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1
Esta concepció n de la Constitució n como límite a la voluntad democrá tica
del pueblo, así como la idea de que los derechos previstos en ella operan como
cartas de triunfo frente a la soberanía popular de índole gubernamental6, ha
llevado a muchos a pensar que la Constitució n y la noció n de “tener derecho a”
implica el reconocimiento de una existencia excluyente de obligaciones estatales
negativas, es decir, que esas cartas de triunfo só lo servirían para derrotar al estado
– corporizado en el pueblo autogobernado – cuando sus acciones violaran
derechos. Esa identificació n del estado-enemigo que actú a interfiriendo con el
ejercicio de los derechos constitucionales hace presumir a algunos que só lo por
medio de un no-hacer estatal, la vigencia y el ejercicio de los derechos vulnerados
son reestablecidos7. Detrá s de esta visió n del estado como enemigo de la libertad,
se encuentra una concepció n de la idea de límite como límite negativo, que algunos
identificará n con una filosofía política conservadora que requiere un estado
pequeñ o y pasivo, inconsistente con las demandas de justicia – o de igualdad –
defendidas desde una filosofía política progresista o liberal igualitaria.8 Por ello, la
mismísima idea de la Constitució n como límite resulta a veces resistida por
demó cratas radicales o por partidarios de un estado má s activo. Pero esa
resistencia es a una idea de límite en particular que considero no es correcta.
6
Ronald Dworkin, Taking Rights Seriously, Harvard University Press, Cambridge, 1977,
Capítulo 4.
7
Esta idea de la Constitució n y de los derechos como límite negativo se corresponde con la
de libertad negativa presentada por Isaiah Berlin en su ensayo "Dos conceptos de
libertad", publicado en Isaiah Berlin, Cuatro ensayos sobre la libertad, Alianza, Universidad,
Madrid, 1988, pp. 187-243.
8
Ver Carlos N. Nino, “Liberalismo conservador: ¿Liberal o conservador?, en Roberto
Gargarella y Marcelo Alegre (coordinadores), El derecho a la igualdad. Aportes para un
constitucionalismo igualitario, Lexis Nexis, Buenos Aires, 2007, pp. 17-44.
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Como muchos de nuestros desacuerdos normativos, la raíz de la
controversia acerca del alcance de nuestras libertades y de las consiguientes
responsabilidades estatales encuentra su origen en la ambigü edad de la noció n de
límite. Dos concepciones diferentes – y posiblemente contradictorias – acerca de lo
que significa establecer un límite al estado – o a la voluntad democrá tica del pueblo
– generan confusió n, no só lo acerca de lo que el estado debe hacer o dejar de hacer
cuando se trata de asegurar derechos. El desacuerdo sobre la noció n de límite,
sobre lo que se limita con ese límite, expone un desacuerdo acerca de lo que
consideramos que una Constitució n es o debe ser. Cuando afirmamos que la
Constitució n es un límite a la democracia no estamos diciendo que la primera
opera como límite a la acció n estatal – en el sentido de que se demanda la inacció n
del estado –, sino que nos referimos a otra noció n de límite. Una que lo asocia con
la idea misma de Constitució n. Una idea de Constitució n que tanto conservadores
como progresistas podrían compartir por las razones que esgrimo a continuació n.
9
5 U.S. 137 (1803)
10
CJSN, Fallos, 32:120
3
Nada indica de lo hasta aquí expuesto que las decisiones constitucionales
que limitan la voluntad democrá tica del pueblo deban ser sólo decisiones acerca de
lo que el estado no debe hacer. Es perfectamente compatible con la idea de
Constitució n que acabo de defender, así como también con su inherente
concepció n de supremacía constitucional, que las decisiones constitucionales que
condicionan y limitan al estado – o al gobierno democrá tico –, sean no só lo
decisiones acerca de lo que éste debe abstenerse de hacer – límite negativo –, sino
que también pueden referirse a lo que el estado debe hacer, en cuyo caso estamos
ante un límite positivo. Debemos entonces descartar la idea de límite que conduce
a concebir a la Constitució n exclusivamente como límite negativo – en el sentido de
imponer restricciones a la acció n estatal – y rescatar una idea de Constitució n
como límite negativo y positivo, dependiendo del tipo de decisiones
constitucionales que el pueblo ha tomado al sancionar la Carta Magna cuando la
interpretamos en el presente.
Desde la sanció n de la ley 13.010 de 1947, las mujeres tienen los mismos
derechos políticos que los varones en Argentina. Ellas votaron por primera vez el
11 de noviembre de 1951 en elecciones nacionales. 24 Diputadas y 9 Senadoras
11
Artículo 16 de la Constitució n Nacional: “La Nació n Argentina no admite prerrogativas
de sangre, ni de nacimiento: No hay en ella fueros personales ni títulos de nobleza. Todos
sus habitantes son iguales ante la ley, y admisibles en los empleos sin otra condició n que la
idoneidad. La igualdad es la base del impuesto y de las cargas pú blicas.”
12
Sobre un desarrollo má s extenso de la distinció n entre el principio de igualdad como no
discriminació n y el de igualdad como no sometimiento, ver Roberto Saba, “(Des)igualdad
estructural”, en Roberto Gargarella y Marcelo Alegre (coordinadores), El derecho a la
igualdad. Aportes para un constitucionalismo igualitario, Lexis Nexis, Buenos Aires, 2007.
4
fueron las primeras en formar parte del Congreso de la Nació n desde su creació n
en 1853. Pese a esta reforma legislativa, los varones continuaron obstaculizando la
llegada de mujeres al Congreso a través de prá cticas desarrolladas en los procesos
de elecció n de candidatos a cargos electivos dentro de los partidos políticos. Si bien
ninguna norma o distinció n realizada por el estado impedía que las mujeres
participaran en política a partir de 1947 y hasta comienzos de los 90s13, el nú mero
de mujeres en ambas Cá maras del Congreso de la Nació n durante ese período no
reflejaba ni por asomo la proporció n de mujeres que componen la població n total
del país. Sin que medien restricciones u obstá culos formales, sin que se encuentre
en aplicació n un criterio irrazonable que trate de modo diferente e injustificado a
los candidatos y candidatas a cargos electivos, el resultado de un proceso fundado
en criterios razonables arrojaba un resultado incompatible con la igualdad de trato
de varones y mujeres en la participació n política. La interpretació n de la igualdad
constitucional de acuerdo con el principio de igualdad como no-discriminació n, se
correspondía con una noció n de derechos negativos asociados a obligaciones
estatales restringidas a un no-hacer: no realizar distinciones basadas en criterios
irrazonables. Esta idea de igualdad tiene consecuencias incompatibles con el ideal
de igualdad que la propia Constitució n liberal establece. En primer término, esa
asociació n de la idea de tener derecho a (a la igualdad de trato, en este caso) con la
omisió n de tratos desiguales irrazonables por parte del estado, no hace a ese
estado responsable de evitar que los resultados de un proceso razonable (algunos
lo llamara neutral) sean contradictorios con el principio de igualdad, lo cual
demandaría obligaciones de hacer. En segundo lugar, tampoco hace al estado
responsable de impedir por medio de regulaciones o de políticas pú blicas, que los
particulares contribuyan con sus decisiones y acciones a perpetuar situaciones de
exclusió n o segregació n, como sucede con las relaciones contractuales de empleo
respecto de las mujeres. En síntesis, la idea de la Constitució n como límite
negativo, asociada a la concepció n de límite como restricció n a la acció n estatal, se
refleja en la concepció n de la igualdad como no-discriminació n, que a su vez
determina una lectura de la igualdad constitucional incompatible con el principio
de igualdad.
13
El 6 de noviembre de 1991 sancionó la ley de cupos femeninos que obliga a los partidos
politicos a incorporar un mínimo de 30% de candidatas mujeres en las listas de
candidaturas a cargos electivos para el Congreso de la Nació n.
14
Idem nota 8.
5
criterios irrazonables, sino que también requiere de acciones estatales tendientes a
desmantelar situaciones de exclusió n y segregació n, algo que puede lograr, por
ejemplo, a través de acciones afirmativas, como las reconocidas por la Constitució n
a partir de la reforma de 199415.
15
Artículo 75.23 de la Constitució n Nacional: “Legislar y promover medidas de acció n
positiva que garanticen la igualdad real de oportunidades y de trato, y el pleno goce y
ejercicio de los derechos reconocidos por esta Constitució n y por los tratados
internacionales vigentes sobre derechos humanos, en particular respecto de los niñ os, las
mujeres, los ancianos y las personas con discapacidad.”
16
Mark Tushnet, “State action in 2020”, en Jack M. Balkin and Reva B. Siegel (editors), The
Constitution in 2020, Oxford University Press, 2009, pp. 69-77.
17
Stephen Holmes y Cass Sunstein, The Cost of Rights, Norton and Company, New York,
1999.