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Artículo publicado en:

Revista de la Universidad de México, Nueva Época, Núm. 47, enero


2008, ISSN 0185-1330.

ENTRE LA FE Y LA PARODIA
JUAN PELLICER
Universidad de Oslo

A la luz de su parentesco directo con los textos a cuya imagen y semejanza


fueron creadas, intento articular algunos comentarios sobre dos novelas de
Vicente Leñero, a fin de comprobar su significativa ubicación en un espacio
marcado por la fe y la parodia.

En el paisaje de las letras mexicanas modernas, la generación de los narradores


nacidos en la década de los años treinta ilumina el mediodía y el crepúsculo del
siglo XX. Nombres de autores cuya sóla mención evoca, como los nombres de
ciertos lugares, las imágenes entrañables de toda una época: Juan García Ponce,
Juan Vicente Melo, Salvador Elizondo, Sergio Pitol, Vicente Leñero, Elena
Poniatowska, Julieta Campos (cubana y también mexicana), José de la Colina,
Fernando del Paso, Carlos Monsiváis, Margo Glantz, José Emilio Pacheco (más
poeta que narrador, pero notable narrador), Arturo Azuela, Aline Pettersson,
Gustavo Sainz. En sus páginas vive el aliento juvenil que los caracteriza y
distingue, aliento animado por la curiosidad y la experimentación, con
frecuencia rebelde y audaz, irreverente y antisolemne, aliento siempre crítico y,
siempre también, regido por la cabal destreza del oficio. Crecen a la luz y a la
sombra de la novela de la revolución, del muralismo y de los Contemporáneos,
y también a la luz y a la sombra de los magisterios de sus mayores: Alfonso
Reyes y Octavio Paz, Juan José Arreola y Juan Rulfo 1 . Seguramente porque su
vocación literaria se desbordó, son narradores todos ellos ejercitados a menudo
también en las lides vecinas del drama, del ensayo, del periodismo y de la lírica.
Forman ellos una generación cuyo característico aire juvenil invariablemente los
ha acompañado indiferente a los inexorables avances de la edad.

Cierto, todos siempre jóvenes, pero el perfil de cada uno, por supuesto, distinto.
Singular como lo es el de Vicente Leñero: tan dramaturgo como narrador y
como periodista. Ninguno de los tres géneros predomina en su vasta obra: los
tres a la par, tanto por la cantidad cuanto por la excelencia de su factura. Y antes
y después -consecuente siempre- está su fe de católico de izquierda según su
propia confesión: “la fe ha sido siempre el más potente de mis motores

1
Sin olvidar el contexto literario de las letras hispánicas de la época, desde los ismos de la posguerra hasta el
Boom.
2

literarios.” (2003, p. 121). A partir de la lectura de su obra, entiendo su fe en el


sentido de creencia en la las enseñanzas de la Biblia, particularmente en las de
los evangelios.

Dos textos narrativos suyos, acaso los más inspirados por su fe, El Evangelio de
Lucas Gavilán (1979) y El Padre Amaro (2003), han resultado óptimos objetos
de estudio para trabajar con mis estudiantes universitarios a la hora de nuestras
mesas de disección que es cuando exploramos el cuerpo de la narración y
separamos con el bisturí de la lectura, órgano por órgano, pieza por pieza, y los
observamos y auscultamos, identificamos las circunstancias que rodearon a la
creación, todo bajo las luces e instrumental de cuantas teorías sean accesibles y
adecuadas, por supuesto, para cada operación.

Cuando llegamos a ese cruce de caminos donde los textos se encuentran para
que el significante del nuevo texto, es decir, su discurso, cobre mayor
elocuencia, recurrimos a las reflexiones teóricas sobre intertextualidad y, dentro
de ese campo general, al específico ámbito de la parodia. Entonces, para
comprobar la eficacia de los instrumentos proporcionados por la teoría, estas dos
novelas de Leñero caen como anillo al dedo. El Evangelio de Lucas Gavilán es
una reescritura (no en el sentido de corregir sino en el de escribir de nuevo),
versículo por versículo, del Evangelio de san Lucas, trasladado a la ciudad de
México de nuestros días. El Padre Amaro es una reescritura, también, de El
crimen del Padre Amaro (1875), la novela de José María Eça de Queiroz,
trasladada de Leira a la provincia mexicana actual, que relata la historia de un
joven cura de pueblo enamorado de una muchacha a quien seduce, abandona y
provoca su muerte y la de su hijo -recién nacido en la novela del portugués,
abortado en la del mexicano-, para poder ascender sin tropiezos dentro de la
jerarquía eclesiástica. Esta novela de Leñero fue concebida a partir del guión
que el propio Leñero había escrito para la película El crimen del Padre Amaro
(2002), dirigida por Carlos Carrera.

Ambas novelas de Leñero pueden leerse como expresiones literarias de la


teología de la liberación latinoamericana. Inspirados por las ideas de la
liberación aludida, los dos textos denuncian, desde las filas del cristianismo, la
injusticia social; denuncia que esta corriente de la teología legitima como
necesaria para la salvación -que debiera comenzar desde ahora- y para el
advenimiento del reino de Dios. Salvación y advenimiento que suponen, según
concluye Gustavo Gutiérrez, el establecimiento, aquí y ahora, de la justicia, la
defensa de los derechos de los pobres, el castigo de los opresores, la liberación
de los oprimidos; un repudio al sistema imperante al que pertenece la propia
iglesia católica (pp. 224, 236). “Cristo declara bienaventurados a los pobres”,
apunta el teólogo peruano, “porque el reino de Dios ha comenzado… se ha
iniciado un reino de justicia… bienaventurados son, porque el advenimiento del
3

reino pondrá fin a su pobreza creando un mundo fraternal. Bienaventurados son,


porque el mesías abrirá los ojos de los ciegos, dará pan al hambriento” (p.380).
Liberación análoga a la de Egipto, en el Éxodo, es decir, “ruptura con una
situación de despojo y de miseria, y el inicio de la construcción de una sociedad
justa y fraterna” (p. 204). Liberación prometida por Isaías (65, 21-22) 2 , evocada
por el propio Jesús (San Lucas 4, 16-21) y planteada como promesa ya cumplida
en las palabras de María, de gratitud a Dios, registradas por san Lucas y
conocidas hoy como la oración Magnífica:

y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen/ Desplegó la


fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón/ Derribó a
los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes/ A los hambrientos colmó de
bienes y despidió a los ricos sin nada… (San Lucas 1, 50-53).

En efecto, las dos novelas de Leñero revelan las divergencias entre la parte
institucional de la iglesia católica -la jerarquía-, tradicional, conservadora,
vinculada con el autoritario ejercicio del poder y con los propietarios de los
medios de producción, y la otra parte de la iglesia, la solidaria con los pobres y
comprometida con la lucha por la justicia social. La divergencia, a partir de esta
perspectiva liberadora, ha estribado fundamentalmente en una interpretación de
las bienaventuranzas impuesta por las filas conservadoras de la iglesia católica
asociadas con el poder, y que puede resumirse así: a los que sufren los espera, en
la otra vida, la recompensa del reino de Dios. Desde el siglo XVI, la retórica de
la evangelización en América, fundada en la tradicional idea de la salvación
excluyente, es decir, la que está reservada sólo para los creyentes, se aprovechó
de la promesa del reino de Dios, ubicado en la otra vida, la ultraterrena, para
implícitamente legitimar la explotación de los indígenas. También a partir de
entonces, y dentro del mismo seno del clero, se levantaron las voces de los
defensores de los indios, desde fray Bartolomé de las Casas hasta los curas
Miguel Hidalgo y José María Morelos, claros antecedentes de los modernos
teólogos de la liberación.

La hipocresía que se deriva del dogmatismo y del fariseísmo de la religiosidad


institucional, ya presente en el Evangelio de san Lucas y que retrata Eça de
Queiroz en El Crimen, reaparece en la caracterización de los sacerdotes de
ambas novelas de Leñero y en las tragedias con las que ellas concluyen. Lo que
quiero apuntar es que la lectura de las novelas revela las correspondencias en las
que se cifra su propio significado, es decir, el de las novelas.

Por lo que se refiere a El Evangelio, la correspondencia entre los texos es


perfectamente simétrica en cuanto a la numeración, al tema y al espíritu de cada

2
En adelante, todas las referencias bíblicas provienen de la Biblia de Jerusalén que es la que dice Leñero que usó
al escribir El Evangelio de Lucas Gavilán (p. 12)
4

capítulo y grupo de versículos, pero no por lo que se refiere a la letra y a su


extensión. La economía poética del texto evangélico se sacrifica, en aras de la
actualización liberadora, en el caudaloso torrente del de Leñero. Cito algunos
ejemplos: el ángel Gabriel de la anunciación ahora aparece como la comadrona
doña Gabi; la oración Magnífica se traduce en la canción del agrarista; el
desierto donde operaba san Juan Bautista se localiza hoy en la frontera con los
Estados Unidos a donde el Bautista de hoy había pasado de bracero; Jesucristo y
su padre, ayer carpinteros, hoy resultan albañiles; los pastores y los ángeles que
visitaron al recién nacido en el pesebre de Belén son las prostitutas que ahora
acompañan a la familia en los lavaderos de la pobre vecindad donde nació
Jesucristo y en el hotel de paso donde llevan a María después del nacimiento; si
en aquel entonces Jesucristo crecía llenándose de sabiduría, ahora lo hace en una
escuela rural; la visita al Templo de Jerusalén, por las fiestas de la Pascua, donde
Jesús se pierde y lo encuentran discutiendo con los sacerdotes se traslada a la
peregrinación a la basílica de la Villa de Guadalupe; la fecha de la predicación
de san Juan Bautista se registra durante el imperio de Tiberio César, siendo
procurador de Judea Poncio Pilato, pontífices Anás y Caifás, en tanto que la
novela se refiere a la época de los últimos años del sexenio presidencial del
licenciado Luis Echeverría Álvarez o en los primeros del licenciado José López
Portillo, siendo arzobispo primado de México Miguel Darío Miranda, a quien
sucedió en el cargo Ernesto Corripio Ahumada; la región del Jordán aparece
trasladada a los pueblos de los alrededores de la zona metropolitana del Distrito
Federal; Herodes, el tetrarca de Galilea, reaparece como el cacique Horacio
Mijares; las sinagogas se vuelven iglesias; los pescadores, pepenadores; el vino,
pulque; las muchedumbres, sindicatos, ligas agrarias y ejidatarios; los fariseos,
empresarios y curas; los escribas y legistas, intelectuales, profesores de teología
y “empresarios” de la religión; si Herodes decapita a san Juan Bautista, Horacio
Mijares le aplica la ley fuga; los cinco panes y los dos pescados de la
multiplicación se convierten en tortillas, nopales, tlacoyos y quesitos; el episodio
de la curación del epiléptico se traduce en la aceptación del homosexual; en el
relato del rico malo y Lázaro el pobre, Abrahám encarna en Emiliano Zapata y
los ángeles en los zapatistas 3 ; Jesucristo pedía que dejaran que los niños se
acercaran a él, y ahora hasta juega con ellos una cascarita de fut; la expulsión de
los mercaderes del templo ahora tiene lugar en una iglesia de Las Lomas donde
Jesucristo arma un gran alboroto acusando a sacerdotes y fieles de haber
convertido los templos en tumbas de Dios, en salones de modas y en sucursales
bancarias; a los escribas, iracundo Jesucristo los identifica hoy con los
sacerdotes burgueses, empleadillos de los poderosos; en la última cena sirven
pozole y pambazos; el monte de los olivos se transforma en el parque Lira; en el
tormento le aplican a Jesucristo Gómez la picana eléctrica; camino del campo
militar agoniza y muere en una camioneta de la policía; en lugar de enterrarlo en
3
Se trata obviamente de los zapatistas de la época de la revolución; los nuevos zapatistas, los de Chiapas,
aparecieron quince años después de que se publicó la novela de Leñero.
5

un sepulcro en el que nadie había sido puesto todavía, lo depositan en una fosa
común del Panteón de Dolores; el ángel, convertido en sepulturero, les informa a
las mujeres que buscan la tumba de Cristo, que esos hombres no mueren nunca,
que siguen cada día con más vida.

Acaso pueda encontrarse alguna coincidencia entre el Pierre Menard de Jorge


Luis Borges -el que escribe el Quijote en el siglo XX- y el Lucas Gavilán de
Leñero -el que escribe el Evangelio también en el siglo XX-, aunque mirándolo
bien, es decir, leyéndolos bien, las coincidencias se presentarían como
contrapunto. En efecto, mientras que Menard escribe el Quijote y, según el
narrador del cuento, “son verbalmente idénticos (los dos Quijotes), pero el
segundo es casi infinitamente más rico” (p. 56)-, Gavilán dice escribir su relato,
a partir del de san Lucas,

como una traducción de cada enseñanza, de cada pasaje al ambiente contemporáneo


del México de hoy (pero) es imposible hallar equivalencias lógicas de la época de
Jesucristo a la concreta y muy compleja realidad nacional de los días que vivimos.
Sólo un alarde de cinismo literario podía forzar los hechos a tales extremos, pero no
encontré una manera mejor de reescribir el evangelio de Lucas con estricta fidelidad a
su estructura y a su espíritu. (pp. 11 y 12).

¿Es realmente “imposible hallar equivalencias lógicas de la época de Jesucristo


a la concreta y muy compleja realidad nacional de los días que vivimos”?
¿Podemos pensar que el “cinismo” del que se autoculpa el autor ficticio
Gavilán 4 lo comparte el autor real Leñero? ¿Se trata nada más que de un recurso
retórico defensivo -irónico- para inmunizar al texto contra la crítica de quien lo
considere “cínico”? Gustavo Gutiérrez parece coincidir con Gavilán cuando
advierte que

Queriendo descubrir en Jesús las más menudas características de un militante político


contemporáneo no sólo tergiversaríamos su vida y su testimonio, no sólo revelaríamos
una pobre concepción de lo político en el mundo presente, sino que, además, nos
frustraríamos (sic) precisamente de lo que esa vida y ese testimonio tienen de profundo
y universal y, por lo mismo, de vigente y de concreto para el hombre de hoy. (p. 299).

Aunque el asunto merezca estudio aparte e independientemente de lo que


apuntan el autor ficticio Gavilán y el teólogo Gutiérrez, la novela no hace otra
cosa más significativa, a mi juicio, que revelar las analogías entre las injusticias
de los dos mundos, de las dos épocas y de la vida y la muerte de Jesucristo hace
dos mil años y hoy. Por su parte, estima otro teólogo de la liberación, Jon
Sobrino, que los evangelios se entienden mejor al conocer lo que históricamente

4
En su estudio sobre la obra de Leñero, Danny Anderson dedica un capítulo al comentario de esta novela.
Anderson afirma que Leñero “invents a narrator-scribe, Lucas Gavilán” (p. 131); no, no lo inventa, mejor sería
advertir que Leñero, en vez de inventar, usa también un “narrator-scribe” como el que aparece en los cuatro
primeros versículos del Evangelio original.
6

ha ocurrido en América Latina; agrega que a cualquiera que haya vivido y


sufrido la historia en esa región, le parecerá aún más creíble que Jesús fuera
como fue; acaso esos textos del Nuevo Testamento resultan también más
verosímiles al verificar sus afinidades con lo que ha pasado en América durante
los últimos cinco siglos, especialmente, como indica el teólogo vasco-
salvadoreño, si percibimos la analogía de las muertes de cientos y de miles de
personas con la de Cristo (pp. 73-75).

Las correspondencias entre la novela de Eça de Queiroz y la de Leñero son


distintas. Es cierto que el tema y el espíritu de la de Eça reaparecen en la de
Leñero, pero mientras que la narración de la del portugués se extiende prolija a
lo largo de cerca de quinientas páginas pobladas de minuciosas descripciones de
personajes y lugares, de largas reflexiones psicológicas, de pormenorizados
relatos de pequeños y grandes eventos, aderezado todo con entrañables cuadros
de costumbres y con la fulminante ironía tan característica del autor, la narración
del mexicano no llega a las cien páginas. Al contrario de lo que pasa con la
relación entre el evangelio y su correspondiente novela, en el caso de las novelas
del Padre Amaro se sacrifica el caudaloso torrente de El crimen en aras de la
economía poética de El Padre. Básicamente la historia es la misma, es decir, la
del joven Padre Amaro que llega de la capital al pueblo a desempeñar su trabajo
de sacerdote, se enamora de la joven Amelia, la seduce, la embaraza, luego la
abandona para no poner en peligro su carrera sacerdotal y mueren tanto Amelia
como su hijo -recién nacido en la novela de Eça, abortado en la de Leñero-,
víctimas del Padre Amaro. En ambas novelas se presentan entrelazados un tema
sexual y uno relativo al poder. Efectivamente, se trata del problema sexual que
entraña el celibato y sus consecuencias: la represión, la hipocresía, la doble
moral, el egoísmo y la violencia institucional. Pero también se refieren a la
ambición de un joven sacerdote por conseguir el poder, a su disposición de
cometer un crimen para eludir cualquier obstáculo -principalmente los que se
derivan de su propia “mala” conducta- y asegurar su ascenso jerárquico. La
presentación de estos problemas se encuadra, en ambas novelas, dentro del
marco clásico del naturalismo; en efecto, todo el desarrollo de la historia de la
novela está determinado por el proceso de la selección natural, o sea, el
principio de la supervivencia del mejor adaptado al medio, es decir, del más
fuerte, en este caso, el Padre Amaro. En este sentido, ambas novelas pueden
leerse como expresiones del naturalismo, tan de moda cuando Eça escribió y
publicó su obra y, por lo visto, sobreviviente en la pluma del autor mexicano.

No voy a discutir si estas novelas pueden clasificarse como antirreligiosas o


anticlericales. A mi juicio, su propio naturalismo las define como implícitas
críticas a desviaciones religiosas, a conductas tipificadas por la ley como delitos
y/o reprobadas por la moral. Lejos de justificar la conducta y los crímenes del
Padre Amaro, tanto la novela de Eça como la de Leñero los condenan sin lugar a
7

dudas. Pero pienso también que la fe cristiana no necesariamente está en la


iglesia. El asunto merecería estudio aparte. Lo que me importa advertir aquí son
los problemas, las situaciones y las ideas del México actual, que Leñero injerta
en la historia original de Eça de Queiroz. Me refiero al narcotráfico y al lavado
de dinero, a las limosnas provenientes de esos dineros, a la complicidad del
gobierno y la alta jerarquía eclesiástica por lo que toca a la corrupción del poder,
a la crítica que implica el pensamiento liberador de uno de los jóvenes curas,
compañero de Amaro, y al aborto.

La lectura de estas relaciones entre cada una de las novelas de Leñero y los
textos que las inspiraron recuerda el contrapunto musical y da fe del parentesco
entre cada una y su modelo. En efecto, la lectura de cada una de esas novelas se
desarrolla a lo largo de la convergencia de dos relatos que se van vinculando por
medio del contraste; los eventos de cada texto se corresponden en forma
recíproca a la vez que contrastante, como sucede en la música con las voces o
líneas melódicas del contrapunto que cantan distintamente un tema. Este
parentesco pasa a formar parte del significante (discurso) pues completa la
expresión del significado del nuevo texto. Es decir, podría leerse El Evangelio
de Lucas Gavilán sin siquiera tener noticia del de san Lucas como también es
concebible la lectura de El Padre Amaro sin conocer la novela de Eça de
Queiroz, pero serían lecturas incompletas.

Lo que quiero decir es que el nuevo texto cobra cabal significado cuando su
lectura revela el parentesco. Son numerosos los tipos de prentescos
transtextuales que han sido tipificados por la teoría, sobre todo a partir del
estructuralismo. Es en esta clase de relaciones, advierte Gérard Genette, donde
puede cifrarse la poética de un texto literario. En efecto, el teórico francés
apunta que el objeto de la poética es el fenómeno de la transtextualidad o
trascendencia textual, trascendencia que el propio Genette define como “todo lo
que pone al texto en relación evidente o secreta, con otros textos.” (p. 1).

A primera vista, las dos novelas de Leñero aparecen como parodias. Como
sabemos, la parodia es sólo una de las muchas expresiones (que van desde el
penalmente tipificado plagio hasta las citas, las alusiones, las imitaciones, las
variaciones temáticas, etc.) por medio de las cuales se verifican estas relaciones
transtextuales. En la parodia se imita un texto, repitiéndolo, apropiándoselo, con
frecuencia invirtiendo simétricamente sus elementos, con una finalidad
determinada. Tradicionalmente, la parodia se ha vinculado a la ironía pues
ambas alteran el proceso normal de la comunicación al desdoblar un significado
encubriéndolo para, paradójicamente, mejor revelarlo. También es cierto que
casi siempre se asociaron ambas con la burla.
8

Pero no siempre hay burla en la parodia. Efectivamente, Linda Hutcheon lo


demuestra al analizar y comentar la parodia que James Joyce ejecuta en su
Ulises al recrear a Penélope en Molly por medio de paralelismos e inversiones
sin que el texto del novelista irlandés se burle del de Homero. Esto le permite a
Hutcheon afirmar que la parodia es, sí, una suerte de imitación pero no siempre
para burlarse del texto parodiado y concluye citando a Thomas Greene: “Toda
imitación creadora mezcla un rechazo filial con un cierto respeto, igual que toda
parodia rinde su oblicuo homenaje.” (pp. 6-10).

En las parodias de Leñero hay inversión -que entiendo aquí como el traslado de
una realidad cultural, histórica y geográfica a otra- pero hay, a mi juicio y sobre
todo, fe, homenaje y complicidad en vez de burla. Además, estas de Leñero
pertenecen al tipo de parodia que parece ajustarse a la propia etimología de la
palabra pues en griego el prefijo “para” significa tanto “contra” como “al lado
de” o “paralelamente” 5 ; es decir, que hay contraste, oposición, pero también
semejanza y paralelismo. Se trata de imitación por medio del contrapunto que
distanciando al texto parodiado del que parodia, los acerca. Si hay irreverencia,
hay también homenaje; en el caso del evangelio, hay algo más que un homenaje:
es testimonio de la fe del autor mexicano; en el caso de Amaro, es un evidente
homenaje a la mayor gloria de las letras portuguesas del siglo XIX. La
complicidad de autores y textos se presenta en una “síntesis bitextual”.

Además del distanciamiento y del desdoblamiento, la parodia revela relatividad


(en tanto que la parodia es imitación y creación a la vez) e intercambiabilidad.
Bien puede asociarse la parodia con la literatura carnavalizada tal como la
plantea Mijaíl Bajtín 6 quien sitúa el origen de este tipo de literatura durante el
helenismo cuando varios géneros se unieron formando el ámbito de lo serio-
cómico. Esto provocó una nueva perspectiva de la realidad unida con el folklore
carnavalesco, un modo de entender la relatividad del significado del mundo y su
posible pluralidad de significados. La vitalidad de esta perspectiva estimuló la
creatividad. En efecto, dentro de lo serio-cómico pudo el pasado -mitos y
leyendas, dioses y héroes- convertirse en un vivo presente de seres
contemporáneos, como pasa con estos textos de Leñero.

Convertido el carnaval en literatura, ésta pudo reflejar la vida volteada al revés,


al derecho y al revés simultáneamente, el anverso y el derecho del mundo, y
combinar y unir lo grande con lo insignificante, lo alto con lo bajo, y lo que
ahora más nos interesa: el pasado con el presente y lo sagrado con lo profano
(como sucede con el Evangelio de san Lucas y el de Lucas Gavilán, y también
con los padres Amaro). Confirmada la relatividad del significado de todas las
cosas, se resolvieron las polarizaciones tornándose en ambivalencias.
5
Ver Hutcheon, p.32.
6
Ver pp. 106-127.
9

En la parodia se cifra la ironía que anima las dos novelas de Leñero. Ironía
percibida como ese velo que ocultando revela y entendida como tropo y como
figura de pensamiento. Ironía como la entendió el New Criticism, es decir, como
inclusión de impulsos opuestos y complementarios en el poema, como “drama
de la estructura”, como reconciliación de contrarios, como equilibrio interno del
poema, como distanciamiento y autocrítica, pero sobre todo, como
desdoblamiento, simultaneidad e intercambiabilidad 7 . Así son el
desdoblamiento, la simultaneidad y la intercambiabilidad de la palabra sagrada
del Evangelio y la profana de la novela, y los de una novela y de su contexto
sociocultural portugués decimonónico y una novela y su contexto sociocultural
mexicano del siglo XXI.

Como hemos visto, dentro de las posibilidades que le brinda la magistral


destreza con la que ejerce su oficio de escritor, animado por su radicalismo
adolescente que sigue sin conseguir superar -como él mismo lo confiesa (2003,
p. 117)- y sobre todo, encendido por la fe y el espíritu de la teología de la
liberación, Vicente Leñero denuncia la injusticia y la corrupción por medio de
un parentesco transtextual -la parodia- en el que se cifra la fortuna del discurso
de El Evangelio de Lucas Gavilán y la del de El Padre Amaro.

Obras citadas:

Anderson, D. Vicente Leñero, The Novelist as Critic. Nueva York: Peter Lang, 1989.

Bajtín, M. Problems of Dostoevsky’s Poetics. Manchester. Manchester U. P., 1984.

Biblia de Jerusalén. Internet: http://usuarios.lycos.es/osorno_rbornschein/index.html. 2 de


octubre de 2007.

Borges, J. L. “Pierre Menard, autor del Quijote” (1939). Ficciones (1956). Madrid: Alianza
Editorial, 1982. pp. 47-59.

Eça de Queiroz, J. M. El crimen del Padre Amaro (1875). Obras completas, tomo I. México:
Aguilar, 1959.

Genette, G. Palimsests (1982). Lincoln: U. of Nebraska P., 1997.

Gutiérrez, G. Teología de la liberación (1972). Salamanca: Sígueme, 1977.

Hutcheon, L. A Theory of Parody. Nueva York y Londres: Methuen, 1985.

Leñero, V. El Evangelio de Lucas Gavilán. Barcelona: Seix Barral, 1979.

7
Ver Pellicer, pp. 55-94.
10

________ El Padre Amaro. México: Grijalbo, 2003.

Pellicer, J. El placer de la ironía. México: UNAM, 1999.

Sobrino, J. Jesus in Latin America (1982). Nueva York: Orbis Books, 1987.

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