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En toda sociedad hay polielitismo, es decir, muchas elites según los ámbitos de
adscripción. Así, puede hacerse mención de una elite intelectual, una elite sindical,
económica, militar o política. Es factible asimismo que haya más de una elite por
perímetro. Las distintas areas como la ciencia, la literatura, la poesía, la religion, la banca,
etc. No son elites, pero engendran elites. El grupo de que se trata produce, como por
secreción interna, otro grupo -éste si minoritario- que se desprende del conjunto, que
descuella, que inviste conducción, que da el tono que se destaca por su activismo, o por
su vocación, o por sus méritos, o por su audacia, o por su espíritu aventurero, o por su
mayor poder, o por su influencia, ese. Esta descripción empírica engloba, a elites buenas
y malas. Hasta en el orbe de la delincuencia se erigen elites.
Hombre más grupo hacen elite. Podría también hablarse solamente de un grupo.
Numéricamente, es minoría. Cualitativamente, dispone de energía o poder social para
dominar y predominar sobre el resto. Está en condiciones de adoptar decisiones y de
marcar improntas, a veces en el merco estrecho de su público, otras veces en proyección
hacia otros públicos y hacia toda la sociedad. La distancia hasta donde se expanda la
influencia dependerá de factores variables pero, cualquiera sea ese eco peyorativo, será
pequeño el círculo desde donde la proyección se irradie.
A veces la palabra elite se emplea para diseñar al grupo donde se recluta el elenco
de los gobernantes. Otras veces se llama elite a la misma minoría gobernante,
involucrando en ella al titular del poder más los “ad-lateres” que comparten y apoyan su
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plan, su ideología, su acción. En ocasiones se extiende la palabra al fenómeno de todas
las fuerzas políticas que prestan sustento y apoyo inmediato al poder.
En todo este abanico de sentidos se observa que el elitismo político se endereza al
hecho final de la toma de decisiones, en acto o en potencia: quién las toma, y de dónde
ha surgido ése que las toma.
En el elitismo existe una ósmosis que, pese a la escasa o nula rotación de las
elites en algunos lugares y ocasiones, permite detectar nuevas incorporaciones y
migraciones. La elite puede ser la misma, pero alternar sus componentes.
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Pero no puede dejar de haber elites por la sencilla razón de que lo que ellas hacen
no lo puede hacer la masa. Esa actividad, para ser satisfactoria, para ser buena, para ser
eficiente, ha de ser cumplida por los que tienen capacidad, por los mejores, por lo más
expertos. O saque la elite necesariamente presente debe formarse seleccionadamente.
Los populismos proclaman que la superioridad de las elites erige una jerarquía
opresiva y artificial, lesiva de la igualdad y la dignidad de todos los hombres. Y no
comprenden que la superioridad de que aquí se trata no implica para quienes no son elite
una inferioridad en servidumbre ni en menor dignidad.
Afirmar la superioridad de las elites no equivale a decir que sus integrantes son o
valen más que los otros, que la masa. Significa afirmar que tienen una función y un rol
distintos.
Azuzar al pueblo para que arrase las elites y para que en su multitud las
reemplace, es atropellar una ley empírica de regularidad y permanencia constantes que
constata siempre y en todas partes la existencia de una minoría que conduce y dirige a la
mayoría.
Un imperativo de justicia para que las elites sean como deben ser pregona que
quienquiera tenga capacidad, vocación, pericia y mejor idoneidad que otros, ha de tener
acceso a las elites, venga del estrato social de donde viniere, sin discriminación de signo
odioso o arbitrario.
POLIELITISMO
La elite política no es tan sólo el puñado de detentadores del poder oficial en un
estado. Trasciende el grupo de titulares del poder en un acompañamiento de contorno.
Por eso, elite política y clase gobernante no se identifican: la clase gobernante es elite, es
una elite, pero no la única. Otras elites políticas preparan su surgimiento. Son elites no
gubernamentales o no oficiales, a las que quizás algún sector de la doctrina llamaría
semientes o exoelites.
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Polielitismo en sentido social significa que en toda sociedad hay numerosas elites
distribuidas en los variados sectores de actividad. Cuando hablamos de elitismo político,
“polielitismo” quiere decir que además de la elite oficial hay otras elites (exoelites)
también políticas.
Que el orbe político aloja varias elites políticas surge, sin duda, del pensamiento de
Mosca.
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Tener poder y ser elite no es, pues, sinónimo. La elite es nada más y nada menos
que la minoría que toma las decisiones o que gravita fuertemente en ellas. Puede ocurrir
que el poder de la elite derive alguna vez del poder difuso en la masa a la cual dirige,
pero mientras falte la minoría que comande y que, real o potencialmente, asuma la
dirigencia, no habrá elite.
Se puede, entonces, tener poder social sin ser elite, y se puede ser elite política y
no tener poder político sino fuerza política.
Las elites políticas no son necesariamente las que poseen poder político dentro
del régimen. Sólo una lo tiene: la elite gobernante. Las demás tienen fuerza política, y
acaso influyen sobre el poder político, pero no lo detenta. Lo que las elites políticas no
gobernantes pueden tener y tienen es un poder social con fuerza política, un poder social
politizarle o politizado por su interacción e intersección respecto del poder oficial.
Que las elites sean dominantes tampoco significa que gocen de poder político.
Dominar o predominar tiene, en el caso de las elites, su clara connotación etimológica.
Las elites son minorías dominantes porque conducen, socializan sus criterios y sus
conductas, forman e impelen opiniones públicas, gravitan en las valoraciones de la
comunidad y, a veces también mandan o ejercen el poder político. En todo régimen hay y
debe haber una diferenciación y una jerarquía entre los individuos y los grupos que
componen el tejido social. Esa diferenciación y esa jerarquía dan origen a relaciones
políticas que se entablan entre los miembros de la comunidad organizada. Provoca
también la estratificación de elites y masas con el consiguiente resultado de que las
primeras se imponen a las segundas.
Sin embargo, no puede pasarse por alto el fenómeno de las elites políticas que,
por motivos diversos, subsisten en el ostracismo, en la clandestinidad o en la abstención,
sin que una representación colectiva las tenga por lo que son, o, a veces, hasta sin que
se las conozca. No cabe duda que éste es un caso anómalo de patología política.
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LA COMPOSICIÓN MIXTA DEL RÉGIMEN POLÍTICO
Un régimen político apareja un quehacer político, una trama de comportamientos,
relaciones y procesos políticos en torno de una dualidad irreductible e inexorable: la de
quienes gobiernan y la de quienes son gobernados. Aquel quehacer político demanda
una coordinación, necesita y tiene un orden. Y el orden se ensambla con una estructura,
una organización, un principio que le da forma.
Entre esa elite gobernante y la masa de los gobernados ¿no se interpone nada, no
hay ningún puente o nexo? A veces, la impresionante y desbordada personalidad
carismática de un líder que electriza a la masa nos coloca ante el hecho del contacto
vital, emocional y espontáneo de un jefe con la multitud sin intermediario alguno. Y eso
es cierto. Lo que no es cierto es derivar de tal fenómeno la afirmación de que ese líder
ejerce su poder personal desde el ápice del gobierno sin que entre él y el pueblo haya un
grupo más o menos reducido que le proporcione apoyo en forma activa, intensa y
permanente.
Esta elite no es, propiamente, elite gobernante, pero sí una elite política dentro de
la elite oficial. Todo gobernante la tiene, aún el más autócrata, el más tirano, el más reacio
a compartir nada.
Ese circuito está compuesto por la dirigencia minoritaria y por los cuadros activos
de ciertos grupos, variables según sea la poliarquía social en el tiempo y en el espacio: el
estrato alto de un partido político al que pertenece el gobernante; la dirigencia sindical; el
elenco superior de la burocracia; la conducción del poder económico o empresario; la
jerarquía de la fuerza armada o de una iglesia; la cúspide de la clase intelectual, o de la
burguesía, o de los terratenientes, o de los proletarios. El número y el rol los convierten
en elite.
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Dado que por la cantidad siempre son pocos, este elemento estructural e
integrador de todo régimen que actúa alrededor del gobernante expresa un ingrediente
aristocrático o un ingrediente oligárquico. La categoría intermedia es como el colchón o
almohadón donde reposa la fuerza más activa del poder personal que detentan quienes
gobiernan.
Tal elite, siempre influyente y activa, puede a veces apuntalar la fuerza y el poder
personal de la jefatura gobernante. Pero puede a veces suplir la escasa fuerza personal
de quien gobierna. Asimismo, la elite adyacente puede acumular ambiciones de poder
ascendente en contra del gobernante al que sirve de soporte, lo que obliga a éste a
renovarla en su composición humana y buscar en otras elites y en la masa una dosis de
energía capaz de impedir su desplazamiento personal; si no la encuentra, el desequilibrio
significará, seguramente, la victoria de los aspirantes al poder.
Las elites políticas que no comparten el círculo arrimado al poder y que, por
consiguiente, tampoco
se sitúan como peana
del gobernante,
siguen siendo elites
(exoelites), pero en
otro estrato. Parece
que su sitio está en la
c o m u n i d a d
gobernada, aunque no
sean masa.
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Las elites modifican su composición humana, aunque más no sea por el
transcurso del tiempo que envejece y mata a los hombres. Las elites también varian su
composición por decision voluntaria, cuando expulsan o desplazan a dirigentes por
razones diversas y los reemplazan por otros. Las elites pueden asimismo transitar por
metamorfosis ideológicas.
Las elites que no saben asimilar y digerir los procesos de cambio, movilidad y
ascenso en la estratificación social son elites enquistadas. Su impermeabilidad les impide
reflejar las fuerzas sociales que cambian en el espectro político.
Toda barrera que pone tropiezo al ingreso de nuevos hombres es síntoma de una
falla en las valoraciones colectivas y en la misma estructura social.
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La apertura de la dirigencia política está íntimamente ligada a dos tipos de poder:
poder abierto y poder cerrado. El primero presupone una sociedad pluralista, poliárquica,
con diálogo, sin uniformidad provocada, en la cual sociedad hay tolerancia, posibilidad
de cambio, movilidad, competencia y confrontación de opiniones y de fuerzas, controles
y revisiones. El poder cerrado, al contrario, se maneja con una representación de
unanimidad que inspira los unicatos y monopolios; pueden ser aristas de su perfil el
partido único o dominante, la intolerancia, la persecución, el fraude electoral, la ausencia
o disminución de competencia leal entre opiniones y fuerzas actuantes.
Siempre la elite política colaboradora del gobernante se forma por selección, tanto
cuando el sistema es de poder cerrado como en el caso de serlo de poder abierto; lo que
difiere es el título que sirve de base para seleccionar. En el poder cerrado, sólo tienen
título los predestinados. En el poder abierto, lo tienen o pueden tener, potencialmente,
todos y cualquiera. La apertura que teóricamente describimos de esta manera funciona
también en el marco de ciertos condicionamiento. Un ejemplo de esto es que la chance
de quienes son copartidarios resulta, sin duda, un handicap para el acceso en relación
con quienes no lo son.
Las elites huérfanas de intelectuales y expertos nunca pueden ser buenas; por
eso, el poder cerrado que excluye a intelectuales y expertos de ideología diferente al
personal gobernante no siempre encuentra individuos de similar calidad en las filas
adictas, y echa mano de otros de calidad inferior, o los improvisa mediante una selección
que acude a títulos sin jerarquía.
ESQUEMA TIPOLOGICO
B) Las elites se forman con personas de cualquier estrato de la sociedad, pero a través
de determinados canales de acceso que piden ser:
Nadie está a priori marginado en el eventual ingreso a las elites. Pero para
ascender a las elites, hay que integrarse previamente a alguno de los canales de acceso
y transitar por él. Los canales que llevan a la elite pueden ser de un tipo único o pueden
ser de varios tipos.
a) Puede haber apertura a través de varios canales, aunque quizás todos ellos
respondan a un tipo único; por ejemplo: sólo los partidos.
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b) Puede haber apertura a través de varios canales de tipo distinto entre sí; por
ejemplo: varios partidos y, además, los sindicatos, los cuerpos profesionales,
etc.
c) Puede no haber apertura sino hermetismo; esto significa que el acceso elitista
extendiendo a todos y actualizado por los ya referidos canales, se cierre
duramente en uno solo o en varios, de tipo único o compartido, con exclusion
de otros. El hermetismo en el embudo de los canales no llega a seccionar a la
sociedad en dos áreas discriminadas absolutamente.
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d) Puede no haber ni apertura ni hermetismo en los canales de acceso, sino
preponderancia de uno o de varios del mismo tipo o de tipo compartido.
E) En el conjunto social hay integración de todos los sectores y posibilidad de que todos
accedan a las elites. Por ende, ninguna discriminación apriorística amuralla a un
estrato en relación con otro u otros, pero fácticamente esa apertura posibilitada a
cualquiera se circunscribe a favor de un sector o de pocos, en virtud de situaciones
de hecho. La viabilidad de capacidad y actividad deparada teórica legalmente a todos
los individuos no se actualiza en igual dimensión, a causa de:
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EL ELITISMO EN LA RECIPROCIDAD DE “MANDO Y OBEDIENCIA”
Pareciera que la disección sociopolítica de quienes mandan y quienes obedecen,
de los que gobiernan y los que son gobernados, colocara a la mas no elitista en la no
participación, en la indiferencia, en la apatía.
Lo que hace quien manda es mandar; lo que hace quien es mandado es,
normalmente, obedecer. Pero con “obediencia” no apuntamos a un fenómeno de total y
absoluto cumplimiento de lo mandado, sino a lo que ahora llamaremos un mínimo de
respuesta habitual y generalmente favorable en la conducta promedio de los gobernados
tomados en su conjunto total. Lo que hace el gobernante lo hace porque dispone de un
cierto consenso, un cierto asentamiento, un cierto acatamiento: lo hace y lo puede hacer
porque es obedecido. Y es en esa interacción de gobernante y gobernados donde se
combina la actividad de ambos y donde se integra el quehacer político compartido.
Esta obediencia promedio inserta en la mixtura esencial del régimen político dosis
y modos de participación de gobernantes y gobernados. La actividad total y completa
que en este cuadro se desarrolla es la política plenaria, el quehacer solidario de todos
desde estratos y posiciones diferentes.
El “sí” puede estar y está condicionado por una pluralidad de variaciones y hasta
salpicado de “no”. Pero en ese “sí” en el que todos participan se integra una acción
compartida que converge hacia el poder para hacer, con el gobernante que lo ejerce,
algo en común.
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desobediencia lo conduce a rectificar o modificar el mandamiento, o a declinar la orden,
o a atemperarla, etc.
Para arrastrar y promover voluntades aditivas hace falta una conducción personal
(de uno o pocos). Es la autoridad que excita el consenso o, por lo menos más
débilmente, el acatamiento. La parte más activa de la adhesion presupuesta en la fuerza
aditiva de voluntades y comportamientos radica, entonces, en el sector elitista que
acompaña a la cúpula del poder. Tal elite es el vínculo primario entre el gobernante y los
gobernados, entre el poder o mando y la obediencia o asentimiento.
LA PARTICIPACION EN EL REGIMEN
Todo régimen político entraña participación política de los gobernados. En todo
régimen la comunidad gobernada hace algo en común dentro del quehacer político: en
común con el gobernante, con la elite que actúa en el perímetro del poder, y con las elites
políticas.
Lo que se hace “con” y “en común” es la política plenaria, actividad política en que
consiste el régimen.
Muchas veces el gobernante que mando toma en cuenta para un acto de mando
una experiencia anterior o una suposición probable con las que imagina anticipadamente
la posible actitud de los súbditos ante un mandamiento que se va a emitir o que se emite.
Sólo se puede hablar de una participación que “en conjunto” es buena o es mala
para un régimen si se hace referencia al saldo o al equilibrio resultantes que aquellos
tipos diferentes de participación arrojan.
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