
la Iglesia y los propietarios rurales, sobre todo los medianos y pequeños. Muchas
haciendas tuvieron que rematarse e innumerables pequeños propietarios
quedaron en la ruina […]41.

Por lo que toca a los bienes comunales de los indígenas, que obtuvieron por medio
de la confirmación o la restitución, aun cuando en la época de los borbones no corrieron
idéntica suerte que las propiedades de la iglesia, si se les comenzó a ver sin embargo,
como producto de instituciones arcaicas y obsoletas que debían ser superadas por el
progreso individual y capitalista; por lo que toda aquella concepción individualista de corte
burgués, una vez que México logró su independencia, se concilió con los intereses del
clero y de los terratenientes, los cuales, en gran medida, favorecieron la emancipación,
dados los embates de las medidas borbónicas en su contra; corporaciones que desde

40 ZEA, Leopoldo (1981). El Positivismo en México: Nacimiento, Apogeo y Decadencia. México: Fondo de
Cultura Económica, 3ª reimp., pp. 77-83.
41 VILLORO, Luis (1987). Los Grandes Momentos del Indigenismo en México. México: Lecturas Mexicanas,

1ª ed., pp. 358-359.


57

luego, fueron las que heredaron, ya en el México independiente, el poder social y político
de la colonia.
Así las cosas, las prematuras medidas liberales y desamortizadoras durante la
primera mitad del siglo XIX, que se adoptaron en el México independiente, fueron
dirigidas solo en contra de las comunidades indígenas campesinas –aunque
posteriormente también en contra del clero, ya en la segunda mitad de ese siglo-, a las
cuales se les suprimió la capacidad jurídica para poseer y administrar tierras en común;
considerando que todos y cada uno de los individuos somos iguales ante la ley; sin tomar
en cuenta que esa igualdad formal, en no pocas ocasiones contrasta con la realidad social
e histórica, que por inercia torna desiguales socialmente a los seres humanos.
Moisés Franco Mendoza, dice sobre el tema que:
[…] el proceso de desintegración de las tierras pertenecientes a las comunidades
indígenas en Michoacán, se inició en el año de 1827, como consecuencia de la
legislación local. Años después se agravó la situación con la ley de 25 de junio de
1856, cuya aplicación se extendía a todo México, pues ordenaba el reparto de
tierras pertenecientes a las comunidades indígenas. Legalmente la propiedad
comunitaria debía transformarse en propiedad individual o propiedad privada […]42.

De esa guisa, tenemos pues que, la corriente liberal pugnaba no solo por las
libertades políticas, económicas e ideológicas del individuo, sino que, al mismo tiempo,
reputaba como retrógrados y conservadores, como opuestos al progreso social, los
derechos comunitarios, de ahí que, acorde con la ideología burgués individualista, se
considerara que las posesiones comunales que se habían confirmado o restituido a los
indígenas, para que poseyeran y aprovecharan sus tierras en común, eran herencias
conservadoras de una época feudal que reñía con la época de las luces y de los avances
científicos y tecnológicos. Por tanto,
[…] el modelo ideal concebido por los liberales, era el de una sociedad en la que
el individuo encarnaría el principio rector, mientras que el Estado se limitaría a
garantizar y a promover los intereses de los particulares. La Iglesia y el Estado
deberían divorciarse y este último adoptaría la forma federal de gobierno […]43.

42 FRANCO MENDOZA, Moisés. Op. cit., p. 87.


43 LEAL, Juan Felipe (1978). La Burguesía y el Estado Mexicano.Edit. El Caballito, 2ª ed., p. 65.
58

En adelante, el México independiente, trataría de imponer esa forma de pensar


proveniente de Europa y de los Estados Unidos de Norteamérica y, desafortunadamente,
de manera no muy atinada, pues desde los inicios de la vida independiente, después de
que se liquidó al Imperio de Iturbide, se empezaron a establecer en los textos
constitucionales del nuevo país y en sus legislaciones secundarias, las medidas liberales
y, desde luego, la política de desamortización de bienes tanto de la iglesia como de las
comunidades indígenas y campesinas.
Las medidas en cita, se imitaron de aquellos países que, a diferencia del nuestro,
contaban con un desarrollo capitalista suficiente como para soportar las instituciones
liberales pero que para México, que conservaba aún, de forma preponderante,
estructuras sociales cuasi feudales, basadas en la concentración de grandes extensiones
tierra en unas cuantas manos de criollos y el vasallaje de indios y mestizos en el otro
extremo, las condiciones sociales y económicas no eran, desde luego, óptimas para las
tesis liberales y capitalistas basadas en la libre empresa y en el libre mercado.
La inercia de aquel mimetismo que nuestros intelectuales y políticos del siglo XIX,
impusieron en las instituciones públicas, concretamente respecto de las políticas
liberales, la documenta el doctor Samuel Ramos, en su obra El Perfil del Hombre y la
Cultura en México, al señalar que los mexicanos de aquel tiempo:
[…] creían, de buena fe, estar incorporando la civilización al país […] Ejemplos de
este mimetismo los hay en todos los órdenes de la cultura, pero los más claros se
encuentran en la obra constitucional mexicana del siglo XIX […] Se sabe que el
modelo de las constituciones que se sucedieron en nuestro país durante la pasada
centuria, fue tomado de los Estados Unidos […] Por uno de los azares que tan a
menudo ocurren en la historia de México, la idea centralista se tornó sinónimo de
reaccionario. Con el triunfo del liberalismo, nuestro país se convirtió en República
federal, aun cuando lo fue nominalmente, porque la presión de la realidad, superior
a la ley, obligaba a los gobiernos del siglo XIX, a imponer un centralismo disimulado
[…]44 .

El nuevo Estado Mexicano, estableció, en sus cartas políticas fundamentales, lo


más puro del pensamiento liberal, lo cual, sin embargo, en varios aspectos, significó un

44 RAMOS, Samuel (1980). El Perfil del Hombre y la Cultura en México. México: Era, 9ª ed., pp. 21-24.
59

importante avance político e ideológico en cuanto a los derechos fundamentales de las


personas y al régimen republicano se refiere pero que también, en lo tocante a los
derechos territoriales y a las posesiones comunales de los indígenas y campesinos, como
lo hemos apuntado, originó el gran conflicto agrario que degeneraría en la consolidación
constitucional y legal del inmenso latifundio criollo y liberal, por un lado, y por el otro, la
masa de peones acasillados sin tierras, que compartieron condiciones sociales de miseria
más deplorables que en la época colonial, pues sucedió que las tierras que otrora se les
concedieron por los monarcas y por los virreyes, les fueron arrebatadas, merced a las
leyes liberales, adjudicándose a la nueva clase de aristócratas terratenientes.

2.1.1. Las Leyes de Desamortización y el artículo 27 de la Constitución de 1857

Una de las legislaciones secundarias, previa a la Constitución liberal de 1857, que


más afectó a la propiedad territorial indígena, lo fue la conocida Ley de Desamortización
de Bienes de Manos Muertas, mejor conocida como Ley Lerdo, de 25 de junio de 1856,
que entre sus disposiciones más trascendentes en la cuestión agraria y, concretamente
para los bienes comunales, dispuso:
Art. 24. Desde ahora en adelante, ninguna corporación civil ó eclesiástica, cualquiera
que sea su carácter, denominación u objeto, tendrá capacidad legal para adquirir en
propiedad ó administrar por si bienes raíces, con la única excepción que expresa el
artículo 8°, respecto de los edificios destinados inmediatamente y directamente al
servicio u objeto de la institución45.

Dicha disposición legal secundaria, pasaría casi intacta al artículo 27 de la


Constitución de 1857.
Merced a la reforma liberal, se depreció el valor de las tierras del clero y de las
comunidades de indios, puesto que aquel emitió decreto de excomunión en contra de
quien adquiriese las tierras desamortizadas por las leyes liberales; lo cual derivó en que
los poderosos hacendados adquirieron a precios infinitamente bajos grandes
propiedades de tierra, acrecentando así sus latifundios, pues por lo demás, si a algunos
indígenas o campesinos en lo individual se les entregaron títulos de propiedad sobre

45 FABILA, Manuel. Op. cit., p. 97.


60

alguna porción de tierra, ante cualquier litigio producto de adeudos agiotistas,


irremediablemente perdían su pequeño patrimonio frente al hacendado colindante.
Tal estado de cosas fue previsto y advertido por diputados constituyentes de
aquella época, siendo el caso notorio de Ponciano Arriaga y de Castillo Velasco, éste
último, quien, en su voto particular, que se reseña en la obra intitulada Economía y
Política en la Historia de México, escrita por Manuel López Gallo, señaló lo siguiente:
[…] Pero de nada servirá reconocer esa libertad (la de la Constitución) en la
administración, y más bien será una burla para muchos pueblos, si han de
continuar como hasta ahora, sin terrenos para el uso común, sin han de continuar
agobiados por la miseria, si sus desgraciados habitantes no han de tener un palmo
de tierras en que ejecutar las obras que pudieran convenirles (...) ¿No es
vergonzoso para nosotros, liberales, que dejemos subsistir ese estado de cosas,
cuando por leyes dictadas por monarcas absolutos se concedían esos terrenos a
los pueblos, y se proveía así a sus necesidades? […]46.

La consecuencia social inevitable de las medidas desamortizadoras, fue la


consolidación incluso constitucional del latifundio mexicano que, como también se señaló,
surgió desde la época de la colonia, debido a las mercedes reales a favor de los
conquistadores en un inicio y de los encomenderos después pero que, a partir de la era
liberal, se encontró la manera de reglamentar, a partir del derecho codificado,
particularmente del derecho civil, la desintegración de los bienes comunales, por un lado,
y la conformación de las haciendas ganaderas y agrícolas, por el otro.
Al amparo del artículo 27 de la Constitución de 1857, que expresamente dispuso
lo que un año antes se expresó en la Ley Lerdo, se dictaron una serie de leyes
secundarias, como aquellas de Colonización, en la época de la dictadura de Porfirio Díaz,
merced a las cuales surgieron las famosas compañías deslindadora que, a favor de los
socios de las empresas y de los hacendados que las contrataban, median y deslindaban
las otrora posesiones de la comunidades, de la iglesia y aún de terrenos nacionales.
Juan Felipe Leal, nos comenta al respecto que: Las compañías deslindadoras de
tierras tenían el derecho –en pago a sus servicios- de adjudicarse hasta la tercera parte

46 LÓPEZ GALLO, Manuel, Economía y Política en la Historia de México (1978), Edit. El Caballito, México,
p. 126.
61

de las tierras deslindadas […] En la Mesa Central, las haciendas crecieron


fundamentalmente a expensas de las comunidades indias que habían sido divididas y
distribuidas en títulos de propiedad privada a sus respectivos trabajadores. Estos últimos
al hipotecarlas, las fueron perdiendo paulatinamente47.
Pero el problema agrario que originaron las medidas liberales y desamortizadoras,
no solo fue la consolidación legal de los latifundios y el consecuente despojo de las
comunidades, sino que, por igual, dieron origen a conflictos entre los propios indígenas,
al interior de los bienes comunales que se lograron conservar pese a los embates
fraccionadores.
Tanto la Constitución General como las leyes secundarias codificadas, sobre todo
las de derecho civil, al no conceder ningún valor ni trascendencia jurídicas a los títulos
primordiales de origen colonial, generaron la necesidad de la titulación y escrituración
individual de las posesiones que personal y/o familiarmente cultivaban los campesinos
indígenas y mestizos, por lo que, al interior de las comunidades, se comenzaron a generar
actos jurídicos de derecho privado, como la compra-venta, la sucesión, la prescripción y,
lo más común, las diligencias de información testimonial ad perpétuam para suplir título
escrito de dominio.

2.1.2. Privatización de tierras comunales y ejidales

Durante la vigencia del marco constitucional de 1857, se inició la cultura legal de


los actos jurídicos de derecho privado, como los que señalamos, al interior de los propias
comunidades campesinas e indígenas, de manera tal que, incluso, después de la
revolución social de principios del siglo XX, ya con la vigente Constitución de 1917 y sus
normas de derecho social, mientras no se dictara la resolución presidencial de restitución
de tierras o de confirmación de sus Bienes Comunales a los indígenas, mediante las
cuales se deslindaban las superficies que les pertenecían desde tiempo inmemorial,
aquellos actos se siguieron sucediendo, por más que las leyes revolucionarias los
reputaran como nulos de pleno derecho e inexistentes.

47 Ibídem, p. 93.
62

[…] La figura jurídica más socorrida en estos procedimientos, es la llamada


“diligencias de información ad perpétuam” para suplir título escrito de dominio […]
La afectación de las creencias en la Cañada (se refiere a la región de Michoacán,
conocido como La Cañada de los Once pueblos) ha quebrantado la voluntad
general de defender la tenencia de la tierra apoyada en la costumbre. La forma
tradicional fundamentada en la posesión material de la tierra va perdiendo su valor
y gana terreno la legislación. Psicológicamente los comuneros se sienten
desprotegidos si no cuentan con un título escrito de dominio […] Por un lado están
los que se consideran comuneros sin título escrito y, por el otro, los que se sienten
pequeños propietarios por contar con un documento emanado de la autoridad
judicial o administrativa [...]48.

Tal como lo señalamos, esa conciencia privatizadora, que no solo permeó entre
las clases dirigentes y acomodadas, sino entre los propios comuneros, ha originado un
sinnúmero de controversias legales y sociales que han degenerado en enfrentamientos
entre hermanos de clase y que en la actualidad se siguen manifestando ante los
tribunales agrarios.
Por lo demás, si bien los comuneros indígenas y mestizos, asumieron los actos
jurídicos de derecho privado, tal no ha sido, en la mayoría de los casos, una actitud
tendenciosa, sino producto de una disposición constitucional que en su momento fue
vigente y, por tanto, vinculante para todos los mexicanos (la Constitución Política de 1857
y leyes reglamentarias vigentes hasta 1917).
De manera tal que si, posteriormente, la Constitución y las leyes revolucionarias,
producto de los derechos humanos de segunda generación, restauraron la vigencia de
los títulos virreinales y de los derechos comunales, reputando ahora de nulos aquellos
actos del derecho civil, como es obvio advertir, tal contradicción afecta de nueva cuenta
a los más débiles, pues ocasiona ahora confusión y enfrentamientos al interior de las
propias comunidades, y entre ellas y “pequeños propietarios”, que en realidad son
comuneros con diligencias de información ad perpétuam.
A lo anterior, se le debe añadir, la criminal burocracia que ha prevalecido en
nuestro país, producto de una clase política que la revolución no liquidó, pero que sí la

48 FRANCO MENDOZA, Moisés. Op. cit., pp. 150-188.


63

fortaleció; la cual se ha concebido como plenipotenciaria, divorciada de la sociedad civil


a la que sigue considerando incapaz de ejercicio; burocracia que se ha ensañada aún
más en perjuicio de la gente del campo, pues en la época del reparto agrario
administrativo, había expedientes de dotación o ampliación de ejidos; de restitución o de
reconocimiento de bienes comunales, que iniciaron antes de la Ley Federal de Reforma
Agraria de 1971 y todavía pasaron a los tribunales agrarios, en forma de rezago, mucho
después de la reforma constitucional de 1992, para resolverse hace apenas algunos
años, cuando la mayoría, si no es que la totalidad de los solicitantes de la tierras, ya
habían fallecido.
La burocratización, la impunidad y la corrupción incidía y sigue incidiendo en el
retraso de los expedientes agrarios de todo tipo, y por lo que ve a los de bienes
comunales, de reconocimiento y titulación, de restitución o de conflicto por límites, aún
ahora siguen en trámite no pocos juicios ante los tribunales agrarios correspondientes,
algunos de los cuales llevan más de medio siglo engrosando folios sin solución.
Por lo que, ante la incertidumbre en la titularidad y definición de los bienes
comunales, los actos de derecho privado, por más que se reputen como inexistentes,
siguen su curso normal, con más rapidez que los procedimientos agrarios, los cuales,
paradójicamente, nacieron, según la iniciativa de reforma constitucional, con intención
sumaria.
El historiador Pedro Salmerón, en su obra La División del Norte, nos refiere los
efectos devastadores, desde el punto de vista social, de las leyes liberales en el norte del
país, concretamente en Chihuahua, en donde, al igual que en el centro y en el sur, se
resintieron esos efectos que finalmente escenificaron el estallido revolucionario; por lo
que, sobre el contexto histórico a que nos referimos, el autor dice que:
Los conflictos de tierras que numerosos pueblos tuvieroncon con las
haciendas empujó a algunos de sus habitantes por la senda del abigeato […] aunado
a los ferrocarriles, disparó el valor de la tierra y las ambiciones sobre ella, dando
lugar al crecimiento de las haciendas que criaban ganado en píe para la exporta
ción al pujante suroeste estadounidense […] Así como San Andrés perdió
prácticamente todas sus tierras, en otros pueblos de la región pasó lo mismo:
cuando los vecinos de Santa Isabel solicitaron tierras en 1920, de acuerdo con el
artículo 27 de la nueva Constitución, no quedaba nada de los antiguos ejidos del
pueblo […] Satevó había perdido una disputa de límites con la hacienda Tres
64

Hermanos, propiedad de la familia Zuluaga […] Terrazas (Luis) se hizo de grandes


extensiones de tierra durante los perores años de las guerras indias, pagándolas a
precios muy bajos. Sobre esa base, con métodos no siempre honestos, hizo crecer
su latifundio en las décadas de los años sesenta y ochenta del siglo XIX […] 49

2.2. La Revolución y el artículo 27 constitucional: el reparto agrario

Desde luego que el derecho social agrario, es un producto y consecuencia directa del
movimiento revolucionario de 1910, y si bien el lema de Sufragio Efectivo no Reelección,
es con el que se le suele identificar; el tema fundamental, sin embargo, lo fue el aspecto
de la tenencia de la tierra; puesto que su injusta distribución, aun cuando se remonta a la
época de la colonia, se agudiza a partir de la instauración de los gobiernos de corte liberal
e individualista del siglo XIX, bajo los cuales se consolidó el gran latifundio en el campo
mexicano; ocasionando con ello la concentración de la riqueza en unas cuantas manos
de hacendados criollos, por un lado; y por el otro, la miseria de la inmensa mayoría
compuesta por campesinos e indígenas, a los cuales se les usurparon sus derechos de
posesión sobre sus comunidades y ejidos.
Tal como lo vimos en el capítulo anterior, a diferencia de los gobiernos producto
de la independencia nacional, los propios conquistadores españoles, debido a una
jurisprudencia piadosa, fundamentada en el derecho consuetudinario que heredaron a su
vez de las culturas de visigodos y germanos, preservaron, hasta cierto límite, la propiedad
territorial de los pueblos de indios, los cuales conservaban aún sus tradiciones
precoloniales al amparo de la comentada Ley del Calpulli, que igualmente se sustentaba
en la tradición consuetudinaria, y sobre lo anterior, la tratadista Martha Chávez Padrón,
nos comenta que:
[…] La mixtura de las anteriores instituciones, españolas y aborígenes, dará
resultados parecidos, pero diferentes de sus instituciones de origen, pues en la
Nueva España las tierras dadas a las comunidades se caracterizaron por incluir
principalmente terrenos para labranza que se denominaron de común

49
Salmerón, Pedro, La División del Norte, (2018); Edit. Ediciones Culturales Paidós, S.A. de C.V., México,
pp. 39-63.
65

repartimiento, de parcialidades indígenas o de comunidad, respondiendo a su


anterior costumbre aborigen […]50.

Sin embargo, los efectos de las leyes liberales del México independiente, sobre
todo al amparo de la Constitución de 1857, consideraron como improductivos e
inoperantes los derechos comunales; privilegiando el interés individual por sobre el social.
De esta forma, los títulos virreinales que las autoridades de la colonia otorgaron a las
comunidades, fueron considerados nulos de pleno derecho y, por ende, se les suprimió
a éstos capacidad jurídica para poseer y administrar tierras en común, al igual que a las
iglesias.
Se les suprimió incluso a los pueblos comunales, la personalidad jurídica, al
equiparlas a una corporación social. Lo cual obedeció, desde el punto de vista histórico,
al auge del capitalismo, bajo cuya formación la clase burguesa se impuso económica y
políticamente en el mundo moderno, estableciendo su particular ideología y su formación
jurídica, mediante la cual se proscribieron los derechos sociales de los más
desprotegidos.
Bajo ese estado de cosas, para la época del presidente Porfirio Díaz, que va de
los años de 1876 a 1911, la condición de los campesinos e indígenas de nuestro país,
era de miseria y marginación, pues no solo carecían de tierras de labranza; sino, además,
de educación y de los más elementales derechos civiles, ya que si bien es cierto que la
Constitución de 1857, estableció formalmente la protección de los derechos
fundamentales del ser humano, tales como los de igualdad, debido proceso, libertad y
propiedad; no lo es menos que ante la injusta distribución de la riqueza, dichas garantías
solo fueron una quimera para las clases marginadas.
Fue tan escandalosa en esa época, la forma en que algunas familias acomodadas,
bajo el amparo de leyes liberales, se hicieron de grandes extensiones de tierra, ya de la
Nación o ya de corporaciones campesinas, que el historiador Manuel López Gallo, nos
cita como ejemplo de tal desproporción, que,
[…] Sánchez Mármol, apoderado del señor Garduza, el cual obtuvo una superficie
de 74,000 hectáreas en el estado de Chiapas, para explotar Caoba y Cedro,
pagando solamente 1.50 por cada árbol cortado (…) A Faustino Martínez, se le

50 CHÁVEZ PADRÓN, Martha. Op. cit., p. 147.


66

otorgaron 700,000 hectáreas en Quintana Roo (…) A Joaquín Casasús, como


apoderado de Jacinto Marín Carrillo, 444,227 hectáreas (…) A los señores general
Hipólito Charles y licenciado Benito Juárez Maza, se les otorgó en arrendamiento
las lagunas de Chacahua, Mealtepec, Monrroy, Minatitlán, Corralero, Jicaltepec y
Estancia Grande […]51.

Todo lo anterior, obviamente originó, en gran medida, el estallido revolucionario.


De ahí que el ideario ideológico prevaleciente se fortaleció en torno al tema del reparto
de la tierra, considerando la mayoría de los teóricos del movimiento y varios militares
revolucionarios, que con el fin de abatir la miseria de los hombres del campo, era
menester fraccionar las grandes haciendas y restituir o dotar de tierras a campesinos
carentes de ellas, y a quienes los gobiernos liberales y los latifundistas se las habían
usurpado.

2.2.1. El Plan de Ayala zapatista

En esa dirección, se registra uno de los programas más avanzados en el aspecto


de la cuestión agraria, que lo fue sin duda el Plan de Ayala, promulgado por el general
Emiliano Zapata, cuyo movimiento tuvo una fuerte influencia de las corrientes anarco-
sindicalistas de los hermanos Flores Magón.
Dicho plan se publicó el 28 de noviembre de 1911, en pleno gobierno maderista,
una vez que se destituyó a Porfirio Díaz. Sin embargo, aquel gobierno, aunque surgido
de la revolución armada, siguió conservando intactas las estructuras sociales de la época
liberal; de ahí que Zapata no coincidiera con él, por considerar que no era consecuente
con las demandas más sentidas de los hombres y mujeres que estaban haciendo la
revolución, sobre todo aquellas concernientes a la restitución y dotación de tierras a los
campesinos e indígenas.
En ese sentido, vale la pena señalar a continuación, algunos de los principios de
aquel plan revolucionario, en lo concerniente a la cuestión agraria:
[…] Hacemos constar: que los terrenos, montes y aguas que hayan usurpado los
hacendados, científicos o caciques, a la sombra de la tiranía y de la justicia venal,

51 LÓPEZ GALLO, Manuel, op. Cit, pp. 249-252.


67

entrarán en posesión de esos bienes inmuebles desde luego los pueblos o


ciudadanos que tengan sus títulos correspondientes de esas propiedades, de las
cuales hayan sido despojados por mala fe de nuestros opresores, manteniendo a
todo trance con las armas en la mano, la mencionada posesión; y los usurpadores
que se consideren con derecho a ellos lo deducirán ante tribunales especiales que
se establezcan al triunfo de la revolución […] En virtud de que la inmensa mayoría
de los pueblos y ciudadanos mexicanos, que no son más dueños que del terreno
que pisan, sufriendo los horrores de la miseria sin poder mejorar su situación y
condición social ni poder dedicarse a la industria o la agricultura por estar
monopolizadas en unas cuantas manos las tierras, montes y aguas; por esta causa
se expropiarán previa indemnización de la tercera parte de esos monopolios, a los
poderosos propietarios de ellas, a fin de que los pueblos y ciudadanos de México,
obtengan ejidos, colonias, fundos legales para pueblos o campos de sembradura
y de labor y se mejore en todo y para todo la falta de prosperidad y bienestar de
los mexicanos. […] Los jefes militares insurgentes de la República, que se
levantaron con las armas en la mano, de la voz de Don Francisco I. Madero, para
defender el Plan de San Luis Potosí, y que ahora se opongan con fuerza armada
al presente Plan se juzgarán traidores […]52.

Con relación al programa agrario del zapatismo, se debe señalar que sobre el
mismo se impuso finalmente la coalición Carranza-Obregón, que representaba una
corriente moderada y, desde luego, una posición institucional de la revolución, para dar
paso a una burguesía nacional -que demandaba posiciones en el escenario social y
político y que el Porfiriato también le había negado, para favorecer a la oligarquía
terrateniente, en el plano nacional y a una burguesía internacional de corte imperialista-.
Las fuerzas populares y progresistas representadas por los generales Francisco
Villa y Emiliano Zapata, serían aniquiladas militarmente, y en el terreno político e
ideológico, sus programas fueron, en algunos casos abandonados y en otros asumidos
por la nueva clase dirigente, con el fin de legitimarse y hacerse para sí de los contingentes
campesinos que habían hecho, en gran medida, la lucha armada. El escritor ya varias
veces citado, Manuel López Gallo, nos dice también:

52 FABILA, Manuel. Op. cit., pp. 194-195.


68

[…] Las disenciones entre las dos corrientes, tan pronto fue derrotado el usurpador –
se refiere al dictador Victoriano Huerta, quien encabezó el golpe de Estado y
asesinato de Madero en 1913-, estallaron. Los campos ideológicos tenían que
definirse: por un lado, el Centauro del Norte y el Caudillo del Sur, por el otro Carranza
y Obregón. Todos respondían por igual a las aspiraciones de las clases a que
pertenecieron, Zapata y Villa luchando por una transformación radical en la que al
campesino cabía el papel más importante; el Varón de Cuatrociénegas y el Manco de
Celaya también buscaban un cambio pleno de régimen, nada más que según ellos,
la burguesía nacionalista, debería erigirse en la clase dominante […]53.

2.2.2. La primera Ley preconstitucional de 6 de enro de 1915 y el artículo 27 de la


Constitución de 1917

Así las cosas, con el fin de que la coalición que representaba a la burguesía
nacional, se legitimara en el poder del nuevo Estado revolucionario, se hizo menester que
se impulsaran medidas legislativas que le quitaran la bandera a los contingentes villistas
y zapatistas, y de esta manera, se publicó la primera Ley Agraria que estuvo en vigencia
como derecho positivo antes de la Constitución de 1917. Me refiero a la Ley Agraria de 6
de enero de 1915, promulgada por Venustiano Carranza, quien por necesidad política
más que por convicción –pues él mismo provenía de una familia de hacendados del
Estado de Coahuila, beneficiaria del régimen dictatorial de Porfirio Díaz-, tuvo que recoger
en su proyecto de gobierno, los postulados de los auténticos revolucionarios agraristas.
Por disposición de aquella ley, se nulificaba cualquier acto de las autoridades
civiles o militares, federales o del fuero común, ya fueran judiciales o administrativas, que
hubiesen tenido por efecto privar de sus tierras, montes y aguas a los poblados indígenas
y campesinos; proveyéndose así a la restitución y/o confirmación de aquellos bienes, y
para los casos de los campesinos carentes de tierras, se dispuso la afectación a las
haciendas colindantes en un radio de 7 kilómetros a partir del poblado solicitante, para
dotar de ejidos a los poblados; reduciendo los latifundios al límite de la pequeña
propiedad inafectable, de no más de cien hectáreas de riego o su equivalente en otras
calidades de tierra.

53 LÓPEZ GALLO, Manuel. Op. cit., pp. 484-485.


69

La primera Ley Agraria que surgió de la revolución, se incorporó casi intacta a la


Constitución Política de 1917, en su artículo 27, y de esta forma, con el fin de hacer
efectivo el reparto y la consolidación de las tierras a favor de los campesinos e indígenas,
se promulgaron las leyes secundarias en las que se establecieron los procedimientos
bajo los cuales se tramitarían y resolverían los expedientes de dotación de tierras,
ampliación de ejidos, confirmación de bienes comunales y restitución de tierras.
Mediante dichas legislaciones secundarias que estuvieron en vigor hasta 1992, se
repartió entre campesinos e indígenas -a éstos últimos a quienes se les restituyeron o
confirmaron sus tierras, montes y aguas que habían tenido desde la época colonial-, más
de la mitad del territorio nacional, liquidándose así, ya para el año de 1950, a la clase
social aristócrata latifundista. De manera que, en la actualidad, la superficie laborable, de
monte y de sierras en al país, en su mayoría, está en poder de ejidos y comunidades
campesinas, y en menor medida, en manos de auténticos pequeños propietarios.
Es importante destacar que, para llevar a cabo el reparto agrario, hubo necesidad
de que el nuevo Estado surgido de la revolución, desplegara, en forma prioritaria,
medidas legales de corte eminentemente social, las que en gran medida conformarían
los derechos humanos de segunda generación a favor de las clases sociales más
desprotegida, concretamente obreros y campesinos.
En el caso de los segundos, se destacan la supresión de principios clásicos del
sistema republicano, como la división de poderes, pues en materia agraria, al presidente
de la República, se le erigió de hecho y de derecho en el juzgador de última instancia en
todos aquellos expedientes del reparto agrario, suprimiéndole esa facultad a los jueces
locales y federales.
Lo anterior obedeció al recelo de los revolucionarios hacía la justicia común, bajo
la cual, en el siglo XIX, al aplicarse solamente las disposiciones del derecho civil, en el
marco de una interpretación individualista y patrimonial, los juzgados del fuero local y/o
federal, resolvían los expedientes judiciales de jurisdicción voluntaria o contenciosos,
generalmente a favor de los latifundistas.
Por ello, el artículo 27 de la Constitución de 1917, así como las leyes
reglamentarias, la última de las cuales que fue la Ley Federal de Reforma Agraria, vigente
hasta el reciente año de 1992, dispusieron que el presidente de la República -al que se
le consideró como el jefe nato de la revolución-, fuera el que resolviera, en segunda
70

instancia y en definitiva, los expedientes de dotación de ejidos, de ampliación de éstos,


de restitución de tierras a las comunidades indígenas y de reconocimiento y titulación de
bienes comunales.
Conforme a la disposición constitucional que se ha citado, también se suprimió a
los dueños de los latifundios, el derecho del habeas corpus, es decir, la posibilidad de
acudir al juicio de amparo en reclamo de las resoluciones presidenciales que afectaban
sus propiedades para crear ejidos o restituir tierras a las comunidades indígenas y
campesinas, bajo el argumento de que al conceder ese derecho a los miembros de la
clase aristocrática, se frenaría la principal demanda de los hombres y mujeres del campo
que en forma mayoritaria hicieron la revolución, lo cual podía incidir en un nuevo
levantamiento armado, como sucedería en los años veinte y treinta, con la guerra cristera,
la cual se nutrió, en forma preponderante, con militantes campesinos.
También se consideró, para suprimir aquel derecho de amparo a los terratenientes,
el que ésta clase fue la beneficiaria de los gobiernos liberales desde finales de la colonia
y hasta el régimen de Porfirio Díaz, quienes, al amparo del derecho privado, contemplado
por la Constitución de 1857 y aún sin ella -pues las prácticas ilegales fueron cotidianas-,
aquellos se hicieron de las tierras de los indígenas y de los campesinos mestizos; razón
por la que, ahora, el siglo XX, sería el de éstos grupos.
Debido a lo anterior, conviene transcribir a continuación, algunos de los aspectos
más trascendentes que se contenían en al artículo 27 constitucional, hasta antes de la
reciente reforma de 1992, que contuvo la base del derecho social agrario en México:
[…] ARTÍCULO 27. La propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de
los límites del territorio nacional corresponde originariamente a la Nación […] VII.
Los núcleos de población, que de hecho o por derecho guarden el estado comunal,
tendrán capacidad para disfrutar en común las tierras, bosques y aguas que les
pertenezcan o que se les hayan restituido o restituyeren. […] VIII. Se declaran
nulas; […] a. Todas las enajenaciones de tierras, aguas y montes pertenecientes
a los pueblos, rancherías, congregaciones o comunidades, hechas por los jefes
políticos, gobernadores de los Estados, o cualquiera otra autoridad local, en
contravención a lo dispuesto en la ley de 25 de junio de 1856 y demás leyes y
disposiciones relativas; […] b. Todas las concesiones, composiciones o ventas de
tierras, aguas y montes hechas por las Secretarías de Fomento, Hacienda o
cualquiera otra autoridad federal, desde el día 1o. de diciembre de 1876 hasta la
71

fecha, con las cuales se hayan invadido y ocupado ilegalmente los ejidos, terrenos
de común repartimiento, o cualquiera otra clase pertenecientes a los pueblos,
rancherías, congregaciones o comunidades y núcleos de población; […] c. Todas
las diligencias de apeo o deslinde, transacciones, enajenaciones o remates
practicados durante el período de tiempo a que se refiere la fracción anterior, por
compañías, jueces u otras autoridades de los Estados o de la Federación, con los
cuales se hayan invadido u ocupado ilegalmente tierras, aguas y montes de los
ejidos, terrenos de común repartimiento, o de cualquiera otra clase, pertenecientes
a núcleos de población […] X. Los núcleos de población que carezcan de ejidos o
que no puedan lograr su restitución por falta de títulos, por imposibilidad de
identificarlos, o porque legalmente hubieren sido enajenados, serán dotados con
tierras y aguas suficientes para constituirlos, conforme a las necesidades de su
población, sin que en ningún caso deje de concedérseles la extensión que
necesiten, y al efecto se expropiará, por cuenta del gobierno Federal, el terreno
que baste a ese fin, tomándolo del que se encuentre inmediato a los pueblos
interesados. […] XII. […] Los expedientes pasarán entonces al Ejecutivo Federal
para su resolución […] XIV. Los propietarios afectados con resoluciones dotatorias
o restitutorias de ejidos o aguas […] tendrán solamente el derecho de acudir al
Gobierno Federal para que les sea pagada la indemnización correspondiente […].

Es importante destacar, que hacía los años cincuenta del siglo pasado, se restituyó
a favor de los propietarios particulares, el derecho de obtener certificados de
inafectabilidad y con ellos se abrió la posibilidad de que acudieran al juicio de amparo en
contra de las resoluciones presidenciales agrarias, con lo cual se comenzó a dar un giro
conservador a la política revolucionaria, lo cual culminaría con reforma neoliberal de
finales de ese siglo y que en el próximo capítulo se abordará a detalle.
De esta forma, se va configurando pues el derecho social agrario surgido de la
revolución, desplegando una ideología y conciencia social distante del liberalismo, en la
que se privilegian los derechos sociales por sobre el privado y bajo la cual el Estado,
sobre todo aquel que surge de una revolución de campesinos y de obreros, no puede ser
un simple espectador; por lo que, el maestro Arnaldo Córdoba, en su conocida obra La
Política de Masas del Cardenismo, refiere que el general Lázaro Cárdenas, escribió en
el año de 1935, que:
72

[…] enemigos del programa social de la Revolución, quisieran en la política del


gobierno, la democracia que se practica en los estados capitalistas; es decir,
liberad para sus intereses e imposición de su criterio; quisieran que se relegara a
los trabajadores a una situación individualista, porque saben que la organización
acabará con sus privilegios […] El escritor en comento, también señala que: “ Lo
primero que se proponía –el general Lázaro Cárdenas-, a través del Plan, era
rescatar el derecho del Estado de la Revolución a reglamentar la vida social,
restaurando su capacidad jurídica y política para intervenir en las relaciones
sociales de producción […]54.

Los comentarios y transcripciones de los aspectos medulares de los principios de


las leyes agrarias, así como de la política y de la ideología de la Revolución Mexicana,
nos demuestran, sin lugar a dudas, que el tema de la tenencia de la tierra y la necesidad
de su reivindicación a favor de los campesinos, fue una de las asignaturas prominentes
de dicho movimiento social que, aun cuando algunos tratadistas, como el mismo autor
Arnaldo Córdoba, refieren que no fue revolucionario, porque no negó radicalmente la
propiedad privada55.
No obstante, la prioridad de ese movimiento social armando, sí fue, en uno de sus
aspectos históricamente más importantes, la transformación de la estructura de la
tenencia de la tierra y la liquidación de la clase social representada por los hacendados.
La ideología de los revolucionarios -si se me permite el término- como bien lo
hemos visto, fue opuesta a la teoría del liberalismo individualista y burgués, pues
consideraron, no sin acierto, que la garantía de igualdad pregonada por el liberalismo, no
podría materializarse a favor de todos los sectores de la población, mientras subsistiera
la injusta concentración de la tierra en unas cuantas manos de latifundistas.
De manera tal que, una vez que se materializó el reparto agrario a favor de
campesinos e indígenas y que se fue consolidando el derecho agrario, como una de las
principales ramas del nuevo derecho social –que por lo demás se apartaría de la división
clásica y doctrinaria del derecho en público y privado-, lo que hicieron los constituyentes

54 CÓRDOVA, Arnaldo, La política de Masas del Cardenismo, pp. 38-46.


55 Ibídem, p. 93.
73

de 1917, no fue otra cosa sino la de tratar de igualar ante la ley a quienes son desiguales
en la vida56.

2.3. Los procedimientos cuasi-jurisdiccionales del derecho social agrario


revolucionario

Los principales y más significativos procesos agrarios, por su trascendencia social y


política; por constituir la esencia del reparto agrario, fueron la dotación de tierras; la
ampliación de ejidos; el nuevo centro de población ejidal; la restitución de tierras y el
reconocimiento y titulación de bienes comunales, en cuanto procesos sociales agrarios
de beneficio colectivo.
Gracias a los procesos agrarios a que nos referimos en el párrafo anterior, es que,
cuando menos en un noventa y cinco por ciento, se constituyeron los actuales ejidos y
comunidades que subsisten en la República Mexicana. En otras palabras,
aproximadamente el setenta por ciento de las tierras, montes, selvas, bosques y aguas
que existen en el país, son aún de propiedad social agraria; es decir, están en manos de
ejidatarios y comuneros.
El resto de los procedimientos eran de carácter individual; esto es, dirigidos a
dirimir las controversias entre ejidatarios, comuneros, sucesores de éstos y aspirantes a
esas calidades. El más importante de éstos, era el juicio privativo de derechos agrarios
individuales y la nueva adjudicación de unidades de dotación; seguido de la nulidad de
actos y documentos que contravenían las leyes agrarias; los conflictos por la posesión
de parcelas o parte de éstas y las controversias por la sucesión de derechos ejidales y
comunales.
Precisamente por su trascendencia histórica y sociológica, vale la pena describir a
continuación, las principales características de esas acciones agrarias; puesto que, como
se ha dicho, constituyen en sí la transformación social más importante que generó la
revolución social de 1910.
Es muy importante aclarar, que todas las acciones agrarias y los procedimientos
individuales antes enumerados, eran tramitaciones político-administrativas, que no
judiciales, ya que se tramitaban y resolvían por los ejecutivos locales y, en última

56 GARCÍA RAMÍREZ, Sergio. La Justicia Agraria, p. 88.


74

instancia, por el federal; de ahí que la única vía para impugnarlos era el juicio de amparo
indirecto, por no tratarse de resoluciones de autoridades formalmente judiciales.
En esos procedimientos, no existían las reglas procesales del derecho civil; pues
para los solicitantes de tierras no había término para su reclamo, ni para la presentación
de sus pruebas y sus alegatos, que se podían hacer por escrito o de manera verbal. Ni
para los ejidatarios y comuneros, ni para los pequeños propietarios, pues incluso no se
exigía que sus patronos fuesen abogados titulados; pudiendo hacerlo cualquier persona
de su confianza; puesto que, en el caso de los primeros, existía una amplia protección en
la suplencia de la queja, comparecencia y exposiciones, tanto a cargo de las autoridades
administrativas, como de las judiciales de amparo.

2.3.1. Los procedimientos sociales: la restitución de tierras; la dotación, la


ampliación de ejidos, el reconocimiento y titulación de bienes comunales y los nuevos
centros de población ejidal

Con el fin de no engrosar innecesariamente este ensayo y de no perdernos en


peculiaridades que se consideran intrascendentes desde el punto de vista didáctico, se
tomará como referencia legislativa la última de las legislaciones del reparto agrario que
estuvo vigente de 1971 hasta 1992; aunque es bien sabido, para los estudiosos del
derecho agrario, que después de la primera Ley Agraria preconstitucional de 6 de enero
de 1915, estuvieron en vigor una serie de legislaciones secundarias, tales como la Ley
de Ejidos de la época de Álvaro Obregón y los diversos Códigos Agrarios, antes de la
Ley Federal de Reforma Agraria de 1971; todas las cuales coincidieron en lo fundamental:
en la liquidación del latifundio de los hacendados liberales.
La restitución de tierras, bosques y aguas, se disponía, desde luego, en el artículo
27 constitucional y en la Ley Reglamentaria o Ley Federal de Reforma Agraria, y estaba
dirigida, por lo general, a las comunidades indígenas que hubiesen sido privadas de sus
tierras, bosques o aguas por actos de enajenación o de cualquier otro tipo, ejercidos por
autoridades administrativas, judiciales o civiles, en contravención de Las Leyes de
Desamortización de 1856, o por concesiones o ventas de tierras, aguas o montes hechas
por las Compañías Deslindadoras, por jueces u otras autoridades federales o locales que
hubiesen tenido por objeto privar a los pueblos de esos bienes durante el período
comprendido del 1º de diciembre de 1876 al 6 de enero de 1915.
75

Este último período, se refiere al tiempo que duró en el poder el General Porfirio
Díaz y hasta la fecha en que se dictó la antes comentada Ley Agraria de 6 de enero de
1915.
La Ley Federal de Reforma Agraria en su artículo 191, reglamentaba las
condiciones para que las comunidades que habían sido privadas de sus tierras, pudieran
promover la restitución, reproduciendo los requisitos anteriormente reseñados y que
corresponden al artículo 27 constitucional; sin embargo, era frecuente que, no obstante
que acreditaran la propiedad de sus tierras, mediante el título primordial y/o virreinal,
generalmente de la época de la colonia, no acreditaran.
Sin embargo, la famosa exigencia de comprobar la fecha y forma del despojo; es
decir, deberían comprobar el acto de la autoridad administrativa o judicial, del fuero
común o federal, de la compañía deslindadora o de algún particular, que les hubiese
quitado esa tierra y la fecha exacta en que aconteció el acto; en caso de no comprobar
tales extremos, la acción de restitución resultaba improcedente.
Lo trascendente para el derecho agrario, era que para el caso de los expedientes
de restitución, quedaba previamente establecida la también famosa doble vía, que
consistió en que, para los efectos de la ley, la fecha en que se hubiese instaurado el
expediente de restitución, era la misma con la que se consideraba iniciado, de oficio, el
expediente de dotación, para el caso de que precisamente no procediera la restitución
por aquella famosa causa (artículo 274 de la Ley Federal de Reforma Agraria).
Luego entonces, la restitución de tierras se fincaba sobre los inmuebles de quienes
hubiesen despojado a los núcleos de población o sus causahabientes, y se entregaban
a los pueblos para que los disfrutaran bajo el régimen de propiedad social; es decir, que
dichos bienes no podían ser enajenados, cedidos, en todo o en parte, no podían tampoco
prescribir ni embargarse.
En la tramitación de los expedientes de restitución, al presentarse los títulos por
parte de la comunidad demandante, ante la Comisión Agraria Mixta, órgano
administrativo del Gobierno del Estado, se mandaba publicar la petición en el Periódico
oficial.
Después se ordenaban los estudios a la Secretaría de la Reforma Agraria, a través
del Departamento de Paleografía, para determinar la autenticidad de dichos títulos y si
resultaba que eran auténticos y si se comprobaba también la fecha y la forma de despojo,
76

se continuaba con el expediente de restitución, llevándose a cabo los trabajos


topográficos, de levantamiento del censo, la elección del comité de representantes y las
demás pruebas y alegatos de las partes, incluidas las presentadas por los particulares en
contra de quienes se tramitaba el expediente, el cual concluía, en primera instancia, con
el Mandamiento del Gobernador, previo dictamen de la Comisión Agraria Mixta.
La segunda instancia en los procesos de restitución, iniciaba con la recepción que
del expediente se acusaba por el delegado de la Secretaría de la Reforma Agraria en la
entidad correspondiente, quien en un plazo de quince días debía emitir su informe y
opinión reglamentaria, turnando el expediente de inmediato al Cuerpo Consultivo Agrario,
el que, a su vez, emitía el dictamen que se sometía finalmente a consideración del
presidente de la República, para que emitiera la resolución definitiva, la cual se procedía
a ejecutar conforme al plano proyecto, mismo que se convertía en definitivo una vez
ejecutada la resolución en definitiva.
A la dotación de ejidos, también se le conocía como dotación de tierras, y los
expedientes iniciaban y se tramitaban en los mismos términos que las restituciones de
tierras, tanto en primera como en segunda instancia.
Para las dotaciones de ejidos como para las ampliaciones, a diferencia de la
restitución de tierras, diremos solamente que mientras éstas se tramitaban con el fin de
devolver a las comunidades indígenas y campesinas, las tierras, montes y aguas de que
habían sido privadas generalmente durante las épocas independiente, liberal y porfirista;
las dotaciones y ampliaciones en cambio, se referían a expedientes por medio de los
cuales se les dotaban tierras a los campesinos mestizos o indígenas, mediante las
afectaciones que se hacían a las haciendas o propietarios colindantes, cuyas
propiedades excedieran los límites que fijaba la Constitución para la pequeña propiedad
en explotación.
Por tanto, las dotaciones y las ampliaciones les correspondían a campesinos
carentes de tierras y que no tuvieran títulos primordiales o que los hubiesen extraviado,
o en todo caso, que teniéndolos no comprobaran la fecha y forma de despojo a que se
hizo referencia en párrafos anteriores.
Tanto el artículo 27 de la Constitución Política de 1917, como la legislación
secundaria, concretamente la Ley Federal de Reforma Agraria que ahora se analiza,
disponían que una propiedad privada, para que no fuera afectable por dotación,
77

ampliación o nuevos centros de población, no debería rebasar cien hectáreas de riego;


ciento cincuenta hectáreas que se dedicaran al cultivo de algodón; doscientas de
temporal; hasta trescientas cuando se destinaren al cultivo del plátano, caña de azúcar,
café, vid, olivo o árboles frutales; la superficie que no exceda para mantener hasta
quinientas cabezas de ganado mayor o su equivalente en ganado menor.
En caso de que alguna o algunas de esas propiedades rebasaran los límites de la
ley; no estuvieran totalmente aprovechadas o contuvieran demasías propiedad de la
nación, se afectaba su excedencia para constituir o ampliar ejidos, y para ello, se
estudiaban y se deslindaban todas aquellas propiedades que se localizaran dentro de un
radio de 7 kilómetros a partir del poblado de campesinos (artículos 249, 250 y del 279 al
306 de la Ley Federal de Reforma Agraria).
Tanto las dotaciones como las ampliaciones de ejidos, se tramitaban, al igual que
las restituciones, a través de las dos instancias, la local y la federal que, invariablemente,
concluían con la resolución presidencial, y por lo demás, para esas tres acciones, los
núcleos de población y los campesinos, deberían cubrir las capacidades agrarias
necesarias, que en derecho civil se conoce como legitimación procesal activa; por lo que,
en el caso de las restituciones y las dotaciones, se requería un mínimo de 20 campesinos
solicitantes de tierras, esto, en cuanto a la capacidad colectiva, mientras que la capacidad
individual era que los campesinos, hombres o mujeres, se dedicaran a la actividad del
campo; que no se dedicaran a la industria o al comercio; que fueran mayores de edad o
de cualquier edad con familia a su cargo.
En el caso de los nuevos centros de población ejidal, el trámite era en única
instancia, la federal, y la diferencia con las dotaciones de tierras y las ampliaciones, era
que el radio de afectación de las propiedades que rebasaran los límites de la pequeña
propiedad, era toda la República y se recababa la conformidad de los solicitantes para
trasladarse al lugar del país en donde hubiera tierras disponibles para satisfacer sus
necesidades agrarias.
El reconocimiento y titulación de bienes comunales, al igual que la acción de
nuevos centros de población, es un procedimiento uni-instancial, solo de competencia
federal; el que, junto con la restitución, constituyen los dos procedimientos por excelencia
que han constituido y declarado la propiedad territorial indígena.
78

No se debe olvidar, sin embargo, que existen en la República no pocos ejidos


conformados por indígenas naturales, quienes recibieron sus tierras, montes y aguas, por
las acciones de dotación y ampliación de ejidos, dado que, en los casos en los que no
pudieron acreditar la fecha y la forma del despojo, el expediente respectivo siguió su
curso ya no por la restitución, sino por aquellas acciones.
Tanto la restitución de tierras como el reconocimiento y titulación de bienes
comunales, son los únicos procedimientos colectivos que aún siguen vigentes en la actual
Ley Agraria, que se tramitan ante los tribunales unitarios agrarios.
El reconocimiento y titulación de bienes comunales, era y sigue siendo, un
procedimiento de jurisdicción voluntaria, en el que, antes de 1992, se iniciaba ante la
delegación de la Secretaría de la Reforma Agraria y concluía con resolución del
presidente de la República; por lo que, los comuneros solicitantes de la confirmación de
sus tierras, debían acreditar, mediante trabajos técnicos y sociales, a cargo de la
autoridad agraria, la posesión de sus tierras desde tiempo inmemorial, de generación en
generación, en forma comunal, sin perjuicio de terceros, y de manera quieta, pública,
pacífica y de buena fe. Si contaban con el título virreinal, lo deberían expedir o señalar el
lugar donde se encontrase para el estudio de autenticidad correspondiente. Sin embargo,
éste no era un requisito indispensable para la procedencia del trámite.
En caso de surgir algún conflicto con algún otro núcleo de población ejidal o
comunal colindante o con alguna pequeña propiedad particular, el trámite se suspendía
y se seguía por la vía de conflicto por límites o pr restitución, que igualmente terminaban
con la resolución presidencial.
Es de señalar que, en todos los anteriores procedimientos, se les daba a los
interesados y/o a los propietarios particulares cuyas propiedades eran señaladas como
afectables, el derecho de ofrecer pruebas y de rendir alegatos, con el fin de no violentar
sus derechos humanos de audiencia y seguridad jurídica. Además, después de los años
cincuenta, podían acudir al juicio de amparo indirecto, si considerban que se les
vulneraban sus garantías.
Igualmente se debe precisar, que para todos los procedimientos colectivos que se
iniciaban, se formaba por los solicitantes, un comité que en el caso de las restituciones,
dotaciones, ampliaciones y nuevos centros de población, que se denominaba Comité
Particular Ejecutivo, el cual era superado una vez que se entregaban las tierras y se
79

elegía, por la asamblea, al comisariado ejidal, compuesto por un presidente, un secretario


y un tesorero, que en lo sucesivo deben actuar en forma conjunta y nunca separada, para
representar al núcleo agrario como un apoderado general. En el caso de los solicitantes
de bienes comunales, se les denominaba representantes, simple y llana mente, y una
vez que les confirmaba la tierra, se elegía al comisariado de bienes comunales.
Una vez que los ejidos o las comunidades recibían las tierras por mandato
presidencial, si había de labor, generalmente se formaban parcelas que no deberían de
exceder de diez hectáreas por beneficiado, mientras que las tierras de montes, sierras o
agostadero, se destinaban en forma colectiva para todo el núcleo, ya en el pastoreo de
ganado o en otras actividades colectivas; teniendo cada uno su derecho proporcional.
Por lo general, en los bienes comunales, la tenencia y explotación de la tierra es
de forma colectiva, siendo pocos los núcleos comunales que explotan parcelas
individualmente, aunque ésta forma es regulada por la asamblea general de comuneros
de manera más directa que en los ejidos.

2.3.2. Los procedimientos individuales: los juicios privativos de derechos; los


conflictos por posesión de parcelas y las nulidades de actos contrarios a las leyes agrarias

Dentro de los procedimientos o juicios individuales más importantes, tenemos el


privativo de derechos agrarios individuales y la nueva adjudicación de parcelas, el cual
se le seguía por la asamblea general de ejidatarios o comuneros, al campesino que
infringía las disposiciones agrarias que, por lo general consistían en que no trabajaran la
tierra por más de dos años consecutivos con su familia, sin causa justificada; que
permitiera o tolerara la venta total o parcial de su unidad parcelaria; que la dedicara a
cultivos ilícitos; que acaparara dos o más derechos individuales, etcétera. Dichas
causales de privación, se contemplaban en el artículo 85 de la Ley Federal de Reforma
Agraria.
Para lo anterior, las leyes agrarias disponían que cada dos años se llevaran a cabo
asambleas ejidales o comunales e inspección ocular, para vigilar que todos los
campesinos cumplieran con sus obligaciones, y en caso de que uno o más no lo hicieran,
se les iniciaba el juicio por parte de la asamblea, representada por el comisariado ejidal
o de oficio por el delegado agrario, ante el órgano administrativo cuasi-jurisdiccional que
80

era la Comisión Agraria Mixta en la Entidad Federativa, en la que se celebraba la


audiencia de pruebas y alegatos con los sujetos a privación, el comisariado ejidal y
consejo de vigilancia, y dentro del término legal, se dictaba la resolución correspondiente,
la que se podía impugnar ante el Cuerpo Consultivo Agrario en el ámbito federal, en
recurso de inconformidad, el que podía revocar, modificar o confirmar la resolución de
primera instancia, según el artículo 432 de aquella misma legislación.
La impugnación de las resoluciones de la Comisión Agraria Mixta, por los
interesados, en los casos de los juicios privativos, también podía hacerse mediante el
juicio de amparo indirecto, pues la jurisprudencia disponía que era optativo acudir al
recurso de inconformidad o al juicio de amparo bi-instancial.
La acciones de nulidad de actos y documentos que contravenían las leyes agraria,
podían iniciarse de oficio, por las autoridades agrarias o por cualquier interesado,
igualmente ante la Comisión Agraria Mixta local, cuando se expedía o elaboraba un
documento por algún notario público, particulares, autoridades judiciales locales o del
fuero federal, administrativas, asamblea de ejidatarios o comuneros, comisariados
ejidales o de bienes comunales, que fueran en contravención del derecho social agrario;
como por ejemplo, la enajenación de tierras ejidales, el gravamen sobre las mismas, la
hipoteca, el remate, el arrendamiento sin causa justificada, la renuncia a los derechos
agrarios, los testamentos notariales, etcétera.
En estos procedimientos, igualmente se llevaba a cabo una audiencia de pruebas
y alegatos con los interesados, ya fueran particulares o autoridades y, finalmente, se
emitía la resolución que solo era impugnable mediante el juicio de amparo indirecto. Lo
mismo acontecía con los conflictos por la posesión de parcelas.
Es de aclarar, que en todos los procedimientos que se han relatado, no existía la
supletoriedad del Código Civil sustantivo, pues recordemos que el derecho agrario ha
pretendido desligarse de las operaciones civiles y mercantiles, por representar el espíritu
de lucro y ganancia. Sin embargo, en el procedimiento si se observaba el Código Federal
de Procedimientos Civiles, solamente.

2.4. Instituciones tutelares de los derechos social y comunal agrario


81

El reparto de tierras a los campesinos y la restitución y confirmación de los bienes


comunales a las comunidades indígenas, generó, como lo dijimos en el capítulo anterior,
una serie de instituciones jurídicas propias del derecho agrario, que lo distinguen y lo
siguen distinguiendo aún del procedimiento común, a pesar de la revancha del
neoliberalismo; instituciones que se crearon para preservar la propiedad de los núcleos
de población ejidal y comunal sobre sus tierras, montes y aguas, así como el patrimonio
de los ejidatarios y de los comuneros indígenas en lo individual, a quienes se les
impusieron una serie de taxativas legales que antes eran permitidas por la legislación civil
y que el derecho agrario tuvo que restringir con el fin de preservar el patrimonio de la
clase campesina, para evitar el resurgimiento del latifundio.
Para lo anterior, se echó mano de las instituciones del derecho colonial y,
particularmente, lo relativo a los bienes comunales en Las Siete Partidas, que a la postre,
con el derecho consuetudinario de El Calpulli, conformaron el Derecho Indiano, en lo
referente a las medidas legales relativas a la restitución y composición de tierras.
En ese sentido, respecto de las tierras dotadas a los ejidos, restituidas y/o
confirmadas a las comunidades indígenas, por imperativo constitucional y,
posteriormente, por definición jurisprudencial de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, se establecieron una serie de instituciones jurídicas tutelares para proteger las
tierras y los derechos de las mujeres y los hombres del campo, por lo que se consideró
que las tierras que en lo individual y en lo colectivo fueran propiedad de los ejidos y las
comunidades, fueran inalienables, irrenunciables, imprescriptibles e inenajenables. Tal
como se estableció en las leyes que con anterioridad se trascribieron, relativas al derecho
indiano.
El derecho de propiedad que las comunidades indígenas tenían antes de la
colonización, era eminentemente colectivo, que correspondía a la totalidad de los
habitantes del barrio, los cuales tenían un derecho familiar de trabajar y aprovechar una
superficie de cultivo para el sustento de su grupo familiar. También tenían el derecho de
aprovechar los bosques para la leña y para la caza de animales.
A decir del licenciado Ricardo García Villalobos, expresidente del Tribunal Superior
Agrario, a quien ya se citó con anterioridad, si el padre de familia dejaba de cultivar por
un ciclo la tierra, se le amonestaba y si era reincidente, se le privaba del derecho para
82

acomodar a otra familia57. Nótese aquí, que el juicio privativo de derechos agrarios que
estableció el derecho agrario posrevolucionario, se basa históricamente en el derecho
consuetudinario indígena.
Por lo demás, tenemos así, que el derecho social agrario producto de la
Revolución, de alguna forma volvió al pasado remoto, buscando en los orígenes
prehispánicos y coloniales, el fundamento de la sustentación del nuevo orden legal y
político.
De ahí que las leyes reglamentarias del artículo 27 de la Constitución de 1917, así
como la jurisprudencia sobre el particular, de la quinta, sexta y octava épocas, que van
de los años de 1917 a finales de los años 80 del siglo pasado, hayan reconocido, como
derecho positivo, plena capacidad y personalidad jurídica a los núcleos de población
ejidal y comunal, tanto para demandar dotación o restitución de sus tierras, como para
poseerlas, administrarlas y aprovecharlas.
Más aún, a diferencia de la época de los gobiernos liberales, se reconoció esa
personalidad jurídica a las comunidades indígenas para aprovechar sus tierras que
tuviesen en posesión desde tiempo inmemorial y que las hubiesen conservado de
generación en generación, con título colonial o sin él; dándoles el mismo reconocimiento
a las comunidades de hecho que a las de derecho.
Por tanto, es imprescindible para el presente trabajo, a pesar de su extensión,
transcribir a continuación una jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación, que hace sobre el particular, un análisis exegético del Derecho de propiedad de
las comunidades indígenas.
COMUNIDADES AGRARIAS DE HECHO Y DE DERECHO. PERSONALIDAD. En
relación con la distinción entre comunidades de hecho y de derecho, y
comunidades, verdaderas copropiedades sujetas al derecho civil, cabe efectuar las
siguientes consideraciones: La propiedad de los indios sufrió muchos ataques a
partir de la Conquista Española, pero al decir de algunos historiadores, la
propiedad más respetada fue la que pertenecía a los barrios (calpulli), propiedad
comunal de los pueblos. Sin embargo, cuando se empezó a legislar sobre la
propiedad, se ordenó respetar la de los indios y, por medio de varias disposiciones
se procuró organizarlas sobre las mismas bases generales que la sustentaban

57 GARCÍA VILLALOBOS, Ricardo. Op. cit., p. 6.


83

antes de la Conquista, a saber, en la forma de propiedad comunal. La mayor parte


de la propiedad de los pueblos indígenas quedó, por tanto, como en la Época
Precolonial. Algunos de esos pueblos vieron confirmada su posesión inmemorial,
anterior a la Colonia, por los reyes de España, durante el Virreinato; otros
recibieron tierras por orden de dichos monarcas, durante el gran proceso de
concentración de los indios dispersos, en pueblos, que se efectuó en cumplimiento,
entre otras, de las Cédulas de 21 de marzo de 1551 y 19 de febrero de 1560. En
la ley de 6 de enero de 1915, promulgada por Venustiano Carranza, uno de los
considerandos decía: “que según se desprende de los litigios existentes, siempre
han quedado burlados los derechos de los pueblos y comunidades, debido a que,
careciendo de ellos, conforme al artículo 27 de la Constitución Federal, de
capacidad para adquirir y poseer bienes raíces, se les hacía carecer también de
personalidad jurídica para defender sus derechos”. En la 61ª sesión ordinaria del
Congreso Constituyente de Querétaro, celebrada la tarde del jueves 25 de enero
de 1917, se presentó una iniciativa, suscrita por varios diputados, referente a la
propiedad en la República. Entre los párrafos importantes de la exposición de
motivos de la iniciativa, se encuentran los que a continuación se transcriben: “Los
derechos de dominio concedidos a los indios, eran alguna vez individuales y
semejantes a los de los españoles, pero generalmente eran dados a comunidades
y revestían la forma de una propiedad privada restringida. Aparte de los derechos
expresamente concedidos a los españoles y a los indígenas, los reyes, por el
espíritu de una piadosa jurisprudencia, respetaban las diversas formas de
posesión de hecho que mantenían muchos indios, incapaces todavía por falta de
desarrollo evolutivo, de solicitar y de obtener concesiones expresas de derechos
determinados. Por virtud de la Independencia, se produjo en el país una reacción
contra todo lo tradicional y por virtud de ella se adoptó una legislación civil
incompleta, porque no se refería más que a la propiedad plena y perfecta, tal cual
se encuentra en algunos pueblos de Europa. Aunque desconocidas por las leyes
desde la Independencia, la propiedad reconocida y la posesión respetada de los
pueblos indígenas, seguían, si no de derecho, sí de hecho, regidas por las leyes
coloniales; pero los despojos sufridos eran tantos que no pudiendo ser remediados
por los medios de la justicia, daban lugar a depredaciones compensativas y
represiones sangrientas. Ese mal se agravó de la Reforma en adelante, porque los
fraccionamientos obligados de los terrenos comunales de los indígenas, sí
favorecieron las formas de la escasa pequeña propiedad que tenemos, privó a los
84

indígenas de nuevas tierras, puesto que a expensas de las que antes tenían, se
formó la referida pequeña propiedad. Precisamente el conocimiento exacto de los
hechos sucedidos, nos han servido para comprender las necesidades
indeclinables de reparar errores cometidos. Es absolutamente necesario que en lo
sucesivo nuestras leyes no pasen por alto los hechos que palpitan en la realidad,
como hasta ahora ha sucedido; y es más necesario aún que la ley constitucional,
fuente y origen de todas las demás que habrán de dictarse, no eluda, como lo hizo
la de 1857, las cuestiones de propiedad, por miedo a las consecuencias. Así pues,
la nación ha vivido durante cien años con los trastornos producidos por el error de
haber adoptado una legislación extraña e incompleta en materia de propiedad,
preciso será reparar ese error para que aquellos trastornos tengan fin. Volviendo
a la legislación civil, como ya dijimos, no conoce más que la propiedad privada
perfecta; en los Códigos Civiles de la República apenas hay una que otra
disposición para las corporaciones de plena propiedad privada permitidas por las
leyes constitucionales; en ninguna hay una sola disposición que pueda regir ni la
existencia, ni el funcionamiento, ni el desarrollo de todo ese mundo de
comunidades que se agitan en el fondo de nuestra constitución social; las leyes
ignoran que hay condueñazgos, rancherías, pueblos, congregaciones, tribus, etc.;
y es verdaderamente vergonzoso que, cuando se trata de algún asunto referente
a las comunidades mencionadas, se tienen que buscar las leyes aplicables en las
compilaciones de la época colonial, que no hay cinco abogados en toda la
República que conozcan bien. En lo sucesivo, las cosas cambiarán. El proyecto
que nosotros formulamos reconoce tres clases de derechos territoriales que real y
verdaderamente existen en el país: la de la propiedad privada plena, que puede
tener sus dos ramas, o sea, la individual y colectiva; la de propiedad privada
restringida de las corporaciones o comunidades de población y dueñas de tierras
y aguas poseídas en comunidad, y la de posesiones de hecho, cualquiera que sea
el motivo y condición. A establecer la primera clase van dirigidas las disposiciones
de las fracciones I, II, III, V, VI y VII, de la proposición que presentamos; a
restablecer la segunda van dirigidas las disposiciones de las fracciones IV y VIII; a
incorporar la tercera con las otras dos van encaminadas las disposiciones de la
fracción XIII”. La iniciativa anteriormente citada, previo dictamen y discusión, se
aprobó con modificaciones y pasó a ser el artículo 27 de la nueva Constitución. La
fracción IV de la iniciativa pasó a ser la fracción VI del texto, que fue aprobado en
los siguientes términos: “VI. Los condueñazgos, rancherías, pueblos,
85

congregaciones, tribus y demás corporaciones de población, que de hecho o por


derecho guarden el estado comunal, tendrán capacidad para disfrutar en común
las tierras, bosques y aguas que les pertenezcan o que se les hayan restituido o
restituyeren, conforme a la Ley de 6 de enero de 1915, entre tanto la ley determina
la manera de hacer el repartimiento únicamente de las tierras”. Mediante reforma
publicada en el Diario Oficial del 10 de enero de 1934, la fracción VI pasó a ser
fracción VII, con la siguiente redacción: “VII. Los núcleos de población que de
hecho o por derecho guarden el estado comunal, tendrán capacidad para disfrutar
en común las tierras que les pertenezcan o que se les hayan restituido o
restituyeren”. En el dictamen emitido por las Comisiones Unidas, 1° Agraria, 2° De
Puntos Constitucionales y de Gobernación y Presidente de la Gran Comisión de la
Cámara de Diputados, únicamente se dice que ya es tiempo de buscar una
redacción definitiva del artículo 27 Constitucional y que “el punto de categoría
política, por ejemplo, ha quedado totalmente eliminado, y en el texto que hoy se
propone se habla genéricamente de núcleos de población, en lugar de hacer la
enumeración, posiblemente restrictiva, de pueblos, rancherías, etc.”. En la reforma
publicada en el Diario Oficial del 6 de diciembre de 1937, la fracción VII del artículo
27 constitucional se adicionó y desde esa fecha ha tenido la misma redacción. Los
breves datos históricos y jurídicos aquí expuestos, en punto a las comunidades
indígenas, permiten concluir que por comunidad de derecho el Constituyente quiso
referirse a aquellos grupos de indígenas que vieron confirmada su posesión por
los reyes de España, durante la Época Colonial, o que recibieron tierras durante el
proceso de concentración de los indios dispersos, en pueblos, durante dicha
época, o que por cualquier otro título tuvieron reconocido su derecho a
determinadas tierras, bosques y aguas; y atribuyó existencia jurídica a las
comunidades de hecho, al reconocerles existencia jurídica constitucional a las
posesiones respetadas por los monarcas españoles, aun cuando no tuvieran título,
o a aquellas posesiones que a partir de la Conquista adquirieron algunos pueblos.
Y, por último, el aceptar la tesis de una tercera categoría de comunidades, sin
personalidad para comparecer ante una autoridad judicial, es regresar al estado
que guardaban las comunidades en el período comprendido entre la consumación
de la Independencia y la Constitución de 1917, y que se agravó por la Ley de 25
de junio de 1856. Finalmente, el artículo 27, fracción VII, constitucional, reconoce
personalidad jurídica a los núcleos de población que de hecho o por derecho
guarden el estado comunal, sin hacer distinción entre los que tengan títulos
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coloniales y los de la Época Independiente y los que no tengan título, y si la norma


fundamental no distingue, el intérprete tampoco puede hacer distinción58.

Con los comentarios y la transcripción de la jurisprudencia antes invocada, queda


pues clara la consolidación del derecho a los bienes comunales que en México se
estableció a partir de la Revolución, lo cual nos lleva a comentar un caso práctico que
sobre un litigio de confirmación de esos bienes, se llevó a cabo en el Estado de Nuevo
México, de los Estados Unidos de Norteamérica, en la década de los sesentas del siglo
pasado, el cual fue documentado en la película Chicano59.
En el filme antes señalado, se hace referencia a los habitantes de una comunidad
indígena que habita en el territorio de lo que ahora es Nuevo México, de la Unión
Americana y que anteriormente, hasta el año de 1848, perteneció a la República
Mexicana.
Dicha comunidad, se regía por los usos y costumbres que sus naturales venían
observando de generación en generación, incluso desde tiempos anteriores a la
colonización europea, y ya en la época colonial, por medio de las disposiciones que
después se compilaron en la conocida Ley General de Reinos de Indias, aquella
comunidad recibió un título virreinal de reconocimiento y confirmación a la posesión que
ejercía datado del siglo XVIII.
Como es sabido, en el año de 1848, se firma el tratado Guadalupe-Hidalgo,
mediante el cual México pierde, a manos de los Estados Unidos, más de la mitad de su
territorio, entre el que se encuentra California, Arizona y Nuevo México, y en ese
documento se establece, entre otros aspectos, que el gobierno de los Estados Unidos
protegerá los derechos de propiedad y de posesión de los mexicanos que se quedaron
en aquel lado de la frontera. Sin embargo, es sabido también, que los despojos arbitrarios
e ilegales en contra de los mexicanos, respecto de sus tierras, fueron constantes,
incluidas las de los terratenientes y, sobre todo, las de los indígenas.
En el caso de aquella comunidad del estado de Nuevo México, que conservaba,
como núcleo étnico, la posesión de sus tierras y que contaba con el título primordial,

58 Jurisprudencia número 436, consultable en la página 767, de la segunda parte, Séptima Época del
Apéndice al Semanario Judicial de la Federación. El resaltado en negro del texto es nuestro.
59 CASILLAS, Jaime (1976). Película Chicano, Conacite 2, México, visible en el portal:
https://www.filmaffinity.com/es/film850634.html
87

demandaron, en el fuero local, ya en los años sesenta del siglo XX, su derecho a la
posesión, ante los reclamos de agricultores particulares norteamericanos. El litigio
judicial, en algunas ocasiones pasó a la resistencia armada de los comuneros en defensa
de su patrimonio colectivo, pero finalmente, en resolución de la Corte Suprema de la
Unión, aquella comunidad obtuvo la confirmación de sus bienes comunales, para
poseerlos y aprovecharlos en común, tal como lo venían haciendo desde tiempo
inmemorial.
La resolución definitiva de la Suprema Corte de los Estados Unidos de
Norteamérica, se fundó, en lo esencial, en el derecho de posesión que venían ejerciendo
los naturales de aquella tierra y que contaban, además, con el título que les fue expedido
por las autoridades de la colonia. Pero, además, en el artículo segundo del Tratado
Guadalupe-Hidalgo, que hasta ese entonces -1969-1970-, no había sido derogado,
anulado o dejado sin efecto legal por ninguna de las cámaras de senadores de los países
firmantes.
El asunto antes comentado, nos pone de relieve, en primer lugar, el hecho de que,
la institución de los bienes comunales, rebasa y ha rebasado las fronteras nacionales, y
en segundo, que aún en la actualidad, sobre todo en México, no puede tener solamente
un abordaje de derecho escrito positivo, sino también histórico, sociológico y de reflexión
y acaso de aplicación de principios generales del derecho tales como la equidad y no se
diga de derecho consuetudinario -tal como lo apunta el español Alejandro Nieto-, y que
en los Estados Unidos de Norteamérica, cuyo caso se ha analizado y cuyo sistema
jurídico no se basa, en lo fundamental, en el derecho escrito, sino precisamente en la
costumbre y en la Equity.
Ese asunto judicial que se muestra en el filme mexicano, nos debe reafirmar la
convicción de la necesidad de preservar esa añeja institución que va ligada a la historia
de México, a su cultura y, sobre todo, a su identidad; misma que en tiempos actuales
parece palidecer y en proceso de extinción, bajo los embates del neoliberalismo.

2.4.1. La imprescriptibilidad, la inenajenabilidad y la irrenunciabilidad de los bienes


ejidales y comunales

Pero no solo para los bienes comunales existen instituciones de corte tutelar y
eminentemente social, sino para los derechos agrarios en general; así, son de mencionar,
88

por ejemplo, la imprescriptibilidad, la inembargabilidad, la inenajenabilidad y la


irrenunciabilidad de los bienes y de los derechos agrarios tanto colectivos como
individuales.
En el caso de la primera de las instituciones, se debe mencionar que, tal como lo
vimos, tanto en la compilación medieval de Las Siete Partidas como en el derecho indiano
colonial, quedó perfectamente establecido que los bienes comunales no podían prescribir
a favor de persona alguna por el transcurso del tiempo; por lo que la usucapión romana,
no era contemplada en el caso de las posesiones y propiedades de lo común.
La institución de la imprescriptibilidad siguió rigiendo los destinos de las tierras
comunales y las de las congregaciones; lo cual se vio interrumpido al ingresar las teorías
liberales a finales de la colonia y durante todo el México independiente, época durante la
cual ingresaron al mercado los bienes comunales y ejidales de los pueblos. Sin embargo,
tal como igualmente lo apuntamos, fue con la revolución y su legislación social agraria,
que las figuras e instituciones antes referidas, entre ellas la imprescriptibilidad, se impuso
no solo para las posesiones y propiedades de los pueblos naturales, sino también para
los ejidos y los restantes núcleos de población, con el fin de preservar la tierra y los
derechos agrarios de los embates de la corriente del libre mercado.
Tanto el artículo 27 de la Constitución General de 1917, antes de la reforma
salinista de 1992, como la Ley Federal de Reforma Agraria, en sus artículos 52 y 53,
establecían que los bienes ejidales y comunales y, en general, los derechos de los
ejidatarios y de los comuneros en lo individual, no podrán grabarse por ningún concepto;
que no podían enajenarse en todo ni en parte; no podían hipotecarse ni serían materia
de prescripción; que todos los actos en contravención de dichas disposiciones eran nulas
de pleno derecho e inexistentes.
En efecto, los conceptos anteriores, relativos a la imprescriptibilidad, la
inembargabilidad, la inenajenabilidad y la irrenunciabilidad de los bienes y de los
derechos agrarios tanto colectivos como individuales, quedaron plasmados en diversas
tesis de jurisprudencia de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de la séptima época,
una de las cuales es del tenor siguiente:
AGRARIO. DERECHOS COLECTIVOS SOBRE LAS TIERRAS EJIDALES. Los
actos reclamados con que se pretende privar al poblado quejoso de la propiedad
que tiene del predio cuyos derechos agrarios fueron legalmente establecidos a
89

favor de un ejidatario, sin que previamente se le haya oído en defensa, resultan


violatorios de la garantía de audiencia en su perjuicio; puesto que, de conformidad
con lo dispuesto en el artículo 52 de la Ley Federal de Reforma Agraria, los
terrenos ejidales son imprescriptibles, inembargables e inalienables, de manera
que cualquier cesión que se realice respecto a ellos carece de efectos jurídicos;
sin que sea un obstáculo a lo expuesto que quien afirme ser el único sucesor del
titular de los derechos agrarios sobre el predio mencionado, consienta su
ocupación60.

La irrenunciabilidad era otra de las características del derecho social agrario


revolucionario, y consistía en que si un grupo de solicitantes de tierras, ya sea por
dotación, por ampliación de ejidos, por restitución, por nuevo centro de población ejidal o
por reconocimiento y titulación de bienes comunales, pretendían renunciar a su solicitud
de tierras, ésta no era procedente ni individual ni colectivamente, aun cuando lo acordara
la asamblea.
Lo mismo acontecía un vez que se obtenían las tierras, a las cuales no se podía
renunciar expresa ni tácitamente; pues se consideraba que los derechos agrarios que les
concedía la revolución, eran irrenunciables, y que si algún grupo de solicitantes o un
campesino en lo individual no quería o no necesitaba las tierras, siempre habría quienes
las necesitara.
Como consecuencia de lo anterior, tampoco existía el desistimiento de la acción ni
de la demanda de los núcleos de población ejidal y comunal. Lo anterior se ilustra en la
siguiente tesis del índice de la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la
Nación.
AGRARIO. EXPROPIACION DE BIENES EJIDALES O
COMUNALES. DERECHOS DE LOS NUCLEOS EJIDALES O
COMUNALES. IRRENUNCIABILIDAD. Al solicitante de la expropiación le
corresponde señalar los bienes por expropiar y la indemnización respectiva, sólo
en vía de proposición; al Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización, ahora
Secretaría de la Reforma Agraria, compete fundamentalmente la instrucción del
expediente expropiatorio, partiendo de las bases que el solicitante propone; y

60Jurisprudencia visible en la página 27, de la Segunda Sala, Séptima Época, Volumen 205-216, Tercera
Parte del Semanario Judicial de la Federación.
90

únicamente el presidente de la República, como suprema autoridad agraria, tiene


la atribución de decidir en definitiva si procede o no la expropiación y, en caso
afirmativo, cuáles son sus términos, entre los que cabe destacar la indemnización,
cuyo monto se apoya en el contenido técnico especializado del avalúo que haya
practicado la Secretaría del Patrimonio Nacional, con el objeto de garantizar en los
términos del artículo 192 del Código Agrario (correlativo del 121 de la Ley Federal
de Reforma Agraria), un tratamiento justo y equitativo al núcleo de población en lo
que se refiere a bienes que sean, en realidad, equivalentes a los expropiados. En
consecuencia, si la indemnización propuesta por el solicitante de la expropiación
es de monto inferior al determinado en el referido avalúo y el presidente de la
República resuelve en definitiva apegándose a dicho dictamen técnico, resulta que
lo expresado en la solicitud no pasó de ser, obviamente, una simple proposición
no aceptada legalmente, aun en la hipótesis de que previamente el avalúo y al
decreto expropiatorio, el poblado afectado hubiese recibido de conformidad los
bienes propuestos por el solicitante, pues siendo los relacionados
preceptos agrarios disposiciones de orden público que tutelan el régimen jurídico
de los núcleos de población ejidales o comunales, son irrenunciables61.

2.4.2. El Amparo en Materia Agraria

El amparo en materia agraria, ha sido una de las instituciones más significativas


del derecho social agrario, mismo que fue promulgado en el año de 1963, en un libro
especial en la Ley de Amparo, denominado Del Amparo en Materia Agraria, el cual fue
abrogado en el reciente año de 2013.
El medio de defensa constitucional, contenía una serie de figuras ampliamente
tutelares de los derechos agrarios en general, como por ejemplo el que no existía término
para interponer la demanda de amparo, en tratándose de actos que tuvieran por efecto
privar de sus tierras, montes y aguas a los núcleos de población ejidal o comunal,
contaran o no con resolución dotaría o confirmatoria a su favor, pues ni la ley ni la
jurisprudencia, en el caso de las comunidades indígenas, hacían distinción entre

61Tesis visible en la página 23, Volumen 76, Tercera Parte, Séptima Época del Semanario Judicial de la
Federación.
91

comunidades de hecho y de derecho, y en el caso de los solicitantes de ejidos, igualmente


eran titulares de esa prerrogativa que en cualquier tiempo se podía interponer.
En el caso de ejidatarios y comuneros en lo particular, como los sucesores de
estos, gozaban de 30 días para promover el juicio de amparo a partir de que tuvieran
conocimiento del acto reclamado como inconstitucional. Por lo general la suspensión se
concedía de plano, máxime cuando se trataba de derechos agrarios colectivos; por lo
que, la siguiente jurisprudencia, también de la séptima época, nos muestra
didácticamente la comentada institución.
AGRARIO. MATERIA AGRARIA. SU CONNOTACIÓN. Al hablar de
"materia agraria" se hace referencia a aquellos asuntos en los que de alguna
manera se afecte la garantía social agraria y en los que, por consiguiente, deban
aplicarse las reglas propias del juicio de amparo específico, creado en sus bases
con la adición del párrafo cuarto de la fracción II, del artículo 107 constitucional.
Esta apreciación la corrobora el estudio de la ley secundaria en las reformas que
desarrollaron el anterior texto de la Carta Magna. En el Diario Oficial de 4 de
febrero de 1963 se publicaron diversas adiciones a la Ley de Amparo, consistentes,
en concreto, en dos nuevos artículos y en adiciones a veinte más. En ella, por
primera ocasión en un texto legal, se utiliza el enunciado "materia agraria",
haciéndose, además, en forma reiterada. Del análisis cuidadoso del contenido de
las adiciones a que se alude, se deduce que se trata de una institución que tiene
por objeto la tutela y protección de los ejidatarios, comuneros y núcleos de
población ejidal o comunal, cuyas notas distintivas son: 1. Obligación de suplir la
deficiencia de la queja, tanto en la demanda, como en la revisión (artículos 2o., 76
y 91). 2. Improcedencia del desistimiento tratándose de núcleos de población y de
la caducidad de la instancia o del sobreseimiento por falta de promoción (artículos
2o. y 74). 3. Simplificación en la forma de acreditarse la personalidad (artículo 12).
4. Prohibición de desconocer la personalidad de los miembros de un comisariado
cuando se haya vencido el término para el que fueron electos, sin que se haya
hecho la nueva elección (artículo 12). 5. Facultad de continuarse el trámite de un
amparo promovido por un campesino por aquél que tenga derecho de heredero
(artículo 15). 6. Derecho de reclamar, en cualquier tiempo actos que afecten
núcleos ejidales o comunales, lo que se traduce en la prohibición de sobreseer en
el juicio, con base en la causal de improcedencia establecida en la fracción XII del
artículo 73, cuando el amparo se haya interpuesto por dichos núcleos (artículos
92

22, 73 fracción XII). 7. Derecho de reclamar, en un término de 30 días, actos que


causen perjuicios a ejidatarios o comuneros (artículo 22). 8. Facultad de los Jueces
de primera instancia de admitir la demanda de amparo y decretar la suspensión
provisional, para los casos en que se reclamen actos que tengan o puedan tener
como efecto privar de sus derechos agrarios a un núcleo de población (artículo
39). 9. Obligación de recabar de oficio las pruebas que se consideren
convenientes, así como amplias facultades de los Jueces de acordar las diligencias
que se estimen pertinentes, y de solicitar de las autoridades elementos probatorios
idóneos, lo que implica la prohibición de resolver en contra de los ejidatarios,
comuneros o núcleos de población, por deficiencia de pruebas (artículos 78 y 157).
10. Obligación de examinar los actos reclamados tal y como aparezcan probados,
aunque sean diferentes a los reclamados en la demanda (artículo 78). 11. Término
de diez días para interponer la revisión (artículo 86). 12. Prohibición de que se
tenga por no interpuesto un recurso por falta de copias y obligación de ordenar su
expedición (artículo 88). 13. Derecho de hacer valer el recurso de queja en
cualquier tiempo (artículo 97). 14. Obligación especial del Ministerio Público de
vigilar que se cumplan las sentencias dictadas en favor de núcleos (artículo 113).
15. Procedencia de la suspensión de oficio, cuando se afecta a núcleos (artículo
123). 16. No exigencia de garantías para que surta efectos la suspensión (artículo
135). 17. Obligación del Juez de recabar las aclaraciones a la demanda si los
quejosos no lo han hecho ni siquiera en el término de 15 días que se les conceda
previamente (artículo 146). 18. Obligación de las autoridades responsables de
rendir sus informes justificados, no sólo de la manera más precisa que conduzca
al conocimiento exacto de los hechos, sino también, acompañándolos de todos los
elementos idóneos para ello (artículo 149). 19. Régimen especial de
representación sustituta para evitar que un núcleo pueda quedar sin defensa
(artículo 8o. bis). 20. Simplificación de los requisitos de la demanda (artículo 116
bis)62.

2.4.3. La sucesión de derechos ejidales y comunales

62Jurisprudencia visible en la página 85, Volumen 43, Primera Parte del Semanario Judicial de la
Federación.
93

La institución de las sucesiones agrarias, es otra de las figuras dignas de mención


como aquella que, junto con las que hemos visto, hacen del derecho agrario un conjunto
de normas jurídicas pertenecientes al derecho social, cuya finalidad esencial es la tutela
de los derechos de los hombres y mujeres que viven y laboran en el medio rural,
relacionados inmediatamente con las tierras, los montes y las aguas, así como con su
producción.
Tanto con la legislación de anterior vigencia, es decir, aquella que estuvo en vigor
de 1915 hasta 1992, por casi un siglo, incluso con la actual, la materia de las sucesiones
sigue marcando un derrotero especial en la materia agraria; así por ejemplo, tanto en
sucesión legítima como en testamentaria, se debe guardan un orden de prelación
conforme al cual un solo heredero, dentro del núcleo familiar del o de la ejidataria, debe
suceder en los derechos agrarios al de cujus, en todos sus bienes; esto es, todas las
parcelas, si es que tuviera más de una; los derechos sobre el uso común, en su parte
proporcional; los del solar y los demás que le pertenecieran al finado.
Lo anterior, es con la finalidad de evitar la división y fraccionamiento de los
derechos individuales, bajo la consideración de que, tanto el latifundio como el minifundio,
conllevan extremos de miseria social, pues ambos inciden en la improductividad; el
latifundio, por concentrar grandes extensiones de tierra que a veces se quedan incultas,
y el minifundio, por pulverizar la parcela del ejidatario o comunero. La siguiente
jurisprudencia, nos refuerza el concepto de la indivisibilidad de las parcelas ejidales.
PARCELA EJIDAL. ES INDIVISIBLE BAJO EL REGIMEN AGRARIO EN VIGOR.
En la exposición de motivos de la reforma del artículo 27 constitucional, que se
publicó en el Diario Oficial de la Federación el seis de enero de mil novecientos
noventa y dos, se señala como un defecto que se pretende remediar, la
pulverización de las unidades agrarias existentes, proponiéndose revertir la
tendencia al minifundio para propiciar que las “unidades” y la pequeña propiedad
puedan sustentar plenamente a sus poseedores. En relación con el régimen
parcelario, la Ley Agraria, siguiendo las reglas del párrafo quinto, fracción VII, del
artículo 27 constitucional, permite la compactación parcelaria dentro de ciertos
límites, como aparece del artículo 47, pero ni en este precepto ni en ningún otro se
regula la división de la parcela, lo que permite considerar que el derecho positivo
acogió, de manera limitada, la fusión de parcelas (a lo que se llama compactación),
pero no aceptó su división, seguramente por subsistir la necesidad de salvaguardar
94

el principio de que la parcela debe ser la unidad económica suficiente para dar
sustento a la familia campesina. Esta consideración se confirma mediante el
análisis de los artículos 17 y 18, de la citada Ley Agraria, que aunque no prohíben
la división parcelaria de manera directa, sí la evitan, pues el primero consigna que
el ejidatario puede designar a quien deba sucederle en sus derechos sobre la
parcela, pero siempre lo señala en singular, sea su cónyuge, su concubina o
concubinario, uno de sus hijos, uno de sus ascendientes u otra persona, además
de que los enlistados están sujetos a un orden preferencial, de modo que el anterior
posterga a los demás, lo que confirma la consideración de indivisibilidad. El
segundo de dichos preceptos prevé la posibilidad de que el ejidatario no haga
designación de sucesores, o que ninguno de los señalados en la lista de herederos
pueda heredar por imposibilidad legal o material, y establece que en tales casos,
los derechos agrarios se transmitirán de acuerdo con el orden de preferencia, pero
siempre se otorgan los derechos sucesorios a una sola persona, siendo importante
observar que en los casos en que haya pluralidad de herederos, éstos gozarán de
tres meses a partir de la muerte del ejidatario para decidir quién de entre ellos
conservará los derechos ejidales, pero en caso de no ponerse de acuerdo, el
tribunal agrario proveerá la venta de dichos derechos ejidales en subasta pública
y repartirá el producto por partes iguales, entre las personas con derecho a
heredar, lo cual viene a reiterar el criterio de que la ley evita la división de la
parcela63.

En materia de sucesión, el derecho agrario sigue manteniendo distancia del


derecho civil patrimonialista, ya que mientras en éste se contempla la institución de la
sucesión por estirpe, en nuestra materia, de conformidad con la jurisprudencia que se
invoca, solo se transmiten los derecho por cabeza.
El ejidatario o el comunero deben elaborar una lista de sucesión ante el Registro
Agrario Nacional o ante Notario Público, entre los miembros de su familia, según el
artículo 17 de la vigente Ley Agraria, correlativo del 80 de la Ley Federal de Reforma
Agraria, en la que conste la lista en que aquellos deberán sucederlo a su muerte; por lo
que si el preferente en la lista falleciere, antes de tramitar la sucesión a su favor, los

63Jurisprudencia aprobada por la Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, resultado
de la contradicción de tesis número 57/2001, publicada en el Semanario Judicial de la Federación, en el
Tomo XIV, octubre de 2001, p. 400.
95

familiares del sucesor no son contemplados para heredar ni en la vía testamentaria ni en


la intestamentaria.

Una diversa jurisprudencia de nuestro más alto tribunal de justicia en nuestro


país, igualmente define el concepto que antes se ha plasmado:
SUCESIÓN EN MATERIA AGRARIA. EL ALBACEA DE UNA SUCESIÓN
INTESTAMENTARIA DESIGNADO BAJO EL RÉGIMEN DE LA LEGISLACION
CIVIL, CARECE DE INTERES JURIDICO PARA PROMOVER EL JUICIO DE
AMPARO EN AQUELLA CLASE DE CONFLICTOS.- La Ley Agraria contiene un
régimen jurídico propio para reglamentar la sucesión en materia ejidal, lo cual se
justifica por la forma especialísima de poseer las parcelas ejidales, y el orden de
preferencia contenido en la citada legislación en vigor, razón por la cual los
conflictos sucesorios en materia agraria, deben ajustarse al procedimiento
específico previsto en los artículos 17, 18 y 19 del ordenamiento aludido, y por
tanto, debe excluirse cualquier otra forma de transmisión no contenida en la ley
invocada; ahora bien, cuando el heredero de un ejidatario fallece sin aceptar o
repudiar la herencia, el derecho de hacerlo no se transmitirá a sus sucesores, pues
el numeral 18 de la invocada norma es contundente al determinar la forma en que
los derechos agrarios han de transmitirse cuando el ejidatario no haya hecho
designación de sucesores, o cuando ninguno de los señalados en la lista de
herederos puede heredar por imposibilidad material o legal, al señalar que éstos
se transmitirán de acuerdo con el siguiente orden de preferencia: I. Al cónyuge; II.
A la concubina o concubinario; III. A uno de los hijos del ejidatario; IV. A uno de
sus ascendientes; y V. A cualquier otra persona de las que dependan
económicamente de él; de ahí que, el albacea de una sucesión intestamentaria
designado bajo el régimen de la legislación civil de uno de los herederos del titular
de los derechos agrarios en conflicto, carece de interés jurídico para promover el
juicio de amparo indirecto en contra de la sentencia que dirime la sucesión en
materia agraria, lo que provoca que se actualice la causal de improcedencia
prevista en el artículo 73, fracción V y, por ende, el sobreseimiento en el juicio de
garantías, de conformidad con lo dispuesto en el normativo 74, fracción III, ambos
de la Ley Agraria 64.

64Tesis consultable en la página 1542, Tomo XXII, Julio de 2005, Novena Época del Semanario Judicial
de la Federación y su Gaceta
96

Finalmente, en lo que respecta al presente apartado, es de mencionar, que aun


cuando existían y quizá aún existan otras instituciones tutelares del derecho agrario, las
anteriores se consideran las más trascendentes por su origen milenario, por cuanto se
han heredado del derecho de Las Siete Partidas de Castilla y del Calpulli precolonial.
Sin embargo, es conveniente señalar, asimismo, que, dentro de las instituciones
que aún subsisten del genuino derecho social agrario, es aquella referente a la asamblea
general de ejidatarios y comuneros, que, tanto en la Constitución General, como en
las leyes secundarias, así como en la jurisprudencia, siempre se ha considerado como la
máxima autoridad de los núcleos de población indígena y ejidal.
La asamblea no solo aprueba las determinaciones que incumben al núcleo tanto
en la distribución de la tierra, en su delimitación y destino, sino, además, en los derechos
y obligaciones que corresponden a los ejidatarios, comuneros, posesionarios,
avecindados, sucesores y jornaleros, lo que se regula en el Estatuto interno. Obviamente
dentro de esas atribuciones está la de elección y remoción de sus representantes,
comisariado ejidal y consejo de vigilancia, en los ejidos y comisariado de bienes
comunales, en las comunidades; todo lo anterior regulado por el artículo 23 de la Ley
Agraria.
97

CAPÍTULO TERCERO
EL NEOLIBERALISMO Y LA REFORMA CONSTITUCIONAL DE 1992

Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ


Ricardo GARCÍA MORA

3.1. La globalización y las tendencias privatizadoras en México

En apartados anteriores, vimos que una de las consecuencias inmediata y directa del
movimiento revolucionario de 1910, lo fue el aspecto del reparto agrario, que conllevó,
desde luego, el fraccionamiento del latifundio y con ello la liquidación de la clase
aristócrata terrateniente que heredó sus privilegios desde la colonia y que consolidó su
patrimonio durante la era liberal e independiente.
Obviamente que todo aquel impulso social y político de la Revolución, tuvo que
generar, a su vez, nuevas formas jurídicas y, desde luego, políticas, que le dieran
sustento a esas medidas sociales de reivindicación; formas que ya no podían ser las que
utilizó la corriente liberal-individualista, puesto que ahora, las acciones eran de corte
social para beneficio de las clases que por generaciones habían permanecido al margen
del progreso.
En ese sentido, en el aspecto del derecho agrario, como igualmente lo dijimos, en
México se generó toda una corriente novedosa que influenció a no pocos países del
mundo, en especial en Latinoamérica, como Guatemala, Chile, Nicaragua, Cuba, entre
otros; e incluso, para la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, mediante
la cual se conformó una nueva división de las normas jurídicas, las que, como es sabido
para el mundo de los juristas, se venían agrupando en dos grandes campos temáticos a
saber: en derecho público por un lado y derecho privado por el otro, sin que hubiera lugar
para otra clase de normas que no fueran las del derecho civil y el mercantil, por una parte,
y por la otra, aquellas provenientes de la relación del Estado con los particulares,
conformadas por los derechos constitucional, penal, administrativo, fiscal, etcétera.
En otras palabras, de acuerdo con la tradición continental europea y, sobre todo,
con la influencia de la ilustración, solo se pensó, por parte de los juristas, en homogenizar
a los habitantes de un Estado-Nación, bajo las premisas de una regulación constitucional
98

que pretendió igualar a todos frente al orden legal, sin que existiera la posibilidad de
regulación jurídica a favor de grupos, pueblos o sectores de la población nacional, con
características étnicas, culturales, sociales y económicas diferentes.
A partir del movimiento revolucionario en análisis, surgió en México la necesidad
de reglamentar no solo las acciones concernientes al reparto de tierras a campesinos
carentes de ellas; de restitución y confirmación de bienes comunales a las comunidades
indígenas y de definición de derechos laborales a la clase obrera, sino también la de
generar un conjunto de normas que, al mismo tiempo que establecieran el derecho de
los sujetos titulares de aquellos beneficios y el procedimiento para ejercer las acciones,
también se conformara un nuevo orden jurídico basado en los derechos humanos de
segunda generación, es decir, en aquellos que ya no fueran solamente los referentes a
la persona física, sino los que corresponden a grupos sociales específicos, como por
ejemplo, los núcleos de población ejidal o comunal, los obreros y sus organización
sindical.
Por eso se afirma que, a partir de la Revolución de 1910, se genera una nueva
concepción del derecho y su división clásica, para dar origen al conocido Derecho social,
dentro del cual, para el objetivo de nuestro trabajo, encontramos, como un componente
genuino, al derecho agrario y, dentro de éste, a su vez, la reglamentación de los bienes
comunales y de las propias comunidades indígenas, así como los derechos de sus
integrantes, y a últimas fechas, lo que se ha denominado como el nuevo Derecho
Indígena, producto de la reforma constitucional de 2001, mediante la que se les reconoce
autonomía y autodeterminación a los pueblos tradicionales, entre otros aspectos que
serán analizados con posterioridad.

3.1.1. La crisis de la política social agraria: el presidencialismo corporativista

Es importante puntualizar, sin embargo, que, como antecedente sociológico del


advenimiento de las políticas neoliberales y privatizadoras, en nuestro país, como
consecuencia de la centralización del poder, por necesidad se generalizaron prácticas
políticas clientelares, burocráticas y corporativas, que a su vez degeneraron en
propensiones de impunidad y corrupción.
99

A la par que se conformó el conjunto de normas tutelares a favor de campesinos


e indígenas, se generó a la vez, el sistema corporativista que fortaleció el régimen de
partido político único que ejerció el poder durante más de medio siglo, consolidando una
de las figuras políticas muy socorridas en México: el presidencialismo que, por un lado,
inhibió la capacidad de autonomía de los ejidos y de las comunidades, y por el otro, limitó
a éstas su libre determinación, bajo las premisas de un régimen autocrático. Es decir, la
consolidación del derecho social, de alguna forma, también ocasionó, de manera directa,
[…] una propensión tutelar del Estado -encarnada en el presidente revolucionario-
dirigida a los campesinos, ejidatarios y comuneros, así como para los obreros,
quienes desde entonces han sido concebidos de hecho y de derecho como
personas carentes de capacidad de ejercicio, esto es, como menores de edad; con
lo cual innegablemente encontramos otra marcada influencia de la filosofía
positivista pero que se pretendió diluir o quizá ocultar con la ideología progresista
de corte social. Más aún, después de institucionalizada la revolución, primero con
el Partido Nacional Revolucionario, después con el Partido de la Revolución
Mexicana, en tiempos de Lázaro Cárdenas y, finalmente, con el Partido
Revolucionario Institucional, los campesinos quedaron aglutinados, de manera
corporativa, a dicho partido político […] 65 .

A partir de la entrada en vigor de la carta fundamental del 17 y, sobre todo, al


empezar a hacerse efectivos los postulados agrarios del reparto y restitución de tierras,
así como los derechos laborales y de seguridad social de los trabajadores,
paulatinamente se fueron generando en nuestro país, desde el punto de vista político,
aquellas dos figuras características; la primera, el corporativismo político, y la segunda,
como consecuencia inmediata de la primera, el presidencialismo; éste último que, sin
lugar a dudas fue, en cierta medida, una herencia del positivismo porfiriano y sus formas
autocráticas de ejercer el poder, aun cuando en el discurso de los revolucionarios se
sostuviera lo contrario.
Bajo la política corporativa, tanto los campesinos como los obreros, los militares
en un inicio, la clase media y aún los empresarios después, quedaron incluidos por
decreto en el partido del Estado revolucionario. Así, las masas campesinas quedarían

65ESQUIVEL RAMÍREZ, Edilberto (2014). El Derecho y su Filosofía en México y el Mundo, Edit.


Universitaria, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, México, p. 163.
100

aglutinadas a aquel partido de Estado, por medio de la Confederación Nacional


Campesina, llegando incluso al absurdo de que la Comisión Local Agraria, al inicio, y la
Comisión Agraria Mixta, a la postre, que eran las instituciones cuasi-jurisdiccionales
administrativas encargadas del trámite y resolución de los expedientes agrarios en
primera instancia, quedaran conformadas por funcionarios estatales y federales y,
además, por un representante de los campesinos, propuesto por la Liga de Comunidades
Agrarias; es decir por la central campesina perteneciente al partido oficial.
Este marco de referencia nos muestra de qué manera y en qué medida se va
fortaleciendo el corporativismo de los campesinos de nuestro país, a favor de las políticas
del Estado, pero, sobre todo, del presidente en turno, lo cual se ocasionaría, primero, por
la necesidad misma que de la tierra tenían los hombres del campo, y después, por la
necesidad del Estado de contar con el respaldo de las mayorías campesinas, que durante
el México de la revolución y de la posrevolución constituían el sector social más numeroso
del país
La sujeción corporativa de los campesinos por parte del Estado mexicano, se
materializó y formalizó por medio de las estructuras institucionales y legales; puesto que
una vez que la mayoría de la tierra se hubo repartido entre ejidos y comunidades y que,
por consecuencia, se destruyó el latifundio, lógicamente desapareció la clase social de
terratenientes que de hecho y de derecho sostuvo al anterior régimen. En contraposición,
el Estado surgido de la revolución, tuvo necesidad de contar ahora con el respaldo de
otra clase social para el funcionamiento de sus instituciones, y la hubo de encontrar así
en los campesinos e indígenas a quienes se les benefició con el reparto agrario.
Así las cosas, y al estatuirse constitucionalmente la propiedad social de la tierra,
como se dijo, se generaron por añadidura, una serie de garantías legales de corte social,
contrapuestas a la ideología liberal-individualista.
No obstante los beneficios de justicia social que esto representó indudablemente
para los campesinos, al mismo tiempo se generó una red de control político y social en
beneficio del gobierno; puesto que al no poder los ejidatarios ni los comuneros vender
sus tierras ni tampoco rentarlas ni cederlas, so pena de ser privados de su patrimonio,
lógicamente tenían un derecho limitado de propiedad; más si alguno incurría en alguna
real o aparente causa de privación, el Estado, de oficio, o a petición de la asamblea, que
generalmente era controlada por los comisariados y éstos a su vez por el partido oficial,
101

le iniciaba juicio privativo de sus derechos al infractor, ante tribunales administrativos que
dependían del poder ejecutivo y no del judicial.
En otras palabras, ante una violación real o aparente, los campesinos podían
quedar sujetos a la privación de su patrimonio, de ahí que el control por parte del Estado,
en ese rubro, fue prácticamente total.
Además, aparte de aquellos injustos juicios privativos, si un campesino o un núcleo
agrario requería de créditos o insumos productivos, para poderlos obtener, era requisito
casi indispensable que lo hicieran por medio de la central oficial perteneciente al partido
de Estado; de otro modo las gestiones eran prácticamente imposibles. Incluso, las propias
solicitudes de tierras, que igualmente no estuvieran dirigidas por dicha central, no tenían
posibilidad de prosperar.
La fuerza de la figura presidencial y del Estado encarnado en el partido único, se
manifestó también en la interpretación que los juristas e incluso los Ministros de la
Suprema Corte de Justicia de la Nación, hicieron de las disposiciones constitucionales y
de las leyes secundarias, sobre todo en materia de derecho social, que era el que más
prominentemente reflejaba el corporativismo, por las razones ya apuntadas, sobre todo
de la quinta a la séptima épocas, y así nos lo comenta puntualmente el doctor José
Ramón Cossio, Ministro en retiro de la Corte, en la siguiente reflexión:
[…] Una primera característica, es que las normas constitucionales, que en una
primera época se estudiaban exegéticamente y con poca relación a las teorías
constitucionales que se decía iban a ser seguidas, poco a poco comenzaron a ser
explicadas a partir de las “exposiciones de motivos” utilizadas por el presidente de
la República para justificar su iniciativa de reformas. Tal como se señaló respecto
de los juzgadores, los juristas desconocieron su posición de intérpretes de los
preceptos, para delegar la determinación de los sentidos en los señalamientos
explícitos de las exposiciones de motivos de las iniciativas de reforma presentadas
por el presidente. En realidad, y a pesar de haberse constituido una ideología
revolucionaria para justificar la dominación que el régimen realizaba a partir de la
Constitución, los juristas interpretaban esta última en “términos presidenciales” [...]
las normas constitucionales, y particularmente las de contenido social, perdieron
102

toda su relevancia normativa y terminaron por constituir, en palabras de casi todos


los autores de la época, las “decisiones políticas fundamentales” del régimen […]66.

Todo el escenario histórico que se ha detallado, igualmente inhibió, a fuerza de


aquellas inercias, la capacidad de autonomía y libre determinación de los pueblos ejidales
y, sobre todo, de las comunidades indígenas, puesto que no solo las disposiciones
normativas que conformaron su patrimonio territorial, fueron las que dictó el Estado, sino
también sus formas organizativas de aprovechamiento de sus recursos, los derechos
sobre la tierra misma y las de sus integrantes. En ese mismo tenor, en la diversa obra
Problemas del Derecho Indígena en México, el autor antes señalado, nos comenta que,
[…] su único reconocimiento –el de los indígenas-, fue con motivo de lo dispuesto
en el artículo 27 constitucional: en términos de este artículo, los indígenas no fueron
reconocidos propiamente como tales, sino como uno más de los sujetos del derecho
agrario. En adelante, el derecho consideraría a los indígenas a partir
fundamentalmente de la política indigenista, la cual toma expresiones tales como la
puramente agraria (…) Así las cosas, y esto es importante, resulta que mediante las
vías normativas apuntadas se llega al establecimiento de un orden jurídico
altamente homogéneo, en tanto no había partidos o ideologías discrepantes, como
no fueran aquellas que se constituían al interior del propio PRI […]67

Como es sabido, el partido único de Estado, nació como producto de la misma


Revolución Mexicana, cuya última definición ha sido Partido Revolucionario Institucional,
y si bien es cierto que su origen fue precisamente y en un inicio, un ente político que
representó y fue consecuencia de la lucha de las clases sociales que hicieron aquel
movimiento armado, es decir, campesinos y obreros, también lo es que a partir de la
década de los ochenta del siglo pasado, la alianza histórica con aquellas clases comenzó
a escenificar una profunda ruptura; habida cuenta que, por un lado, las tierras por repartir
a los campesinas ya eran prácticamente inexistente, pues para ese tiempo ya se había
liquidado, de hecho y de derecho, a la clase aristócrata y su propiedad territorial, para
conformar la propiedad social de ejidos y comunidades y la auténtica pequeña propiedad.

66 COSSÍO DÍAZ, José Ramón (2005). Dogmática Constitucional y Régimen Autoritario. México: Coyoacán,
1ª ed., 3ª reimp., pp. 68-75.
67 COSSÍO DÍAZ, José Ramón (2002). Problemas del Derecho Indígena en México. México: Comisión

Nacional de los Derechos Humanos, 1ª ed., pp. 32-33.


103

Por otro lado, la clase campesina que, durante la revolución y posrevolución, era
mayoritaria, dejó de serlo, y para aquella década de 1980, solo representaba menos del
30 por ciento de la población total del país. La mayoría de la gente vivía ya en los centros
urbanos, habiendo engrosado las filas del proletariado citadino, los cinturones de miseria
y muy pocos las de la clase media.
En ese orden de ideas, la alianza histórica que el Estado y su partido había
prohijado con los campesinos, ya no le resultaba necesaria al primero y ante las presiones
de la globalización económica, hubo de girar hacia la derecha, esto es, hacia una posición
ideológica y política de corte privatizador y empresarial, alejándose así de los principios
del derecho social.
La escisión del PRI con las clases sociales mayoritarias del país, se evidenció
durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, bajo el cual se genera toda una
estrategia económica a favor del grupo empresarial dominante, privatizándose
importantes empresas otrora estatales como la Compañía Nacional de Subsistencias
Populares, Liconsa y otras más del rubro de las telecomunicaciones, que se subastaron
a la iniciativa privad.
Pero en cuanto a la tenencia de la tierra se refiere, tenemos la reforma
constitucional de 1992, que coincide con la firma del Tratado de Libre Comercio de
América del Norte, bajo cuyo esquema se modifica substancialmente el contenido del
derecho agrario y se aniquilan igualmente las empresas de naturaleza social.
La Influencia de la caída del muro de Berlín, en Alemania, en el año de 1989,
parece ser -o así nos lo pretende hacer ver la política liberal- el fin de las aspiraciones
sociales de las mayorías; pues los países otrora socialistas, pretendiendo ingresar al
régimen liberal de la economía de mercado; descubrieron rápidamente que, el
capitalismo, no tienen nación ni tiene corazón, y que a veces, la propia democracia no
alcanza a cubrir la miseria de quienes no pueden comprar y la de aquellos que emigran
por preservar la vida de su familia.
En México nos ufanábamos de nuestra economía mixta, aunque en los hechos
teníamos y tenemos una potencial dependencia de los vecinos del norte. La geografía y
la maldición nos persiguen y nos perseguirán por mucho tiempo. “Pobre de México, tan
104

lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”68. En fin, en unas formas de propiedad
éramos socialistas y en otras definitivamente capitalistas. Terminaron por vencer las
segundas.
Sobre la política económica de los países latinoamericanos y, en especial México,
se debe destacar que, se encuentran algunos paralelismos con los Estados antes
socialistas de Europa, con su debida proporción; puesto que, en nuestro país, con la
revolución social de 1910, se transformó a la población, en cuanto al reparto de la tierra
se refiere, dado que se desterró a la clase aristócrata terrateniente que sostuvo a Porfirio
Díaz por más de 30 años en el poder. En su lugar, se crearon ejidos en toda la República
y se confirmaron las posesiones de los territorios de los indígenas, que los habían
poseído desde tiempo inmemorial.
A diferencia de la entonces Unión Soviética, en donde el Estado era, en última
instancia, el propietario de la tierra, mientras que los campesinos lo eran solo del
usufructo, y a veces controlado; en México los propietarios de las tierras, aguas, montes
y sierras, son los propios ejidos y comunidades. En este aspecto, el Estado mexicano
surgido de la revolución, aplicó, en el reparto agrario, un verdadero Estado social, con
tendencias marcadamente socialistas y comunitarias.
Tanto en Rusia como en México, sus partidos fuertes surgieron de una revolución
social en la que, de hecho, pasaron del sistema feudalista de producción, a un régimen
con proyecto socialista; por ello, ambas regiones tuvieron partidos fuertes y únicos, pues
se consideraba, no sin acierto, que la democracia liberal y burguesa, no era suficiente
para mejorar las condiciones de vida del proletariado; por lo que, a la postre, al
consolidarse el culto al poder, la democracia participativa solo se simulaba.
Ambos pueblos, ante los empujes del neoliberalismo, ingresamos plenamente a la
economía de mercado y al liberalismo económico y, ambos también, hemos sido
invadidos por completo por la economía globalizada y su régimen financiero y, a la vez,
pretendimos “nacionalizar” la democracia liberal, sin darnos cuenta que ésta nació coja,
haciéndose depender de la ley de la oferta y la demanda. Por eso es que la democracia

68Frase popularizada por el general Porfirio Díaz Mori, escrita por Nemesio García Naranjo, vid Barragán,
Mélany, “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos”, La Opinión, visible en el
portal: https://laopinion.de/2019/06/13/pobre-mexico-tan-lejos-de-dios-y-tan-cerca-de-estados-unidos/
(consultado: 28/08/2020).
105

en nuestros tiempos y en nuestros países, nos queda a deber en más pobreza, más
emigración y criminalidad perpetua.
La alternancia democrática, a partir de la primera derrota en el año 2000, del
partido de Estado, es decir, el PRI, e incluso con gobiernos estatales salidos de la
izquierda, no mejoró ni siquiera mínimamente las condiciones de marginación y miseria
de las mayorías, ni la caída de la clase media. Al respecto, Alain Touraine, manifiesta:
[…] pero esta política económica (la de libre mercado), si bien estuvo de acuerdo
con un retorno a las elecciones libres, no hizo por eso que se invirtiera la tendencia
al aumento de la marginación y el crecimiento del sector informal de la economía.
Los pobres se han hecho más pobres, amplios sectores de la clase media
tradicional (docentes, funcionarios, etc.) han visto deteriorarse gravemente su
situación, en tanto que los ricos conservaban sus posesiones y se beneficiaban
con la explotación masiva de capitales, suministrados frecuentemente por el
endeudamiento exterior de sus países […]69.

En un artículo de fondo recientemente publicado en la revista Proceso, con


relación al tema que ahora nos ocupa, respecto del derrumbe de los países socialistas y
“el triunfo” del libre mercado en Alemania oriental, se dice que:
El cambio del sistema económico por el que los mismos alemanes del Este se
decidieron, disparó un fenómeno hasta entonces desconocido por ellos mismos: el
desempleo […] Después de 1989, 66% de las 8 mil quinientas empresas estatales
que había en la República Democrática de Alemania -Alemania socialista- y daban
empleo a gran parte de la población, fueron privatizadas […] las áreas más
importantes y básicas de la Sociedad se modificaron: desde los seguros médicos,
la banca, las cajas de ahorro, hasta la infraestructura del transporte y de energía
eléctrica que en su totalidad pasó a capital privado de Occidente […]70.

Desde el sexenio de Miguel de la Madrid, pero ya con más fuerza y penetración


total en el régimen de Salinas de Gortari, la política neoliberal se aplicó fundamentalmente
en nuestro suelo. En sí la política tecnocrática y neoliberal, ve como inoperantes y
totalmente ineficaces los derechos, subsidios e instituciones de carácter social, sobre

69TOURRAINE, Alain (1994). Crítica de la Modernidad, Ed. Fondo de Cultura Económica, México, p. 329.
70ALCARAZ, Yetelanci (2019). “El Muro de Berlín sigue en pié”, en: revista Proceso, Nº 2245, México, 22
de noviembre de 2019.
106

todo los que son a cargo del Estado; éste, bajo tales políticas, debe despojarse de las
empresas paraestatales y de los programas de mejoramiento y bienestar públicos, hasta
donde sea posible.
El Estado neoliberal, no debe ejercer control ni rectoría sobre los aspectos de la
economía de los gobernados, sobre todo de la empresa privada. La educación, hasta
donde sea posible, debe dejar de estar controlada y financiada por el poder público y, por
el contrario, así como la organización de la economía, la propiedad, el comercio y las
finanzas, debe auspiciarse e incentivarse por el interés privado y particular.
Bajo este modelo, se debe permitir el libre juego de la oferta y la demanda y todo
o casi todo, debe ser susceptible de estar en el mercado. De esta forma, las instituciones
de salud pública, que han sido controladas y dirigidas por el Estado, con aportaciones de
los trabajadores, bajo el sistema neoliberal, se pretende que sean reducidas a la iniciativa
privada.
Resulta obvio advertir, que las políticas económicas y sociales antes señaladas,
las propias exigencias del Tratado de Libre Comercio, así como la posición muy particular
de nuestros vecinos del norte, han orientado e influido profundamente en las decisiones
de la política económica particular de nuestro país, sobre todo en el período de gobierno
de Salinas de Gortari.
También resulta lógico deducir, que, en países altamente desarrollados como los
Estados Unidos y Canadá, las privatizaciones, tal como las vimos, no resultan en un
perjuicio ostensible para las clases trabajadoras, las que, dadas sus condiciones
laborales y sus percepciones, muy superiores a las de los trabajadores de México, están
en posibilidades de contratar servicios médicos particulares, educación y, en general, una
óptima seguridad social. Por lo demás, en Canadá, toda la salud pública, para todas las
clases sociales, al igual que en Inglaterra, la imparte solamente el Estado, con una calidad
óptima, exenta de burocratismo.
Por otro lado, la política económica de esos estados desarrollados, generalmente
se orienta hacía la producción de satisfactores materiales, y debido a su alta tecnificación
e industrialización, la exportación de sus productos es una de las actividades más
atractivas y redituables; exportación que se hace, principalmente, a países
subdesarrollados como México, que no sólo recibe productos comerciales, sino dólares
107

que tendrá que pagar con réditos elevadísimos y políticas económicas que no nos han
correspondido.
Bajo esta influencia de la política económica internacional, el aspecto de la
tenencia de la tierra en nuestro país, va sufriendo transformaciones impulsadas por este
nuevo orden, que, al igual que todos los bienes y productos, se espera que de igual forma
esté en el mercado, que desaparezcan los candados legales que limitan su entrada al
libre juego de la oferta y la demanda.
Tal como lo estatuyó el constituyente de 1917, la tierra con características sociales
ya no resulta competente ni productiva; habrá que “liberarla”. Precisamente, para que
México esté en condiciones de firmar el tratado de libre comercio, debe tener condiciones
materiales y estructurales semejantes a las de sus futuros socios. Allá, en los países del
norte, la tenencia de la tierra se rige bajo el régimen de plena propiedad, se puede vender
y adquirir libremente, sin más limitaciones que las impuestas por el derecho común y las
formalidades existentes.
Es indudable que las reformas constitucionales del 6 de enero de 1992, son
inspiradas en gran medida por estas nuevas políticas tecnocráticas, pues, aunque tales
reformas hayan sido, en algunos casos para bien, sería ingenuo sostener lo contrario.
Sin embargo, también es indudable que, dadas las circunstancias reales e
históricas que privaban en el campo, esas transformaciones eran necesarias, en otros
aspectos, sobre todo si se toma en cuenta la inexistencia material de tierra para ser
dotada y la consecuente incertidumbre jurídica entre los hombres del campo, bajo
expectativas de recibir una tierra que legalmente ya no podía ser considerada como
afectable, pues para 1980, la tierra laborable en el país, estaba, en su gran mayoría, más
del setenta por ciento, en manos de ejidatarios y comuneros, y el resto en la pequeña
propiedad, en el minifundio y en la propiedad nacional y de los municipios.
Por otro lado, tal como lo apuntamos al principio, los efectos de esa incertidumbre
se traducían y traducen aún, en una merma considerable en la producción de granos
básicos y productos agropecuarios en lo general, aunado al control político que se ejercía
y que aún subsiste inercialmente sobre ejidatarios y comuneros, que bajo una extorsión
real vivían con el temor latente de ser privados de sus derechos agrarios cuando rentaban
o trataban de enajenar su parcela.
108

Una realidad sociológica desde hace casi un siglo, es el fenómeno de la


emigración de hombres y mujeres del campo hacía los Estados Unidos, debido a que su
parcela, por su extensión y calidad no les es suficiente para sufragar sus necesidades
elementales y de su familia, la renta de éstas era y sigue siendo una práctica cotidiana y
bajo la anterior legislación tales actos tenían que darse en condiciones de ocultamiento
y aceptándose exigencias ilegales y de facto, también comunes, de representantes
ejidales o autoridades agrarias.
Sobre este aspecto, vale la pena señalar, que en México, dada la ausencia de una
auténtica participación democrática y representativa y debido al excesivo y
metaconstitucional poder presidencial, que fue usado y ejercido más allá de sus límites
“normales” por Carlos Salinas de Gortari, las reformas constitucionales y la elaboración
de leyes secundarias, discrecionalmente surgieron del poder ejecutivo y fueron
aprobadas por las cámaras de representantes, debido al avasallador voto del mayoritario
partido de Estado y del opositor y derechista Partido Acción Nacional, muchas veces sin
un análisis previo y mucho menos contando con el parecer de las bases y los sectores
sociales a los que van dirigidas tales medidas, motivo por el cual, generalmente resultaron
antipopulares.
Así pues, las reformas constitucionales en el aspecto agrario, del año de 1992, se
dieron en un marco de influencia externa, sobre todo como exigencia para la firma del
Tratado de Libre Comercio y dentro de un espectro ideológico de corte neoliberal que
privó entre los hombres del sistema del sexenio salinista.
Las reformas en cuestión, se materializan por el decreto promulgado el 3 de enero
de 1992, publicado en el Diario Oficial de la Federación, el seis del mismo mes y año y
dan origen a las leyes agraria y orgánica de los tribunales agrarios del 26 de febrero del
mismo año de 1992.

3.2. El fin del reparto agrario

Así pues, el 6 de enero de 1992 -pretendiendo hacer coincidir el aniversario de la primera


Ley Agraria preconstitucional y revolucionaria de 1915-, ya en el sexenio de Carlos
Salinas de Gortari, de clara influencia neoliberal, se reforma el artículo 27 constitucional,
que había sido el eje fundamental del reparto agrario y de la consecuente transformación
109

de México en cuanto a la tenencia de la tierra se refiere. Por lo que, contrario y


diametralmente opuesto, fue el sentido de la ley carrancista de principios del siglo XX, en
el auge del espíritu revolucionario.
El nuevo dispositivo constitucional, deroga las disposiciones concernientes al
reparto agrario, liquidando así las acciones de dotación de tierras, ampliación de ejidos y
creación de nuevos centros de población ejidal, aspectos medulares del derecho social-
agrario.
Pero lo vedaderamente grave bajo estas medidas privatizadoras de corte
eminentemente neoliberal, es que la propiedad social de los ejidos y las comunidades,
va perdiendo sustento legal y jurisprudencial, habida cuenta que el propio artículo 27
reformado, así como la legislación reglamentaria, colocan en el mercado la tierra de ejidos
y comunidades en lo general y de ejidatarios y comuneros en lo particular, al abrir la
posibilidad de la enajenación de los derechos parcelarios de éstos, así como el hecho de
que las tierras de uso común o colectivo de ejidos y comunidades puedan transferirse en
propiedad plena a sociedades civiles y mercantiles.
Más aún, con dicha reforma, se abre también la posibilidad de que los ejidos y las
comunidades, al igual que sus integrantes, se puedan asociar con la iniciativa privada
para la explotación de sus recursos, –lo cual era impensable bajo el anterior marco legal-
otorgando para ello en garantía la tierra común de los núcleos y el usufructo de las
parcelas de las familias campesinas. En otras palabras, las tierras y los derechos de los
indígenas y campesinos, están ahora bajo la ley de la oferta y la demanda, todo lo cual
ha ocasionado una crisis social de consecuencias funestas para el país, similar e incluso
peor a la de la época de Porfirio Díaz, mismas que, en última instancia, motivaron el
estallido revolucionario.
Se crea ahora una nueva figura jurídica en el campo, que bajo el derecho agrario
revolucionario también era inconcebible; es decir, el que las tierras de los ejidatarios y de
los comuneros puedan dejar de ser de propiedad social y convertirse al dominio pleno,
mediante autorización de la asamblea, lo que, bajo aquel orden legal solo podía acontecer
mediante la expropiación por causa de utilidad pública, pues se consideraba que si las
tierras ejidales y comunales se dejaban bajo la esfera del derecho civil y, por tanto, en el
mercado, al igual que en el siglo XIX, se llegaría, más temprano que tarde, a liquidar el
110

patrimonio de los pueblos rurales y de las familias campesinas y, consecuentemente, al


resurgimiento del latifundio.
Se dijo en la exposición de motivos de la reforma de 1992, que huelga decir fue de
expresa voluntad presidencialista -por provenir de uno de los presidentes que quizá más
ha abusado de esa figura, es decir, Carlos Salinas de Gortari-que,
[…] con esas medidas se pretendía conseguir la plena libertad para los
campesinos de México, para que no quedaran más sujetos a la tutoría del Estado,
al poder disponer libremente de su patrimonio. Sin embargo, en los hechos, la
voracidad de la ideología empresarial, ha ocasionado no solamente el cambio
drástico de la vocación de la tierra de agraria y forestal a urbana, con el
consecuente deterioro ecológico, sino que, además, la especulación con el
mercado de esa tierra, ha originado desplazamientos de grupos humanos del
campo a la ciudad, con el consecuente estado de miseria y marginación; lo cual
lógicamente embona a la violencia que en los últimos tiempos parece ser el cuarto
jinete del Apocalipsis […] 71.

Sobre lo anterior, es importante precisar, tal como se apuntó con antelación, que
los efectos de la globalización comercial y financiera, así como de la ideología neoliberal,
han sido sumamente perjudiciales para los ejidos y sus integrantes, dado que no son
pocos los núcleos que en el país han otorgado la propiedad de sus tierras de uso común
a sociedades mercantiles, y en lo concerniente a los ejidatarios, cuando sus parcelas se
encuentran aledañas a las manchas urbanas, realizan ventas indiscriminadas de parte
de sus parcelas, incluso contraviniendo la misma formalidad legal, ocasionando con ello
inseguridad jurídica a los adquirentes y, consecuentemente, graves conflictos sociales,
amén del deterioro ecológico por el cambio en la vocación de la tierra.
En este nuevo esquema legal, los límites a la pequeña propiedad quedan igual que
como lo establecía el anterior artículo 27 constitucional, es decir, cien hectáreas de riego,
doscientas de temporal, y sus equivalencias por cuatro de agostadero y ocho en terrenos
áridos. Esos límites a la propiedad particular, también son fijados para los ejidatarios,
quienes no pueden tener más tierras que las señaladas para la pequeña propiedad,

71 ESQUIVEL RAMÍREZ, Edilberto. Op. cit., p. 186.


111

siendo acumulables para determinarla, en todo caso, las tierras de régimen ejidal y las
de dominio pleno.
En caso de que a un propietario particular o a un ejidatario le resulte alguna
excedencia, tienen un año para enajenarla o bien, la Procuraduría Agraria o la Secretaría
de la Reforma Agraria, mediante el procedimiento respectivo, deben proceder a su venta
en pública subasta. De esta forma, de acuerdo con la exposición de motivos del decreto,
en la forma solamente, se pretende evitar el resurgimiento del latifundio.
El aspecto medular y trascendente del nuevo artículo 27, lo encontramos en la
supresión definitiva de la posibilidad del reparto agrario; y por lo que ve a las demás
acciones, sólo quedan subsistentes la de restitución de tierras, bosques y aguas a los
núcleos de población, contra actos de autoridades administrativas o jurisdiccionales,
fuera de juicio, o contra actos de particulares, así como el reconocimiento de régimen
comunal, esta última más bien como una acción declarativa y no como controversia
propiamente dicha.
Bajo esta normatividad agraria, se suprime totalmente el polémico juicio privativo
de derechos agrarios en contra de ejidatarios, al despenalizarse o desaparecer las
causales de esa privación. Así, los ejidatarios ya están en posibilidad legal de enajenar
sus derechos parcelarios a otros ejidatarios o vecinos del núcleo, así como dar su parcela
en arrendamiento, mediería o aparcería, sin que para tales actos se requiera de la
autorización ni de la asamblea ni de los representantes ejidales, cubriendo solamente los
requisitos establecidos en la nueva Ley Agraria.
Tanto los ejidatarios en lo individual, tratándose de sus parcelas, como el núcleo
agrario en general, en relación con los bienes de uso común del ejido, pueden asociarse
con otros ejidatarios o con terceros para la explotación de sus bienes, para lo cual,
también, a diferencia de la anterior legislación, ahora ya se puede dejar en garantía el
producto de las tierras.
Aunque se dispone que las tierras de uso común constituyen el sustento
económico y social de la vida en comunidad y que esta es inalienable, imprescriptible e
inembargable, pretendiéndose con ello preservar el espíritu ancestral y colectivo de la
tenencia de la tierra entre indígenas y mestizos; sin embargo, inmediatamente después
se establece la posibilidad de que el ejido o la comunidad, con las formalidades previstas
112

en la Ley Agraria, puedan transmitir el dominio de esas tierras de uso común a


sociedades mercantiles o civiles.
Es decir, tal previsión, no solo es diametralmente opuesta al espíritu de la
revolución contenido en la derogada legislación agraria, sino que, además, de hecho y
de derecho, abre la posibilidad para el resurgimiento del latifundio y el acaparamiento de
las tierras.
En el ahora artículo 27 de la carta magna, así como en la ley secundaria, se
establece de igual forma, un aspecto de suma trascendencia y totalmente diverso a los
anteriores criterios legales fundados en la protección del patrimonio ejidal con
características familiares, el hecho de que los ejidatarios y comuneros puedan adquirir el
pleno dominio sobre su parcelas, es decir, convertirse en propietarios particulares,
debiendo contar para ello con la aprobación de la asamblea de ejidatarios o comuneros,
convocada y constituida con los requisitos establecidos por la ley.
De esta forma, los ejidatarios pueden convertirse, como se dijo, en propietarios de
derecho privado y renunciar al régimen jurídico agrario, para regirse por las normas del
derecho común, y de igual manera, un mismo ejidatario puede ser a la vez propietario
particular y tener dos o más parcelas ejidales, siempre y cuando, sumadas ambas
propiedades, no rebasen los límites permitidos a la pequeña propiedad. En otras
palabras, se abre pues la posibilidad legal del acaparamiento de unidades de dotación.
Como se ve, la ley actual, es no solo diversa que la anterior, que estuvo vigente
desde la promulgación de antes de la Constitución de 1917, sino casi totalmente opuesta,
pues el derecho social agrario, con aquellas características especiales, va
desapareciendo.
En este tenor, el ejidatario ya no tiene como obligación el tener que designar como
sucesor en sus derechos agrarios a un familiar, pudiendo designar a uno de ellos o a
cualquier otra persona, tenga o no familiares.
No obstante lo anterior, por fortuna, tal estado de cosas no ha sido igual con las
tierras de las comunidades indígenas –o cuando menos no al mismo ritmo que con los
ejidos-, pues éstas se resisten nuevamente a las medidas privatizadoras, tal como lo
hicieron en el siglo XIX, en contra del liberalismo, evitando delimitar las tierras al interior
de sus tierras. Mas no se debe perder de vista que ahora existen medios masivos de
comunicación que están al alcance de la mayoría de la población, incluida la rural y que
113

su influencia es determinante para imponer las políticas y la visión ideológica de la clase


empresarial que, como es obvio, no es la que ha sostenido la idea de la preservación de
los bienes comunales.
Por suerte para las comunidades indígenas –e incluso para los ejidos-, subsistió
en el nuevo artículo 27, la acción de restitución de tierras frente a los despojos por
terceros o por autoridades y más aún, la nulidad de los actos de autoridades judiciales o
administrativas y de particulares, que hayan tenido o tuvieren por efecto privar de sus
tierras, bosques, montes y aguas a aquellos núcleos de población; siendo dicha previsión,
del tenor siguiente:
[…] VII. se declaran nulas: […] a) todas las enajenaciones de tierras, aguas y
montes pertenecientes a los pueblos, rancherías, congregaciones o comunidades,
hechas por los jefes políticos, gobernadores de los estados, o cualquiera otra
autoridad local en contravención a lo dispuesto en la ley de 25 de junio de 1856 y
demás leyes y disposiciones relativas; […] b) todas las concesiones,
composiciones o ventas de tierras, aguas y montes, hechas por las secretarias de
fomento, hacienda o cualquiera otra autoridad federal, desde el día primero de
diciembre de 1876, hasta la fecha, con las cuales se hayan invadido y ocupado
ilegalmente los ejidos, terrenos de común repartimiento o cualquiera otra clase,
pertenecientes a los pueblos, rancherías, congregaciones o comunidades, y
núcleos de población.
[…] c) todas las diligencias de apeo o deslinde, transacciones, enajenaciones o
remates practicados durante el periodo de tiempo a que se refiere la fracción
anterior, por compañías, jueces u otras autoridades de los estados o de la
federación, con los cuales se hayan invadido u ocupado ilegalmente tierras, aguas
y montes de los ejidos, terrenos de común repartimiento, o de cualquiera otra clase,
pertenecientes a núcleos de población [...]

La ley establece asimismo, que en el aspecto de las comunidades indígenas, estas


de hecho o por derecho deberán pertenecer a los comuneros; que se respetarán los usos
y costumbres de los indígenas, los que han guardado desde tiempo inmemorial, siempre
y cuando no contravengan lo dispuesto jurídicamente en la Constitución y en la ley
secundaria, y aun cuando muy poco se habla del régimen de las comunidades indígenas
y de sus miembros, se establece que lo aplicable para los núcleos y las tierras ejidales,
114

será también para aquellas; disponiéndose expresamente en la Ley Agraria, que los
indígenas deberán contar con traductores en la tramitación y defensa de sus derechos.
Sobre el aspecto de las comunidades indígenas, tal como se verá en apartados
posteriores, diversos artículos constitucionales de reciente reforma, han ampliado la
gama de sus derechos humanos de corte individual y cultural, reconociendo su capacidad
de autonomía y su regulación jurídica consuetudinaria, lo que obviamente les quedó a
deber la revolución y que ahora se pretende reivindicar a su favor.

3.3. Instituciones y figuras jurídicas vigentes para el campo, comparadas con el


anterior marco legal

Las actuales instituciones jurídicas para el medio rural, son aquellas de carácter social y
político; las administrativas y judiciales, así como las jurídico-procesales, tal como
aconteció con el anterior marco constitucional.

3.3.1. Las asambleas de ejidatarios y comuneros y sus órganos de representación

Dentro de las primeras, tenemos a la máxima autoridad interna de los ejidos y de


las comunidades, según los artículos 27 constitucional; 23 y 107 de la Ley Agraria, que
sigue siendo la asamblea general. Es decir, tanto para el anterior marco legal, como para
el actual, la institución jurídica positiva e incluso consuetudinaria, es la asamblea general
de ejidatarios y comuneros, como máximo órgano de gobierno de los núcleos agrario.
Otra de las instituciones de contenido social y político, son los comisariados
ejidales y los comisariados de bienes comunales, compuestos por un presidente, un
secretario y un tesorero, con sus consejos de vigilancia y sus respectivos suplentes. Son
los órganos de representación electos por la asamblea, que tienen como objeto la
representación de los intereses colectivos de los núcleos de población ejidal o comunal,
como un apoderado general para pleitos y cobranzas, según los artículos 32 y 33 de la
Ley Agraria en vigor; quienes solo tienen la representación colectiva, más no individual
de los campesinos que integran el poblado.
Al despenalizarse, por haber desaparecido las causales de privación de derechos
agrarios; al permitirse ya la venta y la renta de las parcelas ejidales y al establecerse la
posibilidad de la aportación de esas tierras, así como las de uso común, a sociedades
115

mercantiles y civiles, automáticamente desaparece, por consecuencia, la esencia misma


del derecho tutelar agrario, al ya no contemplarse en la ley de la materia la
imprescriptibilidad, la inenajenabilidad y la irrenunciabilidad de las tierras ejidales, las
que, como se señaló, ya se pueden enajenar, otorgarse para su explotación a terceros,
adquirir el pleno dominio y aún prescribir en favor de posesionarios por el término y
condiciones previstas en el artículo 48 de la Ley Agraria.
Así las cosas, las nuevas figuras jurídicas e instituciones para el campo, se van
enfilando ahora hacía las prácticas y la forma del derecho común e individual, alejándose,
cada vez más, del campo social que caracterizó al derecho agrario por casi ochenta años,
sobre todo, por una circunstancia fundamental, que las tierras ejidales, ahora son
susceptibles de estar en el mercado, es decir, bajo el libre juego de la oferta y la demanda.
En el marco de la vigente legislación, se dispone que los núcleos de población
ejidal, tienen personalidad jurídica y patrimonio propio y que son propietarios de las tierras
que les han sido dotadas o de las que hubieran adquirido por algún otro medio, pudiendo
ser propietarios los ejidos, incluso de predios de régimen privado, como una auténtica
persona moral de derecho privado.
De tal suerte que, partiendo del hecho de que los núcleos ejidales son los
propietarios de las tierras de que se les haya dotado, el artículo 56 de la ley de la materia,
le da facultades precisas a la asamblea, como máxima autoridad del ejido, para que, con
los requisitos que fija la propia ley, asigne las tierras que no estén formalmente
parceladas o reconozca los parcelamientos hechos en forma económica y regularice la
tenencia de los posesionarios.
En ese sentido, la asamblea puede destinar las superficies de tierra que no
correspondan a ejidatarios en lo particular, al uso común o para el asentamiento humano,
estando prohibido en todo caso, el parcelamiento en selvas y bosques.

3.3.2. La Procuraduría Agrario, los Tribunales Agrarios y el Registro Agrario


Nacional

Producto del nuevo marco jurídico, nacen también las nuevas instituciones
administrativas y judiciales encargadas de la procuración e impartición de la justicia
agraria. Bajo esta normatividad, desaparecen las competencias y varias de las anteriores
autoridades administrativas encargadas de la aplicación de la ley de la materia. Ni los
116

gobernadores de los Estados ni el presidente de la República figuran más como


autoridades agrarias. Liquidado y terminado lo medular de la Reforma Agraria, la
aspiración por excelencia de los revolucionarios de 1910-1930, que era el reparto agrario,
no existía ya ninguna razón para que el presidente de la República, como máximo jefe
agrarista, siguiera teniendo atribuciones directas y jurisdiccionales en la materia.
De este modo, se crea la Procuraduría Agraria, como una institución de servicio
social, en defensa de los derechos agrarios del campesinado mexicano. Esta institución
tiene por objeto la defensa, gestión y representación de los derechos de ejidatarios,
comuneros o aspirantes a serlo, pequeños propietarios, avecindados, sucesores de
ejidatarios o comuneros, jornaleros y, en general, a todas las personas pertenecientes a
la clase campesina.
En este tenor, la Procuraduría Agraria tiene como funciones fundamentales, en
primer lugar, la de conciliar intereses entre los sujetos de derechos agrarios, en
cuestiones de controversias agrarias; en segundo lugar, denunciar la violación a las leyes
agrarias y prever lo necesario para definir los derechos agrarios de los campesinos;
representar en juicio, generalmente ante los Tribunales Agrarios, al o a los campesinos o
sujetos de derechos agrarios que no cuenten con abogado particular.
En general, la Procuraduría Agraria, con delegaciones y residencias en todo el
país, funciona, de acuerdo con los artículos 134 a 137 de la Ley Agraria, como una
auténtica institución defensora de los derechos de los hombres y mujeres del campo,
pues no sólo se constriñe exclusivamente al aspecto agrario, sino que se amplía a
cuestiones de otros órdenes, como casos civiles o penales, y aún constitucionales en que
se vean inmersos los sujetos agrarios, como consecuencia de las controversias
relacionadas con la tenencia de la tierra. En sí pues, de la Procuraduría Agraria se puede
decir que funciona y tiene su esencia como un auténtico Ómbudsman Agrario.
Como producto y fin de las nuevas disposiciones legales, se instituyen los
Tribunales Agrarios, como verdaderos órganos jurisdiccionales encargados de interpretar
y ejecutar, en definitiva, las leyes agrarias. De acuerdo con el artículo 27 constitucional,
así como con las leyes Agraria y Orgánica de los Tribunales Agrarios, están dotados de
plena autonomía y jurisdicción para tramitar, desahogar y resolver las controversias que
se pongan a su consideración. Esto significa, que tienen autonomía, al igual que los
117

demás órganos del poder judicial y respecto de los demás poderes, para conocer y
resolver lo que la ley les encomienda, así como para ejecutar sus disposiciones.
Los Tribunales Agrarios no sólo sustituyen históricamente a los titulares del poder
ejecutivo en el ámbito de la impartición de la justicia agraria, esto es a los gobernadores
de los Estados y al presidente de la República, sino también a las Comisiones Agrarias
Mixtas y al Cuerpo Consultivo Agrario y, más aún, le quita varias de las atribuciones que
antes tenía el secretario de la Reforma Agraria.
Los Tribunales Agrarios se componen por un Tribunal Superior Agrario y los
Tribunales Unitarios Agrarios de Distrito. El Tribunal Superior tiene su sede enel la Ciudad
de México y se compone y constituye de cinco magistrados numerarios, uno de los cuales
será el presidente, mientras que los Tribunales Unitarios estarán a cargo de un
Magistrado titular y de acuerdo con el decreto respectivo, las sedes de estos se ubican
generalmente en la capital de los estados de la República, pudiendo tener un Estado dos
o más tribunales y distritos.
Los Magistrados, tanto del Superior como de los Tribunales Unitarios, aparte de
cumplir con los requisitos personales y profesionales establecidos, son nombrados por la
Cámara de Senadores o por la Comisión Permanente, en receso de aquella, a propuesta
del presidente de la República.
El Tribunal Superior Agrario, contará además, con un Secretario General de
Acuerdos, un Oficial mayor, un director General de Asuntos Jurídicos, la Contraloría
Interna, actuarios y peritos, así como el demás personal que autorice el presupuesto. Los
Tribunales Unitarios de distrito, cuentan con un Secretario de Acuerdos, Secretarios de
Estudio y Cuenta, unidades jurídicas, administrativa y de control de procesos y actuarios.
Tanto el Tribunal Superior Agrario, como los unitarios, hasta la fecha, cuentan con
facultades y competencias definitivas, habiendo tenido transitorias hasta el año 2000. En
lo tocante al Tribunal Superior, tuvo como competencia transitoria el emitir las
resoluciones definitivas que ya no pudo dictar el presidente de la República, en los
expedientes de dotación, ampliación de ejidos y nuevos centros de población; por lo que
ve a la competencia propiamente definitiva, dicho tribunal, considerado de alzada,
resuelve de los Recursos de Revisión en contra de las resoluciones de los tribunales
unitarios, pero sólo en los casos establecidos en la legislación de la materia.
118

Como se ha dicho, los Tribunales Agrarios tienen plena autonomía y jurisdicción


para conocer y resolver las controversias puestas a su consideración, de conformidad
con el artículo 27 constitucional, fracción XIX; 1° y 2° de la Ley Orgánica de los Tribunales
Agrarios.
Los Tribunales Unitarios Agrarios, rigen su competencia en el artículo 18 de dicha
ley orgánica, para conocer de conflictos por límites entre poblados ejidales o comunales
y entre éstos con propietarios particulaes y sociedades civiles y mercantiles; restitución
de tierras; reconocimiento de régimen comunal; nulidad de resoluciones de autoridades
agrarias; conflictos de posesión entre ejidatarios, comuneros, posesionarios o
avecindados entre sí y de éstos con los órganos de los núcleos agrarios; controversias
de derechos sucesorios; nulidad de actos y documentos; jurisdicción voluntaria; reversión
de tierras ejidales y otros.
Mientras que el Tribunal Superior Agrario, aparte de crear jurisprudencia y de
adscribir a los magistrados a los tribunales unitarios, es órgano de segunda instancia, y
conoce del recurso de revisión o apelación en contra de sentencias de los tribunales
unitarios en juicios por conflictos por límites; de restitución y de nulidad de resoluciones
agrarias o que tenga vinculación con lo agrario.
Por su parte, los Tribunales Unitarios de Distrito, en cuanto a los casos transitorios,
resolvieron y en ocasiones tramitaron, sobre todo por mandato de ejecutorias en los
juicios de amparo, los expedientes de privación de derechos agrarios y conflictos
posesorios entre ejidatarios; pero en el aspecto de acciones agrarias instauradas bajo la
anterior legislación, también les tocó resolver, los asuntos de reconocimiento y titulación
de bienes comunales, los de restitución de tierras y las nulidades de acuerdos
presidenciales y cancelación de certificados de inafectabilidad.
El Registro Agrario Nacional, es un órgno análogo al Registro Público de la
Propiedad, regulado por los artículos 155 y 156 de la ley de la materia, cuyo objeto
principal lo constituye el resguardo del acervo documental de los ejidos y las
comunidades y, en general, de todos los sujetos de derechos agrarios. Es un órgano
público, cuyas certificaciones están a disposición de cualquier interesado.
Su actividad es la de registrar y expedir los documentos relativos a los actos
jurídicos de los núcleos agrarios y sus integrantes, como son la delimitación y asignación
de derechos y titulación de solares; las enajenaciones; las prescripciones, los registros
119

de sucesores; la adopción del dominio pleno; la constituciones de sociedades; la


aportación de tierras a éstas; los planos individuales y generales, etcétera.

3.3.3. Principales figuras jurídicas y procesales: las nulidades de actos y contratos que
contravienen las leyes agrarias; las enajenaciones de derechos parcelarios y la prescripción
adquisitiva

Dentro de las figuras jurídicas más destacables, por su trascendencia social y


política para el campo, tenemos la de las nulidades en general que, en el caso de nuestra
materia, se relacionan íntimamente con los actos y los contratos agrarios, ya que, por su
etiología, son diversos a los de la materia civil. Por tanto, abordaremos el tema,
relacionándolo estrechamente con los actos y con los contratos en materia agraria.
Las acciones de nulidad han sido una de las instituciones peculiares del derecho
agrario, tanto con el anterior marco legal como con el de actual vigencia; de ahí que su
referencia en este ensayo sea de importancia práctica, además de didáctica, y para ello,
comenzaremos por aproximarnos al concepto doctrinal en torno a las nulidades.
La nulidad de un acto, tiene que ver con la privación o derogación del todo o parte
de ese acto que nació o que pretendió nacer a la vida social y legal. Esa derogación o
anulación, tiene dos características o efectos: la absoluta y la relativa.
Sin embargo, en ambos efectos y consecuencias, la nulidad solo puede ser
declarada así por la autoridad jurisdiccional y por nadie más. Esto significa que la nulidad,
mientras no sea “detectada” y, en todo caso denunciada, la misma puede generar actos
que a su vez pueden generar consecuencias jurídicas de buena o de mala fe.
En el Diccionario Jurídico Mexicano, el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la
Universidad Nacional Autónoma de México, ha sostenido que la nulidad absoluta y la
inexistencia tienen efectos jurídicos similares, ya que ambas determinan la nada jurídica
de esos actos y, además, se requiere del pronunciamiento judicial en un caso concreto.
Los Tribunales del Poder Judicial de la Federación, coinciden con el anterior
concepto, lo que se deduce del siguiente criterio jurisprudencial:
NULIDAD ABSOLUTA E INEXISTENCIA. SUS DIFERENCIAS
SON CONCEPTUALES Y SIMPLEMENTE TEORICAS, Y SUS SANCIONES SON
SEMEJANTES. Si por actos inexistentes debe entenderse, aquellos que adolecen
de un elemento esencial, ya sea el consentimiento o el objeto, y que no reúnen los
elementos de hecho que suponen su naturaleza o su finalidad, y en ausencia de
120

los cuales, lógicamente es imposible concebir su existencia; y por cuanto se refiere


a los actos jurídicos viciados de nulidad absoluta, puede sostenerse que son
aquellos en que el acto se ha realizado de manera imperfecta, aunque sus
elementos esenciales se presenten completos, ya que al haber sido celebrados sin
observar las reglas imperativas establecidas en la ley, carecen de perfección
conforme a las normas previstas para garantizar la defensa del interés general o
de orden público, y así, asegurar la protección de un interés privado; es indudable
que, atento lo anterior de conformidad con los artículos 2078, 2079 y 2080 del
Código Civil del Estado de México, el acto jurídico que adolezca de objeto o de
consentimiento, o haya ilicitud en el objeto, en el fin o en la condición, no es
susceptible de valer ni desaparecer por confirmación, cuyos vicios pueden
invocarse por todo interesado, a efecto de prevalecerse contra los mismos. En tal
virtud, al ser iguales las sanciones para tales actos, por consistir en que no pueden
engendrar alguna consecuencia jurídica, pues aunque produzcan
provisionalmente ciertos efectos, éstos se retrotraerán al momento en que se
declarase judicialmente la nulidad absoluta o la inexistencia, con lo que se destruye
el acto de que se trate, tales circunstancias implican que, en la realidad, las
diferencias entre nulidad absoluta e inexistencia, son puramente conceptuales y
teóricas, de acuerdo con la doctrina. Por lo cual, si el matrimonio es un contrato
civil, como así se establece en el párrafo tercero del artículo 130 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, es evidente que las nulidades y las
inexistencias de los actos jurídicos pueden afectar el matrimonio, en razón de ser
un contrato; y sin embargo, es válido afirmar que el matrimonio como contrato tiene
particularidades y efectos, de las que los demás actos jurídicos y contratos no
participan y, consecuentemente, las sanciones civiles que se aplicaren, en el caso
de nulidad absoluta o de inexistencia, sustraen al matrimonio del régimen general
de las nulidades y de las inexistencias, por lo que los hijos habidos dentro de un
matrimonio declarado nulo, deben conservar su filiación, según lo estatuye el
artículo 326 del Código Civil del Estado de México72.

Ahora bien, en tratándose de las nulidades relativas, la misma doctrina nos dice
que, como su nombre lo indica, sus efectos son relativos y pueden confirmarse con el

72Tesis visible en la página 116, Séptima Época del Semanario Judicial de la Federación, Tercera Sala,
Séptima Época, volumen 205-216, Cuarta Parte.
121

tiempo, mientras que las absolutas jamás podrán convalidarse. Estas, por tanto, pueden
invocarse por cualquier interesado.
[…] La nulidad se produce, en los actos que han nacido en el mundo jurídico por
reunir las condiciones especiales de existencia, pero defectuosos o imperfectos
por no reunir los requisitos de validez que señala el artículo 1795 Código Civil para
el Distrito Federal: capacidad, ausencia de vicios de la voluntad, licitud en el objeto
y forma […] La nulidad absoluta se produce ipso iure; el acto afectado por ella no
tiene efectos jurídicos; puede ser invocada por cualquier interesado, y la acción en
que se haga valer no se extingue ni por renuncia, confirmación, ratificación
prescripción o caducidad […] La nulidad relativa permite que el acto afectado
produzca efectos jurídicos en tanto no ha sido decretada, pero dichos efectos
pueden destruirse por la aplicación retroactiva de la sentencia en que se decrete
la nulidad; sólo puede hacerse valer por la persona en cuyo favor se haya
establecido; el acto puede convalidarse por confirmación, ratificación o renuncia, y
la acción puede prescribir o caducar. Para la legislación francesa esta teoría resultó
incompleta de ahí que surgiera el concepto de inexistencia y, con él, la teoría
tripartita [...] En este tipo de nulidades -las absolutas- los actos no producen efectos
y no es necesario ejercitar ninguna acción para hacerla valer, en caso de
controversia el juez se concretará a comprobar dicha nulidad; tampoco podrían
convalidarse ni por prescripción, caducidad o confirmación, pudiendo ser invocada
por cualquier persona […]73.

Lo que hasta aquí se ha descrito, nos da pues un panorama doctrinal y normativo


de la teoría de las nulidades bajo la óptica del Sistema Jurídico Mexicano; por lo que,
tomando como fundamento lo escrito, es momento de ingresar al análisis de las nulidades
en materia agraria.
Con la Ley Federal de Reforma Agraria, la voluntad de los ejidos y comunidades,
así como de los ejidatarios y comuneros en lo individual, se encontraba restringida y
taxada en varios aspectos, y en lo particular en materia de contratos. Desde el punto de
vista histórico y legislativo, es importante tomar en cuenta lo relativo a las peculiaridades

73Ley Derecho. Nulidad de los Actos Jurídicos, visible en el portal: https://mexico.leyderecho.org/nulidad-


de-los-actos-juridicos/ (consultado: 20/08/2019).
122

del derecho social agrario surgido de la revolución, con relación a los contratos en materia
agraria, con el fin de entender la génesis de las acciones de nulidad.
Bajo aquella legislación, la mayoría de los contratos que se regulan en materia
civil, eran inexistentes; pues así lo disponían expresamente los artículos 52, 53, 75 y 76.
Son justamente los contratos, como expresión genuina del derecho civil patrimonialista,
heredero a su vez del sistema liberal-capitalista, los que, a juicio de los juristas del
derecho social revolucionario, deben evitarse, pues esos actos generaron la
concentración de la tierra en unas cuantas manos, desde antes de la independencia y
hasta la revolución, en detrimento de las posesiones comunales.
En especial, los artículos en mención, reputaban las tierras de los núcleos de
población en general y de los ejidatarios y comuneros en particular, como inenajenables,
inalienables, inembargables e imprescriptibles. Es decir, las parcelas ejidales y las tierras
de los núcleos agrarios, bajo la anterior legislación, jamás podían prescribir ni venderse
a favor de persona física o moral alguna, ni tampoco embargarse, ni siquiera sus frutos.
Solamente podían salir del régimen agrario, por expropiación por causa de utilidad
pública.
Así, de conformidad con el derecho tutelar de anterior vigencia, estaban pues
totalmente prohibidos y más aún tildados de inexistentes y nulos de pleno derecho, los
contratos de enajenación de derechos parcelarios; por lo que cualquier acto que tuviera
por objeto enajenar directa o indirectamente tierras de los ejidos y de las comunidades y
de los ejidatarios y comuneros en lo particular, eran simplemente inexistentes. Tal
consideración estuvo vigente hasta el 27 de febrero de 1992.
Para los casos en que el ejidatario o comunero, autorizara o tolerara de cualquier
forma la enajenación de la totalidad o de parte de su parcela, no solo era nulo el acto,
sino que se hacía acreedor a que se le siguiera juicio privativo de sus derechos agrarios.
En lo tocante a los contratos que implicaran el trabajo indirecto de la parcela por
terceras personas, como son la aparcería, el arrendamiento y cualquier otro acuerdo de
voluntades al respecto, igualmente se encontraban tajantemente prohibidos para los
ejidatarios y comuneros. Sin embargo, existían excepciones que el propio artículo 76, de
la LFRA74 establecía, en materia de contratos del trabajo indirecto de las parcelas; a

74 Ley Federal de Reforma Agraria.


123

saber: I. Mujer sola con familia a su cargo; II. Menores de 16 años que hubiesen heredado
derechos agrarios; III. Incapacitados y IV. Labores que el ejidatario no pudiera realizar
oportunamente, aunque dedique todo su esfuerzo (ejemplo: caña de azúcar, vid y otros).
Tampoco podían existir contratos mediante los cuales un ejidatario adquiriera o
acumulara dos o más derechos agrarios individuales. La excepción era solo cuando al
llegar al matrimonio o en unión marital, el marido y la mujer ya disfrutaran cada cual de
su parcela. El acaparamiento estaba prohibido (artículo 78). En caso de que se violara
esta disposición, el acaparador podía ser privado de sus derechos (artículo 85 fracción
IV).
De los contratos que se encontraban permitidos por la LFRA, tenemos el de
permutas de unidades de dotación entre ejidatarios dentro del mismo ejido. Sólo era
permitida cuando se autorizaba por la asamblea de ejidatarios y se notificara a la
Secretaría de la Reforma Agraria. Existe tesis de jurisprudencia en el sentido de que
cuando no se cumplieran esos requisitos, era nula esa permuta.
Ahora bien, las controversias que se suscitaran por la interpretación de los
contratos, se dirimían ante la Comisión Agraria Mixta, mediante el conocido juicio de
nulidad de actos y documentos que contrvinieran las leyes agrarias (artículos 406 al 412
de la Ley Federal de Reforma Agraria).
Por el contrario, ahora, con la reforma constitucional de 6 de enero de 1992, para
bien o para mal, las tierras ejidales ingresaron al concurso del MERCADO. Los contratos
de enajenación de derechos parcelarios, se regulan actualmente por el artículo 80 de la
Ley Agraria. Sus peculiaridades son que, solo se pueden enajenar parcelas delimitadas
en términos del artículo 56 de dicha ley. Las enajenaciones únicamente proceden sobre
la totalidad de la o las parcelas que formen unidad topográfica, puesto que la Constitución
y la Ley prohíben la división y fraccionamiento de las parcelas ejidales. Los actos y
contratos que contravengan este principio, que tienen su origen en el derecho social
agrario, son nulos de pleno derecho.
Las enajenaciones deben hacerse solamente a favor de OTROS EJIDATARIOS O
AVECINDADOS DEL NUCLEO. De no ser así, la jurisprudencia ha establecido que el
acto es nulo porque se debe proteger la integridad social y comunal de los núcleos de
población. Para la validez del contrato, no se requiere la autorización ni de la asamblea
ni del comisariado, porque se pretende evitar el cacicazgo y el injusto intermediarismo.
124

Solo se requiere la conformidad por escrito de las partes ante dos testigos. Además, se
deberá notificar al Registro Agrario Nacional e informar al comisariado ejidal.
De conformidad con el propio artículo 80, se debe otorgar el derecho del tanto a
favor del cónyuge e hijos del enajenante, pues si no se otorga, la venta podrá ser anulada.
Tratándose de cesiones gratuitas, no es necesario que se otorgue el derecho del tanto,
porque no se trata de beneficio económico alguno; pero sí se trata de ocultar una venta,
ésta también podrá ser anulada si se acredita. Tratándose de enajenación a favor de uno
de los hijos, tampoco es necesario el derecho del tanto. Así lo ha dispuesto la siguiente
tesis de la Corte:
DERECHOS PARCELARIOS. EL DERECHO DEL TANTO SÓLO OPERA
CUANDO SU TRANSMISIÓN SE REALIZA A TÍTULO ONEROSO. De la
interpretación armónica de lo dispuesto en los artículos 20, fracción I, 60, 80, 83,
84, 85 y 86 de la Ley Agraria, se concluye que para la validez de la enajenación
de derechos parcelarios a título oneroso, resulta indispensable que se notifique
al cónyuge e hijos del titular de esos derechos, a efecto de que estén en
posibilidad de ejercer el derecho de preferencia previsto por el legislador so pena
de nulidad de la venta que se efectúe en contravención a éste, sin que tal
prerrogativa resulte procedente tratándose de la transmisión de derechos a título
gratuito, pues tal aseveración no encuentra apoyo en precepto jurídico alguno de
la ley de la materia ni en la naturaleza del derecho preferencial derivada de
diversas disposiciones de la legislación común, supletoria de la Ley Agraria, en
términos del artículo 2o. de ese ordenamiento, entre las que destacan las
contenidas en los artículos 771, 950, 973, 974, 1292 y 2706 del Código Civil
Federal, que regulan el derecho del tanto y en los que se advierte, como
denominador común, que las operaciones en que se concede ese beneficio son
a título oneroso, estableciendo ese derecho de preferencia a favor, entre otros,
de los propietarios de predios colindantes cuando conforme a la ley pueda
enajenarse una vía pública, de los copropietarios, coposeedores, herederos,
compradores, arrendatarios, familiares y socios a efecto de que opten por
adquirir, en igualdad de condiciones a un tercero, un bien o parte de éste que
deseen enajenar. Lo anterior permite concluir que en materia agraria debe operar
el mismo principio inherente al derecho del tanto, esto es, referirse a operaciones
donde existe una contraprestación a título oneroso, en virtud de que el ejercicio
de esa prerrogativa supone el cumplimiento, por parte del beneficiado, del precio
125

del bien que se enajena, tal como lo reitera el contenido expreso y literal del
artículo 80 de la Ley Agraria. Además, en el supuesto de que el ejidatario realizara
operaciones a título gratuito, de mala fe y en perjuicio de su cónyuge e hijos,
éstos en ejercicio de las acciones derivadas de la donación o de la simulación,
previstas en las disposiciones civiles supletorias, podrán solicitar ante el tribunal
correspondiente la declaración de que tales operaciones son inoficiosas o
nulas75.

Sobre lo anterior, es conveniente señalar, que la experiencia que se ha tenido


derivada de las acciones de nulidad por ejercicio del derecho del tanto, en no pocas
ocasiones refleja, en los hechos, inseguridad jurídica, inestabilidad familiar y social en los
núcleos agrarios, cuando familiares del ejidatario enajenante, que ya prácticamente no
han tenido relación social con éste, bien por no vivir ni radicar en el poblado y/o por no
depender del campesino ni del trabajo de la tierra.
En estos casos, dado el fenómeno migratorio hacía las grandes ciudades del país
y, sobre todo, hacía los Estados Unidos de Norteamérica, la mayoría de las y los hijos de
los ejidatarios y comuneros, sino es que todos, han emigrado y han formado sus familias
independientemente del trabajo de la tierra en su país de origen. Es decir, no solo se han
desavecindado del ejido, sino que, su forma de vida familiar y social, es otra, diferente a
la de la tierra de su origen.
Sin embargo, sabiendo previamente del acto de enajenación, después de varios
años, bien a la muerte del enajenante o incluso aún en vida de éste, se presentan,
muchas de las veces por interpósita persona, a reclamar la enajenación; lo cual
obviamente incide en la inseguridad legal, la inestabilidad familiar y social, con la
consecuente merma en la producción.
Conforme a lo expuesto, es conveniente referir, en primer lugar, que la nulidad
producto del ejercicio del derecho del tanto, es relativa y no absoluta, según se deduce
de la siguiente jurisprudencia:
DERECHO DEL TANTO EN MATERIA AGRARIA. SU VIOLACIÓN POR FALTA
DE NOTIFICACIÓN A LOS INTERESADOS, PRODUCE LA NULIDAD RELATIVA
DE LA VENTA DE DERECHOS PARCELARIOS. Acorde con el artículo 27,

75Jurisprudencia a./J. 78/2000, visible en la página 72, Novena Época del Semanario Judicial de la
Federación y su Gaceta; Tomo XII, septiembre de 2000, Segunda Sala.
126

fracción VII, párrafo cuarto, de la Constitución Política de los Estados Unidos


Mexicanos, que autoriza la transmisión de derechos parcelarios entre los
miembros del núcleo de población y señala que debe respetarse el derecho de
preferencia que prevea la ley, el artículo 80 de la Ley Agraria concede el derecho
del tanto al cónyuge y a los hijos del ejidatario, en ese orden, que pretende
enajenar sus derechos parcelarios a otro ejidatario o avecindado, el cual deben
ejercer dentro del plazo de 30 días naturales contados a partir de la notificación, a
cuyo vencimiento caducará; y si no se hiciere la notificación, la venta podrá ser
anulada. Conforme a lo anterior, atendiendo a la naturaleza del derecho del tanto
en materia agraria, es condición prevista en la ley para respetar el derecho
preferencial, que previamente se notifique a los interesados la venta que pretende
realizar el enajenante a un tercero, para que aquéllos puedan hacer uso de su
derecho dentro del término legal; de manera que si se omite la notificación, ello
trae como consecuencia la nulidad relativa de la venta, considerando que no hubo
ilicitud en el objeto, sino incumplimiento de uno de los requisitos; esto es, el acto
jurídico no adolece de objeto o de consentimiento y no hay ilicitud, por lo que es
susceptible de convalidarse”76.

Por lo que, al poder ser convalidable esos actos, tal nos conduce a colegir que no
están pues afectados fatalmente de inexistencia; razón por la cual, con el fin de evitar la
inestabilidad social y legal en el campo, sería conveniente reflexionar sobre la necesidad
de alguna reforma legal, con el objeto de que el accionante de la nulidad por el ejercicio
del derecho del tanto, acredite la vecindad en el ejido y la dependencia del trabajo de la
tierra objeto del litigio; disponiendo de un término de 2 años, para que tenga derecho a
ese ejercicio, a partir de la inscripción del acto en el Registro Agrario Nacional, a cuyo
vencimiento le debe prescribir el derecho de acción.
Para tal efecto, los actos de inscripción y publicidad en el ejido y en el Registro
Agrario Nacional, deben servir como efectos de notificación, sobre todo, para los
ejidatarios, posesionarios, avecindados y familiares del enajenante, que demuestren, en
primer lugar, la vecindad y, en segundo, la dependencia respecto del trabajo de la tierra.

76Tesis: 2a./J. 155/2013 (10a.), Décima Época; Segunda Sala; Jurisprudencia; Gaceta del Semanario
Judicial de la Federación, libro 3, febrero de 2014.
127

Incluso, en esa dirección se han pronunciado los Tribunales del Poder Judicial de la
Federación, en la siguiente tesis aislada:
DERECHO DEL TANTO PREVISTO EN EL ARTÍCULO 84 DE LA LEY AGRARIA.
DENTRO DEL CONCEPTO "FAMILIARES" A QUE ALUDE DICHO NUMERAL,
QUEDAN COMPRENDIDOS TODOS LOS QUE, TENIENDO ALGUNA
RELACIÓN DE PARENTESCO, MATRIMONIO O CONCUBINATO CON EL
ENAJENANTE, SIN LIMITACIÓN POR RAZÓN DE LÍNEA O GRADO, GUARDAN
UNA RELACIÓN DIRECTA CON LAS ACTIVIDADES PROPIAS DEL NÚCLEO DE
POBLACIÓN. El artículo 84 de la Ley Agraria dispone, entre otras cosas, que
tratándose de la primera enajenación de parcelas sobre las que se hubiere
adoptado el dominio pleno, gozarán del derecho del tanto que se prevé en dicho
numeral y precisamente en ese orden, los familiares del enajenante, las personas
que hayan trabajado las tierras por más de un año, los ejidatarios, los avecindados
y el núcleo de población ejidal, e inclusive, que en caso de que no se haga la
notificación respectiva la mencionada venta podrá ser anulada; de lo cual se sigue,
en principio, que en el aludido precepto no se define quiénes deben considerarse
comprendidos dentro del concepto "familiares" al que se alude en primer término,
lo cual hace necesario realizar una interpretación sistemática de la norma citada,
así como un análisis de su evolución legislativa, a fin de arribar a la convicción de
que dentro del citado concepto deben considerarse incluidas todas aquellas
personas que teniendo alguna relación de parentesco, matrimonio o concubinato
con el enajenante, sin limitación por razón de línea o grado, guardan una relación
directa con las actividades propias del núcleo agrario en cuestión, pues de las
exposiciones de motivos relacionadas con las reformas al artículo 27 de la
Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos y a la legislación agraria,
que permitieron adquirir el dominio pleno sobre tierras parceladas puede
advertirse, sin género de duda, una clara intención legislativa de proteger y
fortalecer la vida ejidal y comunal, privilegiando el hecho de que las personas
directamente relacionadas con el ejido pudieran adquirir la propiedad de
una parcela, preferentemente sobre otras extrañas al núcleo de población,
preservando así la propiedad y el aprovechamiento de las tierras dentro de la
vida ejidal o comunal. De tal manera, que, bajo el concepto "familiares" antes dicho,
debe entenderse a todas aquellas personas que además de tener alguna relación
de parentesco, matrimonio o concubinato estén vinculadas con la vida en
comunidad dentro del ejido, que los haga ser preferentes respecto de otras que
128

hayan trabajado las tierras por más de un año, de los ejidatarios o avecindados y
del propio núcleo agrario77.

Otra de las figuras que sin duda es de una singular importancia, también por su
impacto social en el medio rural, es la prescripción adquisitiva; sobre todo porque sus
antecedentes histórico-sociológicos y legislativos, siempre se ocuparon de aquella
institución, efectivamente, de origen civil-patrimonialista, como aquella que no se debería
aplicar, jamás, en el ámbito de la propiedad comunitaria de la tierra, los bosques, las
aguas y los montes de los pueblos originarios, al igual que la enajenación, debido a que
ambas figuras, por su naturaleza patrimonial e individual, erosionan, por su esencia, la
posesión y la propiedad común de los pueblos.
Sin embargo, en la época actual, el liberalismo ha vuelto por sus fueros, ahora con
el neoliberalismo, con más fuerza y penetración que antes, invadiendo toda la vida social,
material, económica, política y cultural de los pueblos, en donde la tenencia de la tierra
no ha sido la excepción. Si bajo el libre mercado, todo se compra y todo se vende, desde
la política, la democracia, las elecciones, la producción de bienes materiales, la cultura,
los medios masivos de comunicación como la prensa y la televisión, la cuestión agraria
no podía seguir siendo de carácter social, como lo dispuso la revolución. Todo cambia,
aunque no siempre para bien.
Así, la figura de la prescripción, nació de nuevo en el derecho agrario, en el artículo
48 de la vigente Ley Agraria, con una marcada influencia de los criterios civilistas, lo que
no podría ser de otra manera, pues hemos visto que tal institución, por su esencia, es
patrimonialista e individualista, cuya misión es afianzar y definir la propiedad privada y no
la comunal. La jurisprudencia de la Segunda Sala de la Suprema Corte Justicia de la
Nación, nos ilustra claramente acerca de lo que estamos hablando, desde el punto de
vista jurídico e incluso jurisdiccional, al sostener:
PRESCRIPCIÓN ADQUISITIVA. ES UNA INSTITUCIÓN DE DERECHO CIVIL Y
NO AGRARIA, POR LO QUE EL ACCIONANTE DEBE AJUSTARSE A LOS
REQUISITOS PREVISTOS EN EL CÓDIGO CIVIL Y A LA JURISPRUDENCIA
DEFINIDA AL RESPECTO. Si bien es cierto que no existe disposición expresa en

77Tesis número III.2°. T Aux.49 A, página 1999, Novena Época, Tomo XXXIV, julio de 2011, del Semanario
Judicial de la Federación.
129

el Código Civil para el Estado de Baja California que obligue a manifestar


solemnemente en la demanda de prescripción positiva, la frase "causa generadora
de la posesión", la Suprema Corte de Justicia en la jurisprudencia por contradicción
de tesis número 18/94, visible en la página 1235, del Tomo IV, Tercera Sala,
Segunda Parte, Octava Época, de la Jurisprudencia por Contradicción de Tesis,
se pronunció al respecto bajo el rubro: "PRESCRIPCIÓN ADQUISITIVA. PARA
QUE SE ENTIENDA SATISFECHO EL REQUISITO DE LA EXISTENCIA DE LA
'POSESIÓN EN CONCEPTO DE PROPIETARIO' EXIGIDO POR EL CÓDIGO
CIVIL PARA EL DISTRITO FEDERAL Y POR LAS DIVERSAS LEGISLACIONES
DE LOS ESTADOS DE LA REPÚBLICA QUE CONTIENEN DISPOSICIONES
IGUALES, ES NECESARIO DEMOSTRAR LA EXISTENCIA DE UN TÍTULO DEL
QUE SE DERIVE LA POSESIÓN.". Siendo así, el hecho de que se hayan
manifestado, la fecha a partir de la cual entró a poseer, considerándose el
accionante subjetivamente como propietario, y la fecha en que se solicitó al
gobernador del Estado la tenencia de la tierra, como lo exigía la Ley Federal de
Reforma Agraria, vigente en la época de los acontecimientos, resulta insuficiente
atendiendo a que la prescripción adquisitiva es una institución de derecho civil, por
tanto, de derecho estricto, de ahí que para la procedencia de la usucapión se hace
necesaria la prueba objetiva del origen o causa generadora de la posesión que se
narre en la demanda, como sería la existencia de determinado acto traslativo de
dominio, verbal o escrito, que produzca consecuencias de derecho y que legitime
al poseedor para comportarse ostensible y objetivamente como propietario del
inmueble sobre del cual ha realizado actos que revelan dominio o mandato; la
precisión y prueba de dicha causa generadora en los términos apuntados, permite
establecer si la posesión es en concepto de propietario, originaria o derivada, de
buena o mala fe y determina la calidad y naturaleza de la posesión, por tanto, el
momento en que debe empezar a contar el plazo de la prescripción positiva78.

Ahora bien, dentro de las instituciones administrativas dignas de amplar su


comentario, tenemos la de la Procuraduría Agraria, respecto de la que ya dijimos que es
una institución de servicio social, de gestoría y defensa jurídica que, a diferencia de las
anteriores instituciones, no sólo se limita a proteger, gestionar y defender los derechos

78Jurisprudencia número 603, página 562, Novena Época, Apéndice 2000, Tomo IV, del Semanario Judicial
de la Federación.
130

de los ejidatarios o comuneros, sino que, además, tiene como facultad y obligación, la de
representar también, con la misma diligencia y comedimiento, a los sucesores de
aquellos, a los jornaleros y avecindados, esto es, que los ámbitos de competencia de la
Procuraduría Agraria, no son limitativos para un tipo de campesinos, sino que se
extienden prácticamente para toda la clase trabajadora del campo.
Esta extensión de facultades, tiene que ver con el hecho de que, con la anterior
legislación y sus instituciones, no se abordaba de manera clara y definida la defensa de
los intereses de los vecinos de los ejidos que no fueran ejidatarios, ni tampoco de los
jornaleros, medieros o aparceros agrícolas y pequeños propietarios, sujetos campesinos
que generalmente no tenían ninguna garantía ni protección legal tanto en su aspecto
laboral y muchas veces ni en su posesión sobre la tierra ejidal o solares urbanos.
En efecto, las instituciones legales del anterior marco jurídico, delimitaban el
concepto genérico de “campesino”, no desde el punto de vista sociológico, entendido
como toda persona que vive y trabaja en el medio rural, de la tierra y sus productos; sino
desde el punto de vista político-jurídico; es decir, como aquel grupo de personas cuyos
derechos tienen que ver exclusivamente con el carácter de ejidatarios y comuneros o
aspirantes a esas calidades. En esa dirección se prununció la Segunda Sala de la
Suprema Corte de Justicia, en la siguiente jurispudencia:
CLASE CAMPESINA, DETERMINACION DEL CONCEPTO DE. AMPARO EN
MATERIA AGRARIA. Aunque el artículo 212 de la Ley de Amparo se refiere "a
quienes pertenezcan a la clase campesina", si se interpreta este precepto en
relación con el artículo 107, fracción II, de la Constitución, debe concluirse que las
normas tutelares del amparo en materia agraria sólo son aplicables en beneficio
de las entidades o individuos sujetos al régimen de propiedad ejidal o comunal,
jurídicamente distinto del régimen de propiedad particular, independientemente de
su pertenencia a una determinada clase social que podría llamarse campesina.
Cuando el artículo 212 de la Ley de Amparo habla de "... quienes pertenezcan a la
clase campesina...", se refiere no a todos los campesinos en el sentido genérico
del vocablo, sino a los previstos en la fracción III, a saber: los aspirantes a
ejidatarios o comuneros. Las referidas normas tutelares del amparo en materia
agraria no implican como criterio diferenciador para su aplicación el concepto
sociológico de "campesino", sino los conceptos de núcleo ejidal o comunal o
ejidatarios y comuneros (incluyendo los aspirantes), que son más bien jurídicos
131

porque dependen del régimen de propiedad a que están sometidos dichos núcleos
o individuos, de tal suerte que quien posee un terreno rústico no sujeto a régimen
ejidal o comunal, aunque sociológicamente pertenezca a la clase campesina, no
puede invocar en su beneficio las normas tutelares ya mencionadas79.

Sin embargo, con la vigente legislación, al incluirse en la ley el reconocimiento del


carácter de avecindados y jornaleros, así como al permitirse la posibilidad de la
explotación de la tierra ejidal por terceros, es decir, ante la penetración de la figura de los
contratos, automáticamente se abren cauces de protección legal e institucional para esta
clase de trabajadores y sujetos agrarios, entre los que figuran los propietarios
particulares, los cuales también, a diferencia de las anteriores disposiciones, ahora
pueden contar con la asesoría, defensa y representación de sus intereses por parte de la
Procuraduría Agraria.
Lo anterior, representa un avance progresista para toda la clase campesina, esto
es, en la defensa y protección de sus Derechos Humanos; sobre todo, desde la
perspectiva de la solciología y no solo del derecho; pues ya hemos comentado que tales
personas, pequeños propietarios, avecindados y jornaleros, no solo pertenecen a la clase
campesina, igual que los ejidatarios y los comuneros; sino que, muchas de las veces se
encuentran en condiciones materiales y sociales inferiores a la de éstos, incluso, con
superficies de tierra a veces menor que la unidad de dotación ejidal, ya no digamos de la
mínima establecida para la pequeña propiedad, pero no obstante, tal y como estaban
redactadas las anteriores disposiciones legales, esta clase de campesinos se
encontraban en un total y franco desequilibrio procesal frente a los núcleos ejidales o
comunales, sobre todo cuando ya se había liquidado al latifundio.
Sobre lo anterior, ya comentamos en el transcurso de este trabajo, que por
necesidad histórica y por justicia social, en el reparto de la tierra y la destrucción del
inequitativo latifundio, se tuvieron que tomar medidas más políticas que tradicionalmente
jurídicas; se tuvieron que adecuar las leyes a las necesidades históricas de la época. La
diferencia económica, social y política entre un hacendado y un núcleo peticionario de
tierras, era abismal y, por tanto, las leyes tenían que inclinarse, por esa necesidad

79Tesis número 204, visible en la página 146, Tomo III, péndice de 1995, Séptima Época del Semanario
Judicial de la Federación.
132

histórica, en favor de los originales dueños de esas tierras, los indígenas y campesinos
mestizos carentes de sustento.
Por eso, al fraccionarse el latifundio y al reducirse la tierra a los límites de la
pequeña propiedad y aún por menos -en la mayoría de los casos-, y al repartirse entre
comuneros y ejidatarios la mayoría de la tierra de la nación, la correlación de fuerzas y
niveles sociales se equilibraron en los últimos tiempos y se tenía que equilibrar por
consecuencia, el ámbito de la ley, ésta tenía que ser igual para ejidatarios y pequeños
propietarios, pues ambos ya estaban generalmente en igualdad de condiciones sociales.
La misma ley ahora les permite a los ejidatarios ya no sólo tener una parcela, sino incluso
concentrar dos o más de ellas, sólo con la condición de no rebasar los límites a la
pequeña propiedad particular.
Así pues, para la concretización de la reforma agraria hubo menester de un tipo
de legislación, acorde con las exigencias de la época y una vez concluida ésta, por fuerza
tenía que reformarse en el caso en comento, para que estuviera a tono con las nuevas
necesidades y realidades del campo mexicano.
Ahora bien, dentro de esta nueva realidad social, jurídica e institucional, justo es
reconocer, que nos encontramos con algunos márgenes de libertad y participación para
los campesinos de nuestro país, ya que, por un lado, desaparecen las causales de
privación de derechos a ejidatarios y comuneros, y se abren las posibilidades de la
explotación indirecta de sus parcelas por medio de aparceros o medieros y de la
asociación con compañeros o propietarios particulares para la explotación de sus
recursos; por otro lado, al desaparecer la competencia del poder ejecutivo en la
impartición de la justicia agraria y al depositarse en manos de tribunales autónomos e
independientes de aquel, va desapareciendo al mismo tiempo la sujeción incondicional,
generalmente inducida por el poder público.
En ese sentido, si el campesino ya no tiene la preocupación latente de ser privado
de su parcela por rentarla o enajenarla y si en la definición de sus derechos sobre la tierra
ya no interviene el ejecutivo, que fue el origen del partido otrora oficial y éste a su vez
ejercía control sobre los líderes campesinos regionales y los comisariados ejidales, bajo
una interrelación y enajenación política, con sus ramificaciones de corrupción y
prepotencia, se esperaba que la libertad y pluralidad política, empezara a permear entre
133

los hombres del campo y a la vez, se generara la apertura de canales de participación y


discusión de proyectos institucionales y legales que afecten sus intereses.
No obstante, tal no aconteció así en los hechos o cuando menos no en la
generalidad, puesto que los efectos de la globalización económica en el campo, terminó
por estrechar más la pobreza de sus habitantes, quienes, ante la falta de créditos e
insumos, la única libertad que les quedó fue la de vender o rentar su patrimonio a
compañías nacionales y extranjeras, y en el peor de los casos, en los ejidos y
comunidades conurbados, han tenido que vender sus tierras a empresas inmobiliarias, a
precios infinitamente bajos, con lo cual se ha generado la emigración hacía los centros
urbanos nacionales y extranjeros; la devastación de los ecosistemas y la danza de la
miseria, la violencia y la muerte.
El Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos y Canadá, firmado en
1992, que fue la causa directa de la reforma constitucional en la materia, no pudo jamás
nivelar las condiciones de los trabajadores ni de los campesinos de aquí y de allá. En la
cita que a continuación se señala, se ilustra realmente la consecuencia del TLC para el
campesino mexicano.
[…] El desempleo en nuestro país se ha mantenido durante los más de 20 años de
vida del TLCAN. Por ejemplo, la fuerza laboral en México creció de 32.3 millones
de personas antes del TLCAN a más de 40 millones en el 2002, lo que implica que
México necesita la creación de casi 1 millón de empleos al año para absorber el
crecimiento de la fuerza laboral. Mientras que, en 1993, un año antes de la entrada
en vigor del TLCAN, el desempleo representaba 3.9% de la fuerza laboral, en el
2015 esta cifra alcanzó casi 5% de esta población [...] El campo mexicano ha sido
de los más afectados en este campo. Nuestro país ha perdido más de 1.3 millones
de empleos agrícolas. De acuerdo con un artículo de The Economist, cuando el
Tratado de Libre Comercio de América del Norte eliminó los aranceles comerciales,
las empresas de Estados Unidos exportaron maíz y otros granos a México, por lo
que los campesinos mexicanos no pudieron competir. A la vez, México disminuyó
los subsidios a los agricultores. Cabe decir entonces que una combinación entre
la importación de granos procedentes de Estados Unidos y la disminución de los
apoyos del gobierno a la actividad agrícola han sido los verdugos del campo
mexicano […] la importación de fertilizantes nitrogenados, los cuales dañan de
forma importante el suelo de nuestro país, se ha mantenido constante, de acuerdo
134

con un informe del Carnegie Endowment for International Peace. Esta


contaminación ha tenido un costo para México de más de 36,000 millones de
dólares. Asimismo, la expulsión de campesinos urbanos a tierras marginales de la
ciudad representó la deforestación de más de 600,000 hectáreas por año […] El
TLCAN ha tenido un fuerte impacto negativo en la cantidad de empleos que se
generan en nuestro país, así como en la supervivencia del campo mexicano. El
medio ambiente es el tercer gran afectado por este acuerdo que el presidente
electo Donald Trump quiere renegociar […].80

3.4. El actual proceso judicial agrario

De acuerdo con Francisco José Contreras Vaca, el proceso implica la existencia de un


conjunto de fases sucesivas que se rigen por principios que las unifican81. En México
proceso y juicio son sinónimos. La jurisprudencia de la Corte, nos dice que, para los
efectos del amparo, se debe entender como un procedimiento contencioso, desde que
se inicia en cualquier forma, hasta que se ejecuta la sentencia definitiva. Por lo que un
juicio y una jurisdicción voluntaria, aunque ambos procesos, son, en esencia, diferentes;
pues el juicio implica controversia y la jurisdicción voluntaria no. Lo anterior se expresa
así en la jurisprudencia:
JURISDICCIÓN VOLUNTARIA. AL TENER LAS RESOLUCIONES DICTADAS EN
DICHO PROCEDIMIENTO EL CARÁCTER DE ACTOS FUERA DE JUICIO, ES
COMPETENTE PARA CONOCER DEL AMPARO PROMOVIDO EN SU CONTRA
EL JUEZ DE DISTRITO QUE CORRESPONDA. La jurisdicción voluntaria es un
procedimiento de mera constatación o demostración de hechos o circunstancias
en el que no es legalmente posible ejercitar acciones respecto de las cuales
proceda oponer excepciones, y al no existir controversia, tampoco puede haber
procedimiento contencioso, el cual es indispensable para que exista juicio. Por
ende, las resoluciones dictadas en jurisdicción voluntaria son actos fuera de juicio
que, por esa razón, no pueden adquirir el carácter de cosa juzgada y, en
consecuencia, de definitivas para los efectos del amparo directo; por consiguiente,

80 Riquelme, Rodrigo. “¿Qué es el tratado de libre comercio de América del Norte?”, El Economista, 27 de
agosto de 2018, visible en el portal: https://www.eleconomista.com.mx/internacionales/Que-es-el-Tratado-
de-Libre-Comercio-de-America-del-Norte-20161123-0111.html (consultado: 27/08/2019).
81 CONTRERAS VACA, Francisco José. Derecho Procesal Civil, Oxford, UNAM, 1999, p. 2.
135

en contra de las resoluciones pronunciadas en un procedimiento de jurisdicción


voluntaria, es competente para conocer del amparo el Juez de Distrito que
corresponda, de conformidad con los artículos 107 constitucional, fracción VII y
114, fracción III, de la Ley de Amparo82.

En materia agraria han existido y siguen existiendo tanto el proceso contencioso


como la jurisdicción voluntaria. Por tanto, el procedimiento agrario no nace con la vigente
legislación agraria de 1992, cuando se crean los Tribunales Agrarios, sino desde que se
inicia el reparto agrario, en 1915. Antes, era un proceso social revolucionario, donde
prevalecía el impulso político y oficioso por parte de las autoridades agrarias.
Dicho procedimiento se consideró más social que civil-liberal; puesto que tendió
a hacer efectivos los principios e instituciones de contenido social y revolucionario en
favor de los pueblos dotados de tierra o por dotar y a las comunidades indígenas
confirmadas o por confirmar lo que muchas veces ya tenían desde tiempo inmemorial.
Las instituciones encargadas del trámite y resolución final, no eran judiciales, sino
administrativas, cuyo máximo resolutor lo era el presidente de la República. Era un
proceso ausente de formalismo, cuya misión social era liquidar el latifundio heredado
desde la colonia y, por consecuencia, el reparto de tierras a ejidos y la definición legal de
las comunidades indígenas.
Con el actual marco legal, se suprime el reparto agrario y nacen nuevas
instituciones jurídicas para el campo: los tribunales agrarios y la Procuraduría Agraria.
Bajo la vigente norma, encontramos ya la prescripción adquisitiva de parcelas ejidales,
su enajenación y, más aún, la adopción del dominio pleno, con los requisitos de previsión
social. La legislación civil, en el fondo y la forma, que regula la privatización bajo premisas
liberales, ya impregna al derecho agrario.
Así las cosas, en cuanto a las acciones vigentes, diremos que subsisten las
acciones de restitución de tierras, bosques y aguas y la de reconocimiento de régimen
comunal, ante los tribunales agrarios, que tienen plena autonomía y jurisdicción para
conocer y resolver las controversias puestas a su consideración, de conformidad con el

82Jurisprudencia VI.2°. CJ/281, Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Tomo XXV, abril de
2007, p. 1451.
136

artículo 27 constitucional, fracción XIX; 1° y 2° de la Ley Orgánica de los Tribunales


Agrarios.
El Tribunal Superior Agrario, tuvo una competencia transitoria, que para el año
2000, prácticamente ha dejado de ser derecho positivo, salvo por ejecutorias de amparo;
pues se encargó temporalmente de la resolución final de los expedientes de dotación y
ampliación de ejidos; de nuevos centros de población y otras acciones que hubiesen
estado en trámite al entrar en vigor la reforma de 1992, que sustituyó al presidente de la
República como máxima autoridad agraria.
Los tribunales unitarios agrarios, se encargaron también de algunos trámites como
el reconocimiento de régimen comunal, en la vía de jurisdicción voluntaria; la restitución
de tierras a pueblos y de derechos individuales, en forma transitoria, aplicando, en el
fondo y a veces en la forma, las derogadas disposiciones del derecho social agrario
revolucionario. Los Tribunales Federales del Poder Judicial de la Federación, respecto
de lo que se comenta, han dicho que los
TRIBUNALES UNITARIOS AGRARIOS. SON COMPETENTES, COMO
AUTORIDADES SUSTITUTAS DEL TITULAR DEL PODER EJECUTIVO, PARA
DICTAR LAS ÓRDENES PERTINENTES, A EFECTO DE QUE SE CUMPLAN
LAS RESOLUCIONES PRESIDENCIALES DE DOTACIÓN O AMPLIACIÓN DE
TIERRAS EJIDALES. De la interpretación armónica de los artículos tercero
transitorio del Decreto por el que se reforma el artículo 27 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos, publicado en el Diario Oficial de la
Federación el 6 de enero de 1992, 254 a 256, 259 y 3o. transitorio del abrogado
Código Agrario publicado en el señalado medio de difusión el 27 de abril de 1943,
y 307 a 317 de la derogada Ley Federal de Reforma Agraria, se colige que los
tribunales agrarios sustituyeron al presidente de la República en cuanto a proveer
lo necesario para la ejecución de las resoluciones presidenciales de dotación o
ampliación de tierras ejidales. Por tanto, los Tribunales Unitarios Agrarios son
competentes, como autoridades sustitutas del titular del Poder Ejecutivo, para
dictar las órdenes pertinentes a efecto de que las diferentes autoridades a quienes
materialmente corresponda la ejecución de las indicadas resoluciones, realicen los
actos necesarios para tal fin y solucionar definitivamente la controversia83.

83Novena Época, Tesis aislada: III.1o.A.167 A, Semanario Judicial de la Federación, Tomo XXXIII, mayo
de 2011, p. 1314.
137

El proceso agrario actual se rige, tanto por la Ley Agraria y por la Ley Orgánica de
los Tribunales Agrarios. En la primera, a partir del artículo 163 hasta el 200, y en lo no
previsto, por el Código Federal de Procedimientos Civiles, que le es supletorio.
Por cuanto a la doctrina de las fases del actual procedimiento agrario, el
constitucionalista mexicano, quien fuera el primer Magistrado de los Tribunales Agrarios,
Sergio García Ramírez, ha identificado los principios fundamentales de esa materia84; los
cuales se detallan y explican a continuación:

3.4.1. La instancia de parte y la audiencia de ley

A diferencia de los anteriores procesos sociales revolucionarios, el proceso agrario


vigente, se inicia a instancia de parte, con la demanda por escrito, con la cual se emplaza
al demandado para que comparezca a la audiencia de ley (artículos 173 y 185 de la Ley
Agraria). Anteriormente, en los procedimientos sociales agrarios, existió la iniciativa
oficiosa, la suplencia más amplia en favor de los campesinos indígenas y mestizos; el
impulso procesal como de interés público; la no caducidad de los expedientes de los
núcleos de población y la imprescriptibilidad de sus tierras, bosques y aguas, para
preservar el patrimonio familiar que les dio la revolución.
Anteriormente no valía el desistimiento de la acción ni de la instancia, toda vez que
los solicitantes de tierras o los ejidatarios en lo individual, no podían desistir de su derecho
a las tierras, pues si algún núcleo, el solicitante o el ejidatario no la necesitaban, siempre
habría más poblados y personas que sí la quisieran, que la necesitaran y que tuvieran
derecho a ella.
La audiencia es el acto procesal fundamental del juicio agrario, y la misma es
pública y su procedimiento oral. Las partes deben rartificar oralmente sus pretensiones.
En el mismo acto se contesta la demanda y/o se reconviene. Se ofrecen y se desahogan
las pruebas; se reciben alegatos y se dicta sentencia, en la medida de lo posible. Las
partes y el Magistrado, pueden formularse entre sí las preguntas que conduzcan a la

84
GARCÍA RAMÍREZ, Sergio (1995). Justicia Agraria. México, Edit. Tribunal Superior Agrario.
138

verdad histórica, así como a los peritos y a los testigos (artículo 185 de la ley de la
materia).
La vigente norma agraria, sí prevé el desistimiento en todas sus formas y efectos,
tanto el de los ejidos y comunidades, con anuencia de la asamblea general, como el de
los sujetos de derechos agrarios en lo individual. Los principios del juicio agrario actual,
según la legislación y lo que nos muestra el doctor Sergio García Ramírez 85, son, como
ya vimos, la publicidad y la oralidad; pero también, el principio de legalidad. Tanto en el
proceso como en la sentencia, los tribunales agrarios deben ajustarse a la ley. Sin
embargo, ahora existen también, como imperativo constitucional, los usos y costumbres,
sobre todo a favor de las comunidades, según el artículo 2º constitucional.
Para los tribunales agrarios, es obligatorio, a partir de 2001, con la reforma de
derechos indígenas, y con la de 2011, de derechos humanos, no solo la aplicación del
derecho consuetudinario, bajo principios de ponderación, sino el de procurar y proteger
los derechos humanos como derechos naturales de las personas y de la colectividad. Es
decir, ya no solo el derecho positivo o la ley escrita y promulgada, sino también, los usos
y costumbres, como en el derecho indiano colonial. Tal concepto se deduce de la
siguiente tesis aislada, que dice:
PERSONAS INDÍGENAS. ÁMBITO SUBJETIVO DE APLICACIÓN DEL
ARTÍCULO 2o. DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS
MEXICANOS. AUTOADSCRIPCIÓN. El artículo 2o. de la Constitución Federal,
reformado el catorce de agosto de dos mil uno, ofrece una respuesta normativa a
aspectos determinantes de nuestra historia y de nuestra identidad como sociedad
que están en el núcleo de muchos de los vectores de desventaja e injusticia que
afectan a los ciudadanos. Sin embargo, como esta Primera Sala de la Suprema
Corte de Justicia de la Nación tuvo oportunidad de subrayar al resolver los amparos
directos en revisión 28/2007 y 1851/2007, las dificultades que enfrenta una corte
de justicia al intentar determinar quiénes son las "personas indígenas" o los
"pueblos y comunidades indígenas" a quienes aplican las previsiones
constitucionales anteriores son notables; dichos conceptos, de sustrato
originalmente antropológico y sociológico, deben adquirir un significado
específicamente jurídico, cuya concreción viene dificultada por la intensa carga
emotiva -tradicionalmente negativa y sólo recientemente transformada en algún

85 Op. Cit.
139

grado- que gravita sobre ellos. La arquitectura del artículo 2o. de la Constitución
Federal prevé que exista un desarrollo normativo mediante el cual el legislador
ordinario concrete los conceptos, derechos y directrices que contiene, pero
mientras este desarrollo no exista, o exista sólo parcialmente, los tribunales de
justicia se ven a menudo confrontados directamente con la tarea de delimitar esas
categorías de destinatarios en cumplimiento de su deber de atenerse a la fuerza
vinculante y a la aplicabilidad directa de muchas de ellas. En el desarrollo de esa
tarea deben tomar en consideración que el texto constitucional reconoce, en primer
lugar, la importancia de la articulación (total o parcial) de las personas en torno a
instituciones sociales, económicas, culturales y políticas (en el caso de los pueblos
indígenas), así como de la identificabilidad de algún tipo de unidad social,
económica y cultural en torno a un territorio y a ciertos usos y costumbres (en el
caso de las comunidades indígenas). Asimismo, la Constitución -siguiendo en este
punto al convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo- no encierra
ambigüedad alguna en torno al imperativo de tomar la autoconciencia o la auto
adscripción como criterio determinante al señalar que "la conciencia de su
identidad indígena deberá ser criterio fundamental para determinar a quiénes se
aplican las disposiciones sobre pueblos indígenas". Por tanto, en ausencia de
previsiones específicas que regulen el modo en que debe manifestarse esta
conciencia, será indígena y sujeto de los derechos motivo de la reforma
constitucional, aquella persona que se auto adscriba y auto reconozca como
indígena, que asuma como propios los rasgos sociales y las pautas culturales que
caracterizan a los miembros de los pueblos indígenas. La apreciación de si existe
o no existe una auto adscripción indígena en un caso concreto debe descansar en
una consideración completa del caso, basada en constancias y actuaciones, y
debe realizarse con una actitud orientada a favorecer la eficacia de los derechos
de las personas, sobre todo en casos penales y en aquellos que prima facie
parecen involucrar a grupos estructuralmente desaventajados86.

3.4.2. El principio de igualdad procesal

861a. CCXII/2009, visible en el Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, Novena Época, Primera
Sala, Tomo XXX, diciembre de 2009, p. 291.
140

No se refiere solo a la igualdad formal, sino material e histórica. Se trata, en


materia agraria, de retomar el principio aristotélico de igualar en la justicia a los desiguales
ante la vida, dado que cuando la ley iguala la realidad desiguala, y en el caso del juicio
agrario, se ha tratado de otorgar ciertas garantías procesales y de fondo a favor de lase
campesina; pues recuérdese que Aristóteles afirmaba que no era lo mismo que en un
juicio se enfrentara un sordomudo con una persona con plenas capacidades, y que por
ello, el primero debería tener mejores oportunidades de defensa real.

3.4.3. Los principio de defensa oficiosa y de verdad material o histórica

El principio de defensa oficiosa lo prevé el artículo 179 de la Ley Agraria, que nos
remite al principio de equilibrio procesal. La representación oficiosa de la Procuraduría
Agraria, que se refiere a que la audiencia no se puede llevar válidamente si una de las
partes acude asesorada y la otra no.
El proceso agrario no busca solamente la verdad legal, sino, sobre todo, la
histórica. No se atiene solo a la iniciativa y a las pruebas que las partes presenten, porque
tiene como obligación traer oficiosamente elementos convictivos con el objeto de saber
la verdad histórica, según los artículos 186 y 187 de la Ley Agraria. En nuestra materia,
la realidad de los campesinos, ha sido históricamente de marginación, de ahí que la
verdad formal del derecho civil, no debe ser suficiente para juzgar.
Existe una jurisprudencia definida sobre el verbo “poder”, respecto de la obligación
del juzgador agrario para ordenar el desahogo de pruebas en forma oficiosa y se
estableció que ese verbo, en materia agraria, significa más bien un deber que una
potestad para el Magistrado agrario, la cual es del tenor siguiente:
JUICIO AGRARIO. OBLIGACIÓN DEL JUZGADOR DE SUPLIR LA DEFICIENCIA
DE LA QUEJA, DE RECABAR OFICIOSAMENTE PRUEBAS Y DE ACORDAR LA
PRÁCTICA, AMPLIACIÓN O PERFECCIONAMIENTO DE DILIGENCIAS EN
FAVOR DE LA CLASE CAMPESINA. Con base en lo establecido en la tesis de
esta Sala, LXXXVI/97, con rubro: “PODER, EL USO DE ESTE VERBO EN LAS
DISPOSICIONES LEGALES, NO NECESARIAMENTE IMPLICA UNA FACULTAD
DISCRESIONAL”, debe interpretarse que si el artículo 189 de la Ley Agraria
dispone que las sentencias se dicten a verdad sabida, sin sujetarse a reglas sobre
estimación de las pruebas, sino apreciando los hechos y documentos según se
141

estime debido en conciencia, motivo por el cual, no puede aceptarse que el


juzgador, percatándose de que carece de los elementos indispensables para
resolver con apego a la justicia, quede en plena libertad de decidir si se allega o
no a esos elementos, solo porque los artículos 186 y 187 de la ley en cita utilicen
el verbo “podrán” en vez de “deberán”, al regular lo relativo a la práctica, ampliación
o perfeccionamiento de diligencias y a la obtención oficiosa de pruebas, ya que
ello pugna con la intención del legislador, con la regulación del juicio agrario
ausente de formulismos y con el logro de una auténtica justicia agraria87.

3.4.4. Principio de oralidad

Se regula por los artículos 178 y 185 de la ley. En materia agraria, este principio
tan de moda, ya existe desde hace más de 27 años, desde la creación de los tribunales
agrarios. Está vinculado estrechamente con otros principios, como la inmediación y el de
publicidad. Es tan importante este principio que, en diversa jurisprudencia ha quedado
establecido que, si la contestación de demanda no se ratifica oralmente en la audiencia,
la misma no surte efectos jurídicos y se tiene por no interpuesta.
Esta característica es trascendente, por cuanto que el juzgador tiene la
oportunidad de escuchar y sentir, de manera directa e inmediata, lo que pretenden las
partes, independientemente de la disertación de sus patronos.

3.4.5. Principios de celeridad y concentración

Los artículos 17 y 27 constitucionales, rigen la celeridad del proceso agrario, pues


“justicia retardada es justicia denegada” y para los individuos del campo esto es fatal,
pues tal ha ocasionado las revoluciones y los estallidos sociales en la historia de nuestros
pueblos. Dicho principio se rige por el artículo 185 de la ley secundaria, porque todo el
proceso debe llevarse en una sola audiencia o en su defecto en un número reducido de
éstas. El principio de “economía procesal”, se privilegia en lo agrario.
Bajo el anterior principio, la justicia agraria pretende deslindarse de los tortuosos
procesos agrarios que, con las leyes posrevolucionarias, es decir, cuando la revolución

87 2ª./J.54/97, publicada en el Semanario Judicial de la Federación, Tomo VI, noviembre de 1997, p. 212.
142

se detuvo para convertirse en una institución más de la burocracia del priísmo, los
expedientes se perdían en los anaqueles de las oficinas y cuando finalmente se emitía la
resolución presidencial, muchos de los solictantes de tierras, ya habían fallecido o se
habían desavecindado del poblado.
Desafortunadamente, los vicios, las inercias de la idiosincracia burocrática,
heredada desde el liberalismo de la dinastía Borbón y sus famosas reformas que en
Nueva España nos afectaron desde finales del siglo XVIII, con más vicios que virtudes,
se han adueñado de los óganos de procuración e impartición de justicia en general, ya la
penal, ya la conmutativa, ya la agraria, esta última que es la que nos interesa y de la cual,
junto con el resto de las especializaciones, se debe reflexionar aún más, en el viejo adagio
del derecho que nos recuerda que Justicia retardada es justicia denegada.

3.4.6. Publicidad e inmediación

La publicidad es una garantía política del proceso agrario88. Significa el control de


la opinión pública. Lo regula el artículo 194, que dice que las audiencias deberán ser
públicas. Con ello se rompe la opacidad y el sigilo del juzgador. Se corre algún riesgo,
porque se pueden sufrir presiones al juzgador, pero siempre será más conveniente la
publicidad.
La Inmediación obliga al juez o al Magistrado a presidir o a permanecer en la
audiencia. La imagen de la diosa themis, de ojos vendados, en el proceso agrario no es
recomendable, porque en él se debe privilegiar la equidad del caso concreto y del
equilibrio de las partes; es decir, ver a quiénes se juzgar, en su dimensión social e
histórica. Si el Magistrado no preside la audiencia, la misma es nula.

3.4.7. Desplazamiento o itinerancia del tribunal

Lo dispone el artículo 57 del Reglamento Interior de los Tribunales Agrarios.


Significa que, por la condición social de los campesinos, el tribunal va a su lugar a

88 García Ramírez, Sergio. Op. cit., p. 100.


143

desahogar diligencias, pero nunca a dictar sentencias, por los riesgos que esto puede
implicar.

4.4.8. Conciliación y defensa oficiosa

Puede ser que sea el principio más importante del juicio agrario. Desde el proceso
social revolucionario, concretamente en los conflictos por límites entre las comunidades
indígenas y de éstas con ejidos, el artículo 370, de la Ley Federal de Reforma Agraria,
ya contemplaba la conciliación, con el fin de evitar conflictos sociales y de sangre.
Este tema también está de moda y actualmente se privilegia incluso en el proceso
penal -siempre y cuando no se trate de delitos graves que se persigan de oficio-, pues
para los campesinos siempre será más conveniente una sentencia que provenga de ellos
mismos que una impuesta por un tercero, dada la convivencia inmediata entre los pueblos
y las personas. En los tiempos modernos existe una fuerte tendencia a desjudicializar la
solución de los conflictos y, desde luego que la materia agraria, por ser una de las
asignaturas que tiene que ver con la gente históricamente marginada, este principio
resulta fundamental.
La defensa oficiosa representa, para la materia agraria, un principio procesal que
venimos arrastrando, para bien de la materia agraria, desde el derecho colonial indiano,
ya que, una vez conjugadas históricamente la ley de El Calpulli precolonial, con las Siete
Partidas de Alfonso X, el rey sabio, en lo que se conoce como Ley General de Reinos de
Indias, en la Nueva España privó menos el derecho procesal civil que el derecho público
y el consuetudinario, y con éste se aplicaron las normas para titular tierras en común a
los pueblos indígenas.
Respecto de lo que se viene comentando, el autor Faustino Martínez Martínez,
comenta que,
[…] la presencia de otro elemento en el derecho indígena, tolerado con
restricciones por la legislación indiana, que se moverá en el mismo campo que
para la costumbre preveía el derecho de Castilla, de modo que se erige en la norma
de preferente aplicación en las relaciones establecidas entre los propios indígenas,
merced a una primera política de adaptación de las costumbres prehispánicas e
hispánicas, siempre que no se opusieran a la religión. En este primer momento,
144

previo a la Recopilación de las Leyes de Indias, el monarca castellano legisla, más


no podrá nunca perjudicar el justo ordenamiento consuetudinario de la población
[…]89.

La aplicación oficiosa de la ley se empezó a cimentar en nuestro territorio desde


aquella lejana época, y así perduró a través del derecho consuetudinario, que en la
independencia fue obnubilado por el derecho civil y su proceso, como hijo del liberalismo
burgués, para después recuperarse, a rango de derecho positivo, en la Constitución del
17.
La Ley Agraria en su artículo 164, recoge el principio de la suplencia en los
planteamientos de derecho en favor de los ejidatarios y comuneros, de los sucesores de
éstos, de los posesionarios y de los avecindados y, en especial, a favor de los indígenas
comuneros, a quien incluso se les deberá poner traductores, en caso de que se requiera.
Las sentencias de los tribunales agrarios se dictarán a verdad sabida y en
conciencia, fundándose y motivándose, sin necesidad de sujetarse a reglas de estimación
de las pruebas. El artículo 189 de la Ley Agraria, actualmente en vigor, dispone que las
sentencias de los Tribunales Agrarios se dictarán a verdad sabida sin necesidad de
sujetarse a reglas sobre estimación de las pruebas, sino apreciando los hechos y los
documentos según los tribunales lo estimaren debido en conciencia, fundando y
motivando sus resoluciones.
Lo anterior significa que para la valoración de los medios de prueba que deba
hacerse al emitir las resoluciones agrarias, los tribunales agrarios deben sujetarse a dos
parámetros axiológicos que parecen contradictorios entre sí; uno que se refiere a que
dichas sentencias se dictarán a verdad sabida sin necesidad de sujetarse a reglas sobre
estimación de las pruebas, sino apreciando los hechos y los documentos según los
tribunales lo estimaren debido en conciencia90; y el otro, que nos dice también que esa
estimación en conciencia, debe ser fundada y motivada.
De conformidad con la corriente del derecho natural que desde luego privilegia la
aplicación de los principios generales del derecho, la apreciación en conciencia
precisamente conlleva la ausencia de la valoración estricta de pruebas, constancias y

89 MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Francisco, Op. cit., p. 425.


90 El subrayado es nuestro.
145

actuaciones procesales sujeta a reglas valorativas procesales; mientras que la


fundamentación y motivación de las resoluciones, nos remite, por necesidad, a la
valoración de los medios probatorios conforme a los preceptos fundamentales y adjetivos
que se encuentran previamente establecidos por las normas de derecho. De ahí que,
como se ha dicho, tal y como aparece en la redacción del artículo 189 de la Ley Agraria,
se presuma una contradicción.
Efectivamente, la apreciación en conciencia de las actuaciones procesales y
medios probatorios, no contiene la valoración formal que se requiere a partir de la
fundamentación y motivación estrictas; esto significa que tal apreciación requiere que las
pruebas y las constancias se analicen de conformidad con un razonamiento meramente
lógico, mediante el cual se aprecian los hechos tal y como se encuentren probados de
una forma fáctica e histórica, tomando en cuenta para ello, más que las normas vigentes,
los principios generales del derecho como conceptos universales de la justicia y la
equidad, orientados por lo más genuino del derecho natural y del sano juicio.
De modo contrario, la fundamentación y la motivación que exige la mayoría de los
regímenes basados en el derecho positivo, requiere que la valoración de las constancias
que obran en el expediente, se haga emitiendo razonamientos lógico-jurídicos, mediante
los cuales se concatenen las pruebas, las que a su vez deberán ser analizadas a la luz y
fundamentación de los preceptos previamente establecidos en la ley aplicable a los casos
concretos y al procedimiento.
Asimismo, retomando lo anterior, la verdad sabida se refiere obviamente a
aquellos principios universales orientados por el derecho natural, que nos remiten a la
estimación de los elementos convictos, tomando en cuenta lo que se encuentra probado
y demostrado objetivamente en los autos.

3.4.9. El recurso de revisión

Finalmente, la forma de impugnar las sentencias que ponen fin al juicio por los
Tribunales Unitarios Agrarios o de primera instancia, es por medio ordinario, que es el
recurso de revisión ante el Tribunal Superior Agrario, similar al de la apelación en materia
común; o bien, el extraordinario, mediante el juicio de amparo directo, lo cual se deduce
146

del artículo 200 de la Ley Agraria, en el que se establecen la forma y los términos
procesales para ello.
Los artículos 198 y 200 de la propia ley sustantiva, regulan precisamente el recurso
de revisión, el primero de los cuales establece los casos en los que el mismo procede,
referentes a sentencias de los tribunales unitarios agrarios que resuelvan en primera
instancia expedientes de conflicto por límtes de tierras entre dos o más núcleos de
población ejidal o comunal, o entre estos con propietarios particulares; expdientes de
restitución de tierras y aquellos de nulidad de resoluciones en materia agraria.
Solamente en esos supuestos procede el recurso de revisión ante el Tribunal
Superior Agrario. En los demás casos en los que se dicta sentencia definitiva por los
tribunales unitarios, procede el juicio de amparo uni-instancial o directo ante el Tribunal
Colegiado de Circuito que corresponda.
El recurso a que se hace referencia, se debe presentar ante el tribunal unitario que
emitió la sentencia, dentro del término de diez días posteriores a la notificación de la
misma; por lo que, una vez admitido en tiempo y forma, se turnan los autos del expediente
natural, con el escrito de agravios y la notificación a la contraparte, con o sin la promoción
que ésta hubiese emitido, al Tribunal Superior, el cual deberá resolver en definitiva dentro
de un término no mayor a diez días.
En los caos que se trate de actos emitidos por los tribunales agrarios, distintos a
las sentencias definitivas, procede el amparo indirecto ante el Juez de Distrito que
corresponda.
Sólo basta decir que en materia agraria, la suplencia en los juicios de amparo,
sigue siendo amplia y considerable, tanto en la forma como en el fondo; en los términos
y comparecencias, y en la materia de la suspensión, incluso con la actual Ley de Amparo
de 2011, que derogó el Libro del Amparo en Materia Agraria. En ese sentido, esa
prerrogativa es más extensa incluso hacía los indígenas y su territorio, con base en los
artículos 1°, 2°, 27, 103 y 107 de la Constitució General y el sinnúmero de jurisprudencia
al respecto.

3.5. El desarrollo económico y social en el medio agrario


147

A partir de las modificaciones efectuadas al artículo 27 de la Constitución Política de los


Estado Unidos Mexicanos y la promulgación de la Ley Agraria en el año de mil
novecientos noventa y dos, hasta la fecha en que se escribe éste libro, febrero del año
2021, se le ha atribuido el deficiente desarrollo económico y social de las personas que
habitan en los centros de población ubicados en los ejidos y comunidades, a las políticas
públicas del periodo considerado como neoliberal, al establecer, en esencia, una política
pública en la tenencia de la tierra de tendencia privatizadora y de irrupción comercial
desproporcionada.
Paradójicamente, antes del año 1992, se consideraba que el atraso y deficiente
desarrollo económico y social, se debía a que el estado a través de la normatividad
agraria, ejercía una política pública restrictiva del ejercicio de la propiedad y de los
derechos de libre asociación y comercio respecto de las actividades productivas de los
sujetos agrarios.
En los trabajos del libro intitulado Derecho Agrario, de Antonio de Ibarrola91, los
mismos se refieren al subdesarrollo de los sujetos agrarios, debido una política pública
encaminada al corporativismo y una acción distributiva de la tierra y restrictiva en los
medios y proceso de producción y comercializació; lo que desembocaba en la deficiencia
en el desarrollo de capacidades del personal involucrado en las actividades económicas
y sociales del campo mexicano.
Hay quienes en foros e inclusive en publicaciones informales de prensa, se atreven
a asegurar que la pobreza en el medio rural, donde hay propiedad social, va ligada
necesariamente a la modalidad de la tenencia de la tierra, como si bastara la firma de un
documento o decreto para la conversión de propiedad social a propiedad particular
(dominio pleno) y con ello se solucionara la pobreza derivada de una deficiente
productividad.
Otras opiniones relacionan la pobreza en la gente del medio rural, y su falta de
productividad, al tipo de personas involucradas (ejidatarios y comuneros), sin reflexionar
que las acciones de desarrollo de capacidades han sido implementadas de manera
deficiente y con muy poco entusiasmo institucional para éste sector poblacional.

91De Ibarrola, Antonio, DERECHO AGRARIO, el campo base de la patria (1993), Edit. Porrúa, México;
Cap. CXII, relativo a las conclusiones.
148

Lo anterior, en gran medida se explica, debido a que los esfuerzos del Estado
Mexicano, han enfatizando únicamente en aspectos de producción de subsistencia y no
de producción intensiva de calidad, para una economía de escala, además de llevar
ímplicitos fines propagandísticos haciéndoles llegar diversos activos productivos, sin que
se ponga a la misma persona productora al centro de dichos programas, con un
seguimiento sistemático de sus avances y fortaleciendo las cadenas productivas en lo
que ve a suministros, permisos y logística; además del apoyo y capacitación en la
actividad empresarial.
Con independencia de lo anterior, las acciones para el fomento a los procesos
organizativos, de asesoría y de adquisición de producto de las actividades agrícolas y
pecuarias, para su posterior distribución a detalle, se han desvirtuado y se han
corrompido en su ejercicio; y en la mayoría de los casos, lejos de componer las
inconsistencias y mejorar los procesos y acciones, más bien se han desmantelado las
instituciones y programas de apoyo (caso CONASUPO, Sistema Alimentario Mexicano
SAM, Comisión Técnica del Programa de Empleo Rural COTEPER, Programa Nacional
de Solidaridad PRONASOL, Extensionismo Agrícola y pecuario; PROCAMPO-
PROAGRO, LICONSA etc.)
Es importante señalar que, la política pública agraria diseñada, ha tenido diversas
disposiciones de apoyo en su gran y variada normatividad legal encaminada a fomentar
el desarrollo económico, urbano y social, pero una cosa es que se encuentren dispuestas
en sus diversos cuerpos de leyes y la otra es que el ejercicio de las mismas, no ha sido
el óptimo, en perjuicio de los campesinos de México.
Si uno lee con detenimiento y capta el espíritu y fines de los planes de San Luis (5
de octubre de 1910 de Francisco I. Madero) y Ayala (28 de Noviembre de 1911 de
Emiliano Zapata), se podrá percatar que el objeto de recuperar y acceder a las tierras
que les habían despojado en antaño por diversos medios legales y de facto a los pueblos,
era para que la gente de esos pueblos y rancherías tuviera un patrimonio con tierras de
labranza que les constituyera un modo de empleo para elevar su nivel de vida.

3.5.1. La organización y el desarrollo agrario, antes de la vigente Ley Agraria de


1992
149

En la Ley Agraria del seis de enero del año 1915 no se hizo mención sobre los
procesos productivos, ya que únicamente se establecieron las bases jurídicas y
filosóficas de lo que hoy conocemos como Reforma Agraria, que contiene ya los aspectos
torales del artículo 27 de la Constitución de 1917, en donde se definen los tipos de
tenencia de la tierra que a la fecha prevalecen, como son: la propiedad ejidal, la comunal
y la pequeña propiedad.
Fue a partir del año de 1926 que se fue estatuyendo de manera adyacente en
diferentes cuerpos de leyes, las diversas disposiciones legales que normaron la actividad
económica productiva en el medio rural, a partir de la Constitución y su operación del
Banco Agrícola a través de la puesta en marcha de la Ley General de Crédito Agrícola.
En materia de organización institucional, el decreto del 6 de enero, establece en
su Artículo 4o., la creación de la Comisión Nacional Agraria, así como la de una Comisión
Local Agraria por cada estado o territorio de la República, los cuales fueron los primeros
órganos facultados para repartir tierras. De esta manera, se institucionalizaba la
restitución y dotación de tierras comunales y ejidales a los campesinos y, ante lo corto
de esas disposiciones, fue que el diez de abril del año de 1922, se implementó un
Reglamento en el cual se definían de mejor manera los procedimientos administrativos
sobre afectación y dotación de tierras y sus relaciones al interior de los ejidos en cuanto
al ejercicio de derechos corporativos.
La Constitución de 1917 formalizó lo anterior y estatuyó la creación de Instituciones
agrarias sobre derechos de acceso a la tierra y su norma respecto de las relaciones entre
los sujetos agrarios entre sí y con los órganos de gobierno.
En el Código Agrario de 23 de septiembre del 1940, promovido por el General
Lázaro Cárdenas aparte de diversas disposiciones procedimentales que respondían a las
modificaciones del artículo 27 de la Constitución, se implementaron las primera figuras
jurídicas encaminadas al fomento a la producción en los núcleos agrarios instituyendo,
entre otras, las parcelas escolares para que sirvieran a los alumnos como centros de
capacitación de las mejores prácticas agrícolas y pecuarias y, paralelamente, se impulsó
el establecimiento de las Escuelas Técnicas Agrícolas “ETAS”, a fin de hacer accesible
la academización de las actividades pecuarias, pero ahí también se asentaron las bases
para que en los casos en que se comprobara la falta de explotación directa de las parcelas
por sus titulares por mas de dos ciclos, dicho titular perdería los derechos como ejidatario.
150

Fue en la primera Ley Federal de Reforma agraria del 1971, cuando aún operaba
el Departamento de Asuntos Agrarios y Colonización (DAAC), donde se definieron las
facultades del Secretario de Agricultura y Ganadería y, así, en su Libro Tercero, se
establecía el capítulo relativo a la “Organización Económica del Ejido”, aunque con
diversas restricciones: a saber:
ARTICULO 128.- Los titulares de las dependencias y organismos oficiales,
que dentro de sus atribuciones legales participen en la Reforma Agraria, deberán
establecer una adecuada coordinación para programar sus actividades conforme
a los principios que dicte el Presidente de la República.
ARTICULO 129.- Las prerrogativas, derechos preferentes, formas de
organización y garantías económicas y sociales que se establecen en este libro,
se mencionen o no expresamente, se entenderán otorgados por igual a ejidatarios,
comuneros y pequeños propietarios de predios equivalentes a la unidad mínima
de dotación individual en los ejidos.
ARTICULO 130.- Los ejidos provisionales o definitivos y las comunidades
podrán explotarse en forma individual o colectiva. La explotación colectiva de todo
un ejido sólo podrá ser acordada o revocada por el Presidente de la República,
previa elaboración de los estudios técnicos necesarios por el Departamento de
Asuntos Agrarios y Colonización; en todo caso deberá mediar solicitud de los
núcleos interesados aprobada en Asamblea General por las dos terceras partes
de sus integrantes con excepción de los casos a que se refiere el artículo 131.

Es importante hacer notar, que las disposicioneslegales antes citadas, estaban


limitadas respecto de su libertad para contrtatar comprometiendo el usufructo de las
tierras, a que los tratos, preferentemente se hcieran entre los mismos ejidatarios y que
estrictamente fueran aprobadas por la asamblea ejidal para los casos en que se
comprobara la incapacidad física del titular del derecho, o que en el caso de que se tratara
de mujeres titulares de derechos, éstas quedaran en estado de viudés o tuvieran hijos
menores a cargo
En la modificaciones que se hicieron a la Ley Federal de la Reforma Agraria, en
1982, aparte de que se modificó el plazo para privación de derechos de los ejidatarios
por falta de explotación directa de las parcelas ahora a dos años y no dos ciclos, se
destacó el concepto de Reforma Agraria y Desarrollo Rural Integral, y como
151

consecuencia, el fortalecimiento de la organización social y agraria encaminada a la


producción a través de acrecentar el personal y programas que manejaba la entonces
Subsecretaría de Organización Agraria.
Se implementaron asimismo, manuales de organización y producción,
diagnósticos ejidales con participación de los sujetos agrarios; la organización y apoyo
para jornaleros y personal que intervenía en las actividades de campo a través de la
Comisión de Empleo Temporal en el medio Rural (COTEPER) y acciones de vinculación
con las demás instituciones gubernamentales encaminadas a la producción como la
Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos (SARH); Instituto Nacional Indigenista
(INI) y Comisión Nacional de Zonas Áridas (CONAZA) entre muchas otras.
Sin embargo, hay que decir que lejos de crecer y perfeccionar el apoyo a los
procesos de organización para la producción y comercialización, la deficiente planeación
asertiva y la falta de coordinación transversal interinstitucional, así como la rampante
corrupción, derivó en que fuera disminuyendo la aplicabilidad de las citadas
disposiciones; por lo que, en un afán de un control político corporativista, se entregaron
diversos recursos y programas a las organizaciones sociales campesinas como
intemediarias y el manejo de los recursos propios de los ejidatarios y comuneros erean
manejados con apoyo en las disposiciones de la Ley Federal de Reforma Agraria, desde
las delegaciones estatales de la Secretaría de la Reforma Agraria a través de la
subdelegación que manejaba la representación de FIFONAFE en el programa de manejo
y control de los “Fondos Comunes” de los núcleos agrarios.
De ahí que cuando se derogó aquella legislación, entre otras cosas, se argumentó
que “los núcleos agrarios, ya habían adquirido la mayoría de edad, ya que se les
reconocía su personalidad jurídica y patrimonio propio y con ello, tendrían plena
capacidad para manejar sus recursos naturales y económicos”, lo anterior en un ejercicio
de respetar su autonomía y libre autodeterminación que les otorga el vigente artículo 9
de la Ley Agraria, en relación con lo dispuesto por el artículo 27 en su fracción VII de
actual vigencia.

3.5.2. El desarrollo productivo bajo la óptica del actual marco jurídico


152

El marasmo creado en los procesos de producción y comercialización de los


bienes producidos en los núcleos agrarios y las disposiciones restrictivas a la circulación
de los derechos agrarios respecto del uso y usufructo de las tierras ejidales, trajo consigo
las recomendaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de la Organización para
la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), para la actualización del cuerpo
normativo agrario, resultando con ello, las “Reformas al artículo 27 de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos” del 6 de enero de 1992 en sus fracciones VII,
segundo, tercer y cuarto párrafos, que reconocen la propiedad de las tierras ejidales en
favor de los sujetos agrarios y la personalidad jurídica de los ejidos y comunidades.
A su vez, alineado con las reformas anteriormente señaladas, la Ley Agraria en
vigor, otorgó capacidad a los sujetos agrarios, de asociarse y efectuar contratos para el
aprovechamiento de las tierras ejidales y comunales, tanto en lo colectivo como en lo
particular; mientras que los artículos del 4 al 8, refieren la obligación que impone a las
autoridades e instituciones públicas y privadas para participar en el desarrollo económico
agrario.
Los ejidatarios, quedan ahora plenamente facultados para formar uniones de
ejidos, asociaciones rurales de interés colectivo ARICS y participar en cualquier tipo de
sociedades, sean mercantiles o civiles que no se encuentren prohibidas por la ley (art.50).
Para las cuestiones del desarrollo humano, e inclusive para el establecimiento de
proyectos de órden inmobiliario, se establecen las reglas para la localización y
regularización de áreas de asentamientos humanos, atendiendo a las demás
disposiciones de carácter ambiental de la Ley General de Asentamientos Humanos y la
normatividad aplicable en materia de urbanismo en la entidad federativa de que se trate
(artículos del 64 al 68).
Con el fin de incentivar la producción y capacitación agrícola, pecuaria o
agrindustrial, se establecenlas formas para delimtar y destinar parcelas con destíno
específico para el establecimiento de la parcela escolar (art.70), también se estblece la
facultad para implementar la Unidad Agrícola e Industrial de la Mujer (UAIM) en el artículo
71 y así mismo, el artículo 72 también faculta a los núcleos agrarios para establecer
Parcelas para el Deesarrollo Integral de la Juventud;
A que los núcleos agrarios puedan aportar tierras de uso común a sociedades
propietarias de tierras para proyectos de notorio beneficio en favor de los sujetos agrarios
153

la Ley establece las formas y condiciones para tal efecto (artículo 75) y a su vez el artículo
77, faculta a sus propietarios al uso de las parcelas para fines productivos que estimen
pertinentes

3.5.3. A manera de conclusión

La política agraria y la política de desarrollo rural, se han percibido como


divergentes y además, el desarrollo rural, solo se ha limitado al impulso de acciones
orientadas a la producción esencialmente en lo agrícola, pecuario, forestal y en la última
décadas, en una escala muy baja en cuestiones de ecoturismo, y peor aún, en mucho
menor escala en aspectos mineros relativo al aprovechamiento de minerales pétreos
principalmente, lo anterior, sin armonizar con aspectos de orden ambiental y social
provocando con ello inconsistencias normativas y un cúmulo de disposiciones, que desde
luego no alcanzan a ser asimilidas para su uso y aplicación por los propios sujetos
agrarios.
Es importante dejar constancia que, en el trascurso del tiempo comprendido en el
siglo veinte y lo transcurrido en el cutual, ha habido diversas disposiciones legislativas
diversas a los cuerpos de leyes en materia agraria, encaminadas al fomento de la
producción y/o comercialización de los productos del campo, ya sea de manera asociada
o individual, el problema como ya se dijo, en gran medida ha consistido, no en el menú
de disposiciones legales, sino en la falta de voluntad y atingencia en en la implementación
de políticas públicas aplicables en los sujetos agrarios de los ejidos y comunidades del
Estado Mexicano y entre otras disposiciones se destacan la siguientes:
Ley de Desarrollo Rural, publicada en fecha siete de diciembre del año 2001, la
cual, entre otras cosas, buscando diversificar los esquemas y disposiciones legales de
planeación y producción de productos agrícolas y pecuarios, rompe con los mismos
esquemas de la producción en sí, en función de territorio y hegemonía de pueblo, sin
partir de una planeación participativa comunitaria en uso del suelo, ya que, entre otras
cosas, enfatiza en la implementación de los “Sistema Producto”, el cual desarticula la
planeación integral de producción con la participación directa de los productores de
pequeña escala en base a necesidades alimentarias, los cuales se ven avasallados por
154

las poíticas y condiciones de los grandes productores, principalmente los que tienen
capacidad de financiamiento y exportación.
Por su parte, el Código Fiscal de la Federación y sus misceláneas, aunque otorga
varios y diversos estímulos tanto a la producción como a la organización para la
producción, no es claro respecto a la comercialización y cadenas de distribución de
productos agropecuarios, pero sobre todo, sus disposiciones son ampliamente ignoradas
por los propios contadores y economistas; y más aún, por los propios beneficiarios que
en este caso son los sujetos agrarios, lo cual los pone en una gran desventaja respecto
de lo que pueden deducir fiscalmente y respecto de las grandes empresas productivas
que, contando con ayuda profesional, si deducen hasta e el último peso en beneficio de
sus cadenas de suministro e impacto final en su enormes ganancias económicas, a
contrapunto de la falta de asesoría oportuna y profesional de los productores a quienes
van dirigidas.
Las disposiciones en materia de desarrollo rural, no obstante que en la
conformación de sociedades encaminadas a la producción y/o explotación de productos
primarios en fruto o de recursos naturales de manera directa para su transformación
industrial (Sociedades de Producción Rural SPR, Sociedades de Solidaridad Social SSS
o Sociedades Cooperativas S C) fueron diseñadas como incentivo para el apoyo de los
productores de pequeña escala, éstas realmente son buscadas y utilizadas por grandes
inversionistas como un medio para eludir responsabilidades de orden fiscal,
aprovechando las bondades de sus disposiciones, y resulta que para los casos de los
pequeños productores, son muy poco aprovechadas para su aplicación y uso, debido a
su deficiente difusión en el medio productivo rural y lo farragoso de su tramitología
institucional
A manera de comentario final, es preciso decir, que la orientación de la política
agraria, por muchos años, se ha planeado con un enfoque de defensa de derechos de
territorio y acompañada de acciones redistributivas de la tierra o identificación y/o
acomodo de los derechos inherentes a la tierra o a las actividades corporativas de las
asambleas ejidales o comunales, pero alejada de los procesos de producción,
comercialización y adquisición de bienes para sus beneficiarios, privilegiando el enfoque
respecto de la relación tierra-persona-derechos corporativos para su incrustación en los
procesos de producción, pero sin definir las fórmulas para acrecentar el nivel de vida en
155

función del acceso a los procesos de intercambio de los bienes de valor producidos por
los bienes de uso.
A lo anterior, se suma, que lo devastador de la política publica de llamado periodo
neoliberal, a raíz del ingreso de México al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros
y Comercio (GATT por su siglas en inglés) y con el tratado de libre comercio (TLC) y
ahore Tratado México, Estados Unidos y Canada (T-EMEC), si bien se propició una serie
de facilidades para exportar productos, no se tomó en cuenta, sin embargo, las asimetrías
de los pequeños productores con deficiencias en los procesos de producción y
comercialización y por tanto, no serían sujetos de dichas oportunidades exportadoras y
que, para la intención de que “ellos cubrieran el mercado Interno”, la desproporción de
sus capacidades con la indiscriminada política de importación de productos, han visto
avasallados sus sistemas de producción y logístia de distribución local con el terrible
impacto económico que ello ha reportado, con un consecuente abandono de las
actividades microempresariales agrícolas pecuarias y agroindustrial.
Propuesta: sería de mayor utilidad, al amparo de lo dispuesto por los artículos 5 al
8, de la Ley Agraria, que se implementara una política de Estado, encaminada a la
articulación institucional en comunión directa con los productores, para fortalecer los
procesos de producción, acopio y comercialización en el mercado interno y ¿por qué no?
con miras hacia los países del sur y asiáticos, en los que sus exigencias de calidad en
tamaño y presentación del producto, no es tan relevante.
Por tanto, las nuevas metas que se propongan en el incremento a la producción y
su calidad, tendrán que responder a la pregunta inicial del proceso agrario (Plan de Ayala)
¿para qué la restitución de tierras, aguas y bosques? Si se responde como un ejercicio
redistributivo de la tierra y sus derechos ó como un medio para elevar el nivel de vida de
los campesinos, lo que nos lleva de manera muy concisa a identificar como mínimo las
siguientes tareas a realizar en las dependencias gubernamentales del sector agrario:
Procuraduría Agraria. Sin dejar de lado las demás acciones que despliega en
defensa de los intereses de los campesinos, debería implementar acciones de
Organización social y Agraria encaminadas a la constitución y fortalecimiento de figuras
jurídicas para la producción, la asesoría y orientación a nivel de sus unidades
administrativas conocidas como “Residencias” en materia de contratos encaminados a
los procesos de producción y comercialización.
156

Registro Agrario Nacional. Procurar la simplificación y agilidad en los procesos de


inscripción documental relacionada con la Organización Agraria en figuras jurídicas para
la producción y contratos encaminados a los procesos de producción y comercialización
SEDATU (Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano). Instauración de
un Instituto o cualquier otra forma de dependencia institucional, encaminada al fomento
del Desarrollo Agrario, incluyendo el apoyo de la academia universitaria disponible, que
coordine y regule a los órganos que a nivel estatal se instituyan para propiciar el
desarrollo agrario en base a procesos de planeación participativa alineada a los
instrumentos de planeación y ordenamiento territorial del uso del suelo y sus procesos
de desarrollo con enfoque económico, social y ambiental
En los Gobiernos de los Estados o entidades federativa y sus municipios, que con
apoyo e impulso tanto de la Procuraduría Agraria así como de la Secretaría de Agricultura
y Desarrollo Rural (SADER), promuevan el establecimiento de centros de orientación y
asesoría en procesos de producción y sinergias de comercialización de productos a partir
de una real identificación, tanto de potenciales de producción, como inventarios reales de
lo inminente a producir para la búsqueda de su colocación a nivel micro regional,
municipal, estatal e internacional, según sea su demanda y necesidad, impulsando de
manera decidida. la asesoría, tanto en contratos como en figuras asociativas y
aprovechamiento de beneficios de orden fiscal.
157

CAPÍTULO CUARTO
PERSPECTIVAS DEL DERECHO SOCIAL AGRARIO

Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ


Beatriz ESQUIVEL CONTRERAS

4.1. Las figuras legales privatizadoras del campo mexicano

Al entrar en vigor como derecho positivo, la Ley Agraria y la Orgánica de los Tribunales
Agrarios, producto del reformado marco constitucional, como se dijo, emergieron por
consecuencia, las nuevas autoridades encargadas de hacerlas cumplir. Los tribunales
agrarios, con plena autonomía y jurisdicción, para resolver las controversias suscitadas
por la aplicación de las leyes agrarias, con auxilio de la supletoria legislación civil y
mercantil.
La Procuraduría Agraria, como institución encargada de la defensa de los
derechos agrarios de los campesinos en general y el Registro Agrario Nacional,
encargado del registro y resguardo de los actos de naturaleza agraria; de los documentos
de los pueblos ejidales y comunales; de los derechos individuales y de los actos de
conversión de la propiedad social agraria al régimen de dominio pleno o propiedad
privada.
A la época actual, han transcurrido casi 30 años de aquella reforma al artículo 27
constitucional en materia agraria. Sus efectos y consecuencias en el medio social, ya se
han podido dimensionar; lo cual, dicho sea de paso, es lo que de toda transformación
jurídica de trascendencia se espera. Incluso, esa fue la apuesta de los operadores
políticos del salinismo; quienes argumentaron reiteradamente que, con aquellas
modificaciones, se darían mejores oportunidades económicas y sociales para los
campesinos; amplios márgenes de libertad, al despojarlos de la tutela del derecho social
y darles la oportunidad de decidir sobre su patrimonio.
Sin embargo, nuevamente la realidad histórica se ha impuesto; pues al no haberse
transformado las inequitativas formas económicas imperantes, en las que menos del diez
por ciento de la población se apropia de más del ochenta por ciento de la renta nacional,
“la libertad” pregonada para las mujeres y los hombres del campo, a estas alturas ha
158

quedado como la pretendida igualdad de los liberales del siglo XIX, la que, ante el
contexto social de la época, se convirtió, en los hechos, en una profunda desigualdad que
a la postre ocasionó una de las primeras revoluciones sociales del mundo.
El régimen liberal que impulsó las reformas, que los intelectuales orgánicos del
salinismo impulsaron bajo la paradójica denominación de liberalismo social, no fue otra
cosa que el impulso de la política neoliberal en el campo, con interés soterrado en la
privatización de la tierra ejidal y comunal, con el fin de colocarla en el mercado.

4.1.1. La delimitación y asignación de las tierras ejidales y comunales al amparo


del artículo 56 de la Ley Agraria (El Programa de Certificación y Titulación de Tierras
Ejidales y Solares Urbanos “PROCEDE” y el mercado de tierras)

Una de las figuras legales más socorridas, si no es que la más importante, para
los actos civilistas de enajenación de la tierra ejidal y comunal; para la procedencia de la
prescripción adquisitiva y, desde luego, para la privatización mediante la modalidad de la
adopción del dominio pleno, lo constituye la delimitación de las tierras ejidales y
comunales y la titulación de solares; algo similar a las Leyes de Colonización de la época
de Porfirio Díaz.
Bajo aquella delimitación, que es regulada primordialmente por el artículo 56 de la
Ley Agraria, se delimitan y asignan las áreas de las tierras; las de uso común o colectivo,
que en apariencia sigue siendo imprescriptible e inalienable; distribuida proindiviso entre
todos los ejidatarios o comuneros.
La tierra parcelada, constituida por parcelas y asignada en titularidad a los
ejidatarios o comuneros, o bien a los posesionarios con derechos limitados a la posesión
y usufructo y, finalmente, la zona urbana, conformada por los bines públicos y colectivos,
sobre todo, por los solares con fines de vivienda que, desde el momento de la delimitación
y asignación formal, adquieren el carácter de propiedad plena a favor de sus poseedores.
Esos actos de delimitación y asignación de tierras, se llevaron a cabo en el pasado
inmediato, mediante la implementación de programas institucionales conformados por las
dependencias agrarias, denominados PROCEDE92 y PROCECOM93. El primero para los
ejidos y el segundo para implementarse en las comunidades. Actualmente, ya sin

92 Programa de Certificación y Titulación de Derechos Agrarios y Titulación de Solares.


93 Programa de Certificación de Derechos Comunales.
159

programas oficiales y gratuitos, la delimitación la llevan a cabo empresas particulares que


“contratan” los núcleos agrarios, las cuales, por lo general, en pago a sus servicios,
reciben considerables extensiones de tierra bajo la adopción del dominio pleno, que se
destina, ya por los particulares, al desarrollo inmobiliario, a la especulación y al comercio.
Al más puro estilo de las Compañías deslindadoras del porfiriato.
[…] El menú de posibilidades para apropiarse de las tierras o de su riqueza
es amplio, las otras opciones son a través de la compra, renta o bien de cambio
del régimen de tenencia de la tierra, es decir, de la conversión de propiedad social
a propiedad privada a través de la adquisición del dominio pleno. De esta manera,
existen diferentes alternativas jurídicas para que el inversionista realice sus
cálculos de costo-beneficio y se decida por la que le garantice una mayor plusvalía
y el menor riesgo de conflicto social o agrario […] Parte fundamental de este
paquete jurídico han sido los programas operativos impulsados a partir de 1993: el
Programa de Certificación de Derechos Ejidales y Titulación de Solares Urbanos,
Procede; y el Programa de Certificación en Comunidades, Procecom. Los cuales
han tenido el objetivo de delimitar, destinar y asignar de manera individual la tierra
de los núcleos agrarios. Programas que han constituido la premisa legal sin la cual
no sería posible optar por las nuevas alternativas jurídicas. Lejos de lo que en su
discurso manejan los responsables de ejecutar estos programas, no han sido
aceptados en muchos ejidos y comunidades de manera voluntaria ni democrática,
baste revisar su propio marco legal. El programa puede ser aprobado, por ejemplo,
en una asamblea convocada por segunda ocasión con la mayoría de votos de los
sujetos agrarios que asistan, es decir, la decisión puede recaer en un número de
ejidatarios o comuneros poco representativo. Esa ha sido una de las salidas
legales a partir de la cual las instituciones agrarias han logrado que el programa
sea aceptado [...]94.

De esta forma, la privatización en el campo se va consolidando, y así por ejemplo,


el marco jurisprudencial, intérprete del legislador, ha orientado sus criterios a precisar las
instituciones legales positivas que permiten el acceso a los actos privativos de la tierra,

94 VENTURA PATIÑO, María del Carmen; Nueva reforma agraria neoliberal y multiculturalismo. Territorios
indígenas, un derecho vuelto a negar. Publicación de la Universidad Nacional Autónoma de México, Centro
de Investigaciones Multidisciplinarias sobre Chiapas y la Frontera Sur.
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?pid=S1870-.
160

mediante las figuras del derecho civil romanista, como la enajenación, la prescripción y
la adopción del dominio pleno; actos jurídicos que, por necesidad, requieren de la
delimitación y asignación de las tierras, la cual, como se ha visto, es la puerta de entrada
hacía los actos de comercio en el campo.
En efecto, el artículo 80 de la vigente Ley Agraria, dispone que los ejidatarios
podrán enajenar sus derechos parcelarios a otros ejidatarios o avecindados del mismo
núcleo de población, para lo cual, el enajenante deberá dar el derecho al tanto a sus
familiares directos y dar aviso al comisariado ejidal e inscribir el acto en el Registro
Agrario Nacional, para la expedición de los certificados correspondientes.
Sin embargo, el acto jurídico es nulo si no cuenta con requisitos previos e
indispensable, independiente del resto de ellos, como lo es el de la vecindad del
adquirente cuando no es ejidatario y el efectivo otorgamiento por escrito del derecho al
tanto. Estos últimos que son aspectos de forma y que, por su naturaleza, solo pueden
dar lugar , como ya lo vimos, a la nulidad relativa.
Pero aquel requisito de fondo a que nos referimos y que sí puede dar lugar a una
nulidad absoluta, es aquel que requiere que para que procede la enajenación de los
derechos parcelarios ejidales y comunales, previamente la tierra de que se trata, debió
haber sido delimitada y asignada en términos del artículo 56 de la ley de la materia, y en
caso de no ser así, como se ha dicho, la enajenación no podrá surtir efectos jurídicos. La
siguiente tesis aislada, nos demuestra lo que señalamos:
TIERRAS EJIDALES. SI A LOS EJIDATARIOS NO SE LES HA OTORGADO EL
DOMINIO PLENO SOBRE ELLAS, CONFORME A LOS ARTÍCULOS 27,
FRACCIÓN VII, DE LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DE LOS ESTADOS UNIDOS
MEXICANOS Y 81 DE LA LEY AGRARIA, NO PUEDEN CEDER SUS DERECHOS
RELATIVOS A UN TERCERO AJENO AL NÚCLEO DE POBLACIÓN, AUN A
TÍTULO GRATUITO. Tanto el contrato de cesión de derechos, a título oneroso o
gratuito, como la compraventa constituyen formas de enajenación, pues implican
la transmisión de un bien o derecho mediante un acto jurídico de distinta
naturaleza; consecuentemente, al implicar dicha enajenación un acto de dominio,
en materia agraria sólo pueden efectuarla los ejidatarios respecto de las
tierras parceladas que se les hubieran asignado, en favor de los miembros o
avecindados de ese núcleo ejidal; y a los terceros ajenos a ellos, por las tierras
respecto de las cuales la asamblea les haya otorgado expresamente el dominio
161

pleno, conforme a la fracción VII del artículo 27 de la Constitución Política de los


Estados Unidos Mexicanos, en concordancia con el artículo 81 de la Ley Agraria.
Por tanto, si esto último no ha ocurrido, la cesión de derechos, aun cuando sea a
título gratuito, causa un perjuicio al núcleo de población, pues independientemente
de que omite respetar los derechos de preferencia y exclusividad de transmisión
de derechos parcelarios entre sus miembros, se realiza sobre bienes respecto de
los cuales el ejido continúa siendo propietario, en términos del artículo 9o. de la
Ley Agraria95.

En sí pues, los actos de comercio como la enajenación de derechos parcelarios,


cesión de los mismos, aportación de tierras de uso común a sociedades civiles y
mercantiles; prescripción adquisitiva y, sobre todo, adopción del pleno dominios, es decir,
emigrar del régimen agrario al de propiedad privada, no pueden ser posibles, desde el
punto de vista jurídico, sin que antes las tierras de que se trate, ya sean parceladas o de
uso común, hayan sido delimitadas y asignados en términos del precitado artículo 56 de
la ley.
Por el contrario, los ejidos y comunidades que no hayan delimitado sus tierras en
los términos expuestos, no están en condiciones de adoptar actos legales regulados por
las leyes del derecho común, es decir, por los derechos civil y mercantil y, en todo caso,
sus tierras seguirán siendo imprescriptibles, inembargables e inalienables.
Sin embargo, en la actualidad, los núcleos agrarios que aún no han delimitado sus
tierras y asignado a sus integrantes, constituyen un número infinitamente menor, y por el
contrario, muchas comunidades indígenas en todo el país y no pocos ejidos, que como
medida de salvaguardar sus tierras, bosques y aguas, como un patrimonio social y
familiar, solo han delimitado sus tierras perimetralmente, pero no al interior, esto es, no
se han delimitado ni asignado parcelas en lo individual, éstas siguen como parcelamiento
económico, sin poderse vender, enajenar ni prescribir; mientras que el uso común, sigue
conservando las características de imprescriptibilidad e inembargabilidad, tal como lo
prevé el artículo 74 de la ley de la materia.

95Tesis número 2ª. XLI/2008, Segunda Sala, Tomo XXVII, abril de 2008, Novena Época del Semanario
Judicial de la Federación, página 732.
162

Lo anterior es así, porque, por lo demás, para que los ejidatarios y comuneros
puedan adoptar el dominio pleno, primera e indispensablemente deben acogerse a la
delimitación y asignación formal, según lo dispone el diverso artículo 81 de dicha ley. Lo
mismo reza para la procedencia de la prescripción adquisitiva, respecto de la cual la
Suprema Corte de Justicia de la Nación se ha pronunciado en los siguientes términos:
PRESCRIPCION POSITIVA EN MATERIA AGRARIA PARA QUE PROCEDA
DEBE INTENTARSE SOBRE TIERRAS FORMALMENTE PARCELADAS. Para la
procedencia de la prescripción positiva en materia agraria, el artículo 48 de la ley
de la materia prevé cuatro requisitos de carácter subjetivo: que se posean tierras
ejidales; en concepto de titular de derechos de ejidatario; de manera pacífica,
continua y pública y durante cinco años, si la posesión es de buena fe, o de diez si
fuera de mala fe. Además, tal precepto establece un requisito de carácter objetivo
que alude a las cualidades que debe cubrir el predio objeto de la prescripción, y
que consiste en que no se trate de tierras destinadas al asentamiento humano, ni
de bosques o selvas, lo que deriva de la protección especial que caracteriza a tales
bienes del ejido, como se advierte de los artículos 27 constitucional; 64 y 74 de la
ley agraria. Así, aunque el citado artículo 48 no excluye de la prescripción positiva
a las tierras de uso común que no sean bosques o selvas, de una interpretación
teleológica i sistemática de éste y de los numerales 23 y 56 de la referida ley, se
concluye que para que un predio ejidal pueda reclamarse por la vía de la
prescripción positiva, debe tratarse de tierras formalmente parceladas, ya que sólo
en tal supuesto podría prosperar la demanda de la prescripción positiva, puesto
que de lo contrario, correspondería a la asamblea del núcleo de la población decidir
el destino del inmueble96.

De esta forma, como lo apuntamos, las tierras, los montes, las sierras y las aguas
de los núcleos de población ejidal y comunal, han ingresado al mercado, mientras que la
pregonada libertad que incluso se imprimió en la exposición de motivos de la reforma
constitucional, solo se ha traducido, para las mujeres y los hombres del campo, en la
libertad de vender o rentar el patrimonio que la revolución social de 1910, quiso que fuera
familiar, con protección social para impedir los actos de comercio.

96Tesis: II.1º.A.117 A, visible en la página 1838, Tomo: XXIII, mayo de 2006, Novena Época del Semanario
Judicial de la Federación y su Gaceta.
163

Por ello, el término “libertad”, que tanto gusta a la política liberal, tendenciosamente
se ha acuñado para confundir siempre a los marginados del campo y de la ciudad, y en
este caso, al suprimirse las previsiones sociales sobre las tierras ejidales y comunales,
los operadores del régimen oficial “invitan” a los sujetos agrarios a ejercer esa libertad
frente a los derechos comunales de los pueblos naturales y al uso común de los ejidos,
haciendo aparecer ese derecho individual como un derecho humano a la propiedad
privada, con lo cual se logra, más temprano que tarde, la delimitación y asignación
individual y con ella, la inclusión de ese derecho particular al libre mercado, en el que,
por lo general, al campesino no le cambian sus condiciones sociales de marginación y
pobreza.
[…] Adicional a ello hay que agregar la presión que ejercen sobre los
núcleos las dependencias del sector agrario y agropecuario. Ejemplo de esto es el
Programa de Apoyos Directos al Campo, Procampo, respecto del cual se ha
determinado como política institucional —por lo menos así ha sucedido en los
hechos— que los beneficiarios comprueben con el «certificado parcelario» los
derechos sobre la tierra si quieren continuar recibiendo el precario apoyo
económico. Esto ha influido para que ejidatarios y comuneros terminen por aceptar
el Procede y el Procecom […] A 15 años de la aprobación de la reforma
constitucional el avance de certificación ha sido notable. De los 29,942 núcleos
agrarios existentes en nuestro país se han certificado 28,261, esto es un avance
de 94% […]97.

Otra de las figuras privilegiadas que inciden sobre la privatización de las tierras
ejidales y comunales, es la que se prevé en la Sección Quinta de la Ley Agraria, intitulada
De las Tierras de Uso Común, que incluye los numerales 73 a 75, en la que los dos
primeros hablan de la naturaleza de las tierras de uso común de ejidos y comunidades,
en el sentido de que éstas constituyen el sustento económico de la vida en comunidad
de los núcleos de población y que esas tierras son imprescriptibles, inalienables e
inembargables. Sin embargo, el artículo 75 de ese mismo apartado, dispone que por
manifiesta utilidad para los núcleos agrarios éstos podrán aportar esas tierras a
sociedades civiles y mercantiles.

97 VENTURA PATIÑO, María del Carmen, Op. cit.


164

Para el efecto de la procedencia de las aportaciones, los núcleos agrarios deberán


realizar asambles en términos de los artículos 24 a 28 y 31 de la ley de la materia; los
cuales regulan los procedimientos que son similares, en el fondo, a aquellos relativos a
la delimitación y asignación tierras, mismos que, a su vez, como lo expusimos, son el
mecanismo legal para colocar las tierras ejidales y comunales en el mercado.
El precitado artículo 75, remite, a su vez, al Título Sexto de la Ley Agraria, en el
que, en el artículo 126, se dispone que las sociedades civiles y mercantiles no podrán
tener en propiedad una superficie de tierra agrícola, ganadera o forestal superior a 25
veces el límite para la pequeña propiedad; por tanto, así las cosas, tenemos que el límite
a la propiedad privada en tierras agrícolas de riego, son de cien hectáreas, multiplicadas
por 25 nos dan dos mil quinientas hectáreas de esa calidad; perso si son de temporal, los
límites a la pequeña propiedad son 200 hectáreas de temporal por 400 de agostadero y
800 de monte; lo que significa, en esta última calidad, una extensión de más de veinte
mil hectáreas como límite a las sociedades civiles y mercantiles.
Por consecuencia, el resurgimiento en México del latifundio, es más que evidente.
La autora María del Carmen Patiño, a quien hemos citado en este apartado, sobre lo
anterior nos dice:
[…] En lo que se refiere a la creación de sociedades mercantiles cabe
señalar que constituye una atractiva opción de acaparar grandes extensiones de
tierra bajo el amparo de la ley. De acuerdo con la legislación está permitido que
una sociedad mercantil pueda concentrar hasta 25 veces lo establecido para una
pequeña propiedad, es decir, hasta 2,500 hectáreas de riego; 5,000 hectáreas de
temporal; 10,000 hectáreas de agostadero; 3,500 hectáreas de algodón, o bien
7,500 hectáreas de plátano, entre otros cultivos. Para el caso de las tierras de
pequeña propiedad ganadera en las que se realicen mejoras — como introducción
de riego, por ejemplo—, y se destinen a usos agrícolas, se seguirán computando
como tierras ganaderas, aun cuando rebasen los límites establecidos para la
pequeña propiedad, lo que representa otra opción más de acaparamiento […] Pero
el asunto de mayor peligro para los ejidos y comunidades en relación con las
sociedades mercantiles es sin duda la aportación de sus tierras, que se consideran
una vez incorporadas al patrimonio de la sociedad como acciones tipo «T». El
único derecho que tienen los titulares de tales acciones es recibir tierra en pago en
165

caso de liquidación, si es que quedan acciones una vez que se liquiden los
adeudos. Esta figura jurídica permite la inversión extranjera hasta en 49% […].

4.1.2. La conversión de tierras ejidales y comunales a la propiedad privada


mediante la adopción del dominio pleno

Desde luego que la manera más explorada para que las tierras ejidales y
comonales emigren del derecho social agrario al de derecho privado, es mediante la
figura denominada de Adopción del Dominio Pleno, misma que es regulada por los
artículos del 81 a 86 de la vigente Ley Agraria.
Los dispositivos en mención, disponen que, para que un ejidatario o comunero
pueda solicitar y adquirir el dominio pleno de sus tierras, éstas debieron ser previamente,
como ya se ha dicho, delimitadas y asignadas en términos del diverso artículo 56; es decir
que, mediante una asamblea calificada, que sea convocada y constituída con un número
requerido de ejidatarios o comuneros; que a la misma asista un representante de la
Procuraduria Agraria y un fedatario público que den fe de la legalidad de la constitución
de la asamblea, de los acuerdos y de la votación que se emita.
En esa asamblea de delimitación y asignación de tierras, se miden las parcelas
por sus vientos y colindancias y se asignan a los ejidatarios o a posesionarios, a quienes
se les expide un certificado parcelario por el Registro Agrario Nacional,en el que constan
los datos personales y los de identificación y delimitación de las parcelas.
Solo si se han delimitado y asignado las tierras en la forma antes expuesta, los
interesados están en condiciones de pedir a la propia asamblea para que convoque y
constituya una asamblea con los mismos requisitos que se expusieron, para que aquella
resuelva si les concede o no adoptar el dominio pleno. En caso de ser aceptada la
petición, el acta de asamblea se manda inscribir en el Registro Agrario Nacional, para
que cancele la inscripción en sus asientos, del cerificado parcelario ejidal, y proceda a
expedir ahora el Título de Propiedad, que se manda inscribir ahora al Registro Público de
la Propiedad, a partir de lo cual los actos subsecuentes sobre la o las parcelas
respectivas, se regirán por la legislación civil y ya no la agraria.
De tal forma que, en no pocas ocasiones, ante la oferta y presión de fraccionadores
y de especuladores de la tierra, o bien, cuando se desea adquirir el pleno dominio con
166

fines e interés personal y/o familiar del campesino, éste tiene que pasar por un verdadero
viacrucis en las oficinas de la Procuraduría Agraria y en la casa ejidal, para solicitar se
convoque a dicha asamblea. Huelga decir que los intereses de todo tipo, se asoman en
esos trámites burocráticos ya sumamente viciados por las inercias de la realidad social
en que nos ha tocado vivir.
También sucede que, en no pocos casos, la resolución de la asamblea sea en
sentido de negar tal concesión, al o a los campesinos solicitantes del dominio pleno, que
el artículo 23 fracción IX de la Ley Agraria, determina como facultad exclusiva de la
asamblea general, en contra de la cual no se prevé por la ley ningún recurso, y cuando
se ejercita, ante el tribunal agrario correspondiente, la impugnación del acuerdo
denegatorio, se determina que, solo para los casos de afectación de derechos por las
asambleas de ejidatarios de delimitación y asignación de tierras, procede esa
impugnación, según el diverso artículo 61 y no para las asambleas de dominio pleno.
Hasta hace algunos años, las sentencias en juicios de amparo directo de los
Tribunales Colegiados de Circuito, eran en el sentido de confirmar las de los Tribunales
Unitarios Agrarios, en los términos expuestos, lo que nos coloca en las siguientes
reflexiones: que en los casos de adopción del dominio pleno, según los órganos judiciales
competentes de nuestro país, la asamblea de ejidatarios o de comuneros, son la máxima
autoridad en contra de la cual no procede medio de defensa alguno; es decir, se coloca
a aquellas como un órgano de justicia definitiva y sin posibilidad de recurso alguno.
La segunda reflexión que se obtiene, es que, aún cuando esos trámites
representan el ingreso de las tierras ejidales y comunales al mundo del capital
especulativo, aún así, las inercias de la burocracia obnubila en los hechos, la marcha de
la constitucionalidad de los derechos humanos; de la horizontalidad de la interpretación
de la disposición jurídica y del principio pro-persona tan comentados en nuestros foros
de cultura jurídica.
No puede ser posible, en un Estado que pretende ser democrático y constitucional
de derecho que, si ya existe una forma legal de que los campesinos puedan obtener el
dominio pleno sobre su o sus parcelas, la burocracia, esa que descompne a la sociedad
entera, en los hechos solo se la conceda a los empresarios, y cuando se trata de un
ejidatario o de un comunero, la tramitología, ante los operadores de la Procuraduría
167

Agraria y los comisariados ejidales y comunales, la tornan casi imposible si no pasa por
aceptar “las condiciones” por aquellos impuestas.
Además, al llegar el reclamo a los órganos jurisdiccionales, éstos se olvidan de los
principios que, de conformidad con los Derechos Humanos y su interpretación, se deben
aplicar, sobre todo, a favor de los seres humanos que históricamente han resentido la
marginación, el desprecio, la burocracia y el racismo.
Y de nuevo el adagio de la época de Porfirio Díaz, la realidad y la Constitución
caminan por senderos distintos y a veces opuestos. En efecto, el Estado neoliberal que
en 1992 modificó el régimen jurídico agrario, sin consulta previa a las mujeres y a los
hombres del campo, impuso de tal forma los mecanismos legales para que las tierras
ejidales y comunales pudieran privatizarse, lo que resultó generalmente en beneficios de
particulares y de empresarios inmobiliarios, generándose una red de corrupción con el
mercado de la tierra, que ha involucrado a instituciones públicas y privadas, a
organizaciones campesinas e incluso a los propios órganos de representación ejidales y
comunales.

4.2. El reflejo de la constitucionalización de los derechos humanos en las


cuestiones agraria e indígena

En nuestro país, como en el resto del mundo occidental pero sobre todo en varios de los
países latinoamericanos, a principios del presente siglo, se inicia una corriente que varios
autores sobre el tema han dado en llamar El Nuevo Constitucionalismo o El
Constitucionalismo del siglo XXI; corriente que, de alguna forma, pretende contrarrestar
la penetración desmedida de las políticas neoliberales en estos pueblos, impulsando para
ello medidas políticas y legislativas a favor de la universalización de los derechos
humanos así como en pro de la autonomía y la libre determinación de los pueblos
indígenas y tribales; procurándose para ello, adoptar, como derecho vigente, los tratados
internacionales más significativos sobre esas materias, tales como el de la Organización
Internacional del Trabajo y el Pacto de San José de Costa Rica, de 1969, en materia de
derechos humanos.
Tal como lo apuntamos en apartados anteriores, las medidas producto de la
revolución social de 1910, en el aspecto de la tenencia de la tierra y, sobre todo, en lo
concerniente a la restitución y confirmación de bienes comunales a los poblados
168

indígenas creó, no solo la propiedad social a favor de dichos pueblos, sino, a la vez, el
entramado jurídico que legitimó esa propiedad, generándose así lo que conocemos como
Derecho Social Agrario, con lo cual se inició, en nuestro suelo, la corriente de los
derechos humanos de segunda generación, que tendieron a establecer los derechos
sociales de las mayorías del campo y de la ciudad.
Pero a la par de la consolidación de este derecho, también se fueron creando
mecanismos políticos de corte corporativo, que sujetaron no solo a las comunidades
indígenas, sino también a los ejidos mestizos, al control clientelar del partido en el poder,
es decir, al PRI; con lo cual se inhibieron las posibilidades autonómicas y de
reconocimiento de la cultura a los pueblos agrarios y, particularmente, de las
comunidades indígenas.
Tal como lo afirma el escritor Luis Villoro, en su obra Los Grandes Momentos del
Indigenismo en México, en un primer momento, refiriéndose a la época colonial, lo
indígena aparece como una realidad siempre revelada pero nunca revelante. Así,
hablamos del indio, lo medimos y juzgamos, pero no nos sentimos ni medidos ni juzgados
por él. En un segundo momento, que se identifica como la era independiente, el autor
dice que el indio juega en la historia sin saberlo; que,
[…] allá arriba, mestizos y criollos arreglan sus papeles, distribuyen su actuación,
su situación histórica; lo nombran su aliado o su enemigo; mientras el indio,
indiferente, ignorante de su propio proceso, sigue laborando tristemente allá abajo.
En un tercer momento lo indígena aparece como una realidad en la que el
mexicano puede reconocerse, pero sin que deje de ser distinto; que así fue como
resultó enemigo del español a la luz de la providencia, aliado del criollo a la luz de
la historia, del mestizo a la luz de la sociología […] Y nunca puede él mismo
acceder a los ojos que lo miden a los jueces que lo salvan o condenan. Para hacer
valer hasta ellos su opinión o voluntad, su confesión o su alegato, solo tiene un
intermediario: el mestizo98.

La cita antes reseñada, nos ponen de manifiesto que, desde la colonización


misma, los indígenas perdieron la batalla y la han seguido perdiendo a pesar de los
principales movimientos sociales del pueblo mexicano, pues si bien es cierto que en un

98VILLORO, Luis (1987). Los Grandes Momentos del Indigenismo en México. México. Edit. Lecturas
Mexicanas, 1ª ed., pp. 240-241.
169

inicio los misioneros católicos defendieron los bienes territoriales y los derechos de los
indígenas; también lo es que esa defensa fue aprovechada, en última instancia, por la
elites dominantes principalmente de españoles peninsulares y seguidamente por los
criollos, con fines de sojuzgamiento por medio de la evangelización.
Además, la cultura de los pueblos indígenas, por cuanto reñía con la tradición
judeo-cristiana, hubo de ser aniquilada, incluso por sus propios defensores. Luego
entonces, los indígenas lo único que lograron fue que se les considerara perpetuamente
como menores de edad, sin capacidad de ejercicio.
La independencia jamás se planteó la condición de los indígenas, motivo por el
cual el nuevo país se organizó y se proyectó solo para los criollos, pues los primeros
fueron evocados para justificar la demanda de escisión, sin embargo, su nivel de vida fue
peor que en la colonia, puesto que, tal como igualmente lo señalamos, bajo el nuevo
Estado liberal, las propiedades comunales se privatizaron y por ende, los poblados
indígenas fueron despojados de hecho y de derecho de sus tierras, montes y aguas.
Con la revolución de 1910, en lo concerniente a los bienes comunales, se declaró
la nulidad de los actos de despojo a los pueblos indígenas y mestizos y se proveyó a la
restitución de las tierras, montes y aguas que se habían usurpado a aquellas, así como
a la confirmación de esos bienes, cuando los tuvieran en posesión en forma común y
desde tiempo inmemorial.
Sin embargo, los campesinos mestizos, en cuanto constituyeron el sector más
numeroso y por ello protagonista primordial del movimiento revolucionario, se apropiaron,
en forma prioritaria y mayoritaria, de los beneficios de la Revolución, tan es así que las
tierras de mejor calidad y más extensa, fueron dotadas a favor de ejidos mestizos y no
de comunidades indígenas. A éstas se les relegó, en confirmación o restitución, a los
montes y sierras; es decir, a las tierras menos productivas agícolamente.
Lo anterior obedeció, muy seguramente, al hecho ya comentado, de que el
indígena fue el menos protagonista y menos numeroso en la Revolución, de ahí que el
pacto que necesitaba el Estado, era con el contingente más significativo. En ese sentido,
la legislación agraria dispuso, en materia de reparto agrario, que, frente a tierras ya
dotadas a los ejidos, no procedía la restitución que solicitaran las comunidades, bajo la
consideración de que hermanos de clase, ya habían sido previamente beneficiados con
la tierra de los latifundistas.
170

Como se ve, los indígenas volvieron a perder la batalla, solo que ahora frente a
sus hermanos de clase: los mestizos, con los que también los unen, obviamente, lazos
de sangre. Y fueron precisamente éstos, los que ahora, en el proceso revolucionario,
hablaron a nombre y en representación de los indígenas, bajo el argumento de la
legitimación racial, tal como en el siglo XIX, lo hicieron los criollos, para justificar la
independencia de un país en el que no concibieron tampoco al indio vivo.
No obstante lo anterior, es innegable que la restitución y entrega de tierras a los
pueblos indígenas, así como la confirmación de las que aún tenían y tienen en posesión,
constituyó un serio intento de reconocer su existencia, su cultura e identidad, como
auténticas civilizaciones que han pervivido por siglos, de generación en generación,
dentro del territorio de lo que fue y ha sido México; puesto que las leyes agrarias producto
de la Revolución, les reconocieron personalidad jurídica y patrimonio propios,
independientemente de que no contaran con alguna resolución agraria.
El anterior concepto se citó en capítulos previos, en los que se citó una
jurisprudencia que nos dice que tanto las comunidades de hecho como las de derecho,
tienen el mismo reconocimiento a su personalidad y, desde luego, personería.
Se debe considerar, que el nuevo Estado revolucionario, nació con fuerte
tendencia positivista, teniendo como eje la figura presidencial heredada del siglo XIX, la
cual contempló solo en los hechos, lo que tenía que contemplar, es decir, la necesidad
de afianzar al grupo político en el poder. Por ello, a los campesinos en general y a los
indígenas en lo particular, cuando hubo necesidad, se les concibió como clientela política,
sujetos a la corporación del PRI; razón por la cual no era conveniente, para el grupo en
el poder, concederles plena autonomía y determinación en sus decisiones
fundamentales.
En otras palabras, tal como lo vimos al comentar las obras de Cossio Díaz y de
Franco Mendoza, el excesivo positivismo jurídico posrevolucionario, no permitía esos
márgenes de actuación a los ejidos ni a las comunidades, y como muestra un botón,
cuando este último señala que los indígenas de la Cañada de los Once Pueblos de
Michoacán, en contra de las previsiones legales, acostumbran que en las asambleas de
las comunidades, tanto para reglamentar la vida de la comunidad como para la
administración de sus bienes comunales, tomar en cuenta, en votación abierta en
171

asamblea, no sólo a los comuneros censados en la resolución presidencial, sino a todos


los hijos del pueblo.
En efecto, el autor Moisés Franco Mendoza, nos dice al respecto que la forma de
posesión comunal de la tierra […] comprende a la generalidad, a la colectividad, sin
exclusión de personas. Es la comúnmente denominada “tierra comunal”, cuyo uso y
disfrute pertenece a todos por igual por el solo hecho de pertenecer a la comunidad. Sin
embargo, no hay que perder de vista que la comunidad comprende tanto a los bienes
como a las personas […] A la equidad se le conoció como “irékakua”, es decir, nuestra
forma de vida, la costumbre. Mientras que a la ley positiva simplemente se le llamó
“jurámukua”, esto es, la Ley. Algo frio que viene de fuera e impuesto, que es severo,
restrictivo y escamoteable99 .
En ese orden de ideas, tenemos pues que, si bien es cierto que a las comunidades
indígenas se les reivindicaron las tierras, bosques y aguas, por medio de las acciones de
restitución y de Reconocimiento y Titulación de Bienes Comunales, y que a partir de que
se les reconoció como comunidad ya de hecho o ya de derecho, han tenido en plena
posesión y propiedad esos bienes; no lo es menos que, la aspiración de autonomía y libre
determinación que han buscado desde el momento mismo en que fueron sometidos a la
encomienda española -y que no lograron con la independencia, menos con la reforma
liberal y que un poco se perfiló con la Revolución-, parece que empieza a prefigurarse en
las postrimerías del siglo XXI, con los movimientos constitucionales señalados con
anterioridad y que en México tuvieron que ser abordados, de manera decisiva, a partir
del surgimiento del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional, de 1° de enero de 1994.
Debido a lo anterior, en México se adicionó el artículo 2° de la Constitución
General, en reforma publicada el 14 de agosto de 2001, cuyas partes medulares conviene
que sean trascritas a continuación:
Artículo 2o.- La Nación mexicana es única e indivisible.
La Nación tiene una composición pluricultural sustentada originalmente en sus
pueblos indígenas que son aquellos que descienden de poblaciones que habitaban
en el territorio actual del país al iniciarse la colonización y que conservan sus
propias instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, o parte de ellas
[…] La conciencia de su identidad indígena deberá ser criterio fundamental para

99 FRANCO MENDOZA, Moisés. Op. cit., pp. 148-167.


172

determinar a quienes se aplican las disposiciones sobre pueblos indígenas […]


Son comunidades integrantes de un pueblo indígena, aquellas que formen una
unidad social, económica y cultural, asentadas en un territorio y que reconocen
autoridades propias de acuerdo con sus usos y costumbres […] El derecho de los
pueblos indígenas a la libre determinación se ejercerá en un marco constitucional
de autonomía que asegure la unidad nacional […] a). Esta constitución reconoce y
garantiza el derecho de los pueblos y las comunidades indígenas a la libre
determinación y, en consecuencia, a la autonomía para: […] I. Decidir sus formas
internas de convivencia y organización social, económica, política y cultural. […] II.
Aplicar sus propios sistemas normativos en la regulación y solución de sus
conflictos internos, sujetándose a los principios generales de esta Constitución,
respetando las garantías individuales, los derechos humanos y, de manera
relevante, la dignidad e integridad de las mujeres. La ley establecerá los casos y
procedimientos de validación por los jueces o tribunales correspondientes […] III.
Elegir de acuerdo con sus normas, procedimientos y prácticas tradicionales, a las
autoridades o representantes para el ejercicio de sus formas propias de gobierno
interno, garantizando la participación de las mujeres en condiciones de equidad
frente a los varones […] VIII. Acceder plenamente a la jurisdicción del estado. Para
garantizar ese derecho, en todos los juicios y procedimientos en que sean parte,
individual o colectivamente, se deberán tomar en cuenta sus costumbres y
especificidades culturales respetando los preceptos de esta Constitución […].

La transcripción del artículo constitucional que contiene lo medular de la reforma


en materia de autonomía indígena, nos pone de relieve varios aspectos, siendo uno de
ellos el que, aun cuando se establece la plena autonomía y libre determinación de las
comunidades para regir su vida interna, por medio de su derecho consuetudinario; elegir
a sus autoridades y decidir sobre su territorio.
Sin embargo, los límites de esa autonomía se localizan inmediatamente en la
propia Constitución, es decir, se reconoce la autonomía de los pueblos indígenas, pero
no de manera plena, puesto que siempre se estará a lo dispuesto en la Carta Magna; es
decir, siempre dentro de los parámetros del Estado; lo cual ha colisionado con varias
comunidades indígenas de Chiapas y Michoacán, las que, coincidiendo con
organizaciones sociales progresistas, intelectuales, investigadores y defensores de
173

derechos humanos, han identificado al Estado como responsable directo de la


descomposición social, de la violencia y de la depredación de los ecosistemas.
Sobre el particular, el profesor de derecho de la Universidad de Sevilla, España,
Bartolomé Clavero, nos dice que, de conformidad con el contenido de la reforma
constitucional de 2001, cuando expresamente dispone que:
[…] “El derecho de los pueblos indígenas a la libre determinación se ejercerá en
un marco constitucional de autonomía que asegure la unidad nacional”, una unidad
nacional que, no se olvide, es de índole federal. Tal autonomía, la indígena, podría
ser de rango tan constitucional y de capacidad tan constituyente como la de las
entidades federativas […] En ningún momento ni siquiera se piensa que las
autonomías indígenas puedan dotarse de leyes propias, como si sus sistemas
normativos estuvieran condenados a ser meramente consuetudinarios. La
declaración de los Derechos de los Pueblos Indígenas abre otro horizonte que
ahora también es, debe ser, el horizonte constitucional en México […] la
construcción del nuevo constitucionalismo no puede seguir confiada tan
solo a la Suprema Corte de Justicia y, ahora también, a las instancias
internacionales. Sin concurrencia normativa y jurisdiccional indígena, el
neoconstitucionalismo se mutila […] La reforma de 2001, esto es
sustancialmente lo contenido en el artículo segundo constitucional con más de un
reflejo ulterior como el de la exclusiva constitucional de la Suprema Corte de
Justicia y la competencia estatal en materia indígena, ha de sustituirse, salvo por
lo que toca estrictamente al reconocimiento de la libre determinación, por los
instrumentos internacionales sobre derechos de los pueblos indígenas en su
integridad […]100.

Es decir, con una autonomía condicionada para regular su vida, las comunidades
indígenas no pueden acceder a una efectiva autodeterminacióna, pues al quedar
condicionadas a las instituciones legales y jurisdiccionales de la federación y de los
poderes de las entidades federativas, se les inhibe la capacidad de regular jurídica y
políticamente su vida social e individual; siendo que su existencia y su regulación, desde

100CLAVERO, Bartolomé, “Constitucionalización de los derechos humanos, inclusive los derechos de los
pueblos indígenas”, en: Suprema Corte de Justicia de la Nación. Argumentación Jurisprudencial, Edit.,
Coordinación de Compilación y Sistematización de Tesis de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; pp.
14-18.
174

el punto de vista histórico y sociológico, es anterior a toda regulación occidental, y lo peor,


es que ha sido ésta la que siempre ha regido su vida desde fuera, desde el exterior y
desde la otredad del criollo y del mestizo.
Otro aspecto relevante, dígno de comentario en este apartado, que contiene la
reforma y que considero debe destacarse, lo constituye el hecho de la confrontación que
suele escenificarse entre los derechos colectivos y culturales de las comunidades, frente
a los derechos humanos de las personas que las conforman y, en especial, los de las
mujeres, a las que incluso, como impertaivo humano, se les debe garantizar su derecho
a la participación en sus formas de gobierno.
Este tema de los derechos humanos resulta pues destacable, por los comentarios
que se harán en al capítulo posterior pero que en el presente se resalta también el hecho
de que en el reciente año de 2011, en el mes de junio, se aprobó la diversa reforma a
varios artículos de la Constitución Política de nuestro país, siendo las más significativas
las del artículo 1°, precisamente en materia de Derechos Humanos, a partir de la cual se
introdujeron al sistema jurídico, los principios pro persona y de interpretación conforme,
así como el relativo al del control difuso de la convencionalidad, que en esencia significan
que, en tratándose de derechos humanos, las autoridades mexicanas de todo género,
pero en especial las jurisdiccionales y, concretamente los tribunales de control
constitucional y de amparo, tienen la facultad y la obligación, de aplicar la disposición
normativa que más beneficie a la persona en su esfera de sus derechos, incluida aquella
que provenga de Tratados Internacionales de los que México sea parte.
En ese sentido, si una disposición de la ley interna es menos benéfica a la persona
que un Tratado Internacional, se preferirá a este sobre aquella. Más aún, las propias
autoridades administrativas y judiciales ordinarias, tanto federales como locales, cuentan
ya con la facultad de inaplicar algún artículo de ley que consideren lesivo de los derechos
humanos e incluso, cinco sentencias consecutivas en materia de amparo, ya tienen la
fuerza para anular una disposición normativa secundaria.
Los principios antes señalados, trastocaron, desde luego, instituciones jurídicas
que en nuestro país se habían consolidado desde el siglo XIX, como son los
concernientes a la relatividad de las sentencias de amparo, las que solo amparaban al
quejoso, sin hacer declaración de la ley o del acto combatido; el de supremacía
constitucional y el del control concentrado de la Constitución.
175

El profesor de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México, Enrique


Quiroz Acosta, nos comenta que la reforma constitucional en análisis, generó
instituciones tan importantes para la vida jurídica del país, como: a) El control difuso, b)
el control de convencionalidad, c) el interés legítimo, d) la interpretación conforme y e) el
principio pro-persona. El autor en comento, nos dice que, por virtud de lo anterior, las
autoridades jurisdiccionales federales o locales, están autorizadas para desaplicar las
normas de carácter inconstitucional […]; que, para resolver la contradicción entre una ley
general y un tratado internacional, prevalece el tratado si está a favor de los derechos
humanos101.
En la materia de derechos humanos, se considera que los derechos indígenas a
la autonomía y a la libre determinación, forman parte consustancial de los primeros,
motivo por el cual su estudio interrelacionado, es indispensable, con el fin de poder dejar
en claro hasta donde estos derechos autonómicos riñen en variados casos, con los
derechos humanos de los integrantes de la colectividad indígena, y sobre este aspecto,
resulta relevante comentar un diverso caso jurisdiccional, que se ventiló en un Tribunal
Unitario Agrario del país.
En el caso a que nos referimos, la comunidad indígena de que se trata102, cuenta
con resolución presidencial de 1950, sobre Reconocimiento y Titulación de Bienes
Comunales, misma que demandó, en el año de 1993, de varios de sus integrantes, ante
el tribunal agrario, la restitución de diversos predios que los demandados tenían en
posesión, con superficies de no más de dos hectáreas cada uno.
La comunidad, igualmente cuenta con título de la época colonial, el cual fue
tomado en cuenta en la resolución presidencial que le confirmó más de diez mil
hectáreas, dentro de las cuales se localizan los predios que demandaron en restitución.
Sin embargo, los demandados también eran indígenas, pertenecientes a la comunidad,
la cual basó su reclamo en el hecho de que los demandados tenían títulos de propiedad
particular provenientes de diligencias de información testimonial ad-perpetuam. Es decir,
que no amparaban sus posiciones, aunque fueran comuneros, con alguna constancia

101 QUIROZ ACOSTA, Enrique (2012). “La sociedad y la autoridad ante el garantismo”, en: revista El Mundo
del Abogado. México, año 15, No. 158, junio de 2012, pp. 10-11.
102 El expediente y el nombre del poblado se omiten con el fin de respetar el derecho de privacidad.
176

agraria expedida por los representantes del núcleo indígena, siendo que más bien,
exhibían docuementos de derecho privado .
Sobre lo anterior, conviene señalar, en primer lugar, que, al contestar la demanda,
los comuneros indígenas que fueron demandados, alegaron y lo acreditaron, entre otras
cosas, el que la mayoría de los integrantes de la comunidad, cuentan con diligencias de
información que amparan los pequeños predios que en forma familiar tienen en posesión,
incluidos los mismos representantes de la comunidad que los demandaron.
La sentencia que puso fin a la contienda, resolvió la nulidad de los títulos de
propiedad con que los demandados pretendieron defender su derecho a la posesión
sobre los predios que en forma familiar poseían y, además, fueron condenados a la
restitución de los mismos. Dicha sentencia fue confirmada por resolución que se emitió
en el recurso de revisión que promovieron los posesionarios ante el Tribunal Superior
Agrario, cuya resolución de alzada fue confirmada a su vez por ejecutoria que dictó el
tribunal de amparo correspondiente.
La sentencia del tribunal agrario, se fundamentó en el hecho de que la comunidad
es la propietaria original de la superficie que se le reconoció y tituló por mandamiento
presidencial, el que a su vez se basó en el hecho de que el núcleo indígena cuenta y ha
contado con la posesión de las más de diez mil hectáreas, de generación en generación,
las cuales les fueron confirmadas en la época de la colonia; que, adicionalmente, los
títulos de propiedad que ofrecieron los demandados, provenientes de diligencias de
jurisdicción voluntaria, devienen nulos de pleno derecho, por contravenir el espíritu del
artículo 27 constitucional, cuya transcripción se hizo en párrafos anteriores y que sobre
este aspecto reza: VII. Se declaran nulas: […] c) todas las diligencias de apeo o deslinde,
transacciones, enajenaciones o remates practicados durante el periodo de tiempo a que
se refiere la fracción anterior, por compañías, jueces u otras autoridades de los estados
o de la federación, con los cuales se hayan invadido u ocupado ilegalmente tierras, aguas
y montes de los ejidos, terrenos de común repartimiento, o de cualquier otra clase,
pertenecientes a núcleos de población.
Con relación al asunto que se comenta, se debe recordar lo que también nos dice
el autor Moisés Franco Mendoza, en su obra ya citada, en el sentido de que los
integrantes de las comunidades indígenas en el Estado de Michoacán y, particularmente,
los de la región de la Cañada de los Once Pueblos, a partir de la leyes liberales del siglo
177

XIX y hasta bien entrado el siglo XX, en forma reiterada recurrieron a los actos jurídicos
de naturaleza civil, con el fin de obtener certidumbre legal sobre sus solares destinados
a casa-habitación y a un pequeño corral para criar sus animales domésticos, así como
para sus ecuaros103; lo cual obedeció igualmente a la indeterminación de los límites de
los bienes comunales del núcleo indígena; a la tardanza en la solución de los expedientes
de Reconocimiento y Titulación de Bienes Comunales, así como a los innumerables
conflictos por límites entre las comunidades. El escritor a que nos referimos, nos dice
que:
[…] Tradicionalmente el purépecha ha reconocido como suyo el estilo comunal de
poseer la tierra que se disfruta en dos modalidades: en forma individual y comunal.
La primera otorga la tenencia en forma particular, que implica la exclusión de los
demás miembros de la comunidad pero dentro de ella, es decir, sique siendo
comunal […] En cambio, la segunda forma –la comunal- comprende a la
generalidad, a la colectividad, sin exclusión de personas […] Mientras se espera la
definición formal de la tierra comunal que consiste en una declaración del ejecutivo
federal mediante una Resolución Presidencial, la que a su vez debe ejecutarse, en
la práctica judicial los procedimientos de privatización no se detiene y,
consecuentemente, la superficie que se considera comunal sigue perdiéndose […]
La figura jurídica más socorrida en estos procedimientos es la llamada diligencias
de información ad perpétuam para suplir título escrito de dominio […]104.

En otras palabras, entre los indígenas del Estado de Michoacán, que cuentan con
bienes comunales, es práctica común derivada de sus usos y costumbres, los que a su
vez se originaron en circunstancias históricas y legislativas bien determinadas, que sus
pequeñas posesiones de tierra individual y/o familiar, cuenten con una definición legal,
ya sea de carácter agraria o civil, por lo que en el caso que venimos comentado, si la
mayoría de los miembros de la comunidad de ese poblado, contaban y cuentan aún con
títulos derivados de diligencias de información testimonial, a la luz de los derechos
humanos que recientemente se elevaron a rango constitucional, con protección incluso

103 El término ecuaro, es de origen purépecha, que significa una pequeña superficie de tierra o potrero,
generalmente de no más de dos hectáreas, de agostadero o de temporal de mala calidad, que se dedica
al cultivo agrícola, en forma rudimentaria, por medio del azadón, que a su vez es un instrumento
rudimentario de labranza.
104 FRANCO MENDOZA, Moisés. Op. cit., pp. 148-150.
178

internacional, la sentencia que se dictó en el juicio agrario de restitución, muy


probablemente resultaría, a partir de esta concepción, violatoria de un derecho
fundamental a la posesión y a una vivienda digna.
De lo comentado, surge, de manera inevitable, el tema que en la actualidad ha
cobrado una importancia fundamental para los pueblos indígenas. Me refiero con esto a
los usos y costumbres que el nuevo constitucionalismo del siglo XXI, ha privilegiado a
favor de los pueblos indígenas; diluyéndose así, hasta donde es permitido por el sistema
jurídico vigente, la otrora insalvable diferencia entre el derecho natural y el derecho
positivo, al reconocer que no sólo las normas jurídicas promulgadas por el poder público
deben regir la vida de los pueblos, sino también sus tradiciones y su derecho
consuetudinario que han observado por siempre, dando origen con todo ello a la corriente
del pluralismo jurídico.

4.3. Resistencia cultural y derecho consuetudinario de los pueblos comunales

El pluralismo cultural también es identificado por varios tratadistas como interculturalismo,


tema que ha sido muy comentado, y al respecto, el escritor Mauricio Beuchot, nos dice
que,
[…] el multiculturalismo significa la existencia de muchas comunidades culturales
en una comunidad mayor. También se les llama naciones, pueblos, o etnias. Por
supuesto que algunas de ellas son minorías, grupos no dominantes. La comunidad
mayor es una comunidad política, donde están estas comunidades culturales, es
un estado multicultural. Pero es preciso tener cuidado. Hay que distinguir entre
multiculturalismo y pluralismo cultural. De hecho “multiculturalismo” es una
denominación de origen liberal, e implica y propicia la dominación. De ahí que se
prefiera la denominación de “pluralismo cultural” o “intercultural”[…]105.

El tema que tratamos en este apartado, como se podrá ver, es consecuencia y por
ello guarda una íntima relación con el anterior, por cuanto que el tema de los usos y
costumbres no se pude entender sino como producto del pluralismo cultural, es decir,
como producto de la cultura de una comunidad, pueblo, nación o etnia en lo particular, y

105BEUCHOT, Mauricio (2005). Interculturalidad y derechos humanos. México: Siglo XXI-UNAM, 1ª ed., p.
14.
179

en el caso que nos ocupa, habremos de referirnos a la cultura que han generado las
comunidades indígenas en México y que, a partir del reconocimiento constitucional de
2001, se suele identificar -esa producción- como derechos culturales de los pueblos
indígenas.

4.3.1. Los usos y costumbres de los pueblos originarios vs derecho positivo

El constitucionalismo del siglo XXI, ha traído como consecuencia el fortalecimiento


de los derechos comunitarios frente a los embates del neoliberalismo jurídico; motivo por
el cual, en México, a partir de 2001 y, recientemente en 2011, se han producido
importantes reformas a su Constitución Política, al incorporarse a ésta los derechos y la
cultura de los pueblos indígenas, así como los derechos humanos; introduciéndose, por
tanto, en las instituciones jurídicas y políticas, aspectos novedosos ampliamente
protectores de los derechos humanos y culturales de los pueblos, tales como los
principios de interpretación conforme y pro homine y con ellos el sistema de control difuso
de la convencionalidad.
Por cuanto que en la promoción y defensa de los derechos humanos, permite
aplicar, por las autoridades administrativas y judiciales, una norma o jurisprudencia
emanada de algún Tratado Internacional del que México sea parte, o bien, inaplicar
alguna de ellas; armonizar los dispositivos constitucionales con el marco internacional e
incluso anular alguna disposición normativa secundaria interna que no sea conforme con
la protección más amplia de las personas.
Todo lo anterior ha impulsado diversas corrientes jurídicas que, si bien no
divorciadas del todo del tradicional positivismo, si han marcado una distancia prudente,
en cuanto privilegian enfoques propios del derecho natural pertenecientes al campo de
la equidad, la ética y de los principios generales del derecho. De ahí la importancia de los
derechos culturales y de los usos y costumbres de las comunidades y, particularmente,
de las indígenas.
Dichas corrientes consideran apropiado, desde el punto de vista ético y filosófico,
retornar a los postulados del derecho natural, y así, por ejemplo, en la exposición de
motivos de la Convención Americana de Derechos Humanos, Pacto de San José de
Costa Rica, del que México forma parte, se estipula que: Reconociendo que los derechos
180

esenciales del hombre no nacen del hecho de ser nacional de determinado Estado, sino
que tienen como fundamento los atributos de la persona humana, razón por la cual
justifican una protección internacional, de naturaleza convencional coadyuvante o
complementaria de la que ofrece el derecho interno de los Estados Americanos.
Por lo que ve a la doctrina, algunos juristas igualmente se inclinan hacia aquellas
corrientes, de suerte tal que Imer B. Flores, investigador del Instituto de Investigaciones
Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en un reciente ensayo
intitulado: ¿ENSUEÑO PESADILLA Y/O REALIDAD?, OBJETIVIDAD E (IN)
DETERMINACIÓN EN LA INTERPRETACIÓN DEL DERECHO , nos comenta que,
[…] el positivismo jurídico podía solucionar el problema del derecho en un
periodo de codificaciones, de seguridad y paz relativas, de optimismo filosófico y
de fe en la ciencia, tal como el siglo decimonónico era; sin embargo el positivismo
jurídico no puede solucionar los problemas del derecho como éste debería ser; y
estos problemas dominan el siglo veinte –y lo que llevamos del veintiuno-. Por ello
el retorno del derecho natural, por ende, las filosofías modernas en general,
enfatizan el elemento ético y no el lógico […]106
.
En nuestro país, en diversas disposiciones normativas, también se han empezado
a tomar en cuenta las circunstancias sociales y, específicamente culturales, en asuntos
judiciales, como una eficaz forma de defensa, con la finalidad de beneficiar a los
individuos pertenecientes a los pueblos indígenas que se encuentre involucrados en un
procedimiento penal o de cualquier otra naturaleza, específicamente la agraria, en su
capacidad autonómica; en su libre determinación y en defensa y protección de su
patrimonio; tan es así que en el Código Penal vigente en el Estado de Michoacán, en
reciente reforma de 2007, se introdujo un capítulo especial denominado Ley de Justicia
Comunal, en el que se habla de que todos los procedimientos ante los jueces comunales
estarán exentos de formalidades; que serán orales y se procurará que se desahoguen en
una sola audiencia.
La ley en cita, habla de que los jueces comunales aplicarán, de manera prioritaria,
los usos, costumbres, tradiciones y practicas jurídicas de las comunidades, pero

106FLORES MENDOZA, Imer Benjamín (2007). “¿Ensueño, pesadilla y/o realidad? Objetividad e (in)
determinación en la interpretación del derecho”, en: Revista de los Tribunales Agrarios, Nº 43, México, pp.
42-49.
181

respetando las garantías y los derechos humanos establecidas en la Constitución


Federal.
En el marco del derecho Internacional, el Pacto de San José de Costa Rica, en
la adición conocida como Protocolo de San Salvador, adoptado en la ciudad de San
Salvador, el 17 de noviembre de 1985, igualmente tiende a tutelar los derechos culturales
de los pueblos originarios, al señalar, en su exposición de motivos, que, […] considerando
la estrecha relación que existe entre la vigencia de los derechos económicos, sociales y
culturales y la de derechos civiles y políticos, por cuanto las diferentes categorías de
derechos constituyen un todo indisoluble que encuentra su base en el reconocimiento de
la dignidad de la persona humana, por lo cual exigen una tutela y promoción permanente,
con el objeto de lograr su vigencia plena, sin que jamás pueda justificarse la violación de
unos en aras de la realización de otros […].
Así pues, es innegable el avance progresivo que trae consigo la figura de los
derechos culturales y, concretamente de aquellos provenientes de los pueblos indígenas,
por lo que, cuando hicimos la referencia en lo tocante a la restitución y confirmación de
los bienes comunales a favor de una comunidad indígena de origen mexicano, que se
resolvió por la Corte Suprema de los Estados Unidos de Norteamérica, no se puede
menos que reconocer ese avance, sobre todo, si se toma en cuenta que la justicia
norteamericana, aun cuando, sin despojarse de las presiones del racismo, hubo de
aplicar consideraciones propias de las prácticas culturales de los pueblos de origen latino
y, desde luego, del derecho consuetudinario de aquella comunidad, tanto por venirse
observando por ésta de generación en generación, cuanto porque esa cultura jurídica ha
sido sustento de las instituciones legales de Norteamérica, por medio del common law y
la equity.
Desde luego que los usos y costumbres, que en los últimos años ha sido un tema
tan recurrente, no es un fenómeno social nuevo, puesto que, cuando menos en nuestro
país, aquellas prácticas han regido la vida social de la mayoría de las comunidades
indígenas y de no pocos núcleos de población campesinos de mestizos.
En todo caso, lo que sucede es que ha sido hasta en tiempos muy reciente en que
el derecho consuetudinario se ha reconocido como tal por el orden jurídico positivo, como
recientemente ha acontecido con la reforma constitucional de 2001, en materia de
derecho indígena, pero tal no significa, en forma alguna, que ese sistema normativo no
182

hubiese existido como un auténtico orden regulatorio de la conducta de las mujeres y de


los hombres del medio rural y, particularmente, de los pertenecientes a las comunidades
indígenas. De ahí pues la necesidad de que a esos núcleos de población originarios, se
les reivindique la capacidad de regular, incluso con la norma positiva, su vida interna,
como cualquier otra entidad.
Por usos y costumbres, debemos entender las prácticas sociales o gregarias que
ciertos grupos humanos han observado a través del tiempo para regir su vida interna. Sin
embargo, en lo concerniente a las comunidades indígenas, de acuerdo con la reforma
constitucional que se comentó en el tema anterior, así como con la obra de Moisés Franco
Mendoza, los usos y costumbres, significan también la forma de normar la conducta de
los pueblos autóctonos, su organización social, su forma de gobierno, su régimen de
propiedad y sus prácticas religiosas.
Es decir, el derecho consuetudinario indígena, regula prácticamente la totalidad de
la vida de una comunidad; razón por la cual una efectiva autonomía y la libre
determinación, son inaplazables.
En lo tocante a la dicotomía que por siglos ha existido entre el derecho natural y el
derecho positivo y, sobtre todo, con el fin de clarificar didácticamente el asunto con
relación a las comunidades naturales de los pueblos autóctonos, es conveniente citar a
continación el ensayo El derecho consuetudinario indígena en México, que publicó el
escritor Walter Bellor Taboada, quien al respecto refiere que:
[…] la cultura viene a ser todo aquello que es por convención y no por naturaleza.
Lo que es por naturaleza no es por convención, y recíprocamente. Por naturaleza
tenemos pelo, y nuestro pelo es de tal o cual color; pero por cultura nos lo
cortamos, peinamos o teñimos. Quien se queda calvo pierde el cabello
naturalmente. En cambio, el monje budista que se tonsura la cabeza, pierde su
cabello culturalmente […] Que naturaleza y cultura sean independientes no quiere
decir que no existan relaciones diversas entre una y otra. Nuestro cuerpo requiere
de alimentos, pero la cultura nos proporciona variedades gastronómicas
innumerables [...] Por convención, en México, es imposible casarse a un mismo
tiempo con dos mujeres, pero es posible casarse con más de una mujer en Arabia
Saudita. Es necesario por convención tener un acta de nacimiento o pagar
impuestos. Las leyes científicas expresan necesidades naturales, en tanto que las
leyes jurídicas registran necesidades convencionales. Según una vieja
183

terminología, las primeras se refieren al ser, mientras que las segundas aluden
al deber ser […] De acuerdo con lo expuesto, los derechos humanos son normas,
se les considere prepositivas o prejurídicas. En tanto que normas, son
convenciones siempre relativas. Desde una posición rígidamente convencionalista
resultaría un contrasentido hablar de que son derechos que “el hombre tiene por
naturaleza”. Tampoco resulta aceptable, desde este punto de vista, decir que son
derechos que el ser humano tendría de conformidad con “su naturaleza”.Sin
embargo, no podemos negar la especificidad de los derechos humanos. Es decir,
no podemos quedarnos con el simple señalamiento de que se trata de unas
normas como cualesquiera otras. Más bien habría que asumir que no todas las
normas son iguales, que hay unas convenciones que son mejores que otras; o
mejor aún, que unas normas son más fundamentales que otras […]107.

Lo que se ha transcrito, nos pone de relieve que, la totalidad de las normas de


conducta; es decir, tanto las morales como las jurídicas, son convencionales, esto quiere
decir, que son producto de consensos entre los seres humanos, incluidas las de derechos
humanos. Solo que éstos, como lo refiere el autor, al referirse a la especie humana, se
consideran fundamentales e indispensables para su propia supervivencia. De manera tal
que los derechos culturales y consuetudinarios de los pueblos comunales o naturales, al
considerarse dentro del rango de los derechos humanos, son, por consecuencia,
fundamentales para la supervivencia de los esos pueblos.
Y tal es así, dado que uno de esos derechos fundamentales de las comunidades
indígenas, es el derecho a la posesión y propiedad de su territorio, que en nuestro país
se traduce en sus bienes comunales, sin el cual no existe posibilidad de existencia de
ningún pueblo natural.
Luego entonces, quizá desde el punto de vista filosófico y potencialmente
sociológico, bien pudiéramos conjuterar que, los derechos culturales de los núcleos de
población indígena y de muchos mestizos, incluídos el derecho consuetudinario, por
formar parte de los derechos fundamentales del ser humano, se les suela ubicar como
derechos naturales, por formar parte esencial del ser social, sin los cuales no pudiéramos

107 BELLOR TABOADA, Walter. “El derecho consuetudinario indígena en México”, visible en el portal:
https://books.openedition.org/cemca/3061?lang=es (consultado: 10/07/2020).
184

pervivir como especie natural humana. El autor en cita, más adelante nos comenta sobre
la diferencia entre las necesidades naturales y las convenciones sociales, al afirmar que,
[…] Nuestros intereses son muy diversos y algunos de ellos varían de persona a
persona. Pero es posible hablar de nuestros intereses básicos o primarios,
entendiendo por tales aquellos que condicionan nuestra sobrevivencia como
individuos y como especie. Conforman lo que se denomina necesidades
fundamentales. El sentido de la palabra fundamental, en este contexto, supone que,
de no ser satisfechas esas necesidades, el individuo o la especie desaparecen,
mueren [...] todos los animales superiores compartimos intereses tales como la
superviviencia, la salud y la ausencia de dolor. Se trata de intereses comunes a
todos los seres humanos y constituyen una parte primordial de nuestros intereses.
Estos intereses se satisfacen o no; pero si no se satisfacen, el individuo o la
colectividad pueden morir. En este sentido se trata de necesidades por naturaleza y
nada tienen que ver con nuestras convenciones […] La inteligencia, el vigor, la
libertad son intereses de este tipo, porque cualquier cosa que pretendamos hacer
requiere de ellos. Son, por consiguiente, intereses humanos. De nueva cuenta, estos
intereses se satisfacen o no; pero si no se satisfacen, el individuo o la colectividad
quedan confinados a la inacción, y la inacción puede conducir a la involución.
Ninguna sociedad podría decretar la desaparición completa de estos intereses, so
pena de caer en la autoaniquilación [...]

Solo resultaría comentar, sin el ánimo de contravenir el brillante ensayo del


especialista que hemos citado, que, precisamente porque los seres humanos tenemos la
necesidad de sobrevivir como especie, como una necesidad natural, es que a esos
derechos fundamentales que se positivizan por intervención de la convención, es que se
suelen identificar como derechos naturales, y para ello, es de aceptar el riesgo de caer
en el idealismo y, más aún, quizás en la metafísica. Sin embargo, para el caso resulta
conveniente retomar lo que Aristóteles, mas de 300 años antes de nuestra era, refiere al
respecto del derecho y del derecho positivo, prtendiendo zanjar la eterna diferencia.
[…] Nos dice también Aristóteles, que la moral y el derecho no dependen
de la voluntad caprichosa del hombre, sino que están determinados objetivamente
por la naturaleza misma drel hombre y por la de la comunidad que se basa en
aquella; que por ello, cada norma jurídica obligatoria se compone de un elemento
185

natural y de uno positivo; que el primero proporciona el fundamento jurídico, en


tanto el segundo determina su realización en el tiempo y en el espacio […]108.

Por lo que ve al derecho cultural de los pueblos autóctonos de México, el mismo


autor Walter Bellor Taboada, en la obra igualmente citada, nos comenta que:
[…] En la actualidad existen 300 millones de personas que practican creencias
milenarias, de las cuales 40 millones se encuentran en el continente americano y
12 millones en México, según algunas estimaciones. El acceso a la justicia, la
igualdad de oportunidades, el respeto a la cultura autóctona y a las formas de
autogobierno, así como a la preservación de la integridad de los territorios en los
cuales habitan, son quizá las principales demandas de las poblaciones indígenas
en Latinoamérica [...] En la base de estas reivindicaciones se encuentra con
frecuencia la referencia al derecho consuetudinario o costumbre jurídica indígena.
El derecho consuetudinario indígena se expresa como un repertorio de normas
que son diversas del ordenamiento jurídico nacional. En una sociedad asimétrica,
resulta insuficiente el reconocimiento de derechos fincados en el principio de
igualdad formal […]109.

Por tanto, el principio liberal de igualdad que se ha pregonado por el capitalismo a


partir de la Ilustración, no ha servido para igualar en los hechos, cuando menos en
nuestro país, a todos los seres humanos frente a la ley; pues por ejemplo, en la época
independiente e ilustrativamente en el porfiriato, la igualdad prevista por las leyes
liberales, se convirtió, de facto, en una profunda desigualdad social, pues al suprimir los
derechos comunales de los pueblos rurales sobre sus territorios, dándole énfasis solo al
derecho individual de corte civil, se promovió el acaparamiento de la tierra en pocas
manos de hacendados criollos, y de esta forma, la igualdad de un campesino sin tierra
frente a un hacendado “liberal” solo fue una quimera.
Lo mismo se está replicando en la actualidad, bajo el efecto de la regulación
neoloberal, heredera de aquellos privilegios decimonónicos, al privilegiarse los derechos
patrimoniales del libre mercado, en obnubilación y posible extinción de los sociales y
comunitarios, en todos sus órdenes, pero principalmente en las tierras, montes y aguas,

108 ESQUIVEL RAMÍREZ, Edilberto, El Derecho y su Filosofía en México y el mundo, pp. 73-74.
109 BELLOR TABOADA, Walter. Op. cit.
186

tal como se analizó en apartados precedentes. Por tanto, efectivamente, la igualdad


formal, la pregonada por el marco jurídico y por el discurso político, solo resulta apto para
las campañas políticas, más nunca para paliar la miseria y la consecuente
descomposición social.
[…] en América se luchó por la independencia. La culminación de la independencia
trajo consigo, en todos los países hispanoamericanos, condiciones políticas y
sociales acordes a los intereses de los criollos y los mestizos, quienes mantuvieron
el régimen feudal latifundista […] los Estados que emergieron de la independencia
se ciñeron al patrón del Estado-Nación y reafirmaron el principio de la igualdad
formal como un pilar de las nuevas condiciones. Los intereses y las necesidades
de los grupos aborígenes no fueron tomados en cuenta. Pese a los esfuerzos del
programa social de Bartolomé de la Casas y de muchos otros clérigos y laicos
españoles desde el siglo xvi, los indígenas carecieron de personalidad jurídica y
se les negó un espacio de participación social en el nuevo orden independentista
[…] G. Magrassi señala que no es posible “integrar” en un sólo sentido, sin tener
en cuenta la disparidad de fuerzas y posibilidades entre la comunidad aborigen y
la sociedad global; en la práctica y a pesar de las mejores intenciones, el resultado
de estas políticas ha sido la incorporación forzosa, la transculturación o el
etnocidio, así como la desintegración y la marginación, que conducen en definitiva
a “su inserción como parte de los sectores sociales explotados” […] En todas
partes, las reivindicaciones culturales se orientan a través de la necesidad
expresada por los pueblos y las naciones de considerar el derecho a la
diferencia. Las asimetrías económicas, sociales y culturales propician un
replanteamiento del alcance de los derechos humanos, especialmente entre los
grupos más desprotegidos, y entre ellos los indígenas […] De acuerdo con ello, se
puede definir a un grupo étnico en estos términos: es un grupo social cuyos
miembros comparten en alto grado una cultura, y que está en alguna medida
culturalmente aislado de los demás. Las poblaciones indígenas son grupos étnicos
[…] Una efectiva promoción y protección de los derechos humanos ha de
contemplar, por tanto, la igualdad y la diversidad. En cuanto a la universalidad y la
relatividad, hay que subrayar, en primer término, que algunos valores son más
importantes que otros: la libertad, la salud, la tranquilidad, la seguridad jurídica,
etcétera […]110.

110 Ídem.
187

De conformidad con lo anterior, tenemos por tanto que, la igualdad no basta para
efectivamente considerar iguales a todos frente al orden jurídico. Hace falta aplicar la
equidad aristótelica, que bien pudiera traducirse en igualar ante la ley a quines son
desiguales en la vida.
Es decir, jamás pudiera considerarse a una sociedad como igualitaria, cuando, por
ejemplo, en nuestro país, un diez por ciento de sus habitantes se adueñan del bienestar
que le pudiera corresponder a más del 50 por ciento de la población. Ante la desigualdad
social y económica, la igualdad es solo una ilusión.
Por ello, con el fin de hacer efectivo el principio de igualdad, no solo para los
pueblos indígenas, es menester igualar las condiciones de vida de todos; reconociendo,
a la vez, que en México somos un país de muchas culturas, de varios pueblos con formas
de vida particulares, por lo que esa reiterada igualdad deberá sustentarse en la
diversidad, con el fin de evitar los errores cometidos por el liberalismo del siglo XIX, así
como las políticas funestas del neoliberalismo.
La pluralidad a que nos referimos, nos conduce inevitablemente a los conflictos
que son resultado de la colisión entre el derecho consuetudinario de los pueblos
naturales, con las normas del Estado, respecto de los cuales el reiterado autor citado con
anterioridad, dice que:
[…] Por supuesto, el punto más difícil es el establecimiento de criterios que
permitan incorporar o armonizar las prácticas consuetudinarias con las normas
jurídicas estatales, cuando aquéllas se contraponen a éstas. Este es, pues, el nudo
de la cuestión vista desde la perspectiva del derecho […] En suma, la costumbre
jurídica de las comunidades indígenas es un tema que debe explorarse con mayor
profundidad. Está conformado por una serie de normas que tutelan intereses
diversos y específicos, en muchas ocasiones divergentes del orden jurídico
nacional. Como cualquier tipo de normas, las del derecho consuetudinario indígena
son convencionales, y en tal sentido son productos de la cultura […]

En ese sentido, precisamente porque el derecho consuetudinario, al igual que el


derecho occidental, son producto de la cultura, es que ambos deben pasar por aceptarse
como diversos, pero con la misma legitimidad de origen; procurándose para ello, en los
casos de colisión entre el derecho cultural de la comunidad y el de la persona física, la
188

armonización y la ponderación para su aplicación más conforme a los derechos humanos


considerados como fundamentales, sobre todo aquellos relativos a la vida, la libertad, la
dignidad, etcétera.
Así pues, vale la pena comentar algunos aspectos que se derivan de la aplicación
de ese régimen normativo, me refiero al derecho consuetudinario de los pueblos
comunales, en la medida en que, por un lado, representa, a no dudar, un avance
progresista en cuanto se reconoce -aun con sus limitantes-, por el sistema político y
jurídico mexicano, ese derecho ancestral de los pueblos originarios de lo que fue y de lo
que actualmente es el territorio de la República.
Por otro lado, también será trascendente referir algunos casos prácticos en los que
habrá que reflexionar, cuando se han evidenciado controversias entre el orden jurídico
estatal y los usos y costumbres comunales, así como entre éstos y los derechos humanos
de las personas que conforman la colectividad, derechos que, en última instancias,
representan el orden regulatorio del Estado, es decir, el orden occidental.

4.3.2. Diferencias esenciales entre comunidad y ejido

No hay duda alguna de que, el derecho comunitario de las comunidades indígenas


de México, ha sido fundamental para la preservación de esos pueblos, y para ello baste
señalar lo que el tan comentado autor Moisés Franco Mendoza, nos refiere en su obra
La Ley y la Costumbre en la Cañada de los Once Pueblos, en cuanto a que en el derecho
consuetudinario de los indígenas de esa región, está previsto que no solo los comuneros
que se encuentran reconocidos en el censo agrario, tienen derecho a disfrutar de las
tierras comunales del núcleo, sino todos los que son originarios y vecinos del pueblo, esto
es, los que ellos llaman los hijos del pueblo.
Ese derecho que proviene de los usos y costumbres, igualmente contempla que
los habitantes de la comunidad, por el solo hecho de haber nacido dentro de su
demarcación territorial y/o en el poblado, tienen el derecho de participar con voz y voto
en las asambleas de comuneros, tanto para las decisiones relacionadas con la tenencia
de la tierra, como para actividades religiosas, educativas y culturales, así como en su
propia organización política que tiene que ver en la elección de sus representantes, no
189

se diga en la elección misma y la conformación de los gobiernos municipales, que en


nuestro país representan la base del sistema político.
Ese derecho que asiste a los indígenas y a los mestizos miembros de la
comunidad, con independencia de que tengan derechos agrarios reconocidos por el
orden jurídico vigente, no es aceptable en prácticamente ningún núcleo de población
ejidal, pues recordemos que éstos se encuentran constituidos, en forma mayoritaria, por
población mestiza, y su cultura es desde luego más occidental, razón por la cual los usos
y costumbres no es un elemento esencial para su vida social e individual.
Los ejidatarios regulan sus derechos de titularidad sobre las tierras y los actos
jurídicos derivados de su relación como núcleo agrario, exclusivamente por el derecho
positivo. De ahí que incluso los actos de comercio sobre sus tierras, aún cuando estaban
prohibidos bajo la legislación anterior a 1992, eran una práctica común.
En efecto, un campesino que tenga el carácter de avecindado en un núcleo de
población ejidal pero que no tenga derechos reconocidos como ejidatario, desde luego
que jamás podrá participar en las asambleas ejidales con voz y voto y menos aún
participar en las decisiones que toman los ejidatarios respecto de las tierras de uso común
del ejido, ni para la elección de sus órganos representativos; pues éstas solamente se
pueden aprovechar por los mismos ejidatarios.
Es decir, aún cuando el ejido en México, comparte características propias del
derecho social, que sin duda proviene sociológicamente de los históricos bienes
comunales, en los hechos funciona como una autentica asociación civil, puesto que las
tierras que se le concedieron les fueron dotadas por las leyes revolucionarias, y a
diferencia de las comunidades, a éstas se les restituyeron las tierras, montes y aguas que
ya les pertenecían y de las cuales fueron despojadas, o bien se les confirmaron mediante
el procedimiento de Reconocimiento y Titulación de Bienes Comunales, cuando
conservaban la posesión desde tiempo inmemorial.
En lo anterior encontramos la diferencia del apego por la tierra entre las
comunidades y los ejidos, ya que mientras a los segundos se les entregaron o dotaron
las tierras después de la Revolución, con las primeras no aconteció así; esto es, no se
les regaló absolutamente nada, habida cuenta que ya eran, en unos casos, propietarias
y en otros, poseedoras de un derecho que las leyes revolucionarias solamente les
reivindicaron.
190

Por eso se afirma que los comuneros sienten la tierra como su propio ser, como
su esencia misma, la cual no desvinculan de su entorno social, por considerar que éste
y la naturaleza son la misma cosa. De ahí que todos los que nacen en ella deben tener
los mismos derechos, con independencia de que así los reconozca o no el orden legal.
Justo aquí estriba una de las formas más eficaces para su preservación como núcleo
humano en torno a la tierra a la que, al igual que el ser humano, no consideran en el
comercio.

4.3.3. Derechos culturales y derechos individuales en las comunidades indígenas.


Algunos casos de colisión de derechos

No obstante lo anterior, resulta conveniente señalar también, algunos casos en


que los usos y costumbres y el derecho cultural de las comunidades han colisionado con
los derechos humanos de sus habitantes, lo cual ha ocasionado, como es de suponer,
no solo comentarios noticiosos, sino, a la vez, y quizá esto sea lo más importante,
esfuerzos intelectuales de juristas y de profesionales de la ciencias sociales, con el fin de
armonizar esas contradicciones.
En los Tribunales Agrarios cuya jurisdicción se localiza en los estados de la
República donde tenemos una fuerte presencia de comunidades indígenas, como por
ejemplo Michoacán, Oaxaca y Chiapas, por citar solo algunos, se han tenido expedientes
judiciales mediante los cuales ha sido practica recurrente la controversia sobre nulidad
de acuerdos de las asambleas generales de comuneros, en las que se sancionan a
algunos de sus integrantes, a quienes se les aplica la fracción II del artículo 23 de la Ley
Agraria, correlacionado con el 107 de dicho cuerpo normativo, que establece, como
facultad exclusiva de las asambleas generales de ejidatarios o comuneros, la de aceptar
y separar ejidatarios y comuneros.
Bajo esta disposición, las asambleas comunales, han llegado a determinar la
separación de algún integrante, bajo el argumento de no realizar faenas para la
comunidad, e incluso, se ha llegado al extremo de separar a alguno de ellos, por no
compartir el credo religioso del poblado.
191

El caso de la primera infracción, que se refiere a la abstención del comunero para


realizar faenas111, evidentemente viola, a los ojos del derecho del Estado, los derechos
humanos del sancionado, pues en primer lugar, contraviene disposiciones de la
Constitución Política del país, de la Organización Internacional del Trabajo y de la
Convención Americana de Derechos Humanos, que prescriben que nadie puede ser
obligado a realizar, sin su voluntad, trabajo alguno y menos sin remuneración, motivo por
el cual han quedado poscritos los trabajos forzados.
La segunda de las sanciones, por la causal invocada por la asamblea,
evidentemente viola también un derecho humano fundamental, habida cuenta que nadie
puede ser tampoco obligado a profesar religión alguna, ni tampoco ser sancionado por
esa razón.
En 20 de junio del año de 2013, se publicó en la página de la internet, de la agencia
noticiosa sipse.com, un artículo intitulado Usos y Costumbres, lastre para la mujer
indígena, que tiene como marco de referencia, la entrevista a la indígena tzolzil, del
Estado de Chiapas, Antonia Vázquez Hernández, quien, según la agencia noticiosa,
dijo112:
“La mujer indígena muchas veces vive sometida, son mandadas
por sus esposos, manipuladas, no tiene derecho a nada; no ejercen sus
derechos, no los conocen, no saben que tienen libertades, no le dan derechos
para estudiar ni para ir al médico, cuando va a nacer una mujer ya se sabe
que será un objeto para la casa, los hombres no quieren perder los usos y
costumbres, no dejan destacar, ni sobresalir a las mujeres, muy pocas
terminan su educación primaria, muy pocas van y terminan la preparatoria y
muy pocas van a la universidad; la sociedad indígena machista cree que ese
debe ser el círculo de la mujer indígena".

La indígena tzotzil, señaló, además, que en la mayoría de los pueblos y


comunidades indígenas, son los hombres los que toman la palabra, no creen en la

111 Faena, es una palabra de uso común y corriente entre los comuneros y los ejidatarios, que se refiere al
trabajo voluntario y gratuito a favor de la comunidad, generalmente para beneficio de ésta misma y/o para
el que se realiza dentro de los bienes comunes de los núcleos agrarios.
112 VÁZQUEZ HERNÁNDEZ, Antonia (2013). “Usos y costumbres, lastre para la mujer indígena”, Sipse,

México, visible en el portal: http://sipse.com/mexico/usos-y-costumbres-lastres-para-la-mujer-indigena-


20007.html (consultdo: 13/06/2019).
192

capacidad de las mujeres ni están de acuerdo en que sea quien los mande; cuando la
mujer trasciende, el hombre pierde poder, y para los indígenas varones no.
Lo anterior nos pone de relieve, las practicas claramente discriminatorias y con
ello violatorias de los derechos humanos occidentales de algunas de las comunidades
indígenas, en las que el sojuzgamiento hacia la mujer ha sido un paradigma contenido
en sus usos y costumbres, con lo cual se trasgreden los tratados internacionales sobre
la materia, así como el apartado correspondiente al derecho de aquellas, contenido en el
artículo 2° de la Constitución Mexicana, que antes se comentó y que reza:
“II. Aplicar sus propios sistemas normativos en la regulación y solución de sus
conflictos internos, sujetándose a los principios generales de esta Constitución,
respetando las garantías individuales, los derechos humanos y, de manera relevante, la
dignidad e integridad de las mujeres. La ley establecerá los casos y procedimientos de
validación por los jueces o tribunales correspondientes (…) III. Elegir de acuerdo con sus
normas, procedimientos y prácticas tradicionales, a las autoridades o representantes para
el ejercicio de sus formas propias de gobierno interno, garantizando la participación de
las mujeres en condiciones de equidad frente a los varones”.
Contrariando lo dispuesto en materia de derechos humanos, tenemos lo que
manifiesta la indígena tzotzil, Antonia Vázquez Hernández, pero también ha sido noticia
internacional, el caso de Eufrocina, una mujer indígena del Estado de Oaxaca, a quien
se le prohibió ser electa como alcaldesa de su municipio, porque los usos y costumbres
de la región lo prohibían.
De esta forma, es igualmente un hecho notorio, el que a las mujeres, en varias de
las comunidades indígenas de los estados de Oaxaca, Chiapas y Michoacán -aunque
afortunadamente no en todas-, no se les permita participar en los órganos representativos
y de Gobierno de sus comunidades ni de sus municipios, precisamente por no
considerarlas aptas, según lo relata Antonia Vázquez.
Hemos señalado con anterioridad, que algunos especialistas sobre el tema, con
el fin de zanjar, o como también lo señalamos, conciliar esas contradicciones, han
recomendado, por principio de cuentas, la difusión, análisis y discusión de los derechos
humanos al interior de las comunidades, es decir, socializar a profundidad el tema, con
el fin de que pueda llegar a considerarse a éstos como parte de la cultura misma de los
pueblos. Es decir –aunque parezca aventurado el concepto-, como parte de los usos y
193

costumbres de las comunidades; habida cuenta que, no debemos olvidar la circunstancia


de que, tanto los derechos humanos como el derecho consuetudinario, como lo señaló el
escritor Walter Bellor Taboada, son producto de la cultura y de la convención social, y por
ello, objeto de superación y transformación.
Asimismo, con el fin de evitar la contradicción o la pugna de los derechos culturales
de la comunidad con los derechos de los integrantes de ésta, se deben privilegiar
ejercicios de ponderación y conciliación de extremos. El tratadista Mauricio Beuchot, nos
dice sobre el particular que:
[…] al entrar en colisión los derechos comunitarios con los derechos individuales,
generalmente se debe a que la comunidad antepone su derecho a defender su
cultura y sus tradiciones y con ello preservar su identidad, pero solo pueden
hacerlo las que no se opongan a los derechos humanos, o quitando de ellas
aquellos aspectos que se opongan a ellos […] hay casos en los que los derechos
de una comunidad entran en conflicto con los derechos humanos (…) En todo caso
- me parece-, hay que tratar de privilegiar a la persona frente a la sociedad (…) Si
se privilegia demasiado a los derechos culturales, éstos pueden ir contra los
individuos, como en prácticas ancestrales de ciertos grupos que lesionan la
dignidad de las mujeres. Y ahí de ninguna manera se está protegiendo a la mujer
al proteger al grupo. Tiene que buscarse la confluencia de los derechos del
individuo y los derechos del grupo al defender cualesquiera de los derechos”113.

En ese sentido, acorde con lo comentado por Beuchot, en última instancia se debe
pues privilegiar la salvaguarda de los derechos de la persona física, pues incluso así se
ha pronunciado la Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en la tesis
que dice:
Esta Primera Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación ha
reconocido que los derechos fundamentales gozan de plena eficacia, incluso en
las relaciones jurídico-privadas. Asimismo, ha determinado que esta vigencia no
puede sostenerse de forma hegemónica y totalizadora en todas las relaciones que
se suceden de conformidad con el derecho privado, ante lo cual, el intérprete de la
norma debe analizar las relaciones jurídicas en las que
los derechos fundamentales se ven confrontados con otros bienes o derechos

113 BEUCHOT, Mauricio (2005). Interculturalidad y Derechos Humanos; pp. 41-42.


194

constitucionalmente protegidos, a efecto de determinar cuáles derechos son sólo


oponibles frente al Estado y cuáles otros gozan de la referida multidireccionalidad.
En consecuencia, del análisis del contenido y estructura de
los derechos fundamentales de igualdad y de no discriminación, se desprende que
los mismos son vinculantes no sólo frente a los órganos del Estado, sino que
adicionalmente, poseen eficacia jurídica en ciertas relaciones entre particulares.
Tal situación no sólo reafirma la naturaleza normativa de la Constitución, sino que
también justifica la introducción de tales derechos fundamentales en ámbitos de
relaciones privadas. Por ello, en los asuntos de su conocimiento, los tribunales
deben atender a la influencia de los valores que subyacen en los principios
de igualdad y de no discriminación, fungiendo como un vínculo entre la
Constitución y los particulares al momento en que resuelven un caso concreto114.

En síntesis, la doctrina y la jurisprudencia, nos ilustran en el sentido de que, en


caso de colisión de derechos humanos de las personas físicas y los de las comunidades,
se debe atender, por parte de los operadores del derecho, tanto del consuetudinario como
el del Estado, en primer lugar, al caso en particular, es decir, a la equidad, con el fin de
evitar se violen los derechos de las personas y en última instancia, salvaguardar estos
frente al grupo.
Sin embargo, para el objetivo didáctico de nuestra materia, es de retomar lo que
se apuntó en capítulos anteriores, en los que se dijo que el liberalismo como corriente
política y filosófica propia del sistema capitalista de libre mercado, privilegia el derecho
individual, en su ascepción ontológica, como eje de la libertad económica. Es decir, el
individualismo, alejado de la solidaridad vecinal, comunal y de grupo, como el máximo
exponente de la capacidad de goce y de ejercicio de las normas legales.
Para el sistema capitalista, el individualismo se privilegia como aquella categoría
o característica o tendencia sociológica que otorga primacía al individuo respecto a la
colectividad. "Los liberales defendían a ultranza el individualismo y los tres principios
sagrados de libertad, igualdad y propiedad ilimitada"115. Es decir, una premisa

114 Tesis aislada que se publicó en la página 627, Décima Época, Libro XVI, del Semanario Judicial de la
Federación.
115 GOOGLE, “Individualismo”, visible En el portal:
https://www.google.com/search?q=individualismo&rlz=1C1NHXL_esMX802MX802&oq=indivi&aqs=chrom
e.2.69i59j69i57j0l3j46j69i60l2.9187j1j7&sourceid=chrome&ie=UTF-8 (consultado: 10/03/2019).
195

fundamental del liberalismo individualista, es, sin lugar a dudas, la propiedad de los
medios e instrumentos de producción. De manera tal que, uno de los máximos
exponentes de esta teoría, lo es el inglés John Locke, ideólogo de los sistemas
capitalistas e imperialistas más destacados del mundo, como Inglaterra y los Estados
Unidos de Norteamérica, quien expuso que,
Para garantizar la propiedad, los hombres salen del estado de naturaleza y
constituyen una sociedad civil "cuyo fin principal es la conservación de la
propiedad". "El gobierno -escribe también Locke- no tiene más fin que la
conservación de la propiedad." Hay que observar que aquí Locke emplea más o
menos indiferentemente -según parece- las expresiones "sociedad civil" y
"gobierno". Para Locke, la función del gobierno consiste menos en gobernar que,
en administrar y legislar.Locke está a favor de la represión del Estado, incluida la
pena de muerte, en defensa de la propiedad. […] Hay una ley natural anterior a
toda organización social. Esta ley natural consagra los derechos a la vida, a la
libertad y a la propiedad. El Estado, con sus leyes, debe garantizar estos
derechos. El gobierno sólo tiene derecho al uso de la fuerza para defender estos
derechos, no para transgedirlos. Las leyes deben proteger estos derechos.
División de poderes entre legislativo y gobierno, y entre el Estado y la Iglesia. La
conciencia religiosa de cada uno es un tema privado. El Estado no debe legislar
en este”116.

Como se podrá advertir, para el liberalismo económico y, concretamente para el


liberalismo burgués, la propiedad privada es pues sagrada, al mismo rango que la vida
del ser humano. Ese concepto patrimonialista del derecho individual, llegó al extremo, en
los Estados Unidos de Norteamérica, desde que constituían las Trece Colonias inglesas,
de considerar que la propiedad era la base de la libertad y, por tanto, que sin propiedad
no puede haber libertad. Con este pensamiento se justificó la escalvitud de la raza de
color hasta el siglo XIX, así como la invasión a México para apropiarse de más de la mitad
de su territorio a mediados de ese siglo.
En la actualidad, es obvio que, tanto los conceptos de individualidad y propiedad,
bajo parámetros neoliberales, no se muestran tan descarados. Sin embargo, la ideología

116 BLOGSPOT, “John Locke”, visible en el portal: http://historia-pensamiento-


economico.blogspot.com/2010/01/john-locke.html (consultado: 13/04/2019).
196

del triunfalismo, de la superación y distinción personal, asociada con el tener y con el


poder, han adquirido otro rostro, el que proyectan los medios de comunicación, los que
asocian con el trinfo personal y con la posesión de bienes materiales.
Esta nueva concepción moderna del individualismo, al igual que los derechos
culturales de los pueblos autóctonos, también ha logrado permear en la corriente de los
derechos humanos, prevaleciéndose de los propios Tratados Internacionales como
aquellos adoptados por la ONU y, particularmente, por el Pacto de San José de Costa
Rica, este último que en el artículo 21 protege el derecho a la propiedad privada como un
derecho fundamental del ser humano.
Ante tal escenario, bajo pretexto de la observancia de los derechos humanos, las
presiones del mercado, al operar en los ejidos y las comunidades indígenas, promueven
la “individualización” de los derechos sobre las tierras de uso común en los primeros y de
las comunales en las segundas, con lo cual, al amparo de las actuales figuras jurídicas
privatizadoras en la Ley Agraria, se va logrando la privatización de lo que otrora fue
comunal y, con ello, obviamente entran en pugna dos concepciones de los derechos
humanos, el cultural y el meramente individual
Ante tales escenarios, se tendrá que ponderar el caso en particualr, para visualizar,
en última instancia, cual de las posturas resulta más acorde con la persona en todas sus
ascepciones; pues no debemos olvidar que para las comunidades indígenas, a diferencia
de las llamada sociedades “líquidas” de la modernidad capitalista, la persona no puede
desvincularse del grupo ni de la tierra en la que ha nacido.
Es trascendente, creo, para asimilar lo que en el presente tema se diserta, aquello
que tiene que ver con uno de los objetivos epistemológicos del opresente ensayo, y que
se refiere al hecho de que los bienes comunales en particular, y los derechos
estrictamente agrarios en lo general, no han compartido las prescripciones del derecho
civil. Má aún, como se apuntó al principio, éste cuerpo de derecho de origen romanista,
por su naturaleza, tiene como base esencial la propiedad privada claramente delimitada,
mientras que los bienes comunales jamás han compartido ese derecho privado, pues
como su nombre lo indica, la posesión es comunitaria, de todo el núcleo de población,
sin reconocer límites entre heredades individuales.
Por eso es que se insiste en que la posesión y la propiedad comunal, ha reñido
por siempre con el derecho civil, que por lo demás, no solo se fundamenta en la propiedad
197

privada, sino en el comercio y en la ganancia. Los bienes comunales por el contrario, no


se rigen bajo las normas liberales del mercado, puesto que, por su naturaleza misma,
son inalienables e inenajenables.
Bajo la óptica del derecho civil napoleónico, producto de la Ilustración, que trajo de
la historia al derecho romano privatista, lo que no está en el mercado; lo que no se
reglamente bajo la teoría contractualista, representa lo “anacrónico”, lo obsoleto y lo que
no va de acuerdo con “la modernidad” y el progrerso. Por ello es que las posesiones
comunales son vistas con tales categorías.
Para el derecho civil, ahora supletorio de la legislación agraria, con la reforma
constitucional de 1992, todo lo que se refiere a la propiedad y a la posesión rústica
agraria, no puede reglamentarse ni regularse, en última instancia y en estricto derecho,
bajo el llamado derecho consuetudinario -por más que por razones solo teóricas se
hayan plasmado algunos renglones en el derecho positivo-; pues de modo contrario, no
se puede sacar al campo, según la óptica liberal, del atrazo y la marginación; pero lo
grave es que, como lo hemos visto de manera cotidiana, las leyes del mercado
prohujadas por los derechos civil y mercantil, han generada más pobreza, miseria social,
emigración y más violencia en el campo mexicano.

4.3.4. Aplicación del derecho consuetudinario en un caso de conflicto territorial


entre dos comunidades

Con el derecho civil y mercantil, jamás se podrían solucionar, por ejemplo,


controversias ancestrales de conflictos por límites entre núcleos de población por la
posesión de generación en generación de sus tierras, montes y aguas; tampoco para
resolver las restituciones de esas tierras a los poblados, ni la confirmación de sus bienes
comunales. Estas acciones y procedimientos agrarios deben atenderse a la luz del
derecho consuetudinario y del derecho agrario genuino.
Un ejemplo claro de lo que señalamos, lo tenemos en el caso del conflicto por
límites entre dos comunidades indígenas del Estado de Michoacán, en donde la primera
cuenta con título virreinal de finales del siglo XVI, con el cual y con la posesión ancestral
del pobaldo, se les confirmaron como siete mil hectáreas bajo las leyes agrarias
revolucionarias, allá por 1960.
198

Los naturales del segundo pueblo, acudieron en demanda de amparo indirecto en


contra de aquella resolución presidencial, considerando que se les vulneraba en la
posesión que alegaron tener de ciertas tierras, también desde tiempos inmemoriales. La
entonces Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, en ejecutoria,
ordenó la instauración oficiosa del conflicto por límites entre ambas comunidades y la
resolución correspondiente.
Debido a la reforma de 1992, de conformidad con los transitorios de las leyes
Agraria y la Orgánica de los Tribunales Agrarios, ya con la supletoriedad vinculante de la
legislación civil y mercantil, el expediente se turnó al tribunal unitario agrario competente
en el Estado, para su trámite y resolución final.
Es de puntualizar que, los naturales del primer poblado cuentan con sus títulos
virreinales, a diferencia del segundo, que alegó la posesión desde tiepo inmemorial, pero
sin título; sin embargo, con un docuento del año de 1808, todavía de la época colonial y
a dos años del estallido de la guerra por la Independencia, alegaron derechos de
posesión, pues en esa constancia se dice que le pidió permiso al primero, para asentarse
en esas tierras, a lo que accedió éste; por lo que desde esa fecha, hace ya más de 200
años, se han encontrado en posesión de las tierras, bosques y aguas de que “les dio
permiso” la comunidad propietaria.
Desde luego que, bajo la concepción del derecho civil, que es de estricto derecho,
el segundo poblado, se ha encontrado en posesión de esas tierras, reconociendo la
titularidad ajena, esto es, la del primero, y por ello, dicha posesión es obviamente
derivada o precaria, jamás apta no solo para prescribir, sino incluso para que se les
reconociera un mejor derecho a la posesión.
Es decir, bajo el derecho civil romanista, no habría solución favorable para
segundo. Pero bajo el derecho consuetudinario, aquel que, en estos casos ha
reglamentado el derecho a los bienes comunales, la mirada es diferente y quizá opuesta
a la del derecho civil, pues por principio de cuentas semánticamente el vocablo “dar
permiso para asentarse”, significa un derecho para vivir en esas tierras; para trabajar con
su familias y para morir en ellas. Este no es un término que se pueda interpretar a la luz
del derecho romanista de corte civil, que lo consideraría como un “comodato”, sino
conforme a la costumbre de los bienes comunales y a su más remota legislación de Las
Siete Partidas y El Calpulli.
199

De manera tal que para la resolución final del asunto, si se diera por la vía del
derecho civil, por fuerza tendrián que ser desalojados los naturales del segundo pueblo,
de una posesión de más de dos siglos; resolución que huelga decir que ni con el ejercito
se pudiera ejecutar. La resolución tuvo que ser, desde luego, conciliada, pero tomando
en cuenta el derecho y la grmática comunal con un significado opuesto al derecho liberal-
capitalista.

4.4. El caso paradigmático de la comunidad indígena de Cherán K’eri, en el Estado


de Michoacán

En los últimos 30 años, la política económica de México, orientada bajo el libre mercado,
en términos muy evidentes para la población, no cumplió con lo pregonado por sus
operadores, en el sentido de una mejor distribución de la riqueza y en mejores
oportunidades sociales y económicas para todos, especialmente para las hombres y
mujeres del campo; porque en los hechos, lo que ha generado, ha sido una generalizada
devastación de territorios comunales y ejidales, con el propósito de explotación intensiva
de los recursos naturales como la tierra, los montes, las selvas, los lagos, ríos, arrollos,
etcetera, que se han transformado para dar paso a la ganadería, como en tiempos de la
colonia; al desarrollo urbano incontrolado, por medio de la especulación de la tierra; el
arrendamiento y la compra de parcelas ejidales por parte de compañías extranjeras y
nacionales, al amparo de las reformas jurídicas privatizadoras, y con ello, la emigración
de contingentes humanos hacía los centros urbanos nacionales y hacía el extranjero.
En las ciudades y en el campo, se liquidan los derechos sociales a la tierra, a la
educación, al trabajo, a la asistencia médica y a las pensiones dígnas. En su lugar, el
fomento a la educación privada elitista, aparentemente como única vía para el progreso;
los seguros medicos de esa categoría para los que puden y tienen, mientras que la salud
pública para los asalariados, se pierde en la ineficiencia, la burocracia, la impunidad y la
corrupción.
Ante tal escenario, en los últimos años, a partir del año 2006, en el período de
gobierno del panista Felipe Calderón, con una marcada ideología conservadora de
derecha, se declara la llamada guerra al narcotráfico como una forma de legitimar su
200

gobierno ante los cuestionamientos serios nacionales e internacionales de fraude


electoral en perjuicio del candidato de izquierda Andrés Manuel López Obrador.
La violencia genera violencia y una acusada descomposición social que hasta la
fecha en todos los rincones de nuestro país se ha convertido en un verdadero infierno
que hace palidecer la famosa obra de Dante Aligheri de La divina comedia (sobre el
Infierno, el Paraíso y el Purgatorio), escrito desde la Baja Edad Media.
Los asesinatos, los secuestros, el cobro de piso, las extorsiones, el narcotráfico,
han cambiado el rostro de México, en el que si no existe ningún genero de garantías para
la población, para la vida ni para la libertad, menos para las posesiones y propiedades.
Los agentes del Estado, como en la época de la descomposición del Imperio Romano,
se convierten en sicarios al servicio del crimen organizado; la impunidad y la corrupción
en juzgados, en fiscalías, en Hacienda, en el sector salud, en educación, en Petróleos
Mexicanos, en las universidades y, sobre todo, en su origen: en los partidos politicos y
corporaciones sindicales y patronales, en los que la burocracia desalienta, intimida y
extingue posibilidades de solución de demandas y controversias legales.
En sí, todos los rincones de México han sido penetrados y avasallados por el
crimen organizado, mediante la feudalización del poder, por medio del cual se controlan
amplias regiones territoriales e incluso Estados de la federación que son “gobernados”
por sicarios armados en contubernio con polícías de todos los niveles, los que, a su vez,
controlan jueces locales, autoridades municipales de todo tipo, quienes imparten “justicia”
al margen del Estado de Derecho y de la Constitución; imponiendo así el poder con el
terror.
Sin embargo, los mexicanos hemos demostrado que, a pesar de los pesares,
somos emprendedores en nuestro país e incluso en otros lugares, en los Estados Unidos
y Canadá, principalmente, en donde hemos acreditado que el crimen y la violencia no
son privativos de nosotros, sino el trabajo, el esmero y la lucha por la vida y la familia.
Aquí mismo, una alternativa nada menor, lo constituyen nuestros pueblos
originarios y nuestras poblaciónes rurales, las que nos han demostrado por siempre y
más ahora, que la solidaridad comunitaria sí nos puede sacar adelante, para superar las
condiciones de vida basadas en la descomposición social que genera la economía de
mercado.
201

En ese orden de ideas, es de mencionar un artículo de fondo de Ana Paulina


Vázquez Karnstedt, que intituló El reto de la conservación y el desarrollo comunitario, en
el que sostiene117:
[…] La conservación de los recursos naturales y el desarrollo son temas
intrínsecamente relacionados al sector rural mexicano […] Históricamente, el
concepto de desarrollo se ha vinculado con la transición de las culturas, países y
comunidades de un estado social menos avanzado a uno que lo es más. Ejemplo
de ello ha sido la denominación histórica de las civilizaciones y culturas indígenas
como “primitivas” o “no occidentales”, con lo que se denota que son incapaces de
dominar a la naturaleza, desarrollar una sociedad compleja –como la europea– o
construir conocimientos científicos; por eso se les debe “civilizar” o, como se dice
hoy, “desarrollar”. En el caso de las culturas americanas, tal percepción del
indígena viene acompañada por la idea de una naturaleza inferior e insalubre,
según los naturalistas del Nuevo Mundo la describieron […] Como consecuencia
de lo anterior, la industrialización, la modernización, el progreso y la urbanización
han sido empleados como sinónimos de desarrollo. En la actualidad, este concepto
ha sido planteado de tal modo que se crea una dicotomía entre lo “desarrollado” y
lo “subdesarrollado” o “en vías de desarrollo”. El ideal construido en torno al
desarrollo se basa en el paso de lo tradicional a lo moderno, y no está exento de
visiones del mundo impuestas por aquellos grupos o países con mayor poder
económico y político. De este modo, los diversos pueblos y culturas no han tenido
oportunidad de defini r las formas de vida que consideran pertinentes de acuerdo
a sus valores. Si se analizan estos conceptos, la perspectiva de acumulación de
capital está implícita en todos ellos, lo que nos da una pauta para reflexionar sobre
los costos sociales, políticos y ambientales de este enfoque incompleto del
desarrollo modernizador. Ante dicho panorama, el desarrollo debe considerar los
segmentos sociales más desfavorecidos y fortalecer sus identidades y
capacidades […].

Despues del diagnostico que hace la autora del artículo en comento, se pregunta
cuales son las alternativas a seguir, y para ello propone que:

117VÁZQUEZ KARNSTEDT, Ana Paulina. “El reto de la conservación y el desarrollo comunitario”, revista
Ciencia Hombre, nº 1, vol. XXIII, Universidad Veracruzana, México, visible en el portal:
https://www.uv.mx/cienciahombre/revistae/vol23num1/articulos/reto/index.html (consultado: 20/08/2019).
202

[…] bajo las condiciones en las que nos encontramos es indispensable operativizar
un enfoque del desarrollo que no sea entendido únicamente como sinónimo de
desarrollo económico. El nuevo paradigma debe implicar la promoción de una
visión crítica que cuestione el modelo dominante de desarrollo en unión con otros
movimientos sociales de gran relevancia, como los antirracistas, los de los
derechos de las mujeres y los de los pueblos indígenas, entre otros. Por ello, el
nuevo desarrollo considera un proceso de “empoderamiento” o toma de control,
entendido como un poder individual (reconocimiento y fortalecimiento de la
identidad y la autoconfianza) y un poder colectivo (organización y trabajo conjunto
que permitan la acción social).
Idealmente, el desarrollo –entendido desde todas sus dimensiones– fortalece el
capital social, esto es, incrementa las redes y recursos sociales con los que
cuentan los individuos y que facilitan su acción. De este modo, las relaciones
sociales que se establecen en una comunidad, así como los principios que rigen
dichas relaciones, determinarán su capacidad de acción ante los elementos
externos que la afectan positiva o negativamente. Desde esta perspectiva, se
asume que la conservación y el manejo adecuado de los recursos naturales
dependen de dicho capital social, ya que, más que un asunto ambiental y científico,
constituyen un proceso social y político que requiere la evaluación de las
instituciones sociales, de la estructura económica y de los factores políticos que
promueven o amenazan la biodiversidad
[…] Para ello, debemos fomentar esfuerzos y promover procesos que busquen el
rescate de los recursos naturales en un contexto histórico, social, cultural y familiar,
que celebre el pasado, pero que no lo romantice, y que planee a futuro[…].

En el caso de Michoacán y otros Estados de la República, que cuenta con un


número considerable de comunidades indígenas, propietarias ancestrales de
considerable reservas forestales, se han visto asoladas por los talamontes al servicio de
la delincuencia, quienes devastan indiscriminadamente los recursos naturales al margen
de toda autoridad legítima; llegando incluso a asesinar a los representante comunales
que se oponen a la tala inmoderada; al secuestro, a la extorsión y a la violación de las
mujeres, en la más absoluta impunidad.
La comunidad indígena de Cherán K’eri, ha sido un ejemplo regional y mundial
dígno de mención, no sólo en la defensa de su territorio y de sus integrantes, sino,
203

además, al preservar la solidaridad comunitaria tanto en la seguridad, en la producción


agrícola y forestal, preservando asimismo, el ecosistema; en la distribución, consumo y
comercialización de sus productos como en la educación de sus hijos, en la participación
política plenamente democrática aunque no a la occidental, pues se organizan al margen
de partidos politicos, Instituto Nacional Electoral e instituciones públicas gubernamentales
corrompidas y penetradas por el crimen organizado; basándose en un Consejo118 Mayor,
con facultades, funciones, responsabilidades, atribuciones y actividades asambleístas y
deliberativas, propias de un cuerpo gubernativo municipal.
En una obra recientemente publicada, que recoge las memorias de una comunidad
mestiza del Bajío michoacano, de donde el suscrito es originario y a la que ya se ha hecho
referencia, señalo, al respecto, lo siguiente:
[…] Por ello, deseable es que las leyes que históricamente reglamentaron los
bienes comunales, como uno de los derechos de propiedad y posesión más
antiguos del mundo, no se extinga en nuestros pueblos, pues aquellos vienen
desde la alta edad media en España, con las leyes de Alfonso X, el Rey sabio,
conocidas como Las Siete Partidas, que emigraron a América con la colonización,
y que en lo que hoy es el territorio de México, se mezclaron con la institución del
Calpulli, que entre aztecas y purhépechas reglamentaban la posesión comunitaria
de la tierra; lo que finalmente conjugaron el Derecho indiano y el Derecho agrario
revolucionario […] La comunidad, por tanto, no puede ni debe morir, pues ha
acompañado a la humanidad y a El Cacalote, desde su nacimiento; pues las
comunidades indígenas rurales, han enseñado a México y al mundo que la
conciencia comunitaria en defensa de la vida, de la paz y de la naturaleza, sí es
posible, escuchando las lecciones de la historia, los consejos de los mayores y las
lecciones del Derecho consuetudinario. Y en ese tenor es de referenciar a la
comunidad de Cherán, en el corazón de la meseta purépecha o tarasca que,
después de sufrir como todo el país, los efectos perniciosos de la guerra contra el
crimen organizado, producto del neoliberalismo de priístas y panistas, decidió no
seguir viviendo con las organizaciones partidistas ni con las instituciones de un
Estado que, en contubernio y tolerancia con la devastación de criminales, no ha
podido o no ha querido imponer un régimen de derecho auténtico […] Los

118Sólo como aclaración etimológica, la palabra Concejo, con “c” y no con “s”, en este caso obedece a su
propio significado, que se refiere al Concilio (concilium-ii), Cabildo o Ayuntamiento de personas con
funciones de gobierno municipal o regional.
204

comuneros de Cherán, empezaron por retirar de la comunidad todo vestigio de


policías del municipio y del Estado, del sistema de partidos políticos y de
procuración de justicia, pues las leyes y la cultura occidentales que, desde la
Colonia se impusieron, siempre representaron depredación natural y humana. Se
retomó al sistema tradicional de las “rondas comunitarias”, en materia de
seguridad; se constituyeron y reforzaron asociaciones comunales del aserradero,
para procesar sólo la madera muerta; se inició con el proceso de reforestación del
bosque y se impulsaron las cooperativas comunales de producción y subsistencia
[…] Ahora, los hijos de la comunidad van a la escuela o al trabajo comunal, sin el
temor de regresar a sus hogares. El Concejo Mayor Comunal de Gobierno, ha
resultado evidentemente más eficaz que los gobiernos municipales producto del
sistema político partidista imperante en el país, a grado de que, sin temor a
equivocaciones, por existir parámetros internacionales, bien se pudiera afirmar que
es uno de los pueblos más libres del continente, por haber rescatado su
convivencia comunitaria y sus instituciones tradicionales que quizá tienen más
legitimidad que la del derecho positivo que se les ha impuesto […] ¿Quién puede
decir válidamente que no se pude vivir sin las leyes y el sistema político basado en
el mercado sin freno? […] En esa comunidad indígena se privilegia primero al ser
humano y después a las mercancías, no como ocurre con los Tratados de Libre
Comercio. Se puede vivir y convivir, basta con respetar los Derechos Humanos
desde la perspectiva comunitaria[…]119.

El esfuerzo y el ejemplo de las comunidades rurales y, en particular, de los y las


indígenes, es encomiable y dígna de retomar, en la medida de los posible, en los
diferentes estratos sociales, incluído el medio urbano; ya que si las comunidades se
componen por seres humanos, al igual que los espacios urbanos, por principio no debe
haber diferencia antropológica ni social.
Por lo demás, la experiencia de la solidaridad humana; de la dignidad; del trabajo
colectivo y del aprovechamiento comunitario, que ha sido una práctica consuetudinaria,
desde tiempo inmemorial, bien puede ser aprovechada, con sus justas proporciones y
diferencias, en otros espacios humanos. Nada lo impide; son experiencias humanas que
se deben tomar ahora de lo rural a lo urbano; de lo local a lo global. Lo contrario ya ha

119 ESQUIVEL RAMÍREZ, Edilberto; GARCÍA MORA, Ricardo, Memorias de El Cacalote, pp. 126-127.
205

acontecido en la historia moderna de la humanidad. Ahora voltemos las cosas y veamos


como ejemplo el rescate de los ecosistemas, la seguridad organizada por medio de
barrios; la organización en empresas colectivas para la producción, consumo y
distribución en el mismo sentido; tomando al ser humano y no a la mercancia como eje y
valor fundamental.
Por tanto, como lo dijimos en párrafos precedentes, sí hay alternativas humanas
para salir de la economía de libre mercado.
206

CONCLUSIONES

Edilberto ESQUIVEL RAMÍREZ

Es innegable que, tal como lo apuntamos en la introducción del presente ensayo,


uno de los motores de la historia de nuestro país, lo constituye desde luego la lucha entre
la concepción individualista en la tenencia de la tierra, por un lado, y por el otro, la
concepción comunitaria o colectiva, y aun cuando en el mundo de los bienes comunales
de los pueblos indígenas y mestizos, se trata de una porción territorial y de población que
no va más allá del diez por ciento de la totalidad de la población y del territorio nacionales,
lo cierto es que la propiedad social agraria constituida por las comunidades y,
adicionalmente por los ejidos, sí representa un poco más de la mitad de la totalidad de
nuestro territorio, aunque en aquella superficie no viva actualmente más de veinte por
ciento de la población del país.
En ese porcentaje de más del cincuenta por ciento de la totalidad del territorio
mexicano, que se encuentra conformado por la propiedad social, estriba la trascendencia
de este modesto trabajo, por cuanto que la cultura comunitaria en la tenencia de la tierra
basada en los bienes comunales, representa el fundamento histórico mismo de dicha
propiedad social.
Lo anterior es así, por cuanto que las fuentes históricas y aún las formales e incluso
las reales del actual derecho agrario en México, las encontramos en el derecho
consuetudinario, la doctrina, la historia y los acontecimientos sociales en torno a los
bienes comunales, los cuales reportan un antecedente en el tiempo, que se remonta, en
España, a la Baja Edad Media, y en estas tierras, a la época precolonial, cuando en las
culturas mesoamericanas más avanzadas de su tiempo, como la mexica y la purhépecha,
sobre todo, por medio de aquel derecho consuetudinario, se aplicó en la tenencia de la
tierra de los barrios, el sistema comunal cuya institución se conoce como El calpulli, que
viene a ser el antecedente más remoto de la propiedad social agraria que se generó y se
consolidó después de 300 años, con las disposiciones legales de una de las primeras
revoluciones sociales del siglo XX.
Aquel derecho consuetudinario, al conjugarse con el Derecho de Castilla que
emigró con los conquistadores, configuró el también conocido Derecho Indiano, mediante
207

el cual se procedió, por un lado, a confirmar los terrenos comunales a los naturales que
conservaron la posesión de sus tierras, montes y aguas, y por el otro, a restituir a otros
grupos indígenas que no conservaran la posesión, bien porque se les hubiese privado de
ella por los peninsulares o por otros núcleos indígenas, o bien por encontrarse dispersos
en los montes con motivo de la guerra de conquista.
En el decurso del presente trabajo, vimos que la cultura occidental que los
Españoles trajeron consigo a estas tierras, en lo concerniente a la propiedad común o
propiamente dicho, a los Bienes Comunales, fue a su vez una adquisición que se remonta
al derecho consuetudinario de los pueblos visigodo y germánico, que por muchos años
ocuparon importantes territorios de lo que hoy es la península Ibérica; pueblos que, por
sus condiciones sociológicas, despreciaron el derecho civilista romano, fincado en la
teoría de la propiedad privada de la tierra, para privilegiar la propiedad común de los
pastos, montes, aguas y tierras, sin delimitación específica.
Pero esa tradición comunitaria o colectiva que en España también se consolidó en
su tiempo, no deja de tener influencia de las teorías del bien común que ya habían sido
desarrolladas por la filosofía jurídica griega y, posteriormente por la medieval, la que a su
vez dio origen, ya en el renacimiento, a las teorías utópicas del socialismo de Tomás
Moro, que magistralmente materializaron en estas tierras los frailes humanistas Vasco de
Quiroga y Bartolomé de las Casas, a quienes se debe, en gran medida, la preservación
de los Bienes Comunales, los derechos y la cultura de los indígenas.
Después del episodio liberal del México independiente, en el que se pretendieron
proscribir, en aras del derecho individual, los derechos sociales y con ellos la propiedad
comunal, la Revolución de 1910, retomó no solo la teoría de los bienes comunales,
mediante las acciones de restitución y de confirmación de éstos a favor de las
comunidades de indígenas y mestizos, sino que, a la vez, teniendo como fundamento
ese derecho ancestral, se procedió a dotar de tierras a los campesinos, generalmente
mestizos, carentes de ellas, con la salvedad de que esas dotaciones revolucionarias se
hicieron prohijando las tareas del derecho comunal.
Lo anterior fue así, debido a que una vez constituidos jurídica y materialmente los
ejidos, éstos se tuvieron que reglamentar, en lo colectivo y en lo individual, con las
previsiones legales que se venían observando ya en el régimen comunal. Así por ejemplo,
tenemos conceptos propios de los bienes comunales, trasladados al régimen ejidal, tales
208

como la imprescriptibilidad de las tierras, la inembargabilidad, la inenajenabilidad y la


irrenunciabilidad de las mismas.
Tanto en las comunidades -desde tiempos del Calpulli-, como en los ejidos
posrevolucionarios, el campesino que no trabajara la tierra por un término perentorio,
podía hacerse acreedor a la privación de su derecho agrario, en el cual se acomodaba a
otro campesino que quisiera trabajarla, pero ésta jamás podía transformarse en
propiedad plena o privada, lo que solo podía acontecer mediante la expropiación por
causa de utilidad pública.
Otra característica que es influencia del derecho consutudinario comunal hacía los
ejidos, lo constituye el sistema de los bienes comunes de éstos, que se refiere a la tierra
generalmente no apta para el cultivo agrícola, constituida por superficies de agostadero,
monte, selvas, sierras y otras que, generalmente no son susceptibles de asignarse en
parcelas a los ejidatarios, respecto de las cuales su aprovechamiento es colectivo, sin
que ningún integrante del núcleo esté en condiciones de apropiarse, en lo individual, de
una superficie determinada. Es decir, a cada ejidatario corresponde su parte alícuota y
pro-indiviso.
Como es de notar, la influencia del régimen de los bienes comunales en el sistema
de la propiedad social en México y en su orden jurídico, ha sido determinante. De ahí la
justificación del presente trabajo, por cuanto que aquella propiedad social representa más
de la mitad del territorio nacional, en la que, por lo demás, encontramos ubicados la mayor
parte de los ecosistemas y la biodiversidad de flora y fauna que aún persiste, como por
ejemplo el santuario de la Mariposa Monarca, que se localiza mayormente en ejidos del
oriente del Estado de Michoacán, en tierras mazahuas.
Bajo tal panorama, se considera oportuno, como propuesta en el presente trabajo,
que los tribunales agrarios instituidos a partir de la reforma constitucional de 1992,
puedan contar con la competencia para conocer y resolver controversias derivadas de la
aplicación de las leyes en materia ecológica y de protección al ambiente, pues en México,
hasta este momento, no existe un órgano judicial ante el cual se deban ventilar ese tipo
de controversias.
Y en el caso de dichos órganos de justicia, de conformidad con la Constitución
General y su ley secundaria, tanto adjetiva como sustantivamente, cuentan, entre otras
facultades, para conocer de conflictos por límites de tierras y restitución de tierras y
209

aguas, entre ejidos y comunidades o de éstos en contra de propietarios particulares, así


como de todo tipo de controversias en las que se involucren derechos ejidales y
comunales, tanto individuales como colectivos.
Adicionalmente, diversos criterios jurisprudenciales de la Suprema Corte de
Justicia de la Nación, han determinado que los tribunales agrarios también deben ser
competentes para conocer de algunas controversias que se susciten en el ámbito de la
pequeña propiedad rústica y de las tierras nacionales, por cuanto inciden directa o
indirectamente en el panorama agrario.
Siguiendo con la propuesta anterior, se debe decir, a mayor abundamiento que,
como ha sucedido en varios estados de la República, las reservas naturales de bosques,
de manantiales y de otro tipo de recursos naturales, que generalmente se localizan en
tierras de uso común de ejidos y comunidades, son explotados irracionalmente por
empresas formales o por aquellas pertenecientes al crimen organizado, y son muy pocos
los casos en que los integrantes de esos núcleos se han organizado en la defensa de los
mismos, con algunas excepciones como la comentada en la comunidad de Cherán, en
defensa de su bosque, y recientemente en el norte del país, en el Estado de Sonora,
donde varios pobladores de la región Yaqui, se encuentran luchando por el agua.
A partir de la competencia a favor de los tribunales agrarios, se considera que se
tutelarían, ya a petición de parte interesada o de manera oficiosa, a partir de la denuncia
de cualquier individuo perteneciente o no al medio rural agrario –echándose mano del
novedoso recurso del interés difuso o interés legítimo- los derechos patrimoniales de las
comunidades indígenas y ejidales, por un lado, y por el otro, la defensa del medio
ambiente, mediante resoluciones vinculantes para particulares y para autoridades
administrativas.
Es decir, al mismo tiempo que se protegería al medio ambiente y a los
ecosistemas, se preservaría, a pesar de las leyes neoliberales que permearon ya en el
campo, la propiedad común de las tierras ejidales y comunales.
Con relación a lo anterior, se debe decir que un beneficio adicional que se
considera sería producto de la competencia para los tribunales agrarios en materia
ecológica, se vería en lo tocante a evitar, en la medida de lo posible, el cambio de uso de
suelo de las tierras ejidales y comunales, de agrícolas y/o forestales, a zona urbana, con
el fin de evitar el deterioro ecológica y con ello, tratar de contener asimismo, la
210

indiscriminada y a veces ilegal venta, fraccionamiento y extinción de la propiedad social


de ejidos y comunidades.
En otro orden de ideas, creo importante destacar, que en la presente obra, al
tiempo que se abordó el estudio de lo que son y han sido los bienes comunales, no se
puede prescindir sin embargo para ello, de los aspectos culturales y filosóficos que
envuelven la conciencia de sus habitantes, pues en última instancia son éstos no solo los
dueños ancestrales de aquellos, sino, además, los destinatarios de su régimen de
propiedad.
La cultura de los pueblos comunales y, recientemente los derechos ya reconocidos
sobre la materia, es relevante para que en nuestro país se puedan preservar los bienes
comunales, de ahí que la difusión permanente de esos derechos que, como lo vimos, son
consustanciales de los derechos humanos y de los del medio ambiente, sea no solo
indispensable, sino inaplazable, toda vez que tanto el derecho empresarial de corte
privatizador, como la publicidad comercial que ahora, a diferencia de antaño, ya han
permeado todos los rubros de la vida social, incluida la rural, ha puesto también en el
mercado las tierras ejidales y comunales.
La esperanza está en la tenacidad centenaria de los propios comuneros, que han
demostrado, desde el siglo XIX, el rechazo a las medidas liberales, las cuales, en la
actualidad, han vulnerado con más rapidez el patrimonio otrora social de los ejidos y sus
integrantes, compuestos, a diferencia de aquellas, mayoritariamente por mestizos que,
como lo vimos, comparten una cultura más occidental, positivista y, por ende, liberal.
La difusión de los derechos culturales de las comunidades indígenas pasa, sobre
todo, por la necesidad de que a su interior se reglamente el hecho de que, en la defensa
y preservación de los bienes comunales, intervengan, con derecho a voz y voto, no solo
los integrantes reconocidos formalmente como comuneros, sino, al estilo de las
comunidades de la región de los Once Pueblos de Michoacán, se incluya a todos los que
nacen y viven en su seno, es decir, a las mujeres y los hombres que ellos denominan
como hijos del pueblo.
Lo anterior ayuda a fomentar la defensa de los bienes comunes, la solidaridad, la
preservación de los recursos naturales y la difusión de los derechos que les asisten como
pueblos originarios y como seres humanos, titulares de derechos pero también de
deberes, sobre todo aquellos relativos a la tolerancia y la no discriminación.
211

De importancia no menor, es el rubro de la colisión que con frecuencia observamos


entre los derechos culturales de los pueblos indígenas y los derechos humanos de
algunos de sus integrantes, y sobre lo anterior, hemos visto que lo recomendable es la
armonización de ambos, que tiene que ver con la difusión y la socialización de los
derechos humanos, con el fin de integrarlos al seno de la cultura comunitaria.
Tampoco se debe perder de vista, que los derechos humanos, en cuanto categoría
jurídica de corte eminentemente individual, no dejan de tener su origen -y por ello
influencia- en la corriente del liberalismo que, por necesidad resulta opuesta a los
derechos sociales. Por ello, algunas expresiones radicales en defensa de los primeros,
pretenden la preeminencia absoluta del individuo físico frente a lo colectivo, lo cual se ha
aprovechado por la tendencia neoliberal, para obnubilar los derechos sociales de los
grupos étnicos, de los núcleos de población ejidal y comunal y de las propias garantías
sociales producto del derecho social revolucionario, en aras del derecho patrimonial y
empresarial.
En ese contexto, se reitera el concepto ya plasmado varias veces, que han
apuntado expertos sobre el tema, e incluso se ha plasmado en criterios de los Tribunales
del Poder Judicial de la Federación, en el sentido de que, ante controversias entre
derechos culturales y particulares, es preciso ir al caso concreto, bajo premisas de la
equidad, para armonizar la resolución final, porque, se insiste, no hay derechos humanos
de primera y derechos humanos de segunda.
Finalmente, acorde con el pensamiento del escritor Bartolomé Clavero, la
autonomía de los pueblos indígenas para regular su vida interna, las relaciones de los
habitantes con la tierra y, en fin, el conjunto de relaciones sociales, es necesario, si se
quiere efectivamente ser consecuetes con los conceptos de autonomía y
autodeterminación, que se les considere con capacidad de autoregulación jurídica plena,
acorde con el derecho internacional.
212

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DE LO COMUNAL A LO AGRARIO.
UNA VISIÓN HISTÓRICA Y SOCIOLÓGICA DEL DERECHO AGRARIO EN MÉXICO

EDILBERTO ESQUIVEL RAMÍREZ

RICARDO GARCÍA MORA

Esta obra se imprimió en los talleres de Ediciones Michoacanas, S.A. de C.V., calle
Arenisca, 166, colonia Linda Vista, de Morelia, Michoacán, el día 28 de octubre del 2020,
constando el tiro de 300 ejemplares, más sobrantes para su reposición.
221

AUTOR Y COORDINADOR GENERAL DE LA OBRA

EDILBERTO ESQUIVEL RAMÍREZ. Maestro en Derecho por la Universidad del País Vasco (Euskal
Herriko Univertsitatea), de San Sebastián, España. Licenciado en Filosofía y en Derecho por la Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Profesor por Asignatura en la Facultad de Derecho y Ciencias
Sociales. Secretario de Acuerdos del entonces Cuerpo Consultivo Agrario, Secretario de Estudio y Cuenta
de los Tribunales Agrarios (1992-2018). Organizador de foros de difusión de la cultura en general y de
temas jurídicos en particular. Autor del libro El derecho y su filosofía en México y el mundo (2014) y coautor
del libro Crónicas de El Cacalote, la nostalgia de un pueblo comunal del Bajío Michoacano (2019), de donde
él es oriundo, así como de otras obras académicas antológicas, capítulos de libro y artículos, ponente y
conferencista [Email: esquivel_1960@hotmail.com].

COAUTOR

RICARDO GARCÍA MORA. Doctor en Derecho por el Centro de Investigación y Desarrollo del Estado de
Michoacán, Maestro y Licenciado en Derecho por la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo.
Profesor Investigador de Tiempo Completo en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. Miembro del
Centro de Investigaciones Jurídicas y Sociales, Coordinador del Cuerpo Académico UMSNH-CA-241
Derecho Civil y Social. Reconocimiento a Perfil deseable PRODEP-SEP. Integrante del Colegio de
Abogados del Estado de Michoacán, A.C., de la Fundación Génesis SUCAYM, A.C., de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística, A.C. y del Colegio Nacional de Abogados Masones, A.C. Editor de
la Revista virtual Derecho Civil y Social. Articulista y árbitro de la revista Cijus Vox. Autor de varios libros
jurídicos, capítulos de libro y artículos, obras académicas, ponente y conferencista [Email:
rigarmora@hotmail.com].

COLABORADORES

BEATRÍZ ESQUIVEL CONTRERAS. Doctora en Filosofía por Instituto de Investigaciones Filosóficas “Luis
Villoro”, Maestra y Licenciada en Derecho por la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, todos de la
Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Profesora por Asignatura en las ciencias sociales y
humanidades, fue funcionaria del Poder Judicial de Michoacán, autora de capítulos de libro y artículos,
ponente y conferencista [email: beatrizesquivel_1987@hotmail.com].

ALBERTO OROZCO MORENO. Maestro en Producción Agropecuaria por el Instituto de Investigaciones


Agropecuarias y Forestales; Licenciado en Derecho por la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la
Universidad Mmichoacana de San Nicolás de Hidalgo; fue servidor público del Instituto Nacional
Indigenista; ExSubdelegdo Jurídico y ExDelegado de la Procuraduría Agraria en varios Estados de la
República; conferencista y autor de varios artículos sobre la materia agraria. Actualmente asesor en materia
de Desarrollo Agrario [email: alberto.orozco.moreno@gmail.com].

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