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El derecho del imputado a recurir el auto de procesamiento

Comentario al caso "Roncati" de la Cámara Nacional de Casación Penal

Por Federico Wagner ·

“...si algún día leyes humanas llegan a dulcificar ... algunos usos demasiados
rigurosos, sin que por eso se dé mayores facilidades al crimen, es de creer que se
confinarán también los procedimientos en los artículos en que los redactores han
sido demasiado severos...” Voltaire[1]

I.- El propósito de este trabajo es analizar el derecho que tiene el imputado a


recurrir el auto de procesamiento dictado por el Tribunal de Alzada.

A tal efecto, se debe tener en cuenta la naturaleza jurídica del auto de


procesamiento, el perjuicio que esta decisión le ocasiona al imputado, el derecho a
impugnarla, y la garantía que tiene aquél de recurrir todos los autos importantes
ante un tribunal superior.

El problema se plantea cuando un Juez de Instrucción ordena el sobreseimiento o


la falta de mérito de una persona, y el fiscal y/o el acusador particular apelan esa
decisión, debido a la supuesta existencia de elementos como para procesar.

Hasta hace poco tiempo fue muy discutida la jurisdicción de la Cámara de


Apelaciones para ordenar el procesamiento de una persona[2], dado que la ley
sólo puede atribuir competencia a un tribunal[3], y en nuestro ordenamiento
jurídico se le otorga exclusivamente al Juez la facultad de ordenar el
procesamiento del imputado[4]. Asimismo, esta facultad del Tribunal de Alzada
restringe las posibilidades impugnatorias expresamente previstas por ley[5].

No obstante, a partir de la aplicación obligatoria por parte de los tribunales locales


de las garantías previstas en los Tratados de Derechos Humanos con jerarquía
constitucional[6] y, concretamente, mediante una interpretación de la doble
instancia en materia penal que cumpla con las interpretaciones elaboradas por los
tribunales internacionales[7], al imputado no le causa ningún agravio que una
Cámara de Apelaciones ordene su procesamiento, y por lo tanto esta discusión
deviene abstracta.

II.- La Corte Interamericana de Derechos Humanos interpretó el alcance de la


garantía relativa al derecho al recurso en la oportunidad de resolver el Informe Nº
24/92, en el que se precisó que un instrumento efectivo para poner en práctica el
derecho reconocido por el art. 8.2.h. de la CADH debe permitir “la revisión legal
por un tribunal superior del fallo y de todos los autos importantes, incluso de la
legalidad de la producción de la prueba”[8] (el resaltado me pertenece).

Posteriormente, ese Tribunal sostuvo que el recurso debe permitir que el tribunal
superior realice un examen comprensivo e integral de todas las cuestiones
debatidas y analizadas en el tribunal inferior[9].

En consecuencia, se puede concluir que el derecho al recurso debe comprender la


posibilidad de revisión de todos los autos importantes, en forma integral, por parte
de un tribunal superior.

III.- En nuestro país, la doctrina y jurisprudencia dominante sostienen que sólo se


equiparan a “autos importantes” las resoluciones que afectan la libertad u otros
derechos fundamentales del imputado –v.gr. patrimonio, ejercicio de profesión o
industria, etc.-. En este sentido se pronunciaron los Jueces de la Sala I de la
Cámara Nacional de Casación Penal, en el fallo “Roncati, Carlos Alberto s/ recurso
de queja”, resuelto el 26 de octubre de 2004. En esta resolución se efectuó un
profundo análisis del derecho al recurso, siguiendo fundamentalmente los
lineamientos de la doctrina de Daniel Pastor desarrollada en su obra “La Nueva
Imagen de la Casación Penal”. No obstante, disienten con el referido autor
respecto a la revisión en doble grado del auto de procesamiento si no se aplican
efectivamente medidas restrictivas de derechos, debido a que las limitaciones de
derechos que de ordinario acompañan el sometimiento al proceso deberían, según
ese tribunal, ser soportadas por el imputado.

IV.- Las excepciones que efectúan quienes sostienen este criterio dominante
entiendo que no pueden ser aprobadas. Para determinar si el auto de
procesamiento resulta equiparable a lo que la Corte Interamericana
denominó “autos importantes”, se deben tener en cuenta, en primer término,
los principios de interpretación de las normas del derecho internacional.

El art. 31.1 de la Convención de Viena sobre el derecho de los Tratados prevé que
“...un tratado deberá interpretarse de buena fe conforme al sentido corriente que
haya de atribuirse a los términos del tratado en el contexto de éstos y teniendo en
cuenta su objeto y fin...”.

Otro criterio de interpretación, que se aplica a todo el derecho de los derechos


humanos, es el denominado principio pro homine, en virtud del cual “...se debe
acudir a la norma más amplia, o a la interpretación más extensiva, cuando se trata
de reconocer derechos protegidos e, inversamente, a la norma o a la
interpretación más retringida cuando se trata de establecer restricciones
permanentes al ejercicio de los derechos o su suspensión extraordinaria. Este
principio coincide con el rasgo fundamental del derecho de los derechos humanos,
esto es, estar siempre a favor del hombre...”[10]

La denominación “auto importante”, razonablemente, debe abarcar todas las


decisiones interlocutorias que afecten la libertad y/o los bienes de una persona
pero, no puede circunscribirse exclusivamente a aquéllas. De lo contrario, los
precedentes de la Corte Interamericana se hubieran referido exclusivamente a las
medidas cautelares y/o de coerción, que es como se denominan técnicamente
aquellas restricciones.

V.- El procesamiento es una declaración jurisdiccional acerca de la probable


culpabilidad del imputado en un concreto hecho delictuoso, por lo cual puede ser
llevado a juicio, y permite determinar la medida de coerción que corresponde
aplicar[11].

Un fundamento clásico de este acto se centra en el “principio de identidad de juicio


y pena”[12], en virtud del cual el tránsito de la instrucción al debate está marcado
por diversos juicios de valor efectuados por el juez –v. gr.: el del auto de
procesamiento, la clausura de la instrucción-. La precedencia necesaria de estos
juicios al definitivo, que ha de conseguirse en el debate, tiene como objeto “no
exponer a la pena del debate a quien no la merece”[13], dado que “...la pendencia
del proceso criminal, aunque no exista todavía la condena ni tampoco el inculpado
esté detenido, es suficiente para procurarle un sufrimiento...”[14].

A su vez, Clariá Olmedo sostiene que “la trascendencia de este pronunciamiento


es más amplia, por lo cual su justificación no puede encontrarse solamente en una
garantía de formalidad para el progreso del procedimiento. Significa un verdadero
control de la actividad persecutoria, delimitando el ámbito de su actuación, y como
tal se justifica en cuanto significa una garantía de defensa para el imputado y de
seguridad jurídica para la actividad posterior de todos los sujetos procesales”[15]

Tanto la función de control como la de progreso, indican la importancia del auto de


procesamiento, dado que aquél resulta un límite de la actividad jurisdiccional.

VI.- El código de procedimientos expresamente prevé que el imputado podrá


interponer recurso de apelación contra el auto de procesamiento[16]. Esta
previsión, “al estar reconocida por la ley, deviene garantía constitucional incluida
dentro de la inviolabilidad de la defensa (art. 18, CN), aunque ahora en virtud del
art. 75, inc. 22 id. tiene dicha jerarquía, sin discusión cuando se trata del
imputado”[17].
Asimismo, la resolución que dicta un procesamiento debe ser considerada como
un “auto importante”, porque obliga al imputado a seguir vinculado al proceso[18],
con todas las consecuencias que ello implica. En este sentido, Pastor –
refiriéndose al auto de procesamiento- tiene dicho que “... [se] debe tener previsto
un examen de doble grado aunque no se aplique efectivamente medidas
restrictivas de derechos. Ello se debe tanto a que de hecho la decisión de someter
a proceso es equiparable a la de someter a pena como a que la decisión fundada
de mérito permite la aplicación posterior de medidas de aseguramiento o
coerción”[19].

En este sentido, Carnelutti decía que el simple comienzo y tanto más el desarrollo
del proceso penal le causan un sufrimiento al inocente que es, lamentablemente,
el costo insuprimible del proceso penal[20]. Ferrajoli fue más allá cuando dijo que
“... a las diversas formas y mecanismos de diferenciación interna de la pena y de
multiplicación de las sanciones penales atípicas y no retributivas, hay que añadir el
desarrollo inflacionario del proceso penal, que en la moderna sociedad de las
comunicaciones de masas tiende a convertirse en sí mismo en una sanción, en
ocasiones más gravosa que la misma pena tradicional...”[21].

Asimismo, también se dijo que los instrumentos mediante los cuales se desarrolla
el proceso cumplen una función intimidatoria y de presión sobre el individuo y la
sociedad. En efecto, las instituciones del proceso son conscientemente utilizadas
para fines con directa incidencia en la esfera de las libertades individuales y
especialmente sobre la opinión pública. Por tanto, “...entre las formas de control
social que vienen a determinar o impedir ciertas conductas, pero también a
reforzar o difundir ciertos valores, determinadas ideologías, dentro del sistema
penal, no sólo se sitúan los tipos penales abstractos ni tampoco sólo las
decisiones judiciales en cuanto medios para establecer sanciones penales, sino
que también el proceso mismo, el funcionamiento de sus institutos, su propia
existencia anticipada al resultado del juicio, afecta a la vida asociada y no faltan
orientaciones doctrinales y reformas normativas empeñadas en el declarado
intento de transferir y reforzar sobre el plano procesal finalidades de defensa
social, de política criminal del orden público, que en momentos pasados se
atribuían formalmente a la sanción...”[22].

Esta pena anticipada se agrava a medida que transcurre el proceso: “... la teoría
moderna de las relaciones procesales ilumina la existencia de un estado de
vinculación del sujeto pasivo del proceso criminal, que va aumentado con el
progresar del procedimiento; no solamente la condena, sino la misma elevación a
juicio, es decir, la remisión al debate, disminuye lo que los antiguos llamaban
status libertatis del individuo; y lo mismo acaece, aunque en menor medida,
cuando la averiguación de la sospecha induce al juez a empezar la
instrucción...”[23].

En este sentido, las molestias, gastos, sufrimientos, ansiedades e inseguridades


que el proceso le implica a los imputados fueron tomados en cuenta por la Corte
Suprema para motivar el derecho del imputado a ser juzgado en un plazo
razonable[24]. Todo ello, sin tener en cuenta los síntomas patológicos que
evidencia actualmente el sistema penal y procesal penal[25].

VII.- A su vez, el proceso penal opera muchas veces en el imputado como factor
de resentimiento, transformándose, así, en elemento victimizante y, en ocasiones,
en una variable con entidad criminógena. El procesamiento, concretamente,
generaría un estigma que produce, a veces, un cambio de expectativas de los
otros hacia el imputado que limita sus oportunidades[26].

VIII.- En conclusión, el auto de procesamiento ordenado por la Cámara de


Apelaciones tiene que ser revisado por una instancia superior, para evitar
que al imputado se lo prive de los recursos que por ley le corresponden.

Asimismo, el concepto “importante” tiene que incluir al auto de


procesamiento, debido a su función de control y progreso, así como por los
perjuicios y consecuencias que acarrea esta decisión para el imputado.

Es por ello que, ante un procesamiento ordenado por el Tribunal de Alzada,


no se vulnera el derecho de defensa del imputado si éste dispone de un
recurso que le permita un examen comprensivo e integral de todas las
cuestiones debatidas y analizadas.

En base al principio de progresión, si bien la Cámara de Apelaciones resulta


competente para dictar un auto de procesamiento, en lugar de revocar el
sobreseimiento o la falta de mérito del imputado, esa decisión tiene que
poder ser objeto de un recurso amplio que, aunque sea resuelto por la
Cámara de Casación Penal y se lo llame “de casación”, le deberá brindar
exactamente la misma amplitud que hubiera tenido para impugnar el auto si
éste hubiera sido dictado por el juez de instrucción.

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· Agradezco a Daniel Pastor por sus correcciones, sugerencias y, sobre todo, por
su incentivo y confianza, aún desde tan lejos.

[1] Comentario sobre el libro De los Delitos y las Penas, en Beccaría Cesar,
Tratado de los delitos y las penas, Editorial Heliasta, Buenos Aires, 1978, pág.
207.
[2] Palacio, Lino Enrique, El auto de procesamiento dictado por la Cámara de
Apelaciones y la garantía constitucional de la defensa en juicio, La Ley, T. 1995-B;
nuevamente sobre el auto de procesamiento y la garantía de la doble instancia, La
Ley, T. 1998-C, págs. 832 y ss.; Iturralde, Norberto, Disposiciones generales sobre
los recursos en el Código Procesal Penal de la Nación, La Ley, T. 1995-C, págs.
1238 y ss.; Cuneo Libarona, Mariano, Apelación y juicio penal mecánico de
segunda instancia, su inconstitucionalidad, La Ley, T. 116, pág. 1044 y ss.

[3] Maier, Julio B. J., Derecho Procesal Penal, II. Parte general, Sujetos
procesales, Editores del Puerto, 2003, pág. 509.

[4] Art. 306 y ss. del C.P.P.N.

[5] C.S. Santa Fe, “Gervasoni, Turquina”, rto. 28/9/94. En esa oportunidad, ese
Tribunal motivó su decisión en que la resolución de la Cámara de Apelaciones de
ordenar el procesamiento del imputado afectaba la garantía de defensa, por la que
se requiere que “... se dé al litigante la oportunidad de ser oído y además, que le
permita el ejercicio de sus derechos en la forma y con las solemnidades que
establecen las leyes procesales. En el presente, el auto recurrido resulta violatorio
de estas argumentaciones apuntadas, ya que sin fundamento atendible en la
conducta procesal de la encartada, le priva de la participación que le corresponde
en la secuela del pleito y de los recursos que la ley le otorga...”.

[6] Pastor, Daniel R., “El llamado “impacto” de los tratados de derechos humanos
en el derecho interno con especial referencia al derecho procesal penal,
Cuadernos de Doctrina y Jurisprudencia Penal Nº 9, Ad-Hoc, págs. 41 y ss.;
Abregú, Martín, “La aplicación del Derecho Internacional de los Derechos
Humanos por los tribunales locales: una introducción”, Editores del puerto, 1997,
pág. 3 y ss.

[7] C.S.J.N. Fallos, 318:514 (Giroldi, Horacio D.).

[8] Este mismo argumento ese Tribunal lo utilizó en el Informe Nº 17/94


(Maqueda), Informe Nº 55/97 (Abella).

[9] C.I.DH., Caso “Herrera Ulloa”, rto. 2/7/2004, publicado en Cuadernos de


Doctrina y Jurisprudencia Penal, Casación n.ª 4 (2004), págs. 271 y ss., con
comentario de Pastor, Daniel R., Los alcances del derecho del imputado a recurrir
la sentencia, págs. 257 y ss.

[10] Mónica Pinto; “El principio pro homine. Criterios de hermenéutica y pautas
para la regulación de los derechos humanos”; publicado en “La aplicación de los
tratados sobre derechos humanos por los tribunales locales”; compiladores: Martín
Abregú y Christian Courtis; Centro de Estudios Legales y Sociales; Editores del
Puerto; 1997; pág. 163.
[11] Clariá Olmedo, Jorge A., Derecho Procesal Penal, Tomo II, Rubinzal – Culzoni
Editores, Santa Fe, 1998, págs. 502 y ss.

[12] Carnelutti, Francesco, Auto de Procesamiento, Revista de Derecho Procesal


(argentina), 1948, I, pág. 216; y en Cuestiones sobre Derecho Procesal Penal, El
Foro, Buenos Aires, 1994, pág. 145.

[13] Ibidem.

[14] Ibidem.

[15] Clariá Olmedo, Jorge A., op. cit., pág. 362.

[16] Art. 311 del C.P.P.N.

[17] D’Albora, Francisco J., Código Procesal Penal, Anotado – Comentado –


Concordado, Abeledo – Perrot, Buenos Aires, 1999, pág. 527 (refiriéndose
específicamente al auto de procesamiento).

[18] Voto de la Jueza Ángela E. Ledesma, en causa “Farache, Fernando Gabriel s/


recurso de queja” –causa Nº 4172- del registro de la Sala IV, de la C.N.C.P.

[19] Pastor, Daniel, La nueva imagen de la casación penal, Ad-Hoc, Buenos Aires,
2001, pág. 179.

[20] Carnelutti, Fancesco, Principios del proceso penal, Morano, Napoli, 1960, p.
55, citado en Daniel R. Pastor, El plazo razonable en el proceso del estado de
derecho, Ad-Hoc, Buenos Aires, 2002, pág. 52.

[21] Ferrajoli, Luigi, Derecho y razón, Editorial Trotta, Madrid, 1995, pág. 730.

[22] I. Muñagorri; “Algunas notas sobre el proceso penal como momento de


criminalización y de control social ...”, pub. en “El Poder Penal del Estado”,
Homenaje a Hilde Kaufman, Depalma, 1985, Buenos Aires, págs. 304 y ss.

[23] Carnelutti, Francesco, Cuestiones ..., pág. 146.

[24] C.S.J.N, Fallos: B. 898. XXXVI. Barra, Roberto Eugenio Tomás s/


defraudación por administración fraudulenta —causa n° 2053-W-31—, 272:188,
entre muchos otros.

[25] “...se trata de una patología que evidencia la posibilidad de hacer uso del
proceso para la punición anticipada, la intimidación policial, la estigmatización
social, la persecución política o para todos estos objetivos juntos. Es indudable
que, por encima de las intenciones persecutorias de los instructores, la sanción
más temible en la mayor parte de los procesos no es la pena –casi siempre leve o
inaplicada- sino la difamación pública del imputado, que ofende irreparablemente
su honorabilidad y sus condiciones y perspectivas de vida y trabajo; y si hoy puede
hablarse todavía del valor simbólico y ejemplar del derecho penal, se atribuye no
tanto a la pena como al proceso y más exactamente a la acusación y a la
amplificación que realizan, sin posibilidad de defensa, la prensa y la televisión. Ha
reaparecido, pues, en nuestros días la antigua función infamante característica del
derecho penal premoderno, cuando la pena era pública y el proceso secreto. Sólo
que el rollo y la picota han sido hoy sustituidos por la exhibición pública del
acusado en las primeras páginas de los periódicos o en el televisor; y no como
consecuencia de la condena, sino de la acusación, cuando todavía es un presunto
inocente”, en Ferrajoli, Luigi, Derecho y razón, Editorial Trotta, Madrid, 1995, págs.
731/2.

[26] Irurzun, Victor, “La Influencia de los Medios en el Proceso Penal”, en “Política
Criminal, Derechos Humanos y Sistemas Jurídicos en el Siglo XXI”, volumen de
homenaje al Prof. Dr. Pedro R. David, Depalma, Buenos Aires, 2001, págs. 377 y
ss.

director Dr. Pablo Castoldi


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