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HISTORIAS DE

BOCA EN BOCA 1
En este libro, vamos a trabajar con un
proyecto: El Blog de 5to, que planifica-
remos en este capítulo. Para ello, co-
menzaremos a organizar el año escolar,
leeremos relatos tradicionales y de autor,
y jugaremos para conocernos más y for-
talecer la convivencia en el grupo.
¿Por qué será que algunos cuentos
son “tradicionales”? ¿Saben cuál es la
diferencia con el cuento “de autor”?
¿Quién los habrá escrito? ¿Conocen
alguno?
¿Se cuentan siempre de la misma
manera?

LA MULATA

H
ace mucho tiempo atrás, había en Veracruz una mujer de belleza
singular. Quienes la recuerdan, comentan que tenía enormes ojos
oscuros y larga cabellera, tan negra, como una noche sin luna. To-
dos la llamaban “la mulata” por su color de piel y era muy famosa,
no solo por su belleza sino porque, según comentaban, sabía curar.
Utilizando hierbas, cuyo poder solo ella conocía, preparaba bebidas capaces de
cortar gangrenas o poner fin a los dolores del cuerpo.
Nadie sabía en el pueblo su edad. Al parecer, todos la recordaban siempre
igual: la figura altiva y los ojos como carbones encendidos. Los hombres, pren-
dados por su hermosura, se disputaban su corazón. Pero ella a ninguno le hacía
caso, al parecer solo estaba interesada en juntar sus misteriosas hierbas con las
que sabía sanar las heridas.
—Es una bruja —dijo, una tarde, Doña Hermenegilda, al verla pasar por la
esquina de la plaza del Virrey.
—¿La mulata, una bruja? ¿Por qué lo dice? —preguntó Marita.

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qué leer
—¿Acaso no ve que va rodeada de gatos negros?
—Sí... es cierto —añadió Pancha—, me contaron que la han visto volar sobre
los tejados.
—A mí me dijeron que no hay que mirarla a los ojos, porque hechiza a los
hombres y luego estos quedan bajo su poder —añadió Fernando, el tabernero.
—Puras habladurías —la defendió Doña Juana—. Curó a mi Paco, y si no fue-
ra por ella, yo hoy sería viuda.
—Y ¿por qué cree usted que puede curar? —razonó Hermenegilda—. Seguro
que ha hecho un pacto con el diablo.
Desde aquella tarde, el rumor viajero comenzó a andar y al poco tiempo no
había lugar en México donde no se escuchase su nombre. Había quienes asegu-
raban haberla visto surcando los cielos sobre una escoba. Otros decían que ha-
blaba con los animales. Nadie sabe cuánto duró la fama de la mulata, pero un
día la llevaron presa a las sombrías cárceles del tribunal de la ciudad de México,
acusada de brujería y satanismo. De nada sirvió que Doña Juana y otros tantos

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vecinos, a los que ella había ayudado a sanar, intentasen defenderla. El tribunal
la halló culpable y la condenó a morir en la hoguera.
Al jefe de la prisión en la que se la encerró le dio un poco de pena la mujer,
de modo que le preguntó:
—¿Tienes alguna última voluntad?
—Sí —dijo ella—, desearía algunos lápices para poder dibujar.
—¿Eso es todo? Está bien.
La misma mañana del día de su ejecución, Gaitán, el carcelero, entró al cala-
bozo y se sorprendió al ver que en una de las paredes de la celda había un navío
dibujado.
La mulata sonrió y saludó:
—Buenos días, carcelero.
Gaitán bajó la vista. No quería mirarla a los ojos porque había oído decir que,
quien lo hacía, quedaba hechizado. De modo que con la vista fija en el suelo
preguntó:
—¿Que hace dibujando?
—Cuando era pequeña, me encantaba dibujar —comentó la mujer—. ¿Le
gusta?
Gaitán alzó la vista y miró el barco de trazado perfecto, contempló el casco y
la quilla adornada con una sirena.
—Aún no lo termino —dijo la muchacha— y no logro saber qué le falta.

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—Pues le falta el mástil —respondió Gaitán.


—¡Claro! ¡Muchas gracias! Si eso le falta, eso tendrá —contestó la mulata.
El carcelero se retiró asombrado por el temple de la mujer.
Al mediodía, volvió a entrar en el calabozo y contempló maravillado el barco
dibujado en la pared.
—Carcelero, aún no lo termino, sé que algo le falta, pero no logro saber qué.
El carcelero miró la nave con atención.
—Pues las velas —dijo al rato.
—¡Ay es cierto! Pues si eso le falta, eso tendrá —dijo la joven morena.
El carcelero se retiró, intrigado de que aquella misteriosa mujer pasara sus
últimas horas dibujando, sin temor a la muerte.
A la hora del crepúsculo, que era el tiempo fijado para la ejecución, el carcele-
ro entró ya dispuesto a llevar a la mulata. Pero ella al verlo le pidió:
—Aguarde tan solo un instante que deseo terminar mi dibujo. ¿Qué le falta?
—Pues ya nada —dijo el carcelero—, al parecer, a tu navío solo le falta andar.
—Pues si lo dices, eso hará —dijo la joven.
Y con una sonrisa se introdujo en el dibujo que se fue lento por el mar pinta-
do de azul hasta desaparecer ante los ojos del carcelero que nunca pudo expli-
car lo que acababa de ver.

Adriana Ballesteros (Adaptación).

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