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CREER

¿Qué es creer?
Le dice Jesús: «¿No te he dicho que, si crees,
verás la gloria de Dios?»
Juan 11,40

Cambiando el orden usual del refrán, uno no sabe si hay que ver para creer o creer para
ver. Son tantas las realidades que se abren a nuestros ojos cuando creemos, que casi puede
decirse que el creyente y el no creyente caminan la misma tierra pero no viven el mismo
mundo.
Por lo demás, es imposible vivir sin creer. Nadie puede comprobar todo lo que necesita
para vivir; y si alguien pretendiera asegurarse de todo su equipaje, no podría andar.
La cuestión fundamental, entonces, es a quién creerle. Porque las personas —y nosotros
mismos— tan pronto despertamos la confianza como la incertidumbre.
Y sin embargo, la obra del pecado —en los demás y en nosotros— ha hecho que sea distinta
la matemática de la creencia y la del recelo: mientras que las confianzas se van
promediando entre sí, las dudas se van multiplicando entre sí. Al paso de los años es muy
posible que el balance resulte tan exiguo, que nos hallemos simplemente con que somos
incapaces de creer.
Pero nadie se confunda: creer no es lo contrario de pensar. Dios quiere que creamos no que
no pensemos. Nos invita con sus palabras y señales a que tengamos fe, no a que dejemos de
tener razones.
Por lo mismo, el papel de la razón en las cuestiones de fe no es el de probar lo que creemos
sino, en primer lugar, de mostrar por qué no es irracional lo que creemos. En el creyente, la
razón no elimina la fe, ni demuestra la fe, ni disminuye el mérito de la fe, sino que la
defiende, purificándola de fábulas e ingenuidades, ayudando a estructurarla y exponerla, y
mostrando la incoherencia de lo que se dice en su contra.
Dice santo Tomás de Aquino que, en su núcleo mismo, creer es pensar con asentimiento. Y
lo explica así: creer tiene de suyo la firme adhesión a algo, y en esto el que cree se parece al
que tiene su certeza a la vista; por eso dice: «con asentimiento». Pero, de otro lado, el
conocimiento de la fe no es el de la perfecta visión, y en esto el que cree se parece al que
duda, sospecha u opina. Y por eso dice: «pensar». Diríamos que creer es un «saber en
camino», es una luz indispensable pero no aún plena; es un claroscuro; lo mejor que
tenemos mientras llega el cielo.
En la fe hay tres elementos importantes, según san Agustín y santo Tomás. (i): creemos
«que...» (p.ej., que Dios existe); (ii) creemos «en...» (p.ej., creemos en Jesucristo, esto es,
nos confiamos a él); y (iii) le creemos «a...» (p.ej., le creemos a Jesús que nos dice: pedid y
se os dará).
Por lo mismo, en la fe son tan importantes las verdades y los contenidos (para no cambiar
de Dios) como la confianza y la obediencia (para no despreciar al Dios que conocemos). La
fe sin obras está muerta, pero también: ¿para quién serán las obras de la fe puesta en
mentiras?
Creer es un don de Dios. Los argumentos o los milagros o los testimonios pueden remover
los obstáculos, pero sólo Dios puede levantarnos por sobre nosotros mismos. En verdad, esa
es la montaña que puede mover la fe. Y una vez removida, ¿qué de extraño que un peñasco
se arroje al mar?

Preguntas para el diálogo


1. ¿A quién le crees? (Máximo 3)
2. ¿Por qué te parece que son creíbles?
3. ¿A quién le creiste en un momento dado, y ya hoy no?
4. ¿Cómo relacionas creer y esperar?
5. Y a ti, ¿quién te cree?
6. ¿En que se te parecen y en qué se diferencian la fe y el creer?
7. ¿Cómo llegas a saber o comprobar que lo que crees es verdad?
8. ¿Por qué perderías la credibilidad en algo o en alguien?
9. ¿Crees en ti? ¿Cómo puedes demostrártelo?
10.¿Qué le has creído y qué le crees a El?

Oración
SALMO 23
EL SEÑOR ES MI PASTOR.
1 El Señor es mi pastor, nada me hará falta;
2 en verdes praderas me hace descansar.
Me conduce hacia fuentes tranquilas
3 y repara mis fuerzas.
Me guía por caminos seguros,
porque es fiel a su nombre.
4 Aunque pase por cañadas oscuras,
no temeré ningún peligro,
porque tú estas conmigo;
tu bastón y tu cayado me hacen sentir seguro.
5 Me pones delante una mesa servida,
para envidia de mis enemigos.
Me unges la cabeza con óleo perfumado
y me sirves una copa rebosante.
6 Tu bondad y tu amor me seguirán
todos los días de mi vida,
y viviré en la casa del Señor
mientras dure mi existencia.

Referencias
DE LA SAGRADA ESCRITURA:
· Para la Biblia la fe es la fuente de toda la vida religiosa. Al designio que realiza Dios en el tiempo, debe
el hombre responder con la fe. Siguiendo las huellas de Abrahán, “padre de todos los creyentes” (Rom
4,11), los personajes ejemplares del Antiguo Testamento vivieron y murieron en la fe (Heb 11), fe que
Jesús “lleva a su plenitud” (Heb 12,2). Los discípulos de Jesucristo ciertamente son “los que han creído”
(Hch 2,44) y “que creen” (1Tes 1,7).

· La variedad del vocabulario hebreo de la fe refleja la complejidad de la actitud personal del creyente.
Dos raíces dominan sin embargo: aman (de dónde proviene “amén”), que evoca solidez y seguridad,
y batah, que indica seguridad y confianza. Las traducciones griegas tienen una pluralidad mayor.
De batah se dieron, en la versión griega de los LXX: elpis (e)lpi/j), elpizo (e)lpi/zw),
pepoitha (pe/poiqa, de pe/iqw), que la Vulgata tradujo por spes (esperanza), sperare (esperar, confiar)
y confido. Del hebreo aman vinieron las palabras griegas pistis (pi/stij), pisteuo (pisteu/w),
aletheia (a)lh/qeia) que en el latín de la Vulgata corresponden a fides (fe), credere (creer, en el sentido de
“estar convencido”, no en el de “opinar”) y veritas (verdad). En el Nuevo Testamento estas últimas
palabras griegas, relativas más bien a la esfera del conocimiento, resultan dominantes.
· El estudio del vocabulario revela ya que la fe según la Biblia tiene dos polos: la confianza que nos hace
“fieles” y que reclama al hombre entero, y por otra parte un proceso de la inteligencia a la que palabras y
signos le sirven para acercarse a realidades que no se ven (Heb 11,1).

· Abrahán, cuyo padre “servía a otros dioses” en Caldea (Jos 24,2; cf. Jdt 5,6ss), fue llamado por Yahvé,
quien le prometió una tierra y una descendencia (Gén 12,1). Contra toda verosimilitud (Rom 4,19),
Abrahán creyó a Dios (Gén 15,6) y le obedeció, poniendo toda su existencia en función de
esta increíble promesa. Aún más, Abrahán fue probado en su fe, hasta el extremo de llevar a sacrificio a
su único hijo, que también por ello era su única posibilidad de que Dios le cumpliera lo que le había dicho
(Gén 22). Esto supone que Abrahán se apoya (amán) más en Dios que en lo que Dios da, y este
precisamente es el ejemplar de una fe plena: saber que Dios es fiel, siempre fiel, y poderoso, siempre más
poderoso (Rom 4,21). Lo prometido a Abrahán sólo hallará cabal cumplimiento en la resurrección de
Jesús, de donde provendrá esa casi infinita descendencia y esa nueva tierra, heredad de los que creen
como creyó él (cf. Gál 3,16; Rom 4,18-25). Así Abrahán ha sido constituido “padre de una mutitud de
pueblos” (Rom 4,17s; Gén 17,5): todos los que en la fe se unen a Jesús, “descendencia de Abrahán”.

· Israel, el pueblo de Abrahán, ciertamente no vivió esa plenitud de fe en todos los momentos de su
historia. Correspondió a los profetas denunciar las innumerables idolatrías de este pueblo, siempre
propenso a faltar a la fidelidad a Yahvé (Cf. Os 2,7-15; Jer 2,5-13; Is 30,15). El pueblo entero, y
especialmente el rey (el “ungido”) tendrán que aprender a creer que Dios cumplirá lo que prometió a
David (2Sam 7; Sal 89,21-38) y salvará a Israel y a la ciudad santa (cf. 2Re 18—20). Sólo por la fe se
descubre la paradójica sabiduría de Dios (Is 19,11-15; 29,13—30,6; cf. 1Cor 1,19s), aunque llegue el
tiempo del destierro y todo parezca llegar a su fin. También entonces Yahvé sabrá mostrarse señor del
universo (Jer 32,27; Ez 37,14), creador del mundo (Is 40,28s; cf. Gén 1), señor de la historia (Is 41,1-7;
44,42s), roca de su pueblo (Is 44,8; 50,10). Los ídolos no son nada (Is 44,9-20): “no hay Dios fuera de
Yahvé” (Is 44,6ss; 43,8-12; cf. Sal 115,7-11); aún en la contradicción y el desconcierto él merece una
confianza total (Is 40,31; 49,23).

· Jesús invita a creer; su primer anuncio es: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la buena nueva» (Mc 1,15). Y al enseñarnos cómo orar insiste: «Todo cuanto pidáis
en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis» (Mc 11,24). La fe abre ampliamente las
puertas de su inmenso poder, como constatamos en el caso de aquellos ciegos que se acercan a él, a
quienes solamente les pregunta: «¿creéis que puedo hacerlo?» (Mt 9,28). Y sucedido el milagro, quiere
que atribuyamos a esa fe nuestra salvación o curación (Mt 9,29; 15,28). De hecho, a los judíos que le
interrogan sobre qué obra es necesario hacer, les dice: «La obra que Dios quiere que hagáis es
que creáis en quien él ha enviado» (Jn 6,29); y cuando falta esta fe, en cierto modo Jesucristo nada puede
hacer; así sucedió en su propio pueblo, Nazaret (Mt 13,58).

· La fe en Jesucristo acutualiza para el creyente las obras propias de aquel Espíritu que resucitó al Señor de
entre los muertos (Hch 3,16; 14,9; 16,31). Esta fe nace de la predicación (Rom 10,17); por ella son
purificados nuestros corazones (Hch 15,9), fortalecidos (Hch 27,25) y dispuestos para toda obra buena
(cf. Hch 6,5; 11,22-24; 16,5).

DE DIVERSOS PENSADORES:
· La fe vuelve al alma eternamente joven. —MARIE B. DE VIEVILLE.

· El cristianismo es la vida… la vida en profundidad. —P. DAUTAIS.

· Creo posible que un hombre, mirando la tierra, se vuelva ateo. Me parece, en cambio, inconcebible que
ese mismo individuo, mirando al cielo, diga que no existe un Creador. —A. LINCOLN.

· Glorificar a Dios por lo que se ve, por sus bondades visibles, es lo justo y bueno… Pero glorificarlo por
lo que no se ve, es aún mejor. —MARIE B. DE VIEVILLE.

· Tan fácil es engañarse a sí mismo sin darse cuenta, como difícil engañar a los demás sin que lo noten. —
LA ROCHEFOUCAULD.

· Todo cuanto tiene de más radiante la luz, todo cuanto tiene de ,ás dominador la fuerza, todo cuanto tiene
de más misericordioso la bondad, todo cuanto tiene de más embriagador el amor, todo cuanto tiene de
más suave la serenidad, todo cuanto puede poner Dios de su infinita belleza en la naturaleza de un
hombre, todo esto se halla en el Cristo del Evangelio. —P. DIDON.

· Pensar que el mundo no tiene un Creador es lo mismo que afirmar que un diccionario es el resultado de
una explosión de una tipografía. —B. FRANKLIN.

· Dios nos concede tanta libertad de pensar, que nos permite hasta el derecho de negarlo. —PLÁCIDO
ALFONSO.

· Creo en el Dios que hizo a los hombres, no el dios que los hombres hicieron. —KARR.

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