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LA NUEVA OIA
DE LA CIENCIA ECONOMICA*
JOAN ROBINSON
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conocimientos, de ha
de empresa. El eleme
demanda del mercad
recursos dados.
Así, se refería esencialmente al período corto; pero Keynes algunas
veces pasa al futuro, en una teoría de largo plazo de un tipo harto
casual; no la desarrolla de una manera analítica estricta, pero sus ideas
al respecto eran muy optimistas. Según dicha teoría, con una población
estable ^-pues en ese tiempo no se preveía que la población creciese
en los países desarrollados casi tan rápidamente como en los países
subdesarrollados^, con una población estable '-decimos^-, y con una
elevada tasa de inversión que llevaría a una utilización máxima de los
recursos, quizá en treinta años se lograría tal saturación de capital, que
permitiría empezar a vivir una vida civilizada, resolviéndose los proble-
mas económicos, e incidentalmente los problemas sociales, porque cuan-
do el capital deje de escasear no puede demandar un ingreso; así, el
ingreso o renta de la propiedad desaparecería. Esta era la ilusionada
visión de Keynes.
Ahora bien, no podemos decir que estaba equivocado respecto a sus
propios fundamentos, porque, como señaló el señor Kalecki en una de
sus conferencias, en realidad hemos tenido capitalismo sin desempleo,
más o menos desde la guerra, pero ello no se ha logrado mediante una
tasa elevada de inversión útil. Se ha mantenido principalmente median-
te el artilugio de cavar hoyos en el suelo y llenarlos otra vez de tierra,
o en peor forma que la de cavar hoyos en el suelo, propiciando la des-
trucción del mundo. Este uso de los recursos ha logrado realmente
mantener la demanda efectiva en el mundo capitalista. Y no podríamos
pretender que las cosas no están bien, si se usase de una manera siste-
mática el excedente de que dispone una economía capitalista, para in-
versiones útiles y para elevar el nivel de vida del pueblo, hasta acer-
carnos, tras de estos treinta años, a la saturación. En cualquier caso,
era el punto de vista de Keynes, que la inversión puede conducir por sí
misma, a su fin, con lo que el futuro registraría una productividad de-
cadente del capital, una disminución de la eficiencia del capital, mien-
tras las disponibilidades del capital crecían.
Ahora bien, esta teoría según la cual la inversión, necesariamente,
por sí misma, conduce a su fin, que la tasa de la renta se contraería, y
desaparecería la demanda de recursos de inversión, fue rebatida por
Harrod. La famosa fórmula de Harrod para el crecimiento perpetuo
se pregunta: ¿por qué se acabaría la inversión?
Escribiré la siguiente fórmula.
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LA NUEVA OLA DE LA CIENCIA ECONOMICA 51
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de su concepción del
dicho ingreso.
A mi juicio debemos
turalista, y preguntar
ría elevado o reducido.
La modificación importante de la teoría de Harrod estriba en la
concepción según la cual el ahorro es, esencialmente, una parte de la
ganancia. Puede haber, naturalmente, algún ahorro procedente de sala-
rios, pero la parte sustancial del ahorro siempre provendrá de las uti-
lidades, característica esencial, ésta, de un sistema capitalista. No se
trata, simplemente, de que las personas que viven de rentas, general-
mente tengan un ingreso superior a las que viven de salarios. Esto pue-
de ser cierto, pero no es la única razón según la cual esperamos que el
ahorro salga de las rentas. Las rentas son un tipo específico de ingreso
que acumulan, en primera instancia, las empresas; las personas que di-
rigen las empresas están interesadas en aumentar su capital, y la con-
secuencia que quiere derivarse es que existe una diferencia cualitativa
entre renta y salario.
El ahorro generado por el salario podría ser, principalmente, el de-
dicado a ahorrar para la vejez, y destinarse, en la edad evanzada, para
la educación de los hijos. En este caso se ahorra esencialmente para
luego gastar, mientras que el ahorro que proviene de ganancias es aho-
rro para acumular.
A mi juicio, esto es tan cierto para los empresarios anticuados como
para las empresas modernas.
Siempre estamos hablando, en nuestros días, del cambio y la refor-
ma del capitalismo, acaecido con la revolución gerencial. Pero las em-
presas capitalistas generalmente están regidas por empleados asalaria-
dos, que no tienen un interés muy directo en las ganancias. Tienen, en
cambio, un interés indirecto muy fuerte en ellas, porque las utilidades
les permiten desarrollar sus empresas; hablando en general, consideran
a los accionistas, a quienes tienen que pagar dividendos, como si fuesen
acreedores. Tienen la sensación de que no están trabajando para los
accionistas. A su juicio trabajan para la empresa, y el hecho de que
tengan que mantener contentos a los accionistas, pagándoles algo, es
para ellos, en cierto modo, un desperdicio del dinero de la empresa.
Están obligados a hacerlo, pero su actitud les lleva a considerar que el
dinero debería pertenecer a la empresa. Así, tienen una fuerte propen-
sión a acumular, y los ahorros de utilidades que resultan de obtener
ganancias para la empresa, es un elemento muy importante en todos
los países capitalistas.
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