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Comentario Japonesada, por Marta Sanz

Japonesada es un artículo escrito por la famosa novelista y crítica literaria española Marta
Sanz. Se publicó el diez de junio de 2019 en la rúbrica de opinión del periódico “El País”.

Este artículo es una crítica a la sociedad futuresca japonesa, a su forma de vivir


completamente deshumanizada y alejada de sus costumbres. Marta Sanz busca
enseñarnos la superficialidad del país japonés que en un primer plano parece un país
perfecto, justo, seguro, tecnológicamente muy avanzado, y donde sus habitantes no
padecen de desempleo o de ninguna necesidad insatisfecha y por en tanto un modelo a
seguir par los países occidentales. Pero sin embargo, adentrándose un poco más en la
sociedad japonesa, la autora describe este país como un lugar emocionalmente muerto, en
el que sus habitantes se han convertido en esclavos modernos de un gobierno que los
sobreexplota tanto físicamente como mentalmente y les inculca la falta de empatía hacia el
otro y el desprecio a todo aquel que deje ver, o exprese sus sentimientos más personales.

Japonesada es un texto descriptivo ya que Sanz busca retratar y exponer Japón tal como lo
ha visto. La autora elige informarnos de la localización precisa de cada evento o curiosidad
que relata en su artículo:”Tokio” (l.8); “Shinjuku” (l.21); “Takeshita” (l.25); “Shibuya” (l.32).
Además, en este artículo las acciones son descritas de manera corta y eficaz, tal y como
son, permitiendo al lector crear en su imaginario una imagen precisa de lo que la autora vio
en aquel momento: “en el avión una japonesa se quita la máscara, se maquilla, no se la
vuelve a poner” (l.28-29). Aún sólo describiendo lo que vio, Sanz busca con esta frase
criticar la superficialidad y la gran importancia de la apariencia física en la sociedad
japonesa donde el estereotipo de belleza femenina sigue existiendo y es la norma. El motivo
por el que la japonesa en question lleva la mascarilla puesta es simplemente porque no iba
maquillada y seria para ella una gran humillación, y para los demás un signo de impudor y
casi de desrespecto, enseñar su rostro en público sin previamente esconder sus
imperfecciones, propias a cualquier ser humano mortal.

La autora es subjetiva. Introduce el texto escribiendo en la línea 4, “Comparto lo que siento.


Es uno derecho.” Con esta frase Sanz nos adelanta que lo que describe nos es únicamente
lo que ha visto sino también lo que ha sentido frente a ello. Si analizamos más de cerca esta
cita, la elección de añadir justo despues “Es un derecho” es debido a que, tras haber visto y
vivido en Japón la gran restricción social que existe frente a expresar sentimientos, la autora
siente la necesidad de ratificar uno de los derechos que tendría que ser fundamental en
cualquier democracia, la libertad de expresión en todos sus ámbitos. También, al principio
del artículo Sanz escribe: “He visto muchas cosas y he creído ver muchas otras” (l.3). Esta
frase nos da a entender que la autora va a tratar de describirnos lo que ha visto, pero
también va, de manera implícita, exponernos su punto de vista crítico o su interpretación de
lo vivido.

Marta Sanz escribe este artículo en primera persona del singular: “Comparto” (l.4); “adivino”
(l.21); “He estado” (l.32). No busca esconderse detrás de su texto sino que al contrario
asume plenamente su tesis. Por otra parte, no pretende involucrar al lector. Creo que esto
es debido a que es complicado compartir una experiencia de la cual uno mismo no sabe
bien que pensar y que en vez de nutrir y enriquecer nuestras ideas ya establecidas vuelve a
remplantearnos la esencia misma de estas.
De un punto de vista de unidad, este texto no tiene conectores y está constituido por frases
cortas. Esto proporciona al texto un cierto dinamismo y energía. También, la ausencia de
conectores crea una sensación de información instantánea y ayuda al lector a proyectarse
fácilmente en el Japón descrito por Sanz.

Siendo la escritora de este texto una de las críticas y novelistas españolas mas aclamadas
en el mundo de la literatura, el uso de léxico culto y juegos de palabras no podían faltar en
la composición de esta pieza. En efecto, Sanz empieza su artículo con una referencia
cultural citando a Sócrates, importante filósofo griego de antes de Cristo: “solo sé que no sé
nada” (l.2). A través del famoso dicho de este filósofo la escritora transmite al lector su gran
sentímiento de incertidumbre tras haber vivido cinco días en la realidad quotidiana de los
habitantes japoneses. También, podemos encontrar léxico culto: “primorosamente” (l.7);
“excrecencias” (l.7), “indumentaria” (l.26); y parenthesis cultas : “— el alma impregna los
objetos —“ (l.23); “— lo que hagas en esta vida te será devuelto en la otra —“ (l.24). Por lo
tanto podemos deducir que la autora se dirige a un público medio-culto. Por otra parte, la
sintaxis es simple, aunque Marta Sanz, quizás en un intento de acercamiento a la cultura
japonesa y a sus habitantes, incierta en algunas de sus frases palabras provenientes del
léxico japonés: “sashimi y sushi” (l.6); “anisakis” (l.6); “hikikomori” (l.35). Finalmente, Sanz
también hace uso del juego de palabras: “Los japoneses trabajan mucho; me cuentan que
algunos mueren frente a sus ordenadores. Cortocircuitó total”. La escritora invierte los roles
y pone por encima la tecnología al humano en base al progreso del país. No son los
ordenadores que cortocircuitan, como nos lo dictaría nuestro propio sentido común, sino los
humanos. Esto es una crítica a la sobre explotación de los habitantes japoneses que son
mentalmente y físicamente llevados a cabo por causa de las interminables horas de trabajo
que se les impone. Estos ya no son considerados en el sistema en el que viene como seres
humanos sino únicamente como herramientas de trabajo.

Por último, al final del artículo Sanz escribe una frase larga que rompe con la dinámica
establecida durante todo el texto. Esta frase esta constituida de una gran acumulación de
antítesis: el original de la copia; la tradición de la globalización, la realidad de los relatos, la
libertad de la esclavitud, lo honorable de lo cruel, la soledad del hikikomori del gregarismo,
el ombliguismo occidental al exotismo papanatas” (l. 33, 34, 35). Escribiendo esto la autora
busca transmitirnos el desamparo y la confusión que siente tras haber vivido la realidad de
una sociedad completamente futuresca y irreal y que sin embargo se encuentra aquí, en
nuestro mismo mundo, a algunas horas de avión. Un país con el que compartimos suelo,
aire y mar y que por lo tanto no comparte nuestros mismos valores y modos de vida. Por
último, el artículo finaliza con esta oración: “Y ya no sé qué puede ser el infierno y qué el
paraíso” (l.36). Esta frase resume lo que la autora busca desde el principio hacernos
entender con este artículo. Visto de fuera Japón puede parecer una utopía, pero
socialmente este país es una distopía. Podríamos comparar el país japonés a la novela “El
Dador” de Loys Lowry que narra la historia de una sociedad futuresca en el que todo parece
en un principio ser perfecto pero tras el tiempo nos damos cuenta que los habitantes,
completamente vacíos emocionalmente y sentimentalmente, no son realmente felices sino
esclavos de un sistema que los controla y manipula.

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