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La fantasía neoliberal

Carlos Gracian

La fantasía
neoliberal
Conectividad, diversidad y libertad

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La fantasía neoliberal

El negativo y la imagen:
una introducción

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Carlos Gracian

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La fantasía neoliberal

Al igual que el síntoma neurótico,


la superestructura es ese emplazamiento
en el que el cuerpo reprimido logra manifestarse
ante aquellos que pueden interpretar los signos  1.

TERRY EAGLETON

La pandemia que nos atravesó, y que aún nos sigue mero-


deando a través de sus efectos, puede ser interpretada como un
punto de inflexión en muchos sentidos. Uno de esos aspectos lo
constituye el modo en que las sociedades organizan sus formas
de vincularse. En tal sentido, es posible colocar este hecho
como un hito, no porque a partir de allí se haya generado un
cambio en el rumbo general en el que la lógica social se venía
desplegando. Por el contrario, su carácter ruptural deviene del
hecho de que esta situación excepcional parece haber catali-
zado una aceleración en la velocidad con que ciertos procesos
concretan su despliegue. Es decir, la pandemia parece haber
alterado el ritmo, mas no el rumbo, de una lógica social cuyo
origen se remonta a medio siglo atrás: nos expuso ante una
vivencia que exacerbó la experiencia de la vida en clave indivi-
dual, instaló la expansión de la digitalización y profundizó los
padecimientos psicoemocionales. Esta situación excepcional
de aislamiento social generalizado parece haber potenciado, y
a la vez visibilizado, una serie de cambios en las maneras de
1
Eagleton, Terry (2006). La estética como Ideología. Buenos Aires. Trotta, p. 268.

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organizar y ejecutar una gran cantidad de trabajos, de efec-


tuar una buena parte de los consumos, de desarrollar los pro-
cesos de formación/enseñanza-aprendizaje/estudio, además
de la configuración de la comunicación-vinculación entre los
sujetos. El denominador común de estas transformaciones se
enmarcó en la integración compulsiva de esas actividades a los
entornos digitales, para su sostenimiento.
Sin embargo, la masificación de la actividad digital no fue
lo único que se vio exacerbado en este contexto pandémico.
Junto a ese desarrollo también pudo observarse un incremento
en los porcentajes de endeudamiento en una parte importante
de la población. Esta relación, la del endeudamiento, pasó a ser
una de las formas más extendidas de garantizar la subsistencia
para porciones mayoritarias de la población, en un mundo sig-
nado por la caída del empleo y los salarios. La contracara de esa
caída de la masa salarial y del incremento del endeudamiento
fue una mayor concentración de la riqueza, especialmente en
instituciones financieras y corporaciones ligadas al desarrollo
de servicios digitales o equipamientos tecnológicos2.

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Previo al encuentro de Davos 2024, la ONG Oxfam presentó un informe titulado
“Desigualdad S.A.”, en el que se detalla una serie de datos muy reveladores acerca
de este punto. Según este informe la década de 2020 está signada, por un lado, por
la profundización del aumento del costo de vida dado el alza en los precios de los
alimentos, los combustibles y los medicamentos. A su vez, este período muestra un
enorme crecimiento en las ganancias de las grandes empresas globales, las cuales tuvie-
ron un incremento del 89% en sus beneficios en los años 2021 y 2022, respecto al
promedio del período 2017-2020. (Para tomar dimensión de lo que significa la noción
de “gran empresa global” consignemos el siguiente dato: según el informe de Oxfam,
las cinco empresas más grandes del mundo están valoradas conjuntamente en una
cifra mayor al PIB combinado de todas las economías de África, América Latina y el
Caribe). El informe muestra que este fenómeno de encarecimiento de la vida-aumento
de los beneficios se tradujo no sólo en la duplicación de la riqueza conjunta de los
cinco hombres más ricos del mundo (que pasó de 405 000 millones de dólares a 869
000 millones). Además, conllevó un incremento en la velocidad de la concentración
empresarial, por ejemplo: dos multinacionales controlan más del 40% del mercado
mundial de semillas (frente a las diez empresas que controlaban el mismo porcentaje
hace 25 años); cuatro empresas controlan el 62% del mercado mundial de pesticidas;
diez gigantes mundiales de la industria farmacéutica son resultado de la fusión durante
dos décadas de sesenta empresas farmacéuticas; tres cuartas partes del gasto mundial
en publicidad online se destinan a Meta, Alphabet y Amazon; y más del 90% de las
búsquedas en Internet se realizan a través de Google. Ver https://www.oxfam.org/es/
informes/desigualdad-sa

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Por consiguiente, el endeudamiento, la virtualización del


dinero y de los procesos de consumo (ya sea vía bancos o
empresas de servicios fintech), sumados a la caída salarial, la
concentración de la riqueza y la digitalización de la vida
socio-afectiva, se consolidaron como parte de los elementos
que componen el núcleo del capitalismo en esta etapa, ace-
lerados en su expansión por el acontecimiento pandémico.
Habitamos un tiempo en el que, producto de una situación
sanitaria sin precedentes, se terminó de cristalizar una extensa
serie de transformaciones en la fisonomía del sistema socioe-
conómico iniciadas a fines del siglo pasado.
Si bien estas transformaciones en el desarrollo del capita-
lismo respecto de su forma histórica anterior, aquella centrada
en la industrialización, pueden evidenciarse fácilmente en los
modos en que se organizan los procesos de producción y acu-
mulación de la riqueza, estas mutaciones también implicaron
una reconfiguración en relación con aquellos mecanismos a
través de los cuales ciertos sectores consiguen dar estabilidad
al orden social –incluso en momentos en los que se genera-
lizan y exacerban las condiciones de precarización de la vida–.
Será el análisis de este último punto el objeto de indagación
del presente trabajo: un examen de las características gene-
rales de aquellos procesos ideológicos-culturales a partir de los
cuales los sectores dominantes logran organizar la gestión de
las acciones, emociones, expectativas y comportamientos del
común, alineándolas a sus proyectos y concepciones, siendo
capaces así de garantizar la reproducción del orden social
estructurado a partir de la lógica del capital. Por lo tanto, en
este libro se pretenderá mostrar, en primer lugar, cuáles son las
configuraciones de ser (sentir-pensar) en el mundo que estos pro-
cesos buscan naturalizar; y en segundo lugar, de qué manera
se generan los mecanismos sobre los cuales los sujetos ins-
criben su estar haciendo dentro de esas estructuras que com-
ponen el mundo. Se trata, entonces, de una indagación acerca
de los dispositivos de sujeción (dominación) y de las prácticas

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de subjetivación desarrolladas al interior del neoliberalismo,


las cuales permiten cierta homeostasis sistémica en un nuevo
escenario. Para ello, a lo largo de los siguientes capítulos, bus-
caré mostrar cómo nuestras acciones y concepciones son deli-
mitadas al interior de este orden social neoliberal desde que
somos colocados a componer nuestra existencia dentro de un
campo social en el que las experiencias vitales quedan determi-
nadas por los principios de la mercantilización (consumo “sin
límites”), la financiarización (endeudamiento permanente), el
entretenimiento (espectacularización de la cotidianidad), la
virtualización (digitalización de los vínculos e interacciones) y
el rendimiento (competencia y productividad).
En su etapa inicial, el orden social capitalista organizó los
mecanismos de producción y circulación de sentidos sobre
el mundo a partir de estructuras generadas a lo largo de las
formaciones sociales anteriores, básicamente la oralidad. Fue
recién durante el período industrial que la palabra escrita pasó
a ser el núcleo de la generación y difusión de aquellas signifi-
caciones relevantes para la estabilización del orden de las cosas.
En ese momento, la producción pictórica e iconográfica fungía
como soporte imprescindible de aquella palabra escrita en el
proceso de organización del universo simbólico. Por el con-
trario, en la actualidad podemos corroborar de modo sencillo
hasta qué punto la imagen ha sido colocada en el centro de
los principales procesos de producción de significados sociales,
subordinando a la palabra. Así, en un tiempo en el que las cer-
tezas sobre “lo real”, junto a las expectativas sobre lo posible,
se organizan al compás de los saltos tecnodigitales, tras haber
devorado a la palabra, la imagen –a través de la pantalla– ha
sido situada como aquel elemento central que da sustento a “lo
real” y a lo asumido como lo verdadero en nuestras vidas3.
3
La pérdida del peso de la palabra en la organización del sentido y la legitimación
del orden de las cosas ocurre en el momento de mayor difusión de la posibilidad de
expresarse públicamente. Actualmente, gracias al desarrollo técnico-digital, parece
cumplirse aquel anhelo de poder “decirle al mundo” lo que uno piensa. Pero lo que
ocurre es que todo el mundo está haciendo lo mismo: todos están queriendo decir,

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El logos de nuestra época tiende a reducirse a los logos de las


mercancías. Estos logos (marcas) brindan aquellas imágenes a
través de las cuales imaginamos nuestra época, brindando así
la razón última o la motivación más profunda que dan sentido
a buena parte de las acciones. Tengamos presente que los pro-
ductos que hoy se comercializan no son simples objetos con un
uso determinado. Cada uno de ellos porta una significación de
estilo y por ello implican una conceptualización en la medida en
que constituyen la mediación que garantiza la concreción de un
conjunto de (definidas y diseñadas) sensaciones.
En los términos en que se ha desarrollado el capitalismo
actual, estas mercancías son lo que posibilita a los sujetos el
acceso a determinadas “experiencias”, a la vez que representan
la puerta de entrada para el reconocimiento social y la per-
tenencia. Por lo tanto, los logos de esas mercancías sintetizan
dos aspectos centrales de nuestro tiempo: por un lado, son los
signos que representan la forma de producción de significados
y de sentido acerca de “cómo debe vivirse”, cada uno de ellos
encarnando un estilo, una estética y un posicionamiento ético,
ofrecidos por cada una de las empresas/marcas. A su vez, estos
logos son los signos que utilizan como insignia cada una de las
corporaciones globales que, en conjunto, controlan el espacio
privado de la producción de objetos y servicios, a la vez que
regentean el ámbito público donde ocurren la circulación, el
generando una incesante cacofonía de mensajes que distorsiona la posibilidad de la
escucha, la comprensión y la reflexión. También, esta devaluación de la palabra pue-
de comprenderse como parte de una crisis de la institucionalidad moderna: tanto las
instituciones que gestionan los procesos de producción y socialización de los saberes
homologados desde las ciencias, como aquellas que constituyen los mecanismos cen-
trales del orden jurídico-político-administrativo, muestran una pérdida de su peso en
la gravitación de los procesos que organizan las pautas de socialización y sus códigos.
Por último, podría pensarse esta “devaluación de la palabra” como el síntoma de un
desacople ético entre lo dicho y los actos: la palabra como compromiso de la acción,
como garantía y validación de una promesa —como palabra “empeñada”— parece
difuminarse como principio rector. La organización de vida en torno a las exigencias
de la “autopromoción” y la “autoestima” implica la instalación de una propuesta de
“ser” muy distinta de aquella que articula la valoración de la palabra anclada, por
ejemplo, en el honor y su mandato estructurado en un “deber ser”. Para una mirada
más profunda sobre este punto ver: Recalcati, Massimo (2016) La hora de la clase.
Por una erótica de la enseñanza. Barcelona. Anagrama.

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consumo y la apropiación (significación) de esos bienes. En


síntesis, la organización de los elementos simbólicos con
arreglo a los cuales se elaboran las fantasías, y la producción de
los objetos que –se supone– concretan esas fantasías.
Al ser la imagen uno de los elementos centrales que define
la construcción del sentido en nuestra época, me sirvo de ella
como objeto para plantear una metáfora sobre la cual pensar
la producción de subjetividades en este momento histórico.
Propongo representar la etapa actual del capitalismo como una
composición fotográfica en negativo: es un tipo de fotografía
que se caracteriza por la inversión de los niveles de intensidad
de los tonos (claros-oscuros), junto a una alteración cromática
de los colores que la constituyen. Básicamente, estos cambios
producen en la imagen un efecto que no sólo transforma las
expresiones de quienes fueron retratados. Este proceso suele
tener sobre la imagen otro efecto: genera una variación en la
percepción de nuestra vista, en la que parte de los elementos
que componen el cuadro general se desdibujan, tornándose
confusos, irreconocibles, llegando incluso a volverse imper-
ceptibles.
Por lo tanto, se trata de un tipo de fotografía que, si no
es observada en detalle, tiende a modificar la comprensión de
la situación retratada. Algo semejante parece haber ocurrido
con los componentes centrales del orden social actual: una
transfiguración en los elementos que conforman su imagen/
representación parece haberlos tornado irreconocibles, hasta
el punto de alterar la posibilidad de comprender la función de
los dispositivos que hacen efectivo el ejercicio del poder de una
parte de la sociedad sobre otra. Es como si aquel principio que
marcó la vida pública, política e institucional de la modernidad
desde fines del siglo xviii –“Libertad, Igualdad y Fraternidad”–
retornara al centro de la escena, pero bajo un formato negativo,
invertido, donde la Conectividad suple a la noción de la Frater-
nidad; la Diversidad es superpuesta al principio de Igualdad;
mientras que la Libertad ya no es una realización mutua que se

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logra con otros, sino que es entendida como la autorrealización


en un formato de vida proyectada sin restricciones ni condi-
cionamientos, sólo regulada por el propio deseo. Esta idea de
libertad toma la forma de un proceso individual, personal y pri-
vado donde el “otro” se desdibuja. Analizar las implicancias de
esa mutación, así como las condiciones y procesos que hicieron
posible este giro, es la propuesta de este libro.
Solo resta una aclaración antes de iniciar el recorrido: por
una cuestión de orden lógico, los conceptos que se mencionan
en el título se abordarán en un orden diferente al que han
sido presentados. Si bien en todos los apartados aparecerán
referencias y reflexiones en torno de los modos en los que la
Conectividad, la Diversidad y la Libertad componen la atmós-
fera general en la que vivimos, es necesario indicar que en el
capítulo 1 se presentará la línea argumental del libro: la produc-
ción y captura de la subjetividad en esta etapa del capitalismo
a partir de una forma singular de fantasía; en el capítulo 2 se
problematizarán algunas de las implicancias de la propuesta de
Diversidad; en el capítulo 3 se abordarán cuestiones relacio-
nadas a los procesos que colocaron a una determinada noción
de la Libertad como el fundamento y horizonte de las acciones
requeridas; por último, en el capítulo 4, se indagará acerca de
las implicancias de la Conectividad.

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2. Lo diverso cubre lo desigual

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El nuevo capitalismo cultural se nutre con la diversidad


y se presenta como defensor de las diferencias promoviendo
un tipo de libertad que nunca cuestiona la exclusión
social de nuestros tiempos, cada vez mayor 38.

DARÍO SZTAJNSZRAJBER

El sostenimiento de determinadas formas de demarcación


entre las clases debe comprenderse como la condición de posi-
bilidad para la reproducción de un orden social basado en la
apropiación diferenciada de los bienes materiales y simbólicos.
La generación de esas demarcaciones entre los sectores sociales
es la resultante de tres factores: por un lado, las formas en que
en cada sociedad se ha organizado el acceso a la propiedad/
apropiación del excedente generado; en segundo lugar, la insti-
tucionalización de los procedimientos de admisión u oclusión a
los mecanismos vinculados a la toma de decisiones; por último,
la estructuración de la posibilidad que tiene cada sujeto para
apropiarse de los saberes culturalmente significativos. Com-
prender la singularidad del período que nos toca vivir, implica
determinar de qué manera funcionan actualmente esas demar-
caciones, dado que estas operan como la razón desde la cual
cada sujeto asume cómo funciona el mundo y, por lo tanto, qué

38
Sztajnszrajber, Darío (2015) “Filosofía de la experiencia post identitaria”. En: Que-
vedo, Luis A. (Comp.) La cultura argentina hoy. Tendencias. Buenos Aires. Siglo xxi
Editores, p. 85.

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lugar le corresponde y a qué puede aspirar. Como señala el epí-


grafe que abre este capítulo, la reconfiguración de los modos de
ser-en-el-mundo en clave neoliberal han implicado que proliferen
las opciones de diferenciación, tramitadas principalmente en
clave mercantil, las cuales parecen velar la cada vez más pro-
funda desigualdad que domina nuestra época. La propuesta de
este capítulo es analizar los factores que permiten la consolida-
ción de ese proceso.

De la derrota política a la
colonización de la fantasía

Muchos de los tipos de demarcación social que estructu-


raron a las clases y a sus relaciones desde los albores del capita-
lismo se sostuvieron hasta bien entrado el siglo xx. De hecho,
es posible advertir una peculiaridad en esos mecanismos de
demarcación: en su composición original conservaban vestigios
de las configuraciones sociales previas al desarrollo capitalista.
Esto significa que la conformación de la estructura social sobre
la sanción del linaje/tradición/herencia, incluso ungidas por la fe,
fueron parte del proceso de estructuración-estabilización social
del capitalismo hasta algunos lustros después de la Segunda
Guerra Mundial.
Sin embargo, esos mecanismos de diferenciación-fijación
social sufrieron profundas mutaciones a partir del último
tercio del siglo pasado, al mismo tiempo en que se profundi-
zaba la sustitución de la palabra por la imagen como medio
para vehiculizar el sentido del orden social. A partir de aque-
llos años no sólo fueron disueltos los resabios preindustriales
de la organización social que se evidenciaban en las formas
asumidas por las clases dominantes. Junto a una descentrali-
zación física de la producción y del trabajo cada vez mayores,
a partir de los años 70 y 80, también creció la proletarización
social, es decir, se amplió la fuerza laboral asalariada –mas no
la masa salarial–.

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Esto significa que el proceso económico caracterizado


por una creciente concentración y centralización del capital,
absorbió dentro del universo de los empleados asalariados a sectores
que tradicionalmente no lo eran. Lo singular de este aumento en
la socialización productiva a escala global fue que se consolidó
bajo la forma de una creciente fragmentación en las relaciones
laborales y de una gran dispersión de los vínculos allí generados,
dado el nuevo carácter transnacional de las corporaciones. La
descentralización productiva a escala global y la proliferación de
nuevos procesos laborales ligados a la generación de servicios y
de finanzas, tuvieron su correlato en la ampliación de la infraes-
tructura informática y la difusión de la digitalización de las
comunicaciones. Así, mientras el nuevo formato organizativo de
las tareas y de los empleos empujaron a una creciente atomiza-
ción social (la socialización productiva de una parte importante
de los nuevos empleos no ocurre en un mismo lugar físico, ni en
un tiempo delimitado), también las nuevas formas de conexión
digital surgidas para esos fines, y adaptadas como la forma social
general de comunicación, tendieron a acentuar el aislamiento de
los sujetos, desmasificando los procesos productivos39.
Esta descentralización productiva, junto a la reorganiza-
ción de la gestión y administración de las tareas, se inició en
los países capitalistas centrales como parte de la respuesta de
los sectores económicamente dominantes ante una coyuntura
económicamente crítica, generada en primer término por una
caída de la rentabilidad40. Si bien fue la primera herramienta
39
Durante las décadas finales del siglo pasado se inició un proceso signado por una
tendencia hacia la descentralización de las formas de trabajo desde el punto de vista
físico, a partir de la cual se inició una “desmasificación” de muchos de los procesos
productivos, junto a una mayor fragmentación del cuerpo social. La creciente infor-
matización de las funciones de mando y de control permitieron una organización
cara a cara cada vez menor, pero con un poder ejercido sobre los trabajadores cada
vez más directo y fuerte. Así, a través de nuevas estructuras institucionales y mecanis-
mos digitales, los controles y la vigilancia aumentaron bajo la nueva mecánica de la
flexibilidad del tiempo: turnos rotativos, trabajos por proyectos, labores a distancia,
predisposición sin brecha horaria para los empleados.
40
Esa parálisis en las ganancias era el producto de una combinación de factores
conjugados a lo largo de los años 60: por un lado, los mercados de los países centrales

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puesta en marcha para intentar saldar esa crisis económica (la


deslocalización de las industrias en espacios de mano de obra
barata: las antiguas periferias coloniales-semicoloniales), ese no
fue el único motivo que motorizó este movimiento. Como con-
secuencia de una mayor integración del desarrollo informático
al proceso productivo, y habiéndose subsanado la crisis ener-
gética de los años 70, esta descentralización de la producción
se volvió una pieza clave en la reorganización de las estrategias
trazadas por las corporaciones para una competitividad global
relanzada durante los años 80 y 90.
Sin embargo, para ello requirieron estabilizar su capacidad
de control político y social. Así fue como las clases dominantes
consiguieron también dar una respuesta política ante el desafío
lanzado por unas clases subalternas cada vez más organizadas y
movilizadas desde el fin de la Segunda Guerra. Para los sectores
económicamente concentrados se había vuelto una urgencia
reemplazar a la gran unidad fabril como el eje ordenador de
la producción, sobre todo, como el núcleo de la reproducción
social y, por lo tanto, de la socialización política de los sectores
populares. Esas mismas unidades productivas eran las que, en
su proceso de socialización del trabajo e integración al mer-
cado, contribuyeron a masificar las experiencias y expectativas
de las clases populares en los países industrializados, haciendo
posible la construcción de identificaciones políticas masivas y
estables, a partir de las cuales se estructuraron los desafíos al
orden social41.
estaban mostrando signos de saturación, dada la durabilidad de los objetos. La
población que consumía reparaba sus bienes, no los cambiaba permanentemente. Por
otro lado, se observó un agotamiento en la renovación de las tecnologías existentes.
Es decir, que no se registra un cambio tecnológico de envergadura en el proceso
productivo. Por último, en ese período se había alcanzado el punto límite en la
reducción del costo de producción por unidad, tras haberse llevado al extremo la
racionalización del proceso productivo por medio del disciplinamiento taylorista. La
combinación de estos factores condujo a un freno en la acumulación de ganancias.
41
Eric Hobsbawn en su texto Historia del Siglo xx explica que desde finales del siglo
xix y hasta bien entrado el siglo xx, “las variopintas y nada homogéneas poblaciones
que se ganaban la vida vendiendo su trabajo manual a cambio de un salario en los
países desarrollados aprendieron a verse como una clase obrera única, y a considerar

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Desde mediados del siglo xx, y hasta entrados los años


70, la capacidad de organización, de movilización y de lucha
de las clases populares generó una “crisis de gobernabilidad”
que puso en jaque la capacidad de control de los sectores
dominantes sobre el orden social y los procesos productivos.
Fue por ello que, cuando se consolidó un contexto en el que
la posibilidad técnica se combinó con energía abundante para
el transporte, las clases dominantes comenzaron a explorar la
posibilidad de constituir procesos de auto-organización des-
centrada de la producción, estructurando una cadena de mon-
taje planetaria por medio de la articulación en red de subuni-
dades relativamente autónomas que, al coordinarse entre sí,
también permitieran economizar los costos de organización.
Como ha señalado André Gorz, esta transformación en la
gestión productiva fue parte de la “respuesta política” dada a esa
crisis42 y resultó una de las maniobras más eficientes no sólo para
reorganizar la producción, sino también para quebrar la capacidad
combativa de los trabajadores asalariados. En este nuevo esce-
nario, el poder de negociación de los sindicatos, que había logrado
colocar ciertos límites a la apetencia de productividad y rentabi-
lidad de las clases dominantes –poder sintetizado en las limita-
ciones que las convenciones colectivas y la institucionalización de

este hecho como el más importante, con mucho, de su situación como seres humanos
dentro de la sociedad”. Según este historiador, a estos sectores masificados por los
procesos productivos se los diferenciaba del resto de las clases tanto por su modo de
vida, como por sus expectativas vitales: lo que los unificaba era el predominio del
“nosotros” sobre el “yo”, y no sólo por cuestiones instrumentales (es decir, la justi-
ficada convicción de que ellos no podían mejorar su situación mediante la actuación
individual). Hobsbawm señala que esta noción de “nosotros” no aparecía únicamente
a partir de la socialización laboral. Se trata de un emergente derivado del hecho de
que “la vida de la clase trabajadora tenía que ser en gran parte pública, por culpa de lo
inadecuado de sus espacios privados”. Es decir, la vida social transcurría en parques,
plazas, calles, locales públicos (bares-cines) y mercados; por lo tanto, la vida (incluso
en sus aspectos más placenteros) era una experiencia colectiva. Por ello, al referirse
Hobsbawm a la caída de la radicalidad del movimiento obrero europeo y norteame-
ricano, afirma que en muchos aspectos la cohesión de la conciencia de la clase obrera
se quebró cuando la “prosperidad y la privatización de la existencia separaron lo que
la pobreza y el colectivismo de los espacios públicos habían unido”. Hobsbawm, Eric
(2001) Historia del siglo xx. Buenos Aires. Planeta, pp. 304-309.
42
Gorz, André (1997) Miserias del presente, riqueza del porvenir. Buenos Aires. Paidós.

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una serie de derechos sociales dentro de la estructura estatal–, se


volvió cada vez más endeble, hasta devenir impotente, frente a los
embates de los sectores económicamente concentrados.
Toda la capacidad defensiva retrocedía ante la desarticula-
ción de las instituciones colectivas de organización (sindical) y el
desmembramiento de la cohesión interna de los sectores subal-
ternos, construida en torno al trabajo asalariado y su experiencia
de organización política. A partir de ese momento, la derrota
política (y en algunos casos, militar) se tradujo en derrota cul-
tural, al conducir a la aceptación acrítica de una existencia social
asumida como inmodificable, organizada en torno a empleos
precarios o flexibilizados (subempleos, o trabajos signados por
la sobreocupación) como la única posibilidad de proyección de
la vida: trabajar todo lo que sea posible43. Este modelo implicó

43
Los años 60 estuvieron marcados por la convulsión social. Todas las regiones
se vieron atravesadas por esta situación, pero no del mismo modo. En los países
capitalistas centrales se registraron fuertes movilizaciones (las luchas por los derechos
civiles de la población afrodescendiente o las protestas contra le guerra de Vietnam
en EE. UU., así como las revueltas estudiantiles en Europa occidental), e incluso la
vida pública-política de las repúblicas soviéticas se vio profundamente conmovida
ante la proliferación de las protestas. Sin embargo, como explica Josep Fontana: “La
insatisfacción prendió sobre todo en los jóvenes y se manifestó en movimientos de
protesta que carecían de proyectos razonables para derribar el orden establecido, como
hubiera sido necesario para cambiar las cosas, y que acabaron en la desesperación
de la impotencia. Ni en Praga se podía pensar en vencer a los tanques soviéticos
con manifestaciones pacíficas, ni en Estados Unidos los universitarios, los hippies
o el ‘poder negro’ podían amenazar seriamente el sistema, ni en París el entusiasmo
milenarista de los estudiantes podía transformar la sociedad”. Fontana, Josep (2017)
El siglo de la Revolución. Una historia del Mundo desde 1914. Libro digital, Epublibre,
p. 355. Pero, durante esos años, el “tercer mundo” integraba una zona de revolución,
realizada, inminente o posible. Así, mientras el “primer y segundo mundo” iniciaban
la más larga etapa de paz desde el siglo xix, el “tercer mundo” pasó a constituirse
en una zona bélica, fundamentalmente desde fines de los 60, cuando la Guerra Fría
entra en una segunda etapa, producto de la política exterior norteamericana. De este
modo, en las periferias de occidente, las guerras de “liberación nacional” en África y
Asia contra las potencias coloniales (muchas conjugando un sentido antiimperialista
con ideologías anticapitalistas) proliferaron junto a los movimientos revolucionarios
de América Latina que, con experiencias en guerras de guerrilla o por medio de la
vía democrática, se planteaban como proyectos alternativos de poder. En este caso, el
grado de violencia desplegado sobre las organizaciones políticas, gremiales y sociales,
junto a la coordinación represiva articulada por las instituciones de política exterior
norteamericanas, puede pensarse como un indicador de la potencial amenaza que
estos proyectos representaban para la potencia del norte. Recordemos, por ejemplo,
las dictaduras de Brasil (1964-1985), el de Bolivia (1964-1982), en Chile (1973-
1990), Uruguay (1973-1985) y Argentina (1976-1983).

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La fantasía neoliberal

una redefinición de los límites de los tiempos socialmente acep-


tados para el trabajo y el descanso, además de una reconfigura-
ción del ideal del ocio, centrado en el consumo. La combinación
de este proceso político-económico y el exponencial desarrollo
informático iniciado a partir de los años finales del siglo ante-
rior condujeron a profundizar una paradoja que hoy se torna
crítica: el desarrollo técnico y científico ha permitido aumentar
enormemente la productividad del trabajo, abriendo camino
hacia una considerable reducción del tiempo socialmente nece-
sario para generar las mercancías44; pero ello no se ha traducido
en una reducción de las horas de vida que las personas deben
dedicar al trabajo asalariado. Por el contrario, el trabajador en la
actualidad trabaja mucho más; incluso, en caso de que no con-
siga vender su fuerza de trabajo (algo cada vez más difícil de
lograr) o no logre obtener a cambio un salario que le garantice
la subsistencia (situación cada vez más común), se lo conmina a
considerarse como el único responsable, por no “adaptarse” al
mercado siendo lo suficientemente productivo, o a sentirse cul-
pable por su “parasitismo”, ante la posibilidad de recibir alguna
ayuda pública por su situación45.
Paralelamente, hacia finales del siglo xx se desplegó la otra
cara de este proceso de descentralización productiva: la des-
materialización del dinero. Como si se tratara de una acabada

44
Cada vez que se reemplaza el trabajo humano por la tecnología, aquel que lo aplica
primero sale ganando, dado que aumenta la capacidad productiva de sus trabajadores.
Sin embargo, como el trabajo “muerto” (la tecnología) suplanta al trabajo “vivo”
(horas/personas por unidad de producto), al ampliarse esta lógica el valor de cada
mercancía particular contiene una porción cada vez menor de trabajo humano, única
fuente de plusvalía y, por lo tanto, de beneficio para el capital. Así, el desarrollo de la
tecnología reduce los beneficios en su totalidad, mas no la productividad.
45
Una lógica semejante pudo observarse, por ejemplo, durante el 2008 cuando se
responsabilizaba por la crisis financiera a los deudores que no podían pagar sus
créditos hipotecarios, sacando del foco a los bancos, financieras y aseguradoras de
riesgo que habían montado un gigante negocio especulativo; o cuando, desviando
la mirada de la estructura productiva, se coloca a los consumidores como los únicos
responsables de detener el aumento de precios: los individuos son llamados a no
convalidar los precios que suben a través de sus compras, y para ello deben dejar de
consumir ese producto o buscar otras opciones (segundas marcas que en realidad son
una subsidiaria de la corporación que lidera el mercado con su primera marca).

65
Carlos Gracian

muestra de la pretensión de autonomía del capital respecto de


su forma anterior, la autonomización del dinero respecto de la
materialidad se vio acentuada ya sea por la ruptura del patrón
oro-dólar en 1971, como por la proliferación de interacciones
y flujos de capital e intereses por medio de las nacientes redes
digitales desde fines de los años 7046. La desvinculación del
dinero de su materialidad, y junto a ello del proceso produc-
tivo, implicó la consolidación de una característica central para
el desarrollo de la financiarización de la economía: la autorrefe-
rencialidad del dinero, la afirmación de la idea de que “el dinero
crea dinero” por fuera de todo proceso productivo.
En este marco singular se efectuó y se consolidó la desar-
ticulación de los modos en los que las clases populares fueron
estructuradas en la etapa industrial, diluyendo las anteriores
configuraciones simbólicas de representación-significación,
junto con su capacidad política de proponer una alternativa. El
resultado de esta desarticulación social no implica la desapari-
ción de la organización social en clases; sin embargo, el saldo
momentáneo de ese proceso habilita a pensar que la natura-
leza de la nueva economía mundial aún no ha permitido –o
no ha requerido– que las clases populares se conformen de
manera estable, como se las conoció durante todo el proceso
de expansión de una forma predominantemente industrial47.
46
Como explica Harvey, desde los inicios de los 70 “el dinero se ha ‘desmaterializado’
en el sentido de que ya no tiene un nexo formal o tangible con los metales preciosos
(si bien estos han seguido desempeñando un rol como una de las formas potenciales
de dinero entre muchas otras) ni con otras mercancías tangibles. Tampoco depende
exclusivamente de la actividad productiva que se desenvuelve en un espacio específico.
El mundo, por primera vez en su historia, se atiene a formas inmateriales del dinero:
por ejemplo, dinero tasado cuantitativamente en cifras de alguna moneda (dólares,
yenes, marcos alemanes, libras esterlinas, etc.). Los tipos de cambio entre las diferentes
monedas del mundo también se han vuelto sumamente volátiles (…) La desvinculación
del sistema financiero de la producción activa y de cualquier base monetaria material
pone en cuestión la confiabilidad del mecanismo fundamental mediante el cual se
representa el valor”. Harvey, David (1998) La condición de la posmodernidad.
Investigación sobre los orígenes del cambio cultural. Buenos Aires. Amorrortu, pp.
328-330. Podría pensarse en la aparición de las criptomonedas, las billeteras virtuales
y la proliferación de las apuestas como el modo más desarrollado de esta lógica.
47
Jameson, Fredric (2015) Posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avan-
zado. Buenos Aires. La Marca Editora. Vol III.

66
La fantasía neoliberal

Recordemos que es el modo de producción dominante el que


confiere la unidad fundamental a una formación social, por lo
que las clases están constituidas por esa unidad estructurante
de las relaciones de propiedad y de apropiación.
Por lo tanto, que las clases populares y trabajadoras no mues-
tren una forma organizativa ligada a una “conciencia política”
como se la entendía en los siglos xix y xx, no invalida la existencia
de las clases en sí 48. En todo caso, nos debería llevar a repensar
detenidamente los modos de socialización emergidos al calor de
los actuales procesos de acumulación del capital, en virtud de lo
cual podríamos captar con mayor precisión las causas y carac-
terísticas de las configuraciones sociales y sus representaciones
de sí y del mundo. Esto puede comprenderse mejor si se tiene
presente que el capital no es en sí mismo una cosa, sino una
relación social entre personas mediadas por cosas; por eso

las figuras subjetivas en las que se determina la relación


social que el capital “es” no son algo dado, sino que deben
ser producidas y continuamente reproducidas en el proce-
so de valorización del capital, cambiando su perfil a la par
de las “cosas” que median la relación49.

La reconfiguración en la estructuración de las clases y de las


formas en que se plasman las demarcaciones sociales emergió,
en parte, como consecuencia de la respuesta que las clases domi-
nantes dieron ante el doble desafío aparecido en la coyuntura de
los años 60 y 70: por un lado, el límite económico a la forma
de acumulación; por otro, las luchas políticas. Es este último
aspecto el que se analizará con mayor detenimiento a continua-
ción. La vida pública de los años finales del siglo pasado estuvo
signada por una multiplicidad de acciones abocadas a con-
frontar con los mecanismos modernos de organización social y
Anderson, Perry (2012) Teoría, política e historia. Un debate con E. P. Thompson.
48

Madrid. Siglo xxi Editores.


49
Mezzadra, Sandro (2014) op. cit., p. 61.

67
Carlos Gracian

sus configuraciones culturales e ideológicas. Es en relación con


ese contexto que las acciones políticas de los sectores oprimidos
se inscriben en un proceso más profundo que la simple coyun-
tura. Durante esos años los sectores subalternos mostraron una
gran capacidad de organización y movilización, logrando insti-
tucionalizar un importante volumen político. Desde ese posi-
cionamiento, y por medio de diversas experiencias, se llevaron
adelante una serie de desafíos y críticas a los modos de vida
instalados como idealmente deseables, logrando correr algunos
límites de lo posible imaginado. Así, esta creciente capacidad
organizativa y de disputa impulsó la necesidad de transformar el
orden social hasta convertir esa idea en una posibilidad concreta
dentro del horizonte de lo deseable para sectores numerosos de
la población.
Este período, que se extendió entre fines de la década del 60 y
principios de los 80, representó un momento de suma dificultad
para los sectores dominantes en su intento por sostener la esta-
bilidad del orden social. Fue el último período, durante el siglo
anterior, cuando la turbulencia política general amenazó con
profundizar las fisuras que atravesaban aquella estructura social,
haciéndolas irreparables. En un contexto de parálisis generali-
zada en las principales economías industriales de posguerra, los
desafíos políticos vieron aumentada su potencia disruptiva50.
La salida de ese escenario crítico implicó, por parte de las
clases dominantes, en principio explorar una nueva vía para
sostener e incrementar la acumulación de valor (proceso que
derivó en una reestructuración del capital hacia la valorización
financiera), lo que devino, necesariamente, en una profunda

50
Estos años no sólo fueron los de la Guerra Fría entre norteamericanos y soviéticos,
sino también el momento en el que los norteamericanos debieron sobrellevar una
creciente competencia comercial-productiva frente a las potencias industriales
de Alemania y Japón, en un contexto de saturación mercantil y de estancamiento
productivo. En un bellísimo giro dialéctico, los derrotados en la Segunda Guerra
–quienes fueron reconstruidos por el dinero norteamericano como parte del doble
proceso de evitar la expansión soviética-china, y de colocar su moneda como referencia
obligatoria– se transformaron, a partir de los 70, en los principales competidores de
la potencia del norte en el mercado mundial.

68
La fantasía neoliberal

reestructuración del ordenamiento social, y con ello en una


singular manera de ejercer el poder: el sostenimiento de este
proceso trajo consigo una modificación en la forma en que se
organiza la producción de subjetividades.
Durante los cien años anteriores a la década de 1970, el
Estado nación había extendido su alcance, sus poderes y sus
funciones casi ininterrumpidamente, desde el inicio de la etapa
imperialista hasta su declive y crisis. Fue por medio de la proli-
feración de su aparato institucional y su progresiva ampliación
de funciones de control sobre el tejido social que se convirtió
en garante de la reproducción social y la extensión de los pro-
cesos de acumulación del capital durante esa etapa. La expan-
sión imperialista iniciada a fines del siglo xix, las dos guerras
desatadas como consecuencia de esas disputas, la gran crisis
de los años 30 han sido, junto a los procesos de reconstruc-
ción de mediados de siglo y a la compulsa con el “socialismo
realmente existente”, algunos de los factores que empujaron a
la expansión de las funciones de los Estados en los principales
países capitalistas occidentales, como condición necesaria para
la consolidación de un orden social que garantizara la expan-
sión del capital.
Pero, como señala Alejandro Galliano, “el origen de una
sociedad hay que buscarlo en los intestinos de la anterior”51. El
proceso de ampliación de las funciones estatales entró en coli-
sión con la ampliación de los flujos de mercancías y capitales
que comenzaron a atravesar las fronteras a partir de la conso-
lidación de las corporaciones (las cuales, desde los años 60, en
un contexto crítico de las economías domésticas de los países
centrales presionaron fuertemente para la disolución de ciertos
mecanismos). Fue recién a fines del siglo pasado, en el marco
de una parálisis generalizada del capitalismo industrial de pos-
guerra y la pérdida de potencia de uno de los proyectos políti-
co-civilizatorio alternativo al modelo occidental (el soviético),

51
Galliano, Alejandro (2020) op. cit.

69
Carlos Gracian

que las clases dominantes vieron una oportunidad inmejorable


para comenzar a deshacer esas estructuras estatales, como una
manera de ampliar y reproducir la acumulación del capital bajo
una nueva lógica, la financiera. Va de suyo que esta abolición
no implicó, en el razonamiento de los sectores dominantes, la
aniquilación absoluta del Estado.
Una desarticulación del control del aparato estatal sobre
las fuerzas centrífugas inherentes a las relaciones sociales que
desata el mercado, generaría serias dificultades a la hora de
sostener en el tiempo las condiciones políticas que hacen de
un determinado territorio una localización económicamente
conveniente para las inversiones. Por el contrario, la consoli-
dación del nuevo orden metabólico del capital requirió de una
estructura estatal raquítica que permitiera a los flujos de capital
moverse “libremente”. Por ello, buscaron reafirmar los meca-
nismos institucionales en tanto garantes de la legalidad de un
orden social en el que los derechos adquiridos en el pasado
han sido transformados en servicios, brindados por empresas
privadas.
En tal sentido, este proceso dio lugar a un nuevo reque-
rimiento: modificar los modos de gestión de los comporta-
mientos sociales. A partir de ese momento, los esfuerzos de
las clases dominantes se centraron en conseguir que el orden de
las cosas fuera orientado para pasar de un mecanismo regulador
“tangible y visible” (el Estado, en tanto continente de las rela-
ciones mercantiles) hacia otro “menos perceptible” (un mer-
cado desterritorializado, organizado en función de las necesi-
dades de quienes comandan esta nueva etapa de acumulación
del capital: las corporaciones transnacionales).
El funcionamiento del capitalismo se organizó sobre otra
matriz: las palancas centrales del control político sobre el mer-
cado (la regulación/redistribución de la producción) fueron
reemplazadas por los principios del libre mercado y el derecho
a la propiedad sin restricciones. Así, en el mismo momento
en que se consumó la desaparición del mercado como espacio

70
La fantasía neoliberal

físico delimitado, se volvió más concreta y profunda su capa-


cidad de subsumir dentro de su lógica al todo social52.
Estas transformaciones productivo/laborales y político/
institucionales fueron parte central de una reorganización de
los mecanismos que enmarcan y dan sentido a determinados
modos de ser-en-el-mundo: tanto en la forma en la que los sujetos
somos compelidos a modelar nuestras conductas, como en la
manera en que se nos interpela para que interpretemos nues-
tras experiencias en función de un determinado conjunto de
instituciones, preceptos, valores y presupuestos. El análisis de
Perry Anderson sobre algunas de las mutaciones socio-cultu-
rales iniciadas durante ese período puede aportar un sugestivo
punto de apoyo para comprender mejor las transformaciones
efectuadas sobre los mecanismos que modulan los modos de
ser-en-el-mundo bajo el capitalismo tardío. En su texto Los orígenes
de la posmodernidad, Anderson advierte sobre la consumación de
dos procesos centrales para comprender esta transformación.
Señala que durante los años finales del siglo pasado la cultura
adquirió la misma extensión que los procesos económicos de
los que se alimenta –y a los cuales, a partir de ese momento,
nutre–; y que, además, fueron disueltas las formas tradicionales
de demarcación social –junto a las identidades políticas– en un
marco definido por su ruptura con todo legado.
En los años 70 el desarrollo productivo (técnico-científico)
había alcanzado un grado relevante de despliegue y desarrollo,
que permitió la erradicación progresiva de todo rastro de natu-
raleza (y de lo natural ) en la vida cotidiana de una parte de la
población cada vez mayor. Resulta sencillo corroborar que se

52
No es difícil reconocer como parte de este proceso de reordenamiento impulsado
por las clases dominantes, la radicalización de un discurso que presenta a los
Estados como productiva y financieramente ineficientes, moralmente corruptos y
potencialmente totalitarios (por lo tanto, como la única encarnación de ‘El Poder’).
Bajo esta legitimación, los Estados tienden a ser desguazados, para dar paso a las
empresas privadas como las naturales dadoras de servicios. Presentadas como agencias
cuyo principio rector es la competencia por la maximización de utilidades de un modo
racional, las empresas son colocadas como la forma más eficiente de reasignación
social de los recursos, además de moralmente impolutas y garantes de la libertad.

71
Carlos Gracian

ha vuelto cada vez menos probable encontrar en este mundo


procesos y objetos que se desarrollen de modo ajeno o externo
a la acción humana –en este sentido, ya ni las catástrofes pueden
definirse como estrictamente naturales–.
Sin embargo, como explica Anderson, al interior de este pro-
ceso se había producido otra transformación: si bien la huma-
nidad ha ido incrementando su conocimiento sobre la natu-
raleza, aumentando así su capacidad de control sobre ella –es
decir, volviéndose “sujeto”–, esto no implica necesariamente la
generación de una capacidad equivalente de conciencia acerca
de las determinaciones estructurales en la conexión social (rela-
ciones sociales y de poder) creadas por la misma humanidad.
Mientras la humanidad se vuelve “sujeto” frente a la naturaleza,
queda “sujetada” a su segunda naturaleza : las configuraciones de
la socialidad, las formas de vinculación creadas por la propia
humanidad. Este rasgo no es exclusivo de las sociedades capi-
talistas. En estas sociedades la segunda naturaleza toma la forma
de la lógica impuesta por las relaciones sociales montadas a
partir de las nociones de valor-trabajo-mercancía-dinero53.
Toda sociedad basa su estructura en la apropiación de la
naturaleza para asegurar su subsistencia, lo cual siempre ocurre
a través de un proceso de codificación simbólica presupuesta
53
Señalemos dos ejemplos para clarificar este último concepto. Por un lado, como
explica Žižek (2012) respecto de la figura monárquica en las sociedades precapitalis-
tas, ser rey es un efecto de la red de relaciones sociales entre el monarca y los súbdi-
tos, pero el falso reconocimiento está en que a los participantes la relación se les pre-
senta en forma invertida: ellos creen que son súbditos cuando dan al rey tratamiento
real porque el rey es ya en sí, fuera de la relación con los súbditos, un rey. Como si la
determinación de ser rey fuera una propiedad natural de la persona de un rey. Algo
semejante puede considerarse sobre la noción de valor en el capitalismo. Al respecto,
para Jappe decir que el trabajo de un sujeto está coagulado de forma objetiva en el
producto que realizó, es una convención social, dado que ningún análisis químico
puede hallar el “trabajo” que ha creado a ese objeto. Que un objeto sea considerado
como la expresión de algo que ha dejado de existir (el proceso productivo, el trabajo)
es una proyección humana. Por lo tanto, asumir esa “ley del valor” significa que la
sociedad toda da a los objetos una cualidad imaginaria. “Creer que las mercancías
‘contienen’ trabajo es una ficción aceptada por todos los miembros de la sociedad
mercantil. Esta supuesta ‘ley’ no es en absoluto una base natural velada por el fetichis-
mo, como pretende el marxismo tradicional, sino que ella misma es un fetichismo, un
totemismo moderno”. Jappe, Anselm (2016) Las aventuras de la mercancía. La Rioja
(España). Pepitas de calabaza, p. 185.

72
La fantasía neoliberal

e inconsciente. Son las prácticas históricas lo que yace en el


fondo de nuestros juegos de lenguaje; o, dicho de otro modo, lo
que decimos/pensamos está determinado, en última instancia,
por lo que hacemos. Sin embargo, esto no es lineal ni unidi-
reccional, sino dialéctico, porque no hay actividad humana por
fuera del ámbito del significado, la intención, la imaginación.
Como explica Eagleton, no somos criaturas culturales más que
naturales, sino seres culturales en virtud de nuestra naturaleza.
Todos nacemos prematuramente, incapaces de cuidar de noso-
tros mismos, por lo que nuestra naturaleza produce un abismo
en el cual debe moverse instantaneamente la cultura, de lo con-
trario moriríamos. Es por ello que todo lo que hacemos como
seres históricos está, por supuesto, profundamente ligado al
pensamiento y al lenguaje: “El ser social hace surgir el pensa-
miento pero, a su vez, queda atrapado en él” 54.
La forma de sociabilidad, o segunda naturaleza, emergida en
los 70 se caracterizó por la expansión de la cultura por fuera
de sus anteriores límites, hasta hacerse virtualmente coexten-
siva a la economía misma. Según Anderson, el hecho de que el
capital hubiera convertido todo objeto material o simbólico, a
la vez, en signo complaciente y mercancía vendible, posibilitó
que la cultura –en cuanto tejido ineludible de la vida bajo el
capitalismo tardío–, se constituyera en un elemento central de
la forma que adopta esta segunda naturaleza. En una sociedad
en la que los vínculos entre los sujetos, su sociabilidad, está
organizada con un carácter instrumental –donde la circulación
de las cosas se organiza en tanto meros medios en función
de la eficiencia señalada por las “leyes económicas”, las “exi-
gencias de rentabilidad”, los “imperativos tecnológicos” o la
“necesidad de crecimiento”–, esta transformación de la cultura se
consuma con la generación y expansión de un sentido estético de
la vida centrado en un conjunto de pautas de belleza. Esta es la
fisonomía que parecen tomar los vínculos entre los sujetos en

54
Eagleton, Terry (1997) Marx y la libertad. Bogotá. Norma, pp. 20-21.

73
Carlos Gracian

esta etapa del capitalismo: en un momento en el que el con-


sumo está centrado menos en las cosas en sí que en la idea o
concepto que ese objeto representa, la vida es asumida como
una experiencia ubicada dentro de la proliferación de imágenes,
emociones (de diseño), de estilos y corrientes de moda55.
El modo en que organizamos nuestras interacciones y codi-
ficamos nuestras experiencias, emociones y afectos, así como
las maneras en que imaginamos nuestras proyecciones y deseos,
pasaron a ser tamizados por la zaranda de las formas estéticas
canonizadas y organizadas bajo la lógica utilitaria-mercantil del
diseño y la moda. La consolidación de la llamada industria cul-
tural es una clara referencia al modo en que está organizada la
actual forma de mediación social de las relaciones. La noción
de industria cultural nos recuerda que este no es, en absoluto,
un fenómeno cultural, sino un indicativo de la capacidad y de la
ambición expansionista de este capitalismo tardío que ha logrado
industrializar/seriar la generación de dispositivos culturales pro-
ductores de representaciones y sentidos de la vida como la forma
de ligar con mayor profundidad la producción de mercancías
con la capacidad de sostener el orden de las cosas. En medio de
este proceso, otro elemento sobresaliente que se instaló, junto a
la estetización de la vida, fue la estimulación a la transgresión. En este
aspecto, Anselm Jappe elabora una sugestiva reflexión: a partir
de los años 60-70, la actitud transgresora en el campo del arte,
de las costumbres y de la vida cotidiana pudo concebirse a sí
misma como una subversión simbólica que atacaba las bases de la
sociedad burguesa tradicional, con tanta eficacia como las luchas
55
Es preciso resaltar que las nociones de diseños y modas no se ciñen a la vestimenta
o los accesorios. Esa es la modalidad más visible respecto de esta clase de estetización,
pero no la única. También puede observarse nítidamente el accionar en la difusión
de productos para el cuidado personal. Ofrecidos a partir de asociar la belleza a un
sentido de la salud, estos productos son un elemento central para comprender la
organización de un formato de cuerpo establecido como el “natural”. Otro ejemplo,
y asociado a la tríada estetizante de cuidado-salud-belleza, son los alimentos. Cada
vez más ligados a las nociones de “sofisticación y refinamiento” de sabores y formas,
así como a la posibilidad de mantener una “juvenil y saludable apariencia”, cada vez
más comidas, bebidas e infusiones son ofrecidas como una “experiencia estética” en
sí misma. Un caso manifiesto es el arte-latte.

74
La fantasía neoliberal

sociales. Sin embargo, en la mayoría de los casos la protesta cul-


tural tomaba por rasgos esenciales de la sociedad capitalista, lo
que más bien eran elementos arcaicos o anacrónicos heredados
de sus fases anteriores; Jappe considera que, en realidad, estos
movimientos contribuyeron a remover los escombros o las
rémoras de una formación social en decadencia:

Después de 1968, el capitalismo, con su “nuevo espíritu”,


no solamente ha hecho concesiones en este ámbito para
tranquilizar los ánimos, sino que ha aprovechado la oca-
sión para soltar lastre y liberarse de numerosas estructuras
convertidas en obstáculos para su propio desarrollo. Sin
duda, no hace falta recordar cómo el capitalismo no podría
existir con jóvenes que viviesen en la austeridad, la castidad
y el ahorro56.

Jappe aporta un elemento clave, ya que su análisis permite


comprender mejor los términos en que se redefinió la noción
de transgresión, haciendo posible que fuera rápidamente absor-
bida por la industria cultural dominante. Mientras se consuma y
se expande esta transformación cultural, como resultado de las
convulsiones sociales y políticas, Anderson señala que emerge

un paisaje psíquico cuyo fundamento había sido quebran-


tado por la gran confusión de los años sesenta, cuando
tantas envolturas tradicionales de la identidad fueron rotas
por la disolución de las restricciones de las costumbres,
pero que ahora, tras las derrotas políticas de los setenta,
había sido depurado de todos los residuos radicales. Entre
los rasgos de la nueva subjetividad figuraba efectivamente
la pérdida de todo sentido activo de la historia, sea como
esperanza o como memoria57.

56
Jappe, Anselm (2011) op. cit., p. 28.
57
Anderson, Perry (2018) Los orígenes de la posmodernidad. Madrid. Akal, pp. 61-62.

75
Carlos Gracian

Por lo tanto, a la par que las formas tradicionales de segmen-


tación social fueron desarticuladas durante los años 50 y 60 y
desbordadas durante los 70, ocurrieron las derrotas políticas
de los proyectos críticos del orden moderno-industrial. Sobre
esta base se consolidó esa particular forma de segunda natura-
leza, en la que la cultura ha devenido plenamente en producto,
en mercancía y en actitud estetizante de la vida (incluso con una
nueva propuesta de transgresión). El desarrollo de este proceso
ideológico-cultural contribuyó a la disolución de las configu-
raciones tradicionales de diferenciación e identidad, porque lo
que emergió como una de las consecuencias de esas derrotas
políticas fue un momento en el que el pasado como memoria o
esperanza ha sido disuelto en el esquema de representaciones y
referencias, tanto colectivas como individuales. La pérdida del
sentido activo de la historia en la elaboración de las identidades
sociales (elemento clave en la configuración de las nuevas
subjetividades desde fines del siglo) se monta tanto sobre las
derrotas políticas –y la subsiguiente desarticulación de los pro-
yectos sociales emancipatorios–, como en la consumación de
la estetización de la vida en clave de la proliferación de los estilos
de vida de diseño y el espectáculo, dada la integración plena de
la producción cultural a los procesos económicos. Diluido el
peso del pasado como legado, se volvió más sencillo organizar
la producción social del sentido a partir de la colonización del
territorio de las fantasías por medio de la instrumentalización y
mercantilización de la producción cultural.
Los tres procesos analizados hasta aquí (lo laboral/pro-
ductivo; lo institucional/estatal y lo político) aportan el marco
general para comprender mejor el peso y la dimensión de la
nueva forma cultural emergente, la cual permite articular los
nuevos modos de ser-en-el-mundo, originados en razón de la
lógica neoliberal. Recordemos que durante los estadíos tem-
pranos del capitalismo industrial (cuando la palabra oral y
escrita ocupaban el centro de la producción del sentido) había
una marcada distancia entre lo simbólico y lo económico, dando

76
La fantasía neoliberal

lugar a aquello que se definió como la autonomía del arte –condi-


ción de posibilidad y legitimación de su distancia crítica sobre
el mundo, según la concepción moderna–. Sin embargo, para
la fase iniciada durante la segunda mitad del siglo xx, la pene-
tración de lo económico en lo simbólico hizo que el cuerpo
libidinal quedara cada vez más encadenado a los imperativos
del beneficio y, por consiguiente, se generalizara una estetización
de la vida, pero en clave instrumental/utilitaria, donde la posibi-
lidad de los medios técnicos y la sustitución de la palabra por
la imagen en la producción de sentido y significación, colocó a
la imagen como el nuevo núcleo de la producción de sentido y
significación social (al mismo tiempo que desdibujaba la espe-
cificidad del arte tal cual se había constituído en esa etapa).
Si la primera fase de la dominación económica del capital
sobre la vida entrañó una propuesta de realización humana que
vinculaba el ser al tener, la propuesta de una estetización en clave
instrumental/utilitaria abrió paso hacia otra forma de sujeción:
del poseer al aparentar. Como lo explica Jappe:

El fetichismo de la mercancía descrito por Marx era la


transformación de las relaciones humanas en relaciones
entre cosas; ahora estas se transforman en relaciones entre
imágenes. La degradación de la vida social desde el ser al
tener se prolonga en la reducción al parecer58.

Por lo tanto, al subsumir a la producción cultural dentro del


proceso de la valorización mercantil, la punta crítica de la pro-
ducción cultural (en su manifestación artística) fue mochada y
simultáneamente mellado el filo de su potencia creativa trans-
formadora. En el contexto de las derrotas políticas de los pro-
yectos emancipatorios en los años 70 y 80, al quiebre del auto-
estima colectiva le siguió una reorientación de esa fuerza hacia
el plano individual, por medio de lo que hemos llamado aquí
58
Jappe, Anselm (2014) El absurdo mercado de los hombres sin cualidades. Ensayos
sobre el fetichismo de la mercancía. La Rioja (España). Pepitas de calabaza, pp. 99-100.

77
Carlos Gracian

una estetización de la existencia, completamente plegada hacia la


lógica mercantil. Así, la preeminencia de la estética “nace en el
momento real en el que desaparece el arte como fuerza política,
y florece en el cadáver de su relevancia social”59. En este clima
político y productivo, la creatividad concebida originalmente
como lo contrario de la utilidad ahora es colocada al servicio
de esta última como un elemento central del nuevo mecanismo
de reproducción social: la colonización de la fantasía y la cen-
tralidad del entretenimiento, en tanto nuevo eje articulador de
la construcción de las subjetividades. Este ha sido el modo en
que lo cultural se ha articulado con aquellos procesos políticos
de derrota de los proyectos emancipatorios, de desregulación
institucional y de modificación de la lógica productiva/laboral
industrial. De esta manera se consolidó la mutación en la segunda
naturaleza : una disolución de las formas jerárquicas impuestas
desde el pasado en el momento en que la vida comienza a asu-
mirse como una propuesta de estetización de la existencia.

La fantasía de lo único y diverso


En este nuevo escenario, los modos de pertenencia e iden-
tidad siguieron constituyéndose en la diferencia, pero insertos
en un proceso que discurre a través de otra forma, distinta
de aquellas organizadas en razón de linajes/dinastías o tradi-
ción/norma. Montados sobre otro tipo de fantasía, a partir del
desarrollo de este capitalismo tardío las configuraciones adqui-
rieron, en apariencia, un carácter móvil, articuladas a partir de
una nueva lógica de diferenciación. Como ha advertido Žižek,
la fantasía ideológica –nivel fundamental en el que se estructura
la realidad social– no es una ilusión que elaboramos, como un
sueño, para huir de la insoportable realidad. Por el contrario, se
trata de una construcción que ejerce la función de “soporte”
de nuestra realidad, estructurando nuestras relaciones sociales,

59
Eagleton, Terry (2006) op. cit., p. 449.

78
La fantasía neoliberal

y por ello encubriendo un núcleo “insoportable”: lo irreduc-


tible del antagonismo, una división social traumática que no se
puede simbolizar.

La noción de fantasía social es, por lo tanto, una contra-


partida necesaria del concepto de antagonismo: fantasía es
precisamente el modo en que se disimula la figura anta-
gónica. Dicho de otra manera, fantasía es el medio que
tiene la ideología de tener presente de antemano su propia
falla60.

Por lo tanto, y a modo de hipótesis a explorar, lo que


podríamos denominar como la fantasía ideológica neoliberal puede
entenderse como un constructo que en su figura más extrema
–en un contexto de disolución de las formas institucionales
colectivas y de desarticulación de las anteriores configuraciones
identitarias– organiza la representación de las relaciones sobre
la base de acentuar la laxitud/labilidad de las demarcaciones
sociales, producto de las posibilidades abiertas por un estado
de absoluta fluidez en el acceso a las múltiples opciones de con-
sumos. Tal como advierte Eagleton, en esta fase de su desa-
rrollo el capitalismo “no tiene problemas con términos como
‘diversidad’ o ‘inclusión’, aunque sí con el lenguaje de la lucha
de clases”61. Esta sería la manera en que el conflicto (lo real)
busca ser licuado de la “realidad simbolizada” ideológicamente
en esta etapa neoliberal62.
60
Žižek, Slavoj (2012) op. cit., p. 173.
61
Eagleton, Terry (2017 a) op. cit., p. 170.
62
En su libro Estados amurallados, soberanía en declive, Wendy Brown trabaja lo
que podríamos catalogar como la contraparte necesaria de la forma ideológica que
pretendo presentar y analizar aquí. Si bien Brown se aboca a lo que ocurre en los
países capitalistas centrales, no deja de ser un ejemplo sintomático de esta época. En
el capítulo IV, la autora analiza las “Fantasías de democracia amurallada”. Se trata
de una serie de fórmulas, generadas y reproducidas por el discurso dominante, que
buscan explicar qué sucede y cómo se debe actuar en un mundo en el que los procesos
globalizadores del capital han conducido, entre otras cosas, a un debilitamiento de
las soberanías estatales –expresado en la porosidad de las fronteras–, junto a una

79
Carlos Gracian

En un contexto de expansión productiva-financiera y de


concentración del capital –en un marco de derrota político-cul-
tural de los sectores subalternos– la desregulación del orden
social industrial (y sus formas de referencias e identificaciones)
permitió acentuar un tipo de percepción social ligada a la exis-
tencia de un mundo caracterizado por una absoluta fluidez en el
acceso a los bienes, servicios y espacios. Todo aparece como
si estuviera al alcance de la mano, incluso aquellos bienes que
representan distinción y exclusividad (e integración social).
El hecho de saber-creer-sentir que con sacrificios-prohibiciones
(y deudas) es posible acceder a un sinfín de los más variados
objetos (muchos de los cuales emulan o incluso son los
mismos que consumen las elites) puede comprenderse como
un refuerzo de la percepción de que vivimos un tiempo en el
que la limitación en el acceso a lo exclusivo no es infranqueable.
La vida social parece organizarse en torno a un bello oxímoron:
una exclusividad no restrictiva, sostenida por la proliferación de
los bienes y la ampliación de sus chances de consumo (prin-
cipalmente bajo los términos financieros de la deuda), donde,
al parecer, es posible abolir las jerarquías (en el acceso), pero
preservando siempre la originaria desigualdad en la propiedad
–función central del proceso de estetización, en los términos
señalados por Benjamin–. Por ello, mientras que las relaciones
de propiedad estratifican rígidamente a todos, y las configura-
viabilidad cada vez menor de un imaginario nacional homogéneo. Brown explica
que estas “fantasías” señalan qué hacer ante este nuevo escenario, a partir de la
identificación del conflicto. Tras colocar al “extranjero-migrante” en el lugar de
lo peligroso, en el centro del conflicto, propone como solución la separación “de
los iguales” a través de muros que los contengan y resguarden. “Imaginando al que
está fuera como invasor, pero también, literalmente, no dejando ver las condiciones
empobrecidas que quedan bloqueadas ‘extramuros’, los muros tardomodernos
proporcionan una conversión de la subordinación y de la explotación en una
amenaza peligrosa, que ni es producida por ni está conectada con las necesidades
del dominador”. Brown, Wendy (2015) Estados amurallados, soberanía en
declive. Barcelona. Herder. p. 130. De este modo, aquellas nociones de libertad-
fluidez-diversidad que propongo pensar como componentes claves de la fantasía
neoliberal centrada en el consumo, fungen dentro de otro constructo ideológico
que busca suprimir lo que el mismo proceso económico genera: el desplazamiento
de poblaciones por guerras, catástrofes ambientales, rupturas del tejido social por
reorganizaciones productivas, etc.

80
La fantasía neoliberal

ciones de producción-comunicación atomizan e individualizan,


el consumo ha sido colocado como una práctica que acoge y
otorga pertenencia a quienes consiguen acercarse63. En este
pasaje del ser al parecer (a partir de aparecer) la digitalización de la
vida cumple un rol protagónico.
Así, cobra sentido la percepción de estar viviendo en un
mundo en el que buena parte de las diferenciaciones no apa-
recen de manera estable, como una distancia irreductible. Sin
embargo, esta fantasía neoliberal implica la necesidad de una reno-
vación constante por medio del consumo. Así, en un contexto de
endebles condiciones contractuales/laborales y de una cre-
ciente sobrecarga psíquica-emocional para mantenerse estables
en empleos cada vez más volátiles, los sujetos parecen hallar en
estas bocanadas de consumo la fugaz certeza de su integración
bajo una modalidad que parece diluir por instantes las fronteras
sociales –lo que en realidad implica, muchas veces, más que la
certeza de estar “adentro”, la sensación de no quedarse “tan
afuera”–. Esta idea de fluidez asociada a la organización de la
temporalidad de la existencia en un presente perpetuo, ha con-
tribuido a la reconfiguración del sentido de la desigualdad64,
logrando que deje de ser percibida como injusta, y haciéndola
socialmente soportable.
Así definida, la noción de fluidez aparece necesariamente
ligada al interior de este constructo ideológico, a la posibilidad
de ampliar la diversificación de las opciones, ya sea en el acceso
a estos múltiples objetos, como a la posibilidad de adscripción
a identificaciones grupales diversas –esto es, más fragmenta-
rias que las formas institucionales colectivas desarrolladas en el
63
Como explica Eagleton (2017 a), desde el punto de vista cultural (tradicionalmente
ligado a la idea de distinción), el capitalismo tardío se muestra como un aniquilador
de aquellas jerarquías “espirituales” a través de la mezcla, la fusión o la hibridación,
mientras que, desde el punto de vista material, la distancia entre las clases sociales
cobró proporciones victorianas.
64
Los otros puntos en los que se ancla esta reconfiguración de la noción de desigualdad
son los procesos de atomización social y de fragmentación de su percepción. Junto
a esta reorganización también debe mencionarse la necesaria resignificación de las
nociones de lo común, lo social, lo público y lo político.

81
Carlos Gracian

período anterior–. Hablamos de un tipo de consumo diferente


de aquel que se expandiera en las sociedades de entreguerras
hasta entrados los años 80. Ahora los sujetos somos ubicados
en el interior de un torrente de imágenes, sonidos, servicios y
objetos dentro del cual se inserta una singular posibilidad: la
de personalizar los productos consumidos junto a los procesos
de acceso-adquisición. Se trata de la contraparte necesaria de la
desmasificación social y productiva : la oportunidad de que el consu-
midor deje su “toque” o “marca” en buena parte de los pro-
ductos que compra.
La personalización es la vía ofrecida para consumar la invita-
ción a destacarse desde la singularidad exclusiva por parte de quien
consume, reconfigurando (o modificando en parte) los objetos
de producción industrial que se consumen. Por ejemplo, selec-
cionando colores, accesorios o detalles de una prenda de vestir
o de un vehículo. También, esta valorización de la personalización
es una invitación a los múltiples oferentes de productos a crear
una identidad de autor, en tanto signo de quien diseña, como una
manera de otorgarle un plus personal-artesanal al objeto ofrecido.
Una dinámica semejante puede observarse en las propuestas
de acceso a los bienes culturales y servicios. Esto significa, en
primer lugar, la opción de adherir a planes/paquetes de servi-
cios con costos a la medida de las posibilidades financieras de
cada usuario (segmentados a partir de su poder de compra).
Esta personalización también se asocia, dado el desarrollo
técnico-informático, a la posibilidad de toda una serie de con-
sumos sin la obligación de tener que estar físicamente en un
lugar o en un momento determinado: se está ante una oferta
que no se desarrolla, por ejemplo, como una secuencia de pro-
gramación fija (radio, cine o TV). Ahora todo contenido cultural
puede comercializarse en cualquier momento porque la porta-
bilidad permite un acceso asincrónico: desde adquirir objetos
hasta consumir contenidos audiovisuales, todo en movimiento.
Se desdibuja así la secuencia espacio-tiempo que caracterizó
al modo anterior de consumir esos bienes, desde mirar series,

82
La fantasía neoliberal

películas o videos, hasta leer un libro o el diario, pasando por la


posibilidad de comprar víveres o un par de zapatillas. La con-
sumación del mercado como realidad omniabarcadora implica
su desaparición como entidad física concreta, como espacio
determinado. Y, con ello, el consumo se vuelve un acto poten-
cialmente realizable en cualquier sitio, un acto en el que la
personalización de los productos, los servicios y las formas de
comunicación se constituyen en la contraparte necesaria de la
creciente despersonalización de los vínculos sociales65.
Este acceso sin la mecánica de la secuenciación fija e inde-
pendiente de la espacialidad consolida la noción de fluidez, a la
vez que acrecienta un modo de socialización de los consumos en
una clave supuestamente opuesta a la masificación homogeneizante
de los dispositivos modernos. Se constituye así un mecanismo
por medio del cual el sujeto puede elaborar una afirmación de
sí mismo, de su individualidad dentro del espacio mercantil,
ya que puede sentir/pensar que consume productos no estan-
darizados de modo masivo, dado que las series de objetos y
servicios aparecen segmentados por gamas de prestaciones y de
precios, que incluso se pueden diseñar o customizar de manera
personalizada, del mismo modo en que organiza su forma de
pago. Asociado a este modo fluido-diverso de codificar la expe-
riencia del consumo, se generan dos procesos que refuerzan lo
que podría entenderse como la modalidad predominante de la
subjetivación en el neoliberalismo.
El primero de ellos, asociado a la evanescencia simbólica de
los objetos consumidos. Su sentido fugaz, su efímera importancia
social, además de impulsar un singular proceso de apropiación
65
Es fundamental registrar que la contraparte de esta portabilidad de los consumos es
la posibilidad de llevar “en el bolsillo”, y a todas partes, las obligaciones del trabajo:
en cualquier momento y lugar se puede recibir una solicitud o notificación. Disponer
de medios técnicos que permitan una permanente conexión de cada sujeto con sus
labores también ha contribuido a borrar las variables espacio-temporales tanto del
proceso productivo como de la vida en general. De esta manera, por medio de esta
integración informática, no sólo se diluye la relación entre el trabajo y el espacio
físico, además se indetermina el límite del tiempo de trabajo, y con ello del momento
de ocio. Es así que, en ese magma, el llamado a la productividad se vuelve una acción
sin límites, lo mismo que la invitación al consumo.

83
Carlos Gracian

genera en los sujetos una particular percepción de la temporalidad,


centrada en un permanente presente dado por la eterna repetición
de la novedad a través de la instantaneidad66.
En segundo lugar, dada la consolidación de un modo de
socialización cada vez más articulado en torno a la autopro-
moción en los diversos entornos virtuales, se refuerza la pro-
babilidad de que cada individuo se perciba como único y original,
tanto como los objetos que consume. Si la posibilidad de efec-
tuar variaciones personalizadas en los procesos de apropia-
ción-consumo permiten velar el proceso de homogeneización,
la exaltación de la exhibición de “vidas únicas” en las plata-
formas de socialización (redes sociales) se suma en un mismo
sentido. Los sujetos se ven compelidos a destacarse o distin-
guirse por su originalidad individual exhibida en sus círculos de
socialización.
Sin embargo, esta invitación a diferenciarse por medio de
la publicación de la “mejor versión de cada quien”, si bien
produce una fuerte homogeneización –dado que se funda en
el presupuesto de que cada individuo debe cumplir con un
determinado conjunto de pasos, rituales y formas para mos-
trarse, siendo el primero una sobreactuación de la singularidad–;
también refuerza la noción de una libertad personal, porque
el sujeto cuenta con un canal individual de expresión esteti-
zada a través del cual puede mostrar lo que es y lo que hace.
En este sentido, ya no es tanto la preocupación por el “qué
dirán”, con su carga moralizante, lo que regula los comporta-
mientos humanos; ahora es el “que verán”, con su contenido
estetizante, lo que modula y organiza los comportamientos.

66
Este modo de organizar los procesos de consumo y apropiación de los bienes instala
una propuesta de relación entre los sujetos y los objetos similar a la que se generó
con la memoria, los legados y el pasado: del mismo modo que aquellos elementos
colocados como referencia y punto de anclaje de las experiencias “valiosas” (esto
es, las mercancías) pierden su significación y capacidad de validación de quienes los
portan a cada instante, producto de los dictados de las modas, los espacios simbólicos
en los que podrían anudarse las biografías de los sujetos con las trayectorias colectivas
se tornan vaporosos, opacos. Simbólicamente, se pierde el contacto entre las historias
con la Historia, ahondando el peso del presente.

84
La fantasía neoliberal

En esta etapa neoliberal del capitalismo, la dominación no


se efectúa a través de un formato de poder externo-extraño,
sino que este se ha vuelto constitutivo de la propia intimidad
del sujeto. Esto ha hecho posible y necesaria la difuminación
de la barrera entre lo público, lo privado y lo íntimo. En este
marco de reconfiguración se inserta la exaltación de la origina-
lidad (singularidad) de cada individuo, la cual no sólo dificulta la
percepción social de la existencia de un proceso estructurante
en clave de una diversificación homogeneizante, sino que además
refuerza una construcción de identidades autocentradas, real-
zando la individualidad; o, cuanto mucho, en su variante colec-
tiva, propicia la emergencia de modos de vinculación que no
trascienden las fronteras de lo grupal.
Si en lo que hace a la posibilidad de construcciones identi-
tarias, la conceptualización de lo diverso funge como parte del
dispositivo ideológico que torna soportable lo desigual, en esa
misma estructura ideológica lo múltiple hace lo propio respecto
de la posibilidad de pensar lo colectivo. Dado que cada grupo
buscará afirmar su identidad y su presencia desde la parcialidad
de su singularidad o su individualidad, esa forma de asumir la
multiplicidad conlleva ahondar la fragmentación, desplazando
la posibilidad de pensar lo colectivo como un elemento abarcador
de lo múltiple. La difusión de una socialización basada en la
espectacularización de las individualidades a partir de la publi-
citación de la vida privada y los consumos, constituye la contra-
parte necesaria de aquel proceso de privatización del espacio y
las instituciones públicas67. Esto es: la privatización de uno de

67
Este proceso implicó la transferencia de un valor irrisorio del capital social
acumulado por generaciones a grupos concentrados privados, dejando así de cumplir
su función de ensanchar el sentido de ciudadanía (a partir de la prestación de
servicios comprendidos como parte de los derechos garantizados estatalmente). De
este modo, el proceso que permitía una ampliación del sentido de la ciudadanía fue
transfigurado en la oferta de un servicio garantizado sólo para aquellos consumidores
con capacidad de pagarlo. Puede agregarse, en este sentido, que la tendencia hacia
la difusión de modalidades de interacción socio-afectivas, económicas, educativas,
etc. que propelen hacia un tipo de socialización carente de cuerpos y multitudes, se
vincula con el proceso de resignificación de los espacios públicos.

85
Carlos Gracian

los soportes en los que podía anclarse la noción de lo común


y lo colectivo en la etapa anterior del capitalismo. Es evidente
que el desplazamiento de una subjetividad centrada en la inte-
rioridad-privacidad-intimidad hacia otra constituída en torno a la
espectacularización de la intimidad (o “extimidad”68), no sólo
es una torsión en la comprensión de las ideas de lo público y lo
privado (y lo íntimo), también lo es respecto de los modos de
pensar lo común, y por lo tanto, lo político.
La construcción ideológica de una sociabilidad estetizada, fluida
y diversa no es simplemente una ilusión carente de materialidad
en la vida cotidiana. Por el contrario, de eso se trata una de
las condiciones centrales para el funcionamiento de cualquier
ideología: tener al menos cierto contenido cognitivo afincado
en las prácticas existentes para contribuir a organizar la vida
política de los seres humanos. Precisamente, si esto ocurre,
determinadas ideas y creencias se convierten en el motivo de
compromiso y acción para muchos; por lo tanto, es posible
pensar que aquellas ideologías poseen algo de verdad para
quienes configuran su existencia en torno a ella. Como afirma
Eagleton, “podemos suponer que en general [las ideologías]
codifican, siquiera de manera mistificada, necesidades y deseos
genuinos. Es falso creer que el sol se mueve alrededor de la
tierra, pero no es absurdo”69.
La fantasía no es una ficción o un modo de “falsa con-
ciencia”, sino una realidad concreta y un elemento central en el
proceso de consumación de la hegemonía de una clase sobre
el resto de la sociedad. Señalemos una primera aproximación a
este último concepto a partir de Williams, quien no refiere sola-
mente al nivel superior articulado de la ideología [un dogma],
ni tampoco a las formas de control consideradas habitualmente
como “manipulación y adoctrinamiento”.

68
Sibilia, Paula (2008) La intimidad como espectáculo. Buenos Aires. Fondo de
Cultura Económica.
69
Eagleton, Terry (2005) op. cit., p. 33.

86
La fantasía neoliberal

Para Williams, además, la hegemonía constituye un cuerpo


de prácticas y de expectativas en relación con la totalidad de la
vida: “Es un vívido sistema de significados y valores –funda-
mentales y constitutivos– que en la medida en que son expe-
rimentados como prácticas parecen confirmarse recíproca-
mente” 70. Que aquellos valores y significados se articulen en
determinadas prácticas significa que los sectores dominantes
han conseguido que los intereses o demandas de los demás
grupos sociales sean coordinados en torno a los suyos. De este
modo, lo singular –la perspectiva moral-intelectual y econó-
mica de la clase dominante–, puede ser presentado como lo
universal; como el eje que articula y da sentido a las demás
formas de asumir el mundo. Solo a partir de este dominio ideo-
lógico es posible el gobierno político –lo que, junto a la capa-
cidad de movilizar fuerzas populares en su apoyo constituyen
los dos elementos que permiten la hegemonía de un sector
sobre el resto de la sociedad–71.
Hasta aquí se han introducido algunos elementos que per-
miten pensar la constitución, el sentido y la eficacia de la noción
de lo fluido en la elaboración de la fantasía ideológica neoliberal; a
continuación, desarrollaremos una serie de reflexiones acerca
de lo diverso al interior de este constructo ideológico.
En los años iniciales del siglo xxi la estimulación de la mul-
tiplicidad en las propuestas de filiación identitaria y de con-
sumos se ha mostrado más eficiente que la “antigua” forma
moderna de masificación forzada a la hora de lograr la unifor-
midad social de los comportamientos en este nuevo escenario.
70
Williams, Raymond (1997) Marxismo y Literatura. Barcelona. Península-Biblos,
p. 131.
71
La articulación de los procesos mencionados da lugar a lo que en términos
gramscianos se denomina “la constitución de un bloque histórico”. La organización de
este bloque requiere del control del Estado, lo que en cada caso varía en su fisonomía
y duración con relación a los componentes de ese bloque (estructura social), así como
de la capacidad de comando de la clase dominante y de la posibilidad de resistencia
de los sectores subalternos. Ese tipo de análisis no estará presente en este texto, aquí
me limitaré a presentar uno de los componentes que hace posible esa hegemonía: el
modo ideológico.

87
Carlos Gracian

En los términos en que se propone pensar el proceso socio-


cultural iniciado a fines del siglo pasado, la estimulación de la
diversificación debe comprenderse como parte de una nueva
organización en la lógica hegemónica. Esta ampliación de las
“alternativas” al interior del sistema de prácticas, significados y
valores dominantes –cuya plasticidad logra reconvertir los ele-
mentos emergentes como opuestos en opciones alternativas dentro
de la lógica social general–, se ha constituido en un nuevo
mecanismo con que las clases dominantes consiguen articular
su hegemonía.
La articulación que menciona Williams –entre valores y
prácticas que se confirman mutuamente– podemos hallarla en
la descripción de lo diverso analizada por Jameson, quien carac-
teriza al proceso actual de construcción de un orden social
como una lógica que acentúa la “persistencia de lo mismo a
través de la diferencia absoluta”. Para Jameson, la prolifera-
ción de alternativas como marca distintiva de la dinámica que
da estabilidad al orden social, en primer lugar, presupone una
nueva mecánica en la formación de las identidades –las cuales
suponen un nivel más abstracto–. Como señala el autor, se
trata de una articulación producida en razón de una noción
de diferenciación más aleatoria y dispersa, pero no por ello
menos homogeneizadora. En última instancia, la prolifera-
ción/estimulación de lo alternativo al interior del espectro de
lo mercantil, así como su captura o su reducción a los límites
de lo comercializable, permite obturar de una manera más efi-
ciente la posibilidad de la oposición, al mismo tiempo que logra
contener dentro de los márgenes de lo mercantilizable a la
posibilidad de la transgresión.
Por eso sostiene que la consolidación de una lógica social
basada en el cambio permanente es el nuevo modo de la estasis
social. Según Jameson, en la actual forma de estructuración cul-
tural e ideológica es posible identificar uno de los síntomas más
evidentes de la estasis: “nuestras dificultades constitutivas para
imaginar un mundo más allá de la estandarización global son

88
La fantasía neoliberal

precisamente, y en sí mismas, rasgos de esa realidad o ser estan-


darizado”72.
En esta dificultad simbólica se expresa el punto en el cual
se cruzan la multiplicidad de opciones con la consolidación de una
homogeneización fragmentada, es decir, la proliferación de confi-
guraciones de filiación identitaria uniformemente diversificadas al
interior de una propuesta de vida estetizada: en un mundo en el
que los flujos de objetos efímeros, empujados por las modas,
obligan a producir novedades de manera permanente, lo que
no es más que una repetición. Otro tanto ocurre con lo que
los sujetos muestran al publicar su intimidad en formato de
espectáculo.
Esta situación paradojal, típica de nuestro tiempo, ha teñido
con su invisible color los diversos modos de pensar, percibir
y explicar lo social: en el mismo momento en que las interac-
ciones sociales entre los sujetos –producto de la reconfigura-
ción social tras las derrotas políticas de los proyectos emanci-
patorios– se limitaban cada vez más a su entorno inmediato,
impidiendo imaginar convergencias y solidaridades sociales
más amplias, la economía aparece como la forma total de la vida
social colonizando todas las formas sociales de demarcación-di-
ferenciación por la universalización de la mercancía, del mismo
modo que buena parte de las expresiones culturales e identi-
tarias fueron absorbidas por el mercado y, por lo tanto, por
el capital. Esta escena termina de componerse a partir de la
emergencia de un modo cultural-intelectual caracterizado tanto
por una resistencia (aversión) hacia los conceptos totalizadores,
como por una sobrevaloración de las parcialidades, a las que se
les otorga la caracterización de sistematizaciones autónomas73.
72
Jameson, Fredric (1999) El giro cultural. Escritos seleccionados sobre el
posmodernismo, 1983-1998. Buenos Aires. Manantial, p. 98.
73
La aparición de enfoques analíticos en los que la explicación de los procesos
humanos no se detiene en el examen de sus determinaciones sociales es conocido
como el posmodernismo. Según David Harvey (1998), a través de este nuevo
discurso se buscó decretar el fin de los “grandes relatos emancipatorios” (tanto
el marxismo como el estructuralismo), a partir de articular una explicación de la

89
Carlos Gracian

Para Jameson, este hecho ideológico representa la más pal-


maria demostración de la existencia de una nueva forma de
estandarización y fragmentación, cuyo efecto central consiste
en la amplificación del “repudio a la praxis política” como
tal74, pasando a ser esto un componente clave de la nueva
sociabilidad centrada en el consumo y la estetización de la
existencia –aquello que hemos observado como el modo
que asume la segunda naturaleza humana en esta época–. En el
mismo momento en que se concreta la totalización del mer-
cado como eje de la lógica social –proceso que ocurre a la
par que el mercado desaparece como entidad física, igual que
ocurre con el dinero–, se generaliza el rechazo a reflexionar en
clave sistémica, amplificando una fragmentación de la com-
prensión de lo real; mientras que la nueva sociabilidad emer-
gida a partir de los años 70 se caracteriza por la expansión
de la cultura por fuera de sus límites anteriores, hasta hacerla
virtualmente coextensiva a la economía misma, a medida que
se disuelven simbólicamente las rígidas jerarquías sociales
provenientes del pasado.
Estos procesos han contribuido para que la subyacente
estructura de clase se haga cada vez menos representable de
una manera tangible y accesible a nuestras imaginaciones. Y
mientras esa “figurabilidad”75 de clase no pueda concretarse en
formas vívidas, en experiencias viscerales, resulta poco probable
la emergencia de alguna configuración genuina de conciencia

nueva fisonomía social sobre el presupuesto de la fragmentación y la multiplicidad.


Se trata de una forma de pensar la realidad que pivota sobre un relativismo basado
en la sobrevaloración de las parcialidades (a las que les otorga la caracterización de
sistematizaciones autónomas), diluyendo así el peso de lo estructural. A ello se refiere
Eagleton cuando señala: “El interés por el pluralismo, la diferencia, la diversidad y
la marginalidad ha dado frutos valiosos. Pero también ha servido para desplazar la
atención de cuestiones más materiales. De hecho, en algunos ámbitos la cultura se ha
convertido en una forma de no hablar sobre el capitalismo”. Eagleton, Terry (2017
a) op. cit., pp. 48-49.
74
Jameson, Fredric (2015), op. cit. Vol III.
75
Sobre este punto ver Jameson (2012) op. cit. en especial el capítulo titulado “Clase
y alegoría en la cultura de masas contemporánea: Tarde de perros como film político”.

90
La fantasía neoliberal

colectiva de clase en los sectores subalternos76.


Los impactos más inmediatos de ese repudio a la praxis política
(en los términos de Jameson) pueden observarse en los múlti-
ples episodios que evidencian el malestar generado a partir de
la inexorable distancia que se abre entre las expectativas-aspi-
raciones sistémicamente estimuladas, frente a las cada vez más
limitadas posibilidades de concretarlas dentro del espacio mer-
cantilizado. Sin embargo, “el gran problema es que estos movi-
mientos son incapaces, al menos por el momento, de esbozar
el perfil de una nueva utopía y romper el yugo mental instalado
en 1989” 77. Estas expresiones de descontento no han tomado
una forma orgánica-institucional de desafío político al orden
existente, es decir, una forma de alternativa de futuro posible
y deseable78.
Hasta ahora, en sintonía con esta etapa de atomización/dis-
persión social hiperconectada, en el mejor de los casos, estos
movimientos parecen ser modos de resistencia, mas no de
avance en la proposición de transformaciones; o en su reverso:
la manifestación del descontento de quienes sienten que la
actual lógica sistémica no los contiene, mientras exigen “poder
entrar”. Porque, por el momento, parece haberse afianzado
76
Sztulwark advierte sobre este fenómeno al analizar lo ocurrido en América Latina
desde 2015 en adelante. Sirviéndose de las reflexiones del exvicepresidente de
Bolivia, Álvaro García Linera, señala un problema central: los gobiernos progresistas
de la región, en particular los de Argentina, Brasil y Bolivia, “habían sido eficaces
en la tarea de incluir en el consumo popular a millones de personas –también en
beneficiarlas con el otorgamiento de una trama de derechos antes negados–, pero que
no habían sabido evitar que esos mismos segmentos de la población se subjetivaran
de un modo neoliberal, asumiendo hábitos y aspiraciones elaborados en los modos
de individuación propios de las redes sociales virtuales”. Sztulwark, Diego (2019),
op. cit., p. 123.
77
Traverso, Enzo (2021) Las nuevas caras de la derecha. Buenos Aires. Siglo xxi
Editores, p. 140.
78
En un tono ácido, Jappe caracteriza una forma de experiencia política que bien
puede pensarse y comprenderse a la luz de la estetización de la vida, e interpreta a
estos fenómenos del siguiente modo: “En la nueva protesta, hay gente que todavía
no quiere renunciar a llevar ‘ropa de marca’ ni a los demás paraísos artificiales del
consumo, pero que quieren que se les garantice, para la salvación de sus almas, que
esa ropa se ha hecho sin explotar niños, y para la salvación de sus cuerpos, que ha sido
producida con materiales naturales”. Jappe, Anselm (2016) op. cit., p. 229.

91
Carlos Gracian

socialmente la idea de que resulta más razonable que los miem-


bros de los diversos grupos aspiren a constituirse como parte
de ese consumidor universal endeudado, antes que buscar abolir
los mecanismos que sostienen una rígida diferenciación social
con arreglo al control de la propiedad y la apropiación del exce-
dente, los mecanismos vinculados a la toma de decisiones y la
posibilidad de acceso para generar y apropiarse los saberes cul-
turalmente significativos. En tanto propuesta que no imagina
una forma de vida más allá del capital, se trata de una invitación
a participar de un juego en el que, ya se sabe de antemano, no
habrá bandera de llegada para todos. Por lo tanto, es un convite
a vivir en un mundo que sólo deja espacio para momentos pre-
sentes de consumo, espasmos o bocanadas a través de los cuales
se puede acceder limitada y fugazmente a algunos elementos
distintivos de ciertos estilos de vida. La consumación de esta per-
cepción social es el reverso de la mentada fluidez. Se trata de una
situación que puede interpretarse como una reorganización de
las expectativas en función de las cuales se montan las acciones
de los sujetos, en el cual la noción aspiracional del ascenso social
va camino a diluirse del imaginario de una porción cada vez
mayor de la sociedad (las generaciones más jóvenes), asumiendo
que ya no hay espacio para ello.
Tomemos dos ejemplos que nos permitan ver la rearticula-
ción de esas expectativas: uno, el lugar del estudio (el conoci-
miento) y la profesionalización; el otro, la posibilidad de acceso
a la vivienda. Respecto del primer punto, estamos ante un fenó-
meno singular. Desde mediados del siglo pasado asistimos a un
proceso de incremento (o masificación, dependiendo el caso) de
ingresos en la educación superior, que para los especialistas se
trata de una tendencia estructural global. Pero, como señala Ana
María Ezcurra, esa masificación en los ingresos se acompaña con
otra tendencia igual de estructural: las altas tasas de deserción79.
79
Como argumenta la autora, el proceso de masificación implica la incorporación a
estos espacios de sectores sociales antes excluidos. Sin embargo, esta es una inclusión
excluyente en tanto que los sectores que acceden por primera vez en sus historias
familiares a los estudios superiores cuentan no sólo con menores ingresos (por lo

92
La fantasía neoliberal

En términos de la autora, el problema radica en que un


ingreso sin una chance razonable de éxito (permanencia y gra-
duación), se transforma en una promesa vacía. Sin embargo,
lo que hasta no hace mucho era un problema central para cre-
cientes franjas de la población, parece haber sido opacado por
otra dificultad aún mayor: para las generaciones más jóvenes,
el ingreso al mercado laboral resulta una experiencia cada vez
más hostil, dados los niveles de desempleo, precarización y
flexibilización existentes. Aún con la existencia de una mayor
oferta académica, ya sea estatal como privada, virtual o presen-
cial, y por ende con mayores posibilidades de graduarse, surgen
varios interrogantes: ¿qué tipo de espacio existe para insertarse
laboralmente de lo que uno ha estudiado? Entonces, dada la
generalización de esos modos de inserción social, ¿los jóvenes
siguen asumiendo que los estudios terciarios o universitarios
son la posibilidad concreta para una salida laboral satisfactoria?
¿Representa el estudio el medio para una mejor vida? ¿Sigue
siendo la educación el medio para fundar la aspiración de tener
una mejor vida que sus padres?
En cuanto al segundo ejemplo, es notable que, en compara-
ción con sus padres, a las generaciones más jóvenes les resulta
muy difícil acceder a una casa propia. Este era un ícono aspira-
cional y un símbolo de cierta estabilidad, que actualmente, ante
una lógica cada vez más especulativa, se ha vuelto indicador no
sólo del desvanecimiento de aquel imaginario sino, fundamen-
talmente, de una desmejora de la vida entre generaciones. En la
actualidad proliferan las casas vacías, sin gente; al mismo tiempo,

que deben trabajar y dedicar menos tiempo al estudio), sino que a además carecen de
experiencias familiares (niveles educativos por parte de sus padres y sus contactos)
que les permita conocer cómo desenvolverse en ese nuevo universo. Por lo tanto, esas
desventajas producen una brecha de graduación, una tasa de abandono, que confirma
la brecha social existente. Sin embargo, para la explicación socialmente extendida
“las desigualdades sociales aparecen como disparidad de talentos individuales. El
privilegio se convierte en mérito. Una visión que usualmente atraviesa a alumnos
de estatus desfavorecido, que ante dificultades académicas suelen inculparse a sí
mismos, excusando de hecho a la enseñanza”. Ezcurra, Ana María (2011) Igualdad
en educación superior. Un desafío mundial. Buenos Aires. Universidad Nacional
General Sarmiento, p. 56.

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Carlos Gracian

sobreabunda la gente sin casa. Como la tierra y el ladrillo han


pasado a ocupar un lugar central en la nueva lógica del capital
(rentista-especulativa), se compran terrenos y se construyen
casas y departamentos como reserva de valor, independiente-
mente de las posibilidades o necesidades sociales de su uso.
Las casas son dejadas vacías, a la espera de una futura venta, a
un precio mayor, o de una alta renta por alquiler (incluso, las
plataformas de alquileres temporarios ofrecen servicios dolari-
zados). Con emprendimientos inmobiliarios sólo concebidos
para consumar esta acumulación rentística, de modo general
todos los precios de los alquileres tienden a incrementarse, y
con ello las potenciales deudas de los inquilinos. En conclu-
sión: a las nuevas generaciones les resulta cada vez más caro
alquilar el espacio en el que viven, e imposible comprarlo, en
parte porque los alquileres se disparan, pero también porque
los salarios se deprecian a una velocidad semejante80.
En este escenario, aquella idea de que dentro de la lógica
mercantil los hijos podían aspirar a una situación mejor que
la de sus padres –componente clave de la fantasía social capita-
lista del período anterior–, estaría siendo reemplazada por otro
tipo de integración, ahora intermitente, garantizada por formas

80
Para un análisis de las causas estructurales de este proceso en la Región Metropolitana
de Buenos Aires puede leerse el análisis que he realizado en el capítulo “La
espacialidad y el proceso globalizador”, en: Mundt, Carlos (coord.), Problemáticas
contemporáneas. Ensayos sobre una época en transición. Buenos Aires. EDUNTREF,
pp. 31-70. Los datos del último censo nacional de 2022 reafirman una de las hipótesis
que fueron trabajadas allí: en poco más de una década, a nivel nacional, la cantidad
de personas que pueden acceder a una casa propia pasó del 72,9% en 2010 al 65,5%
en 2022. Esta es una cifra cuya diferencia se amplía en la Capital Federal, donde
los propietarios de viviendas llegan al 52,9%, siendo el distrito con más espacios
habitacionales vacíos. De este modo, el ritmo de construcción de casas es mayor al
de los potenciales compradores, e incluso muy superior al ritmo de crecimiento de la
población. Como se consigna en la nota de Patricia Chaina del 10 de abril de 2023 en
el diario Página/12: “Al observar el último período censal, puede verse que mientras de
2010 a 2022 la población creció un 15 por ciento –esto es 6 millones de habitantes–, la
cantidad de viviendas creció un 28 por ciento: hay 4 millones de viviendas nuevas. A
nivel país, este crecimiento es sostenido, aunque desigual: de 1991 a 2001 la cantidad
de viviendas creció un 37 por ciento mientras la población, un 17 por ciento. De 2001
a 2010: las viviendas crecieron un 18 por ciento y la población un 10. En jurisdicciones
como CABA, las viviendas desde 1991 a 2022, crecieron un 68 por ciento, mientras la
población en el mismo período creció solo un 8 por ciento”.

94
La fantasía neoliberal

espasmódicas de acceso a los bienes/servicios para sectores


de la sociedad cada vez más amplios. No resulta inverosímil,
entonces, sostener que esta configuración ideológica se está
constituyendo en uno de los nuevos núcleos de sentido del
imaginario social, en un mundo donde la concentración de la
economía y el consecuente deterioro de las condiciones de vida
de buena parte de la población deja cada vez menos espacio a la
posibilidad de concretar ese ascenso, producto de la creciente
desigualdad. Por el contrario, para una porción cada vez mayor
de la población la situación socioeconómica tiende a ser peor
que la de sus padres81.
En síntesis, las ideas de fluidez-multiplicidad se despliegan exi-
tosamente sobre un escenario compuesto por procesos que se
retroalimentan: en primer lugar, la consolidación de la integra-
ción de la cultura a los procesos económicos, perdiendo así
todo filo crítico. Aquí deben sumarse las derrotas políticas
de los movimientos populares que proponían una transfor-
mación del orden de las cosas. El escenario abierto por esas
derrotas contribuyó a instalar no sólo un clima social de resig-
nación, sino también la naturalización del nuevo formato de
vida, basado en la resiliencia y en la transgresión mercantilizable.
En segundo lugar, todo sucede en un momento en el que las
anteriores formas de demarcación social y de identificación de
las clases populares fueron empujadas a una reconfiguración
como consecuencia de la atomización generada por el proceso
productivo, comunicacional y de consumo, el cual se vio agu-
dizado ante el escenario planteado por las derrotas políticas de
los movimientos emancipatorios y la instalación de la estetización

81
Esta situación ha contribuido al hundimiento de uno de los conceptos rectores de
la modernidad: la noción de progreso. Esta noción anudaba una comprensión secular
de la temporalidad con la acción política como actividad transformadora: al construir
una visión del pasado que muestra al presente como una mejora de ese tiempo anterior,
la noción de progreso “daba la garantía” de que el futuro sería una superación de
ese presente (a partir de un proceso). Sin embargo, en un escenario como el actual,
esa noción de “avance a partir de la progresividad” se disuelve, dando lugar a formas
más fugaces de superación: la idea de éxito, desprovista de toda connotación social-
colectiva y procesualidad; y cargada de una significación individual-aleatoria.

95
Carlos Gracian

asumida como la nueva manera de organizar la sociabilidad.


Este cuadro de situación hizo factible que las configuraciones
políticas e identitarias anteriores fueran disueltas a partir de
la pérdida de todo sentido activo de la historia –ya sea como
esperanza, como memoria o como legado–.
Sobre esta escena constituida por la pérdida del filo crítico de
la cultura –convertido el arte en signo complaciente del orden
mercantil– y la disolución del sentido de la historia –como espejo en
el cual reconocerse en un pasado común–, es posible observar
que este nuevo modo de homogeneización se articula sobre
una aparente fluidez en el acceso a los bienes y a la potencial
disponibilidad de variaciones/diferenciaciones identitarias,
mayoritariamente afincadas en la lógica del mercado, donde la
fragmentación de la percepción de lo social se agudiza como
consecuencia de una desarticulación de lo político en los tér-
minos en que se lo conoció hasta fines del siglo anterior. Por
consiguiente, y retomando el sentido en que se ha definido la
noción de fantasía ideológica, se puede suponer que esos modos
de homogeneizar-fragmentar serían los elementos principales que
permiten diluir-invisibilizar del registro social, una estructura
que engendra una distancia cada vez mayor entre las clases,
volviendo así más soportable la desigualdad.
La amplificación de estos procesos ha permitido nutrir la
idea de que bajo esta lógica social mercantil existe la posi-
bilidad de suprimir los mecanismos que limitan el acceso a
determinados elementos que demarcan las diferencias, sin
la necesidad de abolir las relaciones sociales sobre las que
se estructura el orden social: la propiedad, la mercancía, el
valor, ni a las clases en sí. Esta fantasía ideológica es la pecu-
liar manera que la etapa neoliberal del capitalismo ha hallado
para que, a través de lo múltiple-fluido, se asuma socialmente
de manera indirecta a la desigualdad como inmodificable.
Hacer de la diferencia un culto se ha constituído en el meca-
nismo más efectivo para naturalizar las profundas desigual-
dades materiales.

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La fantasía neoliberal

Se concreta así el proceso en el que “una vez impuestos


sus términos –las exigencias de la valorización del capital por
medio de la subsunción de la vida– la cultura se presenta como
inclusiva y plural” 82 siendo esta la forma que asume la segunda
naturaleza en esta etapa del capitalismo.

82
Sztulwark, Diego (2019) op. cit., p. 56.

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