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PR Didac 0105
PR Didac 0105
DE LA RELIGIÓN
(parte 1)
LA IGLESIA, RESPONSABLE
DE LA EDUCACIÓN EN LA FE
Este Tema es en su mayor parte deudor del Capítulo 20 del libro Introducción a la pedagogía de la fe (Eunsa, Pamplona 2001, pp. 383-403) de los
autores: J. Pujol, A. Gil, M. Blanco y F. Domingo.
La Iglesia tiene la misión de anunciar el Evangelio por todo el mundo, siguiendo el mandato
de Jesús. Él mismo eligió a los Doce que vivieron con Él —comunión— y los envió a predicar
el Reino de Dios —misión1. Desde entonces los cristianos tienen conciencia de esta misma
misión, que ni el tiempo ni el espacio pueden limitar, por pertenecer a la Iglesia, misterio
de comunión y misión, que es una y universal, sin límites ni fronteras.
La Iglesia de Jesucristo, una y universal, se hace presente en cada una de las Iglesias
particulares presididas por su obispo. Ahora bien, la Iglesia universal no es la suma de las
Iglesias particulares, sino la comunión de estas Iglesias esparcidas por el mundo. Esta
comunión eclesial es posible gracias a la comunión de los obispos con el Papa, quien por
su ministerio primacial, garantiza la unidad del Pueblo de Dios y, con ella, la legítima diver-
sidad local.
El anuncio del Evangelio y la Eucaristía son los dos pilares sobre los que se edifica y en torno
a los cuales se congrega la Iglesia particular. Al igual que la Iglesia universal, también ella
existe para evangelizar. Cada diócesis, mediante su acción evangelizadora de la catequesis y
la educación en la fe, ofrece a todos sus miembros y a todos los que se acercan con el deseo
de entregarse a Jesucristo, un proceso formativo que les permite conocer, celebrar, vivir y
anunciar el Evangelio dentro de su propio horizonte cultural. De esta manera, la confesión de
fe puede ser proclamada por los discípulos de Cristo en su propia lengua2.
1 Cf. Mc 3,13-19.
2 Cf. DCG (1997) 217-218.
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TEMA
LA IGLESIA, RESPONSABLE DE LA EDUCACIÓN EN LA FE
El ministerio de la Palabra divina se realiza de diversas formas que sirven para llevar a
cabo sus funciones específicas:
1. La convocatoria y llamada a la fe, que se realiza por medio del primer anuncio, o
predicación misionera, dirigido a los no creyentes, sean o no bautizados o que viven
al margen de la fe cristiana. También pertenece a esta función el despertar religioso
de los niños ya bautizados en la familia cristiana y el de otras personas mayores bau-
tizadas que nunca se han iniciado en la fe.
2. La iniciación en la vida cristiana, que se realiza fundamentalmente por la ca-
tequesis pre y post bautismal. Son formas principales de la educación en la fe: el
catecumenado o la catequesis de adultos no bautizados; la catequesis de adultos
ya bautizados, pero que deseen volver a la fe o necesitan completar su iniciación; la
catequesis de niños, adolescentes y jóvenes; la educación cristiana en la familia y la
enseñanza religiosa escolar, ya que tiene carácter de iniciación.
3. La educación permanente de la fe, que adopta formas muy diversas: a veces
sistemáticas, otras ocasionales; individuales y comunitarias; organizadas y espontá-
neas; etc.
4. La función litúrgica, donde el ministerio de la Palabra se realiza dentro de la cele-
bración sagrada y como parte de la misma. La forma eminente es la homilía.
5. La función teológica, que trata de desarrollar la inteligencia de la fe por medio de
la enseñanza sistemática y la investigación científica de las verdades de la fe.
Estas cinco funciones del ministerio de la Palabra, con sus formas correspondientes, en-
tran de lleno en el proceso de evangelización que la Iglesia lleva a cabo, sin reducirse a
compartimentos estancos, pues muchas de las funciones enunciadas se implican mutua-
mente o asumen más de una función.
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El ministerio de la Palabra tiene por tanto en cada modalidad sus formas, un carácter pro-
pio, que deriva de su propia especificidad dentro del proceso de la evangelización. Así, la
tarea del catequista y del educador de la fe, difiere de la de otros agentes de la pastoral
(litúrgica, caritativa, social...) aunque, obviamente, ha de actuar en coordinación con ellos.
Pero la comunidad cristiana no sólo entrega mucho al grupo de los educandos, sino que
también recibe mucho de ellos. Los nuevos convertidos, sobre todo los jóvenes y adultos,
al convertirse a Jesucristo, aportan a la comunidad que los acoge una nueva riqueza hu-
mana y religiosa. Así, la comunidad crece y se desarrolla, porque cualquier proyecto forma-
tivo conduce a la madurez de la misma comunidad como tal.
“Los obispos han sido constituidos por el Espíritu Santo, que les ha sido dado, verda-
deros y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores”7.
5 Por ejemplo, en referencia a la catequesis indica el Directorio: “El ‘sujeto’ de las grandes acciones evangeliza-
doras es la Iglesia particular. Es ella la que anuncia, la que transmite el Evangelio, la que celebra,... Los agentes ‘sirven’
a ese ministerio y actúan ‘en nombre de la Iglesia’. Las implicaciones teológicas, espirituales y pastorales de esta ‘ecle-
sialidad’ de la catequesis son grandes” (DCG (1997) 219).
6 Cf. AG 14. En este mismo sentido se expresa CT 16: “La catequesis ha sido siempre y seguirá sien-
do una obra de la que la Iglesia entera debe sentirse y querer ser responsable”. Cf. también en MPD 12;
RICA 12; CIC 774; Cf. DCG (1997) 229.
7 CD 2.
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Cada obispo, en su Iglesia particular, ejercita inmediatamente, en virtud del derecho divi-
no, el deber de enseñar. Por tanto, él es en la diócesis la primera autoridad responsable
de la catequesis y de la formación religiosa. Como señala el Código de Derecho Canónico,
“siguiendo las prescripciones de la Sede Apostólica, corresponde al obispo diocesano dic-
tar normas sobre la catequesis y procurar que se disponga de instrumentos adecuados
para la misma, incluso editando un catecismo, si parece oportuno; así como fomentar y
coordinar las iniciativas catequísticas”8.
Los obispos diocesanos son los “primeros responsables de la catequesis; los catequistas
por excelencia”, dirá Juan Pablo II9, y los que “fomentan y coordinan”, como se ha leído en
el Código, las iniciativas catequéticas en su diócesis.
El Directorio general para la catequesis indica que esta preocupación por la actividad cate-
quética llevará al obispo a asumir la alta dirección de la catequesis en su Iglesia particular,
lo cual implica asegurar en su Iglesia la prioridad efectiva de una educación de la fe activa
y eficaz, promoviendo la participación de las personas, de los medios e instrumentos, así
como de los recursos económicos necesarios. Debe ejercer la solicitud por este ejercicio
con una participación directa en la transmisión del Evangelio a los fieles, velando al mismo
tiempo por la autenticidad de la confesión de fe y por la calidad de los textos e instru-
mentos que deban utilizarse. Tendrá que suscitar y mantener una verdadera mística de
la transmisión de la fe; pero una mística que se encarne en una organización adecuada y
eficaz, actuando con el convencimiento profundo de la importancia de este servicio para la
vida cristiana de su diócesis. El obispo debe cuidar de que los agentes se preparen de la
forma debida para esta función, de suerte que conozcan con claridad el mensaje cristiano
y aprendan teórica y prácticamente las peculiaridades psicológicas y pedagógicas de la
educación religiosa.
Este servicio han de realizarlo en cualquier circunstancia: “lo mismo si tenéis un encargo
parroquial que si sois capellanes en una escuela, instituto o universidad, si sois responsa-
bles de la pastoral a cualquier nivel (...) la Iglesia espera de vosotros que no dejéis nada por
hacer con miras a una obra catequética bien estructurada y bien orientada”11.
8 CIC 775.
9 CT 63.
10 PO 4.
11 CT 64.
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Con respecto a la educación cristiana familiar, los sacerdotes han de ayudar a los padres
cristianos en su tarea, creando los cauces y medios necesarios para su adecuada prepa-
ración. Su vinculación con la catequesis de la comunidad y la relación de la parroquia con
la escuela darán lugar a iniciativas encaminadas a este objetivo formativo13.
En la pastoral educativa escolar, son muchas las acciones que puede promover el sacer-
dote tanto desde su responsabilidad parroquial como desde otras instancias, prestando
ayuda a las personas implicadas en las tareas escolares y coordinando sus esfuerzos. En-
tre sus aportaciones pueden destacarse16 las relativas a los padres de alumnos; por ejem-
plo, responsabilizándoles en sus derechos y deberes, fomentando su participación en las
asociaciones de padres de alumnos, inspirando escuelas de padres, etc.; las orientadas
a los profesores, y especialmente a suscitar nuevos profesores de religión, a programar
encuentros formativos periódicos de profesores, y a orientarles en su trabajo; y aquellas
dirigidas a los alumnos, a fin de vincular más estrechamente la catequesis y la enseñanza
religiosa escolar, y para ayudarles a asumir con madurez su compromiso cristiano en la
propia vida escolar.
12 Nos referimos a El sacerdote y la catequesis (Edice, Madrid 1992, 323 pp.) y El sacerdote y la educación.
Orientaciones pastorales sobre el ministerio de los sacerdotes en la acción educativa (18.I.1987, Edice, Madrid 1987,
151 pp.).
13 Cf. SE 53.
14 PO 6.
15 Cf. SE 54-55.
16 Cf. SE 57-67.
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Como pastor del pueblo de Dios, el sacerdote ha de ayudar a cada uno de los cristianos
dedicados a la enseñanza a “cultivar su propia vocación”18. Esta es la cualidad primera
del pastor: “Es importante descubrir el carisma de cada uno: la manera propia de educar
de cada profesor y la vocación de cada alumno en la vida”19. Le corresponde también la
responsabilidad de velar por la calidad de la enseñanza religiosa del centro educativo que
tiene encomendado por motivos docentes o pastorales, asegurando la rectitud de criterio
de su ideario, el desarrollo de los programas y la realización de las actividades relativas
a la educación en la fe. En toda la actividad que realiza ha de ser instrumento de unidad
en el ámbito escolar, situando su tarea en sintonía con los organismos diocesanos y fo-
mentando, al mismo tiempo, la colaboración responsable de otras personas, religiosos y
laicos, que tengan una competencia específica. Sus iniciativas de pastor harán que en el
centro en que colabora, y en su misma parroquia, fomente los medios necesarios para la
formación de los educadores en la fe.
La función de ministro del culto introduce en la pastoral educativa escolar una dimensión
de fe que la empapa de hondo sentido religioso. Lo expresa el mismo documento que se
cita, señalando que la renovación de los compromisos bautismales, el sacramento de la
confirmación, las celebraciones penitenciales y por supuesto la eucaristía, están íntima-
mente ligadas, para los cristianos dedicados a la enseñanza, a la ingente tarea de la evan-
gelización de la cultura.
En ocasiones, para que el sacerdote no sea ajeno al claustro de profesores del centro es-
colar, puede ser nombrado Asesor o responsable religioso del centro. Esta figura, prevista
en la legislación, está definida en España, y establece, entre otras cosas, lo siguiente: “La
jerarquía de la Iglesia, previo acuerdo con la dirección del centro o, en su caso, con la en-
tidad titular, podrá designar un asesor religioso que, ayudando a los profesores, promueva
y organice las actividades religiosas complementarias en uno o más centros. Estas activi-
dades serán voluntarias para los alumnos”20. Se trata de una figura que tiene un cometido
más amplio que el de un capellán o director espiritual, ya que, en la práctica, abarca la
totalidad de las funciones que puede ejercer un sacerdote, tanto con los alumnos como
con los profesores y los padres21.
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escolar, pero las posibilidades de su ministerio abarcan desde el primer anuncio del Evan-
gelio hasta la formación teológica de los laicos, impartida —por ejemplo— a los profesores
de religión o a los padres de los alumnos, incluyendo la homilía y actividades complemen-
tarias de catequesis para jóvenes y pastoral juvenil.
El sacerdote, sin salirse del marco que le es propio, debe reconocerse responsable de la
educación de la fe que se realiza en el centro educativo, dándose cuenta de que no es un
profesor de religión más que actúa junto con otros, sino que —en nombre del obispo— coor-
dina, anima e inspira el conjunto del anuncio evangelizador que se realiza en la escuela.
El sacerdote debe proponerse varios objetivos para su trabajo en el centro educativo, que,
aunque sean difíciles de alcanzar en algunos tipos de escuela, especialmente estatales, le
ayudarán a situar bien su tarea docente y su ministerio como presbítero. Así:
• Procurará integrarse en el claustro de profesores del centro para crear lazos perso-
nales y ayudar a que se valore la enseñanza religiosa en condiciones equiparables a las
demás disciplinas fundamentales.
• Buscará promover nuevos profesores de religión entre los profesores católicos del
centro escolar, facilitándoles los medios necesarios para que obtengan la titulación pre-
cisa.
22 SE 105.
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El sacerdote deber procurar también que se imparta catequesis para todos. “Todos los cre-
yentes tienen derecho a la catequesis; todos los pastores tienen el deber de impartirla”24.
El sacerdote debe garantizar la suficiente oferta catequética para los distintos sectores
de la comunidad necesitados de catequesis. Sería un reduccionismo lamentable atender
sólo a los niños, cuando hoy día los jóvenes y los adultos están tan necesitados de esta
formación básica e integral.
23 CF 42.
24 CT 64.
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dentro de la misión única de la Iglesia y poder decir con toda verdad con el Apóstol Pablo:
´Vivo, pero no yo, sino que es Cristo quien vive en mí´ (Gal 2,20)”25.
El religioso educador está llamado a ser evangelizador, y esta vocación se sitúa dentro de
la misión evangelizadora de la Iglesia. Su consagración religiosa impulsa a llevar a todos el
Evangelio, tarea a la que no puede renunciar.
El citado documento señala que la actuación del religioso educador tiene las siguientes
connotaciones:
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7. LOS LAICOS
El Código de Derecho Canónico señala que “en virtud del bautismo y de la confirmación,
los fieles laicos son testigos del anuncio evangélico con su palabra y el ejemplo de su vida
cristiana; también pueden ser llamados a cooperar con el obispo y con los presbíteros en
el ejercicio del ministerio de la Palabra”32.
Aunque en ocasiones algunos laicos por una particular llamada de la jerarquía asumen
funciones de educación en la fe que tienen un carácter oficial, su participación habitual
en la común tarea evangelizadora de la Iglesia les corresponde radicalmente por su con-
dición de cristianos.
El Concilio Vaticano II en el decreto sobre el apostolado de los laicos les aplica el título de
cooperadores de la verdad y les exhorta “a que cada uno, según sus cualidades persona-
les y la formación recibida, cumpla con suma diligencia la parte que le corresponde, según
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La acción de los laicos —padres, profesores y catequistas— tiene por consiguiente un ca-
rácter propio, el que corresponde a su situación personal, inscrita en unas condiciones
concretas del mundo. Participando de los mismos problemas —familiares, laborales, so-
ciales...— no sólo transmite el mensaje cristiano con su palabra, sino que además tiene su
mayor eficacia para la educación de la fe, porque es ejemplo vivo de espíritu cristiano en
las situaciones comunes o especiales de la vida diaria.
La Exhortación Apostólica de Juan Pablo II sobre la vocación y misión de los laicos en la Igle-
sia y el mundo ilumina los aspectos fundamentales de esta misión, señalando que la vida
personal puede y debe ser participación en la misión de la Iglesia, y señala precisamente
que “al compartir plenamente las condiciones de vida y de trabajo, las dificultades y
esperanzas de sus hermanos, los fieles laicos pueden llegar al corazón de sus vecinos,
amigos o colegas abriéndolo al horizonte total, al sentido pleno de la existencia huma-
na”34.
Por esta razón, los laicos pueden encontrar frecuentemente en su misma tarea profesio-
nal un cauce privilegiado para su misión en la transmisión de la fe. El documento concreta
que este servicio a la fe exige a los fieles laicos que se comprometan, en su ámbito pro-
fesional y social, en redescubrir y hacer redescubrir la dignidad inviolable de la persona
humana y, con ella, el derecho a la vida, la igualdad radical de todos los hombres, la parti-
cipación y solidaridad de los hombres entre sí.
En cualquier caso, “la Iglesia pide que los fieles laicos estén presentes, con la insignia de
la valentía y de la creatividad intelectual, en los puestos privilegiados de la cultura, como
son el mundo de la escuela y de la universidad, los ambientes de investigación científica y
técnica, los lugares de la creación artística y de la reflexión humanista”37.
TEMA
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dejen, por tanto, de cultivar las cualidades y las dotes otorgadas (...) y de servirse de los
propios dones recibidos del Espíritu Santo”39.
Todos los laicos, por razón del bautismo, están llamados a transmitir el Evangelio y a
preocuparse por la fe de sus hermanos: deben profesar la fe, vivirla, testimoniarla y ce-
lebrarla. Ahora bien, algunos toman parte muy activa y específica según su propia misión
y carisma, con una “responsabilidad común y diferenciada”40. Entre estas competencias
diferenciadas se encuentran, como se ha visto, las de los fieles que son catequistas o
profesores.
Las estructuras eclesiales al servicio de la educación en la fe son las que ofrecen la Santa
Sede, la Conferencia Episcopal, cada diócesis y, en algunos casos, el servicio de colabora-
ción interdiocesano.
39 AA 4.
40 Cf. CT 16.
41Cf. AG 38; CIC 756.
42Cf. DCG (1997) 270; Cf. JUAN PABLO II, Alocución A los obispos de Estados Unidos de América (16
Septiembre 1987) 4: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, X, 3 (1987) 556. La expresión ha sido recogida por
la CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Communionis Notio 13: AAS 85/1993, 846.
43 Constitución Apostólica Pastor Bonus, art. 1. Esta Constitución (28 Junio 1988) trata de la reforma
de la Curia Romana que fue pedida por el Concilio: Cf. CD 9. Una primera reforma fue promulgada con la
Constitución Apostólica de Pablo VI Regimini Ecclesiae universae (18 agosto 1967): AAS 59 (1967) pp.
885-928: Cf. DCG (1997) 270.
44 DCG (1971) 133.
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1. Servir a las necesidades educativas y catequéticas que afectan a todas las dióce-
sis del territorio. Le conciernen las publicaciones que tengan importancia nacional,
los congresos nacionales, las relaciones con los medios de comunicación social y,
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en general, todos aquellos trabajos y tareas que exceden las posibilidades de cada
diócesis o región;
2. Estar al servicio de las diócesis y regiones para difundir las informaciones y pro-
yectos educativos y catequéticos, coordinar la acción y ayudar a las diócesis menos
promocionadas en estas materias.
Si el Episcopado correspondiente lo considera oportuno, compete además al Secretariado
o Centro nacional la coordinación de su propia actividad con la de otros Secretariados y
otras instituciones de catequesis; al mismo tiempo, la colaboración con las actividades
catequéticas de ámbito internacional. Todo esto siempre como organismo de ayuda a los
obispos de la Conferencia Episcopal.
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9. CONCLUSIÓN
La Iglesia, madre y educadora, ejerce su misión en el mundo por medio de sus hijos. Cada
uno responde a esta vocación desde la condición eclesial en la que ha sido constituido,
desde el Romano Pontífice y los obispos en comunión con él hasta el último de los fieles.
El cumplimiento de esta misión en cada uno ha de hacerse ajustándose a la verdad que se
debe creer, a la caridad que se ha de practicar y a las bienaventuranzas que los cristianos
están llamados a esperar, y evitando toda tentación de individualismo y de autonomía no
condicionada.
Esta conciencia eclesial debe unir el quehacer específico y propio de quienes inciden en
la educación en la fe desde ámbitos distintos: la familia, la catequesis y la escuela. A ello
se refiere el Directorio cuando afirma que “la educación cristiana familiar, la catequesis y
la enseñanza religiosa escolar, cada una desde su carácter propio, están íntimamente re-
lacionadas dentro del servicio de la educación cristiana de niños, adolescentes y jóvenes.
En la práctica, sin embargo, deben tenerse en cuenta, diferentes elementos variables, que
puntualmente se presentan, a fin de proceder con realismo y prudencia pastoral en la apli-
cación de las orientaciones generales”55.