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Los sujetos del experimento estuvieron bien los cinco primero días. Los
individuos hablaban entre ellos, y sus conversaciones fueron triviales durante
los primeros días. A partir del quinto día, sin embargo, sus temas se
volvieron más oscuros y comenzaron las primeras quejas, demostrando
incluso paranoia. A partir de entonces los sujetos comenzaron a mostrarse
sospechosos unos de otros, a no hablar entre ellos y a actuar de manera muy.
Al principio, los investigadores consideraron que el comportamiento de los
sujetos era resultado del gas experimental.
Tras casi diez días, uno de los sujetos comenzó a gritar y lo hizo durante casi
tres horas. De repente, se hizo el silencio y solo se escucharon sonidos
guturales. Los investigadores comprobaron entonces, que el sujeto se había
arrancado las cuerdas vocales él mismo. Lo más sorprendente de este hecho
es que ninguno de los otros pareció inmutarse. Es más, continuaron con sus
paranoias personales hasta que un segundo sujeto comenzó a gritar. Gritó y
gritó, mientras los otros sujetos comenzaron a defecar en los libros y a
arrancar sus páginas para colocarlas en las paredes. De repente, los gritos
cesaron, y los susurros paranoicos de los otros, también.
Uno de ellos, mientras era sometido a cirugía para reimplantar sus órganos,
intentó comunicarse con el cirujano. No habían administrado anestesia, y él
gritaba desesperado. La frase era simple y clara: “Sigue cortando”. Los otros
dos, en cirugía, hicieron imposible el proceso de operarles, ya que se reían
escandalosamente sin poder parar.
Paralizados, solo pedían el gas. Los investigadores les preguntaron por qué
se habían herido y arrancado los órganos de su cuerpo, además de por qué
pedían tanto el gas. Una respuesta se oyó, clara.
“CASI… LIBRE”.