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La primera solución al estado de naturaleza: Al principio el hombre era independiente respecto de otros, es decir
era libre de toda autoridad o poder personal. En la condición natural, autoridad y poder residían únicamente en la
naturaleza impersonal. Pero como bien sabemos este hombre empieza a ser dependiente. “Existen dos tipos de
dependencia: dependencia respecto de las cosas, que es obra de la naturaleza, y dependencia respecto a los
hombres, que es obra de la sociedad. La dependencia con respecto a las cosas es ajena a la moral, no perjudica la
libertad ni origina vicios; la dependencia respecto de los hombres, siendo ajena al orden natural, suscita todo tipo de
vicios, y a través de esto amo y esclavo se depravan mutuamente. Pero para solucionar esto, la receta para la
sociedad era aproximarse a la igualdad impersonal de la naturaleza creando una estrecha comunidad; situar la
interdependencia, de la dependencia mutua. Se podía lograr esto mediante el establecimiento de una sociedad
política en la cual cada uno prescribiera reglas para sí mismo. De modo similar, si los hombres no podían volver a una
condición en la cual todos se hallarán igualmente sometidos a la ley de la naturaleza, podían formar una sociedad en
que cada uno estuviera igualmente subordinado al conjunto. La total alienación de cada asociado, con todos sus
derechos, a la comunidad entera, establecía la condición igual para todos. La ley así, establece la sociedad civil, la
igualdad natural entre los hombres, funcionando como receptora del conjunto de voluntades asociadas.
La idea de sociedad: La más antigua de todas las asociaciones y la única natural es la familia. Sin embargo, los hijos
no permanecen unidos al padre sino el tiempo necesario para su conservación. Si continúan unidos ya no es de
manera natural sino voluntaria, y la familia misma solo se mantiene por convención. Esta libertad común es una
consecuencia de la naturaleza humana, cuya primera ley es velar por la propia conservación. La familia es, por tanto,
el primer modelo de sociedad política; el jefe es semejante al padre, y el pueblo a los hijos, y al ser todos, por
nacimiento, iguales y libres, sólo renuncian a su libertad a cambio de su utilidad. La única diferencia consiste en que,
en la familia, el amor del padre por sus hijos le compensa por todos los cuidados que les dispensa, mientras que, en
el Estado, el placer de mandar sustituye a ese amor que el jefe no siente por su pueblo.
La voluntad general: la identidad entre gobernantes y gobernados: “Cada uno de nosotros pone en común su
persona y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo a cada miembro como parte
indivisible del todo”. De inmediato este acto de asociación produce, en lugar de la persona particular de cada
contratante, un cuerpo moral colectivo compuesto de tantos miembros como votos tiene la asamblea, el cual recibe
por este mismo acto su unidad, su yo común, su vida y su voluntad. Esta persona pública, que se constituye
mediante la unión de todas las restantes, se llamaba en otro tiempo ciudad-estado, y toma ahora el nombre de
republica o de cuerpo político, que sus miembros denominan Estado cuando es pasivo, soberano cuando es activo, y
poder al compararlo con sus semejantes. En cuanto a los asociados, toman colectivamente el nombre de pueblo, y se
llaman más en concreto ciudadanos, en tanto son participes de la autoridad soberana, y súbditos, en cuanto están
sometidos a las leyes del estado. Rousseau generaba una analogía con la naturaleza, y señalaba que, como las
fuerzas naturales, la voluntad general desdeñaba ocuparse de objetos particulares, limitándose, en cambio, con
majestuosa impersonalidad, a fines generales compartidos por todos. Cuanto más general era su objeto, menor era
su particularidad y menos reflejaba su selección un juicio subjetivo, personal. De aquí que en la medida en que la
voluntad general buscaba intereses generales, con más fidelidad emulaba el reinado de la naturaleza. El interés
privado tiende siempre a preferencias; el interés público a la igualdad. Este razonamiento condujo al celebrado
aforismo de Rousseau que decía que “la voluntad general podía obligar a los hombres a ser libres”, esto significaba
que se podía emplear la compulsión para obligar a los hombres a depender de toda la comunidad, librándolos así de
la dependencia respecto de individuos particulares. Pero para Rousseau, no hay pueblo, y menos aún gobierno
republicano, sin grandes dosis de solidaridad entre las personas que los componen. De ahí que, se requiera de una
gran homogeneidad social entre la ciudadanía, en tanto en lo relativo a la distribución de riquezas como en lo
referente a su mismo espíritu patriótico o sentimiento de pertenencia nacional. Pero también la asunción de un
cambio en la cualidad moral de las personas: desde el momento de someterse al pacto o contrato social deben estar
dispuestos a arrinconar los dictados de su amor propio y dejarse llevar por la voluntad general. La cohesión social
requerida habría de revertir también en una mayor armonía interna dentro del espíritu de cada hombre. En tanto a
la relación que se establece entre gobernantes y gobernados, su nueva lectura se concretaría en el hecho de que el
soberano o los magistrados no se identificarían ya con la cabeza o el alma que gobierna al cuerpo, sino que se
reducirían a ser meros órganos de un cuerpo constituido por todos los ciudadanos. Por democracia entiende
Rousseau un sistema político en el que coinciden soberano y gobierno; o sea, un gobierno de democracia directa que
o bien ejerce el poder ejecutivo por sí mismo o bien se vale de magistrados elegidos por sorteo, que va a permitir
esquivar este problema de desigualdad entre soberano y gobierno.
Su aporte a la Revolución Francesa: La teoría de Rousseau constituye el más elaborado intento, antes de Marx,
por acercarse a la identidad entre sociedad civil y política; por tratar de configurar un concepto de comunidad que
trascienda los intereses particulares; por poner en marcha la teoría de la soberanía popular y los valores de la vida
pública; y, sin duda, por apuntar la tendencia hacia una sociedad igualitaria. Estas ideas se vieron reflejadas en la
Revolución Francesa, 1789, en tanto que la soberanía popular, la supremacía de la ley, la igualdad y lazos solidarios
de los hombres, moral colectiva sobre los intereses particulares, fueron ejes centrales de dicha revolución.