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Alfonso Reyes y La Ifigenia cruel, una obra de redención para la humanidad

Por Javier Virgilio Góngora Corona

Reyes y su predilección por la tragedia griega

Alfonso Reyes (1889-1959) afirma de manera categórica su cercanía a la literatura

clásica, es decir, a las tragedias griegas, así como su afinidad hacia los poetas latinos.

De hecho, este tipo de lecturas fueron, como bien lo señala Hernández Luna en su

prólogo a Las conferencias del Ateneo de la juventud (2000), una constante dentro del

grupo del Ateneo de la Juventud del que Reyes fue parte fundamental en su

conformación y desarrollo. La cercanía con lo heleno desde la que se puede ir

comprendiendo una de las razones o motivos por los que el mismo Reyes llegaría a

crear un poema como La Ifigenia cruel, no es nada sutil o tenue; sino que como el

mismo Reyes llega a declarar:

La afición a Grecia era común, si no a todo el grupo, a sus directores. Poco

después, alentados por el éxito, proyectábamos un ciclo de conferencias sobre temas

helénicos. Fue entonces, cuando en el taller de Acevedo, sucedió cierta memorable

lectura de El banquete de Platón en que cada uno llevaba un personaje del diálogo,

lectura cuyo recuerdo es para nosotros todo un símbolo (Reyes.1941: 50).

Es importante recalcar que si bien La Ifigenia cruel apareció publicada por

primera vez en el año 1924, en Madrid, durante el autoexilio al cual se sometió Reyes,

existe la posibilidad de que fuera alrededor de estos años (1908-1909), cercanos a la

fundación del Ateneo, cuando justamente se comenzaban a reunir los jóvenes

pensadores a leer y discutir entre otras cosas a los clásicos, cuando Reyes hubiese
comenzado a maquinar una obra que posiblemente y con el paso de los años,

terminaría convirtiéndose en el afamado y profundísimo poema que nos obsequió en la

Ifigenia. En este sentido, la palabra de un conocedor de la obra de Reyes como lo es

Arenas Monreal, nos indica que, en efecto, muy probablemente el libro donde salió

publicado por primera vez el poema, no fuera sino “el producto de un prolongado

tiempo de arduo trabajo y de reflexión sobre el mundo griego, el cual inició en 1098,

durante su formación en el Ateneo de la Juventud” (Arenas. 2010: 1).

Es importante ser claros en este aspecto: la cercanía de Reyes al mundo griego,

a las tragedias de los clásicos como Sófocles, Eurípides y compañía, es innegable. Por

tanto, no se puede desechar tal relación con lo griego, cuando se está buscando

indagar y echar luz sobre La Ifigenia cruel, so pena de caer en un profundo yerro

metodológico. Por ese motivo, hemos querido indagar más al respecto e ir a las propias

palabras del autor, para que así, de manera clara podamos establecer con razón, de

qué naturaleza es la cercanía, la afición y la predilección de Reyes, por la tragedia y el

mito griegos.

La afición dirá Reyes, por Grecia, fue una realidad que se fue cultivando con el

paso de los días, meses y años, inició como hemos dicho hacia 1908; sin embargo

llegó el día en que “aquellas palabras tan lejanas se iban acercando e incorporando en

objetos de actualidad. Aquellos libros, testigos y cómplices de nuestras caricias y

violencias, se iban tornando confidentes y consejeros” (Reyes. 1996: 351). De manera

paulatina las letras griegas, los mitos, las emociones y demás realidades humanas que

aquella fuente de reflexiones (la tragedia griega) generaba y despertaba en Reyes,

fueron haciendo mella en su interior. La manera en la que se fraguo esa cercanía,


irrompible, con la tragedia griega se dio como surge la amistad: sin prisa, sin presión,

de manera desinteresada, pero profunda, que madura y se enraíza en el alma con el

pasar del tiempo y de las experiencias mutuas.

La experiencia de lectura y revisión constante que Reyes tuvo de la tragedia

griega –como seguramente pasó con otros ateneístas–, se terminó por configurar en

algo más que una mera lectura. El espíritu aguerrido y la idea que caracterizó al grupo

de los ateneístas: aprender bien las cosas y ser serios con sus trabajos y estudios,

como bien lo explica Hernández Luna en su prólogo a Las conferencias del Ateneo de

la Juventud (2000), fueron los elementos, sin duda, que propiciaron en Reyes una

conexión tan profunda con la tragedia que terminó siendo para él, no solo una lectura

de placer ni un simple pasatiempos, sino que se tornaron para el joven escritor, en un

tipo de bálsamo para su existencia –como la de cualquiera– atormentada por el caos

de lo real.

Desde esta perspectiva podemos comprender, cómo Reyes llega a decir que “la

literatura, (…), se salía de los libros y, nutriendo la vida, cumplía sus verdaderos fines.

Y se operaba un modo de curación, de sutil mayéutica, sin la cual fácil fuera haber

naufragado en el vórtice de la primera juventud” (Reyes. 1996: 351). La unión del novel,

por aquellos años, escritor, con la tragedia y mito griego, le dieron, como él mismo lo

declara, los medios para continuar viviendo en una época crítica de su vida y de su

juventud. Claramente esta visión de Reyes, hacia lo griego, irá ampliándose con el

pasar del tiempo. Su ojo de poeta, sensible y preocupado por la existencia en su más

trágica versión, le facilitaría una visión del mito y tragedia griega, desde la cual

interpretaría aquellas antiguas obras y mitologías, como medios desde los cuales, la
existencia humana podría ir buscando y encontrando respuestas a sus problemas más

cotidianos, pero también los más existenciales y humanos.

La Ifigenia cruel reflejo de la humanidad

Una de las razones fundamentales por las que Reyes pudo sentir la necesidad de

componer una obra como La Ifigenia cruel, fue su interpretación del mito griego como

un fenómeno en el cual la humanidad podía ser fácilmente representada. Así, Reyes ve

que “la tragedia griega es, desde luego, humana, pero universalmente humana, en

cuanto sumerge al hombre en el cuadro de las energías que desbordan su ser” (Reyes.

1996: 353). Teniendo como base esta interpretación del mito griego, no es difícil

comprender por qué Reyes tuvo la necesidad de indagar más en esa literatura clásica y

sobre todo, podemos comprender por qué, se decantó por un tema de la mitología

griega para su poema.

Reyes supo captar la profundidad y el alcance del mito griego, supo ver que en

él el hombre se encuentra como retratado, sus emociones, sus anhelos, sus miedos,

sus sollozos y quebrantos, todo lo humano yace en el mito. Así el mito se convierte en

un reflejo de lo humano. El mito como reflejo del acontecer humano alecciona, tiene

una parte ineludiblemente pedagógica, y Reyes fue capaz de vislumbrar, desde la

lejanía temporal y espacial, estas realidades que en el mito griego yacían:

Aparece, pues, la tragedia antigua, como una completa representación del alma

en su dinamismo pasional: en medio del torbellino de la vida, solemos alzar la cabeza,

valorar victorias y derrotas, y prorrumpir en exclamaciones y lamentos (…) como el coro

mismo; y de esos gritos se mantiene la vida (Reyes. 1996: 356)


En este sentido cabría preguntarnos ¿qué parte de la existencia humana es la

que representa o refleja el poema de La Ifigenia cruel? ¿Qué dimensión existencial,

emocional, anímica o pasional, estaría intentado representar o responder el poema de

Reyes? Sin duda se presenta como todo un reto encontrar respuestas puntuales,

indubitables e irrefutables, para estos cuestionamientos, pues muchas de las veces, ni

el autor puede, con exactitud, expresar del todo el sentido y significación de su

creación. Sin embargo, el ejercicio analítico de La Ifigenia, y la revisión de ciertos

paratextos relacionados, pueden ayudarnos a tener una idea más o menos clara de lo

que busca, así como de las implicaciones existenciales que conlleva en su interior el

poema.

La Ifigenia de Reyes es diferente. En el mito clásico de Eurípides Ifigenia

recuerda perfectamente todo, no se da, como en Reyes, este olvido de su pasado, esta

dejadez extrema de la memoria, que sume a Ifigenia en la más deplorable de las

existencias: “ay de mí, que nazco sin madre/ y ando recelosa de mí, acechando el ruido

de mis plantas/ por si adivino adónde voy” (Reyes.1996: 317), dice Ifigenia en la

primera estrofa de la primera parte del poema. Reyes, como buen lector y libre

pensador, reforma el mito original, lo reconstruye y lo resignifica. Basándose en su

comprensión del mito como un reflejo de lo humano, se ve con la libertad de modificar

el mismo mito, para así reflejar una realidad muy humana, que tal vez antes de Reyes

no hubiese sido explorada: la vivencia de una vida en desacuerdo profundo con su

pasado, al grado, que la mejor manera que se tiene para sobre llevar tal fragmentación

del yo presente con el yo pasado, es el olvido de ese yo que habitó en un pasado del

que nuestro yo presente se avergüenza, se entristece y arrepiente.


Es más que probable que Reyes haya escrito esta obra pensando en la muerte

de su padre y en el dolor que ello le género. Sin embargo saber con exactitud hasta

qué punto ese suceso influyó para la elaboración del poema, es un conocimiento difícil

de adquirir. Por otra parte, lo que resulta claro, es que Reyes, con La Ifigenia cruel,

pudo en cierta manera cerrar un tipo de ciclo, acaso amargo en su vida. Como si fuera

este poema una especia de terapia existencial. En este sentido, por lo menos una idea

semejante, podemos entresacar cuando leemos un fragmento del comentario que el

mismo Reyes realizó para La Ifigenia, donde aduce: “antes de que mi Ifigenia pudiera

alentar, había de cerrarse un ciclo de mi vida” (Reyes. 1996: 352).

La visión de la tragedia y el mito griegos como representación de la humanidad

universal nos sitúa ante un acontecimiento que, como hemos mencionado, posee

ciertas características, que dotan a la obra, en este caso a La Ifigenia cruel de Reyes,

de un aura un tanto medicinal. Es un ejercicio en el cual el poeta –y con él, la

humanidad– pueden reconciliarse consigo mismos. No hay por qué negar que:

La Ifigenia, además, encubre una experiencia propia. Usando del escaso don

que nos fue concedido, en el compás de nuestras fuerzas, intentamos emanciparnos de

la angustia que tal experiencia nos dejó, proyectándola sobre el cielo artístico,

descargándola en un coloquio de sombras (Reyes. 1996: 354).

Si bien, la Ifigenia, como el mismo Reyes declara, está íntimamente ligada a una

experiencia personal, compartimos el punto de vista de Arenas (2010), quién acepta

que el poema puede estar íntimamente ligado a la muerte del padre del poeta, pero que

su valor no reside en ello, sino en la magia a través de la cual, Reyes, sobrepasa –


como naturalmente sucede con el mito– el plano de lo personal, para integrarse en un

momento universal; en un lugar donde lo humano no conoce de tiempos ni de

espacios, sino que más bien, es precisamente eso humano lo que nos conecta con

seres de siglos pasados y nos conectará con siglos futuros, porque lo humano siempre

permanece. De tal forma, que, con Arenas, afirmamos, que si bien el poema

Se relaciona con la vida de Reyes. Pienso, sin embargo, que su importancia

radica en que no se agota ahí, en el entramado de máscaras y símbolos con los cuales

encubre su propia tragedia personal, signada por la muerte de su padre. Más bien su

aportación de fondo reside en utilizar la escenografía de la tragedia griega para situar el

acontecimiento trágico de la muerte de su padre (…) en una atmosfera de dolor

universal humano (Arenas. 2010: 124).

De esta manera, La Ifigenia Cruel, se transfigura no solamente en un bello

poema, monumento a la genialidad y la sensibilidad de un pensador cuyas aptitudes

poéticas quedan fuera de toda duda. La Ifigenia es un testimonio fehaciente de la

búsqueda, por una parte de paz y por otra, de libertad.

La paz que busca Ifigenia, es la misma que buscamos todos, cuando, acosados

por nuestra conciencia del pasado, buscamos obsesivamente escapar de ella y

escapar de ese pasado que atormenta y amarga el presente, llegando algunas veces a

enterrar nuestra memoria y olvidarla. Esto es lo que pasa con Ifigenia, ella cree que no

tiene pasado, no recuerda nada, por ello se experimenta así misma “como un grito que

nadie lanzó” (Reyes. 1996: 317), como un ser sin origen, sin vínculos. No obstante, por

más que Ifigenia se obstina en esconder de su vista y de su conciencia, a su yo

pasado, a su historia, hay momentos donde el silencio permite el encuentro consigo


misma. Es ahí cuando escucha voces que le recuerdan algo, acaso turbio que no

puede ser claramente apreciado, pero que irremediablemente subyace ahí: “y sin

embargo, siento que circula/ una fluida vida por mis venas: / algo blando que, a solas,

necesita, / lástimas y piedades” (Reyes. 1996: 320).

La Ifigenia de Reyes como Xirau (2013) aduce, se reivindica así misma y a su

raza, pero esta redención, no proviene de otro acontecimiento, sino es de la inteligencia

de uno, es decir, del autoconocimiento. Cuando Orestes, su hermano, llega a las

costas de Táuride y apresado lo presentan ante la sacerdotisa, su hermana, se produce

ahí mismo la anagnórisis a partir de la cual, los hermanos se reconocen mutuamente.

Así Ifigenia, en un momento de crisis y terror, increpa a su hermano menor, quien tiene

la consigna de llevarla de nuevo a Micenas, diciéndole:

calla, por tus amuletos; calla, por tu cabellos/, en los que reclavo con ansia mis

dedos;/ calla, por tu mano derecha;/ calla, por tus cejas azules;/ y por ese lunar que hay

en tu cuello,/ gemelo –mira–,/ gemelo del lunar que hay en mi hombro./ Calla, porque

me aniquila el peso del nombre que espero;/ oh vencedor extraño, calla, porque, al fin,

no quiero/ saber –oh cobarde seno– quién soy yo (Reyes. 1996: 333-334).

Vemos de qué manera Ifigenia se resiste por momentos a voltear al pasado. El

poema juega, magistralmente con esta indeterminación de ánimo de Ifigenia, que por

momentos muestra destellos de una Ifigenia que quiere recordar, pero que cuando se

le presenta la oportunidad, reniega fuertemente. Es como si su pasado le doliera, como

si deseara huir de sí misma, de su historia. Sin embargo Reyes, descubre la libertad y

la conciliación con el ser de uno, con su pasado, con su historia, con su dolor,

precisamente, en:
El intelecto, la claridad, la luz a la cual (…) solamente puede llegarse después

de agonizar en las sombras y las penumbras. Ifigenia se salva cuando modestamente

vuelve a sí misma para ser mujer capaz de llevar un nuevo nombre, el nombre que su

libertad escoja (Xirau. 2013).

Solo cuando Ifigenia se reconcilia con el pasado y lo integra en su presente,

cuando abraza a su hermano y tocándolo reconstruye su memoria, su existencia

rasgada y fragmentada: “ay hermano de lágrimas, crecido/ entre la palidez y el

sobresalto/ ¡Déjame, al menos, que te mire y palpe, / oh desvaída sombra de mi

padre!”; solo en ese momento es cuando ella puede ahora sí, de manera libre, puesto

que hay conciencia clara de sí, optar sobre sí misma. En el momento del perdón y la

conmiseración propios, que provienen de una luz inteligente que ilumina la existencia

atenazada por la oscuridad de un pasado atroz, es cuando Ifigenia, puede decir a

Orestes “¡No quiero!” y con plena conciencia de lo que se es, opta por el oficio, ahora sí

de manera consiente, de sacerdotisa de la diosa. Xirau (1989), lo dice claramente:

“Ifigenia no quiere regresar porque [ahora] se siente libre” (17).

Solo cuando aparece un viejo Toas en nuestra existencia, que nos ayuda, como

lo hizo con Ifigenia: “Todo lo sé: la onda cordial desata, / cólmate de perdón hasta que

sientas/ lo turbio de una lágrima en los ojos: / Mata el rencor, e incéndiate de gozo”

(Reyes. 1996: 349). Solo cuando nos colmamos del perdón que alegra la existencia y

da sosiego al espíritu, como finalmente sucedió a Ifigenia, la que antaño no recordaba,

es cuando la humanidad, que avanza y crece de la mano del mito, se reconcilia consigo

misma. Acaso algo así aconteció a Reyes. Acaso tuvo que deambular a tientas, en la

oscuridad de una conciencia dilatada por la angustia de la existencia, donde solo se


pueden mantener coloquios de sombras. Acaso así anduvo, hasta que junto con

Ifigenia, puso luz en las sombras, esa luz que solo aparece cuando se esfuma la

ignorancia del ser propio y se asume una visión que integra los acontecimientos en un

caudal inexorable de emociones humanas revitalizadoras.

Bibliografía

Reyes, A. (1996). Obras Completas (t.X): Constancia poética. Fondo de Cultura


Económica: México

Reyes, A. (1941). Pasado inmediato y otros ensayos. Fondo de Cultura Económica:


México

Arenas Monreal, R. (2010). Ifigenia cruel de Alfonso Reyes: un coloquio de sombras.


Tesis de doctorado. El Colegio de México: México

Caso, A., Luna, J. H., & Defossé, F. C. (2000). Conferencias del Ateneo de la
Juventud (Vol. 5). UNAM.

Xirau, R. (2013). Entre la poesía y el conocimiento: antología de ensayos críticos sobre


poetas y poesía iberoamericanos. Fondo de Cultura Económica: México

Xirau, R. (1989). Luminosa Ifigenia. Revista de la Universidad de México, no, 460

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