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Santiago Castro-Gómez
Estas Ciencias sociales se han vuelto garantes de intereses del Estado y de la organización
racional del humano. Utiliza la sistematización a partir de una normatividad estándar que
pretende formular por medio de intereses institucionales, los intereses colectivos. Asume el
rol de callar metas individuales y guiar, por medio del raciocinio con carácter científico a
priorizar las Estatales. Esto es debido a que las mismas aportan material científico, o en
otras palabras, “verídico” incorporando, descaradamente, una identidad cultural y social.
Ahora bien, toda política económica, social o cultural estaría siempre respaldada por la
ciencia que promulgará la conducta deseada por medio del trabajo. Lo laboral constituirá
dominio sobre el ciudadano. La ciencia enseñaría la Ley y el Estado la avalaría.
El autor cita a Gonzalez Stephan para traer a colación el proceso que se llevó a cabo en
cuestión de civilización y de forjar al “ciudadano” latinoamericano en el siglo XIX. Este habla
sobre las constituciones, los manuales de urbanidad y las gramáticas de la lengua que
recaen y se viralizan en la escritura, en lo simbólico. Lo escrito, entonces, refleja el orden y
se encargaría de sistematizar la lógica de la civilización creando una identidad nacional y
cultural legitimando lo institucional. Es aquí donde recae el llamado sujeto de derecho que
solo se puede dar por medio de lo escrito, de lo institucionalizado, quien ha creado
anteriormente una identidad homogénea. Solo es sujeto lo que esté estipulado por la
constitución. El que no entre en este marco institucional, no será aceptado por la sociedad y
será, por ende, subyugado y excluido.En este marco es donde nace la invención del “otro”,
tomando como referencia la invención como aquella construcción de representaciones.
Este “otro” implícito trae entre líneas la existencia explícita de un ciudadano a convenir, un
ideal pactado que solo podría ser entendido por medio de la disciplina pedagógica. Este
ciudadano moderno y civilizado sólo podrá ser exitoso dentro de la civilización si sigue (al
pie de la letra) a aquellos manuales urbanos e institucionalizados que sometan al humano a
seguir conductas ideales para vivir en sociedad.El autor, en razón de organizar el término,
cita a Gonzalez Stephan, Weber y Norbert Elías quienes acuerdan y concluyen que el sujeto
moderno se compacta por medio del autocontrol y represión del instinto para hacer visible lo
diferente, el otro. Crece la vergüenza, separa y disocia.
Volviendo a los inicios del texto donde el autor insiste en un fin de la modernidad, se
cimenta en concretar el concepto de globalización que habría sido asentado sobre la idea
de que el Estado ya no es quien tiene el control sobre lo social, por lo tanto, se redefine el
concepto entendiéndose como aquella que desvincula el poder del Estado sobre la relación
social. Este poder quedaría atrapado implícitamente en la atracción libidinal a los símbolos,
que a su vez, se adscriben a procesos e intereses económicos que promueven y estimulan
la diferencia, “el otro”.
El interés económico ligado con la acumulación del capital demandaría resaltar las
diferencias. Ahora serían las ciencias sociales quienes tendrían que adaptarse a este nuevo
paradigma capital donde dan soporte a un nuevo poder. No obstante, Habermas aseguró
que ese fin de reglas, dogmas y poderes no es real, hay un sistema que crearía un poder
distinto invisibilizando al proyecto anterior. Hay un sinfín de relatos y diferencias que vuelven
imperceptible el poder y proyecto inicial, el real.
Seguidamente, y para concluir, el autor destaca los nuevos retos a los que deberán estar
adscritas las ciencias sociales y la filosofía. Comenta que los estudios culturales
poscoloniales traen consigo un fin de la brecha ocasionada e implementada por las ciencias
sociales, sin embargo, es todavía La palabra, lo escrito, lo dogmático y conceptual aquel
que encapsula un poder ideológico entre culturas aperturando más esta brecha y
visibilizando los interese económicos camuflando la diferencia. Concluye que, con el fin de
seguir estructurando estos estudios, es pertinente desligarse de las ya extintas dicotomías
binarias que se centraban en la diferencia, y por el contrario, deberán tomar como
referencia los estudios poscoloniales que podrían poner en vigor un término más
“adecuado” a la historia.
En este orden de ideas, Santiago nos hace reflexionar acerca de una crítica prolongada en
el tiempo sobre las ciencias, su postura alienada, los intereses políticos y económicos y el
sujeto moderno. Relata significativamente el vigor de la historia en las adecuaciones de las
ciencias y las disciplinas. Nos brinda, a su vez, una cara que visibiliza el relato de una forma
más general adoptando en su interior una posición y visión social y cultural.
Referencias