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Columnas LA GRAN PARTIDA

Si no disuadimos a Rusia, la guerra


volverá a Europa
Nicolás de Pedro @nicolasdepedro
12 julio, 2023 02:19 guardar

Aunque en España vivamos felizmente ajenos al asunto, Europa vive un


momento muy delicado. La guerra ha vuelto al continente y que quede
contenida al territorio ucraniano no es algo que pueda ni deba darse por
descontado. No se trata de dramatizar gratuitamente, pero ignorar la realidad
no ayudará a evitar los peores escenarios ni a posicionar España en el nuevo
orden que se está fraguando.

Entre los temas del menú de la cumbre de la OTAN que se celebra en Vilna,
capital de Lituania, tres son particularmente relevantes. La postura militar de
la Alianza en el espacio europeo como clave de bóveda de la defensa
colectiva, el lugar que debe ocupar Ucrania y la relación con China.

La guerra desatada por Rusia contra su vecino, conviene repetirlo una vez
más, no va sólo de Ucrania, ni mucho menos de la región de Donbás, mero
instrumento y nunca un fin para Moscú. Así, además del derecho de Ucrania a
existir como país soberano e independiente, Rusia está disputando el orden de
seguridad europeo y las reglas que lo han sostenido hasta ahora.

Militares ucranianos en el frente.

Militares ucranianos en el frente. Reuters

El presidente Putin, guiado por la premisa de que la Federación Rusa es un


"Estado-civilización único", continuador de los imperios zarista y soviético,
entiende que la soberanía real y no meramente formal es un privilegio del que
disfrutan exclusivamente un pequeño y selecto grupo de grandes potencias. El
resto de actores del sistema internacional deben acatar su condición de
vasallos o, como está comprobando Ucrania, asumir los riesgos de un entorno
estratégico moldeado por la fuerza y la confrontación.

Así, a ojos de Moscú, todos los países que se encuentran entre Berlín y Moscú
están potencialmente en el menú del nuevo orden que debe surgir de la actual
crisis. Una nueva arquitectura de seguridad europea en la que, además, el
Kremlin exige que Estados Unidos reduzca drásticamente su presencia en el
continente y, con ello, que la OTAN quede desarticulada de facto.
De eso iba el chantaje, en forma de seudotratados, que planteó la diplomacia
rusa en diciembre de 2021 como precio a pagar para evitar la guerra contra
Ucrania.

[Zelenski protesta por la negativa de la OTAN a ofrecerle un calendario de


adhesión: "Es absurdo"]

En aquel momento, Putin decidió atacar Kiev convencido, fundamentalmente,


de dos ideas. La primera, que los ucranianos no presentarían una resistencia
significativa. Cualquier observador mínimamente familiarizado con Ucrania
podía intuir que ese cálculo era erróneo. Pero la combinación de sesgos y la
propia esencia de un sistema político que premia a quien dice lo que el zar
quiere oír y no lo que debe escuchar condujeron a que el Kremlin estuviera
firmemente persuadido de lo contrario.

La segunda idea era que la reacción occidental sería mínima o inexistente. Y


si, como esperaba, Rusia hubiera tomado Kiev en unas horas o pocos días, el
cálculo quizá no habría resultado tan errado.

En cualquier caso, la lección clave a extraer es que la incapacidad occidental


para generar una mínima disuasión actuó como un fuerte incentivo para que
Rusia decidiera invadir Ucrania.

Algunos argüirán que, al no ser Ucrania miembro de la OTAN, el margen para


la disuasión era muy escaso y el asunto no era de su incumbencia.

Quizás el margen era escaso, pero, si antes de lanzar su ataque Rusia hubiera
recibido un mensaje mucho más firme y contundente, su incentivo y su
cálculo de riesgos hubieran sido mucho menos favorables a la decisión de
invadir.

Lo que no cabe argüir, porque es pura ceguera estratégica por mucho que
algunos crean que es un análisis realizado desde un frío y pragmático
realismo, es que no fuera un asunto de incumbencia de la OTAN o de la UE.
La invasión rusa supone una quiebra profunda de la estabilidad del continente
y ha puesto fin a la ilusión de que la guerra había sido desterrada de Europa
para siempre. Un golpe, ya veremos si mortal, para lo que representa el
proyecto de integración europeo. Así que sí, nos incumbe y mucho.

Pero es que aún hay más. La inclinación europea, singularmente del eje
francoalemán, al apaciguamiento constante ante la creciente agresividad de
Rusia ha ido alimentando esa percepción y esos sesgos del Kremlin. A la
guerra contra Georgia en agosto de 2008 le siguió la propuesta de reset de la
administración Obama. A la anexión de Crimea por la fuerza y la operación
encubierta en Donbás en la primavera de 2014, la decisión de Alemania de
construir el gasoducto Nord Stream 2. Así, la lectura desde Moscú ha sido que
a mayor agresividad, mayor recompensa.

Pues bien. Desde hace algunas semanas, algunos expertos rusos de referencia,
influyentes en el ecosistema del Kremlin, están coqueteando con la idea de
que la mejor forma para acabar con una guerra que está desangrando a Rusia y
fragilizando su régimen político (el motín de Prigozhin es sólo un reflejo de
esto) es asestando un golpe contra algún país o interés OTAN. Y se asume que
si el golpe, sea convencional o nuclear, es lo suficientemente contundente,
tendrá un efecto paralizante entre los europeos y, probablemente, en
Washington.

De nuevo, la clave no es si en Europa nos parece un análisis sólido o no, sino


que de convertirse en la percepción dominante en Moscú, puede incentivar
una decisión de ese calado.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en un acto a su llegada a la


cumbre de Vilna.

El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en un acto a su llegada a la


cumbre de Vilna. Reuters

De ahí, la importancia crítica de lo que se decida en Vilna en materia de


postura militar de la Alianza. Entre otros aspectos, la expectativa es que se
consolide y articule el compromiso de los aliados de ser capaces de generar
una fuerza de 300.000 efectivos en quince días y 200.000 más en seis meses
como instrumento básico de disuasión frente a Rusia. Los ciudadanos
europeos deben asumir la necesidad de volver a magnitudes de las décadas en
las que una guerra convencional a gran escala no resultaba inconcebible.
Porque ese es, nos guste o no, el contexto actual.

Y para que esa postura militar resulte creíble y sostenible en el tiempo,


además de declaraciones públicas, debe venir acompañada de un aumento de
las partidas dedicadas a Defensa. Y en esto hay varias Europas a distintas
velocidades. Polonia alcanzará el 4% sobre el PIB de inversión en Defensa
este 2023 y es posible que llegue al 5% en un par de años.

Francia ha anunciado un aumento de más del 40% del gasto en Defensa. Nada
sorprendente si, como apunta el presidente Macron, "el futuro de nuestro
continente está en juego". Antes de concluir la década, Francia habrá doblado
su presupuesto anual y habrá invertido unos 400.000 millones de euros, entre
otras partidas, en la modernización de su arsenal nuclear o la adquisición
masiva de drones de todo tipo, de los más baratos y desechables a los más
sofisticados, y de municiones guiadas de largo alcance.
[Turquía levanta su veto a la entrada de Suecia en la OTAN y logra garantías
para ingresar en la UE]

¿Y España, qué? Pues, en el mejor de los escenarios, la previsión es que pase


del 1% actual y alcance el famoso 2% de inversión en Defensa para finales de
esta década. Pero uno de los mensajes que va a salir de la cumbre de Vilna es
que el 2% ya no es el techo de gasto, sino el mínimo del que deben partir los
aliados. Y, si queda muy rezagada del resto, será difícil que la voz de España
se escuche, y con ella sus intereses nacionales, en la mesa donde se toman las
grandes decisiones.

Puede argüirse, y hay buenas razones para ello, que el gasto en proporción del
PIB no es ni el único método, ni necesariamente el más eficaz, para
determinar la contribución de un miembro a la seguridad de la Alianza. Pero
lo que admite poca discusión es que años de recortes han dejado a las fuerzas
armadas en una posición muy precaria y, acaso, insostenible. Y también que
se trata de un compromiso adquirido por los miembros de la Alianza en 2006.
Es decir, hace más de quince años.

En cualquier caso, Alemania es la incógnita clave a despejar en la ecuación


continental. Bajo el paradigma del Zeitenwende ("cambio de era") anunciado
por el canciller Scholz, apenas tres días después del inicio de la invasión rusa,
la ambición de Berlín es hacer del Bundeswehr la "piedra angular de la
defensa convencional en Europa y la fuerza armada mejor equipada del
continente". Y para ello, el gobierno alemán ha aprobado un fondo
extraordinario de 100.000 millones de euros.

El presidente turco, Erdogan , y el primer ministro sueco, Kristersson, se dan


la mano junto al secretario general de la OTAN, Stoltenberg, antes de su
reunión en Vilna.

El presidente turco, Erdogan , y el primer ministro sueco, Kristersson, se dan


la mano junto al secretario general de la OTAN, Stoltenberg, antes de su
reunión en Vilna. Reuters

La otra gran incógnita, y sin duda el asunto que va a acaparar todos los
titulares esta semana, es la posición de la Alianza con respecto al ingreso o no
de Ucrania. En el momento de escribir estas líneas, la expectativa es la
adopción de un compromiso firme para su adhesión futura, pero en ningún
caso mientras la guerra con Rusia siga en marcha. La formulación y el
compromiso que se adopten tendrán efectos inmediatos en el campo de batalla
ucraniano. No es un asunto menor, miles de vidas están, literalmente, en
juego.
Para quienes no sigan los debates con detalle o hayan estado sobreexpuestos a
los tuiteros del mundo de lo paranormal, conviene apuntar que la
administración Biden es extremadamente cauta y reticente a la adhesión de
Ucrania. Sólo los países del eje nórdico-báltico y el Reino Unido están
empujando en la dirección de una hoja de ruta clara para la adhesión
ucraniana.

Pero no se hará nada si no hay respaldo de Washington. No obstante, para


evitar equívocos, y aunque está todo por decidir, todo apunta a que el pilar
europeo de la OTAN va a pasar más por Londres y Varsovia que por París y
Berlín.

El eje nórdico-báltico incluye, por cierto, a los nuevos miembros de la


Alianza, Finlandia y Suecia. De su ingreso, caben extraer, al menos, tres
lecturas.

La primera es que se trata de las primeras adhesiones de miembros capaces


militarmente desde la ampliación de 1999. Es decir, su ingreso refuerza la
Alianza.

La segunda es que el hecho de que dos países con una fuerte tradición de
neutralidad hayan optado por un rápido ingreso en la OTAN es un buen
reflejo de la gravedad del momento y de cómo, en el otro extremo del
continente, se vive la situación con mucha mayor urgencia.

[Sánchez anuncia en la OTAN el despliegue de fuerzas españolas en


Eslovaquia y Rumanía]

La tercera, y más importante, es que años de divisiones entre los Estados


Miembros y un exceso de retórica grandilocuente y pocos avances tangibles
han condenado a la UE a la irrelevancia en un asunto tan crítico para los
ciudadanos europeos como es el de su propia seguridad.

Por último, el otro gran asunto que sobrevolará la cumbre es el de la relación


con China. Aquí el sentimiento de urgencia es menor y la posición de la
Alianza mucho más matizada y aún pendiente de ser definida claramente. El
Concepto Estratégico adoptado en Madrid el año pasado es el primero que
incluye a China como desafío para la seguridad de los aliados. La
participación este año en Vilna de representantes de Australia, Corea del Sur,
Japón y Nueva Zelanda es buen reflejo de la creciente importancia del Indo-
Pacífico para la OTAN.

Aquí se dan, de nuevo, divisiones entre los aliados. Francia, y más tras la
reciente visita de Macron a Pekín, se muestra muy reacia a un mayor papel de
la OTAN en esta cuestión y quizá dispuesta a torpedear la apertura de una
oficina de enlace de la Alianza en Tokio. Para el resto de europeos, de esto se
deriva el riesgo (como quedó de manifiesto durante la presidencia de Donald
Trump) de un progresivo desinterés estadounidense por una Alianza centrada
exclusivamente en los asuntos del viejo continente.

Francia contempla ese escenario (y las elecciones presidenciales


estadounidenses de 2024) desde la seguridad que le confiere su disuasión
nuclear. El resto de estados europeos, salvo el Reino Unido, no pueden
permitirse ese lujo. España, claro, tampoco

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