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PAPELES

DE
PANDORA

Rosario Ferrí

VINTAGE EsPAÑOL
Vintage Boaks
Una diai¡ión de Random House, I nc.

Nueua York
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PRIMIlRA lll)l(llóN l]N tisPAÑOI- Dr] VlNl^GE' y /e rega/ó ana caja donde e¡taban enceradlJ
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todos /os bienes y todos los males de /a
O zooo bY Rosario Ferré humanidad, Pandora abrití la caja fatal y su
czntenidl v esparció pnr e/ mundo, n0 qaedandt
Todos los clerechos reservaclos bajo las Convenciones Panamerit an¡s e
en e/la más ltien qae e/ de /a esperanza.
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Ferré, Rosario.
Pa¡reles cle Panclora / Ros¿rio Ferré.- r. ed. en espnñol cn Vintage
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ro 9 tl i 6 5 I
La muñeca menor

La tía vieja había sacado desde muy temprano el sillón al bal-


cón que daba al cañaveral como hacía siempre que se desper-
taba con ganas de hacer una muñeca. De joven se bañaba a
menudo en el río, pero un día en que la lluvia había recrecido
la corriente en cola de dragón había sentido en el tuétano de
los huesos una mullida sensación de nieve. La cabeza metida
en el reverbero negro de las rocas, había creído escuchar,
revolcados con el sonido del agua, los estallidos del salitre
sobre la playay pensó que sus cabellos habían llegado por fin
a desembocar en el mar. En ese preciso momento sintió una
mordida terrible en la pantorrilla. La sacaron del agua gri-
tando y se la llevaron a la casa en parihuelas retorciéndose de
dolor.
El médico qr-re la examinó aseguró qLre no era nada, pro-
bablemente había sido mordida por una chágara viciosa. Sin
embargo pasaron los días y la llaga no cerraba. Al cabo de un
mes el médico había llegado a Ia conclusión de que la chága-
ra se había introducido dentro de la carne blanda de la panto-
rrilla, donde había evidentemente comenzado a engordar.
Indicó que le aplicaran un sinapismo para que el calor la
obligara a salir. La ¡ía estuvo una semana con la pierna rígida,

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Rosario Ferrií La muñeca menor

cubierta de mostaza desde el tobillo hasta el muslo, pero al había ido agrandando el tamaño de las muñecas de manera
finalizar el tratamiento se descubrió que Ia llaga se había que correspondieran a la estatura y a las medidas de cada una
abultado aún más, recubriéndose de una substancia pétrea y de las niñas. Como eran nueve y latía hacía una muñeca de
limosa que eta imposible tratar de remover sin que peligrara cada niña por año, hubo que separar una pieza de la casa para
toda la pierna. Entonces se resignó a vivir para siempre con la que la habitasen exclusivamente las muñecas. Cuando la
chágaraenroscada dentro de la gruta de su pantorrilla. mayor cumplió diez y ocho años había ciento veintiséis muñe-
Había sido hermosa, pero la chágara que escondía bajo los cas de todas las edades en la habitación. Al abrir la puerta,
largos pliegues de gasa de sus faldas Ia había despojado de daL>a la sensación de entrar en un palomar, o en el cuarto de

toda vanidad. Se había encerrado en la casa rehusando a todos muñecas del palacio de las zarinas, o en un almacén donde
sus pretendientes. Al principio se había dedicado aIa crianza alguien había puesto a madurar una larga hilera de hojas de
de las hijas de su hermana, arrastrando por toda la casa la tabaco. Sin embargo , Ia tía no entraba en la habitación por
pierna monstruosa con bastante agilidad. Por aquella época ninguno de estos placeres, sino que echaba el pestillo a la
lafamtlia vivía rodeada de un pasado que dejaba desintegrar puerta e iba levantando amorosamente cada una de las muñe-
a su alrededor con la misma impasible musicalidad con que cas canturreándoles mientras las mecía. "Así eras cuando
la lámpara de cristal del comedor se desgranaba a pedazos tenías un año, así cuando tenías dos, así cuando tenías tres,"
sobre el mantel raído de la mesa. Las niñas adoraban a la tía. reviviendo la vida de cada una de ellas por la dimensión del
Ella las peinaba, las bañaba y les daba de comer. Cuando les hueco que le dejaba entre los brazos.
leía cuentos se sentaban a su alrededor y levantaban con disi- El día que la mayor de las niñas cumplió diez años, la tía
mulo el volante almidonado de su falda para oler el perfume se sentó en el sillón frente al cañaveral y no se volvió a levan-

de guanábana madura que supuraba la pierna en estado de tar jamás. Se balconeaba días enteros observando los cambios

quietud. de agua de las cañas y sólo salía de su sopor cuando laveníaa


Cuando las niñas fueron creciendo la tía se dedicó a hacer- visitar el doctor o cuando se despertaba con ganas de hacer
les muñecas para jugar. Al principio eran sólo muñecas una muñeca. Comenzaba entonces a clamar para que todos
comunes, con carne de guata de higüera y ojos de botones los habitantes de la casa viniesen a ayudarla. Podía verse ese
perdidos. Pero con el pasar del tiempo fue refinando su arte día a los peones de la hacienda haciendo constantes relevos al
hasta ganarse el respeto y la reverencia de toda la familia. EI pueblo como alegres mensajeros incas, a comprar cena, a
nacimiento de una muñeca era siempre motivo de regocijo comprar barro de porcelana, encajes, agujas, carretes de hilos
sagrado, lo cual explicaba el que jamás se les hubiese ocurri- de todos los colores. Mientras se llevaban a cabo estas dili-
do vender una de ellas, ni siquiera cuando las niñas eÍan ya gencias, Ia tía llamaba a su habitación a la niña con la que
grandes y la familia comenzaba a pasar necesidad. La tía había soñado esa noche y le tomaba las medidas. Luego le

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Rosario Ferrí La muñeca menor

hacía una mascarilla de cera que cubría de yeso por ambos de la boda la tía les regalaba a cada una Ia última muñeca
lados como una cara viva dentro de dos caras muertas; Iuego dándoles un beso en la frente y diciéndoles con Lrna sonrisa;
hacía salir un hilillo rubio, de cera derretida, por un hoyito "Aquí tienes tu Pascua de Resurrección". A los novios los
en la barbilla. La porcelana de las manos era siempre translú- tranquilizaba asegurándoles que Ia muñeca era sólo una deco-
cida; tenía un ligero tinte marfileño que contrastaba con la ración sentimental qr-re solía colocarse sentada, en las casas de
blancura granulada de las caras de biscuit. Para hacer el cuer- antes, sobre la cola del piano. Desde lo alto del balcón la tía
po, la tía enviaba al jardín por veinte higüeras relucientes. observaba a las niñas bajar por última vez las escaleras de la
Las cogía con una mano y con un movimiento experto de la casa sosteniendo en una mano la modesta maleta a cuadros de
cuchilla las iba rebanando una a una en cráneos relucientes de cartón y pasando el otro brazo alrededor de la cintura de
cuero verde. Luego las inclinaba en hilera contra la pared del aquella exuberante muñeca hecha a su imagen y semejanza,
balcón, para que el sol y el aire secaran los cerebros algodono- calzada con zapatillas de ante, faldas de bordados nevados y
sos de guano gris. Al cabo de algunos días raspaba el conteni- pantaletas de valenciennes. Las manos y la cara de estas
do con una cuchara y lo iba introduciendo con infinita muñecas, sin embargo, se notaban menos transparentes, tení-
paciencia por la boca de la muñeca. an la consistencia de la leche cortada. Esta diferencia encu-
Lo único que la tía transigía en utilizar en la creación de bría otra más sutil: la muñeca de boda no estaba iamás
las muñecas sin que estuviese hecho por ella, eran las bolas de reliena de guata, sino de miel.
los ojos. Se los enviaban por correo desde Europa en todos los Ya se habían casado todas las niñas y en la casa quedaba
colores, pero la tía los consideraba inservibles hasta no haber- sólo la más joven cuando el doctor le hizo a la tía la visita
los dejado sumergidos durante un número de días en el fondo mensual acompañado de su hijo, que acababa de regresar de
de la quebrada para que aprendiesen a reconocer el más leve sus estudios de medicina en el norte. El ¡oven levantó el
movimiento de las antenas de las chágaras. Sólo entonces los volante de la falda almidonada y se quedó mirando aquella
lavaba con agua de amoniaco y los guardaba, relucientes inmensa vejiga abotagada que manaba una esperma per-
como gemas, colocados sobre camas de algodón, en el fondo fumada por la punta de sus escamas verdes. Sacó su esteto-
de una lata de galletas holandesas. El vestido de las muñecas scopio y la auscultó cuidadosamente. La tía pensó que
no variaba nunca, a pesar de que las niñas iban creciendo. auscultaba la respiración de la chágara para verificar si toda-
Vestía siempre a las más pequeñas de tira bordada y a las vía estaba viva, y cogiéndole la mano con cariño se la puso
mayores de broderí, colocando en la cabeza de cada una el sobre r-rn lugar determinado para qr-re palpara el movimiento
mismo lazo abullonado y trémulo de pecho de paloma. constante de las antenas. El joven dejó caer la falda y miró
Las niñas empezaron a casarse y a abandonar la casa. El día fijamente al padre. "Usted hubiese podido haber curado esto
Rosario F errí La tnttñeca tneltor

en sus comienzos," le dijo. "Es cierto," contestó el padre, "pero pechar qLre sLr mariclo no sólo tenía el perfil de silueta de
yo sólo quería que vinieras a ver Ia chágara que te había paga- papel sino también el alma. Confirmó sus sos¡rechas al poco
do los estudios durante veinte años." tiempo. Lln día él le sacó los ojos a la muñeca con Ia punta
En adelante fue el joven médico quien visitó mensualmen- del bisturí y los empeñó por un lLrjoso reloj de cebolla con
te a la tía vieja. Era evidente su interés por la menor y Ia títr una larga leontina. l)esde entonces la muñeca sigttió senrada
pudo comenzar su úrltima muñeca con amplia premedita- sobre la cola dei pinno, pero con los ojos bajos.
ción. Se presentaba siempre con el cuello almidon¿rdo, los A los pocos meses el joven n-réclico notó la ausencia de la
zapatos brillantes y el ostenroso alfiler de corbara orienral del muñeca y le pregr-rnti; a la menor qué había hecho con ella.
que no tiene donde caerse muerto. Luego de examinar a la tía Una confraclía de señoras piadosas le había ofrecido ¡-rna
se sentaba en la sala recostando su siiueta de papel clentro de btrena suma por la cara y las manos de porcelana para l-racerle
un marco ovalado, a la vez que le entregaba a Ia menor el un retablo a la Verónica en la próxima procesión de Cuares-
mismo ramo de siemprevivas moradas. Eila le ofrecía galleti- ma. La menor le contestó clue las hormigas habían descubier-
tas de jengibre y cogía el ramo quisquillosamente con la to por fin clue I¿r mnñeca estaba rellena de mlel y en un¿r sola
punta de los dedos, como quien coge el estómaÉlo de un erizo noche la hal¡ían devorado. "Como las manos y la cara eran de
vuelto al revés. Decidió casarse con él porque le intrigaba su porcelana de Mikaclo, "dijo," seguramente las hormigas las
perfil dormido, y porque tenía ¡¡anas cle saber cómo era por creyeron hechas de az('tcar, y en este preciso momento deben
dentro la carne de delfín. de estar quebránciose los clientes, royendo con fllria dedos y
El día de la boda la menor se sorprendió al coger la muñe- párpados en algr-rna cuev¿r subterránea." Esa noche el médicc¡
ca por la cintura y encontrarla tibia, pero lo olvidó en segui- cavó toda la tierra ¿rlrededor de la casa sin encontrar nada.
da, asombrada ante su excelencia artística. Las manos y la Pas¿rron los ¿ños y cl méclico se hizo millonario. Se había
cara estaban confeccionadas con delicadísima porcelana de quedaclo con toda la ciientela clei pr-reblo, a qr-rienes no les
Mikado. Reconoció en la sonrisa entreabiertn y un poco trisre importaba pagtrr honorarios exorbitantes para poder ver de
la colección completa de sus dientes de leche. Había, además, cerca ¿r un miembro legítimo de la extinta aristocracia cañe-
otro detalle particuiar: Ia tíahabía incrustado en ei fondo de ra. La menrlr seguía sentada en el balcón, inmóvil dentro de
ias pupilas de los ojos sus dormilonas de brillantes. sus gasas y encales, siernpre con los oios baios. Cuando los
El joven médico se la llevó a vivir al pueblo, a una casa pacientes cle slr marido, colgados cie collares, plumachos ,v
encr-radrada dentro de un bloque de cemento. La obligaba bastones, se acomodaban cerca de ella removienclo los rollos
todos los días a sentarse en ei balcón, para que los clue pasa- de sus c¿lrnes satisf-ech¿rs con un ¿rlboroto de moneclas, per-
ban por la calle supiesen que él se había casado en sociedad. cibían a su alrededor r-rn perfume particular qlle les hacía
Inmóvii dentro de su cubo de calor. la menor comenzó a sos- recordar involr-rntariamente la lenta sr-rpuración de una gua-

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Rosario Ferré

nábana. Entonces les entraban a todos unas ganas irresistibles


de restregarse las manos como si fueran patas.
Una sola cosa perturbaba la felicidad del médico. Notaba Eva María
que mientras él se iba poniendo viejo, la menor guardaba la
misma piel aporcelanada y dura que tenía cuando la iba a
visitar a la casa del cañaveral. Una noche decidió entrar en su
habitación para observarla durmiendo. Notó que su pecho no
se movía. Colocó delicadamente el esteroscopio sobre su
corazón y oyó un lejano rumor de agua. Enronces la muñeca
levantó los párpados y por las cuencas vacías de los ojos desnuda germinaba hojas por mi cuerpo de paraíso
comenzaron a salir las anrenas furibr-rndas de las chágaras. sabia cuando tú inocente
la manzana gustada ya en mi mano
me acerqué y te le ofrecí
para después yo misma estrangularla
o padre o patria o tierra del padre
eva fortunata amaranta maría
cuerpo jardín sellado
cuerpo huerto prometido
grávido de cabezas y de lenguas y de oios que reposan
esperando
mi madre tu madre sentada en el centro de la tierra
enmadejando lo que tu desenmadeias enmadejando
con los hilos de su carne
por eso parturienta con gusto partida
por eso cal:eza de niño y grito entre las piernas
por eso del paraíso salida
para entrar con Ios ojos abiertos por las puertas del infierno

he tratado de ser como querías


buena sorda mr-rda ciega

.L-_
||rfl

Cuando /a¡ muferes quieren a /os /tonbres

rincones para ver quién ganaba, o aI menos eso pensábamos


enronces, antes de que intuyéramos rus verdaderas intencio-
Cuando las mujeres nes, la habilidacl con que nos habías estado manipulando
para que nos fuéramos funcliendo, para que nos fuéramos
quieren a los hombres difumrnando una sobre la oua como una foto vreja colocada
amorosamente debajo de su negativo, como ese otro rostro
desconsolado que llevamos dentro y que un día de ¡;olpe se
nos cala en la cara.
Al fin y al cabo no ha de parecer ran extraño todo esro, es
/a Puta q/./e )'o L'o¡lozc() casi necesario que sucediera como sr_rcedió. Nosorras, tu que-
rta es cle la china ni tlel jaPrín, rida y tu mujer, siempre hemos sabido que debajo de cada
Prtrclae /a Pata t'iette ¿le Prtnce dama de sociedad se oculra una prostituta. Se les nota en la
uiene dt/ ltatria de san attlrín, manera lenta que tienen de cruzar una pierna sobre la otra,
de san antón rozándose los muslos con la seda de la entrepierna. Se les nota
-plena en la manera en que se aburren de los hombres, no saben lo
pera cudn-
Ttrofetizatnos .rí/o en parte,
"clnlt-eil?ai srí/o en parte 1' que es estar como nosotras, cabreadas para toda la vida por el
do /legtte /o perfexo desaparecerá /o parcia/. Abora ueiltls f)or mismo nada más. Se les nota en Ia manera en que van saltan-
un espelrt 0ra/'/rd/nente, l¡ldi eiltlnceJ L'ere¡)nJ cAl'A ¿/ c¿lrtt
)' do de hombre en homb,re sobre las patas de sus pesrañas,
Pablt,, primera epístola a los corintios, ocultando enjambres de luces vercles y azules en el fondo de
-Sdn
XIll, t z, cortocida tanl¡iín crnno epíxola clel amor' sus vaginas. Porque nosotras siempre hemos sabido que cacla
prostituta es Lrna dama en potencia, anegada en la nostalgia
de una casa blanca como una paloma qlre nunca tendrá, de
Fue cr-rando tú te¡norisre, Ambrosio, y nos clejaste a cacla ttna esa casa con balcón de ánforas plateadas y guirnaldas de fru-
la mitad de toda tu herenci¿, tltte cmpezf toclo es¡e clesbara- tas de yeso colgando sobre las puerras, anegada en esa nostal-
jr-rste, este escánd¿lcl girirndo por todas partes como tln ¿rro de gia del sonido que hace la losa cuando manos invisibles
hierro, restrellando tu buen nombre contra las parecles del ponen ia mesa. Porque nosorras, isabel Luberza e Isabei la
pueblo, esta confusión aftieteacla y aboilacla clue tír b¿rmbole- Negra, en nuesrra pasión por ri, Ambrosio, desde el comien-
abas por gusto, empr-rjándonos a las clcls cuest:r nbeijo a ia vez' zo de los si¿¡los, nos habíamos estado acercando, nos había-
Cualquiera diría que hiciste lo que hiciste tr propósito, por el mos estado santiflcandt¡ la una a la otra sin darnos cuenta,
placer cie vernos prenderte clr¿ltro velas y ponértelas por los purificándonos de todo aquello que nos definía, a una como

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LL.
V
'l
Rosario Ferrí Cuanda /as naf eres c¡uieren a /os bombres

prostituta y a otra como dama de sociedad. De manera que al su casa pichones de paloma en laras de galleta La Sultana para
final, cuando una de nosotras le ganó a la otra, fue nuestro hacerle caldos a rodos los enfermos del puebio, o Isabel la
más sublime acto de amor. Negra, de quien jamás se pudo decir qr-re daba lo mismo por-
Tú fuiste el culpable, Ambrosio, de que no se supiera que no era ni cl-richa ni limonada; Isabel Luberza la bizcoche-
hasta hoy cuál eracuál entre las dos, Isabel Luberza recogien- ra, la tejedora de frisitas y botines de perlé color cle nube, ia
do dinero para restaurar los leones de yeso de Ia plaza que bordadora de trutrú alrededor de los cuellitos de las cotitas
habían deiado de echar agua de colores por la boca, o Isabel la de hilo más finas, de esas qr-re Ie encargaban las Antiguas
Negra, preparando su cuerpo para recibir el semen de los Alumnas del Sagrado Corazón para sLrs bebés.
niños ricos, de los hijos de los patrones amigos tuyos que Isabel la Rumba Macumba Candombe Bámbula; isabel
entraban todas las noches en mi casucha alicaídos y apocados, la Tembandumba de la Qurmbamba, conroneando su carne
arrastrando las ganas como pichones moribundos con mal de de guingambó por Ia encendida calle antillana, sus tetas de
quilla, desfallecidos de hambre frente al banquete de mi toronja rebanadas sobre el pecho; Isabel Segunda la reina de
cuerpo; Isabel LuberzalaDama Auxiliar de la Cruz Ro¡a o España, patrona de la calle más aristocrárica cle Ponce; Isabel
Elizabeth the Black, la presidenta de los Young Lords, afir- la Cabailera Negra, la única en quien fuera conferido jamás el
mando desde su tribuna que ella era la prueba en cuerpo y honor de perrenecer a la orden del Sanro Prepucio de Cristo;
sangre de que no existía diferencia entre los de Puerto Rico y Isabel la hermana de San Luis Rey de Francia, patrona del
los de Nueva York puesto que en su carne todos se habían pueblo de Santa Isabel, adormecido desde hace siglos debajo
unido; Isabel Luberza recogiendo fondos parala Ciudad del de Las Tetas azules de Doña Juana; Isabel Luberza la CatóIj-
Niño, Ciudad del Silencio, Ciudad Modelo, ataviada de Fer- ca, la pintora de los más exquisitos detentes del Sagrado
nando Pena con largos guantes de cabritilla blanca y estola Corazón, goteando por el costado las tres únicas gotas de rubí
de silver mink o Isabel la Negrera, la explotadora de las neni- divino capaces de detener a Satanás; Isabel Luberza Ia santa
tas dominicanas desembarcadas de contrabando por las pla- de las Oblatas, llevando una bandeja servida con sus dos reras
yas de GuayanilJa; Isabel Lubena la dama popular, ia rosadas; Isabel Luberza la Virgen del Dedo, sacando piadosa-
compañera de Ruth Fernández el alma de Puerto Rico hecha mente el pulgar por un hueqr-rito bordado en su manto; Isa-
canción en las campañas políticas, o Isabel la Negra, el alma bei la Negra, la única novia de Brincaicógelo Maruca, la
de Puerto Rico hecha mampriora, Ia Reina de San Antón, La única que besó sus pies deformes y los lavó con su llanro, la
Chocha de Chichamba, la puta más artiliera del Barrio de única que bailó junto a los niños al son de su pregón Hershey-
la Cantera, la cuera de Cuatro Calles, la chinga de Singapur, barskissesmilkyways, por las calles ardientes de Ponce; Isabel
la chula de Machuelo Abajo, la ramera más puyúa de todo el la Perla Negra del Sur, la Reina de Saba, the Queen of Chiva,
Coto Laurel; Isabel Luberza la que criaba encima del techo de la Chivas Rigal, Ia Tongolele, la Salomé, girando su vienrre
TlT r'tl. lr-
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Rosario Ferré Cuando /as ntujeres quieren a los bonbres

de giroscopio en círculos de bengala dentro de los oios de los de Isabel Luberza y de Isabel la Negra, de esta casa que ahora
hombres, meneando para ellos, desde tiempos inmemoriales, pasará a convertirse en parte de una misma leyenda, la leyen-
su crica multitudinaria y su culo monumental, descalabran- da de la prosrirura y de la dama de sociedad. Sentada en el
do por todas las paredes, por todas las calles, esta confusión balcón de mi nue\¡o prostíbulo sin que nadie sospeche, los
entre ella y ella, o entre ella y yo, o entre Yo Y Yo, porque balaustres de largas ánforas plateadas pintados ahora de shock-
mientras más pasa el tiempo, de tanto que la he amado, de ing pink alineados frente a mí como falos alegres, las guir-
tanto que la he odiado, más difícil se me hace contar esta his- naldas de yeso blanco adheridas alafachada,que le daban a la
toria y menos puedo diferenciar entre las dos. casa ese aire romántico y demasiado respetable de bizcocho
de boda, esa sensación de estar recubierta de un icing agalle-
Tantos años de rabia atarascada en Ia garganta como un taco tado y tieso como la falda de una deburante, pintadas ahora
mal clavado, Ambrosio, tantos años de pintarme las uñas de colores tibios, de verde chartreuse con anaranjado, de lila
todas las mañanas acercándome a la ventana del cuarto para con amarillo dalia, de esos colores que invitan a los hombres
ver mejor, de pintármelas siempre con Cherries Jubilee por- a relajarse, a dejar los brazos deslizárseles por el cuerpo como
que era la pintura más roja que había entonces, siempre con si navegasen sobre la cubierta de algún trasatlántico blanco.
Cherries Jubilee mientras pensaba en ella, Ambrosio, en Isa- Las paredes de la casa, blancas y polvorientas como alas
bel la Negra, o a lo meior ya había empezado a pensar en mí, de garza, pintadas ahora de verde botella, de verde culo de
en esa otra que había comenzado a nacerme desde adentro vidrio para que sean rransparenres, para que cuando nos pare-
como un quiste, porque desde un principio era extraño que mos tú y yo, Ambrosio, en Ia sala principal, podamos ver lo
yo, Isabel Luberza tu mujer, que tenía el gusto tan refinado, que está sucediendo en cada uno de los cuartos, en cada una
me gustara aquel color tan chillón, berrendo como esos colo- de las habitaciones donde nos veremos desdoblados en veinre
res que le gustan a los negros. Siguiendo una a una el contor- imágenes idénricas, reflejados en los cuerpos de los que alqui-
no de las lunas blancas en Ia base de mis uñas, pasando larán estas habitaciones para rener en ellas sus orgasmos
indi-
cuidadosamente los pelitos del pincel por la orillita de mis ferentes, abstraídos por completo de nuesrra presencia,
uñas limadas en almendta, por la orillita de la cutícula que repitiendo en sus cuerpos, una y otra vez hasta el fin de los
siempre me ardía un poco al contacto con la pintura porque tiempos, el rito de nuestro amor.
al recortármela siempre se me iba la mano, porque al ver el Sentada en el balcón esperando que entren en esra casa
pellejito indefenso y blando apretado entre las puntas de la para buscarla y se la lleven, sentada esperando para verla
tijera me daba siempre un poco de rabia y no podía evitar pasar camino de esa sepultura que me tocaba a mí pero que
pensar en ella. ahora le darán a ella, al cuerpo sagrado de Isabel Luberza, a
Sentada en el balcón de esta casa que ahora será de las dos, ese cuerpo del cual nadie había visto jamás hasta hoy la

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Ro.¡ario Ferrí Cuando /as muieres quieren a /os hontbret

menor astilla de sus nalgas blancas, l¿r más tenue viruta de


sio, todavía estabas vivo, el pueblo enrero vaciándose en la
sus blancos pechos, arrancada ahora de ella esa piel de puclor
casa para asistir a las fiestas y yo de pie junto a ti como un
que había protegido su carne, perdida al fin esa virginiclad de jazmín retoñado adosado al muro, rindiendo mi mano perfu-
madre respetable, cle esposa respetable que iamás había pisa- mada para que me la besaran, mi pequeña mano de nata que
do un prostíbulo, qr-re jamás había sido impalada en púrblico ya comenzaba a ser de ella, de Isabel la Negra, porque desde
como lo fui yo tantas veces, qLie jamás había dejaclo al descu- entonces yo sentía como una marea de sangre que me iba
bierto, pasto para los ojos éllrsaneros de los hclmbres, otra subiendo por la base de las uñas, cuajándome de Cherries
parte de su cLrerpo que los brazos, el cuello, las piernas de Ia
Jubilee toda por dentro.
rodilla para abajo. Su cr,rerpo ahora desnudo y teñido de
neélro, el sexo cubierto por un pequeño triángulo de amatis- No fue hasta que Isabel la Negra levantó el aldabón de la casa
tas entre las cuales está la clue el obispo llevaba en el dedo, los de Isabel Luberza y tocó tres veces que pensó que tal vez no
pezones atrapados en niclos de brillantes, gordos y redonclos fuese sensato io que hacía. Yeoía a hablar con ella del asunto
como garbanzos, los pies embr-rtidos en zapatos de escarcha de la casa que ambas habían heredado. Ambrosio, el hombre
roja, con dos corazones cosidos en las puntas, los tacones cho- con el cual habían convivido las dos cuando eran jóvenes,
rreando toclavía algr-rnas gotas de sangre. Ataviada, en fin' había muerto hacía ya muchos años, e Isabel la Negra, por
como toda una reina, como hr,rbiese ido atavi¿rda yo si éste consideración a su tocaya, no se había decidido a reclamarle
hubiese sido mi entierro. Ia parte de la casa que le correspondía, si bien había sabido
Esperando para restregarle en la cara, cuando pase bambo- hacer uso productivo de la herencia en efectivo que su aman-
ieándose debajo de una montaña de flores podridas, el perf u- te le había dejado. Había oído decir que Isabel Luberza esta-
me de Fler-rr de Rocaille qlre me Lrnté esta mañana en la base ba loca, que desde la muerte de Ambrosio se había encerrado
de todos los pelos de mi cuerpo, el polvo de Chant D'Aromes en su casa y no había vuelto a salir jamás, pero esro no pasaba
con que blanqueé mis pechos y que se escurre ahora silencio- de ser un rumor. Pensaba que habían pasado tantos años
so por los pliegues de mi vientre, el cabello una nube de desde que habían sido rivales que ya todo resenrimienro se
humo alrededor de mi cabeza, las piernas lisas como el sexo habría olvidado, que las necesidades inmediaras facllitarían
nupcial de una sultana. Esperanclo con su vestido de lamé un diálogo sensaro y productivo para ambas. La viuda segu-
plateado puesto, cubriéndome de pliegues los hombros' ramente estaría necesitada de una renta que le asegurara una
derramándoseme por la espalda como un manto de irielo que vejez tranquila, y que la motivara a venderle su mitad de la
brilla furioso a la luz clel medioclía, la garganta y las muñecas casa. Por su parre Isabel la Negra pensaba que eran muchas
apretadas por hilos cle brillantes exactamente igual qr're las razones por las cuales deseaba mudar allí su prostíbulo,
entonces, cuando yo tcldavía era Isabel Luberza y tú, Ambro- algunas de las cuales ella misma no entendía muy bien. Era

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É.r- \
C¡tando /as nujere.r qaieren a /os bt¡ntbres
Ro.¡ario Ferrá

Cuando Isabei Luberza Ie al¡ri(t la puerta Isabel la Negra


indudable que el negocio había tenido tanto éxito clue nece-
sintió que las fuerzas ie flaqueron. De tan hermosa qlle era
sitaba ampliarlo, sacarlo del arrabal en el cual se despresti-
todavía tuvo que bajar la vista, casi no se atrevió a mirarla.
gial-.ra y hasta daba la impresión de ser un negocio malsano.
Sentí deseos de besarle los párpados, tiernos como tela de
Pero el ansia de poseer aquella casa, de sentarse detrás de
coco nuevo y rasgaclcls a bisel. Pensé en Io mucho que me
aquel balcón de balaustres plateados, debajo de aquella
hubiera gustado lamérselos para sentirlos temblar, transpa-
fachada recargada de canastas de frutas y gr-rirnaldas de flores,
rentes y resbaladizos, sobre las bolas de los ojos. Se había
respondía a una nostalgia profunda que se le recrudecía con
trenzado el pelo alrededor del cr-rello, tal como Ambrosio me
los años, al deseo de sustituir, aunque fuera en su vejez, el
contaba qr-re hacía. El perfume demasiado dulce de Fleur de
recuerdo de aquella visión que había tenido de niña siempre
Rocaille me devolvió a la realidad. Ante todo necesitaba con-
que pasaba, descalza y en harapos, frente a aqr-rella casa, la
venceria de que yo buscaba su amistad y su confianza, de que
visión de un hombre vestido de hilo blanco, de pie en aquel
si era necesario estaba dispuesta a admitirla como partner en
balcón junto a una mujer rubia increíblemente bella, vestida
el negocio. Por un momento, al ver qlre se me quedaba
con un traje de lamé plateado.
mirando demasiado fijamente me pregunté si sería loca como
Era cierto que ahora ella era una self-made woman, que
decían, si verdaderamente se creería que ella era santa, si
hal>ía alcanzado en el pueblo un status envidiabie, a los ojos
de muchas de esas mujeres de sociedad cuyas familias se han
vliría en realidad obsesionada, como me decía Ambrosio
riendo, por santificarme a mí, sometiendo su cuerpo a toda
arruinado y que ahora sólo les queda el orgullo vacío de sus
clase de castigos descabeilados que ofrecía en mi nombre.
apellidos pero que no tienen dinero ni para darse su viajecito
Pero no importa. Si fuera cierto el rumor obraría en mi ven-
a Europa al año como yo me doy, ni para comprarse la ropa de
taja, ya que me demuestra cierta simpatía. Luego de mirarme
última moda que yo siempre compro. Pero aún así, a pesar de
por un momento más abrió la puerta y entré.
la satisfacción de haber sido reconocida su labor social, su
Al entrar en Ia casa no pude evitar pensar en ti, Ambrosio,
importancia fundamental en el desarrolio económico del
en cómo me tuviste encerrada durante tantos años en aquel
pueblo en los ndmerosos nombramientos prestigiosos de los
rancho de tablones con techo de zinc, condenada a pasarme
cuales había sido objeto, como presidenta de las cívicas, de
los días sacándole los quesos a lc¡s niñitos ricos, a los hijos de
las altrusas, de la Junior Chamber of Commerce, sentía que
tus amigos que tú me traías para que le hagas el favor Isabel,
algo le faltaba, que no se quería morir sin haber l-recho por Io
para que le abras esas ganas enlatadas que trae el pobre, coño
menos el esfuerzo de realizar a<¡uella quimera, aquel capricho
Isabel, no seas así, tú eres la úrnica que sabes, tú eres la mejor
de señorona gorda y rica, de imaginarse a sí misma, joven
que lo haces, conti¡;o nada más poclemos, mordiéndolos a
ou^ vez, vestida de lamé plateado y sentada en aqr-rel balcón,
pedacitos de memb'rillo o de pasta de guayaba, maceteándo-
del brazo de aquei hombre que ella también había amado.

1r
3o

É-
t!-_
Rosario F erró
Caando /a.r ntujeres qtt)eren ct /as hontbres

me los cachetes la frente la boca los ojos con el rodillo de seda


pelvis, porque las niñas bien tienen vaginas de plata pulida y
para excitarlos, para el sí mijito claro que puedes cómo no vas
..r"rpot de columnas de alabastro, porque no está bien que
a poder, déjate ir nada más, como si te deslizaras por una
hs niñas bien se monten encima y galopen por su propio
jalda en yagua, por una montaña de lavaza sin parar, orinán-
gusto y no por hacerie el gusto a nadie, porque ellos no
domeles encima para que se pudieran venir, para que sus
hubieran podido aprender a hacer nada de esto con las niñas
papás pudieran por fin dormir tranquilos porque los hijos
bien porque eso no hubiese estado correcto, ellos no se hubie-
que ellos habían parido no les habían salido mariconcitos, no
sen sentido machos, porqLle el macho es siempre el que tiene
les habían salido santoletitos con el culo astillado de porcela-
que romar la iniciativa pero alguien tiene qr-re enseñarlos la
na, porque los hijos que ellos habían parido eran hijos de San primera vez y pot eso van donde Isabel la Negra, neÉJra como
Jierro y de Santa Daga pero sólo podían traerlos a donde mí laborca en el fondo de la cafetera, como el fango en el fondo
para poder comprobarlo, arrodillándomeles al frente como del caño, revolcándose entre los brazos de isabel la Negra
una sacerdotisa oficiando mi rito sagrado, el pelo encegue- como entre látigos de lodo, porque en los brazos de Isabel Ia
ciéndome los ojos, bajando la cabeza hasta sentir el pene Negra todo está permitido, mijito, no hay nada prohibido, el
estuchado como Lrn lirio dentro de mi garg nta, teniendo cuerpo es el único edén sobre la tierra, la única fuente de las
cuidado de no apretar demasiado mis piernas podadoras de delicias, porque conocemos el placer y el placer es lo que nos
hombres, un cuidado infinito de no apretar demasiado los hace dioses, mijito, y nosotros, aunque seamos mortales,
labios, la boca devoradora insaciable de pistilos de loto. Pen- tenemos cuerpos de dioses, porque durante unos instantes les
sando que no era por ellos que yo hacía lo que hacía sino por hemos robado su inmortalidad, sólo por unos instantes. miji-
mí, por recoger algo muy antiguo que se me colaba en to, pero eso ya es bastante, por eso ahora ya no nos importa
pequeños ríos agridulces por los surcos detrás de la garganta, morirnos. Porque aquí, escondido entre los brazos de Isabel
para enseñarles que las verdaderas mujeres no son sacos que la Negra nadie te va a ver, nadie sabrá jamás que tú también
se dejan impalar contra la cama, que el hombre más macho tienes debilidades de hombre, que tú también eres débil y
no es el que enloquece a la mujer sino el que tiene el valor de puedes estar a la merced de una mujer, porqlle aquí, mijito,
dejarse enloquecer, enseñándolos a enloquecer conmigo ocul- hozando debajo de mi sobaco, metiendo tu lengua dentro de
tos en mi prostíbulo, donde nadie sabrá que ellos también se mi vulva sudorosa, dejándote chupar las tetiilas mudas y
han dejado hacer, que ellos han sido masilla entre mis manos, cachetear por las mías que sí pueden alimentar, que sí pue-
para que entonces puedan, orondos como gallos, enloquecer a den, si quisieran, darte el sustento, aquí nadie va a saber,
las blanquitas, a esas plastas de flan que deben de ser las aquí a nadie va a importarle que túr fi-reras un enclenque más,
niñas ricas. meado y cagado de miedo entre mis brazos, porque yo no soy
Porque no es correcto que a una niña bien se le disloque la más que Isabei la Negra, la escoria de la humanidad, y aqr-rí,

32 \1

É.- \-
Rosario Ferré Caando las mujeres qaieren a los hr¡mbres

te lo juro por la Mano Poderosa, mijito, te Io prometo por el rne tomala cara entre las manos y me la besa, ha comenzado a
Santo Nombre de Jesús que nos está mirando, nadie va a llorar. Coño, Ambrosio, tenias que tener un corazón de pie-
saber jamás que tú también quisiste ser eterno, que tú ram- dra para hacerla sufrir como la hiciste. Ahora me toma las
bién quisiste ser un dios. manos y se queda mirándome fijamente las uñas, que llevo
Cuando te empezaste a poner viejo, Ambrosio, la suerre se siernpre esmaltadas de Cherries Jubilee. Noto con sorpresa
me viró a favor. Sólo podías sentir placer al mirarme acostada que sus uñas están esmaltadas del mismo color que las mías.
con aquellos muchachos que me traías todo el tiempo y
empezaste a temer que me vieran a escondidas de ti, que me Al principio, Ambrosio, yo no podía comprender por qué
pag ran más de lo que tú me pagabas, que un día te abando- cuando te me moriste le dejaste a Isabel la Negra la mitad de
nara definitivamente. Entonces hiciste venir al notario y toda tu herencia, la mitad de esta casa donde tú y yo había-
redactaste un testamento nuevo beneficiando por partes mos sido tan felices. Al otro día del entierro, cuando me di
iguales a tu mujer y a mí. Isabel la Negra se quedó mirando cuenta de que el pueblo entero se había enterado de mi des-
las paredes suntuosamente decoradas de la sala y pensó que gracia, de que me estaban mondando pellejo a pellejo,
aquella casa estaba perfecta para su nlrevo Dancing Hall. De gozándose cada palabra que caía en sus bocas como uva recién
ahora en adelante nada de foquinato de malamuerte, del pelada e indefensa, caminé por las calles deseando que todos
mete y saca pof diez pesos, los reyes que van y vuelven y murieran. Fue entonces que el asunto empezó a cambiar. Isa-
nosotras siempre pobres. Porque mientras el Dancing Hall bel la Negra mandó a tumbar el rancho donde tú la ibas a
esté en el arrabal, por más maravilloso que sea, nadie me va a visitar y con tu dinero edificó su Dancing Hall. Entonces yo
querer pagar más de diez pesos la noche. Pero aquí en esta pensaba en lo que ella había llegado a significar para noso-
casa y en este vecindario cambiaría la cosa. Alquilaré unas tros, la suma y cifra de todo nuestro amor, y no podía aceptar
cuantas gebas jóvenes que me ayuden y a cincuenta pesos el en lo que se convirtió después.
foqueo o nacarile del oriente. Se acabaron en esta casa las Porque bien claro que lo dice San Pablo, Ambrosio, una
putas viejas, se'acabó la marota seca, los clítoris arrugados cosa es el adulterio llevado a cabo con modestia y moderación
como pepitas de china o irritados como vertederos de sal, se y otra cosa es el lenocinio público, el estupro de traganíque-
acabaron los coitos de coitre en catres de cucarachas, se acabó les y luces de neón. Bien claro que él Io dice en su Epístola a
el tienes hambre alzalapatay lambe, ésta va a ser una casa de los Corintios, si una mujer tiene marido infiel por la muier,
sún sún doble nada más. Isabel Luberza se había acercado a que se guarde de cometer mayores pecados al quedar con una
Isabel la Negra sin decirle una sola palabra. Había esrirado prostituta que no con muchas. Y la mujer a su vez, al perma-
los brazos y le había colocado las puntas de los dedos sobre necer sujeta a sus deberes de esposa y madre, mortificada su
los cachetes, palpándole la cara como si estuviera ciega. Ahora carne blancadelirio, sus raíces sumergidas en el sufrimiento

2,,'l
35

D- >-
Ro.rario I:errí 'r- Cuando /as mujerer quieren a los bombres

como a orillas de un plácido lago, exhala un perfume inefá_ para deleirarte cuando te acostabas, un derroche de rosas
y
ble, de aliento virginal, que sube y se remonra a los cielos. rnariposus marizadas, los hilos amorosos
del rosa más tenue,
agradando infinitamenre a Nuestro Señor. de un rosa de az(tcar refinada que te recordara
la alcurnia de
de
Los primeros años de nuestro matrimonio, cuando me clí nuestros apellidos, fijándome bien para que los sarmientos
cuenta de la relación que existía enrre ella y tú, me senrí [a nuestras iniciales quedaran siempre
justo debajo del vientre
más infeliz de las mujeres. De tanro llorar parecía que me sensible de tu antebrazo, Para que te despertaran, con su roce
hubiesen inyectado coramina en el inrerior de los párpaclos, delicioso de gusanillo de seda, la fidelidad sagrada debida a
qlre me temblaban como peces rojos sobre las bolas de los nuestra unión. Pero todo fue inútil' Margaritas atrojadas a
ojos. Cuando enrrabas en mi casa y venías de Ia de ella yo lo los cerdos. Perlas al estercolero.
sabía inmediatamente. Lo conocía en ru manera de colocarme Fue así que, a través de los años, ella se fue convirtiendo en
la mano sobre ia nuca, en ru manera lerda de pasarme los ojos algo como un mal necesario, un tumor que llevamos en el
por el cuerpo como clos moscas satisfechas. Era entonces clue seno y que vamos recubriendo de nuestra carne más blanda
más cuidaclo tenía que rener con mis refajos de raso y mi ropa para que no nos moleste. Era cuando nos sentábamos a la
interior de encaje francés. Era como si el recuerdo de ella se te mesa que a veces más cerca sentía su presencia. Los platos de
montara en Ia espalda, acosándore con brazos y piernas, gol- porcelana emanaban desde el fondo una paz cremosa, y las
peándote sin compasión. Yo entonces me tendía en la cama y gotas de sudor que cubrían las copas de agua helada, suspen-
me dejaba hacer. Pero siempre mantenía los ojos muy abier- didas en el calor como frágiles tetas de hielo, parecía que no
tos por encima de tus hombros que se doblaban una y orra se deslizarían nunca costado abajo, como si el frío que las sos-
vez con el esfuerzo para no perderla de vista, para que no se tenía adheridas al cristal, al igual que nuestra felicidad, fuese
fuera a creer que me le estaba entregando ni por equivoca- a permanecer allí, detenido para siempre' Me ponía entonces
ción. a pensar en ella empecinadamente. Deseaba edificar sus fac-
Decidí enronces ganarre por orros medios, por medio de ciones en mi imaginación para sentarla a mi lado en la mesa,
esa sabiduría anriquísima que había heredado de mi madre y como si de alguna manera ella hiciese posible aquella felici-
mi madre de su madre. Comencé a colocar diariamente la dad que nos unía.
servilleta dentro del aro de plata junto a tu plato, a echarle Me la imaginaba entonces hechizadoramente bella, tan
gotas de iimón al agua de tu copa, a asolear yo misma ru ropa absolutamente negra su piel como Ia mía era de blanca, el
sobre planchas ardientes de zinc. Colocaba sobre tu cama las pelo trenzado en una sola trenza, gruesa y tiesa, cayéndole
sábanas todavía tiblas de sol bebido, blancas y suaves bajo la por un lado de la cabeza, cuando yo enredaba la mía, delgada
palma de la mano como un muro de cal, esparciénclolas siem- y dúctil como una leontina alrededor de mi cuello. Me ima-
pre al revés para luego doblarlas al derecho y clesplegar así, ginaba sr-rs dientes, grandes y fr-rertes, frotados diariamente

)\' 31

iJ \-
Rosario Ferrí Cuanda /a.¡ ntajeres c¡ttieren a /os banbres

con carne de guanábanapara blanquearlos, octriros derr¿ís cle. bien apretado con hilo cien para los
adeouo, un roto cosido y
sus iabios Élruesos, reac.ios a mosrrarse si no era en un relám_
demás'
pago de aurénrica alegúa, y pensaba enronces en los míos.
De esta m¿lnera habíamos alcanzaclo, Ambrosio, sin que túr
pequeños y transparentes como escamas de peces, asontanclo
lo supieras, casi Llna armclnía perfecta entre los tres. Yo, que
sus bordes sobre mis l¿rbios en una ererna sonrisa corrés. Mc
laamaba cacla día más y mhs, comencé a mortificar mi carne,
imaginaba sr-rs ojos, blandos y brotaclos como hicacos, coloca-
al princi¡rio con actos menudos e insignificantes, para hacer
que ella reélresara al camir-ro dei bien. Empecé a dejar la últi-
dos dentro de esa clara amarillenta que rodea siempre los o jos
de los negros, y pensaba en los míos, inquietos y duros comrr
ma cucharacla de bie nmes¿rbe en el plato, a correrme sobre ia
canicas de esmeralda, esclavizados clía a día, yendo y vinicn_
carne viva un ojal clel cinturón, cerrar la sombrilla cuando
do, yendo y viniendo, mldiendo ei nivel de Ia harinzr y clel ^
salía a pasear por la calle par¿r que la piel se me abrasara al sol.
azúcar en ios tarros de la despensa, ctrr.tanclo Lrna y otra vcz Esa piel clue yo siempre he protegido con manÉla iarga y cue-
Ios cubiertos de plata dentro ciel cofre del comeclor para esr¿1r llo alto para poder exhibirla en los bailes porque es prueba
segura de que no faltaba ninguno, calculando la canrid¿rcl fidedigna de n-ri pedigree, de que en mi familia somos blan-
exacta de comida para que no sobre nacla, para poder acostar_ cos por los cttatro costados, esa piel de raso de nclvia, de leche
me tranquila esta noche pensando que he cumplido con nri de cal que se Ine derrar¡a por el escote y por los braz<'ls. Expo-
deber, que re he protegido tu fortuna, qlle he servido ¡rara niéndome así, por ella, nl qué dirán cle las gentes, ai has visto
algo que no fue ser esra mañana ei estropa;'o clonde te lim- lo amelcochadita clue se está poniendo sutanita con Ia edad,
piaste los pies, donde re resrreélasre el pene bien rápido para la poLrre, clicen que eso requinta, que al qtle tiene raia siem-
tener un orgasmo casi puro, tan limpio como el de ¡-rna mari_ pre le sale al flnal.
posa, tan diferente a los que tienes con ella cuando se revuel_ Con el tiempo, sin embargo, me clí cuenta de que aquellos
can los dos en el fango del arrabai, Lrn orÉlasmo fértil, c¡ue sacrificios no eran strflcientes, que de alguna manera ella se
depositó en mi vienrre la semilla sagrada que llevará ru nom_ merecí¿r mucho mhs. Me la imaginaba entonces en el catre
bre, como debe ser siempre entre un señor y una señora, para contigo, acloptan<Jo las posiciones más soeces, de jándose
poder acostarme esta noche pensandcl que no soy una muñeca cachonclear toclo el cLrerpo, clejándose chochear por delante y
de trapo gris rellena de tapioca, acoplada a la forma cle tu por detrás. De zrlguna manera gozaba imarginánclomela así,
cuerpo cuando te acuestas a mi iado en la cama, para poder hecha toclo un calclo cle melaza, cleiándose hacer de ti esas
pensar que he sido tu mujercira querida como debe ser, eco_ cosas que un¿r señor¿r bien no se deitiría l-racer jamás. Comencé
nómica y limpia pero sobre todo un dechad<¡ de honesridacl, a castlgarme enronces clur¿rmente. imaginándomela anegada
tabernáculo tranquilo de ru pene rosado que yo siempre llevo en aquella corrupcióu ¡rero perdonándola siempre, perdonán-

l8 1c)

LJ \
Rosario F erré Cuando /as muf eres quieren a los hontbre.r

dola en cadataza de café hirviendo que me bebía para que se


habíalogrado slrstituirme en todas las actividades del pueblo
me brotara de vejigas Ia garganta, perdonándola en cada tajo
que yo había presidido contigo, colgada de tu brazo como un
fresco que me daba en las yemas de los dedos al destelar las
iazmírt retoñado adosado al muro. Ahora desea quedarse con
'estacasa,
membranas de la carne y que me curaba lentamente con sal. irá asiéndose cadavez más a tu recuerdo como Llna
Pero todo lo echaste a perder, Ambrosio, lo derribaste todo
enredadera de rémoras hasta acabar de quitármela, hasta aca-
de un solo golpe cuando le dejaste la mitad de tu herencia, el
bar de chuparse el polvo de tu sangre con el cual me he colo-
derecho a ser dueña, ei día que se le antojara, de la mitad de
reado las mejillas todas las mañanas después cle tu muerte.
esta casa.
Porque hasta ahora, por causa de ella, no he comprendido
No fue hasta que escuché hace un momenro el aldabón de todo este sufrimiento, todas estas cosas que me han atormen-
la puerta que supe que aún no tenía perdida la partida. Abrí tado tanto, sino oscuramente, como vlstas a través de un
Ia puerta sabiendo que era ella, sabiendo desde antes lo que espejo enturbiado, pero ahora voy a ver claro por primera vez,
había de suceder, pero al verla sentí por un momenro que las ahora voy a enfrentar por fin ese rostro de hermosura perfecta
fuerzas me flaquearon. Era exactamente como yo me la había al rostro de mi desconsuelcl para poder comprender. Ahora
imaginado. Sentí deseos de besar sus párpados gruesos, semi- me le acerco porque deseo verla cara a cara, verla como de
caídos sobre las pupilas blandas y sin brillo, de hundirle tier- verdad ella es, el pelo ya no una nube de humo rebelde
namente ias bolas de los ojos para adentro con las yemas de encrespado alrededor de su cabeza, sino delgado y dúctil,
los dedos. Se había soltado latrenza en una melena triunfan- envuelto como una cadena antiglra alrededor de su cuello, la
te de humo que se le abullonaba encima de los hombros y me piel ya no negra, sino blanca, derramada sobre sus hombros
sorprendió ver lo poco que había envejecido. Sentí casi deseos como leche de cal ardiente, sin la menor sospecha de un
de perdonarla, pensando en lo mr-rcho que re había querido. requinto de raja, tongonéandome yo ahora para y p^r^
^rtás
Pero entonces empezó a tongoneárseme en la cara, balanceán- alante sobre mis tacones rojos, por los cuales baja, lenta y
dose para atrás y para alante sobre sus racones rojos, la mano silenciosa como una marea, esa sangre qr-re había comenzado
sobre la cintura y el codo sobresalido para dejar al clescubier- a subirme por la base de la uñas desde hace tanro tiempo, mi
to el hueco maloliente de su axila. El interior de aquel trián- sangre esmaltada de Cherries Jubilee.
gulo se me enterró de golpe en la frente y recordé todo lo que
me había hecho sufri¡. Más aliá del ángulo de su brazo podía
ver claramente la puerta todavía abierta de sr-r Cadillac, un
pedazo azulmarino con botones dorados del uniforme del
chófer que la mantenía abierta. Le pedí enronces que pasara.
Yo sabía desde un principio a lo que habí¿r venido. Ya ella

4o 4r

Li.- \

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