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Asignatura 2º año

HISTORIA Y POLÍTICA DE LA EDUCACIÓN


ARGENTINA
TP - 06

DOCENTE
LIC. y PROFESOR JORGE ALBERTO
ALDAZORO

TEMA A TRABAJAR: UNIVERSIDADES EN LA COLONIA

ACTIVIDADES A REALIZAR

1. ANALIZAR REFLEXIVAMENTE EL VIDEO – HISTORIA DEL SISTEMA UNIVERSITARIO


ARGENTINO (1600 – 1820) – REALIZANDO UN MAPA MENTAL.
https://www.youtube.com/watch?v=hyYz3tKSPPA&t=3s

2. RESPONDER REFLEXIVEMENTE.
A. ¿CÓMO SE GENERABA Y TRANSMITIA EL CONOCIMIENTO?
B. ¿CÓMO ESTABAN ORGANIZADAS LAS UNIVERSIDADES Y CUÁLES ERAN SUS
FACULTADES?
C. Investigue qué fue la ECOLÁSTICA Y SUS 3 ETAPAS.

3. LEER EL TEXTO Y REALIZAR UNA LINEA DE TIEMPO.

TEXTO: La universidad, baluarte de la Contrarreforma (Arata y Mariño). Pag 44 - 45.

A la par de la evangelización, los españoles privilegiaron la creación de una institución educativa por
sobre el resto: la universidad. Desde el siglo XVI, el impulso y la dedicación depositados en la
fundación de universidades fue un aspecto distintivo de la cultura hispánica. Los primeros
reglamentos educativos establecidos en América fueron las actas universitarias. Antes de regular la

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actividad de los maestros de primeras letras e incluso de la llegada de los jesuitas, la fundación de
universidades concitó gran parte de la atención y de los esfuerzos. ¿Por qué era tan importante esta
institución para la Corona? En buena medida, porque resultaba indispensable formar una
administración eficiente y un clero obediente, que representasen los intereses de la Corona en las
colonias. Respondiendo a esa demanda, la universidad sería la responsable de proveer los hombres
necesarios para ocupar puestos clave en la Iglesia, los cabildos municipales y la justicia.

Entre 1538 y 1812 se crearon en todo el espacio colonial hispanoamericano aproximadamente 25:
dos en La Hispaniola (en Santo Domingo), una en Cuba (en La Habana): tres en México (una en la
capital, una en Guadalajara, y otra en Mérida de Yucatán): una en Guate mala (en la capital): una
en Nicaragua (en León): una en Panamá (en la capital): dos en Nueva Granada, la actual Colombia
(ambas en Bogotá): dos en Venezuela (una en Caracas y una en Mérida): cuatro en el Ecuador
(todas en Quito); cuatro en el Perú (una en Lima, dos en el Cuzco, una en Huamanga); una en el
Alto Perú, la actual Bolivia (en Charcas); dos en Chile (ambas en Santiago); una en la Argentina (en
Córdoba del Tucumán).

El obispo Fray Fernando de Trejo y Sanabria donó, en 1613, cuarenta mil pesos al Colegio Máximo
de Córdoba para que se fundaran allí las cátedras de Latín y Teología. Este impulso permitió, diez
años después, la transformación del Colegio en la Universidad de Córdoba del Tucumán. Aquella
universidad adoptó un espíritu y un ceremonial típicos del barroco, que exaltaba la cultura libresca,
los rituales, las jerarquías y el desprecio por las actividades manuales.

La Universidad —gobernada por la Compañía de Jesús— incorporó desde sus inicios el modelo
clásico de la universidad medieval tardía y el método escolástico. Las clases se impartían en latín,
razón por la cual era requisito indispensable estudiar gramática. En 1768, tras la expulsión de los
jesuítas, la Universidad pasó a estar a cargo de la orden franciscana. En 1800. finalmente, se fundó
una nueva casa de estudios: la Real Universidad de San Carlos, que sería dirigida, entre 1807 y
1820. por el deán Gregorio Funes.
Las universidades coloniales se distinguían entre Mayores —que respetaban la organización de las
universidades medievales— y Menores, entre las cuales se encontraba la Universidad de Córdoba.
Estas últimas tenían facultades restringidas para otorgar grados académicos. En cierto sentido, más
que verdaderas universidades eran colegios superiores con privilegios otorgados por el Papa o el
Rey para conceder grados universitarios.

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¿Cómo se organizaba su enseñanza?
El modelo universitario emulaba la estructura de enseñanza de la Universidad de Salamanca,
compuesta por cuatro grandes facultades: la de Artes, que administraba los estudios preparatorios,
y las de Derecho. Medicina y Teología (esta última considerada la disciplina por excelencia), que
permitía a los estudiantes adquirir la formación necesaria para acceder a los puestos administrativos
y eclesiásticos. Atendiendo al criterio de limpieza de oficio, dichos estudios excluían las artes
mecánicas y las ciencias lucrativas por considerarlas objeto de envilecimiento del alma. Las
Primeras Constituciones de la Universidad de Córdoba, elaboradas por Andrés de Rada,
reglamentaban las instancias que un estudiante debía transitar para alcanzar un título universitario;
se trataba de ceremonias y probanzas que contribuían a distanciarlo del resto de la población,
acentuando el papel de la educación superior como legitimadora de una sociedad rígidamente
estratificada.

HISTORIA
El Colegio de Monserrat
El Colegio Real Seminario Convictorio de Nuestra Señora de Monserrat, fue establecido por los
jesuitas en Córdoba, debido a la preocupación del doctor Ignacio Duarte Quirós –” sacerdote docto y
ejemplar” –, el 19 de agosto de 1687, como preparatorio para los estudios universitarios. Quirós
proveyó la suma de dinero necesaria para la fundación, que puso a disposición de la Compañía de
Jesús, la que incluía el edificio. A su muerte legó todos sus bienes al Colegio. Se trataba de un colegio
convictorio, es decir, con internado, para residencia de los alumnos provenientes de otras regiones,
puesto bajo la advocación de Nuestra Señora de Monserrat. El 10 de abril de 1695, luego de una
solemne misa cantada en la iglesia de la Compañía, que fue celebrada por el padre Duarte Quirós, se
tomaron los votos a los primeros colegiales, que se comprometieron a defender el dogma de la
Inmaculada Concepción de la Virgen María.
El Colegio se rigió por las Constituciones (reglamentos) del Colegio de San Juan Bautista de La Plata
(Charcas o Chuquisaca), que a su vez estaban basadas en las de los colegios de Cuzco y Lima. En él
se enseñaban las lenguas clásicas (latín y griego), la filosofía, la matemática y nociones de historia,
geografía y cosmografía. Por real cédula de 1Q de diciembre de 1800, se dispuso que el Colegio se
tuviera por unido e incorporado a la Universidad de Córdoba y se le dieron las normas para su
constitución y funcionamiento.
En la historia de este instituto se pueden establecer cuatro épocas: 1) la de la administración jesuítica,
que se extiende desde su fundación hasta la expulsión de los miembros de la Compañía, en 1767; 2)
la franciscana, que va desde esa fecha hasta 1808; 3) la del clero secular, que se hizo cargo entonces

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del Colegio hasta 1854; y 4) la de su nacionalización, a partir de esa fecha, en que dejó de ser un
colegio convictorio y comenzó a recibir alumnos externos.
En 1907 el Colegio fue incorporado oficialmente a la Universidad Nacional de Córdoba. Las
autoridades del Colegio se componían de un rector; un prefecto de disciplina; un pasante, que hacía
las veces de director de estudios; y un ministro o administrador. La vida cotidiana de los alumnos
estaba regulada por estrictas normas de religiosidad, que incluían las oraciones, la frecuentación de
los sacramentos y los retiros espirituales. Semana Santa, el jueves santo los colegiales debían
concurrir en compañía del rector y los profesores a la visita de los sagrarios, práctica piadosa que se
mantuvo entre nosotros hasta mediados del siglo XX. Cabe señalar que estas prescripciones no fueron
suprimidas con la nacionalización del Colegio y están contenidas en el reglamento de 1855, suscripto
por el presidente de la Nación Justo José de Urquiza.
Desde 1838 hasta 1855, el Colegio fue dirigido por el Pbro. Dr. Eduardo Ramírez de Arellano quien, a
la vez, se desempeñó como catedrático de la Universidad y profesor y vicario general de la diócesis.
Con él compartían la responsabilidad de la enseñanza los doctores Estanislao Learte, tres veces rector
de la Universidad, y ex profesor del Instituto Literario de San Jerónimo, de Santa Fe; y Pedro Nolasco
Caballero, también tres veces rector de la Universidad. Ambos fueron al mismo tiempo miembros del
cabildo eclesiástico de la docta.
En esa época del Colegio, que funcionaba sólo como residencia, las clases se dictaban en la
Universidad, donde se estudiaba latín, lógica y ética, filosofía, matemática y física elemental, que
incluía elementos de astronomía. De acuerdo con las investigaciones realizadas por el historiador
jesuita Pedro Grenon, desde su fundación hasta 1855, pasaron por sus aulas 1.756 alumnos,
procedentes de las provincias que integraban el antiguo territorio del Virreinato del Río de la Plata e
inclusive de Chile y el Perú.
En este instituto cursaron estudios relevantes figuras de nuestro pasado, como Juan José Castelli,
Gregorio Funes, José Valentín Gómez, Pedro Medrano, José Ignacio Gorriti; y en época más cercana:
Santiago Derqui, Juan Francisco Seguí, Facundo Zuviría, Nicolás Avellaneda, Miguel Juárez Celman
y José Figueroa Alcorta. Según la opinión de uno de sus exalumnos, que data de 1780, el Colegio:
“Surtía abundantemente las catedrales de canónigos verdaderamente apostólicos; proveía las
parroquias tanto de ciudades como de la campaña de pastores celosos, desinteresados y vigilantes;
daba a las ciudades magistrados instruidos, íntegros, amadores del bien público; abastecía las casas
religiosas de sujetos dignos y de importancia; poblaba las ciudades de cabezas de familias que las
supiesen gobernar y mantenerlas en la debida sujeción a Dios, al Rey y a sus representantes o
ministros”.
El Colegio de Nuestra Señora de Loreto
Íntimamente vinculado con el Colegio de Monserrat, estuvo el Colegio Seminario de Nuestra Señora
de Loreto, fundado por el obispo Trejo y Sanabria el 17 de diciembre de 1611 en la ciudad de Santiago
del Estero, sede de la diócesis del Tucumán, y destinado a la formación del clero. En 1699 este Colegio
fue trasladado a Córdoba y en 1752 se aprobaron las reglas directivas y doctrinales que se han de
observar en el Colegio Real y Seminario de Nuestra Señora de Loreto y Santo Tomás de Aquino,
dictadas por el obispo Pedro Miguel de Argandoña. Para el ingreso en el Colegio se requería que los
postulantes debían tener doce años cumplidos, ser hijos legítimos y saber leer y escribir, además,
debían demostrar una marcada vocación religiosa. Los que fueran seminaristas tenían que turnarse
en el servicio de culto en la Catedral. El ingreso se realizaba de una manera pública y solemne. En
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esa ocasión, el postulante debía hacer juramento de defender el misterio de la Purísima Concepción
de Nuestra Señora y de guardar las Reglas. Además de los estudios regulares de gramática, filosofía
y teología, los alumnos recibían lecciones de música y aprendían a ejecutar en el arpa, el órgano y el
violín. Según las Reglas, los alumnos teólogos debían predicar los días de Nuestra Señora de Loreto,
de la Purísima y de Santo Tomás de Aquino. También debían defender los casos de moral y dos veces
al año exponer alguna cuestión de filosofía.
La Universidad de Córdoba
Por iniciativa del obispo del Tucumán, fray Fernando de Trejo y Sanabria, el papa Gregorio XV otorgó
en 1621 al Colegio Máximo que tenían los jesuitas en la ciudad de Córdoba desde 1610, el privilegio
de poder otorgar grados académicos y, por lo tanto, la jerarquía de universidad, la que comenzó a
funcionar al año siguiente, de acuerdo con las Constituciones o reglamentos que dictó el padre Pedro
de Oñate, reformadas por el padre Andrés de Rada en 1664 y confirmadas en 1680. Sin embargo,
sostiene el padre Pedro Grenon, que fue la Compañía de Jesús la que, “exclusivamente y sin ayuda
alguna del obispo de Trejo, fundó, costeó y sostuvo con sus propios recursos durante ciento cincuenta
y siete años su Colegio Máximo, convertido [...] en la primera Universidad que existió en territorio
argentino”9. Durante el período hispánico se fundaron en América 25 universidades. La primera en
Santo Domingo, en 1538.
Trejo y Sanabria había nacido en las costas del Brasil en 1550. Era nieto de Diego Sanabria, que debió
ser el tercer adelantado del Río de la Plata, cuya expedición fue arrastrada por un temporal a las costas
de Venezuela. Llamado por su vocación religiosa, se ordenó sacerdote en la comunidad franciscana.
Fue elevado a la dignidad episcopal como obispo del Tucumán en 1595. En tal carácter presidió los
sínodos de 1599, 1606 y 1607. A través de su labor infatigable, llevó a cabo la reedificación de la
iglesia catedral de Santiago del Estero, sede del obispado; protegió a los indios de la región
combatiendo el servicio personal a título gratuito; y fundó, además, cofradías religiosas para la
participación de los indios, negros y mulatos. Su obra más perdurable fue, sin embargo, la promoción
de la Universidad de Córdoba, para lo cual donó sus bienes.
En efecto, el 19 de junio de 1613 formalizó la donación ante escribano obligándose a su cumplimiento
con todos sus bienes y rentas del obispado. El 15 de marzo del año siguiente escribió al rey para
suplicarle se dignará “dar licencia para que los padres de la Compañía puedan dar grados de Artes y
Teología”. Aunque la fundación de la Universidad tuvo lugar ocho años después, esta petición fue el
principio de tan magno acontecimiento. Trejo y Sanabria gobernó la diócesis del Tucumán hasta su
muerte, acaecida cerca de Córdoba, el 24 de diciembre de 1614, sin haber visto concretada la
fundación de la Universidad. Según las palabras del padre Furlong, fue “un varón verdaderamente
egregio, tan sabio como santo”.
El gobierno de la Universidad estaba a cargo de un rector y un cancelario, nombrados por el superior
provincial de la Compañía de Jesús. En esta Universidad se cursaban artes, que comprendían el
estudio del latín y la filosofía; y teología; y se concedían en el primer caso los grados de bachiller,
licenciado y maestro; y en el segundo, los de bachiller, licenciado y doctor, en principio por el término
de diez años y desde 1634, a perpetuidad, por decisión del papa Urbano IV. El aprendizaje del latín
estaba dividido en doce cursos de un año cada uno, para menores y mayores respectivamente. A su
vez, el estudio de la filosofía comprendía un curso de lógica, otro de física y un tercero de metafísica,
cada uno de un año de duración. Por su parte, el estudio de la teología, que duraba cinco años, se
fundamentaba en la escolástica.

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Según refiere el historiador Antonino Salvadores: “Se obtenía el grado de doctor después de la
licenciatura y de haber cursado dos años como pasante, durante los cuales se rendían cinco
exámenes, de los cuales cuatro, llamados parténicas, estaban dedicados a la Virgen María, y el último,
más importante y severo, llamado ignaciana, se dedicaba a San Ignacio. Las parténicas versaban
sobre la Suma Teológica de Santo Tomás y la ignaciana, debate público en el cual participaban todos
los doctores presentes en la ciudad, sobre el Libro de las Sentencias, de Pedro Lombardo, cuyas
proposiciones eran comentadas de acuerdo con la doctrina tomista” 11. Los que recibían el grado de
doctor debían estar previamente ordenados “de orden sacro”. Recién a partir de 1764 comenzaron a
admitirse seglares.
La Universidad de Córdoba estuvo en manos de los jesuitas hasta su expulsión, en 1767. Entonces
fueron reemplazados provisoriamente por los franciscanos, quienes en 1791 introdujeron el estudio de
la jurisprudencia o Instituta con anuencia del virrey Nicolás de Arredondo. De esta manera los estudios
que se cursaban dejaban de ser estrictamente teológicos. La cátedra se inauguró con 11 alumnos y
fue su primer titular Victorino Rodríguez. En 1795 se autorizó el otorgamiento de grados en derecho
civil. Con esto se dio comienzo a la secularización de la Universidad.
Por real cédula del 1 de diciembre de 1800, el rey Carlos IV refundó la Universidad y la denominó de
San Carlos y de Nuestra Señora de Monserrat, elevándola al rango de Universidad Mayor, con las
mismas prerrogativas atribuidas a las de Salamanca y Alcalá de Henares en España y a las de México
y Lima en América y con el carácter de Real y Pontificia. Entre los rectores franciscanos, merece
recordarse a fray Pedro Nolasco Barrientos, que estuvo diez años a cargo del rectorado; y, entre los
profesores, a fray Cayetano Rodríguez, de relevante actuación posterior en los sucesos de la
Revolución de Mayo, que enseñó filosofía. A partir de 1808 se hizo cargo de la Universidad el clero
secular.

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