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Reseña: Ciencias sociales, violencia epistémica y el problema de la “invención del otro”

Santiago Castro-Gómez

“Me ocupo de asuntos «fronterizos» entre la Sociología, la Antropología,


los estudios literarios y los estudios culturales. Si hay algo que pueda
calificarse de «filosófico» en mi trabajo es quizás la reflexión en torno a
problemas de orden epistemológico y metodológico
al interior de las Ciencias sociales.”
Castro-Gómez

Santiago Castro-Gómez es un bogotano de 64 años quien se licenció en Filosofía en la


Universidad Santo Tomás de Bogotá seguidamente realizó un Magíster en filosofía en la
Universidad de Tübingen en Alemania y se doctoró en letras en la Johann Wolfgang
Goethe-Universität de Frankfurt. Ha sido profesor de las facultades de filosofía y ciencias
sociales de la Universidad Javeriana instruyendo Filosofía política, teoría social
latinoamericana, y genealogías de la colombianidad. Ha escrito decenas de artículos donde
se destacan temarios de posmodernidad, la teoría poscolonial y los estudios culturales.
Castro-Gómez, en su texto, invita a cuestionarse acerca del concepto de proyecto moderno
que se llevó a cabo durante el siglo XX. Nos instruye sobre cómo el Estado siempre ha
estado al mando y ha requerido de las ciencias sociales para domar por medio de lo
simbólico (escritura) al medio, institucionalizar, segmentar, idealizar y diferenciar corrientes,
modos de vivir, ser y racionar.Nos indica que la modernidad fue constructo del colonialismo
y de sus frutos modales, de ideales políticos Europeos y de la falsa globalización.Habla del
capitalismo y su ánimo de reconstruir este placer por el dualismo, por lo distinto. Un goce
que va de la mano de lo económico, que nos alienta a “resaltar” esas diferencias, ese otro.
Un poder distinto que varía dependiendo del interés actual, que se ajusta a la necesidad de
la época. Y para finalizar, hace énfasis en los retos de las ciencias sociales que deberán
acoplarse y velar por vincular cada aspecto que trajo consigo esa vigente dicotomía
modernidad/colonialismo.

En primera instancia, Castro-Gómez postula el concepto de Proyecto de la


Gubernamentalidad que es seguidamente tachado por sí mismo y reducido al “Estado”. Este
proyecto de la Modernidad que es a su vez coordinado y controlado por el Estado intenta
dominar lo natural y lo social. Comenta que hay una creciente inseguridad en el ser mismo
(ontológica) que sólo podrá ser mitigada a la medida de que se pueda “controlar el misterio”
de la naturaleza.Ya no es Dios, todopoderoso y omnipotente quien conoce, y por ende,
controla la naturaleza sino que hay ahora otro vehículo que se ha encargado de este poder:
las ciencias sociales.

Estas Ciencias sociales se han vuelto garantes de intereses del Estado y de la organización
racional del humano. Utiliza la sistematización a partir de una normatividad estándar que
pretende formular por medio de intereses institucionales, los intereses colectivos. Asume el
rol de callar metas individuales y guiar, por medio del raciocinio con carácter científico a
priorizar las Estatales. Esto es debido a que las mismas aportan material científico, o en
otras palabras, “verídico” incorporando, descaradamente, una identidad cultural y social.
Ahora bien, toda política económica, social o cultural estaría siempre respaldada por la
ciencia que promulgará la conducta deseada por medio del trabajo. Lo laboral constituirá
dominio sobre el ciudadano. La ciencia enseñaría la Ley y el Estado la avalaría.

El autor cita a Gonzalez Stephan para traer a colación el proceso que se llevó a cabo en
cuestión de civilización y de forjar al “ciudadano” latinoamericano en el siglo XIX. Este habla
sobre las constituciones, los manuales de urbanidad y las gramáticas de la lengua que
recaen y se viralizan en la escritura, en lo simbólico. Lo escrito, entonces, refleja el orden y
se encargaría de sistematizar la lógica de la civilización creando una identidad nacional y
cultural legitimando lo institucional. Es aquí donde recae el llamado sujeto de derecho que
solo se puede dar por medio de lo escrito, de lo institucionalizado, quien ha creado
anteriormente una identidad homogénea. Solo es sujeto lo que esté estipulado por la
constitución. El que no entre en este marco institucional, no será aceptado por la sociedad y
será, por ende, subyugado y excluido.En este marco es donde nace la invención del “otro”,
tomando como referencia la invención como aquella construcción de representaciones.

Este “otro” implícito trae entre líneas la existencia explícita de un ciudadano a convenir, un
ideal pactado que solo podría ser entendido por medio de la disciplina pedagógica. Este
ciudadano moderno y civilizado sólo podrá ser exitoso dentro de la civilización si sigue (al
pie de la letra) a aquellos manuales urbanos e institucionalizados que sometan al humano a
seguir conductas ideales para vivir en sociedad.El autor, en razón de organizar el término,
cita a Gonzalez Stephan, Weber y Norbert Elías quienes acuerdan y concluyen que el sujeto
moderno se compacta por medio del autocontrol y represión del instinto para hacer visible lo
diferente, el otro. Crece la vergüenza, separa y disocia.

En el mismo hilo, el anteriormente citado Gonzalez Stephan, menciona la gramática como


promotor y proveedor de la ejecución de leyes al sujeto. Esta gramática normativiza la
"moral” de la modernización globalizando y adoptando normas que condujeran al orden.
Una división de intereses que inducía a la invención del “otro”, por un lado, y la ciudadanía
por otro lado. La creación de la civilización tendría que tener una contraparte, punto de
referencia o comparación, "la barbarie". Estos conceptos de “barbarie, pobreza” y demás
son abordados desde la posición poscolonial con el fin de insertar el término de invención
del otro.

En segunda instancia, Castro-Gómez invita a cuestionar el rol de las ciencias sociales y la


filosofía en la creación de dogmas que negaran el visible vínculo entre lo que fue el
colonialismo y la modernidad. Se centraron, agrega el autor, en crear una disyuntiva que
decreta una realidad de una Europa “auto-generada” que fue seguidamente puesta en
cuestión dentro de teorías poscoloniales que aseguraban que la modernidad descrita “sin
impacto de lo colonial es inválido e ideológico”. Esto, con el ánimo de enfatizar en que este
colonialismo fue quien, en otras palabras, da origen a lo que Foucault llamaría el Panóptico,
las instituciones que dan orden, suprimen y desligan.

Se despliega, en este orden de ideas, la posición matriz que le daría fuerza a la


consideración inicial de que ambos, colonialismo y modernismo, van sujetos en la forma en
que operan de una manera “disciplinaria, controladora, subyugante, discriminatoria y
creadora de un otro”. La colonización es entonces, según Quijano, citado en el texto, un
ente generador de dicotomías sociales y culturales, al separar al colonizador (civilizado) del
colonizado (el otro). Esto anterior con el objetivo de visibilizar el hecho de que,como se trata
de "otro" será más difícil de ser intervenido y, por ende, deberá pasar por el proceso de
civilización. Proceso que será, de nuevo, difundido por la pedagogía, sistematizado por el
proyecto de las ciencias sociales y avalado por la Ley institucional y Estatal.

Volviendo a los inicios del texto donde el autor insiste en un fin de la modernidad, se
cimenta en concretar el concepto de globalización que habría sido asentado sobre la idea
de que el Estado ya no es quien tiene el control sobre lo social, por lo tanto, se redefine el
concepto entendiéndose como aquella que desvincula el poder del Estado sobre la relación
social. Este poder quedaría atrapado implícitamente en la atracción libidinal a los símbolos,
que a su vez, se adscriben a procesos e intereses económicos que promueven y estimulan
la diferencia, “el otro”.

El interés económico ligado con la acumulación del capital demandaría resaltar las
diferencias. Ahora serían las ciencias sociales quienes tendrían que adaptarse a este nuevo
paradigma capital donde dan soporte a un nuevo poder. No obstante, Habermas aseguró
que ese fin de reglas, dogmas y poderes no es real, hay un sistema que crearía un poder
distinto invisibilizando al proyecto anterior. Hay un sinfín de relatos y diferencias que vuelven
imperceptible el poder y proyecto inicial, el real.
Seguidamente, y para concluir, el autor destaca los nuevos retos a los que deberán estar
adscritas las ciencias sociales y la filosofía. Comenta que los estudios culturales
poscoloniales traen consigo un fin de la brecha ocasionada e implementada por las ciencias
sociales, sin embargo, es todavía La palabra, lo escrito, lo dogmático y conceptual aquel
que encapsula un poder ideológico entre culturas aperturando más esta brecha y
visibilizando los interese económicos camuflando la diferencia. Concluye que, con el fin de
seguir estructurando estos estudios, es pertinente desligarse de las ya extintas dicotomías
binarias que se centraban en la diferencia, y por el contrario, deberán tomar como
referencia los estudios poscoloniales que podrían poner en vigor un término más
“adecuado” a la historia.

En este orden de ideas, Santiago nos hace reflexionar acerca de una crítica prolongada en
el tiempo sobre las ciencias, su postura alienada, los intereses políticos y económicos y el
sujeto moderno. Relata significativamente el vigor de la historia en las adecuaciones de las
ciencias y las disciplinas. Nos brinda, a su vez, una cara que visibiliza el relato de una forma
más general adoptando en su interior una posición y visión social y cultural.

Referencias

1. 1. Instituto de Estudios Sociales y Culturales PENSAR, de la Pontificia Universidad


Javeriana - Bogotá

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