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Lilian Peake
Argumento:
Lynne era una joven ambiciosa con ideas modernas en
cuanto a su trabajo se refería.
Chistopher York no estaba de acuerdo con sus innovaciones
progresistas y, además, tenía el poder de impedirle que
llevara a cabo sus planes. Él era, en opinión de ella, un
conservador en extremo y… odioso.
No obstante, ello no impidió que Lynne se enamorara
locamente de él con resultados desastrosos, Chistopher,
aparte de demostrar antipatía por ella, no ocultaba su
interés por la hermosa cantante Angela Castella.
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Capítulo 1
Lynne Hewlett entró en el aparcamiento para el personal que poseía
el Colegio Masculino Mildenhead, bajó apresuradamente y después de
cerrarlo con llave se dirigió con paso acelerado hacia la entrada del
centro. Pasó las imponentes puertas forjadas de hierro y entró en el
edificio, perturbando la atmósfera académica de la vieja escuela con la
fuerza de un vendaval.
Cargando con una carpeta muy abultada se dirigió a las escaleras en
tanto trataba de alisarse el pelo alborotado por el viento. Con un gran
sentimiento de culpa miró los corredores vacíos y tuvo la impresión de que
con su silencio le reprochaban el haber cometido el imperdonable pecado
de llegar tarde en un día de inspección.
Tembló sin quererlo. Sentía a su alrededor la presencia muda y
amenazante de la autoridad, representada en un grupo de inspectores de
las escuelas de Su Majestad. Sabía perfectamente que venía con la
intención de observar los posibles fallos del personal docente.
Su fértil imaginación los visualizaba como una horda de vikingos
saqueadores que no quedarían satisfechos hasta ver la escuela limpia de
toda idea renovadora, y de todos los profesores de mente abierta y con
planteamientos modernos; lo que significaba por supuesto y en primer
lugar, deshacerse de Lynne Hewlett, profesora de inglés.
Esta profunda aversión por los inspectores de escuelas, que no tenía
fundamentos válidos, persistía en su mente a pesar de no haber conocido
nunca a ninguno. Tampoco estaba dispuesta a cambiar su opinión con
respecto a ellos, no importa cuántos llegara a conocer a lo largo de su
carrera.
Supo que habían llegado sin que nadie le dijera una palabra, por el
silencio que reinaba en todo el edificio. Normalmente, a esa hora los
corredores estaban llenos de muchachos, que se dirigían hacia el hall
principal en donde se realizaba la asamblea matutina.
Con movimientos muy poco femeninos y sin mirar por dónde iba,
comenzó a subir las escaleras de dos en dos hasta que de pronto se llevo
por delante a un grupo de hombres parados en semicírculo en el último
piso.
—¡Qué lugar más apropiado para pararse! —exclamó tratando de
liberarse de la persona con la cual inexplicablemente se había
enganchado, pero al levantar la cabeza se dio cuenta de que no eran
miembros del personal académico, como había supuesto, sino un grupo de
hombres muy bien vestidos, de rostro solemne, que reconoció como los
inspectores de enseñanza; no eran vikingos saqueadores, y en medio de
ellos estaba el director del colegio, Sr. Penstone, quien se mostró
sorprendido y molesto por la intempestiva aparición de Lynne.
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Observó algo nerviosa los rasgos del hombre con el cual había
tropezado, y comprobó que era más joven que los demás, alto, de
hombros anchos, pelo castaño y cejas negras. Sus ojos grises la miraron
extrañados y fríos a la vez. Después le vio consultar su reloj de pulsera de
una forma muy especial, y haciendo un enorme esfuerzo por controlar la
rabia que sentía, Lynne murmuró:
—Lo siento, lo siento mucho.
El señor Penstone respondió con enojo:
—Buenos días, señorita Hewlett —y ella se dirigió rápidamente a la
sala de maestros que estaba a un lado del corredor.
—¡Esto sí que ha sido comenzar con desventaja respecto a todos
ustedes! —exclamó al grupo de profesores que se disponía a salir hacia
sus clases respectivas ya que la asamblea matutina había sido suspendida
en honor a los inspectores.
Se hundió en una silla y echándose hacia atrás su largo pelo negro,
les contó lo ocurrido. Todos rieron.
—No te preocupes, Lynne, los inspectores de Su Majestad no son
ogros —le dijo Mary Radcliff, quien al igual que Lynne era profesora de
inglés, además de su mejor amiga—. Como ésta es la primera inspección
por la que pasas, no exigirán mucho de ti.
—¿Eso crees? Pues no estoy tan segura. Tendrías que haber visto la
cara del hombre con el cual me topé, si él llega a inspeccionar mi clase te
aseguro que me hará echar a la primera oportunidad.
—No seas tonta, Lynne —intervino Ken Marshall, su joven novio,
tratando de infundirle confianza—. No suelen hacer ese tipo de cosa en
nuestra profesión, especialmente a una docente graduada con un
expediente como el tuyo.
Lynne se puso de pie y juntó sus cosas.
—Tú no tienes por qué preocuparte Ken, no te inspeccionarán esta
vez. Además, tu materia, educación física, tiene una serie de normas
establecidas que no suelen cuestionarse.
Ken sacudió la cabeza en señal de desacuerdo y añadió:
—Si tratas de presentar tu materia fuera del contexto del resto de la
escuela, y de una manera experimental…
Lynne estaba indignada.
—Mis métodos no son experimentales. Son métodos probados y
comprobados hace años en escuelas en donde tienen directores con una
visión mucho más amplia y moderna que el…
La puerta del salón estaba abierta de par en par y vio que Ken y Mary
le hacían señales desesperadas de que bajara la voz, indicando con un
dedo hacia fuera. Cerró la boca. El grupo de inspectores se había
dispersado pero se volvieron al escuchar su voz. Por lo tanto, tan rápido
como se lo permitió su dignidad, se dirigió a su clase.
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Lilian Peake – No te vayas, amor
Como Mary tenía una hora libre, fue a la clase de Lynne a la hora
indicada para que ella pudiera asistir al despacho del director.
—Cómo quisiera que fueras tú la jefa del departamento —Comentó
Lynne en voz baja.
—Yo no tengo un diploma tan sobresaliente como el tuyo, Lynne, y no
creo que me consideren lo suficientemente buena como para hacer los
papeles de anfitriona.
Al salir del aula pasó por el tocador para arreglarse el maquillaje y
peinarse un poco. Se miró al espejo, lo bastante satisfecha de su aspecto,
a excepción de la expresión de sus ojos. «Debo sonreír dulcemente a
todos menos al señor York», pensó mientras ensayaba ante el espejo.
Después salió y al llegar delante de la puerta de la dirección, llamó
suavemente y entró. Era la última en llegar, y tuvo que soportar los
catorce ojos masculinos posados en ella. Era la única mujer entre tantos
hombres, y cuando se dio cuenta tuvo ganas de salir corriendo. Sin
embargo, todos parecieron encantados de verla, salvo uno.
El señor Penstone rió junto con los demás y le dio la bienvenida.
—Ahora que ya estamos todos, qué les parece si comenzamos el
recorrido —propuso al grupo en su conjunto, y después, dirigiéndose al
señor York le dijo—: La señorita Hewlett es toda suya, inspector.
El hombre se acercó a ella con una sonrisa levemente burlona:
—¿Vamos? —le dijo, abriendo la puerta para que ella pasara.
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***
Al día siguiente era viernes, y el último de la larga semana de
inspección. Durante la tarde, las cosas le empezaron a salir mal a Lynne.
Inmediatamente después de comer, dejó el registro de asistencia en algún
lado y no lo encontró hasta después de una larga búsqueda, debajo de
una gran pila de papeles. Esto la hizo llegar tarde, pero como si no fuera
suficiente, descubrió que todos sus lápices no tenían punta, y ponerlos en
condiciones hizo que se retrasara aún más. Cuando ya tenía todo lo que
necesitaba, salió corriendo por el pasillo como un conejo perseguido por
un zorro, violando de esta forma el reglamento que prohíbe a los alumnos
correr por los pasillos.
Por fin llegó a la clase, tranquilizándose al darse cuenta de que los
muchachos estaban muy callados. Al llegar a su escritorio, dejó sus cosas
y levantó la vista. En ese instante casi se desmaya al comprobar que
sentado al fondo estaba el inspector de Su Majestad. Lynne palideció, se le
secó la boca y sintió que todo su cuerpo temblaba.
—Comience usted la clase, señorita Hewlett. Hágase a la idea de que
yo no estoy.
Eran las mismas palabras de la vez anterior, y sin embargo en esta
ocasión lograron alterarla. Mientras pasaba lista, miles de preguntas le
venían a la mente sin poder evitarlo. ¿Por qué ha venido otra vez? ¿Acaso
era normal que un inspector viniera por segunda vez? ¿Sería porque había
hecho algo mal? Debía preguntarle a Mary. Se sentía tan mal que se dio
cuenta de que tendría que hacer un esfuerzo sobrehumano para volver a
la normalidad.
Después de ordenar a los muchachos que formaran los grupos, les
dijo que movieran las sillas, pero era evidente que para ellos era
sumamente divertido cambiar todo de lugar, y una buena excusa para
hacer alboroto. Estos muchachos eran demasiado jóvenes para cooperar
con ella en esas circunstancias como lo habían hecho los mayores, y de
allí en adelante parecieron disfrutar mucho de hacerle bromas a cada rato.
Se percataron de que Lynne estaba nerviosa y de que no controlaba
la situación. Cuando se le cayó la tiza se rieron todos, lo mismo cuando
perdió la hoja de las notas, hasta que llegó un momento en que Lynne ya
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Capítulo 2
—Pase usted, señorita Hewlett —le dijo el Sr. Penstone, haciéndole
una seña para que ocupara la silla frente a su escritorio. El inspector se
volvió apoyándose en la ventana con las manos en los bolsillos. Mientras
Lynne cruzaba la habitación, la miró frunciendo el ceño. Estaba pálida y
sumamente nerviosa, y al levantar la mano para arreglarse el pelo,
comprobó que temblaba. De pronto, él le dio la espalda, y eso no la hizo
sentirse mejor.
—Bien, señorita Hewlett —dijo el director aclarándose la garganta—.
Querríamos hablar dos o tres cosas con usted, no la detendremos mucho
tiempo, pues sé que desea retirarse pronto para jugar su partido de tenis
con el Sr. Marshall. ¿Lo hace casi todas las tardes después de las clases,
¿verdad?
Lynne asintió con la cabeza al tiempo que pensaba: «No se atreve a
decírmelo abiertamente, ojalá me dijera de una vez lo que piensa».
—Pues iré directamente al asunto. El señor York y yo —el inspector se
volvió al escuchar su nombre—, hemos estado analizando los resultados
de los exámenes de sus alumnos, y hemos descubierto que son levemente
más bajos que los del resto de los profesores de inglés. ¿Nos podría
explicar cuál es la razón de esto?
Lynne se humedeció los labios resecos.
—Sí, creo que sí. Como usted bien sabe, el sistema rotativo hace que
los exámenes sean preparados por diferentes profesores, por lo tanto mis
alumnos tienen que hacer exámenes puestos por maestros que utilizan
métodos de enseñanza diferentes de los míos, y que por lo tanto basan
sus preguntas en lo que ellos han enseñado en sus clases.
—Pero existe un programa. ¿Acaso usted no sigue dicho programa?
—Sí, por supuesto, pero no me ato a él estrictamente como lo hacen
ellos, y además, es posible que altere el orden de los temas.
En ese momento, el inspector se acercó al escritorio y ocupó la silla
junto al director. Lynne pensó que debía encontrar muy interesante la
madera del escritorio porque no le quitaba la vista.
—O sea que los resultados son los mismos —dijo sin mirarla—. Para
fin de año cubre usted la totalidad del programa.
—Sí, pero además me detengo en otras cosas.
—¿Tales cómo? —dijo el inspector levantando las cejas.
—Pues… verá usted… yo tengo mucha confianza en la investigación.
—¿Trabajo de investigación en inglés? —repitió el inspector
asombrado. La nota de escepticismo en su voz sacó a Lynne de sus
casillas.
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—¡Mira quién está aquí! —al verle saludar con la mano, Lynne levantó
la cabeza, bajándola de inmediato totalmente confundida. Casi a la misma
altura que ellos, paseando por la orilla iba Chris York.
—¿No vas a saludarle? —preguntó Ken.
—Yo sólo saludo a los amigos.
—¿Aún te sientes herida? Eres demasiado dura con él. Después de
todo no te arruinó la carrera ni nada semejante.
Sólo Lynne sabía el horrible daño que le había causado en la
confianza en sí misma, en su entusiasmo y en sus ganas de luchar.
—¿De verdad crees que no? —respondió volviendo la cabeza hacia
otro lado.
—Parece un individuo muy solitario —reflexionó Ken en voz alta—.
¿Recuerdas cuando contó que si se sentía preocupado o angustiado se iba
al páramo? Me pregunto qué hará cuando está lejos de su casa.
—Es obvio que pasea por la orilla del río —respondió Lynne, sin darle
importancia al asunto. No deseaba hacer nada que destruyera la coraza
que usaba cuando de él se trataba. Si estaba muy solo, ése era asunto
suyo. Seguramente le gustaba la soledad. Siempre que hablaba con él era
para discutir y Lynne no estaba dispuesta a ser ella quien le dirigiera la
palabra.
Lynne se sentía contenta como suplente del jefe de departamento, y
lamentaba que el período ya estuviera llegando a su fin. El señor
Blackman estaba aún en el extranjero, pero circulaban rumores de que
regresaría pronto, además, se murmuraba que tal vez se jubilara a muy
corto plazo. Si esto llegaba a ser cierto, entonces se presentaría para el
puesto.
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Capítulo 3
Faltaban pocas semanas para el festival de música y teatro de la
escuela. Las autoridades decidieron que el moderno salón de conciertos
de Riverside Pavilion era el sitio más apropiado para el acontecimiento.
Era un lugar muy moderno en cuanto a su estilo y construcción. El
arquitecto a quien le dieron carta abierta, lo había diseñado en tres
niveles, en una zona poca urbanizada cerca del río. Todo el edificio estaba
rodeado de hermosos jardines llenos de flores y muy bien cuidados, en
medio de los cuales habían construido fuentes y terrazas.
Los contribuyentes del distrito estaban muy orgullosos del pabellón.
Lo consideraban un lugar apropiado para que los niños en edad escolar
pudieran desplegar su talento musical y sus dotes artísticas, ofreciéndolos
al resto de la comunidad.
Lynne había quedado con un grupo de alumnos de sexto en ir a la
escuela el sábado por la tarde para ensayar. Era de hecho una
continuación del trabajo en grupo que había hecho en clase antes de que
se viera obligada a modificar sus métodos de enseñanza.
Los muchachos estaban tratando de adaptar su propia poesía a un
fondo musical que ellos habían compuesto, y durante las primeras etapas,
la grabadora era un elemento indispensable.
Lynne llevaba unos pantalones rojos, con un jersey y un abrigo
haciendo juego. No solía llevar una ropa tan llamativa cuando daba clase,
pero como ésta era una actividad extraescolar, se decidió a ponérsela. Al
entrar en la escuela tuvo que ignorar la mirada que le dirigió el guarda y
se dirigió a su clase colocando la grabadora sobre el escritorio. Como era
bastante pesada, esperó a que los muchachos llegaran para que la
llevaran al salón de música. Un grupo de jóvenes de aproximadamente
dieciocho años apareció en la puerta de la clase y fueron entrando uno por
uno. Se detuvieron de pronto y miraron detenidamente a Lynne. Por fin,
uno lanzó un largo silbido de aprobación.
—¡Qué bien le queda esa ropa, señorita Hewlett! —dijo el que había
silbado; otro se acercó a ella con las manos extendidas como si se
estuviera calentando al fuego, luego se las frotó diciendo:
—Ahora está mejor.
Todos rieron, inclusive Lynne.
—¿Va a ver a su novio, señorita Hewlett?
—No, voy a ver a una amiga después del ensayo.
—¿Y por qué tanto para una amiga?
Eran todas bromas bien intencionadas y Lynne no se molestó porque
esto formaba parte de las relaciones cordiales que quería mantener con
sus alumnos.
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—¿A quién, a Ken? No, él va todos los sábados por la tarde a un club
masculino para jugar al cricket y al fútbol. Yo he quedado con Mary. Me
pidió que tomara el té con ella y que después le hiciera no sé qué cosa en
el pelo.
—Mire, allí hay un banco desocupado, por qué no nos sentamos. He
querido ponerme en contacto con usted toda la semana, pero el trabajo
me lo impidió. Déme ese pan —y cogiéndoselo de las manos lo esparció
por el agua, lejos de la orilla.
Mientras Lynne esperaba sentada a que él viniera, volvió a sentir
todas esas emociones contradictorias que solía sentir en presencia de
aquel hombre. Después se preguntó qué error habría cometido ésta vez
para que la estuviera buscando.
Pero no había cometido ningún error.
—Hace algún tiempo —comenzó a explicar Chris— le pregunté al
organizador musical del distrito si conocía alguna sociedad musical en la
zona a la cual pudiera unirme. Hizo algunas averiguaciones pertinentes, y
me dijo que existía una y que su secretaria es una tal señorita Lynne
Hewlett, que vive en el número 23 de la calle Farningham en el
apartamento 1 A de Cranleigh House —levantó una ceja y preguntó con
una sonrisa—: ¿Por casualidad ésa es usted?
Lynne también rió.
—Por supuesto, y estaríamos encantados de tener un nuevo miembro
en el grupo, señor York. Solemos reunimos una vez al mes en la casa del
coordinador, porque tiene un equipo estereofónico muy bueno.
—¿Cuándo es la próxima reunión? —preguntó Chris sacando una
libreta del bolsillo.
—El jueves de la semana que viene.
—Bien, lo tengo libre. ¿Cómo puedo llegar allí?
—Creo que lo mejor sería que viniera a mi apartamento, dejara su
coche allí y se viniera en el mío para que yo lo presente al resto del grupo.
¿Le parece bien?
Respondió que le parecía estupendo.
—Suelo llevar también a Mary, por lo tanto podemos ir los tres juntos.
Ken lleva su propio coche —le miró dubitativa y añadió—: Sólo espero…
—¿Qué es lo que espera?
—Espero que le guste el tipo de música que escuchamos. Es casi todo
clásico, Beethoven, Mozart, Brahms, etc. A ninguno de nosotros parece
gustarle la música ligera. Espero que no sea demasiado aburrido para
usted.
—Oh —exclamó Chris—. Creo que lo mejor será esperar al jueves para
escucharla y decidir entonces si me gusta. Después de todo, si no fuera
así, no me siento obligado a volver otra vez, ¿verdad?
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más serena a medida que pasaba el tiempo. Lynne estaba contenta por
ello, porque la vida de Mary nunca había sido fácil.
Un día le había confiado a Lynne la triste historia de su matrimonio.
Ella tenía diecisiete años cuando se casó con un hombre un poco mayor
que ella. Dos meses después de la boda la dejó, diciendo que se iba para
darle tiempo a crecer y que después regresaría. Por supuesto, jamás lo
hizo y desde entonces ella vivió la vida de una mujer soltera. Hasta volvió
a utilizar su nombre de soltera.
Lynne acariciaba la esperanza de que el marido de Mary regresaría
alguna vez con ella, y al ver el rostro radiante de su amiga comenzó a
preguntarse si la secreta esperanza no se estaba convirtiendo en realidad.
Pero no quería forzar la confianza de Mary, ella ya se lo diría a su debido
tiempo.
Lynne por su parte estaba viviendo momentos muy difíciles. Le
costaba mucho reconciliarse con los métodos ortodoxos de enseñanza. Se
sentía entre la espada y la pared, luchando entre la obligación de volver a
los métodos antiguos y el deseo de continuar con los métodos nuevos que
ya había hecho suyos. Esto no sólo afectaba a su trabajo sino a toda su
visión de las cosas. El resentimiento que creía haber perdido por el
hombre que según ella era el causante de todos sus problemas, estaba
resurgiendo con una nueva y feroz intensidad. Sentía la necesidad de
lastimarle, por lo que decidió que debía hacer un esfuerzo sobrehumano
para contener sus emociones.
Cuando llegó la tarde de la reunión de la sociedad de música, Lynne
estaba muy tensa. Decidió estrenar un vestido para la ocasión. Era un
vestido de punto de color rosa fuerte; tenía cuello alto y mangas por
debajo del codo y le sentaba muy bien.
—Ese color te queda muy bien con tu pelo negro —comentó Mary
mientras Lynne buscaba los guantes—. Deberías usar el color rosa con
más frecuencia.
Ya se estaba haciendo tarde, y mientras bajaban las escaleras, Lynne
se preguntó si Chris se habría olvidado de la cita, pero al llegar a la puerta
de la calle, él se acercó a saludarlas. Parecía feliz y contento y las recibió
con una amplia sonrisa.
—Lo siento, llegué un poco tarde por culpa del trabajo, y apenas si
me ha dado tiempo de tomar una taza de té. ¿Nos vamos? —Fue al lado
de Lynne hasta el coche, mientras ésta hacía denodados esfuerzos por
controlar los latidos de su corazón.
—¿Cómo está, Lynne? Me alegro de volver a verla —la miró de frente
pero frunció el ceño al verla—. Parece que trabajando mucho.
—Antes de que Lynne pudiera responder, Mary le habló de la
fotografía que todos habían visto en el periódico.
Él rió como si se tratara de una trivialidad.
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—Nunca crean todo lo que sale en los periódicos —les dijo a ambas—,
pero de todas formas pasé un estupendo fin de semana —después de esto
cambiaron de tema.
Llegaron por fin a una hermosa y moderna casa de campo, edificada
lejos del resto del vecindario y separada de la carretera por enormes
árboles.
Chris dijo muy serio que se sentía impresionado, y comentó que era
obvio que el propietario no debía tener problemas económicos.
—¿A qué se dedica el dueño para ganarse la vida?
—Está al frente de una conocida casa de música de la ciudad —
informó Lynne, añadiendo—: y su nombre es Michael Willis.
Los recibió la esposa de Michael que los hizo pasar a una gran
habitación alfombrada de pared a pared, con muebles muy lujosos y una
hermosa chimenea de ladrillo. Encima de la misma había un gran busto de
Beethoven. Dos enormes puertas francesas daban paso a un jardín repleto
de flores, y en el extremo opuesto de la habitación se podía ver a través
de las ventanas la avenida bordeada de árboles.
—Michael, llegó Lynne —le gritó su esposa.
Michael Willis la acaparó de inmediato, por lo cual, quedó aislada de
sus compañeros.
—Presenta a Chris al resto del grupo —le dijo a Mary por encima del
hombro mientras Michael la llevaba para presentarle a un extraño.
—Éste es un nuevo miembro, Lynne. Inscríbelo antes de que cambie
de idea —rió Michael y se alejó hacia los demás.
—Hola, Lynne —dijo el extraño—. Espero que no te moleste que te
llame por tu nombre de pila… pero como los demás lo hacen… El mío es
Tony Arnold, y soy reportero del Mildenhead Gazette, pero hoy no he
venido por motivos profesionales sino porque me gusta la música y
quisiera unirme a tu círculo. ¿Me lo permites?
—Estaremos encantados de tenerte entre nosotros, Tony —respondió
Lynne, y al mirarle comprobó que tenía ojos muy azules y que era muy
atractivo. La admiración debió ser mutua, porque a partir de ese momento
casi no se separó de Lynne. La habitación se iba llenando rápidamente, y
Lynne vio entrar a Ken junto con Deirdre Carson.
—Hola, Deirdre —saludó Lynne—. ¿Cómo tú por aquí? Tenía entendido
que no te gustaba la música.
—Pensó que le gustaría probar, por lo tanto pasé por su casa y la traje
conmigo —respondió Ken en lugar de la joven, pero se ruborizó un poco y
miró a Lynne tratando de entender su reacción. Pero ella pareció no
inmutarse.
—Busquemos un lugar para sentarnos —dijo Deirdre tomando
posesivamente el brazo de Ken —antes de que todos empiecen a
preguntarme.
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Capítulo 4
A medida que pasaban los días, Lynne fue consciente de la profunda
añoranza que sentía por aquel hombre, que había salido completamente
de su vida como si nunca hubiera existido.
Desesperada, trató de olvidarse de ello, pensando que debía recordar
el enorme daño que le había hecho haciéndole perder la confianza en sí
misma. Poco a poco estos mecanismos de defensa le hicieron ser menos
vulnerable en relación con él.
El señor Blackman, jefe del departamento, ya había regresado, con lo
cual Lynne ya estaba libre de las responsabilidades de suplente. Esto le
dejaba mucho más tiempo para dedicarse a ensayar con su grupo para el
festival de música y teatro que se avecinaba. El estar tan ocupada le
permitía olvidar las preguntas sin respuesta y los problemas irresolubles,
que de lo contrario la hubieran atormentado.
Ahora había gran actividad en la escuela. El salón de música estaba
ocupado todo el tiempo y se podían oír los sonidos más diversos a través
de la puerta cerrada.
Lynne estaba ocupada durante todo el día. Ahora jugaba al tenis casi
todas las tardes con Ken, ya que como se aproximaba el torneo, éste se
preparaba más que nunca.
Una tarde, mientras tomaban el consabido refresco después del
partido Lynne le contó a Ken que había quedado con Tony, el periodista
que se acababa de unir al grupo de música.
—He quedado con él mañana por la tarde. ¿Te molesta, Ken?
—¿Me preguntas si me importa? Mira, amor, aunque me importara, no
tendría derecho a decir una palabra, tú no me has otorgado ese derecho.
Ni siquiera me dejas comprarte un anillo —le cogió la mano—. ¿Cuándo
me darás una respuesta? Tú conoces muy bien mis sentimientos, cariño, y
no puedes esperar que te lo esté diciendo a cada momento.
—Te prometo, Ken, que te daré una respuesta dentro de dos o tres
semanas; cuando haya terminado el torneo y yo haya vuelto de la
conferencia del Norte.
—Está bien, supongo que tendré que conformarme con eso. Pero si
sales con ese periodista, ten cuidado, sabes como son.
—Claro que lo sé. No son personas serias, siempre están detrás de un
posible reportaje.
A la tarde siguiente, mientras ella y Tony estaban sentados en un
banco junto al río, Lynne pensó que Ken no tenía por qué preocuparse. Ni
siquiera estaban cogidos de la mano. Tony le hablaba de su trabajo, de lo
mucho que le gustaba y de sus proyectos.
Hablaron largo tiempo y Lynne le habló de su trabajo y también de
algunos de sus problemas. Después de escucharla un rato. Tony estaba
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—Puedes cogerlos, por favor —le dijo dándole otra vez la espalda—.
Es mejor que lo hagas de una vez, ahora que ya me has descentrado.
Lynne jamás le había conocido así, lejano, inaccesible, casi grosero.
—Era muy bello lo que tocabas, Chris —las palabras no eran las
adecuadas, pero su mente casi había dejado de funcionar—. Jamás se me
ocurrió que supieras tocar el piano, y menos aún de esa forma.
—Son muchas las cosas que ignoras de mí.
En un intento de hacer las paces, le dijo:
—¿Era eso… de… alguno de tus compositores modernos?
Él se volvió indignado.
—¿Qué? —la miró serio, incrédulo y después pronunciando
lentamente cada palabra añadió—: Sí que eres bastante ignorante.
Lynne retrocedió como si la hubiera golpeado.
Hablando en voz baja, y con calculada frialdad, continuó:
—Tan ignorante en música como en otras cosas. Te haré una lista —y
contando con los dedos siguió—: En primer lugar, eres bastante ignorante
en lo que se refiere a relacionarte con la gente, sé perfectamente bien
cómo atropellas los sentimientos ajenos; en segundo, sueles ser arrogante
en tu actitud hacia los demás, cosa que también conozco por experiencia.
Tercero y más increíble —sus palabras salieron como un latigazo—,
pretendes poseer un conocimiento musical que en realidad no tienes. Me
acabas de preguntar si la música que acabas de escuchar era de un
compositor moderno, cuando fue escrita hace casi ciento setenta años por
el hombre cuya música, según afirmas, te gusta más que cualquiera:
Beethoven.
El desprecio en la voz de Chris provocó en ella una furia amarga. Esto
era una declaración de guerra, y Lynne se propuso aceptarla. «Ya verás
cuando llegue el momento», se dijo a sí misma.
Con la mayor dignidad posible se dirigió hacia el piano, cogió la lista
que estaba debajo de las partituras y se volvió hacia la puerta. No se
dijeron una sola palabra. Él se quedó parado junto al piano, esperando que
ella saliera. Lynne salió y después de cerrar la puerta se quedó parada un
momento tratando de tranquilizarse. Mientras lo hacía la música comenzó
a sonar otra vez más hermosa que antes.
Encontró a Mary en la sala de profesores.
—¿Mary, sabías que Chris York es pianista?
Levantando la cabeza, Mary respondió:
—Por supuesto. ¿Por qué?
—Acabo de verlo en el salón de música tocando el piano.
—No me sorprende. Aquella tarde en la audición musical me dijo que
el organizador musical le había solicitado que tocara junto con la orquesta
de la escuela en el concierto de la semana que viene. ¿No lo sabías?
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***
Llegó el viernes, día del concierto. Lynne se vistió con sumo cuidado,
poniéndose un traje de lino de color crema y una blusa de encaje. Los
pendientes y el broche que llevaba hacían juego y eran muy vistosos. Al
mirarse en el espejo se sintió satisfecha de su aspecto, a pesar de la
palidez de su rostro y de la expresión un poco triste de sus ojos. Mientras
bajaba las escaleras dijo:
—Ya me voy, señora Walters.
—Estás muy elegante, Lynne. ¿Es esta noche el concierto?
—Sí, y regresaré bastante tarde. El concierto no durará mucho, pero
pensamos ir a cenar y a bailar después. No me espere levantada porque
llevo las llaves del portal.
—Está bien, querida. ¿Con quién vas a salir después? ¿Con el señor
Marshall o con ese caballero que te trajo hace unos días.
Lynne se sonrojó.
—Oh, ése no es más que un conocido. Saldré con el señor Marshall
esta noche.
—Bueno, que te diviertas, querida.
En cuanto llegó a la sala de conciertos, Lynne se dirigió a la parte de
atrás del escenario para darles las últimas indicaciones a los muchachos
de su; grupo. Estaban todos muy alegres y no parecían en absoluto
nerviosos.
El corazón le dio un vuelco al ver a un hombre alto vestido con traje
de etiqueta, hablando con el organizador. Pensó que el traje le favorecía y
aunque trató de olvidar el asunto de inmediato, no pudo evitar esa
añoranza ya conocida que la hizo suspirar.
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***
Lynne miró a su alrededor y comprobó que Chris ya no estaba
hablando con el organizador.
Después de dar las últimas instrucciones a su grupo, Lynne se dirigió
al auditorio sentándose en la tercera fila casi junto al pasillo. Vio a Mary de
pie en la parte de atrás, charlando con un hombre a quien creyó identificar
como el director de una escuela secundaria. Era alto y atractivo, con el
pelo un poco canoso, pero no logró recordar su nombre.
Después vio al señor Blackman sentado junto a su esposa, y ambos al
verla levantaron la mano para saludarla. También estaban el señor
Penstone y su esposa y Deirdre Carson que llevaba un traje amarillo y
naranja que desentonaba con el color rojizo del pelo de su acompañante.
—Hola, Lynne —una voz la saludó en voz baja. Era Tony Arnold, que
estaba sentado en el espacio reservado a los periodistas junto a una mujer
joven y bonita.
Lynne se acercó a saludarle y él le presentó a su acompañante.
—Esta es Jill White, del Evening Herald. ¿Crees que estamos
demasiado cerca de la orquesta? ¿Lograrán nuestros oídos soportar el
ruido?
—Creo que te llevarás una gran sorpresa, Tony. Los muchachos son
bastante buenos para su edad.
Después volvió a su sitio y observó cómo los jóvenes músicos salían a
escena. La forma en que manejaban sus instrumentos revelaba una
extraña madurez que dejó a los espectadores que los observaban
convencidos de su habilidad musical. Y había sido la pericia, comprensión
e infinita paciencia del organizador, quien a su vez era el director de la
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Capítulo 5
El humor de Lynne no mejoraba a medida que se acercaban al Green
Goblet. Trató de parecer contenta, pero la presencia del hombre sentado
justo delante de ella la desequilibraba por completo. Miró a través de la
ventanilla, pero la oscuridad le devolvió su imagen, encontrándose con un
rostro huraño. Ken le apretó la mano en un gesto de cariño y ella haciendo
un esfuerzo supremo le devolvió una sonrisa.
—¿Contenta? —le preguntó besándole la oreja, y por no defraudarle,
Lynne no pudo hacer otra cosa que asentir.
El Green Goblet era un lugar muy alegre que hizo que Lynne se
sintiera mucho peor de lo que estaba. Mientras se sentaban en la mesa
para cuatro que les habían asignado, miraron a su alrededor encontrando
numerosos, rostros conocidos.
—No me van a creer —dijo Ken después de saludar a media docena
de; conocidos—, si les digo que pensé que esto estaría casi vacío. Debe
haber; sido por el festival. ¿Hemos estado antes aquí, verdad Lynne? Y
jamás había estado tan lleno.
—Seguramente los propietarios de este local darán las gracias a las
autoridades educativas por haber hecho posible el festival y les pedirán
que se repita —comentó Chris secamente.
Ken y Chris ya habían decidido de antemano compartir la cuenta.
Cuando llegó el camarero, fue Chris el que le fue diciendo lo que deseaba
cada uno, pero al llegar el turno de Lynne, ella lo dijo directamente sin
atreverse a mirar a Chris. Sabía que era una descortesía, pero en ese
momento nada le importaba.
Había sido obligada a venir a este lugar, y el sólo pensar que tenía
que soportar la presencia de Chris York toda la noche, la ponía de mal
humor. Después de todo lo que él la había dicho aquel día en el salón de
música de la escuela, ella no podía ser atenta con él. Si la guerra estaba
declarada entre ellos, Lynne estaba dispuesta a luchar a cara descubierta.
La comida fue excelente, a pesar de que Lynne la comió sin apetito, y
la conversación estuvo centrada casi todo el tiempo en el éxito del
festival.
Cada vez que Chris se dirigía a ella directamente, Lynne le respondía
lacónicamente, y a veces incluso hacía oídos sordos. Si se hubiera tomado
el trabajo de mirarlo aunque fuera una vez, se hubiera percatado de como
su gesto iba siendo cada vez más huraño.
Cuando la cena hubo concluido, Chris se volvió porque un hombre
joven acababa de tocarle el hombro:
—¿Señor York?
Chris asintió.
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—Hay que admitir que hacen una bonita pareja. A veces me pregunto
si no habrá nada entre ellos, ya que Mary parece muy feliz últimamente.
Además… tienen la misma edad… unos treinta y tantos.
Separando su mejilla de la de Lynne, Ken respondió:
—No lo creo… piensa que él está comprometido con esa tal Ángela.
—Pero no has notado que jamás lo confirma…
—Tampoco lo niega. Tú sabes cómo actúan estas celebridades. Les
encanta tener a la prensa y al público sobre ascuas. Dicen que sirve de
publicidad.
Cuando regresaron a la mesa Chris y Ken fueron al bar a tomar unas
copas.
—¡Qué noche tan agradable! —comentó Mary.
—Sí, en efecto.
—Pues podrías mostrarte un poco más entusiasmada. El concierto
tuvo mucho éxito y eso hay que celebrarlo.
Lynne asintió e hizo un esfuerzo por mostrarse más alegre y de esta
forma complacer a sus dos amigos. La música volvió a sonar, y esta vez
Ken le pidió a Mary que bailara con él.
Lynne se sintió morir ante la perspectiva de quedarse sola con Chris.
Miró desesperada a su alrededor en busca de algún conocido, alguien a
quien ir a saludar para escapar de ese hombre. Pero de pronto oyó que
Chris echaba hacia atrás su silla y decía:
—¿Lynne? ¿Bailas conmigo?
Sin titubeos Lynne se puso de pie y murmuró:
—Discúlpame —alejándose en dirección al lavabo. Cuando salió vio
que Chris se había acercado nuevamente al bar y estaba apoyado en la
barra. Sabía que lo que acababa de hacer era imperdonable, pero no podía
hacer otra cosa. No podía permitir que él la tuviera en sus brazos.
Cuando regresó a la mesa Chris aún estaba apoyado en el bar,
bebiendo. Cuando volvieron Mary y Ken preguntaron dónde estaba Chris, y
al apuntar Lynne a la solitaria figura, Ken fue a reunirse con él.
—Creí que vosotros dos estaríais bailando —comentó Mary.
Los dos hombres se acercaron juntos a la mesa, y cuando estaban los
cuatro sentados se les aproximó Tony Arnold que haciendo una exagerada
reverencia frente a Lynne le dijo:
—¿Me haría usted el honor de bailar conmigo?
—Por supuesto, Tony.
Ya en brazos de Tony se dio cuenta de que los otros dos hombres la
observaban fijamente. Ken parecía enojado, pero la expresión de Chris era
indescifrable.
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Era una orden y no una invitación, y Lynne no podía hacer otra cosa
más que obedecer.
Después de llenar el depósito, Chris arrancó y siguieron en silencio
hasta llegar a la pensión de Lynne, donde frenó y apagó el motor. El
silencio se hizo más tenso y Lynne se dio cuenta de que tendría que hacer
frente a la situación.
Chris se sentó de costado y la miró de frente.
—Quizá ahora puedas hacer el favor de explicarme tu
comportamiento hacia mí esta noche.
Lynne se quedó callada un momento después del cual dijo:
—No creo que deba darte ningún tipo de explicación. No creo que
exista norma alguna acerca de cuál debe ser mi comportamiento hacia ti.
Debido a la oscuridad no lograba ver sus ojos, pero la voz de Chris
denotaba un gran enojo.
—Puedes evitar el sarcasmo. Me gustaría saber por qué razón, cada
vez que te invité a bailar te negaste, inventando excusas absurdas.
—No creo que haya ninguna razón por la que me vea obligada a
bailar contigo o con cualquier persona sólo porque me lo pida.
—Pero bailaste con todos menos conmigo.
Se daba cuenta de que no debía hablarle de esa forma, pero algo en
su interior la instigaba a hacerlo.
—Es cosa mía con quién bailo y no tuya. Ocurre que suelo ser tan
selectiva en la elección de las personas con quien bailo como lo soy en la
elección de mis amigos. Me gusta bailar, y me gusta hacerlo con las
personas con quien me llevo bien. Me temo que contigo no logro
congeniar.
Por el gesto de Chris, y por la forma en que lo vio apretar los puños,
se dio cuenta de que había llegado demasiado lejos. A la luz de la luna,
observó que los ojos de Chris tenían un extraño destello. El corazón le
comenzó a latir apresuradamente. Y de pronto las manos de él la cogieron
por los brazos con tanta fuerza que le hacía daño, obligándola a mirarlo de
frente. En ese momento lo oyó decir con voz llena de amargura:
—He tenido que escuchar de ti más insinuaciones, acusaciones,
groserías e insultos de los que le hubiera permitido a mi peor enemigo. Es
más, si mi peor enemigo me hubiera tratado como lo has hecho tú desde
que nos conocimos, hace tiempo que le hubiera roto la nariz. Como
contigo no puedo; hacer lo mismo —las manos de Chris le aprisionaron la
garganta—, y como tampoco puedo ponerte sobre mis rodillas y darte la
paliza que te mereces, voy a hacer lo único que me queda.
Lynne se asustó terriblemente. Trató de pensar qué podía hacer, y sin
darse cuenta dejó de hacer fuerza para soltarse, con lo cual Chris también
aflojó la tensión de sus manos. Aprovechando las circunstancias, Lynne
logró saltar del coche, pero en dos segundos él la había alcanzado y
tomándola bruscamente de las muñecas la atrajo hacia sí.
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El fin de semana Lynne no salió con Ken, lo llamó para decirle que no
se sentía bien y que se quedaría descansando los dos días.
El lunes por la mañana Mary la miró preocupada al verla entrar a la
sala de personal.
—¿Qué pasa contigo, Lynne? Tienes muy mal aspecto, estás segura
de que no sucede nada.
—Claro que no, no te preocupes por mí, Mary.
El tono de su voz hizo que Mary añadiera:
—Sí te pasa algo, Lynne. A mí no me puedes engañar. ¿Hay algo en lo
que te pueda ayudar?
—Mary, nadie puede hacer nada, ni siquiera yo.
—¿Tan mal están las cosas? ¿Lynne, llegaste bien a casa el viernes
por la noche? Tuve la sensación de que Chris estaba de un humor muy
extraño mientras nos llevaba a casa.
—Sí, gracias —respondió mirando rápidamente a su amiga.
—Lynne, no te diré lo que pienso que te sucede, pero tengo una ligera
sospecha. Y, si no estoy equivocada, puedo imaginarme cómo te sientes.
No te olvides que en el pasado yo también amé y perdí.
La sala comenzó a llenarse y las dos amigas salieron cada una hacia
su clase.
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Después de comer, Mary le dijo a Lynne que deseaba hablar con ella,
y en cuanto Ken las dejó solas se fueron a pasear por los jardines de la
escuela.
—Lynne, recuerdas que alguna vez te hablé de mi matrimonio cuando
era apenas una niña y de cómo mi marido me dejó.
Lynne la miró con interés.
—¿Acaso ha vuelto, Mary? Últimamente me lo había estado
preguntando porque se te veía muy feliz.
—Pues, en realidad es todo lo contrario. Verás, he conocido a otro
hombre, nos amamos y queremos casarnos, pero como durante todos
estos años nunca me tomé el trabajo de divorciarme, he tenido bastantes
problemas para localizarlo y comenzar los trámites. Mis abogados se han
portado maravillosamente y por fin dieron con él, descubriendo que tiene
esposa y cuatro hijos desde hace muchos años. Por lo tanto ya no falta
mucho para que yo esté libre.
—¡Mary, eso es maravilloso! ¿Puedo saber quién ha sido el
afortunado?
—No me atrevo a decirlo con el divorcio pendiente. Ambos debemos
ser sumamente discretos, porque aunque no quedan dudas acerca de
quién es el culpable, es decir mi exmarido, no debo hacer o decir nada
que pueda poner en peligro la carrera de mi… amigo. No es que no confíe
en ti. Por favor créeme lo que te digo, pero él me ha hecho jurarle que no
diré una palabra hasta que sea una mujer libre.
Una pequeña duda se abrió paso en la mente de Lynne. ¿Habría
tenido razón el viernes cuando la vio bailando con Chris? No, no podía ser
verdad.
—¿Es… es alguien que yo conozco?
—Querida, ni siquiera puedo decirte eso.
Cuando regresaban a la sala de profesores, fueron abordadas por
otros dos maestros.
—Ahora sí se han hecho famosas —dijo Geoff Smith, profesor de
química, mientras blandía el periódico de la mañana—. Ya están en los
periódicos nacionales, y no en uno sino en tres.
Por encima del hombro de su colega vieron la fotografía de ellas
sentadas a la mesa junto a Ken y a Chris. Geoff leyó el titularen voz alta:
—«El señor Christopher York, quien es también el célebre pianista
Marcus Alderman, cenando con un grupo de amigos después de su
maravillosa presentación en el Festival de Música y Teatro de las escuelas
de Mildenhead, para el cual actuó gratuitamente. Como el señor York es
ahora miembro del Cuerpo de Inspección de Su Majestad ha relegado a un
segundo plano su faceta como pianista. Al preguntarle si de hecho estaba
comprometido con la famosa cantante Ángela Castella, el señor York no lo
negó».
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«Ojalá estuviera celosa, sería todo tan sencillo si Ken fuera el único
hombre de mi vida», pensó Lynne.
Al martes siguiente Lynne recibió una citación del director de la
escuela.
—Ah, pase usted, señorita Hewlett. ¿A ver… para qué deseaba verla?
Ah, sí, la conferencia a la que piensa asistir cerca de Harrogate.
Se quitó las gafas y las puso sobre el escritorio.
—Es posible que recuerde usted al señor York, el inspector de Su
Majestad que estuvo aquí tiempo atrás. Claro que debe recordarlo. Tocó el
piano maravillosamente el día del Festival.
Lynne sintió miedo. ¿Qué error habría cometido?
—Pues, me llamó por teléfono esta mañana para decirme que él
también irá a la conferencia esta semana, y sugirió que podría evitarle la
molestia de ir en tren, llevándola en su coche.
—Él no tiene por qué preocuparse —contestó Lynne rápidamente—.
Yo ya tengo el billete de tren y no me molesta viajar en ese medio de
transporte.
—Pues… mire, creo que debería usted pensar esto con mucho
cuidado. Es un inspector de Su Majestad, a quien ya hemos causado
bastantes problemas. Debe usted recordar la discusión que tuvo con él en
esta misma habitación, y no desearía contrariarlo. Estos inspectores
suelen decir que ellos actúan como supervisores y nada más, pero yo sé
que tienen grandes influencias en el mundo de la educación. Si ellos
decidieron digamos, ponerse un poco rígidos en cuanto a las
subvenciones, por ejemplo, esta escuela se vería con grandes problemas.
Siento presionarla de esta manera, pero todos le estaríamos muy
agradecidos si decidiera aceptar esta invitación. Le podemos devolver el
dinero de su billete, de tren, eso lo sabe.
Lynne sintió que no tenía escapatoria, porque si bien dudaba ahora
de que los inspectores fueran los ogros que el director pensaba que eran,
después de semejante discurso no tenía valor para negarse.
—En estas circunstancias, supongo que tendré que aceptar.
El señor Penstone le dedicó una amplia sonrisa.
—Excelente, señorita Hewlett. El señor York me pidió que le dijera
que lo llame a su oficina entre las tres y las cuatro de la tarde de hoy.
—Entonces iré a la sala de profesores y lo llamaré desde allí —dijo
Lynne poniéndose de pie, y pensando que siempre estaba la posibilidad de
decir que había olvidado llamarle.
—No, no querida. Ya son más de las tres. Puede usted pasar a la
oficina de mi secretaria que ha salido a tomar café y llamarle desde allí.
Le dio el número de teléfono y allí la dejó. Sintiéndose como si la
hubieran arrojado a los leones, miró hacia todos lados buscando una vía
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Capítulo 6
El inspector estaba otra vez de pie junto a la ventana; tenía las manos
en los bolsillos y como siempre estaba mirando el paisaje. Cuando Lynne
entró, se volvió hacia ella y la examinó con ojos gélidos. El señor Penstone
rompió el hielo diciendo alegremente:
—Bueno, que esperan para partir, espero que lo pasen muy bien y
que el viaje sea agradable. La veremos a la vuelta de las vacaciones,
señorita Hewlett. Supongo que ya habrá hecho los arreglos pertinentes
para que alguien de su clase de mañana. Adiós entonces.
Chris cogió la maleta de Lynne y anduvo por el pasillo y por las
escaleras delante de ella. Después abrió el maletero, puso allí la maleta y
sin decir palabra abrió la puerta delantera para que Lynne pudiera entrar
en el coche. Después le insinuó que se pusiera el cinturón de seguridad y
a los pocos segundos salían del aparcamiento de la escuela hacia la
carretera principal. Había mucho tráfico y les costó bastante salir. Iban en
completo silencio, y Chris parecía no tener ganas de hablar. Lynne se
sentía totalmente dominada por este individuo. Estaba cansada, triste y no
se le ocurría comentar nada. Pensó que sólo hablaban cuando tenían algo
por lo qué discutir. Pero sabía que no deseaba volver a los continuos
malentendidos y altercados.
En un momento dado él la miró de reojo y le preguntó si se sentía
cómoda.
—Sí, gracias —fue la respuesta de ella y continuaron en silencio.
Cuando estaban a las afueras de la ciudad, Lynne tomó una decisión.
Había algo que debía hacer, y que quizá ayudara a aflojar la tensión. De
pronto dijo:
—Chris, creo que te debo una disculpa por la forma en que me
comporté contigo la noche del concierto. Al analizar las cosas me he dado
cuenta de que fueron imperdonables y sólo puedo decirte «lo siento».
Era la cosa más difícil que había tenido que decir en su vida y ya
estaba dicho. No pareció haber respuesta alguna por parte de Chris, y
Lynne pensó que la ignoraba por completo. Pero después asintió y dijo:
—Una disculpa con bastante retraso, pero de todas formas aceptada.
No se hable más del asunto.
Los ojos de Lynne se llenaron de lágrimas ante la fría aceptación de
sus disculpas, y miró por la ventanilla, dándose cuenta de que ya dejaban
Londres y de que los coches formaban caravana para entrar en la
autopista. Pronto estuvieron en ella y Chris aceleró para tomar el carril de
menor velocidad, y en cuanto el tráfico lo permitió pasó al otro carril.
«Conduce muy bien», pensó Lynne.
—¿Hasta dónde vamos a llegar esta noche, Chris? —le preguntó casi
en un murmullo.
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pero que nunca podría y pensó que esa noche no era más que un sueño
que terminaría mañana.
—¿Quieres tomar algo, Lynne? —la cogió del brazo y se dirigieron al
bar. Allí la ayudó a sentarse en un taburete y apoyándose en el mostrador,
pidió unas copas para ambos. Después entregándole a Lynne su copa,
brindaron por ambos, después Chris bebió una segunda.
Mirando su copa Lynne dijo sin pensar:
—Cuando le dije a Ken que vendría al norte contigo, se mostró
bastante molesto y desconcertado. Creo que le preocupaba…
—¿Preocupado, en serio? —sus ojos recorrieron el cuerpo de Lynne
haciéndola ruborizar—. ¿Qué pensó que haría contigo? ¿Seducirte?
Lynne se quedó petrificada ante el amargo sarcasmo en la voz de
Chris, y le recordó:
—Amnesia, Chris, trata de tenerlo presente.
Pero él se limitó a darle la espalda y volvió a pedir otra copa.
Temerosa de la respuesta de Chris, le puso una mano sobre el brazo y
dijo:
—¿Chris? Lentamente él se volvió y la observó con mirada distante,
pero cuando Lynne le sonrió, él le devolvió la sonrisa.
—Siento haber dicho eso, no pensé que te iba a molestar.
—Olvídalo, Lynne —y tomándola de la cintura la bajó del taburete
añadiendo—: Estás muy lejos allí arriba, mejor bailamos otra vez, eso me
ayudará a poder seguir con la representación —ambos rieron y después él
le dijo—: Como se supone que somos una pareja de novios, será mejor que
representemos el papel hasta el final es decir que todo es verdad —e
inclinando la cabeza la besó en la boca.
—Chris —exclamó ella echándose hacia atrás—. No en público, por
favor.
—¿Por qué no? ¿No se supone que es el lugar más seguro? ¿O acaso
preferirías que —levantó una ceja y con gesto burlón continuó diciendo—:
lo hiciera en privado? Yo estoy totalmente dispuesto, nada más tienes que
decirme cuando.
—¡Chris! —exclamó sacudiéndole los hombros—. Espero que no
pienses que soy así.
—No, no lo creo, pero no me importaría tratar de averiguarlo.
Lynne se puso rígida y enmudeció. Chris la miró a los ojos
descubriendo que estaban llenos de lágrimas.
—Lo siento —murmuró—. No sé qué cosas andan rodando por esa
cabecita tuya, pero no temas hacerme volver a la realidad si voy
demasiado lejos. Soy humano, y no creo que te des cuenta de la tentación
que eres para un hombre, especialmente con ese vestido.
Lynne sonrió y volvió a relajarse.
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***
Cuando despertó ya era de día y el sol entraba por la ventana. Se
miró el anillo del dedo, había dormido con el dedo pegado a la mejilla.
Pronto estaría otra vez en su lugar y ése seguramente sería el final del
sueño.
Se aseó y se vistió rápidamente poniéndose el mismo traje azul claro
del día anterior. Se escuchó un golpecito en la puerta comunicante y una
voz que decía:
—¿Estás presentable?
—Un momento por favor —se puso la blusa blanca y se la abrochó—.
Ahora sí.
—Es una lástima —oyó decir y después el picaporte que se movía—.
Abre de una vez, señorita Hewlett. No creo que esté bien tener que tirar
abajo la puerta de la habitación de mi novia.
—Pero yo no soy tu novia, señor York —dijo ella sonriendo mientras
quitaba la llave.
—Por el momento lo eres, y ésta es la forma en que saludo a mi
futura esposa, aunque sea temporal.
La abrazó, pero antes de que pudiera besarla, Lynne se libró de él.
—Esto es una verdadera locura, señor York. Me deja usted sin aliento.
—Pues, ésa era mi intención, pero usted me lo impidió. ¿Vamos a
desayunar?
Lynne se dirigió al tocador.
—Tengo que maquillarme primero.
Él la observó fascinado.
—¿A quién quieres impresionar con todo eso? Y si me vuelve a mirar
así, señorita Hewlett, mandaré al diablo mi desayuno y buscaré satisfacer
mi apetito en otro sentido.
Una vez terminado el desayuno, Chris pagó la cuenta y se pusieron
de nuevo en camino sin detenerse nada más que para coger gasolina.
Lynne descubrió con cierta tristeza que el viaje estaba llegando a su fin.
Ella sabía que no podía demorar más la devolución del anillo, a pesar de
que él no se lo había pedido.
Se lo sacó del dedo diciendo:
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Capítulo 7
A mediodía llegaron frente al Dales Hall, la enorme mansión en donde
habría de tener lugar la conferencia. Era muy grande, construida de
piedra, con torres y arcos renacentistas que estaban completamente fuera
de tono con el resto de la arquitectura. Todo el edificio estaba rodeado de
hermosos jardines, y el camino que conducía a la entrada principal estaba
bordeado de gigantescos árboles.
—¡Qué escenario tan agradable para una conferencia! —comentó
Lynne sintiendo que se le levantaba un poco el ánimo.
Chris cogió la maleta y tocó el timbre de la puerta que decía
«Información». Apareció una mujer joven a quien preguntó por el número
de habitación de Lynne.
—¿Tiene usted reservada la comida de hoy? Sí, la tiene. Su habitación
es la número veintiséis. Aquí tiene la llave, señorita Hewlett. ¿Puede usted
con la maleta?
—Yo la llevaré, Lynne si me esperas un minuto —y volviéndose a la
mujer joven preguntó—: ¿Será posible ver al señor Young, organizador de
la conferencia? Mi nombre es York, Christopher York, debo exponer el
martes por la mañana, y quisiera hablar unas palabras con él si no
estuviera ocupado.
—Si me acompaña, señor York, trataré de localizarlo. La siguieron
hasta el vestíbulo donde la mujer exclamó:
—¡Vaya suerte la nuestra, aquí viene el señor Young!
Chris se presentó, y mientras conversaban Lynne se mantuvo
apartada para no entremeterse.
—¿Espera usted a alguien? —Lynne se volvió y encontró a un hombre
joven que observaba su maleta y después a ella con visible interés—. Yo le
puedo llevar la maleta. ¿Ya tiene el número de habitación?
—Es muy amable por su parte —repuso Lynne y cuando iban a subir
las escaleras oyó una voz que la nombraba.
—Adiós, Lynne.
—Oh, adiós, Chris —repuso ella como pidiendo disculpas.
Tenía una expresión indescifrable cuando los miró a ambos y el joven
que estaba junto a Lynne dijo:
—Oh, lo siento, no sabía que estaban juntos. ¿Es él su novio?
—Oh, no —afirmó Lynne—, él se ofreció amablemente a traerme
hasta aquí; claro que le conozco —se apresuró a explicar.
Mientras subían las escaleras su acompañante le dijo que él
representaba a una escuela secundaria de Midlands del sur. También dijo
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tanto por los padres como por los maestros, y cómo finalmente, un
inspector de inglés de Su Majestad se había unido al director en una
conspiración en su contra, claro que no le dijo que el inspector era el
hombre con el cual había llegado a la conferencia. Lynne se dio cuenta de
que había dramatizado un tanto la situación, pero pensó que al fin y al
cabo no había mentido.
—Tus ideas me parecen muy correctas —le dijo John—, y creo que
está muy bien que trates de introducirlas en la escuela en la que trabajas,
pero debo admitir que es algo que jamás me hubiera atrevido a hacer —
sonrió con cierta timidez—, creo que no tengo tu valor.
Lynne sintió algo así como lástima por él, porque a pesar de ser un
poco mayor que ella, parecía muy inmaduro en sus acciones y en su forma
de pensar. Comparado con Chris, en ese momento se dio cuenta de que lo
utilizaba como vara para medir al resto de los hombres, John Holwick
parecía casi pueril. Hasta llegó a preguntarse si llegaría a madurar algún
día.
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—Ah, hola, Lynne —dijo risueño—. ¿Me recuerdas? Soy el tipo que
amablemente te trajo hasta la conferencia.
Lynne sonrió.
—Pensé que era mejor llamarte por si se te había olvidado que
tenemos una cita mañana. ¿No habrás hecho ningún otro programa?
—No, aún no —repuso Lynne sonriendo nuevamente.
—Eso espero. Y ahora dime, ¿cómo estás?
La forma de tratarla la cogió desprevenida y respondió tímidamente:
—Muy bien, gracias.
—¿Interesante la conferencia?
—No del todo mala, pero un poco deshilvanada —y en un intento de
mostrarse complaciente añadió—: Estamos esperando que vengas tú a
mejorarla.
—Por lo que dices estás aburrida.
—¿Eso parece? Pues no lo creas. He encontrado un buen amigo y eso
me ha ayudado bastante, ya que lo pasamos muy bien en los ratos libres.
—¡Ah! ¿Y quién es él? —no parecía muy contento.
—Es el joven que me llevó la maleta a mi cuarto…
—Sí, lo recuerdo. El que te siguió como un gatito a un ovillo de lana.
Lynne sonrió.
—Su nombre es John Holwick y es una persona muy agradable —
continuó desafiante—. Hemos tenido charlas muy interesantes. Es mi
compañero de esta noche pues hemos organizado un baile informal.
Silencio al otro extremo, y después la voz pareció ponerse más grave:
—¿Lynne, no tendrás puesto ese vestido…?
—No.
—Ah.
Después de una pausa Lynne preguntó:
—¿Estás solo, Chris?
—Sí, mi madre salió y mi padre está de viaje. Me siento terriblemente
solo, Lynne.
Ella sintió que su corazón clamaba por él. Tenía ganas de decirle:
«Chris, yo también. Cómo quisiera estar a tu lado», pero todo lo que dijo
fue:
—¿Has visto a… a la señorita Castella?
—Desafortunadamente no, porque está de viaje. Según mi madre
regresa mañana, por lo que espero verla entonces.
—Chris, me tengo que ir, John ha venido a buscarme.
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***
Por fin concluyó la sesión del domingo por la mañana.
Inmediatamente después de la comida Lynne subió a cambiarse. Se puso
un pantalón azul y un jersey blanco de cuello alto, y encima el anorak
azul.
Bajó al vestíbulo con un pequeño bolso de viaje. A las dos y cuarto
exactamente vio que Chris aparcaba a la entrada. Se acercó a ella con
paso firme y tomándola por sorpresa le puso las manos en la cintura y la
atrajo hacia sí.
Después, sonriéndole dijo en voz alta:
—Hola, querida —después levantó la vista por encima de la cabeza de
Lynne y saludó a alguien—. Buenas tardes —dijo con una sonrisa que era
casi una mueca, y mirando tiernamente a Lynne añadió—: ¿Lista, tesoro?
Cogió el bolso de Lynne y la condujo hacia la puerta. Al llegar ella se
volvió y vio a John Holwick parado observándolos con ojos incrédulos y
tristes a la vez.
—¡Dios mío! —exclamó Lynne mientras bajaban los escalones cogidos
de la mano—. Yo le dije el otro día que no eras mi novio.
—Sé que lo hiciste, te oí —Chris sonreía feliz.
—Pero es cierto.
—De acuerdo, es cierto.
Lynne se soltó de su mano y él no intentó retenerla, tenía los ojos
llenos de lágrimas. Después la ayudó a subir al coche, puso el bolso en el
asiento de atrás, y cuando pasaban delante de la puerta Lynne vio a John
Holwick parado observándolos desconcertado.
—¡Pobre John! Le he dejado plantado.
—Mi corazón llora por él —el sarcasmo irritó a Lynne sobremanera—.
Pronto descubrirá que hay muchos más peces en el agua.
Mientras se dirigían hacia el campo abierto Chris volvió a referirse al
tema con un dejo burlón en la voz:
—Hay una sola forma de salir de tu dilema. Cuando regreses le dices
que no soy tu novio, que soy tu esposo.
Furiosa Lynne se volvió hacia él.
—Si no estuvieras conduciendo te arreglaría las cuentas.
Chris se carcajeó.
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—Querida, habría cambiado todo. Sabes, yo toqué esa música para ti,
una especie de disculpa por la manera imperdonable en que te traté aquel
día en la sala de música. Y cuando ni siquiera aplaudiste yo lo tomé como
una manera de rechazar mi disculpa.
—Pues, te aseguro que esa no fue mi intención, Chris.
Él rozó los labios de ella con los suyos y después se sentó.
—Cuando lleguemos a casa, no te sorprendas de la reacción de mi
madre al verte. Yo le dije que eras una maestra de escuela tan dedicada a
tu trabajo que deseabas pasar la mitad de tus vacaciones asistiendo a una
conferencia. Seguramente ella espera encontrarse con una mujer de
mediana edad, que lleva faldas muy largas y que no sepa hablar de otra
cosa que de educación. Será interesante ver su reacción cuando
aparezcas.
A Lynne le resultó graciosa la broma.
—Yo les dije a mis padres que tú eras un inspector de Su Majestad, lo
que te pone de inmediato en edad de jubilarte y con ideas muy atrasadas.
Les alegró mucho la idea de que yo viajara tantas millas con un hombre
que podría ser mi abuelo —ambos rieron largo rato y después Lynne
preguntó—: ¿De qué hablarás en la conferencia, Chris?
—Es un secreto. Tendrás que esperar hasta el martes.
—Está muy bien eso de realizar conferencias en lugares tan
maravillosos —murmuró Lynne—, cada vez que uno se siente aburrido
puede mirar por la ventana y disfrutar del paisaje. Ya conozco la vista
bastante bien en el tiempo que llevo.
—No se te ocurra hacer eso el martes cuando yo esté presentando mi
ponencia, señorita, porque si descubro que tienes los ojos perdidos
mientras yo hablo, tomaré medidas punitivas más tarde. Recuerda que
soy yo el que te llevará de regreso al sur el martes.
Lynne sonrió y su voz era provocativa.
—¿De veras? La verdad es que no he pensado sobre ese asunto.
—¿No me digas? Pues has de saber que te llevaré conmigo aun en
contra de tu opinión. ¿Comprendes? Tendré que comer con el resto de los
conferenciantes, lamentablemente no podré comer contigo, pero me
reuniré contigo inmediatamente después. Esta vez haremos el viaje
directamente sin necesidad de parar a dormir.
Ella volvió a sonreír.
—Tengo que pensar la propuesta, y le haré saber mi decisión a su
debido tiempo. Quién sabe, a lo mejor prefiero regresar sola en tren.
Él se inclinó sobre Lynne y con labios apretados dijo:
—Si estás tratando de provocarme, he de decirte que lo has logrado.
Moviéndose con toda rapidez, la cogió de las manos y la besó
apasionadamente, después levantó la cabeza y la miró a los ojos hasta
que sus miradas parecieron fundirse, después de lo cual volvió a besarla.
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Ella le colocó los brazos alrededor del cuello y así se quedaron largo
tiempo.
A medida que pasaba el tiempo una vocecita en el interior de Lynne
le decía: «No es tuyo, nunca podrá serlo. Acaba todo esto antes de que te
lastime demasiado.»
Chris, percatándose de su alejamiento, levantó la cabeza. Parecía
mareado, y se tiró de espaldas sobre el césped con la mano sobre los ojos.
Después de un largo silencio murmuró:
—Perdóname, Lynne. Lo siento, por favor perdóname.
Repetía las palabras como si estuviera delirando. ¿Perdonarlo por
esos momentos de éxtasis, por ese beso que estuvo a punto de destruir
para siempre la barrera que los separaba?
A medida que pasaban los minutos y Lynne lo veía tirado junto a ella,
sintió que la desesperación se apoderaba de su ser. Él la había dejado a
un lado, la barrera entre ambos parecía más infranqueable que nunca.
¿Qué había hecho ahora?
Lo miró, y supo que ese tiempo pasado junto a él en el páramo la
había decidido por completo respecto a Ken. Sabía ahora que no
importaba lo que sucediera con la amistad de Chris, jamás podría casarse
con Ken. Y como éste era un momento de enfrentarse a realidades,
también tuvo que aceptar que se había enamorado de un hombre que sólo
la consideraba un «bocado tentador».
Chris se sentó, y sonriendo se llevó la mano de ella a los labios y la
besó.
—Ya nos vamos.
Mientras se ponía otra vez el jersey y se colgaba la bolsa de la comida
al hombro, parecía preocupado.
—Debo ver a Ángel esta misma noche —murmuró como para sí
mismo.
Y allí estaba otra vez esa mujer. Después de todo lo sucedido entre
ellos sus pensamientos y esperanzas estaban con Ángel.
Lynne se desesperó y se maldijo por haber aceptado salir con él,
sabiendo cuáles serían las consecuencias.
Descendieron la colina caminando a cierta distancia el uno del otro, y
cuando estaban llegando al coche Lynne preguntó algo avergonzada:
—¿Te importa, Chris, si me cambio en el coche antes de que nos
vayamos? No puedo llegar a la casa de tu madre con estas fachas.
Chris la miró y sonrió.
—Estás perfectamente bien para mí, pero si prefieres cambiarte hazlo
con toda tranquilidad. Yo me iré a dar una vuelta hasta que estés lista.
En cuanto se hubo alejado Lynne se volvió a poner el traje azul claro,
se cambió los zapatos y se retocó el maquillaje, además de arreglarse el
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Capítulo 8
—Lynne, baja a conocer a Ángel —gritó Chris mientras abría la puerta
y salía a buscarla. Cuando ella comenzó a bajar las escaleras lo oyó decir:
—Ángel, por fin. He hecho lo imposible para ponerme en contacto
contigo desde el jueves. ¿Cómo estás, querida?
Le rodeó la cintura con los brazos al inclinarse a besarle la mejilla, y
ella levantó las manos y se las puso sobre los hombros.
—Chris, querido —y una sonrisa encantadora se dibujó en sus labios
al mirarlo. Ángel tenía el pelo rubio y lo llevaba suelto sobre sus hombros.
Estaba mucho más bonita ahora que en las fotografías de su juventud. Los
ojos le brillaban ante el efusivo recibimiento de Chris.
—Gracias por tu carta, querido. Debemos hablar muy pronto.
—Ésta es Lynne —y cogiéndole la mano la colocó en la de Ángela—.
Ésta es Ángel, Lynne. ¿No crees que le hace honor a su nombre?
—Así que ésta es Lynne —sus ojos la observaron cariñosamente—. No
hagas caso de sus piropos, Lynne. Son muy efusivos pero sin importancia.
Al fin te conozco… he sabido de ti de una forma… o de otra.
«¡Qué bonita es!», pensó Lynne mientras la saludaba, «tan
encantadora y llena de gracia. ¿Cómo puedo odiarla a pesar de que me
está quitando la alegría de vivir?»
En ese momento apareció la señora York y Ángela la abrazó
afectuosamente. Luego todos pasaron a la sala y Ángela le dijo a Chris:
—Querido, ¿puedo pedirte un favor? Después de la cena, ¿podrías
venir conmigo a ver un piano que está en venta y que interesa mucho a la
hermana de Francis? —volviéndose hacia Lynne dijo—: Francis Boulton es
mi administrador, él cuida de todas mis cosas. Creo haberte contado,
Chris, lo mucho que ansia Marianne un piano en su nueva casa. Éste
parece tan bueno que sería una lástima dejar pasar la oportunidad —y
poniéndole una mano sobre el brazo añadió—: ¿Serías tan amable de
darnos tu opinión? Si dejamos pasar mucho tiempo lo perderemos. Esta
tarde encontramos la casa y quedamos en ver el piano esta noche. Es una
gran casa de campo a unos diez kilómetros de aquí.
Chris la miró indulgente y repuso:
—Sabes que nunca podría negarme a un ruego así —y mirando a
Lynne preguntó—: ¿Te molestaría que te dejara un rato después de la
cena? Estaré de vuelta para llevarte al salón de conferencias, ya que la
exposición no comienza hasta las ocho y media.
—Por favor, ve y no te preocupes por mí.
Después charlaron un rato hasta que la señora York los invitó a
ocupar sus lugares en la mesa. La gran mesa estaba puesta con todo lujo.
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Había manteles individuales, los cubiertos relucían al igual que los vasos y
candelabros de cristal.
Lynne se preguntó si Chris y sus padres habían vivido siempre con
tanta elegancia. Y si ésta era la forma en que él deseaba tener su casa,
entonces Ángela estaba hecha a la medida para él.
«Somos tan informales en casa», pensaba Lynne, «que no veo de qué
manera podría Chris sentirse bien entre nosotros.» Pero sabía que jamás
vería la vieja casona de Kent.
De pronto oyó que la señora York se dirigía a ella.
—¿Eres maestra, querida? ¿Y te gusta enseñar?
—Me encanta, señora York. Es algo que quise hacer desde pequeña.
—Es muy poco común que desde una temprana edad uno pueda
saber qué es lo que realmente quiere ser de adulto. Yo creo que lo tuyo se
llama vocación congénita.
Lynne era consciente de que Chris escuchaba con atención.
—De alguna forma supongo que lo es. Cuando tenía seis años tenía
una escuela propia. Solía sentar a mis muñecas, unas veinte en
semicírculo, y con una pizarra y tiza les «enseñaba» lo que yo estaba
aprendiendo en la escuela.
—Empezaste de joven —comentó Chris observándola detenidamente
—, con razón eres una maestra nata.
Lynne lo miró perpleja.
—¿Tú eres el que dice eso a pesar de todo lo que ha sucedido? Debes
estar bromeando.
—Lo afirmo, y te aseguro que no estoy bromeando.
La señora York y Ángela los miraban con tanto interés que Lynne se
ruborizó y miró hacia otra parte. Esa conversación tenía que terminar
antes de que se pusieran de manifiesto demasiadas cosas. Presintiendo el
peligro, la señora York salió en su auxilio.
—Tu anécdota me recuerda tanto a Chris, porque él también comenzó
temprano. Empezó a estudiar piano a los siete años; a los doce ya tocaba
en conciertos en las escuelas, y a los dieciocho era solista de numerosas
orquestas. Durante años no hizo otra cosa que dedicarse a la música.
Ganó numerosas copas, trofeos y premios, pero después renunció a todo.
—Y si buscas mis trofeos —le murmuró a Lynne—, no los encontrarás.
Están guardados bajo llave en el armario. ¿Y sabes por qué?, porque nadie
quiere limpiarlos.
Todos rieron y la señora York negó que eso fuera cierto.
—¿Y por qué renunciaste a todo, Chris?
—¿Me preguntas porqué, Lynne? —y se puso a juguetear con el vaso
—. Pensé, que era un trabajo demasiado azaroso para un hombre que un
día tendría esposa y hogar propios; por eso quise buscar un trabajo más
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—Oh, no, querida, no, no hay ninguna necesidad, para eso está la
asistenta. ¿Te gustaría ver los jardines? Están muy hermosos en esta
época del año.
Los jardines eran muy grandes y en cuanto salieron Lynne se sintió
inundada por el perfume de las diferentes flores. También había árboles
frutales, enormes arcos cubiertos de rosas trepadoras además de una
fuente cuyo agua salía de una figura que representaba a un niño. En el
fondo había una huerta y más atrás un invernadero.
—No vayas a creer que yo cuido todas estas plantas. Es un hobby de
mi marido; su trabajo lo pone tan tenso que parece encontrar en esto una
forma de relajarse tanto física como mentalmente. Cuando él no está,
como ahora que ha tenido que viajar a América del Sur, yo quito las
hierbas y lo limpio un poco, pero en realidad es sólo un trabajo simbólico.
—Mi padre no suele tener tiempo para el jardín, él es maestro al igual
que yo, y es mi madre la que se dedica a la jardinería.
—Ah, es maestro, entonces tú le sigues los pasos.
—Tal vez, aunque la materia de él es completamente diferente a la
mía. Es profesor de matemáticas, materia en la que soy bastante negada.
De pronto el sonido del teléfono irrumpió en la paz y tranquilidad, y la
señora York corrió a contestar.
—¿No podrás estar de vuelta a tiempo? ¿Por qué? —Lynne se puso
tensa—. Entiendo, se lo diré. ¿Es bueno el piano? Entonces valió la pena el
viaje. Dale mis recuerdos a Ángela y dile que estaré encantada de tenerla
en casa en cualquier momento durante sus horas libres. Sí, no te
preocupes, le diré a Lynne que lo sientes. Yo misma la llevaré a la
conferencia.
Una ola de desesperación invadió a Lynne, pero trató de disimular
frente a la señora York.
—Llamó Chris para decir que han tardado más de lo previsto en la
casa en donde tienen el piano en venta. Parece que lo han comprado y
que de allí se van a casa de Ángela. Me pidió que te llevara de vuelta, lo
que haré con sumo placer.
—Por favor no se moleste, señora York. Seguramente debe haber un
autobús que pueda coger.
—Querida, tengo mi propio coche y no será molestia alguna; dime, a
qué hora quieres salir.
Lynne miró el reloj.
—¿Podríamos salir ahora? Quisiera escribir algunas notas antes de
que comience el debate.
—Perfecto. Sacaré el coche del garaje.
Cuando ya salían a la angosta carretera la señora York dijo:
—Espero que algún día me perdones por lo que te voy a decir,
querida, pero en estas circunstancias creo que debo hacerlo —mientras
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Cuando llegó al Dales Hall, Lynne no pudo dar rienda suelta a sus
lágrimas. John Holwick la estaba esperando en el salón de entrada y
tragándose la tristeza lo saludó con una sonrisa.
—¿Pasaste una tarde agradable? —su trato era un poco más distante
de lo que había sido los días anteriores.
Mientras se dirigían a la sala de conferencias, la tristeza de Lynne se
convirtió en rabia al recordar la forma en que Chris se había comportado
frente a John, y fue la rabia lo que la hizo mantenerse en pie los dos días
siguientes.
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Capítulo 9
Pero el tiempo demostró ser una cura muy lenta. A finales de esa
semana comenzó a experimentar una desesperada añoranza por aquel
hombre a quien trataba por todos los medios de olvidar. El dolor de pensar
que no lo volvería a ver o que aunque lo viera no había ninguna
posibilidad de relación entre ellos, la consumía totalmente.
Para estar ocupada se dedicaba a cuidar las plantas. Era sábado y
faltaba poco tiempo para la hora del té; Lynne estaba de rodillas quitando
hierbas que crecían entre las flores. Tenía puestos los pantalones rojos y
el jersey del mismo color, a pesar de que cuando se vistió pensó que tal
vez se ensuciaría, pero los otros pantalones aún no le habían llegado,
porque Chris los iba a enviar a la pensión de Mildenhead.
Se sentó en cuclillas observando la zona que ya había limpiado de
hierbas y lo que aún le faltaba. En algún lugar cercano se oyó que se
detenía un coche. Lynne suspiró contenta por su trabajo, y poniéndose de
pie se quitó los guantes que usaba para trabajar. Mientras lo hacía
escuchó pasos que se dirigían hacia la puerta de entrada. No se dio la
vuelta para ver quién era porque sabía que su madre esperaba a alguien.
De pronto los pasos cesaron, y los oyó como si alguien se estuviera
acercando. Se quedó quieta, los nervios tensos, diciéndose a sí misma que
era otra ilusión, que hasta en ese momento estaba tratando de creer que
lo imposible podía llegar a suceder, y que él de alguna manera había
descubierto su dirección y la había venido a buscar.
Un hombre estaba parado junto a ella, y cuando levantó la vista para
ver quién era se quedó perpleja. Se hubiera caído si dos brazos fuertes no
la hubieran sostenido. Se puso de pie y lo contempló transfigurada.
—¡Chris! —lo dijo en un hilo de voz, y Lynne no podía dar crédito a
sus ojos.
—Lynne, siento haberte asustado.
Los ojos de él estaban posados en el rostro de ella como si trataran
de memorizar cada uno de sus rasgos. Pero la realidad se interpuso. Lynne
recordó que Chris jamás sería para ella, y corriendo la cortina sobre sus
ojos, levantó una enorme barrera de indiferencia.
—¿Cómo diablos conseguiste mi dirección? —preguntó tratando de
mostrarse indiferente.
—A través de métodos tortuosos —hablaba casi como un extraño—.
Como es lógico, comencé con la señora de la pensión, pero ella no supo
decirme nada. Sabía que vivías en Kent, en algún lugar que comenzaba
con « S ». Después llamé a Mary, pero me dijo la dueña de la casa que no
estaba.
Además me dio una excelente noticia. ¿Sabías que Mary está de luna
de miel?
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Abrió los brazos, y como atraída por un poderoso imán, Lynne se puso
de pie y se arrojó a sus brazos. Se miraron a los ojos sintiendo una alegría
imposible de poner en palabras. Los labios de él le acariciaron las mejillas,
los ojos y el cuello.
—Tesoro. Te amo, te deseo apasionadamente, y pase lo que pase me
casaré contigo —y apretándola contra su cuerpo la besó hasta dejarla casi
sin aliento—. Dime que me quieres y que te casarás conmigo —y ella
murmuró las palabras que él quería escuchar. Después Chris la sentó junto
a él en el sillón y volvió a besarla.
Minutos después, cuando Lynne logró hablar con cierta coherencia,
aún no estaba completamente convencida.
—Pero Chris, tu madre me dijo que te ibas a casar con Ángela.
—Cariño, mi madre estaba equivocada. No tenía ningún derecho a
decirte las cosas que te dijo. Yo no supe qué había sucedido contigo hasta
que llegué a casa furioso después de recibir tu nota. Yo estaba muy
enfadado y me descargué con ella, especialmente después de escuchar lo
que ambas os habíais dicho. Después la tuve que perdonar, y en un
minuto te diré por qué. Los planes de boda que discutí con ella no se
referían a Ángela sino a ti, pero yo no podía nombrarte, sobre todo porque
aún no te había pedido matrimonio —sonrió indulgente—, pensaba hacerlo
durante el viaje de regreso, ahora comprenderás porqué estaba tan
ansioso de que vinieras conmigo… Por otra parte, Ángela ya está casada.
—¿Ángela casada?
—Sí, se casó con su administrador, Francis Boulton hace dos
semanas. Yo lo conocí el domingo pasado, y esa fue la razón por la cual
me demoré y no te pude llevar a la conferencia. Se casaron en secreto y
decidieron no anunciarlo públicamente hasta no hablar conmigo. Esto nos
lleva a muchos años atrás —le alisó los cabellos y le dio un beso en la
frente—, éramos muy buenos amigos, y muy jóvenes. Ángela tenía toda la
carrera por delante y por eso no deseaba comprometerse en asuntos
amorosos, y sugirió que si decíamos que estábamos «comprometidos», la
prensa dejaría en paz su vida privada. Pero como ya sabes, no la dejaron
en paz, y cuando descubrimos este hecho, Ángela descubrió que era
bueno tener a la prensa y al público pendientes de ella, y como yo no
tenía ningún compromiso emocional, decidí seguirle el juego. Yo estaba
solo y sin compromiso hasta que conocí a una maestrita de inglés, no hace
mucho tiempo en la escuela que yo estaba inspeccionando. Era bonita, e
inteligente, y supe desde el primer momento que era la chica con quien
quería casarme —la levantó en brazos y la puso sobre sus piernas, los
brazos de Lynne lo rodearon y hubo silencio por un largo rato.
Cuando por fin se separaron, ella lo miró con ojos soñadores y dijo:
—Cuéntame más. Dime por qué estabas tan contento de ver a Ángela
el domingo pasado.
—Porque, amor mío, sabía que eso significaría verme libre de nuestro
trato. Ya le había contado en una carta acerca de la muchacha a la que
amaba, pero lo que yo no sabía era que debido a su boda, nuestro pacto
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