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DEL RETORCIMIENTO DE LA ESCATOLOGÍA AL MILAGRO DE LA FRATERNIDAD

Reflexiones en torno a una posible y concreta escatología queer

Pienso que es necesario aludir a la experiencia para abordar este tema. Hace como cinco años,
cuando estaba en mi etapa de postulantado en Guadalajara, Jal., recuerdo que estaba en boga
un tema controversial en ese contexto (esta ciudad se distingue por un catolicismo muy
férreo, conservador, desde mis percepciones): la aprobación de los “matrimonios”
igualitarios. En la formación se nos pedía acompañar a la feligresía en la oración de Laudes,
rezando con ellos. En los momentos de las “preces”, había una petición que me llamaba
mucho la atención y que es, quizá, sobre el cual quiero girar mi reflexión. La petición decía,
más o menos, en tono solemne, con estas palabras: “oremos por todos los gays,
homosexuales, lesbianas, por todas esas personas trastornadas, para que el Señor los
convierta por el buen camino y se integren a los únicos y verdaderos valores cristianos,
esperando que el Señor los haga santos y puros. Oremos…”. Sin duda alguna, una petición
muy aplaudida y ensalzada por la unanimidad presente, orgullosamente “representada” por
los “auténticos valores cristianos”. Hoy, ¿qué podemos decir de esto, en una sociedad que ha
estado en constante cambio, en la que han irrumpido una gran diversidad de sujetos que
reclaman un reconocimiento de su propio ser y quehacer? ¿Es posible sostener una
“pretensión” de verdad como esta petición lo enuncia, que supone un imperativo condicional:
“si no…, entonces, ¡que se condenen en el infierno!”? ¿Hacia dónde tiene que estar orientada
la “conversión” y la esperanza para lograr, de verdad, una fraternidad universal en vistas a
un mundo mejor y más humano? ¿Cómo rescatar y hacer vida la experiencia cristiana de fe
que incluye, ama, redime y salva, basados en el acontecimiento de un Jesús de Nazaret, en
su vida, muerte, resurrección y glorificación? ¿Cuál o cómo tiene que ser el enfoque de una
escatología del siglo XXI?

Estas son las inquietudes que me llevan a realizar este pequeño escrito, poniendo énfasis en
una “vuelta a la frescura cristiana” llena de optimismo y esperanza, desde una propuesta
escatológica para todos aquellos que, en nuestras iglesias y hasta en nuestros encuentros
cotidianos, han sido marginados y excluidos, pero que ahora emerge de las calles, en pleno
siglo XXI, se emancipa y grita, al unísono: We are here and we are queer. Get used to it!
Aludiremos a algunos textos de capital importancia, los cuales son de la pluma de grandes
teólogos que, con su don potente de sagacidad, son conscientes de dicha revolución queer y
pretenden, desde su encuentro con el Señor de la historia, orientar a todas y todos hacia un
camino sofiánico, incluyente, transformador de corazones y de conciencias, en el que el
tiempo mesiánico está ya presente, los intersticios de Dios están latiendo en la realidad y en
la historia y tienen que ser externados y vividos, comunicados y realizados, donde lo humano
en todos se haga divino y donde lo divino se haga humano, pues el Dios de Jesús habla “a la
manera humana” de un “milagro” posible, de un banquete donde todas y todos quepamos.
Estos intelectuales mexicanos, Carlos Mendoza y Ángel Méndez, han escudriñado las
profundidades de la realidad con firme convicción (quizá también, a lo humano, con temor y
temblor) de que es posible otro mundo, como lo es el sueño del jesuita español teólogo Juan
José Tamayo Acosta. Así pues, partiendo de los presupuestos de estos grandes maestros de
vida cristiana, que vamos a desarrollar en primer lugar, queremos dar “razón de la esperanza”
(1Pe 3,15) de una fraternidad universal, del anhelado, y a la vez ya presente en sus fuertes
intersticios, milagro de la fraternidad.

DE LA VÍCTIMA PERDONADORA AL BANQUETE MESIÁNICO

La propuesta de Carlos Mendoza, teólogo dominico, de una teología posmoderna hay que
situarla en un contexto moderno tardío. Gran impulsor de la teoría mimética girardiana en
juego con la reflexión teológica a partir de la propuesta de James Alison, resalta el valor de
la teología como aquella que “necesita respirar este aire fresco y vital procedente de la voz
de Dios que pasa a través del clamor de los inocentes y de los justos de cada época de la
historia. Su saber no puede ser sino escucha cordial e inteligente de esos signos de los
tiempos, por los cuales la humanidad va dialogando con Dios en una multiforme sinfonía de
lenguajes que anhelan la vida plena”1. Su sueño se cristaliza en la idea posible de que el
cristianismo, a la luz del acontecimiento de Jesús de Nazaret, tiene que hablar de “un amor
de gratuidad que rescata a todos, comenzando por las víctimas e incluyendo a los verdugos,
invitándolos a la conversión del corazón y a cambiar de rumbo sus pasos de depredación por
pasos de vida nueva”2. Todo ello, en un horizonte actual, que “se trata del mundo que surge
luego del derrumbamiento del metarrelato moderno”3, imbuido en la espiral violenta,

1
Carlos Mendoza-Álvarez, Deus ineffabilis. Una teología posmoderna de la revelación del fin de los tiempos. Barcelona: Herder, 2015,
30.
2
Ibídem, 31.
3
Ibídem, 311.
invisibilizadora, que encubre y extermina sujetos y cuerpos en los que también la ruaj divina
está presente. En mis palabras, creo yo, Mendoza nos invita a retorcer el cristianismo, que
debe escribir una contrahistoria desde abajo y desde el reverso, según sus palabras.

Para él, el cuerpo cobra relevancia en la actualidad, en el “fragmento”. Es ahí donde


tenemos que ahondar en el Misterio divino, dar cuenta de toda la variedad de lenguajes,
expresiones, culturas, contextos; desde todas las pequeñas subjetividades, cuerpos y
narrativas fragmentadas, que buscan ser reconocidas, respetadas y promovidas. Para este
cometido, Mendoza no quiere romper con la tradición de la Iglesia, sino actualizarla, situarla
en esta época “inédita”. Algo tiene que decir el Evangelio y es preciso dejarse llevar por la
riqueza de las subjetividades y los desafíos que conlleva.

En breves pasajes de su libro, dedicados a las propuestas de James Alison y Ángel


Méndez, expone el contenido de una teología “desde las piedras y el polvo”4, desde los
cuerpos vulnerables. Así pues, en primer lugar, desarrolla cuatro aspectos de la propuesta de
Alison sobre la víctima perdonadora. Los sintetizamos a continuación:

I. James Alison y la víctima perdonadora


a) La vergüenza que procede del colapso del yo

La vergüenza, como lugar antropológico y teológico, “designa un horizonte existencial de


asunción radical de la vulnerabilidad del sujeto posmoderno en una perspectiva de apertura
y esperanza”5. Sin perder de vista la clave de lectura de Alison, que es la teoría mimética, es
preciso orientarnos a una comprensión más allá de un simple reduccionismo a ella: a “la
posibilidad de recibirse como una persona incondicionalmente amada por la alteridad
inefable a la que llamamos Dios”6. En otras palabras, en medio de un contexto de violencia
mecánica, acontece la revelación de Dios en Jesús, el cual, asesinado bajo el régimen
sacrificial, una ley que “Dios” ha legitimado” y lo ha nombrado “maldito” por no seguir sus
pautas discriminativas y asesinas, es levantado por ese mismo Dios de la muerte, revelando
así su verdadera identidad de amor incondicional: un Dios vivo y todo amoroso. Este
levantamiento ha visibilizado a los justos de la historia, muertos por esta ley, llegando hasta

4
Frase de James Alison que alude a un capítulo así llamado de su libro “Una fe más allá del resentimiento”. Citado por Carlos Mendoza,
ibídem, 313.
5
Ibídem, 315.
6
Ibídem, 316
el justo Abel. Lo que impresiona también es el perdón de la víctima Jesús (y de todas las
víctimas), con ese sencillo saludo de encuentro: “la paz esté con ustedes…”, con el cual
perdona a sus asesinos, a sus verdugos “e instaura por esta vía la posibilidad de una
comunidad de destino”7; es decir, es una “cachetada con guante blanco” al egocentrismo
asesino, es doblarse ante la actitud de la víctima, es esperanza de conversión para el deseo
rival y así, posibilitar otra manera de ser en el mundo con los otros y con el Otro.

b) La superación de la rivalidad

Tenemos que pasar de las relaciones intersubjetivas que se hallan marcadas con la actitud de
“señalar a otros” para justificar una supuesta inocencia frente a los males que les aquejan (la
violencia como ley de la historia) para dar paso, desde las “micro historias” y las “voces de
las víctimas”, a una exploración del “fondo del misterio de la persona en relación, a saber, el
fondo del deseo mimético que impregna todas las subjetividades y las confronta con sus
pulsiones arcaicas para mostrar ahí, en su seno, cómo puede acontecer la salvación en cuanto
reconstitución del ser relacional de las personas más allá de la rivalidad y el resentimiento en
la relación pacífica y corresponsable con los otros”8. Es, ir a lo fenomenológico, a las
pequeñas subjetividades que han emergido y que en ellas hay experiencias de salvación. Pero
también desde la persona de Jesús, quien, “en su pascua, representa la solución al enigma del
deseo mimético atrapado en la espiral de la rivalidad, el odio y el sacrificio”9, en su actitud
de perdón a los verdugos.

c) La potencia de la víctima perdonadora

Las heridas de Cristo son condición de posibilidad de un mundo nuevo. Por eso tan resaltada
la figura literaria del oxímoron en el Cordero-que-reina-degollado. Sin duda alguna, Jesús,
con las huellas mortales de la violencia asesina, es innovación sumamente radical y
subversiva, pues alguien totalmente herido, muerto y resucitado aparece ante sus amigas y
amigos, “desconcertados por su ejecución pública como chivo expiatorio, para invitarlos a
reencontrarse con él en Galilea”10, ahí donde todo empezó y donde ahora se inaugura una
nueva creación en un sentido teologal: manifestación de la gratuidad sin medida del Dios

7
Ibídem, 317.
8
Ibídem, 319.
9
Ibídem.
10
Ibídem, 321.
vivo; y en el sentido mimético: de imitación que ha posibilitado una nueva manera de vivir,
y, a mi punto de vista, hasta la fecha, no hemos caído en cuenta aún (seguimos creando
víctimas en lugar de crear inclusión y gratuidad). Los intersticios deun cambio en el mundo
comienzan a aflorar. Una verdadera anámnesis, trasmitida y vivida desde el testimonio
apostólico en su innovador discurso sobre la Ascensión: “mantener nuestras mentes en las
cosas de arriba” (Col 3,2) es fijar la enseñanza de Dios en la víctima perdonadora: Jesucristo.

d) El tono de la voz de Dios

La siguiente afirmación es desconcertante para nosotros: “Dios no tiene voz a no ser aquella
emanada de la víctima perdonadora, aquella que es la autodonación de la víctima
perdonadora expresada hacia y para nosotros”11. Dicho de otra manera, el tono de la voz de
Dios se manifiesta como aquella brisa suave experimentada en el Primer Testamento, que
comunica la viveza de Dios, expresa el mismo ser de Dios, no como acusador, sino como
entrega, una ofrenda incondicional y asimétrica. Ese tono ha de vivirse desde lo concreto,
como lo fue la persona de Jesús de Nazaret: en sus dichos, hechos, encuentros con las
víctimas y segregados de su tiempo, en su encuentro como Crucificado-resucitado, que viene
a ofrecer el perdón. Es una voz no vengativa, sino deconstructora, innovadora.

II. Ángel Méndez y el ser sofiánico y donación alimentaria del cuerpo vulnerable

Ahora bien, pasemos a la caracterización que hace Carlos Mendoza de la propuesta de su


gran amigo y colega, el joven teólogo Ángel F. Méndez, tomando como base las ideas de la
llamada Radical Ortodoxy cuyo exponente es John Milbank, y que podemos resumir así: “la
asunción del cuerpo habitado por la fuerza del amor que transfigura a la persona con todo su
entorno vital desde la aceptación de sus pulsiones erótico-agapeicas”12.

Pues bien, la llamada Ortodoxia radical expone una “vuelta al teocentrismo” en este contexto
postsecular, donde la llamada “era de la razón” ha reducido la trascendencia a la inmanencia
de la historia. Este teocentrismo se caracteriza por “la condición de posibilidad para vivir un
orden que refleje la paz trascendental del Reinado de Dios, en un mundo equivocista marcado
por el pluralismo epistemológico”13. Es necesario, pues, restaurar el primado de Dios,

11
Citado por Carlos Mendoza, Ibidem, 325.
12
Ibídem, 327.
13
Ibídem, 329.
dejando de lado la viabilidad histórica de la razón secular. Recuperar el ser trascendental de
la creación conlleva a una vuelta al fundamento de la metafísica del ser que procede de la
bondad absoluta de Dios, entendida como “libertad teónoma”: Dios que libremente se dona
amorosamente, es bondad sobreabundante, que hace partícipe a su creación de esa
sobreabundancia, la nutre y la lleva a una consumación plena. Esta donación es palpable en
el “cuerpo” redimido, en el deseo erótico-agapeico. Es el amor incondicional que transforma
la vulnerabilidad en resistencia, las heridas en cicatrices, el dolor en gozo, la oscuridad en
luz. Es el deseo como vivencia y proceso de relación erótica y agapeica.

Con estas ideas podemos comprender ahora al teólogo Méndez. Él resalta al Ser divino con
la figura de la sobreabundancia, desde la metáfora del “cuerpo que danza”, es decir, como
aquel deseo que se mueve entre la quietud y el movimiento, en continuo devenir, un deseo
marcado por el dinamismo de una donación siempre mayor. Como coreógrafo, expresa la
danza como “presencia que incluye su ausencia: el excedente de un impulso que está por
venir, la sobreabundancia del ser-en-devenir, […] bajo una dimensión intrínsecamente
corpórea y somática, [pero] movido por una fuerza más allá de los márgenes de la
subjetividad”14. Esto quiere decir que la teología tiene que participar de este acto creador,
reflexión y contemplación de la sobreabundancia todoamorosa de Dios, que se concretiza en
el contacto con el cuerpo que ha sido redimido y es invitado a una comunión humana, a una
comensalía en la que reconocen las subjetividades que están en continuo reconocimiento pero
que no han sido del todo amadas. La teología tiene que retorcerse y moverse para
proporcionar el alimento sobreabundante que Dios desde el principio ha querido dar a la
humanidad y que, por el mecanismo violento de invisibilización, por muy insignificante que
este sea (las oraciones piadosamente excluyentes y monopolizadoras de la verdad,
refiriéndome a la experiencia con la que comencé este escrito), no se ha puesto en marcha.
Es gracias al deseo erótico-agapeico realizado y vivido en la persona de Jesús, que nutre,
alimenta y levanta con la sobreabundancia divina a los leprosos, a los ciegos, a los impuros,
a los paganos…, expresado en la hospitalidad, comensalía y comunión.

Este alimento, tan necesario, no es sino el darse por completo y gratuitamente: alimentar con
los propios dones y comenzar con un proceso personal de deconstrucción de cosas y

14
Citado por Carlos Mendoza, ibidem, 333.
elementos que impiden la entrega total: las construcciones del lenguaje, el monopolio de lo
sagrado (“esta es la única verdad”), una idea de Dios legalista y excluyente, la arrogancia y
el egoísmo, etc. Es muy curioso que, de quienes recibimos mucho y sin reservas, son los que
no tienen nada, que han sido empobrecido y marginados. Ellos nutren el cuerpo vicario de
Cristo.

En suma, estos aportes nos conducen a la idea de hacer una teología desde las piedras y el
polvo, desde el deseo perenne de una comunión donde todos quepamos y compartamos lo
mejor de nosotros, haciendo esos aclamados intersticios mesiánicos y kairológicos presentes
desde nuestros propios cuerpos y desde los cuerpos con los que tenemos en contacto. La
esperanza de un mundo posible es cada vez más concreta si nos atrevemos a dar el paso desde
abajo y desde el reverso de la historia violenta. Por eso, quienes necesitan conversión son los
verdugos, los que se denominan como “puros”, “inmaculados”, quienes claman a Dios por la
conversión de los que están fuera de la Verdadera Iglesia (¡fuerte sigue siendo nuestro
mecanismo justificado!), ¿acaso no somos nosotros los que necesitamos esa conversión para
no seguir “señalando”? ¿Acaso no debemos volver al acontecimiento originario, sofiánico,
agapeico del Dios de Jesús? Solo desde Jesús de Nazaret volveremos a notar la frescura del
tono de la voz de Dios que ama a todos y a todos quiere nutrir. Ahora, ¿cómo podemos situar
ese amor sofiánico en la actualidad con gran esperanza?

ESCATOLOGÍA QUEER. ACERCAMIENTOS Y PERSPECTIVAS

“Aquí estamos y somos queer. ¡Acostúmbrense a eso!”… Son las osadas palabras con las
que Ángel Méndez describe, en un sencillo artículo para la revista Concilium, la
emancipación de los cuerpos abyectos frente a una terminología que los ha señalado y
confinado en la periferia social: es lo queer, que designa “a subjetividades subordinadas que
viven precariamente debido a su raza o etnia, condición de pobreza o migratoria, o bien su
discapacidad. Cuando se le utiliza como verbo o acción, cuirizar significa resistir, retorcer,
resignificar y subvertir expresiones y actos de odio, abuso, explotación, discriminación y
violencia hacia los «otros» inventados por sociedades hegemónicas”15. Es un término que
“peyorativiza” pero, al mismo tiempo, “retuerce” lo ya establecido, es la diferencia frente a

Ángel F. Méndez Montoya, “El amor en los últimos tiempos: la inscripción escatológica en cuerpos afines a un deseo infinitamente cuir”
15

Concilium 389 (noviembre 2019) 96-97.


la totalidad o a lo totalizante, es la diversidad frente a la uniformidad, a lo supuestamente “ya
establecido”. Son todos aquellos cuerpos tangibles, sufrientes y dolientes, donde los
discursos y las ideologías permean con un tono severo (¡contrario al tono de la voz de Dios!),
con violencia, dejando marcas imborrables en sus pieles y en sus conciencias. Ahora toman
la voz, irrumpen, retuercen con su voz, ¡aquí estamos! Se reconocen marginados y tocan las
fibras concienzudas de seguridad y violencia discriminadora. Para nuestro autor, sin duda
alguna, hay esperanza, pues, “a pesar de los determinismos materiales y discursivos, existe
la posibilidad de re-significar y transformar nuestras prácticas discursivas y de construir
relaciones interpersonales enraizadas en el reconocimiento mutuo, particularmente en el
reconocimiento de la dignidad de aquellos cuerpos que viven precariamente, en las diásporas
del mundo”16. Vislumbra, pues, una esperanza de un “buen vivir” integral, que incluya un
crecimiento mutuo en todos los ámbitos humanos, más allá de paradigmas colonizadores.
“Implica vislumbrar otro mundo posible, imaginar otra ontología, llegar-a-ser otro cuerpo
escatológico que trascienda, aquí y ahora, todos los muros que nos dividen, y así irrumpa en
las diásporas que laceran a la humanidad y al planeta”17. Los intersticios divinos están
irrumpiendo y claman nuestra atención y nuestra conversión.

En este ámbito, la reflexión teológica debe cuirizarse, es decir, debe retorcer sus propias
cosmovisiones, terriblemente aún aliadas con los relatos deshumanizantes. La teología tiene
que estar inscrita en una metanoia, en una conversión desde la cual, volviendo al misterio de
amor inagotable del Dios vivo y todo amoroso de Jesús Nazareno, “se abra al exceso de este
misterio y trascendencia divinos, pero, al mismo tiempo, afirme e intensifique positivamente
la vida material y corporal, además de vitalizar el sentido profundamente inmanente y
situacional de las relaciones interpersonales y para con el planeta”18. Dios tiene un deseo
(eros) desde el principio, desde el punto Alfa: alimentar y nutrir de dignidad y divinidad, de
amor incondicional y pleno (ágape) todo aquello que ha sido olvidado y exterminado. La
danza de la Trinidad tiene su cometido en la realización concreta y humana: así como las
divinas personas se dan entre sí, se reconocen y permanecen en el amor, así también el ser
humano, desde su propia naturaleza, desde su ser mismo, es capaz de darse íntima e
infinitamente sin reservas, siguiendo la mímesis de Jesús, cuyo cuerpo abrazó, besó, tocó,

16
Ibidem, 98
17
Ibidem, 100.
18
Ibidem, 102.
levantó a los cuirizados de su tiempo y que, ahora, gracias al impulso de su Espíritu, estamos
llamados a realizar. Nuestro cuerpo, pues, “tiene que ver con un cuerpo que se solidariza con
los «indignos», los más vulnerables, los despojados y los necesitados del planeta”19. Pero que
se nutre en un festín eucarístico, que consiste “en transformarnos en seres eucarísticos y
convertirnos en «pan» que alimente a quienes tienen más hambre material, afectiva y
espiritual”20.

Para nuestro autor, está claro que, con esta irrupción de cuerpos abyectos, y, al mismo tiempo,
con la ruptura de paradigmas colonizadores que ha conllevado, “en los intersticios espacio-
temporales de «este» cuerpo colectivo y migratorio se encuentran inscritas las pulsaciones
del deseo cuir de Dios que ama incondicional e inconmensurablemente, prometiendo el
deleite y el gozo de un eterno festín de amor radical”21. Por lo tanto, la esperanza está puesta
en la humanidad que quiera ahondar en el Dios vivo de Jesucristo y quiere torcer los caminos
violentos humanos hacia los caminos incluyentes de Dios.

CONCLUSIÓN. DIOS SUEÑA EL MILAGRO ESCATOLÓGICO DE LA FRATERNIDAD

Es, sin duda, el gran aporte de nuestros autores, que también sueñan lo que Dios sueña. Dios
tiene un “sueño”, un deseo, una voluntad. No es su deseo excluir a los desviados, enfermos
e imperfectos para una tradición supuestamente “cristiana y amorosa”. No es su sueño hacer
oídos sordos a las irrupciones de los cuerpos mutilados. No es su anhelo la burla y la sátira
cruelmente indiferente de gran parte de nosotros ante las manifestaciones que reclaman
dignidad humana (como la ridiculización del performance reciente de la marcha contra el
feminicidio ¡los salmos de nuestras liturgias, que tan solemnemente entonamos, son también
performance de protesta, pero no nos pasa por la mente ridiculizarlos ni siquiera pensar en
su contexto de injusticia y opresión!). No es su voluntad arremeter con violencia a las
minorías ni sacarles provecho. El sueño ¡un poco torcido! de Dios es el “milagro de la
fraternidad”, es el amor incondicional que tiene qué materializarse, tocarse, abrazarse. Un
sueño que Dios siempre ha querido para el ser humano desde el principio, desde su eternidad
hacia el tiempo del ser humano: un mundo libre de violencia, libre de las ataduras de la
muerte, que ha hecho presente en un kairós dentro del cronos humano. Un sueño que se

19
Ibidem, 105.
20
Ibidem, 106.
21
Ibidem
articula en las palabras finales de nuestro Credo: “espero la resurrección de los muertos y la
vida del mundo futuro. Amén”. En un ejercicio de deconstrucción, de retorcimiento, hoy
tendríamos que decir, más allá de una formulación apodíctica y desencarnada: “espero y hago
visible la resurrección y la insurrección de los cuerpos abyectos, sufrientes y marginados; y
la vida de una fraternidad universal futura, vivida en el ‘ya’, pero ‘todavía no’. Que así se
haga y se viva con entusiasmo y optimismo”. Aquí se necesita desarticular el significado
malentendido de “milagro” no como un acto puntual o mágico, sino como un acto
extraordinariamente humano-divino que, desde el propio ser humano, se es capaz de cambiar
una condición violenta, sacrificial y sangrienta por una condición capaz de darlo todo para
ganarlos a todos. El verdadero milagro está en la posibilidad de una fraternidad, donde
mujeres y hombres, ricos y pobres, esclavos y libres, lesbianas y gays, buenos y verdugos,
no sean señalados con estas categorías lingüísticas binarias totalizadoras todavía excluyentes,
sino como lo que realmente son: libres creaciones de Dios para la felicidad eterna, ya
presente. El verdadero milagro está en el corazón de la persona humana, ahí reside el amor
incondicional de Dios, ahí está la semilla nutricia que germina con un cambio de mentalidad
y práctica y cuyos frutos alimentan la necesidad de ser amados. Por eso, el imperativo que
hoy emerge de estas minorías exige de nosotros “amar como somos amados”.

A estas alturas, a la luz de estos aportes, somos nosotros los que necesitamos la conversión
profunda y sincera de corazón, aludiendo a la experiencia que me impulsó a explayarme en
este contenido: dejando de señalar culpables, desviados, enfermos; dejando las actitudes
paternalistas de que “Dios hará todo” sin nuestra colaboración; dejando de lado nuestra
supuesta perfección y politización de una verdad única e inmutable de la cual otros carecen
y, por lo tanto, son pecadores; dejando atrás el odio disfrazado de inocencia e ingenuidad
frente a lo que es diferente para nosotros; dejando atrás toda actitud indiferente que nos sigue
alejando de la realidad. El Dios de Jesús ama, redime, rescata, abraza. El Dios de Jesús sigue
creando milagros desde las pequeñas narrativas, desde lo sencillo, desde lo que no encaja en
la exigencia de perfección de nuestra sociedad. Nosotros tenemos que crear puentes, y al
mismo tiempo, alimentarnos mutuamente del único amor capaz de liberar ataduras de muerte,
a ejemplo de la victima perdonadora: Jesús de Nazaret. Tenemos que hacer posible una
escatología aquí y ahora.

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