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Carlos Gracian
La fantasía
neoliberal
Conectividad, diversidad y libertad
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El negativo y la imagen:
una introducción
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Previo al encuentro de Davos 2024, la ONG Oxfam presentó un informe titulado
“Desigualdad S.A.”, en el que se detalla una serie de datos muy reveladores acerca
de este punto. Según este informe la década de 2020 está signada, por un lado, por
la profundización del aumento del costo de vida dado el alza en los precios de los
alimentos, los combustibles y los medicamentos. A su vez, este período muestra un
enorme crecimiento en las ganancias de las grandes empresas globales, las cuales tuvie-
ron un incremento del 89% en sus beneficios en los años 2021 y 2022, respecto al
promedio del período 2017-2020. (Para tomar dimensión de lo que significa la noción
de “gran empresa global” consignemos el siguiente dato: según el informe de Oxfam,
las cinco empresas más grandes del mundo están valoradas conjuntamente en una
cifra mayor al PIB combinado de todas las economías de África, América Latina y el
Caribe). El informe muestra que este fenómeno de encarecimiento de la vida-aumento
de los beneficios se tradujo no sólo en la duplicación de la riqueza conjunta de los
cinco hombres más ricos del mundo (que pasó de 405 000 millones de dólares a 869
000 millones). Además, conllevó un incremento en la velocidad de la concentración
empresarial, por ejemplo: dos multinacionales controlan más del 40% del mercado
mundial de semillas (frente a las diez empresas que controlaban el mismo porcentaje
hace 25 años); cuatro empresas controlan el 62% del mercado mundial de pesticidas;
diez gigantes mundiales de la industria farmacéutica son resultado de la fusión durante
dos décadas de sesenta empresas farmacéuticas; tres cuartas partes del gasto mundial
en publicidad online se destinan a Meta, Alphabet y Amazon; y más del 90% de las
búsquedas en Internet se realizan a través de Google. Ver https://www.oxfam.org/es/
informes/desigualdad-sa
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DARÍO SZTAJNSZRAJBER
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Sztajnszrajber, Darío (2015) “Filosofía de la experiencia post identitaria”. En: Que-
vedo, Luis A. (Comp.) La cultura argentina hoy. Tendencias. Buenos Aires. Siglo xxi
Editores, p. 85.
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De la derrota política a la
colonización de la fantasía
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este hecho como el más importante, con mucho, de su situación como seres humanos
dentro de la sociedad”. Según este historiador, a estos sectores masificados por los
procesos productivos se los diferenciaba del resto de las clases tanto por su modo de
vida, como por sus expectativas vitales: lo que los unificaba era el predominio del
“nosotros” sobre el “yo”, y no sólo por cuestiones instrumentales (es decir, la justi-
ficada convicción de que ellos no podían mejorar su situación mediante la actuación
individual). Hobsbawm señala que esta noción de “nosotros” no aparecía únicamente
a partir de la socialización laboral. Se trata de un emergente derivado del hecho de
que “la vida de la clase trabajadora tenía que ser en gran parte pública, por culpa de lo
inadecuado de sus espacios privados”. Es decir, la vida social transcurría en parques,
plazas, calles, locales públicos (bares-cines) y mercados; por lo tanto, la vida (incluso
en sus aspectos más placenteros) era una experiencia colectiva. Por ello, al referirse
Hobsbawm a la caída de la radicalidad del movimiento obrero europeo y norteame-
ricano, afirma que en muchos aspectos la cohesión de la conciencia de la clase obrera
se quebró cuando la “prosperidad y la privatización de la existencia separaron lo que
la pobreza y el colectivismo de los espacios públicos habían unido”. Hobsbawm, Eric
(2001) Historia del siglo xx. Buenos Aires. Planeta, pp. 304-309.
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Gorz, André (1997) Miserias del presente, riqueza del porvenir. Buenos Aires. Paidós.
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Los años 60 estuvieron marcados por la convulsión social. Todas las regiones
se vieron atravesadas por esta situación, pero no del mismo modo. En los países
capitalistas centrales se registraron fuertes movilizaciones (las luchas por los derechos
civiles de la población afrodescendiente o las protestas contra le guerra de Vietnam
en EE. UU., así como las revueltas estudiantiles en Europa occidental), e incluso la
vida pública-política de las repúblicas soviéticas se vio profundamente conmovida
ante la proliferación de las protestas. Sin embargo, como explica Josep Fontana: “La
insatisfacción prendió sobre todo en los jóvenes y se manifestó en movimientos de
protesta que carecían de proyectos razonables para derribar el orden establecido, como
hubiera sido necesario para cambiar las cosas, y que acabaron en la desesperación
de la impotencia. Ni en Praga se podía pensar en vencer a los tanques soviéticos
con manifestaciones pacíficas, ni en Estados Unidos los universitarios, los hippies
o el ‘poder negro’ podían amenazar seriamente el sistema, ni en París el entusiasmo
milenarista de los estudiantes podía transformar la sociedad”. Fontana, Josep (2017)
El siglo de la Revolución. Una historia del Mundo desde 1914. Libro digital, Epublibre,
p. 355. Pero, durante esos años, el “tercer mundo” integraba una zona de revolución,
realizada, inminente o posible. Así, mientras el “primer y segundo mundo” iniciaban
la más larga etapa de paz desde el siglo xix, el “tercer mundo” pasó a constituirse
en una zona bélica, fundamentalmente desde fines de los 60, cuando la Guerra Fría
entra en una segunda etapa, producto de la política exterior norteamericana. De este
modo, en las periferias de occidente, las guerras de “liberación nacional” en África y
Asia contra las potencias coloniales (muchas conjugando un sentido antiimperialista
con ideologías anticapitalistas) proliferaron junto a los movimientos revolucionarios
de América Latina que, con experiencias en guerras de guerrilla o por medio de la
vía democrática, se planteaban como proyectos alternativos de poder. En este caso, el
grado de violencia desplegado sobre las organizaciones políticas, gremiales y sociales,
junto a la coordinación represiva articulada por las instituciones de política exterior
norteamericanas, puede pensarse como un indicador de la potencial amenaza que
estos proyectos representaban para la potencia del norte. Recordemos, por ejemplo,
las dictaduras de Brasil (1964-1985), el de Bolivia (1964-1982), en Chile (1973-
1990), Uruguay (1973-1985) y Argentina (1976-1983).
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Cada vez que se reemplaza el trabajo humano por la tecnología, aquel que lo aplica
primero sale ganando, dado que aumenta la capacidad productiva de sus trabajadores.
Sin embargo, como el trabajo “muerto” (la tecnología) suplanta al trabajo “vivo”
(horas/personas por unidad de producto), al ampliarse esta lógica el valor de cada
mercancía particular contiene una porción cada vez menor de trabajo humano, única
fuente de plusvalía y, por lo tanto, de beneficio para el capital. Así, el desarrollo de la
tecnología reduce los beneficios en su totalidad, mas no la productividad.
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Una lógica semejante pudo observarse, por ejemplo, durante el 2008 cuando se
responsabilizaba por la crisis financiera a los deudores que no podían pagar sus
créditos hipotecarios, sacando del foco a los bancos, financieras y aseguradoras de
riesgo que habían montado un gigante negocio especulativo; o cuando, desviando
la mirada de la estructura productiva, se coloca a los consumidores como los únicos
responsables de detener el aumento de precios: los individuos son llamados a no
convalidar los precios que suben a través de sus compras, y para ello deben dejar de
consumir ese producto o buscar otras opciones (segundas marcas que en realidad son
una subsidiaria de la corporación que lidera el mercado con su primera marca).
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Estos años no sólo fueron los de la Guerra Fría entre norteamericanos y soviéticos,
sino también el momento en el que los norteamericanos debieron sobrellevar una
creciente competencia comercial-productiva frente a las potencias industriales
de Alemania y Japón, en un contexto de saturación mercantil y de estancamiento
productivo. En un bellísimo giro dialéctico, los derrotados en la Segunda Guerra
–quienes fueron reconstruidos por el dinero norteamericano como parte del doble
proceso de evitar la expansión soviética-china, y de colocar su moneda como referencia
obligatoria– se transformaron, a partir de los 70, en los principales competidores de
la potencia del norte en el mercado mundial.
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Galliano, Alejandro (2020) op. cit.
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No es difícil reconocer como parte de este proceso de reordenamiento impulsado
por las clases dominantes, la radicalización de un discurso que presenta a los
Estados como productiva y financieramente ineficientes, moralmente corruptos y
potencialmente totalitarios (por lo tanto, como la única encarnación de ‘El Poder’).
Bajo esta legitimación, los Estados tienden a ser desguazados, para dar paso a las
empresas privadas como las naturales dadoras de servicios. Presentadas como agencias
cuyo principio rector es la competencia por la maximización de utilidades de un modo
racional, las empresas son colocadas como la forma más eficiente de reasignación
social de los recursos, además de moralmente impolutas y garantes de la libertad.
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Eagleton, Terry (1997) Marx y la libertad. Bogotá. Norma, pp. 20-21.
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Jappe, Anselm (2011) op. cit., p. 28.
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Anderson, Perry (2018) Los orígenes de la posmodernidad. Madrid. Akal, pp. 61-62.
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Eagleton, Terry (2006) op. cit., p. 449.
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Este modo de organizar los procesos de consumo y apropiación de los bienes instala
una propuesta de relación entre los sujetos y los objetos similar a la que se generó
con la memoria, los legados y el pasado: del mismo modo que aquellos elementos
colocados como referencia y punto de anclaje de las experiencias “valiosas” (esto
es, las mercancías) pierden su significación y capacidad de validación de quienes los
portan a cada instante, producto de los dictados de las modas, los espacios simbólicos
en los que podrían anudarse las biografías de los sujetos con las trayectorias colectivas
se tornan vaporosos, opacos. Simbólicamente, se pierde el contacto entre las historias
con la Historia, ahondando el peso del presente.
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Este proceso implicó la transferencia de un valor irrisorio del capital social
acumulado por generaciones a grupos concentrados privados, dejando así de cumplir
su función de ensanchar el sentido de ciudadanía (a partir de la prestación de
servicios comprendidos como parte de los derechos garantizados estatalmente). De
este modo, el proceso que permitía una ampliación del sentido de la ciudadanía fue
transfigurado en la oferta de un servicio garantizado sólo para aquellos consumidores
con capacidad de pagarlo. Puede agregarse, en este sentido, que la tendencia hacia
la difusión de modalidades de interacción socio-afectivas, económicas, educativas,
etc. que propelen hacia un tipo de socialización carente de cuerpos y multitudes, se
vincula con el proceso de resignificación de los espacios públicos.
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Sibilia, Paula (2008) La intimidad como espectáculo. Buenos Aires. Fondo de
Cultura Económica.
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Eagleton, Terry (2005) op. cit., p. 33.
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que deben trabajar y dedicar menos tiempo al estudio), sino que a además carecen de
experiencias familiares (niveles educativos por parte de sus padres y sus contactos)
que les permita conocer cómo desenvolverse en ese nuevo universo. Por lo tanto, esas
desventajas producen una brecha de graduación, una tasa de abandono, que confirma
la brecha social existente. Sin embargo, para la explicación socialmente extendida
“las desigualdades sociales aparecen como disparidad de talentos individuales. El
privilegio se convierte en mérito. Una visión que usualmente atraviesa a alumnos
de estatus desfavorecido, que ante dificultades académicas suelen inculparse a sí
mismos, excusando de hecho a la enseñanza”. Ezcurra, Ana María (2011) Igualdad
en educación superior. Un desafío mundial. Buenos Aires. Universidad Nacional
General Sarmiento, p. 56.
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Para un análisis de las causas estructurales de este proceso en la Región Metropolitana
de Buenos Aires puede leerse el análisis que he realizado en el capítulo “La
espacialidad y el proceso globalizador”, en: Mundt, Carlos (coord.), Problemáticas
contemporáneas. Ensayos sobre una época en transición. Buenos Aires. EDUNTREF,
pp. 31-70. Los datos del último censo nacional de 2022 reafirman una de las hipótesis
que fueron trabajadas allí: en poco más de una década, a nivel nacional, la cantidad
de personas que pueden acceder a una casa propia pasó del 72,9% en 2010 al 65,5%
en 2022. Esta es una cifra cuya diferencia se amplía en la Capital Federal, donde
los propietarios de viviendas llegan al 52,9%, siendo el distrito con más espacios
habitacionales vacíos. De este modo, el ritmo de construcción de casas es mayor al
de los potenciales compradores, e incluso muy superior al ritmo de crecimiento de la
población. Como se consigna en la nota de Patricia Chaina del 10 de abril de 2023 en
el diario Página/12: “Al observar el último período censal, puede verse que mientras de
2010 a 2022 la población creció un 15 por ciento –esto es 6 millones de habitantes–, la
cantidad de viviendas creció un 28 por ciento: hay 4 millones de viviendas nuevas. A
nivel país, este crecimiento es sostenido, aunque desigual: de 1991 a 2001 la cantidad
de viviendas creció un 37 por ciento mientras la población, un 17 por ciento. De 2001
a 2010: las viviendas crecieron un 18 por ciento y la población un 10. En jurisdicciones
como CABA, las viviendas desde 1991 a 2022, crecieron un 68 por ciento, mientras la
población en el mismo período creció solo un 8 por ciento”.
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Esta situación ha contribuido al hundimiento de uno de los conceptos rectores de
la modernidad: la noción de progreso. Esta noción anudaba una comprensión secular
de la temporalidad con la acción política como actividad transformadora: al construir
una visión del pasado que muestra al presente como una mejora de ese tiempo anterior,
la noción de progreso “daba la garantía” de que el futuro sería una superación de
ese presente (a partir de un proceso). Sin embargo, en un escenario como el actual,
esa noción de “avance a partir de la progresividad” se disuelve, dando lugar a formas
más fugaces de superación: la idea de éxito, desprovista de toda connotación social-
colectiva y procesualidad; y cargada de una significación individual-aleatoria.
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Sztulwark, Diego (2019) op. cit., p. 56.
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