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RESUMEN DEL PRIMER PARCIAL.

El Mercantilismo es una forma de pensamiento económico característica de algunos estados- Naciones


europeos (España, Francia, Inglaterra, Austria, Italia) entre el siglo XV y mediados del Siglo XVIII.

A partir del siglo XV, las primeras formas sistemáticas de pensamiento económico moderno estuvieron
acompañadas por cambios políticos, económicos, sociales, culturales y geográficos que caracterizaron a
este “mundo nuevo”. En el emergerían nuevas formas de organizar la producción y el comercio, y, por lo
tanto, también nuevas relaciones sociales.

El aumento de la producción agrícola mejoro la disponibilidad de alimentos y ello redujo


considerablemente la posibilidad de que se produjeran hambrunas y epidemias, y acrecentó la prosperidad
económica.

La temprana privatización de la tierra y la desestructuración de las relaciones comunales de producción


redundaron gradualmente en un significativo aumento de la productividad. Al superarse entonces la etapa
de una agricultura de subsistencia, una parte de esa producción comenzó a comercializarse. La mayor
comercialización y una cantidad importante de población dependiente de un mercado hicieron posible la
división del trabajo. En esta se desempeñaron como protagonistas los comerciantes-mercaderes, quienes
poco a poco comenzaron a ejercer dominio sobre los artesanos y los campesinos. Los mercaderes eran
quienes poseían el conocimiento de la red mercantil, conectando la oferta con la demanda.

Dos fueron los condicionantes de la renovación comercial europea: la incorporación a occidente del oriente
mediterráneo y la penetración de la Hansa en Escandinavia y en los países esclavos. El mercader profesional
fue un personaje dispuesto a correr riesgos, sobre todo por mar, pero amasando por ello asombrosas
fortunas.

Las ferias eran verdaderos centros de intercambios al mayoreo que atraían a un buen número de hombres
y productos.

La decadencia de las ferias y del comercio, se sitúa en torno al siglo XIV y coincide en parte con los efectos
destructivos y desestructurantes asociados a la Guerra de los Cien años, a las diversas y generalizadas crisis
agroclimáticas y al desembarco y difusión de la peste negra. La disolución de este tipo de prácticas
comerciales respondió a la tendencia de sustituir el intercambio errante por hábitos comerciales más
sedentarios y por el desarrollo de la navegación directa; elementos que tuvieron como efecto un aumento
del comercio dentro de Europa y con el mediterráneo oriental y un cambio cuantitativo en la diversidad de
productos que ahora se transportaban en barcos desde tierras cada vez más lejanas. A este despertar debe
agregarse también el perfeccionamiento en el funcionamiento del crédito y la consecuente extensión de la
actividad bancaria moderna que combino el comercio del dinero con el de las mercancías.

El comercio se abrió ahora a otras regiones del mundo, y que rápidamente se insertaron en las estructuras
mercantiles internacionales, particularmente América y el Lejano Oriente. En 1492 Cristóbal Colon llegaba a
América y años más tarde el navegante Vasco da Gama, llegaría a la india.

Ello ocasiono un flujo de nuevos y exóticos productos que se importaban a Europa desde oriente y
occidente y lo que es aún más importante, una serie continua de cargamentos de plata, y en menor
medida, de oro, provenientes de las minas del Nuevo Mundo.

Además de una gran inflación, una mayor circulación de metales contribuyo a fijas la atención de los
mercaderes y del gobierno sobre estos metales y sobre las políticas más eficaces para incrementar su
cantidad. Esta cuestión fue un elemento decisivo para la concepción y la política del mercantilismo.
Los progresos administrativos, los crecientes gastos exigidos por los ejércitos mercenarios y el uso de las
armas de fuego, obligaron a los reyes a rodearse de un personal de consejeros u agentes de toda clase a
quienes les confiaron distintos empleos. Estos noveles burócratas se ocuparían, cada vez en mayor medida,
de las finanzas, la acuñación de moneda, el manejo de los contratos con los proveedores del ejército y
hasta de las alianzas con banqueros de distinto tipo y con prestamistas ávidos de hacer negocios con el
Estado.

La evolución de esta forma de organizar el trabajo llevaría a la conformación de un nuevo modo de producir
la materia prima. Esta forma de producción recibiría el nombre de Putting Out System, un tipo de
manufacturación campesina que tempranamente presento el aspecto de una industria capitalista.

Los estímulos concedidos por las autoridades de los incipientes estados europeos no solo iban dirigidos a
fomentar los negocios. El estado moderno que se encontraba en proceso de consolidación en algunas
regiones introdujo también la problemática del bien común.

Al abrirse la modernidad, la conducta de los reyes revela el deseo de proteger la industria y el comercio de
sus súbditos, sobre todo de la competencia extranjera e incluso de introducir en su país nuevas formas de
actividad. Esta actitud de proteccionismo constituiría todo un rasgo del mercantilismo.

Otros factores contribuyeron a consolidar el enorme crecimiento del comercio y a tornarlo en una
progresiva actividad lucrativa. Entre ellos, la finalización del catolicismo como una forma monolítica de
concebir el mundo y la propia existencia.

Conjuntamente con estos cambios, Europa asistió a una nueva transformación que ayudo a comprender de
una manera más sistemática al mundo, tal y como era conocido hasta entonces. Los siglos XVI y XVII vieron
su resurgir de nuevas ideas en todas las ramas del conocimiento que sentaron las bases de la ciencia
moderna.

El comienzo del Mercantilismo está caracterizado por las transformaciones sucedidas tras la crisis del siglo
XIV y su final coincide con un conjunto de grandes cambios que incluyen casi todos los aspectos de la vida
social: la primera revolución anticolonial norteamericana en 1776, los inicios del proceso de despegue
económico en Inglaterra y la publicación de “La riqueza de las naciones”, un signo claro del cambio de
concepción respecto al pensamiento económico.

Las formulaciones mercantilistas expresaban intereses y ambiciones de una nueva clase social en ascenso,
los mercaderes.

Las medidas políticas económicas que integran la formulación mercantilista reconocen un antecedente
inmediato, cuyo eje giraba en torno al atesoramiento de metales preciosos como fuente fundamental de
riqueza para el reino. De allí que haya sido denominado como metalismo o bullonismo.

Los escritos mercantilistas evidencian un marcado interés sobre las ganancias materiales del estado, pues
los recursos de la sociedad debían utilizarse para promover el enriquecimiento y el bienestar del reino. En
función de aumentar la riqueza, una serie de temas concentraron la atención de los autores mercantilistas,
entre ellos: el comercio y las finanzas internacionales, el dinero y sus efectos, el tamaño de la población y el
aprovechamiento del factor trabajo.

El oro y los medios para adquirirlo fueron el centro de las discusiones. Tanto el dinero como su acumulación
constituían el interés supremo de los estados-naciones europeos. El lingote de oro era la unidad de cuenta
internacional. La obtención de oro por medio del comercio y las restricciones comerciales de muchas clases
fueron esencialmente ideas mercantilistas. El dinero (y no los bienes) constituía la concepción de riqueza.
De allí que uno de los fines del comercio y de la producción fuera aumentar la riqueza por medio del
incremento de la acumulación de lingotes en el país. El empleo y la industria nacionales se promovían
mediante el fomento de las importaciones de materias primas y de las exportaciones de productos finales.
En una escala macroeconómica, se deseaba un excedente de las exportaciones sobre las importaciones.

“El poder y la eminencia de un país consisten en su suministro de oro y plata y de todas las cosas necesarias
para su subsistencia sin dependencia de otros países y el uso de ahorro de dinero propio.”

Para alcanzar esta regla, von Hornigk proponía las nueve reglas

1) Inspeccionar el suelo del país y no abandonar las posibilidades agrícolas de ningún rincón. No se debe
escatimar en problemas o gastos para descubrir oro y plata.
2) Todas las mercaderías que utilicen materias primas entradas en el país deben ser trabajadas en el propio
país. El pago por manufacturar excede el valor de la materia prima.
3) Para llevar a cabo lo anterior se necesitará gente, tanto para la producción como para el cultivo de las
materias primas. Por tanto, la población debe ser tan grande como el país pueda soportar.
4) El oro y la plata, sea obtenido de las propias minas o de otros países por medio del comercio, no pueden
ser sacados del país por cualquier propósito, sino que debe siempre permanecer en circulación.
5) Los habitantes del país deben hacer todo lo posible para consumir sus productos nacionales, limitar el
consumo de lujo y prescindir de los productos extranjeros.
6) En el caso de que las adquisiciones de productos extranjeros sean indispensables, deben obtenerse de
primera mano y a cambio de otras mercaderías domésticas.
7) Los productos extranjeros deben ser importados como materia prima y ser manufacturados dentro del
país.
8) Deben buscarse oportunidades permanentes para vender bienes manufacturados a los extranjeros en
tanto sea una medida necesaria para obtener oro y plata.
9) Salvo consideraciones importantes no se permita ninguna importación si los bienes que se importan
existen de modo suficiente y adecuado en el país. No debe mostrarse en este asunto ni simpatía ni
compasión hacia los extranjeros, sean amigos, parientes, aliados o enemigos porque toda amistad cesa
cuando involucra la propia debilidad y ruina.

El nivel de precios es una función de la cantidad de dinero. Un aumento en la cantidad de dinero produciría
un aumento del nivel de precios.

Todos los mercantilistas estuvieron de acuerdo en la necesidad de los controles internacionales. “la
utilidad de un hombre es el daño de otro y por tanto no es posible obtener cualquier utilidad si no es a
costa de otro”.

Las condiciones nacionales en la economía mercantilista se componían de regulaciones detalladas en


algunos sectores de la economía, poca o ninguna regulación en otros, impuestos y subsidios en el caso
particular de algunas industrias y entrada restringida en muchos mercados. Los monopolios legales en
forma de privilegios y de patentes fueron comunes en el mercantilismo.

El mantenimiento de unos salarios bajos y una población creciente fue un elemento claro en la literatura
mercantilista y tenía su origen en un deseo de mantener una distribución desigual de la renta. La política de
salarios bajos tenía un trasfondo moral a través del que se trataba de destacar la utilidad de la condición de
la pobreza. Esta formulación implicaba que la retribución por el trabajo se mantuviera al nivel de
subsistencia pues, de otro modo, los salarios elevados podrían conducir a toda clase de excesos como la
embriaguez o el libertinaje. Las clases trabajadoras eran así portadoras de un mote negativo que las
vinculaba a la pereza.

El desempleo, desde el punto de vista mercantilista, era un resultado de la indolencia.


Muchos mercantilistas temían que después de que los salarios alcanzasen un cierto punto, los trabajadores
prefirieran el ocio adicional a un aumento de los ingresos.

En la medida en que se operaban cambios en la sociedad europea de los siglos XVII y XVIII, en el
pensamiento económico pareció emerger una tendencia hacia una mayor libertad en el mundo de los
negocios, al abandono gradual de las concesiones monopólicas, las fuentes de la riqueza y el rol que
desempeñaban tanto el trabajo como la población. Fue tornándose cada vez más evidente que la injerencia
del estado en la vida económica individual no siempre traía una prosperidad mayor.

La Primera Revolución industrial convencionalmente se ubica entre 1760-1780 y 1830-1850. En ella


pueden a su vez distinguirse dos fases. En la primera etapa tuvo lugar un acelerado proceso de innovación
en algunos sectores clave, que fueron la industria textil y la metalúrgica. Este proceso genero cambios en la
organización y un rápido aumento de la producción, a partir de los cuales la economía inglesa comenzó a
diferenciarse de las económicas de Europa continental.

La etapa que transcurre entre 1800 y 1830-1850 fue el periodo de difusión de la mecanización y del sistema
de fábrica. Los costos de producción se habían reducido, convirtiendo a la industria británica en la más
competitiva del mundo. Al mismo tiempo, las rentas reales de la población se habían elevado, gracias a la
creciente disponibilidad de bienes y servicios.

El cambio tecnológico: desde el punto de vista tecnológico, la revolución industrial consistió en una fuerte
aceleración del proceso de innovación que se había iniciado en Europa a partir de la edad media.

Se combinaron 2 factores: los inventos y la iniciativa de los empresarios para adoptarlos. La invención es el
descubrimiento, el acceso al conocimiento teórico o practico que hace posible un cambio en los métodos
de producción. La innovación es la aplicación de este nuevo conocimiento o el empleo de la nueva máquina
en la actividad económica practica; es ella la que multiplica la posibilidad de producción.

Gran parte de los inventos fueron llevados a cabo por artesanos habilidosos o por técnicos sin formación
científica o universitaria. En muchos casos, los inventos respondieron a la necesidad de resolver problemas
muy concretos, y en otros consistieron en mejoras a maquinas ya existentes. La innovación tecnológica es
un proceso acumulativo.

Hubo dos sectores que experimentaron los primeros cambios revolucionarios en la tecnología y en la
organización económica: la industria del algodón y la industria del hierro.

La industria del algodón pasó, en pocas décadas, de tener un papel insignificante a ser la principal actividad
industrial, y fue el primer sector que utilizo máquinas en gran escala. Landes afirma que para que tuviera
lugar la revolución industrial debía conjugarse diversos factores. Por un lado, eran necesarias maquinas que
no solo sustituyeran al trabajo manual, sino que impusieran la concentración de la producción en las
fábricas, es decir, que no pudieran ser utilizadas con el sistema de trabajo a domicilio. Por el otro, era
imprescindible una gran industria que produjese una mercancía sujeta a demanda amplia y elástica, en la
cual la mecanización de cualquiera de sus procesos de manufactura creara fuertes tensiones en los otros y
en la que el efecto de las mejoras introducidas repercutiese en toda la economía.

Ello se dio en la industria del algodón, que presentaba una serie de ventajas. Desde el punto de vista
tecnológico, se prestaba mejor que la lana a la mecanización, porque era más resistente.

Tenía un mercado de consumo más amplio, por la diversidad de usos que se le daba y por ser adecuada
para todo tipo de clima, y la elasticidad de la oferta de materia prima era mayor que la de la lana.

La primera gran innovación tuvo lugar en el tejido, con la invención de la lanzadera volante en 1730.
Consistió en un perfeccionamiento del antiguo telar.
La Jenny fue un invento destacado inventada por Hargreaves en 1770, el cual fue uno de los primeros
modelos de hiladoras mecánicas. El efecto inmediato de su uso fue multiplicar la cantidad de hilado que
podía ser producido por un solo trabajador. Se difundió rápidamente porque era una maquina económica y
simple, sus dimensiones reducidas permitían instalarla tanto en fábricas como en los domicilios de los
trabajadores. La Jenny hizo posible un fuerte incremento de la productividad, pero no obligo a cambiar las
formas de organización de la producción.

El invento que transformo más radicalmente a la industria algodonera fue la hiladora hidráulica. Fue una
maquina destinada desde el principio a las fabricas; en sus inicios, se acciono por energía hidráulica, y en
1785 se la uso por primera vez con máquinas de vapor.

En 1779 Crompton patento una hiladora que era una combinación de la Jenny y la hiladora de Arkwright,
que podía producir un hilo más fino y delgado.

La mecanización del hilado incremento la producción en forma notable. Las importaciones de algodón se
multiplicaron por ocho entre 1780 y 1800.

La innovación en el tejido fue más tardía. El primer telar mecánico fue inventado en 1787, pero se difundió
muy gradualmente.

El sistema de fábrica no suplanto rápidamente a la industria doméstica, con la cual convivio por mucho
tiempo. Los trabajadores preferían este sistema a la fábrica, y los empresarios eran reacios a incrementar
su inversión en capital fijo, la mecanización de la industria algodonera concluyo recién hacia 1850.

Una de las características del sector textil es que no requería altas inversiones de capital.

La industria metalúrgica fue decisiva porque la creciente oferta metal barato facilito la mecanización de las
otras industrias, la difusión de la máquina de vapor y la transformación de los medios de transporte.

Desde principios del siglo XVIII fueron introduciéndose importantes innovaciones tecnológicas en la
metalurgia del hierro, que permitieron obtener un producto más resistente y más barato.

La industria del hierro se divide naturalmente en dos ramas principales: una comprende la extracción y el
tratamiento del mineral; la otra, el trabajo del metal en todas sus formas.

Tradicionalmente, para la fundición del hierro se usaban la madera y el carbón vegetal, hasta que, en 1607
Darby, un maestro de forjas británico, comenzó a utilizar con éxito un nuevo combustible, el coque. Se
trata de un derivado del carbón de piedra o hulla, que se obtiene por un proceso de destilación que da
como resultado un producto de mayor pureza.

La utilización del coque fue fundamental para el desarrollo de la industria metalúrgica por diversas razones.
En primer lugar, porque la disponibilidad de hulla era mucho mayor que la de madera, que estaba
empezando a convertirse en un recurso escaso y cada vez más raro.

En segundo término, el coque genera una cantidad de energía superior a la del carbón de leña, lo cual
facilita el proceso de fusión del mineral. Por último, la difusión del uso del coque exigió y estimulo el uso de
hornos de fundición cada vez mayores, lo cual redundo en economías de escala que permitieron abaratar
los costos.

Otras dos innovaciones clave en la metalurgia del hierro fueron el pudelado y el laminado, y ambas
tuvieron lugar en la última década del siglo XVIII.

En 1784, Cort patento un nuevo sistema, llamado pudelado, que permitió eliminar las impurezas del
carbono mediante el uso de un tipo especial de horno, el horno de reverbero. Cort invento para esa época
el proceso de laminado del metal, con el que se terminaba de purificar el metal por martilleo y se lo
moldeaba utilizando cilindros. El laminado permitió producir de manera más rápida y en grandes
cantidades, e hizo posible obtener una serie de formas estandarizadas que fueron base de la industria, la
construcción y el transporte.

La producción de hierro en Inglaterra paso de 25.000 toneladas en 1760 a 580.000 toneladas en 1825 y a
2.250.000 toneladas en 1850.

Debido al abaratamiento del precio hierro, su consumo se incrementó en proporciones que no tenían
precedentes. Parte de la producción se destinó a la fabricación de instrumentos agrícolas, cuya demanda
rea creciente como consecuencia de la modernización de la agricultura. El hierro sirvió también de base
para la fabricación de la maquinaria industrial; en primer término, las máquinas de vapor, y luego, la
maquinaria textil, a medida que esta se fue perfeccionando.

Las nuevas fuentes de energía: la revolución industrial se basó en el uso de dos fuentes de energía: la
energía hidráulica y la del vapor. En ambos casos se trataba de energía inanimada, que reemplazo a la del
hombre y a la de los animales, y que permitió multiplicar la productividad de la industria.

La energía hidráulica era un recurso que se había utilizado desde muchos siglos atrás, pero desde el siglo IX
comenzaron a ser usados en actividades industriales, sobre todo en el sector textil y en el metalúrgico.

A lo largo del siglo XIX, el aprovechamiento de la energía del agua se incrementó significativamente gracias
a una serie de innovaciones tecnológicas, de las cuales al más importante fue la turbina hidráulica, que
abrió a su vez el camino para el nacimiento, en el último cuarto del siglo, de la energía hidroeléctrica.

La otra gran fuente de energía de la revolución industrial fue el vapor, que se utilizó tanto para la
producción manufacturera como para los medios de transporte: los ferrocarriles y los barcos.

Las primeras máquinas a vapor comenzaron a emplearse desde principios del siglo XVIII en la minería, para
bombear el agua de las galerías. La pionera fue construida por Newcomen en 1712, y a lo largo del siglo
XVIII se difundió tanto en Inglaterra como en el continente.

La máquina de Newcomen fue perfeccionada por Watt, que le introdujo una serie de mejoras que
permitieron superar gran parte de los problemas técnicos que presentaba y adaptarla a nuevos usos.

La máquina de Watt comenzó a usarse como fuente de energía para la producción manufacturera. Fue
adoptada primero en las hilanderías de algodón y más tarde en otros sectores de la industria. Su
introducción fue paulatina, y aun en la industria textil su difusión fue lenta: en la producción de tejidos
recién se impuso después de la década de 1830. La maquina a vapor fue uno de los inventos que
transformo más profundamente a la industria. En primer lugar, porque permitió que ésta pudiera
desarrollarse en forma creciente en las ciudades, liberándola de la dependencia con respecto a los cursos
de agua. Además, no está sujeta a variaciones estacionales o climáticas.

En segundo lugar, porque al utilizar como combustible el carbón mineral hacia uso de un recurso
abundante y barato, y ofrecía la posibilidad de librarse de las fuentes orgánicas de materias primas, que
comenzaban a ser escasas, como en el caso de la madera.

El CARBÓN tuvo una importancia decisiva en la revolución industrial inglesa, ya que se lo utilizo como
combustible en las maquinas a vapor y como fuente de calor y de transformaciones químicas en la industria
del hierro. La dotación de recursos naturales cumplió un papel decisivo en los primeros tiempos de la
revolución industrial, ya que Gran Bretaña contaba con abundantes yacimientos de carbón y de hierro que
le otorgaron fuertes ventajas comparativas.
El impacto del uso del carbón fue muy amplio. Al ser un producto de costos de transporte elevados, genero
una fuerte presión para el mejoramiento de las comunicaciones.

El carbón cumplió un papel decisivo en el desarrollo de un nuevo y revolucionario medio de transporte: el


ferrocarril. En las minas, que se explotaban a una profundidad cada vez mayor, el carbón se llevaba a
rastras de las galerías al pozo principal, desde donde se subía a la superficie.

Este trabajo era realizado por mujeres y niños, a menudo las esposas e hijos de los mineros. En la década
de 1760, en algunas minas comenzaron a usarse ponéis, que tiraban de vagones que circulaban sobre vías.
Ya desde el siglo XVII se utilizaban vías en las grandes ciencias carboníferas para comunicar las minas con
los muelles de los ríos o las costas, hacia los cuales se desplazaban los carros llenos de carbón, que eran
luego transportados de nuevo hacia las minas por caballos. Los primeros ferrocarriles fueron construidos
desde principios del siglo XIX justamente para transportar el carbón, y gracias a las mejoras que se
introdujeron en ellos fue posible a partir de 1830 inaugurar las primeras líneas ferroviarias para transporte
de cargas y de pasajeros.

Empresas y empresarios: además de las innovaciones tecnológicas, el proceso de industrialización requería


empresarios dispuestos a adoptarlas y a introducir nuevas formas de organización del trabajo.

El término “empresario” se utiliza preferentemente para designar a aquellos individuos o grupos que
dentro de la empresa desempeñan funciones estratégicas, mientras que ellos gerentes o managers
ejecutan las ideas propuestas por los empresarios. Con la revolución industrial nació también el
Managment moderno, fundamentalmente, a partir de la difusión del sistema de fábrica y de la ampliación
de la dimensión de las empresas.

Los recursos financieros: la financiación de la revolución industrial británica no presento grandes desafíos.
La demanda de crédito fue limitada, y pudo cubrirse satisfactoriamente con la oferta disponible.

La industria se financio, durante las primeras décadas, con capitales propios de empresarios, con
reinversiones de utilidades y con crédito de corto plazo, otorgado por bancos o comerciantes.

Gran Bretaña contaba con suficiente capacidad de ahorro, y el principal desafío consistió en trasladar los
capitales desde las zonas agrícolas, en las cuales se acumulaba, hacia las áreas industriales.

Los bancos funcionaron no solo como intermediaros entre ahorristas y prestatarios, sino también como
creadores de crédito, y otorgaron más crédito a largo plazo que lo que se suponía, actuando incluso como
accionistas en compañías.

Las regiones y la industrialización: las industrias se ubicaban con preferencia cerca de los yacimientos
de carbón o de minerales, o bien, junto a los cursos de agua, ya que ésta se utilizaba como fuente de
energía, como medio de transporte o como insumo en los procesos productivos.

Además de los recursos naturales, otro factor de localización era la oferta de mano de obra, sobre todo de
trabajadores calificados. Algunas regiones se fueron especializando en la producción de determinados
bienes de acuerdo con la presencia de trabajadores de oficio.

La industrialización fue modificando profundamente a la sociedad británica. Cuyos efectos se hicieron


visibles, sobre todo, a partir de mediados del siglo XIX, y que se debió no solo a la difusión de la industria,
sino también a las transformaciones que tuvieron lugar en la agricultura.

Entre 1750 y 1850. La población de Inglaterra y gales paso de 6,5 millones de habitantes a casi 18 millones.
Dos factores que influyeron significativamente en el incremento de la población fueron el crecimiento de la
economía y las nuevas posibilidades de empleo, tanto en el campo como en la ciudad, que favorecieron al
matrimonio temprano y el aumento de la natalidad.

La nueva riqueza se repartió en forma muy desigual. El sistema de fábrica conllevo un nuevo tipo de
disciplina y largas jornadas de labor con bajos salarios y gran inestabilidad. Implicó también cambios muy
grandes en el trabajo femenino e infantil, todo ello con altísimos costos sociales. Al mismo tiempo, el
debilitamiento de los antiguos mecanismos de protección social redundo en un empeoramiento de las
condiciones de vida de los sectores más vulnerables.

Con el desarrollo urbano y la expresión de los servicios privados y públicos fue creciendo también la clase
media urbana.

El uso de energía a vapor hizo posible la localización de las actividades industriales en las ciudades y la
creciente concentración de la población en los centros urbanos.

Las ciudades que más crecieron fueron aquellas en las que se llevaban a cabo actividades industriales. Entre
1770 y 1830, Manchester, centro de la producción textil, paso de 27.000 habitantes a 180.000.

La industria modifico el paisaje urbano, a medida que las fábricas ganaban terreno. En general, las nuevas
ciudades industriales se caracterizaron por el deterioro de la calidad de vida y del medio ambiente urbano.
El hecho de que crecieran rápidamente, sin una infraestructura adecuada, creo condiciones de vida muy
precarias para los trabajadores, con fuerte déficit en lo relativo a la vivienda y a la sanidad.

El crecimiento urbano fue transformando las relaciones sociales, que se hicieron más complejas y más
anónimas.

Junto con las fábricas nació un nuevo tipo de trabajador, el obrero industrial, cuyas condiciones de trabajo
se diferenciaron marcadamente de las de los oficios manuales tradicionales. También recibe el nombre de
proletario. El proletariado industrial se caracteriza por no ser propietario de los medios de producción y por
vender su fuerza de trabajo en el mercado, a cambio de un salario.

El sistema de fábrica implico una nueva forma de organización del trabajo, caracterizada por la
concentración de gran número de trabajadores en un mismo espacio para cumplir sus tareas bajo vigilancia
y según una estricta disciplina.

La resistencia de los oreros a aceptar la nueva disciplina explica que las normas establecidas por los
patrones de las fábricas fueran tan estrictas, y que se castigaran severamente el ausentismo, la falta de
puntualidad y cualquier distracción durante el tiempo de trabajo.

El uso de maquinarias fue modificando también el grado de calificación requerido a los obreros para
realizar su trabajo. En general tendió a crecer el número de trabajadores no calificados en relación con los
calificados, y el trabajo de oficio fue perdiendo terreno. Al mismo tiempo, surgieron nuevos trabajadores
calificados, los mecánicos, encargados de la reparación y el mantenimiento de las máquinas.

Con el sistema de fábrica se incrementó el trabajo de las mujeres y los niños, para quienes se reservaban
las tareas menos calificadas y que recibían una paga menor que la de los hombres adultos, con respecto a
los cuales eran además más disciplinados.

El trabajo femenino e infantil no era una novedad, ya que en la sociedad preindustrial también trabajaba
todo el grupo familiar, pero lo que cambió radicalmente con la industrialización fueron las condiciones
laborales.

La división sexual del trabajo había estado relacionada con las diferencias de fuerza y de destreza entre
hombres y mujeres. Al mismo tiempo, los oficios específicamente femeninos eran considerados por los
hombres como inferiores, y esta es una razón por la cual las mujeres recibían una paga mejor por su
trabajo. Aun las mujeres que realizaban trabajos calificados eran infravaloradas, ganaban dos tercios de lo
que percibía un hombre que hiciera la misma tarea.

Cuando comenzaron a utilizarse maquinas accionadas por energía inanimada, la situación se modificó
parcialmente. Las mujeres pudieron desempeñar tareas antes reservadas a los hombres, pero como el
trabajo femenino se consideraba inferior, siguieron percibiendo salarios menores.

El trabajo de las mujeres en las fábricas tuvo un fuerte impacto sobre la vida familiar. A diferencia de las
otras formas de actividad industrial, implicaba la ausencia del hogar por larguísimas horas y la imposibilidad
de cuidar de los hijos durante ese tiempo. Desde comienzos del siglo XIX se incrementó el número de
hogares en los que junto a un matrimonio y sus hijos vivía alguna persona anciana que se ocupaba de las
tareas domésticas y del cuidado de los niños mientras la mujer trabajaba en la fábrica. De todos modos, era
más habitual el trabajo fabril de las mujeres solteras que el de las casadas.

Los niños comenzaron a trabajar masivamente en las fábricas. Eran más dóciles que los adultos, recibían
una paga menor e incluso eran más adecuados para algunas tareas que requerían manos pequeñas o baja
estatura.

El trabajo infantil constituye sin duda el aspecto más negro de la revolución industrial. Una enorme
cantidad de testimonios confirman que las condiciones solían ser inhumanas.

En primer lugar, se redujo la edad mínima del ingreso en el mercado de trabajo y se disminuyó la
importancia del aprendizaje, que era el periodo de transición por excelencia en la industria algodonera, los
niños comenzaban a trabajar desde muy pequeños, a partir de los 6 u 8 años.

El horario de trabajo era el mismo que el de los adultos, entre 14 y 16 horas por día. Los salarios eran
irrisorios: en las hilanderías de Lancashire, la remuneración de los niños menores de 11 años era 6 veces
menor que la de un adulto no calificado, y con la obtenido por un niño en una jornada de trabajo se podía
comprar menos de un kilo de pan. La disciplina era muy dura, recurriéndose en muchos casos a los castigos
corporales. Además, las condiciones insalubres del trabajo infantil en las fábricas tenían efectos muy
negativos sobre la salud y el desarrollo infantiles.

Aunque ya en 1802 el parlamento aprobó una ley para proteger a los niños que trabajaban como
aprendices en las fábricas, recién a partir de la década de 1830 el estado comenzó a penalizaren forma
efectiva los abusos cometidos por los propietarios de las fábricas y a poner en vigencia nuevas
reglamentaciones, dirigidas a regular el trabajo infantil.

En la nueva civilización industrial, la esperanza de vida se ha triplicado, la población del mundo ha


aumentado notablemente, la urbanización se ha difundido de una forma extraordinaria, pero, sobre todo,
los que han cambiado radicalmente han sido los modos de vida y de trabajo. En economía nada puede ser
repentino y todo se produce en periodos de tiempo largos.

Europa era una civilización económicamente progresiva en lugar de ser meramente rutinaria o repetitiva.
Los elementos explicativos que los estudiosos han considerado significativos han sido los siguientes: el
clima, la localización geográfica, los recursos naturales, la visión filosófico-religiosa del mundo y la
organización de la sociedad. Los tres primeros elementos han desarrollado un papel de mera facilitación,
pero no han sido suficientes para determinar el dinamismo de una sociedad.

El verdadero papel estratégico en la determinación del dinamismo de las diversas sociedades loan jugado
las visiones filosófico-religiosas del mundo y la organización de la sociedad que de ellas se desprende. En
particular, han sido tres los principios filosófico-religiosos en los que se han cimentado las civilizaciones
progresivas:

1. La persona humana como valor sagrado e inviolable: cuanto más se ha afirmado este principio tanto
más se ha abandonado el absolutismo y el esclavismo y se ha proclamadora libertad y la igualdad de
todas las personas con implicaciones fundamentales en el campo político, la libertad de iniciativa y la
defensa de los derechos de la persona.
2. La exaltación del espíritu como racionalidad: de este principio deriva el nacimiento de la filosofía, de la
ciencia, de la instrucción.
3. La superioridad del hombre sobre la naturaleza: de la que viene la idea del homo Faber, o sea del
hombre creativo, que no se somete a la naturaleza, sino que la modifica para su utilización.

Lo que se deduce es que la Europa preindustrial se destaca como el área donde las libertades individuales
llegaron a alcanzar un mayor grado de tutela, en primer lugar a través de la existencia de una pluralidad
de instituciones políticas y, en segundo lugar, por medio de una pluralidad de instituciones en el campo
cultural: piénsese en las universidades libres, donde los intelectuales no solo tenían la posibilidad de
profesar públicamente sus diferentes puntos de vista; sino también de enseñarlos a nuevas generaciones
de alumnos, que podían pasar de una universidad a otra para adquirir un saber crítico. Además, la libertad
fue tutelada cada vez más por medio de una justicia codificada y objetiva y una autoridad pública que
estaba cada vez más en condiciones de hacer respetar las leyes. Es precisamente la libertad de
pensamiento y de empresa la que se halla en la base de un progreso económico auto sostenido y de aquella
multiplicad de realidades económicas que produce la competencia, o sea, el resorte potente de la mejora
en el uso de los recursos.

Europa se destaca también por la mayor propensión de las autoridades públicas a asumir
responsabilidades de producción de aquellos bienes y servicios que no convenía que produjesen las
instancias privadas, pero que se iban perfilando como estrategias para el desarrollo. Se trata de un tipo de
actividad pública subsidiaria y no sustitutiva de la iniciativa privada.

Europa supo desarrollar un ambiente particularmente favorable a la innovación. Porque existía una mayor
libertad y una mayor seguridad del derecho, que proporcionaba bases más seguras al cálculo económico
vinculado a la inversión, y suministraba más apoyo a la iniciativa individual por parte de los poderes
públicos.

Instituciones y prácticas económicas indispensables para la revolución industrial:

1. La banca y las prácticas bancarias: el cheque, la cuenta corriente, la transferencia, la letra de cambio, el
descubierto.
2. El uso de la partida doble.
3. El seguro, surgido a causa de los elevados riesgos de transporte de las mercancías por mar.
4. El contrato de venta en comisión, introducido también para permitir que un poseedor de capital que no
quisiera arriesgarse personalmente lo anticipara a un comerciante que lo utilizase para una actividad
específica, a cuyo término debía devolverse el capital y repartirse los beneficios.
5. El servicio postal.
6. La bolsa, como lugar de operaciones comerciales y financieras.
7. La patente, que tutelaba la explotación comercial de un nuevo invento.
8. Los códigos de comercia, que se fueron formando en muchos países europeos y estaban sometidos a
tribunales de comercio.

Gran Bretaña logro reunir más deprisa que los demás países europeos el mayor número de aquellas
condiciones favorables al crecimiento a las que nos hemos referido antes. No solo poseía un clima
moderado y abundante en recursos hidráulicos, sino que estuvo en condiciones de desarrollar la propia
cultura y el propio sistema político-institucional, de manera que dispuso de antemano de las mejores
condiciones para la innovación y la inversión.

La monarquía inglesa evoluciono constantemente hacia un menor grado de absolutismo a partir de la


famosa Magna Charta de 1215, que contenía una larguísima serie de cláusulas que limitaban el poder
del rey frente a los eclesiásticos, a los barones e incluso frente a la gente corriente.

Desde el punto de vista del derecho, gran Bretaña desarrollo de modo muy original el llamado common
law, que presentaba un elevado grado de adaptación a los cambios que se producían en la sociedad porque
legislaba y administraba la justicia sobre la base de los cambios verificados en las costumbres,
comprobados mediante el examen de casos, que se convertían en modelos para las aplicaciones
subsiguientes. Todo ello reforzó cada vez más la protección de los intereses de los particulares contra los de
otros particulares, pero también contra la invasión del estado, y al mismo tiempo impuso reglas para
respetar el interés general.

Gran Bretaña abrazo después con entusiasmo la aventura de las exploraciones geográficas, del comercio
internacional y de la mejora de los transportes marítimos, que la llevo a la creación de las compañías
comerciales especializadas en rutas particulares al colonialismo, a superar a las primeras potencias
coloniales a la acumulación de importantes capitales.

No faltaban bancos que financiasen en todo el país los crecientes negocios. En Londres se desarrollaron los
llamados Merchant Banks, que tal como indica su nombre, proporcionaban capital sobre todo para el
comercio y otras actividades internacionales.

A todo esto, se añade el desarrollo de la filosofía inglesa en sentido empírico, el nacimiento de la economía
política con Adam Smith, la difusión de la cultura por medio de diarios, academias y clubes. La primera
revolución industrial no exigía estudios avanzados, sino una mentalidad curiosa, una capacidad de aprender
a partir de la experiencia y, sobre todo, un gran incentivo para utilizar los propios talentos con finalidades
productivas.

Si la economía del mundo del siglo XIX se formó bajo la influencia de la revolución industrial inglesa, su
política e ideología se formaron principalmente bajo la influencia de La Revolución Francesa.

Francia proporciono el vocabulario y los programas de los partidos liberales, radicales y democráticos de la
mayor parte del mundo. Francia ofreció el primer gran ejemplo, el concepto y el vocabulario del
nacionalismo. Francia proporcionó los códigos legales, el modelo de organización científica y técnica y el
sistema métrico decimal a muchísimos países. La ideología del mundo moderno penetro por primera vez en
las antiguas civilizaciones, a través de la influencia francesa.

El siglo XVIII fue era de revoluciones democráticas, de las que la francesa fue solamente una, aunque la
más dramática y de mayor alcance. Sus ejércitos se pusieron en marcha para revolucionar al mundo,
y sus ideas lo lograron. Sus repercusiones ocasionaron los levantamientos que llevarían a la liberación de
los países latinoamericanos después de 1808. Su influencia es universal, proporcionó el patrón para
todos los movimientos revolucionarios subsiguientes, y sus lecciones fueron incorporadas en el moderno
socialismo y comunismo.

Sus orígenes deben buscarse en la específica situación de Francia. Durante el siglo XVIII, Francia fue el
mayor rival económico internacional de Gran Bretaña. Su comercio exterior, que se cuadriplicó entre 1720
y 1780, causaba preocupación en Gran Bretaña; su sistema colonial era en ciertas áreas más dinámico que
el británico. A pesar de lo cual, Francia no era una potencia como Gran Bretaña, cuya política exterior ya
estaba determinada sustancialmente por los intereses de la expansión capitalista. Francia era la más
poderosa y en muchos aspectos la más característica de las viejas monarquías absolutas y aristocráticas de
Europa.

La “Reacción feudal” proporciono la mecha que inflamaría el barril de pólvora de Francia.

Las cuatrocientas mil personas que formaban la nobleza estaban bastante seguras. Gozaban de
considerables privilegios. Políticamente, su situación era menos brillante. La monarquía absoluta, aunque
completamente aristocrática e incluso feudal, había privado a los nobles de toda independencia y
responsabilidad política, cercando todo lo posible sus viejas instituciones representativas. El hecho
continuo al situar entre la alta aristocracia a una ennoblecida clase media gubernamental que manifestaba
en lo posible el doble descontento de aristócratas y burgueses a través de los tribunales y estados que aun
subsistían. Económicamente, las inquietudes de los nobles no eran injustificadas. Dependían de las rentas
de sus propiedades, pensiones, donaciones, etc. Pero como los gastos inherentes a la condición nobiliaria
iban en aumento, los ingresos mal administrados resultaban insuficientes. La inflación tendía a reducir el
valor de los ingresos fijos.

Por todo ello, era natural que los nobles utilizaran sus privilegios de clase. Durante el siglo XVIII, se
aferraban tenazmente a los cargos oficiales que la monarquía absoluta hubiera preferido encomendar a los
hombres de la clase media, competentes técnicamente y políticamente inocuos. Hacia 1780 se requerían
cuatro cuarteles de nobleza para conseguir un puesto en el ejército. Como consecuencia, la nobleza no solo
irritaba los sentimientos de la clase media al competir en la provisión de cargos oficiales, sino que socavaba
los cimientos del estado con su creciente inclinación a apoderarse de la administración central y provincial.
Así mismo, intentaban contrarrestar la merma de sus rentas experimento hasta el límite sus considerables
derechos feudales para obtener dinero o servicios de los campesinos. Una nueva profesión, la de feudista,
surgió para hacer revivir anticuados derechos de esta clase o para aumentar hasta el máximo los productos
de los existentes. Con esta actitud, la nobleza no solo irritaba a la clase media, sino también al
campesinado.

La miseria general se intensificaba por el aumento de la población. Los tributos feudales, los diezmos y
gabelas suponían unas cargas pesadas y crecientes para los ingresos de los campesinos. La inflación reducía
el valor del remanente. Solo una minoría de campesinos que disponía de un excedente constante para
vender se beneficiaba de los precios cada vez más elevados; los demás, de una manera u otra, lo sufrían, en
especial en las épocas de malas cosechas, en las que el hambre fijaba los precios.

Los problemas financieros de la monarquía iban en aumento. La estructura administrativa y fiscal del reino
estaba muy anticuada, y el intento de remediarlo mediante las reformas de 1775 fracaso. Francia se vio
envuelta en la guerra de la independencia americana. La victoria sobre Inglaterra se obtuvo a costa de una
bancarrota final. La guerra y deuda rompieron el espinazo de la monarquía.

La primera brecha en el frente del absolutismo fue abierta por una selecta pero rebelde asamblea
de notables, convocada en 1787 para asentir a las peticiones del gobierno. La segunda y decisiva, fue la
desesperada decisión de convocar los estados generales. Así pues, la revolución empezó como un intento
aristocrático de recuperar los mandos del estado. Este intento fracaso por dos razones: por subestimar las
intenciones independientes del tercer estado y por desconocer la profunda crisis económica y social que
impelía sus peticiones políticas.

Un sorprendente consenso de ideas entre un grupo social coherente dio unidad efectiva al movimiento
revolucionario. Este grupo era la burguesía; sus ideas eran las del liberalismo clásico formulado por los
filósofos y los economistas. Los filósofos establecieron la diferencia entre una simple quiebra de un viejo
régimen y la efectiva y rápida sustitución por otro nuevo.
Las peticiones del burgués de 1789 están contenidas en la famosa declaración de los derechos del hombre
y del ciudadano. Este documento es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y los privilegios de los
nobles. “los hombres nacen y viven libres e iguales bajo las leyes” dice su artículo primero. Pero luego se
acepta la existencia de distinciones sociales “aunque solo por una razón de la utilidad común”. La
propiedad privada era un derecho natural sagrado, inalienable e inviolable. Los hombres eran iguales ante
la ley y todas las carreras estaban abiertas por igual al talento, pero si la salida empezaba para todos sin
hándicap se daba por supuesto que los corredores no terminarían juntos. Le declaración establecía que
“todos los ciudadanos tienen derecho a cooperar en la formación de la ley”.

El clásico liberal burgués de 1789 no era un demócrata, sino un creyente en el constitucionalismo, en un


estado secular con libertades civiles y garantías para la iniciativa privada, gobernado por contribuyentes y
propietarios.

Dicho régimen no expresaría solo sus intereses de clase, sino la voluntad general del pueblo, al que se
identificaba de manera significativa con la nación francesa. La nación francesa no concebía en un
principio que sus intereses chocaran con los de los otros pueblos, sino que, se veía como inaugurando un
movimiento de liberación general de los pueblos del poder de las tiranías. Pero, de hecho, la rivalidad
nacional y la subordinación nacional se hallaban implícitas en el nacionalismo al que el burgués de 1789 dio
su primera expresión oficial. “el pueblo”, identificado con “la nación” era un concepto revolucionario; por
lo cual era un arma de doble filo.

Campesinos y obreros fueron elegidos para representar al tercer estado. Ahora luchaban con igual energía
por el derecho de explotar su mayoría potencial de votos para convertir los estados generales en una
asamblea de diputados individuales que votaran como tales, en vez del tradicional cuerpo feudal que
deliberaba y votaba por órdenes, situación en la cual la nobleza y el clero siempre podían superar en votos
al tercer estado. Con este motivo se produjo el primer choque directo revolucionario. Unas seis semanas
después de la apertura de los estados generales, los comunes constituyeron una asamblea nacional con
derecho a reformar la constitución. Una maniobra contrarrevolucionaria los llevo a formular sus
reivindicaciones en términos de la cámara de los comunes británica.

El tercer estado triunfó frente a la resistencia unida del rey y de os ordenes privilegiados, porque
representaba no solo los puntos de vista de una minoría educada y militante, sino los de otras fuerzas
mucho más poderosas; los trabajadores pobres de las ciudades, especialmente de parís, así como el
campesinado revolucionario. Pero lo que transformo una limitada agitación reformista en verdadera
revolución fue el hecho de que la convocatoria de los estados generales coincidiera con una profunda crisis
económica y social.

La contrarrevolución convirtió a una masa en potencia en una masa efectiva y actuante. El resultado más
sensacional de aquella movilización fue la toma de la Bastilla, prisión del estado que simbolizaba la
autoridad real, en donde los revolucionarios esperaban encontrar armas. La toma de la bastilla ratificó la
caída del despotismo y fue aclamada en todo el mundo como el comienzo de la liberación.

Al cabo de 3 semanas desde el 14 de julio, la estructura social del feudalismo rural francés y la maquina
estatal de la monarquía yacían en pedazos. La aristocracia y la clase media aceptaron inmediatamente lo
inevitable: todos los privilegios feudales se abolieron de manera oficial, aunque, una vez estabilizada la
situación política, el precio fijado para su redención fue muy alto.

Esta danza dialéctica iba a dominar a las generaciones futuras. Una parte de la clase media liberal estaba
preparada para permanecer revolucionaria hasta el final sin alterar su postura: la formaban los
Jacobinos, cuyo nombre se dará en todas partes a los partidarios de la revolución radical. El régimen
jacobino había llevado la revolución demasiado lejos para los propósitos y la comodidad de los burgueses.
Entre 1789 y 1791 la burguesía moderada victoriosa, actuando a través de la que entonces se había
convertido en asamblea constituyente, emprendió la gigantesca obra de racionalización y reforma de
Francia que era su objetivo. Desde el punto de vista económico, las perspectivas de la asamblea
constituyente eran completamente liberales: su política respecto al campesinado fue el cercado de las
tierras comunales y el estímulo a los empresarios rurales; respecto a la clase trabajadora, la proscripción de
los gremios; respecto a los artesanos, la abolición de las corporaciones. La constitución de 1791 evitaba los
excesos democráticos mediante la instauración de una monarquía constitucional fundada sobre una
franquicia de propiedad para los ciudadanos activos. Los pasivos, se espera que vivieran en conformidad
con su nombre.

Pero no sucedió así. Por un lado, la monarquía, aunque ahora sostenida fuertemente por una poderosa
facción burguesa ex revolucionaria, no podía resignarse al nuevo régimen. La corte soñaba con una cruzada
de los regios parientes para expulsar a la chusma de gobernantes comuneros y restaurar al ungido de dios,
al cristianismo rey de Francia, en su puesto legítimo, la constitución civil del clero llevo a la oposición a la
mayor parte del clero y los fieles, y contribuyo a impulsar al rey a la tentativa de huir del país. Fue detenido
en Varennes y en adelante el republicanismo se hizo una fuerza masiva, pues los reyes tradicionales que
abandonan a sus pueblos pierden el derecho a la lealtad de los súbditos.

El estallido de la guerra tendría inesperadas consecuencias al dar origen a la segunda revolución de 1792 y
más tarde al advenimiento de Napoleón Bonaparte. Dos fuerzas impulsaron a Francia a una guerra general:
la extrema derecha y la izquierda moderada. La restauración del poder de

Luis XVI era una importante salvaguardia contra la difusión de las espantosas ideas propagadas desde
Francia. Como consecuencia de todo ello, las fuerzas para la reconquista de Francia se iban reuniendo en el
extranjero.

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