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blemente realista debería tener en cuenta tanto las reglas -el libre acceso a
la intervención política por parte de los ciudadanos- como los resultados
-una disminución progresiva de la desigualdad social y económica-. De
acuerdo con esta perspectiva exigente, el número de estados homologados
como democráticos no va mucho más allá de la treintena sobre un total
mundial que se aproxima a los doscientos. Son los sistemas que -según lo
que antes señalamos- pueden calificarse de poliarquías o de estados libe-
ral-democráticos. Su población agregada se sitúa en torno al 35 % del total
mundial.
• Por esta misma razón se amplía el contenido de los derechos civiles y polí-
ticos propios del modelo liberal. No sólo se extiende el derecho al voto a
todos los ciudadanos - varones adultos, primero, y mujeres, más adelan-
te- . También se añaden otros derechos políticos y sociales como propios
de los miembros de un mismo grupo: derechos de los partidos, de los sin-
dicatos y patronales, de los colectivos definidos por su posición en la eco-
nomía -asalariados, trabajadores autónomos, agricultores, profesiona-
les, consumidores- , en el ciclo de vida - jóvenes, tercera edad- o por
compartir circunstancias culturales - grupos lingüísticos o religiosos- o
personales -minusvalías físicas o psíquicas- , etc. En especial, los dere-
chos sociales -a la salud, a la educación, a la vivienda, al trabajo, etc.-
se convierten en bandera y programa de este modelo.
• En este contexto, la elaboración de las leyes -como decisiones formales
que regulan el conflicto colectivo- no es resultado de un debate entre
individuos ilustrados o de la inspiración de un dirigente genial. Es el re-
sultado de pactos negociados entre los intereses de los grupos que los par-
tidos trasladan al parlamento. Cada grupo participa por medio de sus re-
presentantes en las diferentes fases de la toma de decisiones e intenta -no
siempre con el mismo éxito- que sus propuestas sean aceptadas por los
demás. Y, aunque los grupos con más recursos e influencia consiguen me-
jores resultados, en general no se cierra la puerta a la intervención de los
menos dotados.
• De esta situación se deduce también que el poder se comparte y distribu-
ye: entre los partidos de la mayoría y de la oposición, entre los diversos
grupos activos en el escenario político. De esta «poliarquía» (Dahl) -o
pluralidad de poderes- resultan equilibrios más o menos duraderos que
evitan la imposición absoluta de unos sobre otros. Los colectivos más po-
derosos no pueden ignorar de manera permanente o sistemática los inte-
reses de los menos dotados: en alguna medida, deben atenderlos para no
poner en riesgo su posición dominante o para deslegitimar el propio siste-
ma en su conjunto.
• Se modifica a fondo la relación que el estado liberal mantenía con el ám-
bito social y económico. El estado asume ahora responsabilidades econó-
micas de importancia: regula las crisis cíclicas del capitalismo con medi-
das de fomento de la actividad económica, redistribuye recursos mediante
el sistema impositivo, controla directa o indirectamente sectores conside-
rados estratégicos (transporte, energía, comunicaciones, banca, seguros,
etc.), proclama el derecho a un puesto de trabajo y media en las negocia-
ciones entre asalariados y capital mediante la fijación de ciertas condicio-
nes de la contratación laboral (horarios, seguridad, vacaciones, salarios
mínimos, derecho de huelga, etc.). Todo ello configura lo que se ha deno-
minado un sistema de «economía mixta». Sería «mixta» porque en este
modelo se combinan intervenciones del sector público y del sector priva-
do, a diferencia del modelo liberal capitalista -donde el estado pretendía
inhibirse de la actividad económica- o del modelo socialista soviético
-donde la asumía en exclusiva.
• Por otra parte, la sociedad confía al estado la función de cubrir algunos
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riesgos que amenazan a sus grupos más vulnerables . Con este fin se pone
en marcha un sistema de previsión social para afrontar las situaciones de
enfermedad, accidente, invalidez, desempleo, etc. También garantiza de-
terminados umbrales de bienestar para los ciudadanos y ello le convierte
en prestador de servicios y bienes sociales: ayudas a la familia, vivienda
pública, educación universal, sanidad pública, etc. Forman parte ahora
de las obligaciones del estado «social» o «del bienestar» y ya no dependen
sólo del patrimonio de cada individuo, del altruismo de los más ricos o de
las instituciones benéficas. Para cumplir con aquellas obligaciones, el es-
tado r ecauda impuestos y les destina una parte fundamental del gasto pú-
blico que se sitúa entre el 20 y el 30 % del PIB.
• ¿Qué ingredientes doctrinales han sustentado este modelo de estado? Las
aportaciones a su base ideológica tienen origen diverso. Hay que recor-
dar, en primer lugar, ciertas orientaciones liberales que habían insistido
en la necesidad de ampliar la base social del sistema: para ello habían
propuesto extender el derecho al sufragio y atribuir al estado algunas
funciones de intervención económica y social. Los nombres de John Stuart
Mill (1806-1873) y de John Maynard Keynes (1883-1946) podrían ser re-
presentativos de esta corriente en lo político y en lo económico. También
debe ser recordado el pensamiento social cristiano: ya desde mediados
del siglo XIX, tanto sectores católicos como protestantes criticaron los ex-
cesos depredadores del capitalismo liberal y propusieron reformas eco-
nómicas y políticas para mejorar la situación de los más débiles. Pero es
sobre todo la tradición socialdemócrata europea la que está más asociada
a esta propuesta de estado liberal-democrático o estado social: de modo
particular, la socialdemocracia alemana inflúida por Eduard Bernstein
(1850-1932), junto con el laborismo británico, empezaron a dar cuerpo a
este modelo estatal a partir de su participación en el gobierno en los
años treinta del siglo xx y, sobre todo, después de la Segunda Guerra
Mundial.
A las críticas de Bobbio podrían añadirse hoy algunas más. Por ejemplo,
las siempre confusas relaciones entre democracia y dinero: ¿de qué modo
hay que financiar la política democrática sin incurrir en corrupciones y
abusos? O el crecimiento de un poder incontrolado de los medios de co-
municación de masas: ¿cómo preservar la libertad de información ante
algunas coaliciones de intereses económicos y mediáticos, que simplifi-
can y manipulan el debate democrático? Pese a lo crítico de sus análisis,
Bobbio concluía afirmando que «es preferible una mala democracia a una
buena dictadura». ¿Qué argumentos permiten sostener esta afirmación?