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ANÁLISIS TEXTUAL

Sergio Barón (13ª semana)

¿Es todavía Shakespeare nuestro contemporáneo?

(Jan Kott)

Este dramaturgo polaco le torció el rumbo a la visión de Shakespeare hace 40 años. Muchos
años después recapituló su visión y la matizó.

Quiero empezar con la descripción de un pequeño incidente, una escena si se quiere, que tuvo
lugar a finales de la década de 1850. El sitio es Jersey, en las islas anglonormandas. En una
tarde de invierno dos hombres están dando un paseo al lado del mar. El uno es viejo, el otro es
su hijo. El joven le pregunta al viejo:

—Padre, ¿qué piensas de este exilio?

El viejo le responde:

—Que va a durar mucho tiempo.

Silencio.

Pasado un minuto o algo así, el joven pregunta:

—Padre, ¿y qué vas a hacer?

El padre responde:

—Me pondré a mirar el océano.

Tras otro momento, el viejo le pregunta al joven:

—¿Y qué vas a hacer tú?

—Voy a traducir a Shakespeare —replica el hijo.

El viejo era, por supuesto, Víctor Hugo, y su hijo se convirtió en uno de los primeros
traductores de Shakespeare al francés. El pequeño incidente ayuda a responder la pregunta
del título. Shakespeare es casi siempre en un sentido u otro nuestro contemporáneo, sólo que
hay épocas en que, para parafrasear a George Orwell, resulta más contemporáneo que en
otras.

Shakespeare era desde luego el contemporáneo de Víctor Hugo, pero incluso en este incidente
hay dos perspectivas temporales diferentes. Está, de un lado, la intemporalidad de los mares,
el océano, que bañaba las costas de Jersey al igual que lo hiciera con las playas de Beachy Head
que aparecen en el Rey Lear. Pero también está el tiempo específico del exilio. Víctor Hugo fue
desterrado por Napoleón el Pequeño en 1855 y permaneció en las islas anglonormandas hasta
1870; durante este tiempo Shakespeare fue su contemporáneo, el de toda su familia, toda vez
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que sus palabras parecían un comentario directo sobre la condición que estaban padeciendo
entonces.

No era éste el primer encuentro de Víctor Hugo con Shakespeare. Supongo que apenas tendré
que mencionar el prefacio a Cromwell (1827), aparecido unos años antes del gran espectáculo
romántico de Hernani (1830). ¿Qué estaba en juego allí? Que la historia no se comporta como
las tragedias neoclásicas quisieran hacérnoslo creer. La historia es repugnante. Tiene mal olor.
¿Pero podían ellos, educados en Racine, tolerar en un escenario trágico a reyes deslenguados
como cocheros y a reinas que se comportan como verduleras? El impacto de Shakespeare
sobre todo el período romántico fue muy fuerte. Para la generación de Víctor Hugo, y para los
un poco más jóvenes que él, la alternativa era entre Racine, que no era su contemporáneo, y
Shakespeare, que sí lo era.

¿Pero qué queremos decir aquí con “contemporáneo”? Creo que es obvio. Es algún tipo de
relación entre dos épocas, la que ocurre sobre el escenario y la otra que ocurre fuera de él.
Uno es el tiempo habitado por los actores, el otro es el tiempo habitado por la audiencia. La
relación entre ambos tiempos determina finalmente si Shakespeare ha de considerarse
contemporáneo o no. Cuando las dos épocas están conectadas estrechamente, entonces
Shakespeare es contemporáneo.

Déjenme citar el discurso que Hamlet le echa a Polonio sobre los actores: “que los traten bien,
porque ellos son los resúmenes y breves crónicas del tiempo”. La palabra más importante aquí
es “tiempo”. ¿Cuál tiempo? Shakespeare era el contemporáneo personal de sus audiencias en
el Globe y en Blackfriars, no tan lejos de donde estamos sentados ahora. Era, por primera vez,
el contemporáneo de alguien porque vivía al mismo tiempo. Iba al mismo mercado al que iban
sus audiencias. Escribió sus obras para esos visitantes al mercado. Compartía con ellos las
imágenes de la ciudad, los carnavales y el folclor. Éste es el primero y principal sentido en que
Shakespeare fue un contemporáneo.

Pero cuando nos valemos de este pequeño cliché interesante —Shakespeare como nuestro
contemporáneo—, no estamos pensando en el sentido que acabo de mencionar. Queremos
decir que Shakespeare se ha vuelto un contemporáneo de nuestros cambiantes tiempos y que
estos tiempos han modificado la percepción que tenemos de Shakespeare. Cualquiera sabe
que Víctor Hugo influyó en el resto de los románticos con su apego a Shakespeare, pero
Shakespeare también fue influido por Víctor Hugo y su generación. Shakespeare siempre ha
sido influido por aquellos que lo interpretan, de Hugo a Brecht y Beckett. Tenemos una especie
de relación dialéctica doble: los tiempos que cambian y las imágenes cambiantes de
Shakespeare.

Tal vez la mejor manera de apreciar esta imagen cambiante de Shakespeare y de los
personajes shakesperianos sea partiendo de dos citas muy conocidas, una de Goethe y otra de
Brecht. La primera viene en Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, donde Goethe
describe a Hamlet de la siguiente manera: “Un ser bello, puro, noble y de moral elevada, que
no tiene la fuerza nerviosa del héroe, se va a pique bajo el peso de algo que no puede ni cargar
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ni dejar de cargar. Todos los deberes son sagrados para él, pero el del presente le resulta
demasiado pesado”. Aquí la palabra más importante es “presente”.

¿Cuál era el presente de entonces? Estábamos en 1795, tres años después de la ejecución del
rey francés, Luis XVI, uno o dos años después de la de Danton, y uno después de la de
Robespierre. Ese era el tiempo francés. ¿Y el alemán? En Alemania era el momento de cien o
doscientos reinos y de multitud de cortes. Los jóvenes idealistas de Alemania en esa época no
pertenecían a la generación de Goethe, que tenía 47 años, sino a la de Heinrich von Kleist,
cuyo gran drama histórico El príncipe de Homburg había sido publicado diez o quince años
antes de producida la cita de Goethe. Este príncipe también era un soñador inseguro de sí
mismo y, como Hamlet, un caso para los psicólogos. En los afiches de provincia franceses,
Hamlet solía ser calificado de “distraído”. El príncipe de Homburg compartía con él esta
característica. A partir de Goethe y para la generación inmediatamente posterior, Hamlet era
un alma noble, demasiado débil a la hora de medírsele a los problemas de su tiempo. Esa era
la visión contemporánea.

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