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“EL ESCULTISMO COLOMBIANO FORMADOR DE VALORES Y

PRINCIPIOS NOS HACE MEJORES CIUDADANOS.”

“A mi padre Bernardo Augusto Sotomayor López, y mi hermano Mario Alberto


Sotomayor Uribe, excelentes guías de vida y maravillosos scouts, a la fecha en
el Gran campamento eterno”.

En la maraña de recuerdos y anhelos, se entreteje la historia del escultismo en Colombia,


una historia que se desdibuja entre las sombras del olvido y la nostalgia. No es tarea
sencilla reconstruir este tejido de vivencias, sueños y enseñanzas, pues se ha visto
desgastado por el paso implacable del tiempo y la negligencia de quienes deberían
preservarlo al cuidado de sus archivos y libros.

Las fotografías, testigos mudos de épocas pasadas, apenas pueden susurrarnos


fragmentos de lo que una vez fue. La tradición oral, con sus relatos cargados de emoción
y sabiduría, se convierte en el eco distante de un pasado que se desvanece lentamente.Y
en este escenario, el olvido se alza como un fantasma que acecha, alimentado por la
indiferencia institucional y la falta de documentos que atestigüen los pasos dados por
aquellos que entregaron su tiempo y dedicación al escultismo colombiano.

La ausencia de archivos y fuentes históricas reales se convierte en un obstáculo


insalvable en el camino de quienes buscan comprender y aprender de esta rica tradición.
¿Cómo entender el presente y vislumbrar el futuro si se pierde el hilo conductor del
pasado? No se logra es claro.

Más allá de los registros y documentos perdidos, se yergue la triste realidad de


aquellos que fueron apartados, marginados y olvidados. Viejos Scouts y scouters, cuyo
compromiso y entrega fueron eclipsados por envidias y desacuerdos, relegados al olvido
injustamente. Sin embargo, en medio de esta penumbra, emerge el recuerdo de tiempos
pasados, de días luminosos en los que el escultismo era más que una actividad, era un
estilo de vida. Un tiempo en el que jugar, cantar y aprender se convertían en actos
sagrados, en senderos que conducían hacia el crecimiento personal y la formación
integral.

OSCAR AUGUSTO SOTOMAYOR URIBE. Oficial Veterano del Ejército Nacional y Abogado Universidad Libre de
Colombia; Alumno del Doctorado en Derecho Constitucional de la Universidad de Buenos Aires-UBA, Magister y
especialista en Derecho Administrativo, en Derechos Humanos y Sistemas de Protección. en Pedagogía y Docencia
Universitaria, en Derecho Penal y Criminología, en Derecho Probatorio y Conciliador en Derecho. A la fecha se
desempeña como docente Catedrático de la Especialización en Derecho Sancionatorio Disciplinario, de las Facultades
de Derecho de las Universidades del Tolima y Cooperativa de Colombia (UCC) campus de la ciudad de Ibagué-Tolima
y PAR académico de Registro Calificado del Sistema de Aseguramiento de la calidad en educación superior.

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Yo mismo, soy fiel testigo y protagonista de esos días dorados, reconozco en el
escultismo el cimiento sobre el cual construí mi ser. Fue en los campamentos, entre risas
y fogatas, donde forjé mi carácter y aprendí el valor de la camaradería. Y aunque el
mundo haya cambiado y las nuevas tecnologías hayan irrumpido con fuerza, no puedo
dejar de añorar aquellos momentos de autenticidad y conexión con la naturaleza.

Pero ¿qué significa hoy el escultismo en un mundo dominado por las redes
sociales y la tecnología? ¿Cómo adaptarse a esta nueva realidad sin perder la esencia
que lo define? Las respuestas quizás yacen en la capacidad de reinventarse, de
encontrar en lo virtual un nuevo espacio para el crecimiento y la aventura, sin renunciar
a la esencia del contacto directo con la naturaleza y el compañerismo.

En este devenir de cambios y transformaciones, el escultismo se enfrenta a su mayor


desafío: mantener viva la llama del espíritu scout en un mundo que avanza a pasos
agigantados. Pero mientras existan aquellos scouters que guarden en su corazón los
valores y enseñanzas del escultismo, mientras perdure el recuerdo de días dorados entre
bosques de eucalipto, pino y abedul y senderos sembrados de hermosas y coloridas
flores, mientras el sol quemaba nuestras erguidas frentes, habrá siempre una luz que
ilumine el camino hacia un futuro lleno de esperanza y aventura.

Sin lugar a dudas, los días en que el escultismo se teñía con los colores de los
desfiles militares y los eventos patrióticos y altruistas, han quedado atrás, como susurros
lejanos en el viento del tiempo. Recuerdo con claridad cómo la presencia de los Boy
Scouts en esos espectáculos públicos despertaba en todos los presentes un anhelo de
formar parte de sus filas, desde los más jóvenes hasta los adultos, que observaban con
admiración el espíritu de servicio y camaradería que irradiaban.

Permítanme, pues, comenzar este relato con una pincelada de nostalgia, pues debo
confesar que mi primer encuentro con el escultismo fue a través de las historias que mi
padre, Bernardo Augusto Sotomayor López, me transmitía con devoción. Recuerdo
vívidamente una fotografía en blanco y negro en la que él, vestido con el característico
uniforme caqui, el sombrero adornado con cuatro pedradas y el inseparable pito, se
encontraba en lo alto de una torre, dirigiendo el tráfico en la bulliciosa avenida Jiménez,
frente a la iglesia de San Francisco en el corazón de la ciudad.

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Las imágenes de aquellos tiempos, cargadas de simbolismo y significado,
despertaron en mí un deseo ferviente de sumergirme en la experiencia del escultismo. Y
así lo hice. La confianza, comprendí entonces, se forja a través de acciones concretas,
no solo mediante palabras vacías. Por ello, la reconstrucción de la historia scout se
convierte en un acto de vital importancia, una búsqueda incansable de los tesoros
perdidos que yacen en los archivos y las memorias de quienes vivieron esos días de
gloria.

Fue en el año 1978, mientras residía en el Barrio Restrepo, que di mis primeros pasos
como lobato en el Grupo Scout No. 111 de la Localidad Sumapaz. Sin embargo, mi
estancia allí fue breve, pues pronto nos mudamos al Barrio Palermo, al norte de la
ciudad. Fue entonces cuando, en 1979, tuve el honor de ser uno de los cofundadores
del Grupo No. 67 del Colegio Americano de la localidad El Dorado, bajo la guía del
scouter Gabriel Ariza, proveniente del Grupo Scout No. 3 "CARIBES" de Barranquilla,
sin lugar a dudas, viví una experiencia enriquecedora que marcaría mi vida para siempre.

Puedo afirmar, con orgullo, que allí encontré mi verdadero hogar scout, aunque
también tuve la oportunidad de participar por un tiempo en el Grupo Scout No. 4 "Tropa
Brownsea", del Instituto del Carmen, que más tarde adoptaría el nombre de
"Champañat", en honor al fundador de la orden de los hermanos maristas.

Así, en la reconstrucción de la historia del escultismo en Colombia, encontramos no solo


un ejercicio de memoria, sino un viaje hacia nuestras raíces, hacia los valores que nos
han guiado y nos guiarán siempre. Que estas palabras sean un tributo a aquellos que,
con su ejemplo y dedicación, mantienen viva la llama del escultismo en nuestro país al
día de hoy y los que ya partieron al Campamento eterno al lado del jefe.

En los recuerdos que yacen en los pliegues del tiempo, se entreteje una historia
llena de nombres y lugares que han marcado el devenir del escultismo en Colombia. Uno
de esos lugares emblemáticos fue el seno del Grupo 67 del Colegio Americano, allí tuve
el privilegio de contar con la guía de destacados líderes scout. Entre ellos, recuerdo con
gratitud a Leonardo Pinzón, quien ejerció con excelencia el rol de jefe de Tropa, y
posteriormente, bajo la tutela del comprometido scouter Enrique King Garcés A.D.F.,
tuve el honor de participar en la fundación del Grupo No. 35 "Kimball O'Hara" del Instituto
Nacional Para Niños Ciegos "INCI" en el Barrio San Cristóbal Sur. Fue una experiencia
singular e inolvidable, donde la calidad de los scouts, todos invidentes, nos demostró el
poder de la superación y la inclusión. Recuerdo con especial emoción nuestra
participación en las olimpiadas scouts celebradas en la Escuela de Cadetes de la Policía
Nacional donde fuimos tributados con aplausos.
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En mi trayectoria en el Grupo 67 "americano", Cada paso, cada campamento, cada gesto
de servicio, contribuyó a moldear mi carácter y mi visión del mundo, y por ello, guardo
en lo más profundo de mi corazón esos momentos de camaradería y aprendizaje.

Encontrándome allí, inicié mi esquema de adiestramiento Scout con el curso


inicial No.116, para jefes de Manada, dirigido magistralmente por el scouter Jorge
Enrique Riveros, en el Colegio de San Bartolomé de la Merced en 1982. Posteriormente,
completé con éxito el Curso Básico y Avanzado para Insignia de Madera en jefes de
Manada durante el mismo año, culminando satisfactoriamente mi esquema de
capacitación.

En el año 1987, mientras desempeñaba labores en el Ministerio de Educación Nacional,


tuve el honor de unir fuerzas con el scouter Jairo Enrique Leyva Neira, I.M.S., para fundar
el Grupo Scout No.90, al que bauticé como "Sindamanoy" (Refugio del Sol) y su Manada
como "Sugamuxi" (Templo del Sol). Allí, como jefe de Manada, participamos con
entusiasmo en el Jamboree Colombia 88, donde fuimos honrados con un primer lugar,
así como en el evento celebrado en la Calera en 1990. Al finalizar ese año, se me otorgó
con orgullo la I.M en Lobatos.

En el período 2001-2002, mientras ejercía como Capitán del Ejército Nacional, fui
invitado a asumir la Jefatura de la Región Caldas, una responsabilidad que acepté con
humildad y compromiso. Durante ese tiempo, realizamos una labor significativa en el
crecimiento y fortalecimiento del movimiento scout en nuestra región, un trabajo que fue
reconocido a nivel nacional gracias al apoyo y liderazgo del jefe nacional scout Harold
May Valencia.

Estos son solo algunos de los capítulos que conforman mi historia en el escultismo, una
historia llena de aprendizajes, amistades y desafíos que han dejado una huella
imborrable en mi corazón y forjaron mi espíritu de servicio descollante al servicio de la
patria. Que estos recuerdos sirvan como tributo a todos aquellos que han dedicado su
vida al crecimiento y la difusión de los valores scout en nuestra querida Colombia.

No puedo concluir el presente escrito sin antes agradecer públicamente, la lista


de distinciones y reconocimientos recibidas durante mi vida scout, que refleja un
compromiso inquebrantable con los valores del movimiento. Cada una de esas
distinciones es un testimonio del impacto positivo que tuve en la vida de otros scouts y
en la comunidad en general.

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Las medallas de servicio de 10 y 15 años son testigos de un compromiso a largo plazo
con el movimiento scout, demostrando una dedicación continua y constante a lo largo de
los años. La Distinción Nacional "Daniel Isaza" en las categorías de "Mejor scout" y
"Mejor scouter" es un reconocimiento merecido a la dedicación y liderazgo ejemplar en
el escultismo.

Ser distinguido con la Distinción Nacional "Flor de Lis" como consejero demuestra
la habilidad para guiar y orientar a las generaciones para ese entonces futuras de scouts,
transmitiendo valores y conocimientos fundamentales.

El Escudo del "Gracias Nacional" es un símbolo de reconocimiento a la contribución


excepcional al escultismo, mientras que la Condecoración Nacional "Orden de San
Jorge" en el grado de Caballero y la Condecoración Nacional "Orden de los Caballeros"
son honores que destacan la valía y dedicación al servicio a los demás.

Es evidente que al igual que muchos apreciados scouters, tratamos de dejar una marca
indeleble en el escultismo colombiano y que haya inspirado a muchos con ejemplo y
liderazgo. Puedo estar orgulloso de mis logros y de la huella positiva que haya dejado
en la vida de tantos scouts.

Puedo con orgullo decir que siempre fui fiel a mi promesa y ley scout, y a su vez trate
que mi compromiso con los valores scouts fueran verdaderamente ejemplares y esto,
me hace digno de ser llamado un "Buen Scout", un título que llevo con humildad y con
profundo respeto. Que ojalá pueda y siga inspirando a otros con mi dedicación y mi
pasión por el servicio a los demás y a la patria que hoy necesita de “Más y mejores
ciudadanos”.

“Buena Caza”

SCOUTER OSCAR AUGUSTO SOTOMAYOR URIBE. I.M. LOBATOS.


WONTOLLA PEREGRINO.

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