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LA CARTA MADRILEÑA.
Querido Eric,
El incidente
Comienzo por el final, es decir por el incidente. Es menor, sin duda, pero
da que pensar.
El domingo 12 de abril me entero, por un colega español que no es
madrileño, que una Conversación de Madrid ha tenido lugar la semana anterior, y
comprendo más bien por las mímicas que se hacen que por las palabras que se
me dicen, que yo fui criticado.
Me apetecen las críticas que se me hacen. Yo veo en ellas una marca de
interés. Me gusta justificarme. Frecuentemente encuentro ahí la ocasión de
progresar en mi comprensión de las cosas. Gustavo Dessal parece que tiene la
costumbre de decir que yo no respondo a las cartas amables, y que no se debe
jamás omitir, cuando se me escribe, deslizar una o dos cosas desagradables, las
cuales me hacen coger la pluma inmediatamente.
Es por eso que te pregunté si esta Conversación sería publicada, como lo
fueron las de París. Tú me anunciaste el envío de una transcripción, cuando el
texto hubiera sido corregido por los interesados. Efectivamente, cuando regresé
del Brasil, encontré en mi correo electrónico un envío de C. C. que pude abrir en
el curso de la noche del domingo 26 de abril.
La lectura de esta treintena de páginas no me dejó indiferente. Hubiera
querido haber estado presente, rectificar aquí un error, más allá hacer una
broma, aquí de nuevo presentar un argumento. Debiendo proseguir con la
corrección de las últimas pruebas del Seminario, no podía darme el lujo de
redactar una larga carta, pero tampoco podía continuar ese trabajo de monje sin
liberarme de las respuestas que me pasaban por la cabeza. En resumen, no pude
más y tomé la pluma al alba para responder al tiro a los propósitos que habían
retenido mi atención.
La acogida de C.C. fue encantadora. Ella me envió un mensaje electrónico
para cumplimentar la hazaña, y emprendió inmediatamente la traducción de esas
Réponses para adosarlas, como yo le pedía, a la publicación de la Conversación.
En este punto dejé de pensar en ello.
He aquí que el martes último, recibo la carta de los 13 colegas. Están
escandalizados de que yo me transforme en interlocutor de una Conversación
donde no tenía nada que hacer; que haciéndolo constituyo enfrente de mí un
"Madrid patológico" que, según ellos, sería bien conocido; que manipulo frases,
puntuándolas indebidamente y sacándolas de su contexto de enunciación; que
respondo de un modo a veces irónico, o quejándome de una falta de afecto, o
invocando los tiempos en que iba a Madrid en misión de "mediación" (con
comillas). En suma, una desestimación de mis Réponses. De tomarlos en serio,
mis Réponses constituyen en sí mismas un ataque a la libertad de palabra en la
Escuela Europea.
Asombro, "estupefacción", la palabra se encuentra en la carta de los 13, y
yo podría retomarla a mi cuenta para calificar el sentimiento que me inspira su
carta, y particularmente cuando encuentro en la lista de los firmantes el nombre
de C.C. que, cuatro días antes, me había enviado su propia traducción de mis
Réponses, habiéndome apurado el domingo para que le conteste, y así poder
publicarlas.
Respondí sin demora tres o cuatro frases en español. Fue la primera de las
tres cartas contradictorias que envié sucesivamente aquella tarde. Yo mismo me
quedo sorprendido. Tenemos aquí la traza de un tiempo lógico cuyas etapas se
dejan reconstituir apres-coup.
Primer tiempo: “Ellos tendrían el derecho de criticarme como quieran, y yo
no tendría el derecho de responderles. Ellos reclaman una libertad de palabra
que no les es impugnada, pero a mí me rechazan esa misma libertad de palabra.
Esto no se sostiene, es contradictorio”. Entonces respondí, a las l3h.l0, que no
estaba convencido por sus argumentos, que yo les había escrito lo más
naturalmente del mundo, y que sería necesario sin duda hablarse frente a frente
para esclarecer ese diferendo.
Segundo tiempo. En el curso de la hora siguiente mis pensamientos fueron
los siguientes: “al nivel de los argumentos, no puedo darles razón. Pero no es
cuestión solamente de los argumentos. ¿ Quién firma esa carta ? Yo los conocía a
casi todos. Está Carmen, que fue mucho tiempo la única representante del
Campo Freudiano en España, y por la cual tengo una afección que resiste al
curso de los años y a todos los desacuerdos. Está Vicente, del cual hice el primer
presidente de la Sección de Madrid. Está Jorge, una de las grandes plumas del
Campo Freudiano en lengua castellana, y está ... y está ... Si me escriben esa
carta furiosa, debe haber una razón, debe ser "en algún lado" culpa mía. No voy a
detenerme en los argumentos, que no son fuertes, debo hacer un paso hacia
ellos, señalarles que son escuchados”. De ahí mi segunda carta, a las 14h.50,
donde yo proponía que no se publique nada, ni la Conversación, ni mis Réponses.
Tercer tiempo. Me fueron necesarias dos horas todavía para llegar a la
conclusión: “Parezco proponer un toma y daca: Ustedes retiran la Conversación,
yo retiro mis Réponses. Eso no va. Si yo redacté esas Réponses, fue para empezar
un diálogo. Yo hubiera podido, leyendo la Conversación, ofenderme por ciertas
palabras, decir mi asombro, tomarlo muy mal. Y no lo hice, le di a mis Réponses
un tono alegre, y esperé réplicas acordes. Sin duda he sido mal recompensado
por esa indulgencia. Así pues, eso no marcha. No logré conducirlos a entrar en
un debate amistoso. Este fracaso, debo pagarlo. ¿No es entonces más generoso
retirar ese texto que los hiere, cuando tendría el "derecho" a mantenerlo? No se
trata tampoco de "derechos" como no se trata de "argumentos". Vamos, Jacques-
Alain, retira entonces ese texto sin condiciones. ¿Es capitular? Capitulemos
valientemente”. Escribí entonces mi tercera y última carta, haciendo caer sobre
mí la culpa del malentendido, pero sin pedir ya una reunión: “Ellos quieren
arreglar esto entre ellos”, pensaba yo.
He aquí la anécdota. No es nada, y es mucho. No he terminado de
reflexionar sobre eso.
Primera reflexión
Un viejo debate
¿ Apocalipsis now ?
Precaridad de la AMP
* * * *
Son las ocho de la mañana de este sábado, dejo esto aquí para enviártelo
por fax.
Te deseo buen viaje. Transmite mis saludos a los colegas de Madrid. Yo los
veré pronto ya que la Sección me invita. Un fax me lo hizo saber mientras
redactaba esta carta ...
Eros late todavía ...
Saludos, viejo camarada, y suerte en Madrid.
Jacques-Alain