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El dilema de dar limosna y

la ineficacia de la caridad
cristiana
Fecha de publicación: 20 enero 2020

Un asunto recurrente en las reuniones de las Conferencias, que desafía a los vicentinos en
general, es la cuestión de dar limosna a los pobres. Todos sabemos que la Santa Iglesia
aconseja esta práctica, y hay innumerables pasajes bíblicos que recomiendan vivir esta obra de
misericordia. Pero san Vicente nos «provoca» cuando dice que no basta dar una limosna, hay
que rescatar a los pobres de su mísera condición.

Un pasaje de Hechos de los Apóstoles[1] narra la historia de Tabita, considerada una discípula
ejemplar y que, tras su enfermedad y muerte, volvió a la vida por la intercesión de la oración
de san Pedro: «En Jope había una discípula llamada Tabita (o Dorcas en griego), que quiere
decir Gacela. Hacía muchas obras buenas y siempre ayudaba a los pobres». Lo que pasó con
Tabita ya fue previsto en otra parte bastante contundente del Antiguo Testamento: «La
limosna libra de la muerte, purifica de cualquier pecado; los que dan limosna tendrán larga
vida»[2]. Y Jesús va más allá: «Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas»[3].

Así pues, encontramos muchos pasajes en las Sagradas Escrituras sobre este tema. Pero la
Iglesia también afirma, desde siempre, que hemos de detener la miseria y no perpetuarla. En
general, cuando las personas dan limosna en la calle quieren librarse de los pedigüeños, dando
solo un paliativo, sin resolver la cuestión, solo aliviando el sufrimiento de forma momentánea.
No hay cambio de estructuras ni solución de los problemas de hecho, como debiera ocurrir.

Por eso, la discusión sobre dar o no dar limosna preocupa a cada consocio de la Sociedad de
San Vicente de Paúl. ¿Cómo debemos actuar? Sabemos que la limosna no resuelve el
problema del pobre, pero la Iglesia estimula su práctica. ¿Cómo actuar entonces? Lo mejor es
implementar una acción perenne, integrada, organizada y realmente sanadora, como debería
de ser precisamente la asistencia prestada por la Sociedad de San Vicente de Paúl, hasta que
las personas socorridas puedan, con sus propias manos y el sudor de su trabajo, caminar por la
vida de manera autónoma y digna.

En otras palabras: dar limosna es un acto de caridad que ayuda, pero no resuelve. Debemos
seguir dando limosnas, con criterio, por supuesto. Pero lo que va a resolver de hecho la
cuestión de la pobreza es una acción de promoción humana integral que incluya el acceso al
empleo, la salud y la educación. Juntos, estos elementos restauran la dignidad a la persona
humana, rescatándola de la miseria e insertándola en el contexto social en que vivimos.

No podemos reducir la caridad cristiana tan solo a hechos materiales, como «dar de comer al
hambriento y de beber al sediento». La caridad es también moral, y no implica gasto
económico alguno. Pero esta última es la más difícil de practicar. Saber escuchar (en una
sociedad sorda), interceder con oraciones (cuando las personas no tienen tiempo para orar),
perdonar sin límites (en un escenario vengativo y violento) y tolerar actitudes inadecuadas de
las personas (en un mundo lleno de prejuicios y discriminaciones) son ejemplos de actos de
caridad meritorios («limosnas virtuales») que no cuestan nada y marcan una enorme
diferencia. Reflexionemos.

[1] Hch 9, 36ss.

[2] Tb 12, 9.

[3] Lc 12, 33.


Renato Lima de Oliveira
16º Presidente General de la Sociedad de San Vicente de Paúl

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