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Resumen
Abstract.
This article analyzes gender violence, highlighting its characteristics and potential, both
theoretical and practical. In this sense, gender violence can be defined as violence based on
the dominant gender relationships and definitions in a given society. Based on this
definition, the focus must be placed on the sociocultural foundations of this violence and on
*
Referencia curricular: Abogada, con Diplomados en Derecho Constitucional, Derecho Procesal Civil,
Derechos Humanos en la Administración de Justicia, Máster en Estudios Internacionales por la Universidad
de Santiago de Compostela- España y Doctorante del de la 3ra versión del Doctorado en Ciencias Políticas y
Relaciones Internacionales.
Contacto: janethontiveros.alv@gmail.com
Código ORCID: 0009-0002-6270-3513
Nota: La opiniones, recomendaciones y conclusiones expresadas en este documento corresponden
exclusivamente a su autora.
the possible transformations that may take place in this area. Delimited this, it will be seen
that despite the implementation of the new law to combat gender violence in Bolivia, the
figures have been increasing, that although the victims turn to the state apparatus in search
of material justice, legal practices that occur in judicial processes on sexist violence not
only allows us to understand the difficulties of access to justice for women and the survival
of gender stereotypes, but also makes it easier to understand what image the right returns to
society regarding gender violence.
1. Introducción
Uno de los grandes logros del feminismo contemporáneo es que cambió nuestra
comprensión de la sexualidad y de las relaciones entre mujeres y varones al identificar la
violencia sexual como un elemento importante en el mantenimiento de la subordinación de
las mujeres, al proporcionarles nuevas vías para la comprensión de su situación y al
impulsar la creación de recursos para combatir dicha violencia. Ha conseguido que se
entienda la violación no como un delito contra el honor de las familias sino como un asalto
violento cometido contra las mujeres no sólo por extraños sino también por los maridos,
padres o personas cercanas. Ha promovido las denuncias por malos tratos a las mujeres,
insistiendo en la dejación de su consideración como un asunto privado y personal entre los
miembros de una pareja. De igual manera, ha acuñado el concepto de acoso sexual, que
destapa la realidad de los avances sexuales indeseados que generaciones de mujeres han
tenido que sufrir, principalmente en el trabajo.
Pero esta tarea no era suficiente. Hacía falta el reconocimiento al más alto nivel para que
los Estados tomaran cartas en el asunto, y ello tuvo lugar con la Declaración de Naciones
Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer de 1993, cuyo artículo 1
considera violencia contra las mujeres a «todo acto de violencia basado en la pertenencia al
sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual
o psicológico para la mujer, incluidas las amenazas de tales actos, la coerción o la privación
arbitraria de la libertad, tanto si se producen en la vida pública como en la privada». Pero
para que se produjera el salto del macronivel de decisión que representa la ONU a la
política del día a día de cada país tienen que ocurrir más cosas.
En Bolivia se tuvo lugar a partir de la implementación de la Constitución Política del
Estado que reconocía….. posterior a ello entro en vigencia la Ley 348….
2.1. La Violencia.
El tratamiento de la violencia como objeto de estudio, no es una tarea fácil, al tener diversas
teorías sobre su naturaleza, características, causas y tipos (Aróstegui, Violencia, sociedad y
política: la definición de la violencia , 1994), estas investigaciones desarrolladas a finales
de los años sesenta y setenta, se centraba sobre todo en las corrientes que definían una
concepción amplia de la violencia y las que abogaban por una restringida, centrándose en la
violencia física.
Limitar su entendimiento solo a ese tipo de violencia puede llevar a identificar la violencia
con actos aislados, sin tener en cuenta su posible reiteración en el tiempo y su
complementariedad con otros comportamientos. De la misma forma estaría excluyendo el
análisis de formas de violencia, de naturaleza no estrictamente física, pero cuya gravedad es
recurrentemente destacada por las propias víctimas; tal el caso de la diversas formas de
violencia psicológica que como señala (Espinar Ruiz & Mateo Pérez, 2007) pueden llegar a
hacer pedazos a cualquier persona.
Este autor refirió que los tres tipos de violencia se interrelacionan y retroalimentan,
constituyendo un flujo de relaciones, estando conexa con un tipo de medida acorde a su
tiempo; así la violencia directa será un acontecimiento (évenementille), la violencia
estructural, un proceso con subidas y bajadas (conjoncturelle), y la violencia cultural, un
fenómeno permanente durante un largo tiempo (longue durée) (Galtun , 1990).
La violencia directa se la entenderá en forma de conductas, sus raíces serán una cultura de
violencia y una estructura que en sí misma es violenta por ser demasiado represiva,
explotadora o alienadora; así la violencia cultural y la estructural que se mantienen en el
plano de lo invisible e incuestionable causan y sustentan la violencia directa.
Por su parte (Coady , 1986) distingue entre tres tipos de definiciones de la violencia. Una
amplia, otra restringida y por último, una legitimista. Las definiciones amplias son aquellas
que equiparan la violencia a las situaciones de dominación, incluyendo además de la fuerza
física otros factores como la pobreza, la represión o la alienación. Las teorías restringidas
reducen la violencia al uso de la fuerza física que acarrea la producción de daño personal o
material. Por último, las posiciones legitimistas ponen el énfasis en la violencia como uso
de la fuerza sin una legitimación o sanción legal. Sería la fuerza empleada contra un orden
reputado legítimo. Este autor, estableció una crítica a las descripciones amplias
representadas por la postura de Galtung, y desarrolló una tesis propia sobre la violencia,
restringiéndola al uso de la fuerza física para conseguir un objetivo en contra de la voluntad
de otra persona.
Por otro lado (Aróstegui, 1994) caracteriza la violencia como el empleo de la fuerza en un
conflicto para conseguir un objetivo y contra la voluntad de la parte contraria en el mismo.
Introduce así también la separación entre los términos “conflicto” y “violencia”,
advirtiendo que un conflicto también puede resolverse por medios no violentos. Incide en la
necesidad de delimitar bien el concepto de violencia, ya que la multiplicidad de teorías y
concepciones de la misma no hacen sino dificultar su estudio y conceptualización.
Después de lo referido, queda claro que cualquier estudio sobre la violencia, debe tenerse
en cuenta su carácter poliédrico, su complejidad, su multiplicidad de características.
Además se tendrá que prestar atención a las diferentes dinámicas y desarrollos de estas
violencias en distintas épocas, sociedades y culturas, puesto que los cambios producidos en
las relaciones sociales, las formas de gobierno, las instituciones y los marcos jurídicos
tienen un gran peso en la forma en la que se ejercen y se perciben las acciones violentas.
2.2. El género.
Para analizar la violencia de género, será necesario en primer lugar comprender qué se
entiende por género, para ello resulta útil abordarlo desde las distintas dimensiones de su
compleja naturaleza. Así se puede entender el género como una categoría identitaria, pues
de forma consciente o inconsciente conforma una parte importante de nuestra identidad,
que como tal nos define, proveyéndonos de una autoimagen e identificándonos ante las
demás personas; de allí conforme cita (García J. , 2011)la obra El segundo sexo de Simone
de Beauvour publicada en el año de 1949, estableció que la condición femenina no es
únicamente los parámetros biológicos que la sociedad ha impuesto, sino el resultado de la
socialización de las mujeres y de un prolongado y complicado aprendizaje social, destaca
su principal frase “no se nace mujer, se llega a serlo”.
Conforme a ello las diferencias biológicas entre los dos sexos no aportan ningún dato
acerca de su significado social, puesto que como señala (García & Frutos, 1999)la
diversidad cultural de puntos de vista acerca de las relaciones entre los sexos es infinita y la
biología no puede ser el factor determinante; los hombres y las mujeres son fruto de las
relaciones sociales. Conforme a ello se define al sexo como lo biológicamente dado,
mientras que el género es lo culturalmente construido, es el conjunto de características,
actitudes y roles social, cultural e históricamente asignado a las personas en virtud de su
sexo (Comité de Genero del Órgano Judicial, 2017). De acuerdo a la definición que otorga
la Ley de Identidad de Género, Ley 807 de 21 de mayo de 2016, Sexo es la “Condición
biológica, orgánica y genética que distingue a mujeres de hombres”, y “Género es la
construcción social de roles, comportamientos, usos, ideas, vestimentas, prácticas o
características culturales y otras costumbres para el hombre y la mujer”.
De ahí esas diferencias como señala (Lamas, 2012), actualmente se denomina género, “a la
forma en que las sociedades simbolizan la diferencia anatómica y esa lógica cultural es la
fuerza subyacente que impide tratar a hombres y a mujeres, a heterosexuales y a
homosexuales, a transexuales y a personas intersexuadas, como ciudadanos ‘iguales’. Las
diferencias que los seres humanos manifiestan en torno a su sexuación, su identidad sexual
y sus prácticas sexuales se han traducido socialmente en desigualdad, discriminación,
estigmatización y, en ocasiones, en linchamiento social y muerte.
Aun así, dichos entendimientos no son suficientes para desvirtuar el entendimiento que se
ha dado al concepto de género, término para entender identidades, relaciones y
determinadas formas de violencia, como se verá a continuación.
Existe un cierto consenso en los estudios feministas sobre violencia de género a la hora de
definir el patriarcado como un sistema que históricamente ha subyugado a las mujeres en
todos los aspectos de la vida y las ha mantenido en un estado de sumisión y dominación.
Solo a partir del desarrollo de la categoría “género” como una construcción socio-cultural
que entiende distintas formas de ser (o de hacer de) mujer y hombre a lo largo de la historia
(Butler, 1990), se redefinió el patriarcado como una forma de dominación no sólo de
hombres sobre mujeres, sino de hombres que representan un cierto arquetipo de
masculinidad sobre todas las mujeres (aunque representaran identidades de género
distintas) y de algunos hombres (aquellos que no se ajustaban a la masculinidad
hegemónica).
Ahora bien, si el objetivo es poner fin a la violencia de género, las actuaciones han de ir
dirigidas a sus diferentes componentes. Es decir, no es suficiente, aunque irrenunciable, la
actuación sobre la violencia directa (defensa, protección y recuperación de las víctimas, así
como castigo a los agresores), sino será necesario actuar también sobre las otras dos formas
de violencia: la violencia estructural y la cultural.
El artículo glosado es considerado como la piedra angular sobre la cual descansa el sistema
de derechos y libertades de dicho instrumento y la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, desde el inicio de su jurisprudencia ha abordado el tema de la “obligación de
cumplimiento de los derechos humanos. Así en el caso Velásquez Rodríguez vs. Honduras
sostuvo que dicho artículo es fundamental para determinar si una violación de los derechos
humanos reconocidos por la Convención puede ser atribuida al Estado, y especificó la
existencia de dos obligaciones generales en materia de derecho internacional de los
derechos humanos: la obligación de respetar y la de garantizar los derechos (Ferrer Mac-
Gregor & Pelayo Moller, 2014).
El 09 de marzo de 2013 se promulgó la Ley Nº 348, Ley Integral para Garantizar a las
Mujeres una Vida Libre de Violencia, hito que viene marcado por una larga y esforzada
lucha de los distintos movimientos de mujeres que, no sólo cuestionaron la poca
efectividad de la pasada Ley N° 1674 (Ley Contra la Violencia en la Familia o Doméstica),
sino construyeron y propusieron, durante años, los contenidos que ahora versan sobre esta
norma.
Nueve años después, a pesar de varios esfuerzos institucionales derivados de esta ley, la
situación de violencia contra las mujeres ha seguido incrementando, teniéndose registrado
ante la Fuerza Especial de Lucha Contra la Violencia (FELCV) hasta el 2020 las siguientes
cifras de denuncias:
DEPARTAMENTOS GESTIONES DESDE LA VIGENCIA DE LA LEY 348
POR NIVEL DE 2013 2014 2015 2016 2017 2018 2019 2020
INCIDENCIA DE
CRIMINALIDAD
CONTRA LAS
UBICACIÓN
MUJERES-
DENUNCIAS
1 Santa Cruz 1.538 6.787 10.971 11.829 12.384 14.789 17.464 15.104
2 La Paz 4.570 8.463 12.029 9.963 8.816 7.758 9.248 7.154
3 Cochabamba 2.227 5.245 5.447 5.614 6.457 5.665 5.377 4.728
4 Tarija 642 2.534 2.752 2.630 2.965 3.258 3.301 2.836
5 Potosí 425 2.197 2.406 2.153 2.564 2.753 2.769 2.172
6 Chuquisaca 1.046 3.301 2.496 2.304 1.933 1.579 1.383 1.270
7 Oruro 301 1.067 1.050 934 1.357 1.017 1.085 574
8 Beni 238 451 487 742 953 789 1.020 1.097
9 Pando 331 656 683 718 646 503 556 425
TOTALES 11.318 30.071 38.321 36.887 38.075 38.111 42.203 35.360
Fuente: Ministerio de Justicia con datos proporcionados de la Dirección Nacional de la FELCV al 10
de febrero de 2021
Por otra parte, de acuerdo a la información proporcionada por el Ministerio Público citado
por el (Ministerio de Justicia, 2021), los casos abiertos en esa instancia por delitos referidos
a violencia, a nivel nacional ascendieron para la gestión 2020 a 38.089 causas; esto nos
permite señalar que se tuviese en el territorio boliviano un promedio de 104 causas
suscitadas por día.
La Ley N° 348 en el Artículo 68 modifica la Ley N° 025, Ley del Órgano Judicial
disponiendo la creación de Juzgados de Instrucción y Sentencia de materia contra la
violencia hacia las mujeres, sin embargo hasta el año 2021 solo se tenían 27 juzgados y
tribunales especializados en las ciudades capitales, es así que los juzgados penales de
instrucción y sentencia en los distritos que no cuentan con la especialidad, vienen también
conociendo este tipo de procesos.
Etapa de Juicio
investigación
forma de
resolución
Penal general 191.990 87.330 34.236 7.804 21.326 8.598 16.402
Los datos nos muestran que los Juzgados del área penal no llegan a cubrir ni el 50% de las
causas que les ingresa, quedando en rezago una gran cantidad de procesos penales; cabe
hacer notar que de las 77.308 causas ingresadas en los Juzgados Penales de Violencia
Contra la Mujer en la gestión 2019, solo llegaron a juicio u otra forma de resolución 2.154
(Ministerio de Justicia, 2021), es decir las víctimas de violencia, solo el 2,79 % obtendrá
una sentencia, sin tomar en cuenta si las mismas serán condenatorias o absolutorias. Puesto
que es de lamentar que de todos los procesos penales en su conjunto solo 3.068 casos se
encuentran resueltas en ejecución penal.
Estos datos muestran que en nuestro país el índice de delitos contra la violencia hacia la
mujer no ha descendido significativamente, ello sucede a pesar de que se han ido emitiendo
Decretos Supremos que regulan esta situación, como ser el Decreto Supremo 2145 de 14 de
octubre que Reglamenta la Ley 348, el Decreto Supremo 2610 de 25 de noviembre de
2015, el Decreto Supremo 4012 de 15 de agosto de 2019, el Decreto Supremo 4399 de 26
de noviembre de 2020, todos referentes a garantizar una vida libre de violencia.
Instituciones estatales como ser (Defensoria del Pueblo, 2018) denominado “Estado de
cumplimiento de las Medidas de Atención y Protección a Mujeres en Situación de
Violencia en el marco de la Ley N° 348” develó una carente institucionalidad para
combatir la violencia contra la mujer, la reducción en la asignación y ejecución de recursos
públicos, personal infraestructura y equipamiento insuficiente para la protección de
mujeres víctimas de violencia, aspectos que repercuten en la falta de protección y garantía a
la integridad y vida de las mujeres en el país.
Queda claro que el discurso sobre las mujeres que no denuncian y las que no ratifican sus
denuncias se apoya en los mitos tradicionales sobre la irracionalidad femenina (Fitzpatrick
& Hunt, 1987) (Larrauri Pijoan , 2003) (Schmal Cruzat & Camps Costa, 2008). Sin
embargo, el silencio de las mujeres y su huida del sistema penal es un síntoma de que el
sistema penal sigue sin poder proteger eficientemente a las mujeres que sufren violencia de
género. Los mitos con relación a las denuncias no son los únicos, el sistema penal
estereotipa y reproduce sexismos sociales de formas nuevas (Bodelon Gonzáles, 2012).
3.2. El rol del sistema legal en la lucha contra la violencia a las mujeres.
Múltiples investigaciones realizadas por grupos feministas apuntan a que una parte de las
causas de dicho fracaso está en el conservadurismo legal, por lo que se hace necesario
reflexionar sobre la forma en la que el rol de la ley y el derecho de la sociedad moderna
están limitando la posibilidad de una mejora en la aplicación de la justicia. Por lo tanto,
proveer ejes teóricos que permitan plantear estrategias eficaces para tomar una decisión se
vuelve una labor central para lograr cambio sustantivos en la administración de justicia
(Fitzpatrick & Hunt, 1987).
Sin embargo, cuando se habla de los fallos en la aplicación de la ley, se hace referencia a
las contingencias legales, es decir, a sus errores, sus debilidades, sus giros de posición, su
subordinación a la política y sus flagrantes fallos de justicia, que son probablemente las
características más notables del sistema legal en la actualidad. La percepción crítica de que
las cosas no están yendo bien, ni en lo relativo a la doctrina, ni en la práctica del derecho, el
sentimiento histórico de que el sistema legal ha fallado y el hecho de que muchos
operadores de justicia están negando las contradicciones entre la realidad de su práctica y la
política de sus decisiones, son puntos que pueden ser formulados de manera más precisa en
términos de la distancia que existe entre la ley y la justicia.
Por último podemos referir, que las legislaciones que prohíben todo acto de violencia
contras las mujeres siguen siendo una de las estrategias más fuertes para avanzar en
dirección a la igualdad de género; sin embargo, las operaciones legales y el refuerzo de las
leyes no serán suficientes si no existe una infraestructura gubernamental y agencias
especializadas que acompañen la totalidad del proceso en que la mujer se libere de su
agresor física, económica, psicológica, y emocionalmente; para ello el Estado deberá
asumir la responsabilidad de apartar al agresor de su víctima y proveer los recursos
necesarios para que las mujeres tengan un espacio de recuperación y potenciación de sus
capacidades. La adopción de medidas económicas firmes y comprometidas en esa dirección
resultan imprescindibles para su logro, dichas medidas deberán, así mismo, conjuntarse con
dispositivos pedagógicos que generen una actitud de rechazo social generalizado hacia la
violencia de género y prioritariamente dentro de las instituciones y grupos de servidores
públicos que se encargan de ejecutar la ley, dado que hasta ahora ha habido poca
sensibilidad de su parte para con las víctimas de violencia y un papel deficiente en el
cumplimiento de las demandas de las mujeres concretadas en políticas públicas.
Las personas en general cualquiera sea su sexo, no suelen pensar su realidad cotidiana en
términos jurídicos pero, en el caso de las mujeres, la dificultad de entender la violencia que
sufren como una vulneración de derechos tiene que ver, en gran medida, con la
normalización de la violencia, incluso cuando ésta es grave. Dicho en otras palabras, la
ideología patriarcal que está en la base de la violencia de género, no sólo construye las
diferencias y los privilegios entre los hombres y las mujeres, sino que los “internaliza”
(Balbuena, 2006), de manera tal que son percibidos como cuestionables. Es lo que se tiene
como la estructura de la dominación, que refleja un esquema relacional donde una mujer
ocupa el lugar de dominado y un varón ocupa el lugar de dominante y que es introyectado
tanto por las mujeres como por los hombres.
Las mujeres víctimas de violencia tienen que atravesar el miedo a sufrir una violencia
mayor, o a perder su vivienda que comparte con sus agresores o la manutención que éstos
le pueden proporcionar, sea a ella o a sus hijos especialmente cuando se trata de mujeres
que no tienen trabajo o que tienen uno extremadamente precario es un fuerte desincentivo
para que las mujeres acudan a la justicia para reclamar por las vulneraciones de sus
derechos (Balbuena, 2006).
A ello sumamos que las víctimas además de pasar por la acción, son las que tienen que
poner en funcionamiento el sistema de justicia a través de la interposición de la denuncia.
El acto de denunciar conecta la agresión con la protección, puesto que es el requisito para
lograr la tutela institucional. Pero interponer la denuncia no es nunca un acto aislado, por el
contrario, apenas es el inicio de un largo iter jurídico en el que la mujer además deberá
buscar asesoría e iniciar diferentes procedimientos. En algunos casos, después de atender
lesiones, y tal vez, al tiempo que cuida de sus hijos, probablemente en un estado
psicológico complejo y difícil. Por ello, su accionar consiste no sólo en denunciar, sino en
mucho más.
Los obstáculos y dificultades que experimentan las mujeres víctimas de violencia de género
varían, no obstante, según el contexto legal, los mecanismos de acceso a la justicia puestos
a su disposición, la forma en que estos mecanismos son facilitados por parte de las y los
operadores de justicia y las propias circunstancias personales de las mujeres tienen
influencia en este ámbito.
4. Conclusiones
El término violencia de género identifica cuáles son las raíces de la violencia a que hace
referencia: las definiciones y relaciones de género dominantes de una sociedad dada; de
esta forma, permite analizar, conjuntamente, diferentes formas de violencia, todas ellas
basadas, en última instancia, en unos mismos fundamentos socioculturales: unas relaciones
de poder desiguales entre hombres y mujeres y unos prejuicios y unas creencias
desvalorizadoras de lo femenino.
Así también, dentro de los obstáculos propios del sistema de justicia penal también se
encontró la rigidez de los procedimientos, la lentitud de la justicia, la burocratización de los
servicios, el trato judicial impersonal, frío y distante, y los tecnicismos del lenguaje legal y
del personal de los tribunales, que hacen que la víctima se encuentre cada vez más distante
de obtener confianza en el acceso al aparato judicial.
Dicho análisis nos permite entender que el acceso a la justicia se reinterpreta como un
espacio de construcción de la libertad de las mujeres, que requiere de soluciones teóricas y
prácticas que implican no solamente una gran transformación de los instrumentos legales,
en general, sino también de todas las políticas públicas y las instituciones en su conjunto.
Ello exige, entre otras cosas, que la igualdad de oportunidades y de trato vaya acompañada
de una igualdad de resultados, que se transformen radicalmente las estructuras sociales de
la desigualdad y que se avance con paso más firme y con herramientas más adecuadas hacia
una igualdad material, real y efectiva.
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