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DE
PANDORA
Rosario Ferrí
VINTAGE EsPAÑOL
Vintage Boaks
Una diai¡ión de Random House, I nc.
Nueua York
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Todos los clerechos reservaclos bajo las Convenciones Panamerit an¡s e
en e/la más ltien qae e/ de /a esperanza.
Internacionales sobrc Derechos cle Auror. Public¿do en los Escados
Llniclos pc-rr Vintage Books, unir división de Random House, Inc ,
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La muñeca menor
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Rosario Ferrií La muñeca menor
cubierta de mostaza desde el tobillo hasta el muslo, pero al había ido agrandando el tamaño de las muñecas de manera
finalizar el tratamiento se descubrió que Ia llaga se había que correspondieran a la estatura y a las medidas de cada una
abultado aún más, recubriéndose de una substancia pétrea y de las niñas. Como eran nueve y latía hacía una muñeca de
limosa que eta imposible tratar de remover sin que peligrara cada niña por año, hubo que separar una pieza de la casa para
toda la pierna. Entonces se resignó a vivir para siempre con la que la habitasen exclusivamente las muñecas. Cuando la
chágaraenroscada dentro de la gruta de su pantorrilla. mayor cumplió diez y ocho años había ciento veintiséis muñe-
Había sido hermosa, pero la chágara que escondía bajo los cas de todas las edades en la habitación. Al abrir la puerta,
largos pliegues de gasa de sus faldas Ia había despojado de daL>a la sensación de entrar en un palomar, o en el cuarto de
toda vanidad. Se había encerrado en la casa rehusando a todos muñecas del palacio de las zarinas, o en un almacén donde
sus pretendientes. Al principio se había dedicado aIa crianza alguien había puesto a madurar una larga hilera de hojas de
de las hijas de su hermana, arrastrando por toda la casa la tabaco. Sin embargo , Ia tía no entraba en la habitación por
pierna monstruosa con bastante agilidad. Por aquella época ninguno de estos placeres, sino que echaba el pestillo a la
lafamtlia vivía rodeada de un pasado que dejaba desintegrar puerta e iba levantando amorosamente cada una de las muñe-
a su alrededor con la misma impasible musicalidad con que cas canturreándoles mientras las mecía. "Así eras cuando
la lámpara de cristal del comedor se desgranaba a pedazos tenías un año, así cuando tenías dos, así cuando tenías tres,"
sobre el mantel raído de la mesa. Las niñas adoraban a la tía. reviviendo la vida de cada una de ellas por la dimensión del
Ella las peinaba, las bañaba y les daba de comer. Cuando les hueco que le dejaba entre los brazos.
leía cuentos se sentaban a su alrededor y levantaban con disi- El día que la mayor de las niñas cumplió diez años, la tía
mulo el volante almidonado de su falda para oler el perfume se sentó en el sillón frente al cañaveral y no se volvió a levan-
de guanábana madura que supuraba la pierna en estado de tar jamás. Se balconeaba días enteros observando los cambios
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Rosario Ferrí La muñeca menor
hacía una mascarilla de cera que cubría de yeso por ambos de la boda la tía les regalaba a cada una Ia última muñeca
lados como una cara viva dentro de dos caras muertas; Iuego dándoles un beso en la frente y diciéndoles con Lrna sonrisa;
hacía salir un hilillo rubio, de cera derretida, por un hoyito "Aquí tienes tu Pascua de Resurrección". A los novios los
en la barbilla. La porcelana de las manos era siempre translú- tranquilizaba asegurándoles que Ia muñeca era sólo una deco-
cida; tenía un ligero tinte marfileño que contrastaba con la ración sentimental qr-re solía colocarse sentada, en las casas de
blancura granulada de las caras de biscuit. Para hacer el cuer- antes, sobre la cola del piano. Desde lo alto del balcón la tía
po, la tía enviaba al jardín por veinte higüeras relucientes. observaba a las niñas bajar por última vez las escaleras de la
Las cogía con una mano y con un movimiento experto de la casa sosteniendo en una mano la modesta maleta a cuadros de
cuchilla las iba rebanando una a una en cráneos relucientes de cartón y pasando el otro brazo alrededor de la cintura de
cuero verde. Luego las inclinaba en hilera contra la pared del aquella exuberante muñeca hecha a su imagen y semejanza,
balcón, para que el sol y el aire secaran los cerebros algodono- calzada con zapatillas de ante, faldas de bordados nevados y
sos de guano gris. Al cabo de algunos días raspaba el conteni- pantaletas de valenciennes. Las manos y la cara de estas
do con una cuchara y lo iba introduciendo con infinita muñecas, sin embargo, se notaban menos transparentes, tení-
paciencia por la boca de la muñeca. an la consistencia de la leche cortada. Esta diferencia encu-
Lo único que la tía transigía en utilizar en la creación de bría otra más sutil: la muñeca de boda no estaba iamás
las muñecas sin que estuviese hecho por ella, eran las bolas de reliena de guata, sino de miel.
los ojos. Se los enviaban por correo desde Europa en todos los Ya se habían casado todas las niñas y en la casa quedaba
colores, pero la tía los consideraba inservibles hasta no haber- sólo la más joven cuando el doctor le hizo a la tía la visita
los dejado sumergidos durante un número de días en el fondo mensual acompañado de su hijo, que acababa de regresar de
de la quebrada para que aprendiesen a reconocer el más leve sus estudios de medicina en el norte. El ¡oven levantó el
movimiento de las antenas de las chágaras. Sólo entonces los volante de la falda almidonada y se quedó mirando aquella
lavaba con agua de amoniaco y los guardaba, relucientes inmensa vejiga abotagada que manaba una esperma per-
como gemas, colocados sobre camas de algodón, en el fondo fumada por la punta de sus escamas verdes. Sacó su esteto-
de una lata de galletas holandesas. El vestido de las muñecas scopio y la auscultó cuidadosamente. La tía pensó que
no variaba nunca, a pesar de que las niñas iban creciendo. auscultaba la respiración de la chágara para verificar si toda-
Vestía siempre a las más pequeñas de tira bordada y a las vía estaba viva, y cogiéndole la mano con cariño se la puso
mayores de broderí, colocando en la cabeza de cada una el sobre r-rn lugar determinado para qr-re palpara el movimiento
mismo lazo abullonado y trémulo de pecho de paloma. constante de las antenas. El joven dejó caer la falda y miró
Las niñas empezaron a casarse y a abandonar la casa. El día fijamente al padre. "Usted hubiese podido haber curado esto
Rosario F errí La tnttñeca tneltor
en sus comienzos," le dijo. "Es cierto," contestó el padre, "pero pechar qLre sLr mariclo no sólo tenía el perfil de silueta de
yo sólo quería que vinieras a ver Ia chágara que te había paga- papel sino también el alma. Confirmó sus sos¡rechas al poco
do los estudios durante veinte años." tiempo. Lln día él le sacó los ojos a la muñeca con Ia punta
En adelante fue el joven médico quien visitó mensualmen- del bisturí y los empeñó por un lLrjoso reloj de cebolla con
te a la tía vieja. Era evidente su interés por la menor y Ia títr una larga leontina. l)esde entonces la muñeca sigttió senrada
pudo comenzar su úrltima muñeca con amplia premedita- sobre la cola dei pinno, pero con los ojos bajos.
ción. Se presentaba siempre con el cuello almidon¿rdo, los A los pocos meses el joven n-réclico notó la ausencia de la
zapatos brillantes y el ostenroso alfiler de corbara orienral del muñeca y le pregr-rnti; a la menor qué había hecho con ella.
que no tiene donde caerse muerto. Luego de examinar a la tía Una confraclía de señoras piadosas le había ofrecido ¡-rna
se sentaba en la sala recostando su siiueta de papel clentro de btrena suma por la cara y las manos de porcelana para l-racerle
un marco ovalado, a la vez que le entregaba a Ia menor el un retablo a la Verónica en la próxima procesión de Cuares-
mismo ramo de siemprevivas moradas. Eila le ofrecía galleti- ma. La menor le contestó clue las hormigas habían descubier-
tas de jengibre y cogía el ramo quisquillosamente con la to por fin clue I¿r mnñeca estaba rellena de mlel y en un¿r sola
punta de los dedos, como quien coge el estómaÉlo de un erizo noche la hal¡ían devorado. "Como las manos y la cara eran de
vuelto al revés. Decidió casarse con él porque le intrigaba su porcelana de Mikaclo, "dijo," seguramente las hormigas las
perfil dormido, y porque tenía ¡¡anas cle saber cómo era por creyeron hechas de az('tcar, y en este preciso momento deben
dentro la carne de delfín. de estar quebránciose los clientes, royendo con fllria dedos y
El día de la boda la menor se sorprendió al coger la muñe- párpados en algr-rna cuev¿r subterránea." Esa noche el médicc¡
ca por la cintura y encontrarla tibia, pero lo olvidó en segui- cavó toda la tierra ¿rlrededor de la casa sin encontrar nada.
da, asombrada ante su excelencia artística. Las manos y la Pas¿rron los ¿ños y cl méclico se hizo millonario. Se había
cara estaban confeccionadas con delicadísima porcelana de quedaclo con toda la ciientela clei pr-reblo, a qr-rienes no les
Mikado. Reconoció en la sonrisa entreabiertn y un poco trisre importaba pagtrr honorarios exorbitantes para poder ver de
la colección completa de sus dientes de leche. Había, además, cerca ¿r un miembro legítimo de la extinta aristocracia cañe-
otro detalle particuiar: Ia tíahabía incrustado en ei fondo de ra. La menrlr seguía sentada en el balcón, inmóvil dentro de
ias pupilas de los ojos sus dormilonas de brillantes. sus gasas y encales, siernpre con los oios baios. Cuando los
El joven médico se la llevó a vivir al pueblo, a una casa pacientes cle slr marido, colgados cie collares, plumachos ,v
encr-radrada dentro de un bloque de cemento. La obligaba bastones, se acomodaban cerca de ella removienclo los rollos
todos los días a sentarse en ei balcón, para que los clue pasa- de sus c¿lrnes satisf-ech¿rs con un ¿rlboroto de moneclas, per-
ban por la calle supiesen que él se había casado en sociedad. cibían a su alrededor r-rn perfume particular qlle les hacía
Inmóvii dentro de su cubo de calor. la menor comenzó a sos- recordar involr-rntariamente la lenta sr-rpuración de una gua-
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Rosario Ferré
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Rosario Ferrí Cuanda /as naf eres c¡uieren a /os bombres
prostituta y a otra como dama de sociedad. De manera que al su casa pichones de paloma en laras de galleta La Sultana para
final, cuando una de nosotras le ganó a la otra, fue nuestro hacerle caldos a rodos los enfermos del puebio, o Isabel la
más sublime acto de amor. Negra, de quien jamás se pudo decir qr-re daba lo mismo por-
Tú fuiste el culpable, Ambrosio, de que no se supiera que no era ni cl-richa ni limonada; Isabel Luberza la bizcoche-
hasta hoy cuál eracuál entre las dos, Isabel Luberza recogien- ra, la tejedora de frisitas y botines de perlé color cle nube, ia
do dinero para restaurar los leones de yeso de Ia plaza que bordadora de trutrú alrededor de los cuellitos de las cotitas
habían deiado de echar agua de colores por la boca, o Isabel la de hilo más finas, de esas qr-re Ie encargaban las Antiguas
Negra, preparando su cuerpo para recibir el semen de los Alumnas del Sagrado Corazón para sLrs bebés.
niños ricos, de los hijos de los patrones amigos tuyos que Isabel la Rumba Macumba Candombe Bámbula; isabel
entraban todas las noches en mi casucha alicaídos y apocados, la Tembandumba de la Qurmbamba, conroneando su carne
arrastrando las ganas como pichones moribundos con mal de de guingambó por Ia encendida calle antillana, sus tetas de
quilla, desfallecidos de hambre frente al banquete de mi toronja rebanadas sobre el pecho; Isabel Segunda la reina de
cuerpo; Isabel LuberzalaDama Auxiliar de la Cruz Ro¡a o España, patrona de la calle más aristocrárica cle Ponce; Isabel
Elizabeth the Black, la presidenta de los Young Lords, afir- la Cabailera Negra, la única en quien fuera conferido jamás el
mando desde su tribuna que ella era la prueba en cuerpo y honor de perrenecer a la orden del Sanro Prepucio de Cristo;
sangre de que no existía diferencia entre los de Puerto Rico y Isabel la hermana de San Luis Rey de Francia, patrona del
los de Nueva York puesto que en su carne todos se habían pueblo de Santa Isabel, adormecido desde hace siglos debajo
unido; Isabel Luberza recogiendo fondos parala Ciudad del de Las Tetas azules de Doña Juana; Isabel Luberza la CatóIj-
Niño, Ciudad del Silencio, Ciudad Modelo, ataviada de Fer- ca, la pintora de los más exquisitos detentes del Sagrado
nando Pena con largos guantes de cabritilla blanca y estola Corazón, goteando por el costado las tres únicas gotas de rubí
de silver mink o Isabel la Negrera, la explotadora de las neni- divino capaces de detener a Satanás; Isabel Luberza Ia santa
tas dominicanas desembarcadas de contrabando por las pla- de las Oblatas, llevando una bandeja servida con sus dos reras
yas de GuayanilJa; Isabel Lubena la dama popular, ia rosadas; Isabel Luberza la Virgen del Dedo, sacando piadosa-
compañera de Ruth Fernández el alma de Puerto Rico hecha mente el pulgar por un hueqr-rito bordado en su manto; Isa-
canción en las campañas políticas, o Isabel la Negra, el alma bei la Negra, la única novia de Brincaicógelo Maruca, la
de Puerto Rico hecha mampriora, Ia Reina de San Antón, La única que besó sus pies deformes y los lavó con su llanro, la
Chocha de Chichamba, la puta más artiliera del Barrio de única que bailó junto a los niños al son de su pregón Hershey-
la Cantera, la cuera de Cuatro Calles, la chinga de Singapur, barskissesmilkyways, por las calles ardientes de Ponce; Isabel
la chula de Machuelo Abajo, la ramera más puyúa de todo el la Perla Negra del Sur, la Reina de Saba, the Queen of Chiva,
Coto Laurel; Isabel Luberza la que criaba encima del techo de la Chivas Rigal, Ia Tongolele, la Salomé, girando su vienrre
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de giroscopio en círculos de bengala dentro de los oios de los de Isabel Luberza y de Isabel la Negra, de esta casa que ahora
hombres, meneando para ellos, desde tiempos inmemoriales, pasará a convertirse en parte de una misma leyenda, la leyen-
su crica multitudinaria y su culo monumental, descalabran- da de la prosrirura y de la dama de sociedad. Sentada en el
do por todas las paredes, por todas las calles, esta confusión balcón de mi nue\¡o prostíbulo sin que nadie sospeche, los
entre ella y ella, o entre ella y yo, o entre Yo Y Yo, porque balaustres de largas ánforas plateadas pintados ahora de shock-
mientras más pasa el tiempo, de tanto que la he amado, de ing pink alineados frente a mí como falos alegres, las guir-
tanto que la he odiado, más difícil se me hace contar esta his- naldas de yeso blanco adheridas alafachada,que le daban a la
toria y menos puedo diferenciar entre las dos. casa ese aire romántico y demasiado respetable de bizcocho
de boda, esa sensación de estar recubierta de un icing agalle-
Tantos años de rabia atarascada en Ia garganta como un taco tado y tieso como la falda de una deburante, pintadas ahora
mal clavado, Ambrosio, tantos años de pintarme las uñas de colores tibios, de verde chartreuse con anaranjado, de lila
todas las mañanas acercándome a la ventana del cuarto para con amarillo dalia, de esos colores que invitan a los hombres
ver mejor, de pintármelas siempre con Cherries Jubilee por- a relajarse, a dejar los brazos deslizárseles por el cuerpo como
que era la pintura más roja que había entonces, siempre con si navegasen sobre la cubierta de algún trasatlántico blanco.
Cherries Jubilee mientras pensaba en ella, Ambrosio, en Isa- Las paredes de la casa, blancas y polvorientas como alas
bel la Negra, o a lo meior ya había empezado a pensar en mí, de garza, pintadas ahora de verde botella, de verde culo de
en esa otra que había comenzado a nacerme desde adentro vidrio para que sean rransparenres, para que cuando nos pare-
como un quiste, porque desde un principio era extraño que mos tú y yo, Ambrosio, en Ia sala principal, podamos ver lo
yo, Isabel Luberza tu mujer, que tenía el gusto tan refinado, que está sucediendo en cada uno de los cuartos, en cada una
me gustara aquel color tan chillón, berrendo como esos colo- de las habitaciones donde nos veremos desdoblados en veinre
res que le gustan a los negros. Siguiendo una a una el contor- imágenes idénricas, reflejados en los cuerpos de los que alqui-
no de las lunas blancas en Ia base de mis uñas, pasando larán estas habitaciones para rener en ellas sus orgasmos
indi-
cuidadosamente los pelitos del pincel por la orillita de mis ferentes, abstraídos por completo de nuesrra presencia,
uñas limadas en almendta, por la orillita de la cutícula que repitiendo en sus cuerpos, una y otra vez hasta el fin de los
siempre me ardía un poco al contacto con la pintura porque tiempos, el rito de nuestro amor.
al recortármela siempre se me iba la mano, porque al ver el Sentada en el balcón esperando que entren en esra casa
pellejito indefenso y blando apretado entre las puntas de la para buscarla y se la lleven, sentada esperando para verla
tijera me daba siempre un poco de rabia y no podía evitar pasar camino de esa sepultura que me tocaba a mí pero que
pensar en ella. ahora le darán a ella, al cuerpo sagrado de Isabel Luberza, a
Sentada en el balcón de esta casa que ahora será de las dos, ese cuerpo del cual nadie había visto jamás hasta hoy la
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Ro.¡ario Ferrí Cuando /as muieres quieren a /os hontbret
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Caando /a.r ntujeres qtt)eren ct /as hontbres
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Rosario Ferré Caando las mujeres qaieren a los hr¡mbres
te lo juro por la Mano Poderosa, mijito, te Io prometo por el rne tomala cara entre las manos y me la besa, ha comenzado a
Santo Nombre de Jesús que nos está mirando, nadie va a llorar. Coño, Ambrosio, tenias que tener un corazón de pie-
saber jamás que tú también quisiste ser eterno, que tú ram- dra para hacerla sufrir como la hiciste. Ahora me toma las
bién quisiste ser un dios. manos y se queda mirándome fijamente las uñas, que llevo
Cuando te empezaste a poner viejo, Ambrosio, la suerre se siernpre esmaltadas de Cherries Jubilee. Noto con sorpresa
me viró a favor. Sólo podías sentir placer al mirarme acostada que sus uñas están esmaltadas del mismo color que las mías.
con aquellos muchachos que me traías todo el tiempo y
empezaste a temer que me vieran a escondidas de ti, que me Al principio, Ambrosio, yo no podía comprender por qué
pag ran más de lo que tú me pagabas, que un día te abando- cuando te me moriste le dejaste a Isabel la Negra la mitad de
nara definitivamente. Entonces hiciste venir al notario y toda tu herencia, la mitad de esta casa donde tú y yo había-
redactaste un testamento nuevo beneficiando por partes mos sido tan felices. Al otro día del entierro, cuando me di
iguales a tu mujer y a mí. Isabel la Negra se quedó mirando cuenta de que el pueblo entero se había enterado de mi des-
las paredes suntuosamente decoradas de la sala y pensó que gracia, de que me estaban mondando pellejo a pellejo,
aquella casa estaba perfecta para su nlrevo Dancing Hall. De gozándose cada palabra que caía en sus bocas como uva recién
ahora en adelante nada de foquinato de malamuerte, del pelada e indefensa, caminé por las calles deseando que todos
mete y saca pof diez pesos, los reyes que van y vuelven y murieran. Fue entonces que el asunto empezó a cambiar. Isa-
nosotras siempre pobres. Porque mientras el Dancing Hall bel la Negra mandó a tumbar el rancho donde tú la ibas a
esté en el arrabal, por más maravilloso que sea, nadie me va a visitar y con tu dinero edificó su Dancing Hall. Entonces yo
querer pagar más de diez pesos la noche. Pero aquí en esta pensaba en lo que ella había llegado a significar para noso-
casa y en este vecindario cambiaría la cosa. Alquilaré unas tros, la suma y cifra de todo nuestro amor, y no podía aceptar
cuantas gebas jóvenes que me ayuden y a cincuenta pesos el en lo que se convirtió después.
foqueo o nacarile del oriente. Se acabaron en esta casa las Porque bien claro que lo dice San Pablo, Ambrosio, una
putas viejas, se'acabó la marota seca, los clítoris arrugados cosa es el adulterio llevado a cabo con modestia y moderación
como pepitas de china o irritados como vertederos de sal, se y otra cosa es el lenocinio público, el estupro de traganíque-
acabaron los coitos de coitre en catres de cucarachas, se acabó les y luces de neón. Bien claro que él Io dice en su Epístola a
el tienes hambre alzalapatay lambe, ésta va a ser una casa de los Corintios, si una mujer tiene marido infiel por la muier,
sún sún doble nada más. Isabel Luberza se había acercado a que se guarde de cometer mayores pecados al quedar con una
Isabel la Negra sin decirle una sola palabra. Había esrirado prostituta que no con muchas. Y la mujer a su vez, al perma-
los brazos y le había colocado las puntas de los dedos sobre necer sujeta a sus deberes de esposa y madre, mortificada su
los cachetes, palpándole la cara como si estuviera ciega. Ahora carne blancadelirio, sus raíces sumergidas en el sufrimiento
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Ro.rario I:errí 'r- Cuando /as mujerer quieren a los bombres
como a orillas de un plácido lago, exhala un perfume inefá_ para deleirarte cuando te acostabas, un derroche de rosas
y
ble, de aliento virginal, que sube y se remonra a los cielos. rnariposus marizadas, los hilos amorosos
del rosa más tenue,
agradando infinitamenre a Nuestro Señor. de un rosa de az(tcar refinada que te recordara
la alcurnia de
de
Los primeros años de nuestro matrimonio, cuando me clí nuestros apellidos, fijándome bien para que los sarmientos
cuenta de la relación que existía enrre ella y tú, me senrí [a nuestras iniciales quedaran siempre
justo debajo del vientre
más infeliz de las mujeres. De tanro llorar parecía que me sensible de tu antebrazo, Para que te despertaran, con su roce
hubiesen inyectado coramina en el inrerior de los párpaclos, delicioso de gusanillo de seda, la fidelidad sagrada debida a
qlre me temblaban como peces rojos sobre las bolas de los nuestra unión. Pero todo fue inútil' Margaritas atrojadas a
ojos. Cuando enrrabas en mi casa y venías de Ia de ella yo lo los cerdos. Perlas al estercolero.
sabía inmediatamente. Lo conocía en ru manera de colocarme Fue así que, a través de los años, ella se fue convirtiendo en
la mano sobre ia nuca, en ru manera lerda de pasarme los ojos algo como un mal necesario, un tumor que llevamos en el
por el cuerpo como clos moscas satisfechas. Era entonces clue seno y que vamos recubriendo de nuestra carne más blanda
más cuidaclo tenía que rener con mis refajos de raso y mi ropa para que no nos moleste. Era cuando nos sentábamos a la
interior de encaje francés. Era como si el recuerdo de ella se te mesa que a veces más cerca sentía su presencia. Los platos de
montara en Ia espalda, acosándore con brazos y piernas, gol- porcelana emanaban desde el fondo una paz cremosa, y las
peándote sin compasión. Yo entonces me tendía en la cama y gotas de sudor que cubrían las copas de agua helada, suspen-
me dejaba hacer. Pero siempre mantenía los ojos muy abier- didas en el calor como frágiles tetas de hielo, parecía que no
tos por encima de tus hombros que se doblaban una y orra se deslizarían nunca costado abajo, como si el frío que las sos-
vez con el esfuerzo para no perderla de vista, para que no se tenía adheridas al cristal, al igual que nuestra felicidad, fuese
fuera a creer que me le estaba entregando ni por equivoca- a permanecer allí, detenido para siempre' Me ponía entonces
ción. a pensar en ella empecinadamente. Deseaba edificar sus fac-
Decidí enronces ganarre por orros medios, por medio de ciones en mi imaginación para sentarla a mi lado en la mesa,
esa sabiduría anriquísima que había heredado de mi madre y como si de alguna manera ella hiciese posible aquella felici-
mi madre de su madre. Comencé a colocar diariamente la dad que nos unía.
servilleta dentro del aro de plata junto a tu plato, a echarle Me la imaginaba entonces hechizadoramente bella, tan
gotas de iimón al agua de tu copa, a asolear yo misma ru ropa absolutamente negra su piel como Ia mía era de blanca, el
sobre planchas ardientes de zinc. Colocaba sobre tu cama las pelo trenzado en una sola trenza, gruesa y tiesa, cayéndole
sábanas todavía tiblas de sol bebido, blancas y suaves bajo la por un lado de la cabeza, cuando yo enredaba la mía, delgada
palma de la mano como un muro de cal, esparciénclolas siem- y dúctil como una leontina alrededor de mi cuello. Me ima-
pre al revés para luego doblarlas al derecho y clesplegar así, ginaba sr-rs dientes, grandes y fr-rertes, frotados diariamente
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Rosario Ferrí Cuanda /a.¡ ntajeres c¡ttieren a /os banbres
con carne de guanábanapara blanquearlos, octriros derr¿ís cle. bien apretado con hilo cien para los
adeouo, un roto cosido y
sus iabios Élruesos, reac.ios a mosrrarse si no era en un relám_
demás'
pago de aurénrica alegúa, y pensaba enronces en los míos.
De esta m¿lnera habíamos alcanzaclo, Ambrosio, sin que túr
pequeños y transparentes como escamas de peces, asontanclo
lo supieras, casi Llna armclnía perfecta entre los tres. Yo, que
sus bordes sobre mis l¿rbios en una ererna sonrisa corrés. Mc
laamaba cacla día más y mhs, comencé a mortificar mi carne,
imaginaba sr-rs ojos, blandos y brotaclos como hicacos, coloca-
al princi¡rio con actos menudos e insignificantes, para hacer
que ella reélresara al camir-ro dei bien. Empecé a dejar la últi-
dos dentro de esa clara amarillenta que rodea siempre los o jos
de los negros, y pensaba en los míos, inquietos y duros comrr
ma cucharacla de bie nmes¿rbe en el plato, a correrme sobre ia
canicas de esmeralda, esclavizados clía a día, yendo y vinicn_
carne viva un ojal clel cinturón, cerrar la sombrilla cuando
do, yendo y viniendo, mldiendo ei nivel de Ia harinzr y clel ^
salía a pasear por la calle par¿r que la piel se me abrasara al sol.
azúcar en ios tarros de la despensa, ctrr.tanclo Lrna y otra vcz Esa piel clue yo siempre he protegido con manÉla iarga y cue-
Ios cubiertos de plata dentro ciel cofre del comeclor para esr¿1r llo alto para poder exhibirla en los bailes porque es prueba
segura de que no faltaba ninguno, calculando la canrid¿rcl fidedigna de n-ri pedigree, de que en mi familia somos blan-
exacta de comida para que no sobre nacla, para poder acostar_ cos por los cttatro costados, esa piel de raso de nclvia, de leche
me tranquila esta noche pensando que he cumplido con nri de cal que se Ine derrar¡a por el escote y por los braz<'ls. Expo-
deber, que re he protegido tu fortuna, qlle he servido ¡rara niéndome así, por ella, nl qué dirán cle las gentes, ai has visto
algo que no fue ser esra mañana ei estropa;'o clonde te lim- lo amelcochadita clue se está poniendo sutanita con Ia edad,
piaste los pies, donde re resrreélasre el pene bien rápido para la poLrre, clicen que eso requinta, que al qtle tiene raia siem-
tener un orgasmo casi puro, tan limpio como el de ¡-rna mari_ pre le sale al flnal.
posa, tan diferente a los que tienes con ella cuando se revuel_ Con el tiempo, sin embargo, me clí cuenta de que aquellos
can los dos en el fango del arrabai, Lrn orÉlasmo fértil, c¡ue sacrificios no eran strflcientes, que de alguna manera ella se
depositó en mi vienrre la semilla sagrada que llevará ru nom_ merecí¿r mucho mhs. Me la imaginaba entonces en el catre
bre, como debe ser siempre entre un señor y una señora, para contigo, acloptan<Jo las posiciones más soeces, de jándose
poder acostarme esta noche pensandcl que no soy una muñeca cachonclear toclo el cLrerpo, clejándose chochear por delante y
de trapo gris rellena de tapioca, acoplada a la forma cle tu por detrás. De zrlguna manera gozaba imarginánclomela así,
cuerpo cuando te acuestas a mi iado en la cama, para poder hecha toclo un calclo cle melaza, cleiándose hacer de ti esas
pensar que he sido tu mujercira querida como debe ser, eco_ cosas que un¿r señor¿r bien no se deitiría l-racer jamás. Comencé
nómica y limpia pero sobre todo un dechad<¡ de honesridacl, a castlgarme enronces clur¿rmente. imaginándomela anegada
tabernáculo tranquilo de ru pene rosado que yo siempre llevo en aquella corrupcióu ¡rero perdonándola siempre, perdonán-
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Rosario F erré Cuando /as muf eres quieren a los hontbre.r
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