Está en la página 1de 40

Unidad Temática D

La clínica con Niños y Adolescentes.


● Las primeras entrevistas: Los movimientos de apertura. Noción de analizabilidad. El diagnóstico en la
conducción de la cura. El recorrido terapéutico.
● Transferencia: Amor de transferencia. Resistencia. Ilusión transferencial. Riesgo de exceso e ilusión
mortífera. Transferencias múltiples. Contratransferencia.
● Diversos modelos de intervención: Interpretación. Intervención analítica. Construcción. Su articulación
con la coordenada temporal.
● Formas específicas de producción en el Niño y el Adolescente: Juego. Grafismo. Lugar de la palabra.

Aberastury, A. (1977). Capítulo V “La entrevista inicial con los padres”. En Teoría y técnica del
psicoanálisis con niños.

Cuando los padres deciden consultarnos sobre su hijo les pido una entrevista, advirtiendoles que el hijo no
debe estar presente pero sí informado de la consulta. Quien acuda es revelador del funcionamiento del grupo
familiar en la relación con el hijo. La entrevista no debe parecerse a un interrogatorio, por el contrario, hay que
tender a aliviarles la angustia y la culpa que la enfermedad o conflicto de un hijo despiertan y para esto
debemos asumir desde el primer momento el papel de terapeutas del hijo y hacernos cargo del problema o
síntoma. Los padres durante la entrevista olvidan parte de lo que sabían debido a la angustia que esta le
provoca. Debemos considerar algunos datos básicos a obtener: motivo de consulta, historia del niño, desarrollo
de un día de su vida diaria y el día de cumpleaños; relación de los padres entre ellos, con sus hijos y con el
medio familiar inmediato. La entrevista acordada es para que nos hablen del hijo y de su relación con él.

a) Motivo de consulta

El escollo inicial mas difícil para los padres es hablar de lo que no anda bien en y con el hijo. Hay que tratar de
disminuir el monto de angustia inicial y es lo que se logra al hacernos cargo del conflicto, situándonos como
analistas del hijo. Deben sentir que todo lo que recuerden sobre el motivo de la consulta es importante para
nosotros, y en lo posible registraremos minuciosamente las fechas de iniciación, desarrollo, agravación o
mejoría del síntoma. Al sentirse aliviados recuerdan más correctamente los acontecimientos sobre los cuales
los interrogaremos en la segunda parte. La comparación de los datos obtenidos durante el análisis del niño con
los suministrados por los padres en la entrevista inicial, es de suma importancia para valorar en profundidad las
relaciones con el hijo.

b) Historia del niño

Interesa saber la respuesta emocional ante el anuncio del embarazo, si fue deseado o accidental, si hubo
rechazo abierto con deseo de abortar e intentos realizados, o si lo aceptaron con alegría. Se pregunta luego
cómo evolucionaron estos sentimientos. La respuesta que brinda la madre a como sobrellevo su embarazo nos
indica cual fue la iniciación de la vida del hijo.

Aunque en realidad muchos niños no son deseados por sus padres (por lo menos, en el momento de su
concepción), la respuesta que obtenemos en la mayoría de los casos es que fueron deseados, y si aceptan el
rechazo lo atribuyen al otro cónyuge. Conviene preguntar si el parto fue a término o individual, si se dio con
anestesia, que relación tenía la madre con el/la partero/a, si al momento del parto conocían bien el proceso, si
estaban dormidos (madre y bebe), despiertos, acompañados o solos. También preguntamos si la lactancia fue
materna. Nos interesará saber si él bebe tenía reflejo de succión, si se prendió bien al pecho y a cuantas horas
después del nacimiento y las condiciones del pezón. Luego interrogaremos sobre el ritmo de alimentación, no
sólo la cantidad de horas que dejaban libres entre mamada y mamada, sino también cuánto tiempo succionaba
de cada pecho.

La forma en que se establece la relación con el hijo nos proporciona un dato importante no solo de la historia
del paciente sino de la madre y de su concepto de la maternidad. Cuando una madre nos refiere las
características de la lactancia debemos insistir en saber lo más posible sobre cómo se han cumplido estas
exigencias básicas para ambos.

Es de gran utilidad para comprender la relación madre-hijo interrogarla sobre la forma que solía calmarlo
cuando lloraba y como reaccionaba cuando pretendía alimentarlo y él rechazaba el alimento; esto también
puede enseñarnos mucho sobre las primeras experiencias del niño. No todo lo que el niño espera del mundo es
alimento y tampoco es todo lo que una madre puede darle. Si la madre no ha podido alimentar a su hijo o lo ha
hecho muy poco tiempo, conviene preguntar en detalle la forma en que le dio la mamadera; si lo sostenía en
íntimo contacto con su cuerpo o si se la daba acostado en su cuna, si el agujero de la tetina era pequeño o
grande y cuanto tardaba el bebé en alimentarse.

Preguntaremos cómo aceptó él bebe el cambio de alimentos del pecho a la mamadera, de la leche a otros
alimentos, de líquidos a sólidos como papillas o carne (que le exige masticación). Sabremos así mucho sobre el
niño, la madre y las posibilidades de ambos para desprenderse de los viejos objetos. La forma en que el niño
acepta esta pérdida será la pauta de conducta de cómo en su vida posterior se enfrentará con las pérdidas
sucesivas que le exigirán la adaptación a la realidad. Si nos informa que frente al cambio de alimentos él bebe
reaccionó con rechazo, preguntaremos los detalles de cómo se hizo, si fue pacientemente o con irritación,
pudiendo así ir reconstruyendo el cuadro. Es importante investigar la fecha del destete y sus condiciones y
sobre el chupete y mamadera. Cuando un bebe comienza a sentir la necesidad de moverse por sí mismo, lo
expresa. La madre puede ver o no esta necesidad y frustrarla o satisfacerla.

La primera palabra: la aparición del objeto que nombra, así como la reacción emocional frente a su logro,
justifican sus creencias en la capacidad mágica de la palabra. El interrogatorio sobre iniciación y desarrollo del
lenguaje será de importancia para valorar el grado de adaptación del niño a la realidad y el vínculo que se ha
establecido entre él y sus padres. El retraso en el lenguaje son índices de una seria dificultad en la adaptación
al mundo.

Cuando preguntamos a la madre a qué edad caminó su hijo, estamos preguntando si cuando él quiso caminar
ella se lo permitió de buena gana, si lo favoreció, lo trabo, lo apuro o se limitó a observarlo y responder a lo que
le pedía. Para el niño la marcha tiene el significado de la separación de la madre, iniciada ya desde el
nacimiento. Preguntamos si el bebé tenía la tendencia a caerse al comenzar a caminar y si posteriormente
solía golpearse, porque las respuestas nos aclaran sobre el sentimiento de culpa y sobre la forma de
elaboración del complejo de Edipo.

Nos interesará saber si la aparición de las piezas dentarias se acompañó de trastornos o si se produjo
normalmente y en el momento adecuado. Interrogamos luego sobre el dormir y sus características porque
están muy relacionadas, en caso de haber trastornos del sueño preguntamos cuál es la conducta con el niño y
cuáles son los sentimientos que despierta en los padres el síntoma. Es importante la descripción del cuarto
donde duerme él bebe, si está solo o si necesita la presencia de alguien o alguna condición especial para
conciliar el sueño.

El destete significa mucho más que dar al niño un nuevo alimento, es la elaboración de una pérdida definitiva y
depende de los padres el que se realice con menos dolor, pueden hacerlo sólo si ellos mismos lo han
elaborado bien. Se amplía nuestro conocimiento cuando sabemos a qué edad y en qué forma se realizó el
control de esfínteres, se debe preguntar la edad en que empezó el aprendizaje, la forma en que se realizó y la
actitud de la madre frente a la limpieza y suciedad.

Cuando preguntamos sobre enfermedades, operaciones o traumas, consignamos en la historia no solo la


gravedad sino también la reacción emocional de los padres. Es frecuente el olvido de fechas y circunstancias
de la vida familiar que acompañan estos acontecimientos. Las complicaciones que se presentan en las
enfermedades comunes de la infancia son de por sí un índice de neurosis y es importante registrarlas en la
historia.

También preguntaremos:
· Juegos predilectos del niño. Freud descubrió que el juego es la repetición de situaciones traumáticas con el fin
de elaborarlas y que al hacer activamente lo que ha sufrido pasivamente el niño consigue adaptarse a la
realidad.

· Edad en que se comenzó la escolarización (jardín o guardería) y cuáles fueron los motivos por los cuales fue
enviado. El ingreso a la escuela significa para él, no solo desprenderse de la madre sino afrontar el aprendizaje
que en sus comienzos le despiertan ansiedades similares a las que se observan en adultos con angustia de
examen. Es importante interrogar sobre la edad en que el niño ingresó a la escuela y la facilidad o dificultad en
el aprendizaje de lectura y escritura, así como si le causaba placer, rechazo o si mostraba ansiedad o
preocupación exagerada para cumplir con sus deberes.

c) El día de su vida

La reconstrucción de un día de vida del niño debe hacerse mediante preguntas concretas que nos oriente sobre
experiencias básicas de dependencia e independencia, libertad o coacción externas, inestabilidad o estabilidad
de las normas educativas, del dar y recibir. La descripción de los domingos, días de fiestas y aniversarios nos
ilustra sobre el tipo y el grado de la neurosis familiar, lo que nos permite estimar mejor la del niño y orientarnos
en el diagnóstico y pronóstico del caso. Cuando interrogamos sobre el día de vida, debemos preguntar quién lo
despierta y a qué hora, si se viste solo, desde cuándo, o bien, quien lo viste y porque.

d) Relaciones familiares

Hay que consignar la edad, la ubicación dentro de la constelación familiar, si los padres viven o no, profesión o
trabajo que realizan, horas que están fuera de la casa, condiciones generales de vida, sociabilidad de ellos y de
sus hijos. Somos desde el primer momento los terapeutas del niño y no los censores de los padres. Estamos
allí para comprender y mejorar la situación, no para censurarla y agravarla aumentando la culpabilidad.

Aulagnier, P. “Las entrevistas preliminares y los movimientos de apertura”

A. Las entrevistas preliminares

Necesidad de preservar una relación de intercambio. Intercambio de conocimientos e intercambio de afectos:


es este doble movimiento el que está en la base y es el soporte de la relación analítica porque está en la base y
es el soporte de la relación transferencial.
No podemos prever cuándo la interpretación se hará posible, ni qué trabajo de preparación, de elaboración,
hará falta para que el sujeto pueda apropiarse de ella y utilizarla en provecho de su organización psíquica. A la
inversa, el tiempo de que disponemos para hacer una indicación de análisis, para decidir si aceptamos ocupar
el puesto de analista con este sujeto y, por fin, para elegir nuestros movimientos de apertura; a este tiempo, lo
tenemos contado. No podemos acrecentar demasiado la cantidad de las entrevistas preliminares sin correr el
riesgo de que nuestra negativa se produzca demasiado tarde, con menoscabo de la economía psíquica del
sujeto.

Cuando se trata de pronunciarse sobre la analizabilidad de un sujeto, cuando sólo se toma en cuenta su
pertenencia a tal o cual conjunto de nuestra psicopatología (neurosis, psicosis, perversión, fronterizo), es
posible recurrir a conceptos teóricos y generales sobre los que se puede llegar a un acuerdo. Pero cuando
dejamos al sujeto abstracto para encontrarnos con un sujeto viviente, las cosas se complican: la experiencia
analítica enseña por sí misma cuán difícil es formarse una idea sobre lo que puede esconder un el cuadro
sintomático que ocupa el primer plano, y los riesgos que eso no visto y eso no oído pueden traer para el sujeto
que se empeña en un itinerario analítico.
Me limitaré a proponer mi definición del calificativo analizable. Contrariamente a lo que un profano pudiera
creer, la significación que se atribuye a este calificativo deja de ser unívoca tan pronto se abandona el campo
de la teoría pura para abordar el de la clínica.
El calificativo de analizable
Una primera definición será aceptada por todo analista: juzgar a un sujeto analizable es creer o esperar que la
experiencia analítica ha de permitir traer a la luz el conflicto inconsciente que está en la fuente del sufrimiento
psíquico y de los síntomas que señalan el fracaso de las soluciones que él había elegido y creído eficaces.
Condición necesaria para que propongamos a un sujeto comprometerse en una relación analítica, pero, por lo
que a mí me toca, no me parece suficiente sin la presencia de una segunda: es preciso que las deducciones
que se puedan extraer de las entrevistas preliminares hagan esperar que el sujeto sea capaz de poner aquella
iluminación al servicio de modificaciones orientadas de su funcionamiento psíquico. Mi propósito o mi
esperanza son que el sujeto, terminado su itinerario analítico, pueda poner lo que adquirió en la experiencia
vivida al servicio de objetivos elegidos siempre en función de la singularidad de su problemática, de su alquimia
psíquica, de su historia, pero de objetivos que, por diferentes que sean de los míos, respondan a la misma
finalidad: reforzar la acción de Eros a expensas de Tánatos, hacer más fácil el acceso al derecho y al placer de
pensar, de disfrutar, de existir, en caso necesario habilitar a la psique para que movilice ciertos mecanismos de
elucidación, de puesta a distancia, de interpretación, frente a las pruebas que puedan sobrevenir en la
posterioridad del análisis, facilitar un trabajo de sublimación que permita al sujeto renunciar, sin pagarlo
demasiado caro, a ciertas satisfacciones pulsionales.

Verdad y conocimiento se pueden poner bajo el estandarte de Eros o Tánatos, del placer o del sufrimiento,
pueden liberar a ciertos deseos hasta entonces amordazados o reforzar a ese deseo de no deseo que
desemboca en el desinvestimiento de toda búsqueda.
De ahí la importancia que en el curso de las entrevistas preliminares tiendo a dar a todo elemento que parezca
idóneo para permitirme responder a esta pregunta: ¿me puedo formar una idea del destino que este sujeto
reservará, en el curso de la experiencia y posteriormente, a los descubrimientos, develamientos,
construcciones que ha de aportarle el análisis?
Toda demanda de análisis, salvo error de destinatario, responde a una motivación al servicio de un deseo de
vida, o de un deseo de deseo: ella es la que lleva al sujeto ante el analista. En ninguna experiencia analítica se
podrá evitar que el trabajo de desinvestimiento propio de la pulsión de muerte se ejerza por momentos contra lo
que se elabora y se construye dentro del espacio analítico. No sólo no se lo podrá evitar: hace falta que
Tánatos encuentre en el seno de la experiencia algunos blancos que lo obliguen a desenmascararse para que
el análisis de sus movimientos pulsionales haga posible un trabajo de reintrincación.

El tercer y último aporte esperado de las entrevistas, que a veces es el de decodificación más difícil: ayudar al
analista a elegir, con buen discernimiento, esos movimientos de apertura de los que nunca se dirá bastante,
que tienen sobre el desarrollo de la partida una acción mucho más determinante que lo que se suele creer.
Es fundamental reconocer los riesgos e insistir en la importancia que en ciertos casos tiene la prolongación de
las entrevistas preliminares. Puede llegar a ser más grande el peligro de la apresurada decisión de iniciar una
relación analítica. Estas consideraciones sobre la importancia de las entrevistas preliminares valen para la
totalidad de nuestros encuentros, cualquiera que sea la problemática del sujeto. Cuando el final de las
entrevistas desemboca en la propuesta de una continuación, también es lo que uno ha podido o creído oír en
ellas lo que nos ayuda a elegir nuestros movimientos de apertura.

Los movimientos de apertura


Empezaré por considerar nuestros movimientos de iniciación de partida fuera del registro de la psicosis. Si el
puesto que se ofrece al sujeto, la frecuencia de las sesiones y la fijación de los honorarios forman parte de la
apertura, también tenemos que incluir en ella la manera en que el analista entablará el diálogo. El analista
persigue un objetivo bien preciso: elegir la apertura más idónea para reducir, en la transferencia que se habrá
de establecer, los efectos de los movimientos de resistencia, de huida, de precipitación en una relación pasional
que aquella siempre tiene la posibilidad de provocar.
Freud decía que los movimientos de apertura, como los de final de partida, son los únicos codificables.
Agregaría, a condición de saber que la codificación debe tomar en cuenta caracteres que especifiquen la
problemática de los sujetos con los que uno juega, así como sus consecuencias sobre la forma que habrá de
cobrar su transferencia. Los movimientos de apertura son en función de lo que el analista prevé y anticipa
sobre la relación transferencial futura.

Dentro de lo que oímos y percibimos en el curso de esas entrevistas ¿qué elementos son susceptibles de
sugerirnos esta previsión anticipada de la transferencia? Esta captación acerca del afecto es el primer signo
que pre-anuncia las manifestaciones transferenciales que ocuparán el primer plano de la escena en el curso de
la experiencia. Dentro del contenido del discurso es posible aislar informaciones que pudieran ayudarnos a
elegir nuestros movimientos de apertura, elegidos con la esperanza de no trabar la movilidad de la relación
transferencial, de favorecer la movilización y la reactivación de la forma infantil del conflicto psíquico que
desgarra a este sujeto que ya no es un niño. Construir y delimitar un espacio relacional que permita poner al
servicio del proyecto analítico la relación transferencial.

¿Es posible aislar dentro del discurso del sujeto elementos que en mayor medida que otros permitieran
entrever el despliegue futuro de la transferencia? Diré que en ciertos casos obtendremos un fugitivo
vislumbramiento por el lugar y la importancia que el sujeto acuerda o no a su historia infantil, por su relación
con ese tiempo pasado, por la interpretación que espontáneamente proporciona sobre sucesos responsables, a
juicio de él, de los callejones sin salida que lo llevaron ante el analista.
La relación del sujeto con su historia infantil y sobre todo el investimiento o desinvestimiento que sobre ese
pasado recae son, a mi parecer, las manifestaciones más de superficie y más directamente perceptibles,
respecto de otras tres relaciones que sólo un prolongado trabajo analítico permite traer a la luz: la relación del
yo con su propio ello, la relación del yo con ese “antes” de él mismo que lo ha precedido, su relación con su
tiempo presente y con los objetos de sus demandas actuales.
La primera entrevista, ese prólogo, nos aporta siempre más datos, más informaciones que los que podemos
retener. La primera entrevista suele cumplir un papel privilegiado por su carácter espontáneo.

La apertura de la partida en la psicosis


No sólo el abanico de las apertura posibles está limitado por exigencias metodológicas que sólo parcialmente
son modificables, sino que siempre nos veremos precisados a elegir una apertura compatible con la
singularidad del otro jugador, con la particularidad de sus propios movimientos de apertura.
Así en la neurosis como en la psicosis la “buena apertura” siempre será la que más garantías me ofrezca de
que el lugar que inicialmente he ocupado no quedará fijado de una vez para siempre, ni por mis movimientos
de apertura ni por los de mi compañero.

Para el psicótico, si el pasado es responsable de su presente, lo es en la medida en que su presente ya ha sido


decidido por su pasado; todo ha sido ya anunciado, previsto, predicho, escrito. Philippe nos ha mostrado cómo,
apoyándose en esas causalidades delirantes, el sujeto puede tratar de construir un pasado del que le habían
prohibido interpretar los acontecimientos y que hasta le habían prohibido rememorar. A la historia no escrita de
su infancia, el sujeto la construye, deconstruye, reconstruye, en función de los postulados de su delirio. Tomará
prestado de las voces el contenido de los capítulos pasados, presentes y futuros, incluido el que
supuestamente trata de un encuentro y de una historia transferencial, de la que a menudo afirmar fue predicha
y anticipada.

Al sujeto-supuesto-saber el psicótico los encontró primero en la persona de los padres que le prohibieron -y él
aceptó la prohibición, pues de lo contrario no sería psicótico- creer que otro pensamiento que el de ellos
pudiera saber lo que se refiere al deseo, la ley, el bien, el mal. Por eso dentro del registro del saber no
podremos ocupar la posición que tan fácilmente nos ofrece el neurótico. En muchos casos el psicótico preserva
una relación de investimento masivo, por conflictual que sea, con esos representantes encarnados del poder
que son sus padres. El recurso al delirio es en efecto la consecuencia del rehusamiento o de la imposibilidad en
que está el sujeto de seguir creyendo en la presencia de la escucha del otro. El analista, en el tiempo de la
apertura, puede transformar un pensamiento sin destinatario en un discurso que uno puede y que él puede oír.
Su encuentro con el analista puede representar una escucha que le permite separar lo que él piensa de lo que
lo fuerzan a pensar., que le permite al sujeto tener la sospecha de la existencia de una relación que pudiera no
ser la repetición idéntica de la ya vivida. Por eso no conseguiremos nada si no logramos primero convencer al
sujeto de que este lugar del espacio y este fragmento del tiempo que le proponemos no están signados por esa
mismidad que caracteriza a su relación con la categoría del tiempo y del espacio. Tarea difícil pero insoslayable
para que la relación que se abre pueda devenir analítica.

Aulagnier, P. (1984). Capítulo VII “A propósito de la transferencia. El riesgo de exceso y la ilusión


mortífera”. En El sentido perdido. (pp. 115 - 133).

Escribo estas páginas poco después de la publicación de un libro que clausura la primera etapa de una
indagación sobre la metapsicología, etapa en la cual se concedió un lugar de importancia al análisis de la
función del Yo en la construcción delirante. La escasa distancia temporal que nos separa de dicho texto explica
que aquí tan solo podamos apelar a reflexiones “en vías” de elaboración, forzosamente parciales y no
acabadas.

Los elementos de análisis que proponemos conciernen al registro de la neurosis: sólo fuera del campo de la
psicosis se puede afirmar que la armadura, así como la prosecución de la experiencia, presuponen por parte de
los dos sujetos en presencia la aceptación a priori de un extraño pacto, por el cual uno de ellos acepta hablar
su sufrimiento, su placer, sus sueños, su cuerpo, su mundo, y el otro se compromete a asegurar la presencia
de su escucha para toda palabra pronunciada. Pacto que ni uno ni otro podrán respetar jamás de manera total
ni constante, aun cuando sus dos cláusulas deban seguir siendo la meta “ideal”.

El “decir todo”, de la regla fundamental, cobra un sentido específico cuando se reflexiona sobre lo que va a
significar para el Yo la demanda que se le dirige: la puesta en palabras de pensamientos de los que es agente y
referente; y también de esos pensamientos que pretendían ser y “se pensaban” no comunicables. Ya desde el
comienzo de la partida, el Yo del analizado se ve proyectado por el análisis al lugar de un sujeto que
supuestamente puede y quiere transformar pensamientos en “actos”: actos de palabra. Con la sola ubicación
de los peones sobre el tablero analítico, uno de los sujetos encuentra que se le atribuyen un “poder-querer”
hablar de sus pensamientos, y el otro un “supuesto saber” sobre el deseo inconsciente que juega en esos
mismos pensamientos. Si a lo largo de la experiencia la proyección al lugar del sujeto “supuesto saber”
pesará gravemente sobre los hombros del analista, lo mismo sucede con el analizado. Al que el
proceso imputa la posibilidad de una puesta en palabras del conjunto de las producciones psíquicas
que su Yo puede conocer.

Mientras se permanezca en el registro de la neurosis, el “hacer nada” en la sesión es mucho más fácil de
observar que el “decir todo”, esto último representa para el Yo, a justo título, una acción tanto más peligrosa
cuanto que la regla fundamental exige que se prive de todo poder de elección sobre este “hacer-decir”.

La primera tarea del proceso analítico será favorecer la expresión del conjunto de las representaciones que
aluden al conflicto identificatorio del Yo, que se actualizara y se “hablara” en el hic et nunc de las sesiones. El
final del proceso implica, entre otras cosas, la posibilidad para el Yo de no seguir gastando su energía en
reprimir y desconocer lo que el Yo fue, y por lo tanto se disponga a investir su recuerdo; y a la inversa, que ese
mismo Yo acepte transferir exclusivamente al futuro la posibilidad y el anhelo de actuar sobre una realidad del
mundo que él encuentra y encontrará.

Retomamos la cuestión del sujeto al que se supone cierto saber sobre las significaciones ignoradas de los
pensamientos y deseos, con la intención de mostrar que esta ilusión, necesaria para el desarrollo de la
experiencia, en virtud de su inmediata acción sobre la relación que vincula al Yo con sus pensamientos, puede
desembocar a veces en una consecuencia “paradójica” que invertirá el fin al que el proceso apuntaba. En este
caso, la trasferencia ase pondrá al servicio de un deseo de muerte del Yo por el Yo, que se realizará no a través
del suicidio sino del deseo de o desear pensar más, de la tentativa de imponer silencio a esa forma de actividad
psíquica constitutiva del Yo.

Antes de proseguir, debemos resumir brevemente nuestra conceptualización del Yo y de los factores que
permiten su entrada en la escena psíquica.
- El concepto de violencia primaria y el origen del Yo 🡪 Uno de los caracteres específicos de la vida psíquica
hace que el sujeto se vea repetitivamente enfrentado con experiencias, discursos, demandas, que muy a
menudo se anticipan a sus posibilidades de respuesta y siempre a lo que el sujeto puede proveer en cuanto a
las causas y a las consecuencias de la experiencia que él produce o padece. Cuando más se mira hacia el
comienzo de la vida, más excesiva es esa anticipación: exceso de sentido, exceso de excitación, exceso de
frustración, exceso de oferta. Toda respuesta del medio psíquico ambiente en el que se impregna la psique del
infans lleva en sí un “menos” en relación con lo que el deseo inconsciente demandaba, pero también un “mas”
en relación con lo que esa respuesta espera de aquel al que ella se ofrece y se impone.

Por lo tanto, en el encuentro entre la psique del infans y el sistema de significación del que la voz materna se
hace primer portavoz, se ejerce una violencia primaria tan absoluta como necesaria. A partir del discurso que la
madre dirige al niño, y sobre el niño, ella se crea una representación ideica de este con el que identifica el ser
del infans, forcluido para siempre en cuanto tal de su conocimiento. Pues bien, este discurso y los hitos
identificatorios son lo que el infans, en el momento en que adquiere los primeros rudimentos del lenguaje y
pasa al estado de niño, deberá apropiarse para dar cuerpo a el Yo, que tendrá el poder de desprenderse de los
efectos de una violencia a la cual debe su propia existencia. Es una necesidad para el funcionamiento
psíquico que de entrada, el discurso materno traduzca el grito en términos de llamada, en términos de
demanda de amor. Se produce así, un error (una traición) indispensable para que el espacio psíquico que
rodea al infans se convierta en ese espacio al cual su Yo podrá advenir. Es por eso que al término “violencia” le
hemos añadido el doble calificativo de necesaria y de primaria: no solo porque es temporalmente primera sino
porque hay que diferenciarla de otras formas de violencia (secundaria) a las que abre camino, pero que se
distingue de ella por ejercerse contra ese Yo al que la primera había dado nacimiento.

Llamamos violencia primaria a la acción psíquica por medio de la cual se impone a la psique de otro una
elección, un pensamiento, una acción, motivados por el deseo de aquel que lo impone pero que se apoyan en
un objeto que responde para el otro a la categoría de lo necesario.

- El riesgo de exceso 🡪 ¿Cómo logra el Yo del niño desprenderse de la trampa que le dio nacimiento? Esa
instancia que primero se constituyó con la intrusión, en el espacio psíquico, de una primera serie de enunciados
identificatorios forjados por una heterogénea actividad de pensar, ¿Cómo puede pasar de un “Yo hablado” por
el discurso del portavoz, a un “Yo hablo” que puede enunciar un discurso que desmiente al del otro? Todo
deseo lleva en sí la loca esperanza de encuentro con un objeto que volvería carente de motivo a su propia
resurgencia: hallar a otro cuyo pensamiento poseería el conjunto de las respuestas, al que nunca tendría que
demandarsele que demostrara su legitimidad, porque de una vez para siempre se habría reconocido en él al
garante de la verdad absoluta: he aquí un fantasma del Yo cuya familiaridad todos percibimos.

- Un derecho de goce inalienable 🡪 La locura nos muestra que si se despoja al sujeto del derecho de gozar de
su autonomía de pensamiento, solo puede sobrevivir tratando de recuperar aquello que le fue expropiado
mediante el recurso a una construcción delirante. Poder ejercer un derecho de goce sobre la propia actividad
de pensar, reconocerse el derecho de pensar lo que el otro no piensa y lo que no sabe que uno piensa, es una
condición necesaria para el funcionamiento del Yo. Pero el acceso a este derecho presupone el abandono de la
creencia en el “saber todo” del portavoz, la renuncia a encontrar sobre la escena de la realidad una voz que
garantice lo verdadero y lo falso. Esto solo es posible si el niño descubre que el discurso del portavoz dice la
verdad pero también puede mentir, que su propio enunciado puede estar motivado por el deseo de engañar y
que nada le asegura a priori que está al abierto del error.

Poder dudar de lo oído es tan indispensable como poder dudar de la realidad de una construcción que revela
hallarse bajo la égida del fantasma. Solo a este precio puede el sujeto cuestionar al Otro sobre quien es Yo,
sobre la definición de la realidad que el discurso ofrece y sobre la intención que anima al discurso del Otro y de
los otros. Pero este cuestionamiento y esta duda solo son posibles para el niño si el discurso del portavoz
acepta ser puesto en tela de juicio y reconoce para sí, como para la voz infantil, la existencia de un referente
que ningún sujeto singular puede encarnar, y al que todo sujeto puede apelar. Hay un punto en el que goce
sexual y goce de pensar comparte un mismo carácter: es muy difícil experimentarlo, si el partenaire tiene la
firme intención de negarlo al otro.
Reflexiones en curso sobre el conflicto transferencial.

1. El sujeto supuesto saber.

Dentro del registro de la neurosis, la demanda de análisis muestra que en la gran mayoría de los casos
preexiste en el demandante una cierta “idea” del concepto de “analista”. Esto implica por qué la razón de
entrada se transfiere sobre el sujeto al que se dirigirá la demanda de análisis la imagen de “otro” al que
descubrimos haber esperado encontrar desde siempre. La demanda del neurótico tiene como condición ya
realizada el investimento por el Yo de una búsqueda de pensamientos y de palabras a las cuales atribuye un
poder mágico, tanto sobre su sufrimiento como sobre su goce. El calificativo de “mágico” muestra la desmesura
de aquello que se espera del saber analítico. Posibilidad de gozar de su pensamiento, poder pensar el
goce, ser poseedor de una actividad de pensar que poseería la totalidad de lo pensable sobre el
funcionamiento psíquico: tal es el triple fin de la demanda que dirige el Yo al analista.

(1) La relación que ha existido entre el infans y el portavoz, entre un no saber nada del Yo sobre el Yo, y el
saber-todo imputado al discurso del Otro, no es idéntica a la relación que se instaura en ocasión del encuentro
entre un Yo que no carece de saber y ese otro sujeto supuesto saber. Empero, si se indagan de cerca las
motivaciones transferenciales, surge el problema de una serie de analogías. Al sujeto-supuesto saber no se le
imputa “saber” ni siquiera el saber en general, sino de manera específica un conocimiento que le permitiría
decir “en verdad” y sin duda posible cuales son el deseo y la identidad del Yo del demandante. Esta sería una
primera analogía a la que vienen agregarse otras dos.

(2) El exceso de poder del que el portavoz puede volverse responsable no tiene otra causa, dijimos, que la
simple prolongación temporal de una ilusión que primero fue necesidad vital para el Yo. El exceso temporal de
la relación transferencial puede también llevar a la imposibilidad, para el Yo del analizado, de conquistar la
autonomía de un pensamiento que para siempre resultará dependiente de lo que piensa el analista, de sus
palabras, de su teoría. Segunda analogía pues, entre los dos resultados de un exceso de ilusión.

(3) Está presente una tercera, hemos dicho que autonomía y alienación comparte una misma causa y una
misma fecha de nacimiento, pero también que ninguna de las dos puede realizarse, salvo excepciones siempre
posibles, sino por la suma de dos deseos y de dos placeres compartidos. Es menester que el deseo de
autonomía del Yo exista como su deseo, pero que el Yo oiga en la voz del portavoz en anhelo de facilitarle su
realización.

Si designamos con el término “pensamiento transferencial” al conjunto de pensamientos, expresados o no, que
se presentan en la mente del analizado durante el tiempo de la sesión y que se refieren a los sentimientos
vividos por el Yo, es evidente que estos pensamientos a menudo serán expresados con displacer, ya sea que
acompañen a un sufrimiento psíquico efectivo o que hablen lo que uno quisiera callar. En tales momentos,
pensar en la sesión será fuente de displacer. Pero el proceso analítico debería poder encontrar también
“momentos” en los cuales prensar en la sesión, pensar la sesión, pensar para la sesión, sea fuente de placer.
La relación transferencial nos muestra que ese placer, para estar presente y ser reconocido como tal por el
analizado, casi siempre debe poder apoyarse sobre la convicción de que el trabajo analítico y los pensamientos
que de él resultan son fuente de placer para el analista.

Esta convicción que el analizado necesita confirmase periódicamente, puede ser nada más que una ilusión.
Para ello basta pensar en lo que implicaría la presencia de un analista que solo pudiera pensar con displacer el
conjunto de los pensamientos que tienen como referente a la sesión. Si tal no-placer es constante, el analista
escapará del displacer pensando “otras cosa'', reduciendo cada vez más el tiempo de las sesiones, o aun
haciendo lo necesario para que el analizado no hable más que un discurso conforme con lo que le da placer (al
analista). Tres soluciones que, por desgracia, casi siempre son perfectamente realizables: basta para ello que
el analista abuse de la transferencia y la convierta en un instrumento al exclusivo servicio de su placer o de lo
que él no quiere saber sobre su propio desinvestimiento en lo que concierne a su función y al trabajo psíquico
que esta exige. Vemos que existe una efectiva analogía entre el riesgo de exceso del que el portavoz puede
hacerse responsable al rehusar al infans experimentar placer en crear pensamientos, y el exceso de frustración
del que se torna responsable el analista incapaz de prestar atención y de reconocer la singularidad de ese
sujeto y de ese análisis en cuanto fuente de nuevos pensamientos. Queda así al descubierto la paradoja propia
de la demanda dirigida por el sujeto a ese otro sujeto supuesto saber: que asegure ser poseedor de ese
“bien-saber” que uno espera desde siempre, pero que simultáneamente pruebe, de manera implícita, que hay
pensamientos, obra del trabajo de pensar del analista, que pueden aportarlo que él no poseía de toda la vida;
que existe intercambio esperado e investido por ambos partenaires.

2. El proyecto analítico.

Lo precedente demuestra que la transferencia solo puede desempeñar su papel de aliada de este proyecto si,
para los dos sujetos, pensar la experiencia que se desenvuelve se presenta como fuente posible de nuevos
pensamientos, ellos mismos fuente de un placer compartido.

Planteamos que el análisis (y por tanto el analista) tiene un proyecto que puede definirse como sigue: permitir
al Yo liberarse de su “sufrimiento neurótico”, liberándolo de los efectos de alineación que resultan de la
co-presencia y de la equivalencia afectiva que él preserva entre las representación por las cuales se define, a
su propio respecto y al de los otros, en tanto que Yo actual, y representaciones que pertenecen al pasado de
ese mismo Yo. El fin del proyecto analítico, es primeramente y ante todo, “temporal”: apunta a hacer posible
que el sujeto invista y cree representaciones que anticipen por definición lo que ya nunca pudo ser: un
momento del tiempo futuro que, precisamente por ser futuro jamás será idéntico a ningún momento pasado.

Este poder de anticipar es la tarea específica del Yo y de la actividad de pensar, retoma por su cuenta la
anticipación ejercida por el discurso que les permitió existir: para que el Yo adviniera, primero fue preciso que el
discurso materno lo anticipará gracias a su creación de esa “sombra hablada” a la que comenzó por dirigirse el
Yo materno; sombra hablada que viene a preformar el lugar que ocupará el Yo, al que ella anuncia y hace
posible. Vivir implica el investimento anticipado del tiempo futuro, y la posibilidad para el Yo de investir ese
mismo futuro supone la preexistencia constante de una representación, por él creada, de ese tiempo por venir.
Tales representaciones son para nosotros sinónimos de lo que llamaremos los anhelos que motivan los
pensamientos y la acción del Yo. Dos rasgos diferencian radicalmente la puesta en sentido del anhelo, de la
puesta en escena del fantasma: a) el anhelo anticipa una experiencia cuya realización se espera posible pero
que, a la inversa de la leyenda del fantasma, no se realiza ipso facto por una sola representación; b) el
acontecimiento que uno espera realizable respeta la categoría de lo posible y además, se inscribe en una
experiencia futura que reconocemos diferente de otra experiencia cuyo recuerdo mantenemos. Experiencia ya
pasada que sin embargo servirá de “patrón oro” al que se recurrirá para evaluar el “verdadero” valor de esos
“bienes” particulares que el sujeto llama felicidad y sufrimiento.

Concluimos estas reflexiones sobre el proyecto analítico insistiendo sobre el doble papel que en él cumple la
temporalidad. Inducir al Yo a privilegiar la realización diferida de un placer implica un mismo privilegio otorgado
al investimento del tiempo futuro a expensas del tiempo pasado. Y todavía debe agregarse que, a la inversa, el
relato de ese tiempo pasado será completamente reconstruido por el analizado y en un sentido remodelado. El
proyecto analítico permite sustituir el tiempo vivido por el relato histórico de un tiempo que puede pasar a ser
para el Yo ese patrimonio inalienable, único que puede aportarle la certeza de que para él es posible un futuro.

3. Sobre las creaciones de “tiempo-mixto”

Es propio de todo anhelo o, sucintamente, de todo deseo decible y del que el Yo se reconoce sujeto, incluir dos
vectores de sentido contrario:

- uno que propulsa al sujeto y lo proyecta hacia la búsqueda de un momento futuro, condición vital para
que el sujeto lo invista; y
- paralelamente, este anhelo resulta estar sometido a lo que llamaremos la re-percepción de lo mismo en
el registro del afecto.

Bajo la égida del Yo, la actividad psíquica es capaz de pensar (representarse) un objeto, un acontecimiento,
una situación, un mundo, pero no es capaz de imaginar, de pensar una nueva “percepción”. Lo que el Yo
espera re-experimentar en el futuro como alegría o sufrimiento sólo le es representable como re-percepción de
una experiencia afectiva ya conocida.

“Desear vivir” es la primera condición para que haya vida psíquica, pero preservarse como sujeto deseante
supone el entrelazamiento de dos miras antinómicas:

a) el investimento de un tiempo futuro cuya espera se halla investida positivamente, gracias a lo cual quedará
investido positivamente el cambio, concebido como condición inherente y constitutiva del tiempo mismo,

b) la esperanza del retorno de lo que se sintió durante una experiencia que ya tuvo lugar.

La tarea del Yo será conseguir la amalgama de esas dos miras contradictorias, con el fin de investir el
tiempo futuro en cuanto experiencia por hacer, sin dejar de preservar la esperanza de que dicha
experiencia se vea acompañada por una vivencia que el Yo designa como “felicidad” (vivencia que el
sujeto no puede pensar sino apelando a un “estado” ya vivido). Esta actividad de rememoración del Yo
supone a su lado una función de reconstrucción que remodela una historia en la cual siempre faltara el texto
original de los primeros capítulos. Sin embargo, esta rememoración (reconstrucción) aportará al Yo la certeza
de su existencia pasada y presente, pero para que dicha certeza se vea acompañada del deseo de un futuro
todavía es menester que el To quede asegurado de que estuvo en sus manos experimentar placer y que por lo
tanto el anhelo de volver a experimentarlo es realizable.

La fuerza de la nostalgia y el rechazo del duelo reaparecen en la relación analítica y en la ilusión transferencial:
encontrar a alguien que sabe qué cosa fue el Yo desde su origen, que conoce la totalidad de su historia y la
totalidad de los deseos y de los placeres que fueron suyos, y que permitirá recuperar la compleción de un
pasado en el que ninguna palabra, ninguna representación, ningún instante faltarían. Es interesante apuntar
que dicha ilusión a veces corre el riesgo de ser compartida por el propio analista. Habíamos atribuido el
calificativo de “tiempo mixto” a las representaciones por las cuales el Yo pone en sentido y pone en forma sus
propios deseos: aquí podemos dar un paso más y decir que la textura del Yo mismo tiene como material fibras
de “tiempo mixto”.

4. La ilusión mortífera y el “abuso” de transferencia

Preservar el anhelo de que la experiencia analítica tenga un fin: si la presencia de un anhelo semejante es
necesaria para el desenvolvimiento del proceso analítico, debemos preguntarnos bajo qué condiciones puede
mantener el Yo tal anhelo, cuando la relación transferencial no puede sino reforzar el deseo de que nuestra
presencia no vaya a faltar jamás. O bien, lo que es equivalente, preguntarnos cuáles son los factores que
pueden anular dicho anhelo en provecho de un único deseo: asegurarse la perennidad y la repetición del
encuentro con otro que tendrá el poder de decidir, en cada ocasión, sobre la verdad o falsedad de nuestro
propio pensamiento. Este deseo de no tener que pensar más para no ser ya sino el receptáculo de un “ya
pensado por otro”, es a nuestro parecer, la manifestación por medio de la cual se expresa un deseo de muerte,
una vez que pudo someter a sus fines al Yo mismo.

El riguroso análisis de la relación transferencial, tal como se establece desde el comienzo del encuentro,
permite efectuar otra comprobación que consideramos esencial: en la demanda que el sujeto dirige a ese otro
supuesto saber, anhelo de vida y deseo de muerte están siempre y de entrada presentes. Si nuestra hipótesis
es correcta, de ella resultan dos corolarios:

-La búsqueda de saber, el anhelo que quedará y debe quedar frustrado, de reencontrar todos los pensamientos
perdidos y de poder pensarlo todo, el placer de ser reconocido como creador de un nuevo pensamiento, son un
conjunto de motivaciones al servicio de Eros. Desear pensar supone el deseo de que esa actividad persista.

-El rechazo de toda búsqueda de saber, el no-placer y el no-deseo relativo a las creaciones del propio
pensamiento expresan, a la inversa, un desinvestimiento de esta actividad, un deseo de destruirla o de
anularla: en síntesis el deseo de darle muerte.
Deseo de vida y deseo de muerte están presentes, por lo tanto, de entrada: los dos harán irrupción en la
relación transferencial y tratarán de someterla a sus fines. Se comprende entonces que la ilusión de haber
encontrado a un sujeto supuesto saber, a un sujeto que posee la totalidad de lo pensable, pueda ponerse al
servicio de un deseo de no tener que pensar más para delegar en ese otro este poder y este derecho.

Ahora podemos definir lo que denunciamos como manifestación de un “abuso de trasferencia” del que el
analista se hace culpable: toda práctica y toda conceptualización teórica que amenacen con confirmar al
analizado la legitimidad de la ilusión que le hace afirmar que o que se tiene que pensar sobre el sujeto y sobre
este sujeto ya fue pensado de una vez para siempre por UN analista, y, por lo tanto, que él analiza no puede
esperar ni oír nada nuevo y en el discurso que se le ofrece. Algo que era una ilusión útil para la instalación de la
transferencia, se transforma en una ilusión mortífera que privará al analizado de todo interés por la búsqueda
de pensamientos nuevos y de representaciones pérdidas, búsqueda cuyo investimento el proceso exige. En
todos estos casos, el factor determinante del fracaso del proceso concierne a algo que constituye, en nuestra
opinión, la causa de ese abuso: la negativa, por parte del analista, a oír y reconocer la singularidad del discurso
que se le dirige, el displacer que parece ocasionarle toda palabra que pudiera obligarlo a aceptar nuevos
pensamientos y renuncia a otros, su paso atrás frente a todo aquello que pudiera hacerle dudar de lo que
consideraba demostrado para siempre.

Bleichmar, S. Capítulo IV “Del irrefrenable avance de las representaciones en un caso de psicosis


infantil”. Capítulo V” El concepto de infancia en psicoanálisis”. En unidad B

Bleichmar “El carácter lúdico del análisis”

Tesis Bleichmar 🡪 tanto recurso al juego no ha permitido aún delimitar claramente su estatuto en psicoanálisis,
ya sea como equivalente de la libre asociación (como medio de aplicación de la regla fundamental para niños)
o como actividad de producción simbólica que da cuenta del nivel del progreso psíquico; falta aún establecer
ciertas especificaciones que permitan darle un estatuto preciso en psicoanálisis, tanto desde el punto de
vista del método como de su estatuto metapsicológico. Bleichmar comienza por la segunda en tanto la función
de la primera depende de la segunda: es decir que su lugar en el interior de la teoría y la técnica psicoanalíticas
está determinado por su función general en el psiquismo.

El juego en su carácter de producción simbólica, requiere que nos posicionemos en la intersección de dos
ejes: el del placer, al cual remite “lo lúdico” y el de la articulación creencia-realidad, que lo ubica en
tanto fenómeno del campo virtual. Es en este sentido que constituye un sector importante del amplio campo
de las formaciones de “intermediación”, dando a esta expresión una connotación que, en su proveniencia
winnicottiana, es necesario precisar.

Intermediación 🡪 entre el espacio de la realidad y las creaciones fantasmáticas del sujeto. En este
sentido, algo del orden de un producto que perteneciendo a la realidad consensuada, no deja de regirse por
ciertas leyes del proceso primario (exento de toda contradicción). Modo de funcionamiento que no puede
sostenerse más que en el plano de la creencia, que implica cierto clivaje del psiquismo con previo
establecimiento de dos planos que se despliegan. Lo cual nos lleva al segundo aspecto: prerrequisito de
clivaje psíquico, en términos que posibilitan el despegue de un espacio de certeza y otro de negación,
teniendo como sustento la represión originaria. Si este clivaje no se realiza, el pseudo juego es la
realización de un movimiento de puesta en acto en el mundo de una convicción delirante, que no sólo
da cuenta del fracaso parcial de la función simbólica en el sujeto sino también se torna irreductible al
proceso de comunicación. La existencia de este clivaje implica un tercer rasgo que es necesario poner de
relieve: el juego, como puesta en escena de una fantasía, no puede hacerlo sino por medio de ciertos
niveles de deformación en los cuales aquello reprimido emerja y al mismo tiempo se encubra. El juego
como toda actividad sublimatoria, es posible en tanto haya transmutación de meta y de objeto. La riqueza de
la sesión de análisis consiste en la posibilidad de, a partir de la emergencia de fantasmas reprimidos, fracturar
la desfiguración y atrapar los retoños más cercanos a lo reprimido en virtud de la activación que la instauración
del dispositivo de la cura genera como espacio de circulación libidinal.
Se plantea así una cuestión central, que es la relación existente entre simbolización y sexualidad.

La función simbólica no constituida como efecto de la ausencia del objeto, sino de un exceso. Lo que
posibilita la simbolización no es la ausencia del objeto sino el plus que genera en tanto objeto
paradojal, aplicatorio de la necesidad y suscitador de libido. Que a posteriori, ante la ausencia del objeto se
alucine una representación que la obture no da cuenta del prerrequisito sino del efecto. La ausencia del objeto
activa esta representación producto de un exceso, que se ha implantado en el psiquismo presta a cumplir su
función de obturador del displacer. Es en este sentido que la alucinación primitiva se constituye como
prototipo de toda función simbólica.

Si la función simbólica se establece por el hecho de la existencia en el psiquismo de la implantación de la


sexualidad como plus de placer no reductible a lo autoconservativo, aquello que da cuenta de su presencia lo
constituye el autoerotismo. Tal vez esta marcación de la relación entre función simbólica y autoerotismo de
cuenta de por qué lo sexual sublimado, desexualizado tiene un lugar princeps a posteriori en el establecimiento
del juego.

En el juego de los niños que han sido sometidos a traumatismos reiterados vemos emerger fragmentos de lo
real vivido sin metabolización ni transcripción (juegos como fragmentos no digeridos de lo real, restos de
escenas presenciadas), ante los cuales es necesario más que interpretarlos restituirlos en su carácter
simbólico a través del establecimiento de formaciones de transición. Así, Bleichmar considera que la
intervención del analista como meramente lúdica es insuficiente y que debe ser restituido el valor de la
palabra como modo de simbolización dominante en la función analítica.

El intento de Klein de constituir al juego como equivalente de la libre asociación es el acto fundacional
más fuerte en el intento de otorgar al análisis de niños un estatuto que permita la aplicación del
método. Sin embargo, el método sólo es posible de ser aplicado en la medida en que el objeto (el
inconsciente) se ha visto fundado y en este sentido el juego puede operar “al modo de un lenguaje”. La escuela
inglesa, a la cual debemos los orígenes mismos del empleo del juego como modo de acceso al icc infantil, icc
como innato, fantasías universales desde el origen 🡪 generó en el analista la ilusión de una percepción
inmediata que permitía la formulación de interpretaciones que con el tiempo devinieron más y más cliché,
carentes de toda originalidad y repetidas hasta el hastío.

Winnicott como analista de juego y no como teórico de lo lúdico, en tanto espacio simbólico de placer,
generador de sentido, que debe ser sometido a la prueba de la palabra cuando de analizar se trata.

Establece que el inconsciente es aquello que, por estar exento de toda intencionalidad, se ve cerrado a la
comunicación. De aquí la necesidad de volver a posicionar juego e inconsciente, ya que si por medio del
juego se puede acceder a algo del inconsciente no es el juego mismo lo que se interpreta sino la
presencia en él del inconsciente. Da cuenta del carácter del juego de rehusarse a la comunicación cuanto
más próximo se encuentra de dar cuenta del inconciente reprimido. Y es acá donde se aplican las mismas
reglas que para el análisis en general. El analista es alguien provisto de un método que va encontrando, en el
proceso de construcción de hipótesis de aproximación al inconsciente, indicios facilitados por el sujeto que
colabora en esta tarea. No es un hermeneuta, pasa por reconocer que no tiene código de acceso al
inconsciente sino que sólo posee un método y algunos conocimientos generales acerca del funcionamiento
psíquico. Es acá donde se plantean las grandes dificultades del empleo del juego como equivalente de la
palabra en la aplicación de la regla de libre asociación. Pero en lo que respecta al juego falta la categoría
“código compartido” de inicio. Y es acá donde la teoría ha intentado ocupar ese lugar, convirtiéndose en
una suerte de transcripción simbólica que no da lugar a ningún tipo de construcción singular del
sentido (refiere a Klein con sus interpretaciones más bien universales).

Hallazgo enorme en este intento por convertir al juego en discurso y éste consiste en dar a la sesión analítica la
perspectiva de un espacio en el cual todo aquello que ocurre deviene “mensaje”. Por eso es necesario subrayar
que cuando hablamos del juego en tanto vía de acceso al inconsciente, sabemos que se trata del juego
en análisis, y no del juego en general como formación simbólica o lugar de crecimiento psíquico.
Bleichmar crítica 🡪 ha devenido ritual la utilización de la caja de juegos, de la cual nada puede entrar ni
salir, ya que es en el juego de permutaciones de sus elementos donde se organiza una batería significante
mínima que posibilita la producción de sentido. Fetichización que lleva a los analistas a olvidar que la caja es
un mero medio para acceder al fantasma, y no un medio de educar. También critica la participación del
analista sólo como partenaire del juego. Considera que esto es transformar lo accesorio en central y
conlleva serios riesgos. El analista que se limita a jugar, eludiendo la responsabilidad que implica la
función simbolizante, ha perdido de vista totalmente que el análisis es del orden del sentido (del sentido
del síntoma, del deseo, del inconsciente) y no la mera acción ni educativa ni de obtención de placer. Finalmente
critica al analista para quien el juego es siempre algo del orden del trabajo, de modo tal que lo lúdico se
subsume en el interior de una obligación interpretante, alienando su propio placer y el del otro.

¿Bajo qué coordenadas se hace posible la interpretación del juego? 🡪 Tomado el juego en su carácter
discursivo circunscripto, no equivalente al lenguaje, debe ser siempre enmarcado, por un lado, por la palabra
hablada que abre el rumbo de lectura que posibilita el acceso al sentido y por otro, por el conocimiento singular
de la historia y de las vicisitudes del sujeto. Método de abordaje que permite salir de la parálisis a la cual lleva
el deseo de no ejercer formas de apropiación subjetiva. Pero también forma de desmitificación del análisis
“puramente por el juego”.

Bleichmar critica a su vez la inclusión de juegos reglados en el interior de la sesión de análisis. Ellos presentan
la dificultad de que no dan cuenta del fantasma sino que se reducen a la revisión psicológica de algunos
mecanismos, que se consideran aislados e independientes de los contenidos inconscientes que los determinan.
Hay que rescatar al juego en el doble orden que lo articula de placer y discurso.

Crítica de dos posiciones: el analista que simétricamente se aboca al juego eludiendo bajo intelectualizaciones
libertarias la responsabilidad que coloca, y queda capturado en el lugar de partenaire por el sadismo infantil que
se lo apropia como objeto y se des-subjetiviza en el intento; la otra patética: de aquél para el cual el juego es
siempre algo del orden del trabajo, de modo tal que lo lúdico se subsume en el interior de una obligación
interpretante que lo captura desde el superyó junto a su paciente, transformando juego en trabajo. Cuya
prehistoria estaba la idea del ataque a los contenidos del pecho o apetito voraz.

El trabajo realizado en esta única consulta bastó para liberar el impulso de amor primitivo respecto de los
impulsos secundarios de rabia, y clínicamente la consecuencia fue que la personalidad de la niña se volvió mas
libre y hubo un intercambio mas suelto de sentimientos entre ella y su madre. Las interpretaciones
contribuyeron al descubrimiento por la propia niña de lo que ya había en ella.

Bleichmar, S. (2001)“Del motivo de consulta a la razón de análisis” (TP)

El analista tiene un compromiso en la transformación del sufrimiento patológico, se ha echado sobre su espalda
la responsabilidad de enfrentarse al otro humano en su desnudez y garantizarle que algo tiene para proponerle
en la búsqueda de alivio para su sufrimiento.
Estamos ante la necesidad de definir con mayor precisión las condiciones de inicio del análisis, o lo que
podríamos llamar la definición de la estrategia de la cura, en búsqueda de dar una racionalidad a la práctica
que pueda conducir a la transformación no sólo del motivo actual de sufrimiento sino de aquello que en gran
parte lo determina pero no se agota en él.

En el psicoanálisis de niños la ausencia de parámetros de definición del comienzo de análisis ha llevado a la


pérdida de tiempos valiosísimos e incluso irrecuperables en el caso de patología graves. Comenzar a
analizar sin que esté claro si el inconsciente está constituido, si la interpretación será recibida como palabra
capaz de develar contenidos inconscientes o como cosa que estalla en el psiquismo, si la represión está
posicionada, etc. Partimos de la concepción de una estructura históricamente determinada y por ende
plausible de ser transformada.
En las circunstancias actuales no se trata, como en tiempos de Freud, de la elección de pacientes para poder
ejercer el análisis, sino de la elección de las condiciones de aplicación del método y de las posibilidades de
su implementación a partir del ejercicio de una práctica definida en el interior de variables metapsicológicas
que posibiliten la elección de una estrategia terapéutica. Se busca definir los modos de la práctica analítica a
partir de someter su racionalidad a la metapsicología, estableciendo la revisión de aquellos enunciados que
pueden obstaculizar la depuración de variables tendientes a generar condiciones de desarrollo tanto de la
teoría como de la práctica clínica.

Hubo un tiempo en el que se consideraba que ,detrás del motivo de consulta “manifiesto” había otro “latente”.
Se trataba de salir de la demanda sintomal, o de la patología aparente, para pasar a buscar la determinación
inconsciente, y es innegable el valor que esto tenía. Sin embargo, la denominación misma de “motivo de
consulta latente” está impregnada de una concepción del psiquismo que vengo sometiendo a debate desde
hace ya algunos años: la convicción de que lo manifiesto es falso y que “el inconsciente sabe”. Si se supone
que el motivo de consulta es latente, esta opción es solidaria de la convicción de que la patología anida en el
inconsciente, cuestión con la cual no puedo coincidir en lo absoluto, ya que desconoce el hecho de que los
modos del sufrimiento patológicos son el efecto de las relaciones entre los sistemas psíquicos, y no algo que
está constituido en el interior del inconsciente presto a salir a la luz a partir de la intervención del analista.

Y sin embargo, es cierto que hay una distancia entre el motivo de consulta y la razón de análisis: aquello que
justifica, que da razón de ser, a la instalación de un tipo de dispositivo generado para iniciar un proceso capaz
de constituir un sujeto de análisis. La detección de un sujeto de análisis, plausible de instalarse en el interior del
método, o la detección de un sujeto de análisis, con el cual se creen los prerrequisito necesarios para el
funcionamiento psíquico y el ordenamiento tópico que lo posibilita, es el objetivo fundamental del pasaje de
motivo de consulta a producción de la razón de análisis.
Existen ocasiones en las cuales el trabajo no se trata de analizar los fantasmas inconscientes, sino de
establecer un verdadero proceso de neogénesis que pusiera en marcha un funcionamiento estructural
distinto. A diferencia de un “motivo de consulta latente”, que estuviera inscripto en el inconsciente, se puede
ofrecer una construcción que diera cuenta de la razón de análisis, proponiendo a partir de esto el método a
seguir y las formas que asumiera la prescripción analítica.
La heterogeneidad representacional con la cual funciona el psiquismo en general no se reduce a una sola
forma de la simbolización, ya que coexisten en el inconsciente representaciones-cosa que nunca fueron
transcriptas -efecto de la represión originaria-, representaciones palabra designificadas por la represión
secundaria que ha devenido representación cosa pero que pueden reencontrar su estatuto de significación al
ser levantada la represión e incluso signos de percepción que no logran su ensamblaje y que operan al ser
investidos con alto poder de circulación por los sistemas sin quedar fijados a ninguno de ellos. Estos signos de
percepción son elementos arcaicos que deben ser concebidos semióticamente no como significantes sino
como indicios, y restituidos en su génesis mediante puentes simbólicos efecto de la intervención analítica.

Las cuestiones que remiten a la construcción del sujeto de análisis no se reducen al momento inicial de la cura,
sino que pueden atravesar también los momentos de fractura que el proceso puede sufrir en virtud de que las
vías de acceso de lo real al aparato psíquico estén abiertas. Ellas lo obligan a un trabajo constante de
metabolización y recomposición simbólica de lo real vivido.
Si diferenciar motivo de consulta de razón de análisis debe ser el eje de las primeras entrevistas con
vistas a la selección de la estrategia para la construcción del sujeto de análisis, no hay duda de que en la
infancia esto toma un carácter central a partir de que trabajamos en los tiempos mismos de construcción del
aparato psíquico y de definición de los destinos deseantes del sujeto en ciernes.
Definir claramente la ubicación del riesgo patológico en el marco de un corte estructural del proceso histórico
que constituye el psiquismo es la tarea central de un analista de niños. Definir la razón de análisis es entonces
reposicionar el motivo de consulta en el marco de las determinaciones que lo constituyen, lo cual implica la
construcción, a partir de la metapsicología, de un modelo lo más cercano a la realidad del objeto que
abordamos y su funcionamiento. Esto torna no sólo más racionales nuestras intervenciones, sino más fecundos
sus resultados.
Bleichmar Capítulo VII “El psicoanálisis de frontera: clínica psicoanalítica y neogénesis” En La
fundación de lo inconsciente (pp 273-279) (TP)

En el análisis de niños, ver constituirse la represión in situ


Hemos cercado los elementos que definen la función de la represión originaria como constituyente:
fijación, contrainvestimiento y clivaje del aparato psíquico en dos sistemas contrapuestos (El inconsciente y el
preconsciente-consciente). Represión que sólo puede ser inferida retrospectivamente desde sus resultados, la
clínica de niños ofrece un lugar privilegiado para explorar sus movimientos.

Caso Javier (2 años y 8 meses) 🡪 es traído a la consulta por sus padres debido a que tanto en su casa como
en el jardín, muerde como forma dominante de expresión de sus impulsos hostiles. Esta conducta no inhibible
mediante el regaño y el niño no parece estar dispuesto a ceder este remanente canibalistico con el cual da
curso a su ira cuando algo le molesta.
Hijo menor, único varón entre tres hermanos, la dedicación incondicional de sus padres, así como los celos y
rivalidades de una hermana dos años mayor, han contribuido a plasmar una serie de rasgos que lo constituyen:
encantador, seductor, es un hombrecillo indomable que comienza a aterrorizar al entorno por el desenfado con
el cual ejerce su motricidad produciendo la sensación de que ningún límite es posible.

Llega a la consulta acompañado de su madre, y se dirige decidido hacia la canasta con juguetes que he puesto
a su disposición. He incluido en ella un autito a cuerda que, cuando se desliza, abre la boca-capo dejando al
descubierto una dentadura de latón pintado. Luego de que Javier toma el autito y juega con él, hago una
intervención: “el autito, como Javier, cuando se aleja de su mamá quiere comerse todo lo que encuentra, por
eso muerde lo que se le atraviesa”. Me mira atentamente, toma con fuerza el brazo de su madre y dice: “mami,
vamos”. Ella se rehúsa y Javier comienza a subir el tono y a tironear para salir. Cuando los gritos ceden, la
madre y yo intentamos intercambiar algunas palabras respecto de la situación y en algunos momentos mis
palabras se dirigen a Javier. ¿Qué es esto de que mami se quede, rehusandose a su pedido, haciéndole caso a
esta señora que dice que no se puede ir? Pregunto a la mama que hacen ellos cuando el niño se torna
“insoportable”. Me responde que lo envían a su cuarto hasta que se tranquilice. Le señaló lo difícil que es para
ella sostener al mismo tiempo la prohibición y la contención de conductas riesgosas y como eso obliga al niño a
un esfuerzo de autocontrol para el cual no está preparado, llevándolo a un movimiento que va desde la
rigidización hacia el estallido. Propongo que traten de contenerlo cuando Javier se torna “incontenible”.

En la segunda entrevista se reproduce la escena del llanto y la rabieta. Luego se acerca a un encendedor e
intenta prenderlo. Se lo saco y comenzamos un juego en el cual él debe apagar la llama. La madre lo toma
entre sus brazos y mientras lo contiene, el juego se puede sostener. Hago entonces mi segunda intervención,
le digo que algo “le quema” adentro cuando se pone a correr, a morder, a tirar cosas, que no sabe cómo calmar
eso que le quema adentro. A la tercera consulta, Javier afirma que ha soñado con “un cocodrilo con la boca
abierta”. La madre cuenta que se despertó angustiado y fue a buscarlos a la habitación, que estos días ha
estado mucho más cariñoso y que ha dejado de morder.
El sueño realizando una inlograda satisfacción pulsional. El rehusamiento del sujeto a su impulsión de morder
ha dado curso a una formación del inconsciente.

Mi intención es, simplemente, poner de manifiesto el surgimiento in situ de una represión que abre las
posibilidades de un viraje en la instalación de los movimientos que constituyen el aparato psíquico.
La represión trabaja de un modo altamente individual. Un niño con lenguaje constituido, control de esfínteres,
noción de sí y del objeto, enlaces libidinales, queda sin embargo librado (en un punto de su constitución) a un
fracaso del sepultamiento de un representante oral que lo compulsa al sadismo y le imposibilita el ejercicio de
formaciones del inconsciente capaces de dar curso a la elaboración psíquica. El trabajo analítico destinado a
cercar que es aquello que obstaculiza la instalación de la represión originaria y a incidir en su
fundación definitiva.
Un año después soy consultada nuevamente. Javier tiene ya 3 años y 9 meses y ha sorprendido a sus padres
con algunas conductas que los inquietan: se ha parado ante un grupo de niñas y ha orinado en el parque
diciendo “miren, miren”. Ha levantado la falda de una joven adolescente, intentando tocarle el trasero por
debajo de la ropa.
Le hablo a Javier acerca de la propiedad de su cuerpo. Él tiene derecho a rehusarse a los apretujones, las
caricias desmedidas de los adultos, que le hacen sentir nuevamente ese fuego que quema dentro. Me está
pidiendo que lo ayude a apagarlo. Dice “Yo tengo un pito grande, grande como el de papá”. Interpreto “Es tu
pito, necesitás decirle a las mujeres que lo tenés, que es tuyo, que es grande, que sos un varón”.
Conforme avanzan las entrevistas, Javier comienza a responder a quienes le solicitan besos “Hoy no hay
besos, se acabaron, otro día”. Un intercambio en el cual su propio deseo y el derecho a la apropiación de su
cuerpo comienzan a aceptarse, lo cual lo alivia enormemente.

Puede observarse, en los dos momentos en los que me consulta, que entre uno y otro algo ha cambiado
estructuralmente en el modo de funcionamiento psíquico del niño. De inicio, no son síntomas los que
Javier presenta, sino una dificultad para la inhibición de ciertos modos de ejercicio pulsional, directo y de
su sepultamiento en el inconsciente. La pulsión oral canibalística no aparece inhibida en su fin, dando cuenta
ello de una falla en la constitución de la represión originaria. Correlativo a esto, las funciones ligadoras del
yo que posibilitarían el enfrentamiento de la descarga motriz no han logrado aún que este opere como masa
ligadora capaz de sostener a lo reprimido en un lugar tópico más o menos definitivo.
A partir de la intervención analítica y de su consolidación durante el año posterior, una nueva etapa se
inaugura. En ella vemos al niño sepultando los representantes pulsionales de origen, consolidando la
represión originaria e instalando en un encaminamiento edípico (en el sentido del Edipo complejo) que da
curso a la angustia de castración y reinscribe lo activo-pasivo en términos de rehusamiento al sometimiento
amoroso al semejante y de ejercicio de la masculinidad.
En sentido estricto, ninguno de los signos que preocupan a los padres y que motivan las consultas son
síntomas. Las intervenciones puntuales realizadas tienden, simplemente, a lograr desarticular un nudo
patógeno que, de cristalizar, puede perturbar la evolución futura y desembocar en coagulaciones patológicas
cuyo desmantelamiento requiera prolongados periodos de análisis.

En el segundo tiempo, una vez constituido el sujeto, establecidas las constelaciones narcisísticas que dan
curso al amor y el odio en tanto sentimientos, aparece entonces una modalidad seductora-agresiva que puede
ser concebida como la defensa que el yo establece ante sus deseos de fusión ilimitada y la agresividad
concomitante que se pone en juego cuando las pasiones capturan al sujeto en el sometimiento al semejante.
El lugar que este niño ocupaba en el fantasma parental, y las formas metabólicas de inscripción de los
deseos-mensaje de ellos derivados, es lo que fue trabajado en las entrevistas realizadas. Esto no puede, en
sentido estricto, ser considerado análisis. En razón de ello elegimos la denominación de intervención analítica
para este modo de operación simbolizante que abre nuevas vías para la constitución psicosexual en la
primera infancia.

Freud, S. (1912). “Recordar, repetir, reelaborar”. (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis).
No me parece ocioso recordar una y otra vez a los estudiantes las profundas alteraciones que la técnica
psicoanalítica ha experimentado desde sus comienzos hasta que finalmente se plasmó la consecuente técnica
que hoy empleamos: el médico renuncia a enfocar un momento o un problema determinados, se conforma con
estudiar la superficie psíquica que el analizado presenta cada vez, y se vale del arte interpretativo, en lo
esencial, para discernir las resistencias que se recortan en el enfermo y hacérselas conscientes. Así se
establece una nueva modalidad de división del trabajo: el médico pone en descubierto las resistencias
desconocidas para el enfermo; dominadas ellas, el paciente narra con toda facilidad las situaciones y los nexos
olvidados. Desde luego que la meta de estas técnicas ha permanecido idéntica. En término descriptivos: llenar
las lagunas del recuerdo; en término dinámicos: vencer las resistencias de represión.

Intercalo ahora algunas observaciones que todo analista ha hallado corroboradas en su experiencia. El olvido
de impresiones, escenas, vivencias, se reduce más de las veces a un bloqueo de ellas. Cuando el paciente se
refiere a este olvido, rara vez omite agregar: “En verdad lo he sabido siempre, solo que no me pasaba por la
cabeza”. Y no es infrecuente que exteriorice su desengaño por no ocurrírsele bastantes cosas que pudiera
reconocer como “olvidadas”, o sea, en las que nunca hubiera vuelto a pensar después que sucedieron. Sin
embargo, también esta añoranza resulta insatisfecha, sobre todo en las histerias de conversión. El “olvido”
experimenta otra restricción al apreciarse los recuerdos encubridores, de tal universal presencia. Podemos
decir que en estos casos, el analizado no recuerda, en general, nada de lo olvidado y reprimido, sino que lo
actúa. No lo reproduce como recuerdo, sino como acción; lo repite, sin saber desde luego, que lo hace.

Por supuesto que lo que más nos interesa es la relación de esta compulsión de repetir con la transferencia y la
resistencia. Pronto advertimos que la transferencia misma es solo una pieza de repetición, y la repetición es la
transferencia del pasado olvidado; pero no solo sobre el médico: también sobre todos los otros ámbitos de la
situación presente. Por eso tenemos que estar preparados para que el analizado se entregue a la compulsión
de repetir, que le sustituye ahora al impulso de recordar, no solo en la relación personal con el médico, sino en
todas las otras actividades y vínculos simultáneos de su vida. Tampoco es difícil discernir la participación de la
resistencia. Mientras mayor sea esta, tanto más será sustituido el recordar por el actuar.

Tenemos dicho que el analizado repite en vez de recordar, y repite bajo las condiciones de la resistencia; ahora
estamos autorizados a preguntar: ¿Qué repite o actúa, en verdad? Repite todo cuanto desde las fuentes de su
reprimido ya se ha abierto paso hasta su ser manifiesto: sus inhibiciones y actitudes inviables, sus rasgos
patológicos de carácter. Y, además, durante el tratamiento repite todos sus síntomas. En este punto podemos
advertir que poniendo de relieve la compulsión de repetición no hemos obtenido ningún hecho nuevo, sino sólo
una concepción más unificadora.

Ahora bien, el principal recurso para domeñar la compulsión de repetición y transformarla en un motivo para el
recordar, reside en el manejo de la transferencia. Le abrimos la transferencia como la palestra donde tiene
permitido desplegarse con una libertad casi total, y donde se le ordena que escenifiquen para nosotros todo
pulsional patógeno, que permanezca escondido en la vida anímica del analizado. Con tal que el paciente nos
muestra al menos la solicitud, de respetar las condiciones de existencia del tratamiento, conseguimos, casi
siempre, dar a todos los síntomas de la enfermedad un nuevo significado transferencial, sustituir su neurosis
originaria por una neurosis de transferencia, de la que puede ser curado en virtud del trabajo terapéutico. La
transferencia crea así, un reino intermedio entre la enfermedad y la vida, en virtud del cual se cumple el tránsito
de aquella a esta. Es preciso dar tiempo al enfermo para enfrascarse en la resistencia, no consabida para él,
para reelaborarla, vencerla prosiguiendo el trabajo en desafío a ella y obedeciendo a la regla analítica
fundamental.

Melanie Klein (1955) “Capítulo I: La técnica psicoanalítica del juego: su historia y significado”

I- Mi contribución a la teoría psicoanalítica deriva de la técnica del juego que desarrollé con niños pequeños.
Esto deriva de la comprensión que obtuve acerca del temprano desarrollo, de los procesos inconscientes, y de
la naturaleza de las interpretaciones por las que puede abordarse el inconsciente.

Ya la dra. Hug-Hellmuth había realizado un trabajo psicoanalítico con niños, pero ella no intentó el psicoanálisis
de niños menores de 6 años, a pesar de que usó dibujos y ocasionalmente el juego, no lo convirtió en técnica
específica. Cuando comencé mi trabajo (1919) los psicoanalistas no habían explorado los estratos profundos
del inconsciente en niños, por considerarse dicha exploración como potencialmente peligrosa. Por este motivo,
el psicoanálisis era considerado adecuado solo para niños desde el período de latencia en adelante.

Mi primer paciente fue un ​niño de cinco años, Fritz. Al principio creí que sería suficiente influir en la actitud de
la madre. Le sugerí incitar al niño a discutir libremente muchas preguntas no efectuadas que se encontraban en
el fondo de su mente e impedían su desarrollo intelectual. Esto tuvo buen efecto, pero sus dificultades
neuróticas no fueron suficientemente aliviadas y decidimos que debía psicoanalizarlo. Al hacerlo, me desvié de
las reglas establecidas, ya que interpreté lo más urgente del material que el niño me presentaba. Mi interés se
focalizó en sus ansiedades y defensas contra ellas. Este enfoque me enfrentó con serios problemas. Las
ansiedades que encontré eran muy agudas, y a pesar de observar la atenuación de la ansiedad por mis
interpretaciones, me perturbaba la intensidad de las ansiedades que manifestaba. Por tanto, pedí
asesoramiento al Dr. Karl Abraham. Me contestó que como mis interpretaciones habían producido alivio y el
análisis progresaba, no veía motivo para cambiar el método de acceso. Me sentí alentada y en los días
siguientes la ansiedad del niño, que había llegado a un máximo, disminuyó conduciendo a mayor mejoría.

Hicimos el tratamiento en la casa del niño con sus juguetes. Este análisis era el comienzo de la técnica
psicoanalítica del juego, porque desde el principio el niño expresó sus fantasías y ansiedades jugando, y al
aclararle su significado, apareció material adicional en su juego. Todo esto ya era lo característico de mi
técnica. El enfoque corresponde a un principio fundamental del psicoanálisis: ​la libre asociación. ​Al interpretar
no sólo las palabras sino sus actividades en los juegos, apliqué este principio a la mente del niño, cuya
conducta es un medio de expresar lo que el adulto manifiesta por la palabra​. También me guiaron otros dos
principios establecidos por Freud: ​la exploración del inconsciente como tarea principal del procedimiento
psicoanalítico, y el análisis de la transferencia como medio de lograr este fin.

Entre 1920 y 1923 reuní más experiencia con otros casos de niños. Una etapa decisiva en el desarrollo de la
técnica del juego fue el tratamiento de una niña de ​2 años y 9 meses, Rita​. Ella padecía de terrores nocturnos
y fobia a los animales, era muy ambivalente hacia su madre, aferrándose a ella hasta el punto de que no se la
podía dejar sola. Tenía marcada neurosis obsesiva y se deprimía mucho. Su juego estaba inhibido, y era
incapaz de tolerar frustraciones lo que hacía su educación extremadamente difícil. En la primera sesión,
cuando Rita quedó sola conmigo, mostró en seguida signos de una transferencia negativa: estaba ansiosa y
callada, y pidió salir al jardín. Lo consentí y salí con ella. Mientras estábamos afuera yo interpreté su
transferencia negativa (en contra de la práctica usual). Por algunas cosas que ella dijo, y como estaba menos
asustada afuera, concluí que estaba atemorizada de algo que yo podía hacerle estando sola conmigo en la
habitación. Interpreté eso, y refiriéndome a sus terrores nocturnos, ligé su sospecha de mí con su temor de una
mujer mala que la atacaría cuando se encontrase indefensa por la noche. Minutos después de esta
interpretación, le sugerí que volviéramos a la habitación y aceptó. La inhibición de Rita al jugar era marcada, lo
único que hacía era vestir y desvestir obsesivamente a su muñeca. Pronto comprendí las ansiedades
subyacentes en sus obsesiones, y las interpreté. Esto fortaleció mi convicción de que es precondición para el
psicoanálisis del niño comprender e interpretar las fantasías, sentimientos, ansiedades y experiencias
expresadas por el juego o, si las actividades del juego están inhibidas, las causas de la inhibición.

Efectué el análisis en el hogar de la niña y con sus propios juguetes; pero durante ese tratamiento ​llegué a la
conclusión de que el psicoanálisis no debía ser llevado a cabo en la casa del niño. ​Descubrí que la
situación de transferencia sólo puede ser establecida y mantenida si el paciente es capaz de sentir que la
habitación de consulta o la pieza de juegos, todo el análisis, es algo diferente de su vida diaria del hogar. Solo
en tales condiciones puede superar sus resistencias a experimentar y expresar pensamientos, sentimientos y
deseos incompatibles con las convenciones usuales y en contraste con lo que se le ha enseñado.

Hice más observaciones significativas en el psicoanálisis de una ​niña de 7 años​. Sus dificultades neuróticas no
eran serias, pero su desarrollo intelectual preocupaba a sus padres A pesar de ser inteligente no estaba al nivel
del grupo de su edad, le disgustaba la escuela y se ausentaba sin avisar a sus padres. Su relación con la
madre, afectuosa y confidente, había cambiado desde que empezó a ir a la escuela: se había vuelto reservada
y callada. En unas pocas sesiones con ella no logre mucho contacto. En una sesión en que la niña estaba
nuevamente callada y ensimismada, la dejé diciendo que ya regresaría. Fui a la habitación de mis hijos, recogí
juguetes, los puse en una caja y volví. La niña se interesó en los juguetes pequeños y empezó a jugar. Por su
juego concluí que dos de las figuras de juguete representaban a ella y a un niño pequeño, un compañero de
quien ya había oído antes. Había algo secreto en la conducta de estas dos figuras, otros individuos eran
presentados interfiriendo o mirando. Las actividades de los dos juguetes condujeron a catástrofes, caída o
choque con autos. Repitió sus acciones con señales de ansiedad. En este punto interpreté que alguna actividad
sexual parecía haber ocurrido entre ella y su amigo, y que eso le hacía temer ser descubierta. Señalé que
mientras jugaba, ella se había vuelto ansiosa. Le recordé que a ella le disgustaba la escuela, y que eso podía
conectarse con el temor de que la maestra descubriera su relación con el compañero y la castigara. Además
estaba asustada y desconfiaba de su madre. El efecto de esta interpretación fue sorprendente: su ansiedad y
desconfianza primero aumentaron, y muy pronto dieron lugar a un alivio evidente. Su expresión facial cambió, y
a pesar de que no admitió ni negó lo interpretado, mostró su conformidad produciendo nuevo material y
volviéndose más libre en su juego y en su conversación; su actitud hacia mí fue más amistosa. La transferencia
negativa, alternando con la positiva, salió a la luz una y otra vez; pero desde esta sesión el análisis progresó.
Hubo cambios favorables en su relación con la familia y con su madre. Su desagrado por la escuela disminuyó
y se interesó en sus estudios, pero su inhibición en el aprendizaje, fundada en ansiedades profundas, sólo fue
resuelta gradualmente durante el tratamiento.

II. Así el uso de los juguetes con un paciente, probó ser esencial para su análisis. ​Esta experiencia y otros me
ayudó a decidir qué juguetes son más adecuados para la técnica (pequeños hombres y mujeres de madera, de
dos tamaños, autos, carretillas, hamacas, trenes, aviones, animales, árboles, casas, cercas, papel, tijeras,
cuchillo, lápices, tizas o pintura cola, pelotas y bolitas, plastilina y cuerdas). Consideré esencial tener juguetes
en número y variedad para permitir al niño expresar una amplia serie de fantasías y experiencias. Es
importante que los juguetes no sean mecánicos y que las figuras humanas no indiquen ninguna ocupación
particular. Su simplicidad permite al niño usarlos en muchas situaciones diferentes. El equipamiento de la
habitación de juego es simple. Los juguetes de cada niño son guardados en cajones particulares, así cada uno
sabe que sólo él y el analista conocen sus juguetes y su juego, equivalente de las asociaciones del adulto. Ese
cajón individual es parte de la relación privada e íntima entre analista y paciente, característica de la situación
de transferencia.

Los juguetes no son el único requisito para un análisis del juego. Muchas de las actividades del niño se
efectúan en el lavatorio, equipado con una o dos pequeñas tazas, vasos y cucharas. A menudo él dibuja,
escribe, pinta, corta, repara juguetes, etc. A veces asigna roles al analista y a sí mismo. En esos pasatiempos,
el niño toma la parte del adulto, expresando con eso cómo siente que sus padres u otras personas con
autoridad se comportan o deberían comportarse con respecto a él. Algunas veces descarga su agresividad y
resentimiento en el rol del padre sádico hacia el niño, representado por el analista. Cualquiera que sea el
material usado, es esencial que se apliquen los principios analíticos. La agresividad se expresa directa o
indirectamente. Es esencial permitir que el niño deje surgir su agresividad; lo que cuenta es comprender por
qué en este momento particular de la situación de transferencia aparecen impulsos destructivos y observar sus
consecuencias en la mente del niño. Pueden seguir sentimientos de culpa, por ejemplo, luego de la rotura de
una figura pequeña. La culpa aparece no sólo por el daño producido, sino por lo que el juguete representa en el
inconsciente del niño. Algunas veces podemos deducir ansiedad persecutoria como secuela de impulsos
destructivos y que él teme la represalia. Usualmente expreso al niño que no toleraría ataques a mí misma. Esta
actitud tiene importancia para el análisis. Si tales asaltos no son mantenidos dentro de límites, pueden
despertar excesiva culpa y ansiedad persecutoria, agregando dificultades al tratamiento.

La principal forma de prevenir los ataques corporales, es cuidar de no inhibir las fantasías agresivas del niño;
dar oportunidad de representarlas de otras maneras, incluyendo ataques verbales contra la analista. Cuanto
más a tiempo interpretaba los motivos de la agresividad, más podía mantener la situación bajo control.
Ocasionalmente con niños psicóticos, puede ser difícil protegerse de su agresividad.

III. La actitud de un niño hacia el juguete que ha dañado es reveladora. A menudo pone aparte ese juguete y lo
ignora por un tiempo. Esto indica desagrado del objeto dañado, por el ​temor persecutorio de que la persona
atacada (representada por el juguete) se haya vuelto vengativa y peligrosa. El sentimiento de persecución
puede ser tan fuerte que encubra ​sentimientos de culpa y depresión que el daño efectuado también produce.
También la culpa y la depresión pueden ser tan fuertes que conduzcan a una intensificación de sentimientos
persecutorios. Sin embargo, un día el niño puede buscar en su cajón, el objeto dañado. Esto sugiere que
hemos podido analizar importantes defensas, disminuyendo los sentimientos persecutorios y haciendo posible
que se experimente el ​sentimiento de culpa y la necesidad de la reparación​. Cuando esto sucede notamos que
ha habido un cambio en la relación del niño con aquel a quien el juguete representaba, o en sus relaciones en
general. Este cambio confirma nuestra impresión de que junto con el sentimiento de culpa y el deseo de la
reparación, aparecen ​sentimientos de amor ​que habían sido debilitados por la ansiedad excesiva. Tales
cambios son de importancia para la formación del carácter y la estabilidad mental.
Es esencial del trabajo de interpretación que se mantenga a compás con las fluctuaciones entre amor y odio;
felicidad y satisfacción y ansiedad persecutoria y depresión. ​Esto implica que el analista debe permitir que
el niño experimente sus emociones y fantasías tal como ellas aparecen. Sin ejercer influencia educativa
o moral, sino comprender la mente del paciente y transmitir qué es lo que ocurre en ella.
La variedad de situaciones emocionales que pueden ser expresadas por el juego son ilimitadas: frustración,
rechazo, celos, agresividad, placer, amor y odio, ansiedad, culpa y reparación. También hallamos en el juego la
repetición de experiencias reales y detalles de la vida entretejidos con sus fantasías.

IV. Muchos niños se encuentran inhibidos para jugar. Tal inhibición no siempre les impide jugar completamente,
pero pronto interrumpen sus actividades.

El siguiente ejemplo muestra algunas de las causas de inhibición de jugar. ​Pedro, de 3 años y 9 meses, era
muy neurótico: incapaz de jugar, no podía tolerar ninguna frustración, era tímido, quejumbroso y exagerado, por
momentos agresivo y despótico, ambivalente respecto de su familia, y con una gran fijación hacia su madre.
Ella me dijo que Pedro había desmejorado después de unas vacaciones durante las que, a la edad de 18
meses, compartió el dormitorio de sus padres y tuvo oportunidad de observar su acto sexual. El niño se hizo
difícil de manejar, durmió mal y volvió a mojar la cama. Desde ese verano dejó de jugar y se volvió muy
destructivo. Poco después nació su hermano, lo que aumentó sus dificultades.

En la primera sesión Pedro comenzó a jugar; hizo que dos caballos dieran el uno contra el otro, y repitió la
misma acción con diferentes juguetes. Mencionó que tenía un hermano pequeño. Le aclaré que los caballos y
las otras cosas que habían chocado representaban personas. Hizo que los caballos se toparan nuevamente,
diciendo que iban a dormir, los cubrió con ladrillos, y agregó: "Ahora están muertos; los he enterrado". Puso los
autos en fila que, como se aclaró más tarde en el análisis, simbolizaba el pene del padre, y los hizo correr;
súbitamente se puso de malhumor y los desparramó por la habitación, diciendo: "Siempre rompemos nuestros
regalos de Navidad; no queremos ninguno". El destrozar sus juguetes representaba en su inconsciente
destrozar el órgano genital de su padre. ​

En la segunda sesión Pedro repitió el topetazo entre autos, caballos, etc., y habló de su pequeño hermano,
interpreté que me estaba mostrando cómo su mamá y su papá chocaron sus órganos genitales y que él había
pensado que haciendo eso había causado el nacimiento de su hermano. Esta interpretación produjo más
material, aclarando su ambivalente relación hacia su pequeño hermano y su padre. Acostó a un hombre de
juguete en un ladrillo "cama", lo arrojó al suelo y dijo que estaba "muerto y acabado". En seguida hizo lo mismo
con dos figuras que ya había dañado. Interpreté que el primer hombre de juguete representaba a su padre, a
quien él quería sacar de la cama de su madre y matar, y que uno de los dos hombres de juguete era el padre y
el otro él, a quien su padre haría lo mismo. Sentía que tanto él como su padre serían perjudicados si él atacaba
a su padre.

La experiencia de Pedro de presenciar el acto sexual de sus padres provocó fuertes emociones: celos,
agresividad y ansiedad que expresó en su juego. Él no tenía conocimiento consciente de esa experiencia,
estaba reprimida, y sólo la expresión simbólica de la misma era posible para él. Si yo no hubiera interpretado
que los juguetes chocando eran personas, él no podría haber producido el material que surgió. Si no hubiese
podido mostrarle las razones de su inhibición para jugar, interpretando el daño hecho a los juguetes, él hubiese
dejado de jugar después de romper los juguetes, como lo hacía en la vida diaria.

Hay niños que al empezar el tratamiento no pueden jugar. Pero es raro que un niño ignore completamente los
juguetes que se encuentran en la mesa. Con frecuencia da al analista alguna comprensión de sus motivos para
no querer jugar. También hay otros modos por los que el analista puede reunir material para la interpretación.
Cualquier actividad, garabatear o detalles de la conducta, como cambios en la postura o en la expresión facial,
dan una clave acerca de lo que pasa en la mente del niño.

Se me pregunta a menudo si los niños pequeños son intelectualmente capaces de comprender las
interpretaciones. ​Mi experiencia es que las interpretaciones, si se relacionan con el material, son
perfectamente comprendidas. El analista debe darlas sucinta y claramente, y debe usar las expresiones del
niño al hacerlo. De esa forma entra en contacto con las emociones y ansiedades más activas en ese momento;
la comprensión intelectual del niño es un proceso posterior. A veces encontramos que la capacidad de
comprensión del niño es mayor que la de los adultos. Esto se explica porque las conexiones entre consciente e
inconsciente son más estrechas, y las represiones menos poderosas. Pedro había objetado con firmeza mi
interpretación de que el hombre de juguete que él había arrojado de la "cama" y que estaba "muerto y
acabado" representaba a su padre. Este tipo de interpretación despierta grandes resistencias. En la tercera
hora Pedro aceptó mi interpretación y dijo: "¿Y si yo fuera un papá y alguien quisiera tirarme debajo de la cama
y hacerme muerto y acabado, qué pensaría yo de eso?" Esto muestra que había elaborado, comprendido y
aceptado mi interpretación, pero también que comprendió que sus propios sentimientos agresivos hacia su
padre contribuyeron al temor que sentía por él, y que había proyectado sus propios impulsos en su padre.

Uno de los puntos más importantes en la técnica del juego es el análisis de la transferencia. ​En la
transferencia con el analista el paciente repite emociones y conflictos anteriores. Podemos ayudar al paciente
remontando sus fantasías y ansiedades en nuestras interpretaciones adonde ellas se originaron, en la infancia
y en relación con sus primeros objetos. Así, reexperimentando emociones y fantasías tempranas en relación
con sus primeros objetos él puede revisar estas relaciones y disminuir sus ansiedades.

V. Mi énfasis en la ansiedad me condujo cada vez más en el inconsciente y en la vida fantástica del niño. Entré
en territorio virgen, porque esto hizo accesible la comprensión de las tempranas fantasías, ansiedades y
defensas infantiles, aún inexploradas.

Uno de los fenómenos que me sorprendieron en el ​análisis de Rita fue la rudeza de su superyó​. Rita
acostumbraba representar el rol de una madre severa y castigadora, que trataba muy cruelmente a la niña
(representada por la muñeca o por mí). Su ambivalencia hacia su madre, su necesidad de ser castigada, sus
sentimientos de culpa y sus terrores nocturnos me llevaron a reconocer que en esa niña operaba un áspero e
inflexible superyó. Confirmé este descubrimiento en los análisis de otros niños pequeños y ​llegué a la
conclusión de que el superyó aparece en una etapa más temprana de lo que Freud supuso​. Reconocí
que el superyó es algo que el niño siente operando internamente de una manera concreta; que consiste en una
variedad de figuras construidas a partir de sus experiencias y fantasías y que se deriva de las etapas en que
introyectó a sus padres.

Estas observaciones me llevaron al descubrimiento de la principal situación de ansiedad femenina: ​la madre es
el primer perseguidor que, como un objeto externo e internalizado, ataca el cuerpo de la niña y toma de
él sus niños imaginarios​. Estas ansiedades surgen de los ataques imaginados de la niña al cuerpo de la
madre, que tienen como fin robarle su contenido, los excrementos, el pene de su padre, y los niños, y resultan
en el temor de venganza con ataques similares. Tales ansiedades persecutorias aparecían combinadas o
alternando con sentimientos de depresión y culpa. Estas observaciones me ayudaron a descubrir la parte vital
que la tendencia a la reparación desempeña en la vida mental.

Reparación ​es un concepto más amplio que los de "anulación en la neurosis obsesiva" y "formación reactiva".
Ya que ​incluye diversos procesos por los que el yo siente que deshace un daño hecho en la imaginación,
restaura, preserva y revive objetos. La importancia de esta tendencia, ligada a sentimientos de culpa, yace en
la contribución que hace a las sublimaciones, y a la salud mental.
Al estudiar los ataques imaginarios al cuerpo de la madre, di con ​impulsos anales y uretro-sádicos. Uno de
los casos en que la naturaleza anal y uretro-sádica de estos impulsos destructivos fue muy clara es el ​Trude,
de 3 años y 3 meses de edad. Sufría de varios síntomas: terrores nocturnos e incontinencia de orina y
excrementos. En la primera etapa de su análisis me pidió que fingiera estar en cama y dormir. Ella diría que iba
a atacarme y que buscaría excrementos en mis nalgas (según comprobé, los excrementos representaban
niños) y que ella iba a sacarlos. Después de esos ataques se acurrucaba en un rincón, jugando a que estaba
en cama, cubriéndose con almohadones (que protegían su cuerpo y que representaban niños); al mismo
tiempo orinaba y demostraba que temía ser atacada por mí. Sus ansiedades acerca de la peligrosa madre
internalizada confirmaron las conclusiones a que había llegado con Rita.
Me convencí que tales impulsos y fantasías destructivas podían remontarse a impulsos oral-sádicos. Rita ya lo
había manifestado claramente. En una ocasión ennegreció un pedazo de papel, lo hizo pedazos, los arrojó en
un vaso de agua que llevó a la boca, como para beber y dijo: "mujer muerta". En ese momento entendí que
romper y mojar el papel expresaba fantasías de atacar y matar a su madre, cosa que daba temor a su
venganza. En otros análisis, ​Ruth y Pedro, también comprendí la parte que los impulsos oral-sádicos
desempeñan en las fantasías destructivas y en las ansiedades correspondientes, encontrando confirmación de
los descubrimientos de Abraham en el análisis de niños pequeños. Estos análisis me llevaron hacia una
comprensión completa del rol de los deseos y ansiedades orales en el desarrollo mental, normal y anormal.

A través del análisis de ​Erna a​prendí mucho acerca de los detalles de tal internalización y de las fantasías e
impulsos subyacentes en ansiedades paranoicas y maníaco depresivas.

Llegué a entender la naturaleza oral y anal de sus procesos de introyección y las situaciones de persecución
interna que engendraban. También supe de los modos en que las persecuciones internas influyen, por medio
de la introyección, en la relación con objetos externos. La intensidad de su envidia y su odio mostró que éstos
derivaban de la relación oral-sádica con el pecho de su madre, y estaban entretejidos con los comienzos de su
complejo de Edipo. El caso de Erna me ayudó a preparar el terreno para conclusiones, como la de que la razón
fundamental de la psicosis es un temprano superyó, constituido cuando los impulsos y fantasías oral-sádicos
están en su punto culminante, idea que desarrollé acentuando la importancia del sadismo oral en la
esquizofrenia.

Pude hacer algunas observaciones con respecto a situaciones de ansiedad en varones. Esos análisis
confirmaron la idea de Freud de que el temor a la castración es la principal ansiedad del varón, pero reconocí
que debido a la temprana identificación con la madre (la posición femenina que se introduce en las primeras
etapas del complejo de Edipo), la ansiedad acerca de ataques en el interior del cuerpo es de importancia en
hombres como en mujeres, e influye y moldea sus temores de castración.

Las ansiedades derivadas de ataques imaginados al cuerpo de la madre y al padre que se supone que ella
contiene, probaron ser, en ambos sexos, la razón fundamental de la claustrofobia (que incluye el temor de ser
aprisionado o enterrado en el cuerpo de la madre). La conexión de estas ansiedades con el temor de castración
puede verse en la fantasía de que el pene se pierda o sea destruido dentro de la madre, fantasía que puede
resultar en impotencia.

Comprobé que los temores conectados con ataques al cuerpo de la madre y a ser atacado por objetos externos
e internos tenían una calidad e intensidad que sugerían su naturaleza psicótica. Al explorar la relación del niño
con objetos internalizados se aclararon situaciones de persecución interna y sus contenidos psicóticos. El
reconocimiento de que el temor de venganza deriva de la propia agresividad individual me condujo a sugerir
que las defensas iniciales del yo se dirigen contra la ansiedad producida por impulsos y fantasías destructivas.
Cuando estas ansiedades psicóticas eran referidas a su origen, se comprobaba que germinaban del sadismo
oral. Reconocí que la relación oral-sádica con la madre y la internalización de un pecho devorado, y en
consecuencia devorador, crean el prototipo de todos los perseguidores internos; y que la internalización de un
pecho herido y por lo tanto temido, y de un pecho satisfactorio y provechoso, por el otro, es el núcleo del
superyó. Otra conclusión fue que, a pesar de que las ansiedades orales vienen primero, las fantasías y deseos
sádicos de todas las fuentes operan en una etapa muy temprana del desarrollo y se superponen a las
ansiedades orales. La importancia de las ansiedades infantiles que he descrito se mostró también en el análisis
de adultos psicóticos límites.

Otras experiencias me ayudaron a alcanzar otra conclusión. La comparación entre la paranoica Erna y las
fantasías y ansiedades que había encontrado en niños menos enfermos, neuróticos, me convenció de que las
ansiedades psicóticas (paranoicas y depresivas) son la razón fundamental de la neurosis infantil. Hice
observaciones similares en los análisis de neuróticos adultos. Estas diferentes líneas de investigación
resultaron en la hipótesis de que las ansiedades de naturaleza psicótica forman parte del desarrollo infantil
normal, y se expresan y elaboran en el curso de la neurosis infantil. Sin embargo, para descubrir estas
ansiedades infantiles el análisis tiene que ser efectuado en los estratos profundos del inconsciente, y esto se
aplica tanto a adultos como a niños.

Ya he señalado que me interesé desde un principio en las ansiedades del niño y que por medio de la
interpretación de sus contenidos logré disminuir la ansiedad. Para lograrlo, debía hacer ​uso completo del
lenguaje simbólico del juego, parte esencial del modo de expresión del niño​. ​En su juego con ellas,
siempre hay variedad de significados simbólicos ligados a fantasías, deseos y experiencias. Este modo
arcaico de expresión es el lenguaje con el que estamos familiarizados en sueños. Pero debemos
considerar el uso de los símbolos de cada niño en conexión con sus emociones y ansiedades
particulares y con la situación total que se presenta en el análisis; traducciones generalizadas de
símbolos no tienen significado. ​La importancia del simbolismo me condujo a conclusiones acerca del
proceso de la formación de símbolos. El análisis del juego había mostrado que el simbolismo permite al niño
transferir no sólo intereses, sino fantasías, ansiedades y sentimientos de culpa a objetos distintos de las
personas. De ese modo el niño experimenta un gran alivio. Sólo por medios simbólicos son capaces de
expresar sus tendencias destructivas en el análisis. También concluí que una severa inhibición de la capacidad
de formar y usar símbolos en los niños, y por lo mismo de desarrollar la fantasía, es señal de una perturbación
seria. Tales inhibiciones y la perturbación resultante en la relación con el mundo externo y con la realidad, son
características de la esquizofrenia.

VI. Al remontar, en los análisis, el desarrollo de impulsos, fantasías y ansiedades hasta su origen, a los
sentimientos hacia el pecho de la madre (aun en niños que no fueron amamantados), hallé que las relaciones
con objetos comienzan casi al nacer y surgen con la primera experiencia de la alimentación; que todos los
aspectos de la vida mental están ligados a relaciones con objetos. Se hizo evidente que la experiencia que
tiene el niño del mundo externo, que incluye su relación ambivalente hacia su padre y otros miembros de la
familia, está influida por, y a su vez influye en, el mundo interno que está construyendo, y que situaciones
externas e internas son siempre interdependientes, ya que la introyección y proyección operan juntas desde el
comienzo de la vida.

Las observaciones de que en la mente del infante la madre primariamente aparece como pecho bueno y pecho
malo separados entre sí, y que en unos pocos meses, con la creciente integración del yo, los aspectos
contrastantes comienzan a ser sintetizados, me ayudaron a comprender la importancia de los procesos de
separar y mantener aparte figuras buenas y malas, así como el efecto de tales procesos en el desarrollo del yo.
La conclusión de que la ansiedad depresiva surge como resultado de la síntesis que realiza el yo de los
aspectos buenos y malos, amados y odiados del objeto, me llevó al concepto de la posición depresiva, que
alcanza su punto álgido hacia la mitad del primer año. La precede la posición paranoica, que se extiende por
los tres o cuatro primeros meses de vida y se caracteriza por ansiedad persecutoria y procesos de separación.
Más tarde, reformulé mis ideas acerca de los tres o cuatro primeros meses de vida, y la llamé a esta etapa
posición esquizo-paranoide intentando coordinar mis hallazgos acerca de la separación, la proyección, la
persecución y la idealización.

Mi labor con niños y las conclusiones teóricas que extraje influyó en mi técnica con adultos. Esto no significa
que la técnica con niños sea idéntica al enfoque de adultos. Aunque es posible retroceder hasta las etapas más
tempranas, al analizar adultos es de importancia tomar en cuenta el yo adulto. La mayor comprensión de las
etapas tempranas de desarrollo, del rol de las fantasías, ansiedades y defensas en la vida emocional del
infante ha iluminado los puntos de fijación de la psicosis adulta. Como resultado ha abierto un nuevo camino
para tratar pacientes psicóticos.

Mannoni “Capítulo II: La transferencia en psicoanálisis de niños”

Dottie (siete años) es víctima de una fobia a los perros en la misma casa de su analista. El día en que la niña
abandona las perturbaciones del comportamiento que habían motivado su entrada en el análisis, la madre hace
una depresión. Entonces Dottie desarrolla otros síntomas (tics primero y luego miedo a los perros). Un episodio
fóbico agudo le impide a la niña dejar la casa de la analista para regresar a la de sus padres: este episodio
ocurre el día en que la madre telefoneaba a la analista (después de la sesión) para comunicarle las fantasías
de asesinato que alimentaba con respecto a su hijita: "Tengo miedo —dice la madre— de lo que podría
hacerle". La niña no tiene conocimiento de esta llamada. En el momento de la llamada la niña se encuentra en
la sala de espera en la que se ha refugiado después del pánico que la asaltó en las escaleras de la casa de la
analista. La llamada de la madre la descoloca a la analista. Se imagina que la niña está en peligro y estima que
la madre de Dottie debería hacerle esa confesión a su propio analista. No advierte que la madre necesita llevar
su angustia al lugar mismo en que se juega al análisis de la niña. Dottie, llora y no escucha lo que lo dice la
analista, limitándose a responder: "No quiero volver más." La madre es depresiva, la niña tiene pánico y la
analista se inquieta por lo que le parece la irrupción de un tercero, la madre, en su relación con Dottie. La
resistencia es legible en cada uno de los términos (niña, madre y analista). Cada uno tiene miedo de otro. Cada
uno se encuentra bajo el efecto imaginario de un peligro que sitúa en la realidad.

Durante una sesión en que Dottie expresa su deseo de huir, su analista interpreta ese miedo diciéndole:
"¿Crees que soy un perro y que hay peligro de que te muerda?" y ladra. La niña, sorprendida, se pone a reír y
entonces asistimos a una verdadera escena: se distribuyen los papeles y alternativamente cada uno es para el
otro el perro peligroso. En el momento en que Dottie se identifica con el agresor cede el síntoma fóbico en las
idas y venidas de la niña a casa de la analista. Dentro de la transferencia Dottie ya no tiene miedo. A partir de
entonces el miedo habrá de localizarse en otra parte y cederá a su vez por medio del análisis del material
edípico.

La niña había entrado en análisis por pedido del padre (su madre se oponía) y el efecto de los progresos de
Dottie fue el derrumbe de la madre. A partir de entonces todos se encontraron en análisis: el padre, la madre y
la niña (con diferentes analistas). El día en que Dottie empezó a ser atendida, el síntoma de los dolores de
cabeza reemplazó en la madre al síntoma "niña", sentido hasta entonces como objeto persecutorio.

Por más que la analista se empeñe en apartar a los padres, se encuentra atrapada en un discurso colectivo:
niña, analista y padres están implicados en una situación. Y es en ese puesto, donde Dottie tiene que llegar a
ubicarse y a desbaratar los efectos imaginarios de la angustia y de la agresividad. Ahora, la analista, si bien
teme que la madre resulte peligrosa, se esfuerza en mostrarle a la niña que la realidad está desprovista de
peligro. En este análisis no hay sitio para los fantasmas de la madre: no los abordan ni la analista ni la niña.
Dottie apenas parece preocuparse por un peligro real (se enfrenta con un miedo imaginario que asume la
apariencia del miedo al perro). Las historias que se inventa la ayudan a encontrar soluciones para los efectos
fantásticos suscitados por agresiones imaginarias.

A Dottie la inquietan los efectos imaginarios del pánico materno. Los fantasmas de destrucción en el adulto la
ponen en peligro porque despiertan sus propios fantasmas de devoración arcaicos. De este modo, madre e hija
se encuentran implicadas en la situación transferencial. Mediante su llamada telefónica, la madre se empeña
en recordarle su presencia a la analista de su hija, mientras que, en su síntoma, Dottie atestigua el malestar de
la madre. La analista se encuentra ante un discurso colectivo. Por último, la analista está marcada por la
angustia o la hostilidad de sus transferencias recíprocas, y se defiende afirmando que no hay transferencia en
la medida en que se siente implicada en una historia que tiene la dimensión de un drama. Desde el punto de
partida se encuentra la analista enfrentada con las demandas de la niña con las quejas y reivindicaciones de la
madre. El peligro no existía únicamente entre la niña y su madre, sino también entre la niña y la analista, en la
medida en que esta última temía que la niña fuese a preferirla en lugar de su madre.

La transferencia, en el análisis de Dottie, expresa una situación de defensa contra la angustia tanto en la casa
como en la escuela o en el análisis. Al reducir la noción de transferencia a una referencia directa a la persona
del analista, S.F se vedó la posibilidad de poner de manifiesto el elemento simbólico incluido en la relación
transferencial (la solución de su fobia fue hallada por Dottie en los mitos). Este caso muestra que en el análisis
de niños tenemos que vérnosla con muchas transferencias (la del analista, la de los padres y la del niño). Las
reacciones de los padres forman parte del síntoma del niño y, en consecuencia, de la conducción de la cura. La
angustia de la analista ante la agresión o la depresión de la pareja parental, le hace negar toda posibilidad de
neurosis de transferencia. El niño enfermo forma parte de un malestar colectivo, su enfermedad es el soporte
de una angustia parental. Si se toca el síntoma del niño se corre el riesgo de poner en descubierto aquello que
en tal síntoma servía para alimentar (o para colmar) la ansiedad del adulto. Sugerirle a uno de los padres que
su relación con el objeto de sus cuidados corre el riesgo de ser cambiada, implica reacciones de defensa y
rechazo. Toda demanda de cura del niño cuestiona a los padres, y es raro que un análisis de niños pueda ser
conducido sin tocar para nada los problemas fundamentales de uno u otro de los padres (su posición con
respecto al sexo, a la muerte, a la metáfora paterna).

El analista está sensibilizado por lo que se expresa en esos registros y participa de la situación con su propia
transferencia. Necesita situar lo que representa el niño dentro del mundo fantasmático de los padres y
comprender el puesto que éstos le reservan en las relaciones que establece con el hijo de ellos (las bruscas
interrupciones de la cura están en relación con el desconocimiento de los efectos imaginarios, en los padres, de
su propia acción sobre el niño).

Emilio: En todo esto, la transferencia no se reduce a una pura relación interpersonal. Hay preparado de
antemano, un guión en el que están inscriptos los motivos de ruptura. Y para poder desenmascarar el carácter
engañador de ese guión tengo que comprender que la madre sitúa allí su verdad. Lo que puede ayudarnos no
es el análisis de las resistencias maternas, sino la desocultación de lo que está en juego en la madre en sus
relaciones con el sexo, con la muerte, con la metáfora paterna, lo que ha podido estar en juego para ella con
respecto al deseo en las diferentes formas de identificación (vimos la correlación inconsciente entre muerte del
padre, ideas suicidas de la madre y aceptación de la muerte de un niño todavía vivo). Pero el juego del análisis
se juega también en otro nivel. A partir de la relación patógena madre-hijo debe emprenderse el trabajo
analítico (no denunciando la relación dual, sino introduciéndola tal cual en la transferencia): con ello asistiremos
a una recatectización narcisista de la madre, y luego el elemento tercero (significante) que le permitirá a la
madre localizarse, situarse, en relación con sus propios problemas fundamentales, no incluyendo más en ellos
al niño, habrá de surgir en una relación con el otro.

Toda demanda de curación de un niño enfermo hecha por los padres debe ser situada en el plano fantasmático
de los padres, particularmente en el de la madre (¿Qué representa para ella el significante "niño" y el
significante "niño enfermo") y luego debe ser comprendida en el nivel del niño (¿Se siente implicado por la
demanda de curación? ¿Cómo utiliza su enfermedad en sus relaciones con el Otro?) El niño solo puede
comprometerse en un análisis por su propia cuenta si se encuentra seguro de que está sirviendo sus intereses
y no los de los adultos. Este problema se plantea también de una manera diferente en los casos de psicosis y
de atraso mental. Cuando madre y niño se encuentran en una relación dual, es en la transferencia donde se
llega a estudiar lo que está en juego en esta relación, e interpretar de qué modo las necesidades del niño son
pensadas por la madre. Con esto se alcanzan ciertas posiciones fundamentales de la madre, que solo pueden
analizarse a través de la angustia y en una situación persecutoria.

Los padres siempre están implicados de cierta manera en el síntoma que trae el niño. Esto no debe perderse
de vista, porque allí se encuentran los mecanismos mismos de la resistencia: el anhelo inconsciente "de que
nada cambie" a veces tiene que hallarse en aquél de los padres que es patógeno. El niño puede responder
mediante el deseo "de que nada se mueva", reparando así (perpetuando su síntoma) sus fantasmas de
destrucción con respecto a su madre. Por lo tanto, si se pudiese introducir una nueva dimensión en la
concepción de la situación transferencial, sería partiendo desde el puesto de escucha del analista para aquello
que se juega en el mundo fantasmático de la madre y del niño. El analista trabaja con varias transferencias. No
siempre le resulta cómodo situarse con sus propias fantasías en un mundo donde corre el riesgo de convertirse
en aquello que una alternativa pone en juego: de muerte o vida para el niño o para los padres, que despierta el
fondo de angustia persecutoria más antiguo que en él subsiste.

El problema de los padres se plantea de manera diferente según se trate de psicosis o de neurosis. La
diferencia reside en el problema particular que suscita el análisis de un niño que, por la situación dual
instaurada con la madre se presenta para nosotros únicamente como "resultado" de cuidados y nunca como el
sujeto del discurso que nos dirige. Ya que esta situación no se creó por obra del niño únicamente, se
comprende hasta qué punto el adulto puede sentirse cuestionado a través de la cura de su hijo. El análisis
desaloja al niño del puesto que ocupa en lo real (en lo real es el fantasma materno; así es como tapa la
angustia o llena la falta de la madre) y esto solo puede hacerse ayudando al padre patógeno con el que está
ligado el niño.

La transferencia no siempre aparece donde el analista cree que la puede captar (Dora). Antes de que comience
un análisis, ya pueden estar dispuestos los índices de la transferencia y luego el análisis se limita a llenar
aquello que para ella estaba previsto en el fantasma fundamental del sujeto. Ya que en cierto sentido la partida
ya se había jugado de antemano. Para cambiar el curso de las cosas, el analista tiene que ser consciente de
aquello que, más allá de la relación imaginaria del sujeto con su persona se dirige a lo que ya se encontraba
inscrito en una estructura antes de su entrada en escena. Aquí interviene la contratransferencia del analista, en
la manera en que el movimiento de la metáfora puede bloquearse provocando en el sujeto el acting out (o las
"decisiones"). En tal caso, el analista por lo general no ha logrado proteger en el campo el juego de la
transferencia la dimensión simbólica indispensable para proseguir la cura. Ya sea porque toma como un peligro
real lo que es fantasma (Dottie), ya porque no comprende qué es lo que está en juego en el padre, provocando
así en lo real una interrupción de la cura, por no haber podido dar en la palabra un sentido en la resistencia.

El descubrimiento que hace Freud en 1897 consiste en haber sabido vincular la transferencia con la resistencia
consabida como obstáculo, en el discurso del sujeto, para la confesión de un deseo icc. En el fantasma, así
como en el síntoma, el analista ocupa un puesto; definirlo no es algo sencillo.

La experiencia analítica no es una experiencia intersubjetiva.

La cuestión no consiste en saber si el niño puede o no transferir sobre el analista sus sentimientos hacia padres
con los que todavía vive (esto implicaría reducir la transferencia a una mera experiencia afectiva), sino en lograr
que el niño pueda salir de cierta trama de engaños que va urdiendo con la complicidad de sus padres. Esto
solo puede realizarse si comprendemos que el discurso que se dice es un discurso colectivo: la experiencia de
la transferencia se realiza entre el analista, el niño y los padres. El niño no es una entidad en sí. En primer
término lo abordamos a través de la representación que el adulto tiene de él (¿qué es un niño?, ¿qué es un
niño enfermo?). Todo cuestionamiento del niño tiene incidencias precisas en los padres. Vimos en las curas de
niños psicóticos cuál es la amplitud de la relación imaginaria que cada uno de los padres establece con el
analista. Gracias a esa relación imaginaria podrá la madre recatectizarse como madre de un niño (reconocido
por un tercero como separado de ella), y podrá luego ponerse en marcha otro movimiento en virtud del cual el
niño, como sujeto de un deseo, se internará por su propia cuenta en la aventura psicoanalítica. Ese peso que
constituye para el analista una transferencia masiva de la madre (integrada tanto por una confianza total como
por una desconfianza absoluta) cuestiona profundamente al analista, tal situación puede provocarle reacciones
persecutorias o depresivas según lo que se haya alcanzado en él como material ansiógeno precoz: solo a costa
de esto puede asumir con éxito la dirección de una cura.

Mannoni, M. (1965). Prefacio, por Francoise Dolto. Palabras preliminares. (UC) Capítulo 1 - Caso clínico
VII (Caso Sabine). Capítulo 4 “¿En qué consiste entonces la entrevista con el psicoanalista?”.

Capítulo 1 - Caso Sabine

La madre quiere traerme a su hija Sabine (11), amenazada de expulsión. El padre se opone a todo examen.
Acepto ver a la madre, pero no a la niña. ¿Qué datos proporciona esta entrevista?

🡺 La niña presenta tics que se repiten cada 30 segundos: aparecieron hace tres meses como
consecuencia de su colocación en un Hogar para niños contra la voluntad del padre. En realidad, estos tics
existen desde la edad de 6 años (fecha en la que el padre abandona el domicilio conyugal como protesta contra
una operación realizada sobre otro hijo, sin haberlo consultado). El regreso del padre al hogar coincide
curiosamente con un recrudecimiento de los trastornos de Sabine, lo que lleva a una nueva hospitalización.
Ante este cuadro, escribir al padre para solicitarle su autorización antes de emprender un examen. “Considero
que corresponde a los padres, y solo a ellos, actuar de manera que un hijo tenga la conducta normal propia de
su edad”. La pareja era unida hasta el nacimiento de los niños. Su llegada al mundo señala el comienzo del
desacuerdo (dada la imposibilidad de la madre de soportar una situación de a tres, es decir, una situación en la
que el padre siga existiendo en la madre a pesar de la presencia de los hijos). Mme. X ha hecho infelices a los
suyos al sustraer a los niños a la autoridad de su marido, valiéndose para ello de todas las complicidades
posibles. Mi carta, como negativa a entrar en el jugo de la madre, fue en sí misma una intervención terapéutica.
Si hubiese comenzado un psicoanálisis, me hubiera convertido en cómplice de la madre. Al tener en cuenta la
palabra del padre, permití que cada miembro de la familia tuviese la posibilidad de hallar nuevamente su lugar.

También en este caso, la escolaridad deficiente sólo servía para ocultar desórdenes neuróticos de una
importancia mucho mayor. ¿Qué nos llama la atención en estos casos de desorden escolar? El hecho de que la
agudeza del síntoma invocado oculta dificultades de un orden diferente. Los padres aportan al psicoanalista un
diagnóstico formulado por adelantado. Su angustia comienza en el momento en que se cuestiona este
diagnóstico. Descubren entonces que el síntoma escolar servía para ocultar todos los malentendidos, las
mentiras y los rechazos de la verdad. Lo que está en juego no es el síntoma escolar, sino la imposibilidad del
niño de desarrollarse con deseos propios, no alienado en las fantasías parentales.

En realidad, en los casos en que la madre acude a la consulta por un síntoma preciso, acompañado de un
diagnóstico seguro, es porque generalmente no desea cambiar en nada el orden establecido. La aventura
comienza cuando el analista cuestiona la respuesta parental. A los padres les cuesta perdonarle que no se
haga cómplice de su mentira.

Capítulo 4 - ¿En qué consiste entonces la entrevista con el psicoanalista?

La vulgarización de los conceptos psicoanalíticos nos hace correr el riesgo de proporcionar una imagen falsa
de la entrevista con el psicoanalista, si se cree que ella se reduce a una relación dual en la que el paciente se
limita a proyectar sobre el analista todo lo que lleva en él sin saberlo (su icc). De acuerdo con esta concepción,
el rol del analista se reduciría a comprobar el carácter imaginario de estas proyecciones, y a informar al
paciente sobre ello.

Un análisis, sin embargo, no se desarrolla de esta forma. Nos encontramos frente a un discurso al que cabe
calificar como alienado, ya que no se trata del discurso del sujeto, sino del de los otros, o de la opinión. No nos
corresponde explicitar aquí en que consiste un psicoanálisis. He intentado señalar posiciones esenciales, que
un público acostumbrado a una vulgarización simplista y errónea del psicoanálisis conoce mal. Cuantos meses
perdidos, por ejemplo, porque se tiene “miedo a la transferencia”. El paciente en su conducta y en su discurso,
va a expresar en un primer momento todo ese folklore psicoanalítico. Necesitará mucho tiempo para
comprender que su verdad se sitúa en un lugar distinto, y no siempre le es fácil a un analista restituírsela.

Me ocupo de estos conceptos debido a que la primera entrevista, tanto con el niño como con los
padres, muestra la especificidad de mi escucha psicoanalítica.

-Ejemplo: “No le he dicho a nadie que este niño no es de mi marido” Esta mujer pudo hacerme esta confesión,
esencial como confesión para ella misma y no como hecho en sí, trastornante para el niño, gracias a que ella
sabía que yo no daría una respuesta mutiladora para su ser. No se debe creer que yo procedo con
contemplaciones para con los padres, pero me preocupo por respetar “confesiones” que tienen sentido, no por
dirigirse a otro sujeto, sino porque reconstruyen en cierta forma al sujeto. Lo que es peligroso para el niño es la
mentira de la madre a sí misma.

La primera entrevista con el psicoanalista es más reveladora en lo que se refiere a las distorsiones del discurso
que a su contenido mismo.

-Ejemplo: “Al igual que los otros, usted no podrá hacer nada (por el asma de la niña)”. En realidad, la madre no
desea que la situación cambie. Carne de su carne, sufrimiento de su corazón, herida íntima, su hija tiene que
mantenerse así. Cuando los padres consultan por su hijo, más allá de este objeto que le traen, el analista
debe esclarecer el sentido de su sufrimiento o de su trastorno en la historia misma de los dos padres.
Emprender un psicoanálisis del niño no obliga a los padres a cuestionar su propia vida. Al comienzo,
antes de la entrada del niño en su propio análisis, conviene reflexionar sobre el lugar que ocupa en la
fantasía parental. La precaución es necesaria para que los padres puedan aceptar después que el niño
tenga un destino propio.

Un niño sano, obtiene esta autonomía mediante crisis de carácter, mediante oposiciones espectaculares. El
niño neurótico, paga este deseo de evolución personal incluso hasta con un daño orgánico muy serio. Madre e
hijo deben ser considerados entonces en el plano psicoanalítico: la evolución de uno es posible solo si el otro la
puede aceptar. Lo que daña al niño no es tanto la situación real como todo lo que no es dicho. En ese no dicho,
cuántos son los dramas imposibles de ser expresados en palabras, cuantas las locuras ocultas por un equilibrio
aparente, pero que el niño trágicamente siempre paga. El rol del psicoanalista es el de permitir, a través del
cuestionamiento de una situación, que el niño emprenda un camino propio.

Winnicott, D. (2004). “Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro del marco


psicoanalítico”.

El estudio del lugar que ocupa la regresión en el campo analítico es una de las tareas que Freud dejó sin
realizar para que nosotros la emprendiésemos y creo que se trata de un tema para el cual esta Sociedad está
preparada. El tema de la regresión me ha llamado poderosamente la atención a la vista de ciertos casos vividos
durante los últimos doce años de mi labor clínica.
El análisis no es solamente un ejercicio técnico. Es algo que somos capaces de realizar cuando hemos
alcanzado una fase determinada en la adquisición de una técnica básica. Lo que nos volvemos capaces de
hacer nos permite cooperar con el paciente en el seguimiento del proceso, que en cada paciente tiene su
propio ritmo y su propio curso, todos los rasgos importantes de este proceso emanan del paciente y no de
nosotros en como analistas.
Por consiguiente, convendrá que tengamos claramente presente la diferencia entre la técnica y el hecho de
efectuar un tratamiento.

La elección de casos implica clasificación. Para mis fines agrupare los casos de acuerdo con el equipo técnico
que requieran del analista. Mi división de casos se hace en las tres categorías siguientes:

1) Primero, aquellos pacientes que funcionan como personas completas y cuyas dificultades corresponden al
campo de las relaciones interpersonales. La técnica para el tratamiento de estos pacientes es propia del
psicoanálisis tal como la desarrolló Freud a principios del presente siglo.
2) segundo tenemos pacientes cuya personalidad empieza justamente a ser completa. Este es el análisis de
una fase de la inquietud, o de lo que es conocido bajo el término de “posición depresiva”; estos pacientes
requieren el análisis del estado anímico y si bien la técnica empleada no difiere mucho de la que se emplea con
los pacientes de la primera categoría, surgen algunos problemas nuevos relacionados con el aumento de la
gama de material clínico tratada: lo que tiene importancia aquí es la idea de la supervivencia del analista en
calidad de factor dinámico.
3) En el tercer grupo, coloco a todos aquellos pacientes cuyo análisis debe enfrentarse con las primeras fases
del desarrollo emocional antes y hasta la instauración de la personalidad como entidad, antes de la
consecución del estado de unidad espacio-tiempo. La estructura personal no está firmemente asentada. En
este tercer grupo, el énfasis recae en la dirección o control.

En términos de medio ambiente, puede decirse que en el primer grupo nos enfrentamos con pacientes en los
que se desarrollan dificultades en el transcurso de su vida hogareña, dando ésta por sentada en el período de
prelatencia y dando también por sentado un desarrollo satisfactorio en las fases infantiles. En la segunda
categoría, el análisis de la posición depresiva, nos enfrentamos con la relación madre-niño, especialmente
cerca del momento en que el «destete» empieza a cobrar significado. En la tercera categoría entra el primitivo
desarrollo emocional, en el cual la madre debe literalmente sostener al pequeño.
En la última de estas tres categorías cae una de las pacientes que quizás más me hayan enseñado acerca de
la regresión. Debo limitarme a señalar que he tenido la oportunidad de dar vía libre a una regresión y ver cuál
era el resultado.

Era necesario efectuar un diagnóstico analítico que tuviese en cuenta el desarrollo precoz de un self falso. Para
que el tratamiento resultase eficaz, debía producirse una regresión en busca del self verdadero. Por suerte, en
este caso pude controlar yo mismo la totalidad de la regresión. Decidí al principio que había que dejar que la
regresión siguiera su curso y, a excepción del primer momento, no se hizo ningún intento de interferir la marcha
del proceso regresivo. Pasaron tres o cuatro años antes de que se alcanzase la profundidad de la
regresión; a continuación se inició el progreso del desarrollo emocional. Ha habido ausencia de caos, aunque
la amenaza del mismo jamás dejó de estar presente.

El tratamiento y dirección de este caso ha exigido la participación de cuanto poseo en mi calidad de ser
humano, de analista y de pediatra. En especial, he tenido que aprender a examinar mi propia técnica siempre
que surgían dificultades y siempre, en la docena aproximada de fases de resistencia, ha resultado que la causa
estaba en un fenómeno de contratransferencia que hacía necesario un mayor autoanálisis del analista. Lo
principal es que en este caso, al igual que en muchos otros, he tenido necesidad de reexaminar mi técnica,
incluso la adaptada a los casos más corrientes.
Antes de explicar lo que quiero decir debo explicar qué sentido doy a la palabra “regresión”. Para mí, la palabra
“regresión” significa simplemente lo contrario de progreso. Progreso es la evolución del individuo. El progreso
empieza en una fecha sin duda anterior al nacimiento. Detrás del progreso hay un impulso biológico. Uno de
los dogmas del psicoanálisis es que la salud implica continuidad con respecto a este progreso
evolucionista de la psique y que la salud es la madurez del desarrollo emocional apropiado a la edad
del individuo.

Un examen más atento nos permite descubrir que no puede haber una sencilla inversión del progreso. Para
que se produzca la inversión de este progreso en el individuo tiene que haber una organización que permita la
regresión.
Vemos:
● Un fracaso en la adaptación por parte del medio, que produce el desarrollo de un falso self.
● Una creencia en la posibilidad de una corrección del fracaso originario representada por la capacidad latente
para la regresión, que entraña una compleja organización del yo.
● Un medio ambiente especializado seguido por la regresión real.
● Un nuevo desarrollo emocional hacia adelante, con complicaciones que describiré luego.

Cuando en psicoanálisis hablamos de regresión, damos a entender la existencia de una organización


del yo y de una amenaza de caos. Como verán, estoy considerando la idea de la regresión dentro de un
mecanismo muy organizado de defensa del yo, mecanismo que implica la existencia de un falso self. En la
paciente a la que antes me he referido, este falso self se convirtió gradualmente en un «self cuidador» que sólo
al cabo de unos años pudo ser entregado al analista, rindiéndose el self al yo.

En la teoría del desarrollo del ser humano hay que incluir la idea de que es normal y sano que el individuo
pueda defender el self contra un fracaso específico del ambiente mediante la congelación de la situación de
fracaso.
La teoría de que la regresión es parte de un proceso curativo, de hecho, un fenómeno normal que puede ser
estudiado adecuadamente en la persona sana.
En la persona muy enferma hay poca esperanza de que se produzca una nueva oportunidad. En el caso
extremo, el terapeuta necesitaría acercarse al paciente y presentarle activamente una buena maternalización,
experiencia que el paciente no hubiese podido esperar.
Son varias las formas en que el individuo sano se enfrenta con los fracasos específicos del medio ambiente
precoz, pero hay una de ellas a la que aquí denomino “la congelación de la situación de fracaso”. Tiene que
haber una relación entre esto y el concepto del punto de fijación.
En la teoría psicoanalítica, a menudo afirmamos que en el curso del desarrollo instintivo de las fases
pre-genitales las situaciones desfavorables pueden crear puntos de fijación en el desarrollo emocional del
individuo. En una etapa posterior, por ejemplo, la fase de dominio genital, es decir, cuando toda la persona se
halla involucrada en relaciones interpersonales, la angustia puede conducir a una regresión en términos de
cualidad instintiva hasta la regresión actuante en el punto de fijación, cuya consecuencia es el refuerzo de la
situación originaria de fracaso.
(Caso del enema previo a la operación de amígdalas. Interpretado como un acto de venganza por parte de la
madre motivado por la homosexualidad del chico, y lo que entro en la represión fue la homosexualidad y junto a
ella el potencial erótico anal) 🡪 Les presente este caso en calidad de caso corriente que ilustra un síntoma en
el que hay una regresión a un punto de fijación donde el trauma se halla claramente.

Los analistas han considerado necesario postular que lo más normal es que existan situaciones pre-genitales
buenas a las que el individuo pueda regresar cuando se halle en dificultades en una fase posterior. De esta
manera ha nacido la idea de que hay dos clases de regresión con respecto al desarrollo instintivo, una que
consiste en regresar a una situación previa de fracaso y otra a una situación previa de éxito.

Creo que no se ha prestado suficiente atención a la diferencia existente entre estos dos fenómenos. En el caso
de la situación de fracaso ambiental lo que vemos es prueba de unas defensas personales organizadas por el
individuo y que requieren análisis. En el caso más normal de la situación precoz de éxito lo que vemos es más
evidentemente el recuerdo de la dependencia y por consiguiente nos encontramos con una situación ambiental
más que, con una organización personal de defensa. La organización personal no es tan obvia debido a que ha
permanecido fluida, y menos defensiva. Al llegar aquí debería mencionar que me estoy apoyando en una
suposición: que hacia el principio teórico el fracaso personal es menor y que a la larga es sólo un fracaso de la
adaptación ambiental.

Nos ocupamos, por consiguiente, no sólo de la regresión a unos puntos de fijación buenos y malos en las
experiencias instintivas del individuo, sino también de la regresión a unos puntos buenos y malos en la
adaptación ambiental a las necesidades del yo y del ello en la historia del individuo.

Pongamos el énfasis en el desarrollo del yo y en la dependencia, y en este caso cuando hablamos de regresión
debemos hablar inmediatamente de la adaptación ambiental en sus éxitos y en sus fracasos.

Deseo ahora dejar bien claro, cómo divido artificialmente la obra de Freud en dos partes. Primero, está la
técnica del psicoanálisis tal como ha ido desarrollándose paulatinamente y tal como la aprenden los
estudiantes. El material presentado por el paciente debe ser entendido e interpretado. Y, en segundo lugar, está
el marco dentro del cual este trabajo se lleva a cabo.

Examinemos el marco clínico de Freud :


1. A una hora prefijada diariamente, Freud se colocaba al servicio del paciente. (La hora era fijada a mayor
conveniencia del analista y del paciente.)
2. El analista se hallaba allí, puntualmente.
3. Durante el breve período de tiempo fijado (una hora) el analista se mantenía despierto y se preocupaba por
el paciente.
4. El analista expresaba amor por medio del interés positivo que se tomaba por el caso, y expresaba odio por
su mantenimiento estricto de la hora de comenzar y la de acabar, así como en el asunto de los honorarios. El
odio y el amor eran expresados honradamente, es decir, no eran negados por el analista.
5. El objetivo del análisis era el establecer contacto con el proceso del paciente, comprender el material
presentado, comunicar tal comprensión por medio de las palabras. La resistencia entrañaba sufrimiento y
podía ser suavizada por medio de la interpretación.
6. El método del analista era la observación objetiva.
7. Esta labor se realizaba en una habitación tranquila y en la que no hubiese riesgos de ruidos súbitos. La
habitación estaría iluminada apropiadamente, pero sin que la luz diese directamente en el rostro y sin que fuese
una luz variable. La habitación no tenía que estar a oscuras y estaría confortablemente caldeada. El paciente
se tumbaba en un diván, es decir, estaba cómodo, y probablemente una manta y un poco de agua estarían a su
alcance.
8. El analista se abstiene de juzgar moralmente la relación, no se entromete con detalles de su vida e ideas
personales y no toma partido en los sistemas persecutorios.
9. En la situación analítica el analista es mucho más digno de confianza que el resto de la gente en la vida
normal; en general es puntual, está libre de arrebatos temperamentales, de enamoramientos compulsivos, etc.
10. Hay en el análisis una distinción muy clara entre la realidad y la fantasía, de manera que el analista no
recibe ningún daño a causa de algún sueño agresivo.
11. Es posible contar con la ausencia de una reacción del talión.
12. El analista sobrevive.
Si Freud no se hubiese comportado correctamente, no hubiera podido desarrollar la técnica psicoanalítica ni la
teoría a la que dicha técnica le condujo, por muy inteligente que fuese.

Para Freud hay tres personas, una de las cuales se halla excluida de la habitación analítica. Si solo intervienen
dos personas entonces es que ha habido una regresión del paciente en el marco analítico, y el marco
representa la madre con su técnica y el paciente es un niño pequeño. Hay un estado ulterior de regresión en el
cual solo una está presente: el paciente, eso resulta cierto incluso si en otro sentido, desde el punto de vista del
observador, hay dos personas.

Hasta este punto mi tesis puede plantearse del modo siguiente:


La enfermedad psicótica está relacionada con el fracaso ambiental en una fase temprana del desarrollo
emocional del individuo. El sentimiento de futilidad y de irrealidad es propio del desarrollo de un self falso que
se desarrolla como protección del self verdadero. El marco del análisis reproduce las técnicas de
maternalización más tempranas. Invita a la regresión por su confiabilidad.
La regresión de un paciente es un retorno organizado a una dependencia precoz o doble dependencia. El
paciente y el marco se funden en la situación originaria de éxito del narcisismo primario. La marcha partiendo
del narcisismo primario vuelve a iniciarse con el self verdadero capacitado para afrontar situaciones de fracaso
ambiental sin organización de las defensas que implican un falso self que protege a un self verdadero.
Hasta este punto la enfermedad psicótica solamente puede ser aliviada por una provisión ambiental
especializada e interrelacionada con la regresión del paciente.
El progreso a partir de la nueva posición, con el verdadero self rendido ante el yo total, puede entonces
estudiarse en términos de los procesos complejos del crecimiento individual.
En la práctica se registra la siguiente secuencia de acontecimientos:
1. La provisión de un marco confiable.
2. La regresión del paciente al estado de dependencia, con la debida sensación de riesgo que ello comporta.
3. El paciente siente un nuevo sentido del self, y el self hasta ahora oculto se rinde ante el yo total. Una nueva
progresión de los procesos individuales que se habían detenido.
4. Una descongelación de la situación de fracaso ambiental.
5. Partiendo de la nueva posición de fuerza del yo, la ira relacionada con el fracaso ambiental precoz, sentido
en el presente y expresado.
6. Retorno de la regresión a la dependencia siguiendo un progreso ordenado hacia la independencia.
7. Las necesidades y deseos instintivos se hacen realizables con auténtica vitalidad y vigor.

Ahora es necesario hacer un comentario sobre el diagnóstico de la psicosis. Al estudiar un grupo de locos, hay
que distinguir entre aquellos cuyas defensas se hallan en un estado caótico y aquellos que han sido capaces
de organizar una enfermedad. Seguramente, en caso de aplicar el psicoanálisis a la psicosis, dicho tratamiento
tendrá mayores probabilidades cuando se trate de una enfermedad muy organizada.
El horror personal que me producen la leucotomía y la E.C.T. deriva de mi visión de la enfermedad psicótica
como organización defensiva creada para proteger el self verdadero; y también de mi sensación de que la
salud aparente con un falso self no tiene ningún valor para el paciente. La enfermedad, con el self verdadero
oculto, por muy dolorosa que sea, es el único estado satisfactorio, a menos que podamos retroceder como
terapeutas con el paciente y desplazar la situación originaria de fracaso ambiental.

Con el paciente en estado de regresión la palabra «deseo» es incorrecta; en su lugar utilizamos la palabra
necesidad. Si un paciente en estado de regresión necesita tranquilidad, entonces, sin ella, no puede hacerse
nada en absoluto. El paciente en estado de regresión se halla próximo a revivir las situaciones de sueño y
recuerdo; un acting out del sueño puede ser la forma en que el paciente descubra lo que es urgente, y el hablar
de lo que se ha representado sigue al acto pero no puede precederlo.

Permítanme hacer observaciones básicas sobre el tema de la regresión organizada a la dependencia. Ésta es
siempre extremadamente penosa para el paciente:
a) en un extremo se halla el paciente razonablemente normal; aquí se padece casi constantemente;
b) a medio camino nos encontramos con todos los grados de reconocimiento penoso de la precariedad de la
dependencia y de la doble dependencia;
c) en el otro extremo se halla el caso propio del hospital psiquiátrico; aquí es de suponer que el paciente no
sufre a causa de la dependencia. El sufrimiento es resultado del sentimiento de futilidad, irrealidad, etc.

Es innegable que de la experiencia de la regresión se obtenga una satisfacción extrema. No se trata de una
satisfacción sensorial, sino que se origina en que la regresión alcanza y aporta un punto de partida, lo que yo
llamaría un lugar desde el cual actuar. Se alcanza el self. El sujeto establece contacto con los procesos
básicos del self que constituyen el verdadero desarrollo, y lo que a partir de aquí sucede es percibido como
real. La satisfacción correspondiente a esto es mucho más importante que cualquier elemento sensual en la
experiencia regresiva, tanto que basta con mencionar esta última.

No hay ningún motivo por el cual el analista deba querer que el paciente haga una regresión, excepto por
motivos patológicos. Si a un analista le gusta que sus pacientes efectúen una regresión, el hecho acabará
forzosamente por interferir en el control de la situación regresiva. Es más, el psicoanálisis que involucre una
regresión clínica es mucho más difícil desde el principio que el psicoanálisis en el cual no hay que hacer
ninguna provisión especial de ambiente adaptable. Dicho de otro modo, sería agradable poder aceptar en
análisis solamente aquellos pacientes cuyas madres, al comienzo y durante los primeros meses, hubiesen sido
capaces de aportar condiciones suficientemente buenas.

Así, surge ante nosotros la siguiente pregunta: ¿Qué hacen los analistas cuando aparece la regresión? Algunos
dan órdenes, pero esto no es psicoanálisis. Otros dividen su trabajo en dos partes, aunque por desgracia no
siempre reconocen plenamente lo siguiente: que son estrictamente analíticos y que actúan intuitivamente. Aquí
surge la idea del psicoanálisis como arte. La idea del psicoanálisis como arte debe ceder gradualmente ante el
estudio de la adaptación ambiental relativa a las regresiones de los pacientes. Pero mientras se siga sin
desarrollar el estudio científico de la adaptación ambiental supongo que los analistas debemos continuar siendo
artistas en nuestro trabajo. El analista puede ser un buen artista, pero a menudo me he hecho la siguiente
pregunta: ¿a qué paciente le interesa ser el poema o el cuadro de otra persona?
Sé por experiencia que algunos dirán que todo esto lleva a una teoría del desarrollo que hace caso omiso de
las primeras fases del desarrollo del individuo, que adscribe el desarrollo precoz a factores ambientales. Esto
es completamente falso. En el desarrollo temprano del ser humano, el medio ambiente que se comporta bien
da lugar al crecimiento personal. Entonces los procesos del self pueden seguir activos, en una línea
ininterrumpida de crecimiento vital. Si el ambiente no se comporta bastante bien, el individuo se encuentra
metido en unas reacciones ante los ataques, viéndose interrumpidos los procesos del self. Si este estado de
cosas alcanza un límite cuantitativo, el núcleo del self empieza a ser protegido, hay un retraso. El self es
incapaz de seguir progresando a menos y en tanto que el fracaso ambiental sea corregido en la forma que he
descrito: con el self verdadero protegido, se desarrolla un falso self edificado sobre la base de una
defensa-sumisión, la aceptación de la reacción ante los ataques.
El desarrollo de un falso self constituye una de las más afortunadas organizaciones de defensa creadas para la
protección del núcleo del verdadero self, y su existencia da por resultado el sentimiento de futilidad.
Mientras el centro de operaciones del individuo se halla en el self falso, existe un sentimiento de futilidad, y en
la práctica nos encontramos con el cambio al sentimiento de que la vida vale la pena en el momento en que el
centro de operaciones pasa del self falso al self verdadero, incluso antes de que el núcleo del self se rinda del
todo ante el yo total.
Cabe formular un principio fundamental de la existencia: aquello que procede del verdadero self se siente como
real (más adelante como bueno) sea cual fuere su naturaleza, por muy agresivo que sea; aquello que sucede
en el individuo como reacción a los ataques ambientales se siente como irreal, fútil (más adelante malo), por
muy satisfactorio que resulte sensualmente.

Resumen
Se llama la atención sobre el tema de la regresión tal como se produce en el marco psicoanalítico. Se informa
de algunos casos de tratamiento psicológico que han obtenido éxito en adultos y niños y que demuestran el
empleo creciente de las técnicas que permiten la regresión. Es el psicoanalista, familiarizado con la técnica
necesaria para el tratamiento de la psiconeurosis, quien mejor puede comprender la regresión y la implicación
teórica de las esperanzas del paciente propias de la necesidad de efectuar la regresión.
La regresión puede presentarse en cualquier grado, localizada y momentánea, total o involucrando la vida total
de un paciente durante una fase. Las regresiones de tipo menos severo ofrecen un material fructífero para la
investigación.
De este estudio surge una nueva comprensión del «verdadero self» y del «falso self así como del «yo
observador» y de la organización del yo que permite que la regresión sea un mecanismo curativo, un
mecanismo que queda en potencia a no ser que exista una nueva adaptación ambiental digna de confianza
que el paciente puede utilizar para corregir el fracaso originario de adaptación. Aquí la labor terapéutica en el
análisis se enlaza con la realizada dentro de los cuidados recibidos por el pequeño, la amistad, el disfrute de la
poesía, y de las inquietudes culturales en general. Pero el psicoanálisis puede permitir y utilizar el odio y la ira
propios del fracaso originario, efectos importantes que son susceptibles de destruir el valor de la terapia llevada
a cabo por métodos no analíticos.
Al recobrarse de la regresión el paciente, cuyo ser estará más rendido ante el yo, necesita del análisis ordinario
tal como se ha creado para el control de la posición depresiva y del complejo de Edipo en las relaciones
interpersonales.

COMENTARIO DE TEÓRICOS DE GAUDIO:


Se propone ver qué lugar ocupa la regresión en la labor analítica, hay casos en los que para que el tratamiento
sea eficaz debió permitirse una regresión en búsqueda del verdadero Self del niño, en uno de ellos tardó 4
años en llegar al nivel más profundo de regresión, después del cual se inició un progreso en el desarrollo
emocional. Tuvo que examinar su técnica y llevar a cabo más autoanálisis.
Definición de REGRESIÓN: lo contrario al progreso. El progreso es la evolución del individuo, el psicosoma, la
personalidad y la mente con la formación del carácter y la sociabilización. El progreso comienza a partir de un
momento anterior al nacimiento ya que hay un impulso biológico hacia el progreso. Uno de los principios del
psicoanálisis sostiene que la salud implica continuidad con respecto a este progreso evolutivo de la psiquis y
que la salud es la madurez del desarrollo emocional adecuada a la edad del individuo, madurez respecto al
proceso evolutivo. No puede haber una simple inversión del progreso, para que ello ocurra debe haber una
organización en el individuo que permite que se produzca una regresión.

Una falla ambiental, un fracaso adaptativo del medio, trae como resultado el desarrollo de un falso self, existe la
expectativa de que puedan surgir condiciones favorables que justifiquen la regresión y ofrezcan una nueva
oportunidad para el desarrollo progresivo, el que inicialmente fue difícil debido a una falla ambiental. Es normal
y saludable que un individuo pueda defender al Self contra las fallas ambientales específicas mediante un
congelamiento de la situación de fracaso, desde esta perspectiva puede estudiarse la regresión en personas
sanas. En los casos más normales, hay buenas situaciones pregenitales a las que el individuo puede volver
cuando choca con dificultades en una etapa posterior. Se puede regresionar a una situación previa de fracaso o
a una situación previa de éxito, en esta última hay un recuerdo de dependencia, por lo tanto una situación
ambiental más que una organización defensiva.
La tesis de Winnicott es que la enfermedad psicótica está relacionada con fracaso ambiental en una etapa
temprana del desarrollo emocional del individuo. El sentido de irrealidad corresponde al desarrollo de un falso
self que surge para proteger al verdadero self. El marco de análisis reproduce las primeras y más tempranas
técnicas maternas. Invita a la regresión por su confiabilidad, se produce una regresión a la temprana
dependencia. El progreso del narcisismo primario comienza nuevamente con un self capaz de enfrentar las
situaciones de fracaso ambiental, sin la organización de las defensas que implican un falso self que protege al
verdadero.
Progreso a partir de la nueva posición con el verdadero self entregado al yo total (regresividad total) nueva
PROGRESIÓN de los procesos individuales que habían quedado detenidos, descongelamiento de la situación
de fracaso ambiental.
En el desarrollo temprano el medio que se comporta suficientemente bien permite que el desarrollo personal
tenga lugar. Con suficientemente bien se refiere a una adaptación activa y bastante buena. Los procesos del
self pueden mantenerse así activos, en una línea ininterrumpida de crecimiento vital. Si el medio no se
comporta bastante bien el individuo se
ve envuelto en reacciones frente a esa falla y los procesos del self pueden quedar interrumpidos. Detención en
la que el self no puede hacer nuevos progresos a no ser que la situación de fracaso ambiental sea corregida.
Una vez protegido el verdadero self se desarrolla el falso self construido sobre una base defensiva, reaccionan
frente al medio, el desarrollo de un falso self constituye una de las organizaciones defensivas más eficaces
destinada a la protección del núcleo del self verdadero y su resultado es el sentimiento de
futilidad.

Winnicott, D. (1991). “El juego en la situación analítica”. “Notas sobre el juego”. (UNIDAD TEMÁTICA B)

Winnicott, D. (2009). Punto 40 “El juego del garabato” (Caso clínico L, de siete años y medio, en UB).

Capítulo “Un caso de psiquiatría infantil que ilustra la reacción tardía ante la pérdida”.

El día posterior a su undécimo cumpleaños, Patrick sufrió la pérdida de su padre, que murió ahogado. La forma
en que él y su madre usaron la asistencia profesional que necesitaban ilustra la función del psicoanalista en
psiquiatría infantil. Al principio, la madre tenía muy escasa comprensión de la psicología y gran hostilidad hacia
los psiquiatras, pero gradualmente fue desarrollando las cualidades y el insight necesarios. De hecho, llegó a
cumplir con la función de cuidado mental de Patrick durante el derrumbe de este y se sintió muy estimulada por
su capacidad para emprender esta pesada tarea y tener éxito en ella.

Evolución del contacto del psiquiatra con el caso.

Toda vez que es posible, obtengo la historia de un caso mediante entrevistas psicoterapéuticas con el niño. La
historia contiene los elementos fundamentales y nada importa que algunos aspectos así obtenidos resulten ser
incorrectos. Es mínima la cantidad de preguntas formuladas en aras de la prolijidad o de llenar lagunas. Con
este método, es posible evaluar el grado de integración de la personalidad del niño, su capacidad para soportar
conflictos y tensiones, la fuerza y clase de sus defensas, así como la confiabilidad o falta de confiabilidad de la
familia y del ambiente en general. Los principios aquí enunciados son los mismos que singularizan a un
tratamiento psicoanalítico. La diferencia entre el psicoanálisis y la psiquiatría infantil radica principalmente en
que el primero trata de tener la posibilidad de hacer lo mejor posible, en tanto que en el segundo caso, uno se
pregunta ¿cuánto uno necesita hacer? He comprobado, para mi sorpresa, que un caso de psiquiatría infantil
puede enseñarle mucho al psicoanalista, aunque la deuda mayor se da en la dirección opuesta.

Primer contacto. Una mujer (madre de patrick) me telefoneó en forma inesperada para decirme que había
resuelto, contra su voluntad, correr el riesgo de consultar a alguien en relación con su hijo, que estaba en la
escuela preparatoria, y una amiga le había dicho que probablemente yo no fuera tan peligroso como la mayoría
de los de mi especie. Me contó que el padre del niño había muerto ahogado en un accidente, que Patrick había
sido responsable hasta cierto punto de la tragedia, que ella y su hijo mayor aún estaban muy perturbados y que
el efecto de este hecho sobre Patrick había sido complejo. Patrick se había vuelto “emotivo”.

Primera entrevista con Patrick. (Dos meses después de la entrevista con su madre) Patrick vino con su madre.
Evidentemente, era inteligente y simpático, y se mantenía muy atento. Le dedique todo el tiempo de la
entrevista (dos horas) que en ningún momento resultó difícil para él o para mí. Solo que durante la parte más
tensa de la consulta me fue imposible tomar notas. Lo que sigue fue escrito al finalizar la entrevista. Patrick dijo
que no le estaba yendo bien en la escuela pero que “le gustaba el esfuerzo intelectual”. Comenzamos a jugar al
“juego del garabato” (en el que yo hago un garabato para que el chico lo convierta en alguna otra cosa, y luego
él hace uno para que yo lo convierta en alguna otra cosa). Al mío lo convirtió en un elefante y al suyo lo
convirtió en “algo abstracto”. Su dibujo mostraba su sentido del humor, lo cual es importante como pronóstico.
Su decisión de transformar el garabato en algo abstracto se vinculaba con el peligro, muy real en su caso, de
que a raíz de su muy buena capacidad intelectual escapara de las tensiones emocionales refugiándose en la
intelectualización compulsiva, y por sus temores paranoides, que luego se pusieron en evidencia, había una
base aquí para suponer un sistema organizado de pensamiento. Yo convertí su garabato en dos figuras sobre
las cuales él dijo que era “una madre sosteniendo a un bebe”. Yo no sabía a la sazón que aquí había ya una
indicación sobre la principal necesidad terapéutica. Luego convirtió un garabato en “una madre regañando a su
hijo” y aquí puede verse en parte su deseo de ser castigado por la madre.

Luego de eso empezó a charlar y el dibujo pasó a segundo plano. Entre lo que conversamos estuvo lo
siguiente: durante el primer cuatrimestre en la escuela había tenido un sueño. Dos noches antes de la mitad del
cuatrimestre, había estado enfermo, víctima de una epidemia. En el sueño la encargada del internado le decía
que se levantara y fuese al vestíbulo, donde daban de comer a los vagabundos. ¿Están todos presentes?
Gritaba la encargada, había quince pero faltaba uno, aunque nadie sabía que faltaba uno. El resto del sueño
tenía que ver con un bebe que brincaba encima de un colchón. (Supuse que la persona que faltaba era una
referencia al padre muerto). Le pregunté: “¿Cómo sería para ti un sueño lindo? Respondió enseguida: La dicha,
ser cuidado, sé que es eso lo que quiero. A otra pregunta mía respondió que sabía lo que era la depresión, en
especial desde la muerte de su padre.

Quería a su papá, aunque no lo veía mucho. “Mi padre era muy bueno pero la verdad es que mamá y papá
estaban continuamente en tensión”. Continuó contando lo que había visto: “Yo era el vínculo que los unía. Trate
de ayudar. Para el Papa era atroz que se arreglaran las cosas de antemano, esta era una de sus fallas.
Entonces mamá se quejaba. En realidad se complementaban muy bien uno con el otro, pero se enfrentaban
entre sí por pequeñas cuestiones y la tensión crecía y volvía a crecer, y para mí la única solución era que se
unieran. El Papa trabaja excesivamente. Tal vez no fue muy feliz. Le provocaba una gran carga venir cansado a
casa y encontrarse con que su mujer le había fallado.

Durante el resto de esta larga y llamativa entrevista, repasamos en detalle el episodio de la muerte de su padre.
Patrick dijo que “tal vez se había suicidado” o que quizás la falta había sido de él (de Patrick): era imposible
saberlo. Estuvieron a punto de morir ahogados los dos, pero cuando ya estaba anocheciendo, poco después de
que su padre se hundiera, Patrick fue rescatado por azar. Por un tiempo no supo que su padre había muerto, al
principio le dijeron que estaba en el hospital. Comentó que él creía que su madre se habría suicidado si su
padre hubiese conservado la vida, porque la tensión entre ellos era tan grande, que es imposible pensar que
pudiesen continuar los dos sin que uno muriera. Había, por lo tanto, un sentimiento de alivio, y señaló que todo
esto le provocaba mucha culpa. Al final habló acerca de los enormes temores que había sentido desde que era
muy niño. Describió su gran temor asociado con las alucinaciones que tenía, visuales y auditivas e insistió que
su enfermedad, “si es que estaba enfermo”, era previa a la tragedia.

Patrick dibujó una casa, y marcó los diversos lugares en que se le aparecían figuras persecutorias masculinas.
La principal zona peligrosa era el baño, y había un solo lugar donde podía orinar si quería evitar las
alucinaciones persecutorias. Las alucinaciones eran, según él, fantasmas de un hombre vengativo que volvía,
pero eran anteriores a la tragedia.
En esta entrevista, el acento estuvo puesto en el episodio de la muerte del padre, recordado y descrito por
Patrick con cierto desapego. Esto me permitió tener una vislumbre de la personalidad y carácter de este
paciente, además aprendí que: Patrick estaba empezando a sentirse culpable por la muerte del padre, todavía
no experimentaba tristeza, sentía como un peligro la llegada de emociones durante tanto tiempo postergadas,
temía estar enfermo, había indicios de un factor desconocido importante, representado por el dibujo que no
tuvo explicación (el del bebe brincando) y que en la escuela había tenido enfermedades poco definidas, con
motivo de las cuales se agenció al cuidado de la encargada. Posteriormente me enteré que había creado este
síntoma deliberadamente, porque no sabía de qué otra manera obtener el cuidado personal especial que él
necesitaba. Patrick retorno a la escuela de internado.

El acontecimiento siguiente fue una llamada urgente de la madre y del propio Patrick pidiéndome que lo
atendiera de inmediato. Patrick se había escapado de la escuela y había tomado el tren que lo llevaba a su
casa con un montón de libros en latín. Dijo que tenía que hacer sus tareas de latín en el hogar porque en la
escuela no podía, y no estaba cumpliendo con sus obligaciones escolares. Como se ve, era totalmente incapaz
de pedir ayuda ante la amenaza de derrumbe psíquico.

Segunda entrevista con Patrick. En términos comparativos, esta entrevista transcurrió sin novedades. Patrick
confesó que había pensado en escaparse en el cuatrimestre de otoño. Un chico había cometido un error
elemental, y uno de los preceptores dijo que merecía ser apaleado y no seguir en la escuela. La reacción de
Patrick ante este incidente menor fue violenta; se enfermó y tuvieron que llevarlo a la enfermería de la escuela.
Patrick mostraba una predisposición a la paranoia y era hipersensible ante cualquier idea de castigo o de
censura. Su preceptor, que de ordinario era para él una figura benévola en su vida, se había vuelto una
amenaza para él. Desde el punto de vista clínico, Patrick había pasado a ser un niño con una enfermedad
psiquiátrica, carente de insight y con angustias de tipo paranoide. Le aconseje que se quedara en casa todo el
fin de semana y hable a tal efecto con las autoridades de la escuela: ellas me dijeron que a su juicio la madre
de Patrick estaba demasiado perturbada como para serle de ayuda, pero insistí en que el chico tenía que
permanecer en su casa.

Tercera entrevista. El domingo Patrick debía regresar a la escuela. Se encerró en el baño y no quiso salir, ni
venir a verme. Finalmente se lo obligó a que saliera y me viniera a ver, como una emergencia. Tuve que
instarlo a que bajara del automóvil deportivo de su hermano. Esta tercera entrevista fue muy intensa y no pude
tomar notas. La comunicación se dio en un nivel más profundo, Patrick me contó muchas cosas sobre sí mismo
y su familia y al final le dije que “estaba enfermo”. Sin embargo, Patrick no estaba oficialmente enfermo. Este
fue el momento decisivo en el manejo del caso. Puede decirse que a partir de ahí se inició un lento proceso de
recuperación, aunque el primer gran paso hacia adelante se dio luego de la siguiente entrevista, en la que se
pudo dilucidar el factor que había quedado como una incógnita en la primera.

Cuarta entrevista. Patrick vino solo. Dijo que venía por un motivo específico y era que ahora comprendía el
dibujo del bebe brincando. En su empeño por entender el significado de este inesperado dibujo, había estado
charlando con su madre y ella le contó cuál había sido el comportamiento de Patrick al año y medio cuando ella
tuvo que ausentarse por seis semanas, a partir de una operación. Mientras su madre estuvo ausente, él se
había quedado con unos amigos supuestamente adecuados para atenderlo, pero que lo excitaron más y más.
Su padre lo visitaba todos los días. Patrick se había vuelto en realidad híper-excitable: “Era como el dibujo, y
cuando mamá me contó de todo esto recordé los barrotes de la cuna”. Evidentemente, había existido en ese
periodo el peligro real de que se cortase el hilo de la continuidad de su ser. La madre había retornado justo a
tiempo. Fue un periodo de peligro cuando tenía un año y medio, con una defensa maníaca in crescendo que
prontamente se convirtió en una depresión al llegar la madre. Patrick salió de esta entrevista inmensamente
aliviado, y su madre me informó luego que había tenido una marcada mejoría clínica, la cual perduró y poco a
poco llevó a su restablecimiento.

Se inició entonces un periodo no determinado de regresión, en el que Patrick, convertido en un niño de


4 años, iba a todas partes con su madre sin soltarle la mano. Nadie sabía cuánto llegaría a durar esto.
Tres semanas después la madre me telefoneó para hacerme saber que había recibido una carta escrita por
Patrick con letra muy infantil, en la que decía lo siguiente: “1. ¿Me quieres? 2. Muchas gracias. 3. ¿Puedo
volver a ver al Dr. W.W pronto?”.

Quinta entrevista. Patrick había tenido un sueño que lo tuvo asustado todo el día. Lo había soñado para la
entrevista. Por las asociaciones espontáneas, resultó claro, con respecto a este sueño, que el temor al agua se
sumaba al desmoronamiento general del estado de ánimo durante el episodio en que su padre murió ahogado.
Patrick tuvo tiempo en estas circunstancias de ponerse en contacto con sus sentimientos de culpa y toda la
agonía del estado de ánimo que se le desmoronaba al ver como se ahogaba su padre y que él mismo estaba a
punto de ahogarse, aunque después lo rescataron. Al soñar este sueño, puso de relieve que cobraba control
sobre el episodio, y al recordarlo y comunicarlo desplegó aún más la fuerza de su organización yoica, además,
cuando pidió verme estaba demostrando con ello su capacidad de creer en su madre, en mi como padre
sustituto, y en nuestro trabajo conjunto como figuras parentales que actuaban al unísono.

Primera entrevista con la madre. Cinco meses mas tarde de la entrevista por teléfono. Esta fue la primera
entrevista personal que tuve con la madre. La razón principal de que hasta entonces no la hubiera visto es que
el caso me llegó cuando no tenía horas libres en absoluto. Patrick había vuelto a un estado regresivo de
dependencia e inmadurez, y estaba al cuidado de ella y otras personas del lugar. Se había puesto en evidencia
la capacidad de confiabilidad básica de la madre.

Séptima entrevista con Patrick. Poco después de esta consulta surgió una complicación, a raíz de que la
escuela no dio crédito a la enfermedad de Patrick y le envió los formularios para un examen, con un resultado
catastrófico. Penosamente, Patrick reunió fuerzas y procuro salir de su retraimiento y enfrentar el desafío, pero
al mismo tiempo perdió toda capacidad de relajación y se sintió gravemente angustiado y perseguido. Por
entonces, había logrado emerger de su regresión a la dependencia. Dispuse las cosas de modo de ver a
Patrick de inmediato y prohibí absolutamente todas las pruebas y exámenes, diciéndole que debía tirar los
formularios a la basura. El resultado inmediato de esta consulta y de mi firme decisión respecto de los
formularios de examen fue que Patrick recobró su manera relajada de actuar, retorno rápidamente a su
retraimiento regresivo y volvió a sentirse completamente feliz en la casa de fin de semana. Pudo trabajar
mucho con los exámenes, sin ninguna angustia. El día del aniversario de la muerte de su padre, Patrick dijo:
“¡Oh gracias al cielo que terminó! No fue ni la mitad de lo malo que yo suponía. Enseguida pareció recobrar su
salud: se le desató la cara”.

Segunda entrevista con la madre. Esta segunda entrevista con la madre fue importante, y fue necesaria debido
a que la madre estaba enojada conmigo y tenía que encontrar una expresión para su enojo. En el curso de la
entrevista se vio que yo la había recargado demasiado, y de hecho, yo sabía que así era. Le había pedido que
pospusiera su reacción ante la muerte de su esposo con el fin de cuidar a Patrick y había confiado en que ella
asumiría su responsabilidad con respecto al niño cuando se produjo el derrumbe de este. Tercera entrevista
(nada importante que rescatar).

Cuarta entrevista con la madre. La madre informó que Patrick había hecho bastantes progresos. Pasó al primer
puesto de su grado y disfrutaba con sus quehaceres, el informe de la escuela era bueno. Estaba más contento,
dormía bien, y sus fobias se habían reducido a cero. La madre estaba ayudándolo a programar para el segundo
aniversario una reunión sencilla.

Winnicott “ Capítulo 3: Realidad y juego en El juego, exposición teórica”


No estudio el trozo de tela o el osito que usa el bebé; no se trata tanto del objeto usado como del uso de ese
objeto. Objeto transicional.

Exposición teórica

La psicoterapia se da en la superposición de dos zonas de juego: la del paciente y la del terapeuta. Está
relacionada con dos personas que juegan juntas. Cuando el juego no es posible, la labor del terapeuta se
orienta a llevar al paciente a un estado en que le es posible jugar.
El juego y la masturbación.

Cuando un niño juega falta en esencia el elemento masturbatorio: que si la excitación física o el compromiso
instintivo resultan evidentes cuando un chico juega, el juego se detiene, o queda arruinado. Melanie Klein
cuando se ocupaba del juego se refiere casi siempre al uso de este y no como una cosa en sí misma. Hay una
diferencia significativa entre el sustantivo "juego" y el verbo substantivado "el jugar".

Todo lo que diga sobre el jugar de los niños también rige para los adultos, solo que el asunto se hace de más
difícil descripción cuando el material del paciente aparece en términos de comunicación verbal. En mi opinión,
el jugar resulta tan evidente en los análisis de los adultos como en niños. Se manifiesta, por ejemplo, en la
elección de palabras, en las inflexiones de la voz, y en el sentido del humor.

Fenómenos transicionales

El significado del jugar adquiere un nuevo color desde el tema de los fenómenos transicionales (universales). El
jugar tiene un lugar y un tiempo. No se encuentra adentro. Tampoco está afuera, no forma parte del mundo
repudiado, el no-yo, lo que el individuo ha decidido reconocer (con dificultad y dolor) como verdaderamente
exterior, fuera del alcance del dominio mágico. Para dominar lo que está afuera es preciso hacer cosas, no sólo
pensar o desear, y hacer cosas lleva tiempo. Jugar es hacer.

El jugar en el tiempo y en el espacio

Para asignar un lugar al juego postulé la existencia de un espacio potencial entre el bebé y la madre. Varía
según las experiencias vitales. Este espacio se enfrenta a) al mundo interior (la asociación psicosomática) y b)
a la realidad exterior.

Lo universal es el juego y corresponde a la salud: facilita el crecimiento y conduce a relaciones de grupo; puede
ser una forma de comunicación en psicoterapia y el psicoanálisis se ha convertido en una forma especializada
de juego al servicio de la comunicación consigo mismo y con los demás. Lo natural es el juego. Caso Edmund.
Caso Diana (hermano enfermo del corazón).

Teoría del juego:

Secuencia de relaciones vinculadas con el proceso de desarrollo y buscar donde empieza el jugar.

A. El niño y el objeto se encuentran fusionados. La visión que el primero tiene del objeto es subjetiva, y la
madre se orienta a hacer real lo que el niño está dispuesto a encontrar.

B. El objeto es repudiado, reaceptado y percibido en forma objetiva. Este complejo proceso depende de que
exista una figura materna dispuesta a participar y a devolver lo que se ofrece.

Ello significa que la madre (o parte de ella) se encuentra en un "ir y venir" que oscila entre ser lo que el niño
tiene la capacidad de encontrar y, alternativamente, ser ella misma, a la espera que la encuentren. Sí puede
representar ese papel durante un tiempo, sin admitir impedimentos, entonces el niño vive cierta experiencia de
control mágico, de "omnipotencia".

En el estado de confianza que se forma cuando la madre puede hacer bien esto, el niño empieza a gozar de
experiencias basadas en un "matrimonio" de la omnipotencia de los procesos intrapsíquicos con su
dominio de lo real. La confianza en la madre constituye un campo de juegos intermedio, en el que se origina la
idea de lo mágico, ya que el niño experimenta la omnipotencia. Es un espacio potencial que existe entre la
madre y el hijo, o que los une.

El juego es muy estimulante. Lo que importa es lo precario de la acción recíproca entre la realidad psíquica
personal y la experiencia del dominio de objetos reales. Se trata de la precariedad de la magia, que surge en la
intimidad, en una relación digna de confianza. Para ser tal, es forzoso que la relación tenga por motivo el amor
de la madre, o su amor-odio, o su relación objetal, y no formaciones de reacción. Cuando un paciente no
puede jugar, el terapeuta debe esperar este importante síntoma antes de interpretar fragmentos de
conducta.

C. La etapa siguiente consiste en encontrarse solo en presencia de alguien. El niño juega sobre la base del
supuesto de que la persona a quien ama y que por lo tanto es digna de confianza se encuentra cerca, y que
sigue estándolo cuando se la recuerda, después de haberla olvidado. Se siente que dicha persona refleja lo
que ocurre en el juego.

D. El niño se prepara para permitir una superposición de dos zonas de juego y disfrutar de ella. Primero, es la
madre quien juega con el bebé, pero cuida de encajar en sus actividades de juego. Tarde o temprano introduce
su propio modo de jugar, y descubre que los bebés varían según su capacidad para aceptar o rechazar la
introducción de ideas que les pertenecen. Así queda allanado el camino para un jugar juntos en una relación.

Psicoterapia

En esa zona de superposición entre el juego del niño y el de la otra persona, existe la posibilidad de introducir
enriquecimientos. El maestro apunta a ese enriquecimiento. El terapeuta, en cambio, se ocupa de los procesos
de crecimiento del niño y de la eliminación de los obstáculos evidentes para el desarrollo. La teoría
psicoanalítica ha permitido una comprensión de esos bloqueos. Sería un punto de vista estrecho suponer que
el psicoanálisis es el único camino para la utilización terapéutica del juego del niño.

Es bueno recordar que el juego es por sí mismo una terapia. Conseguir que los chicos jueguen es ya una
psicoterapia de aplicación inmediata y universal, incluye el establecimiento de una actitud social positiva
respecto del juego. Tal actitud debe contener el reconocimiento de que este siempre puede llegar a ser
aterrador. El rasgo esencial es el siguiente: el juego es una experiencia creadora, y es una experiencia en
el continuo espacio-tiempo, una forma básica de vida. Su precariedad se debe a que siempre se
desarrolla en el límite entre lo subjetivo y lo que se percibe de manera objetiva.

El juego de los niños lo contiene todo, aunque el psicoterapeuta trabaje con el material, con el contenido de
aquel. La conciencia de que la base del juego del paciente es una experiencia creadora que necesita espacio y
tiempo, y que tiene una intensa realidad, nos ayuda a entender nuestra tarea. Esta observación nos permite
entender cómo puede efectuarse una psicoterapia profunda sin necesidad de interpretación. El momento
importante es aquel en el cual el niño se sorprende a sí mismo, no el momento de mi inteligente interpretación.

La interpretación fuera de la madurez del material es adoctrinamiento, y produce acatamiento. Un corolario es


el de que la resistencia surge de la interpretación ofrecida fuera de la zona de superposición entre el paciente y
el analista que juegan juntos. Cuando aquel carece de capacidad para jugar, la interpretación es inútil o
provoca confusión. Cuando hay juego mutuo, la interpretación psicoanalítica, puede llevar adelante la
labor terapéutica.

Resumen

a) Lo que interesa es el estado de casi alejamiento, parecido a la concentración de los niños mayores y los
adultos. El niño que juega habita en una región que no es posible abandonar con facilidad y en la que no se
admiten intrusiones.

b) Esa zona de juego no es una realidad psíquica interna, se encuentra fuera del individuo, pero no es el
mundo exterior.

c) En ella el niño reúne objetos o fenómenos de la realidad exterior y los usa al servicio de una muestra
derivada de la realidad interna o personal. Sin necesidad de alucinaciones, emite una muestra de capacidad
potencial para soñar y vive con ella en un marco elegido de fragmentos de la realidad exterior.

d) Al jugar, manipula fenómenos exteriores al servicio de los sueños, e inviste a algunos de ellos de
significación y sentimientos oníricos.
e) Hay un desarrollo que va de los fenómenos transicionales al juego, de este al juego compartido, y de él a las
experiencias culturales.

f) El juego implica confianza, y pertenece al espacio potencial existente entre el bebé y la figura
materna, con el primero en un estado de dependencia casi absoluta y dando por sentada la función de
adaptación de la figura materna.

g) El juego compromete al cuerpo:

i) debido a la manipulación de objetos

ii) porque ciertos tipos de interés intenso se vinculan con algunos aspectos de la excitación corporal.

h) La excitación corporal en las zonas erógenas amenaza el juego, y el sentimiento del niño de que existe
como persona. Los instintos son el principal peligro, para el juego como para el yo; en la seducción, algún
agente exterior explota los instintos del niño y ayuda a aniquilar su sentimiento de que existe como unidad
autónoma, con lo cual el juego resulta imposible.

i) En esencia el juego es satisfactorio. Ello es así cuando conduce a un alto grado de ansiedad. Existe
determinada medida de ansiedad que resulta insoportable y que destruye el juego.

j) El elemento placentero del juego contiene la inferencia de que el despertar de los instintos no es excesivo; el
que va más allá de cierto punto lleva a: i) La culminación; ii) culminación frustrada y sentimiento de confusión
mental e incomodidad física iii) una culminación alternativa.

k) El juego es intrínsecamente excitante y precario. Esta característica deriva de la precariedad de la acción


recíproca, en la mente del niño, entre lo que es subjetivo (casi alucinación) y lo que se percibe de manera
objetiva (realidad verdadera o compartida).

KLEIN WINNICOTT
SEMEJANZAS Juego como actividad privilegiada en niños. Juego como actividad privilegiada en niños.
Lo relevante que es que un niño no juegue Lo relevante que es que un niño no juegue
Ambos se basan en aportes freudianos Ambos se basan en aportes freudianos

CÓMO CONSIDERAN AL Como vía regia de acceso al icc como técnica Actividad creadora
JUEGO 🡪 equivalente a la asociación libre Espacio transicional
Universal
Que compromete el cuerpo
Excitante necesario
Indicador de salud 🡪 saludable
IMPORTANCIA DEL Representa las fantasías fundamentales para No es importante porque la Salud está
CONTENIDO DEL JUEGO dar lugar a que esos parámetros surjan puesta en el juego en sí mismo
LUGAR DEL ANALISTA Ofrecer interpretaciones para dar lugar a que Tratar de que el chico juegue.
esos fantasías surjan No interpretar el contenido

También podría gustarte