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Después de Cristo
Rodrigo Inostroza Bidart

Estacioné mi automóvil debajo de un gran algarrobo, me eché a la espalda la mochila y


comencé a caminar. Hasta allí llegaba mi mapa, la huella sobre el camino, y las buenas
referencias. Desde ahí hacia adelante, me convertía en sabueso en medio de esta inmensa
soledad de humanos. Me sé parte de las montañas, del silencio recogido, del viento, del sol
del norte, de modo que este páramo resuena dentro y fuera de mí como un vacío lleno lleno
lleno…

Escalé, trepé, anduve buscando pasos entre riscos y peñas hasta que cayó la noche. Dentro
de mi saco de dormir me quedé contemplando durante horas este cielo inmaculado e
infinito. Estaba exhausto, pero no podía dormir. Cuando uno se aleja de los hábitos del
mundo civilizado las cosas se tornan diferentes, y se comportan diferente. Es verdad que yo
había cambiado, y por ello mi percepción de este universo infinito de estrellas y de infinito
había cambiado. Pero, junto con ello, también el universo infinito de estrellas se me dejaba
ver, se mostraba para mí como antes era incapaz de verlo, estando también AHÍ. Estaba
convencido, como lo estoy ahora, de que todas esas estrellas me observan de alguna forma
semejante a como yo las contemplo a ellas. No, no me observaban, porque observar es una
disposición y acción propia de un ser vivo, biológico, animal. Tampoco puedo concebir que
me aman, aunque yo siento que el Universo me contempla con un amor tan único, tan
especial y sobrecogedor, que sólo lo puedo sentir cuando soy observado por el Universo
desbordado de estrellas. Pero, ¿cómo si no este minúsculo animal humano podría traducir,
o mejor todavía, producir en su precario mundo mental y conceptual cualquier experiencia
de realidad que lo supera tan sólo un poco, no ya aquello que lo supera inconcebible o hasta
infinitamente?...

Tan sólo un paso más adelante, cuando uno comienza también a enfundar dentro de
palabras, dentro de voces, de sonidos, de sensaciones y pensamientos esas ondas
metafísicas, cuánticas, que circulan por todas partes, y en especial aquí, donde todavía
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puedes presentir los rastros arqueológicos y manifiestos del Gran-Creador-de-Esto,


entonces también se hace manifiesto que es necesario estirar la condición personal y
humana hasta una cierta forma nueva de delirio y locura, de lo contrario uno se queda atrás,
bien atrás de TODO, dormido dentro de esa otra forma de delirio y locura en que vivimos a
diario, alucinando tan cómoda y naturalmente. No podía negar que al menos yo sí estaba
loco al encontrarme allí, solo, extraño, exaltado, presintiendo y buscando las cosas más
demenciales que tal vez pueda encarnar todavía un ser humano ante el Universo. Como un
eco cercano a mi propio mundo interior escuché repetidas veces el ulular de un chuncho,
hasta que me dormí.

Deambulé primero dos días entre las montañas. Varias veces en mi vida había ya realizado
estas aventuras síquicas de dejarme llevar por la brújula de mi tercer ojo, asociado a la
sincronía emergente de la realidad entorno. Era éste un lenguaje y una experiencia de
realidad más abundantes y exquisitos que cualquier lenguaje y conocimiento humanos.
Hasta entonces nunca me había fallado. Si alguien me hubiese preguntado allí mismo si
estaba dispuesto a caminar hasta el final de mi vida, buscándolo, hubiese respondido sin la
menor duda que SÍ; aunque también hubiese agregado con misteriosa convicción que
pronto iba a encontrarlo...

Al séptimo día, ya poseía un conocimiento vivo y recursivo de que, al despertar en el


octavo día, ese octavo será diferente de todos los anteriores. Despunta el sol por encima de
los cerros y mi ánimo sonríe dichoso, porque la luz nueva expresa para mí el destino del día
que comienza. No alcanzo a completar mi tercer paso, y ya puedo oír los versos relucientes
e infantiles del agua cuando cae desde una piedra hasta la otra piedra. Descubro el hilito de
un arroyo que viene bajando entre las rocas. Lo sigo hacia lo alto como se persigue el
perfume distante y cercano de un ser amado. Lo presentía de tantas maneras.

Llego a la cima y me encuentro deslumbrado por el sol ante una increíble explanada con un
humedal rodeado de juncos, helechos, piedras, musgos y flores. Hay diferentes aves en el
agua, en tierra, entre las ramas, en vuelo pausado o veloz. Junto a una higuera desbordante,
y en medio de otros árboles, distingo la figura soleada de una pequeña cabaña rústica,
enclenque, casi irreal, casi dentro de un sueño mío, modesto y feliz. Más allá, hacia el
fondo, nuevamente se yerguen las masas cúbicas, desnudas, rocosas, escalonadas, pardas,
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grises, ocres, azules, siempre subiendo más alto, más allá de mi vista. ¡Era cierto, allí vivía
él!...

No tengo prisa. ¿Cómo podría tenerla ante esto?... Camino unos pasos hacia allá, o hacia
acá, me siento, contemplo, siento, percibo, me ocurren tantas cosas, vienen a mí, voy hacia
ellas, y ya no estoy más en estas palabras.

Don Manuel1 me recibió en su casa como si me hubiese estado esperando. Parecía tan
interesado en mí, como yo en él. Nuestra confianza mutua era evidente y natural. Nos
comportábamos como niños curiosos y alegres que descubren a un nuevo amigo después de
años de soledad. Yo mismo no cesaba de preguntarle por las cosas asombrosas que
descubría y observaba a mi alrededor, hasta que él me hizo una sencilla pregunta que lo
cambió todo.

--¿Y qué lo trae por aquí?...

Lo sentí con absoluta claridad. La realidad junto conmigo se transformó en un solo instante.
No tengo palabras para describirlo. Era como si la realidad que yo conocía no existiese
más, pero no de una manera irreal, sino algo tan diferente que ya no era ni real, ni irreal, ni
nada que yo pudiese asimilar. Debe haberse notado en mi cara, porque don Manuel me
acercó una silla y fue a buscar un cuenco con agua agria. Ya no sonreía, y su rostro (o su
expresión) me pareció casi inhumano, como de un ser viejo, de espíritu vegetal o mineral,
milenario y extraño.

--Us…ted… He… veni…do por us…ted...

Estoy casi seguro de que unos minutos antes él hubiese soltado una carcajada. En cambio,
sin expresar nada, caminó tres pasos, se sentó en un rincón sobre un montón de paja, cerró
los ojos, bajó el mentón y se quedó en silencio.

Ya no sé qué digo, pero debo hablar. Escucho un siseo, como un viento que repta por
debajo de una tierra cubierta de hojas. Es un zumbido, como un enjambre de abejas
apretadas dentro de mi cabeza. Pero también es algo que viene de lejos, algo tan grande, tan
inmensamente grande que al avanzar se siente que el tiempo y el espacio se hacen a un
lado. Ya no estoy aquí. ¿Qué es aquí?... El miedo animal, regresa el miedo animal,
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Me reservaré su verdadero nombre.
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ancestral, visceral, premonitorio. ¿Quién o qué me obliga a ser ante ESTO tan terriblemente
superior a mi vano yo soy? Me hiere, hiere mi cuerpo, mis manos, mis piernas, mis oídos,
sangran mi ano y mi sexo. No pide permiso, sólo invade, aterra, duele, me enoja, y lloro.
Voy, ya no me queda nada, sólo voy dentro de una luz blanquísima como una nube que arde
desde dentro. He sido vaciado, vaciado de todos mis recuerdos, de mis amores, de mis
realizaciones, de mis creencias y saberes, de mi sufrimiento, de mí mismo, de mi
humanidad, de todo. Puedo saber que ni siquiera la muerte está delante de mí, sino tan
lejos, tan inalcanzable para mí como la vida. Ya no me queda nada ni todo, sólo voy.

¡Puedo ver!... ¡Ahora puedo ver!... Pero veo en todas las direcciones, aunque no son
direcciones, ni soy yo quien mira. No miro con ojos, porque no hay ojos que puedan
observar todas las cosas juntamente, desde todos lados y de una sola vez. Y no hay oídos
que puedan oír simultáneamente todos los sonidos del Universo sin que ningún sonido
opaque a otro. Y no hay amor ni odio, ni bien ni mal, ni verdad ni ilusión, ni emoción, ni
pensamiento, ni conciencia, ni mente en todas las cosas, que ya no son cosas cuando
carecen de tiempo y de espacio. Y aunque ya no soy yo, aún estoy aquí. ¿Cómo es
posible?...

Y desde el centro, aunque no hay centro alguno, sino sólo el centro para mí, y para todos
los que experimentan un centro, una diminuta esfera de luz palpitante se me aproxima
girando y flotando en medio del vacío, aunque no hay vacío, sino sólo el vacío para mí, y
para todos los que experimentan un vacío.

A medida que se acerca y crece puedo distinguir la hermosa esfera azul de nuestro mundo.
¿Quién se mueve y quién se acerca?... Pero ya no hay movimiento, sino una determinada
distancia. Eso es lo que yo experimento. Y desde el centro de nuestro planeta veo dirigirse
flotando hacia mí una figura pequeña, desde la cual salen, giran y vuelven a regresar
muchas diminutas bolitas de luces de colores. Es maravilloso. Me siento feliz, demasiado
feliz. Estoy sobrecogido, vibrando, saltando de una emoción a otra, demasiado bueno,
demasiado extraordinario para lo que yo soy. Todo parece converger, reunirse en un
instante, y en él: ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES
CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!... ¡ES CRISTO!...
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¡Estalla, explota!... Una LUZ de radiancia absoluta me traspasa y arde TODO, se enciende
este Universo, y todos los Reinos infinitos se expanden por una sola vez dentro del SÍ
MISMO.

Retroceden tiempo y espacio, mandato y ordenamiento, serafines, demonios y dioses, luz y


tinieblas regresan a nuestro lugar, el lugar común donde nacen, existen y mueren las cosas
conocidas, los átomos, las galaxias, los seres, yo, tú, juntamente TODO, después de Cristo.

No veo a Cristo; sólo es Manuel que viene caminando lentamente hacia mí. ¿Por qué sonríe
si hay tantísima tristeza en su mirada?... Se sienta en el suelo, justo delante de mí. Detrás de
él gira muy grande la Tierra azul moteada con ampulosos girones de nubes blancas. Puedo
escuchar por todos lados el canto de incalculables pajarillos. Es muy extraño lo que está
ocurriendo.

Algo va a decirme; una presión ominosa contra mi pecho, está todo aquí, dentro de mí y
alrededor de mí, no creo que pueda soportar y sostener tanto; me siento frente a él. Trato de
no sentir, no sé cómo hacerlo. Esto es real. No importa cómo, pero es real. Sólo ahora me
percato del parecido de Manuel con Cristo Jesús.

--¡Mira, escucha, regresa y escribe lo que vas a conocer!... Se acerca con pies de paloma la
hora más temida por esta Humanidad y este Mundo. Nadie puede ver los engranajes
ocultos, sólo la cara externa de los punteros del reloj. El águila imperial empujó demasiado
alto a sus polluelos para volar. El ídolo de pies de barro comienza a hundirse por su
excesivo peso. Será juzgado con benevolencia cuando se cuenten los cadáveres deshechos
sobre la faz de una tierra asolada. La ambición orgullosa por alcanzar las estrellas le fue
implantada junto con la necesidad de existir. ¿Qué queda de un sueño después de
despertar?... Lo que hay de condenable en él solamente debe ser juzgado por tribunales
humanos... ¡Subestimaste el terrible poder oculto del oso y del dragón, alzados en el Mundo
para ayudarte a destruir el Mundo!... ¡No podías evitarlo!... ¡Mira!...

Y vi que todas las cosas eran fragmentos de colores que volaban en todas direcciones como
chispas encendidas que resplandecían por un instante, y luego no sé. Y un estruendo caótico
se extendía por dentro de este armonioso y bellísimo desorden. Y todo iba y venía, iba y
venía, iba y venía, iba y venía… Sin que faltase nada, ni nadie, ni un segundo de historia,
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de presente, de futuro, de ecos temporales, con velocidad tan absoluta que ya nada se me
aparecía moverse, sólo mi vértigo desorientado. Y ya no había ni Tierra, ni cielos, sino que
todo entraba y salía de una forma imposible por Manuel, o por Cristo, y todo junto, sentado
él, o Eso, ingrávido ante mí, con sus ojos abiertos y cerrados al mismo tiempo… ¡Mira!...

Y vi nuestro Mundo que dormía apaciblemente adornado por los rayos de un sol
equidistantemente lejano-cercano. Y escuché el tic-tac de un reloj equidistantemente
lejano-cercano. Y miles de pequeñas explosiones al oriente y al poniente de la Tierra, como
luciérnagas de fuego, de dolor y de muerte. Y vi que dos cohetes o rayos o bólidos se
elevaban desde dos tierras2 hundidas y heridas por la rabia y el sufrimiento tan alto como la
altura alcanzada por la Humanidad, danzaban alrededor del Mundo su misteriosa danza
macabra, y se precipitaban, junto con la invisible sombra cósmica, aullando dentro del nido
del águila imperial. El fogonazo descomunal y ardiente me ciega, y ya no veo más…
¡Mira!...

Reconozco que he pasado antes por aquí, hace… no lo sé. Tampoco sé si estoy confundido,
o me ocurre algo más… ¿Qué hay detrás de mí?... ¿Escucho aguas?... No puedo recordar.
Ni siquiera puedo volver mi cabeza para mirar hacia atrás. No lo entiendo. ¿Qué me ha
ocurrido?... Me duele la cabeza y siento náuseas. Debo caminar, sólo caminar rápido y
regresar a mi casa. Debo regresar a mi casa. Estoy sudando mucho, pero siento escalofríos.

¡Ah, recuerdo… pero no sé si es un recuerdo!... Tal vez fue un sueño, un sueño muy
vívido… Tal vez tengo fiebre y he estado delirando… Tal vez fantasías, puras fantasías…
Solamente sé que está ahí, dentro de mí, aislado, clavado y obsesivo. Veo a Manuel posado
en su jergón de paja, contemplándome con esa mirada extraña, misteriosa, indefinible, que
ahora me eriza la piel.

--Pero, ¿Cristo es real?... ¿Está vivo?...

Manuel me responde sin abrir la boca, sólo con palabras dentro de mi cabeza.

“Sí. Has estado con él y no puedes reconocerlo. Todos hemos estado con él sin reconocerlo.
Todos hemos sido él, pero no hemos sabido serlo.”
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https://www.elconfidencial.com/tecnologia/novaceno/2021-11-22/china-misil-hipersonico-pentagono-
eeuu_3328422/
https://www.bbc.com/mundo/noticias-internacional-59300371
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--¿Cómo es posible eso?... Si tantos lo han amado, y hasta han dado su vida, han dado todo
por él. Yo sé que no soy digno de él, pero ¿nadie, nadie?...

“¿De qué sirve tocar su manto, y hasta llevarlo puesto?... ¿De qué sirve clamar: ¡Señor,
señor, soy tu esclavo!?... ¿De qué sirve amar y hasta darlo todo por una imagen, por una
sombra en tu corazón y tu mente, por más hermosa y buena que ella sea para ti?”

--¡Sí sirve!... Él actúa, él responde a quienes lo buscan con un corazón puro y humilde, con
verdadera fe.

“Si tú vives en un universo de sombras, ¿cómo podrías diferenciar entre una sombra que
actúa y responde, y una no-sombra que no pertenece a tu universo de sombras?... Primero,
esfuérzate por reconocer que eres una sombra, luego concebirás al menos que ya nada es lo
que era antes para ti.”

--¿Sombras son también todas las cosas terribles que me has hecho mirar?... ¿Qué debo
hacer con todo eso?...

“Cuando alcanzas la verdadera experiencia de que una sombra es una sombra de algo
invisible, entonces ya nunca más esa sombra vuelve a ser la sombra que era antes.”

--No te entiendo.

“No hay nada que entender. Primero, los sueños se deben soñar, la vida se debe vivir. La
Humanidad, la Tierra, sufre y muere. Si no sufre y muere, entonces no hay un después.”

--Pero, ¡Cristo, Cristo!... El de nuestras sombras humanas, el que murió en la cruz, el


resucitado o no resucitado, el Cristo No-Cristo, el que sea y lo que sea, y, por encima de
todo, el Cristo de Amor… ¿Cómo va a soportar, y hasta querer el sufrimiento, el mal y la
muerte de cada uno de los seres humanos que experimentarán el cataclismo horroroso que
me has hecho mirar?...

“¡MIRA!”

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