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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

P R E F A C I O

Despierto y con sed suficiente, un ser masculino que nunca


negó su feminidad, caminaba seguro de hallar su destino.
Quería beber de la fuente de la vida.

Sabía exactamente donde estaba. Y a ella se acercó. Y no hubo


desgarro alguno, sino una sublime quietud.

Había recorrido el camino solo consigo mismo, pero a solas,


no lograba imaginar como llenar su jarra.

¡Sucedió! Un generoso chorro de cristalina verdad fluyó


saciando su anhelo, mas su necesidad parecía no tener fin, pues
hablaba en nombre de multitudes.

Fue entonces cuando decidió aventurarse. Y al tiempo que


coordinaba la profundidad de su respiración con el ritmo de su
paso, se dirigió a la cima más alta, allí donde se encuentra el
olivo y la piedra sagrada.

En el sendero de la plenitud, su vista se posó en una babosa


que portaba conocimientos. Captó instantáneamente aquello
que es vulnerable comprendiendo la esencia de lo inmortal.

En las copas de los árboles nacieron rayos de luz que no


conocían límite alguno. Besaron su rostro confirmando el
acierto. Siguió avanzando, intuyendo que tenía que hacerlo
observando despacio, hasta que se detuvo justo donde está el
olivo y una vez en cuclillas, dejó que su corazón se extasiara.

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La belleza vestía de verde mostrando su intimidad. Seguía


inmóvil junto a su amigo el silencio con las piernas como
raíces en la Tierra. Y tuvo a la oscuridad como compañera, de
lo contrario, ¿cómo entender lo más fundamental?

Cuando levantó la piedra sagrada, encontró la consciencia que


lucía con elegancia su túnica traslúcida. Las ramas de su espíritu
se extendieron hasta la alborada.

Afloraron enseñanzas y advertencias. Escuchó las tareas que


debía cumplir. El más allá tendía su mano abierta y él,
construyó allí su morada.

El secreto permanecía oculto, pero rozándole con suavidad su


espalda se expresó. La sensibilidad hizo que se volviera para ser
bautizado. Lo divino se hacía presente con garras afiladas.

Y al verse frente a frente se alegraron. Uno extendió los brazos


para recibir los dones mientras el otro, impregnándole de
aquello que es vital, se instaló en él para albergar a un huésped
muy especial. Yo lo vi.

Conversaron largamente de esto y aquello. Muchas palabras


fueron dichas intercambiándose regalos en cada mirada. Y la
sabiduría mostró su lado bueno al compartir la conciliación
del Cielo hecho Hombre.

El misterio de la existencia se mostró. Tomó su curso, su


significado último. Descubrió la invisible perspectiva que yace
oprimida y todo era igual, mas todo era a la vez distinto. Otra
visión partía de su mismo centro.

Aprendió que las formas modifican los contenidos; que los


medios nunca justifican el fin y por consiguiente, siempre lo

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determinan; que el miedo no tiene sentido y que de todo


cuanto uno haga, tendrá que dar cuenta.

En aquel instante comprendió que debía hacerse escultor y con


palabras, llevar mensajes a los niños y desde la cima de la
montaña, hablar a todos los seres vivos con humildad.

Los elementos volvieron a su lugar de nacimiento y partieron


otros que cambiarían el orden de todas las cosas. Por fin el
abrazo que susurra reconfortantes sinfonías…

Está preparado para entregarse como puente al infinito. Será


un canal hacia lo eterno. El barquero que ayuda a traspasar los
ríos del sufrimiento. Yo lo sé.

Y que gozo al expresarse en voz alta:


’’Soy un chispazo de luz que vibra, mas ¿cómo explicar lo
que no puede verse si no es con el sentimiento en la acción?...
Claro, ya está, con voluntad!!!
Construir una nueva voluntad, porque de no reconstruir
el templo que amenaza ruina, pronto, TODO terminará‘’.

Y cuantos allí se encontraban sonrieron de agradecimiento


batiendo las alas de sus almas, avisando de su inminente llegada
con cantos plagados de amor fraternal.

Así se convirtió en Despertador de Almas, ingeniero de su


propia alma. Yo fui testigo.

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PRÓLOGO

Quien ha leído, viajado y meditado, creo que es una compañía valiosa. Si además escribe,
investiga, y comparte con los demás las enseñanzas de la vida, considero a esta persona un
regalo para la humanidad. Porque cuando se habla con franqueza desde el alma, no hay
soberbia, ni tampoco vanidad.
Ahora puedo hablar con total libertad. Fue a través de un chispazo repentino que la
imagen desenfocada me hizo la zancadilla para que cayera de rodillas.
La realidad se rompió como copa de cristal que toca el suelo y, eso que añicos quedó
desparramado, ¿qué era? ¿Qué era esa cosa amorfa que no abarca ninguna figura geométrica?
Salté de la cama para abrir la ventana de par en par y, claro... al asomarme y mirar, qué
podía encontrar si no era… el mundo.
Camisas perfectamente planchadas, calcetines y calzoncillos bien colocados en los
cajones, el pijama doblado encima de la cama, los cubiertos en perfecta situación, lleno el
frigorífico y el armario ropero con abrigos y gabardinas y chaquetas. Electrodomésticos
grandes y pequeños, el blando sofá a juego con la televisión de pantalla plana, seguro de vida,
albornoz. Toallas suaves con mis iniciales bordadas, sábanas que desprenden fragancias
agradables, ningún cuadro torcido. Plan de jubilación. La plaza de parking reservada.
Zapatillas. ¿Todo eso era importante? ¡Ya no servía! Adiós al embuste...
¿Cómo evitar la frustración y el sufrimiento particularmente severo? ¿Cómo suprimir la
miserable existencia? ¿Qué es toda esta lluvia de toxinas?
Era imprescindible arrancar la página del libro como se arranca la fruta de la rama del
árbol, estirando con suavidad, pero sin dejar de apretar, igual que se arranca el pétalo de una
margarita. Algo parecido a extirparle un suspiro al corazón.
Cerré la ventana y al darme la vuelta y mirar hacia adentro la reconocí. Desde la cama,
enredada bajo las sábanas, reía y lloraba envuelta en un caudal de voces incesantes y entre
todas las voces una sola voz surgió diáfana, clara, visible, tomando cuerpo, desplazándose para
abofetearme con vigor y ávida de escarmiento. Pero no me asusté. Acepté el reto. Nubes de
tormenta. Período de tinieblas.
Acepté el reto dispuesto a morder con saña sin dejarme vencer. Esa cosa quiero palpar
y sopesar y medir y valorar, ese objeto al que denominan vida.

Frases inacabadas retornan visiones que adoptan trayectos y de pronto, los sueños truncados se
componen, resuenan las rimas infantiles del colegio, huelen los pinos, la propia sombra realiza

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una simpática mueca, un salto mortal, un guiño, el silencio, tose alguien, complicidad. Súbito
movimiento. ¡Viajar!
Me puse a brincar hasta las escaleras. Las subí de dos en dos. Las bajé de tres en tres.

Otra vez las subí y las bajé ante las miradas atónitas de quienes murmuraban al unísono –está

loco- sí! Loco de remate. Loco por abrazar mi locura y besarla apasionadamente si con ello

abrazo y beso la misma vida. Y han transcurrido un centenar de horas desde que despegué…

Siete aeropuertos recorridos de arriba abajo y en círculos, bordeando las esquinas,

entrando y saliendo, sentándome y levantándome. Es la tercera vez que veo nacer el sol y

cuestiono, ¿cuál es mi destino? ¿A dónde me dirijo?

Fue a las seis de la mañana del domingo cuando solicité billete para marcharme lejos. El
avión me llevó a Australia. Luego me acercó al Japón, creo. No estoy seguro de cuánto tiempo
he permanecido en salas de espera, en colas para el visado, en concurridos baños donde mojarme
la cara y alisarme los cabellos con hambre y una sed inagotable gritándome desde las entrañas.
Me paseo por el mapamundi recorriéndolo a palmos, ¿hasta cuándo?
Llevo más de cinco días volando y las alas del avión me parecen una prolongación de mis
brazos extendidos ¿huyo? Me alejo.
¿De qué me alejo? ¿De quién?
De mal en peor. De peor a... ¡no tengo frío! Y de niño me faltó mucho calor. Hubo
conflictos que no entendía. ¿Fracaso afectivo? ¿Fracaso social? ¿Fracaso profesional?
¡Desestabilización!
¿Intento asociarme a lo negativo?
No sirvo para ni mierda. Arrastrado por... necesito poder elegir, poder actuar, poder
¡ser! ¿Ser qué?
Tal vez hay recetas milagrosas que desconozco.
¡Ya basta!
Arreglar la habitación y, ¿me voy a la cama?

Después de Los Ángeles-California, volví a Europa-Alemania, y de nuevo me encuentro


cruzando el Atlántico sin saber donde aterrizar, confundido, desorientado. Desgarrado…
Mentirme a mi mismo: sacrilegio.
Admitir. Ver. Saber. Sin vergüenza ninguna.
Algo mío está por ahí, y se encuentra perdido, ¿me he extraviado?
¿Dónde estoy? En el cielo, y sin embargo parece el infierno.

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No puedo tolerar esta incertidumbre. Me doy cuenta de la presencia de estas

personas que siempre están ahí, acompañándome, por las cuales siento simpatía y admiración

y contra las cuales debo enfrentar feroz batalla, furiosa charla, despiadada critica, ¡explorar!

¿Qué me estoy jugando? ¿Cuál es mi patrimonio moral?


Algo me insta a ser claro conmigo aquí o allá, pero claro conmigo mismo. ¡Oh! Tal vez
es necesario tener a alguien a quien culpar…
¿Protestar contra quién? ¿Reclamar una explicación a quién? ¿Quién me desestabiliza?

Prefiero enjuiciarme a mirar a otro a quien acusar.

Cada uno debe ocuparse de lo suyo. Cada quien con sus labores. Yo tengo mi tarea.

Empezar de cero.

Una forma de vida termina.

Una etapa distinta a la anterior comienza, ¿estoy haciendo lo correcto?

Analgésicos, somníferos, estimulantes. Tratamiento psiquiátrico. Ingestión de


antidepresivos o una lobotomía no eran la solución.
¿Insatisfecho? ¡Desgraciado!
La negación es un mal atajo. La sonrisa postiza un error. La felicidad ciega, no existe. La
pasividad confortable… no me interesa. A la deriva contra los cayos borracho de evasión
absurda, ¡no! Encontrar al enemigo de mi crecimiento… aplicar disciplina… dedicarme al
empeño con suma paciencia.
Detenerme.
No puedo continuar vagando a tientas. No seguiré avanzando en dirección equivocada.
Suena la voz... “ven conmigo” … lo dice, ¿el diablo?

Entender mi historia. Hay muchas historias en una historia; historias de niños, historias de
adolescentes, historias de jóvenes, historias de viejos. Son historias de amor y matrimonio, de
riesgos y de muerte, con adivinanzas adornadas y dilemas encubiertos. Son tantas y tantas las
historias conocidas, las inventadas, las vividas, tantas las personas que pasan de espaldas a la vida.
Verbos elocuentes que reverberan como el sonido del zapato de tacón contra el suelo
de mármol de un edificio vacío surgen únicamente de vez en cuando, a menudo en el laberinto
del desorden y la desdicha.

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Recuperarme. Entender mi vida. Aceptándome es como voy a rescatarme. Aislándome


me encontraré a mí. Entonces podré hacerme frente.
Un animal asustado se defiende de tres maneras: escapa lo más rápido que puede, lucha
con todas sus fuerzas hasta el límite de la vida o se hace el muerto engañando al agresor.
Fingir estar muerto...
La manifestación de helarse la sangre evoca un sentimiento de fallecimiento.
Rigidez. ¿Muerte verdadera?
Pero no me quedo de piedra…
Sombras y luces. Amenazas e incógnitas.

Sentado con las piernas cruzadas, como un pequeño que admira desde abajo, asombrado,
queriendo ser mayor, igual que el adulto entrado en años, pesado, cansado, abatido, distraído,
ajeno a las puertas que se abren y se cierran, ignorando los alaridos que escapan en las calles y
las plazas, no, no podía seguir por el camino que lleva al guiñapo y al deshecho humano directo
a la destrucción.
Comentarios hirientes, comportamiento agresivo y hostilidad, ¿y el sentido del humor?
¿Dónde quedaba mi amabilidad?
Ya nada bueno podía entregar a nadie. ¿Qué cosa fea podía salir de mí?
He actuado con sensatez reconociendo mi propia limitación. Yo que promovía ideas,
proyectos, campañas, programas, diseñando objetivos que siempre alcanzaba. Yo que tenía la
imagen dinámica y emprendedora de supereficaz… entiendo que soy vulnerable. Soy débil ante
situaciones extremas. No soy un superhombre. A mi entorno seguro y protegido le sobreviene
otro desconocido e inquietante… ¿estoy perdiendo las referencias?
Marcharse a otro país, a cualquier país, a por otra cultura dejando pareja, amigos,
¿amigos? ¿Son amigos? ¿Qué es la amistad?
Separarse del trabajo, ¿Trabajo digno? ¿Prostitución?
¡Todo está por hacer!
Y me pregunto, si hay avances sin despedidas...
Cortar el cordón umbilical ha sido una cuestión de supervivencia.
Elijo no perecer. Tanto padecer durante tantísimo tiempo aplazando... aplazándome...
Demasiado tiempo he aguardado... Un instante más sin esta clarividencia o lo que sea y...
Irreversible mi decisión! Exilio. No soporté un segundo más, allá.
Insignificantes los reproches. Ninguna tentación de retroceder. No voy a vacilar. No
hay regateos o negociación que valga. ¿Abogados? ¿Parientes? ¿Vecinos?
Que si he fallado... El fallo hubiera sido continuar en ese ambiente, continuar

haciendo las mismas cosas, continuar repitiendo un esquema que me obligaba a continuar

angustiado. Porque todavía hoy puedo levantarme y volver a andar y así es como procedo,

valiente, pero... ¿cuánto va a costarme digerir todo esto? ¿Me va a doler?

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¿Cómo superarlo sin que se me rompa el corazón?

¡Desprenderme sin arrepentimientos!

No hay decisiones perfectas. Toda decisión entraña riesgos.

No ha sido un capricho terminar con todo. Ha sido un requisito ineludible. Termino con lo
que ya no tiene razón de ser. Y cuanta complejidad llevar a cabo ciertos trámites
administrativos...
¡Quemar las naves!
No volver la vista atrás. No llevar bultos colgados del cuello.
Me impongo a mí mismo. Todo apunte tiene un límite. Me amenazo, abandono, me
abandono, lo abandono todo, ¿todo? ¿Puede uno desprenderse de sí mismo? ¿Puede uno darse
la espalda a sí mismo? Jamás podré renunciar al que fui, como no puedo negar lo que soy…
¿qué soy verdaderamente?
Esos pliegues de vida inesperada, insospechada, que de improvisto ponen al

descubierto la inquietud y la crisis... quién puede comprender...

Descomponer la vida en fragmentos que fragmentar: rendición, redención. Rebelarse.

¡Revelarme!

Viajar ligero de equipaje. Solamente recuerdos, nada más viene conmigo.

Si llevaba alguna maleta, se extravió por el camino. Quizás la regalé en Kenya o la dejé

encima de una silla plástica en Bruselas, qué más da.

No había otra forma. Imposible manejar una situación agotada.


Ansiedad... ¡alivio! Transformación.
No hay otra opción que afrontar, encarar, desenmascarar. ¿Soy culpable?
¿Culpable de qué? ¿Por qué?
Tanto frenesí y, enseguida toda esta calma...

Obro de manera adecuada, incómodo en este asiento, como un cuatro agarrotado. Han

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transcurrido cuarenta y cinco días apretados desde que durante la Semana Santa tomé la decisión
y, por fin, puedo emprender esta añorada búsqueda en lo más hondo de mi ser. Necesito confiar
en el proceso.
Empiezo a sentirme mejor que antes.
Vislumbro en el horizonte la esperanza de una existencia más favorable. La esperanza de
un mundo mejor.
Amo demasiado la vida como para suicidarme.
Me pregunto… ¿qué será lo que encontraré al final del camino?

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Mientras Oscar se entretenía durante el recreo buscando piñones entre la pineda, Iván hacía lo propio
de un chico de nueve años: jugaba al fútbol para marcar goles. Sudaba, corría, gritaba, y reía sin
enfadarse si perdía el balón. Y cuando sonaba la campana de aviso para volver a clase, ambos se
buscaban en la formación. Subían juntos por la escalera de la vida.
Le Bon Soleil es un majestuoso colegio en plena naturaleza a treinta minutos de Barcelona. La
enseñanza francesa y los severos métodos disciplinarios no molestaban a ninguno de los dos. Se
habían adaptado con facilidad al sistema rígido pero eficaz de madame Cabré.
En el autocar, tanto de ida como de vuelta permanecían unidos. Habían creado lazos. Y mientras
Iván improvisaba melodías que canturreaba en un idioma ininteligible, Oscar memorizaba la
lección que recitaría al día siguiente frente a la clase. Se complementaban. La amistad había
nacido sin planteársela. Ambos sabían que eran amigos. Nada más importaba.

Uno de ellos nunca olvidaría la noche que transformaría su devenir, aquélla en la que fue obligado a
convertirse en adulto. Él mismo se sorprendió al pronunciar la frase “Ella o nosotros padre, escoge”.
Estaba en el salón sentado en un taburete frente al sofá donde se encontraban su madre y su hermana
menor. Entre ellas estaba su padre. Tenían una conversación que duraba demasiado y no quedaba
nada más por decir. El pequeño le dio un vuelco al asunto con su sentencia: ella o nosotros padre,
escoge. Pero no hubo respuesta. El hombre se levantó al tiempo que él quedaba inmóvil como pesada
roca. Ellas lo acompañaron hasta la puerta recorriendo el largo pasillo con lágrimas en los ojos.
Se marchó. Y se marchó, también con lágrimas en los ojos. Abandonó el hogar. Destrozó la

familia. El castillo se acababa de hundir como si un terremoto lo hubiera engullido y el mundo

cayó con fuerza sobre Iván que se vio obligado a convertirse en un prematuro adulto responsable

de sus actos.

Un niño de nueve años convertido de repente en un hombre. Y a partir de entonces decidió

actuar según sus propias convicciones y con libertad de acción dispuesto a adquirir ideas y

pensamientos propios. Él, partiendo de la nada, construiría su propia personalidad sin guía.

Cuando el matrimonio se rompió y la separación de los padres obligó a los dos amigos a separarse al
cambiar de colegio, crecieron paralelos, con una extraña conexión que encontraría su oportunidad
para la expresión y el intercambio porque sus caminos estaban entrelazados.

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El niño sensible que siente mucho y no sabe todavía nada de la vida, es la más desafortunada
criatura bajo el cielo cuando no tiene guía ni orientación. Oscar se elevará hasta las alturas para
admirar lo bello de la existencia a través de una neblina de ensueño ciego. Iván, en cambio, se sujetará
con apasionada fuerza a la tierra para llenarse los ojos de polvo y la boca de arena.
No hay clases para principiantes. La vida enseguida exige de uno lo más difícil.

Las circunstancias de precariedad económica llevaron a Iván a un barrio marginal en la ciudad de


Barcelona, concretamente a una escuela con métodos absolutamente opuestos a los de Le Bon Soleil.
Iván se sentía encerrado, y verdaderamente lo estaba. Había pasado de los espacios abiertos,
de los campos de fútbol y baloncesto, de la gran piscina y de aquel inmenso bosque de altos pinos
tan extenso como alcanzaba su vista a la azotea del estrecho edificio rodeado de sucios edificios tristes
todos sin vida ni color donde era imposible marcar goles con el balón. Y la polución espesa ensució
su mirada. Y los ruidos estridentes se instalaron en sus oídos. Y su mente se nubló. A Iván le habían
coartado su área vital como a una fiera que encierran en la jaula de un zoológico. Las rejas de la
azotea le provocaban una desagradable sensación a cárcel, y esa cárcel lo oprimía. A regañadientes se
quedaba en la nueva escuela sin conseguir resignarse.
Al principio la melancolía lo embriagaba cuando llegaba el inevitable momento de ver partir
a sus compañeros de clase calle arriba hasta desvanecerse al doblar la esquina a mediodía porque
afortunados salían para comer en sus casas con su familia, al tiempo que Iván, forzado y de mala gana,
permanecía retenido en un lugar que se le antojaba inhóspito. La imagen de sus compañeros
alejándose jugando entre los automóviles estacionados a los lados de la calle le hacía sentirse cada vez
más impotente y a menudo dueño de un abatimiento que se acentuaba cada día. Era normal que de
una u otra forma se rebelara.

Mientras en Iván predominaba una hambre voraz cuyo principio de vida era que las personas no viven
para tener vivencias, sino que precisan gran variedad de experiencias para desentrañar su existencia, y
así, la vida se le antojaba una intensa aventura que llevarse a la boca apurando las últimas migajas de
todo cuanto considerase interesante e inmediato, Oscar por el contrario, inicialmente un adolescente
común, objeto de una temprana depresión, llegará a considerar el mundo como una perpetua
amenaza de la que intentará salvarse evadiéndose por completo. Se deslizará por la vida lleno de
preocupaciones y obsesiones enfrentándose a su pesimismo para que no le atrape la melancolía hasta
retirarse a su “mundo perfecto”.
La contrafigura de Oscar es Iván, quien exaltará sus afectos en todo tipo de gente porque el
mundo le parece luminoso y alegre, un lugar de placentero gozo en el que regodearse; rechazando
las sombras inventará un mundo por donde caminar sonriente y valiente realizando mil y una
piruetas. Dominado por instintos combativos buscará villanos con quienes enfrentarse, adversarios
dignos de él, creándolos cuando no existan para poder proclamarse vencedor y al mismo tiempo
héroe. Convertirá el entorno en un objetivo a seducir para conquistar. Y ese síndrome de adquisición
le llevará hacia la materialidad. Todo querrá: mujeres propiedades y gloria. Y para ello sabrá ser
suficientemente enigmático.
Un gato contaría la historia que nos ocupa desde otro ángulo, pero él tiene siete vidas y...

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La vida es lucha, un tránsito, y el mundo una enorme sala de espectáculos. Las personas entran en esa
sala, miran y salen, pero Iván no saldría rápidamente. ¡Cómo explicar a Oscar que la vida no es
significado; la vida es deseo! Si Iván pudiera hacerle entender a su amigo que todos somos aficionados,
que no hay expertos, solo experimentos. La vida es tan corta que no da para muchas cosas. Y cómo
explicarle a Iván que los bloques de granito se hunden cuando el corcho continúa flotando...
Renunciar al mundo sería algo relajante para Oscar. Sometido en su internamiento, no
experimentará el mundo, sino que lo pensará, eliminando aquello que no le guste, otorgándole la
condición de fenómeno extraño o engaño y su emancipación será una concepción imaginaria en su
mente. Por ello no vivirá en el presente, ni en el futuro, si no en un mundo alternativo creado por
él. Vivirá atorado en un espejismo que pintará de singulares colores ocultando todo cuanto no le
place o convence. Se convertirá en un romántico en un sistema de vida incompleto. Feliz en su fábrica
se concentrará en su peculiar taller. Y le importará muy poco el brillo social.
Demasiado libertinaje en la adolescencia seca el corazón, y demasiada continencia atasca el
espíritu. ¡Qué difícil hallar el punto medio! Durante esta etapa todo está en ebullición, y se sabe lo
que se detesta antes de saber lo que se quiere todo a flor de piel. Es una etapa en la que estudiar la
norma para ponerla en practica y cuestionarla, proponiendo durante la madurez alternativas fruto de
las experiencias vividas, ¡hay que vivir!
Cuando no comprendemos a otras personas se debe a que somos ajenos a sus intereses. El
conocimiento de otras personas, es el primer paso para la propia comprensión. Y Oscar e Iván,
conociéndose el uno al otro, se descubrirán a sí mismos porque un día los dos probarán agua de
viento.

No soy bueno con los chistes y el humor pero preparo un juego que puede sorprender al finalizar
con lo inesperado. ¿Qué si estoy siendo honesto? Soy totalmente transparente y propongo espiar,
vigilar muy de cerca, contemplar y distinguir, incluso descubrir lo que yo mismo no sabía. Propongo
revisar sin dejar de acechar, curioso, husmeando sin cotillear ansioso por examinar a quién sino a ellos
dos.
Soy un espectador, y a la vez un delator de lo insólito. Impertinentes se van a mostrar porque...
¿Qué si quiero burlarme? ¿Ser un perverso crítico? ¿Un bribón?
Sin duda soy un testigo de excepción. Las palabras no son meros instrumentos que ofrecen
un dictado, tienen un poder generador de ideas y nuevas comprensiones llenas de asombro en
primera instancia para el mismo autor. Y el tren no se detendrá hasta llegar a la estación plagado de
turbios detonantes a modo de codazos de la vida. Pero a lo que íbamos...

Ah! El grado de compromiso no te será difícil percibirlo. Te propongo la manera de mirar pero no
de pensar, sugerir para dejar una puerta abierta. No habrá diálogos inocuos, te revelarán quién es
quién en profundidad para que el conocimiento de esta voz que suena sea amplia y conforme a la
acción, a lo que burbujea, a lo que se remueve buscando el hilo por donde estirar y saber más. A
veces seré un simple transcriptor y redactor ¿de una realidad ficticia? O de una realidad ¡mágica!
Créeme cuando te digo que mi imparcialidad entre uno y otro es total. No pongas en cuestión
mi credibilidad, porque la tengo, te lo aseguro. Nadie mejor podría explicarte lo que te cuento.

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Y aunque en nuestros días no es recomendable adelantar los acontecimientos porque si se le


advierte al Lector aquello que va a suceder o se le anticipan los hechos que se van a desarrollar dejando
al personaje en un segundo plano muy probablemente no se interesará en continuar, yo lo hago. Te
adelanto un episodio extraordinario. Pero antes de relatar tan fantástico acontecimiento, tendremos
que pasearnos por sus etapas previas y por ello se perfila esto que sostienes como la luna... tiene un
hemisferio de sombra que asombra. ¿Entusiasmará? Al final se producirá un libro que se desenrolla
como ideal que parte del caos y crea diferentes desenlaces porque otros continuarán la Historia
después de producir tres puntos de partida y una autentica bifurcación. Ahora sí. A lo que íbamos...

Al incorporarse a mitad del año escolar, hicieron ingresar a Iván en el curso inferior al que le
correspondía por su edad. Aquel hecho le hacía sentirse inferior respecto a unos y superior respecto
a otros. La dificultad de integrarse a una escuela donde el ritmo de trabajo y las relaciones entre
profesores y alumnos eran totalmente distintas al colegio de donde provenía, hizo que se distanciara
y mirara con recelo la nueva propuesta. Ningún profesor lograba ganarse su confianza y por su parte,
Iván no se hacía nada accesible. Guardaba prudentemente las distancias.
En general era rechazado. No había hecho nada por hacer nuevos amigos. A su amigo, el
único que al él le importaba lo habían dejado atrás.
Respecto al trabajo escolar, su actitud estaba viciada por las formas rígidas de Le Bon Soleil que
en el nuevo sistema pedagógico no encontraban su lugar. Iván no sabía trabajar en equipo. Pero,
¿cómo pretendían que lo hiciera si le habían enseñado justamente lo contrario, el valor del trabajo
individual y aislado sin referencias al grupo? Esto le hacía sentirse unas veces inútil y otras frustrado,
casi siempre menospreciado al no encajar en el sistema. ¿No sabía o no quería? La verdad es que
difícilmente podía cambiar toda una estructura de valores y conceptos que había tardado en asimilar
por otros completamente distintos y a la par, aparentemente contradictorios y, además, sin
explicaciones ni justificaciones que le ayudaran a comprender. Nadie le había contado el motivo.
¿Por qué lo que antes era bueno ahora ya no lo era? ¿Por qué lo que antes estaba bien ya no parecía
tener sentido? ¿Sólo por un cambio de ubicación escolar? Su educación se veía dañada de manera
obscena. Se preguntaba una y otra vez como su mundo podía tambalearse por culpa de una ruptura
sentimental y sin una lógica concreta, todo cambiar de golpe y radicalmente. Pero Iván no quiso
dejarse atrapar e intentó mantener su posición, la que le habían enseñado, aquélla que conocía bien.
En los trabajos de grupo, solía coger una parte importante del mismo, sin eludir la dificultad,
pero lo llevaba a cabo de manera solitaria e independiente al margen del grupo. Su dedicación y
resultado individual no podía negársele, era bueno, aunque no siempre encajaba con el tema
encargado al grupo. Iván se perdía en la tangente. Era un adolescente que iba por libre a su antojo
dando una sensación de extrema superficialidad y de un total menosprecio a su entorno, incluso a
los demás; adultos y compañeros.
Su estímulo más fuerte venía dado por el pánico a una mala nota, algo que se penalizaba en
Le Bon Soleil. Ello comportaba el no encontrar gusto por la tarea a realizar obteniendo un ritmo
muy desigual en el trabajo. Sólo se espabilaba en el último momento. Había pasado de una férrea
disciplina a una especie de libertinaje y, claro, no lo comprendía. Confundía las cosas pensando que
podía engañar a los profesores. Y a veces en una semana, quería recuperar la cantidad de trabajo
personal que no había realizado en las dos o tres semanas anteriores.

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A quien lograba engañar era a su madre. Faltaba a clase de guitarra, a clase de inglés, y no
siempre iba a practicar judo; todas actividades extraescolares que su madre dispuso para que no
estuviera en casa demasiado pronto. La madre de Iván era ajena a cuanto le sucedía a sus hijos. Su
única preocupación era asegurarles el sustento, y fueron muchos sus empleos, casi todos nocturnos
hasta bien entrada la madrugada; hizo café-teatro, trabajó en una sala de bingo, y antes en el
guardarropía de una discoteca de lujo. Iván crecía como adulto adquiriendo destreza en las tareas del
hogar asumiendo su emancipación, pero demasiado a menudo, pasada la medianoche, salía al rellano
de la escalera con su hermana en brazos llorando en inequívoca señal de auxilio invadido por oscuras
sensaciones de abandono y su desespero era acallando por el portero del inmueble que saltaba de la cama
imaginando un incendio. Quizás también su madre prefería engañarse a sí misma pensando que no
sufrían, pensando que debía ganar más para poder sufragar actividades a las que no asistían porque no
eran exactamente las que querían realizar.
Iván tenía una mención especial en el campo de las artes plásticas, pero nadie lo estimulaba a
seguir. No había elogios ni expresiones de aliento. Nunca hubo felicitaciones en casa. Nadie visionaba
sus trabajos hasta que sus creaciones fueron cada vez más insípidas. Pero no fue siempre así. Cuando
años atrás la maestra de preescolar decía –Vamos a dibujar... ¡no!- señalaba inmediatamente –Vamos
a dibujar una flor- y se corregía diciendo –Vamos a dibujar una rosa roja como ésta- y mostraba un
dibujo que había que copiar, Iván hacía caso omiso y dibujaba según le nacía dando vida a sus
creaciones. Lo reprendieron en varias ocasiones por colorear sin respetar las líneas -¡Dentro de las
líneas Iván sin salirte!- indicaba la maestra, pero respetar las líneas fijas no iba con la naturaleza de
Iván. Ni siquiera la autoridad de Le Bon Soleil consiguió imponerse en ese aspecto. Prefería la
agresión a la indiferencia. La severidad no logró aplacar su innata creatividad. Dibujaba cuando apenas
sabía hablar. Pero las circunstancias actuales de desánimo y desaliento no le permitían expresarse, y
no quería hablar.
Sus intervenciones durante las clases se redujeron a la mínima expresión. No participaba ni
colaboró con sus compañeros de clase. No abrazó la amistad. La única amistad sincera era la
mantenida con Oscar. Era su mecanismo de defensa. Se refugiaba en sí mismo pensando en su amigo
de camino a Le Bon Soleil; de camino a la libertad de un bello lugar en plena naturaleza; de camino
al colegio que conocía bien y al que añoraba profundamente en silencio.
No quería aceptar ningún cargo que le ocasionara alguna obligación concreta por pequeña
que fuera. Cuando las cosas se torcían, sabía moverse con rapidez para evitar altercados. Nunca
mantenía controversias con sus profesores. Eludía la confrontación directa, pero le gustaba apurar
hasta el último instante tensando la cuerda hasta que comprendía que podía romperse.
Iván empezó a ser cada vez más provocador, a beneficiarse de las encrucijadas y a permitir que
lo envolviera el riesgo para disfrutar de la emoción de lo prohibido. Éste era su juego. El juego de un
niño sin juguetes. De una forma callada exigía un bofetón que no llegaba. Era evidente que reclamaba
la rigidez eficaz de madame Cabré tentando e insistiendo con su provocación. Precisaba una disciplina
que nadie imponía y por ello seguía haciendo cuanto quería a libertad. Era una forma de llamar la
atención que se convirtió en permanente comportamiento. Y sin percatarse nadie, porque todos
andaban muy ocupados en sus asuntos, empezó a hacer lo que quería y todo cuanto le apetecía y
donde le venía en gana. Estaba aprendiendo a dominar las situaciones. No había reprimendas y sus

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actos eran cada vez más extravagantes y llegaban cada vez más lejos, y él seguía explorando las
reacciones humanas.
Tan sólo en el informe de final de curso dedicó el tutor una frase relacionada con su
temperamento -Parece como si Iván quisiera lavar la cara a los demás con un trapo sucio-; pero se
perdían las palabras, quedaban ensombrecidas por las malas calificaciones. Se cuestionaban sus
resultados; unos resultados que su madre pretendió arreglar con más profesores durante el verano
cuando la solución no era otra que atenderle. Sólo necesitaba trato y educación por medio del
diálogo que debe existir en el hogar. La concepción del mundo nace en casa.

En el siguiente curso todo aquello se acentúo hasta un punto preocupante, pues la relación con los
demás, tanto con los compañeros de la escuela como con el personal docente carecía de respeto y
estaba fundamentada en desterrar la solidaridad y la ayuda al prójimo; valores que intentaban cultivar
en los alumnos. Iván era un chico que trataba con desprecio a todos los profesores por igual, incluso
al personal de limpieza y media pensión. Los consideraba sus criados, nada raro viniendo de Le Bon
Soleil donde se dejaba muy claro la existencia de castas superiores mediante la división de clases
sociales, pero sin el menosprecio que Iván parecía imprimir.
No hacía otra cosa que chocar contra el sistema y su metodología. Sólo al llegar a casa se
transformaba, como si entendiera la dificultad de la realidad y un impulso adulto le hiciera
comprender que debía contrarrestar la situación aportando lo mejor de sí mismo. Y algo positivo
salía entonces espontáneamente en forma de una superprotección desmesurada para su edad. Un
amor desbordante hacia su hermana surgía con naturalidad. Le gustaba abrazarla, mimarla todo lo
que podía. Cuando la pequeña se quedaba absorta frente al televisor, le peinaba sus largos cabellos y
al acostarse en el sofá, Iván se pasaba horas acariciándole dulcemente la nuca. Su trato se convertía en
exquisita ternura, pero era algo muy íntimo y casi secreto que únicamente ellos dos sabían. La servía
intentando darle justamente aquello que él mismo reclamaba a gritos lleno de lamentos
desatendidos.
Tenía una doble cara. Un desdoblamiento en su ser. El director de la escuela que tenía la
barbilla hacia adentro como si le hubieran propinado un puñetazo y se la hubieran hundido lo sabía
perfectamente porque era primo del portero del inmueble donde vivía Iván. Cuando otros
muchachos del centro e incluso algunos profesores acudían a su despacho con extraordinarias
historias y quejas, parecía que hablaran de dos personas distintas de caracteres contrapuestos, y es que
en Iván, se podía encontrar todo lo bueno, y asimismo, todo lo malo, pero no por maldad.
Simplemente le gustaba investigar frente lo vacuo de su existir. Y sus experimentos, raramente los
hacía en el domicilio familiar, el cual pretendía mantener intacto, aunque no hubiera nadie para
descubrir su bondad. La calle era su laboratorio y el mundo exterior, el lugar donde probar toda clase
de cosas. Mantenía un aura de chico insolente en la escuela y de chico inocente en su vecindad, pero
en realidad se trataba de un diablillo con disfraz de ángel o... quizás se trataba de un ángel disfrazado
de diablillo. De aspecto agradable y mirada ingenua, su astucia era semejante a la de un zorro travieso.
Se mostraba a veces demasiado amable, adulador cuando le convenía. Suave como un conejo
pero tan mortífero como un rinoceronte, Iván aprendía a ponerse una zapatilla de bailarina en una
bota de montaña con púas. Sabía enfundarse un guante de seda en su puño de acero. Desconcertaba
a pequeños y grandes. Era esquivo cuando se trataba de temas personales, extremadamente

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hermético, y seguía sin relacionarse con ningún profesor ni compañero porque no confiaba más que
en sí mismo. La gente de su entorno a la que amaba lo había defraudado y no quería nuevas heridas.
Seguía distante de todos. Alejado. Tan alejado de todos como Oscar lo estaba de él.

Su rendimiento escolar seguía bajando de manera gradual y alarmante. Iván lo sabía, pero cerraba

los ojos y escuchaba a su padre en cualquiera de sus pocas y cortas intervenciones. Subiendo en el

ascensor desde el garaje, cabeza levantada en rúbrica de admiración fascinado por su camisa abierta

que dejaba al descubierto su velludo pecho escuchó de los labios de su progenitor esta afirmación -

Todo lo que soy lo he conseguido sin estudios-. En otra ocasión, había cobrado mucho dinero y al

llegar al comedor de casa, abrió la puerta y lanzó el enorme fajo de billetes que volaron por la sala

ante los rostros maravillados de sus hijos por la improvisada lluvia.

Tardaron más de dos horas en recoger el dinero que se había escondido por todos los rincones.
Nunca se preguntó qué quiso demostrar con aquello. Jamás supo de donde vino el dinero ni para
qué sirvió. Iván no cuestionaba a su padre. Pero no lo entendió, ni lo haría a lo largo de los años.
Su padre no le enseñó a decir malas palabras. Tampoco le enseñó a no decirlas. Si el mundo es
un campo de batalla, no le entregó un escudo y una espada para que se salvara de la agresión. No le
entregó ninguna arma antes de que saliera al exterior. ¿Dónde está papá? ¿Qué necesito saber? ¿Cómo
voy a protegerme? Tuvo que aprender a afeitarse solo, pues claro que se cortó! Nunca hubo niño
adorable que su padre no fuera capaz de acompañar a dormir con una sonrisa y una palabra afectuosa,
salvo él. Iván anheló no haber sido acurrucado en los brazos protectores de su padre. De estar juntos,
los acontecimientos no serían iguales.
Los mayores le decían que debía reflexionar seriamente sobre los resultados escolares, pero a
la única persona a quien Iván tenía presente y a quien hubiera escuchado era a su ausente progenitor.
Cuanto poder ejercía aquel hombre extraviado en la noche; un poder fruto de una devoción que no
merecía.
Desatendía sermones morales refugiándose en los breves momentos vividos con su padre. Le
faltaba interés, concentración y dedicación en todas las áreas. Pasaba justito de un curso a otro porque
sólo buscaba el aprobado discreto para no suspender. A partir de ese momento no regalaba ningún
otro esfuerzo. Los profesores lo alertaban, y luego lo amenazaban diciéndole que no podría superar
el curso de seguir con esa actitud, pero Iván pensaba que sabría encontrar la manera cuando llegara
el momento “Ya me espabilaré” se decía una y otra vez. Y aunque ciertamente aumentaban las
dificultades de las materias, nada impedía iniciar un nuevo curso con idéntico desinterés y la misma
dispersión.

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Las cosas nunca fueron del todo bien entre Iván y su padre. El refugio para el desaire fue el trabajo
que lo mantenía de viaje -Lejos de cuanto quiero- solía decirle por el auricular telefónico. Su madre
intentaba cubrirle las espaldas engañando a su hijo, pero la única realidad era su ausencia reiterada.
Iván había desarrollado su curiosidad hasta el punto de aprovechar la soledad registrando cajones,
bolsillos, carteras, maletines, y escritorios a la caza de información que lo ayudara a entender. A
entender su pasado. Y a entender su presente. Quería comprender qué estaba pasando porque cuanto
sucedía confirmaba que algo andaba mal desde que tenía uso de razón.
Percibía que la suya no era una casa normal. No sucedían las cosas que contaban sus
compañeros en el colegio. En su habitación, no se encontraba el balón que había regalado papá. Se
preguntaba por qué el suyo no se comportaba como cualquier otro padre. Aún con esfuerzo, no
podía recordar un domingo paseando en su flamante motocicleta. Aunque lo intentaba, no podía
encontrar un solo hecho que implicara unidad o una breve fusión; una sonrisa, una broma, una
confesión. Nunca hubo un aperitivo en familia, una visita a un mueso, ni unas horas de
entretenimiento en un parque de atracciones. Jamás un partido de fútbol entre los dos; ni una partida
a la máquina del millón o una competición con los dardos o simplemente un rato de ping pong. No
existían las salidas para montar a caballo. No había visitas a los parques con lago para deslizar un
pequeño navío en el agua. Ni tampoco un baño en el río durante una excursión. Iván no tuvo su
bicicleta. No tuvo un –Agárrate fuerte, no te sueltes, si te caes te harás daño-. Tampoco las risas
durante las vacaciones de verano. Su padre no estuvo a su lado. Anhelaba algo que por ley natural le
era propio y envidiaba a todos los niños porque su padre no era como los demás padres. Pero era su
padre!
Apenas hablaban, ¿cómo podían siquiera mantener una conversación si no se veían, si sus
horarios no coincidían? Predominaban las prisas y otras cosas, al parecer, más prioritarias que las
enseñanzas al vástago. Ni siquiera un simple -Que tengas un feliz día hijo- de vez en cuando,
únicamente para que Iván supiera que le importaba y que llegada una situación extrema podía contar
con papá. Cualquier muestra de cariño hubiera sido válida y atesorada en el recuerdo como el mayor
de los tesoros. Deseaba ser arropado y ese anhelo lo consumía. Pero aprendió a contrarrestarlo
imprimiendo un desmesurado optimismo en todos sus actos. Aparcó el dolor sufrido y empezó a
soñar en voz alta. Y no quiso soñar la vida sino vivir sus sueños.
El comportamiento de su padre equivalía a herir sin piedad. No solamente a él. Una vez, manos
juntas con su hermana esperaron rozando la medianoche a que ese hombre egoísta e
irresponsable llegara a su casa todavía, con el entusiasmo inocente y la alegría de quien ha vivido
algo nuevo e interesante, deseaban compartirlo con él. Pero su padre no llegaba al hogar. Y los
nervios rechinaban en los dientes de una esposa irritada, al tiempo que una mujer traicionada,
madre dolida por el daño innecesario que se causaba a los pequeños que se dejaban vencer
invadidos por el cansancio. Bostezaban desalentados. Disminuían las cosas que querían explicarle
a su padre respecto a todo lo acontecido en el más apasionante día para ellos: el primer día de
colegio en Le Bon Soleil. La ilusión se evaporaba ante las miradas decepcionadas de tres seres
plenos de amor por un cuarto que no llegaba. Había oscurecido, oscureciendo parte de sus
corazones y entrada la madrugada aquel hombre seguía sin llegar. No quería aparecer.
Finalmente, protegiéndole, la mujer despechada camuflada bajo la sombrilla de madre intentó

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enmendar lo ocurrido haciéndoles grabar sus ya escasas impresiones y sus dormidas palabras en
una cinta magnetofónica. Porque eran niños, hijos, seres que querían ser atendidos, que
necesitaban ser escuchados. Porque deseaban compartir sus cosas con papá de la manera que
fuera.
No se supo más de aquella cinta. No hubo comentarios. Nadie en la casa se refirió al prólogo
que fue aquella siniestra noche de ilusiones fallidas y decapitadas alegrías que continuaron
sucediéndose de manera lamentable hasta la noche fatal del se acabó, fin, en la que Iván se
convirtió en un adulto de inusitada fortaleza.

Desde aquel aviso de alerta que a su hermana le desgarró el alma, a Iván se le despertó ese inusual
sentido de protección hacia ella. Los dos años y medio de diferencia eran lo que la salvaba de
comprender cuanto sucedía. Era ajena a la problemática. Casi todo escapaba a su entendimiento
infantil, y cuando no ocurría así, su hermano intervenía con fábulas que la distraían.
Cada noche intentaba arroparla a una hora prudencial para que durmiera nueve horas, pero
ella se sentaba frente al televisor. Iván acostumbraba a esperar a que se quedara adormilada en el sofá
antes que abrir una discusión inútil obligándola a acostarse por la fuerza. Y cuando terminaba de
arreglar la cocina, cuando terminaba de barrer y de fregar, una vez se quitaba el delantal, con suma
delicadeza la llevaba en brazos a su habitación como un príncipe a su princesa al tiempo que luchaba
contra el miedo a lo largo del pasillo oscuro.
Era terrorífico recorrer el largo pasillo que parecía tambalearse como un barco que oculta en
sus paredes cadáveres y gritos afilados como cuchillos pero no se le dilataron las arterias ni aumentó
el flujo sanguíneo ni subió súbitamente el ritmo cardiaco. La oscuridad suele comerse a cualquier
niño, pero Iván aprendió a llegar hasta el final del pasillo sin peligro, sin esa reacción emocional que
se produce cuando se tiene la sensación de enfrentar los riesgos y el posible daño, poniéndose en
guardia para protegerla de todo cuanto de improvisto podía sucederle cargado de razón, cargado de
un amor fraternal sin comparación. Iván le perdió el miedo al miedo.

De las doce a las tres, durante el período de comida a la que tanto se había resistido acostumbrarse,
le costó muy poco convertirse en el innegable rey de la escuela con el transcurrir de los años.
Principalmente, porque era el mayor de todos, pero no sólo por eso. Los más pequeños gozaban en
compañía de Iván. Lo idolatraban. Imitaban sus movimientos. Pronunciaban las mismas expresiones
que a él le gustaba poner de moda. Inventaba leyendas y organizaba grupos de juego con saludos
exclusivos y originales. Nada se hacía sin su consentimiento. Tanta autoridad inquietaba al claustro
de profesores; sobretodo porque era una autoridad innata asumida por los otros niños con
naturalidad. Le entregaban su fervor y lealtad encantados de hacerlo. Y le requerían para casi todo:
saltar por los tejados hasta recoger un balón que había caído a un terrado vecino, subirse por la verja
para salvar a un gato asustado, recuperar la chaqueta que los pandilleros habían usurpado a una joven
maltrecha. Iván se elevaba sobre todos ellos como el "gran salvador".
Apretados pantalones de pana marrón se ceñían a sus piernas y trasero. Se negaba a llevar la
bata reglamentaria como todos los estudiantes. Aunque violentaba las reglas, nunca lo regañaron. Y
lo cierto es que algunas empleadas de la cocina y las jóvenes administrativas de las oficinas observaban

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de reojo ese trasero. Iván había contactado con un grupo de chicas mayores. Con su desarrollo físico,
Iván accedía a una belleza que impregnaba el ambiente. Se había convertido en diana de comentarios.
Alababan o criticaban sus movimientos por su descarada desfachatez. Su peculiar manera de andar
hacía que el género femenino se volviera para mirarlo, no podían evitarlo, ejercía la misma influencia
que un imán. Y aprendería tres cosas durante aquel período con ellas: a reconocer su innata picardía
que rápidamente incorporó, a desplegar el arte de la intuición femenina, y a seducir.
Iván se había alejado completamente de los estudios. Suspendía por gusto sin percatarse que
desaprovechaba su talento. Y era una pena que lo malgastara de aquella manera pero Iván, demasiado
entretenido en deslumbrar a toda mujer recién llegada a la escuela no se daba cuenta.
Consentírselo fue un grave error. Pero Iván era el héroe indiscutible de la escuela. Y se lo creyó.
Amante de conquistar partidarios, de disponer de la ferviente admiración a su alrededor, así daba
comienzo su espectacularidad alzándose ante un eufórico auditorio expectante.

En el último curso, y sólo al final de éste, Iván protagonizó un cambio. Abandonó sus
impertinencias y los aires de superioridad que le habían caracterizado y de repente se adaptó.
Daba la impresión que finalmente había entendido y aceptado. El director de la escuela afirmaba
que el hecho de su radical cambio era una incógnita que nada tenía que ver con la sumisión.
Quizás había hecho efecto el comentario reiterado de que si no variaba de actitud se quedaría en
esa escuela sin poder asistir al instituto. Iván deseaba pasar a una nueva etapa de su vida cuanto
antes, porque él más que nadie en el mundo necesitaba huir de la jaula para volar hacia el
horizonte. Qué motivó su transformación, nunca llegaría a saberse con certeza. Mantuvo el
secreto de si el cambio obedecía a un convencimiento interior o bien se trataba de otra
estrategia dado su rocambolesco temperamento. Lo que fuera que propició el cambio quedó
oculto, pero aquellos que pudieron estar suficientemente atentos, comprobaron cómo el último
día, sentado en los escalones de la puerta principal de la escuela Iván lloró sin reparos. En verdad
lamentaba marcharse de la escuela. Y sus lágrimas eran de arrepentimiento por el dolor causado a
diestro y siniestro. Por cada una de las tardes de malhumor que había provocado, por las
confusiones y los altercados que complicaron la vida a quienes le rodearon, por confundir hasta
turbar a unos y otros y por su chulería desmesurada. Lloró porque ya no volvería a ver a sus
compañeros; a sus profesores; a las chicas de la cocina y a las jóvenes administrativas. Y lloró con
hondo sentimiento porque tenía que separarse forzosamente de su hermana a quien adoraba.
Luego de una última expresión que desconcertó a los viejos profesores y a los nuevos
maestros, a compañeros y conocidos, con trece años cumplidos, se integró con facilidad y rapidez al
nuevo ritmo que imponía el instituto demostrando una singular capacidad de adaptación teniendo
en cuenta el papel protagonizado en su anterior etapa como estudiante. Antes de entrar al Instituto
Nacional de Bachillerato Maragall, se había parado frente al enorme pórtico porque Iván quiso
establecer pautas de comportamiento para que no se volviera a repetir la historia. Y definió su nuevo
estilo. Se dijo que necesitaba otra etiqueta que la de revolucionario inadaptado.
Pero en su casa no lograba la adaptación. La pequeña se había convertido en una adolescente
arisca y quisquillosa. Iván adoraba a su madre tanto como a su hermana y la relación entre ellas era
deplorable y muy tensa. Madre e hija vivían peleando a cada rato y en una ocasión, Iván se enfrentó
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duramente contra su hermana para defender a su madre; sin embargo, apenas una semana más tarde,
tuvo que enfrentarse a su madre para defender a su hermana y no pudiendo decirse por ninguna de
las dos, amándolas a ambas, decidió nunca más intervenir. Aunque siguieron las disputas, los gritos,
incluso con el tiempo, la competencia por los hombres.
A continuación de haber sido abandonada por su esposo, no había tardado en traer hombres
a la casa y no se le podía reprochar, pues sus curvas despertaban apetitos y los silbidos de los albañiles
de las obras en construcción. Aquellos silbidos le recordaban que aún era una mujer atractiva y
deseada y de algún modo, esto enorgullecía a Iván. Se le hinchaba el pecho como a un pavo real cada
vez que sucedía hasta convertirse en algo imprescindible, sobretodo desde que se acostumbró a verse
en las vallas publicitarias. Nunca olvidaría la primera vez que caminando junto a su madre, al cruzar
la calle se topó con su sonrisa junto a un enorme vaso de leche y permaneciendo inmóvil al
contemplar aquel rostro de cuatro metros por dos y medio, la miró para decirle sorprendido y
desconcertado “¡...Soy yo!”.
Iván había salido por la televisión anunciando juguetes y medicamentos para niños. Se volvió
una figura habitual para las fotonovelas que mensualmente aparecían en los kioscos. Varias escenas
se rodaban en el propio domicilio ante la curiosidad de la vecindad. Creció rápidamente su
popularidad. Siempre que se precisaba a un niño, los productores pensaban en Iván. Los ingresos por
su trabajo se habían convertido en sustento para la casa desde que faltó el ingreso del padre. Tenía
madera de showman. Y así fue como terminó por incorporar la vanidad a su ropaje habitual; un
detalle que su madre no supo ver y por lo tanto, no pudo paliar... demasiado concentrada en su
prioridad.
Estaba obsesionada con sus hombres. Aturdida con el desfile. Elegía la infidelidad a los hijos
como antes le habían sido infiel a ella, engañándoles como la habían engañado a ella prefiriendo salir
y vagar por la noche en vez de quedarse en la habitación del niño y la niña para que pudieran dormir
tranquilos; y seguía sin acudir a su dormitorio para darle el beso de buenas noches porque estaba en
el comedor sirviendo la cena a ese hombre que no encajaba. Por un lado, quería rehacer su vida
sentimental, y por el otro, intentaba imponer al hombre como el perfecto padre. Se empeñaba
tercamente, pero aquello no interesó nunca a Iván que no admitía los discursos de forasteros. Era
absurdo. Incongruente para quien nada más quería a su padre y si éste no estaba, no quería a ningún
sustituto. Sentía celos porque los entrometidos le arrebataban el afecto de su madre. Y durante tres
años, a ninguno escuchó hasta que irrumpió José Luis, quien a diferencia de los demás "compañeros",
así es como los denominaba su madre, fue el único que durmió de manera continuada en la
desvencijada casa. Y sería quien a partir de ese momento marcaría de manera significativa la
adolescencia de Iván.
Se trataba de un hombre despreocupado que sazonaba el día de buen humor, de simpáticas
bromas e inverosímiles anécdotas. Pero lo que más impresionó al joven Iván fue que le habló
abiertamente de sexo, de mujeres, de hombre a hombre; además de enseñarle a jugar a las cartas
haciendo apuestas y a conducir su deportivo amarillo limón con el techo descapotado.
Aparentemente inofensivo, cuando las timbas de póquer con gente variopinta se alargaron hasta las
ocho de la mañana del día siguiente, sucediéndose un día tras otro, cualquiera podía interpretar los
acontecimientos. Algo seguía sin funcionar en la casa que tenía presencia masculina pero no sabía a
hogar. Amanecían los ceniceros repletos de colillas junto a las botellas de güisqui vacías. Sucedió que

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cuando Iván se preparaba para ir al instituto, todavía encontraba a José Luis despierto con los ojos
rojos balbuceando indescifrables vocablos. Pronto se descubrió que no trabajaba, o mejor dicho,
pudo confirmarse que se trabajaba a las mujeres. Iván se sintió muy mal por su madre, pero ella estaba
ciega y no atendía los comentarios de quienes la amaban. A partir de entonces se produjo el
alejamiento.
Iván no soportaba que se rebajara hasta el punto de perder su dignidad, y puesto que lo que
advertía no era amor, sino puro deseo carnal y una compañía exenta de cariño y respeto, la ruptura
de la relación madre-hijo pudo comenzarse a tocar. Era un hecho irreversible que se palpaba en el
aire extendiéndose por la casa como una terrible plaga. Nadie arrastraría a Iván. Ya no era su casa.
¿Respetar la casa sino es hogar? ¡Apartarse del techo negándose a colaborar! Iván no quiso participar
del desastre.

Había conocido la autonomía emocional a los nueve años a raíz de una conversación con su padre
donde apenas pronunció una sola frase, conocía la independencia, sin embargo, para volar del nido,
para ser realmente autosuficiente precisaba medios económicos, y se lanzó a por ellos antes de
emprender la marcha con apenas quince años recién cumplidos.
Comenzó repartiendo propaganda por los barrios periféricos de la ciudad durante las tardes a
la salida del instituto. Algunas mañanas conseguía alquilarle la motocicleta a su vecino para repartir
paquetes a domicilio. Llamaba la atención la manera de montarla. Lo hacía como si cabalgara sobre
un caballo por las anchas praderas del oeste en aquellos tiempos que la ley se la hacía uno mismo.
Continuó con toda clase de empleos precarios que alternó como pudo con los estudios, hasta que su
capacidad de comunicación le valió su primer empleo serio como ayudante del relaciones públicas de
un centro recreativo. Iván destilaba confianza. Era atento con los clientes. Invariablemente aseado y
bien vestido, acudía puntualmente al puesto de trabajo para servir con acierto y, en la primera ocasión
que tuvo de hacerse valer, la aprovechó con astucia accediendo como recepcionista titular de la bolera
AMF Bowling Center con un sueldo nada despreciable y la responsabilidad de cuadrar la caja del
centro a diario.
Tenía estabilidad. Conseguía ingresos fijos. Y un jueves que su madre salió a comprar, a su
regreso Iván ya no estaba en la casa. Se había evaporado. No había nota manuscrita, como tampoco
hubo posterior llamada telefónica de despedida. Si su madre quería encontrarlo debía acudir a su
puesto de trabajo. Su mensaje era claro: dejadme vivir mi vida. Había llegado la hora de Iván; la hora
de la auténtica independencia. Renunciaba a su familia puesto que ya no la tenía. Ni tampoco la
quería. Iván se borró de la tribu apartándose de la sangre.
Su madre acudió inmediatamente a su hermano Igor como quién llama a los bomberos

cuando se declara un incendio –Qué puedo hacer Igor... ¿dime!-. Durante largas horas trató de

explicarle su hermano con tranquilidad -Iván está seguro de sí mismo, está lleno de optimismo. Es

joven y fuerte. Hay mucho que ver en el ancho mundo. Pero no habrán de pasar muchos años para

que su acento cambie-. Igor le había dicho a Iván presagiando su mundo –Serás aclamado como un

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gran rebelde, pero nunca serás amado, serás odiado sobrino, cuando para el rebelde, más que para el

resto del género humano es absolutamente necesario conocer el amor-. Y si hubiera podido

hablarle con la franqueza hubiera añadido –Dar el amor aún más que recibirlo-. Pero Iván no

escuchaba la sirena.

Continuó diciéndole Igor a su hermana al visitarla dos días más tarde -Aún cuando se acepta

su éxito, la opinión de los demás le importa muy poco. Tu hijo ya está en otra cosa. Su brújula

señala otro derrotero. Su entusiasmo se encuentra en otra parte. ¿Qué se puede hacer por Iván?

¿Cómo aplacarlo? No se puede. No se puede hacer nada por él. Está fuera de todo alcance.

Perseguirlo es imposible y él persigue lo imposible-. ¿Es esta la desagradable imagen de un hombre

de genio? pensó, pero esto último lo guardó para sí. Igor estaba convencido que su petulancia, su

duelo, nunca sería contra los pobres, los indefensos, los desdichados. Iván combatiría en su cruzada

contra los usurpadores, los corruptos, combatiría a todo cuanto hay de falso, de vano e hipócrita y

de destructivo en la vida con la esperanza de abolir los equivocados mitos, las burdas supersticiones,

las panaceas baratas y toda utopía.

Iván quería encontrar la puerta de la libertad. Desde su primera expresión de vida, ya en la


cuna, tenía el firme propósito de cambiar. Buscaba un nivel superior. Y se buscará a lo largo de la vida
su centro de gravedad.

El servicio militar obligatorio era un obstáculo que Iván debía saltar porque aunque le faltaban dos
años para sus dieciocho él necesitaba liberarse del forzado exilio al que sometía la patria a sus jóvenes
todavía en la década de los ochenta. En las entrevistas de trabajo era condición indispensable el
servicio militar cumplido, así que optó por marcharse voluntario, ¿para qué esperar a la edad
reglamentaria?... ¡cuánto antes mejor!
Igual que había renunciado a los estudios por un empleo fijo, renunció a su trabajo con la
idea de acortar el camino hacia un empleo mejor. Se alistó.
Realizó la instrucción en el campamento de San Climent de Sesebas donde vibró el ardor patrio
en las voces de cientos de reclutas que entonaron el himno del deber durante la jura de bandera. Iván

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también cantó, y besó la bandera, y saludó a los oficiales con respeto. Pero ni su madre, ni su hermana
ya una hermosa jovencita ni por supuesto, su padre, acudieron para abrazarlo y fotografiarse junto al
licenciado militar de impecable uniforme.
Atendió las órdenes de sargentos brigadas y tenientes sin rechinar como un palo tieso con los
hombros hacia atrás y la barbilla levantada. Cumplió con las tareas encomendadas. Limpió retretes,
lavó cazuelas, peló patatas con las botas brillantes y el cabello muy corto y su cetme al lado sin
desmarcarse del pelotón. No despuntó. No resaltó. No desentonó. Nadie sabía como se llamaba.
Nadie sabía quien era. Nadie sabía qué pensaba. Ni siquiera si realmente estuvo ahí entre todos. Iván
quiso pasar desapercibido y bastaba que se propusiera algo para que lo consiguiera y como el agua
que se adapta a cada recipiente, estuvo durante la instrucción militar sumido en el más absoluto
anonimato por decisión propia.
Ya en Barcelona, en el Regimiento Mixto de Ingenieros número cuatro como cabo gastador,
frecuentando el piso de mando, exento de guardias, comenzó a aburrirse. Se le caían las paredes
encima. Se cansaba de la rutina. Conocía cada palmo del cuartel. Las interioridades de capitanes y
comandantes no eran suficientemente sugestivas para entretenerlo. Miraba por encima de la garita.
Quería estar detrás del muro y la alambrada. Y los viernes se hacían demasiado cotidianos y a las doce
del medio día lo fastidiaban.
“Atentos, gastadores, firmes... AR!”. No podía ser de otra manera. “Sobre el hombro...
armas!”. Iván daba el primer paso frente a los oficiales de gala aglomerados en la tarima. “De frente
paso ordinario... AR!”. Titiritirititi.... Resonaba la corneta. Pam ratapaplam ratapaplam paplam!
Resonaba el tambor y, inauguraba el desfile. Tras él, los seiscientos noventa y cuatro soldados del
regimiento. Pero cuando llegaba donde se encontraba el señor coronel, al mandar la orden para que
la escuadra de gastadores lo saludara, algo no lo complacía. Habló durante los ejercicios de
entrenamiento con los miembros de su escuadra. Como jefe podía imponerse. Y los soldados de
primera a su cargo debían obedecer la orden, pero temían el arresto de quienes llevaban estrellas en
las gorras y condecoraciones en las solapas. No querían hacerlo. No en una atmósfera opresiva como
la del ejército donde vulnerar la tradición es un sacrilegio.
Sin embargo, el siguiente viernes, en seguida de que sonara la corneta, salieron con paso
invariable los miembros de la escuadra de gastadores. Enfilaron la recta, giraron a la izquierda, se
acercaron al paso del redoble del tambor a la tarima y, cuando todos los oficiales observaban, a la voz
de Iván “Vista a la derecha... “ el grito lo escucharon los guardas en sus garitas “AAARRR!” rompieron
los soldados de primera el protocolo para realizar una maniobra espectacular que simbolizaba una
expresión más pomposa que el mero saludo perpetuado por más de cien años. Salió tal y como lo
habían ensayado y de esa manera mostraron su respeto a la máxima autoridad del cuartel ante la
sorpresa de todos, incluso del mismo coronel. Les había dicho Iván “¡Pongámosle chile a la vida!- y
habían aceptado seducidos por su entusiasmo arriesgándose conmovidos por su autoridad.
Y luego de su descaro, del insulto en opinión de muchos oficiales, fue llamado al despacho
del señor coronel... para ser felicitado.
A partir de entonces lo saludaban los superiores, lo reconocían en el hospital militar, y en la
comandancia de marina exhibían unas fotografías que detallaban la maniobra paso a paso. La propia
esposa del capitán de su barracón preguntó quién era el joven que se había atrevido a desafiar con
tanto acierto el saludo acostumbrado. La misma hija del coronel rogó a su padre para que lo invitara

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a tomar café. Y en el campo de instrucción de San Climent de Sesebas, los soldados que sabían de
antemano su plaza en el Regimiento Mixto de Ingenieros número cuatro, antes de conocerle, ya
hablaban de Iván.

Y es que Iván no pasaba inadvertido. Y en el fondo, a él le agradaba ser popular. Cuando se había
parado frente al enorme pórtico del instituto, un poco acongojado, para que negarlo, antes de definir
su estilo y adoptar el compromiso de adaptarse, había entrado en el bar de la esquina para decirle al
propietario su nombre. Quiso advertirle que pronto lo sabía todo el mundo. Entró para asegurar ante
un testigo que sería el más popular del instituto y, remarcó “... Y mire cuando se lo estoy diciendo”.
Era el primer día de clase.
Únicamente en el primer curso había presencia masculina después de veinte años de albergar
el instituto sólo al sexo femenino. Un ochenta y cinco por ciento de los alumnos eran chicas risueñas
que aplaudían la novedad, pero la normativa incluía exclusivamente a las aulas del primer piso, y por
ello se disputaban entre todas al reducido número de varones recién llegados al Instituto Nacional
de Bachillerato Maragall.
Por Iván pelearon muchas chicas, y él se dejó querer pavoneándose por los anchos pasillos con
sus ceñidos pantalones que acentuaban su paquete entronado como símbolo de virilidad. Así las
besaba luego de tenderlas encima de las mesas de la parte trasera de la biblioteca, luego de internarlas
en los lavabos del comedor una vez cerrado para hacerlas suyas, luego de recluirlas en el laboratorio
de ciencias naturales bajo los tubos de ensayo y los microscopios. Como amo y señor, imponía su
criterio seleccionando candidatas sin admitir negativa ni derrota. Las tuvo literalmente a sus pies. Y
como si se tratara de una estrella de cine o de la canción, con la mirada marcaba con una cruz a su
devota seguidora para que se trasladara a los vestuarios del gimnasio donde había dispuesto unas
mullidas colchonetas.
Pero se cansó, y comenzó a ensayar pequeñas coreografías de baile en el salón de casa

cuando su madre y José Luis se encerraban en la habitación. No era un virtuoso del baile. No

repetía una y otra vez un paso de baile hasta quedar grabado en sus músculos para convertirlo en

hábito. Improvisaba sin disciplina ninguna únicamente a la caza del impacto visual. Le gustó ser el

centro de atención en la pista. Pronto se presentó a concursos y no tardó en ganarlos. Atento a las

discotecas que los celebraban y a las fiestas donde poder exhibir sus originales montajes, encontró

en el baile una forma de expresión de inusitado placer.

Todos los temas de moda tenían sus concretos movimientos para Iván, y cuando sonaban en
la radio, tenía cronometrado cada compás y estribillo a la búsqueda del mayor efecto en favor de un
buen espectáculo. Dejaba salir su inventiva hasta tal punto que se atrevió a componerle una canción

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a su hermana; la cuál tituló: "No me olvides", como si ya presagiara el desenlace; como si de


antemano quisiera pedirle disculpas por la separación que se avecinaba sin remedio.
Participó en la fiesta final de curso del instituto preparando una pieza especial donde para su
sorpresa, fue muy aplaudido y felicitado incluso por los profesores. Eran conocidas sus contorsiones
en la pista y el comité organizador le pidió que bailara para la ocasión, porque varias chicas de su
instituto lo seguían y lo perseguían aclamándolo entusiasmadas al empezar y finalizar cada actuación
gritando su nombre y a continuación, el nombre del instituto que también se hizo popular y el hecho
había llegado a oídos del gabinete rector. Iván tenía cierta fama. Lo querían en aquella fiesta: la
primera fiesta en la historia del instituto en que no únicamente habría chicas. Y los complació
subiéndose al escenario bajo una luz fría y estéril frente a un auditorio rebosante de compañeros de
estudio. No había condiciones para un espectáculo pero Iván ganó. Lo supo el señor del bar, porque
durante una semana corearon su nombre al verlo pasar. Y como muestra de agradecimiento, los
integrantes del comité lo desconcertaron como nunca antes nadie lo había hecho al entregarle un
trofeo con una placa conmemorativa que recordaba su aportación al evento. Ese día se había
emocionado. No contaba con el obsequio. No estaba programado ese sincero reconocimiento. Con
el cariño rozaron sus fibras más íntimas y advirtió, brevemente, que tenía sentimientos intensos que
escondía. Se conmovió igual que cuando derramó su llanto incontenible el último día en su escuela,
pero esta vez pudo contenerse y llorar por dentro con disimulo. El número de estudiantes era dieciséis
veces mayor que el de la escuela pero Iván seguía siendo el rey. Todas sabían que existía, que besaba
rico y se movía con frenético ritmo.

Para el ejército, Iván era un joven disciplinado, cuidadoso en su proceder que mantenía las
dependencias de los gastadores impecablemente en orden. Aportó diversos logros en tareas de
organización y servicio a los oficiales, pero la paga del ejército era mísera. No disponía de efectivo.
Tenía que atender los numerosos gastos de su apartamento sito en la zona franca. Ideó la manera de
obtener dinero sin tener que robar ni mendigar. Montaría su propio show. Visto su éxito de años
atrás, buscaría un nuevo triunfo: que las chicas fueran a la sala de actos del instituto por él, y no para
celebrar el final de curso.
Así se lo contó a su hermana la tarde que preparaba unas fotografías que pegar en unas
cartulinas en la que había sido su anterior vivienda. Su madre lo desautorizó diciendo que esa no era
manera de ganarse la vida. Lo increpó golpeándole en la cabeza con los nudillos al compás de un no-
es-tás-pre-pa-ra-do pero Iván, muy molesto recogió sus cosas y se marchó pensando que si
conseguía llenar el auditorio ganaría dinero al tiempo que se divertía y hacía que otros se divirtieran.
Pensó que sería más agradable que la pueril emoción de las tardes que salía cargado de propaganda y
la metía en los buzones de la gente sin sospechar que al abrirlos lanzaban los folletos a la papelera. En
aquella época era tan sumamente ingenuo que creía que los leerían porque había sido él quien los
entregaba.
Sin duda aquella actividad era menos peligrosa que las lluviosas mañanas cuando entregaba
paquetes como mensajero motorizado sin tener todavía el permiso de circulación ni la edad
reglamentaria. Y como la vivienda estaba más cercana del instituto que su apartamento, como el
montaje del show era una estupenda excusa para estar con su hermana, volvió al salón para practicar,

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pero su madre no lo dejó entrar -Deja de dar vueltas que nos vas a marear, deja de dar vueltas!-. Pero
el vuelo de su capa le gustaba a Iván.
Daba continuidad a las hazañas de la escuela escalando por los balcones para colarse en el piso
donde se habían quedado las llaves. Era capaz de arrancarle una sonrisa a la niña malhumorada, capaz
de ganarse la confianza de un cachorro asustado escondido debajo de un camión. Sólo Iván podía
amedrentar al ladrón armado o convencer con abrumadora elocuencia al guardia uniformado con
cara de pocos amigos para que no le multara. Iván, capaz de todo o casi todo, era dueño de su día y
de su noche pero no era dueño de su futuro.

Es imposible unir lo que han visto los ojos de otro al propio, lo que han escuchado los oídos de otro
al propio oído. ¿Quién puede predecir lo que ocurrirá? Cada existencia es distinta a todas las demás.
Iván descubría que no se puede vivir a través de experiencias ajenas.
Abajo en la calle frente al interfono, Iván no suponía como su madre apretaba fuertemente
los dientes. Intentaba hacerle ver que nada podía esperar del instituto si había abandonado los
estudios. Lo dejó subir, pero le habló con la cadenilla puesta desde el otro lado de la puerta donde
un día Iván vivió –Quisiste trabajar para sustentarte y trabajaste extra para comprarte tu primer
automóvil- y con los ojos encendidos vociferó antes de darle con la puerta en las narices -¡... Y tuviste
que comprarte el mismo modelo que tu padre!-. Pero el hecho no alteró el ánimo de Iván, aunque
intuía que su hermana se había quedado llorando detrás de la puerta apenada porque no podría
abrazarlo.
Probablemente era una especie de competición la que mantuvo inicialmente con su padre.
Pero la verdad es que cansado de estar preso de los horarios preestablecidos del transporte público,
de los rostros hundidos, aburridos, resignados, que deprimen y se codean con los microbios en las
barandillas, no dudó en consagrar los fines de semana para estimular el ahorro. Añadió al sueldo de
recepcionista en la bolera los ingresos que le reportaba ser el discjockey de Red Sun, una mediocre
discoteca de barrio donde las jovencitas se apiñaban en la cabina, no sólo para pedir alguna canción,
sino más bien en busca de un guiño simpático o una sonrisa, aunque sólo una afortunada obtendría
el beso que garantizaba unas horas en su apartamento. Pero el ahorro era lento, y necesitó más horas,
hasta que ya no había un minuto que dedicarle al estudio. Pudo parrandear disfrutando de su primer
vehículo que lo llevaba donde y cuando Iván quería, pero la austeridad del servicio a la patria lo obligó
a venderlo.
No podía fallar. Se habían acumulado las facturas. Sabía que debía llamar la atención, despertar
la curiosidad si quería que vinieran a verle. Solo una vez dispondría de la sala de actos y debía convertir
una sala de conferencias limitada, sin camerino ni focos para la iluminación adecuada en un lugar
donde efectuar algo “rompedor” había exclamado para sus adentros. Así que habló con la directora
del instituto cuyas puntas de las cejas casi le tocaban las orejas. Era la seria profesora de historia que
tantas veces lo había llamado a su despacho para preguntarle porque faltaba a clases -Habías iniciado
con tan buen pie y te estás torciendo-. Había insistido las semanas previas a su decisión de colgar
definitivamente los estudios en favor de un trabajo inmediatamente remunerado “Quien algo quiere
algo le cuesta, la independencia no es gratuita profesora”.
Por extraño que parezca, la directora no puso ningún inconveniente. Le dio carta blanca.
Quería ganarse a los estudiantes con actividades para su disfrute, y la propuesta de Iván le pareció

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estimulante. Comentaron toda clase de cosas. Fijaron la fecha y el precio de entrada. La recaudación
sería enteramente para Iván una vez atendidos los pagos del alquiler del equipo. El costo de la sala
sería cero.
Iván animó a tocar a un grupo para que la fiesta fuera más completa. Se reunían en la cafetería
del instituto. Logró instarlos a encontrar un nombre con carácter que sonara fuerte. Por su parte,
Iván ya había diseñado su repertorio que consistía en varias piezas musicales muy conocidas de
distintas épocas y estilos, además de imitaciones de consagradas estrellas. Le pidió a su abuela que le
ayudara con el vestuario. También alquiló un par de vestimentas llamativas y elementos para decorar
y ambientar el espectáculo. Lo preparaba con una gran ilusión. Su show comenzaba a tomar forma.
Entrelazaba un número con otro buscando los contrastes para que el ritmo no decayera un solo
minuto. Su fracaso no sería no conseguir llenar el auditorio, porque eso dependía exclusivamente de
la gente. Su fracaso sería aburrir a los asistentes. Por tal motivo cuidaba cada detalle.
Se paseó por los pasillos del instituto originando diversos cuchicheos. Empapeló cada rincón
con domésticos póster que anunciaban la cita que nadie podía perderse. Mientras los colocaba,
cuando alguna joven con carpetas y los libros contra el pecho se acercaba a preguntar, le explicaba
lleno de entusiasmo en qué consistía todo el asunto intentando implicarla para que trajera a sus
amigas y vecinas buscando encontrar antes de que se fuera una especie de compromiso formal de
asistencia. Con medios caseros pero una gran voluntad, consiguió revolucionar las clases durante las
tres semanas previas y con él, llegó el escándalo. Nunca hasta la fecha había ocurrido nada semejante.
Se lo decían unas a otras, incluso arrancaban los carteles de las paredes. Sus fotografías desaparecían.
Las chicas se las llevaban a casa para pegarlas en el cabezal de sus camas. Algo le hacia presagiar que
iba por buen camino, porque cuando cruzaba la calle en el barrio las chicas agrupadas en los portales
murmuraban a su espalda señalándole con el dedo entre risas. El propietario del bar de la esquina que
no había olvidado su nombre, le hacía propaganda exhibiendo fotografías en sus cristaleras.
Había conseguido causar la expectación necesaria y, ese día, finalmente la cita llegó. Iván
provocó a lo largo de una hora y media la euforia colectiva en una sala de actos abarrotada de féminas
y algún perdido muchacho. Y con innumerables aplausos se cerraba un número que daba paso al
siguiente y cuando terminó, con un clamor femenino genuino envuelto en un mayor número de
aplausos la muchedumbre en pie le agradeció que un jueves cualquiera de marzo se hubiera
convertido en un día tan especial.
Iván dio en el clavo cuando al finalizar su personalísimo espectáculo, apareció con un
gigantesco ramo de flores y bajó al público para entregárselo a la directora que suspiró en silencio
ante los ojos perplejos, los gritos, los silbidos, y los vítores de las enfervorizadas jóvenes todas como
fans. Y con unas sinceras palabras sin micro le agradeció que hubiera permitido a tanta gente pasarlo
bien. A su lado estaba el señor del bar de la esquina a quien Iván estrechó la mano. Tres filas atrás, su
hermana exaltada agitaba los brazos.
Surgió un espontáneo coro. Le pedían que repitiera la canción que había bailado tres años
antes; todavía se acordaban! Habían pasado tres cursos y algunas chicas ya no estaban en el instituto,
pero todavía recordaban la intervención en aquel evento. Aún se hablaba de tan memorable día.
Desde entonces, ningún otro final de curso había sido igual, y con su regreso, había recuperado vida
la dormida sala de actos de su antiguo instituto.

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A la salida se peleaban por tocarlo como si fuera un ídolo del pop. Entre empujones y
pisotones le pedían un autógrafo que empezó a estampar en servilletas de papel al tiempo que
coreaban su nombre, y a continuación el del instituto INB Maragall. Se habían roto toda clase de
previsiones. Se había desbordado el acontecimiento convirtiéndose en un animal desbocado. Iván no
concebía que él sólo hubiera provocado todo aquel alboroto. No se habían servido bebidas
alcohólicas y sin embargo, las jóvenes lucían fuera de sí arrebatadas por la euforia. Ante tanta
incomprensible histeria, Iván aprovechó para regalar unas fotografías suyas que habían sobrado de la
promoción y se sorprendió cuando vio como se las arrebataban las unas a las otras. Aquello se había
convertido en una jauría. Se devoraban. Su hermana luchaba por acercársele sin conseguirlo.
Todo lo sorprendente, todo lo imprevisto, todo lo que no se puede explicar, todo lo que se
convierte en absurdo y en hazaña, todo pertenecía a Iván. Fue un éxito rotundo. Todo el mundo
ganó aquella tarde, sobretodo Iván que había reunido el salario de tres meses trabajando en la
recepción de la bolera incluidas las propinas y el sueldo de seis meses trabajando los fines de semana
como discjockey. Pero el plato fuerte se lo sirvieron cuando inesperadamente, se acercó la señora
directora para hablarle y haciendo un aparte, le felicitó con toda clase de elogios explicándole que la
había devuelto por una tarde a su juventud mientras le pellizcaba el trasero, y aquellos mismos
comentarios fueron compartidos por otras dos profesoras de cabellos blancos. Las frías y distantes
profesoras confesaron que preferían su estilo en un escenario que entre los pupitres del aula, y se
alejaron diciendo que su trasero se adaptaba mejor a las candilejas -Tenía que dejar los libros-
murmuraron -Estaba cantado-.
Iván rozó la dicha. Sin embargo, no se percató de la humillante agresión que sufrió el joven
grupo recién creado en el instituto. Absorto en su triunfo, movido por la masa del gentío, no se
percató que después de su actuación la sala se había despejado quedando el auditorio completamente
desolado. Aquellos muchachos se habían quedado sin público. Cuando montaban sus instrumentos,
al tiempo que Iván se despedía, las jóvenes se marcharon envolviéndole hasta la calle para no regresar.

Con los bolsillos llenos y la autoestima desplegando sus alas, tuvo otro obsequio. Logró el pase de
pernocta permanente para dormir fuera del cuartel, y buscó como obtener ingresos periódicos aun
ostentando la condición de militar.
Y precisamente en lo militar estaba la ganancia. Rápidamente los alférez de academia y los
veteranos sargentos se convirtieron en clientes habituales de la sala de fiestas donde ejercía de
relaciones públicas organizando actos; pases de peluquería, desfiles de moda, concursos y juegos para
aumentar la afluencia de clientes las noches de entre semana.
Al disponer de barra libre, accedió a la bebida que no consumía al principio, pero su sed de
experiencias lo llevó a la embriaguez. Se aficionó rápidamente al alcohol cuando se formaban
competiciones de haber quien aguanta más. Y apenas unas horas más tarde, corría a formar en el patio
del cuartel con la enorme resaca pesada como una lápida; de goma los músculos, de plastilina su
cabeza. La ducha de agua helada le confirmaba que todavía latía convulsionándose por entero igual
que dos mil voltios en la punta de la lengua. Hasta que un día se dejó el hígado por el retrete y dijo
nunca más. A partir de ese momento obligó a los camareros de la sala de fiestas que le sirvieran té en
vez de güisqui.

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Se acostumbró a invitar a esbeltas muchachas por las tardes y a grupos de mujeres divorciadas
y alguna joven viuda en las noches para que los militares se entretuvieran, y así obtenía favores por
partida doble, favores de las damas solitarias, y de los oficiales que a modo de trueque intercedían a
favor de los soldados de su escuadra en caso de arrestos, todo a costa de la sala de fiestas donde había
establecido su cuartel de operaciones.

La vida fluye. Y como el líquido fluía Iván buscando cualquier fisura para penetrarla. El ahora mismo
era lo único que contaba. Nadie podía alcanzarlo. Se escapaba entre los dedos. Nacía el hombre
epopeya.
Se había desprendido por completo de su herencia. No quería sobrecargarse con equipaje. Y
variaba de rumbo con demasiada frecuencia empujado por quien sabe que rara sólida potencia, y con
impetuosa maestría, permutaba una situación por otra porque Iván no quería que nada lo atrapara.
Y esta convicción se acentuará con el paso de los años. De repente mudará su proyección alterando
su progresión, barajando demasiados acontecimientos a la vez, para, sin más, darle un vuelco a su
vida con la facilidad con que un niño se mete el dedo en la nariz.
Iván estaba bien. Se sentía satisfecho y realizado. Como pez en el agua de su nuevo mundo
repleto de fantasía.

Se había refugiado en la fantasía como mecanismo de defensa. Adaptaba al personaje que construía
lo que él entendía que le favorecía; virtudes que extraía de las películas en las que se identificaba con
el héroe venciendo en su rica imaginación. Así admiraba a Alain Delon por su forma de saber estar,
estudiaba la sensualidad de Richard Gere, imitaba el baile de John Travolta, le fascinaba la agresiva
rebeldía de Marlon Brando que mantenía a pesar de su edad, le sorprendía la fría serenidad ante
situaciones límite de Charles Bronson, le estremecía la profundidad del sentimiento soul que
encarnaba Areta Franklin y la sonrisa brillante del intrépido Burt Lancaster. En todos ellos se fijaba,
apretado corsé. A ellos quería parecerse en cada una de sus áreas. Intentaba copiarlos. La suma de
aquéllas cualidades era tener una personalidad interesante según Iván. Pero, ¿cuándo iba a empezar a
ser sincero consigo mismo? Parecía como si hubiera extraviado su identidad, ¿por qué? ¿debido a qué?
¡Levantaba un monumento con los pies de barro!
Iván desconcertaba y su mirada la definió una chica de esta forma -Es una aspiradora que
desnuda el cerebro y el organismo como si te quisiera tocar por dentro con una intensidad anormal-
. Probablemente su mirada era lo único que de verdad le pertenecía completamente. Todo lo demás
lo había tomado prestado quién sabe para cuánto tiempo. Incluso su prototipo de mujer se asemejaba
a un rompecabezas que había diseñado a lo largo de los años. Quería que fuera fascinante y que lo
dejara sin habla nada más contemplarla. Pretendía conducir a doscientos por hora por la autopista y
de repente, encontrarse con un socavón en el pavimento. Precisamente ésa era la sensación que Iván
buscaba en una mujer: que lo dejara sin aliento de igual forma que se te hiela la sangre al pasar por
encima del socavón a doscientos por hora.
Constantemente regalaba palabras cariñosas pero sólo una para evitar equivocarse con el
nombre. Así todas eran su "conejito" y a todas en vez de pronunciar el tradicional "te quiero"
calladamente les susurraba: Ich Liebe Dich. De esta forma no traicionaba a ninguno de los dos. Porque
no la amaba a ella, sino a la mujer que estaba ahí. Iván sólo amaba el momento, determinada

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situación, la sensación acaecida en ese lugar y en esas circunstancias precisas. No quería promesas ni
falsas ataduras. No deseaba hipotecarse. Danzaba entre las flores catando su aroma en busca de una
fragancia inexistente.
Estaba decidido a encontrar la felicidad sin importarle dónde le llevara el camino, pero pobre
infeliz, en el cruce se había equivocado y recorría un falso camino lleno de espejismos amarrado a la
cola de la vida dando bandazos de un lado a otro con la sensación del que sube y baja de una montaña
rusa a la que han quitado el tope, peligro!
A sus dieciocho años decía que era un vividor que vivía cada instante como si fuera el último
porque tal vez al día siguiente finalizara el mundo, pero esos instantes eran robados. Ninguno de
ellos le pertenecía. Pretendía ser Romeo Don Juan y Casanova unidos en uno solo y no alcanzaba a
vislumbrar el terrible Frankenstein que estaba construyendo. No se desarrollaba a plenitud. Se
consolaba diciendo que era el tipo de hombre al que ninguna mujer puede amar, pero al que todas
desean. Y ciertamente era un joven al que le gustaba procurar placer a las mujeres y a ellas, que así
procediera. Ninguna de sus conquistas se cansó nunca de Iván. Se hacía imprescindible.
Atractivo y sexual. Tenía buenas maneras. Sabía del valor de la discreción en las aventuras de
cama. Entendía que una confidencia era cosa sagrada y romperla equivalía a un pecado mayor que
romper las tablas de los diez mandamientos. Y en silencio, a espaldas de sus maridos, inicialmente
como un juego, empezó a dejarse comprar por las mujeres que frecuentaban la sala de fiestas en busca
de un consuelo fingido. Caían en su red con el riesgo de enamorarse de él, mejor dicho, con la
amenaza de encapricharse de Iván, pues era un sabroso dulce para cualquier mujer que superara los
cuarenta.
Enredándolas en su empalagosa conversación, sabía decirles con ciertas dosis de entresijo que
amar es compartir la igualdad; pero partían de mundos distintos, de intereses distintos, de posiciones
distintas, y de una edad muy distinta, aunque eso no importaba a ninguno de los dos. Se refería a la
igualdad del sentimiento pero todavía no lo sabía. Ni tampoco sabía lo suficiente del sentimiento
porque permanecía en la superficie. Pero por alguna extraña razón recibía señales.
A menudo afirmaba cuando sonaba la melodía de cierre de la sala de fiestas que esperaba
encontrar en ella a su compañera, cuando lo único que esperaba era que lo invitara a cenar en el
restaurante especializado en cocinar de madrugada para los noctámbulos clientes más selectos de la
ciudad. Las noches estaban atestadas de rubias morenas pelirrojas, de altas bajas y de alguna regordeta,
todas mayores que él, al fin y al cabo, ¿quién las necesitaba a tanto sino Iván!... ¿en busca del abrazo
maternal?
A continuación de saciar su delicado estómago, durante el postre, argumentaba sin venir al
caso cuando ya los temas se habían agotado, arrastrando las palabras para acentuar su impacto “Mi
capacidad de amar es inagotable”, y se perdía en una disertación incoherente ajena a la realidad
degustando un café tras otro al tiempo que la señora seguía aguardando poder abalanzarse sobre
Iván. Y algo de cierto había en esa señalada capacidad, aunque no del modo en que lo practicaba.
Hablaba sin dominar el significado de la vida.
A veces era ingenioso, sobre todo por las tardes. Preguntaba a las jovencitas si buscaban un
atleta, a lo que respondía de inmediato asegurándoles que disponía de gruesos bíceps en la masa
encefálica, y si querían un cuento de hadas, si buscaban un príncipe narraba como si de un flautista
se tratara “Las tierras azuladas de mi principado te pertenecen si las quieres” y si su aspecto era

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demasiado intelectual e intuía que necesitaban de un sobresalto señalaba “Si te atreves... mi magia es
tuya y con ella toda su fuerza pero deberás emplearla para hechizarme, para hechizarnos a ambos
hasta hartarnos de ilusión”. ¿Pero hasta qué punto no era un guión prefabricado? ¿Acostumbraba a
contar hasta diez antes de decir lo que pensaba midiendo cada palabra o todo era una larga lista de
frases recopiladas que usaba según le convenía?
Vivir un romance con Iván era embriagador para las féminas. Conseguía transportarlas a un

paraíso multicolor donde la delicadeza se mezclaba con la pasión encendida. No era de extrañar que

le escribieran notas utilizando a conocidos como intermediarios. Le mandaban cartas al cuartel y a

la sala de fiestas. Se las pasaban por debajo de la puerta de su apartamento cuando ya no cabían en el

buzón. Al vecino le llegó una equivocadamente y se ruborizó por su contenido. El portero de la

sala de fiestas. El oficial de guardia en el cuartel. Todos y cada uno disfrutaban de los mensajes

picantes.

Las llamadas telefónicas se sucedían una tras otra. Llegaron a multiplicarse hasta el límite del

acoso. Pero tanto Iván como ellas se confundían irremediablemente entre el amor y una pasajera

relación impulsada por el cegador destello de un instante fugaz.

Cuando deseaba dar carpetazo, cansado y aburrido, Iván simplemente decía adiós en forma de
jeroglífico. Su sentencia era perpetuamente la misma, decía “No deseo aislar los hechos, si no volver
a colocarlos en su lugar correspondiente. Tú eres mi caracola preferida, pero la playa está llena de ellas
y quiero escuchar el rumor de todas las demás. Tu melodía es bella, pero ahora, ya la conozco”. Y la
mujer se quedaba embobada descifrando el acertijo. Y cuando Iván se arrepentía y quería rectificar,
añadía cuando volvía para recuperarla “He levantado muchas caracolas pero todas estaban vacías y
sólo tu música me perseguía”. Pero cuando se trataba de terminar definitivamente con una mujer,
utilizaba otra táctica que consistía en apurar al máximo para sacarle mayor provecho. Y conseguía
todo cuanto podía de esa relación de intereses en la que ella se aprovechaba de la fogosidad de un
cuerpo juvenil, y él, de la experiencia y los obsequios de una señora madura pero bella porque Iván
fue en todo momento muy selectivo. Sabía encontrar en cada mujer una cualidad que la hacía
excepcional respecto a otras, aunque en todas ellas encontraba un denominador común: la
generosidad material. Y corría a sacar cuanto podía de lo que se presentaba como algo acabado.
Espetaba mensajes abstractos que no venían al caso en situaciones en las que no podían reaccionar ni
cortar el diálogo, desarmándolas, regocijándose por sus reacciones y desordenados titubeos.

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Prefería la seguridad del automóvil en trayectos largos. Apagaba la música, se quedaba


mirándola fijamente mientras al volante, centrada en la carretera, ella se preguntaba qué ocurría.
Permanecía en silencio un buen rato dejando que la mujer se pusiera nerviosa al no comprender qué
estaba pasando y, antes de que dijera nada, como en un ritual al que previamente hay que invocar al
santo, con tono trascendente Iván perpetuaba “Me he dado cuenta de que en mi corta vida nada más
ha habido espacio para una larga fiesta de güisqui, canciones bajo los focos de la pista de baile y
algunos pocos viajes, al tiempo que me he embriagado por una sucesión constante de relaciones
pasajeras con toda clase de mujeres, pero ahora que he terminado mi güisqui, que estoy exhausto
para seguir bailando, sólo estás tú, y no tengo dinero para viajar. La fiesta ha terminado. ¿Nos vamos
a París?”. Y así es como llegaría algunos años más tarde a la capital francesa de la mano de una mujer
tras recitar su estrofa una y otra vez. Lo que inició como una ensalada de emociones se había
convertido en una orgía.

Tenía la virulencia de lo inesperado que sorprende confunde y pasma. Algo que estremecía a las
mujeres transportándolas a una región donde nunca antes habían estado. No era importante lo que
decía, sino cómo lo decía.
Acogido a su puesta en escena, a su indumentaria y su maquillaje para crear una realidad
exclusiva participando con tal intensidad del cine que sometía la vida, experimentaba cómo
podía vivirse en otra persona. Iván había aprendido lo que significa transformarse en un
personaje.
Como ser humano era mucho más interesante que cualquier personaje de ficción pero todo
apuntaba a que Iván se convertiría en un abanico de diversidades sin dar de sí nada interesante porque
copiaba. Imitaba. Creía en la realidad de lo que estaba haciendo y sintiendo y nació su confianza en
la exacta imagen construida, pero no se trataba de la seguridad de quien está absorto en sí mismo.
Tras su máscara, accedía a rasgos que exhibían en las películas. Se ocultaba detrás del personaje y
protegido mostraba algunos atributos que ni con un leve murmullo se atrevía a mencionar sin la
escena.
El uso del excesivo gesto disuelve a cualquier persona. Los gestos por los gestos son la
mercancía de los actores interesados únicamente en el propio atractivo y a Iván, le fascinaba la pose
y el exhibicionismo olvidando que la creación es para la eternidad; pero la creación impregnada de
vitalidad íntima y franca.
Obsesionado por la mujeres, por gozar tan cerca del sol que casi podía quemarse, vivía en el
exterior inmediato con tal cantidad de sensaciones y deseos que como caballos corrían desbocados y
cuanto más corría persiguiéndolos, más se alejaban ellos.
Era una tentación descomunal actuar. El decorado, el atuendo, el lenguaje apropiado, sus
pintorescos modos a la vista de todos recibiendo ovaciones y aceptando alabanzas. Iván amenazaba
con continuar su periplo. Y si sólo vivía de estos estímulos se iría hundiendo en la trivialidad de lo
vano y lo vacuo, en lo estéril y lo artificial porque su atractivo escénico carecía de fuerza natural. Una
persona de convicciones serias no puede contentarse durante mucho tiempo con semejante clase de
actitud. Si Iván mantenía esa superficialidad se vería arrastrado y destruido.

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El condicionamiento de tener que crear una serie de contorsiones pretenciosas frente a todos, la
simulación forzada, las frases preescritas por sus héroes, la falsedad que paralizaba su naturaleza lo
forzaba a la ostentación. El factor principal en cualquier forma de creación reside en la vida del espíritu
humano y no en la vida del actor que interpreta. Su manera de proceder era efectiva, impresionaba al
público en general pero, ¿qué clase de impresión es la que producía? ¿Por qué era así y no de otra
manera?
Iván era así porque sí, porque podía. Y porque no quería ser de otra manera. No debía
censurársele como no puede censurase la manera de actuar de un rayo, la manera de actuar de la
tempestad o la manera de actuar de una borrasca.
Iván simplemente era Iván. Y lo demás no le importaba a Iván. Dondequiera que fuera
penetraba con su soneto a cuestas. Ni leyendas ni símbolos apagarían su sed de experiencias.
¿Abdicará y se convertirá en vagabundo en busca de su verdadero reino?

Imprimía dulzura al pronunciar palabras de conquista. Se adaptaba según era su presa. Combinaba la
adecuada estrategia con sus mejores posturas, dejando en el aire la insinuación. Se delataba mediante
el sutil lenguaje corporal procurando marcar a la escogida tras un peculiar casting. Rozaba a las
candidatas en el hombro con su mirada de felino a la caza. Dejaba claro qué era lo que quería y
esperaba a atacar hasta que daban muestras de haber entendido, así iniciaba el juego de la seducción:
el asalto consentido en un tira y afloja de espadas desenfundadas que chocan. Era en aquellos
momentos cuando Iván disfrutaba al máximo sin obviar ninguna etapa hasta que el filo de las espadas
encontradas en el aire se tornaba piel contra piel. Pero llegar a la cama para practicar sexo pasaba a un
segundo término en su preferencia. Cuestión de puro trámite. En primer plano estaba el hacerla suya,
dominarla para someterla. Lo demás venía solo. Cautivarla era lo fundamental. Se trataba de un duelo.
Y cada mujer se convertía en un reto.
Años atrás, cuando había oído hablar de la virginidad de ésta o aquella chica, de si la del tercer
grado lo hacia mejor o peor que la rubia del segundo, escuchando como relataban el momento del
clímax y las sensaciones del orgasmo, cuando los muchachos mayores se jactaban de su peripecia en
interminables tertulias, Iván se dejó hechizar por la magia de aquello que todavía le era desconocido.
Con un apetito feroz de experiencias, Iván todo lo hacía de manera exagerada ¡y qué bien puede
comprenderse esa manía a su edad!
Recién llegado al instituto, todavía no tenía una opinión específica sobre el sexo ni conocía el
sentimiento de su deseo hacia el cuerpo femenino. Sabía que le gustaban las chicas porque algo se
ponía duro de vez en cuando pero nunca le perturbó el asunto. Hasta que un domingo le
preguntaron los camareros tras cerrar la discoteca Red Sun y tuvo que quedarse callado. Conocía la
caricia y el beso con lengua pero nada más. Con quince años y medio se consideraba que tenía una
edad apropiada para poder opinar abiertamente sobre sexo, y al no querer seguir permaneciendo con
cara de atónito ignorante que mira a escondidas la vagína de una mujer en las fotografías de las
revistas decidió indagar. Se propuso saber para establecer sus propios criterios.
Por entonces en España no había tantos sex-shops como panaderías ni funcionaba Internet.
Iván sabía únicamente que existía el clítoris porque se lo había dicho José Luis, pero nunca había visto
uno. Como si de la adquisición de un producto se tratase, averiguó quién era la estudiante del
instituto más lasciva y libidinosa. Examinó cual de entre todas disponía de las características

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apropiadas y las medidas más perfectas y la invitó a tomar un refresco para hablar sobre el tema, y
ante la sorpresa de la avispada muchacha, le expresó su deseo de acostarse con ella argumentando que
únicamente quería conocer algo sobre el sexo.
Hicieron un pacto. Ella visitaría la casa de Iván el sábado por la tarde que se había puesto de
acuerdo con José Luis comprometido en llevar a su madre y a su hermana a una carrera de
automóviles. Iría para dejárselo hacer todo sin protestar, absolutamente todo -Podrás hacer conmigo
cuanto quieras, ponerme como te apetezca- había dicho ella –Pero con la condición de no explicarlo
después a nadie- y añadió Iván “Y nunca más nos veremos ni para repetirlo ni para recordarlo”.
Disimularían cuando se cruzaran ocasionalmente en los pasillos del instituto guardando una peripecia
que sabían suya, qué emocionante!
El sexo prometía ser algo muy revelador. Ambos estaban preparados y deseosos. Iván pensó
“No hay mujer frígida sino hombre inexperto”. Quería aprender, no solamente para opinar. No
quería ser torpe en tales menesteres. Pretendía averiguar qué clase de cosas gustan a las mujeres y
haber escogido a una veterana adicta al sexo garantizaba una valiosa información mucho más allá del
placer “Luego me sentiré fuerte para abordar a cualquier dama necesitada de ser complacida” pensó.
Y desde algún lugar remoto volvió a recibir señales que llegaron en forma de telepático regalo:
profundizar en la persona con la que te acuestas es más importante que dominar el método, porque
cuando se habla de hacer el amor, la penetración es lo de menos. Sin embargo, Iván ignoró el mensaje.

Te queda la vida teñida por la primera experiencia sexual que sirve de parámetro para medir todas las
demás.
La fuerza que conduce hasta la primera experiencia no fue el amor para Iván. Lejos de
permanecer tenso como algunas personas aprensivas que se decepcionan al rato si no proporciona la
tan aclamada sensación de éxtasis que imaginan, intuyendo que es un arte que debe cultivarse hasta
perfeccionarse, las relaciones sexuales mejorarían invariablemente con la práctica. Por el momento,
solamente quería familiarizarse con el sexo obviando a la pareja. Nada tenía que ver con ella. En el
fondo, la muchacha no le interesaba pese a sus pronunciadas curvas y sus preciosos ojos turquesa y
unos senos perfectos que parecían dos naranjas con todas sus vitaminas.
Y ambos aprovecharon la situación que se había dado. Nunca antes se habían tocado, ni
siquiera un beso en la mejilla y allí estaban los dos desnudos una tarde de sábado dispuestos a practicar
sexo seguro. Iván había adquirido una caja de veinticuatro preservativos. Se había lavado los genitales
luego de ducharse y de embadurnarse el cuerpo con crema y de perfumarse minutos antes de su
llegada. También se cortó y limó las uñas para volverse a lavar las manos con jabón. Sus dedos
pretendían juguetear en su vagína para descubrir la desconocida cueva. Una hora más tarde, ella supo
del verdadero significado de la palabra sensualidad. Sus gestos suaves como el mismo tacto de las
algas; sus comentarios susurrados con delicadeza; su vitalidad desgarrada la hundieron en un sin fin
de sensaciones.
Superado por completo cualquier distorsionado estado de nerviosismo, excitación en mano,
sin apresurarse en agotar la tarde, la exaltación se apoderaba de Iván. Y repitiendo lo que había visto
en una película le colocó un cojín debajo de las caderas para penetrarla dócilmente aunque con
firmeza. Con leves movimientos se introdujo dentro de su rasurado conejito inocente de amor,
culpable de sexo.

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Después de la segunda eyaculación, Iván señaló “Puedo hacerlo... puedo hacerlo mejor” en
referencia a que terminaba demasiado pronto. Intentaba resistirse a la explosión, pero su inexperiencia
y el deseo de volver a empezar le hacían terminar pronto.
Hubo un erotismo informal sin protocolos, desenfadado, sin pretensiones. Iván se dejó llevar
por su impulso animal, el cual respondió bien al final, consiguiendo que en algún instante de la fiesta
a ella le tambalearan los sentidos. No estaba acostumbrada a esa manera de entregarse tan huracanada
y sin tapujos. Y una vez empezó, Iván no paró. Superó el nivel sexual esperado hasta alborotarla. Fue
un acontecimiento apasionante tanto para él como para ella, pero nunca más se repetiría. Sucedió lo
pactado: una sola reunión.
Iván descubrió aquella tarde lo que necesitaba sobre el sexo al haber tratado con una
ninfómana a quien avasalló con mil preguntas, pero a quien ni siquiera besó. Nada más le interesaba
descubrir todas las fases del proceso, esto lo llevó a estar junto a una hembra hambrienta de placer
que se alimentaba de sucesivos orgasmos. Averiguó que de pequeña coleccionaba peluches y que
desde hacía un par de años coleccionaba hombres. Escuchó cuando confesó que se había iniciado tres
años antes en el automóvil del garaje con el padre de su mejor amiga y que a partir de ese momento
quiso más y más y ya no podía parar descontrolada. Y se sonrojó cuando añadió -Al decirme que
eras virgen, no pude resistirme. Ya nunca podrás decirlo y yo por siempre seré la afortunada que se
hizo con el primer Iván-.

Ya podía hablar con conocimiento de causa, pero que triste comienzo el suyo. El beso es con
frecuencia la primera expresión del amor, y no existió. Nada sabía pues de amor. Todo quería saber
sobre sexo y el sexo, ese cúmulo de sensaciones diversas clamaron como campanas, concretándose
en acciones, como en una tabla de gimnasia donde realizar malabarismos y complicadas
contorsiones, callados los corazones, la tarde de sábado en la vivienda que pronto dejó de ser su
domicilio.
Había consumado la relación sexual atravesando todas sus etapas, atracción, excitación, y
clímax final y no una, sino varias veces a lo largo de la tarde. Logró la óptima erección en repetidas
ocasiones y ella, como las demás mujeres que le seguirían, la lubricación suficiente para recibirlo,
recogerlo, y absorberle hasta la última gota.
La materialización del acto sexual tuvo una base teórica y sus predicaciones formales se
convirtieron en finalidades al servicio del placer, lejos del sentir. Saber como se hace, como es posible
hacerlo, le sirvió a Iván para tener un referente ilustre pero nada más. Su desbordante entusiasmo no
podría recrearse porque aún encontrando la proximidad de dos cuerpos y el mutuo deseo, no existía
lo más íntimo y fundamental: el abrazo de las almas enamoradas.

En un mundo exageradamente prendado de racionalidad, Iván se alejaba de todo cuanto tenía que
razonar. Oscar vivía analizando y evaluando para luego extraviarse en la reflexión privada. Observar y
estudiar era su hábito cotidiano. Y todo lo estudiaba. Por el contrario, para su amigo Iván la atracción
hacia otra persona, preferiblemente de sexo femenino, sobretodo a nivel sexual, era un fenómeno
poco explicable a nivel reflexivo y, por lo tanto, poco propicio para justificarlo con el razonamiento
y aunque pensaba y pensaba mucho nada podía cambiar su impulso salvaje. Prefería otorgarle a Oscar
la facultad del pensamiento y continuar con su bárbaro canibalismo.

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Iván enamoraba y desenamoraba intencionadamente solamente para experimentar. Los


personajes de ficción le habían mostrado en imágenes lo que él había averiguado: que podían fundirse
dos cuerpos.
Vivió la identificación emocional a través de sus héroes adolescentes como una manera de
predecir el “suceso del encuentro”; un fenómeno que cuando se produce tiene demasiados matices
respecto a cualquier película. La vida real supera con creces a la ficción más imaginativa de la
cinematografía, la televisión, la radio o el teatro. Todo encuentro es único e irrepetible. Y un
tropezón cualquiera, un involuntario choque en la calle, una refriega en el metro, una mirada cruzada
en el autobús, una escaramuza profesional o una pelea en la comunidad encierran secretos inauditos
que disimulan el misterio, ocultos los tesoros que encuadernan las tapas del Libro de la Vida.
El encuentro entre dos personas que sienten mutua atracción es una bendición de la vida. Y
si lo detectamos, preparándonos concienzudamente triunfamos de muchas maneras. Oscar también
recibía extraños mensajes desde algún lugar remoto y atesoró el regalo cuando le hablaron de esperar,
de aguardar el momento de amar. Pero en el caso de Iván, tan inmerso estaba en transformar
permanentemente su entorno que alejaba la posibilidad del encuentro verdadero. Disociaba la verdad
enmarañado en su laberinto de pasiones. No se quedaba en una relación porque no quería detenerse.
Iván quería conocer a muchas mujeres diferentes. Y no encontraba la mágica sensación que debe
cultivarse porque esperaba un fruto sin haber plantado la semilla previamente.
A lo largo de la vida tratamos a infinidad de personas, aunque sin llegarlas a conocer en
profundidad. Solamente unas pocas se hacen específicamente atractivas, cuando, sin miedo, levantan
su máscara para mostrar ese perturbador sujeto que singular nos hace temblar... ¡hasta que lo
frecuentamos!
Iván se resistía a incorporar a las personas a su mundo afectivo. No sería hasta la madurez que
un número muy reducido de gente le inducirían a un íntimo deseo de unidad. Por el momento
solamente estaba Oscar. Nadie más. Ambos sentían la necesidad del otro más allá de lo habitual. Y
encontrándose lejos, no sentían dolor, ni tampoco remordimientos, porque lo que más amaban de
su buen amigo era todavía más evidente en la ausencia. Así se buscaban para vivir entre el flujo y el
reflujo de la marea de la autentica amistad.
En busca de la gratificación que produce el simple contacto del individuo extraño,
identificando a la mujer más exótica, sumido en la pasión desbordante de ese instante fugitivo, con
el ardiente deseo de todo y el ansia de muy poco, Iván no buscaba acariciar su mano sino arrebatarle
la energía como si de un vampiro se tratara y seguro de su atractivo animal, acechaba. Y por más que
se esforzara en resolver su impulso, esa necesidad no se la explicaba ni él mismo. Nadie comprendía
porque reaccionaba como lo hacía y el único que podía entender ese comportamiento en absoluto
le inquietaba.

* * * *

Desde lo alto del cerro esperaba con inusitada ansiedad. Desde allí divisaba perfectamente la amplitud
del valle. Desde aquella posición distinguía con nitidez la serpenteante carretera que terminaba en el
gran caserón del siglo XVIII. Era domingo, día de visita para los padres. Todos habían llegado menos
los suyos. Y la espera continuaba.

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Oscar no perdía la esperanza perdido en los exquisitos ángulos del valle. Se decía una y otra vez
“Tienen que venir; seguro que van a venir”. Levantaba la vista al cielo en un ascenso breve y a
continuación realizaba un descenso pronunciado como una gota de lluvia pegada en el cristal del
ventanal.
Pasó una hora. Cuando un vehículo se distinguía todavía pequeño, se levantaba como si un
escorpión le hubiera hincado el aguijón. Se aceleraba su corazón hasta que la agitación se reducía a
un mero suspiro de desánimo al comprobar que no eran ellos. Y pasaron dos horas. Calambres
descendiéndole por la espalda y las piernas hasta las plantas de los pies.
No apartaba sus manos temblorosas de la cara cubriéndose los ojos y contando a la de tres
aguardando el milagro. La ansiedad se convirtió en angustia. Se le escapaba el tiempo para no regresar.
Ya no podrían participar de los juegos entre padres y alumnos, y sin quererlo, los maldecía.
Inscribieron a Oscar y a su hermana en una institución francesa de reconocido prestigio en un
pintoresco pueblecito llamado Millau, a catorce kilómetros de Montpellier, en Francia. Los chicos
estaban separados de las chicas por un río y esto les parecía excitante. Ese verano había un grupo de
diecisiete españoles que tan pronto llegaron fueron separados de manera que sólo hubiera un niño
español en cada barracón indefenso en una tierra extraña, obligado a relacionarse con nuevas
amistades, forzándolo a comunicarse solamente en francés. La dirección evitaba que hablaran entre
ellos buscando refugio en la seguridad del idioma. No podían ayudarse unos a otros. Cada uno debía
moverse con la propia inercia.
Entre la diversidad de actividades, Oscar destacó por su habilidad en el piragüismo sin levantar
la cabeza de los libros. Tenía estabilidad y sentido del equilibrio, disfrutaba con su práctica y era muy
veloz; sus brazos resistían largo tiempo en tensión. Otra cosa eran sus piernas. No aguantaban los
bailes que se celebraban los viernes por la noche. Allí era donde veía a su hermana, a menos que por
cuestiones de horarios se hubieran cruzado en la piscina durante las semana. Y coincidía con los demás
españoles que se juntaban para contar chistes verdes en el extremo de la barra del bar donde las luces
de colores no llegaban y su anonimato quedaba garantizado.
El 16 de agosto de 1977 amaneció caluroso y soleado como cualquier otro día, pero no fue un
día cualquiera; aunque Oscar lo supo después. Quince días más tarde averiguó que ese caluroso y
soleado día se había roto para mucha gente invadiendo la tristeza ese mismo día a millones de
corazones en todo el mundo. El impacto de la noticia llegó a las doce horas del mediodía. Su
madre no tenía mucho tiempo para el afecto tierno de una caricia, pero no escapaban sus
exagerados cuidados y no era el único paquete que le había mandado, pero sí el único que
contenía unos recortes de revistas y periódicos; además de las habituales galletas, los quesitos en
porciones, el pan de miel y otras golosinas que Oscar repartía entre sus camaradas. La tragedia
hizo que las hormonas se alteraran y el músculo que erige el pelo se contrajo de forma
involuntaria provocando el efecto de piel de gallina: "El rey ha muerto, viva el rey" decía la
noticia y por partida doble se estremeció; por el pánico a la muerte y por el dolor de su
desaparición. Había descubierto a un ser magnifico y se lo arrebataban como le habían
arrebatado a su mejor amigo. Su ídolo había dejado de existir. Ya no entonaría delicadas baladas
ni desgarraría los cuerpos adormilados con su contundente rock and roll pero la identidad de
semejante ser quedó impresa con letras de oro mayúsculas para la posteridad.

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Se le apagó el brillo infantil y su sonrisa se desvaneció del rostro perplejo a quién han arrancado
su mejor juguete. Deambulaba sin rumbo mientras golpeaban en su mente dos palabras, y tras
éstas dos palabras nada tenía sentido para Oscar. Como no tenía ningún sentido su esperanzada
espera en lo alto del cerro con la vista perdida en la lejanía maldiciendo Austria. Estaba cansado
triste y malhumorado. Los necesitaba. Podía escuchar a los demás niños reír y cantar saltando de
alegría con sus padres y madres. Incluso su hermana estaba entre los familiares ignorando el
hecho de que quizás ya no vendrían. Probablemente todos se habían olvidado de Oscar. Habían
transcurrido más de tres horas. El debilitado e insistente latido de su dolor no pudo desclavárselo
del pecho. Así terminaba aquel día aplastado como la araña que se mata de un manotazo porque
incordia.

De camino a Barcelona, sus padres tenían previsto pasar y detenerse en Millau. Regresaban de unas
cortas vacaciones en París. Su madre intuía que serían las últimas, y efectivamente, la estancia en la
capital francesa sería lo último que compartirían. Su marido se había encaprichado de una joven
austriaca que actuaba en un cabaret. La conoció celebrando la victoria con uno de sus clientes del
bufete, un hombre satisfecho que no dudó en premiar su logro ofreciéndole en bandeja aquel
apetitoso bocado de apenas diecisiete años. No cantaba, no bailaba, pero prometía, y su cuerpo era
el cuerpo del delito que cegó a un hombre casado que atontado y débil, sucumbió a los encantos
destrozando el calor de un hogar consolidado.
París había sido una despedida hipócrita. La madre de Oscar no se equivocó. Transcurridos
apenas dos meses, la separación legal se consumó. Pudo comprobarse la merecida reputación de su
padre como ágil y dinámico abogado. Los trámites burocráticos se resolvieron rápidamente gracias a
sus influyentes contactos; separación y divorcio en un único documento. Sin embargo, tres semanas
más tarde el hombre moría; pero no moría en la carretera arrollado por un distraído camión al que
no pudo esquivar una vez encima, no. Moría por una estupidez. Una inmensa estupidez que podía
haber evitado igual que podía haber evitado el daño causado. Moría electrocutado.
Con un torpe castellano pero con una gracia diabólica le pidió que cambiara la bombilla
fundida del recibidor. Y el hombre lo hizo descalzo. No quería demorarse en complacerla. Salía de la
ducha y sus pies aún mojados se deslizaron por los peldaños de la escalera metálica. Se quedó tieso el
padre de Oscar. Así terminó su eléctrico amor desenfrenado con una descarga tal que fulminó su
vida. Y terminó por desbaratar la vida de Oscar, de por sí sombrío y afligido desde la muerte de su
ídolo Elvis Presley.
No volvió a orinarse en la cama. Ya no tendría que ir al psicólogo a dibujar y responder
absurdas preguntas. En las periódicas ausencias desde que su padre conoció a la jovencita novicia del
cabaret, Oscar había comenzado a mojar las sábanas. Sucedía cuando su padre estaba lejos, pero
cuando ambos dormían bajo el mismo techo no sucedía. Era algo que no podía evitar e
inconscientemente, por la noche, muy noche, se repetía el vergonzoso acto que anunciaría al día
siguiente a bombo y platillo al colgar las sábanas en el patio para que se secaran al sol mientras la
vecindad contemplaba su desgracia. Era demasiado mayor para hacerlo. A los diez años los niños hace
años que saben controlar su vejiga. Le abochornaba levantarse cada mañana empapado de orín, pero
su frágil naturaleza era superior. Siguió haciéndolo durante varios meses ante la sorpresa y la pasividad

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de compañeros profesores y familiares. Pero a continuación de su muerte jamás volvió a suceder.


Como igualmente no volvió a escuchar aquella mentira que le susurraba al oído su madre antes del
desenlace -Tu padre se acuerda de nosotros y nos quiere mucho-, a lo que Oscar respondía desde su
oprimida voz interior “Necesito hechos y no palabras, últimamente ni siquiera me habla, ¿es que ya
no le importo nada?”. Aunque sólo sus propios oídos escucharon la petición que como una
palpitación retumbaba en la estancia porque se había desvanecido la atención a la que estaba
acostumbrado en favor de la jovencita.
Fue un duro golpe, no tanto el fallecimiento de su amado padre sino su pretendida marcha del
hogar familiar. Jamás perdonaría esa traición. Y como no se acostumbraba a la idea de no
tenerlo cerca, a la idea de la muerte, con el tiempo haría ver que su marcha nunca se había
producido. Se dirá a sí mismo que su padre está en viaje de negocios. Así permanecería en su
corazón.

La Navidad de 1977 fue dura para los tres. La familia había menguado. No hubo villancicos. Tampoco
árbol ni pesebre. Ningún detalle decorativo adornaba la puerta de la casa. Innumerables cestas
llegaron como cada año por parte de los que todavía no sabían de la perdida. Ninguna se abrió.
Ningún regalo se compró. Ni siquiera se comió turrón. Sólo el recuerdo de agradables momentos
pasados dilapidaban a cada uno de manera distinta en una insoportable nostalgia que se tejía a su
alrededor para dar paso a la explosión de la más desgarradora de las tristezas. Una tristeza llena de
dolor por su pérdida, por las dos marchas que emprendió: la del hogar y la de la vida.
El mes de diciembre anterior todo estaba en orden y en equilibrio el hogar estable. Aún no
había aparecido quien corrió a esconderse en su austriaca madriguera tras el accidente
sintiéndose más culpable que apenada. No había calor en la casa y sí demasiada calma. No
volvería a reinar la alegría entre aquellas paredes de roble con cuadros inmensos. Habían sido
fiestas para hacerse mimos sin motivo, para apoyarse los unos a los otros y desearse la mutua
felicidad gozándose los miembros de la familia. Y aquellos instantes irrepetibles por su gran
contenido emocional escondido detrás de las explícitas miradas, jamás volverían a materializarse.
Oscar no pensaba en los nueve meses de agónico sufrimiento, ni tampoco en las persecuciones
en automóvil cuando a su madre le dio por convertirse en una especie de detective privado que
seguía al marido allí donde iba después de la oficina, demasiadas veces con los hijos sentados en
el asiento de atrás. Oscar, simplemente frotaba la cadenita de oro que su padre había llevado
antes prendida del cuello y temblaba.
Ese ideal peldaño como paso previo al nuevo año se había esfumado. El pronóstico era un
horizonte plagado de incertidumbre y desolación. Oscar no se sentía acompañado, aún teniendo a
su madre y a su hermana al lado era como si tuviera el alma hueca. Se había sentido ligado a su padre
hasta el punto de haber idealizado en extremo a un ser maravilloso al que nunca podría volver a tratar.
Ya no se recuperaría el encanto especial que desprendían esos días tan sobresalientes del calendario.
No los celebraría más. La gracia de los sueños que iluminaba con ahínco se apagó y se tornó agria.
Su mirada de vidrio. Su voz enmudeció. La consecuencia de su partida acentuó en su rostro ausente
de abatidos ojos la palidez de un decaído rosa en las mejillas.

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Pesada carga para su madre que tuvo que parpadear un par de veces hasta que sus ojos se
acostumbraron a la gélida oscuridad que desprendía el vacío. Píldoras revitalizantes por la
mañana con el desayuno, somníferos para la noche con un vaso de leche caliente. De ninguna
manera podía mostrar debilidad, aunque se sentía ultrajada y asimismo vencida. Todo podía
desmoronarse.
Al llegar el fin de semana la casa le parecía terriblemente amplia, y la mesa... aquel sitio
privilegiado que había sido antes ocupado ya siempre estaría vacío. Oscar se limpió los labios con una
servilleta. Quiso ocupar el lugar que por derecho consideraba suyo. Al fin y al cabo era su
descendiente directo y lo reclamó como propio sentándose en la cabecera señalando con el acto que
iba a ser el cabeza de familia con apenas trece años recién cumplidos; pero su hermana se enojaba
tanto cada vez que se trasladaba al lugar que por no entablar una discusión se retiraba. Ni cuenta se
daba su madre de aquellos intentos. Bastante tenía con mantenerse fuerte, al menos frente a sus dos
hijos. Perfecto ejemplo de serenidad, aun cuando en su mirada podía leerse el mal estar general.
Estaba atormentada por la insistente cuestión -¿Si debía morir, ¿por qué no lo hizo antes de romper
el hogar y asimismo nuestros corazones?-. A un paso de la adicción a los tranquilizantes se dejó
socorrer por el piadoso médico de la familia: un hombre grande como un oso. Él la curó. Y
prácticamente la raptó.

Con la espalda encorvada, brazos doblados y tensos a la defensiva como una leona, intentó que sus
hijos se distrajeran y tras el internado de lunes a jueves que forzó para evitar que pudiera convertirse
la casa en un sitio traumático, eso dijo para argumentarlo sin referencias al doctor, comenzó a
llevarlos los fines de semana a una propiedad que tenía la familia fuera de la ciudad. Fue allí donde
Oscar encontró su inspiración: en Santa Eugenia; una vieja iglesia románica restaurada rodeada de
bellas montañas de una textura increíble.
Llegaban por una carretera sin asfaltar. Luego recorrían un camino en malas condiciones. El
vehículo debía subir el tramo final subrayado por una empinada cuesta con el menor peso posible.
Descendían Oscar y su hermana y algunos paquetes. Su madre peleaba con los baches entre acelerón
y acelerón hasta conseguir alcanzar la explanada que presidía la entrada, no sin esfuerzo y un
revolucionado motor que resonaba entre las copas de los árboles ahuyentando a pájaros y ardillas.
La tenacidad de la madre al volante se repetía cada viernes. Llegaban caída la noche. La
oscuridad dificultaba la visibilidad, pero sabían que majestuosa se alzaba la gran casa que compartía
con dos hermanas que en ocasiones coincidían. Frente a la antigua iglesia estaba el monte
Tagamanen; una palabra catalana que invertida significa "niño escondido", y, eso es precisamente lo
que ocurriría. Ahí es donde Oscar se escondió encerrándose en sí mismo dando largos paseos en
solitario. Así obtuvo finalmente sosiego en un lugar donde imaginaba el ruido de carromatos
antiguos pasando por los caminos de tierra mientras el rumor del agua del arroyuelo que fluía se
alojaba en su oído como una caricia de envidiable benignidad.
Cuando estaban sus primas hacían excursiones juntos. Visitaban casas abandonadas fantaseando
con mil historias a cerca de quiénes las habían habitado y sobre la posibilidad de que alguna
estuviera embrujada. En su tío, Oscar encontró a un buen amigo; una continuidad del amado
padre que se había marchado. De carácter jovial y desenfadado, Víctor distraía a los adolescentes

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ideando juegos, inventando canciones y toda clase de actividades. Una tarde subieron al tejado
de la vieja edificación para tener otra perspectiva del terreno y a Víctor le picó una avispa reina
que casi consiguió precipitarle al vacío, pero en vez de dramatizar, aprovechó el incidente para
realizar una disertación sobre la convivencia del Hombre con la Naturaleza. Sabía como tratarlos.
No era de extrañar que cuando los mayores iban al pueblo para adquirir provisiones, el vehículo
de Víctor se llenara de chicos y chicas que peleaban por acompañarle. Halló en Víctor su ansiado
amparo: un instructor al que acudir cuando algo lo abrumaba al obtener otro punto de vista. A
menudo intercambiaron impresiones. Y esto es lo que Oscar valoraba en mayor grado, la
posibilidad de escoger por sí mismo con mayor información sobre diversos temas. Víctor
únicamente proporcionaba opiniones de manera abierta. Era la misma clase de respeto que le
había procurado su padre. La misma clase de respeto que Oscar devolvía aunque jamás se atrevió
a plantearle el tema que más le importunaba.

La vida de Oscar carecía de la emoción de la vida de Iván, quien retaba los acontecimientos. Iván era
el de las acciones mientras Oscar era el de las palabras. Operaban individualmente, pero de manera
simultánea como si ambos fueran uno solo. Oscar era experto en el lenguaje de la percepción de los
términos; un teórico, y el mundo se le antojaba un museo que disecar y observar con su peculiar
microscopio. Iván era experto en la percepción del lenguaje del cuerpo; un pragmático, y el mundo
se le antojaba un espectáculo de luz y color en el cual mariposear de aquí para allá. Pero los dos
ignoraban la emoción del lenguaje que hablan los recién nacidos donde no hay tiempo ni espacio. Y
aunque ni uno advirtiera su presencia ni el otro su actividad, ambos amigos veneraban la Naturaleza,
la Humanidad, y la grandeza del Universo. Oscar representaba la mente del ser humano. Iván su
corazón. El primero quería ponerse el mundo por sombrero y el segundo penetrar en el corazón de
la vida.
Para Oscar, los primeros años de infancia habían transcurrido como los de cualquier otro niño.
La única anécdota destacable la provocaron sus enormes ojos de almendra y sus largas pestañas que
le valieron la propuesta de una agencia de publicidad para protagonizar una campaña en televisión.
Pero su madre rechazó la oferta, no sin antes beneficiarse de los servicios del fotógrafo profesional
que el director había brindado gratuitamente para asegurarse la fotogenia del niño, porque cuando
descubrió su desenvoltura ante la cámara, se asustó. Su madre imaginó lo que podría suceder y,
rápidamente lo apartó del bohemio ambiente recluyéndolo en su habitación entre libros y profesores
porque bajo ningún concepto quería que su pequeño apareciera anunciando productos que ni
siquiera conocía. Y continuó dando contundentes “no” a otras agencias a lo largo de su adolescencia
a espaldas de Oscar. Sabía que aparecer en los medios de comunicación repercutiría negativamente
en sus estudios robándole la concentración. No quería que su hijo faltara al colegio. Pretendía que
fuera como su padre, un importante abogado; quien antes de su desaparición ostentaba un
importante prestigio a nivel social. Pleiteó durante meses con un conocido financiero de dudosa
reputación y turbios negocios internacionales que había defraudado a un centenar de pequeños
accionistas en su mayoría pensionistas usurpándoles sin compasión los ahorros de toda una vida. Pero
ese era solamente el lejano recuerdo de una gesta profesional que animaba a su madre para que su
hijo recogiera el relevo generacional. Esa clase de vida quería para su hijo. Así que Oscar hizo lo único

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que podía hacer, centrarse en los estudios y en la carrera que debía concluir con honores. Y su
profesión como letrado ocupaba casi toda su atención. Y seguía refugiado en sí mismo. Y aunque no
le estimulaba su futuro laboral, se trataba de una especie de homenaje a su padre. Y a menudo se
preguntaba que habría sido de su amigo Iván cuando la soledad le asaltaba en las noches de luna
nueva. Entonces, sin saber bien el motivo o la intención, su espíritu se tranquilizaba al salir a su
encuentro... “Tú y yo somos de la misma sangre” decía “Uña y carne”.
Oscar encontró paz recreándose en la contemplación de la belleza natural de las formas y de
los lugares que escrutaba con su lupa violeta.

A Elvis Presley acudió Oscar cuando le alejaron de Iván. Cuando el MP3 era impensable, se llevaba un
incómodo magnetófono que escondía en el pupitre hasta que le llamaron la atención. Cuando su tío
Víctor empezó a trabajar largas temporadas en el extranjero, Elvis lo asistía de día o de noche. Elvis
era el único que podía amenizar sus largas horas de estudio. Ilustró las paredes de su habitación y los
del cuarto del internado con sus fotografías. Fue un grato encuentro que ocurrió una tarde de
domingo en casa de su tía Magda cuando dejó de jugar en la habitación de sus primas Sara-beth y
Noemí y al entrar en el salón, su mirada se quedó pegada en la pantalla de uno de los primeros
televisores en color que veía. Un mediocre actor interpretaba la película, pero ese hombre bien
parecido que levantaba burlonamente el labio cuando sonreía le despertó un gran interés. Rodeado
de mujeres, bailaba y cantaba. Pronunciaba dulces palabras de amor a la vez que apretaba los puños y
peleaba con furia si era necesario y a Oscar le cautivó la extraña combinación de sensibilidad y de
fuerza, porque Elvis entonaba con ternura una balada acariciando a una dama y acto seguido hacía
estremecerla con su ritmo contundente y su arrebatador estilo que rompía con todos los cánones
establecidos en la década de los cincuenta en América. El hecho de que el último obsequio de su
padre fuera una cinta de casete que recopilaba sus grandes éxitos, determinó la presencia de Elvis en
su vida. Hasta llegó a suplantarlo en una época cuando entrando en la juventud, imitó su pelo
engominado hacia atrás y muchas de sus muecas, pero Oscar pronto volvió a sí mismo. Sabía que
aunque lo intentara no podía reír como Elvis ni cantar o bailar como Elvis, porque él no era Elvis
Presley.
Aún teniendo la compañía de Elvis, Oscar sufría en silencio. En ocasiones temblaba y sudaba
fruto del pavor. La caída del potasio le provocaba una parálisis muscular transitoria. Sentía
espasmos. Desde que a muy corta edad se percató, Oscar tenía miedo. Mucho miedo. Horror. Se
preguntaba: “¿Por qué?... ¿Por qué un día tiene que terminar todo? ... ¿Por qué la vida se corta de
repente? ... ¿Qué sentido tiene vivir si después toca morir?”. Pero nadie estaba a su lado lo
suficientemente cerca para contestar la pregunta y esclarecer el dilema. Nadie apaciguaba su
angustia. Nadie conocía su insatisfacción. Oscar quería reír, pero no encontraba su risa. Oscar
quería llorar, pero no sabía donde estaban sus lágrimas. Quería, pero no podía. No sabía cómo
reír y llorar al mismo tiempo o viceversa. Llorar y reír. Reír y llorar.

La verdadera amistad únicamente está al alcance de seres independientes e íntegros que conservan su
autonomía personal incluso después de unirse. La alianza de Oscar con Iván era completa porque

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nada buscaban el uno del otro y sin embargo, ambos amigos disponían de todo respecto al otro. Su
vínculo era poco común. Y ninguno de los dos era reacio a rechazar tan valioso ofrecimiento.
Ambos vivían una época de transición donde era necesario controlar la constelación de
emociones que los desbordaban, pero Iván, se había embriagado de la vida y las alteraciones se
sucedían una detrás de otra, aunque sin melodía ninguna. Iván prefería una buena aventura a una
buena comida, sentía toda la gama de la experiencia humana como suya y consideraba un deber
disfrutarla, y cada vez que lo hacía se adentraba en terrenos sin garantías.
Estaba más dispuesto para una carrera que para una siesta. Optaba por una lección de la vida
antes que tumbarse en el sofá frente al televisor encendido de discursos y normas. Su acelerada ansia
por consumir experiencias le arrastraba por un peligroso torrente de información que no digería. La
almacenaba sin sacarle más provecho que el inmediato, guardándola durante pocos días, tal vez
realizando algo concreto con ella probablemente útil pero nada más para probar. Luego se aburría.
Permanecía eufórico, y tenía unas inmensas ganas de vivir, pero llegaría a convertirse en un intruso.
Se pegaba a nuevas vivencias sin dejar espacio vital a su alrededor. Y no eludiéndolo, nunca le invadía
el sufrimiento ni tampoco el arrepentimiento por lo acontecido. Iván jamás evitaba el desafío que le
ofrecía la vida. Se lanzaba con autentica pasión frente al reto y se recreaba mirándole a la cara
directamente a los ojos. Por alguna incomprensible intuición que le llegó en su niñez, confiaba en la
protección del cielo.
Se precipitaba instantáneamente sin miedo, simplemente se lanzaba, aumentando sin saberlo
la carga que otras personas llevaban porque tratarlo equivalía a abrir un mar de dudas respecto al
itinerario de sus vidas. Hacía levantar el telón del majestuoso espectáculo que es la vida para
transgredir lo corriente y lo excesivamente mundano. Utilizaba a los demás, y a su vez se dejaba
utilizar. Asumía la posición que libremente había escogido y así, no podía sino beneficiarse... ¡por el
momento!
Al margen de que sus iniciativas prosperaran o no terminaran de cuajar, como le sobraban
desafíos, metas y objetivos que conquistar, no se preocupaba de nada que no fuera gozar. Podía no
ganar lo que esperaba, pero jamás perdía por completo. Siempre había “algo” que obtenía aunque a
veces era demasiado extraño e incomprensible incluso para él. En esos años desconocía la
moderación. Y buscaba la mujer mas apetecible, unas veces sofisticada y otras lo más prosaica posible.
Y no era una noche de locuras y desenfreno carnal lo que perseguía. En realidad, solamente quería
pavonearse, demostrarse que podía seducir a cualquiera que se propusiera. Y asimismo quería sentirse
deseado, pero mucho menos que admirado, poseerlas era algo demasiado cotidiano y trivial para
Iván.
En su mente nada más existía la película que había visto trece veces en distintas pantallas
cinematográficas. Su afán más íntimo le decía que había llegado a este mundo conocido por todos
para procurar placer a los demás, y a ello se entregaba entendiendo la expresión del placer sexual. Se
deleitó viendo a las mujeres regocijarse agitadas y todo por una la película: “Gigoló americano” que
encarnó con acierto Richard Gere; con un sensualismo y una elegancia que jamás hubiera
proporcionado Travolta, como nunca hubiera podido interpretar Gere “Fiebre del sábado noche” o
“Grease”. Fue a raíz de lo que encerraba esa peculiar manera de vivir y de entender la vida que Iván se
había convertido en un joven de diecinueve años al que le agradaba procurar placer a las mujeres.

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Vestía impecablemente trajes caros bien combinados, relucientes zapatos, cinturón a juego y
vistosas corbatas de marca. Era exquisito en el trato y refinado en los gestos. Estaba muy lejos del
desaliño, y su rostro no podía confundirse con el de un boxeador. Hasta improvisó un andar singular
que lo distinguía. Y quienes lo conocían, no podían esconderse de la risa. Y quienes no le conocían,
no podían evitar fascinarse con su presencia. En ninguno de los dos casos pasaba desapercibido. Era
invariablemente el blanco de comentarios por uno u otro motivo; a Iván esto le encantaba. Toda la
atención que no tuvo en su infancia la hacía suya despertando la curiosidad en los demás. Y le seguía
gustando provocar reacciones en la gente y ver cómo se desarrollaban las situaciones que él mismo
creaba desde la nueva faceta de gigoló.
Le llamaba poderosamente la atención la mujer dulce, porque a Iván se le conquistaba con
suavidad. Una chica autoritaria que impone más que sugiere y que obliga a hacer las cosas por la
fuerza, nunca podría salirse con la suya. Iván tenía que decir la última palabra. La arrogancia típica de
la juventud cobraba límites insospechados en Iván que prefería malograrla que no hacer nada con su
juventud. Por consiguiente, tan sólo con diplomacia, delicado tacto y mucha dulzura, podía
doblegársele como quien no quiere la cosa. Entonces y solamente de esa manera se podía hacer de
Iván cuanto una quisiera. Iván aborrecía las mujeres-armario, las vastas o vulgares, y también aquéllas
que eran un monumento escultural de la naturaleza sin nada más que ofrecer que no fuera su cuerpo.
Podía trepidar escuchando el tono de una voz y con Mari Carmen trepidaba cada vez que la escuchaba
y como un helado al sol se derretía. Iván sentía y se dejaba llevar, porque temer al amor era como
temerle a la propia vida y los que temen a la vida, decía, ya están muertos. Pero Iván amaba la vida,
más nada sabía en verdad del amor. “La vida no está hecha para comprenderla... ¿por qué el cielo es
azul? ¿Por qué la mar es salada? ¿Por qué los peces no se ahogan?... ¡y qué más da! Si la vida solamente
es para vivirla” decía y, Oscar, seguramente discreparía en relación a esta consideración de Iván.
Oscar se hubiera tirado de los cabellos si supiera que Iván mantenía que las mujeres son como
melones “Tienes que probarlos todos hasta encontrar uno bueno antes de que maduren. El hombre,
en cambio, es como el vino. Cuanto más tiempo ha madurado más sabroso está”. Y defendía la tesis
de que la mujer pertenece a otro planeta. Exponía sin pudor que “Para las mujeres el amor lo es todo,
mientras que para los varones es solamente una cosa más... ellas llegan a la cama cuando hay amor...
nosotros llegamos al amor después de la cama”. Así transcurrían sus días llenos de proverbios
populares y frases hechas que llevaba a la práctica hasta sus últimas consecuencias por el puro placer
de investigar y de ahondar en las cosas de la vida.

En una ocasión, a Iván le chocó tanto una frase publicitaria que rezaba: "Vender es mal vender" que
decidió asistir a una subasta. Siendo pública, podría ampararse en el anonimato; una oportunidad para
reparar en otros comportamientos humanos. Iván no dejaba escapar ninguna nueva experiencia.
Andaba por el mundo con los ojos bien abiertos. Todo lo desconocido significaba el cebo en un
anzuelo, hasta el punto de no poder caminar si no poseía la vivencia. Y en la sala De Vilardell se
desarrolló una subasta diáfana.
Asistieron compradores que con sus pujas y su aire desinteresado hicieron subir los precios.
Tradicionalmente, en aquella sala quedaba garantizada la discreción. Una mujer de clase alta venida a
menos que precisaba recibir urgentemente una cantidad de efectivo para paliar un grave problema de
liquidez que amenazaba su posición social, además de una parte del patrimonio familiar, entregó unas

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valiosas piezas de arte dignas del coleccionista más fanático y así pudo recibir a cuenta una suma
importante en el mismo instante del deposito. Avispado como pocos, Iván se percató del detalle.
Hacía muchos años que el establecimiento organizaba subastas cada fin de mes con una gran
asistencia de público y una gran satisfacción por parte de los vendedores. Si bien desconocía las
normas de proceder y la cortesía del evento, ello no impidió que actuara. Sin pensarlo dos veces, se
dirigió a la señora y presentándose educadamente, se ofreció al director para constar como titular del
paquete de joyas, asegurando todavía más el buen nombre de aquella dama que intentaría pujar en
su favor haciendo subir el precio. Y fruto de la artimaña, los compradores pagaron un sobreprecio. Y
la velada fue de gala, porque además de descubrir las angulas de Aguinaga, Iván encontró en aquella
mujer a su maestra.
Una vez más, igual que en todas las anteriores, quería complacer a la mujer hasta extasiarla
pero la dama era muy exigente, así que tuvo que aprender algunos trucos. Con ella practicó durante
meses los entresijos del Kama Sutra hasta que juntos en el tremendo salón, echados en la pulcra
alfombra visionaron en la penumbra de unas velas la película: “El imperio de los sentidos” de Nagisha
Oshima. Iván se impresionó tanto que temió su mismo destino y esa madrugada desapareció,
renunciando a un sin fin de privilegios.

Probablemente Oscar no hubiera sido capaz de llegar tan lejos. Introvertido, todavía no sabía que era
alma esencial, y que llegaría a amar tanto su alma que abriéndola para percibir las cosas de la vida se
equivocaría al situarse detrás de las verjas del propio calabozo: la fortaleza que construiría para
protegerla. Demasiado contenía sus deseos. Tenía tanto cuidado de su pensamiento que nunca se
decidía a emprender un camino. Una vez determinada la idea, se aferraba a ella preparándose para no
averiguar otras causas que pudieran alterarla y ahí quedaba todo, solamente en la promesa; en una
imagen sin acción.
Por el contrario, Iván era extrovertido, todo impaciencia. Había salido demasiado pronto a la
calle y tras de sí se le cerró la puerta dejándolo afuera frente a un mundo gratamente tentador en el
que contento buceaba. Demasiado se abandonó a sus pasiones. Vivía halagando a sus sentidos sin
saber exactamente hacia donde se encaminaba. En busca de la autentica verdad, perseguía cualquier
condición que variara sus conclusiones supuestamente para mejorarlas, y así era todo tan perecedero
y cambiante que yacía entre lo intangible.
Uno, anteponía su yo a cuanto acontecía. Miraba el mundo con racional claridad ofreciéndole
una afectividad romancesca hasta el punto de mantener como “verdades” las más inocentes
supersticiones privadas, porque para Oscar, el centro de sus mismas interioridades, el lenguaje y la
escritura, eran la comprensión de lo lógico. Y así era un realista de “su” realidad con inmensas
capacidades de visionario. Siempre un hipotético del asunto, consideraba más importante especular
que obrar, y esto tenía un motivo: estaba lejos del mundo; pretendía leer los manuales de instrucción
antes de ejecutar nada cuando algunos manuales todavía están por escribirse. Analítico, estudiaba
todas las partes de un fenómeno para establecer en seguida semejanzas comunes con otros
fenómenos, dilucidando sin obtener ninguna conclusión que obligara a la acción definitiva.
El otro, posponía su yo cautivado por cuanto acontecía. Quería afirmar y reafirmar
incondicionalmente su temple frente al mundo externo, pero viviendo en una sombría parte de sí
mismo que supeditaba con dolorosa dependencia el mundo que intentaba recrear, porque para Iván,

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la fantasía y la imaginación eran la comprensión de lo no verbal. Y así era un creador activo con
inmensas capacidades de distracción. Siempre un práctico del asunto, consideraba que era mejor
probar y averiguar y esto tenía un motivo: transformarlo todo en instrumentos y herramientas para
lanzarse a vivir con su propia maña. Embaucado por la intención de lo estético, el mundo se le
antojaba un enorme escenario donde quería interpretar su papel. Definitivamente no quería ver el
espectáculo si no examinar las cosas y los hechos que componían la trama argumental.
A Oscar le envolvía una aureola aristocrática. Intelectual, le caracterizaba la inteligencia
masculina. Escéptico, ponía en duda la existencia de Dios. Pasivo y concreto, se concentraba en el
aroma y el simbolismo que guardaba la vida para encontrar su brillantez y, en trance, en ese estado
de reposo cuando la conciencia receptiva está en espera se dejaba abrazar por la serenidad, y también
por los sentimientos procedentes de su interior, en paz, pero sin felicidad.
A Iván le obsequiaban con un tributo popular. Sentimental, le caracterizaba la afectividad
femenina. Ateo, negaba la existencia de Dios. Activo y abstracto, se concentraba en el color y las
formas que tomaba la vida en busca de su continuado movimiento y, en éxtasis, en ese estado de
agitación, se dejaba abrazar por la pasión, y también por las sensaciones procedentes del exterior y
dichoso, no hallaba descanso. Ni sabía de la paz interior.
Ambos simbolizaban lo opuesto; uno interpretaba lo frío, lo dulce y lo sólido mientras el
otro encarnaba lo caliente, lo amargo y lo líquido. El uno par, contenido, sustancia. El otro impar,
forma, accidente. Y a su vez, asimismo figuraban como lo complementario. Oscar los raíles. Iván la
locomotora. Se pueden intercambiar los ladrillos... pero el muro... ¿sigue siendo el mismo muro?
De un lado la naturaleza y la complejidad del universo, y del otro, la vida y la conducta
humana. El primero etéreo, potencia, esencia. El segundo materia, acto, ser. Ah! Que bella es la vida
cuando se la atiende con voluntad consciente.

Iván te zarandeaba con su sola presencia mientras que Oscar te aquietaba sosegándote. Ante una
primera cita, Oscar se preparaba pensando en lo que iba a decir mientras que Iván se centraba en
actuar convenciendo a todos de lo irresistible que era, ¡curioso que ninguno fuera simplemente
espontáneo!
¿La dependencia preferida de cada uno? La alcoba en el caso de Iván. La biblioteca en el caso
de Oscar. Oscar se sentía acomplejado y pequeño como una hormiga nacida ayer en una reunión
donde no conocía a nadie, a diferencia de Iván que le faltaba un instante para ubicarse en el sitio
perfecto con la puerta en frente y la pared a su espalda con pedazos de vida entre sus dientes. Uno
producía el efecto de un tequila doble. El otro te dejaba el candor de una tila. El primero necesitaba
transformaciones rápidas. Al segundo le gustaban los cambios suaves y progresivos.
Para Oscar, su deseo de cambio era moderado. En general era un joven satisfecho que tenía
cuanto quería. Alababa el asentamiento más que la revolución. Y justamente esa actitud le
proporcionaba bienestar. Por el contrario, Iván corría detrás de cualquier espejismo. Desconocía
que la estabilidad guarda sus virtudes. Los deseos de cambios en su vida eran tan reales como
apresurados sin tener por qué sentirse particularmente insatisfecho por ello. Consideraba
imprescindible avanzar para no quedarse estancado o lo que equivaldría a una tragedia: ir hacia
atrás. No temía los giros que implican rupturas. No renunciaba a los cambios por temor a perder
privilegios. Consideraba la transformación cosa vital de necesidad. Sometía el miedo

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fortaleciendo su coraje para vivir con mayor sabiduría porque en su saber imperaba la ciencia de
que hay razones para gozar de la vida sin aprensiones. Y con entereza afrontaba la vida con una
perpetua marcha hacia adelante llegando a ser violento consigo mismo y con su entorno
cambiándolo todo y vuelta a empezar al margen de la gente y del qué dirán. Quería convertirse
constantemente en otra persona diferente sin límites en sus elecciones. Si la idea de cambiar se
cruzaba ese día ya no la podía detener, asumiendo a gran velocidad los sinsabores del camino
antes de que llegara la noche, antes de que la noche se volviera insoportable por no haberlo
intentado.
¿Torturaba Iván a su cuerpo? Oscar mantenía relaciones amistosas con su cuerpo y, sobre todo
con su mente. Su apariencia física no era motivo de preocupación. Sin embargo, Iván consideraba su
cuerpo como un capital único y precioso que mantener y cuidar. Tenía la tendencia a servirse de su
cuerpo como herramienta para alcanzar sensaciones fuertes. Los esfuerzos de Oscar iban encaminados
a protegerse de las agresiones exteriores limitando al máximo los daños o cualquier tipo de
perturbación. ¿Lo que consideraba ataques del exterior podían ser oportunidades para cambios
estupendos? ¿Quisiera Oscar acceder a una autoestima más alta? El deseo de controlar todos los
procesos de cambio, ¿era su mayor defecto? ¿Lo sería en el futuro? ¿Probará Oscar a dejarse sorprender
en alguna ocasión?
Iván iba hasta el fondo en busca de potencialidades inutilizadas. Se angustiaría en caso de no
poder indagar. Aspiraba a aumentar su círculo de amistades. Le gustaba poner los puntos sobre las
“íes” y a continuación un signo de exclamación! Su ansia por apreciar y percatarse del mundo y la
vida, ¿lo conducirá hacia abismos extremadamente peligrosos? ¿Sentirá la tentación de probar drogas
para escapar de lo demasiado común? ¿Se convertirá en delincuente por lo romántico de ser pirata?

Oscar e Iván oyeron la voz como si se tratara de un descomunal rugido: “El camino que habrás de
desandar es interminable y morirás si no despiertas realmente”. Se sobresaltaron en su cama los dos
sintiéndose perdidos. Pero se recostaron y descansaron extenuados. Y pronunciaron al amanecer estas
palabras: “Un día o una noche, y entre mis días y mis noches ¿qué diferencia cabe?”... primero Iván, y
luego Oscar, soñando despiertos sin comprender.
Los hombres se confunden gradualmente con el aspecto de su camino. Decir “los hombres”
es decir todos los hombres y mujeres que vivieron antes de ellos. Hablar del jaguar es hablar de todos
los jaguares que lo engendraron, los ciervos las gacelas y los venados que devoraron los jaguares, el
pasto del que se alimentaron los ciervos las gacelas y los venados; la tierra que fue madre del pasto
bajo el cielo.
Cada persona es el fruto de sus circunstancias y elecciones y con el transcurrir de los años y de
los hechos, la noción de una verdad absoluta. Y llegará la sentencia con rayas transversales en la cara
y en las piernas conteniendo el sonido mudo del lenguaje de esa voz que vale una sola palabra y
equivale a todo; mundo, vida, universo.

¿Están encarcelados en sus celdas?... ¿Encontrarán la salida del incansable laberinto? y, ¿regresarán
como hombres nuevos?

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Desentrañar los designios del universo o pensar en sus triviales dichas y desventuras, quien
sabe, no importa por el momento. Lo que importa aquí es lo siguiente. Alguien los visitará para que
piensen que están locos durante la hora del día en que no existen las sombras y sofocados, levemente
aliviados por la brisa que sopla a escondidas por entre los troncos de los árboles preludiando un
chaparrón, los dos amigos celebrarán un contrato al que los tres pertenecen!
Hay quien llega por vías más pacíficas, lineales y predecibles; cada cual a su manera; unos,
apacibles individuos moviéndose en círculos hacia delante en el mutismo, mientras otros rompen el
círculo para representar con su trayectoria los héroes de leyenda; tipos sanos fieles a sí mismos y
ajenos a las convenciones en contraposición a los otros de reprimida personalidad lapidada por la
debilidad, pero con la suerte del azar en el bolsillo.
Ya quedan pocos aventureros en el planeta, pocos artesanos, inventores, cada vez menos
poetas. Y unos y otros son necesarios para recorrer los caminos empleándose a fondo a la hora de
expresar lo que sus ojos han visto, revelando todo aquello que ha sentido su corazón indomable con
la intensidad de quien se identifica a sí mismo diferenciándose de todos los demás, y a cuya virtud es
necesario un período de tinieblas. Gloria para Oscar e Iván si lo consiguen!

Durante la infancia, los niños y las niñas se lanzan a los jardines y a las riberas de los ríos para escenificar
con impetuosa convicción las aventuras de su rico mundo interior, sin embargo, por la complejidad
que adquiere la mente y el cuidado del estereotipo, las claves de lo correcto e incorrecto, toda
representación queda sustituida por cortos lapsos de tenue imaginación conforme se hacen mayores.
Pocos adultos vemos persiguiendo indios, buscando una ciudad perdida o prestos al abordaje de un
galeón español.
Las personas nacidas en el nuevo milenio, presas de lo tecnológico, no vienen precisamente a
un mundo de aventura si no de tediosa inmovilidad dolorosamente atenuada por los violentos
videojuegos y las agresivas películas de acción vacías de humanidad. El denominador común es lo
abominable. Y en tales circunstancias el mundo posible se reduce. Aún estando al alcance en las
estanterías de las bibliotecas no se leen libros como “La isla del tesoro” o “Robinson Crusoe”.
Tampoco “Colmillo blanco” o “El corsario negro”. O “Los tres mosqueteros”, “El conde de
Montecristo”, “El prisionero de Zenda”. Ya no hay asombro por lo exótico ni por lo mágico.
Cuando comienza la edad de la reflexión, puede extraviarse un universo entero. Cuidado.
Peligro. Sin embargo, curiosidad por la vida y el mundo e imaginación por interpretarlo de manera
peculiar distinguen a Oscar e Iván.
Admirablemente aliadas la curiosidad y la imaginación como admirable unidad es la persona
de Oscar e Iván, permite continuar leyendo a quien elige permanecer despierto y atento cuando otros
eligen apearse si la lectura comienza a ser un tanto compleja o fantástica, porque Oscar e Iván son
seres entrañables semejantes a muchos otros en la faz de la tierra en los que se cuela un personaje
sorprendente con aspecto de feroz animal, y alma de cielo, contradicción imposible en nuestro
mundo por lo extraño del suceso y, en verdad... ¿no somos todos nosotros bellos personajes
escondidos en apariencias grotescas?
El desconcierto en suma! Pero se trata de una opción inédita bajo el disfraz de una biografía;
el desliz del relato de la mayor aventura que no es otra que la del viaje espiritual. Y sólo que te dejes
impregnar advirtiendo capas de refutación y reclamación alternativamente sin que el arte de la

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sugerencia y el anécdota permita la vacilación o la indisciplina será que obtendrás la redención luego
de la enmienda, por lo que tu labor está en captar hasta recrear lo que te propongo recorrer: una
historia tejida de cabeza al precipicio para que asciendas contemplado desde la altura del ángel
habiendo estado aquí y allí al mismo tiempo, ¿de qué otro modo podría considerarse esto en tus
manos un libro? Riqueza! Nada más riqueza en movimiento que danza entre las páginas en tus
manos.

* * * *

Enseña la sociedad que vencer a los demás es ser un hombre fuerte, pero Oscar solamente quería
vencerse a sí mismo desatándose de las cuerdas que lo mantenían oprimido. Quería cortar lo que le
ligaba a este mundo y acceder al submundo para elevarlo, sin embargo, prejuicios e incómodas
tradiciones lo mantendrán atrapado por años.
Era una persona equilibrada aunque se turbaba a menudo por las presiones sociales y las
agresiones que el capitalismo inflinge; disponía de una especie de varilla electromagnética que captaba
cualquier corriente pero que se autorregulaba sola sin necesidad de ayuda externa. Si perdía la posición
de equilibrio, la recobraba con la misma rapidez que la perdía, salvo en un aspecto: la muerte. La
muerte superaba a Oscar. Y sin saber bien como enfrentarse a la muerte, esbozaba otras cuestiones.
Amenizaba sus dudas preparando minuciosamente argumentos a cerca de otros asuntos tras
inescrutables consideraciones, y le gustaba convertirse en una persona que en las reuniones
participaba de la conversación sin temer a los desconocidos o a los alborotadores ni a los
planteamientos de otras culturas.
Le complacía quedarse sin hacer nada en silencio con la luz apagada durante largo tiempo a
solas con sus pensamientos. Así se relajaba, y para Oscar, relajarse era algo imprescindible. Debía
hacerlo regularmente. Quería escribir su historia con líneas rectas y profundas.
Empezó a interesarse por la arqueología en un intento de esclarecer si se trata de una ciencia
o un arte. Mantenía que no hay que exhumar cosas ni fragmentos sino al universo entero; tal
razonamiento lo llevaría a investigar en la astrología para averiguar como ésta incide en la Naturaleza.
Podría comprender el pasado si conocía a las mujeres y a los hombres que yacían representados por
sus vestigios, pero no únicamente así. Todas las excavaciones que se llevan a término en distintos
lugares del planeta no son sino pequeñas destrucciones, incluso en el mejor de los casos, toda
extracción de un objeto frágil debería realizarse con la delicadeza de las manos de un relojero en lugar
de la azada y la pala “Se requiere la navaja y el pincel”. Y como un arqueólogo que se procura huellas
y las sigue de manera detectivesca, al igual que el astrónomo examina el cielo, Oscar comenzó a
escudriñar.
Su afán no era otro que el de comprenderse. Nacía su apertura dispuesto a recibir los dones para
conocer el gozo de dar sin condiciones. Le costaba reconocer que estaba limitado al depender
del futuro. Se preparaba como abogado, y en su actividad se aprovecharía de las desgracias ajenas
para mantener su despacho desde una cómoda posición económica que garantizara los caprichos
mundanos permitiéndole vivir al margen de la realidad social, y de esta manera, sin desprenderse
de lo trivial, difícilmente conectará con las benéficas fuerzas del universo.

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Argumentaba Oscar “La ciencia reconoce el poder de la luna para mover grandes masas de
agua. Si el Hombre mismo está constituido por un setenta por ciento de agua, ¿por qué habría de ser
inmune a tan poderosas influencias planetarias?”. Se aferró de igual forma a otros planteamientos
para sentar bases. Se dedicó a notar que la mayoría de la gente que conocía se dejaba llevar por el
medio y su entorno y por la voluntad de los que son más fuertes. Oscar quería conocer su autentica
naturaleza y aprender a reconocer los sueños ocultos de las personas igual que todas sus esperanzas
secretas. Deseaba encontrar el arco iris que cada uno esconde celosamente en su interior.
Y comenzó por él mismo diciéndose para sí “Cuando uno conoce su signo solar y la
combinación con su ascendente, está sustancialmente mejor informado que quienes nada saben”.
Solicitó diversas cartas natales; fotografías de la posición exacta de los planetas en el cielo durante el
momento de su nacimiento. A parte del sol y la luna, hay ocho planetas que influyen y matizan los
detalles del carácter. El ascendente modifica en gran medida el signo solar; es una zona particular del
zodíaco en la cual se sitúa el sol en el preciso instante que se respira por primera vez.
Pero además indagó en el horóscopo chino, azteca, hindú. Consiguió cartas astrales y kármicas
sobre su persona. Encargó informes grafológicos a reputados gabinetes especializados y tres estudios
caracterológicos. Realizó diversos test de personalidad y encargó a un par de psicólogos informes que
resumieran las conclusiones sobre su carácter en una sola cuartilla de papel. Y se sorprendió de la gran
cantidad de coincidencias, de la uniformidad del material recopilado de distintas fuentes. Entonces,
un poco más convencido hizo suya una frase de Linda Goodman -La humanidad descubrirá algún
día que la astrología la medicina la religión la astronomía y la psiquiatría, son la misma cosa; cuando
todas ellas se integren cada una estará completa y mientras esto no suceda, cada una seguirá teniendo
ligeras carencias-. Le gustaba la frase.
A continuación de haber contrastado y reconfirmado, conocía cuales eran en mayor grado sus
cualidades positivas y sus cualidades negativas, y decidido se dispuso a multiplicar las primeras y a
eliminar en lo posible las segundas. Estaba dispuesto a trabajar duro y no cometió el error de
permanecer en la superficie tratando de reconocerse en su signo astrológico. Miró más allá de
esos rasgos que podían despistarle, puesto que los astros marcan tendencias e inclinaciones pero
no obligan ni determinan los actos. Oscar percibía que el alma del ser humano es superior al
poder de la influencia de los planetas.
Y un miércoles después de cenar consultó su agenda para descubrir algo. En su conjunto, las
personas anotadas correspondían a los signos afines que la astrología le había indicado. Eso no podía
ser una mera coincidencia. Se trataba de una evidencia. Continuará investigando a lo largo de los
años introduciéndose en la numerología, en las runas vikingas, en el tarot, pero un día topará con la
gnosis y se detendría. Pero hasta entonces, se enfatizó de promover ese conocimiento con la gente
que frecuentaba. A todos empezó a hablarles con una sola finalidad: que el conocimiento fuera un
carburante provechoso que consiguiera que se tratasen unos a otros con más tolerancia al
comprenderse mejor por lo difuminado de la naturaleza humana y por la complejidad de las
necesidades vitales de cada persona en particular. Y se comprometió a la proximidad del propio
acercamiento escribiendo en la portada interior de su agenda “Mediante semejante conocimiento
lograré gustar más a los demás, porque al mostrarme con honestidad, permitiré que disfruten de mi

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verdadera naturaleza”. Era una frase plena de potencial pero únicamente una frase escrita que lo
alentaba a relacionarse.
Su conversación era sugestiva. Lo había empezado a ser en la etapa de su bachillerato, durante
las cenas en el comedor del internado después de pasar por Santa Eugenia. Acostumbrado a sentarse
en el mismo lugar, ya que no pudo hacerlo en la cabecera de la mesa de su casa, y desde la esquina
contemplaba el enorme salón, contemplaba a sus compañeros, y rápidamente se acostumbró a ser
rodeado de chicas que lo buscaban. Cada noche se repitió la disputa porque las primeras en llegar eran
las que se quedaban en su compañía. Frente a las insubstanciales charlas de los muchachos de su edad,
las chicas prefirieron los inquietantes temas en los que Oscar insuflaba el bálsamo correcto para
espolear sus mentes. Insólitos y extravagantes temas para unas, recónditos y estimulantes para otras,
en su despertar de los sentidos resultaron más atractivos que hablar de fútbol y motocicletas o de los
estudios que se hacían pesados, circunstancia que había aprovechado para instarlas a que se
conocieran, para que de esta manera averiguaran sus verdaderas inclinaciones vocacionales. Pero ese
mismo principio olvidó aplicárselo a él. Su padre ya decidió en su día que sería abogado y su madre
se lo recordaba cada vez que hablaban por teléfono y Oscar, Oscar no cuestionaba el asunto. No fue
un asunto negociable entonces, como tampoco lo era ahora que cumplía su mayoría de edad e
ingresaba en la universidad.

Su carrera seguía sin obstáculo ninguno. De temperamento serio, responsable, sensato, Oscar
detestaba la frivolidad. Se mostraba sereno y prudente. Gracias a estas cualidades no le costaba hacer
amistades. Y a parte de su gusto por la discusión civilizada y la negativa a dar su brazo a torcer, Oscar
tenía la facultad de crear un ambiente agradable de paz a su alrededor. Suspiraba para que la gente se
encontrara bien junto a él y eso sucedía exactamente y lo buscaban para acurrucarse a su lado
buscando calor humano.
Humanitario y bondadoso, descubrió la delicia de llevar consuelo y estímulo a todas aquellas
personas que lo necesitaban. Desde su paso por la cima del Tagamanen donde no había el griterío de
otros niños ni grupos de adolescentes cazando abejorros o ranas que luego lanzarían a las muchachas
de cortas faldas y trenzas que saltaban a la comba sin desmayo, Oscar pretendía construir los
cimientos de un mundo más justo. Su laboriosa condición no cesaba en su empeño y los fines de
semana se automarginaba al excluirse del grupo de amigos del primer curso de la universidad para
refugiarse en una voluntaria solitud. Recorría el sendero del auto-conocimiento para poderse amar
con intensidad, y así, poder ser digno del amor de otros. No podía salir a divertirse si no había resuelto
esta cuestión. Necesitaba sentirse amado por lo que era; tanto como en su infancia necesitó ser
protegido por su fragilidad.
Derrochaba afecto hacia sus compañeros sin intenciones concretas. Romántico y
extraordinariamente sensible, era un ser vulnerable que en sus paseos buscaba una coraza para que
nadie lo hiriera. Observaba la belleza de los pinos y como éstos exhibían sus frutos al tiempo que
escondían sus raíces que imaginaba avanzaban hasta llegar al mismo corazón de la tierra donde todas
juntas se saludaban en un multitudinario apretón de manos.
Sus procesos mentales aparentemente lentos, eran sin embargo meticulosos, sistemáticos, y
extremados; así desmenuzaba las ideas y los conceptos antes de lanzarse a la ejecución de
cualquier proyecto para avanzar, llegado el caso, de manera infalible. Y las personas que le

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conocían más allá de su apariencia física le reconocían su entereza, como Víctor, y lo respetaban
por su integridad moral y el sentido de justicia, como el catedrático de la universidad. Sin
saberlo, Oscar era un auténtico líder excepcionalmente dotado para alcanzar cualquier objetivo
que se propusiera. Tan sólo debía lanzarse. Pero eso estaba lejos de que ocurriera. Y aunque por
alguna extraña razón desde algún lugar remoto recibía “señales”, inequívocos mensajes a modo
de regalos, todavía no entendía como debía emplearlas.
Emprendía el camino de una interesante existencia llena de vivencias positivas, y si no recibía
malas influencias ni presiones negativas que opacarían su evolución y truncarían su camino,
estaba llamado a realizar una importante misión humanitaria. Sin embargo, hasta que no
accediera a la dimensión de su buen amigo todo quedaba obstruido. Para Iván, un pupitre era un
lugar donde sentarse en la escuela y poner encima los libros. Para Oscar era madera. Esta sencilla
diferencia de opinión que prevaleció en la adolescencia se acentuaría a lo largo de su juventud.
Uno se concentraría nada más en lo que esa cosa es, y el otro, simplemente en su utilidad. Y en
esa dualidad cada uno de ellos estaba en lo cierto, pero debían anudar esfuerzos. El pupitre era
una misma cosa compuesta de forma y contenido.

Oscar había sido un adolescente poco expuesto a la lluvia. Débil en su arrojo, se retiraba para refugiarse
bajo un techo que lo protegiera. Una pauta muy distinta de la palabra “lluvia” le llegaba a Iván, quién
con el afán de tocar la realidad disfrutaba con las tormentas tropicales. ¿Son las cosas como se
aparecen en nosotros o como se aprecian a través del microscopio? ¿Es el agua algo que moja o
solamente H2O?
El cuerpo es un instrumento de registro sensible que transmite sin cesar toda clase de
mensajes, pero cuanto recibe, nunca es “exactamente lo mismo” para unos y otros. La sociedad ha
desarrollado mecanismos que exigen y obligan a “deshacernos” de estas diferencias que existen entre
nuestras percepciones individuales respecto a la opinión generalizada. Esto se ha acentuado hasta
perpetuarse atendiendo únicamente aquello que es “comunicable”, y escondiendo el resto
inicialmente indeterminado bajo el oscuro manto del olvido.
Hay dos maneras de saber el significado de las cosas. Una es definirla usando palabras, lo que
presupone un conocimiento de las palabras empleadas en la definición y una similar concepción con
aquellos con los que uno se comunica. La otra es escuchar la palabra, ver el objeto en movimiento,
tocar sus contornos, sentirlo, y ésta, es la única viable en principio puesto que permite vivirse ese
algo. No es lo mismo aprender el significado de “sol” “montaña” “comida” “cama” o “lluvia”, que
participar del acontecimiento. Sentir el calor del sol, apagar el hambre con alimento, acomodarse
para descansar dando utilidad al objeto o mojarse bajo la lluvia; son formas bien distintas de operar.
El significado que el niño da a la palabra es el resultado de su propia experiencia, de su exclusiva vivencia personal, la cual varía de acuerdo
con su circunstancia íntima, tanto como el punto de partida en su percepción. Así sucedió con Oscar e Iván desde su niñez. A uno le obsesionaba
aprenderse las cosas de memoria, independientemente que las entendiera o no, al otro, simplemente le obsesionaba descubrirlas para conocerlas
averiguando qué beneficio podría obtener de ellas. Y así, en el curso de la instrucción de ambos, para Oscar, el mundo de las palabras se iría separando
cada vez más y más del mundo de los sentidos, de la realidad inmediata, mientras que para Iván predominaría la concepción de las cosas con las que se
relacionaba aferrándose demasiado a ellas.

Y cada uno se situará en un extremo de la balanza. Pero el antagonismo entre doctrinas no es


un desastre: es una oportunidad. El ser humano es sustancia en un cuerpo vivo, racional e irracional
al mismo tiempo. Todo lo que existe en este mundo está compuesto de pequeñas partes que se
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ensamblan entre sí, de tal manera que forman otras unidades más grandes y complejas.
Oscar existía como un individuo lógico. La imagen verdadera vivía encerrada, y la retenía. No
sabía bien como actuar. Con su excitante mundo tenía bastante. Percibirá el medio que lo envolvía
con suma expectación sumido en la paciente contemplación porque el principio de animación estaba
obstruido. Y lo que le paralizaba era la incomprensión de la muerte. El pánico a la muerte. Su negativa
a convivir con la muerte como principio de vida.
Iván era una abstracción de la vida. La imagen simbólica de ideal perfecto vivía fuera y corría
en su búsqueda sin conseguir cazarla nunca porque no era verdadera. Vivía excitado por el mundo
que se abría ante él como una flor en primavera. Iván creaba expectación a su alrededor para que ese
mundo y la gente que habitaba en él lo apreciaran de inmediato.
Con el tiempo, Oscar e Iván se intercambiarían pequeños rasgos como dos pintores
intercambian los trucos en las mezclas de colores para innovar. Se invertirán pequeñas cosas con el
interrumpido movimiento del péndulo que oscila de un lado al otro con simetría y poesía. Igual que
cuando el ojo izquierdo se proyecta al hemisferio derecho, así como existe el entrecruzamiento de
las fibras de los nervios ópticos así se intercalarán los dos. El hemisferio derecho del cerebro siente y
mueve el lado izquierdo del cuerpo. Cada uno envía la información al lado contrario. Y
combinándose ambos girarían entorno a un círculo vicioso que desearán romper en busca del espiral.
El mundo excita la psique del individuo, y la psique del individuo percibe el mundo, y psique
y mundo se aparecen en el alma, en su caso, como Jaguar, porque la vida animal ignora la forma
individualizada. No es el animal más que una manifestación parcial de la especie y el alma del animal
es el alma de toda la especie. El ser humano no es un animal razonable, sino sólo capaz de razonar. Y
así, ambos amigos irán tras el “sentido de la vida”. Desde lo místico, Oscar. Desde lo ético, Iván. Uno
como la expresión de la “psique del sujeto” y el otro como la expansión del “mundo como objeto”.

Oscar transcribía sus pensamientos sobre el papel porque era una buena manera de eliminar toxinas. Trabajaba para posibilitar una visión de las cosas
más clara y objetiva. La práctica de cualquier arte requiere entrega fuerza y coraje, además de cautela y sensatez. Algunas de estas cualidades aún no
habían hecho mella en Oscar. Sabía muy bien cuales eran sus carencias y sus dones; el sentido común, la lógica, la sólida analítica por ejemplo.

Sus dos palabras preferidas seguían siendo ¿por qué? Fueron las culpables que ignorara el
sentido del humor. No había lugar para la broma. No entendía la burla. Era incapaz de hacer reír a
nadie. Malo con los chistes; ni sabía contarlos ni sabía reírlos. Desde el fallecimiento de su padre no
recordaba el sonido de su propia risa ni el sabor de una lágrima salada en la comisura de su boca.
Prefería razonar sobre el “por qué” de las cosas. Le desagradaba hablar más de lo estrictamente
necesario. Se preguntaba “¿Por qué quedarse en la puerta de temas verdaderamente profundos; ¿por
qué?”. Los chistes ridiculizan a las personas, demasiado vacuo para Oscar. No comprendía la maldad.
No concebía la hipocresía. Y sobre todo, le gustaba el majestuoso ruido que produce el silencio.
Continuaba hablándole a la Naturaleza en la majestuosa montaña de Santa Eugenia todos los fines
de semana.
Mantenía un argumento que hubiera querido compartir con Víctor “Un gran número de
personas no comprenden el significado de cuanto dicen piensan o hacen, no experimentando el
genuino placer de existir, y de ser, y al no llegar al tope del disfrute pleno de la vida desconocen el
olor de la felicidad”. Pero este principio se lo aplicaba a sí mismo de manera parcial. Oscar sabía, pero
no encontraba como proceder con acierto. Y subía y bajaba por la ladera del Tagamanen al son de

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una amplia gama de registros sonoros de las innumerables aves percibiendo a lo lejos y a diferentes
distancias los ladridos relacionados con distintas razas de perros.
A menudo puso en su boca palabras de otras personas, pero al rato se sentía incómodo como
quien usurpa un trono. Suponía que no diría nada que no se supiera o se hubiera dicho ya de mil
formas distintas; sin embargo, todo cuanto es necesario e imprescindible y en la actualidad no se
aplica, incluso se olvida deliberadamente, alguien tenía que esgrimirlo y Oscar quería abrir los ojos
de las mentes de la gente. Y pretendía ser el impulsor de una gran cadena humana si lograba no
distraerse.

Y un día concreto las pistas del club de tenis estaban ocupadas en su mayoría por las mismas figuras
con sus ropas deportivas de un blanco azulado que contrastaba con el color rojizo del terreno. Desde
los ventanales de la torre controlaba el recepcionista con mirada vigilante a los clientes.
Sacó con parsimonia la lista de espera que mantenía debajo de la caja registradora. Un socio
se acercó excusándose por su retraso y sin dirigirle la palabra, sin un saludo de cortesía, le extendió la
ficha y anotó la hora en una libreta mientras un grupo de chicas revoloteaba cerca del mostrador.
En la zona de descanso se encontraba Oscar. Aquella mañana de domingo se levantó de la
cama poniendo los pies descalzos en el suelo estirando los brazos intentando tocar el techo con las
puntas de los dedos. Aguardaba a Víctor. Sonó el teléfono y desde la recepción, con un seco ademán,
el recepcionista le indicó que tenía una llamada. Oscar conocía su temple marcial y reaccionó
enseguida.
Se dirigió presuroso tropezando con ella, y como la cosa más normal del mundo le pidió
disculpas al tiempo que la ayudaba a levantarse del suelo para seguir avanzando hasta la recepción.
Al colgar el teléfono, el recepcionista le presentó a su sobrina, la mayor del grupo de chicas
que a su vez le presentó a una amiga de su prima que se frotó el codo con un simpático rictus en los
labios. Oscar la contempló por un instante que le pareció perpetuarse en la eternidad hasta que cerró
los enormes ojos de almendra, parpadeó, y volviéndose por encima del hombro le indicó que cuando
fuera mayor su prima sería muy hermosa. En voz baja continuó repitiendo mientras avanzaba hacia
la zona de descanso “... De mayor será hermosa, muy hermosa” pero rectificó para decirse que en
verdad llegaría a ser extremadamente hermosa la prima de la sobrina del recepcionista con la que
había tropezado momentos antes.
Se resguardó lejos de aquél influjo en el sitio donde tenía la bolsa y su raqueta a la espera de
su tío que lo había avisado de su retraso y en cuanto apareció, no volvió a pensar en la jovencita a la
que había arrollado en su camino y a la que acababan de presentar formalmente. Había sonreído
lentamente iluminando el establecimiento como si una fase tras otra de fluorescentes se prendieran
hasta alumbrar completamente todo el recinto. Pero ya estaba al aire libre con Víctor apostándose el
almuerzo.
Para la jovencita de trece años, aquel breve instante se convirtió en una suerte que grabó en
su mente, y durante la semana, cultivó y adornó con toda clase de guirnaldas el feliz encuentro.
Cuando llegó el siguiente domingo, Ana se dirigió al club de tenis rogando para que Oscar se
encontrara allí dispuesto a dirigirse a ella para entablar una conversación larga que no tuviera final.

Al igual que Iván, Oscar había recibido extraños mensajes desde algún lugar remoto, pero aún

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habiendo atesorado celosamente el magnifico regalo que le habló de espera, de aguardar el momento
de amar, Oscar parecía absorto cuando el encuentro entre dos personas que sienten la primera
atracción mutua es la situación más decidida de la vida en pareja, y aunque le habían augurado la
inmediata detección del hecho cuando ocurriera, tan concienzudamente se había preparado y tan
especial lo aguardaba que se arriesgaba a perderlo.
Apenas había dado importancia al encuentro y ya no se acordaba de la jovencita. Había tenido
fuertes exámenes y ni un minuto para preguntarse si aquel tropiezo fue un accidente casual o algo
exactamente causal. Inmerso en su intensa semana de trabajo, no hubo espacio para la jovencita niña
a la que como remache del encuentro le habían presentado con toda formalidad.
Tosco en su tono, el recepcionista siguió llamando por el micrófono a las personas anotadas
en la lista de espera y al pronunciar su nombre, Ana se impresionó. Un tropel de sacudidas azotaron
su cuerpo poco formado. Desde una esquina tras la columna vio como se acercaba su príncipe de
cuento de hadas a la recepción. El hombre por quién había suspirado las últimas noches y por quién
doblarían las campanas en adelante caminaba en una proyección a cámara lenta y se deleitó con cada
uno de sus pasos que coordinó con los latidos de su corazón. Y mientras el rudo recepcionista con
cara de pocos amigos lo entretenía con algún risueño comentario poco habitual en él, Ana se mordía
las uñas dudando sin saber si acercarse con determinada intención o simular con imperfecto descaro
una fortuita coincidencia a modo de un... estoy aquí pero nada tiene que ver contigo. Y rumiando,
titubeando, Oscar se le escapó entre la multitud. No pudo solicitar más complicidad del recepcionista,
pues aunque era amiga de su sobrina el hombre era huraño de verdad. No tenía vocación de cómplice
ni era un buen samaritano.
Ana ocupó el asiento de la esquina en la zona de descanso los siguientes domingos esperando
coincidir con su príncipe. Se convirtió en una cita que se obligaba a realizar movida por la esperanza
y el anhelo de volverlo a ver. Soñaba con Oscar. Le escribía anónimas cartas que no le podía entregar.
Dibujaba su perfil en la carpeta del colegio. Pero a ninguna amiga le contaba su palpitar cuando
preguntaban a quien pertenecía la nariz de esa silueta fina tantas veces repetida. Demasiado íntimo
para compartirlo con nadie, ni siquiera con la sobrina del recepcionista.

Tres meses más tarde, fiel a su obsesión, sentada en su habitual asiento, sola, Ana realizaba tareas
escolares cuando Oscar salió de los servicios de caballeros. Se aproximó sigilosamente por detrás para
recoger unos papeles que se le habían caído al suelo y los puso encima de la mesa con cuidado para
no entorpecer su concentración. Entonces la reconoció. Y un ligero temblor anunció que se trataba
de un ser determinante en su vida. Otra señal, ¿también de un lugar remoto?
Ana estaba ensimismada en el estudio, por lo que no advirtió la presencia que tenía detrás.
No se giró para retribuir el detalle con una sonrisa afable. La dificultad mermaba su amabilidad. Oscar
permaneció examinándola desde su privilegiada posición intentando saber qué asunto la mantenía
alejada. Sus manos se posaron, sin quererlo, en sus hombros, permaneciendo quietas antes de realizar
un leve masaje que con acto reflejo agradeció Ana acariciando con su mano izquierda la de Oscar sin
imaginarse de quién se trataba. Sin mediar palabra, sin que sus ojos se hubieran encontrado todavía,
por medio de la suavidad del tacto entraron en un lenguaje pleno de calidez.
El incidente cambiaría sus vidas.

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Estuvieron callados largo tiempo aun cuando sentados el uno frente al otro se miraron con
detenimiento, examinándose, identificándose.
Sin mencionar una sola sílaba, entraron en sintonía penetrando el uno en el íntimo rincón
del otro y comprendieron lo que les aguardaba juntos. Estaban compartiendo la estancia matrimonial
cuando Oscar se decidió a hablar. Fue para pronunciar una frase que surgió de sus entrañas “Quiero
que nos volvamos a ver dentro de tres años”, y sin apenas reaccionar, sin analizar el contenido nacido
en lo más hondo de su ser emergió la respuesta -También yo así lo quiero-. Y súbitamente advirtió
Oscar que aquella jovencita que irradiaba luz era la inocencia personificada, la pureza y la belleza
unidas en una sola.
Pensó que necesitaría una mujer a su lado, y aunque se trataba del segundo encuentro, sin
dudarlo ya podía entregarle su amor. Algo le pertenecía ahora solo a ella. Se sintió ligado
emocionalmente. El corazón de Oscar transmitía devoción, respeto, y cariño por una personita seis
años menor que él. Y a partir de aquella fecha empezó a pensar en Ana como la única e insustituible
pareja. La sencilla frase había consumado el hechizo. Algo mágico impregnó la vida de ambos y el
club de tenis pareció teñirse de una luz violeta.
Oscar se dispuso a esperar tres años; esperaría hasta que Ana se hiciera mujer. Y antes de
separarse hubo intercambios. Él se quedó con unos dibujos hechos a lápiz carbón. Cada vez que los
mirara, lo transportarían a la intensidad de ese instante huidizo y más tarde inmortal. Ana se quedó
con la cadenita que lucía Oscar y que tanto significaba para él, pues había pertenecido a su padre.
Oscar se la puso alrededor de su cuello delgado mientras ella sonreía lentamente. Luego sacó de su
cartera un billete que partió en dos pedazos iguales, entregándole uno a ella.
La acompañó hasta la puerta del club de tenis y ahí se despidieron. No hubo abrazos. No hubo
ni tan siquiera un beso educado. Flotaban sin adivinar las consecuencias de su futura unión.

Oscar leía antes de acostarse. Se obligaba a dormir un mínimo de ocho horas. No fumaba. No bebía
alcohol. La televisión no le llamaba la atención sino era para visionar algún debate de rigurosa
actualidad o un documental interesante. Le gustaba ir al teatro, asistir a la ópera, frecuentaba los
mejores restaurantes y los sábados por la mañana los destinaba a poner en orden sus cosas. Seguía
siendo meticuloso y ordenado.
Había colocado una gran lámina de corcho que cruzaba de pared a pared el salón donde

clavaba algunos de sus pensamientos. Disfrutaba estudiándolos, revisándolos, evaluando las ventajas

y los inconvenientes antes de asumirlos. Frases colgadas como ropa en el armario a la espera de

ponérsela. Escribió: “La verdad te libera”. “Absolutamente nadie puede hacer con naturalidad

aquello que no le surge de su fluir natural”. “La semilla de la vida son los hijos”. No tomaba notas,

escribía sus propias frases en los márgenes de los libros de texto y de esta manera se separaba del

resto de la clase. En los momentos de descanso ya no se relacionaba con nadie. Una loca canción a

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coro no podía faltar pero Oscar no participaba concentrado en su mundo interior donde hervían

frases tipo “En la mirada del apagado anciano hay una canción que solo el alma sensible

comprende”. Una noche que se despertó de madrugada y lo hizo solo para escribir “La bondad en el

pensamiento crea profundidad. La bondad en el corazón crea amor. Pero si logramos la bondad del

alma, somos inmensos, eternos como la verdad”. Y al día siguiente por la mañana escribió con

letras más grandes: “Los sueños de Ana son los míos”. Estaba enganchado, realmente atrapado sin

saber hasta que punto ni a qué obedecía tal intensidad.

Oscar era ceremonioso, le gustaba el ritual y el protocolo, a diferencia de Iván que buscaba la
química inmediata anhelando hacer saltar las chispas en cada encuentro sin posponer la magia,
utilizando el principio del aquí te pillo aquí te mato y así, ambos obtenían resultados francamente
dispares.
Para Oscar, únicamente había un tipo de mujer y una forma de amar. Ana encarnaba todos
los requisitos físicos: piel morena, cabello largo y espeso de negro azabache, oscuros ojos que clavaba
como aguijones, gruesos labios naturales, y una expresión en su conjunto encantadora que
combinaba a la perfección con el presagio de un fuerte carácter detrás de aquella peculiar sonrisa lenta
que apenas insinuaba. Vestía con pulcritud, y lo que más recordaba eran sus finos modales, tanto
como su dulzura. Y al pensar en su amigo se le escapó un comentario “Quiero una mujer educada en
la calle, una autentica princesa, pero de puertas adentro en el dormitorio necesito una puta... ¡quiero
fuego!”, y se sorprendió por lo contundente de su consideración que no se atrevió a escribir
apresurándose a olvidarla como si tuviera que avergonzarse por su petición.

A la espera de que llegara la fecha, Oscar se perdía en sus pensamientos. Quedaba embelesado horas

y horas frente a sus notas manuscritas, a veces ininteligibles por la pésima caligrafía debido a que

una sensación que aparecía y desaparecía como una ráfaga de viento requería ser anotar como

fuera, pero con rapidez. Exigente consigo mismo, se había prohibido extraviar una sola palabra, una

sola impresión, un suspiro tímido. Y no sólo le gustaba reflexionar, se recreaba planteándose

cuestiones filosóficas y sus breves escritos mostraban una inquietud perenne, una fuerza por querer

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llegar más allá sin precedentes en su entorno inmediato. Y se introducía paulatinamente en la

meditación hasta que el silencio se rendía ante él y escuchaba “la voz”.

Oscar aprendía a respirar dejando que la energía fluyera positivamente a lo largo y ancho de

su cuerpo de arriba abajo y otra vez, de vuelta a empezar.

Pretendía que su vida fuera conmovedoramente noble. Presentía que algo grande le iba a
suceder. Existían pequeños indicios tenues, leves, quizás inauditos, extraños mensajes se le daban
a conocer de manera inusual. Llegaban de forma pintoresca, chocante, inesperada; algo vibraba,
y no vibraba desde fuera sino desde dentro cuando en el exterior sucedía algo concreto. Pero
Oscar no sabía descifrar. Si podía interpretarse alguna cosa, todavía estaba lejos de hacerlo.
En pequeños trozos de papel apuntaba un pensamiento o redactaba una idea con una avidez
abrumadora y se quedaba tranquilo. Solo se relajaba después de poner negro sobre blanco creando a
menudo auténticos jeroglíficos que insertaba en el abarrotado plafón donde múltiples anotaciones
y frases sueltas se encontraban todas para ser escrutadas.
Y amaba el amor. Vivía dejando que el amor lo poseyera. Sentía placer al saborear la sensación
de amar, a diferencia de Iván, quien se dejaba remolcar por la vorágine para acumular una experiencia
tras otra sin buscar significados profundos si no la propia vivencia en sí misma. Oscar registraba cuanto
pensaba, también con respecto al amor, tal cual brotaba sin censura. Solía preguntarse “¿Cuál es la
esencia de la vida? ¿dónde se halla?”. Y elucubraba.
Hablaba para Ana, percibía que lo escuchaba postrada en la cama con un cojín bajo los pies,
tal vez soñando una casa con una porción de terreno a su alrededor. Escribía presagiando sus ganas
de leer las anotaciones. No quería languidecer en la mediocridad ni perderse en lo cotidiano y la
utilizaba como excusa, como remota musa. Deseaba inventar palabras en un mundo que ya no quiere
soñar. En un mundo donde cada vez hay menos poetas. En un mundo donde amar, resulta algo
rudimentario y arcaico basado en un contrato de intereses y conveniencias.
Quería alquilar un globo que empujado por el viento lo llevara sin rumbo por el extenso
espacio que es la imaginación. Estaba dispuesto a luchar, quería luchar, y sabía que tenía que luchar...
pero no atinaba la manera de hacerlo.
Encontraba paz en su búsqueda, y aunque todavía no sabía bien qué es lo que buscaba, se
interrogaba sin entender bien para qué se preparaba. Levantó el teléfono y agradeció a su madre el
hecho de que se ocupara de su manutención y del apartamento-santuario que le permitía conservar
la privacidad que jamás tuvo en el internado.

Todavía le obsesionaba la muerte. De repente se ponía a tiritar sobresaltado. Sabía que debía llegar
ese día último en que todo termina y denigraba por tal motivo. No quería plantearse el tema; su
simple mención le horrorizaba. Si le dijeran que a los diez minutos fallecería quedaría paralizado
malgastando los diez minutos. Su pánico, lejos de disminuir, aumentaba con cada año.
Oscar empezó a ser crítico con la sociedad que descubría. Afirmó a Víctor durante un
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almuerzo en el comedor privado de ejecutivos del edificio donde trabajaba que solo unos pocos
sobreviven a la inmundicia que reina. Había escrito “Únicamente los fuertes sobrevivirán, los
modestos e inteligentes que logren mantenerse al margen, únicamente los que han sabido hacer lo
correcto reflexionando previamente el comportamiento a seguir en cada situación”. Criticaba,
porque deseaba el bien general y ayudar. Oscar se interesaba sinceramente por la demás. Víctor lo
observaba mientras discurría como un viejo búho.
No podía compartir tales pensamientos con sus compañeros de la universidad a los cuales
consideraba exageradamente huecos, indiferentes ante el potencial de la vida, incrédulos e ignorantes
de su mundo porque mantenían una actitud egoísta. Prefería alejarse de su frivolidad. Se guardaba
sus pensamientos dentro. Eso sí, salía con ellos para jugar al billar, tomarse un jugo mientras ellos se
atiborraban de cervezas y los viernes de madrugada, estaba presente en las carreras por la autovía de
Castelldefels en sus potentes automóviles de colores chillones sin abrocharse el cinturón de seguridad
a más de ciento ochenta kilómetros por hora. Tenía que participar de vez en cuando en cosas similares
para confirmar lo bien que estaba consigo mismo en el apartamento.
Porque sus compañeros escogían hablar de la rubia de ajustados vaqueros o de las piernas de
la delgadita que se apoyaba en la barra del bar con una minifalda junto a la máquina tragaperras.
Incluso en la biblioteca, nadie quería tertulias filosóficas. Preferían especular a cerca de si la morena
llevaba o no sujetador y cual de las muchachas de las mesas contiguas parecía moverse mejor en la
cama y, señalando a la pelirroja, apostaban acerca del color de su entrepierna. Tal era su cometido,
pero a Oscar estas actividades lo decepcionaban y a falta de encontrar una tarima desde donde
expresarse, a falta de saber como participar en una tertulia perspicaz, se dejaba arrastrar por la inercia
del grupo en las discotecas las noches de sábado a sabiendas que la hipocresía que practicaba no era
buena, a sabiendas que se acostaría por la mañana del domingo arrepentido por dilapidar el día.
Analizaba fríamente lo que le ocurría, pero siempre llegaba a la misma conclusión: se
convencía de que aunque hablara sus compañeros de estudio no entenderían. Gustaba de la diversidad
de opiniones, de la pluralidad de posicionamientos y de conocer los matices que podían darse en
similares criterios, pero se quedaba sin la charla, porque Oscar encontraba diversión en temas sobre
ética y moral, cuestiones aparentemente alejadas para los jóvenes de su generación. Y a causa de su
mutismo, nunca supo si algún otro callado estudiante tenía sus mismos planteamientos e
inquietudes. Tal vez le faltó la iniciativa de celebrar cenas de lectura en su apartamento.

La cuestión es que decidió cortar y, viento en popa en sus estudios, cubiertas sus necesidades básicas
por una madre infalible, con una salud de hierro y notas inmejorables en su tercer curso todo iba
perfectamente para Oscar porque podía dedicarse a “sus” cosas por entero desde que dejó de
frecuentar y recibir las llamadas y los saludos en el aula de la universidad por parte de quienes habían
sido sus camaradas de juergas y últimamente lo tachaban de raro espécimen. Tenía mucho tiempo
libre que empleaba para pensar. Aparentemente la vida le sonreía y muchos lo calificaban como “un
chico con suerte” sin embargo, Oscar no se sentía dichoso, y entendía que la suerte surge cuando la
preparación se cruza con la oportunidad.
Se sentía mal sabiendo que existen brutales guerras y absurdas muertes en el planeta.
Comprendía la confrontación, porque la naturaleza es violenta. Aceptaba la batalla aislada pero no
los reiterados actos sin sentido por pura cabezonería de algunos. Mantenía que la guerra no era más

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que la falta de entendimiento entre dos personas-países a menudo motivada porque una de las partes
negaba la tolerancia y la solidaridad.
En el río, el pez chico es devorado por uno mayor y a su vez por otro más grande; es el
equilibrio del ecosistema, la supervivencia de una gran cadena. Pero cuando el fuerte atenta contra el
débil movido por la codicia se trata de una despiadada atrocidad, y resulta que el ser humano es la
única especie que arremete contra un semejante. Entre sus frases “La guerra muestra la parte más sucia
del ser humano” y, “La guerra trae hambre angustia e incertidumbre y su existencia es
incomprensible” y, “Rencillas ajenas aniquiladas encuentran su excusa para renacer como tempestades
sangrientas” y, “No hay que combatir la guerra, si no defender la paz. No hay que luchar contra el
hambre, si no propiciar el alimento. No hay que estar en contra del odio, si no a favor del amor,
porque el amor es más fuerte que el odio, el alimento que el hambre, y la paz que la guerra” y, “Los
enfrentamientos son inevitables pero hay muchas formas... no solamente la guerra”. Oscar seguía
escribiendo y murmuraba “Todo llegará. Sus labios. Sus ojos. Sus cejas. Esa piel morena... es mía... la
quiero!”.
¿Acaso podía plantearse otros temas? Oscar seguía preguntándose el por qué de las cosas. Una
y otra vez se interrogaba para saber qué sentido tenía matar, aunque la guerra fuera un negocio
lucrativo, y al instante salía a flote su obsesión como un cadáver sale a flote increpándole por qué
debo morirme! Exclamó “Niego la imagen de un campo verde esperanza cubierto de rojos cuerpos
despedazados porque esparcidos los desdichados inertes, aunque hubieran sido encuestados minutos
antes, ni uno solo podría haber explicado el motivo exacto de su lucha”. Y es que si los que decretan
la guerra y sentencian a muerte a sus propios semejantes tuvieran que caminar en la primera línea de
fuego, menos guerras se decretarían a diario. Sin duda prefería la idílica imagen de la paz porque Oscar
defendía la paz compartiendo el dicho -paz es el respeto a lo ajeno- y había anotado y colgado en la
pared “Paz es amor a la vida, a la armonía, al sosiego y la tranquilidad” y es que para Oscar la paz era
una opción viable. Y la paz consigo mismo el anhelo permanente, pero la muerte seguía sin dejarlo
en paz.
Escribió una canción que nunca se atrevió a entonar. Ni siquiera la entregó a otras personas
para que la tocaran. Su cantemos juntos y cantemos alto únicamente se escuchó en su corazón y en
el de Iván que sí supo como sonó. “Fundamos las manos en cadena humana lanzando el desgarrado
grito de quienes suplican al destino: ¡basta de guerra! Este aullido ensordecedor todavía hoy no se ha
escuchado”. Pero nunca se alzaron unidos y lo pidieron levantados. Nadie escuchó el canto. No
cesaban los conflictos. Guerra. Siete, ocho, nueve guerras en el planeta; nuevas hostilidades, otros
peligros, más guerras. En la gran lámina de corcho se atiborraban mutilados pedazos de papel
manuscritos a prisa y entre los mini grafitis ilegibles a modo de escritura en clave se encontraba la
letra de la canción.

Oscar no comprendía porque el ser humano se complica la existencia con lo fácil que sería un poco
de cooperación por parte de cada uno sin excepción, pero sus reclamos no eran escuchados a causa
de su timidez. Reclamaba un contacto más humano entre los seres que habitan el planeta al tiempo
que se avergonzaba de sí mismo por actuar tal y como lo hacía, avergonzado de mostrarse tal cual
era y tal como se sentía. Las dudas lo ahogaban. Se agotaba antes de empezar.

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Había querido salir a la calle con el rostro cubierto para que nadie pudiera reconocerlo ni verle
su verdadera cara. No quería que supieran quién era ese caminante de alma torturada y escondida
que aunque no tropezaba, se movía sin dominio ninguno directo a lo desconocido. Caminar a ciegas
no era lo mejor, pero era lo único que sabía hacer por el momento. Oscar percibía lo que aún no era
capaz de asimilar. No soportaba silenciarse cuando algo hervía en sí mismo y como el agua de una
olla a presión que no encuentra su válvula de escape amenazaba con la explosión. No obstante, sabía
que en esa agonía oscura se encontraba la salvación. De algún lugar remoto le llegaba la extraña señal.
Fabricaba su mundo inventando sus propios pasajes. Veía lo que otros no querían ver porque
les desgarraba su entendimiento. Pero igual que un ciego que no se queja con el ojo abierto del
corazón, Oscar observaba acentuando su percepción. No sabía exactamente si había motivos para
preocuparse. No sabía con certeza si faltaban fundamentos. No sabía estar sin existir. Se preguntaba
que era en realidad vivir.
No quería descarriar sus sentimientos ni su extremada sensibilidad, pero la implacable
tecnología, los rápidos avances que las máquinas permitían ante una sociedad aficionada al
industrialismo le hacían presagiar dramas y tragedias. Y se preguntaba una y otra vez si realmente
merecía la pena.
Si no podía averiguarlo porque no sabía cómo expresar todo cuanto tenía dentro, ¿qué podía
hacer?... Si no lograba encontrar la forma de conseguir su propósito, ¿qué es lo que iba a hacer? Y si
no hallaba a la indicada persona con la que compartir su vida, ¿qué sería de él? ¿Qué ocurriría si Ana
fuera únicamente una ilusión? ¿Qué ocurriría si fuera una broma de su imaginación? Es terrible
advertir de repente que ya no se puede hacer todo lo que se ha ido aplazando.

Quería licenciarse como abogado, pero, ¿hasta qué punto no estaba intentando emular a su padre?
No había duda que le expresaba su lealtad de esta forma. La elección de su carrera la había tomado el
padre. Había planificado todo su futuro desde la cuna. Oscar no quiso defraudarlo y creció con la
meta de parecérsele al cien por cien. Antepuso aquella sólida imagen de rectitud que le transmitió su
progenitor a las propias inquietudes personales que se insinuaban cautelosamente mostrándose
todavía difusas, pero ahí estaban. Su padre lo atravesaba con la espada de un antiguo
condicionamiento, pero era Oscar quien impedía su autorrealización por las equivocadas
interpretaciones infantiles influenciado, anulado por su presteza que lo apartaba de su camino; un
camino que existía y del que quería ser heredero por justicia. Pretendía recoger la cosecha que
laboriosamente cultivaba pero la imagen del padre era una presencia que no se desvanecía.
Y en su quieta intimidad no ponía frenos dejándose llevar por extrañas fuerzas que trepaban
por sus nervios como una tormenta brusca que encapota el cielo en un instante variando el
panorama. Cada vez más se inclinaba a la tendencia de hacer las cosas exclusivamente cuando las
sentía y porque las sentía en busca de la espontaneidad de los atributos que existen en cada ser
humano. Cualidades que mucha gente como sus compañeros de estudios y los camaradas de juergas
preferían ignorar. Poco les hubiera costado apreciarlas y valorarlas. Nada más un mínimo de interés
acompañado de algunas ganas de hacerlo, había pensado sin mencionar la palabra voluntad.
Oscar defendía lo siguiente “Es un deber, y sin temor a lo que puedas hallar, hay que mirarse
en el espejo pero mirarse penetrándose para abandonar al comediante hasta reconocer quién es la
persona que está en frente. Al peinarse afeitarse o lavarse los dientes, existe una formidable

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oportunidad para autodescubrirse y hacer algo más que subsistir”. Se complacía diciéndoselo con la
mirada fija en el cristal queriendo traspasar al otro lado para verse a sí mismo desde ahí.
Oscar estaba vivo y quería sentirse mejor, aun cuando los inconvenientes de saber cual era el
vehículo o el instrumento de su acción lo acosaran a diario manteniéndolo en una absoluta pasividad.
¡Qué tan lejos de esa inmovilidad se encontraba su amigo Iván!

Realizó desfiles de moda y peluquería empezando a ser cotizado en prestigiosos certámenes, pero
prefería llevarse a una mujer al rompeolas y contarle cuales eran sus caprichos y fantasías sexuales
lejos de las ovaciones y los focos de colores que excitan. Las sesiones de fotografía eran frecuentes,
más por vanidad que por los honorarios profesionales que como modelo percibía.
Pero no había continuidad con ninguna agencia porque su formalidad se desvanecía a causa
del aburrimiento en las sesiones. A Iván no le gustaba repetir la misma cosa varias veces. No soportaba
tanta espera ni tanto maquillaje embadurnando su cutis. Seguro de su belleza natural, elegía
enfrentarse a las cámaras sin necesidad de filtros, eso sí, sin olvidar ni una sola de las caretas que
perfilaban sus distintos personajes y sus poses estudiadas hasta el milímetro. Iván no suponía que si
seguía así iba a hundirse en el fango hasta lo más hondo. Su futuro no era nada prometedor.
¿Desperdiciaba el tiempo?... ¡Malgastaba su talento!
Su imagen se desvanecía en un sin fin de invenciones. Iba y venía sin parar de un sitio a otro
sin echar raíces en ninguno. Iván no se cuestionaba a sí mismo porque si se felicitaba o se elogiaba, si
se decía algo bueno, pensaba que se volvería perezoso y si se reprochaba o se censuraba a sí mismo,
si algo malo se decía, pensaba que perdería la propia confianza al lastimar su ego. No se planteaba
ninguna circunstancia y elegía no opinar ni definirse. Tampoco se analizaba. Vivía el momento tal
cual lo sentía dejándose llevar como si cada día fuera el último de su vida intentando apurarlo al
máximo hasta el final, queriendo hacer un montón de cosas en esas últimas veinticuatro horas. Las
palabras de Kipling “... Si puedes llenar el implacable minuto de sesenta segundos dignos de su
transcurso...” hacían eco en la juntura de sus huesos. Nada era en vano. Todo lo aprovechaba.
Además de los impecables trajes de diversos tejidos selectos, también sabía vestir vaqueros y
botas camperas; no solo vestía de etiqueta. Entonces se quitaba su ostentoso reloj de oro y añadía a
su muñeca una gruesa pulsera de plata, una cazadora de cuero, y otros andares semejantes a los de
un hortera completamente alejado de su habitual elegancia. Se adaptaba con el atuendo y sus modales
a cada situación y lugar que visitaba. Piropeaba a las quinceañeras y se dejaba ver con insolente
exhibicionismo para que lo adularan con desmedida presas de su aliento y de su brillo y del aroma
que transpiraba, sobretodo en las puertas de las universidades y un martes, fue al instituto donde
había estudiado para entrar y rememorar.

Recordó como se pavoneaba por los anchos pasillos originando diversos cuchicheos y como peleaban
las chicas por una de sus miradas y como con suma picardía las trasladaba a los vestuarios del gimnasio
para tumbarlas en las colchonetas. Una maliciosa sonrisa se apoderó de Iván para exclamar “Si me
hubiera dispuesto para cada batalla, luego de besarlas y acariciarlas... con mi miembro experto
hubieran hecho cola en las puertas del gimnasio”. Y cuando salió del recinto, se detuvo. Escuchó los
aplausos de ese día que subió al escenario bajo una luz fría y estéril, ese día que se había emocionado
no por los aplausos o la ovación, si no por aquel hecho aparentemente insignificante por parte de los

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miembros del comité organizador. Aun guardaba gratamente la olvidada sensación. La recuperó de
esa parte del corazón donde se encontraba imperecedera. Ese día se había emocionado porque no
contaba con la entrega del trofeo. Iván no lo había previsto. Tarde, pero aprendía una lección: que
las demás personas también pueden ser originales y provocativas al crear situaciones inesperadas. Y
siguió caminando dejando atrás el instituto que le había enseñado no matemáticas o historia, pero
sí cosas acerca de la gente y de sí mismo.
Y caminó hasta su anterior escuela atravesando la calle que tantas veces había observado desde la
azotea del edificio y, al llamar a la puerta, le sorprendió que inmediatamente lo reconocieran. Le
sorprendió que la alegría de los profesores se plasmara en sus rostros al verlo a él, al Iván que
tantos quebraderos de cabeza les había causado. Lo recibieron sin rencor, con efusivos abrazos y
preguntas sinceras, pero más se sorprendió al entrar en la biblioteca porque todavía tenían
colgada en la pared la castañera que dibujó. Entonces Iván se estremeció.
Y visitó Le Bon Soleil asegurando que era una persona de espacios abiertos y nunca de urbes
encorsetadas. Una grata atmósfera lo absorbió transportándolo a esos momentos felices de
ingenuidad y libertad donde uno se hace amo del mundo y sintió de nuevo el balón en sus pies
sudando mientras corría gritando y riendo sin enfadarse si lo perdía. Transportaba el viento un sin fin
de visiones perennes cuando madame Cabré lo hizo llamar a su despacho advertida por su vivita, y
ante ella, deslumbrada por su planta de conquistador le rogó que recitara la poesía que memorizara
como castigo por una travesura cometida durante el horario escolar años atrás porque desde aquel
día se convirtió en su preferida. En verdad le gustaba oírlo declamar, pues le pidió que lo hiciera una
segunda vez y una tercera.
Tenía veinte años y de repente había querido mirar hacia atrás para su propio desconcierto
porque sintió que no todo en la vida era apariencia. ¿De repente Iván quería cantarle a la vida como
Oscar?

* * * *

Mansamente se iba poblando el paseo. Personas de distintas nacionalidades paseaban en un atardecer


tranquilo y sosegado. Oscar observaba desde el balcón del apartamento de su madrina el deambular
de la gente. Cada vez más jóvenes con un murmullo alegre se aglomeraban en las terrazas de los cafés.
Cada grupo se entendía en su lengua, pero todos reían de igual manera. Pequeños y mayores
disfrutaban de sus vacaciones al aire libre premiándose con una gran copa de helado, un frío batido,
una jarra de cerveza con limonada aquella tarde del sofocante agosto de 1985.
Recogido como un gato en su cesto observaba sin cansarse el cambiante paisaje que frente a
él mostraba la inmensidad del océano al parecer sin fin. A su izquierda estaba el puente y a lo lejos,
detrás, los altos mástiles despuntando que delataban el puerto sobresaliendo como lo hacen los
lápices de colores de un vaso. A su derecha la playa dócil donde los niños se recreaban haciendo
castillos de arena que frágiles en su consistencia se desmoronaban.
Oscar seguía mirando atento.

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Con los dedos de un pie se quitó las chancletas y torneó los tobillos hacia un lado y hacia el
otro después. Se tocó el cuello llevando la palma de su mano a la nuca que también hizo rodar en un
sentido y en otro.
Eran casi las diez y empezaba a oscurecer, pero aun había quién entre las rocas, salpicados por
traviesas olas jugueteaban ajenos al reloj de la noche que avisaba, prescindiendo de la vieja barcaza
que se deslizaba mar adentro en la que un nostálgico viajaba en busca de esa sensación semejante a
convertirse en el viento, y, en contraste, de un blanco impecable aparecía en el horizonte el moderno
yate con todo su poderío donde un desaprensivo mercader de cualquier cosa se mofaba de su
pequeñez alterando el oleaje.
Algunos pájaros revoloteaban entre las delgadas ramas de los árboles del paseo cuando los
colores del crepúsculo se inflamaron de vida dando nombre al inconfundible ambiente Mediterráneo.
Oscar seguía en el balcón extasiado por la belleza del cuadro, extasiado por la plenitud del momento,
extasiado por la intensidad de su percepción que captaba cada detalle. Hay cosas que deben vivirse
para llegar hasta ellas, y la pureza de aquella sensación, solo podía vivirse en el ahora mismo. Su
frescura no podía ser almacenada. No podía poseerse, si no disfrutarse.
No se cansó de mirar atendiendo ese panorama hasta que cayó la noche serena. Entonces
alargó su brazo para prender la luz y extraer de su bolsa de viaje un libro grueso que se había regalado
para deleitarse en sus páginas, en los párrafos y en las frases y en cada palabra aislada. Y mientras Oscar
se encontraba en Blanes, muy cerca, y sin saberlo, ahí estaba Iván en Playa de Aro viviendo el verano
de otra manera.
Porque para Iván era un período de diversión, pero una diversión desenfrenada. Un período
pleno de horas que transcurrían de día y de noche sin cesar atiborras de un entusiasmo agotador. Un
período donde no existían las obligaciones laborales si no únicamente la permanente recreación y
podía hacer cuanto le apeteciera porque realmente le venía en gana tocando arrebato la vida.
Durante ese hueco del calendario llamado agosto, existía la oportunidad de conocer chicas
mujeres niñas y adolescentes; francesas, holandesas, portuguesas, alemanas, italianas, suecas; y además
de conocerlas, podía engatusarlas para acariciarlas y besarlas con depravada desfachatez. Y las
enamoraba durante tres o cuatro días, incluso durante una semana, pero poco más. Todo venía
determinado por esa relación denominada popularmente como "amor de verano" o válvula de escape
sensacional a la que Iván calificó como invento soberanamente venerable.
Días de sol cargados de bellas figuras femeninas en las que reparaba con descaro porque se
exhibían indecentes, sobretodo cuando los pechos desnudos brincaban descarriados entre la cintura
y los hombros de las jóvenes que corrían. Deseaba desear y se esforzaba hasta la saciedad admirando
con una ojeada arrolladora la extensión de la playa para de derecha a izquierda una y otra vez, una a
una, recorrer todos aquellos centímetros de cuerpos lozanos empujando su propio cuerpo para que
se avivara la virilidad.
En las noches se entregaba al ritmo de la música devorando cada pieza dominando el centro de
la pista como si solamente Iván bailara hasta las mismas puertas de la deshidratación, empapada la
espalda y sudando las piernas a chorro como la nariz, la frente, la nuca. Luego, con una copa de
güisqui en la mano, desfilaba por el extenso abanico de posibilidades femeninas coqueteando
como el gallo en su gallinero que no cesa de imponerse, enaltecido, y reconocida su presa la
atacaba sin piedad asediándola con sonrisas radiantes y miradas hechizadoras e intencionados

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guiños morbosos y picaronas palabras que se salían de lo habitual tras realizar una cruz con tiza
en sus nalgas. Pronunciaba a continuación frases aprendidas en sus idiomas que acompañaba de
clarificadores gestos y comentarios lascivos que aseguraban un vertiginoso revolcón en cama
extranjera, aunque prefería la playa dormida, justamente en el sitio donde la había advertido y
deseado horas atrás bajo el sol, todo su cuerpo brillante y resbaladizo de crema. Pero ya
bronceada, vestida para la ocasión, perfumada y fresca la identificaba y fácilmente adivinaba la
contraseña -Dame unos minutos para desembarazarme de mis amigas-. Y una vez amarrada la
víctima, solía mal decirse por no haberla conocido una semana antes. Y esa velada, la anterior a
su marcha, se convertía en una autentica gala en la que los dos recuperaban cada minuto perdido
llegando a límites insospechados como poseídos por cien fantasmas ávidos de lujuria y risotadas.
Iván se sumergía en un mundo de ensueño para el que parecía haber nacido con total condición.
Era la encarnación del mismo sol: distribuía luz que cegaba después de hipnotizar.
Impresionando y dotado, parecía llevar colgadas en su cinturón las llaves del éxito indiscutible e
imperecedero. No era de extrañar que tras de sí arrastrara un séquito de mujeres enamoradas, no
solamente en verano.
Y al igual que Iván, una gran masa de gente era conducida hasta la Costa Brava en un
voluntario y temporal exilio para flirtear, beber, bailar, dormir poco y tumbarse para retozar en la
arena caliente durante el mes que duraban sus vacaciones. Los adoradores del sol y del sexo,
sorprendían por ese instituido y tradicional carácter migratorio que se repetía año tras año y al
terminar el período, las anoréxicas muchachas de escaso bikini y los musculosos adictos a las películas
de acción, liaban sus bártulos y emprendían el éxodo hasta las grandes ciudades. Y a las pocas horas
en la Costa Brava nada quedaba ya de la bulliciosa asamblea playera salvo latas vacías tiradas en la
cuneta y los cajones llenos de los comerciantes locales que consideran esta invasión anual como una
bendición diabólica que amenaza la salud pública al tiempo que aumenta los beneficios privados.
Todas las zonas veraniegas a nivel mundial terminan igual, devastadas.

En el solemne salón de actos de la universidad, en medio de sus compañeros, solitario, se interrogaba


Oscar en septiembre “Conseguir, tener, y no poder compartir, es todo un sufrimiento”. Cerró sus
enormes ojos de almendra y dejó caer la cabeza hacia atrás.
Y así permaneció hasta que se reincorporó para tocar el hombro al que estaba sentado enfrente
y le solicitó un bolígrafo. Había agotado la tinta del suyo. Escribió en una cartulina roja (ficha de la
biblioteca): “El hombre necesita una razón, pero también necesita alguien con quién compartirla”.
Todo ese estudio personal que realizaba no podía comentarlo con Ana, su padre había fallecido, a su
madre no le interesaba enredada como lo estaba con su oso, su hermana había partido a Bolivia, y
Víctor tenía sus propios problemas para reubicarse en la empresa donde trabajaba absorbida por una
compañía internacional que ensayaba la eliminación el actual cuadro directivo.
En medio de la algarabía se sorprendía, pero no huía rechazando su potencial como debió huir
el primer cavernícola ante la presencia del fuego. No se escondía de sus peculiaridades como se
esconde el ratón en su madriguera. Las alimentaba como se alimenta al pavo las semanas previas a la
Navidad. Las cultivaba y las desarrollaba contemplándolas de cara venciendo poco a poco y una a una

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cada circunstancia. Estaba contento de haber nacido rodeado de otros estudiantes en la clausura del
acto de apertura del año tercer año académico.
En la nutrida lámina de corcho que se había extendido a la siguiente pared del salón de su

apartamento-santuario se amontonaban las frases “La hipocresía no debería existir por una sencilla

razón, evitar que la humanidad siga siendo ruin” y pisándola otra frase decía “Humillar a tu vecino

es humillarte a ti mismo dos días más tarde” y otra, “La cometa es el alma del niño que juega con el

viento”. Oscar acumulaba el sabor que se inca en la pared. Notas que escribía en las hojas de su

libreta de bolsillo en el coche aprovechando un semáforo o deteniéndose repentinamente,

interrumpiendo el transito de los viandantes en medio de la calle. Se le ocurrían al subir o bajar en

un ascensor, cuando estaba sentado en el inodoro, mientras hacía la cama y, sobretodo durante las

noches de luna nueva al rememorar a su amigo. Y podía leerse “El ser humano recorre caminos

equivocados cuando actúa a través del deseo en vez de la necesidad, cuando actúa a través del odio

en vez del amor, cuando actúa a través de la ilusión en vez de la realidad, cuando actúa a través del

temor en vez de la libertad. Y recorre el camino adecuado cuando se pronuncia a través de la belleza

y la verdad, con amor”. Ninguna frase tenía relación con la muerte o la perdida de un ser querido.

Seguía sin comprender por qué tenía que haber un final; por qué llegado un día debía

desaparecer; por qué en un momento dado dejaría de respirar y se convertiría en nada; preguntas sin

respuesta! No podía entablar un razonamiento coherente y perspicaz que llenara de luz su enorme

tribulación. El inmenso vacío se adueñaba de Oscar con el transcurrir de los años y para él su padre

seguía en su largo viaje de negocios. La terrible palabra que lo devastó amenazaba con decapitarlo

arruinándolo sin compasión. La muerte seguía teniendo el efecto demoledor de una apisonadora.

Continuaba el largo período de irresolución. Saber que algún día todo acabaría lo destrozaba.

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Vacilaba en vez de afrontar el dilema que no lograba asimilar. No acataba lo irremediable porque

para él no tenía ningún sentido. No aceptaba lo inevitable porque no había motivos para hacerlo.

Se amargaba lastimándose como un enfermo que se corta con unas tijeras. Torturándose. Pero nada

más en la soledad se encuentra uno a uno mismo y Oscar, buscaba y buscaba en solitario y tenaz,

obstinado en saber más acerca del mundo.

A quince años de cruzar el umbral del siglo veintiuno, su vida era una gran rutina respecto a
sus estudios, sus salidas al campo, sus intermitentes visitas a su madre cuando el oso la liberaba y las
luchas internas por las paredes de su mente, pero seguía adelante concentrado en Ana. Se preparaba
para una intensa vida profesional desde donde escudarse y poderle ofrecer un mañana seguro; una
tranquilidad económica y una buena posición social.
El anhelo de toda mujer es que un hombre la ame, la respete, y le sea fiel, y tales premisas se
daban por supuestas en Oscar.

Todavía traumatizado, Oscar necesitaba conocer el último rincón que habían compartido sus padres.
Tenía curiosidad por estar en los mismos lugares y pisar las mismas calles. En los últimos meses se
había interesado en la pintura asistiendo a museos y exposiciones donde se hacía referencia al
bohemio barrio de Montmartre. Se le antojó navegar por el río que divide en dos a la ciudad del amor
aprovechando las vacaciones navideñas.
A un lado del río, la rive droite, la sección más amplia de la ciudad y el centro de negocios y
diversión conocida como orilla norte donde se encuentra el popular arco del triunfo. Autenil y Passy
constituyen los barrios más elegantes. Del otro lado la orilla sur del Sena denominada rive gauche, la
zona académica y administrativa. Cuando Oscar alzó ligeramente la vista, divisó la famosa Torre Eiffel
que tardó dos años en construirse. Averiguó que al estar en una especie de fosa, París soporta una
densa contaminación obligando a que todo adquiera un aspecto grisáceo. Lo acompañaron sucesivas
lluvias durante sus dos primeras jornadas. La rara aparición del sol no hacían a París muy agradable a
sus ojos pero para hombres de negocios de todas las partes del mundo, París es la capital de Europa,
el centro de la moda textil. Y Francia impide que se resida permanentemente para convertirla en
ciudad de paso con cita obligada para admirar los imponentes monumentos como la catedral de
Notre Dame, el palacio de Versalles o el imprescindible Louvre.
Por numerosas calles circuló Oscar comprobando que era una ciudad bella pero mal
distribuida al comprarla con Barcelona. Pocos guardias urbanos vigilaban el trafico, imposible
controlar las aglomeraciones; infracciones a montones. Decidió conocer su sistema de
comunicaciones subterráneo, y a continuación utilizó el servicio de las líneas regulares de autobús
para dar una vuelta completa a la ciudad en ambos sentidos. No tenía prisa. Tampoco tenía
compromisos con nadie. La cita con Ana estaba lejos. Observaba sin más dejándose asombrar. Y se
embobó con una suculenta comida de exquisita cocina francesa pero el postre se le atragantó molesto

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porque al ir al lavabo a realizar sus necesidades tuvo que abonar algunas monedas “Pagar por poder
orinar... qué estupidez!”. Consideró agredida su condición de cliente al imponer un peaje digno de
un disparate y se negó a dejar propina cuando en Francia se está obligado por ley.
Es sabido que los franceses apoyan solidariamente su cine consumiendo a sus actores hasta el
empacho, pero con el afán de practicar el idioma, entró en una sala de proyección para entretenerse
con Jean Paul Belmondo. Una hora y media más tarde pensó que los franceses hacían películas sin
pretensiones de exportarlas más allá de sus fronteras “Las producen, escriben, dirigen e interpretan
ellos y ellos mismos las consumen después”. Vallas publicitarias, folletos, incluso los cortos de pre-
estrenos dentro de la sala hacían pensar que únicamente existía cine francés.
Aquella noche iría al Folies Bergère, conocido en el mundo entero por sus ciento treinta años
de actividad en el mismo antiguo inmueble. Le habían advertido que el espectáculo se hacía largo por
sus más de tres horas, y efectivamente así fue. Además de pesado, le pareció anticuado y reiterativo
y cada número en su conjunto rancio. El Lido, en cambio, al visitarlo en su primera salida nocturna
lo hizo enmudecer sobretodo por la selecta distinción del trato dispensado y por su clase. La noche
no había sido completa. Tenía tantas expectativas puestas en el famoso Folies Bergère que al final lo
defraudó. Y para contrarrestar ese agrio sabor decidió meterse en la cama para madrugar al día
siguiente y velar nuevamente a la Torre Eiffel. Quería fotografiarla durante la salida del sol.

Iván acostumbraba a almorzar en La Farola, un restaurante familiar a escasos metros del trabajo. Se
disponía a tomar el café cuando la recepcionista se sentó con la excusa de tratar cuestiones laborales,
pero la verdad es que se moría de la curiosidad por saber quien era la mujer que lo atosigaba a diario
y con la que no deseaba conversar, ¿una clienta? ¡No! Tenía la orden de decirle que Iván se encontraba
fuera del despacho ilocalizable pero ¿por qué razón no quería ponerse al teléfono? Quería dar a
entender que se había esfumado de la faz de la Tierra! A la recepcionista le fascinaban los labios de
Iván, y los detalles, sobre todo los detalles de sus andanzas y de sus fechorías. No era la primera vez
que lo arrinconaba para chismear. Pero en esta ocasión se quedó con las ganas, Iván no le contó nada.
Al entrar en la oficina llamó desde la centralita de pie en la entrada permitiéndole escuchar lo breve
de la conversación. Los separaban varias semanas desde su último encuentro en el que en un ataque
de sinceridad, Iván le dijo algunas cosas muy duras para una mujer acostumbrada a ser adulada y jamás
reprendida. Fue una llamada inesperada. No tenía intención de efectuarla... pero el tesón de algunas...
y la expectación de otras! ¿Por qué no?
Terciaron pocas palabras. A los cinco minutos iba en su flamante GOLF GTI 24 válvulas
dirección al ático situado en Pedralbes con la seguridad de encontrarla en ropa interior, sin embargo...
había ido a la peluquería para reemplazarse. Se juzgaba otra mujer. El hecho obedecía justamente a
las duras palabras de Iván. Se apreciaba distinta después de haberlo conocido; más autentica, dinámica,
llena de vida, y mucho más mujer. Su nuevo peinado era desenfadado. Le daba una aire juvenil. Y
cuando las puertas del ascensor se abrieron apareció apoyada en el marco de la puerta con un ceñido
mono de cuero negro, botas altas de piel negra y un ancho cinturón de cuero rojo. Se puso unas
alargadas gafas de sol también negras y más que una mujer parecía una pantera negra.
Luego de unos segundos en que se miraron con miradas que cortaban, ella se volteó
realizando un coqueto gesto que lo invitaba a entrar. Iván se precipitó al interior olvidándose de
precintar la entrada, igual que había olvidado cerrar las puertas del ascensor interesado únicamente

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en su miembro erecto que tieso como un palo abultaba en el pantalón que se desabrochó, y con
fuerza asomó golpeándole el estómago. Sonoro golpe el de la hebilla del cinturón al chocar contra
el suelo de mármol.
Ella se arrodilló sin pensárselo dos veces. Admiró su duro pene un rato antes de metérselo en
la boca. Iván le agarró la cabeza con las dos manos para propiciar que pudiera tocarle la campanilla y
luego, ella abrió la boca y sacaba la lengua sin dejar de mirar a Iván que se corría bañándole el rostro
de espesas gotas blancas. Había tomado el pene para lamerlo como helado hasta que explotó y
glotonamente se llevaba la leche desparramada en su mejilla y parte de la nariz con sus dedos a la
boca.
Quiso trasladarse con Iván al sofá pero al dar el primer paso, sus pantalones arrugados en los
tobillos lo obligaron a caer al suelo pero aún así ella tiraba de su brazo torpemente por la excitación
urgente rogándole que la hiciera suya, lanzándose a desnudarse con un solo golpe de cremallera para
abrirse de piernas en el sofá como queriendo tocar con los dedos de los pies las paredes laterales.
Ahora Iván podía concentrarse en ella mientras reponía fuerzas y la haría vibrar y retorcerse
de lujuria hasta el amanecer porque retorcerse de lujuria era cuanto reclamaba la mujer pantera.
Iván era un hombre generoso que sabía exactamente lo que requería cada mujer y le
apasionaba descubrir sus zonas erógenas y sus puntos débiles a los que se dirigía sin contemplaciones
como animal salvaje en época de celo sin obviar la ternura pero arrasando como el fuego.
Más que vaciar su tanque, el placer de Iván consistía en verla gozar, en contemplar como se
acalambraba de manera rítmica con cada presión de su lengua como la tecla presionada del piano que
lanza su música en función del tacto y, ese sensible y diminuto eréctil órgano femenino que se
encuentra por debajo de la vulva era su objetivo y lo estimulaba con suavidad y firmeza al mismo
tiempo.
Todas sus mujeres se mostraban visiblemente entusiasmadas con tal practica para la cual Iván
era un experto. El desgarro sexual era fulminante. Antes de su segunda descarga conseguía que sus
compañeras de cama obtuvieran tres o cuatro orgasmos. Sólo de esta manera sentía satisfacción;
dominando la situación, dominando el proceso, dominando las sensaciones que provocaba.
Dominando la consecución de su premio. Dominando y sometiéndolas a todas desgarradas por su
arte.

Se encontrarían allí. Ella no podía viajar, y él no podía esperar. De repente y sin previo aviso, Iván era
todo impulso y nada más aquello que movilizaba su energía importaba de verdad. Había leído sobre
el hijo de Alain Delon y se imaginó charlando entorno a mujeres con Anthony Delon por Les Champs
Elysees.
Por entonces Iván estaba en su cenit y quería ir a los mejores representaciones teatrales, a los
mejores espectáculos nocturnos, y quería vestir aun mejor y necesitaba un traje cruzado de
cachemira. Deseaba obtener nuevos conocimientos entorno a la vida y otros a cerca de la vida
parisina. Tenía que exprimir el limón y sacarle todo su jugo porque la última gota resultaba ser la más
sabrosa “Carpe Diem”. Y aprovechaba su estancia gratuita mientras aguardaba las tres semanas que
faltaban para que su dama-pantera dispusiera de unos días como mejor sabía hacerlo; como el mejor
acompañante.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Así fue que Iván caminaba junto a una madura mujer muy bien conservada para su edad. Le
gustaba terminar la velada frente a la Torre Eiffel, momento que destinaba para negociar la tarifa y
otros detalles antes de meterse entre las sábanas de la suite de algún lujoso hotel hasta bien entrada
la tarde. Y desde el otro lado opuesto de la ciudad, Oscar se levantó muy temprano apenas tres horas
más tarde de dejarse caer en la cama tras su fiasco del Folies Bergère. Después de su aseo que consistía
en realizar unos breves ejercicios antes de pasar por la ducha y luego de plancharse la camisa y repasar
el equipo fotográfico asegurándose que todo estaba en orden, se dirigió a pie recorriendo Les Champs
Elysees ojeando los escaparates iluminados de las tiendas donde compran las princesas europeas y
alguna que otra cortesana moderna.
Oscar salía dispuesto para hacer valer su jornada turística y, cámara en mano, buscó el mejor
ángulo de la emblemática torre de hierro para captarla y registrarla en la película aprovechando los
primeros rayos de sol.

Un simple hola seco fue lo que salió de los labios de Iván. Oscar dejó que siguiera su camino sin
detenerlo, aunque con un gran vacío en su corazón. Vio como se alejaban cogidos por la cintura con
torpes movimientos que delataban cierto grado de embriaguez, y se encogió de hombros con
resignación recuperando su interés por el monumento.
Al girarse encontró en el suelo la tarjeta del hotel donde se hospedaba Iván. Al pisar el sitio
donde habían permanecido casi enroscados como dos adolescentes, justo cuando lo ignoró con su
actitud fría la dejó caer con disimulo y, Oscar, entonces entendió su mensaje “¡Discreción! Ya
hablaremos en otra ocasión, llámame”. Y tenía razón su amigo Iván, no era el momento apropiado
para resumir los últimos doce años de aventuras ante la presencia de una forastera con la desventaja
del cansancio y el compromiso sexual.
Trece horas más tarde Iván lo recibió en el hall del hotel. Eran las siete de la tarde. Se sentaron
en un cómodo rincón junto al piano bar, no sin antes haberse abrazado con efusividad. Oscar sonreía
después de muchos años.
_ ¿Cómo tú por aquí Oscar?... –se dirigió en tono burlón.
_ ¿Cómo tú con esa mujer mayor y a esas horas?... –respondió en la misma línea.
_ Investigando! Ya ves... llevando cariño donde no lo hay, y aprovechándome. Aceptando regalos.
Frecuentando clubs privados. Relacionándome con la alta burguesía parisina. Practicando el
idioma. Haciendo turismo y descubriendo una parte del ser humano hasta ahora desconocida. Y
sabes una cosa amigo mío, me gusta. No se por cuanto tiempo voy a vivir de esto, pero mientras
llega la respuesta me aprovecho. ¡Aprendo con las mujeres!
_ ¿Sexo? –interrogó con cierta incredulidad.
_ También sexo, aunque no es lo único. Analizo el comportamiento de hombres de éxito que aún
teniendo casi todo en su vida descuidan llenar su hogar de ternura. No saben amar a sus esposas,
las humillan con jovencitas. Ellas se rebotan y les pagan con la misma moneda y el peligro llega
cuando se encaprichan de mi. Por eso no repito más de tres salidas con la misma. La que viste es
la esposa de un diplomático, creo que es embajador de algún país latinoamericano. Me cuenta
cosas increíbles. Y cuando la escucho jadear con esa intensidad con que lo hace me siento
completo.
_ Pero un hombre comprado... porque te pagan, ¿verdad?

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_ Evidentemente que pagan. Todos compramos y vendemos algo, aunque la moneda de cambio no
siempre es el dinero. A mí me gusta vestir bien. Y si quieren que las acompañes porque sus maridos
están ocupados en largas reuniones donde se hacen acompañar por bellas secretarias, para mí es
un placer asistir de etiqueta. Mato dos pájaros de un tiro. Estoy en el lujo gratis. Me visten, me
alimentan, me distraen, ¿qué más puedo pedir?
_ Un poco de amor sincero –sentenció Oscar.
_ Tiempo habrá para el amor sincero, ahora prefiero el amor interesado, además, me gusta recrearme
en el sexo –respondió devolviéndole la pelota como si jugaran al tenis.
_ El amor es mucho más que una sensación placentera. Pocos piensan que hay algo que aprender del
amor –Oscar efectuaba otro lanzamiento-. Iván, el amor es una actividad, no un afecto pasajero.
Es un estar continuado y no el súbito arranque de pasión durante una conquista. Seducir a una
mujer no es amarla.
_ Ahora me saldrás con el tópico que amar es fundamentalmente dar, no recibir, ¿verdad mi amigo?
¡Pues yo no quiero renunciar a nada!
_ No tienes porque privarte de nada, ¿por qué impregnas un carácter mercantil a los sentimientos?
¿Por qué sólo estás dispuesto a dar, pero a cambio de también recibir? Dar sin ser retribuido, en el
universo de los sentimientos, no implica forzosamente una estafa. No vivas el dar como un
empobrecimiento. Por mediación del acto de dar puedes experimentar fuerza y riqueza.
_ Qué me estás contando Oscar –se abalanzó hasta la mesa alargando el brazo para llevarse el vaso a
sus labios. Sorbió un largo trago de crema de güisqui y continuó-. ¿Así que el dar produce más
felicidad que el recibir, no porque sea una privación recibir, sino porque en el acto de dar... está
la expresión de mi vitalidad, ¿eso es?
Oscar asintió con la cabeza.
_ Exactamente Iván, y tales experiencias de vitalidad te llenarán de dicha. Dar significa ser rico y
generoso.
_ ¿Tú eres rico y generoso Oscar?
Oscar no respondió. El patrimonio que había acumulado su padre era evidente. Y por un instante se
quebró aquel feliz reencuentro ante su ausencia.
_ Yo soy rico y generoso y sensitivo –dijo Iván ante el mutismo de Oscar.
_ ¡Caramba Iván no te falta abuela! Disponer de una imaginación saludable es una ventaja. Pero
contéstate, ¿tienes presentimientos? ¿sabes qué reacción te producen los colores? Una persona
verdaderamente sensitiva es aquélla que conoce bien sus sentimientos, que no tiene bastante con
unas cuantas convicciones generales si no que va en busca de las suyas para hacerlas propias.
_ ¡Ese soy yo mi buen amigo! Mis convicciones son mías.
_ Iván, cuando me siento en un banco del parque, igual como cuando lo hago bajo un árbol en el
monte Tagamanen, en actitud pacífica y silenciosa, dejo que me fascine el entorno... descubro la
profundidad, y este gozo en la contemplación de la Naturaleza puedo percibirlo en la calle de una
gran ciudad entre el ruido y el humo. Desconecto. Simplemente olvido. Olvido números,
nombres, imágenes, signos, conceptos, ...suspendiéndome entre el pensamiento verbal y el
simbólico. Congelo el instante en forma de éxtasis. ¿Puedes sentir lo mismo o estás demasiado
ocupado en tus aventuras de cama?

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_ Oscar, ahora me dirás que mi alma conoce los enigmas del día y de la noche y los entresijos que se
ocultan detrás de las estrellas –y soltó una risotada.
_ Sí Iván, probablemente sea así, pero no quiero saber en palabras aquello que puedo sentir
íntimamente con la claridad que desnuda el mensaje.
_ ¿Es que intuyes algo que yo no puedo?... anda, cuéntamelo!
Ambos amigos omitieron cualquier mención relacionada con las señales recibidas de un lugar
remoto.
_ ¿Has intentado sentir las cosas de otra manera diferente? Hay que estimular todos los sentidos;
agudizarlos –dijo Oscar.
_ ¡Y eso hago! Y averiguo que la proximidad propone el sentido del tacto que te permite experimentar
la ternura y las acaricio con suavidad... muy despacio.
_ La ternura te abre la puerta que invita a descubrir todo lo que nos rodea. Es un diálogo que llega a
nuestro cuerpo directamente del centro de nuestra alma –Oscar se tapó los ojos y continuó-. La
vista nos ofrece cosas tan evidentes y cotidianas que no disfrutamos de su magia igual como lo
hace un ciego capaz de percibir. La mirada es una explosión de luz pero dime... ¿cómo sientes tus
manos Iván? –y a continuación se destapó los ojos.
Iván se frotó las manos y las extendió abiertas para enseñarle sus palmas a Oscar.
_ Suaves, ¿qué opinas? Son manos que palpan con la antena puesta. Manos que avanzan a la caza de
estímulos.
_ Un escalofrío te revelará el día que encuentres a tu alma gemela.
Iván miró sus manos y besó una a una las yemas de sus dedos.
_ Un oído sensible me invita a entrar en los espacios abiertos con los ligeros pies de una gacela –dijo
Oscar-. Con mi olfato, después de una tarde de lluvia siento la tierra mojada y puedo masticar su
especial aroma saboreándolo –hizo una ligera pausa-. Danza que danza el pequeño detalle en una
cadena interminable de pequeños mensajes que juegan al engaño y la confusión, saltando de aquí
para allá sin cesar de expresarse con ritmo trepidante a disposición de la gente con elementos
enriquecedores para los cuales uno debe mantenerse alerta.
_ Parece como si la vida se te revelara de repente como una caja llena de sugerencias gratuitas. ¿Yo
también puedo percibir todo esto con la misma intensidad?
_ Si escuchas esa extraña vocecita interior que se presenta en forma de inspiración, sentirás como la
sabiduría se viste con los tejidos de la verdad y sintonizarás con su expresión más elemental. Si
eres capaz de sentir, eres receptivo, pero únicamente la intuición te ayudará a descifrar e
interpretar las señales –en ese momento Oscar tuvo la certeza de que su amigo Iván también
recibía señales de un lugar remoto al conectar brevemente mediante una cabriola-. No es fácil
leer desde el alma dormida. Hay almas que se olvidan, almas que se ignoran, almas que se niegan.
Si la docilidad y la placidez te acompañan Iván, si mantienes un adecuado reposo intelectual y
emocional, si el sosiego está contigo florecerá la verdad, pero tú siempre estás agitado mi buen
amigo, frenéticamente activado.
_ ¿Y cómo es la verdad? Porque la intuición es algo que ya desarrollé desde que frecuenté a un grupo
femenino durante la etapa escolar y, me va bien.

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_ La verdad es invisible, únicamente podemos sentirla. La cortina de humo que provocan los
prejuicios, los juicios de valor inexactos o limitados por la presión social, por la herencia y los
tabú, esconden la verdad inherente en cada uno de nosotros.
_ Entonces, ¿me estás proponiendo un análisis más allá de lo cotidiano?...
_ Te ruego que sin miedo a ser observado con la acusadora lupa que multiplica los defectos, reduzcas
la saturación de experiencias abriendo por completo tu corazón al sentimiento auténtico. Debes
combinar la nitidez de las imágenes internas con tus impulsos salvajes Iván, porque si esperas
satisfacer tus anhelos poseyendo vivencias es que crees que puedes sofocar un fuego con briznas
de paja seca. ¡Nunca tendrás suficientes y siempre querrás otra experiencia más! Pero tendrás que
detenerte porque caminas por el borde de una muralla elevadísima volteando la cabeza de un lado
a otro y antes o después te desequilibrarás y te caerás y el golpe será majestuoso.
_ El destino no se puede remediar, si está escrito... me golpearé... ¡quiero tentar al Destino! –Iván
volvió a sorber un trago de crema de güisqui-. Sabes amigo, si del cielo cae un dátil, te aseguro
que abriré la boca. Y otra cosa, yo no tengo miedo ni a ser observado ni miedo a nada. Hace
tiempo que le perdí el miedo al miedo. Me enfrenté al miedo y lo vencí. Luché contra el miedo
y ahora ya nada me da miedo. El miedo hace que el mundo se mueva en una determinada
dirección, el miedo, y no el dinero, ni tampoco el odio, solo el miedo. Yo puedo estirarle de la
oreja al miedo y jugar con su cola sin que se enoje después que le miré al fondo de los ojos y
resistí sin cerrar mis ojos averiguando que es un invento... porque a continuación se desvaneció!
_ La inteligencia humana está infravalorada y la utilizamos muy poco...
_ Pero un coeficiente mental elevado no es sinónimo de calidad de vida, estabilidad matrimonial,
capacidad para educar a los hijos, destreza para amar a los mayores, seguridad laboral, estabilidad
económica, salud, confort –apuntó Iván-, sin embargo, el impulso que es vehículo para la
emoción, semilla que se expande en forma de acción, es algo que se siente, se intuye. Oscar... a ti
precisamente te lo digo, la vida es una comedia para quien nada más utilizan el cerebro y para
quien pensar y reflexionar lo es todo.
_ Iván... a ti precisamente te lo digo, la vida es una verdadera tragedia para quien hace de las emociones
exclusivamente su punto de partida. La ineptitud intelectual es un crimen directo contra la
humanidad.
_ ¿Me estas diciendo que ser emotivo no es una guía de referencia para gobernarnos, eh, Oscar? ¿Es
esto lo que me estás insinuando?...
_ Iván, yo creo que no hay ningún inconveniente en la multiplicidad de emociones que nos avasallan
hasta el punto de embriagarnos sin que nos demos cuenta, pero es necesaria la convivencia
armónica. Conviene que se mezclen de una manera inteligente entre sí, porque de no encontrar
la oportuna expresión, la relación apropiada y la difusión precisa puede confeccionarse un cóctel
explosivo que nos estrangularía hasta no dejarnos respirar. Podría ser tu caso!
_ Dime Oscar, ¿tú te consideras un ser potente?
_ ¡Claro que soy potente! Sumamente potente.
_ Vaya, ahora eres tú quien no tiene abuela.
_ Al igual que tú, Iván, tengo la capacidad de cambiar. Pero creo que tú te has fabricado durante estos
años una fenomenal máscara protectora que evita que tu yo salga a la luz. Juegas con distintos
ritos que usas según tu necesidad, según la persona y la situación, sin embargo, ¿te has preguntado

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de qué está hecha la realidad?... Ten en cuenta que si te abrigas con una gruesa armadura, aunque
tú creas estar seguro dentro de ella aprisionándote voluntariamente, lo que haces es apagar la
llama de tu propia identidad. Niegas tu desarrollo imprescindible. ¿Seguro que te sientes bien en
tu piel?
_ Vivo, Oscar, y no tengo remordimientos. Los remordimientos me hacen venir dolor de cabeza.
_ Permíteme continuar, porque quiero hablarte de oportunidades. Lo que antes quise dar a entender
es que nuestra potencialidad es infinita; la tuya, la mía, la de la señorita del generoso escote que
canta junto al piano.
Iván clavó su mirada en la joven y ya no la dejaría a lo largo de toda la velada. Aunque fuera de reojo,
disimulando ante su amigo al que de ningún modo engañaba, la miraba para desnudarla de arriba
abajo y recorrerla.
_ Iván, podemos ir en distintas direcciones. Podemos variar nuestra condición modificando nuestro
estado de ánimo, así es como surge la potencialidad. Pero te pregunto, ¿te abres a las posibilidades
o solo te desparramas en ellas? Podemos hacer las cosas de tantas y tantas formas distintas...
_ Pero por ejemplo, yo sólo conozco una manera de ganar una discusión.
_ ¿Y cuál es Iván?
_ Pues evitándola –y le sonrío con picardía a su amigo.
_ Tienes razón Iván, dos no pelean si uno no quiere. ¿Seguimos o prefieres que lo deje aquí?
_ Prefiero que me hables de todo cuanto quieras, pero respecto a ti, así me resulta más cercano y
aprovecho para conocerte mejor. Quiero saber qué clase de hermano tengo.
_ A mí me gusta pensar y plantearme el tipo de sociedad en la que me gustaría moverme.
_ ¿Y te preguntas qué puedes y qué vas a hacer para favorecerla, Oscar? ¿Encuentras las respuestas?
_ Más que buscar respuestas intento realizarme las preguntas adecuadas. Si no sé cómo debe ser la
sociedad idílica, ¿cómo puedo organizar los recursos y un calendario de actividades? Sólo a ti me
muestro sin vergüenza Iván, pero honestamente, quiero reconocerte mi debilidad... no sé cómo
contribuir... ni siquiera logro comunicarme con mis compañeros de estudio.
_ ¡Entonces te pillé Oscar! A ti te falta la intuición. No sabes descifrar ni interpretar las señales que
pueden llegar de remotos lugares como regalos adicionales. ¿Para qué me hablas de
presentimientos?
_ Probablemente tengas razón. Me falta trabajo interior. Debo desbloquear a Yesod.
_ ¿A quién has dicho?
_ Déjalo estar. Otro día te cuento esta historia, ¿vale?...
_ De acuerdo, lo que tú digas...
_ Lo importante es lo del trabajo interior.
_ A todos nos falta trabajo interior, demasiado ocupados enfrascados en demasiadas cosas nos
distraemos –dijo Iván cuando sus ojos se posaron nuevamente en la cantante que alternaba con
un hombre calvo y gordinflón que sostenía un largo puro con su mano derecha. Tres
guardaespaldas de traje oscuro en la mesa contigua no lo intimidaron. Se fijó en sus largas piernas
cruzadas que el corte de la falda dejaba al descubierto.
_ A veces, de manera errónea, pensamos que un acontecimiento o una persona, incluso un ser divino
o esotérico tienen poder sobre nosotros. Pensamos que su influencia determinará nuestros actos.
_ ¿Y no es así? –dijo volviendo a Oscar rápidamente asumiendo que había detectado el despiste.

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_ No. Nada determina más que la voluntad de ejercer el libre albedrío.


_ ¿No existe el Destino?... Y ahora me dirás que aclararme este concepto tampoco toca, ¿verdad,
intelectual!
_ Es demasiado profundo y extenso para tratarlo ahora. Queda en pie para otra vez que no llevemos
tanto tiempo hablando, ¿te parece?
_ Si tú lo dices... pero yo no tengo intención de subir a mi habitación, no tengo sueño, pero sí ganas
de ir al servicio. Con tu permiso Oscar –y se dirigió a los lavabos pero no entró en el lavabo de
caballeros. Entró en el lavabo de señoras.
La joven del piano se maquillaba. Una lágrima había corrido su rimel. Se le acercó sigilosamente por
detrás consiguiendo posar las manos diestras en sus pechos. Apretó su miembro que rápidamente
endureció contra sus nalgas. Se miraban uno al otro por el espejo cuando la pelvis de Iván comenzó
a moverse en círculos deteniéndose y empujando ligeramente hacia adelante hasta que la aprisionó
contra la pica de mármol. Ella estuvo muy quieta, pero luego de unos momentos cargados de
tensión, en vez de gritar pidiendo auxilio, cerró los ojos inclinándose para tocar con su frente el
espejo cuando una de las manos de Iván abandonó un pecho y le empezó a subir el vestido
introduciendo los impacientes dedos por la entrepierna, y al poco reaccionó dándose la vuelta con
dificultad pero con mucha determinación empujándole para desprenderse de Iván, y fijamente lo
miró. Ante aquella mutua parálisis, a Iván se le ocurrió guiñarle un ojo y sonreírle haciendo gala de
una cautivadora sonrisa que ella no respondió, salió corriendo del lavabo dejándolo atrás altamente
excitado.
Cuando Iván llegó al cómodo rincón donde se encontraba Oscar como si no hubiera ocurrido
nada, como si hubiera procedido de la manera más normal a satisfacer sus necesidades fisiológicas sin
recordar ya el suceso concentrado en su amigo, fue Oscar quien hizo referencia al suceso.
_ Debiste equivocarte de baño. La cantante salió corriendo asustada.
Iván se encontraba a gusto con su buen amigo al que hacia tanto tiempo que no veía. Su compañía
era mejor que la suavidad de cualquier mujer, incluso la de aquella exuberante joven que iluminada
bajo una tenue luz púrpura entonaba igual que una negra los cantos espirituales que sonaban en la
sala del piano bar. Ambos escuchaban su aterciopelada voz. Uno con mirada conmovida, el otro con
su entrepierna agitada, y como si fuera a ella a quien se comiera, Iván se llevó un puñado de
cacahuetes a la boca antes de reanudar la conversación.
_ Oscar, hace un rato hablábamos de oportunidades y de posibilidades.
_ Y de la totalidad de la potencialidad humana, porque era ahí donde quería llegar. Atiende Iván. Los
helicópteros, el teléfono, el submarino o el ordenador, ya estaban presentes en la época de los
romanos, pero ni César ni los otros eruditos de su corte fueron capaces de construirlos porque
no se lo habían planteado. "Esto no se hace de esta manera". "Esto no es así" o... "No es posible
llegar allí arriba" son expresiones que limitan.
_ Estoy de acuerdo contigo, son expresiones para el refugio de las personas sin coraje. El que no se
haya hecho jamás no significa que no pueda hacerse. Resulta que este es precisamente mi principio
Oscar.
_ Observar las cosas desde otro ángulo... así es como nacen las nuevas oportunidades abriéndose
extensas posibilidades para el género humano.
_ Sólo tú puedes vivir tu vida y definir tu propia existencia.

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_ ¡Exactamente Iván! Tu vida es tu responsabilidad y afecta al conjunto de la humanidad.


_ ¿Piensas que la gente sabe mucho más de lo que cree?
_ No hay desgracia, sino personas que se sienten desagraciadas. Es la actitud lo que cuenta. Yo
considero que el potencial humano esta desaprovechado. Somos seres que ya somos, pero nos
perdemos en lo que hacemos sin preguntarnos quienes somos.
_ Pero para muchas personas seguir el patrón establecido es más cómodo y menos arriesgado, ¿tú lo
haces Oscar?
_ Personalmente te diré que intento ser humilde con todo aquello que no puedo comprender. Amo
y respeto la Naturaleza. Deseo aligerar, si está en mi mano, las miserias de mis semejantes.
Además, mantengo una aversión por todo aquello que se me presenta oscuro o sucio
curioseando en lo que es ambiguo o indefinido. He fusionado el mundo de las abstracciones y
los conceptos con el mundo de la observación objetiva y la reflexión sosegada, y quiero añadirle
ahora el complejo y desconocido mundo de la percepción sensorial.
_ Si lo consigues podrás establecer un puente entre el cielo y la tierra –bromeó Iván.
_ No sólo entre el Cielo y la Tierra, sino enlazando lo material con lo espiritual. Un nexo de unión
entre lo humano y lo divino. Un matrimonio entre el arte y la ciencia –puntualizó.
_ Entonces, ¿quieres ser un barquero que acompaña a la gente para que cruce de una orilla a la otra?
–preguntó Iván.
_ Pues no me desagradaría acompañarles al lugar donde pertenecen.
_ Como tú bien dices, es una posibilidad ...siempre y cuando no te limites tú mismo –Iván quiso
pellizcarle el alma.
_ Tiene que existir una necesidad verdadera, no un simple deseo o creencia de que realizo lo que debo
–Oscar no se había inmutado por su intento.
_ Pero Oscar, si las personas están llenas de necesidades. Necesitan pertenecer a una comunidad.
Necesitan obtener respeto y reconocimiento. Necesitan saciar su sed de conocimientos. Y
sobretodo, necesitan dar sentido a su vida tal y como tú lo estás intentando.
_ Creo que olvidas lo más importante, las personas necesitan amarse a sí mismas y en esto yo no
puedo intervenir. Yo intento encontrar el límite de mis capacidades individuales y este trabajo me
reconforta y aunque sufro a veces, mi gozo es pleno, y asimismo desconcertante.
_ ¿Me permites una sugerencia? –y en ese momento Oscar ladeó la cabeza con un golpe brusco y una
mirada que interrogaba a un Iván que dijo-. Existen cánones impuestos que nos hacen
considerarnos seres "civilizados" pero en nuestra infancia, la instrucción para la comprensión de
la unidad mente-cuerpo respecto al acto de vivir no existe. El proceso está incompleto. Los
centros docentes no responden a una demanda real. Fracasa el sistema educativo. Ahí tienes una
necesidad real. Por tal razón yo predico un aprendizaje autodidacta. Aprovechar mi capital
humano en busca de autonomía es un buen comienzo, ¿tú qué dices?
_ Sí, Iván, pero tu capital humano no debería ser tu habilidad para seducir mujeres. No vas a
encontrarte encima de un cojín la llave que abre las puertas de todas las dudas. Amigo mío, tienes
que romper tu esquema de vida porque está obsoleto y te paraliza. Vives en un mundo demasiado
práctico. Eres frío y calculador. Utilizas los datos de manera exacta, matemática, como notas en
una pieza musical que tocas a la perfección, sin embargo, tu interpretación ofrece un sonido
nefasto porque olvidas la sensibilidad del sentimiento verdadero, aunque te sobre emoción y

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pasión. Debes potenciar tus destrezas personales entre todas tus capacidades porque son diversas.
Hay cosas mucho mejores por hacer que conquistar señoras de elevada posición social y nutridos
billeteros. Encuentra otra opción. Renuévate amigo mío. Transfórmate Iván. Sacrifica lo que eres
por lo que puedes llegar a ser, porque eso es lo que ya eres en estado puro. No te abandones. No
gires la cara hacia otro lado ni te niegues por más tiempo. Prométemelo, por favor, Iván,
¡prométemelo!
_ De acuerdo, admito que soy... un tipo especial al que no se resisten... –Iván se mostró coqueto con
una mirada oblicua-. Pero abrazaré la alegría de vivir sin tanta frivolidad, ok! Pediré sin exigir. No
las presionaré. Olvidaré el texto y aparcaré mi personaje de ficción. Voy a quitarme mi máscara.
No voy a ser más esclavo de mi fabricada personalidad. Voy a darme la oportunidad para
descubrirme a mí mismo.
_ Cuando cambiamos en nuestro interior, la realidad exterior cambia para nosotros. Recuerda que
pensamos según nos enseñaron, Iván, hablamos conforme a las reglas, y obramos de acuerdo con
la costumbre, pero de golpe y porrazo puede suceder aquello que nadie más que nosotros ve y
entiende y eso es la oportunidad. Prepárate para aprovechar tu ocasión y no dejes que se te escape
aunque parezca que te despiste o pretenda desorientarte. Nada es por casualidad. Todo es una
oportunidad para aprender. La posibilidad de conservarte satisfecho y saludable nadie podrá
regalártela... tendrás que ganártela tú –hizo una pausa, Oscar tomó aire y continuó con el mismo
ímpetu desbordante-. La mentira provoca vértigo. Puedes engañar a alguien una vez, a mucha
gente muchas veces pero a nadie vas a engañar eternamente, entones Iván, ¿para qué hacerlo?
¡Nada más te engañas a ti mismo! Te diré con tu mismo pragmatismo: si una cosa no es útil, es
inútil. No mientas. No te mientas a ti mismo.
Oscar e Iván siguieron hablando largo tiempo de sus conflictos, de sus anhelos, de sus inquietudes.
Compartieron algunas ideas más. Hubo discrepancias de criterio pero nunca una mala palabra. Se
marcaron las bases de sus diferencias porque la concepción del mundo era similar, pero no era
idéntica. Ambos tenían sed de conocimientos y emprenderían senderos diferentes tal vez para llegar
al mismo sitio.
Se despidieron con un largo y efusivo abrazo de nueve minutos.
Iván entró en el ascensor y subió para meterse entre las sábanas sin compañía femenina por
primera vez en su estancia parisina. Ninguna mujer velaría su sueño aquella noche pero a las tres de
la madrugada golpearon su puerta. Había terminado su turno. No tenía que cantar en el piano bar
hasta el día siguiente a las nueve de la noche. Iván se sorprendió al verla, sobretodo por la reacción
que había tenido en el lavabo. No sabía si venía a pedirle explicaciones para entablar una disputa.
Aun adormilado escuchó -Lo siento, no he podido resistirme... averigüé cuál era tu habitación
y...-. El comentario lo sacó de cualquier duda. No venía en son de guerra o sí... en son de la mayor
guerra.
Gozaron. Fueron cuatro ajetreadas horas en las que ella decía –Oiií... Oiií... SíïÍ... Sííí... Qué
bien lo haces... No pares... No pares... uhuuum... uhuuum... Más deprisa-, y él decía “Qué buena
estás... aahmm... aahmmm... ahora follame tú, venga... cabálgame rica, ohooooo... que polvooo”. Se
dieron gusto mutuamente durante nada más cuatro porque antes de la hora de los desayunos la
joven debía estar en el área reservada al personal del hotel. Nadie podía verla vestida de noche por la

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zona de clientes. La joven del piano bar cruzó a la carrera los pasillos rogando para que no se
encontrara con ningún empleado que pudiera chivarse al jefe.

La comunicación es arte cuando las partes de un solo elemento se reúnen. Hay encuentros que
convergen por la necesidad de fusión, sin embargo, únicamente será posible la reunión entre Oscar
e Iván en un lugar remoto. Y esto podrá suceder no por la fuerza de las circunstancias, sino merced a
un sentimiento íntimo compartido por los dos.
Llegado el momento, lograrán experimentar un considerable aumento del valor interno
mediante una petición al único testigo de su intimidad, ¿neutralizarán la oposición para dejar que la
acción correcta proceda fluyendo ambos con autenticidad?...
La luna nueva les había instado en ocasiones a emprender un fascinante viaje al fondo de sí
mismos y, prestar atención a las relaciones personales era de capital importancia. Pasara lo que pasara,
la reunión última dependía exclusivamente de cada uno de ellos por separado.
Y se abrirá el majestuoso portón para ellos, dejando al descubierto el lugar de iniciación de
seres avanzados. Y se les permitirá acercarse, entrar en contacto para iluminar su existencia de manera
que el sentido de ésta resplandezca en el mundo claramente a través de “otra forma más adecuada”.
Y será la frontera entre el paraíso y lo mundano.
Ambos deberán reforzar la capacidad de espera, uno, sumido en la paciente contemplación,
el otro, lanzándose a diario por el despeñadero del dinamismo. Pero un día inmortal acariciados por
una suave brisa en la cima del Mundo Perdido toda su vida pasada podrá quedar atrás si deciden cruzar
el umbral de la roca maciza para llegar adentro.
Y todo cuanto les ocurra contribuirá a llevarles hasta ahí.
Oscar e Iván deberán percatarse de todo con suma atención más allá de los arraigados cinco
sentidos, y bendecir todo y por ende liberarse de todo, pues al desprenderse de la herencia y el bagaje
acumulado se recupera instantáneamente la libertad, y puede penetrarse la dura piedra.

* * * *

En el cielo de Oscar se manifestarán los más tristes soles de invierno, en su fortaleza, la unión de la
fuerza. Alma silenciosa que observa con el asombro y el detenimiento de un niño, Oscar pertenece
a una tierra donde los huracanes soplan despacio, las mareas no se agitan y las aves no tienen
necesidad de migrar. Iván procede de la tierra prohibida donde la devastación da paso al manantial, a
la rejuvenecida flor, al nacimiento del sol que ilumina el esplendor de una naturaleza reactivada. En
los jardines que pisará habrá las más bellas flores de primavera, y en su signo, el coraje de la leyenda.
Frente a la luz ámbar de un semáforo, Oscar se detiene mientras Iván aprieta a fondo el
acelerador. El trepidante ritmo que imprime a sus actos le hacen extremadamente inconsciente pero
jamás tonto o estúpido, polaridad! Por un lado, ser, y no parecer. Por el otro, parecer, y no ser.
Los atributos de Oscar son el conocimiento, el silencio infinito, el equilibrio perfecto, la
simplicidad. Tiene la sensación de ser posibilidad con un potencial incalculable, pues bajo la diversidad

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infinita de la vida subyace su alma dispuesta a penetrarlo todo. Y cuanto más intenta conocer su
propia naturaleza, más próximo está de lo que podría denominarse la experiencia de lo milagroso.
Su amigo Iván, también está próximo, pero su conocimiento parte de los objetos de sus
experiencias, al contrario de Oscar que se aleja de las cosas. Iván siente una necesidad imperiosa de
controlarlo todo. Y sin solicitar aprobación, controla “las cosas” para sacarles provecho y alguna que
otra enseñanza. Y seguirá influido por “lo externo” durante largo tiempo abstraído por situaciones,
circunstancias, personas, y sobretodo por las vivencias. Su conducta espera una reacción del medio
que lo rodea y en función de la reacción, actúa. Así fabrica su mito.
Así inauguró una imagen perfecta de elaborada mascarada social representando su papel de
acuerdo a lo que exigía el entorno. Se adaptaba. Se dejaba llevar hasta que ya no quiso ser por más
tiempo comparsa, paje, escudero, y comenzó a nadar contra corriente, a nadar contra el sistema
porque quería cambiar las cosas. Hasta la fecha solía dar lo que la gente solicitaba calladamente pero
después de París, quería incidir, quería estar, porque sólo ceder a los designios de los demás personas
era ser cómplice, y ser pasivo, y deseaba ser activo y a su vez participar sin quedar excluido procediendo
inmune a las críticas sin temer a ningún desafío no sintiéndose superior a nadie, pero al mismo
tiempo, tampoco inferior a nadie.
Sin embargo, aún y tanta oposición, algo unía a Iván con su amigo Oscar. Y desde aquél
encuentro tenían en común su dedicación regular para estar en comunión directa con la Naturaleza.
Esos ratos les permitían percibir la interacción armoniosa de los elementos y las fuerzas de la vida
danzando con sus mensajes. Ambos contemplaban una puesta de sol, escuchaban el sonido del mar,
intentaban acariciar el viento o simplemente olían el aroma de una orquídea en éxtasis disfrutando
del palpitar de la vida.

La pausada quietud de Oscar, una puerta abierta a la totalidad. El desmesurado movimiento de Iván,
un ciclón permanente en vías de desarrollo. La combinación de la tranquilidad y el dinamismo
permite liberar creatividad. Lo comprobarán cuando intercambien sus papeles sin renunciar a ser ellos.
Pero lo caótico y complejo de la sociedad que les envolvía eclipsaba la fusión. ¿Cómo saber que en la
contradicción se encuentra el complemento que enlaza la unidad?
Detener la circulación de la energía es como detener el flujo de la sangre. Cuando la sangre
deja de fluir, empieza a coagularse, se cuaja y se estanca. Y eso es precisamente lo que iba a suceder.
El universo opera a través del intercambio porque nada es estático, todo evoluciona. El flujo de la
vida no es otra cosa que la interacción armoniosa de todos los elementos y fuerzas ocultas que
dibujan la existencia humana. Pero Oscar e Iván, todavía no lo sabían.
En cada semilla se encuentra la promesa de millares de bosques. ¿Se abonarán en suelo fértil
estos dos buenos amigos?

En su lámina de corcho del apartamento-santuario que había aumentado con otros dos gigantescos
plafones rodeando el perímetro del salón, añadió un peculiar dibujo: una especie de llave maestra con
un gran ojo que simbolizaba el equilibrio y el amor que hay frente a toda la organización cósmica.
A continuación de indagar entorno al horóscopo (tal y como uno es y como se siente
internamente), además de indagar a cerca del ascendente (tal y como uno se manifiesta y expresa en
el exterior), exprimiendo todavía más el mundo de la astrología, Oscar quiso saber la composición

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de su árbol Cabalístico. Antes pasó por las tradiciones chinas deteniéndose en el Libro de los Oráculos;
testimonio del más antiguo pensamiento religioso que fue transmitido oralmente y recopilado en
un libro cuando apareció la escritura igual que la Kabbalah, el Talmud, los libros Vedas Indios o la
Biblia.
El objetivo principal del pensamiento chino es lograr una perfecta adecuación entre las
aspiraciones personales y las posibilidades que ofrece la vida misma; en lograr esta "adecuación"
consiste la verdadera sabiduría. Lao-Tse, fundador del taoísmo, creía que el individuo entorpece el
orden natural del universo si actúa por su propia voluntad y por eso, lo que debe hacerse es
condescender con la Naturaleza y dejar actuar al Ser. Aquel principio se le escapaba porque prefería
la tesis del libre albedrío, aunque coincidía con Oriente en la intemporalidad de las cosas tanto como
en la necesidad de vida interior.
Al nacer, cada uno está llamado a seguir un camino. Oscar había tratado de encontrar el suyo
mediante el examen de la posición de los astros en el instante que vino al mundo. Impregnó desde
sus primeros pasos mucho discernimiento para poder moverse cómodamente en su camino, pero no
estaba exento de ocultas bifurcaciones, cambios bruscos y reveses imprevistos que no obstante,
posibilitarán extraer valiosas lecciones.
Sumaba toda clase de elementos, tendencias hereditarias, condiciones de educación,
experiencias personales, perfeccionamiento del carácter y especialmente, trabajaba el desarrollo de sus
capacidades fundamentales para lograr saltar de un camino al otro como de un caballo al galope
saltando a otro que galopa delante una vez alcanzado. La de Oscar, como la de cualquier otro ser
humano, era una evolución condicionada en mayor o menor grado por su infancia, su entorno, y su
familia; su padre madre hermana, cada cual ejercieron su influencia. Víctor lo marcó notablemente.
Oscar comenzó a debatirse entre lo mental y lo práctico. Pero vertiginoso en pensamiento,
no convierte en hechos sus razonamientos internos. Con demasiada fertilidad en muchos aspectos,
sobre todo en cuanto a ideas provechosas y audaces todas ellas expresadas con rapidez, aunque con
una buena lentitud en su elaboración y maduración, hacen de Oscar una persona de gran capacidad
creativa que en los densos libros de texto y en su carrera no hallará salida.
A caballo entre lo intangible de su alma y la utilidad de sus actos, de voluntad conciliadora,
iba en busca de la unión, la conjunción y la comunión entre las personas de buen corazón, pero con
una visión un tanto utópica de la armonía. Reflexionaba sobre conceptos sólidos para consolidar su
estabilidad a todos los niveles y su hipersensibilidad formaba un ser a menudo incomprendido que
actuaba con cierta reserva y prudencia para no ser mal interpretado. Tenía reparos en compartir sus
sentimientos nobles y guardaba para sí todo su caudal.
Estando prendado del orden y la perfección, culto y moral, no soportaba la tontería, la
mediocridad o el pasotismo, pero nadie podía adivinarlo. Había aprendido a disimular y decir
mentiras piadosas; mentiras blancas indoloras ejercitándose a la espera de averiguar cómo exteriorizar
todo aquel complejo mundo interior. La cantidad de abundancia de ideas podía convertirlo en una
esponja que absorbe a las personas de su alrededor, y Oscar siempre quiso debates, nunca monólogos.
Y lentamente se forjaba una armadura con la que retener y protegerse; él que le había dicho a su
amigo que no se abrigara con una gruesa armadura que lo aprisionara hasta el punto de apagar la
llama de su propia identidad, ¿negaba voluntariamente su desarrollo imprescindible? La postergación

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reiterada terminaría por degollarlo si no cedía a tiempo; demorarlo era un total despropósito. ¿Tan
unido estaba a Iván que se inscribía en su misma línea?
Oscar tenía la facultad de resolver valerosamente la acción que su intimidad programaba pero no
desarrollaba. Imprimía la sencillez y la regularidad en aquello que no tenía forma deseoso de encontrar el rigor y la precisión, y se debatía
entre la indecisión y la duda. Su brío inquebrantable existía, aunque únicamente podía leerse en sus enormes
ojos de almendra porque en la profundidad de esos mismos ojos que permanecían abiertos a todo, en
su mirar, su mismo mirar simbolizaba la clave.
Probablemente Oscar reservaba su energía porque tenía la sensación cada día que amanecía de
estar marchando por un camino paralelo al propio, pero aún así, con el descontento a cuestas, insistía
con una inusitada perseverancia en la misma raíz de su empeño sin dejarse doblegar.
Nadie sospechaba su maremoto interior porque Oscar no tenía ninguna clase de problema
para sacar sus estudios con honores y realizar sus tareas y cumplir con sus deberes de estudiante.
Seguía acumulando conocimientos sin tener la certeza de que le serían útiles y podría aprovecharlos
y disfrutaba complementando su instrucción para entretener su mente activa y en el último trimestre
del último curso, le tocó a la ecología.

Oscar continuaba cuestionándose la sociedad en la que vivía de manera estricta y tajante. Decía que
el Hombre olvida que es hombre porque desde el nacimiento hasta la muerte, de domingo a
domingo, de la mañana a la noche, todas las actividades están prefabricadas, enlatadas, listas para el
rutinario consumo olvidando que cada individuo es único y al que solo le ha sido otorgada esta
oportunidad de vivir; con esperanzas y desilusiones, dolor y temor, con el anhelo de amar y el terror
a la nada. Pero en esta ocasión, empezó a transcribir su divagación en el ordenador que le había
regalado su madre creando varias carpetas con los títulos más dispares. Y detallaba “La civilización
actual es artificial y superficial, prueba de ello nuestra pintura que se estropea y se borra en un corto
plazo de tiempo cuando aun hoy podemos contemplar fantásticas pinturas rupestres de nuestros
antepasados”. Añadía al pie la fecha y la fuente de información.
Algunos de sus trabajos tenían toques de una latente denuncia social porque afirmaba con
razón “Cuando se paga mejor a un deportista que a un profesor de literatura y a una TOPModel
mejor que a una enfermera el hecho indica que las cosas no funcionan”. Archivaba los recortes de
periódicos o notas de prensa en relación al tema en lo que más que un salón parecía una oficina o
una biblioteca.
En otro archivo había anotado: “Cuando se le ha perdido el respeto a nuestros ancianos y se
los abandona en residencias, cuando se obliga al campesino que trabaja con amor y orgullo la tierra
a que arranque sus cepas por ridículos convenios entre naciones, el hecho indica que estamos
fallando. La Tierra es motivo de polémica porque ya no es tan habitable como antes, y sigue estando
en peligro por culpa de la deforestación, la erosión del suelo, la lluvia ácida, los residuos atómicos, el
recalentamiento y el agujero de la capa de ozono. Y esto no es una mera cuestión de países o
gobiernos, tiene que ver con la actitud personal de cada uno para reconstruirla y suprimir la
degradación ecológica que sufre el territorio que pisamos”.
Oscar asistió con interés a un certamen internacional en favor del planeta del que extrajo una
conclusión “La situación es alarmante y empeora con el paso de los años pero las reuniones del G8

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son acuerdos sobre mínimos sin compromiso de control para que lleguen a ejecutarse”. A raíz de su
inconformismo, con una posición más cercana a la de Iván se armó de valor para presentar sus teorías
particulares a los camaradas de la universidad, a su madre, a los vecinos, que tras una mirada retorcida
exenta de interés, escuchándolo sin atenderlo, al rato, cansados, buscaban cualquier excusa para
desembarazarse de sus explicaciones y posibles soluciones. Lo dejaban por inútil. Lo llamaban
ingenuo. Su madre forzaba una sonrisa. ¿Llegaría el día en que poco le importará lo que los demás
piensen y se pondrá a actuar por su cuenta y riesgo? Tuvo ese presentimiento.
Y añadió una frase más en el único espacio libre que quedaba en el tupido plafón de corcho
“La Tierra es una casa comuna que lo es de la Humanidad, un edificio que amenaza ruina y con
urgencia reclama ser salvada de los peligros medioambientales que la amenazan”. La colgó en vez de
registrarla porque de esta forma podía leerla y releerla sin necesidad de abrir el ordenador. Otra frase
sujeta con una chincheta verde decía “La Tierra no es la herencia de nuestros padres sino un préstamo
que nos hacen nuestros hijos a favor de los nietos”. La escribió en rojo y en letras mayúsculas. Oscar
pensaba en las generaciones futuras.
Una noche de viernes se dictó un discurso. Lo aprendió con la intención de pronunciarlo
porque había encontrado el rigor y la precisión y ya no se debatía entre la indecisión y la duda. Su
brío inquebrantable necesitaba mostrarse por fin. “Hace tres mil quinientos millones de años que
apareció la vida en nuestro planeta y nunca jamás se había dado con tanta intensidad una destrucción
tan vasta, rápida e irreversible de la fauna y la flora y si esto no se rectifica, los expertos aseguran que
el desierto avanzará hasta tragarnos. Pienso que todavía hay esperanza, quizás no se ha transgredido
la línea roja que nos separa del desastre definitivo”. Deseaba por el bien general que no fuera
demasiado tarde y sentenció acompañando la frase de un sonoro golpe con la palma de la mano
abierta que hizo tambalear los vasos encima de la mesa “Es una necesidad absoluta conservar la Tierra”.
Así proclamó el desastre el lunes por la tarde frente a la estupefacción de un grupo de estudio reunido
para preparar una tarea porque a Oscar le preocupaba la superpoblación y el analfabetismo, los
desastres nucleares y el hambre del tercer mundo, pero no así a sus contertulios presentes que
prácticamente lo insultaron en vez de llamarlo solamente “raro espécimen". Y aquella fue la última
vez que expresó en voz alta su pesar, porque Oscar necesitaba comunicarse como la planta necesita
el agua, pero para que la comunicación ocurra se necesita tanto un emisor como un receptor, y
aunque buscó receptores de señal, para su desgracia no los halló en su entorno inmediato.

Para Oscar, aquietar su mente equivalía a poner en orden el mundo. Si por un instante cesaba su
lucha, restringía el propósito de su existir. Meditación y diálogo eran la mejor herramienta de
conocimiento y transformación.
Enfocaba correctamente la percepción para descubrir el propio camino. Pero luego quería
compartir sus aforismos y frases celebres procedentes de otras culturas y no encajaban y él no
pretendía que nadie lo escuchara por obligación o simple cortesía. Oscar quería compartir como dos
niños comparten una piruleta ahora chupo yo ahora chupas tú; pero la información no era bien
acogida. No interesaba. Nadie la reclamaba. No tentaba, como no había tentado antes a sus
compañeros de cuarto en el internado o a los compañeros de estudio en la librería del rincón de la
biblioteca durante el recreo. Se repetía la misma historia con el correr de los años. Desgana. Apatía.
Desprecio.

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Los jóvenes de su misma edad preferían comentar el último modelo deportivo de una u otra
marca de automóviles y realizar apuestas entorno al equipo que ganaría la liga de fútbol jugándose
innumerables packs de cerveza. Nada había cambiado. Pobres datos a mercadear.
Mientras sus compañeros tenían colgados en la puerta de la habitación calendarios con chicas
desnudas en posiciones sugerentes, en la mesita la fotografía de su novia, en la pared, una canasta
pequeña de baloncesto o una diana con dardos, Oscar acumulaba dosieres que confeccionaba y una
gran cantidad de libros que apilaba uno encima de otro hasta tocar el techo.
En su pared de la habitación, pulcramente enmarcadas, una fotografía de su madre, otra de su
hermana, y una grande de su padre en blanco y negro y también los dibujos a lápiz carbón de Ana.
Debajo, en un estante, había un pequeño peluche con una etiqueta al cuello donde podía leerse
"quiero mimos".
En la universidad, la religión de los estudiantes seguía siendo el deporte y el sexo y su único
pensamiento consistía en pedir una copa más al camarero. Oscar portaba en su seno un equipaje poco
usual para sus veintidós años. Y daba seguimiento a su plan emprendiendo el viaje más apasionante
del ser humano. Aquello que los griegos perpetuaron con su primera sentencia grabándola en el
templo de Delfos: conócete a ti mismo.

Oscar acumulaba toda clase de investigaciones mostrando ser muy selectivo con los temas, pero sus
investigaciones y aspiraciones se reducían en la época de los exámenes, entonces se encerraba con sus
libros de texto y sus cintas de Elvis Presley en la quietud de su apartamento-santuario.
La disciplina era una disposición más que honorable que le rendía satisfacción por el deber
cumplido. Le gustaba la escuela con "E" mayúscula. Otra cosa distinta eran las clases en la universidad
que no invitaban a la reflexión y la crítica. Se limitaba a aprenderse de memoria las normas y absorber
los casos más renombrados. Se movía bien en las bibliotecas y tenía dotes para la jurisprudencia.
No se acercaba al dogmatismo. Reposaba en aspectos sistemáticos sobre las leyes morales y
las reglas acerca de la lealtad y la dignidad en relación a los valores humanos. Provisto de semejantes
aptitudes, podía elegir cualquier profesión relacionada con el derecho, como abogado, procurador,
funcionario ministerial o notario, pero su meta era llegar a ser juez. Esa ya no era una decisión de su
padre. Era enteramente suya. Le apetecía convertirse en un importante magistrado de su país. Su buen
equilibrio entre pensamiento y sentimiento no vulnerable al sentimentalismo le auguraba un
provechoso futuro como magistrado. Obvio que Oscar no discrepaba en el entorno para el que se
preparaba pero la verdad es que no hacía lo que le correspondía. No, no lo hacía.

Su auténtica vocación estaba oculta y cabía la posibilidad que se hiciera del todo invisible si dejaba de
atender los mensajes que llegaban de algún lugar remoto en sutiles manifestaciones casi
imperceptibles. Pero a Oscar no le faltaba el olfato, y aun en lo más abstracto, sabía como darle una
lectura no conforme a lo habitual. Respiraba fertilidad y la solidez de la creación para obtener
beneficios confeccionando su propio inventario y una peculiar escala de valores que tardaría tiempo
en asimilar y poder aplicar pero no cesaba y, tal vez su aislamiento cesaría. Tal vez su trabajo solitario
daría su fruto. Tal vez exigirá un nuevo método y otro orden distinto pese a su timidez y la ausencia
de un coraje reiterado y reivindicativo. La cuestión es que gracias a su tenacidad no se desprendía del
tallo, ¿llegará a escalar los peldaños más altos que le llevarán hacia la resolución y la luz?

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La luz brillaba desde el futuro en el presente. Sus expectativas familiares con Ana prometían. Sus
expectativas profesionales auguraban gran prosperidad material. Mas las expectativas superiores
de su alma, quién sabe dónde lo llevarán. Como hombre responsable, quizás aceptará el reto
desempeñando su función dentro del ecosistema cósmico, pero solamente quizás. Por el
momento se trata de una completa incógnita a tenor de lo dispuesto.
Lo único que sí está claro es su inminente entrada en el mercado laboral. Sus excelentes
capacidades de trabajo, claro razonamiento y buen juicio, le convierten en un hueso difícil de
roer para cualquier adversario.
Oscar no tardó en ofrecerse para realizar sus practicas en el más prestigioso de los bufetes. Y con
ello postergó cualquier aspecto relacionado con su vocación. Lo cierto es que al integrase en una
activa empresa de leyes que movía los casos más importantes del país, se disiparon sus
inquietudes personales y aunque no lo abandonaron, la esperanza de su autentica
autorrealización parecía quedarse constantemente relegada.

Oscar se convirtió en apenas nueve meses en el segundo abogado más temible del bufete. Resolutivo
y sin dejar cabos sueltos, encontraba la mejor solución; la más rápida y limpia, la que dejaba una
minuta cuantiosa. Y el dinero le deslumbró porque era suyo, porque lo ganaba con su propio esfuerzo
y con tal cantidad de efectivo podía hacer lo que consideraba más oportuno sin el amparo de mamá.
Su actividad febril era la de un océano embravecido. Olvidó detenerse para oler las flores del
parque. Ya no tenía un minuto para entretenerse a untar galletas en la leche. Ahora tenía
responsabilidades con terceros y debía darles cuenta, sorprenderles permanentemente mientras se
hinchaban las arcas del bufete.
Trabajar era más divertido de lo que nunca pudo imaginarse. Y cuanto más disfrutaba, más se
apartaba de su camino sumido en la adicción profesional. Oscar comenzó a pensar que no valía la
pena vivir sino había un trabajo que realizar, un cliente que atender, una víctima que salvar. Podía
defender a la viuda y al huérfano, a las víctimas de todo tipo de injusticias, y defendía... aunque estos
eran los casos menos remunerados y valorados por los miembros del bufete.
Sus años de estudiante habían quedado atrás. Ya no tenía tiempo para cuestionarse las cosas
como antes. Constantemente atareado, nada que no fuera su trabajo o estuviera relacionado con un
caso ocupaba su atención. Sólo reuniones, entrevistas, testimonios, propinas a los peritos, acuerdos
con otros abogados, la asistencia prioritaria a los clientes vip y largas sesiones en los pasillos de los
juzgados negociando incluso en los retretes cinco minutos antes de celebrarse la vista. Demasiada
actividad para que su alma encontrara sosiego.

Había dado la entrada para adquirir un fantástico dúplex en la zona centro en el mejor tramo de las
Ramblas de Barcelona, disponía de un apartamento alquilado en la Costa Dorada cerca de donde
pasaba el verano la familia de su deseada Ana en primera línea de mar, y conducía el automóvil que
mamá le había regalado por su graduación. Satisfacía todos sus caprichos materiales descubriendo que
los tenía o dejándose arrastrar por la publicidad que le despertaba ansias allí donde nunca antes habían
existido, y consumía frenéticamente gran cantidad de artículos innecesarios carentes de función sino
era la pura vanidad.
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El dinero se convertía en un producto vital de primera necesidad. Se aficionó a las tarjetas de


crédito. Perdió el contacto con los billetes y las monedas; ese dinero de plástico parecía no tener
valor, más fácil y cómodo de gastar, no tenía límites y a Oscar no le faltaban tarjetas que nunca se
agotaban.
Desperdiciaba grandes cantidades de dinero sin quedarse en números rojos. Lo derrochaba.
Entraba mucho dinero en su bolsillo pero salía con mayor facilidad. Sus finanzas eran un caos. En su
buzón se acumulaban las cartas de los bancos que ni siquiera se molestaba en abrir. Sabía que eran
extractos y promociones, ofertas para consumir más y más y disponer de muchas más cosas que no
necesitaba. No tenía tiempo para leer los prospectos y mucho menos para pasatiempos. Trabajaba.
Trabajaba. Trabajaba.
Pero tenía unas ganas terribles que lo superaban y eran como un irrefrenable estornudo que
no entiende de paciencia y se pronuncia como terremoto ¡achís! Quería verla. Recordaba su rostro y
por esa razón necesitaba tanto volver a verla, mirar fijamente sus intensos y oscuros ojos para
pronunciar su nombre otra vez. Solo verla... acercarse y mantenerse a un paso hasta que llegara la
fecha. Oscar se para el acontecimiento cada vez más próximo pero necesitaba un avance.
Y frecuentaba su barrio sin llamar a su puerta. Cualquier excusa era buena para desplazarse a
realizar una gestión en la zona donde vivía. Y un miércoles por la mañana, antes de ir al bufete, llevó
un carrete a revelar dos calles arriba del portal de su casa. Pruebas incriminatorias de hurtos cometidos
en unos grandes almacenes; el cliente quería zanjar el asunto antes del fin de semana, el despido
justificado requería de una evidencia; las perdidas se cifraban en varios miles.
Al entrar en la tienda, ding, deng, dong, al fondo, alguien despachaba a una señora que
compraba una cámara automática a su hijo que no se decidía. Oscar quedó patidifuso... sin habla, ahí
estaba, Ana! Mil escalofríos recorrieron su cuerpo para envolverle bajo la piel en un enredo de nervios
que no encontraban sus puntas. Jo! Ana, eres tú!!!
Y efectivamente era Ana. Una Ana cambiada. Bastante más alta, desarrollada físicamente con
los atributos de una poderosa mujer de bengala, había perdido su aspecto de adolescente infantil pero
aún exuberante guardaba el encanto frágil de tiempo atrás. Lucía cabello corto. Se había
acostumbrado a llevar el pelo engominado; daba la sensación que estaba recién salida de la ducha.
Extraño peinado pensó Oscar, y avanzó temeroso.
No estaba previsto ese encuentro. No así. No de esa manera. El calendario no indicaba la señal
pactada como el mejor preludio amoroso. Todavía los separaba un largo trecho hasta el treinta de
mayo.
Al aproximarse, distraído, tropezó con unas cajas de cartón que no había visto. Entonces Ana
levantó los ojos, uauu qué punzada, se percató de su estampa con aquella inconfundible sonrisa corta
en los labios, y dirigiéndole un sencillo hola a Oscar que dejó ver sus dientes blancos relucientes e
inmaculados, perfectos, espléndidos, acentuados por el color tostado de su piel morena, comprendió
que no fue cuando la conoció al tropezar en la recepción sino sintiendo su presencia durante los años
que vibraba en su interior porque de igual modo se estremecía acelerándose a doscientos por mil
elevando su sentir al cuadrado ahora que la examinaba.
La expresión de Ana era de una fingida entereza -Aquí tiene las instrucciones y va de regalo
la bolsa- le temblaron las manos porque Oscar había aparecido como un pájaro del huevo que todavía
está por incubar.

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Cuando la señora se hubo marchado con su hijo ninguno reaccionó. Los dos se quedaron
trabados. Inmóviles. Recogidos en ese futuro encuentro forzadamente adelantado.

Treinta meses de pensamientos confluían en ese instante como balas disparadas, rayos que rasgan el
cielo, manos ásperas acariciando la tela delicada.
Inesperado. Tensión acumulada; deseos reprimidos y de pronto ahí estaban cara a cara. Entró
un nuevo cliente y rápidamente acordaron un lugar y una hora y se despidieron no sabiendo tratar
el acontecimiento que los desbordaba.
Oscar se marchó sin su carrete de fotos revelado en una hora porque era imposible sostener
sesenta minutos con semejante tensión.
La verdad es que no habían establecido ninguna norma ni requisito cuando casi tres años antes
se habían prometido amor eterno en el más absoluto de los silencios. Oscar tenía seis años más
que ella y en la adolescencia eso es mucho tiempo. No quería robarle su inocencia. Había
postergado la relación porque Ana no era más que una chiquilla influenciable de trece años y
medio. Y ella había aceptado sin reparos porque eso era mejor que perder al joven de diecinueve
años apuesto y encantador como un príncipe de cuento de hadas.
Debía haber sido algo espontáneo, los dos, llegado el día, debían interpretarlo de igual modo
retomando el contacto allí donde lo dejaron. Nunca debieron fijar otras condiciones. Se había roto
el hechizo de aquellas calladas palabras de antaño. Ya no habría magia para el treinta de mayo.
Intentaron paliar el desconcertante reencuentro dos días más tarde en una pizzería demasiado
lejos del club de tenis y demasiado pronto en el calendario.
En la mesa de tapete a cuadros blancos y rojos había dos velas y dos copas para el vino pero
las tintineantes estrellitas del amor se encontraban en la mesa donde se sentaron frente a frente en la
zona de descanso aguardando la fecha.
Empezaron con mal pie. Algo se había truncado. Todo parecía forzado. Carecía de frescura.
Parecía la persecución de una vida desvanecida que se quiere recuperar a golpes en un cuerpo inerte
donde solo uno practica el boca a boca.

Los dieciséis años de Ana eran rebeldes. Tomaba tónica sabiendo que a Oscar no le gustaba; le había
dicho que parecía vomitado. Y fumaba, algo que le desagradaba a más no poder. No soportaba un
cenicero lleno de colillas. Para Oscar se trataba de la máxima expresión de suciedad a todos los niveles:
estético, ambiental, personal. Pero solía llevar un encendedor para darle fuego a su amada. Con suma
delicadeza, rozaba su mano al tiempo que Ana encendía su cigarrillo.
Cuando salían a divertirse, Oscar la agobiaba con planes de futuro mientras Ana prestaba
atención a los videoclips de la pantalla. Se escudaba con señas que indicaban -No puedo oírte-. Y
sonreía con su sonrisa corta y lenta.
Empezó a abusar de sus gentilezas, y Oscar se convirtió en alguien que la llevaba a los sitios,
alumbraba los cigarrillos, y pagaba todos sus caprichos. Y ella no le explicaba sus cosas ni le daba
opinión sobre las claras intenciones que le manifestaba “el chofer”.
En su cartera, prueba de lealtad, Oscar llevaba el pedazo de aquel billete. Quería que Ana le
mostrara el suyo, aguardaba, y la miraba fascinado recordando a la inofensiva adolescente de trece

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años y medio que contrastaba con la hermosa joven alocada que cada vez se alejaba más del alcance
de sus besos y del ansia de sus brazos. Quería pronunciar tiernas palabras de amor pero cuando se
giraba Ana estaba bailando o hablando con otra persona. Tenían escasos momentos de intimidad.
Al dejar al grupo, finalmente a solas en el recién estrenado deportivo del modelo más bajo de
la gama Porche que había sustituido al coche de mamá con un techo corredizo que abría para que
Ana pudiera ver el cielo, comiéndosela con los ojos en orbita no osaba ponerle la mano en la pierna
o detrás de la nuca para empujarla hasta su boca. Consideraba el comportamiento poco caballeresco.
Aun cuando su escote dejaba asomar la figura de unos redondos y hermosos senos abultados, Oscar
se reprimía y Ana empezó a martirizarlo.
Los domingos al mediodía después de las patatas fritas y las aceitunas, los berberechos y las
almejas y el Martini blanco con sifón, cuando lavaban el automóvil en la parte habilitada de un garaje
del barrio de Ana, se las ingeniaba para organizar simpáticas trifulcas y, curiosamente, había olvidado
ponerse el sujetador. De la emoción del juego y del contacto con el agua fría, sus pezones se ponían
tiesos como clavos bajo la camiseta. Sabía que esto excitaba a Oscar. Le gustaba ponerlo a mil
revoluciones por minuto haciéndole rabiar conforme se acentuaban las bromas. Lo pinchaba
molestándolo intencionadamente. Se había vuelto quisquillosa. Y así, con menosprecio se negaba a
participar en una historia de amor prefabricada. Ignoraba deliberadamente las poesías que le escribía
y comenzó a no ponerse al teléfono cuando llamaba. El romance se resquebrajaba pero la mirada
tierna de Oscar no se debilitaba. Se lo permitía todo. Estaba convencido que la quería aunque su amor
no fuera correspondido. Para amar, Oscar no necesitaba ser amado. Amaba por el puro placer de
amar sin que tuviera que ser forzosamente recíproco. Se entregaba con generosidad como un niño
que reparte caramelos. Reservaba un rincón de sí mismo por si Ana se decidía a cambiar de actitud
como el pedazo de pastel que se reserva y es el más preciado. Oscar era un hombre con mujer, aunque
Ana no estuviera con él.
Quince días más tarde comprendió mientras aparcaba el deportivo la razón de su
comportamiento. Vio como subía a la motocicleta de un apuesto joven de su misma edad. Entonces,
no queriendo interponerse entre ellos, le hizo llegar a la tienda un ramo de margaritas con tres
hermosas rosas amarillas. Había leído que el color amarillo aplicado a las rosas implicaba disculpa. Era
una manera de pedirle perdón. Se lamentaba por el tiempo perdido, por haber castrado un comienzo
apasionado tres años atrás.

Pero aquel apuesto joven de la motocicleta no fue el único. Ana tuvo muchos pretendientes. Y
cuando en una ocasión coincidieron en un lugar público, porque Oscar nunca dio carpetazo al asunto
y frecuentaba el barrio, Ana descendió la mirada avergonzada como si toda ella quisiera esconderse
detrás de la primera farola con la que se cruzara. ¿Demostraba arrepentimiento?
Oscar sentía al observarla desde lejos que formaba parte de Ana. Insólitamente, sólo pensando
en Ana se sentía acompañado porque desde el reencuentro había descubierto la soledad.
A veces se iba a la esquina de su casa para verla salir del portal y dirigirse a pie hasta la tienda.
Apenas tres minutos desde la distancia, pero deleitarse con su figura, con el contoneo de su trotar
alegre aunque fuera desde la distancia lo ayudaba a soportar su terrible malestar. Se consolaba
diciéndole a la recepcionista del bufete que pasaría el fin de semana feliz con su novia cuando se

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marchaba los viernes por la tarde, pero era mentira. Otra mentira, ¿blanca o piadosa? ¡Horrorosa!
Porque sólo lo dañaba a él.
Desde un inicio se había llevado bien con los padres de Ana. Solía visitarles cada domingo para
tomar café y licores, más café que licores y si tenían, mejor un poleo menta. La conversación era
amena, y con suerte se cruzaría con Ana y sus labios podrían rozar sus mejillas aunque solo fuera un
breve instante.
Se emocionaba cada vez que subía en aquel estrecho ascensor hasta el quinto piso y
permanecía en su domicilio. Conocía bien el inmueble pero no su habitación. Era frustrante no poder
mediar palabra con la chica de sus sueños, la única chica que ocupaba un lugar privilegiado en su
corazón. Ansiaba tratarla. Pero pasaron varios meses dejando atrás la fecha señalada. Oscar no estaba
nada contento.

Había terminado con matrícula de honor sus estudios, se había incorporado a un prestigioso bufete
de abogados y su atiborrada agenda cubriría sus necesidades básicas programando el trabajo, el
deporte, el alimento, el ocio, confiriéndole el aspecto de un hombre de vida ordenada y recta
desdichado en el amor. Ya no se sentía afortunado. No era feliz.
¿Y lo era Ana? Algunas veces, en la seguridad de que Oscar la visitaría lo esperaba asomada al
balcón y cuando Oscar se percataba desde la calle, se retiraba con la rapidez del ratón que se siente
amenazado. No admitía una relación seria con Oscar pero le gustaba jugar con él. Ya sólo iban al cine
muy de vez en cuando, a cenar o bailar si el grupo superaba las diez personas y no todas eran pareja.
Últimamente pasaba más tiempo con sus hermanos y sus padres en la casa que con ella. Sus
padres lo habían adoptado como a un hijo más. Y tantas conversaciones sobre Ana le descubrieron
todas sus manías y rarezas. Y cuanto más la conocía, más le atraía Ana. Y cuanto más sabía de ella
menos la entendía, y más lo intrigaba Ana. Oscar amaba su peculiaridad.
A todas horas pensaba en Ana, excepto cuando estaba en el bufete o en los juzgados, pero en
la ducha, el automóvil, cuando tomaba un poleo menta en un bar solo o acompañado de su madre,
de Víctor, de su hermana la vez que estuvo de paso por Barcelona, cuando miraba las noticias en el
televisor, antes de cerrar la luz ya en la cama, en su pensamiento aparecía el rostro de Ana reflejado
en las paredes de su mente con su esbelto cuerpo bien formado y un simple velo blanco anudado al
cuello. Pero había algo más, a oscuras en la profundidad de la noche exenta de imágenes, permanecía
mágica la sensación de su presencia haciéndolo vibrar emocionado no precisamente por sus curvas
perfectamente diseñadas y modeladas sin ajustes ni desmesuras; y se sobresaltaba como atacado por
pesadillas estremeciéndose sin poder evitarlo ¡ay soledad!
Parecía que Ana no tuviera ganas de estar con Oscar, pero en sus conversaciones con las
amigas, incluso con su hermano y a sus padres lo nombraba; Ana mencionaba de pasada que Oscar
esto o que Oscar aquello. Le reconocía algunos meritos, porque a su lado, Ana se encontraba viva y
se engrandecía junto a Oscar. Era con el único hombre que tenía la certeza que podía hablar de
cualquier cosa; excepto de su relación. Aquello era tabú. No quería oír hablar de futuro. No quería
escuchar nada sobre bodas, casas, nada sobre hijos. Sin embargo, a sus espaldas su madre le preparaba
el ajuar.
Ana no quería cambiar su manera de hacer las cosas y Oscar nunca se propuso que lo hiciera.
Dejaba que se expresara dándole plena libertad, guardándose de comentarios imprudentes que

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pudieran coartar su autenticidad. A regañadientes, intentaba llevar la situación de la mejor manera


posible sin fricciones ni confrontaciones pero notaba que se le escapaba como el agua entre los dedos.
No podía pasar una semana sin verla como mínimo en un par de ocasiones. Buscaba las más
apropiadas. Aunque lo deseaba horrores, nunca la invitó a un concierto de música clásica.
Conociendo de antemano la respuesta no se arriesgó. En vez de la sinfonía de una delicada ópera,
Ana prefería una noche tormentosa de marcha con sus amigos donde la sensibilidad del oído quedaba
machacaba por la potencia de los bafles en las discotecas. Se dejaba llevar por los gustos y las modas
de su generación, más que por sus propias inclinaciones a las que no prestaba atención; igual que a
Oscar, a quien ignoraba porque se había convencido que era demasiado serio y demasiado profundo
y Ana, se consideraba demasiado joven para comenzar a atormentarse con los problemas del mundo.
Y atacada por esa desesperación, fue en el Bulevar Rosa un mediodía cuando acompañaba a
Oscar a comprarse un traje cruzado que le espetó en la cara -No quiero verte más-. A Oscar se le
helaba la sangre por momentos. Dejó la chaqueta encima de la silla y, estupefacto, le pidió que se lo
repitiera otra vez -No quiero verte más- dijo Ana con la contundencia de un hachazo. Y aunque
Oscar le preguntó la razón, Ana no quiso darle ningún tipo de explicación. Simplemente pensó que
era lo mejor para ambos, y tal vez no se equivocaba. Por el contrario, Oscar opinaba que si se conocían
terminarían por necesitarse el uno al otro hasta que fueran el uno para el otro únicos en el mundo.
Oscar intentaba domesticarla, pero ella no se dejaba. No podía amansarla. Él no era Iván.
Oscar no se esperaba semejante exabrupto. No le dio tiempo a cogerla por el brazo y retenerla
a su lado aunque fuera únicamente para superar otro minuto. Ana se marchó apresuradamente sin
tan siquiera un adiós. Había estado considerablemente seca antes de entrar en la tienda pensando lo
que iba a hacer. Pero Oscar se preguntó si quizás aquello no era sino una prueba; una nueva
oportunidad para demostrar su fidelidad. Y se postró de rodillas en el probador para celebrar una
oración plena de sinceras palabras de amor.

Intentó integrarse un poco más en su grupo, en su ambiente, y se inscribió en la misma coral donde
cantaba Ana. Sin reservas, todas sus amistades lo aceptaron porque advertían las sanas intenciones de
Oscar igual que lo hacía su familia, aunque ya no los visitaba.
Todos proclamaron abiertamente la bondad de sus valores sin darse cuenta que era
contraproducente. A ella no le gustaba sentirse presionada. Bastaba que la gente le dijera blanco para
que Ana, por el simple gusto de llevar la contraria, eligiera el negro más oscuro. Pero Oscar era muy
paciente. Y se retiró sin dejar de estar cerca.
A finales de diciembre, un conocido común había tenido un accidente de motocicleta por una
imprudencia de la que se había salvado de milagro. Un autobús, haciendo mal uso de su
volumen, lo había obligado a salirse de su carril. Enojado realizó un adelantamiento peligroso
que terminó en desgracia. Fue lanzado por los aires hasta estrellarse contra unos contenedores
de basura y como no llevaba casco porque decía que se despeinaba, su pronóstico era de muy
grave y permanecía en coma.
Ana estaba en la puerta de la unidad de cuidados intensivos con los brazos cruzados y la barbilla
pegada al cuello mirando al suelo. Oscar prefirió pasar de largo y dejarla a solas con su dolor.
Hubiera querido consolarla ofreciéndole sus brazos para que se refugiara en su calor, pero Ana se

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hubiera negado a caer en esos brazos amables que la deseaban tanto como los necesitaba ella en
esos momentos difíciles. Oscar nunca se aprovecharía de una situación semejante para conseguir
su afecto. Prefirió marcharse pensando que amaba a esa joven que no se había quitado el abrigo
ni los guantes. Era a ella a quien quería como esposa. A ella y sólo a ella.
Y por tal razón le escribió una carta. Iniciaba con un feliz navidad pero, luego de tres meses,
ya en primavera, seguía llevando encima la carta que no le había entregado.
Oscar se había prometido que no la buscaría desde que se cancelaron los ensayos de la coral
por larga enfermedad del profesor. Y un domingo soleado cercano a Semana Santa, en el lugar donde
se comen las mejores patatas bravas en la Costa Dorada, agarrando la enorme jarra de cerveza y limón,
ante sus ojos, en la playa, inconfundible entre todas las demás estaba Ana en topless. Oscar no se
atrevió a mirar. Primero se sonrojó, y luego, sofocado, suspiró y sorbió la fría bebida apurándola de
un solo trago.
Intentó mirar en otra dirección, pero sus ojos escapaban porque ahí estaban los redondos y
hermosos senos que tantas veces se habían escondido detrás de una camisa con pronunciado escote
o debajo de una camiseta mojada y ahora casi los podía alcanzar. Cerró los ojos apretando fuerte los
párpados enredándose en las pestañas, pero su mente seguía atormentándolo con esa imagen feliz.
Su sexo se avivó con la fuerza de un puño cerrado. Con la cantidad de cuerpos esbeltos en la
playa y la cantidad de veces que había frecuentado ésta y otras playas del Mediterráneo, y, sólo Ana
conseguía despertarle el deseo vehemente. Cambió de mesa. Encontró una posición estratégica desde
donde espiarla con mayor licencia. Todo iba bien hasta que se levantó, y caminó hacia el mar. Oscar
se pegó a su espalda como el punto que envía el visor de un arma con mira telescópica acompañando
aquella magnífica silueta de piel uniforme de un ocre tostado acentuada por el color rojo encendido
del tanga que se perdió mar a dentro. Nadó hasta un velero que partió a la media hora.
Y todos los domingos en el mismo lugar, a la misma hora, y cada sábado emocionado porque
la vería al día siguiente con su cuerpo semidesnudo resaltado por los firmes senos que ya no eran
llanos como cuando la conoció. El día que se cumplían cuatro meses y medio de intercambiar su
última palabra, mientras la contemplaba en la playa ensimismado pensó que sus firmes senos
apuntaban erguidos al sol. A continuación Ana se alzó con su andar informal porque quería un
helado. Y se dirigió justamente al lugar desde donde Oscar miraba y cuando lo vio ahí sentado, su
reacción inmediata fue cubrirse los senos. Al verle, instintivamente tapó su senos desnudos con la
toalla apretándola fuertemente ruborizada por primera vez en su vida frente al sexo contrario en la
playa. Le dio tanta vergüenza que Oscar la viera que quiso que la arena se la tragara.
Oscar hizo ademán de abrir boca pero enmudeció y salió hacia el lavabo como un chiquillo al
que han sorprendido in fraganti cogiendo un dulce del escaparate de la pastelería.
Tardarán bastante tiempo en volverse a ver.

Extremista en determinados aspectos, si bien durante la juventud su pensamiento no cesaba inmerso


en un montón de asuntos que escudriñar, en esta última etapa únicamente su trabajo en el
prestigioso bufete y su intenso amor por Ana importaban. Nada más existía. Vivía en estos dos
mundos. Y pronto daría un vuelco, primero a uno, y luego a otro.

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Seducido por las viejas frases: conócete a ti mismo; pienso luego existo; sólo sé que no sé nada;
nada en exceso; y muchas otras, quiso visitar la cuna del pensamiento más elevado. Para Oscar, la
antigua Grecia simbolizaba el apogeo de la belleza y de la razón. Admiraba a Platón, quien instaló
una famosa escuela en su ciudad natal, Atenas, en un agradable y hermoso jardín que denominó la
Academia.
La llamaron Atenas por la diosa Atenea, quién dominaba las artes, la literatura y la filosofía,
símbolo de sabiduría nacida de la cabeza de Zeus, rey de todos los dioses del Olimpo. Le sorprendió
que por entonces, además de aprender a leer y a escribir, los niños y niñas de la ciudad aprendieran a
tocar un instrumento musical y a recitar poesía, y que desarrollaran el arte de discurrir, en vez de
hacerlo en escuelas, en los gimnasios donde practicaban ejercicios físicos. Adoraban el cuerpo
desnudo del hombre en vez de la sinuosa belleza del cuerpo femenino, algo que también le asombró.
Los más notables filósofos como Sócrates atraían gran cantidad de discípulos y daban lecciones en
discusiones de grupo. Y opinaba Oscar que muy probablemente Sócrates era homosexual celoso
porque tenían un auditorio que le escuchaba.
En la antigua Grecia, pensaban que los dioses eran parecidos a los humanos. Se enamoraban
unos de otros, se casaban, disputaban, tenían hijos. Los griegos forjaron la primera cultura que se
liberó del terror divino, que racionalizaba el pavor de antaño consagrándose a entender al Hombre y
a explicar el Mundo que lo rodeaba desde la inteligencia. La premisa cautivaba a Oscar.
En aquella época, tanto hombres como mujeres creían que las almas podían renacer en otros
cuerpos. Algunos estaban convencidos que las alubias podían contener las almas de antiguos amigos
fallecidos. La filosofía ensalzaba el significado y el misterio de la vida explicando el origen de los
dioses. Y Oscar pensó que quizás conseguiría hallar en tan fascinantes teorías alguna respuesta a su
incesante pánico a la muerte. No tenía interés por visitar la iglesia donde el rey Don Juan Carlos de
Borbón contrajo matrimonio con Sofía de Grecia.

Por el contrario, sin tantas justificaciones, Iván quiso pasar unos días en la isla de Mykonos de la que
tantas personas ilustres de la noche le habían contado maravillas. Pretendía llevarse la parte que le
correspondía a él. Oscar se obsequió el viaje como premio por tres casos ganados consecutivamente,
pero a Iván se lo regalaron por su sex appeal. Su feeling le había proporcionado el pasaje a Atenas.
Ambos estaban en Grecia y se encontraron frente a frente en el Partenón. Y a los dos se les
iluminaron los ojos de alegría sincera sin saber que en ese instante pensaban la misma cosa: que los
jóvenes de ahora no parecen tener demasiado respeto por el pasado y lo que es peor, tampoco tienen
esperanza por el porvenir.
Se abrazaron y se golpearon bromeando como si fueran púgiles que luchan en el cuadrilátero.
Intentaron refugiarse del sol pero no hallaron sombra y caminaron juntos hasta llegar a una
cafetería donde se instalaron en la terraza para sentarse cómodamente en una silla de mimbre. Iván
se fijó que Oscar llevaba muchos papeles de la mano reconociendo el color salmón. Preguntó de
donde había sacado el de color salmón. Oscar explicó que había varios colgados en los
establecimientos, una especie de oferta promocionada por un grupo de españoles y le dijo que quizás
realizaría una travesía por las islas en un pequeño velero que saldría el próximo jueves, o sea, al día
siguiente. El precio era asequible. El capitán tenía permisos y una larga experiencia en mar abierto.

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_ Yo soy todo el grupo de españoles –informó Iván a su amigo sacando una fotografía del Aristos-.
Es una embarcación de catorce metros de eslora con dos camarotes dobles, una habitación con
literas, y una amplia estancia a modo de salón, tiene todo lo imprescindible para navegar con
garantías.

Esa noche un ferry los llevó a un puerto donde cenaron con el capitán, su hijo, y dos jóvenes griegas.
Ambos disfrutaron con la gastronomía típica. Iván bailó sirtaki y en vez de aplausos, el camarero se
le acercó para romper un montón de platos a sus pies. Oscar no estaba acostumbrado a beber, y el
vino de aguja le hizo primero cosquillas en el paladar y en seguida se le subió como un ascensor
moderno llega a la azotea de un edificio alto, y como un paraguas que se abre le estalló el vino en la
cabeza. Despertó en alta mar. Un fornido oleaje le hacía botar en la proa cuando se atrevió a volver
en sí. Estaba en un compartimiento junto a la muchacha griega que desnuda, simplemente se volteó
con indiferencia para continuar durmiendo como si nada.
Iván ya estaba en su salsa. Seguía a raja tabla las directrices del capitán repitiendo los mismos
movimientos que desde el otro extremo realizaba el hijo. Se había encasquetado una gorra de
marinero que lucía orgullosamente. Empezó a soplar más corpulento el viento y encrespó el mar de
tal modo que el velero navegaba de lado completamente inclinado. Para Iván era algo tan divertido
como emocionante, Oscar en cambio, se asustaba cada vez que la quilla chocaba contra la superficie
del mar. Pero su amigo lo tranquilizó molestándolo.
_ No te preocupes, esto acaba de empezar. Navegamos a fuerza nueve y lo máximo es fuerza doce.
El viento sopla ahora a cuarenta y cinco nudos. Dentro de un par de horas tendrás que amarrarte
con cuerdas porque si te caes, algún animalito marino habrá probado tus piernas antes no
consigamos dar la vuelta –y dejó salir una sonora carcajada mientras una ola se levantaba para
empaparlos de agua fría y salada.
El capitán era griego y hablaba poco, solamente griego, pero con sus expresivos gestos se entendía
con todo el mundo, griegos y extranjeros. Las jóvenes no salieron a la cubierta hasta que amainó la
tormenta. Eran lindas. Exóticas. Iván tonteaba por igual con las dos, y Oscar, no sabría cual sería su
acompañante hasta que se acostaran por la noche, pero nada más dormirían uno al lado del otro.
Iván, mucho más atrevido, sin duda se dejaría llevar por lo picante de la situación. Cuando un cuerpo
roza otro cuerpo los pelos se erizan. Difícil controlarse. Por eso se llevaría un par de condones al
camarote porque ellas, en ningún momento solicitaron dormir juntas.
Navegaban de una isla a otra bañándose cada vez en una cala distinta. Parecía que las
muchachas no hubieran traído bañador, andaban desnudas incluso cuando cocinaban y comían, pero
su cuerpo era tan bello que su desnudez no desentonaba con la solitaria belleza del paisaje. Al parecer,
la única que se había quedado en tierra firme era la novia del hijo del capitán, un robusto joven de
diecisiete años parco en palabras pero generoso con sus guiños y ademanes. Había ideado una especie
de lenguaje morse con el que se entendía con su padre, y poco faltaba para que Iván le cogiera el
truco a ese sistema de señales.
El mar seguía impresionando, asustando por su virulencia. La vida en el velero era incómoda,
y el afán de llegar a Mykonos les hacía recorrer grandes distancias viajando más de doce horas
seguidas. Entonces Iván tuvo su oportunidad porque tanto el capitán como su hijo debían descansar.

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Recibió breves instrucciones antes de coger el timón. Llevó el mando del velero ante su vigilancia, y
pronto se relajaron por su innata destreza hasta dejarlo sólo en cubierta.
Iván prefería la noche para relevarles del puesto. Había conseguido que le otorgaran plena
confianza durmiéndose sin dudas convencidos de su pericia. Transpiraba seguridad. Estaba orgulloso
de sus más de trece horas de navegación. Y aunque incitó a Oscar a experimentar ese placer de
controlar el destino, con absurdas excusas declinó la invitación. No se atrevió.
A diferencia de Oscar, Iván había dicho sí sin pensarlo, y una vez las manos firmes en el timón,
se dio cuenta que no era tan difícil. Bastaba mantener el equilibrio deduciendo los movimientos a
que obligaban las olas permaneciendo atento, sin dejarse intimidar cuando sospechaba que quizás no
podría dominar la embarcación. Viraba a un lado, y la quilla se elevaba desplomándose el casco contra
el mar abriéndose paso como las tijeras abiertas se deslizan por la tela para rasgarla en dos.
Y en la noche, con una mar dormida, escuchando únicamente el ronroneo del motor, con la
libertad propia de escoger el rumbo, dirigiéndose hacia el horizonte aparentemente sin fin, acariciado
su semblante por la suave brisa, envuelto por el olor salado que desprendían las toallas tendidas,
coronaba ese instante la compañía de la luna, una luna llena y acabada que fielmente seguía a su lado
durante un trayecto memorable. Iván disfrutaba de su nueva aventura en medio de una calma
seductora que turbaba los sentidos.
Conseguidor nato! Aunque sus opiniones variaban en cortos espacios de tiempo que separaba
muy bien uno de otro, sabía siempre dónde estaba, de dónde venía, y a dónde quería dirigirse; qué
es lo que pretendía y por qué; qué podía hacer y el cómo realizarlo. Tenía argumentos para casi todo.
Incluso desde posiciones confrontadas podía defender de igual forma y con el mismo ímpetu
cualquiera de los dos planteamientos. Era sagaz de niño, audaz en sus años mozos, ¿pero cómo podía
ser un espíritu libre si no ejercía su voluntad conscientemente? ¡Era el hombre epopeya!
Vivía peligrosamente saltando de roca en roca como cabra montés, parando poco tiempo en
un mismo sitio para no hacer una misma cosa repetidamente. Podía haber sido un niño que con un
dedo hubiera atravesado el corazón de su niñera, pero no tuvo niñera, y temprano se dedicó a
descifrar los jeroglíficos escritos en la mirada de las personas.
Por el contrario, Oscar asumía que la vida es de por sí ya muy dura y no vale la pena
complicarla, al menos, eso dio a entender con lo del timón en sus manos.

Iván le había dicho a su amigo Oscar “Toda actuación te crea un nuevo enemigo” justo antes de trepar
igual que un mono a un árbol de la jungla para saltar de cabeza por la borda desde lo alto del mástil.
Se había impulsado desde las puntas de los pies extendiendo los brazos como alas precipitándose hacia
abajo como una piedra que cae al precipicio. Oscar se intrigó por el comentario que olvidó
repentinamente porque Iván estaba tardando mucho en salir a la superficie. Apoyado en la barandilla,
se inclinó buscando burbujas de aire o alguna sombra bajo el agua. Y surgió como impulsado desde
las profundidades del mar, brincando como si fuera un delfín para rociarle la cara con agua salada
“Hay que joder a quien verdaderamente se lo merece. Ten un par de cojones. Muévete deprisa” fue
diciéndole mientras nadaba bordeando el Aristos. Y volvió a sumergirse para reaparecer al otro lado
del velero. Había cruzado por debajo del casco. Subió con extrema agilidad de un barrote a otro
ignorando la escalerilla. Se estaba secando cuando continuó así “Controla el producto, habla con el

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interlocutor valido, negocia con quien posee el poder de decisión, evita cualquier intermediario”.
Oscar seguía perplejo, atento al improvisado recital que nadie había instado.
Cuando terminó de secarse, le lanzó la toalla a la cara y bajó a servir un par de güisquis para
sentarse con su amigo en la proa mientras se ponía el sol. Acostumbraban a hacerlo cada atardecer,
cuando el capitán escuchaba por radio las noticias meteorológicas y las chicas jugaban las dos contra
el muchacho en un ajedrez metálico. Sin tierra a la vista y un mar apaciguado que los envolvía,
iniciaron su charla.
_ Desde el principio sabes lo que quieres, ¿verdad Iván?
_ No hay otra manera. Si no sabes a donde vas, no llegas nunca a ninguna parte. Yo no quiero más
de lo que necesito. A mí no me mueve la avaricia pero si el anhelo de conseguir experiencias y
acumular vivencias que me enseñen, que me enriquezcan, cosas que pueda contar más tarde a mis
hijos y a mis nietos. Si no navegas recto pierdes el rumbo. Lo he aprendido con el Aristos –y le
pegó un largo trago a su güisqui mientras el de Oscar seguía intacto-. Cuando escoges tu camino,
muchos no entienden, y algunos jamás llegaran a comprenderte. Tú sólo ignóralos. Palabra y
cojones, nada más! Piensa a lo grande. Marca tu territorio. Independízate. Toma todo aquello
que te pertenece y disfrútalo.
Ambos se habían acostumbrado al balanceo, y consumían preferentemente grandes cantidades de
melón que acompañaban con un vaso de güisqui. Oscar lo rebajaba con bastante agua.
El sol se había descompuesto ya en mil colores distintos pero la luna todavía no se dejaba
vislumbrar.
_ ¿Conoces los siete pecados capitales? –interrogó Oscar.
_ Sí. Pero, ...¿conoces tú el octavo? –respondió al tiempo que se untaba la cara de crema hidratante-
. Yo lo añado a la lista. Además de la pereza, la gula y la avaricia; la ira y la lujuria, la envidia y la
soberbia; a la lista le falta la vanidad. La tontería y la vanidad son dos hermanas que raramente se
separan. Yo sé bien porque te lo digo... Es la vanidad quien nos puede perder en pretensiones
equivocadas acercándonos a un deseo desmesurado de ser exaltados por encima de las propias
cualidades y esta desmesura, a la larga, nos hará perder aquello que amamos, aquello que hemos
conseguido con esfuerzo y sacrificio, empobreciéndonos y ensuciándonos por dentro con ese
líquido pegajoso que empalaga. La vanidad, ni siquiera es un vicio. La vanidad es una enfermedad.
Es innoble humildad. Sumisión al populacho. La vanidad busca a la gente para que le haga creer
en sus propios frutos. Pero y tú Oscar, ¿sabes a dónde vas? ¿Sabes lo que quieres? –y su mirada se
perdió en el horizonte.
Oscar reflexionaba sobre la pregunta que había formulado a su amigo cuando Iván añadió
_ Debes trazar con delicadeza tu trayecto o siempre derivarás. Cuando se levanta el ancla y se
extienden las velas al viento, el capitán ha diseñado ya su plan de navegación para llegar a la isla
donde fondear. No se progresa en la vida sino tienes objetivos.
_ Creo que somos muy distintos –exclamó Oscar por fin aportando algo a la conversación que parecía
haberse detenido-. Tú miras tu existencia como una pieza más en el gran juego de la historia.
Pretendes formar parte de la historia. Escribirla, ¿me equivoco?
_ Pero tú también estás invitado a la ceremonia –lo interrumpió Iván-. En este juego de mesa, hay
en realidad muy pocos jugadores y demasiados espectadores. Demasiada gente prefiere mirar el
partido desde la tribuna, refugiados de la lluvia y el sol viendo como otros hacen y deshacen. La

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opción es tuya. Puedes mirar o puedes participar de los acontecimientos y escribir tu propia
historia.
_ La luz es mejor que la oscuridad. El conocimiento, mejor que la ignorancia. La información, mejor
que la duda –había empezado a filosofar Oscar.
Pero Iván volvió a cortarlo.
_ No te me pongas místico. Solo digo que la oportunidad de escoger una mejor forma de vida está
presente hoy aquí. Mirar las carreras de caballos no causa peligro, pero te priva el placer de cabalgar
y de experimentar que ocurre cuando se llega el primero. Oscar, eres libre de hacerlo. Por ejemplo,
¿te gusta tu trabajo? ¿estás satisfecho con tu actividad profesional?
_ Sí Iván, aunque no sude mi camiseta creo que me implico en la partida de mi vida.
Y de nuevo le increpó Iván con una observación.
_ Debes implicarte en la partida de la vida, no en la partida de tu vida, porque en tu vida puedes
celebrar muchas partidas distintas pero la vida tiene algo muy especial reservado para cada uno de
nosotros. Por eso yo busco y busco sin cesar. Si no decides arriesgarte para encontrar tu propia
realización personal, llegará un día que tú mismo te maldecirás. Por eso a mi me gusta tanto
tropezarme y caerme, equivocarme. Me esfuerzo por participar en todo cuanto me ofrece la vida.
Hay que emprender cosas. Tener iniciativa.

Después de París, Iván había vuelto a sus aventuras, a las propias andanzas de quien se denomina
espíritu libre sin priorizar a las mujeres. No supo qué sería de él durante los próximos meses, pero
tampoco le importó mucho puesto que vivía en el presente al borde del ahora mismo y, emprendedor
nato que predicaba con el ejemplo, después de seis meses de vivir como viajante de pintura por
Cataluña, se personó a las puertas de una editorial en respuesta de un anuncio publicado en la prensa
para salir el mismo día a vender enciclopedias por las casas.
Una vez le tomó el gusto a la actividad y dominó el procedimiento, propuso a la dirección
abrir mercado en Andorra y se instaló con un grupo competitivo al que se había encargado de
preparar. En tres meses había batido todos los récords: el mayor pedido en una sola vivienda, el mayor
número de contratos en un solo día, y la facturación habitual de un mes la consiguió en una sola
semana de trabajo intenso. Y sin devoluciones. No hubo anulaciones de pedidos. Iván estaba
satisfecho y sus superiores todavía más. Había llevado cultura a los hogares de muchas familias y pudo
costearse su tercer automóvil: un Ford PROBE Turbo de 36 válvulas (atrás había quedado el Golf GTI
24 válvulas y el Zeat 128 SPORT como el de su padre).
Su autosuperación era permanente pero no comentaría su estado de gracia con su amigo
porque le parecía aburrido. Cuando había tocado techo necesitaba un nuevo reto y se centraba
exclusivamente en dicho reto. Prefería hablar de la promesa de una conquista que del éxito obtenido.
El triunfo de ayer era viejo para Iván.
Aunque vivía en una fantasía no se permitía soñar. Extendía los dedos de los pies para tocar el
límite de la cama. Confiaba nada más en la realidad, en lo posible, en lo alcanzable, aunque sus metas
estaban por encima de la media habitual. Se fiaba exclusivamente de sí mismo. Era impenetrable, en
apariencia extrovertido, pero solo como fachada. Celoso de lo suyo no permitía el acceso intimo.
Arrojado y de vibraciones positivas, ansiaba el propio progreso pero no tenía una idea clara
del significado de esa palabra. Para él, progreso era mejorar su situación económica y acceder a los

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lujos y comodidades que permite el dinero. Sabía que el dinero no hace la felicidad pero estaba
convencido que ayuda considerablemente.
A los veintidós años impresionaba por su magnetismo. Era un ser intenso y de una terrible
seguridad en sí mismo. Fácilmente demostraba que podía dominar cualquier situación por compleja
que pareciera. Excesivamente detallista, impetuoso y un tanto fanático, cabria la posibilidad que se
convirtiera en un agitador de la sociedad, en un ser que hace tambalear los cimientos de lo establecido
rompiendo aquello que ya está estructurado e instaurado. Iván amaba los retos.
Y su brioso temperamento autoritario e intransigente no conocía los términos medios.
Mantenía bajo control su explosivo genio que solo se manifestaba con furia incontenible al ser
hostigado o cuando era coaccionado por alguien. Si le provocaban, reaccionaba de una manera tal
que su huella quedaría perpetuada de una u otra manera en su agresor convertido en una víctima
segura.
Admirado por sus aptitudes en las relaciones interpersonales y el comercio, al ser ambicioso y
extremista, de los que no se conforman con medianías, en su vida planearán distintos proyectos y
negocios siempre “empresas a lo grande”, haciendo presagiar una vida aventurera y entretenida.
Su carácter sociable y optimista atraía a toda clase de personas a las que le gustaba desconcertar.
Se había convertido en su deporte favorito. No quería que lo encasillaran con cualquier tonta etiqueta
y variaba repetidamente su disfraz intencionadamente porque se consideraba único.
Acostumbrado a ser el más popular, el que corría más rápido, el más guapo y el que ligaba
más chavalas, el que más alto saltaba, el que lanzaba la piedra más lejos, el que más tiempo aguantaba
bajo el agua, todavía el de las hazañas y las conquistas, pensó que ser el punto neurálgico desde donde
las situaciones nacen y entorno a quien se mueven era su razón de ser y su finalidad.
Iván podrá alcanzar sus metas, aunque será a un precio muy elevado. Porque si no aprende a
vencer esa superficialidad terminará sus días utilizando y sirviéndose de los demás gracias a su encanto
y simpatía y el éxito pronosticado, pero jamás conseguirá ser pleno si no accede a cierto nivel de
moderación y autodisciplina. Anteponiendo sus necesidades a las necesidades de los demás, al final
del camino terminará por sentirse profundamente insatisfecho. Puede sufrir graves problemas
emocionales y nerviosos si no se atiende hasta el punto de frustrarse enormemente, tal y como ya le
ocurría cuando las cosas o las personas no resultaban como quería. Y habitualmente resultaba de esta
forma. Y decepcionado proseguía. Y seguía adelante sin detenerse.
Pero Iván, al igual que Oscar, estaba obligado a elevarse sobre las miserias humanas y dar a sus
semejantes algo más valioso que el dinero.

Otro trago. Otro pedazo de melón.


_ Me estás diciendo, amigo Iván, que considere que es lo que quiero de la vida y entonces sabré hacia
donde debo dirigirme, ¿es eso?
_ Claro Oscar, es así de sencillo. Puedes obtener aquello que te propongas. El único obstáculo serás
tú mismo.
_ ¿Y si muero en el intento?... ¿y si fracaso?
_ Caerse es una opción, levantarse una obligación.
_ Pero vale más ser cobarde un minuto que lisiado el resto de la vida –dijo Oscar.
_ Don fracaso es ciervo herido al que las flechas dan alas.

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_ ¡Bonito!
_ Lo importante del fracaso no es el fracaso en sí, sino qué se hace a continuación: asumirlo o
conformarse, aun habiéndote quedado paralítico. Quien se levanta de nuevo dispuesto a volver a
empezar desde el principio, no haya nunca el fracaso y si por el camino se estrella puede sentirse
satisfecho porque ha sucedido mientras luchaba. Quien no se aventura no cometerá nunca un
error. Si sabes por lo que luchas, aunque pierdas, nada más pierdes en apariencia. Es mejor la
sensación de fracaso que la que deja el remordimiento por aquellas acciones en las que creías y
no te atreviste a llevar a cabo –y para darle un apunte más explícito añadió-. Oscar cágala, pero
cágala con tu propia mierda.
Sonriéndose mutuamente realizaron un brindis levantando las copas al viento. Las estrellas se
reflejaron en el cristal.
_ Probablemente tienes mucha razón Iván. Quien no juega no se equivoca. Quien no coquetea con
la dificultad no podrá ser sancionado. Todo tiene un coste. También una ganancia. Sí... te miro y
lo veo. Valiente es aquel que percibe la gloria y el peligro por igual.
_ Pero debemos tratar la vida como si fuera un saxofón –apuntó Iván-. Me refiero a que una persona
puede hacer saltar notas armónicas y otra persona notas discordantes y no obstante, nadie puede
decir que es culpa del instrumento. Aunque pareció que no te hacía ninguna promesa... Más o
menos esto es lo que aprendí de tu enseñanza en París. Y me he cuidado de interpretar mi vida
con mayor sensibilidad para mejorar el sonido buscando que sea vibrante y arrebatador aparcando
a las mujeres para abrirme en dimensión.
_ En este punto coincidimos. La vida es una pieza delicada de artesanía. Si la trabajamos
correctamente, producirá belleza, pero si la tratamos con ignorancia y menosprecio producirá
fealdad. Pero vas a permitirme que sea duro contigo.
_ Adelante Oscar, ¡sin anestesia! El verdadero amigo dice lo que el otro no quiere escuchar –y
asintiendo con la cabeza le invitó a que prosiguiera.
_ Es tu profunda sensación de inseguridad y soledad lo que te impulsa a vivir de la manera incesante
que te caracteriza.
_ También puede moverme la ambición y las ansias de riqueza –apostilló Iván velozmente con una
mirada maliciosa de quien ha conseguido devolver la pelota.
_ Das esa imagen de ejecutivo agresivo pero en tu interior tú no eres así. Eres esclavo de tu pasión,
de tu falta de entendimiento contigo mismo.
Y haciéndose el enfadado Iván exclamó:
_ Pues yo a ti te veo un poco parado –y retomó el tono serio y profundo que requería la charla para
decir-. Tú eres un poco pasivo Oscar. Alguien que permanece sentado en estado contemplativo.
Pero... no produces nada. No eres rentable para la sociedad a la que perteneces.
_ Soy bueno en lo que hago. Tendrías que hablar con el responsable del bufete. Los beneficios...
_ No si voy por lo de reflexionar a cada rato! Por tus análisis encerrados...
_ Esta actitud concentrada que practico es la actividad más elevada, porque es la actividad del alma y
solo es posible bajo la condición de libertad e independencia interior. Tú deberías fijarte semejante
propósito. Empieza a dialogar contigo Iván. Experiméntate a ti mismo en vez de vivir en el
exterior persiguiendo quien sabe qué clase de vivencias –hizo una pausa antes de continuar
mientras le tocaba una pierna asumiendo que esa misma actividad la tenía un poco abandonada-

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. Creo que tú eres el pasivo porque eres objeto de motivaciones de las que no te percatas. Ellas
dominan tu actividad y no tú, en serio Iván.
Y se hizo un largo silencio exento de tensión. Era aproximadamente medianoche. Todos dormían en
la quietud de la noche bajo un cielo estrellado. Oscar e Iván terminaron la última rodaja del melón,
pero siguieron bebiendo. Uno mucho más que el otro.
_ Sabes una cosa –dijo Iván-, creo que en cuanto nos afiliamos psicológicamente a un culto, éste
empieza a ejercer presión sobre nosotros. Yo no quiero que nada me atrape por eso corro y corro
sin detenerme.
_ Podría decirse que eliges ser como el lobo solitario que se distancia de la manada.
_ Algunos piensan que vale la pena formar parte de un grupo porque los miembros se recompensan
recíprocamente con amistad y aprobación, pero sólo cuando uno se ajusta al modelo y al estilo
de vida del grupo. Y esto es algo para lo que yo no he nacido.
_ Sin duda has nacido para algo grande Iván.
_ No sé... pero sé que no quiero márgenes a mi alrededor. Los grupos suelen castigar con el ridículo,
el ostracismo, y otras penas mayores a los miembros que se apartan. Yo soy un tipo demasiado
versátil para encajar y permanecer inmutable. Soy difícil de ubicar. Repelo la casilla fija y cerrada.
Prefiero encontrar mi camino a ser zarandeado por las promesas psicológicas de terceros –Iván
avistaba una agresión.

Aquella noche la denunció abiertamente ante su buen amigo porque la mayoría de colectivos
prometen calor humano, compañerismo, incluso un sentido de comunidad, sin embargo, eso
también lo ofrecen los anuncios de cerveza o desodorantes. Iván no se dejaba engañar. Jamás quiso
“integrarse” por la tendencia de las agrupaciones a rechazar información nueva, puntos de vista
distintos o conceptos revolucionarios que desafiaban ideas demasiado preconcebidas y estructuradas;
ideas que Iván denominaba como principios envasados. Los colectivos no quieren oír cosas que
puedan trastornar su elaborada organización de creencias. Algo que también le había sucedido a
Oscar cuando quiso incorporar nuevos comportamientos entre sus camaradas, hasta que optó por
silenciar sus palabras. Pero a diferencia de Oscar que se recluía, Iván se embravecía y gozaba siendo
un elemento de disonancia.
_ Si nos despistamos –dijo Oscar- podemos convertirnos en una persona diferente, hasta que
nosotros mismos llegamos a vernos diferentes y nuestros viejos amigos, los que nos conocían
fruncirán las cejas porque cada vez les costará más reconocernos y, en realidad, nos adulteramos
cuando renunciamos. Nosotros experimentamos una creciente dificultad en identificarnos. Iván,
tú cabalgas en el cambio permanente, te encaramas hasta la cresta de la imprevisible ola para
permanecer estático viendo el cambiante paisaje... pero por muy pocos segundos, porque el
remolino te engulle revolcándote bajo el agua.
_ El cambio no es sólo necesario para la vida. El cambio es la vida misma. Y por esto mismo la vida es
adaptación: autotransformación continua.
Iván hizo una pausa larga. El paréntesis dio paso a la intervención de su amigo Oscar.
_ Sin embargo, la adaptabilidad a la que te refieres tiene sus límites. Cuando alteras tu vida, cuando
contraes y rompes relaciones con lugares cosas o personas, cuando te mueves inquietamente por
la geografía de la organización social, cuando adquieres nuevos datos y otras ideas, te adaptas,

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vives, pero Iván, como te digo... hay límites finitos. No somos infinitamente elásticos mi buen
amigo y te lo digo con cariño. El estímulo excesivo puede conducir a comportamientos extraños
y contrarios a la adaptación. Cada respuesta de reorientación, cada reacción de adaptación te está
exigiendo un elevado coste, un terrible desgaste emocional... incluso ético y moral Iván, ¿no te
das cuenta?
_ Será bueno que tú también lo tengas en cuenta porque pagarás un precio Oscar. Todos los excesos
son malos, ciertamente, y resistirse al cambio de manera reiterada puede ser todavía más doloroso
que especializarse en jugar con el permanente cambio, ¡te lo aseguro!
_ Si pero cambio... no es sinónimo de mejora Iván. Tal vez yo no muevo ficha, pero cuando lo hago,
gano. Voy sobre seguro.
_ ¿Seguro? El francotirador realiza un acierto con cada disparo, pero a ti te dan miedo las armas. Sólo
disparas tu máquina de fotografiar. Déjame continuar con un ejemplo. Mira Oscar, yo creo que
la decisión programada es rutinaria, reiterativa, demasiado fácil de tomar. Imagínate un viajero
esperando en el andén la llegada del tren de las 8’05”. Subirá al vagón como lo viene haciendo
desde siempre. Como resolvió hace mucho tiempo que ese tren era el que mejor le convenía para
su necesidad, su decisión actual de tomar ese tren está ya programada y más que una decisión es
ya un reflejo, un impulso automático. Yo quiero hacerme preguntas que exijan respuestas no
rutinarias, preguntas que me obliguen a tomar decisiones únicas y originales que establecerán
nuevos hábitos y normas de conducta precisas más correctas. Quiero ver el calendario de horarios.
_ Pero si predominan las decisiones no programadas, si te enfrentas con tantas cuestiones nuevas que
la programación resulta imposible, entonces la vida se vuelve dolorosamente desorganizada,
agotadora, y llena de incertidumbre, quizás, incluso de angustia y un autentico caos y esta
situación llevada a su extremo terminará en psicosis... a ti que tanto te gusta el cine, recuerda la
famosa película del maestro del suspense Alfred Hitchcock. Recuerdo como termina Norman
Bates. Loco.
_ ¡Me agrada la locura!
_ Estamos en Grecia, nada en exceso mi buen amigo.

Y un silencio suave se perpetuó para acariciarlos por la espalda desde la cintura hasta la nuca. Eran
aproximadamente las dos de la madrugada. Los demás continuaban descansando en una noche
estrellada. Terminaron la botella de güisqui. Iván había bebido tres veces más que Oscar.
_ ¿Estás de vacaciones Oscar?
_ ¿A que viene esta pregunta idiota Iván?... ¡estás borracho!
_ Yo creo que en la escuela de la vida no hay tiempo para las vacaciones. Reconozco que soy muy
radical en mis posicionamientos, sin embargo, me considero una persona flexible porque escucho
con atención a los demás, y soy tolerante con sus planteamientos. Intento comprender los puntos
de vista de las demás personas sin censurar ni criticar. Así es como reafirmo mi actitud –y viendo
que Oscar no decía nada continuó su exposición-. Quiero una vida sencilla pero necesito
complicármela de cuando en cuando, de lo contrario no me siento satisfecho. Me gusta hacerlo
para comprobar que puedo solventar los problemas, curioso, ¿verdad?
Oscar se limitó a encogerse de hombros pero no abrió la boca. Pensó que el peligro es la oportunidad
para los hombres de coraje. No le dijo que él era uno de los pocos que se perfilan como verdaderos

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hombres de coraje, del cual el mundo está tan necesitado. Simplemente escuchaba con atención a
Iván.
_ Se perfectamente que cuando termine de cambiar estaré acabado porque la evolución del ser
humano no tiene fin –y calló un rato para ver si Oscar participaba.
Se abrió un espacio vacío que no tardaría en llenarse.
_ Iván, la adversidad puede ser muy grande, pero el hombre lo es más todavía y puede con ella. Jamás
he visto a un ser salvaje compadecerse de sí mismo. Y no sé bien por qué.
_ Porque vivir con miedo es vivir a medias. Las cosas no salen por casualidad ni de forma espontánea.
Las cosas son el fruto del trabajo disciplinado, de la fe en la búsqueda, de la perseverancia en el
empeño. Y salen cuando hay sacrificio. Tu mundo real Oscar, está en tu mente latiendo desde lo
más profundo de tu corazón, pero no veo que se refleje en tu actuación. Tu comportamiento no
habla como lo hace tu ser interior. ¿Eres honesto contigo mismo? Dime Oscar, ¿eres feliz?...
_ La felicidad es como una sábana que deja al descubierto una parte de tu cuerpo. Cuando intentas
taparte los hombros, al estirarla, te quedan al descubierto los pies.
Oscar hizo una pausa al tiempo que se levantaba y estiraba los brazos apuntando al firmamento con
los dedos extendidos como si realmente quisiera tocarlo.
Llevaban muchas horas sentados, pero su conversación no tenía fin.
Oscar no podía mantener los labios sellados.
_ Entiendo que ser deshonesto es ser falso o ficticio, una especie de impostor. Estoy convencido que
estoy hecho de buena pasta. Por esto reconozco que no soy todo lo feliz que puedo. Quizás
necesite una sábana más grande. Debo ser honesto... sobretodo contigo mi amigo. La honestidad
expresa respeto por uno mismo y por los demás. Tiñe la vida del color de la confianza y del sonido
de la sinceridad. Toda actividad social o empresarial requiere de una acción concertada, de lo
contrario, se adultera cuando la gente no es franca.
_ Sí, sí, por ahí voy yo, por lo profesional, ¿te dedicas realmente a lo que te gusta o estás amarrado al
pasado y actúas por inercia como tributo a tu padre?
Oscar no le respondió. Seguía de pie.
Anduvo hasta el extremo del Aristos. Se paró. Se sentó en el suelo de la cubierta y permaneció
largo tiempo reflexionando.
Pasaron veinte minutos y todavía permanecía quieto y pensativo hasta que se incorporó, y
con la misma lentitud, recorrió la cubierta del velero. Y cuando llegó hasta Iván, le habló.
_ Pues no lo sé, ...no sabría contestarte.
_ Tú sabes actuar justamente. Persigues la verdad desde que tengo uso de razón. He caminado a tu
lado aun en la distancia Oscar. Nuestra amistad está por encima de las barreras físicas y psíquicas
y algo me dice que tú no eres abogado.
_ Iván, me estoy preparando para juez.
_ Pero Oscar, define qué tipo de persona eres y cuál te gustaría llegar a ser y trabaja a partir de ahí, no
sentado en lo alto de un sillón del Tribunal Supremo. Has sido tú quién ha hablado de honestidad.
Nada más si consigues ser el amo absoluto de tu persona tendrás autoridad para participar en la
vida desde la más pura esencia, y, ¿no es en esto, precisamente, en lo que tú siempre te has
concentrado?
_ Creo que sí –musitó indeciso Oscar un poco aturdido.

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_ Pues como su señoría, con el mazo en una mano y los libros de leyes en la otra, negarás tu evidencia.
Y con el pasar de los años te darás cuenta que efectivamente no eres todo lo feliz que habrías
podido ser. Oscar, Oscar, mi buen amigo Oscar. Los humanos hemos inventado reglas para
quebrantarlas. En estos momentos se están cometiendo dos crímenes, pero en el primer caso, el
ladrón que roba por necesidad, probablemente no se haga con el suficiente dinero para comprar
su libertad. En el segundo caso que se repite año tras año, por ejemplo, un industrial vierte
residuos tóxicos en el río a sabiendas que contamina e infringe la ley y será condenado, pero la
multa que pagará no es ni el cero coma cinco por ciento del dinero que se ahorra escupiendo sus
excrementos en la cara de los demás, simplemente, porque puede contratar a un abogado que
encontrará una artimaña donde esconderse, porque si se busca siempre se encuentra un agujero
legal. Por tal motivo no creo en las leyes. Cuando no son insuficientes, sólo afectan a una capa
concreta de la sociedad. Quienes las hacen se benefician. Me da asco. Si creo en una justicia
universal pero no en la ley con la que pretendes administrar justicia. ¡Hay que cambiar el sistema!
_ Un error no se convierte en una falta grave hasta que no lo ignoras.
_ Pues que te crees que hacen los hombres poderosos. Tiran la piedra y esconden la mano señalando
una víctima que colgar en la plaza pública. No sólo ignoran, si no que actúan de manera
intencionada, y eso no es una falta, es el drama humano. Hay dos instituciones de las que quiero
mantenerme tan lejos como me sea posible: las entidades financieras y los tribunales de justicia.
Los bancos por su flagrante usura. Te dan un paraguas que te quitan cuando comienza a llover. Y
los tribunales, por su nefasta actuación en terribles casos como la presa de Tous o el aceite de
colza. Hacen perder el tiempo y el dinero de la gente sin recursos con falsas esperanzas, qué bajeza!
Estos dos poderes fácticos me repugnan sobremanera –Iván se había excitado. Le hervía la sangre.
No soportaba las injusticias.
_ No odies tanto. El odio sólo perjudica. Es un sentimiento que te pudre por dentro. Y a quien va
dirigido, sea una institución o una persona, probablemente no le afectará porque no se enterará
y si lo hace, le traerá sin cuidado tu opinión. Al margen de tus sentimientos, bancos y tribunales
existirán eternamente Iván. No cojas mala sangre o te harás viejo enseguida.
_ Odiar, yo... eso me daría dolor de cabeza. Y ah! Únicamente es viejo aquél que en vez de proyectos
tiene recuerdos –intentó relajarse un poco antes de continuar-. Pero volviendo a tu naturaleza
Oscar, creo que no debes ir contra ella. Estoy seguro que no has rozado su delicada textura. Tienes
necesidad de realizar obras, lo dicen las inquietudes de tu pensamiento que no desfallece. ¡Pues
despierta sensaciones y sentimientos en la gente en vez de silenciarte!... ¿a qué esperas? Si no te
desprendes de tu energía explotarás. ¿No te gustaría ser nómada como yo? ¿Buscar hasta encontrar
surcando toda clase de mares?
_ No se si quiero ser tan bohemio. Me gusta descubrir, pero me asusta explorar territorios perdidos
si también hay que experimentar en la propia carne ciertos peligros. Prefiero el trabajo científico
de laboratorio. Menos arriesgado. Analizo síntomas y fabrico antídotos que eliminen los
devastadores efectos de mis células malignas. Soy astrónomo. Yo no soy un astronauta como tú.
_ Pero Oscar, que sepas que yo no paso por alto que haces mucho menos de lo que podrías llegar a
hacer si te decidieras a lanzarte, a explorar el universo. ¿Por qué no te diriges abiertamente hacia
aquello que sí puedes dar, para lo que vales! No defraudes a la vida. No actúes como si te quedaran
todavía cien años de vida.

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_ ¿Consideras que saturo mi existir con actividades secundarias? ¿Crees que tiene poca trascendencia
ganar un difícil pleito? ¿Sabes cuantas personas agradecidas estrechan mi mano cada mes? ¿Pero
qué te pasa?...
_ Creo, sinceramente, que puedes dar mucho más. Creo que tu actualidad cotidiana te obliga a que
lo mejor de ti se quede oprimido en tu pecho. Aquello para lo que estás más capacitado y que
probablemente el mundo tenga necesidad, aquello que la gente reclama para lo que posiblemente
estás predestinado, como regalo a tus semejantes, algo magistral y desconocido hasta ahora... ese
proyecto existencial... es nada más una semilla que debes alimentar. Construye algo nuevo porque
tú puedes hacerlo Oscar.
Iván se incorporó. Se acercó al timón. Y se volteó para mirarlo fijamente clavando los ojos en sus
ojos y lo hizo. Realizó un movimiento clarificador al tiempo que decía con una voz
exageradamente honda salida de ultratumba
_ Pega un golpe de timón... un cambio de rumbo de tan sólo unos grados al principio de un viaje
supondrá una posición considerablemente distinta mar adentro.
El velero todavía se tambaleaba a causa del golpe de timón.
_ ¿Debo estudiar nuevas asignaturas?
_ Debes seguir estudiándote a ti mismo y continuar aquello que expresaste en tu juventud. Haz tu
recorrido habitual de manera diferente. Vive lo ordinario de una manera extraordinaria. Oscar,
sin tu propia auto aceptación, nunca podrás asumir la soberanía y la fortaleza indispensable para
ser realmente auténtico acogiendo la vida como un obsequio. En nuestro encuentro en París, te
definiste magníficamente: “un ser con potencial sumamente potente” dijiste. Responde pues a tu
especial llamada. Pon a trabajar tu voluntad y tu inteligencia. Sigue tu impulso espiritual que sé
que es muy fuerte. Solamente así encontrarás tu ansiada armonía porque Oscar, tú eres un ser
exclusivo. Y si sabes quién eres sabrás a donde ir.

Con disimulo empezaba a nacer un nuevo comienzo. La tenue luz del día iluminó la oscuridad
nocturna. Un amanecer lleno de promesas y bendiciones se mostraba con los primeros rayos de sol.
La chica del pelo largo hasta la cintura salió del interior del velero medio dormida. Aún se frotaba los
ojos cuando Iván la cogió en brazos y saltó por la borda con un grito que ensordeció el silencio. El
mar abrió sus fauces para tragárselos.
_ Quise tener un feliz despertar y necesitaba desvelarme junto a ti preciosa –le dijo mientras ella lo
golpeaba en el pecho una vez hubieron subido a bordo, llena la boca de griego y los labios de
Iván.
Se encaramó hasta la punta del mástil y voló para besar el fondo del mar mientras Oscar se lavaba los
dientes junto a la otra griega que se burlaba por lo sucedido enojada con Iván porque no se lo había
hecho a ella. Y pasaron el día navegando.
Y a ese día le siguió otro, y otro, todos igual de intensos, calurosos, mojados, visitando una
isla tras otra y refugiándose de noche en la cala inmediata más tranquila donde llegaban olas de agua
cristalina.
Colocaban el velero en posición estratégica; una especie de culto esotérico que practicaba el
capitán.

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El último día lo pasaron en tierra firme en un pequeño pueblo de pescadores familiares de las chicas,
y a la orilla del mar comieron musaka y suplaki y ensaladas sin hojas de lechuga deliciosamente
aliñadas con un espléndido aceite de oliva. Grecia es un país reconocido mundialmente por la
construcción de gran cantidad de magníficos barcos y la exportación de mármol de calidad, no sólo
por las grandes extensiones de aceituneros.
Durante la velada estuvo presente el vino que tumbó a Oscar a su llegada cuando desconocía
la costumbre que deben llenarse los vasos por la mitad. A los griegos les gusta servirse varias veces
porque así parece que beban más.
Se mantuvieron con los pies descalzos con el agua remojándoselos durante la cena y luego de
reír y cantar y de bailar y bailar en la arena, probaron el agua ardiente tradicional del lugar, y más
tarde, los dos amigos se alejaron.
Uno llevaba bajo el brazo una botella de güisqui por estrenar. Bajo el brazo del otro se
ocultaba un magnífico melón que habían abierto previamente para asegurar su paladar. Hicieron una
hoguera y se tumbaron en la playa y durante un buen rato ninguno habló. Ambos contemplaban las
estrellas.
_ No llores si no ves la luz del sol porque tus lágrimas no te dejarán ver la luz de las estrellas –inició
Oscar la conversación con ésta bonita frase de Rabindanat Tagore.
Inmediatamente añadió Iván.
_ Aunque no llore, no serán mis lágrimas quienes privarán esa luz, sino los altos edificios de la gran
ciudad. Ellos serán los culpables de que no vea las estrellas tanto como la polución que opaca el
cielo.
_ Tu siempre tan pragmático Iván –le dijo al tiempo que le hacía cosquillas.
_ Debemos ser realistas –gritó mientras huía rápidamente de su amigo alzándose de pie y echando a
correr.
_ Pero querer es poder. Esta es una frase que a ti te gusta mucho.
_ Sí, mientras no le tengas pánico a ser libre –contestó todavía lejos.
_ Iván, tú... ¿tú le tienes miedo a la libertad?
_ Recuerda amigo mío que yo le he perdido el miedo al miedo. Te lo expliqué en París –y se acercó
a su amigo para señalar-. Cuando le hablé enojado directamente a la cara resulta que ya no estaba,
le gané, rápidamente lo comprendí –se acomodó a su lado-. La libertad puede volverse una carga
muy pesada. Algunas personas intentan esquivarla, y consiguen eludirla, subordinando sus
acciones durante toda la vida. Siguen las directrices de terceros, de los que aparentemente parecen
más fuertes. Escuchan y admiten indicaciones porque así no tienen que utilizar su propia
iniciativa. Son los que se refugian en el grupo, en la seguridad del colectivo. Ensalzan la libertad
mientras besan sus grilletes.
_ Estoy de acuerdo contigo Iván, yo también creo que mucha gente no quiere asumir
responsabilidades de ningún tipo –le dio un pedazo del jugoso melón. Se cortó otro igual para
él.
_ Existe la facultad de escoger por nosotros mismos desde la más tierna infancia, pero mucha gente,
principalmente las personas que sus padres no potenciaron la posibilidad de elegir libremente, les
entran dolores de estómago cada vez que tienen que tomar una decisión importante hasta el

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punto de aplazarla al día siguiente de manera reiterada –sorbió un trago de güisqui directamente
de la botella-. El mañana es el refugio de los cobardes –añadió entonces.
_ Y el de los holgazanes –apostilló Oscar-. Tal vez, al fin y al cabo, yo no sea más que un holgazán
temerario. Pero es que en ocasiones no sé a que te refieres cuando...
_ A mí me gusta la libertad! Es más, la preciso tanto como el aire que respiro porque la libertad escrita
con mayúsculas, es una de las condiciones más apreciada por los animales y yo, soy un poquito
animal –se hizo pasar por una gallina, un caballo, un cordero, además de un loro, un gato, un
perro y un asno, dejando perplejo a Oscar ante el fantástico repertorio de animales que de haber
cerrado los ojos, los sonidos le hubieran sugerido una granja-. ¿Por qué espantar la autonomía?...
si es la oportunidad de gobernarse a sí mismo. ¡Tú debes ser tú para ti mismo!
_ Interpreto que para ti Iván, la libertad es una meta conquistada cuando para la mayoría de las
personas se trata de una amenaza terrible y peligrosa. Pero quizás esta innata independencia tuya
no sea más que un capricho con en el que te empecinas.
_ Oscar, que las demás personas, en general, respiren un desesperado anhelo de sumisión, una
obediencia pusilánime arropada por su docilidad y conformismo, solo contribuye a la existencia
del fenómeno del tirano, simplemente porque les resulta más fácil que sean otros y no ellos
quienes tomen las decisiones y carguen después con las consecuencias, buenas o malas, pero fíjate
que cuando están jalonadas de éxitos, entonces les embarga un sentimiento de continuada
hostilidad, apareciendo esa sensación de odio y amor al mismo tiempo porque otro ha hecho
algo que ellos no se atrevieron a hacer, aunque pudieron, pero tuvieron miedo. Y el miedo es un
lastre pesado.
_ Me haces pensar en el sistema medieval –señaló Oscar-. La sociedad feudal, cuando cayó, tuvo un
doble resultado porque dejó al individuo completamente libre para que hiciera aquello que quería
pero a su vez, le arrebató su seguridad, le privó de la estabilidad de la que se beneficiaba, de su
sentido de pertenencia a una forma de hacer y de ser, arrancándolo del mundo que había
satisfecho sus necesidades. Y entonces, esa gente se angustió... porque realmente eran libres.
_ Pero ese individuo era libre para pensar, libre para hacer con su vida “algo”... no lo que le exigía o
mandaba hacer su gran señor, si no aquello que consideraba apropiado según el propio criterio
personal, sin obligaciones ni drásticas imposiciones. Creo que tuvo miedo a esa emancipación
porque nadie le había enseñado qué era la libertad. No sabía cómo se disfruta de la libertad. Me
gustaría dar largas clases sobre este tema –y se incorporó para lanzar unos troncos al fuego.
_ Creo que este aspecto de la vida lo dominas sobradamente Iván. Si hubieras nacido en la época
medieval, hubieras sido la oveja negra descarriada del rebaño que lo hace para mostrar otra
opción. Hubieras sido maldecido por ello. Pero, ¿te imaginas?...
_ No me da miedo ser diferente o que los demás me vean distinto y me increpen. No pienso
abandonar uno de los ejercicios más rigurosos de la vida. La libertad es un instrumento que tengo
en mis manos y lo guardo como si fuera mi más preciado tesoro. Y tú, Oscar, ¿ejerces tu derecho
a ser libre o eres otro marginado más, confiesa a hora o nunca!
_ Yo me autocontrolo –se apresuró a decir-. No creo que por ello mi libertad esté recortada. Intento
hacer en cada momento aquello que entiendo que debe ser lo más correcto.
_ ¿Pero correcto respecto a qué... a quién? ¡Conduces tu vida con el freno de mano!

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_ Mi vida no es como la tuya que va a trompicones. El autocontrol es saber dar lo mejor de ti mismo
en cada situación.
_ Pero si estás inmerso en tu situación de...
_ ¿Qué quieres decir? No entiendo Iván –de repente Oscar se había molestado.
_ Yo voy en busca de situaciones en las que me sumerjo y a las que me adapto hasta encontrar la
“mía”, en cambio tú... ya te digo, estás estancado. Yo soy como un río que fluye por el monte en
busca del mar abierto, pero tú, Oscar... tú eres un estanque cerrado. No eres agua fresca en
movimiento.
_ Pero en mi estanque nacen renacuajos, se bañan los niños, se provee a los hogares con el agua del
embalse. ¡No conseguirás hacerme llorar!
_ Llorar es bueno. Pero es mejor llorar mientras se trabaja sembrando una nueva cosecha que hacerlo
sentado de brazos cruzados por la cosecha perdida.
_ Tus ideas son como caballos salvajes que saltan y asaltan Iván.
_ Pero las educo con paciencia y no me importa que me tiren de vez en cuando golpeándome de
bruces contra el suelo.
_ Pero te vas de un lado a otro mientras brincas. Mira tus empleos. Eres un culo que no puede
permanecer quieto en una silla, ¿por qué no te ayudas?
_ Nunca sabré de lo que soy capaz si no indago. Las cosas nos afectan si nosotros queremos y porque
así lo permitimos. El triunfo lo consiguen aquellos que exhaustos, son capaces de aguantar un
asalto más... con todos los limones que encuentro a mi paso haré una espléndida limonada, ¿no
entiendes?
_ Sospecho que contigo no hay quien pueda –y se incorporó para remover el fuego.
_ ¿Envidia?...
_ No tendría autocontrol si la sufriera. Los pensamientos obsesivos desencadenan dramas y tragedias.
Nuestra rivalidad, por ejemplo, es sana Iván. Hay que desterrar la envidia porque causa dolor a
unos y a otros.
_ No me gustaría ser maltratado por ti Oscar, pero si injustamente llegase ese momento, sepas que
reaccionaría con contundencia. ¡No me jodas Oscar, no se te ocurra nunca joderme!
_ Nunca es mucho tiempo Iván. No se me ocurriría intentar cambiarte la personalidad. Intento llamar
la atención sobre aquello que considero una equivocación, un error, y lo hago de manera
indirecta, pero ya veo que la sutileza no me acompaña. Soy de los que hacen preguntas en vez de
dar ordenes. Encontrar defectos es demasiado fácil.
_ Intenta practicar la crítica constructiva –señaló Iván-. Cuando aportas ideas positivas en vez de
problemas sostienes el mundo en tus manos. Mira, yo no soy de los que precisen de la aprobación
de los demás. Lo que tú piensas de mi Oscar, no es más importante que mi propia opinión. Mi
autoestima es mi mejor escudo contra los envenenados dardos que van a lanzarme con malicia
los despectivos entes que pululan por la sociedad. La libertad de expresión es asimismo un
derecho, pero solamente para quien la enfoca de manera constructiva. Juicios de valor,
afirmaciones gratuitas, comentarios subjetivos... Yo no voy a alimentarme con semejante basura.
Son ellos los que se desacreditan -miró fijamente a Oscar-. No lo digo por ti amigo mío, pero es
muy habitual criticar a los demás con descarada hipocresía. Cualquier tonto puede hacerlo y de
hecho, casi todos los tontos lo hacen sin ni siquiera saber bien con qué finalidad.

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_ Probablemente para evitar mirarse al espejo –dijo Oscar-. Sabes, yo también tengo imperfecciones.
_ Pero yo nunca intentaría ridiculizarte por ello. Jamás. Al contrario. Intentaría elogiar alguna de tus
cualidades, porque las tienes. No te censuraría. Ni protestaría. Ni tampoco me quejaría por tu
comportamiento si haces algo que me desagrada. Primero, sé que no lo harás, y segundo, tolero
y respeto mientras no me agredas intencionadamente y con maldad. A mí me gusta mucho que
me hablen de mi propia persona y si la aportación está llena de contenido y su perspectiva es
interesante, apreciaré el hecho aún cuando se hable de mis defectos. Incluso entonces lo
agradeceré. No admitir corrección ni recomendación es pura pedantería. Soy receptivo a la crítica
constructiva porque es el camino para mejorar. Puede ser que no vea algo y me gustará que tú,
Oscar, me lo expliques a tu manera, porque sé que no hay ánimo de ofensa en tu palabra.
Iván lo había advertido hacía rato, pero dejó que curioseara hasta que Oscar se sobresaltó al notar
inesperadas cosquillas en sus desnudos pies. Y encogiéndose, con su mirada clavada en la cosa vio
como Iván agarraba al gigantesco cangrejo con su mano cerrada presionándolo fuertemente para que
no pudiera mover las pinzas. Lo acercaba a la orilla para soltarlo junto a las rocas de donde había
salido a pasear cuando pálido bramó Oscar:
_ ¡Podías haberme avisado!... –pero Iván regresaba al lugar llevándose la botella de güisqui a los labios
apurándola hasta terminarla.

Aquella playa no permitió que el velero fondeara cerca. Gritaron padre e hijo desde la pequeña lancha
que comandaba un tío de las chicas, pero ni Oscar ni Iván contestaron. Simplemente levantaron sus
cabezas y ambos al unísono agitaron su mano en alto para saludarlos viendo como partían. Se había
acabado la leña y el fuego se extinguía.
_ Por cierto... ¿cuáles son las parcelas equivocadas de tu carácter Iván?
_ Serían la impaciencia y lo radical y exigente que soy –confesó sin titubear-. Me gusta tu pregunta...
te voy a contar algo, mira, yo reconozco básicamente ocho áreas que paralizan al individuo: la
nula autoestima, la búsqueda constante de la aprobación ajena, el absurdo sentido de culpabilidad,
la insatisfacción por incumplir las expectativas de los demás, la inseguridad abrupta, la codicia, el
odio y el miedo. Todas estas áreas son comportamientos autodestructivos de los que me gusta
prescindir. Por ejemplo, el sentido de culpa, es malgastar el momento presente dejándonos
inmovilizar a causa de un comportamiento que tiene que ver con una actuación pasada, por
consiguiente, algo insalvable que ya sucedió y quedó atrás y en cualquier caso ya no tiene
remedio. Continuar insistiendo te mantiene inoperante. Es como remover la mierda... bueno,
disculpa mi léxico. Lo que quiero decirte Oscar, es que yo no me sonrojo al afirmar que me amo.
No me importan los comentarios... así que déjame decir MIERDA si me apetece! Tengo seguridad
en mi persona y aborrezco la mentira.
_ Tengo la sensación que te has propuesto proporcionarte placer y satisfacción gozando de la vida en
plenitud de facultades. Pero permíteme. Aunque sea involuntariamente, sí mientes porque te
escondes detrás de la máscara, y pasarás a ser un producto acabado y precintado si consientes que
la sociedad te almacene en su galería de especimenes raros y... por qué no reconocerlo, se limitará
tu crecimiento humano si esto llega a suceder, ¿no te preocupa?
_ Oscar, quien se rebela, se rebela contra algo. Yo permanezco salvaje en estado puro. Varío mis
máscaras una vez se quedan obsoletas o están sucias y arrugadas. Las deshecho cuando ya han

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cumplido con su finalidad. No voy por ahí con la disculpa hecha a medida. No tengo porque. Me
limito a ser nada más. No me pre-ocupo. Me ocupo. Y no por ello me siento culpable, aun si mi
actitud hiere a los demás. No daño por gusto.
_ ¿Y si otras personas intentan inculparte respecto a algún incidente feo?...
_ Yo nunca me abandonaría a los deseos de los demás. El sentido de culpabilidad no es una manera
natural de operar, por eso es contraproducente. Lo importante es lo que yo piense y asumir mis
actos. No pienso caer en la trampa valorar más a los demás que a mí mismo. No voy a convertirme
en su víctima. Nunca podría ser pasivo frente a un explotador. ¿Tú eres vulnerable a la sensación
de culpabilidad? Piénsalo, ...sería una especie de autosuicidio.
_ Evidentemente que tal como lo presentas es un sentimiento nefasto –dijo Oscar-. Creo que nadie
me controla emocionalmente. Pero... ¡confiésame! Antes te he preguntado a cerca de alguna
parte de ti que admitas como equivocada y...
_ De niño fui un ladrón –asevera Iván.
_ ¿Cómo que fuiste un ladrón?
_ Obligado a quedarme en la azotea de la escuela por largas horas al mediodía, cuando la celadora no
me veía, me gustaba correr escaleras abajo escapando sin más intención que romper la
monotonía. En una ocasión, al abrir la puerta del aula encontré ropa en los colgadores. Metí la
mano para hurgar en los bolsillos. Lo repetí demasiadas veces, incluso en los vestuarios del centro
donde practicaba judo. Gastaba cada billete que hurtaba con avidez. Sin embargo, no me siento
culpable por eso. Pasó. De nada sirve avergonzarme hoy. Reconozco el hecho y la manera de
olvidarlo es comprometiéndome a no repetirlo.
_ ¿Pero no sientes remordimientos?... ¿no te sientes culpable de haber robado?
_ En vez de sentirme culpable por lo que ocurrió ayer, me propongo mejorar en el ahora mismo. Me
concentro en esta conversación. Me concentro en el aquí, en esta playa griega. En las estrellas. En
el rumor del mar. Y admito mi error para no volver al malestar de entonces, aunque si quieres
una confesión: me lo tomé como un juego, una manera de llamar la atención de los mayores
publicando que hacía lo que quería. Fui torpe para que me pudieran pillar, sí, lo sé ahora. Y a cerca
de los remordimientos... son una gran perdida de tiempo; tiempo que puedes destinar para cosas
maravillosas mucho más saludables. Evito caer en este oscuro y desagradable pozo sin fondo.
_ Tienes razón Iván, la culpa ocasiona presión y a menudo está injustificada. Y puede ser que provenga
de una interpretación equivocada o también puede ser que pretendan atosigarnos para
manipularnos inventando culpabilidades. Hay que reconocer un comportamiento erróneo para
no caer en la trampa.
_ Obviamente Oscar, una parcela del carácter que paraliza debe eliminarse, sin olvidar que un error
debe rectificarse y evitar que se repita, pero .... –y los dos exclamaron a la vez:
_“ ¡ SIN CULPA ! ”.

Tenían ganas de proseguir con la conversación pero ambos se vieron agobiados pensaron que
tendrían que nadar trescientos cincuenta metros en la oscuridad cuando vieron regresar al hombre
con las bolsas de sus sobrinas que iban a pasar unos días en el simpático poblado pesquero sin
completar la apuesta. Al recibir a su tío en la orilla, lanzaron una mirada furtiva a Iván antes de
adentrarse en la casa. Las dos se habían propuesto enamorarlo y las dos habían fracasado.

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_ La falta de autoestima es un grave problema demasiado habitual en nuestros días, y esto entorpece
el desarrollo de las personas –dijo Iván-. ¿Si tú no te amas a ti mismo como puedes amar a otras
personas? Debemos apreciar a la persona más emblemática y valiosa porque es primordial,
estimulante, atractiva. ¿Sabes de quién hablo Oscar?
_ De ti –y lo señaló apretando el dedo contra su pecho.
_ Sí, bien, claro, ...de mí, pero también hablo de cada uno de nosotros, de todos, todos somos seres
llenos de vida, gracia, belleza, fuerza, amor. No es malo amarse. Yo no permito que los
acontecimientos, la familia o la sociedad me mantengan a raya. Me expreso a mi manera, ni bien
ni mal, sino como yo sé hacerlo. Tal como nace de mí. Con mi criterio y mi propia escala de
valores lejos del qué dirán o del qué pensarán los demás.
_ Pero Iván, el consentimiento de los demás es agradable, reconforta.
_ Pero nunca es necesario Oscar. No es imprescindible para que tú disfrutes de la felicidad. Yo no
necesito buenas calificaciones, ni cartas de recomendación o títulos universitarios. Mi gesto avala
mi persona –se acercó a su amigo-. Oscar, tú debes sentirte bien contigo mismo y acostarte
tranquilo cada noche orgulloso de tus actos. Si puedes prescindir de la aprobación de los demás,
sobretodo de la búsqueda constante del consentimiento antes de hacer nada, como por arte de
magia, la inseguridad desaparecerá sin que ya nunca más te angustie y recuperarás tu lucidez, pero
si las opiniones ajenas son más importantes que las propias, sin duda perecerás, porque influirán
negativamente en todo aquello que realizas. Fíjate en un detalle: se acostumbra a hablar en
negativo, nunca se ensalza lo positivo. El mundo requiere de un mayor número de optimistas o,
más bien, de personas que midan sus palabras y no abran la boca si lo que van a decir no es más
bello que su silencio.
_ No se debe convencer a nadie que no sea uno mismo, ¿verdad? –Oscar se rascó detrás de la oreja-.
Sigues siendo tan espontáneo. No cambies nunca. ¡Sabes bien que eres irrepetible!
_ Ahora me saldrás con aquello de que conmigo rompieron el molde.
_ Iván, tú tienes opinión. Sabes como defenderla. Y la llevas a cabo. Eso tiene que ser muy
estimulante. Yo tengo ideas y sentimientos que no sé cómo hacer para que salgan al exterior, lo
reconozco. Puedo defender con plena convicción y seguridad mis planteamientos, pero no sé
exactamente cómo materializarlos, es cierto. Únicamente tengo argumentos. Creo que buenos
argumentos, pero sólo argumentos, bastante dispersos que de nada me sirven, bueno, en mi
trabajo sí me sirven.
_ Un buen día, no te darás cuenta y todos esos argumentos cristalizarán y saldrán a la luz pública y
será un momento de éxtasis por todos lados. No hace falta que desafíes tu individualidad, eso
déjamelo a mí. Acéptalo y resígnate. Constantemente estamos perdiendo y ganando algo.
Nuestra existencia, puede parecernos imperfecta, pero todo sube y baja permanentemente. No
son las cosas las situaciones o las personas quienes causan felicidad. La causa de la felicidad es la
forma como escogemos cada uno de nosotros de enfrentarnos a cuanto nos brinda la vida. Todo
mal nace de nuestra propia actitud respecto a eso. La suma de nuestra mente y de nuestro corazón
dirige nuestro comportamiento. Tú, amigo mío, eres todo pensamiento desde el sentir de un
corazón amable y yo, pura acción, la de un potro desbocado que corre por la pradera sin maldad,
pero que daña con su paso la hierba porque mis penetrantes pezuñas se clavan en la tierra dejando

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una huella imborrable. Juntos podríamos hacer un ser perfecto –y los dos se rieron escuchando
el sonido extraviarse en el horizonte abierto.
_ Pero deberíamos estar bien conjuntados –apuntó Oscar-. Unirnos. No que cada vez actuara uno
de nosotros sólo, ignorando la naturaleza del otro. No uno y después el otro sino ambos juntos
al unísono, ¿qué te parece?
_ ¡Pues claro Oscar, claro! Mira mi buen amigo, lo que te está ocurriendo no tiene porque gustarte.
Seguramente es parte de un proceso. La vida es dura y compleja y a menudo cruel, pero debemos
minimizarla, relativizar las cosas para que sea el máximo de confortable posible. Probablemente
sufrirás algún tipo de experiencia odiosa y repulsiva e incluso hostil, en un principio mala y
funesta, quizás una gran tragedia, pero esto que inicialmente es desagradable, negro, hiriente, a
la larga favorecerá tu crecimiento personal. Te hará madurar y comprender acercándote a la
verdad.
_ Iván, yo no quiero sentirme malhumorado, preocupado, enojado, disgustado o resentido. Sería
muy desgraciado si así ocurriera.
_ No lo hagas. Te convertirías en miseria humana, en un trapo sucio.
_ La entrega interior en busca de mi comprensión me lleva a una explicación indefinida que no
consigo descifrar, pero la acepto. Y me resigno. Eso es todo.
_ ¿Y te aceptas a ti mismo?
_ Bien Iván, pues, ...buena pregunta! No me desagrada mi apariencia física, aunque no sea Robert
Redford; ni mi capacidad intelectual, aunque no sea Albert Einstein; ni tampoco me desagrada
mi estado fisiológico...
_ ¿Aunque no seas quién?...
_ Déjalo. No quiero bromear. Sí. Me acepto. A nivel anímico, y respecto a mi salud con mis carencias
y debilidades. También me agrada mi profesión y la posición económica y social que he
conseguido gracias a ella.
_ Todas esas parcelas pueden analizarse por separado y sin embrago, todas ellas están relacionadas
entre sí. Eso configura tu autorretrato, una especie de puzzle de piezas grandes y pequeñas, de
varios colores, pero sólo que una de ellas esté mal colocada, todas las demás quedarán en
inarmonía. Francamente Oscar, creo que hay una pieza que ha sido presionada, ha entrado forzada
y a primera vista, encaja, pero cada vez ejercerá más y más presión con sus vecinas piezas hasta que
salte ese mosaico por los aires. Y cuando la equivocación venga a tu encuentro, mal decirte y
despreciarte, solamente te llevará al inmovilismo perjudicándote en grado mayor. La decisión
acertada será rectificar y no seguir, no repetir, pero asociarlo con la autoestima será un grave error,
porque a su vez incidirá en la autovaloración. Y provocará más inseguridad. Lo intuyo así, me
disculparás, pero es una melodía que susurra alguien desde un extraño lugar.
_ Rectificar es de sabios –afirmó Oscar con el tono muy bajo.
_ Yo creo que es de sabios no equivocarse. Tú sabes reflexionar, sabes hacerlo, pues no te quedes ahí,
hazlo en relación al resultado de tus acciones y sobretodo, acerca de la actividad que desarrollas.
Analiza tu conducta como tú muy bien sabes hacerlo. Tienes una personalidad propia y debes
defenderla. No te afierres a la comodidad de tu profesión. No creo que vayas a ser siempre
abogado. ¡Otra vez esta insolente señal!
_ No, únicamente abogado no. Ya te he dicho que quiero ser juez –su voz denotaba cansancio.

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_ Pero Oscar, cuando seas juez, deberás regirte por las leyes establecidas. No podrás impartir la
concepción de tu propia justicia. Tendrás que dictar sentencias siguiendo unos parámetros
preestablecidos. Y esas leyes cambian porque los legisladores así lo quieren pero eso nada tiene
que ver con La Justicia. Cuando “X” es considerado un fraude se modifica “Y” para que no afecte
a un miembro de la alta burguesía a quien han pillado por no hacer la trampa correctamente. Las
leyes las hacen unos cuantos para saltárselas desde el anonimato. Tú no estarás a gusto aplicando
normas con las que no estás de acuerdo. Tú tienes la capacidad de crear un reglamento propio y
personal. No tienes que pedir disculpas por ser distinto a los de tu generación. No precisas la
autorización de nadie para realizar tu obra –hizo una breve pausa-. Mírame a mí. Es imposible
pertenecer a esta sociedad sin de algún modo provocar la desaprobación de la gente. En la
actualidad se requiere de grandes dosis de confianza para mantener los propios ideales. Nunca
podrás complacer a todo el mundo aunque tengas muy buena predisposición. Y no puedes ser
esclavo de los demás. Sólo se vive una vez. Yo quiero hacerlo a mi manera. Tú también Oscar,
intenta actuar sin permitir que te coarten o te anulen. Tú serás tu peor enemigo tanto como tu
mejor amigo, además de yo, claro, pero Oscar, lo que intento decirte es que no necesitas a los
demás para subsistir... ¿me oyes Oscar?, ¿OSCAR? –pero Oscar había caído derrotado por el
cansancio sumiéndose en un profundo sueño.
Entonces se le acercó a la oreja y le dijo lo siguiente:
_ Amigo mío, estás en un callejón sin salida que acabará por matar tu esencia, disminuirá tu energía,
y malgastará tu talento sino despiertas. Despierta Oscar, despierta amigo mío mientras descansa
tu alma tranquila.
Iván le había pellizcado el alma con más fuerza que en París para que Oscar asimilara lo oculto de su
personalidad humana, aquello que forzosamente debía poner al descubierto para emprender por fin
el “afortunado trayecto”.

La vida va fluyendo y no espera. Iván se había agarrado con fuerza a su cola y zarandeado, daba
continuos bandazos de un lado a otro. No le importaba el ayer y mucho menos el mañana.
Solamente el presente y, muchas veces ni tan siquiera eso. Y sin pasado ni futuro no era correcto
llamarlo presente. El ahora mismo; ese espacio de tiempo era toda su vida, su razón. Nada escapaba.
Todo pasaba.
Iván no tenía tiempo de conocer a la gente en profundidad, necesitaba mucha gente para
saciarse, y todo era transitorio. En alguna película de ciencia ficción había escuchado el término
“transitoriedad” y, ciertamente, su agitada y promiscua vida carecía de relaciones duraderas.
Su vida se caracterizaba por una condición de elevada brevedad donde la duración de las
relaciones con sus semejantes, no solamente con las mujeres, se abreviaba cada vez más. Realizaba
cambios acelerados respecto a las personas, los lugares, los empleos. Incluso las ideas los objetos y las
estructuras organizativas se gastaban demasiado rápido. Consumía sin apenas masticar. Devoraba. Y
no conservaba nada.
Una frase de William James que decía -Las vidas fundamentadas en tener son menos libres
que las fundadas en hacer- le permitía dar alas sueltas a su imaginación desmesurada y se atiborraba
con sus necesidades temporales.

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Su dependencia para con los demás, se limitaba a un aspecto muy fraccionado del círculo de
actividad del otro y más que interesado en la personalidad de las personas con las que se cruzaba, le
interesaba exclusivamente la eficacia del zapatero en cuanto le satisfacía la necesidad de arreglar su
maltrecho zapato. Le tenía sin cuidado que su mujer fuera alcohólica o que a su hija la hubieran
intentado violar.
Definía en términos funcionales de utilidad la relación con la demás gente. No se interesaba
por los problemas domésticos del zapatero, ni tampoco por sus sueños esperanzas o frustraciones.
Iván quería atravesar por todas las fases, por todas las posibles etapas cuanto antes. Tenía mucha prisa.
Era del todo insaciable, pero se le escapaba un detalle: ese zapatero del cual solo valoraba su trabajo,
en definitiva, era plenamente intercambiable por cualquier otro zapatero de iguales aptitudes. Al
concentrarse exclusivamente en su destreza, dejaba marginada su humanidad. Marginaba sus
sentimientos a la vez que se divorciaba de los suyos propios respecto a sus semejantes. Iván aplicaba
un principio modular en las relaciones interpersonales.
Había dicho a su buen amigo Oscar ya en Paris “No tengo que preocuparme mucho por lo
que hago o por lo que le digo, porque jamás volveré a ver a esa persona en un contexto semejante”.
En su concepción del mundo, Iván entendía que un medio como el actual, donde nada es más
permanente que el cambio, el intento de comprometerse plenamente con cada cosa o persona podía
conducirle únicamente a la autodestrucción. De algún modo, su actitud era legítima y no se le podía
censurar dado que mantenía muchas relaciones más o menos impersonales con la mayoría de las
personas con quienes entraba en contacto. Se conservaba intacto de la agresión de una sociedad
violenta que deteriora al individuo que, tocado por docenas de sistemas y centenares de señales lo
intimidan y lo coaccionan. Prejuicios y mentiras por temor al que pensarán que parten de los celos
o la envidia hacen que la hipocresía sea la primera expresión. Simplemente, no quería ahondar en esa
persona con la que dudosamente volvería a coincidir. Y entendiendo lo agudo de la transitoriedad,
mantenía contactos superficiales muy parciales con la gran mayoría de seres humanos excepto, por
su puesto, con Oscar.
Para que Iván pudiera conocer a algunas personas mejor que a otras, apreciándolas y
valorándolas, necesitaba reducir al mínimo sus relaciones y eso no entraba en sus planes. Hay un
momento para cada cosa y esos eran momentos para conocer muy por encima a infinidad de gente
variopinta a la caza de la que fuera según sus parámetros la más interesante para luego absorberla
hasta vaciarla y lanzarla a la cuneta.
Iván ocultaba su fondo sentimental escondiendo su naturaleza romántica bajo una apariencia
brusca a veces y otras veces irónica. Era un perfecto comediante que conseguía disimular su
emotividad bajo distintas máscaras. Pero esa "fachada" corría el riesgo de perpetuarse si reprimía
durante demasiado tiempo su verdadera naturaleza.

Cualquiera podía enumerar sus cualidades y reconocer fácilmente sus habilidades pero desearían
conocer mejor sus debilidades, sobretodo para sentirse un poco más tranquilos porque Iván en
ocasiones intimidaba. Era una persona sobria, resistente, dueña de su realidad que había aprendido a
mantener la sangre fría en todas las circunstancias habidas y por haber y no dejaba adivinar su
sensibilidad a tal punto, que a veces la gente se preguntaba si realmente era capaz de conmoverse. Por
ello era juzgado sin reservas. Nadie intentaba conocerle de verdad, principalmente, porque Iván no

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se dejaba. Evitaba implicarse con nadie. Le iba bien aquella coraza. Con ella se sentía a salvo del mundo
y de la gente. Y a los que armándose de valor llamaban a la puerta, Iván los miraba con cierta
condescendencia negándose a participar. Eran las mujeres en mayor número quienes entre las sábanas
intentaban calar hondo en su espíritu nómada. Ese "control" del que hacía gala no era más que una
manera de ocultar a toda costa sus dudas existenciales y sus carencias sentimentales. Así se replegaba
tras las barreras infranqueables de su inexpugnable castillo encantado para encerrarse en la torre de
marfil cuya llave no entregaba ni a los más privilegiados excepto, por su puesto, a Oscar. Nadie que
no fuera Oscar tenía acceso.
Organizaba su vida con especial cuidado al margen de la desordenada apariencia que daba su
exagerada espontaneidad.
Le gustaba ser bohemio, olvidando algunos detalles importantes de la vida cotidiana,
descuidando todo cuanto a su entender carecía de interés. Podría decirse de Iván que era un virtuoso,
pero no en un sentido religioso o moral, sino más bien en un sentido burgués de cálculo de sus
posibilidades para bien y para mal. Su ambición y su orgullo le hacían llegar hasta el final, ya se tratase
del plano afectivo o social, pero sólo Iván conocía esos límites y dónde terminaba cada asunto y por
qué motivo lo hacía. Nunca le gustó dar ningún tipo de explicación a nadie, excepto, por su puesto,
a su amigo.
Iván, simplemente actuaba. Ya está.
Iván pertenecía exclusivamente a Iván. Era coto privado.

Iván. Iván. Una vez conquistado el objetivo ya tenía otro en su punto de mira. Siempre corriendo
detrás de un nuevo trabajo, una nueva conquista, una nueva vivencia, otro conocimiento mundano
que almacenar. Siempre persiguiendo un nuevo resultado. Siempre en busca de un nuevo cualquier
cosa. No se trataba del logro económico ni la consecución de una meta. No se trataba de vencer al
propósito si no más bien, y por encima de todo, de ir tras la pista de una especie de extraña felicidad
efímera. Necesitaba constantemente estar ocupado en lo que fuera con tal de romper la rutina y
descubrir un algo nuevo, quizás, un nuevo placer tan recóndito como insospechado. Siempre buscaba
como salirse de una situación compleja cuando ya la dominaba como a una fiera que se amansa.
Sencillamente agotaba las situaciones y se marchaba a por otras distintas más complejas todavía.
Y se le admiraba sin reparo. Ya en unas colonias, cuando contaba tan sólo once años los
monitores lo llamaron al aula y reunidos en un especial comité le rogaron que no se subiera más a
ningún árbol. Iván no lo entendió. Subirse a los árboles era algo que había hecho desde que tenía uso
de razón. Trepaba a los árboles porque estaban ahí, desafiándole, tentándolo para que lo hiciera.
Nunca se había caído y siempre descubría la amplitud del horizonte cuando se encontraba arriba
entre las ramas de las tupidas copas de los árboles más altos. Pero los monitores, responsables de la
seguridad de todos los niños insistían en que no debía subirse y lo hicieron puntualizándolo con un
extenso -por favor-. Iván no comprendía porque no podía subirse a los árboles. Algo escapaba a su
alcance e insistió y volvió a insistir hasta que pronunciaron la palabra: líder. Fue entonces cuando
descubrió esa palabra, su significado, y las posibilidades que se le brindaban. Sus profesores, le
explicaron que algunos chicos tenían tendencia a imitar cuanto él hacía porque deseaban parecérsele
y añadieron -Sin darse cuenta ponen su vida en peligro porque ellos no son tú. No dudamos de tu

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agilidad. No nos preocupas tú, si no ellos-; y ciertamente, el carisma natural de Iván marcaba la pauta
allí donde se encontraba. Pero él nunca proclamaría su liderazgo.

Su tendencia precoz a amar en profundidad los placeres de la vida y esa búsqueda constante de
realizaciones le hacían extremadamente inquieto. Su gran capacidad de sensualismo, su
versatilidad y su don de gentes le conferían una genialidad un tanto agresiva. Desde muy
temprana edad empezó a combinar la astucia y su habilidad particular con la oportunidad, pero
con cierta prepotencia a la hora de imponer sus ideas conformo asumía un logro tras otro.
Su inusual destreza para las artes plásticas se había quedado en el colegio, pero se dedicaba a
elaborar situaciones y modelar personas. Actuaba con gran rapidez sin dar tiempo a que reaccionaran
los demás. Le caracterizaba su presteza a la hora de comunicarse, más con impulsivos actos que por
la profundidad del razonamiento de sus palabras. Intolerante ante las irregularidades, Iván se movía a
su aire. Era la libertad personificada.
Y amarle consistía en cierto modo en adivinarle y reconocer su hegemonía. Iván no buscaba
a su alrededor personas serviles, ni tampoco esclavos. Sus relaciones íntimas, más allá de los contactos
sociales, no eran fáciles. No hacía ninguna revelación sobre su persona y dejaba que la gente
especulara mientras sonreía detrás del telón.
La gente pensaba que sufría desdoblamiento de personalidad. Creían que tenía hasta tres y
cuatro personalidades distintas. Fusionaba el estilo del rico con la necesidad del pobre, y como un
camaleón que se adapta, igual podía habitar un palacio que una barraca en las montañas, dormir en
una cama de agua que suspendido en una hamaca, vestir ropa de marca que andar con taparrabos en
la selva, comer un sofisticado plato en un restaurante de cinco tenedores que comerse una serpiente
en medio de la jungla.
Prefería una aura de misterio que adjetivos concretos. Y no le gustaba ser calificado y
etiquetado. En modo alguno quería ser enlatado. Empezaba a encontrar el punto exacto de la
ambigüedad personificada convirtiéndose en un ser indescifrable e inclasificable, de ahí la necesidad
de la gente de etiquetarlo como un producto porque así sabían a qué atenerse y justamente por eso
él volvía a variar, y así variaban las diferentes etiquetas porque estaba inmerso en un constante proceso
cuyo punto y final no decidirían los demás. Valía tanto para una cosa como para otra y aunque ambas
se dieran de patadas entre sí, era capaz de realizar ambas a la perfección. Iván rompía esquemas cada
dos por tres. Vulneraba toda clase de tradiciones. Y le agradaba todo aquel halito de secretismo que
lo rodeaba, tanto como la discreción y la confidencialidad que él practicaba con total esmero. Sus
sentimientos eran subterráneos y aunque nadie los conocía, existían. ¡Vaya si existían!
El tímido suele distraerse en la divagación; el valiente va, triunfa, y vuelve. Iván era de los que
no repetía lo que había de hacerse. Simplemente lo hacía, ¿te ayudo? ¡no! Actuaba. Decía que el
movimiento se demuestra andando y andaba. Él mismo era un ejemplo manifiesto y el más claro
exponente de aquel planteamiento. Alimentado por el tesón y la perseverancia, había conclusiones
en sus actuaciones. Sin tiempo para descansar y relajarse, sin un minuto para dejar volar su creatividad,
se envolvía de su entelequia fabricando personajes y configurando los guiones de sus propias películas.
Ocultaba la originalidad de su espíritu y asimismo la de su corazón. Pero era Iván. Siempre Iván.

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* * * *

Habían transcurrido poco más de dos años desde que Ana y Oscar se vieron por casualidad en la
tienda de fotografía, meses antes de la gran fecha en que debían reencontrarse en el club de tenis. En
aquella época, la madre de Oscar solía preguntarle si se casaría extrañada de no verlo nunca con chicas.
Su hermana le había dicho por teléfono desde Bolivia que la única excusa por la que viajaría a España
sería en caso de que contrajera matrimonio. Y Oscar, sentado en un sillón de cuero con la cara
descompuesta apoyada en su mano derecha, cayéndole el pelo en la frente a modo del tupé a lo Elvis,
se había extraviado en su mundo donde Ana buceaba como sirena en las orillas de una isla perdida
en mitad de la nada. No podía dejar de amarla. Imposible resistir aquella espera sin esperanza. Una
detonación sorda. Un eco interrumpido. Ya no había fecha y desde la coincidencia en la playa de la
Costa Dorada, tampoco había Ana. Oscar no lo soportaba. Cada vez la sentía más lejos. ¿Todo aquello
no era más que un simulacro?
Miraba el calendario. Su vista se posaba en el significativo treinta de mayo que tantas penas
como alegrías le proporcionaba. Pensó que desde hacía ya cinco años se había convertido en una
fecha conflictiva. Desdén. Humillación. Un grito contenido. Y siguió mirando aquel sábado su agenda
programando reuniones y visitas en su despacho del prestigioso bufete. A Oscar le gustaba pasearse
por las oficinas del área administrativa entre las mesas vacías sin tener que escuchar las escandalosas
impresoras que no cesaban de funcionar durante toda la jornada o el insistente teléfono que agobiaba
a secretarias y abogados de manera impertinente. Le gustaba esa tranquilidad, y la aprovechaba para
poner los asuntos al día. Las semanas de lunes a viernes eran demasiado ajetreadas, no había un
momento para preparar presupuestos y minutas. Se beneficiaba del silencio estancado para cuadrar
números y dejarle material de trabajo a su ayudante con explicaciones e instrucciones precisas.
Archivaba la documentación que ya no era necesaria antes de que se amontonara encima de su mesa.
A veces, sin darse cuenta, le habían dado las cinco de la tarde en el bufete sin que su estómago
protestara. Su concentración era tal que su quehacer le absorbía totalmente como un niño
boquiabierto frente a un payaso.
Y a continuación al llegar a su dúplex que se le hacía inmenso por la falta de Ana y unos críos
corriendo por las escaleras, para abrir un nuevo libro que terminará al día siguiente entre las cuatro
paredes de habitación mirando de reojo los dibujos a lápiz carbón así que pensó “Mejor me voy al
apartamento” porque cercano a la segunda residencia de Ana en la Costa Dorada soñaba con cruzarse
con ella en el supermercado. Solía iniciar la tarde del sábado satisfecho por todo el trabajo finiquitado
sin pensar hasta el lunes a las siete cuando sonara el despertador en clientes o estrategias pero con
una sensación lastimosa de no saber qué hacer con su fin de semana.
Ese preciso sábado no estaba por la labor y repetía la operación tecleando la calculadora porque
no conseguía cuadra la minuta que llevaba horas elaborando. Y su pensamiento escapó veloz para
situarse en el calendario otra vez. Lo miraba insistentemente para derrumbarse como edificio
demolido. Todo lo representaba Ana. Su imagen tan alejada de aquella chiquilla que recordaba como
si fuera ayer se mezclaba con la poderosa mujer de bengala cuyos atributos físicos lo deslumbraban.
Oscar no podía olvidar aquel idilio de cuento y se lamentaba diciéndose qué romántico y
emocionante si hubiera salido bien. Y musitó en voz baja “Que bonita historia hubiéramos contado

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a nuestros hijos” mientras el resentimiento le asaltaba por detrás con una daga azul en la espalda. Ana
continuaba viva en lo más hondo de su corazón con la misma intensidad que cuando se sentaron
frente a frente en la zona de descanso del club de tenis.

Eran las dos treinta del mediodía y como de costumbre los sábados, el portero subió el correo
acumulado en uno de los buzones sin etiqueta antes de marcharse a Manresa a la casa de sus hijos
después de permanecer agazapado en un reducido espacio de apenas cuarenta y cinco metros
cuadrados durante toda la semana. En su buzón particular no había respuesta de la carta que
finalmente se había decidido a mandar por correo. No le gustaba dejar nada a medias, y si Ana no la
leía pronto su misiva hubiera perdido el efecto que pretendió imprimirle. No la acusaba de falta de
cortesía, pero aunque hubiera sido tan sólo por educación, Oscar hubiera preferido algún tipo de
respuesta.
Lo único que poseía totalmente suyo eran sus sentimientos. No quería ir por ahí
mostrándolos como si fueran las noticias de un periódico que en un principio sorprenden, interesan,
incluso conmueven, pero que luego se utilizan como alfombra cuando la mujer de limpieza ha
terminado de fregar para que los zapatos pasen por encima.
Probablemente Ana no quería mostrar fácilmente sus verdaderos sentimientos por miedo a
que no fueran valorados. Pretendía que Oscar los buscara, aunque fuera con dolor y tristeza para que
después de años conservaran su perfume.
Ella no quería perder el tiempo con personas que únicamente quisieran contemplarla y
adorarla; prefería un hombre que fuera capaz de encontrar la escondida pista de aterrizaje que le
conduciría a la cueva donde está la joya de su amor sin fijarse si las hojas que revisten el tronco son
pocas o hermosas, apreciando a los animalitos que anidan en ese árbol. Ana tenía tanta sensibilidad
o más que cualquier otra persona que muestra a las amigas un vestido nuevo solo para alardear.
Quería que a la hora de la verdad, únicamente estuvieran a su lado aquellos seres a los cuales el camino
no les había sido fácil, sabiendo que si la abrazan, es con toda la intensidad del alma y no porque les
haya llorado o reído sus gracias.
Oscar quería amarla aquella misma noche. Deseaba hacerla feliz. Deseaba que sintiera junto a
él el placer del amor y el perfecto sentido de la unión.
Oscar y Ana estuvieron juntos, pero su amor nunca se había consumado, qué falacia la suya!
Accedió a la última imagen que tenia de ella en la playa de la Costa Dorada. La imaginó con la mirada
perdida en la inmensidad del mar donde dos gaviotas sobrevuelan juntas en dirección a las estrellas
porque ambas quieren llegar a conseguir la luna y desde la arena, Ana atiende como se elevan subidas
en un rayo de sol porque así es como las impulsa Oscar, y mientras su mente expande las alas, una
gaviota se difumina en la visión de Ana hasta disiparse como si nada más fuese una posibilidad. En su
mano está ser una de las dos gaviotas para viajar hacia el triunfo de la felicidad o lamentarse
eternamente y, atada en la arena convertida en fango, sola, triste e infeliz como roca con raíz que se
pega al núcleo de la Tierra, rodeada de interminables días grises, mal decirse por no haber sabido
escuchar algo tan sencillo como el sonido de una flauta mágica. Y entonces, en el bufete, Oscar se
levantó del sillón de cuero situado frente a su mesa de trabajo e hizo como que tocaba el instrumento
paseándose por entre las mesas de la oficina.

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Entre las cartas que había subido el portero estaba la de Ana. Rápidamente la identificó; no sólo por
su letra, era la única que estaba escrita a mano destacando por encima de todas las demás. En ella
había una serie de consideraciones y un dibujo a lápiz carbón. La carta empezaba pidiendo disculpas
por la posible humillación. Volvía a rogarle que dejaran de verse, que de lo contrario empezaría a
sufrir viendo lo mal que lo pasaba. No obstante, le confesaba que él la atraía, que sus miradas la
conmovían, que sus caricias eran una provocación y su gesto algo más que comunicación, pero que
en su beso faltaba expresión o quizás, recepción “Pero si apenas fueron un par de escarceos” pesó
Oscar reprochándose haberse contenido en exceso. Pero también es cierto que Ana estaba incómoda
y él no quiso presionarla.
Ana le decía que le agradaba, pero que no quería ser tan egoísta como para tenerle de aquella
manera, entregándose y abriéndose tal y como Oscar lo hacía si no estaba dispuesta a iniciar un vuelo
elevado a su lado. No quería corresponderle solamente por su amabilidad, por su comprensión, por
ese cariño especial con que la obsequiaba. Reconocía que le echaría a faltar. Que cualquiera que
hubiera compartido momentos con él, por cortos que fueran, no podría olvidarlo porque era una
persona maravillosamente benévola.
En un párrafo, hacía referencia a su apariencia física. Le decía que era excepcionalmente pulcro;
tan bien afeitado y peinado, impecablemente vestido con tus trajes azul oscuro o gris ceniza sin una
sola arruga... la llegaban a incomodar. Por entonces, George Michael había institucionalizado la barba
de tres días y su aspecto informal entusiasmaba a las jovencitas. Ana le insinuaba que vistiera de
manera más rebelde; sin afeitarte, dejándote el pelo más largo. Le sugería que se pusiera jeans y
zapatillas deportivas blancas y que caminara con la camisa desabrochada y las mangas arremangadas.
Le instaba a dejar de ir tan erguido afirmando que no le gustaban las personas tiesas. Ana le pedía la
imagen publicitaria del hombre que ella entendía como varonil. Terminaba su carta haciendo
referencia a la película "Lo que el viento se llevó" manifestándole que se sentía bastante identificada
con la protagonista y que intuía que como sucede al final, Oscar también desaparecería entre la niebla
como Red Butler.
Incomprensible para Oscar. Algo increíble. Inaudito. ¿Cómo podía decir toda aquella sarta de
tonterías? Y se interrogaba sin hallar respuesta. Una persona capaz de desarmar a un viejo y astuto
abogado mucho más experto que él, capaz de negociar más de tres horas seguidas sin desfallecer y
conseguir cerrar un trato millonario en una mesa de juntas, un hombre que coordinaba el trabajo de
personas mayores que él con la habilidad de la diplomacia en las relaciones y, entonces, ¿por qué se
juzgaba afectado por las palabras de la joven Ana? Era realmente increíble. Incomprensible pero
cierto, porque Oscar carecía de la capacidad para dominar un acontecimiento que le dolía en el alma.
Y más inaudito todavía... Ana desbarataba su temple. Lo empujaba a continuar solo para que lo
carcomiera el sentimiento de frustración igual como las termitas devoran los muebles de madera. Y
apretando sus maxilares durantes unos segundos y los puños un instante explotó “Que sensación tan
apasionante pero... ¡que dolor tan sofocante!” y es que Ana podía subirlo hasta el cielo o bajarlo hasta
el infierno. Lo absorbía hasta anularlo y aunque Oscar quería controlarse no lo conseguía porque no
se trataba de ningún cliente. Se trataba de su único y gran amor.
Intervalos de duda. Si él pudiera lo haría. Si ella quisiera no dudaría y si así fuera, ¿qué ocurriría?
Nadie sabía. No levantó el teléfono. No la llamó en seguida de leer la carta varias veces. Ni siquiera

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se percató que había sido escrita tiempo atrás a juzgar por la fecha, también Ana se había demorado
en enviarla tal vez ¿hasta estar totalmente segura de lo que hacía?.
Decididamente no quiso hablar con Ana luego de tanto silencio continuado y con semejante
texto como premisa, aunque por dentro se moría de ganas, pero evitó cualquier movimiento. Oscar
era nuevamente rechazado y reflexionaba.
Se preguntó cómo su amigo Iván trataría el asunto, quien no lo denominaría como algo
imposible aunque la persona deseada lo tratara como Ana y le retirara la mano cada vez que intentara
tomarla. Iván era un ser salvaje. Un guerrero. Un amante. Un aventurero. Iván era algo poeta y esto
ayudaba a seducir. Oscar se entregaba lentamente. Quería hacerla suya de verdad. Y cuando en la
noche interrogó a la luna, Iván le respondió en forma de una extraña vibración sonora que acarició
sus rodillas y retumbó luego en sus oídos: “Hazla sentirse mujer y será tuya para siempre”.
En su caso no le dispensaría tantas atenciones. Iván ya le hubiera dado alguna negativa, algún
intencionado plantón al que Ana no estaba acostumbrada. Oscar nunca le había fallado. La dominaría
con clase dejando que escogiera ella, pero obligándola a que lo hiciera. Oscar nunca la había puesto
entre la espada y la pared.
Ana nunca podría sentir que Iván le pertenecía y que lo tenía seguro para que de esta forma
ella peleara por él, obligándola a esforzarse, a sacrificarse desmarcándola de ser la predilecta. No la
hubiera entronado como reina. No la llamaría entre semana como había hecho Oscar, sino que la
trataría como a cualquier otra chica aún sintiendo toda esa fuerza.
Iván hubiera intuido de inmediato la clase de hombre que reclamaba la joven Ana. Su máscara
de señor y truhán, de hombre gallardo y castigador de mujeres habría funcionado inicialmente,
únicamente hasta conseguir que fuera Ana la que viniera a él, y no a la inversa como pretendía que
sucediera Oscar. Iván haría que Ana se muriese de ganas por confesarle su amor dejándole que
persiguiera a cada instante la posibilidad del primer beso. Le pondría un apodo cariñoso como
etiqueta de propiedad para que Ana supiera cada vez que pronunciaba el vocablo que era a él a quien
pertenecía y a nadie más. Inventaría una canción para Ana, y señalaría un lugar determinado para
frecuentarlo en busca de la afinidad. Le contaría que cuando la conoció, le parecía una niña dulce y
decidida que a sus trece años sabía lo que quería, pero con el paso del tiempo, se había convertido en
una jovencita de dieciocho años que no sabía exactamente qué buscar en el amor, y mucho menos
en la vida. Pero Oscar no era Iván. Y lo sentía por Ana, porque no iba a cambiar. Pese a su actitud y
los acontecimientos, Ana era su gran amor. El panorama no podía ser más desalentador. El tiempo
se encargaría de confirmar quien era su verdadero amor.

Y aunque el amor por Ana era poderosamente grande, el amor por sí mismo era mayor, “Amar a los
demás es una virtud, pero amarse a sí mismo no es un pecado” había afirmado hacía varios años en
una clase de ética y religión. Oscar no practicó el narcisismo. Le dijo al profesor cuando todos los
alumnos se hubieron marchado del aula “El egoísmo es la causa del apego a sí mismo”. La
conversación duró largas semanas y Oscar estaba encantado, hasta que ambos convinieron de común
acuerdo que el amor a los demás y el amor a uno mismo no tienen porque excluirse mutuamente, y
lo anotaron en la pizarra organizando un debate. Esa fue una de las pocas ocasiones en que pudo
escucharse su voz desenvueltamente. Las conclusiones fueron demoledoras. Redactaron un breve
memorando en el que se apuntaba: “Amar a una persona implica amar al ser humano como tal. El

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amor, es indivisible entre unos y otros. En todo individuo capaz de amar, se encontrará una actitud
de amor a sí mismo. Las personas egoístas son incapaces de amar a los demás, pero tampoco pueden
amarse a sí mismas. Si te amas a ti mismo, amas a todos los demás como a ti mismo. Mientras ames
a otra persona menos que a ti mismo, no lograrás amarte de verdad, pero si amas a todos por igual,
incluyéndote a ti, los amarás como a una sola persona y esa persona es a la vez Dios y Hombre”. Así
pues, Oscar era una persona grande y virtuosa que amándose a sí mismo amaba igualmente a todos
los demás, en especial a un ser llamado Ana. La Biblia reza: Ama a tu prójimo como a ti mismo; y
para Oscar, amarse no era ningún vicio. El respeto por la propia integridad, el amor y la comprensión
que se procesaba estaba inseparablemente ligada al amor a cualquier otro ser.
Confundía cuando promovía acaloradas discusiones en el instituto y sólo las chicas le
prestaron atención buscando ¿sus palabras o buscando acercarse a sus largas pestañas que ribeteaban
aquellos enormes ojos de almendra? La cuestión es que se quedó solo cuando no mostró interés
físico por ninguna de sus admiradoras que fijaron su vista en el capitán del equipo de fútbol.
Para Oscar, aquella clase de debates eran muy sanos, mucho más entretenidos que ir al cine o
bailar zarandeado por la muchedumbre en una oscura discoteca pero nunca interesaron
suficientemente a sus compinches de estudio, como no agradaron más tarde a los compañeros de
estudio en la universidad y a los camaradas de juerga que se quedaban presos de una indiferencia
empalagosa como un polvorón de Navidad que se queda hecho una bola en la boca y a continuación,
no encontrando qué decir preferían escupirle a la cara. ¿Sucedería lo mismo con sus compañeros de
trabajo? Porque tampoco agradaba a los abogados asociados el planteamiento de temas demasiado
profundos, y la persistencia entorno a sus “elucubraciones” comenzaba a poner los nervios de punta
a los trabajadores del bufete. Resulta que sus comentarios llegaban a molestar como molesta una
piedra que se ha metido dentro del zapato.

Amante de los pros y los contras, a Oscar le gustaba dejar al descubierto ante sus colegas las ventajas
y los inconvenientes de cada asunto proponiendo alternativas irrefutables, pero el hecho solía
desbaratar la línea de actuación del bufete y a su jefe le fastidiaba tener que perder tiempo iniciando
nuevamente la defensa o la acusación desde una perspectiva distinta. Al principio fue una simpática
anécdota, pero con el transcurrir de los meses aquel comportamiento empezó a crear tensiones
porque los superiores estaban más interesados en la cantidad de casos que en la calidad de su
resolución. Aborrecían su vena sindicalista o su afán revolucionario pero reconocían que su imagen
era perfecta para la empresa. Era distinguido y resolutivo, apuesto y gentil, y muy bien podía marchar
a la cabeza de la columna.
Oscar tenía deseos de superación y lo había pedido pero todavía no se le había permitido
acceder al órgano de decisión donde los geniales cerebros ventilaban sus tácticas y procedimientos
en uno de los mejores bufetes de Barcelona con sedes en Madrid París y Londres; estaban a punto de
integrarse al trust Roma Viena y las delegaciones de Centro América.
Tenía interés en saber como se actuaba en el más alto nivel ejecutivo porque no quería pasarse
toda la vida relegado en la misma posición. Quería ser conductor y condiciones no le faltaban. Oscar
no se quedaba satisfecho con recibir instrucciones, quería saber el por qué de las órdenes y la razón
de los métodos aplicados.

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Para uno de los asociados veteranos, Oscar era un autentico incordio. Y comenzó a
manifestarle una desaprobación insistente. Se enfurruñaba a puertas cerradas con el jefe durante horas
mostrando al salir del despacho una cólera terrible, ¿de qué se quejaba? Se consideraba insultado y
agredido por el brillante joven de incontables triunfos al que últimamente le pasaban los casos más
caramelo.
Cuando los ánimos se calentaban, Oscar quedaba consternado y rápidamente reaccionaba
derramando su bálsamo reparador que evitaba un mundo de sombras y mal humor. Y menguaron
sus aportaciones a falta de cooperación y porque la posibilidad de un solo grito le aterraba. Evitaba
más escenas desagradables de las que provocaba.
Percibía la vibración de las personas, tanto como necesitaba la armonía de los colores. Sus
necesidades estéticas eran muy exigentes, precisaba de tonos pastel en el despacho para despejar la
áspera y sórdida atmósfera. Todavía no había conseguido decorarlo a su gusto y esto lo deprimía. Se
desajustaba con facilidad por detalles que para otro empleado no tenían la menor importancia. Y en
las últimas semanas se mostraba demasiado gruñón. Inusual en Oscar. Y sin motivo aparente se sumía
en una hosca reserva repentina. Algo lo inquietaba. Y lo inquietaba no poder escoger el color de las
paredes de su habitáculo profesional, pero más aún lo inquietaba saber que el consejo de dirección
general había dado el visto bueno a una chillona pintura de un estridente azul pavo real para las
catorce oficinas de Europa. Semejante agresión visual alteraría la concentración, la calma, la suavidad
que Oscar requería para trabajar. La disminución de su rendimiento intelectual estaba asegurado.
El nuevo decorado de las oficinas y la tensión creciente con el veterano asociado le hicieron
comenzar a plantearse la posibilidad de montar su propio despacho profesional mientras alternaba
sus estudios para magistrado de la corte suprema. Así se entretenía dejando en un segundo plano al
dilema llamado Ana, pero sin dejar de reflexionar acerca del amor, porque reflexionar entorno al
amor significaba hablar de la necesidad fundamental y verdadera de todo ser humano.
No estar hastiado, era para Oscar una de las condiciones básicas para amar. Ser activo en el
pensamiento, en el sentimiento, durante las veinticuatro horas del día, evitando la pereza interior y
suprimiendo toda posibilidad de haraganear manteniéndose receptivo, seguía siendo algo
indispensable para la practica del arte de amar “Si un individuo no es productivo en otros aspectos,
tampoco es productivo en el amor”.

Amar significa comprometerse sin garantías, con disciplina concentración y paciencia, entregándose
totalmente con la esperanza de producir amor en la persona amada. Oscar empezaba a comprenderlo
al vivirlo en su propia piel. Se dijo en el habitáculo de la fotocopiadora y el fax “El poder es el acto
más inestable de todos los logros humanos y por el contrario, tener fe en mí significaba estar seguro
de la confianza e inmutabilidad de mi recia actitud, de la esencia de mi temple, en definitiva, de mi
amor”.
Oscar empezó ya durante ese período a procesar amor por los hijos que aún no tenía. Amor
por la necesidad de su educación y no de su manipulación. Amor por ayudar al niño a realizar sus
potencialidades además de satisfacer sus necesidades básicas. Seguía fascinándole el género humano y
comenzó a ser más crítico con la sociedad sin percatarse que cuanto más tiempo le dedicaba a la
sociedad más se desatendía él. Pero el saber lo deslumbraba. El enriquecimiento de juicio lo seducía.

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Aprendía una cosa más cada día que almacenaba minutos antes de acomodar la almohada para
reposar en su cama de matrimonio que deseaba fuera invadida.
Si bien en la infancia se imparten conocimientos, se descuida la enseñanza más importante y
elemental para el desarrollo humano. Oscar había advertido en sus estudios que en la China y en la
India, la persona más valorada es quien posee cualidades espirituales sobresalientes, y así llegó a la
conclusión que los maestros no eran únicamente una fuente de información, sino que su función
consistía en transmitir mediante el ejemplo, ciertas actitudes humanas dignas de perpetuarse. Se
asombró ante la incapacidad de recordar el nombre de ningún profesor si no era el del profesor de la
asignatura de ética y religión, sin embargo, como el mejor maestro, se comprometía a crear un
mundo perfecto desde el hogar. Todavía más tolerante, solidario, y amoroso que lo había sido el
suyo propio.

Hacía bastante tiempo que no volvía a esa parte de su ordenador, pero le pareció un feliz reencuentro
y un nuevo resurgir. Detalló un informe sobre el hombre moderno “Se ha transformado en artículo;
experimenta su existencia como una inversión de la que debe obtener el máximo beneficio” y subrayó
remarcándolo con negrita “Está enajenado de sí mismo”. Y también está enajenado de sus semejantes
y de la Naturaleza. Ayer como hoy, su finalidad principal es el intercambio ventajoso de sus aptitudes.
Su amigo Iván era un claro ejemplo. Vivía peligrosamente. Ansiaba lograr un intercambio
conveniente y equitativo. Lo sabía Oscar.
Apostilló en un tamaño mayor de letra al final de su trabajo “La vida carece de finalidad para
todos aquellos que nada más piensan en trabajar por el dinero en algo que no les gusta, ni los
estimula, ni tampoco los llena. Se prostituyen para consumir y consumir toda clase de diversiones
que les permitan escapar de su realidad” y cerró su equipo informático mientras estiraba sus brazos
queriendo tocar el cielo satisfecho de su análisis, contento, como si lo escrito no fuera con él.
Un gran número de personas piensan que pierden el tiempo cuando no actúan con rapidez,
pero luego no saben qué hacer con el tiempo que ganan sino es matarlo con vanas actividades. Oscar
mismo llevaba algún tiempo alejado de sí mismo arrastrado por la tendencia al consumo y el logro
material olvidándose de hablarse, abandonándose, renunciando a su intimidad empujado por la
inercia de la presión mediática y la nefasta propaganda a punto de adulterar su propio existir.
El capitalismo necesita hombres y mujeres que cooperen mansamente y en gran número,
hombres y mujeres que quieran consumir cada vez más y más y cuyos gustos estén estandarizados.
La gran falacia que todavía no había comprendido es que el sistema necesita personas que se sientan
libres e independientes, personas no sometidas a ninguna autoridad o principio pero dispuestas a que
los manejen para que hagan exactamente lo que se espera de ellas para que encajen sin dificultad en
la maquinaria social a la que se guía sin recurrir a la fuerza impulsando a esas personas sin ningún
sentido sino es cumplir, apresurarse, funcionar, y seguir adelante sin pararse un minuto si quiera para
que no se detenga la cadena de producción.
El resultado de su estudio no tardaría en calarle hondo. Únicamente le faltaba despertar a la
realidad, averiguar que él mismo también estaba enajenado de sí mismo, de sus semejantes y de la
Naturaleza. Pronto entenderá que su malestar no es causado únicamente por el estridente azul pavo
real, si no también y sobretodo porque las relaciones humanas son esencialmente las de autómatas

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programados en las que cada uno basa su seguridad en mantenerse cerca del rebaño y no diferir en el
pensamiento, el sentimiento, ni la acción.
A diferencia de la gente que trata de arrimarse tanto a los otros como sea posible
permaneciendo al mismo tiempo solos, inválidos por el profundo sentimiento de inseguridad y culpa
que surge cuando es imposible superar esa soledad, Oscar había aprendido a estar solo y a razonar
consigo mismo en silencio desde la imparcialidad. Su objetividad cuando dialogaba consigo mismo
le había proporcionado mucha felicidad. Sin embargo, últimamente estaba demasiado ocupado
porque se llenaba la agenda con gran cantidad de trabajo innecesario y bastante superfluo y todo en
nombre del dinero. Como tantos otros había recurrido a externos paliativos inmediatos en vez de
recurrir a su intimidad. Y fueron la gran cantidad de vanas actividades que lo despistaron. Le ayudaron
a ignorar el gran problema de la humanidad: el excesivo ritmo y la falta de criterios para seleccionar
opciones.
La estricta rutina del trabajo burocrático y extremadamente mecánico contribuye a que la
gente no tome conciencia de sus verdaderas necesidades pasando por encima de la conciencia a través
de la rutina de la diversión y de la consumición masiva de sonidos y visiones que ofrece la industria
del entretenimiento. Durante aquella época desde su ingreso al mercado laboral, Oscar no fue ajeno
a la turbulencia. Se satisfacía con desmesura comprando compulsivamente y gastando delirantemente
el dinero que con esfuerzo había ganado. Adquiría más y más cosas que más tarde no utilizaba: el
mejor equipo hi-fi, el último modelo de televisor suround, otro frigorífico y cambió su todavía
nuevo automóvil por uno superior en dos ocasiones, la primera para que ya no fuera más el coche
de mamá, y la segunda, por pura vanidad y para deslumbrar a Ana con el nuevo modelo de la gama
más alta de Porche; el anterior también había sido un Porche, el de la gama más baja pero se trataba
de la marca PORCHE ¿narcisismo material?... los clientes lo juzgaban por la imagen!
Todas las cosas eran cambiadas por otras y nuevamente sustituidas al poco tiempo por una
incoherente moda pasajera que determina los estilos y configura arquetipos para etiquetar a la
persona artículo. Hasta que un día revisando su extensa biblioteca en la parte baja del dúplex cayó a
sus pies Aldous Huxley mediante el libro que como una profecía se cumplía, y exclamó “Apreciado
Huxley, el individuo moderno está muy cerca de la imagen que describiste en tu sencillo libreto tan
breve como chocante con ese fantástico título de Un Mundo Feliz”. Sentándose en el suelo de piernas
cruzadas con el ejemplar que tanto le impresionó en su juventud entre las manos, permaneció
durante largo rato inmerso en sus pensamientos como si el mundo se hubiera detenido para él, y
como si el techo se corriera al igual que el de su deportivo el cielo entró en la habitación iluminando
el suelo que se tornó plataforma de luz elevándolo a modo de alfombra voladora. Volvió a
pronunciar en voz alta palabras sinceras “Yo mismo he caído... bien alimentado, bien vestido,
entretenido con mil artilugios y no obstante, sin Yo, sin contacto alguno conmigo mismo y un
superficial trato con mis semejantes. Pues no existo. Subsisto. Mejor dicho: vegeto. Vivo otra vida o
mejor dicho, estoy muerto en vida. Me he apropiado del lema: Nunca dejes para mañana la diversión
que puedas conseguir hoy y como cuesta dinero me he volcado en trabajar con desesperación”.
La felicidad del individuo moderno consiste en divertirse aunque a veces sea a costa de otras

personas. Consumir y consumir sin apenas asimilar los artículos: espectáculos, comidas, bebidas,

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cigarrillos, gente, conferencias, libros, películas, conciertos. Todo se consume. Se traga, se engulle

sin miramientos igual que lo hizo Oscar, como si el mundo se hubiera convertido en una magnífica

máquina expendedora o un enorme pecho lleno de leche materna al que succionar. Todo fue

objeto de su enorme apetito y de una insaciable hambre con la que paliar su necesidad imperiosa de

materia que agotar y al poco desilusionarse para poder ir a la caza de otra mayor y distinta... como

se parecía a Iván!

No se puede consumir sin dinero, el dinero, dinero, dinero de plástico universal, ¿el gran

mal? Proporciona adornos pero nunca belleza. Comodidad, jamás paz. Medicinas pero no salud.

Oscar creyó que comprando una cama sofisticada con ella obtenía el descanso. Anuncios. Mentiras.

Ejercitó el culto al consumo adorando al dinero. Se dejó arrastrar por un tiempo necesario para

conocer y averiguar qué cosa era y el por qué no lo quería porque Oscar ya podía decir –no- con

conocimiento de causa y en su puño cerrado la experiencia amasada. Probar para saber. Y, ¿no era

esa una práctica muy del estilo Iván?

Reaccionó. Afortunadamente se reubicó inteligentemente. Estuvo a punto de perderse, a

punto de sucumbir en el caprichoso engranaje de la vasta maquinaria, a punto de zozobrar en una

zona pantanosa donde su buen amigo estaba asentado pero Oscar la cató y la desechó rápidamente

al comprobar su influencia negativa.

En un mundo competitivo donde no hay premio ni aplauso para el número dos, Oscar no tenía
interés porque él no anhelaba despuntar, únicamente quería hacer bien su trabajo y no necesitaba
enemistarse con sus compañeros ni lucrarse hinchando las minutas de los clientes acaudalados y tras
la conversación con Huxley, le había llegado la revelación que lo despertó a la realidad convencido
de aprovechar el cambio de domicilio profesional para dar un giro de ciento ochenta grados a su
forma de vida porque Oscar, como tantas otras personas en grandes multinacionales internacionales
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se había enredado en la telaraña de una gran corporación empresarial y en la específica forma de


organizar el trabajo. Entidades sumamente centralizadas con una división radical del trabajo
conducen a una organización donde el empleado pierde su individualidad convirtiéndose en una
parte del engranaje de la potente maquinaria industrial cumpliendo una función determinada que
cualquier otro puede hacer de igual modo ignorándose los atributos de la persona que ya no es
indispensable porque la actividad del puesto es lo único válido. Así se lo dio a entender el día que
recogió su liquidación el que fuera su jefe al afirmar con tono indiferente -Cualquiera podrá cubrir
tu vacante... el bufete camina por sí solo y nadie es imprescindible, ni siquiera yo! Las personas
pasamos por estas oficinas mientras que los archivos permanecen-. Oscar pensó que no iba
desencaminado. Y comprendió al abandonar el edifico donde se ubican las oficinas centrales del
bufete que él mismo había sido una pieza más del complejo engranaje profesional y social, pero a su
vez aceptó el desafío que le confería la oportunidad de andar con su propio paso y con todo su
talante.
Se apeó del trasatlántico para remar solo en su bote de fibra de vidrio y el aroma del mar
Mediterráneo... el balanceo del Aristos y las playas griegas se encendieron por unos instantes.
Resonaba la palabra independízate pronunciada por su amigo en aguas griegas con el sabor del melón
en su paladar. Estaba fuera del bufete. Lejos del consumo material. Oscar iba a recuperarse. Podía.
Estaba preparado para intercambiar y recibir, para traficar con todo y consumir de todo, pero
en vez de continuar con los objetos materiales se decantó nuevamente por los aspectos intelectuales
y espirituales lejos de la urbe, encontrando lugares privilegiados alejados del plomo en el aire y el
aluminio en el agua, del ruido constante y del agobio de las multitudes de personas corriendo a toda
aprisa.
A partir de entonces procesó una admiración reverencial por la gente que trabaja la tierra, por
su caridad y sencillez y por la ausencia de avaricia y de la gula de la gran ciudad y porque siendo
agradecidos aman la Naturaleza. En su humildad y pobreza ajenos a la soberbia disfrutan con la salida
del sol, el canto de los pájaros, la risa de sus hijos, compensando sus carencias con creatividad y
paciencia en la seguridad que el amor es un acto de voluntad y de compromiso... como su amor por
Ana y su compromiso con ella. Ay! No ser amado por la persona que se ama puede ser una situación
muy incómoda y aunque Oscar reconocía la amargura y toda la dificultad, no la consideraba
desastrosa, sino útil. No estaba apenado. Tampoco alegre. Su mundo no terminaba con Ana. La
amaba. Pero también se amaba él.
Hay valores inestables como el consumismo, las modas pasajeras, el culto a la imagen, el
conformismo, el individualismo, la satisfacción inmediata, la ambición desmedida, la intolerancia.
Pero hay valores sólidos como la ética personal, el conocimiento, el compromiso social, y el respeto
a la biodiversidad.
Estaba preparado para iniciar su cambio desde el mismo instante de su nacimiento. Oscar era
ya una especie de iniciado. Sin embargo, aunque su inquietud era grande su alma padecía
somnolencia. Debía corregir este hecho. Tenía que modificar la inmutabilidad de su recia actitud o la
parálisis detendría su proceso evolutivo.

* * * *

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Iván era una especie de dragón, un animal que sólo existe en las leyendas. Un ser mítico. Quimérico.
Por eso, y porque como Napoleón quería que cuarenta años de historia le contemplaran instaló una
tienda de campaña al pie de las pirámides de Egipto. Se había enfundado una chilaba y se hacía pasar
por musulmán pidiendo a cada paso un dólar a los turistas.
Era muy abnegado con sus propósitos y un día apareció en su trabajo dejando atrás el

restaurante donde almorzó con sus compañeros sin tomarse el café recién servido con la hoja

arrugada de un atlas en la mano para despedirse alegando que tenía la necesidad de cruzar Egipto

descendiendo por el Nilo hasta el mismo corazón del desierto. Dijo que si podían entenderlo y

esperarle volvería un día “No se cuando volveré, pero volveré” y a continuación cerró la puerta tras

de sí ante la gélida mirada de sus jefes que se miraron unos a otros sin mediar palabra. Lo vieron tan

decidido y fue tan intensamente convincente que no lo incordiaron con preguntas ni papeles. Iván

jugaba a ganar, y aunque también sabía perder, procuraba no hacerlo. Jamás retrocedía una vez

decidido. Iba hacia delante a una velocidad vertiginosa sin solicitar permiso.

No soportaba la espera y se asombraba si alguien la resistía. Él, tan pronto fijaba su meta debía
lanzar de ipso facto su flecha sin apenas tensar el arco a sabiendas que su picardía se encargaría de
ponérselo fácil. Salía presuroso para poder enfrentarse a los primeros inconvenientes anhelado
emoción y aventura. No sabía redondear los ángulos. Tampoco quería aprender. De quererlo ya lo
hubiera hecho. Ignorando la duda y descartando cualquier vacilación, se lanzaba con un salto mortal
y un par de piruetas al pozo oscuro sin saber siquiera si tenía fondo. A partir del momento que se
creía capaz de hacer algo lo hacía, y porque lo hacía decía que podía, de lo contrario aquello no se
hubiera llevado a cabo jamás.
Las suyas eran decisiones que no tenían apelación. Daba igual lo que ocurriera ese día. Le daba
igual a quien afectara su determinación. No se lamentaba si perdía algo o si dejaba de ganarlo. Aquel
nuevo objetivo lo era todo para él, absolutamente todo en aquel preciso instante y lo demás, todo
lo demás, carecía de importancia alguna. Le decía a quien le increpaba “No es egoísta ser
autosuficiente” y cualquier comentario de terceros le entraba por una oreja y le salía por la otra sin
que nada se quedara dentro. Se obcecaba. Estaba tan persuadido de su infalibilidad que se conducía
de una manera odiosa con respecto a los demás. Había mucha gente que le apreciaba y le quería pero
si no se decidían a aceptarlo tal cual era Iván, se perdían por el camino y él no volvía nunca la vista
atrás. Morían en el anonimato sin que hubiera la más mínima señal de añoranza por su parte
demasiado entretenido con todos las oscilaciones y convulsiones de la vida.

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Inicialmente reacio a todo cuanto no provenía directamente de sus propias experiencias,


grosero en su conducta para evitar que nadie lo retuviera, una vez más, había tomado demasiado
rápida la decisión ladeándose en su motocicleta para tomar la curva y rozar el pavimento a escasos
tres centímetros como quien peina el suelo. Si hubiera trabajado la decisión como se amasa la base
de pan para una pizza antes de introducirla en el horno, sin olvidarla posponerla o demorarla, pero
pactando con unos y con otros ciertas condiciones, de igual forma se hubiera marchado a Egipto
pero sin necesidad de perderlo todo. Nadie perdona ese trato despectivo y el ser humano es vengativo
por naturaleza. Seguro que sus jefes no lo readmitirían. Y así fue como volvió a cortar tan fina la
hierba bajo sus pies que tardaría años en volver a crecer.
Pero Iván ya subido en un camello se perdía en el desierto después de recoger su tienda de
campaña y de aprovisionarse de agua. Quería oír el sonido del silencio y no regresaría hasta haberlo
escuchado aunque tuviera que llegar al final del desierto.
Y experimentada su auténtica vibración, con la cara llena de arena incrustada dijo “Ha sido
mejor que un orgasmo” musitándoselo al viento en señal de agradecimiento. Había conseguido
rastrear y registrar ese ruido excepcional.
Horas más tarde, tambaleándose por el cansancio se dirigió al hotel donde se metió en la
bañera que llenó de agua hirviendo y mucho jabón y se quedó dormido con el brazo colgando hasta
que el vaso de güisqui que tenía en la mano se le escurrió de entre sus dedos estrellándose contra el
suelo. Se despertó. Simplemente abrió los ojos en respuesta a lo ocurrido, pero sin sobresalto alguno.
Llamó al servicio de habitaciones para que vinieran a recogerlo. Le mandaron a una sirvienta
que ocultaba su rostro como manda la tradición. Tan sólo sus ojos se movían soliviantados de un
lado a otro. Ella le habló en un inglés perfecto pero Iván no le contestó. Aunque el inglés es la lengua
oficial de los negocios, Iván mantenía que si alguien pretendía cerrar un trato internacional de índole
comercial con él debería aprender a hablar castellano “Al fin y al cabo es una de las lenguas más
universales, si no es la más extendida después del chino. No tengo porque aprender un idioma nuevo.
Me gusta el mío”. Así respondía cada vez que era preguntado en relación al inglés durante una
entrevista de trabajo.

Como en tantas otras ocasiones Iván confió en el lenguaje del cuerpo. Observó con la toalla anudada
en la cintura y su torso aun mojado, de pie, frente al baño. La sirvienta se agachó y recogía con
cuidado uno a uno los cristales. Él se aproximó lentamente esperando que su mirada se cruzara unos
instantes con la suya al tiempo que alargaba la mano para ayudarla, pero la sirvienta lo esquivó con
la rapidez de una lanza contra un animal en movimiento. Iván no sabía si sonreía, pero su cejo no se
fruncía. Aquello indicaba que su acercamiento no la había intimidado. Se retiró para que continuara
con su labor. La dejó que fregara tranquila. Dejó que secara con parsimonia el baño sin perderse un
detalle desde la cama sentado en la punta, prácticamente desnudo, porque su pene asomaba. Le
mandaba un inequívoco mensaje mientras se deleitaba con sus pausados movimientos de una estética
impecable sin pestañear, atravesándola claramente desde su entrepierna. Ella recogió sus cosas. Se
dirigió hacia la puerta para salir de la suite que tenía vistas a la piscina con forma de perfecto óvalo.
Se alejaba cuando de un salto se abalanzó sobre la sirvienta obedeciendo a su instinto de
copulación y tomándola con fuerza por los hombros para que se detuviera, con suavidad la hizo girar
sobre sus pies y una vez frente a frente llevó sus manos hasta su rostro y con delicadeza sus dedos

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retiraron el velo dejando al descubierto su intimidad más sincera. Y ella, fue sonriendo en
intermitentes fases mostrándose favorable y amable diciendo cosas que Iván interpretaba. Aquella
joven egipcia ataviada con uniforme que recordaba la época de los faraones se mostraba abierta.
Manifestaba su gozo mediante la sonrisa, una sonrisa alegre. La sonrisa complace a quién la recibe sin
perjudicar a quién la proporciona y es una línea curva que endereza muchas cosas.
Con su sonrisa la sirvienta intentaba explicarle que no podía entretenerse en horas de trabajo
y se marchó. Pero el contenido de aquel breve instante perduraría en el corazón de Iván. Aquella
sonrisa representaba la frescura y la naturalidad. El gesto le causó tan maravillosa impresión que lo
guardaría en su memoria. Era gratificante comprobar como ella se había entregado, y pensó “La
sonrisa es universal, no tiene idioma, todo el mundo comprende su significado y nadie puede
despreciarlo”. Y a continuación no quiso engalanarse como un occidental en solidaridad a la sirvienta
que se le había entregado por completo.

Egipto es una nación con un pasado fascinante que permanentemente ha despertado la imaginación
de Occidente. No era de extrañar que asimismo cautivara a Oscar, sobretodo por las lecturas de los
libros de Terenci Moix, gran enamorado de esta tierra faraónica rebosante de arte y misterio junto al
desierto de El Sinaí y el mar Rojo. Un pueblo obsesionado con la muerte.
Caminaba por una larga avenida que teóricamente le llevaría hasta los pies de la Gran pirámide
de Keops, pero el trayecto de la conocida Sharia Al Ahram se le hacía monótono, y cuando llegó se
preguntó, ¿dónde están?... y con un ligero giro de la cabeza una inmensa mole de piedras lo dejaron
boquiabierto mientras se pellizcaba diciéndose... ¡son ellas!... la indiscutible insignia de Egipto. Una
orquesta entera resonó en sus tímpanos con una melodía de estrépito como sucede en el clímax de
una película.
Alguien le tocó la espalda a Oscar que movió el hombro antes de girarse y se apartó asustado
poniéndose a la defensiva. Vestía como un árabe, con ropa de lino del color del desierto, un pañuelo
blanco en la cabeza fijado con un anillo hecho con piel de camello y unas sandalias típicas de las zonas
cálidas. Oscar sabía que no era un beduino porque éstos llevan ropa negra y la cara tapada. Mientras
subía la pendiente, le asaltaron un sinfín de camelleros que ofrecían darle una vuelta por la zona con
gestos amables y reverencias pero éste se mostraba arrogante. Aún llevando la cara descubierta no le
reconoció por su atuendo. Estaba muy moreno y además, llevaba la cara muy sucia. Realmente
parecía uno de ellos. Había aprendido algunas palabras con las que bromeó hasta que no pudo
aguantarse y rompió a reír a carcajada limpia cuando Oscar cayó en la cuenta y finalmente identificó
a su buen amigo que se mostró solemne expresándose como verdadero musulmán “Salam Aleikum
venerado hermano”.
El Cairo, además de la capital de Egipto, es la mayor ciudad de Oriente Medio y toda África.
Es la mayor urbe islámica del mundo donde habitan dieciocho millones de habitantes que la
convierten en un hormiguero diario que abarrota todas las calles. Un caótico tráfico paraliza la
circulación cubriendo el cielo con un humo negro que unido al polvo del cercano desierto oscurece
las fachadas de los edificios. Este bullicio atronador es el contrapunto del silencio que habla en todas
partes del país: en el río, en el mar, y sobretodo en el desierto.
Tomaron tursi, una mezcla de verduras en vinagreta donde predomina la zanahoria y el
pepino. Anteriormente habían probado otra ensalada denominada tahina pero la salsa hecha con

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granos de sésamo triturados no les había gustado a ninguno de los dos. Escupieron y sacaron la
lengua intentando arrancarse el sabor. No sabían que en esa tasca popular el cocinero estaba borracho
cuando la preparó y olvidó rebajarla con sal vinagre y ajos y la falta de los ingredientes le dieron un
gusto espantoso. El këbab es uno de los mejores platos de la gastronomía egipcia. Se trata de pinchos
de carne asados al carbón que suelen servir con perejil, aderezados con especies, pero tantas moscas a
su alrededor disipaban el estómago de Oscar e Iván.
Luego, agotados por la visita al museo al que Iván entró sin pagar por su atuendo musulmán,
se sentaron a descansar en lo alto de un muro en cuyo precipicio se debatía la ciudad. Había una
incontable algarabía en la plaza. Se fijaron en el deambular de la gente; los hombres de la mano, las
mujeres tapadas de la cabeza a los pies. Pasaron un buen rato sin decirse nada hasta que habló Iván.
_ Cuanto más afecte a nuestras vidas la tecnología, más desearemos un descanso no-técnico. Mira a
todas esas personas. Nada necesitan de los objetos de Occidente. Yo mismo me siento bien aquí
lejos de la presión de los electrodomésticos. Me parecen avances pero nada más en teoría. Fíjate
Oscar que se fabrican perros artificiales para venderlos como animales domésticos, ¿te imaginas?
Cada vez con más fuerza me produce un rechazo todo lo tecnológico, tengo una especie de
reacción antitécnica. Quizás debería montar una empresa que enseñara a la gente a divertirse sin
artilugios mecánicos de por medio. Siento que desde que he escuchado el ruido del silencio tengo
una aversión por todo cuanto no parte de lo “humano”.
_ En las grandes multinacionales se han creado departamentos para atender el ocio de sus altos
ejecutivos. Existen pequeñas empresas y consultoras especializadas que se dedican a mantener la
forma física y la alegría de los trabajadores. No creo que inventaras nada nuevo.
_ Hay que ganarse el sustento en campos tales como la capacitación permanente para el
perfeccionamiento de ejecutivos y el reciclaje de adultos en general. ¡Me duele el culo de estar
sentado!
_ Tú lo que no puedes es estarte quieto. ¿Por qué necesitas siempre tanto movimiento? Vamos,
siéntate, ...vuelve a sentarte.
Iván atendió la petición de su amigo resoplando como un caballo.
_ Enseñar humanidades es la puerta a una época dorada, tú más que nadie podrías dotar a la gente
ordinaria de un empuje extraordinario pero Iván, ¿qué sabes tú de humanidad?...
_ Tienes razón. Sería cuestionado. Me dirían que carezco de calidad ética y moral. Buscarían como
molestarme y desacreditarme.
_ ¿Y cuándo te ha importado a ti lo que opinen los demás? Sabes, pensándolo bien, creo que nadie
mejor que tú. Eres una persona que se ha movido en varias direcciones. Esto te da ciertas ventajas.
_ No, si el problema no soy yo Oscar. Es la gente que se deja manipular. Quizás no me faltan
cualidades pero sí un historial que camufle mi trayectoria y... la edad! No soy calvo ni tengo
barrigota, aunque fácilmente podría caracterizarme tiñéndome el cabello de blanco y
enfundándome unas gruesas gafas falsas pero tampoco asistirían al aula. No creo que mi
elucubración interese a nadie.
_ ¿Por qué subestimas a los demás?... ¡No prejuzgues! ¿Cómo puedes estar seguro de que no hay
otros que piensan como tú?... personas a las que no les importan las apariencias, sino el mensaje.
La clave. El contenido insustancial.

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_ La gente necesita obtener algo tangible, cosas que poder llevar a la práctica y que proporcione
resultados inmediatos. No quieren nada más palabras aunque sean lindas palabras expresadas con
habilidad.
_ Podrías orientar a jóvenes universitarios, a personas que buscan su primer empleo. Penetrar en el
mundo laboral correctamente es un lujo Iván. Tú estás interesado en ejercitar la creatividad para
tener el control de la vida. Y has conocido diferentes sectores laborales. Y has realizado toda clase
de trabajos. No te ha interesado una posición, te has preocupado en escoger actividades acorde a
un sin fin de condicionantes y circunstancias dispares. Una profesión es algo serio y saber con
quién trabajar, cuándo dónde y cómo trabajar, evitando los vicios más comunes no es fácil para
el novato. Sabes, pues sí, creo que si alguien puede hablar sobre este particular me reitero... ese
alguien eres tú mi buen amigo Iván. Tú sabes de esas cosas. Y lo sabes porque has indagado.
_ Yo sé buscar situaciones que ofrezcan posibilidades de ganar procurando una reacción en cadena.
Hay que enseñar a las personas a utilizar todos los recursos disponibles a su alcance que son más
de los que conocen.
_ Pero Iván, no olvides que mucho más allá de la ganancia monetaria se encuentra el profundo
sentido de autorrealización. Y todo ello no deja de ser muy complicado. Encontrar en la actividad
satisfacción a nivel personal es algo de lo que hemos hablado y que me recriminaste en Grecia,
¿recuerdas?
_ Los riesgos previstos son aventuras sanas más que peligrosos saltos mortales.
_ Pronunciarías las conclusiones de tus experiencias, incluso algunos de mis argumentos, ¿verdad?
Proclamarías nuestras propias palabras de aliento. ¡Me gusta! Podríamos empezar por evaluar
nuestros procesos de aprendizaje entorno a la vida, así como los logros que hemos obtenido,
¿qué te parece?
_ Antes percibamos el mundo... Yo escucho el sutil sonido de una llave entrando en la cerradura de
la puerta de una tendencia futura. ¡Clic! ¿Has oído Oscar?... resuena –hizo una breve pausa porque
el bullicio entorpecía su locución-. Cuando canalizamos una necesidad que otros no han
observado, esto representa una oportunidad para contribuir a un mundo nuevo. Podría ganarme
la vida cómoda y placenteramente. Comencé trabajando nada más con las manos. Luego intercalé
la mente a ese trabajo manual exento de razonamiento. Ahora me gustaría tan sólo poder pensar.
Ser un pensador libre, pero no un “intelectual”... ya me entiendes!
_ Tus ideas podrían revolucionar el mundo y quizás, sorprendidos, acallarían su voz de censura inicial
–dijo con alegría Oscar.
_ Sabes que yo no actúo de forma tradicional. Sabes que estoy expectante, que estudio cómo suceden
las cosas más elementales identificándome con ellas. Las mejores ideas se esconden detrás de los
actos más triviales frente a nuestras narices retando nuestra sensibilidad y rapidez para cazar al
vuelo toda oportunidad.
_ Tú miras con atención hasta encontrar un motivo que movilice tu adrenalina, yo, simplemente
contemplo. No tengo esa necesidad de sacarle partido a lo que descubro ni darles una inmediata
utilidad a las cosas. Me gusta moverme en la inmensidad del mundo abstracto sumergiéndome
en él para gozar de su profundidad. Así es como yo percibo el mundo, como una gigantesca
piscina donde zambullirme y sentir sin necesidad de planear.
_ ¿Y quién te rescatará del dinosaurio que guarda las entrañas de la piscina? –le preguntó Iván.

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_ Tal vez un día me sienta con la fuerza de reunir los elementos dispersos en mi ordenador para que
se combinen a la perfección y mientras no localizado “mi adrenalina”... como tú estaré alerta, de
hecho he dado un paso abismal con mi independencia profesional.
_ ¡Fenomenal! Mira, cada uno de nosotros es merecedor del triunfo. Si uno cree en sí mismo y está
comprometido en lo que está haciendo merece alcanzar el éxito. Debe aceptarse el fracaso como
una lección en la escuela de la vida más que como una afrenta a la propia identidad porque forma
parte del proceso de educación. Cada año que pasa estoy más convencido.
_ Entonces, Iván, entiendo que tu actividad es la del vencedor que ha derrotado a sus demonios
internos y está dispuesto a aceptar riesgos calculados...
_ ¿Sabías que Walt Disney tenía miedo a los ratones y por eso creó a Mickey? Se enfrentó a sus
demonios, hay que vencerlos!
_ Está bien que por una vez en la vida te concentres en dirigir tu naturaleza hacia algo que
inicialmente no tiene forma en vez de asir lo que está hecho y confeccionado para desbaratarlo...
y no tiene forma porque todavía está por inventar, según percibo por donde vas, pero, ¿cuál sería
tu estrategia?
_ ¿Te refieres al contenido de las materias? No sé exactamente. Podrían ser cortos seminarios de fin
de semana donde ayudar a la gente a ahorrar tiempo y dinero ofreciendo nuevas maneras de
aprender. Me gustaría facilitarles su vida en el trabajo, poniendo en contacto a dos partes que se
necesitan, en definitiva, promover el bienestar mental y físico en la gente.
_ Todo muy pragmático. Esperaba que también hubieras decidido promover el bienestar espiritual en
las personas dado tu comentario de “aversión por todo cuanto no parta de lo humano”.
_ No sabría bien como hacerlo. Debo serte sincero. No me he detenido a reflexionar sobre el asunto.
Además, la espiritualidad enturbiaría todo el proyecto. Muchas personas no asistirían pensando
que se trata de una secta destructiva o de una extraña religión. La mayoría de gente huye ante lo
desconocido. El excepcional ruido del silencio... desde entonces siento que tengo dentro una
fuerza que me impulsa y a su vez siento como si me faltara algo que tengo necesidad de encontrar
y no sé de qué extraña potencia se trata ni atino a saber bien qué...
_ Estoy realmente intrigado, ¿por qué tienes ahora esta repentina necesidad de decir cosas y enseñarlas
a los demás?
_ Oscar, no quiero que se pierda todo lo que he aprendido con verdadero dolor. Mis experiencias
tienen que servir para algo. Necesito que sean de utilidad para alguien. No quiero que todo este
caudal de vivencias se malogre.
_ Está bien que quieras compartir. Me enorgullezco de tenerte como amigo Iván. Tú eres como un
pecador que ha visto a Dios y por ello puedes convertirte en el mejor predicador.
_ Fíjate bien. Lo aprendido en la escuela y los estudios cursados en universidades o academias está
orientado al conocimiento de disciplinas para hacer una actividad profesional, pero la experiencia
demuestra que esa formación no evita que se presenten graves problemas de comunicación. Lo
he visto muchas veces. Surgen un montón de conflictos innecesarios. La gente no sabe
organizarse. El estrés que genera el trabajo incide en la vida privada afectando negativamente en
la casa.
_ Hasta aquí plenamente de acuerdo ¡sigue!

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_ El desconocimiento de nuestras propias habilidades, la falta de confianza en nosotros mismos, la


dificultad para relacionarnos con los demás, a menudo nos impiden controlar las situaciones y
alcanzar objetivos. Ha llegado el momento de que contemos con un centro de capacitación fuera
de lo común para que no abandonemos nuestra educación cuando somos adultos... ¿qué opinas
Oscar?
_ Es una idea vanguardista. Existe una clara vacante para una cosa como la que describes. Sí, veo que
te estás encaminado a una solución concreta de manera creativa, porque, ¿supongo que piensas
infundirle una metodología original... lo digo para que pueda funcionar!
_ Evidentemente... pero todavía no se cuál. Pero ten por seguro que la encontraré. Primero debo
dotar de materias el centro, después, ya veremos como las imparto. ¿Nos vamos ya Oscar?...
¡Ahora sí que ya no puedo más!
_ Sabías que los antiguos faraones...
De repente Oscar se quedó hablando solo porque al girarse comprobó que Iván había salido al galope
tras una motocicleta que descontrolada intentaba abrirse paso a través de la multitud. Les habían
arrebatado la bolsa del equipo fotográfico.
Dos horas más tarde, del hombro de Iván pendía nuevamente la bolsa. Se había abalanzado
veloz encima de los maleantes derribándoles en su huida para recuperar lo que pertenecía a su buen
amigo, no sin llevarse un recuerdo en su rostro. Un largo arañazo cruzaba desde la frente a la barbilla,
aunque no sangraba y lo disimulaba la suciedad de su cara. Nunca le diría que había sido golpeado
con un barra de hierro. Oscar hubiera objetado que no valía la pena pelear por un objeto material
pero a criterio de Iván, cualquier cosa que se hiciera sin su consentimiento era una violación, una
agresión inmoral y frustrar aquel robo constituía el recuperar la dignidad perdida.

Oscar se acostó en la cama de su habitación 398 porque era la hora en que el sol apretaba. Estaba
cansado. El agradable aire acondicionado relajó su cuerpo mientras su amigo se desprendía de la ropa
de lino del color del desierto y se duchaba para eliminar la arena de su cara. Cuando Iván lo encontró
completamente dormido, aprovechó para chapotear en la piscina con el traje de baño que le cogió
prestado de su maleta abierta.
Estuvo un rato refrescándose en la piscina y luego volvió a la habitación de Oscar para vestirse
con su ropa y bajó para merodear por las instalaciones del hotel porque su amigo seguía
completamente dormido y no quiso despertarlo.
Descubrió en el hall a un grupo de colegialas francesas. Poco le costó integrarse al grupo para
charlar con ellas. Les enseñó un truco de manos que había aprendido de un mago que conoció luego
de una representación, pues no tuvo reparos en colarse por la puerta de atrás para llegar a su camerino
a continuación del show. Le gustaban los atajos. Los pasadizos secretos. Fue recibido con cierta
frialdad, pero como allí se encontraba su hija de siete años, se la cameló para que se pudiera quedar.
También gracias a la pequeña terminaron cenando juntos y su insistencia no cesó hasta que el mago
le enseñó aquello que había ido a buscar Iván. Era un sencillo truco sin demasiada importancia pero
a Iván le había impresionado mucho, tanto como a las jovencitas colegialas que le rogaron que lo
hiciera una vez más, aunque ellas nunca se atrevieron a preguntar donde estaba el truco asombradas
con la boca abierta y los ojos salidos y en orbita.

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Cuando llegó Oscar, Iván había encandilado hasta la profesora del grupo a quién orientaba
sobre la ciudad y sus reclamos turísticos como si fuera el relaciones públicas del hotel.
_ ¡Hola! Estaba practicando mi francés.
_ Y además te llenabas de gozo. Basta con verte para comprobar como disfrutas con la alegría ajena.
Esto dice mucho de ti Iván, ¿vamos?
_ ¿A dónde?
_ Pues a charlar en aquel diván. Desde allí tendremos ante nosotros una espléndida puesta de sol
dentro de un par de horas.
_ ¡Adelante a toda máquina! –dijo Iván en tono cantarín-. Sus deseos son órdenes para mí.
Iván caminaba detrás de Oscar en dirección al diván cuando se le abalanzó una de las colegialas que
se le colgó al cuello y lo besó y rápidamente regresó al grupo de colegialas que a lo lejos reían
saludándolo con la mano. Se sentaban en el diván cuando Iván levantaba la mano para despedirse de
ellas. Entonces Oscar le contó lo sucedido sin hacer mención a lo bien que le quedaban sus ropas.
_ He pensado en aquello que dijiste esta mañana sobre lo de escuchar el ¡clic! y, tendido en la cama,
me he dejado llevar. Al despertar no ha sido agradable, Iván, me asfixiaba.
_ ¿Por qué Oscar?... ¿qué te asfixiaba?
_ La información. Recordé tus palabras sobre un mundo excesivamente tecnológico. La informática
nos invade. Ahora que la revolución numérica permite una única tecnología para ver, escuchar,
leer, y enviar un mensaje a la velocidad de la luz, y que las máquinas han acrecentado el paro de
masas de gente y es esa misma gente quien consume toda la información... es indignante la
cantidad de gente sin trabajo a causa de la robotización... Estamos en un mundo sin rumbo y la
información, lejos de enderezarlo todo aún lo complica más al confundir a la población. Los
medios de comunicación deberían asumir su papel principal... que no es únicamente transferir
datos vacíos. Tienen ahora más importancia que nunca, y... creo que son cómplices activos del
actual descontrol. Cuando hay una situación de injusticia, la prensa la radio y la televisión, deben
empujar a la sociedad a la rebelión cívica y pacífica pero el pueblo está dormido, atontado,
justamente por estos medios que colaboran con los gobiernos.
_ Caramba, caramba con Oscar, veo que no caen en saco roto mis palabras. Has tenido un mal sueño
que no te ha dejado descansar.
_ Pero como si fuera una señal que me llega de algún lugar remoto he comprendido que podemos
ahogarnos con tanta información Iván... porque es sobreabundante. Somos incapaces de absorber
la cantidad de información que existe hoy, ¿cuánta es interesante? ¿Cuánta necesaria? Mejor dicho,
¿de cuánta información podríamos prescindir?
Tomando el relevo, continuó Iván echando más leña al fuego.
_ Y este desmesurado aumento de la información no aumenta la libertad, más bien al contrario. La
información se ha convertido en una mercancía que al margen de la verdad o la mentira se compra
y se vende igual que el petróleo el café o el maíz a una velocidad absoluta. Está en cualquier punto
del planeta con un solo chasquido –Iván alzó la mano para chasquear los dedos.
_ ¿Y esto puede significar avance social?... –se preguntó a sí mismo Oscar en voz alta-. Se habla a
acerca del paro pero tanta información a nuestro alrededor y en ningún lugar se informa de cómo
ponerle remedio.

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_ Existe una crisis de contenido, un culto a las formas. Sabes Oscar, creo que los periodistas son las
grandes víctimas porque la población demanda y en definitiva, las agencias no hacen más que dar
lo que reclama la gente. Se publica edita y emite aquello que a la gente le interesa... programas
basura en TV... que si sale con este, que si engaña a aquél, que si está embarazada, que si se van a
casar... Deberíamos ser más exigentes con lo que leemos y vemos... queremos leer y boicotear
pero terminamos viendo televisión –reconocía Iván que se había comprado un modelo inédito
en el mercado de pantalla plana-. El periodista está atrapado. Cada vez son menos necesarios para
la elaboración de una noticia. Su tarea es corta y pueden ser excluidos del proceso. El sistema no
puede permitir periodistas que tengan autonomía.
Oscar recordó la esclavitud por la tiranía de la maquinaria empresarial del bufete donde permaneció
empleado y su episodio de sometimiento paulatino y pensó que en una gran corporación tampoco
un abogado puede tener criterio propio. Y sin cortar el ritmo de la conversación exclamó:
_ ¡Vamos mal! ¡Vamos muy mal! El cinismo, el egoísmo, la inhumanidad... se extienden por todo el
planeta igual que la peste. Veo mucha desigualdad en nuestro mundo. Los ricos son cada vez más
ricos y los pobres cada vez más pobres. Lo que más produce nuestra sociedad de finales de siglo
es ciudadanos “sin”... sin techo, sin salario, sin opinión, sin derechos; individuos excluidos. La
solidaridad colectiva se esfuma. Parece que es el fin de las ideologías y el establecimiento de la
economía de mercado en un planeta capitalista.
_ En mi proyecto quiero imprimir fraternidad –atestiguó prodigiosamente Iván-. Las leyes del
mercado se han vuelto siniestras. Dividen a la colectividad entre solventes e insolventes, pero nada
más interesan los primeros. A nadie le interesan los insolventes. Impera la ley que opera en la
Naturaleza, la ley del más fuerte, el más poderoso. Es mi intención fortalecer los mecanismos de
defensa de los más débiles enseñándoles algunos trucos de magia.
_ Lo ves Iván, esto si que es mágico!
Oscar señalaba los vivos colores que teñían el horizonte de tonos anaranjados fundiéndose con un
ocre brillante de formas desajustadas y cambiantes.
_ Tenía otros planes para nosotros... pero esta visión es formidable.
_ ¿Por qué no lo dijiste antes Iván?
_ Los monumentos seguirán ahí por años. Nuestra conversación quizás no se hubiera producido y
ésta visión formidable se habría perdido. Además, tengo prevista una excursión muy especial. Te
vendrá bien reponer fuerzas amigo mío.

Pero cuando Oscar se enteró de que la excursión consistía en pasar algunas noches perdidos en el
desierto no le hizo mucha gracia, y así se lo manifestó, pero ante la insistencia de Iván y su promesa
de encontrar el hálito de una lámpara mágica no defraudó a su aventurero amigo que seguro de sí
mismo, no comprendía las dudas o la vacilación. Oscar le dijo que lo acompañaría porque podía
alargar sus vacaciones dado que ya no se debía a ningún jefe pero sólo aceptó cuando le hubo
explicado bien el plan, sólo entonces se tranquilizó no lo bastante, seguía teniendo cierto reparo pero
confiaba en Iván. Oscar había decidido aceptarlo tal como era desde la niñez.
En España Iván no había escuchado lo que se le dijo. Y una vez en el país tomó sus propias
precauciones. Un nativo recomendado por la intima esposa del embajador francés le presentó al jefe
de una tribu de Beduinos con el que trató apenas diez minutos, los suficientes para que le explicara a

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cambio de unos pocos dólares lo único que debía saber. Estuvo en la misma garganta del desierto
para atender la autentica vibración del silencio pero debía volver... con Oscar.
Tenía muy claro con qué navío descender por el Nilo. Cuál debía ser el itinerario más

completo y exótico que el ofrecido por las agencias. Había planteado un ultimátum a su compañía

de viajes tan pronto rechazaron su petición, desentendiéndose de sus prescripciones una vez aterrizó

en Egipto alegando que no cubrían correctamente las solicitudes de sus clientes pero Iván no era el

tipo de cliente habitual, y sus necesidades distaban mucho de lo normal.

Y no renunció, aunque demoró la salida una semana que aprovecharon para visitar el Valle

de los Reyes y una noche cerrada la Gran pirámide de Gizeh. Al día siguiente se trasladaron a la

ciudad de Alejandría porque Oscar tenía interés en su puerto y sobretodo en exhumar ciertos

pergaminos antiguos de su biblioteca.

Bajo el reinado de Iván se marchitaban los matices. Había dicho blanco y blanco tenía que

ser y finalmente partió con su buen amigo por la ruta que había trazado en el restaurante cuando

durante el postre ante la mirada incrédula de sus compañeros que reparaban en aquella manoseada

hoja arrancada de algún atlas con el puño firme el intrigante Iván trazaba una línea sin explicar lo

que hacía hasta levantarse para indicar “Me voy de viaje” y acto seguido se esfumó ante sus rostros

atónitos sin dejar más rastro que el desconcierto. Todavía faltaban tres meses para las vacaciones

pero había delimitado en el mapa su vida y fue a notificárselo a sus jefes.

Precisamente por cosas como esta era tan irresistiblemente seductor. Sin Iván el mundo sería
opaco porque él era vida en plena acción, el calor del fuego, el rugir de la tempestad, la mirada aguda
del águila en la altura. Sus exageradas cualidades y su aspecto imprevisto, igual como la pimienta
cuando ofrece un sabor inesperado traumatizaba con sobresaltos la existencia de la gente de su
alrededor. Así, tan distinto a todo era Iván que de consumirse se marcharía sin rastro y no quedarían
ni siquiera las cenizas de las brasas, pero ¡qué hermoso incendio se hubiera presenciado antes de
extinguirse! Por eso Oscar nunca lo buscaba, porque era imposible seguirle y alcanzarlo, sin embargo,
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cada vez que se cruzaban sus vidas se encontraban en una nueva amistad renaciendo en cada peldaño
de la escalera de la vida.

Fue a orillas del río que se formó Egipto, uno de los países más antiguos de la tierra. El Nilo es famoso
por ser el más largo del mundo. Nace como un pequeño manantial en Burundi atravesando siete
países hasta llegar a Egipto que cruza de sur a norte hasta desembocar en el mar Mediterráneo. Egipto
es una gran extensión de tierra marrón cruzada por esta franja azulina que guarda a sus lados ribetes
color verde. La única tierra fértil se encuentra en sus orillas donde se produce casi todo el alimento
que consume el país. Procurador de riquezas para el antiguo pueblo egipcio, conoció el esplendor
aunque también sabe de violencias y destrucción, algo de lo que pocos lugares escapan en el planeta,
excepto, quizás, ese lugar remoto con mucho encanto al que Oscar e Iván eran extremadamente
sensibles.
Iván se había paseado ya por “la carretera de Egipto” que debían descender para aproximarse al
monumento que ilustran los billetes como punto de partida para emprender su caminata por el
deseo.
Oscar se apoyaba en la barandilla contemplando el paisaje. Se volvió hacia a su amigo que
estaba tumbado en una hamaca y sorbía zumo típico del país.
_ Desde hace miles de años crece y crece en los meses que van de junio a septiembre. Sus inundaciones
eran vistas como un milagro. Las aguas anegaban los terrenos depositando en ellos grandes
cantidades de barro, y cuando las aguas se retiraban en octubre, los campesinos aprovechaban
para sembrar sus cultivos sin saber que el Nilo nacía en tierras lejanas. No entendían porque sus
aguas venían cargadas con fino barro fértil. Únicamente lo veían cruzar el desierto. Por eso
llegaron a creer que era un río sagrado.
_ Y que sus aguas venían directamente del cielo! Yo también me he documentado antes de visitar
Egipto. Conozco su historia. Deberías tomarte un zumo como este. ¡Es fantástico!
_ También se decía que su agua brotaba del centro de la Tierra. En la actualidad las crecidas del Nilo
se aprovechan para llenar la presa de Asuán. ¿Te parece que la visitemos y así comprobaremos los
sofisticados cauces de riego con los que han logrado aumentar las áreas de siembra?
_ Un país se organiza porque su gente lo hace. El individuo es la clave del progreso de un país. Todos
podemos mejorar nuestros hábitos. Debemos analizar nuestras mayores necesidades dirigiéndolas
hacia donde más deseamos, pero solo podrá obtenerse el progreso con una buena identificación
de objetivos y una buena confección de los planteamientos adecuados, tal y como hiciera el
pueblo de Egipto entorno a su necesidad de agua. Pero si objetivos y planteamientos no se
coordinan a la perfección, en busca de un aprovechamiento más intenso del tiempo a nivel
individual, en busca de unos resultados más favorables, estableciendo prioridades y métodos para
su correcta ejecución, jamás conseguiremos llegar a la verdadera opción: la transformación;
primero de la persona, luego del país. Esto nunca será posible si antes no rompemos con esquemas
anticuados y poco prácticos. Hemos de reinventar nuestro proceder empezando por diferenciar
áreas.
Iván se levantó sin haber contestado a Oscar y bordeó las sillas hasta escoger una en la que sentarse
para aseverar:
_ Todo deberá estar claro sobre el papel.

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_ Deberías ponerte a trabajar inmediatamente porque si eres capaz de escribir en una sola hoja tus
mayores necesidades a desarrollar, habrás conseguido aumentar la oportunidad de acaparar de
forma efectiva todo cuanto te inquieta y te estimula Iván, y ese proyecto se convertirá en una
realidad.
_ Tienes razón Oscar, y si además de escribirlo consigo establecer una pauta de conducta fiel adquiriré
una fuerte seguridad en la acción. Es sabiendo cómo están las cosas y gracias a un adecuado
procedimiento acorde con nuestros objetivos y planteamientos como llega el progreso. Voy a
establecer un sistema que aunque organizado, cuadriculado, estructurado... conserve su viveza y
toda la frescura de sus áreas y su verdadera sensación de ser porque en una sociedad técnicamente
avanzada es un pecado la ineficacia, pero al final, se impone la estructuración que aborta la
espontaneidad.
_ Me pareces un ser tecnológicamente humano, ¿qué me dices de la comunicación? Hablaste de la
dificultad en las relaciones interpersonales...
_ Las relaciones con las personas es lo que da sentido a la vida.
_ Dime, ¿y has pensado abordar este asunto? ¿Hay soluciones? ¿Vas a inventar un idioma?
_ Estamos inmersos en un mundo excesivamente técnico donde la capacidad de conectar y
entenderse con nuestros semejantes se desvanece cada día. El factor humano debe ser nuestro
compromiso como clave indiscutible para el progreso. Vivimos en la era del fax, el teléfono de
bolsillo e Internet, las comunicaciones han evolucionado enormemente pero a menudo somos
incapaces de expresarnos adecuadamente, no sabemos relacionarnos con las demás personas ni
tampoco con el entorno provocando conflictos desagradables y situaciones incómodas. Más allá
de una eficaz oratoria, hoy que todo el mundo tiene prisa, se trata de sintetizar la información al
máximo.
Oscar abandonó la barandilla acercándose a Iván. Se sentó en una silla a su lado con la oreja
agigantada.
_ Hay que saber del mutuo interés sobre un tema y del conocimiento y los deseos del interlocutor
respecto a ese tema. Esto aportará riqueza propiciando “relación” entre dos personas lejos de la
mera transmisión de simples datos estériles de conversación vana –Iván se mostraba muy
convincente.
_ Entonces, me estás diciendo que el estilo de la conversación mejora las relaciones entre las
personas...
_ Y la imagen personal y la receptividad y la reciprocidad mejoran la comunicación, no solo el tipo
de conversaciones... el conocimiento del lenguaje corporal...
_ La grafología puede ser una herramienta de indudable importancia, ¿lo sabías? –y recordando la
carta de su amada Ana que sobresalía de entre las demás apostilló-. Aunque apenas se escribe a
mano... yo creo que se presta nula atención a los gestos que revelan mayores verdades que los
labios.
_ Oscar, relacionarse bien y llegar a los demás no es vital... es lo único... porque, ¿cuántos de nosotros
podemos prescindir de los demás?... ¡nadie! Absolutamente nadie es totalmente autosuficiente.
El vendedor necesita compradores, el amante una pareja, los abogados clientes.
_ ¿Y tú eres quien hace tal afirmación?... ¡lo que hay que oír! El sol te ha calentado la cabeza Iván –
tal vez Oscar se había molestado por haber incluido su actividad en el saco.

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_ Sí amigo mío, las pirámides me han inspirado estas semanas más de lo que podría haber llegado a
imaginar.
Las estrellas, todas, titilaban por encima de ellos realizando breves guiños de complicidad. Era un
espectáculo tremendo de placidez acogedora.
_ Existe una base para la buena armonía entre los seres humanos. Un manual tan simple y evidente
que solemos ignorarlo. Aplicar estas sencillas reglas que por supuesto todos sabemos pero que
pocos llevamos a la práctica puede ser el inicio de una etapa interesante y confortable, y no estoy
hablando de hacer amigos íntimos para coleccionarlos. Me refiero a tratar a nuestros semejantes
como se merecen porque no olvidemos que todos somos personas y el ser humano merece
respeto y un trato igual que el que podamos desear tú o yo.
_ Tacto, delicadeza, sutileza, sensibilidad, y una gran calidez, son bienes escasos, aunque valores
seguros. Tienes razón. Pero se impone la despiadada competencia que deriva en el síndrome del
líder.
_ Oscar, ¿tú eres líder? ¿Deseas realmente ser un líder?... No mal interpretes nunca esta palabra. El arte
de mandar es bien difícil, tanto en la familia como en la empresa; en política, en las fuerzas
armadas, en la iglesia, la universidad, la escuela. Pero alguien debe hacerlo, y, ¿por qué no tú o
yo? Contéstame, ¿por qué?
_ Bien, si nos preparamos para ello, de acuerdo, ¿por qué no? ...pero al servicio del ser humano sin
distinción Iván, y con una esmerada aplicación, ¿oíste?
_ Todos tenemos responsabilidades frente a otros y llevarlas a la práctica dignamente es tan
complicado como hermoso. Tan difícil como gratificante. Igualdad, generosidad, configurar un
equipo ganador, ser imparcial, observar, reflexionar... esto último a ti te gusta mucho amigo mío
–y ambos se rieron-. El poder y la fuerza, la simplicidad, la creatividad, la motivación. Merecer el
cargo. Integridad, energía, carisma. Saber filosófico. Sencillez, humildad... ¿imaginabas que un
líder debe reunir todas estas cualidades? –le preguntó retomando un tono concentrado-. Oscar,
yo creo que los auténticos líderes son los que nacen con esta semilla y posteriormente se mejoran
trabajando sus atributos sin terminar jamás el proceso de crecimiento. La madurez es fruto de la
evolución constante.
_ Vas a necesitar una gran dosis de sugestión y de automotivación para cons...
_ ¿Y no es bien cierto que todo cuanto deseas ya está en ti? ¿Y no es cada uno el más idóneo para
reconocerlo y repetirlo? ¿Para qué voy a esperar que otros me motiven? La fuerza del creer es un
bien inagotable que me llevará por cuantos caminos desee imaginar eliminando fronteras físicas
y psíquicas. No permitiré que esa fuerza se convierta en una ilusión. Esa fuerza conseguirá
hacerme partícipe de la realidad.
Y sus palabras eran proféticas pero no era consciente ni del hecho ni de su magnitud, y siguió
salpicando con palabras la tertulia.
_ Todos podemos superar nuestras mayores debilidades por medio de la propia autoafirmación. Unas
palabras de aliento pueden salvar más vidas que muertes provoca una bomba atómica.
Oscar frunció el ceño pero Iván lo ignoró y continuó apasionado por cuanto decía.
_ Podemos incrementar con sencillas tácticas nuestras habilidades personales, sobretodo las que son
nada más nuestras, las exclusivas, evitando al máximo los temores que aunque parecen existir
como algo negativo se logran suprimir cuando nos damos cuenta que son del todo inofensivos.

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No fueron al restaurante de abordo para cenar. Prefirieron seguir compartiendo la tertulia en


cubierta. Y continuaron hasta caer rendidos, entonces bajaron a sus respectivos camarotes y se
derrumbaron en la cama y no sería hasta encontrarse en un grado de intimidad semejante que
reemprendieron el tema que últimamente conmovía tanto a Iván.
Pero sucedería luego de navegar en el navío por el henchido y copioso curso del Nilo. Luego
de haberse deleitado con sus amaneceres, con los suaves tonos sonrosados que mansamente dan paso
a otros anaranjados y rojizos hasta convertirse en claridad de luz que se derrama por doquier.

El uso de la individualidad de Oscar e Iván no era total, cuando la individualidad es nuestra identidad
más auténtica. Ambos tienen que conjugar las facetas. Uno tiene conciencia pero le falta activarse,
liberar su voluntad. El otro tiene voluntad pero le falta despertar, tomar conciencia.
Parte de su individualidad le otorga al insondable Oscar un dinámico pensamiento que lo
caracteriza, y aunque todavía no lo sabe, al mismo tiempo le permite un contacto con toda la
unidad de la creación.
Parte de su individualidad le otorga al inexpugnable Iván un profundo sentimiento de
singularidad, y aunque todavía no lo sabe, al mismo tiempo le permite un contacto con toda la
unidad de la creación.
Mientras Iván es sensible a las influencias físicas, sus aptitudes intuitivas son capaces de penetrar
en espacios invisibles aparentemente inexistentes. Original y lleno de inventiva, admira la vida
con los ojos frescos del corazón. Y huele a eucalipto. Por el contrario, siempre inspirado en la
expresión personal y el desarrollo espiritual, Oscar permanece atrapado en la rutina y los hábitos
aun habiendo inaugurado su despacho profesional. Sus actos son limitados, finitos. Y puede
quedarse en el campo de la hipótesis, de las ideas, y al resistirse, ocultar su verdadera condición
oliendo a formol. Sin embargo su fluir espiritual es consciente y su conocimiento permanente,
aunque hace caso o miso de la presencia. Posee un instrumento que sería muy útil en manos de
Iván.
Oscar cree en algo que todavía no comprende en su perspicaz reflexión e Iván percibe algo que
todavía no entiende en su incesante actividad, y porque ambos viven en la amistad permanente,
el único elixir capaz de enriquecer la existencia humana y restablece las relaciones perdidas entre
los seres humanos, es por eso que un día... y tendrá nombre!
Los peregrinos del viento saben, pero no saben que saben. ¿Qué saben? ¡El secreto a voces! En
ocasiones excepcionales sienten una profunda experiencia con la que terminan por comunicarse,
aunque no averiguan lo que significa. Sienten experiencias con las que no consiguen conectar.
Experiencias que suceden cuando se encuentran en cualquier entorno, ya sea caminando por un
bosque o al sentarse junto al mar, ya sea mientras riegan las plantas o sirven carburante al
automóvil, ya sea cuando cocinan o practican su deporte preferido, ya sea cuando abrazan a un
amigo o cierran un acuerdo profesional, incluso al lavarse los dientes en el baño o al voltear la
página de un libro sienten una poderosa presencia que habla. Algo que se reconoce en uno
mismo y que a su vez parece venir de un lugar remoto más verdadero que nosotros mismos.

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* * * *

El antiguo pueblo egipcio basó su cultura entorno a la muerte. Anubis, con cabeza de chacal y cuerpo
humano era el dios protector del embalsamamiento. Tenían la firme creencia en una vida de
ultratumba. La muerte no era más que la transición a un nuevo modo de vivir. Y la preocupación de
todo aquel que disponía de medios era prepararse una buena morada para la eternidad. De acuerdo
con los recursos de la familia del difunto, se envolvía el cuerpo con vendas de lino después del
embalsamamiento. Era más costoso cuando se le extraía el cerebro, el hígado, el estómago, los
pulmones, los intestinos. Maquillado y vendado y colocado en un sarcófago, se conducía a la momia
a la tumba rodeada de objetos y comida abundante. Había pinturas y relieves en las paredes para que
disfrutara de todo lo que había poseído en vida durante la nueva vida.
Sin duda la más singular de todas las tumbas es la Gran pirámide de Gizeh construida para el
faraón Keops donde una noche cerrada Iván entró con su amigo tras sobornar a los guardas para
abordar el tema. Quería obligarlo a que dejara de ser un asunto tabú, provocar la conversación, y
aunque la abrió con un tono desenfadado “Los antiguos egipcios concebían su muerte para la
eternidad, y esto está bien, pero pendientes del culto a la muerte se olvidaron de vivir. Buscaron el
equilibrio entre lo humano y lo divino intentando fusionar lo cotidiano con lo permanente.
Dominaron el arte de la cirugía y, en el campo matemático, no conocieron el cero. ¡Mezclaron magia,
religión y medicina!” Oscar eludió toda conversación limitándose a estar de cuerpo presente. Y al
siguiente día de camino a Alejandría estaba ausente.
Pero disfrutó en la biblioteca de Alejandría. Cierto que se había mostrado retraído desde la
visita nocturna a la pirámide incapaz de vencer el pavor que lo sobrecogió minutos antes de penetrar
al interior pero el puerto de Alejandría y el contacto con los pergaminos antiguos le habían devuelto
un aire renovado, hasta que se sumió en absoluto mutismo tras escuchar la afirmación del
bibliotecario -Hablar de los muertos es hacerles vivir otra vez, se ha consumado lo que reclamó
Ramses II-, ¿por qué todo el mundo se empecinaba en hablar de la Muerte? Y acto seguido pensó en
su padre imaginándolo en el fragor de innumerables gestiones para promover tratos ventajosos en
su viaje de negocios.
Iván no volvió a mencionar la característica que dominó la civilización antigua de más larga
vida que se elevó durante 3.000 años a las alturas para eclipsarse después; igual que otra similar en
otro extremo del mundo a espaldas la una de la otra. Egipto embelesa no sólo a los arqueólogos que
estudian las tumbas y los recipientes de barro. Todo tipo de gente se ha sentido cautivada por la tierra
que hechiza por su pasado faraónico y sus cuerpos momificados y los escarabajos, verdaderos
amuletos.

En un improvisado embarcadero Iván solicitó al capitán del navío que les permitiera apearse. Una
figura aguardaba impávida. Oscar conoció al jefe de la tribu de beduinos que le había contado a su
amigo cómo llegar al corazón del desierto para escuchar la autentica vibración del viento. Y a
continuación de aceptar las provisiones y agradecerle su gesto se despidió para acompañar a Iván en
su expedición de la lámpara mágica.
Junto al silencio y al viento avanzaron durante un viaje sin brújula hasta el templo situado a
1.155 km de El Cairo que en 1960 fue descompuesto para volverlo a componer en medio del desierto

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porque las crecidas del Nilo por la construcción de la presa de Asuán apremiaban para inundarlo.
Los turistas llegan en avión para contemplar la fachada de Abu Simbel de unos 33 metros de
altura por treinta y ocho de ancho presidida por cuatro colosos de veinte metros cada uno, pero ellos
llegaron en camello atravesando el desierto.
Y luego de largas jornadas vagando se toparon nuevamente con ese zumbido peculiar que por
alguna extraña razón llegaba de algún lugar remoto para que los dos encontraran un grado de
intimidad cercano a la unión y se detuvieron, ajustándose a la majestuosidad del lucimiento de las
fuerzas naturales en la misma garganta del desierto.
Ambos amigos se sentaron en una duna en medio de la nada.
_ Oscar, creo que la actitud frente a uno mismo es lo que determina el futuro. Solamente el temple,
acompañado del franco y apasionado deseo contribuirán a conquistar todas las metas... pero
siempre y cuando la actitud, más de dentro que de fuera, haya variado.
_ ¿Por qué dices que debe variar Iván?
_ Porque para mejorar, hay que sacrificarse, pero en general se teme esta palabra.
_ ¿La palabra sacrificio?...
_ No Oscar... la palabra mejorar... puede sonar pretenciosa. Cambio es más sutil, pero tú mismo me
lo advertiste en Grecia... cambiar no es mejorar! La mejora invita al aprendizaje. Predispone a la
instrucción. Debemos destruir algunas bases para poder plantar nuevas y fértiles semillas que serán
débiles a menos que las alimentemos con amor.
_ Tienes razón. Actualmente parecemos autómatas. Este paso es inevitable.
_ ¿Convertirnos en autómatas? –preguntó Iván.
_ Pues tal y como camina el mundo creo que sí. Sabes... me gusta oírte hablar de amor.
_ Me gustaría encontrar una metodología que además de didáctica fuera lo suficientemente rentable
a corto plazo para que mereciera la pena.
_ Por lo que deduzco, poco a poco pero progresivamente, pretendes implantar hábitos sumamente
mecánicos para que en el curso de la práctica habitual se conviertan en un comportamiento
espontáneo al que poder acceder, y éstos hábitos, serán sinceros cuando vayan degustando su
eficacia, sus beneficios, entonces pasarán a ser naturales. Si ya te lo dije, eres un ser
¡tecnológicamente humano!
_ Sí Oscar, exactamente, cambiar paulatinamente al comprender que existen ciertos requisitos
ineludibles, algunos compromisos obligados y responsabilidades que deben asumirse
correctamente pero que, y ahí está el quid de la cuestión, voluntariamente, cada cual debe
escoger. Entonces, y solo entonces, puede acceder uno a su yo más íntimo. Me gustaría enfocarlo
como un programa de enseñanza modular dentro de una especie de maestría donde exista la
posibilidad de escoger, en... como denominarlo –y comenzó a titubear moviendo los ojos de un
lado a otro parpadeando repetidamente-. Sí, ya está, la posibilidad de poder escoger en el Master
de la Escuela de Triunfadores únicamente los apartados que sean de su interés, proporcionando
así a las personas la posibilidad de entrar en contacto directo con el programa completo pero sin
forzarlas. Nada más despertando su curiosidad.
_ Esos apartados modulares podrían tener dos niveles –añadió Oscar-. El seminario-Taller con una
duración de tres días y el curso, con una duración de tres o más semanas, dependiendo del grado

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de ampliación y profundidad que se desee sobre los temas seleccionados. También podrías realizar
jornadas de presentación de tu programa en distintos foros públicos, pero, ¿y los contenidos Iván?
_ Creo que debo comenzar por como administrar el tiempo. Mucha gente está demasiado ocupada
haciendo infinidad de cosas y olvidan realizar lo que es esencial. Debo encontrar la manera de
ayudar a que encuentren tiempo suficiente para hacer las cosas verdaderas.
_ Te das cuenta de que lo has dicho. Debes encontrar para que ellos encuentren. ¿No te parece un
tanto complejo?
_ Pues tienes razón. Qué puedo decir. Si fuera fácil dejaría de tener aliciente para mí. Yo, como
cualquier otra persona, tengo todo el tiempo del mundo. Solamente debo aprender a utilizarlo,
a saber qué hacer con él. La llave maestra es la adecuada administración del tiempo. Un tiempo
que pasa para todos de manera irreversible por igual.
_ Creo que deberías centrarte en los ladrones del tiempo.
_ Sí, otra vez estás en lo cierto amigo mío. Hay demasiados ladrones y el tiempo es un capital
demasiado valioso. Un capital que no puede sustituirse. El tiempo no puede comprarse, ni
regalarse, ni alquilarse, ni tampoco está en venta.
_ ¡Como el amor!
_ En eso discrepo Oscar. El amor sí puede regalarse.... recuerda que tú me lo mostraste, ¿no te acuerdas
ya de aquello de dar sin contemplaciones? –Iván le pellizcó la mejilla retorciéndosela-. Y al igual
que el amor, el tiempo no puede desaprovecharse ni debe malgastarse estúpidamente.
_ Igual que el amor, al que hay que dejarlo correr para que dance a su antojo dijo Oscar sacándole la
lengua en señal de burla.
_ Sí, sí, sí, sí, el amor, pero hablemos ahora del Tiempo. No puedo hacer un seminario sobre el amor.
Yo solo podría enseñar a ligar.
_ Y se pagaría mucho dinero por esta asignatura, créeme. Seguro que tendrías alumnos de ambos
sexos y de todas las edades.
_ Mira Oscar, el tiempo, a diferencia del amor, no se multiplica ni se reproduce por sí mismo. El
tiempo es del todo inalterable, porque está fuera de nosotros, mientras que el amor... el amor,
todavía no tengo la certeza, pero intuyo que es moldeable como una figura de barro. Al contrario
del tiempo que es vida que pasa inexorablemente... estoy convencido que el amor es vida que
permanece y se acumula. ¿Tus palabras de París no murieron? Pero aprende algo tú Oscar, con
cada nuevo día que nace empieza la vida.
_ Si organizaras un seminario a cerca de la seducción... ahora que percibes el amor... definitivamente,
el aula se te llenará –y la cabeza de Oscar parecía rebotar de arriba abajo en señal afirmativa-. Con
este amor que parece asomarte, miras tu proyecto desde otra perspectiva... y sabes, estoy
convencido que te convertirías en un buen orador –agitó las manos a su alrededor para ahuyentar
algunos mosquitos impertinentes-. ¿He visto mosquitos o me lo ha parecido! –Iván no respondió
y Oscar prosiguió-. Creo que debes tomarte más tiempo para pensar porque es la fuente de donde
nace la fuerza, reflexiona sobre el proyecto. No actúes y ya está. Pero no te vayas al otro extremo,
no solo pienses y ya está. Mide tus excesos. Y no olvides tomarte tiempo para jugar, porque es el
secreto de la eterna juventud. Tomate tu tiempo para la lectura, porque es conocimiento, una
forma de riqueza y la base de la cultura universal. Y guarda un tiempo para seguir siendo amable

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con los niños y los ancianos, esta es la puerta de la felicidad. Pero inventa un tiempo para estar
contigo y será música para el alma.
_ Pero sobretodo, debo tomarme tiempo para trabajar. Es el precio del éxito. El secreto es priorizar
las mayores necesidades. Sin objetivos no hay orden. Nada más caos. Es conveniente reconocer
los objetivos...
_ ¿Cómo es un objetivo Iván?
_ Haber... como te diría yo. En mi opinión, un objetivo es en primer lugar y ante todo, un estímulo
para aumentar el desarrollo individual. Un reto para nuestra propia autosuperación camino de la
realización personal.
_ Pero, ¿para qué sirven los objetivos?
_ Principalmente, para dar sentido a nuestros actos. Los objetivos son nuestra razón para existir. Son
motivos para obligarnos a luchar. Excusas para mantenernos vivos. Debemos estar en permanente
crecimiento, en evolución personal constante. Los objetivos son la oportunidad de obtener
ganancias que confirman que es posible desarrollar nuestras facultades y bien dirigidos, permiten
poner en evidencia nuestras innatas cualidades, las destrezas escondidas, las habilidades más
agudas. Nuestro potencial individual es inmensamente grande.
_ Y, ¿cómo ha de ser un objetivo?
_ Claro, medible, accesible, con cierto nivel de dificultad, y premiable. Debemos compensarnos a
nosotros mismos cuando lo hemos conquistado.
_ Imagínate que te encuentras con un asistente a tu curso que intenta boicotearte y te pregunta, por
ejemplo, ¿cuáles son las fases de un objetivo?
_ Bien, le diría que son... analizar la situación globalmente, detectar el ánimo e intención concreta,
reunir los recursos disponibles, ejecutar el trabajo, controlar el proceso para corregir desviaciones
y finalmente supervisar el resultado que debe coincidir con aquello que nos hemos propuesto al
inicio cuando determinamos el objetivo.
_ Estás bastante preparado. Tienes una rápida respuesta, coherente e instructiva. Déjame insistir, ¿es
fácil de conquistar un objetivo?
_ Sí. Siempre que tengamos un detallado plan de acción sobre un calendario donde hemos fijado los
plazos y los vencimientos. Pero la pregunta que a mí me gustaría, es, ¿y qué pasa cuando no
tenemos objetivos en la vida? Con esta pregunta disfrutaría. Me acercaría a quien la formulara
para mirarle a los ojos y decirle: pues que somos un barco que va a la deriva!
_ ¡Evidentemente! Sin objetivos no existe la planificación ni tampoco la organización, pues no
podemos llevarla a cabo y ...
_ ¿Pero en función de qué vas a organizar? –le interrumpió Iván-. De nada le sirve a una empresa un
organigrama si la misión es confusa. Si no dispone de un propósito para existir jamás podrán
organizarse las actividades.
_ Y si carecemos de objetivos, difícilmente podemos fijarnos prioridades. Que bien me hubieran
venido estas palabras en mis tiempos de estudiante. Entonces hubiera podido establecer las
prioridades A, B y C, en función del tiempo el dinero y el grado de satisfacción.
_ Poner atención y mirar en la dirección que vamos. Muchas personas salen a buscar lo que les gustaría
y encuentran algo que les desagrada porque no establecieron correctamente en el punto de

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partida su verdadero destino. Otros salen certeros, seguros, pero cuando un elemento los distrae
por el camino se despistan y al rato ya no saben bien donde se encuentran.
_ Hay gente que persigue aquello que impone la sociedad. Va tras lo que está de moda, pero no han
llegado a ninguna conclusión respecto a lo que necesitan y pueden o deben obtener. Desconocen
sus mayores necesidades.
_ Y por eso salen en dirección equivocada y terminan por dar tumbos, estrellándose contra los muros
o embarrancando en los arrecifes. No han previsto planes de emergencia puesto que no sabían a
donde se dirigían. A muchos los azota la desdicha y lo que es peor... nada hacen por enmendar la
situación, nada hacen por reelaborar su objetivo en la vida. Yo siempre he intentado asegurar el
tiro al máximo –se había mostrado tangible e indiscutible tras la afirmación.
_ Pero si sobre diez puedes conseguir ocho, lo adecuado es fijar la meta en seis, y tú, Iván, muy al
contrario, quieres llegar a doce, allí donde nadie se atreve, ¿por qué no vas sobre seguro y más
tranquilo con garantías de llegar a la meta... en vez de ir hacia lo inaudito a cada rato, exhausto!
_ Mi naturaleza es así, ¿qué puedo decirte? Alguien tiene que llegar a la zona prohibida, al terreno
desconocido. A muy corta edad tuve que aprender a tomar mis propias decisiones. Se produjo un
punto de inflexión, un desnivel que me hizo confundir lo imposible con lo evidente, y todo lo
posible con lo mediocre y vulgar.
_ ¿Es por eso que quieres enseñar, para que no se pierda lo que tanto te ha costado aprender?
_ Exactamente Oscar, así es. Creo que ya te lo había dicho. Debo hacer algo útil con todo esto. Partí
del paraje de la devastación sin amilanarme ante el reto. Lejos de revolcarme en la desolación de
mi suerte, salí a la universidad de la vida sin más opción que la de aprender.

Desierto. Una jornada detrás de otra sin más alimento que ellos mismos. Y un Iván capaz de
estructurar al ser humano y descomponerlo en piezas.
_ La mayoría de las personas creen que son las cosas o la gente quien les hace felices, pero yo creo
que esto no es correcto. Tanto tú como yo, Oscar, somos los conductores de nuestra propia
existencia porque los pensamientos que escogemos en relación a las personas y las cosas que nos
rodean determinan el estado de ánimo y el comportamiento, tanto como las acciones. Siente lo
que piensas y aprenderás a pensar de otra manera. No se trata de si se puede o no se puede hacer,
se trata de sí se hará o no se hará finalmente. Y la decisión siempre es individual. Tiene que serlo.
Propia de cada uno. ¡Exclusiva!
_ A mí lo que más me gusta de tu inquietud... porque tengo esa sensación y espero no equivocarme,
es que te gustaría evitar que las personas sigan matando de hambre su espíritu. Y la verdad, esto
me parece muy bien. Es bueno renovar ideas. Conocer revolucionarias teorías. En general, nuestra
escala de valores no está suficientemente definida y la sociedad actual no socorre, sino que
contribuye a confundirla hasta ahogar los valores.
_ Yo creo que cualquier persona tiene derecho... no, ¡rectifico! Toda persona tiene el deber de aspirar
a más. Y aunque me será difícil conseguir que se desnuden no descarto la lucha, no desfalleceré.
No me desanimaré a la primera de cambio. No lo haré aunque muchos sigan reprimiéndose
obtusamente resguardados tras sus carcasas de acero forjado. Imagínate una habitación
completamente oscura, pues lo que pretendo es entregar una linterna. Ahí termina mi función.
Encenderla o no encenderla... ¡ahí está el dilema! Pero es un dilema individual. Cada uno decidirá

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si prenderla. El descubrimiento debe llegar con la suavidad del viento cuando acaricia. Pero
honestamente Oscar, quiero contribuir con mi esfuerzo. Y necesito que comprendas y me ayudes
a razonar. Si algo he aprendido de ti es que los poderes de la mente son infinitos pero únicamente
utilizamos un diez por ciento.
_ Pero yo también he aprendido mucho de ti Iván, ¿y quién me contradice si afirmo que es el corazón
el que nada más utilizamos en un diez por ciento de sus posibilidades? Cuando un músculo se
utiliza se desarrolla, pero cuando se lo ignora acaba por atrofiarse y esto es lo que le ocurre al
género humano: se desatiende y se pierde. Coincidimos, ¿cierto? Lo que quiero decir es que aun
siendo inteligentes, puede que no vean la oportunidad. No es fácil que las personas se
desmarquen. No es fácil que rompan con lo que les proporciona una simulada seguridad. No
todos poseen tu gallardía mi buen amigo.
_ Oscar, puedo concebir un hombre o una mujer sin pies, sin manos, sin piernas, sin brazos, pero no
puedo concebir una persona sin pensamiento porque entonces sería nada más una piedra o un
árbol; un pedazo de montaña después de la desafortunada visita del fuego que muestra un tierra
arrasada.
_ A veces me parece que tienes dotes de grandilocuente poeta.

Desierto de alucinaciones que sólo tienen los hombres sedientos deslumbrados por el sol.
_ El pensamiento es grande rápido y libre, la luz del mundo y la gloria del individuo –terció Iván-. El
pensamiento nos consuela a todos de todos y todo lo soluciona. El pensamiento no paga
impuestos, ni peajes, ni aduana. Quien no puede pensar es un idiota pero quien puede hacerlo y
no quiere es un fanático. Francamente te lo digo Oscar, quien no se atreve a pensar es un cobarde.
_ Y además de poeta un hombre práctico! Te he visto actuar impulsado por la encendida pasión sin
pensamiento ninguno por años, y no obstante, me hablas ahora acerca de algo que conozco bien
con un conocimiento tan pleno como el mío. Quizás estaba errado y no eras lo que parecías.
_ ¿De qué sirven los ojos a un cerebro ciego?... Pensar puede ser el trabajo más difícil que existe y
quizás por esta razón hay tan pocas personas que lo hacen.
_ Y yo que tenía la impresión de que tú no tenías al pensamiento en cuenta... creía que actuabas por
reflejo.
_ El pensamiento es la principal facultad que tenemos los humanos. No es lo que poseemos o lo que
somos o el lugar donde nos encontramos, ni tampoco lo que realizamos. Nada de esto es lo que
nos hace felices o desgraciados sino la manera en que escogemos procesar la información. Son
nuestros pensamientos quienes nos hacen, porque nada es bueno o malo. El pensamiento califica
de una u otra manera.
_ Es verdad. Quizás tengas razón, y si variamos los pensamientos podemos cambiar nuestro entorno.
_ Tal como piensas eso es lo que eres. La pregunta clave desde donde poder diseñar un curso, sería
¿somos dueños de nuestros pensamientos? Y si lo somos, ¿por qué nos quedan tan lejos?
_ Pero la voluntad te los acerca.
_ La libertad de poder escoger existe como opción y la actitud mental positiva es un buen camino.
Personalmente te lo digo Oscar, creo que esta combinación de libre elección y mentalidad
positiva es la mejor alternativa desde donde arrancar en nuevo caminar porque predispone a no
menospreciar ciertas cosas, como no sea el egoísmo la mezquindad y la corrupción. Predispone a

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no tener miedo, como no sea a la cobardía, la deslealtad y la indiferencia. A no desear nada que
pertenezca a otro... como no sea su bondad.
_ Rectifico, más que un poeta me pareces un profeta. Entre un pecador y un santo, escojo al pecador.
El santo, probablemente jamás ha tenido la osadía de infringir las normas o la valentía para romper
las costumbres establecidas. Pero quien como tú Iván indaga en la zona oscura, tiene la posibilidad
de volver para contarnos a los demás lo que allí ha visto. Sabe cual es el camino de regreso y puede
emprenderlo otra vez, después de conocer y comprender su lado opuesto. Entonces, si puede
perdonarse sin remordimientos... se convierte en un hombre grande.
_ Oscar, yo dicto mis propias reglas. Soy dueño de mi tiempo y hago frente a mis necesidades. No
pido favores a nadie. Observo las oportunidades y, aún así, quiero el privilegio de equivocarme.
Sin ideales no eres nada. Sin un propósito claro nunca se consigue nada. Y sin riesgo no hay
premio. Todo el mundo acaba pagando un precio. No hay excepciones. Quién se mantiene
inoperante, quieto, sin hacer nada por solventar los problemas, paga un precio. Igualmente como
quién no le importa arriesgar su integridad para defender sus ideales, también paga un precio. Es
curioso, por muy alto que llegues o muy bajo que hayas caído, compruebas que en ambos lugares
tanto el bien como el mal siguen existiendo. Y acabas escogiendo. Puede hacerse de una forma
acertada, seleccionando aquello que te permite vivir en paz contigo mismo, tranquilo, satisfecho
de tus actos, o por el contrario, se puede seguir caminando sin rumbo a merced de los
acontecimientos ignorando los propios principios. Aunque entonces estás muerto. No lo sabes
porque te limitas a vegetar, pero estás muerto. ¡Muerto!

Arena caliente sin estrechas calles de piedras, lejos de los comercios de especies, de la bandeja de té
con piñones y la pipa de agua. Ajenos a cualquier reyerta, sin contrarios, ni intrigas, ni aprietos. Pies
descalzos hundidos palpando con las puntas las entrañas de la Tierra.
_ Sabes Iván, me estás tocando dentro. Me estás descubriendo lo que me temía, mi gran dilema, que
no es saber de dónde vengo ni adónde voy, sino, entender quien soy. Para qué sirvo. ¿Para qué
soy útil? He ganado muchos casos pero siento que todavía no he hecho nada de utilidad en mi
vida. Tú, en cambio, pareces tener un proyecto con el que disfrutas y te identificas.
_ Pero Oscar, este tipo de respuestas debe uno buscarlas en su interior. A mi sólo me está permitido
darte un tremendo bofetón para que reacciones. Puedo zarandearte un poco pero nada más... no
puedo molerte a tortazos! Oscar, a los ojos de la gente puedes parecer un ser insignificante pero
yo sé bien que tu corazón es bravo.
_ De acuerdo, el paraíso está al otro lado de la puerta. Ya lo sé. Está ahí. Debo cruzarla. Pero el pasillo
es tan largo y siniestro... hay tantas puertas y puertas que no se me ocurre otra cosa que empezar
a desfallecer. Sé que estoy en un momento fértil con la promesa de grandes logros. ¿Quizás me
he equivocado de piso? ¿será eso?
_ ¿Cuántas puertas has traspasado?... porque esa es la cuestión. Has sido tú quien ha hecho referencia
a la voluntad y la voluntad es acción. La persona que tiene algo por lo que luchar, simplemente,
vive más y mejor. Razonar de manera positiva equivale a vencer el mal, y también la negatividad
pero...
_ Y, ¿no crees tú Iván, que todo cuanto la mente es capaz de imaginar lo sabe antes el corazón?

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_ Sea como sea, en el espíritu yace todo. Desde algún lugar remoto me llega la melodía... y dice que
va a suceder algo maravilloso esta noche. Me consta que será una señal.
_ ¡Yo también oigo una especie de melodía!
_ Aquí Oscar... semejante expresión de la naturaleza es un imán que atrae a buscadores y yo he
buscado con ímpetu y, ...y estoy encontrado! El espíritu es un cofre de tesoros insondables y la
manera como llegan pensamientos y sentimientos me parece cosa secreta. Sinceramente, se me
escapa. Creo que todo está ahí, aguardando, esperando a que penetremos, a que entremos en su
misma onda, pero la conexión no es posible por muchas razones todas ellas externas... razones de
las que debemos liberarnos. Fuiste tú quien me habló del miedo a la libertad, recuérdalo.
Aplícatelo a tu persona en vez de continuar tartamudeando por años... no sigas dubitativo o
permanecerás sediento aunque sigas bebiéndote el agua, porque no repararas en ella como el pez
que no sabía lo que es el agua.
_ No entiendo!
_ Cuida que no te suceda lo que al pez que acudió al pez sabio para interrogarlo acerca del agua y
cuando éste le contó que el agua era lo que estaba a su alrededor, aún así permaneció sediento
de comprensión. Te aseguro que he trabajado mucho a nivel interno. Y a partir de ahora me
concentraré mayormente en mis pensamientos en vez de hacerlo solamente en la espontaneidad
de la incesante actividad. Mediré mis movimientos. Y sabes otra cosa, quiero enseñar mantras a la
gente para que los incorporen a su dieta.
_ Dame un ejemplo.
_ Mi pensamiento no conoce límites. Desconoce los principios y los finales porque en mis
pensamientos no existen las barreras. Por tal razón me dejo ir en vez de aferrarme, para reformar
mi vida de manera que me agrade.
_ ¡No está mal! ¿Otro?...
_ Por mucho que corra el viento jamás alcanzará la realidad de mi pensamiento.
_ ¿Es otra de tus verdades?
_ La mitad de las personas actúan sin pensar y la otra mitad piensa sin actuar. Tú y yo somos un claro
ejemplo. Cada uno en un extremo durante veintitrés años... Pero yo, hoy, decido mejorar.
_ ¿Estás de acuerdo conmigo que el pensamiento es pura energía que fluye libremente por todo el
universo? –le preguntó Oscar.
_ Sí. Energía sin restricciones, sensible de ser captada y utilizada por cualquier mente inquieta,
espabilada, vigilante, lúcida, perspicaz, sagaz y despierta, y esta última palabra “despierta” puede
que sea la que mejor define a la persona con ganas de vivir intensamente... una persona a la que
le es más fácil palpar esta vitalidad grande y potente Oscar ¡Vas a tener que seguirme el ritmo! La
energía es un poder inagotable al que debe sacársele provecho. Pensar es moverse en el infinito.
Hemos de darnos tiempo para cultivar nuestras fantasías. Hay que crear nuestras propias
oportunidades de negocio. Invitar a los colaboradores adecuados y repartirse los beneficios a
partes iguales. Te lo ruego... ¡no te me quedes rezagado!
_ A partir del momento en que tú eres capaz de hacer algo crees que los demás también deben hacerlo
pero... Espero que sepas encontrar la imprescindible sapiencia para distinguir lo que es justo –le
espetó Oscar-. La voluntad para escogerlo. Y la fuerza para llevarlo a cabo. De lo contrario puedes
hacer mucho daño Iván. Tu causa es noble... en tiempos en que las causas nobles son ridículas. Tu

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actitud honesta. Y el propósito por lo que he podido deducir muy sano. Probablemente tú y yo
tengamos que conjugar nuestras facetas –lo miró tan fijamente que casi podía ver con los ojos
de Iván-. ¿Quién es tan ciego que puede menospreciar indicaciones y sistemas operativos que
funcionan? Tu mundo cabe en el mundo pero... ¿cabe el mundo en el tuyo?
_ ¿Quién es tan rico que puede desestimar aportaciones interesantes que favorecen su aprendizaje? Y,
¿quién es tan espléndidamente autosuficiente que puede prescindir de una palabra valiosa para su
crecimiento?
_ Nuestras palabras de aliento pueden encontrar un refugio en las almas atormentadas –casi hablaba
con la voz de Iván-, un rincón donde anidar para cuando el desorientado las precise... yo mismo
así lo espero, te lo aseguro, espero no defraudarte amigo mío. Tu enfoque es bueno, eso de que
la vida es un juego emocionante donde nadie puede ser perdedor me gusta. Respetar reglas
sencillas pero importantes, ¡está bueno! Creo que nadie mejor que tú para enseñar a las personas
a combatir el desengaño por los resultados obtenidos porque has sabido extirparle poemas a la
dificultad. Si alguien puede mostrar como ganar al fracaso, ese eres tú Iván. Claro. Tú sabes
estimular para que se acepten los retos... hurgarás en el almacén interno de los participantes a tus
cursos para encontrar el valor para que se arriesguen... ese valor que convertirá sus sueños más
complejos e inaccesibles en oportunidades reales que poder materializar.
_ ¡Las píldoras para el malestar son una ayuda pero nunca son la solución! –lo dijo Iván con la rabia
reprimida que denuncia la ingestión descontrolada de sedantes y falsos calmantes, de barbitúricos,
de medicamentos que demasiadas personas se auto recetan sin prescripción-. Mira a tu alrededor
–continuó diciéndole antes de enmudecer señalando con el dedo extendido la inmensidad del
horizonte-. Fíjate Oscar, sólo hay arena a nuestro alrededor. Si se libera un hombre en el desierto
que nada siente, de nada va a servirle su libertad. La libertad no existe sino para alguien que va a
un lugar, y liberar a ese hombre consiste, no solo en mostrarle la sed, sino en mostrarle el camino
hacia un pozo y si tiene solamente cuarenta y cinco minutos para gastar en la vida, sabrá en qué
emplearlos. Entonces, igual que nosotros ahora, podrá sentarse tranquilo en una duna. Y como
nosotros, no oirá absolutamente nada y sin embargo, algo mágico resplandecerá en el silencio.
Contémplalo Oscar, ¿verdad que es fantástico?... ¡sobre todo en esta oscuridad espesa!
_ ¿Y no te parece aburrido a ti que te agota lo cotidiano? ¿No te cansa ver todo el rato lo mismo?
_ Todo lo que alcanza la vista no es más que una arena uniforme... y más claramente te diré, en el
desierto, cualquiera puede sentirse absorto por la monotonía, lo rutinario, lo amorfo, pero si
atiendes Oscar, tú que sabes bien abstraerte en la contemplación verás a lo lejos invisibles duendes
serafines y querubines que edifican en el desierto una cambiante red de direcciones, pendientes,
señales, la misma musculatura secreta que David Lean plasmó en su memorable Lawrence de
Arabia... ¡como me gusta esa película!
_ Yo creo que a ti te gusta el desierto porque está todo por hacer.
_ Pero el desierto tiene vida propia. En la película, uno comprueba bien que no hay uniformidad sino
una belleza que te calienta. Un paisaje que te orienta en la escasez cuando tus ojos nada alcanzan
a ver más que arena y más arena.
_ A mi también me gustó esa película. Es una buena narración histórica, bien dirigida e interpretada.
Y que conste Iván que a mi el desierto también me parece bello aunque no me produce tanta
atracción como las montañas del Himalaya. Gracias a tu insistencia he podido ver su rostro sin las

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arrugas que dibuja el viento bajo el sol y la luna, esta luna tan nuestra y tan nueva que está
escondida.
_ Lo que más embellece al desierto son sus secretos. Hay mil pozos escondidos y de repente,
comprendes que cosa es ese misterioso resplandor que alumbra como una lámpara mágica.
En ese instante un fogonazo nocturno iluminó parte del territorio como una de esas bengalas de
señalización que explotan luz y caen lentamente hasta el suelo en un interminable descenso.
Ambos levantaron la vista al cielo. Vieron una estrella fugaz cruzar el firmamento de derecha
a izquierda en línea recta como partiendo la negra pantalla en dos. Permanecieron en silencio por
largo tiempo sin abrir o cerrar los ojos, sin llenar los pulmones de aire hasta que Iván se incorporó y
empezó a andar.
Oscar lo siguió inmediatamente.
Iván avanzaba.
Oscar lo seguía con sigilo arrastrando los camellos.
Subieron y bajaron por las dunas sin descanso, una detrás de otra dejando tras de sí las huellas
que ocultaba el viento. Quizás pasó una hora. Pero muy bien podían haber sido dos. O tres.
Probablemente cuatro, incluso cinco.

Con la mirada fija en su espalda Oscar lo alcanzó. Iván le dijo mientras seguían caminando, ya no
uno detrás del otro si no juntos ambos amigos a la par.
_ El sonido del silencio... nada más se conoce en la inmensidad del desierto. Igual como la paz se
percibe buceando a cuarenta metros bajo el mar o en lo alto del Tibet. A mí también me gustan
las montañas del Himalaya, Oscar. Cada lugar tiene oculta su gran verdad e ir en pos de ésta es lo
que empareja al trotamundos con la vida. El desierto, como el océano, es tan inmenso y sus
horizontes tan extensos que hacen que el ser humano se sienta pequeño y permanezca callado.
Sólo entonces poseído de una gran humildad se entra en contacto con la unidad de la Naturaleza.
_ Las dunas cambian con el viento pero el desierto sigue siendo el mismo. Creo que tu espíritu
aventurero te ha llevado a ser como el desierto. Y de igual forma como el desierto es insaciable,
tú permaneces imperturbable como un guerrero. Por esto la gente piensa que eres arrogante.
Dime Iván, ¿de verdad no temes adentrarte en la garganta del desierto?
_ Hemos dormido por siete noches en este desierto, por siete noches en nosotros mismos ¿cómo
podría asustarme a estas alturas del desierto de mí mismo!... Además... dicen que Alá puso las
palmeras y el agua para que los hombres pudieran aprender a sonreír... encontraremos nuestro
oasis o algo mejor.
_ Sí, pero el recepcionista del hotel me advirtió asustado cuando le expliqué lo que iba a hacer que el
desierto es una mujer caprichosa que a veces enloquece a los hombres.
_ ¡No tendré esa suerte!
_ Eres imposible. Nada ahuyenta tu sed de conocimientos.
_ Efectivamente, nada. Sería capaz de sacrificar cuanto a mi alrededor exista por saber una cosa más.
_ ¿A las personas también?
_ Por el momento nada me ata a ninguna persona. El águila vuela sola. Debo viajar ligero si quiero
llegar a mi destino. Se que hay un lugar reservado para mí.

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Siguieron andando hacia un horizonte que parecía alejarse con su avance a cada paso, un paso más
lejos, hasta que se detuvieron repentinamente.
_ Mira Oscar, este me parece el sitio más bello de la tierra y el más triste paisaje del mundo porque es
aquí, estoy seguro. Fue aquí donde apareció y de aquí desapareció el principito.
_ Sin duda es aquí Iván, escarbemos haber si encontramos el bozal que dibujó para que el cordero no
se comiera su flor.
Y escarbaron en la arena mientras escuchaban las estrellas como quinientos millones de cascabeles
porque era ahí mismo donde cayó, suavemente como un árbol cuando aquel extraño animal delgado
como un dedo se acercó a su tobillo como un relámpago amarillo y desapareció el principito el
veintinueve de diciembre de 1935 para volver a su pequeño planeta el asteroide 3612.
_ Seguro que encierra su flor todas las noches bajo la farola de vidrio.
_ Nada del universo puede ser igual si en alguna parte un cordero se ha comido una flor.
Y los dos alzaron sus rostros preguntándose si el cordero al que no conocían se había comido la flor
que nunca habían visto. Y todo cambió por completo porque flor y cordero habitaban su corazón.
Muy pocas personas comprenden porque este simple hecho puede tener tanta importancia
cuando a diario miles de corderos en el mundo se comen impasibles miles de flores indefensas y no
pasa nada.
Oscar e Iván examinaron largamente aquel lugar. Atentamente durante horas.
El paisaje fue descubriéndose para ambos con el amanecer a su lado y no tuvieron prisa.
Esperaron, exactamente debajo de la estrella que había señalado el camino. Y aquel niño dulce y
malhumorado con su bufanda y sus rubios cabellos dorados como el trigo vino hasta ellos. Ambos
le reconocieron. Supieron que se trataba del pequeño Principito de Antoine de Saint-Exupéry. Y
fueron buenos con él. Lo trataron como debe tratarse a un niño.

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En su nuevo despacho situado en la parte baja del dúplex de las Ramblas de Barcelona, un cuadro de
tres metros y medio por dos preside la sala en la pared donde está situado el gran sofá de cuero. Ahí
se encuentran reunidas las fotografías que reflejan los eventos más significativos del existir de Oscar.
La visión del cuadro queda en ángulo muerto para el visitante, ya sea porque se sienta en los sillones
frente a la mesa del despacho quedando a su espalda o por encima de su cabeza si sienta en el sofá.
Igualmente desde la mesa de juntas queda apartado a la vista de los clientes que ocupan el lado que
ofrece mayor amplitud para disfrutar del decorado que frente a ellos domina la impresionante librería
jurídica recargada en su diseño, captando su atención si levantan la vista de los documentos porque
es inmensa y de una sola pieza.
Aquel recorrido por su vida en imágenes estimulaba a Oscar. Le daba aliento cuando algún
asunto se torcía. En una de las instantáneas se le ve en la puerta de los juzgados en su primera
comparecencia. En otra está recogiendo un premio en la cena de empresa del bufete de la gran
corporación. En otra participando en una maratón ecológica. En otra asistiendo a una importante
recepción oficial con miembros de la Casa Real. En el centro, su madre, su hermana, su padre.
También está presente la fotografía de su graduación y una de su infancia con Iván en Le Bon Soleil,
pero la que más le agrada es la de Ana en blanco y negro; obsequio que bajo mano le ofreció la que
podía ser su futura suegra y que debería sustituirse por otra a todo color en caso de que su amor sea
un día completo. Por el momento se trata de un amor pendiente y en blanco y negro porque una
de las partes no accedió.
Una música delicadamente suave suele adornar el ambiente con una sedante paz. Se puede
trabajar confortablemente; algo que anheló durante el tiempo que estuvo empleado en el bufete. Las
paredes no están pintadas, sino revestidas por madera noble de roble macizo excepto la del cuadro
que está recubierta por una tela de terciopelo de un tono amarillo anaranjado y para darle mayor
relieve al cuadro, dos plantas naturales con grandes hojas se elevan hasta el techo desde cada esquina
a modo de columnas romanas.
En la vivienda donde ubicó su centro de operaciones profesional hay una habitación sagrada,
austera, de tipo japonés, al final del pasillo en la zona interior de la parte alta. Ese habitáculo oriental
lo utiliza exclusivamente para meditar. Su meditación tiene que ver con la meditación oriental más
que con la meditación occidental. En occidente, meditar sugiere una actitud mental activa
relacionada a menudo con la reflexión; en oriente ocurre todo lo contrario. “No puedes meditar” le
había explicado a su buen amigo Iván una noche de luna nueva. “Puedes estar en la meditación” le
dijo como si le estuviera mostrando un lugar. “No puedes estar en concentración, solo te puedes
concentrar. Meditar es un estado. No es un acto”. Todavía funcionaba aquella especie de varilla
electromagnética que captaba las vibraciones en su juventud autorregulándose sin necesidad de
ayuda.
La norma imprescindible para poder entrar en el habitáculo consiste en descalzarse y encender
la gruesa vela de metro y medio. Nunca hubo lamparillas. Ni ventanas. Tampoco muebles. La
habitación oriental está toda forrada con una fibra opaca de un blanco neutro rallada por finos
listones de madera separados entre ellos por sesenta y seis centímetros exactamente. Las medidas
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cuadran. Había elevado en la parte central a modo de amplio podio un cómodo lugar lleno de cojines
donde se sentaba aproximadamente una hora por la noche y veinte minutos en la mañana antes de
comenzar su jornada laboral. Todavía se recuperaba. Se limpiaba de todas las impurezas que había
acumulado con su erróneo estilo de vida. Cada vez que cerraba la gruesa puerta corredera a sus
espaldas sentía la misma sensación. Había mandado aislar las paredes con un material especial dejando
pequeñas cámaras de aire que amortiguaban el sonido. En el suelo, una esponjosa moqueta denotaba
un tacto agradable en la planta de sus pies. Y dejándose fuera entraba únicamente su cuerpo para
permanecer quieto, inmóvil, sin mirar el reloj, ensimismado con su dialogo interior sereno y
despreocupado.
Oscar admiraba la pulcritud y el refinamiento de los movimientos orientales. En su iluminada
vivienda podía contemplarse una extensa colección de los más variados bonsáis que iba retocando y
retocando hasta que obtenía la visión más cercana a la perfección que había tenido. Y cuando el árbol
de su corazón se reflejaba en esa planta, no volvía a tocarlo. Lo cuidaba porque su belleza lo
reconfortaba. Se movía por la parte que correspondía al territorio prohibido que era su domicilio
particular con un kimono oriental porque además de cómodo le parecía muy elegante.
Todo cuanto acontecía era digno de su absoluta atención. Cuando barría, le gustaba

escuchar como el cepillo peinaba el suelo. Cuando se duchaba, escuchaba el agua caer y sentía el

jabón espumoso en su piel. Cuando cocinaba, atendía la transformación de los alimentos. Cuando

Oscar se centraba en una sola actividad, la actividad, igual que él, estaba libre de tensiones. Se decía a

sí mismo que no pueden hacerse dos cosas bien hechas al mismo tiempo se decía. Le había contado

a su amigo Iván durante una conversación telefónica “Si hacemos varias cosas al mismo tiempo

dividimos la atención y se fragmenta el resultado al no poder obtenerse el máximo provecho de

ninguna de las dos actividades”. Su razonamiento había sido el siguiente: “Tratar de hacer dos cosas

bien a la vez significa no hacer ninguna bien. Muchas personas hablan por teléfono mientras

conducen, miran el televisor mientras comen, escuchan las noticias mientras hacen deporte en el

parque, y toda esa doble actividad reduce su capacidad de concentración”. Oscar se había

acostumbrado a hacer una sola cosa cada vez. Y desempeñaba solamente esa sola actividad

atendiendo lo que ocurría.

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A Oscar le gustaba comenzar la mañana con buen pie. Su despertador era biológico. Nunca música
ni timbre estridente rompieron el descanso. No explotaba de golpe y porrazo la radio con voz
impertinente. Ningún locutor pedía insistentemente que se levantara. Oscar no bajaba nunca las
persianas porque la luz del amanecer era una señal de invitación a la vida. Abría sus enormes ojos de
almendra y sin moverse realizaba breves ejercicios respiratorios y abdominales después. Se decía que
ese día concretamente iba a ser un día maravilloso y no saltaba de la cama ni se arrastraba hasta la
ducha. Como el viento se trasladaba.
Mientras se afeitaba repetía su mantra. Y en seguida de tragarse casi un litro de agua para
limpiar el estómago, preparaba una infusión de hierbas que le mandaban directamente de la India
con una fórmula que combinaba diversas plantas medicinales.
Una cocinera de rostro fresco y agradable, redondo, igual que su cuerpo, había sido
seleccionada tras un exhaustivo proceso y provista con inmejorables referencias se aparecía para
servirle un desayuno fuerte. Oscar se preguntaba de donde proceden los alimentos y como han sido
producidos. Se aseguraba de que fueran merecedores de su confianza y lo eran cuando las compañías
respetaban el ecosistema. “La comida no aparece por arte de magia en la estantería del comercio”, le
dijo cuando la contrató. “La comida tiene su historia y sus anécdotas. La comida viene de alguna
parte”. A Oscar le gustaba saber y se interesaba por conocer el país de origen. Eso era tan importante
como el cómo se alimentaba uno.
Le gustaba comer sano y no era únicamente lo que comía si no la manera de hacerlo lo que
permitía una correcta digestión. Sentía aversión por los alimentos prefabricados y recalentados en el
microondas. Oscar saboreaba el manjar despacio. Iván se sonrío cuando en una ocasión le dijo “No
perjudico la más preciada fuente de plenitud, que no es otra que la capacidad de amar, y amablemente
me alimento con amor” porque aunque parecía ridículo, había decidido aceptarlo tal como era desde
la niñez.
En otra ocasión le dijo a la cocinera que mantenía su ánimo agradable “Vamos tan deprisa que
al sentarnos a comer engullimos la comida sin saborearla y a veces olvidamos ponerle sal o azúcar o
limón porque vivimos sin reflexionar. Y reflexionar es detenerse a ponerle el punto justo de sal azúcar
o limón a la vida”.
La cocinera también se encargaba de la limpieza y era quien mantenía impecable tanto su
domicilio y como el despacho. Oscar demasiado la fastidiaba con el asunto del ahorro del agua “Un
grifo mal cerrado provoca el goteo y una gota por segundo son treinta litros al día”. Le tenía
prohibido comprar cualquier tipo de aerosol. Solamente podían consumirse productos frescos y
naturales en vez de envasados o enlatados. Y le hacía llevar la propia bolsa de plástico en vez de
pedirlas en la caja del supermercado.
Oscar realizó una serie de elecciones domésticas en favor de la ecología mucho antes que los
políticos iniciaran el uso de la degradación de los espacios naturales en sus discursos y aunque
tardarían varias décadas en insertarlo en los programas de gobierno y todavía más en ponerlo en
práctica, a Oscar le importaba su proceder, su propio compromiso con el planeta que habitaba.
Le sugería que comprara en una modesta tienda familiar del centro de la ciudad. ¿Ir cargada
desde ahí... sí! Fue su respuesta tajante si quiere continuar empleada. Y ella se puso a planchar. Y le

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dijo al entregarle su primer salario “Le ruego no abuse de la lejía en el baño. Mucha lejía no hace
que mi baño sea el más limpio del edificio. Tenemos tendencia a abusar de las cosas. Se trata
simplemente de matar bacterias sin perjudicar el ambiente y así los ríos y las corrientes subterráneas
se beneficiarán de la disminución de residuos químicos y por ende, saldrá ganando la vida silvestre.
No quiero una vivienda limpia si con ello provoco un planeta sucio”. Muchas mujeres hubieran
salido corriendo de semejante casa. ¿Por qué ella siguió empleada en la vivienda de Oscar? Ella
admitía la sagaz educación medioambiental que ninguna otra persona le había dado antes. Con
Oscar entendió que no son necesarios tantos productos de limpieza, lo que además de economizar,
ahorraba un espacio vital en los armarios. Y le aceptó sus excentricidades porque la trataba con
amabilidad y respeto y la paga era considerable.

Cada noche antes de acostarse, Oscar hacía más o menos treinta minutos de bicicleta, pero no llegaba
a consumir los cuarenta y cinco que marcaba el contador que él mismo accionaba por lo monótono
del movimiento. Realizaba el ejercicio para evitar oxidarse pero en modo alguno le agradaba y se
consolaba susurrándose “Mente sana en cuerpo sano” mientras pedaleaba. Tenía que llenar algunas
horas del día de forma inteligente porque solo seis horas dedicaba a su actividad laboral. Estaba
descorazonado por la programación televisiva y en el videoclub, únicamente encontraba cintas de
acción con demasiados efectos especiales carentes de mensaje sino es el de la violencia gratuita, la
lucha por el poder o un sexo desmedido poco apto para menores usuarios finales de las cintas.
Se distraía poniéndose minoxiril al dos por ciento en las zonas más pobres de su cabeza con
unos finos bastoncillos de algodón. El cabello empezaba a escasearle. Quería evitar una prominente
calvicie antes de los cuarenta. Y a continuación de pasar por su habitación sagrada, leía hasta que se
le caían los ojos encima de la almohada, y, medio dormido cerraba el libro y apagaba la luz de la
mesilla de noche deseándole en voz alta un feliz descanso a su amada Ana.
Los sábados y domingos casi no hacía excepciones con sus tareas, salvo que en vez de una
infusión, se tomaba un par o tres zumos de naranja recién exprimidos y su desayuno, consistía en
una colección de distintos frutos secos al tiempo que daba un repaso a toda la prensa acumulada de
la semana. En su nevera, las ensaladas de pasta de su artista la cocinera de cuerpo y rostro redondo.
Nada de carne, solamente verde. Tenía aprendida la lección!
Y algún fin de semana salía de retiro. Se ausentaba desde el vienes en la tarde hasta el lunes al
mediodía. Solía ir al Valle de Arán donde espacios abiertos permiten disfrutar de la belleza de un
paisaje cuesta arriba y cuesta abajo para realizar excursiones de más de siete u ocho horas que
interrumpía para sentarse en una roca a deleitarse con la vista de uno de los lagos, y entonces comía
embutidos, sorbía el vino local de una bota vieja y agradecía tanta Naturaleza.
El dúplex donde no faltan pinturas y esculturas que se encuentran a cada paso como si fuera
un museo contemporáneo, dispone de cuatro sofisticados aparatos de aire condicionado desde que
un invierno el portero del inmueble olvidó encender la calefacción central de todo el edificio y Oscar
pasó mucho frío durante la noche en su dormitorio. El ruido le ponía frenético pero no tanto como
el frío, así que instaló sus propios aparatos como medida de precaución “Para una mayor seguridad”
le dijo a su secretaria de ojos huidizos y cuello muy largo mientras le indicaba el funcionamiento y
las temperaturas deseadas en cada estación del año.

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Así como su despacho es un lugar ajetreado por el desfile de gente estresada a lo largo del
día, la parte alta correspondiente a su domicilio particular no puede visitarse porque es su remanso
de paz. La zona quedaba excluida y se accedía por una escalera camuflada. Los clientes no sabían
donde residía y no suponían que fuera ahí mismo, en el piso de arriba.
En el sombrero del edificio con su mirador como visera no había teléfono “Si tienen que
contactar conmigo que llamen al despacho”. No quería tener que moverse para levantar el auricular
sino le apetecía y a solas consigo mismo, ni una sola llamada lo perturbaba. Ninguna sorpresa.
Tampoco visitas. No quería responder, ni abrirle la puerta a nadie. Tenía línea pero nunca enchufó el
aparato. Estaba en un cajón para una urgencia. Se protegía de las interrupciones. De ocho de la tarde
a diez de la mañana y todos los fines de semana era un ser inaccesible; todo su mundo lo constituía
la meditación y el recuerdo de Ana, sin olvidar la perenne música del inmortal Elvis Presley, tanto
como su devoción por Iván.

Oscar asumía su vida bajo la capa del romanticismo. Su pasatiempo predilecto consistía en
coleccionar buenos sentimientos y atesorar buenas acciones mientras seguía esperando a su amada.
En la amistad, como en el amor, Oscar se mostraba altamente sensible. Atento, pero reservado
antes de otorgar la apertura a nuevas amistades y relaciones ya que de esto dependen los buenos
resultados o el fracaso de toda existencia humana. Debía aprender a entregar lo mismo que buscaba:
amor, aprecio, afecto. Sin embargo, se encerraba exclusivamente en la promesa de una relación con
Ana y no socializaba ni se relacionaba con otras mujeres.
Su forma de pensar destilaba creatividad y estaba orientada hacia las ciencias del porvenir. Al
igual que su buen amigo Iván, no estaba muy convencido con lo establecido por la sociedad
normativa y oficialista. Aborrecía cada día más ese orden establecido. Sostenía una alta concepción
del valor humano que le comportaba penosas desilusiones. Era necesario que se sintiera
adecuadamente inspirado desde su alma en su conciencia para que las fuerzas emocionales le
permitieran llevar a cabo iniciativas concretas. Y se dijo a sí mismo que sería el mejor juez. Alargaría
su especialización y no escatimaría esfuerzos ni dinero en un intento por unir el ideal interior con el
trabajo cotidiano.
Iván todavía era un torrente que corre por la ladera empinada de una montaña regalando,

obsequiando, despilfarrando emociones sin detenerse a compartir, desinteresado en conocerse

tanto como Oscar aunque, eso sí, enamorado de su existencia.

A través de la meditación, Oscar entraba en comunión con la naturaleza pero a través de su

profesión se enredaba en los juicios de valor tropezando con un sistema fijo que lo limitaba.

Oscar debía acudir al coraje para expresarse, para mostrar aquello que no muestra a nadie
mientras que Iván se había empeñado en la simulación de realidades partiendo de lo que no es. Uno

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sepultaba y se oprimía proyectando un espejismo de sí mismo. El otro parecía y se expresaba


ignorando lo que era en la ciudad, salvo en aquél apartado rincón del desierto.

Dotado de consistencia efectiva, Oscar se empeñará en ocultarse evitando la reyerta con la única
verdad posible. Iván surgirá para el mundo de la puesta en escena donde el disfraz y las frases se
aprenden de memoria buscándose a sí mismo a través de la interpretación de sugestivos papeles,
pero el uso de la farsa como medio, como trampolín, como motor que impulsa, se percata el
desastre y, ya no más! Y sin embargo seguía. Huir de sus propias quimeras inventadas o por el
contrario, correr a su encuentro como un perro urbano corre satisfecho un domingo de paseo por
el campo...
Uno se reprime expulsándose hacia el exterior. El otro también se reprime, pero hacia el
interior, menospreciándose. Y así ambos no son.
Y estarán hasta la inevitable colisión que se inflamaría en caso de conjugar esencias y
semblanzas a fin de que se establezca la plena correspondencia entre lo que se es, y aquello que se
muestra. Los dos son prototipo al que se dirige la apuesta.
Iván indica el terreno sobre el que conviene descender porque como el de cualquier otro
mortal consiste en obrar desde el secreto para de esta forma hallar el misterio. El misterio que
oculta Oscar. Y lo que se pedirá es aprender los modos en los que se maneja lo que no parece, pero
está. Está ahí mismo. Excavar y sacar a la superficie. Restitución de los significados después del fango
y el lodo.
Justamente se asigna a la polaridad entre farsa y verdad el tiempo que es alternativa. Las formas
de adquirir conocimiento se confrontan. El sistema de valores variará. ¿Cuándo? Hay momentos en
la vida que de reconocerse...
Predisposición y promesa de logro van juntos, están unidos.

* * * *

La eficaz secretaria que siempre parecía que estiraba el cuello no entraba ninguna visita nueva sin
permiso. Si no estaba anotada en la agenda, previamente programada, se activaba un sencillo código
de señales que consistía en indicar su presencia por el interfono añadiendo a continuación –
Recuerde que debe marcharse para la firma del contrato con los clientes italianos-. Al entrar la
visita, si Oscar quería y podía dedicarle tiempo, le decía que anulara la cita avisando al notario; algo
innecesario porque no era cierto. Si por el contrario no sabía si debía cortar la entrevista porque
todavía desconocía a la persona o el asunto lanzaba el anzuelo diciéndole a su secretaria “Cuando
lleguen los clientes me avisa usted enseguida”. De esta forma, al cabo de diez minutos, con la excusa
de la llegada inventada e improbable de los italianos la secretaria volvía a comparecer en el despacho
informándole que los había hecho pasar al salón privado. Con este aviso podía cortar la
conversación cuando quisiera sin que la visita se molestara, puesto que había sido avisada de
antemano, y al salir, aunque no viera a los italianos deduciría que están en cualquiera de las puertas

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cerradas. Pero si no le había dicho nada al entrar la visita inesperada, igualmente debía realizar una
llamada de control al poco rato para averiguar si tenía que rescatarlo. Y con una sonrisa pegada en
el auricular su secretaria le preguntaba como debía proceder. Estaba completamente protegido.
Evitaba derrochar su valioso tiempo guardando las buenas formas, a menudo absurdas normas de
cortesía que desbaratan agendas y reunios protagonizando ambas partes la misma hipocresía. Oscar
utilizaba esta treta que muy bien pudiera haber urdido el mismo Iván.
Cada dos visitas le ofrecía un zumo que la cocinera con la frescura en su rostro y frutas frescas
licuaba por litros mezclando las más diversas especies. Conseguía gustos curiosos y chocantes, pero
era incapaz de volver a entregar un vaso con el mismo sabor si Oscar lo solicitaba. Acababa de llevarle
uno cuando le indicó por el interfono que se había personado una señorita que hacía seis años que
no veía, Oscar no comprendió. No tenía idea de quien podía tratarse.
Ana comprendía a Oscar más de lo él que se imaginaba y el tercer aniversario de la fecha
señalada para el feliz reencuentro, se personó en su despacho profesional sin previo aviso, así, sin más.
Cuando entró en su despacho a Oscar se le resbalaron un montón de expedientes que tenía
en las manos y al retirarse hacia atrás de la impresión, tropezó con el butacón enredándose con el
cordón de la calculadora que cayó bruscamente al suelo. Ella se dirigía directa como una bala hacia
él mientras la secretaria se llevaba sus ojos huidizos cerrando la puerta sin escuchar el acostumbrado
mensaje de su jefe: avisa al notario y haz pasar a los italianos cuando lleguen. Se había armado un lío.
Ana bordeó la mesa sentándose en el interior cruzando las piernas frente a un Oscar
desconcertado que fruto del impacto visual, había caído hundiéndose en el sillón consumiendo una
eternidad con su estupor. Incrédulo ojeaba la ceñida falda color melocotón, las medias de seda, los
altos zapatos de tacón, la camisa de un blanco brillante con el cuello abrochado y la chaqueta que
combinaba cuero y lana por igual. Ana no llevaba bolso. En modo alguno parecía tener diecinueve
años. Tenía estilo. Carácter. Además de una aura multicolor capaz de atontar a cualquiera, estaba...
era... toda una mujer madura y adulta. ¡Ana estaba espléndida!
Todavía atónito la contemplaba embobado y conmocionado sin pulso ni respiración,
contenido el corazón, cuando la provocativa abertura de su falda dejaron al descubierto unas bonitas
piernas largas que lo pusieron muy nervioso, y entonces, una amplia sonrisa se iluminó justo antes
de decir -Aquella niña amiga tuya de hace seis años me ha mandado traerte esto-. Y alargando el
brazo le entregó un sobre cerrado de color amarillo y salió corriendo cruzando la estancia hasta la
puerta donde se detuvo para girarse lentamente hasta encontrarlo en su punto de mira y, con
malévola coquetería, le envió un delicioso beso que empujó con la mano delicadamente.
Apenas habían pasado tres minutos y su aroma había impregnado totalmente paredes, sofá,
mesa, sillones, las plantas que parecían alzarse con sus brazos extendidos al cielo. Oscar le dio la vuelta
al sobre para abrirlo. Temblaba. Leyó el remitente: "Doña perdón a Mister O." y dentro un par de
entradas para la obra de aquella noche en el teatro Goya. Era el sexto año consecutivo que
interpretaban "La extraña pareja". Al mirar el calendario, cayó en la cuenta. Su fecha. Ese gran día se
salía del calendario. En su cuello había percibido la cadenita, en el sobre, encontró el otro pedazo del
billete y en el semblante de Oscar apareció una tímida sonrisa que se ensanchó hasta salirse por las
ventanas para volar con alas inmensas por la ciudad de Barcelona.

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Faltaban quince minutos para las diez. Ana no aparecía. Oscar apretaba las entradas entre sus dedos
arrugándolas por la tensión de la excitación andando de una esquina a otra impaciente por divisar la
esbeltez de su figura, hasta que su perfil se exhibió. Alzó las cejas rítmicamente desde la otra acera
antes de cruzar por entre el denso tráfico de la avenida del paralelo. Sorteando los automóviles, se
abalanzó sobre Oscar para fundirse en un intenso, largo, y tremendo abrazo suspendida en el aire
girando sobre los pies de Oscar que la sostenía con firmeza. Tal sensación con pliegues de dicha
ribeteados con el perfume de la consecución no podrían olvidarla nunca ninguno de los dos. Oscar
había deseado esa clase de abrazo desde la famosa tarde del 30 de mayo de 1984 en el club de tenis.
Tres años manteniéndose forzadamente al margen, pretendiendo encontrar el momento y,
finalmente sintió todo aquel placer acumulado explotándole desde las entrañas para salpicar cada
rincón de su vida ahora sí... Ana, ya estás aquí!
Rieron durante el espectáculo. Oscar no se creía lo que estaba sucediendo y le cogió la mano
para confirmar que la experiencia era real. Ana estaba complacida por la calidez de su amado, pero
sobretodo por la ausencia de represalias vengativas. Cuando la acompañó a su casa, de tanta alegría,
se pisaban el uno al otro haciendo planes para el futuro. Ya en el portal, Oscar le dio un apasionado
beso extenso y jugoso que Ana respondió alargándolo como se alarga un trayecto en autobús cuando
no se desciende en la parada esperando hacerlo al completar el recorrido en la próxima ocasión, tras
llegar al final y regresar al mismo lugar.
No fue hasta el fin de semana siguiente que partieron juntos. Ella se había aficionado a esquiar.
El invierno anterior frecuentó el Pirineo, pero Oscar quiso celebrar la ocasión con un viaje más lejos,
más largo, en una solitaria cabaña de madera de los Alpes Suizos. Diez maravillosos días en los que se
tuvieron el uno al otro. Ya la primera noche frente al fuego encima de una gruesa y blanda alfombra,
arropados por una dulce melodía de piano y violines, habiendo encendido seis velas, una por cada
año, Ana se entregó tímidamente, retraída, porque la intención del viaje era esquiar y sin embargo...
¡prefirieron descubrirse los lunares en la intimidad!
Cuando Oscar abrió los ojos en la madrugada, tenía el aroma de su piel en las yemas de los

dedos y una sensación de plena liberación. Se alzó en la alcoba ante la misma luz que desprendía

Ana para contemplarla ensimismado.

Ana se había tomado suficiente tiempo para prepararse, pero todavía no se había dejado
poseer. Su mente estaba dispuesta. Su corazón comenzaba a reclamar algo más que amor verbal. Su
cuerpo precisaba vibrar desde la columna vertebral hasta los dedos de los pies. Quería sentirse mujer.
Necesitaba ser amada después de haberse sentido inmensamente deseada durante seis años. Había
aprovechado hasta el momento el justo goce de sus caricias y, al abrir los ojos sintiéndose observada,
la asaltaron pensamientos eróticos. La seguridad de hacerlo en privado, sin prisas, con el hombre que
amaba, pudiendo gritar si le apetecía confería a esa primera vez un vuelo especial. Ambos podrían
deleitarse y repetirlo con tranquilidad, pero antes se bañaron juntos, bromeando alegres, crepitaba el
fuego en el salón.

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Treinta y siete minutos más tarde Oscar echó algunos leños. La iluminación tenue daba a la
piel de Ana una tonalidad suave y a la vez brillante. Y precisamente en ese instante dio comienzo el
juego sexual justo cuando Ana caminó descalza desde el baño oliendo a flores en primavera en medio
del frío invierno. Un caluroso preludio amoroso tierno y delicado se alargó tanto como ambos
pudieron resistirse porque lenta, pero progresivamente, la llevó al más alto nivel de excitación.
El nerviosismo se hizo gradualmente más firme e insoportable hasta que las ninfas de la alcoba
cantaron la noble declaración a modo de invitación -Penétrame ya cielo, quiero sentirla toda desde
la ingle a la garganta-. Y con tal confesión envuelta en gemidos y suspiros fue penetrada dejando
escuchar un leve aullido de dolor virginal. Se había estado reservando para ofrecerle su más preciado
tesoro durante todos esos años de loco flirteo. También Oscar era virgen.

Luego de ser investida de amor, Ana se tornó más activa, se soltó por completo y fue pura dinamita,
pero no hicieron el amor. Porque el amor no se hace... ¡se siente! Lo más genuino del sentimiento
amoroso es justamente el sentimiento. En el arte del amor lo que menos importa es la penetración.
La emotiva afectividad no quedaba al margen del sexo. No se convirtió Ana en solitario gorrión en
la campiña. Estaba acompañada. Mimada por su amado.
Un sentimiento se concreta antes o después en una acción y ante la espera, sediento de
amor por ella, Oscar se había cultivado para entregarse a plenitud con la máxima gratitud. Realizaba
lo que tanto había deseado, cándido y desdichado, aparentemente olvidado y asombrado por el
resultado, quiso desmitificar la sabiduría popular cuando afirma que la obtención de placer está
ligada a determinados tipos de prácticas. La actitud relajada de ambos y el clima afectivo, lúdico,
desprovisto de condicionamientos represores y pautas concretas demasiado encorsetadas, fruto de
la atracción, del amor recíproco, dio con un comportamiento espontáneo donde la improvisación
tuvo su razón de ser. Quién ama es capaz de manifestar en actos su sentimiento y la profundidad
del mismo sentimiento. Oscar se sintió cómodo con sus impulsos. Ninguna mujer antes había sido
digna y, preparado, con amor, podía derramarse enteramente en Ana.
La fuerza que condujo a los dos hasta la primera experiencia sexual fue el amor. Oscar había
deseado a otras mujeres pero durante la época de internado en la residencia de estudiantes, ninguna
adolescente entró nunca a sus aposentos. Al apartamento-santuario cercano a la universidad nunca
llegó joven alguna. La zona privada en su dúplex ninguna mujer la conoció, excepto su secretaria y
la cocinera, las dos únicas mujeres importantes a su alrededor; su madre se había trasladado a vivir a
Bolivia con su hermana.
Oscar supo escoger un nido amoroso apropiado asegurando la intimidad. Ana no tendría que
partir por pudor a toda carrera para que nadie la viera al amanecer. No tenía que llegar a casa porque
la aguardaban sus padres mirando el reloj preocupados. No tenía que levantarse temprano para salir
a trabajar. Estaban lejos. En otro mundo. Y su primer despertar, uno junto al otro, junto a esa persona
a quien todavía no se conocía en ese aspecto, el único aspecto donde los hombres y las mujeres
pueden conocerse realmente y beneficiarse al comprender sus diferencias, ambos, despejados los
agravios, contagiados, derrumbados cada uno en el otro en su paradisíaco aislamiento se recreaban
abrazados en su nuevo existir que sin demora despojaba de dudas el mañana que como un alud
desbocado ansiaba perpetuar su unidad. Descubrieron desnudos sus almas gemelas.

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* * * *

Iván ni siquiera tenía que pasar por aquella discoteca.


Celebraban una fiesta en casa de una compañera del trabajo. Para continuarla, resolvieron
partir a bailar después del pastel y el champaña y se repartieron en los distintos automóviles que
salieron veloces en dirección al local de moda donde sólo ponían música salsa. Pero en su Ford
PROBE Turbo de 36 válvulas de un negro resplandeciente sin una mota de polvo no había pasajeros,
por lo que decidió pasar por el estudio de un solo ambiente situado en la Gran Vía al que se había
mudado hacía un año porque el apartamento de la zona franca se había convertido en la trampa de
una maratón carnal que no cesaba.
Los fines de semana eran autenticas encerronas (mini raptos a punta de orgasmo). Iniciaba el
viernes una carrera de obstáculos que no culminaba hasta el domingo por la noche. La morena
delgada de ojos verdes llegaba en cuanto salía del instituto, y se entretenía limpiándole el
apartamento, cocinándole después de sobornar al portero para que la dejara entrar. Y cuando llegaba
Iván, le tenía preparados diferentes platos que podía congelar y dosificar durante la semana; firmaba
en su vientre y ella partía presurosa porque no la dejaban llegar más tarde de las diez. Pero justo
después de la diez, tras finalizar su turno la enfermera elástica rubia platino de estrecha cintura y
hombros rectos llamaba a su puerta si al día siguiente tenía el turno de mañanas, porque al estar el
estudio tan cerca del hospital, solía pedirle quedarse a dormir con él y, curiosamente, ese turno se
sucedía sábado tras sábado. Otra firma esta vez en su rostro, y la siguiente se resbalaba por su garganta.
Y otro pedido de madrugada y el de antes que partiera a trabajar por la mañana, pues decía que le
daba ánimos para el día. Y cuando estaba a punto de recuperarse, volvían a reclamarle otras rúbricas
a base de revolcones. Llegaba la maestra de ojos azules como el cielo y unos senos redondos
puntiagudos como limones para prepararle el desayuno a base de huevos fritos con beicon y pechugas
de pollo rebozadas cortadas muy finas con doble ración de pan rayado. Se quedaba hasta el día
siguiente entrada la noche. Planchar la sosegaba, y mientras lo hacía le contaba sus vicisitudes en el
colegio y aceptaba consejos e ideas para el esparcimiento durante el recreo. Le chupaban la energía
como vampiros. Le salían murciélagos por las orejas. Se quedaba sin el preciado manjar que
succionaban y succionaban y la maestra no entendía como era incapaz de hacerlo terminar por sexta
vez. No quedaba nada. Y la semana era complicada, porque se lo disputaban la propietaria de la
tintorería que se le aparecía durante el mediodía porque el esposo hacía una hora y media de rigurosa
siesta. Iván prefería almorzar en los restaurantes aun teniendo atiborrado el frigorífico porque su
admiradora más abnegada, la más insistente de todas que logró hacerse tan molesta como una
pesadilla de terror, también era una apasionada de la cocina y quería cobrar su factura cada vez que le
traía comida a domicilio no solicitada. Lo perseguía cuando su esposo viajaba y viajaba de lunes a
viernes por España. Otros hombres hubieran disfrutado con el desfile de féminas, pero a Iván, primero
le hizo gracia jugar al escondite provocando situaciones arriesgadas para que se cruzaran en el rellano
de la escalera, pero pronto quedó fastidiado de tanto sexo y se propuso que ninguna mujer traspasaría
el umbral de su nueva fortaleza.

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Una vez en su estudio se afeitó, se duchó, y escogió un vistoso atuendo, y mientras se vestía,
una sensación extraña lo recorría como haciéndole cosquillas en los huesos. Tenía un presentimiento.
Escalofríos. Esa noche sucedería algo importante, lo notaba. Temblores. Y sería algo grande. Luna
nueva. Quizás por esa razón se acicaló. Incluso utilizó colonia, cosa irregular en Iván que pensaba que
su mejor olor era él.
Incapaz de explicarse por qué no tenía que ir directamente al local de salsa ni por qué se
ataviaba con sus mejores galas, permitió ser empujado por misteriosas fuerzas hacia quien sabe qué.
Y al poner la primera marcha del Ford, sus intenciones eran reunirse con el grupo de la fiesta. Quería
seguir divirtiéndose con ellos pero sin haberlo previsto se acercó antes a otro establecimiento para
saludar a quien sustituyó como discjockey en Red Sun. Ostentaba el cargo de relaciones públicas en
una popular discoteca y le había rogado que llegara cualquier día a tomar unas copas. Necesitaba
ideas para la organización de eventos, y así, impulsado por una mágica fuerza se encontró en las
puertas de la discoteca ese día en particular, en ese momento concreto, lejos del local donde
aguardaban los compañeros de trabajo. En verdad no tenía que pasar por aquel sitio, sin embargo,
ahí es donde se encontraba Iván.

Para poder conversar sin tener que gritar, se instalaron al lado de la escalera de acceso a la sala junto
al guardarropía. Más luz, y menos ruido. Iván no había ido a bailar ni a mezclarse con la gente. Nada
más quería saludar a su compañero pincha discos con brevedad y al verlo pensó “Demasiado polvo
blanco”. Había adelgazado. Estaba pálido y ojeroso, con razón se le habían agotado las ideas. La droga
se las había chupado y ya no quiso estar con él como si la adicción fuera algo contagioso. Iván eludía
toda mala compañía de negativa influencia y se dispuso a dar un paso para salir cuando...
¡Sucedió antes de que se pudiera marchar!
Se le aproximó una chica para pedirle fuego que salió de un grupo de chicas que parecían estar
muy alegres. Brilló una luz al fondo. Iván imaginó que se trataba de los focos de la pista. No prestó
atención, pero al comprobar que el fuego no era para ella, sino para Susana, Iván quiso alumbrar
personalmente el cigarrillo de Susana intrigado por averiguar acerca del resplandor que aumentaba
como un amanecer intenso de anaranjados rayos potentes.
Depositó su vaso encima del mostrador del guardarropía. Caminó buscando en su bolsillo el
encendedor que funcionaba como excusa y gancho para relacionarse y al llegar ante ella quedó
prendado por su destello cegador. Dejó de oír las risas. Los murmullos. Ya no existía la música justo
cuando a Susana se le calló el cigarrillo. Iván no se agachó. Pero su descortesía no entorpeció el
instante que lo convulsionó por dentro sin disimulo derrotando el terremoto la estructura de su
cuerpo que como un castillo de naipes zarandeado por el aire se desmoronó. Susana tampoco se había
agachado a recoger el cigarrillo, pues lo miraba fijamente hipnotizada. Ambos se miraban el uno
dentro del otro.
Sin saber exactamente cómo, treinta minutos más tarde, los dos se encontraban frente a la
cumpleañera. Iván quiso presentarle a Susana, quien dejó atrás a sus amigas, y fue allí, en medio de la
pista del local de moda donde sólo ponían salsa que lejos de sus amigas se besaron. Pero no fue un
beso cualquiera. Algo asombroso ocurrió en cuanto sus manos palparon a Susana estrujados por la
multitud. Recobró la misma sensación: aquellos escalofríos y temblores que sintió en su estudio
anunciado el encuentro y el beso. Un beso largo y apasionado que los mantuvo absortos al margen

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de todo cuanto pasaba a su alrededor. El traquetear en los bafles, algún vaso roto en el suelo, codazos
y golpes involuntarios en el tumulto no importaban, uno y otro por ambos lados al ritmo de la salsa
habían sido empujados por la multitud de gente dicharachera para fundirse en el beso que ni ella ni
él tenían intención de darse pero ocurrió. Ninguno lo buscó deliberadamente pero se besaron
apasionadamente; sobrevino así, allí, en medio de la pista de baile bajo las luces de colores como
fuegos artificiales. Zarandeados por la gente se habían unido y, sí, de madrugada Susana e Iván se
habían fundido ya ambos en un mismo cuerpo.

Guardaba un buen recuerdo de aquel primero de noviembre de 1.988 que transcurrió en casa de
Susana. Es más, aunque intentaba olvidarlo, no lo conseguía. Susana le hizo sentir como nunca antes
se había sentido Iván. Hacía mucho tiempo que deseaba sentir algo así, pero no lo había conseguido
jamás. Fue como encontrar la dulzura del hogar perdido. El fulgor de una casa robada. Se sintió
refugiado, protegido del exterior sin ganas de salir corriendo como en otras ocasiones en las que no
hallaba un pretexto que no hiriera a su damisela. Y por una sola vez en su vida se había comportado
tal como era él en realidad, sin decorados ni parafernalias y sin las posturas o los gestos prestados de
otros, sino tal cual era el hombre que no deseaba que los demás conocieran. Nadie hasta la fecha
había causado esa reacción espontánea que surgió natural, de ningún modo intencionada, de ningún
modo forzada; le había dado la misma transparencia que otorgaba a su amigo Oscar.
Susana no sabía hasta que punto era afortunada, pues había tenido el privilegio de disfrutar
del verdadero Iván, quien a menudo se decía “Debo tener cuidado porque si de mí creo una leyenda
a menudo seré su esclavo”. Y a pesar de lo dicho seguía sobre actuando para sorprender a los hombres
y encandilar a las mujeres, divertir a los niños y entretener a los ancianos, desarmar a sus adversarios
sin necesidad de abatirlos y asombrar a clientes y proveedores y mirones. No se había quitado la
máscara y la armadura hasta esa noche de embrujo y durante la jornada del día de los difuntos. ¿Había
muerto el mito de Iván?
En un soplo de debilidad humana, lejos del personaje, confesaba. Y lo peor de todo es que
sentía que la necesitaba. Por una sola vez alguien lo estimulaba más allá del acontecimiento. Susana
fue una persona a la que no utilizó, de la que no se aprovechó porque ella no buscaba nada ni
pretendía nada y ajeno a sus intenciones, pues estaban exentas de cualquier tergiversación, lo
transportaba a un mundo de calidez y bondad sazonado de inconmensurable ternura. Por tal razón
la necesitaba. Y eso a Iván lo asustaba. Tenía realmente miedo. ¿Iván?... por primera vez en su vida!!!
Esa rotunda necesidad era algo que estaba fuera de su control, algo que no dominaba ni
comprendía pero que inevitablemente sucedía y se trataba de algo completamente nuevo. ¡Nuevo!
Pero temía al pánico de necesitarla. ¿Y por qué no podía necesitar a una persona? ¡Necesitaba a Susana!
Había dicho muchas veces a muchas mujeres “El juego del amor es el más peligroso”, y se
quedaba tan ancho a continuación sin advertir la contundencia de su frase. Tripulante de ese velero
llamado libertad, le gustaba alcanzar cosas que a simple vista parecían imposibles, pero Susana estaba
ahí y no tenía que hacer ningún esfuerzo. No tenía que conquistarla ni seducirla. No tenía que
sorprenderla ni deslumbrarla con nada, solamente tenía que ser él mismo; tan sólo eso, así de sencillo
y ya.
Proponerse lo que nadie es capaz de hacer y seguir adelante, triunfante, era la manera habitual
de proceder de Iván, pero en esta ocasión concreta, en este momento de su vida no había

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competición. Nadie pujaba por Susana. No debía batirse en duelo ni salvarla de los brazos de ningún
malvado varón.
Muchas personas pensaban que Iván estaba loco mientras él disfrutaba en su locura sin nadie
cerca, pero ahora existía Susana y esta circunstancia amenazaba su estilo de vida. Sin embargo, los
espléndidos detalles que tuvo a lo largo del primero de noviembre llenaron esa parcela del hombre
llamada compañera. Compartieron bajo un mismo techo todo un día festivo. Convivieron por horas
como pareja. Susana lo atendió arropándolo con una manta en el sofá del salón de su casa y cocinó
para él. Y por primera vez se relajó en un lugar extraño porque era la casa de Susana, porque estaba
con Susana, y porque Susana estaba feliz de cuidarlo y mimarlo. Por eso su recuerdo era para ella.
Algo que no había hecho jamás. Jamás dedicó un solo minuto de su pensamiento a una mujer si no
estaba con ella. Y entonces, quiso realizar una experimento y comenzó a visualizar recordando
imágenes y situaciones vividas anteriormente con otras mujeres y todavía fue mayor su asombro
porque al pensar en cualquier otra sintió que cometía una terrible equivocación, una especie de
infracción o grave error que no tenía perdón y en absoluto era ético. Susana merecía una autentica
atención. Y pensó que debía ser una mujer realmente fascinante si era capaz de incidir de aquella
manera sobre él.
Le resultaba interesante, y atrayente físicamente, no en vano habían pasado intensas horas
juntos hasta que cinco minutos antes de que sus padres y su hermano llegaran tuvo que marcharse
sin ningunas ganas. Ella no los había podido acompañar porque su jefe se lo había pedido –Tienes
que trabajar porque hay mucho acumulado-. No pudo optar al puente y salir con su familia y
frecuentó a sus amigas del barrio y le descubrió en una discoteca.

Pero Iván se engañaba nuevamente al decirse que no podía dedicar a Susana un solo minuto para
valorarla y profundizar en la relación para así conocerla mejor. Se decía que hacer eso llevaría mucho
tiempo. Todos sus razonamientos de los últimos días comenzaban y terminaban con su nombre.
Susana estaba permanentemente presente en todo cuanto se relacionaba con Iván. ¿Se le había
encogido el disfraz? ¿Dónde estaba su túnica? A Iván se le había caído el antifaz!
Había sido muy egoísta durante años mirando únicamente por sí mismo antes que por
cualquier otro ser, cierto, y seguía teniendo muchos objetivos que quería materializar y creía que
debía hacerlo solo, de lo contrario “No será posible” argumentaba sin plantearse armonizar nada. No
podía entretenerse en las cosas de otros si lo apartaban de su plan. Tenía muchas cosas que hacer en
sus interminables listas. Y se decía “El cuervo vuela en bandada pero el águila vuela sola”, y así se
tranquilizaba sobrevolando el mundo, pero desde la aparición de Susana este recurso ya no
funcionaba porque ella actuaba como un bofetón. Entonces buscó otro argumento con el que
consolarse y comenzó a decirse cada mañana “Si quiero llegar a la meta debo correr solo, y cuanto
más lejos me proponga llegar más lejos llegaré”, como si con este comentario pudiera escapar del
resplandor cegador de Susana.

Iván tenía una insaciable necesidad de que le amaran y de que lo admirasen. Su acentuado problema
de falta de afecto se había multiplicado con el paso de los años hasta el punto que requería del calor
del público. Tenía grandes esperanzas y mucha ilusión depositada en su disco, aunque no le convenció

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en absoluto la propuesta final. No dejaba de ser un hecho insólito que el rey de la farsa tuviera
escrúpulos. Le dolió que hubieran alterado el acuerdo.
En el contrato firmado con una productora discográfica independiente, Iván figuraba como
"artista" y se comprometía a efectuar con carácter exclusivo y en calidad de intérprete grabaciones
fonográficas para su explotación en todo el mundo. Dicho contrato se pactaba por una duración de
tres años durante los cuales debían grabarse varios temas musicales suficientes para la edición de un
disco LP por año con el fin de impulsar al máximo las ventas. Iván debía colaborar interviniendo en
programas de radio y televisión, acudiendo a entrevistas, firmando discos en los grandes centros
comerciales.
Al estampar su firma en aquel documento el 28 de octubre de 1988, había hecho realidad uno
de sus sueños adolescentes, pero su poco conocimiento del mundo del espectáculo no evitaría el
desengaño. Más bien acentuaría el desencanto. El director general de la productora estaba
acostumbrado a divertirse de manera despiadada a expensas de las jóvenes promesas. Creaba
expectativas esperanzadoras jalonadas de éxitos y aplausos y autógrafos rodeado de admiradores a sus
víctimas siempre con la fotografía en las portadas de las revistas, y por esta razón en los pasillos de las
oficinas no era raro encontrar jóvenes apasionados consumidos por el exceso de la paciente tortura
justo cuando las mentiras quedaban al descubierto. Ese individuo seguramente pensaba que trataba
con piedras o palos de escoba en vez de con personas sensibles llenas de ilusión.
Iván no era una excepción en su primera fase. Totalmente entusiasmado brincaba de alegría
satisfecho por los futuros acontecimientos que se avecinaban. Se había entregado por completo a los
ensayos con la autorización de los propietarios del concesionario IBM que comprendieron esa pasión
que a ellos les habían robado los años, y ante la oportunidad que se le brindaba a su empleado,
recuperando la ilusión a través del centellear de sus ojos esperanzados y le concedieron un horario de
trabajo intensivo de ocho y media a tres de la tarde para que pudiera compaginar ambas actividades.
Y luego de cumplir con su cometido laboral asistía Iván puntualmente a la cita con su nuevo reto
atendiendo las exigencias de la coreógrafa de cinco a nueve de la noche sin quejarse por el
agotamiento físico.
Por el momento, todos los gastos estaban a cargo de Iván, y no le molestó financiar su sueño
porque se lo podía permitir, podía invertir tiempo y dinero. Durante tres meses trabajaron sobre un
popurrí de viejos éxitos franceses de los años sesenta y setenta vivos en la memoria popular.
La permanente demora de una audición con el técnico responsable de sonido fue el principio de
la inevitable y malintencionada contrariedad en forma de trampa. Algo no andaba bien. La
intuición de Iván lo había alertado ya, cuando después de una exhibición con público una
mañana de domingo, tras las felicitaciones, le presentaron al cantante: un hombre de unos
cuarenta y bastantes años regordete y bajito muy tímido pero con una voz enorme. Miró al
ejecutivo responsable del proyecto y se percató de inmediato el por qué no le habían dejado
grabar sus propias versiones. Le obligaron a hacer ver que cantaba mediante playback mientras
analizaban su vocalización y apariencia en escena observando sus movimientos eléctricos y
apasionados a fin de garantizar la credibilidad. Iván recordaba perfectamente el francés y sus
labios sincronizaban perfectamente la letra de las canciones. Ante todo y sobre todo, cuando se
lo proponía era el mejor actor. Pasaba por ser el cantante si quien lo miraba desconocía el
detalle. La productora precisaba de su carisma y vitalidad, de ese feeling tan especial que le

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diferenciaba de los demás y de la sensualidad de sus gestos peculiares, además de la iluminada


sonrisa que hechizaba a las jovencitas de la oficina y a las maquilladoras, pero Iván, no se
conformaba con ser puro envoltorio, quería imprimir su personalidad con su inequívoco sello. Y
si no ponía su sentimiento, si no lo expresaba con su propia voz desde sus entrañas por la
garganta, no quería pisar el escenario. Y le dijo al director general de la productora frente a todos
los presentes que no iba a subirse a ninguna plataforma ambulante porque no quería engañar a
las personas. Pretendía jugar limpio por una vez en su vida con los focos como testigos. Iván se
había decidido a abrirse finalmente al mundo y miró fijamente a los ojos del individuo que
pretendía convertirlo en una marioneta para decir todo cuanto opinaba respecto al tratamiento
recibido y sobre el trato que más adelante iban a recibir los espectadores estafados y defraudados
cuando se enteraran... “Porque todo se sabe antes o después” apostilló “La verdad es tozuda y
sale a flote como un cadáver”.
Cogió sus cosas y se marchó dejando a los asistentes al discurso trastornados por la insospechada
reacción de Iván. No dejó que el proyecto pasara a su segunda fase abortándolo antes del
despegue. Frustró el lanzamiento discográfico y desapareció esfumándose como el viento
cuando enfila hacia al polo norte, pero no sin antes anunciar que destaparía el montaje si el
entramado seguía adelante con cualquier otra joven promesa ilusionada a la que castrar “Nada de
farsas, si escucho el tema en la radio y no veo actuar al bajito convocaré una rueda de prensa o
me iré a dar mi testimonio a la televisión con el contrato bajo el brazo” y mirando al bajito
tímido le felicitó por su enorme voz “No temas mostrarte tal cuál”. A Iván no le importó el
comentario del director general que había acudido para dar el visto bueno al proyecto y preparar
el lanzamiento para las campaña de Navidad –Tendría que estar agradecido... muchacho
insolente-.
Y esa misma tarde que defendió su autenticidad pensó en Susana, aferrándose a su recuerdo,
a su imagen, a su resplandor inaudito. Habían compartido algo maravilloso que no se desvanecía, no
en vano conectaron durante horas sin cansarse el uno del otro unidos por una vigorosa magia. Y se
preguntó si podría repetirse, retenerse y guardarse y se respondió “Sería muy difícil”. ¿Estaba
idolatrando la experiencia vivida?

Iván reconocía que al precisar constantemente nuevas experiencias con las que gozar y aprender era
un ser inestable, pero a su vez, la oportunidad de tales sensaciones con las que vibrar le garantizaban
el control de su vida.
Sinónimo de aventura, era un aventurero con toda la amplitud del espíritu que entraña esta
palabra. La aventura podía ser completamente loca pero Iván estaba cuerdo, y volviendo a Susana se
cuestionaba que aunque lo hicieran, aunque consiguieran materializar otra vez la intensidad de todo
aquello que ambos sintieron probablemente un día acabarían aburriéndose el uno del otro porque
nada es permanente y todo es transitorio.
Sabía que era doloroso el desengaño. Apenas hacía unas pocas horas que había quemado su
estandarte como cantante; como si no hubiera más discográficas y otras opciones más que esa.
Iván se había acomodado en su faceta de eterno seductor. Buscaba lo bello a su modo de ver,
y al encontrarlo, participaba hasta extasiarse y una vez hecho esto seguía buscando sin detenerse ni

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encariñarse con nadie. No quería obligaciones posteriores. No quería tirar el ancla. Nunca echar
raíces. Sin embargo, comenzó a hablarle como si tuviera a Susana justo a su lado “Eres un sueño
materializado, pero un sueño al fin y al cabo que se desvanece al despertar a la realidad”.
Seguía atesorando un fantástico sabor en su boca, pues aquel martes festivo de discoteca que
se alargó hasta el miércoles en la noche le había dejado una profunda señal. Y cada vez con mayor
frecuencia, su instinto lo devolvía al acontecimiento que continuaba alimentándolo, quizás, para que
no se extraviara jamás. Hasta que comenzó a degustarlo a cada rato para sentir nuevamente su
contacto, y en esos instantes, deseaba correr al teléfono para escuchar su melódica voz para entonces
relajarse y desahogarse. Pero Iván no la llamaba por teléfono según él “En beneficio de ambos”. No
quería causarle inconvenientes a Susana. Se dijo “Apoyarme en ti porque lo necesito, pero, y después
¿qué?”. Era una suerte que fuera tan sincero, comentó “No voy engañarte nunca Susana”, pero Susana
no estaba ahí y no podía participar. Y añadió hablándole a una sombra “No quiero hacerte daño”. Y
al final terminó hecho un lío. Ya no estaba seguro de si en verdad se dirigía a ella. No sabía
exactamente si era a Susana a quien decía todo aquello o por el contrario se lo decía a la necesaria
relación de pareja que precisa todo hombre para llenar esa parte vacía que solo una mujer puede llenar
como complemento imprescindible de vida. Y confundido, no discernía si era Susana quien llamaba
a su puerta o era esa parte de sí mismo que a gritos anhelaba a su compañera. Sin duda Susana le había
planteado un interrogante. Algo sucedía en el interior de Iván que lo inquietaba como nunca antes
lo había inquietado nada.

Desembaló un ordenador personal que se había traído del concesionario y que estaba en un rincón
del estudio desde hacía meses para teclear durante el fin de semana cada una de sus impresiones y
todas las sensaciones, pero borró el archivo y apagó el equipo. Buscó un bolígrafo. Unos papeles.
Escribió de nuevo todas aquellas frases al tiempo que murmuraba “Las cosas del corazón deben
escribirse a mano” y cuando terminó se sintió desnudo y avergonzado de que alguien a quien todavía
no conocía supiera tanto de él. No quiso imprimirlo en una máquina. No quiso que una perfecta
presentación ensombreciera el contenido. Guardó los folios llenos de borrones y tachones en un
sobre pensando “Cambiamos muy rápidamente de parecer, será mejor que espere unos días antes de
entregarle mi escrito”. Y se trasladó de la mesa de trabajo al armario donde guardaba algunas cajas
porque Susana le había pedido una fotografía para llevarla en su cartera.
Iván abrió una caja formidable, seleccionó las instantáneas que reflejaban mejor los rasgos de
su carácter y tratándolas como si fueran cromos de una vistosa colección, las barajó hasta extraer
cinco con las que definió la rebeldía, la elegancia, la sensualidad, la simpatía, y su gusto por el trabajo;
todas de un tamaño de treinta y cinco por veinte, demasiado grandes incluso para un billetero
gigante, pero así era Iván. Las fotografías pertenecían a un reportaje reciente que un experto de
publicidad le había realizado gratuitamente a cambio de autorizarle a utilizar las mejores para
promocionar su agencia y, dos de ellas, a tamaño natural, pasaron a vestir las paredes de la entrada de
la galería que inauguró para su etapa de otoño. Eran fotografías en blanco y negro. Autenticas
imágenes de estudio profesional bien elaboradas e iluminadas con un exquisito tratamiento de
laboratorio.
Al cerrar el sobre, recordó que para estimularse a lo largo de la sesión había cambiado
periódicamente el tipo de música regocijándose en los ambientes a plasmar en la estampa. Luego de

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hacer las primeras, se afeitó y fue variando de vestuario en función de la imagen a captar por el ojo
de la cámara. Gesticulaba mientras el flash se disparaba una y otra vez al son de la música en una
improvisada coreografía. Así consiguieron buenas tomas y el mejor primer plano lo enmarcaron en
tamaño póster para que presidiera la zona central donde se ubicaba la recepción en la peluquería de
la esposa del fotógrafo que se enamoró de Iván.

Antes de que el mensajero motorizado entregara el sobre a Susana le hizo firmar un recibo. Y
mientras subía las escaleras de vuelta a su puesto se preguntaba qué era aquel sobre y de quien podría
ser.
Cuando a solas en su despacho lo abrió, las fotografías se desparramaron encima de la mesa
explosionando cada una de las imágenes como granadas de mano, primero en su cabeza una dos, y a
continuación en su corazón tres, cuatro, cinco explosiones graves. Decía el remitente: “¿Comemos
juntos?”, en letra mayúscula de color rojo. Se trataba del hombre con el que se había acostado hacía
tres semanas y del cual pensó que nunca más volvería a tener noticias porque Iván no le dejó ni
teléfono ni la esperanza de otra cita. “No me gustan las despedidas”, le había dicho antes de
desaparecer en su impecable y veloz Turbo rechinando las 36 válvulas.
Susana leyó con atención aquel montón de sinceras frases que turbaron su jornada laboral de
igual forma a como llegarían a turbar su vida entera. Nadie le había contado tantas cosas y tan
sumamente íntimas todas ellas en tan poco tiempo de conocerse. Nunca nadie la había invitado a
almorzar por medio de un desconocido mensajero que ni siquiera se quitó el casco durante la entrega.
Terminaba su larga exposición: “Un beso y mi caricia suave que quisiera recorrer tu mejilla
deslizándose por todo tu cuerpo de arriba abajo por delante y por detrás”, y en ese momento suspiró
profundamente Susana. Como posdata: “Tu amigo siempre, Iván”. Susana volvió a leer la carta de
nuevo otra vez desde el principio.

Iván quería replantearse la vida. Y descubrió que se expresaba mucho mejor respecto a sí mismo
cuando escribía, en privado, lejos de las personas, centrado exclusivamente en la tarea, disponiendo
del tiempo imprescindible para escoger una manera clara y concisa de exponer sus ideas. Y respecto a
Susana, quería extraer los significados, encontrando cada palabra que reflejara todo cuanto estaba
sintiendo, pero esta vez, lejos del propósito de sorprender, sino ajustándose solamente a la veracidad
de las emociones. Susana tendría que irse acostumbrando a estos momentos de inspiración que no
se producían cuando estaba con ella, sino luego, cuando analizaba la situación fríamente. De esa
forma Susana no perdía detalle porque lo importante quedaba retenido por su puño para la
posteridad. Cuando estaban juntos, se tenían el uno al otro y cuando se separaban, Susana tenía sus
pensamientos por escrito porque Iván redactaba intuiciones y sobretodo convicciones acerca de los
dos. Especulaba bebiéndose la relación de pareja que instauraba.
Para Iván una sensación era algo muy difícil de concretar. Debía relajarse, concentrarse un
buen rato, para tranquilamente observar de cerca la realidad, y así, acariciar esa intimidad que Susana
le ayudaba a descubrir como el vigilante apostado en una esquina que permanece inmóvil mientras
la vida pasa por delante de sus ojos. Ella había conseguido que se detuviera, y que dejara de mirar
hacia afuera, al exterior, a los lados y delante y atrás para mirarse repentinamente dentro. Por primera
vez en su vida estaba interiorizando en su ser; un ser enamorado con una sensibilidad a flor de piel.

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Llenar una parcela importante de su vida completamente ignorada hasta la fecha abrió una parte de
sí mismo inesperada para el mismo Iván. Y al tener todo aquel caudal energético en funcionamiento,
se absorbía para traducirse en palabra escrita que no imprimía arrinconado el ordenador.
Iván repasaba los textos una y otra vez disfrutando al poderse comprender. Comprobaba si
cuanto decía y transcribía era totalmente cierto, convencido que era una buena forma de ayudar a
Susana a conocer incluso las zonas más sombrías de su persona, aquellas que persistentemente había
despreciado y camuflado con elementos postizos para dejar a un lado sin atención. Incluso todas sus
deficiencias funestas quedaban al descubierto.
Creía que con tal comportamiento facilitaba una placentera relación porque se decía “Si Susana
lo tiene todo por escrito, en cualquier momento puede leerlo y releerlo sintiendo nuevamente la
alegría o la desesperación por lo que se avecina”. Es cierto que Susana podría recuperar las tiernas
palabras de Iván, y también sus advertencias sazonadas de sentido común. Iván pretendía garantizar
una futura convivencia conyugal. Nunca antes había tenido novia, no había pensado en el
compromiso del noviazgo jamás. Y le dijo un día “La palabra impresa es eterna y perdurará por siempre
más”, eso sucedió antes de meterle una cariñosa nota de amor en el bolsillo trasero de sus ceñidos
pantalones en el rompeolas de Barcelona para justo después estrecharla entre sus brazos en lo alto de
las rocas, tocando el mar en pleno invierno, brisa, lluvia en alta mar.

Lo notaba. Susana empezaba a formar parte de Iván, y esa parte era cada vez más y más inseparable.
Imaginaba que era difícil amar con toda la extensión del significado, pero si había una persona en el
planeta tierra en la que podía volcar todo su amor, esa persona se llamaba Susana. Podía intentarlo
con ella. Y se reafirmaba en tal posibilidad con la sana intención del propósito, aunque se le antojaba
imposible, a él que nunca antes temió a los desafíos.
Decir uno, cuando han de formarlo dos seres distintos, era algo incongruente incluso para Iván.
No entendía como sin dejar de ser cada cual por separado lo que eran, y tal como eran, sin
renunciar a su ser más característico podrían convivir en avenencia como una sola unidad. Y sin
perderse en la reflexión detestaba la incógnita de si lograrían fusionarse de por vida con esa
concepción de unidad que nada más puede existir, y subsistir, como resultado de una completa
comunión entre las partes.
Y no sabiendo si era posible, desconociendo el pasado y los antecedentes de Susana, una vez más,
fue en dirección al riesgo precipitándose de cabeza al abismo porque era un hombre de acción y
tenía un nuevo estímulo y estaba exento de fronteras y sin miedos que lo turbaran; una vez
aceptada la necesidad, de la mano de la esperanza y la fe, con su pecho halado y la franqueza por
delante abordaría el reto de su necesidad existencial. Y con amor, mucho amor, pero también
con la comprensión de ese amor en grandes cantidades y en todas sus maneras de expresión,
recuperaba la naturaleza misma de su ser.
Y se lo preguntó una noche a continuación de cenar en un romántico establecimiento cuando
todavía no habían traído el café. El camarero había retirado los platos y trajo un cenicero limpio
que Susana inmediatamente le rogó que se llevara. Quería dejar de fumar porque a Iván le
molestaba el humo y el olor en la ropa y el sabor en su boca. Entonces escuchó lo siguiente:

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“¿Te apetecería que formáramos una pareja digna de mención como modelo a seguir e imitar
por generaciones venideras?”. Era el 23 de noviembre.
A partir de ese momento el hobby preferido de Iván consistía en averiguar como podía hacer
feliz a Susana dándole gracias por la oportunidad. “Iván, tu fiel compañero” era su firma a pie de
página en sus textos románticos. Quedó atrás la expectación de cualquier silla frente a él vacía porque
ya no era el recuerdo de Susana quien lo acompañaba sino la misma Susana a todos lados.

Un final de semana se trasladaron a la Costa Brava, a Begur. Fueron a visitar la segunda residencia de
los padres de Susana y cuando Iván los conoció, le parecieron personas maravillosas y afectuosas.
Su madre, hija de un pueblo de Salamanca, había traído consigo a la capital catalana los valores
del campo. Al sentarse en la mesa redonda todos juntos en familia, Iván se sintió acongojado ante el
cuadro. Aquello era exactamente lo que anhelaba. Quería decir adiós a los bares y tabernas, a las
cantinas, a toda comida de restaurante. Quería tener a quien darle las buenas noches y también los
buenos días. Deseaba constituir un hogar alejado de las lavanderías. Y viendo como el padre de Susana,
un robusto catalán de gruesos lentes servía agua en cada uno de los vasos, algo tan simple y cotidiano
para ellos, consternado, tragó saliva porque para Iván se trató de una verdadera ceremonia.
Susana tenía un hermano, y aunque no se parecían físicamente, su signo era muy similar. Tenía
una novia con la que Susana se relacionaba mucho. Hablaban las dos de muy diversas cosas y aquel
domingo después de comer el único tema de conversación giraba entorno a Iván -Es tan guapo
Susana- le dijo a los pocos minutos que fueron presentados -Tan atento contigo- cuando vio como
la trataba porque Iván lo hacía con gentileza y quizás eso era lo que más agradaba a la gente que
rodeaba a Susana. Insistió diciéndole -Sabe comportarse tan bien-.
Y se repetían las mismas frases -Te regala vestidos caros- y sus amigas añadían -Es muy
simpático y agradable- y su madre le decía -Gana mucho dinero-. Y le había dicho su padre -Tiene
una moto chula y un pedazo de cochazo y dices que vive solo en un amplio estudio...-. La chica que
primeramente le solicitó fuego en la discoteca –Cómo pude ser tan tonta si ese muñeco era para mí!-
. La vecina del barrio de Susana que lo veía llegar solía exclamar con cierta ironía -Míralo... seguro
que no te aburrirás con Iván-. Bromeaban sus compañeras del trabajo -Si no lo quieres nos lo
quedamos nosotras- y en tal circunstancia se ponía brava Susana dispuesta a defender lo que era suyo
al ver peligrar su futuro. Incluso las madres de sus amigas, todo el mundo que conocía a Iván le
arrojaba flores felicitando a Susana porque Iván causaba buena impresión, y es que Iván sabía qué
hacer y cómo agradar a la gente y aunque no era necesaria la triquiñuela, igualmente se las ingeniaba
para que el entorno lo promocionara conspirando a su favor.
Solían apelar a comentarios favorables de enhorabuena porque se le notaba que llevaba buenas
intenciones, se leía en sus ojos, en sus delicados actos, en cada gesto, y nadie hubiera dicho nunca
que podía derivar en una relación tempestuosa de chillidos y cuchillos. Se percibía un romance
bendecido por fuerzas superiores y nada justificaría un cambio. Ninguna amenaza a la vista. Ningún
contratiempo.
Únicamente el que se convertiría en su cuñado recelaba porque estaba muy unido a Susana y
temía perderla. Lo habían hecho todo juntos desde pequeños. En una ocasión que Susana le preguntó
qué opinaba a cerca de su prometido le contestó secamente -Yo lo veo pedante, aunque reconozco

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que tiene motivos para ello; ha conseguido muchas cosas en su vida y lo ha hecho solo sin ayuda de
nadie; quizás yo en su lugar me comportaría como Iván, no lo sé- y con el comentario admitía con
desgana que Iván había sabido abrirse camino en la vida. Iván no conectaba con el hermano de Susana
y nunca lo tratará como a Oscar, sin embargo, lo respetaba desde la distancia y con educación. No
era con el hermano con quien iba a convivir.

Pronunciar el tradicional "te quiero" equivalía para Iván a un compromiso formal. Las dos palabras,
en un principio muy simples, carecían de cualquier significado sino existía una acción constante que
demostrara el sentimiento, y durante años, Iván se había distinguido justamente por lo contrario,
por la falta de sentimiento y por la inexistencia de las dos palabras sino eran en idioma alemán. Pero
algo había cambiado en su concepción y se llenaba la boca pronunciándolas porque sin duda
escuchaba la llamada.
A su modo de entender, la afirmación equivalía a un combinado perfecto con gran cantidad
de amor, algo de posesión y mucha lealtad. Decir te quiero implicaba automáticamente todo eso y
durante los próximos ciento cincuenta años, Iván quería ofrecerle a Susana diversas pruebas palpables
no sólo de amor, sino también de respeto. Le decía “Estate alerta y fíjate en los detalles más
minuciosos, justo ahí es donde encontrarás las estallidos más relevantes”. Insistía cada vez que le
entregaba un escrito “Aprende a leerme entre líneas”.
Le advirtió que en ocasiones se expresaría de manera bien extraña y muy probablemente
incomprensible para la mayoría de los mortales. “Y si no me comprendes tú llegado el caso, nada más
espero que me respetes”, decía con vida en los ojos mientras cariñosamente le tomaba la mano
dibujando con su índice un círculo en su palma. Iván podía ser abstracto, pero siempre era muy
personal. En todo cuanto se recreaba y realizaba dejaba una pizca de su singularidad. Fiel a sí mismo,
quería seguir siéndolo hasta el final. Necesitaba seguir siendo suyo, y, lejos iba quedando aquel joven
superficial de conducta artificial.
Porque Susana como un aire fresco se introdujo en lo más hondo de su ser quedando
integrada en su camino, pero antes de confesárselo abiertamente, deseaba estar totalmente seguro,
plenamente convencido. Nunca antes de ese día había desnudado tanto sus sentidos. Él mismo estaba
asombrado y desbordado por el acontecimiento. Susana le cambiaba sin hacer nada, sin pedir nada,
solamente entregándose, dejándole que reaccionara en relación a los nuevos aspectos de la vida y del
amor.
Iván planificaba una vida en pareja con Susana, y, raro en su proceder, se centraba en asegurar
la continuidad de la unión en vez de optar por lo efímero y transitorio. Así le daba vueltas al asunto
mirándolo de arriba abajo y de izquierda a derecha proyectando hipótesis, avisándola de sus cualidades
más negativas para que en un tono desdeñoso de resentimiento nunca le reprochara que no la avisó.
Y ciertamente, en el futuro no habría sorpresas. Todo quedaba dicho. Zanjado. Sellado como si
explicar como era equivalía a que ella pudiera soportarlo. ¿Sabía Susana donde se metía? Toda aquella
insólita forma de actuar era para Iván la más reveladora prueba de amor hacia ella. Absolutamente
nadie sabía tanto sobre Iván excepto Oscar. Iván quiso ofrecerle su mejor regalo: a él tal cual era en
verdad. Y no mencionando sus virtudes, no le escondió ni un sólo de sus defectos y a media noche,
ya en la cama, todavía solo en su estudio libre del acoso de murciélagos y vampiros, a menudo se

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levantaba para anotar una frase suelta relacionada con algún pensamiento espontáneo que surgía en
la quietud de la noche. Y desde ese mismo instante se moría por transmitírselo a Susana.

Un jueves aguardaba Iván en la puerta de entrada de la empresa donde trabajaba Susana. Fue a
recogerla para acompañarla a su casa. La encontró poniéndose el abrigo, y, antes de que pudiera
decirle “hola”, mientras andaba dirigiéndose hacia ella pronunció lentamente una de esas frases suyas:
“Espero que nos procuremos una felicidad insaciable más allá de todo cuanto ahora conocemos”.
Ocurrió frente a la portera y la mujer de hacer la limpieza, justo en el momento que entraba su jefe
desde el almacén dirección al despacho. Todos dejaron cuanto hacían y pensaban para volverse hacia
ellos para contemplar la escena de película. Y Susana nuevamente se fundía más por el mensaje de sus
palabras que por la situación creada.
Ella intentaba comprenderlo, y se lo aceptaba todo sin restricción. Iván podía sentirse libre
aun perteneciéndole a ella porque libremente podía expresarse sin tener que renunciar a hacer las
cosas con su propio estilo.
Radicaba el secreto de Susana en no intentar retenerlo o forzarlo, simplemente dejaba que se
comportara a su aire sin censurarlo ni coartarlo alegando vergüenza. Así de fácil. Algo tan sencillo
como dejarle hacer sin cuestionar la forma. Bordeaba magistralmente Susana los ángulos evitando el
enfrentamiento, pero sin sumisión, porque llegado el caso, con seguridad Iván perdería todo interés
e iría en busca de cualquier nueva aventura que lo estimulara más.
Antes del fortuito encuentro, había una parcela de su ser que además de vacía, estaba
adulterada, provocándole un considerable tambaleo en la construcción de su persona que repercutía
negativamente en varios campos. Pero gracias a Susana quedaba recuperado el equilibrio, dando aun
más fuerza y vigor a todas las otras parcelas que ya estaban formadas y eran claras, nítidas, y cumplían
con su función a la perfección. Al contar con Susana, podía esperarse mucho más de Iván. Juntos
podían llegar muy lejos. Se habría ante ambos un futuro prometedor, y estando Iván hablando por
teléfono desde su oficina negociando un descuento con el responsable de compras de una prestigiosa
firma turística, sin darse apenas cuenta, anotó en la misma hoja del pedido sin perder el hilo de la
conversación “Soy el amo del mundo; si quiero puedo comérmelo de un bocado”. Rebosante de
fuerza bruta había sobrepasado todas las líneas de meta.
Pero Iván dudaba todavía. Él que se había caracterizado básicamente por la improvisación y el
repentino golpe de timón en esta ocasión se retenía asegurándose, ¿intentando asegurar qué?
Menguaba su arrojo hacia la cautela, y, recordando a su buen amigo Oscar, evitaba la acción precisa.
Llevaban casi dos meses saliendo todos los fines de semana de viernes a domingo noche como una
pareja que viven juntos pero no han contraído matrimonio. Y seguía desconcertado, avasallado por
los acontecimientos y lo favorablemente que se desarrollaban. Todo cuanto estaba ocurriendo le
ponía en una posición cada vez más y más delicada. Debía decidirse a dar el paso definitivo. Y un día,
paseando por el mercadillo de Palafrugell le dijo “Me encuentro en un tren que sigue su correcto
trayecto pero se ha encontrado de pronto con una estación que no figuraba en su itinerario y no se
si debo bajar a investigar o por el contrario, debo seguir firme en mi puesto ya que al final del camino
existe un triunfo. Si desciendo quizás pierda mi tren”. ¿Dudaba en cuanto al compromiso?
Le pasó el brazo por la cintura, Susana también a él, y se dejaron envolver por el gentío
recordando el tumulto de la discoteca que los arrojó uno en brazos del otro. Iván aminoró el paso

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para mirarla fijamente a los ojos “El tren tiene un destino que ya estaba escrito y debe,
inevitablemente, llegar. Ese tren debe cumplir con la misión asignada. Una recompensa por el duro
trabajo aguarda al final del trayecto. Dime, ¿vas a subirte a mi tren?...” y Susana empujada por la gente
que se movía con prisa pensó que no era el mejor lugar para responderle, pero asintió con la cabeza.
A Iván de repente le daba por agasajarla con alguno de sus jeroglíficos en los momentos más
inesperados. ¡Si lo era de extravagante!
Le incomodaba perder el tiempo tontamente, pensaba que se trataba de un lujo que no podía
permitirse, pero también le asustaba el hecho de entrar en vía muerta, sin embargo, se apeó. Se bajó
de su tren. Y estaba allí con ella. “Puedo asegurarte que hasta la fecha han sido las ocho semanas
mejor invertidas”, y en su voz temblorosa se apreciaba la emoción comprimida de su decisión. No
estaba seguro si ella deseaba que recuperara ese tren, pero no se reprimió “¿De veras quieres arriesgarte
a subirte conmigo?”, le preguntó cuando acercó las palmas de las manos a su cuello y, suavemente
los subió hasta las sonrojadas mejillas para voltearlas acariciándola con los nudillos. Y Susana volvió a
asentir levemente con la cabeza. Tal petición la había dejado sin habla. Entonces Iván le retiró los
largos cabellos y la besó en la frente “Gracias cariño. Así podré llegar donde siempre he deseado estar
para ocupar el puesto que me pertenece”, y rozó con las yemas de los dedos sus labios para besarlos
a continuación, primero el labio inferior, luego con una cabriola el labio superior. Luego el ojo
izquierdo y el derecho desconcertando a la gente que pasaba por el abarrotado mercadillo de
Palafrugell sin imaginar que un día... en ese mismo municipio...

La ambición de Iván era fuerte y grande, pero eso no significaba la acumulación de poder y riqueza.
Iván quería ir por la autopista en el carril rápido adelantando a cuantos vehículos se encontrara
durante el viaje, en constante movimiento, pero con el conocimiento de que la autopista es larga y
que no termina jamás sabiendo que invariablemente se encontrará por el camino con otro vehículo
mucho más diestro y rápido que el suyo. En su opinión, la ambición consistía en no tener a nadie
delante. Iván no quería tener que frenar y marchar a otro ritmo que no fuera el propio porque otro
entorpecía su avance. No quería ser más que los demás, ni tener más que los demás, simplemente
no quería que nadie le privase de su libertad anhelando la capacidad de dar un buen acelerón
cuando las circunstancias lo exigían consiguiendo reubicarse para seguir haciendo aquello que le
placía.
Y ambicionaba el mundo artístico. Y le propusieron interpretar una obra de teatro con la popular
actriz madrileña que se iniciaba en el campo de la dirección. Pero Iván conocía demasiado bien a
las mujeres y ya en los primeros ensayos, una semana después de la prueba comprendió que su
elección durante el casting obedecía al capricho temporal de aquella mujer que durante los
descansos le rogaba solo a él que le mostrara la verdadera Barcelona de noche. Le insinuaba
claramente que tras estrenar la función no podría librarse de caer en sus brazos como requisito
previo a impulsar su carrera artística.
Le hacía tanta ilusión debutar en una obra de teatro como la grabación del disco. Llevaba
veinticuatro años esperando una oportunidad de ese tipo y por fin se la servían en bandeja. Era la
puerta que por fin se abría invitándole a entrar en una dimensión terriblemente atrayente para

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Iván, pero con los habituales entresijos de la profesión y une peaje que en otras circunstancias no
le hubiera importado abonar, ahora se revelaba como una coacción a su estabilidad emocional.

Durante el carnaval de aquel año, Iván buscó un personaje difícil para poder lucirse con su disfraz.
Quería que la gente se girara por la calle para admirarlo y esto es exactamente lo que sucedió porque
a la gente le parecía ver por las calles de Barcelona a Michael Jackson.
Su abuela cosió a una chaqueta negra, chapas, hebillas y cadenas, simulando la portada del LP
"Bad". Mandó confeccionar una peluca y unas botas similares a las de Michael. Se maquilló
disimulando su nariz, resaltándose los ojos y las cejas y alcanzó un impacto visual impresionante. Era
increíble el logro pero aún así, Iván no estaba satisfecho. Quería más. Siempre necesitaba llegar un
poco más allá.
No se conformaba con realizar la tarea por la tarea en sí misma, siempre lo hacía en busca de
“algo” que a menudo ni él mismo conocía y, por lo tanto, no sabía exactamente para qué le serviría.
Iván precisaba resultados que acumular en su memoria. Se había visto obligado a no jugar en su niñez
y jugaba a clavar constantemente su vista en numerosos desafíos. No vivía por amor a la vida sino
por amor al hallazgo, la cosa, la posesión de la experiencia.
Se puso frente al televisor en su amplio estudio de un solo ambiente para visionar todos los
videoclips de Michael hasta conseguir copiar a la perfección cada uno de sus movimientos. Y
consiguió tal caracterización, que los organizadores de un concurso al que le empujaron a presentarse
le dijeron –Eres la misma imagen del disco que se ha materializado en carne y hueso-. El propietario
le sugirió la posibilidad de realizar una exhibición de quince minutos como reclamo el siguiente
sábado -Ven con estos espasmos que coordinados subrayan esta inconfundible manera de bailar y
sentir la música- y es que en realidad parecía como si de repente a Iván le pasara la corriente.
Celebrar la visita de Michael Jackson en aquel local se convirtió en algo demasiado tentador para
Iván, y aceptó. Por un lado podría recuperar el dinero de la inversión de tan compleja
caracterización, por el otro, le complacía imitar al rey del pop que estaba tan de moda en aquella
época porque se trataba de una especie de homenaje a su ídolo al que conoció ocho años atrás
cuando pinchó sus primeros discos en Red Sun. Pero la propuesta se convertía además en un reto
estimulante porque privar de golpe y porrazo a la gente de su espacio en la pista obligándoles a
retirarse teniendo que quedarse quietos, en silencio, pendientes de una actuación no solicitada
cuando su intención no es otra que beber y bailar... o se hacía muy bien, o lo más probable es
que empezaran los abucheos para boicotear la exhibición.
Iván se había preparado a conciencia. Confeccionó una grabación fraccionando las canciones
como popurrí de sus éxitos más populares con explicaciones de su vida y efectos especiales que
capturó de los videos para darle mayor dramatismo, y el sonido que obtuvo, adecuadamente
mezclado en sentido ascendente según los estribillos haciendo crecer la tensión. También amplió su
vestuario de manera que en cada cambio de canción se iba quitando la ropa dejando al descubierto
un atuendo similar al de Michael Jackson. Fue un rotundo éxito. Ese día, hasta los chicos corearon
los temas siguiendo con las palmas el ritmo.
Un representante de espectáculos que estaba ahí por casualidad le ofreció realizar la exhibición
a nivel profesional todos los fines de semana en diferentes discotecas, así fue como Iván recorrió

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muchos pueblos de Cataluña con Susana. Ella grababa en vídeo cada actuación para que pudiera
corregirse y aumentar algún efecto visual la próxima vez. Y lo que más gracia les hacía a los dos, era
el momento de darse a conocer a su llegada al establecimiento donde debía actuar. Los relaciones
públicas de las salas de fiesta se quedaban pálidos. Los carteles que empapelaban las marquesinas de
las paradas de autobús no eran ese que llegaba con un impecable traje cruzado, corbata, relucientes
zapatos, y de la mano su maletín de trabajo. La pulcritud de su figura y sus elegantes modos más
cercanos a un vendedor de sueños que enamora que al rey del pop no cuadraban con el personaje
que habían contratado y exclamaban ¡error! Posiblemente esperaban a una revoltosa persona de raza
negra vestida con llamativos colores como si fuera un semáforo. Pero en el camerino, junto a Susana,
Iván se transformaba por completo minutos antes de realizar la aparición. Debían esperar a que
sonaran los primeros compases y cuando el público se preguntara qué pasaba, bajo el haz de luz todos
quedaban enganchados durante veinte minutos sin poder parar de mirar a Iván hasta que finalizaba
la exhibición sin apenas respirar de la impresión, pues parecía el mismo Michael Jackson.
Si a Iván le hubieran asegurado que por continuar haciendo ese tipo de actividades podía
perder a Susana, las hubiera dejado todas de inmediato. Pero no hizo falta que nadie le advirtiera
nada. Él mismo comprendió que un ambiente bohemio y nómada no favorecería la relación.
Extraños horarios, ensayos, además del ejército de chicas mariposeando alrededor le hicieron
pronunciar un seco “basta”. Existía la resignación como alternativa a perder a Susana, y, prueba de
ello fue su rechazo a interpretar la obra de teatro con la popular actriz madrileña. Así ratificó que
antes de perder a Susana prefería tirar la toalla en algunos aspectos de su vida. Adiós definitivo a su
trampolín porque Susana estaba en primer lugar encabezando la lista en sus prioridades y no
mentía. Iván no se engañaba ni engañaba a los demás por primera vez en su vida. No tenía ninguna
necesidad de hacerlo. Y lo principal era que no iba a engañarla a ella. No quería tener que ocultarle
nada a Susana, y prefirió cerrarle la puerta a las posibles andanzas y a su resurgir conquistador de
imperios perdidos en horizontes lejanos.
Susana sabía perfectamente que él no le mentía en ningún aspecto de su vida, bien al
contrario. La única cosa que le había recriminado en alguna ocasión era justamente su exceso de
franqueza. Iván era tan sincero que a menudo metía la pata.

Y seguía desnudándose ante Susana rogándole que valorara el hecho. Iván hacía un gran esfuerzo y
quería que lo apreciara.
Cualquier persona ajena a lo que ocurría, hubiera dicho que pretendía deshacerse de Susana
con tantos avisos y advertencias. Todas aquellas explicaciones de nefastas actuaciones o peligrosos
comportamientos futuros, hubieran ahuyentado a cualquiera, pero a Susana se le hacía extraño que
aquel ser fantástico que era Iván albergara una pizca de malicia o un demonio escondido detrás de la
espalda. A sus ojos tenía brillo y magia y pensaba que era casi perfecto.
Y con mayor razón intentaba Iván que comprendiera algunos de los aspectos que se darían a
lo largo de sus vidas; curiosidades que sin duda los acompañarán porque Iván no renunciaría. Llegado
el caso, defendería sus convicciones. Le decía “Se fuerte lo necesito” en seguida de contarle un
incidente que hubiera hecho salir corriendo a cualquiera. “Muéstrame tu sensibilidad porque también
la necesito” le insistía cuando le contaba alguno de sus proyectos. “Ayúdame a conseguir algo

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sencillamente divino” le susurraba al oído antes de quedarse dormido abrazado a ella como el recién
nacido que apoya la cabeza en el pecho de su madre.
Iván no se reprimía, quería que Susana participara. La integraba: “Ayúdame a llevar a cabo algo
positivo y hermoso para cuantos hoy habitamos la tierra como semilla para los que nos sucedan” y
le hablaba con grandilocuencia incluso mientras conducía la pesada motocicleta BMW K 100 de mil
cien centímetros cúbicos. Y apoyando los pies con firmeza para no desequilibrarse, aprovechando un
semáforo ladeaba la cabeza para continuar “No temas a lo desconocido”. Le dijo mientras posaba las
manos en sus piernas aguardando luz verde “Cuando uno logra sorprenderse de sí mismo, huye de sí
mismo, rechazando así muchas posibilidades de proyección, pero si logra dominarse y vencer ese
temor, como todos los temores, el triunfo es seguro”. Quizás en aquella ocasión, como en tantas
otras, Susana no le escuchó y por eso no le respondió. Probablemente tuviera la visera del casco
bajada.
Ella se limitaba a asentir con la cabeza en señal de aprobación cuando desde la parte trasera
advertía que Iván gesticulaba. Le estaba bien como era. Le asustaba saturarse de complicada
información. Lo que hacía y como se comportaba era más que suficiente para ella. Susana lo amaba,
y se decía que sus pensamientos e ilusiones tenían que ser igual que lo que ella contemplaba por
fuera, sin embargo, las inquietudes internas de Iván iban mucho más allá de lo que él mismo percibía.
Iván quería jugar limpio con Susana y por esa razón se desvivía por contárselo todo. Susana
quería digerir toda la información, pero incluso para un erudito hubiera sido complejo asimilar tantos
datos y posibles circunstancias que por cierto, chocaban con la educación recibida en su casa. Sus
padres, amantes de la ley y el orden establecido se alejaron siempre de cualquier conflicto. Jamás
osaron cuestionar nada y le enseñaron a consentir aceptando mansamente casi de manera sumisa.

En otra ocasión, mientras guardaba los cascos en los maletines de la gran motocicleta, en cuclillas,
observando como se arreglaba el largo cabello musitó “Huir, no siempre es una solución”.
Incorporándose, bordeó la BMW para estrecharla en su brazos por largo tiempo como si fuera el
último instante que les regalara la vida y teniéndola presa en sus garras, después de recuperarse de la
intensidad del abrazo, fijó los ojos frente a los de ella y siguió mostrándose extremadamente sincero,
contándole cosas que había guardado para sí “Luchar es enfrentarse, y esa actividad implica un forzoso
resultado”. Y en ese instante Susana atendía sus palabras casi con veneración. “El mundo seguirá
dando vueltas y vueltas, al igual que el sol nos calentará y la luna alumbrará nuestros sueños y nuestras
esperanzas nocturnas mientras nuestros descendientes encuentran otra forma de comunicación”.
Pero Susana no atinaba qué decir. De sus labios no brotaron comentarios, y es que los mensajes de
Iván a menudo estaban cifrados en algún código secreto reservado para unos pocos. Tan sólo los
elegidos. O los locos como Iván.
Una vez, Susana tenía que comprar unas medias pero los comercios habían cerrado. Mientras
admitía que no estaba a gusto y que no asistiría a la cena con aquella carrera, Iván saltó con un “No
me pidas nunca lo imposible porque por ti sería capaz de conseguirlo” y le abrió la guantera
simulando un truco de magia. Era precavido, sobre todo en lo referente a los pequeños detalles. Su
larga experiencia con toda clase de mujeres le daba ciertas ventajas. “No sabes bien hasta donde podría
llegar y si crees que lo sabes, estás equivocada”, y al decirlo, Susana se derramaba por el asiento
exhausta de amor por Iván.

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No la habían cortejado nunca como él lo hacía, nadie, jamás. Y quiso recompensarlo con una
frase. Susana quiso hacer su aportación a la causa y ante su propia sorpresa, pues él supo crear desde
el inicio un clima apropiado donde se encontrara bien, añadió -Es más que esto, mucho más ... ¡sin
fronteras!-. Entonces Iván apostilló con su gran capacidad de reacción “Tal como debe ser cuando el
sentimiento es puro, real, limpio, y sobretodo fresco como el nuestro” y se besaron apasionadamente
con un beso que se dilató, porque no hay palabras que superen una muestra de afecto. Ninguna frase
hubiera reunido lo esencial de aquel instante más que aquel simbólico beso de azúcar y miel.

El amor era mutuo y sumamente recíproco. Ambos habitaban por encima de las nubes sobrevolando
la bóveda celeste más alto que cualquier potente avión cohete o nave interestelar. Cualquiera que les
hubiera espiado por la cerradura de la puerta cuando estaban únicamente el uno con el otro dejaría
constancia de la veracidad de tan infinito amor. Había química entre ambos. Los dos echaban chispas.
Antes, a Iván se le había visto vagar solitario por ahí en busca de dios sabe qué cosa pero
últimamente, cuantos le conocían encontraban inconcebible verlo sin Susana. Nadie imaginaba que
no estuvieran permanentemente juntos como lo estaban en las fotografías. La unidad les
acompañaba influyendo en sus vidas marcando poco a poco su existencia individual.
Iván no se había retratado anteriormente con nadie. Era incomprensible aquella
transformación; una total reconversión de valores respecto a las relaciones sentimentales que no
obedecía a ninguna estrategia. Susana le provocaba un satisfactorio bienestar y una recuperada alegría.
“Sigue así por favor te lo ruego” le suplicaba al dejarla los domingos por la noche en su casa. Iván se
sentía muy afortunado por haberla encontrado. “Por fin una mujer por la que vale la pena desvivirse
y sacrificarse” pensaba cuando volvía a su estudio saboreando cada momento del fin de semana.
Miraba el asiento de cuero vacío para afirmar durante el trayecto “Susana eres una mujer que
está muy por encima de las demás”. Y una y otra vez lo repetía en voz alta mirando el retrovisor
como si tuviera que convencerse a sí mismo, como si alguien en el asiento de atrás estuviera
observando cada gesto, cada movimiento, cada por qué de las cosas que acontecían, ¿Oscar?
Había encontrado a la persona que mejor encajaba en el papel de su compañera. Susana era su
media naranja. ¿Y qué papel jugaba Oscar?

Todas las demás personas del sexo femenino quedaron desamparadas como queda desamparado el
papel de regalo hecho una bola en el suelo cuando se atiende el objeto que estaba envuelto. Iván no
distinguía ya en ninguna de ellas nada llamativo, absolutamente nada: ni una sonrisa conmovedora,
ni un descarado contoneo, no hallaba ninguna tierna mirada que le estremeciera ni siquiera una blusa
muy ajustada le impresionaba aunque los pechos intentaran escapar hacia el cuello. No había apetito
en sus ojos comprometidos. Ninguna otra mujer le producía ese especial calor que sabía a hogar y
del que únicamente era dueña Susana.
Levantarse cada mañana sabiendo que merecía su amor era algo importante para Iván. Lo
reconfortaba. Cuando apareció, no dejó simplemente una huella. El agujero provocó que su interior
se aireara y la confortable sensación que obtuvo se le reveló como un alimento de inmenso goce.
Por primera vez se sentía acompañado y amado y no solamente deseado. Se había atrevido. Valía un
imperio. Tres veces su peso en oro, aunque Iván, por nada aceptaría el trueque.

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Susana le mostraba como era el amor con todo su cuerpo, con toda su fragancia y todo su
contenido, y no lo hacía de manera plana o superficial y, por ello Iván debía renunciar a algo, sacrificar
algo muy suyo, cambiar pequeñas cosas y algunos hábitos para obtener la completa fusión con su
amada Susana. Pero durante las fiestas navideñas acostumbraba a partir a las islas Canarias para
broncearse y leer un buen libro. Desde muy niño, esas fiestas fueron sinónimo de tristeza, dolor,
soledad, y cuando tuvo oportunidad las evitó. Se las saltó, borrándolas del calendario. Y desde
entonces era un ritual a modo de peregrinación. La tradición requería iniciar el año nuevo en la zona
más apartada de la península ibérica. Y esa Navidad no podía a ser distinta a las otras por mucha Susana
que hubiera hallado Iván. No estaba dispuesto a renunciar a sí mismo, y quiso dejarlo muy claro
desde el principio.
Iván se abstenía de juicios de valor; esa evaluación constante de las cosas como correctas e
incorrectas, como buenas o malas. No perdía el tiempo como Oscar en evaluar, clasificar o analizar.
Pensaba mientras preparaba la maleta “Cuando te falta algo es cuando más lo valoras” y al sonar el
teléfono en su estudio le dijo a Susana “Me voy, también porque quiero que me faltes”. Y quiso
añadir... “Para demostrarme que sin ti tan sólo puedo ser inmensamente infeliz”. Pero calló.
Días antes de su posible marcha le había confesado que existían dos razones por las cuales en su
casi cuarto de siglo no había tenido una sola relación estable, continuada, realmente importante
“La primera porque no estaba preparado, y la segunda porque todavía no te había encontrado” y,
ciertamente, únicamente una persona estaba por encima de Susana. Esa persona era Iván, a la
cual no renunciaría jamás. “Nunca vayas contra ti mismo por mucho que consigas a cambio” se
decía cada mañana al lavarse la cara frente al espejo. Y aunque se suponía complejo, necesitaba
que Susana intentara comprenderlo y si no lo conseguía, quería que lo intentara de nuevo con
más fuerza pero llegado el caso, si por alguna razón no lo lograba, si Susana no tenía éxito en su
empeño le rogaba que desistiera sin aflicción. Y nada más le pedía que le dejara hacer teniendo
en cuenta que volvería a estar cerca de ella. “Escapar brevemente para volver al poco a tu
entendimiento” murmuró con dulzura después de mordisquearle el óvulo de la oreja refugiados
en el portal de una antigua casa un día gris de generosa lluvia.

Tanto Oscar como Iván habían iniciado una relación y se lo contaron hablándose de lo

significativas que eran ellas y de lo específico que se mostraba el futuro. Uno como otro, habían

sido alcanzados por un auténtico sentimiento de amor y se reconocían la prioridad de esa persona

maravillosa. Ambos habían encontrado al ser que permitiría desarrollar sus capacidades amorosas

para acceder a la cuarta dimensión. Ese inexplicable y permanente deseo de estar juntos se

manifestaba en los cuatro, desde la aceptación emotiva de vivir para existir con el otro, en pareja,

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dentro de la persona amada para el mutuo beneficio. Ana y Oscar. Iván y Susana. Querían y debían

estar así de unidos.

El sexo es realmente algo asombroso. Mediante el sexo se expresa algo que es imposible
expresar de otra manera. Era el centro neutral, vital, de ambas relaciones amorosas porque hasta no
quedar vacíos de sexo no saldría a flote el verdadero amor.
Más allá de un acto que turba, que agita y exalta la intimidad para que el sexo sea

asombrosamente legendario, casi una utopía de relieve inmenso, se requiere de la completa entrega

de ambas partes. No solamente de los cuerpos, si no también de las almas. Se necesita de algo muy

superior a la mera cooperación participativa.

Susana y Ana necesitaban bañarse en llamas encendidas como heroicas doncellas que cantan
en plena fiesta mientras Oscar e Iván, incansables caballeros que persiguen la dicha, querían honrar a
sus parejas con una canción desapegada refugiados en el templo del amor. Y el sexo formaría parte
de sus vidas como un aspecto importante que abordar más allá de la experiencia biológica porque la
vivencia física puede muy bien ser, también, espiritual.
Con ventajosas perspectivas iniciaban su caminar con el compromiso de partir desde la

misma identidad individual que aprecia los detalles y valora los mensajes interpretando la aspiración

intensa de dar, entregándose en el amor para encontrar a su vez el placer. El verdadero placer de

amar.

* * * *

Luego de la romántica estancia en los Alpes suizos levantaron copas doradas en la habitación del área
privada de la zona tranquila de su domicilio situado en las Ramblas de Barcelona. Ambos querían
conocerse más profundamente y, tumbados en el lecho, buscaban las diferencias de sus cuerpos.
De capital importancia para Oscar la fase de atracción y el acercamiento suave. Su repertorio
de juegos previos para divertirse durante tanto tiempo estudiados en un sin fin de información, daban
próspero resultado. La besaba en sus zonas erógenas delicadamente. La acariciaba sin prisas

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maravillándose en el tacto. Realizaba leves masajes para estimularla completamente intentando


mostrarse como el mejor amante.
Ana, dispuesta a satisfacer las necesidades sexuales de Oscar tanto como las suyas propias, se
preparaba para instruirse. Tentaba la prueba del íntimo contacto. Sabía exactamente lo que pedía, lo
que codiciaba el que denominaba como el hombre de su vida con quien permanecer en su vejez
todavía unidas las manos bajo el halo romántico de tan providencial melodía.
Lejos de la educación sexual recibida donde se determinan las prácticas correctas e incorrectas,
aquellas que están bien y las otras, las sucias y feas que están tan demasiado mal, huyendo de las
excesivamente permitidas, las autorizadas por la sociedad, rebuscando en las prohibidas de un modo
que enriquece al explorador sexual, la pareja encontraba el punto de partida más acertado en el amor,
porque sin lugar a dudas les conducía a descubrir el verdadero amor con la promesa de una
recompensa por ese hallazgo. Y con el absorbente conocimiento en vez de la ignorancia, con la mente
abierta en vez de la pereza, con la posibilidad de la elección en vez de solamente una opción, los dos
descubrían algo que realmente vale la pena.
Ana, como en el curso de una balada descomunal con lágrimas de amor eterno se

desengañó. Había sido educada para pensar que el coito es la única relación sexual íntima. Alguna

estúpida norma le advirtió que el coito es un acto esencialmente finito. Jamás le hablaron de sexo

oral, de masturbación, ni tampoco de estimulación anal, complementos sexuales que enseñan que

el coito, con todas sus variadas posiciones solamente es una opción. Más allá del ocuparse

meramente de los aspectos físicos del sexo, Oscar, al “hacerlo”, no olvidó el deleite que como

gustoso regalo de complacencia le provocaron sus gemidos específicos ilustrando su respuesta, su

orgasmo prolongado y así, con distintos diagramas de colores en sus miradas, en sus corazones,

conmocionados por tantas sensaciones, ascendían ingeniosamente y descendían elegantemente

para comprobar que existe una clase de amor que no es estático ni estéril, si no que con cierta

habilidad y algo de paciencia crece, cambia, se desarrolla, fomentando un candor de simpatía que se

retroalimenta para permanecer en vida. Y para su sorpresa se incrementaba el deseo, incluso con

desmesurada atracción para dar forma al erotismo que lejos de discriminarlo se aumentaba

multiplicando el amor.

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El buen sexo en un don. Sería muy triste y una gran pérdida que alguna persona de este mundo
no supiera cómo aprovecharlo. Ana y Oscar encuentran un gran placer en este campo, en esta
imprescindible actividad que te fulmina por breves instantes llenos de intensidad. Un clímax total de
mil sensaciones diferentes que se manifiestan a la vez “Al que tenemos acceso las personas” le informó
su amado “Un privilegio que ignoran los animales que nada más se procrean... sin amor” y
acariciándole el manso rostro leyó en los labios de su amada -Es el orgasmo exclusivamente una
experiencia humana, igual como la creatividad-. Era culta Ana.
Ambos se envolvían en el exquisita complacencia a la que siguen varias contracciones
simultáneas, involuntarias, espasmos incontrolados casi sin intervalos con reacciones físicas en
extremo poderosas, gimiendo y gruñendo contorsionados los cuerpos. La potencia de un cataclismo
largamente almacenado estallaba. Culminaban seis años arduos. Se expandía el presente palpando ya
el futuro juntos.

Pero Iván no pensaba en sexo porque precisaba intercalar en su ajetreada vida un corto período de
reflexión y descanso para propiciar el encuentro consigo mismo y así profundizar. Se lo había
inculcado su buen amigo Oscar y era una manera de mostrarle lealtad. Y los extraños mensajes que
llegaban de algún remoto lugar le hablaban de tal acto como una oportunidad de indagar y estudiar
la propia naturaleza humana, y como le había ido bien, lo repetía una vez al año.
Se trataba del descanso del guerrero, un período para cargar las baterías que permitía preparar
la próxima táctica a seguir. Y en busca de la ecuanimidad, como el mejor juez determinó “Ni Susana
ni yo. No los quince días acostumbrados, pero tampoco ninguno”. Como Oscar hubiera afirmado:
“Algo equilibrado y justo que beneficie a ambos”. Serían ocho días los que permanecerán lejos el uno
del otro.
Exceso de trabajo, tensión, agotamiento; por otra parte el placer del trabajo realizado, los
objetivos conquistados, los jefes satisfechos. Ese año concretamente, el ritmo y los nervios habían
aumentado por los coqueteos en el mundo del espectáculo pero sin alterar ni un ápice los resultados
laborales. Una vez más, Iván salió triunfante ante un reto aparentemente inalcanzable: dejar el listón
alto en ambas áreas. Y sí se merecía un premio. Debía obtener su recompensa. “¿No te parece que me
lo he ganado?” le había preguntado a Susana en el parking del aeropuerto. “Será como un final de
semana largo cariño, no te darás cuenta y ya estaré aquí rodeándote con mis brazos”, le dijo mientras
un beso de despedida los alejaba por vez primera.
Le dolía darle un disgusto a Susana, pero sentía mayor dolor al derribar su criterio, su
necesidad, su convicción. Creía que la herida de Susana cicatrizaría sin problemas, porque era leve,
pero en cambio, la que se inflingiría a sí mismo sería una herida abierta sin sentido que arrastraría más
de un año. Y no quiso darle al hecho una importancia inmerecía.
Para Iván, no era menosprecio o egoísmo lo que le impulsaba a marcharse. Dudó un poco al
principio, pero cuando le notificó que había encargado el billete para salir a su regular puesta a punto,
le preguntó: “Espero que mi actuación no te vaya a provocar una sensación desagradable, ¿consideras
que te traiciono?” y sin tiempo a que respondiera añadió “No es mi intención defraudarte pero ten
cuidado con las expectativas que depositas en mí”. Y aunque no le servía de consuelo, Susana intuía
que iba a estar muy presente en todo cuanto hiciera y pensara Iván en el archipiélago tal y como
venía sucediendo a lo largo del último mes y medio.

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Lo de Iván era casi un vicio. Tenía que luchar constantemente, y cuando no había motivo, lo
inventaba. Permanecer quince días de brazos cruzados en Barcelona sin hacer nada más que esperar a
que ella saliera del trabajo para acompañarla lo consideraba una pérdida de tiempo. No se parecía a
Oscar que se hubiera distraído visitando museos y exposiciones. Iván quería acción, o por el contrario,
paz absoluta a modo de exagerado sosiego donde suspender su espíritu para tenderlo al sol.
Forzarse a estar inmóvil en la gran ciudad sabiendo cuantos asuntos merecían de su atención
le quitarían todo de cuanto ocioso tienen las vacaciones hasta incomodarlo como se incomoda a
una fiera salvaje encerrada en su jaula. Demasiado revoltoso, nunca podría relajarse estando en una
Barcelona centrada en las fiestas de las que se divorciaba. Urgía detener su vida para respirar
plácidamente sin ser zarandeado. Necesitaba desconectarse de todo para replantearse seriamente su
vida. Quería aprovechar ese soplo de aire fresco llamado Susana para bebérselo como si de una pócima
mágica se tratara. Eran fechas que le pertenecían a su interioridad desde hacía años. Ahora más que
nunca debía utilizarlas inteligentemente y no sucumbir ante la tentación. Y llevando el dilema a
extremos insospechados, fue la única manera de partir con quietud sin remordimientos de ninguna
clase. En Fuerteventura, solamente podría hacer una cosa: reposar porque para divertirse le faltaba
Susana.

Durante el vuelo, a continuación que sirvieron la cena, Iván escribió una carta: "Tendrás que aprender
a vivir con estos cortos períodos de distanciamiento a modo de paréntesis en el tiempo, porque
aunque ahora se presenten como una distancia física, más adelante, cuando tú y yo estemos más
cerca todavía, seguirán existiendo. Aun a tu lado, realmente puedo estar a mil años luz. No se puede
ni debe ir contra la propia naturaleza, ni mucho menos intentar manipularla o alterarla. Hay que
dejar que se exprese, que sea en libertad. Serán períodos breves difíciles de percibir a veces. Mi cuerpo
te rozará, y mi olor será nuevamente descubierto con tu sensibilidad. También sentirás el calor de mi
cuerpo, pero mi espíritu aventurero navegará en busca de la quinta dimensión probablemente en una
visión alternativa de las cosas. Llegado el caso, ¡tolérame!". Dejó el bolígrafo en la bandeja plástica y
miró a través de la ventana del avión.
La azafata le ofreció una bebida que Iván agradeció. Trece minutos más tarde, continuaba
escribiendo en una nueva cuartilla de papel: "Susana, me faltas, si supieras cuanto... ". No podía dejar
de sentirse malhumorado y un poco culpable como si con su viaje cometiera la torpeza del grave
error precipitado.
Comenzó a hablar consigo mismo “Provocarte un malestar es lo más lejos de mi intención.
Este lapso de tiempo repercutirá favorablemente en nosotros, estoy seguro, porque no es egoísmo.
No se trata de un capricho pasajero. Más bien es la necesidad imperiosa de escapar de tanto en tanto,
huir de todo cuanto me ha pasado y de todo cuanto he encontrado y de todo cuanto me he servido;
huir, excepto huir de ti ahora que te siento como algo real e instantáneo, tangible, cercano... tan
cercano que noto como te vienes conmigo Susana”. Cerró los ojos. Iván se frotó los ojos con las
puntas de los dedos en movimientos circulares. “Escabullirse. Huir... como lo hace el viento por
debajo de la puertas” seguía pensando.
Continuó escribiendo: "No temas sentirte un guiñol a los ojos de los demás. Levanta la cabeza
alta y grita hasta el desvanecimiento a los cuatro vientos que si tu hombre precisa descanso, tú le das
tu bendición, y asimismo tu consentimiento, además del apoyo moral que necesita para no sentirse

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mal. Diles que puedes soportar los kilómetros, y los días, incluso las noches, porque sabes que esto
no hace sino unirte aún más a él".
Iván volvería como de una breve expedición con retorno asegurado. Nada hacía presagiar
cambios en su actitud. Y al llegar al hotel, antes de mandar sus notas por fax agregó: "Mis brazos no
podrían rodear un cuerpo que no fuera el tuyo. Mis ojos no están autorizados a fijarse en otra silueta
que no sea dueña de ese excepcional y único modo de moverse y de estar que posees tú. No podría
besar a ninguna otra. Solamente hay un ser que pueda recibir mi amor y su nombre es Susana; pero
sólo una de entre todas las Susanas, ja, ja, ja. Y aunque pienses que la distancia física nos aleja, ten
muy claro que nadie ha estado nunca más cerca de mí que tú, cariño. Siéntete afortunada. Esto es así
hoy y lo será el próximo martes 23 de noviembre".
Anteriormente, cuando Iván partía de aventura a un lugar desconocido se cerraba tras de si
una puerta que le alejaba del pasado mostrándole la nueva estancia, y todo lo anterior se quedaba
fuera, tanto lo bueno como lo malo. Sin embargo, por primera vez en su vida alguien había cruzado
al otro lado con Iván. Susana había conseguido traspasar la puerta y en la estancia todo estaba por
manifestarse. Todo debía vivirse desde un buen principio con renovadas energías sin puntos de
referencia para la comparación con lo cotidiano o habitual. Ahí, cualquier cosa nacía nueva
mostrándose tan maravillosa como desconcertante, y con la mente clara, despejada, limpia de
telarañas, dispuesto a desenmascarar toda clase de sensaciones, con la promesa de futuras experiencias
y la certeza de acumular valiosa información, para Iván, cada vez que se producía esta situación
equivalía a volver a empezar desde el principio entrando en otro mundo desconocido que a su vez
estaba ansioso por ser descubierto. Nada tenía que ver con lo que había dejado atrás, pero ya digo,
esta vez desde el silencio y el respeto alguien lo acompañaba en su viaje.
En esta ocasión inmaculada, la única diferencia respecto a otros años en que también había
acudido a las Islas Canarias para cambiar sus pilas era el fino hilo translúcido que había realizado el
mismo trayecto que el avión y enlazaba a dos almas gemelas pendientes de un éxtasis inusual.
Probablemente eran dos almas antiguas que después de jugar al escondite en el tiempo y de burlar al
espacio, decidieron encontrarse para celebrar su recorrido danzando juntos a partir de ese momento
por el universo pletórico.

Si hacer el bien y contribuir a la realización de algo bello lo reconfortaba plenamente, hacerlo con
Susana, participando en su medida y con generosidad de lo beneficioso que existiera en la futura obra,
la engrandecía asegurando la consecución de aquello que Iván denominó en su día “modelo a seguir
e imitar por generaciones venideras". Pero dudaba si Susana sería capaz de lanzarse con él, de la mano,
al hondo precipicio porque semejante modelo requería de mucha energía y trabajo.
Vacilar unos instantes para Iván equivalía a una negativa. En su fuero interno ya contaba con
Susana, con su incondicional adhesión a "la causa", a cualquiera que fuese su proyecto. Susana se
adaptaría con gran facilidad. Era una persona que no le importaba hacer lo que se le decía, incluso
estaba mucho más cómoda en esa posición. Y cada minuto que pasaba sin ella se convencía más y
más de lo positivo de su unión. El hecho aplastaba arrollando al destino que se convertía en una
mosca aplastada. La amaba con gran devoción. Quería una compañera.
A media tarde en seguida de haber comido en la terraza de la piscina del hotel de cinco estrellas
un par de rojos solomillos a los que apenas habían calentado en la plancha, tras una saludable siesta

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a la sombra que potenció el vino de la buena cosecha del 64, Iván se dio un chapuzón para refrescarse
y fue a la recepción para escribirle algunas líneas a Susana. Decían literalmente: "Anota en tu agenda
que tú y yo tenemos pendiente en unas cómodas rocas de la Costa Brava, frente al conmovedor mar
Mediterráneo que inspira, agudiza, y sensibiliza los sentidos, una puesta de sol y un lujoso amanecer
de colores vivos; esa fantástica mezcla indescriptible de tonos pastel de la acuarela del creador. (No
olvides traer un par de mantas para la noche y un termo caliente con negro café; todo lo demás lo
pondré yo). Entre un hecho que simbolizará el ocaso de una parte de mí y la salida del sol, que
representará mi nuevo resurgir, bajo una noche estrellada, contemplaremos nuestra intimidad, y con
la belleza como testigo dispondremos las bases para nuestra fusión. Nos maravillaremos de lo
hermoso de la naturaleza expresiva. Una gaviota sobrevolará por encima de nuestras cabezas
certificando nuestra unidad en libertad. Sí. Nos provocaremos un rato. Nos amaremos hasta que nos
cansemos. Conversaremos pausadamente acerca de la magia del amor hasta que lleguen venturosas,
eternas las confesiones desde el altar. Con las manos entrelazadas y las miradas encontradas, fijaremos
desde lo más profundo de cada uno el principio de nuestra alianza. Y con el nacimiento de la mañana,
adornaremos el acontecimiento subiendo a una montaña para plantar la semilla de un árbol: el árbol
de nuestra Vida. Y crecerá tanto como nuestra relación se fortalecerá. Con este broche y un
apasionado abrazo de cincuenta y cinco minutos terminaremos firmando este cuadro jamás pintado.
Nuestros corazones rebosarán alegría. ¿Te parece bien Susana? ¿Aceptas la cita? ¿Y el reto que
conlleva?".
Iván reconoció su momento existencial. No había mejor candidata que Susana. Después de
quemar muchas etapas en su vida, como corsario quería abordar el galeón del matrimonio para
llevarla a su isla secreta y así, disfrutar a escondidas del botín que compartir nada más con unos pocos
privilegiados a los que entregaría los mapas de su isla del tesoro.
Estaba preparado para el ataque. Se sabía seguro. Vencedor. Era hora de hundir el propio barco
pirata y cruzar los mares con su nueva embarcación más robusta y sólida, con las bodegas repletas de
amor afecto respeto y comprensión. Con aquellas reservas pasaría no solo el invierno, sino diez años
enteros. Y cuando estuviera cansado podría bajar al camarote para echarse en su cama sin peligro a
un motín, puesto que dejaría a Susana al frente del timón con instrucciones precisas y el
convencimiento de su fiel cumplimiento. Nadie le obedecerá tan bien como ella. Iván la había
provocado con sus escritos evaluando su reacción sometiéndola a un examen como prueba.

Tras sus triunfos profesionales, no era humillación lo que ofrecía a los compañeros vendedores que
competían por ser “el mejor vendedor” del concesionario IBM, sino la propuesta de un reto.
Aseguraba que si él lo había conseguido, de igual modo podían lograrlo otros. Entonces se escondía
detrás de su mesa y examinaba las fichas de sus clientes disimulando, observando como asumían la
propuesta del reto.
Se sentaba a esperar la reacción de quienes lo envidiaban y admiraban al mismo tiempo
preguntándose acerca de sus trucos infalibles. Reparaba con atención en los diferentes
temperamentos que se daban cita en la empresa como una maestra de parvulario paseándose por
entre las mesas. Y es que Iván no intentaba hacer las cosas mejor que los demás, sino mejor de lo que
él mismo lo había hecho la última vez.

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Con sus propuestas, intentaba estimularlos para descubrir qué se encontraba detrás de cada
uno y en esas ocasiones, sólo tenía palabras para los novatos “No te sentirás bien al mejorar a tus
contrincantes. Tu mejor estado de animo lo obtendrás si consigues superarte a ti mismo”. De esta
forma los proyectaba hacia arriba, empujándolos a volar alto pero avisándoles que arriba se deben
batir fuerte las alas para soportar las duras corrientes de viento.
Si fracasaban en su empeño, volvía para auxiliarlos y recoger sus pedazos rotos con nuevas
palabras de aliento “Cuando haces todo cuanto está en tu mano, poco importan los resultados”, y a
los más débiles, aquellos que sucumbían en el intento por falta de cualidades, al tiempo que les daba
una palmada en la espalda les tranquilizaba diciendo “Tú ya lo has dado todo. No se puede luchar
contra lo inevitable. Relájate”. Mientras pensaba “Hay un sin fin de oportunidades en la vida pero no
todas están reservadas a nosotros”. Y aunque parecía que se alejaba y los abandonaba, eso no era más
que otra triquiñuela suya.
No era el jefe ni tenía la responsabilidad de orientarlos porque Iván era otro compañero más,
pero quería ser un referente constructivo.
Llevó ese tipo de comentarios más allá de su actividad laboral. Cuando a veces, para
desintoxicarse de tanto trabajo se regalaba unas partidas en la bolera donde años atrás había estado
empleado como recepcionista, al comprobar como maldecían los universitarios su mala suerte
cuando intentaban rematar los palos que no habían caído, sin darle importancia, mientras acariciaba
su bola dispuesto a lanzar les sugería que avistaran las flechas que se encuentran en medio de la pista.
Explicaba “El secreto para que caigan los diez palos de una sola vez es no fijarse en ellos. Las
flechas nos indican por donde debe pasar la bola. De hacerlo así, tened por seguro que en la próxima
ocasión obtendréis lo que intentáis con ahínco y sin éxito”. Luego lanzaba su bola con más maña
que fuerza, acompañándola, y como atraída por un imán se estrellaba con sonoro chasquido entre el
primero y el segundo palo desplomándose el resto a continuación. Y al girarse, la satisfacción de su
rostro transmitía el siguiente mensaje “No es cuestión de suerte chicos, sino de precisión en la
concentración”, y sin poder retenerse les daba pequeñas recomendaciones para mejorar el estilo.
Nadie se las pedía, pero tampoco las despreciaban ni las desperdiciaban y cuando mejoraban
la puntuación, Iván se sentía francamente bien. Su tono generoso y conciliador había funcionado. Y
sucedía a menudo que al abandonar la pista con una gran sonrisa en vez del tradicional adiós decía
solemnemente dirigiéndose al más desfavorecido del grupo al que picaba el ojito antes de desaparecer
“Esta superación que no has conseguido hoy la conseguirás mañana, descuida, pero eso sí, siempre y
cuando sigas intentándolo una y otra vez sin darte por vencido”.
Iván mantenía que siempre hay un camino que recorrer “Siempre y cuando te mantengas
despierto y atento verás que hay oportunidades que te esperan solo a ti, y si crees en ellas, se te irán
presentando porque no hay tan sólo un mañana fijo sino varios que se exhiben como alternativa”.
Exactamente esto les había dicho a sus jefes cuando a inicios del año solicitó flexibilidad de horario
para catar su inquietud artística. Y comentarios similares empezaron a formar parte de su vocabulario
diario. No escatimaba ninguna ocasión para expresar su arrollador optimismo. Su sabiduría tenía un
carácter eminentemente práctico. Era algo que no molestaba porque nunca insistía ni atosigaba. Le
gustaba hacerlo. Lo hacía. Pero lo más relevante es que practicaba con el ejemplo. Se podían
contrastar sus palabras con sus actos. Se contemplaba en su persona cada rasgo de sus dictámenes. En

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esa época no dejaba que nada se le quedara dentro. Se expresaba sin importarle lo que finalmente se
hiciera con la sugerencia o el comentario.
Y aquella misma noche, tampoco se reprimió. Volvió a sentarse frente a un papel en blanco.
Estaba en el hall del hotel. Había alquilado un jeep para descubrir la isla no-turista pero su
desconocimiento del territorio lo llevó hasta una zona pantanosa de la que no pudo salir. La tierra se
tragaba el enorme vehículo que aun disponiendo de tracción a las cuatro ruedas y mucha potencia
no pudo luchar contra las fuerzas de la naturaleza. Tuvo que ser rescatado.
Mientras aguardaba a la policía para realizar el informe que justificaría el uso de un sofisticado
helicóptero que había salido de la base militar de la isla de Gran Canaria, garabateaba más frases para
Susana lejos de pensar ya en el incidente: "Soy un hombre cuyos sentimientos hacia ti son
transparentes. No dejes de pensar en voz alta cuanto te apetezca que juntos hagamos. Sabes, me
fortalece el simple hecho de saber que te tengo y que pase lo que pase no te marcharás corriendo de
mi lado. Por mi parte, aunque el mar y la noche se pusieran de acuerdo para entorpecer nuestro lazo,
aunque el viento y el sol estuvieran en contra de nuestro abrazo, aunque un tornado y el fuego
anudaran sus talantes creando un género nuevo, yo encontraría la manera de hacerte la mujer más
feliz de cuantas intuyo. Tengo planes para nosotros; muchos y densos planes, estimulantes algunos,
desconcertantes otros. Quiero envejecer a tu lado, frente a ti, porque te adoro rica". Y mientras ponía
el punto final, pensó “Nada podrá ser como antes. Susana ha cambiado mi vida dándole un vuelco
fantástico. Me siento afortunado y agradecido a la vida”, y levantándose del cómodo sofá donde
escribía se acercó a su cómplice la delgada señorita de manos de pianista que utilizaba el fax sin
autorización del director del hotel.

En Barcelona el responsable de mantenimiento había subido del taller al despacho de Susana para
liquidar unas dietas y proveerse de efectivo. Necesitaba llenar de combustible el depósito de la
furgoneta y en el suelo encontró el papel remitido por fax. Hasta el momento la correspondencia
había sido privada, pero en aquella ocasión sería más pública que nunca.
Ese día Susana se había retrasado. Topó con más tráfico del habitual en la avenida a causa de
un accidente. Veintisiete minutos bastaron para que el escrito de Iván se paseara por casi todas las
dependencias de la empresa y cuando entró saludando, todos le respondieron con bromas respecto
al texto que todavía no conocía y no entendía que ocurría y miraba a diestro y siniestro alucinada.
La mantuvieron intrigada hasta el mediodía. No fue sino a la hora del almuerzo, en el
restaurante de en frente, cuando en vez de jugar al dominó como era costumbre estuvieron
machacándola con burlas insistentes hasta que comprendió. Entonces rogó la devolución del
documento que le pertenecía solo a ella. Le entregaron un arrugado papel manchado de aceite, pero
aún así, con un aspecto deplorable, las palabras de su amado no perdieron intensidad. Susana sabía
como se hubiera comportado Iván en circunstancias similares. No valía la pena enfadarse. “Tendrás
dos problemas: enfadarte y desenfadarte”, le había dicho en varias ocasiones ensalzando lo práctico
del sistema cuando despotricaba por una repentina carrera en sus medios o perdía la tapita del tacón
del zapato, incluso cuando un conductor maleducado se interponía en el camino del Ford PROBE
ante un Iván del todo indiferente y calmo. Susana recordó sus palabras: “Se precisan treinta y ocho
músculos para enojarse y solamente cuatro para sonreír”. Comprendió que nada iba a conseguir sino
era sentirse mucho peor; estaba creciendo junto a Iván.

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Y entre el humo sofocante del restaurante, agasajada por la burla de sus compañeros de
trabajo, indefensa entre tantos varones faltos de tacto completamente ajenos al romanticismo, se
armó de valor y se infundió animo refugiándose en la contemplación de una fotografía de Iván que
desplegó frente a todos.

Plasmar sus sentimientos en el papel fue para Iván como una especie de revelación. Una catarsis. Se le
antojó, no como un pasatiempo, si no como una tarea obligada que debía llevar a cabo. Nunca antes
había escrito nada a nadie y mucho menos a una mujer y sobre amor. “Son cosas para que las haga
Oscar” pensaba Iván. ¿Podrían resultar absurdos o ridículos sus textos?... ¿Pueden resultar absurdos o
ridículos los sentimientos? “Las cosas que son, son; y deben expresarse tal como se sienten” eran las
palabras de Iván o el mensaje enviado desde algún lugar remoto invitándole a crear e incitándole a
que imprimiera su huella en la historia de otra manera a la que estaba acostumbrado.
Para él no existían los reglamentos y esto de dejarse llevar... de fluir como fluye
ininterrumpidamente el sonido de una fuente le resultaba muy favorable. Iván igual podía escribir
una carta al director de un periódico denunciando un caso de abuso de poder sin pelos en la lengua
que elaborar un detallado documento que esbozara ángulos distintos a los habituales o también,
podía contar a un niño un cuento instructivo lleno de fantasía y poesía con una voz anciana. Podía
preguntarse con el asombro de ese mismo niño cuándo duermen los peces o buscar dónde está la
esquina de la pelota o también podía centrarse en averiguar qué olor tiene una manzana. Podía hacer
lo que se propusiera. Iván era exactamente lo que le habían explicado en la serenidad de la noche en
Canarias y que todavía no sabía. No sabía que le ofrecían una oportunidad para la que él debía estar
listo y concentrado.
Porque todos estamos llamados a ser santos, profetas, mendigos y reyes. Mucha gente venera
normas incrédulas, inverosímiles y absurdas establecidas por el confundido individuo
contemporáneo susceptible a cuanto no tiene explicación lógica. Cualquier "algo" o “cosa” no existe
si no puede medirse, contarse o pesarse. Iván podía resquebrajar ese potente encierro de limitaciones
y lamentaciones proponiendo un nuevo orden o una más amplia perspectiva. ¿Solo él?
Cuando llevaba un rato escribiendo, se sentía cansado, y la cabeza le pesaba hasta hacerle
tambalearse por haber impreso en cada palabra cuanta energía poseía. ¿Le estaban probando? ¿Quién?
¿Quién quería asegurarse que sería útil instrumento capaz de soportar tempestades y venenosas
críticas sin amilanarse?
Iván, con los escritos durante este viaje pretendía hacer un examen a Susana y el examen se lo
estaban haciendo a él por mediación de ella. Había sido un empedernido buscavidas y su perfil
encajaba con las exigencias de unos misteriosos seres que le habían hablado en el silencio, en la
vastedad del desierto, desde la oscuridad de la noche para mostrarle el color del viento.

Pero Iván se centraba en Susana. Y no veía más allá, ni notaba la presencia de ningún ser extraño a su
alrededor. El árbol no le dejaba ver el bosque. Su única preocupación era si Susana valoraría ese
esfuerzo literario tan impropio de su temperamento porque lo suyo era el campo de batalla y la
acción. Se preguntaba si apreciaría en lo que valen sus palabras que se replegaban en sí mismas. Siempre
práctico, Iván pretendía que las archivara convenientemente para recurrir a ellas en caso de apuro, en
vez de guardarlas solamente en su corazón.

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Quería impregnarles servicio, y, algún día sacarles provecho. Aunque salieron de la


espontaneidad del momento, perseguía imprimirles utilidad futura. Y previendo supuestas dudas,
pensó que podrían ser palabras auxiliadoras donde refugiarse “Ojalá Susana actuara como yo
ayudándome a comprenderla mejor; ¡dichoso cascarón!”. Y ciertamente, algunas frases sueltas
garabateadas sobre un trozo de papel cualquiera hubieran sido un feliz regalo facilitándole la tarea
con razón.
Iván le recriminaba tanto mutismo comparado con su derroche de franqueza y se preguntaba
si es que tal vez Susana no tenía nada que decir. No pensaba que tal vez ella se sentía abrumada con
los contenedores rebosantes de sus palabras.
Iván necesitaba a toda costa que Susana se lo agradeciera con un poco de colaboración. Quería
que se abriera del todo y se expresara. No entendía como sus últimas confesiones no provocaban que
recurriera al teléfono para llenar de amor el auricular. Él pidió el paréntesis. Susana se lo respetó, y
aun teniendo ganas de escucharle le parecía igual de emocionante estar pendiente del fax al que
prohibió el acceso a ninguna otra persona con el amparo de su jefe. Nunca antes había esperado una
comunicación por ese medio con tanto interés y su jefe envidiaba la capacidad de Iván para
mantenerla en vilo.
En su siguiente envío, Iván comenzó el texto con esta cabecera: "Estas palabras que a
continuación se detallan, perdurarán cuando los siglos dejen de importar. No supongas un problema
que no existe, ni crees en tu subconsciente un miedo irreal o un temor desproporcionado, ni
tampoco te preocupes por algo que no ha sucedido y está muy lejos que ocurra ¿entendido? Así
ganaremos un eslabón en nuestra larga escalinata donde comienza el infinito. El cosmos nos aguarda
Susana". Sin mencionarlo hacía referencia a la posibilidad de una aventura pasajera con alguna turista
extranjera que precisara consuelo, dejando claro su posicionamiento y sugiriéndole que no se
torturara.
El texto fue una premonición. Susana había manifestado en la puerta de embarque el pánico
que se apoderaba de ella por el hecho que pudiera estar con otra mujer en las islas. Y cuando recibió
en la maquina su misiva, estaba con la contable imaginando fantasmas porque aquella mujer que
vestía de histeria sus solapas estuvo pinchándola toda la mañana y en vez de hacer números, repasó
las debilidades de los hombres y todas las calamidades sufridas intentando pasar por una víctima
incomprendida. Esa solterona insatisfecha necesitaba un revolcón en la cama o por el suelo para que
dejara de incordiar a los demás, pero se bañaba de domingo a domingo y su olor asustaba a los viejos
más obscenos y depravados del barrio.

Solamente con el paso de los años se confirmaría cada una de las palabras dibujadas por Iván. Tan sólo
el tiempo le daría la razón. Era tanto su aliado como su enemigo. Pedía un voto de confianza. Y lo
pedía por favor. Cuando al cabo de diez años releyera los textos, Susana podría comprobar qué tantos
detalles se le habían escapado de todo cuanto aconteció en esos días y, qué verdad había en su sentir,
en su entrega, ¿incondicional? ¿Cabía la unidad entre dos personas tan diferentes?
Dormía tanto, que a punto estaba de convertirse en una marmota. Comía tanto, que podía
explotar de un momento a otro y manchar las paredes con la gelatina verde de su cuerpo. Leía tanto,
que si continuaba se convertiría en una coma más de la página del libro. Estaba pensando tanto, que
creía llegar al fin a su sedante y confortable locura. Profundizando tanto, que casi podía intuir el final

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del universo rozándolo con la punta de los dedos del pie y entonces averiguar que todavía no era el
momento. Todo llega. No convenía alterar el orden ni tampoco estaba en su mano aunque quisiera.
Quien busca encuentra. Iván hacía tiempo que buscaba incansablemente y seguía buscando tenaz
hacia la puerta del misterio para llamar, entrar, y solicitar. ¿Qué se atrevería a pedir?
Estaba escribiendo tanto que el bolígrafo se había pegado a su mano. Tomando tanto sol que
la gente lo miraba confundiéndole con un resplandeciente rayo porque ya vislumbraban la fuerza de
su condición mucho antes que el propio Iván. Y por supuesto, la estaba amando tanto que podía
provocar un cataclismo con solo pestañear. Conseguiría alterar los meses del año o el curso de los
ríos con solo proponérselo, y de un simple soplido, lograría trasladar el desierto del Sahara de un lugar
a otro del planeta sin extraviar un solo grano de arena, y es que las mejores cosas de la vida suceden
cuando estás enamorado. “Cualquier cosa que tú me solicites cariño” pensó sintiéndose capaz.
Sabía como ocultar el cielo a los ojos de quienes pretendieran dañarla. Hacer nacer de la
inmensidad del universo otra luna a la que poder reverenciar y hundir las montañas más altas y anchas
con su dedo meñique; y con un suspiro hondo, evaporar el océano. Con un silbido llamar a las
estrellas para que cayeran en el joyero de la mesita de noche de Susana y también podía con un par
de palmadas transformar los sueños de los niños y los anhelos de los ancianos en verdades como
jaguares. Así era para Iván en su estado y de ninguna otra manera. Como siempre en su concepción,
hasta el extremo más inaudito de la irreverente sagacidad.

La última noche previa a su vuelta, Susana se revolvía de un lado a otro en la cama. Faltaba menos
para verlo y abrazarlo. No hallaba las horas de que sucediera el momento del reencuentro.
En Canarias, Iván tampoco dormía. En la terraza, sentado en un sillón de mimbre, avistando
la luna llena escuchaba la delicadeza de las olas que acariciaban la playa dormida igual como una
madre acaricia cariñosamente a su hijo. No estaba nervioso, más bien estaba relajado. Y sin
proponérselo le habló a la luna directamente cara a cara... había un duende mirando!
Se levantó apoyando sus manos en la barandilla para decirle a la luna: “Ahora, después de esto
que ha surgido puedo morir tranquilo. Después de haberla encontrado, de haberla conocido, de
haberle hecho el amor con toda su expresión e intensidad y sentido ...”, se le hizo un nudo en la
garganta pero se esforzó por continuar “ ... y cuando me diga que guarda a nuestro hijo en las entrañas
con mayor razón pienso que podré decir por fin en voz alta: ya puedo morir feliz y tranquilo”. Al
pronunciar estas palabras se le puso la piel de gallina y sintió una sacudida. Su frente se quebró. Sollozó
delante de su amiga llena que lucía majestuosa. Y al mirarla suficiente tiempo, ésta le sonrió en señal
de complicidad sabiendo que al cabo de unas horas cenaría con su amada Susana.
De regreso inspirado por el paisaje que desde la ventana ofrecía el avión, siguió con esa recién
adquirida afición de aprisionar cada pensamiento y así escribió: "Susana tienes una gran
responsabilidad para con tus semejantes. Cuida de que no me tuerza. Ayúdame a crecer fuerte, sano,
apuntando en dirección a la verdad. Ambos debemos evolucionar positivamente. Madurando cuanta
sabiduría vayamos recopilando por el camino, ordenándola y almacenándola celosamente para
distribuirla generosamente entre los más necesitados. Anhelando el bien para el beneficio de algunos;
ellos, los sensibles de corazón, los inteligentes con ganas de progresar. Déjame que me ladee, un poco
a la izquierda, y luego un poco a la derecha; forma parte de la investigación. Pero evita que tome un
rumbo irremediablemente equivocado. Eres quien más cerca está de mi porque ya habitas en mi

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interior; una de las pocas personas a quien escucharía si llegara a darse el caso. Así que te lo repito
para que no se te olvides jamás: tienes a partir de ahora mismo ya una tremenda responsabilidad para
con tus semejantes; y aunque todavía no he encontrado la manera de expresar mi mensaje, como
todavía no sé cual será mi obra; ese vehículo que me permitirá contribuir a alimentar a una
humanidad sedienta; no puedo más que rogarte que me lo permitas, que me dejes indagar sin
censurar porque yo intento renacer en mi esencia. Soy visto por la gente los demás como un animal
extraño, sobre todo porque ya no me pueden clasificar. No sirven sus etiquetas y por eso me llaman
Iván el Distinto y esto, me separa de la gente permitiéndome experimentar con mayor libertad, y
esta, digamos "rareza", me ha convertido en el solitario incomprendido que soy, pero no por ello he
flaqueado antes ni lo voy a hacer tampoco en el futuro. Nunca he dejado de andar y avanzar de una
u otra forma por los tortuosos caminos bajo los atónitos ojos de quienes querían esclavizarme o
encerrarme en sus ideas. Si alguna vez dejaras de sentir lo que dices que sientes, para serenarte, quiero
que sepas que la desesperación no se derrumbaría sobre mi para sepultarme bajo los escombros.
Echaría a volar hacia la fase que le sucede a esto, el nuevo punto de partida, la perspectiva siguiente,
ya que mi camino aquí habría terminado. Susana he hecho la digestión con dolor porque mi
estómago estaba en Barcelona contigo. No creo que hayas podido ser más apreciada y valorada que
en estos ocho días. Me has faltado y mucho. Te he echado de menos muchísimo. Esta noche seré
dichosamente feliz. He podido desconectarme de todo y de todos excepto de ti. Por más que lo he
intentado, no solo mi corazón te reclamaba, sino que mi mente ha hecho de ti mi musa. Alégrate
una vez más; has ganado. Me he puesto a escribir bordeando constantemente tu figura
fortaleciéndola. TE QUIERO, y sin ti los segundos no saben igual; apenas los capto. Que más puedo
decirte ... " y la verdad es que poca cosa más se podía decir ya. Iván se había confesado ampliamente.
Se había decidido a escribir sobre el papel aquellas dos sagradas palabras sintiéndose mucho mejor por
ello. También manifestó sus dudas respecto al futuro sin darse cuenta que la solución se hallaba en la
tinta de su estilográfica.
Cuando entraron en su amplio estudio de un solo ambiente situado en la Gran Vía, en la
cama, encima del edredón, perfectamente dispuestos, Susana encontró un cepillo de dientes, pasta
dentífrica, desodorante, perfume y un cepillo para su largo cabello que Iván había dispuesto antes de
su marcha a las islas. Quería que se sintiera cómoda y que nada le faltara y a su regreso todavía estaba
más convencido.
Era la primera mujer que franqueaba el umbral para ingresar en su fortaleza que había
permanecido intacta durante el último año.

Y no muy lejos se sucedían los brindis con las doradas copas pegados los cuerpos desnudos en el área
privada del dúplex de las Ramblas de Barcelona. Y apaciguada su agitación, todo él vacío, con la
impresión de haberse convertido en una minúscula hormiga luego de actuar como toro bravo flotaba
livianamente en la alcoba exhausto Oscar, con esa complacencia extrema por la consecución final del
boxeador que logra un kao.
Y totalmente estimulada Ana, en permanente estado de exaltación prometía mantenerse ahí

como signo de liberación sin desvanecerse, cálida, mansa, tierna, obediente, atendiendo la respuesta

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de su cuerpo tensando sus músculos, haciendo simpáticas muecas de goce sin quejarse mordiéndose

los labios. La cúspide del placer de múltiples orgasmos se mantenía en su entrepierna clavando sus

uñas, acelerando su respiración o disminuyéndola de repente, bailando su mente entre candelas,

bombeando la sangre que quiere encontrar la pendiente donde soltarse nuevamente para

derramarse inagotable.

Y escuchando el latido de enfrente como rosa que generosa se abre arrebatada por el arrojo

del momento que vibra hasta hinchar el corazón, aumentando la grandeza del romance

comprimido en ese instante fenomenal, le dijo –sí mi cielo, sí... acepto encantada-.

Evocadoramente vociferaba Ana su tremendo amor remolcando alborotada la advertencia de la

misión imperecedera de la sana fusión. Lejos de un romance dormido se inauguraba la dignidad de

un amor que se había incrementado significativamente y en el que había penetrado con pasión

dándola la bienvenida a su nueva vida.

* * * *

Finalmente Iván se sentía bien con algo una vez conquistado. En todos sus años anteriores, su placer
había consistido en proponerse algo concreto y llegar hasta ello pero una vez conseguido perdía todo
interés. En esta ocasión la emoción no parecía detenerse sino que aumentaba conforme pasaba la
vida, perfeccionándose el arte de amar sobre el que tanto había conversado con su buen amigo. ¡Pero
ahora tenía a Susana! ¿Quedaba relegado Oscar? Se notificaron mutuamente las respectivas bodas y
ambos se alegraron por el otro felicitándose y aceptando un segundo plano.
Cuando Iván miraba a Susana recobraba la fe en sí mismo. Compartía con ella todo aquello
que tanto tiempo llevaba encerrado. Iván se descubría dejando entreabierta una puerta, y se
sorprendía cuando hablaba de cuestiones intimas sobre sí mismo encontrando una agradable
sensación en el "yo siento" en vez del famoso y gastado "yo haré esto y lo otro".
Iván encontró placer en mostrarse tal cual porque por fin alguien lo escuchaba de verdad. Por
fin a alguien le interesaba lo que tenía que decir Iván. Por fin no era preciso engañar para reclamar
atención porque a esa persona le importaba Iván y su mundo de cavilaciones y abstracciones.

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Sabía que había dilapidado muchas oportunidades de un prometedor futuro por ir en busca
de "otra cosa nueva". Tenía debilidad por los "algo distinto" y por llegar a esa tierra desconocida "más
allá" donde otras personas no se atrevían a llegar. Tocaba cambiar el chip, y Susana era la mejor excusa.
Se había terminado el correr sin parar detrás de las cosas más extravagantes. Se sentía fuerte
para darle la vuelta a la tortilla, aunque tuviera que ser dando un salto mortal para mostrar lo que
había del otro lado. Quería cultivarse como su buen amigo Oscar, y esperar la cosecha con la paciencia
de Job. Iván se sabía fértil, y solamente Susana podría mantenerlo en cintura. Se convenció para
dejarse recortar las puntas de las alas. Quería construir. Terminaba el zigzag para disciplinarse y
concentrarse en todo cuanto giraba entorno a la figura de su amada. En su mano estaba el sacarle
provecho a esa oportunidad vestida de estabilidad. Estabilidad, palabra inconcebible en su vocabulario
pasado que solo entendía de emoción y aventuras, pero ¿y no es una aventura emocionante el
matrimonio?

Iván tenía la capacidad de mirar de frente el nuevo reto, porque se trataba de "otro reto": el reto del
matrimonio perfecto. Diferente en su concepción, estructura, y planteamiento, pero un reto al fin y
al cabo que exigía de sus mejores aptitudes. Iba a competir consigo mismo. No entendía otra manera
de hacerlo. “Que gane el mejor” se dijo antes de comenzar la pelea y el resultado se llenaba de
incertidumbre. El Iván de ayer se enfrentaba al nuevo Iván. Existía la incertidumbre como al inicio de
cualquier actividad, pero en esta ocasión tenía la certeza de algo absoluto y rotundo y es la veracidad
de las fases de la luna, del calor del sol, del azul del cielo, lo salado del océano, y de igual forma se
establecía su amor por Susana tan verdadero como perpetuo e imperecedero.
Pero sin haber empezado siquiera pensaba en la conclusión final, en el compartir junto a
Susana la alegría del triunfo e inmediatamente la decadencia del mito. Ya se había coronado y retirado
incluso antes de empezar. Así nacían sus empeños, cruzando la línea de meta sin aguardar la señal de
salida ciego por el resultado. Todo lo llevaba hasta sus últimas consecuencias. No quería herrar el tiro.
A toda costa pretendía ser dueño y señor de cada situación.
Por otro lado, no resistiría la humillación de no conseguir construir un hogar en el que una
familia viviera feliz. De niño se le había negado lo más básico, lo más elemental le había sido
arrebatado y no quería dejarse amilanar. Era necesario desterrar la posibilidad de repetir el desgarrador
terremoto que había asolado su pequeño mundo infantil. Iván no quemaría la casita de papel con sus
retoños dentro. Aspiraba fundar un hogar donde los niños vivieran rodeados de cariño y respeto para
que aprendieran a encontrar amor en el mundo. Pensaba llenar de estímulos cada momento para que
desarrollaran la propia confianza creciendo en la seguridad, aprendiendo a tener fe en sí mismos,
conviviendo desde la mutua aprobación para que aprendieran a aceptar y a aceptarse desde el
principio. Tenía las cosas muy claras. Quería evitar a sus hijos toda hostilidad para que no tuvieran
que aprender demasiado pronto a batallar como le sucedió a él.

Iván había accedido a situaciones impensables que le afectaron por su nivel de exigencia y para las
cuales, en la mayoría de los casos no estaba preparado. Inesperadamente se volcaba en asuntos que
lo ponían nervioso por su complicación, como su representación de Michael Jackson y la dificultad
de aprender a bailar como él, pero una vez metido de lleno Iván se transformaba porque
mantenerse en vilo era sentirse uno con la vida. Ahora sería Susana quien pagaría el malhumor que

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todo aquello generaba en sus primeras fases porque hasta la fecha se había maldecido en solitario
tragándose su impotencia y frustración.
En verdad le costaba realizar las cosas y eso lo alteraba, aunque formaba parte del proceso que
superaba. Ella sería testigo de la tortura y el sufrimiento que se auto-infligía porque cuando empezaba
algo lo hacía al descubierto, sin escudo. Saltaba sin red de una gran altura sabiendo que cualquier otra
persona sin apenas esfuerzo le daba la vuelta con los ojos cerrados. Recibía entonces un golpe que
venía de la izquierda, un mazazo que llegaba por la derecha, caía, pero se volvía a levantar. Dudaba.
Lo tumbaban de nuevo. Se revolvía en el suelo y de vuelta a empezar. Y si ves a un ser que amas en
estas condiciones, o eres de piedra y lo ignoras o te duele tanto que eres capaz de palidecer del dolor.
Iván era un bruto pero no le exigiría en exceso a Susana. Y Susana, incapaz de soportar tanta
dificultad, ¿optará más adelante por no querer saber? ¿Por aislarse? En un futuro próximo no se dejará
provocar ningún malestar de permanente agonía y como el avestruz se esconderá. No temblará por
sus caprichos.
A Iván, no obstante, aquella inicial tragedia le hacía saborear su triunfo cuando llegaba por
fin. El peligro era que no soportara los dos o tres primeros asaltos y fuera a por otro reto igual de
complejo o quizás más descabellado todavía, con lo que solo se llevaba “lo malo" de todo aquello
justo en el momento que podía comenzar a obtener alguna pequeña satisfacción de consuelo, pero
así era Iván.
Y no abandonaba por debilidad, sino por pura distracción. Un objeto demasiado brillante tenía
la facultad de cegarle y agasajarle anulando al anterior. Y así pasaba de un disparate a otro con la
insistencia del tic-tac de un reloj.

Le gustaba salir como perdedor y llegar triunfante. A sus trece años, durante una excursión
organizada por la escuela, después de pasar el día entero jugando, corriendo de un lado a otro sin
parar, a media tarde emprendieron el camino de regreso. Once kilómetros los separaban de la plaza
donde se habían estacionado los tres autocares. Subido a un árbol, Iván apuraba hasta el ultimo
minuto de la tarde distinguiendo la imagen de sus compañeros descendiendo por el sendero en fila
de a dos marchando cansadamente como un largo gusano que se encoge y se estira igual que un
acordeón.
Los profesores ya lejos le hacían señales con los brazos para que se apresurara al percatarse que
se había quedado rezagado. Debía incorporarse al grupo pero Iván... Desde la altura que ofrecía una
hermosa vista se sentía el amo del valle. Se deslizó por entre las ramas con la agilidad de un chimpancé
y una vez abajo se tumbó boca arriba en el suelo para respira; inhalando hondamente, exhalando
lentamente sintiendo como sus pulmones se hinchaban y se vaciaban completamente.
Todavía tenía que cerrar su mochila. Y mientras las palmas de las manos acariciaban la hierba
que se filtraba entre sus dedos, miró al cielo y quizás un poquito más allá para exclamar “Los últimos
serán los primeros” y, de un salto se incorporó. Guardó sus cosas en la mochila que acomodó a su
espalda y salió impulsado como una flecha sale del arco que previamente se ha tensado.
Aproximadamente cincuenta minutos lo separaban respecto a los miembros de su clase que
iban en cabeza hablando de los humoristas del programa de televisión de la noche anterior con el
director de la barbilla hacia adentro. Se habían perdido sus figuras detrás del recoveco de una

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puntiaguda montaña en la hondura del paisaje. Estaba decidido y con paso firme se dispuso a caminar
brincando con la punta de sus pies primero y trotando a continuación.
Iván avanzó a unos y otros ante sus desafiantes miradas y la breve reactivación del paso cada
vez que eran superados. Ajeno a los comentarios de los profesores, alcanzó al director que le gritó
preguntando el por qué de tanta prisa sin que obtuviera respuesta cuando ya bordeaban la carretera.
Algún estudiante quiso imitarle pero desistió a los pocos metros falto de energía.
Iván no recordaba donde estaban los autocares. Visualizaba una explanada grande y una
iglesia románica pero la congoja no impidió que reconociera el emplazamiento nada más entrar por
la calle central del pueblo consiguiendo subirse al vehículo de dos pisos para pescar in fraganti al
conductor que sumido en suelta siesta no supo que había llegado.
Iván se desplomó en el asiento en seguida de sacarse la camiseta que estaba empapada de
sudor. Se quitó también las botas. Se frotó los pies entre los dedos y jadeante, se sintió contento y
cumplido. Ese fue el preludio de su intensa y trepidante carrera... el hecho de saber que si se lo
proponía con la suficiente fuerza, podía hacer cualquier cosa.
Los siguientes en llegar a los autocares tardaron todavía veinte minutos. Los últimos, hora y
media. Durante ese valioso tiempo ganado con ahínco y coraje nacido del impulso desconcertante
de la improvisación, Iván tuvo una revelación: había nacido para cuestiones imposibles. Iván sería la
excepción que confirma la regla en un mundo masificado de uniformes automáticos.

* * * *

La sexualidad, supone un enigma que cada cual debe desentrañar.


Los padres de Ana dimitieron ante su responsabilidad de educarla en materia sexual porque
temerosos a todo lo pasional y por tanto, a lo incontrolable, atrapados por incoherentes represiones
impuestas por sus propios padres en aras a limitar la libertad encerrándola en la trampa, supuso para
su hija un recelo inicial a una practica tan sumamente bella, ¡nunca antes había ido al ginecólogo!
Oscar la acompañó a la que fue su primera consulta y trató su malentendido pudor como si
fuera un chiste. En un escenario calmado, Ana atendía, aprendía con fascinación. Y Oscar le
enseñó en poco tiempo a hablar libremente sobre sexo y de manera espontánea conversaron
sobre esta faceta que los uniría en el amor y en el placer de amar con ardor, fogosos los cuerpos,
prendidos, incendiados!
La devoción de Ana por el hombre que le abría un universo nuevo sobre un aspecto esencial
de su vida los acercaba de tal forma que las dos realidades encontraban la necesidad de complacerse
alcanzando la amorosa unión.
Y se procuraban mutuo apoyo compartiendo distintos momentos, esa clase de sostén que
nadie más puede dar sino es tu pareja; un sostén que no es la protección del padre ni el amparo de
una madre, simplemente es el favor desinteresado del amado que ningún amigo puede entregar.

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La pareja es la columna vertebral de la sociedad. No solamente por su compatibilidad, sino


también por su adecuado complemento que permite la convivencia a plena felicidad. Dentro de cada
pareja hay distintas habilidades, inclinaciones, respuestas y reacciones, y a su vez, la experiencia sexual
de un hombre es completamente diferente a la de una mujer. Los deseos y necesidades de una mujer
no se asemejan a los de un hombre. No piensan igual. Hablan de manera distinta. Siente muy
diferente un sexo de otro. Pero Oscar y Ana se entendían. Sacaban el uno del otro el máximo
provecho posible. Y seguían comunicándose, expresándose cosas que no pueden decirse de ninguna
otra manera: cosas que están alejadas de las conversaciones intelectuales, cosas hondas, extrañas, y
que hacen del sexo algo mágico.
Porque el sexo es la forma primaria de mostrar amor. No es la única ni tampoco la mejor,
pero es, el sexo, de un modo incondicional, la antesala resplandeciente donde se estremece el azahar.

Cuando los hijos varones se casan, emigran, y las madres se quedan sin hijo. Pero las madres no
pierden una hija cuando se casa. Sucede a menudo que suelen ganar un yerno y para la mamá de
Susana, aquella sería una experiencia no exenta de tormento y de mimo porque también ella era una
persona de excesos.
Toda regla que rozara lo absurdo o fuera impuesta por decreto con la rigidez injustificada de
una autoridad desmesurada, era para Iván motivo suficiente para emprender la revolución. Iván era
incompatible con cualquier estructura preestablecida no dispuesta a modificarse de una u otra forma.
La señora no podía imponer su juego y su ley a un elemento como Iván, quien tenía sus propias
normas escritas en su haber con lágrimas de sangre.
Desde que conoció a los padres de Susana cedía sin darle importancia a esa estructura
enclaustrada. Había intentado integrarse a sus modos y costumbres, y lo hizo con ganas sinceras,
pero sus intentos habían sido en vano. No podía adaptarse, mejor dicho, no quería hacerlo. Para una
persona desarraigada del núcleo familiar con diez años de independencia domestica, se le antojaba
complicado asumir un sin fin de reglas y obligaciones en las que él no había participado.
La señora había ejercido con astucia una firme dictadura impuesta sin discusión. Tenía la
creencia absoluta que "su verdad" era la única posible y no había otra. Todo lo demás y los demás
carecían de criterio, no contaban, solamente ella poseía la más exclusiva de las verdades más allá del
bien y del mal. Mandaba. Y mandaba mucho ordenando "su" casa y desordenando los caracteres de
quienes la habitaban porque ejercía una presión indirecta digna del mejor tirano. Pero lo más grave
de tal comportamiento no era que fuera una posesiva matriarca con una desmesurada
superprotección, ni tampoco que sus consejos anularan a los miembros más débiles o a los más
haraganes. No. Lo más relevante de su actuación, consistía en negar reiteradamente la opción de un
comentario. La simple mención de una inofensiva crítica con la intención de aportar ideas no era
bienvenida, cuando Iván solamente pretendía enriquecer cualquier circunstancia inacabada para
mejorarla. Ni aún con delicadeza, no tenía la oportunidad de mostrar la otra cara de la moneda.
Terminaba la señora en su casa. Se encerrada en sus cosas, y precintaba la entrada para evitar
las visitas amenazadoras de quien pudiera mostrarle otros mundos y otras verdades. Miraba la vida en
blanco y negro descuidando irresponsablemente los matices de la infinidad de colores que se
obtienen cuando se permite la mezcla en libertad. Carecían de interés las palabras forasteras, vinieran
de quien vinieran, porque no eran las suyas.

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La señora estaba sentada en su trono y no pensaba moverse. Pero además, exigía que hubiera
bufones en la corte para colmarla de reverencias aunque Iván, únicamente accedería a ser títere si con
ello mantenía audiencia directa con la reina para contarle con gentileza cual era la actividad del
populacho y la realidad que se ocultaba en sus jardines tras los altos muros de palacio.
La mayor obsesión de aquella señora de aspecto afable consistía en hallar la aprobación del
barrio donde residía y el consentimiento de la vecindad; a menudo por encima de sus seres queridos
pendiente del que dirán. Tenía un profundo temor por las habladurías. Pero a su vez, implacable
consumidora de los chismes de famosos hurgaba sin compasión en las intimidades ajenas para emitir
juicios de valor. Y solía mantener sus palabras como algo incuestionable con el triste argumento de
haberlo visto en un programa de televisión o leído en una revista del corazón. También solía hacerse
la mártir por haber escogido un determinado camino regocijándose por el sufrimiento de las
calamidades a las que era sometida durante el trayecto fruto de su decisión de recorrerlo (en relación
a su decisión de trasladarse a Cataluña). Estas y otras cosas sacaban de quicio a Iván que apretaba con
fuerza los mandíbulas para evitar pronunciarse.
Desde el principio había sido paciente por respeto a Susana omitiendo detalles que le afectaban
directamente a él. Se había propuesto complacer a la suegra como cuestión indiscutible para lograr
una mejor armonía de pareja. Sin embargo, el resultado amenazaba con ser nefasto porque estaba
permitiendo que la señora lo anulara poco a poco como individuo cuando se encontraba en su
territorio.
Iván seguía alejándose de cualquier tipo de enfrentamiento. Pero el choque era inevitable,
¿cuánto más aguantaría Iván? ¿Y por qué motivo saltaría?

A menudo ante una exposición de Iván, de repente cortaba la señora la conversación al meter como
cuña su opinión con la que debían congraciarse los presentes variando los propios puntos de vista. El
problema radicaba en que hablaba sin conocimiento directo de muchas cosas. Se engañaba pensando
que dominaba los grandes temas de la vida. Ella no seleccionaba las fuentes de información, ni los
temas eran trascendentes, ¿entonces... para qué inmiscuirse?
Aquella señora vivía en un diminuto entorno cerrado bajo su paraguas seguro. Y no tenía la
intención de indagar por miedo a su incomprensión, ¿entonces por qué darle importancia?
Cuando algunos de sus comentarios no llenaban a Iván de perplejidad, lo hundían en un
pastoso fango hasta la nariz, y cerraba los ojos para que no le escocieran. Pero los últimos días actuaba
de forma despectiva refiriéndose a la relación que Iván mantenía con su hija preocupada y alterada
ante la posibilidad de que se la pudiera arrebatara de sus largos tentáculos maternos plagados de
ventosas succionadoras.
Y sucedió que aquella madre excesivamente posesiva y dictatorial, jovial y sociable de puertas
afuera, sin duda con un gran corazón, comenzó a meterse donde no la llamaban de manera insistente
y un tanto grosera.
Y aunque Iván procuró ser en todo momento atento y amable respetando a una persona
mayor que él, empezaba a no hacerlo con autentica generosidad porque hubiera rozado la hipocresía
que ya había superado años atrás. Iván sentía un enorme aprecio y un fuerte cariño por la señora a la
que debía un pedazo de su felicidad, pero no tenía previsto renunciar a sí mismo. Sentía que vivía de
prestado pendiente de si iban a molestar sus palabras al decir algo inconveniente o al hacer algo

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indebido a los ojos inquisidores de su suegra. Había intentado contribuir a la buena marcha de la casa
pero al momento era hostigado con explicaciones de cómo debía realizarse la acción para que fuera
ex-ac-ta-men-te correcta. Se cernía una tensión inaguantable bajo aquel techo de paja listo para
encenderse y arder con la facilidad con la que arde la paja. La acumulación de una serie de
insignificantes detalles aislados que revelaban una mentalidad pequeña y restringida lejos de la
madurez emocional desbordaba a Iván.
Pero Iván era tolerante y la disculpaba como se disculpan los agravios de un enfermo de
Alzheimer. La escuchaba sin compartir ni uno solo de sus insípidos argumentos. Sentía que no podía
penetrar en un cuadro ya pintado y parecía que Iván sobraba, que fuera un mueble o un trozo de
carne apagada que estaba de más al ser permanentemente excluido. Y desencajado y sin poder abordar
temas complejos de aquellos que estimulaban a su amigo, Iván, pintor acostumbrado a crear sus
propios lienzos estaba a punto de estallar. Aquella señora jamás conseguiría reducirlo a su antojo ni
consolidar una sola de sus imposiciones.
Y cuando en una espontánea muestra de afecto, Iván besó a Susana en señal de agradecimiento
al servirle la cena, según la madre, un acto impropio en la mesa, dijo basta a las interferencias ¡adiós
a las imposiciones! No quiso continuar bajo un esquema que no era el propio y limitaba sin permitir
el crecimiento ni la creatividad. Iván pensaba que el amor verdadero es aquel que no está sujeto a las
normas más absurdas y que su potencia es del todo imprevisible, manifestándose a través de singulares
formas ininteligibles para quienes no pertenecen al club de los apasionados enamorados y, por otro
lado: ¿quién puede afirmar que debe dejarse el amor a un lado antes de sentarse a la mesa?... ¿Por qué
no lo consintió mirando a otro lado? ¿Por qué no disculpar algo que salía del corazón? No. La señora
censuró el breve roce de sus labios con la desaprobación digna de quien denuncia un crimen atroz.
Ese fue el principio del fin. Pero Iván todavía se mordió la lengua.

De no haber sabido andar solo por el mundo se hubiera dejado arropar por aquella señora
tremendamente absorbente, pero daba la casualidad de que no era así. Y no quería caer en su mismo
error imponiendo su criterio a golpe de puño y fuego. No era su casa. Tenía que respetar e incluso
acatar a regañadientes, o salir, negándose a colaborar. ¿Se retiraría discretamente como un caballero?
Cuando en la soleada mañana del penúltimo fin de semana de invierno, motor en marcha,
aguardaba a su amada que no llegaba, al subirse al automóvil y preguntarle el por qué de su tardanza,
conociendo lo disparatado del motivo, ya no dudó un segundo más. Sería la última visita a la casa.
Susana no podía salir sin antes haber dejado arreglada la habitación de su hermano que se divertía
desde hacía horas en la playa con sus amigos. Ese día tocaba cambiar las sábanas, pero como no las
encontraba, se retrasó haciendo esperar largo tiempo a Iván.
A Iván le pareció irracional, él mismo mantenía su habitación impecable haciéndose la cama
cada mañana como era su costumbre. Y le dijo con hielo en los ojos “¿No tiene manos tu
hermano?...” y acto seguido la avisó de su decisión “No voy a seguir aguantando tantas estúpidas
irregularidades Susana”.
Y bien entrada la tarde, tras uno de tantos inútiles y desafortunados comentarios respecto a
su romance que le martillearon el pecho hasta extremos insospechados, después de cinco meses de
salir con Susana y ser inmensamente feliz aguantando calladamente la agresión, de manera expeditiva
zanjó el asunto. Se levantó de la mesa pidiendo permiso con educación. Clavó la mirada en la

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profundidad de su amada para preguntarle delante de su familia “¿Te vienes o te quedas?”. Y sin esperar
respuesta, cogió la maleta de mano que ya había dejado preparada aguardando la última gota que
colmara el vaso de la paciencia.
Iván avanzó hacia la puerta. La abrió lentamente y, suavemente la cerró detrás de sí sin mirar
atrás. Nunca supo si dijeron algo, ni tampoco que ocurrió. Pero una vez subido en su Ford PROBE
aguardó en la puerta como en la mañana con el motor en marcha y, Susana, salió corriendo a su
encuentro sin pensar en nada más que en Iván. Salió de la casa sin importarle nadie que no fuera él.
Y tras poner la primera marcha, aceleró con decisión hacia el infinito. Ambos desaparecieron en la
oscuridad de la noche estrellada dejando atrás llantos y rabia entre cuatro paredes gruesas y elevadas.
Nadie en aquella casa se creía lo que acababa de pasar. Nunca hubieran dicho que la dócil y
sumisa hijita pudiera abandonarlos por un hombre. Sus ataduras no habían servido de nada porque el
amor es mucho más grande y potente. Mucho más valiente. Susana no tenía miedo porque estaba
junto a Iván.

Inauguraba el lunes una semana llena de incertidumbre hiriente. Existía descontrol. Incomodidad. La
situación se había desmadrado como el vagón de una montaña rusa que sale despedido. Pero Susana
no tenía ni una pizca de remordimiento por su actuación. No hubo llamadas ni en una ni en otra
dirección.
Iván poseía la facultad de crear un clima favorable donde las personas podían expresarse en
libertad y avecinándose días duros, los dos aprovecharon para conversar largamente sobre lo
sucedido, y de común acuerdo, llegaron a una decisión: el veintidós de julio Susana se vestiría de
blanco y él llevaría un esmoquin negro sin pajarita. Y se dieron mutuamente hasta la mañana del
sábado para pensarlo antes de precipitarse.
Iván le había dicho en la cama después de hacer el amor “Como las olas gigantes que vienen y
sabes que te mojarán, te ruego ahora que saltes, Susana. Salta alto justo cuando estén cerca porque
cuanto más alto saltes menos te mojarán”.
Le rogó a Susana que lo pensara detenidamente, pues aquella era una acción decisiva en su
vida, tanto como en la suya, quien también debía meditarlo sosegadamente para no arrepentirse más
tarde. Iván no quería lamentos en el futuro, como tampoco quería dudas ahora por parte de ninguno.
La invitaba finalmente a poner la primera piedra de su construcción. Le dijo que prefería un "no" a
admitir la posibilidad de un error más adelante, pero Susana había dado la mejor muestra de su amor
al plantar a su familia en la que había sido hasta la fecha su casa. Sin embargo, trataba Iván de darle
una última oportunidad facilitándole la vuelta atrás sin represalias ni recriminaciones si optaba por
rectificar el paso, pero Susana le dio el -sí quiero- sin esperarse a que llegara el domingo. Y se lo
repitió tiernamente cada noche ... -Sí, sí, sssíííí- eufórica de gracia y de vida aunque no tenían vivienda
ni la iglesia donde celebrar el acontecimiento. Pero a Susana aquello no le importaba. Sabía que si
Iván se lo había propuesto, nada ni nadie podría impedir que se celebrara la boda el 22 de julio porque
si algo sabía hacer bien Iván era lidiar con la adversidad.
Y llegó el sábado. Y sonó el timbre en la casa de los padres de Susana. Y abrió la puerta su
madre, que al verla se sorprendió. Las dos se abrazaron inmediatamente. Lloró de alegría Susana.
Lloró de emoción la madre inundando de lágrimas los ojos enrojecidos bañando el rostro magullado
teñido por el desencajado ánimo de toda la semana.

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Gimotearon en el rellano de la escalera mientras en un discreto segundo plano Iván


contemplaba la escena. Y estirándola por el brazo la hizo pasar al interior, pero a Iván le cerraba la
puerta en las narices. No lo quería dejar entrar. No lo quería en los dominios de su casa. Lo empujó
con violencia al tiempo que lo fulminaba con una mirada de impetuoso odio que desenvainaban cien
mil sables embellecidos al sol dispuestos a mancharse de sangre.
Susana ayudó a Iván a traspasar el umbral. Entraron al comedor y se improvisó a las cinco de
la tarde una especie de consejo familiar donde le dijeron a Iván infinidad de barbaridades; adjetivos
despectivos y humillantes que aguantó sin inmutarse. Esperaba una reacción similar, aunque esto no
evitó que sufriera por dentro porque se estaban excediendo y se sentía como uva pisoteada en un
barreño. Mostrando una gran entereza por fuera, Iván dio una lección de modales y de civismo al no
responder al ultraje.
El padre de Susana, hasta entonces una imagen difusa en la organización familiar, dejó correr
su ira como se dejan correr los toros en Pamplona hasta inundar el comedor de tensión opresiva
como una plaza rebosante de gentío. En alguno de los momentos tensos Iván llegó a temer por su
integridad física pero permaneció sentado en el suelo de piernas cruzadas mano sobre mano,
imperturbable sin perder el contacto visual con cada uno de los miembros de la familia. No bajó un
solo momento la mirada por muy obscenas y devastadores que fueran los apelativos que le infligían.
Y aún después de tres horas seguía atosigado aguantando el linchamiento en la casa que se había
tornado un matadero donde corría la sangre.
Se ensañaron con él. Susana en vano salía en su defensa. Su familia no atendía a razones y la
pisoteaban como pisotean los caballos encabritados a quien se pone por delante. Con gran empeño
se desgañitaba cuando encontraba un espacio vacío entre un grito rugoso y un chillido alfiler que
daba paso a un alarido cavernoso intentando hacerles comprender que Iván había venido a pedirles
algo. Pero la incredulidad de sus padres era tal que pensaron que Iván venía a pedirles perdón por su
comportamiento.
A las nueve de la noche, ya cansados, habiendo descargado toda la angustia de aquella difícil
semana y habiendo agotado todos los insultos posibles, faltos de argumentos y groserías con las que
castigar su osadía, Iván, en tono suave y pausado intervino por primera vez. “He llegado hasta la casa
para pediros la mano de vuestra hija. Susana y yo hemos decidido casarnos. Me gustaría obtener
vuestro consentimiento y vuestra bendición”. En ese instante sus padres enrojecieron de vergüenza.
Se dieron cuenta que olvidaron preguntar el motivo de la visita ofuscados por escupir toda su
perversidad.
Iván había conseguido dar un vuelco de ciento ochenta grados a una situación situándose en
la cresta de la ola como la misma espuma que permanece en la cúspide hasta aplastarse en la arena.
Al hermano de Susana se le hicieron los ojos pequeños y no podía dejar de mirar a Iván, y
luego a su hermana, y otra vez a Iván, y otra vez a Susana. Los padres habían enmudecido por la
naturaleza de una petición tan breve como directa y sincera. El silencio se hizo largo como un
kilómetro y medio más tres.
Las palabras de Iván rebotaban por el comedor desde el suelo al techo resonando como el eco
en las montañas cuando sonaron inteligibles balbuceos de turbación que Iván sepultó con su
sentencia: “Vamos a contraer matrimonio el próximo 22 de julio”. Era un hecho irrevocable. Iván
quería su aprobación, pero no la necesitaba porque Susana y él ya se habían decidido. No estaba

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pidiendo permiso. Y se volcaría en la preparación de la boda olvidándose de todo lo acontecido. Pero


antes...
Iván no tardó en llevar a Susana a Cala Galdana en Menorca donde le entregó una alianza al
tiempo que le susurró al oído “Solamente ahora ¡no! Te quiero siempre, Susana”. Una gaviota
sobrevoló el risco... al poco otra y se fundieron en una misma danza que certificaba en el cielo su
unidad. A su regreso viajaron a la Costa Brava para subirse a una montaña donde plantaron la semilla
de un árbol.

Y cinco meses más tarde el enorme portal de cinco metros de la iglesia se abrió para dejar ver un

destello de luz de inmaculado blanco. La marcha nupcial sonó con todo su rigor mientras avanzaba

Susana colgada del brazo de su padre. Desde el altar, con cada compás, Iván dejaba caer una lágrima

sin disimulo temblando como un niño emocionado con las palmas de las manos empapadas de

sudor.

Iván reparaba en como avanzaba Susana hacia él y se agitaba por dentro vibrando como un

reactor dispuesto a partir hurgando el espacio sin moverse del sitio al ritmo pausado de la música

hasta que no pudo retenerse por más tiempo y bajó al pasillo para tomarla. Susana se entregó

extendiéndole la mano sin aguardar un instante. Recogiéndola con una ancha sonrisa para subirla al

altar no esperó recibirla de mano de su padre tal y como indica la tradición. Era el primer día

realmente feliz de cuantos recordaba Iván. El más feliz de la vida de Susana.

En honor a su buen amigo Iván pronunció unas palabras: "Me ves llorando en la capilla, y las
lágrimas que vierto, son de alegría. He roto cien millones de corazones. He vivido cien millones de
sueños. He ganado cien millones de dólares. América me ha hecho, y yo, de rodillas, le doy las
gracias". Significativa letra de una balada de Elvis Presley que sonó en la iglesia. Ese tipo de detalles
les unía mejor que cualquier palabra u objeto. Fue una muestra sincera de lealtad. Oscar estaba
presente sin estar.
Entre los bancos distintas preguntas rezumbaban como abejas compitiendo entre tallos de
margaritas. Ha ido muy rápido, decían unos. Se precipita, decían otros. Habían preguntado hasta la
saciedad a Susana si se lo había pensado bien. Justo el día anterior seguían atosigándola hasta el

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cansancio más agotador abrumándola con interrogatorios de los que huía escurridiza derivando la
conversación hacia aspectos del ajuar. Confluía en aquella iglesia mucha gente que no comprendía la
urgencia de un enlace que sorprendió desde el mismo instante que recibieron en el buzón una
invitación que rompía el tópico. Nadie de la que fuera la tribu de Iván sabía que tuviera novia y,
mucho menos que estuviera comprometido. Ambos, y no las familias respectivas, expresaban su
deseo de que participaran con su presencia de aquel amor que les unía. Al pie de la invitación, junto
a una fotografía intencionadamente difuminada en la que se adivinaban sus torsos desnudos
enredados en un cariñoso beso: “Nos hemos encontrado y nos queremos”. Nada podía ser más
explícito. Sobraban las palabras. Pero quienes conocían a Iván vaticinaban desde el anonimato el más
escandaloso de los fracasos, sobretodo el ejército de damas que se dieron cita aquel sábado 22 de
julio de 1989. Iván las había invitado a todas sin excepción, aunque la mayoría de ellas no asistieron
(la pantera negra sí). Con aquello Iván dijo "adiós" cerrando su etapa de conquistador. Quiso
despedirse con afecto de cada una de las mujeres que de una u otra forma habían incidido en su
evolución como hombre y como persona.

La noche anterior, Iván había cenado ligero en el domicilio de su abuela. Se había instalado en la
habitación de oración donde pasaba las tardes con el rosario. Cuando alguna vez la visitaba para
saludarla y se quedaba a comer, después del café, solía frecuentar la estancia para tomar en paz alguna
decisión importante o simplemente, para repasar sus actos de los últimos días sometiéndose al
implacable Iván que era él con afán de corregirse.
Siempre se relajó en la casa de su abuela. Sabía que era allí donde su abuelo había pasado largas
horas con su apreciado violonchelo y esa noche, en la soledad del retiro voluntario, en compañía de
una litografía del Cristo de Dalí que colgaba de la pared desde que Iván se la trajo un día ya muy
lejano, sentado en el butacón de tela raída se dejó cautivar por el inminente acontecimiento.
El día siguiente sería inolvidable y quiso prepararse para gozarlo. Repasó sus sentimientos y
los motivos que le impulsaban a celebrar la boda. Se interrogó largo tiempo y a media noche se
acostó plácidamente sin una pizca de nerviosismo. Se levantó a las ocho de la mañana y luego de un
exhaustivo aseo, se atavió con la ropa escogida para la ceremonia. Salió solo a la calle. Enfiló la
avenida, paseando mientras los transeúntes le miraban extrañados de arriba abajo por lo peculiar de
su atuendo.
Iván tenía la posibilidad de salir corriendo en cualquier momento durante el trayecto para
perderse por las calles de Barcelona pero llegó apaciblemente hasta las grandes puertas de la iglesia.
Entonces llenó su pecho de aire fresco, dejó que el sol acariciara su rostro, y, antes de entrar, cerró
unos instantes los ojos. Comprobó que todo estaba en orden. Y entró para verificar que cada cosa
fuera correcta. No quería que nada desluciera aquel memorable día.
Nada justificaba un noviazgo de tres largos años. En defensa del precipitado acontecimiento,
Iván mantenía que “Es cuestión de intensidad, no de tiempo” y ciertamente, hay personas que aun
compartiendo toda una vida en pareja no conocen a quien tienen a su lado. Iván no se casaba para
separarse. Apostillaba risueño “Además, ¿por qué esperar?... cuando has encontrado una flor
maravillosa en la pradera ¡huélela! De lo contrario, cuando vuelvas por ahí la próxima vez ya no estará.
Alguien más adelantado se la habrá llevado” y con este comentario zanjaba el asunto pensando que
más que arrancar la flor lo que había hecho era trasplantarla.

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Susana era la hermosa mujer que conmovió un volcán apagado desde la ansiedad de una
búsqueda frustrada y lo alteró. Ella surgió de la Nada como paloma blanca que es, en medio del
campo de batalla. Sobrevolando lentamente por encima de los cascos vino a posarse suavemente en
su hombro. Y desde entonces Iván la amó. La amó por su calidez, por su sencillez, por la tranquilidad
que le procuraba y porque sabía que a partir de entonces ya nunca estaría solo en medio del campo
de batalla. Alteró el extinguido volcán que yacía en el pecho de Iván que ahora renacía de sus cenizas

La noche del primero de noviembre de 1988, Iván reconoció al instante esa conexión fugaz que tan
pocas veces sucede, incluso antes de que ésta se produjera. Flotaba en el ambiente algo
completamente nuevo. Su presagio tomó forma humana y desprendía aquel cuerpo una energía que
electrizaba los sentidos alterando el palpitar de una persona acostumbrada a provocar sensaciones en
los demás. Desde el instante que la conoció se halló completo y acompañado descubriendo lo solo
que había estado hasta la fecha. Susana formaba parte de Iván. Ambos estaban convencidos que
iniciaban el ascenso con el equipaje de la comunicación y la comprensión, sazonado con grandes
dosis del más extenso amor además del propósito de formar un verdadero hogar, una familia, con
todo lo que implica y a todo cuanto obliga en vistas a contribuir a un mundo mejor.
Hasta hacía apenas nueve meses, Iván no tenía por qué dar ningún tipo de explicaciones a
nadie. Vivía a su manera, en su mundo, con su ideología, pero a partir de ese mismo día y hasta el
final de los finales sería su espejo al igual que ella lo sería el suyo. Ambos tenían una gran
responsabilidad.
Era hora de sentar la cabeza, de acomodarse en el matrimonio. Iván había hecho ya todo
cuanto un hombre sueña hacer en relación al sexo femenino. Era tiempo para la estabilidad
emocional y la unidad de pareja, para la fusión de intereses con otro ser humano. Esta había sido la
conclusión al acostarse minutos antes de iniciarse el 22 de julio de 1989.
Y aquello era una realidad, un hecho visible a los expectantes ojos de cuantos les querían y de
quienes se habían reunido entorno a ellos en la iglesia. En breve Susana se convertiría en su
compañera y la mujer que sin vacilar ni un ápice le seguirá donde sea que tenga que ir. Al mismo
tiempo Iván se convertía en el guardián de sus pasiones más ocultas, de sus deseos más fantásticos,
de sus secretos más íntimos “Soy tu dueño y señor” pensó antes de dirigirse a todas las personas
presentes en tan solemne acto.
Es muy difícil intentar describir algo indescriptible, pero Iván pretendía definir lo indefinible
para acercarse un poco más, detallando con palabras algo intangible que nada más conoce el corazón
cuando el alma susurra desde el infinito. Pero no se amilanó. Con un entusiasmo desbordante, se
dirigió ante el micrófono para que los asistentes fueran testigos de cuan importante era lo que iba a
ocurrir tan pronto el capellán los declarara marido y mujer. Y dijo sin titubear “Hay cosas que no
sabes exactamente por qué, pero no se pueden explicar. No encuentras ni una sola de las palabras que
reúna lo esencial, y al igual que hay cosas que no se pueden contar numéricamente, ni medir ni pesar,
lo mío respecto a Susana no se podrá nunca ni inventar ni soñar. Te quiero”. Dirigiéndole una tierna
mirada que coronó con una amplia sonrisa continuó “Espero que mi luz brille en tu interior tanto
como la tuya brilla en el mío, porque solamente una cosa importa en este mundo, una, y el es Amor”,
y alzó la vista para observar cuidadosamente las reacciones de las personas que con atención seguían
sus palabras. Centró de nuevo los ojos en el manuscrito que había redactado no sin antes apostillar

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“Y hasta que no comprendamos esto no seremos enteramente felices. El amor en todas sus facetas y
formas distintas de expresión y significado, pero el amor sin duda”. Y esto era exactamente lo que
había hecho que su balanza recobrara su punto de origen, inclinándose para encontrar el término
justo de equilibrio marcando un hito en ese día inolvidable que mostraba a ambos el sugerente
camino de proyección mutua.
Iván descubriría en el futuro que el amor, por encima de todo, implica la continuidad de una
vida en pareja. Así es como crecerían juntos. Madurando fuertes, sanos y cada vez mejor.

Susana aprendió desde el primer contacto con Iván a variar ciertos esquemas paralizadores,
desinhibiéndose de falsos prejuicios, de tradiciones que la mantuvieron prisionera por años. Ambos
se cubrirían las espaldas a partir de entonces fundidos en la fabulosa unión. Ayudándose.
Protegiéndose. Admirándose. Viviendo una vida en pareja a plena felicidad. El destino aseguraría esta
felicidad indiscutible más allá de cuanto hasta ahora habían conocido ninguno de los dos. Su gozo
no conocería límites... ¡puro éxtasis!
Pero Iván velaría a su amada en la medida en que fuera correspondido. Entregaba aquello que
la otra persona merecía a su juicio. Pagaba con la misma moneda que percibía; aunque con Susana
partiera de una adoración fuera de lo común. Exigía lo mismo, de lo contrario, disminuiría
paulatinamente su fuerza hasta agotarse el pozo de su interés distrayéndose con cualquier otra cosa.
Susana debía permanecer toda su vida pero que muy vigilante. Sin adularlo, pero sin ignorarlo. Iván
no precisaba elogios pero sí atención sincera y crítica “... porque la crítica estimula y enriquece” le
había dicho en las ocasiones en que la pinchaba para que se soltase durante las primeras citas.
A su manera Iván intentaría por todos los medios creíbles e increíbles hacer de Susana una
mujer inmensamente feliz, pero sin renunciar nunca a su propia forma de ser. Así había concluido su
mente mientras pronunciaba la última frase centrado en su manuscrito en la iglesia: “Disfrutaré de tu
alegría y me contagiaré de tus virtudes; ambos nos amaremos ... ¿verdad Susana?”. Y abandonando el
micrófono, cruzó de una punta a la otra el altar para abalanzarse sobre ella y abrazarla con intensidad
susurrándole al oído “El hombre que carece de palabra carece de identidad propia”. En ese preciso
momento estaban los dos tan emocionados que no se dieron cuenta lo mucho que dilataron su
abrazo. El mundo se detuvo congelándose la bella imagen en todos y cada uno de los matrimonios
jóvenes y adultos que sintieron nostalgia por ese instante tan sumamente especial.
Cuantos allí estuvieron ese irrepetible día fueron testigos del compromiso de Iván, que con
fidelidad llevaría una vez más hasta lo máximo de sus conclusiones últimas porque para él no hay
horizontes inescrutables como no los hay en la imaginación de un niño.
Al terminar la jornada los presentes ya intuían que no se precipitaban. Comprendían que se
complementaban positivamente. No había más que verlos juntos. Iván hablaba y miraba desde el
corazón. No vendía ningún producto. No intentaba agradar o sorprender. Era. Y era un Iván crecido.
La mayoría de los presentes se convencieron que ni uno ni otro se equivocaban puesto que
ambos habían encontrado la horma de su zapato. Susana e Iván no podían haberlo llevado mejor. Y
para conseguir un clímax a la vez que mandar un mensaje claro que determinaba la naturaleza del
acto, después de evitar cubrirse el rostro del baño del tradicional arroz en señal de fertilidad, nariz
apuntando alto para recibirlo como lluvia bendita, Iván se escurrió de entre la multitud para
reaparecer con una caja de cartón forrada con papel de plata.

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Como los presentes ya no esperaban nada más, se preguntaban qué es lo que hacía Iván en
cuclillas. Qué era aquella caja. Qué es lo que había dentro. Susana estaba más desconcertada que nadie.
Incluso varios transeúntes que pasaban cerca del portal de la iglesia se detuvieron ante la expectación
creada. Y únicamente cuando hubo llamado la atención de todos sin excepción, todavía apuró un
minuto más para que siguieran intrigados sintiéndose el amo del mundo. Entonces abrió la caja para
poner en las manos de su esposa una paloma blanca que ella recibió con una exclamación de alegría
en sus ojos y una sonrisa dulce en los labios. Y ambos, al unísono, extendiendo sus brazos lanzaron
al aire dos ejemplares perfectos de una blanca preciosidad que sobrevolaron la plaza peinando el
viento para salir, nítidamente las dos flanqueadas en sus alas por la felicidad y el amor en un vuelo
directo al azul intenso del inmenso cielo iluminado.
Lejos de la imagen de encierro que provoca el matrimonio, Iván quiso dejar constancia de la
realidad que vivía evidenciando la magia de la libertad.
De su propia libertad.

* * * *

Un crucero por el Caribe había sido un insistente sueño juvenil que Iván materializó para su amada

Susana, mientras Oscar y Ana, cubiertos de carcajadas, se mostraban radiantes durante las dulces

jornadas de luna de miel. Habían deseado volver a la misma cabaña de madera en los Alpes Suizos

donde conocieron regocijantes estremecimientos descubriéndose los lunares del cuerpo.

En Octubre de 1990 Ana esquiaba con la alianza (eternamente prendida la cadenita en su

cuello). Peinaba la blanca montaña con su impecable estilo preciso y elegante mientras Oscar se

caía en la nieve mojada una, dos, y otra vez, hasta veinticinco veces seguidas. No estaba al nivel de

su amada y sin embargo, quería subir hasta arriba tantas veces como Ana aunque bajara la cuesta

torpemente y luego rodando, despeñándose por las risas en picado hasta dar con un árbol, ¿quién lo

ha puesto ahí! Han detenido a mi esposo sonreía Ana!

Además de un sobresaliente humor que nunca antes había asomado, Oscar tenía el tesón de

un hombre enamorado, pero para esquiar le faltaba teoría y mucha practica y no únicamente una

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flagrante sonrisa. Por no saber no sabía ni frenar a tiempo y se llevaba a la gente por delante

arrasando como un tren que embiste.

Las noches se llenaban de confidencias. Los días, repletos de románticas declaraciones parecían
no tener final. Durante los descansos se contaban las sensaciones. Durante la cena sus sueños
infantiles. Antes de acostarse sus más hondas inquietudes. Ambos querían conocerse todavía más.
Experimentaban juntos sus dudas y sus preocupaciones. Intercambiaban planes para el futuro. Nada
iba a quedarse en el tintero. Se necesitaban y se tenían mutuamente con plenas garantías.
Hablaban mucho en el teleférico, en el aseo, en la cafetería. Y en la cima de la montaña
embaucados por el prodigioso panorama no pudieron resistirse y concibieron el amor a siete grados
bajo cero cuando el viento soplaba corpulento. Una gota de agua cristalina no se congeló, se alojó
y... pues eso!

Oscar le contó que se había emborrachado de ella, que se había enamorado del amor con ella y que

la resaca no le estorbaba. No había sabido lo imprescindible que era Ana hasta que no hacerla suya

públicamente ante la sociedad. Y le confesó lo que pensó minutos antes de la boda “Hubiera

seguido revoloteando a tu alrededor siendo únicamente un buen amigo de por vida porque la

amistad es una forma de amor”. Pero ya nunca sabría como hubiera sido compartirla con otro

hombre accediendo solamente a una parte limitada de ella.

Desde la primera visita a los Alpes Suizos Ana le pertenecía de igual modo a como Oscar
siempre le perteneció. Aquella primera estancia en los Alpes marcó un acontecimiento grandioso.
Ana había sido lenta como una tortuga; muy lenta pero muy segura. Primero en entregarse, y luego
en aceptar el matrimonio. Y ahora se entregaba convencida en corazón cuerpo y alma.
Oscar supo siempre que tarde o temprano llegaría a esta conclusión. Intuía que algún día lo
entendería y que finalmente apreciaría la verdad de su atención, de su dulzura, de su cariño, y de todo
su amor grande que no podía ignorarse como no se puede ignorar a la persona que se necesita.
Aunque hubiera querido Oscar no hubiera podido negar o eliminar su sentimiento . Había
comprendido que no podía cambiar lo que sentía. Nunca pudo ir en contra de su naturaleza y eso lo
salvó. Los salvó a ambos porque ese encuentro, esa unión, llegó, puesto que siempre estuvo ahí como
fruto maduro. Llegó porque se pertenecían el uno al otro y su lugar estaba uno al lado del otro y
juntos estaban por fin.
Saber que Ana existía y aceptar largo tiempo que no estaba con él, fue para Oscar duro al
principio, pura agonía después no exenta de sufrimientos. Y durante ese largo período Ana supo bien
quien se mantenía fiel. Los gestos de Oscar no terminaron en el contenedor de basura. Ana sabía

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exactamente con qué persona podía contar realmente porque aun apartados, tan sólo a Oscar, a nadie
más hubiera recurrido en caso de sufrir una desgracia. Y Oscar se mantuvo alerta para socorrerla
llegado un caso extremo o un peligro como un padre velando a su hijo que aprende a nadar en la
piscina. La sinceridad y la transparencia vencieron. Y a Ana la sedujo la potencia interna de su
obstinado amor.
La esperanza fue el aliciente de Oscar y la tenacidad tuvo su recompensa. Oscar la persiguió

arrastrándose de rodillas hasta que Ana sucumbió a sus encantos. Su persistencia alejó cualquier

duda porque aunque Ana lo ahuyentó intencionadamente, Oscar nunca desfalleció e insistió

erudito él, sabiendo que debía posponer una cosa a dos porque una de las partes no se ajustaba pero

sin perderla de vista. Tenía la seguridad de su amor majestuoso. Igual que tuvo Ana la evidencia de

su amor comprometido y durante la primera noche en calidad de esposa, con lágrimas en los ojos

emocionada hasta la médula se lo agradeció reconociéndole que había tonteado con otros por

despecho, incluso le dijo que había tentado a un hombre casado -Pero comprobé que nunca nadie

se había acercado a ese amor incondicional que tú me ofrecías... un amor sano y pleno de pasión

comprimida. Y quise premiarte mi cielo. Te reservé lo mejor-.

También reconoció que al inicio no tuvo que hacer demasiado esfuerzo para ser amada -Es
fácil entregarse totalmente a un ser como tú-. Y Ana afrontaba el futuro sin temor. No le asustaba
la complicación de la continuidad. Mantener esa llama encendida no sería otra cosa que el anhelo de
perpetuar su dicha actual. Envejecer juntos es ardua tarea pero Ana y Oscar se ganarían mutuamente
gracias a la permanencia de tan fluida comunicación, gracias a la persistencia de tan noble respeto,
gracias a la sensibilidad de tan amorosa comprensión. Ambos se merecían el uno al otro.
Oscar no se quejó ni una sola vez por haber tenido que luchar tanto para conseguirla. Era parte
del precio de su felicidad. Había estado solo y había aprendido de su soledad. Pero a continuación de
la boda estaba formando una familia. Construía un verdadero hogar pleno de calor. Podría recuperar
aquel sabor de Navidades de árbol atiborrado de regalos, pesebre decorado con la colaboración de
todos, coronas colgadas en las puertas y los villancicos sonando. Le gustaba sentirse amado. Con
mayor razón cuando su amor era correspondido por el único ser que podía llenar el espacio vital de
su enamorado corazón. Y quería ser amado de una forma especial con todas sus consecuencias, de
igual forma a como él la amaba a ella.

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Oscar repasó el trayecto recorrido mientras se afeitaba en el baño escuchando la dulce melodía de
piano y violines. Reconoció que supo desde que se sentó frente a Ana y estuvieron callados largo
tiempo examinándose con detenimiento que no podría vivir exclusivamente a nivel profesional y
debía llenar la otra parte de su vida para encontrar el equilibrio. Identificó el incidente que cambiaría
su vida. Identificó a Ana como la única e insustituible pareja. Recordó cuántas horas se había pasado
contemplando los dibujos a lápiz carbón y exclamó “Tengo que sustituir el obsequio de mi suegrita
por una fotografía de mi poderosa esposa de bengala a todo color”. El círculo finalmente se había
cerrado porque el amor verdadero no puede ni forzarse ni exigirse pero cuando existe se manifiesta
como el canto del grillo.
Oscar nunca quiso adulterar esa indomable facultad que únicamente puede regalarse con

generosidad de manera voluntaria. Apreciaba el hecho de no haberla disfrutado de inmediato y

agradecía no haberla perdido. Y valoraba la oportunidad de comenzar una vida con Ana llena de

promesas embarazadas de alegría. Oscar era rico y estaba saturado de felicidad. Ya no se apartaría

más de su esposa, decía. La peripecia de no haberla gozado durante años evidenciaba lo importante

que era Ana y cuanto significaba en realidad. La había recuperado en las montañas suizas para

conquistarla en la certeza de que ya no se perdería jamás.

Oscar cruzaba el umbral del matrimonio danzando jubiloso en su interior con el agrado del

recién nacido que abraza la vida. Y le dijo después de caminar descalzo desde el baño una vez

tumbado junto a Ana encima de la gruesa y blanda alfombra oliendo a after shave frente a un

fuego indestructible “Nunca barrera alguna volverá a separarnos mi vida, ni humana, ni

sobrehumana”. Y la vida lo pondrá a prueba.

Durante el prolongado rechazo de tres años, Oscar llegó a pensar que Ana no sabía amar. Pero se
había desengañado al día siguiente de compartir la función en el teatro Goya. Desde aquella cita
sorpresa sabía que Ana deseaba amarlo con intensidad perpetuamente, y para ambos, era fantástica
esta sensación de necesitar y saberse necesitados y a la vez correspondidos y complacidos.
Vivían el viaje de novios con ilusión, en esplendorosa concordia, como el mejor anticipo para
la vida conyugal. Sin embargo, había una asignatura pendiente que tenían que abordar. Oscar

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necesitaba una explicación. Precisaba entender los acontecimientos y buscaba los argumentos, los
detalles; seguía examinando lo más insignificante de la vida para evaluarlo.
Y la última noche, tumbados en la cama antes de acostarse, aprovechando el buen humor por
el inminente regreso al hogar, alejando cualquier clase de amonestación le preguntó Oscar
directamente a su amada “¿Por qué?...”. A lo que Ana apostilló -Por qué, qué!...- con una sonrisa
corte y lenta imaginándose por donde iba.
Oscar reclamaba con la mirada impasible un motivo, algo que poder archivar en un cajón. Se

lo insistió con su mueca continuada que daban al rostro de Oscar una textura singular. Precisaba

una explicación. Y sus ojos decían que como esposo tenía derecho. Entonces Ana se lo reveló para

saciar su curiosidad.

Confesó que se había vengado a lo largo de tres años -Los mismos tres años con los que tú

me habías sentenciado expropiándome de mi felicidad-. Le confesó que la escena en la tienda del

Bulevar Rosa constituía una prueba –Quería averiguar hasta donde eras capaz de llegar-. Y

puntualizó que jamás lo rechazó, aunque tampoco quiso entregarse hasta estar segura -No deseaba

torturarte pero quise que probaras la medicina en tu propia piel-. Ana quiso que Oscar catara la

circunstancia a la que la había sometido al posponer el romance en su inicio proponiendo una cita

tres años después.

No hubo lugar para la decepción. Tampoco para el enojo. Existía el sentimiento que

permanecía. Había terminado el suplicio. Y nada más la alegría del nuevo hogar interesaba.

La paciencia de Oscar permitió que resistiera el experimento. Aguantó las numerosas

trampas de Ana amarrado a su firmeza. No se desvió en lo más mínimo durante setenta y dos

meses y el corazón de Ana quedó colmado. Y su historia sólo podía tener este desenlace porque el

amor no conoce obstáculos. No existen las fronteras en tal dimensión. Habían contraído

matrimonio afianzando las nupcias nacidas seis años atrás.


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Sin embargo, como en cualquier pareja, el sentimiento variará con el paso de los años. Y

podía una calamidad asediarlos, pero los dos, con suma convicción, afirmaban que permitirían que

el amor siguiera creciendo entre ambos pasara lo que pasara en sus vidas porque estaban

entrelazados, ¿lo conseguirán?

Son almas gemelas. Tienen la eternidad por delante. Aumentará la familia. Serán tres, y, una

sombra se posará en su hogar perfecto. Tanta felicidad era pecado.

* * * *

Los anticipos del afortunado sexo fueron los anticipos del profundo amor, elementos básicos del
mismo, de lo contrario, ni Oscar ni tampoco Iván podían estar como estaban enamorados ajenos a
la rutina sobrepasado el primer año. No había desaparecido la ternura inicial. No se extraviaron las
emociones. El abrazo permanecía igual de intenso que el día de la boda. La caricia, seguía siendo
gratificante. El beso, continuaba existiendo como algo imprescindible. Vivían instalados en su
comunicación de verdadera comunión. Y mientras mantuvieran unos y otros el placer de la caricia y
la pasión del beso tanto como el confort en el abrazo hondo y sosegado, todo lo demás quedaba
garantizado.
El paciente culto al amor hasta agotar el largo proceso sexual, únicamente podía entenderse
como el compromiso de Oscar en la espléndida convivencia, a diferencia de la espontaneidad en la
necesidad de Iván que nada más podía entenderse como un proceso que lleva a la culminación de
una fusión completa. Y día a día se descubrían indagando en “el ser”, en el otro ser tanto como en el
“sentir del enlace” que en su caso era una asociación de intereses honestos que los honraban a cada
uno por igual.
No solamente había voluntad. También existía esfuerzo, constancia. Y una sincera disposición
a mantener vivos los impulsos más genuinos que sin duda harían mucho más agradable estable y
favorable la vida. No solo la vida afectiva. No solo la vida familiar. La vida propia.
Y en las noches de luna nueva, Ana y Oscar, Iván y Susana, emprendían un fabuloso viaje
durante el cual exploraban enternecidos sentimientos y conmovedoras manifestaciones que
alterarían con voz de alarma el ardor por la vida gracias a las románticas impresiones de una
sensibilidad sin igual. ¡Ana y Oscar encendían la pasión magnética para hallar la percepción! ¡Iván y
Susana se inflamaban de brío para hallar la libertad del placer! ¡Ambas eran alternativas de la
perfección!
Tan sólo las parejas enamoradas pueden disfrutar del sexo más allá de la recreación y la

procreación porque en la experiencia física hay un espacio espiritual vital. Y ambas parejas querían

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hacerlo en beneficio del otro, porque en definitiva era el único camino para asegurar el éxito de su

futura armonía, de la permanencia en compañía, juntos, los dos, conectados los cuatro.

Fundaron en libre elección una célula a la que se le agregarán los inmediatos frutos del árbol
de la vida y a los que se sumarán otros descendientes para engrandecer un lugar de intercambios para
hijos y nietos, donde predomina la intimidad como base de subsistencia familiar en las ayudas y
enseñanzas mutuas.
Y la duración del matrimonio vendrá condicionada por el grado de compromiso, vendrá
condicionada por los lazos sentimentales para la estabilidad, vendrá condicionada por el ritmo de la
actividad sexual, y asimismo vendrá condicionada por el justo reparto de tareas y responsabilidades
en cuanto a los servicios comunes en el hogar. Todo en armonía, consolidada la unidad.

Los padres de Susana nunca volverían a enfrentarse con Iván. Hubo una batalla en el pasado, pero
Iván había ganado una guerra inevitable. Ya no le discutieron nada. Consentían y respetaban su
mundo y su influjo y en retribución, Iván los quería sin falsedades. Los quería porque lo consideraban
una persona con principios y habilidades e ideales propios y una opinión que descubrieron como
valor en alza. Y los quería porque eran gente entrañable con mentalidad de pueblo.
Iván cambió el peyorativo término de "suegra" por el cariñoso apodo de Tata, quien no ganó
un yerno sino un hijo al que adorar porque era bueno. Hacía feliz a Susana. Y tuvo que reconocer
que jamás podría manipularlo ni hacerlo santo de su devoción. Solamente cuando la señora admitió
se dejó arropar con las atenciones y los cuidados de su Tata agradecida por la reconversión de su
yerno, cuando la única cosa que cambió fue su actitud respecto a Iván engrandeciendo así su propia
óptica del mundo. Y en presencia de Iván, controlaba sus actos y sus comentarios desatinados
mientras el yerno-hijo procuraba levantar el telón de su escenario para ensancharle el horizonte
encendiendo potentes focos para mostrarle la vida que no cuentan las telenovelas ni los concursos
de televisión.
Hasta hacía poco más de dos años, el mundo de Susana se reducía a la casa donde había crecido
con su hermano pero se había ensanchado. Iván inventó un universo nuevo para ella a partir de su
residencia conyugal en un magnífico ático situado en la transitada avenida Diagonal que las rondas
de circunvalación descongestionaron. La colmaba de mil y un detalles voluntarios, inmediatos, jamás
por exigencias de un rígido calendario.
Iván era marido, pero también amante y un buen amigo, a veces, un poco padre y otras, tan
sólo un compañero, un ser humano, aunque nunca dejó de ser un hombre enamorado de la vida.
Susana lo sentía como su verdadero y único amor. Se tenían el uno al otro. Nada les importaba lo
más mínimo, sobre todo a ella que después de veintisiete meses de aquel inolvidable sábado de julio
estaba todavía más enamorada que cuando pronunció el sí quiero. Cada día descubría algo
maravilloso en Iván y lo que él más apreciaba, no era su propia cualidad, sino que Susana se lo
confesara abiertamente igual como mencionaba de pasada aquellas otras "cositas" negativas que
olvidaba con tanta facilidad. Susana era mucho más comunicativa porque se había abierto y se

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expresaba en libertad como una paloma que vuela. Reconocía en Iván a un ser especial en todos los
sentidos. Especial, por ser especial, y especial, porque era muy especial.
A Susana comenzaron a escapársele observaciones sobre su comportamiento. Mantenía que
a Iván le costaba relacionarse con la gente cuando en realidad, lo que pasaba era que cuando entraba
en una sala, Iván no lo hacía como los demás. No abría la puerta sigilosamente. Explotaba de golpe
en la sala haciendo retumbar todo el sistema y aquello no era bien visto por la gran mayoría de
personas que aunque querían decir y hacer lo mismo, no se atrevían por falta de magnetismo y del
brillo que parecía desplegar una alfombra a sus pies para que desfilara como el rey de la selva. La
excesiva seguridad en sí mismo y el dominio de las situaciones le hacían antipático, pero no por falta
de encanto personal, sino por su temperamento arrolladoramente cautivador.
Su carisma hacía de esponja, Iván absorbía de todo y a todas las demás personas engullía como
si fuera un tornado. En ciertos sectores era un hombre odiado, y en otros ambientes era un hombre
censurado. ¿Encabezaba las listas negras o por el contrario era el invitado que todos querían en sus
fiestas?
Desde la fuerza del grupo se unían para criticarle como si no tuvieran mejor cosa que hacer y
como si en el mundo no sucedieran otras cosas que no fueran Iván. Nunca una sola persona frente
a él, cara a cara, manifestó desagrado o antipatía por como era o lo que pretendía con su acción. Pero
desde la fuerza del grupo se reían de sus imposibles ideales en vez de intentar considerarlos y sumarse
a la cruzada.
Iván sin embargo, ignoraba las opiniones que a su alrededor se sucedían. Estaba demasiado
ocupado en sus proyectos para perder el tiempo en mezquindades. Aquello era algo que dejaba para
los necios.

En junio de 1991, lejos quedaba su ingreso en el mundo de la informática. Durante el período de


cuatro años antes de la aparición de Susana, antes de su coqueteo en el mundo de la música y el
teatro, Iván aprovechó para enriquecer su precaria formación académica que no llegaba más que
al graduado escolar con la realización de cursos de reciclaje. Asistió a uno entorno a la dirección
de empresas, además de participar en varios relacionados con la actividad directiva y la gestión de
proyectos. Pero fueron los seminarios intensivos de cómo hablar en público para convencer a un
auditorio exigente y cómo mejorar la capacidad de negociación en la resolución de conflictos
con los que más satisfecho se quedó, sobretodo, por su inmediata aplicación.
Ascendió. Lo ficharon en otra empresa del sector. Ostentaba el cargo de director comercial
en un nuevo concesionario IBM en la ciudad y su trabajo consistía básicamente en incrementar la
facturación, reduciendo los descuentos que se hacía a las grandes compañías y a los clientes históricos
porque se comían el margen de beneficios. Coordinaba a un grupo de trabajo de catorce personas
como fuerza de ventas. Tenía dos secretarias a su cargo y tres administrativas además de siete técnicos
de hardware y dos lindas jovencitas responsables de las demostraciones de software. La mayoría de los
comerciales eran mayores que él, pero eso no ocasionaba problemas. Persistía su indirecta autoridad.
Seguía conmoviendo e intimidando a la vez.
Desde que empezara a los quince años con el reparto de propaganda se había movido como
torbellino. Las ventas era el tipo de trabajo más continuado y la informática el sector más estable

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en el que había participado durante los últimos diez años. Las ventajosas condiciones
económicas y el horario laboral flexible otorgaban el marco de libertad que Iván precisaba.
Cumplía con todo aquello que se le encomendaba como cumple una brigada las órdenes del
coronel. Sus superiores estaban satisfechos porque se quedaba ligeramente por encima de los
objetivos fijados.
Cada mes era en sí mismo un reto, ¿reto digo? Búsqueda de resultados a la caza de respuestas!
Partía de cero. Eso lo estimulaba sobremanera. El primero de cada mes comenzaba una lucha que
culminaba el día treinta con una victoria. Se le veía salir del despacho del tesorero con una pícara
sonrisa de complacencia y la soberbia pegada a su espalda como una larga capa que ondulaba al
caminar. Durante el resto del día se volvía insoportable, pero solamente ese día que se henchía de
orgullo desmedido alzándose como un globo lleno de gas.
Sus subordinados no tenían jefe, sino un gran hermano. Trabajaban juntos y no para él,
aunque Iván se quedaba una comisión de todas las ventas porque era quién las cerraba. Y supervisaba
la puesta en marcha de los equipos informáticos que suministraban añadiendo a su trabajo sin
requisito expreso de la dirección, la función de relaciones públicas del concesionario al que premiaron
ese año y al siguiente por la calidad del servicio. Esta mención honorífica sólo la entregaba IBM a una
empresa por año y era muy preciada en el sector informático.
Existía una batalla cada trimestre con distintos objetivos en función de las existencias del
almacén, y el equipo de su delegación, consecutivamente vencedor, sembraba convenientemente
para el mañana. Iván diseñaba las campañas de marketing y confeccionaba atractivas ofertas
promocionales de nuevos equipos para facilitar el trabajo de sus vendedores sin reparar en nada,
incluso renunciaba en alguna ocasión a su rappel para incrementar el número de ventas. Nunca
infravaloraba el potencial de compra del cliente, ni en volumen ni en gama de productos. Atendía la
seguridad y el beneficio de los pedidos que podían cursarse en el futuro. Sugería a los menos veteranos
que no insistieran demasiado la primera vez, que era mejor preparar bien una segunda visita y una
tercera antes de atosigar al posible cliente “Porque de lo contrario cerrarán la puerta para no volverla
a abrir”. Iván nunca sobrevaloró sus contactos con proveedores ni su cartera de clientes, como
tampoco subestimó a la competencia y de manera permanente, apreció a su equipo.
Para estimular “a su gente” defendía un principio lógico “No te hace un favor el que te compra,
se lo haces tú al ofrecerle lo que necesita”. Con esta frase acostumbraba a terminar la reunión semanal.
Daba a cada uno lo que requería y nada más. Los clientes desean el contacto humano y por tal razón
los atosigaba con la palabra visitas, que utilizaba en vez del tópico adiós... visitas visitas visitas decía, y
sus colaboradores entendían. “El teléfono es impersonal y la correspondencia no tiene efectividad,
nada puede superar un buen apretón de manos y una sonrisa sincera” les decía insistiendo en que
ellos eran viajantes y debían pisar la calle. “No quiero a nadie en la oficina después de las diez de la
mañana” les recordaba mientras desayunaban al pedir los cafés que generosamente abonaba él.
Desde hacía dos años todos los lunes, luego de interesarse por como les había ido a cada uno
el fin de semana, les cantaba una simpática canción que había preparado para animar las pesadas
mañanas del primer día de la semana. Y así, lunes tras lunes se escuchaba "¡Vender, sí vender, pero
poco, porque hay que vender bien. Hacer amigos; nunca clientes. Relacionarse, relacionarse,
relacionarse; duduaaaaa!" y es que Iván se ponía frenético ante las devoluciones, no podía soportar la

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anulación de una venta, argumentaba “Señal de que ha sido mal elaborada y nosotros somos
artesanos de la venta ¿verdad?”. Ese –verdad- resonaba por segunda vez en voz alta y con estrépito al
responderle todos al margen de lo que estuvieran haciendo –Verdad, puesto que somos los mejores
vendedores-. Sabía como animarlos aunque para los mayores se trataba de un absurdo juego de
niños. Un juego de niños que resultaba. Levantaba el ánimo propio y el del grupo.
A los tres meses de su nombramiento ya se había salido del organigrama. No era un jefe
normal. Hacía más de lo que se le pedía. Ayudaba a los mandos intermedios de otros departamentos
y delegaciones y poco a poco fue ganándose más y más al personal de la empresa. Incluso a los
colaboradores externos y a las señoras de limpieza. No hacía distinciones en función de sus cargos o
del color de la piel. Todos eran personas provistas de una parcela que les caracterizaba y diferenciaba
de los demás, mayormente desconocida, excepto para Iván que seguía indagando de mil formas
concentrándose en cada átomo independiente de su equipo.
En seguida de concluir con su cometido, en lo que podía denominarse como tiempo libre
para haraganear, ayudaba a los más débiles con sus obligaciones fomentando un positivo clima
laboral con un personal agradecido por la inhabitual gentileza. Mantenía a raya la morosidad y
defendía la política de premios para estimular a los vendedores. Todos tenían acceso directo hasta él
porque la puerta de su despacho estaba permanentemente abierta y la mayoría acudía con dudas que
con gusto atendía aclarándolas una y otra vez, todas las veces que fuera preciso hacerlo.
Se había ganado a pulso el apodo de "comodín". Tener a Iván era como tener un as en la
manga.
Conseguía ver las ofertas de la competencia. En rara ocasión se escapaba una remesa de equipos
informáticos para una institución oficial que realizaba concurso público para la adquisición.
Acostumbraba a hacerse con el encargo porque conseguía mejorar las condiciones el plazo de entrega
y los precios añadiendo como obsequio algún paquete de software con el último antivirus que
revolucionaba el mercado; pero los honorarios de instalación y aprendizaje del operador siempre los
exigió. Nunca tuvo necesidad de rebajarse hasta tal punto. Aquellas horas que se facturaban a precios
astronómicos eran una importante fuente de ingreso para la empresa.
Iván no era ningún trepa, aunque daba la sensación de un ambicioso y depravado hombre
ansioso de poder. Pero cuando se le trataba, cuando se le conocía el fondo las personas se
desengañaban, aunque muy pocos se acercaban tanto. En general reconocían que era el mejor
director de ventas que había en la compañía. Coincidían -Ninguno de los anteriores le llega a la suela
de los zapatos-. Y es que Iván dirigía ejerciendo un liderazgo indirecto y humano. No imponía su
cargo, simplemente dejaba que el entorno lo reconociera y juzgara a libertad. Chutaba a gol y
regalaba todos los goles antes de perderlos. Nunca retuvo el balón en sus pies por capricho ni
tampoco para mostrar que tan singular era su dominio. Ay! Cuantas sensaciones encontradas
provocaba.
Implicaba a todas las personas del concesionario instándoles a participar y además, tenía
tiempo para sonreír a las animadoras porque en aquel período las seguía teniendo a mansalva.
Aunque operaba con su peculiar estilo, Iván no era individualista. Tenía “espíritu de equipo” pero de
un equipo muy a su manera porque le fascinaba indagar caminos y otras alternativas a la hora de
proceder. Prefería entrar y salir a su gusto sin descuidar sus responsabilidades. Artista de su pieza, más
tarde la ensamblaba a la obra total. Su creatividad se manifestaba a cada paso y no la rehuía.

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Pero su amada esposa, en alguna ocasión le increpó replicándole que tenía más fe en los demás
que en sí mismo -¿Por qué esa necesidad constante de reafirmarte? ¿por qué permanentemente
justificas tus actos? Creo que tienes un problema de inseguridad, quizás de autoestima-. Iván podía
haberle explicado que no buscaba justificarse ante nadie si no encontrar las razones y enumerar los
motivos que conferían significado a sus actos pero obedeciendo a su optimista naturaleza, en vez de
perder un minuto en abordar el tema planteado por Susana se obsesionó por el concepto de
"renovarse o morir" y de nuevo miró hacia delante en vez de mirarse al espejo... ¡desde el otro lado
del espejo a su interior!
No se detuvo mansamente a meditar, ni a mirar hacia atrás recreándose en el pasado. La vida
nunca había derrotado a Iván que miraba las estrellas y decidía dirigir su arco arriba, apuntando a lo
más alto, más alto aún si cabe que ayer. Sus proezas de antaño debían superarse cada año. Lanzaba su
flecha a un punto lejano marcando su nueva meta ignorando a Don Fracaso. Algunos sabían de su
existencia y de la potencia de su mazazo, pero no así Iván al que tentó pero no encontró y si lo
persiguió, Iván corría más deprisa, saltaba más alto, Iván tenía una resistencia inmensa y, lo más
notable: sabía levantarse de inmediato.
Así de fácil. Así de llano. Y así de impulsivo era Iván. Así se forjaban sus construcciones de
manera compulsiva. Su aplastante lógica le permitía soñar un mundo palpable al que solo unos
cuantos tenían acceso. Iván se proponía conquistar ese mundo posible con la suerte como aliado. Y
levantando su frente al sol, adelantando su barbilla al futuro, atiborrado su pecho de aire fresco
incursionó en el cosmos a la caza de su nuevo propósito. ¿Cuál? ¡Renovarse o morir! ¡Otro cambio!
¿Para qué otro cambio si todo funcionaba divinamente?

Si amaban a los suyos, para Susana era como si volvieran a amarla desde el principio con aquella
inusual potencia cuando explota la pasión del primer beso. Apreciaba las atenciones que Iván
dispensaba a su familia. Y se quedaba asombrada cuando apagaba el televisor y les hablaba junto al
fuego de la chimenea en la nueva residencia de la Costa Brava como un viejo anciano de una tribu
africana transmitiendo la ancestral sabiduría a los niños sentados en coro entorno a su luz.
Iván regaló a los padres de Susana una lavadora de tecnología avanzada y un frigorífico de dos
puertas que llevaba incorporado un potente congelador, además de un sofisticado aparato de vídeo
que no supo explicar como funcionaba impaciente por hacer otra cosa en vez de perderse en el grueso
libro de instrucciones. Prefería descubrir sobre la marcha más que dejarse llevar por un rígido manual,
pero sobretodo no quería estropear un instrumento que no era suyo. También les sorprendió un
miércoles al mediodía con una televisión portátil para que su Tata pudiera ver las telenovelas que
tanto le gustaban en la habitación mientras el fútbol zumbaba ensordecedor a lo largo y ancho del
comedor de la casa de Palafrugell a la que se habían trasladado definitivamente porque el padre se
acogió a la jubilación anticipada tras una huelga que el sindicato organizó en la empresa. Y a su
hermano a quien trataba con educación perfilando una mayor cercanía le ofreció una motocicleta
nueva el día que se casó, y un revolucionario ordenador IBM última novedad en computadoras
personales dos meses antes de que saliera al mercado.
Todo esto era lo de menos. Susana se lo agradecía. Pero no eran los objetos lo que la hacían
feliz, ni la satisfacción que procuraba a su familia con ellos, sino el hecho que eran impulsos
voluntarios que ejercía Iván sin que nadie hubiera sugerido nada. Y ponía en la entrega de cada regalo

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una ilusión infantil que cautivaba y seducía a cualquiera. Iván no solo era cariñoso con Susana. Intuía
que llegaría el día que ya no podría ser tan desprendido y se aprovechó hasta el último minuto.
A continuación cerraría la puerta para trabajar únicamente de puertas adentro en su hogar
con toda su descendencia. Porque Susana lo quería. Quería un hijo.

Susana era hogareña y madre por naturaleza, y precavida como era, al día siguiente de plantar el árbol
previno a Iván de cuanto sucedería cuando fueran tres. La nueva vida los separaría para unirlos todavía
más... extraña contradicción! Ley de vida. Susana se sintió en la obligación de avisarlo y añadió –No
es algo que quiera esperar demasiado... ¡me muero por ser madre Iván!
Era tan previsora que llenaba de provisiones la despensa hasta abarrotarla de latas de comida
porque para Susana el alimento implicaba seguridad. La paciencia era su mejor virtud, pero no por
ello dejó de comprar –Ropita para mi bebito... ¿por qué un día llegará verdad Iván? La bondad de su
paciencia lo confirmaba el simple hecho de convivir con un huracanado torbellino que movía cosas,
personas, situaciones, y dejaba las montañas tranquilas por el momento.
Capaz de sacrificarse por quien amaba, la devoción de Susana por Iván estaba fuera de toda
duda. Ella detestaba la crítica; sobretodo por un desmesurado temor al ridículo. No aguantaba que
la rechazasen. Precisaba pertenecer a una "comunidad". En ello trabajaba últimamente Iván, en que
superara sus limitaciones porque Susana al igual que Juan Salvador Gaviota era en sí misma una idea
ilimitada de la libertad, y no debía dejar de batir sus alas para volar alto en busca de la perfección, por
muy criticada que fuera por la bandada de pájaros preocupados tan sólo en comer y dormir. Sin
embargo, la capacidad de Iván para estimularla y favorecer su transformación chocaba con la
necesidad de Susana de pertenecer a "algo" porque era imposible pertenecer al mundo de Iván. Tener
algo “propio” ¿resolvería? Algo suyo que fuera, también de Iván, otro Iván, ¡un Iván pequeñito!
Únicamente entonces pasaría Iván a ocupar un segundo plano. Pero el saberse relegado no
impidió que un ferviente deseo de ser padre lo embriagara desde el mismo momento de contraer
matrimonio. Iván se había dicho ya en su adolescencia -Mi hijo no sufrirá lo que yo; no; yo tendré
un hijo y lo amaré-. Y lo amaba incluso antes de su llegada como a Susana, presintiéndolo con ciertos
escalofríos las noches de luna llena. Iván conocía perfectamente aquello por lo que un niño no debe
pasar. “Todo yace en la cuna. Todo lo sucedido en el parque se graba en la médula” pensaba. Tal vez
la hiperactividad de Iván obedecía al hecho de no haber jugado de niño. A diferencia de Oscar, nunca
aprendió a quedarse a solas consigo mismo. Y al aburrirse, para no cansarse del agotador fastidio, de
manera frenética se acostumbró a colmar su existencia de los acontecimientos más inverosímiles para
hallar el punto justo de ebullición, digo de emoción.
Demoledor del sistema, incendiario que va por libre y se aleja de la comunidad preestablecida.
Si algo ya estaba constituido y él no había intervenido de algún modo en el proceso, al alejarse de sus
ideas, al faltar su huella y su sello a través de sus concepciones, lejos de conformarse y resignarse partía
a la caza del grupo que se ajustara a lo que consideraba oportuno viajando siempre en busca de otro
nuevo colectivo en algún perdido lugar del mundo añorando las culturas Maya Inca o Azteca.
Y ante tanta amplitud de estrellas su flecha todavía viajaba buscando el punto exacto donde
insertarse suspendido en su impulso optimista de mundo posible que conquistar para renovarse, de
lo contrario se sentía morir. Y manteniéndose en el espacio neutral intermedio entre una cosa y otra,
Susana comenzó a sentirse amenazada por el devenir de los próximos meses segura de que su marido

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se encontraba ya navegando por un río bravo entre dos fuertes corrientes. A ella no le gustaba vivir
al filo de lo imposible rozando constantemente lo prohibido. A Susana no la habían preparado para
tales avatares aunque a Iván tampoco. Él era una consecuencia de aquello que fue, y también de
aquello que no fue, surgiendo en su adolescencia una exultante búsqueda sin fin.

Iván se había adaptado bien al sector de la informática, al estilo de vida que le proporcionaba su
trabajo y a la composición y estructura de la empresa. Los beneficios eran inmejorables. Y lo más
importante: estables. Y cada año se incrementaban siendo más fructíferos. Se dirigía a personalidades
selectas. Los clientes propios eran VIPS en la escala social. Algunos muy populares. Daban un valor
añadido a su cuenta de resultados. Sus llamadas telefónicas tenían como contraparte a interlocutores
ilustres. ¿Quién no quería un ordenador personal en su mesa en aquella época? ¿Y quien mejor que
Iván para proporcionárselo?
Su cartera de clientes había crecido con tres grandes multinacionales que le aseguraban
durante el primer semestre del año la producción total requerida para el ejercicio en curso. Ya no
trataba con usuarios o jefes de departamento. Se entrevistaba con los directores generales o con
importantes encargados de compra. Con ellos charlaba distendidamente en su lujosa oficina cómodo
y bien atendido por simpáticas adjuntas de la firma. Y sin embargo, pese a todo, Iván estaba aburrido.
Sólo en la frenética actividad que lo desafiaba deseaba vivir cien años.
Había caído en el pozo de la rutina, en la temible monotonía porque ni un solo detalle se le
escapaba. Se habían terminado los obstáculos. Realizaba un buen trabajo pero no existían peligros ni
aventuras. No había emoción, nada más hastío. Ya no había un solo desafío. El volumen de venta se
había triplicado desde su ingreso en la empresa. ¡Había tocado techo!
Y dueño de su tiempo quería darle mayor rendimiento y significación.
La estabilidad matrimonial con Susana le hacía sentirse fuerte y mucho más competitivo que
antaño. Estaba dispuesto para otra hazaña. Necesitaba una proeza. Sentía que podía saltar a la yugular
de cualquiera si no hacía algo pronto. Elevar el listón. Quería lo mejor para su esposa, quería darle
más. Se sintió atrapado y profesionalmente estancado. Imposible llegar más alto. ¡Hora de cambiar!
No seguiría confinado a la fuerza en aquel lugar estupendo para cualquier otro ejecutivo que
no siente el ansia de superarse a diario. Ya no quería trabajar para otras personas. Quería progresar! Y
progresar implicaba la autonomía laboral. Necesitaba hacerlo. Había llegado el momento de subir un
peldaño para alcanzar con la nueva posición una vista más amplia del valle del mundo.
La palabra progresar confería el sentido que constituía la acción que anhelaba en esa etapa.
Pero antes de sumergirse de nuevo en la incertidumbre de la batalla, porque esta vez había una paloma
blanca posada en su hombro, y ya no estaba solo, ahora que había formado una familia y reinaba el
amor en su hogar debía ir con mucho cuidado. A él no le importaba comenzar de la nada pasando
insufribles calamidades y precariedad, pero no podía obligar a Susana a comer galletas los fines de
semana sentados sobre cartones helados de frío en invierno. Tenían un nivel alto que salvaguardar.
La había acostumbrado a ciertas comodidades materiales que no quería recortar. Por eso realizó un
sincero trabajo: un exhaustivo estudio de su propia persona y su situación intentando mostrarse a sí
mismo de manera traslúcida, ¿se estaba mirando adentro como Oscar? ¿Por fin atravesaba al otro lado
del espejo?

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No solamente quería mejorar su situación económica. Había afirmado a Oscar “El individuo
es la clave del progreso de un país”. Le había dicho en la cubierta del navío “Sólo podrá obtenerse el
progreso con una buena identificación de objetivos”. Y es cierto lo que dijo Iván: No se progresa en
la vida si no se poseen objetivos. ¿Qué quería? ¿Qué podía llevar a cabo sin sorpresas que arrastraran
a Susana a una depresión?
Iván no podía permitirse el lujo de equivocarse. No se permitiría pisar en falso ni hundirse en
arenas movedizas por falta de precaución. Conocía el proceso de la toma de decisión para caminar
sobre seguro con pies de plomo en línea recta. Tenía una importante obligación para con su amada
esposa y no quería defraudarla. “No sufrirá ningún tipo de restricción” se dijo. “Evitarle todo riesgo
sin por ello arriesgarme a perecer en el sumidero del conformismo” pensó. Y se esmeró en saber qué
es lo que debía hacer porque entendía que no podía continuar, se cuestionó “Independencia laboral.
Cómo hacerlo y cuándo... ”.
Convirtió el estudio en una documentación que poder consultar con facilidad. Pero aquel

dossier fue engrandeciéndose sin que apenas se diera cuenta. Empezó evaluando con gran exigencia

su potencial más relevante y analizando con rigurosidad su trayectoria profesional completa, a la

vez que consideraba un proyecto de la mayor envergadura posible. Y en la carpeta escribió: “Es mi

momento para el desafío, el reto personal que finalmente me permita abrir la puerta del éxito”.

En una libreta gruesa, a parte, fue anotando anécdotas y reflexiones, incluso alguna impresión
personal que dejaba salir brevemente sus sentimientos a la luz. Aunque no se escondía de Susana,
tampoco le enseñaba todos aquellos folios llenos de notas y esquemas y jeroglíficos incomprensibles
para cualquiera. A ella no le gustaba leer nada que no fueran sus confesiones de amor. Iván pensaba
que quizás la molestaría con tantos papeles llenos de conclusiones y complicados argumentos,
aunque de algún modo tampoco quería dejarla participar protegiendo su libertad de acción, su
derecho a ser Iván. Susana tampoco le preguntaba.
En las ocasiones que estaba entretenida con las plantas de la terraza del ático que parecía un
jardín botánico, mientras planchaba o cocinaba, Iván aprovechaba para escapar a su despacho situado
en la terraza acristalada donde concentrado durante horas de conversaciones consigo mismo juntó
sus deseos de ayudar a la gente con la necesidad de formar un "equipo ganador" para su empresa. Y
tropezó con su proyecto nacido en Egipto Escuela de Triunfadores. Repasó el proyecto vocacional
que había comentado con Oscar a partir del cual potenciar las destrezas personales y...

Antes de despedirse de la empresa que le había acogido durante los dos últimos años, Iván asumió la
situación que iba a generarse. El único sueldo fijo sería el de Susana, pero Iván estaba seguro que
podía independizarse porque tenía esa extraña habilidad para asumir riesgos y alcanzar metas. Había
demostrado ser certero con sus objetivos, tanto en la generación, como en la consecución. Estaba
convencido que debía hacerlo, sobretodo por sus características personales que lo empujaban en esa

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dirección. Y en definitiva, esa sensación era todo cuanto consideraba imprescindible para triunfar:
saberse en el camino correcto.
Estaba en perfecta predisposición, aunque no sabía qué podía pasar al día siguiente, pero si
esperaba a estar perfectamente preparado en un mundo cambiante donde todo es transitorio jamás
podría arrancar. Jamás despegaría del suelo.
Se planteó ese tipo de proyecto empresarial porque como usuario había podido comprobar de
buen grado su efectividad y la necesidad de reciclaje profesional en las personas adultas cuando
complementó su precaria formación académica antes de coquetear con el mundo del
espectáculo. Pretendía dar las claves de todo aquello que funcionaba y que a él le había ido bien,
como si se pudieran trasladarse a cualquier otra persona los frutos de las experiencias propias.
Iván estaba en un error si creía que las nociones de vida pueden transplantarse de igual modo
como una planta de una maceta a otra. Si tomas un vaso de agua del grifo y lo vuelves a llenar
para entregárselo a otra persona, el agua que se beberá tal vez ya no tenga las mismas
propiedades y puede incluso que el sabor sea diferente. Se bebe con el mismo vaso ¿pero se
beberá la misma agua? No se pueden realizar transfusiones de conocimientos porque cada
cuerpo asimila de manera distinta.
El hecho de que a Iván le hubiera dado buen resultado una determinada estrategia no
significaba que a otra persona también le funcionaría igual de bien.

Al marcharse a Madrid para gestionar su cese en la central de la empresa, Susana le confesó antes de

partir en la puerta del ascensor que se sentía llena de amor y dos horas más tarde al teléfono desde

su trabajo le dijo -Estoy lejos de ti pero al mismo tiempo cerca mi vida, pues te amo tanto... -. Iván

se deshizo como la mantequilla en la sartén. Era una muestra de apoyo incondicional.

Iván jamás se había detenido a esperar a quien se retrasaba por no aguantar el ritmo de su

peculiar estilo de vida y esto provocó críticas a sus espaldas –Ingrato- exclamaban cuando

abandonaba un entorno habitual, pero nunca imaginó el malestar causado al no frecuentar por más

tiempo el antiguo círculo. Y no le preocupaba si pensaban que se equivocaba al lanzar por la borda

lo construido para empezar en otro lado desde la nada.

Pero se hacía palpable que en su entorno familiar habría comparaciones porque a partir de

ahora ya no era partir de cero... tenía que superar con creces la actual situación, de lo contrario no

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tenía sentido el cambio porque solamente por la experiencia ya no era un argumento viable. Tendrá

que dar cuenta! Tendrá que mirar atrás porque tiene donde volver. Iván debe afrontar la nueva

etapa conjugando parte de la anterior. Un puente lo remite, no al pasado, sino a una parte de su

estructura de la que no se puede ya desprender con el cambio. Por primera vez ya no es borrón y

cuenta nueva.

Fácilmente la gente podía ponerse de acuerdo para coincidir en la inconveniencia de alguno

de sus proyectos y esta vez, forzosamente escuchará si se trata de Susana porque sabe que ella es

incapaz de caminar en el filo de la navaja.

Por otro lado, Susana sabe que su marido la respetará frente a cualquier posición que elija.

Sabe que no intentará convencerla si decidiera creer a los demás en cuanto a la inconveniencia de su

decisión. Pero para Susana prevalecía Iván frente a todo. Confiaba. Le encantaba como era. No le

importaba lo que le dijeran otras personas ni siquiera su propia madre que se echó las manos a la

cabeza cuando se enteró de la decisión de Iván.

Iván había instruido a Susana a base de ejemplos inquebrantables. Y ella disfrutaba de saberse

libre y con capacidad de escoger desde que era una mujer casada -Que digan lo que quieran mi

vida- le expresaba en tono animoso cuando Iván le contaba sobre sus actividades en las que la

integró desde que la sintió como su pareja. Y en esta ocasión volvió a estar del lado de Iván y su

madre sabía que no podía presionarla porque en cualquier momento podía levantarse de la mesa y

desaparecer y volverla a perder quizás para siempre.

La verdad es que como Iván no preguntó directamente a Susana si soportará la tensión por la
situación creada a raíz de su renuncia laboral, como Susana no participó en la decisión vocacional de

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Iván; Susana nada manifestó. Calló. Se distanció sin retirarse de su lado porque Iván no se interesó
por la inseguridad que podía causar la todavía indefinida profesión. Ella no quería inquietarlo ni
preocuparlo porque sabía que desistiría de inmediato por amor; aunque también sabía de su
naturaleza obstinada consciente que si en alguna ocasión un grupo de personas se confabulaban todas
al mismo tiempo para derrumbar su sueño, Iván, en vez de luchar para intentar convencer a nadie de
lo que a su criterio era obvio se marcharía por donde había venido tal como lo había hecho: solo y
sin una pizca de remordimiento... continuaba entrando y saliendo a libertad. Ella temió perderlo y
silenció la certeza de su agobio ante la incertidumbre.
En sus planteamientos Iván se refería a Susana teniéndola en cuenta, imaginando como le

afectarían sus decisiones que en última instancia le pertenecían exclusivamente a él; porque para

Iván no había otra alternativa que ser fiel a sí mismo mostrando lealtad a sus propias inquietudes e

ideales.

La guerra se planteaba decisiva.

Iván deseaba que Susana no sucumbiera en un futuro próximo. No quería que fuera

engullida por las consecuencias de sus acciones ni tampoco por la selva de las opiniones ahora que

finalmente era autónoma, ahora que la había librado de sus cadenas, sin embargo, la hacía caminar

muy deprisa sin tener en cuenta que Susana no estaba acostumbrada a tan singular modo de

proceder. Y aunque ella le sonreía cuando lo miraba, ¿era sincera? ¿Tenía otra opción que no fuera

apoyarlo?

Tuvieron mucho tiempo el uno para el otro desde que empezaron a convivir en el ático, y desde que
cruzaron los dos el umbral, únicamente sobre dos piernas, se trataban con generosidad y respeto el
uno al otro.
A Susana le gustaba sentirse imprescindible cuando su marido pedía auxilio, disfrutaba
rescatándolo, porque Iván no comprendía ciertas cosas bastante elementales, y es que nunca nadie
había apreciado lo corto e ingenuo que era en algunos aspectos. El nivel de inteligencia de Iván no
era demasiado elevado. Aunque esto no cuadraba con la interminable estela de logros que dejaba a
su paso. Ningún mortal supo hasta qué punto había cubierto su carencia intelectual con grandes
dosis de voluntad y perseverancia, pero en la intimidad de su dulce hogar y lejos del mundo exterior
una alma caritativa le ofreció ayuda cada vez que la solicitó -Eres un poco cabezota- solía insinuar
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dándole unos golpecitos con los nudillos en la cabeza como hiciera un día su madre. Susana era la
única persona en la faz de la tierra capaz de llamarle la atención sin que Iván se molestara, y de hecho,
se atrevía porque podía, porque lo sabía: Iván era tan vulnerable como cualquier otra persona. Tal vez
incluso más sensible que la mayoría y por ello más vulnerable. Y le decía que estaba equivocado
respecto a algún tema. Y le decía que no aprobaba cierto comentario u comportamiento. Lo decía si
así lo creía sin miedo a ser coartada o avasallada por un alud de rabia.
Iván la interrogó a diario para recibir cada noche desnudos en la cama las pacientes
explicaciones que Susana repetía y repetía cuantas veces fueran necesarias sobre las cuestiones que
requería mientras él le tocaba su largo cabello, le acariciaba la espalda, masajeaba sus pies con crema
o le metía en la boca una tostada con salmón y caviar. Y la simplicidad con que la interrogaba
demostró que la complicada personalidad de Iván era en realidad fruto de su extremada fragilidad.
Sentía una disimulada aprensión a ser dañado tanto como lo había sido durante su infancia antes de
traspasar el meridiano de los diez años en uno de esos momentos cruciales de la vida. Desde
entonces tuvo que superar cualquier tipo de limitación y se mantuvo en guardia y en permanente
lucha contra todo y contra todos. Iván era un ser que no perdía el tiempo en lamentaciones.
Recogerse en un rincón para lamerse las heridas y compadecerse, ¿él? No! Para qué...
Y sumido en un constante proceso evolutivo, la rapidez de asimilación de todas sus
experiencias le hacían parecer contradictorio, pero si se lo rascaba como a un cromo podía verse lo
que descubría Susana: un ser sensible torturado por el grosor de una armadura que le oprimía y que
había fabricado como escudo para protegerse. Resulta que Iván tan sólo era listo, aplicado,
disciplinado, pero nada más. No estaba provisto de una inteligencia sublime. Mezclaba los extremos
como el péndulo que va de un lado a otro incómodo por exigirse más de lo que podía dar siempre
abocado a la meta, al logro, a un resultado necesario.

Pero listo o tonto estaba en lo cierto: no hay capacidad de adaptación ni movilidad laboral para
obtener ventajas competitivas si previamente no se instruye la persona partiendo de la actitud. Él
mismo era un ejemplo desde que a sus diecisiete años le ocurriera algo insólito durante el servicio
militar. Le había dicho a su amigo Oscar en Egipto “Existe un manual tan simple y evidente que
solemos ignorarlo. Aplicar estas sencillas reglas puede ser el inicio de una etapa interesante” y lo había
sido para él una etapa interesante la época que trabajó en la sala de fiestas en calidad de relaciones
públicas. Resulta que en la vitrina de la biblioteca del coronel... Iván estaba dispuesto a romper el
cristal de la vitrina y meter la mano para alcanzar aquello que de manera abrumadora lo llamaba. Fue
la tarde que la hija del coronel se le insinuó y pretendió seducirlo después de que su padre se marchara,
después de tomar varias tazas de café, de pie, frente a la vitrina, dio con Dale Carnegie que lo salvó de
una errónea actitud de desmesurada desfachatez porque Iván en su juventud se había embriagado de
una pedantería atroz que asustaba, pero a raíz de la conversación con Dale entró en contacto con la
necesidad de reorientarse y se autoformó frecuentando lecturas de sicología saltando de un libro
recomendado a un libro mencionado en las interminables horas que estaba obligado a permanecer
en el cuarto de gastadores del cuartel militar .

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Dale Carnegie escribió: “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas “. El título del libro
puede parecer manipulador, como Iván, pero no es más que un sencillo manual de relaciones
humanas que recopila todo cuanto ya se sabe pero no se aplica. Detalla y justifica clarificadoras y
simples reglas para obtener un comportamiento más sano y por ende más productivo cuando se
comprende, como le sucedió a Iván, porque desde entonces, apasionado por el descubrimiento que
puso en practica de inmediato, habiendo identificado la facilidad del triunfo gracias a esa base tan
optima como son las relaciones humanas, amplió los horizontes sediento del saber filosófico en un
sentido eminentemente práctico. Y en la estantería del salón de su apartamento de la zona franca se
acumularon a lo largo de los años escritores como N.Vincent Peale, Wayne W. Dyer, Napoleon Hill
y como no, Og Mandino y Richard Bach y Hermann Hesse con su Sidharta. ¡Qué sencillo es variar el
comportamiento cuando se aplica el autentico sentir y una actitud lubricada por el saber y la
necesidad de saber cada día más!
Durante su intensa y variada trayectoria profesional intercaló distintas lecturas. Doce años de
intensas relaciones interpersonales en distintos empleos le permitieron adquirir conocimientos que
investigar y recopilar para analizar, vivencia a vivencia, sintetizando y estructurando el material que
ahora le servía como base de trabajo. Se le despertó una franca vocación que poco a poco se había
dibujado como su profesión; una actividad dirigida a quienes desearan un contacto más humano
especializada en ayudar a conseguir armonía interna por medio de una dinámica y didáctica
formación.
Minuciosamente preparados, los cursos iban a ser ampliados y perfeccionados con técnicas y
herramientas para facilitar a la gente un mayor rendimiento y aprovechamiento de sí mismos en
busca de una fórmula que lograra la satisfacción personal en relación con el entorno, tanto laboral
como familiar y social.
Había comentado con su buen amigo que cuanto más afecta la alta tecnología más
necesitamos un descanso no-técnico y dado que se convierte a pasos agigantados el ser humano en
autómata de una sociedad excesivamente materialista, condición que salpicó brevemente a Oscar en
su período de desenfreno económico arrastrado por la publicidad atractiva saciando su imparable afán
de consumir en la certeza que la imagen y la forma es más importante que el contenido, Iván, con
sus cursos, pretendía evitar justamente esa clase de autodestrucción con la aportación de temas
adecuados recuperando por ende la sensibilidad hacia la destartalada escala de valores que él mismo
había confundido en su infancia, distorsionándola en su adolescencia y trastocándola en su juventud
atiborrándose de cine hasta que Dale Carnegie lo hizo reaccionar ante la posibilidad de una base más
noble, pues las películas le habían transmitido emociones pero pocos valores “Y que peligrosamente
nos continúan asaltando en los últimos años lo vacuo del cine fruto del acoso mediático al que nadie
escapa” hubiera afirmado Oscar. Porque Oscar nunca había visto una película de Federico Fellini, Fank
Capra, Igmar Begman o Françoi Truffau.
Aunque era un proyecto digno en el que debía invertir tiempo y dinero, cometía un grave
error de planteamiento. Iván lo emprendía para obtener satisfacción personal, pero lo enfocaba como
un negocio por su necesidad de llevar ingresos al hogar; y no un salario pequeño sino alto, al menos,
igual al de meses atrás. Decía “Avanzarse pero jamás retroceder”... ahí estaba Susana; no podía errar el
tiró, el balón tenía que entrar en la portería, su décimo tenía que ser el premiado.

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Iván había iniciado un proyecto del cual sentirse orgulloso, al que se volcó completamente
con absoluta fe en lo que realizaba pero el éxito, dependía de la persistencia en el objetivo además
del ingenio, y de un elemento incontrolable: el mercado. Y cegado por la ilusión del evento se olvidó
de evaluar la situación del mercado para comprobar si era el momento oportuno para tal empresa.
Pero es que habiendo escuchando a Oscar comprendió que la naturaleza debe manifestarse a
través del individuo como identidad propia, alejándose de la manipulación que ejercen los actos
institucionalizados y las vastas organizaciones y necesitaba empezar cuanto antes.
Así fue como creó una organización denominada Central de Formación en Humanidades con
el subtítulo "Enseñanzas sin paredes ni fronteras". Y se especializó en ayudar a conseguir estabilidad
en las tres áreas básicas: personal, profesional, y social. Los seminarios-Taller serían impartidos desde
distintas perspectivas, estructurados y desarrollados con técnicas y un sistema adecuado para
conseguir alentar y facilitar el éxito personal y profesional. Había encontrado el método que no supo
explicar a su buen amigo en Egipto.

Sólo enfrentándose a sí mismo consiguió Iván ser capaz de destaparse y descubrirse, accediendo a una
zona más elevada de sí mismo convirtiendo su actividad en algo lleno de significado. Y su sentido
práctico de las cosas, no albergaba dudas acerca de la necesidad y la conveniencia de un proyecto de
beneficioso carácter social. Desde su Central de Formación devolvería las riendas a la humanidad para
que no fueran las maquinas quienes manejaran el destino de tan alto colectivo.
Bastaba echar un vistazo a la sección: guía de la enseñanza de cualquier periódico. Existen
apartados de grafología, fotografía, dietética, idiomas, también sobre el cuidado de las motocicletas,
la homeopatía y las técnicas del vestir, por supuesto sobre mecánica, arquitectura o ingeniería pero
nada sobre humanidades. Absolutamente nada que indique la posibilidad de aumentar las destrezas
y habilidades personales. Por lo tanto, ofrecía una opción interesante y revolucionaria. Hay acceso a
toda clase de Master Postgrados y Doctorados, pero nada hay sobre el individuo que debe realizarlos.
Es una incongruencia, ¿era Iván un iluso? Parece que no importa quien es la persona que se oculta
detrás del título u el oficio, pero sí para Iván. Él había cambiado, mejorado. ¿El país mejoraba?
Ahondaba en este campo silvestre que le parecía apasionante pendiente de explotación
comercial. Le dijo mientras se afeitaba cuando Susana se duchaba “El futuro próximo será de los que
inviertan ahora en formación” pero el ruido del agua no la dejó escuchar. Y se fue a trabajar luego de
darle un beso y mirarlo fijamente a los ojos... como si quisiera decirle algo y no se atreviera.
Todo ese material se estaba elaborando lentamente. Debía ir creándolo tranquilamente, sin
prisas ni presiones del calendario dejando que las cosas sucedieran y observando como lo hacían.
Participando y disfrutando del proceso atento a las señales. Sin darse cuenta, Iván cambiaba por
dentro conforme avanzaba ese material dando un giro abismal respecto al adolescente travieso y
aquel joven intrépido que había sido él. Se estaba convirtiendo en un hombre nuevo con todo aquel
trabajo, mejorando interiormente cosa que se reflejaba en sus actos. Ya no sólo importaba el
beneficio, también existía placer en la labor que desempeñaba. No solo el resultado... interesaba la
manera de recorrer el camino.

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Los seminarios-Taller estaban siendo adaptados a los tiempos que vivía España. Contenían los
ingredientes esenciales para que cualquier persona llegara donde se propusiera simulando el gran
sueño americano.
Iván quería que lo aprendido en su escuela fuera de gran utilidad. Mantenía que los estudios
cursados en los colegios, las academias y las universidades, eran temas orientados al conocimiento de
disciplinas que negaban la potencialidad del individuo. Y él quería contribuir a desplegar tales
capacidades particulares.
Seguía trabajando muy ilusionado hora tras hora en su proyecto sin necesidad de la

aprobación ajena explorando las diversas opciones y rompiendo la barrera de lo convencional.

Permanecía frente a la pantalla del ordenador que desembaló para escribirle a Susana y que había

quedado arrinconado en su estudio. Durante los años que trabajó en ambos concesionarios IBM

jamás tecleó en una sola máquina. Comercializó los ordenadores personales pero nunca los adoptó

como herramientas de trabajo. No le gustaban las máquinas. Iván prefería el trato con las personas,

pero se servía del ordenador porque ahora le era de utilidad y cuando se levantó y se trasladó a la

cocina para prepararse un café fuerte se dijo “Es una verdad incuestionable: los ordenadores no

mienten”.

Persiguiendo su autorrealización personal más que las ganancias económicas, había saltado a
su aventura laboral capitalizando el dinero del desempleo. Se arriesgó a funcionar como freelance de
la formación entorno al talento humano y a la selección de personal. Los primeros contenidos que
estuvieron listos fueron los relacionados con temas sobre la comunicación integral, el marketing y
las ventas. Iván entendía que el arte de tratar a la gente es un producto tan vendible como unos
pantalones, una tostadora o un estropajo de aluminio, y lo consideraba tan indispensable como el
azúcar la sal o el café... vale la pena invertir! Y vaya si invertía su tiempo, no había más que verla la
cara a Susana que en ocasiones se acostaba sola porque Iván tenía una inspiración en su despacho
rodeado por el jardín botánico. Iván estaba convencido que el arte de las relaciones humanas es una
forma de ganarse la vida como cualquier otra. Y pensó que él podría. Su objetivo era lograr un
posicionamiento como profesional en el campo de la capacitación.
Extendía sus alas al viento componiendo su personal sinfonía. Proclamaba su independencia
ideológica y su autonomía profesional haciéndose responsable de sí mismo, con una actitud interna
limpia y un comportamiento externo sincero y entusiasta. Su perfil era el de un hombre responsable
y comprometido con su obra. Disciplinado y perseverante, había dado en el campo profesional
suficientes muestras palpables a lo largo de su trayectoria de la innata capacidad para planificar, liderar,

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y controlar su trabajo y el de terceros. Su habilidad para las relaciones interpersonales y su energía


motivadora le conferían la insignia del buen comunicador, incluso en la negociación para la solución
de todo tipo de conflictos. Iván era un ser polivalente con iniciativa. Un espíritu creador de ideas
vanguardistas. Una especie de multinacional de sí mismo. Un autodidacta. Un ejecutivo libre con una
terrible facilidad para expresarse en público y aunque carecía de títulos universitarios, como formador,
al poseer ese especial “don de gentes” buena presencia, elocuencia y poder de convicción, ahora que
amaba el principio que exponía, sobretodo, por no ser un producto cerrado sino facultades del ser
humano a desarrollar, cualidades de todo individuo vivo, su expresión se acentuaba y se elevaba
todavía más que cualquier otra vez. Las puntas de las alas tocaban cada uno de los horizontes laterales.
Por encima de cerámica rota y astillas de vidrio con los pies desnudos era capaz de abrirse
camino Iván. Subió su vida a una carreta para traquetear por caminos pedregosos, para volar con
fuerza más allá de la tormenta con la firme creencia que al borde de la confusión destaca el brillo del
sol aún con una pirámide a cuestas. ¡Trabajo de coloso! Un titán en ciernes. Con su peculiar acento
y su incesante ritmo y su misteriosa aura estaba dispuesto a golpear con el puño la puerta de roble
macizo del destino. Buhonero que paga la posada con una balada, viajero incansable al que no le
importa dormir en el granero si hace falta y que aprecia la suite o el humilde dormitorio de la
sirvienta, inquilino al que no le molestan las pulgas ni le estorban las sedas con el conocimiento de
la brevedad de la vida y de sus pasiones y las claras tentaciones que trazan líneas rojas y sermones.
Iván sabe donde está el equilibrio de la moral para que la balada sea honesta e instructiva, peligrosa y
amena al mismo tiempo. Y sigue siendo extraordinario sin posibilidad de etiquetar o definirse la estela
de su caminar aunque la gente se empeñe, porque no se puede poner un rombo dentro de un
rectángulo sin que se queden fuera dos ángulos.

Como hombre, Iván se consideraba maduro. Crecía con las dificultades y esto agudizaba sus

sentidos. Escribió como posdata en cada uno de los dosieres que iba terminando “Aún el más sabio

sigue descubriendo cosas nuevas cada día”. Bien descansado, bien alimentado, y siendo dueño de su

vida y de su tiempo podía sorprender al más incrédulo de los mortales. Obtendría ventajas si creaba

su empresa reflejando en ella su mundo, en lugar de trabajar en una organización donde esta visión

le es servida en bandeja al empleado. Y tan convencido lo veía Susana que le dijo agachándose para

darle un beso en la cabeza mientras tecleaba en el ordenador antes de marcharse a trabajar –Haz de

ti y de tu empresa un ejemplo cariño mío-. Iván se había levantado ese día a las cuatro de la

mañana.

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Cada vez que Susana llegaba a la calidez del hogar tras su jornada laboral, Iván la recibía con

alegría llenándose de felicidad plantado delante de la puerta con los brazos abiertos en cuanto

escuchaba el tintineo de las llaves chocando contra la cerradura. Su llegada era el mayor suceso del

día, y para Susana, esas horas hasta el amanecer del día siguiente eran más placenteras que su

necesidad de estabilidad económica. Sin embargo, a la mañana siguiente, otra vez en el automóvil,

la desagradable sensación de soledad se incrementaba acompañándola hasta la oficina. Realmente se

sentía insegura, pero sin miedo por la confianza que le tenía.

Iván agradecía esa autorización no verbal en las circunstancias actuales porque demostraba el

enorme respeto que le procesaba tanto a su persona como a sus ideas. Antes de condenarlo al

fracaso Susana le otorgaba el beneficio de la duda para que tuviera un margen de maniobra para la

acción. Llegada una situación extrema de grave peligro, un golpe de timón a tiempo salva la

embarcación de quedar embarrancada en las afiladas rocas que como cuchillos desgarran los sueños

imposibles... lo sabía Susana tan bien como lo había aprendido Oscar en Grecia.

Iván fue siempre arriesgado y continuaba siéndolo, pero nunca se volvió imprudente y su
temeridad, que indudablemente existía, porque el mundo es de los valientes y solamente de aquellos
que son osados, no dejaría que afectara la construcción de la estructura familiar. Y seguía trabajando
en su despacho por primera vez en un encierro voluntario. Y como el viento que se cobija y parece
detenerse permanecía Iván encerrado en la terraza acristalada del ático de la avenida Diagonal,
retirado, ¿invernaba en verano?

A todo esto se planteaba un dilema en el hogar: el proyecto empresarial de Iván o la maternidad de

Susana. Había que decidirse. Iván quería crear “su niño” y Susana quería criar al hijo de ambos en

cómodas condiciones exenta de sobresaltos –Y ya no puedo más con tanta soledad... mi vida

entiéndeme!!!-. Se lo dijo un miércoles antes de salir hacia su puesto de trabajo.


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Había dejado la taza y el plato en la pica y al pasar por detrás de Iván, se detuvo un instante

para besarle la cabeza y salió sin apenas hacer ruido, sin decir nada más. Solían darse un beso no

siempre se decían adiós. Iván consideraba que era demasiado vulgar o quizás un tópico religioso.

Y permaneció aquella mañana largo tiempo sentado en la silla mientras la luz del día iba

iluminando la casa al penetrar poco a poco por cada ventana del ático.

Lo primero que valoró del comentario de Susana era su predisposición a participar, a

implicarse, y ayudar en el proyecto fuera lo que fuera que finalmente sucediera, y a continuación,

elogió su disposición a dedicarle todo el tiempo del mundo al ser que decidiera visitar primero su

vientre, y luego el hogar. Habían decidido durante el viaje de novios que llegado el momento de la

maternidad Susana se entregaría en cuerpo y alma abandonando el mercado laboral. Incluso antes

de la boda hablaron a cerca de los posibles nombres de sus futuros hijos. Su relación como pareja

no había dado la más mínima señal de debilidad o conflicto y se había consolidado. No había fisura

alguna. Se había fortalecido grandemente el amor en los tres años de matrimonio y exigía un fruto.

Ninguno de los dos había perdido interés por el otro ni tampoco la intensidad inicial. La fogosidad

del romance se mantenía con la misma fuerza. La ilusión de la unidad permanecía inalterable y por

ambas partes intacta. Iván y Susana se amaban por encima de todo y ella le parecía que entraría en el

Olimpo de los dioses si podía traer al mundo un chispa de vida. Hasta que no fuera madre no sería

totalmente una mujer -Una mujer completa y acabada Iván- le dijo tumbada en el sofá mirando

una de sus series preferidas cuando Iván llegó del despacho situado en el otro extremo del ático.

Susana necesitaba a Iván a su lado a menudo, sobretodo los domingos, aunque simplemente

con verlo y sentirlo cerca tenía suficiente. De cuando en cuando se asomaba de puntillas por la
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rendija de la puerta del despacho para contemplarlo mientras él, suspendido el pensamiento en el

cosmos, sumido en sus elucubraciones absorto en sus planes de conquista ideaba una nueva

filosofía de vida. Y Susana suspiraba regresando sola al comedor. Se dejaba caer en el sofá, y

estirando ambos brazos a los lados cogía dos cojines que comprimía en su pecho sintiéndose vacía

porque realmente Iván estaba a años luz. Necesitaba compañía. Y tener algo que se moviera en su

interior que además formara parte de su amado Iván se le antojaba cada vez con mayor fuerza el

último placer por descubrir.

Desde niña había sido poco decidida pero estaba decidida respecto al deseo del hijo, y un le

dijo el jueves en la cocina después de tomarse el desayuno que Iván le había preparado con amor -

Creo que todavía no es tiempo de trabajar para ti... Cariño, creo que todavía te quedan cosas que

aprender con alguien. Te falta ser "papi" que, lógicamente, te hará madurar estabilizando tu vida-.

Opinaba que la determinación de Iván no era suficiente. Los buenos resultados no dependían

exclusivamente de él. Pensaba que aun le faltaban un par de años convencida que todavía no era el

momento para su proyecto definitivo.

Iván agradecía que la comunicación fluyera entre ambos sin necesidad de lubricantes. Pudo

escuchar el viernes durante la cena -Si estás por tu cuenta no es sensato tener un hijo. Tendremos

que esperar unos... tres o cuatro años por lo menos, pues me dedico a apoyarte a ti o al niño pero a

los dos por igual no podré- y Susana enmudeció. Llevó un trozo de róbalo a su paladar. Iván le

sirvió un poco más de vino blanco. El fin de semana fue fantástico. Salieron juntos al campo.

El lunes por la mañana cuando Susana se hubo marchado a la oficina Iván acercó una silla a

la mesa esquinera de la cocina. Se sentó, y sentado permaneció visualizando como Susana se


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terminaba la leche de pie y ladeó la cabeza hasta quedar inclinado buscando el perfil de Susana

imaginándola gorda.

El martes, antes de marcharse escopeteada para no llegar tarde a la oficina le entregó una

bolsa de los caramelos que le gustaban a Iván, quien en la puerta del ascensor la despidió y se llevó

uno a la boca. Salió luego a la terraza y se sentó frente al ordenador imaginándola a la hora de

comer con sus compañeros en el restaurante de enfrente de la empresa. En una hora no le daba

tiempo de ir a casa y volver al trabajo. Porque a diferencia de Iván, Susana tenía empleo fijo.

También Iván trabajaba, invertía ocho horas frente al ordenador, pero no ganaba dinero.

Iván estaba concentrado en su centro de formación particular al que había que dotarse de

contenido porque hay que sembrar antes de poder recoger ninguna cosecha “Estoy fabricando las

semillas que plantar y regar” se decía cada día al apagar el ordenador por la noche. Iván no se

rascaba el ombligo en casa. No encendía el televisor en cuanto se marchaba Susana. Trabajaba

aportando energía a cada hora del día encerrado entre cuatro paredes por primera vez sin angustias

ni claustrofobia. Ni si quiera se detenía para comer. Aguardaba a la cena para hacerlo con su mujer.

La mujer que conmovió a un volcán.

Iván decidió no aparcar su proyecto, pero animó la maternidad de Susana. Alimentó el

deseo de un hijo porque su afán era similar sino idéntico. A Iván le gustaban los niños y continuaba

sintiendo escalofríos las noches de luna llena. Jugaba tirándose por el suelo y riéndose hasta de sus

propias payasadas en el rellano de la escalera con sus vecinos de seis y nueve años. Los hacía correr

persiguiéndoles escaleras abajo para infringirles numerosas dosis de cosquillas. Junto a los niños se

transformaba dejando salir al pequeño Iván. Despertaba al niño que yacía dormido en su seno
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cuando necesitaba gozar de la genuina alegría recuperando levemente a quien no pudo transitar en

libertad por los caminos dichosos de la infancia; esa época en la que aun reina la incertidumbre

respecto a la realidad mientras los sentimientos alcanzan una fuerza más intensa que en ningún

otro momento de la existencia humana, salvo, quizás, en la muerte.

Iván puso en manos del azar el posible embarazo que llenaría de vida a Susana que pensaba

que un precioso retoño la salvaría del ansia de tanta incertidumbre. Y esa misma noche hicieron el

amor sin ningún tipo de precaución.

Exceptuando su maternidad, Susana no perseguía nada con verdadera pasión sino era a Iván. Su

carácter alegre la hacía brillar con luz propia. Muy sentimental, si alguna vez lloraba, no se trataba

de ninguna treta femenina. Nunca utilizó lágrimas de cocodrilo para conseguir sus propósitos. Iván

la trataba con mucha dulzura para no herirla y de hecho, ponía todo su empeño; aunque alguna vez

se despistaba porque sintiéndose bien, relajado, en la calidez del hogar, cuando Susana le

preguntaba, Iván opinaba y su excesiva sinceridad le causaba un sufrido malestar por la pronta

ausencia de tacto al referirse a alguien a quien atravesaba con su daga sin animosidad. No había

maldad en su gesto. Y Susana terminó por acostumbrarse.

Cuando Iván se dirigía a Susana le hablaba con mucha delicadeza. Nunca había una sola

palabra discordante entre ellos. Ninguno de los dos tuvo que elevar el tono de voz. Se respetaban

mutuamente. Sabían que no por gritar más se posee la razón. En las más de mil trece noches que se

habían acostado juntos, fuera quien fuera que entrara primero en el sueño lo hacía con la palabra

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amable y un te quiero directo al corazón como paso previo a dejar caer los párpados. Y acurrucado

en la cama, en compañía del otro, su felicidad se veía colmada.

Susana era una persona interesada por el pasado, apegada a sus recuerdos. Iván carecía de
cualquier indicio del ayer, y esto la incomodaba. Parecía que Iván hubiera nacido el primero de
noviembre de 1988. De todo lo acaecido anteriormente Susana no sabía absolutamente nada. No
conocía ni un detalle, excepto la férrea amistad que le unía de por vida a Oscar, más como hermano
que como amigo. Mejor dicho, más él mismo que sí mismo.
Iván prefirió mantener al margen todas sus correrías porque la cadena de sucesos la
confundirían, y algunos hechos muy probablemente le pondrían los pelos de punta. Aquel Iván se
había quedado en las puertas de la iglesia. Todo aquello pertenecía a un Iván que ya no estaba. El Iván
marido quedaba lejos del escandaloso Iván. Seguía siendo Iván el distinto porque no se aferraba a lo
cotidiano, sino a la novedad, a lo desconocido, a los cambios que a otros les producen inquietud o
angustia y con su ejemplo invitaba a revisar actos y comportamientos porque en lo distinto se
encuentra el maravilloso prodigio de la vida. Esa peculiaridad de su naturaleza nunca cambiaría. Con
ese magnetismo especial tan sólo se podía hacer una sola cosa: aprender a vivir con él y abrirse a lo
que estaba por venir.
Posesiva, Susana no admitía renuncia. No poseer la historia de su amado le dejaba un mal
sabor de boca. Cuando le increpaba preguntando con disimulo mediante observaciones con trampa
que pretendían sonsacarle cosas, no conseguía pescar el pez que muere por la boca “Concéntrate en
nuestro presente y en lo que tú y yo estamos haciendo y haremos juntos en el futuro cariño. El
pasado es sencillamente eso, pasado”. Así zanjaba Iván toda función detectivesca y aunque una
semana más tarde ella volvía a insistir atacando por otro flanco, se topaba con esta frase repetida hasta
la saciedad “El pasado es sencillamente pasado” como un disco de vinilo rayado que se repite una y
otra vez sin descanso. A regañadientes renunció a poseer la verdad de unos hechos y unas fechas que
se encontraban lejos. Dejó de preguntar, aunque pensaba que eran de su propiedad cada uno de los
acontecimientos que habían marcado la vida de Iván. En cambio él, prefería olvidarlos. Centrarse en
el hoy. El ayer solo influía ligeramente si se le permitía, pero el ahora determinaba el futuro. Quería
una plácida vejez a su lado. No valía la pena perder el tiempo en investigaciones y hallazgos que no
entendería y la impresionarían hasta el punto de preguntarse con qué hombre comparto mi vida. Era
necesario invertir ese tiempo en asegurar el futuro asentando el presente, más que hurgar en el baúl
de los recuerdos. Pero lo viejo tenía mucho valor para Susana porque saber esas cosas que ocurrieron
antes la hacían sentirse segura. Sin embargo Iván actuó correctamente. Si hubiera conocido sus
andanzas y todo su historial, ¿se hubiera casado con Iván? ¿Era ese hombre el mejor padre para sus
hijos?

Encantada de ser la esposa de Iván, rogaba a Dios para que todo marchara bien. Habían escrito su
dicha con letras doradas superando treinta y siete meses de vida conjunta trenzando la magia
anhelada desde el fantástico amor. Y todo ese logro infinito seguía envolviéndolos
permanentemente ¡siempre!

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A pesar de todo aquel periplo laboral de Iván componían la pareja más feliz de cuantas
conocían e intuían -Me siento la mujer más feliz del mundo entero lo prometo-. Lo escribió en la
agenda de Iván unas veinte veces. Junto a la última frase añadió una posdata -Qué alucine que escriba
tanto pero yo se que a ti te gusta-. Al descubrirlo Iván soltó una risotada y las cristaleras que
enmarcaban el despacho en medio del jardín botánico estuvieron a punto de resquebrajarse. Se puso
contento leyendo cada una de las once palabras aproximadamente un centenar de veces después de
que ella se hubiera marchado a la oficina.
Susana tenía necesidad de escribir lo que sentía en muchos momentos pero le costaba

hacerlo y se reprimía negándole un inmenso placer a su marido que veía aquella forma como una

posibilidad de conocerla mejor. Ella nunca había sido muy expresiva. Guardaba cosas para sí debajo

de su caparazón... ¡como el dolor que le infligían los vértigos por la incertidumbre del futuro!

Callaba. Pero en su mente sucedía un terremoto -No hay dinero para leche, no hay dinero para

pañales, no podemos comprar la cuna... son frases que me atosigan!!!-. Susana temía verse ante la

prueba del embarazo sin saber como llenar la despensa. Y a medida que pasaban las semanas la

asaltaban más y más temores. Pero ya digo, callaba.

Cuando tenía calor, Susana dudaba durante un rato a cerca de si debía o no debía remojarse

porque el agua seguramente estaría fría. Antes de llegar a tomar una decisión, por sencilla que

fuera, daba varios rodeos como un cangrejo que se mueve andando hacia atrás cuando en realidad

pretende avanzar. Y era incapaz de decir NO, aunque a veces se arrepintiera de no haberlo dicho.

Eso lo detectó Iván. Y quiso que aprendiera a dar una negativa sin que importar la reacción ajena

porque ella tenía “derechos”. Una vez más era Iván quien le enseñaba algo útil y positivo con la

sutileza que imprimía en algunas acciones. Pero... ¿aprenderá ella a mostrar sus derechos?

Tenía derecho a mostrar su incertidumbre aunque Iván no le preguntara directamente,

incluso podía ponérsela por escrito. En vez de intentar anotar para desgranar en una hoja aquella

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sensación que la envolvía Susana se ocultaba, ¿pero por qué no le daba unos golpecitos en la cabeza

para que Iván se detuviera?

Tras hacer el amor con exaltada fogosidad en el primer y rápido revolcón y mucha ternura en el
segundo, era Susana quien hablaba una vez recuperado el aliento -Tendremos hijos preciosos, los más
bonitos del mundo porque estarán concebidos con amor-. Lejos de pronunciar ninguna palabra, Iván
se limitaba a apretarla fuerte entre sus brazos para reforzar esa sublime unidad. Y se sumía en el más
absorto de los mutismos escuchando solo el bum bum del corazón y la respiración ¡La vida!
Desde que contrajo matrimonio atribuyó al acto la condición de una forma de comunicación,
una fuente de placer y una válvula de escape, pero sobretodo le otorgó la facultad del intercambio
activo de energía positiva como la transacción vital más bella entre dos seres humanos. Susana estaba
de acuerdo.
En uno de esos idílicos instantes sonó un -Encontrarás la manera de formalizar ese trabajo
fabuloso que te hará sentir realizado por fin, ya verás mi vida-. Cierto es que estaba acostumbrado a
obtener resultados inmediatos y tras largos meses de infortunio, Iván era el único sorprendido por la
lentitud del proyecto. Había gestado bien la idea: trabajar para sí mismo. Había desarrollado un plan:
confeccionar los mejores contenidos. Pero ese era un trabajo arduo que no se podía improvisar. Las
buenas ideas no ponen los platos en la mesa y el dinero no ha crecido nunca en los árboles. Iván lo
sabía. Sabía que no tenía encargos a la vista. Sabía que el panorama no pintaba bien. Pero la frase, el
tema de conversación, concretamente esa cuestión, Susana debería saber que no era apropiada para
aquel preciso instante. Hay un momento para cada cosa y aquellos eran momentos para el expresivo
lenguaje del cuerpo. El tacto permanecía superado el sexo voraz quedando al descubierto el amor
romántico. ¿Por qué estropearlo? Y sin despegar los labios se levantó para ir al baño mientras Susana
yacía desnuda en la cama todavía húmeda. “Se pierde el hechizo si comenzamos a hablar entorno al
mercado laboral” se decía Iván bajo el agua helada en la ducha “... cuando probablemente acabamos
de forjar una vida” y sonrió orgulloso.
Le causó malestar el simple hecho de referirse al asunto porque rompió la magia. Pero como

Iván nunca se enfadaba, Susana no supo lo malhumorado que estaba cuando le vio en la puerta

mojado, fuerte, vigoroso, a continuación de la revitalizante ducha justo antes de que se abalanzara

sobre ella saltando como un jaguar encima de su presa para darle la vuelta y doblarla y penetrarla

para que jadeara ajena al inconveniente causado.

Susana gemía del placer inyectado por su salvaje amante que le descubría límites

insospechados para ella respecto al sexo y el amor. No le había costado aprender. Y descubrió goce

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en los variados juegos eróticos que numerosas veces la desconcertaron. Ambos se complacían en

los deseos más pavorosos y cada fantasía era escenificada antes o después y gastada hasta la saciedad

para pasar a otra más excitante si cabía, porque los juegos eran los responsables de alejar la

monotonía de la alcoba.

Susana tenía a Iván exclusivamente para ella, y en ocasiones, no se lo creía. Le gustaba presumir
delante de sus amigas de juventud que lo encontraban un tipo interesante cubierto de un alo de
misterio por su secreto pasado. Se pellizcaba para despertar del sueño. Se frotaba con fuerza los ojos
y los abría como platos y se decía -Sí, es bien verdad todo cuanto tengo, aquello que siempre soñé y
todo cuanto pedí, Iván me lo ha dado- y a continuación se llenaba de satisfacción al admirar su
precioso ático de doscientos cincuenta y nueve metros cuadrados con plaza de garaje y trastero y una
terraza inmensa que daba la vuelta al alto edificio. Era cuanto podía desear -Juro que nadie me
hubiera podido hacer nunca tan inmensamente feliz-. Y no era por todo cuanto tenía que estaba así,
sino por como se sentía junto a Iván. Y lo amaba por como era, por todo cuanto le provocaba que
la hacía vibrar. Y aunque la actual situación de incertidumbre laboral era fatigosa, Susana se sentía
viva y esta vivacidad bien valía un poco de sufrimiento. Sentía intensas y penetrantes emociones que
nunca antes había concebido -Estoy segura que nadie hubiera podido hacerlo mejor que tú, mi vida-
se atrevió a confesarle introduciéndose por las pupilas para atravesar su cuerpo siguiendo los vasos
sanguíneos y las terminaciones nerviosas bordeando los huesos hasta llegar a las mismas plantas de
sus pies. Y ciertamente, la mayoría de las veces, Susana no pasaba por la puerta henchida de grandiosa
felicidad por ser la esposa de Iván.

* * * *

Iván tenía claro que riesgo y recompensa van de la mano. Ser padre de un proyecto se cobra tiempo
y esfuerzos. Los riesgos previstos son sanas aventuras más que peligros mortales, pero el tiempo se
dilataba más y más y él se impacientaba. De manera imperiosa precisaba resultados urgentes. Tocar
dinero para no herir su ego. El dinero de la capitalización de su desempleo se había terminado y las
arcas quedaron vacías. El sustento provendría únicamente de Susana y esto lo incomodaba a más no
poder. Empezaba a impacientarse. Demasiadas horas días semanas elaborando con la precisión del
cirujano cursos que luego no podía impartir porque no había salido a la calle para ofrecerlos. ¡Pero
era imposible comercializarlos si todavía no estaban listos! ¿Era un perfeccionista?
El asunto no era fracasar, sino el abandonar a medio camino. No se cuestionaban sus dotes.
Susana resistía sin poner impedimentos, comprensiva; no había ningún inconveniente por su parte
para seguir aguantando sin quejarse ni poner mala cara porque por amor se amordazaba el alma. Al
verlo tan entusiasmado y tan sumamente entregado se derretía de admiración por quien defiende sus

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ideales dándole una oportunidad a su marido. Susana ayudaba a que el tiempo acercara el resultado
hasta que llegó rompedora la noticia: estaba embarazada.
La mayor ilusión de Susana tomaba cuerpo. Un nuevo latido estaba en ella, con Iván, desde
Susana, pero Iván también lo sintió sin que ella tuviera que decirle nada porque un escalofrío lo
sobrecogió una madrugada y la despertó “Tenemos que ir a una farmacia de guardia, corre, vamos,
ya está aquí!”.
La vida nos obsequia con todo cuanto deseamos e Iván deseaba un hijo al que poder educar
porque traer una criatura al dulce hogar que había creado junto a Susana era el mayor regalo que
podía hacerle a su esposa y al mundo.
Iván se enorgullecía del programa de trabajo relativo a su Escuela de Triunfadores por su

contenido y la finalidad que perseguía: procurar el bienestar a los demás reparando en sus

escondidos anhelos, provocando un movimiento interno interesante y beneficioso y reconfortante

y enriquecedor. Porque Iván les incitaba a progresar y a disfrutar plenamente de la vida. Se había

dicho durante largos meses mientras realizaba ejercicios físicos a media mañana para

descongestionarse de tanto ordenador “Deseo crear una obra de la cual pueda sentirme dichoso y

por quererlo lo hago intentando contribuir a configurar los cimientos de un mundo mejor” pero

tras la noticia Iván había extraviado la concentración y al abrazar a Susana y empezar a chocar con

su barriga se olvidaba del proyecto centrándose en aquella pequeña cosita que nacía a la vida. Y

comprendía que no eran momentos para hacer inventos.

A partir de la noticia había confeccionado unos seminarios para impartir de inmediato a través
de la Sección “desempleados” vinculada a la Seguridad Social, pero los procesos administrativos de la
institución eran muy lentos y no se podían programar hasta el siguiente semestre. Impartió tres
seminarios por su cuenta y con el ingreso compraron la cuna y el ajuar del bebé. Pero la falta de
resultados seguía apremiándolo y se puso a pintarle la habitación de un color neutro. El mercado no
estaba en su mejor momento.

Iván fue postergando su proyecto sin terminar de abandonarlo desde la feliz noticia. Había
renunciado a su sueño empresarial porque nada podía igualar la grandeza de ser padre y educar día a
día a su retoño. Las cosas profesionales no le iban nada bien y Susana hacía lo propio en preocuparse,
pues todo se complicaba más a cada minuto que pasaba. Y seguían con la idea de que ella no se

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reincorporara al trabajo después del parto, ¿cómo vivirían? ¿Comerían? ¿Qué pasaría con el hijo tan
deseado?
Iván llevaba un año desconectado del mundo laboral y sus contactos se habían evaporado por
falta del esmerado y continuado trato. Precisaba un salario alto para cubrir las necesidades básicas de
la familia que había creado. Se incorporó a una institución bancaria especializada en la pequeña y
mediana empresa para captar clientes de pasivo pero la remuneración, aunque buena, no era suficiente
para lo que se había propuesto. Un mes más tarde estaba fuera de la institución, y al día siguiente
ingresaba en una joven empresa especializada en bolsa; concretamente en el mercado de futuros,
novedad arriesgada pero atractiva para los inversores españoles. Se comunicaba por teléfono con
profesionales liberales de cualquier localidad de España proponiéndoles invertir fondos a tres o seis
meses vista en trigo o maíz, dependiendo de las indicaciones que percibía a primera hora de la mañana
por parte del responsable de planta. Otra sección se ocupaba de las divisas. La dinámica de la bolsa lo
intrigaba. Tenía un fuerte poder de atracción y sumado a su poder de convicción, le confería una
fenomenal aureola de broker. Pocos eran los que no corrían al banco para autorizar una transferencia
y apostar por el producto ofrecido por Iván en perspectiva de tan buena rentabilidad, qué labia tenía!
A la tercera semana, argumentando que salía a comprar tabaco dejó la delegación al recibir la
confirmación que el propietario, un alemán con cara de cráter, estaba buscado por la Interpol. Tanto
dinero en efectivo y maletines de un lado a otro, tantos rostros cuadrados con ojos sin escrúpulos
por la planta le hicieron sospechar. Indagó hasta encontrar una fuente fidedigna que le corroboró sus
sospechas. La información le salvó de la redada que la policía efectuó con dureza cuarenta y ocho
horas más tarde en las oficinas.
El 5 de agosto de 1992, año Olímpico para España, Barcelona se había puesto guapa para
mostrar al mundo entero su mejor cara y toda su capacidad organizativa durante la celebración de
los juegos olímpicos. Montserrat Caballé y Fredy Mercuri sumaron su voz para encumbrar el nombre
de la ciudad. Susana escribía en la Costa Brava a Iván sin saber si llegaría a entregarle la nota porque
detectaría en ella un claro signo de debilidad de su devota esposa y nada quería hacer que lo
perturbase, pero nada podía impedir que la asaltara la desdicha. Cuando no estaba cerca, lo extrañaba
más de lo que Iván hubiera imaginado nunca. El teléfono sonó en Palafrugell pero al levantarlo para
contestar, la llamada se había cortado. Y suponiendo que pudiera haber sido Iván, entristeció y
acarició su abultado vientre y reanudando su escritura ahogó sus penas. Seguía amándolo horrores,
pero todo le resultaba cada día más difícil y doloroso. ¿Le entregaría aquellas notas o se las guardaría
para sí misma? Sabía que a su marido le gustaría leerlas, lo sabía!

Iván despreciaba empleos a causa del corto salario porque tenía claro lo que precisaba y todo lo que
fuera por debajo del listón no merecía la pena probarlo aunque hubiera buenas perspectivas y
promesas de importantes puestos de responsabilidad en el futuro. Lo que importaba era el ahora
mismo y nunca el mañana. Quería lo mejor para los suyos. Prefería esperar, ir sobre seguro, seguían
tratándole de ingrato y de soberbio al plantear su negativa. Y su comportamiento aparentemente
era suicida.
A Iván no le asustaba el trabajo. Ninguna clase de trabajo o profesión. Pedía que aunque fuera
corto el salario base, existiera en la actividad a realizar una posibilidad real de obtener buenos ingresos

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y la seriedad para recibirlos y por lo pronto ninguna de las empresas le transmitía plenas garantías. Se
fiaba de su intuición, ¿igual que con su proyecto de los cursos?
Luchador incansable, no le desanimaba la situación que se complicaba cada día. El verano es
la peor época para presentar candidaturas si no tienen que ver con la hostelería y el turismo.
Incómodo ante el panorama, seguía buceando sin contemplaciones buscándose la vida en una
Barcelona Olímpica. Su amada esposa no tenía el mismo temperamento. No contándole la crudeza
de los acontecimientos le ahorraba sufrimientos permitiendo a Susana que se centrara en el
embarazo. Y como ella acostumbraba a decir -A la tercera va la vencida- se preparó para una nueva
entrevista personal sazonada de pruebas psicológicas. Sin embargo, asistió a una cuarta, y una quinta
entrevista. La oferta de empleo era muy superior a la demanda de candidatos en unas oficinas desiertas
porque los responsables estaban de vacaciones.
Realmente muy complicado colocarse incluso para una persona de las aptitudes de Iván.
Rectifico. Justamente por sus cualidades le era a Iván todavía más complejo encontrar trabajo porque
eran tiempos para la sumisión y la aceptación, para rogar favores arrastrándose por el suelo, una época
para no despuntar en nada por la convulsionada situación del país. Existía una crisis. Las empresas
cerraban. Los locales se desalojaban. No eran momentos para abrir nuevas delegaciones sino para
recortar gastos. No se plantaba en el seno de la competencia otra sucursal. Iván lo tenía mal. Lo tenía
peor que nadie. La formación es uno de los primeros gastos que se recortan aunque los temas sean
de calidad.

Para entonces sabían que iba a ser niña; una niña preciosa como la preciosa piedra de Ágata. La
ecografía lo había confirmado. El avanzado estado de gestación recomendaba precaución. Y Susana
la tenía. No fumaba. No bebía. Mantenía una dieta equilibrada. Dormía sus nueve horas y le ponía
música suave a su hija. Iván le llevó en su última visita a Palafrugell cintas especiales que había
adquirido para contribuir al buen desarrollo de la niña. Agradables sonidos y delicadas melodías que
acercaba con alegría al vientre de la mujer que colmaba todas sus necesidades sentimentales y
también fisiológicas, como no, aunque habían derivado en juego amoroso por el peso y su
alborotado tamaño.
Susana tenía miedo por su hija pero a la vez, tenía confianza en Iván, y esto último la salvaba
del drama. No se sentía fuerte, pero tampoco débil ni frágil porque su amado era su escudo, el
pararrayos humano que repele el mal y protege a las personas de buena voluntad. Aquella situación
de incertidumbre laboral no afectaba su embarazo, ¿seguro?
Iván apenas gastaba media hora en la problemática económica que podía desbaratar la
seguridad material y el estatus que había brindado a Susana. No les faltaba comida y los recibos de
luz agua y teléfono estaban al corriente de pago. Solamente la hipoteca se había retrasado, pero este
detalle se lo ocultó a su amada tras mantener una charla con el director del banco. Ciertas cosas
todavía le gustaba llevarlas a su manera sin tener porque facilitar novedades a diestro y siniestro.
Susana no podía darle las buenas noches y le escribía -Te escribo mi vida para decirte lo mucho
que te echo a faltar y lo mucho que te quiero. Te lo prometo. Lo siento en el fondo de mi corazón
y dentro de mi vientre, pues tengo dentro de mi tu amor sincero, sereno y profundo. Es algo tan
grande que no se puede explicar-. Y al abrir la maleta y encontrar aquella nota entre la ropa que

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cuidadosamente había planchado con infinito amor a Iván sólo se le ocurría estremecerse y sonreír.
A continuación se doblaba desde la cintura con las manos abiertas para tocar con las palmas el suelo
en el ático de la avenida Diagonal. ¡Estaba en forma!

Susana adoraba la Costa Brava. Sus padres la llevaron a los campings de la zona desde muy pequeña.
Todos los veranos eran días de excepción en un marco convivencial incomparable; una amalgama
de risueños confines idílicos aseguraría Iván, quien hubiera pagado el dinero que todavía no había
ganado por disfrutar de ese ambiente familiar aunque nada más fuera durante una semana al año.
Tanto regocijo, atención, y delicados cuidados colmados de afecto lo hubieran catapultado más allá
del monte Sinaí. Su Tata era una madraza.
Susana no soportaba la arena de la playa, pero disfrutaba tumbándose al sol en su gigantesca
toalla a rayas con revistas del corazón. Podía pasarse horas sin aburrirse un minuto mirando a la
gente. Comparaba a los hombres con su moderno Iván -Que asco de barrigas, de piernas, de
espaldas; mi marido inconmensurable que ayuda a sus semejantes ante la fatalidad y las tinieblas,
generoso en sus actos... solidario con el pueblo... interesado por el desconocido y sacrificado por la
humanidad. Mi Iván gusta de la cordialidad y la fraternidad entre los seres vivos- decía volviendo su
vista a las revistas. Con ese pensamiento reconocía que el contenido de los cursos que elaboró eran
más que clarificadores.
Susana también se fijaba en las mujeres. Envidiaba a una las caderas, a otra los pechos
preguntándose si no eran de silicona. Pasaba las manos por sus pantorrillas admitiendo la celulitis.
Se embadurnaba de crema bronceadora. Compraba un helado al vendedor ambulante y se sentaba
en la orilla para mojarse los pies sorprendiendo conversaciones de maridos y mujeres acerca de esto
y de lo otro discutiendo o bromeando, pocas parejas se besaban. Cada vez que hacía alguna de estas
cosas se sentía bien, pero le faltaban los besos apasionados de Iván. Y al rato se metía encogida en el
Mediterráneo para nadar solo braza muy despacio estirando el cuello evitando mojarse la cabeza.
Estaba muy a gusto con sus padres en la Costa Brava disfrutando de sus vacaciones al sol
bronceándose para que Iván la encontrara hermosa (sabía que las mulatas lo volvían loquito), pero
no había nada que pudiera compararse a estar en su hogar con sus "cositas" y recuerdos junto al
hombre que amaba. Se sentía sola sin su marido. Así se lo expresaba -Sólo de pensar que mañana
tampoco podré estar contigo ni diez minutos... No podré abrazarte molestarte y acostarme junto a
ti... ¡Me muero por ti!-. Caminaba hacia delante el cangrejo hechizada de Iván. Se abría la ostra.
Exteriorizaba sin guardar su sentir bajo el influjo de Iván. Cuando llamaba por teléfono le susurraba
-Te queremos mucho, nuestra hija también te quiere muchísimo- colgando muy a su pesar al cabo
de hora y media de conversación.
Susana necesitaba a Iván para todo. No podía hacer nada sin él. Esos días en la playa no los
aprovechó. Iván no estaba ahí, aunque fuera sentado en su silla marinera al borde de la orilla del mar
sumergido en las páginas de un libro, pero ahí, cerca de ella, donde ella pudiera verlo y saberlo suyo.
Se consolaba hablando a cada rato con su hija. Le explicaba acariciándose el vientre con movimientos
circulares lo feliz que se sentía de que pudiera llegar por fin.

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La niña se portaba bien. No le causaba malestar, ni vómitos, ni antojos, y saturada de

jactancia se paseaba por la arena de la playa con su voluminoso cuerpo y sus torpes andares

sabiéndose observada. Desfilaba. Era la primera vez en su vida que no temía al ridículo y ajena a la

vergüenza se exhibía abiertamente presumiendo de su estado de gracia. Nunca había estado más

bella a los ojos de Iván. Cuando reparaba en Susana, embelesado, comprendía lo maravilloso de la

naturaleza y el milagro de la vida y se lo decía embadurnándola de elogios orgulloso por lo que

había contribuido a gestar como si la llenara de crema protectora. Sentía su semilla pura saludable y

bella. Ambos podían soñar con los angelitos y descansar en paz, pese a todo lo demás feo en el

mundo. Fea la situación de Iván. Fea y peligrosa si continuaba hasta hacerse crónica.

Conforme se acercaba el fin de semana, Susana se ponía nerviosa. Podría tenerlo entre sus brazos
durante casi cuarenta y ocho horas. Inmensas ganas de acariciarlo, besarlo, de retenerlo para siempre
la embriagaban. Y cuando finalmente apareció majestuoso en el portal de entrada, ella no pudo correr
hacia él atravesando el jardín paralizada de la emoción. No bajó las escaleras para recibirlo. Dejó que
Iván se acercara a la casa mientras contemplaba su porte, su estirpe, sus peculiares andares que
conservaban aquel aire rebelde del joven inconformista y conquistador que no ha renunciado a su
sueño y mantiene intactos sus principios. No había cambiado ni un ápice. Esa arrogancia intrépida
de adolescente fanfarrón la cautivaba igual que el primer día. Subía las escaleras. Llegó al rellano donde
Susana apoyaba su mano en la baranda de hierro forjado sin decirle nada porque su mirada ya lo decía
todo. Inmediatamente después de intercambiar un breve contacto visual tan intenso que ambos se
llenaron de amor el uno con el otro, Iván se agachó. Arrodillado, le subió con delicadeza y muy
lentamente el vestido amarillo que la Tata había confeccionado y dejándola con las enormes bragas
de encaje al aire, descubriéndola hasta los gruesos e hinchados senos besó con dulzura el vientre lleno
de afecto, pegando sus labios por largo tiempo para acercarse a su hija y ladeando ligeramente la
cabeza, intentó escuchar un pedazo de su misma vida. Entonces se movió la niña, claramente lo hizo,
como si quisiera saludarlo dando unas pequeñas pataditas en las paredes de Susana “Sabes que papá
está aquí ¿verdad?” musitó aun en cuclillas mientras las manos de Susana acariciaban su cabello sedoso
cerrados los ojos, alzando su rostro al cielo para dar gracias a Dios por tanta felicidad comprimida en
tan escasos segundos.

* * * *

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La historia de Ágata es la historia de un hombre y una mujer que se encontraron y se amaron

intensamente y luego surgió la facultad de amar; ese arte que mediante el contacto y el cariño, el

respeto y la libertad, lleva al verdadero amor fortaleciendo el romance que crece y no muere ni se

apaga ni se acaba. La chispa espontánea se convirtió en una luminosidad ardiente de fuerza

incalculable. Las intenciones se convirtieron en acción constante. Y tras disfrutar de una rica vida en

pareja, una vez el amor fue maduro y estable, sólo cuando su relación se había consolidado,

decidieron materializar tan grande sentimiento en un ser vivo que a la vez formara parte de ellos

mismos. Ágata sería siempre Ágata pero partía de los dos. De la sublime unidad de su genuino

amor.

No hubo una futura mamá más bella que Susana. Su embarazo la envolvió de una belleza
inaudita con la naturalidad digna de la misma Madre Naturaleza. La esencia de la vida se expresó en
su cuerpo igual como el signo de la felicidad se manifestó en su rostro, en la forma en como miraba
y en su manera de reír. Durante nueve meses sin excesos y con un esmerado cuidado, llevó
alegremente dentro de sí la semilla del amor que Iván depositó, quien atento a los cambios
fisiológicos disfrutó con su transformación, descubriendo a una nueva mujer plena de ilusiones y
esperanzas camino de la autorrealización.
Fiel a su empresa, a su jefe, a sus compañeros, Susana trabajó hasta la que sin saberlo sería su
última jornada laboral de octubre. Dispuso en orden papeles y cajones dejando su mesa vacía sin
temas pendientes y, cogidos de la mano, se dirigieron al hospital para un control más; uno de tantos
que no realizaban en la consulta del médico por haber salido de cuentas. Pero en aquella ocasión en
el Hospital de Barcelona, la impaciencia de los nuevos padres por su fruto, instaron al doctor que
consintió practicar la cesaria presionado por Iván que temía por la salud de sus dos mujeres.

Ágata fue una niña deseada que vivía en el corazón de sus padres mucho antes de su gestación. Se la
esperaba, y con sumo cuidado creció segura en el vientre de su madre que estaba a punto de dar a
luz. Iván quiso estar junto a ella pero no tratándose de un parto normal, se lo negaron con
rotundidad. Tampoco le permitieron quedarse en la sala de espera recomendándole que se fuera a
pasear.
Iván cruzaba descontrolado los pasillos del hospital mientras intervenían quirúrgicamente a
Susana. Se encerró en la amplia habitación con baño propio y sofá-cama para el acompañante que
había reservado para sus dos mujeres. La cámara de vídeo se cayó al suelo y un puntapié la lanzó por

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los aires debido a su extremada agitación, y es que Iván brincaba como cabra montañesa subiéndose
por las paredes.
Efectuó mil llamadas de teléfono, no solo a familiares amigos y conocidos. Iván habló con
todas las personas que disponía del número en su agenda. Informaba de tan grande noticia aunque
los nervios se quebraban en sus labios pronunciando palabras ininteligibles, pero aun así, transmitía
todo su entusiasmo y nadie del otro lado de la línea dudaba de lo que ocurría: Ágata estaba llegando.
Felicitó y a la vez fue felicitado por la gente con la que se topaba en la sección de maternidad
de la cuarta planta del hospital; abuelos, padres, hermanas, primas, jóvenes, niños, niñas, enfermeras.
Iván estaba desbordante de energía y alegría. Aquel sería el segundo día más importante de su vida y
uno de los instantes culminantes de su existencia. Intentaba por todos los medios apagar su fervor
pero nada lo apaciguaba. Una vez más estaba completamente solo ante una definitiva circunstancia
de la vida. Los padres de Susana estaban en camino desde Palafrugell. Sin poder compartir tanta
felicidad abrazó silenciosamente a Oscar.
No podía resistirse a una situación que lo superaba. Durante las dos horas de agonizante
espera, no todos los interlocutores mostraron su mismo sentimiento de éxtasis, aunque a Iván poco
le importaba su reacción. Simplemente quería gritarle al mundo entero la buena nueva avisándolos
que una estrella nacía en el firmamento. Ese era su axioma.
Cuando los médicos avisaron a Iván no lo creía. Toda clase de emociones confluían para
invadirle de plenitud. Estaba excitado por tan magnifico acontecimiento y... ¡por el encuentro!
Y se acercaba el instante de las presentaciones. La gruesa puerta metálica se abrió por fin. Una
bata blanca con dulce voz que no escuchó le acercó un bulto. Ahí estaba Ágata, envuelta en papel de
plata como la mejor ofrenda que se puede hacer a un padre ansioso por abrazar un suspiro de sí
mismo. Ágata era el presente más elevado que la vida podía entregar a Iván.
La recogió con suavidad y agradecimiento pegándola con firmeza a su pecho admirando el
sonrosado aspecto de ángel magullado. Su instinto de protección le hizo dar media vuelta y salir
pasillo abajo, salvándola de cuanto era conocido por él. ¡Qué maravillosos pasos dieron juntos!
Ágata era larga como ella sola y tenía el pelo mojado, negro como el azabache. Sus pestañas

parecían afiladas espadas. Era un soplo de vida, un pedazo de fragilidad. La estrechaba en sus brazos

con mucho cuidado. Aquella placentera sensación la recordaría Iván cada vez que cerrara los ojos,

cada vez que quisiera apelar a la plenitud de un ser humano convulsionado por el amor, zarandeado

por el clamor de la vida en su máxima expresión. Estaba señalado por la fortuna. Muchas veces más

cruzaría ese pasillo en la memoria de su mente. Y cada vez que pierda la fe en la humanidad

recurrirá a este instante culminante para no olvidar el milagro de la vida y la posibilidad del eterno

renacer. Iván era un hombre nuevo.

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Pero igual como se la entregaron se la quitaron. Otra enfermera de voz áspera reclamó a su
propia hija diciéndole que no se la podía quedar porque esa niña no iba a ningún sitio -¡Eh! Que esa
niña no va a ningún sitio-. De muy mala gana Iván tuvo que devolverla sintiendo que le arrebataban
el alma. Y vio como desaparecía tras la misma gruesa puerta metálica que chasqueó al cerrarse como
un abrupto apagón.

Todo había ido bien. La madre estaba fuera de peligro. La intervención del doctor había sido un éxito.
Al abrir la barriga de Susana, Ágata estaba mejor que nadie -Podía haberse quedado otros nueve
meses más y seguramente mamá hubiera aceptado complacida- había bromeado el doctor al
estrecharle la mano a Iván.
Al encontrar a Susana postrada en la cama, Iván la besó en la frente. Acercándose a su oído
susurró “Gracias cariño, sin ti hubiera sido imposible hacerlo” y una lágrima descendió por el rabillo
de uno de sus ojos corriendo tímidamente por su mejilla y su barba, danzando en el aire hasta topar
en el antebrazo de Susana y avanzar hacia abajo hasta encontrar su codo. Atontada todavía por la
anestesia ella no reaccionó. Iván se sentó junto a Susana para tomarle la mano. Y mirándola en
silencio la llenó del afecto y la ternura de un hombre completo.
Irreversible realidad, ahora Iván también amaba a su hija Ágata aunque de muy distinta forma.
No tenía porque reducir la cantidad de amor que le procesaba a Susana, sino dejar que una nueva
forma del mismo se expresara de otra manera. Y sería justamente en la vivencia de esta grata
experiencia cuando comprendería la valiosa oportunidad que voluntariamente perdió su padre
despilfarrando una importante lección sobre la vida, sino era la mayor de todas. Iván era padre y quiso
dejar de ser hijo. Y lo hizo. Cada día que pasaría junto a su hija le serviría para reforzar su decisión
“Padre no es el que engendra si no el que educa y enseña a su hijo” se diría en cada acto de instrucción.
La permanencia en los peores momentos y el participar de los mejores acontecimientos, unen a los
seres. Es en el contacto y nunca en el ADN donde se encuentra la acreditación de tan magnífico don.
Los apellidos sirven exclusivamente para los papeles y el corazón no entiende de papeles.
Ágata era el resultado del amor entre Susana e Iván, nunca una posesión la niña indefensa de
apenas unas horas. Iván lo tenía claro.
Cuando llegaron las primeras visitas, Iván abandonó la habitación. Subió a la azotea del edificio
del hospital. Admiró la ciudad dormida y se fijó en los astros que iluminaban la espesa noche. Pensó
largo tiempo en silencio. Y cuando las nubes despejaron la faz de la luna llena pronunció unas palabras
en voz alta: “Esta es la declaración de principios de un padre afectado por la incertidumbre del futuro,
pero con la voluntad del criterio objetivo y la fuerza en el proceder, para corresponder a este hecho
como merece, consciente que un hijo es una responsabilidad. Un hijo es un compromiso. Un hijo es
un verdadero placer. Este evento es una gran satisfacción para mí, pero, asimismo, es un reto, y por
esto es una inmejorable oportunidad. No voy a defraudarla a ella. No voy a defraudarme a mí mismo.
Y por todo, digo, aquí, delante de vosotras eternas estrellas que... voy a sentirme sensible, afectuoso,
y paciente con mi hija. Seré un padre recto, aunque cariñoso. Autoritario en lo preciso, duro ante la
adversidad, pero ante todo siempre seré su amigo. Permitiré su justa libertad. Ágata crecerá sana
emocionalmente y limpia a nivel moral. Jugaré con ella y la haré reír mucho sin descuidar las
obligaciones que se me atribuyen, además de la necesidad de aportar estabilidad a nuestro hogar.
Prometo que no faltarán los ingresos económicos para obtener una cómoda posición. Nuestro

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futuro estará plagado de sorpresas. Garantizo fidelidad. Intentaré facilitarte el camino en lo posible,
hija... Te quiero Ágata”. Y volvió a sumirse en un largo y profundo silencio perdiendo la vista en la
densa oscuridad.

* * * *

Desde el feliz acontecimiento, poco a poco había ido aparcando hasta congelar el proyecto aceptando
realizar cursos más convencionales de manera esporádica. El marketing y las ventas tenían mejor
salida y se ofreció para impartirlos en la Generalidad de Cataluña y su sección de Formación
Ocupacional. Aquello puso a Iván de nuevo en contacto con el mundo real a nivel laboral. Aceptó
el encargo de un bufete de abogados para seleccionar dos secretarias de dirección. Nunca sabría que
fue Oscar quien lo recomendó para aquella entrevista. Si una persona sabía que no quería que a la
pequeña Ágata le faltara nada y que exigía lo mejor para la familia constituida con broche de oro
desde su llegada, sin duda era su buen amigo a quien le había confesado Iván en su última
conversación “Sólo me queda el hueso del jamón de Jabugo Oscar. He abierto la última botella de
vino de reserva... yo, acostumbrado a ganar mi buen dinero y a vivir con toda clase de lujos y
caprichos, ¿te imaginas?”.
Iván comenzó a relacionarse con distintos bufetes. Dado que el colectivo jurista no podía
realizar publicidad ni campañas de promoción, como el mejor comercial, Iván les hacía de puente a
la caza de clientes potenciales. Gracias a su versatilidad, pronto empezó a asesorar sobre patrimonios
y herencias, Cash Flow Provisional y posibilidades de negocio en el extranjero, actividades todas que
dieron sus frutos tangibles enseguida porque el dinero está en el dinero y el dinero no duerme, se
mueve continuamente. Lo sabía Iván.
Y proporcionaba al bufete la posibilidad de realizar auditorias y expedientes de regulación de
empleo y suspensiones de pago, por lo que los asociados de los letrados estaban encantados con él.
Tenían más clientes de los que podían atender. Iván los había desbordado en poco tiempo. Y no les
molestó que se hiciera con algún cliente. Decía a menudo “Para que yo gane otro no tiene porque
perder forzosamente, la ganancia puede ser mutua”. Y con esta clave a modo de contraseña avisaba
que había recibido un nuevo encargo profesional de un cliente del bufete con el que se relacionaba
ya no como mero enlace o intermediario.
Iván aprovechaba la información astutamente. Al tener trato directo con la dirección de las
empresas donde formaba entorno a la animación y conducción de equipos comerciales
confeccionando campañas de telemarqueting y acciones puntuales de promoción de productos,
durante su estancia indagaba sobre las carencias de la compañía que visitaba descubriendo las
necesidades reales para plantear una propuesta de trabajo coherente y viable una vez finalizado el
curso. Y como el grado de satisfacción de los asistentes acostumbraba a ser alto, nunca nadie
puso pegas y un trabajo le proporcionaba otro y otro y se acercaba la recuperación del bache.
Pero cuando un importante cliente del antiguo despacho de su buen amigo le pidió que
liquidara una de sus empresas y le tramitara una serie de subvenciones y ayudas económicas, al ser un
asunto delicado y complejo que le exigiría un par de meses trabajando en exclusiva, Iván no tardó en
pasar de asesor empresarial y formador autónomo a conferirse ante notario como el administrador

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único de la sociedad anónima Royel Consultores con representantes fiduciarios a favor de dos de los
abogados titulares del bufete que lo reintegró definitivamente al mundo laboral. Le regalaron un
precioso maletín negro. No podían dejar que aquel asunto se les escapara de las manos. Ni tampoco
que un elemento como Iván permaneciera fuera del círculo de mando. Le querían en el centro. Y le
dejaron plena libertad de movimientos reactivando la dormida entidad que tenían en un cajón.
Aquella consultora descansaría en la espalda de Iván porque únicamente él tenía el absoluto control
de la entidad mercantil, como debía ser, sólo entonces aceptó. Y sus vicisitudes dejaron de existir. Y
volvieron los caprichos al ático de la avenida Diagonal para colmar a sus dos mujeres.

Debido a la delicada coyuntura en todo el territorio español, la compañía se centró básicamente en


tramitar quiebras y preparar salidas paralelas a los empresarios con dificultades, protegiendo sus
patrimonios personales y negociando con entidades financieras. Ya no había demandas de diagnosis
o planificación contable, y mucho menos peticiones sobre estrategias para el control de la gestión
directiva. Los clientes solicitaban la creación de empresas fantasma en paraísos fiscales. El cobro de
morosos de guante blanco había proliferado de una manera significativa. Mucha gente no pagaba,
no porque no pudieran, sino porque no querían escondiéndose en hipócritas tretas administrativas.
En esa época en España se perdió el miedo a no pagar y casi nadie pagaba.
A Iván no le gustaba su trabajo, pero se llenaba los bolsillos y esperaba con ilusión los primeros
balbuceos de la niña Olímpica. Tan sólo los viajes a Londres, Roma o a las islas Caimán hacían su
trabajo más ameno. Romper con la monotonía aunque solamente fuera para coger el avión y volver
al día siguiente era una perfecta válvula de escape que otorgaba a su desagradable trabajo una
distinción.
Coordinaba un vasto séquito de profesionales externos especialistas cada uno en su campo. A
veces, en la sala de juntas se reunían hasta veinte personas. Y los viernes por la mañana, día de pago,
Iván llegaba para firmar cincuenta cheques en veinte minutos. ¡Una maratón! Adquirió acciones de
Royel. Y pasó a ostentar la condición de socio.
Sin embargo, Iván sabía que el verdadero futuro no estaba ahí sino en manos de las personas
y empresas que concentraran sus esfuerzos en una formación con vistas al Mercado Único Europeo,
con vistas a la necesidad de intercalar en el aprendizaje los tan imprescindibles talentos humanos en
una era excesivamente tecnológica y tan lamentablemente deshumanizada porque la formación, es
el factor más importante que determina el progreso de un país, y España, tenía un gran retraso en
este campo olvidando el gran capital de que dispone ya que es el individuo y su capacidad para actuar
y desarrollarse el mejor recurso a potenciar “Mucho más interesante que cualquier otro recurso
natural” pensaba Iván “Ahí reside la clave del éxito del progreso” le contaba más a menudo de lo que
su secretaria de nariz interminable y nimias orejas quería pero oía cada palabra del jefe con suma
cortesía “A mi me hubiera gustado crear un centro de formación revolucionario en este apasionante
campo porque cuando empezamos a ser adultos, no podemos abandonar nuestra educación si no
que es entonces cuando debemos orientarnos hacia un proceso de superación permanente”. Pero
repetía tantas veces lo mismo que aquella mujer de veintisiete años con dos carreras y tres idiomas
hablados y escritos ya no le hacía caso. Iván se percató que la fatigaba. Pero era la única manera de
no darle del todo carpetazo al proyecto. Existía en su corazón tanto como existía su hija. Quería
mantenerlo vivo sin olvidarlo volviendo a él aunque tan sólo fuera de vez en cuando. Y la labor

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desarrollada en su empresa, además de hacerles trabajar de manera eficaz y productiva, consistía en


centrar indirectamente la atención de sus colaboradores y empleados permitiendo con extrañas
solicitudes potenciar sus habilidades particulares para que ellos pudieran redescubrirse, ¿suena
insólito?
Pues gracias a la sutil insistencia, despertaba el interés sobre cualidades que claramente se
desprendían de esas personas. Y alentándolas a indagar, recuperaban la confianza en aspectos de sus
vidas que habían aparcado con el tiempo, durmiendo sus sentidos hasta oxidar sus destrezas
desbaratando su potencial de no ser por Iván.
Su manera de proceder evitó conflictos internos en el rápido crecimiento de Royel
Consultores. Implantó una buena dosis de cooperación y mucha solidaridad entre la gente que
frecuentaba las oficinas suavizando los enfrentamientos, reduciendo el estrés y manteniendo un
clima positivo de trabajo. Supo como administrar el talento innato del equipo exprimiendo su energía
personal, alcanzando exigentes objetivos que trazaba con su firme y valiente puño en la pizarra de la
sala de juntas. Diestro en la estrategia. Exquisito en su forma. Iván se imponía.

Una vez más, desafió al medio para jugar con la dificultad y sucumbir ante los retos. Dirigió la lealtad
del profesional que era en la nueva profesión y no al entramado organizacional que lo albergaba en
ese período de su vida.
Iván sabía que no le iba a faltar el sustento, pues quién trabaja, antes o después obtiene
resultados y quién lo hace bien obtiene resultados ventajosos. Y considerándose un empresario
individual que vende sus conocimientos y su capacidad, dispuesto a emplear su peculiar técnica en la
resolución de conflictos con los medios que proporcionaba la organización, coordinaba grupos
temporales de trabajo creados exclusivamente para tareas concretas.
Se había convertido en un prestigioso consultor, en un “asociado” de los abogados cuando
adquirió las acciones dejando de ser un subordinado. Ser asociado implicaba una relación de igualdad.
Y de ahí le gustó siempre partir a Iván. Hizo un nuevo movimiento en su dilatada trayectoria laboral
porque le interesaba el asunto y estaba comprometido con la carrera de experimentar cada vez más
en busca de su realización. Por eso buceó incluso dentro del entramado de abogados y fiduciarios.
Porque en el mercado laboral las personas pertenecientes a una organización temen el riesgo, pero
Iván era un ser dispuesto a arriesgarse coqueteando con el fracaso de buen grado convencido de que
en una sociedad opulenta y cambiante incluso el fracaso es transitorio.
También buscó fuera de la organización posición y adaptación, movilidad, en vez de una casilla
determinada. Y una vez hecho pasaba a otra cosa; de casilla en casilla acostumbrado a pasar de una
casilla a la otra y tiro por que me toca motivado al cien por cien por él. No se dedicaba como cualquier
otro empleado de una empresa a resolver problemas rutinarios de acuerdo con las reglas definidas
evitando toda manifestación de creatividad, Iván se enfrentaba con obstáculos que lo impulsaran a
innovar, de lo contrario, la tarea perdía aliciente.
Por esto en su trabajo en el concesionario IBM se había aburrido tanto, porque todo era
demasiado estático una vez lo había organizado y el sistema funcionaba solo. Entonces se consideraba
que ya no era imprescindible. Todo resultaba demasiado predecible y él, curiosamente, precisaba de
cierta inestabilidad plagada de ambigüedad porque en cierto sentido era liberadora para un ser de las

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características de Iván que necesitaba la emoción del desafío y una incertidumbre no exenta de
responsabilidad y eficacia.
Decidido a no subordinar su propia individualidad al “juego del equipo” porque el equipo de
trabajo asimismo sería efímero dependiendo de cada proyecto, los montaba y desmontaba según las
exigencias del guión. Subordinó su identidad durante un tiempo previamente determinado y definido
por él.
Iván pertenecía a un grupo muy peculiar de gente. Gente de paso. Un tanto irreal. Un poco
ficticia. Pero un individuo que ejercía un importante papel en la vida de todas las personas con las
que se relacionaba, proporcionando modelos de comportamiento, representando en interés de
quienes no consiguen hacerlo papeles y situaciones de las que el conjunto extrae consecuencias y
enseñanzas para sus propias vidas. Y conciente o inconscientemente, todos los que a su alrededor se
remolinaban sacaban importantes lecciones de sus actividades, beneficiándose de sus triunfos y
tribulaciones porque permitían ensayar diversos personajes y estilos de vida sin sufrir directamente
las consecuencias que podrían acarrear tales experimentos en la vida real. El paso acelerado de este
tipo de transeúntes de la vida activa, sólo puede contribuir a la inestabilidad de los tipos de
personalidad entre muchas personas reales a quienes resulta difícil encontrar un estilo de vida
adecuado. Iván, no sólo era una excusa para no realizar algo, también era la evidencia que valía la
pena intentarlo.
Cada mañana se sentía sonriente, alegre, feliz. Era atento, agradable y amable con todas las
personas que se cruzaba, interesándose sinceramente por ellas. Ayudándolas en lo posible.
Respetándolas siempre, tanto a ellas, como a sus ideas y principios. Seguía viviendo intensamente y
aunque quería hacerlo de una manera sencilla y colmada por la humildad, no lo conseguía. La
avalancha de sucesos e historias que pasaban por su mesa complicaron cada vez más su existencia.
Continuaba con un elevado grado de la honestidad ganada en su encierro voluntario y reconocía que
el trabajo lo desbordaba. Quería hacer demasiadas cosas al mismo tiempo y no podía estar presente
en la firma del acuerdo con el comité de personal de una fábrica que debía cerrase por causa de fuerza
mayor en Tarragona, en la negociación de un importante crédito hipotecario de un complejo de
hoteles en Mallorca que de no obtener una condonación de los intereses por la demora no podrían
funcionar el próximo verano. Y comenzó a delegar depositando la confianza en tres consultores
solventes que llevaban más de seis meses con él.
Aunque Iván aborrecía el sistema piramidal porque le alejaba del personal base de la empresa
que consideraba fundamental para el crecimiento, Ágata pronto exigiría más atención al empezar a
andar y queriendo correr tras ella para mostrarle como subir y bajar escaleras o correr tras un balón,
se descargó de ciertas obligaciones.
Iván quería estar con su hija y no quería reducir esos espacios necesarios para ambos. Quería
cambiarle los pañales, bañarla, ponerle delicadamente la cucharía en su boca instándola a ponerse
guapa para papá y también admirar como su amada y dulce esposa le daba el pecho a medio día o a
media tarde.
En su mesa del despacho tenía una fotografía de su esposa embarazada que contrastaba con
otra de la época en que se conocieron, de un volumen más reducido, pero la belleza maternal que
reflejaba no podía compararse y él no quería olvidarla. Susana estaba espléndida y al mirarla despertaba

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ternura guapa como estaba por las dos. A su lado una fotografía de Ágata con sus primeras muecas
completaba la exposición. Pero apenas tenía un minuto para deleitarse con la visión.

La debilidad de Iván y su aptitud menos desarrollada era sin duda la resolución de problemas
numéricos de forma rápida y acertada. Su capacidad para comprender y razonar material cuantitativo
era absolutamente nefasta. Desde pequeño tuvo dificultades para sumar restar o multiplicar sin una
máquina a su lado. Las calculadoras solventaban los inconvenientes pero temblaba ante un balance,
por eso uno de sus más estrechos colaboradores era la auditora titular del bufete, una mujer de
veintinueve años de rostro permanentemente crispado que confundía las cosas. Separada y sin hijos,
lo perseguía pensando que utilizaba esta infantil excusa para tenerla cerca y verla más a menudo que
a los demás colaboradores de Royel. Susana conocía el hecho. Iván no se lo había ocultado. Le había
pedido su opinión de mujer buscando soluciones a una relación profesional que se adulteraba y
pronto derivaría en un encontronazo. Conforme pasaban los meses, a medida que se acercó el verano,
vestía más extremada los días que sabía lo vería a solas, y al anochecer, le pedía que por favor la
acompañara a su casa provocándolo con su corta falda en el automóvil. Y al llegar a la puerta del
edificio, porque insistía que la escoltara por temor a un asalto, lo invitaba a subir a tomar una copa
para "relajarse" decía ella. Iván intentaba llevar alguna persona más en su automóvil optando a dejarla
primero a ella, interponiendo así un escudo humano que le salvara de decirle una verdad que la hiriera.
En absoluto ejercía la muestra afectuosa del galán, pero la calidez en el trato de Iván permanecía y
bien podía mal interpretarse.
En una ocasión en su automóvil, con el pretexto de que algo le había entrado en el ojo, tuvo
a Iván muy cerca, y, mientras le soplaba para hacer saltar alguna pestaña que dijo tenía en el ojo,
acariciándole las manos le confesó su deseo irresistible de besarlo. Otro de esos viernes “infernales”
en que no podía librarse de la auditora sin tener que ser desagradable y mostrarse como un estúpido
engreído! Pero en esta ocasión Iván no se apartó. Dejó que lo hiciera. Aunque no la correspondió.
Se quedó frío como el hielo y tan inerte como un muerto; pasivo como un tronco seco y ante tal
vejación, ella se retiró de inmediato para escuchar sorprendida “Soy homosexual, no es culpa tuya,
no siento nada con las mujeres”. Nunca más se habló de aquel suceso. No hicieron falta más palabras.
Sin embargo, ella se mostró desde entonces recelosa y esquiva. Iván le dispensó el mismo trato que
hasta el beso no correspondido y todo se olvidó sin alterar el rendimiento ni repercutir
negativamente en el trabajo.

Cabría destacar como más relevante y mejor desarrollada, la capacidad mental de Iván para resolver
cuestiones de tipo lógico, mediante el análisis y la síntesis; algo que se le daba muy bien a su buen
amigo Oscar. Su habilidad para conceptualizar y aplicar el razonamiento de forma sistemática a
problemas y situaciones nuevas desconcertaba a las mentes cuadradas que en gran número se
diseminaban por la oficina de Royel a la que habían adherido un local en traspaso acondicionándolo
para las reuniones debido al aumento de personal.
Esta agilidad abstracta para prever y planificar con una expansiva imaginación que captaba y
retenía en la memoria, le permitía a Iván percibir con precisión, analizar los asuntos como si fueran
objetos tridimensionales que hacía mover en el aire, nunca una cosa plana y rígida de una sola cara,
sino algo con una concepción espacial que manipulaba mentalmente. Formas y medidas danzaban

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en movimiento bajo su única comprensión. Y tras una larga disertación donde nadie había
comprendido nada de nada, pero nada en absoluto, bajo la señalización de su palabra: “Conclusión”,
reducía a una breve frase todo aquello que había estado explicándose a sí mismo en voz alta delante
de sus clientes o colaboradores hasta resumirlo en un concepto claro, directo, que pudieran asimilar
con rapidez. Pero sobre todo, un concepto sencillo y muy breve “Lo bueno si es breve es dos veces
bueno” solía decirles a sus colaboradores cuando presentaban largos informes. Gruesos dossiers que
no se podían digerir por su tamaño y extensión “Queréis sorprender al cliente o solucionarle los
problemas” comentaba con una sonrisa cada vez que le entregaban un ejemplar para que le diera el
visto bueno.
Iván reaccionaba con dinamismo y acierto delante de cualquier situación por complicada que
fuera. Era un hombre que se crecía con la dificultad y bajo presiones y tensas complicaciones nunca
se dejaba amilanar. Cuando lo normal era que las personas se recogieran refugiándose detrás de la
mesa del despacho, él saltaba por encima para luchar y ganar.
Su vida interior era muy rica, pero era tan sólo para él. Ni siquiera Susana tenía acceso y no
porque Iván no quisiera, sino porque llegado ese punto, se distanciaban. Y eso era lo último que Iván
quería que pasara. No se abría ni compartía su verdadera intimidad porque era materia delicada y
además estaba Ágata, motivo suficiente para coincidir y profundizar. Y ya se lo había advertido Susana
–No podré estar por ti y nuestro hijo-. No es lo mismo dos que tres.

Cuando Ágata rompía la noche con su llanto de niña frágil, Iván abría los ojos inmediatamente. Le
gustaba acunarla, pero prefería tomarla en brazos y con suaves movimientos, balancearse lentamente
primero hacia delante y después hacia atrás. “Tranquila cariño” le decía a Susana cuando se levantaba
presuroso “Me voy a bailar con mi hija” y Susana, agotada de estar todo el día con la pequeña se daba
media vuelta en la cama.
Un pie delante y otro detrás. Papá Iván disfrutaba con aquella peculiar danza y desde el
comedor, al haber dejado la puerta entreabierta, podía ver a su esposa plácidamente descansar
abrazada a la almohada. La tenue luz de la mesilla de noche alumbraba a una admirable mujer.
En el recuperado silencio de la noche y en la quietud de su hogar encontraba el premio a su
esfuerzo. Se regocijaba por su enorme fortuna. Llegaba cansado a casa pero en cuanto veía a su
adorada hija agitar los bracitos hacía él con una radiante sonrisa se volvía tan fuerte como al toro que
acaban de soltar en el ruedo. Nada importaba entonces sino era Ágata. Todo se desvanecía detrás de
la puerta ahogándose el mundo en la calle.
Susana atendía a la pequeña con mucho amor a lo largo de toda la jornada. Madre entregada
a su causa, añoraba a su propia madre. Al contemplar a su hija se llenaba de felicidad. En Ágata notaba
rasgos de Iván, en particular sus largas pestañas que le conferían a su carita un toque muy especial. El
espeso y fuerte cabello pertenecía a Susana.
Susana no echaba en falta su actividad laboral. Vivía esperando la llegada de su amado
atendiendo el amplio ático y cambiando la decoración; ahora moviendo un mueble, ahora
cambiando las cortinas, el juego de toallas o la vajilla. Susana era muy inquieta con las cosas
domésticas y no le gustaban las empleadas del hogar. Prefería hacer ella misma la limpieza sin dejar
de atender a su hija. Así alejaba la depresión posparto que suele arruinar la vida de muchas mujeres
primerizas.

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Iván le cantaba a su piedra preciosa. No eran canciones de cuna. Se trataba del mismo idioma
ininteligible muy parecido al inglés que sonó el en autocar durante los viajes a Le Bon Soleil. Él sabía
lo que decía la letra, probablemente Ágata también, pero cualquier otra persona que la escuchara
sería incapaz de descifrar el mensaje de la canción. Una canción de melodía suave que acariciaba por
dentro ambos corazones conectándolos. Parecía un canto espiritual negro. Le imprimía toda su alma.
Y cuando Ágata le oía quedaba paralizada. Se le abrían sus grandes ojos y atendía con inusitada
concentración sin parpadear. Alguna vez su manita intentaba cogerle la nariz cuando se acercaba para
besarla. Entre estrofa y estrofa Iván silenciaba su voz, entonces, Ágata agitaba los brazos y los pies
como si reclamara alegre y eléctrica una estrofa más.
Reconocía el tono profundo del padre satisfecho que llega desde el alma para encontrar a una
niña sedienta de amor. Y de eso trataba la canción, de amor, del gran amor que le procesaba. Nada
más los dos conocían cada palabra que definía lo indefinible en el automóvil mientras esperaban que
mamá Susana comprara el pan, en su habitación mientras mamá Susana preparaba la cena, en el
comedor mientras mamá Susana planchaba sus camisas de papá. Iván cantaba a su hija Ágata
prendiendo un corazón en el otro, enlazando una alma con otra.

Habían convenido al poco de casarse que Susana dejaría de trabajar para ser una madre paciente y
entregada. No se perdería un solo minuto del crecimiento de Ágata, quería verla y abrazarla a cada
paso, en cada etapa, pero la situación le causaba respeto por temor a no hacerlo suficientemente bien.
Iván intuía que Susana necesitaba estar cerca de su madre. En su condición de madre,
necesitaba que le mostrara cuales eran las tareas, los mejores cuidados, necesitaba sus consejos, la
ayuda y experiencia de su madre le eran necesarias.
Seguía siendo un ser decidido y audaz y una mañana recién levantado en seguida de brincar
de la cama le propuso cambiar de residencia antes de lavarse la cara. La invitó a encontrar una mejor
calidad de vida en alguna parte de la emblemática Costa Brava. Y se trasladaron a una vivienda que
denominaron La Mimosa cerca de donde vivían sus padres justo antes de que Ágata cumpliera su
primer aniversario; tres generaciones juntas.
El traslado fue incómodo porque a Susana le gustaba mandar en su casa. Su hogar era su
mundo. Y ella quería dirigirlo como diosa, pero pendiente de la niña, al no desprenderse de Ágata un
instante quedaba impedida para la faena del traslado. Así cedió a los deseos de su marido que organizó
la mudanza a través de una empresa seria que le debía un favor por sus servicios profesionales.
Iván había puesto un mes antes en conocimiento de sus socios la decisión de marcharse
vendiendo sus acciones de Royel Consultores unos días antes de proponérselo a Susana. Iván tampoco
quería perderse la evolución de su hija. Los primeros años son determinantes. Es cuando acontecen
los enigmas del ser humano.

Antes de partir a la Costa Brava definitivamente, Iván reunió en la sala de juntas a todo el personal.
La empresa quedó paralizada a media mañana antes del almuerzo. No se atendían llamadas
telefónicas. La recepcionista de piernas cortas y pies pequeños conectó el indicador de saturación de
líneas y bloqueó la puerta de entrada a las oficinas con una nota que advertía la imposibilidad de
atender visitas por causa de fuerza mayor. Ella fue la última en llegar al lugar de la cita. Allí estaban
todos los empleados de la firma que sin excepción había contratado personalmente Iván y a los que

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había tratado como el más meticuloso de los relojeros atendiendo a cada una de las piezas y
artilugios como requerían cada uno y con distinción. Esperaban treinta y nueve personas. Entró su
mecenas con la peculiar sonrisa pero sin su característico maletín negro. Estaba de muy buen
humor. Y con su tono optimista rogó silenciaran el hilo musical.
Entonces, mirando brevemente uno a uno a los presentes dijo “Si os llegan estas palabras a
cada uno como espero... ninguno de vosotros notará mi ausencia”. Comprendieron que la
convocatoria era una despedida. La única que lo sabía de antemano era su secretaria personal que se
encargó de avisar a todas las personas vinculadas con el trabajo de coordinación general que Iván
realizaba. Acostumbraba a grabar ciertas conversaciones en aquella sala. Pulsó el botón del aparato
que se ocultaba detrás de la cortina a fin de retener no sólo sus palabras, sino la voz del hombre que
ella calificaba como el mejor jefe que había tenido nunca –Alguien insustituible- hubiera dicho de
haber sido preguntada.
Y esto es lo que quedó registrado en el magnetófono: "Sed conscientes de la injusticia. No os
conforméis. Rebelaros. Negociad en nombre de otros pero con su pleno consentimiento y
autorización. Sois los interlocutores del propósito que requiere de un trabajo duro para el cual el
cliente no está preparado, porque se encuentra turbado y aprisionado. Coraje. Tenacidad. Resistencia.
Apoyaros en el grupo, pero no os refugiéis en el grupo. Subid el listón un poco más alto a medida
que avancéis. Decisión. Conforme se crece y uno se hace grande se vuelve más fuerte. No olvidéis
vuestros inicios. Recordad quién os ayudó. Fidelidad a la idea y devoción por ese proyecto que genera.
Pero para aceptar el reto hay que enfrentarse con garantías de ganar. No empecéis lo que no podáis
terminar. ¡Luchad! Luchar es una buena forma de aprender, pero antes de luchar, preguntaros:
¿quiero? ¿puedo? ¿debo? Y luego, analizad los parámetros de tiempo dinero y satisfacción". Este había
sido su manifiesto que en más de una ocasión resonaría en la empresa por la vitalidad de su exposición
y la sinceridad del tono que le imprimió Iván. Sus pausas para conseguir un mayor relieve de las
palabras conferían vigor a su mensaje. Ninguna de aquellas personas volvió a saber de Iván. Pero
ninguno olvidaría la época que trabajaron con él, porque Iván, más que una persona era una
experiencia vital.
Y había dejado algo más en un papel manuscrito que su leal secretaria con toda su interminable
nariz sin ápice de complejo de Pinocho mandó enmarcar para colgarlo en la pared de la sala de espera
donde estaba el enorme jarrón chino y la alfombra en tonos azules de manera que el visitante se
entretuviera con algo más que revistas. Decía así: “Si piensas que estás vencido, lo estás. Si piensas que
no te atreverás, no lo harás. Y si piensas que perderás, ya estás perdido amigo mío”.
Iván sabía que en el mundo se encuentra éxito cuando se utiliza la voluntad. Él pensaba a lo
grande y los hechos maduraban a su alrededor. Pensar en pequeño era quedar atrás, atrapado. Muchas
eran las carreras que se perdían antes de haberse corrido. Para los cobardes de espíritu que fracasaban
antes de haber iniciado el camino, Iván redactó estas palabras: “Piensa que puedes y podrás, él éxito
radica en tu estado de ánimo, en tu propia concepción interior”.
Sabía que era un hombre aventajado por la simple resolución del acto, la compresión de su
ánimo y la disposición firme claramente intencionada hacia su meta, el fin, aquello que daba sentido
a su vida. Su voluntad era pura energía en movimiento, un caudal inagotable de fuerza. Si no hubiera
estado seguro de sí mismo jamás hubiera intentado ganar un premio. Pero ese premio, en realidad,

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era entender lo oculto de su certeza, la veracidad de su formula, ese era el verdadero regalo más que
el objeto.
Iván se elevaba. Había triunfado. Y se había embolsado mucho dinero legítimamente. Desde
el recuerdo acudió la puerta que se abrió para que volaran por los aires infinidad de billetes que se
escondieron en los rincones más insospechados después que su padre levantara la mano. Pero Iván
controló con el freno su vida. Había tomado deprisa las curvas, a toda velocidad las rectas, a toda
potencia las cuestas sin evadirse en descontrol durante las bajadas al pozo buscando el inicio del
horizonte, la presencia de otros lugares, la existencia de otros lenguajes, otras sensaciones
inalcanzables con bicicleta.
La batalla de la existencia humana no siempre la gana el hombre más poderoso, porque tarde
o temprano el hombre que gana más es aquél que además crece por dentro.

Se había colmado su ambición, la promesa de sustento que albergó su impulso inicial estaba saciada
y pronto reflexionaría Iván sobre el verdadero sentido del beneficio de la vida. Un día no muy lejano,
obligado por las circunstancias que él mismo creará, examinará detenidamente la existencia que lleva
para averiguar si lo que necesita para alcanzar el bienestar y la paz interior es riqueza y posesiones o
por el contrario, dominio de sí mismo y desarrollo de la propia voluntad. Cada vez está más cerca del
combate íntimo que tantas veces aplaza. Y tan singular acontecimiento golpeará fuertemente su alma
desde el lado que no se ve.
En tiempos de buena suerte, el cielo nos insta a la vigilancia para evitar que el éxito se suba a la
cabeza para obrar temerariamente como un conde. Iván disfrutaba de esos momentos de
regocijo y no olvidaba compartirlos con los suyos. Pero la frustración aparece siempre en el
plano material. Constantemente alerta, no se abandonaba. Pero esa situación de triunfo era
confusa y ambigua y del todo relativa. Iba a tener que ponerse en su lado sombrío donde hay
oscuridad para descubrir su razón última y así, como una rama preñada de fruta, los dolores del
parto terminarán volviendo a su genuina esencia individual que en verdad tanto desconoce.
¡Vivir permanentemente fuera de sí no es vivir!

* * * *

Como no podía ser de otra manera, Iván había situando el domicilio de la nueva vivienda en la mejor
área posible. La nueva residencia llamada La Mimosa tenía tres plantas. Susana e Iván pensaron que la
vivienda situada en el extremo privilegiado de una pequeña comunidad de veinte casas que habitaban
matrimonios jóvenes con hijos entre dos y siete años era un lugar magnífico para que Ágata creciera
rodeada de amiguitos. Había una gran piscina. Un parque donde todos se reunían para jugar sin
peligros en una zona amplia y privada. Disponían de una gran terraza que Susana pronto vestiría de
toda clase de plantas y en la parte alta podía habilitarse un gran despacho. Iván todavía no sabía a qué
iba a dedicarse. No conocía las opciones de ese territorio nuevo. Y no tenía prisa. Su reto no era
profesional. Tenía como prioridad su paternidad. Y con el dinero recogido por la venta de las acciones
de Royel bien podía tomarse un año sabático o dos.

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Y amanecían los días con sus balbuceos y al escucharla Iván y Susana luchaban entre sí escaleras
abajo para ver quien de los dos se encontraría primero con Ágata. Ambos saltaban del lecho
matrimonial para acudir hasta su hija con la rapidez del relámpago porque la niña significaba una
razón por la que vivir, un motivo por el cual levantarse cada mañana para sonreír, y es que al
despertarse, la pequeña resplandecía luz y armonía y era como un silbido de amor en el amanecer tan
sonoro como una explosión de alegría colmada de simpatía. Los primeros ojos que veían el cuerpecito
cruzado en la inmensa cama eran premiados con una brillante sonrisa y una mirada feliz de quien
expresa el regocijo de reencontrarse con sus progenitores. Entonces, picarona como era Ágata quería
jugar. Ocultaba su cabecita detrás del hipopótamo de peluche. Hacía como que no les había visto
entrar, esperando que la mano de Iván se transformara en una inquietante araña que la perseguía de
arriba abajo y de izquierda a derecha mientras se reía una y otra vez sin parar de moverse de un lado
a otro de la gran cama. Se trataba del mejor despertador que nunca antes se haya podido inventar.
Decir felicidad era poco.
Situaciones similares a ésta eran atesoradas en el nuevo hogar. Nada podía compensar esta
clase de momentos maravillosos ni tampoco nada podría sustituirlos. Iván y Susana serían capaces de
cualquier cosa por mantenerlos, conservarlos, y protegerlos. ¡Cualquier cosa!
El dedo de Ágata señalaba cada mañana lo que quería. Nunca era lo mismo, pero
afortunadamente para ella tenía estantes llenos de toda clase de cosas que podía solicitar. Su padre se
preocupaba de que no le faltara absolutamente de nada y su madre le procesaba una devoción
incansable de un mimo inagotable. No podía haber tenido una niñez mejor que la que tenía. La niña
más feliz de la galaxia era el motor de la maquinaria familiar y con su llamada todo empezaba a
funcionar llenando de vida y esperanzas el futuro que sazonaba el presente de ilusión. Y la experiencia
se repetía cada día ya fuera martes, viernes o domingo. Para Iván y Susana cada jornada era una
autentica fiesta en la que ocurrían sorprendentes acontecimientos dignos de saborear.
Mientras papá Iván desayunaba tranquilamente en la cocina, mamá Susana aseaba
cuidadosamente a la pequeña Ágata un piso más arriba en el amplio baño, repitiéndose el proceso de
completo aseo diario que de la mano de una delicada mujer con esmero cubría de afecto y ternura a
una piedra preciosa. Culminaba la tarea con un modelito digno de la más linda princesita de todos
los cuentos de hadas escritos hasta la fecha. Para entonces, Iván ya estaba sentado en la taza del
inodoro sosteniendo entre el pulgar y el índice un taza de café hirviendo admirando la paciencia de
Susana para colocarle los pendientes. Justo en el momento de ponerle unos simpáticos lacitos en las
coletas y un poco de colonia intervenía él, sentándola en los peldaños de la escalera para abrocharle
sus zapatitos. Y como dos enamorados salían a pasear mientras Susana desayunaba y organizaba la
casa.
Iván dejaba que fuera Ágata quien indicara el camino. Siempre quería complacerla sin
malcriarla. Le gustaba ver a otros niños jugar, y era habitual hacer una larga parada en el parque donde
se daban cita a esa hora muchas madres, ningún padre a la vista.
Ágata no hablaba. Nada más escuchaba. Iván le explicaba todo cuanto sucedía a su alrededor,
describiéndole situaciones y ambientes, enseñándole cada día una palabra nueva. Cuando entraban
por la puerta de la panadería la gente se giraba a mirarlos, no se sabe si conmovidos por la envidia de
la magia de la relación o cautivados por tan tierna imagen. Y obsequiaba la dependienta con un
bastón de pan a la pequeña a modo de bienvenida en señal de homenaje a la simpática pareja. Ni la

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sensación de un adolescente al que permiten conducir un Ferrari Testarossa a doscientos ochenta y


cinco kilómetros por hora en la autopista hubiera podido definir un solo tramo del arco iris que
alumbraba la luz del corazón de Iván.
Susana no personificaba únicamente la maternidad y la alegría en su expresión más sutil, era

la emotividad a flor de piel. Para Iván, una mujer maravillosa. Irremplazable. Se sentía un hombre

afortunado de verdad, un marido satisfecho y un padre agradecido. Y cubría las necesidades básicas

de sus dos mujeres y algún que otro capricho.

Los tres, aunque cada uno a su manera, profundizaban en el gran misterio que es la vida.

Existía entre ellos la libertad imprescindible para ser individuos independientes, amándose con gran

intensidad, pero permitiendo que el espacio bailase entre sus continuos abrazos. Nunca hicieron del

amor algo cerrado y aprisionado o acabado. Iván había aprendido de las cuerdas del violonchelo de

su abuelo que aun estando juntas en el instrumento, al mismo tiempo permanecen separadas y sin

embargo, la separación no dificulta el sonido de la música. Y esta melodía es el canto de la

verdadera unión entre seres amados.

Iván ofreció desde un principio su corazón incondicional, pero nunca para que se adueñaran
de él intentando esclavizarle. Ahora eran tres. Tres pilares que sostienen el templo de una familia
forjada a fuego lento en el amor. El pilar del centro era Ágata, el anhelo de la vida que desea
perpetuarse y aun estando flanqueada por Susana e Iván, a ninguno de ellos pertenecía más que a sí
misma. Podían darle todo su amor, pero jamás intentarían inculcarle sus pensamientos. No tratarían
de hacerla como ellos. Nunca procurarían que se pareciera a ellos. Ambos comprendían bien que la
verdadera libertad no es ni un logro ni tampoco una meta que debe perseguirse si no el sinónimo
más diligente en la ley de la naturaleza. Pretendían los dos que Ágata se elevara por encima de sus
días y sus noches desde el amanecer de su niñez. En su frente llevaba escrito un sueño, el de entregarse,
un día, desnuda al viento para fundirse con el sol. Ágata confiaba en ese sueño porque en el se
escondía su camino al infinito. Un día dejaría de respirar para expandirse y buscar la eternidad.

* * * *

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Los desenterraban para colgarlos en las paredes del nido porque los orgasmos varían de acuerdo al

modo de convocarlos, y ambos, sumidos en el permanente romance explotaban de emoción. La

intensidad del clímax varía en función del grado de confianza mutua en la pareja que en el caso de

Ana y Oscar estaba exaltado, encumbrado por cuanto acontecía porque todo tenía su efecto en las

mil sensaciones perfectas. El nivel de energía de las partes era majestuoso ¡hasta salírseles el corazón!

Y no existía la fatiga de los cuerpos ni la indisposición. Pero atención porque alguien diminuto y

traslúcido ya estaba observando. Había entrega constante. Proximidad. ¿Y un intruso? La diversidad

de juegos previos antes de la copulación en absoluto disminuían. Eran numerosos. Sobretodo la

noche en cuestión. La noche que Oscar percibió algo nuevo que palpitaba cerca.

Llevaban más de tres años felizmente casados. Ana prometía ser la madre ideal, aunque
postergó la maternidad cuando decidieron abortar porque era un mal momento. ¡Egoístas! No les
venía bien... Y todavía se asomaron a la papelera para ver su aspecto, ¿no se les encogió el alma? ¿Qué
le espera al mundo cuando los padres matan a sus hijos?
Durante la luna de miel concibieron el amor a siete grados bajo cero cuando el viento soplaba
corpulento y, esa gota de agua cristalina que no se congeló se tornó una vida que frustraron.
Oscar, aparentemente el padre ejemplar fue el primero en proponerlo “Tenemos cosas que
hacer juntos” afirmó. Se comportó de la misma manera pragmática que Iván pero no se trataba de
una cosa una experiencia o una situación ¡se trataba de una vida!
Predispuestos asesinos, deseando descendencia como la deseaban, optaron por matar
aplazando su llegada y se quedaron tan anchos porque entendieron que un hijo une al matrimonio
pero también distancia a la pareja, y aunque un hijo es una alegría y una gran bendición, a ellos les
preocupaba que tuvieran que prescindir de esos orgasmos convocados en cualquier parte del dúplex
reduciéndolos al recinto de la alcoba sólo cuando el pequeño ya estuviera dormido. Prefirieron
esperar un poco más porque después no podrían viajar. Habían realizado un recorrido por China, otro
por los Estados Unidos, y querían visitar Canadá y África, sin embargo, se lo impediría porque
volvieron a los Alpes Suizos, volvieron a su cabaña de madrera, volvieron a la cama que provocó que
la flor de Ana se abriera para mostrar su dulce jugo igual que años atrás. Oscar saboreó su aroma
volviendo a tocar su feminidad sin saber que el desliz se convertiría en reiterado encargo que insiste
y persiste.

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La hizo sentir mujer atravesándola excitado para clamar toda la fuerza de su amor y el cemento
blanco cristalizó en el útero de Ana y, sucedió, aun con precauciones aumentaron la familia. ¡Pronto
serían tres!

Oscar percibió el detalle antes que naciera la misma luz del día y, silencioso observó el retraso de la

menstruación y los mareos y los vómitos ocasionales. Las habituales molestias anunciaban la

llegada.

No compró en la farmacia la prueba del embarazo. La acompañó al laboratorio de análisis

clínicos para un examen completo, prueba del VIH-SIDA incluida. Y Ana se llevó la mano a la boca

ante el resultado. Parecía que dejaba de respirar con sus ojos que se le saltaban del rostro.

Oscar le explicó a la salida del laboratorio clínico “Cuando hubo amenaza de bomba en el

edificio de la universidad, mis compañeros y los maestros salieron corriendo tropezando entre ellos

por los pasillos, los vi desplomarse por las escaleras mientras la voz de megafonía disimulaba el

miedo solicitando que se conservara la calma... recuerdo que señalaba la voz que no valía la pena

alterarse pero todos corrían, estudiantes y profesores. Yo era el único que no corría. Y francamente

no sabría decirte exactamente porque no corría ni estaba alterado... simplemente percibía... sabía

que todo era en realidad una broma pesada. Y me asalta igualmente una certeza... tengo ahora una

advertencia para nosotros Ana”.

Esta vez decidieron no abortar. Entendieron su deseo de vivir, de ser. Intensas fuerzas de

transformación operaron en los dos. No obstante, el logro alcanzado estaba disfrazado, camuflada

la enseñanza. Se manifestaría la ironía de la vida.

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Una semana más tarde Oscar fue al baño para lavarse las manos. Mientras se las secaba dio un rápido
vistazo a su alrededor. Demasiados cosméticos. Se dijo “La cosmética no está exenta de riesgos para
la salud”.
Ana gastaba mucho dinero en productos de belleza y artículos de tocador y rápidamente
pensó “Nada mantiene a uno con un saludable aspecto juvenil sino es una buena dieta, aire fresco,
agua limpia y la ausencia de estrés. Llegado este caso la arruga se hace atractiva”. Antes la había
estimulado a prepararse ella misma con productos naturales cremas y lociones para el cuidado
personal. Le había explicado como hacerlo. Era una buena forma de aprovechar un tiempo para
relajarse y distraerse pero pudo más la comodidad y la publicidad.
Oscar buscó una caja de cartón y metió todos los cosméticos dentro. Los dejó en el almacén
junto a los detergentes, los desinfectantes, y la reserva de más productos de higiene personal. Y al
toparse con Ana que llegaba del trabajo dijo: “Evitemos a toda costa los productos químicos
artificiales y en vez del ambientador, simplemente... abramos la ventana para que penetre el aire puro
y fresco ¿te parece?”. Aquel día Ana asintió aunque luego de hacer el amor le dijo sonriendo -El aire
puro y fresco está en el campo pichoncete-. Y fue Oscar quien asintió a su vez.
Oscar no entendía porque tantas personas viajan solas en vehículo, ni porque lo utilizan para
trayectos cortos que fácilmente pueden hacer a pie, paseando, evitando contribuir al efecto
invernadero. Tanta cantidad de automóviles desprenden tal cantidad de dióxido de carbono y otros
gases que liberan un calor insoportable para la Tierra que sufre “Los desastrosos efectos secundarios
serán mortales para toda forma de vida” pensó ante la inminente llegada de una nueva vida. Recordó
como en su etapa estudiantil utilizaba el autobús, y únicamente su automóvil el fin de semana
cuando salía al campo para caminar. Hacía amigos durante el trayecto y les hablaba del aire puro con
amor en sus labios. Ya entonces iniciaba una tranquila y discreta revolución, aunque sonaba ridículo
y pocos lo escuchaban sin reírse si abría la boca.
Pero Ana no era alguien de la calle. Ana era su esposa y vivía con Oscar. Cuando Oscar visitó
la cocina inmensa del internado y la pequeña del restaurante de la universidad, alentó a las mujeres a
utilizar trapos de cocina en vez de rollos de papel con la misma linda frase que años después dirigió a
su cocinera al contratarla frente a su redondo cuerpo “Salvemos la Tierra... árboles ríos y toda la vida
silvestre del planeta”. De igual forma alentó a su amada Ana. Pero al ver que no accedió a su petición
le dijo “Sabes... con cariño recuerdo a mi abuela. Limpiaba toda la casa utilizando un paño de tejido
y mucha agua y jabón. Hoy la mayoría de personas utiliza para todo papel higiénico. Pero no es tan
higiénico. Algunas servilletas de papel llevan perfumes fungicidas y tintes que son perjudiciales para
la salud a pesar de que puedan estar autorizados oficialmente. Los rollos de papel se emplean
habitualmente para limpiar cualquier cosa. No hay que lavar. Simplemente se tira. Me exaspera la
frivolidad del consumismo de una sociedad que persigue la comodidad a cualquier precio aún cuando
atente contra el medio ambiente. Yo no quiero participar. Ni tú deberías hacerlo Ana. Las toallitas
sanitarias que una vez utilizadas sueles lanzar sin miramientos al inodoro bloquean los desagües antes
de llegar al mar y portan en su viaje variedad de virus y bacterias contaminantes. Nuestro hijo no
participará! Por eso te propongo y me comprometo a lavar los pañales si con eso consigo que no
compres los desechables y dejes de utilizar los rollos de papel de cocina”. Ana sabía que Oscar
cumpliría. Aceptó su sugerencia. Pero a los tres días estaba usando otra vez rollos de papel para limpiar
los cristales y ante su mueca le espetó –No puedes cambiar la fuerza de la costumbre- a lo que Oscar

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replicó “Me estás diciendo que no se puede hacer nada... Nada agudiza más los desastres ambiéntales
como la creencia de que nada puede hacerse para evitarlos. Cada decisión en cuanto al estilo de vida
acertada o equivocada repercutirá aunque parezca insignificante y la consecuencia no pueda apreciarse
a simple vista pero ahí está. Muchas personas haciendo pequeñas cosas en muchos lugares al mismo
tiempo conseguirán marcar la diferencia”. Ana no pudo más que asentir con la cabeza.
Oscar también le habló del impacto electromagnético de la televisión “Contamina en un radio
de varios metros” y al advertirle “Más de tres horas diarias afecta a la salud, sobretodo en el
dormitorio” y viendo sus intenciones, Ana se negó a sacar la televisión de la alcoba.

Oscar seguía practicando diariamente la meditación. Se comprometía a dedicar ciertos períodos de


valioso tiempo simplemente a ser. “Meditar significa una cesación total de actividad mental, un
estado contemplativo de la iluminación interna más allá de lo manifiesto, más allá de los contrarios,
de los opuestos y, más próximo a los complementarios, a la unificación cordial de las diferencias”.
Intentó explicarle a Ana que la meditación es un alimento más auténtico que el pan, un
descanso más profundo que el sueño, un beso más húmedo que el océano. Ella no lo entendió o no
quiso entenderlo. Pero Ana le permitía desaparecer en su habitación sagrada de estilo japonés situada
al final del pasillo en la zona interior. Y al igual que años atrás, no hacía falta que se marchara a lo
alto de una montaña, simplemente se quedaba en su habitación y escuchaba música suave, aunque
ni siquiera hacía falta que la escuchara y solo aguardaba; pero ni siquiera era preciso que aguardara
para elevarse porque aprendía a quedarse quieto en silencio a solas con lo sutil de su intimidad. Y el
mundo se le ofrecía libremente para que levantara su vuelo. Entonces encontraba paz. Una forma de
gozar de la vida que Ana no compartía. Sin embargo, cuando se retiraba de la actividad del habla y
de actividades tales como ver televisión, escuchar radio, leer periódicos, porque todo eso generaba
turbulencias en su diálogo interior poniendo en peligro ese hueco especial que subyace entre dos
pensamientos, Ana lo respetaba.
Oscar vivía el silencio como nadie. Guardaba esta actitud de detención durante cuarenta
minutos cada día, en ocasiones durante horas. Horas en las que Ana hablaba con la vecina del
piso de abajo -Si las personas que a veces tienen ganas de salir corriendo, personas a las que les
gustaría dormirse durante una semana entera, personas que quieren escapar, esfumarse,
desaparecer, se acercaran a la propuesta de mi esposo... podrían hacerlo. Y ciertamente
aquietarían sus ansias hallando paz y sosiego-. A esa conclusión había llegado Ana.

La mente de Oscar se rendía, dejaba de dar vueltas y más vueltas porque su cuerpo no le
acompañaba ahí donde situaba su alma. Por medio de la meditación aprendió a vivir en lo
extenso e inmenso del conocimiento pleno.
Oscar descubría la calma para que sus anhelos pudieran manifestarse. Quizás por tal razón
percibió el aviso de la llegaba de una sirenita. Pero todavía no sabía que la acometida de la vida estaba
por llegar con todo su misterio. Y había sido avisado. Había percibido, aunque incapaz de interpretar.
Vivía en su interioridad ajeno a todo lo externo que carecía de importancia y conseguía
encontrar la puerta de la Totalidad, durante un rato, pero jamás traspasaba el umbral. Parecía que al
contrario de Iván, no llegaría a pisar el camino, a desplegar ese cambio necesario... porque Iván había
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“casi” materializado su mundo interior pero regresó a lo fácil del dinero. Iván se había dejado vencer
por el entorno en vez de terminar el trabajo. Había permitido que su voluntad interior se doblegara.

Pero pronto se acelerará el desarrollo de ambos amigos. Encontrarán razones para hacer un alto en
su trayecto, para detenerse a tomar aire, para descargarse, para reconsiderar los sucesos de su vida
tanto como para asumir los nuevos que ya intuyen. Y habrá dificultad, pero el transito por esta etapa
dependerá de su actitud. Los dos deberán procurar no sufrir más de lo preciso, más de lo que les
corresponde. Decidirse con debilidad interna es errar el tiro, y ambos se alejarán un día de la dicha.
Lástima... pero, ¡afortunados ellos!
¿Se engañarán a sí mismos Oscar e Iván?
¿Crearán otros problemas más graves que los que pretenderán resolver?
¿Dónde encontrarán la solución?

Hay una antesala maldita que anuncia el cambio para un avance importante en el proceso de
cambiarse a sí mismo. Pero sucede en el momento indicado.
Y aunque se alineen en un sitio estratégico, ¿sabrán el resultado?
El desenlace es una incógnita imposible de predecir o adivinar.
En toda existencia humana existe una ocasión que de reconocerse y aprovecharse transforma
para siempre el curso de la vida en el mundo. Por lo tanto, aunque los reclame el azar, tendrán que
confiar ciegamente en la voluntad del viento para lanzarse sin paracaídas, aún cuando ese instante
sagrado exija saltar al abismo con las manos atadas. Es ahí cuando se descubre la potencia del ser
humano. Porque las circunstancias no hacen al individuo, lo revelan.
Toda tarea de mutación trae consigo mucho trabajo arduo. Los dos tienen que ponerse manos
a la obra con suma alegría pero todavía no lo saben. No saben que saben.

No hay quién se libre de “la prueba de la vida”. Son situaciones en las que uno no puede ejercer
influencia alguna. Hay que descartar toda actividad febril, toda conducta vehemente o frenético
impulso de existir. Nada puede hacerse. Y llegado el caso, lo que nos anuncia la situación es un
período de espera que debe colmarse de paciencia, de confianza. Y un día no muy lejano el manantial
de la vida llenará el cauce del arroyo que conduce las existencias humanas de Oscar e Iván.
Cuando la fruta esté madura caerá del árbol. Y aunque la previsión es conveniente, hay
aspectos del camino del todo incomprensibles y por lo tanto, imprevisibles. Jamás podrían haberse
anticipado a lo que está por venir. Y más que actuar, se les invitará a decidir si participar o no hacerlo.

Una vez tomada la decisión, llevarla a cabo apenas requiere esfuerzo alguno pues el universo autoriza,
se confabula, y apoya la actuación.
Los inconvenientes y el malestar estimulan el crecimiento humano elevándolo a un grado
superior indivisible. ¡Toda época difícil es significativa!
... los dos tendrán necesidad de viajar!!!

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Extractos de Mi Diario Personal /solo apto para quienes se adentran en la vida del cosmos.
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11 Abril, 1999

Antes de bajarme por última vez del avión he embarcado y desembarcado en Ciudad de México,
Guatemala, El Salvador, y mientras pongo los pies en el suelo sé que amaré este país. En lo alto de la
torre del aeropuerto un letrero enorme avanza los acontecimientos: "Nicaragua, brazos abiertos".
No llevo maletas, así que no tengo que esperar. No hay grandes pasillos que recorrer.
Enseguida accedo al control de pasaportes para tropezarme con los stands de los hoteles
recomendados.
Realizo algunas preguntas a las señoritas de vistosos uniformes. Y mi petición de ayuda es
colmada con desmesurado favor, digo desmesurado, porque tanta amabilidad hacia quien reconoce
no poder pagar los elevados precios me ha sido del todo incomprensible. Me dedican su tiempo a
sabiendas que nada van a obtener de mí, pero además, lo hacen con tal agrado que su trato me
confirma la buena estrella de la elección. Este es el país. Es mi momento existencial.
Y un impulso incontrolable me hace ir al baño de caballeros donde agarro mi tarjeta de crédito
y la hago añicos. Luego me lavo la cara y me mojo el cabello.
Si quiero poner mi cuentakilómetros a cero debo hacerlo con lo puesto. No debo refugiarme
en la prepotencia del capitalismo.
A mi regreso las alegres señoritas siguen consultando diversos anuncios en el periódico
teléfono en mano hasta encontrarme una habitación sencilla y económica -En una zona tranquila y
segura- dicen. Me ofrecen su encanto. Y no solo un buen servicio. Me ofrecen la mejor atención sin
otro interés que no sea el de ayudarme creando un manto protector que refugia al desorientado
visitante. Inmejorable bienvenida la mía, sobretodo cuando con la salsa en el tono y su dicharachero
caminar, la más chispeante de todas ellas efectúa otra llamada.
Habla con su madre. Se ríe, y se ríe cada vez más. Y sin darme cuenta me encuentro en un taxi
camino de su casa abriéndome Nicaragua no solamente los brazos, sino también los corazones de su
gente.

15 Abril, 1999

Hoy me encuentro en el porche sentado en una mecedora. Hace mucho calor. Me entretengo viendo
el deambular de los nicaragüenses. Me complace no tener nada que hacer, ni lugar a donde ir. Soy un
hombre sin obligaciones ni compromisos de ninguna clase. Nada me ata a nada. No tengo que rendir
cuentas a nadie. He abandonado la partida. Ya no estoy en la lista. Tal vez sea esta la más absoluta
expresión de libertad.
Sin percibirlo siquiera, han pasado tres horas y sigo aquí sentado en la mecedora del abuelo
que la cede con gusto al invitado de su nieta.
Y permanezco inmóvil hasta que salto al comprender cual es mi siguiente acto de renuncia.

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Al poco rato se me ven las ideas. Me he rapado la cabeza al cero. Cada rizo de mi sedoso
cabello yace ahora en el suelo, y mientras lo barren, veo como se aleja mi historia. Una parte de mi
se ha desprendido, se marcha lejos. Ha sido barrida. Olvidada.
Ahora mi cabeza parece una bola de billar. ¡Me gusta pasarme la palma de la mano por encima
de tan suave superficie!

21 Abril, 1999

No sé el por qué, pero la verdad es que no me siento extranjero en este país. Tiene una magia que
integra y abraza a aquél que emigra y se exilia porque necesita paz.
Yo conocía el significado de la palabra hospitalidad, palabra que a menudo se confunde con
educación u obligada cortesía, sin embargo, el trato que me dispensan todos, desde un principio está
bañado por el afecto franco. Está sazonado por la sinceridad que se eleva en el vuelo mientras una
agradable sonrisa acompaña la melodía del encuentro. Su manera de hablar me lleva por el jardín de
las buenas maneras, desnudándome, hasta dejarme en paños menores.
En Centro América gustan del dólar, pero aprecian más al ser humano. Y eso es exactamente
lo que yo necesito: calor humano. No quiero comprar mi estima a fuerza de arrogancia y plata. La
absurda soberbia mata cualquier relación.

27 Abril, 1999

Estoy descubriendo el arte de platicar. Son tertulias que se componen sin licores ni cigarrillos donde
todos participan y ni grandes ni pequeños quedan excluidos. Las risas se contagian y el bienestar se
materializa en el comportamiento de los presentes. Una sugestiva atmósfera flota en el ambiente.
¡Tengo tanto que aprender!
Me han hablado de un lugar de belleza indescriptible donde centenares, miles de años
murmuran en silencio. En una era de cataclismos y convulsiones que nos sacuden y despedazan, la
isla parece encerrar gran cantidad de insólitas y excepcionales riquezas. Creo que allí puedo practicar
la respiración profunda. Será ideal para relajarme y reflexionar. Espacios abiertos. El viento danzando
en libertad. La naturaleza en su máximo esplendor. Agua fresca y abundante. Pocas personas y todo
el tiempo del mundo para encontrar respuestas; mejor dicho, para acertar en las preguntas que debo
hacerme si quiero escuchar mi ser interior, quien no engaña cuando uno está preparado para oír
aquello que los labios nunca jamás podrán decir.
Pétalo a pétalo voy a desojar mi margarita ahondando, pelando las finas capas de la cebolla
que me envuelve y me oprime aunque para ello tenga que llorar.
El árbol quedará sin hojas tras esta especial poda. Deben nacer nuevas ramas que apunten en
otras direcciones capaces de ofrecer nuevos frutos.
Recuperaré mi fragancia. Entonaré mi sinfonía. Y en mis entrañas volverán a instalarse pájaros
que entonarán alabanzas de ensueño. Una vez encuentre la semilla, prometo sembrarla y regarla.
¡Regalarla cada día!

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29 Abril, 1999

Me levanto temprano al ritmo de Managua. Son las cinco. No se me hace raro empezar a esta hora
del día. Desayuno con la familia que de muy buen humor se hacen bromas unos a otros escondidos
en las risas, entrelazándose todos ellos en las sublimes carcajadas que resuenan como eco bajo mi
piel.
Su jornada laboral inicia a las siete. Unos irán al hotel, otros al aeropuerto, el resto a las tiendas
de las galerías del centro comercial, y yo, voy a salir a pasear. Quiero impregnarme de este pueblo.
Quiero absorber sus inquietudes. Quiero conocer sus intenciones.
Y dejo que las calles fijen el rumbo mientras camino sin tener que tropezarme con individuos
agobiados que corren porque llegan tarde a una cita. En Managua apenas hay tráfico y la ausencia de
semáforos evita las grandes colas de automóviles parados que al estar en permanente movimiento
proporcionan una sensación de libertad placentera. Es una de las pocas capitales donde pueden verse
a los caballos pastando en medio de la ciudad y por la noche se escucha el cantar de los grillos.
Puedo ver el cielo sin tener que levantar la mirada porque aquí no construyen a lo alto.
Un airecito fresco me hace llegar un pensamiento: convencerme a mí. Me duele la cabeza y
de nuevo llegan estas palabras: tengo que convencerme a mí mismo, a nadie más debo convencer
más que a mí mismo.
Tengo hambre. Y mi hambre es la de los países del Norte. En el tercer mundo hay una sola
clase de hambre, la necesidad de alimentos, ropas y cuidados médicos, sin embargo en los países
avanzados existe un hambre permanente de plenitud que las posesiones o la fama no pueden aplacar.
Mi caso no debe ser aislado. Otras personas sufren esta innegable necesidad de alegría, de que esta
alegría no sea pasajera.
¿Qué mundo estamos construyendo? ¿Me gusta el mundo en el que vivo? ¿Existe la posibilidad
de un mundo mejor?
Únicamente podré cambiar el mundo cambiando primero yo. Lo dijo Mahatma Gandhi -
Realiza en ti mismo el cambio que te gustaría ver en el mundo-. O tal vez la frase correcta es “Sé el
cambio que quieres ver en el mundo”. Ahora mismo no me acuerdo.
Espero que este país triangular me insufle aliento. Debo comenzar conmigo. Hay cosas que
uno debe hacer por sí mismo. La sabiduría nace de la propia experiencia. No puede transmitirse.
Ciertas cosas deben vivirse. Los conocimientos pueden enseñarse, pero hay cosas que nunca podrán
aprenderse si no se viven directamente en primera persona.
Hay algo que habita en mí y quiere salir. Está dentro y desde allí me llama. Se mueve con
inquietud esta cosa extraña e indefinible. ¿La encontraré en la isla de círculos y espirales?...

3 Mayo, 1999

Quiero que sea algo más que una puesta a punto o un mero balance de vida. Y para ello debo tratar
mi maquinaria con algunos lubricantes nuevos que logren afinar el deteriorado funcionamiento de
este engranaje mío. ¡Hay que cambiar piezas!

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En la continuidad de la rueda de la evolución, la superación debe ser constante. Sigo adelante


como un mago que sorprende y desarrollo las capacidades internas aunque por ahora no encuentre
mi mejor vehículo o el instrumento de la expresión de mi ser.
Deseo aprender a canalizar mi energía. Seguro que mi potencial es válido. Seguro que tiene
alguna utilidad. Pero no sé cuál puede ser ni sé para qué puede servir y mucho menos sé cómo acceder
a esta cosa amorfa que espero descifrar.
Quizás aquí, tal vez en Nicaragua se me revelará el secreto. ¿Cuál es mi misterio? ¿Tengo yo
alguna misión que realizar en la Tierra?
Ahora tan sólo reconozco mi necesidad de crecer. Mi intención de crear. Pero, ¿crear qué?
Solamente encontrando La Vida llegará mi comprensión.
La posibilidad de mi auto-transformación solamente puede existir mediante la firme
determinación de perseverar en el intento conquistando esta promesa de agua abundante que saciará
mi sed, ¿agua de viento?...

17 Mayo, 1999

Momento a momento y a cada paso, quiero alejarme del pasado. Me gustaría poder recuperar mi
pureza y toda mi inocencia. Necesito estar en armonía con todo lo que me rodea. Creo que por fin
mi intuición se activa a pleno rendimiento. De algún modo siento que tengo el apoyo y la bendición
para dar un salto hacia lo desconocido. Las aventuras me esperan en el río de lo misterioso, ¿por qué
será que pienso en un río escondido?...
¡Sí! Permito que muera el ayer, así es más fácil permanecer en el presente, en el aquí y en el
ahora, como si acabara de nacer en este mismo instante.
¡Debo estar loco de remate! Por qué continúo confiando en esta fuerza extraña que me lleva…
de algún modo, esto va en contra de todo razonamiento lógico. Pero mi renovada confianza es tan
pura que nadie sería capaz de corromperla. No trataré de levantar muros para protegerme. Me
permito fluir hacia este horizonte que se muestra todavía desenfocado.

Confieso que quince años atrás, por primera vez en mi vida permitía que cada
experiencia cotidiana no se quedara bloqueada. No intentaba atraparla y poseerla.
La abandonaba. Me deshacía de ella. Limpiaba mi mente. Intentaba existir sin
necesidad de comprender desde la razón lógica que mide y encasilla y precisa mil
explicaciones. Era fácil aprovecharse de mí, engañarme, robarme, pero estaba
preparado para eso y para mucho más. Intuía que “lo verdadero” que habita en mí,
nadie me lo podrá arrebatar jamás.

30 Mayo, 1999

Nicaragua surgió del mar, joven ante el resto de América, como puente geográfico para unir a
américa del norte con américa del sur. Se levantó sobre los hombros de esa línea de volcanes para

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convertirse en tierra de paso donde el transeúnte errante encuentra su razón. Es un puente entre el
pasado y el futuro y Ometepe es la meta que se convierte en el punto de partida. El fin donde se
encuentra el principio.
La isla sagrada de los nativos está situada en el único lago que crece y mengua. Emerge del
gran lago para ser la mayor isla del planeta en un mar de agua dulce de más de ocho mil kilómetros
cuadrados. Vista desde el cielo guarda la forma de un gigantesco ocho como el más puro ejemplo de
la perfección y el equilibrio. Sus dos círculos están ocupados por sendos volcanes Ometepe,
OMETEPELT, que significa OME-dos, TEPELT-cerro o volcán en lengua Nahualt. Esto es, dos cerros,
dos volcanes!
De aspecto áspero y viejo, imperturbables, fieles testimonios de la historia persisten como
engendros guillotinados. Uno activo, preparado para vomitar su ira en cualquier momento al tiempo
que el otro, pacífico, dócil, quieto y exuberante de vegetación, entona un romántico poema que
seduce a la fuerza bruta.
Me hacen pensar en el Yin y el Yang, esa esfera donde por igual se encuentran dos fuerzas
contrapuestas. Pienso en el bien y en el mal, en lo masculino frente a lo femenino, en lo positivo
junto a lo negativo. Pienso en esa obsesión de raíz indígena que Rubén Darío concebía: la unidad
como dualidad.

1 Junio, 1999

Dejando atrás Granada, me dirijo a la isla en un destartalado velero que a medio trayecto se ha
detenido. Las velas mueren cuando el viento cesa. Y por largo tiempo permaneceremos inmóviles en
el lago.
Esta circunstancia no altera la parsimonia del joven que me traslada junto a dos mujeres,
también de piel oscura y penetrantes miradas al lugar donde sus antepasados dejaron insólitas huellas.
La isla es un fabuloso libro de piedra que llena de páginas de roca cada rincón. Fueron escritas
por artistas visionarios que dejaron su marca para transmitirnos inequívocos mensajes mudos y
silenciosos nunca exentos de elocuencia. Los nativos estamparon esotéricos símbolos que hablan en
un idioma singular para aquél que está dispuesto a leer.
Vuelve a soplar el viento para empujarnos hasta nuestro destino y, nada más llegar al
improvisado embarcadero de Moyogalpa empiezo a sentir. Pero no me asusto cuando noto el
temblor en el mismo centro de mi núcleo al rugir el volcán Concepción. Es señal que hay algo vivo
adentro que desea gritar. Mantiene una corona de humo en su cúspide, pero me advierte el joven
que no hay que temer la actividad volcánica.
Un anciano indio Chorotega de piel muy oscura sin llegar a ser negra ha venido a recogerme
con dos caballos raquíticos. Tiene tantas arrugas en el rostro que se diría que ha vivido todo un siglo.
Intercambiamos una sonrisa tierna y emprendemos el camino a la finca San Juan donde voy a
hospedarme por gentileza de una familia aristocrática que tuvo que partir a Méjico cuando los
sandinistas tomaron Nicaragua en 1979 para gobernarla.
Recorremos serpenteantes senderos. Yo no monto, no tengo costumbre, pero el caballo es
manso y hasta ciego reconocería el camino entre la maleza. Me dejo llevar y que bien me siento por

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este camino que se hace al andar aunque por el momento sea a lomos de un animal que clava sus
huesos en mis posaderas.

5 Junio, 1999

Parece como si hubiéramos retrocedido siglos en el tiempo. La casa es grande y simple, de madera
raída, todavía se adivinan sus colores verde y amarillo... la esperanza y la luz. ¡Que mensaje tan
clarificador!
El anciano indio Chorotega que reside en una humilde cabaña al pie del volcán activo sin
temor a que escupa su lava y lo queme vivo, me señala el otro volcán, el Maderas, ya apagado, de
cono truncado. Me explica que a sus 1340 metros alberga una laguna a modo de sombrero, y una
espesa selva virgen con micos de cara blanca y pájaros silvestres que regocijan al explorador, ¿está
ofreciéndome sus servicios como guía?
Acaece un espectáculo de brillante colorido. Primero ha sido la puesta de sol a mis espaldas y
a continuación surgen al alcance de la mano cientos de estrellitas que parecen nacer y morir
centelleando intermitentemente, oh… cuando sube la marea el lago de Nicaragua varía su melodía.
El sonido del viento se acentúa dándole un compás distinto con un tenue susurrar de cascabel.
El indio me muestra unas tijeras para dormir que ha sacado de la casa. Planto esta plataforma
de lona sustentada por dos barras de madera al lado del gigantesco árbol frutal y me tumbo para
contemplar la bóveda celeste. Aquí estirado, intentaré descifrar sus ocultos mensajes.
Una vaca pasa cerca de mí considerándome parte del paisaje. Siento como el cuerpo me pesa.
Y me pesa. Hasta que ya no lo siento porque estoy flotando. Mis pensamientos viajan lejos en esta
noche profunda caída del cielo y dejo que me absorba y me acoja en su seno. Aves de todas clases se
pronuncian alegremente. Algún búho también lo hace, aunque más tímidamente, y también
refunfuña un mono aullador cercano. Sus gemidos me parecen humanos.
Ha desaparecido el indio del que días más tarde sabré que supera los ciento veinte años o más
porque es difícil saberlo con exactitud, pues todos los testimonios que pudieran dar cuenta han
fallecido.
Me traslado al interior de la casa que en su perímetro está rodeada por un amplio porche.
Busco un colchón y lo pongo en el exterior encima de una mesa y me tiendo dispuesto a dormir sin
pensar en las nómadas serpientes nocturnas. Y sumerjo mi sueño solo en la oscuridad con el pequeño
potrillo a unos metros y los tres perros pardos agazapados entre las patas de la mesa.
Me hablan con relinchos los caballos. De vez en cuando lo hacen las cabras. Cantan los grillos
mientras suenan inconfundibles los sapos con su ronca serenata.

7 Junio, 1999

El gallo grita cuando todavía está oscuro. Permanezco acostado encima de la mesa cercana a la orilla
del lago, me gusta atender el despertar del día.
Con movimientos calmos, bueyes y vacas me saludan invadiendo el terreno para dar
comienzo a su sesión de limpieza a base de lametazos, seguida de frenéticas rozaduras contra los
troncos de los árboles para apaciguar sus picores.

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Sobre las cinco, a continuación de deleitar mis oídos y mis ojos, mis pies desnudos acarician
la tierra que haragana ronronea.
Me lavo la cara en un barreño de plástico. No hay agua corriente en la finca. Tampoco luz
eléctrica. Esto hace que me adapte al ritmo de la naturaleza siguiendo su curso, sus normas, dispuesto
a recoger sugerencias. La Naturaleza es el mejor médico.
Me dijo el anciano indio Chorotega que sobretodo pruebe la tortuga verde porque su carne
es muy sabrosa y fortalece la virilidad del hombre -Así como acentúa la fertilidad en la mujer-
puntualizó. Curioso, también lo anoto en mi diario. Me gusta la plática con este extraño ser. Y creo
que me va bien escribir. Es una forma de exponer claramente mis sentimientos y cuando lo leo, me
acerca a mi propio entendimiento. Quizás consiga mayor discernimiento. De cualquier forma me
voy comprendiendo cada vez más. Y esto es bueno.

10 Junio, 1999

Llego a la conclusión que toda persona es un mecano. He escogido bien mi taller. Aquí puedo
desmontarme sin prisa y repasar el engranaje de mi maquinaria para engrasar todas las piezas
limpiándolas bien antes de ajustarlas, desechando las que no sirvan, sustituyéndolas en caso de ser
preciso. Cada una de ellas forma mi carácter y mi destino, y por ende forman el destino de toda la
Humanidad.
Así me lo aseguró el anciano indio la semana pasada cuando habló de una especie de ser
supremo. Dijo -Ocho lunas de abstinencia física fueron necesarias durante los cuales su voz
enmudeció como requisito previo. En las entrañas de la tierra, debía atender y observar cuanto
acontecía sintiendo el vigor del núcleo. Y para culminar su viaje iniciático era necesaria una danza,
un conjunto de ritmos y movimientos secretos-. Y le pregunté, para saber si se trata de una vieja
leyenda que ocurrió antaño o es una predicción de la historia que todavía está por venir. ¿Se habla
del que vino hace tiempo o del que está a punto de llegar?... pero ya no estaba a mi lado.

13 Junio, 1999

Sin duda voy a sorprenderme cuando termine el montaje. Seguro que habrá cambios importantes.
Debo repasar mi vida fotograma a fotograma. ¡Una y otra vez!
Y permanece la presencia del anciano indio Chorotega, aun cuando no está. Y resuenan las
palabras acerca de aquel ser que durante lunas permaneció mudo y atento a cuanto acontecía en la
tierra. Y aunque yo quería insistirle para que me desvelara la incógnita, ahora ya no puedo volver a
preguntarle sobre el asunto porque murió en paz aquella misma noche después de dejar sus pocas
pertenencias en el lugar donde mantuvimos un larga conversación sentados frente a unos
impresionantes petroglifos, bajo la luz de la osa mayor, la noche siguiente a mi llegada a esta isla
sagrada.
Ni siquiera yo supe que en seguida de pronunciar la vieja leyenda, subió al volcán pacífico a
descansar y allí se sumió en un profundo sueño del que ya no despertó. Supongo que por propia
voluntad. Hay seres que saben cuando les ha llegado su hora y se retiran en silencio y con discreción,
como los elefantes. Escogen el lugar y el momento y van en busca de la muerte o dejan que la muerte

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los venga a buscar. Eso ya no lo sé. Lo único que sé es que desapareció de igual forma a como lo hizo
la primera noche que busqué un colchón y lo coloqué encima de la mesa del porche de la finca.

17 Junio, 1999

Me sigue sorprendiendo el beligerante oleaje, porque concebí en Managua a este lago como todos
los demás: inerte y sin vida, pero el lago que rodea Ometepe en absoluto se asemeja a los demás. Es
como un océano lleno de energía. Se muestra a veces sumiso, uniforme, reposado, para que los niños
chapoteen, las mujeres laven la ropa y los hombres puedan pescar en sus generosas aguas, pero en sí
mismo, aún siendo apacible es un auténtico torbellino de vida que lejos de alterar el descanso te
alienta a vivir la vida con ardor y sin descanso porque origina vida... ¡pura vida!
Un toro bravo enorme como una casa se rasca con las rocas mientras un becerro brinca a su
alrededor confundiéndolo con su madre. Desde que llegué han nacido cinco terneros. Cada vez que
sucede este milagro de la vida la vaca más vieja anuncia la buena nueva lanzando un largo y
estruendoso mugido instantes antes de que ocurra.
Me parece mentira que me entretenga viendo como levantan la cola y orinan a chorro
salpicando a los pequeños. ¡Me divierto! Lo hacen con una indiferencia tan aplastante que no puedo
dejar de reírme solo a destajo cada mañana.
Hoy pelaré unos aguacates. Más tarde me confundiré con los apacibles animales paseando
entre todos como uno más, aplacado sin prisas ni sones de tambores. Pronto aparecerán los zancudos
para acompañarme durante la jornada. Estoy acribillado, pero mi piel se ha acostumbrado a su ataque
y a la incomodidad de su presencia que a miles te envuelven como el aire.
Como una aparición que se desvanecerá dentro de un rato, percibo la presencia de los
cuidadores de la finca que han llegado con sus largos machetes y su característico buen humor. No
los veo, se mantienen alejados. Guardan la distancia porque para ellos, por ser español yo soy en la
finca todo un gran señor. Cuando terminen de ordeñar las vacas haré un pequeño fuego para hervirla.
Es tan sabrosa la recién extraída de la manchada, una de las pocas que todavía no ha parido. Me la
tomaré sentado frente al lago en permanente contemplación. Es un principio de diálogo con el que
ya he conectado rozando lo mejor.

25 Junio, 1999

Me oriento en función de la posición del sol. Aquí no canta el impertinente reloj. Estoy exento de
su tiranía. Las muertas horas son antiguas y las vivas, incandescentes de ambrosia duermen mansas
en las copas de los árboles esperando que alguien las atrape. El calor me agita. Me destroza esta
sofocante presión. Voy a deshidratarme sino bebo agua, pero tengo mis reservas en cuanto a su
potabilidad.
Todavía no he ido al baño con descomposición. Me advirtieron de esta posibilidad y por ello
tomé precauciones, aunque tampoco podría sentarme en el inodoro porque aquí no hay baño, solo
campo, mucho campo donde grandes lagartos corretean sin cesar de un lado a otro como
desorientados ante la inmensidad de este verde intenso. Nicaragua es de color verde en una
proporción de siete a uno.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Añoro el vino tinto, el pan de payés con tomate y el jamón serrano, y el aceite de oliva.
Respecto a la comida, simplemente voy a tener que acostumbrarme. Llevo varias semanas a base de
arroz con frijoles y plátano frito para desayunar, almorzar, cenar.
No me he mirado en un espejo desde que llegué a Ometepe. Debo estar horrible con esta
espesa barba. Es una ventaja que no necesite peinarme. Le he declarado la guerra a los calzoncillos.
Tampoco llevo pantalones largos. Ya no recuerdo cuando fue la última vez que supe el día que era.
Mis uñas están largas y negras. Y me han robado. Los ratones van a hacerse un buen nido con mi
camiseta.

29 Junio, 1999

Veo que el corpulento mandador está contando una y otra vez las gallinas. Parece que falta una.
Mientras se lamenta, me he alejado para orinar cerca de una vieja palmera caída junto a una roca con
un hermoso petroglifo. Y aún habiendo venido cada mañana en las últimas semanas, no he detectado
el enorme bulto hasta que se ha movido. Esa roca tiene un color demasiado bonito. Hasta hoy,
solamente había visto piedras de origen volcánico y ésta es de un verdoso brillante con manchas ocres
y finas rayas cuadriculadas de un férreo metal. Pero... ¡se ha movido otra vez! Ajá, pues ahí está la
gallina. Dentro de una culebra diez veces mayor de las que he visto en España.
Y de repente se oye un golpe seco. Al principio me asustaba. Me ponía a recorrer la finca para
saber que había sido aquello. Después de la desaparición del anciano indio Chorotega no tenía nadie
que pudiera explicármelo. No tardé en averiguar de qué se trataba, cuando ocurrió muy cerca de mí.
Por poco me aplasta la cabeza. Los cocos ya maduros se desprenden de las palmeras y caen con fuerza
para chocar contra el suelo que parece hueco, como si algo se ocultara debajo.

2 Agosto, 1999

Perfecta es cada jornada; solamente me acompañan los alimentos de la vida. Seguramente aquí tendré
mis más elevadas inspiraciones gracias a este inagotable manantial que tiñe las cosas de la verdad más
absoluta.
No hay contaminación visual. Cuando me baño en este lago color plata girando sobre mis
pies en un círculo completo, por muy lejos que lleve la vista no encuentro un solo ladrillo, ni cables
telefónicos, ni tan siquiera un automóvil. Apenas hay una sola carretera sin asfaltar que da la vuelta
a esta magnífica isla. Tampoco hay contaminación acústica. Nada más persiste el murmullo que
susurra con ternura en mis entrañas. Aquí no puedo esconderme, no hay madriguera. No tengo
excusa. No seré un visitante fugaz. Consiento que me alcance el optimismo.
Lo de antaño ya no es mi presente. Mucho menos mi futuro. Escucho el cascabel del viento
que me besa el oído silbando al niño que yace dormido. Ya no voy a querer escuchar palabras.
Únicamente querré sentirlas, posiblemente para escribirlas en este diario.

15 Agosto, 1999

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

El “hogar” no es un lugar físico en el mundo exterior. El “verdadero” hogar es una cualidad interior
de relajación y aceptación. Hay una tendencia a olvidarlo, mientras perseguimos nuestros propios
fines privados y creemos que debemos luchar para conseguir lo que necesitamos. Este sentido de
separación es el espejismo fabricado por la mente racional que ha sido condicionada por el sistema
social. ¡Sentirse en casa donde sea que estemos! ¡Destinar tiempo para disfrutar lo que ya tenemos
hasta que permanezca de manera incondicional!

Necesito hacer aquí esta acotación: nadie es un ser accidental. La “existencia


universal” nos necesita a todos por igual. La energía cósmica es la Consciencia de
Unidad. Las estrellas, las rocas, los árboles, las flores, los peces, las montañas, los
pájaros… todo son expresiones de nuestra misma energía cósmica en esta danza
universal. Si faltara alguno de estos elementos o faltásemos tú o yo, nadie podría
reemplazar este espacio vacío que únicamente podemos llenar cada uno de
nosotr@s. Desde esta versión de mi ser evolucionado, descubro al mirar atrás mi Yo
Inferior. Porque descubrirse uno mism@, es un trabajo constante que no tiene final.
19 Agosto, 1999

Nuevamente la armonía de unas tímidas olas acarician la orilla de este delicioso jardín en el que los
más variados y sabrosos frutos tropicales crecen en profusión. Nada mancilla este paraje. ¡No puedo
más que gozar! Y puedo recorrer la isla a caballo o bordearla remando en el bote de los pescadores,
pero prefiero quedarme quieto. Expectante. Atrapado en otro siglo, en otro ambiente, en este
mundo extraviado.
Disfruto de los días claros y transparentes porque -La reina del Cocibolca- así llamó a la isla el
anciano indio Chorotega desaparecido, tiene el blanco y el negro al mismo tiempo. Estaba en lo
cierto. Es, junto a la noche más oscura… el más radiante día imaginable, y por tal razón lo fatuo da
paso a la autenticidad envuelta en el arcano.
Ometepe está dotada de una magia ancestral. Y aunque mis ojos se abren frente a la soledad,
me siento acompañado, rodeado por la nostalgia de un lugar que clama mientras me avasalla. Y me
doy cuenta que mi corazón no es de hierro. Todavía yacen escondidos sublimes sentimientos de
algodón que la sociedad tecnológica no ha conseguido arrebatarme.
Nicaragua, tierra de lagos y volcanes abrazada por dos mares tiene prendida en su pecho una
joya. Este oasis de paz, cautiva y fascina con leyendas que involucran hasta hacerte participar de
tradicionales supersticiones que conforman esa parte imperecedera que junto a la majestuosa belleza
natural hace que se convierta en un legado que permanece, no solamente como fragancia, sino
también como melodía.

23 Agosto, 1999

Me he acostumbrado a venir aquí. Y desde el punto donde me encuentro ahora, en medio de ambos,
posición privilegiada, diviso perfectamente los dos volcanes del color del cuero viejo gastado. Son
imágenes de monstruos decapitados. Gigantes sin cabeza. Por un lado, el dominio de la ciega

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potencia, preparado en cualquier momento para expresar la indestructible tribulación al tiempo que
su hermano, agazapado en su pradera ignora tal posibilidad. Y me llega desde allí donde nace el sol la
eterna cuestión: ¿ser o no ser?... Y atiendo el grito del pueblo nicaragüense.
Su expresión vital, la más auténtica de sus expresiones para darse ánimo, para indicar acción,
para insuflar arrojo y lanzarse a conquistar la meta es adentro. No "viva" o "adelante" sino
"ADENTRO". Yo no había oído nunca esta exclamación más que aquí y por ser de otra tierra me ha
sorprendido, tentándome su significado. Es un grito de lanzamiento, detonante para el movimiento
y sin embargo, el rumbo que parece marcar no es lo alto de "arriba", ni lo avanzado o progresista de
"adelante" sino la tendencia hacia lo interior, hacia la profundidad... ¡hacia adentro! Y, tal como
indicara Ortega y Gasset: El hombre es el único animal que ha logrado meterse dentro de sí.
Por ello la cultura de los Chorotegas, en una época antigua muy anterior al nacimiento de la
cultura Maya concibieron una interesante teoría sobre la personalidad, cuya expresión ha sido
conservada en un sinnúmero de esculturas de piedra con el motivo del doble yo o "alter ego"
reflejado por individuos que soportan o llevan sobre sí la figura de un animal; similar a la manera en
la religión egipcia, pero los egipcios sustituían la cabeza humana por la del animal.
En Ometepe, como si de una obsesión se tratase, cantidades de estatuas y de dibujos tallados
en las piedras transmiten esta idea de un doble o de un desdoblamiento del Hombre, dibujando "el
otro yo" de la psiquis humana en sus relaciones con la Naturaleza y con el Destino. Respondiendo a
un razonamiento lógico y casualístico de que "algo que Es, no puede provenir de la nada", y, "algo
que Es, no puede convertirse en nada", demostrando una superioridad halagadora con su concepción
del alma humana... principio de la vida, de la sensibilidad, y de las actividades espirituales. Esta teoría
ancestral sobre el espíritu vivo me satisface.
Isla mausoleo donde gran cantidad de objetos de cerámica suelen encontrarse a ras de la tierra
removida por el arado, descifra como empezaron a organizarse... escribiendo en la piedra! Los artistas
aborígenes percutieron sus cinceles de pedernal sobre el material pétreo de esta tierra isleña. Con
estos petroglifos, los indígenas expresaban sus ideas y sus creencias. La calidad del material en que
fueron esculpidos les ha permitido llegar hasta nuestros días. Cualquier persona puede interpretarlos
a su gusto. En mi opinión, los de forma geométrica están relacionados con los astros y el cosmos,
los círculos y las espirales, con la eternidad y el paso del ser humano a otra dimensión.
Por los distintos caminos se encuentran petroglifos cuyo número y perfección asombra a
cuantos los contemplamos. Sobretodo por su magnífica ejecución, suave en las curvas, regulares sus
contornos. Los detalles grabados constituyen obras maestras. Originales. Sobresalientes. Están
perdidos por los bosques, en los cafetales, también entre los potreros. Al visitar la Finca Porvenir,
justo cuando descubrí un impresionante gravado Maya que muestra la elaboración de uno de los
primeros calendarios de la época, algo se abalanzó con fuerza sobre mí. Hizo tambalearme. Y al
incorporarme, veo como se aleja indiferente. Ha sido un pájaro.
El zopilote es un ave carroñera muy habitual por estos alrededores que permanentemente
vuela por encima de las palmeras, una especie de buitre. Esta ave de hermoso plumaje negro y
sofisticado vuelo recuerda a un cóndor africano, aunque tiene un cuerpo mucho más pequeño. Creo
que me persigue. No es la primera vez que la advierto, acechándome, pero hoy me indica con su
vuelo que una parte de mi debe morir y quedarse aquí; la parte maligna, mi yo enfermo.

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Y en contraposición a la muerte... ¡la vida! Mientras me refresco en el lago, pasan rozando mi


oreja otras aves exóticas que en sus bocas llevan pequeñas ramitas de arbusto seco para los nidos de
sus hijos bienaventurados, camino de la isleta que a unos trescientos metros se yergue independiente.
Al salir del tonificante baño, la arena negra que absorbe mucho más el calor, no quema,
hierve. Por su naturaleza de origen volcánico, ésta isla ofrece costas sumamente quebradas en las que
abundan entradas y salientes en forma de cabos o puntas, golfos y ensenadas. Frecuento cada rincón.
No tengo otra cosa que hacer sino es pasear, dejándome llevar por un impulso curioso que escudriña
a cada instante.
Y sigo caminando sin tener a quien dirigirle la palabra. Me siento cómodo así. Salvajemente
libre. Permanezco en completo mutismo. Nada más observo y siento. Y hablo en mi silencio desde
adentro. El cuerpo. No, eso no soy yo. Me muevo a lo largo y ancho de la isla pero no, eso no soy
yo. No puedo ser un simple cuerpo. Me niego.

27 Agosto, 1999

La voz interior murmura, pero no con palabras… percibo el silencioso lenguaje del alma que admira
la creación, rodeado del esplendor de la naturaleza. Es como un anuncio o predicción que solo
expresa la verdad con mayúsculas. Alerta y vigilante observo, aceptando por igual la oscuridad y la
luz. Jugueteo buceando en la profundidad de mis emociones, volviendo a emerger para elevarme
apuntando al firmamento, igual que las sardinas saltarinas que brincan como delfines queriendo tocar
el cielo. ¡Qué tan lejos queda la ciudad, los ruidos, la televisión, la radio, los periódicos, el tráfico!
Cuántas voces empujando de un lado a otro, zarandeando… y, aquí, cuánta nitidez y quietud. Todo
parece estar limpio, como si hubiera limpiado mis anteojos sucios. Ahora no hay turbación, no hay
condicionamientos, no hay confusión ninguna… solo este silencio inconfundible e innegable de una
paz profunda que me lleva al centro mismo de mi ser… estoy listo para escuchar la verdad de la
verdad.

Debo felicitarme por haber emprendido el camino. Hoy no estaría aquí, haciendo lo
que hago, alegre y complacido. En aquella etapa de introspección encontré
verdades dentro de mí. No hay mejor actividad que hallarnos a nosotr@s mism@s. Esa
debería ser la tarea primordial, el desafío de nuestra estancia en la Tierra: descubrir
quién somos. Porque una vez comprendemos nuestra naturaleza, la verdad funciona
sola, y el amor se manifiesta a través de nosotr@s. Lentamente se pone cada cosa en
su lugar y te das cuenta que no se necesitan manuales ni opiniones ajenas, ni aplausos
ni premios, ninguna técnica específica o herramienta concreta. Se vive radiante en
completo estado de dicha.

29 Agosto, 1999

Con una luz violeta y el lila del alba, la neblina suave desciende de los volcanes como velo que acaricia
los peñascos y roquedales deslizándose hasta las orillas del lago. Por detrás se filtran los luminosos

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rayos solares que la destejen en desnudeces doradas y amarillas. El inmenso arrojo del sol pronto me
perseguirá, pero antes la mágica bruma talla esculturas en los riscos para que el viajero adivine sus
indicios... ¡pero que me pasa! ¿Acaso estoy recobrando mi romanticismo?... ¿Lo tuve alguna vez?...
Ciertamente la soledad conduce a la sabiduría.
Es curioso, anhelo no desear nada y es que cuando te despojas de lo superfluo te das cuenta
que eres rico. Cuando logras protegerte del sol del hambre y de la sed, te das cuenta que el resto es
vanidad o exceso. Ahora que soy capaz de ver el cielo en el agua del lago de Nicaragua puedo ver
peces de colores en las copas de los árboles.
Este es un lugar idílico. Tan idílico como cruel, donde la supervivencia se perpetúa con dureza.
Un perro en los huesos ha entrado en la finca cuando los tres pardos se han abalanzado sin compasión
protegiendo sus dominios. Boca a bajo se ha defendido hasta que he salido en su auxilio antes de que
lo mataran a mordiscos. Le he dado un poco de gallo pinto, arroz y frijol, sabiendo que no es el
camino, puesto que le resuelvo el día de hoy pero, ¿y mañana? ¿Qué será de este débil y acabado
perro mañana?... ¡Seguramente perecerá mañana!
Cuando llegué a la finca había tres gatitos recién nacidos. Uno desapareció. El otro se comió
una de las sardinas envenenadas destinadas al los ratones ladrones de camisetas. Y el último, se ha
adaptado de tal manera que acaba de sorprenderme. Parece que no tiene bastante con la leche de vaca
que le doy. Acabo de verlo corriendo sin saber donde esconderse para que nadie le arrebate su presa.
En su boca un sapo intenta liberarse de los finos dientes que lo aprietan reteniéndolo, antes de ser
engullido en lenta agonía. Aunque no sé cómo conseguirá tragárselo, porque el sapo dobla en
tamaño al gatito.

30 Agosto, 1999

A unos milímetros del suelo, suspendido en el aire, algo flota moviéndose en una dirección más que
evidente conformando una larga hilera. Al agacharme y levantar un pedazo de hoja verde descubro
una de esas enormes hormigas llamadas garreadores que muerden como perros.
Antes las había visto grandes como una uña, pero nunca pensé que fueran tan hábiles. Las
amarillas ya me habían dentellado nada más llegar. Me dijeron los chavalos del corpulento mandador
que era porque no me conocían -Pronto te distinguirán y dejarás de importarles-. Por entonces yo
era la novedad. Había que inspeccionar al invasor. Avisarle de que invadía el territorio con su
presencia. Pero ahora que soy uno más entre todos, soy más un amigo que un enemigo para cualquier
ser viviente de Ometepe.
Ese día fue el último que llevé botas. Era duro ir con las botas tras ellos. Me pesaban los pies.
Me instaron a que los persiguiera, y su insistencia y lo bien que lo pasábamos, me hicieron bajar a la
orilla para divertirnos. Me las saqué. Me gustó correr descalzo, ligero, como ellos. Los perseguí hasta
que los pillé, uno a uno, no sin antes llenarme de arena. Y por ahí las olvidé… intencionadamente.

1 Septiembre, 1999

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Cuando ando sin rumbo caminando por la orilla del lago descalzo bordeando la isla sagrada bajo el
intenso sol del día, de repente piso sin querer algún cangrejo, y en la oscuridad de la noche, algún
enorme sapo despistado. Los animales superan en número a las personas.
Y una vez más me detengo a observar este curioso montículo a modo de altar natural. Aquí
se aprende a leer pensando en muchas cosas del giflo a la palabra, y de la palabra a la idea que transita
por un instante milenario. Pero en esta ocasión algo distinto me ocurre. No puede ser cierto, pero
la verdad es que está sucediendo. Mirando y remirando este hermoso y perfecto círculo tallado en la
roca que tantas veces he observado en busca de la percepción, me asalta una intuición vestida de
pensamiento fugaz “Mi círculo no se completará hasta que no tome contacto con la tribu de los
Miskito”.
Abrasado por treinta y siete grados de sofocante ternura, un soplo del presentimiento feliz de
esta vivencia me sobreviene. ¿La verdad de la materia es su espíritu y no la cosa?
Y en este instante, como balada de primavera que enreda, da un brinco mi camino hacia otra
dirección... Pero, ¿quiénes son los Miskito y dónde se encuentra esta tribu?

3 Septiembre 1999

Con un hábil golpe de machete prestado, me he abierto un coco. Su jugo es sabroso. Me gusta
beberlo, aunque no me quita la sed. Cuando viene la mujer del mandador a la casa para ejercer
funciones de cocinera, cosa que rara vez sucede, me deja un jugo preparado encima de la mesa donde
duermo. Ellos lo llaman fresco, pero es una bebida que no puede servirse fría, puesto que no hay
frigorífico; ni tampoco televisor cafetera o plancha. De todos los que he probado, el fresco que más
me gusta es el de pitahaya, de un inconfundible color lila encendido. Exprimen la fruta y le añaden
un poco de limón. El resultado es fantástico. Y la pitahaya me quita la sed.
A mucha gente se le antojaría imposible vivir en esta isla sin las comodidades más elementales.
En los países del Norte se ha extraviado el verdadero significado de la palabra necesidad. Basta analizar
las actividades del día. Únicamente tres o cuatro son enteramente necesidades. Todas las demás son
bastante prescindibles; vacías, estériles, artificiales. Si aprendiéramos a llenar todo ese tiempo... ¡El
mundo tiene tantas necesidades!
Me resulta un tanto extraño dirigirme a los niños en términos de Usted como es costumbre
aquí, pero al mostrarles respeto se me abre una ancha perspectiva y los atiendo de otra manera, como
lo que son: jamás una propiedad de los padres, si no los hijos y las hijas del anhelo de la vida que
ansiosa por perpetuarse quiere que estén a nuestro lado sin que por ello tengan que pertenecernos a
los mayores.

5 Septiembre, 1999

Sigo escuchando cada mañana a los trabajadores en la parte de atrás, independientemente de que sea
lunes jueves o sábado. Pase lo que pase se reúnen de madrugada. Al escuchar sus bromas, ahora que
ya no me consideran como “su patrón” me acerco para saludarlos, pues no los volveré a ver hasta el

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día siguiente, porque desaparecen en la extensión de la finca. Unos van al chagüite, otros llenarán
sacos con cocos y el resto repondrán las cercas que los animales han roto durante la noche.
Y de pronto amanece el lago calmo y plano invitándome a caminar por encima de él. Pueden
verse las simpáticas sardinas saltarinas sobresaliendo de este espléndido edredón color plata. Se añora
ese dulce acariciar las rocas y las orillas cuando se funden las olas con el tenue susurrar del viento y se
torna silencio. Y me regocijo por la inconmensurable paz. Me deleito con este inmenso sosiego que
serena. Es una tranquilidad que no se rompe con el deambular de las aves que vuelan presurosas a la
isleta, mientras a lo lejos, el extremo del horizonte muestra con disimulo el contorno de la otra orilla
donde está Granada. Y todo lo corona un cielo aterciopelado con distintos pliegues que cambian para
volverse a dibujar. Ninguna sofisticada cámara captaría ni tan siquiera un brote de la plenitud de esta
imagen que no puede verse. Debe vivirse, sentirse en su misma expresión.
Me sonrojo al recordar ciertas cosas de cuando me asenté aquí, sobretodo cuando por mi
ignorancia, pensé que en las entrañas de la tierra, bajo mis pies, la lava se estaba moviendo y por esa
razón era que del suelo saltaban chispas de fuego como estrellitas que nacían y morían
intermitentemente. Fue entonces cuando descubrí a las luciérnagas o como las llaman aquí, las
quiebraplatos, cientos de animalitos que a diario vienen a saludarme con su improvisado vals
destellante que oscilante, me serena la mente. Si la mente no va despejándose ¿de qué sirven todas
las peregrinaciones del mundo a los lugares más hermosos? Limitarse a viajar por viajar... visitar lugares
santos u exóticos... ¡vaciar la mente! Mi cuerpo no soy yo. ¿Soy mis pensamientos? No, eso no soy
yo. Y entonces...

9 Septiembre, 1999

Sólo recuerdo que tengo recuerdos. Pero no consigo acordarme de ninguno de ellos porque se ha
girado una violenta corriente de viento y tengo mucho frío. Oigo el teclear de mis dientes uno contra
otro, o, ¿son quizás las gotas de lluvia que como potentes pelotas de goma se lanzan contra el techado
de zinc?
Se me nubla la vista.
Hace dos días que llueve sin parar. Se van a ahogar las vacas. ¿Cuando terminará esta tormenta?
Me siento mal. Estoy tumbado en la hamaca desde... Tengo espasmos!
La tierra se empantana. El barro cobra vida y se pasea por el porche. Avanza el barro tragándose todo
lo que encuentra a su paso. Su tamaño es cada vez mayor.
Los animales han salido a la estampida. Hacen bien. También el sol se escondió y no volvió a
dejarse ver. Seguro que sabía lo que pasaría y por eso se alejó como todos, dejándome a solas con...
No sólo estoy afligido, estoy destrozado. No logro entender qué me sucede.
Mis ojos están empapados. Me parece estar meciéndome en un cuarto oscuro, o tal vez en el
estómago de un terrible animal. Probablemente algún monstruo legendario me ha engullido y no
me he dado cuenta.
Ahora la violenta corriente es casi un ciclón desbordado que ahuyenta los demonios y derrota
los presagios. La tierra sigue empapándose de un agua que se traga y traga mientras el lodo trepa y
trepa invadiéndolo todo.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

La naturaleza ha enmudecido. La vegetación ha perdido su colorido. Todo parece opaco y


ausente. ¿Quién ha descompuesto el decorado? ¿Por qué se ha derribado el día? ¿Dónde se han llevado
el paisaje?
Las gotas de lluvia son ahora estalactitas. Se han convertido en los afilados colmillos de un
mitológico felino que muestra sus fauces y mantengo los ojos cerrados y sin embargo, aprecio
imágenes nítidas y veraces tan potentes como siluetas que cobran forma y las sombras toman vida.
¿Qué sucede?... Percibo voces roncas que se repiten.
No puedo alargar mi brazo. Lo intento, pero me pesa tanto que no lo consigo. Son largos los
tentáculos de estos gigantescos árboles que pretenden estrangular mi cuerpo. Y me inquietan porque
cada vez hay más.
¡Lucho contra mis fantasmas que intentan enredarme!
¿Cuántos días llevaré ya en esta hamaca? ¿Cuántos?...
Me veo postrado en la hamaca y sin embargo, yo soy quien mira y me miro y lo veo... y no
entiendo qué es lo que está ocurriendo. No sé si es a mí a quien le está sucediendo esto o al otro, ese
que se parece a mí y que está ahí abajo tendido en la hamaca del porche.
El paisaje desaparece. El techado de zinc no está. Debería mojarme. El silencio me turba. Es
más que ensordecedor. Terriblemente cegador si miro fijamente mi interior.
Y sigue quebrándose mi piel. Se me erizan los pelos del pecho mientras mis manos se
agarrotan, o, ¿son las suyas? ¿Quién es quién? ¿Quién soy yo? ¿Dónde estoy?
Se revuelve o me revuelvo sudoroso y deshidratado sin fuerzas y apenas pulso mientras las
voces siguen hostigando.
Han cedido los postes. La corriente violenta ha partido los árboles. El cielo se abre. No
comprendo como esta hamaca sigue suspendida en el aire, ¿cómo es que continúa meciéndose?
¿Y por qué me hundo tanto sin tocar el suelo? ¿Por qué no me mancho con el barro?...
Un olor a podredumbre me aniquila el sentido y desfallezco cuando creo que sigue
aumentando el grupo de voces. Ahora hay más gente a mi alrededor pero, ¿qué es lo que quieren?

10 Septiembre, 1999

¡No me dejasteis ser niño!


Aquello que para mí era lo máximo se convirtió en nada. Fui despojado, desposeído de cuanto
consideraba inmenso e infinito. Todo se redujo a un enorme vacío. Y tanta vaciedad me oprimió el
corazón hasta partirlo. Ni tan siquiera pude ser un niño desdichado.
¡No me dejasteis ser niño! Un niño jamás renuncia a una pregunta una vez la ha formulado,
pero ahí no había nadie para responderme. Fui prisionero de la incertidumbre. Los mayores estabais
durmiendo o bostezando cuando yo, aun todavía pequeño, no podía aplastar mi nariz contra los
cristales. Y todos aquellos maravillosos objetos se me escaparon.
No me dejasteis ser niño aunque a gritos os pedía auxilio. Contra la pared lloraba en silencio,
pero mi nuca no llamaba vuestra atención. Esa imagen de niño desconsolado e inconsolable ya,
debería subsistir en vuestra memoria. Pero nada más se encuentra en el recuerdo de mi alma. Allí es
donde existe y persiste aún hoy, todo mi sufrimiento.
¿De dónde soy? ¡No soy de mi infancia!

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¿De dónde vengo? ¡No vengo del amor!


Y, ¿a dónde voy? No voy, porque me falta el motor, pues sin ilusiones yo no funciono.
Tan sólo los niños saben lo que buscan pero a mí no me dio tiempo a saber. Yo no pude ni
siquiera empezar. Por esto vago ahora sonámbulo entre deseos reprimidos.
¿Dónde estaba mi mundo diferente?
¿Por qué no quisisteis entrar en mis imperios?
Debisteis cruzar conmigo al otro lado del espejo. Solamente un niño planta un palo en el
suelo y lo convierte en un príncipe y lo hace su amigo.
Me adherí a mis propias creencias situando lo posible en el lugar mismo de lo imposible,
extraviándome en aquel momento en la fantástica imaginación de mi intelecto.
Se quebraron mis sueños. Se cerró mi disponibilidad afectiva y detrás del alto muro instaurado
quedaron encerrados mis sentimientos. Y todos mis anhelos.
Lo oscuro es más tentador que lo claro, aquello que es limpio y puro. Entre las dos
explicaciones de mi fenómeno os inclinasteis por la más oculta negra y extravagante para consolaros
por vuestra incomprensión, pero mucho más por vuestra incompetencia, así escondisteis vuestra
maldita torpeza porque la otra explicación, la verdadera, no se deslucía ni ponía los pelos de punta...
¿por qué preferisteis el drama de una tragedia?
No me dejasteis ser niño pero hoy ya no renuncio por más tiempo a infundirle inocencia a
todo lo que por definición es inanimado. He recobrado mi estuche. Ya tengo mis lápices de colores.
Puedo volver a ese mundo imperecedero porque hoy, se que la clave está en el juego y no en
permanecer dentro del parque. Es ahí donde voy a volver a entrar para empezar. Sí, voy a entrar en
este mágico juego porque mi infancia, fue una infancia perdida, pero yo ya no estoy en la cuna. La
niñez interrumpida no me ha sido robada.
No me dejasteis ser niño y de mayor he sido un hombre serio. He ido en busca de cosas
importantes sin saber qué me importaba. Ya no quiero que mi forma de existir sea banal y carente de
sustancia. Ahora sé. Y aquí da comienzo la sinfonía de mi obra porque he encontrado al niño que fui
antes, ese que dormía en mi pecho, un ser extraño, aunque excepcional y maravilloso. Un duende
bandido y distraído que andaba perdido como tantos otros andan desorientados por ahí, perdidos en
algún lugar de vosotros.
¡Atención porque por ahí va vuestro niño!

12 Octubre, 1999

La última frase que recuerdo antes de quedar inconsciente es:


_ Chepe, Pelón,... vengan acá! Hay que socorrer al español.
Sé con certeza que me siento abrigado de amor. De todo lo demás tan solo tengo una vaga
idea. Aunque intente recordar, no logro hacerlo.
Hay mucha oscuridad. Es de noche. La ropa que llevo no es mía. Y me pregunto de quien será.
El silencio es total. Me hierve la garganta. No sé exactamente dónde me encuentro pero me
siento bien. Atendido.
Y me asalta esta afirmación: cualquier momento es buen momento para comenzar una nueva
vida. A cada rato me asalta.

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13 Octubre, 1999

Intuyo que ya se levanta el día. La claridad comienza a ser visible y con ella se me descubre poco a
poco el lugar que me acoge y me ha resguardado de una tragedia.
Me encuentro en un barracón de madera desde hace algunos días, o quizás meses. No sé de
cuánto tiempo estoy hablando, pero puedo decir que sea el que sea he dejado atrás los días de
tinieblas.
Por las anchas rendijas se cuela la luz y el aire fresco y dulce del lago. Me cuesta llenar mi pecho
de aire. Lo intento. Parece como si sufriera asma. Me ahogo cuando lo hago.
Me encuentro cómodo de espaldas con la mirada pegada en el techo. Hay muchas telarañas.
Apenas queda rastro de la pintura. Registro tenues murmullos detrás de la mampara de madera.
Sé que recibí visitas, aunque no sé de quién, ni por qué, pero qué importa. Estoy aquí.
Tampoco sé desde cuándo. Seguro que alguna razón habrá para todo este acontecer.
Se acentúa el murmullo, son mujeres, son inconfundibles. No consigo entender lo que dicen.
No sé de qué hablan, pero sí, son mujeres, no hay duda, hablan y hablan. También escucho animales.
Quizás estoy en una granja.
Por debajo de la puerta que da al exterior algo parece que quiere entrar. Es un conejo. Que
simpático me parece su andar, y como se rasca con ritmo frenético detrás de sus largas orejas. Primero
una, luego la otra... ¡qué gracioso!
Unos golpecitos me avisan que alguien va a entrar. Vienen. Hay muchos pasos. Barullo. Un
niño, una dos tres mujeres. Un hombre y nuevamente más niños. Todos agolpados en coro en la
habitación rodeándome. No los conozco, pero en sus rostros puedo vislumbrar las buenas
intenciones y en sus ojos un destello de bondad. Escucho una voz que se abre paso -Con
permiiisssooo-. Es una mujer mayor, probablemente la abuela de todos -¿Cómo amaneció?- me
pregunta. Me toca con su mano la frente mientras la miro con agradecimiento sin saber qué decir.
Me frota los pies, y las piernas, haciéndome un masaje para reactivar la circulación. Todos los demás
observan atentos. Callados.
_ ¿Puede mover los pies?... haber, español, levante una pierna.
Ahora descubro toda mi debilidad y me asusto de verdad. Apenas tengo fuerzas, pero consigo
flexionar ligeramente la rodilla izquierda. Ella ha sonreído y los presentes la secundan. Debía ser la
señal matriarcal, porque a continuación, todos me dan una efusiva bienvenida con alegría y me
ordenan que descanse antes de cerrar la mampara de madera. Y los párpados se me desploman
rendidos con la contundencia de un telón de acero.

15 Octubre, 1999

Cuando he vuelto a entrar en contacto con la realidad, una dicharachera niña de unos diez u once
años me está contando un cuento, pero vuelvo a perecer en el pozo oscuro de esta extraña
enfermedad.
Más tarde mi mano se encuentra entrelazada a la de una hermosa joven. Es tímida, pues
cuando comprende que he vuelto al mundo de los vivos, aparta con rapidez su cuerpo del regazo de

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la cama y su mano con agilidad. No sé por qué no logro articular palabra. Nada le puedo explicar. Su
blanca sonrisa se desvanece junto al bello rostro color canela, no antes de quedar cegado por su magia
sobrenatural.
Y la siguiente vez que he despertado me he asustado. Ante mí una sombra se abalanza como
un monstruo desconocido lleno de maldad, pero en la calidez de su tacto hallo seguridad. Y otra vez
vuelvo a desmayarme por enésima vez hasta que sin saber cómo, me encuentro incorporado, sujetado
por los firmes brazos del corpulento hombre. Me fijo que es muy panzudo pero esto no le resta
movilidad.
Una mujer, de igual modo como si de su propio hijo se tratara me pone en la boca una
cucharada de sopa caliente que yo agradezco con el ronroneo del gato satisfecho. Cada vez que la
trago me procura una agradable sensación de bienestar que me apacigua.
En este momento me fijo que las paredes no llegan al techo. No deben tener más de dos
metros. Por tal razón escuchaba lo que ocurría un poco más allá, no lejos de esta especie de
enfermería donde me cuidan con gran esmero igual que a uno más de la familia.
Me acurrucan con suavidad. Me tapan con la sábana. Incluso la permanente primavera que
regocija con su magia sobrenatural, me besa cariñosamente en la mejilla. Esto me gusta, seguro que
me hará descansar con placidez. No he podido agradecérselo porque mis ojos se han tornado en mi
cabeza como queriendo darse la vuelta para buscar la parte de atrás.

17 Octubre, 1999

Cae recia el agua. Ha encontrado una entrada por las tejas desencajadas del viejo techado de esta casa.
Me salpica.
Escucho llover largo tiempo y mi cuerpo... no, eso no soy yo. Me he movido a lo largo y
ancho de la isla pero no. Yo no soy nada más una amalgama de carne y sangre y nervios y
articulaciones de huesos. Tampoco soy únicamente mis pensamientos. Eso no soy yo. Pero si yo no
soy mi cuerpo ni mis pensamientos, si nada de eso soy, ¿qué soy?
Niego mi cuerpo, mi mente que piensa. Incluso mi pasado. Y la conciencia es lo único que
permanece conmigo.

19 Octubre, 1999

Participo de esta oscuridad nocturna. Disfruto escudriñando sus secretos. Y cuando despunta el día
siguiente, nuevamente el femenino murmullo se convierte en la mejor música. Crece el revolotear
de los niños. Ahora sé que los hombres salen bien temprano para atender las tareas del campo.
Ordeñar las vacas y llevar al ganado a pastar son parte de sus obligaciones.
Surge el llanto de un niño. Parece que nadie lo escucha. Se perpetúa y, con gran dificultad me
incorporo en lo que parecen unas tijeras con un fino colchón encima. El niño sigue llorando con
insistencia y convencido ya de que nadie se percata del peligro que debe de estar padeciendo el
pequeño, hago un gran esfuerzo para moverme. Imagino lo peor. Casi arrastrándome salgo de la
habitación para alertarlos, y cuando los veo tranquilos con sus quehaceres les pregunto alterado con
torpes gestos si no están escuchando el llanto del niño. Se hace un silencio que corta. Todos con el

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entrecejo fruncido y sorpresa en la mirada, como si se hubieran puesto de acuerdo, dan paso a una
tremenda carcajada general burlándose de mí. Yo no comprendo. Ni le veo la gracia al asunto hasta
que la matriarca levanta el brazo derecho señalándome la puerta del porche. Al seguir su mano y su
dedo encuentro encima de una tabla una lora de verde musgo que me observa ladeando la cabeza
mientras sigue con los sonidos aprendidos de los niños.
Avergonzado me he desplomado en la silla como el chiquillo al que han regañado por no
saberse la lección. Y cuando han terminado las bromas, me han hecho preguntas interesándose por
mi estado de salud, pero si intento contestar, mi voz se quiebra. Me excuso con gestos. Todavía no
puedo expresarme.
Frente a mí dejan un plato de arroz blanco con guacamole, cuajada, y plátano frito. Como
con muchas ganas, con cubiertos, ellos lo hacen con las manos mirándome de reojo como bicho
raro. Me asombra ver a los niños de cuatro y cinco años bebiendo café.
Y me percato que los niños todos por igual llaman a los hombres papá y a las mujeres mamá,
al margen del parentesco. Desde que conviven en la misma casa se unen más allá de la sangre. Extraño
país donde los miembros de una familia raramente crecen a la sombra del mismo árbol,
principalmente porque la pobreza y el hambre obligan a emigrar.

20 Octubre, 1999

Una sociedad que aísla al individuo jamás conocerá la solidaridad, por esta razón los países del Norte
están perdiendo este calor tan sano. Aquí no hay el problema de uno u otro. Aquí solo hay un
problema. Y este es el problema de todos. La cooperación es automática. Cada uno encuentra su
lugar. Yo no he sido nada más un enfermo. Soy el asunto de todos. Todos colaboran. Y ahora en vez
de aislarme participo del ritmo de la comunidad.
A la expresión “ducharse” lo llaman “bañarse”. Me invitan a asearme señalándome el lugar.
Me facilitan una toalla y una pastilla de jabón, pero tiritando, suficientemente explícito, les hago ver
que tendré frío... hasta que decido dejarme llevar y hacerles caso en vez de obstinarme a levantar
muros que distancian.
Sacan agua del pozo y la sazonan con hierbas aromáticas. Identifico enseguida la fragancia. La
misma que sentía durante mis desmayos. La que me parecía fantasía.
Gozo frotando mi cuerpo en medio del campo cobijado detrás de unas improvisadas planchas
de madera a escasos metros de las letrinas, rodeado de patos gallinas perros conejos pavos y cerdos
grandes como caballos. Y me encuentro mucho mejor después del baño-ducha a base de rociarme
con baldes llenos de agua y hormigas. Creo que es a partir de aquí que empieza mi verdadero viaje.
Hay algo que vive en mí y quiere salir. Algo que debo rescatar. Está ahí, muy adentro, y desde
allí me llama con la fuerza del viento. Se mueve con inquietud esta cosa entre ocasionales susurros y
ligeros tambaleos asomando ya su cabeza. Y como un niño que desarma su juguete para conocerlo,
así me encuentro yo en Ometepe.
Estoy convencido que tenía que hacerlo. Tenía que llegar hasta aquí. No solo era el momento
preciso. Interpreto que es mi momento. Esa ocasión prodigiosa que de reconocerla varía la existencia
humana.

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22 Octubre, 1999

Nos citamos a las cuatro de la madrugada en la entrada de la hacienda Santa Rosa donde se cruzan
los caminos. Yamila estudia turismo. Se ofreció a mostrarme el reservado lugar. El director del museo
de Altagracia me advirtió que llevaría encasquetada su gorra roja -Nunca se despega de la gorra
cuando va allí-.
El camión bananero sin carga deslucido por los años no ha superado los veinte kilómetros
durante el trayecto. Ha saltado por encima de los profundos baches haciéndome botar en la parte
trasera igual que un balón de básquet. En ocasiones me he golpeado contra los oxidados hierros que
un día fueron negros. Me asalta con desbordante entusiasmo el recio conductor -Un cigarro, un
cigarro... ¿tienes un cigarro español?- pero yo no fumo y con pesar no lo complazco. Espero haya
leído el agradecimiento en mis ojos cuando se marchó.
Detrás de un grupo de bueyes, Yamila sostiene un conejo que entrega a una niña luciendo
orgullosa la descolorida gorra. Se parece a todos los indígenas de la isla; baja estatura, cabellos lacios,
pómulos resaltados, piel de arcilla, grueso cuello, anchas espaldas y una cabeza plana por delante y
por detrás.
Yamila se dirige a mí con una blanca e iluminada sonrisa -Bienvenido español-. Se quita la
gorra y se la ha vuelto a encasquetar con un ligero forcejeo. Y hemos empezado a andar y andar, y
hemos seguido andando hasta el mediodía.
Durante la caminata, sus intermitentes explicaciones sobre lo que oculta debajo el reservado lugar,
han hecho amena la distancia. Una iguana nos ha seguido durante un rato. Cuando Yamila ha
señalado los árboles, aunque me ha costado al principio reconocerlos por su destreza en el arte del
camuflaje, he visto grupos de micos de cara blanca y no he podido evitar pensar lo mucho que nos
parecemos a estos animales.
A lo lejos una pareja de pelícanos nos observa desde lo alto de unas rocas. Detrás de ellos iba
a mostrarse ese lugar reservado solo para unos pocos. Y ante mí se abre majestuosa la belleza del
Charco Esmeralda, fabulosa laguna cuyo perímetro visto desde el cielo asemeja a la silueta de un león.
Por un minuto me quedo paralizado como diciéndome que yo ya he estado aquí. Creo que
ya conocía este lugar. Esta imagen se me ha revelado en algún sueño al que no di importancia ni
presté atención. Sí, ahora estoy seguro. ¡Yo he estado aquí antes!
De repente un sonido me asusta. La maleza se ha movido -Pul- dice Yamila -Pul- repite
insistentemente indicándome con su largo dedo lo que parecía ser un hombre mayor que se esconde
tras la maleza. Por lo visto pul significa perdido entre los dos cerros. Parece que hay varios PUL que
llegan por los senderos y vagan alrededor de esta laguna como si buscaran algo.
La laguna está situada en la zona sur, en un paraje encantador. Sus bordes están cubiertos de
árboles, mayormente de una clase denominada guapo que lo enmarcan como el más lindo paisaje
que colgar en una pared. Su característico tono verde es por las algas que hay en abundancia. Es un
criadero de tortugas natural. En sus aguas alberga peces de todas las especies, sobretodo anguilas.

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Predominan en mayor número los patos chanchos, pero también hay diversidad de garzas y cuacas.
Es un panorama fantástico. Podría pasarme horas contemplándolo pero Yamila comienza a hablarme
de la leyenda y le presto atención a ella.
_ Dicen que debajo de esta laguna existe un mundo entero donde habitan los elegidos. El Encanto,
bajo tierra, está embrujado de grandeza. Es un mundo que se encuentra debajo de la laguna poblada
por personas y animales y toda clase de árboles frutales. Los visitantes pueden comer lo que quieran
y cuanto quieran pero no pueden llevarse nada. Se sabe que un ladrón quiso llevarse un amuleto
provisto de poderes sobrenaturales y cuando buscó el camino de regreso no lo encontraba. Todos
los caminos lo devolvían siempre al poblado. Pero seguía intentándolo una y otra vez.
Mi propio tatarabuelo estuvo en El Encanto. De la misma manera intentó llevarse algo, pero
no pudo salir hasta que depuso las cosas. Solamente un pedazo de tela roja consiguió traer para
confirmar la veracidad de la leyenda. Con esta tela hicimos mi gorra, mira...
Yamila me muestra la gorra estremeciéndose, haciéndome sentir un escalofrío que se ahoga en mi
oído mientras sigo atento a sus palabras.
_ Una noche se marchó y ya no volvió. Cuando los miembros de mi familia venimos por aquí traemos
la tela para que pueda identificarnos y nos enseñe el verdadero camino. Pero es juguetón y travieso.
Ahora nadie lo alcanza.
Los niños se encargan del aseo y el cuidado de los más mayores, porque solamente ellos
pueden verle las patas a las culebras. Ahí vive Mamabel.la, una anciana que monta a caballo, corta
leña, y limpia su platanal. Es la hermana de Mamabucha.
Son muchas las personas que al completar su ciclo acuden al Charco Esmeralda para que se les
permita la entrada.
Y sabes español, cuando el fuego silba en alguna parte del mundo es señal de que nuevos
visitantes llegan a El Encanto. Ese hombre que hemos visto antes, seguramente venía a por el aroma
de una planta que enamora a las mujeres. Otros vienen en busca de los secretos para amansar a los
bravos animales. Algunas mujeres embarazadas llegan hasta aquí para recoger las plumas encantadas
que han perdido las aves que habitan bajo el Charco Esmeralda. Las llevan al río Buen Suceso, porque
si corren contra corriente, significa que sus hijos nacerán sanos y fuertes.
Y perdiendo la mirada en el fondo de la laguna Yamila ha enmudecido.
Yo me he quedado embobado como el pequeño que escucha una fábula que le cuenta su
abuelo una lluviosa tarde de domingo. Sin duda este es un lugar misterioso que guarda algún extraño
secreto. Quizás algún día descifre alguien el enigma de tan fantástica historia.
Por la noche, recordando la leyenda he visualizado en mi mente el cuadro de Salvador Dalí en
el que un niño curioso levanta el mar para ver que se oculta debajo.
A las pocas horas de dormirme me he sobresaltado porque una mano salida de la laguna me
agarraba del pie y tiraba hacia abajo.

24 Octubre, 1999

Por ahí esta Emérita! Ella vive siempre fascinada. Y se emociona con una pelota, un grillo o un
escarabajo. Se asombra de todo y todo es una maravillosa experiencia. Los adultos nos desconectamos
del mundo y ya no entendemos de piedras, insectos, árboles. Al llegar a la madurez olvidamos que

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tan mágica es la vida. Emérita acepta sin prejuicios y disfruta sin necesidad de comprender y examinar
las cosas. Simplemente siente la vida. ¡Ni una sola vez la he escuchado quejarse por el clima! Cuando
golpea el sol, dice que la ropa se seca más rápido. Cuando llueve torrencialmente, dice que las plantas
están contentas. Me deleito con su visión de las cosas.
Creo que todavía se hace la enfadada pero sé que bromea. Cuando jugamos hace unos días,
después de subirnos al árbol para comer guayabas (una fruta que no me gustó mucho y que preferí
dársela al caballo), todos partieron corriendo para esconderse. Antes de ir en su busca, sin que me
vieran enterré todas las chinelas; sus zapatillas.
No se dieron cuenta hasta la hora de marcharnos y casi se pusieron a llorar del susto. Emérita
es la mayor de todos y la responsable del grupo. Al no ver las chinelas, temió un castigo. Aquí las
cosas tienen un valor tres veces mayor por la escasez. Para tranquilizarlos les indiqué donde estaban.
Empezaron a cavar un agujero pero yo me había confundido. Estaban un poco más a la derecha,
junto a los matorrales. Así que Emérita pensó que me estaba burlando de ella. Entonces comenzaron
los lamentos, las pataletas sentada en la arena.
Tardé en encontrarlas. Primero fueron las rojas, y luego todas las demás. Al verlas, los niños
me ayudaron a escarbar, pero las verdes, las únicas de ese color, no aparecían. Y eran las de Emérita
que se impacientó creyendo que alguien se las había llevado. Pero me salvó su hermana menor,
Shirley, justo cuando estaba dispuesta a pegarme en el trasero con una rama seca mientras recobraba
su risa cantarina que había enmudecido cuando su rostro se llenó de forzados pucheros.

29 Octubre, 1999

La finca se me hace chiquita y demasiado conocida. Me hace falta sentarme con ellos a compartir la
comida y la vida.
Los días de “celebre estancia” hice lo mismo que la gente de la comunidad: alimenté a los
animales, corté leña, limpié los potreros, cuidé el huerto, recogí cocos, molí trigo, y ayudé a
componer las cercas que los caballos derribaban.
Separábamos las piedrecillas que se mezclan con el arroz y los frijoles. Me reí, y corrí con los
niños por la playa. Les enseñé a nadar en el lago, a bailar como en España, y algunos juegos y
canciones tradicionales del otro lado del mundo. Les encantaba que hiciera trucos con la baraja de
naipes. Se divertían mucho cuando simulaba que me rompía el dedo, separándolo de mi mano ante
sus grandes ojos abiertos. Gocé. Me gustó que me implicaran en su quehacer diario. Me gustó que
me integraran en cada una de sus emociones. Tengo que volver a verlos. Necesito relacionarme con
estos entrañables nativos. Voy a visitarlos.
¡Yeah!... me gusta recorrer este camino. Me conozco cada una de estas piedras, cada uno de
estos árboles. El río Buen Suceso siempre está en el mismo sitio. Voy sobre seguro, sé que encontraré
gente afectuosa y cordial que sabe amar. Me gusta comportarme como si tuviera diez años. Me siento
bien con los niños. No olvido cuando jugamos a realizar milagros.

30 Octubre, 1999

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

A mi paso la playa se adentra en el mar como un puente de arena que se alarga penetrando en las
aguas embravecidas que se expresan con movimientos retorcidos, inventando esta curiosa pasarela
que se torna calzada que me acerca a... oh! Alguien me saluda... Es alguien que me parece un yo
mismo con su mano en alto.
Desde un principio despierta mi interés su vida errante y sin morada fija, seguramente porque yo me
encuentro peregrinando. Sé que mantiene sus ancestrales creencias conservando su propia identidad
intacta. Un millar de individuos se concentran en él. Defiende un crecimiento estable y sostenido
basado en la agricultura de subsistencia. Intuyo que pronto tendré la oportunidad de experimentar
algo maravilloso.
Me señala -Si quieres contactar con los Miskito, buscaremos juntos el Río Escondido. Una cosa es la
reserva de Nicaragua como reclamo turístico. Otra muy distinta es el reino de los miskito de selva
adentro-. Y acepto que este desconocido que se me presenta como Saúl me guíe por la jungla y me
haga de intérprete, poniéndome en sus manos completamente.

31 Octubre, 1999

El Río Escondido conocido por los nativos como río brujo, tiene su origen en Granada. En ciertas
épocas desaparece repentinamente. Al iniciar su vida en las faldas del volcán Mombacho, la fuente de
agua donde nace es afectada por la actividad que hay dentro del volcán que determina su cauce y su
rumbo.
En la selva húmeda de calor sofocante, pensé encontrarme con leones y elefantes y jirafas,
pero no estoy en África. Esto no es Zaire ni el Congo y mucho menos Kenya.
Cuando más allá de cinco jornadas el territorio se ha tornado inexplorado, se llega a un valle
que se ensancha con barrancos a los lados.
En el valle hay ganado pastando y niños recogiendo flores y persiguiendo lagartijas y
saltamontes. Las vacas gigantes levantan la cabeza. Los toros de ojos feroces y cuernos retorcidos nos
miran. Búfalos inquietos quieren comenzar una estampida. Pero animales que pueden pisotear a un
hombre de tres metros hasta arrancarle la vida se dejan amedrentar y apalear por niños que no les
llegan al hocico.
Uno de los niños que cuida un rebaño de ovejas corre a nuestro encuentro. Al llegar donde
nos encontramos sacude la cabeza para apartar la melena de su rostro ovalado. Creo que conoce a
Saúl. Sus ojos son dos topacios encendidos. En su mano agarra una caña de bambú alargada que suelta
para tomar mi mano y tirar de mi brazo. Saúl asiente con su mirada y yo me dejo llevar.

1 Noviembre, 1999

Antes de entrar en la zona donde está instalada su aldea, viene corriendo otro niño para darnos la
bienvenida. Tiene cicatrices blancas en brazos y piernas, aparentemente mordiscos. Se sitúa a nuestro
lado y camina como si nos escoltara.
Al llegar junto a una roca en forma de obelisco nos pide la contraseña un tercer niño de rostro
simpático dirigiéndose a nosotros de manera peculiar. Se trata del centinela que postrado en los
alrededores de su comunidad concede o prohíbe el paso.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Saúl me indica que me toque con la punta de los dedos los hombros en señal de asentimiento.
Por lo visto ha preguntado si estoy preparado para lograr superar la maldad que hay dentro de mí. Y
me comenta Saúl, poniendo sus manos en mis hombros con fraternal gesto -Todos los pueblos
malvados se autodestruyen. Sin la comprensión del quinto elemento, no puede existir una
organización duradera. Pero no debe obligarse, ni forzarse a nadie, porque tarde o temprano habría
rebeldía y revolución. Existe una sola forma universal de organización. La que ha permitido
permanecer a esta sociedad intacta con la capacidad de perpetuar la supervivencia que sólo se garantiza
cuando se acerca al forastero a su voluntad de evolucionar. Debe el visitante desear su crecimiento.
Por esto, amigo, si pretendes tomar un contacto real con ellos, debes partir de la intención misma
de no dejar salir la maldad que hay en ti. Todos por igual y sin excepción la llevamos dentro. No hay
que permitir que salga fuera, aprendiendo a convivir con ella. Por el contrario, el amor que yace
dentro, debe empujarse hacia afuera para compartirse y regalarse con generosidad-. A continuación
Saúl me abraza por largo tiempo. Y al abrazo se suma el centinela aportando un aire místico al acto.
El niño de ojos de topacio los cierra y respira profundamente extendiendo los brazos al cielo
con las palmas abiertas. Igualmente lo hace el que nos escoltaba.
Las palabras de Saúl me dejan muy intrigado. He pasado en la selva húmeda con él en
permanente silencio mientras ardía el fuego y cocinábamos y cenábamos y de repente, semejante
discurso entorno al amor y la maldad. Empiezo a estar preparado para cualquier cosa, pero confieso
que me ha chocado su elocuencia después de cinco días de total parquedad.
Y me ha chocado porque a los niños pequeños se les enseña que no son malos. Yo sabía que
tenía un lado bueno, pero desconocía el hecho de disponer de un lado malo. Pero más me sorprende
el aviso del centinela –Antes de adéntrate en nuestro mundo debes comprometerte a eliminar los
quiero y los no quiero o no podrás entrar jamás, aunque desees hacerlo y permanezcas con nosotros
largas lunas. Añade el niño que abre sus ojos bajando sus brazos –No esperes nada y no te sentirás
defraudado- y sus dos grandes topacios parecen brillar más que antes. El escolta también desciende
sus brazos muy lentamente.
Obligar por la fuerza, ni que sea de manera indirecta, condicionado con suavidad, es
considerado por esta comunidad un sin razón estéril -Un acto incivilizado y violento-. Me lo aclara
Saúl durante el atardecer. Me dice que la libertad humana es algo sagrado -Tanto la libertad propia
como la libertad ajena –puntualiza-. Obligar es un término que no existe en la comunidad. Cada
persona es valiosa y respetada por alguna cualidad. "Por la fuerza" es destruir, es un acto malvado; un
violar la Ley-. Y me advierte -Si no se conoce lo malo, ¿cómo podría disfrutarse de lo bueno? ¿Cómo
se sabría que lo es?-. Pero valorar lo bueno y lo malo... me pregunto en silencio, ¿bajo qué premisas?
3 Noviembre, 1999

Los tres requisitos indispensables que deben cumplirse simultáneamente para obtener un mundo
perfecto según el sentir de esta comunidad, son: conocer la Ley Fundamental del Universo, practicar
y mantener la Unidad, y organizarse a través del flujo cósmico. Pero después de tres días en esta
especie de campamento compruebo que su nivel de desarrollo es bastante obvio, es decir, no existe.
Sin atreverme a decirlo en voz alta, pienso que son un pueblo pobre en un país tercermundista.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Un grupo de jóvenes que juegan cerca parecen haberme escuchado. Han dejado de reírse.
Detienen secamente su juego. Me miran incomodándome y, al unísono dan dos palmadas que
coordinan magistralmente y se vuelven de espaldas a mí.
No sé qué quieren decirme. Quizás sea un ritual. Hago lo mismo. Doy un par de palmadas y
me doy la vuelta quedando de espaldas a ellos. Y cuando me giro Saúl se acerca por mi flanco derecho
para rectificarme con un gesto -Son tres- me indica con sus dedos estirados. Debía dar tres palmadas
si pretendía excusar mi comportamiento.
Una vez hecho esto, todos han recuperado su actividad como si nada hubiera sucedido.
Desconcertante.
Saúl me traduce el incidente -Es tu imaginación desbocada y sin control la que puede matarte
de terror porque es capaz de inventar demonios donde solamente hay un buen amigo. La realidad
puede ser sencilla y hermosa, y también nuestros monstruos internos. Solamente hay que
apaciguarlos hasta domesticarlos-. Pero sus parámetros no encajan demasiado bien con los míos.
Yo sé que las armas se vuelven contra aquellos que las usan. Conozco el dicho: "Siembra
tempestades y recogerás huracanes", pero desconozco este principio que propugna la comunidad en
su educación más elemental, por medio del cual, el desarrollo emocional por delante del desarrollo
intelectual, produciéndose el distanciamiento con la violencia que para ellos indica un acto de
violación de la Unidad.
Desde hace siglos mantienen que es la vanidad quien apaga la luz del alma y es caldo de cultivo
para la maldad.

5 Noviembre, 1999

Me tienen bien desconcertado.


Sus días son jornadas de treinta y cinco horas.
Trabajan descansan comen y duermen cuando tienen ganas, tanto de día como de noche.
No circula una moneda de cambio. Se intercambian cosas por cosas, trabajo por trabajo,
afecto por afecto, un objeto se devuelve con otro objeto similar. Pero hasta que no lo sienten de
verdad no lo entregan. El intercambio nunca es inmediato.
Piensan constantemente en la mejor manera de intercambio.
Y cuando existen incompatibilidades entre algunos miembros, antes de que crezca el
malentendido, corren a regalarse algo, lo que sea, preferiblemente algo útil y práctico. Esto marca
una gran diferencia con mi sociedad donde más que acercarnos, nos alejamos por absurdos prejuicios
y repentinas patochadas.
Estos indígenas, ya sean grandes o pequeños, hombres o mujeres, se ven relajados y sonrientes.
Son atentos, agradables, amables. Se interesan por mí. Me ayudan a comprender sus peculiaridades.
En una palabra: esta gente me respeta. Lo veo es sus ojos. No tan sólo en su trato. Su actitud los
honra y su comportamiento me honra a mí.
Viven humildemente pero con alegría, cercanos a la felicidad a la que ellos denominan dicha.
Viven sin ansia ni angustia. Sin pasado ni futuro disfrutando del "ahora mismo" porque hoy... hoy es
un día muy especial para todos ellos y cada instante ¡magnífico!

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

¿Qué eres? Me pregunta un niño. Y a continuación, le respondo sin contemplaciones: este


momento. He aprendido la lección.

7 Noviembre, 1999

Un hombre requiere de mi atención absoluta.


No me ha dicho nada desde que aparecí en su comunidad, pero el modo en cómo me
observa...
Veo su necesidad de intercambio. Su nombre es Oküli, un anciano de labios apretados y honda
voz. Su aspecto es saludable y jovial, pese a la barba descuidada y su largo cabello blanco que amarra
con hilo de nylon confeccionando una tupida cola que deja sobre uno de sus hombros. Tiene los
ojos llenos de paz. Todo su rostro dibuja sonrisas que lo dotan de una agradable bondad. Y parece
como si perteneciera a otra raza o familia o grupo tribal.
He sabido que es un exorcista, una especie de vaticinador, igual que un mago, astrónomo a la
vez que astrólogo, y también adivinador y médico cirujano. Un hacedor de lluvia de viento. Un
encantador que llama a los milagros. Un sacerdote, orador, maestro, y un guía para todos los
presentes, consejero y depositario de innumerables secretos, promotor incansable de los hábitos
universales.
Es un hombre de opinión justa y determinante y su mensaje es imprescindible para el jefe de
cada clan familiar de los distintos departamentos que reclaman su confirmación sobre cualquier acto
trascendente.
Me han asegurado que su sabiduría llegó del Gran Fuego que se posó sobre el mar dejando
que su arte caminara hasta la orilla para el bienestar -Nunca para la destrucción- señalan.
Es quien encuentra los objetos perdidos. Y creo que me observa porque me siente un ser
desamparado y desarraigado y por ello me dice desde lejos, acercándose con parsimonia y su mirada
serena –Nosotros no padecemos la maldad porque no la dejamos salir. Vive en cada uno de nosotros.
Cada uno asume y carga con su porción individual pero la comunidad no se mancha de suciedad.
Nosotros no sufrimos porque la ignoramos. Esto sucede una vez hemos contemplado sin miedo su
amargo y feo rostro-. Y frente a mí, ante mi perplejidad, por haberlo escuchado aún estando a diez
metros, se limita a poner sus manos a los lados de mi cabeza apretándolas fuertemente contra mis
orejas cerrando a continuación sus ojos de paz.
Permanece largo tiempo sumido en una especie de trance durante el cual, he padecido un
calambre que me ha recorrido por todo el cerebro. ¿Qué me hace?
_ No hay que extraer el mal; no debe intentar arrancarse. Solamente hay que dejarle que se relaje. Si
lo sacamos otro lo utilizará. Mantenerlo guarecido, adormilado, porque si lo movemos se
enfadará y luchará exigiendo ejercer su finalidad.
Y como si mi mente abriera un armario viejo me digo... La maldad puede alimentarse y engrandecerse
o aceptarse con resignación, engañándola mediante la acumulación de actividades positivas. En el
armario un cajón...
El bien, nace del mal, de su pleno conocimiento.

9 Noviembre, 1999

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

La experiencia de la creatividad es una entrada en lo misterioso. La técnica y el conocimiento,


simplemente son herramientas. La clave radica en abandonarse a la expresión de la energía que habita
nuestra alma. Esta energía no tiene forma ni estructura y, sin embargo, todas las formas y estructuras
posibles surgen de ella.

11 Noviembre, 1999

¡Ya lo entiendo! La creatividad es la cualidad que se pone en aquello que se hace. Por lo tanto, es una
actitud. Ok. Es un enfoque que parte desde el interior… y una voz profunda retumba: no todas las
personas pueden ser deportistas. No hay necesidad. No todas pueden ser cantantes, el mundo sería
horrible si todas las personas fueran cantantes o profesores o matemáticos o cocineros. No hay
necesidad que todas las personas sean poetas. Pero todo el mundo puede ser creativo. Hagas lo que
hagas, si lo haces amorosamente, y si el acto de hacerlo no es exclusivamente económico, entonces
es creativo.

Si la actividad consigue que se origine algo en el interior, si te impulsa a evolucionar,


es espiritual, y se trata de una actividad que innova. El verdadero asunto consiste en
permanecer abierto a lo que se quiere expresar a través de ti. La lección que he
aprendido es que no poseemos nuestras creaciones. No nos pertenecen. Somos
instrumentos de la providencia. La verdadera creatividad surge de la comunión con
la energía cósmica (con todo lo que es místico y desconocido). Al participar de esta
fuerza vital se celebra un gozo para el creador y el resultado es una bendición para
la comunidad. La creatividad te vuelve más espiritual. Si Dios es el creador, cuanto
más creativos nos volvamos, más divinos seremos. ¡Ama aquello que haces! ¡No
hagas nada sin amor! ¡Disfruta haciendo lo que sea que decidas hacer!

15 Noviembre, 1999

No hay duda de que conservan sus raíces y concepciones tribales como partes irrenunciables de su
propia identidad cultural, autóctona y autónoma, plenamente identificada con su inseparable hábitat
que satisface todas sus necesidades vitales.
Son dueños de sus propios valores y motivaciones. Poseedores por derecho natural de una
tierra que ha sido suya desde muchos siglos antes de la intromisión europea. Y han logrado subsistir,
aun cuando los bucaneros y los corsarios merodearon por esta parte de la Costa Atlántica.
Al igual que entonces, hoy se conservan como una sola unidad social inmunes a cualquier
tipo de invasión. Desentendiéndose. No aceptando límites, más que los que dictan e imponen las
necesidades. Diseñando y modificando las fronteras a su gusto sin adoptar un mapa fijo. Prefieren
una geografía cambiante y flexible. Y son dueños por derecho propio de un territorio que dibujan a
su antojo sin arrogancia ni presunción.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Esta tribu indígena tiene una singular relevancia. Se mantiene en el anonimato sin llamar la
atención. Da la bienvenida al forastero, pero no va en busca de él. Con suma discreción, viven y dejan
vivir a los demás pueblos. Respetando, porque saben que la paz es el respeto a lo ajeno.
Es un grupo repleto de simbolismos. Gente buena enclavada en una geografía inhóspita, dura,
caliente, lluviosa, rodeada de pantanos.
Son una sociedad de clanes familiares dispersos no regidos por una única cabeza visible, si no
por El Consejo que en ocasiones termina en multitudinaria asamblea. Todos pueden participar. Las
deliberaciones están abiertas a cualquiera que quiera intervenir, sin embargo, nadie podrá cuestionar
la decisión de no haber asistido para exponer su opinión. Incluso me ha dicho la mujer de Oküli que
parece que no sea de su misma raza o condición, que curiosa pareja hacen, mientras le sacaba las
vísceras a un buey, que los más pequeños de la tribu también siguen algunas deliberaciones y en una
ocasión, fue la palabra de un pequeño de ocho años la que le dio la vuelta a una situación compleja
-Proporcionó con su ingenuidad una nueva perspectiva, y desde ese punto de vista innovador, halló
la solución a un asunto que llevaban días intentando resolver –dijo, sonriendo.
Estos indios viven bajo una casi perfecta igualdad. No hay ricos ni pobres entre ellos, ni existe
competencia por acumular riquezas, no necesitan paliar esa hambre innegable y permanente que las
posesiones o la fama no pueden aplacar. Un hambre voraz que azota la mayoría de los países del
planeta.

16 Noviembre, 1999

Tienen una peculiar forma de escribir, y también de contar. No creo que su medida sea numerológica,
más bien parece simbólica. Me recuerda a las inscripciones egipcias o mayas.
Se ungen con resinas y se perfuman con flores silvestres. Algunos se tatúan el rostro y los
cazadores el torso.
Las sandalias que utilizan son de piel de jaguar. He visto un jaguar entre la maleza. Se movía
por la selva a la par que yo hasta que me percaté. Se quedó quieto. Me miró al interior de los ojos
hasta punzarme el alma y... me desmayé.

19 Noviembre, 1999

Preparan y conservan los alimentos en vasijas de barro. Las ollas jarras platos y vasos, tienen
decoración. Todo está moldeado a mano. Nunca encuentras dos objetos iguales. Cada artista tiene
su propio estilo. Aquí no existe la fabricación en serie ni las cadenas de montaje. No existen los
objetos de metal. Producir no es importante. La calidad está por encima de la cantidad. Y la
originalidad se ensalza.
La base es la arcilla que disponen a su alrededor. Para eliminar la graba del barro y lograr
mejores piezas, usan sustancias como el polvo de roca volcánica, arena caliza y cuarzo, además de
algunos plantas y polvo de conchas de animales. Los objetos son cubiertos con una capa de engobe.
Son casi todos monocromos, color crema, negro o rojo anaranjado.
La tortuga verde es realmente sabrosa y muy abundante y fácil de capturar. Ya me lo había
advertido el anciano indio Chorotega en Ometepe, y, tenía razón.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

En estos bosques hay una gran cantidad de monos que pueden cazarse a voluntad. Su carne
rica en proteínas se me revela como un manjar que ingiero sin ascos ni remilgos.

20 Noviembre, 1999

La caza es muy abundante en esta parte de Nicaragua escasamente habitada. El indígena demuestra a
cada paso que es un excelente cazador. La agudeza de sus sentidos es maravillosa y nada escapa a sus
ojos ni a su olfato. Perciben la presa a varios metros de distancia. Cada ruido es advertido y
comprendido al instante.
Me impresionaron cuando los acompañé a una expedición, incluso los adolescentes profanos
predecían el movimiento que aún no había llegado advirtiéndome de lo que ocurría detrás del
matorral o en la cima del árbol.
Otro elemento de su habilidad es la seguridad en la dirección de donde procede cualquier
sonido que se escuche en la selva, que es estimado con gran exactitud. Y a los ancianos no parece
disminuirles por cuestiones de edad la persistente sagacidad con la que persiguen a sus presas a través
de la espesa vegetación.

21 Noviembre, 1999

Cada uno de los miembros de esta comunidad denota profundidad. Todos sin excepción parecen
ocultar un abismo interno. Pero su luminosidad me inquieta. Ese punto extraño en medio de su
frente ¡me intriga!
Hasta la fecha no he visto un solo conflicto. Y me pregunto: ¿por qué se producen los
conflictos? Y me escucho decir: porque actuamos en función de las diferencias respecto a la otra
persona en vez de hacerlo desde las muchas coincidencias. Las diferencias, como hecho natural, son
un elemento positivo que enriquece. El conflicto nace cuando pretendemos obligar a los demás a
pensar y actuar como a nosotros nos gustaría, como a nosotros nos parece que deben hacerlo. El
problema viene cuando se invade lo ajeno y el otro percibe una amenaza en forma de ofensa directa
a su dignidad. Así comienza la disputa. Le sigue la contienda y la guerra.
Cuando dos hermanos pelean el asunto deja de ser una cuestión domestica y pasa a ser un
asunto de la comunidad, porque todos los niños y niñas pelean cuando dedican su atención al
conflicto en vez de dedicar su atención al amor. Y si persiste semejante actitud a los pocos años serán
la personificación de la guerra y cada miembro... la comunidad entera debe impedirlo, pero allí donde
habitas tú está la televisión para fomentar el golpe que hiere. Ahí está metida en la caja del salón la
palabra que golpea por falta de amor. Demasiados adolescentes pasan demasiadas horas sin dirección
ni supervisión. Incontrolada su educación. Solo videojuegos e Internet... ¿quién habla?

23 Noviembre, 1999

Aquí no existen los problemas, o eso me parece a mí.


Y abordo a Saúl en busca de una explicación, porque aun hablando muy poco, cuando se
decide a hablar lo hace pleno de saber –Ellos tienen desafíos, no tienen problemas. Quieren que llueva

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

para favorecer su cosecha pero si no llueve no se lamentan. Su desafío es el alimento. Y en tales


circunstancias pueden competir por su puntería con el arco y la flecha cazando por necesidad- pero
hablándome como me habla siento curiosidad. Apenas lo escucho, pero he oído bien cuanto ha
dicho.
Saúl no ha movido los labios y sin embargo, le he comprendido. Lo sentía. Sentí decirle –Tu
mejor caza todavía está por llegar... observa lo que en verdad tienes que observar-, ¿qué?

24 Noviembre, 1999

No hace falta observarlos largo tiempo para deducir que los sentimientos no son para ellos
inclinaciones fugitivas ni sensaciones que se experimentan tan sólo durante un rato.
Llegué a estar convencido en mi juventud que los sentimientos eran algo "primitivo", algo
inferior, de clase baja a nivel social. De gente inculta, además de vulgar. Por tal motivo los sustituí
por el pensamiento tenaz, por un raciocinio desprovisto de sensibilidad, un abrigo de plomo que me
aisló. Pero comprendí en Ometepe que si no los recuperaba elaboraría teorías que justifican la
agresividad, el terror, la deshonestidad, la destrucción, y, en verdad así es mi sociedad; una aturdida
comunidad donde se crían niños enojados inseguros y confundidos que ponen en peligro de
extinción a toda la humanidad. Esos pensamientos tan "inteligentes" y esas teorías tan "brillantes"...
creo que nos van a aniquilar. Y es viendo a esta gente que me doy cuenta.
El esfuerzo desmedido e infatigable que empeñan las mal llamadas sociedades civilizadas en lo
tecnológico aquí es desconocido, no tienen ese ímpetu por la ciencia y la técnica. O lo conocieron y
comprobaron su inutilidad desechando tan negativo hábito.
Para ellos “civilización” equivale a esterilización.

27 Noviembre, 1999

Mi testimonio. Me digo a mí mismo: tú no eres un rebelde!! No soy una persona sumisa. Tampoco
soy un individuo inconformista que lucha con algo o contra alguien. Simplemente soy salvaje, eso
es todo. El salvaje no necesita romper las cadenas de los represivos condicionamientos de la sociedad,
ni desembarazarse de las opiniones de los demás. Se hace a sí mismo partiendo de todos los colores
del arco iris que alberga su intimidad. Surge tras desenterrar la única asignatura pendiente, y, con
voluntad consciente, se desarrolla desplegando sus alas para elevar el vuelo de su genuinidad. Es así
como descubro mi propia naturaleza verdadera, la esencia misma de mi auténtico ser. Estoy
determinado a vivir de acuerdo con esta significación que es “lo singular de mí”. Soy un ejemplo que
desafía las normas de lo cotidiano. Me gustará invitar a otras personas a que sean lo suficientemente
valientes como para que asuman la responsabilidad de lo que son, existiendo en armonía con la Ley
Fundamental del Universo. Que no se apague esta antorcha que he prendido. Iluminará la oscuridad
de nuestra civilización que se derrumba. Pero… qué pasa conmigo, ¿ahora tengo complejo de Mesías?

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Un gran número de personas desprecian a quienes “nos conocemos por dentro”. Nos
tildan de arrogantes o prepotentes porque transmitimos seguridad. Eso los incomoda.
¿Por qué tantas personas se sienten amenazadas? Me dirijo a los más jóvenes y
adolescentes, todavía curiosos y valientes. Comparto con vosotros esta fuerza vital,
este poder o aura, magnetismo o carisma, no importan las etiquetas. Al final, somos
personas que hemos sido capaces de salirnos de las prisiones de los patrones. Desde
aquí tiendo la mano amiga a la “generación cósmica” para que no entren en estas
arenas movedizas de un sistema social depravado y corrosivo para la raza humana.
¡No os dejéis esclavizar! ¡No os volváis otra pieza más de la maquinaria que gobierna
el mundo actual! ¡Alentad vuestra genialidad! Descubrid lo que guarda el interior de
vosotros, en vez de atender las distracciones del exterior. No permitáis ningún tipo de
interrupción en vuestro viaje espiritual.

29 Noviembre, 1999

Esta gente nunca se aburre. Cuando su corazón no busca actividad, antes de agotar su cuerpo, se
recogen a meditar junto a la gran cascada donde estoy ahora.
Viene a mi encuentro Saúl acompañado del mismo niño que me dio la bienvenida. Y me ruega
nuevamente el mismo compromiso que me solicitó como centinela. Añade otra cosa que Saúl me
traduce -Mata tu ego y pertenecerás a nuestra comunidad. La comunidad tiene una sola identidad y
esto es lo que le da estabilidad. En un grupo no puede haber estabilidad sin estabilidad individual.
Hay libertad cuando no se condiciona-. Y Saúl añade que se me brinda una oportunidad. Me señala
que es un gran privilegio acceder a la Unidad.
Parece que este pueblo ama su inevitable destino social que no es solamente una tendencia
que se ha puesto de moda.
El Ego es una falsa idea de nosotros mismos, un Yo falso y engañoso. Ya lo sabía. Pero día a
día me enseñan a comprender que mientras mayor es el Ego, más importantes nos creemos con
respecto a los demás. Del orgullo a la vanidad hay solamente un paso y probablemente tienen razón.
Entiendo su mensaje.
El Ego nos hace sentir autorizados para menospreciar dañar dominar y utilizar a los demás.
Incluso para disponer de sus vidas coartando su libertad.
Me están dando una nueva perspectiva sobre el asunto al mostrarme como el Ego es la barrera
para el amor, porque nos impide sentir ternura, cariño, afecto, en definitiva: amor verdadero e
incondicional.
Yo sabía que el Ego puede llegar a insensibilizarme de la vida al estar alimentado por falsas
ideas en cuanto a la concepción sobre mi propio ser, y también en relación a las personas que me
rodean. Lo sabía, pero nada hacía por cambiar esta lectura.
Pero no únicamente yo me equivoqué. Mi sociedad se ha equivocado. Ha edificado sobre
falsas ilusiones acerca de la demás gente como colectivo. Se ha construido en erradas y subjetivas
apreciaciones sobre la existencia humana. Hay demasiados Ego-istas, personas que se interesan
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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

únicamente por sí mismas; que ni aman ni se aman. Demasiados Ego-latras, personas que no adoran
a nadie más que a sí mismos; que ni se conocen ni desean descubrirse a los demás. Demasiados Ego-
tistas, personas que hablan continuamente de sí mismas; que ni miran a los demás ni se han visto
nunca a sí mismos por dentro. Igualmente hay demasiados Ego-céntricos en mi sociedad, personas
que creen, convencidos, que el mundo gira constantemente entorno suyo y permanecen estáticos.
Jamás han visto ni apreciado los movimientos de los demás. Yo mismo he sido víctima de mi propio
Ego en cada una de estas opciones. Pero afortunadamente las abandoné. Renuncié a todas en la
venerable isla de Ometepe.
Comprendo que la evolución humana consiste en la disminución del Ego hasta la erradicación
total. Por eso esta gente vive en el amor fraternal, porque lo sienten así, y porque dejan que fluya.
Realmente ¡sí puedo formar parte de su comunidad! Es mi decisión. Tengo una gran oportunidad
que debo aprovechar. Me siento afortunado por el mérito. Estoy decidido a trabajar.
Y el niño asiente con la cabeza, sonríe mientras frunzo el ceño y ladeo la cabeza con mirada
interrogativa, ¿ha sabido de mi decisión sin que se la cuente?

30 Noviembre, 1999

Se organizará en la tarde una curiosa competición por grupos, pero Saúl me indica que al grupo que
mejor realice la actividad no le darán ningún premio.
Cordial y atento, mientras la gran cascada no se detiene, me complace sin que tenga que
pedírselo. Intuye mi voluntad de participar y mi necesidad de integrarme a la comunidad, me explica
–Ellos no comparan nada. Aprenden y se divierten sin humillar a los últimos. No hacen crecer el Ego
a los primeros. Todos son iguales en potencial, aunque lo administren con distinta intensidad- y la
sensación de que se le diluye el rostro alberga en mí cierto espanto.
Y cierro los ojos. Me tapo los oídos. Continuo sintiéndolo -Querer ganar es pretender ser más
que los demás, es procurar elevarse presuntuosamente por encima de nuestros semejantes. La
competencia absurda es fruto del egoísmo y esto provoca división: separación-. Saúl está en lo cierto
otra vez. Yo mismo conseguí mis mejores calificaciones cuando no luchaba contra nadie si no cuando
intentaba superarme a mí mismo intentando hacerlo mejor que la vez anterior. Cuando evité
enfrentarme a los demás es cuando superé mi propio listón.
Debo saber dónde está el listón. Cuando estoy preparado para saltarlo y sobrepasarlo y cuando
para volver a elevarlo un poco más. Y en esta etapa de mi existencia es momento de elevar el listón.
Me digo que para perpetuar el amor fraternal contribuyendo a forjar un mundo mejor en una
sociedad más evolucionada, no debe hacerse desde la confrontación que obliga a la existencia de
vencedores y vencidos, sazonando de avaricia la pugna por una mayor cuota de poder, porque es ahí
donde se encuentra la semilla maldita que origina la guerra y la destrucción.
Le pregunto a Saúl, ¿qué ocurre cuando nadie se interesa por prosperar, cuando no se persigue
el progreso, el ir un poco más allá del grupo, de las normas, de las tradiciones y las etiquetas, aunque
sea pasando por encima del ignorante, del cobarde, del ocioso?
Quiero saber si debe provocarse el enfrentamiento estableciendo la base para una
competición, pero no entiendo su respuesta. Me quedo completamente atónito.
¡No escucho mi propia voz! Pero he hablado...

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Mis labios no se han abierto para nada y sin embargo estoy completamente seguro de haberme
dirigido a Saúl.
La prueba es que gesticula, me señala... el niño se levanta alargando la mano izquierda con la
palma extendida hacia mí y lanza una especie de aullido al que se suman todos los demás miembros
de la comunidad que vienen corriendo a nuestro encuentro para dirigir un prolongado y al unísono
sonoro ¡AEEOOOUUUUMMMMMMM!
De todas partes llegan más miembros de la comunidad que aspiran y expiran al mismo tiempo
como poseídos. ¿Qué ocurre?
Saúl dice ahora en voz alta alzando los brazos al cielo -Ha comprendido. Está preparado. Es
uno de los nuestros- al tiempo que dirige su dedo pulgar de la mano derecha a su frente justo entre
las dos cejas. Y con movimientos circulares en sentido contrario a las agujas de reloj recita una antigua
plegaria.
Estamos celebrando el rito de mi iniciación sin apenas haberlo dispuesto.
Y al poco me encuentro atravesado por una resucitada energía que me electrifica.
Dos hermosas mujeres entradas en años con mirada limpia y delicadas manos me desnudan
por completo, dejándome justo donde me encuentro, en el centro del grupo al cual se van añadiendo
los últimos miembros de la comunidad de los miskito de selva adentro.
Sin prisa se van reuniendo los que faltaban a mi alrededor para formar una circunferencia que
se rodea a sí misma ensanchándose, engullendo árboles, tiendas y hamacas en forma de espiral.
Saúl me indica que escarbe, que siga haciéndolo hasta que me avise.
No hay tambores, solamente se mantiene suspendida en el aire esa peculiar vibración sonora
que proviene de las entrañas de cada uno de ellos ¡AEEOOOUUUUMMMMMMM!
Me detengo cuando me lo ha indicado Saúl, dejando el enorme agujero al descubierto. Me
dice sin hablar -Entierra tu rabia- cerrando los ojos como si quisiera apagar el mundo.
Yo no sé exactamente a qué se refiere con esto de enterrar mi rabia. No entiendo bien, pero
creo que sí, que efectivamente dejo caer algo enfermo en el agujero.

Tomándome por las manos que me atan a la espalda, dos ancianos de vigoroso paso me acompañan
hasta lo alto de una montaña desde la que se divisa un fantástico panorama, ¿me van a lanzar? ¿Voy
a despeñarme y eso es todo? Porque a mis pies se encuentra un impresionante precipicio del que es
imposible adivinar su final. Y se trata de un final que queda oculto, es oscuro y parece insondable.
Me invitan a gritar antes de marcharse -Enfurécete y escupe todos los excrementos hasta
vaciarte por completo de ira y odio-. Y como perturbado por una histeria sin igual, con las manos
atadas a la espalda, vocifero toscamente descargándome durante horas y horas soltando arrebatos de
cólera enclaustrada y retorcida.
He seguido gritando hasta que aparece la luna y me quedo sin voz, y a continuación, sin un
ápice de aliento.

A mi espalda la luz del amanecer.


El calor del sol trae una mañana nueva. Y cuando los rayos me han dado de lleno en la cabeza,
justo en el momento que me tambaleo mareado y abatido me percato de que ya vienen a buscarme.
Y compruebo que no es así.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Se trata de un mapache que corretea. ¡Resisto en pie!


Un joven apuesto y su linda prometida me desatan las manos mientras confiesan –Como la pareja
más reciente de la comunidad que somos, sentimos un gran honor por llevarte a la fuente de la vida-
. Así se refieren a la gran cascada -El salto de agua sagrado donde lavar tu suciedad– exclama Sául que
está con ellos dos pasos más atrás.
Y descendemos la montaña abandonando el precipicio lleno de mis gritos y toda la basura que
acarreaba.

Estoy en lo alto de un saliente flanqueado por dos adolescentes que me sostienen por las axilas bajo
la presión del agua que cae con fuerza, constituyen la promesa de una nueva pareja que reúne ambas
razas que conviven desde tiempos inmemoriales y sin esperarlo, me empujan al abismo y caigo con
todo el peso de mi cuerpo muerto notando como el viento me atraviesa en lo que parece un
recorrido de cien años antes de estrellarme contra el radiante turquesa del lago.
Y siento en mi espalda el chasquido de la dentellada.
¡Mis músculos no me responden!... me hundo, no hay fondo, me falta el oxígeno, pequeñas
burbujas salen de mi boca... la maldad no sabe bucear. Realizo horribles contorsiones bajo el agua en
un precipicio que se ahonda. No siento mis piernas. Agito los brazos. No se mueven...
Pero aquí están dos adultos que descienden intentando asirme para elevarme en el aire
trinando de mí para que pueda salir a la superficie. Y me ayudan a llegar a la orilla al tiempo que la
tribu reunida corea –Se vuelve ser, se vuelve humano... ¡corre la voz en el altiplano! Aquel que fuera
nuestro invitado, prisionero, por fin se ha liberado, ¡se liberó por fin nuestro hermano!-. Ha resonado
como eco en las montañas.
La selva sonríe. El pueblo que la habita ríe, y en el cielo abierto se solidifican lágrimas de una
estrella.
Aguardan con sus caras embadurnadas de pintura amarilla. Grita Oküli:
_ Aquel que padeció dolor, ansia, y mansedumbre, encuentra el sendero buscado. Halla el camino
como hermano y se vuelve con nosotros ciudadano cósmico.

Me dejan caminar a solas acompañando mi paso sin que lo sepa, cantando. De la misma manera
cantaron cuando estaba sumergido a tres o cuatro metros bajo el agua, ¿o eran súplicas?
Escuché. Lo sé. Y al salir a flote jadeante y sobrecogido murmuré para mis adentros: ¡Como
ama la vida a esta raza!
La más furiosa y feroz lucha contra mí apenas comienza.

Encienden una hoguera encima de una enorme piedra plana de pizarra cuyas llamas son de un ligero
azul pavón.
A su lado están todas mis pertenencias: mi mochila, mi diario, mi cámara de fotografiar, mi
ropa, las botas y un frasco de repelente para los insectos. Todo cuanto tengo en este mundo está
apilado junto a la hoguera.
Y sin que tengan que decirme nada comprendo cual es la acción requerida.
Una a una lanzo mis cosas y observo como se consumen lentamente en el centro de la
hoguera.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

El silencio es absoluto. Chispea el fuego. Entro en trance.


Con extraños harapos sobre el cuerpo semidesnudo divide Oküli el fuego en cuatro partes y
se mueve entre las llamas compulsivamente como si hubiera perdido el juicio.
Se agacha, toma una brasa y la encierra en su puño que alza para volver a agacharse y dejar la
brasa en la hoguera.
Se levanta erguido contorsionándose mientras parece balbucear un lenguaje antiguo con seres
invisibles que le acompañan.
Es la primera vez que mujeres y niños pueden asistir al acto. Han sido inducidos a participar.
Y pueden implicarse en el permanente compromiso.
Y cada uno a su manera me transmite la certeza de la inmortalidad del alma sin morada fija.
Y al igual que un nómada que se exilia, me exilio del cuerpo y viajo.

Y me acompañan en grupo a otro sitio escogido para esta ceremonia.


En este momento he podido ver duendecillos del tamaño de un niño recién nacido. Me parece
una señal de buena suerte.
No sólo miro, ahora... ¡veo!

El proceso mediante el cuál los sentidos ejercen su función presenta varias facetas: la recepción de “la
señal” que viene de fuera para excitar el órgano del sentido, la transformación de la información en
un impulso nervioso, el transporte y la modificación que experimenta “ese mensaje” para, finalmente,
dar al organismo una sensación emocionante.
Antes yo tenía el canal obstruido. Ahora distingo una magnífica silueta multicolor que mis
pupilas descubren desde la percepción sutil. Aprecio la radiación que emiten los órganos vivos de
cualquier especie. ¡Soy receptor!
Y si dispongo igual que ellos del tercer ojo, esto es posible porque mi mente y mi corazón se
han fusionado despertando mi conciencia, eso soy yo ¡todo yo conciencia!
Cuando el pensamiento deja de ser pensamiento y se convierte en permanente diálogo con
uno mismo desde el corazón... surge la conciencia.
Me siento como el bebé de tres meses que acaba de descubrir que tiene manitas y se las mira
frotándoselas para exclamar, ¡son mías!

Veo el incendio que recrea las oportunidades de la aurora boreal. ¡Distingo el aura humana!
Parece como si se agruparan por colores. Son diversas las gamas de los niños de tonos pastel.
La intensidad varía. Varían los tonos opacos de los guerreros con los que salí a cazar. Percibo esa
energía que emana de los cuerpos como noches estrelladas. Descubro maravillado los colores que
estrechamente se concentran y que se vinculan a la Vida. Y entiendo que son los sentimientos puros
quienes coordinan las actividades de un organismo sano.
El corazón genera 2’5 vatios de energía eléctrica, entre 40 y 60 veces más potente que la
producida por la energía del cerebro. En cada latido el músculo cardíaco genera un campo eléctrico
que se expande concéntricamente a cada célula del cuerpo. Y si los latidos se acompañan del intenso
sentir del amor, de la comprensión de la unidad, gran cantidad de energía se extenderá a nuestro
alrededor.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Cuando experimentamos sentimientos favorables el alma genera un campo magnético de por


lo menos ocho metros.
Si la salud es un estado en el cual la persona funciona bien física y mentalmente, vive y actúa
providencialmente, controla sus emociones y se valora a sí misma y a los demás, aquí, grandes y
pequeños, hombres y mujeres son seres saludables.

El sentimiento nace adentro. Posteriormente actúa en el sistema nervioso que a su vez envía señales
al cerebro. Encuentro la feliz conexión. Tengo acceso. Por eso veo, avisto y noto sin juzgar.
Y me informan que sigue ahora un paso necesario para que alcance la iluminación total.
Hay que tomar contacto con la Tierra me orienta Saúl.
Me entierran en un ancho llano y no puedo evitar recordar las palabras del anciano indio
Chorotega.

Pierdo la noción del tiempo. Permanezco sin mediar palabra en este llano. Otra vez estoy solo
conmigo mismo… y la Naturaleza.

Me pregunto el por qué cada vez que vienen a visitarme llevan los ojos vendados. Una vez al día se
acercan para darme un extraño brebaje líquido que a veces parece como si pudiera masticarlo. Sin ser
gelatina, más amargo que dulce, pero no siempre. Parece como si variara su textura tanto como el
sabor que a nada conocido se asemeja. Supongo que me alimenta.
No distingo las copas de los árboles. Nada más el cielo azul sin nubes y las estrellas cuando se
abre la noche. Pero lo que sí noto son las hormigas y otros animales que me observan.
A pocos metros, tumbada en una roca plana con su cabeza achatada está esa que se arrastra
sobre su panza, la de la mirada perversa... y una sensación me explota: ¡mudar la piel! Las serpientes
mudan la piel porque de lo contrario se asfixian.

Oküli, situado cerca del majestuoso árbol milenario tiene a su lado la serpiente.
_ Nosotros seguimos enfrentándonos a las grandes decisiones en estado de trance. Pensamos que la
mente engaña y la lucidez del alma no. Amordazamos el cuerpo uniéndolo a la Tierra para
interrogar a la voluntad del ser. Entonces afrontamos las decisiones más delicadas e imprevistas
de la vida con gran serenidad y alegría. Sucede cuando descubrimos dentro la verdad que aguarda
y nos conviene.
Tu fuerza espontánea, ¿siempre es cierta? ¿Siempre acierta?
Una parte de ti estaba dotada de exceso de cerebralidad y la otra de la fuerza de unas emociones
desmesuradas, ambos polo, como imanes, lastraron tu voluntad.
Aunque yo no le contesto ni hago ninguna mueca o señal de asentimiento, Oküli continúa.
_ Sin significados la energía no circula. Tropezabas con cada escollo, pero aquí junto a nosotros
recuperas la capacidad de reconocer olores, colores, y los sabores que te gustan y te hacen sentir
mejor al masticar… inhalando la vida a través de los ojos del alma.
Percibo una cálida melodía del sentir estar en el lugar y en el momento apropiado, ¿ha sido por arte
de magia?

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

_ No evitaste los conflictos. No te refugiaste en otras personas delegando en los demás tu


responsabilidad, y eso estuvo francamente bien. La inhibición somete.
No te quejaste de tu mala suerte, ni te preguntaste ¿por qué a mí? Pero estuviste a punto de
crear inmensos obstáculos con la actitud de abandono.
Cuanto más libre es nuestro estado de conciencia, más poderosa es la energía del cosmos que
solo obedece al gran espíritu.
Fluye sin esfuerzo cuando la necesidad que impulsa es auténtica... creativa y espontánea…
¡qué incomprendida que es la voluntad! Se la confunde con el tesón, la ambición, el esfuerzo, el
sacrificio. Pero el verdadero camino de la voluntad lo apertura la necesidad real, que siempre
proviene del universo.
Y siento que he perseguido senderos inusuales provocando esta coincidencia casual, ¿estoy siendo
acariciado como una mujer en cinta a la que acarician el vientre?

Los animales se han acostumbrado a mí. Se pasean sin inmutarse, indiferentes ante mi presencia. Los
caballos salvajes comen hierba. Unos pájaros increíbles han construido sus nidos junto a mis orejas.
Y se desvanece la primera semana. Los rizos del arco iris bajo la arena.
¿Te inquieta el futuro? Creo que ha sido esto lo que ha preguntado Oküli.
_ De dónde vienes se vive en un tiempo revuelto. No es extraño que sientas incertidumbre y pesar
por lo que se avecina. Pero ninguna fobia te conviene. Ningún tabú. Veamos qué hacer con el
presente.
La seguridad reside en resistirse a la imperiosa necesidad de saber con certeza qué nos deparará
el futuro.
Hay situaciones complejas que obligan a decidir. Decisiones que desatan sentimientos
contrarios, dudas, confusión, desorientación. Pero existe una versión más crecida de cada
persona.
El proceso de la vida es cruel, ¿por qué negarlo? Las especies más fuertes sobreviven. Son las que saben
adaptarse, igual que el camaleón.

También hoy está junto a la que se arrastra sobre su panza que se enrosca a sus pies.
_ No idealices el pasado como un refugio que te salva o te condena. Enfréntate al nuevo mundo que
vas a construir.
Existe otro mundo posible que se hace necesario y urgente. Pregúntate cuál. Pregúntate
dónde está. Y no mires atrás.
Avanzando se hace camino, pero permanezco detenido. Enterrado bajo tierra.
_ Únicamente tú puedes reconducir tu dirección.
Asume equivocaciones. Provoca la mejoría en tu haber. Tantea la vida. Tu historia es tuya. La
realidad no está predeterminada. Modificar el entorno es una opción. Dime, ¿te atreves?... porque
si te atreves, te ofrecemos desde nuestra comunidad un precioso don.
No contesto a las preguntas de Oküli.
_ La búsqueda de tu verdadera identidad te ha traído hasta aquí. Escapaste de la prisión que tú mismo
habías forjado. Sentías que perdías el tiempo y corriste tras el tiempo hasta alcanzarlo y con la
mano en el hombro lo obligaste a darse la vuelta. Llegaste atraído por el imán que te jalaba desde

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el reverso del pecho. El gran espíritu lo requería. La energía cósmica había dictado su veredicto.
Se te ha recuperado. Y te han salvado para realizar una tarea. Tarea que tendrás que desentrañar.
El secreto te acerca a tu misterio. La pelota está en tu cancha.
Saca partido a lo que te ocurre. Mitiga el dolor. Transciende... hermano!
No puedo levantarme hasta aceptar la parcela de responsabilidad que me corresponde como pieza del
universo.
Termino por confiar plenamente en mi proceso. Es hora de abrazarme por dentro, ¿qué siento?
_ Realmente te satisface tu existir... ¿temes el cambio? ¿Temes perder? ¿Temes ganar demasiado? ¿Te
asusta la inestabilidad?
Somos como lápices que escribimos la historia con cada paso que damos, y si no damos pasos,
no habrá historia que contar... solo habrá inacción.
Creo que Oküli habla de progresión sin rupturas ni cortes ni desequilibrios, con riesgos asumidos por
la novedad.
No solo tener conciencia de uno mismo. No solo estar bien anímicamente. También tener
relaciones más fructíferas con las demás personas. ¿Pero como tener relaciones en mis circunstancias?
Ningún acontecimiento noble o sacrílego es posible atrapado bajo tierra.
_ Para convertirte en un ser autónomo, debes pasar la prueba de remontar una crisis en la soledad de
tu interioridad, sin ayuda.
La vida no te ha despedido. Solo estás en una encrucijada.

No sé si Oküli se marcha y vuelve o si permanece día tras día al acecho con su discurso.
_ Escuchar tu alma te ayudará a encontrar paz. El alma es un centro que irradia energía cósmica. Y en
su interior aguarda la voz del gran espíritu. Al atender el batir de alas de cielo se varía la percepción
de las cosas que nos provocan malestar.
El alma habla de nuestras potencialidades permitiéndonos aprender, a partir de la conexión
con el planeta como organismo vivo.
Oküli no fuerza su comunicación. Intenta dejar que simplemente suceda el florecer de mi luz interior.
En la compañía mutua nuestros sentidos se abrazan en un lenguaje peculiar.

Permanezco postrado como lombriz.


_ Algo en tu interior se rebeló y gritó, ¿qué dijo?
Oküli no se detiene ni se cansa. ¡Está ahí!
_ De acuerdo, dolor, tristeza, angustia, ¿y qué? Forman parte del crecimiento, de la vida, sobrevivir
no es fácil hermano, pero es apasionante. No basta con sentarse a esperar a que las cosas sucedan.
Tampoco es preciso someterse a esta tortura. Pero en tu caso...
¡Has extraviado algo que debes recuperar! ¡Lucha!
¿Dónde está lo que te pertenece?
A pocos metros de Oküli está tumbada encima de su roca formando un solo nudo con sus trece
metros de hermosa piel nueva esa de la mirada perversa que siempre tiene hambre.
Los músculos que usa para tragar se le están hinchando, vibran a cada lado de su garganta. Se
enrosca y desenrosca para asegurarse que cada centímetro de su cuerpo funciona correctamente. Se
derrama por el suelo acercándose y pasa por encima de la tierra que ocultan mis piernas y cruzando

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

por encima de mi enterrado pecho se coloca frente a mi rostro descubierto que atiende fijamente,
nariz contra nariz, y se funden los ojos en las miradas.
Abro la boca y ella entra lentamente por mi garganta con sus trece metros de longitud. ¡No
puede ser! Imposible...
Sisea claramente desde mi interior a la altura del pecho -Somos de la misma sangre- y le
respondo sin verla desaparecer con la punta del cascabel bajo la lengua “mi presa será vuestra siempre
que tengáis hambre” ¡es la maldad que regresa a mí!
La maldad en forma de serpiente penetrándome por la boca hasta que la cierro consciente de
no dejarla salir, jamás. Y se desvanece un mes.

He sido anudado al amor. Con un alfiler me ha insertado en el cielo estirándome el alma desde las
piedras bajo tierra. Herido por la impronta fuerza de Oküli, las cosas tienen aroma, textura, melodía,
color, sabor. Descubro las cosas por primera vez y les pongo nombre. Los estrechos límites de la vida
anterior se muestran de esta forma, y la línea que no podía antes rebasarse deja de existir. Soy
inconmensurable.
Levanto elefantes, duermo ballenas, escupo blancas medusas por la boca y acaricio lagartos
gigantes mientras agito mis alas de mariposa. Las imágenes no parecen viejas y usadas, cansadas y
aburridas, son un nuevo palpitar que inicia bajo la piel.
Llega la época del lenguaje ancestral y maravilloso, delicioso. No sólo las flores, los árboles, el
musgo, todo despierta con sonoro amor que se percibe y se palpa y un zumbido hondo se desata.
Ronronea la dicha. Ya no tendré que sentarme en un banco de una plaza pública a esperar.
Lo que buscaba lo tengo, y lo abrazo. Y en absoluto lo retengo. No es un objeto, es mi
mutación, porque la maldad puede reciclarse y transformarse en vitalidad cósmica.
No se puede retener la magia de la energía cósmica que si tomas conciencia, te besa y te abraza
y ya no te suelta. Pone una pizca de universo en cada cosa y de repente te apareces a ti mismo en
estado latente como la primera célula.
Nacemos al enlazar treinta y seis cromosomas del hombre con treinta y seis cromosomas de
la mujer antes de que se forme el embrión, y súbitamente empieza a latir el corazón como el primer
símbolo del ser. Luego se forman en ese todavía minúsculo cuerpecito el cerebro los pulmones y el
hígado y más tarde los bracitos y las piernecillas. Pero lo primero es el latido de la vida, el sentir del
gran espíritu. Luego la conciencia de la persona cuando todavía no existen los pensamientos. Más
tarde vendrán los ojitos, las orejitas, la boca, la nariz, y las extremidades.
La energía cósmica se manifiesta en la raza humana mediante un acto de amor que le imprime
vida. Pero el libre albedrío de cada persona determina si aprovecha o desprecia la oportunidad.
¡A cuántos he visto encorvarse como una anciana que fuerza la vista para coser un botón!
Cuántos más seguirán dormidos, en movimiento pero sedados, hipnotizados como yo...
¡¡ayer!!

El crecimiento jamás se alcanza fácilmente. Se logra mediante el esfuerzo y el trabajo paciente y


laborioso. Requiere ingenio y destreza, un coraje que no admita derrota, la perseverancia que agota
toda oposición y la confianza que vence cualquier calumnia.
Ya puedo adivinar lo que contiene un paquete sin tener que abrirlo.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Y puedo apoderarme del azulón de puntas anaranjadas del amanecer, del rojizo atardecer, y
del negro de la media noche.
Puedo escapar del aquí y del ahora en un instante con el simple chasquear de mis dedos....
porque los peregrinos del viento en su último aliento se agitan adentro, extienden sus alas inmensas,
vuelan, se elevan, viajan, hasta que el viento los detiene y, suspendidos en el aire, aparentemente
inmóviles toman conciencia.

Estar “en el vacío” puede ser desalentador. Te desorienta. Causa vértigo. Sí. Pero no me asusto, es
parte del proceso. No puedo llenarme si antes no me he vaciado por completo. No tengo dónde
aferrarme, no hay un sentido claro de dirección, ni siquiera una indicación de qué decisiones tomar
o qué posibilidades elegir. Sin embargo, exactamente este es el estado de potencialidad latente que
existía antes de crearse el universo. A este punto llego, pero no estoy solo. La tierra me abraza y me
bendice, ¡me doy cuenta! Es mi voz interior la que habla. ¡Escucho! ¿Qué si oigo todo lo que dice?
Me relajo. Muero. Despeñándome por el abismo de este hondo vacío. Me detengo entre dos
pensamientos y permanezco ahí en silencio. Observo este aliento de vida cuando entra por mi nariz.
Inhalo. Vigilo este aliento de vida que sale de mi cuerpo. Exhalo. Ahora sonrío. Algo sagrado está a
punto de florecer.

Transcurridos quince años, necesito añadir este matiz: vacío podría traducirse por “no
tener nada”. Yo no debía atesorar nada mío para que la hermosura se manifestara. En
la total ausencia se expresa la potencia vibrante de las inmensas posibilidades del
cosmos. Todavía no se ha manifestado la creación, no puede expresarse sino te
desprendes de la influencia de los condicionamientos y los hábitos de la repetición.
Solo al vaciarte de lo aprendido a través de la tradición, la educación escolar, la
académica laboral, el entorno social, la influencia de la familia y la costumbre del
sector profesional, solo entonces, aflora a la superficie el poderío de la energía
cósmica que necesita expresarse.

A la nueva semana le sigue otra semana más.


¿Qué se necesita para encender una vela? Que esté apagada. Qué estrella no tiene luz... la
estrella de mar. ¿Cuál es el animal que come con la cola?... todos, ninguno se la quita par comer.
¡Estoy en forma!
Y se desvanece otro mes.

Otra luna llena redonda, completa.


Con la nieve se hace y con el sol se deshace. ¡El muñeco de nieve! De la viña sale y en la bodega
se hace: bien se saborea y a menudo marea...
_ Nadie puede ver su rostro reflejado en un lago agitado.
Solamente cuando las olas se han aquietado en el lago embravecido y el agua está sosegada se
refleja la faz, y puede vislumbrarse el fondo. Demoraste tu interioridad.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Recuerdo que a mi llegada estaba agitado el lago que rodea Ometepe y poco a poco, lentamente
como el alma mía se tranquilizó hasta que amaneció de pronto calmo. No existen palabras para
expresar las cosas esenciales de la vida. Las verdades profundas se descubren en la inmensidad del
silencio que se impone con suavidad.
¡Cuántas barricadas levantamos a nuestro alrededor!
¡Cuánto daño me infligí!
Y continúa susurrándome Oküli:
_ Quien despierta su conciencia, despierta a la vez la conciencia del mundo entero. Puedes hacerle un
espléndido regalo a tu gente, y a personas que ni conoces todavía y que sin embargo aguardan
su despertar. Si puedes ver la vida como un juego y gozar mientras juegas, y si consigues
concentrarte y luego olvidar todo pensamiento y sentir, desde las mismas entrañas, que eres la
pelota el bate la canasta... sentir que eres el mismo juego... y si juegas para ganarte y nunca para
vencer a los demás, entonces formas parte de la unidad. Formas parte del todo. Y cuando formas
parte del Todo hallas tu lugar en el terreno de juego. Tu posición en el campo de la vida.

Cuando no encontramos apoyo en otras personas para aquellas verdades que sentimos adentro,
podemos sentirnos aislados y amargados o bien celebrar el hecho de que nuestra visión es lo
suficientemente potente para sobrevivir en libertad por sí misma. Debo asumir la responsabilidad de
mi elección.

He aprendido con el tiempo que la solitud reconforta, y en el silencio descubres paz y


verdad y saber. Cuando existe un sentir de soledad se debe a que no se sabe estar y
disfrutar del “a solas con un@ mism@”. Las personas suelen necesitar la compañía de
los demás para llenar su insatisfacción personal. Se sienten desamparadas. Todavía
no conocen su vibrar interior. Elige No Estar Sol@. Acompáñate de ti. La presencia total
de un@ en sí mism@ es un faro encendido en la oscuridad.

Al siguiente mes le continúa otro.


En la más extrema y profunda de todas las oscuridades, ¿es cuando mejor estamos?
Envuelto en el viento de la nada, cómodo, tranquilo, me siento seguro. No me preocupo.
Esta oscuridad es complacencia.
Y otra semana se desvanece.

Oküli ya no la tiene cerca. Ahora está conmigo. Oprimo un anillo dentro de otro anillo para que
apenas ocupe lugar.
_ Vaciarte para llenarte. ¿Sabes de qué?
La dicha no es la ausencia de dolor o padecimiento. Algunos miembros de nuestra tribu con
impedimentos físicos encuentran la manera de ser dichosas. La dicha no significa tenerlo todo.
Aquí nadie quiere ser el rey de la selva. La dicha no significa que cualquier cosa que hagamos es
una cosa que sale a las mil maravillas.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

El auténtico sentir en el mismo núcleo de tu ser impulsará tu renacer. Y con el tiempo te darás
cuenta que todo se supera. Puedes renunciar al pozo en el que te has hundido. Salir del túnel en
el que te has metido. Abrir los ojos que cerraste un día ¡embiste y salta al otro lado!
Cuando estés preparado vendremos a por ti.

Esto también pasará. Tengo la visión de situarme en el centro de la rueda. Si me aferro al exterior, me
voy a marear. La rueda de la vida no se detiene, gira y gira dando vueltas constantemente. Aprendo
a colocarme en el lugar donde a pesar del ajetreo, puedo reposar tranquilamente.

Siento la euforia y la determinación brotando de mi pecho. Creo que si no hago algo urgente me
voy a asfixiar. No quiero bloquear mi vitalidad. Necesito explotar. Entrar en erupción como un
volcán. Me quedaré gratamente sorprendido… así lo intuyo… guardo un enorme poder adentro que
muy pronto se va a liberar.

Transformar los “períodos de bloqueo” en un salto hacia adentro es la auténtica


función del maestro. Todos somos maestros para nosotr@s mism@s. Cada uno debe
atravesar el “período de tinieblas” totalmente sol@, sabiendo que el amanecer está
cerca.

Llegan con Oküli a la cabeza, y… ¡oh! No llevan los ojos vendados. Vienen a rescatarme después que
la luna que ha menguado, crecido, y está a punto de asomarse por la esquina de la gran montaña
completando su octavo ciclo.
_ Vuelves a salir del vientre materno.
Vuelve la primera separación necesaria.
Todo vuelve a empezar para ti.
Pronto accederé al nuevo mundo o mejor dicho, al mismo mundo visto de otra manera.
Cuatro atléticos jóvenes traen una plataforma sobre los hombros. Me desentierran con sus
propias manos. Parezco una figura de arcilla. Me siento como un pedazo de suelo al que han
arrancado de cuajo.
Depositan mi maltrecho cuerpo encima de la plataforma y me alzan con cuidado. Noto como
las nubes me acarician el rostro.
Creo que vuelven a llevarme a la cascada, pero con ellos de nada vale suponer. Pensar es de
tonos. Hay que saber. Y ellos saben muchas cosas.
Conforme avanzamos, distintos miembros de la comunidad se van acercando para lanzarme
flores silvestres de fuerte aroma. Tengo la sensación que al hacerlo, salen corriendo como si
depositaran en mi cuerpo una granada que fuera a estallar.

Una vez en la orilla bajo la cascada de agua sagrada me lavo con una pasta que usan a modo de crema.
La fabrican con heces de animales, frutas y leche de cabra. Es algo similar a un jabón de sabor agrio
de un luminoso color anaranjado. Hace gran cantidad de espuma al tocar el agua turquesa del lago.

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La arena del suelo del territorio consiguió incubarse en mi piel tintándomela de un prieto
opaco del color de la Tierra.
Y al lavarme parece como si me estuviera despellejando, ¿mudo la piel?

Todo el proceso ha durado ocho lunas completas.


Estaba demasiado cansado para contar los días. Aun hoy, vagamente recuerdo como Oküli
refugiado del sol bajo la copa del majestuoso árbol milenario me explicaba sin hablar, luego de dar
secas y sonoras palmadas antes de empezar.
_ Tenías mucha rabia acumulada que lograste enterrar, pero debía volver a ti la parte de maldad que
te pertenece para retenerla y apaciguarla, logrando precintar ese rincón sombrío. Ahora estás en
condición de dominarla, y debes hacerlo, de lo contrario volverá ha restringirte hasta arruinarte
porque se trata de un impulso que salpica el gesto y el movimiento y se puede tornar actitud,
pero no es un hábito. Es el propio bien torturado por la persona que no halla el sendero del
amor. Una tensión que no desaparece con simples masajes.
Tus huesos se habían impregnado de odio y los hubiera debilitado en muy poco tiempo,
cediendo tu paso al lado oscuro.
Si permaneces largo tiempo en tu lado oscuro te vuelves malvado. La angustia y la frustración
se acumulan en tu sangre que varía el fluir por el bombeo de la negatividad. Hubieras intoxicado
el entorno y dañado a otros seres. Debías limpiarte.
Tenías que regresar a tu origen, transmutar la maldad por la vitalidad del universo. Ahora tu
energía cósmica vuelve a estar activada.
Como signo de fertilidad, la nueva generación de nuestra comunidad te ha lavado. Tu
distracción ha quedado olvidada. Naces nuevo. Naces limpio. Naces hoy, hermano.
Tu pasado ha quedado sellado con las llamas del perdón. Cuando quemaste todo en la hoguera
renunciaste al ayer. Pero los legítimos recuerdos y los eventos más fidedignos se han grabados
en tu corazón. Aquí permanecen vivos. Has tomado contacto con la Naturaleza y la Tierra donde
resguardamos la verdad del gran espíritu.
Recuerda siempre que se te ha adornado con los mejores talentos al ofrecerte cada uno de
nosotros un pedazo de nuestra misma alma. Y yo, te hago entrega en este momento de la
Conciencia de la Tribu para que la utilices en tu mundo como la consideres más oportuna.

El reino animal expresa la voluntad a través del puro instinto dirigido a una sola finalidad: huir ante
cualquier señal de amenaza. Los animales buscan comida para alimentarse. Cortejan a sus parejas en
la época de apareamiento. Preparan sus madrigueras y cuidan de sus crías. Su instinto no es otro que
sobrevivir en el ecosistema que los acoge. Pero entre los hombres el libre albedrío es la voluntad
consciente que permite al ser humano perfeccionar su propio destino.
El gran espíritu expresa un universo de posibilidades mediante una sola Ley... y pienso en el
magnetismo o la gravedad y en las silenciosas fuerzas como el viento o el fuego, ¿por qué solo se
intentan comprender estos fenómenos a través del conocimiento científico?
_ Ahora permaneces sano, estás purificado, consagrado a la Gran Obra. Dominas la Tierra el Aire el
Fuego el Agua. Anida en ti el más significativo y fundamental de todos los elementos con el que
te has conciliado.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Se ha solidificado como el mercurio al ensamblarse todas sus partes... ¿sabes por qué? Porque
es tangible para el alma sensible que alberga una mente inquieta que razona al ritmo de las
pulsaciones del corazón, que está en armonía con la energía cósmica, conectada al gran espíritu.
¡Uf! Es como si no hubiera pasado nada, pero todo ha cambiado. Me extravié. Pero me han hecho
reaccionar. Y despierto sin saber si esta presencia que se ha fijado en mí es un halago o un insulto, un
don o una tragedia, una orden o una encrucijada.
No sé si ha sido una vivencia real pero... ¡Me siento poderoso! Igual que el cachorro que mata
por primera vez a su presa y dice que no hay nadie como él... más la selva sabe que hay que darle su
espacio y un tiempo para que entienda.

Veo a la gente de la comunidad en sus habituales quehaceres.


No concibo cuánto tiempo puede haber transcurrido desde que me retiré a reposar. ¡Son
traicioneras estas hamacas!
Me voy con Oküli. Noto que me llama. Me habla con ese peculiar tono suyo.
_ Te has preguntado por qué los gansos vuelan en formación. ¡Míralos!... dibujan una flecha. Al batir
las alas, cada pájaro produce un movimiento en el aire que ayuda al pájaro que va detrás de él.
Volando en punta de flecha la bandada aumenta ocho veces su poder.
Se acostumbran rápidamente. Cuando son pequeños, cada vez que se salen de la formación,
sienten inmediatamente la resistencia del viento. Comprueban la dificultad de volar solos.
Comprenden y regresan a su posición para beneficiarse de la contribución que realiza el
compañero que va delante. Y cuando el primero de todos se cansa, se pasa a uno de los puestos
de atrás para que otro ganso tome su lugar. El liderazgo es correlativo. ¡Escúchalos!... los gansos
que van detrás graznan produciendo un sonido especial que alienta a los que van delante para
estimularlos, para animarlos y así mantener el ritmo.
Las personas que comparten una dirección común y tienen sentido de unidad, llegan a donde
necesitan con mayor facilidad. No hay secreto ninguno, lo consiguen porque se apoyan
mutuamente unos a otros. Tenemos tanto que aprender de los animales. Ellos son más solidarios
que muchos humanos.
Cuando un ganso se enferma o cae herido, otros dos gansos se salen de la formación y lo
siguen para ayudarlo y protegerlo. Se quedan a su lado asistiéndolo hasta que está nuevamente
recuperado y en condiciones de reanudar el vuelo o hasta que muere acompañado. Solamente
entonces los dos gansos regresan a la bandada.
Y dirigiéndome a su lugar predilecto para la tertulia encuentro a Oküli tumbado boca arriba con los
manos descansando encima de su abdomen. ¡Está dormido!

Oküli tiene patas de gallo en el alma. No le preocupa saber de qué color son los suspiros. Se comunica
con el más allá para averiguar el origen de las enfermedades en una ceremonia durante la cual,
averigua si el enfermo sanará o no dependiendo de si se levanta a bailar la Danza.
Cuando los miembros de la comunidad le dan las gracias, siempre responde con la misma frase
-Por mí mismo nada puedo hacer, incluso al amar es el Amor el que ama a través de nosotros-. Él
suele decir -Se hace sin hacer- y apostilló en una ocasión mientras me sonreía con su mirar -Tú eres

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como yo. Tengo fe en tu persona-. Creo que por eso intuyo que pronto va a bautizarme con su
corona. Aparentemente soy uno de los elegidos que va a desembocar en la Totalidad.

Le expresé a Oküli mi firme deseo de autorrealización personal, aunque solamente me contestó que
siguiera el impulso del rayo.
¡Me parece un jeroglífico a modo de acertijo!
Nunca sabrá hasta qué punto agradezco todas sus enseñanzas.
Me siento un hombre distinto, un ser más potente y vivaz.
Y mientras mi pensamiento se expresa fluye nuevamente su voz.
_ Tu mutación todavía no se ha completado... pero llegará. Deja que ocurra. No la busques. No la
esperes. ¡Ocurrirá! Está escrito en las estrellas.

Las muchas dimensiones de la vida se presentan disponibles simultáneamente. Elijo el plano en el que
logro vibrar con resonancia cósmica. Puedo optar por lo físico y lo manifiesto, que es el estado puro
del cuerpo. Puedo optar por lo no manifiesto y lo espiritual, que es el estado puro del alma. También
puedo entrar en la conciencia de unidad con el gran espíritu donde ambas dimensiones confluyen.
Elijo esta opción que presenta una oportunidad para ver “mi existir” en toda su magnitud. Entiendo
que la experiencia de lo oscuro y lo difícil es tan necesaria como lo luminoso y lo fácil. Empiezo a
fluir con la expresión total. Me integro a todas las formas y colores de la vida. Traspaso el velo de la
mente como el arroyo que cruza el territorio y alcanza el mar.

Que tan fantástico viaje experimenté. Fue el principio de tantas nuevas


convicciones… Cuando te abres a la totalidad, trasciendes. Te conviertes en un ser
extraordinario. Tu visión interior se transforma en la visión de toda la existencia. Ya no
estás separad@. Partes de tus raíces cósmicas y extiendes tus alas en la Tierra. Recibo
energía vital de la fuente sagrada. Continúo enraizado en este centro que hace de mí
un “latir especial” que vibra en la frecuencia adecuada.

Los miskito de selva adentro todavía saben lo que nosotros hemos olvidado. Aquello que ya no
transmitimos a nuestros hijos porque nuestros padres no nos lo enseñaron. Según ellos, vivimos en
el “mundo muerto”. Aun estando lejos, saben acerca de la agresión que sufre el Amazonas; uno de
los últimos pulmones activos del planeta. Y me preguntan. Y yo no hallo respuesta. ¡Hay, si algún
despiadado industrial pudiera explicarlo! Sus propias palabras le angustiarían si tan sólo se dignara
escucharlas olvidando los aspectos económicos y valorando los beneficios ecológicos, pero claro, no
se trata de personas. Se trata de corporaciones articuladas por fríos mecanismos ajenos al sentimiento
en las que el factor humano ha desaparecido.
Algunos niños sentados en coro a mi alrededor me preguntan -¿Por qué?- e insisten -Es como
arrancarle con unas tenazas las uñas de los pies y las manos al recién nacido-. Una adolescente con
mirada interrogativa añade -Con que va a arreglárselas la Tierra en invierno si le quitan su abrigo-. Y
ciertamente muere la Tierra porque le estamos arrancando su piel. El ozono, no es solamente un
escudo para nuestro planeta. El ozono es la piel de la Humanidad.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

El hombre moderno se ha convertido en una termita y la verdad es que el fenómeno del


Amazonas que no cesa, altera y transforma el clima mundial a una velocidad vertiginosa difuminando
cada vez más las cuatro estaciones del año. Hasta que llegue el día que se confundirán unas y otras
para ya no saber cuál es cual.
Me gustó lo que sucedió un día. Lo recuerdo bien. Oküli me invitó a sentarme. Sus palabras
penetraron mis entrañas como un puño cerrado que al poco se abrió en mi interior.
_ Por qué el hombre renuncia a ser un animal cuando la mayoría de nuestros genes son comunes al
resto de los animales. Por qué ese menosprecio, ese deseo de superioridad... Algunas especies se
asocian y forman un verdadero organismo colectivo.
Oküli señaló con el dedo mientras proseguía en silencio.
_ Aquel panal de abejas, por ejemplo, obsérvalo hermano. Mira como mantiene la temperatura
gracias al movimiento de las alas de los insectos. Cuando las abejas dejan el panal para buscar
alimento abanican con una danza peculiar las fuentes más cercanas. Así el panal economiza
energía optimizando sus posibilidades de supervivencia.
No dejamos de ser animales, pero no somos solo animales. Mientras la emoción es un fenómeno
físico, los sentimientos provienen del alma. En su profundidad hallamos maneras sublimes del secreto
que se expresa desde ese punto considerado poco claro, y nos entregamos a toda clase de confesiones.
Los sentimientos nacen adentro. La vida dice mucho más de lo que parece decir, aunque uno mismo
pretenda disimular. Hay un lenguaje universal que es inmortal. La emoción es momentánea. Los
sentimientos prevalecen. Los animales son incapaces de ninguna emoción significativa. No pueden
captar el alcance de sus actos porque no son conscientes. No acceden a los sentimientos.
El ser humano carece del aparato instintivo, y sin embargo, este mismo desamparo constituye
la fuente de la que brota el desarrollo humano; la libertad biológica del ser humano es la condición
de la cultura humana.
El estímulo existe, pero la forma de satisfacerlo permanece “abierta”, es decir, debe elegir entre
diferentes cursos de acción. En lugar de una acción instintiva predeterminada, el ser humano valora
diversos tipos de conducta posible y entonces empieza a pensar. Ello nos diferencia de los animales.
Y un animal superior no por aprender a pensar, sino por su capacidad de sentir más allá de las fugaces
emociones mientras otros animales mantienen emociones básicas como la alegría y la tristeza.
¡Me siento inspirado!
Y Oküli que aparece detrás de un árbol, sonríe... esta vez no tiene que mover un solo músculo.
Me toca con su mirada. Sé inmediatamente donde clavar mis ojos.
_ Lo mismo ocurre con las hormigas. Fíjate bien como trabajan. Mantienen a las larvas que ayudan
a la reina. Se reparten las tareas. Aseguran el equilibrio del hormiguero. Y si aparto unas cuantas,
pongamos este montón de aquí, el conjunto se adaptará restableciéndose la proporción de
hormigas obreras... ¡te das cuenta! Hermano, atiende el átomo que está en la molécula, que está
en la célula, que está en el organismo y que a su vez, está en la sociedad.
No se me ocurre preguntarle como sabe tantas cosas porque me llega desde algún lugar un mensaje
abstracto...
Todo está interrelacionado. Cuando se acepta la interconexión de las cosas, te das cuenta que
cada una es nada más una parte de un Todo. Así se conforma el universo. Interrelacionar las cosas no
significa que debe pensarse constantemente en todo, todo el tiempo, aunque puede ser gratificante

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

y más estimulante que poner las cosas en cajitas separadas ignorando la relación. Hacerlo limitará tu
comprensión. Puedes ir más lejos si observas con mayor profundidad. Y será liberador descubrir
vínculos que no habías ni imaginado antes. Y tales vínculos facilitan las respuestas que necesitas.
¿Quién me habla?...

Observo una semilla. Ella no puede saber lo que va a pasar cuando la cubra de tierra. Intuyo que
contiene el potencial de transmutarse en algo grande y hermoso. Cuando el camino es desconocido
resulta más cómodo y fácil no aventurarse. Nada está garantizado. Hay riesgos. Existen trampas. La
semilla está resguardada dentro de su coraza. Pero me llega la convicción de que esta semilla hará un
esfuerzo por emprender el viaje. Se deshará de la cáscara que la protege y empezará a moverse.
Enfrento mi responsabilidad de aflorar.

Cada vez que encaro una situación difícil o desagradable, me acuerdo de la semilla.
Solemos sentirnos agraviados y tratamos de culpar a alguien o a algo cuando nos
sentimos amenazados. Me gusta observar las flores que me recuerdan la necesidad
del desafío. Se enfrentan a los bloques de cemento urbano. Pero discurren por entre
el asfalto consiguiendo salir a la luz del sol. No hay por qué evitar o negar enfrentar las
situaciones de la vida. Aunque desde que nacemos, la civilización construida nos
pisotea para que no florezcamos. En nuestra mano está avanzar hasta obsequiar
nuestra fragancia con la misma pasión de la flor que va de la oscuridad a la luz, de
las entrañas de la tierra al cielo. El camino es arduo. Requiere valor.

Los miskito de selva adentro basan la fabulosa Unión, no sólo con los vivos, si no igualmente con
los muertos. Los muertos siguen vivos en sus cuerpos como vehículo hacia lo imperceptible, aquello
que también es, porque sigue siendo, aunque sea de otra manera. Sus antepasados son el puente con
los hijos no concebidos. Con aquellos seres que todavía están por llegar y que ya existen en el seno
de su corazón.
Nosotros hemos conservado y alimentado nuestra propia selva de cemento. La hemos llenado
de alturas que provocan vértigo. De gruesos muros que nos separan los unos de los otros y ahí los
peligrosos son inmensos. Las enfermedades son muy crueles. En esa jungla de asfalto la vida se
entiende de otro modo, cuando en realidad es la misma vida. ¡Sólo hay un modo de vivir la vida!
Creo que las personas del siglo veintiuno nos vamos a destruir a nosotros mismos. Es ridículo,
pero así es. Sería bueno volver a lo salvaje, a lo natural, a encontrar el alma que un día perdimos al
caerse por la alcantarilla. De lo contrario no sólo terminaremos con nuestro mundo sino que además
los arrastraremos a ellos.

No se quedan los miskito de selva adentro con los tradicionales cinco sentidos. Ellos los mantienen
ampliados. Los sentidos se desarrollan en los seres vivos como instrumentos que sirven para poder
tener una relación e interacción con el resto del universo, y con ellos recaban información acerca del
medio circulante para sobrevivir.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Me percaté a mi llegada que no solamente miran a los animales, con una percepción singular,
también leen en sus ojos la señal de peligro o de amistad. Estos “sensores humanos” están mejor
diseñados en su tribu. Se han perdido en el mundo contemporáneo de las grandes ciudades.
Considero demasiado estrecha la clasificación de los sentidos hoy que los conozco, porque en
absoluto corresponde a la realidad. Estoy tomando conciencia.
Los órganos sensoriales tienen la facultad de registrar los estímulos que llegan del exterior,
estímulos que se registran como sensaciones, sin embargo, existe un extenso abanico de sensaciones
más allá de las que pueden percibirse mediante los limitados cinco sentidos. Y la conciencia es la
receptora de tales impresiones incluso antes que el sistema nervioso. Es la conciencia quién envía los
impulsos al corazón mediante los cuales tenemos conocimiento de las cosas sin apenas darnos cuenta.
Hablo de un conocimiento desde la concepción energética de un vibrar cósmico.
Las funciones sensoriales no son más que las puertas por las que entramos y salimos del
mundo, no es de extrañar que esto deba realizarse con la conciencia despierta y un canal de conexión
limpio con los sentimientos. Más tarde intervendrá la razón para conjugar su interpretación, nunca
antes. ¡No se ve con los ojos, sino mediante ellos! ¡No oímos con los oídos, sino a través de los
oídos! Y así sucesivamente, aunque existen personas que solamente miran y escuchan y se conforman
sin ver ni oír.
Los sentidos explican los sentimientos, aptitudes del alma para percibir por medio de
determinados órganos las impresiones del mundo. Y cuando uno cae en su lado oscuro su alma se
apaga, se extravía, pierde su vitalidad, pero en el cuerpo anidan los sentidos que como un pasadizo
secreto pueden recuperar la energía cósmica antes de perderse definitivamente.
¡Quién ignora su alma no puede tomar conciencia!
No hay vida plena si no nos abrazamos por dentro con los dos brazos, el brazo de la mente y
el brazo del corazón. La conciencia es el sendero del alma, y el alma es el sendero de la conciencia,
en ambos espacios aguarda el contenido del ser vital: el sentimiento mismo antes de ser acción.

Estoy comprobando que no sólo la vista, el oído, el olfato, el gusto, y el tacto permanecen conmigo.
Además se ha despertado en mí el sexto sentido... la Comunicación Universal que en nuestra
civilización se utiliza en corto aprovechamiento como premonición o solamente como aviso. Me
refiero a la percepción clara íntima e instantánea de una verdad. Todos tenemos intuición, de lo
contrario no seríamos capaces de percibir el equilibrio del cuerpo o sensaciones tales como el hambre
la sed o la atracción sexual.
Me doy cuenta que se ha estimulado al mismo tiempo el séptimo sentido, el Verdadero
Lenguaje del Mundo que en la sociedad actual se utiliza como reclamo para algunos shows. Esta
coincidencia de pensamientos o sensaciones entre personas, tiene que ver con el acto de transmitir
contenidos sin intervención de elementos físicos... así existe la telepatía.
Al comentarlo con Oküli me habla de los avances para recuperar el octavo sentido. Aquel que
dominaban los primeros miembros que forjaron la tribu: cerrarle el paso al Mal.
Ahora sé que el mal no entra y se manifiesta, si no que vive en nuestro interior... ¡No lo
rechazo! El truco radica en no dejarlo salir nunca. En retenerlo sin permitir que crezca, evitando que
se manifieste en el exterior en forma de “daño”. Porque si consentimos su crueldad, actuará sin

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compasión perjudicando a los más débiles, a seres vulnerables e indecisos, víctimas seguras de quienes
permiten que se apodere de ellos el lado maligno de cada uno.
La detestable perversa infamia que es la Maldad, atenta contra los ignorantes y los más torpes
cada vez que escapa de cualquiera de las almas a las que se menosprecia. Es como una plaga que vive
en el aire para deformar y contaminar y como la peste, se pega en la suela del zapato y nos sigue y
nos persigue dejando siempre un poco allí donde se pisa para que otros se manchen. Es abominable.
Un virus que se contagia y se propaga y se reproduce cuando las palabras son vanas y superficiales en
vez de nítidas y directas, cuando las acciones son frívolas e interesadas en vez de honestas y generosas,
cuando el pensamiento es hipócrita con uno mismo y está lleno de doble intención respecto al otro,
en vez de ser fiel a la esencia de la propia alma, sin intentar anular o manipular a otra persona.
Han sido muchas cosas las que he aprendido. Algunas todavía no sé que las sé. Pero noto que
están ahí. Las siento muy adentro de mí. Están almacenadas. Aguardan, para que nutrido de
provisiones pueda viajar lleno y rico, pero ligero, ágil y diestro por mi sendero… un sendero invisible
que se hace visible con cada paso.

Saben tantas cosas este pueblo prodigioso que no voy a poder evitar preguntar aquello que trastorna
a la Humanidad, ¿de dónde venimos?
¿Qué somos?...
¿A dónde vamos?...
Creo que éstas son las únicas cuestiones que vale la pena preguntar.
Yo me pregunto aquí y ahora... ¿por qué vivimos? ¿Por qué hay mundo?
¿Por qué?...
Cada uno busca respuestas a su manera. Muchas personas han encontrado paz en la religión.
Yo he sido educado como católico, pero reconozco la imposibilidad de darle a la Biblia su
preponderancia. Los orígenes fantásticos que revela se me hacen increíbles y lejanos.
Pretendíamos ser creaciones originales a imagen y semejanza de Dios y apareció Darwin. La
profesora nos mostró en clase el árbol genealógico de la evolución animal y, ¡qué gran
descubrimiento! Pero hay un eslabón perdido…
La ciencia y la religión no reinan en el mismo campo. Creo que están demasiado distantes y
sin embargo, están condenadas a unirse. Pero antes deben armonizar su convivencia. Sucederá
cuando ambas comprendan que son compatibles, complementarias, y que se necesitan una a la otra.
La duda es el motor de la ciencia, por el contrario, la religión se sostiene en la fe. La primera
busca hechos. La segunda promueve creencias.
Me gusta estar tendido en la hamaca. Oküli junto a unos cuencos de barro que pinta, me
invita a sentarme.
_ Descendemos de los astros. Los elementos que componen nuestro cuerpo son los que antaño
fundaron el universo.
En vez de ver nuestras diferencias, nuestro pueblo observa nuestra similitud y así descartamos
los pleitos. Todos somos iguales. Nuestra alma contiene los vientos, el desierto, las gotas de agua y
las llamas de las estrellas, todo cuanto contiene el universo creado.
Somos iguales porque cada uno de nosotros llevamos dentro una porción del cosmos. No
somos iguales en cuanto a apariencia física, personalidad o comportamiento y precisamente esto nos

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diferencia enriqueciendo a la comunidad. Somos una parte del todo y toda la parte que contribuye a
que se conforme Todo. Su voz me ha penetrado y al abrir los ojos descubro que estoy tendido en la
hamaca solo. Y vuelvo a relajarme, pero permanece Oküli.
_ Llevamos en el alma átomos del universo. Nuestras células encierran una porción del océano de las
galaxias. Y cuando el que va a nacer se forma en el vientre materno, rehace aceleradamente todo
el recorrido de la especie humana. Con la rapidez que supera la velocidad de la luz, su alma repite
todo el trayecto hasta la eclosión del primer sentimiento de amor que es el big bang.
El alma posee en su núcleo mismo el conjunto de la Evolución que nos mantiene conectados
al gran espíritu que es el amor con mayúsculas.

Es momento de experimentar la unidad absoluta. En vez de que la noche se oponga al día, de que la
oscuridad suprima la luz, comprender que los opuestos funcionan para alcanzar la comunión. El uno
contiene en su interior la semilla del otro. Ambos se necesitan para completar el círculo de la vida.
Hay un puente de cristal que nos une a lo universal. ¿Quién puede cruzarlo?

Ciertamente existe un sendero invisible que se hace visible a modo de puente


traslúcido que nos ensambla a la energía cósmica. Si se rompe, las personas quedan
divididas, apartadas de la fuente vital. El conflicto está en cada un@ de nosotr@s. A
menos que lo resolvamos solos en nuestro interior, no se resolverá en ningún otro sitio.

Comprendo a los miskito de selva adentro. Un excesivo apego a un lugar concreto no deja espacio
para sanar el resto de la tierra. La selva es muy grande y existen lugares milagrosos. Rincones que
todavía no han descubierto porque la naturaleza es cambiante. El universo es inmenso y siempre está
en movimiento, en permanente evolución.
A mí me gustaría conocer otro planeta. Viajar a Andrómeda dejando atrás la Vía Láctea.
Encontrar otras formas de vida en esas miles de galaxias que dibujamos en los mapas. Pronto
realizaremos excursiones de fin de semana a la Luna y Marte y disfrutaremos de nuevos e
impresionantes paisajes. ¡No está tan lejos ese día!

Echar raíces está bien, pero no es lo único. Ni tampoco creo que deban ser permanentes las raíces…
¡negaríamos nuestras alas! Echar raíces durante un tiempo, dos, tres, incluso cuatro años, está bien,
pero también está bien vivir de otras maneras en otros lugares. Forma parte de la evolución del ser
humano. Y se vaya donde se vaya, solamente un equipaje es indispensable. El amor es un equipaje
que no pesa. Es la expresión más básica de la energía cósmica.
Comprendo cuando es que deciden trasladarse: cuando falta el amor. Cuando su convivencia
en un sitio no se sustenta en el amor, ese lugar se ha destruido y debe ser repudiado. Olvidado.
Entonces viajan.

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Y viajan hasta que encuentran un nuevo paraíso donde sustentar la amistad y la pareja, la
familia y la comunidad, su alma individual y el gran espíritu al mismo tiempo y con firmeza, en la
seguridad de prosperar y en la convicción que puede fructificar otra vez en ese nuevo lugar sin
conocer la destrucción.
Pero si de nuevo sale la maldad al exterior, los miskito de selva adentro volverán a viajar.
Perseveran sin conformarse con una existencia de sufrimiento permanente por el lastre de un sitio
concreto. Olvidan el peso de todo lo que ese entorno representa, pues la posición se ha vuelto
incorrecta.

Los miskito de selva adentro infunden valor a la virtud y fervor a la verdad. Sus enseñanzas son
clementes y auxiliadoras. No me ha hecho falta asimilar su idioma, simplemente he dejado que se
expresen, y, en vez de forzar la escucha, me he relajado apartando la mente a un lado hasta oír su
interior donde se encuentran sus incuestionables mensajes.
Me hacen de espejo permitiéndome contactar con los conocimientos de mi ser. Pero no
instruyéndome sobre las acciones a seguir, ni prediciendo acontecimientos futuros, sino dirigiendo
mi atención hacia mi fuerza apagada. Algo que antes me era imperceptible en mi propia presencia.
Ahora este elemento mágico, ya identificado, se encuentra al alcance de mi elección. Cada
una de sus evocadoras explicaciones contiene un rasgo susceptible de ser considerado. Todas esas
observaciones llenas de expectativas, no puedo descartarlas, simplemente porque no haya conseguido
de modo satisfactorio entender su desarrollo y exponer su mecanismo.
Sus congruencias me llevan hacia cambios... hacia el perfeccionamiento. Me conducen hacia
el avance salvándome de mí mismo. He sido transformado en lo que ya era en mi intimidad. Hoy
tengo despierto mi buscador interno y sé cómo mantenerlo.
Mi mutación va por buen camino. No voy a dejar que se agote ni se detenga. No voy a
hundirme nunca más. Exaltaré mi persona desde mi yo-superior porque es el mejor amigo que tengo.
Y repentinamente... un hombre a la orilla del lago boca abajo se tiende muerto, un cuerpo,
¿un crimen? Pero no hay asesinato sin asesino. Yo soy. Yo lo he hecho. Yo he cometido el asesinato…
y no me arrepiento. ¡Me he matado! El cuchillo punzante que puede degollarnos lo empuña una
mano situada al final de nuestro brazo. Tenía que matar mi ego, de lo contrario, la renovación
hubiera sido imposible. Me lo advirtió el niño que me dio la bienvenida -Mata tu Ego-. Pues ¡lo he
conseguido! Mi ego está tendido boca abajo en el suelo. Ha fallecido el único enemigo de mi alma.
El intruso de la comunidad se desvanece.
Por eso me digo que exaltaré mi porción de energía cósmica desde el centro de mi alma,
porque yo soy Dios cuando dejo de ser Yo, cuando me desprendo del ego como la serpiente de su
piel, cuando me acepto y me asimilo, incluso la parte fea que me trago para no salpicar a los demás
y, en la intimidad del silencio me comprometo a domesticar. El lado oscuro de cada uno es el único
enemigo de nuestra civilización.

¡Ahora puedo ejercitar la confianza absoluta en la conciencia, sin olvidar la necesidad urgente de
tener un verdadero presente. Es en el único instante que puede realizarse la auténtica auto-
transformación.

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Veo las cualidades propias de cada momento, pues cuando experimento el verdadero presente
me doy cuenta que es en el ahora mismo donde todo acontece.
La organización de la vida vivida en un momento dado corresponde a la experiencia vivida en
ese preciso momento, a la experiencia propia, auténtica y privada, ajena a toda influencia que venga
de la tradición o la herencia, ajena a las modas y sobre todo, ajena a la interpretación o el juicio o la
opinión de otros. Es en el seno de la conciencia donde se inicia la vida cósmica, la experiencia de la
creación que edifica la construcción de la realidad que integra mediante el –ahora- del ser, al mundo,
todo el universo del gran espíritu.

Los elementos se ordenan. Hay una introspección. Ya en Ometepe, admirando esas marcas grabadas
en las piedras se me transmitió la idea de observar detenidamente y por largo tiempo el círculo
esculpido en la roca hace mucho, mucho tiempo. Día tras día, de tanto mirar aquel círculo que me
hablaba, llegó la señal que interpreté de inmediato y me dije: “Mi círculo no se completará hasta que
no tome contacto con la tribu de los Miskito”. ¡Y mi círculo se ha completado! Un círculo que me
invitaba a trabajar desde dentro. ¡Claro que si! Nicaragua abre los brazos para que yo me meta muy
adentro. ¡ADENTRO!
Ahora me veo con ánimo para resistir las duras pruebas de la vida.
Más allá del conocimiento de las percepciones, las ideas y los sentimientos, está la conciencia.
Pero a ella acceden únicamente aquellos que no están adormecidos o desvanecidos o desenfocados
en su atención. Muchos son los que están distraídos por infinidad de hechos intrascendentes que
opacan su humanidad y eclipsan su crecer espiritual al ignorar la posibilidad del estado de pureza.
Conciencia es atender el diálogo del alma consigo misma y con el palpitar del universo.
Recogerse en sí mismo y retornar a la propia esencia. Al regresar uno a sí mismo encuentra en sí
mismo todas las cosas y la grandeza de la creación. No es privilegio único del sabio o el santo, sino
de todos los peregrinos del viento.
Ya me lo dijo Oküli:
_ No habites fuera de ti. Vuelve a ti, donde habita la verdad de todo. Y si encuentras mudable lo que
hasta la fecha considerabas tu naturaleza, desecha la personalidad para llegar más allá de ti mismo
y te encontrarás con la esencia de la vida y la comprensión del mundo.

Me estoy probando como una entidad individual, autónoma, libre, y, que sin embargo, pertenece a
una raíz cósmica, enraizada a la matriz del gran espíritu como una pizca de universo que vibra. Soy
exclusivo, diferente a todos, y soy constante en este palpitar consciente. ¡Sí! Todo el rato soy yo… la
máxima expresión de la divinidad que se tutela a sí misma. Y mi existencia es el resultado directo de
esta manera especial de sentir. Primero ser uno, auténtico y total, para luego ser uno con todo al
comprender que todo es una y la misma sola cosa.
Hoy adquiero la capacidad de reconocerme en toda mi dimensión. Identificándome, me
identifico con esa parte que adquiero de todo lo demás. No hay embrutecimiento ni
entorpecimiento. Dejo de actuar con torpeza. Un día lejano fui tétrico pero ya no más. Fui. Terminó.
¡Me perdono! Y asumo mi responsabilidad.

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Consultarme hoy me permite soslayar los reparos de la razón, el estorbo de los


condicionamientos, el atasco por la inercia de la costumbre. Declaro una zona libre en la que mi vida,
gracias a mi rescatado atributo se torna maleable, dócil y flexible.
Los viejos mapas contienen errores, por eso no podía navegar sin extraviarme en el mar
abierto. Gracias a ese hecho ineludible que me trajo hasta aquí, gracias a toda esa angustia y
frustración, y gracias a mí que lo intuí, ahora voy a ser mi propio cartógrafo porque ahora... ahora
percibo la totalidad del cosmos en mi aliento. Que suerte que me detuve un día para recapacitar y
hurgar sin temor en mis entrañas. Me tomé un respiro y ahora comienzo a respirar en paz y armonía.

Aunque el cielo esté encapotado, puedo gobernar mi nave y llegar así hasta la flor de mi destino.
Tengo la fuerza para tomar el timón de mi existencia en la Tierra. Lo cierto es que la vida es cruel y
peligrosa y aquél que persigue su propia satisfacción no la alcanza jamás.
Así como el débil ha de sufrir, quien solicita amor se verá decepcionado tanto como el glotón
no quedará saciado. Quien busca tranquilidad, a menudo encuentra la guerra. La verdad es para los
valerosos y la felicidad, tan sólo para aquel que no teme la soledad.
La vida es solamente para aquél que no teme la muerte, sino una muerte en vida.
La conciencia de unidad me proporciona certeza y seguridad. Me encamina hacia la
providencia de lo bueno y lo justo. ¡No caminaré a tientas! Ya no conseguirán empujarme a lugares
donde no quiera estar. Ni hacer cosas absurdas. Pero tengo que aprender a trotar… debo llevarme al
paso antes de poder galopar… permitir que se asienten estas fabulosas concepciones. Me digo,
sosiego, amigo, serénate. No tengas prisa.

15 Abril, 2014
Confieso que ha sido un largo camino hasta llegar aquí. Todavía me dejé atrapar por
los pensamientos. De vuelta a España, la mente seguía gobernándome,
imposibilitando el viaje que avanzaba a trompicones. Cada persona tiene su proceso
interno. Lo importante es avanzar en el viaje, es decir, completar cada nueva etapa.
Una vez “te decapitas” abandonando las explicaciones y evitando los juicios,
empiezas a fluir en el solo-sentir que es maravilloso. Aquella llama prendida hace 15
años se aviva y se eleva desde este portal planetario. Me he dado cuenta. Confío en
la vida. Disfruto con mi trabajo.

Los miskito de selva adentro gozan de otro tipo de felicidad a la que denominan dicha. Distintas son
sus emociones, sus prácticas, su estilo de vida. Lo que marca su diferencia es la manera que tienen de
amar, de ser, de estar.
Están muy alejados del estilo de vida que yo mismo he practicado durante largos años
cómplice de la tragedia del sistema actual, al tiempo que también una víctima. ¡Ay! Si pudiera
importar esta concepción del Mundo al otro mundo... Si pudiera instaurar un nuevo orden...
Si yo pudiera... pero puedo, ¡claro que puedo! Si creo en mí, se logra la mutación que necesita
nuestro mundo. Si todos ponemos nuestro granito de arena, ¡se puede!
Empiezo conmigo mismo. Todo gran trayecto da inicio con un primer y sencillo paso, a
menudo pequeño y discreto. Y aunque sus ritos, sus ideales, incluso sus inquietudes, nada tienen que

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ver con el tecnológico siglo veintiuno, el detalle no justifica que ignore sus enseñanzas. No voy a
repudiar este asombroso regalo.
¡Sí! Está claro que sí puedo aportar mi energía cósmica, y si muchos otros se unieran con su esfuerzo
cambiaríamos el curso de la Historia.

Por todos los dones recibidos quiero hacerle un obsequio a Oküli. Voy en busca de leche y miel.
Creo que entenderá el culto a estos dones de la naturaleza. La leche es el primer aspecto del amor, el
alimento, el cuidado. La miel simboliza la dulzura de la vida, la dicha de estar vivo. Y cuando me
dispongo a darle mi agradecimiento me encuentro a Saúl que regresa de largas jornadas de pesca por
el río con los guerreros. ¡Menos mal porque caminaba en sentido contrario alejándome de la
comunidad!
Le cuento que quiero hacerle un regalo a Oküli y solicito su ayuda para prepararle una sorpresa.
Saúl me pregunta si utilizaré el intelecto. Le expongo mi plan en busca de su opinión. Entonces
me hace una pequeña observación antes de perderse por entre la densa maleza dejándome a solas con
mi reflexión, en compañía de varios monos aulladores.
Me ha dicho -El origen de querer que Oküli sea dichoso con tu ofrenda nace del amor. Es el
intelecto quien está al servicio de la facultad de amar. Es desde el sentir hondo que nace todo-. Y
tiene razón, la mente viene después. Primero amo y luego utilizo el pensamiento para hacernos felices
a ambos. El obsequio es lo de menos. ¡La mente está al servicio del amor!
El sentimiento expande, mientras el pensamiento, pretendidamente racional, bloquea. Y me
lo confirma el hecho de haberme tomado una sopa muy sabrosa hace unos días. Al decirme que era
sopa de lagarto, la aborrecí enseguida y comencé a tener nauseas por haberla comido. Pero luego me
dijeron que era broma y volví a sentirme bien, igual de bien que antes de que me dieran el dato. Y
me doy cuenta de lo mucho que les gusta jugar, porque verdaderamente sí me comí una sabrosa sopa
de lagarto aquel día encontrándola muy buena porque pensaba que no era de lagarto, ¡que absurda
es la mente!

El verdadero viaje al descubrimiento de otra forma de vida no consiste en buscar nuevos paisajes.
Consiste en tener ojos nuevos que miran desde adentro. Es al desplegar la consciencia que fluye el
libre albedrío en armonía con nuestra naturaleza cósmica. Fácilmente se logra la mutación individual
al liberar la energía cósmica que alberga nuestra alma y, así, se puede corregir la dirección de nuestro
mundo. Tengo que hacer algo concreto con esta potencia, pues la evolución a otra etapa de nuestra
civilización se hace necesaria y urgente. Me exijo a mí mismo liberar toda la energía cósmica que
habita en mí… ¡soy capaz de abrazarme por dentro!

Que tan ciertas eran mis palabras de hace 15 años… Es al desempeñarnos por una
alternativa más saludable al actual Sistema que la raza humana sobrevivirá, de lo
contrario… las atrocidades que se cometen a diario seguirán multiplicándose.
Supongo que si te explican acerca de “tu energía cósmica” olvidarás las palabras.
Pero si compartes tiempo y actividad con un miembro de la generación cósmica, te
será mucho más fácil apostar por la SOCIEDAD CÓSMICA. Sin embargo, no será hasta

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que realices tu propio viaje al interior de tu alma que asimilarás la Ley Fundamental
del Universo.

Me han hecho sutiles observaciones sobre cualquier tema que estuviera relacionado con la
conveniencia de una acción y la corrección de una conducta, permitiéndome extraer mis propias
conclusiones. Han permitido que asuma la responsabilidad de la decisión. Recuerdo cada día y cada
noche como una fiesta por la vida. Incluso cuando fui atormentado físicamente. Aquello tuvo un
carácter preparatorio para poder profundizar. Había de servirme para que tomase una resolución.
Podía haber sugerido que no lo hicieran o que se detuvieran en los momentos más duros, pero confié
plenamente en los miskito de selva adentro.
Me puse en sus manos sin miedo ni prejuicios en busca de su sabiduría, encajando las piezas
sin pretender controlarlas, sin decir yo quiero o decir yo no quiero tal cosa, como me avisaron a mi
llegada.

Los comentarios que a veces he recibido me han invadido de una luz cegadora que iba acompañada
de un estruendo y, al momento, una total quietud, como si nada hubiera sucedido y solo una
inmensa paz fuera posible.
He tenido una apertura total a todo cuanto acontecía sin esperar una respuesta concreta,
supongo que porque lo que se presupone da pie a una actitud pasiva, cerrada, ajena al crecimiento, y
mi esencia íntima reclamaba abrirse como una flor en primavera.
Con frecuencia anunciaban aspectos de mi persona que antes yo había rehuido
manteniéndome al margen de mi lado más sombrío. Retomando contacto con ese espacio
bloqueado, me han transmitido una visión de conjunto. Con las fuerzas de la oscuridad y de la luz,
de lo positivo, para con lo negativo, entre el bien y el mal, fundiéndose todo junto para constituir
mi verdadera naturaleza. Todavía hoy me ponen a prueba jugando al engaño mediante trampas y
sutilezas.
Provenimos de mundos diferentes, de muy distinta cultura, sin embargo, el contenido
simbólico y conceptual ha sido no solamente compatible, sino complementario, enriquecedor al
fusionarse la vibración con la convivencia de nuestra vitalidad.

Carecía de padres y desde ahora, la Tierra y la Naturaleza son mi padre y mi madre. Debía encontrar
un nuevo hogar y lo he hallado en mi conciencia, extendiendo mis brazos y mis piernas hasta tocar
las esquinas del cosmos.
Ahora el ritmo de mi respiración es, tanto mi vida cuando inspiro, como mi muerte cuando
expiro. La honestidad será mi instrumento de fuerza divina. Y en la voluntad consciente hallo toda la
riqueza del universo. Este viaje es mi más mágico amuleto. El destello del rayo será mis ojos cuando
los labios besen el secreto de mi misterio.
Carecía de talento y ahora la agudeza del alma será mi más significativo talento. Carecía de un
buen amigo y mi yo-superior es mi más elemental amigo. Únicamente el descuido será mi fatal
enemigo.

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Me siento francamente bien al no necesitar armadura, pues la benevolencia y la virtud me


visten para que no pase frío. Nunca busqué palacio alguno, pero hallo en el Universo mi humilde
morada. Es ahora cuando finalmente enfundo mi espada.

Fluir en libertad como el agua que se adapta, como el viento que se filtra, como la energía cósmica
que está en cualquier parte y en todos los sitios al mismo tiempo… también en organismos enfermos.
Como en un castillo hay pasadizos que conducen a las mazmorras sin salida, hay instintos que
encarcelan la conciencia hasta anularla. Este fue mi caso. Testarudo en la ejecución de los modelos
que en verdad no me pertenecían, esclavo de las pasiones primitivas.
Ciego arrollaba a diario mi alma. Pero no existe ya la indiferencia. Se lo que necesito porque
durante tiempo viví escondido y me empobrecí. Salgo a la superficie para mostrarme y me separo del
que fui tras sustituir las piezas defectuosas. Abandoné mi vieja piel a orillas del salto de agua.
Y reconozco que toda separación es dolorosa pero abre a su vez la puerta de la esperanza.
Brinda la oportunidad de llevar una vida más saludable al ser capaz de comprender que todo se agota.
Se agotan las relaciones. Se agotan las situaciones. Se agota la vida. Pero no tiene porque rompérseme
el alma. Saber decir adiós cambia el existir. Fallecer con una sonrisa en los labios, esa es mi meta.
Después de cada ruptura se habla de una nueva relación amorosa a perpetuidad, de una nueva
vida en familia sin altercados, de un nuevo empelo agradable y seguro. Estas cosas no suceden ni
siquiera en las películas. La vida es una transformación continua y por eso el mundo evoluciona,
porque cada noche es una muerte pequeña de la que es imposible escapar. Hay que morir un poquito
para al día siguiente renacer sanos y dispuestos a vivir renovados. Tengo un empleo: el empleo de la
ruptura. ¡Y lo acepto! Nada es permanente o eterno, salvo el cosmos.
Encuentro mi esencia y la sumo al gran espíritu. Me convierto en mi esencia más plena que
libero, porque puedo hacerlo. ¡Lo hago!
La clave es no aferrarme a nada y fluir sin arrepentimiento. Pequeños fallecimientos para vivir
a plenitud, le digo adiós a la coraza blindada.
¡Soy yo mismo quien se habla por fin! ¡Atiendo mi voz interior!

Oküli ha venido a buscarme para pronunciar una sola palabra: ANUN-NAKI. Y nos dirigimos a la
fuente de la vida con el peculiar olor de sus amuletos. Oküli recoge unas algas para fruncir una corona.
Descubro que ANUN-NAKI es una oración para los elegidos. Y soy atacado.
Un fuego insólito se desliza por mis venas al recibir de sus ojos la emanación. Noto un calor
condensado que da fuerzas a las alas de mi alma. La afluencia de este aliento me insufla vida y arde,
prende la facultad de amar… abrasándome con el fervoroso deseo de actuar… y se funde la envoltura
de hierro que impedía tender al sol mi energía cósmica que de repente explota desde mi núcleo
cardinal para inundar el exterior.
Estoy desbordado ¡en completa ebullición!
Me siento como un niño cuyas encías se encuentran irritadas y excitadas por la salida de los
primeros dientes.
Y sucede algo inesperado... Oküli me hace saber que cuando se ha comido toda la miel, se
abandona el panal vacío sin sentimentalismos.

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_ Una vez se ha mudado la piel es imposible volver a ponérsela otra vez. No hay retroceso. No hay
marcha atrás. A continuación de la noche, el día, y luego otra noche distinta y otro día diferente
y así indefinidamente. Tienes que seguir el nuevo rastro de tu sendero.
Oküli me explica que el universo entero está conmigo.
_ Galaxias, planetas, estrellas fugaces, nueves, árboles, ríos, todos los afilados picos y los insectos...
ten compasión de ti y no sufras nostalgia. La fuerza y la sabiduría te pertenecen. Has viajado para
hallar verdad y belleza, pero si no hubieras llevado adentro todas estas cosas, jamás hubiera
emergido por mucho que hubieras viajado por todo el mundo durante siglos.
Tanto la belleza como la verdad se hallan en el alma silenciosa. Para quien posee percepción, una
simple señal basta. Para quien realmente no está atento y no presta atención a la vida, ignorando su
conciencia, mil quinientas explicaciones no son suficientes. Lo sé, ¡cuántas cosas sé ahora!
Como sé que Okúli tiene razón y es tiempo de que siga avanzando.
_ No te demores más. Debes partir. Pero no vayas deprisa. Fluye como el viento por los rincones más
inesperados.
El pasado se ha desvanecido. Lo que vendrá todavía está ausente y aun es intangible. Solamente el
presente es mío.
_ Solo el aquí y el ahora es importante... tan sólo este momento te pertenece completamente. Jamás
olvides que la energía cósmica pone una chispa de vitalidad creativa en cada cosa.
De nada sirve que le advierta a Oküli que no tengo brújula ni mapas, porque sin despegar sus apretados
labios siento su honda voz en sus manos palpándome el rostro y mirándome con el alma.
_ Te llevas un pedazo de nosotros que ya sabemos el camino. Tu viaje iniciático has emprendido y la
energía cósmica te acompaña, hermano. Ahora… Aquí... Nunca olvides la oración...
ANUN… NAKI.
Y sin mirar atrás doy un primer paso y un segundo y comienzo a vagar por la jungla hora tras hora,
rodeando montañas, atravesando ríos, hasta que tropiezo con una legión de tortugas.

Prohibido decir no puedo, no se si seré capaz, mejor renunciar. Cueste lo que cueste... he de hacerlo
como sea. No tengo otra opción, más que la de recorrer mi propio camino a solas conmigo mismo.
Me interrogo desde la conciencia en vez de pronunciar inútiles órdenes y premisas absurdas
tipo “lo haría si...”, “me gustaría pero...”.
Observo con atención lo que habitualmente se hace de manera apresurada. Actos conscientes
y precisión, buen ritmo, ningún agobio, lo ordinario de una manera extraordinaria.
Y empapado de sudor y exhausto lloro como un niño, abriéndome paso hasta que emerjo
entre las aguas esmeraldas y ante mí se abre la majestuosa belleza y me quedo paralizado, diciéndome
que yo ya he estado aquí. He estado en este lugar. ¡Yo he estado aquí antes!
Florezco en un paraje encantador. Me guarecía la ovalada laguna que alberga en sus aguas
peces de todas las especies y muchas algas.
A mi alrededor, patos chanchos y gran diversidad de garzas blancas y negras se agitan en señal
de bienvenida. Detrás de una espesa neblina, embadurnado de purpurina, reaparezco en la fabulosa
laguna denominada Charco Esmeralda, esa, cuyo perímetro visto desde el cielo asemeja a la silueta
de un león. Me percato de lo insólito... y es que sin saberlo... ¡he permanecido en El Encanto!

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

El Encanto es el ombligo del nuevo mundo. Los miskito de selva adentro, la fusión de antagonismos.
La unificación de los contrastes en este fabuloso país donde sólo existen dos estaciones: el invierno,
reino del fango, y el verano, reino del polvo, que convoca un escenario dual acentuado por el ardor
potente de sus volcanes frente a la severa placidez de las aguas de sus lagos. Esto me obliga
incesantemente a unir, fusionar, y sobre todo a dialogar con el arte austero, más empeñado en
desnudar que en revestir para esconder.
El círculo es lo permanente, aquello que perdura. ¡Pero tiene la opción de abrirse para
expandirse como lo hago yo después de abrazarme por dentro! Se me avisó que solamente de esta
forma podría... y vine a visitar a los Miskitos adentrándome en la selva transgrediendo la línea que
separa al turista del explorador, atraído por aquella visión del hermoso círculo tallado en la roca y, ha
sido conociéndolos a ellos que me he descubierto a mí mismo, abriéndose una oportunidad inmensa,
porque completar el círculo, es el primer suceso indispensable para alcanzar la perfección del espiral.
En este instante comprendo que estoy preparado para cualquier tarea que se me proponga
dispuesto a evolucionar, rompiendo el círculo para que se ensanche al convertirlo en espiral. El espiral
es pura expresión de fecundidad, de nacimiento y de vida. Personifica lo duradero e inmortal. Todo
cuanto es eterno de raíz infinita. Su misma contemplación implica continuidad.
Me he despojado de todo cuanto no servía. Yo ocultaba mi intimidad y agazapado en una
oscuridad inventada, apagaba mi belleza y ensuciaba mi esencia limitando mi existencia.
Estuve operando en la oscuridad, pero ahora tengo luz suficiente para ver que el paciente que
yace sobre la mesa de operaciones son los restos de mi ayer.
Si bien una parte de mí es limitada y dependiente, la otra se halla en el centro donde las
armoniosas fuerzas del universo se unen y desde donde parten.
Estoy en el centro exacto como árbitro de todo lo que está por venir. Y acariciado por las
primeras chispas luminosas de este amanecer glorioso me siento colmado.

Las voces de los antiguos callan. Debo honrar mi naturaleza. Confiar en mi nuevo yo, el auténtico
ser... el más genuino. He ganado en claridad, en serenidad, en fortaleza.
Es ahora cuando se me ha mostrado aquello que precisaba saber en mi vida acerca de la Vida:
que puedo formar parte de la eterna Unidad porque soy en mí mismo Energía Cósmica.
He encontrado en El Encanto el hechizo que embruja y que es la razón de mi significación.
Toda persona que esté en el cruce de caminos, descubrirá aquí un lugar de tránsito, de encuentros y
desencuentros, de trance y crecimiento.
Me doy la vuelta para mirar de frente al sol dejando las sombras a mi espalda. Cierro los ojos. Extiendo
los brazos a los lados, palmas abiertas. Hincho el pecho de aire puro... ¡
AAEEOOUUUUMMMMMMMM !
Recuerdo bien sus últimas palabras –Ahora… Aquí- lo dijo en su lengua nativa –ANUN…
NAKI- musitó Oküli antes de marcharse. Y lo repetí con el ronroneo de un gato trepidando en mi
abdomen… ahora, aquí… ¡anunnaki!
No se desvaneció entre la espesa selva como lo hubiera hecho cualquier otro mago. No se
esfumó, ni desapareció, simplemente se alejó lentamente y poco a poco se perdió su figura saludable
y jovial entre la espesura de los zarzales y los matorrales.

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Y es en este preciso minuto del día de hoy que ya lo sé: ir en pos de la Totalidad es la búsqueda
del ciudadano cósmico al encuentro del gran espíritu.
El centro neurálgico de tal fuerza vital se haya en Tikal, la puerta del mundo Maya. La
civilización extinguida. ¿Extinguida?

La pequeña no abrió un espacio antes inexistente dejando a Oscar Ladaba en un discreto segundo
plano. No se rompió el binomio de la pareja con el nacimiento de Beatriz. La Ana de gran corazón y
elevados ideales que en la suavidad escondía un vigoroso gesto y en su beso una exaltada pasión,
además de compañera y amante, era madre, pero sin dejar de ser esposa.

Beatriz tuvo durante nueve meses una vida acolchada y no le gustó que la separan de su adorable
mamá. Se había establecido una coexistencia que se truncó al ser arrancada del útero materno creando
en Beatriz un tremendo vació, una carencia que se reanudó de inmediato al ser amamantada
reestableciéndose la relación mantenida durante el embarazo.

Oscar contribuyó con caricias mientras crecía en el vientre y luego observó la nueva conexión,
únicamente podía ser espectador.

Ambos le abrieron los portones del mundo dispuestos a estimular su emancipación. Y la relación a
dos se transformó en una relación a tres.

Oscar y Ana inventaron Galdana al sustituir el cemento el tránsito y la polución por los pinos las
ardillas y el césped húmedo del rocío matutino, y en ese espléndido paraje, como tantos otros
domingos, se levantó el día con la caricia de múltiples pajarillos que postrándose en las orejas de la
mansión corearon cantos alegres en señal de amistad. La inmensa calma de aquella montaña dormida
no la cohibía. Beatriz explotaba plena de vida para vestir con su cantarina risa la desnuda montaña
perezosa en su despertar.

En octubre refrescaba en las solitarias alturas y se agradecía cuando salía el sol. La cariñosa brisa
saludaba a la familia. Desayunaban los tres juntos en el amplio porche rodeados por un panorama
cambiante a cada instante que sorprendía por su sencillez, sobre todo por las noches en que la vista
se tornaba un árbol de navidad acostado que los rodeaba hasta completar un círculo como mar
titilante de colores innumerables.

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Beatriz restregaba su cuchara de plástico hasta terminarse la papilla del plato y el rostro del payaso
Charlie Rivel aparecía en el fondo. Entonces pedía permiso para levantarse. Llevaba sus cosas con
dificultad hasta la cocina y descendía con cuidado las escaleras para perderse en su pequeño bosque
mágico donde unos matorrales disimulaban la cabaña de madera que le había construido papá.

Desde arriba advertían Oscar y Ana como se divertía jugando con Zaak y Meelany que corrían cuesta
arriba y cuesta abajo peleándose por agarrar el hueso de goma azul que lanzaba con fuerza lejos, lo
más lejos que podía para esconderse a continuación mientras los dos pastores belga de pelo corto
ladrando a empujones la buscaban hasta encontrarla y cubrirla de lametazos. Alternativamente traían
el juguete en su boca que depositaban a los pies de la pequeña rogando volver a empezar encogiendo
sus cuerpos en tensión que parecían empequeñecer a la espera de entrar en acción. No se cansaban.
Y sentados en la mesa, colmados por la sublime felicidad, Oscar y Ana permanecían relajados,
satisfechos, conversando a cerca de la suerte que corría su hija Beatriz.

Por enésima vez se dieron mutuamente la enhorabuena por abandonar el aristocrático dúplex de
Barcelona; aunque meses atrás, cuando todavía utilizaba su veloz caminador se arrepintieran
momentáneamente. En la desigual explanada que daba acceso a la rampa del garaje, las ansias de
recorrer caminos llevaron a Beatriz a alejarse demasiado y tropezarse con una piedra que se metió
entre las ruedecillas para desestabilizarla. A punto estuvo de volcar el caminador y darse de cabeza
contra el suelo pero la rápida intervención de Oscar consiguió evitarlo. Se quedó inclinada de tal
manera que suspendida en el aire durante breves segundos le dio tiempo a su padre para accionar el
impulso motriz y llegar hasta la pequeña rescatándola de un golpe seguro y doloroso.

El susto quedó grabado en la mente Beatriz. También en la mente de Ana y Oscar que no podían
soportar que a su hija le sucediera nada malo. Y aunque siguieron permitiéndole moverse en libertad
por la extensión de la finca, permanecían vigilantes a cualquier eventualidad que amenazara peligro.

Oscar había cumplido treinta años la semana anterior en compañía de las dos hermosas flores de su
jardín. Permanecer a su lado era el mejor regalo. No necesitaba más. En la intimidad de su familia,
los tres solos, juntos en armonía, celebraron el aniversario durante el Día de la Hispanidad, pero quiso
Oscar alargar la fiesta. Tenía que partir de viaje y antes decidió tomarse un descanso. Unos días para
disfrutar de ambas en su fortaleza. Quería dedicarles toda su atención obsequiándolas con su
compañía. En ese intercambio de afectos radicaba el único placer de la vida con el que disfrutaba de
verdad. Ensambladas las dos partes del matrimonio que forman tan compleja unidad, estuvieron
veinticuatro horas sobre veinticuatro con la pequeña Beatriz regocijándose de la vida envueltos bajo
el manto de la felicidad, jugando a hacerse cosquillas, a revolcarse con la vida pletóricos de amor.

Uno de esos días salieron de excursión temprano. El simple contacto de sus descansados pies sobre la
arena, hicieron que Beatriz conociera una nueva sensación. El azul celeste que cubría la playa era un

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pedazo de cielo dispuesto para que lo contemplara. El agua peinaba la orilla en señal de acercamiento.
Beatriz observó atónita la proximidad, el vaivén del indomable mar y lo insondable de su grandeza.
Perpleja se preguntaba la pequeña sirenita que ocurría, y señaló con su dedito mostrando orgullosa
su descubrimiento. Entonces se mojó los pies y perseguida por una traviesa ola que llegaba coronada
de blanca espuma pronunció una simpática palabra: cebetzzza. Continuó con los pies en el agua a
pesar de estar muy fría. Luego corrió hasta que se cayó y se mojó y empapada de agua salada, riéndose
por su torpeza miró a sus padres en busca de una reacción. Ninguno dijo nada. Nunca la reprimían.
Ni siquiera cuando se revolcó por la arena convirtiéndose en una croqueta.

Ana era previsora. No sólo había traído toallas de verano aún estando en otoño. En el maletero del
modelo de la gama más alta de Porche del que Oscar no quería desprenderse porque lo adquirió para
deslumbrarla llevaba ropa de repuesto y calzado deportivo para su retoño. También para su amado
marido que se divertía chapoteando con su hija, no como un padre, si no como el hermano que
comparte una travesura justo cuando mamá no mira. Y caminaron de la mano. Se persiguieron a lo
largo y ancho de la playa desierta haciendo eses y círculos. Levantaron lo que pretendía ser un castillo
de arena mientras Ana leía una revista de moda femenina sentada encima de una barca boca abajo. Y
después de tres horas, tras la indicación de fin, Beatriz explotó en rabiosos llantos de niña cursi
malcriada porque no quería marcharse. Pero cuando la protesta estaba fuera de lugar, ninguno de los
dos le hacía el menor caso por mucho que pataleara. En su cálido hogar había un momento para cada
cosa. Y la ignoraron. Hicieron como si la pequeña no existiera mientras luchaba por imponerse al
grito del -yo quiero- derramando gruesas lágrimas de cristal.

Se miraron de manera condescendiente y pensaron -La educación es amarga pero sus frutos son
dulces y jugosos-. Oscar y Ana realizaban un trabajo de equipo. Eran rígidos en algunas ocasiones,
pero muy felices en todos las ocasiones y bajo cualquier circunstancia porque saberse en lo correcto
proporciona placer aun y lo desagradable demasiado incómodo a veces.

Beatriz era una niña mimada, nunca consentida. Y minutos antes de subir al Porche, un golpe de
viento revolucionó los cabellos de la inquieta niña malhumorada que se mostraba con todo su
esplendor al saberse hija amada, sirena de ese mar que ya le pertenecía.

En otro de esos días familiares, Oscar se entretuvo bañándola en el piso de arriba mientras Ana cosía
en el salón ajena a la inundación. Pasaban las horas entretenidos en toda clase de juegos acuáticos.
Padre e hija tenían una magnífica simbiosis, y las manos arrugadas. En la gigantesca bañera patos de
todos los colores, cubos de plástico, muñecos, y un par de pelotas de goma, incluso una de golf. Toda
clase de objetos flotaban en el agua. Hasta el orinal se había convertido en una improvisada canasta.
Averiguaban quién de los dos hacía las pompas de jabón más grandes sin que se rompieran al instante.
Oscar iba incorporando agua caliente a lo largo de la tarde. Descuidaban las agujas del reloj que se
movían en algún lugar de la mansión lejos de su completa diversión. Reían y se sonreían entre guiños
de complicidad. Aplaudían. Chillaban. Cantaban. Y casi se ahogaban. Hasta que apareció Ana con la

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fregona para imponer orden de igual modo a como lo haría una institutriz gruñona alertada por el
alboroto de una cascada de agua que anegó la escalera hasta el sofá del salón.

Otro de los placeres con los que Oscar gozaba era subirla en sus hombros hasta la habitación para
acostarla. Al nacer Beatriz se propuso que ni un sólo día dejaría de transmitirle todo el amor que le
procesaba. Se perpetuó desde su llegada el ritual de arroparla y darle un beso de buenas noches, no
sin antes susurrarle deliciosas palabras llenas amor en su pequeño oído sedoso y tierno como un
bizcocho. Y la muestra de apego variaba conforme crecía, pero de una u otra forma existía. ¡Hay
tantas formas de expresar amor!...

A continuación de lanzarla varias veces encima de la cama envuelta en feroces carcajadas hasta quedar
extenuada, suficientemente cansada para permanecer sosegada, le contaba cada noche el mismo
cuento. Y cuando empezaban a caérsele los ojitos, cuando mordisqueaba la punta de la nariz a
Topogijo como si fuera el pezón del pecho de Ana, era el momento de abandonar la estancia para
bajar a la cocina a prepararle con cariño el biberón, porque aunque adormilada, Beatriz lo esperaba.
Sabía que la repentina desaparición no podía obedecer sino a esa suerte. Apenas diez minutos más
tarde, prevenida de antemano por una canción que entonaba Oscar peldaño a peldaño volvía a ver
aparecer a papá por la puerta. Y al advertir en su mano el bibi, ansiosa e impaciente, frenética de
emoción, agitaba sus bracitos y movía temblorosa sus piececitos pateando con insistencia, botando,
casi cayéndose de la cama. Oscar se lo acercaba lentamente dibujando el acto de entrega con afecto.
Entonces cesaba toda agitación. Beatriz lo tomaba con firmeza entre sus manitas presionándolo con
fuerza para que no se escapara el delicioso alimento y, nunca se le cayó. Nunca derramó una sola
gota.

Oscar se sentaba cuidadosamente a su lado. La contemplaba maravillado durante aquellos tres o


cuatro minutos compartiendo el acontecimiento con su hija que succionaba la tetina hasta agotar la
leche, hasta que el sonido sordo la avisaba que ya solo quedaba aire. Solo entonces devolvía el
recipiente. Oscar ponía entre sus bracitos a la ratita de goma de la que se había hecho inseparable y a
la que se aferraba durante la oscuridad. Le ofrecía el chupete que rápidamente llevaba hasta su boquita
ella sola como acto reflejo cerrando lentamente los mismos enormes ojos de almendra y, devoto,
Oscar la giraba de lado, acurrucándola con mucho mimo. Delicadamente pegaba un cojín en su
espalda para que notara un bulto que le transmitiera la seguridad de sentirse junto a alguien. Y con
unos secos golpecitos en su trasero con la palma de la mano abierta que resonaban por el plástico del
pañal, susurraba papá con un dulce y cálido tono “Que sueñes con los angelitos mi sirenita. Juega
con tus hermanitos de arriba” y lentamente se incorporaba sin hacer ruido.

Prendía una relajante música que terminaba por adormecer a Beatriz llenándola de paz y dejaba una
luz tenue que apagaría cuando fuera a acostarse con Ana, y ajustando la puerta del lugar donde se
hallaba descansando plácidamente el mejor regalo que pudo nunca ofrecerle la vida, Oscar se henchía
de felicidad al dejarla tras de sí en inmejorables condiciones.

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La última noche antes de marchase a Italia, tuvo la oportunidad de abrazarla fuertemente y por largo
tiempo. Mucho más tiempo que de costumbre. Oscar sintió una especie de fatalidad igual que
durante el bautizo, cuando una inesperada ráfaga de aire que nunca supo a ciencia cierta de donde
surgió apagó la vela del cirio arrebatándole la llama, sobresaltándolo, como una señal de mal augurio
y nefasto presagio. Eso le hizo tomar conciencia de aquel instante.

Habían estado jugueteando después de cenar. Ana recogía la cocina mientras Beatriz sentada encima
de la mesa frente a papá hacía palmas y muecas. Se besaban entre bromas que desembocaban en
alabanzas a la vida, al amor, a la razón de vivir con amor. La televisión apagada, únicamente la
cantarina risa llenaba la mansión zumbando y rezumbando con su alegre rugido en cada esquina de
la fortaleza acomodándose en los corazones de sus encumbrados padres, perdiéndose la alegría
hundida en sus pechos, sumergida en las almas, la risa, toda ella extraviada.

Durante el trayecto que, paso a paso anduvo, subiendo con ella en brazos uno a uno los peldaños de
la escalera hasta su habitación, Oscar era asediado por un extraño presentimiento todavía sin forma
que le hacía agradecer y saborear aquel momento, tanto como temerlo al mismo tiempo.

No le dio importancia al incidente cuando dejó el hogar de madrugada en ese negro y helado
amanecer. Ana y Beatriz descansaban juntas. Oscar había llevado a su hija junto a su madre para que
se tuvieran la una a la otra cuando despertaran. Pensó que de esta manera extrañarían menos al único
hombre de sus vidas que daba sentido a su mundo. Se despidió de ambas quizás con mayor intimidad
de la que nunca antes había hecho gala por lo mucho que significaban para él. Y luego de besarlas
con amor, salió camino al aeropuerto internacional del Prat de Llobregat para viajar a Italia por
negocios.

Durante los siguientes tres días, Oscar mantuvo reuniones en Roma y Milán, asistió al teatro y comió
pizza chapurreando el italiano.

Ana no se encontraba en la mansión de sus sueños hechos realidad a sesenta y seis curvas en vertical
porque como pasaba todo el día sola, decidió visitar a su amiga que vivía en una urbanización cercana
a la estación del tren. Habían acordado que cuando alguno de los dos maridos viajara, una iría a casa
de la otra a pasar unos días, y le había tocado a ella. Su amiga se había enterado y no tenía excusa.
Cargó su automóvil verde manzana con lo necesario dispuesta a llegar sana y salvo con Beatriz.

Ana no había vuelto a fumar desde que contrajeron matrimonio. Fue un acto de lealtad hacia Oscar
que aborrecía el olor y el sabor. Logró que se incrementaran los besos desde la renuncia, pero
últimamente su amiga insistía en que probara lo que plantaba en el huerto junto a las rosas. Ana se
resistía, sin embargo, quería demostrarle que era mujer independiente que no se dejaba someter a los
dictados del marido. Recuperó uno de los cigarrillos de marihuana que le había liado su amiga y lo

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encendió en el automóvil. Estaba dispuesta a fumárselo. Quería tomar seguridad cuando tuviera que
hacerlo delante de su amiga. Quiso hacer practicas durante el camino mientras sujetaba el volante
con la mano izquierda. Beatriz iba sentada y abrochada a su silla en la parte de atrás hablándole a
Topogijo en su universo fantástico.

Ana chupaba y chupaba ese largo pitillo hábilmente liado expresamente para ella y en eso que se le
cayó encima de la falda y se sobresaltó. Equivocadamente reaccionó como si el tejido fuera
inflamable, se asustó. Brincó. Y sus ojos dejaron de mirar levemente la carretera para limpiarse y
sacudirse agachándose para recuperarlo. Se distrajo. Fue involuntario. Un instante de nada suficiente
para perder el control del automóvil al que nunca debió presionar con tanta fuerza la palanca del
freno cuando se incorporó y miró por el cristal. Pero se había asustado. Ana debía haber previsto que
el suelo estaba resbaladizo a causa de la lluvia. El automóvil se escurría como si quisiera patinar. Se le
descontroló. Comenzó a dar tumbos de un lado a otro de la carretera hasta que chocó contra la valla
cayendo por el terraplén mientras su grito se ahogaba en el precipicio. Se golpeó la cabeza. Perdió el
conocimiento con el primer impacto. Pero el airbag funcionó salvándola de una muerte segura.

El automóvil verde manzana estaba quieto. Beatriz era una niña avispada que observaba mucho y
como aquello había sido desacostumbrado y su madre no respondía a las insistentes llamadas,
consiguió desabrocharse el cinturón y pasar a los asientos delanteros para acariciarle la mejilla y los
labios a su madre. Metía su dedito en la desencajada boca de Ana –Qué pató, má. Nena no llora-
pero aún meneándola no respondía Ana –Toma Gijo, tuyo!- y buscaba a su muñeco de goma sin
entender porque ya no estaba. La pequeña intentó abrir la puerta bloqueada con el dispositivo de
seguridad.

Pasó un buen rato en que la niña no entendía.

Beatriz empezó a inquietarse, pero seguía sin llorar. Pestañeaba frenéticamente y movía su cabecita
de un lado a otro como alcanzando la esperanza de ver aparecer a papá para que la rescatara.

Del motor salían chispas pero no se incendió.

Beatriz comenzó a dar golpes a las ventanas delanteras y a las traseras. Primero con las palmas de las
manos y en seguida con los pies. De repente se acercaba a su madre para abrazarla –Pierta, pierta, má-
. Le retiró los cabellos de su rostro para que estuviera más guapa. La besó repetidas veces recordando
el cuento que papá le había contado sobre la bella durmiente. Pero Ana no se movía. No despertaba
–Beso mío má... beso tuyo, tuyo-. Nada. Ninguna reacción. El cristal delantero fragmentado
tampoco cedía.

Beatriz volvió a acariciarla, a besarla en los labios, los ojos, las cejas. Continuó besando el rostro pálido
de Ana hasta que un silbato alejado la hizo girarse –Ah!... suerte...suerte...- vio como se acercaba con
gran rapidez con sus ojos vivarachos. Y otra vez el timbre agudo sonó en la frente del maligno

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monstruo ensordeciéndola y tuvo la misma sensación que cuando el caminador se tambaleó


suspendiéndola en el aire... pero papá no estaba cerca ¡gritó! Todo empezó a difuminarse engullida
por aquel horror que se la iba a tragar con su metálica embestida y el particular olor a sangre.

Una manzana verde espachurrada a la intemperie.

Al recibir el contundente impacto en un costado, Beatriz salió despedida a través de la ventana del
acompañante. El automóvil de Ana fue empujado con terrible virulencia varios metros hasta quedar
la parte trasera prácticamente debajo de las ruedas de la locomotora que chirriaba como un quejido
humano. Cuando se detuvo los pasajeros bajaron para averiguar que había sucedido. Socorrieron
como pudieron a la mujer que habían arrollado. Rápidamente desde un teléfono móvil se llamó a la
ambulancia. Respiraba. Tenía pulso, pero no reaccionaba. Ana seguía inconsciente, atrapada entre los
hierros que le atravesaban la ingle. Nadie buscaba a Beatriz a pesar que Topogijo había quedado al
descubierto. Llovía.

Cuando Oscar llegó a la recepción del hotel se sorprendió por la cantidad de anotaciones de llamadas
telefónicas recibidas desde España. Le extrañó que no hubiera ningún mensaje concreto. Habían
llamado sus suegros, desde su despacho, también un conocido del club de tenis al que hacía años que
no trataba. Su antigua cocinera de rostro fresco y agradable que ocasionalmente limpiaba su fortaleza
en la montaña. Pero su mujer no lo había llamado. Al entrar en el ascensor empezó a palidecer. Y
mientras se miraba al espejo, tuvo la misma sensación que al subir los peldaños de la escalera cuando
abrazaba a su hija.

No atinaba a entrar la llave en la cerradura. Tembloroso, se acomodó junto a la mesilla del teléfono
para establecer la conferencia con la madre de Ana porque en su casa nadie contestaba. Y eso era
demasiado raro. Su antigua cocinera simplemente dijo que debía volver enseguida. Repetía
constantemente la necesidad de su regreso inmediato sin ninguna justificación, intentando
permanecer calmada.

Oscar realizó algunas llamadas, pero nadie respondía a sus preguntas y aunque insistió, nadie le explicó
nada durante las inquietantes y escuetas conversaciones. Ni siquiera su secretaria de ojos huidizos le
habló explícitamente. Lo reclamaban desesperadamente para que acudiera a Barcelona cuanto antes,
y se temió lo peor. Y la premonición de la tragedia se materializó. Aquella intuición tomaba cuerpo
en forma de pavorosa desgracia.

Voló a España con la rapidez que le permitieron las compañías aéreas y en el aeropuerto, cuando lo
recibieron sus suegros con lágrimas en los rostros desencajados le notificaron que debían trasladarse
al hospital. Oscar se llenó de calambres y espasmos. Se le encogieron los huesos. No abrió la boca. Le
dolía la vida. Sudaba un sudor frío sacudido por el acontecimiento que todavía desconocía, pero
percibía. Se vistió de serenidad y de fuerza bruta para aguantar lo que fuera que se le venía encima.

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Dejó de respirar cuarenta minutos más tarde de su llegada. Lo había estado esperando. Cuando Oscar
estaba a su lado, se fue apagando lentamente hasta que su corazón dejó de latir. Tuvo el tiempo justo
de verla descansando, con los ojos cerrados, guapa, con el aura de un ángel sobrevolándola todavía
caliente. Sentado a su lado la contempló embelesado, desconcertado, mientras su pecho crecía y
menguaba la miraba callado sin un solo pensamiento. Y su respiración comenzó a distanciarse hasta
que apenas fue visible. Hasta que dejó de hacerlo. Oscar la seguía observando con atención, seguía
mirándola, esperando una nueva reacción. Pero no se movía. Su pecho, estático, y la repentina
exclamación “No puede ser... no puede ser”. Pero era. Acababa de pronunciar con la voz quebrada
las primeras palabras desde que aterrizó.

Oscar le secó las babas, unas babas que con limpieza salían de su boca. La tocó. Estaba fría. Demasiado
fría para seguir con vida. Ya no estaba, la habían perdido. No seguía entre ellos. Se había marchado.

Oscar salió corriendo en busca de la supervisora de planta y con dificultad, apenas pudo apreciarse el
lamento ahogado “Mi hija no respira” y al instante de escucharse a sí mismo, al instante de
comprender lo que ocurría, reaccionó y con fuertes palmadas y una voz gruesa y contundente gritó
despavorido presa del pánico “¡Corran, corran, habitación 498!” golpeando con los puños cerrados
paredes y puertas, pero cierto descontrol se hallaba en los pasillos. Eran las ocho de la mañana,
momento del cambio de turno del personal del hospital.

Oscar advertía a cada enfermera con la que se cruzaba en el pasillo acerca de la fatal noticia metiendo
en la habitación cualquier cosa que se moviera y llevara bata blanca tirando de sus mangas, de sus
solapas, a empujones desde la espalda. Seis o siete personas envolvían la cama donde yacía postrado
el cuerpecito de Beatriz que se convulsionaba a la de tres. Las descargas eléctricas no la hacían volver.
Oscar entraba y salía y aunque le pedían que se marchara, quería permanecer ahí, junto a su sirenita,
cerca, comprobando que se hacía todo lo posible por rescatarla del abismo completamente
desgarrado.

Y lograron recuperarla. Se había producido un paro cardíaco no detectado. Demoraron su auxilio.


Tenían que haberla socorrido antes. Estuvo bastante tiempo fuera.

Ya en la unidad de cuidados intensivos, sereno, Oscar habló con el máximo responsable para decirle
“Haga usted lo que tenga que hacer, pero por favor... le ruego que mi hija no sufra doctor” y tomando
en su mano la del médico le traspasó todo su dolor.

Le confirmaron que existía una muerte cerebral. No había llegado oxigeno a su cerebro durante unos
minutos. Beatriz no había respondido favorablemente. Pero en caso de haberlo hecho, cabía esperar
secuelas dramáticas por lo agresivo del impacto que fue mucho más fuerte que Beatriz. Y el retraso
del ingreso a urgencias contribuyó a que se consumara la tragedia. Sucedió por no saber que había
una niña en las inmediaciones del accidente hasta que Ana puso el grito en el cielo cuando ya era

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tarde. Su último aliento de vida fue la vida de Beatriz. Tardaron demasiado en encontrarla. Demasiado
tiempo en asistirla y, ahora, la sirenita era un vegetal. Una piedra que no sentía.

Oscar se desangraba de dolor por su hija preciosa. Estaba en una enorme sala rodeado de enfermos
terminales; personas de todos los tamaños y edades se daban cita en un duelo contra la muerte.
Ataviado con una bata verde, un gorro y una mascarilla, notaba la lucha del ser humano que defiende
su existencia hasta el último aliento con fuerza y desesperación. Y sintió que también era él quién
había entrado en coma postrado en esa cama de hospital. Al igual que aquellos padres e hijos que
velaban a sus seres queridos consumidos por la congoja en una larga agonía, Oscar se estremecía de
pavor. De pronto se había convertido en una mezcla de nada y de todo.

Como en una especie de sala de máquinas de la fabrica de la vida, asistida artificialmente, Beatriz no
podía alimentarse por sí misma. Entubada. Envuelta por sofisticados artilugios médicos, su vida era
antinatural. Vivía de prestado sin gozar de su existencia. Y lo que era peor, sin sufrirla, pues no había
ya más que el cuerpo que la había albergado durante dos años.

La situación le pareció a Oscar lo más odioso del mundo. Acercó una silla. Se sentó. Permaneció por
largo rato con Beatriz. Estuvo diciéndole muchas cosas, cosas entre un padre y su hija. Cosas de un
inmenso grado de intimidad “Cosas nuestras mi sirenita” le susurró al oído sedoso antes de besarla
suavemente en la frente. Así se despidió de ella mediante confesiones y compromisos que sólo Beatriz
sabe.

Oscar firmó el certificado. Nunca antes un documento le había causado la insólita sensación de
combinar la extrema rabia con la portentosa liberación. Una penosa alegría lo conmovió al hacerlo...
esa hoja de papel impresa con membrete... estaba furioso por su perdida, pero a la vez feliz por no
retenerla a la fuerza. No esperó el tiempo reglamentario que marcan las autoridades sanitarias.
Convenció al doctor para no prolongar su partida. A Oscar le causó tanto dolor hacerlo como placer
le procuraba el agotarle una vida sin vida. Finalmente, con un gesto de asentimiento en su rostro
autorizó la desconexión de las máquinas que la mantenían oprimida. No a su hija, sino únicamente
a lo que quedaba de Beatriz, un cuerpo inerte. Y marchó Beatriz. No se quedó un minuto más en una
existencia ajena a ella.

Después la peinó con delicadeza temiendo hacerle daño al estirar su cabello enredado. La besó con
dulzura, con una gran intensidad nuevamente en la frente. Sería la última vez que la vistiera. Tuvo el
privilegio de acompañarla en su último paseo, así lo había querido Beatriz al aguardarlo. Oscar tuvo
la oportunidad de estar con su sirenita preciosa hasta el final, y a ella se lo agradeció en ese momento
seguido del beso.

La cogió con ternura en sus brazos y la abrazó largo tiempo intentando retenerla para siempre. Y
bailó con Beatriz contándole otra vez el cuento igual que cada noche lo hacía, un pie hacia delante y

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otro hacia atrás, y la canción, y su cabecita se ladeaba, caía, pero Oscar la acurrucaba en su hombro
acariciándole su mejilla intentando terminar la canción sin descomponerse.

Se conmemoraba la odiosa ráfaga de aire que arrebató la luz de la candela que prendió para Beatriz
en la iglesia el día de su bautizo.

Cruzó el área restringida y desde lejos se la mostró a Ana que yacía desfallecida en una silla de ruedas
entre dos filas de camillas con sábanas blancas cubriendo los rostros. Y desde lejos le dio Ana su
último y definitivo adiós. La puerta se cerró.

Un doctor ajetreado miró a Oscar y se abstuvo de decir nada. Oscar depositó a Beatriz con delicadeza
en una camilla enorme para su sirenita y aguardó hasta que se la llevaron pasillo arriba. Entonces se
desplomó. Cayó de golpe al suelo y lloró desconsoladamente solo, destrozado, alejado de todos y de
todo en una esquina del hospital San Juan de Dios de Barcelona.

A lo largo de casi dos años, cada situación vivida con Beatriz había estado plena de entrega, de
reciprocidad, de convicción. Lo estimulaba ser consciente de la gran satisfacción que le procuró a su
hija. Oscar haría por siempre cosas para que su sirenita siguiera sintiéndose dichosa de haber escogido
semejante padre, semejante océano en el que bañarse. Esa fue una de sus promesas.

Beatriz tuvo a un ser lleno de amor hacia ella que agradecido por la oportunidad había actuado con
responsabilidad. Y Oscar lo sabía. Y sentía que había acertado en su comportamiento final.

Oscar rememoró estupefacto la tarde que se cortó la electricidad en el aristocrático dúplex cuando
tan ilusionado como Ana había preparado su primera celebración con gran cantidad de cosas para
jugar, para comer, para gozar en un mesa iluminada con velas hartas de luz que ya entonces luchaban
contra la negra oscuridad.

Por tal motivo, en su segundo cumpleaños no querían fallar. Sus padres habían preparado una fiesta
sorpresa que nunca podrían celebrar pero “Dos años son mejor que nada” decía Oscar para sedar a su
esposa “Beatriz estará de acuerdo conmigo” insistía para apaciguar el dolor de Ana despistando su
propia desolación “Verdad que sí, mi sirenita linda” cavilaba en busca de alguna forma de
confirmación terrenal mientras abrazaba fuerte a su esposa en la nada en la que se había sumido y de
la que brotaban lágrimas de pena tan gruesas como un dedal, tan duras como las mismas lápidas de
mármol del cementerio.

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Beatriz se había ido en silencio y con discreción, valiente, sin derramar una sola lágrima.

En el féretro, una rosa roja simbolizaba el amor con el que la empaparon durante su corta estancia.
Una rosa amarilla simbolizaba la luz con que intentaron iluminar su corazón sin conseguirlo más
tiempo... y por eso se disculpaban. Otra rosa, blanca, pretendía mostrar una educación que quiso ser
limpia y sin embargo, solo alcanzó a cubrir algunos meses y ya nunca proseguiría.

Cuando la gente se aproximaba para darles el pésame, escuchaban lamentos, palabras que expresaban
un claro sentimiento de impotencia por parte de quien pretendía consolar. Nadie sabía bien qué
decir. No había palabras que pronunciar. Había tensión donde se vela a los fallecidos. Hasta que Oscar
zarandeó a su tío Víctor para propinarle una colleja antes de exclamar “¡Hay palabras, claro que las
hay, y mientras estas palabras existan...” su ala había rozado el hombro de papá.

Cada minuto que vivieron juntos, nadie, nunca, se lo podría arrebatar. Les pertenecía a Oscar y a
Beatriz. Y eran sabrosos de recordar.

Algunos de los presentes se giraron para mirar a Oscar. Se miraron unos a otros. Oscar había roto el
protocolo. Ana lo miró y sonrió, ¿sonrió? ¿Puede sonreírse en momentos así?

La vida que mantuvo con su hija había sido alegre y aquella forma de despedirla lo estaba asfixiando.
No pudo más que reventar “Hay tantas y tantas cosas por decir sobre Beatriz que no se ni por donde
empezar... lo mejor será que lo haga por el principio” y sus ojos parecían despedir vida otra vez. Invitó
a la gente a sentarse alrededor del ataúd y aquello terminó por convertirse en una distendida charla
que sorprendía a los que se iban incorporando procedentes de sus trabajos o sus casas a las que habían
acudido para cambiarse de ropa, ¿por qué tiene que ser negra? ¿Te hace inmune al dolor? ¿Hay que
señalar la tragedia con un determinado color?

Pequeños grandes y mayores atendían las explicaciones de Oscar que hablaba sin cesar ávido de vida
agarrando la mano de Ana feliz de que participara.

Porque a Beatriz no le faltó dedicación, afecto, y los cuidados médicos necesarios. Demostraron el
verdadero amor más allá del simple cariño, más allá de la adoración o la devoción, más allá de la
obligación de los padres con sus hijos.

Los dos se entregaron generosamente. Supieron recibir sin exigir. No reclamaron la custodia por la
simple titularidad paternal o maternal, se mantuvieron cercanos para que Beatriz se sintiera amada
desde el respeto y la bondad.

Tanto Ana como Oscar se dieron a sí mismos en el cotidiano acto de entrega deseando recibir,
aunque apenas podrían compartir ya nada nuevo con la sirenita que sucumbió en el amanecer de la
vida.
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Completamente rotos, vacíos, desorientados, encontraron en la actividad una paz momentánea.


Oscar se complacía, veía como Ana sacaba fotografías de su bolso. Él lo hacía de su agenda. Los dos
presumían y con razón por la belleza de Beatriz. Y ciertamente, el esplendor de su hija era
sobradamente mágico. Los retratos eran evidencias para que el mundo entero pudiera comprobar la
verdad de su hermosura. Pero justamente ahí, dentro de una pequeña caja de roble macizo envuelta
en una tela rosa de terciopelo se encontraba la sirenita Beatriz... A pocos pasos de convertirse en un
humo. Un humo que se esparciría a lo largo y ancho del firmamento en esa patética mañana de
otoño a la que consiguieron cambiarle la cara... momentáneamente.

Era una forma de homenajearla. Oscar no le componía un trono para idolatrarla. Huía de caer en el
amor místico hacia el fallecido. Simplemente recordaba y recordaba. Y lo hacía no para tranquilizarse,
porque nada puede tranquilizarte en un caso similar. Lo hacía para revivirla.

Oscar había jugado mucho con Beatriz y no quería olvidarlo, y es que al llegar a Galdana, de
inmediato le arrancaba una carcajada con cualquier excusa, y Beatriz prolongaba sus risas hasta la hora
de cenar que Oscar la frenaba tornándose serio y estricto, pues el comportamiento en la mesa era
algo importante, una enseñanza más. Ana estaba de acuerdo.

Hacerla gozar era el pasatiempo favorito durante los fines de semana, un pasatiempo al que dedicaba
Oscar con predilección su tiempo sin por ello desatender a su amada Ana. Cualquier oportunidad era
buena para hacerle una broma que Beatriz aguardaba. ¡Adoraba su tambaleante sonido! Espontánea,
vibrante, también ingenua y de una extrema sinceridad, Beatriz tenía a quien parecerse.

Oscar la perseguía por el bosque los domingos después de almorzar. En vez de hacer una siesta en la
hamaca, abrigado en invierno en pantalón corto en verano, prefería esconderse y asustarla, perseguirla
escoltado por los dos pastores belga que se cruzaban entre sus piernas. Aquella alegría que dibujaba
su semblante le procuraba una inmensa felicidad. Beatriz lo esperaba, tentándolo para que corriera
tras ella. Entonces Zaak y Meelany siempre la descubrían, pero Beatriz seguía corriendo animando a
papá a que no se detuviera. Nunca tenía suficiente. Esta clase de recuerdos ocupaban la mente de
Oscar sabiendo que la vida es grandiosa, compleja, y muchas veces ininteligible para quien conserva
la capacidad de asombrarse con el vuelo de una mariposa.

Su repentina vida de hiriente panorama no le era fácil comprenderla. Los esquemas trazados
yacían desparramados hechos pedazos por el suelo como se desparraman las piezas de un puzzle, pero
a diferencia del puzzle, sin posibilidad de unirse para formar una imagen sólida. Debía aceptar la
presencia fugaz y persistente de su hija. Lo único cierto era que Beatriz había estado ahí, con él, y
ahora...

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La adversidad se hacía cada minuto más opresiva e insoportable, ahogándolo por lo definitiva de la
situación, sumiéndolo en una inmensa amargura de pena y es que de las circunstancias más terribles
en la vida de un ser humano, el fallecimiento de un ser amado es la peor de todas. Pero si este ser
amado resulta ser tu hijo eso es lo peor. Y si se trata de un hijo tan pequeño como Beatriz, la tragedia
es... indefinible.

¡Los padres nunca deberían sobrevivir a los hijos!

Oscar volvió a ver a Beatriz durante la incineración “Un acto de purificación” le había dicho a Ana -
El último acto que podemos brindarle aquí en la Tierra- había añadido ella antes de que entrara en el
crematorio solo porque ella no tuvo valor.

Al abrir el féretro su semblante pequeño reflejaba quietud. No hubo sufrimiento en su momento


final. Su desgracia fue abandonar la vida tan prematuramente teniendo que prescindir de sus amados
padres.

Beatriz partió el viernes veintiuno, seis días antes de su cumpleaños.

El veintisiete de octubre hubiera celebrado su segundo aniversario la devota niña de la vida.

* * * *

Ana y Oscar necesitaban consuelo y ayuda de sus semejantes, pero el escenario alejaba a las posibles
almas caritativas dejándolos sumidos en la atrocidad que desgarra. Se retorcían por tanta desazón,
¿exagerado?

El bálsamo de la compañía hubiera sido suficiente para mitigar el sufrimiento pero incluso los padres
de Ana... Galdana estaba tan arriba en la montaña. No podían... no sabían... y habían visto algo feo:
dos ataúdes en la iglesia dispuestos el uno al lado del otro. Uno pequeño. El otro grande. Y Oscar
dando exactas instrucciones a los funcionarios, a la empleada de la floristería, al vigilante del
tanatorio.

Ana y Oscar estaban bien compenetrados. Eso, además de unirlos nuevamente para seguir
fortaleciendo sus lazos, consiguió hacer más llevadera la indefinible tragedia. Bolivia estaba al otro

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lado del océano y sólo llegaron un par de telegramas. ¡Pero ellos disculpaban a los demás
facilitándoles las cosas!

El entorno familiar y el grupo de amigos no estuvo a la altura de las circunstancias. Sus visitas no
conseguirían que superaran el drama interior, pero dejarles sin la visita de rigor, sin la llamada
telefónica por miedo a afrontar el tema no hacía más que acrecentar la confusión. Al evitarlos,
acentuaron la perdida de su hija Beatriz. Se alejaban precisamente porque ella no estaba,
abandonándolos cuando necesitaban amparo, necesitaban el calor que se había extraviado aunque
fuera imposible igualar ese mismo calor, pero hubiera sido mejor que el frío de la indiferencia, ¿era
indiferencia? Creyeron que al no poder hacerse nada era mejor dejarlos tranquilos para que se hicieran
a la idea. Para que lo superaran en soledad.

La presencia o la falta de la gente no influiría en la cicatriz, pero para Oscar, fue un duro golpe perderle
la fe a la gente por falta de compasión, por la ausencia de caridad de quienes deberían estar cerca
compartiendo también el dolor. Víctor...

Y eran muchas las personas que podían sentirse unidas a la difunta por el simple hecho de ser niña,
de ser pequeña e inofensiva. Pero la solidaridad no llamó a la puerta de Galdana que estuvo desierta
durante el primer mes.

Oscar se retiraba con discreción. Se llenaba la bañera donde habían chapoteado entre pompas de
jabón y a puerta cerrada para no alertar a Ana, a sus suegros que no venían, a su desaparecido tío de
viaje por Europa, a su madre y a su hermana que residían en Bolivia... lloraba con el pecho desencajado
rota el alma en grito partido aullando de dolor reprimido entre cuatro paredes empapadas del vapor
del horror. Y hasta no vaciarse de pena no volvía junto a Ana para seguir sosteniendo su mano con
la tristeza pegada en su mirada. El lamento en su corazón.

Beatriz se había desvanecido en el infinito. Pero seguía tan o más presente que antes. Cuando iban a
comprar, su rutina les traicionaba y el acto cotidiano de adquirir leche en polvo, cereales o pañales
seguía tan arraigado que en más de una ocasión al llegar a la caja para pagar se alertaban del tremendo
despiste. Su hija permanecía. Incluso los perros habían perdido las ganas de correr y ladrar añorándola
en cada esquina del bosque. También notaban su ausencia. Y su presencia cuando la buscaban por la
finca, ¿jugaba Beatriz al escondite? ¡Su olor no se desvanecía! Pero el carricoche ya no se encontraba
en el jardín cuando resplandecía el sol. Tampoco su pelota roja rodaba cuesta abajo hasta detenerse
contra el muro que envolvía la mansión. Ni tan siquiera su columpio se movía por mucho viento
que hiciera.

Y pasaban las semanas.

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Ana y Oscar se tenían el uno al otro. Había más instantes juntos, más cosas que revivir y superar
juntos, ¿estaban juntos?

Nadie intervino en tan delicada crisis para evitar el hundimiento en una espesa fatalidad más mortífera
que la propia muerte ¿qué fiestas navideñas fueron aquellas? No hubo Navidad, ¿qué es la Navidad?
Nadie quiso participar. Huyeron despavoridos. Más víctimas que la víctima del accidente que había
partido a algún lugar del cosmos para perderse en la inmensidad del universo eterno, ¿no es eso lo
que suele decirse? El pajarito se ha ido al cielo cariño, lo entierra el niño y sus padres señalan hacia
arriba, ¿lo ponen abajo y está arriba?

Golpeados, atropellados, abandonados por quienes todavía no comprendían la magnitud de la


tragedia seguían solitarios.

Habían perdido el apetito. No hacían esfuerzos físicos pero se sentían terriblemente afectados por un
cansancio devastador, como una apisonadora que ha inutilizado las articulaciones. La depresión
comenzaba a visitar sus golpeados cuerpos produciendo un dolor físico que sumaron a la amargura
espiritual.

Aparecieron enfermedades físicas como hemorragias internas en el estómago de Oscar. Herpes en el


labio de Ana. A los dos se les caía el cabello. Los vecinos de la urbanización apreciaban los cambios
físicos pero no se atrevieron a decir nada. Ningún comentario. Tanto que se habla cuando no se debe
de cosas que no vienen al caso y...

Se limitaron a ser testigos de la degradación padres, hermanos, amigos, ¿amigos? Nadie realizaba
comentarios, no expresaban opiniones, ni sentimientos, quizás, porque se sentían amenazados,
molestos con el simple hecho de pensar en la muerte; incómodos por la situación que les hacía tomar
conciencia de su propia muerte recordándoles que el cuerpo humano es materia perecedera.

El estado anímico del matrimonio lo reflejaba la apariencia física. Antes, siempre se mostraron
atractivos, sobretodo Ana. Pero desde el trágico accidente sus ropas y sus caras transmitían total
ausencia de autoestima. Se abandonaron completamente y, desaliñados, parecían ineptos. Ninguna
persona de su entorno supo luchar contra ese creciente desinterés por todo. Ya nada les conmovía a
ninguno de los dos.

Pasaban los meses uno tras otro.

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Gravemente afectados, tocados a nivel psicológico, desestabilizados a nivel mental, descontrolados a


nivel emocional, sin apenas una pulgada de ánimo, su ilusión por vivir se había desgarrado
desvaneciéndose con Beatriz. Pero todo esto no importaba a nadie... ¡Galdana estaba tan lejos de
todo!

Aquellos ochocientos metros por encima del mar Mediterráneo no podían ser una excusa. Si el
consuelo individual, directo, de persona a persona no podía efectuarse por falta de tiempo e
indisposición para viajar fuera de Barcelona, cualquier otra muestra de afecto hubiera resultado eficaz.
Pero ni una carta sincera llegó hasta ellos. Ni tan siquiera una llamada cordial. Ninguna expresión de
sentimientos, de la clase que fuera, simples sentimientos en movimiento desnudos sin medirlos.
Muestras de que no habían perdido la sensibilidad. Algo que todos poseían, parientes, amigos,
vecinos, porque los sentimientos existen en cada persona, ¿no? No se fabrican con plástico. Al menos
por el momento. Tal vez... quizás porque no se venden en las tiendas los ignoraron, ¿por la
imposibilidad de comprarlos?

No había auxilio que estimulara la voluntad para reemprender los caminos constructivos de la vida.
La decisión tendrían que tomarla solos en la intimidad de la pareja, ¿se había roto la pareja?

Beatriz había muerto. Ni Oscar ni Ana se atrevían a pronunciar semejante palabra. Dolía cada una de
las seis letras al juntarse. Decían al referirse a ella que, simplemente... no estaba. Se había ido. La habían
perdido. Pero no podían decir que Beatriz, su hija, había MUERTO. Porque era asumir la verdad y ésta
era demasiado cruel para ambos. ¡Todo el mundo se muere!

Ciertamente todo el mundo se muere pero no tan temprano, no tan pequeño, no tan violentamente
todo el mundo se muere. Igualmente morirían ellos algún día, y sus padres, los amigos, los vecinos,
como muere el ave, el insecto, el pez. Pero que su Beatriz muriera... Ninguno de los dos lo esperaba.
Los cogió por sorpresa. No estaban preparados. Y aunque un duende color violeta de medio metro
se lo hubiera escrito en un papel que dejara bajo su almohada, no hubieran podido prevenirse de
ninguna forma, ¿quién podía hacerlo? La muerte no es verdad hasta que te alcanza.

Les había sacudido con intimidatorio terror para mostrar su estampa, su existencia, y nada hacían por
recomponerse. El impacto era terrible. Algo demasiado suyo se había extraviado y era definitivo,
irrevocable. Aquella parte de ellos había muerto, ¿pero cómo podía morir? ¿Cómo podía morirse y
ellos seguir respirando como si tal cosa!

Sus capacidades habían disminuido. Ambos yacían atrapados en la telaraña de una desagradable
pesadilla sin fin. Les faltaban las fuerzas para levantarse de la cama. Seguían adelante, pero con la ayuda
de toneladas de antidepresivos. No había consuelo ni ayuda para ellos más que la enajenación
voluntaria.

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Surgieron remordimientos con el inicio del primer día de la primavera -Han quedado tantas cosas sin
decirse-. Ana rompía a llorar en medio de la cena y el plato se llenaba hasta que se convertía en sopa.
Sentía un irresistible deseo de reunirse con Beatriz. Estaba mal en su piel. Nada podía evitar esa
despiadada separación. Pensó en dejar de respirar. No sólo una vez. Varias.

A Oscar se le hacía un nudo en la garganta mientras intentaban componer un desayuno familiar


inofensivo “No pudimos acabar el dibujo que queríamos regalarte para Navidad. No podré mostrarle
la nieve blanca y brillante de nuestros Alpes suizos. Ni enseñarla a conducir. No podré cumplir la
gracia de acompañarla al altar, ni tú, enseñarla a coser o a cocinar... no conocerá la alegría de un
payaso ni disfrutará de un espectáculo de circo. Ni gozará nunca con su primer día de escuela... pero
Ana, todos estos lamentos no nos ayudan en nada”. Y apretaba fuerte los dientes sin reprimir litros
de lágrimas que brotaban como sandalias avanzando en el camino. Se derrumbaba el hombre en su
morada dispuesto a meter la cabeza bajo el agua en la bañera y contar hasta cien.

Pero miraba a su esposa advirtiendo tanta fragilidad que no se le ocurría otra cosa que no fuera
consolarla en la oscuridad del día ayudándola en la espesura pastosa de la noche cerrada cuando Ana
se ponía a temblar, sin lograr abrazarla cariñosamente ¿por falta de amor o por falta de ella? ¿Se le
había extraviado el amor a Oscar? ¿O eran las fuerzas?

El mundo estaba destrozado. Había sido arrasado. Devastado, ¿qué quedaba en pie?... nada!

Dos seres humanos a la deriva tremendamente perdidos en una solidificada niebla donde la desdicha
se movía en círculos a su lado burlándose de ellos. A Oscar se le pusieron blancos todos los pelos del
pecho. Ana había perdido más de doce kilos y estaba desfigurada. La aflicción que padecían era una
angustia insoportable donde confluían la tristeza y la soledad. Estaban perdiendo el pulso con la vida.
La voz de Beatriz se había silenciado pero ambos no podían renunciar a sus planes. No debían
abandonar sus sueños. Un capítulo de su historia había concluido. Uno nuevo podía comenzar.
Debían aprender a dominar con sensatez su fiero tormento porque una vida había terminado, pero
la Vida seguía.

Pero era imposible de asumirla. Se decía Oscar una y otra vez que no era verdad, que la sirenita del
Mediterráneo no podía haberle sucedido aquello. Intentaba inventar “Cuando despertemos
comprobaremos que todo a sido un mal sueño”. ¿Era apropiado decirle a Ana semejante cosa justo
antes de apagar la luz de la mesilla de noche? ¿Él mismo se lo... quería creérselo! Quería pensar que
amanecería al día siguiente junto a su Beatriz.

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Era abogado, sin duda había aprendido a decir cosas que no pensaba o no sentía y el beneficio de
ciertas mentiras era grande, ¿seguro? Lo único seguro es que intentaba serenarla y serenarse
¿mintiéndose? Oscar se mantenía en un sitio desde donde poder tranquilizarla. ¿Pero crearle
expectativas era bueno? ¡No se daba cuenta del error! Pero es que ya había intentado de todo y
empezaba a desvariar como una peonza que gira sobre sí misma enajenada. Su trayectoria personal
andaba camino de hundirse a pasos agigantados en un profundo pesar lleno de la desgracia más
absurda y la melancolía más extrema, todo, bajo un mundo de tinieblas insoportable e insostenible.

Oscar estaba mal. Negaba la evidencia fingiendo que Beatriz le hablaba. Hablaba de ella como si
estuviera en la habitación contigua, como si en cualquier momento pudiera hacer su aparición. Su
armario permanecía intacto con todos sus vestidos planchados y almidonados, y es que ambos no
querían renunciar a la esperanza de su pronto regreso. Temían cometer un acto de infidelidad. Por
eso en la despensa, más de seis meses después de la tragedia, se podían encontrar los alimentos para
niños que acostumbraba a tomar Beatriz. Los dos necesitaban tiempo pero el reloj parecía haberse
detenido. El segundero no avanzaba. La tensión nerviosa les llenaba de incredulidad. Familiares
amigos y vecinos seguían manteniéndose al margen sin aproximarse un solo centímetro y ellos
querían asomarse a la barandilla del barco que zarpa con su mano agitada respondiendo a la gente
del muelle robando los adioses que no eran para ellos.

Oscar intentó reanudar su actividad profesional, dos días por semana, los martes y los jueves. Había
perdido gran número de clientes al menguar el impecable servicio que lo había caracterizado hasta el
21 de octubre de 1994.

Cuando la gente le hablaba, parecía anestesiado. No estaba ahí. No respondía. O contestaba algo que
nada tenía que ver con el comentario. Su secretaria no sabía cómo llegar hasta él. Oscar se quedaba
avistando la fotografía de su escritorio de una Beatriz recién nacida en brazos de Ana hasta perderse
en pensamientos rugosos que prendían fuego como el pergamino y caía como cae el hacha sobre el
tronco, violentamente y con acierto la desidia.

Oscar ignoraba tanto a su secretaria como a sus clientes. Y ella se fastidiaba por lo habitual de su
comportamiento, por la impotencia que sentía de no poder ayudarlo y porque no todo en la vida es
cobrar un salario y comenzó a desatender sus obligaciones mientras buscaba otro empleo que le
permitiera sentirse útil. Había aguardado su reincorporación realizando verdaderos malabarismos
para que el barco no naufragara pero reconocía la equivocación con un lamento en sus labios –No
ha valido la pena. He estado perdiendo el tiempo- se dijo estirando su cuello largo.

Oscar había perdido su disciplina laboral, su etiqueta profesional, la capacidad de concentración.


Malograba su futuro. Completamente aturdido no se aclimataba su puesto de trabajo. Le parecía que
ya no merecía la pena desempeñar la actividad. Una especie de parálisis actuaba al traspasar la puerta

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del dúplex en las Ramblas y al sentarse frente a la mesa, frente al inmenso cuadro de su vida al que
había sustituido la fotografía de Ana en blanco y negro por otra a color se preguntaba “¿Qué color
puede tener la vida ahora? Ana está sola ahí arriba, en la cima de la montaña donde construí mi
fortaleza para que nada la alcanzara y sin embargo, no he podido protegerla”.

En su sillón se encontraba peor que después de una terrible resaca y se dejaba atrapar por la
inmovilidad repentina. ¿Mecanismo subconsciente de protección?

No se habían vuelto a sentar en el amplio porche desde donde se accedía a un panorama cambiante
a cada instante que sorprendía por su sencillez. Ana y Oscar, dos zombis en un mundo estático sin
sentido ni sustancia deambulaban buscándola por la propiedad “Sirenita de mi vida... “. Recorrían la
finca sonámbulos creyendo haber escuchado su risa cuando lo que habían escuchado no era otra cosa
que un lamento que recorría sus cuerpos enfermos.

El dolor no parecía disminuir, ¿se autoalimentaba creciendo? Tampoco la tristeza menguaba ni un


ápice, engordaba como un hipopótamo! Y el pánico aparecía y desaparecía a intervalos intermitentes
aunque ya prácticamente empezaba el verano. Sus músculos, rígidos y tensos, su mente nublada por
la nostalgia, y una torpeza extrema hacía que las cosas más simples y rutinarias se transformaran en
grandes problemas difíciles de solventar y, si Oscar tenía que repostar se paraba antes en la puerta de
la que tenía que ser su escuela porque estaba muy cerca de la gasolinera y luego se olvidaba y la grúa
lo tenía que remolcar. Contrariados en sus propios planteamientos, padecían incoherencias y de
repente Ana quería ir al baño pero se encontraba en la habitación de Beatriz, o preparaba el desayuno,
y en vez de cereales con leche le servía a su esposo una papilla en el plato de Charlie Rivel. Ambos
estaban completamente desorganizados.

Sin embargo, a la hora apropiada, igual como lo hiciera con Beatriz, Oscar se desplazaba hasta el
parque del pueblo y parándose a observar como jugaban los niños, descubrió que no resistía más allá
de algunos pocos minutos. Comenzó a sufrir intensas fobias respecto a los pequeños. No podía
mirarles directamente a los ojos. No se atrevía a tocarlos. Huía del sonido de las risas infantiles
poseído por un diablo que lo arañaba. Una especie de furia maligna comprimida se cobijaba en su
interior para dañar con saña su corazón, convirtiéndole en un ser despreciable, maleducado y
malhumorado que almacenaba rencor. Qué coño hacía... ¿qué coño podía hacer? ¿El mejor psicólogo
es uno mismo?

Oscar se volvía día a día cada vez más huraño ante la presencia de cualquier niño extraño o conocido
que salían corriendo nada más aparecer. No podía soportarlos revoloteando a su alrededor
incansables y felices. Era superior a él. Temía cometer algún disparate. Agredido por la impotencia y
un odio que no sabía a donde dirigir, temía perpetuar un acto violento contra algún pobre e
indefenso pequeño que nada sabía de su tragedia. ¡Oscar estaba fuera de su control!

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Se levantaba a media noche. Se iba a la habitación de Beatriz. Allí permanecía con la luz apagada
sentado en la alfombra estrechando en el silencio de la noche a Topogijo hasta que rompía a llorar.
Más lágrimas, ¿de dónde salían si el océano se había secado? Estallaba desconsolado, roto,
desorientado. Y empezó a vomitar sin razón aparente en el florecido jardín de Galdana.

Las reacciones son variadas, y a la par contradictorias. Ana se mostraba tranquila a veces, y de repente
sin causa alguna se alborotaba. Entraba en cólera contra su familia, contra sus amigos, contra el
mundo entero y por supuesto, contra Dios. Pasaba de la serenidad más absoluta al llanto más
atronador con la facilidad con que se arranca una hoja del calendario. El dolor es algo natural,
universal, extremadamente personal. Cada persona vive la desesperación de la desaparición de un ser
amado de un modo distinto. Cada uno tenía que curarse a su manera. Asediaba a su marido Ana una
y otra vez con la misma pregunta -¿Por qué Oscar?... ¿por qué?- como si esa misma pregunta no se
la hubiera formulado él millones de veces desde su infancia, y a continuación se maldecía Ana –Si al
menos hubiera ...- pero su esposo la interrumpía conociendo como conocía todo el repertorio de
reclamos.

Abrazándola con fuerza, Oscar apretaba con su mano la cabeza de Ana contra su pecho para que
descargara su ira contenida -Si no hubiera quedado inconsciente habría podido alertar de su presencia
y la hubieran encontrado y la hubieran atendido mucho antes en vez de quedarse tendida en el arcén
durante tantas horas como una caja de cartón destripada- conmoción cerebral, fuerte impacto, el
principio de un adiós.

De haber tenido más cuidado, de no haber jugado con fuego, su desgracia no tendría razón de ser.
Fue un acto voluntario, pequeño, sin apenas importancia, pero la tuvo, y mucha, porque aquello le
arrebató parte de su vida y toda su felicidad y además provocó la infelicidad de Oscar.

Aquello por lo que tanto había luchado Oscar, en lo que tanto había confiado desde su juventud, y
por lo que tanto había trabajado con Ana a su lado, el hogar pleno de calor... se había esfumado y
nada quedaba del resplandor de Galdana.

Con la muerte de Beatriz arruinó Ana su vida tanto como la de su amado Oscar y nada podía hacer
para remediarlo. Se daba perfecta cuenta de su fallo pero ya no había posibilidad de rectificar, no
podía retroceder, borrar, eliminar el pasado, deshacer el presente, variar un futuro inamovible que
existirá sin Beatriz. A menudo son las cuestiones aparentemente más insignificantes las que
determinan la trayectoria humana.

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Oscar no quería que su mujer siguiera castigándose a sí misma. Ni una sola palabra salió nunca de su
boca en ese sentido; ni reproches, ni recriminaciones, ninguna queja o acusación de negligencia.

Pero la auto recriminación estaba en Ana que la utilizaba con virulencia infligiéndose un
desmesurado dolor que la dañaba gratuitamente; era como pasar la yema de los dedos por encima
del terciopelo que se convierte en afilado cristal. No sabía como olvidar todas las cosas que la hacían
sentirse culpable. Culpable. Culpable. Sí, culpable. Tenía ya demasiado dolor con la perdida de Beatriz
como para añadir un mayor sufrimiento con la auto acusación. El auto reproche la consumía. La
auto desaprobación la debilitaba. Hasta que un día Oscar no pudo retenerse más y le preguntó
“¿Cuándo vas a perdonarte a ti misma?” porque había que salvar el matrimonio; y besándole en la
palma abierta de la mano se la cerró poniéndosela entre los senos para decirle “Aquí tienes mi amor.
En él está Beatriz. Cuida de que no se escape”. Acarició sus senos presionando uno contra otro
juntándolos y la abrazó largo tiempo hasta que Ana dejó de sollozar treinta y siete minutos más
tarde.

Sufrían con los múltiples pliegues del abanico de un dolor aterrador y desigual. La insensibilidad ante
la negativa a convivir con la muerte daba paso a una hipersensibilidad desmesurada hasta el punto de
llegar a estremecerse al ver un animal con una cría cuando de la mano paseaban por el bosque.

La negación era tan evidente que al realizar la colada, Ana lavaba la ropita de su niña. Para Oscar, la
realidad era tan evidente que necesitaba tener cerca la urna que contenía las cenizas de lo que un día
fue su hija, para reafirmarla, ¿y para qué quería Oscar reafirmarla?

Ana seguía con su eterno -¿Por qué no fui yo quién se murió?-. Oscar intentaba no entrar en el
estéril debate. Sabía que no había una explicación convincente que lograra calmarla “Ana, no hay
respuestas. No las busques por favor”. Ella insistía al día siguiente -¿Por qué mi vida ha de ser tan
triste?-. Cuando lavaba los platos o se duchaba podía oírse el interrogatorio hasta que su comprensivo
esposo en tono paternal intentaba calmarla “Incluso si tu pregunta fuera contestada, fuera cual fuera
la respuesta, no aliviaría tu dolor cariño mío, seguirías estando sin Beatriz, no me pierdas a mi por tu
dramática insistencia. Nunca podremos cambiar lo que ha sucedido. Beatriz no está ya aquí con
nosotros. Afronta la realidad y comienza a vivir de nuevo”. Pero tan sumida estaba en su tristeza que
no escuchó.

Las nauseas de Oscar fueron desapareciendo poco a poco, pero para Ana, cada vez eran más
numerosos los ataques de vértigo. Se mareaba con tan sólo subir las escaleras. Tenía siempre seca la
garganta y se quedaba a menudo afónica. Tenía dolores de cabeza y molestias en la espalda que no
apaciguaban los masajes de su paciente esposo.

Ana se sentía desamparada. Y Oscar comenzaba a desesperarse.

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En alguna ocasión pensaron en terminar juntos con su vida porque el dolor los consumía hasta el
agotamiento sin piedad ninguna. Todo seguía desmoronándose a su alrededor y pensaron que
suicidarse era una forma de escapar y salvarse. Pero ya solo Ana pretendía reunirse con Beatriz.

En un período de desvarío, Ana llegó a indignarse con el hombre de su vida por haberlas dejado –
Nos abandonaste... preferiste marcharte a Italia para colmar tu sed de negocios-. Tenía los ojos
empapados de sangre. Dijo que su destino hubiera sido otro si no hubiera salido de viaje, lo dijo una
y otra vez durante aquella jornada horrible que un Oscar entregado a su causa resistía la arremetida
de cada azote. Ella intentaba traspasarle la culpa. Aquél no era un comportamiento ni justo ni injusto,
Oscar lo sabía. La reacción era fruto de su cólera que luchaba en un deplorable purgatorio. Debía
aceptarla como parte de la tragedia porque tratar de suprimirla era entrar en conflicto. Aquellos
pensamientos respondían a una forma de expresar su frustración.

Ana se daba cuenta que no podía pasar por algunos lugares que la inquietaban. Algunos objetos,
lejos de tranquilizarla la malhumoraban y lo que ayer era bueno al día siguiente parecía no serlo.

Había pasado un año, ¿un año ya? Qué rápido pasa el tiempo a veces. Otras veces se detiene, se
prolonga, se congela, y otras se esfuma sin que te des cuenta.

Tenían un proceso por el que pasar y debían llegar hasta el final cada uno a su manera.

Por muy duro que se presentara, no hay forma de pelear con la muerte. Debían aprender a convivir
con ella. Y en la comprensión de la muerte, en asumirla como parte de la vida estaba la salvación, y
en esta gran verdad se posibilita el vivir la vida con plena intensidad.

Oscar quería que renacieran las ganas de vivir. Su luto no podía ser permanente. No debía anularlos
como seres humanos. ¡Tenían que recuperarse!

Y él seguía recurriendo de vez en cuando a los momentos felices para atajar el sufrimiento de su
drama. Encontraba paz en cada recuerdo, recuperaba cada situación para obtener la misma sensación,
disfrutaba con cada acto que había compartido con su hija, con cada uno de los exclusivos instantes
donde el disfrute había sido pleno. Esta era una forma más constructiva.

Y de pronto se manchó las manos porque no le importaba limpiarle el culito. Esta acción desagradable
para algunos hombres se convirtió para Oscar en algo insólitamente bello de lo que presumía ante
sus clientes. Y mientras algunos se aterraban al escucharlo, otros se sonreían en clara muestra de
complicidad desnudando su sensibilidad para mostrar a través del acto la preciada afinidad paternal.
A Oscar no le avergonzaba contarlo con toda clase de detalles. Describía el olor y sus movimientos.
Y se reía admitiendo que a menudo al cambiarla le ponía las braguitas al revés y entonces, sentado en
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una silla en medio de la sala vacía de su pensamiento, comenzó a reírse porque eso era precisamente
lo que acababa de suceder. ¡Lo había vuelto a hacer!

La alimentaba con sumo cuidado introduciéndole la comida delicadamente en su boquita de pez,


una boquita que Beatriz abría sabiendo exactamente que se esperaba de ella. Papá tenía que distraerla
con sus juguetes de sobremesa porque le costaba terminar toda la comida a base de verduras
trituradas. Beatriz sabía que sólo a Oscar podía engañar cuando le decía que no con la cabecita,
indicándole con su gesto que ya no podía más. Él no tenía tanta practica ni mucho menos la habilidad
de Ana para saber cuando finalizar. Con Ana Beatriz nunca dejaba nada en el plato pero cuando Oscar
intervenía, con picardía se negaba a continuar.

Parecía una muñequita de porcelana. Tenía mucha ropita que Ana combinaba con gusto y estilo,
como si tuviera que desfilar a diario por una pasarela. En sus últimos días sus largos cabellos habían
sido recogidos en un cola de caballo que se movía libremente por su espalda. Beatriz se diferenciaba
de las demás niñas comenzando a mostrar su personalidad compuesta por un carácter fuerte. Disponía
de una agresiva genialidad que manifestaba cada vez más. Dirección al garaje, bajando las escaleras, si
quería pararse en una habitación no había quién se lo impidiera. Pero no lo hacía con un gruñido,
no. Ella no precisaba del llanto impertinente. Era muy pícara. Le bastaba con ladear la cabecita y con
una mirada dulce, susurrar una palabrita a su papá. Conseguía lo que pretendía y cuando no sucedía
así, le ponía su carita de pena para que Oscar se detuviera y la complaciera. Conocía bien a su
progenitor –Puchi... puchi...- y sus atributos infantiles para conseguir cosas sin esforzarse. Con la
suavidad de un beso y los brazos al cuello lograba los milagros más grandes. Esa era la clase de cosas
que Oscar recuperaba cada vez que cerraba los ojos y viajaba al lugar donde hoy vive su hija. Esas
vivencias se repetían agradablemente sin sombra de suciedad o delirio de horror.

Al llamar a Zaak o cuando pronunciaba el nombre de Meelany, no evitaba sentirla junto a él. La veía
estremecerse de emoción con la misma intensidad que lo hiciera cuando juntos jugaban a lanzar lejos
el hueso de goma azul. Con la misma excitación que Oscar sentía al admirarla mientras encendía el
fuego de la barbacoa los soleados domingos cuando preparaba costillas y patatas bravas, pan tostado
y gigantescos tomates que se arrugaban del calor igual como se le arrugaba ahora a él su corazón.

Paseaba en su bosque largo tiempo por los lugares donde se habían parado a jugar y sonreía
tímidamente. Intentaba repetir los mismos pasos, como si Beatriz siguiera a su lado escondida en
algún lado. Y de hecho, así es como sucedía para Oscar. Rescatar en el lugar la misma emoción del
momento que juntos habían compartido le hacía sentirla todavía cerca. En cada rincón de la casa
rememoraba una palabra, una risa, una mirada, una mueca. Qué gran valor tenían todos esos
instantes de regocijante plenitud. Ahora era Oscar quién se estremecía de igual forma que lo hiciera
su amada hija. Hasta que un lamento azotaba su alma resquebrajándola, ¿devolviéndolo a la realidad?
¿Y cuál era la realidad? ¡La realidad que sentía también era verdad!

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Oscar volvía a sentirla ahí, en aquella circunstancia, en su compañía, pero sí... sólo hasta que se
percataba de la cruda realidad y se consolaba diciéndole “Estés donde estés, Beatriz, sabes bien que
papá está contigo compartiendo desde aquí tu visita... como puedo... como sé hacerlo”. Pero no
terminó su exposición. Se le nubló la vista a causa de las lágrimas y se le quebró la voz mientras se
retorcía en el suelo como la cola de una lagartija a la que han separado del tronco.

Ciertamente, Oscar no se equivocaba. Beatriz seguía ahí. Aunque su forma era intangible. Armado
de valor se levantó y aún con la voz rota y descompuesta sus oídos pudieron escuchar –Casi puedo
sentirte puchi- al mismo tiempo que decía él “Casi puedo sentirte hija” y en el garaje pronunciaba
Ana el -Casi puedo tocarte- y Oscar ya no podría tocarla más. Ana tiró la toalla en el garaje aquella
tarde.

Claro que Ana seguía triste pero en el lugar donde se encontraba había sobrepasado el dolor.
Aparentemente, se había recuperado de la dramática tragedia con otra tragedia mayor... ¿por qué de
esa manera tan horrible? ¿Se había salvado? ¿Así?

Oscar se consoló contándose que se salvó y había salido a pasear, cuando en verdad Ana falleció el
mismo día del accidente. Aunque pareció que la última semana comenzó a comprobar que el mundo
que la rodeaba no estaba vacío y dejó de ver su depresión como una debilidad y la atendió como una
necesidad psicológica, emprendiendo un camino que sabía era largo, lento, tortuoso, pero era una
parte inevitable del proceso del adiós a una hija de la que debía desprenderse. Recuperó la serenidad.
Y la fortaleza necesaria para caminar sin derrumbarse. Ya no podía derrumbarse jamás, Ana se había
quitado la vida!

Y eso hizo de carambola en Oscar que superado el primer año de la muerte de Beatriz... un mes
después Ana se arrancó la vida del cuerpo y eso habría un nuevo espacio para que siguiera
torturándose, ahora doblemente, para terminar de aprisionarlo como si algo pretendiera detener su
liberación personal. ¿Cómo no iba a estar abatido y terriblemente apenado?

Sin embargo, intentaba reconocer que aún y la imprevisible magnitud de la desdicha, con fortaleza
debía aceptar lo irreversible “Puesto que no voy a poder luchar contra lo inevitable tan sólo me queda
resignarme y llevarlo con suma dignidad, aunque sinceramente creo que va a costarme incluso
mucho más de lo que me imagino. Quizás, al final, has resultado ser tú bastante más fuerte que yo
Ana”.

No acudía a los establecimientos que fueron habituales por temor a que le preguntaran por ellas.
Tenía pánico a rebelar lo acontecido. No quería explicar que se había ido. ¡Que se habían ido las dos!
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Quería retener a ambas en lo posible aunque fuera en la mentira de otra gente. Pensó que era una
manera de darles vida.

Hasta que una mañana sucedió algo grande. Un hecho maravilloso vino a cambiarlo todo. Oscar
entendió que a partir del momento en que Beatriz dejó de estar entre ellos, justo en ese punto de
inflexión era donde ya no podría perderla nunca más. Era a partir de esa comprensión cuando nunca
un ser tan pequeño dejaría ya de existir. Desde ese instante fue inmensa, eterna e infinita.

No tenía porque desprenderse de Ana. Y en su mente la convencía para que decidiera regresar al
trabajo y así se distrajera. Y en su imaginación, Ana se encontró útil gracias a su cuñada y ya no se
preocupó, se ocupó. Los sábados ayudaba en la peluquería y entre semana recogía a sus sobrinos del
colegio para acompañarlos a las diferentes actividades extraescolares; les preparaba la cena; los
entretenía hasta acostarlos. También salía a divertirse en los bares y discotecas de la Costa Brava, y a
Oscar no le importaba que lo desatendiera porque prefería leer y escribir en solitario en la montaña
a cuarenta kilómetros de la ciudad, a cuarenta años luz de todo y de todos donde un desconsolado
alarido podría escaparse por detrás como trepando por una cuerda floja.

“Paciencia e infinito cuidado, difundir el sonido de la vida es lo que queda. Leve o estridente, ajeno
al horror, sin posibilidad de retractarme luego... los versos no siempre tienen la longitud que deben”.

* * * *

La sirena enmudeció en la esquina sin dejar de emitir intensos destellos de luz roja. El coche patrulla
se había detenido frente a la gran verja que daba acceso a la rampa del garaje de la mansión Galdana.
El hijo adolescente del guarda de la urbanización caminaba esposado entre dos policías. Oscar había
salido para escuchar la noche porque aquella noche igual que las anteriores noches tampoco podía
dormir.

Puede decirse que un delincuente es la persona que no respeta los derechos de los demás, pero Oscar
quería llegar más lejos “¿Por qué no respeta a sus semejantes?” se cuestionó mientras observaba como
lo empujaban en el interior “¿Será el delincuente el único culpable?” insistió antes de sentarse en un
banco de piedra de la explanada cercana al porche al que todavía no se atrevía a sentarse. No tardó en
concluir “Todos somos un poco responsables de su delito, incluso yo”.

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Una semana más tarde visitó una cárcel y charló con los presos. El celador jefe era el hermano de un
buen cliente. Averiguó de donde venían y cómo crecieron, casi todos los entrevistados fueron niños
abandonados a su suerte. La mayoría se criaron en hospicios, en reformatorios o en orfanatos.
Muchos otros provenían de un hogar donde la convivencia familiar se reduce a los cumpleaños, las
fiestas navideñas y las vacaciones de verano. Básicamente hijos de mujeres solas que solas concebían
el hogar. Hijos de matrimonios rotos y padres ausentes que faltaban por un motivo u otro. Nadie de
la familia los recogió, nadie los acogió con cariño. ¡Los padrinos y madrinas no cumplieron con su
propósito!

Oscar se preguntó “¿Por qué no todos los jóvenes cometen delitos?” sin saber que en su subconsciente
se hallaba la respuesta: porque los respetan y los aman y a su vez, sienten que deben respetar y amar.
Pero el cariño y el respeto son valores que se aprenden. Esto si lo sabía! Beatriz fue su alumna y Oscar
su mejor maestro. Así desde el primer día que vio la luz, porque ella sentía y sufría desde el mismo
momento de su nacimiento igual que cualquier otro niño, y desde ese preciso instante necesitó
cariño y respeto, Oscar la colmó de amor.

Su hija había llorado como todos los recién nacidos pero ahí estaba Ana para alzarla y acurrucarla en
su pecho protector. Si dormía, era Oscar el que trataba de que nada ni nadie la desvelara protegiendo
su bello sueño. Y así fue como Beatriz vivió su niñez recibiendo cariño y a su vez aprendió a querer
y amar de verdad. Recibiendo respeto, y así, aprendiendo a respetar.

Oscar colaboró en un hospicio cercano a su montaña; son pocas las personas que invierten su tiempo
en tareas voluntarias de solidaridad. A lo largo de esos días Oscar tuvo oportunidad de ver que una
sola mujer tenía que atender a más de treinta niños y en esos casos, los niños no podían recibir ni el
cariño ni el respeto indispensable para crecer sanos para afrontar la vida. Le dijo a Ana “Como éstas
instituciones disponen de poco dinero realizaré una donación económica, ¿te parece?” pero a Ana
no contestó. ¿Cómo iba a contestar?

“Un niño amado y respetado es un niño tranquilo. Un niño hambriento de cariño y respeto es un
niño intranquilo e inseguro que no tiene fe en lo que hace. Un ser conflictivo en potencia porque
un niño inseguro y sin fe no se defiende de la tentación del delito”. Eso es lo que escribió en una
hoja de papel de envolver regalos que encontró bien doblada en el cajón del mueble del recibidor.

Oscar amaba la vida rural porque en los campos y en los pueblos, la vida es mejor en muchos aspectos.
Si los padres mueren, no falta un pariente que recoja al huérfano y lo críe como a su hijo. Si los padres
viven, pero no cumplen con sus deberes, no falta en el entorno quien les de cariño y respeto a esos
niños maltratados. No les falta donde arrimarse. Todo está cerca, al alcance de una mano, como la
fruta en los árboles. Reciben una broma, un mimo, un consejo oportuno del más viejo. Por eso en
los pueblos no hay apenas delitos. Pero en las ciudades todo es distinto. Los adolescentes que no se

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sienten a gusto en su casa, van y vienen, sonámbulos por las calles con un botellón de cerveza en una
mano y en la otra un cigarro o pastillas, ¿acribillados por una sociedad que les da la espalda?

Los transeúntes no se percatan de su presencia porque todos son desconocidos. Y no les aprecian
como semejantes porque están ocupados en otras cosas, en muchas cosas, constantemente.

Si tienen hambre no saben donde acudir. Hay pocos albergues y comedores populares. Hasta que se
buscan la vida de cualquier forma por un dinero fácil. No poseen títulos ni saben idiomas, ¿eso les
autoriza a robar y agredir?

Hay que perdonarles porque se trata de supervivencia, nunca de maldad, a esa conclusión llegaba
Oscar. “Algunos piden limosna y entre todos les tratamos con una total indiferencia” y se incluía. Se
decía: “A esos niños nadie les enseñó qué es el amor y el respeto. No les amaron ni tampoco les
respetaron. Cuando pequeños, pasaron verdaderas necesidades y cuando son grandes... muchos van
a la cárcel”. Iván habiendo salido tan joven de su casa podía haber sido un delincuente como lo era el
muchacho que iba en el asiento trasero del coche patrulla con el que Oscar cruzó alguna entrecortada
palabra al entrar o salir por el único acceso del recinto que delimitaba la cima de la montaña.

“En la actualidad hay muchos adolescentes de familias bien posicionadas que tienen todo lo que
pueden desear de una tienda y sin embargo, se crían hambrientos de cariño y respeto porque los
padres son unos irresponsables que han olvidado su finalidad, ¿o será que tienen demasiado trabajo?...
pero su trabajo también es ser padres” sentenció su mente. Y ser padre tiene connotaciones
universales. Los mismos padres quizás sufrieron la falta de afecto y la ausencia de un punto de
referencia desde donde partir para comenzar a vivir.

Oscar sabía bien que le había ocurrido a ese joven. Algo que a tantos otros les estaba a punto de pasar
si se descuidaban un poco. Entre ellos se juntan, acceden a grupos de mayor edad donde son tratados
como la mascota y a su vez, igual que a un conejillo de indias con el que experimentar se divierten a
su costa. Una víctima a la que enmudecen con la amenaza de echarle del grupo sino hace ciertas
gamberradas. Y como allí es donde encuentra refugio, compañía, el calor de una nueva familia donde
se le tiene en cuenta y se le hace participar, ahí es donde comienzan las malas compañías que dan
paso a las desastrosas influencias. Aquel muchacho buscó un grupo equivocado agarrándose a los
únicos que le prestaron atención. Obvio que al hijo del guarda le faltaba algo importante en casa de
lo contrario no se hubiera convertido en pandillero. Oscar lo intuía porque sintió el mismo vació y
la misma necesidad de llenarse cuando perdió a su padre reconociendo la mirada confusa del
adolescente, pero Oscar supo mirar la Naturaleza. Su deambular extraño y entrecortado pudo ser el
comienzo de su delito: dejarse vencer por la opción del delito, pero el Tagamanen fue muy poderoso
y no sonó una especie de cuerno mal soplado sino el canto de un ruiseñor.

En sus opiniones que contrastó con varios estudios y estadística, Oscar confirmaba lo que ya sabía
“¿Por qué tantos campesinos en el mundo entero abandonan la tierra? ¿Por qué desprecian la vida del

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campo? ¿Por qué creen que encontrarán en las ciudades una mayor felicidad? ¡Malditos engaños!”. Y
se desahogaba golpeando con su puño la mesa de nogal situada en el centro del salón. Encontró una
válvula de escape para su ira.

Comprendía que los jóvenes buscaran mejores oportunidades de trabajo en la ciudad acostumbrados
a un pueblo pequeño y sin alicientes donde todos se conocen y se tratan con cortesía. “Una vez en
las ciudades se encuentran desorientados porque nadie les presta atención ni el respeto al que están
acostumbrados. Y los adolescentes son los que más sufren este tipo de traslado vengan del país que
vengan. Incapaces de entender, pierden el respeto por los demás. Es el momento en que otra
tentación amenaza una parte de nuestra sociedad: cuando el individuo encuentra inútil amar a los
demás. ¿Dónde la reciprocidad? ¿Y el mutuo intercambio?”.

Oscar no descubría nada nuevo pero llegaba a sus propias conclusiones por sí mismo, observando y
analizando su entorno inmediato. “La vida moderna ha traído grandes y graves problemas”, murmuró
sin apenas despegar los labios. “El lujo y la permanente agresión publicitaria despiertan un deseo
incorregible por cosas que no merecen ni tan siquiera nuestro aprecio pero esta sociedad de todos se
encarga de mantenernos ciegos y atontados... ¿hasta cuándo?”.

En su juventud, Oscar conoció a muchos jóvenes que se desvivían por tener una motocicleta. Él
mismo se metió en el agujero al envolverse en una interminable cadena material de logros superfluos
que sin sentido le obligaba cada día a tener algo nuevo superior a lo anterior y por supuesto más
caro, brillante, grande, rápido, de lo contrario se convertía en algo insulso accesible a cualquiera y él
tenía que ser más... ¿y qué diablos significaba “ser más”? ¿Ser distinto? ¿Iván?

Había salido con aquellas presumidas compañeras de estudio que sufrían si no podían estrenar un
vestido nuevo. Chicas que al abrir su armario deseaban encontrar cinco pares de zapatos para poder
entretenerse un rato frente al espejo hasta averiguar cuál de ellos iban a ponerse. Oscar llegó a tener
diecisiete trajes durante su ingreso al mercado laboral. Compraba uno cada mes. Y un par de corbatas,
tres o cuatro camisas a la semana. Necesitaba consumir y estrenar. Usar y tirar. La economía de la
superfluo es orquestada por el poderoso dispositivo publicitario y favorecida por el acelerado avance
tecnológico que vuelve el producto de hoy obsoleto y descartable al día siguiente. Cayó en la estafa
de pretender estar permanentemente a la última moda, “Nos dejamos atrapar en estas cosas porque
tontamente creemos que así nos amarán y nos respetarán” dijo reconociendo su estupidez antes de
cortar por lo sano cuando dijo adiós a la materialidad.

Oscar también buscó ser admirado por su apariencia exterior y llegado este extremo, “El individuo
hace cualquier cosa por conseguirlo olvidando lo elemental. Pero no se puede culpar más que a la
dirección que lleva la humanidad... una dirección que defino sin titubeos como la autodestrucción
intencionada porque cuando el individuo piensa que quién tiene un mejor vehículo, viste más
elegantemente y considera que en su casa debe haber más opulencia que en la del vecino,
irremisiblemente se condena a la extinción por propia voluntad. Por la más idiota de todas las

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tonterías: el octavo pecado (la vanidad). Si por esa memez cree que vale más y es mucho mejor que
los demás... ¡algo anda mal en el seno de la humanidad!”.

Entonces Oscar pensó que en la misma sociedad está el propio delincuente aunque en su razonar no
hubiera una acusación directa. Un delincuente es una persona que ha equivocado el camino pero...
“¿No ha equivocado el suyo la humanidad? ¿Es que tiene una enfermedad que la obliga a actuar sin
control?”. Pero ningún delincuente está perdido sin remedio y aunque Oscar estaba a un paso de
perderse en su propio laberinto tenía esperanza en el genero humano.

Resonó la voz “¿Seguro que te sientes bien en tu piel?”. Se trataba de su propia voz.

Oscar le había dicho a su buen amigo “Al igual que tú Iván, tengo la capacidad de cambiar” y zumbaba
ese sonido vibrante en el oído. París. ¿Había algo... Oscar tenía algo que sacar a la luz? Realidad... la
vida es lo que sucede mientras te entretienes contemplando las musarañas. Identidad. El desarrollo
de la sociedad... “Y mi propio desarrollo” se escuchó decir!

Tal como no quería sentirse en Grecia, malhumorado y resentido y tal como había comentado su
hermano del alma, ¿se había convertido Oscar en una miseria humana?... seguía sin conseguir
desafiarse a sí mismo intentando comprender el mundo exterior cuando en Egipto... ya se lo dijo
claramente Iván: “Debe eliminarse un hábito destructivo antes de que sea el hábito quien te elimine
a ti”.

Cooperar con lo inevitable. Y era inevitable enterrar a las dos flores que continuaba regando, ¿por
qué permanecía en Galdana?

Oscar tenía que aprovechar el contratiempo en beneficio propio porque era un reto que el destino
ponía a su alcance para probar el saber consciente. Pero en general la gente se deja impresionar
fácilmente y así lo hacía Oscar con el entramado social, ¿qué pretendía? ¿Resolver el mundo?

Y todavía fue capaz de escribir en su diario como si hubiera tomado una fotografía instantánea de la
realidad y la guardara en el álbum para desgranarla detenido el segundero “La sociedad debería
aprovechar la energía del sol para producir oxígeno y así el oxígeno producirá el ozono de la alta
atmósfera, el cual a su vez protegerá de los rayos ultravioleta del sol, asegurándose la supervivencia
del hombre. Sin embargo, la sociedad ahoga al hombre y este no puede respirar permitiendo que lo
estrangule lentamente”.

¿Es acaso la inteligencia un don envenenador?...

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Inmerso en una especie de estudio virtual sobre la sociedad y el mundo, su único compromiso
pretendía ser el medio que lo desafiaba donde podía jugar con distintos problemas sin dañarse.

Oscar despertó levemente su alma aventurera hambrienta de novedad a quién no asustaba el cambio
que precisaba para sobrevivir.

Se miró como un ser individual con habilidad propia dispuesto a emplear su potencial creador para
resolver incógnitas, únicamente porque esas incógnitas le conmovían e interesaban y, sobretodo...
lo distraían.

En su juventud descifró los ocultos tesoros del arco iris, de una planta, de un árbol, incluso de las
mismas hojas del árbol. Ahora lo intentaba con la sociedad pero meramente como excusa y forma
de escapar en su encierro voluntario.

Tanto los árboles de su morada como el cuerpo de Oscar estaban compuestos por los mismos
elementos reciclados, principalmente, carbono hidrógeno oxígeno y nitrógeno, sin embargo, el árbol
no cuestiona el entorno. No pretende estudiarlo ni comprenderlo. Simplemente lo siente y lo
aprovecha, ¡qué sabia es la Naturaleza! Y mientras la sinfonía de la Naturaleza se mostraba espléndida
a través de la salida de la marmota de su madriguera para anunciar la primera primavera sin Ana, la
segunda sin Beatriz... se anunció con la puntual migración de las aves en una determinada dirección
en esa concreta estación de ese año de 1996.

Pensó intentando distraerse. “La Tierra está de muestra y la exposición es deplorable. Campañas a
favor del derecho a la dignidad que no llega. Cambian los protagonistas de las historias pero década
tras década se repite más de la misma barbarie humana.
“Una fuga toxica. Accidentes químicos. Catástrofes medioambientales. Flora y fauna perecen, pero
también queda biológicamente irrecuperable la virginidad del atentado mostrado como accidente.

“La Tierra todavía de cuerpo presente, lastimada, apesadumbrada, dolida, nunca la misma, no acepta
vestirse para el funeral. Pero ni siquiera nos vestimos de luto, no hay tiempo, hay que ir a trabajar.

“La fecundación artificial desata un debate a escala mundial pero cuando el primer bebé probeta ya
respira. No hay precaución ni prevención. Se actúa y luego de debaten las consecuencias. Error.
Estado de excepción. Ley marcial. Cocaína, heroína, crack. Terremotos seguidos de inundaciones.
Tornados. Huracanes cada vez más frecuentes.

“Dominio. Muertos. Desaparecidos.

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“De todo cuanto hagamos deberemos responder un día y ese día, corresponderá a los nietos de
nuestros nietos, por eso no prestamos demasiada atención y continuamos con desmesurada
obcecación a idolatrar el dinero y la posesión y el menosprecio a la Naturaleza, lo único que en
verdad debemos mantener limpio y aseado”.

Oscar se preguntaba cuales han sido los triunfos humanos del siglo XX.

“Hay triunfos olímpicos, triunfos de partidos, triunfos médicos pero... ¿se boicotea la vida del ser
humano? ¿Quién la boicotea?

“El panorama no es un concierto de melodías lindas, ni una balada de risas. Gritan las lágrimas que
salen a borbotones con ecos tremendos”.

¿Qué motivos tenía Oscar para la alegría?

Angustiado desde la raíz y con tono desgarrado de asombrosa claridad y coherencia detallaba Oscar
“Nos estamos convirtiendo en seres de plastilina sin atributos ni solución”.

¡Latigazos! Reflexionaba para entretenerse.

“El terror asume su cota máxima. Los terroristas que solo aterrorizaban con la amenaza pasan a ser
asesinos despiadados que matan a inocentes. Tristeza y consternación en el mundo entero.
Genocidio. Tensiones. Motines. Primero sables contra garrotes, luego balas contra cañones, a
continuación bombas contra mísiles. La escalada tremenda parece no tener fin. Una ruina, un cántico
para la catástrofe.

“Los despiadados juegan y ganan. Malos presagios.

“Se convierte nuestro mundo en un polvorín. Desaparece de la faz de la Tierra la frescura de la


hermosura como desaparecen los animales. El oso, el lince ibérico, la cigüeña negra y el águila
imperial en España. El tigre, el panda, la ballena azul, y las focas en otras partes del mundo.

“Fabrican en serie para las masas. Suspensión de afectos. Quiebra moral. El cáliz está vacío, lo han
derramado algunos.

“Desaparecen dinastías tradicionales, se desvanecen las monarquías, se desmiembran la familias que


emigran.

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“Hay una escalada encarnizada por el dominio del poder. Convulsiones. Desmembramiento. El
desgarro sin indemnización. Se instaura la hermosura de la violencia.

“Sinfonía de lo detestable. Surrealismo. Tensiones que se suavizan sólo ante la opinión pública.

“Si la contaminación de París amenaza con el deterioro de la momia del faraón Ramsés II, ¿cómo
afectará al organismo inocente del recién nacido?

“Globalización desaliñada.

Rumiaba Oscar ¿para divertirse?

“Tensión entre dos polos, este y oeste, norte y sur, incluso entre la población civil de un mismo país.
Blancos contra negros en USA, hermanos contra hermanos en España durante la guerra civil, en la
India hindúes contra musulmanes, en Ruanda hutus contra tutsis, en los Balcanes serbios contra
croatas. Golpes de estado, estados de excepción, ataques, crisis, golpes militares.

“La corrupción hace tambalear hasta retirar la confianza a los políticos. Su honradez está
constantemente en duda.

“Se juran cargos, se traicionan ideales, se adulteran las promesas, se engaña al pueblo. Se envenena al
reino enlodando a todos los que vendrán. Se salpica con suciedad al prójimo. Y aunque hay
dimisiones, renuncias y destituciones, se proclama el poder impúdico. Se instaura la mezquindad. La
falta de integridad en la cúpula política de los países ante la indiferencia de muchos y la perplejidad
de pocos.

“Hay consternación por atentados terroristas y aunque inicialmente el mundo no se doblega ante la
barbarie de fanáticos criminales, el mayor crimen es que los países golpeados colaboran en la propia
formación y dotación de recursos para las barbaries.

“Los adultos han perpetuado la violencia como modelo para la resolución de conflictos, sobretodo
en los dibujos animados para niños y niñas que ya mayores no conocen más que la agresión como
forma de reacción normal. Los valores y las virtudes han pasado a su segundo termino. Esta es la
verdadera cara de la sociedad: la ausencia de humanidad, de amor a sí mismo y al prójimo.

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Asqueado y malhumorado, Oscar no podía dormir. Ya nada le atraía ni le cautivaba. Nada le suspendía
el ánimo para inflamárselo de vida.

“Al inicio los racistas se ocultaban, celebraban sus actos en la impunidad de la noche con los rostros
cubiertos incluso frente a ellos y entre ellos pero en los últimos años del siglo XX, cabezas afeitadas
a plena luz ante la perplejidad de algunos y la incomprensión de otros golpean y matan sin
miramientos y pintan en las paredes su odio iracundo. Públicamente lo hacen.

“Genocidio. Holocausto. Fiebre. Hemorragia en el alma. Estado de impacto total. La muerte en vida
sobreviene”.

¿Era la vida de Oscar miserable, justamente porque disponía de mucho tiempo para reflexionar? Le
había dicho a la cocinera de rostro redondo fresco y agradable cuando trabajaba en su dúplex de las
Ramblas de Barcelona que reflexionar es detenerse a ponerle el punto justo de azúcar o limón... y
terminó la frase sintiéndose peor que nada “El punto justo de azúcar o limón a los acontecimientos
que forjamos, los cuales alimentan la vida permitiendo que la vida sea placentera existencia y no sea,
como en muchos casos, miserable”.

Y se preguntó en la memoria de quien se aferraría cuando él estuviera muerto para que su recuerdo
no muriera si su hija ya no existía y sus nietos nunca llegarían. ¿A quién acogerse para no morir del
todo si ya nadie quedaba en la Tierra?

Durante un tiempo se multiplicaron las ventiscas, se intensificó un frío difícil de concebir y creció el
invierno que hacia horrible el existir. El mar convertido en hielo, kilómetros y kilómetros a la redonda
sin interrupción. Apiñando, apretándolo todo, rompiendo y surcando, machacando, ¿quién puede
encontrar el borde de la tierra helada, la rendija por donde salvarse...? ¡Oscar no! No tenía un trineo
de perros. No tenía un arpón de hierro. Ni siquiera tenía un cuchillo afilado de cazador y lo más
importante, desconocía la presa a quien debía degollar para beber su sangre y calentarse por dentro.

Las corrientes subterráneas movían inmensos iceberg arrancados de las costas de Groenlandia. El hielo
macizo zumbaba a su alrededor, surcos y barrancos bajo la masa flotante, bultos y pedazos de hielo
desperdigados. Era un clima despiadado. Encallando, caminando entre aristas afiladas, chapoteando
encima del hielo desmenuzado, el único consuelo que tenía era que si el témpano se abría en pedazos
terminaría su agonía.

Cuando sopla una ventisca polar durante más de ocho días, alcanza la muerte quien no está a cubierto
y Oscar no lo estaba. Era maltratado por un congelado terremoto. Pero un día, de un pico de hielo
se desprendió su punta y cayó. Rodó pesadamente silbando por la pendiente helada hasta sus pies y,
sorprendentemente, nada hizo para esquivarla. Aquello le bastó a Oscar, porque la escuchó hablar.
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Escuchó: “Seré tu guía” dijo la roca. Te llevaré al lugar que te corresponde para que elijas tu destino.
Y la oscuridad fría e inmensa se desvaneció.

Un ser que permanece en la trampa del período de tinieblas y logra salir, queda inmune a toda
agresión. ¿Sería el caso de Oscar?

Ajeno a sí mismo, abría una larga pausa para resguardarse del tormento de su desdicha. Se aisló.
Porque ya no conseguía meditar. De la meditación brota sabiduría. Sin meditación la sabiduría
mengua. Ocurría así. Con el tiempo entendería que conociendo el doble camino de la ganancia y la
pérdida, dispone uno mismo la oportunidad de conectar con la luz genuina del alma. La meditación
predispone al alma a la recepción de bendiciones, a la apertura del corazón, a la profundidad mental,
a la claridad de la conciencia. Predispone a una voluntad verdadera y bella. Predispone a la
comunicación con la energía vital que danza en el viento hasta que esa luz se hace presente y notoria.
Pero no encontraba ese rincón neutro donde maravillarse. Ya no penetraba en ese hueco fantástico
de espacio silencioso que era un mágico lugar donde estar. Carecía de intención y deseo. No concluía
su propósito de liberarse.

Quizás Oscar no quería liberarse. A lo mejor necesitaba esa angustia aterradora para apuntalar su
dolor y de esta forma desmenuzar su tragedia.

El vínculo con Beatriz había sido enorme. Y respecto a Ana... tenía la esperanza de volver a concebir
otra vida en cuanto se recuperara, pero ya sería imposible a menos que se reuniera con ella, ¿cómo
podía tener fe? ¿Fe... en qué!

A trompicones bruscos se movía Oscar. Igual que el atardecer se recoge en lo que fuera el día, a
trompicones bruscos moría Oscar.

Su hija se sentaba a los pies de la cama con mirada de amor y compasión constante efectuando un
exacto ademán de despedida, un adiós que instaba a bienvenida con su rostro blando, dulce, brillante.
¿La acompañaría?...

Arrojado al precipicio caía Oscar. Aunque el precipicio se desvaneciera caía y entre ramas espinosas
se disolvía. Le dijo que por siempre haría cosas para que su sirenita siguiera sintiéndose dichosa de
haber escogido semejante padre, esa fue una de sus promesas, ¿la cumplía?

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Rápidas flechas con punta de tenebrosidad traspasaban las nubes sin orden ni concierto y con un sin
razón perpetuo vagaban, bailaban, rodeándolo hasta resquebrajarlo. Y como un quebranto se doblaba
Oscar mirando a Beatriz. Y la sensación de saberse padre no se desvanecía.

Se dejaba caer en la cama y cubría su rostro con la almohada y la abrazaba pensativo hundido en la
oscuridad más oscura de todas las inventadas mientras las olas del mar Mediterráneo caían como
muro al derrumbarse en la playa lejana.

Existe la brisa que penetra por cualquier orificio. Basta dejarla que se convierta en agua de viento para
alimentar y sanar y trazar la senda correcta. Hay antídoto. Y no son necesarias las credenciales.
Aprobar el examen de la vida es la cuestión.

* * * *

Oscar llegó a pensar que la responsabilidad el mundo recaía sobre sus espaldas.

Tenía el cuerpo mutilado por el dolor. Y comenzó a vivir solamente con la mente. Durante años
aprendió a suspenderse justamente en el vacío que existe entre dos pensamientos para conocer la
vida. Olvidaba que la quietud interna cura cuando la confusión del ruido intenta desagarrar el alma.
¿Ruidos? No había ruidos en la mansión, pero si los hubiera ¿a dónde se irían? ¿Se quedarían retenidos
en su cabeza componiendo una serenata de horror? ¿Se esconderían detrás de Oscar?

La vida lo abofeteó y luego lo soltó pero él no se inclinó ante la vida con humildad.

Había renunciado al apego a las cosas hacia muchos años adentrándose en el terreno invisible de los
pensamientos. Aunque desde Egipto, se había propuesto que en cada momento de su vida debía
existir la aventura, la magia, la exaltación de su propia alma, lo intentaba, pero admitía estar
bloqueado; aquella especie de varilla electromagnética que captaba cualquier vibración y se
autorregulaba sola sin necesidad de ayuda externa ya no funcionaba. Terriblemente saturado de
padecimiento seguía colapsado por la doble tragedia. Por qué auto flagelarse cuando la verdad estaba
cerca... pero Oscar la buscaba lejos!

Oscar se había pegado al dolor y la tristeza y al sufrimiento de su drama. Se había quedado adherido,
enganchado a la situación. Atascado en su rígido esquema mental perdiendo fluidez y espontaneidad.

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Se extremaba su sensibilidad cuestionando lo que ocurría fuera de su control y lejos de su voluntad.


Se endurecía la negativa a aceptar, negando la veracidad del hecho: ¡las dos habían muerto!

Obstaculizando su propio crecimiento, libre de ser tal prefería permanecer maniatado y atolondrado
intentando cambiar algo que ya estaba escrito. Oscar se torturaba con afán desmesurado creando así
un problema donde no existía.

Empezó a escuchar un zumbido. Y se encontraba bajo una lluvia de frases sueltas que convertía en
interrogantes. Decidió organizarse. Oscar todavía era un hombre metódico en sus quehaceres aunque
por dentro...

Sonaba el despertador a las 5’30. Al principio se despertaba y se levantaba sin dificultad. A diario
se llenaba la bañera permaneciendo en remojo envuelto todavía por la oscuridad aguardando
escuchar a los pájaros.

Oscar padecía porque la ciencia es tan formidable como absurdo es el comportamiento de algunas
personas que la crean. Sondas que exploran el sistema solar, telescopios espaciales que hurgan en la
intimidad del espacio, ordenadores que simulan la aparición de la vida, tecnología en la biología, en
la genética y en la química que revelan lo invisible y lo infinitamente pequeño, ¿qué hay del alma
humana? La mayoría de científicos la niegan. Y continúan escarbando en la tierra en busca de
hallazgos milenarios, en busca de fósiles que permitan reconstruir con asombrosa precisión los
caminos de nuestros antepasados huyendo del alma, de su propia alma, ¿la tienen? ¿Solo unos pocos
elegidos tienen alma? ¿La tiene Oscar? O ¿sucumbe porque no la encuentra, porque no existe?

Oscar se preguntaba una y otra vez “¿Y qué hay de nuestro corazón? ¿por qué no profundizar en
nuestros sentimientos? ¡Debemos acercarnos a nosotros!”. Instaba a su ser a comprenderse para
mejorar la sociedad negándose él.

Existen astrofísicos que indagan en el universo, biólogos que lo hacen en la vida, paleontólogos que
investigan al hombre. Pero Oscar creía que su trabajo era insuficiente y la filosofía griega que tanto
amó, le había llevado a un callejón sin salida “Quizás debería nacer una nueva profesión” pensó una
noche estrellada.

Se cuestionaba sobre la humanidad más allá de lo preciso “La evolución técnica existe, creamos el
teléfono, el televisor, el vehículo de tierra, de mar y de aire, el ordenador, Internet, los satélites pero,
¿y la evolución social? ¿Dónde está nuestra sociedad perfecta?

“Amontonados en nuestro planeta, amenazados por nuestro propio poder, alzamos la vista al cielo
ansiosos. ¿Necesitamos un relevo cultural?”. Y cuando su razonamiento comenzaba a discurrir no
tenía fin. No era el único que detectaba la ruptura, la necesidad de aniquilar una vieja forma de vida
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que diera paso al nacimiento de la conciencia colectiva. Joel de Rosnay, exdirector del Instituto
Pasteur y director de la Ciudad de la Ciencia y la Industria mantenía por entonces -El Hombre está
inventando un macroorganismo planetario que posee un sistema nervioso propio, del cuál Internet
sería su embrión; con un metabolismo que recicla los materiales y este cerebro global, hecho de
sistemas interdependientes, vincula a los Hombres a la velocidad del electrón y trastorna nuestros
intercambios”.

Oscar no estaba ciego a la manera del hombre moderno “Hemos aprendido a insertar entre el mundo
real y el mundo imaginario, un nuevo mundo: el mundo virtual. Creamos universos artificiales sin
antes haber aprobado la asignatura elemental. Siguen existiendo los mismos vicios de antaño. Se
siguen cometiendo los mismo errores, quizás muchos son ahora peores.

“Se libera el espíritu de la materia sin antes haber llegado ni tan siquiera a rozar el alma humana. Ese
organismo que nace, está exteriorizando las funciones y los sentidos de los Hombres. La vista
mediante la televisión, la memoria mediante los ordenadores, las piernas mediante los sistemas de
transporte, ¿se crea un monstruo a imagen y semejanza nuestra?”.

Pero la pregunta que se hacía Oscar en lo alto de su altar natural era la siguiente “¿Vamos a vivir en
simbiosis con este organismo planetario vivo o vamos a dejar que se nos coma?”. Y recordaba la
magnífica película de Stanley Kubrik donde Hal se rebela tomando el control de la nave.

En uno de sus últimos actos públicos, Oscar presenció como el periodista Dominique Simonnet
conversaba con Yves Coppens, profesor del College de France, un paleontólogo de reconocido
prestigio internacional sobre el posible aumento del tamaño del cerebro en un futuro -La conclusión
es que la talla del feto será superior imponiendo un tiempo de gestación más breve de lo contrario,
reventarían los hijos a sus madres si esperan a salir a los nueve meses. Y si la madre debe dar a luz a
los seis meses, la infancia se prolongará y también así el período de aprendizaje-. Esto agradó mucho
a Oscar que ese día tuvo la oportunidad de forzar una mueca parecida a una sonrisa mientras conducía
su deportivo camino de su montaña.

Pero sus pensamientos volvían irresistiblemente a la perdida de la cultura humana porque no es difícil
comprobar, sobretodo en la actualidad, como cada vez se vuelve más homogénea. Más estéril y
artificial.

Con optimismo recordó días más tarde haber escuchado la expresión -Todavía estamos en la
prehistoria del Universo- que llegó de la mano de Hubert Reeves, un científico preciso y gran
divulgador apasionado por el origen del Big Bang; la explosión de energía que dio comienzo a Todo,
ya que es, según este riguroso investigador -El escenario de una expansión permanente que continua
vigente-. Esto de que la vida del universo se prolonga indefinidamente agradó sobremanera a Oscar
y le hizo sentirse mejor mientras se preparaba la cena luego de poner la lavadora. Y con la famosa
frase del ruso Konstantin Tsiolkovski, padre del espacio soviético -La Tierra es nuestra cuna, pero uno

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no se queda eternamente en la cuna-... se imaginó realizando largos viajes interestelares. Aquella


noche descansó cruzando el espacio intergaláctico y afortunadamente para Oscar, pudo evitara pensar
en ellas de manera limitada y fue capaz de verlas juntas abrazadas.

Pero al despertar, tras visitar los planetas lejanos y darles un beso a cada una, antes de lavarse la cara,
salió directo a la mesa de su despacho para anotar “La Naturaleza engendra complejidad; la
Complejidad engendra eficacia: la Eficacia puede destruir la complejidad” y metiendo el bloc en el
primer cajón se dispuso a saludar el nuevo día con otra cara, ¿quién había entendido nada? ¿Solamente
él? ¿Quién más hacia este rocambolesco baile de palabras!

Sin saberlo, le había llegado a Oscar un mensaje desde la Energía Vital a lo largo de la noche durante
el sueño profundo. Vio los dos rostros de la realidad. El Yin y el Yang de la Humanidad. No fueron
únicamente Ana y Beatriz. Recorrió el sendero primero hacia delante y después al revés porque todo
lo que sube un día u otro baja. Es ley para el equilibrio. El sentido creciente de la vida en la Tierra
queda ensombrecido al revelarse el hombre de hoy incapaz de vivir en armonía con los suyos y con
la Naturaleza.

Oscar comprobó como durante el siglo XX se habían inventado dos modos de intencionada
autodestrucción: el deterioro del medio ambiente y el armamento nuclear. Y sin embargo, “¿Cuál ha
sido el logro para protegerse?... mejor dicho, ¿qué a hecho el Hombre en sí mismo para evitar
torcerse? ¿Por qué se envenena a sí misma la Humanidad? ¿Hay por dónde escapar? ¿Es acaso nuestra
inteligencia un don deteriorado que consigue engañarnos sin compasión? ¿Y qué ocurre con el alma
de nuestro corazón? ¿Dónde está? ¿Se ha extraviado? ¿Para siempre?”.

Estas y otras preguntas similares zumbaban como un enjambre de avispas excitadas en la mente de
Oscar. Había encontrado un refugio en su elucubración. Con esta clase de asuntos retiraba la atención
de sus dos mujercitas. Y así era indoloro su padecimiento, aunque la solución podía muy bien
convertirse en algo turbador.

Como no es difícil para cualquiera con dos dedos de frente, no le fue difícil averiguar que la
Humanidad está herida y que la herida es grave. Existen en el organismo sistemas de alarma y de cura
automática. El cuerpo entero se moviliza ante una herida. Oscar necesitaba inventar un sistema
análogo para el planeta. Pero ¿cuál? y, ¿cómo alcanzar una fase superior de moral? Y se preguntaba
“¿Dónde está la ética de la civilización actual? Explorar un sistema solar antes que nuestro universo
interior donde existe mucho espacio pleno de contenido no es sino una enorme barbaridad!!!”.

Muere la Tierra pero con ella, ¿no se mata también a la Humanidad? De ningún modo es el planeta
un niño tierno que descansa en su cuna placidamente al que han cambiado sus pañales, han dado su

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biberón, han recostado delicadamente y arropado con amor como si fuera Beatriz. El planeta es una
criatura indefensa que grita llora y patalea y al que se ignora con ironía cínica. Eso pensó Oscar!

“En el mar persisten los daños ecológicos. El petróleo derramado se hunde en el fondo del mar. Sus
componentes pesados forman conglomerados, pequeñas islas negras que las corrientes y las olas
arrastran hasta las orillas de las costas destruyendo los bancos de coral y los prados de hierba marina
donde muchas especies depositan sus huevos.

“El hombre en su imprudencia afecta al hábitat de plantas y animales en el agua. Se transporta el


peligro con menosprecio hacia la Naturaleza que alimenta al Hombre. Con un irreverente respeto las
compañías navieras contaminan funcionando con los mínimos costes entorno a la seguridad. Cada
año más de tres millones y medio de toneladas son vertidas al mar. Cada año desde hace muchos
años. Únicamente existe una palabra: destrucción. Mejor tres: estúpida destrucción evitable. Y para
colmo suele suceder en las zonas marítimas de mayor valor biológico. Negligencia, sobretodo porque
se firman diversas declaraciones de intenciones que no contienen ninguna promesa vinculante en los
foros mundiales. Conferencias donde fijan los principios básicos de estrategias medioambientales y
de desarrollo sostenido en el planeta, los derechos y los deberes de la humanidad respecto a la
Naturaleza, una pantomima absurda cuando falta convicción en el corazón. De nada sirve tener
solamente razón. Proteger la atmósfera, rebajar el consumo de energía, evitar la pobreza, garantizar
la educación, son cuestiones que se posponen. No hay fecha ni calendario por la oposición de los
países industrializados. Países que en Copenhague, en la primera cumbre sobre desarrollo social donde
se analizó la pobreza del mundo se denunció a los países ricos incapaces de destinar un O´7 por ciento
de su presupuesto a la ayuda al desarrollo real. La codicia se erige como patrón a seguir. Se hablará en
Río de Janeiro de la necesidad de proteger las selvas tropicales y sin embargo, no hay prohibición de
comercializar la madera tropical. Salvar al planeta, sí, pero nada más sobre el papel. En la convención
de Naciones Unidas de París ciento treinta países firman la prohibición de producir armas químicas
pero el mundo entero sabe que se fabrican en el patio trasero a gritos presumiendo. Hipocresía. La
estabilización y posterior reducción de la emisión de gases con efecto invernadero, concretamente
de dióxido de carbono no se concreta. Palabras, sólo bonitas palabras. Los posteriores coloquios sobre
el clima promovidas por la ONU finalizarán sin resultados satisfactorios.

“La capa de ozono protege de los rayos ultravioleta del sol pero este filtro protector está siendo
severamente dañado por los productos químicos que se fabrican y se utilizan descontroladamente
porque empresas sin escrúpulos aumenten sus ganancias a pesar de que desde 1974 se sabe que los
clorofluocarbonados destruyen la capa de ozono. Veinticinco años más tarde, en vez de reducirse
paulatinamente se ha duplicado su venta. Es como la frase del paquete de tabaco que indica que es
perjudicial para la salud aun a riesgo de contraer cáncer de pulmón. El letrero dice -tabaco mata-
pero demasiadas personas fuman obligando a otras a inhalar su estupidez. Y seguirán existiendo los
fumadores hasta que los agredidos tomen conciencia y reclamen su derecho a una vida sana. Es el
mismo principio.

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“Aunque prestigiosos científicos manifiestan públicamente su aguda preocupación por el creciente


agujero en la capa de ozono de la atmósfera terrestre, el mundo cambia de cadena para ver otro
programa.

“Averías que provocan vapores radioactivos. Explota el pánico. Y a continuación el anuncio del mejor
detergente.

“El prolongado sobrecalentamiento desencadena una situación de extrema gravedad que se niega a
admitir el ciudadano ebrio de publicidad que lo seda”.

El planeta está en peligro, lo sabía Oscar desde que alertó a su empleada con medidas preventivas. La
progresiva destrucción intencionada de los elementos más básicos de la vida en la Tierra asustaba no
solamente a Oscar. Crecía el número de personas preocupadas pero muy pocas eran las acciones.
Seguía, incluso él, adquiriendo, no tantos, pero algunos productos nocivos. La inexorable
autodestrucción avanzaba acentuándose. Las dudas acerca del progreso de la técnica lo estrangulaban
pero era incapaz de deshacer el nudo en su cuello. Porque progreso no es más que un eufemismo
que suele traducir la voracidad del capitalismo.

Se desencadenan daños colaterales, secuelas que no podrán enderezarse nunca más. La mayoría
consideradas ilegales.

Oscar ya no pensaba en cámara lenta. Se le acumulaban los pensamientos exaltados duros como el
metal.

“Se extinguieron, desaparecieron los traperos. La antigua profesión ha sido sustituida por una
actividad necesaria: reciclado de metales, vidrio, plástico, papel. Una chispa de esperanza porque estar
en la Tierra equivale a contaminar”, pero Oscar quería contaminar en la menor medida posible. Pero
sus excrementos llegaban al mar. El lamentable estado actual del planeta también lo había causado
Oscar.

Admitía con desagrado que la moderna civilización había contribuido a hacer más confortable la vida
pero a su vez, la había condicionado demasiado y no estaba seguro de si valía la pena el precio de
semejante progreso.

“La civilización moderna acarrea una rauda violencia que a pasos agigantados consume estrangulando
a la Naturaleza y, a esto, ¿puede llamársele progreso?

“Situado en una balanza el presente siglo, de un lado las ventajas de los avances tecnológicos y del
otro el atentado, el horroroso atentado que sufre el planeta...

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“El fin nunca justifica los medios utilizados y sin embargo, los medios siempre determinan el fin. Los
medios utilizados para el mal llamado bienestar, atacan directamente la Tierra, ¿vale la pena el ataque,
la agresión que nos infligimos? Francamente, ¿es progreso agotar combustibles fósiles de la Tierra...
carbón, petróleo, gas natural que celosamente almacenó el planeta en sus entrañas? En apenas un
siglo se lo hemos arrebatado para el propio provecho al tiempo que destruimos el equilibrio químico
de la atmósfera, de apenas sesenta y cuatro kilómetros de atmósfera porque entre la superficie de
nuestro planeta y el espacio exterior apenas existen sesenta y cuatro kilómetros que menguan
aceleradamente ante la pasividad de los gobiernos del mundo”.

Oscar se preguntaba si quedaría algo de aire fresco para que respiraran en el futuro. Quería
preguntárselo a los magnates del petróleo pero su enojo quedó opacado al pensar que no habría hijos
de sus hijos porque la hija y la madre que podía dar otra vida habían fallecido y lloró
desconsoladamente.

Una visita a otros mundos, a otras formas de vida y otras inteligencias, civilizaciones extraterrestres,
seguramente presentarán dos imágenes muy diferentes: planetas áridos cubiertos de desechos
radioactivos en el caso de quienes no han sabido adaptarse, y superficies verdes y acogedoras en los
otros casos. Oscar dudaba metido en la bañera “Creo que el hombre de hoy no está en condiciones
de coexistir con su propio poder”. Y ciertamente intuía que se avanza hacia la propia autodestrucción
sin hacer nada por impedirlo.

“¿Es la revancha de la materia que ha ingresado en el espíritu de la Tecnología, viciando al Hombre


en su comodidad, nublándole los sentidos por no amar su entorno? ¿Es la fuerza de lo vegetal y de
lo mineral en el completo movimiento para su expresión? ¿No es sino el misterio de la Vida que
pretende seguir evolucionando sin nosotros? o... ¿es una invitación a la reflexión?

“¿Por qué cuando ya casi llegamos a la cima para depositar la roca de la sabiduría la dejamos escapar
montaña abajo? Arrancamos el olivo. Le damos un puntapié a la piedra sagrada. ¿No es esto un poco
idiota? ¿Vamos a continuar desviándonos hasta que llegue nuestro ocaso?

“La Humanidad es un centinela que se ha dormido. Quiere, lo que tiene. Tiene, lo que para nada le
sirve. El Tribunal de la Vida está dispuesto”.

Oscar condenaba al individuo del siglo XX por su extrema superficialidad y por su apego a lo
insustancial “Ya no somos humanos. Nos hemos convertido en robots oscilantes entre el trabajo y
el consumo, seres castrados de todo nuestro poder creador. Ya ni siquiera somos capaces de inventar
una danza o una canción” y pudiendo escribir cuentos y literatura fantástica para la nueva generación
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se abstenía y seguía rumiando “Permitimos que nos alimenten de una cultura estándar igual como
se alimenta el buey de heno” pero era incapaz de despegar los labios para escucharse, ¿la soledad se
los había cosido?

Ese era el hombre que Oscar aborrecía ¿él mismo? ¿Su pasividad?

Y quería advertirse... advertir a los habitantes del siglo XXI mandando artículos de opinión a los
medios de comunicación “...sus vínculos, que deberían ligarlo a sus semejantes, son tan poco
consistentes que no experimenta su ausencia. Así en esta época de divorcio entre la mente y el
corazón, así es como la Humanidad se adentra en el nuevo siglo divorciándose de las personas con la
misma facilidad con que se prescinde de los objetos y de las cosas”. Se centraba su lucidez en el exterior
en vez de mirarse adentro. Y se negaba al tiempo que escudriñaba a su sociedad.

“¿Y no es castrarse una forma de condenarse? Derrumbarse y permanecer en el suelo, ¿no es renunciar
al papel para el cual hemos sido elegidos?”.

¿Ignoraba Oscar el tesoro del que era dueño?... ¡Sí, sin duda! El genio, involuntariamente inspiraba
todas sus angustias y desdichas. Se encontraba en el peldaño más bajo de su carrera añicos en un
estado de desesperación en que todo parecía irreal e increíble. Olvidó totalmente los propios
sufrimientos y la completa frustración soportada en el abismo de la impotencia, cada día la misma
cantinela, ¿cómo escapar a esa horrible suerte?

Abrazado a los tentáculos del ostracismo y su inconmensurable hastío víctima de la ilusión de que la
libertad puede conseguirse por medios externos en el mundo de los hombres y la mujeres, su mirada
palidecía hasta marchitarse. Sentía la mordedura del freno en la palma de sus manos, el látigo en la
espalda y tenía pánico, callaba. Únicamente pensaba a borbotones. ¿Conformismo?

Que alguien se atreva a vestir de modo distinto al de sus semejantes y se convertirá en motivo de
ridículo y escarnio, ya no digamos pensar de otra manera distinta a la indicada por los poderes fácticos
del pensamiento único. Y sin embargo... Oscar hallaba –sagrado- el desorden de su espíritu!!! ¿Se
había convertido en un vidente?... A los ojos inquisidores, ¿un payaso o un charlatán de feria si se
decidía a gritar?

Para poder levantar la voz y hablar a su manera tenía que pelear centímetro a centímetro. Palidecían
las estrellas. ¿Se volvía su mirada peligrosamente corrosiva? ¿Puede estarse en el mundo sin formar
parte del mundo? ¿Es el mayor temor del ser la expansión de la conciencia?

Después del despertador a las 5’30 y del baño al son de los pájaros desayunó en el porche en el que
por fin se atrevió a sentarse, y, rememorando a sus compañeros recuperó una frase “Hay un mundo
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mejor... pero es demasiado caro” emocionándose a continuación porque aquella noche podría
recuperar por fin la fantástica vista que se tornaba un mar titilante de colores innumerables.

Dos horas admirando el panorama cambiante a cada instante que sorprendía por su sencillez
mordisqueando el tallo de una hierba cavilando “El medio frío y caro empuja a la banalidad”. Se
levantó para trasladarse a la cocina y se preparó una infusión de hierbas. Volvió al amplio porche y se
sentó. La atmósfera había vuelto a cambiar. Los tonos y las texturas eran diferentes pero no así la
línea de su consideración “El medio actual te lanza a trivializar la vida. Esclaviza a cambio de muy
poco provecho”. Llevó la taza a sus labios hasta agotarla.

Una media hora más tarde se dijo “En el noventa y nueve de cada cien hogares hay televisores, no
uno, sino varios”. Oscar pensó en los jubilados y desempleados sentados frente a esa caja donde
habitan pistoleros que disparan sus armas y cantantes que hacen ver que cantan y gente que se
enamora falsamente durante más de seis horas cada día. “Esa caja en vez de acercarte al mundo, separa
a las personas de lo que ocurre en su sala de estar atiborrándose de programas de entretenimiento de
dudoso entretenimiento. Y aún sin calidad, permanece encendido el aparato sesgando la capacidad
de imaginar e inventar otras posibles distracciones más fructíferas. Cada cadena tiene su punto de
vista y sus intereses y prejuicios. Demasiadas veces no hay veracidad en lo que se emite, sobretodo en
los mensajes publicitarios comprometidos con el impacto visual alejados de la ética profesional y la
honestidad, pero también están perdiendo credibilidad los noticieros”. Se puso repentinamente en
pie habiendo escuchado un claxon. Pero volvió a sentarse minutos después porque todavía no llegaba.

Oscar sabía que toda muerte es dolorosa, “¿Por qué la muerte de la princesa Diana conmueve más
que otras?... El duelo por la reina de corazones se convierte en un fenómeno. Era el personaje más
fotografiado del mundo, y es que el siglo XX inventó la fama desde que entraron en las casas unas
cajas que hablaban y luego otras que contenían dentro personas en blanco y negro que invadían la
intimidad al dirigirse directamente a la gente mientras comían. Luego fueron a color y se instalaron
para permanecer todo el día no sólo en la tarde a través de uno o dos canales, sino veinticuatro horas
al día a lo largo de más de cien cadenas”.

La princesa del pueblo despertaba autentica simpatía y la explotaron. Los excesos de la prensa
sensacionalista fueron condenados. Copadas las radios y los televisores de todas las cadenas con
sendos debates y bochornosas tertulias entorno a especulaciones sobre su muerte, apuntando la
intencionalidad de la casa real y de manera capciosa el deliberado acoso colectivo de los paparazzi. El
mundo la adoraba. Y para el mundo, quienes la entronaron a nivel popular fueron a su vez los
verdugos. Se convirtió su funeral en una manifestación pública de dolor y respeto por parte de
millones de personas de todo el mundo. Hubo mensajes de pésame de personas anónimas. Jefes de
estado de todo el mundo mostraron su pesar y el pesar de su país. El mundo entero se volcó con
Diana pero para Oscar había un pero “Y los hijos de nuestros nietos... los ignoramos con nuestro
comportamiento!!! ¿Por qué se presta tanta atención a los famosos habiendo otros temas
importantes?” sentenció Oscar.

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Y es que en general, se consume basura “Y nos preocupamos por idioteces”. Ahí estaba el caso de la
becaria de la Casa Blanca. Un asunto de sexo estuvo a punto de costarle el cargo al hombre más
poderoso del mundo. Realmente desalentador, sobretodo por su falta de honestidad, y por el morbo
general del mediatizado mundo atontado. A Clinton se le recordará por su mentira y su semen en
un vestido, aunque sea el primer presidente que ha visitado los estados autónomos palestinos. Eso
pensó Oscar.

Y le dijo al repartidor de nariz aguileña y manos como ladrillos que desde hacía una par de meses
asistía regularmente a Galdana para abastecerlo “Lo hubiera explicado desde el inicio y no hubiera
pasado del simple anécdota, pero tuvo que mentir. Al fin y al cabo, aunque cargo público al servicio
del pueblo era hombre y tenía derecho a su intimidad. Tenía derecho a un escarceo amoroso si le
apetecía. Pero tuvo que mentir. Se equivocó. Y se puso a sí mismo contra las cuerdas, porque seamos
claros, lo que forzó a la Cámara de los Representantes de EEUU a iniciar un proceso de destitución
fue el perjurio cometido y la obstaculización de la justicia desde su trono intocable. Después, ya no
tenía valor el hecho de reconocer ante el mundo que había tenido una relación inapropiada,
¿verdad?...” y el repartidor estuvo de acuerdo. Se arremangó el jersey para enseñarle un espectacular
tatuaje que se había hecho en el antebrazo.

Oscar le ofreció una cerveza pero no le dijo que era su cumpleaños, le dijo “La cadena ABC de
televisión emitió la primera entrevista pública a Mónica Lewinsky y treinta millones de espectadores
la siguieron... ¡como si no hubiera otros asuntos en el mundo!”. A la gente le agrada demasiado el
morbo. Y querían detalles, pero no reflexionaron como Oscar en el único detalle importante pues, si
mintió en algo tan poco trascendental como es una aventura amorosa, ¿cuántas cosas oscuras
escondía el hombre más poderoso del mundo?...

Absuelto de ambas acusaciones sus partidarios cerraron filas entorno a Clinton. Y lo inaudito es que
por correlación de fuerzas políticas resolvieron que no había cometido perjurio cuando lo había
admitido públicamente de la mano de su mujer no sin el desastre político y el férreo ridículo “Nadie
puede permanecer en política sin traicionar su integridad personal” pensó Oscar mientras despedía al
repartidor con un ademán antes de cerrar la verja dispuesto a cantarse el cumpleaños feliz en aquella
alta montaña aportado del mundo.

Es excesivamente difícil conjugar los propios ideales con el partido y el pueblo al que teóricamente
se sirve. Pero más inaudito es, que contra todo pronostico, las elecciones del Congreso de los Estados
Unidos reforzaron al presidente sobre el que pesaba la amenaza de un proceso de inhabilitación.
Inaudito pero cierto. Y no más cierto es que para la posteridad, será siempre Clinton el presidente de
la becaria.

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Atormentado por la rueda de la sociedad, víctima y verdugo, trataba de zafarse de la garra que lo
sujetaba como una prensa de tornillo.

Oscar se imaginaba en un camino haciendo señas a algún conductor para que lo recogiera dejando
luego que el conductor lo llevara donde le diera la gana sólo para variar el ambiente opresivo del
panorama. Le hubiera gustado ser un vagabundo para no tener un lugar donde quedarse ni un lugar
a donde ir, y sólo la preocupación de averiguar como llenar el estómago antes de la noche. Lo único
que le importaba era encontrar un lugar donde descansar y olvidar.

Pero la copa de amargura se colmaba hasta rebosar. Y él se mostraba como un tronco inmóvil que se
enfrenta a la inanición. Sus tormentos eran los tormentos de la inutilidad. Se desmoronaba como
estatua.

El tedio tremendo lo acongojaba. Era el reflejo del vacío interior en el cuál existía. Todas sus
elucubraciones estaban sesgadas, se trataba de una realidad parcial, pero es precisamente este aspecto
parcial lo que interesa a hombres y mujeres.

Oscar sufría como sólo sufre la semilla cuando cae en tierra estéril. No todos terminamos
convirtiéndonos en lo que somos. ¿Viene el destino del ser determinado por su carácter?

Oscar se despertaba cada mañana lanzando un gruñido, un lamento, una maldición. Pero no eran
gusanos en su cabeza lo que lo inclinaban obligándolo a arrastrarse. Y ante la fealdad de –su- sociedad,
asentía a toda mentira por temor a perder paz o seguridad, y sin embargo, amaba el mundo como
pocas personas saben amarlo. Tal vez por ese motivo disparaba a izquierda y derecha tanto arriba
como abajo una dos y tres veces disparaba a quemarropa pero apenas derribaba nada ya estaba
nuevamente en pie. ¿Se puede matar lo que está muerto?... ¿No es aquello muerto lo que está más
vivo por la imposibilidad de alterarlo?

* * * *

La vida es el sendero de la muerte y así mismo, la muerte es el sendero de la vida. Oscar no podía
impedir que los pájaros de la tristeza sobrevolaran por encima de su cabeza pero si podía permitir que
anidasen en sus cabellos que cada vez eran más largos y estaban más enredados al igual que sus
pensamientos.

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Definitivamente se olvidó de su aspecto. Su higiene personal se tornó escasa. No tenía apariencia de


sucio pero su brillo de antaño se había apagado. Solamente funcionaba su mente. Y nada más lo sabía
él.

“El hombre de hoy ya no tiene tiempo de conocer nada, ni descubrir nada, y por eso ya no se molesta
en buscar nada. Tan sólo compra cosas fabricadas, pero como no existen vendedores de amor, como
no se pueden comprar amigos, los hombres de hoy ya no tienen amor y han perdido a sus amigos.
Sólo conviven con la inerte materia que nunca llenará sus sentidos”.

Oscar prefería compartir una lágrima con el campesino que merecer cien sonrisas del señor ministro
pero una sensación de inutilidad se cernía sobre Ladaba porque no frecuentaba ni a uno ni a otro.
Sentía que malgastaba su energía pero en vano se maldecía. Su actitud era la causa de su propio
desaliento. Sin embargo, cuanto ocurría era oportuno para su proceso. Debía apreciar la parte útil de
su adversidad... ¡también somos lo que hemos perdido!

Y desde alguna parte Beatriz le decía -Puchi, encuéntrame en la sonrisa alegre de cualquier niño, en
el azul celeste del cielo, en la suave corteza de nuestro árbol, en la fragancia de aquella flor que
plantamos, en la melodía de las cataratas que quisiste mostrarme, en el ronroneo de un gatito lindo
que creo pensabas regalarme- y lo decía porque nunca aprendió a hablar como los adultos y Ana la
animaba a continuar bañándose en el océano que era su padre.

Pero Oscar estaba sordo, y ciego, convulsionado.

Hay gente intrépida que presumen que cualquier cambio escapa a todo control y afirman que debe
recibirse como la flor recibe el agua de la lluvia. Pero no todo el mundo comparte esta ansia por la
aventura. Hay quien se resiste a la modificación apretando con fuerza el pedal del freno para detener
el irreversible avance de la realidad.

Millones de sonámbulos se pasean por la vida como si no tuvieran que cambiar nunca. Viviendo en
uno de los períodos más excitantes de la historia humana, intentan evadirse, cerrar la puerta, como
si pudiesen alejar el cambio con sólo prescindir de la transición de una etapa a otra buscando una paz
separada, un exilio voluntario, una especie de inmunidad diplomática al cambio. Oscar era el más
claro ejemplo, no quería asumir su situación. Un duelo patológico lo detenía manteniéndolo
obstaculizado.

Todas las cosas, desde el virus más diminuto hasta la mayor galaxia, son, en verdad, no cosas, sino
procesos. No hay punto estático, esa feliz inmutabilidad que sirva para medir el cambio. Oscar sitiaba
el proceso al que debía suscribirse y adherirse sin remisión.

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Cuando el niño alcanza algo que nunca lograría Beatriz, la adolescencia, se encuentra rodeado de
cantidad de cosas hechas por las personas que representa el doble de las que tenían sus padres cuando
ellos estaban en la infancia. Nunca antes en la historia pasada se había dado el caso.

Rebuscando en sus viejos archivos de la universidad, Oscar encontró algunos ejemplos donde se
demostraba esta transformación tan radical en la proporción de realizaciones respecto a tan breve
período de tiempo. Y releyendo la aceleración de los transportes, y pensar por un instante
amargamente en el automóvil verde manzana de Ana, volvió a comprobar que en el año seis mil
antes de Jesucristo, el medio más rápido de transporte a larga distancia era la caravana de camellos
con una velocidad media de doce kilómetros por hora. Sólo en mil seiscientos, también antes de
Jesucristo, con el invento del carro, se elevó la velocidad máxima a unos treinta kilómetros por hora.
Tan impresionante fue este invento y tan difícil de superar esta velocidad tope, que, tres mil
quinientos años más tarde, cuando comenzó a funcionar el primer coche correo en 1784 en
Inglaterra, sólo alcanzó una velocidad promedio de dieciséis kilómetros por hora. La primera
locomotora de vapor fabricada en 1825 alcanzó una velocidad máxima de veinte y los grandes barcos
de vela de la época navegaban a menos de la mitad de esta velocidad. El hombre tuvo que esperar
hasta la década de 1880 para conseguir, gracias a una locomotora de vapor más avanzada, la velocidad
de ciento cincuenta kilómetros por hora. La raza humana necesitó millones de años para alcanzar
esta marca, sin embargo, bastaron cincuenta y ocho años para cuadriplicar este límite, ya que en 1938,
los aviadores superaron la barrera de los seiscientos kilómetros por hora. Y al cabo de otros veinte
años, se duplicó este límite. Ya en los años sesenta, aviones cohete alcanzaron velocidades próximas
a los seis mil kilómetros por hora “La raya que en un gráfico representase la modernización
tecnológica de la última generación saldría verticalmente de la página” dijo en seguida de leer sus
notas. Unas notas con las que tuvo un feliz reencuentro, y que por ende, le proporcionaron otra
pequeña huida y un refugio para su tortura porque dos horas antes... había escuchado llorar.
Arrebatado por la zozobra, salió hasta la habitación de Beatriz que vacía lo golpeó de un mazazo en
la nariz. Pero en vez de afligirse se ocupó comprobando la radical transformación acaecida en tan
breve período de tiempo, entretenido, curioso por los rápidos cambios. Tanta aceleración chocaba
con la velocidad de su perfeccionamiento interior.

Pasan siglos, milenios y de pronto, en nuestra era, estallan en pedazos las fronteras y se produce un
súbito impulso hacia adelante. El lapso entre la concepción original del invento y su empleo práctico
se ha reducido de un modo radical y es aquí donde reside la asombrosa diferencia entre nosotros y
nuestros antepasados. Y quizás los antepasados de Oscar no dilataran tanto en aceptar la muerte.
Probablemente era más cotidiana para ellos que ningún medio de transporte.

Recordó que la primera patente inglesa de máquina de escribir fue registrada en 1714 pero transcurrió
un siglo y medio antes de que la máquina de escribir se explotase comercialmente y pasó un siglo
entero entre el momento en que Nicolás Appert descubrió que la comida podía conservarse.
Actualmente, estos retrasos entre la idea y su aplicación resultan inverosímiles. Sin embargo, aunque

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la idea de la muerte era una dolorosa evidencia que asumir, resignado, su aplicación, estaba lejos.
Permanecía arraigado al pasado, dándoles vida, sembrándolos a su lado.

En algún momento de la historia humana, la permanencia había muerto. Ya nada es estático en


nuestros días.

Y de repente Oscar pensó en la basura, envases vacíos por doquier, kilómetros de papel de regalo
utilizado una sola vez, miles de cajas de cartón para embalaje, toneladas de plástico en forma de vasos
platos y cubiertos, cantidades de espuma de polietileno con la que se envuelven los aparatos
electrodomésticos, ¿cuánto tiempo dura un contenedor limpio y vacío?

“Hay que controlar la proliferación de latas de gaseosas cervezas y zumos. ¡Tanta chatarra férrica
enterrada!

“Compuestas por un cuerpo de hojalata y una tapa de aluminio, el coste que supone fabricar la lata
es mayor que el valor de su contenido sobrecargado de aditivos y de un gas perjudicial. Y la publicidad
no ayuda avasallando con anuncios que vienen a decir a la juventud que consumir bebidas enlatadas
es algo propio de su edad y los identifica, diferenciándolos de los adultos que no están en su onda”.

Había ido acumulando a lo largo de esos fatales años los periódicos que sin abrirlos, demasiado
haragán para levantar el teléfono y cancelar la suscripción, le llegaban en cajas cada vez que lo visitaba
el joven repartidor de nariz aguileña y manos como ladrillos que se había puesto un pearcing en la
ceja derecha porque tenía la amabilidad de traérselos desde la portería de su despacho en Barcelona.

Su correo, básicamente propaganda no solicitada regalaba cosas que no quería. No quería nada, pero
insistían las empresas que era gratis... ni que se lo regalaran de verdad era gratis. El coste era grande
para el planeta. Ocupaba otras dos cajas. Y mantenía todas las cajas en el garaje hasta que Oscar tuvo
que sacar el 4x4 que estaba delante del Porche para estacionarlo en la parte trasera de la mansión por
falta de espacio. Lo cubrió con una lona.

Se había generado tal montaña de papeles que pensando en la basura que un país acumula no le
sorprendió que exportaran los países del norte a los del sur “Cuando la pila creciente de basura se
amontona hasta salirse de las fronteras, completado el territorio, tiene que enviarse lejos, sobretodo
los bidones de desperdicios tóxicos. Todo a otro país. A un país del tercer mundo, claro”. Exportan
los ricos a los pobres, por ejemplo gran cantidad de armas. Llegan barcos y aviones cargados de
suciedad que desembarcan pero no vuelven vacíos porque importan-roban lo mejor de cada país
dejando a la población huérfana de sus reliquias. “Pero variar el lugar no libera de la intoxicación al
planeta. Y es que en USA, un estudio reveló que cada hombre mujer y niño genera diariamente el
doble de su peso en desperdicios”. Oscar estaba impresionado por la montaña de basura.
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Las consecuencias del estilo de vida del siglo veinte estaban en ropa interior. El siglo veinte fue más
que cualquier otro siglo el siglo del cambio perenne e inevitable. La esencia de la vida radica
básicamente en la transformación. Algunas utopías se han cumplido. Cosas que no podía imaginarse
cuando inició el siglo existen. Y trajo consigo cosas beneficiosas. “La sífilis ya no causa temor. El
cáncer ya no mata a todos los enfermos. Llegó la insulina para los diabéticos. Pero ha sido el siglo de
la inestabilidad y de la inseguridad”.

Lo vertiginoso de la informática, lo sorprendente de la biotecnología, lo inaudito de conseguir


acceder a ambos polos del planeta y a la montaña más alta. Todo asombroso, una huella imperecedera
en los anales de la historia. Y todo ello debería haber acentuado la responsabilidad, la lucidez humana,
la fragilidad de la paz. El hombre es impulsor de cambios y sin embargo, no cambia su interior. No
mejora. Y se empobrece.

El progreso técnico hace más fácil el intercambio y el entendimiento entre los continentes. La técnica
del transporte y de las comunicaciones se va perfeccionando e innovando, por lo que los océanos ya
no dividen a los pueblos, sin embargo...

“La paz, como el progreso, no está. Están los avances aclamados como logros, pero en general no
existe el verdadero progreso que guarda raíz humana y dimensión solidaria.

“Se consolida la estupidez. De lo contrario, ¿cómo puede justificarse la barbarie?”.

Únicamente quien conoce el pasado puede afrontar el futuro pero Oscar no estaba preparado para
digerirlo. No lo comprendía. Seguía desmoronándose cuanto más profundizaba. El hilo del que
prendía su salvación era muy fino. La consternación se acomodó en su almohada, bajo el forro, y
olía a podredumbre. Puro orín fermentado. Sumido al borde de la histeria debido a la experiencia
traumática reprimida no combatiría hasta atreverse con su circunstancia personal.

Oscar conocía la fiebre del consumo. Con razón podía decir “El consumo compulsivo, esta codiciosa
acumulación es un emborracharse que crea adicción, una adicción nefasta. ¿Puede ser aplacada esta
avidez?”.

Oscar sabía que si frente al deslumbrante repertorio de innumerables artículos podía plantarse a
contemplarlos con alegría frente a ellos pensando “Cuantas camisas lindas que no necesito, cuantos
pares de zapatos que no me hacen falta, cuantos electrodomésticos que me quitarían el sueño,
definitivamente soy libre” entonces lo era. Ese había sido su razonamiento.

Y todavía se preguntaba por qué. Por qué se ensucia la ciudad con vallas publicitarias que indican la
necesidad de tirar la basura en las papeleras. Lo que hace falta son más papeleras en la calle y que éstas
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se vacíen con mayor regularidad. La verdadera educación no es crear contaminación visual para
recordar un acto demasiado elemental sino una mayor educación en el seno de la familia, en el
colegio, en los bares, sí, sobretodo en todos los locales de ocio como tabernas y cafés.

Rememoró al propietario de un restaurante que hacía su aportación mediante pequeños sermones a


su clientela cuando lanzaban las bolsitas vacías del azúcar al suelo. En su establecimiento tenía
servilletas de tela en las mesas y toallas limpias y suaves en el baño. No le gustaba el papel, igual que
a muchos de sus clientes. Y Oscar era uno de sus clientes más fieles, aunque tenía que caminar siete
calles más desde su despacho para almorzar con un cliente al que hacer adepto al despacho y adepto
al restaurante.

La mitad de la basura son envoltorios, reducirlos, por tanto, reduciría considerablemente la cantidad
de basura. Los productos, por cuestiones obvias de higiene, deben estar empaquetados. Pero a Oscar
le molestó que la caja de bombones que le regaló a su amada Ana tuviera la misma proporción de
peso en plástico, papel cartón, y aluminio, que en chocolate. Por eso fue la primera y la última caja
de bombones que le regaló después de contraer matrimonio. Por alguna razón cuesta tres veces más
que su equivalente en tableta. “El envase engaña, y hace pagar el material y luego lo paga el planeta”
pensó.

A Oscar no le costó entender que se paga el exceso de envoltorio tanto en dinero como en impacto
ecológico. “Podemos tener calles más limpias y menos malos olores y la Tierra sana si tan sólo nos
lo propusiéramos”. Y Ana estuvo de acuerdo -En verdad está en nuestras manos- le dijo tal vez para
contentarlo días antes que naciera Beatriz avanzando torpemente con su barriga hinchada.

“La actual sociedad cada vez gasta más cantidad de recursos materiales. Se necesita un estilo de vida
que devuelva más de lo que arrebata a la tierra, un estilo que nos dignifique en vez del actual
comportamiento que explota el planeta y contamina con una deuda enorme para las futuras
generaciones.

“Precisamente la campaña –díselo con flores- no es conveniente. Díselo con tu actitud, con un
comportamiento que no favorezca el capitalismo y destruya el patrimonio humano que todavía
tenemos. Díselo con un beso sería más apropiado. Mejor aún, díselo con amor. Tenemos que exhibir
la bondad y la belleza con actos, nunca con cosas. ¿Cómo vivir en armonía si desbaratamos la Tierra?
Las flores son árboles pequeños. Desparecen los bosques!!!

“La industria de juguetes infantil, lejos de incidir en los niños, sirve únicamente para llenar cajas y
estanterías, primero en las tiendas, y luego en las casas. Escasa es la atención que se les brinda, porque
a menudo defraudan. Lo que prometen no es lo que los niños y niñas obtienen y pronto quieren
otro juguete pensando que quizás esta vez sí. Pero siempre existe el vacío. Además del desasosiego
de los pequeños y del despilfarro de los padres, la población infantil aprende rápidamente a mirar otro
objeto en busca de estímulo, un estímulo que no llega”.

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Oscar amaba la creatividad. Hubiera deseado construir con Beatriz juguetes con los que jugar
partiendo de las cosas que encontraran en la montaña y nunca de lo que compraran en una tienda.
Hubiera llevado a su hija a alguna chatarrería donde recoger piezas para luego construir algo
imaginativo. El juego es una manera de integrar la inventiva del pequeño en la vida. Le desagradaban
esos juguetes que lo hacen todo y sólo puede mirárseles con pasividad sin participar. Hubiera deseado
involucrarla. Hubiera buscado ropa extravagante para que se disfrazara. Hubiera tenido paciencia
durante sus juegos. Hubiera desterrado el aburrimiento de su léxico. Hubiera querido que agudizara
el ingenio. Hubiera permanecido a su lado largo tiempo. Sin duda lo hubiera hecho pero...

Los niños y niñas ya adultos han aprendido a ignorar la publicidad hasta despreciarla, porque
desconfían de la publicidad. Así que la respuesta es el incremento de los impactos todavía más
agresivos.

Le había contado Oscar al repartidor en su visita “Los anuncios son amenos, hay que reconocerlo, y
son muy tentadores. Y tan entretenidos como fraudulentos, ¿no te parece? Aumenta el bombardeo
televisivo y el cinéfilo debe renunciar a una película porque no la disfruta con tan inoportuna y
desmesurada interrupción” y le dijo que se llevara los nueve televisores de la mansión.

Al repartidor le chocaba toda aquella cantidad de cartas desbordando el buzón de la entrada de la


finca. A Oscar le daban ganas de escribir a las diversas empresas que mandan catálogos y material de
promoción no solicitado, sobretodo a los bancos. Sin embargo, escribió una nota que metió en un
sobre y pegó en el gran televisor de pantalla plana que le obsequiaba “El problema es la publicidad
que no informa, la que no ha sido solicitada, la que intenta manipular la opinión y crear modas y
lamentablemente lo consigue. La publicidad dicta las normas de cómo se debe ser para gustar,
presentando modelos infalibles para sentirse mejor, dicen ellos. Y ese es precisamente el drama. Gente
sin criterio y una gran debilidad se dejan atrapar y consigue la publicidad que se identifiquen con el
producto como si el articulo fuera a cambiarles la vida. Su acierto: la presión constante. No importan
las ventajas y los beneficios o las contraindicaciones como en el caso del tabaco. Fascinan con
imágenes atractivas acerca de quien lo utiliza, guapas delgadas y modernas personas aparentemente
inteligentes, total, una burda trampa para vanidosos”. Oscar no quería contribuir a la consolidación
de un mundo superficial.

Le dijo antes que se marchara “Michael Jordan ganó más dinero con Nike que todos los obreros de
Nike en Malasia juntos. Lo importante son los anuncios, no el programa. La televisión es un medio
publicitario en el que los programas rellenan los espacios entre los anuncios y no al revés”.

Y pensó una vez lo había despedido ya “Son la riqueza y la fama, y también el poder, quienes
posibilitan la economía de la opulencia al alcance del pequeño grupo de privilegiados que hace de su
consumo superfluo una forma de ostentación, gastando fortunas con productos y manteniendo un
estilo de vida sofisticado. Esa hartura contrasta de tal modo con el nivel de vida medio, que obliga a
aquellas personas a protegerse del asedio, del asalto y de la envidia, con un fuerte entorno de

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seguridad. La economía de la opulencia fetichiza la mercancía, idolatra el mercado, pone el dinero


delante de todo controlando el juego de poder en este mundo en que la política es siempre dirigida
por la economía. La publicidad es un arma letal que consiste en hacer famosa a la persona o la
mercancía convirtiendo lo superfluo en necesario. Y así sucede que en el Real Madrid tres jugadores
(un brasileño, un inglés y un francés) reciben juntos salarios anuales de 42 millones de dólares,
equivalente al presupuesto anual de la capital de El Salvador con cerca de 1.8 millones de habitantes”.

Es un mundo toscamente prefabricado donde todavía quedan poetas, poetas que no lee nadie, y la
visión de un mundo poético se desvanece, y la conquista de una realidad poética se niega, y se ignora
otra manera que la hay lo sofocante de lo absurdo prevalece. Prevalece la vida ausente.

Volvió a sonar el claxon del furgón al cabo de un mes.

Se había entretenido el repartidor en contar las curvas, sesenta y seis hasta lo alto de la montaña
donde se encontraba situada la morada a la que se accedía por una serpenteante carretera invadida de
árboles que mecían sus brazos con formidables piñas gigantes sentadas en el asfalto y de vez en
cuando un jabalí galopando junto a las ruedas de la furgoneta de reparto.

Al poco entraría por la rampa de entrada.

Oscar habría la verja justo cuando doblaba la punta del muro. Nunca tuvo que esperar a que llegara.
Nunca llegó antes el furgón. Aunque el repartidor lo intentara engañar avisándole que la próxima
vez tocaría el claxon en la curva treinta y tres en vez de en la cuarenta y dos, Oscar conocía cada
rincón de la carretera y el tono del claxon del furgón. Adivinaba el momento exacto de su llegada.

Era la única ocasión que intercambiaba unas pocas palabras con alguien.

Bromeaban a cerca de quien había ganado la apuesta mientras Zaak y Meelany ladraban en señal de
bienvenida. Le traía puntualmente las provisiones desde hacía casi un año porque la última vez que
Oscar visitó un establecimiento se enfureció. Le había explicado al contratar sus servicios “Te ves
forzado a visitar grandes centros comerciales. Ya no hay pequeñas tiendas como las de antes donde
prácticamente te abrazaban nada más verte. Yo tenía la sensación que el tendero formaba parte de la
familia. No olvido cuando con apenas seis o siete años visitaba la tienda de la esquina... no olvido la
devoción de la señora Pía por su pequeño cliente. En un negocio cuyo dueño es un comerciante
independiente, el cliente se halla seguro de ser objeto de un trato personal y de ciertas dosis de cariño.
Mis adquisiciones representaban algo importante para ella. Me recibía ya de mayor como una persona
que representa algo bueno para su establecimiento. Y las inquietudes y necesidades ya como amigo,
más que cliente, son materia de estudio para mí. Te has fijado que apenas quedan unas pocas tiendas
escondidas en barrios marginales...”.
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Aquel repartidor de veintitantos años, con su pearcing en la ceja que hacía encogérsele el estómago
a Oscar cada vez que lo miraba, se apeaba de la furgoneta para escucharlo convencido que hacia una
obra social con el desventurado ermitaño que le decía “Recuerdo que mi padre me hizo apreciar el
acto mismo de la compra, un acto que luego me proporcionó cierto sentimiento de dignidad, hasta
viciarme en comprar un sin fin de cosas innecesarias cuando gané mis primeros salarios. Fue entonces
que comencé a retirarme de los establecimientos comerciales hasta tenerles auténtica animadversión.
Quiero decir que... ¡cuán distinta es hoy la relación del cliente en las grandes superficies comerciales!
La vastedad de los centros, la abundancia de las mercancías expuestas, el gran número de empleados...
ejercen en mi persona una fea impresión; hiper indica exceso o exageración, su propio nombre lo
indica: mercado descomunal! Y toda esa gente comprando y comprando, haciendo cola en las cajas
registradoras... me vuelvo loco, en serio. No soporto las aglomeraciones. Hay tantos artículos iguales
que tengo que hacer un curso cada vez que debo adquirir uno. Siento que como persona no ofrezco
interés alguno al establecimiento comercial. Nada más les importa mi capacidad económica de
compra. Únicamente soy importante porque consumo, y el establecimiento no quiere perderme
porque otra cadena está al acecho para cazarme. Se concentran en arrebatarse mutuamente los
clientes y contribuye la feroz competencia a la deshumanización... deshumano, eso es ¡deshumano!”.

Y de repente Oscar lo dejó plantado. Se marchó de un salto. El repartidor lo siguió escaleras abajo
bordeando la zona ajardinada hasta la zona del bosque. “Un planeta sin árboles es un planeta inerte.
Inimitable belleza la suya, ¿no te parece? Dan ganas de abrazarlos”. Y Oscar abrazó un árbol mientras
el joven no osaba decir nada con los brazos colgados a los lados frotando con las puntas de sus dedos
la costura de los pantalones preguntándose que clase de cliente tenía.

Pasó un rato hasta que nuevamente habló: “Se reduce la masa de bosques del planeta a causa de la
lluvia ácida, a causa de los plaguicidas agrícolas, de los incendios, de la pérdida de fertilidad del suelo
y sobretodo, de la tala indiscriminada que se ejecuta sin compasión al árbol que se interpone en la
construcción de la autopista o de la urbanización, cuando el árbol convierte el dióxido de carbono
en oxígeno apto para respirar, pero, que importa! El árbol mantiene bajo control los gases que
calientan la atmósfera pero, y que mas da! El árbol devuelve a la tierra abono compuesto y facilita un
ecosistema rico y variado pero... parece que ésto no tiene valor. De lo contrario, ¿cómo se explica la
creciente desaparición de bosques enteros? ¡Ya sólo cubren un tercio del planeta!”. El joven
únicamente pudo asentir con la cabeza como había hecho Ana en numerosas ocasiones silenciada
por su abrumadora lucidez.

Le dijo mientras regresaban paseando hasta la furgoneta “Cientos de metros de estanterías a lo largo
y a lo alto, hectáreas de aparcamiento, monótonas horas cargadas de ruido incesante que incentiva
al derroche innecesario con ofertas y promociones por unos altavoces que retumban y retumban sin
cansarse, empujando el carrito por los laberínticos pasillos que parecen aprisionarte y, a continuación,
soportando largas colas ante las cajas... semejante actividad no puede finalizar si no es con un dolor
de cabeza penetrante. O no, no gracias!”. A continuación le entregó la lista de la compra que
constituía el siguiente encargo.

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Oscar se enojaba cuando no encontraba en la etiqueta los ingredientes claramente expuestos o el


contenido nutritivo o la fecha de caducidad. No hay madurez, no se sabe comprar, se quejaba
“Únicamente basura bien empaquetada con un envoltorio bonito que se paga caro. Ve tú. Yo no lo
puedo suportar”. Y no quería visitar las grandes superficies comerciales porque precisamente lo hacían
un montón de personas y todas a la vez como si de una fiesta se tratara. Una desvergüenza para
cualquier infante de escasos recursos de un país pobre que es insultado por la globalización y la
televisión por cable que ha puesto en su pantalla un mundo que antes le era lejano y desconocido.
Hoy sufre doblemente su penuria.

El repartidor descargaba la furgoneta con sus manos de ladrillo. Colocaba las cajas en el garaje. Los
productos perecederos en la repisa de entrada a la cocina, algunas en bolsas estaban en el suelo.

Visitó luego el porche donde estaba instalado Oscar para fumarse un cigarrillo mientras atendía
cuando le decía “Yo soy importante, solamente como cliente abstracto, como persona concreta con
sentimientos no intereso ¡nada significo! No hay nadie que se alegre sinceramente por mi visita. A
nadie le preocupa mi estado de ánimo, mi turbación, si no la entrega de un producto con margen
para el beneficio económico. Todo se reduce a esto: dinero”. Y en ese momento acordaron el coste
del servicio para los próximos meses que no incluía propina por tener que soportar los monólogos
que solo el primer día lo dejaron pasmado.

Pero con el tiempo había reconocido el repartidor que la sensación descrita no era aislada ni
únicamente suya porque su hermana y su madre la sufrían también. Y le confesó que ambas se sentían
pequeñas e insignificantes, sin importancia ninguna desde el momento de cruzar las enormes puertas
de cristal de la planta baja de cualquier gran superficie golpeadas por el calor en invierno y por el frío
en verano sintiéndose números al tiempo que subían por las escaleras mecánicas. “Nos hemos
acostumbrado a la comodidad excesiva, como si no tuviéramos piernas para caminar. Y nos dejamos
llevar inconscientes porque nos facilitan el transporte que nos obliga a observar los artículos mientras
se asciende o se desciende. No se puede perder un solo minuto en ascensores cerrados. Hay que
consumir, primero con las vista”.

En la época de las navidades de 1997 cuando el repartidor se excusó por no haber cumplido con el
servicio a causa del exceso de trabajo al que estaba sometido por la descoordinación con la jefatura
que ocasionaba cambios bruscos e inesperados que no lograba armonizar con su tiempo libre, Oscar
lo miró a los ojos y le puso una mano en el hombro “Te comprendo, supe enseguida que algo sucedía
al venir a abrirte la verja sin antes escuchar el claxon del furgón en un día inapropiado para la entrega.
Hoy no es miércoles! Relájate. Entra, voy a prepararte una tila”.

El repartidor había solicitado por escrito a la dirección un permiso especial para compaginar las visitas
al hospital donde estaba ingresada su madre, y estaba malhumorado, despotricó respecto a sus jefes.

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Oscar preparó la tila que le sirvió muy caliente y mientras el repartidor soplaba y tragaba intentado
no abrasarse la lengua le dijo “En una etapa de mi vida, yo también fui víctima del laberinto de las
jefaturas. Curiosamente ayer escribí en el ordenador... por cierto, aprovechó para agradecer la
amabilidad de tu gesto al consentir traérmelo del despacho”.

No pudo traerse el enorme cuadro porque el portero que tenía la llave lo había incordiado con prisas
por dejar la recepción desatendida el día que esperaba una inspección de los contadores de la luz.

“Escribir mis pensamientos me libera de la tensión... Fue durante la noche junto al fuego sin más luz
que la de la luna a través del ventanal que escribí sobre las consecuencias psicológicas de la vastedad
y superioridad del poder de las grandes corporaciones industriales y las empresas multinacionales y
de como este poder incide irreversiblemente en las personas. Estarás de acuerdo conmigo que en la
pequeña empresa de antaño, el empleado conocía personalmente a su patrón y se hallaba
familiarizado con su fábrica, cuyo total funcionamiento podía observar. Era contratado y despedido
en función de las necesidades y según las exigencias del mercado, pero siempre existía una relación
concreta con el patrón y su empresa capaz de otorgarle el sentimiento de pisar un suelo familiar, un
suelo conocido. Muy distinta es la posición de un empleado de hoy en una empresa donde trabaja
mucha gente, y te lo digo por propia experiencia”.

El repartidor asentía con la cabeza “El patrón se ha vuelto una figura abstracta. La persona física es
substituida por la anónima junta directiva en mi caso, la dirección central en el tuyo que a su vez,
obedece a una junta de accionistas de proporciones gigantescas. Hoy la cadena interminable de
mando no permite la comunicación directa del tú a tú. No se logra ver personalmente a quien tiene
la última palabra. Y se fomenta la tiranía ante la ausencia del encuentro de las miradas en las pupilas,
como tú y yo ahora”.

El repartidor no bajó la mirada “Ese poder absoluto con el que intentas tratar para que autorice a tu
jefe inmediato que no accede si no es con mandato expreso, porque teme hacer nada
voluntariamente, termina por castrar tu condición de ser humano y te convierte en un número, en
un expediente, en una pieza del engranaje. Es lógico que como persona te sientas impotente. Las
empresas llegan a tener dimensiones tales, que somos incapaces de conocer más allá del pequeño
sector operativo relacionado con la tarea propia que toca desempeñar y, claro, provoca situaciones
como la que vives, donde uno se pierde ante la desesperación de la nulidad. Pero ya no te entretengo,
tendrás mucho trabajo” Oscar estaba inspirado.

Y retirándole la taza se dispuso a acompañarlo hasta la entrada.

Otra vez se había quedado mudo el repartidor, ¿jarras de agua fría? ¿Era extraño que el repartidor lo
atendiera? ¿Y no era más extraño que a Oscar no le pareciera extraño que lo atendiera cuando nunca
antes nadie lo había escuchado?

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No más solitario que Oscar, aun rodeado de un montón de gente, el repartidor anudaba esfuerzos
por escapar de su soledad que al igual que la inmensa mayoría de personas lo predisponía para que se
despojara de su yo individual renunciando a sí mismo a cambio de conseguir integrarse al sistema, ya
fuera por medio de la sumisión a nuevas formas de autoridad o por una permanente actitud de
conformismo compulsivo con respecto a las normas sociales imperantes; así lo aceptó cuando giró
en la última curva ya entrando en el pueblo camino de la próxima entrega.

* * * *

La naturaleza humana no es ni la suma total de impulsos innatos fijados por la biología, ni tampoco
la sombra sin vida de formas culturales a las cuales se adapta uno de manera uniforme.

Hay ciertos factores en la naturaleza del ser humano que parecen fijos e inmutables: la necesidad de
satisfacer los impulsos biológicos y la necesidad de evitar el aislamiento y la soledad moral, por
ejemplo.

Oscar estaba bloqueando necesidades biológicas y se automarginaba apartándose de la sociedad para


desgranarla desde lo alto de la montaña como si se tratara de una flor que se deshoja pétalo a pétalo.

Cualquier individuo debe aceptar el modo de vida arraigado en el sistema de producción y


distribución propio de la sociedad en la que habita, pero Oscar cuestionaba y sin embargo, no ofrecía
alternativas. Criticaba de manera incisiva sin recordar sus palabras de Grecia, porque es desde una
crítica constructiva positiva y creativa que puede cambiarse el sistema, y el sistema debe mejorarse
siempre que se pueda, siempre que halla alguien capaz de hacerlo.

Y la adaptación al sistema debe ser dinámica y pausada a la vez. Y sucede que el ser humano puede
tener o no tener conciencia de tales impulsos, que son recursos innatos en todos los casos, y son
enérgicos, y exigen ser apreciados y utilizados una vez que se han desarrollado y, Oscar
concretamente, podía transformarlos en fuerzas poderosas que a su vez contribuyan de una manera
efectiva a forjar el proceso de adaptación social, pero todavía en tinieblas se mantenía
voluntariamente cercado.

El ser humano cuanto más gana en libertad, en el sentido de su emergencia de la primitiva unidad
indistinta con los demás y la naturaleza, y cuanto más se transforma en individuo, tanto más se ve
en la disyuntiva de unirse al mundo en la espontaneidad del amor y del trabajo creador, o bien, de
buscar alguna forma de seguridad que acuda a vínculos tales que destruirán su libertad y la integridad
de su yo individual sedándolo, amordazándolo, amontonándolo a la amorfa masa de la actualidad
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de una sociedad grotesca por la ausencia de valores morales que el capitalismo ha sabido apagar hasta
oscurecerlos.

Una vez cortados los vínculos primarios que proporcionan seguridad al niño, éste, como entidad
completamente separada de su familia y del hogar debe enfrentar el mundo exterior. Oscar lo había
hecho como se esperaba de él. Había estudiado obteniendo buenas calificaciones y se había
convertido como su padre en un abogado de provecho. Sin embargo, nadie le explicó nunca como
lidiar con la muerte. Ni siquiera los extraños mensajes que de repente se le habían manifestado sin
explicación ninguna quien sabe por qué razón, le advirtieron del período de tinieblas.

Al igual que su amigo, tuvo que superar el insoportable estado de soledad e impotencia forzado en
su adolescencia por la ausencia del padre, estado que se había complicado en la madurez por la
ausencia de su hija y luego de la amada esposa. Persistía la incomprensión de la muerte. La angustia
de convivir con ella. Oscar era prisionero.

Iván estuvo en condiciones de progresar inmediatamente hacia la libertad. Era capaz de establecer
espontáneamente su conexión con el mundo en el amor y desde el trabajo mediante la expresión
genuina de sus facultades emocionales y sensitivas. De este modo podía unirse con la humanidad,
con la naturaleza, y consigo mismo sin despojarse de la integridad e independencia de su yo individual
que desde Egipto le era más cercano.

Oscar penetraba en la opción de negar la capacidad de obrar. Demasiadas veces se le ofrecería la


actividad intelectual y, en vez de avanzar, retrocedía, abandonaba su libertad ignorando ese libre
albedrío al que él mismo se refirió en el hotel de París. Permanecía en la inquebrantable reflexión
coartando deliberadamente los poderosos envites de la energía. Y día a día se encerraba más y más
cobijándose en una oscura cueva tratando de superar la soledad en la inagotable comprensión del
mundo que lo rodeaba sin reducir la brecha existente entre su individualidad, su propia naturaleza y
la Naturaleza.

Aproximadamente veintitrés días después que iniciara el año 1998 se sentía particularmente
indispuesto, y es que la Amazonía estaba en llamas. Oscar había salido para sentarse con torpeza en
su bosque completamente apesadumbrado. Se abrazó a uno de sus árboles como otras veces. El fuego
arrebataba más de sesenta mil kilómetros cuadrados de sabana y selva virgen pero la gente del mundo
estaba más pendiente del lanzamiento mundial de Viagra. Pocos sintieron el mismo estremecimiento
interno que Oscar. Quizás por eso decidiera fallecer Octavio Paz luego de su larga enfermedad.

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Un violento temporal provocaba corrimientos de tierras y avalanchas de lodo en el sur de Italia, veinte
personas caían al vacío porque un avión militar estadounidense volaba demasiado bajo y rompió el
cable de acero del funicular. Un fuerte terremoto asolaba el noroeste de Afganistán causando cuatro
mil quinientas víctimas. Una avenida de pleamar arrasaba treinta kilómetros de costa en Papan-Nueva
Guinea y cinco mil personas morían ahogadas. Las inundaciones por el desbordamiento del Yang en
China causaba más de cuatro mil víctimas mortales. Se extinguía en aguas atlánticas el terrible Mitch;
el huracán más poderoso de cuantos registran los anales del siglo XX con vientos de hasta 2O9
kilómetros por hora tras devastar los países de Centroamérica después de sembrar la muerte y una
cruel destrucción haciendo gala de toda su furia demoledora contra cinco mil personas en Honduras
y tres mil ochocientas en Nicaragua, con tres millones de hogares perdidos y damnificados en Costa
Rica El Salvador y Guatemala al descargar en forma de fuerte tormenta una violencia tal que
desencadenó maremotos que asolaron Panamá México y el sur de la Florida. En este caso, la
catástrofe despertó la ayuda humanitaria internacional, insuficiente, tardía, burocratizada,
monopolizada luego por los dirigentes. No se recuperaría de la devastación una zona largamente
castigada por el hambre ni se aliviaron los graves desequilibrios político-sociales. En Turquía, durante
apenas veinte segundos, un terremoto provocaba ciento cuarenta y cuatro muertes pero el culto del
mundo era para la película Titanic, vencedora durante la noche de los premios de Hollywood la cual
debería hacernos reflexionar en torno a la codicia y la soberbia del hombre pero... y la atención
pública se centraba en la apertura de la residencia campestre de la familia donde está enterrada Lady
Di. Y quien tiene innumerables recursos económicos, en vez de practicar la fraternidad se interesaba
en insistir, en intentar dar la vuelta al mundo por cuarta vez en globo de aire caliente, frío su
corazón.

Oscar estaba al filo de un arrebato de histeria, ¿buscaba la unidad perdida y el regreso a los orígenes...
Todavía no convencido del tiempo cíclico, de la conciencia de contrarios, de la apertura del poder
vivificador y de la celebración del amor en todas sus formas innumerables.

Se había referido al sistema para arruinarlo, pero durante el período de tinieblas su pasividad a
orientarse hacia una actividad entorno a las mejoras, también le convertía a él en parte de la enorme
maquinaria que mantiene hueca a la humanidad. Sin considerarlo, se estaba sometiendo. Los dos
extremos son negativos: el anhelo de sumisión y las ansias de poder. Y no puede vivirse en un solo
extremo porque te atrapa el lado oscuro. La comprensión de la dualidad te permite transitar en medio
por una dimensión neutral.

Pensaba. Escribía. Pensaba y escribía. Pensaba y escribía y pensaba y resulta que incluso los mayores
deleites con el tiempo llegan a agotarse ¿pero era un deleite para Oscar pensar y escribir o solamente
una forma de escapar y huir?

Escribió en el teclado de su ordenador que le pareció blando y esponjoso sin darse cuenta que los
colores a su alrededor se desteñían y que las paredes se desvanecían para crecer barrotes desde las

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junturas del zócalo “Las relaciones humanas son como la vida, capaces de reproducirse, de
intercambiar energía, de evolucionar, pero una sociedad materialista, al igual que la materia misma,
es inerte y está inmóvil”.

Oscar ya había presenciado el auge y la decadencia de varios personajes psicodélicos que penetran en
la mente de millones de personas como una bomba imaginaria que explota igual como sucede en los
dibujos animados. Imágenes de modelos, atletas o actores que irrumpen de golpe para desaparecer
con la misma rapidez. Personas de carne y hueso, ampliadas y proyectadas por los medios de
comunicación masiva para elevarlos como deidades inmaculadas para que millones de hombres y
mujeres de todo el planeta que no las conocen y que nunca han hablado con ellas y nunca las han
visto en persona adquieran una realidad tan intensa como desmesurada del todo irreal “¡Menudo
fraude el de nuestros días!...” aunque lo peor es que seguimos consumiendo y reclamando más y más
porque las viejas imágenes mentales se extinguen para dar paso a otras nuevas que nos distraen de los
sentimientos igual como conseguían distraer las especulativas argumentaciones a Oscar de su
tragedia; negándole de manera encubierta la posibilidad de su recuperación.

Las modas aparecen y se extinguen a velocidades de vértigo. Ninguna generación anterior tuvo nunca
tantos personajes ficticios. Existía en los noticiarios un rápido giro en cuanto a líderes simbólicos
pero para el siglo veintiuno, los conceptos y normas que rigen en la actualidad nuestro pensamiento
girarán con mayor virulencia a un ritmo más que furioso.

Oscar percibía que de manera intencionada aumentamos el ritmo con que debemos formar y olvidar
las imágenes que no dan tiempo a instalarse en el corazón.

Recuperó el aire fresco de la suite del hotel en Egipto cuando se acostó a la hora en que el sol apretaba,
cansado, y despertó sobresaltado porque se asfixiaba mientras su amigo jugaba en el hall con las
jovencitas colegialas francesas.

Se había dado cuenta que empleaba entre un veinticinco y un cincuenta por ciento de sus horas
tratando de saber qué es lo que ocurría en el mundo y se preguntaba cómo sería posible decir nada
con certeza a menos que se interrumpieran las publicaciones durante diez minutos, pues todo
cambiaba a cada minuto. Los nuevos conocimientos, o bien se ampliaban o bien se hacían viejos de
repente obligando a reorganizar el nutrido almacén personal de imágenes universales. “Y dado el
ritmo a que se desarrolla el conocimiento, cuando el pequeño nacido hoy obtenga el grado de
bachiller, el caudal de conocimientos del mundo será cuatro veces mayor que ahora” y, una vez más,
sus ojos se nublaron y se dejó atrapar por la depresión por largo tiempo.

Y tras días pegado a la cama sin ganas de levantarse ni para orinar, Oscar olía a vestuario de hombres.
No le hubiera importado que sonara un repentino golpe seco en la habitación de al lado o el silbato
de una locomotora, hubiera seguido postrado en la cama.

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Invocaba a Beatriz y Ana encogido en posición fetal en la gran cama de matrimonio llorando en
silencio. Todavía una semana más.

Pero un día volvió a sonar el despertador. Y guardó su cuerpo durante una hora en agua caliente. Y
desayunó en el porche un par de huevos fritos con jamón dulce que acompañó con un vaso que
llenó de rioja. Y en el horizonte divisó una puerta que se abría tenuemente cuando sorbía el caliente
café en la taza que le había regalado Ana.

Oscar se activó de repente como una lámpara a la que han prendido “La aglomeración de personas
hace posible una gran diversidad de relaciones interpersonales y es precisamente esto, la temporalidad,
lo que caracteriza cada vez más las relaciones humanas a medida que se avanza hacia la apisonadora
del superindustrialismo. Así como las cosas y los lugares pasan a ritmo acelerado por nuestras vidas,
lo propio hacen las personas. La interdependencia entre unas y otras se limita a un aspecto muy
fraccionado de su dimensión humana. Y la relación se centra, básicamente, entorno a la actividad que
los reúne. A la acción de uno frente a la reacción del otro”. Llevó a la cocina las cosas que lavó
inmediatamente.

Al regresar a su asiento en el porche midió el alcance de lo que de manera inevitable sucedería con la
entrada en el siglo veintiuno “La condición humana óptima es relacionarse con el conjunto de los
rasgos que confieren en su complejidad al individuo, es decir, con toda su personalidad. Desde su
apariencia física, su capacidad intelectual, su estado fisiológico, su nivel de salud, su posicionamiento
social, sus características emocionales, los aspectos espirituales y el éxito profesional”.

En el pasado se acostumbraba a seleccionar a unas pocas personas concentrándose en un grupo


reducido, sin embargo, Oscar observó y se percató que esto ya no era lo usual. Cada vez más gente
se relaciona parcialmente con áreas concretas de la personalidad de muchas otras personas
aparentemente sin identidad. Eso era lo que imperaba en el mundo durante el otoño de 1998, y lo
resumió en su archivo informático de esta manera: “Mientras el dentista preste el limitado servicio
que le pedimos, dando satisfacción a nuestras limitadas esperanzas, poco nos importa que crea en
Dios o en la pantera rosa. O que comparta nuestras ideas políticas. O que le guste la misma música o
la misma comida que a nosotros. Pero es absurdo afirmar que únicamente podemos tener este tipo
de relaciones que por otro lado, van en dirección opuesta a la condición del ser humano”.

A este razonamiento, a la errada opción del hombre moderno llegaba después de darle muchas
vueltas al tema. Y rascándose la nariz con frenético nerviosismo porque quería transcribir una frase
antes de que escapara, se la aruñó peligrosamente y comenzó a sangrar. Tenía las uñas demasiado
largas. Consiguió escribir con la mano izquierda mientras goteaba la sangre encima del teclado: “Lo
temporal coacciona tanto que termina por ahogar la libertad de obrar. Nos hemos acostumbrado a

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las cosas de plástico. A toda cuestión superficial. Hemos adoptado lo artificial, lo antinatural. Estamos
confundidos”. Sin embargo, emborrachado por sus deliberaciones...

Una semana más tarde en la mecedora del porche a la misma hora, con los perros a sus pies, Oscar
era partidario de algunas relaciones totales en la vida pero comenzaba a darle la razón a la anticipada
actuación de su buen amigo Iván, ya que, preferir una sociedad en que el individuo tenga relaciones
sagradas con unos pocos elegidos, en vez de relaciones con muchos, es querer ver las cadenas del
pasado. Significaba detenerse en el siglo que terminaba, negando la nueva dinámica general, lo cual
equivalía a decir que prefería mantenerse en un pasado donde los individuos podían estar más
estrechamente ligados entre sí, pero que estaban, también, más estrechamente regidos por los
convencionalismos sociales, por las costumbres sexuales, por las restricciones políticas y religiosas de
las cuales, Iván... más que nadie consiguió liberarse! Y Oscar, también quería liberarse en su
elucubración virtual, y digo virtual porque no se relacionaba, no tenía como variar su
comportamiento. Únicamente variaba su opinión.

Ya en su infancia, Iván advirtió muy pronto la fugacidad de los lazos humanos cuando la empleada
que venía a limpiar una vez por semana comenzó a tener rostros distintos. Por tal motivo se preparó
para sumergirse en un mundo de inestabilidad del que aprendió rápidamente, primero a adaptarse
con facilidad sin precisar plantar raíces y más tarde, por la fragilidad de las situaciones y por su
relatividad a bailar con las circunstancias al son de su música extendidas las alas siempre dispuesto a
volar. No sería hasta cruzar el umbral de Egipto, tras ese destello de luz que como una bengala de
señalización cayó lentamente hasta el suelo en un interminable descenso en el inmenso desierto que
evitó desprenderse por completo, convirtiéndose en su madurez en el añorado médico familiar que
practica medicina general sin poseer la refinada y típica competencia del especialista pero al menos,
tenía la ventaja de atender muchos pacientes desde la misma cuna hasta la tumba.

Oscar intuyó que su amigo había superado el concepto de persona modular, algo que ahora le seducía
a él. Lo seducía el descubrimiento. Esas apresuradas bienvenidas de intercambios intensos habían
existido antes para Iván. Nunca para Oscar.

En general, la gente del campo es poco aficionada a establecer relaciones temporales. Tarda más en
crear lazos y es más reacia a romperlos. No es de extrañar que esto se refleje en una mayor renuncia
a trasladarse, a cambiar de empleo, de amigos, de casa. Van donde tienen que ir empujados por las
necesidades. Raras veces por propia iniciativa. Y siempre se relacionan con su hábitat, con las personas
de su alrededor. En las ciudades, en cambio, las relaciones son más funcionales y el paso acelerado de
personas por la vida de uno implica una capacidad, no sólo de atar lazos, sino también de romperlos;
no sólo de integrar sino también de desintegrar. Estos pensamientos entretenían a Oscar
distanciándolo de su dolor como asilo para su zozobra, acrecentada porque ahora temía que existiera
la posibilidad de perder a su buen amigo Iván, a quien no había visto desde ese último cambio

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manifestado durante el encuentro en Egipto y con el que se habían cortado la conversaciones


telefónicas después del primer trimestre de matrimonio.

Tuvo una visión en el porche mientras oscurecía y frente a él surgía despacio el árbol de navidad
titilando. Le horrorizó que a lo largo del siglo veintiuno se elaboren de manera maquiavélica frías
normas para los directivos recién ascendidos aconsejándoles romper gradualmente con sus viejos
amigos y subordinados, animándoles a buscar excusas lógicas para no asistir a las reuniones de café o
a los almuerzos de grupo, para dejar de acudir también a las sesiones de bolos y las veladas de cartas,
al principio ocasionalmente y después, con mayor frecuencia hasta erradicar todo contacto humano.
Y la sola imagen de estas instrucciones prácticas sobre la manera de hacer añicos las amistades le
dieron nauseas no sólo a Oscar.

Algunos avispados psicólogos y pedagogos sensibles que la noche del eclipse observaron con el
corazón abierto, despiertos, brincaron. Pero la avalancha de acontecimientos los distrajo haciéndoles
olvidar tal percepción al día siguiente.

Oscar pensó “Pronto el profesor ascendido a decano, el oficial, el ingeniero que se convierte en
director de un proyecto jugarán a ese macabro juego social si es que no lo hacen ya”. Así razonaba
cuando llegaba el amanecer envuelto en una manta a la intemperie. De pronto pasó su mano por una
y luego la otra mejilla. Se trasladó al baño para embadurnarse la cara con espuma de afeitar mientras
se hablaba en voz alta “Si la amistad se funda en intereses compartidos, forzosamente habrá de
cambiar el individuo cuando se transformen estos intereses. Y en una sociedad atrapada en la
transmisión del más rápido cambio en la historia humana, sería asombroso que los intereses de los
individuos no cambiasen también vertiginosamente”. Había que educar a los niños pequeños para el
cambio pero él estaba sin Beatriz, y sin la madre de sus próximos hijos. Se afeitó con desgana
cansinamente mirando su imagen reflejada en el espejo que el vaho difuminaba.

Día tras día volvía a revivir la infancia de Beatriz, preguntándose por la propia cuando analizó unas
estadísticas que rebelaban que era habitual en los colegios de grandes urbes que experimentaran
cambios en más de la mitad de los estudiantes, y esa fenomenal proporción, no dejaba de tener un
importante efecto sobre los niños y entonces, sumergido en el océano de la ausencia de su amada
sirena sollozó otra vez afligido, otra vez descompuesto, doblemente mutilado derrumbándose Oscar.

Intentó concentrarse nada más en los maestros, quienes se veían privados de buena parte de la
satisfacción que se siente al observar el desarrollo del niño alumno; muy lejos de la satisfacción que
hubiera experimentado él de poder participar del desarrollo intelectual y emocional de Beatriz codo
a codo con Ana juntos los tres.

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¿Con qué rapidez sería deseable que los niños y para el caso, los adultos, incluso Oscar, respecto a
Beatriz, contrajesen y rompiesen relaciones humanas? ¿Existe un ritmo óptimo que no puede
superarse sin ocasionar peligro? ¿Condiciona lo temporal la libertad individual? ¿Hubiera participado
Ana en el debate? ¿Se hubiera producido?

En mangas de una camisa arrugada y pestilente con el sabor agrio en la boca sin poder tragar saliva
que se había tornado arenilla de piedra erosionada por el tiempo de abandono alineó el texto que
había escrito en el ordenador y lo remarcó en negrita y enumeró las páginas. Guardó y cerró.
Desenchufó el equipo informático. ¡El mar bravío!

“Los hijos necesitan aprender desde la misma infancia mediante el ejemplo de sus padres y abuelos
algo diferente a lo acostumbrado en la actividad cotidiana. La actualidad moderna dicta un ritmo
espeluznante que grita: Tómalo tú antes de que lo haga otro. Pisa antes de que te pisen a ti. Cógelo
ahora que no mira nadie. Arrebata al ingenuo cuanto puedas y al débil todo cuanto quieras.
Lamentablemente, no se procesa el desinteresado obsequio, el afecto. La disposición de dar cariño
no existe... Ay! Si tuviera mi pequeña sirena...”. Oscar encendió nuevamente el ordenador y se puso
a escribir de manera compulsiva: “Los estudiantes necesitan amar la erudición y aprender de sus
ancestros. Entregar unos datos, darles una lección, dictarles unas notas que memoricen para el
examen no es dar. Es demostrando amor por la materia, por los alumnos, por el aprender y el saber.
Es ampliando el acto de darse a sí mismo en cada clase que se obtiene un logro importante. Así es
como pocos maestros que dedican su tiempo, sus destrezas, sus talentos y su sensibilidad humana
logran satisfacción, una satisfacción que se manifiesta con indudable fuerza en su estado de ánimo, y
a nivel emocional, y a nivel intelectual, y a nivel espiritual. Somos tanto alumnos como maestros a
lo largo de toda la vida y como maestros, la hazaña no es la sabiduría del conocimiento si no la llama,
la capacidad de encender la luz interna del otro para que ponga en practica todo el saber”.

Pero Oscar no estaba en condiciones de enseñar nada. Ni sabía exactamente qué era lo que podía
enseñar a nadie. Todavía era un alumno muy aplicado que ya no hacía sus tareas en casa. Un alumno
que engañaba a la madre naturaleza con su termómetro recalentado argumentando estar enfermo y
no poder asistir al colegio. La universidad de la vida lo aguardaba, pero él se sitiaba detrás de los muros
de Galdana sintiéndose poderosamente a salvo de todo.

Había leído en algún libro de sicología que las personas enfrentadas a un peligro inminente,
únicamente son capaces de continuar hacia delante sin detenerse, ensimismados, negando las señales
de una posible catástrofe.

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En Oscar, parte del proceso de negación de su realidad particular y de su deterioro desembocaba en


un conformismo apático ante la resolución, postergando la cancelación amparado en la rotunda
evidencia de que en el mundo, las cosas no van bien, no están bien, en vez de centrarse en sí mismo,
en su necesidad, y día a día se hundía intentando convencerse que no se puede hacer nada, que todo
está perdido, que el mundo inevitablemente perecerá y con él toda la raza humana.

“Debido al enfriamiento de la capa de ozono que nosotros mismos hemos ocasionado se están
doblando el número de huracanes en todo el planeta. Lacas, perfumes, insecticidas, desodorantes,
abrillantadores, y un sin fin de productos no tienen la culpa. La única responsabilidad corresponde al
usuario porque si no los comprara nadie los vendería. Nadie los fabricaría.

“Cada molécula de cloro destruye aproximadamente 1OO.OOO moléculas de ozono.

“Una fina capa de ozono a veinte kilómetros por encima de nosotros protege la vida terrestre de la
radiación ultravioleta del sol. Su gradual desaparición está provocando graves alteraciones en el clima
del planeta que habitamos. Está provocando la muerte masiva del plancton por el aumento de la
radiación que llega cada vez con mayor fuerza a la superficie del mar. Está multiplicando los cánceres
cutáneos así como los trastornos en los ojos. Y reduce drásticamente las cosechas. La sustancia
destructora que liberan los aerosoles tarda entre siete y once años en alcanzar las partes altas de la
atmósfera y permanece allí durante cien años. Lo que ocurre ahora en el Ártico y la Antártida, las
disminuciones notables alarmantes, es el resultado de la contaminación producida durante las dos
últimas décadas. ¿Qué salud puede garantizarse a nuestros hijos?...”. Y Oscar lloró nuevamente por su
hija justamente cuando llegó el repartidor que estaba convencido que vivía como un loco exiliado
del mundo y la vida.

Como cuando meditaba, se había retirado de la actividad del habla porque generaba turbulencias en
su mente. Oscar seguía aficionado al silencio guardando esta actitud durante días enteros, incluso
durante un mes hasta que volvía el repartidor. ¿Le hubiera respetado Ana su espacio?

Era inevitable. También lloró el repartidor camino de su casa sin terminar su jornada laboral ni los
repartos pendientes rememorando a la simpática niña de las coletas de su barrio. La vecina enfermiza
encontró la muerte prematura a causa de las finísimas gotas inapreciables al ojo que el spray de olor
que su madre obsesionada esparcía varias veces al día esparciendo las sustancias tóxicas por toda la
casa. La pequeña sufría de asma. Y el ineludible peligro para los pulmones de tanto aerosol la mató.
Perfumar el ambiente se llevó a la niña de las coletas con apenas siete años. Y aunque no se lo creía
todavía, su madre nunca se sintió culpable del incidente como tampoco se consideraron culpables
fabricantes y comerciantes. Detrás de su fachada de -amigos de la naturaleza- donde anuncia la
etiqueta –detergentes sin fosfato o aerosoles sin CFC- el resto de los componentes siguen siendo
venenosos. Los detergentes tienen blanqueadores químicos y enzimas que provocan alergias y asma.

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“Biodegradable, una farsa. La biodegradabilidad se debe sólo al tenso activo, que es lo que provoca la
espuma, pero la descomposición de las demás sustancias sintéticas no se menciona en el etiquetaje,
cuando son las que contaminan el agua al contribuir a la función de la capa legamosa que a menudo
se encuentra en lagos embalses y ríos con corrientes débiles, y que al pudrirse asfixia a los peces”.

Un mes más tarde, nuevamente el saludo a lo lejos, la mirada en los ojos, la palabra pronunciada para
la comunicación con otro semejante.

Había descargado ya la furgoneta con sus manos de ladrillo y colocado las cajas en el garaje y los
productos perecederos en el congelador y la nevera y se marchaba el repartidor cuando escuchó el
chifletazo de Oscar “Olvidas las cajas de cartón reciclable”. Sin levantar los ojos del libro que leía en
la esquina del porche con los pies apoyados en la barandilla, continuó para incidir en el joven visitante
“Ya sabes que defiendo la utilización de recursos renovables... recuerda comprar huevos ecológicos
de los que no vienen en caja de plástico u otros materiales que puedan perjudicar la capa de ozono”.
Y mientras lanzaba las cajas de cartón perfectamente dobladas al interior de la parte trasera de la
furgoneta, en silencio reconoció el joven –Si todos insistiéramos en consumir huevos puestos al aire
libre se evitaría la degradación y la enfermedad de millones de gallinas cruelmente enjauladas que
podrían gozar de aire fresco y libertad de movimiento. La tierra se beneficiaría con su estiércol-.
Había aprendido con cada visita. Y bajó la montaña murmurando en voz baja -Quien anda con un
cojo termina cojeando-.

Y mientras Turquía dormía, a las tres y dos minutos de la madrugada la tierra se quejó, aulló, se movió
en el noroeste de la península de Anatolia durante cuarenta y cinco interminables segundos con una
intensidad de siete grados en la escala de Richter causando cerca de cuarenta y cinco mil víctimas
mortales y la destrucción del pulmón industrial del país. Nunca antes se habían producido tantas
catástrofes naturales como en los últimos tiempos. Algo estaba diciendo el planeta además de
lamentarse con un indeleble quejido pero, ¿cuántos lo escuchaban además de Oscar?

La gente se entretiene viendo en televisión como despedazan a la TOPModel que al levantar el brazo
muestra que no se ha depilado las axilas o ridiculizando al actor de moda entrevistado en una fiesta
que tiene un pedacito de lechuga entre los dientes. Hay quienes se dedican a meterse espadas por la
garganta. Y quien fabrica perritos robot como animales de compañía. Veinticinco balones de básquet
rodando a la vez. Leche por la nariz que sale por el lagrimal hasta alcanzar un metro y medio.

* * * *

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A Oscar le faltaba administrar su propia energía, darle un poco más de vida a su vida. Estaba
literalmente atropellado por el infortunio y la calamidad y en un albergue de congoja que duraba ya
cuatro años amparaba su martirio. Desde la fatalidad, su oscura desgracia crecía y crecía como un
árbol que rasga con sus ramas las nubes.

Le había dicho a su buen amigo en París que observando las cosas desde otro ángulo es como nacen
las nuevas oportunidades, ¿podían abrirse extensas posibilidades para el género humano con su forma
de mirar?

Había apostillado que la propia vida afecta al conjunto de la humanidad. Pero Oscar era un
irresponsable, ¿y su actitud mancillaba a los demás? ¿a la futura humanidad... porque no era... porque
había rabia en su mirada!

Le había dicho en Grecia a Iván que la adversidad puede ser muy grande pero el hombre lo es más
todavía, y puede con toda forma de adversidad. Pero se derrumbaba un minuto y al siguiente
también... cuando Oscar le había dicho: yo me autocontrolo.

¿Estaba su libertad recortada? ¿Realmente intentaba hacer en cada momento aquello que entendía
que debe ser lo más adecuado?

¡Seguía conduciendo con el freno de mano puesto!

¿Era Oscar la expresión del individuo que precisa estar sometido?

Inmerso en su situación, atrancado en el estanque cerrado sin agua fresca ya no nacían renacuajos ni
se bañaban los niños ni proveía a los hogares con el agua del embalse puesto que se había convertido
en un pantano. No sembraba una nueva cosecha. Permanecía sentado y ni siquiera lloraba. Hasta sus
lágrimas se habían secado.

Y todavía resonaban las palabras pronunciadas en Grecia: “No quiero sentirme malhumorado ni
enfadado o resentido. Sería muy desgraciado si ocurriera”. Y vaya si lo era. Un desgraciado
empedernido peor que ningún trapo sucio. Oscar estaba terriblemente resentido con la vida y el
mundo que lo albergaba.

Y negaba sus propias palabras de Egipto: “Uno debe cooperar con lo inevitable, enfrentándose a ello,
no actuar como un avestruz que esconde la cabeza bajo tierra”. ¡Mayúsculo avestruz! Podía elegir
libremente qué cantidad de ansiedad merecía su tragedia negándose en rotundo a entregarle un
minuto más. Él, que había dicho que debe pasarse forzosamente de un estado a otro, ¿dónde estaba
la constante transformación a la que se refirió?

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Ya no tenía una actitud mental positiva, hacía tiempo que estaba estancado. No pasaba al siguiente
estadio obligado. Se limitaba a vegetar como una planta. Oscar elegía la pasividad.

Sediento, no encontraba el agua y no la encontraría hasta no digerir su trauma, ¿se enfrentaría a la


muerte?

Le había dicho a su amigo: “Me gusta ir un poco más allá sin permanecer inerte ni pasivo”, y sin
embargo...

Oscar sabía que únicamente se ve bien cuando se mira con el corazón, pero el ojo de su mente estaba
tan abierto que... y su corazón tan lastimado que...

Y se volvía un excéntrico. Oscar temía que bacterias y microorganismos manipulados se escapasen de


los laboratorios. Temía la interacción con el medioambiente de incontroladas sustancias alteradas,
perdidas por accidente o robadas para traficar con ellas. Temía la catástrofe que se engrandece día a
día porque las ventajas son inferiores a los inconvenientes. La Unión Soviética hundió cinco mil
contenedores nucleares y dieciséis submarinos nucleares en el mar del Norte.

Pese a las protestas internacionales contra ensayos nucleares en el Pacífico Sur, Francia no renunció
a su programa de actividades. “Más pruebas ¿para qué? ¿No conocen ya lo nefasto de su actividad?”.
Y Pakistán realizaba más pruebas atómicas. “Siempre hay alguien que rompe el equilibrio”.

En Chernóbil se confirmó la incapacidad del hombre para controlar el monstruo creado. Pero no fue
el único caso. Siguieron los desastres. Y no sólo miles de muertes por cáncer y defectos genéticos en
las próximas generaciones, lo peor es que volvió a su funcionamiento cinco meses más tarde. “Nadie
renuncia a la energía nuclear. Se continúan construyendo nuevas instalaciones y cada vez hay más
centrales. No se buscan fuentes de energía alternativa. Se camina directo a la tumba.

“Cuando Julio Verne pensó en Nautilus, no creo que lo concibiera como el primer submarino
nuclear que hoy, afortunadamente se encuentra en un museo.

“Greenpeace impide que se arroje ácido diluido al mar, que cesen algunas pruebas atómicas, y nos
extrañamos de intensas precipitaciones repentinas y con llamarlas simpáticamente gota fría nos
olvidamos de quien altera el ecosistema planetario. Pero seguimos fabricando otros aviones de
combate y buques destructores cada vez más sofisticados, ¿y yo formo parte de esta especie?

“Las autoridades estadounidenses responsables del control de alimentos autorizan la venta de tomates
manipulados genéticamente. Los comerciantes los venden. El pueblo los compra sin saberlo. Y es que
poca gente pregunta, por qué. Ni siquiera las damas que son obsequiadas con rosas de color azul
preguntan acerca de eso que la naturaleza no tenía previsto. Es el capricho del hombre que en vez de
valorar los tesoros fabrica a su antojo”.
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En Gran Bretaña, un niño de dos años fue secuestrado y asesinado por otros dos niños de diez años
de edad. Oscar se conmocionó como medio mundo pero él, además se preguntaba el por qué. Dos
adolescentes de once y trece años mataron a tiros a cuatro chicas y a una maestra ante su escuela en
USA.

Al borde del desastre, manchadas las manos, se preguntaba cuándo dilataría la humanidad en hundirse
en el barro. “¿Es que no veían la fastuosa decrepitud? Es el punto álgido o todavía aguarda algo peor?
No hay un alto al fuego. Conducimos ebrios sin cinturón de seguridad”.

Aunque se penetraba con sondas satélites y cohetes el espacio, la humanidad del ser no alcanza órbita.

El mundo padece de guerra endémica. No se retiran los alambres de púas en las fronteras, se
electrifican.

Estado de emergencia.

En la cima de la exasperación. Torturado por la desazón. Abstraído. Los urgentes cambios de actitud
y comportamiento necesarios que el individuo debía realizar le parecían imposibles. La contundencia
de tanta falta de sensibilidad le parecía imposible de vencer. Tanto desinterés por el planeta Tierra le
parecía increíble. Y sin embargo, es urgente y lo sabía, y, no sabía qué hacer, ¿cómo proceder?
Descorazonado y afligido ya no era una tapadera para su propia tragedia. Estaba realmente
preocupado pero en vez de ocuparse en algo concreto para paliar tanto mal, permanecía murmurando
en voz baja solo encerrado en su mansión que si cerraba los ojos podía colocarla en un lugar cuyas
cuatro lados miraran al sur porque era capaz de colocarla en el Polo Norte donde cualquier punto
que se mire siempre mira al sur... huir... escapar ¡lo más lejos!

Su conciencia era infalible, dotada de inamovible justificación, pero no sabía como ayudar. Y pensó
en Jesús, en el sermón de la montaña –Bienaventurados los mansos y humildes porque ellos
heredarán la tierra- y se preguntó de inmediato ¿dónde están los mansos si la competitividad alienta
a la guerra? ¿Dónde los humildes, si la vanidad por la fama gratuita es el anhelo constante? Y
nuevamente recordó la ausencia de los hijos de sus hijos y lloró desconsoladamente aún habiéndosele
secado las lágrimas, ¿de dónde las sacaba?

De ningún modo se apaciguaba su corazón adolorido amordazado de vida. Oscar limaba la dicha de
ser.

Había subido al Porche y al 4x4 para encenderlos durante un rato pero ninguno de ellos tenía ya
batería. ¿Y le importó a Oscar? Estaba sumido en un pensamiento “No se puede perseguir un interés

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en beneficio propio y esgrimir ante el mundo su amor al prójimo y a la naturaleza si predomina el


ansia de éxito y dicho éxito atenta contra la gente”. Volvió a tapar el 4x4 con la lona.

Cruzaba el gran salón cuando se fijó que encima del sofá había una gran cantidad de ropa por
planchar. Pero... “No es ningún secreto que industrias químicas fabrican productos que destruyen la
capa estratosférica de la tierra y también producen armas biológicas. Armas que ningún bien pueden
hacer a quien las utiliza. Armas que ningún bien harán a quienes las padecen, siempre la población
civil indefensa. El mal es un bumeran que regresa a su origen porque lo feo regresa a la fealdad
arrastrando a un sin fin de inocentes. Los soldados de la guerra del Golfo que participaron en la acción
tormenta del desierto, de regreso a su país trajeron virus que afectaron a sus familiares. Bombardearon
instalaciones químicas que fabricaban gases. Liberaron los gases, gases que los mismos
norteamericanos habían fabricado para su beneficio. Gases que impregnarían a los suyos para atacar
a la propia población de USA”. Llamó a Zaak y Meelany “Zaaaaak… Meelanyyy”. Les puso de comer
el arroz que había cocinado y mezclado con cereal para perros. “Si se cerraran ciertas empresas y se
abrieran otras que persiguieran el beneficio sano todo en nuestro mundo sería mejor” pensó.

Y dijo en voz alta: “Leyes. Las leyes del hombre que no lo protegen. Fabricas de pistolas, de cigarrillos,
de productos aerosol, de armas químicas... deberían cerrar. Los consejos de dirección, los accionistas,
los mismos trabajadores y sus clientes no pueden eludir la responsabilidad”. Esa falta de escrúpulos
creaba fatal desasosiego a Oscar por el tremendo daño infligido a personas y al planeta.

La negligencia compromete al género humano y a la Naturaleza. Tanta conciencia le acongojaba el


alma hasta perjudicarse. Le dolía lo que sucedía. Y se preguntaba: “¿Dónde está el saludable bienestar
del ser? ¿Cómo entrelazarlo con el actual mundo moderno?”. Entonces, recordando a su sirena
preciosa sonreía porque se había librado de convivir con la malicia, la avidez, y con la ira del individuo
que no ha logrado un equilibrio entre su ser y el mundo que habita.

Se escuchó la siguiente frase en un restaurante chino -¿Serán quizás un día todos los niños del mundo
hijos de Oscar? ¿Adoptará a la humanidad?–. Bromeaba el repartidor con su novia mientras le servía
el agua ardiente típica.

El mundo no estaba completo si no incluía a todas las criaturas, a todos los vegetales, a todos los
minerales del planeta. Pequeños y grandes, incluso las más insignificantes formas de vida están
interconectadas entre sí aunque sea invisiblemente. Y los bosques del mundo eran el bosque de su
finca y todas las montañas, la montaña de Oscar.

Vivía obsesionado por su tragedia, porque es tragedia cuando no hay solución, y angustiado por un
remedio que no atisbaba se mantenía en un abismo de tensión.

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La oleada de nuevos conocimientos que no cesan de aparecer para distorsionar lo anterior


indudablemente le obligaba a una revisión permanente de la realidad, pero, ¿qué realidad? ¿la de
quién? “Menudo gallinero público hemos creado” dijo en seguida de cerrar el grueso libro de tapas
duras con ribetes de cuero que consultaba apoltronado en un mullido sillón con los pies encima de
una mesita que había acercado. “En instrucción, en política, en teoría económica, en medicina, en
asuntos internacionales, ola tras ola de nuevas imágenes penetran en nuestras defensas para sacudir
sin compasión los modelos mentales. El resultado de semejante bombardeo son la acelerada
extinción de las imágenes antiguas, un más rápido avance intelectual y un nuevo y profundo sentido
de la impermanencia del propio conocimiento”, Oscar abrió la puerta y caminó por el porche. “El
siglo veintiuno amenaza en convertirse en... ¡pero que locura!”. Exclamó al viento.

Oscar se alarmaba al sospechar que la lectura dejaría de ser muy pronto la forma primordial de
adquisición de información “La lectura y la escritura” se dijo a sí mismo “Se convertirán en artes
anticuadas y probablemente inventarán alguna píldora o una transfusión de conocimientos por vena
o algo similar” sentenció molesto. “Se crean y gastan ideas e imágenes a una velocidad creciente y el
conocimiento, como las personas, los lugares, las cosas, y las formas de organización, se vuelven cada
vez más y más fugaces debiendo renovarse con mayor asiduidad. Se construyen y se reconstruyen a
cada momento”. Escrutaba infatigablemente el mundo exterior con sus agudos sentidos sopesando
la información importante “En relación a nuestras necesidades y deseos se realiza un continuo
proceso de redistribución y puesta al día que reclama inmediatez.

“La investigación destruye viejos conceptos sobre el Hombre y la Naturaleza. Las ideas surgen y se
extinguen a frenética velocidad” y Oscar, como tantos otros no quería permanecer inmutable pero,
también, como tantos otros dejaba que innumerables imágenes se agolparan en la inmensidad del
olvido. Cuando otras, solo algunas, muy pocas, seleccionadas, penetran en el sistema para ser
examinadas y archivadas. “Al propio tiempo, recuperamos imágenes, las usamos y las devolvemos al
archivo colocándolas tal vez en otro lugar, quizás en un sitio equivocado. Estamos constantemente
comparando imágenes, asociándolas, señalándolas de otra manera y cambiándolas de posición”. En
esto invertía su tiempo Oscar en esa residencia llamada Galdana, su cárcel más que una mansión
impresionante y suntuosa. Era su gimnasia mental que como la actividad muscular era una forma de
trabajo.

Luego de varios días sin escribir en el ordenador, apenas sin actividad física, pegadas las sábanas al
cuerpo, consiguió llegar con esfuerzo al baño y, sentado en la taza del inodoro desde hacía más de
una hora, el cabello por los hombros, espesa la barba, pensaba y pensaba. Por qué no se servía un gin-
tonic con tres cubitos de hielo en un vaso de tubo... ¡porque no le gustaba la ginebra! Ni tampoco
la tónica que le parecía vomitado. Añoraba los jugos, y en su añoranza residía la melancolía que le
apretaba el cuello sin llegar a estrangularlo. Una plegaria por favor...

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Y se trasladó frente al ordenador “Comenzó el siglo XX igual que termina... denunciando que hay
gente que se muere de hambre. Ha sido un largo rosario de hambre, miseria, miedo, frío, harapos,
humedad, luto, minas y paro. No ha faltado el pesimismo. Al margen de los logros materiales y
técnicos existen oleadas de enardecido pesimismo humano en la trastienda. Cada vez más, la vida
cotidiana viene determinada por los avances técnicos. El lanzamiento de bombas atómicas evidencia
y ensancha el horror de la guerra con el infierno nuclear. Se siguen inventando armas. Y aparecen las
armas biológicas y los virus prefabricados. Primero explosión y radioactividad. Luego devastación.
Muertes lentas y llenas de padecimiento. Empobrecimiento. Preciosa imagen la de un relámpago
cegador y una nube roja en forma de hongo. Desarme y seguridad son palabras clave en la política
exterior de varios países pero la carrera armamentística entre las potencias aumenta en todo el
mundo. Se mantiene la demanda de armas que colma el haber en los libros de contabilidad de los
países industrializados. El Papa condena cualquier forma de control de natalidad. Los terremotos
sacuden la tierra. Los países desarrollados limitan el número de inmigrantes. Se establecen nuevos
record de velocidad, de tiranía, de altura, de estupidez, de longitud, de vanidad. Tropas que ocupan
ciudades. Éxodo, genocidio, racismo, desazón. Enfrentamientos callejeros, disturbios,
manifestaciones, marchas de protesta y jornadas de reivindicación. Los presagios de guerra son
constantes y la guerra demasiado popular. Llega a institucionalizarse, y la gente se acostumbra. Peligra
la paz mundial pero a nadie parece importarle. Reformas que no reforman, acuerdos que se rompen,
tratados que se incumplen. Matrimonios de conveniencia. Divorcios apresurados. Asesinatos y
suicidios, pocas muertes naturales y demasiados pocos nacimientos en algunos países. Muchos en
muchos otros. Robos y ofrendas falsas. Se aprende a -matar el tiempo-. Se instaura la bufonada. Se
elude lo esencial. El desequilibrio se hace epidemia. Desarraigo, huelgas, sangría humana. La moral
como fiambre. La palmada en la espalda de lo absurdo. La despiadada realidad que se niega. ¿Para qué
la estética sin ética?”.

Luego de teclearlo se quedó viendo como se movían ágiles sus dedos todavía inquietos por el teclado.
Se quedó largo tiempo mirando sus manos ajeno al texto que componía en la pantalla. Quizás pasó
un minuto. Quizás fue media hora. En cualquier caso, se quedó mirando sus manos con la mente
perdida hasta que se le iluminó para exclamar “El ser humano ha construido su mundo, ha erigido
casas y talleres, produce trajes y automóviles, cultiva cereales y frutas, pero se ha visto apartado del
producto de sus propias manos y en verdad ya no es dueño del mundo que él mismo ha construido”.
Se dio un fuerte bofetón y siguió “Por el contrario, este mundo que es la obra del ser humano se ha
transformado en su dueño, un dueño frente al cual debe inclinarse, a quien trata de aplacar o de
manejar lo mejor que puede” y se levantó para caminar hasta la cocina, abrió el congelador, sacó dos
bandejas con cubitos de hielo que dejó caer encima de una toalla, los envolvió, se tumbó en el sofá
del gran salón y dejó largo tiempo la toalla en su frente.

Entonces quiso retener el pensamiento, trasladar la frase a al ordenador para no perderla y comprobó
pocas horas más tarde que justamente lo que quería era lo que había escrito. “A veces nos llegan las
cosas antes de percatarnos que ya están aquí. Pero en vez de prestar atención al incidente”; grabó y
pego el párrafo en un documento nuevo para abrir un otro archivo.

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“El deporte se fanatiza. Paseos espaciales. Sólo el leve soplo de Woodstock habló de paz y amor.
Intimidaron a quienes hacían la guerra mientras experimentaban la convivencia bajo el agua.
Movimientos estudiantiles revolucionarios que reaccionan ante la falta de ignorancia de quienes
gobiernan son perseguidos y aplastados, acribillados, masacrados en la plaza pública de Tiananmén
ante el horror de sus familiares. Libertad es sinónimo de revuelta. Se atenta contra quienes defienden
causas nobles. Se golpeaba la dignidad humana de unos pocos valientes condenados a vivir en el
ghetto de la esperanza. Competiciones, campeonatos, olimpiadas. Guerra. Ansias de venganza.
Rencor. Deportaciones”.

Por alguna extraña razón, Oscar intuía con claridad que los líderes financieros y políticos tiemblan
en silencio a escondidas, no por miedo a los revolucionarios, sino al ver como el sistema se les escapa
de las manos. Oscar sabía bien que los cambios que aguardan transformarán las estructuras familiares
tradicionales y las actitudes sexuales y morales. Presagió que las relaciones convencionales entre viejos
y jóvenes se harían añicos. Y siguió con su hipótesis a lo largo de aquélla lluviosa semana al redactar:
“Se derribará la escala de valores en lo tocante al dinero y el éxito, alterando el trabajo y la educación
más allá de lo concebible. Y todo esto sucederá en un contexto de un adelanto científico espectacular.
Bello y, sin embargo, terrorífico”.

Era otro asunto con el que entretenerse y durante los próximos días lo engrandecería con diversas
reflexiones. Y aunque esto no ayudaba a salir de su período de tinieblas, no podía dejar de ahondar
en el asunto porque era una forma de negar su propio dilema. El mundo seguía adelante sin Oscar.

Durante los últimos cuatro años quiso apearse del tren de la vida pero encontró en sus estudios y en
su crítica incisiva una oportunidad para sobrellevar su propio drama personal. Y como ciudadano
abrió los ojos para observar como se vivía, desarraigado y vacilante en un paisaje de dunas cambiantes
en la sociedad del tírese después de usar.

“Todo se agota por un planeado desuso. La niña que quiera comprar una nueva Barbie obtiene un
descuento adicional si entrega la vieja. ¡Qué manera de fidelizar la clientela desde la misma
infancia!...” y en cierta forma, se consolaba porque Beatriz estaba a salvo.

Oscar aprendía una lección fundamental sobre la sociedad: que las relaciones de las personas con las
cosas, son cada vez más temporales y así el mismo ejemplo vale para los adultos que también se
benefician de obsequios al entregar su viejo electrodoméstico a cambio del nuevo, ya sean lavavajillas
o televisores o una estilográfica.

Son habituales los encendedores que una vez consumido el depósito “Se tiran no siempre a la
papelera”. Desde los envases de cartón para la leche que desplazaron al vidrio, hasta los cohetes que
impulsan los vehículos espaciales, los productos creados para ser usados una sola vez o por breve

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tiempo son cada día más numerosos “Cruciales en nuestros días previos al milenio; servilletas de papel,
cuchillas de afeitar desechables, toallitas sanitarias, pañales” aseguró a Zaak y Meelany que lo
flanqueaban en la mecedora que solía situar en la esquina de la entrada a la mansión donde obtenía
el mejor ángulo para la impresionante puesta de sol que encendía las montañas a las ocho de la tarde.

Luego del espectáculo psicodélico entró en su despacho por la ventana abierta para escribir:
“Demolemos calles y ciudades enteras para levantar otras nuevas a una velocidad vertiginosa creando
ciudades sin historia ni identidad”. El pasado se desvanece. Y se aferraba al recuerdo de Ana dándole
el pecho a su hija.

Se levantó para dirigirse al desván donde guardaba los expedientes ordenados por años de los casos
cerrados. Un cliente americano le mencionó que seis antepasados suyos vivieron en Nueva York y
sólo una de las casas en las que residieron permanece en pie. El comentario le había impactado más
allá de la simple curiosidad. Lo recogió. Y al releerlo, igual que hiciera durante el almuerzo con su
cliente, otra vez se dio cuenta que antes el medio físico era más duradero y los lazos existentes menos
efímeros.

Oscar le había dicho al cliente americano “Sufrimos la economía de lo perecedero” y añadió en


Galdana como si estuviera dirigiéndose a su comensal “Con frecuencia resulta más barato sustituir
que reparar. La rehabilitación no está de moda” y ciertamente, la corrosiva tecnología tiende a rebajar
el costo de fabricación mucho más rápidamente que el costo de reparación. Los avances de la
tecnología permiten mejorar el objeto con el paso del tiempo y así, la computadora de la segunda
generación es mucho mejor que la primera y como antecesora, mucho peor que la de la tercera
generación.

Oscar estaba alejado del mundo y, quizás, justamente esta posibilidad de escrutar desde la lejanía le
permitía ecuanimidad y objetividad y una total imparcialidad.

“La propia idea de caída en desuso inquieta a la gente educada en el ideal de permanencia y es
particularmente turbadora cuando se piensa que su paso de moda ha sido planeado”.

Oscar descubrió sin grandes esfuerzos como las grandes corporaciones industriales centradas en el
gran negocio del consumo por el consumo mismo conspiran para abreviar la vida útil de sus
productos a fin de garantizar nuevas ventas. Es verdad que el consumidor se encuentra atrapado en
una maniobra cuidadosamente preparada, pues un antiguo producto cuya muerte ha sido
deliberadamente acelerada por su fabricante, es simultáneamente reducido con la aparición de un
modelo mejorado anunciado a bombo y platillo fruto de la más reciente tecnología aplicada. Y
cuando la tecnología no es capaz de dar un paso adelante en lo que ya está inventado como en el
caso del paraguas o del sacacorchos, recurre a las variantes de diseño de modo que pueda conquistar
al consumidor. La publicidad es un arma letal. La estética atrae más a los compradores de un

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automóvil que la potencia del motor, la economía de combustible, la estabilidad, la comodidad, la


seguridad, el espacio.

“Pero la publicidad afecta únicamente a aquellos que están sedados por la misma publicidad. No
afecta a las personas. Únicamente a la gente con pocas luces. No hay más que analizar la publicidad
engañosa.

“Miles de consumidores ya no pueden prescindir de una determinada marca de champú o pasta


dentífrica hasta el punto de entrar en cólera si no la encuentran en las estanterías. Se cometen
estupideces cuando resulta que una marca, pasa a darle valor a su comprador. El producto pasa a tener
más valor que la persona, y ésta sólo es valorada socialmente en la medida que muestra la marca del
producto. La publicidad invade el universo psíquico llegando a invertir la relación persona-mercancía.
Incluso a veces, siendo perjudicial para la salud. Todo artificial. Superfluo. Y quizás la más avasalladora
economía de lo absurdo sea la industria de la estética corporal. El culto a la esbeltez del cuerpo, una
anticultura deshumanizante que desencadena un enorme gasto de tiempo y de dinero a causa de la
preocupación de parecer hermoso a los ojos ajenos. En una sociedad en que belleza, fama y riqueza
son considerados valores fundamentales, sólo queda la belleza como posibilidad, ya que la riqueza y
la fama están restringidas a un círculo hermético”.

Oscar comprobó que a menudo, incluso sin tener una idea clara de las necesidades que quiere
satisfacer, el comprador tiene la vaga impresión de que necesita dejarse llevar por lo incontrolado de
la aparentemente permuta ideal. La publicidad agresiva fomenta esta tendencia y capitaliza esta
conducta. ¡Oscar observaba sin parar! Y se preguntaba sino era una forma de atontar a la población.
De acallarla.

Y llegó a una conclusión que transcribió “Hay especialistas en la creación y fabricación inmediata de
productos completamente temporales, objetos destinados a una muerte del todo instantánea”.

Otra vez estaba en lo cierto. Son las personas quienes han inventado una sociedad que administra una
máquina de fabricar caprichos innecesarios para cubrir las preferencias cambiantes que ellos mismos
se imponen sin justificación alguna.

Comprendió un poco mejor a tipos como su buen amigo Iván, los cuales se habían anticipado como
nuevos nómadas del siglo veintiuno. Su convencimiento de que ningún camino era definitivo y de
que ningún lugar era permanente le mantuvo alerta dispuesto a liar el petate en cualquier momento
para emigrar hacia otra experiencia, o era otro reto, ¿o respuesta!

Se acordó de las actitudes de su muy buen amigo cuando contraía relaciones de interés muy limitado
centrado en un concreto aspecto y en busca de un determinado beneficio con las personas que lo
rodearon sobretodo en su juventud. La sociedad había creado la persona disponible: el hombre y la
mujer modular y él, adelantado visionario, se había relacionado en estos términos tan sólo con un

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módulo de la personalidad de la gente aprovechando lo mejor de cada cual. Como ninguna persona
completa es intercambiable con otra, Iván dividió cada persona fragmentándola. La imaginaba como
una configuración compleja de múltiples piezas de las que ciertos módulos podían intercambiarse.
Había demostrado una capacidad insólita para romper con aquellas personas que lo perjudicaban
estableciendo relaciones duraderas con aquellas personas que podían ayudarle de una u otra manera.
Estuvo antes que nadie en la vanguardia del hoy.

Al disolverse la identificación emocional con su familia, ya no se encontró íntimamente ligado a su


pasado y por consiguiente, fue capaz de relacionarse fácilmente con su presente en busca de su futuro.
Abandonó literalmente el hogar, porque nunca lo tuvo. Y se convirtió en un profesional del entablar
y romper sin dolor relaciones con los demás, ¿sin dolor? Tal vez no se daba cuenta o no le importaba
demasiado lo que algunos sentían, porque incluso los hombres le tomaban afecto y les dolía verlo
perderse. Le perdían la pista. Y ya jamás volvían a saber de Iván.

Después de Egipto, superada la premisa de ese zapatero del que sólo buscó su habilidad, pero nunca
su amistad, ajeno a los sentimientos de la persona que le servía, en su concepción de un proyecto
que defender, ya decidido a entrometerse en sus inquietudes personales respecto a todos los otros
módulos que conformaban su personalidad a la caza de una relación no limitada, como las muchas
que se dieron en su juventud, sino a la caza de una relación ilimitada, en su amplitud de proyección
podía incidir en la sociedad a través de un progreso personal y por ende, social, aunque la delimitación
de la responsabilidad por ambas partes todavía era ambigua. Pero una cosa sí era del todo cierta, y es
que Iván, por entonces, ya se había comprometido por completo con el prójimo. Levantó la cabeza
para decir “Hoy en día todo el mundo es un suceso de rabiosa actualidad” y ciertamente, su amigo
Iván el que más. Oscar cerró los ojos y volteó la cabeza hacia atrás imaginando como desplegaba su
actividad, ¿Qué estaría haciendo Iván en esos momentos? ¿Dónde estaba?

* * * *

Nada más se apreciaba el transcurso del tiempo porque las plantas crecían, cambiaban de colores y
variaban las temperaturas. Y ajeno al aroma de las flores y al canto de los grillos, las noches le sucedían
al día sin que Oscar se moviera. Deliberaba en su Galdana fortificada en la cima de su montaña.
Consultaba textos instalado junto a la chimenea en el salón. Nevaba. Había quitado todas las
fotografías de los álbumes y las había pegado en las paredes sin dejar un centímetro de pared libre.
Incluso en el techo estaban las más grandes que lo miraban.

Analizando las grandes corporaciones, descubrió sin sorpresa que un gran número de personas cada
vez más y de manera más creciente a cada año, se trasladaba a su vez a mayores distancias y con mayor

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frecuencia. Este movimiento general de altos ejecutivos, de casa en casa, como piezas de ajedrez de
tamaño natural sobre un tablero a escala continental, trotamundos que se mueven muy a su pesar
perdiendo el significado de la palabra hogar, pues no daba tiempo a consolidarlo, no podían eludir su
implicación a participar y negándose a ingresar en asociaciones, negándose a establecer estrechos
lazos con sus nuevos vecinos, negándose, en fin, a comprometerse, desbarataban el principio de
comunidad. ¿Pueden los individuos o la misma sociedad sobrevivir sin compromisos?

Y aquella noche de moscas en la fosa cavada una vez más como todas en busca de respuestas, salió a
pesar del frío para encontrase con la luna y dialogar a través de ella con... Habló Iván “El hogar de la
persona es su fortaleza y permanece donde quiere que se encuentra” a lo que Oscar respondió “No
hay nada como el hogar... dulce hogar” sentenció antes de sollozar por la glorificación del termino
que por su ausencia alcanzaba el punto culminante de absoluta comprensión.

En un mundo agitado por la revolución tecnológica en que nada está realmente en orden, el hogar
es el puerto de amparo como único punto seguro en medio de la tormenta. Oscar contaba con la
extensión territorial de la finca para permanecer en un lugar entero, pero ¡ay! eso era poesía
romántica bajo las estrellas y no servía si no lo compartía.

Otra vez recordó Oscar su caída, ¿su involuntario desliz?... su decidido quebranto! Y sin compartirlo
entendió la predisposición del adolescente desatendido en el hogar hacia el materialismo, sin tantear,
sin necesidad de palpar las frases acariciando cada letra que era presionada como un racimo de uva
para que escapara la pepita, absorto, sin importarle llegado el caso que la arremetida de una tormenta
feroz arrancara puertas y ventanas y los mismos cimientos de la mansión o hundiera el techo con
violencia sobre él, escribió en un archivo del ordenador “El exacerbado consumo es la vocación del
adolescente moderno” y Oscar tenía razón. El ardiente deseo de celebridad y éxito y la tendencia
compulsiva hacia el trabajo para acumular posesiones son fuerzas sin las cuales el capitalismo
moderno no hubiera podido desarrollarse. No hubiera podido desarrollarse la globalización.

La globalización provoca tan enorme desigualdad socioeconómica entre la población mundial que
los datos son escandalosos. Cuatro norteamericanos: Bill Gates, Paul Allen, Warren Buffet y Larry
Ellisson, poseen juntos una fortuna superior a la del PIB de 42 naciones con 600 millones de
habitantes. “No es verdad que todos nacemos iguales, como dice la Declaración Universal de los
Derechos Humanos. Somos desiguales antes incluso del parto. La gestación de una mujer pobre no
se puede comparar con la de una rica. Basta comparar el peso de sus bebes y sus defensas orgánicas”.

Recordó su incursión en el mundo laboral. Sus relaciones con las otras personas, al pasar de
compañeros de estudio a potenciales competidores se tornaron lejanas. Incluso fueron hostiles
dentro del mismo bufete de abogados.

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Recordó lo que le comentó a su recién contratada secretaria ya instalado en su propio despacho


profesional pensando que su cuello parecía crecer como el de una jirafa “Las características del modo
capitalista de producción, hacen que la acumulación del capital sea el propósito de la actividad
económica. Entonces se impone el vivir para trabajar en vez de trabajar para vivir. Esto no sucederá
aquí, no será así” y lo había cumplido a raja tabla, ella nunca trabajó horas extras ni un sábado por
acumulación de trabajo respetando su vida personal.

Y lo anotó en el documento, pero se cortó la electricidad y lo perdió. Y es que había una intensa
tormenta de la que no se había percatado sumido en lo que hacía.

A oscuras se dijo “Dentro del sistema medieval el capital era un siervo del ser humano, pero dentro
del sistema actual se ha vuelto su dueño. En el mundo medieval las actividades económicas
constituían un medio para un fin, y el fin era la vida misma”. Oscar seguía teniendo razón en sus
apreciaciones. Se convierte el individuo de hoy en un engranaje de la vasta maquinaria económica
destinado a servir propósitos que no le son propios.

“En la sociedad actual el espíritu de toda la cultura está determinado por los grupos más poderosos,
quienes poseen el poder de dirigir el sistema educacional (escuelas y universidades) los medios de
comunicación (televisión, radio, prensa, cine, teatro) incluso a través de la informática, penetrando
con sus ideas en la mentalidad de toda la población para ejercer un especial prestigio frente a las clases
bajas que se hallan muy dispuestas a aceptar e imitar sus valores identificándose psicológicamente con
ellos. Las personas en la actualidad se han vuelto haraganas”.

Luego de varias jornadas bordeando el tema durante el día y durante la noche, aguardando a que
amaneciera el nuevo día, transcribió acongojado su tesis “El ser humano de nuestros días, libertado
de los lazos de la sociedad pre-individualista, lazos que a la vez lo limitaban y le otorgaban seguridad,
no ha ganado la libertad en el sentido positivo de la realización de su ser individual”. Sus dedos
bailaban encima del teclado con agilidad y gracia.

“Me refiero a la expresión de su potencialidad intelectual emocional y sensitiva. Aun cuando la


libertad le ha proporcionado independencia y racionalidad, lo ha aislado. Lo ha tornado ansioso e
impotente. Tal aislamiento le resulta insoportable y la alternativa que se le ofrece es la de rehuir la
responsabilidad de esta libertad positiva, la cual se funda en la unidad e individualidad del ser
humano”. Y qué bien le hubiera hecho escucharse. Aplicárselo a sí mismo. Pero resulta más fácil
predicar que aplicar, sin embargo, esto no arrebataba brío a sus palabras.

“Mientras el hombre moderno cree que sus acciones están motivadas por el interés personal y las
íntimas inquietudes, en realidad su vida se dedica a fines que no son suyos. El hombre moderno es
hoy el yo social y no el yo real, constituido básicamente por el papel que se espera deberá desempeñar
el individuo y que, en realidad, es tan sólo el disfraz subjetivo de la función social objetiva asignada
al hombre dentro de la sociedad.

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“El hombre parece hallarse impulsado por su propio interés, pero en realidad su yo total, con sus
concretas potencialidades se ha vuelto un instrumento destinado a servir los propósitos de aquella
misma máquina que sus manos han forjado para que le arranque, le despoje de su espacio vital”.

Oscar se sentía solo, derrumbado, ignorado, y su consuelo eran las hipótesis. Y no se dio cuenta que
hablaba de sí mismo al escribir “El sentimiento de aislamiento del individuo moderno se ve
acrecentado por el carácter asumido por todas las relaciones sociales. La relación concreta de una
persona con otra ha perdido su carácter directo y humano, asumiendo un espíritu de
instrumentalidad y de manipulación” ¿a quién se lo había visto hacer?

Estaba completamente aislado del mundo y a su vez, totalmente inmerso en el mundo que lo
envolvía y por un instante parpadeó su otra mitad con su funcionalidad por las cosas y las personas.
Inspirado en la figura de su hermano Iván escribió “El ser humano de hoy no solamente vende
mercancías, sino que también se vende así mismo y se considera a menudo una mercancía. El obrero
manual vende su energía física, el comerciante, el médico, el empleado, venden su habilidad. Todos
necesitan una habilidad si quieren vender sus productos y servicios pero en vez de cultivar la habilidad,
adornan las paredes con títulos, adornan sus caracteres, cuando además de ser agradables y tener
credenciales deben poseer fuerza e iniciativa y todas las cualidades que requiere su profesión”.

Iván, básicamente se vendía a sí mismo. Tenía una gran habilidad para venderse. Nunca se preparaba
antes del abordaje. Simplemente saltaba para asaltar y una vez ahí descubría. Se adaptaba. Ahí radicaba
su fuerza. Convertía la iniciativa en creatividad.

Inadaptado, neurótico, ¿psicópata? ¡Sociopata! Nació con el deseo de otro mundo sin importarle en
lo más mínimo parecer chiflado. Era incorregible, fue un reincidente durante su juventud.

A Iván el triunfo no le atraía en absoluto. En el fondo detesta su hermosa materialidad. Su


comodidad, lejos de procurarle satisfacción, lo agobiaba en secreto. En un descontento general,
desdeñaba, incluso, de la oportunidad.

Oscar comprendía el pasado y podía entrever el futuro, pero el presente había perdido todo sentido
para él.

* * * *

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A punto estaba de mostrar su rostro el siglo veintiuno. Oscar temía que las personas se convirtieran
en parte del engranaje de una imponente máquina orgánica. En esta visión de pesadilla, imaginaba
que cada persona se encontraba petrificada en un angosto nicho dentro de una conejera. Incluso
llegó a soñar obsesionado que las paredes de ese nicho estrujaban la individualidad, aplastando la
personalidad y obligando al individuo a conformarse o morir. Pero toda esta angustia intencionada
le alejaba de una forma de muerte en vida en la que había caído. Inconscientemente había secuestrado
sus propios estímulos y sentidos y permanecía un sentimiento de dolor incondicional. Sin duda sufría
un duelo patológico que le hundía en un sin-vida permanente plagado de dentelladas de perros
rabiosos y excitados en la espalda con ganas de desgarrarlo como si tiraran de una pata de la gacela
inmovilizada por la manada.

Para Oscar, era sabido que el siglo veintiuno amenaza en convertirnos en la más despreciable amorfa
e impersonal de todas las criaturas de la Tierra pero en su fantasía, nada era superior a su propia
tragedia. Su drama personal se imponía por encima de cualquier sentencia o vicisitud.

Al igual que el individuo moderno se siente solo y aislado, convulsionado se movía Oscar
desamparado sin sorprenderse de cuanto escribía porque tenía que seguir escribiendo. No podía
detenerse. Tal vez tendría que colgar su fotografía en la pared y con una cerbatana lanzarse granos de
arroz para provocarse una mueca, un llevarse la mano a la oreja o la nariz para reaccionar pero... “El
ser humano ha llegado a sentirse más sólo y más aislado al transformarse en un instrumento en las
manos de fuerzas abrumadoras exteriores a él”. Y su estado depresivo proliferaba aunque,
manteniéndose activo lo inhabilitaba para sucumbir, ¿sucumbía Oscar? ¿a qué? ¿a quién se sometía?
¿Se sometía?

En cualquier caso, sus razonamientos estaban justificados. Eran sólidos. Coherentes. Luego de la
época medieval, con la oportunidad de convertirse el ser humano oprimido en individuo libre, el
resultado ha sido un individuo azorado e inseguro, ¿como Oscar?

Existen factores capaces de ayudarlo a superar las manifestaciones ostensibles de su inseguridad. Y


estas inclinaciones han proliferado hasta nuestros días. En primer lugar, su yo se sintió respaldado por
la posesión de propiedades. Él, como persona, y los bienes de su propiedad, no podían ser separados.
Los trajes o la casa de cada hombre eran parte de su yo tanto como su cuerpo. Y esto permanece.
Cuanto más se siente alguien insignificante e impotente, tanto más necesita tener posesiones, poseer
cosas, tener, ganar cosas, lo que sea. Si el individuo no las tiene o las pierde, cree, y esto es lo más
grave, que carece de una parte importante de su yo, y hasta cierto punto no es considerado como
una persona completa ni por parte de los otros ni por parte de sí mismo... “Pero yo las he perdido a
ellas” gritó, y un alarido bordeó la montaña como un eco que supervisa los contornos.

Y aunque pasaba los días y las noches con sus pestañas pegadas ante la pantalla del ordenador, Oscar
no conseguía cerrar el asunto hasta que lo intentó con la siguiente posdata “El individuo no debería
someterse a propósitos ajenos a su propia expansión y felicidad. Debe hacer lo que le apetece, porque

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le apetece y cuando le apetece, solamente así lo hará bien, gozando de ello. Pero hoy, se ha tornado
en mecanismo de una máquina que le impone su ritmo, que escapa a su dominio y frente a la cual
aparece como una insignificante pequeñez”. Y aunque se había prometido terminar aquí y no escribir
más, abandonó la máquina para regresar apenas unas horas más tarde.

La ciencia puede predeterminar el sexo de un niño no nacido, incluso programar su índice de


inteligencia y los rasgos de su personalidad. Esta última posibilidad hacía infeliz a Oscar. No se
planteaba un nuevo embarazo de Ana... ya no estaba... imposible fundirse en un intenso y tremendo
abrazo suspendida en el aire girando sobre sus pies. Aunque cerró los ojos, la fotografía en color de
Ana en el centro del cuadro del despacho... cuadro que ya no miraba y sin embargo veía a cada rato...
los zumos que ya no se tomaba... su secretaria de ojos huidizos finalmente había huido y, ¡ni siquiera
la había indemnizado! Recibió un sobre acolchado sin remite. En el interior la cadenita. No era
posible. Estaba en sus manos.

Cuanto les costó a sus suegros aceptar el estigma que anticipó el ataúd grande junto al de su hija en
la iglesia. Habían visto a su propia hija fallecer durante el entierro de su hija. ¿Culpaban a Oscar de la
desgracia y por ello jamás le volvieron a dirigir la palabra?

Oscar tuvo una pesadilla en la que una voz que parecía la propia se dirigía a él con rígido tono y
cortante ritmo:

La muerte y la vida están emparentadas.

Tu mujer fue una mujer escarmentada. Tú has sido un hombre punido. Castrasteis la vida del hijo en
camino, ¿quedaría sin medirse vuestro acto? ¿Pensasteis que no se sabría? ¡Las instancias más altas
actuaron con impunidad!

Al evitar su niñez castigasteis la posibilidad de la madurez de Beatriz. Os arrebataron la hija deseada


inmunes al dolor. Ella pagó vuestra profanación a la vida cuando aquella perla concebida en la
montaña germinó en el vientre de Ana. Por tal motivo se quebraron vuestras formas de vida.

¿Qué acción no provoca su contraria reacción cuando el impulso no es otro que el mero egoísmo?

El espacio y el tiempo no difieren. Se confabulan para que la justicia universal se guarde. Todo se
dispone en contra de la vida que se trunca deliberadamente por ingratitud.

Si palabrear es un verbo que significa entrar en sintonía permaneciendo en comunión mientras se


habla directo al corazón; subsistir y perdurar punido es la ausencia de un dialogo que las fuerzas de la
naturaleza no han eliminado. No hay que desear el epitafio al que te sometes ni al peor de los
enemigos. Restablece lo acontecido, aún y a pesar de todo lo sucedido. ¿Estás preparado?
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Que tan lejos quedan las jornadas cuyo alimento básicamente lo constituían los vegetales y el marisco
preferiblemente... ¡y la meditación!

¿Fue un sueño en el que Oscar se hablaba a sí mismo?

Pequeños cultivados in vitro llegaban de noche para estirarle la almohada... reproducirla... otra
Beatriz. Píldoras que garantizan mellizos lo despertaban de madrugada. Escenificó su mente el acudir
al supermercado para comprar embriones, ¿de Ana? Se planteó la adopción pero no se sentía con
ánimos y le atormentaba la idea de ser infiel a su hija, la idea de contratar una mamá de alquiler. ¿Qué
salidas tenía Oscar?

Para entender todo lo acontecido en el siglo veinte y prepararse para la avalancha de novedades del
XXI, valía la pena que Oscar se dispusiera a vislumbrar el mundo con ojos de poeta más que con los
ojos del sociólogo o con los ojos de un filósofo que pretende aplicar el sentido común a unos
acontecimientos que le superan por su magnitud. No había opción para la objetividad en tanta
circunstancia ilógica.

Enchufó la televisión después de trece meses sin hacerlo. No lo había hecho a causa del patético
evento... la pequeña niña atrapada que finalmente cubrió el agua! Nadie hizo nada para socorrerla.
La dejaron morir. Se había retransmitido hora a hora la agonía de una niña atrapada en los escombros
inundados por la rotura de una presa a causa de la lluvia incesante y la consecuente inundación. Se
invirtió tiempo y dinero en la retransmisión de la noticia. Grandes cadenas con grandes medios
incluso televisiones locales. La reacción de la gente: mutismo. Ni asombro, ni furor, ni
lágrimas. ¿Cómo denominar este fenómeno? ¿Por qué eludir la sensibilidad?... ¿se la extirparon al ser
humano? Oscar comprendía el desinterés, el desengaño, incluso la falta de todo compromiso. Pero,
¿adónde ha ido a parar el sentimiento?

Estaba indignado por el acontecimiento. Absorto.

Y encima lo retransmitían en riguroso directo, poniéndole la cámara a un metro, el micrófono a dos


milímetros de sus labios azulados, y le preguntaron, y nadie se acercó para darle un beso o acariciarle
el cabello. Minuto a minuto como un bicho que agoniza hasta que las aguas la cubrieron... un aparato
que encienden los niños al llegar a casa. Una caja tonta, ¿tonta? ¿Inofensiva? ¡Dañina!

Se le antojó un enorme rodillo que aplana las diferencias regionales de la gente, aplastando los
últimos vestigios de variedad cultural del planeta. Y volvió a presionar el botón para apagarla. Se
levantó, y con pesar se dirigió hasta el gran ventanal sin cortinas. Estaban en la lavadora desde hacía
una semana y media. Llovía. ¿Se acordaba Oscar de las cortinas? Todavía no tronaba. Tampoco hoy
las tendería.
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Días más tarde estaba acostado en el sofá escuchando una balada de Elvis Presley mientras el fuego
dibujaba formas irrepetibles en la chimenea cuando se sobresaltó. Oscar se incorporó de un salto y
salió corriendo hasta la ordenador que no había apagado y se sentó en la silla giratoria sin importarle
si había escondida una persona detrás de la puerta o detrás del armario. Aunque una respiración
sonora como una alarma que salta no ronca sino estridente y alocada y ensordecedora lo observara,
igualmente hubiera escrito lo que escribió:

“Los hombres y mujeres del futuro, cuyo número aumenta diariamente, se enfrentan con un exceso
de opciones y un explosivo desarrollo de la libertad que deberán de ejercer en solitario ¿serán
rigurosos con sus tareas?”. Razonó inconscientemente metiendo su brazo en el interior de la lavadora
pero era metálico y tenía cables. Y esa tarde, solo, de pie, con la mirada perdida, practicando la mirada
imposible intentando alcanzar con la vista lo inalcanzable para divisar qué es, siempre frente al gran
ventanal sin cortinas llegó a la siguiente conclusión:
“La primitiva tecnología del industrialismo exigió hombres y mujeres que no pensaran parecidos a
robots”. La palabra autómatas la utilizaron en diversas ocasiones con Iván, pero no cuando hablaron
entorno a la libertad. En cambio ahora, la luz llegaba a su obstruido interior para sacudirlo, para que
comprendiera que antes se ejecutaban las tareas repetidamente hasta el infinito y sin embargo, en el
futuro inmediato, la misma tecnología será quién se encargue precisamente de estas labores dejando
a las personas únicamente las funciones que requieren buen criterio, habilidad interpersonal e
imaginación.

Entonces pensó que quizás no estaba todo perdido para la humanidad.

Oscar no estaba enfadado por el exceso de tecnología pero sí discutía en silencio a solas consigo
mismo no los descubrimientos, sino la difusión manipulada y adulterada y a menudo coartada de los
mismos, y sobretodo, no la invención de logros científicos, sino la aplicación de éstos.

“Suele decirse que es mejor prevenir que curar y, la cautela es mejor que el lamento aunque se habla
y se habla y nada se practica. Se dio la voz de alarma al surgir la epidemia del siglo, el VIH-Sida, pero
se contamina involuntariamente la sangre en los laboratorios alemanes. Trescientos setenta y tres
casos confirmados de infectados a través de preparados. El paciente precisa ayuda y la transfusión de
sangre contaminada con el síndrome de inmunodeficiencia adquirida... ¡en vez de frenar la
enfermedad la complica! El escándalo reveló además usos criminales con relación a los preparados en
numerosas empresas farmacéuticas y laboratorios que cerraron sus puertas. Dimitieron altos
funcionarios públicos. Pero las personas perjudicadas a las que disminuyeron los T4 y para las que el
dardo del rechazo social será una dinámica cotidiana hasta el final de sus días no entendieron lo
sucedido”.

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Y una vez más volvió a interrogarse “¿Puede una sociedad vivir fuera de control?... y, ¿se puede vivir
en una sociedad como la actual que ha perdido su control?” insistía hasta torturarse y una correa le
apretaba el cuello sujeta desde algún punto alto pero escribió ignorando la pizca de gas que se salía
de la cocina ¿por qué? ¿por qué? ¡no te hagas daño!

“Washington es la primera ciudad del mundo donde se patenta un ser genéticamente manipulado;
un ratón. La sandez asola la Tierra. Para la ingeniería genética no serían precisos detractores por el
atentado mismo de quien juega a ser Dios, sin embargo, a sabiendas que los riesgos son incalculables
y las consecuencias todavía inimaginables, las autoridades conceden la patente de un ser vivo. Dotar
a plantas y animales con características que no poseen de manera natural no puede ser bueno a largo
plazo. Este tipo de injerencias plantea un debate ético que se evita.

“Expertos genetistas en Edimburgo logran la clonación de un mamífero adulto, la oveja Dolly y lo


dan a conocer al mundo como una hazaña, ¿lo es?” se preguntaba Oscar en lo alto de la montaña.

Si Oscar comprendía que la caducidad era la primera clave para entender la nueva sociedad, la novedad
era la segunda. “El siglo veintiuno se desplegará como una infinita sucesión de incidentes extraños,
de descubrimientos sensacionales, de conflictos inverosímiles, y de dilemas completamente nuevos
que la complejidad todavía sigue manifestando”.

Oscar rogaba para que se consiguiera erradicar el hambre. Para que desaparecieran las epidemias. Para
evitar la ignorancia y suprimir la brutalidad del Hombre. Pero con la súplica en forma de oración
nada conseguía.

Tuvo una pesadilla. El continente blanco se teñía del color del horror. Saltó de la cama. Corrió hasta
la ventana en busca de alguna señal. Todo estaba calmo en la madrugada como si en verdad no pasara
nada diabólico. Pero antes de que despuntara el día, comprendería, y escribió su pensamiento interior
imaginando que era su mano derecha la que garabateaba en un bloc de notas ignorando su posición
de pianista frente al teclado “La Antártida, la última reserva natural del planeta está seriamente
amenazada. En sus puertas, todos los países industrializados esperan que asome el disparo de salida
para la masacre y la expropiación. Asomados a la ranura de la llave, científicos contratados por las
primeras potencias mundiales de todas partes del mundo hincan el ojo a los tesoros de la madre tierra
como de costumbre, sin cuidado ni moderación para un derroche irracional que cuestionan y
condenan aquellos que aman la Naturaleza”.

Oscar no únicamente se angustiaba por el hambre que sufre una décima parte de la población
mundial (demasiadas personas sin contar la mal nutrición en la mayoría de los países del sur); no
únicamente se inquietaba por la pérdida de la mitad de las selvas del mundo en los últimos cincuenta
años y de la aniquilación de millares de árboles a causa de la lluvia ácida. Oscar aceptaba su parte de

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culpa rebotado con el mundo en general. Pero los adultos que fueron jóvenes a su lado y le ignoraron
entonces, ahora serían capaces de acribillarlo si pusiera en peligro su forma de vida. No hacía falta
esconderlo: lo sabía!

Los países del Norte son el principal responsable y Oscar estaba muy enojado porque si los países
pobres mal llamados del tercer mundo, es decir, de baja categoría, no tuvieran que suministrar frutas
tropicales azúcar o café, incluso droga, podrían destinar su agricultura y esfuerzos para alimentarse y
salir adelante pero les condenan los demás y año tras año los someten. Podrían alimentar a sus niños
y niñas, pero lo que ganan de los ricos, es para pagar a los ricos. Están enriqueciendo a las grandes
compañías internacionales, a sus beneficiarios, los socios que llegan una vez al año a la asamblea para
averiguar cuanto dinero han ganado y cavilar en como lo gastarán en otro barco otra mansión otro
helicóptero otra avioneta. Y sin ganar suficiente, explotados, todavía tienen que aceptar ser el
basurero del mundo.

Oscar estaba indignado porque se acapara frenéticamente más de cuanto se necesita por codicia y
avaricia, por menosprecio a los países y a su población contaminando su futuro creándoles un hambre
crónica.

“Mitigar el hambre, envenenamiento del planeta. Campesinos sin tierra refugiados y desempleados
urbanos no pueden comprar víveres aunque su país disponga de ellos. Muchas familias se alimentan
insuficientemente porque es prioritario exportar antes que alimentar a la propia población. Las
familias pobres siguen sin acceder a lo básico, pero trabajan duro de sol a sol por un salario indigno
para que llegue el té el café o los cereales a los países del Norte. Japón posee un territorio pequeño,
pero es la segunda potencia económica mundial. Es una gran fábrica flotante que recibe materia
prima de todo el mundo y que a su vez, la exporta una vez transformada. Suiza no posee océanos
pero tiene una de las mayores flotas náuticas del mundo. No posee cacao, pero sí el mejor chocolate
del mundo y es la caja fuerte del mundo. Mientras India guarda mil años de pobreza y su población
vejada, Australia o Nueva Zelanda con apenas ciento cincuenta años de existencia son países ricos.

“Dos terceras partes de la población mundial, 4 mil millones de personas viven inmersas en la
economía de la necesidad, pues ni siquiera disponen de alimentación en cantidad y calidad suficiente.
En 1960 había en el mundo 1 rico por cada 30 pobres; al finalizar el siglo XX la proporción es de 1 a
80. Millones de personas sobreviven en función de sus necesidades básicas inmediatas: acceso a lo
mínimo de alimentos, de agua, de salud, de vivienda. Tienen suerte cuando encuentran empleo y
educación. Es un pueblo condenado al éxodo, a la diáspora, emigrando de una región a otra llevando
consigo todas sus pertenencias. De entre ellos mueren cada día por hambre 24 mil vidas, entre las
cuales se encuentran millares de niños”.

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Sucedía... en la cima de su montaña durante su voluntario encierro, Oscar detenía el flujo de energía
que dejaba de fluir, coagulándose, se cuajaba, estancándose.

Seguía en su fábrica de porcelana pero no era feliz. Se concentraba en su taller pero, ¿para qué?... ¿para
atormentarse todavía más?

Había tenido otro sueño, eran tantos los que no recordaba... en el sueño veía como en el curso del
siglo veintiuno las personas podían entrar y salir del mar a sus anchas, ocupándolo y explotándolo
como parte integrante y utilizable del planeta; para su recreo, para la obtención de minerales y
comida, también como vertedero de desperdicios, y con el crecimiento de la población, como
verdadero espacio habitable más posible que el cosmos.

“La tierra submarina es inmensamente rica; en petróleo, gas, carbón, diamantes, azufre, cobalto,
uranio, estaño, fosfatos y otros minerales; pero además, es un auténtico hervidero de peces y de
plantas de las que tan sólo conocemos una pequeña porción”.

Y entonces surgió la pregunta “¿Quién posee el fondo del océano y la vida marina?” sagaz que era
Oscar!

Él estaba convencido que es Patrimonio de la Humanidad, de toda sin excepción, y no únicamente


de los países ricos “El mar es justamente la oportunidad de reequilibrar el planeta a partes iguales sin
diferencias entre el Norte y el Sur”.

Nuevamente razonaba “¿Qué pasará con el nivel de energía de un pueblo, con sus deseos de
realización, con su grado de madurez, con su duración de vida, con sus enfermedades características
e incluso de sus relaciones psicológicas cuando su sociedad deje de confiar en la agricultura para pasar
a depender de la acuacultura?”.

Pero lo que ya estaba encima como la amenazadora espada de Damocles pendiente de un fino hilo
transparente era el curso de la trayectoria científica. Al igual que mucha gente, Oscar era consciente
que la biología molecular estaba a punto de estallar y salir de los laboratorios. El simple hecho de
poder fabricar una copia exacta de sí mismo le desconcertaba pero ciertamente, del núcleo de una
célula adulta, se puede obtener un nuevo organismo que tenga las características genéticas de la
persona que suministra ese núcleo celular y se dijo “Magnífico y a la vez horrible”. Y lo exponía
solamente para sí alejado de entablar un debate en cualquier sobremesa.

La clonación trae consigo insospechables repercusiones para la raza humana, porque la idea de un
Mahatma Gandhi guarda un indudable atractivo para la posteridad pero... ¿qué decir de otro Adolf
Hitler? “La nueva tecnología del nacimiento que ya anticipó Aldous Huxley destrozará sin lugar a
dudas las nociones tradicionales entorno a la maternidad, el amor, la crianza, la educación, la
sexualidad”.
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Oscar imaginaba la reconstrucción de la raza humana, no a la manera del campesino que cría lenta y
trabajosamente su familia saboreando el sacrificio, sino como podría hacerlo un artista que emplea
una brillante gama de colores desconocidos en busca de una estética abstracta.

Y volvió a especular insaciable en su afán. Y sus elucubraciones le entretenían y le alejaban cada vez
más de su vida real lejos de asimilar su oportunidad de evolucionar... porque aunque se había referido
a lo innegable de la caducidad y a la certeza de la permanente novedad en sus escritos admitiendo
que forman una mezcla explosiva, Beatriz y Ana no tenían un carácter de extinción, sino que ambas
eran más ineludibles que nunca. Comprendía la fuerza del cambio por la novedad, pero Oscar aún no
asimilaba la certeza de la muerte porque la certeza implicaba desprenderse de ellas.

Oscar imaginaba que durante el siguiente milenio, al igual que durante el siglo XX, la carrera
armamentista será crucial y el equivalente genético cautivará a los gobiernos. Fundamentaba su
argumentación en la idea de que “Se enzarzarán en una lucha por los cerebros y para compensar esa
fuga de cerebros de los países, en vez de compartir, los más reaccionarios emplearán procedimientos
genéticos para aumentar su producción de genios nacionales, de individuos sumamente dotados
¡vaya caos!” pensó adivinando que la carrera genética internacional era inevitable y ya había
comenzado.

“No se puede... ¿pero se debería intentar detener el avance de la ciencia?” volvió a preguntarse en voz
alta sin hallar respuesta.

“Si algo puede hacerse, alguien lo hará sin duda en alguna parte. Que se tomen medidas concretas
para suavizarlo” añadió sin conseguir tranquilizarse por tanta amenaza escondida con la entrada en el
siglo veintiuno.

Lo que puede hacerse y se haga, supera todas las predicciones de Oscar. Todo cuanto está moral y
psicológicamente preparado para aguantar una persona es insuficiente cuando falta un elemento
vital.

El impacto es inevitable, un choque lamentable que verá su apogeo durante la mitad de siglo XXI.

* * * *

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Es comprensible que todos los que se sienten frustrados en su expresión emocional y sensual y
también amenazados en su existencia misma experimenten como reacción un sentimiento de
hostilidad.

Cólera y más dolor y gran dosis de impotencia, ¿rendición?... derrota! Era la batalla en la que había
convertido su cuerpo.

Languidecía en soledad Oscar y la soledad era su azote.

Y a medida que se extendía tanta soledad Oscar se aplazaba, se disolvía sin remedio perdiendo los
pasos que se alejaban de su camino y apenas podía distinguirse del que fuera años atrás. No descansaba
la tortura. La ansiedad se volvía egocéntrica.

En el silencio que parecía que nunca podría caer una sola hoja ni cantar ya un solo pájaro había
inmovilizado su existir, y en ese silencio caía Oscar entonando la hecatombe que se ha había tornado
su presa.

Golpeó la mesa con la cuchara salpicándose de sopa!

Y se sorprendió del sonido agudo y preguntó alzando la voz “¿Quién viene?...”. Su hija no podía venir.

Boum boum! Boum boum! Boum boum! Salpicaba el corazón en la tullida sordina de una estancia
vacía. Una vida. Ahí va. Partió. Ya no está. Ni la de Ana tampoco!

Intentaba resignarse y aceptar. Intentaba sonreír mientras apretaba con fuerza las mandíbulas sin
levantar los pies del suelo, sin cerrar los ojos ni alterar la respiración. Llevó la palma de su mano a la
barbuda mejilla y se limpió las gotas de sopa. Frunció el ceño reconociendo su abandono. Tocaba
arrebato la vida.

Oscar debía ocuparse en encontrarse en vez de recurrir a estímulos externos que lo alejaban de la
verdadera asignatura que aprobar. En momentos de mucho trastorno, la concentración y la paz se
hallan en la meditación, pero Oscar parecía haberlo olvidado totalmente. Contemplaba hechos. No
contemplaba la Naturaleza que en sí misma es un proceso que evoluciona.

El ser humano no es ni bueno ni malo. Su existencia humana posee una tendencia inherente hacia la
evolución; hacia el desarrollo, hacia la expansión, hacia la expresión de sus potencialidades. Pero si
frustra su vida, si el individuo se ve aislado, abrumado por las dudas y por sentimientos de soledad e
impotencia, entonces surge un impulso destructivo... y la autodestrucción del hombre por el hombre
es manifiesta en el siglo XX. Poco a poco se impone el auto-aniquilamiento, ¿va a prosperar durante
el próximo milenio?

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Hay personas que quieren que todo el mundo sea amable con ellos, quieren que todo el mundo sea
bueno con ellos, quieren que las personas mantengan relaciones afectuosas entre sí y, sin embargo,
son los primeros en ser desagradables malvados y desinteresados consigo mismos. Irrespetuosos, e
irascibles niegan su oportunidad de asumir riesgos y apostar por el propio coraje, por la propia
paciencia, por la propia sensibilidad. ¿Por qué no sembrar paz, cosechar dicha, y regalar la flor de la
alegría? ¿Por qué permanecer en la frustración? ¿Por qué seguir con la depresión? ¿Por qué mantener
el resentimiento y la hostilidad? ¿Por qué tanta contrariedad innecesaria? ¿Por qué Oscar?

Desde siempre supo él que el mundo no es un lugar fácil donde vivir en paz y armonía y aunque en
su adolescencia y juventud tenía suficiente fuerza y seguridad, la vida, y, la realidad de los
acontecimientos lo habían debilitado terriblemente hasta el punto de dejarlo exhausto. Ya no lo
resistía. Sin embargo, una extraña fuerza misteriosa despertaba su facultad de amar cuando decaía
indicándole secretamente que no era en la superficie que hallaría consuelo. Las dificultades
únicamente se encuentran en la superficie de la vida pero en el hondo abismo existen sendos tesoros
de incalculable valor. ¿Emplearía sus dotes correctamente? ¿Atraparía el hondo abismo con su lazo
de luz?

Enfermo por el alma ignorada, con el espíritu encogido de melancolía, decaído, entristecido,
desvelado, igual que una ruina en vísperas de su extinción caminaba Oscar sin moverse de Galdana.

Hacía meses que había puesto la bicicleta en el salón para verla cada día, para estimularse a salir a
pedalear pero se deterioraba la bicicleta por falta de uso igual como él que se llenaba de telarañas. El
ciclismo permite socializar, pero Oscar prefería encerrarse en su fortaleza detrás de los muros y las
puertas con la calefacción a tope. Hacía demasiado frío en el exterior.

Se recostó en el respaldo del sillón y se dijo en un breve destello de lucidez momentánea “La rapidez
con que el futuro se dispone a saltarnos es alucinante. Los trasplantes de corazón, riñón, hígado,
páncreas, ovarios, eran impensables a comienzos del siglo veinte, pero y durante el siglo veintiuno...
¿qué sucederá? ¿Qué no seremos capaces de realizar? Surgen nuevos y turbadores problemas legales
éticos y filosóficos”. Y con Beatriz entre ceja y ceja... “¿Qué es la muerte? ¿Se produce la muerte
cuándo el corazón deja de latir? ¿Se produce cuando el cerebro deja de funcionar?... ¿o sucede cuando
el alma abandona el cuerpo?”.

Ese día se acordaba de la firma del documento que ayudó a partir a su amada hija obsesionado por
haber sido incapaz de rescatar a Ana y atenderla en su instante final acompañándola como hiciera
con Beatriz.

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Intentaba encontrar poesía. ¿Poesía? ¿Podía encontrar Oscar poesía? ¿Podía ver en color en un mundo
de grises cada vez más oscuros?

La poesía es un particular estado de ánimo cercano al éxtasis original y profundo, un sentimiento


desesperado que corresponde a un estado de sublime honestidad a veces irracional, concreto, aunque
quizás abstracto, pero siempre determinante. Una proyección universal teñida de acción que
constituye en esencia creación y vida. Y emerge el poeta desde su honda alma inflamada de vida para
compartir sus tesoros. Pero cuanto más analizaba su entorno más turbado se sentía Oscar con sus
conjeturas porque se enfrentaba a una sociedad sin poesía que pretendía producir superpersonas y así,
durante la espesa madrugada despertó sobresaltado porque la tecnología había logrado su propósito:
fabricar atletas con pulmones formidables, escultores con un aparato nervioso que intensificaba la
sensibilidad de su obra, amantes con unos órganos genitales que aumentaban su actividad sexual. Y
tembló por su premonición compadeciendo a la humanidad por el camino escogido pero además,
en el subconsciente yacían otras preguntas “¿Qué le sucederá a la mente cuando decidan cambiarle el
cuerpo? Y el alma, ¿terminará por divorciarse del individuo? Con ese inminente conjunto diabólico
de hombres-máquina, ¿dónde quedará el corazón del espíritu del ser humano?”.

Oscar confundía la noche con el día y vivía en la oscuridad y en la claridad del día dormía. Todo al
revés!

Desvelado por el insomnio, examinó diversas páginas web. Todas venían a decir más o menos lo
mismo: es posible concebir un cerebro sin cuerpo. No estaba muy de acuerdo en que el cerebro es la
sede de la conciencia y de la inteligencia y que ninguna otra parte del cuerpo afecta a la personalidad,
pero ésta es la teoría que predomina y se imaginó un cerebro sin brazos, ni piernas, ni médula espinal.
Insistía en visualizar la combinación de un cerebro humano al que le han arrebatado todo postrado
en una camilla con toda clase de sensores receptores y proyectores artificiales. “¿Puede llamarse a esa
maraña de cables y plásticos ser humano?...”.

Oscar estaba asustado de verdad “¿Qué sensación nos producirá el intento de averiguar si el sonriente
y tranquilo humanoide que está detrás del mostrador de la recepción de un lujoso hotel es una linda
muchacha o un robot cuidadosamente montado? Desde luego, durante el siglo XXI lo más probable
es que sea ambas cosas” se respondió a sí mismo. Se mordió los labios hasta inflingirse daño. Sangró.
Pero se comunicaba, se hablaba, se escuchaba, pensaba y respondía, ¿cómo no iba a sangrar?

Ya no dormía, ni comía, Oscar se sentía la conciencia de la Humanidad. Sobretodo cuando en uno


de los experimentos más fascinadores e intelectualmente provocativos que nunca haya registrado un
programa de televisión pública, se demostró que el cerebro puede aislarse del cuerpo y mantenerse

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vivo a continuación de la muerte. Entonces recordó el caso de Walt Disney que lo había impactado
en su adolescencia. Aquel hombre sigue congelado a la espera de un milagro “¿De un milagro?...” se
interrogó.

Si Oscar fuera médico en Japón, sin duda los primeros que mantendrán viva una cabeza humana una
vez separada del tronco, emigraría, porque no querría participar del acontecimiento. Y no lo haría
porque no tenía resuelto el dilema: “¿Se tiene derecho a realizar semejante acto?...”.

¿Negativa al cambio? ¿Miedo al avance?... pero, ¿puede llamarse a semejante incidente avance?

Oscar estaba seguro de que el siglo veintiuno es “La gran aventura que cambiará, primero las actitudes,
y luego las vidas de los seres humanos de modo radical y del todo imprevisible”. Oscar, Oscar, querido
Oscar.

Tanto cerebro sin cuerpo ya vivía únicamente con la mente activa, inquieta, intentando distraer
sentimientos hasta ahogarlos en vez de comprenderlos.

Había entrado en un laberinto y cuando encontrara la salida, debía derribar inmediatamente el


laberinto doblando los muros como se dobla una caja de cartón, pero solamente pensaba. Pensaba y
pensaba y pensar demasiado se había convertido en su verdadera enfermedad. Pensar es parar el
proceso de asimilación, es detenerse mientras se hiela el corazón. Y seguía pensando y gastando un
valioso tiempo que desvanecía el presente castrando el futuro.

Pensar es imprescindible pero no es suficiente. Uno tiene que conocer también la vida y Oscar, la
negaba. Se instaló donde no es posible instalarse y sin embargó se instaló. Y lo peor es que se quedaba
ahí, inmóvil. Luchaba contra algo invencible: el mismo.

Se había levantado para pelearse con el mundo saboreando el sufrimiento tanto como la estupidez
de la mente humana cuando debía sentarse y reírse de sí mismo, de lo absurdo de su perseverante
actitud, de la estupidez del exceso aun siendo sus elucubraciones y razonamientos muy brillantes y,
luego de reírse de sí mismo hasta agotarse debía callar y buscar adentro de sí mismo, quizás entonces
comprendería un montón de cosas majestuosas. La principal: que el vacío contra el que pretendía
luchar no estaba fuera de él si no dentro de sí mismo.

Sin duda Oscar debía llenarse. Pero para que algo pueda llenarse, antes, debe vaciarse completamente.
Esto hacía Oscar. Vaciarse. Y lo hacía de la única manera que sabía. ¡No puedes escapar de ti mismo!

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Nada hay más valioso para las personas que su propia vida y con demasiada frecuencia... ¡cómo se la
desprecia! Confianza en uno mismo es la base de la vida, si la pierdes, se te pierde la vida. Eso era
exactamente lo que estaba a punto de sucederle si no reaccionaba. ¡La cuestión es arriesgar la vida!

Podía dejar de lado el mundo y ser un mundo entero dentro de sí, porque aunque Oscar le hiciera
mil nudos a la cuerda, la cuerda seguía siendo cuerda.

Sin duda el dolor de la existencia es el por qué que se asoma para avivar el alma que necesita
comprender la vida.

No lo sabía pero Oscar padecía estrés. Nunca antes lo había sufrido. Y su estrés amenazaba con
volverse crónico.

El mundo de ruidos, de competitividad, de prisas, no le provocó nunca esa clase de estrés insano.
Oscar pudo mantenerse al margen gracias a la meditación y al contacto con la naturaleza pero ahora
padecía estrés. Y era un estrés que poco a poco le arrebataba la energía debilitándolo a diario.

Un acontecimiento traumático repercute directamente en la salud. Oscar, en vez de aceptar de una


vez por todas, en vez de resignarse definitivamente y adaptarse a la realidad que posponía, se
enmascaraba con preocupaciones acerca de la sociedad, a cerca de la frustración del individuo en la
sociedad, acerca de la situación del planeta... pero no resolvía su propia situación. Apegarse todavía
más a los males del mundo y del estilo de vida del hombre de hoy no le ayudaba a liberarse. Tenía
una cuestión que resolver y era ineludible. ¡Estaba totalmente alterado y a su vez completamente
sitiado en su círculo cerrado cuando lo que debía hacer era abrirse en espiral!

Se tiende a achacar la mala salud a determinado virus que alguien nos ha contagiado. Rara vez se
buscan las causas en uno mismo.

* * * *

Oscar había entrado en los últimos años en una etapa de mil preguntas sin respuesta. La sociedad
avanzaba con rapidez en dirección a un mundo en que los objetos las cosas y los artilugios eran cada
vez más temporales; casi tanto como los pensamientos. Pero son las experiencias los únicos
“productos” que una vez comprados por el consumidor no pueden ya serle arrancados de las manos.

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No pueden ser tirados como las botellas vacías. No pueden arrebatársele a la persona. Entonces se
acordó de su buen amigo y su consumo excesivo de experiencias que almacenaba una tras otra en su
despensa interior. Una vez más se sintió mucho más cerca de Iván deseando indagar en su nutrido
almacén de vida. Suplicaba la posibilidad de poder confrontar sus inquietudes con el mejor y único
amigo que tenía y sabía fiel tal como lo hiciera en París Grecia y Egipto.

Oscar se preguntaba y a su vez se contestaba “Si pedimos a un niño que dibuje un pollo en el papel
aparecerá un pollo asado sin plumas ni cabeza, cocinado, servido en un plato junto a una porción de
patatas fritas con salsa de tomate. Se va perdiendo lentamente el contacto con la realidad, pero,
¿puede evitarse?”.

Intentaba hablar en voz alta para escucharse “Dejar encerrados a los adolescentes en sus habitaciones
con el televisor encendido y la música a tope enganchados al chat de Internet... ¿no es una forma de
brutal crueldad digna del guarda de la urbanización que con su desprecio llevó a su hijo a... ” seguía
su voz solamente en la mente.

Oscar buscaba sistemas de medición de la calidad de la sociedad. Quería descifrar la línea que diferencia
el progreso de la evolución como si fuera esa línea imaginaria que divide el cielo y el mar en el
horizonte. Pretendía inventar instrumentos a modo de indicadores sociales que determinaran su
buena salud.

Y en febrero de 1999 en el valle de Paznaun en Austria se rescataba la última de las víctimas mortales
de un brutal alud de nieve que debido a sucesivas nevadas hizo que se desprendieran enormes masas
de nieve petrificadas para arrebatar la vida a setenta personas y dejar aisladas del mundo exterior en
las estaciones de esquí a cien mil turistas de vacaciones o de luna de miel. El invierno del horror
llegaba a su fin. Oscar no podía más.

Lo inexplicable lo rodeaba, lo imprevisible lo obsesionaba, y todo acontecimiento no acostumbrado


era susceptible de llevarlo hasta el abismo del terror. Y este pánico mortal subyacía en su impotencia,
sencillamente, por no comprender el sentido de la vida.

Oscar se importunaba con la concepción de un mundo en ruinas precipitándose hacia su destrucción


deslizándolo por las paredes de su mente con la suavidad con que la nata blanca desciende por la
garganta. Asentaba su arte y su propia filosofía pronosticando el futuro. Y repentinamente deseó
reencontrarse con su amigo la noche que iniciaba luna nueva.

“El acto bueno cotidiano no te hace un hombre bondadoso. Es la búsqueda por alcanzar determinado
nivel superior al de ayer, con sacrificio y esfuerzo constante, lo que te eleva hacia la expresión de la
bondad”. ¿Había hablado Iván?
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Dulce en cuanto al amor por su hija, por su mujer, por sus semejantes. Sólido como una mole de
piedra incapaz de percibir sentimientos, de comprender sentimientos, de regular sentimientos. Y frío
en cuanto a su capacidad de razonar y de ser objetivo en su análisis. Oscar Ladaba invernaba.

Lejos quedaba el sonido del despertador a las 5’30 cuando se despertaba levantándose sin dificultad
para llenarse a diario la bañera aguardando escuchar a los pájaros.

Ya cuando sonaba el despertador sólo abría los ojos y se daba la vuelta ignorando la posibilidad de
llenarse la bañera para permanecer un rato en remojo. Ya no se duchaba con el agua muy caliente y
muy fría después. Salía al jardín, pero en vez de pájaros escuchaba a los perros porque ya eran las once.

Y sucedió que Oscar dejó de poner el despertador. Ni una gota de agua. Ni pizca de jabón. Los ladridos
provenían de perros rabiosos que escuchaba sin tener que salir al exterior.

El teléfono no lo despertaba a media mañana. Ningún conductor lo adelantaba por la derecha para
hacerle de inmediato un corte de manga. Estaba sitiado en su torre donde había situado un faro
virtual. No se movía de su montaña desde hacía demasiados años y su presente... ¡no tenía presente!

La presión sanguínea aumentaba y el sistema inmunológico se debilitaba. Tal vez si se pusiera a


ordenar el trastero de la mansión... pero cuántas cosas inútiles se resistía a tirar por no incrementar
la descontrolada cantidad de basura mundial. ¿Desorden o esquizofrenia?

Ya no salía al exterior ni para abrazar a los árboles que uno a uno se abrían como plátanos para dejar
al descubierto sus frágiles esqueletos. Todas las ventanas permanentemente cerradas y los pájaros no
podían cantar en las que fueran las orejas de Galdana.

Había un olor a disolvente en el interior. El aspirador no funcionaba. Montañas de polvo como


ceniza por la falta de escoba y de fregona. La caldera necesitaba una revisión porque desprendía
monóxido de carbono. Del alcantarillado del sótano salían ratas. Por una claraboya rota se había
colado un hurón y un mapache se quedó atrapado y ya no podía salir chillaba.

Toda la mansión era una guarida de toxinas. Había moho en las marquesinas de los muebles.
Minúsculos cuerpos negros pegados a las telarañas de los travesaños de las puertas y los armarios. Los
objetos de cristal que abarrotaban una de las estanterías del salón se habían quebrado a la vez. El papel
pintado se despegaba dejando asomar el yeso húmedo grisáceo que se cuarteaba. Las plantas se habían
secado arrugándose hacia adentro encogidas. Estaba a años luz del Feng Shui. Solo confusión.

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Estorbos. Y más ansiedad forzada. ¿Dónde quedaba el refugio que fuera su hogar? ¿Era el mismo
remanso que forjó años atrás con Ana, no!

Tenía mucha rabia y sentimientos de venganza “Sé que me daño pero qué puedo hacer...” se dijo
Oscar.

Estar alerta, he ahí la vida. Pero yacer en la tranquilidad, ahí está la muerte. Alerta había analizado en
los últimos años las circunstancias del mundo pero concentrado en dosis de excesiva pasividad.

Y surgía una pasión autodestructiva que apagaba la irradiación de la razón. Peligro de depresión
crónica!

El futuro del mundo no le resbalaba. Había puesto la lupa, ¿el dedo en la llaga rendido a la lujuria
mental?

Se sentía culpable por estar, precisamente sin hacer nada...

La vida y el mundo le presentaba razones para llorar y enajenado no conseguía demostrarse que tenía
más de ciento treinta y una razones para sonreír y bailar.

Entre la fe y la incredulidad, solo una ráfaga de viento.

Entre la certeza y la duda, solo una ráfaga de viento.

Y enredado en un galimatías no lograba alegrarse de esta sutil ráfaga de viento incuestionable donde
se vive con mayor o menor intensidad y, no obstante, la vida misma está justamente en la ráfaga de
viento que pasa como un chispazo de luz, ¿pero cómo era posible que lo ignorara alguien
acostumbrado a observar como había observado toda su vida Oscar?

La existencia es un viaje en el que no existen los caminos llanos, todo son subidas y bajadas y bucles
de montaña rusa. La vida es un arco iris que incluye tanto el negro como el blanco. Es un gorro que
unos se lo ponen y otros se lo quitan, pero en cualquier caso, ¿es la vida un problema a resolverse o
por el contrario se trata de una incógnita que aprovechar?

La vida le pesaba a Oscar, y es curioso, cuanto más vacía y absurda, más pesa y estorba la vida.

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El ahondar en las cosas de la vida era algo que siempre había hecho, pero nunca con tanta obstinación
y determinación. Tenía la facultad de influir en el mundo, aunque no de esa manera, porque la
penetrante agonía consumía su fuerza. Vencer toda resistencia a rechazar lo sucedido, esa era la tarea!
Y mantener el control ante lo inaceptable. Pero se había abierto un rincón oscuro que cuanto más
se ampliaba más difícil era limpiarlo para dejarlo en orden.

Su claridad se disipaba de manera diligente. Pronto no habría experto que lo salvase. La imparcialidad
era una buena muestra de generosidad, pero Oscar Ladaba había extraviado algunas virtudes. Y no le
sería fácil rectificar.

Todo marcaba su carácter obstruyendo su personalidad. No conseguía mantenerse al margen, ni


tampoco asumir la realidad. Debía fertilizar el terreno para su alumbramiento pero no lo hacía, lo
posponía, prefería desvariar, golpear con rabia la vida cotidiana odiando la muerte tanto como a la
sociedad contemporánea de la que no podía desprenderse.

Y la mudanza quedaba postergada, la alteración del hecho asegurada.

Sin embargo... Lo que iba a suceder le conduciría a la maduración, al florecimiento humano. Habría
movimiento, desplazamiento físico, incluso cambio de actitud para una nueva vida pero el desarrollo
sería gradual y aún quedaba lejos. Pero un día, por alguna extraña razón, la telepatía se pronunciará
para decirle: cerciórese de que lo que usted hace o está dejando de hacer es lo que le conviene.

Si se cultiva la propia naturaleza, todo lo demás viene solo. Aquello que pertenece a uno, va siempre
a su encuentro.

Pensamientos impulsados desde el más recóndito corazón.

Vida retenida que se asfixia... sabe lo que conviene... y conviene que fluya sin trabas!

¿Existe un mecanismo que nos lleve a obtener lo que necesitamos?

La destreza para elegir entre realizar o no realizar una acción, ¿está relacionada con la conciencia?

¿Los actos vienen tras un proceso voluntario que se manifiesta en libertad?

Cuándo deseamos una cosa y la obtenemos, ¿significa que estamos en perfecta sintonía con lo que
nos rodea?

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No era posible tanto dolor y sufrimiento, no podía ser que, a menos que sí, a menos que tuviera que
ser así.

Oscar no tenía oídos para oírse ni ojos para verse, simplemente escuchaba y atendía su alrededor. Por
ello se le escapaban las ventajas del momento. Su propia fuerza estaba utilizándola contra sí mismo.
Y se decepcionaba alimentándose de un susto detrás de otro infligiéndose un daño atroz. Sin duda el
desánimo le consumía por propia elección. Y seguía y seguía ignorando el interminable ir y venir de
la vida en todas las cosas. Todo aquello que experimentamos tiene un comienzo, un punto central
culminante, y un final, pero Oscar retardaba ese final. Era crucial la ruptura y tendrá que ser radical.
¿Por tal motivo se resistía? En aguas tan profundas... ¡debía convertirse en buceador!

La equivocación reiterada ante la negación de su alma hasta el punto de machacarla y deslucirla hasta
que parecía ser desechable era un absoluto error. ¿Por qué evitaba juzgar su propio comportamiento?

Debía su mano buscar el puño de su espada y desenvainar blandiéndola en el aire y a continuación


contra algo concreto para pronunciarse.

¿Finalizará pronto su tránsito por este largo período de tinieblas?

Porque saber cómo y cuándo uno debe retirarse, y poseer la firmeza para lograrlo, es la cualidad del
peregrino del viento que alcanza al vuelo el destello.

Asco. Y mucho malestar. Y no le apetecía más el hondo pozo.

La vida que había estado viviendo hasta ese día excedía su propia forma.

Debía extinguirse de inmediato, de lo contrario, abortaría la posibilidad de su renacimiento.

Hay libros mágicos, música que permite pasear por el cielo, fantásticos nacimientos de sol. Sabores
finos. Texturas delicadas, miradas profundas y abrazos llenos de ternura ¡y montones de seres
humanos interesantes!

Tenía que enfrentarse al propio ser que ya no era, ¿lograría abrir el horizonte a estrenar?

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El concepto que tenemos de nosotros mismos es tan determinante que nos impulsa o nos debilita.
La propia concepción de un sí mismo ausente lo imposibilitaba bloqueando a Oscar Ladaba,
conduciéndolo por una senda cada vez más estrecha que amenazaba con aplastarlo.

Desencanto, decepción constante.

Sin arranques de ira o de alegría no había otra sentencia que esta: Oscar se había desconectado de la
vida.

Al pretender controlar todo lo que no se puede nadando en auténticas balsas de lodo que dejaron
atorada su voz en medio de su garganta...

¿Se acercaba el momento en que beberá agua de viento?

Delante del mural de cuatro metros por dos y medio que recreaba las termas romanas de Caldes de
Montbui, sumido en lo más recóndito de la actividad en su despacho del tercer piso rodeado de libros
y expedientes, pergaminos egipcios enmarcados y finas esculturas de bronce en las repisas entre las
que destacaban Zeus y Neptuno, y una estatua de mármol de El Discóbolo a tamaño natural en una
esquina que ponía en guardia a la persona que se sobresaltaba cuando entraba por primera vez al
confortable santuario laboral de Iván Saneil, a menudo era interrumpido por sus dos mujeres que
con rítmicos golpecitos contra el cristal de la puerta a modo de contraseña lo avisaban de su
inminente presencia. Y se abría el mundo. Y la alfombra persa parecía levitar. Aparecía Susana y en
sus brazos, la pequeña que conmovió a un hombre que ocultaba un niño frustrado desde la ansiedad
de convertirse en el mejor padre del mundo para compensar su infancia y disfrutarla desde el retroceso
en el tiempo a través de su hija, con su hija.
A Iván le parecía inmensamente reconstituyente ser importunado por aquellos fantásticos
seres que tanto significaban para él. Anunciaban un momento de relajo, un rato para el recreo y el
distendimiento. La cara de Ágata se iluminaba al descubrirle agazapado en su sillón detrás de la
impresionante mesa de trabajo al fondo de la sala. Y temblaba de emoción estirando nerviosa sus
bracitos que intentaban tocarlo desde la puerta abierta todavía a considerable distancia. Su llamada
era correspondida de inmediato por un padre que salía presuroso a su encuentro arrebatándosela a
Susana que cansada por el peso de su creciente tamaño olía a rosas. Iván lo dejaba todo para abrazar
a su hija y besar a su esposa. Hiciera lo que hiciera, pensara en quien pensara, fuera a quien fuera que
debía su tiempo. Ellas dos estaban primero que cualquier otra cosa.

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Su interrupción pertenecía a la familia de los milagros inesperados. Ágata seguía siendo su


máxima prioridad. Y se derretía Iván como el plástico en el fuego, se desvanecía el mundo como se
desvanecen las paredes en los sueños al tenerla entre unos brazos que cada vez se atrevían a estrujarla
con mayor fuerza demostrando su fervor. Su cuerpecito delicado, aun pequeño, aunque ya no tan
frágil, resistía tanto amor que comprimido estallaba cuando Iván empezaba a dar vueltas y más vueltas
al compás de las carcajadas de un vals. Aquella situación le procuraba un sentimiento gigantesco
superior a todas las aventuras de Ulises. Superior a todos los viajes de Marco Polo sabidos y supuestos.
Superior a todas las conquistas de Alejandro Magno juntas y muy cercano a la grandeza de los Dioses,
tan sólo aquellos que son dignos del Olimpo. Iván gozaba impregnando de amor el ambiente de su
hogar.

Iván Saneil solo daba dos opciones posibles: protegido o rival. No había otro Saneil. No podía haber
uno igual. Cualquier enfrentamiento era en exceso doloroso frente a la opción de la candidez y el
servicio que ofrecía como premio a su obediencia. Favorecía escuchar sus palabras, aunque no siempre
eran bien recibidas. Opiniones y consejos eran exhibidos con atronadores ecos en vez de susurrarlos
en privado con la amabilidad del hogar. Estaba tan satisfecho de su verdad que olvidaba la diplomacia,
pero aun así, era indispensable y solía recordarse a Iván con una mezcla de encanto y de cansancio, la
misma dosis exacta de tormento y devoción.
No quería dañar a ninguna persona que no se lo mereciera o que previamente no le hubiera
dañado de manera intencionada. Al recibir un tortazo, Iván devolvía el golpe multiplicado por diez
dispuesto a aplastar al contrincante de un solo manotazo. Arremeter con saña si es preciso! Pero
jamás fue en busca de nadie para ejercer el primer paso. Jamás originó voluntariamente ningún
conflicto. No le gustaba golpear gratuitamente. Su principio de acción-reacción, como la ley misma
de Causa y Efecto, funcionaba las 24 horas del día. Vivía y dejaba vivir, pero si no le dejaban vivir...
ay!
Iván seguía aceptando únicamente desafíos. Los duelos continuaban apasionándolo. Era un
luchador que sabía cuando había que subirse al ring para pelear y ganar resistiendo uno tras otro cada
asalto.
Había hecho suyos viejos principios: “Si tu enemigo es superior, evítale; si está enojado, irrítale;
si estáis igualados, combátelo y si no, siéntate y recapacita”. Practicaba literalmente los principios
sabiendo que la traición puede darse solamente cuando hay amor, porque existe la confianza.
Sabiendo que la justicia es incompatible con el amor, porque cuando existe el sentimiento, se pierde
la imparcialidad. Tenía muy claro que toda batalla se basa en el engaño; que toda batalla se gana antes
de ser librada; que nunca deben revelarse los pensamientos a los enemigos y mucho menos los
objetivos y en absoluto las flaquezas. Reverenciaba las palabras de Mario Puzo: “Ten cerca a tus
amigos, pero más cerca a tus enemigos, y no los odies, no te permite juzgarles”. ¡Grandes verdades
aprendidas del cine y la literatura!
Pero también cometía algunos errores. Nadie es enteramente independiente y él se creía el
llanero solitario cabalgando en dirección donde se pone el sol como el último justiciero. Había sido
el jefe de una organización empresarial que pasó en apenas ocho meses a ser un imperio colosal.
Estaba bien relacionado. Debía haber seguido adelante, pero no, como un niño caprichoso se distrajo
en la Costa Brava porque no quería pagar el precio que le exigía Barcelona.

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Probablemente por eso renunció a continuar en su privilegiada posición de Royel. Una vez
arriba, en la cima ejecutiva, como propietario y conductor del tinglado montado sabía que debía
consolidar sobre una estructura imperecedera, con riesgo y derroche de adrenalina para seguir
alimentando el proceso, pero tenía que invertir en un tipo de actividad que no quería, en aquello que
no le satisfacía del todo puesto que solo había lucro y ningún beneficio para la comunidad. Y lejos
de su hija, cuando Iván quería acostarla cada noche y leerle un cuento antes de besarla.
Dada la posición de poder que conquistó, pudo optar a nuevas ilusiones no profesionales. Y
una vez en la Costa Brava, supo que debía acercarse a la autorealización personal. Debía recuperar su
proyecto a medio desarrollar que aparentemente cubría su vocación. El dinero para vivir ya no era
un problema. Tenían suficiente. Era pues momento para plantearse algo más digno lejos de lo indigno
del sólo depravado negocio. Iván quería hacer algo útil. Ahora que estaba protegido por la economía
y amparado por la estabilidad familiar, podía, si quería, realizar algo bueno y positivo de verdad. No
estaba libre de peligros pero si de agresiones que podía muy bien contrarrestar a golpe de talón
bancario.

De vez en cuando recibía en la penumbra de su despacho a las personas que le solicitaban cita. Le
divertía su comentario “¿Quién hace un favor a quién?”. Inmediatamente guardaba silencio porque
sabía que el primero en hablar perdía. Emitir esa frase era todo un ritual para Iván. Llegado este punto
dominaba la situación.
Era un hombre que no podía mantenerse completamente ocioso y seguía ligado a
personalidades de Barcelona que le reclamaban sus servicios. Le gustaba escuchar los problemas de la
gente y una vez descubierta la necesidad, proponía una solución que sorprendía por su originalidad.
Recogía el fruto maduro de una credibilidad bien labrada. Abordaba al consultante sin dejarle
reaccionar hasta terminar con su tono desafiante y una mirada casi ofensiva “Tienes un problema que
yo puedo resolver, no te quejes del precio”.
Así comenzaron a pasar por su mesa de caoba toda clase de asuntos atípicos que Iván se
encargaba de darles la vuelta hasta convertirlos en algo muy distinto a lo planteado inicialmente. Sus
clientes podían encargar a cualquier otro profesional liberal por mucho menos dinero el asunto, pero
demostraban su inteligencia eligiendo a Iván, porque si decía algo, Iván lo cumplía. Anticipaba los
hechos. No proclamaba su liderazgo a los cuatro vientos. Lo ejercía con la contundencia de un
martillo. Transmitía confianza. Le veían seguro de sí mismo. Su carisma ensombrecía la posibilidad
del fracaso. Determinante se exhibía Iván. Y lo avalaban las personas que lo habían recomendado, por
lo tanto, su excelencia estaba fuera de dudas.
En una ocasión en que debía seleccionar personal para una fábrica, llegó a su oficina una joven
de largas piernas y estrecha cintura esponjosa que llevaba escrita en su rostro una angustia sin igual.
No necesitaba hacerle más que una entrevista personal y redactar un informe de lo más convencional,
sin embargo, le sugirió que accediera a realizar unas pruebas psicotécnicas porque Iván intuyó. Tenía
la intención de averiguar que le ocurría a la joven. El test de personalidad reveló algunas cosas pero
al analizar su actitud de agobiado fastidio, depresiva, se confirmó lo que Iván suponía. Aquella joven
sufría aprisionada bajo el peso de un problema que la superaba.
Sentada en el sofá de cuero de seis plazas, agradecida por el interés mostrado por Iván, superada
una serie de irrelevantes preguntas a las que fue sometida, se dejó envolver por una tertulia que la

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reconfortaba porque, por fin, alguien parecía atisbar un reflejo de su tragedia. Lo que no hicieron por
Oscar sus familiares lo hizo Iván por una desconocida, se la jugó! Sin darse cuenta la joven cayó en la
trampa que le preparó con sutileza para que reventara. Y primero lloriqueó desencajada, para luego
contarle la historia de su vida dispuesta a confesarle su gran temor. Temía perder su piso.
Su padre la había utilizado en beneficio propio engañándola, jugando con sus sentimientos,
haciendo que pareciera todo un magnífico regalo. Pero había sido traicionada. Y lo que era todavía
más grave, había sido traicionada por su propio padre en el que confiaba. Aquello era mucho peor
que una violación, pues le habían arrebatado la admiración que en su infancia le tuvo. Lo dramático
es que realmente podía perder la que era su vivienda desde hacía tres años si no reaccionaba pronto.
La joven no sabía ni qué hacer ni a quién acudir. Ni tampoco estaba segura que pudiera hacerse algo
para remediar el problema.
Iván, mirándola fijamente más allá de los ojos le preguntó “¿Quieres conservar tu domicilio y
dormir tranquila?”. Esperó su respuesta y viendo que asentía con la cabeza mientras secaba las últimas
lágrimas que indiscretas dejaban de asomarse continuó “No voy a cobrarte honorarios profesionales
pero debes invertir tu tiempo. Si aceptas y sigues mis instrucciones, jamás perderás tu piso. No
obstante, no puedo garantizarte lo mismo respecto a tu padre. Te aseguro que encontraré la manera
de que puedas conservar y seguir viviendo en el piso”. La joven a la que le gustaba lucir sus largas
piernas vistiendo cortas faldas, vio en Iván a un ángel salvador. Toda situación injusta ejercida con
maldad al pequeño, al desvalido, le tocaba la fibra sensible poniendo en guardia a Iván.
La joven había abandonado la familia al cumplir los dieciocho años y en los últimos meses, se
comunicaba a través de los abogados con papá. El padre de la joven era constructor. La madre, una
esposa que prefirió conservar al hombre antes que a la hija, aunque se embriagara, se acostara con
otras mujeres, y la moliera a palos dos veces por semana. Temía la soledad. No soportaba la idea de
terminar sus días de anciana sola. Ese trauma era superior a su instinto maternal sin percatarse que así
perdía a quien con seguridad la hubiera acompañado hasta el final.
A ese hombre de aspecto de besugo hinchado que había levantado la mano, no sólo a su
esposa, sino también a su hija, le habían ido mal las promociones inmobiliarias con la crisis de los
primeros años noventa. Sus negocios fueron de mal en peor hasta que ahogado por las deudas se
declaró insolvente. Dejó colgados a todos sus acreedores, pero siguió en el negocio con otra empresa
que puso a nombre de su hija para protegerse de legítimos cobros cuyo patrimonio inicial era el piso
donde ella vivía, el cual le había regalado para hacer las paces al cumplir su mayoría de edad después
de una sonora paliza que sin embargo le había perdonado por su extrema devoción. Era buen bebedor
de licor pero muy mal administrador. Y volvió a caer en el fraude. Las deudas le amenazaron
nuevamente y los industriales querían embargarle, ya no la deteriorada maquinaria o las obras a
medio terminar por falta de viabilidad, sino el inmueble donde vivía su hija. Recurrían a ese piso
porque estaba muy bien valorado. Era fácilmente vendible. La mejor forma de recuperar el dinero
que debía y se confabularon los tres acreedores mayoritarios.
Iván mandó a la joven desempleada a recoger certificaciones al registro mercantil y al registro
de la propiedad para dotarse de la información necesaria. Le hizo tomar algunas fotografías. Solicitó
las escrituras del piso y las de constitución de la empresa. Redactó un carta para que la copiara
textualmente con su puño y letra y se la enviara a su padre mientras Iván envió por correo urgente
con acuse de recibo otras dos, una para el abogado que representaba a los industriales afectados con

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los que pretendía abrir un proceso de renegociación de las deudas, y la otra comunicación, muy dura
en términos legales, para el bufete jurídico que representaba los intereses del padre de la joven. Y a
todos les indicaba una fecha y un lugar para la cita. Iván fijó las condiciones para unos y otros. Pero
los abogados del padre destructor familiar y constructor de inacabadas construcciones, le
recomendaron combatir. Sabían de la circular que apelaba a los sentimientos y que facilitaría la firma
de los documentos del puño de una hija manejable. El hombre con sus revuelos de besugo hinchado
se la había dejado leer a sus representantes. Pensaron que se trataba de la única hacha lanzada al azar.
En su investigación, Iván descubrió que las cuentas anuales habían sido, no sólo manipuladas,
sino registradas sin la firma de la joven cuando legalmente la hija era la administradora única sobre el
papel y su padre tan sólo un apoderado de la firma. Ese hecho, llevado hasta las últimas consecuencias
implicaba cárcel por falsedad en documento mercantil de manera reiterada. Todos habían conspirado
contra la ingenuidad y la buena fe de la joven. Jamás pensaron que tan indecorosa acción sería
descubierta en una reunión breve ante fedatario público. Esto fue lo que permitió que constructor y
abogados coincidieran en la urgencia de traspasarle la sociedad a ella porque la guerra no tenía
sentido. Era un suicidio. La joven siguió las indicaciones de su ángel salvador acerca de los
documentos legales que debía firmar para obtener el control.
Iván pagó con el patrimonio real de la empresa que se había ocultado a los industriales
involucrados con materiales de construcción en buen estado, con las dos furgonetas, el nuevo
camión, unos terrenos que podían destinarse a varios usos y entregó también en ese momento
treinta y siete plazas de aparcamiento saldando las deudas con todos los acreedores. Traspasó las obras
a un constructor interesado no sin antes obligarle a contratar a la joven para la promoción,
obteniendo además, el diez por ciento de cada venta. Y liquidó la sociedad entregando el patrimonio
restante a la entidad financiera con la que tenía la hipoteca de la última construcción que se había
paralizado y que con seguridad no podría finalizarse.
Se desvaneció todo el patrimonio exceptuando el piso que seguía intacto. Y una vez limpia la
empresa, evitando cualquier acusación de alzamiento de bienes, cambió la titularidad del piso que
pasó de una empresa que jamás supo que era suya a pertenecerle exclusivamente a ella como persona
física. Ese mismo día estaba a su nombre y ya nadie se lo podía arrebatar. Su vivienda quedó asegurada.
Jamás hubiera pensado aquel hombre que su propia hija se volvería en contra suya porque
jamás pensó que fuera lista besugo como era. Siempre la menospreció, sobre todo como hija. Y
aquella carta consiguió engañarlo para que perdiera la batalla al hacerlo llegar a la firma desarmado
para ponerle la soga al cuello.
Pero a Iván se le escapó un detalle. Invitó a entrar a la joven, pero se sobresaltó cuando al
presentarse de manera inesperada en su vivienda con un largo abrigo por debajo de las rodillas,
después de cruzar el lujoso salón de dos niveles que delimitaba dos ambientes diferentes y subir
escaleras arriba hasta la tercera planta asegurándose de que no se encontraba Susana en la casa y, ya
en la penumbra de la tenue luz que ofrecían los ojos de buey de las cornisas laterales cerró la puerta
del despacho y lentamente se desprendió desde los hombros el abrigo para que patinara por su piel
suave hasta caer al suelo dejando al descubierto un hermoso cuerpo joven, firme, perfectamente
proporcionado. Iván bordeó la mesita de metra quilato para sentarse en su sillón junto al sofá de
cuero de seis plazas y la observó detenidamente durante un rato, y sonrío, realmente tenía una
cintura estrecha y un ombligo tatuado con un sol. Jamás imaginó que quisiera pagarle en especies.

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Aquella joven que no llevaba más ropa interior que unos sugerentes ligeros rojos había variado su
expresión de niña afligida por la de una mujercita agradecida que deseaba, no sólo complacerlo, sino
también gozar del valor viril de un hombre maduro que controla las situaciones y sabe dominar a las
personas insolentes.
Por Navidad Iván recibió una gran cesta. En la nota adjunta la joven de largas piernas insistía
animándole a llegar al piso en cualquier ocasión que tuviera necesidad -A la hora que sea- se apreciaba
la frase subrayada. Seguía invitándole al lugar recuperado que todavía no conocía Iván. El lugar en el
que dormía tranquila gracias a su ángel salvador al que desnudaba en sueños revolcándose hasta caer
al suelo. Pero la joven encontró la misma negativa que cuando se le ofreció generosamente en el
despacho con los zapatos de tacón a juego con los ligeros que escondía bajo el largo abrigo.

En otra ocasión, dos hermanos se hallaban en conflicto. Este era un asunto que se les había escapado
de las manos al bufete jurídico vinculado a Royel Consultores que había obtenido una sentencia
favorable para uno de ellos, su cliente, pero no podía ejecutarse porque a la otra parte no le daba la
gana pagar, y no porque no pudiera hacerlo, simplemente porque no quería que se cumpliera la
sentencia. No la acataba por soberbia y por ser el mayor de la familia. Estaba acostumbrado a vencer
a su hermano desde la infancia y después de casi sesenta años, seguía así, tozudo, empecinado en
ganar aun sin razón.
Cuando Iván recibió la solicitud de ayuda de uno de sus antiguos socios, en el contacto
personal que mantuvieron, tomó en su mano la letra de cambio objeto del pleito para comprobar
que estaba aceptada por quien no asumía su propia obligación de pago en un determinado
vencimiento. Y la cotejó con la copia compulsada de su carné de identidad. Luego preguntó “¿Hay
algo más que yo deba saber?” y comprendiendo que la deuda era real, que todo obedecía a una
prolongada riña infantil entre hermanos que duraba hasta la fecha, se movilizó.
Redactó siete cartas de reclamación de deuda, cada una más subida de tono, aunque sabía que
su adversario era un hombre acostumbrado a recibir amenazas. Alguien que no se dejaría intimidar
fácilmente. Pero no iban dirigidas a él, sino a su esposa.
Iván se había preocupado de conocer sus movimientos, sus horarios, e intuyó algunas de sus
debilidades. La noche de los jueves, la más solitaria para la doña que olía a pan recién horneado y
tenía una boca pensativa y usaba unos gruesos lentes redondos, era la noche que su esposo destinaba
para perderse hasta el amanecer en su habitual partida de póquer con los amigos.
El siguiente jueves, Iván se personó en el domicilio con toda clase de amabilidades, y, con
buenas maneras y una habilidad magistral, logró un rebote de circunstancias propicias para colarse en
la casa y muy de pasada, pudo explicarle el motivo de su visita a la doña a continuación de entregarle
un ramo de flores que supuestamente le enviaban desde un programa de televisión. Iván la confundió.
Orquídeas. Estaba dentro y le contó lo que pasaba a nivel jurídico. Y lo que le ocurriría a su esposo si
ella no le echaba una mano. La advertencia no equivalía a ningún tipo de intimidación. Según el
entender de Iván, sencillamente avisaba del comportamiento futuro si persistían algunos hechos,
desolado por ello, pero obligado. Y sin más dilación comenzó a tratar a la doña con afecto.
La doña cada martes tenía que acudir a la oficina a retirar una carta certificada. A sus llamadas
de cortesía para confirmar la correcta recepción, Iván se interesaba por las habilidades culinarias de la
nueva empleada o los bocetos que el decorador entregaba para su casa de Sierra Nevada. Siguieron

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hablando de muchas cosas, a veces por teléfono, otras tomando el té todos los jueves porque se
encontraba precisamente esos días muy sola. Iván había averiguado que las noches de jueves eran
noches reservadas para la depravación semanal de un viejo indecente al que le gustaba ver como las
niñas se tocan, se bañan, se visten y desvisten cada vez que soltaba un fajo de billetes.
Iván interpretó los documentos oficiales a su manera, dotándolos de fantásticas cualidades
que la doña no entendía. No habían tenido hijos y la conversación de Iván resultaba siempre amena
y distraída. Y la doña lo miraba con candidez. Incluso un jueves le pidió que se quedara a cenar para
pasar al salón privado a tomar un licor mientras se desparramaban en una mesa del siglo XVIII con
incrustaciones de nácar álbumes de fotografías de gruesas tapas ribeteadas con oro. Entonces Iván
señaló en una de las fotografías familiares al beneficiario de su acción de cobro. ¡La doña se sonrojó
bajo su maquillaje! Quiso hundirse de vergüenza. Al parecer no sabía ni tan siquiera que tuvieran
relación. Su esposo jamás hablaba de su hermano menor. Era un tema tabú en la residencia.
Iván no pretendía solamente que la doña se convirtiera en su aliada, Iván quería conseguir que
fuera su amiga en apenas cuatro semanas. Le hizo buscar las comunicaciones legales que comenzaban
a abrumarla porque era ella quién las leía, y entonces se identificó como el representante legal de su
cuñado, al que hacía veintinueve años que no veía desde una supuesta riña. Iván trataba con una
persona mayor y lo hacía con respeto, sin herirla, con gentileza y cuidado. Y asustada por todo cuanto
le explicó esa noche alguien en quien ella confiaba, con quién se desahogaba, no por los
conocimientos expuestos en sus largas charlas sino por su delicado trato y sus dulces palabras, la llevó
a preguntarle a su esposo cuando pensaba pagar a su hermano.
Fue mientras le sirvió una taza de caldo en la cena, se lo espetó a la cara luego que se quemara
porque se la sirvió hirviendo sin avisarlo. El hombre pegó un brinco.
Que su esposa descubriera que durante los últimos veintinueve años lo había estado
humillando por ser quién primero le declaró su amor no le agradó. Y se lo hizo saber.
El hombre se limpió con la servilleta y caminó hasta el baño. Pasó su peine por su barba.
Despegó los dedos y antes que el peine tocara la pica el diamante del anillo se incrustó quebrando el
espejo. Y citó muy indignado a Iván en la sede de la editorial con una nota que decía: Las cuestiones
de negocios deben resolverse en la oficina.
El hombre recibió a Iván camuflado bajo mil papeles y carpetas que se amontonaban para
cubrirse de su injustificado impago. Intentó confundirlo con su nariz chata y sus anchos hombros y
sus largos brazos que se movían con historietas complicadas y la promesa de un próximo pago
argumentando que estaba realizando gestiones para efectuar una inversión que no daría frutos antes
de tres años, y afirmó que liquidaría la deuda con seguridad. Ante la incredulidad de Iván, se
comprometió verbalmente a pagar a los tres años de igual forma que lo hizo con la letra de cambio.
Estornudó. Estaba resfriado. Se limpió la pequeña nariz y abrió el cajón del escritorio a regañadientes
dispuesto a redactar su compromiso formal cuando fue interrumpido “Dice usted que si pudiera pagar
lo haría, ¿verdad que sí?... le propongo esperar a esos beneficios pero debe permitirme revisar su
declaración de renta, quizás pueda realizar alguna propuesta interesante”. Y ante tan simple petición,
accedió sin dudarlo. Iván solamente necesitaba una excusa para acceder a sus documentos personales.
Escogió el jueves para visitar, con su permiso, la residencia particular. Aquel hombre no dio
importancia al hecho pensando que se había librado de Iván distraído con las niñas de los barrios

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marginales que había mandado traer un nuevo colaborador especializado en inmigrantes de los países
del Este.
Su esposa, la adorable doña demasiado inocente dejó mirar a Iván todo cuanto quiso. Así lo

hizo durante más de tres horas, por algo eran ya amigos. Necesitaba confirmar que existían algunas

viejas propiedades tal y como suponía su hermano. Ya le había informado que ella poseía bienes

raíces y en verdad era quien firmaba los cheques de las cuentas bancarias. No en balde provenía de

una familia adinerada que conservaba la fortuna porque no soltaban una sola moneda. Iván la

convenció para orquestar una transacción de sus posesiones en Andalucía. Acordó un precio de

mercado bueno. Y se lo notificó al editor una vez restada la deuda con su hermano, pero sin

decírselo. Se fijó un plazo y se cerró oficialmente la operación, luego de especificar el importe en

dinero negro que se entregaría en el momento de la firma.

La doña, con su mantilla y peineta durante la transacción, satisfecha por disponer de efectivo
y muy contenta de haberse librado de una propiedad que jamás conoció, entregó a Iván lo acordado
en un sobre color crema con el escudo de su familia impreso en la esquina derecha: la cifra que
adeudaba su esposo al que fuera su primer enamorado. El cheque con su firma era real.
Saliendo del notario, media hora más tarde y cinco calles más arriba, Iván era invitado a
almorzar en el restaurante donde se sirve el marisco más fresco. El hombre, eufórico, dispuesto a
pagar, no a su hermano sino al gestor que había demostrado gran habilidad en la venta de un
inmueble sin futuro, recompensó su hazaña entregándole un cheque equivalente a un valor superior
de la deuda demostrando que se lo había ganado, pero más concentrado en averiguar como iba a
gastar parte de ese dinero que había llegado inesperadamente y en abundancia porque sabría qué
decirle a su esposa para que firmara nuevos cheques. Le habló a Iván de los derechos editoriales de
unas colecciones que lanzaría en Sudamérica mientras evitaba hacer referencia a la derrota con el olor
de las gambas en las manos y las cáscaras de los percebes en el plato cuadrado.
Y así es como Iván cerró un buen trato, cobrando por partida doble sin haberlo solicitado. Y
calló, no dijo nada. Creyó que era una buena lección para ambos “El matrimonio debe comunicarse,
espero que esto les enseñe a hacerlo” pensó cuando metió el Ford PROBE Turbo de 36 válvulas en el
garaje de La Mimosa; nombre con la que bautizó la casa por sus cuantiosas plantas de la entrada. Pero
Iván no sabría jamás que ni uno ni otro hablaron nunca nada relacionado con el pago. La doña utilizó
el dinero negro para atender la deuda sin tener que mencionar el hecho a su esposo.
El siguiente jueves, cuando el hombre se presentó en su casa para cenar con su esposa, la doña
se sorprendió, pero no preguntó. Permanecieron cogidos de la mano viendo la televisión en el sofá

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de tela de encaje italiana como si fueran dos enamorados. El hombre inventó absurdas explicaciones
para camuflar el gasto del cheque entregado a Iván, algo que había sido habitual en los últimos
cuarenta años: distraer ciertas cantidades para sus vicios ocultos. Cada uno de ellos pensó que se había
arreglado el asunto quitándose de encima a Iván. Aunque la doña echaba de menos las agradables
tertulias y sus amables palabras y, porque no decirlo... el abrazo y ese beso cordial de despedida en el
rellano de la escalera sabiéndose espiada por la vecina cotilla.
Iván había orquestado una operación para que todos las partes salieran ganando pero le faltaba
amarrar un cabo suelto. Entregó el cheque por importe superior a la deuda al entusiasmado hermano
que por primera vez ganaba una batalla contra su hermano mayor, recuperando lo que siempre fue
suyo, no solo el dinero con sus correspondientes intereses, sino sobre todo su dignidad. Y durante
otro suculento almuerzo Iván aceptó la liquidación generosa de sus honorarios profesionales, los
cuales sobradamente se había ganado despidiéndose con una sonrisa.
Y no fue a visitar a Madame Perversión, la encargada de vigilar las peticiones eróticas del viejo
indecente. Buscó directamente a los propietarios que explotaban tan sucio negocio: tres respetables
ciudadanos que también se perdían por las muñequitas que atendían sus viciosas peticiones a
escondidas. Y con un contundente aviso al que pertenecía a una familia aristócrata muy popular,
indicó lo que ocurriría si no se satisfacía su demanda. Y lo hizo mientras jugaba a golf cuando se
cruzaron en el agujero diecinueve, con la sagacidad en el tono y una mirada penetrante de afilado
cuchillo pirata. “Si persisten ustedes en atender a ese cliente en concreto, además del cierre del local,
informaré para destapar públicamente la macabra historia”. Iván sabía exactamente qué revista
compraría la exclusiva porque uno de ellos era obispo, y el otro, un aparentemente inquebrantable
juez que perseguía de manera implacable a los corruptores de menores.
Lo de la revista fue un farol. Iván no tenía ningún amigo periodista y el único editor que
conocía era el hombre a quién le había ganado el pulso. Pero eso no importó. Prevaleció su actitud
desafiante y su mirada ofensiva de quien no tiene nada que perder y todo que ganar.
Iván tenía pruebas gracias a la intervención profesional de un detective privado. Y no dudó en
exhibirlas ante cada uno de ellos hasta que, en un encuentro de urgencia, el aristócrata acongojado
por temor al escándalo se encargó de convencer al obispo y al juez para precintar de inmediato el
lugar.
No solo pretendía disolver el antro, también quería apartar a las “chiquillas” de esa vida. En la
negociación solicitó ver a las adolescentes que accedían por dinero a sus fantasías sexuales y les
propuso pagarles los próximos dos años por adelantado por un singular servicio que debían
desempeñar sobretodo cada jueves. Consistía en el compromiso de asistir a una academia o un
gimnasio, estudiar idiomas o informática. Modelar su cuerpo con sesiones de aeróbic o pesas,
cualquier cosa que ese día, concretamente ese, las mantuviera lejos de una actividad sin futuro, pues
en pocos años quedarían fuera porque la inocencia que atrae a esas personas finalmente se pierde
después de los quince.

Además de realizar un trabajo remunerado, Iván imprimía un valor añadido a su actividad profesional.
Enseñaba cosas a las personas que, de una u otra forma, se cruzaban en su camino como sucedió un
par de meses más tarde con un comerciante de cincuenta y un años atrapado todavía a su edad por
los designios de un padre autoritario un tanto déspota.

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Poseían una tienda de ropa especializada en hombres en el centro de la capital de la provincia


Gerundense. Uno mandaba, sólo sabía hacer eso, y el otro, sólo obedecía, sin pensar en nada más
que no fuera cumplir las incuestionables ordenes del tirano papá. Compraba los tejidos, dirigía a los
sastres, asistía a los desfiles, y atendía personalmente las solicitudes de los selectos clientes. Con una
larga tradición de cuatro décadas funcionando ininterrumpidamente, se habían especializado hasta
convertirse en un clásico en el sector. Un punto de referencia con el que era imposible competir.
Pero el hijo no era feliz.
El hijo lo hacía todo, sin embargo, los éxitos eran siempre para el padre porque ostentaba la
incuestionable tradición familiar y el nombre de la tienda.
Solicitaron los servicios profesionales de Iván para crear una campaña de marketing que
estimulara las ventas de una pequeña tienda que tenían en las afueras de la ciudad destinada a realizar
exclusivamente ofertas y así desprenderse de los saldos y el exceso del stock de temporadas pasadas.
Tan pronto conoció al hombre de abultadas ojeras, supo la presión que ejercía el padre sobre
el hijo sumiso y temeroso consumido por la amargura. Se indignó por el tratamiento al que era
sometido y en su tercera visita, no pudo amordazar sus comentarios. Y la esposa del maltrecho
hombre apoyó a Iván. Le dijo que pronto cumplirían treinta años de matrimonio bajo el techo del
viejo. Le dijo que no podían seguir por más tiempo de aquella manera servil. Aprovechó para confesar
que no aguantaba más, que necesitaba independencia y se cuadró como un sargento frente al
embajador. Quería abandonar la casa de sus suegros escapando a su enfermiza prisión.
Aquel hombre débil dudaba sin despegar sus carnosos labios morados escuchando el discurso
de su esposa. No veía como podía alejarse de su padre que tanto lo quería, aunque lo humillara a
cada rato ultrajándole a instante sí e instante también, tratándolo peor que a un empleado o un
subordinado. Tratándolo mucho peor que a una mosca que se arrastra coja y a la que se pisa por
compasión.
El padre se preocupaba de sentarse pegado a la caja registradora para contar, cada dos minutos
y medio, cuanto dinero se había recaudado en la tienda. Y solamente se limitaba a levantar
ligeramente la mirada entre sus lentes y las gruesas y pobladas cejas para comprobar que el castigado
hijo no descuidaba un solo detalle.
Iván estaba convencido que aquel hombre delgaducho de prematuras arrugas y pelo blanco
como la nieve que no hablaba sino era para responder a una pregunta, conocía muy bien el ramo
textil y disfrutaba con su trabajo. Se percató de cómo se desenvolvía con soltura frente a los clientes
a quienes trataba como amigos. Los proveedores le conocían y apreciaban. Y todos le reconocían su
gran capacidad profesional. Jamás nadie preguntaba por su padre en la tienda, siempre acudían
directamente al hijo que dominaba el medio.
Iván comprobó que no precisaba de la ayuda o protección del padre, sino más bien huir de la
coacción y el acoso laboral, y bajo estas premisas, aunque fue acusado de poner en peligro el
establecimiento además del futuro de una familia, decidió ampliar el encargo inicial.
Según sus anteriores socios, abogados de Barcelona, era una estúpida locura la idea que
exponía Iván, pero Iván se propuso transformar la pequeña tienda de los suburbios en una nueva
delegación de la sucursal central. A la esposa del hombre le apasionó la propuesta. Encontró la
oportunidad que tanto anhelaba, pero una carta se le caía de la baraja a Iván. Ahí había trampa.

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Iván se concentró en el hombre de igual modo a como el hombre estaba pendiente de su


padre, excepto en sus escasos tiempos libres en que se hacía tratamientos de acupuntura o asistía al
psicólogo, hasta que Iván lo raptó. Se lo llevó un sábado en seguida de cerrar la tienda a una cena con
espectáculo en un conocido casino, y lo acompañó a un hotel fuera de la ciudad para al día siguiente
hablarle largamente durante el domingo, intentando hacerle ver ciertas cosas importantes. Y fue
enseñándole a razonar que el hombre afrontó la cruda realidad de lo que ocurría con su vida. Iván le
infundió valor, pero el hombre no reaccionaba. Ese hombre no veía maldad en su padre. No se sabía
explotado. El abuso se había convertido en algo natural para él.
Por la tarde llegó su esposa al hotel con los dos hijos. Le detalló todas las penurias y la
vergüenza que pesaba sobre ella cuando tenía que pedir dinero para comprar -Dinero que entra en la
caja gracias a nosotros dos y a tus hijos que también ayudan en la tienda-. Sus hijos le hicieron ver
que el abuelo tan sólo aportaba el nombre -Pero todo el esfuerzo es en realidad nuestro-. Con Iván
todos se sentían valientes y descolgaban el rifle de la pared para hacer frente al enemigo. Y la esposa
lo amenazó con separarse y no volver ese mismo día a la casa paterna con él. Lo amenazó con
marcharse con los dos hijos si no reaccionaba de una vez por todas, porque antes, ya habían tenido
conversaciones similares, vastos consejos familiares que terminaban en nada. Pero ahora estaba Iván.
Y fueron osados la esposa y los hijos unidos en una sola voz. Lo imposible se tornaba fácil y accesible
con solo estirar el brazo. Aquel brillo en los ojos de Iván...
Y más que amenazado, sintiéndose apoyado y guiado por ese consultor empresarial que traía
las claves del éxito de Barcelona, el lunes, en vez de ir a la tienda central, el hombre se dirigió a la
pequeña tienda situada en los suburbios y desde ahí, en presencia de su nuevo aliado, tiritando de
pavor, helado por la nueva circunstancia increíble, impensable días atrás, habló escuetamente con su
padre quien le colgó el teléfono –Tienes diez minutos para llegar hasta tu lugar de trabajo-.
Frágil como un recién nacido que se quiebra a la intemperie, ese hombre temeroso de su
inquebrantable padre entró en una depresión al haber abandonado, no sólo la tienda donde siempre
había trabajado, sino también la casa que lo vio nacer donde había vivido hasta cumplir cincuenta y
un años.
Iván contaba con ello. Durante los siguientes días lo acompañó a la piscina y al gimnasio.
Viajaron hasta Milán para obtener nuevas exclusivas de marcas comerciales conocidas. Se reunieron
con los proveedores para rogar un margen de tiempo antes de poder atender la inversión para la
temporada. Tenían que recabar fondos. No contaban con reservas de capital para financiar la
actividad. Jamás habían podido ahorrar. La maniobra era arriesgada.
Como medida de presión y protección, Iván tuvo que notificar a los proveedores que no
atenderían las facturas pendientes sino entraba más género en la tienda. Explicó que hasta que el
cajón no diera una buena recaudación no podrían atender ningún gasto. Algunos proveedores
grandes donde no existía trato personal con los clientes se decantaron por “el nombre” y siguieron
tratando y suministrando solamente al padre, pero otros, que nada sabían de la existencia de aquel
anciano sino de la ilusión por la profesión y la tenacidad del trabajo del hijo le otorgaron un voto de
confianza para que se asentara en el nuevo emplazamiento.
Entonces Iván se dio cuenta que necesitaba a la caballería. Le faltaba la marca de la tienda, el
sello del éxito que durante tantos años había contribuido a forjar el hijo. Puso un gran letrero en la
calle sabiendo que iniciaría una guerra pero dominaba el tema de las patentes. Averiguó que la marca

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jamás se había registrado. La titularidad oficial era una cosa, pero ambos tenían el mismo nombre y
el hijo, bien podía utilizar el que le había puesto su padre al nacer. A eso le siguió una inauguración
por todo lo alto de la que se hizo eco la prensa y la televisión local. Fue el pistoletazo de salida. Y
apenas dos meses más tarde, la recaudación era la mitad que la de la tienda ubicada en el mismo
centro comercial de Gerona. Tres meses más tarde superó las previsiones más exigentes. Su facturación
era similar a la de otros años en el centro, sin embargo, el éxito era superior al tratarse de una zona
que no era popular comercialmente hablando. No había mucho transito y sin embargo, la gente, los
clientes, los amigos iban a buscarle hasta allí.
Iván estaba muy satisfecho por ellos, pero también porque su retribución consistía en un
porcentaje substancial sobre la cifra total de ventas. Trabajó sin miedo a la cuenta de resultados con
la intuición como directriz sin desarrollar la cuenta de explotación sobre un papel. Y acertó en el
tratamiento de un dato significativo. El lugar era zona de urbanizaciones de gerundenses bien
asentados que no conocían la existencia de una tienda de gran reputación, pero después de la
reactivación, movidos por la curiosidad, gracias al esmerado servicio, la calidad del producto, y lo
asequible de los precios que hacían la propuesta atractiva para cualquier visitante antiguo o nuevo,
todo empezaba a ir sobre ruedas. Nadie rehusó acudir al recién inaugurado establecimiento al que
avalaban cuarenta y cuatro años de experiencia. El hijo, se imponía, obteniendo lo que le pertenecía
desde un principio. Al padre le había salido competencia!
Iván se sintió orgulloso por su labor más humana que comercial, sobretodo por haber
impulsado a dar ese paso decisivo a un hombre indeciso, que no estaba exento de peligro, pero el
riesgo ya olvidado daba paso a la alegría, a otro estilo de vida, y a un futuro más prometedor.
Compraron una casa grande. Se cambiaron de automóvil. Regalaron al hijo menor una motocicleta.
Al mayor un máster en Inglaterra.
Y cuando en una de las visitas a la tienda Iván le descubrió el semblante afectado, otra vez las
abultadas ojeras azuladas de tantos golpes al corazón, comprendió inmediatamente que todo había
cambiado para aquel hombre, precisamente, para que todo volviera a ser como antes.
En apenas un año, su esposa se había hecho con el control de todo. Había ocultado hasta la
fecha su lado oscuro. Ahora mandaba con despotismo y sin compasión porque gracias a Iván venció
al anciano despojando a una persona débil que no pudo someter durante años amparada por el
escudo del padre, pero a pocas semanas de su incipiente decoro, como patata hervida era aplastado
por el tenedor que empuñaba la piraña. Fácilmente sometió a un ser vulnerable que su única
ambición consistía en despachar en una tienda, fuera lo que fuera, y estuviera donde estuviera situada
la tienda. Solo deseaba atender a los clientes como si fueran hermanos lejos de la turbación que volvía
a sepultarlo en el abismo de la angustia reiterada.
Pero Iván no tropezaba dos veces con la misma piedra. Le había mostrado los mecanismos del
razonamiento emocional para calibrar todas las contrariedades. El actual escenario ya no era asunto
suyo. Iván estaba convencido que cada uno es el resultado de sí mismo, incluso Iván mismo debía
encontrar su propio camino a diario. No quería detenerse demasiado en cada sitio.
Ciertamente, cada uno escribe su propia historia y puede hacer de su vida un infierno... o el
mismo paraíso.

* * * *

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No era un individuo de los que se rebelan contra. Iván era un individuo de los pocos que revelan
cosas desde su naturaleza salvaje. Guerrero, aventurero, amante, también poeta, había nacido para
defender causas perdidas y luchar venciendo lo inimaginable.
En la escalada hacia la cima, cuando los demás se dejaban deslumbrar por lo que de fantástico
tenía la nueva situación, Iván, lejos de tumbarse al sol, jamás dejaba de concentrarse en el preciso
objetivo que no confesaba y que a menudo nada tenía que ver con el aparente panorama en el que
se circundaba. Tan pronto había llegado a un sitio, pensaba en el peldaño de arriba sin tan siquiera
saborear lo que había obtenido. Jamás miraba atrás viendo quien se había quedado por el camino.
Ignoraba el respeto conseguido. Masticaba como chicle el deseo del éxito menospreciando el triunfo
al que había accedido por méritos propios porque debilitan, decía: “Que me traigan problemas porque
los retos me fortalecen”. Y corría a la caza de otro propósito cegado por su resplandor sin perder un
segundo descansando. No necesitaba recobrar fuerzas si tenía un motivo por el que luchar. Los
pequeños detalles de la placidez del logro lo alimentaban apenas un breve instante, y Saneil, pretendía
atiborrarse de cosas nada insignificantes. Tanto exceso era sin duda una equivocación! Y esa insaciable
necesidad de afecto y recogimiento no conseguía paliar su hambre de amor y admiración.
Sabiéndose un trabajador eficaz y capaz de realizar esfuerzos considerables, necesitaba que se
valorasen sus aptitudes. Era susceptible, delicado, sensible, pero no quería que le regalaran elogios.
Necesitaba ganárselos como si tuviera que probarse a cada paso, ¿complicado?
Sencillo cuando se le conocía.
Aborrecía sentirse sujeto a un engranaje de deberes, obligado a respetarlos punto por punto
siguiendo un programa fijado de antemano con pelos y señales. Iván tenía que salirse del cuadro. No
se le podía mantener apretado dentro de un marco. Era un demoledor de costumbres. Un ser fuera
de lo común. Sorprendente. Imprevisible. Inútil en el contexto de una tarea trivial accesible a
cualquiera que solo se volvía eficaz justo en el momento cuando la gente normal ha renunciado.
Iván era un hombre providencial.
Todas sus cualidades parecían inventadas especialmente para resolver problemas insolubles. Y
ya lo había demostrado a temprana edad, cuando su tía quería vender el ático para adquirir una
vivienda en las afueras de Barcelona. Tenía la oportunidad de adquirir un chalet en la urbanización
que a ella le gustaba, pero una reputada empresa de compra venta de fincas tenía su ático en cartera
desde hacía seis meses y no conseguía cerrar el trato.
La prima de Iván había escapado llegando descalza en plena noche hasta su apartamento sito
en la zona franca a causa de una rabieta. Iván convocó un encuentro telefónico donde apaciguar los
ánimos y volver el agua al cauce, y de la mano la llevó por la mañana para entregarla, y durante el
desayuno se lo explicó su tía. Automático, Iván dijo que fuera a depositar la paga y señal para el chalet
de sus sueños sin miedo alguno “Confía en mí” exclamó mientras le guiñaba un ojo y sonreía con
luz propia.
Al día siguiente preparó unas tarjetas para notificar a los vecinos el inminente cambio de
domicilio y en la circular detalló las características, las mejoras efectuadas en la vivienda, el precio, y
una cómoda forma de cerrar la operación. Después de deshacerse de los curiosos, contactó con un
cliente potencial y una vez analizada su problemática, se dispuso a solventar uno por uno cada

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obstáculo que impedían la venta del ático. Iván adoraba que se le llamase en señal de auxilio, que se
recurriera a él en un momento absolutamente desesperado para reconducir con su destreza el asunto
en cuestión.
Su tía estuvo encantada. Porque era imposible hacerlo en tan poco tiempo, pero Iván no lo
sabía, y lo hizo. Consiguió en cinco semanas lo que unos profesionales que se anunciaban en prensa
y televisión con pompa y redoble de tambor llevaban veinticuatro semanas intentando y es que Iván,
sabía como jugar con los elementos desde la misma cuna. Defendía la siguiente tesis: una cosa vale
exactamente lo que alguien está dispuesto a pagar. Y su firmeza tranquilizaba, convencía, apabullaba.
No se dejaba influir por el precio recomendado en el barrio, el valor que los bancos otorgaban a su
antojo al inmueble o las pretensiones siempre superiores de los propietarios para formalizar la venta.
Su tía estuvo a punto de perder el chalet que deseaba por no zanjar el asunto y corría el riesgo de
quedarse sin nada. Pero Iván intervino con acierto haciéndole ver que debía moverse con rapidez, y
una vez supo el dinero de que disponía y el importe que precisaba para acceder a su sueño, fijó un
precio justo para el ático y renunció a su comisión, y al evitarse los honorarios de la empresa de fincas
y del gestor administrativo al responsabilizarse él mismo de los tramites, mejoró tanto las condiciones
que ganó hasta quien compró el ático que lo premió con una botella de Don Perigñon por haberle
facilitado tanto las cosas al resolver algunos aspectos de la venta que no habría sabido afrontar sin su
hábil intervención.
Ahí era donde Iván se sentía realmente cómodo, en un lugar donde no se aburría inmerso en
una situación que le ponía a prueba diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno...
¡acción!
Jamás se encontró cómodo sentado detrás de un escritorio entre cuatro paredes. Podía
experimentar oleadas de poder y satisfacción si encontraba la manera que le permitiera innovar,
cambiar, hacer mover las cosas y las personas a su alrededor. El problema radicaba en que el mundo
empresarial no supo bien como aprovecharlo. Sus primeros jefes no sabían como utilizarlo ni como
beneficiarse de su terrible potencial porque era terrible... Iván era fuego... y el fuego seguro no existe,
por eso no podía formar parte de ningún equipo. Él era su equipo y se entendía bien con sus
colaboradores desde el momento en que ninguno de ellos tenía derecho a inmiscuirse en su
organización personal.
La multiplicidad de sus dotes lo había llevado a ejercer distintas actividades laborales muy
diferentes y sin conexión aparente. Este hecho hubiera enloquecido a cualquiera pero a Iván lo
estimulaba. Tenía la necesidad imperiosa de continuar experimentando más y más sin límite alguno
antes de decidirse por “la” profesión, pues decía “La profesión es el camino hacía la autorrealización
personal y ésta, como la esposa que acompañará mis días y mis noches hasta el ocaso, son decisiones
que no deben tomarse a la ligera” lo repitió en varias conversaciones antes de conocer a Susana.
Iván reconocía sus defectos. Se sabía impaciente, radical y exigente, sobretodo consigo mismo.
No podía vivir sin espacio ni oxigeno. Precisaba aire libre. Necesitaba la amada libertad, y estaba
dispuesto a pagar cualquier precio por ella. Su lugar predilecto era ante el timón de un barco para
cruzar el mar en solitario. Buen orador, un poco profeta, arquitecto de situaciones, artista, hacía lo
que tocaba en cada ocasión: sorprender al más incrédulo de los espectadores.
Durante su infancia y su juventud, su necesidad de afirmación y su intransigencia por aquella
situación de desamparo que lo marcó sobremanera le acarrearon dificultades que aun por entonces

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arrastraba con gran pesar. La brecha que existía en su concepción de lo ideal y la realidad, pura y dura,
a menudo le hacía sentirse insatisfecho. Su madurez se llenaba a diario de incertidumbre con la
peculiaridad que Iván, únicamente demostraba en circunstancias extremas todo cuanto era y podía
realizar. Era un ser de excepción nacido una noche estrellada para emprender acciones excepcionales.
Para Iván... era todo o nada.
Transformaba tanto lo habitual que lo convertía en algo sumamente agotador para todo el
mundo. Espléndido invitado, pero un pésimo anfitrión, podía entretener al auditorio con sus
impactantes historias, desconcertando con anécdotas extravagantes si era el visitante, la novedad del
entorno. Entonces se crecía y hacía vibrar a la gente que desde sus sillas quedaban ensimismados,
absortos con su presencia, emocionados por sus palabras y cautivados con su carisma arrollador y su
brillante expresión. Pero recibir a las visitas en su hogar para mostrar donde dejar sus abrigos, enseñar
la casa, manteniendo a todos por igual la misma sonrisa de cortesía que aguantar hasta el final con
hipocresía, eso precisamente no era su fuerte. Para Iván el protocolo era prescindible o mejor dicho:
vulgar. Y a él le gustaba saltárselo.
Parecía que la fortuna lo acompañase. Algunos hombres nacen con estrella y otros nacen
estrellados. Iván pertenecía al primer grupo. Era un hecho indiscutible e incuestionable.

Iban a celebrarse las Elecciones al Parlamento Europeo. Siguiendo un proceso ante fedatario público,
se habían sorteado los puestos a cubrir en las mesas electorales. La casualidad quiso que un recién
llegado al municipio de Palafrugell fuera uno de los titulares. Tan pronto se había instalado, Iván
inscribió a su familia en el Ayuntamiento. También le presentó sus respetos al señor alcalde en una
ceremonia que aprovechó para ofrecer sus servicios profesionales como consultor. Esa había sido la
primera vez que entraba en contacto directo con un cargo público.
Aquella mañana se enfundó su elegante americana. Evitó vestir traje olvidando expresamente
la corbata. Quería dar una imagen informal a sus nuevos vecinos. En los pueblos de la Costa Brava la
etiqueta no es necesaria, delata al forastero, y desde el principio quiso adaptarse y pasar desapercibido,
ser, sencillamente, uno más del pueblo pero ese día marcaría la diferencia.
A las ocho de la mañana había tomado posiciones y sabía exactamente cuales eran los pasos
que se debían seguir. Un funcionario competente le explicó como debía desarrollarse la jornada
electoral. Pero la mañana se completó desolada. Sin apenas asistencia de público. Para cuando
llegaron las doce del mediodía, Iván saltaba de la silla doloridos los huesos por la inactividad. Todo
estaba correcto. Había papeletas suficientes. Estaban bien ordenadas. Las urnas cumplían las normas
y estaban correctamente precintadas. Los reservados para depositar en secreto la votación eran
accesibles al público con el correspondiente grado de intimidad; las estancias limpias y todos los
documentos oficiales cumplimentados le obligaban a cruzarse de brazos. Nada quedaba por hacer,
salvo esperar. Le quemaban los pies queriendo bailar a ritmo de jazz.
Había trabado amistad con toda la gente que como él, debían permanecer por imperativo
legal hasta que el día cerrase a su fin y el recuento oficial pudiera inscribirse en las hojas pertinentes
que se entregaban a la Junta Electoral Comarcal. Y las paredes se le cayeron encima. El techo se bajó
hasta su cintura. El suelo desapareció y tuvo que salir con urgencia con la excusa de comer.
A continuación de tomarse el café en el restaurante de la esquina del Ayuntamiento, al volver
a situarse detrás de aquella mesa en señal de completa espera, de apática espera, como si de una

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chimenea se tratara a Iván le salía humo de la cabeza. Fue únicamente por aburrimiento que se
interesó por los respectivos partidos, los candidatos, las alternativas de gobierno y los posibles
resultados según las tendencias habituales en la población.
Al cabo de un rato de abrirse en la mesa un intenso debate por quién obtendría un mayor
número de votos, entraron los responsables de las distintas formaciones políticas por la puerta con
toda su comitiva. Realizaban la característica ronda por los distintos lugares donde se ubicaban las
mesas electorales. Uno de ellos se quedó ahí. No continuó el recorrido. Estaba mirando por la
ventana cuando Iván se le acercó por detrás para preguntarle “¿Cómo se llega a ser político?”. Pero
sus explicaciones no le convencieron. Había planteado una simple cuestión. Quería una sencilla
respuesta. Pero obtuvo un montón de frases contradictorias e inconexas.
Dos mujeres le habían incitado a hablarle cuando se quedó solo frente a la ventana. Lo
señalaron con el dedo para identificarlo como el portavoz de un grupo político. Iván quedó muy
decepcionado con el segundo contacto directo con un cargo público. Abordó al funcionario que
con tanta precisión le había instruido a primera hora de la mañana, pero extrañamente, en relación a
dicho asunto, eludió el tema inmediatamente.
Habían despertado entre todos la curiosidad de Iván. Parecía un tema tabú. Aunque se trataba
de elecciones europeas, intuía alguna cosa más que por el momento se le escapaba. Aquél esoterismo
lo embriagó hasta hechizarlo y al instante, comenzó a interrogar a los presentes sobre el
funcionamiento local de la política. Le pareció apasionante la cantidad de especulaciones y deseos de
cambios que la población reclamaba. Con entereza afirmó “Yo también me presentaré a las elecciones
municipales dentro de un año” pero lo miraron con incredulidad... y todos se burlaron a la de tres
en un concierto en Fa mayor.

Por fin se cerraba aquél monótono día donde el único aliciente había sido descubrir lo complejo que
resultaría intentar convertirse en concejal del Ayuntamiento. Faltaban apenas veinte minutos, y el
dilema más grande se avecinaba sin que Iván hubiera caído en la cuenta. Los miembros que supervisan
las votaciones deben ser los últimos en votar. Lo hacen todos juntos antes del recuento, pero Iván
no se planteó hacerlo hasta que comprendió que no podría dejar de votar frente a los demás. Jamás
antes se había acercado a una mesa electoral. Jamás antes se había interesado por la política. Y jamás
antes había votado a un partido político.
Iván no tenía dictamen. Carecía de criterio político. Pero abiertamente, y delante de los
entrometidos alargó el brazo hasta una papeleta que depositó en un sobre dentro de la urna de metra
quilato. Y aunque votó en blanco, aquella noche pensó mucho sobre todo lo ocurrido. Sobre los
comentarios de sus compañeros de mesa. Sobre los problemas que amenazaban al municipio. Sobre
el secretismo de cómo acceder al mundo de la política. Pero sobretodo, pensó en la facultad de
cualquier ciudadano mayor de edad para poder ejercer su derecho a participar, no solamente votando,
sino también innovando en la legislación.
Había sido la primera vez que manifestó su opinión, y lamentó de madrugada haber ignorado
tantas otras veces las jornadas electorales y su deber cívico.
La mañana amaneció con sus habituales retos que lo absorbieron y aquél fue otro episodio
zanjado con el ayer. Un día más vivido de otra manera haciendo otra cosa distinta. Y comentó con
Susana como se había desarrollado todo el acontecimiento pero omitiendo el breve y desalentador

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encuentro con El Político. Le contó las anécdotas divertidos. Como aseguran la confidencialidad. La
veracidad durante el recuento. Detalló el sofisticado sistema informático y la expectación que había
por uno u otro partido en el municipio que residían. Mencionó el importe de pesetas que cobró. Y
fue entonces que reaccionó para soltar un –caramba- porque lo demás, no le importaba a Susana.
También ella era una apolítica empedernida.

Iván era temático. Tenía claros sus objetivos. Estaban bien definidos. Y los revisaba cada trimestre para
readaptarlos. Organizaba los recursos. Planificaba la gestión. La ejecutaba, liderándola. Controlaba
cualquier posible desvió para asegurar la consecución y supervisaba que la finalidad del logro se había
cumplido.
Un objetivo familiar. Un objetivo profesional. Y solamente una prioridad en cada campo.
Vivía en compartimientos estanco desde que Dale Carnegie se lo sugiriera diez años atrás.
Desde aquel momento no mezcló los ambientes. No pensó en cosas del trabajo cuando estaba en
casa y no pensó en cosas familiares cuando estaba en el despacho. No jugaba dos partidos paralelos.
Se concentraba únicamente en la actividad que desempeñaba, sobretodo, cuando se tiraba por el
suelo del lujoso salón con su hija. Y cuando Ágata le contaba sus cosas frente a la chimenea en
invierno, en el agua de la piscina en verano, escuchando con suma atención embobado ante la
personita que se hacía mayor, Iván tenía más claro que nunca cuál era su objetivo prioritario.
Sabía que para profundizar en cualquier relación de la índole que sea es necesario escuchar.
Sosegadamente atendía la opinión de su hija tumbado a su lado y aceptaba sus regaños cuando
estaban justificados. Es saludable y razonable que los pequeños puedan regañar a los mayores porque
desde su óptica se aprecian cosas insólitas que desde cierta altura quedan empañadas en los ojos
adultos. Ese día lo regañó diciéndole -Dame un papel de dinero-.
Se trataba de una multa. Iván se había marchado en la mañana sin el abrazo y el beso, algo tan
cotidiano que cuando no se producía molestaba. Frente a sus chispeantes ojitos, apagado el televisor,
lejos el maletín del trabajo, analizando cada palabra, cada movimiento suyo, también la niña lo
enseñaba como amar. Ágata se sentía importante y crecía con autoestima.
Aquella piedra preciosa supo desde pequeña que el entorno no terminaba en La Mimosa.
Caminar por el asfalto, no es pasear en el monte donde en vez de tránsito y ruido hay pájaros y
melodías. La residencia tenía un hermoso jardín, pero aún así, tanta pared de ladrillo circundando el
perímetro oprimía a Iván. Recordaba el hiero, el cemento y el cristal de la azotea del colegio rodeada
por edificios sucios y tristes como si fuera una pesadilla.
Cada fin de semana degustaban el campo o la playa. Sobretodo el día que cambiaba la estación.
Solían escapar a realizar un picnic mientras Susana aprovechaba para una limpieza a fondo de la
enorme vivienda. “No basta con aprender en el colegio acerca de los ríos y los árboles, tienes que
verlos, palparlos hasta hacerlos tuyos” le había explicado sentados en la arena frente al mar
Mediterráneo.
Las salidas ayudaban al desarrollo de la mutua comprensión y contribuían a una comunicación
fluida y distendida sentados encima de un tronco comiendo el bocadillo que mamá había preparado.
Se estrechaban los lazos entre padre e hija.
“Saber que existen, no es ni la mitad del milagro de sentirlos” le decía a la pequeña que
aumentaba su conciencia del mundo natural. “No parques y jardines correctamente cuidados, el

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monte salvaje donde uno se abre camino apartando los matorrales. Nada compensa la experiencia
directa”. Y la ilustraba sobre insectos y plantas. Inventaba juegos donde había que buscar un tesoro
enterrado en las inmediaciones de donde estaban.
Desde pequeña aprendía a respirar profundamente aire no contaminado. A la niña le fascinaba
la naturaleza. Jamás se quejó de las salidas por muy a primera hora que iniciaran. Jamás prefirió
quedarse viendo televisión. Y desde la primera excursión quedó absorta y apreció todavía más la
comodidad doméstica. “Los niños que no sienten lo que hacen se convierten en adultos egoístas”
pensaba Iván.
Preparaban juntos las excursiones en función de los gustos y la época del año. Le describía los
lugares a los que podían ir, como se llegaba hasta ellos y una vez ahí, le contaba qué podían hacer. Si
Ágata exclama –Ay!!!... que sucio- inmediatamente insistía “Haber quien llena la bolsa antes” y
recogían la basura desperdigada plenos de risas y corredizas. Adecentaban el lugar antes de disfrutarlo.
Si se topaban por el camino con una cerca de ganado la dejaban debidamente cerrada. Con cuidado
pisaban cuando atravesaban algún campo recién sembrado. No encendían fogatas. Y recogían plantas
para Susana, pero jamás demasiadas, y no las ponían en cuencos de agua para que se marchitaran. Las
plantaban en las jardineras de la terraza. Su visita no dañaba el medio ambiente. Protegían el deterioro
de todo paraje natural.
Acostumbraron a visitar lugares alejados de toda urbanización, de cazadores, de motocicletas
de trial, de vehículos 4x4 y de curiosos ciudadanos del municipio que lo señalaban con el dedo porque
había corrido la voz.
Las dos mujeres que compartieron la mesa con él el día de las votaciones iniciaron una
publicidad sazonada de burla y con un cuchicheo advertían al cruzarse con Iván –Es ese de can fanga-
sin respetar su vida privada y su decisión de obrar. Pero Iván se tomaba el mismo tiempo para jugar
que para ser amable y les sonreía alzando su mano con simpático ademán desconcertándolos.

El padre de Ágata, aún a su temprana edad, no la engañaba sobre la envergadura del problema: “El
aumento de una población con hábitos necios e imprudentes, tecnología punta que utiliza excesivas
sustancias químicas, descontrolada actividad para carreteras y urbanizaciones que ocasionan una
erosión acelerada menguando el territorio fértil” y es que a veces Iván parecía Oscar. Pero es que el
creciente deterioro de la naturaleza también es una realidad para una niña que pronto cumpliría cinco
años. No era un fábula. Ningún invento de Iván.
Ágata aprendía a cuidar el entorno junto a su padre. Aprendía la importancia de asumir
responsabilidades. Aprendía a comprometerse con las tareas. Iván quería que su hija pudiera continuar
enriqueciéndose con lo refrescante y estimulante de tan preciada belleza cuando tuviera sus propios
hijos con los que salir a pasear. De verdad quería. Y así se lo contaba a una niña que corre a ser mayor
un padre que jugaba a ser todavía niño.
Una salida a solas con su progenitor era mejor que cualquier juguete. Sobretodo porque Iván
planteaba su educación como un juego divertido. Y le instaba a tocar, oler, y escudriñar, animándola
a explorar, a probar cosas nuevas para descubrir por sí misma adoptando opiniones y criterios propios.
Los juguetes forman parte del mundo infantil “Pero aunque sean emocionantes e
imaginativos jamás equivalen al mundo real. No pueden equipararse al placer de la vivencia
espontánea aunque fabricantes y publicistas pretendan hacer creer al niño y la niña lo contrario” se

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justificaba con Susana sin tener necesidad “Ni fabricantes ni publicistas se ganarán a nuestra hija, no
conseguirían manipularla”. Susana sonreía y le decía -De esto te encargarás tú Iván-. Iván que
recordaba la decepción sufrida cuando pidió para el día de Reyes un automóvil que se conducía por
una autopista a gran velocidad. Al abrir el paquete... la decepción empaquetada! Y se dijo para sus
adentros “Jamás voy a creerme lo que me digan en la tele hasta no comprobarlo yo mismo”. Y no
volvieron a jugar con sus emociones como no lo haría con las emociones de su hija. Se lo había
propuesto y estaba a la defensiva. Protegía a Ágata de la avalancha punzante de mentiras vestidas de
verdades.
En el campo se agachaba para mostrarle un caracol, en la playa, recogían juntos conchas y
piedrecillas con olor a mar salada. La pequeña le dijo en una ocasión -Esto no pede compar en
sumercado...- mientras se acercaba una caracola a su pequeña nariz respingona.
“Por muy sofisticada y avanzada que sea la industria jamás podrá equipararse a la fuerza y
vivacidad de la naturaleza. No hay réplicas para la arena o el agua, las flores o la hierba, una rama seca
o un fruto maduro en el suelo a los pies del árbol”. Obraba con sabiduría Iván. Consentía con
sabiduría Ágata -¿Los árboles se ponen fermos y se mueren por culpa del bumo de chokes papuchi?-
preguntó en tono afirmativo.
¡Bien! Pensó Iván. Esta niña es una niña despierta.
Y cuando la regañaba. Cuando Iván regañaba a Ágata lo hacía con una mezcla equilibrada de
firmeza y suavidad en vez de ser agresivo y autoritario imponiéndose como un general.
Protegía su espacio vital y las salidas a la Naturaleza.

Iván acostumbraba a dar paseos de siete a once kilómetros para tonificar sus músculos, adiestraba los
reflejos, y decía que ayudaban a una mejor digestión cuando no eran más que paréntesis para escapar
brevemente a la monotonía.
Para mantenerse en forma y aguantar el ritmo que imponía su hija, practicaba regularmente
natación, apartándose del culto al cuerpo y la musculación.
A Iván le gustaba terminar el día sin jadear de cansancio y sin que le dolieran las piernas. No
le agradaban los ascensores ni las escaleras mecánicas. Movía los pies. No le costaba doblarse para
desatarse los cordones de los zapatos sin tener que doblar las rodillas.
Frecuentaba el ejercicio y la dieta revitalizante, pero esa mañana concreta, hacía seis meses que
se habían celebrado las Elecciones al Parlamento Europeo. Desayunaba en la amplia cocina. Miraba
las noticias. Se encontraba bastante cansado porque se había excedido en el gimnasio. Le dedicaba
treinta minutos más desde que lo abrieron a partir de las seis de la mañana.
Sorbía café caliente al que agregaba un poco de güisqui y miel cuando una intervención del
Presidente de la Generalitat de Catalunya le acorraló la mente. Se quedó mirándolo fijamente, cosa
que jamás había hecho y al terminar su exposición exclamó “No he entendido nada de lo que ha
dicho”. Pero en ese momento entró Susana y se levantó para abrazarla. El abrazo duró diecisiete
minutos si contamos el desnudo y que la estiró encima de la mesa.
Su amor no era perezoso ni sonaba a cansancio. Y era emocionante y peligrosa la posibilidad
de ser descubiertos! Ágata acostumbraba a despertarse más tarde de las ocho. La guardería no habría
sus puertas hasta las nueve. Susana se tapó rápidamente con la bata que anudó y pensó que el
matutino era con diferencia el más delicioso.

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Y volvía a estrecharla largo tiempo entre sus brazos antes de mediar palabra porque para Iván
se trataba de un placer indescriptible esa manera de desear buenos días luego de abrirle el bata de seda
cuando todavía tenía los párpados pegados. Entraba a la cocina sonámbula a por... un café decía
Susana segura de encontrar al felino al acecho. Seguía embelesada de toda su animalidad ataviada con
el sombrero de la bienvenida, y como si fuera un reencuentro después de semanas de ausencia y
melancolía, aquel ritual diario era la mejor manera de empezar el día. Sin semejante preámbulo no
podía darse por inaugurada la nueva jornada. En seguida venía la ducha espalda contra espalda, Iván
por segunda vez; aunque en el gimnasio lo hacía sin jabón frotándose solamente con un guante de
crin para activar la circulación y renovar la epidermis y, ah! mucha agua tan helada como las puntas
de los alfileres lloviendo con furia.

Partió en su veloz deportivo a Barcelona. Tenía solamente una reunión, pero justificaba de sobras el
viaje. Solía agrupar todas las tareas a realizar en Barcelona haciéndolas coincidir en un mismo día de
la semana, pero en aquella ocasión, no había trabajo que realizar sino era sorprender a sus dos mujeres
con algún obsequio útil para el hogar. También pensó en ir al cine. Una vez en la Plaza Calvo Sotelo,
saliendo con la misión cumplida y toda la tarde por delante, a Iván se le cruzaron los cables.
Frente al parking a donde se dirigía se encontraba la sede central del partido que con insistencia
quería implantarse en Cataluña. Sin pensarlo dos veces cruzó la calle y con firme predisposición
solicitó ver al presidente para exponer sus intenciones que, una vez más, obedecían a un extraño
impulso repentino y locuaz.
Primero conversó con la recepcionista, y a su vez, con una secretaria que su convicción y
presencia le causaron cierta curiosidad, y se despertó el interés de la jefa de gabinete que entraba en
ese momento. Inmediatamente fue invitado a sentarse en una sala de espera donde un hombre muy
mayor de arqueada espalda le interrogó. Más tarde, se repitió la escena a manos de un hombre muy
bajito y enérgico y luego, después de haber ojeado manuales y revistas del partido en una larga espera
de un silencio turbador, ya en otras dependencias algo más confortables, Iván contestó nuevamente
a las mismas preguntas a una guapa señorita de impecable traje chaqueta gris perla, la asistente del
presidente, quien le invitó a pasar a una sala más grande y todavía más confortable donde se
encontraban tres hombres serios. A uno de ellos lo reconoció enseguida por sus apariciones en los
medios de comunicación.
Al pedirle cual era el motivo de su visita, Iván repitió exactamente las mismas palabras que
había pronunciado tres horas antes en la entrada “Vivo en un municipio en la Costa Brava donde
ustedes no tienen presencia y me gustaría encabezar la lista en las próximas elecciones municipales”
y cesó su exposición breve, pero directa.
El comportamiento de Iván demostraba entereza. Se había atrevido a dar ese contundente
paso y, tras un exhaustivo interrogatorio donde ninguno confesó la importancia estratégica de dicho
municipio, Iván lidió con los tres adornando convenientemente la conversación para entregar los
elementos que sabía podían gustar. Hasta que el presidente dio su autorización. Cuando aquella
noche en una cena con varios amigos anunció con entusiasmo la noticia “Voy a presentarme a las
elecciones” todos enmudecieron, se miraron unos a otros, sonrieron, y se carcajearon por la
ocurrente broma. Únicamente Susana lo miró de reojo sin decir nada, helada. Su esposo había vuelto
a tensar el arco. Había lanzado su flecha como siempre, muy alto.

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Faltaban seis meses para las elecciones municipales y para Iván, aquel era tiempo suficiente para
prepararse. Desconocía las estrategias, pero eso no hacía más que añadir emoción al asunto. Su mente
se empapó de política. Leía sobre política. Bebía y comía política. Pensaba a todas horas “No es los
ciudadanos por un lado y los políticos por el otro. Ser político es una profesión más, como ser
carnicero o albañil, lampista, médico o abogado. Los ciudadanos de a pie no son diferentes de los
políticos. No podemos marcar distancias. La gente no está al margen” y con este tipo de argumentos
entraba poco a poco en su nuevo personaje; la nueva mascarada “Cuando hablamos del pueblo y de
sus ciudadanos, lo hemos de hacer como si nos refiriéramos a la familia, más aún, como si fueran
realmente la propia familia”. Inventaba argumentos para estimularse en positivo y convencerse a sí
mismo de que aquella actividad era la mejor opción. Se vestía de la básica percepción sobre el tema.
No importaba si estaba en la tabla de abdominales del gimnasio o tendido en la cama antes
de apagar la luz o paseando por la playa con las plantas de los pies hundidas en la arena fría de invierno
“El pueblo, cada ciudadano es parte de mi familia y al salir del Parlamento donde se regula aquello
que debe cumplirse, nosotros los políticos somos uno más y no solamente legisladores”. Hablaba y
hablaba creyéndose una importante personalidad pública como si le entrevistaran en una radio
cuando en realidad no pasaba de ser un hombre que un día tuvo la osadía de presentarse en un lugar
donde recibió una simpática palmadita en la espalda pero nada más.
Todos le habían olvidado ya inmersos en la vorágine de los acontecimientos diarios y su visita,
no pasó de ser un anécdota sin relevancia en la sede del partido en Barcelona.

En la historia de la humanidad, quienes realmente triunfan son aquellos que se mantienen fieles a sí
mismos esforzándose por conservar su escala de valores. Triunfan quienes respetan sus ideas y
principios morales.
El planteamiento inicial de Iván era romántico, no ansiaba poder. Sin duda el dinero es el
mejor mecanismo de protección del mundo capitalista. ¿Solo pueden soñar los que poseen dinero?
¿Únicamente la gente con dinero es libre? ¿Don dinero lo puede todo?
Iván no quería adulterarse, no quiso jamás prostituirse. Sabía vivir consigo mismo y no quería
sentir vergüenza de sí mismo, sin embargo, desde muy pequeño algo le decía que desde arriba las
cosas son mejores. Creía que se vería mucho mejor desde la cima. Estaba convencido que todo sería
más cómodo y fácil una vez arriba. Ajeno al pisotón del fuerte de turno frente al débil ocasional.
Estaba decidido a formar parte de ese diez por ciento de personas que actúa sobre el resto.
Manteniéndose cerca de los que deciden, de los poderosos, quería participar en lo que afectaba
irreversiblemente en la vida de todos. Quería utilizar los mecanismos; aquellos utensilios ajenos a la
gran mayoría de los particulares patrimonio exclusivo de unas cuantas grandes instituciones.
Iván se cuidaba de no ensuciarse las manos, pero se negaba a desconocer, a no indagar, pues
nadie más que él quería saber, y quería saber todo de casi todo. Jamás quiso que lo enredaran.
Precisaba entender con conocimiento de causa directamente de la fuente sin ninguna clase de
intermediarios. Siempre quiso la verdad de primera mano y aguantó su crudeza sin amilanarse. Era
un hombre que estaba preparado para cualquier cosa. Con treinta años recién cumplidos, todavía
tenía la fogosidad de un adolescente y ante cada nuevo proyecto seguía explorando. Continuaba
asumiendo riesgos. Iván tenía la aventura tatuada en su piel. Una vez más, se había soltado dejándose

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arrastrar por la corriente confiando que lo llevaría a un lugar; bueno o malo, pero a un nuevo lugar
que valía la pena descubrir.
¿Por qué ahora? Ahora que no tenía preocupaciones. Ahora que trabajaba solamente dos o
tres días a la semana. Ahora que disfrutaba de una estabilidad en todos los sentidos... ¿por qué
complicarlo todo de nuevo otra vez?
Al igual que un vampiro necesita sangre para vivir, Iván necesitaba otra hazaña, quizás para
demostrarse que seguía dominando las situaciones, quizás para autoreafirmarse, quizás para no
aburrirse y evitar caer en la monotonía de las costumbres, pero, ¿por qué la política?
¿Por qué a todo el mundo le parecía imposible? ¿precisamente por eso? ¿Por qué a la gente
consultada le parecía un mundo complejo y difícil? o, ...porque se burlaron de su propósito! Quizás
sí, quizás pensó que debía demostrar su estirpe de héroe o... simplemente porque era algo totalmente
nuevo y desconocido para él.
Nadie sabía exactamente los motivos y si le preguntaban se encontraban con un “¿Y por qué
no?” tan arrollador por su gesto y su tono como decepcionante por su falta de fundamento. Sin
embargo, detrás de aquél inicial impulso ciego aparentemente inconsciente, lejos del capricho
compulsivo, encontró razonamientos de peso para su espíritu inquieto que le llevaron a seguir
adelante sin detenerse.
No quería ser simplemente un miembro de la sociedad, Iván quería dirigirla a su manera
imprimiéndole “Mi estilo y mi huella”. Prefería ser el primero en un municipio a ser el segundo en
una gran ciudad. Pero no deseaba ser el cacique del pueblo sino tocar a su antojo desde lo alto del
campanario con ritmos inexplorados y anuncios inéditos.
Iván había comprendido que la política permite disponer de información privilegiada y veraz,
y esta ventaja, en sí misma era todo un atractivo pero había más, mucho más. La oportunidad de
tomar decisiones importantes que afectaran a personas y la facilidad de aprovecharse de ciertos
recursos alejados del ciudadano medio “Pertenecer a un grupo de presión y a un colectivo concreto
que se autoprotege” decía, se volvieron inamovibles cuestiones de peso. Y una vez se fijó en estos
simples hechos, no pudo dejar de analizar el conglomerado con todo su vasto horizonte. Pretendía
beneficiarse inteligentemente.

El despacho de Iván se llenó de videos relacionados con la política desde muy diversos ángulos.
Conocía bien el mundo empresarial y financiero, los bufetes y el espectáculo, y lo político le pareció
una especie de fusión de todos estos distintos ambientes en donde hacer repercutir sus
conocimientos.
Afirmaba “Nadie se hace rico trabajando ni tampoco negociando equitativamente. Todas las
grandes fortunas se han conseguido con métodos poco ortodoxos” y es cierto, suele decirse que
detrás de un gran imperio se oculta un robo o un asesinato. Él siempre creyó que era mejor robar a
un rico que a un pobre “Pero mucho mejor es robarle a un ladrón”. Por esto buscó en el mercado
del libro viejo de segunda mano el arte de la guerra de Sunt Su, para hacerse con su filosofía. Y
comenzó a fascinarse con todo lo relacionado con el poder en la sombra y los grupos de presión
como la Masonería o el Opus Dei. Pero fue el cine quien otra vez lo sedujo poniéndole al descubierto,
aunque fuera desde la ficción, un colectivo independiente al margen de la ley: ese poder llamado
Mafia. Continuaba tomando prestado del medio cinematográfico grageas estimulantes.

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La vida siempre supera la ficción, porque en la película solo pasa una cosa, existe una sola trama
mientras que en la vida transcurren mil cosas a la vez y no puedes detener la vida y rebobinar.
Susana le preguntó al respecto del material y le dijo él “Voy a mantenerme cercano al poder
porque al ciudadano en general se le oculta información. El reconocimiento social lleva implícita la
escucha por parte de la población y siendo popular la verdad quedara subrayada en rojo”. Había
instalado un video en el despacho, quitó el dedo de la pausa del control remoto y continuaron sus
ojos fijos en la pantalla del televisor.
De nuevo Susana atendió sin decir nada y discretamente cerró la puerta y bajó las escaleras
hasta el lujoso salón donde Ágata pintaba en una cartulina. Era la única que lo apoyaba, aunque lo
hacía desde un mutismo de consentimiento sin delatarse, siempre dispuesta para ayudarle en
cualquier cosa que pidiera su Iván. Susana fue la única persona que no cuestionó su decisión, aún con
todo el riesgo que entrañaba la nueva aventura de su esposo para la estabilidad del hogar.
Susana no sólo amaba a Iván, también lo respetaba. Sin embargo, pensó que estaba muy
equivocado -La gente escucha con mayor predisposición a un rostro agradablemente famoso,
habitual de las tertulias y el chisme televisado que a un político que es serio y aburrido. Escucharán
maravillados a un astro del fútbol, una estrella de rock, incluso a quién sin méritos propios es portada
de las revistas del corazón aunque sus palabras estén vacías y carezcan de significado... antes que a un
político de sonrisa postiza- y Susana estaba en lo cierto.

Iván comenzaba a tener la sensación de que todas las miradas se centraban en él; en lo que hacía, en

cómo lo hacía, y en todo cuanto decía. Medía cada palabra como si fuera un doctrina, cada

movimiento hasta el punto de llegar a obsesionarse por algo que carecía de consistencia.

Habían transcurrido cinco semanas desde su visita a la sede del partido y ningún otro

contacto se había producido. Entró en un capítulo en el que creía ser el único poseedor de la verdad

y a su lado no había nadie para desengañarlo, ni siquiera Susana entretenida con Ágata. Pero su vida

estaba llena de sensaciones nuevas, emociones que lo hacían vibrar y a Iván le complacía

saborearlas. Exprimirlas. No quería ignorar ninguna y las conservaba con mimo y casi con celo.

Etapas donde la incertidumbre se abraza con la posibilidad del logro se sucedían unas a otras

surgiendo “Algo nuevo y maravilloso” qué dicha la de Iván, ¿he escrito dicha en vez de felicidad?

Su compromiso consistía en ser lo que en verdad podía llegar a ser, pero cada meta lo alejaba
de su ser. La felicidad de las demás personas era a la vez su propia felicidad, y pensó que en esta nueva

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incursión podría desarrollar tal facultad. En su actividad laboral última, supo mantenerse en una
posición envidiada por muchos de sus ex-colaboradores desde su centro operativo en la Costa Brava,
consiguiendo hacer ganar más dinero a sus “amigos” apuntalando la leyenda que no decaía. Conocía
la estrategia del enfrentamiento a muerte en un solo combate y le seducía la idea de aprender
diplomacia para entablar batallas verbales y evitar absurdos tiroteos.
A Iván le gustaba saber quién estaba con él y quién contra él, pero ahora debía aprender a
utilizar un mayor grado de sutileza pues hasta la fecha, se le veía venir a la legua porque él mismo
insinuaba claramente cual sería su siguiente acto. Era una incógnita saber si Iván aprendería a hablar
“con segundas” y parábolas. Pero ¿a quién?... a sus adversarios y contrincantes políticos debía hablarles
con ese lenguaje encubierto en la endulzada agresión, o, al pueblo desatendido al que pretendía amar.
Si lo conseguía... ¿a quién engañaría? ¿Se alinearía con la clase política para pisar al pueblo?
Iván era un ser directo que obvia lo superfluo. Siempre le molestó la innecesaria paja que
confunde más que ayuda en las conversaciones. Era tiempo de aprender a controlar y callar ciertas
opiniones. Y situaciones como la de aquella misma tarde en la que su clienta le había advertido de las
características del abogado contrario permitiéndole disparar uno de sus dardos que lo hacían tan
sumamente peculiar “La homosexualidad, cuando no es vicio, permite profundizar en el abismo del
amor” resulta que esa clase de comentarios ya no podrían exteriorizarse. No podría expresarse con
plena espontaneidad ante la posibilidad de que algún medio de comunicación tergiversara sus
palabras. Debería desechar esas maneras. En un futuro próximo, parecía que Iván entraría a formar
parte del colectivo que dice un montón de tonterías para “quedar bien” mientras encogen los dedos
del pie dentro del zapato.
“Los escritores cuentan mentiras para decir verdades. Los políticos cuentan mentiras para

esconder la verdad. Una declaración pública, debe cumplir tres importante requisitos: debe ser

agradable, necesaria, y verdadera. En momentos de apuro, puede prescindirse de uno de estos

requisitos, pero jamás de dos. Dos de ellos tienen que estar presentes siempre. Y suele prescindirse

de la necesidad de decir la verdad, amparados en la necesidad de protegerse entre ellos, en la

necesidad de esconderse la verdad al conjunto de la sociedad”. Sus palabras estaban prestas a sonar

igual que una espada cuando sale de su vaina de acero.

A Iván le sobraba sentido de la responsabilidad, sin embargo, le faltaba sentido del humor.
Tenía que aprender a explicar buenos chistes para meterse a los invitados en el bolsillo. En su nuevo
mundo no eran convenientes sus relatos porque podían ser un foco de problemas. Y sus logros
profesionales serían interpretados como pedantes exhibiciones desafortunadas, por lo tanto,
comedido, debía encontrar una fórmula inofensiva para ser el centro del grupo y ganarse a la gente
con alegría mediante comentarios sarcásticos sobre otros políticos y descafeinadas charlas sazonadas

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de risas, compleja tarea para Iván, pero todo se aprende... ¿pero quería aprender algo que era
incompatible con su naturaleza?
Mantenía desde hacía varios años que “Las hazañas de un gran hombre valen más que sus
defectos y debilidades”. En algún lugar había leído que una mano lava a la otra, o quizás, lo había
escuchado en algún diálogo de los periódicos pases de películas a los que se sometía en su despacho
para conocer gestos y vocabulario. La cuestión es que para Iván todo cuanto era trivial merecía
borrarse del mapa y reírse era mejor que hablar de tonterías, pero no era una prioridad habiendo
tantas cosas importantes que plantearse. Además, su alegría y sus carcajadas, pertenecían únicamente
a su hija Ágata para la que se convertía en un auténtico payaso de circo. Por una vez en su vida parecía
que no le satisfacía el personaje.
Sin embargo, estaba cada vez más convencido de consagrar su existencia a procurar el bien
colectivo desde una posición elevada porque para él no podía ser de otro modo... “Pero sin perder de
vista mi autorrealización personal” se dijo.
Llevaba muchos años persiguiéndola, y constantemente parecía que sería la última vez hasta
que se bajaba de la noria y se subía a una nueva atracción “Una sola actividad en cada momento y un
momento para dedicárselo a cada actividad” afirmó levantando la copa de fino cristal en casa de sus
suegros la noche de fin de año y en ese instante, Susana supo que su amado esposo se había montado
en la montaña rusa sin apretarse el cierre de seguridad, y dejó que sus párpados descendieran, los
apretó, sorbió la copa de cava resignada a ser la esposa de un político aunque no de un político
cualquiera, claro está. Estamos hablando de Iván.

Iván despedía el año dando gracias por un sin fin de innumerables motivos. Incluso el pormenor más
leve que otra persona escogería como acontecimiento que lamentar, para Iván merecía un elogio.
Por alguna u otra razón le sacaba punta en positivo y, sin duda, aquella madrugada que inauguraba
el nuevo año no fue distinta a los anteriores 31 de diciembre.
Una mirada vigorosa de una fuerza aparentemente ilimitada volvía para darle la bienvenida
con idéntico brillo que cuando necesitaba descubrir parajes insólitos en lugares lejanos como punta
de lanza excitada. Iván sentía que todavía le acompañaba la sensación de estar realizando algo
inmensamente grande. Sentía que preparaba los planos de una empresa arriesgada dispuesto a
reanudar el camino hacia un desafío que estimulara su afán por vivir la vida con intensidad.
Exprimía la última gota del año. ¡Qué gozo! Pero aún mayor era el gozo de recibir al nuevo
ciclo de vida con la promesa de aventuras tremendas.
Se trataba de un rito que le señalaba su capacidad para elegir el propio destino.
Tenía una serie de innatas habilidades que lo marcaban allí donde se encontraba. Lentamente
fue enriqueciéndose, no sin sufrimiento, para obtener valiosos conocimientos, pero el dolor de la
vida es el precio que se paga para avivar el corazón.
Pronto podría conseguir materializar los instrumentos precisos para su única misión, pues
había dejado de atender los expedientes del despacho y las llamadas de Barcelona y no aceptó ningún
encargo profesional nuevo.
Le acercó la silla a la mesa cuando Susana iba a sentarse y, rozándole la mejilla con sus labios
entreabiertos, susurró al llegar al oído a continuación de cruzar rozándole la mejilla con su nariz un
delicado te quiero.

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Tras el detalle Ágata aumentaba el respeto por su papuchi al tiempo que cantaba los
villancicos. Estaba acostumbrada a verlo comportarse como un autentico caballero de cuento de
hadas que valiente se enfrentaba al maligno dragón para vencerlo con la misma facilidad con que le
cedía el mayor espacio en la acera o le abría la puerta del ascensor. Dejaba pasar primero a su madre
en la consulta del médico y acto seguido la alzaba para cargarla en sus brazos tranquilizadores. Iván
se abría paso para que sus dos hadas no fueran pisoteadas frente a la multitud en una aglomeración
de gente en avalancha al interior de un centro comercial el primer día de rebajas. Durante una
manifestación en la que se producían altercados, ahí estaba Iván como el mejor superman.
La mayoría de adultos que rodeaban a Ágata pensaban que era demasiado pequeña para
atender los pormenores de la vida, pero sin saber bien por qué, Ágata lo hacía. Percibía, avispada.
Se comieron las doce uvas al compás de las doce campanadas.
Quizás empezaba el mejor momento para Iván.
Jamás le agradó trabajar para los demás. Prefería hacerlo con los demás, y en lo posible, con
el dinero de los demás. Así es como se llenó de experiencia y así benefició a clientes, socios,
proveedores. Le tocaba beneficiarse.
Aunque el oro, a menudo viene cubierto de lodo!

* * * *

El diez de enero de 1995 se personó en la sede del partido en Gerona sin previo aviso; el antiguo

edificio le pareció el mismo crepúsculo estridente de un ocaso grisáceo.

Precisaba el “visto bueno” del presidente provincial antes de poner la maquinaria en marcha.

Con menos parafernalia que en Barcelona, se repitió el ceremonial. Las mismas preguntas. Las

mismas respuestas por parte de Iván, pero añadiendo al final de la frase la autorización verbal del

presidente del partido en Cataluña, con lo que aquello se convertía en una mera formalidad. Había

pasado la prueba de fuego en la sede central en Barcelona.

Joven, bien plantado, dinámico en sus maneras, de elocuentes palabras y, nadie había
mostrado interés en presentar candidatura en aquel lugar desde 1982. No era probable que venciera,
pero los dirigentes de Madrid querían incrementar el número de listas electorales por lo que aquel
hombre obeso de espesa barba pelirroja no dudó en darle la conformidad. Al fin y al cabo, una lista
más, en sí misma era un triunfo. Tenía dudas por su inexperiencia pero no se lo manifestó, como
tampoco le explicó las dificultades con que iba a enfrentarse para no asustar al tierno varón.
Durante la entrevista personal se limitó a asentir con la cabeza en señal de aprobación. No le
facilitó documentos ni tampoco material a partir del cual iniciar su labor. Y una vez lo despidió en la

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puerta, cuando se cerró tras él, se olvidaron por completo de tan entusiasta joven de impecable porte
con aspecto de ternero degollado antes de comenzar.
Lo único que obtuvo Iván una semana más tarde, fue una relación de antiguos militantes
elaborada al inicio de implantarse la democracia luego del régimen franquista por mediación del fax.
La firmaba el secretario de organización por orden del presidente provincial acotando un comentario
escueto: ¡suerte!
El mayor problema con el que se encontraba Iván eran las siglas escogidas. Había decidido
representar a un partido españolista de derechas en una zona de marcado sentimiento nacionalista y
aunque habían modernizado su logotipo haciéndolo más estilizado, no pudieron borrar su rancio
aroma caduco para el sentir de muchas personas. En un territorio predominantemente catalán, donde
los forasteros eran excluidos despreciados y humillados, apostar por aquél partido era un suicidio,
una deshonra, y así se lo manifestaron los vecinos de la urbanización y todos los familiares de su
cuñada nativos de la zona, pero Iván, como siempre ignoró los comentarios derrotistas
desenvainando la espada de los imposibles.
Reunió a toda la gente simpatizante del partido en un local social del municipio para
presentarse. Quería su consentimiento como cabeza de lista. No era un requisito necesario, pero
quiso hacerlo por respeto a los que un día ensalzaron a la primera versión del partido y se sorprendió
porque al acto, apenas asistieron una veintena de personas del centenar que había convocado. No
había juventud, hijos de los primeros militantes, nietos, primos; es más, la media de edad oscilaba
entre los sesenta y muchos años. No esperaba semejante panorama. Y decidió abordarlo como se
aborda... como se asalta un banco!
Intentó gustar sin atosigar y probablemente convenció, no hubo preguntas. Cuando preparó
el encuentro confiaba encontrar apoyo, ideas, sugerencias, acudía no solo para ratificar el
nombramiento en busca del caluroso aplauso que anima, acudía para solicitar ayuda y cooperación
¿desastre? Iván asumió el golpe ¿de suerte? Lejos de deprimirse, lo enfocó como una reunión de
trabajadores de una fabrica y se vistió de líder sindicalista para hablarles sobre sus derechos y la
posibilidad de un futuro mejor. No se vio en la obligación de concretar un plan de trabajo que ni él
mismo sabía como iba a desarrollar; imprimiría su sello personal, esa era la única certeza.
No se desanimó por la fría acogida, simplemente, la falta de gente le hizo comprender que
debía tomar las riendas por completo partiendo del cero más absoluto y desconsolado llevándolo a
su manera, tal y como a Iván le gustaba hacer las cosas y, en ese instante, como en tantos otros de
su vida no se derrumbó ni se amilanó ni pensó en tirar la toalla.
Qué fácil es abandonar.
Él llegaría hasta el final.

Faltaban cuatro meses para las elecciones. Debía preparar la campaña concienzudamente dado que
todo jugaba en su contra. Era una persona completamente desconocida en el pueblo, un forastero
recién llegado de can fanga; denominación peyorativa para los nativos de Barcelona. Era demasiado
joven para muchos y demasiado “guapito” para otros que le aplicaban el mismo axioma que a las
modelos rubias.
Se encerró en su despacho para crear el propio programa electoral sin conocer el territorio, ni
su historia, ni sus peculiaridades. No sabía nada acerca de la política local, sino eran los comentarios

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de hacía casi un año a lo largo de la jornada de las Elecciones al Parlamento Europeo. Todavía faltaban
ocho semanas para que dieran comienzo los mítines y las entrevistas en radio prensa o televisión, y
se dijo a sí mismo “Llegado el momento estaré preparado” al tiempo que suspiraba para llenar su
pulmones de aire renovado.
Jamás dejó de reconocer durante la travesía que era difícil levantar una lista y conseguir la
confianza de la gente para que la votaran, pero inmediatamente añadía “Debemos admitir que es
posible, que existe una posibilidad y mientras ésta prevalezca, por lo pronto a mí me basta”. Así
aumentaba su palpitar bajo el pecho encendida la adrenalina.
Desde un inicio se propuso Iván no entrar en descalificaciones personales. Tampoco quería
cuestionar la actual gestión del equipo de gobierno “Sobretodo porque no tengo precedentes y quizás
yo en su lugar hubiera actuado de igual forma, sin embargo, sí afirmo que bien puede mejorarse la
gestión, y ésta es mi sana intención” pero al escucharle, la gente le miraba con cierto recelo y
desconfianza. No tenían ni idea de sus destrezas. Impensable el huracán que se avecinaba. Nada sabían
de Iván más allá de la placa en la entrada del domicilio donde se leía “consultor empresarial”.
Iván pensaba contrarrestar su anonimato con la oratoria franca y directa. Saber hablar en
público merecía la consideración de la gente de cualquier punto del territorio catalán, y aunque por
el momento desconocía cual sería la palabra adecuada, no cesaba de estudiar e investigar sin descansar
un segundo.
Para que su nombre y figura llegara a todo el mundo, se complació en comunicar a bombo y
platillo y a los cuatro vientos la reorganización del partido en aquella zona al que dotaba de un
potencial del que carecía hasta ese día. Empezaba a convencerse a sí mismo que su municipio no
podía permanecer al margen de los acontecimientos e invitaba a cuantas personas podía a sumarse al
proyecto, pero seguía caminando en solitario en un pueblo extraño como extraña es la llanura del
terreno inexplorado.
Achicaba el agua de un bote que nadie había mandado lanzar a la mar y que azotado por las
grandes olas se resistía a navegar. Y partiendo de la nada sin medios aparentes si no era su fascinación
por el propósito, pretendía abrir una etapa política en la vida local donde hubiera espacio para el
menospreciado y casi odiado partido al que se había acercado una tarde en Barcelona por curiosidad
en vez de asistir al cine.
Empezaba su propia película.
Familiares y amigos se llevaron las manos a la cabeza.

Al hacer balance de todo cuanto había sucedido en los cuatro últimos años, cualquiera podía darse
cuenta que era necesario cambiar el estilo de hacer las cosas en el Ayuntamiento. Que la coalición
catalana perdería un escaño, era evidente, pero con seguridad, nadie sabía quién lo ganaría y la
aparición del partido españolista fue el factor sorpresa que desorientó a todos.
Pero Iván no se conformaba con ser una sorpresa. Iván quería ser decisivo. Mientras unos y
otros se preguntaban si lograría convencer, él, caminaba un paso más allá. Y pretendía marcar el paso,
la diferencia, determinando quién iba a gobernar para intervenir en esa nueva forma de actuar.
Decidido a provocar un diálogo constructivo entre todas las fuerzas políticas, su ingenuidad le pasaría
factura. Sus intenciones eran buenas, demasiado buenas para la política.

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Con la proliferación de varios partidos políticos que pujaban, romper la mayoría absoluta
equivalía a diseminar los escaños en diversas combinaciones de posibles pactos pos-electorales. Las
intenciones de Iván de permitir el intercambio de opiniones y confrontar las distintas posiciones,
daría pluralidad y enriquecería la oferta de opciones, pero pronto descubriría que a veces los políticos
se comportan peor que los niños malcriados negándose a sentarse en una mesa para dialogar con
según quién. Sus conocimientos de negociación en una reunión aquí no valían. La estupidez que
asaltaba algunas personas limita en ocasiones el crecimiento de un pueblo, y ese municipio, no estaba
exento de tan deplorable plaga. En política, dos y dos jamás suman cuatro.
Iván defendía la tesis de escoger un alcalde que sobretodo fuera un buen gestor para cambiar
el habito de administrar el Ayuntamiento como un pozo sin fondo, implantando técnicas y sistemas
de trabajo más ágiles y eficaces con un elevado nivel de ilusión y un marcado sentido de la
responsabilidad. Quería disminuir el gasto público reduciendo el endeudamiento, aumentando la
calidad de los servicios. Apostaba por la innovación para protagonizar los eventos de la comarca
persiguiendo ser continuamente pioneros para de esta forma, encabezar el vanguardismo. También
apostaba por la creatividad frente a la problemática diaria, aportando con rapidez las soluciones más
adecuadas sin perderse en lo lamentable de la desgracia. Estaba completamente decidido a transformar
el Ayuntamiento convencido que una sociedad que aísla o no apoya la creatividad no es más que
una sociedad condenada a desangrarse. Pero, ¿quién quería cambiar en un mundo apático? Suficiente
tenían con la Tramuntana cuando soplaba feroz para aguantar los aires que se levantaban desde la
garganta de Iván.
Esa combinación de planteamientos no se había visto jamás antes. Hablaba sobre la base de
un futuro prometedor y la gente, al no estar acostumbrada, no conseguían digerir sus palabras...
prestidigitador, ¿pretendía formular algún tipo de encantamiento?
Iban acostumbrándose a su presencia pero al mismo tiempo, cuanto más sabían acerca de Iván,
más les desconcertaba Iván. Sus adversarios políticos no sabían como atacarle. No tenía pasado. No
podían atribuirle una mala reputación. Ni tampoco difundir el rumor de infidelidades matrimoniales.
Susana lo acompañaba a todos los actos sociales y a nadie escapaba la encendida pasión que se
procesaban. Sin vicios como el juego la bebida o la cocaína, tampoco podían inventarle asuntos de
corrupción. ¿Qué podía hacerse contra semejante individuo? ¿Cómo luchar contra una persona que
habla permanentemente en positivo? ¿Bajo qué excusa se podían pisar sus objetivos? Y no le
desacreditaban porque a su vez, él tampoco les descalificaba, pero aún así, le acusaron de inexperto
forastero españolista porque de alguna manera tenían que minar su avance. Adjetivos débiles que sin
embargo, muchos utilizaron como etiqueta para ese joven apuesto de cabal talla que estaba
revolucionando la tranquila política municipal a la que estaban acostumbrados desde hacía veinte
años -¿Por qué él? ¿Por qué en ese lugar? ¿Por qué ahora?- se preguntaban.
Sin apenas conocimientos sobre la materia, Iván confeccionó una aparatosa campaña que

invitaba a reflexionar cuestionándose un montón de cosas. No era tan vistosa como la de los demás

por falta de medios y apoyo del partido, pero sí mucho más auténtica porque nacía de un corazón

implicado y honesto con lo que hacía, y, aún siendo fotogénico, la faz de su rostro no visitó las

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calles. Ninguna farola colgó una fotografía suya. No pudieron arrancar los carteles electorales de las

paredes, ni pintarle bigotes o engancharle chicles en los ojos porque no los hubo. Aunque hubiera

sido algo bueno.

Iván continuaba ostentando su magnetismo peculiar y no es ningún secreto que un gran

número de mujeres indecisas se inclinan por el candidato más guapo. Si quería podía ingresar una

buena cantidad de votos por este hecho y sin embargo, prefería el tú a tú cuerpo a cuerpo ante

ellas. Todavía recordaba como seducir, pero se imponía estrechar la mano por igual a unas y a otros

con energía y una sonrisa que acompañaba con la mirada transmitiendo en cada contacto su limpia

sinceridad. Y comenzaba a ser el más popular, pero con apodos despectivos en general. Y cuando

Susana leyó los recortes de prensa acumulados una noche que le subió al despacho un café triple

antes de acostarse y él estaba en la azotea contemplando las estrellas, esparcidas por la mesa de

caoba... le dolieron los comentarios que también había escuchado en la tintorería y el

supermercado, pero jamás antes los había visto impresos en notas anónimas y boletines oficiales.

Se dejó caer en el sofá temblando, asustada por el futuro que los engullía en un mundo de
envidias y pleitos, intrigas y escándalos que salpicaban hasta envenenar.
Iván entró en la casa. Cerró el ventanal. Dejó caer con exquisitez la persiana y lentamente
descendió pensativo los escalones cuando la descubrió absorta.
La tranquilizó diciéndole “Que hablen cariño, bien o mal, pero que hablen” y, ciertamente,
quedarse en un segundo plano es lo peor que puede pasarle a un candidato.

La llamada de un avispado periodista que le había prestado atención un par de meses atrás cuando
asistió a una reunión del barrio donde residía, le cogió por sorpresa a Iván. ¡Iban a publicarle!
Las palabras de Iván debían sonar a solvencia, transmitir que el proyecto mantenía una solidez
de la que en realidad carecía. Era bueno que la prensa recogiera la noticia pero aquel primer encuentro
con el hecho innegable de la falta de consistencia del proyecto en un medio de comunicación, era
peligroso, pero resultaba inteligente aprovechar la oportunidad.
Debía ser algo más que una simple noticia por lo que impulsó en sus palabras la predicción
“Nuestro partido será la llave del próximo gobierno” y aquella contundente afirmación fue titular de

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primera plana en la siguiente edición del periódico. Todo el mundo quiso saber quién era el aspirante
a alcalde de la formación política españolista que osaba asegurar tal barbaridad. Con el acto Iván había
dado el pistoletazo de salida en la lucha pública logrando despertar la atención de unos y otros.
Silbaban los oídos. En los bares se agudizaron las polémicas y en las sedes de otros partidos las
carcajadas.
Iván iniciaba los preparativos para formalizar la constitución del proyecto cuando Susana entró
al despacho espléndidamente sexy enfundada en su falda con abertura lateral y los zapatos de tacón
alto, pero cuando Iván se sumergía en un tema, no veía nada más hasta que le daba carpetazo y en
los últimos días, obstinado y aprensivo a una semana de cerrar la lista electoral, la presión se había
apoderado de él hasta el punto que no bajaba a cenar porque no encontraba a las veinte personas que
quisieran dar la cara públicamente apoyando con su nombre en una papeleta de votación la
candidatura de Iván. Susana dejó encima de la mesa el correo sin decir nada. Quería proponerle que
la acompañara a recoger a la niña y luego caminaran juntos hasta casa de sus padres. Aquella tarde
no le apetecía cocinar. Y Ágata se chiflaba por los canalones de la Tata. Se marchó.
Horas más tarde, ya con su bata de seda sin anudar, Susana accedió a la torre de la fortificación
para quedarse frente a Iván con mirada traviesa. Asomaba el pubis. Lo observaba deseándolo entre
sus labios, admirando su fervor y dedicación, orgullosa, y atemorizada a la vez.
Iván continuaba totalmente inmerso en sus pensamientos de maniobra. Miraba la pantalla del
ordenador fijamente como si intentara vislumbrar la respuesta a su incomodidad dispuesto a atravesar
el software hasta los chips.
Susana golpeó suavemente con los nudillos en la mesa señalando uno de los sobres que había
traído el cartero por la mañana. Ella había firmado el acuse de recibo del certificado. Estaba intrigada.
Se sentó.
Iván lo abrió. Y dijo inmediatamente “No pienso afiliarme al partido” y volvió al subterráneo
mundo del que había emergido por un instante nada más.
Susana cogió el sobre. Dentro había una hoja de afiliación acompañada de una carta
estandarizada de bienvenida. La leyó con atención. Con mirada interrogativa aguardó por si su amado
decía alguna cosa, pero no sucedió. Estaba segura que en cualquier otro momento le explicaría su
razonamiento. Ahora su veredicto era inapelable. Había acostado a Ágata y Susana se sentía sola,
pero desapareció con discreción para que pudiera seguir trabajando. Muchas cosas en juego. Otra
noche que se quedaría dormida en el sofá viendo televisión mientras su esposo era perseguido por la
cuenta atrás. Sin embargo, contra todo pronostico, el lunes a primera hora fue el suyo el primer
partido que entregó la documentación oficial. Iván consiguió elaborar la candidatura
confeccionando una lista de independientes ajenos al partido. Por eso no quiso afiliarse. Contrarrestó
la desfavorable imagen que tenían las siglas del partido en la población con personas que nada tenían
que ver con éste desmarcándose de las directrices impuestas desde la sede central en Barcelona.
Intentaron forzarlo para que ingresara al partido antes de las elecciones, pero Iván confió en
su intuición femenina y en la estrategia escogida, que de fallar, solamente le afectaría a él. Apostó
fuerte. Aglutinó gente joven y diseñó tres ejes centrales para su campaña que por su simplicidad
daban coherencia al mensaje. No se presentó como un político más sediento de alcaldía sino como
un gestor capaz de administrar convenientemente la “empresa” más importante del municipio. Todo
aquello se apartaba de la forma de proceder del partido y fue llamado al orden por escrito. Pero se

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encontraron con un contestatario “No he entrado en política para quedarme a las puertas del
Ayuntamiento” le dijo Iván tajantemente a un destacado dirigente durante un acto de precampaña
al que le obligaron a asistir en Gerona. Su espíritu aventurero le impulsaba a continuar por libre,
desplegadas las velas. Había tantas cosas por hacer y le habían dejado tan sólo que de puertas adentro
en el seno de la dirección del partido respetaban su iniciativa y su innegable gallardía en la confianza
de que su rebelde temperamento desaparecería después de las elecciones. En una palabra: dejaron que
se estrellara. Resultaba una nota discordante, pero un mal menor que tenía sus días contados.
Los antiguos clientes y colaboradores de Royel Consultores, al conocer la noticia no quedaron
desconcertados. Tratándose de Iván, cualquier cosa era posible, y con su experiencia en la reflotación
de empresas en crisis como titular del gabinete del consulting, reconducir el déficit de un
Ayuntamiento era tarea sencilla, aunque conociéndolo como lo conocían, sabían que intentaría
llegar dos pasos después de la línea y, efectivamente, Iván tenía el objetivo de hacer de su municipio
el centro cultural y económico de la comarca.
Convencido de realizar una tarea positiva, suficientemente importante y beneficiosa para su
pueblo y la gente que habitaba allí, sus nuevos planteamientos en la Casa Grande estaban
predestinados a obtener mejores resultados que hasta la fecha. Básicamente, quería gestionar de otra
manera distinta los recursos, reorganizando internamente la administración e incorporando
objetivos claros y concretos destinados a cubrir las necesidades reales. ¿Ambicioso? ¿Complicado?
¡Atractivo y adecuado!
Sus opositores políticos empezaron a temerle. Después de muchos años de silencio, aquella
fuerza política había resucitado y era una incógnita. Un candidato con ímpetu podía llegar a ilusionar
a la gente de tal manera que rompiera el actual panorama bipartido. Esa política en blanco y negro
se llenaba de colores con la llegada de Iván. Y que le considerasen un adversario, lo llenó de honor.
Reconoció enseguida al hombre que un año antes le dio a entender que la política era tabú, y por
entonces, realmente lo era para Iván, un tabú lejano y amorfo, tanto que decidió acercarse para
curiosear y estaba indagando como el pescador en el río mojándose los pies hasta las rodillas frente
al que sería su adversario.
Iván había dicho siempre “La política es exclusivamente para los políticos”. Jamás antes se
sintió un político, ni aún ahora en la línea de salida de una reñida campaña electoral se sentía un
político. Iván tenía la idea que se trataba de personas que “Hablaban mucho pero no hacen nada
distorsionando la realidad de las cosas”. Y él, ¿en caso de que lograra entrar en el Ayuntamiento y
fuera nombrado concejal terminaría por convertirse en un político más?

Susana había excusado su escasa dedicación. Si a Iván se le cruzaba un balón entre las piernas tendía a
marcar gol. Era capaz de sacrificarlo todo por la causa. Sin embargo, aunque menguó
considerablemente su entrega familiar ninguna de sus dos hadas se sintió totalmente abandonada
por el príncipe encantado.
Ágata reclamaba los divertidos juegos a los que la tenía acostumbrada pero ahí estaba mamá
para compensarla. Demasiado habituadas a Iván, se consolaban mutuamente.
Acostumbradas a tenerle a todas horas casi cuatro días completos a la semana, y, en los
últimos meses, forzadas y a regañadientes lo compartían con el nuevo reto.

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Susana conocía esta etapa de embriaguez absoluta pero la pequeña no. Ágata acusaba cierta
incomprensión por parte de su papuchi sin saber que Iván lo remediaba con largos paseos por su
habitación de madrugada mientras dormía como un centinela que vela el descanso de su angelito
precioso.
Los martes y viernes que se había asignado para asearla y vestirla, desayunando con Ágata
luego del gimnasio, de la mano la acompañaba al colegio antes de volver a sumergirse sin
remordimientos en aquello que lo mantenía tan absorto como intrigado. Y la guerra de cojines al
acostarse por la noche cada domingo terminaba con una agotadora sesión de cosquillas antes de
apagar la luz. Porque se trataba de una cita inamovible. Constituía el objetivo cansarla hasta dejarla
exhausta para que cayera como saco de patatas en la cama y a continuación, se derrumbara Iván en
el cuerpo desnudo de Susana recuperando lo perdido durante la semana.
Se suprimieron las historias fantásticas en que un guerrero valiente salvaba a la doncella no sin
antes haber luchado y vencido al monstruoso animal de pezuñas oscuras. Habían sido hasta entonces
saludables válvulas de descompresión que rejuvenecían el espíritu de Iván hasta contactar con la niñez
revivida placenteramente junto a su hija.

Iván quería incorporar ideas nuevas y frescas a la administración pública y al carecer de teoría práctica
y orientación, accedía a una visión virtual de cómo le gustaría que fueran las cosas.
Cuestionaba en sus planteamientos alternativas para tejer su bagaje “Sangre joven en el
Ayuntamiento” decía progresivamente elevando el tono y relentizando el ritmo cuando se quedaba
bloqueado, porque si la juventud es un defecto que se corrige con los años, una enfermedad que se
cura, Iván todavía estaba enfermo aquejado del síndrome de los jóvenes que no obedecen a viejos
mandamientos. Como Pablo Picasso intuía que el camino de la juventud lleva toda una vida.
Susana le había tejido unas cortinas que colgaban en el despacho. Sonrió brevemente al verlas
y volvió a zambullirse en la tarea.
La gente joven está convencida de que posee la verdad, y para Iván la vida disponía de esa
constante sorpresa de saberse que existía e influía, dijo en la radio municipal “La juventud anuncia al
hombre como el amanecer al día”. El comentario molestó a la gente mayor porque esos términos
los hacían sentirse excluidos y menospreciados, y al detectarlo por el repentino número de llamadas,
salió rápidamente en pertinente aclaración “Se puede ser joven a los ochenta años”.
El comentario de Iván fue una observación que hizo falta hacer porque ya estaba en política y
debía aprender a dirigirse a toda clase de personas, muchas de ellas sensibles y delicadas, otras sedientas
de manipular sus palabras retorciéndolas hasta parecer que se escupe odio y rabia hacia un colectivo...
una bolsa de votos hubiera argumentado con la regla de medir el asesor del candidato ¡qué suerte
que Iván estaba solo y veía a las personas!
¿Qué vida es un negocio en el que se obtienen ganancias sin pérdidas?

Iván compartía la opinión generalizada de que los jóvenes son motor de cambio y así lo afirmaba
para contrarrestar su inexperiencia, pero todo precisaba una segunda explicación más amplia con
matices. La gente es bastante susceptible y él, no siempre se daba cuenta en bajada y sin frenos.
Ansioso por cosas más grandes, olvidaba algunos detalles importantes para la mayoría. Le
molestaba tener que estar dando setecientas veintiuna aclaraciones complementarias a todo, pero...

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Iván quería tener la oportunidad de asumir compromisos y establecer responsabilidades frente


a la gente del pueblo. Él también se sentía catalán y ciudadano del municipio. Deseaba trabajar en
beneficio de su nueva localidad en favor de sus intereses. Sin conocer las interioridades del
Ayuntamiento, intuyó con acierto que precisaba una reorientación financiera y una reorganización
completa. Argumentaba que un buen alcalde, ante todo debe ser un buen comunicador y relaciones
públicas con destreza para la coordinación de un equipo de trabajo eficaz y sobretodo, no debe
temerle al trabajo duro. A Iván le gustaba mucho trabajar y realizar un trabajo bien hecho, digno,
pero en el municipio, la pregunta reiterada que retumbaba en cada esquina, en cada establecimiento
comercial, en cada tertulia que se organizaba era -...pero ¿quién demonios es este lanzado?-. Y la
respuesta habitual más cómoda, la más fácil, hueca, no tardaba en saltar –Es un fantasma!-.
A estas alturas del partido Iván conocía bien las necesidades del municipio que había
escudriñado en su despacho. “Estoy dispuesto a desempeñar un importante papel en nuestro
municipio, cariño” había dicho a Susana en presencia de su cuñada y hermano padrinos de Ágata.
Aunque seguía sólo ante diversos peligros e incertidumbres, con un provocador entorno
hostil que se alzaba dispuesto a deshojarlo a martillazos, al ser preguntado, jamás habló en primera
persona. Se refería a “su gente” como un colectivo competente de profesionales liberales dispuestos
a cualquier cosa, pero aquella seguridad vestida de arrogancia, porque la gente se había cansado de
verlo solitario en los lugares, lejos de arrinconarle, hizo que ganara admiraciones silenciosas y algunos
incondicionales adeptos en la sombra. Se abría un círculo de acción más amplio por su sagaz
atrevimiento a luchar por sí mismo sin desfallecer. Esa fue la observación de su cuñada -La gente sabe
que estás solo... que detrás de ti no hay nadie-. Y le entregó los textos corregidos que había pedido
porque ella era capaz de utilizar las palabras típicas de la zona que Iván desconocía. Y su ortografía era
perfecta.
A los que pusieron su rostro en la lista electoral, no podía solicitarles otro sacrificio mediante
acciones en la calle donde con seguridad serían abucheados por apoyar las siglas de un partido -
Repudiado, decrépito, insolidario y fascista- así lo definían las pintadas que amanecieron frente a la
residencia de Iván a gritos de –Vete de aquí- que intimidaron y pusieron en guardia a la comunidad
de vecinos contra Iván por quebrar la tranquilidad. Pero si Iván no había hecho nada!
Las perspectivas no eran nada alentadoras pero su entusiasmo no decaía. No prometía nada.
Únicamente sugería otra manera de operar. Empezaba a despertar el interés de algunas personas
expectantes. Aquella rigurosidad en el planteamiento, junto al persistente trabajo de campo, puerta
a puerta, individuo a individuo, uno a uno, hombre o mujer, joven o anciano, barrio a barrio sin
amedrentarse, sin agotar su ilusión, sin deseos de terminar, con el punto de mira en el volátil objetivo,
le conferían el beneficio de la duda.
Notaban esta cualidad una parte creciente de la población. Su fortaleza interior se imponía.

Día a día lograba cambiar algunas opiniones. Hora a hora, paso a paso, palabra a palabra establecía la

oportunidad de un nuevo hallazgo para el ciudadano indeciso. Y casi nadie se atrevía a catalogarle,

aunque sus contrincantes políticos lo apodaron el -soñador incurable-. Una fina forma de llamarle

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loco pero Iván seguía caminando y avanzando, ganando espacio, seguro de llegar a la meta. Un

desafío con entrega personal y confianza en el propósito más allá de la simple voluntad y la

esperanza, auguraban un triunfo de una u otra forma. Aquella lucha tenaz, toda esa información y

experiencia ya nadie se la podría arrebatar jamás. Formaría parte de su Currículum Vitae y siempre

podría explicar a sus nietos alguna anécdota divertida un domingo por la tarde frente al fuego de la

chimenea, o también podría ejercer como asesor político en el futuro.

Toda su trayectoria personal y sus objetivos personales se habían caracterizado siempre por la
comprometida actuación en aquello que hacía con un grado de responsabilidad al más alto nivel,
sobretodo en los últimos años, cuando el patrimonio de empresarios en dificultades pedía auxilio a
las puertas de Royel Consultores.
Iván se hacía acompañar por la disciplina diaria y una persistencia inagotable que envidiaban
cuantos le conocían. Gracias a su actitud constructiva y al frenesí que imprimía en cada movimiento,
garantizaba que difícilmente se quedaría a medio camino en los proyectos que iniciara en conjunto
con la ciudadanía del municipio. Y algunos, ya no le miraban con tanto recelo como al principio
aunque evitaban decirlo en voz alta para que no los oyeran sus vecinos o compañeros del trabajo.
Los más influyentes se fijaron en él para tenerle presente.
Y es que hombre polivalente y polifacético, con iniciativa y espíritu emprendedor, era sin duda
Iván la semilla de una nueva generación de dirigentes políticos. No solamente viable como candidato
a la alcaldía, sino viable como punto de referencia para los nuevos jóvenes que podían, por primera
vez, ejercer su derecho a votar y en especial, a ellos se dirigió los últimos días de campaña con
improvisadas reuniones en la puerta de institutos bares y discotecas. Con Iván nacía otra forma de
hacer política.
Utilizaba nuevos métodos y distintos planteamientos. Desarmaba con sus brillantes
argumentaciones tanto a los adversarios más profesionales como a los incrédulos ciudadanos
demasiado visitados justo antes de las votaciones, para no volver a ser hostigados hasta cuatro años
más tarde. Iván había roto los cánones habituales convirtiéndose en alguien cotidiano en las calles
muy cercano a la gente. El único político que se entregaba en cada encuentro informal, en cada
contacto directo, con cualquier persona al margen de su condición social, y lo hacía rompiendo
moldes, sorprendiendo a todo el mundo, sonriendo con su mirada limpia y su corazón encendido.
Y muchos ni siquiera querían opinar porque les desconcertaba tan enigmático individuo. No sabían
si actuaba o realmente era así de verdad. ¿Fingía?
Se lo preguntaban viéndolo marchar por la calle cuesta abajo un día de lluvia que parecía que
fuera haciendo winsurf y al siguiente día cuesta arriba inclinado hacia delante soportando un viento

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capaz de derribarlo porque cuando te toca la Tramuntana puedes caminar al revés. ¿Lo hacía ese
dilema llamado Iván?... ¿fingía?
Su enfoque de llevar el Ayuntamiento como una empresa privada convulsionó a una gran
mayoría.
Como consultor empresarial especializado, entendía que era la mejor opción para evitar que
le acusaran de novato. Su estilo autopublicitario le hizo popular catapultándolo más allá de la simple
novedad y con ello, contrarrestó el hecho de que apenas un par de meses atrás era un completo
desconocido recién llegado al pueblo sin más pasado que su estilo impertinente de consentido niño
de capital.
No necesitó defenderse de los incrédulos pesimistas que lo intentaban amargar. Iván
simplemente los ignoraba eludiendo dardos y piedras, miradas como lanzas y frases como balas,
palabras afiladas como dagas en la espalda en seguida de cruzar la calle, dejar el bar, la tienda, todo
local que frecuentaba para presentarse y darse a conocer mostrándose abiertamente dispuesto a que
lo diseccionaran en la mesa de operaciones clavado con alfileres en manos y pies.
Iván cuestionó durante esa etapa la inconsistencia de algunas personas que se habían cruzado
a lo largo de su extensa trayectoria por su necedad a la evidencia de una clara realidad. Pensó que
habían estado ciegos. Él siempre se consideró un autentico diamante en bruto pendiente de
aprovecharse, de pulirse y, tenía la oportunidad de descubrir hasta qué punto era cierto. Cuenta atrás!
Debía prestarse más atención a quienes todos criticaban y precaverse de aquel candidato a
quien todos encomian pero para la gran mayoría, eso era demasiado complejo. Preferían el amparo
del grupo y dejarse llevar por lo vulgar de la comodidad de no buscar un criterio propio.
Iván se había montado en el lomo de un salvaje jaguar y sabía que le sería imposible apearse
hasta que se detuviera.
El traquetear de ruedas en caminos empedrados, bastones golpeando las ventanas como el
tumb, tumb, tumb de los bafles de una discoteca. La multitud asomada a la calle mientras Iván
zapateaba como si bailará claqué con su cintura a ritmo de twist.
Parecía que todavía estuvieran en la pista de baile bajo las luces de colores como fuegos
artificiales porque aunque zarandeados por el tumulto se unieron fundiéndose en un mismo cuerpo,
primero el beso apasionado y después un coito largo encima de la mesa de caoba del despacho los
mantuvo absortos, completamente al margen de todo cuanto sucedía en el pueblo más allá de su
hogar.

* * * *

La incursión en este nuevo campo le estaba costando mucho tiempo y un dinero que había agotado
más rápidamente de lo esperado. Y la familia de Iván debía seguir comiendo cada día. Todavía estaba
a tiempo de detenerse. Comenzaba a resentirse, ¿se arrepentía por su decisión justo en la recta final?
El partido no hizo ninguna aportación económica obligando a Iván a comerse los ahorros y
solicitar a última hora varios créditos bancarios asumiendo personalmente el riesgo de su apuesta.
Folletos, circulares, material de reuniones, alquiler de vehículos y salas, almuerzos colectivos y cenas
individuales además de los múltiples espacios publicitarios eran costeados por su propio bolsillo. No
había patrocinadores de ningún tipo. Ni tampoco donaciones voluntarias. Ninguna institución o

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colectivo empresarial contribuía con una sola moneda. Esa circunstancia le confería pleno derecho
para actuar con “carta blanca” y, obviamente, así es como lo hacía dibujando su partido.
Las intenciones electorales de Iván eran claras. Pretendía romper el bipartidismo existente
entre las dos grandes fuerzas políticas. Iba a ser el arco iris enriqueciendo con distintos matices la
nueva manera de hacer política. Sería quién decantaría la balanza hacia uno u otro lado. Aspiraba a
tener el poder para determinar cuál de las grandes fuerzas políticas gobernaría.
Durante la cena de los viernes que preparaba con esmero Susana, su cuñada le dijo a Iván -Se
trata de una pretensión tan ambiciosa que por eso nadie le presta atención-. Iván valoraba su opinión
no solo por tener una peluquería y pasar diez horas diarias entre personas de la localidad. Mireia
formaba parte de una de las más antiguas familias de la zona a quienes caracterizaba su sentimiento
de catalanidad, el más acentuado conocido por Iván, y si con ellos podía establecer una relación fluida
tal vez el lugar no era tierra árida.
Le sirvió un poco de vino a Mireia y la hizo brindar “Por el bien de Palafrugell”. Susana se
sumó al brindis con alegría. Ágata lo llenó de besos.
Se sabe más acerca de una persona por lo que ésta dice de los demás que por lo que dicen los
demás de ella. Y en la calle, a diario, lunes y miércoles un poco más tarde, sábados también, persona
a persona, afirmaba Iván qué cosas sucederían mientras recogía toda clase de sugerencias para mejorar
el municipio, recopilando inquietudes y recuperando viejos deseos olvidados por el tiempo y la falta
de coraje de los actuales concejales elegidos años atrás sin que un insulto o una palabra ligera se
escapara con fealdad de su boca. La gente de Palafrugell ganaba algo con Iván. Por lo pronto, revivir
la esperanza y la fe en que existía la oportunidad de hacer cosas sin provocar el conflicto ni el colapso
a cada paso.
Y seguía preparándose, almacenando información y estudiando para realizar un buen papel en
todos los sentidos. Visionaba documentales ambientados en sonadas campañas electorales. Se
inscribió en varios seminarios para candidatos a concejales de Ayuntamientos y cargos públicos con
responsabilidades de gobierno. Leía manuales de partidos, estatutos, memorias anuales, biografías de
políticos ilustres, textos clásicos. Asistía a los Plenos del Ayuntamiento y pedía en la biblioteca
municipal las actas de comisiones de gobierno, pero sobretodo, Iván preguntaba mucho, tanto a sus
conocidos como a la gente de la calle con la que se cruzaba; al barrendero, a la madre con su hijo, al
jubilado en el parque, al policía municipal, y, con cierto reparo, solamente unos pocos expresaban
sus opiniones con sinceridad.
Iván encuestaba a sus contrincantes sabiendo que podían darle datos equivocados adrede pero
de esta forma, comenzaba a saber quién de ellos jugaba sucio.
Iván reclamaba aportaciones de todos lados, impresiones de todos a la caza de cualquier clase
de comentario que le permitiera ver algo que a él podía escapársele. Aún a personas cuyas posiciones
políticas se encontraban en la antípoda del partido que representaba rogaba frases que le permitieran
ver un poquito más allá.
Y se presentaba ante el pueblo en calidad de Independiente pero en general, la población
asociaba su persona con los procedimientos españolistas del partido en Madrid. De nada servía
detallar, incluso gritar desde las azoteas que tan sólo llevaba un mástil con una bandera y que todo
lo demás pertenecía a su propia cosecha; las manos que lo sostienen, el ritmo y el paso, el pulso, la

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dirección y la determinación de cuando y donde detenerse. Aquellas siglas y ese logotipo eran mal
vistos y peor interpretados en Cataluña. Además, su programa electoral era sumamente abstracto.
Los nativos de ese territorio de la Costa Brava, como los de cualquier otro punto de España,
precisaban mensajes cortos, pero Iván todavía no había aprendido a resumir y sintetizar hasta
convertir el texto de una página en un atractivo eslogan. Con trabajo había logrado llenar de
argumentos coherentes y posicionamientos propios la estructura de su nueva actividad como para
no caer en generalidades. Usaba frases hechas que había reflexionado en la soledad de su despacho
bordeando contenidos porque la soledad, cuando es espiritual, es creativa y motivadora. De esta
forma no se extraviaba.
Había buscado locuciones que reconfortaban pero que no comprometían a realizar nada
concreto. Y se enredaba en un laberinto de excesivas explicaciones encontrando el verbo en la charla.
Al faltarle la historia y los pormenores de haber nacido en el municipio, se le escapaban detalles
esenciales y lo más elemental, aquello que para las personas arraigadas era evidente y normal, para
Iván todavía consistía un auténtico enigma. Pero seguía luchando sin desfallecer sin miedo al ridículo
avasallado por sus contrincantes que se regodeaban cada vez que caía en alguna contradicción,
clavándole el pie en el cuello para evitar que volviera a levantarse. Así su existencia en las calles y las
plazas, mas no en su hogar.
Desconocía como transcurría la vida diaria de la gente y pretender comprender sus problemas
y necesidades en un lapso de tiempo tan corto era un milagro hasta para Iván. No podía tener los
antecedentes de la gente y del lugar ni vivir con cada acontecimiento aún queriendo. Ésta era su
mayor desventaja que neutralizaba el rayo de cualquier otra virtud, y aunque intentaba paliarla, por
mucho que continuara pateando las calles no había ni la más mínima posibilidad de éxito porque el
pasado, no iba a pegársele a la suela de los zapatos. Lo desconocía y ya. No podía cambiarse este
hecho.
Aquél escaso año y medio en esa privilegiada zona de la Costa Brava que tanta calidad de vida
había aportado a su familia no era suficiente, pero Iván suplía la carencia con ganas y un arrollador
resplandor que ningún otro político desprendía. Incluso las personas que jamás le votarían por nada
del mundo no podían evitar elogiar su dedicación desenfrenada a la causa. Su ahínco era envidiable y
de él se apiadarían algunas almas caritativas que aunque no entendían el “producto” que Iván
presentaba, porque lo elaboraba en la trastienda minutos antes de exponerlo a la audiencia,
admiraban sin embargo su voluntad y todo su entusiasmo.
Nadie relacionado con el medio lo asesoró pero a Iván aquélla circunstancia no le angustiaba
lo más mínimo. Incluso llegó a agradarle. Prefirió el silencio y el abandono por parte de la
organización del partido para poder actuar en completa libertad. Sobre el pasado del territorio y los
temas más inmediatos a resolver, obtuvo una visión sesgada y cuando aparecieron las primeras
contradicciones en su libreta de recopilación de notas, intuyó la mano enemiga que pretendía
confundirlo y, a partir de ese momento, únicamente se fió de las personas recomendadas por la
familia de su cuñada, así como de los jefes de área empleados en las dependencias municipales.

A la gente le gustaba que el concejal que iba a representarles en el Ayuntamiento fuera una persona
normal, como cualquiera de las que circulaba por la calle pero Iván estaba muy lejos de ese prototipo
ideal porque su andar era demasiado vital, su atuendo demasiado elegante, sus modales demasiado

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correctos y su expresión, demasiado empalagosa. Él, más que ningún otro simbolizaba el prototipo
del perfil de la gran ciudad y pertenecer a la capital catalana marcaba una distancia abismal.
Para una gran mayoría Iván equivalía al modelo que desfila por la pasarela al que se puede
mirar y admirar pero nunca tocar. Esa errónea impresión no sería fácil de anular. Y aunque intentó
suavizarla en lo posible, aunque era un hombre llano y accesible, se le veía avanzar desde lejos como
a un forastero amanerado como gota que se ha derramado del cuadro. Demasiado se notaba que no
era autóctono. No pertenecía a ese lugar y se le consideraba un intruso. Una amenaza!
La imagen que intentaba proyectar Iván era la de una persona a quién cualquiera se podía
acercar, pero su porte aplacaba y su actividad frenética disuadía. Muchos pensaban que su estilo era
fingido y su actitud ficticia cuando lo único que intentaba Iván era disimular la seguridad en sí mismo
para evitar que le acusaran de prepotente arrogante.
La predisposición de querer escuchar y atender a cualquier ciudadano quedaba oculta por ese
mágico hechizo que tantos placeres le había brindado antes, en cambio ahora, entorpecía su camino.
Y empezaban a circular chismes sobre el recién llegado y su peculiar modo de desenvolverse.
Por una parte, Iván quería pasar desapercibido siendo uno más del homogéneo grupo político
pero por otra, no quería renunciar a sus raíces ni adulterar su conducta con ademanes prestados por
otros. “Ya no más adulterarme” se dijo. Pero sabía que tenía que darse a conocer y agradar y...
No se sentía superior a otras personas pero su comportamiento autosuficiente le confería un
aire de superioridad que la gente del campo y el mar despreciaba de la gente de la ciudad. Iván ya no
estaba en Barcelona, se encontraba en un pueblo de la costa y en ese municipio concretamente,
predominaba una clase de gente a la cuál Iván no pertenecía, y al ser más bien cosmopolita, ésta
condición de “universalidad” se convertía en su peor enemigo, pero contra eso era imposible pelear
y ganar. Y comenzaban a verle desde un mayoritario sector como “el listillo intelectual” porque su
elocuencia a menudo intimidaba, aunque hay que señalar que no por ello dejaba de agradar, pero
ante la impotencia y los celos, algunos de ellos incluso llegaban a repudiarlo sin apenas tratarlo a
nivel personal.
No podía vencer y lo sabía. Pero Iván insistía dándose aliento “Cuando algo depende de
terceros es mejor no condicionar. ¿Imponerse por la fuerza? ¡No puedes darle de puntapiés a una
colmena por mucho que quieras su miel!”. Y no quiso escudarse en una actitud de recíproco recelo.
Intentó suavizar sus modales atrevidos en opinión de la gente sencilla de un lugar para quienes la
competitividad urbana no tenía objeto. Su cadencia en el andar y su forma de hablar eran actividades
demasiado arraigadas en su combativa naturaleza y en definitiva, así era tal como era Iván. Así lo
amaba Susana. Así le quería Ágata. Así se gustaba él.

Durante un trayecto en su deportivo le dijo su cuñada -Aunque tú sepas como arreglar los problemas
del pueblo, Iván, hazlo con humildad... quiero decir, que a nadie le gusta que vengan de fuera a decirle
como debe llevar su casa. Que la gente note que también la necesitas para llevar a cabo tus objetivos-
. Y por este tipo de comentarios apreciaba a Mireia hasta el punto de adjudicarle un cariñoso apodo
que pronunciaba con exclusividad “Gracias por tus palabras Mimi”.
Ferviente amante de la lengua catalana y defensora a ultranza de la independencia de Cataluña,
al principio Mireia odió a Iván por escoger ese partido españolista pero él le hizo comprender “Su

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inexistencia en los últimos doce años es una oportunidad para empezar desde cero partiendo de la
nada, desmarcándome de herencias pasadas con la posibilidad de imprimirle un carácter nuevo que
se aleje del tópico habitual de ser anti-catalanes”.
La antipatía hacia el partido elegido por Iván podía llegar a extremos incompresibles ajenos al
sentido común reabriendo viejas heridas de la época franquista. Según Mimi nadie lo quería ahí, se lo
dijo con dolor en la voz, pero se lo dijo porque conocía el sentir popular –Quieren que te vayas-.
Iván aceleró con los ojos fijos al frente y las manos firmes al volante para adelantar al vehículo que
tenía delante.
Toda aquella desmesurada rabia se le escapaba. Le costaba entender tanta animadversión,
sobretodo en las personas de su misma generación que pertenecían a la democracia y apenas
percibieron las ventajas o inconvenientes de la dictadura. Su cuñada, cinco años menor, estaba lejos
de recordar con vida al generalisimo y sin embargo, odiaba al caudillo y su régimen y temía que si
alguna vez ese partido volvía al poder, los catalanes perderían todos sus privilegios. Creía que Iván
encontraba superficial dicho razonamiento pero él, jamás se planteó la posibilidad de perder la
autonomía que Cataluña había ganado. También Iván era catalán. Con pasaporte español, pero
catalán nacido en Barcelona capital de Catalunya.
Los líderes máximos del partido tenían un programa de gobierno que Iván había ojeado con
interés y mucha atención. Entendió el mensaje que lanzaban a nivel de todo el territorio español que
llegaba de formas distintas a cada una de las diecisiete comunidades. Iván comprendía que España es
un país plural compuesto por áreas independientes que forman una sola unidad. Su misión consistía
entonces en facilitar esa interpretación evitando cualquier mal entendido, adaptando palabras escritas
por la dirección general a la realidad de su municipio “Sería un error poner en mi boca las palabras
pronunciadas en Madrid para Madrid. El partido, también está en Cataluña y debe tener su propio
interlocutor” pero esto no parecía tranquilizar a Mimi que ya descendía del automóvil.
Su cuñada tenía un acentuado sentimiento del más elevado desprecio en lo más hondo de su
corazón impulsado desde el seno de su familia. Había formado parte de su educación como en
muchos otros pueblos pequeños de la Costa Brava. Entró en la casa, cerró la verja y subió los tres
peldaños hasta la puerta. Pasaba de generación en generación y sus nietos padecerían con toda
seguridad del mismo mal sin haber intercedido en su fundamento. Abrió su abuelita.
Iván presionó suavemente le claxon y sus labios murmuraron “Adéu”. Mimi agitó su mano
en alto y entró en la casa para hablar con su abuelita en catalán, jamás cruzaron una sola palabra en
castellano.
Pero Iván se encontraba más cómodo con el castellano. Tenía un vocabulario más extenso. La
literatura catalana era limitada, y las películas inexistentes. Con Susana hablaba siempre en castellano
y aunque Ágata era del todo bilingüe, no daba mayor importancia a la lengua catalana como
tampoco lo hacía con el inglés. Solamente defendía en ocasiones el francés, más por ser el idioma
oficial de Naciones Unidas que por haberlo estudiado en su tierna infancia.
En las panaderías, las peluquerías, y en los talleres mecánicos, se decían las verdades sin filtros
en catalán. Para Iván los anécdotas de su cuñada eran fuente de inspiración y reflexión. Le había
advertido que jamás hiciera un discurso en castellano porque podría encontrarse que de repente la
gente se levantara y se marchara “¿Pero tanta es la obsesión?” exclamó abriendo los ojos como platos
un día que la ayudó a bajar la persiana de la peluquería que se había quedado atascada. Ella movió

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varias veces la cabeza de arriba abajo cuando se escuchó el chak del metal contra el pavimento.
Más adelante descubrirá que el idioma constituía una forma de ofensa en aquél lugar; cosa
que jamás se le hubiera ocurrido a Iván sino fuera por la insistencia de su cuñada. Preservar su lengua
era sagrado para ella y una gran cantidad de habitantes del municipio. Iván debía aprender a entender
y respetar este aspecto con mayor atención de la prevista inicialmente. No pensó jamás que el idioma
fuera algo tan dramático pero ciertamente constituía una importante parte de la trama. La gente del
pueblo de Palafrugell era extremadamente cerrada y celosa de lo suyo. Tales observaciones por parte
de Mimi equivalían a partes de sabiduría. Fueron detalles inicialmente insignificantes que le salvaron
a Iván de meter la pata hasta la cintura en más de una ocasión.
Mimi quería facilitarle que se pusiera a la gente en el bolsillo -Porque si lo consigues, su
fidelidad quedará garantizada-. A Iván le gustaba mucho conversar con su cuñada y eso no le gustaba
nada al hermano de Susana. Ella siempre aportaba elementos de interés que no caían en saco roto.
Iván lo aprovechaba todo. Todo. Ajeno a los morros de su cuñado enfurruñado desde que el día de
la boda Iván se robó el protagonismo de la fiesta al subirse al escenario a cantar con el grupo
contratado para amenizar la velada.

Para lograr llegar al mayor número de personas, una vez salvado el obstáculo de la lengua, Iván
intentó incorporar expresiones de la zona a su argot; palabras que la gente del campo y el mar
utilizaba con asiduidad y que Josep Pla había inmortalizado en sus obras. Aprendía con rapidez sus
nombres tratándoles con familiaridad pero el detalle no siempre gustaba. La repentina confianza
aturdía. No la habían autorizado. Su comportamiento producía un efecto contrario, una especie de
rechazo por lo excesivo de la intimidad. El permanente insistir de Iván conseguía doblegarlos, y a
continuación del tercer encuentro le consideraban más amigo que conocido, más persona que
político, más humano que de plástico. En algunos casos, para ciertas personas, incluso era un honor
estrechar la mano de alguien que salía en la prensa y hablaba por la radio.
Una de las cosas que aprendió Iván fue a decir no. Saber decir –no- es importante. Pero esta
palabra está prohibida en el manual del candidato. Nuevamente imponía su ley. La pronunció en
varias ocasiones consciente de su negatividad, pero crear expectativas esperanzadoras donde no las
había le parecía una atrocidad similar al asesinato de la verdad. No quería engañar a quién no
pertenecía al juego político porque no quería defraudar a un ciudadano que tan sólo espera beneficios
despojados de problemas. Sobre todo no quería mentir. Y trataba a los electores con suma
honestidad.
Iván no quería confundir con equívocas frases a quién con derecho reclama resultados
favorables. Lo que tenía claro que podía cumplirse, lo defendía con fervor, y lo que no sabía si lo
conseguiría con seguridad por su dificultad o por depender de otras instancias, sin encerrarse ni
negarse a la posibilidad, lo descartaba con amabilidad. Iván se escuchaba y escuchaba mucho al
votante en general. Bien sabía que la opinión pública era un gran capital y por tal razón se esforzaba
en gustar sin dejar de gustarse a sí mismo para sentirse bien en su piel.
Había escuchado en salas de Barcelona que es un “chollo” ser Político, pero en los últimos
años del gobierno socialista esta condición estaba muy desprestigiada. En todas las profesiones hay
un porcentaje de sinvergüenzas e indeseables que manchan la actividad, y en su gran mayoría, las
personas analizan al colectivo fijándose solamente en los que más sobresalen que a menudo lo hacen

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no precisamente por sus atributos, y queda sin atenderse ese gran porcentaje de personas que cubre
con honestidad su actividad. Todo el mundo puede ser político, el único requisito que impone la
Constitución Española es ser mayor de edad. Sin embargo, a la hora de la verdad, nadie quiere serlo...
sino es para robar.

No lejos de del lugar donde Iván residía, en una antigua casa consistorial de larga tradición donde

se daban cita intelectuales y artistas y empresarios todos ellos poderes fácticos del municipio, se

debatía sobre el futuro del gobierno del pueblo. Reconocían que hacía falta revitalizar el

Ayuntamiento. Los síntomas de deterioro eran demasiado evidentes. Y coincidieron en que era

preciso un estudio exhaustivo de viabilidad para la inminente entrada al nuevo siglo que permitiera

priorizar las áreas más indicadas con urgencia; preocuparse por el creciente paro y la seguridad

ciudadana sin olvidar un plan de saneamiento financiero además de una acción decidida en el

campo del medio ambiente, atención a la competitividad industrial, comercial y turística, para

reforzar el invierno y aprovechar las montañas, tanto como una reforma de las leyes de Régimen

Local y Hacienda Local, aunque esto último no era facultad propia del Ayuntamiento. Estas fueron

las conclusiones desde donde analizaron los distintos programas electorales el grupo de

personalidades reunidas. Para avanzar y progresar no basta con -Ir haciendo- dijeron -Quien

empuja un día otra semana pasa ¡son expresiones que deben terminar!-.

La actitud pragmática de Iván siempre le proporcionó logros y consideraba conveniente

seguir con esta línea de actuación que otros parecían atisbar. Disciplinado y cumplidor, había

inyectado grandes dosis de trabajo personal durante esos duros meses demostrando algo más que

ilimitada ilusión, inagotable tenacidad, y más coraje que un puma. Quería infundir la renovación

completa, una transformación permanente que inevitablemente implicaba actuaciones concretas de

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inmediato. Iba a llenar de contenido cada una de las palabras pronunciadas. Daba comienzo una

etapa política sin precedentes. Había nacido una nueva clase de dirigente político del que por ahora

nada más existía un ejemplar, una copia difícil de clonar. Una generación distinta debía tomar el

relevo. Las circunstancias lo exigían.

Para aquél municipio era el momento de poner el reloj a la hora exacta, puesto que en los
últimos años se había ido retrasando de manera irreversible hasta vivir en un tiempo ajeno a la
realidad.
Formar parte del equipo de gobierno requería energía moral, espíritu creador, y una voluntad
firme. No era suficiente decir “haremos esto”. Hacía falta hacerlo de verdad y además, conseguirlo
con plena satisfacción para la ciudadanía.
A Iván le costó mucho cerrar su lista electoral, comentaron -Pero lo hizo- respondió otro.
Un tercero observó que para poder completarla tuvo que recurrir a su cuñado, sus suegros, y como
no a su esposa -Y no incluyó a su hija por su edad- se burló otro. El mayor indicó -Está decidido a ir
en busca del bien común. O eso parece, todos parecen buenos y luego se tuercen, me sabe a caballo
de Troya el tal Iván-.
Iban y venían las observaciones -Parece ingenuo cuando afirma que hay una posibilidad- y
otro añadía -Si fuera ingenuo no estaría arriesgando el dinero de su bolsillo-. Y se escuchó una voz
que solía callar -Apuesta fuerte- pero le siguió un –Pues yo confirmo y refuerzo la teoría de su
ingenuidad porque cuando estuvo en la notaría aportó su vivienda como aval para los créditos de la
campaña. Inmaduro. Temerario. Inconsciente-.
La verdad es que Iván quería aprovecharse del vacío existente por la ausencia de ese gran
partido tan minoritario en Cataluña. Pero no quería hacerlo en beneficio propio. No le movían
intereses personales ni la defensa de un proyecto ideológico. Su bagaje todavía era virgen.
Simplemente quería explorar. Sí, una vez más, quería indagar y aprender de la vida. Descubrir si podía
sufrir una nueva transformación personal. No había otra motivación que ésta. Ah! Y defender al débil
desde otro ángulo con no fuera su despacho profesional. ¿Pero quién lo defendería a él? ¿Quién
recogería los pedazos rotos de Iván?
Al conjunto de intelectuales artistas y empresarios les gustaba Iván, pero... estaba muy verde!
Todavía tenía que pagar la novatada.

Finalmente se celebraron las elecciones en junio.

Y la jornada plagada de incertidumbre daría paso a una nueva legislatura de cuatro años. La

dicha lo embriagó cuando el recuento de votos le otorgó el puesto de concejal.

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Trabajó duro contra todo y contra casi todos, pero obtenía el merecido premio. Iván lo

había conseguido. Su persistente entrega durante seis meses dieron su fruto con nombramiento

oficial. Se había instalado a las puertas del Ayuntamiento y ese domingo cruzó el umbral. Se abrió

un mundo nuevo para Iván.

Todo lo asombroso, todo lo inesperado, todo lo que no se puede expresar, todo lo que
cristaliza en gesta pertenecía a Iván. ¿Derribado en una carrera de caballos? ¡No, Iván no, por favor,
quien lo afirmara estará bromeando!
Al cabo de quince días juraría su cargo como edil en un pleno extraordinario. En

declaraciones dijo “Gracias! Quiero agradecer muy sinceramente a todos los ciudadanos que habéis

depositado la confianza en mi persona. Muchas gracias por la oportunidad que me dais para

participar en los acontecimientos de nuestra comunidad. Voy a favorecer el progreso y el bienestar.

Mi compromiso es firme y me ratifico en todos los puntos del programa electoral”. Una hora más

tarde, en un conocido hotel de la playa Iván festejaba la victoria entre conocidos y un patrocinador

amable de última hora.

Y a partir de ese momento ya no definirá en términos funcionales de utilidad la relación con


las demás personas. Se interesará por los problemas domésticos de los ciudadanos preguntándoles a
cerca de sus esperanzas o frustraciones.
Pretendía variar el ritmo de la vida con sus propias manos.

En Gerona, algunos altos cargos se sorprendieron de su triunfo. No lo habían apoyado con


infraestructura ni economía. No le obsequiaron con la presencia de personajes relevantes del partido
en los mítines ni tampoco lo asesoraron de ninguna manera en ninguna materia, no tuvo apoyo ni
orientación. ¿Cómo no iban a sorprenderse por el resultado?
Iván había trabajado en la soledad más absoluta con un pueblo que se le volvió de espaldas.
Partiendo de la nada luchó contra la adversidad con el soporte incondicional de Susana, la única
persona en el mundo que le conocía bien y sabía de lo que era capaz su esposo si se lo proponía. Y
con un traje elegante, se emocionó cuando lo vio jurar el cargo.
Nadie vinculado al partido asistió al acto institucional. Iván estuvo sólo. Finalmente conseguía
ser concejal pero ahora, tras una divertida campaña electoral, después de conquistar su reto, ya siendo

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Político, daba comienzo lo más difícil porque él no quería ser un político del montón. Otra vez
necesitaba imprimir su sello particular que lo identificaba, pero desde la oposición, sería imposible.
Así que abrió un período de tres meses para determinar el futuro gobierno.
El municipio tenía nuevo alcalde, pero le faltaba un voto para la mayoría absoluta.
Iván se propuso ser el elegido para completar el equipo de gobierno antes de que terminara el
verano. Tan pronto había tomado posesión del cargo, se impuso de inmediato un nuevo reto:
cumplir con la profecía anticipada públicamente de ser la llave del gobierno.

Los dos grandes bloques, el socialista y el catalán, compartían escaños con otros tres grupos
minoritarios; los republicanos, los españolistas, y un partido local. Este último era el idóneo para
llegar a un acuerdo con los catalanes que habían ganado. También los republicanos independentistas
catalanes eran una opción viable. En todo caso, el partido de Iván era el único que ya estaba
descartado desde el mismo inicio, es más, el alcalde entrante se había llenado la boca diciendo a los
medios de comunicación -Jamás pactaré con los españolistas...- pero Iván pretendía ser la pieza clave.
Y dio comienzo el juego del engaño, el arte del doble juego para el que Iván se había preparado
como actor consumado porque la clave de la vida es la honestidad y el juego limpio y, cuando se
puede simular y disfrazar eso, lo has conseguido. Iván era un cordero con piel de lobo.
Actuaba de bisagra en ambos lados; dos bandos, para los que intercedía con su silencioso ideal.
A los primeros ofrecía flexibilidad para imponer su radicalidad, a los otros aspirantes a
gobernar juntos llegado el acuerdo, dificultad en cualquier principio de acuerdo del bloque de
partidos unidos.
Por un lado, se reunió de inmediato a escondidas con los miembros del nuevo gabinete para
intercambiar impresiones y poner las cartas sobre la mesa.
Por el otro, participaba y se encargó de dilatar las reuniones con las otras tres fuerzas que
como él, sin responsabilidades de gobierno, debían sentarse en el lado de la oposición pero si todos
se unían, juntos, formaban la mayoría absoluta, socialistas republicanos el partido local e Iván. Y al
mismo tiempo, si un concejal de los tres grupos minoritarios se acercaba al partido catalán que iba a
gobernar, su mayoría simple quedaría salvada. Iván se sentó con unos y otros para fusionar posiciones
e intereses y cuando les recibía en casa, Susana era la mejor relaciones públicas de Iván, que no del
partido, inmejorable anfitriona de su hogar.
Y contra todo pronostico venció. Otra vez ganó Iván! Fue el elegido. Del todo inesperado,
imprevisible, pero ocurrió. Su habilidad lo consiguió.
El sigilo con que fue llevado el asunto sorprendió a todos, incluso a los propios periodistas
cuando un lunes de septiembre celebraron la rueda de prensa. La coalición catalana aseguraba su
gobernabilidad pactando con el partido españolista pero el alcalde, rápidamente apostilló -Hemos
pactado con una persona, no con un partido-. Se había apresurado a dejar claro que nada tenían que
ver las siglas en el acuerdo y así, justificó sus anteriores declaraciones donde tal supuesto era una
hipótesis imposible.
Era la primera vez que una persona sola pesaba más que las siglas de todo un partido.
Se destacaron sus cualidades en la sesión informativa y en otras conferencias de prensa
posteriores: -Es un joven que puede ser muy útil” decía el alcalde catalán.

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La única contrapartida llamativa que solicitó Iván para aceptar el pacto de gobierno, fue crear
la figura del Defensor del Ciudadano y los Consejos Consultivos Independientes, órganos destinados
a aumentar la participación ciudadana. También pidió la aplicación de criterios de austeridad y rigor
y racionalidad y sentido común para los próximos presupuestos.
El alcalde, farmacéutico de profesión, lejos de buscar consenso, precisaba autonomía y
estabilidad. Necesitaba ese maldito voto que el pueblo le había arrebatado. Ese voto, tenía un gran
valor estratégico y a partir de ahora se lo ofrecería Iván.
En toda Europa la costumbre de pactar entre fuerzas políticas es algo habitual, pero teniendo
tres opciones donde escoger, nadie entendió que se hubieran decantado por Iván cuando lo lógico,
el pacto natural era entre fuerzas catalanas.
Con suma gallardía y la agilidad del guepardo, Iván les pasó por delante mientras los entretenía
con planes de conspiración, algo que pareció gustarles mucho más a los republicanos y al partido
local. Había sabido distraer la atención de todos, incluso la del propio alcalde que se dejó seducir por
sus encantos y buenas maneras en vez de trabajar cualquier otra opción. Iván fue muy astuto. Puso
el pie en la puerta del poder. Quería entrar a toda costa. No había llegado hasta allí para sentarse en
el banquillo de los que acusan y protestan como niños enojados.
Y los dirigentes españolistas de Gerona y Barcelona volvieron a ser sorprendidos por Iván. Otra
vez los desconcertó.

Iván intentó que existiera una relación de respeto y de comprensión mutua desde el inicio sin olvidar
la proporción de ocho a uno. Quiso ser un componente más en las comisiones de gobierno. Había
entrado en el equipo, pero lo había hecho por la fuerza a merced de las miradas rancias, y eso no se
lo perdonaban sus nuevos socios.
Pese a las ventajas de la solidez del mandato sin sobresaltos, mucha gente estaba disgustada.
Tampoco el partido que representaba Iván apoyaba el pacto de legislatura, pero aún no se
habían pronunciado oficialmente.
Iván era una persona abierta al diálogo.
La negociación había sido favorable y productiva en su conjunto porque aparentemente todo
el mundo ganaba. Todo el mundo excepto los republicanos.
Los republicanos fueron los únicos realmente perjudicados. Se sintieron traicionados por la
fuerza catalana. Fueron despreciados públicamente al ser desplazados por el hombre que representaba
a España en Cataluña. Toda una humillación. Estaban resentidos con Iván, al tiempo que maldecían
al alcalde por la falta de interés y atención, pero no sólo con el alcalde, sino con todo su grupo
municipal. Pero la verdad es que no supieron jugar bien sus cartas. Se habían dormido. Y fueron
derrotados.

Iván llevaba veinte años acostumbrado a hacer cuanto le placía. Siempre conseguía lo que quería.
Pero no estaba claro que ahora se lo permitieran. Demasiadas cosas estaban en juego, muchas más de
las que él suponía. Sin embargo, accedía al área de relaciones internas, ciudadanas e institucionales,
abriéndose a tres mundos: los funcionarios, el pueblo, y las organizaciones.
Sus cambios y mejoras fueron vistas con recelo por sus nuevos compañeros de gobierno, pero
al formar parte del paquete del pacto, tuvieron que callar. Otra cosa más antes de firmar minutos

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antes de dar a conocer el acuerdo, fue eliminar las zonas azules de los aparcamientos de las calles
centrales. Iván sabía que aquello era inconstitucional y si los ciudadanos ya pagan un impuesto de
circulación y aún así sufrían la congestión del tráfico, consideraba injusto hacer pagar por estacionar
el automóvil. No pidió para sí mismo ningún título honorífico ni cargo retribuido. Obtuvo la
dedicación exclusiva como miembro del equipo de gobierno entrando a formar parte del personal
en nómina del Ayuntamiento de Palafrugell.
Iván pretendía profesionalizar la vida política en el municipio.
Después de tres meses tensos, habían terminado de gobernar en minoría con inseguridad y
dificultad. Ya tenían todas las votaciones ganadas de antemano por la fuerza del nueve de un total de
diecisiete. Gracias a Iván tenían una mayoría estable. La coalición se había asegurado la estabilidad
para la presente legislatura pero ésta, más que ninguna otra, no estaría exenta de incidentes insólitos.
Y los tres grupos en la oposición criticaron duramente el acuerdo por considerarlo vacío de
contenido. Para unos era muy peligroso. Para otros, una gran equivocación.

* * * *

La verdad es que Iván llegó, observó, y venció. Pero ni el pueblo ni su propio partido le perdonaría la
hazaña.
Tan pronto como se sentó en el escaño, puso énfasis en su catalanidad sorprendiendo al
municipio entero al defender en un pleno que el 11 de septiembre “Lejos de ser un simple día festivo,
debe constituirse en una jornada reivindicativa para que Cataluña profundice en sus cuotas de
autogobierno”. Mimi sonrió mientras peinaba en su peluquería al escuchar la noticia por la radio.
No solo pretendía satisfacer a su cuñada. Quería dar coherencia a sus palabras durante la
campaña. Y con semejante acto se desmarcaba por completo de la línea trazada con regla por el
partido que fruncieron el ceño al escucharlo por la radio.
Por supuesto que no gustó en Madrid. Pero decidieron ignorar el hecho –sin precedentes-
que recogía la prensa en titulares.
Aquellas manifestaciones eran insólitas en boca del representante de una formación
españolista. El partido marcaba determinadas pautas que Iván decidió alterar, demostrando que el
criterio que imperaba en el municipio era el suyo y ningún otro.
Pese a las siglas que llevaba tatuadas en la frente, la demanda de un mayor carácter
reivindicativo para la Diada de Catalunya le llenó de gozo contemplando la risa alegre de su hija
jugando en el parque con sus vecinos. Uno de los padres no le devolvió el saludo cuando se cruzaron
en el parking.
Iván no traicionaba la ideología del partido al que jamás se había suscrito, sino más bien al
contrario. Porque Iván pensaba que ambas cosas eran compatibles y forcejeó para que se rompiera la
tradición de retirar ese día concreto la bandera española de todas las fachadas de los edificios
municipales. Esto venía sucediendo desde que llegó la democracia.
Volvió a robarles el protagonismo a los republicanos y logró que la bandera española no se
quitara de la fachada del Ayuntamiento. En la cúpula del partido catalán estaban exaltados de la ira.
Pero de igual modo, jamás se le ocurriría a Iván solicitar que el día de la Hispanidad se retiraran todas
las banderas catalanas de las fachadas de los edificios municipales.

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Unos y otros habitaban juntos y la tolerancia es una virtud imprescindible para la saludable
convivencia. Así lo dijo en la televisión local y durante la entrevista celebrada en un rotativo
provincial mientras ambos interlocutores se miraban detrás de los ojos.
Un remoto acontecimiento se había materializado: ambas fuerzas convivían.
Se indignaron en la cúpula de la dirección de la organización en Madrid, sobretodo por el
hecho de enterarse por los distintos medios de comunicación. Aquello le había dolido al obeso
hombre de barba pelirroja que presidía el partido a nivel provincial y así lo explicó a los periódicos de
Gerona.
La dirección en Barcelona aprovechó el incidente para desaprobar el pacto porque no habían
dado su consentimiento, pero al haber salvaguardado su independencia, al no haber ingresado Iván
formalmente en el partido, ni el mismo Aznar podía obligarlo legalmente a nada y como jamás lo
ayudaron, moralmente, tampoco podían mover un dedo. Y se limitaron a decir públicamente -Sería
absurdo abrirle un expediente disciplinario a una persona que no es militante-.
En conversación telefónica en voz baja, le pidieron explicaciones. Explicaciones a las que Iván
respondió “Estoy en política para hacer cosas importantes y solamente gobernando puedo llegar hasta
ellas”. Con un tono más que severo, el presidente provincial insistió en saber porque no había pedido
la aprobación y encolerizado le reclamaba -No has respetado las directrices del partido que
únicamente permiten pactos a cambio de la alcaldía- pero Iván, de otra manera siguió diciendo lo
mismo “¿Para qué pedir permiso por algo que no estoy dispuesto a cumplir?”.
Iván no estaba preparado para liderar el gobierno. La alcaldía, por lo pronto, era demasiado
para él. Aquél destacado miembro del partido era consciente que si quería mantener la posición y
negarse a romper el acuerdo, nada se podía hacer al respecto porque no era un afiliado más. Se les
había colado un espabilado por la rendija de la cocina. El máximo dirigente en las comarcas de
Gerona, en nombre del partido en Cataluña, desautorizaba públicamente la globalidad del pacto de
legislatura y el método empleado por Iván, aunque en su reducido núcleo familiar lo aplaudía porque
se trataba de un innegable triunfo que él mismo hubiera vaticinado como imposible.
Iván iba por libre, como siempre, y las acciones que podían emprender eran nulas por no decir
totalmente improcedentes. Podían pedirle cuentas públicamente pero no podían exigirle nada
porque Nada era lo que el partido había hecho por Iván desde que surgiera la posibilidad de
presentarse como cabeza de lista para Palafrugell.
Iván estaba dispuesto a profesionalizarse como político. Ahora, ya estaba cerca de la esfera

del poder y permanecería cerca de la información privilegiada participando en las decisiones y con

una vida social más activa; circunstancia por la que Susana se puso contenta. Siempre le gustó

socializar y acudir a los actos para ser el centro de atención.

Si Iván utilizaba la diplomacia y su carisma y además tenía paciencia, pronto se le filtrarían

“cosas” de interés. Había consolidado la residencia con su familia en el municipio y quería ratificar

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lo que ya le había dicho al anterior alcalde largo año y medio atrás “Quiero hacer todo cuanto

pueda por este pueblo, por eso me pongo a su disposición con verdaderas ganas de contribuir de la

mejor manera”. Pero en vez de hacerlo desde su despacho profesional como consultor, cosa que

rogó en un principio, lo haría como político.

En los pueblos se vota a la persona más que a las siglas de un partido, y si por el momento el

destello de la explosión había fascinado a unos cuantos, la onda expansiva todavía estaba por llegar.

Y no se hizo esperar. Apenas a los veinte días de gobernar Iván tenía tres frentes abiertos.

Por un lado, la plantilla orgánica del Ayuntamiento, por el otro, la oposición en bloque y

además de su partido, por si fuera poco, un grupo de ciudadanos del pueblo se oponían a que

ocupara el cargo de Defensor del Ciudadano argumentando que no podía ser juez y parte al mismo

tiempo. Preguntado al respecto en una entrevista Iván contestó “El hecho de que yo sea miembro

del equipo de gobierno es una ventaja porque da eficacia y garantías a mi gestión como defensor

del ciudadano. Podré vivir mucho más de cerca los problemas y desde mi posición de

Independiente, incidiré mejor en su resolución al no pertenecer a la coalición que gobierna” y su

tono y claridad, una vez más, convenció tanto al locutor como a los oyentes que estaban

pendientes del mínimo error para criticarle brutalmente. Eran muchos los que si pudieran querían

aplastarle como se aplasta una cucaracha con el pie.

La posibilidad de que cualquier ciudadano pudiera manifestar abiertamente todo cuanto le


angustia, le molesta o le preocupa en relación a la administración pública, era un logro importante
que lo enorgullecía por haber sido Iván quién lo había aportado e implantado en el núcleo del
gobierno, porque si solo pudiera defender denunciando pero sin posibilidad de actuación, ¿dónde
estaría el logro? El logro era denunciar desde el mismo sitio de donde sale el mal y donde aguarda el
bien. Sabía por experiencia propia los beneficios de permitir el flujo de una crítica constructiva, y era
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bueno que los ciudadanos tuvieran un instrumento a su alcance que lo permitiera, aglutinando así
las quejas que pudieran existir acerca del funcionamiento del Ayuntamiento pero en verdad, aunque
era una oportunidad para mejorar, aquello no agradaba a sus compañeros de gobierno que se sentían
violados y desamparados frente a un Iván excesivamente exigente e incuestionablemente imparcial.
Pero si alguna cosa perjudicaba a una persona empadronada en el municipio, Iván se había propuesto
desarrollar la capacidad de escuchar y además, reaccionar desde la misma institución y para un buen
número de ciudadanos, aquélla era una actividad útil. Ninguna clase de incongruencia maliciosa con
escondidos fines políticos sino pura eficacia resolutiva.
Iván había demostrado ser muy inteligente porque por un lado, gracias a este sistema, permitía
el contacto personal y directo sin intermediarios, conociendo de primera mano del ciudadano las
situaciones más desagradables ocultas hasta el momento, y por el otro, existía la oportunidad real de
neutralizar comportamientos erróneos del propio Ayuntamiento pero funcionarios y políticos se
sentían amenazados por su implacable justicia que imponía mediante esa nueva dinámica operativa.
La figura del Defensor del Ciudadano, al margen de ser una idea exclusiva de Iván, prohibida
en política -Prohibido tener ideas y esa idea en particular es un pecado cuando eres un miembro que
estás dentro- dijo el primer teniente de alcalde de cara redonda y pequeños ojos muy juntos pero
Iván le respondió así “Es interesante y conveniente este camino iniciado para mejorar los resultados
generales en defensa de los justos y legítimos derechos de la población”.
Con esta novedad seguro que el municipio ganaba. En cualquier caso, jamás perdía. No era
una medida contraproducente sino para las discriminaciones que favorecían a los incondicionales
partidarios de la coalición catalana durante las sesiones privadas de gobierno los miércoles por la
tarde.
Debía intentarse hasta consolidarse, pero una mano negra empezó a recoger firmas con falsos
testimonios para persuadir a diversos colectivos y agrupaciones locales, engrandeciendo una protesta
cuyo objetivo era anular la lucha contra las irregularidades. ¡Qué barbaridad! La atrocidad era aún
mayor. Lo que jamás sabría Iván es que el movimiento fue iniciado por sus mismos socios de
gobierno que temían que ese departamento prosperara dejando al descubierto demasiada suciedad,
y porque además de darle solvencia a él, recortaba públicamente el poder de todo un grupo ejecutivo
de ocho personas.
Iván quería respetar al ciudadano al margen de su afiliación política “Los problemas no
entienden de ideología” había dicho en una comisión informativa. No quería que ningún
sentimiento interfiriera en la gestión y posterior resolución de los asuntos que se llevaban a cabo en
ese innovador departamento. Por su parte, la neutralidad estaba más que presente y pidió
públicamente “Ruego a la gente que no tenga en cuenta mi color político a la hora de pedir ayuda.
Me gusta atender a cualquier simpatizante de otras siglas porque ante todo, son personas, ciudadanos
de nuestro municipio” pero aquella petición moría en el olvido. Resentimiento. Menosprecio a las
siglas de las que se había expatriado como excusa para hincarle el dedo en el ojo. Si pudieran darle un
puntapié...
Comenzaron los primeros incidentes y enfrentamientos. El debate del asunto quedó
asegurado porque incomodaba a mucha gente. Sin embargo, el hecho de que Iván apenas llevara dos
años residiendo en la zona le señalaba como la persona más indicada para ejercer la fuerza al
desconocer a nivel particular a los implicados, pudiendo desenvolverse eficazmente en su papel sin

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preferencias de ningún tipo. Tenía una base sólida, recta, sana, no se prostituía a cambio de nada ni
se dejaba vencer sino era por la sonrisa y el mimo de su piedra preciosa al ganarlo para obtener su
gelatina. Quería infundir la virtud de hacer posible todo aquello que era necesario y ayudar a cualquier
persona que lo deseara. Y empezaron a acudir a él con temas de lo más extravagante.
La situación se convirtió en una prueba embarazosa, tanto para el secretario del
Ayuntamiento como para el Interventor que veían condicionada su desmesurada libertad de antaño
ante su atenta descalificación. Iván abrió canales ágiles de comunicación con asociaciones de
consumidores, organizaciones en defensa de usuarios maltratados, con el Defensor del Pueblo a nivel
legal y oficial. Utilizaba su delegación de Relaciones Institucionales para potenciar contactos de altura
en las principales capitales de provincia. No se quedaba en las salas de espera, pedía audiencia, y por
su cargo era recibido. Y comenzó a presionar demasiado a ciertas personas acostumbradas a
aprovecharse de la gente.
Luego de semanas saturadas de intenso trabajo, Iván se propuso liberarse durante el fin de
semana de toda clase de compromisos sociales. Quiso encerrarse con su familia en la intimidad del
hogar. Las innumerables obligaciones le habían desbordado sin llegar a agobiarlo. Tenía necesidad de
sus dos mujeres sin prisas.
Susana le confesó que había recibido felicitaciones –Me han hablado muy bien del trabajo que
realiza mi marido; dicen que ahora es un placer porque no tienen que perderse en medio de las colas
frente a las ventanillas de la administración-. Y acostados en la tupida alfombra frente al fuego,
abrazándolo besó sus labios con Ágata enroscada a sus pies.
La televisión estaba apagada. La noche era profundamente oscura. La luna plena y blanca
penetraba como un brazo que los bendecía por el gran ventanal. Había silencio. Paz.

* * * *

Después de seis meses de haber ingresado en el Ayuntamiento y de tres con responsabilidades de


gobierno, Iván había creado un precedente en la política local de la provincia. Dio vida a una serie de
áreas infrautilizadas.
Hasta entonces, el departamento de Relaciones Ciudadanas tenía un nombre bonito pero
nada más. Lejos de las acusaciones de la oposición, lo dotó de contenido y casos de conflictividad
vecinal que antes quedaban sin atenderse eran resueltos con ecuanimidad. Y no dudó en esgrimir su
arma frente a la coalición si el tema lo requería. Era de justicia reconocerle su buena disposición a la
integridad, y aunque Iván no pedía las gracias, hubiera precisado alguna palmadita en la espalda de
vez en cuando, pero lo que crecía en su entorno era el recelo, nunca la fascinación por los resultados.
Lo envidiaban los que gobernaban y los que estaban en la oposición. Envidiaban su privilegiada
posición tanto como su gallardía en la acción.
Inició una auditoria de recursos humanos y, como cualquier otra cosa que moviera le trajo
problemas; problemas inventados claro está, porque en política se tiende a cuestionar la decisión
malgastando energías del que acusa porque acusa, y del que tiene que ejecutar porque debe
defenderse de la agresión y cuando todos están exhaustos y ya nada queda de los iniciales motivos
que daban sentido a la actuación, apartados de lo fundamental, se ejecuta perjudicándola, esta es la
realidad.

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Iván quiso sacar mayor provecho de las personas diseñando un organigrama con criterios
empresariales. Estaba convencido que aquello sería rentable a largo plazo aún con las dificultades
iniciales, pero era el único dispuesto a sacrificarse. No hubo una colaboración activa y real por parte
de ningún miembro del Ayuntamiento y estaba a punto de despreciarse la buena posibilidad de
reconvertir una administración arcaica e inoperante en un instrumento ágil y eficaz.
Nadie comprendía porque Iván se buscaba tantos líos en vez de quedarse tranquilo en su
amplio despacho con pinturas ecuestres leyendo la prensa en el cómodo sillón reclinable con la
secretaria como escudo. Y es que Iván, fiel a sus compromisos, era un hombre dinámico de
incontenible arrojo que no sabía estar de brazos cruzados ni poner los pies encima de la mesa a la
hora del trabajo. Igual que en cualquier otra empresa, sentía que el factor humano es el principal
activo. Continuaba valorando a las personas como clave del progreso, pero como los funcionarios
habían tenido desde siempre fama de holgazanes, quiso saber más allá de la etiqueta.
El propio Comité de Personal había pedido a los partidos que competían por la alcaldía la
confección de un organigrama durante las reuniones de campaña con los Cabeza de Lista, por lo
tanto, Iván se disponía a cubrir una petición concreta previamente solicitada. Pero aquello tocaba un
tejido sensible: el lugar de trabajo; y algunos empleados empezaron a ver su iniciativa como un
proceso de depuración o un examen y los más veteranos, se rebotaron, indignados.
Con esta nueva iniciativa Iván demostraba otra vez que su municipio era pionero en la
aplicación de fórmulas empresariales para optimizar los recursos humanos del Ayuntamiento. Iván
pretendía con su trabajo conocer las necesidades reales del personal para procurar que se sintieran
satisfechos en el puesto laboral, pero sus procedimientos relacionados con el talento humano
asustaron a la mayoría que se pusieron a la defensiva negándose al cambio. Tenían miedo que se
descubriera la duplicidad de tareas, actividades nulas o actuaciones obsoletas que obligarían a nuevas
metodologías de trabajo que harían peligrar su tranquilidad. Y comenzaron a llover reproches.
Cayeron algunas sillas. Casi todos corrían de un lado a otro. Había murmullo, barullo.
Iván deseaba hacer demasiadas cosas en demasiado poco tiempo y penetró con demasiada
fuerza en la Casa Grande con todo ese caudal de sangre joven que prometió en la campaña y
revolucionó, primero el pueblo, y ahora le tocaba el turno al Ayuntamiento.
No era consciente que hacía tambalear el sistema. No se sentía huracán ni mucho menos
terremoto. Entendía que su actuación era lógica y estaba fundamentada. Al fin y al cabo, había
llegado a su posición de concejal para hacer justamente lo que estaba haciendo. Lo había prometido
durante cada mitin. Y hubo alarma general. Tocaron zafarrancho de combate. Pero Iván no se dio
cuenta porque estaba demasiado ocupado en su qué hacer para advertir nada.
Hacía varios meses que se había concentrado en su trabajo sin abandonar a su familia pero
incluso en su hogar pasó horas estudiando en profundidad el actual funcionamiento para saber con
certeza muchas cosas antes de comenzar la reorganización interna.
Iván no quería elaborar un simple organigrama. Dispuesto a hacerlo, quería realizarlo de la
mejor manera posible en busca de un resultado superior. Iba a detallar en su informe las funciones
competencias y responsabilidades de cada puesto de trabajo, pero de nada sirvió que se refiriera al
“puesto” y no a las personas que lo ocupaban cuando expuso al Comité de Personal sus intenciones.
Sí dejó claro desde un lado de la mesa en la sala de juntas que deseaba mejorar con la ayuda de los
siete representantes del personal fijo y eventual que se encontraban del otro lado la totalidad de los

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servicios que se brindaban al municipio para dotarlos de una mayor calidad, aumentando la
productividad de los mismos en dirección a una eficacia más ágil y duradera. Pero igual que sus
compañeros políticos se sintieron amenazados por sus inquietudes, todos los jefes de área sin
excepción, incluso los responsables de pequeños departamentos, vieron en Iván una especie de señor
feudal que fiscalizaría su actividad y más que amenazados se sintieron terriblemente intimidados,
acosados por el ejecutivo barcelonés con espada madrileña. Y comenzaron un boicot unilateral
negándose a colaborar. Nadie quería cooperar. Surgió un inesperado bloqueo. La negativa total.
Y sin embargo Iván no pretendía imponer nada. No quería vulnerar ningún derecho de los
trabajadores. Sabía que por la fuerza no se obtienen resultados favorables y no quiso utilizar su
autoridad, pero tampoco lograba que le entendieran con amables conversaciones aunque invirtió
muchas horas en hacer pedagogía del asunto. Iván no buscaba nada personal. Solamente quería
beneficiar.
Doscientas veinticuatro personas eran demasiadas para ponerse de acuerdo por separado.
Recomendó una asamblea general para exponer sus ideas y debatirlas, aceptando toda clase de
sugerencias y aportaciones, pero le fue negado ese privilegio que hubiera reconducido el tema en vez
de aparcarlo deliberadamente con absurda negligencia y nula visión de futuro.
Era un incomprendido por parte de quienes desarrollan una actividad de la cual los concejales
son responsables. Además de los políticos que despreciaban esa clase de progreso, principalmente,
porque no venía de ellos, sin cuestionarse si aquello era o no era positivo, ahora tenía nuevos
adversarios.
Conforme pasaban los días, los funcionarios se sintieron más y más presionados y asumieron
el papel de enemigos, más por los rumores que ellos mismos impulsaban que por las acciones de Iván.
Y aunque no estaban en peligro, aún así, vieron amenazada su rutina operativa que ya les estaba bien
tal y como estaba y no la querían variar aunque representara una mejora para su mismo pueblo.
Los concejales titulares de cada área habían dado conformidad para que inspeccionara, pero
muy a regañadientes, rogando para que Iván no descubriera los “chanchullos”. No habían tenido otra
opción porque había convencido al alcalde de la importancia de conocer hasta los detalles más
pequeños, quién a su vez, en una reunión formal había solicitado la colaboración de todos, políticos
y funcionarios, sin embargo, se le fueron cerrando las puertas poco a poco a Iván. Nadie quería tanto
movimiento de la mano de un hombre que era incombustible e incorruptible y no había nacido en
el pueblo.

Había esbozado los nuevos sistemas operativos de trabajo cuando le explotó otro asunto.
Iván quería favorecer a los usuarios de la administración pública y mejorar las condiciones de
los funcionarios que trabajan en el Ayuntamiento pero nadie quería asumir el coste de tal
transformación que sin duda llevaba implícita un estilo de gestión más profesionalizada y
competitiva. Pero su proyecto modernizador no terminaba ahí.
La necesidad de rendir cuentas a los ciudadanos para que sepan la manera en que se distribuyen
los recursos públicos, era una prioridad para Iván, y hacerlo de manera que se entendiera, sin
complicarla con lenguaje técnico, el punto de partida adecuado, por eso decidido a auditar las cuentas
y conocer la situación económica del Ayuntamiento sabiendo exactamente donde se encontraba
para definir la mejor estrategia de actuación y proyección, le llevó a presentar una Moción para la

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realización del estudio-diagnostico de viabilidad financiera. Pero aquélla iniciativa tampoco gustó.
Nada de lo que hacía Iván gustaba. Levantaba ampollas en los pasillos del poder.
Además de valorar la situación patrimonial y económica del Ayuntamiento con carácter
constructivo, el interés de Iván radicaba en confirmar el cumplimiento de la legalidad vigente de
acuerdo con la normativa contable y fiscal, algo que conocía bien por su anterior etapa como
consultor empresarial. Con el adecuado conocimiento de causa, quería participar en las decisiones
sobre la capacidad de ahorro y el esfuerzo inversor del Ayuntamiento. Tenía cosas que decir sobre el
endeudamiento, la solvencia, el margen de maniobra. La gestión de ingresos y gastos, era accesible a
cualquier concejal, pero Iván pretendía consensuar con la oposición los temas económicos y obligó
con la propuesta al pleno a que el alcalde tuviera que actuar con una mayor transparencia, sin
embargo, ese hombre dubitativo de aspecto despistado no quería que la oposición interviniera en la
planificación financiera ni en las medidas para corregir posibles desviaciones en las arcas municipales
durante su mandato.
Antes del jueves último del mes que era cuando se celebraban los plenos, la propuesta
presentada por Iván en busca del consenso parecía condenada al fracaso, aún habiendo coincidido
todos los grupos políticos durante la campaña y teniendo técnicamente ocho votos amigos
suficientes para ganar.
Todo el esfuerzo parecía que iba a quedar diluido porque tanto los afectados, el gobierno,
como la oposición, teórica y claramente los beneficiados, iban a votar en contra de Iván. Ambos
grupos políticos temían que la propuesta prosperara por el excesivo protagonismo social que estaba
cosechando y se pusieron de acuerdo para anular la iniciativa. No aceptaron su brillantez. Negaron
el avance hacia el diálogo y la transparencia en materia económica.
Sus compañeros de gobierno podían haber secundado la Moción, realizando una retrospectiva
de cinco o seis años que en conjunto dijera lo que ya se sabía pero que entretuvieran los datos y las
cifras a la oposición, pero a última hora, el alcalde dijo -Iván no permitirá que les levantemos la
camisa, mejor no darle soporte y votar en contra- y así lo hicieron porque sabían perfectamente que
el recién bautizado “showman” no se iba a doblegar. Cuando pactaron, decidieron llevar todos los
nuevos temas a debate en el pleno sin condicionamientos ni represalias si no coincidían en la
votación. Iván no podía reclamarles por haberlo abandonado pero no se lo esperaba, no lo avisaron
y se llevó una sorpresa.
Pero no se desmoralizó.
Iván sabía que sus adversarios políticos, sus contrarios, personas como él, ejercían una actividad
y que probablemente ellos no eran las opiniones expresadas. Así era capaz de escuchar a sus opositores
con respeto e incluso con saludable amabilidad. Toleraba la crítica, aunque la mayor parte de las veces
era una crítica destructiva. Pero hacen falta dos para pelear y él estaba por encima de tan baja actividad,
porque a menudo la gente únicamente perseguía fastidiarlo, hacerle la vida desagradable.
Drogaba su cólera con imágenes bellas de su hija jugando cuando se daban estas condiciones.
No se hundió.
Apaciguado, Iván no se desviaba de su camino. Ajeno a la provocación, avanzaba seguro y
esto irritaba todavía más a la audiencia que lo espiaban incluso cuando acudía al baño. Ignoraba el
acoso, los insultos, la discusión que no persigue un intento de acuerdo sino el furtivo desaliento. No
se rebajaba a la inmadurez de semejante comportamiento y con su actividad interna intacta sonreía.

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No dejaba que nadie le irritara. Era codicioso en este sentido y su codicia era acumular compasión
para estas personas a las que no podía odiar. Simplemente sentía lástima por ellas.
Soportó la traición. Ni el despecho, ni un arrebato de ira, ni tan siquiera la excitación de una
venganza inmediata.
Asumió la lección: en política dos más dos siempre suman cinco.
Todavía podía administrar con prudencia y distribuir los bienes con equidad. Había otras
muchas cosas más que hervían en su cabeza y vibraban en su corazón, siempre en dirección a elevar
un poco más los resultados actuales intentando establecer el clima positivo de diálogo que tantos
éxitos le había proporcionado en el sector privado, pero las expectativas de un futuro prometedor
comenzaban a desvanecerse por la bruma.
Daba comienzo el asedio. No sólo la mayoría del pueblo que ignoraba sus buenas

intenciones negándole el camino a seguir, no sólo las zancadillas de sus propios compañeros de

gobierno que desde la sombra intentaban hundirlo, no sólo el personal del Ayuntamiento que se

negaban a implantar procedimientos vanguardistas, además, la oposición en bloque, lejos de atacar

al grupo mayoritario dirigieron sus lanzas contra Iván –Es más fácil atacar a una sola persona que a

ocho- dijo el portavoz de los socialistas.

Era una forma de intentar debilitar el pacto. Los tres grupos pensaron que si unían sus

fuerzas contra Iván, acabaría por ceder. ¡Qué poco lo conocían!

Él podía con ellos y muchos otros a la vez. Y presentó batalla como el héroe que lucha

contra tres espadachines cuando viene otro por detrás.

Elemento público y notorio, se había autoproclamado Iván Defensor del Ciudadano y al igual que
Napoleón, se coronó a sí mismo ante la mirada atónita de unos y otros. Y lo había echo al margen
del ordenamiento jurídico municipal que no contemplaba esta innovadora figura que Iván
promulgó.
La oposición en bloque y sus compañeros de gobierno al completo, aunque desde la sombra,
estaban en lucha contra Iván. Los primeros para hundirle y los segundos, para arrinconarle lo
suficiente hasta convertirlo en marioneta. Caían en la cuenta que el nombre de Iván Saneil era el más
pronunciado en reuniones tertulias y fiestas. No había día en que no fuera noticia por alguna razón.
Y el pueblo comenzaba a plantearse como actuar respecto a Iván, todavía enredado.

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El objetivo se llamaba: Iván. Demasiado guapo. Demasiado atlético. Demasiado educado.


Demasiado trabajador. Demasiado elegante. Iván era demasiado todo.
Sumaron silenciosamente sus fuerzas contra él. Demasiados éxitos a su alrededor que uno a
uno lograban desbaratar pero ¿durante cuanto tiempo?
La situación era casi insostenible, pero Iván estaba acostumbrado a soportar la tempestad y los
arrebatos de ira de quienes no admiten la derrota y únicamente saben patear. En los plenos, aunque
daba un evidente soporte a la coalición catalana no lo hacía de manera ritualista y mimética. Sus
intervenciones asustaban porque decía las cosas tal cual eran sin pelos en la lengua y con todo lujo
de detalles. Vivía y dejaba vivir pero Iván se expresaba.
Había adquirido soltura frente a un auditorio exigente y en cada pleno se le brindaba una

estupenda oportunidad para discurrir y perpetuarse ante unos ciudadanos cada vez más curiosos que

se acercaban para sentarse entre el público. Había personas que por primera vez se acercaban a un

pleno y al debate del pueblo que elige a sus interlocutores.

Iván aprendió a improvisar sin alterarse, exponiendo sus argumentos en tono distendido,

casi pausado, imprescindible para ser claro y conciso, evitando repetirse. Justificaba bien sus

posicionamientos invitando a los demás a compartirlos. Y todavía quedaban tres años por delante

durante los cuales podían ocurrir un montón de cosas. Lo miraban de reojo. Señas. Guiños.

Palpitares iguales. En el gobierno. En la oposición. En las sillas del pueblo.

Su persona monopolizaba el debate y no por interés propio, sino por exigencias de un guión
que le otorgaba el papel protagonista en todos los sucesos dedicándole un tiempo desmesurado,
principalmente, porque la oposición, en vez de plantear alternativas a la acción de gobierno o
fiscalizar la acción de la coalición al frente del ejecutivo, se entretenían en intentar erosionarle, pero
Iván salía victorioso de toda agresión. Ya no era un político novato. Podía con cada asalto. Ya no era
un joven inexperto. Se había curtido en poco tiempo. Volvía a ser Iván el distinto, ahora, un político
atípico que rompía esquemas y sorprendía a cada instante.
Se convirtió en Iván el distinto a los siete años. Sus padres no eran católicos, prueba de ello

es que jamás le hablaron a cerca de Dios. Jamás visitaron una iglesia pero padre y madre o los

convencionalismos de la sociedad lo bautizaron celebrando posteriormente la primera comunión,

no obstante, le hicieron asistir a la ceremonia vestido con unos pantalones confeccionados a base

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de veintitrés pedazos de viejos vaqueros y una holgada camisa roja de puños y cuello blanco. Era

una forma de rebelarse... a través del hijo! Porque ellos vestían elegantemente... Iván retaba al

sistema desde la misma cuna. Los presentes lo miraron por encima del hombro como se mira al

forajido embutido en su traje exquisito. Y forastero se sintió cuando todos los demás niños

abrieron sus regalos todavía la corbata anudada a sus cuellos. Ni siquiera tuvo el premio de su

pantomima. Aquello lo hizo sentirse distinto a todos. Y se acostumbró a ser diferente, a hacer lo

que los otros no podían o no querían hacer o simplemente no se atrevían. Su aspecto impresionaba

en el altar. Y seguía impresionando sentado en su trono de concejal. Porque Iván se inventó a sí

mismo al margen de la familia. Se esculpió cincelando la materia prima con iniciativa y decisión

inicialmente desconcertado e indefenso en una sociedad hostil. Sociedad a la que en el borde del

ahora quería dotar de su visión peculiar.

En el municipio, el caso de Iván era algo insólito, pero a nivel provincial, su rápida ascensión
y su polémica gestión no tenía precedentes.
Él no entendía porque merecía tanta expectativa. Era un hombre acostumbrado a trabajar,
pero en política, suele esperarse del político que hable y poco más. Iván también habló, pero no de
las inclemencias del tiempo ni para decir algo ambiguo e incomprensible. Iván señaló con el dedo
como si apuntara con un revolver. Acusó directamente al conjunto de los políticos opositores de
adoptar un comportamiento infantil respecto a su persona y esto los enfureció llegando a sacarles de
tal modo de las casillas que esgrimieron exabruptos discordantes en un debate televisado en que
bastantes ciudadanos tuvieron la oportunidad de ponerle cara a una voz cálida que escuchaban a
menudo por la radio, contemplando entonces el rostro de ese reiterativo nombre que se había hecho
más que habitual, casi familiar por su constante permanencia en la prensa en los chismes y los chistes
del bar. Aquél día, supo Iván guardar las formas y le hizo ganar muchos puntos. La serenidad le
catapultó elevando su solvencia y reforzando su creciente prestigio ante el pueblo que lo vio.

* * * *

A Susana le fascinaban los olores. Al entrar al sofisticado baño de revista de moda, un agradable olor
a limón lo embriagó después de tanto tabaco en el Ayuntamiento.

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Se lavó las manos con agua caliente y le dijo al verla luego del beso y el abrazo “Cariño no
sabías que el olor a limón del líquido que usas para limpiar se hace con limonero, un producto
cancerígeno. No se fabrica con jugo de limón, que por cierto, el jugo de limón natural es un potente
detergente ¿lo sabías?”.
Cuando se bañó con Ágata durante el segundo año a la niña se le irritaron los ojos y la piel.
Consultó con el médico hasta averiguar. Descubrió que sucedía a causa del producto utilizado para
limpiar la bañera. Contenía ácido fosfórico. Dañó a la pequeña peligrosamente hasta que leyeron sus
componentes y dejaron de adquirirlo y de adquirir todos los artículos que producía ese grupo
industrial. El sulfato ácido de sodio es la materia más común de los limpiadores para el inodoro que
a su vez, es un potente irritante cutáneo. Desde que agredieron a su hija se había informado. Y sin
ánimo de reprimirla le hizo la observación. Y se subió a su despacho.
Tenía algunas llamadas importantes que hacer y en el Ayuntamiento había demasiados oídos
al acecho. Cerró la puerta, presionó el botón junto al marco y automáticamente se encendió la
música y la lámpara de la mesa de caoba. Levantó el auricular, aguardó el tono y pulsó la tecla que
memorizaba el número que necesitaba, ¿llamó a Oscar?
En su cálida morada reinaba la felicidad, una felicidad tan profunda que no se resquebrajaba
por truenos o tormentas, por mucho humo que intentara filtrarse por debajo de la puerta para
intoxicar porque la ranura estaba precintada. Iván vivía en compartimientos estanco independientes
unos de otros.
Susana estimulaba su vida y era optimista ante la adversidad; incluso la pequeña Ágata
comenzaba a comportarse de igual modo. Su paciencia era un don milagroso. Había aprendido con
el paso de los años a mirar más allá del qué para conocer el por qué de las necesidades de su marido
y así, se alejaba de la posibilidad de censurar, juzgar o cuestionar.
Iván siempre buscaba lo mejor para ellas dos sin renunciar a sí mismo y por el momento,
mantenía bien ese equilibrio.
La torre de la fortificación en la casa seguía ejerciendo de faro que ilumina la vastedad del
horizonte protegiendo la tierra con sus pies como raíces.

Iván sabía controlar e impulsar la acción de gobierno y pretendía llevar a su municipio al lugar que le
correspondía, a su entender el más alto, claro está, puesto que Iván residía ahí, en las alturas. Todo
debía ser a lo grande con él.
Pero Iván también se asombraba como cualquier otro niño, pues no tenía intención de
renunciar a su condición de niño. Era el mejor lazo de unión con su hija, y como cualquier hijo de
vecino se sorprendía, y en el último pleno del año, todos los concejales de las tres formaciones
políticas que constituían la oposición lograron desconcertarle cuando abandonaron el salón donde
se celebran los actos en el momento que Iván se disponía a defender la primera de sus ocho
propuestas. Se levantaron para salir y sentarse en la zona del público abarrotada por la creciente
afluencia de público. Se situaron entre los ciudadanos asistentes al evento, algunos de pie detrás de la
última fila de sillas junto a las cortinas por la falta de espacio mientras Iván exponía sus argumentos.
La irresponsabilidad de abandonar la sala dejando vacías las sillas que el pueblo les pidió que
ocuparan, iba a perjudicar más a sus votantes que a ellos.

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Sí, le habían dejado perplejo, pero por ese innecesario desplante pagarían un precio muy
elevado demasiado elevado pensó mientras continuó conteniéndose. Había aguantado golpes y
tortazos dialécticos pero no le gustó que intentaran ridiculizarle desdeñando sus iniciativas
presentadas siguiendo la regulación y el procedimiento legal. Dilapidaron el debate. Era el peor
insulto que podía sufrir no Iván, sino cualquier político que en sí mismo es el mismo pueblo al
negarse a ejercer como representantes que eran. Ellos que reclamaban habitualmente poder participar
prefirieron el mutismo en el hemiciclo entorpeciendo con su falta de presencia. Aquél no fue un
comportamiento constructivo. Con razón los había tratado de infantiles. Pero esa sería la última
evidencia.
La muestra de total desprecio por su labor determinó una consecuencia: Iván no volvería a
plantear más Mociones en el decurso de los plenos para el resto de la legislatura. No tenía ninguna
necesidad. Con realizar las propuestas en la comisión de gobierno tenía más que suficiente para que
derivasen en decretos oficiales. No habían entendido nada. Y los consideró ineptos para ejercer su
labor.
Con aquél hecho se cerró la puerta del debate político en busca de un mayor diálogo para
favorecer el consenso que tanto había alabado e intentado establecer a favor del municipio de
Palafrugell.
La oposición al completo prefirió abstenerse y se encontraron las tres fuerzas políticas con que
Iván jamás los volvió a invitar ni juntos ni por separado. Todas las cuestiones de importancia vital se
tratarían a puerta cerrada en la sala de gobierno lejos de los públicos debates en los plenos.
Y partir de entonces, los siguientes actos serían impuestos por una férrea dictadura ejercida
por la fuerza de una mayoría absoluta que se encargaría de mantener. Se construyó un muro de hierro
que solamente el final de la legislatura podía derribar. La oposición lo había pedido a gritos. Así es
como sucedió. Con el tiempo, individualmente se arrepentirían, pero para cuando esto ocurriera sería
demasiado tarde. Iván se había decantado por una opción zarandeado por las circunstancias.
Aún encontrándose en la oposición, Iván estaba convencido que con la aportación de su
experiencia se enriquecían los resultados, sin embargo, ese comportamiento fue como una bendición
a gobernar sin obstáculos. Jamás pudieron acusarle de exceso de atribuciones porque la mayoría de
los acontecimientos que impulsó rezaban en el acta como acuerdo del equipo de gobierno sin
especificar su promotor. Y siguieron dificultando su labor tanto como pudieron, pero dando palos
de ciegos a diestro y siniestro pues Iván, entendió que debía pasar a un segundo plano en beneficio
del pueblo y la coalición se lo agradeció. Sus compañeros de gobierno empezaron a respirar aliviados,
mucho más tranquilos y alegres por su voluntaria retirada de la palestra.
La estrategia de acoso y derribo sin cuartel para romper el pacto que garantizaba la
gobernabilidad atacando en grupo a un solo individuo desamparado por todos, no había surtido
efecto. La campaña de boicot no había prosperado. Iván supo volar recto y permanecer firme,
imperturbable a la permanente agresión. Pero las cosas seguían complicándose para él... más y más.

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En ciertos círculos, le acusaban deliberadamente de ser un trepa; un arribista que el único interés

que tenía por la política le venía dado por querer situarse económica y socialmente. Pero la

situación privilegiada que buscó y encontró, sabía de antemano que precisamente le obligaría a

reducir sus ingresos. A menos que existan sobresueldos con cargos paralelos para los que están muy

arriba, el salario base de un político, sobretodo a nivel local, es bajo, quizás por eso se dan

interminables casos de malversación de caudales públicos.

Hasta el momento de dedicarse a la política, sus honorarios correspondían al fruto de sus

logros, en función de su trabajo y no como ahora que hiciera lo que hiciera tenía asegurada una

remuneración fija durante cuatro años. Iván jamás buscó status social, él, un ser genuino

acostumbrado a crear la propia moda y defender su peculiar código no precisaba pertenecer a

ninguna clase social concreta, más bien huía de ella. No deseaba un gran título que le otorgara

cierta distinción para ser recibido por la aristocracia del municipio sino un lugar estratégico desde

donde poder operar.

Iván tenía vocación de servicio, jamás le conmovió el acumular poder por el poder mismo.

Aunque sabía perfectamente que sólo podía influir desde arriba, desde una posición de poder, y si

no la conseguía, fuera donde fuera, jamás podría ejercer ningún tipo de servicio realmente válido y

esto lo había comprobado durante el último año de su vida. Ahora podía incidir positiva o

negativamente en su entorno afectando al medio que lo rodeaba a él y a muchas personas. La

elección, una vez más, era solamente suya.

A Iván le molestó sobremanera las acusaciones que acumulaba –Va al Ayuntamiento a por
un sueldo-. Pero una vez ocupada una posición estratégica, en vez de torcerse y aprovecharse de la
situación, desempeñó su actividad política como un acto de servicio al pueblo lejos del lucro personal.
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Para quienes lo conocían bien, la prueba más consistente fue el cierre de su despacho profesional.
Una vez decidió entrar de lleno, sin dudarlo, rompió sus tarjetas de visita para dedicarse en cuerpo y
alma a su pueblo y a su gente. Era materialmente imposible dedicarse a ciertos asuntos, algunos muy
delicados y vivir intensamente la realidad del Ayuntamiento. Aquellos dos ambientes se daban de
patadas, no se podían compaginar, y aunque económicamente era rentable no era viable con la nueva
actividad. Él lo sabía. Y se arriesgó a funcionar en un solo ambiente.
No se pueden hacer dos cosas bien a la vez cuando uno es exigente con los resultados y para
Iván, la política no era un hobby, ni tampoco un pasatiempo distraído. Era algo muy serio. Quizás,
inicialmente si fuera otro capricho eventual, un reto más por el cual luchar, pero al comprobar la
envergadura del asunto que se había convertido en una verdadera oportunidad de realización
personal, no quiso que sus acciones como consultor empañaran su reputación y por eso sacrificó sus
ingresos.
Pero nadie valoraba ese hecho. Algunos llegaron a decir que no tenía donde caerse muerto y
que había llegado hasta allí porque no podía ser ni hacer nada más y es que la gente, a veces es
cruelmente despiadada y habla por hablar sin saber.
Obviamente, Iván no vivía del aire. Tenía que satisfacer sus necesidades básicas y las más
elementales de su familia. Tenía que ganarse la vida, pero en vez de aprovecharse de la información
privilegiada para ubicar una gasolinera o aprovecharse del cargo para obtener licencias y permisos,
negándoselos a otros si no ejercía una donación en forma de chanchullo, en vez de buscar fórmulas
para engordar sus bolsillos cuando nadie mira, Iván se conformó con el salario del Ayuntamiento
tres veces menor que las retribuciones que percibía por su trabajo anterior. Y cuando así lo dijo en
una cena institucional a un reducido grupo a la hora del café la copa y el puro, más como anécdota
que como hazaña, le acusaron de fanfarrón.
Su exceso de sinceridad al afirmar “Hoy me cuesta un gran esfuerzo llegar a fin de mes” en un
tono humilde que nadie percibió, daría pie a otra movida popular.

Iván había despertado a un pueblo hastiado que encontró en él a un títere de quién burlarse sin
compasión. Se burlaban diciendo –Tiene un currículum de ciencia ficción-. Se dejaron influenciar
por la falta de una trayectoria reconocida y supervisada, estructurada, una trayectoria que a su vez,
hubiera castrado la frescura de esa iniciativa contra él.
Porque a Iván no podía etiquetársele. Era único e indefinible.
La empresa que lo contrató cuando apenas contaba catorce años para depositar propaganda
en los buzones, jamás tuvo una respuesta tan favorable y es que por primera vez, los paquetes de
propaganda no terminaron en un contenedor de basura. Iván cumplía con los cometidos asignados
sin pestañear.
Durante su estancia en la empresa de mensajería, en demasiado poco tiempo comprobó que

tan fácil es perder la vida aplastado entre los vehículos de la gran ciudad. El armazón de las

motocicletas es el cuerpo del conductor. Incitó a la sublevación y se amotinaron como uno solo

para no ceder hasta que la empresa se hizo cargo del seguro contra accidentes laborales. Defendía

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los derechos de sus semejantes a temprana edad aunque no continuó trabajando de mensajero

porque no quería ser arrollado por ningún camión.

Ayudaba con la iluminación en la discoteca “Red Sun” y luego ponía la música lenta a media
tarde para que pudiera hacer un breve descanso el discjockey y cuando enfermó, lo sustituyó como
titular, pero el propietario quiso que continuara después. Y es que cuando uno brilla, aunque intente
disimular deslumbra. Tuvo el menosprecio de su antecesor y la felicitación de los camareros con el
repetido comentario -Ya era hora que alguien les diera lo que quieren-. El joven Iván estaba dispuesto
a ocupar el lugar que el destino le asignara.
Comprometido con la plena satisfacción de los clientes, no dejaba pasar un sólo detalle. A la
semana de incorporarse a la recepción de AMF Bowling Center, sin pensarlo dos veces le dijo al jefe
de mecánicos que su lugar estaba detrás de las máquinas... ¡crachss! El vaso de cerveza salió volando
contra el cristal del bar -No voy a permitir que un mocoso me diga lo que tengo o no tengo que
hacer-. Otro se hubiera callado, no hubiera arriesgado el puesto. Ese hombre tenía muchos amigos y
veinte años de antigüedad. La reprimenda fue para Iván. Pero sabía que había obrado correctamente.
Iván no temía la reacción si su acción era justa.
Con estos antecedentes se inició en el mercado laboral.

En política, Iván tampoco pasaba desapercibido. Intuía que es preciso saber lo que se quiere, y cuando
se sabe qué se persigue exactamente hay que tener el valor de decirlo y, una vez dicho, es necesario
disponer del coraje para realizarlo.
Sus opiniones eran analizadas con un potente microscopio convirtiéndose en las palas para
cavar su propia tumba. Pero jamás se consigue nada grande sin entusiasmo. Y el lo tenía a borbotones.
Vivía de manera que podía mirar fijamente a los ojos de cualquiera y mandarlo al diablo.
Cambiaba caprichosamente de aficiones y profesiones sin razón aparente. Frío y calculador en sus
planes, tropezando a menudo con sus pasiones y apasionados ideales, nadie sabía exactamente del pie
que cojeaba Iván que sin apesadumbrarse, sin bajar la mirada ni parpadear, había encontrado el punto
de equilibrio y no se dormía en los laureles. Y ya no andaba de un extremo al otro. Aprendía a salirse
de los acontecimientos como no debe salirse nunca de una fiesta: arto de alcohol.
A Iván lo repudiaban en el municipio unos cuantos que se atrevían a alzar la voz cada vez con
mayor fuerza. Le acusaban de falta de ética y estética política. Expresiones como: “después de
alucinarnos quiere acojonarnos”; “ese hombre ultrapasa al resto de los mortales”; “Iván... el ángelus
iluminado por sus bondades”; “el divino enviado de la madre patria española”; “el redentor de un
pueblo pecador”; “patrón y salvador de todos los ciudadanos descalzos”; “Iván el exterminador”;
“pretende sacar todo lo que pueda”; “Iván es un tornado sin igual”; “llegó predestinado a gobernar
para apartarnos del desastre”; “Iván el pirata”; “un profesional por amor al prójimo”; “Iván melenas el
capricho de las nenas”; “con la excusa del bien común intenta asegurarse la subsistencia”; “busca
influencias para ir derecho al cielo”; “tiene la obsesión del poder pegada en la frente”; “Iván el Mesías”;
“un ladrón de guante blanco”; “llora porque está en plena miseria”; “que se deje estar de tantas pesetas

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y se vaya a hacer puñetas”. Sin duda, una gran parte de la población aborrecía a Iván hasta extremos
insospechados. Lo aborrecían por sus triunfos.
Todo el mundo se atrevía con Iván. Al principio en voz muy baja. Era innombrable, pero
últimamente ya nadie se escondía. Le despreciaban.
Probablemente si Iván no hubiera conseguido el acuerdo del siglo en aquella población,
hubiera pasado desapercibido. Sin embargo, todas aquellas descalificaciones eran exageradas.
Realmente era algo injusto. Iván no lo merecía. Susana no sabía como aguantaba tanto y le preguntó
al respecto “Lo dejaré cuando yo lo decida, no cuando me atosiguen los demás permitiendo que me
expulsen, además cariño, vuestra sonrisa me alivia abriéndome el cielo... se me hincha el pecho con
vuestro aliento”. Esa fue la respuesta que encontró Susana.
Una nueva confesión de amor incondicional.

A Iván no se le podían negar ciertos méritos pero nadie quería reconocerle el más mínimo por
pequeño e insignificante que fuera. Para muchas personas amargadas de la vida, él no tenía nada
bueno, todo era absolutamente malo, horrible y detestable. Por sus insistentes comentarios, daban
a entender que les parecía un ser desagradable y despreciable y se divertían pisándole, restregando su
nombre por el fango a mayor gloria de su ineptitud humana. Habían descubierto ese nuevo juego
que consistía en humillarlo a cada rato que podían y lo peor es que parecía no cansarles. Así se
divertían. ¡Miserable vida!
Revitalizó el teatro municipal mucho antes de finalizar las obras para su inauguración. Sus
actuaciones a los ojos de bastantes ciudadanos se convirtieron en auténticos sainetes que actores
como Mastroniani o Tognazzi hubieran pagado por interpretar. Iván sufría un verdadero problema
de integración. No admitían que alguien en tan poco tiempo y de fuera, “ajeno a lo suyo”, ajeno a
su circulo privado de personajes relevantes hubiera aparecido desde el balcón de la puerta grande para
hacer a su placer con libertad y autonomía cuanto consideraba adecuado. Había provocado una
situación inédita y por ello era rechazado hasta la saciedad sin motivos objetivos.
Lo castigaban hasta la misma injusticia.
Excesivamente solemne para la gente del campo y el mar, siempre impecable en su atuendo
como en su comportamiento correcto, exquisito, simpático, irritaba. Irritaba demasiado. Irritaba
porque contrarrestaba con los modales pueblerinos rudos y vulgares. Iván era un hombre O.K. Y no
admitían que la irritación era fruto de la envidia. Lo envidiaban de verdad protegiéndose a sí mismos
odiándole con ira y desacreditándole sin razón, ¿celos? Iván no era un “bicho raro” sin embargo,
estaba siempre en boca de todos como la peor enfermedad.
Iván dice esto ... Iván hace aquello ... Iván ... Iván ... ¡siempre Iván! ¿Un virus? ¿Una plaga?
Parecía que no existiera nadie más. Todo el mundo hablaba y hablaba, pero solamente unos
pocos, muy pocos, le conocían a nivel personal. Y los que le trataban cambiaban radicalmente de
opinión al comprobar que no tenía cola de animal ni era el demonio que habían pintado. Lo veían
pasar desde lejos, sentados en sus camionetas, detrás de los mostradores de los comercios o reunidos
en grupo en la plaza central del pueblo cuando, como una ráfaga de aire intenso pasaba cruzando
frente a todos ellos inmerso en su qué hacer diario pero detrás del mito, había un hombre sensible
con profundos sentimientos incomprendidos.

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En la calle, agradecía la sincera sonrisa de un niño al que consiguió becar sus estudios,
saboreaba la tierna mirada de una persona mayor que obtuvo finalmente su necesitada plaza en el
hospital geriátrico, y valoraba la recuperada amistad entre dos vecinos enfrentados que finalmente se
saludaban en público con afabilidad, consecuencia de la resolución de expedientes históricos y
conflictos resueltos con los que nadie antes se había atrevido a trabajar.
Todo aquello era difícil de cuantificar con dinero. Iván estaba creciendo a nivel humano. La
lección no tenía precio. Aseguró su subsistencia pero no intentó usurpar nada del lugar donde se
guarda el dinero de todos. Con cubrir las necesidades básicas de los suyos tenía suficiente. Buscó
sustento, jamás un gran sueldo para enriquecerse. Pero lejos de la realidad que cada uno fabrica a su
alrededor, tenía una vez más diversas lecturas e interpretaciones. Iván sabía que tan sólo el tiempo los
desengañaría al igual que tantas veces antes, solamente el tiempo le había dado la razón en sus
visionarios planteamientos.

El salario a cuenta del presupuesto municipal en concepto de su “dedicación exclusiva” era para mucha
gente alejada de la política algo poco claro y ciertas personas con malas intenciones tergiversaron los
hechos confundiendo todavía más a la ciudadanía en general. Fueron los comprometidos en
fomentar el malestar encendiendo la indignación colectiva para desestabilizar por medio de la presión
popular ese matrimonio de conveniencia entre Iván y la coalición catalana.
En todos los Ayuntamientos, una o dos personas del equipo de gobierno disponen de
semejante distinción pero que fuera Iván el beneficiario de la dedicación exclusiva que otorga el
salario mensual indignaba a casi todos.
Iván pensaba que formaba parte de un equipo cohesionado y unido, pero sus mismos
compañeros aceptaban el hecho muy a regañadientes, aturdidos, incómodos por su magnetismo. Y
no había duda que su magnetismo permanecía intacto, la prueba más evidente era el reloj despertador
que desde hacía diez años no había agotado su batería. No era necesario cambiarla. Se alimentaba por
la irradiación de Iván que estaba cerca durante ocho horas cada noche.
Mucha gente estaba pendiente del menor desliz de Iván para humillarle en lo posible y aquélla
frase que habían sacado de contexto le perseguiría a todas horas allí donde fuera que estuviera. Bajo
el lema “ayudemos a Iván a llegar a fin de mes” promovieron lo que parecía una campaña de
solidaridad. Se distribuyeron diversos carteles colocándolos en las áreas más vistosas y transitadas del
municipio. Hicieron mil fotocopias que repartieron en comercios supermercados y grandes
superficies comerciales.
Intentaban ridiculizarle nuevamente al promover una campaña para recoger donativos
abriendo una cuenta bancaria donde cada ciudadano podía ingresar únicamente una peseta. Y el lema:
“un concejal, una sonrisa” llegó hasta Madrid. Pero no solo a Madrid, Sebastián Méndez desde Río de
Janeiro mandó un recorte de la noticia publicada en el periódico brasileño “O Globo”.
Aquélla satírica acción contra Iván no lo desmoralizó ni un ápice, pero los instigadores no se
iban a detener ahí. Pretendían realizar en diversos puntos de la provincia una recogida de alimentos
y de ropa usada además de una gran chocolatada benéfica para recoger fondos en la plaza central del
pueblo.
Y comprendió que tenía que reaccionar con contundencia antes de que todo se desmadrara.

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Iván contactó con la entidad bancaria solicitando el nombre de los titulares de la cuenta y por
mediación del censo, identificó sus domicilios y los citó el domingo por la mañana para advertirles
que si el lunes no cancelaban la cuenta, les pondría un pleito por utilizar su nombre para fines propios
sin consentimiento. Detrás de la broma inocente, no se dieron cuenta del delito que cometían al dar
publicidad a una organización inexistente en el registro oficial de asociaciones. Estaban cometiendo
fraude. Se utilizaba el nombre de un tercero para obtener beneficios sin garantías de cumplirse la
finalidad de la campaña. Se asustaron y con razón. Y cedieron y el lunes todo terminó.
Iván redactó una nota de prensa en tono de disculpa “Pido disculpas públicamente porque
entiendo que puedo haber herido la sensibilidad de personas que con mucho menos dinero que yo,
también deben llegar a fin de mes. Mi intención no era faltarle el respeto a nadie. Pido a todo el
mundo que no tenga en cuenta este hecho, en especial, al colectivo de jubilados, las personas
desamparadas y los jóvenes sin trabajo” y se sintió mucho mejor después de hacerlo. Como político
y hombre público que era debía tener mucho cuidado con la franqueza de sus palabras. Deslices como
este no volverían a repetirse, había tomado nota.
Pero no terminaron ahí sus penurias. Una vez anulada la cuenta del depósito, debía
formalizarse el acto de entrega del dinero recaudado. Todas las miradas estaban pendientes de la
reacción de Iván. Se le ocurrió que lo más lógico no era quedárselo, así que entró en la iglesia del
pueblo y depositó el dinero en la caja parroquial, pero un avispado reportero inmortalizó el
momento y durante un buen tiempo tuvo a la comunidad religiosa en su contra.
Y tuvo que disculparse nuevamente, esta vez con el párroco y el obispo en Gerona, que vieron
en el acto de Iván una escondida forma de humillar a la Iglesia Católica.
Todo era realmente muy complicado. Constantemente le daban la vuelta a sus acciones
distorsionando sus intenciones.

El rechazo frontal contra Iván era una realidad asumida por el propio afectado que jamás en su vida
se había amilanado, ni tenía interés en coronarse como víctima. Estaba donde estaba por decisión
propia y asumía, adaptándose, lidiando con destreza cada obstáculo.
Tampoco se amilanó cuando el partido republicano que le tenía ganas intentó atribuirle una
irregularidad al haber percibido dietas indebidas por una serie de desplazamientos a diversas entidades
de la provincia.
Iván supo documentar y justificar sus acciones salvando su honor. No pudieron confundir al
público en la posibilidad de haber usufructuado de manera indebida dinero de las arcas municipales,
simplemente, porque no era verdad. Intentaron manchar su imagen pública deteriorando su
credibilidad mediante un evento infundado que Iván aprovechó como oportunidad para justificar sus
actividades con una larga exposición de planes y proyectos. Y la intentona golpista se volvió contra
ellos igual que un bumerang. Iván, salió reforzado de aquello. Cada queja contra su persona era una
posibilidad para ganar un adepto capaz de mirar de manera imparcial.
Otros que no pudieron reprimir el férreo acoso fueron sus compañeros de gobierno que le
amonestaron públicamente, y de nuevo volvió a ser el centro de atención justo cuando las aguas se
habían calmado y el último episodio ya estaba olvidado. Le invitaban a moderar su protagonismo
mediático pero en vez de hacerlo en privado durante la reunión semanal, quizás como muestra de
fuerza frente a su electorado, se dedicaron a hacerlo en tertulias de radio y en la televisión local. Y,

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como no, la prensa también realizó un seguimiento de la noticia y entre unos y otros, por diversos
motivos, insuflaban en la persona de Iván una magnitud que encandilaba, sino, ¿cómo podía
entenderse que siempre estuviera en boca de todos?...
Por su parte, para no alimentar todavía más su leyenda personal creyó conveniente renunciar
a las invitaciones públicas para contestar a sus socios. Tantos escritos de opinión, entrevistas
personales y programas en la radio municipal con la intención de acercarse más al pueblo, debían
finalizar. Iván había trascendido la esfera local y comarcal y algunas publicaciones provinciales
reclamaban sus artículos sobre temas de actualidad no vinculados a la política municipal, no
solamente porque estaba de moda e interesaba a un gran número de personas, sino porque sus
planteamientos siempre eran polémicos y daban cuerda a un sin fin de noticias posteriores que se
paseaban de plató en plató.
La creciente presencia en los medios de comunicación horrorizaba al alcalde. Tenía motivos
para ello. En una ocasión, un alto cargo gubernamental que visitó el municipio preguntó al jefe del
gabinete de protocolo -¿Quién es aquél hombre viejo y bajito de aspecto despistado que está al lado
de Iván?...- se trataba del mismo alcalde reconoció el jefe del gabinete al alto cargo gubernamental.
Menos mal que jamás lo supo el alcalde. No hubiera soportado que en su doble calidad de hombre
público, como alcalde y presidente de la Diputación de Gerona, fuera menos conocido que el popular
personaje de moda. Ciertamente debía ser un hombre importante y reconocido tras veinte años de
política pero carecía del aura y el rutilante hálito de Iván.
Tanto alboroto también preocupaba a miembros destacados del partido al que representaba
en calidad de Independiente y cuando desde la sede central en Madrid le pidieron explicaciones por
su deslumbrante actividad constante, Iván, alegó “No pienso quedar diluido en la coalición catalana,
yo quiero que mi voz se oiga a través de mis actos y no tengo interés en salir a diario en primera
plana. Mi fama no es provocada. Me la regalan, y respecto a la campaña de la peseta... tengo un sueldo
digno! Creo que es el sueldo que merezco y bajo ningún concepto he promovido yo mismo una
recogida de dinero entre mis conciudadanos. Mi frase, cierta, pronunciada en lo que entendía como
círculo íntimo, fue utilizada como excusa para mancillar mi nombre, pero está sacada de contexto y
no consta reproducida en su totalidad. No todos los cargos públicos nos aprovechamos. Algunos
sinceramente nos cuesta como a tantas otras personas llegar a final de mes”. Este comentario era
similar a las declaraciones que hizo en su momento cuando fue entrevistado por el secretario general
del partido acusado en su comunidad autónoma de nepotismo, quien irónicamente se sintió
agredido por Iván.
Y tanto se habló del acontecimiento aún habiendo pasado meses que el eco golpeó el hombro
del vicepresidente del gobierno quién lo interrogó por teléfono convencido que era Iván quién había
instado -la campaña de la peseta- para que su genio tomara cuerpo. No era de extrañar su
desconcierto cuando nueve medios de comunicación difundieron nueve versiones distintas de la
noticia partiendo de una misma nota de la Agencia EFE, a continuación que el presidente del
gobierno desde hacia apenas un mes, como miembro del partido fuera preguntado y balbuceara en
la fila de una recepción en el palacio real asaltado por un paparazi mediático de un programa con salsa
que tenía un tomate en el bolsillo y avanzaba entre la multitud con gafas de sol. Le preguntó por ese
miembro del partido... que no lo era, y le puso el micrófono en la boca.

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Aquella simbólica campaña permanecía en la memoria de todos. No superó los escasos cinco días,
pero en vez de elogiar su capacidad de reacción y resolución ante el conflicto, le acribillaron desde
todos los ángulos posibles por haberla permitido.
Iván provocaba que saltaran chispas a su alrededor. Hacía vibrar a la gente, sino, ¿qué
explicación cabría dar al hecho que durante ese corto espacio de tiempo los trabajadores de la entidad
bancaria registraran un sin fin de ingresos en la cuenta. Hubo una respuesta popular masiva. La
repercusión estatal e incluso internacional del evento dejó perplejos a los propios patrocinadores que
tildaron su acción de algo puramente anecdótico. La difusión del acontecimiento superó cualquier
previsión inimaginable. Fue espectacular, digno del mejor hombre de espectáculo. A Iván le conoció
toda España, ¿le conocieron o nada más supieron fugazmente de su existencia!
El encuentro informal que provocó Iván aquel domingo, zanjó la campaña, y días más tarde
a la conversación y el veto del vicepresidente, se dio por finalizada su presencia en los medios
nacionales, pero la situación de ese peculiar concejal que se atrevía a ir por libre y hacer lo que le
convenía a su criterio, quedó al descubierto. Y comenzaba a ser demasiado molesta e incómoda para
el partido que gobernaba el país.
De nada sirvió la deferencia de los arrepentidos instigadores de tan singular proceso de remitir
una carta a la atención del presidente del partido donde puntualizaban que jamás pretendieron
descalificar la figura de Iván ni su trabajo al frente del Ayuntamiento, demasiado tarde.
La dirección general y el máximo órgano del partido español, habían llamado al orden por
escrito al hombre obeso de pelirroja barba por permitir que alguien se -desmadrara demasiado-. Y
con la carta en una mano, consciente de que él también se había equivocado en los inicios de su
carrera política, marcó los dígitos que le pondrían en contacto con Iván para intentar ejercer una
fuerza que no tenía.
El hombre tuvo que someterse, nuevamente, a una jugada inesperada porque Iván lo invitó a
cenar con su esposa a su casa, pero antes de aceptar, buscó el amparo del presidente de Cataluña,
ambos habían censurado el pacto de gobierno de Iván.
Durante el postre que había horneado Susana, una vez acostaron a la niña que estuvo sentada
en la mesa con ellos, se limitó a recordarle que de haber sido militante le hubiera sancionado por el
acuerdo privado al que llegó con la coalición catalana y sorbió un trago de coñac que le había servido
Iván.
Entonces se encontró con una aportación insólita “Soy un hombre disciplinado y cumplidor.
Si me mandas los estatutos del partido y una hoja de afiliación y lo consideras oportuno, podrás
abrirme un expediente disciplinario. Tan sólo pido una cosa: que seas tú quién avale mi ingreso al
partido” y se quedó tan ancho presintiendo el asombro que pondría en Barcelona el presidente de
Cataluña.
Iván iba a dejar de ser Independiente.
Quería apartarse del Ayuntamiento y trabajar dentro del partido que llevaba más de un año
representando.
Quiso someterse. Tranquilizarse ante tanto vendaval local.
Dueño de cuanto callaba y esclavo de cuanto decía, seguía siendo objeto de críticas
continuadas desde distintos sectores aún habiendo dejado de escribir en los medios de comunicación

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y aún habiendo reducido sus apariciones públicas a la mínima expresión. Había decidido retirarse
modestamente y con discreción.
Ya no hacía pedagogía política en prensa radio ni televisión sobre cuales eran sus actuaciones
al frente de sus áreas de gobierno. Los grupos opositores del Ayuntamiento difundieron el maligno
rumor de que el pacto era una cuestión estrictamente mercantil -A cambio de una jornada laboral
remunerada les da el soporte político que la coalición necesita- habían encontrado el filón porque
todo el mundo saltaba de las sillas como si quemaran bajo las sonrosadas posaderas cuando se trataba
de dinero.
Antes censurado y acosado por demasiada actividad y ahora, por demasiado poca. Como
apenas se veía su trabajo, la oposición decía que no existía cuando en realidad yacía de igual modo
en lo subterráneo. ¡Jamás estaban contentos!
Daban ganas de echarlo todo por la borda, de regalárselo a cualquiera. Todo se resumía a poner
en marcha comentarios mal intencionados porque la cuestión era protestar y despotricar contra un
ciclón llamado Iván “Que forma tan tonta de malgastar la energía” pensaba él.

Una noche al llegar a La Mimosa encontró a Ágata cenando en la amplia cocina y al verlo entrar,

entusiasmada de alegría, levantó el tenedor esparciendo los espaguetis por la mesa llenando de

tomate su pijama de algodón anaranjado.

Era tanta la alegría que sentía al ver a su papuchi regresar que estallaba de emoción. Y de

igual emoción estallaba Iván que la abrazaba sin importar que su camisa y americana se mancharan

de tomate. Y Susana no lo regañaba porque gozaba y sonreía viéndolos juntos crispándose de los

nervios imaginando como sacar las manchas viéndose frotando y planchando.

Además de político, Iván era marido. Y padre. Y cerraba la puerta cuando entraba en su hogar
dejando el mundo atrás.
Se configura la sociedad con puertas cerradas, tabús, leyes, represiones y prohibiciones. Iván
Saneil seguía seguro de sí mismo lleno de optimismo. Todavía había mucho que ver en el ancho
mundo. Y estaba convencido que lo vería. Sin embargo, a pesar de toda su robustez y vitalidad, a
pesar de toda su disposición frente a la ciencia de la vida y del trabajo, a pesar de todo cuanto poseía
en materia de talento y entusiasmo, de ingeniosidad, perseverancia y adaptabilidad, no tardaría
demasiado tiempo en descubrir que en verdad, no existe un sitio para hombres de su especie.
El mundo no quiere originalidad. El mundo reclama conformidad y sumisión, esclavos. No
obstante él, como no podía ser de otra manera, lucharía por librarse de las cadenas forjadas por la
sociedad, levantándose por encima de la ley y la costumbre de hombres y mujeres, por encima de
códigos, convenciones, supersticiones “No a la sumisión. No a la docilidad. La pasividad es una forma

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de muerte” pensaba Iván.

* * * *

Miraban abrazaditos una película de dibujos animados cuando un perfume de fragancia insondable

entró en el lujoso salón. La parejita había solicitado una pizza por teléfono; la preferida de Ágata,

con piña y doble ración de mozzarela. Terminaban el último pedazo cuando mamá volvió de en

una reunión social con sus amigas.

El albornoz de Iván entreabierto dejaba al descubierto su pecho velludo como el de un oso,


pero poco a poco se iba quedando sin cabello y sin complejos decía que era un signo de virilidad por
su exceso de hormonas masculinas. No le importaba que su cabeza empezara a clarear.
A Susana tampoco. Para ella sus pronunciadas entradas le hacían todavía más interesante si
cabía. Lo amaba por lo que le hacía sentir, no por su aspecto físico ni por la actividad que
desempeñaba, sino por lo que era: un hombre sensible que le procuraba la felicidad más blanca posible
en un paraíso de color rosa. Y después de acostar a la pequeña, Iván la mojó por dentro con su
cemento blanco.
En aquella cálida morada todo era alegría, amor, un hogar lleno de felicidad y de paz. No en
vano había colgado Iván en la puerta de entrada un cartel similar al –no molestar- de las habitaciones
de hoteles que rezaba: En este hogar hay armonía, no la desbarate. Y la paz era de una calmosa
serenidad a despecho de las circunstancias políticas que permanecían lejos, fuera, relegadas en el
exterior de su mundo calmo.
La bondad flotaba en un ambiente que acertadamente habían tejido como matrimonio feliz,
creando una atmósfera positiva de intercambio mutuo donde la fealdad y la maldad se quedaban al
margen. La fidelidad del cuerpo y la mente entre ambos, simplemente... majestuosa, estaba motivada
por un amor irrevocable y recíproco.
Iván sabía del autocontrol y nada le apartaba de su ruta. Establecía una moderación que antes
no existía. Sin sus dos hadas, no era un ser completo y acabado y gracias a ellas su espíritu era gentil,
proyectándose ese hombre de firmes atributos a un pueblo desagradecido, pero... ¿todo el pueblo
opinaba así?

Había mantenido encuentros con simpatizantes y afiliados al partido para posibilitar con
transparencia un diálogo interno abierto y plural. Expuso el plan de legislatura una vez se oficializó
el pacto de legislatura pero se desanimó por la falta de aportaciones un año atrás, igual que lo hiciera
en la primera convocatoria cuando quiso presentarse como cabeza de lista.
Ahora desde dentro, siendo uno más entre ellos, ya como miembro oficial del partido Iván
pensó que constituyendo comisiones de estudio que analizaran las problemáticas de los distintos

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colectivos profesionales y sociales encontraría una mayor predisposición entre los militantes, sin
embargo, seguía reinando la apatía más severa en ese entorno concreto.
Aquélla gente parecía vacía y sin sangre en las venas. Hizo bien en desmarcarse de ellos a la
hora de confeccionar su lista electoral recurriendo a “su gente más próxima”, todas personas
independientes que nunca antes se habían afiliado a ninguna formación política. Pero esta actuación
no gustó al remanso de la época Franquista que se autodenominaban –la vieja guardia- a quienes
conoció minutos antes de la primera reunión en un local recién alquilado.
Tampoco hubo ruegos ni preguntas en las posteriores reuniones, solamente reproches por la
presencia de gente, que aún siendo afín al partido, no eran militantes, y es que la gente “de la lista de
Iván” también fueron invitados a participar. Se había creado una división. Había dos bandos bien
delimitados: el de antes, de hacía doce años y el nuevo, el grupo perteneciente a la etapa de Iván. Y
para evitar cualquier fricción comenzó a personarse en la sede provincial en Gerona para trabajar
desde el aparato del partido lejos de su localidad, pero en su ausencia, aquello llegó a tal grado de
deterioro que fueron precisas unas elecciones internas donde Iván se presentaba como candidato a
presidente del comité local de Palafrugell.

Iván esperaba y deseaba que el conjunto de sus actuaciones en el Ayuntamiento, al menos para los
miembros del partido, sí fueran apreciadas en su justa medida. Su gestión había sido intensa y por vez
primera en la historia el partido disponía de competencias de gobierno. Iván había tenido aciertos y
también algún que otro error de cálculo que había sabido enmendar con rapidez. Es bien sabido que
quién muchas cosas realiza, en alguna ocasión se equivoca. Pero el que no se mueve jamás le sale
nada mal. Y esta última opción, de ningún modo era el caso del hombre inquieto que necesitaba
quemar adrenalina como el huracán hiperactivo persuadido de su astucia que siempre había intentado
llevar su cargo y la representación de aquellas siglas con orgullo y dignidad.
Cuando a nadie le interesaba el partido, Iván lo reorganizó, atreviéndose a pujar sin desmayo
en las elecciones hasta asegurarse como edil en el municipio. Su habilidad en las negociaciones
propició un pacto global de legislatura que les otorgaba tres importantes áreas y la condición del
Defensor del Ciudadano. Se podría ejercer desde ahí una actividad que demostrara eficacia y triplicara
los resultados electorales en los próximos comicios.
Ahora Iván quería integrarse en la organización del partido y por eso se ofreció como persona
clave suponiendo que arrollaría a la candidatura del bloque contrario. Pero ocurrió lo que no se
esperaba. Los “suyos” no podían votar porque no estaban inscritos oficialmente. Un premeditado
error administrativo desde el sector crítico respaldado por la dirección provincial permitió que otra
persona ocupara el lugar que por propio derecho le pertenecía a Iván.
Por cuestiones de trámite burocrático, no pudo formalizarse la inclusión del grupo que
impulsaba la nueva dinámica, sin embargo, en vez de encenderse como un fósforo ante la trampa,
Iván prefirió callar antes de armar un escándalo porque sabía que se habían manipulado los términos
legales establecidos para presentar la documentación, extraviando expresamente la relativa a las
personas partidarias de Iván.
Y aquellos que contribuyeron al éxito político que ostentaban en el Ayuntamiento los
dejaron fuera, en la calle, sin opción a pronunciarse a favor de quien lo había arriesgado todo, incluso

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el dinero de su propio bolsillo para financiar la cruzada al Ayuntamiento. Pero previsor, el contrato
de arriendo del lugar de reunión tenía una vigencia.

La función del nuevo comité local era mantener a raya a Iván. Esas habían sido las órdenes secretas
expresas desde la sede de Barcelona a la sede provincial -Marcar de cerca al emprendedor para limitar
su espíritu creativo demasiado revolucionario-.
No se constituían como órgano desde donde elaborar propuestas e intercambiar inquietudes
para que Iván las trasladara al Ayuntamiento como su portavoz porque este mecanismo ya existía,
aunque jamás se materializaba nada. La razón última no era otra que intentar controlar de cerca las
actividades de Iván, evitando que actuara como hasta la fecha por decisión propia y con plena
autonomía.
Y el objetivo oculto era saber hasta donde llegaba el acuerdo privado entre el alcalde e Iván,
del cuál, especulaban, con la posibilidad que al cabo de los cuatro años Iván pudiera pasar a ser su
mano derecha siguiendo al alcalde en la lista de la colación catalana, ¿era un chaquetero?
La vieja guardia pretendía convertirlo en un mero apéndice del partido y ante aquella
encerrona, Iván les dio un voto de confianza de seis meses para intentar caminar juntos aún a
sabiendas que su finalidad no era otra que -Restringir el papel del popular concejal-. El contrato con
el propietario del local tenía una vigencia de seis meses con renovación tácita sino se advertía de lo
contrario.

Después de aquél episodio, Iván tenía la sensación que en el partido había personas interesadas en
evitar que ocupara responsabilidades y su intuición no le fallaba.
Concretamente el secretario de organización y sus tres secuaces, miembros del ejecutivo
provincial, no habían digerido que Iván, ni consultara, ni informara del pacto previamente a la rueda
de prensa. Querían haber intervenido en la negociación para intentar conseguir la alcaldía, pero Iván
se consideraba inexperto para tanta responsabilidad y por ello ni siquiera se le ocurrió plantear el
asunto de obtener la alcaldía a cambio del respaldo político. Tampoco le perdonaron que se atreviera
a tocar el asunto de la bandera española. Y se cobraron su osadía.
Iván no culpó a nadie en concreto por lo sucedido. Se limitó a permanecer a la expectativa de
los próximos acontecimientos acatando la disciplina del partido convencido que desde la dirección
provincial no se le había informado correctamente del procedimiento que debía seguirse provocando
aquél “defecto de forma”, llegando a engañarle respecto al lugar donde iba a celebrarse la reunión,
pero lejos de impugnar el acto, a sabiendas que los estatutos decían textualmente que ningún
militante que no está al corriente del pago de la cuota mensual puede ostentar ningún derecho y, sin
embargo, la vieja guardia votó y ganaron al ser los únicos que votaron prohibiendo el voto de “la
gente de Iván”.
Iván se limitó a quejarse de la falta de transparencia a su más fiel compañera, quién le había
dejado una simpática nota en la puerta del frigorífico –Te quiero... ganes o pierdas- y aquél simple
pero intenso comentario fue lo que hizo que Iván no se alterara. Tenía su familia a la cuál él también
amaba y con la que se contagiaba de la magia de la vida.

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Desde la dirección provincial del partido, no se había vuelto a cuestionar ni las condiciones ni el
contenido, ni tampoco el procedimiento empleado por Iván para conseguir el pacto, y aún siendo ya
militante, no se le sancionó.
Nada apuntaba a la apertura de un expediente disciplinario por desobediencia. Las aguas
estaban calmas, pero desde aquella pequeña delegación del partido en su municipio, parecía que iba
a abrirse la vieja herida. El propio presidente que lo desaprobó y lo desautorizó públicamente le había
apadrinado en su ingreso como afiliado después de afeitarse su espesa barba pelirroja. ¿Por qué abrir
una polémica que debía tratarse a nivel interno, en privado en las oficinas del partido en Gerona?
La vieja guardia comenzó a crear mal ambiente introduciéndose en el Ayuntamiento.
Solicitaban entrevistas con el alcalde y los demás grupos municipales pero Iván dejó que trabajaran
con libertad. Facilitó documentación y toda clase de información complementaria, asistiendo a las
reuniones locales cada vez que requerían su presencia para aclarar un determinado tema. Solamente
revisaban su gestión pasada, tal y como había supuesto. En modo alguno les importaban las
interesantes perspectivas de futuro. Solo querían meterle el dedo en el ojo, encontrar algo con lo que
poder atacarle, descubrir algún error inconfesable.
¿Dónde había estado esa gente cuando Iván les necesitó? y, ¿por qué no trataban de ser
constructivos en vez de buscar trapos sucios?
No era a un miembro del mismo partido a quién debían escudriñar, sino a la sociedad en busca
de propuestas concretas.
El hecho de que el partido gobernara el territorio español había despertado la euforia de unos
cuantos que aparecieron cuando el trabajo más duro ya estaba realizado. Mientras los socialistas
gobernaron España, se habían mostrado indiferentes en los periódicos encuentros que Iván impulsó.
Los estatutos del partido otorgaban al comité local la capacidad de organizar actos en el municipio,
dinamizando toda clase de actividades, pero nada de esto parecía importarles. Su obsesión era
destronar a Iván. No se preocupaban de la implantación del partido en la zona, ni de cobrar la cuota
a los afiliados o simplemente actualizar los datos del banco informático. Únicamente le hacían la
puñeta a Iván, pero él, a su vez, era respetuoso con su palabra y fiel a sus principios aguardaba en
silencio la tregua de seis meses.

Iván adivinó que la vieja guardia se empecinaba en limitar su terreno de acción, y pensó que por lo
menos lo dejarían trabajar en la sede provincial del partido en Gerona, lejos de la sección local. Y su
entusiasmo no decayó.
En el momento de su ingreso al partido, Iván se propuso como coordinador de la política
municipal en las ocho comarcas, pero la aceptación se había postergado sin razón aparente. Él
continuaba atento y nunca de brazos cruzados esperanzado ante la respuesta a su propuesta. Ahora
tenía carné del partido y como hombre comprometido que era debía ser disciplinado.
Entretenido en la lectura del régimen interno de funcionamiento, comprobó que la vieja
guardia vulneraba el reglamento, sin embargo, no lo puso en conocimiento de nadie puesto que lo
sabían de sobras. Incluso los amparaban.
Iván veía que emprendían un camino equivocado que les llevaría directos al fracaso,
desmoralizando a todos los que tenían un atisbo de esperanza en la nueva etapa del partido en el
municipio. Lo que el partido ostentaba en aquél momento histórico era fruto del esfuerzo personal

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de Iván meses antes de la presidencia del gobierno español, y la construcción, amenazaba con
desplomarse si continuaban con semejante actitud de acoso y derribo.
Intentando no intervenir en nada y desmarcándose de los acontecimientos políticos en su
municipio, sin desatender sus obligaciones en el Ayuntamiento, intentó recuperar su iniciativa
presentada en el preciso instante de ingresar como militante. Estaba comprometido con su partido y
tenía la intención de implicarse todavía más. No quería oxidarse y él, tenía la fuerza abrumadora del
adolescente cuando desea fervientemente comerse el mundo y, por tal razón insistió en su
disponibilidad para responsabilizarse de la secretaria de política municipal como coordinador. La
iniciativa de Iván era viable además de apropiada y necesaria y su perfil encajaba a la perfección. Pero
alguien estaba obstaculizando el nombramiento.

Como tantos otros partidos, el aparente clima de “puertas abiertas” que promovían no era más que
una ilusión. En sus intervenciones, los dirigentes se mostraban receptivos a nuevas iniciativas y en
cada una de las reuniones, Iván reiteraba su disponibilidad inmediata pero se topaba con el mismo
comentario una y otra vez -¡Ya veremos, está en estudio, falta la confirmación de Barcelona!-.
Era de sobras conocido su deseo de intervenir de forma activa y precisamente lo que asustaba
aparentemente era su capacidad de trabajo.
Por encima de todo, Iván quería engrandecer el partido. Resucitar unas siglas a les que él
pertenecía ahora.
De manera explícita pedían ayuda desde la sede central a los cargos electos, pero no estaban
acostumbrados a que nadie la ofreciera y mucho menos con tanta generosa espontaneidad. Y aquella
solicitud se convirtió en una rutina, pero Iván rompió la inercia habitual añadiendo una nueva
propuesta. Y más tarde vendría otra, y otra. ¡Le sobraban las ideas!
Los miembros de la organización eran quienes habían pedido ideas. Iván se limitaba a
complacerles. Ellos habían reconocido la necesidad de renovar los procedimientos.
Iván entendía que sus sugerencias debían valorarse y analizarse bien antes de llevarse a cabo,
pero no entendía la demora tras reconocer la brillantez de la sugerencia que aportaba porque también
en esa ocasión su propuesta para desarrollar la secretaria de relaciones institucionales era una
aspiración conveniente, y en el detalle de su puesta en marcha especificaba que él estaría dependiendo
directamente del secretario general. Para evitar malentendidos, dejaba claro que se sometía al
superior. Se preocupó de aclarar su papel de subordinado, pero visto que se aplazó la constitución de
la nueva área, quiso confirmar si se le estaba vetando la entrada en el aparato del partido porque
poniéndose el abrigo camino del deportivo algunos concejales militantes le pasaron la mano por el
hombro informándole que habían secundado su propuesta con llamadas de apoyo.
Nuevamente encajaba su perfil y estaba apoyado por compañeros y ninguna otra persona
había optado al puesto.
La secretaria de formación era una vieja pretensión en la provincia, y con esta eran tres las
propuestas presentadas por Iván con el único objetivo de que si de verdad querían aprovecharlo,
pudieran hacerlo escogiendo la mejor opción. Los miembros de la organización disponían encima de
la mesa de tres positivos instrumentos para el progreso, además de la firme voluntad manifiesta de
Iván para contribuir de la mejor manera posible al partido. Deseaba integrarse definitivamente y no
se cansaba de ir cada tarde a la sede en Gerona a cuarenta minutos de camino; lo cual era una excusa

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perfecta para alejarse del municipio pero aquella sensación de dirigirse hacia el ocaso grisáceo de un
crepúsculo que se extingue permanecía de igual modo como cuando pisó la sede por primera vez.
Su actuación era oportuna y podía ser beneficiosa, pero algunas “glorias rancias” del comité
ejecutivo de Gerona estaban aposentadas en sus grandes sillones de cuero negro a los que se aferraban
con fuerza firmes en su línea de jerarquía y temían perder su autoridad con –el intruso descarado-.
Evitaban tomar a Iván a su servicio por miedo a que escupiera trabajo y honestidad. Iván era una
amenaza para el status de los miembros del comité ejecutivo, sobretodo porque con un mes de
trabajo intenso y efectivo evidenciaría que allí no ocurría absolutamente nada interesante
precisamente porque nadie hacía absolutamente nada para que ocurriera. Se destaparía...
De una vez por todas quería Iván ayudar a consolidar el partido a nivel provincial para que se
constituyera finalmente como la tercera fuerza política en Cataluña dejando de ser la eterna promesa
de un resurgir propio de inválidos. Quería hacer por la provincia lo que antes había logrado en su
municipio: resucitar de una muerte clínica al paciente que yacía en estado vegetal a la espera de un
milagro. ¡Gerona era la única provincia española que no tenía diputado en el Congreso!
Faltaban criterios de marketing y ventas, algo que Iván dominaba a la perfección. Y lo dejó
clarito en su escrito que se preocupó de dar entrada en el registro oficial de documentos añadiendo
“Para mí no será ningún esfuerzo sacrificar intereses particulares ante cualquier eventualidad o
circunstancia que requieran” y apostilló en cursiva que los retos le apasionaban sin saber que
justamente era aquello lo que más les atemorizaba: su capacidad de aventura. Su naturaleza
emprendedora había saturado de iniciativas al ejecutivo. Sus ganas de construir con herramientas
prácticas consiguieron superar las suposiciones más espléndidas. Y su impulsivo carácter lleno de
dinamismo había colapsado a la dirección provincial desbordándola con gran cantidad de
documentación elaborada con suma precisión, dejándoles sin aliento, casi sin oxigeno. Iván estaba
en constante ebullición y su actividad era frenética. Agotadora para cualquiera que pretendiera
seguirle el ritmo.

Era difícil digerir tal cantidad de información por parte de quienes no estaban acostumbrados, pero
Iván debía saciar su inquietud mientras la espera de la resolución de sus tres propuestas se
materializaba dilatándose en exceso como una agonía lenta para quien su mayor defecto es la
impaciencia.
Y se limitaba a exponer en escritos sus habilidades, sus conocimientos y experiencias para que
pudieran escoger lo más idóneo como el mercader que expone su mercanciílla, pero también,
analizando con esmero lo más conveniente para el partido con cuadros comparativos y argumentos,
algo que obviamente no hacían los miembros del ejecutivo.
Con sus aportaciones Iván pretendía posibilitar su intervención en el núcleo organizativo del
partido. Su posible actuación como instructor en las áreas de comunicación, oratoria y relaciones
humanas, puntos básicos que todo político que se precie debe dominar, quedó abortada cuando
alertados por el mismo Iván un grupo de concejales pidieron convocar un seminario-taller al comité
ejecutivo que ni trajeron a ningún otro profesional para cubrir la petición, ni llegó a celebrarse nunca
el seminario-taller dejando con la boca abierta a los concejales sedientos de la actividad de Iván.
La necesidad se quedó sin cubrir aún disponiendo de un auditorio interesado y unas
dependencias donde celebrar la formación de la mano de una persona capaz de impartir el seminario-

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taller sin contraprestación económica “Solamente tienen que indicar fecha y hora y mandar una
sencilla circular interna a modo de invitación”.
Tampoco en esta ocasión se llevó a cabo una propuesta de Iván que ilusionó y secundó mucha
gente. Y de manera forzada sus brazos seguían cruzados sin motivo alguno. Ni siquiera se molestaron
en preguntar sobre algunos aspectos que podían suscitar dudas. Las transparencias de los cursos que
entregó fotocopiadas para que examinaran el contenido, fueron simplemente guardadas en un caja
de cartón que depositaron en el desván lo más al fondo posible. No interesaba su forma de operar
porque no querían que Iván llevara nada a cabo -Nada que pueda darle el más mínimo
protagonismo-.
Esta actitud de coartar su libertad por parte del comité ejecutivo chocaba frontalmente con la
actitud abierta del personal administrativo de la sucursal gerundense del partido que veían a Iván
como un hombre fantástico lleno de vida y de color, y no sin razón ¡ellas nada tenían que ver con el
mundo político!
Ellas eran empleadas asalariadas como en cualquier otra empresa a las que Iván les había
proporcionado alegría, ritmo a su monótono trabajo, y a menudo les subía café del bar o les traía
algún dulce de la pastelería. Como no le invitaban a ciertas reuniones del ejecutivo aunque se
encontraba ahí, Iván improvisaba quehaceres triviales y así fue como reorganizó el almacén de
propaganda, reestructuró el archivo de prensa, instauró un sistema más ágil para recopilar las actas de
los plenos de todos los municipios de la provincia y otras muchas actividades que se habían ido
abandonando con el tiempo. Pero Iván no lo hizo en busca de una felicitación. Solo quiso ocuparse
en algo productivo en vez de calentar la silla quemando horas en aquéllas largas tardes que comenzaba
y terminaba bromeando con las chicas de administración cada día más maquilladas y acicaladas.
Una de ellas sonreía constantemente “Somos inmensamente bellos cuando sonreímos”. El
brillo de tan magna sonrisa le recordó la aterciopelada juventud de la egipcia. Iván la endulzaba aun
siendo poco agraciada porque su rostro marcado por su nariz de puñal se iluminaba cada vez que
sonreía “La sonrisa no tiene idioma, es universal, se comprende y nadie la desprecia... sigue sonriendo!
Si sonreímos la otra persona también lo hace, ¿lo ves? ¡es un acto reflejo! Sonreír no cuesta nada pero
sus repercusiones son inmensas”. Y es que ninguna sonrisa es fea.

En una ocasión que Iván se encontraba en la mesa de trabajo de una de las jefas de excesivo perfume
dulzón enseñándole el funcionamiento de una complicada aplicación con la que ella tenía verdaderos
problemas, una de las glorias rancias de frente abombada y boca enorme le indicó con malos modos
-No vuela usted a tocar el equipo-. Y a continuación pareció morderle con los ojos inflamados de
un dio áspero.
Le advirtieron por escrito que le estaba prohibido entrar en el programa informático porque
los datos eran confidenciales. No preguntaron más tarde a la jefa del departamento -Qué es lo que
hacía Iván-. Sin saber se convencieron maliciosamente de que pretendía hacerse con algunos datos
interesantes, probablemente porque es lo que hubieran hecho ellos mismos.
A los miembros del comité ejecutivo les molestaba cada vez más la presencia constante y
perturbadora de Iván. Y aquél hecho fue la gota que colmó el vaso. Tan sólo faltaban cuarenta y cinco
días para que venciera el plazo que había dado al comité local y parecía obvio que en la sede provincial
del partido tampoco le querían dar su espacio. Aquel día se disculpó “Fui yo quién se ofreció para

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ayudarla, María no lo pidió” y tras la breve disculpa para ahorrarle una reprimenda deseó buenas
noches a todos y ya no volvió a la sede del partido en Gerona.
Era evidente que existía una conspiración contra Iván. El veto que sufría, al carecer de
explicaciones, destapaba la cruda evidencia de su realidad. No le querían dentro. Es más, habían dejado
claro que les incordiaba. Cualquiera hubiera detectado ese ambiente hostil desde el inicio pero Iván,
antes de actuar, apuró hasta el final.
Necesitaba estar completamente seguro antes de proceder sin vuelta atrás. La suma de tantos
hechos aparentemente insignificantes acumulados daban un resultado arrollador. En el seno del
partido no le querían a él, pero, ¿era a él concretamente o a una persona como él, con sus atributos
y peculiaridades?
Sus características personales se apartaban de la media común y su ímpetu excesivo resultaba
insólito en un político. Temían... ¿que Iván buscara algo más? Creían... ¿que escondía algún oscuro
secreto? Pensaban... ¿que era un infiltrado de otro partido?

* * * *

Ágata dormía plácidamente en su habitación. Iván se recostó a su lado delicadamente y la estuvo


contemplado como se contempla un cuadro de pintura abstracta. Sus ojitos cerrados, su estómago
subiendo y bajando. Ese aire a ángel...
Descendió lentamente las escaleras sin hacer ruido hasta el lujoso salón y se recostó en el sofá.
Quería abrazarla mientras miraban una película que había seleccionado de su videoteca pero Susana
no llegaba y vociferó “¿Te ayudan o te estorban?” cuestionándolos a sus anchas otra vez.
Iván se refería a la acumulación de aparatos que se amontonaban en las estanterías y los
rincones de La Mimosa. Susana había comprado en tres años tres aspiradoras con multitud de
accesorios que no sabía utilizar y una máquina de coser con piezas tan sofisticadas que no sabía ni
para que servían. Ocupaban demasiado espacio y no le hacían la vida más fácil y cómoda como
prometía la publicidad.
Los “chunches” como los llamaba Iván, secuestraban a su amada esposa que se escondía por
horas detrás de las páginas de los extensos manuales de uso que no entendía. No le importaba el
gasto de energía eléctrica. Le molestaba el principio por el cuál existían y al cual traicionaban en su
opinión, porque lejos de ahorrarle tiempo se lo quitaban. Y eran demasiados momentos que la tenía
lejos cuando la quería cerca.
“No todos los aparatos complejos son buenos, aunque sean caros y puedan pagarse sin
problemas con la tarjeta de crédito” pensó.
Si por Iván fuera, regalaría la mitad de electrodomésticos inútiles. Porque el problema era que
visto un aparato en la casa de cualquier amiga o explicados los resultados siempre exagerados por la
vecina ociosa, Susana deseba tenerlos. Ni siquiera los probaba antes cerciorándose de su verdadera
utilidad. Podía tenerlos y los quería en su casa.
La Mimosa era grande pero se iba quedando sin espacios. Aumentaba el desorden por tanto
cachivache. Y aumentaba el gasto por reparaciones y mantenimiento. Cada semana tenía que llevar
o recoger alguno al taller. Y Susana se empecinaba en comprar el último modelo aparecido en el
mercado. Pero eran ambos que consumían de manera compulsiva porque Iván había acumulado tres

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mil discos compactos y destinaba una habitación exclusiva como videoteca donde se encontraban
aproximadamente mil quinientos clásicos del cine y varias películas que tenían gran significación para
él con estanterías que iban del suelo al techo en las cuatro paredes dejando libre únicamente el espacio
de la puerta, incluso había tapiado la ventana.
Estaban entretenidos con cosas superfluas e innecesarias, trampas que obligan a trabajar para
comprar sin pensar, pero cuando el individuo siente desde adentro y reconoce estar convirtiéndose
en un autómata, la sociedad capitalista que promueve la evasión mediante el consumo que
desemboca en el despilfarro, ¿se tambalea?

Cuando el afiliado piensa ¡la estructura del partido peligra!


Si el militante de un partido se plantea ideas, la organización del partido ¿se tambalea?
Iván era competente, demasiado competente, como una sopa de letras demasiado completo
para formar una sola palabra.
Era un elemento subversivo para la dirección del partido que no querían cambios porque todo
nuevo cambio constituye una amenaza para la estabilidad aunque exista la posibilidad de un resultado
favorable, o tal vez justamente por eso en el caso de Iván, justamente ante la posibilidad de ese
resultado superior a lo habitual era que no lo querían en la sede.
Mientras en el municipio no había decaído su popularidad durante el corto destierro porque
Iván pasó del anonimato más absoluto al estrellato más brillante y rutilante se mantenía todavía en
el firmamento con luz propia... aunque los adjetivos que le otorgaban más valía no oírlos, una cosa
era cierta: había consumado su liderazgo.
Tanto si pensaba como si lideraba Iván constituía una amenaza para los dirigentes
conservadores del partido. Sus planteamientos belicosos eran demasiado prácticos y amenazaban con
ser eficaces.
Habían dicho las glorias rancias de Gerona -Cuando se crea un líder, se mata un partido-.
Iván tenía condiciones suficientes para ser el mejor líder y por tal motivo no lo dejaron entrar
dentro. Ciertos elementos empujaron con fuerza sus codos para que nadie alcanzara los mandos de
la ejecutiva provincial. Si en Madrid llegaban a descubrir el verdadero potencial del que disponía Iván,
todos ellos quedarían relegados y lo sabían. Aquellos mandos intermedios evitaban a toda costa y
con los métodos más sucios que Iván no prosperara. Porque una vez en el corazón del partido jamás
podrían desprenderse de él y ellos, serían apartados de sus cargos que les conferían privilegios a los
que se habían acostumbrado y a los que no querían renunciar. Por eso se unieron contra Iván, porque
de acceder a las herramientas de organización interna él sólo podría realizar el trabajo de todo el
ejecutivo actual y temían quedar desahuciados.
Los mayores triunfos de la propaganda se han logrado, no haciendo algo, sino impidiendo
que se haga algo determinado.
Grande es la verdad, pero más grande todavía, desde un punto de vista practico, el silencio
sobre la verdad.
¿Pretendían las glorias rancias acallar la vida?
Se dijeron unos a otros con terror en los ojos -Si Iván crea un equipo en Gerona obtendrá el
control del partido en la provincia-. Y estaban apabullados del miedo. Los negligentes ineptos se
apoyaban entre ellos. Lo habían hecho durante los últimos veinte años. Se tapaban las vergüenzas

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unos a otros por igual pudriéndolo todo.


Para trabajar dentro del partido, debía pertenecerse a un grupo desde el cuál hacer piña, pero
en la provincia solamente existía una opción donde escoger y simbolizaba la decadencia. Las
peculiaridades de Iván no encajaban ahí. Él quería participar en un equipo de trabajo, por lo tanto,
únicamente tenía un camino: formar su propio equipo de trabajo pero ¿cómo? si sus incondicionales
no podían ingresar porque se perdían sus hojas de afiliación a cada rato.
“Sin poder integrar en el partido nuevo capital humano, jamás se conseguirá alternar la cúpula
directiva” le comentó a Susana en el parque mientras Ágata jugaba con un vecino. Nunca tenía esta
clase de conversaciones en La Mimosa, sólo de camino a actos sociales o cuando realmente le
incomodaba algo.

Faltaban tres meses para el congreso provincial donde debían renovarse los cargos del partido
democráticamente. Quizás en las elecciones internas Iván podría convencer y optaría a un cargo
como un miembro más del comité ejecutivo. Pero su pretensión, nuevamente fue mal interpretada.
Pensaron que quería obtener la presidencia y si no lo pensaron, se encargaron de dar la voz de alerta
para que todos se protegieran contra la terrible amenaza del conspirador.
Antes de retirarse de la sede en Gerona había escuchado de labios de un veterano –El secreto
es mover las bolsas de votos en el congreso. Entonces te vendrán a buscar-. Pero esta clase de
aportación a su repleta mochila de desilusiones, no sería tan relevante si en la mirada de quién la
pronunció, Iván no hubiera visto sangre. Había un odio interno que podía tocarse. Sed de venganza
en aquellos ojos encendidos que se saltaban de sus órbitas porque vieron a Iván como un luchador
ganador y cuando el grupo aumentó y casi le gritaron a la oreja -Tener apoyo en las bases es
fundamental para crecer-, comprendió que intentaban implicarle en una antigua pelea por la lucha
del poder en la que él nada tenía que ver.
El veterano y otros querían reabrir disputas pertenecientes a un período muy anterior a la
llegada de Iván, quien únicamente estaba dispuesto a hablar de futuro desde una actitud constructiva
de servicio. Defendía un futuro positivo donde el enemigo estaba fuera y no dentro como pretendían
algunos mientras actuaban como termitas. Y les dijo una tarde que le invitaron a una misteriosa
reunión en las afueras de Gerona “Ni yo soy su enemigo ni ellos van a ser los míos por mucho que
me atosiguéis. La lucha es con nuestro adversario político en las urnas”. En seguida cerró su carpeta
y se marchó para no asistir a ningún otro encuentro.
Ese día al meter la llave de contacto en su Ford PROBE decidió no presentar su candidatura
ante el evidente clima de permanente conflicto en el que intentaron enredarle.
Iván no se dejó involucrar en el juego. Y para demostrar la inconsistencia del rumor de su
posible candidatura a presidente provincial, se retiró antes de comenzar la campaña aunque volvieron
a acompañarle hasta su automóvil unos cuantos para intentar convencerlo, y esta vez eran jóvenes
como Iván. Pero no se atrevían a hablar en voz alta frente a las vacas sagradas. Y lo invitaron a tomar
unas cervezas pero Iván cerró la puerta de su deportivo y bajó electrónicamente la ventana
excusándose porque las dos bellas mujeres que lo esperaban ansiosas de amarlo “Son mis hadas y
necesitan sus polvos mágicos”.

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Los partidos políticos solamente quieren algunas pocas personas con iniciativa y mucha gente
manipulable.
Iván no pertenecía a este último grupo y le colocaron sin consultarle en la primera posición
pero con sobredosis porque le tenían por un arribista, un escalador sin prejuicios ni escrúpulos o
compasión. Las directrices generales imponen que los afiliados no piensen -Tan sólo deben obedecer-
sentenciaban con el puño cerrado.
La sensación que había dado desde el inicio Iván es que él, pese a todo, iba por libre. Iván era
un incontrolado y por tanto, un elemento peligroso porque su espíritu entusiasta y la firme defensa
de sus propios ideales acompañados de unos criterios serios y consecuentes, le otorgaban una
coherencia difícil de derribar. Iván no era torpe, y durante un par de semanas tuvo muestras de
solidaridad de algunos militantes sentados en la oposición de Ayuntamientos con ganas de trabajar.
Debía encontrar las formas, porque la política, es gesto, imagen. Los resultados contaban poco
a nivel individual, lo importante era el conjunto. Y los veteranos se reunieron con los jóvenes y
coincidieron -No debemos desperdiciar los valores en alza- pero Iván era una excepción ¡como
siempre! En esta ocasión, el hombre más marginado del mundo. Porque sabía que si cedía a la
creciente ola de apoyo y se decidía a encabezar la lista como candidato a presidente provincial
apoyado por cinco de las ocho comarcas, igualmente perdería la elección porque la ejecutiva
dominaba el aparato administrativo del partido “Toda batalla es ganada antes de ser iniciada y ésta,
está perdida de antemano... si tu enemigo es superior evítale!” dijo a la representación que lo asaltaron
a las puertas de La Mimosa.
No le habían gustado algunos comentarios -Debes dominar la asamblea local y comarcal y
controlar a todos sus elementos. Debes pillarles por las pelotas y engancharlos con algo sucio,
entonces serán tuyos. Si no dominas el aparato de gobierno no eres nada-. Y sobretodo, más que el
contenido, no le había gustado la forma en como se lo dijeron.
Iván solamente pretendía dominar buenas costumbres, controlar buenas acciones y mantener
la presión en un sendero recto para no torcerse. Entendía que en el partido debía existir una especie
de fraternidad entre “hermanos” puesto que todos viajaban en el mismo barco. No comprendía
aquella lucha que se apartaba por completo de la ideología y de sus motivaciones y de la finalidad por
la que deseaba habitar en el partido.
Iván se marchó una semana de vacaciones con su familia feliz para evitar ser acorralado.

Muchos buenos políticos de prometedora carrera se habían quedado antes por el camino.
No se trata de hacer solamente un buen trabajo. Ni tenía nada que ver con demostrar a los
compañeros de partido sus buenas intenciones. Iván debía tomar precauciones y no dejarse arrastrar
por una corriente de incongruente rabia si quería asegurarse una larga vida política. Y aunque vinieron
a buscarle a la salida del pleno y le persiguieron por teléfono, había aprendido en su municipio que
durante unas elecciones internas de partido hay tres requisitos indispensables: la voluntad de
presentarse; contar con el apoyo del máximo líder; y tener garantías de ganar la votación
ampliamente. Y ninguno de los tres requisitos se daba.
Aunque sin él saberlo, tenía un poderoso benefactor que le observaba con atención desde la
distancia porque entendía que si en el congreso había un diputado que debía representar a la provincia
de Gerona, ese próximo diputado era Iván.

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Su trayectoria interna comenzaba a estar demasiado intoxicada con informaciones contrarias


y falsos rumores que todavía no habían trascendido a la opinión pública. Y temiendo que algo se
filtrara como arma arrojadiza en su contra, ni quiso jugar al juego de los de arriba ni tampoco al
juego que le proponían los de abajo. A Iván no le apetecía llegar a la presidencia provincial con
semejante equipo y mucho menos, ver su nombre en la prensa por motivos tan banales sin imaginarse
en el congreso de los diputados.
Le molestaba la sola posibilidad de aparecer en un medio de comunicación por la lucha del
poder interno en el partido. Iván quería ganarse las cosas a pulso, con el sudor de su frente, fruto de
su impulso, de su esfuerzo “No voy a hipotecarme. Los malos atajos son siempre peligrosas arenas
movedizas que te engullen por tu equivocación”. Aquellas maniobras le dieron vómitos y escapó de
ellos con la rapidez de un rayo.
Porque Iván sabía que salir mucho en los medios por semejantes cuestiones era quemarse por
nada, tirarse tierra encima cuando en el último trimestre, la tranquilidad mediática había serenado su
vida política y social. No quería que aquél acontecimiento se girara en su contra. Tampoco buscaba
el gran bombazo “Iván candidato a presidir el partido a nivel provincial”. Aquello representaría,
automáticamente, diez mil enemigos más a su entorno y las envidias de los concejales del
Ayuntamiento por su rápida ascensión, además de dar pie al pueblo para inventar nuevos chismes y
chistes.
Iván no pensaba moverse de su lugar. Y no es que le diera miedo tentar a la suerte, porque
estaba preparado y existía la oportunidad, sin embargo, hacía mucho tiempo que había aprendido a
decir no cuando era necesario y no era NO.
Flexible en situaciones delicadas, seguir adelante hubiera comportado males mayores. Supo
retenerse cuando muchos empujaban en una y otra dirección ambas opuestas. Le hubieran
desbaratado los brazos y las piernas. Toda esa historia en nada beneficiaba a su pueblo. Se apartó por
completo para intentar administrar mejor su energía.
Iván no quería coger malos hábitos. Y se retiró del camino que lo hubiera llevado a la política
de palabras mayores y mayúsculas en Madrid.

Al retomar contacto físico con el comité local en Palafrugell, porque el diálogo telefónico y el flujo
de documentación no habían cesado, Iván comprobó que aquél grupo de personas que constituían
la vieja guardia y eran aliados de las glorias rancias en Gerona seguían moviéndose por intereses
particulares y partidistas más que por los intereses en relación a su municipio.
Impuesto el comité a la fuerza por el mismo partido para derribar a Iván, nada hacían sino era
ignorarlo y despreciarlo porque no les interesaba más que presionarlo en beneficio propio y ante su
negativa a ceder, no había más opción que eliminarle de inmediato.
Entre ellos Iván se sentía desplazado sabedor de las dagas que incrustaban en su espalda con
saña. Y ya solamente estaba con ellos sin estar vinculado a ellos. Había pedido a los miembros de la
lista, a su equipo, que para evitar tensiones innecesarias y desagradables situaciones que se
mantuvieran al margen y de esta forma les ahorró un montón de encontronazos. Después de aquél
período de seis meses estaba clara su verdadera meta: evitar que Iván actuara personalmente para de
esta forma poder hacerlo ellos indirectamente a través de él, infumable.

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Iván entendía que los intereses generales del pueblo debían estar por encima de las consignas
del partido. Ya se había granjeado la enemistad del delegado del gobierno cuando recién nombrado
lo criticó duramente, aún y perteneciendo a la misma fuerza política, acusándole públicamente de
huir de sus nuevas responsabilidades al faltar reiteradamente a las juntas de seguridad de su municipio.
Como gobernador civil en la provincia, debía tratar los graves problemas que afectaban la seguridad
ciudadana por el incremento del tráfico de droga en la zona. Durante el invierno habían aumentado
los atracos por una banda que se había instalado para operar con total impunidad a la vista de la débil
presencia de la policía en la Costa Brava. Los últimos hechos fueron graves y por eso Iván los
denunció, sobretodo, por la pasividad con que habían reaccionado al respecto las autoridades
centrales. Y cuando el miembro de su mismo partido de gestos secos y arcaicos, en vez de atender sus
obligaciones prefería asistir de manera inoportuna a diversos actos institucionales sin relevancia sino
era saciar su vanidad personal, Iván no pudo callarse ni mirar a otro lado y lo denunció. No podía
hacer otra cosa. De hecho, ese era el comportamiento responsable de todo hombre comprometido
con un pueblo que sufría una ola de vandalismo que se extendía a los domicilios de segunda residencia
de personalidades relevantes de Barcelona.
Iván tomó medidas exigiendo que se atendieran sus peticiones. Era lo correcto, pero no gustó,
ni al afectado, ni al partido que se sintió aporreado por un compañero –Esto ha sido un hecho sin
precedentes- dijo al afectado al presidente provincial que por entonces todavía no se había afeitado
la barba -Impensable hasta la fecha- aseveró con razón, y al llegar a su casa le dijo a su mujer -El pez
pequeño intenta morder al mayor. Realmente inaudito, pero cierto... ese Iván de Palafrugell!!!-.
Y un enfrentamiento similar había sucedido también al poco de formar parte del equipo de
gobierno con un miembro del actual comité local, constructor de profesión de mirada agrietada y
sonrisa vacía. Hacía más de tres años que una enorme grúa estaba plantada en una hermosa cala del
municipio. Con el tiempo, se había oxidado y el recio viento de la Tramuntana empujaba la grúa de
un lado a otro cuando soplaba fuerte en la noche haciéndola chirriar; entorpeciendo el descanso de
los vecinos. La obra había finalizado mucho tiempo atrás y su permanencia no tenía sentido. Además,
había innumerables quejas porque ese alto amasijo de hierros entorpecía la correcta recepción de la
señal de telefonía móvil y televisión. Pero sobretodo, lo que más le impresionó a Iván fue su impacto
visual que deterioraba la belleza natural de aquella playa. Hizo que la retiraran sin pensar o evaluar
que se trataba de un poder fáctico del pueblo y precisamente por esto, nadie antes se había atrevido
a firmar la orden, sin embargo, Iván ignoró de quién se trataba y se decantó por el interés general
aún siendo un miembro histórico del partido. Y ese hombre y su familia fueron los instigadores para
hacerle caer, embaucando a unos pobres afligidos nostálgicos del Franquismo para unirse y recuperar
la posición que gozaban doce años antes. No pensaban consentirle su atrevimiento. Desde aquél día
le declararon la guerra a Iván aún ostentando ambos las mismas siglas.
Y es que cuando Iván andaba, pisaba los callos de los demás sin darse cuenta. Pero él se limitaba
a realizar aquello que consideraba correcto sin sentimentalismos.
Al instalarse en la nueva vivienda cuando se trasladaron desde Barcelona, Iván realizó obras de
mejora y acondicionamiento para darle personalidad a La Mimosa. Necesitaba variar las cosas,
renovarlas, adecuarlas a su gusto siguiendo también los deseos de su amada Susana. Pidió los
pertinentes permisos y abonó las tasas obligatorias del Ayuntamiento y ya en su puesto como edil,
lejos de aprovecharse de su posición, en un acuerdo de su comunidad para levantar unos muros en la

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zona ajardinada y cambiar el pavimento de la piscina, les recordó a todos y en especial al presidente
y al secretario que solicitaran las correspondientes licencias y efectuaran los pagos necesarios.
Y se retiró para acostar a su hija porque había prometido a Ágata el final del cuento que llevaba
contándole desde Navidad y que tenía la intención de alargar hasta la siguiente Navidad, pero
impaciente y obstinada como su padre, radical e intransigente a veces, le había rogado que le desvelara
el final con aquélla mirada tierna a la que tantas veces recurría sabedora de su poder. Iván levantó en
sus brazos al cada vez más pesado cuerpecito y desapareció cantando y sonriendo.
Pero hicieron caso omiso de su comentario el presidente y el secretario que ni siquiera dejó
constancia en el acta.
Susana vio el rostro descompuesto de Iván un domingo en la mañana cuando se asomó por
la terraza y comprobó que todo estaba en marcha, y que sin embargo, en la comisión de gobierno
del miércoles, no se había tramitado el pertinente expediente. Se mordió el labio. Y ella le rogó que
lo ignorara. Casi se lo imploró, pero se encontró con lo que se temía “Nosotros como cualquier
ciudadano más respetamos la normativa cuando llegamos ¿por qué debe ser diferente ahora? Soy
concejal del Ayuntamiento. Debo respetar la normativa vigente, un conjunto de reglas en las que yo
participo cariño ¿no lo entiendes? Practicar con el ejemplo. Les avisé. Lo siento” y abrazándola por la
cintura la besó. Primero en una mejilla, y en la otra, después en la frente y en los labios y la lengua
resbaló por su garganta hasta los pies.
Al día siguiente solicitó al celador que subiera a la terraza en la azotea de su domicilio para
tomar unas fotografías con las que documentar el objeto de la sanción. Iván denunció.
Y también tuvo que pagar Iván una parte proporcional de la multa. La comunidad le había
retado sin imaginar que llevaría la cuestión hasta el final. Supusieron que como las obras no se veían
desde el exterior de la comunidad haría la vista gorda. Pero se equivocaron.
A partir de entonces no le dirigieron la palabra.
Iván siguió jugando en la zona ajardinada con sus hijos, los cuales no entendían de ese tipo de
tonterías. Los niños hablan otro idioma que Iván conservaba. Sabía transformarse a su lenguaje y vivir
arrastrándose a gatas en su mundo mágico de fantasía. Prefería su ingenuidad y la pureza de su alma
a las malas vibraciones de algunos mayores y adultos que no entendían que madurar no significa
dejar de ser niño.
Iván cumpliría treinta y tres años pero no dejaba de tener al mismo tiempo veintiuno, trece,
y ocho años como su hija.

A estas alturas comprendió que para mantenerse en política existe una clave básica: el arte de
minimizar los enemigos.
Había que permanecer cerca de ellos, pero sin odiarles porque eso no permite juzgarles ni
anticiparse a sus movimientos. “La política fue y sigue siendo hoy una carrera de fondo, jamás de
velocidad” se dijo marchando a su ritmo adecuado pero su naturaleza le jugó una mala pasada.
Iván no soportaba la hipocresía, la doble moral. Despreciaba la mentira, el fraude. En una
entrevista personal con el objetivo de realizar balance sobre la evolución del pacto, expuso los hechos
tal como eran sin miedo alguno. Pasó revista con gran objetividad a todos y a todo, analizando en
voz alta cual era su situación personal en el mundo de la política. Hacía dos años largos que se había
suscrito el acuerdo y en los últimos nueve meses, todo estaba tranquilo. Las cosas marchaban en

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calma pero Iván no pudo retenerse de comentar “Sigue existiendo esa relación de respeto y de
comprensión aunque pienso que mi predisposición hacia ellos es mucho más generosa que a la
inversa” y tal muestra de sinceridad enfureció al alcalde, simplemente porque estaba en lo cierto.
Al principio los miembros de la coalición catalana estaban abiertos a sus iniciativas, pero poco
a poco las fueron limitando si estas le daban demasiado protagonismo ante el pueblo. Mucha gente
se había desengañado al comprobar que Iván no era un brazo mecánico articulado por control
remoto que se alzaba silenciosamente al toque de pito de la coalición catalana en el transcurso de los
plenos. El hecho era flagrante, porque incluso llegó a entorpecer la aprobación de algunas Mociones
demasiado partidistas.
Su independencia real y su libertad de acción quedaron aclaradas en más de una ocasión y esto
incomodaba bastante, tanto a sus compañeros de gobierno como a la oposición. Y al exponer
abiertamente las discrepancias sobre algunos temas la población nuevamente reparó en Iván.
El entrevistador que ya conocía bien a Iván se aprovechó, indagó en lo referente a las
relaciones internas con su partido abriendo la puerta del principio del fin. Tanto entender que las
divergencias se resuelven en privado, y tanto diálogo negado, era el momento de abrir la boca para
mostrar las amígdalas.
Iván no pudo aguantarse “Es del todo imprescindible renovar completamente la imagen del
partido y transformar la estrategia que viene dándose porque ha demostrado ser inútil. La estructura
interna es arcaica y el mensaje a la gente inexistente” pero se guardó mucho de explicar que las
iniciativas internas eran saboteadas y rechazadas por sistema.
Su discreta actuación al haber medido las palabras había sido impecable pero no terminó la
entrevista sin recordar públicamente que ese mismo día finalizaban los seis meses de plazo “Y, es
evidente que el comité local no ha conseguido la armonía necesaria para continuar juntos en la
misma dirección”. Los miembros que habían tomado el control del comité local habían tirado para
un lado mientras Iván tiraba con fuerza desde el otro, pero como estaba solo y le superaban en
número su fuerza se debilitaba. Y antes de ser arrastrado al lado oscuro soltó la cuerda viendo como
aquella masa de individuos confusos se estrellaban sus espaldas contra el suelo.
Iván rompió las relaciones con el comité local porque no había arreglo posible. “Dos no se
casan si uno no quiere, ¿verdad cariño?” le dijo a Susana minutos antes de cerrar el sobre que le pidió
entregara al propietario del local donde notificaba fehacientemente “No voy a renovar el alquiler,
gracias”.
Cuando dos días más tarde el secretario del comité local se personó en el Ayuntamiento, Iván
le dijo “Si vienes a verme como ciudadano estaré encantado de atenderte pero si vienes en tu
condición de representante del comité local del partido puedes volver por donde has venido” y ante
la estupefacción que le ocasionó el comentario, el secretario corrió para avisar al grupo que había
intentado sin éxito su derrumbamiento tanto físico como psicológico. Y cuando en grupo se
presentaron todos para abordarle y derrocarle, antes de que abrieran boca, reteniéndoles en el hall
del edificio municipal se dirigió con el mismo tono pausado “Todo lo que tengáis que decirme
hacedlo por escrito y me lo dejáis en el buzón del despacho de casa. Este no es lugar para lavar la ropa
sucia” y dándoles la espalda, subió peldaño a peldaño con parsimonia la escalera del piso de mando
ante la rabia contenida de la vieja guardia que alzaba la cabeza y lo seguían con la mirada hasta que
desapareció como desaparece un espectro entre la niebla.

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Iván había roto el vínculo. Cortó las cuerdas que unían el puente entre el partido y el Ayuntamiento.
Usurparon un lugar que no les pertenecía. No se habían ganado el derecho a ocuparlo, porque detrás
del error administrativo que le atribuyeron a Iván culpándole a él de que “su gente” no pudiera votar,
con el tiempo pudo constatarse sin ningún genero de dudas que ninguno de los conspiradores que
hicieron el uso del voto estaba al corriente del pago de su cuota como afiliado por espacio de más de
diez años, por lo tanto, vulneraron los estatutos del partido al votar sin tener derecho a hacerlo. No
les correspondía ahora hablar del reglamento interno de funcionamiento cuando fueron los primeros
en pisotearlo. Iván les cogió por sorpresa... “El que da primero da dos veces”. Hasta entonces se había
guardado mucho de crear un clima negativo pero se habían ganado a pulso ese duro bofetón.
Cuando los periodistas se enteraron, corrieron a visitarle oliendo la polémica. Iván declaró
“Me niego a relacionarme por más tiempo con quien no acepta mi disposición para el trabajo ni
valora la transparencia en la documentación. El comportamiento del comité ha sido nefasto. No han
ayudado más que en intentar entorpecer mi labor. No asumo ese órgano interno de gobierno y mi
continuidad en el partido queda ligada al desarrollo del congreso provincial. Entonces decidiré sobre
mi futuro político en el partido” y los medios de comunicación se frotaron las manos con la noticia
que evidenciaba un nuevo hecho insólito. Otros miembros de otros partidos antes que Iván se habían
rebelado pero ninguno se atrevió jamás a establecer un pulso públicamente. Se limitaban a
desaparecer con discreción pero él se había cansado de tanto sigilo, porque su pasividad no había
rendido fruto alguno y le dijo a Susana al llegar al hogar “Prefiero arrepentirme de hacer algo que
arrepentirme de no haber hecho nada”.
Iván se había convertido en un ser que no perdonaba. No era rencoroso, pero no olvidaba, y
a menudo se armaba con el traje de justiciero vengador. Tenía que poner el negro en el lugar
reservado al negro. Era momento de pasar factura y poner cada cosa en su lugar. El Blanco en el lugar
correspondiente al blanco.
Intentó la igualdad, limar cualquier aspereza para el acercamiento con unos y con otros, pero
fue repudiado por el entorno en general, así que comenzó a mantenerse distante y se instaló en la
cumbre preparado para dirigir tomando a todos los ciudadanos sin excepción como sus auténticos
protegidos, individuos a quienes defender del mal igual como lo hicieran los héroes de su niñez,
Robin Hood, el Zorro o Superman.
Susana sabía que rivalizar con Iván no era cosa fácil, y así se lo advirtió a la junta de su
comunidad cuando decidieron retarle sin necesidad.
A su alrededor más próximo, amigos y familiares se habían habituado a que Iván les protegiera
y aconsejara y su palabra era siempre bien recibida. Con discernimiento, orientaba a todos, niños y
ancianos, y todos se complacían con su presencia motivadora. Era más descansado y agradable para
todo el mundo. Simplemente le dejaban hacer a su antojo. Era la única manera de tenerlo cerca.
Pero con sus adversarios políticos, no sería tan considerado, y sus drásticos métodos serían
cuestionados por aquellos que nada supieran del tema y de su carácter o los antecedentes de aquel
tinglado. El aviso a bombo y platillo de su llegada, un tanto como salvador y un poco como Mesías,
no agradó a los ciudadanos de su municipio. Su reclamo por la inminente victoria tres meses antes
de las elecciones, profética y un poco ingenua alertó a sus adversarios políticos pero todavía les
quedaba cosas por ver y sentir y entender.

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Porque Iván seguía siendo aquél joven provocador al que le interesaba seducir lleno de fuerza
ilusión y esperanza por un nuevo mañana que le agrietaba el alma para dejar salir lo mejor de su
persona.

Comenzaba la batalla.

No sin dificultad y dolor, Iván aprendió que en momentos de confrontación un hombre

nervioso es un hombre vencido; un hombre exaltado es un blanco fácil; un hombre temeroso una

víctima segura. La serenidad y la frialdad, además del convencimiento del triunfo, junto a un

minucioso estudio y una buena preparación, son el combinado perfecto que garantiza el éxito. Iván

se dijo “Una acción, un acierto” mientras se ajustaba el casco antes de partir veloz en lo alto de su

motocicleta como si cabalgara por la llanura montando un potro salvaje. Se había terminado poner

la otra mejilla.

Tora! Tora! Tora!


Reza el antiguo testamento: ojo por ojo y diente por diente.
La doctrina de Iván consistía en ir de frente a cara descubierta ofreciendo la otra mejilla en
caso de agresión, pero esquivando el golpe al último momento porque “¡No se puede ser
eternamente bondadoso! Terminan por reírse de ti”.
Sus contrincantes, no debían saber lo que pensaba, ni donde ni cuando estallaría la bomba.
Había que ir con mucho cuidado. Era peligroso ser un hombre honesto. Tener principios equivalía a
constituirse en amenaza, en persona poco grata. Pero no hay poder que pueda cambiar la fuerza del
destino.
Lo primero que hizo el partido fue intentar que abandonara su cargo para dejar paso al número
dos de la lista electoral. Persona afín a Iván, quien había visto su entrega y dedicación durante los
meses previos a las elecciones municipales aseveró –Me niego a defender una idea tan absurda-. De
igual modo sucedió con el número tres, cuatro, cinco, y sucesivos. Nadie quería reemplazar a Iván.
Demasiada autoridad moral.
La condición de concejal le pertenecía a él y solamente a él. La cordialidad y el buen saber
hacer reinaba entre los suyos que tampoco se consideraban capaces para desempeñar la labor sin
perjudicar sus propios negocios. La voluntad decidida de Iván de permanecer en el puesto hizo las
delicias de la prensa.
El partido se quedó con un palmo de narices aunque instaron a la junta electoral y se presionó
al alcalde e incluso a la coalición catalana.

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En declaraciones por radio dijo Iván “Ser concejal... me lo he ganado! El partido no ayudó. Si
a alguien debo mi posición, es a la gente que me votó y a menos que exista una acción popular en
este sentido, no voy a dejar el lugar que me corresponde por derecho propio. Nada más me prestaron
las siglas. Y, si las quieren... ¡se las regalo!”.
No era de extrañar que otra vez sus palabras indignaran en esta ocasión a los altos dirigentes
de su partido en Barcelona y Madrid porque en verdad, solo una persona podía levantarse y abandonar
la silla. El mismo Iván que se coronó. No había fuerza o ley sino era la fuerza de la democracia y el
final de la legislatura.
Gracias a las siglas, dicen que le fue más fácil entrar en el Ayuntamiento, aunque en las
elecciones municipales se vota más a las personas que a los partidos, pero si fueron una ventaja al
principio, después se convirtieron en un grave inconveniente, un lastre a la hora de intentar obtener
un favorable acuerdo de gobierno al que accedió.
El partido a quién representó consiguió prestigio, y lo jamás visto en veinte años de
democracia: tener competencias de gobierno en el Ayuntamiento pero Iván iba a ser el único que
desempeñara tales funciones y para ello, pidió madera para con sus herramientas particulares y su
peculiar estilo elaborar mesas y puertas, marcos y sillas donde poder sentarse juntos. Sin embargo, se
le había negado tal posibilidad. No le entregaron la materia prima. Y lejos de irritarse, respetó la
decisión y ahora exigía que ellos hicieran lo mismo.
Su cargo no estaba a disposición del partido porque nada había hecho el partido por
conseguirlo en su día sino era negarle el apoyo y la orientación y el soporte económico. Su persona,
ya no estaba al servicio porque había comprendido que no merecía la pena. Estaba decepcionado y
defraudado “No son dignos de tenerme dentro”. Últimamente no se enorgullecía de representarles.
Pronto daría el paso.

Iván no dejó de observar como se desarrollaba el congreso del partido que intuía como una farsa
repleta de irregularidades al violar el propio reglamento.
Era ingenuo no predecir que repetiría el actual equipo ejecutivo. Serían reelegidos por
unanimidad y la hecatombe de la ineptitud continuaría en la provincia.
Ya no le preocupó airear ciertos aspectos internos en público porque era la única manera de
que el electorado conociera la verdad, y destapó abiertamente aquello que apenas puede verse sino
es desde dentro. Y se anticipó a los acontecimientos avisando que renunciaría a la militancia si se
confirmaban sus sospechas.
Iván no solamente quería irse. Necesitaba una buena razón para hacerlo pero además, era la
única forma de intentar enderezar el asunto al obligarles a rectificar frente al público en general, sin
embargo, todo estaba preparado de antemano. Aquél era un producto adulterado; un procedimiento
de trámite que marcaban los estatutos, nada más. El congreso no era una excusa para el debate
interno en la unidad, ni para confeccionar un proyecto de trabajo consensuado, ni para posibilitar la
expansión real del partido en el territorio, ni para incrementar los afiliados invitando a simpatizantes,
ni para propiciar un encuentro con todos los cargos electos y, mucho menos, para tratar la
malversación de fondos, hecho por el cual se había constituido una candidatura contraria a la oficial.
El congreso del partido era un montaje.

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Aunque Iván acudió a la prensa en señal de ayuda, no contó todo lo que sabía para no
desacreditar a su, todavía, partido político. Pero elaboró un dossier que hizo llegar a la sede central
en Cataluña y al máximo órgano de dirección en Madrid. Lo remitió concretamente a la atención
del secretario general que un año antes le había descubierto durante la insólita “campaña de la peseta”
quien sin Iván saberlo, velaba por él.
En sus páginas manifestaba su disconformidad por la forma de preparar el congreso y
aprovechó para hacer una radiografía de la autodestrucción del partido en la provincia de Gerona.
Con varios ejemplos y documentos que respaldaban sus afirmaciones, puso de manifiesto la debilidad
del equipo gestor para liderar el ejecutivo evidenciando su ineficacia, algo fácil de hacer porque no
tenían un rumbo fijado y esa era la clave de su inoperancia: la falta de un dirigente con coraje.
En ese momento se convenció –su- benefactor mientras sorbía un trago largo de güisqui en
el despacho de Madrid. Iván era lo que llevaban años aguardando.
En el dossier detalló claramente el por qué era improductiva la zona, aportando soluciones y
alternativas para que las siglas dejaran de ser algo meramente testimonial -Tiene visión y grandeza-
se dijo.
La secretaria entró al despacho para decirle algo pero sin despegar los ojos del texto, alzó el
brazo mostrándole la palma de la mano.
Iván había preguntado mucho. Había escuchado con paciencia. Y observó con prudencia
durante muchas tardes que otros daban por perdidas cuando detrás de la puerta se escondían en
insulsas reuniones llenas de humo y podredumbre, de chistes malos y algún eructo.

Durante ese tiempo que parecía no hacer nada, Iván se había mantenido alerta comprobando y
ratificando cada uno de los hechos. Tomando notas. Por eso ahora, una vez verificada la realidad,
podía hablar con conocimiento de causa. Pero eran tan grandes los descubrimientos, tan graves las
acusaciones, que no era fácil creerle. Sin embargo, por alguna razón evidente aquélla era la única
circunscripción de toda España que carecía de diputado en el Congreso y el Senado y de ignorarse su
informe seguiría por largo tiempo siendo la eterna asignatura pendiente, lo sabía, coincidía con Iván
-Que visión la de... - se le agitó el corazón queriendo salirse del pecho y aquel hombre cayó al suelo
presa de un violento infarto.
Lo socorrieron de inmediato la secretaria y un informático ayudados por el conserje del
edificio y un guardia de seguridad que llegaron a los pocos minutos.
Con la entrega del dossier, Iván no solamente pretendía cerrar la división abierta entre los dos
bloques en la provincia. Lo que realmente buscaba era comprobar la capacidad de reacción del partido
a quién representaba.
Lo que Iván había destapado en la prensa se había convertido en un triste espectáculo de
acusaciones y desmentidos entre unos y otros miembros del mismo partido y las consecuencias de
no resolver rápidamente el conflicto hacían prever tras la baja de Iván una deserción generalizada de
sus más avispados militantes.
Se precisaba un interlocutor válido y él se propuso para ello asegurando un compromiso de
resolución sin aplazamientos innecesarios, pero el acto de Iván les pareció una arrogancia
presuntuosa, aunque obligó al presidente provincial a viajar a Madrid con carácter de urgencia cuando

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la ambulancia se abría paso por entre el tráfico denso del paseo de La Castellana camino al hospital
de La Paz.
Si Iván estaba en lo cierto, el valor global de su propuesta era inmejorable porque tenía un
coste muy bajo para el partido y el riesgo era mínimo. Pero era necesaria la tutela de Madrid, un
soporte estructural, y toda la información sin excepción. De esta forma era imposible perder.
Con la nueva dinámica, Iván evitaba la degradación y consolidaba la unión bajo la bandera de
nuevos valores. El mismo presidente provincial reconoció al suplente del secretario general ingresado
la necesidad de su intervención, y, entonces, le entregaron el dossier de Iván donde nada exigía para
sí ni tampoco hostigaba represalia alguna contra el equipo gestor actual. Una vez más volaba recto.
No conocía límites.
El desconcertado hombre de cabello pelirrojo y una difusa barba que volvía a poblar
tímidamente su rostro lo había apadrinado. Se frotó la barbilla como si le sacara punta. Aunque su
primer encuentro fue aséptico y el siguiente, después del pacto, un total encontronazo, ambos habían
superado esa lamentable situación suavizando sus posturas durante la cena en La Mimosa.
Iván no pedía una humillante destitución ni su completa retirada para poder ocupar su cargo.
Sugería ponerse al frente desde un ángulo ajeno a la esfera de poder porque no quería autoridad,
sino aliviar la enfermedad, derogar el virus y vistos los acontecimientos en su totalidad, una vez el
hombre confesó su error, a continuación de visitar la habitación del máximo órgano del partido en
la sexta planta del hospital quien le instó a ponerse a trabajar codo con codo con Iván, se marchó
convencido que era misión imposible.
Y en Madrid olvidaron el incidente del dossier mientras su mentor se recuperaba
lánguidamente en el hospital.
Y al volver de su viaje, quien lo había apadrinado en su ingreso al partido no dijo nada a nadie
ni hizo nada concreto ni se comunicó con Iván. Y también olvidó el incidente. Y se volvió a afeitar
la prematura barba.
Iván pretendía hacer borrón y cuenta nueva, proponía un proyecto en base a la cooperación
y la interacción recíproca.
Aquella fórmula revolucionaria en su planteamiento no generaba resistencias, no hubiera
habido rechazo al haber estado bendecida por Madrid, ni tampoco boicot porque Iván no ocupaba
ningún trono privilegiado limitándose a ser una pieza más del puzzle. Pero como el encuentro se
hizo en pleno secretismo, a espaldas de los canales oficiales, y como el suplente del secretario general
tenía mil asuntos que lo superaban, el presidente provincial esperó a que Iván moviera ficha después
del congreso a sabiendas que era un hombre de palabra que cumplía cuanto decía.
Tan sólo debía esperar quince días para que él mismo cavara su propia fosa. Si dejaba de militar,
su creativo diseño renovador moriría con su renuncia voluntaria al salirse del partido.
Aquél hombre tenía que hacer lo que mejor sabía hacer: nada.

Iván terminó por darse de baja del partido pasando a ser “portavoz no adscrito” a ninguna fuerza
política y con él, todo su equipo también abandonó con una carta pública donde solicitaron que se
dejaran sin efecto las peticiones de afiliación que llevaban demasiados meses tramitándose, no sin
antes manifestar su adhesión incondicional al cabeza de lista y al programa que defendía el
Independiente. Y concluyeron censurando en su escrito que recogieron todos los medios de

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comunicación -La falta de integración para cualquier persona de la calle que desee ingresar
formalmente- así lo denunciaban literalmente -Nos han apretado tanto hasta que han aplastado
nuestra ilusión-.
Ellos al igual que Iván, no practicaban la técnica de fomentar rivalidades, ni jugaban a las
intrigas y las conspiraciones, por eso antes de sentirse estrujados prefirieron seguir los pasos de Iván.
Al fin y al cabo, era el único con quién siempre habían trabajado y con quien podían contar.
Gustara o no, se dio una situación inalterable que dependía exclusivamente de Iván. Lo habían
marginado de manera deliberada y por eso se había desmarcado. Vistió durante un año un traje
equivocado en el cual no había encontrado afinidad sino más bien incomodidad y suciedad. Era
normal que se sintiera desaprovechado, lo extraño es que no se sintiera maltratado, ultrajado, pero
igual que para Iván el éxito de ayer era algo aburrido, regodearse en las miserias era lamentable.
Iván jamás se lamió sus heridas. Dejaba que cicatrizaran por sí mismas dejándolas al descubierto
sin avergonzarse para que el sol y el viento se ocuparan de ellas.
Su baja como militante fue irrevocable porque consideraba que con la reelección del actual
ejecutivo provincial los problemas seguirían siendo los mismos... sólo que mayores porque había
abierto los ojos soñadores de otros militantes que gozaban acompañándole hasta su deportivo luego
de las reuniones porque siempre tenía un comentario oportuno y una palabra amiga que ayudaba a
resolver propuestas de censura en los Ayuntamientos donde ejercían la oposición, porque Iván era el
único que estaba del lado de los que gobiernan y sabía cómo se cocina en el interior.
¡Tocaron retirada! Y efectivamente así fue. Acertó en su pronostico. Continuó la ausencia
total de objetivos, la ausencia de criterios de prioridad y la ausencia de directrices de trabajo. La nula
relación entre la sede y sus afiliados y posibles simpatizantes. La carencia de interacción con los cargos
electos todavía se intensificó más y la confusión y la apatía se extendió a los comités locales de varios
municipios; pero era la única manera de que las dudas razonables de malversación de fondos se
silenciaran y la disconformidad por la falta de ética quedó evidenciada. No había cohesión sino más
división que nunca.
El ejecutivo reelegido empezó una purga con la abertura de expedientes disciplinarios a los
miembros que como compromisarios en el congreso constituyeron el sector crítico. Aquellas siglas
eran el vehículo personal para unos cuantos que preservaban un partido inexistente para conservar
sus desvergonzados puestos, los asquerosos privilegios, y el inmerecido status en un muy reducido
círculo social. Pulgas y garrapatas. Reliquias del pasado muerto. Pero ya no era el problema de Iván.

Dejó el partido con la misma alegría con que se desentendió del comité local de su municipio que

automáticamente se convirtió en una linda pero inútil carreta que había quedado inmóvil en el

camino porque su caballo huyó a las lejanas praderas para cabalgar en libertad sin el peso de unas

siglas convencido de llegar hasta la misma línea donde nace el horizonte.

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Cuando le dieron el alta en el hospital de La Paz, el recuperado miembro del partido en

Madrid que vio en Iván un elemento vital al encabezar la voz de la provincia de Gerona en el

congreso de los diputados, entristeció porque ese perfil era escaso sino nulo, y admitió que

fácilmente se adulteran los productos antes de su caducidad –Gerona seguirá constituyéndose en la

eterna asignatura pendiente, la única provincia del país sin representación en el congreso de los

diputados-. Y nunca revelaría sus planes invitando a Iván a volver porque entendía que no había

vuelta atrás ante una decisión del calibre de una persona como él. Y en la provincia yacería oculto el

cofre cerrado plagado de ilusión, hundido bajo el barro que incansablemente vomitaban los

miembros de la ejecutiva para mantener su patética habitación oscura infranqueable a las iniciativas

“Protegiendo un lugar provisto de una puerta tapiada a los emprendedores por donde, desde una

disimulada ventana, salen y entran las glorias rancias de una época muerta aprovechándose de unos

derechos inmerecidos alabando la dictadura de antaño” hubiera dicho Iván.

Había finalizado el primer round y el segundo, se originó en el pleno del Ayuntamiento


cuando Iván se cobró la revancha con el concejal que le había acusado del cobro de dietas indebidas.

¿Qué cuál era el principio de Iván?... “Si agredes fomentas la violencia. Si no contestas una agresión,
permites la violencia y te conviertes en cómplice indirectamente. La mejor opción es aguardar el
primer golpe y contestarlo con la suficiente contundencia para eliminar al enemigo. No hacerlo es
permitir la injusticia”.
Su acusación sorprendió tanto a los políticos como al público asistente en la sala y en la radio
municipal, repitieron su intervención varias veces a lo largo de la semana porque era la primera vez
que se llamaba a un cargo público en un acto oficial “moroso” por no pagar los impuestos. Fueron
los propios miembros de la coalición catalana quienes desde el área de Hacienda le entregaron una
fotocopia de la deuda existente por impago de contribuciones atrasadas. Pero Iván no cayó en la
trampa de aparecer con tan triste prueba al inicio del pacto, se la guardó.
Hacía un año de aquél hecho, pero como el hombre de canosas patillas pómulos salientes y
mejillas caídas, veterano de la política y redomado embustero se ensañaba con Iván en cada pleno,
en vez de callar, la próxima vez que lo acosara sin fundamento quería responderle “Acción, reacción”
se dijo a sí mismo antes de preparar su contestación.

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Iván se personó en el servicio de recaudación municipal. Solicitó un documento que


confirmara la veracidad de los datos y para su asombro, era cierto. La deuda seguía pendiente. Y así
lo denunció en el apartado relativo al debate político soltándolo como de pasada, para que tuviera
mayor contundencia y en ese momento los dieciséis concejales pegaron un brinco en sus sillas como
si un alfiler hubiera penetrado en sus traseros aplastados.
No creían lo que habían oído pero era Iván quién había hablado y, cualquier cosa podía
esperarse durante su intervención.
Aquél hombre se puso blanco primero y en seguida de palidecer de todos los colores
imaginables. Se le empañaron los lentes. Estaba claro que la deuda obedecía a un despiste, pues su
situación económica le permitía de sobras afrontar la deuda.
Iván no quiso atacarlo a nivel personal. Utilizó el hecho para rogarle que no se quejara tanto
y predicara con el ejemplo. Fue su respuesta al pulso al que durante largo tiempo se había negado. Su
habilidad de negociar el acuerdo para el pacto, apartando a este hombre y su grupo minoritario
ecologista de izquierda de la oportunidad de gobernar, no había sido asumido con deportividad y
constantemente le atacaba sin motivos con afán de minar su voluntad y su autoestima.
El hombre era un mercenario de la política que pretendía que la gente se convirtiera en meros
muñecos de trapo en sus manos. De haber conseguido pactar, eso le hubiera valido su relanzamiento
político, pero al ser vencido por un joven aprendiz del oficio le restó credibilidad, y ahora, se ponía
en duda su honorabilidad. Abandonó la sala irritado con la excusa de ir al baño muy probablemente
para evitar darle un puñetazo a Iván.
Era la segunda vez que Iván le ponía en una situación incómoda. La primera al cerrarle las
puertas del Parlamento y ahora con la sorpresa de un documento que corroboraba la afirmación de
la deuda. El documento quedó expuesto al finalizar el pleno en el tablón de anuncios del
Ayuntamiento y durante un tiempo, fue el hazmerreír del municipio por haberse dejado atrapar por
algo tan simple pero a la vez de tanta trascendencia pública... un político que no pagaba sus
impuestos... Iván metió el dedo en la yaga y lo removió, pero no fue nada personal. Cosas “del oficio”.
Hasta la fecha, aquél gato viejo de la política le había obsequiado con toda clase de adjetivos
poco atractivos. Iván le trataba con respeto y una total indiferencia a sus ataques “Yo no pierdo el
tiempo en tonterías”. Y en lo sucesivo ese hombre apesadumbrado sumamente enfadado resopló
como toro y pataleó como buey enojado mucho más a menudo, pero se retuvo de herirle ni una
sola vez sino era estrictamente sobre temas políticos, tal y como debía suceder. Tantas calumnias
infundadas que vertió sobre Iván se volvieron en su contra en forma de contundente latigazo hecho
de verdad, convirtiéndose en víctima por voluntad propia. Y todas las acusaciones que le profería a
Iván, si eran ciertas, ¿por qué no las llevaba a los juzgados? Puros inventos, ¡porque era un inventor
profesional!
Con su acertada acción, Iván iba mucho más allá demostrando la ilegalidad de su condición,
puesto que la ley determina que ningún concejal puede tomar posesión de su cargo mientras
permanezca en una situación de impago de tributos municipales.
Y ciertamente, ese hombre no podía haber entrado en la nueva legislatura del Ayuntamiento
por la situación de morosidad, pero al notificarlo, además Iván ponía de manifiesto la negligencia de
los servicios técnicos para detectarlo y la imprudencia del alcalde por consentirlo y encubrirlo.

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Cualquier cosa que hiciera Iván implicaba a muchas otras personas. Todo cuanto decía, de una u otra
forma afectaba a los demás.
Ese hombre tosco y vasto de brillante oratoria necesitaba un escarmiento. Iván fue la mano
ejecutora. Jamás nadie de los presentes en el hemiciclo se hubiera atrevido a realizar algo semejante
porque equivalía a buscarse un enemigo gratuito con sed de venganza suficiente para engullir el
atlántico pero como siempre pretendía dar lecciones de legalidad a todos en el curso de cada pleno,
se encontró que el respeto y la fidelidad a la legalidad que tanto reclamaba “Eres el primero en
incumplirla al vulnerar el reglamento orgánico municipal y la normativa referente a tributos
pendientes respecto a los concejales entrantes”.
Los técnicos legales debían regularizar urgentemente tal situación, de darse el caso, ¿debía
dimitir?
Después de una sesión de pleno extraordinario para salvaguardar su honor rodeado por un
tumulto de gente y micrófonos, el hombre dijo a los medios de comunicación -Si la afirmación de
Iván es cierta dimitiré de mi cargo-. Apretaba fuerte ambos puños y sus ojos parpadeaban
frenéticamente en código Morse con tal ira que bajando las escaleras, intentando aparentar control,
tropezó con el peldaño cayendo en los brazos del policía municipal que custodiaba la entrada de
acceso al hemiciclo y con una mano en la barandilla, recuperando el equilibrio, al alzar la vista, vio
asomarse a la escalera a los políticos, los reporteros, y parte del público asistente a la sesión
extraordinaria. Apretó sus su mandíbula, frunció el ceño, y se marchó sin agradecerle el gesto al
policía que soportó su pesado cuerpo en un acto reflejo que lo salvó de romperse un brazo o una
pierna.
Diez días más tarde, un sábado en la mañana a primera hora con la mayor discreción del
mundo, bajo una suave lluvia, pagó y cayó.
Conocedor del hecho, Iván tenía suficiente con saber que era un hombre sin palabra, sin
identidad propia, un ser capaz de cualquier cosa con tal de obtener una victoria. Podía haber
encabezado una campaña que exigiera su dimisión por falta de praxis política fruto del
incumplimiento de su propia palabra pronunciada en un órgano de gobierno como es el pleno, pero
Iván, tenía bastante con haber lanzado un aviso claro “Si quieres pelear pelearemos... tú mismo
¡ándate con cuidadito a partir de ya!” y se lo repitió en la barbería a la que acudía cada martes al
mediodía. Podía haberse levantado de la butaca y propinarle ese deseado puñetazo a Iván, quien
buscaba eso precisamente ante testigos, antes de visitar el hospital a por el parte médico y la comisaría
para formalizar la denuncia como último paso habiendo cruzado la línea.

Pero lejos de enterrar su hacha de guerra, quedaba una ficha por mover, y fijó su mirada de halcón
hacia el partido mayoritario en la oposición, los cuales habían utilizado un método poco ortodoxo
para financiar su partido del cual tuvo conocimiento la tarde que presidió la mesa en la Fiesta de los
reconocimientos al Civismo cuando sin darse cuenta, el empleado de una gran superficie alimenticia
desveló los pormenores contables de su firma a continuación que a su madre le entregaran una placa
conmemorativa por su contribución al municipio.
Aquella noche Iván no durmió. A las tres y diecinueve le hizo el amor a Susana mientras
dormía agitándose en el sueño como poseída por un duende travieso, ojos cerrados, gimiendo sin

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bostezar satisfecha -... soy tuya, haz conmigo lo que quieras cuando quieras y las veces que quieras...
no tienes que pedirme permiso-.
Luego se levantó de la cama y fue a la amplia cocina a por un vaso de agua “Demasiado grave
para ser verdad”.
Se trataba de un testimonio que no podía utilizar. Si lo utilizaba, si lo obligaba a testificar
representaría la perdida de su puesto de trabajo. Tenía difícil demostrar la barbaridad.
Iván deambulaba de arriba abajo en medio de la noche. Se asomó a la habitación de Ágata.
Descansaba con el aura de un ángel envolviéndola cariñosamente, ¿o era el efecto de su mirar?
“Todo hombre público en el ejercicio de su función, al conocer una irregularidad debe
denunciarla y perseguirla hasta corregirla”.
Subió a lo más alto de La Mimosa y abrió el balcón de su despacho. Trepó hasta colocarse
encima del tejado para sentarse en el borde buscando un mejor ángulo y contempló el amanecer de
colores turquesas y plateados.
Se había cometido un importante fraude con el pueblo de Bosnia y con el municipio. Si no
destapaba el asunto se convertía en cómplice. Despuntó el sol afilado.
Si Iván callaba y consentía, lo encubría, y esta presión diaria le remordería la conciencia.
Fue a ver extraoficialmente al partido mayoritario en la oposición para intentar arreglar el
asunto en privado pero inmediatamente negaron las acusaciones y se hicieron los ofendidos.
Y aquél rumor se convirtió en un hecho consolidado cuando al repasar toda la documentación
encontró algo que no cuadraba, y salió en carrera a visitar al interventor. Se había entregado
directamente el cheque de la recaudación de las aportaciones económicas que los ciudadanos del
pueblo habían realizado para los afectados de Sarajevo, en vez de hacerlo directamente a la empresa
que mandaba los alimentos a Bosnia, al cabeza de lista de aquél partido, el mismo que intentó
disuadirle de penetrar en el mundo político. Entonces Iván no pudo retenerse y convocó a todos los
medios de comunicación para destapar el escándalo.
En el curso del trayecto desde la caja del Ayuntamiento a la gran superficie comercial, se
perdió un millón de pesetas. Iván había deducido como había ocurrido y así lo explicó “Al descubrir
el recibo del cheque que había firmado el organizador de la campaña que tuvo tan gran acogida
porque el nuestro, es un pueblo solidario, comprobé que había sido emitido al portador. No entendía
por qué. Empecé a darle vueltas al asunto hasta que comprendí porque no era nominal, ni se había
entregado directamente a la entidad alimenticia encargada de hacer llegar los productos al convoy”
hizo una pausa para que pudieran terminar sus notas y continuó mientras los periodistas de los
medios audiovisuales esperaban impacientes la noticia pues Iván, no les citaba sino se trataba de algo
importante “Se había pactado la compra en nombre del Ayuntamiento como representante del
pueblo a precio de coste, sin embargo, los números que entregaron a la comisión compuesta por
organizaciones asociaciones y entidades del municipio que colaboraron era sobre la base del precio
de venta al público. Después de hacer la relación de los porcentajes de los precios y el peso de los
camiones no tengo ninguna duda cuando además, he solicitado a la dirección de la compañía
mercantil consultar sus anotaciones contables y se me niega la información con excusas tontas. El
grupo mayoritario en la oposición se ha aprovechado de la buena fe de la gente y de los más
necesitados para financiar cenas, desplazamientos o material de propaganda. ¡Es una vergüenza!”.

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Y las cámaras se prepararon para cuando entró media hora más tarde el organizador de la
campaña al que Iván había acribillado y al que había citado en la sala de conferencias con una excusa
institucional para que pudiera defenderse de la acusación que fruto de la investigación efectuada lo
señalaba como beneficiario del fraude.
Estaban cara a cara con testigos gráficos que registraban el encuentro. Todavía tenía la
oportunidad de salvaguardar su buen nombre y la reputación de su partido.
Jamás pudo celebrarse ningún juicio porque la gran superficie se negó en rotundo a facilitar
albaranes y tarifas de precios que hubieran delatado su evidente complicidad, pero la negativa misma
ya era suficiente para condenarles.
La afluencia de público a sus instalaciones bajó en picado, reduciéndose a una cuarta parte.
Iván se había arriesgado mucho pero en esta ocasión el pueblo le dio soporte boicoteando a la
empresa. Y la solvencia de Iván creció tanto como disminuyó el prestigio del partido afectado. Por
primera vez la balanza se decantó de un lado a otro a favor de Iván. Y aquél hombre sin escrúpulos
tenía los días contados. El hecho no se olvidaría fácilmente y su partido, sin duda sufriría las
consecuencias en las próximas elecciones porque el acto aquejaba a muchos. Fue tremendamente
doloroso. La población se lo cobraría en las urnas.
Finalizó el tercer round y a continuación, Iván descansó.

* * * *

Hacía un año largo que había iniciado su labor al frente de los objetores de conciencia, y tanto
papeleo, daba demasiado trabajo al primer teniente de alcalde de cara redonda y pequeños ojos muy
juntos.
Al recibir el decreto de su asignación, Iván se encontró con un departamento vacío e
inexistente. El Ministerio de Justicia había asignado cuatro plazas, pero tan sólo una era operativa.
Iván se extrañó. Y se puso manos a la obra.
Se entrevistó con la delegada territorial en Cataluña para conocer el procedimiento, y
encontró una fórmula para matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, sabía lo incómodo que resulta
la obligación de cumplir con la patria al romper la dinámica personal y profesional en un paréntesis
forzado al que... “Una acción un acierto de doble beneficio!”. Los jóvenes lo temen... Iván mismo
prefirió adelantar su prestación para saltar cuanto antes el obstáculo. Por el otro lado, había detectado
necesidades imperiosas que debían cubrirse de algún modo. Así es como Iván desempolvó el sistema
del “mutuo acuerdo”, algo que no se utilizaba en el municipio aunque se contemplaba en la ley.
Con su nombramiento en el cajón, solicitó la ampliación de plazas oficiales hasta diecisiete,
justificando el destino de los puestos a cubrir para asegurarse la concesión inmediata. Tuvo mucho
cuidado de no enfrentarse con los sindicatos a la hora de diseñar las funciones a desempeñar por los
jóvenes, pues no podían ocupar dependencias municipales, ningún lugar de trabajo que ocupara o
pudiera ocupar un empleado. Debían ser tareas no remunerables. Puestos donde no estaba prevista la
contratación laboral. El paro era creciente en la localidad. No se podía utilizar ese tipo de personal
complementario para cubrir plazas existentes con salario.
Los objetores, cuando su expediente de incorporación era reclamado por una institución, a
menudo perdían su trabajo. Al volver después de un año su plaza en la empresa estaba cubierta por

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otra persona. Pero adelantándose a ese llamamiento oficial, Iván encontró la manera de contentarles
a todos.
Comenzó a dirigirse a los jóvenes que debían cumplir con el servicio militar y les invitaba a
realizar tareas sociales de manera que pudieran compaginarlas con su trabajo, ya fuera por las tardes
en la mañana o durante los fines de semana evitando despedirse de su empleo. Analizaba sus aptitudes
y los colocaba, siempre con su consentimiento, en el lugar más idóneo. Y comenzó a abastecer a los
nuevos servicios mediante unas personas agradecidas y entregadas.
Desde que comenzó su labor, Iván había proporcionado conductores para las ambulancias de
la Cruz Roja; personas responsables que mantenían las puertas de las bibliotecas de los institutos
abiertas a todas horas al tiempo que investigaban y terminaban su tesis; a los que les gustaban los
niños, los envió al jardín de infancia municipal para que jugaran y se divirtieran con ellos; a los más
calmados y pacientes, los instaló en los colegios para que ayudasen durante el tiempo de la comida y
el recreo; a los que tenían tacto y delicadeza y calidad humana les sugirió que colaboraran en el
hospital geriátrico con las enfermeras para distraer con largos paseos lecturas y trabajos manuales a
los ancianos del pueblo en sus últimos días. Abrió un servicio de atención domiciliaria para ayudar
en las tareas de casa a gente mayor, a personas con problemas emocionales que se encontraban solas
y a otras con discapacidades a quienes realizaban la compra y en mayor grado procuraban compañía.
Los fontaneros y electricistas se incorporaban a la brigada de mantenimiento que restauraba los
locales sociales de los distintos barrios del municipio. Pintores albañiles y carpinteros, bajo la tutela
de un profesional del Ayuntamiento, enseñaron el oficio a muchos adolescentes sin recursos y a los
jóvenes desempleados desde el Aula Taller. Dotó de personal adicional a un gran número de
dependencias municipales con la creación de nuevos servicios de marcado beneficio social. Con una
destreza admirable, coordinaba tan valioso capital humano compaginando sus horarios laborales con
esa aportación desinteresada al pueblo que les enriquecía el corazón sin que por ello tuvieran que
perder su trabajo. Hasta los empresarios se alegraron de la fórmula empleada por Iván.
Para los jóvenes del municipio, se trataba de una situación cómoda que les permitía conservar
su puesto laboral aunque tuvieran que reducir su jornada y los ingresos.
El Ayuntamiento había ganado un personal adicional que no solamente complementaba
ciertas deficiencias sino que mejoraba un gran número de tareas arrinconadas por falta de tiempo.
Los objetores de conciencia descargaban de un trabajo menor que antes se acumulaba y se
quedaba sin hacer, y así, el personal titular de la plantilla municipal pudo concentrarse en tareas
mayores.
Y el pueblo, su protegido por entero, ganó en la calidad de los servicios beneficiándose de
muchos otros inexistentes hasta la fecha.
El departamento se consolidó. Iván lo había dotado de forma, cuerpo, y un espíritu solidario.
Y después de un año de funcionamiento, Iván disponía de una brigada de trabajo que superaba
el centenar de jóvenes comprometidos, ¿el truco?
Aceptaba ingresos voluntarios que pactaba con unos y otros de manera de cubrir todas las
necesidades confeccionando un certificado de asistencia por parte del Objetor, y cuando eran
reclamados oficialmente para su incorporación, los liberaba de su obligación de incorporarse por
“servicios cumplidos”. Adelantarse al llamamiento oficial permitía que el número de Objetores no
tuviera tope.

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El programa de la Prestación Substitutória marchaba por el buen camino y en un horario


flexible que Iván había administrado hábilmente.
Esa inofensiva “trampa” la sabían los interesados, sus familiares, y todos los beneficiados. Era
algo que, con el tiempo, como todo, llegaría a saberse y quizás valorarse “Y se criticará con seguridad
por parte de la oposición por vulnerar los cauces normativos tramitando al margen de la ley
cometiendo un fraude sensible de represalia y pertinente sanción al no ser diecisiete... sino cien plazas
las tramitadas” porque el mutuo acuerdo permitió cuadriplicar las plazas que oficialmente estaban
asignadas. Pero Iván era atrevido y audaz y sobre todo, por largos años a sus espaldas sin el lastre del
miedo, defendía cualquier causa que no dañara a nadie de manera intencionada... “Al margen de los
papeles y algunas normativas absurdas elaboradas por burócratas que tienen necesidad de justificar
ciertos puestos”.
Nadie le felicitó jamás pero Iván no lo necesitaba. Prefería el sigilo. No lo hacía para colgarse
medallas en la solapa. Se sentía agradablemente útil y con eso estaba más que satisfecho. El beneficio
social compensaba su esfuerzo y su riesgo. No había más magia que esa.

Iván había realizado por cuenta del Ayuntamiento un curso sobre “la gestión de una área en el
Ayuntamiento” y eso le fue de gran ayuda. Más tarde asistió a un curso sobre “la atención al
ciudadano” y como la figura del Defensor del Ciudadano que había creado parecía no implantarse
bien en el contexto político, decidió darle la vuelta a la tortilla.
No atendía a todas las visitas que su capacidad de trabajo ofrecía, principalmente, porque una
gran parte del pueblo confundida por sus atribuciones no querían dirigirse directamente a Iván.
El día que estrenó los zapatos que Susana y Ágata habían elegido con amor para él, le alegraban
las orejas diciéndole -He venido a verle porque me lo han recomendado. Me han dicho que si un
problema parece no tener solución... se lo plantee a usted-.
Iván solía sentarse junto al visitante en vez de hacerlo detrás de la mesa como es lo normal.
Esto agradaba a su interlocutor, quién repentinamente se sentía más cómodo. Iván no podía
conversar con alguien si un elemento los dividía. Doblaba la pierna y escuchaba apoyando el codo en
el antebrazo del sillón llevando sus dedos a la barbilla. Era un hombre cercano a la gente y,
gratamente, poco a poco, el pueblo cedía.
Varios ciudadanos lo descubrían no sin extrañarse del por qué de tanta prensa negativa contra
semejante individuo cuando los acompañaba hasta la puerta y los despedía con amabilidad.
Iván se preguntó si era él o el partido al que había representado el elemento distorsionador de
su gestión. Y decidido a solventar su duda orquestó la idea.
Como no disponía de una infraestructura específica ni de los medios técnicos adecuados, creó
la Oficina de Atención al Ciudadano dotándola de capital humano complementario, padres y madres
de Objetores de elevada talla moral para que hicieran de imán. Habló con ellos de la posibilidad de
ayudar.
Aprovechó una aula cerrada que no se utilizaba para montar allí la nueva área donde
comenzaron las primeras tareas administrativas. Pronto hubo un incremento sustancial de solicitudes
y demandas. Se multiplicaron las sugerencias de los ciudadanos que se encontraban más cómodos
tratando con una señorita guapa o un atento Objetor con zapatillas deportivas que con un político
que en ocasiones intimidaba.

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Y las colaboraciones de aquellas personas conocidas en el pueblo hicieron las veces de polo de
atracción. El servicio funcionó con calidad y eficacia. Iván lo coordinaba desde atrás. Dirigía los
movimientos, dotándolos de un sin fin de ventajas pero solamente aparecía cuando el conflicto era
entre dos partes. Entonces tutelaba un acuerdo amistoso en busca de una convivencia armoniosa
entre todos los miembros de la comunidad.
La oficina de Atención al Ciudadano fue otro éxito.
Mireia había felicitado a Iván por su gestión al frente de los Objetores y remarcó el hecho que
habilitar aquellas dependencias inoperantes y reciclar un personal válido fue otro acierto del que la
prensa no se estaba haciendo eco “Que un perro muerda a un hombre no es noticia pero si por el
contrario es el hombre el que muerde al perro eso se convierte en titular de primera plana” le
comentó señalando que su actividad no era relevante para los medios de comunicación.
“Suele buscarse el impacto, jamás trasladar información interesante porque según ellos no
interesa”. Precisamente por eso Iván era tan desconocido y tan popular al mismo tiempo, porque las
cosas buenas las ignoraban. No interesaban a los medios de comunicación que sólo perseguían el
escándalo y la polémica, el conflicto encendido y el titular que vende.

Iván no cesaba de formarse e informarse. La carencia en su juventud de unos sólidos estudios


aumentaban su deseo de saber cada día más, como queriendo recuperar lo perdido. Escogía los temas
basándose en su utilidad e inmediata puesta en práctica y el curso “estrategias para el desarrollo de la
participación ciudadana” fue para Iván todo un hallazgo. Tanto le gustó, que cuando en la Diputación
de Gerona celebraron un seminario sobre “nuevas estrategias para el desarrollo de la administración
local” él se sentó en la primera fila.
Le siguió otro: “la negociación y la gestión de los conflictos municipales”. Iván tenía acceso
ilimitado porque su socio de gobierno el alcalde era a su vez el presidente de la institución y por esta
razón tenía una alfombra roja desde la puerta hasta el diván.
Aquellas jornadas de trabajo fuera del Ayuntamiento y lejos de su municipio le permitían
además de viajar, conocer a gente que no lo señalaba con el dedo y que lo trataban como a cualquier
otra persona saboreando sus conocimientos, su punto de vista y su empatía que decoraba con una
linda sonrisa.
Desligado completamente del que fue su partido, tuvo mucho tiempo para asistir a talleres de
trabajo que se celebraron en Cádiz, Segovia, Sevilla. Pero aquello no distrajo su atención de la
responsabilidad de tratar correctamente los asuntos de la Oficina, de su adecuado estudio y la
resolución final del expediente. Mecanizó tan perfectamente el área que con un par de días a la
semana había suficiente.
Las simpáticas funcionarias eran muy competentes, se las podía dejar solas. No amplió la
plantilla del Ayuntamiento ni consumió partida presupuestaria para acondicionar ese espacio vacío
que nadie utilizaba aprovechando viejo mobiliario y unos equipos informáticos sencillos que habían
quedado desfasados para ocupar las instalaciones centrales. De su propio despacho trajo una
sofisticada fotocopiadora porque tampoco la utilizaba. Sabía como aprovechar los recursos
disponibles.

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Con aquella jugada magistral dio expansión a su función como defensor del ciudadano y con
ella consiguió acercar un poco más la administración pública al pueblo que en vano llamaba al
Ayuntamiento la Casa de Todos.
Humanizó la tradicional frialdad que predomina en estas instituciones. Trató a todos por
igual. Y no fue extraño encontrar allí a militantes de la coalición catalana que con desaprobación le
reconocían -Te vengo a ver a ti porque los míos no me hacen caso-.
Y, lentamente Iván comenzaba a ser aceptado por su entorno. El medio reacio al principio
parecía que por fin lo acogía. Pero él estaba concentrado en dar soluciones en el hoy sin buscar el
futuro voto.
Atendía incluso algún sábado a las personas de segunda residencia o a los extranjeros afincados
en el municipio. Aunque no estuvieran empadronados, también eran personas que merecían su
dedicación. Y la atención era directa, y tanto les había gustado a los Objetores que sus padres se
integraran que ellos mismos una vez finalizada su prestación seguían vinculados a la oficina que había
creado Iván.
Pronto añadió nuevas competencias incrementando el abanico de posibilidades para enfrentar
situaciones más y más atípicas, algunas del todo inverosímiles. Y el “buzón de sugerencias” comenzó
a funcionar con cierta asiduidad.
Los ciudadanos se atrevieron a redactar quejas contra la administración. Cada vez eran más las
personas que se atrevían a depositar sus opiniones en un sobre cerrado a menudo anónimo.
Y no por ello dejaba Iván de trasladarlas a la comisión semanal de gobierno o al pleno mensual.
La línea abierta las veinticuatro horas “el ciudadano pregunta” tenía una actividad nada
despreciable hasta que tuvo que reforzarla con varios Objetores porque en ciertas franjas horarias se
colapsaba.
Desde aquél punto operativo salieron campañas cívicas y actuaciones concretas para
sensibilizar a la población, no tan sólo de su municipio sino de la provincia entera. Su Ayuntamiento
seguía marcando el ritmo innovador más dinámico de los últimos tiempos.
La puesta en marcha de la Oficina favorecía el desarrollo en dirección al progreso y el bienestar
de las personas. Iván se sentía satisfecho y orgulloso por su trabajo. Susana también. Y Ágata, percibía
las sensaciones agradables que lo embriagaban cada vez que oía cerrarse la puerta y un “Ya estoy
aquíííí... “ mientras se calzaba sus zapatillas y se ponía el chándal para revolcarse con ella por el suelo
después de haberla sorprendido escondida entre las patas de la mesa del lujoso salón.

Iván continuaba con su instrucción. Y así fue como le invitaron en calidad de ponente a las “jornadas
de organización de la administración local” para que aportara con su testimonio experiencias y
prácticos ejemplos de métodos de trabajo institucional a los que había sazonado con criterios
empresariales.
Y volvieron a solicitar su participación en las “jornadas sobre nuevas tecnologías en la
administración local” sin embargo, declinó este ofrecimiento “Todavía tengo mucho que aprender.
Aún no estoy en disposición de sentarme en la mesa, además, no soy muy amigo de las máquinas...
¡me peleo con ellas! Lo mío son las personas y la relación directa” y acto seguido se retiró del circuito
de conferencias antes de empezar lo que podía haber sido una solución al problema que se gestaba
en su interior y que explotaría cuando hubiera tocado todas las teclas.

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Propició la “fiesta de la gente mayor” como un homenaje a la vejez y a las personas de avanzada
edad que por la calidad de vida de la Costa Brava era muy elevada, sobretodo entre las mujeres. En
tres años, habían entregado nueve diplomas a ancianas que cumplían cien años. A ningún hombre
pudo felicitar Iván.
Tal iniciativa lo llevó a visitar asiduamente el viejo asilo del municipio y descubrir la penosa
situación de deterioro en la que se encontraba y cuando fue entrevistado al instaurar el acto festivo,
tras sus declaraciones dijo “El afecto y el respeto hacia nuestros mayores, no debe ser cosa de un solo
día. Esta es una fiesta de todos y para todos, porque ¿quién es el que algún día no será mayor?” y en
la inauguración de la primera celebración se comprometió ante la audiencia a promover una
aportación económica del Ayuntamiento destinada a realizar obras urgentes de acondicionamiento
de ese emblemático edificio con casi dos siglos de antigüedad.
Administraba con prudencia las partidas económicas correspondientes a sus áreas, pero ante
casos de interés general, Iván era muy generoso sabedor que administraba un dinero que no le
pertenecía a él, sino a todo un pueblo.
Su trabajo era mucho más tranquilo ahora, era positivo y beneficioso para el conjunto del
municipio y el pueblo: su indiscutible “protegido”.
Además de sus quehaceres habituales propios de sus responsabilidades de gobierno, no
olvidaba imponer su criterio en las reuniones y cuestiones como la planificación del asfalto, las cloacas
y el alumbrado progresivo de las calles, así como la promoción de la construcción de viviendas de
protección oficial con facilidades para la gente sin recursos y ventajas para la juventud, todas estas
cuestiones no le eran ajenas a Iván.
Tenía un especial interés en fomentar la limpieza de las zonas forestales en previsión de
posibles incendios y puso un grupo de Objetores voluntarios a trabajar todos los fines de semana.
Instrumentalizó otro equipo para mejorar el aspecto de las playas y orientar a los turistas sobre las
bondades del magnífico lugar. El año anterior, además de impulsar la instalación de un mayor
número de duchas, había insistido en la necesidad de construir una nueva enfermería equipándola
con lo necesario. Jamás sabría como esa iniciativa salvaría la vida a una niña que atendida sobrevivió.
Iván estaba encima de las cosas y no se le escapaba un solo detalle. Pero trabajaba hacia delante
sin mirar atrás para vanagloriarse de los triunfos.
Se comprometía a hacer nuevas cosas y las hacía. Tenía palabra. Identidad. Credibilidad
creciente. Las empezaba y lo más importante en política: terminaba todas las cosas. Pero surgiría un
hecho impensable que daría al traste con su futuro.
Cuando todo iba perfectamente la cosa se torció y, nuevamente en la mano de Iván estarían
los acontecimientos.
Podía mirar hacia otro lado, ponerse enfermo o irse de vacaciones, cualquier cosa menos
poner en peligro su estabilidad y el sustento de su familia pero él era así, un hombre práctico y
consecuente menos cuando le salía la vena idealista.
Iván se sentía un hombre responsable, entregado a su pueblo, y aunque el municipio no lo
apreciase... se trataba de un simple anécdota para Iván que el tiempo se encargaría de subsanar como
ya venía sucediendo en los últimos meses de gestión municipal.

* * * *

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En política, lo que no pasa jamás puede pasar de golpe y porrazo. Hay hechos que no avisan, y
habitualmente son los que tienen las repercusiones más graves.
En un mundo en permanente cambio sería una ingenuidad no reconocer que casi todo es de
un color distinto cada cinco minutos, y, dependiendo de quién mire y de cómo lo explique.
Hay cosas que están escritas más allá de la verdad porque el hombre que afirma que no hay
un solo destino, puede escribir su propio Destino y percibiendo Iván que al hombre le crecía la nariz,
recuperó sus manifestaciones ante la opinión pública que recogieron los medios de comunicación
cuando se oficializó el pacto de legislatura “La gobernabilidad queda asegurada por todo el mandato
de cuatro años. A menos que las cosas se tuerzan perjudicando al pueblo, mantendré esta unión,
pero, repito... si sucediera algo grave, no esquivaré el conflicto”. Y si los políticos tienen la costumbre
de olvidar la palabra dada, Iván... ¡no! Tal vez por eso las rememoró dos días antes del pleno sabiendo
que se insistía en el asunto que tenía al pueblo revolucionado. Jamás se contradecía en sus
declaraciones aún habiendo pasado tres largos e intensos años porque sus palabras eran una
proyección fiel de sus principios y valores.
En el pleno del Ayuntamiento todo parecía desarrollarse como de costumbre, con el voto de
Iván que decantaba la balanza hacia el lado del equipo de gobierno. La coalición catalana ejercía una
dictadura encubierta por el peso de la mayoría absoluta, por esto el alcalde aceptaba las Mociones a
debate, incluso las que eran en contra de su propia gestión de manera mecánica sin inmutarse. Pero
ese día en concreto, atacaban a su mano derecha que era objeto de múltiples críticas por la deficiente
actuación en la supervisión del servicio de recogida de basuras. Su manifiesta negligencia costó al
pueblo un sobreprecio de varios millones de pesetas. El hecho afectaba directamente a los bolsillos
de los ciudadanos del municipio a los cuales representaba Iván.
Iván se debía a nadie más que a los ciudadanos, y por eso en el momento de la votación de
ese delicado punto del orden del día pidió cinco minutos de reflexión. Necesitaba serenar su decisión.
¿Por qué? ¡Había prendido la mecha!
Consagrado aventurero capaz de forjar la historia, nuevamente iba a marcar un gol al tomarlos
a todos fuera de juego totalmente desprevenidos.
A los ojos de la gente, Iván traicionaba a la coalición catalana si pretendía votar en contra de
un miembro del propio gobierno.
¿Estaba cavando su propia fosa?... en verdad se encontraba en un callejón sin salida y se paró
en seco.
¿Tendría los días contados si...?
Hacía casi un año que el primer teniente de alcalde parecía que se le juntaban cada día más los
ojos a la nariz. Tenía problemas pero Iván le cubría la espalda una y otra vez, pues con su voto a favor
de los grupos políticos en la oposición, podía en cualquier instante permitir su destitución, pero hasta
la fecha no se trataba sino de temas banales que formaban parte de la discrepancia política.
En las cuestiones más importantes, Iván había respaldado al gobierno y ahora no pretendía
ayudar a la oposición a destronar a un miembro del gobierno, simplemente quería hacer aquello que
consideraba correcto y, antes de proceder... necesitaba reflexionar.
Empezaron los nerviosismos. Tanto gobierno como oposición se preguntaban qué pasaba.
Unos acostumbrados a ganar y los otros a perder.. eran las nueve y treinta de la noche.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Ambos bandos políticos persiguieron a Iván por los pasillos cuando abandonó la sala. Se
marchó sin apreciar la euforia que se desató en el público. El primer teniente de alcalde no se había
distinguido precisamente por una actuación brillante, ni le era simpático a mucha gente, y en el
rumor de la sala se apreciaba el reclamo -Queremos su cabeza-.
Iván podía haber evitado volver al pleno con la excusa de un repentino dolor de estómago
que lo indisponía. Estas tretas son bastante comunes entre los políticos pero él era un político poco
común, un ser extraño y singular ajeno a la tradición.
El alcalde le increpó advirtiéndole que no le dejara colgado en tales circunstancias. Iván podía
haberse aprovechado de su posición en aquellos cinco minutos que se convirtieron en diez, y en
seguida en veinte. Era el hombre más poderoso del municipio de Palafrugell y podía haber pedido
cualquier cosa. El mundo era suyo. Pero no se cegó ni se dejó llevar por lo que consideraba absurdo.
No era un ser egoísta. Por encima de todo tenía elevados ideales y buen corazón.
¿Esta vez era solo hastío? ¿Se habían terminado los retos y la emoción? ¿Había tocado techo?
¿Por qué ese golpe de timón?
Una vez más, Iván estaba dispuesto a lanzarlo todo por la borda. Todo tenía Iván, incluso lo
más valioso: tiempo para pasar con sus dos hadas, ¿por qué ponerlo en peligro? ¿Valían más sus
principios que la estabilidad? ¿Estaba decidido a apartarse de la política?
Prudente, se reunió en la sala de juntas con el bloque de las fuerzas políticas en la oposición
para posicionarse. Dijo “Las pruebas son irrefutables y el primer teniente de alcalde precisa una
reprobación pública pero reclamáis su destitución, y él no va a dimitir por las buenas. Si propicio un
voto favorable y la propuesta prospera ejecuto mi sentencia de muerte porque la represalia contra mi
será automática. Pero solo con los votos de la coalición es insuficiente... pregunto, ¿vais a manteneros
firmes? ¿Me cubriréis la espalda si procedo como un hombre justo?”.
La respuesta que escuchó por parte del conglomerado de las tres fuerzas en la oposición
compuestas por los socialista los republicanos y el partido local fue de un rotundo sí –Te cubriremos
las espaldas-. Iván fijó su mirada concretamente en el portavoz de los republicanos durante unos
segundos. Las tres fuerzas le tenían muchas ganas a aquél individuo que actuó con demasiada
prepotencia frente a ellos con su mirada oblicua y su nariz larga con el transcurrir de los años y por
fin lo tenían pillado con un asunto muy grave.
Al entrar en el hemiciclo donde se celebraba el pleno, Iván susurró al oído del alcalde antes de
sentarse en su sitio “Aceptaré cualquier tipo de represalia” y cuando el fedatario público abrió la
votación, el brazo de Iván se levantó como una sentencia condenatoria para el teniente de alcalde.
Las reacciones no se hicieron esperar. Iván había prendido fuego al Ayuntamiento. Había
realizado lo irrealizable. Demostró claramente a los que le habían acusado de constituir un pacto
puramente mercantil que no era “un concejal comprado”. Él no era un invitado de piedra al gobierno
local. Ahora no había ninguna duda. Continuaba marcando el ritmo de los acontecimientos. Se había
manifestado obligando al alcalde a remodelar el gobierno al haber apoyado la Moción de Censura
contra su máximo apoderado.

Iván visitó al primer teniente de alcalde en su domicilio particular el domingo por la mañana para
decirle “Tan sólo puede traicionarse a los amigos. Tú eres un político. Has sido un compañero de
trabajo; buena persona, pero la camisa te venía grande, acéptalo. He actuado contra el cargo, no

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contra ti a nivel particular... ¿lo sabes?”. Y continuó sin esperar respuesta “He querido ser honesto
frente al pueblo y valiente a nivel político”.
Aquél hombre de ojos muy juntos y cara redonda, lejos de propinarle un empujón que lo
echara fuera de la casa lo invitó a pasar y sentarse y se abrió a Iván.
No lamentaba su actuación –Lamento la actuación de mis compañeros de la coalición-. No
le guardaba rencor a Iván, porque a nivel personal siempre hubo entre ambos una buena armonía y
un trato afable. Agradecía que se ocupara de los Objetores y lo felicitó añadiendo que no lo había
realizado antes porque la consigna del partido fue que el triunfo del área pasara desapercibido -El
alcalde me lo rogó-.
Con quién estaba dolido era con el propio alcalde amigo de infancia y con su mismo partido.
Le reconoció su coraje y ensalzó la acción responsable de Iván en favor de la salud democrática.
El alcalde había desautorizado en ocasiones la gestión de su apoderado y amigo y ello
contribuyó a que lenta pero inexorablemente los miembros del propio equipo de gobierno le fueran
dando la espalda.
Ese hombre sufría desde hacía meses la perdida de confianza de buena parte de sus
compañeros.
Iván se había mantenido al margen porque entendía que era un tema interno de la coalición.
Pero fue tomando volumen y creció como la espuma hasta que se le escapó de las manos y cuando
sucedió Iván quiso saber qué se ocultaba detrás, y se escandalizó. Iván intervino en la reunión
celebrada en el local de la coalición invitado por un alto dirigente del partido en fugaz visita
detectando la evidente división en el seno del gobierno local sorprendido porque tres miembros del
grupo avanzaban que votarían a favor de la destitución. Y cuando a la salida del local, cruzando la
plaza mayor analizó las coacciones a las que fueron sometidos instándoles a acatar la disciplina y el
voto del partido, entendió que debía constituirse en su conciencia llevando a cabo lo que ellos no
podían porque ¡los sabotearon!
Iván no sabía hasta que punto llegaron a amenazarlos, incluso con la posibilidad de perder sus
puestos de trabajo. Ellos no eran como Iván. Y cedieron. Y cuando se votó en el pleno del
Ayuntamiento...
Más que nunca pudo demostrar Iván qué quería decir exactamente cuando se le recriminaba
que no se puede ser juez y parte al mismo tiempo en relación a la figura del Defensor del Ciudadano.
No se le juzgaba a él como individuo, sino a la administración y a sus instrumentos y no era Iván el
juez, puesto que la sentencia provenía del alcalde. Él era solamente un observador imparcial, un
intermediario entre el pueblo y el Ayuntamiento, pero la gente no lo entendió.
Pero si querían, ahora tenían la oportunidad de comprobar qué había querido decir y cuál era
su mensaje.
Iván hizo de mediador entre los intereses generales de la población, el gobierno, y la oposición
que fiscalizaba su gestión y se preocupó solamente de hacer justicia.
Sabía que podía perderlo todo pero prefirió dormir tranquilo a sostenerse en el garantizado
sustento que amordaza el alma.
Iván desautorizó con su voto el trabajo que realizó el primer teniente de alcalde, pero jamás
descalificó su persona.

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Insólitamente fue a Iván a quién tildaron de poca talla política y es que ciertas cosas en caliente
no pueden analizarse con sentido común, y el Ayuntamiento, el municipio entero estaba en llamas.
Cuando se estudiara su comportamiento en la retrospectiva del tiempo, Iván sabía que
terminarían dándole la razón. “Tiempo al tiempo” susurró mientras alzaba la cabeza y se bebía los
rayos del sol hinchando su pecho para llenarlo de aire nuevo y, lentamente levantó el pie para posarlo
con firmeza en el suelo antes de imprimir ritmo a su caminar directo a su deportivo dejando atrás la
casa del primer teniente de alcalde.
Se conformaba con ser un visionario incomprendido al que llamaban temerario cuando Iván
simplemente tenía coraje político.
El hecho había constituido una oportunidad para que la ciudadanía volviera a tomar buena
nota de lo que se ocultaba detrás de la leyenda de Iván. Episodios como ese tenían valores para sumar
y restar datos de peso a la hora de una nueva convocatoria electoral.
Le había dicho al teniente de alcalde como despedida “Herir a los demás gratuitamente no es
mi estilo. Tenía que ser fiel a mí mismo y votar tal y como voté, ¿lo entiendes?”. Y casi le dio las
gracias a Iván por provocar el desenlace. Aquellos tres apretados años de gobierno le habían
desgastado anímica y psicológicamente y estaba muy cansado. Detalló justo después de que llegaran
sus hijos -Yo mismo no sabía bien como salirme Iván, estaba atrapado- y se levantó para estrecharle
la mano antes que se marchara. No le había ofrecido un café pero que importaba. La conversación
había sido interesante y los dos se sentían mucho mejor después de intercambiar opinión y afecto.
De no haber obrado Iván en consecuencia ante los hechos que se hubieran sucedido mes tras
mes, quién sabe hasta qué importe maldito a cuenta del bolsillo de los ciudadanos hubiera ascendido
la mala administración. Dejar que sucediera hubiera sido traicionar la palabra dada por Iván
defraudando a un pueblo al que prometió defender cuando juró su cargo. Y ante un hecho tan grave
que quizás era una forma más de financiación ilegal de la coalición catalana, Iván no podía quedar
impasible porque tenía claro y lo confirmó en su visita “No hubo enriquecimiento personal por parte
del teniente de alcalde”.
Regresaba a su hogar satisfecho de la visita para besar a sus hadas que jugaban en el jardín. Y
sostuvo en sus brazos a su hija rodeado por los brazos de su esposa. Ágata sonreía y Susana los
apretaba a los dos con fuerza rodeándolos con amor.

Iván había sido decisivo y contundente en su acción. Ejerció su derecho a votar con libertad e
independencia, algo que le había costado proteger.
Estaba dolido con la coalición catalana porque se habían sentado cómodamente encima de la
mayoría absoluta con excesiva tranquilidad y pocas ganas de hacer nada.
No hizo lo que hizo porque le habían intentado marcar el paso y cortarle el camino en
repetidas ocasiones robándole el protagonismo, la luz del foco y el aplauso. Sus socios de gobierno
lo habían despreciado y humillado durante tres años, pero lo que era peor, lo habían hecho tirando
la piedra y escondiendo la mano pero listo desde su cuna, se había hecho el loco consintiendo porque
no ambicionaba el pastel entero sino únicamente una pequeña porción. Y aunque intentaron
reducírsela día a día, Iván no era avaricioso.
Muchas de sus actuaciones políticas, pequeñas y discretas, obedecían al respeto y la
comprensión que sentía por esa proporción de ocho a uno, sin embargo, en su fuero interno le

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tranquilizaba comprobar como él sólo podía realizar tanto o más trabajo que todos ellos juntos, pero
jamás presumió por ello.
Entonces intentó Iván un golpe de efecto. Rezaba el titular de la prensa “ultimátum de Saneil
al gobierno catalán”. Había congelado el pacto de gobierno. Porque llegado el lunes, y luego el
martes, el alcalde cuestionaba la democracia al no ejecutar un acuerdo del pleno que le obligaba a
cesar a su primer teniente de alcalde. Intentaba que el asunto se enfriara y se olvidara aparcando el
resultado de la votación, quitándole hierro al asunto, extraviando intencionadamente la
documentación del acuerdo por mayoría absoluta que por primera vez no era de su color. Por esta
razón Iván convocó a los medios de comunicación después del miércoles que por primera vez faltó a
la comisión de gobierno para que Cataluña entera fuera testigo del comportamiento irresponsable
del presidente de la Diputación de Gerona.
Defender la democracia le pareció motivo suficiente para lanzar por la borda todo cuanto
representaba y tenía en ese momento. Era necesario que venciera la justicia aunque le arrastrara a él
por el camino “Ya me volveré a levantar” pensó Iván convencido de escribir su destino sin quitar el
dedo del renglón.
Una vez más estaba Iván en la cúspide de la ola y era el ojo del huracán.

Pero personas que respeten un “pacto entre caballeros” en política son pocas, por no decir ninguna.
Los republicanos a los cuales Iván se adelantó en la negociación para el pacto de legislatura
encontraron un momento dulce y sabroso para atentar contra él, y cuando el alcalde les pidió ayuda
para vengarse de Iván, ellos se regocijaron despiadadamente.
El acuerdo que suscribieron no se aguantaba ni con pinzas, sirvió para distraer la atención
sobre el autentico asunto a debatir: el gobierno había tirado deliberadamente el dinero del pueblo
pagando un sobreprecio, ¿dónde había ido? ¿Se trataba de una comisión? ¿Una forma ilícita de
financiación del partido? ¡Pero actos aquí actos allá para exhibir el nuevo pacto distraían como la
mejor cortina de humo!
Iván permaneció vigilante observando como se libraban de un tal “traidor” del cual se
desembarazaban sin justificación, de manera sucia, obscena y deshonesta, pero era un hombre fuerte
que ni siquiera parpadeaba.
Susana en cambio se sintió magullada. Y él le dijo con ternura “Tranquila, no te preocupes, no
pasa nada” pero Susana pensaba en el colegio y la ropa de Ágata, en las facturas de la calefacción, en
la comida, la hipoteca y el gimnasio, las cenas y los regalos de cumpleaños. Y viéndolo tan fresco
explotó -¡No se como puedes seguir adelante!-. A lo que respondió un Iván filosófico “Ya lo dijo
Leonardo Da Vinci: el que no valora la vida no la merece. A como dijera Ernesto Che Guevara...
prefiero morir de pie que vivir siempre arrodillado”.
Pese a lo que pretendió la coalición catalana sintiéndose fuerte al contraer el acuerdo con los
republicanos que demostraron tener “muy malas pulgas”, por muchas palabras que pronunciaran para
manchar el nombre de Iván Saneil, la relación no había sido nociva para el pueblo. Tenían que
continuar con el circo para que no se convirtiera Iván en lo que era: una víctima. Descaradamente
insistieron en buscar excusas que justificaran su destitución pero sus argumentos no se aguantaban si
no, ¿cómo comprenderse que hubieran resistido tanto tiempo con Iván a bordo?... cuando los
republicanos se ofrecieron en tres ocasiones distintas y en las tres ocasiones fueron repudiados.

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Ante tanto desprecio continuado creció el odio contra Iván. Y cuando únicamente para
protegerse recurrieron a ellos, la fuerza más vulnerable y manipulable, los republicanos consintieron
ignorando la propia dignidad, rebajándose ante la coalición catalana con el único aliciente de
destrozar a Iván para vengarse por haber usurpado su lugar tres años atrás.
No hacía falta recordar a nadie que los republicanos habían votado de igual modo que lo
hiciera Iván, pero como aliados de gobierno eran más controlables por su debilidad. Se abrieron como
una puta que se abre de piernas a la primera ocasión que se dio al tener que pedir auxilio y se dejaron
violar. Actuaron de manera indecente para alinearse con la coalición, ambos contra Iván. Aquél era
el “pacto del miedo” por un lado y el “pacto de la vergüenza” por el otro, porque lejos de pensar en
el bien del pueblo y exigir ciertas mejoras a cambio del soporte político, los republicanos solamente
pidieron la cabeza de Iván para engrandecer su vanidad y el alcalde, se la sirvió en bandeja para que
recuperaran su orgullo perdido temiendo cualquier nuevo desplante de Iván.
La fulminante destitución del hasta ahora “llave del gobierno” podía provocar la unión de
todos en la oposición y al estar en minoría peligraba la carrera del alcalde y presidente de la
Diputación. ¡Necesitó un escudo! Y los republicanos se convirtieron en una simple compañía
decorativa.
Iván forzó el cumplimiento del acuerdo del pleno para que el alcalde firmara el decreto;
decreto que firmó, pero en su contra sin justificación alguna sino era la mera represalia.
El equipo de gobierno respaldado con la nueva mayoría absoluta no consentía ese derechazo
que casi consigue dejarlos kao. Y la herida permanecía abierta. Que un hombre sólo hubiera podido
con todos ellos... ¡era demasiado!
No miraban a la oposición como auténticos artífices del molesto percance, miraban a Iván
porque siempre era el centro de atención.

* * * *

Iván había dejado de ser virgen a nivel político.


Pagaba su novatada de confiar en la palabra de un político.
Había congelado el pacto de gobernabilidad en espera de la materialización oficial del
cumplimiento de la Moción para forzar al alcalde a ejecutar el resultado de la votación, instándole a
no cometer prevaricación, sin embargo, se había quedado en el congelador aguardando. Aunque por
poco tiempo se quedaría relegado y apartado porque dispuestos a jugar sucio, Iván podía ser el mejor
si se lo proponía.
El conjunto de las fuerzas políticas pensaron que se habían desembarazado de Iván. Estaban
convencidos que se marcharía del municipio con la cola entre las piernas, triste, humillado, herido,
¿vencido?
Todavía había un cuarto round que estaba por venir donde Iván tendría la última palabra una
vez más. Acostumbraba a tener la primera. Y tendría la última. Porque era un concejal al que habían
arrebatado sus competencias de gobierno arrancándoselas sin motivos, cierto, pero él se consideraba
un concejal todavía con responsabilidades que asumía el precio de haber obrado justamente.
Iván no quería convertirse en un concejal en la oposición sentado en el banquillo de la
permanente protesta. Puestos a fiscalizar la gestión del ejecutivo, Iván podía ser terriblemente

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arrollador, un ciclón, por eso cuando se presentó sin previo aviso en el laboratorio de análisis clínicos
del alcalde situado en la parte de arriba de la farmacia, fue recibido y atendido porque en verdad era
un individuo peligroso. Podía ser el mejor amigo, pero también podía ser el peor enemigo. Muy
bueno a las buenas, pero a las malas, podía ser muy malo.
Aquél veterano de la política lo había tratado en privado, conocía como las gastaba Iván -
Personas como él surgen nada más cada dos o tres generaciones- se había dicho el alcalde.
La gente hacía alegremente leña del árbol caído, pero un árbol que se trocea jamás vuelve a
dar fruto.
Y le llamaban cadáver político cuando en realidad era el caballo de Troya. Iván pretendía salir
ileso del evento.
Meticuloso y organizado, tomó notas durante las comisiones de gobierno y fotocopió y
archivó documentos comprometedores cada medianoche de los miércoles. Y en ese momento de
aparente derrota le dijo al alcalde que corrió las cortinas del ventanal para que nadie pudiera verlos
desde el edificio de en frente “No debiste pactar con los republicanos, te precipitaste. Sabes
perfectamente que descartando el tema de la lengua catalana y una improbable independencia de
Cataluña, os separan más cosas de las que os unen. Puedo desestabilizar tu gobierno si desvelo
intimidades, y si me obligas a ejercer una férrea oposición lograré destruir este frágil y ridículo
acuerdo porque la única moneda de cambio era yo. Tú lo sabes, pero el municipio entero también.
Puedo hundirte si me lo propongo. Así que... ¡tú eliges alcalde!”.
Iván utilizó un tono firme y sereno. Calló mientras al hombre parecía habérsele comido la
lengua el gato y su dubitativo aspecto se acentuó. Si el pacto de los republicanos se rompía al cabo
de un par de meses, su reelección al frente de la Diputación de Gerona no llegaría. Más que jamás
precisaba calma. Frente a todos, el alcalde había vencido al arruinarle la vida públicamente a Iván.
Sin embargo, como el Ave Fénix resurgirá de sus cenizas en vez de enojarse por las risitas
republicanas.

Siempre se recordaría la celebración de tan singular jornada municipal que Iván convirtió en una
parodia haciendo uso de sus mejores dotes de actor durante el primer pleno en las butacas de la
oposición.
Montó un espectáculo tal que sonaron los teléfonos móviles de la población y en poco rato
la zona de público quedó abarrotada porque el circo ya estaba abierto, ¿querían circo?
Ese jueves último de mes, interrumpieron la emisión de la televisión local para retransmitir el
pleno en directo. Iván inició el debate con la siguiente afirmación “Si a mí no se me toma en serio
me tomaré el pleno a broma” en alusión a unas preguntas escritas que había presentado y que por
ley, debían ser contestadas al final del pleno y que sin embargo, no constaban en el orden del día y
al preguntar el motivo el alcalde le respondió que no eran “pertinentes” y como toda acción implica
una reacción, Iván le obsequió con toda clase de actos impertinentes a lo largo de la sesión plenaria.
Intervenía con las excusas más pueriles durante diez minutos exactos de reloj en cada uno de
los asuntos a tratar, tal y como prevé el reglamento. Había veinticinco. Habitualmente la gente del
pueblo desconectaba la frecuencia local para conectarse a otras cadenas pero esa noche se consiguió
récord de audiencia en el municipio.
Iván se había negado a permanecer de brazos cruzados aguantando un chorro de agua fría. Era

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un hombre creativo y aunque el alcalde intentó ejercer su autoridad beneficiándose de su posición


detrás de las normas de la administración, aparecía por los cauces más inverosímiles.
Con el único propósito de no callarse si le negaban el diálogo político, llevó hasta el extremo
su objetivo de enmarañarlo todo. Y tartamudeó, cantó, arrastró las palabras como Marlon Brando
hasta que mandaron cortarle el micrófono y entonces se levantó y bailó como Michael Jackson. Fue
una auténtica maratón. Una odisea política más allá de lo insólito.
El redactor de un conocido periódico tuvo tiempo de ir a su delegación, confeccionar las
noticias para la edición del día siguiente y después de cruzar la provincia en automóvil hasta la radio
para la emisión nocturna, volver para soportar todavía dos horas más de incansables intervenciones.
Iván habló más de cuatro horas. Venían los bocadillos y se colaban bebidas entre los visitantes al
Reality Show.
Iván bloqueó, distorsionó, y rugió como un tigre antes y a continuación de sus aportaciones
que hacia amparado en el reglamento que le permitía participar. Obligó a que la sesión se alargara
más de seis horas terminando de madrugada.
Verdaderamente indomable, imposible de amaestrar, si pensaban que se trataba de un
inofensivo gatito se toparon con un feroz animal con piel de jaguar. Incrédulos creyeron que podían
con Iván pero no previeron su reacción.
Quizás hubiera sido mejor permitirle defenderse a nivel político en vez de intentar silenciarle
asesinándole ese derecho, pero sus exsocios conocían bien su habilidad para sacarle provecho a las
respuestas y convencieron al alcalde para que no aceptara las preguntas escritas alegando defecto de
forma, aunque jamás imaginaron encontrarse con semejante resultado.
Cuando el siguiente sábado Iván visitó al alcalde en el laboratorio de la farmacia, persianas
abajo en seguida de cerrar, nada más verlo entrar por la puerta el alcalde le preguntó -¿Qué quieres
que haga?-. La coalición catalana se había reunido y, visto lo visto, a un año de las elecciones no
podían permitir que otros plenos se repitieran de la misma forma porque Iván continuaría con su
actuación en la que pidió sin reparos la cabeza del alcalde.
El del machetazo fue Iván, y con sobrada razón. No por gusto le llamó el alcalde lagarto...
comprendiendo porque los sapos se esconden debajo de las piedras durante el día.
No consiguieron apretarle las tuercas aunque estaba acorralado. Iván miró a la tempestad y
no se amilanó.
Y al final todo fue una pantomima porque no llegaron a enseñarse los dientes. Aparentemente
Iván salió con la cola entre las piernas, pero solo aparentemente. Cada uno midió sus fuerzas en aquel
pleno en el que no consiguieron ponerle el bozal. Ni siquiera un tirón de orejas.
Iván no era de los que bailan al son que se toca sino al son que siente.
Iván componía su propia melodía y le puso al alcalde los puntos sobres las “íes”.
El alcalde podía caer... Iván podía caer y volver a levantarse sin ahogarse en su propia sangre.
¡Alucinante!
Suma y sigue. Sálvese quien pueda.
Una vez más borrón y cuenta nueva.
¿Quién era el sapo?

Iván no se cruzó de brazos aunque se le empequeñeció el mundo. Se quedó congelado pero cumplido

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el antojo. Todavía apostaba por su pellejo. Carambola. Iván tenía la sartén por el mango.
Se limitó a avanzar la posibilidad de un comportamiento similar durante cada pleno hasta las
elecciones solo con el afán de crear espectáculo “No dañando revelando cosas” puntualizó, y depositó
un documento encima de la mesa con las peticiones apostillando “A cubrirse de inmediato” en la
posdata anotó “De no cumplirse iniciaré el debate político dentro de los canales institucionales y si
se me vuelves a negar alcalde... ¡ya sabes con que te vas a encontrar!”. El alcalde cedió.
En el documento, diez puntos lejos del vulgar chantaje, nada para Iván a nivel personal porque
Iván era de los que no piden pan al hambre ni una manta al invierno, solo especificaba el detalle del
proceso de cómo seguir desempeñando su función desde la sombra.
Y los sábados a última hora de la tarde se sucedieron los encuentros en los cuales se discutían
temas de gobierno cómodamente en el mullido sofá -Te quería no a menos de cien leguas a la
redonda del municipio y la diputación, pero pagaré por ver como te desenvuelves en tu nueva
posición-.
Ante un enfrentamiento Iván ya no tenía nada que perder y en cambio el alcalde podía
perderlo todo, prestigio, cuota de poder, y la añorada reelección en la Diputación. Así se convirtió
en el intermediario de Iván o en su marioneta corriendo para contentarle con la tramitación de sus
propuestas e iniciativas.
Iván descubrió el verdadero significado del poder en la sombra. Ejercía una actuación

indirecta desde la oscuridad del anonimato que únicamente podía desvelar la dependienta de la

farmacia o la enfermera del laboratorio, además de la esposa y los hijos del alcalde. Porque el alcalde

lo invitó en dos ocasiones a su finca en la montaña.

Iván había vencido en la intimidad. En la calle, unos seguían divirtiéndose pisoteándole y


otros, quienes le conocían y le habían tratado se lamentaban de su suerte exclamando que era una
pena.
Y las fuerzas políticas en la oposición no entendían a que obedecía su permanente sosiego tras
haber prometido fuego y sangre en una lucha a muerte, y se convencieron que Iván Saneil era un
político más de los tantos que no cumplen lo que dicen, cuando Iván en toda su grandeza era todavía
más atípico que su pequeña y corta mentalidad.

Iván no percibía un ingreso por el concepto de la dedicación exclusiva a su municipio, pero siguió
personándose con asiduidad al Ayuntamiento ayudando a los nuevos responsables con las que fueron
sus competencias, cosa que agradecían tanto funcionarios como políticos, incluso tres de sus
antiguos compañeros de gobierno que admiraban tanta gallardía -Cuando votaste... te erigiste en
una prolongación de nuestro reprimido deseo... fuiste el suspiro de nuestra libertad coartada-.
Ellos hubieran querido votar a favor de la destitución de su mismo compañero pero no se
atrevieron y se lo dijeron en tono de lamentable excusa tomando un vino en una cantina -Sin duda
fuiste nuestra conciencia- el brazo ejecutor por extensión de aquellos tres intimidados que no podían

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disimular el respeto que le profesaban y en sus encuentros privados, a puerta cerrada, en la penumbra
reían y charlaban más que jamás con Iván. Y lo hacían como buenos amigos, jamás como políticos
enfrentados, adversarios u enemigos a matar.
Durante los tres años se había cuestionado mucho desde la oposición y buena parte del pueblo
qué es lo que hacía Iván todo el día en el Ayuntamiento. Lo supieron los que pasaron a ocupar sus
áreas quedándose maravillados no sólo por la organización de sus papeles y el sistema ágil y dinámico
que empleó en el trabajo, sino por la cantidad de cosas que desinteresadamente había realizado y de
las cuales guardaba una confidencial constancia documental. Iván estaba preparando un futuro
interesante. Había informes para mejorar áreas que correspondían a los miembros del equipo de
gobierno más débiles. Proyectos ambiciosos para la próxima legislatura. Manuales operativos para
garantizar la excelencia. Iván no se había dormido en los laureles. Había estado preparándose,
estudiando e investigando toda clase de mejoras pero nadie supo absolutamente nada al respecto
hasta que ocuparon su despacho, y que poco podían imaginarse que hubiera estado sembrando para
recoger. Fueron tres personas las que destinaron para cubrir las competencias que acaparaba Iván. Y
entonces se encontraron con todo su trabajo encubierto ¡una fortuna!
Cuando Iván se dirigía a los funcionarios se desvivían por él. Pidiera lo que pidiera le atendían
con deferencia y amabilidad, como reconociéndole su esfuerzo, su noble acto, y al mismo tiempo se
excusaban por no haberle entendido cuando llegó al Ayuntamiento. De ningún modo lo trataron
como a los demás concejales en la oposición. Ni siquiera estaban forzados como en el caso de los
miembros del gobierno. Los más próximos a Iván incluso le invitaron a cenar a sus casas con sus
familias.
Los policías continuaban cuadrándose en la calle a su paso. Llevaban la punta de los dedos a la
visera de su gorra saludándole con respeto. Y cuando sucedía Iván recordaba como hacía sonar los
tacones en el cuartel saludando a cada superior por obligación y no por gusto como ellos.

Mordiendo el tallo de una rosa, con las bolsas de la compra en cada mano, le dijo a Susana cuando le
abrió la puerta “Feliz día de San Jordi” y, a continuación de depositar las bolsas encima de la mesa de
la cocina, Susana murmuró -No entiendo como puedes ser dos personas tan distintas, fuera de casa
no dejas que los sentimientos interfieran en tus decisiones y... en casa eres todo suavidad!-. Su Tata
estaba de acuerdo con su hija.
Iván comentó que el mundo se ha vuelto impersonal. Frívolo. Sólo negocios, dijo “Dinero y
nada más. Yo tuve mis gestos con la gente, te vuelves insensible si no aprecias el afecto honesto y
generoso de la gente, y sabes, creo que ahora me entienden. Creyeron que buscaba privilegios.
Creyeron que siempre buscaba algo. Que hacía las cosas por un motivo interesado. Recuerda cariño
cuando me paseé por la plaza con los ancianos. Dijeron que solo me estaba luciendo... buscando
votos! Me acusaron de ser interesado y resulta que faltaban muchos años para las elecciones...”.
Iván había regalado el primer año una rosa a las mujeres y un libro a los hombres el día de San
Jordi, fecha tradicional en la que se regala una flor y un libro. Pero ninguno de los funcionarios del
Ayuntamiento estaba preparado para semejante detalle de parte de un concejal y mal pensaron.
¡Pero ya no! Y en los actos sociales, todavía le reservaban asiento en la primera fila
conservando su status.

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Aquello conmovía a Iván, porque eran muestras de sincero afecto, de unidad y solidaridad
alejadas del protocolo.
El tiempo lo cura todo, pero ¿demasiado tarde?
Llegaba el eclipse de luna para acentuar la oscuridad.
El personal de la plantilla orgánica, sin decírselo explícitamente valoró sus largas horas de
dedicación que excedían en mucho a la jornada laboral. Cuando todo el mundo partía y el
Ayuntamiento quedaba vacío y mudo, dejaban a Iván tecleando el ordenador o enganchado al
teléfono intentando solventarle algún problema de alguien necesitado de ayuda. Por la noche, la
única luz prendida era la que reflejaba la ventana de su despacho. La policía local que permanecía
abierta en la entrada del edificio institucional era su mejor testigo. Incluso los domingos por la noche,
acudía después de acostar y besar a su piedra preciosa cuando habían salido el fin de semana con
Susana fuera del municipio para interesarse por las últimas novedades acontecidas. Y ahora, le echaban
a faltar, extrañaban ese huracán que solía pasar de vez en cuando por detrás de sus mesas haciendo
revolotear los papeles que parecían danzar en el aire por espacio de unos segundos.
Jamás veían a ningún otro político a deshoras, ni tan siquiera al que tenían asignado a sus
dependencias para supervisar su actuación. ¡Salvo a Iván!
Pero Iván ya no estaba, y en esos momentos se daban cuenta de su potencia y significación.
En general todo el mundo le reconocía su capacidad de trabajo y admiraban su ritmo frenético
tanto como su trepidante dinamismo y eficacia en la resolución de los conflictos porque su actitud
expresaba con hechos tangibles la intensidad con la que Iván se entregaba al trabajo en cuerpo y alma.
Se interesaba por los problemas, no solamente del pueblo, sino también de los empleados de
la plantilla orgánica municipal. Conocía sus nombres y apellidos, sabía de sus circunstancias
personales. Felicitaba los aniversarios, pero sólo podía hacerlo con ellos porque si lo hacía con los
políticos le miraban mal pensando -¿Qué pretende? ¿Qué está buscando?- y su generosidad tuvo que
reprimirse con su mismo colectivo.
Solamente ahora y sólo con algunos se miraban como personas. Ahora que teóricamente ya
no era un hombre poderoso... ¡cómo son las cosas!

Tres años antes, el ciudadano iba al Ayuntamiento con un problema y salía con dos. Después de la
intervención de Iván no sucedía así. Instrumentalizó los mecanismos para evitarlo y la gente que le
había visitado era quién mejor lo sabía.
Con su defenestración, se debilitó el servicio, pero no se perdió completamente. Algo se había
ganado. Su marketing público daba ventajosos resultados y repercutía favorablemente en el
municipio. Potenció recursos y rentabilizó situaciones.
Su actividad inicialmente vista como autopublicitaria, justamente había hecho despertar a una
población dormida en muchos aspectos. Lo acusaron de exhibicionista cuando lo único que
pretendió fue no quedar diluido en la coalición catalana.
Iván necesitaba decir al mundo entero que existía y qué logros se disponía a realizar. A
continuación se retiró del centro del escenario y ahora nadie podía ocupar ese privilegiado lugar bajo
los focos, ni ponerse las medallas que únicamente le pertenecían a Iván, aunque lo intentaron, pero
sin éxito.

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Cada persona del pueblo podía juzgar los acontecimientos porque ahora tenía suficientes
elementos para hacerlo. Iván había existido y el grupo mayoritario en el gobierno no se lo había
comido como se comió a los republicanos que nunca participaron en las reuniones de los miércoles
excluidos de la acción de gobierno. Él no dejó que lo aparcaran en el trastero.
Su partido lo hizo. Iván permitió cuando ingresó que lo marginaran desaprovechando sus
facultades mientras militó. Porque quiso demostrar que era un hombre disciplinado, sometiéndose,
pero al comprobar que se vulneraba el propio reglamento les abandonó por considerar el acto
absurdo. Jamás pudieron decir que fue expulsado, ni tan siquiera fue amonestado. Los cargos del
partido fueron meros espectadores de su voluntad igual como fueron testigos todos los concejales
del Ayuntamiento de una actuación totalmente intencionada desde el principio cuando como una
inspiradora premonición dijo a la opinión pública que sería decisivo en el municipio.
Iván realmente fue un motor que impulsó el cambio hasta la mejora. Con su paso por la
política nada pudo volver a ser como antes. Había nacido un precedente. Él era una excepción en
toda regla.
Porque Iván había dado a conocer el producto, base fundamental del marketing y ahora todo
el mundo lo conocía. Podía opinar. El segundo paso fue interesar y convencer de la eficacia y el
beneficio de su servicio pero esto, dependía exclusivamente de la voluntad ajena y por ello se retiró
a esperar trabajando de la mejor manera, aplicándose con sigilo, dando lo mejor de sí mismo y la
paciencia tenía su recompensa. Pero se había truncado el proyecto global por un hecho difícil de
ignorar y que él interpretó como la prueba suprema. Y renunció a todo por salvaguardar su integridad
moral y, como no, la democracia.
Intentó sacar una nota alta para cuando llegara el examen en las próximas elecciones
recogiendo aquello que previamente había cosechado pero además, se había preparado en silencio
para poder actuar con inteligencia y con un proyecto bajo el brazo que obedeciera a las necesidades
reales a las puertas del siglo XXI. Ya no se sentaría a elucubrar. Cogería al toro por los cuernos
dispuesto a obtener lo imposible. Los ciudadanos, a través de las urnas, tendrían la última palabra en
junio de 1999. ¡Podría ser alcalde!

Construyó un invernadero. Colocó una pantalla de cine en el lujoso salón. Comía y vestía en el
establecimiento que quería. Incluso tuvo acceso a una rara especie de melón. Su alimentación
primordial era a base de fruta y carne cruda preferiblemente Steack Tartar y Carpaccio de buey sin
parmesano. Y adquirió unos sellos egipcios antiguos de valor incalculable. El dinero no era problema.
El alcalde le pasaba todos los meses un sobre.
Iván todavía no conocía todas las líneas de la palma de su mano. Y con él era todo tronando,
pero no le faltaba un tornillo, no vivía en la luna, no hablaba por los codos. No se espantaba de su
sombra. Estaba curado de espantos. No daba palos de ciego. Donde ponía el ojo ponía la flecha, la
bala, la daga, la lengua. Cortaba el cristal con la lengua. Y aunque consiguió que todo cuanto
construyó en el Ayuntamiento no se perdiera y podía incidir indirectamente en la actividad del
gobierno diciendo “qué” hacer y “cómo” hacerlo, el “cuándo” se le escapaba de las manos al no poder
estar dentro con ellos cada miércoles apretando y empujando en cada comisión de gobierno.
Sabía que la pasividad reinaba en el gobierno. El alcalde jamás había sabido coordinar un
equipo de trabajo para que fuera eficaz y durante los sábados por la tarde, más que hablarle de nuevos

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proyectos, Iván se limitó a establecer medidas de control para evitar desviaciones en aquellos
proyectos que estaban en marcha. Concentraba su esfuerzo en apuntalar y consolidar la construcción,
pero poco más. Podía indicar las cosas que no debían aprobarse, pero limitar la corta acción del
gobierno era una barbaridad, y además, Iván era un hombre que respetaba el criterio de los demás.
Llegado ese punto, su actividad estaba vacía de contenido porque no podía mirar con
esperanza el futuro.
No había futuro, sino elecciones a la vista y todos se preparaban en ese sentido; la urna, los
votos, qué decir durante la campaña, otras vez un programa que preparar, ¿un programa que
incumplir?

Iván podía acostarse de espaldas en la cama apoyando una mano sobre el estómago y la otra sobre el
pecho para espirar e inspirar lentamente notando cómo sube el estómago, volviendo a espirar,
demorándose un poco más que al inspirar obligando a que el metabolismo fuera más despacio
haciendo alguna pausa de varios segundos antes de reiniciar el proceso.
Sin duda le hubiera liberado de la abrupta tensión canalizando inteligentemente toda la
adrenalina que no quemaba y se acumulaba convirtiéndose en una bomba de relojería.
¿Volvería a jugarse la vida a cara o cruz?

* * * *

Iván viajó a Barcelona en vez de ejercitarse en la apacible calma, pero lo que encontró lo decepcionó.
Abogados, notarios, procuradores, todos con rostros crispados de nariz torcida le proponían
diversificar el dinero negro de sus clientes y amigos en el sector financiero y en medios de
comunicación y sobretodo en “chanchullos políticos”.
La primera opción de constituirse junto a altos empleados de banca para crear una empresa
que realizara préstamos a inversiones seguras, no le desagradó, pero cuando en la siguiente reunión
conoció el reverso de la propuesta se disgustó. La idea consistía en que los mismos directores de las
entidades, adrede, denegarían operaciones si faltaba algún documento de garantía y al mismo tiempo
recomendarían “su” empresa gestionada por Iván, donde sin reparos concederían el crédito en apenas
cuarenta y ocho horas a cambio de una comisión de intereses muy alta. Después de entretener a los
solicitantes en la sucursal del banco para confirmar su solvencia y capacidad de desembolso, los
remitirían a Iván quién con un recargo del veinte por ciento por la tramitación otorgaría el dinero al
interesado, dinero que a su vez prestaría el mismo banco tras manipular la documentación. Aquella
empresa pretendía ser una tapadera, un sobresueldo para todos y un peaje improvisado para
empresarios presurosos poco informados. No le agradó el asunto. No quiso participar. No le gustaba
aprovecharse de los demás. Iván quería ganar con el fruto de un trabajo honesto.
Conoció a un grupo de industriales y constructores que intentaban entrar en el negocio de la
tercera edad con la instalación de residencias en varios núcleos urbanos. Coincidían a menudo en un
bar donde Iván leía el periódico y tomaba el café antes de comenzar sus visitas. Por lo visto, uno de
ellos lo reconoció porque su rostro había sido demasiado habitual en la prensa y su currículum

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político de dominio nacional. Creyeron que en su situación Iván era un candidato perfecto. Tenía
conocimientos de urbanismo y sabía moverse en los Ayuntamientos y la administración pública,
además, dominaba la operativa de los trámites burocráticos. Al tratarle, comprobaron que a nivel
empresarial controlaba los elementos y por ello le propusieron entrar con una sugerente
remuneración como punto de partida. Pero después de dos largos almuerzos, cuando el arquitecto
que explicaba el tema con displicencia esbozó el diseño de las instalaciones, aquello más que un lugar
de ocio cómodo donde encontrarse bien parecía un parking de abuelos y cuando le dibujó los
tanatorios. Iván comprendió que solamente perseguían buenos ingresos pero en absoluto les
importaban las personas ni el beneficio social, así que con educación desestimó la opción de formar
parte del macro proyecto.
Iván llevaba demasiado tiempo desconectado del circuito empresarial. Intentó intermediar en
algún traspaso pero en vez de restaurantes, salas de fiesta o locales comerciales, para su sorpresa se
encontró con “salones de relax” bien montados con estupendas instalaciones para masaje y rápidos
revolcones en camas redondas, cuadradas, rectangulares, triangulares. Y en el paquete se incluía al
personal laboral, la “madame” y las chicas caribeñas y las de los países del este y universitarias
nacionales. Incluso le invitaron a probar la mercancía. Iván no se escandalizó, pero dejó de visitar
Barcelona.
De regreso a Palafrugell decidía dejarlo todo atrás conforme avanzaba veloz por la autopista
porque los que fueran sus socios en una época pasada le ofrecían igualmente toda esa clase de
negocios basura escasos de conciencia social a la que Iván había accedido y de la que no quería
desprenderse. Todo le parecía vacío e insulso. Y él quería llenarse de vida que merece la pena vivirse.

Inmediatamente que Ágata escuchaba la puerta de La Mimosa dejaba lo que hacía y corría para
enredársele entre las piernas.
Iván la elevaba hasta que su cabecita rozaba el techo del cielo con los pies colgando. Entonces
cerraba los ojos sintiéndose satisfecho por aquellos dos seres adorables que desbordaban amor,
porque no tardaba Susana en lanzarse a sus brazos descendiendo rápidamente por las escaleras hasta
el garaje –Ya estás aquí mi vida... ven que te comeré a besos-.
Gracias a ellas era lo que era: un hombre que amaba y al que se le amaba con devoción. Pero
no podía dejar de ver la realidad que pesaba como lastre que incomoda y agarrota y que no era otra
cosa que su sensación de inutilidad. Y comenzó a encerrarse cada vez por más tiempo en su guarida
del tercer piso para no afectarlas ni preocuparlas pues se hallaba ante una situación maldita en la que
no veía como influir.

Susana lo conocía bien después de diez años de matrimonio, y, cuando descubrió la dejadez en su
mesa de caoba, cuando empezó a ver la falta de orden en aquella estancia siempre impecable no dijo
nada, pero se asustó. No era normal. Algo fallaba. Lo miraba y lo veía perdido y ausente. Iván no
sonreía. Jugaba con su hija pero no con el mismo entusiasmo. Algo lo estaba asfixiando. Tantas horas
en casa sin poder liberar adrenalina le agobiaban turbándole el semblante y ella lo sabía... sabía que
el mundo se había vuelto insípido para su marido.
De nada le servía esconderse durante largas caminatas por la orilla del mar en la playa. Iván
comenzó a deprimirse por primera vez en su vida.

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Iniciaba su período de tinieblas.

El revés de la medalla.
La vida guarda altos y bajos.
Iván tenía entre ceja y ceja sobrevivir, avanzar por el pasillo con la candela prendida
asomándose desde el enorme ventanal del despacho para preguntarse... pero un repentino aire que
viene de tan lejos y tan cerca a la vez intentó apagarla. Protegió la llama cubriéndola con su mano y
el azul aumentaba y el amarillo se enderezó dejando de temblar, creciendo, y es que en toda
ceremonia iniciática el movimiento más simple suele verse trabado a consecuencia de fuerzas que
deben vencerse con el sosiego armado de la sonrisa del corazón audaz. Luz. Oscuridad. Ambiente de
tercera guerra mundial. Hacerle a Iván tal transfusión de sangre que sea como una resurrección o por
el contrario, matarlo.
¡Sólo estas dos opciones!

Por primera vez se detenía y miraba a su alrededor.


Se cuestionaba si debía seguir avanzando “Pero hacia dónde ¿en qué dirección? ¿por qué?”. ¡Se
había preguntado por primera vez por qué!
Para determinar la dirección tenía que preguntarse antes ¿quién soy? ¿qué necesito realmente?
Precisaba ayuda. Sin embargo, Susana no sabía cómo actuar. Lo único que sabía era que su
marido estaba mal, y callaba. Acostumbrada a no llevar la iniciativa, simplemente se lamentaba
mordiéndose el labio inferior unos minutos al día. Y pasaban los días y Susana no hallaba qué decir.
Y hacía como si no pasara nada visitando a sus padres, visitando a las vecinas, visitando a su cuñada
en la peluquería y pasando cada vez más horas hablando de trivialidades y leyendo la prensa rosa fuera
de La Mimosa. La penuria económica no había llegado y Susana estaba convencida que Iván jamás
permitiría que la miseria los enterrara. Conocía esta situación de transición de una etapa a otra. Tan
sólo tenía que esperar a que se decidiera a mover ficha. La historia se repetía otra vez, y, vuelta a
empezar. ¿Qué nuevo reto esta vez?
Rezaba para que este progresivo deterioro no durara, pero el golpe de aire finalmente había
aniquilado la luz de la candela que Iván había intentado proteger con su mano. Estaba oscuro. Y un
gato negro se paseaba por La Mimosa.

Susana empezó a estar más y más ocupada y le faltaba tiempo. Iván se ofreció a ir a la tintorería, al
fin y al cabo se trataba de sus trajes. También retiró los vestidos de Susana. Compró el pan, el
periódico, y fue hasta el taller para recoger los zapatos reparados. Se interesó por la afección hepática
del zapatero. Su color amarillento había menguado y lo felicitó pero una opresión le punzaba el
pecho ese día.
De vuelta a La Mimosa contenía la respiración, rígido todo su cuerpo, ahogándose. ¿Una vida
de infarto?
Tenía el pulso acelerado. Y el claxon de su Ford PROBE se dejó oír provocando
repentinamente y sin razón aparente a los demás conductores ¿llamaba la atención en señal de
auxilio?
¡Iván se hacía añicos como estatua que besa el suelo!

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Pero si nadie había quebrantado su terca voluntad.


¿Dónde quedaban sus habituales expresiones tipo “Si viviera otra vez quisiera equivocarme más
veces?”.
Llegaba particularmente vencido cuando encontró la nota –Mi vida: he ido a buscar el
microondas al taller-. La amaba. Iván sonrió y volvió a salir con la lista de la compra.

Ningún abrazo es frío. Nunca está de más aunque parezca ridículo. Reactiva la autoestima. Calienta

la sangre. No exige descifrarse porque es universal. Y siempre se agradece. Es sinónimo de

fraternidad, ¿quién puede negar un abrazo? ¿Quién puede desdeñarlo? ¿Dónde estaba el abrazo que

necesitaba Iván?

Susana había sido una espléndida cocinera a la hora de servirle. Cuando se sentaba en la

mesa, Iván tenía una agradable sensación de apetito porque el plato estaba bien presentado, con

una perfecta combinación de colores y una posición estratégica de los alimentos. La decoración

hacía que su apetito aumentara. Más que con el estómago comía por los ojos. Y su paladar siempre

supo valorar en su justa medida un vino Rioja. Ella seleccionó durante años las mejores cosechas

para su amado marido pero se había vuelto ¿haragana? ¡Iván tenía hambre de calor!

Quería llegar a La Mimosa y que un abrazo lo aguardara pero cada vez más habitual la negativa
o la distancia -No podré ir a la farmacia, cielo- porque primero eran las vecinas que las obligaciones
del hogar. ¡Alerta problemas! No como el avestruz eludiendo la contienda con la cabeza bajo tierra,
pero si detrás de la niña, amparada y parapetada detrás de Ágata con las vecinas como escudo. Susana
se retirada al mundo pequeño de la hija que alejaba de su padre por no soportar la angustiosa
inseguridad. ¡Separaba a Ágata de Iván!

Un matrimonio depende del ajuste que se logra entorno a lo físico, lo emocional, lo mental, y lo
espiritual. Siempre se ajustaron en estas parcelas que corresponden a cada uno de los cónyuges pero
ya no sucedía.
Habrá una pareja feliz mientras los dos puedan sacar a flote lo mejor de cada uno pero...
Cierto es que dos personas que se aman están destinadas a llevarse de maravilla, ¿pero cómo
amar a otro cuando se ha perdido la percepción de sí mismo?

La crisis de los cuarenta adelantada, quizás.

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Iván Saneil miraba hacia atrás en vez de hacerlo hacia adelante. Su alegre optimismo se truncó,
convirtiéndose en negativo pesimismo. Estaba lleno de dudas. Por primera vez en su vida no sabía
qué quería ni lo que debía hacer y con su actitud, podía arrastrar consigo a la familia que siempre se
había apoyado en Iván como pilar indiscutible.
Había comprobado que desde el interior de un partido estás muerto si pretendes ser tú, porque
sólo se permite al afiliado actuar como máquina insensible. Ponía a la política en un segundo plano,
¿pero no pasa más o menos lo mismo en el sector privado donde las empresas anulan al trabajador?
¿No le había pasado antes a él y por tal razón varió y varió de empleo y de empresa?
Pero estaba Ágata... Susana... eran importantes!
Y tomó las Páginas Amarillas para visitar las empresas de colocación de personal. Iván estaba
en horas bajas. Carecía de chispa. No era brillante en sus encuentros. Se disipó su influjo cautivador.
Ya no hechizaba. A punto de cumplir treinta y cinco años, sin carrera universitaria, con los
antecedentes de rebeldía y su curriculum político Iván no era el perfil adecuado para ninguna
organización empresarial. Ni tan siquiera como empleado base, mucho menos como mando
intermedio porque podía hacer sombra al superior. No hablaba inglés por la tozudez de haberse
negado a aprenderlo. De nada le servía su francés. Incluso la ausencia de miedo al trabajo era algo de
lo que parecía carecer en los últimos días. Se sentía flojo. Terriblemente débil. Perdió la autoestima
después que las entidades de trabajo temporal le dijeran que no tenían nada para él –Usted no cuadra
en nuestros archivos-.
¿Se habían puesto todos de acuerdo? ¿Complot?
No hay árbol que el viento no haya sacudido.

Iván Saneil dejó de ir al Ayuntamiento avergonzado por su patético aspecto. Parecía un zombi.
Caminaba sonámbulo. Hacía largas siestas después de comer. No se afeitaba ni se vestía. Andaba todo
el día en chándal sin peinarse. No era el hombre que semanas antes tomaba decisiones, solucionaba
problemas y aseguraba beneficios a diestro y siniestro. Aquella cosa no era más que una caricatura de
Iván incapaz de liderar nada. No generaba ideas ni establecía objetivos. A nadie podía motivar, mucho
menos instruir. El calendario le había dejado de importar. El clima que le envolvía era de un pastoso
lodo intenso que se pegaba en las paredes como excrementos que resbalaban hasta el suelo. ¿Cómo
atrapar al gato negro? ¿era un gato?
Y dejó de hablar. Desaparecieron los mensajes directos y sencillos. Iván desvariaba. No
razonaba. Parecía haberse extraviado en un laberinto sin salida en el que crecían los muros hacia arriba
hasta encontrarse retorcido dentro de un iglú.
Y se desvanecieron sus principios. Y se marchitaron sus recursos. Ya no miraba sus apreciados
videos. Tampoco leía. Ni el ritmo eléctrico de Michael Jackson lo reavivaba.
Se iba volviendo taciturno. Decididamente desventurado, mísero. Sólo un cambio drástico de
ambiente, de lugar, sería capaz de disipar el crónico malestar. Había que renovarse o morir, ¡morir
boca abajo en la orilla de un lago!
Se acumulaban las cosas encima de la mesa del despacho. Había cajas de cartón junto a la
estatua de El Discóbolo. Dormía hasta las once y si Ágata llegaba para hacerle cosquillas se daba la
vuelta, ¡no puede ser!
Y así era.

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Escondía cosas debajo de la cama. Detrás de las puertas. En los tarros de la cocina había... no...
sí! Cosas inútiles que no servían. Y la ropa sucia no caía en la cesta, ¿había perdido hasta la puntería?
¿Y porqué no apagaba la luz del pasillo por la noche? ¿Iván tenía miedo? ¿Se había vuelto tímido y
tembloroso ante la vida rendido al tramo final de su... desenfreno?
Susana empezó a horrorizarse. Imposible. Iván carecía de potencialidad. Era incapaz de
venderse a sí mismo en el mercado laboral. Incluso sus defectos habían desaparecido. Ya no era
impaciente, ni exigente, ni radical. Se había desequilibrado hasta el equivalente de un trapo sucio. ¿Se
convertía en un mayúsculo desecho humano?

Parecía que esos meses hasta las elecciones iban a dilatarse como el hule.
¿Qué podía hacer Iván... además de deprimirse un día sí y al otro también?
¿Había sido un error subirse al ring de la política? ¿Tan convencido estuvo que únicamente él
se bastaba para resolver todos los conflictos? ¿Soberbia? ¿Vanidad?
Había intentado ir por libre volviendo al sector privado pero no le había ido bien, y algo
incomprensible sucedió: se desanimó completamente. Las torres más altas caen.
Iván era tremendamente capaz de realizar cualquier tipo de actividad. ¿Deberían sus labios
retornar a las palabras perdidas de la juventud y desenfundarlas con la misma osadía para esgrimirlas
al viento?
¡Había extraviado la confianza en sí mismo!
Repentinamente pensó en la necesidad de reencontrarse con su amigo que le dijo la noche
que ofrecía luna nueva: “Solamente aquel que construye el futuro tiene derecho a juzgar el pasado”.
Oscar aplicó la premisa de Confucio: Estudia el pasado si quieres pronosticar el futuro.
La vida sólo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia
adelante. ¿Cómo no caer en algo tan simple habiendo sido siempre tan eminentemente práctico?
Instintos desbordados.
Actitudes que no terminaba de afianzar una cabeza desahuciada para razonar.
Vida coartada que emana... que sabe lo que requiere... y requiere que se filtre sin
entorpecimientos!
¿Existe un dispositivo que nos lleve a obtener lo que necesitamos?
La capacidad para escoger entre realizar o no realizar un acto, ¿depende de la intención?
¿Las acciones vienen a continuación de un proceso consciente que se expresa en libertad?
¿Cuándo necesitamos algo y lo conseguimos significa que estamos en perfecta sintonía con
el entorno?
Iván necesitaba una ilusión, algo que volviera a estimularlo y a ponerlo en marcha otra vez.
La vida es el momento que se vive. Y a él no le gustaba el momento que vivía. ¡Tenía que
variarlo!

Furia, más padecimiento, incomunicación, sensación de naufragio, dosis de ineptitud,


¿sometimiento?... jamás la capitulación!
Llegaba el momento crucial. Y la ruptura será tajante.
Saber cómo y cuándo uno debe retirarse y poseer la flexibilidad para hacerlo es la cualidad del
peregrino del viento que alcanza el destello.

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Repugnancia. Aversión. Y mucho tedio. Y no le apetecía un instante más el largo túnel.


La vida que estaba viviendo excedía su propia forma. Debía extinguirse de inmediato, de lo
contrario Iván abortaría la posibilidad de su renacimiento.
Hay libros determinantes, canciones que permiten navegar en solitario en el mar abierto.
Magníficas puestas de sol, sabores selectos, texturas finas. Miradas estremecedoras y abrazos plenos
de simpatía ¡y montones de seres humanos impresionantes!
Enfrentar otros puntos de vista, ¿conseguiría rasgar el decorado que oculta espacios que
inaugurar?
Si únicamente se cuentan los fracasos, las frustraciones, las equivocaciones, se van instaurando
fantasmas que distorsionan la realidad. ¿Era una víctima? ¿de sí mismo?
La baja tolerancia y la excesiva preocupación se tornan pesimismo patológico. La manera de
abordar una crisis será la que haga que se profundice todavía más o por el contrario, se salga de la
crisis al pasar a otro estado de actividad positiva. Pero si una persona deprimida se resigna a la
pasividad, se aísla, recreando su fatalidad en una visión de la realidad nefasta con poco aprecio consigo
mismo. Apatía y desmotivación, ¿lesionaba su amor propio? Disfunción y negatividad, el error,
¿desbordado de emoción? ¿Exageró su implicación en demasiados acontecimientos?
La actitud vital es una forma de enfrentarse a la realidad circundante. La voluntad es un
músculo a ejercitar, y la dicha constituye una conquista personal que requiere actividad: implicación
valiente y mucho entusiasmo. Pero estas cuestiones las sabías Iván. Vaya si las sabía!
El escaso respeto hacia uno mismo se manifiesta en irascible autocrítica, sentimientos de
inferioridad y sumisión al entorno. Respetarse significa tratarse con benevolencia a pesar de los
errores o los fracasos, expresando libremente los propios criterios.
Los parámetros a través de los cuales se juzgaba Iván Saneil se acercaban al delirio que deriva
en divagación, impedían solucionar la conquista del obstáculo que crecía como gigante con diez
brazos y diez piernas y más dedos de los que podía llegar a contar.
¡Desafiar lo desconocido otra vez!
De ningún modo estaba atemorizado por todo lo que no pudiera entender, y ahí precisamente
se hallaba el maravilloso obsequio que lo había convertido en distinto, en lo distinto y sorprendente
de la vida, ¿y debía perdérselo?
El transito por aquél período de tinieblas llegaba a su termino.
Estaba sediento. Se acercaba el día en que beberá agua de viento.

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Esta madrugada de junio del 2014 revivo aquellos tres días inolvidables. Había
anotado en mi diario durante la estancia en El Encanto… “En este instante comprendo que
estoy preparado para cualquier tarea que se me proponga dispuesto a evolucionar, rompiendo el
círculo para que se ensanche al convertirlo en espiral”. Pero fueron necesarios once años hasta
comprender que me desviaba del camino y debía detenerme para escuchar
nuevamente mi voz interior. Me retiré… desconecté del mundo y volví a conectar…
este es el relato de mi experiencia mágica…

22 Diciembre, 2012

En el corazón del Petén, semioculta por la enmarañada jungla tropical se encuentra una ciudad de
estilizados templos piramidales cuya escalinata principal conduce a los santuarios coronados por
esbeltas cresterías que como elegantes peinetas sobresalen por encima del manto vegetal. El área
montañosa cortada por profundos valles desaparece de repente al ser sustituida por la base de piedra
caliza.
Tikal es una pieza que se perdió en el anonimato de los portentosos eventos de existencia
humana que llamamos Historia.

Había anotado Iván en su agenda un mes antes:


Tikal es la puerta del mundo de los mayas, y el Mundo Maya, un encuentro con la Naturaleza, el
Hombre, y el Tiempo. Constituye un prodigioso campo de investigación que precisa voluntarios con
mentes abiertas.
Se especula mucho acerca de sus secretos. Surgen hipótesis respaldadas por una década, pero
se desvanecen cuando un explorador defiende lo contrario al encontrar nuevos datos escondidos en
viejos manuscritos. Constantemente llegan argumentos provenientes de los hallazgos.
Los Maya desarrollaron un sistema de escritura jeroglífica similar a los Egipcios. Dominaban
las matemáticas y la astronomía. Convivieron armónicamente con su entorno y erigieron una de las
civilizaciones más refinadas de la historia universal... hasta que se torcieron y perecieron.

Además, había otro personaje clave… También Oscar había anotado en su agenda
a mediados de noviembre de 2012:
Tikal es la más espectacular ciudad de la antigua civilización Maya. Es la Atenas del viejo
mundo, la cuna de su civilización que desde allí se repartió por toda Centro América. Es un santuario
cultural de un profundo sentido sagrado. Una especie de escenografía simbólica con una proporción
áurea. Un observatorio astronómico que durante siglos observó la ruta de los cuerpos celestes en el
cielo para la perfección del calendario solar, lunar, y el ciclo del planeta Venus.

Vuelvo a estar en Tikal en esta espléndida madrugada de ensueño, porque ya


entonces me resultó difícil entender por qué llegó a su fin. Supongo que las

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condiciones previas a la extinción de la raza fueron el aumento de la población y la


escasez de los productos agrícolas, y, al igual que en nuestros días, el colapso e
inmediato derrumbe se originó a causa de la lucha por el control del poder.
Ahondé en el simbolismo lejos de la actitud poco curiosa del turista que visita
las ruinas de un país, más como entretenimiento que como posibilidad de adquirir
sabiduría. Muchas personas acuden para mirar la obra de sus antepasados sin
observar sus piezas artesanales, sin atender las construcciones que fueron realizadas
por personas que habitaron el lugar hace mucho tiempo. No se interesan por su
verdadero valor ni por descubrir el oculto mensaje. No exploran en su significado
social. Ni exhuman lo existencial desnudando lo humano. Esta falta de interés hace
que no se logre comprender la riqueza espiritual de quienes realizaron las
construcciones, sin duda por alguna razón más allá de la estética.
Los Maya insuflaron vida a sus piedras. Su trabajo de cantera semeja la filigrana
de la joya más exquisita. Pero una gran mayoría no acariciaron la grandeza del alma
humana. Y aunque elevaron sus pirámides hasta el cielo, desde allí, no lograron
escuchar el sonido del silencio. Aún a setenta metros de altura no percibieron este
anhelo.
Aquí sigo deslumbrado por la inmensidad de este escenario que tiene una
topografía caprichosa. Revivir Tikal me permite asomarme a una ventana donde el
pasado surge otra vez. Su gloria se percibe entre las miles de rocas que conforman
este centro de gravedad energético de dieciséis kilómetros cuadrados arqueológicos
donde hay más de tres mil estructuras entre templos, altares, palacios, pirámides, y
habitaciones de múltiples usos que le confieren un diseño arquitectónico soberbio.
Estuvo habitada durante un milenio. Un milenio tardaron en darse cuenta. ¿Cuánto
tiempo nos llevará a nosotros?

Penetro en su secreto, penetrando en el misterio de mí mismo…

Cada tarde al retirarse el sol bajan de los árboles monos de cara blanca hasta la parte central de la Plaza
Mayor custodiada por dos fenomenales templos donde pelean con sus invariables adversarios los
monos araña, que se acercan hasta las ruinas en busca de los restos de comida que dejan caer los
visitantes.
Está en compañía de pisotes cuando Oscar se le acerca por detrás.
Se encuentra junto al Templo de las Máscaras. No hay otro lugar mejor para él. La fachada del
Templo realizada en mosaico de piedra caliza es un gran mascarón.
_ ¡Vaya sólo podías ser tú! En el aeropuerto me advirtieron sobre un loco español que duerme en la
jungla a los pies de Tikal. Dime Iván, ¿cuánto tiempo llevas en este lugar? ¿Qué es lo que te ha
traído hasta aquí?
Y aunque les separan diez años desde su último encuentro, Iván le responde como si apenas hiciera
un par de semanas.
_ Que más da cuanto tiempo lleve o por qué estoy aquí. Lo importante es lo que ha sucedido
durante mi estancia y, sabes... estoy desconcertado. He escuchado voces. Incesantes voces
distorsionadas en la noche me decían que tú vendrías. Nuestras vidas son paralelas, pero llego a
la conclusión que deben entrelazarse cada cierto tiempo. Había palabras que proclaman que no
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tenemos varias existencias efímeras. Son voces que me trae el viento empujadas desde un
encantador lugar que proviene de aquí mismo. Augurios que se funden en mis oídos mientras
me acarician el rostro absorto en este sencillo acontecimiento que es el intercambio, y pienso,
que quizás se trate de esta esfinge de piedra tallada que me habla sin parar, por eso mis pies no
quieren abrazar una cama lejos de aquí. Prefiero esta tienda de campaña que traslado con facilidad
persiguiendo las voces.
Iván se levanta para abrazar a su amigo con pronunciado afecto.
_ Ayer un presagio avanzó quietamente hasta encontrarse frente a mí con un aspecto saludable y
jovial, pese a su blanco cabello y una larga barba descuidada, no sé, tiene ojos llenos de paz y una
mirada serena y sus labios dibujan una media sonrisa que le da un agradable aspecto de bondad
y me parece que siempre está aquí... como si fuera eterno… a los viajeros inquietos nos
sobreviene una extraña agitación en la sangre que advierte de su repentina aparición.
De pronto una sensación especial fluye por las venas de Oscar e Iván porque llega una aparición desde
el enigmático templo situado en frente conocido como Gran Jaguar cuya denominación es debido
al motivo grabado sobre el dintel central.
_ Él no es eterno pero su mensaje sí.
Desciende desde la terraza de la crestería que se eleva a cuarenta y cinco metros sobre la Plaza Mayor
para dirigirse a los dos amigos. Se desplaza por la escalinata del Templo del Gran Jaguar de grandes
bloques ensamblados con sus mansos principios recuperados para decirles a los dos.
_ No es un presagio ni un duende es Oküli quien llega a ti. Antes lo hizo conmigo cuando con la
armonía de una danza marina entre los rayos de sol recogió unas algas para fruncir con ellas una
corona mojada empapada de sacralidad.
La raza humana se perpetúa al enlazar de manera adecuada su pasado con el presente. Es
necesario tener una idea clara de nuestra historia, para comprender que no somos únicamente el
resultado de circunstancias actuales, sino de un proceso que trasciende desde tiempos
inmemorables. El Universo no es una realidad estática, sino una verdad dinámica que nos
proporciona cualidades cambiantes. Y este movimiento cíclico tiene un orden que permite la
permanencia y la estabilidad.
La comprensión de Tikal puede ayudarnos a sobrevivir y manejar el propio destino porque
sabiendo lo que ocurrió en el pasado se puede prevenir el futuro. Es decir, si queremos. Se trata
de una elección.
Ha surgido el Jaguar como hombre puro y se ha plantado entre Oscar e Iván.
En medio de ambos templos se alza el Jaguar y formula una pregunta que todavía crea más
confusión.
_ ¿Queréis saber sobre Tikal?... ¿Os atrevéis con la hipótesis más reveladora de todas?
Los dos amigos asienten mediante un ligero movimiento afirmativo de cabeza. Se acomodan de pies
cruzados abriendo sus corazones y clavando sus ojos en tan singular ser para no perder palabra ni
detalle.
Y semejante al recién nacido sano que ajeno a cualquier doctrina evoca la propia comienza así:
_ Es una pena que el viaje a lomos de un caballo pertenezca al pasado. Hemos llegado demasiado
cómodamente hasta aquí, donde se estableció una de las civilizaciones más sorprendentes que el
mundo actual jamás haya imaginado, y digo imaginado, no conocido, pero yo he tenido ese

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privilegio. Esta ciudad monumental de tan ancestral cultura no es el fin de una gran civilización.
La semilla tiene su cosecha en un lugar donde florece la dicha. Puedo hablaros con conocimiento
de causa y la certeza de la verdad más absoluta porque “el mundo perdido” del que habla Tikal
existe. ¡Yo lo he encontrado! Está bajo del Charco Esmeralda en la isla de Ometepe. Su nombre
es El Encanto.
Un escalofrío recorre el cuerpo de Oscar que mira a su buen amigo arqueando las cejas a la espera de
una reacción, pero Iván le guiña el ojo en señal de complicidad, concentrando su atención en el
insólito personaje que ha comparecido a su encuentro y, tenso, interesado en saber, acerca su mano
a la pierna de Oscar tranquilizándolo con unos golpecitos que indican que no se le ocurra abrir la
boca. Y continúa el recién llegado.
_ La erudición Maya no desapareció. Se perfeccionó. Abandonaron cultos erróneos, sacrificios
estériles, y ornamentos desmesurados para subir a un nivel superior.
Tikal es la máxima expresión del estilo de vida que forma parte de un pasado que no debían
repetir, por eso se marcharon hace aproximadamente dos mil quinientos años. Los Maya
poblaron por más de un milenio este lugar hasta que lo abandonaron y la jungla se apoderó de
cuanto había aquí. De todo, excepto del mensaje.
Nació como un observatorio astronómico para escudriñar la ruta de los cuerpos celestes en el
firmamento. Miraban al espacio, cuando en realidad debían atender los soles y las lunas de sus
almas.
Iván arruga las comisuras de su boca. Cuestiona sus palabras sin demasiada cortesía al fruncir el ceño
con una expresión cercana al enojo. Sin embargo, al mirar de reojo a Oscar que sumido en la historia
aguarda vigilante otros datos, se levanta para aproximarse a la fachada del templo y toca la fría piedra
caliza. Un hormigueo en los pies le hace sentir una vibración en su abdomen. Entonces comprende
que algo fantástico puede ocurrir. Impaciente y rebosante de vigor, le ruega al chocante individuo
que finalice su exposición cuanto antes. Iván tiene prisa por saber.
_ Se habían instalado sobre esta colina porque apenas eran visibles en las junglas bajas y fijaros bien,
como antaño, la preeminencia de Tikal todavía se impone por las cresterías en ruinas de los
inmensos templos blancos erguidos sobre la masa ondulante de los bosques que se extienden
hasta el mar del Caribe. Este espléndido y orgulloso lugar es una ciudad deificada. Sin embargo,
los más intuitivos comprendieron a tiempo que Dios no está fuera, sino dentro.
Respirando levemente en su placidez, continúa el Jaguar amparado por la curiosidad que infunde.
_ Tikal es una inmensa tumba por tantos sacrificios mitificados sin sentido. Así ocurrió hasta
comprender que nada justifica el asesinato a sangre fría de un semejante –parece manosear lo
expresado de tal forma que podría ser de arcilla-. En una vasta y rica región de Centro América
un pueblo denominado Maya creó una de las más organizadas y grandiosas civilizaciones
antiguas. No era un grupo homogéneo, sino un conjunto de etnias con distintas lenguas,
costumbres, y realidades históricas que compartían un territorio. Muchos divisaban su propia
autodestrucción. Pero sólo algunos decidieron partir para fundar El Encanto. Todos los que no
lo hicieron así perecieron.
Los Olmecas, Nahuas, Zapotecas, Mixtecas, Totonacas, Trascos y otros pueblos, compartían
muchos rasgos que permitieron integrarse en una sola unidad cultural que caracterizó al pueblo
Maya. Y surgieron las primeras aldeas, centros en donde celebraban actividades culturales en

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torno a la religión. Fue una época de florecimiento. Se desarrolló la agricultura, se intensificó el


comercio y se consolidó la jerarquización política, social, sacerdotal. Se construyeron grandes
complejos donde florecieron las ciencias y las artes, pero llegó el colapso cultural como ahora
llega el colapso tecnológico y la globalización en nuestra época. Ruego para que los seres
contemporáneos recuperen valores elementales como la paz y el amor fraternal. Espero que el
ser humano le gane el pulso al materialismo y el desenfrenado consumo irracional que azota los
países demasiado industrializados. Los Maya entraron en una etapa de la que no supieron
desprenderse. Algo se les escapó de las manos igual como sucede hoy. Algo se descontroló
desbaratándolo todo. Y ya no pudieron recomponerlo. Unos cuantos supieron ver ese lado
oscuro que se imponía lentamente pero de modo irreversible y entonces se marcharon. Y su
devenir histórico tomó un derrotero bien distinto.
Otros en cambio, la gran mayoría, resurgieron como un pueblo más fuerte, potente y
poderoso donde los intereses pragmáticos y militares desplazaron la recreación artística y
emocional perdiendo los valores morales hasta que sucumbieron en su propia agonía mientras
lejos se revivía una semilla de esperanza para su raza.
La guerra y el comercio agresivo se convirtieron en las principales actividades. Así crearon
poderosos estados militares centrados en la lucha por el dominio y la posesión, destrozándose
unos a otros. Pero la gran cultura que nació en la época pre-hispánica se conserva aún intacta,
celosa de sus costumbres cotidianas y buena parte de sus creencias permanecen vivas en los
corazones de los hombres y las mujeres que supieron dar continuidad a su crecimiento. Habitan
El Encanto. Siguieron desarrollándose hacia lo ascendente del espiral que se ensancha y se
expande en la inmensidad. Evitaron su total desaparición. Consolidaron el sentimiento que los
identifica de amor al mundo y a la vida. De igual forma que antaño, pero desde adentro, sin más
sacrificio que el propio. Allí es donde permanece todavía su espíritu; un espíritu que logró
despojarse de aquello que era inútil y ya no servía. Siguen conservando ese fantástico mensaje
como fuente interna que alimenta el planeta y nutre la existencia humana desde la energía
cósmica que bombean con alegría, dueños de la herencia espiritual que legaron de sus
antepasados que supieron reconocer y retroceder justo antes de la tragedia.
Lo ha explicado reflejando su implacable paz, como quién habla aprendiendo de sí mismo al
escucharse.

Los dos amigos fueron seducidos y cautivados por su magnetismo. Estaban


desconcertados. Ambos sorprendidos. Gratamente atrapados por la magia que
rodeaba a su interlocutor, porque de igual modo como los árboles no se esfuerzan en
crecer, simplemente crecen, de igual modo como los delfines no se esfuerzan en
nadar, simplemente nadan, de igual modo como las flores no se esfuerzan en oler,
simplemente huelen... de igual modo, el inmenso Jaguar giraba sobre su mismo eje
como la Tierra.
Es propio de los niños jugar, y de la lluvia mojar, y de las estrellas relucir y
parpadear como tan propio era para el Jaguar ser pura ráfaga de energía universal.
Únicamente las aves vuelan sin caerse. El sol calienta sin apagarse. La luna
celebra su ciclo sin detenerse, igual que la marea sube y baja y así, limitándose a ser,
el felino de cósmica piel hace menos para conseguir más… y lo consigue todo.
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Oscar e Iván intuían con claridad que si bien las obras arqueológicas son
extraordinarias y extensas, el área restaurada no es más que una pequeña parte en
comparación con todo lo que la jungla todavía cubre. Pero aunque año tras año
continúen removiendo las tierras, tan sólo encontrarán piedras inertes, restos de una
civilización que se escondió en El Encanto antes de perecer.

Necesito un café… ¿qué hora es?

Recuerdo la sensación. La mayoría de los edificios de Tikal se escondían. En cualquier


parte que se camine, se posa el pie sobre vestigios de antiguas construcciones
sepultadas. Plazas o tal vez un palacio arrasado. Probablemente más de cien edificios
descansan sellados, camuflados bajo las estructuras que pisan la gran cantidad de
turistas que visitan las ruinas.
Tikal no es más que la punta del iceberg del cosmos. El resto está en El Encanto.
Ahí se encuentra el testimonio. Pero el hombre seguirá invirtiendo tiempo y dinero
excavando kilómetros y kilómetros de territorio. Estudiando, tipografiando, delineando
y analizando los hallazgos materiales. Investigando las construcciones que clasificará
y ordenará. Pero no averiguará jamás qué es lo que hay en su atmósfera. Su masa
invisible es intangible porque se trata de un mensaje penetrante que proclaman
quienes habitan bajo el Charco Esmeralda.

Sin rasgar la situación ni alterar las circunstancias, espontáneamente y con amor, disfrutando del
instante, así, continua el Jaguar tratando a Oscar e Iván como iguales a él.
Con tono cálido se comunica sin mover los labios.
_ La mayoría de los edificios se han convertido en montículos de montaña. Tal vez un palacio
devastado se encuentre bajo nuestros pies. Es más, sentid como un niño curioso que ha escapado
de sus padres para adentrarse en la jungla camina por encima. Y temblará y su estómago se agitará
cuando reciba la señal, porque en verdad os digo que existen vestigios de antiguas construcciones
sepultadas, pero en nosotros, en cada uno existe la semilla de su sabiduría… y sin necesidad de
tener que desenterrar nada.
_ ¿Qué sabiduría? -interviene Iván interrumpiéndolo.

Detrás de ellos se encuentra Tzompantli. Para algunos, simplemente un muro de calaveras humanas.
Una plataforma donde se ponían las cabezas de los decapitados en ceremonias rituales. En frente está
Tzolkin, calendario ritual Maya de 260 días conformado por veinte signos y doce numerales que se
combinan para designar los brutales días de barbarie.
Oscar no puede evitar referirse al ritual.
_ No se aferraban a vínculos un tanto primitivos...
Y vuelve a surgir de entre la maleza el diestro Jaguar para expresarse como lo haría el que caza para
alimentarse y nunca para satisfacerse con la sangre.
_ Interrogué a Oküli sobre el significado del “juego de pelota”. Él mejor que nadie podía explicarme
que simboliza la lucha de contrarios cósmicos que hace posible la existencia. La pugna entre el
sol y la luna, o sea, del día contra la noche, pero también el combate definitivo del lado oscuro

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del mal frente al lado celeste de la luz del bien. Ese “juego” siempre relacionado con las estrellas,
era acompañado con la decapitación de prisioneros de guerra, esclavos rebeldes, y jóvenes
vírgenes ofrecidas en sacrificio para propiciar la fertilidad del santuario como punto energético
de contacto con la divinidad. Pensaban que los dioses llegarían a Tikal para inspirarse. Pagaban
un tributo para que sucediera.
La cabeza desprendida del tronco se convertía en la pelota. Su práctica era la actividad propicia
para que los astros siguieran existiendo y el universo continuara.

En Tikal, como en todas las ciudades y centros ceremoniales de Centro América se


encuentran estas canchas que consisten en dos construcciones rectangulares con
muros verticales que delimitan el espacio en el cual se disputa el enfrentamiento.
Cada equipo en una mitad del campo, realizaba servicios con la mano impulsando
la cabeza que sólo podía permitirse tocar el suelo una sola vez, porque al no botar,
cuando lo golpeaba, se deformaba enseguida.
En el Charco Esmeralda cuya silueta asemeja a un león, no existe tal
construcción ni practica parecida. Es imposible entrever alguna simulación del juego
de pelota. Tampoco hay pirámides.

Nada en el Jaguar es imitación. Prosigue modesto por la senda con luminosidad imperecedera.
_ Pregunté a Oküli por sus tótems, por sus máscaras en los actos religiosos, en quién se identificaba
su tribu. No hallé ninguna representación de su Dios. No vi que adoraran a ningún animal. Me
quedaba claro que emergían de la naturaleza de la sangre y del suelo. Quise saber cómo había
dado comienzo la historia de El Encanto.
Indagué cuál era su reino, porque sus manifestaciones no eran tangibles ni comprensibles para
mí. No había monumentos ni altares ni un lugar determinado donde rezar a un ser supremo. Y
Oküli me contó cosas interesantes cuando le solicité saber cómo se llama su Dios y dónde es que
se encuentra.
_ ¿Lo anotaste?... -salta Iván a la caza de una primicia como si se tratara de un vulgar paparazzi en
busca del filón mediático-. ¡Grabaste la conversación!
_ Hay cosas que al escucharlas quedan impresas en el alma. Y luego deben reproducirse desde adentro,
nunca palabra por palabra ni con el mismo tono o acento. Su voz no era lo más importante. Yo
tenía que vislumbrar su sentido. No debía llevarme más que su mensaje.
Si Oküli se hubiera limitado a contarme las cosas, quizás hoy las hubiera olvidado. Porque me
las mostró las recuerdo. Pero el noble acto de cederme la Conciencia de su Tribu me ha implicado
de tal manera que he llegado a una profunda comprensión. Todas las cosas deben hacerse
sencillas. Esta ha sido su verdad, ahora me toca a mí contar la mía. ¡Cuanto más atrás pueda mirar
más lejos podré mirar hacia delante!
Entonces interviene Oscar para insistirle al Jaguar.
_ Pero cuéntanos, ¿qué es lo que dijo cuando le preguntaste como se llamaba su Dios? ¡Estamos
impacientes! Te escuchamos con atención. Parece que tienes algo importante que transmitirnos.
_ Un nombre siempre denota una cosa o una persona, algo finito. Como puede Dios tener un
nombre, una cara, si no es una persona ni un objeto ni una cosa ni tampoco un ser que vive en

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el cielo sentado en su trono omnisciente. Dios es energía cósmica. Y esta energía cósmica se haya
en cada uno de nosotros en diferentes grados.
Oscar e Iván lo miran con cara de incredulidad. Y quiere el Jaguar ser más explícito.
_ Cuando se prepara un caldo, se pelan y cortan toda clase de verduras. Se añade agua y un hueso
enorme. Se pone la olla encima del fogón y se deja cocer durante bastante rato para que suelte
el jugo, porque de otra forma no sería un caldo. Pero todo esto no tendría ningún sentido si
previamente no se ha encendido el fuego. El fuego de la vida es la energía cósmica. El nacimiento
de un niño, el crecimiento de un árbol, la creación de una imagen artística, todas son
manifestaciones de la energía cósmica.
La energía cósmica infunde y crea bondad y belleza en las cosas, porque la energía cósmica
está alimentada por el gran espíritu del universo.
¡La energía cósmica es un secreto a voces!
Aproximándose a cada uno para tocarles el pecho con su palma abierta mientras inmediatamente
coloca su otra mano en la espalda, y la aprieta, se expresa el Jaguar con el escándalo de un disparo.
_ La energía cósmica es un huésped, Oscar. Es tu inquilino, Iván. Existe en cualquier organismo para
infundirle alma.
Ninguno de los dos se sorprende que el forastero los llame por su nombre.
_ Dios es verdad, amor, y justicia -proclama Oscar con determinación.
_ La energía cósmica también. Cada uno de nosotros lleva implícitas estas cualidades en su seno.
Entonces hace su aparición Iván el terrible.
_ Dios es una ilusión infantil como lo son los Reyes Magos. La gente quiere que se la rescate, que
alguien la vigile y la castigue. Quieren un ser que les aprecie cuando son obedientes y se enfade
a causa de la desobediencia. La mayoría de las personas no ha superado esta etapa infantil. De ahí
que su fe en Dios signifique creer en algo todopoderoso y a la vez protector.
_ Iván, con la excepción de algunos grandes maestros de la raza humana y un pequeño grupo de
indígenas que han superado este concepto, ésta es la forma predominante en el mundo… ya sea
que llamen a Dios, Alá, Buda, Yahvé, Krisna o Jehová.
El reino del mundo espiritual es tocar a Dios entrando en contacto con la energía cósmica.
Dios se representa en cada uno de nosotros y cada uno de nosotros somos un pedazo de Dios.
La idea de un Dios que habita fuera de las cosas, es considerada por los que habitan bajo el Charco
Esmeralda la forma más extrema de ignorancia. Las personas no pueden conocer lo que Dios es
aunque tengan pleno conocimiento de lo que Dios no es. No puede hacerse ninguna afirmación
concreta a cerca de Dios. Dios es un sin fin eterno. Dios no es el conocimiento de Dios mediante
La Biblia, ni el pensamiento del propio amor a Dios mediante su creencia, sino el acto de
experimentar la unidad con Dios a través de la liberación de la energía cósmica que fluye
indiscriminadamente por el universo.
El Jaguar advierte que las ventanas de las almas de Oscar e Iván se abren, y comprobando que agrada
su mensaje, sigue.
_ Lo fundamental es combinar el pensamiento con el acto. Lo importante es ensamblar la fe con la
acción. Lo esencial no está en el sentimiento, sino en el movimiento que lo enlaza con la
conciencia de unidad.
Y ante la mirada interrogativa de los corazones inquietos de Oscar e Iván, continúa.

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_ Algunas personas creen que van a ver a Dios cuando llegue su hora, como si Él estuviera allí arriba
aguardándolos. Pero eso no puede ocurrir porque Dios y yo somos Uno. No tengo idea de lo
que pensáis en este momento, pero vuestras caras denotan confusión. También sois dioses. Lo
encontramos en cada esquina, respirando en esa cosa que conforma el mundo y la vida. Cada
quién experimenta “la presencia” como le apetece, ya sea para alabarlo o para quejarse, incluso
para molestarse cuando molesta su potente influencia.
La energía cósmica no pertenece a una sola persona, sino a los que quieran reconocerla y
disfrutarla. Al descubrirla, yo lo acogí en mi seno. Encontré en ese momento aquello que
siempre había estado en mí. Lo tomé en mí mismo y al amar a la energía cósmica, ella salió, y
penetró de arriba adentro y de ahí abajo hacia fuera después de una carambola y ahora me
fulmina siguiendo su curso, conectándome con todo en perfecta comunión.
_ Entonces, Dios, ni es una madre protectora ni es un padre que castiga y recompensa -musita Oscar
tímidamente.
_ Más que hablar de Dios, hablemos de energía cósmica. Es un concepto superior.
Para creer en Dios hay que tener Fe. Con la energía cósmica no es necesaria. Cualquier material
de la clase que sea contiene energía, y ésta jamás perece. Varía, cambia: evoluciona... las cosas no
se pierden ¡las cosas se transforman! ¿Quién puede negarlo?
Lo importante no es la confianza en la acción. Conjugar sentimiento, actitud,
comportamiento, forma parte del ciclo vital del ser humano. Ahí nace el equilibrio existencial.
Obviamente, el componente de fe contribuye considerablemente. Aún aquellos investigadores
científicos no creyentes, los que no quieren darle un rostro a la energía cósmica, tienen fe. La fe
es el motor que da confianza a cuanto realizamos. Sin ella no habría proyectos de vida. ¿Para qué
buscar soluciones a enfermedades a través de la ciencia sino hay fe en las mismas?
Primero se siente y se piensa; se cree que todo va a salir bien. Si no hay interés, no hay fuerza.
Si no hay convicción, no hay permanencia. Pero lo importante no es sólo la fe en algo ajeno
extremadamente bueno y grande fuera de nuestras posibilidades, sino comprender que vivimos
en nosotros, en la seguridad de nuestra propia voluntad que se traslada a la confianza en la acción.
Hay personas que sólo oran para invocar algo externo permaneciendo pacientes, pasivos... ¿no
es cierto Oscar?
Otras personas creen que pueden prescindir de todo, negando e incluso repudiando a todos
mientras actúan... ¿no es cierto Iván?
Lo correcto es no menospreciar la responsabilidad de partir desde adentro. El destino no
depende exclusivamente de los designios externos que provocan determinados resultados, sino
de la consecuencia de una iniciativa que nace de la voluntad para sumarse al conjunto en la
energía cósmica. No hay que adoptar una visión determinista y cerrada. No debemos negarnos
a hallar un sentido a nuestra historia. ¿Qué somos?... Somos Hijos de las Estrellas.
El Jaguar hace una pausa oportuna. Y un largo silencio se extiende hasta los confines de la jungla.
Entonces preguntan al unísono Oscar e Iván.
_ ¿Puedes repetir lo que has dicho otra vez, por favor?
Ambos amigos están abrumados por la cuestión planteada y se muestran completamente turbados.
_ Somos verdaderamente Hijos de las Estrellas. Esto lo saben los descendientes de los primeros Maya.
Los elegidos que se descubrieron como un Dios en Sí Mismos. La idea perturba porque desafía

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antiguas costumbres y esboza prejuicios. Pero al principio sólo existía la energía cósmica. Al
inicio, lo único que había por todas partes era un universo incandescente que siguiendo el ciclo
del proceso evolutivo dio a luz ínfimas partículas en un desorden indescriptible y como resultado
de sus acoplamientos, los primeros átomos intentaron uniones explosivas en el espacio. Las
primeras moléculas emprendieron una danza ininterrumpida engendrando planetas, y uno de
singular que reemplazó a las estrellas para hacer evolucionar la materia. Y llovió en la Tierra.
Estaba caliente, envuelta en espesas nubes de donde caían sin cesar aguaceros hirvientes para
procrear microbios que mutaron.
Se adormece a las personas con la esperanza de una recompensa celestial cuando la mejor vida
en el cielo yace dormida en nuestro cuerpo. Ahí viven las mismas estrellas que palpitan en nuestro
ADN. El ser humano alcanza el máximo grado de perfección cuando fusiona lo animal con lo
divino.

La mirada del Jaguar es tan intensa que se clava en las almas de Oscar e Iván. Las palabras reveladoras
infunden luminaria a sus entrañas. El apasionamiento entusiasta los obliga a seguir pendientes del
más íntimo vocablo que no escuchan, pero lo sienten vibrar frente a ellos en la Plaza Mayor entre la
pirámide del Templo de las Máscaras y el Templo del Gran Jaguar.
_ Tras esta eclosión fantástica, caídas del cielo, sutiles moléculas se instalaron en las lagunas para
inventar las primeras gotas de vida. Así prosiguieron su obra frenética de ensamblaje en la
superficie del planeta los pedazos de estrella que se tornaron solidarias y cooperaron, asociándose
en estructuras capaces de reproducirse. Y más tarde las primeras células se agruparon en
organismos que se diversificaron pululando por doquier hasta colonizar el planeta
desencadenando la evolución animal, imponiendo la fuerza de una vida donde se encuentran los
elementos del Universo.
El Jaguar realiza una pausa y tiembla emocionado. Transmite la escena a sus interlocutores que
absortos y conmovidos oyen desde el corazón mientras lo miran con los ojos del alma abiertos y sin
parpadear.
_ En la luz del universo queda mucho por descubrir. La creación no es algo terminado, es vitalidad
en permanente evolución. La Tierra no es más que un pedacito de Creación, un granito de
Universo, un pequeño Sol que se enfrió.
Primero fue un horno atómico cuyo calor era increíble hasta que cesó de brillar en el espacio
y comenzó a respirar por si misma desde la quietud.
Ahora es un punto apenas imperceptible en una de los quinientos millones de Galaxias, y en
este planeta nuestro nació un mundo lleno de colores. Nacieron y murieron especies. Otras se
diversificaron. La vida creció y se multiplicó y pequeños monos juguetones crecieron en un
mundo de vegetación.
Contemplaron el entorno desde las ramas. Comían frutos y caracoles. Y para resistir la sequía
cuando azotó, nuestros primeros antepasados descendientes de las bacterias y de las galaxias se
levantaron para caminar sobre sus patas traseras y descubrir un universo nuevo. Fue un cambio
drástico pero todavía no éramos personas.
Esos cuerpos contenían miles de partículas que un día no fueron otra cosa que energía
cósmica.

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Y murió ese universo nuevo porque se hizo viejo y nació a continuación otro que dominó el
bípedo oportunista que no tardaría en conquistar el planeta para inventar el arte y la guerra.
Ocurrió otra concluyente mutación que originó a la Humanidad hace aproximadamente diez
mil años.
Nació la primera civilización cuando se agruparon en mayor número en las llanuras fértiles y
descubrieron la manera de cultivar la tierra y de criar el ganado sin atentar contra el entorno.
Se interrogaron sobre sus orígenes como vosotros dos, y amontonados en este pequeño
planeta amenazados por el propio poder tecnológico, los seres conscientes y curiosos alzamos
los corazones al cielo al igual que lo hicieron los Maya para preguntarnos ansiosos ¿cómo
continua este relato?
Estamos en un momento de inflexión en la Historia de la Humanidad, porque nos
encontramos en medio de una ruptura… a las puertas del encuentro con el eslabón perdido.

A continuación de rascarse la barbilla, con su prudencia, cuidando la excesiva inteligencia, Oscar busca
una aclaración.
_ ¿Estás diciendo que la evolución de la materia es fruto del azar?
Y prosigue silbando el enigmático Jaguar.
_ Durante siglos, se ha pensado que nuestro diverso y complejo mundo lo había hecho Dios en siete
días, pero resulta que es la misma evolución de la materia, de lo inerte a lo inteligente lo que ha
dado con nuestra actualidad. Un chispazo empujó el comienzo, y eso fue el vibrar de la energía
permanente e infinita de un cosmos inagotable. La evolución de la materia no es azar. Es
evolución. La evolución inventó la reproducción, el mundo y la vida y la muerte.

Interviene Iván empuñando su pragmatismo.


_ ¿Dios no tiene nada que ver?
Y misterioso en su porte responde con naturalidad el Jaguar.
_ Este es el gran secreto que todo mono hijo de las estrellas debe descubrir por si solo. Ese individuo
tiene la respuesta titilando en su haber… no se puede permanecer como mero círculo… El
ciudadano de hoy debe volver a mirar su entorno desde un punto de vista mucho más elevado y
generoso para efectuar la necesaria vuelta de tuerca que reclama el espiral de la evolución.
Iván no puede reprimirse.
_ Sabed que a mi la descendencia simiesca no se me hace difícil de aceptar.
_ Tú –le dice Oscar examinándolo de arriba abajo- has sido toda tu vida un camaleón. No me
extrañaría que pudieras convertirte en un orangután de largos brazos y cuatro manos. Para ti la
vida es como una película de aventuras fantásticas.
_ Y es la vida una larga epopeya de aventuras. Primero fue cósmica. Luego química. Y ahora es
biológica. Pero el porvenir del ser humano radica en la vida del universo latiendo en nuestro
cuerpo.
_ ¿No es ésta una predicción imprudente o… insensata? –pregunta Oscar.
_ Espera a sentir el Secreto y verás –afirma el Jaguar.
Entonces Iván añade con la inquietud en su paladar.
_ ¿Seguirá transformándose nuestro cuerpo?

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Pero antes de cualquier respuesta intercede Oscar.


_ Y el universo... ¿seguirá creciendo?
_ Más yo os pregunto, ¿hay otras formas de vida en el Universo? ¿Existe una nueva manera de obrar
en la Tierra?
Después de las fases cósmica, química, y biológica, inauguramos en el Tercer Milenio una
época en la que algo suntuoso sucederá
_ ¿Qué? -preguntan al unísono Oscar e Iván.
_ El acceso a una conciencia colectiva de nosotros mismos. Porque conciencia implica expansión. La
conciencia encerrada en un círculo se limita, se tropieza si no damos paso al espiral. Podemos
entrar de lleno en contacto con El Gran Espíritu.
_ Iván –pregunta Oscar algo turbado- ¿Hemos tenido una alucinación?
_ ¡Simples rayos de luz han llegado a nuestras retinas! –responde Iván.

Pisadas que no se escuchan. Ojos que ven de noche. Orejas que oyen todos los vientos. Dientes
afilados, blancos, largos. Por eso las manadas de venados se guarecen. Ronda hasta el alba el Jaguar.

Tikal es una huella en el tiempo, un lugar de aquellos que plantean interrogantes aún
no resueltos.
Ambos amigos estaban a punto de penetrar en el estado más profundo de su
ser para desembarcar en la otra orilla donde aguarda su misterio. Tienen que hacerlo
juntos para ascender por la escalinata de la vida.
Al igual que el sol, que parece abandonar su punto más alto en Junio, para
descender muy gradualmente hacia el horizonte sur del cielo, haciendo que el arco
en cada jornada consiga que se acorte por varios minutos, tanto en la mañana como
en el atardecer, como si fallecieran, perdieron fuerza, luz, calor, y no levantaron más
cosechas. No eran arquitectos de su devenir, ni participaban de la naturaleza como
autores de cada hoja, de cada insecto, de cada suspiro.
Pero Oscar e Iván refrenaron sus impulsos ignorando su maldad para que no
salpicara a otros, y este hecho fue determinante. Dejaron España, porque los dos
entendieron que de insistir por aquel camino agotado, hubieran sufrido
irremediablemente.
Podían haberse quedado atrapados por sus respectivas situaciones, pero
reunieron escasas fuerzas dispersas y se concentraron en su propia necesidad de
crecimiento. Estaba en juego la posibilidad de alcanzar la plenitud de su existir.
Decidieron no atarse a los pasados actos que dejaron atrás, cuyas
consecuencias se convirtieron en una incógnita.
No valían las vivencias pasadas. Nada más el inmediato presente tenía sentido.
Es durante el único instante donde puede realizarse la NECESARIA conciliación,
porque sin CONCILIACIÓN no hay verdadera libertad. Y sin libertad es imposible
disfrutar de la plenitud.

En su transito por los eventos de su existir, tropezaron con un estado en el que se


asfixiaban. Y la acumulación de negatividad se convirtió en una carrera de obstáculos

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interminable. Aquellos sin sabores no carecerían de sentido. Los apuros ofrecieron un


experimentar.
La vida de ambos no había sido fácil. Pero hay un aspecto positivo: se
encuentran juntos en Tikal. Sin tanta presión, jamás hubieran llegado al lugar. Y
aunque su enfermedad parece difícil de curarse, pueden sanar. Morir y resucitar.
Cuando no se consigue cambiar algo, debe variarse el modo de enfrentarse y
relacionarse con “esa cosa”. Debe observarse el acontecimiento de otra manera. En
el indagar radica el autentico sentir del alma. Se abre una oportunidad para los dos
buenos amigos.
Tienen muchas horas por delante para saladrear. Necesitan plena
concentración y seguir adelante a pesar de la sorpresa, aún cuando se trate de
realizar alguna clase de acto ilógico o surrealista como es aceptar la certeza de la
peculiar visión de un jaguar.
Se encuentran en una encrucijada que guarda un poético mensaje que del
derecho o del revés, es siempre el mismo mensaje.

Iniciamos la revisión de MI VIAJE situados en los meses previos al cierre del siglo XX,
con la opción de rescatar los antecedentes de estos dos personajes que recorren su
existencia; el uno como pícaro y el otro como místico, avanzando en amistad noble
y perseverante al encuentro con su dignidad. Y de repente se topan con quien mide
con perfectos pasos iguales el tiempo y el espacio llevando una sentencia apta para
conjurar todos los males, ¿un directo mensajero de Dios? Es, quizás, ¿un corresponsal
del universo?
Qué importa quién sea o de donde venga el felino.
Lo único importante es lo que haga durante su estancia en Tikal.

¡Uf! Necesito estirar las piernas…

No puedes florecer sino hasta después de una crisis. Tras la tempestad viene la calma.
Pero no hay calma verdadera sin tempestad aterradora. ¿Había finalizado el período
de tinieblas de Oscar e Iván?...
Deben identificar su lado oscuro, esa faceta mal desarrollada. Pueden mirar con
una sonrisa el pasado, entendiendo que las dificultades traen la semilla de algo bueno
cuando concurre la conciencia. Ese contratiempo fue el guía. Tikal un impulso. El
Jaguar era su maestro.
Toda rectificación antecede al crecimiento. Así se considera el lado útil de la
fatalidad: ejerciendo una actitud constructiva.
Solamente en el punto de mayor sufrimiento se advierte el resplandor de la luz,
merced a la cual se nos brinda la opción de llegar a descubrir el propio ecosistema
interior.
¡Sufrir es una forma de vivir! Será terriblemente desdichado quien no sea capaz
de arrancarle una canción a la adversidad. De nada sirven los arrebatos de ira. Es
mejor conservar la esperanza en la odisea del proceso evolutivo. Adiós al odio.
Mutación sagrada.

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Decididos a ponerse a trabajar con esmero, pueden optar por restablecer su


estado de dicha si corrigen aquello que es necesario.
Y como los pescadores que se disponen a remendar las redes cuando el mar
se agita embravecido, ¿aprovecharán el incidente?

Mientras Iván se pregunta: ¿Qué puedo aprender de esto? ¿Qué lleva consigo esta
flamante experiencia? Oscar se pregunta: ¿Por qué está sucediendo esto? ¿Es posible
que haya pasado?
No caen en ninguna ilusión, y sin embargo, la más poderosa de todas las
alucinaciones posibles está frente a ellos.
El valor íntimo de ambos experimenta un considerable aumento. Neutralizan
cualquier oposición dejando que la acción correcta fluya en libertad.
El universo de la vida espiritual se cierne sobre ellos para acrecentar la
autenticidad de su ser.

En un espacio intemporal, en una etapa anterior al renacer, la presencia del Jaguar


fuera improbable y sin embargo, había sido real. Ahí estuvo frente a los dos. No les
quedaba más remedio que rendirse, sometiéndose al extraño animal.
En un acontecimiento donde la actividad útil puede ser congelada,
simultáneamente y de manera inusual, Oscar e Iván se hinchan de magia como
globos dispuestos a elevarse.
Si intentan resistirse, sus sentimientos perderán la intensidad ganada. A los dos
les invade la sensación de haberse “conectado a la Vida”. Necesitan aferrarse a tan
grata sensación sin dejar de perder la coherencia. ¡Se producirá el deshielo!

No hay razón para inquietarse. Yo solo encontré razones para maravillarme. Nada
podían hacer que no fuera aprovechar la eventualidad del beber agua de viento de
la fuente de la vida en un mundo de espejismos y alucinación.
La capitulación es una muestra de sabiduría. Y en su aislamiento, los dos tienen
que obrar con cautela, pero con plena franqueza y sin reprimir sus potencias.
¡La semilla de lo nuevo está presente en la cáscara de lo viejo para que pueda
mudarse el vestido de la piel!
¿Permanecerán vigilantes Oscar e Iván a cualquier signo de resurgimiento del
Jaguar?

Son dos caras de una misma moneda. La complejidad de su persona se derrumba y


lo sabe el Jaguar... ¡hay que rescatarlos!
Lejos de una integración, ambos se habían estado desintegrando sin solución.
El agente nocivo era la ausencia de su genuina esencia. Los dos intentaron reemplazar
el elemento principal que ignoraban por una apariencia espectacular en el caso de
Iván, y una convicción férrea de enmarañados pensamientos en el caso de Oscar.
Pero la vida se había encargado de ponerlos a prueba para desbaratar su evidente
debilidad, forzándolos a enfrentar su vulnerabilidad, y el hallazgo.
Proyectado hacia fuera, participando en el mundo exterior, Iván dibujaba unos
valores de contenido real porque la realidad tenía valor para él. Concentrado en sus
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ideales, constituían el eje que dirigía su conducta, apreciando del entorno aquello
que tomaba cuerpo en función de dichos ideales.
Oscar en cambio, proyectado hacia su interior, poseía una línea interna de
donde emergían todas las exteriorizaciones vitales de la profundidad todavía parcial
de su alma. Operaba a modo de verse obligado a no poder ser de otra manera,
encerrado.
Y sin juicios ni prejuicios lo invocaron para leer en el abismo de sus penetrantes
ojos que los absorbe. Comprenden al Jaguar, quien a fuerza de ser tan claro y simple
como el cristal, engaña... jugando a que no existe.
Sin disimulo ni simulación, participando de su misma alma, Oscar e Iván lo
observan más allá de su figura e indumentaria y, a primera vista, sin apenas
reflexionar, lo perciben como un Todo (no falla el sexto sentido). Y al contemplar al
Jaguar y su hábitat, vislumbran de un lado el mundo superior, y del otro lado el mundo
vital, que solo pueden ser considerados opuestos ignorándose, olvidando que el
primero está hecho de moléculas que están compuestas de átomos y que el segundo
son células hechas de las moléculas del primer grupo, y esto debería dar un
organismo inteligente como resultado de la interacción e interdependencia de ambos
constituyentes.
Aparece en escena sin saberse con seguridad si es valiente o cobarde, humilde
o vanidoso, verdadero o irreal, al romper el alba ¡una dos tres veces, bramando el
Jaguar!
Forraje para el buey. Cardos para el camello. Y para el niño pequeño leche de
miel y un rayo de sol, porque bajo la piel del Jaguar se siente el beso del viento que
devuelve a los momentos sin dueño.

Sábado 22 de diciembre del 2012, por la tarde

En la actualidad existen mayas en Méjico, Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador, pero los mayas
de hoy poco tienen que ver con los Maya de antes, sino es porque comen lo mismo desde hace más
de un siglo. De lo contrario, Tikal no hubiera permanecido oculto tanto tiempo. Cuando en 1841
John Lloyd Stephens desarrolla y fundamenta una teoría para demostrar que los antiguos moradores
eran los ancestros de los mayas de hoy, ellos fueron los primeros sorprendidos. Nunca se preocuparon
de sus raíces. Desconocían que las tuvieran en forma de piedra.
La primera expedición oficial tuvo lugar en 1848 y el hallazgo se le atribuye al coronel
Modesto Méndez por ser quién encabezó el grupo y escribió el informe, pero el mérito le
corresponde al gobernador Ambrosio Tutz que ya había visitado el lugar unos días antes siendo el
primero en dar la noticia por mediación de unos dibujos bastante rudimentarios de incalculable valor
histórico.
El emplazamiento de las majestuosas edificaciones piramidales obedecía a consideraciones de
carácter astronómico. Al principio era una sociedad pacífica con una escritura dedicada
exclusivamente a temas esotéricos. Su sistema agrícola era poco avanzado pero en El Encanto lo
mejoraron hasta perfeccionarlo.

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Tikal es el vestigio religioso y ceremonial de una gran civilización que inició la decadencia. Sus
habitantes emigraron y los que quedaron perecieron dejando templos y palacios en poder de la jungla
tropical que los abrazó con su espesura hasta cubrirlos con su manto verde.
Este lugar permaneció oculto bajo la jungla durante más de mil años, porque la vegetación
no perdona espacio ni senda ni grieta ni tiesto, simplemente brota la maleza aromática aquí y allá,
por todas partes crece la fruta jugosa. La hierba y la enredadera embrujadora crecieron sobre
desfiladeros de templos insondables, por entre las gargantas por las que discurren desde altísimas
montañas los manantiales de los conocimientos Maya.

Se han levantado los tres dejando atrás la Plaza Mayor para visitar cada construcción que se destinó a
conmemorar la aparición del sol en los equinoccios y los solsticios.
Caminan unidos por entre la cálida foresta de seco clima en la arena salina rodeados de frutas
y plantas silvestres que colorean la vida con ritmo desigual.
Avanzan envueltos por una temperatura que oscila de los veintisiete a los treinta y nueve
grados.
A Oscar se le aparece la figura de Ana y exclama:
_ ¿Creéis que los mayas tenían un conocimiento avanzado sobre sus mujeres? Saber cómo son las
mujeres es una tarea que la mayor parte de los hombres consideramos imposible. No piensan ni
sienten de igual forma a como lo hacemos nosotros. Honestamente, ¿las frustramos?... Creo que
el mundo se vuelve insípido cuando faltan. Me pregunto si hacemos algún esfuerzo real por
comprenderlas.
Y aquél con quién había intercambiado impresiones y rasgos como dos pintores intercambian sus
pinturas añade:
_ Ellas desean seguridad. Los hombres tendemos a la osadía y al riesgo. Yo mismo quiero ser más
fuerte y sabio, pero a Susana todo le está bien. Es conservadora. Cuando comparto mis proyectos
con ella, únicamente se preocupa por saber de dónde va a salir el dinero. Ah! Eso sí... todos los
días necesita ser amada.
Entonces irrumpe el Jaguar con el mismo esplendor de la primavera.
_ Todos estamos necesitados de amor, no solamente las mujeres Iván, pero es la expresión de ese
amor lo que distingue a las mujeres de los hombres.
Iván se considera diestro en semejante materia y afirma.
_ Yo me siento satisfecho con saber que me ama, pero Susana necesita que se lo diga por lo menos
un par de veces al día. Su jornada no está completa sin estas palabras. Y cada noche antes de cerrar
los ojos las pronuncio porque me sale del corazón. Afortunadamente mis palabras están de
acuerdo con mis sentimientos. Además de oírlo, Susana necesita sentirlo a flor de piel, y es así
como yo procedo… terminando la jornada con una demostración física de amor.
_ Ana es una mujer que expresó bien sus emociones. Las lágrimas de nuestra tragedia jugaron un
papel importante. Cuando sus lágrimas iban a derramarse, con mucho tacto intentaba no
frenarlas. Pero ya no se bien si todavía se derraman. Antes le preguntaba si quería estar sola o me
permitía quedarme a su lado para consolarla. Recuerdo que luego siempre se encontraba muy
relajada. Y yo me sentía mejor. Pero desde hace unos años... Deberíamos aprender...
El Jaguar permanece dispuesto a comunicarse y lo hace mirando a Iván.

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_ Susana te necesita. Eres su mejor compañía. Para ella es importante tener amigos, pero tú eres del
todo indispensable porque llenas una parcela única de su vida. Sigue amándola sin desfallecer. La
haces muy dichosa cada vez que comprueba que prefieres estar con ella más tiempo que con
cualquier otra persona. Esos largos paseos los dos solos en invierno por la playa la llenan de un
amor inconmensurable. Es una auténtica música celestial para Susana. Se siente honrada y
halagada. La haces sentir de una manera muy especial... igual que ha Ágata.
El invitado ha tocado la fibra sensible de Oscar que reconoce el error de haberla abandonado en el
garaje.
_ Con nuestro problema, yo a veces... intenté dejarla sola salvaguardando su privacidad, pero creo
que Ana precisaba mi proximidad con mucha más frecuencia. Sin darme apenas cuenta me alejé,
quizás demasiado. Le di mi ternura y mi fortaleza, pero nunca le hablé directamente de perdón.
_ A ella le bastaba una pequeña caricia –lo expresa con un zarpazo que le rasga el velo-. Quería que
la estrecharas entre tus brazos más a menudo. Que le tomaras la mano y la besaras en la frente.
Ella necesitaba sentirte cerca y compartir el dolor, incluso cuando nada había que decir. Tu
distancia de los últimos días la hirió. La hirió más de lo que te puedes imaginar.
Oscar está boquiabierto y pasmado a la vez. ¿Cómo podía saber tanto el Jaguar? Parecía controlar
todos los detalles, pero… ¿lo sabía todo?
Comprobando la incomodidad de su amigo, Iván desvía la conversación.
_ Al igual que los hombres, las mujeres necesitan expresarse creativamente. Si tienen talento, es muy
raro que lo oculten al marido. Pero no todos los maridos alientan a sus esposas por miedo a que
sean mejores que ellos. Algunos dicen que una mujer inteligente castra la virilidad, por eso las
inundan a base de rutinarias y aburridas tareas del hogar hasta que la monotonía es sustituida por
la televisión. A mí me gusta estimular a Susana. Pero ella no suspira por tener tiempo para leer o
pintar. Más allá de Ágata y yo, solo existe su jardín... bueno, y su madre y las vecinas, ja, ja, ja! A
mí me gustaría que experimentara nuevas recetas en la cocina. No dudo de sus formidables
aptitudes y la aliento a que descubra en ella otros deseos y manifestaciones. No limito su
expresión intelectual.
Y reaccionando casi a la defensiva le contesta Oscar.
_ Jamás prohibí que Ana expresara su opinión en una reunión de grupo aunque todos los presentes
fueran hombres. Siempre resultó divertida su aportación. Tiene un punto de vista sobre ciertas
cosas que me deja perplejo. Algunos compañeros de trabajo del bufete creen que el papel de sus
esposas es el de sentarse en silenciosa admiración mientras ellos se pavonean de esto y aquello.
Yo no. Nunca, ¿oíste Iván?
_ Los hombres -la verdad se expresa desde el enigmático Jaguar sin reservas-, a menudo nos sentimos
tan orgullosos de nuestra aguda capacidad de razonar y resolver las crisis del mundo que con
frecuencia olvidamos fácilmente que las mujeres también pueden pensar incluso mejor que
nosotros. De hecho yo les atribuyo el papel del "sexo fuerte". A lo largo de la historia, sus mentes
han aprendido a integrar esa penetrante herramienta que el hombre parece ignorar –el Jaguar
lleva su mano al corazón.
_ Es evidente –afirma Iván- que una esposa desea ser respetada, sobre todo por su marido, y quiere
ser la responsable del hogar, pero también ansía el respeto de su marido por su propia
personalidad y por la dignidad de su identidad.

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_ Estoy de acuerdo y por ello en cualquier discusión preguntaba qué pensaba Ana sobre el tema en
cuestión. Me complementaba. Aunque desgraciadamente, esta circunstancia forma parte del
pasado. ¡Si supierais que tanto la extraño! Me gustaba cuando monopolizaba la conversación y
se perdía en un largo e intenso monólogo. La escuchaba con atención maravillado de su
capacidad. Pero esta magia que la caracterizaba se ha perdido. Bueno... yo la he perdido... la
capacidad de escucharla. Es lamentable. Creo que soy culpable. Comencé a encerrarme
demasiadas horas en mi despacho hasta habitar permanentemente en un suburbio de la vivienda.
Y cuando Oscar se lamenta afligido acude Iván en su auxilio, sin reparar que se ha referido a Ana en
tiempo pasado.
_ Pero amigo mío, qué ocurre ¿has dejado de estar en sintonía con Ana? ¿Es que ya no os comunicáis?
¿Por qué este vacío? –pregunta mientras le pone la mano sobre el hombro-. La intimidad es la
manifestación más profunda de lo que el estar juntos significa. En la transmisión recíproca de
anhelos y necesidades, dudas y sueños, los mutuos secretos y las bromas privadas os unían, ¿qué
ha pasado?
_ Antes que llegara Beatriz, compartíamos momentos de inseguridad y de felicidad sin temor al
rechazo o la reprobación. Y nos derretíamos en un abrazo sexual lleno de éxtasis que convertía
la pareja en una sola persona. Pero luego de la tragedia... se abrió un espacio entre nosotros. No
hallábamos ese lugar de reencuentro, aunque los dos lo buscamos infructuosamente.
_ Oscar –lo mira con su rugido el Jaguar- la intimidad tuvo para Ana un valor inestimable,
precisamente por esa fusión de dos seres en uno, pero os separasteis mediante un muro invisible
al partir Beatriz, y esa distancia era tan grande que no supisteis recuperaros. Creías que Beatriz era
más importante que tú, sentías que abrió un bache, ¿no es cierto? Considerabas el impulso
maternal de Ana más grande que su pasión carnal. Entendiste que pasabas a un segundo plano y
aunque te cueste reconocerlo, a esto reaccionaste con represalias –el Jaguar estaba siendo muy
directo-. Y te dolió tenerla para ti sólo cuando Ana había sacrificado la pareja en favor de la
descendencia. Y al no saberte su compañero, le negaste ser su confidente hasta perderla
definitivamente. Esto turba vuestro matrimonio.
_ Cancela tu rencor –alerta Iván-. Cuelga el teléfono para que pueda llamarte otra vez. Ambos os
necesitáis el uno al otro porque en verdad os amáis todavía. Lo leo en tus ojos, amigo. No
busques culpables. Solo perdónate.
Oscar los mira a ambos pero no dice nada a continuación.
_ No precisas una esposa para obtener la plenitud espiritual -los ojos del Jaguar se pegan
alternativamente como si saltaran del rostro de uno al rostro del otro para sondear e
intercambiarlos.
_ Durante diez años -dice Iván– has aportado al hogar un magnífico ejemplo para que ella lo siga.
Seguro que Ana confía en tu lucidez. Debes recuperar ese reíros juntos y disfrutar otra vez de la
vida. Rellena ese espacio vacío. Cólmala de amor hasta saciar su sed. Ana te necesita tanto como
tú a ella.
Algo no andaba bien. Iván habla de ella como si viviera. ¿Cómo podía ser que no supiera lo de Ana?
¿Cómo puede ser que Oscar intente ocultarle algo tan importante? ¡No están sincronizados!

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_ Oscar –maúlla el Jaguar siguiéndole el juego a Iván-. Tu buen amigo está en lo cierto. No cabe
sentirse celoso de la intimidad de tu esposa para con su hija al igual que ella jamás se sintió
agredida por tu amor hacia Beatriz.
_ Era hija –señala Iván con cálido tono- de ambos, Oscar. Una creación maravillosa. Beatriz estará en
vuestra relación de muchas distintas maneras, pero ha llegado el momento de tomar una gran
decisión que os una de nuevo a los dos, porque no queréis vivir separados, y aunque convivís
bajo el mismo techo estáis más lejos que antes de conoceros... ¿me equivoco? El recuerdo de
Beatriz siempre os unirá. Necesitas un romance con tu única mujer -y su amigo quiere decirle
más sin saber que Ana ya no está-. El romance es el conjunto de esas pequeñas cosas que algunos
hombres aceptan molestos. Es una fase de la conquista. La que más me complacía a mí. Debes
seducirla otra vez. ¡Que se emocione nuevamente! Flores, velas, música romántica, y una cena
íntima. Regálale su perfume preferido. Regálale un vestido que te excite. Cortéjala. Enamórala.
Pídele que no se ponga ropa interior –Iván se acerca a su amigo-. Mira Oscar, mi dedicación es
para con mi trabajo, pero no descuido ni un solo momento el amor, porque para Susana es una
fuerza que se renueva a diario. Para ella es más imprescindible que la comida. Recuperad esas
cosas del uno para con el otro. Inventa pequeñas sorpresas imprevistas. Situaciones divertidas...
imagina algunas un tanto alocadas! Continúa dándole a entender que ella vale la pena, que Ana
todavía te importa y no es invisible.
Oscar alberga melancolía en los ojos que se tensan como si los estiraran desde atrás.
_ Tienes mucha razón, Iván. La comunicación es imprescindible, y el uno por el otro, escondidos
bajo el dolor nos apoltronamos en la comodidad de la distancia del sufrimiento en privado. Me
digo “Como le duele... mejor no molestarla”. Es muchísima la infelicidad que se batió con
virulencia sobre nosotros a causa de ese fatal descuido. ¡Tantas cosas han quedado sin decir!
¡Tantas y tantas quedan aún por decir! Quisiera sorprenderla pero...
_ Un cónyuge silencioso y pasivo es un desastre que no tarda en arruinar la convivencia –apostilla
Iván.
_ En tu caso, Oscar –interviene el Jaguar-, no fue la tiranía del televisor por la obsesión del deporte.
Tampoco la fatiga por las preocupaciones o las exigencias del trabajo. Simplemente fuiste tú.
Nadie más que tú mismo. Inconscientemente, tú has sido quien se ha refugiado en una cueva
inhóspita y a punto has estado de fabricarte una puerta para encerrarte y vivir como ermitaño
hasta el final de tus días, ¿cuándo piensas reaccionar? Porque este viaje en busca de respuestas te
está iluminando por dentro. Pero hace falta llevar la luz allí donde hay oscuridad… para alumbrar
al mundo con la verdad.
La confesión de Oscar permanece mutilada.
Iván sigue desajustado respecto a su amigo.
Mientras no intercambien como antaño, no hay salto conjunto a la otra orilla donde aguarda
el destino… ahora uno, ahora el otro, y viceversa, unidos en la escalinata de la vida.
_ Síííí –dice Iván, queriendo hacerle cosquillas-. Recupera ese nivel profundo que caracteriza tu
carácter y compártelo con Ana. Deja de pensar en los problemas de la humanidad. Concéntrate
en tu propia existencia. No hables de cosas complejas con ella. Mejor dicho, no hables: actúa.
Haz algo fantástico. Ana necesita volver a sentirse imprescindible, útil, y tú, debes retomar el
rumbo de tu vida al compás de tus éxitos profesionales.

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Durante diez años se habían alejado los dos amigos. Y lo estaban, hasta tal punto que Iván desconocía
el fallecimiento de Ana. La distorsión actual es grave. Aunque pueden conectar en un instante y
volver a hablarse desde la unión.

Habla el Jaguar con la pureza del alma, conmoviéndolos con la verdad sin contemplación ni lisonja
intentando volver atrás, para rescatarlos por última vez.
_ La rutina de los años empobrece al romeo que todos llevamos dentro dando paso a un sentimiento
más racional y menos emocional respecto al amor. Suele estrangularse su significado y la
finalidad. Más que el sexo, el amor es potente y apasionado. Las mujeres son criaturas románticas
por naturaleza. Lo olvidamos demasiadas veces. Aparte de su astucia intuitiva y de su cerebro
privilegiado, sería estúpido no tener en cuenta su fortaleza. Pero se debilita sino se sienten amadas
y conquistadas a diario con nuestra voz susurrada en su oído muy despacio. Tras la boda y el viaje
de novios, entonces debe dar comienzo la verdadera luna de miel en la convivencia amorosa
continua.
_ Como cualquier otra mujer, Susana se siente fascinada por un montón de pequeñas cosas. Disfruto
comprándole el regalo que no espera. Y disfruto de igual forma que hace diez años, porque sé
que no es nada más un te quiero lo que ella precisa. Necesita un acto, una clara manifestación
que exprese una delicada porción de mi amor incondicional.
_ Pero Iván, yo también me preocupé por Ana, para que supiera que la amo y que únicamente pienso
en ella como la sola mujer capaz de darme la felicidad.
_ Pero es el detalle simple y no el objeto lo que demuestra sin remedio ese enamoramiento perpetuo.
En eso es en lo que ellas se fijan. No atienden la cuantía ni el servicio del objeto. No es necesario
un regalo lujoso ni caro. El mejor regalo es la disposición a escuchar todo cuanto tienen que
decirnos y que siempre es mucho más de lo que nos pensamos –Iván se acerca a su amigo para
tocarlo-. No dejes de cortejar a tu esposa porque aunque pasen los años, tú sigues siendo ese
príncipe andante que la cautivó desde el balcón. Son muchas las formas de complacerla. Escucha
el rumor del viento. Será fácil adivinarlas.
Iván quiere realizar una confesión sin miedo al ridículo.
_ A mí me gusta dejar notas ocasionales por La Mimosa o entre la ropa del armario. Una vez dejé
una dentro del frigorífico. Entrar sin previo aviso en el comedor y abrazarla fuertemente de
improviso es una agradable sorpresa para Susana. Cuando plancha y me acerco en silencio por
detrás para levantarle la falda y buscar con mi mano su entrepierna, sabe que es una mujer
deseada. Cuando cocina y la persigo para morder su cuello me regaña enfadada, pero si no lo
hago me reclama con furia. También vacío el cubo de basura sin que tenga que pedírmelo. Creo
que es otro acto de amor.
_ Susana es tu máxima prioridad y seguro que no tienes inconveniente en dejar lo que haces cuando
te llama al trabajo –y le pregunta Oscar-. ¿Verdad que siempre es bienvenida?
_ ¡Claro que sí!... eres tremendo -Iván mueve el dedo frente a la nariz de su amigo- sabes demasiado.
Me intereso mucho por lo que ella siente piensa y hace. Yo mismo la he telefoneado,
simplemente para decirle que la quiero. Le concedo gustoso mi tiempo y mi compañía. Susana
sabe que es muy valiosa para mí. Su corazón sonríe de agradecimiento cuando lo hago de manera

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inesperada. Lo noto. Sus pupilas se dilatan. Le tiemblan los párpados. Entonces le digo que es mi
mejor amiga y se funde en el abismo del amor más puro y sincero.
_ Iván –pregunta Oscar- a pesar del paso de los años... ¿todavía continuas concertando citas con
Susana en lugares extraños sin previo aviso?
_ ¡Evidentemente Oscar! Esto la complace. El misterio excita a las mujeres. Me gusta jugar a intrigarla.
Lo hago repentinamente, sin que Susana tenga tiempo a reaccionar. Pero siempre con respeto,
nunca tratándola como un objeto. Por eso no se sorprende cuando golpeo suavemente la puerta
y le pido permiso antes de entrar en el baño. Incluso cuando está sola en nuestra habitación...
antes de entrar le pido permiso –reconoce Iván-. No puedo evitarlo. Sigo abriéndole la puerta
de los establecimientos, del ascensor, del automóvil... Me conmueve ir hasta su lado para ayudarla
a realizar un acto simple y, bordeando el vehículo, durante esos apenas diez pasos, repaso
rápidamente todos los hechos que me unen a esta fantástica mujer que es Susana. Y la pequeña
golpea las ventanas para que la sonría. Ágata se ha vuelto una preciosa señorita.
_ Siempre he creído que complacía a Ana ayudándola con los platos, ayudándola a poner y quitar la
mesa o hacer la cama por la mañana. También me satisface planchar, y recuerdo que los días que
ella estaba cansada lo hacía encantado porque Ana se merecía un descanso más a menudo de lo
que yo me daba cuenta. Pero olvidé escribirle poesías. Ya no dimos paseos por el bosque. Ni
jugamos con los perros. Olvidé llevarle el desayuno a la cama los domingos. Por mi negligencia
y testarudez ni siquiera teníamos domingos. Todos los días se convirtieron en el mismo día
pesado y amorfo. Sin darme cuenta hablé mal de sus padres. Perdí los papeles de mi matrimonio.
_ Pero nunca está todo perdido Oscar. Renueva el calendario de tu matrimonio. Dale un vuelco a tu
vida. Dale un vuelco a la suya. Empezad juntos una nueva etapa con suma alegría. ¡Adelante con
el golpe de timón!
_ Respeté las amistades de Ana... Intenté ayudarla en su recuperación mostrando interés en
conocerlas, pero nunca llegaron a Galdana. Y me quedé callado ahogándome en un vaso de agua.
Me sentía lejano de Ana. Alejado de todos y de todo y por ello permanecí en silencio pensando
y repensando. Las fuerzas me abandonaron. Me sentía endeble.
_ Oscar, te conozco mejor que nadie –eso es lo que creía Iván, porque a estas alturas de la
conversación, el Jaguar lo superaba y aguardaba el clímax observando desde una rama-. Tienes
que llegar hasta Ana porque ella te está esperando y ansia el reencuentro. No es necesario hacer
las paces. No tiene sentido. Solamente debes recuperar la armonía en la que ya vivíais antes.
Necesitas encontrarte contigo mismo, con la vida... y también con la muerte; con tu hija y con
tu padre fallecido. Comienza por llevar a tu amada Ana al parque de atracciones para revivir
sensaciones apagadas. Llévala al zoológico para comprender los impulsos animales. Llévala a la
playa para que afloren allí profundos sentimientos. ¡Pero no vuelvas a encerrarte en Galdana!
Asistid como antes a fiestas y reuniones y por favor, haceros como antes guiños y simpáticas
muecas. Realizaros obsequios mediante sonrisas llenas de unidad y de compromiso... de complot
a favor de una segunda oportunidad.
_ A ti Iván, todavía te gusta flirtear y engatusar en público a Susana. Pero yo he perdido la práctica.
Apenas puedo ver a Ana y si coincidimos... no consigo tomarla de la mano. Ya casi no me
acuerdo de cómo amarrarla por la cintura. Y quizás ella piensa que la comparo con otras mujeres,
cuando esto no es así... pero por qué te digo esto si... si, ella… Ella…

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_ No le digas únicamente te quiero... debes explicarle el por qué la quieres. Dale un motivo para ser
amada y volverá de nuevo a ti. Id al teatro, al cine, a conciertos. Hacer largas excursiones al campo
está bien, os ayudará, pero mucho mejor será recordar su color preferido y recuperar juntos el
aroma de las rosas. Debes retomar la iniciativa que toda mujer reclama a su compañero. ¡Dale lo
que siempre ha necesitado!... dale toda tu intimidad, Oscar –Iván se desvive por motivarlo-. No
es sólo tener el coche limpio y engrasado de lo que va a alegrarse Ana. Ni que tu sueldo sea
mayor que el del año pasado. Quizás deberíais orar para hablar con Beatriz bajo la luz de las
estrellas. No laves las ventanas ni enceres el suelo. Deja que lo haga ella cuando regrese al hogar.
Pareció como si en ese momento se hubiera encolerizado por el tono que utilizó Iván, y exclama:
_ ¡Pero me hace sentir bien! También es mi casa y me gusta la higiene doméstica. ¡Me relaja! Yo
necesito orden y limpieza en torno a mí.
La fisura se ensanchaba. Y el Jaguar permanecía a la expectativa sin interrumpir la conversación entre
ambos amigos.
_ Lo dudo Oscar. Vas a tener que permitirme que lo dude amigo mío. Tienes que volver a decirle, sin
pedírselo "vamos a cenar a un restaurante"; "acompáñame que voy a comprarte un vestido sexy";
"este fin de semana nos vamos los dos lejos del mundo". Cosas así pueden reequilibrar vuestro
matrimonio. Ambos seguís unidos en la distancia y sufrís por igual esta situación. Descubristeis
un día el amor y aunque se ha detenido vuestra facultad no se ha roto, existe más que nunca la
oportunidad para desarrollarla hasta el más allá –y Oscar se irrita por instantes cuando Iván le
pregunta-. ¿Por qué complicar todavía más vuestra desgracia apartando aquello que amáis y que
puede salvaros?
Oscar seguía sin reaccionar. Sabía que tenía que admitirlo, que tenía que aceptar y contárselo a Iván
que no paraba de hablar de Ana.
_ Debes comprometerte a construir. No ha destruir. No le des un puntapié a tu vida Oscar, recupérala.
No le pises la felicidad a Ana. No sigas bromeando con tu futuro. Es demasiado peligroso,
demasiado valioso para despreciarlo. No mancilles tu nombre ni la humilles a ella. No puedes
seguir marginándote a ti mismo sin descender de la montaña. ¡Deja ya esa actitud desdeñosa de
autocastigo! No puedes seguir auto-flagelándote Oscar... ¡basta ya!
El Jaguar miraba a uno, y luego al otro, y de pronto los veía a los dos juntos como un hombre que
conversa en voz alta y gesticula solo.
_ Construir significa construir –insiste Iván-. Pero construir con los cimientos del amor que resiste
cualquier terremoto que se presenta. Un marido comprometido a construir reconoce que todas
las personas tienen problemas y altibajos. Susana conoce los míos. Yo he podido descubrir los
suyos. Y ambos los aceptamos con resignación. Me ayuda a superar los míos, tanto como yo la
ayudo a ella. ¡Tú puedes hacer exactamente lo mismo amigo mío! Ana es una mujer fascinante
–Iván lo dice convencido-. Te cuento que cuando nuestra relación no estaba suficientemente
consolidada como para traer un hijo al mundo, vi peligrar la relación de pareja y me apresuré a
encontrar una afición que compartir. Encontré la solución con Pilates. El deporte redujo las
discusiones sobre nuestro futuro. Encontramos un punto de equilibrio desde donde partir al
compartir la actividad –Iván realiza un guiño al bienaventurado que destella desde lo alto del
árbol, y le sonríe-. Le regalé una romántica tarjeta llena de humor que firmé a mano. Incluso

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llegué a modelar su perfil en una estructura de madera y más tarde realicé diversas pinturas donde
Susana era mi musa. Ambos nos reímos mucho aquellas largas tardes de domingo.
Iván sigue hablando y hablando y a Oscar le raspa la garganta, ¿comprende la necesidad de
coexistencia?
Ambos intuyen la falta de sincronía y evitan mirarse fijamente a los ojos.

Se expresa todavía en la rama colgándole una pata.


_ El deseo amoroso nos acompaña a lo largo de toda la vida. Forma parte de la propia naturaleza
individual. El sentimiento, está integrado en cada uno de nosotros. Y puede amarse en la plenitud
del sentimiento en cada una de las distintas relaciones que mantenemos con el entorno. Fijaros
que no hablo solamente de pareja familia o amigos. Incluso ambos, habéis amado de formas
distintas a vuestras esposas. Las deseasteis, también cuando estaban embarazadas, pero no igual
que al principio cuando las conocisteis. Y continuaréis amándolas ambos de maneras bien
distintas, pero de muy diferente manera cuando Susana esté enferma –el Jaguar sabía que Ana
jamás volvería a enfermarse y quiso dejarlo claro al omitirla-. La intensidad de la facultad de amar
tiene un rico abanico de matices a veces insólitos. Incluso ante un río o una piedra preciosa, se
manifiesta un impulso –Iván coincidía con esta afirmación pero se había detenido imaginando
una enfermedad fatal para Susana-. Un magnetismo inconsciente despierta y es energía cósmica
que se expresa... Ana es hoy pura energía cósmica Oscar!
Iván pensó que Michael Jackson se convertiría en energía cósmica gracias a su legado como un
moderno Bach. Y lo mismo hubiera podido pensar Oscar de Elvis Presley, pero su sentir más profundo
estaba con Ana.
_ No hay estereotipos para las relaciones. No quiero estimular vuestra fantasía con una imagen
demasiado idílica porque podría llevarnos a engaños o falsedades que nos alejan del paradigma
perfecto –el Jaguar mira directamente a Oscar-. Por supuesto que existe un amor joven,
agradecido y vigoroso, pero también existe un amor tan apasionado como reconfortante entre
los enfermos crónicos, entre los disminuidos, entre los físicamente lastimados y entre las
personas de muy avanzada edad, incluso entre ellas hay pasión como la hay entre los niños...
entre los familiares muertos y con los muertos.
Se trata de energía cósmica basada en tres pilares fundamentales: sentimiento, intercambio, y
regocijo en la Unidad. Pero debe haber comunicación con ese mundo al mismo tiempo que con
el real.
En ocasiones resultará difícil entender como una persona puede llegar a ser merecedora de
nuestra atención. Solamente aquel que capta la vibración percibe aquello que le conduce al
intercambio de la máxima expresión de la práctica amorosa. ¡Eliminad los tópicos!... dejaros de
prejuicios, ¿estoy siendo claro Oscar?
Es indispensable arrinconar las perturbaciones. Aún el enfermo, el distraído o el pasivo tienen
impulsos, incluso los fallecidos desde sus tumbas.
Una situación precaria no es sinónimo de falta de energía cósmica, sino de mala utilización.
La voluntad no es más que energía cósmica en acción, conciencia en movimiento, y esto que
denominamos voluntad, no es sino la necesidad de satisfacer un vacío porque al final como al
principio, solamente existe energía cósmica.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Hoy es un buen día para empezar en el renacer.


El que un día no tuvo que rendir cuentas a nadie y abandonó la partida para meterse en la
senda, atiende expectante el diálogo abierto entre ambos amigos.
_ Desde que he pisado Tikal sé que voy a ser capaz de transformar mis patrones de comportamiento.
Y con la pauta de esta nueva actitud íntima, puedo plantearme cualquier propósito. Excepto el
único que no depende de mí... ya no puedo recuperarlas! Es muy saludable que se admita esta
fuerza, porque, obviamente… ya no es un secreto –se nota que Oscar está a punto de confesarle
a Iván la muerte de Ana.
_ Nada tiene porque ser siempre igual y, Oscar, Iván... todo evoluciona –ruge el Jaguar-. Siempre
podemos mejorar. Siempre podemos mejorar algo, sobretodo a nosotros mismos. Esto, ya de
por sí es un gran acontecimiento. Posiblemente el más espinoso.
La vida es susceptible de ser modificada si existe la voluntad de hacerlo. Solamente actitudes
perezosas y el miedo a lo desconocido justifican aceptar como irremediable el panorama
circundante. Debe tenerse presente que cuando un solo individuo, cuando un componente de
la sociedad no se siente satisfecho y complacido por su utilidad, el conjunto no puede ser
completo porque faltará “el aporte”. Estando tan cerca del beneficio pleno, ruego para que todos
nos pongamos a trabajar. Principalmente tú Oscar, que tienes un dilema que solventar. ¡Tienes
que desbloquearte!
_ ¿Qué puedes decirme a cerca de mi dilema? –los ojos de Oscar se posan en el inexplicable animal de
sideral cutis para escudriñarlo, indagando en sí mismo a través del Jaguar-. ¿Puedes ayudarme?...
El Jaguar desciende del árbol con agilidad.
_ ¡Pues claro que puedo y debo hacerlo! Atiende.
El mejor de los descansos es un desmayo, una muerte pequeña, dormir... Todas las vidas son
el mismo niño. Muere una sirenita de mar y a continuación nace un ángel en la Tierra.
Torpemente tememos a la muerte cuando la muerte es la misma forma de sosegarse, aunque
sea de una manera mucho más recóndita y permanente.
La vida es un drama; pero está organizada, tanto para la embestida como para el amparo.
La muerte es como descansar. La vida es actividad. Y sin descansar la actividad es imposible. La
vida es como el día y la muerte como la noche. Y sin la noche, el día no puede existir por sí
mismo. La noche es la que te prepara para el día, es la que te rejuvenece, la que te devuelve tu
energía. Te mueves en su profundo sueño hasta el punto en que la muerte te guía.
El Jaguar se acerca sigilosamente hasta quedar frente a Oscar.
_ Cada noche desarrollas una muerte pequeña y por eso en la mañana te sientes vivo. Desgraciados
quienes no mueren cada noche. Por la mañana están más cansados que cuando se acostaron. El
que se aferra a la vida y no quiere acostarse, sino vivir la noche, no permite que la muerte tome
posesión de su alma y arregle muchas cosas que le proporcionarán el descanso, la relajación, y
una renovación de la energía. Son gente desafortunada. Los afortunados son los que se
hundieron en un sueño profundo hasta acariciar suavemente su alma alejando así las pesadillas,
y por la mañana vuelven a estar vivos dispuestos a enfrentar cualquier desafío que les presente la
vida en su infinidad de formas, llenos de alegría, de respuestas, de fuerza y entusiasmo.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

La vida es Yang y la muerte Yin. La vida es masculina y la muerte femenina. La vida es agresión,
ambición, un gran esfuerzo por conquistar muchas cosas. La muerte es relajación de toda
agresión, un viaje interior. Uno se relaja en sí mismo. Se deja caer en sus propias entrañas.
La vida es una aventura donde te alejas de ti mismo cada vez más. Y cuanto más lejos estás,
más desdichado te vuelves. Vas en busca de la dicha, pero cuanto más la buscas más te alejas de
ella. Lo puedes comprobar en tu vida pasada, Oscar.
El Jaguar mueve la cola que se agita como látigo y golpea a Iván.
_ No es ninguna filosofía, se trata de un hecho. Todo el mundo anda en busca de la felicidad. Pero
cuanto más lejos van, más infelices son. También tú lo has comprobado Iván. Vas detrás de un
caballo que jamás alcanzarás.
La vida es la búsqueda de dicha que conlleva infelicidad. Un día estás harto, cansado y aburrido.
La aventura ya no te atrae. Te relajas en ti mismo, regresas a tu interior. Y cuanto más te acercas
a ti mismo, más paz tienes y, más feliz eres. Cuando más te olvidas de la felicidad, más feliz te
sientes. El día que dejas de buscar e indagar en pos de la felicidad, ese día eres dichoso.
La vida es una promesa de felicidad, pero sólo una promesa que nunca se colma. La muerte la
colma. Por ello es importante que comprendas que la muerte no es el enemigo. La muerte es tu
hogar, adonde regresas tras muchos viajes, después de estar cansado, después de sentirte
frustrado, después de agotarte es que encuentras refugio y descanso y tranquilidad.
La vida y la muerte no están separadas como creemos. Imaginas que la vida empezó el día que
naciste, y que la muerte sucederá el día en que mueras. Y que entre ellas hay una separación de
setenta o cien años. Pero no es así. Nacer y morir van juntos durante toda la vida. En el momento
en que empiezas a respirar, también empiezas a morir. En cada momento hay vida y muerte, son
las dos ruedas del mismo carro. Van a la par. Exhalas vida y expiras muerte. Ocurren
simultáneamente. No puedes separarlas... setenta años es demasiada distancia. No puedes
separarlas porque sucede en cada momento la vida y la muerte. En cada momento algo nace y
algo muere en ti y en el mundo.
El Jaguar se tiende en el suelo y cruza las patas delanteras.
_ Morir y vivir van de la mano y con setenta o cien años acabas con este morir y renacer. Te cansas
del juego. Te gustaría regresar a casa. Has jugado a los castillos de arena. Has discutido y peleado
por tus castillos de arena: éste es tuyo y éste es mío, ¡pero ya basta! Ha llegado el anochecer, el
sol se ha puesto y quieres volver a casa. Al cabo de setenta años te sumerges en un sueño
insondable. Pero vida y muerte continúan juntas. Ambas están en cada instante. Si lo vieses así
te reportaría una gran sabiduría.
Resulta manifiesto y evidente cuando haces el amor, porque el amor te proporciona la
sensación de vida. Pero tras cada acto de amor te deprimes. Estás relajado, silencioso, embargado
de una especie de frustración al encontrarte vacío. En el clímax de tu experiencia amorosa estás
en la cumbre de la vida y de repente desciendes a una muerte honda. Cada acto de amor lleva la
vida a una cumbre y te proporciona el vislumbre del abismo de la muerte que la rodea. El valle
de la muerte se ve muy nítido cuando la cumbre de la vida está alta.
No hay necesidad de asustarse. La muerte no sucede en algún momento futuro. La muerte
sucede a cada rato. Deberías de haber aprendido a convivir con ella, Oscar.
El Jaguar se pone boca arriba con las patas levantadas mientras ronronea como un gigantesco gato.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

La vida siempre es un misterio. Y la muerte también. Querer entender ese misterio le


resultaba imposible a Oscar. Había insistido toda su vida en esa cuestión, porque
realmente lo turbaba. Años atrás pensó que visitando Grecia, que hablaba de
reencarnación, y luego Egipto y su creencia de un mundo posterior, hallaría
respuestas, pero tampoco aquellas teorías fascinantes consiguieron serenarlo, y, ante
su creciente pánico entorno a la muerte, la vivencia directa del fallecimiento de su
hija y de su esposa lo mantenía en constante shock. Hasta el punto de negarlo. Pero
por fin podía dejar a un lado el discernimiento para que las fuerzas providenciales
prevalecieran.
Los Maya colocaban junto a los fallecidos utensilios de piedra y piezas de
cerámica que contenían comida y bebidas que les servirían durante el largo viaje
hacia el Otro Mundo. Que tan parecidos a los egipcios y justo al otro lado del planeta.
Y es que también los Maya fueron la civilización antigua de más larga vida que se
elevó durante 3.000 años para eclipsarse repentinamente.

Surge del reino de lo invisible para manifestarse en el mundo tangible el Jaguar.


_ Un vínculo se rompió respecto a Beatriz primero, y luego con Ana, y la relación simplemente
cambió su formato. Así debes confrontarlo Oscar.
El alma pertenece al mundo eterno y no al mundo transitorio. Y con la muerte del cuerpo se
renueva la verdadera vida. Tu hija se ha liberado para fundirse con el sol. ¡Ha vuelto al permanente
ciclo de los nacimientos! Búscala en el azul del cielo. La encontrarás en el aroma del vino, en el
contacto con la respiración tranquila. Beatriz siempre está ahí. Cualquier niño es una ventana
abierta al lugar donde se encuentra tu hija... y Ana.
Iván parpadea y se toca el óvulo de la oreja, pero no dice nada. Piensa que Oscar debe descubrirse
entre las cenizas de Beatriz. No tiene más remedio que encontrar una nueva perspectiva para
resucitarse a sí mismo. Podía salvar a Beatriz para revivirla y disfrutarla de otro modo. ¿Tarea difícil?
Nunca imposible, se dice Iván todavía sin entender por qué se mezcla a Ana. ¿Sufría de una muerte
en vida... a eso se refieren?
El cosmos aprueba el crecimiento de Oscar.

Después de la muerte de Beatriz, y de Ana, sus almas no partieron. Estaban alrededor


de Oscar. Y continúan viviendo a través del Tiempo.
Jamás desaparecieron ni una ni otra. Permanecen todavía con toda su
expresión. Su existencia tuvo un comienzo, una duración corta en el caso de Beatriz,
y, un final ¿inesperado?
Pero cierto es que el alma no comienza a existir, existe, y no cesa de existir
jamás. Solamente varía su forma que se transforma.
La eterna presencia es constante. El enigmático misterio del alma es el misterio
de la vida, y también el misterio de la muerte, tanto como el misterio de la creación y
de la inmortalidad del gran espíritu.
Experimentar la esencia de la vida es dar sentido a la existencia humana.
¡La nueva vida es invariablemente superior a la vieja!

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Hay quien cava agujeros en la tierra mojada. Quien trepa por las lianas una a una hasta arriba. Y quien
cuelga boca abajo de las ramas mientras sentado en el umbral del día, vence al calor el Jaguar.
_ Y te llegó el período de tinieblas –aúlla dirigiéndose a Oscar-. Los peces en el agua se ahogaron. Las
aves caían indefensas del cielo muertas antes de tocar el suelo. Caballos, mulos, bueyes y toros
salvajes galopando hacia la orilla del mar precipitándose en sus olas hasta hundirse. Secas
permanecen las flores en Galdana. Se levantan las raíces del árbol de Beatriz. Toda la naturaleza
adquiere un aspecto yermo. Las aristas se deforman. El cielo se torna avaro de lluvia...
Rabia, dolor, impotencia, rendición y derrota. Pero floreció en su última hora la planta de la
conciencia. Entonaste un canto a ti mismo. Yo he visto una conciencia como la tuya. Y es
conciencia de una de las almas más atormentadas ávida de vida y comprensión. La conciencia
nacida en la última hora, en el último segundo del último minuto de esa hora, pero es conciencia
total. Una conciencia obstinada. ¿Qué importa cuántos años te resistieras? Supiste abrazar, tanto
la luz como la oscuridad. Contra lo que despotricaste es contra el mundo de la muerte en vida,
contra el falso mundo de la hermosa materialidad que va de cabeza al hoyo, ¿qué había de malo?
Y te afligiste, como no podía ser de otra manera cuando se mira la verdad desnuda de la
civilización moderna.
El Jaguar mira a Iván mientras se toca los bigotes, porque la precariedad y la escasez de su juventud
hicieron que en su madurez se sienta bien rodeado de lujo y comodidad. Es una forma de triunfo
visible y palpable que lo reconforta. Pero se ha vuelto dependiente, esclavo de “las cosas”. Y cuando
quiso rectificar, había malacostumbrado a su familia y tenía que ganar mucho dinero para garantizar
el estilo de vida. Ya no se podía retroceder. El asunto consistía en no dejarse influenciar todavía más.
_ Sólo en las puertas mismas del infierno más horrible asoma la salvación –prosigue el Jaguar
limándose las garras con una piedra-. Una y otra vez habéis tenido que volver sobre vuestros
pasos, retomando la pesada carga para comenzar por enésima vez la empinada y ardua ascensión
hacia la cumbre. ¿Habéis resistido todo asedio sólo para derrumbaros finalmente y disolveros en
la nada? ¿Por qué no aceptar el reto del espíritu de una vez por todas y someterse? ¿Por qué no
hallar el acceso a una nueva dimensión de la existencia?
Iván... te habías autodenominado mago y ángel a la vez, y te habías liberado de todas las
ataduras posibles... salvo la material -respira hondamente el Jaguar mientras lame despacio una
de sus patas-. Todo acto de renunciación tiene la sola meta de alcanzar otro plano. Únicamente
cuando el cantor deja de cantar está en condiciones de vivir lo cantado… y, ¿si su canto es una
competición? Entonces surge la violencia y la catástrofe.
Siempre hay alguna varita invisible, alguna estrella mágica que titila y más tarde, la vieja
sabiduría, la vieja magia de siempre aparece. Muerte y transfiguración, tal es la eterna canción del
cantor. Unos buscan la muerte que han elegido. Otros van hacia ella por caminos tortuosos.
Unos acentúan el drama desapareciendo de la faz de la Tierra sin dejar huella. Otros hacen de su
vida un espectáculo aún más aleccionador y estimulante que esa confesión que es su obra en la
Tierra. Toda persona que no acepta las circunstancias de su vida menosprecia su alma. Haced
peligroso vuestro canto porque hoy es necesario un canto que alarme a la población del planeta.
Hay luz en Oscar e Iván, una maravillosa luz que no habrá de esparcir sus rayos hasta que no huyan
muerto los dos.

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_ Es vuestra lucha contra ese demonio más feroz que ninguno: la vida frente a la muerte –no cesa el
Jaguar que se ha erguido sobre sus dos patas traseras-. Canto, instrumento y oído se funden en
uno en este momento. La creación no es arrogancia, desafío o vanidad, sino juego. Puedo jugar
sobre el lecho agonizante, igual que pude orar en silencio sin saberlo, porque los días de
tormento tocan a su fin. La quilla del velero ebrio de amor ha encallado, estallado, y finalmente
se va a pique hundiéndose en las aguas profundas del alma. El estremecimiento de la creación
participa de toda creación. Todas las formas y los géneros del ser, desde las hadas y los duendes a
los hombres y las mujeres combaten por comulgar, y, ningún esfuerzo se pierde, ninguna
melodía deja de oírse cuando se canta desde el alma. Pero en todo abuso de poder el individuo
sufre por el maravilloso paraíso que se posterga.
Nada de cuanto expresa el Jaguar es ajeno por salvaje absurdo o arduo que parezca. Para comprender
es necesario entregarse, soltarse, despegarse, lanzarse al abismo sin red cuyo final es ininteligible. Así
lo intuyen los dos amigos.
_ Y ya que debemos vivir por una sola vez en esta mundanal tierra... ¿no es preferible conocerla como
infierno y paraíso simultáneamente? ¡Pero no el paraíso recuperado sino el paraíso ganado!
Como dice el viejo adagio, cuando el discípulo está listo el Maestro siempre está ahí.
_ Batisteis en vano vuestras alas en un espacio lúgubre y hondo hasta hartaros. Arrasado quedaba el
decorado, salvo por una cosa... que como un garfio que se sumerge bajo el agua, caza, aún en el
desierto. Sobreviene el saludo sincero y nada falta ya en el concierto de infiernos solicitados.
Conquistamos al ángel disfrazado como demonio, rescatándonos. Ha terminado el tiempo para
la calamidad. Decid adiós al período de tinieblas.
A cada paso convierte el Jaguar los ruidos en colores y los rincones en intensas fragancias que danzan.
_ Oscar, sigues siendo ese hombre que no sabe adaptarse a la vida. Pero eres un hombre que cree en
los milagros y que sigue buscando de una u otra forma el paraíso soñado. Tú, Iván, desde la
infancia fuiste un hombre que tenías que llegar hasta el final o morir en el intento. En esta
cualidad rara y poco común reside precisamente tu pureza, tanto como tu ingenuidad. Todavía
hoy eres inocente como un niño, ¡felicidades! Es bueno que así sea. Oscar, ilumina de una vez
por todas esa parte del día que tiene sombras. Iván, deja de ir de un lado a otro y permanece en
un solo sitio que es todos los sitios al mismo tiempo. Los dos están en condiciones de reanudar
la vida como ciudadanos cósmicos. ¡Cómo entiendo lo que os ha pasado! ¡Se hace prodigiosa
vuestra alma!

Solo se escucha la voz de Iván que retumba como un eco ante su amigo Oscar.
_ ¿Temes morir?
Oscar escucha su propia voz arrullándolo por dentro igual que una madre a su hijo.
_ En nuestros mejores momentos, cada uno de nosotros es un canal a través del cual fluye... ahora
lo entiendo... la energía cósmica. Pero el mío, lamento reconocerlo... está bloqueado. No soy
un puente al infinito.
_ Eres un canal hacia lo eterno –asevera Iván con chispas en los ojos-. Eres sensible a tu guía interior,
de lo contrario no te encontrarías a un paso de la renovación. Pero la vida, en ocasiones es cruel
y difícil como lo ha sido para nosotros. Y no siempre se disfruta de la claridad suficiente para

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operar correctamente. Estás obstruido por la incertidumbre, pero amigo mío, has oído esa
vocecilla serena que es nuestra herencia natural. ¡Las soluciones no dependen de los oráculos!
_ Cierto es que han acudido a mi mente imágenes que me proporcionan los indicios necesarios para
decidir cual es la acción oportuna respecto a lo que me sucede; respecto a la dirección de mi vida
–se aclara a sí mismo Oscar ordenando las ideas-. Puedo pensar, pero no se bien como ejecutar.
Y quiero que sepas que reconozco que lo sucedido es algo providencial y... –otra vez la gravedad
se le pega a la nuca que tira de él hacia atrás-. Estoy en el lugar que me corresponde. No tengo
ninguna duda. Todo se había helado. Pero florece más bello aquello que sobrevive al frío. Ya no
temo a la muerte. Percibo que mi vida pertenece al gran espíritu del universo –se sorprende
cuando lo asegura y en su estómago vibra la Tierra-. Solo sentimos miedo a perder aquello que
tenemos, pero este miedo pasa cuando comprendemos que nuestra historia es la Historia del
Mundo... ¡nada somos y todo somos a la vez!
La práctica de cualquier arte requiere entrega, fuerza, coraje, además de prudencia, sensatez e
inteligencia. Estas cualidades se habían instalado en la persona de Oscar y un Oscar crecido, más lúcido
se expresa así:
_ Si piensan que les falta algo en su vida, pero no saben que es. Si quieren cambiar algo. Si la
insatisfacción baña cada día. Si demasiado interfiere la ansiedad y la duda en su actividad. Si la
vergüenza les incomoda. Si la ineptitud parece que les persigue...
Iván no reacciona ante el fulgor encendido que refleja la figura de su amigo que no detiene su
avalancha de vocablos.
_ Si anhelan realizar algo grande. Si necesitan probar algo nuevo. Si tienen alguna dificultad. Si
esconden sus sentimientos. Si han olvidado qué es el amor. Si carecen de fantasías y sueños. Si
tiemblan y temen cuando llega la noche. Si les gusta más recibir que entregar. Si se sienten
culpables por algo. ..
Ni siquiera el Jaguar piensa y solo atiende sin dejar de observar a Oscar.
_ Si consideran aburrida su existencia. Si les parece repelente el sexo. Si les causa algún problema
confesar sus emociones. Si les asusta aceptar afecto. Si no se estremecen ante una mujer
embarazada. Si su desinterés por la vida les enloquece...
Transcurre la improvisada conferencia en el auditorio multicolor cuyas puntas se doblan por las
manos de Dios.
_ Si padecen insomnio o descansan fatal. Si toman demasiadas medicinas. Entonces, a todos mis
semejantes yo ya sé qué les diré: huid de vuestro período de tinieblas, contactando con la energía
cósmica....
_ No pocas personas afectadas por alguna disfunción tienden a esconder su problema –intercede
finalmente el Jaguar-. Vosotros dos sois un buen ejemplo. Huir de UNO es el mayor de los
errores. Incluso más grave que el despiadado asesinato. Todo cuanto tiene un sustrato biológico
es susceptible de alteración. El cambio es posible hoy. La mutación sucede aquí.
Cada individuo puede desarrollar la facultad de amar, y así despertar la energía cósmica que
yace en el regazo de su alma.
_ A nosotros ya no tienes que convencernos.
_ Ahora no hablaba con vosotros. Un par de almas gemelas se han conectado al sistema y me dirigía
a ellas.

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Oscar pretende implicarse de inmediato haciendo uso del caudal expresivo de inusual alcance hasta la
fecha.
_ Dejadme que les diga algo –se concentra guiñándole el ojo a Iván-. La energía cósmica no
solamente está injertada en cada cuerpo, en sí misma los habita todos, los mueve hasta que
liberan el magnetismo. Es la esencia de su condición biológica. Todos existimos gracias a la
energía cósmica. Ella es la expresión de la vida donde late el anhelo de perpetuación del género
humano. La correlación entre la energía cósmica y la procreación se ha empobrecido. Y por el
camino de la clonación, podría ese mono que se irguió todavía poco iluminado en su concepción
universal ser dueño absoluto de su propia evolución –y de repente se vuelve al Jaguar-. Pero
entonces... ¡obtendríamos ese “mundo feliz” vaticinado!
_ En estos denigrantes experimentos de laboratorio olvidan que la energía cósmica no puede
manipularse –ruge el Jaguar como quien introduce una fresa en la boca receptiva-. Estar al
corriente de los mecanismos que ejercen en la energía cósmica no educa en la misma, pero sí
facilita los datos suficientes para adoptarla en la propia vida. En la personal vivencia se completa
la instrucción que permite el posterior desarrollo de la misma. Es imprescindible rescatarla,
aprovecharla, administrándola con gran sabiduría, quebrando el gran tabú que coarta su libertad
-y girándose pregunta entusiasmado-. ¿Creéis que he logrado convencer a este par de almas
gemelas?...
Las emanaciones de energía cósmica se transformaron en aire y luego en agua, y se enfriaron en las
alturas para convertirse en lluvia que dio vida a las plantas silvestres de Tikal donde se dan cita cielo
jungla y el gran espíritu del universo.

Con la misiva en su mirada continua haciendo aportaciones el Jaguar.


_ Para ti Oscar, el mundo de las palabras se te fue separando del mundo de los sentidos, de la realidad
inmediata, mientras que en Iván predominó la concepción de los acontecimientos y los objetos
con los que se relacionó. Obsesionado por acumular, ya no solo experiencias, sino también cosas
materiales, adquirió la costumbre de utilizar las palabras correctas en su favor. Virtuoso del énfasis
y la articulación, no precisaba recordar la esencia de las palabras. Y convertido en un personaje
público, incluso sus discursos más brillantes fueron susceptibles de insertarse en Wikipedia –mira
el Jaguar a Iván empequeñeciendo sus ojos hasta que se convierten en una raya-. Pero perdiste
la posibilidad de convertirte en poeta... o en profeta. La expresión del lenguaje del amor había
menguado sobremanera, despersonalizando las palabras hasta el punto que ya no manifestabas
con acierto las emociones íntimas. ¡Sacrificaste la comunicación para ganar en expresión!
Resguardaste la lámpara del viento bajo tu manto y la luz se apagó –lo juzga el Jaguar con los
ojos inflamados de llamas-. Apretaste una flor contra tu corazón y se te quemó la flor. Quisiste
hallar un sonido que no alcanzaba tu guitarra y la cuerda se rompió. Ir más allá está bien, pero
no siempre es lo mejor. Te empecinaste en llegar demasiado lejos que te pasabas de largo. No
miraste a tu alrededor antes de partir para ver lo que ahí yacía palpitando con los brazos abiertos.
Perdiste tras de ti el vivir en la canción de la poesía.
No es de extrañar que te encontraras a los pies del Templo de las Máscaras. Es una lástima que
no hayas llegado a tiempo. Te pusiste tantas máscaras que al intentar sacarte la última encontraste
otra idéntica.

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Honrar nuestra alma es vivir con autenticidad y actuar desde nuestras más íntimas
convicciones y sentimientos. Honrar el alma es negarse a aceptar culpas que no merecemos y
hacer lo posible por enmendar el daño que causamos. Honrar el alma es estar comprometidos
con nuestro derecho a existir, que procede de la conciencia de que nuestras vidas no pertenecen
a otros y de que no hemos venido a este mundo a vivir conforme a expectativas ajenas. Honrar
el alma es estar enamorados de nuestra propia vida, enamorados de nuestras posibilidades de
desarrollo y de goce, enamorados del proceso de descubrimiento y de la exploración de nuestras
potencialidades.
Antes eras un poeta –Iván no puede evitar trasladarse a las islas Canarias-. El Poeta señala el
camino que va de la realidad al alma. Uno de los grandes secretos de la vida, es curar el alma por
medio de los sentidos, y los sentidos por medio de las palabras que provienen del alma. Si el
hombre se dispusiera a vivir su vida plenamente dando forma a todos los sentimientos, a la
expresión de sus sueños, y a todos sus completos anhelos, el mundo ganaría un impulso de alegría
y perfección. Tú pudiste ser una parte de esa preciada alegría, pero en algún lugar del camino
perdiste tu oportunidad. Extraviaste tu sensibilidad al acorazarte en la lucha por el afán de tener
y mantener. Al llegar a la cima del poder, habías perdido los motivos que te impulsaron, y te
quedaste a un paso de convertirte en aquello que justamente querías combatir. Siempre hacías
algo por algo y nunca por el mero placer de hacerlo. Siempre en busca de un beneficio, una
ventaja, un premio, un reconocimiento. Eres un conseguidor nato que nunca amaste lo que
hacías sino era por el resultado final, el lucro que alcanzabas, el aplauso bajo el foco. Siempre
tenía que haber un público atento que te admirara, de lo contrario no podías cautivarlo y
seducirlo, eso te encanta. Te acercaste a la política para cambiar las cosas y fue la política quien
casi te cambia a ti, pero no te dejaste doblegar, ¡enhorabuena! Supiste mantenerte en tu sitio,
¡menos mal! Todavía queda la esperanza del color intenso de esta impresionante jungla. Mientras
continúe fundiéndose el horizonte con el cielo, la posibilidad te aguarda en la retaguardia.
Porque eres un artista del espectáculo que no cultivó el oficio, pero aún puedes salvarte tú y
salvar a muchos personas más.
¡Pero alerta! Sólo tienes una última elección para acertar, de lo contrario caerás
definitivamente en tu lado oscuro. Otra vez libre albedrío para realizar, tanto el bien, como para
que se te salga el mal por la boca y salpiques el entorno y a los demás. Puedes hacer el bien o
dejar salir al mal. Dime Iván, ¿qué vas a hacer?
_ Pero las cosas no siempre están bien o están mal, porque todo es relativo –le dice Iván sin
miramientos-. Me encanta tener que comprimir todo en un espacio de tiempo increíblemente
breve.
_ ¡Adelante, siempre adelante! Tu energía es inagotable, tu temple indomable, tu apetito insaciable
–ruge el Jaguar con sus palabras encendidas como un brasero en invierno-. Como si la vida
clavara las espuelas en tus flancos para que corrieras. De ser río serías capaz de correr montaña
arriba. Como bohemio, eres demasiado bohemio. Como pionero demasiado pionero. Como
hombre de negocios... demasiado bueno. Todo lo que hacías lo hacías bien, y eso parecía un
crimen a ojos de los demás. Lo sé, ¡envidia! Pero hacen falta nuevos caudillos como tú.
Iván, todo cuanto no está en sintonía con la energía cósmica es prescindible. No quieras jugar
con las palabras. La política es farsa, hipocresía, y se utiliza la mentira para ocultar la verdad, por

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eso se dice que en política dos y dos nunca suman cuatro, porque el tres se ha disfrazado de dos
y el cinco ha sido presionado por el poder oculto variando su valor. Mienten los políticos, pero
sólo se engañan a sí mismos privando que fluya libre la energía cósmica.
_ Pero toda batalla se basa en el engaño –se muestra práctico Iván-. Si el enemigo es superior hay
que evitarlo. Si está enojado hay que irritarle.
_ Precisamente por eso debes trabajar desde la claridad que no memoriza manuales de guerra –asevera
el Jaguar-. Actúa con franqueza y la gente te recompensará y desde la tribuna podrás hacer
grandes cosas. Tendrás un puesto privilegiado desde donde poder obrar.
La lucha forma parte de la raza humana, pero no conviene ser soldados. Prueba a ser un
misionero del alma. Aprende a interpretar desde tu vocación, ¡sin máscaras! Empujado por las
circunstancias, al inicio de tu adolescencia, asumiste interpretar voluntariamente un papel tras
otro. Se sobreentiende que eliminaste toda intención de engañar. Más bien fuiste forzado. Esa
careta te ayudó a sobrellevar el peso de tu desconcierto ante el mundo complejo. No
contradecías tu personalidad, puesto que todavía no estaba del todo formada pero la comenzaste
a alterar y, la verdad es que interpretaste todos los papeles con gran habilidad. El de insaciable
seductor de mujeres, el de ejecutivo ambicioso, el de marido perfecto; representado,
caracterizándolo e incluso exagerándolo; siempre con la intervención de cualidades muchas veces
contradictorias entre sí. Tu versatilidad se adaptó a cada situación creada por ti, porque cuanto
más comprometido estabas en el asunto, mayores habilidades brillaban en tu haber. Te fue bien
en tu juventud y ya no supiste parar, pero es tiempo de detenerte Iván.
_ El progreso de la democracia consiste en acrecentar la libertad, la iniciativa, y la espontaneidad del
individuo –afirma Iván-. Me repugna el poder como tal. Deseo eliminar el domino oculto de
aquellos que aunque pocos en número ejercen sin responsabilidades de ninguna clase un
exagerado poder sobre sus semejantes. Los nombres propios no interesan. Todo lo que cuenta
es el establecimiento y perpetuación de un sistema que sirve a los fines de ese colectivo reducido.
En los partidos no se espera de los militantes más que el cumplimiento ciego de lo que se ordena.
Solo obediencia.
_ La existencia humana y la libertad son inseparables desde un principio –afirma el Jaguar.
_ Creo que debo seguir en política como centro neurálgico profesional. Esta actividad pone a prueba
las mejores dotes del vendedor, del actor, y del profeta que hay en mí. Incorpora diversas y
continuas situaciones donde la negociación es clave. Se trabaja con la imagen y la creatividad que
se pone en marcha durante las campañas electorales. Puedo investigar como un detective privado
que se divierte con las conspiraciones. Ahora sólo me queda posicionar mi verdadera fuerza para
ejercer una constructiva y positiva influencia para convertirme en el justiciero que soy. Todas las
profesiones tienen elementos negativos, pero a la política se le pueden incorporar con habilidad
los elementos de muchas actividades laborales.
_ Tú tienes la capacidad para posicionarte en el centro del poder manteniéndote allí –dice Oscar sin
trabársele la lengua- y, si quieres, por largo tiempo. Posees la habilidad para moverte entre el
peligro y además, sabes jugar sucio si es necesario utilizando todo tipo de mecanismos y resortes,
sobretodo para protegerte y contraatacar cuando sea imprescindible una vez herido. Sabiendo
que puedes sobrevivir, devolverás el golpe sin piedad, nunca de manera gratuita, porque no sabes
buscar el conflicto sin más. Te acompaña la destreza para realizar desde arriba, sentado en la cima

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del poder, el bien, y no actividades que se aparten del servicio a la comunidad. Tienes firmeza de
carácter. Y tienes también la fortaleza, la audacia, el coraje, en definitiva, tu voluntad es tuya
Iván. Pero te ruego algo amigo mío, te pido en nombre de mis semejantes que luches, no contra
las personas, sino contra las situaciones y las instituciones sin alma. Sugiero que seas tú quien
quebrantes las leyes que obligan al individuo a ser injusto a la vez que sufres las consecuencias de
tales acciones. ¡Rebélate amigo Iván, porque muchos te seguirán!
_ La diplomacia es decir "tal vez" cuando se quiere decir no y "quizás" cuando se quiere decir sí –
afirma Iván-. Así que quizás lo haga...
_ Veo que aprendes rápido –asegura el Jaguar, no como un rebuzno o un ladrido ni tampoco como
un ronquido, sino como un alboroto que se extiende a todos los confines de la jungla-. No hay
duda que tu infancia y juventud fueron etapas de vida delicadas. Tu necesidad de afirmación y tu
intransigencia te trajeron dificultades. El medio circundante era complicado de por sí. Pero
quisiera decirte algo, la brecha que existe entre tu ideal y la realidad te ha hecho sentirte a menudo
insatisfecho. Recuerda siempre que tu percepción no siempre es la motivación de los demás. Creo
que en tu madurez, por poco que logres limar asperezas, encontrarás tu verdadero equilibrio. Y
si quieres conseguir en tu vejez el grado óptimo de tu armonía, deberás permanecer tan lúcido
como lo estás ahora porque tu brillante apariencia no deslumbrará de manera permanente. Has
sido un ídolo para mucha gente, pero recuerda que los héroes de los cuentos infantiles, antes de
alcanzar sus deseos deben combatir, a menudo sin armas, con un dragón que escupe fuego y tú
eres ese mismo dragón. Tú eres al mismo tiempo el príncipe valiente y ese maligno dragón. Sólo
tienes un enemigo. Enfréntate a tu fabulosa imagen que aun hoy sigue siendo artificial, porque
solamente aceptando tu propia fragilidad y venciéndote será como alcanzarás la plenitud.
_ Iván, las grandes decepciones son fruto de una expectación desmesurada –le sugiere su amigo
Oscar-. Cuando no tienes nada que perder, lo tienes todo por ganar. Las revoluciones no
empiezan por una injusticia. Dan comienzo por una esperanza. Si la verdad no te hace libre, sí
hará que te sientas bien, porque tendrás la oportunidad de comprender. La suerte es la
combinación de la oportunidad, la preparación, y una adecuada predisposición anímica, Iván, tú
mejor que nadie sabe todo esto... no sé porque te lo explico! Pero déjame decirte algo: lo peor
que se puede hacer cuando se tiene poder es no ejercerlo.
_ Iván… los ríos nacen y fluyen hacia abajo en busca del mar dejándose llevar por la corriente –le
indica el Jaguar meneando graciosamente el hocico-. No puedes hacer un mundo en que los
ríos suban por las montañas. Tu propio ideal se te tragará sino llegas a aceptar el entorno tal
como es, aceptando las limitaciones. No puedes estar permanentemente nadando contra
corriente –de repente se detuvo y le dio la espalda para exclamar- ¡los que se retiran, simplemente
no merecían estar! -y deja pasar unos instantes antes de continuar-. Puedes hacer otra cosa que
aprendí selva adentro con los Annunaki. Si te pones de frente a la corriente, el agua viene hacia
ti. Si te pones de espaldas el agua se aleja de ti. El río no cambia su curso. Tu perspectiva sí.
_ Siempre he sido un experto en variar el enfoque de las cosas –dice Iván-. Quizás me estoy oxidando.
Gracias por recordarme lo que ya sabía. En la simplicidad se encuentran todas las soluciones, pero
me gusta dar vueltas y más vueltas a las cosas… complicándome la vida, en exceso, lo sé. Se me
había nublado la conciencia olvidando que todo está en nosotros.
Iván mira a Oscar que añade lo siguiente:

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_ El agua del arroyo fluye del mismo interior de la Tierra.

La energía cósmica fue un recurso adicional que no emplearon, pero abren el círculo
cerrado para amarse y amar de verdad.
El amor es un canal hacia lo eterno. El de ambos es un amor sencillo como el
de un niño que todavía habla ese idioma infinito, porque al principio, somos seres
amorosos, instrumentos que conectan el mundo intangible del espacio con el mundo
expreso de lo evidente. Entonces se ama porque se ama. No tiene porque existir
ningún motivo. Y cuando se ama, las cosas adquieren mayor significado. Y cuando se
ama de verdad, se forma parte de la creación y se esparce la energía cósmica por
doquier.
Solo la razón no es un pasadizo al lugar donde se encuentra el gran espíritu del
universo. Se debe sentir, no solamente comprender. Incluso a veces, tampoco es
necesario comprender. Así se entra en contacto… ¡amando! Pero amando con la
simplicidad del amor. El espiral proviene de allí donde yace el amor. De ahí viene y
va hacia adelante para crecer cada día más.

Muchas almas están de acuerdo con su proceso. Han enviado un impulso positivo que
saben captar en Tikal, atesorándolo en un instante como destello de sabiduría que se
almacena. Son bendecidos.
¿Por qué se perdería la humanidad?... por falta de amor.
¿Qué nos permite superarnos?... el amor a nosotros mismos.
¿Cómo podemos llegar al amor?... a través del amor.
Y, ¿qué es el amor?... la voluntad consciente que se expresa desde el alma
como la más pura expresión del gran espíritu del universo.
Todos somos maestros y enseñamos aquello que necesitamos aprender. Por eso
lo enseñamos una y otra vez, hasta que lo aprendemos.
La mejor prueba de amor no viene dada por la máxima entrega del cuerpo,
sino por la apertura plena del corazón, paso obligado para llegar hasta el alma. La
atracción mutua que crece, la afinidad que se fusiona y el complemento que se
origina, demuestra amor verdadero cuando se perpetúa. Esto tiene vida propia e
identidad. Y sucede cuando nace en el diálogo, cuando se mueve en la amistad,
junto al respeto, en libertad, alimentado por el entendimiento que se consolida en la
unión definitiva. Y de ello resulta sustento para la Humanidad.

Entonces, conectando sentimiento con intelecto, Oscar quiso hacer una observación a su amigo muy
amigo.
_ Iván, permíteme decirte algo. Al margen de Susana y Ágata, existen las demás personas. Haces
muchos regalos materiales a la gente que te rodea, pero tú no te das, no te regalas a ellos.
Dispones de un caudal de empatía. Resuelves sus problemas con amabilidad, pero marcas
distancias. Nunca dejas que te lo agradezcan, exceptuando la exclusividad de tus dos mujeres.
Aprende a dejar que te quieran, Iván. Hay gente que lo hace, pero no sabe cómo tratarte al
mostrarte inaccesible.

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Necesitan de ti. No quieren objetos o la estela de tus éxitos. Debes dar lo que vive dentro ti
Iván. Dar tu alegría, tu interés, tu comprensión, tu sinceridad, tu conocimiento, incluso tu
tristeza y debilidad; todas tus expresiones y manifestaciones vivas, ¡entrégalas!... sin esperar nada
a cambio.
Dar es de por sí una dicha exquisita. Algo nace en el acto de dar. Le llevas algo de vida a la otra
persona y eso que nace a la vida se refleja en ella. Ambas personas podrán regocijarse juntas de
lo que han creado durante el intercambio.
El amor es una poderosa fuerza que produce, a la vez, más amor. Desde tu púlpito puedes
ejercer una influencia estimulante y alentadora en la gente. Si amamos sin producir amor, es
decir, si nuestro amor como tal no produce amor; si por medio de una expresión de vida como
personas que amamos no nos convertimos en personas amadas, entonces nuestro amor es
impotente y caerá en desgracia.
_ Quizás ahora comprenda mi error –reconoce Iván-. He tratado a los seres que me rodean como
objetos, en función de mis placeres, en función de mis necesidades y mis planes y estrategias. No
he sido como el maestro que aprende de sus alumnos, ni como el actor que se estimula con el
público, ni como el sicoanalista que a su vez es curado por el paciente. El ego jamás puede ser el
centro del universo y sin embargo, puede y debe la esencia particular de cada uno pertenecer y
participar de la unidad del universo, no pensando exclusivamente en las necesidades y planes de
futuro o ideales personales. Voy a dejar a un lado mi Ego; voy a abandonarlo aquí en Tikal. ¡Que
así se escriba y así se cumpla!
Voy a volver a relacionarme de manera genuina con mis semejantes, con mis familiares, con
mis vecinos. Creo haber superado mi propia dependencia; el culto a mi "yo". Destierro mi
omnipotencia narcisista y la dejo en este momento. Así lo digo y así lo hago.
He sido un jardinero que ha cuidado su jardín, argumentando bien sobre un amor exclusivo,
pero he olvidado regar las flores. Amor es también el conocimiento de lo que amamos.
_ Como cuando niños destrozamos un animal –ruge el Jaguar con un hálito caluroso que sube por
el hueco de la escalera y se filtra por debajo de la puerta para honrarse, setenta y cinco veces si es
preciso-. Cruelmente le arrancamos las alas a una mariposa para conocerla y obligarla a revelarnos
sus secretos. Así has actuado Iván. Primero te abriste al mundo para amarlo y confundiste esta
facultad, y no entendiste las palabras de Oscar en París, y luego te recluiste con Susana y Ágata
en lo que consideraste la mejor expresión del amor, limitándote y encerrándote a perpetuidad.
Pero ahora sabes que hay otro camino para conocer el secreto de la existencia humana, de la vida,
y es el amor autentico e incondicional que fluye desde el alma.
Penetra en las personas con este equipaje y esta fascinante unión satisface en mayor medida
la experiencia de la verdadera unión.
El Jaguar, igual que el mercurio es la mezcla perfecta de los elementos y el resultado de la unión de
los polos opuestos simbolizados en Oscar e Iván, a quienes se dirige libre de impurezas para continuar
siendo un aventurero de la sensatez.
_ En el amor, se da la paradoja de dos seres que se convierten en uno y, no obstante, siguen siendo
dos por la experiencia de la unión.

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En el acto de entregarte, Iván, te encuentras a ti mismo. Descubriéndote, descubres al otro,


descubriéndoos ambos al unísono. Y es tan sólo llegado este punto que se desvela el amor
verdadero.
Tal y como me enseñaron en El Encanto, un acto de amor trasciende las palabras, trasciende
el pensamiento y se muestra como energía cósmica que fluye libre por el mundo.
_ Esperad, esperad, ...solamente un momento! Estoy recuperando algo. Alguien ha empujado un
recuerdo apagado hasta aquí. Ya viene. Sí. Ya está -Iván se exalta, pero no altera la paz de sus
contertulios que esperan con paciencia para escucharle con atención-. Tuve una corazonada, un
presentimiento me alcanzó. Tenía que ver con la secuencia de unas situaciones con otras -dice
antes de tornarse vacilante y traga saliva mientras su amigo arquea las cejas-. Esa intuición
femenina que se me ilustró acompañado de chicas en la escuela me hizo comprender que cada
acontecimiento de mi vida estaría ligado al siguiente, no sólo por su significado, sino además,
por un desarrollo progresivo entre uno y otro acontecimiento que se extendería por todo el
alfabeto de mi vida.
Como si quisiera contestarle con la brújula del más exclusivo de los enigmas, intercede el Jaguar.
_ La progresión de los sucesos individuales en la vida se descompone en determinados estados. Hasta
ahora he contado tres, desde la representación del yo temprano que se elevará hasta el Yo
Superior.
Todo comienza con el "yo" en su propósito de cambiar, comprometiéndose al más alto nivel
en una asociación con fuerzas poderosas. Al hacerlo obtiene la apertura de la puerta de la libertad.
En su impulso por crecer, recibe ayuda por mediación de mensajes en forma de conexiones que
conducen a nuevos caminos hasta hallar una senda concreta. Durante este proceso, ocurre que
uno muda la piel que trae consigo la separación y la retirada de lo viejo e inútil; un
desprendimiento de todo cuanto hemos heredado y con lo que nos hemos sobrecargado.
En cuanto la transformación está en marcha tenemos que buscar fuerza en nuestro interior
para acceder a una mayor madurez existencial.
Iván no puede evitar reconocerse en este cuadro que dibuja el Jaguar.
_ En el segundo acto, es el momento de la iniciación, del abandono que conducirá a la Totalidad,
porque todo lo externo, sobretodo lo material, carece de importancia. Pero a la vez, se
experimenta el dolor necesario de la adversidad a fin de limpiarse por dentro y sanar la pureza del
alma dormida, porque la rectificación antecede a todo progreso y es sólo entonces cuando puede
producirse la fecundidad de los nuevos comienzos. Y dado que en ese momento se es muy
vulnerable en todos los sentidos, debe uno permanecer alerta, protegido de todo mal para no
caer en el lado oscuro. Y si se resiste la prueba de fuego, al poco acuden energías positivas de
auténtica protección sobrenatural que exigen una conducta recta y la acción oportuna.
El Jaguar se detiene para contemplar como Oscar inspira el aire puro que trae el viento inquieto.
_ Pero lejos de acallar su expresión, en el tercer acto es cuando el Yo recibirá sustento a través del
bienestar y el autocontrol personal haciendo brotar de sus entrañas la dicha, desde adentro hacia
fuera, con la sensación de haber ascendido hasta el interior de sí mismo.
A continuación viene un período de espera donde se pone a prueba la paciencia, el
compromiso, la convicción. La siembra está lista pero sólo la perseverancia y un esmerado cultivo

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lleva a experimentar el destello de luz que a un tiempo recibe y descubre el placer de compartir
el amor fraternal. Es bajo esa luz que se revela el ciudadano cósmico.
¿Cómo podría nunca caber el cielo en el infierno?... y sin embargo, a menudo sucede a la
inversa. El lado oscuro debe reducirse cada vez más hasta que crece la bondad en ese otro lado
infernal y maligno. Puede uno encontrar la dicha cuando consciente de su maldad, la atrinchera
y la pacifica hasta anestesiarla transmutándola en energía cósmica.

Como agujero negro del Tiempo aguarda una gruta abierta dispuesta a engullirlos. Un espacio para
la Iniciación que frecuentaron sacerdotes y gobernantes donde un brillante sendero sube en
pendiente como invisible escalinata al cielo para cegarlos con la verdad.

Cuando Iván desarrolló sus primeros cursos de auto-superación personal, al mismo


tiempo y sin darse cuenta, desarrolló la percepción espacial: veía los objetos, no
solamente percibiendo su tamaño, su forma y color. Era capaz de determinar su
posición respecto a otros objetos con los ojos cerrados. Y a partir de ahora está en
permanente comunicación con el alma del objeto.
Oscar, desde siempre fue sensible a toda clase de estímulos que excitaban sus
receptores internos cuando permanecía en estado de contemplación profunda,
aunque sin conseguir traspasar el umbral de la Totalidad. Algo entorpecía el
funcionamiento adecuado de su existencia, y ese algo tenía que ver con el traslado
de información. La modificación de “la señal” se quedaba pegada en el
razonamiento de su mente, en vez de que fluyera hasta llegar a su corazón para liberar
finalmente su propia alma.
El acto reflejo supera en velocidad cualquier orden que se manda al cerebro
para su ejecución, y así, automáticamente y sin indicaciones racionales previas, se
acomoda de manera natural la energía cósmica en Oscar e Iván, igual como el
movimiento de los brazos al caminar, los cuales no se controlan y sin embargo, se
mueven para garantizar el perfecto equilibrio.
Nuestro aparato sensorial es extraordinariamente complejo.
Ambos... ¡son receptores del gran espíritu del universo!

Oscar había recurrido al hermetismo al no verse reflejado en sus compañeros de


generación, alejándose de la gente. No conseguía hacerse entender, y ante la
impotencia de conectar con nadie, se encerró en sí mismo como un ermitaño en
solitario.
Iván había escapado de sí mismo de inmediato y recurrió a otras personas
inventadas, a las vivencias y las cosas para verse identificado en ellas, y así, ante la
diversidad, prefirió entregarse a unos y a otros variando su entorno sin cesar.
Ahora ambos traspasan las fronteras de su conciencia en direcciones opuestas,
Oscar, trasladándola al mundo exterior, Iván, permitiendo encontrase con ella en la
intimidad.
¿Se desnudaron alguna vez frente al espejo a lo largo de los años? ¡Por supuesto
que no! De una forma u otra, simplemente buscaron excusas para justificar ciertos
comportamientos. Nunca fueron suficientemente exigentes con ellos mismos.
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Maquillaron sus deficiencias artificiosamente ocultándose y extraviándose como


momias embalsamadas.
Sin embargo... Tikal los deja al descubierto al crear un horizonte en medio de la
jungla. El mágico lugar descifra el lenguaje desde la fuerza del valor natural, ya sea
en forma de escultura o en frases que construyen párrafos que hacen vibrar el alma
de las cosas supremas. Hallan la manera sublime de alzar sus almas hasta alcanzar al
sol caliente que abrasa.
Y desaparece ese benevolente engaño voluntario. La mentira sistemática que
es la falsedad en el modo de existir... porque la verdad, aunque inicialmente pueda
parecer cruda y dura es hermosa y tranquiliza. El sosiego interno es el estado óptimo
para crecer.

Qué bueno que la palabra escrita permanece, y permite revivir sensaciones y


recuperar las enseñanzas que se apagan. Realmente estoy disfrutando… todavía la
oscuridad es densa pero el luz anuncia su presencia sin manifestarse todavía. ¡Cuánta
quietud!

23 Diciembre, 2012

El Jaguar sabe que toda acción engendra una fuerza que vuelve en igual cantidad. Es lo que
sembramos lo que cosechamos. Quizás por eso opta el inmenso felino por realizar un solemne acto
de bondad al compartir su tesoro. Tanto sus ideas, como sus intensos vocablos y sus gestos,
constituyen los hilos del tejido con el que se abrigan los dos amigos. Nada tiene de insólito su
proceder.
Y provoca para que se tomen libremente decisiones conscientes, porque cada instante lleva
implícito la semilla de la eternidad y cada acto resuena en la inmensidad del universo que se cosecha.
Como ser completo conoce sin necesidad de ir. Ve sin necesidad de mirar. Oye sin necesidad
de escuchar. Y obtiene sus designios sin necesidad de hacer nada, pero incluso el Jaguar... todavía no
lo sabe. No sabe que sabe. No imagina lo que sucede: que la inteligencia de la Naturaleza el Espacio
y el Tiempo funcionan a través de su alma libre de esfuerzos.
No hay resistencia en su entorno. Hay complicidad. Y con la mínima acción se aparece ante
Oscar e Iván como flecha halada que vibra y chifla cuando vuela para penetrar sus entrañas
devolviéndolos a la realidad... la sublime verdad.

Y por ello siguen avanzando juntos sintiendo como las plantas de sus pies se adhieren al pavimento
de la jungla, apoyándose con delicadeza y firmeza a la vez, siendo como un único silbido de brisa
inquieta en medio de un trigal, y casi puede escucharse el susurro de las espigas al mecerse como lo
hacen sus almas mientras los árboles se contonean en reprimida alegría para no sobrepasarlos.
Disfrutan del verde espacio donde se protege continuamente la vida silvestre, pero sin hacer
apenas ruido porque el ruido afecta a los animales salvajes que están acostumbrados a la paz de la
jungla.
La frondosidad que los rodea es el encuentro con el mismo color verde que embriagó antes a
los Maya que lo colocaron en un lugar determinante de sus vidas denominándolo “yax”, que además

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de color significa primero, porque era la primera visión que tenían al despuntar el amanecer cuando
la luz invadía el inmenso mar vegetal para mostrar cientos de tonalidades distintas.
_ ¿Sabéis por qué sois el uno para el otro un amigo muy amigo siempre un buen amigo? -pregunta
con fragor en su gesto el Jaguar.
Oscar e Iván enmudecen por igual. Amigo era una palabra que se había pronunciado por años de
manera asidua entre ellos.
Y así crujen los huesos del errante Jaguar:
_ A quienes les gusta viajar conocen montones de personas interesantes y seres humanos
impresionantes, y otras culturas y formas de vida. Con esta misma actitud os movéis los dos en
plena apertura y sin prejuicios.
Cuando vemos siempre a las mismas personas, cuando tratamos siempre a la misma gente, se
termina por adulterar la curiosidad, y a menudo sucede que pasan a formar parte los unos de las
vidas de los otros y pasan también, unos y otros, a querer modificar una vida que es del todo
ajena sin prestar atención a sus propias circunstancias personales. Y cada uno desde el lugar
equivocado intenta cambiar a la otra persona para que sea lo que a ella le gustaría ser, para que
actúe tal y como a ella misma le gustaría actuar, y si no se hace lo que se aconseja, unos y otros
se molestan. Resulta que todo el mundo sabe bien como deberían ser los demás y no tienen
reparos en pedirles que sean como ellos pretenden que sean: una especie de reflejo de lo que les
gustaría ser a ellos. Parece que mejor que tú, Oscar, o que tú, Iván, saben los demás mucho mejor
que vosotros mismos lo que os conviene. Por esta razón se empeñan en decirte a ti o a ti como
debéis vivir la vida en vez de atender la suya.
Vosotros siempre estáis al principio de la auténtica amistad. El secreto de vuestra amistad es
que renováis automáticamente la relación, actualizándola, adaptándola al momento y la
situación, redescubriéndola en cada encuentro por completo. Por eso vuestra amistad es
auténtica, por vuestra actitud, más que por el contenido de la conversación o el intercambio de
afecto.
Cuando es un placer descubrir al otro, simplemente, por engrandecerse con las cosas buenas
que pueda enseñar y nunca para intentar moldearlo o manipularlo, entonces la delicia de hallarse
para tratarse reconforta a los dos por igual. Y cada nueva cita es una nueva oportunidad para la
amistad. Cada nuevo contacto, una sorpresa llena de gracia.
No es difícil percibir que vuestra relación de amistad se basa en observar sin indicar. En
compartir opiniones y experiencias y en sugerir, tan sólo, cuando se os pregunta.
La agresión directa ejercida como una especie de violación, solo es posible cuando el individuo
se daña inconscientemente y se perjudica sin necesidad, porque acepta y consiente la traición a
la propia integridad.
El buen amigo, el amigo muy buen amigo que siempre es un nuevo amigo sabe invitar a la
reflexión para que reaccione voluntariamente ante cualquier circunstancia. Pero acompañándolo
al lago de la misma forma que se lleva al caballo para que beba agua sin obligarle a beber, porque
de igual modo como no podremos forzar al animal, a nadie se puede imponer por la fuerza una
actividad. A nadie debe exigírsele nada. Uno hace las cosas sencillamente porque le apetece, y si
no le apetece, pues no las hará aunque le regales un camión de argumentos válidos.

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Iván, tu amigo Oscar es mucho más que una persona que piensa en ti. Siempre que os habéis
encontrado os habéis regalado cariño, respeto, y cuando uno de los dos ha tenido necesidad, os
habéis otorgado tiempo y espacio aunque tuvierais que inventarlo. Por eso, Oscar, tu amigo Iván
está ligado a ti. Y ambos os eleváis juntos en la escalinata de la vida, entrelazados, ahora desde la
energía cósmica que envuelve al universo.
Nada habéis esperado el uno del otro a cambio de amor y lealtad, porque el auténtico amigo
se conforma con la amistad, y sobre todo con su felicidad. Y sufriendo, incluso más que el otro
cuando algo le va mal y tal vez por eso Oscar nunca te contó lo de Ana -el Jaguar atiende la
reacción de Iván-. Y aunque tu felicidad es la alegría de Oscar, y viceversa, en tu tragedia, Oscar,
Iván no te pudo consolar justamente porque le negaste la posibilidad al levantar el muro cuando
murió Beatriz. No pudo insuflarte más valor ante el cruel golpe que recibiste porque todavía no
estabais acoplados a la energía cósmica, pero esta fuerza se filtra por cualquier grieta y no hay
muro que la aísle. Por siempre más podréis comunicaros a través de la energía cósmica y
desahogaros cuando tengáis urgencia y necesidad.
Mutuamente velasteis por el otro en cada encrucijada, en cada reunión, absortos en vuestro
encuentro durante más de veinte años cuando la luna os ayudaba con su puente de cristal.
Porque ese amigo muy amigo siempre un buen amigo es el impulso sincero del amor
sobresaliente de dos excepcionales seres.
Oscar e Iván se miran a los ojos hondamente y con cariño. No hay ningún reproche por parte de
Iván. Ninguna justificación por parte de Oscar. Solo un abrazo que los funde.

Y con un recuerdo precioso olvidado cuya abundancia es un prodigio que conmueve a las mismas
piedras viejas que celosas se visten de orgullo altanero, rodeado por hierbas y setas milagrosas, ruge
cautivando el Jaguar.
_ A menudo tenemos necesidad de recuperar la fe en nosotros mismos y necesitamos que sea alguien
de fuera, probablemente un perfecto desconocido quien nos diga lo que ya sabemos. Voy a
compartir con vosotros una cosa muy mía como muestra de amistad.
¿Por qué yo tuve necesidad de Audrey Hepburn?...
¡Tuve una visión! Acudía a mí cuando me encontraba dentro de la bañera plena de agua
caliente y sales minerales. Me gustaba apagar la luz eléctrica y permanecer a oscuras intentando
visualizar una y otra vez la visión. Medité con suma concentración sujeto a una profunda
relajación. Trabajé. Y pensé que era un hermoso sueño.
Yo estaba en la costa. El mar se mostraba inmenso. El cielo abrió su puerta, y de repente estaba
en alta mar. De entre las nubes surgió una luminosidad que se reflejaba a mi alrededor como en
un abrazo. Veía los rayos, hasta que comprendí la invitación y me dejé llevar. Ascendí a un plano
superior subiendo por los rayos como por una escalera mecánica hasta la sala del cielo.
Ya estaba allí cuando mi sueño no terminó. Seguí trabajando en aquella imagen viva que me
transportaba de inmediato a un extraño lugar. Y pasaron los años y mi sueño comenzó a caminar
hasta que comprendí que era real. Entonces, durante otra jornada la visualización tomó vida.
Alguien vino a recibirme y era Audrey Hepburn con su elegancia y todo su ángel. Frágil y
bella, yo no podía dejar de amarla. Siempre me gustó verla actuar en la gran pantalla pero nunca
pensé que llegara a conocerla. Había visto todas sus películas. Antes de morir, se llenó de acciones

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humanitarias en el tercer mundo y la última vez que la contemplé fue en un film que interpretaba
a un ángel. No podía hacer otro papel que el de ángel. Sin apenas maquillaje, con su rostro
desnudo invadido por las arrugas me siguió pareciendo la mujer más bella del mundo.
Estoy seguro que hablamos, aunque no sé exactamente de qué, pero no me importa. Yo estaba
en el cielo con ella. Caminábamos juntos por las nubes. Pero de pronto desapareció. Cuando me
quise dar cuenta ya no estaba a mi lado y me encontré bajando una cuesta sin árboles muy
empinada llena de piedras grandes y pequeñas. Era incómoda, resbaladiza, áspera, dura. Estaba
llena de peligros. Quise comprender, pero pasarían algunos años en que me encontraría en esa
pendiente bajando al inquebrantable abismo.
Me sumergía bajo el agua caliente para conectar. Realizaba ejercicios respiratorios que nadie
me había enseñado. Me encontré bien excavando en la vivencia y relajado, envuelto por el manto
de la música clásica, me permitía soñar por entre los misterios de la vida. Siempre con la luz
apagada. Me acostumbre a encender una vela como quien busca una llama de claridad brillante
para encontrar el sendero. Intentaba averiguar donde me conducía esa pendiente que sólo podía
bajar procurando no caerme. Temía que si me caía ya no podría levantarme nunca más.
Volver a esa imagen era bastante desagradable. Visualizar la situación me llenaba de ansiedad.
Una y otra vez la angustia me oprimía el pecho, pero quería saber donde me llevaba. Buscaba.
Intentaba interpretar la señal. Esta visión debía tener algún mensaje al final. Necesitaba averiguar
cual era. Seguí trabajando por largo tiempo en cada jornada de baño, cada domingo.
Y de repente me encontré en otro plano sin saber bien como había llegado hasta ahí. No
reconocía el sitio. Había una montaña exuberante de vegetación y una casa cercana a un lago y
yo me encontraba en su orilla agachado, mirándolo, viendo mi rostro reflejado en sus aguas
plateadas. Pero resulta que era yo mismo quien veía como me miraba en el lago, y aquello me
pareció fantástico. Después de la incómoda bajada durante años encontraba paz.
Me confundía con el lago. A veces, yo era el lago que veía mi cara, pero al mismo tiempo,
miraba y veía claramente el lago. Y también lo hacía desde fuera como espectador. Era una
sensación estupenda, hasta que penetré tanto en el lago que me convertí en un rayo de luz
acuático que desde sus profundidades fluía iluminando lo alto del cielo que se teñía de certeza
fluorescente de bondad, que a su vez reflejaba la inmensidad del mar.
Y todavía permanecía en la costa, disfrutaba de la experiencia y la visión de un cielo abierto
que dejaba filtrar por entre las nubes el secreto de mi sueño, sabiendo por fin, qué es lo que
estaba sucediendo. Comprendí entonces lo que debía hacer. Y desde aquel instante me encuentro
en un mundo subterráneo buceando entre el amor y la belleza de la verdad del universo...
¡porque me instalé en una casa a los pies del lago en una isla con dos enormes montañas.... una
montaña exuberante de vegetación frente a otra montaña áspera y dura dispuesta a vomitar lava.
Yo tuve necesidad de Audrey Hepburn y ella me ayudó.
_ Sé a lo que te refieres, yo estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas en la biblioteca cuando
Aldous Huxley se tiró para gritarme ¡alto! Te estás equivocando de camino –informa Oscar.
_ A mi Dale Carnegie me llamó desde la vitrina del coronel del cuartel invitándome a romper el cristal
para meter la mano y asirlo –atestigua Iván.
Y Oscar e Iván habían sido visitados antes por el Principito, igual que ahora estaban siendo visitados
por el Jaguar. Existen las segundas oportunidades, por tal razón no deja de tronar el inmenso Jaguar.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

_ En un momento dado, alguien nos ayuda a obtener la gloria. Alguien nos asiste para que
consigamos riqueza material. Alguien facilita que realicemos viajes de placer. Alguien se encarga
de darnos la estabilidad familiar. Alguien contribuye a la realización de los propios ideales.
Alguien permite que mejore nuestro prestigio. Con alguien podemos tener un amor intenso.
Otra persona nos socorre. Con otra persona se formaliza un trabajo útil. Con otra se establece
una relación de intereses. Con otra nos apoyamos para obtener la prosperidad. Con otra persona
diferente, mantenemos una amistad firme y duradera. Y gracias a la intervención de alguien en
nuestras vidas reafirmamos la confianza en nosotros mismos. Esto último es lo que yo soy para
vosotros, nuevos amigos: el responsable de que creáis en vosotros mismos, y vosotros sois, el
uno para el otro, la posibilidad de continuar manteniendo esta amistad tan firme y duradera
como hasta ahora. Y los tres somos uno para cada uno y uno con todo. Somos, tanto maestros
como alumnos.
Iván no deja pasar la oportunidad de intervenir en tan sugerente monólogo.
_ Puestos a escoger yo quiero ser para ti ese alguien que te ayude a realizar un trabajo útil –dice Iván
sin sorprenderse al sonar como un clarinete triunfante que se expande aún sin quererlo.
_ Yo prefiero ser ese alguien que contribuye a la realización de tus ideales –dice Oscar sin sorprenderse
al sonar como un oboe que no se deja corromper.
¡Ambos ya son tanto receptores como emisores!

Y así como en el curso de un año llueve, nieva o graniza y también hace calor, del mismo modo
existe el Jaguar.
_ En las próximas décadas, la vertiginosa corriente de los cambios adquirirá todavía más velocidad y
la amistad se parecerá cada vez más a una canoa rudimentaria que da tumbos en los peligrosos
rápidos. La duración de las relaciones humanas ha variado. Ya no es como antes. El individuo
urbano medio de hoy establece más contactos con otras personas en una semana, de los que
establecía el campesino feudal en un año. Pero son contactos fugaces, a menudo artificiales.
La movilidad geográfica no sólo acelera el paso de lugares por nuestras vidas, sino el paso de
otras personas. El mayor número de viajes trae consigo un aumento de relaciones transitorias y
casuales con otros pasajeros, con mozos de hotel, taxistas, empleados de compañías de servicios,
doncellas, camareros, colegas y amigos de amigos, funcionarios, médicos de guardia, agentes de
seguros y otros muchos. Y cuanto mayor es la movilidad del ciudadano, mayor es el número de
encuentros breves, de contactos humanos efímeros, todos ellos con su inherente relación casual
comprimida en el tiempo.
En una época en que todavía estabas ocupado en tu actividad laboral, ¿lo recuerdas, Oscar?...
observaste con detenimiento el entorno. Iván, tu amigo analizó el vecindario de su despacho
profesional. Estuvo pendiente de los distintos cambios que operaban sin control. Un día, era un
nuevo camarero quién le servía o un cartero distinto suplía al titular. Otro día, la simpática cajera
del supermercado había desaparecido y otra ocupaba su puesto porque se trasladaba a su pueblo
para dar a luz. Una semana más tarde, el empleado de la gasolinera cambiaba de trabajo o quizás
fue despedido, la cuestión es que había otro diferente. Y mientras tanto, un vecino se mudaba y
entraba una nueva familia en la cercanía.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Estos cambios se producen continuamente. En cambio, cuando es uno mismo el que se


traslada, rompe de golpe todos los lazos y tiene que empezar de nuevo. Tiene que buscar un
nuevo pediatra, un nuevo dentista, un nuevo mecánico que no le time. Tiene que dejar todas
sus organizaciones y empezar desde el principio. La naturaleza de ese permanente volver a
empezar es algo que tú has frecuentado hasta el agotamiento, Iván. Pero más que huir de las
situaciones, tras agotarlas, buscaste otras nuevas en lugares desconocidos entre personas que no
te conocían, que nada sabían de tu pasado y con las cuales podías obrar sin herencia que te
condicionara.
Por encender el fuego causa el deshielo el Jaguar.
_ En este siglo XXI se inaugura un caos emocional para todos aquellos que no entren en contacto
con la energía cósmica –el Jaguar mira a Iván y le pregunta- ¿Recuerdas cuando dijiste que el
pensamiento es grande rápido y libre?
Iván asiente con la cabeza recordando Egipto.
_ Sin saberlo del todo, te referías a la energía cósmica –afirma de manera clara y penetrante el Jaguar-
. Estabas muy cerca, pero te apartaste de tu proyecto.
Y tú, Oscar, cada vez que meditabas, la tanteabas. La definiste como la posibilidad de ser.
Explicabas que es un alimento más auténtico que el pan, un descanso más profundo que el sueño,
un beso más húmedo que el océano, ¿recuerdas? No la entendías todavía. Pero el silencio se
rendía ante este poder inagotable.
En el desierto, ¿recordáis la estrella fugaz que cruzó en línea recta partiendo el firmamento en
dos?
Oscar recupera aquel hondo silencio y descubre como evitó llenar los pulmones de aire o… ¿energía
cósmica?
Iván abre los ojos como entonces, reviviendo las subidas y las bajadas por las dunas hundiendo
sus pies en las arenas hasta las rodillas.
Ya no tenía el Jaguar uno detrás del otro. Ambos amigos estaban a la par y se preparó para
aullar mágicamente, levantándose del polvo inmortal.
_ Todos somos breves e huidizos, rápidos como el cometa. Muy pronto todos nos convertirnos en
víctimas de un sistema que se ha colapsado y se derrumba, individuos metropolitanos carentes
de lazos, sin compromisos con los viejos amigos, con los compañeros, con los vecinos. ¿No es
preocupante el asunto?
El viento no oculta las huellas.
Los dos amigos que se han reencontrado por años como nuevos amigos, son como flores
silvestres de tallo largo que sobresalen en un campo de hierba.
_ Estoy capacitado para hablar sobre las relaciones de tipo fugaz –dice Iván escuchando risas como
quinientos millones de cascabeles-. La elevada movilidad de la gente, el amplio abanico de
posibles intereses comunes y la variable capacidad de adaptación a los distintos cambios de unos
y otros, provoca el deterioro en las relaciones interpersonales.
_ No si se aprende a contraer estrechas relaciones suspendidas en el tiempo –dice Oscar escuchando
risas como quinientos millones de cascabeles-. Creo que será un caos, porque la estabilidad
fundada en estrechas relaciones con pocas personas será ineficaz debido, justamente, a la
movilidad, debido a la transitoriedad de todo, a la pluralidad y la globalidad.

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Se beben el uno al otro los pensamientos, sintiendo que no quieren permanecer como la excepción.
_ La innovación tecnológica reduce la expectativa de duración de cualquier empleo -las pupilas del
Jaguar besan a Oscar e Iván-. La decadencia de las ocupaciones se acentúa en este siglo. Este
mundo de mentiras y manipulación y excesivo control de una minoría sobre la población del
planeta, es tan evidente que se caerá tan rápidamente que las personas no podrán estar nunca
seguras en sus casas… mucho menos en un puesto fijo de trabajo. Los traslados por exigencias
laborales obligaran a emigrar sin parar. Las fusiones y adquisiciones que se producen al
organizarse y reorganizarse frenéticamente las industrias en todas partes, influyen en las
relaciones humanas y la unión de las familias.
Dice Oscar con un sutil carraspeo al margen de la algarabía de la jungla.
_ Con estas condiciones dominantes, cabe presumir que los trabajadores habrán cambiado de empleo
unas siete veces por lo menos antes de cumplir veinticinco años.
_ Así pues –dice Iván con un castañeo de dientes- en vez de centrarse en una sola carrera, la sociedad
impulsará la necesidad de una serie de carreras... ¡bien! Ha prevalecido mi tesis del generalista. Me
complace haber sido repartidor de propaganda, mensajero motorizado, recepcionista, relaciones
públicas, modelo, disjockey, vendedor, asesor, consultor, político...
El Jaguar elige con tiento cada vocablo si miran atrás... para que ninguno de los tres pueda ver su
sombra.
_ Cada trabajador se caracterizará no solamente en términos del empleo que desempeña, sino
también, en función de la trayectoria particular que ha seguido su carrera; algo de lo que tú Iván
eres el mejor exponente. Nadie te comprendía cuando te iniciaste en el mundo laboral.
Al leer tu Currículum Vitae, ese dinámico historial tuyo que acumula diversos empleos, el
entrevistador temía que fueras un cazador de trabajos esporádicos o un oportunista de los
puestos vacantes. Pero en esta época de convulsión se fijan en los motivos del cambio que en tu
caso, siempre fueron mejorar las condiciones e ir en pos de aprender algo que no supieras para
engrandecer tu bagaje.
_ Debo reconocer a favor de mi amigo lo siguiente: si se me presentasen dos candidatos con iguales
méritos, personalmente, sobretodo conociéndote a ti, a mí no me afectaría esa aparente
inestabilidad. Sin dudarlo, preferiría al que ha cambiado de empleo un par de veces por razones
obvias, más que al que ha permanecido siempre en el mismo lugar apegado a la seguridad. Me
preocuparía no saber cómo se adaptaría. Sería un riesgo demasiado grande.
_ Y… no podría ser que en mi juventud, yo cambiase de empleo justamente porque no conseguía
adaptarme a la estructura de una organización concreta, ¿eh?
_ Tú eras eficaz y te adaptabas –responde Oscar- pero pronto tocabas techo y te aburrías.
Abandonabas puestos de trabajo y domicilios con todo cuanto implicaba. Dejabas atrás una
posición privilegiada sin importarte pasar a un estado inferior. Renunciabas a un nivel de ingresos
alto para adoptar una manera de vivir completamente menor, supongo que por el desafío de
volver a empezar y tener que lograr subir el listón. ¡Eso es lo que te atraía!... las posibilidades de
la nueva opción... como cuando abandonaste Andorra para regresar a Barcelona pasando a
obtener un salario tres veces inferior… en ese momento querías optar a las posibilidades de una
gran ciudad, luego de agotar tu estancia en las montañas del Pirineo.
Y se revuelca frotándose la espalda contra el suelo el Jaguar.

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_ Hermanos... no se trata de fieles reclutas o de atrevidos desertores. El convencimiento de que


ningún empleo es verdaderamente permanente, es la convicción de cuanto se impondrá
próximamente: las relaciones contraídas son condicionales y por consiguiente, temporales. En el
mundo laboral, preveo un alto grado de turbulencia y de gran agitación. El medio será inestable
y perturbador para una gran cantidad de personas sin la habilidad del camaleón de la que tú Iván
has hecho gala durante tu vida anterior a hoy.
Oscar, tú crees que te conviene mantenerte aferrado hasta saber adónde vas, en cambio, tu
buen amigo parece creer que siempre hay otro empleo mejor esperándole a la vuelta de la
esquina. Y sin embargo, ambos estáis equivocados. Toda nueva actividad implica, no solamente
un patrono, una nueva residencia y una serie de asociados en el sector. Toda actividad implica un
nuevo estilo de vida. ¡Ambos estáis en una encrucijada! En el corazón de la vida... hay otras
maneras de absorber la existencia humana, ¿lo sabíais?
_ ¡Pues claro que sí! –exclama Iván- de hecho, estamos aquí contigo indagando.
El Jaguar infiere un zarpazo a Oscar.
_ Iván tuvo que aprender a adaptarse cuando lo abandonaron. Pero Iván se puso en marcha, y tú, en
cambio, te encerraste en tu guarida. Oscar, estás agarrotado, y es por eso que no das tu paso final.
Llega un momento que el hombre debe renunciar, y tú, por favor… reconoce en este instante
que no te has atrevido a hacerlo. Vives anclado en una parte de tu pasado que te limita sin
condición. Debes abandonar el incoherente compromiso laboral con tu padre.
Iván se limita a vivir una cosa tras otra mientras tú, Oscar, retratas magníficas fotografías que
inmortalizan el momento y luego te distraes viéndolas, recreándote en el pasado, pero perdiste
muchas de las cosas que Iván, sin necesidad de tomar una sola fotografía, guarda en el
subconsciente. El ser humano es más rápido que la máquina, pero en nuestros días yace
anquilosado por la desidia y la apatía y el miedo. ¡Hace falta coraje! La humanidad se fue a
descansar una noche y se despertó sumida en el sueño de una civilización tecnológicamente
avanzada, y desde entonces, sonámbula y atontada, atrapada sin sentido en su propio laberinto
de insondables despeñaderos se muere de hastío contenido.
Cada nueva relación humana requiere una pauta distinta de comportamiento. Debemos ser
capaces de operar a un nivel de adaptabilidad que jamás se había solicitado a los seres humanos.
Iván, simplemente se ha preparado para el siglo en su banco de pruebas. Tu amigo muy amigo es
un ser avanzado en muchos aspectos.
Iván le pone la mano sobre el hombro a su buen amigo y le dice:
_ En tu adolescencia, y más tarde en tu juventud, quisiste descubrir tu verdadera vocación… lo
recuerdo bien, te estudiabas sin dejarte influenciar por tu entorno, entonces, dime, ¿por qué
todavía eres abogado?
_ ¿Y quién te dice a ti que voy a continuar siendo abogado?
_ ¿Vas a ser finalmente juez? –lo increpa Iván.
También esta pregunta se queda tambaleando entre dos instantes iguales. Oscar no contesta. Pero el
Jaguar, tapizando de laureles el camino habla para exclamar.
_ Hermano, por fin vas a dejar de estar en tinieblas.
Y con la armonía de una danza marina entre los rayos del sol, recoge de su pecho un sombrero que
desliza en su cabeza mientras susurra lentamente con fervor.

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_ ¡Bienvenidos a otra dimensión!

Y siguen avanzando cada uno con su cadencia entre orquídeas y tucanes, bromelias y helechos que
nacen a su paso dispuestos a zambullirse en la tupida jungla rica en vitaminas. Sacuden el follaje.
Abren un sendero, listos para penetrar en el reino de los mitos. Allí donde dioses divinos se decidían
por el agua con la lluvia, por la luz mediante el sol, por el alimento a través del maíz y donde la vida,
podían tomarla junto a la muerte.
_ Os explicaré como aprendí a saladrear –ruge el Jaguar como bálsamo aromático.
_ ¿A qué? –exclaman asombrados frente a la novedosa palabra.
_ Aprendí a saladrear: "SA-LA-DRE-AR". Es un verbo; yo saladreo, tu saladreas, el saladrea, nosotros
saladreamos, vosotros saladreáis y ellos saladrean.
_ ¿Pero vas a decirnos qué significa?
Los dos se pisan al insistir al mismo tiempo sin sorprenderse por haber pronunciado la misma frase
en el mismo instante y con la misma entonación a una sola voz, y se dan de la mano, y se abrazan
permaneciendo el uno dentro del otro, sonriendo levemente como si coquetearan, volviéndose
unidos al Jaguar para dirigirle una interrogativa mirada a la de tres… una, dos y tres!
_ Es trascender el sufrimiento, dominar la muerte, ingresar en la eternidad; una forma de
conocimiento y de encuentro con la identidad; es la ciencia de ser uno con Todo y, súbitamente
surge la lírica! Cuando percibes una cosa como sosa, puedes ir a buscar otra distinta o puedes
desarrollar la facultad de saladrear. Es una mezcla de saborear, experimentar, celebrar, pero
haciéndolo todo a la vez, encontrando ese "algo" magnífico que tienen todas las cosas. Saladrear
no es más que arrancarle un pedazo de verdadera esencia a las cosas, ya se trate de animales
vegetales o minerales, objetos o acontecimientos. Es hurgar en su misma razón de ser y de existir
y de comprender “para qué”.
_ ¿Por qué no añadir pimienta o azúcar? -interviene combativo Iván.
_ La pimienta es demasiado fuerte. Alteraría la sustancia de las cosas. Y lo dulce, puede llegar a ser
empalagoso. No es necesario arriesgarse. Es mucho mejor la sal que conserva. Por alguna razón
el mar es salado. Por otro lado, se sabe que beber agua del mar lo vuelve a uno loco, por lo tanto,
puedes hallar bienestar en tu locura si eres capaz de vivir saladreando.
Oscar apuntala el comentario mencionando a un autor singular.
_ Jalil Gibrán tiene un hermoso poema sobre un loco. En seguida de leerlo me dije: “… pobre loco
el que no está loco, porque una dosis de locura es en gran parte una forma de libertad”.
_ Estoy de acuerdo, cierto grado de locura favorece al individuo -corrobora Iván.
_ Además, –prosigue el Jaguar-, saladrear es una invitación a salir, a descubrir, porque es abrirse a
volar rompiendo la limitación que te mantiene oprimido.
Lo comprendí en Ometepe. Puedes simplemente mirar. O puedes tocar la intimidad de las
cosas. Me refiero a la mirada que nace en el interior del ser humano, la que comienza adentro,
en el alma, y tiende un puente que te permite llegar y permanecer en el otro lado en conexión.
La mente exige que abras los ojos cuando envía señales, quiere que levantes los párpados. Pero
ver y mirar son cosas bien distintas. Igual como oír y escuchar, no es lo mismo. Puedes escuchar
la belleza del canto de los pájaros, pero sólo puedes oír con un oído fino y agudo su mensaje de
amistad. Puedes mirar a una persona, pero sólo veras su alma si consigues saladrear, es decir,

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canalizar la energía cósmica. También puedes notar el viento en tu rostro, pero es mucho mejor
sentir la suavidad de su caricia y esto también es...
_ Haber, haber, haber, haber –interrumpe Iván- un momento por favor. ¡Necesito un ejemplo más
contundente!
_ Si miras una estrella veras su luz, pero si tu mirada ha nacido adentro, estarás allí con ella,
considerándola, apreciándola, estimándola, y desde la individualidad, desde lo más profundo del
ser genuino de cada uno seréis Uno y perteneceréis a la fantástica Unidad.
Oscar está muy intrigado y le pregunta al felino.
_ ¿Qué aprendiste exactamente en Ometepe?
_ Que estaba más vivo que nunca. Y satisfecho por la oportunidad, me sentí diariamente tranquilo y
satisfecho. Todos somos muy afortunados, lo que ocurre es que no sabemos o no queremos
aprovecharnos de la oportunidad. Entonces supe que ya no estaba dormido ni aletargado. Ya no
vegetaba. Saladreaba. Desperté bajo el Charco Esmeralda. Me abrí al esplendor de la vida.
¡Aprendí! Y aprendí muchísimo. Aprendí a escuchar el viento, escuchar el silencio, escuché lo
que me decía el lago. Aprendí a amar un árbol, una piedra, a los volcanes que ronronearon a
destiempo. Aprendí a conocerme más a mí mismo por medio del auto-descubrimiento. Penetré
en mi interior y me encontré. Salí de aquel retiro nuevo dispuesto a amar.
_ Pero... ¿y qué pasó a continuación? -continua indagando Oscar.
_ Crecí, maduré, evolucioné sin darme cuenta. Todo aquello me preparó para este gran viaje que se
está dando... no me digáis que vosotros no os estáis dando cuenta de lo que en realidad está
pasando entre nosotros…
Oscar permanece atento y callado hasta que habla.
_ Un inciso, porque yo discrepo. Es la mente quien domina absolutamente cualquier actividad en el
cuerpo, incluso los sentimientos. ¡Tu intelecto decidió hacerlo!
_ Oscar, nuevo amigo, hermano, si tú te sientes alegre, actuarás con alegría. ¿Pero quién manda ese
impulso?
_ ¡Pues la mente! Porque piensa que por alguna razón determinada debe comportarse con alegría y
decide hacerlo.
_ El cerebro manda una señal para poder "sentirse" alegre y poder reaccionar, trasladando el impulso
al resto del cuerpo ¿estamos de acuerdo? Sin embargo, hay otro camino prodigiosamente natural,
los sentimientos, que en sí mismos son destellos de energía cósmica. Si la mente fuera quien
realmente gobierna no existiría la tristeza o el dolor, ni tampoco el sufrimiento o la depresión.
Son las emociones quienes conforman el ánimo enviando señales al sistema nervioso y entonces,
el cerebro se acciona y a continuación todo el mecanismo funciona. Los sentimientos provienen
del cosmos. Antes de la creación no había más que energía en estado latente. Hubo un gran
chispazo. Surgieron las galaxias, y también nuestro planeta. Después surgió la vida en la Tierra, y
del mismo modo surgen los sentimientos que derivan en acciones dirigidas por el intelecto. Los
sentimientos son inanimados, intangibles, simplemente no están… hasta que están. La vida
evolucionó hasta nuestros días. Fue posible gracias a la inteligencia del gran espíritu. La energía
cósmica por sí sola no logra nada. Alguno de los dos es capaz de imaginar el universo sin energía
cósmica ¡no tiene sentido! Uno comenzó lo que el otro debe terminar. Así se cumple el ciclo. Y
el espíritu reinará en los actos de cada persona…

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_ ¡Interesante! -proclama Iván.


_ ¡Sugestivo! -anuncia Oscar.

Los sentimientos y los pensamientos pueden originarse desde el exterior del Yo y al


mismo tiempo ser experimentados como propios. Esto es lo que ocurre en esta era de
la globalización donde se impone la opinión generalizada, consolidando un
pensamiento único. Y como la abundancia excesiva de información y señales ahoga
los sentimientos y los pensamientos que se originan en el propio ser, eliminándolos
hasta suprimirlos por completo, dejan de formar parte de la esencia individual,
extraviándose la energía cósmica del alma que se agarrota. A menos que mantengas
un diálogo interno como hice yo.

_ Oscar... Iván... Fijaros que si observamos el fenómeno de la decisión humana es impresionante el


grado en que las personas se equivocan al tomar decisiones que constituyen un simple sometimiento
a las convenciones, al deber o a la presión social.
_ Yo creo –dice Iván como si fuera un alboroto o una gritería chapoteando-, que el derecho a expresar
nuestros pensamientos tiene significado tan sólo si somos capaces de tener pensamientos
propios, originales, pero la educación tradicional conduce con demasiada frecuencia a la
eliminación de la espontaneidad. Son muchos los niños que manifiestan un cierto grado de
hostilidad y rebeldía como consecuencia de sus conflictos con el mundo que los rodea y que
ahoga la expansión de su potencialidad. Y lo digo con conocimiento de causa y por propia
experiencia. Recuerdo como en mi infancia se descargaron camiones de hechos y cifras en mi
pequeña cabeza, centenares de datos aislados e inconexos se amontonaban. En esa época, todo
mi tiempo y toda mi energía se perdía en aprender de memoria cada vez más y más datos que no
sabía exactamente para qué me iban a servir y la consecuencia inmediata era que me quedaba
poco lugar y escaso tiempo para ejercitar el pensamiento creativo, hasta que me rebelé contra
toda esa agresión injustificada.
_ Yo creo –añade Oscar escupiendo palabras como dardos que repiquetean entre las copas de los
árboles-, que así como el pensamiento ha surgido como instrumento para analizar la existencia
humana, y en mi caso, lo desarrollé cuanto pude para buscar la verdad acerca de la vida, en
general, el pensamiento se arraiga en los intereses y las necesidades de los seres humanos porque
sin tales inquietudes desaparecería el estímulo de búsqueda de la verdad, que en definitiva, es lo
que nos hace pensar y nos diferencia de los animales que actúan, exclusivamente, por instinto.
Curiosamente nosotros, como animales avanzados, carecemos del aparato instintivo y sin
embargo, este mismo desamparo constituye la fuente de la que brota el desarrollo humano. La
libertad biológica del ser humano es la condición de la cultura humana.
_ El estímulo existe –puntualiza Iván- porque es inherente a cualquier animal, pero la manera de
satisfacerlo permanece abortada. Yo creo que se debe elegir entre diferentes cursos de acción. En
lugar de una acción instintiva predeterminada, el ser humano valora mentalmente diversos tipos
de conducta posible... entonces es cuando empieza a pensar; razona y reflexiona, algo que no
hace ningún otro animal.

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_ En el curso de la historia de la humanidad –ruge el Jaguar como una exhalación de sándalo y caoba-
, la autoridad de la Iglesia se vio reemplazada por la del Estado y en la actualidad, ha sido sustituida
por dos entidades abstractas: la autoridad anónima del sentir común y las grandes corporaciones
mundiales. En su mayoría, las personas son conformistas, cuando debería imperar la conciencia,
la voluntad a través de la energía cósmica. Muchos autómatas viven bajo la ilusión de ser
individuos dotados de libre elección y, renunciando a sí mismos a diario, intentan adaptarse a las
expectativas de los demás y del sistema que los aprisiona al tratar por todos los medios de no ser
diferentes. Así logran acallar aquellas dudas acerca de su verdadera identidad y obtienen como
premio la seguridad de pertenecer a ese inmenso colectivo. Sin embargo, el precio es demasiado
alto, porque el resultado de este abandono de su espontánea intimidad se convierte
irreversiblemente en la frustración de su existencia humana. Los autómatas, si bien están vivos
biológicamente, no lo están a nivel espiritual. Y mientras se golpean a sí mismos realizando
frenéticos movimientos de un lugar a otro, la vida se les escurre sigilosamente por entre los dedos
como el agua que no se puede atrapar en un puño. Su hiperactividad no es más que una pasividad
disfrazada. Temen hacerse responsables de sus vidas. Pudiendo obrar libremente... resulta que el
ser humano de hoy no es libre de actuar según su propia voluntad. Si supiera lo que siente y
necesita, quiere y piensa, actuaría, pero no lo sabe y, lo que es peor... ni le interesa averiguarlo,
bombardeado por insulso entretenimiento. ¡Apelo a la energía cósmica en vez de continuar
perpetuando un comportamiento absurdo! Porque a pesar de su disfraz de optimismo y
bienestar, el ser humano del siglo XXI está terriblemente abrumado por su impotencia e
inanición que le hace mirar, sin conseguir ver, las catástrofes que ocurren a diario y las tragedias
que se avecinan. Se halla una frágil seguridad a expensas de sacrificar la propia integridad del alma
que palpita. Algunos prefieren perder su autenticidad... porque no saben como expresarla de
manera creativa y, entonces, empalidecen ante su incapacidad de soportar la soledad de estar
“consigo mismo”. Prefieren mezclarse entre la multitud. Prefieren relegar el desafío del abrazo
interno.
_ Independencia y libertad, son inseparables respecto a miedo y aislamiento –exclama Iván.
_ Existe un estado óptimo de libertad en el que el individuo vive como un ser independiente sin
hallarse aislado –añade Oscar- y desde el conocimiento de la energía cósmica puede hallarse
unido, vinculado al universo, a las demás personas, a la Naturaleza.
_ Para los ciudadanos cósmicos –les aclara el Jaguar- lo suyo es solamente aquello con lo que están
genuinamente relacionados por medio de su actividad creadora, ya se trate de la relación con
una persona o con una cosa inanimada. Solamente aquellas cualidades que surgen de nuestra
actividad interior dan fuerza a nuestro ser.
Si las personas se concentraran conscientemente en dar rienda suelta a la significación de sus
almas por medio de la energía cósmica, entrarían en comunicación con el universo entero y
dejarían de ser átomos aislados. Esa persona y el mundo se transformarán en partes de un todo
configurando la Unidad. Así es como se disfruta de un lugar legítimo entre el tiempo y el espacio
y desde ahí, inmediatamente desaparecen las dudas respecto de nosotros mismos y del significado
de la adecuada existencia.
El crecimiento será posible con el respeto y la lealtad a la peculiaridad de la Ley Fundamental
del Universo. Este respeto y lealtad por la Conciencia de Unidad, unido al afán de expandirla,

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constituye el logro más valioso de la cultura humana y representa justamente lo que hoy precisa
nuestra era.

Tomar conciencia es el despertar a la energía cósmica que aguarda para


manifestarse. El barco con el que se navega no tiene otro capitán que tú. No zarpa a
menos que sueltes los cabos… es decir, a menos que te desates del pasado que te
limita.
No venimos a esta vida a sufrir. Somos nosotros que sufrimos al distanciarnos de
la energía cósmica… de su comprensión y posibilidades, de su potencia y
significación. El mundo que tenemos es el mundo que creamos, pero no es la única
opción.
Seguiremos sufriendo mientras no volvamos a conectarnos al vibrar del alma
universal, me refiero a la reconexión con la energía cósmica. Nadie que no seas tú
puede curarte o salvarte. Todas las soluciones palpitan en nuestro interior en forma de
energía cósmica que todavía no es verdad… hasta que la reconocemos. A partir de
ese momento, la realidad nos agrada y la disfrutamos.
Es una paranoia creer que otra persona me va a hacer feliz. El único responsable
de mi estado anímico soy yo que decido percibirlo de uno y otro modo. De lo contrario
no hubiera sido capaz de hacer este viaje sublime a mí mismo… a la Conciencia de
Unidad. Es toda la especie humana que viaja en el mismo barco llamado Tierra.

Domingo 23 de diciembre del 2012, por la tarde

En algún lugar no muy retirado, tan antiguo como la jungla, dueño de los follajes y del acecho, de
piel lustrosa y planetaria, se encuentra el único que conoce todas las sendas del Petén. Con fina pisada
y larga zancada permanece como príncipe de esta ciudad portentosa cuya arquitectura celestial mira
al cosmos.
_ Iván... si pudiéramos juntar tu corazón desbocado con el brillante cerebro de Oscar, obtendríamos
un ser muy especial. Mientras otros bostezaban aburridos, de muy distintas formas habéis
trabajado duro los dos. Vosotros habéis picado piedra en la cantera. Es hora de que todo por lo
que habéis luchado cristalice saliendo a la superficie y flote mansamente ante los demás.
La correspondencia entre cada individuo y el mundo que lo rodea, turba el futuro cuando
causa un apego absurdo que aleja a esa persona de su responsabilidad con la Unidad. No apartar
la maleza que te acerca a tu íntimo gesto, es un acto de traición a la llamada que llega.
Influenciados por el ambiente, por personajes del espectáculo, futbolistas famosos, célebres
cantantes, populares presentadores, poderosos políticos y empresarios ricos... por envidia
queremos ser otro en vez de vivir nuestra autenticidad. Así es como mucha gente acaba
perdiéndose. Y terminan por no saber quiénes son ni qué necesitan o esperan de la vida.
Es una total incoherencia con el alma mantener a otra persona en un pedestal, renunciando a
la natural inclinación, desertando de esa milagrosa tendencia que nace en el corazón para expresar
con razón los designios de la energía cósmica; que al principio se presenta con discretos susurros
evocadores de sentimientos de ensueño… pero esos destellos serán rayos después.

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Yo quise escuchar. Atendí mi voz interior. Estaba demasiado alejado. Sufría de malestar. Me
ahogaba en el mar de la confusión presionado por la desesperación. Sabía que en alguna cosa me
había equivocado y rectifiqué, aceptando el error. No podía permitir que mi energía se
desperdiciase. Aquél hado con el que vine a la vida continuaba a mi lado. Me faltó muy poco
para extraviarme del todo, pero logré captar las señales y tomé conciencia.
Iván, absolutamente todos tenemos una tarea, humilde o elevada, heroica o cotidiana, una
determinante función que desempeñar. Saber cuál es significa estar integrados en los cauces de
la evolución, y desarrollarla, eso es pura dicha.
Oscar, debemos adaptarnos a nuestra época, incorporando desde nuestra actitud, un firme
comportamiento activo con nuevas costumbres y una original y fresca voluntad para crear la
sociedad cósmica.
La experiencia acumulada en el pasado no sirve, hay que desecharla. ¡Olvidad tanta
información inútil! ¡Es tiempo de desprenderse de tantas experiencias acumuladas! Oscar… no
puedes seguir respetando ciertas normas y estúpidas leyes. Iván… no puedes seguir practicando
algunos de tus hábitos más característicos.
Estamos lejos de la impotencia, la incapacidad o la ineptitud. Podemos ser extremadamente
útiles y valiosos, los motores de la generación cósmica. Descubramos a los demás el poder que
habita en nosotros, esa fuerza vital que proviene del gran espíritu del universo. Nunca me había
interesado tanto en silenciar mi mente, para hablar desde el corazón como lo hago ahora. Jamás
insuflé alma a mis actos y ahora, en este instante lo consigo si vosotros cooperáis… ¿me estoy
explicando?... os hablo de la conciencia de unidad más sagrada que existe… entrelazar
pensamiento, sentimiento y acción, es el equilibrio del cosmos interior que da como resultado
la manifestación del gran espíritu… yo soy Dios cuando dejo de ser Yo…
No tuve que aprender el idioma de los Annunaki para celebrar mi mutación… vislumbre en
la orilla del lago, boca abajo, mi cuerpo al que yo mismo asesiné. ¡Os toca a vosotros! Fusionaros
por fin… ambos, juntos… gracias a la energía cósmica, dejarán de asustaros los abismos, justo
cuando ese pedazo de maldad situada en vuestro lado oscuro que ya habéis apaciguado y
empezáis a controlar, sea domesticado como al monstruo que se vence. Tenemos la opción de
formar parte de la Unidad, participando en La Gran Obra, pero os necesito a vosotros dos, ¿lo
entendéis?
¡Seamos fieles ante esta tarea cardinal! La más vital a la que estamos llamados. Cada uno a su
manera puede hacer carrera. Estaba ahí desde el inicio. Persiste adentro de cada uno. ¿Sentís el
vibrar del magnetismo?
Hermanos, es una labor individual conocer nuestro sino y defenderlo con las fuerzas inmensas
y potentes del corazón que debe decapitar la cabeza donde se enredan los pensamientos en una
orgía de ideas desordenadas. Y aunque algunas personas se enfrentan con una labor “no prevista”,
algo que ni tan siquiera habían imaginado, tendrán que afrontar la responsabilidad o sucumbir
para siempre en una vida de miseria existencial. Cada uno elige. Decidid si aceptáis o no este
desafío de avivar la salud de nuestra raza, para que se recupere del desmayo en el que vive.
_ Me gusta todo cuanto has dicho -dice Oscar con paciencia-. En mi estudio sobre la sociedad he
podido comprobar cómo se obliga al individuo a reprimirse cada vez más.

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_ Pero Oscar –añade Iván- nosotros escogemos perder o no el vigor. La ingenuidad de mi animal
salvaje, del hombre primitivo que soy, del niño que todavía conservo, no me vuelve manso y
obediente, sino todo lo contrario.
_ Tienes razón –admite Oscar-. Basta ya de ser respetuosos ante los reglamentos y las prohibiciones.
Digo adiós a esta avidez porque si no la fantasía se me apaga. El desencanto del mundo va en
paralelo con el endurecimiento tecnológico de la vida. He comprobado como el malestar se hace
sentir en los adolescentes. Todos pretenden desertar de la vida consumiendo a todas horas
superfluos productos. Precisan una buena dosis de energía cósmica. ¡Sí!
_ Sentir el secreto es beber agua de viento... La energía cósmica es para el sediento que comprende
que no somos un cuerpo con alma… si no un alma en un cuerpo… ¡Hay que despertar otras
almas! Más allá de la música, el alcohol o el sexo, jóvenes y adultos, deben poder encontrar un
sitio… un lugar on line que sea una oportunidad para favorecer su particular conciliación. Una
especie de plataforma donde descubrir lugares maravillosos no contaminados, un espacio donde
no existan ataduras, frenos, limitaciones, donde cada ciudadano pueda expresar su naturaleza
mágica en un encuentro lleno de hechizo.
La primera mitad del siglo XXI será un momento histórico sin precedentes. Una generación
cósmica generadora de grandes movimientos colectivos forjará las bases de la sociedad cósmica.
Desde la Conciencia de Unidad se reunirá la energía cósmica mediante de acciones planetarias
con las raíces profundas en la sensatez de la Ley Fundamental del Universo, así recuperaremos
esa cualidad que tanto precisa nuestra raza: la espontaneidad y la sencillez perdida del niño que
se asombra y curiosea.
Rechazar el sistema que ha demostrado ser inhumano, no cooperar con una sociedad que ha
colapsado, recuperando los principios más básicos, me refiero al genuino sentimiento por delante
del frenético cerebro, alcanzando la propia esencia cósmica… así se dilata la conciencia… Y al
liberar el alma que despliega sus alas, da como resultado una vida plena y pacífica, generosa de
bondad.
En este punto comenzará la inflexión de una época que despierta y sepulta al cadáver social.
Será la explosión creativa de un impulso fraternal que marcará el devenir de la Humanidad. Nada
hermoso puede realizarse en el arte, en la ciencia o en la vida, sino se libera energía cósmica. Y si
no la hacemos emerger, de alguna forma siniestra, condenamos al planeta Tierra y sus habitantes.
Si esta vocación escondida que poseemos en el fondo de nuestro ánimo no se desarrolla con
auténtica motivación, la transgresión a la dimensión de un mundo mejor quedará frustrada
¿castrado el renacimiento universal? ¡Una obra esplendorosa está a punto de nacer! Liberados
gracias al impulso que llega del alma que transforma milagrosamente aquello que acaricia con su
aliento, moldea los nervios y los músculos, y todo el cuerpo, llegamos a movernos de manera
prefecta. Lo digo por propia experiencia, hermanos.
_ ¿Pero será duradera? –pregunta Iván buscando el lado práctico.
_ Poco a poco crecerá. Se construye en el Tiempo, a expensas de la Creatividad.
_ ¿Y todos somos artesanos? –pregunta Oscar todavía mostrando dudas.
_ En períodos como el que vivimos es fácil que la gente se adhiera. Por una sencilla razón: porque se
necesita... y muchos saben que es urgente. Se trata de nuestra salvación. Solamente así podemos
huir de la autodestrucción. La reflexión y la discusión nos acercan a la verdad. Cada uno es libre

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de vivir esta experiencia con entusiasmo y esperanza, igual como si fueran poetas, músicos o
dramaturgos que comunican emociones y valores que dan fuerza y consuelo. La vida de la
energía cósmica está en la misma Vida, en la creación, más allá de las reglas o las incertidumbres
o la utilidad. Todo se ha tornado rígido e inmóvil y casi inverosímil. Todo se ha vuelto poder o
falsedad. Esta potencia a la que erijo un trono fluirá liberadora, y a la vez transformadora, en
pocas décadas reemplazará a los burócratas del espionaje que se confabulan con el miedo y
conspiran a través de las mentiras en los medios de comunicación. Cuando el ciudadano sensible
está en la plenitud de su creatividad no se preocupa por el poder o el dinero o el estatus o el
aplauso. No busca seguridades ni precisa garantías. Se arroja al mundo e inventa, juega y arriesga,
improvisa impulsado por un halo de magnetismo que vibra, entonces se ríe de sí mismo con los
demás y juntos se ríen con toda la Humanidad, los planetas y las galaxias. Y desde tanta alegría
construyen al margen de los cargos, los premios y los honores, sin vanidad ni soberbia. El poder,
tanto como las reglas y las normas son sustitutos de la llama creativa que se apaga, pero no está
extinguida. ¡Vibra en el alma!
¡Mi llama nadar en agua fría sabe! ...porque es una llama de energía cósmica. Y esta noticia
excita, pero inmediatamente después envejece. Si la repites aburre. Aunque sabed hermanos
míos, esto no es así para todas las personas. Cuando se contacta con la energía cósmica, en ella
se descubren insólitos aspectos de inusitada verdad que desvelan misterios. Cualquiera puede
iniciarse en la Luz. Cualquiera saldrá enriquecido ¿por qué? ...porque es inagotable. Te obliga a
salirte del cotidiano pensamiento. Ahoga el cansancio moral. Destroza el mal humor, tanto
como la decepción y el desagrado, penetrando en una atmósfera extraña pero limpia y pura. En
ese instante, uno puede entrever el armazón del universo convirtiéndolo para cada uno en
apasionante relato. Tolerando el encantamiento se bebe ávido de conocimiento con un
escalofrío frente a la revelación. Y con estupor... ¡nos tocamos a nosotros mismos, por dentro!

La mutación existe para que cada ser humano busque su tesoro y lo encuentre y a
continuación, se comprometa a ser mejor que no lo había sido en su vida anterior.
Cuando sucede mejora automáticamente todo cuanto se encuentra alrededor. Que
el planeta que se habita sea “excelente” depende de cada uno.
Oscar e Iván se sumergen en el gran espíritu universal. Perciben que el gran
espíritu universal está formado por energía cósmica y comprenden que la energía
cósmica es el componente magnético que envuelve su cuerpo. Conciben a su propia
alma de manera intacta y admiten que los dos pueden realizar milagros.
El Jaguar les recuerda lo que ambos ya sabían, pero con el atronador ruido de
la maquinaria de la sociedad, la voz del corazón se había tornado demasiado tenue
y frágil hasta entumecerse. Los pensamientos no enseñan nada en absoluto. Son las
personas quienes al tomar conciencia descubren la manera de sumergirse en su
mayor tesoro. Pero los adultos no creen en tesoros, son perezosos, prefieren ignorarlos
para no tener que buscarlos. Por eso nada más los niños son sensibles a ese
acercamiento que no es un chiste ni una broma. Cada momento de sincera búsqueda
es una cita con la energía cósmica que permanece en abundancia durante la
infancia, hasta que el adolescente se encamina en la vida adulta y entra en el
laberinto.

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Son pocos los que caminan hacia la antesala de su plenitud, sobretodo cuando
piensan que el medio que los rodea está plagado de obstáculos insalvables. Les aterra
levantarse contra su personalidad. Eligen protegerse con el uso de las posesiones, que
constituyen la verdadera amenaza. Así mismo lo pensaron tanto Oscar como Iván, y
por tal razón se convirtió su entorno en algo terriblemente horroroso hasta el día de su
llegada a Tikal. Porque aunque latía en su pecho sin callar, la energía cósmica habla
despacio y con sigilo. Y para evitar cualquier arrepentimiento futuro, existe el Jaguar
para hacerlos tropezar con su propio tesoro.

Tikal da cobijo a la penumbra que se torna color. Aquí el alma se expresa en la


palabra y en el gesto, pero además se imprime en la obra, porque el gesto y la
palabra pronunciada se volatizan y solamente permanece el alma de la obra. El resto
del espíritu que no ha logrado reflejarse, se evapora.
El conocimiento de los griegos egipcios y mayas, guardan al mismo tiempo la
unidad y la diversidad de la condición humana. Se plantearon interrogantes casi
idénticos, y sus respuestas tienen sorprendentes paralelismos, aunque siempre es
posible advertir un rasgo individual, tanto como un común error: olvidaron estimular
los sentimientos desde adentro, desde el alma al universo, y por este motivo es que
solamente El Encanto ha perdurado. Buscaron respuestas en el vuelo elevado de sus
pensamientos, en el palpitar de las entrañas del momificado, en la disposición
misteriosa de los cuerpos celestes. Era parte de la maniobra llegar hasta este
momento absoluto para el desarrollo de nuestra civilización, definitivo para la raza
humana. ¡Nosotros somos el mar que une los islotes culturales de antaño!

24 Diciembre, 2012

En la jungla del Petén se pueden contar hasta doscientas ochenta y cinco especies de pájaros, pero
residentes en Tikal, tan sólo garzas azules y blancas, halcones que anidan en los templos, loros que
pasean por encima del gran bullicio, pavos dorados que se dejan fotografiar y multitud de colibríes
de todos los colores posibles de imaginar.
Paredes de un laberinto orgánico vegetal de jungla seductora, fértil, que nunca duerme y que
invita desde lo más recóndito de su espesura. Y de pronto son asaltados por un grupo numeroso de
japoneses que cámara en mano, como torbellino dirigidos por un guía con prisa, casi los arrasan.
Se levantan y empiezan a caminar nuevamente juntos los tres hasta encontrar donde asentarse
sin ser molestados por jaurías feroces de turistas que solo están de paso.
Iván los orienta entre árboles gigantes de zapote cuya salvia es la base del chicle, bordeando
una línea de palmas datileras hasta un determinado sitio donde esconde la comida. Seleccionó el
hueco del tronco del árbol milenario sin saber que entre sus poderosas raíces descansa una plataforma
sepultada a poco más de ocho metros. Y como si se tratara del sombrero de un perfecto mago, saca
suficiente alimento y una cantimplora que contiene agua todavía fresca. ¡Profesional de la
supervivencia!
_ La energía cósmica –susurra el Jaguar con la piel eléctrica en punta- es un pájaro al aire libre que
en la jaula de las palabras puede desplegar sus alas majestuosamente, pero no puede levantar

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vuelo. Ese no es su cauce, ni mucho menos su desagüe. El alma guarda la verdad del corazón, y
cuando uno se suspende entre dos pensamientos, emerge la conciencia de esta fuerza brava. No
se llama mediante la oración. Se la invoca a través de la predisposición y la convicción, elevándose
para encontrar en el espacio abierto esta preciosa ventana de tan magnífico paraje. Y ahí se topa
con mucha gente. Se permanece en comunicación con seres de luz.
Oscar vacila averiguando donde sentarse. Permanecen de pie.
_ Y cómo lograrlo... -pregunta Iván esperando una aclaración inmediata.
_ Cuando en frente de tu ocaso, de pie en busca del amanecer, entre la oscuridad de tu monigote y
el destello de tu despertar quieras transformar la voz del viento en melodía, y los soplos de vida
en armonía, el discernimiento de la fría razón combatirá con la pasión de los apetitos no saciados,
de los irreverentes impulsos que desde el sentimiento retan al intelecto. Entonces germina la
energía cósmica, porque callada está el alma, pero conoce lo recóndito de tu misterio. Solamente
en el silencio se descubre la desnudez del espíritu individual –y quiere agregar el Jaguar-. Cuando
se obstruye la energía cósmica, el movimiento cesa perdiéndose en el espacio vacío. Si perdura
este hecho, se llena de oscuridad el alma, y si la maldad de uno es demasiado grande, si ha crecido
desde la misma cuna, no cabe. Entonces salta al exterior para salpicar de suciedad, pisoteando el
jardín que es el mundo que habitamos.
_ Empiezo a creer que la energía cósmica es maravillosa –reconoce Iván-. Tengo los brazos abiertos
cuando hay tantos mutilados. Mis ojos pueden mirar y ver, cuando hay tantos que desconocen
la imagen y los colores. Mi voz, puede cantar, ahora con alegría, cuando tantas personas
enmudecen a su pesar. Y mis manos, mirad mis manos... ¡trabajarán mendigando una porción
de verdad!
_ Es prodigioso que podamos abrigar nuestro cuerpo con la energía cósmica, cuando hay tantas
personas que no tienen donde resguardarse -asegura Oscar mientras sonríe-. Es fantástico amar,
vivir, reír, soñar, cuando hay tantos seres humanos que lloran, odian, envidian, temen, soportan.
Tantos que mueren antes de nacer. Tan poco es lo que voy a pedir, y, es tanto lo que tengo que
agradecer.
Y así responde a los dos amigos el Jaguar con un singular gesto, tensando sus cuatro patas igual que
si tensara un arco.
_ Extraordinario es... inesperado y sorprendente, que mis nuevos amigos se puedan balancear en la
hamaca saludable de la energía cósmica -continua fluyendo el torrente de sus vocablos-. Con el
tiempo se aprende la sutil diferencia que existe entre tomar de la mano a alguien y entrelazarte
a su alma con lazos transparentes. Y aprendes que el amor no significa apoyarse en alguien. Y que
la compañía no significa seguridad. Y empiezas a entender que el afecto no es un contrato, ni los
regalos promesas. Y da comienzo la aceptación de las derrotas con la cabeza en alto, los ojos bien
abiertos, así, tal y como estáis vosotros hoy… con la compostura del alma crecida que consigue
construir todos los caminos en el ahora, en este preciso instante. Los atajos del ayer son viejos.
Las sendas del mañana inciertas. Con el tiempo se sabe que incluso los agradables rayos del sol
queman si te aproximas demasiado. Por lo tanto, hermanos, sembrad vuestro propio jardín y
cosechad poesía luminosa de la que abre las entrañas de las personas para que broten joyas.
Adornad vuestra alma con energía cósmica en vez de esperar vestir ropas de marca. Y regalad este
obsequio en vez de un frasco de colonia, una corbata o una agenda. Solamente así aprenderéis

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que se puede sobrellevar todo. Comprenderéis que en verdad sois cada uno igual como cualquier
individuo que habita la Tierra, seres potentes de incuestionable valor que pueden hacer todo.
Y aunque sintáis cansancio... ¡volved a empezar! Si creéis que el triunfo os abandona, que un
error es lastimoso y que la decepción del rechazo os hiere, volved a comenzar de nuevo, aunque
la luz parezca que se apaga, el dolor os arda en el pecho y creáis que se ignoran vuestras súplicas.
Incluso cuando la ingratitud sea la paga y el menosprecio del profano os corte la respiración...
¡que no se agriete vuestra voluntad consciente! Cuando se rompa la mirada por una lágrima, por
favor, reanudad vuestro caminar sintiendo el suelo bajo la planta de vuestros pies desnudos. Que
no se pierda lo que durante estos tres días inolvidables habéis ganado. Por favor, volved a retiraros
para recogeros en vuestras almas y así cargar las baterías con la vitalidad del universo. Empezad
otra vez aunque Todo parezca Nada -luego exclama–. Os digo que solamente cantaremos
jubilosos cuando bebamos del río del silencio. Me lo dijo Oküli. Y ciertamente es verdad, tan
sólo cantaremos jubilosos cuando bebamos del río del silencio porque cada uno encontrará en
sus aguas aquello que busca. Yo fui en busca de mí mismo y encontré a la sociedad cósmica.
Se dilata el momento hasta que continua, justo cuando parece que ambos amigos han perdido el
pulso y van a desvanecerse en el suelo.
_ Amaréis dar, compartir, cooperar a través de la energía cósmica al saborear lo majestuoso que es
este canal hacia lo eterno del gran espíritu. Sobre todo en cada experiencia del “hacer el amor”.
Pero no solamente en relación a los actos sexuales amorosamente placenteros, sino en cada
situación, como en todos los acontecimientos, incluso en los más triviales, esos que parecen algo
insignificante y prescindible. Ahí podemos servir con amor bendiciendo a nuestros semejantes,
que son la proyección de nosotros mismos.
Oscar, Iván, sed sinceros con la población del planeta. Amistosos con la generación cósmica.
Y piadosos con los afligidos que se revuelcan en su lado oscuro. ¡Rescatadlos!
¿Estáis dispuestos a probar el alimento del lejano pasado? Fijaros bien, los astrónomos,
matemáticos, y arquitectos, poseyeron un gran conocimiento. Pero solo a comienzos del siglo
XX se alcanzó una perfección equiparable a la del calendario Maya, qué sucedió mientras tanto…
hubo un enorme vacío… Volvimos a emprender un camino para torcernos otra vez, ¿por qué?
Nuevamente una cuestión planteada quedaba suspendida en el aire, esta vez entre dos intensos
suspiros y un sueño recalcitrante. En esa zona sumergía la punta de su cola el Jaguar, igual como si
mojara una galleta en el vaso de leche.
_ ¿Únicamente con herramientas de piedra largueada y pulida realizaron increíbles templos?
Construyeron los mayas semejantes monumentos, ¿sin la ayuda de los humanoides que llegaron
de las estrellas? Tenían una buena razón para volverse austeros en El Encanto… prescindieron de
todo lo innecesario. Así deberíamos obrar en nuestra época. La energía cósmica debería ser la
única herramienta. Los habitantes de Tikal perdieron el control de su destino cuando
complicaron su civilización con estructuras sociales y políticas, abandonando la incursión en las
ciencias y las artes. Igual que nosotros ahora perdemos el rumbo al prestar atención a tantas cosas
que terminarán por destruirnos.
En la Costa Atlántica de Nicaragua, antes de que llegasen los invasores, existía una igualdad
uniforme entre los distintos grupos indígenas en gran medida porque todos se hallaban en
semejante nivel económico-social. Eran todos pueblos tranquilos, básicamente cazadores y

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pescadores con una agricultura de subsistencia y un escasísimo desarrollo técnico limitado al uso
rudimentario de la madera y de la piedra. Ignorantes de la escritura, vivían en paz sin necesitar
más, pero la presencia inglesa convulsionó radicalmente todas las cosas. Modificó costumbres e
impulsó nuevas acciones -avisa con la turbulencia del huracán-. Se pasó de la economía de
subsistencia a la economía de mercado y a una desgarradora supervivencia agresiva fruto de la
complejidad competitiva. Esta primera década del nuevo siglo nos encontramos a las puertas de
una transformación similar. Ajenos a los principios humanos más elementales, nos perdemos en
los objetos inertes e insulsos -y con un lamento solloza el Jaguar que aúlla estremecido.
Ambos amigos intercambian sutiles miradas, pero ignoran las necesarias lágrimas y conectados en la
misma dirección como una flecha que viaja certera, preguntan, unánimes, con un chirrido diáfano.
_ ¿Y cómo afrontar el siglo XXI?
Afligido por la crudeza del diagnóstico contesta secamente el Jaguar, igual que una detonación de
mina enterrada.
_ Lo afrontamos con un sistema deteriorado a las puertas del abismo. Los funcionarios no funcionan
porque no saben cómo hacerlo ante tanta inestabilidad y contradicción en la cúpula del
gobierno. Los políticos hablan sin decir nada, sin cumplir, sin resolver, demasiado entretenidos
en pelear entre ellos por un mayor salario y otro cargo institucional. Están ocupados en averiguar
qué tanto más pueden llevarse al bolsillo en vez de servir. El pueblo vota, pero no elige, y los
votantes cada vez son menos. Los que tienen el dinero apoyan a los dos colores preferidos a
sabiendas que no importa quien gane, pues es a ellos a quienes beneficiarán las leyes que se
aprueben, y así es como el pueblo rescata a los bancos que como parásitos se alimentan de las
personas que siguen dormidas. Los jóvenes son los que más padecen, desengañados por tantas
falsas promesas. Tienen títulos que no garantizan el empleo. Y ya no acuden a las urnas porque
han perdido la confianza en el sistema. Los medios de información desinforman porque prefieren
vender a honrar su profesión. Ofrecen cuanto demanda una sociedad confundida que los
subvenciona, precisamente para contrarrestar esta realidad y crear una fantasía paralela que les
mantenga sedados y gratamente atontados. Los abogados se aprovechan de los débiles pactando
a espaldas de sus clientes. Los jueces condenan a las víctimas porque es más fácil y ejemplar. Los
sacrificados no se quejan. Así dispone el sistema de mártires que quemar. Los maestros no tienen
apoyo de la administración, y los estudiantes han perdido sus sueños. Los padres no orientan a
sus hijos por falta de tiempo, y los hijos, con tanta nefasta publicidad envueltos en absurdos
videojuegos y necias motivaciones olvidan como amarse y se apartan de lo únicamente
importante sustituyendo el amor por agresividad. Los doctores no mandan en los hospitales, lo
hacen corporaciones empresariales interesadas en el lucro mediante la enfermedad. Los militares
están en guerra contra sus compatriotas, pues sólo buscan el poder para someterlos. Los policías
no combaten los crímenes porque están demasiado ocupados en cometerlos, golpeando la
libertad de expresión y la dignidad de los pacíficos que solo reclaman justicia. Las bancarrotas se
socializan pero las ganancias se privatizan. Es más libre el dinero que la gente. Las personas están
al servicio de las cosas y las cosas no tienen sentimientos, por lo tanto, no pueden dinamizar ni
operar en la energía cósmica.
Y por primera vez escuchan ensimismados las palabras que taladran su frente. Las mismas palabras que
ya en sus subconscientes se revolvían desde hacía tiempo. Oscar como Iván, habían establecido

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idénticos parámetros al referirse al sistema que gobierna el mundo moderno. Por eso comprenden a
continuación, cuando masculla el Jaguar con el estruendo de un cañonazo.
_ La energía cósmica es la ancestral herencia universal. En ella está la salvación de nuestro planeta y
nuestra raza. Originó la creación para un fin que nos supera totalmente. Lo que tenemos, es la
antesala para el derrumbe.
¿Quién puede despreciar la energía cósmica si es algo de lo que absolutamente nadie puede
despojarse?
Podemos vivir como un vegetal, divorciados de la vida, sedados por un dulce cautiverio a
diario en la apatía por falta de luz interna. Podemos seguir malviviendo, aún disponiendo de
sangre que bombea el corazón, y de oxígeno para el cerebro, si carecemos de energía, es decir, si
la ignoramos, bloqueándola, despreciándola, o postergándola, simplemente no estamos viviendo
en la verdadera potencialidad del ciudadano cósmico. Porque la vitalidad de esta universalidad es
todo. Eso es lo único que quedará al final.
Se es productivo en la comunidad cuando la impulsamos. La energía cósmica no pone un
plato en la mesa ni asegura un techo donde refugiarse, pero alimenta el alma y bajo esta premisa
todo comienza de nuevo con maravillosas posibilidades y aciertos sustanciales. Actos
característicos de su trascendencia.
Formar parte de la energía cósmica es vivir con todo nuestro núcleo y esencia que se reúne
en el alma, y con todas las demás fuerzas cuando se abren las puertas de la conciencia, justo
cuando el corazón y el intelecto se fusionan dando paso al Tercer Ojo que nace a la vida. Es
cuando el amor se expresa como una facultad, y no a modo de auxilio que busca calmar el vacío.
Después de la agresión física a la que fui sometido bajo el Charco Esmeralda a manos de los
ancestrales Annunaki, algo se me hizo presente. Luego del rito vislumbré con mayor claridad.
Ahora lo sé bien. La energía cósmica manda inequívocas señales. Se perciben sutiles colores en el
cielo y sabes que lloverá mañana. Os miro a ambos a los ojos y puedo saber qué es lo que me
vais a decir. Las palabras no siempre son necesarias. Y fijaros bien: una flor no inspira los mismos
pensamientos a un científico que a un poeta, pues el primero probablemente tenga engarrotado
el corazón y el segundo, quiere beber del río de la ensoñación donde brilla la luz vital.
Como un reto interrumpe Iván para exclamar con rigor, igual como si taconeara con las palabras
impacientes el suelo a martillazos.
_ Pero el científico nos enseña las propiedades y los beneficios de la flor.
_ Cuando el intelectual lleve la melodía del poeta a su actividad, como pura alquimia transformará
su realidad, y a su vez el sistema que administra el devenir de la raza humana –cada sílaba del
Jaguar ha sido un chasquido que ha emitido fulgor.
Se agacha el Jaguar, y al mismo tiempo se arrodillan los dos amigos.
Prosigue la reunión.
_ Una piedra está formada por átomos, igual que las personas, sin embargo carece de conciencia. No
percibe la energía cósmica. Pero no es inmune a ella. Una planta es consciente de las condiciones
del suelo, de las estaciones y la humedad. Por ello florece con el sol primaveral, lúcida, y sabedora
de su potencial energético que desarrolla de manera limitada. Y el groso que constituye la
Humanidad… no entiendo para qué se comporta como lo está haciendo ante la opción de su
verdadera finalidad

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En comparación con los minerales y los vegetales, los animales poseen niveles de conciencia
mucho más elevados, sin embargo, carecen de sentimientos y de un intelecto avanzado.
Simplemente obedecen a sus impulsos. Sin un aumento del crecimiento a través de la potestad
de esa potencia llamada voluntad, esa habilidad que con derecho subyace en la energía cósmica,
apaga el verdadero progreso de nuestra raza. La Humanidad tiene la aptitud exclusiva, pero niega
esta disposición, y en general, actúa a base de impulsos igual que los animales. Pero lo más grave
es que a sabiendas que solamente utiliza el diez por ciento de su destreza universal, se entretiene
con juguetes infames que fabrica ampliando su colección con los androides, quienes no por azar
desearán convertirse en humanos.
Y por el momento no hallo respuesta al por qué reaccionan aceptando los impulsos que vienen
de fuera cuando es “ADENTRO DE UNO” donde todo acontece. La sociedad entera está a punto
de caer en su lado oscuro.
Por encima de todo, los seres vivientes podemos optar por funcionar de mil formas distintas
y sin embargo, los acontecimientos demuestran que no escogemos la mejor opción, ¿por qué?
¡Nos estamos limitando a malvivir como norma!
Lo invisible, lo intangible... eso es ilimitado.
Cada uno de nosotros puede acceder al cotidiano milagro de acercarse a la evolución del
espiral, y así vivir en la inmortal armonía del universo.
La energía cósmica es el quinto elemento. El quinto por descubrirse después, pero le pertenece
el primerísimo lugar porque penetra en todas las cosas y los cuerpos sustentando a las demás
substancias elementales.
Es invariable y permanente.
De este singular elemento nacen todas las cosas.
La energía cósmica da origen a todo que de lo contrario no existiría.
Hay un Orden Perfecto. Bienvenidos seáis todos los dos.
¡Enhorabuena!
_ ¿Estás diciendo que yo, como Oscar, igual como cualquier otro poblador terrestre, como parte
integrante todos de este fenómeno llamado Humanidad podemos emprender este Orden
Perfecto y escoger... participar?
_ En efecto Iván. Puedes ponerte en este lado o permanecer al otro lado... en el Lado Oscuro de la
Humanidad.
_ Entonces –inquiere Oscar- si comprendo bien, ¿todo cuanto a felicidad se refiere pasa por una
disposición incondicional de plena apertura a dar con el propósito en la vida?
Al Jaguar se le sale el alma por cada lunar de su planetaria piel.
_ En efecto Oscar. Tú tienes una misión. Una realización que debes completar. ¡Cierra tu círculo de
una vez! Y tú, Iván, deja que fluya libre el espiral. Han sido demasiadas vueltas... es tiempo de
rasgar el círculo y volar. Ambos estáis predestinados a completar un milagro.
La expresión de esta experiencia va a liberaros de verdad. La realidad última del entorno, igual
como vuestro propio potencial, son ilimitados. Solamente nos limitan los esquemas, las reglas,
la acumulación de datos estériles. Cada uno de nosotros, indirectamente, creamos el medio
donde vivimos. El medio donde debemos desarrollarnos mediante innatas fuerzas que actúan
desde el centro del alma. Además de los aparentes cinco sentidos, la sabiduría llega por medio de

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la energía cósmica más allá de los conocimientos que se transfieren. Tras este viaje alucinante al
fondo de uno mismo hay que irradiar lejos esa Luz. Pero nada van a conseguir mis sugerencias.
Será solo vuestra misma voluntad.
Esta dimensión del nuevo palpitar es un instrumento a utilizar como guía intuitiva e invisible
comunicación telepática, porque fácilmente podemos aparcar la maldad que está manchando
peligrosamente nuestra raza. La existencia humana compleja y diversa no es sino una bendición,
pero se desbarata a diario nuestra civilización.
En este caos hay una valiosa oportunidad. Este accidente histórico muestra la solución, nuestra
salvación, que no es otra más que la exaltación de la energía cósmica frente a la negación. Hay
un Orden Perfecto en el Universo que va desde la más diminuta de las células a la galaxia más
lejana, porque unos y otros somos al mismo tiempo Todo. Tomad esta concepción de la creación
y llevadla a cada rincón del planeta, igual como yo me comprometí en el Charco Esmeralda a
regarla al emprender mi viaje. Sembrad en los campos de los corazones humanos que tanto
albergan el anhelo de una vida mejor. ¡Compartid!... con amigos y nuevos hermanos!!!
Que esta noción sensata llena de luz llegue a vosotros para que podáis obrar, si es que sentís
la llamada adentro. Cierto es que debe construirse otra alternativa más atractiva porque la Tierra
es un edificio que amenaza ruina. Dotemos juntos al mundo contemporáneo de una conciencia
más elevada. Y gocemos. Revolquémonos en el placer de la dicha. La energía cósmica subyace
junto a tu oreja Oscar, bajo las plantas de tus pies Iván. Peina mis cejas y se mueve con las pestañas
de los tres al yuxtaponer el tercer ojo. ¡Asumid la responsabilidad! Decidme... ¿vais a
comprometeros de verdad?
_ Sin duda tu espiritualidad es vibrante y explosiva -dice Iván al Jaguar con una coreografía de
llamativos gestos de relieve fresco.
_ Yo diría más, es impecable y extraordinaria. De inusitada convicción -dice Oscar simulando con su
cuerpo un crucifijo que asemeja todo un paisaje.
_ Y entonces... si puede actuar a través de mí, a través de vosotros dos, ¿no puede también actuar a
través de cualquier otra persona del mundo?... –pregunta con tibieza sin que sus vocablos
resulten pegajosos-. Nacemos en la Naturaleza pero cuando lo hacemos por segunda vez, por
propia voluntad, en la conciencia de unidad universal, tocamos el cosmos del gran espíritu que
late dentro de nosotros. Nuestra causa no es nueva pero nuevo debe ser nuestro caminar y
nuestro modo de proceder. Todo cuanto contemplamos, aunque parezca estar fuera, vive dentro
de cada uno. Son pocos los que pueden notarlo desde el alma. Demasiado los que intentan verlo
desde la imaginación. Esta vida finita es solamente una sombra... el interior de la cueva donde
nos mantenemos presos negando la luz a unos pocos pasos. Quizás todo sea un simple chiste
que se nos revele en el instante después de nuestro final. Pero mientras tanto o digo que si en
realidad hay solamente un pequeño rincón en el universo que a buen recaudo se puede
perfeccionar... ese rincón eres tú y tú! Aprovechad la esencia que habita en vuestro interior. Todo
lo demás viene solo… con su encanto y con todo su misterio.
El Jaguar da una rápida ojeada panorámica a su alrededor a la caza de un vistazo de ineludible vida.
_ Nuestro entorno son nuestros jardines. La voluntad es el jardinero. El medio que nos rodea puede
ser infinitamente bello si nos miramos como una flor llena de fragancia dispuesta a soltar, alas al

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viento, su melodía. Pero hoy la primavera tiene una esquina amputada. ¡Qué amarga verdad que
dilapida la armonía! Es un dolor apetecido, un daño infligido de fácil mudanza.
El Jaguar mantiene la mirada como un crujido, de ningún modo miope.
_ Nunca pongáis en duda que un pequeño grupo de ciudadanos sencillos turbados por el futuro y
comprometidos en algo sumamente urgente y necesario, puede muy bien la respiración del
planeta y el devenir de la Humanidad. De hecho, es lo único que lo ha cambiado de verdad,
cuando la verdad se ha batallado partiendo de un solo individuo sagaz y valeroso que ha prendido
la mecha.

Una solitaria ave sagrada para los mayas, el quetzal, se agita discretamente entre las enredaderas hasta
posarse en un tronco hueco situado en el suelo.
Se despierta el deseo de renovación cuando adquirimos el sincero convencimiento
de nuestra inutilidad a costa de dolorosos desengaños.
Al sobrevenir una sucesión de fracasos, se despierta la necesidad de formar un
carácter más “perfecto”. El desamparo trascendental estimula la búsqueda de una
personalidad más pura. Una puerta se cierra. Otra puerta se abre inmediatamente,
pero distraídos con lo que terminó y se marchó para no regresar, desatendemos la
imprescindible senda que conduce a la evolución existencial, y, malgastando el
tiempo, se cierra esa nueva puerta dejándonos suspendidos en el abismo. Oscar e
Iván reaccionan justo antes de que esto ocurra.
Más allá de los defectos comunes del carácter, los seres más nobles y sabios,
los Honestos del Mundo, son quienes se han interesado en modificar aquello que no
funciona, fijándose en torno a la naturaleza de su genuina esencia, asentándose en el
objetivo que pretenden alcanzar en la vida, establecidos a partir de los medios
disponibles para lograrlo. ¡Los tres juntos van ligados!

Sin variar radicalmente la vida, no se pueden desarraigar los defectos que están en el
lado oscuro de cada uno.
Se puede llegar a ser todo lo que se quiere cuando se quiere todo lo que se
puede, cuando se es lo que siempre se ha sido por lo cual y para lo cual uno existe.
Quienes en verdad son hábiles en determinado campo, pueden errar el trayecto, pero
conseguirán reencontrarlo y triunfar antes o después.
Para que un ideal de existencia llegue a ser verdadero, necesita ser realizable
y desempeñar un papel activo. La exteriorización de la intimidad de la más pura
esencia del individuo no puede ser ficticia. La obra, es un reflejo de la vida que yace
en el alma. Y el entorno circundante, en todas sus manifestaciones, acaba por
aceptarla convirtiendo sus partes en comprometidos colaboradores. El temple del
alma es el reflejo del “ideal de vida” que uno se ha forjado en instantes de completa
lucidez.
No hay libertad sin conciencia; y sin libertad, no hay voluntad. Y sin voluntad no
somos sino títeres del sistema moderno que causa desdicha y promueve la crueldad.
Porque lo trascendente no es saberse libre respecto a algo sino ser libre en la iniciativa
e intención, ¿libres para qué?
Entonces surge esplendorosa la Justicia Universal.
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El sol, después de descender por el cielo de manera continua durante seis meses,
hacía una arcada más breve en el lugar más bajo del cielo en donde parecía
detenerse hasta quedar suspendido. No se había movido las dos jornadas anteriores
y no se moverá durante el resto del día, mostrándose quieto, como si falleciera. Pero
luego de esta pausa o muerte simbólica, elevará de nuevo su arcada anunciando
días más largos y cálidos. El sol muere por espacio de tres días, pero solo para
reaparecer de nuevo intacto, reafirmando que no hay muerte total sino una constante
actividad cíclica. ¿Lograrán resucitar Oscar e Iván igual que lo hace el sol?
El movimiento siempre entraña peligro. Libres de prejuicios superfluos, tal vez se
abrirán a la voluntad del universo con serena confianza.

La Naturaleza los insta hacia la concordia en la esfera de las relaciones personales


que están compartiendo entre sí, intercambiándose mucho más que palabras que
abrazan las afinidades y alejan la confrontación. Esta madrugada se abre el sendero
invisible. Y sucede porque disponen del ímpetu vital para resolver los crucigramas de
la vida. No obstante, deben conceder prioridad a esta encrucijada lista para la
mutación. ¡El futuro de la Humanidad puede dar un giro radical!
Preparan el terreno para su alumbramiento tanto el viento como la Tierra, y el
Cielo, invitado de honor. Falta una simple chispa para que se origine el Fuego. El
alumbramiento existe próximo. Están libres de tensiones y hostigamientos a punto de
dejar atrás su propia leyenda. Yo lo sé. ¡Puedo dar mi testimonio! Y advertir que es
peligroso.

Lunes 24 de diciembre del 2012, anochecer del tercer día

Retumban los cantos de los pájaros con ritmos que sorprenden no más que el mono aullador cuando
discute su territorio y gime y silba.
Caminando entre las sombras imponentes de los frondosos manglares, tropiezan sin saberlo
con insectos desconocidos que les respetan por su atrevimiento, al tiempo que disimulados reptiles
disimulados y mamíferos sorprendentes esperan expectantes su nuevo movimiento.
Pueden seguir avanzando alumbrados por el fulgor inmenso sin preguntarse qué dirección
tomar, seguros en su camino que se dibuja ante ellos como un largo pasillo con moqueta roja hasta
los enormes cortinajes sostenidos por gruesas anillas de madera veteada que de un simple tirón bastará
para correrlas al tiempo que un tic-tac, regular, resuena discretamente presagiando una bomba, ¿falta
mucho para llegar?...
Es precisamente hasta la Gran Pirámide que comparecen buscando como despojarse de sus
viejas vestimentas para reconstruirse desde su genuina esencia y, ¿serán reconocidos, bendecidos,
bautizados por el gran espíritu?

Han llegado a fin de elevar sus almas hasta las estrellas para ensayar la Luz en el lugar denominado
como El Mundo Perdido de Tikal. Son instantes de años y décadas contenidas hasta hoy, noches y
días pendientes de presidir esta fiesta.

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Y descubren su influencia en el mismo lugar donde los primeros Maya esculpieron estelas y
levantaron el templo que quiere acogerlos en su seno.
Ahora que han descifrado la órbita de su vida infinita, trabajarán con maestría el jade de su
alma plasmándolo en singulares bellezas de trascendente significación. Porque ellos comienzan a dar
nombres a cada piedra árbol y nueva flor. ¡Aquí mueren los héroes! ¿Nacerán mensajeros tallados
con gusto a partir de las más selectas piedras preciosas?

Ahí está encima de sus cabezas la luna creciente estimulando la parte intuitiva de su alma. La madre
naturaleza bendice la tierra. De sus enaguas de estrellas brotan bosques tibios y húmedos. De la
frescura de sus entrañas alzan vuelo preciosos pájaros de plumajes imposibles de pintar.
Había oscurecido hacía horas. Todavía no despunta el alba. Portentoso escenario que no varía.
La enorme plataforma verde se les ofrece con generosidad. Frente a ellos se alza solemne la Gran
Pirámide.
_ Y este zumbido aterrador... ¿qué es?- pregunta Oscar alarmado.
Iván sabe qué hacer cuando la oscuridad cobra vida. No en balde lleva ocho noches de ventaja.
_ Cuando yo os diga agacharos… ¡agacharos!
_ No te ha dado miedo andar con tu tienda de campaña de aquí para allá –pregunta Oscar a su amigo.
Y advierte el Jaguar como si todo él fuera una emanación de jazmín.
_ No muy lejos de las ruinas abundan los pumas, manadas de jabalís, enormes serpientes inofensivas,
y también mora la Coral venenosa.
_ Este es el lugar de residencia del tapir, el armadillo, la perdiz y el garzón azulado –afirma Iván-. Hay
gatos de monte, faisanes y el pajuil, además de gran diversidad de hongos. No he dejado de
inspeccionar la zona. Me gusta saber donde estoy. Y realmente os digo que la jungla es
inquietante. Sus sonidos son estremecedores. Vive la noche, Oscar, mi querido amigo mío. Su
latido se esconde en este valle de piedra. Cuidado... ¡ahora!
A su señal, Oscar y el Jaguar se agachan y una espesa alfombra voladora pasa rauda como legión
depredadora por encima de sus cabezas. Permanecen en cuclillas agazapados a la expectativa. Los
murciélagos vuelan de la Gran Pirámide al Palacio de las Ventanas, llevándose todo cuanto pillan por
delante.
Cuando se reincorporan, tres ardillas blancas trepan con agilidad por las lianas hasta las ramas
de una ceiba cuyo tronco es más ancho que un camión.
_ Cuando despierta la noche –explica Iván- los animales salen de caza. El primer día que llegué me
topé con una enorme serpiente denominada Barba Amarilla de aproximadamente once metros
de largo.
Oscar desvía su mirada haciendo un rápido recorrido de ciento ochenta grados.
_ Al día siguiente, ¿sabéis lo que me ocurrió? –Iván escenifica con gracia lo sucedido-, un pisote se
había acercado. Estuvo merodeando un buen rato. Se detuvo para olerme y, acto seguido, se
orinó en mi pierna, ja, ja, ja. Quiso advertirme que ese era su territorio. Sugería que si quería
permanecer ahí debía pagar un tributo. Le di una tortilla de trigo que me sobró del almuerzo.
Estuvo muy entretenido, pero ese hedor casi me aniquila. Al acercarse otro pisote defendió sus
dominios. Y luego se acurrucó a mis pies para velar mi sueño. Me protegió de cuantos
depredadores nocturnos habitan Tikal.

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CONCILIACIÓN, el hombre que se abrazó por dentro – Ol Sasha.

Iván concluye su anécdota justo cuando el Jaguar penetra la roca maciza del potente y angosto
templo de la Gran Pirámide denominada Serpiente Bicéfala.
_ Iván, Iván... ¿has visto lo mismo que yo? -pregunta Oscar estupefacto.
Pero su amigo mantiene la boca abierta y no reacciona.
Oscar se abalanza sobre Iván empujándole, tirando de su brazo, insistiendo con histerismo
grave.
_ ¿Te has dado cuenta?... dime, ¿lo has visto? –prosigue un Oscar histérico.
Mientras la noche se derrumba espesa, la oportunidad se enciende como una candela en la oscuridad.
_ Sí Oscar sí, ya he visto que ha desaparecido –le confirma.
Iván está pasmado por lo extravagante del acontecimiento, pero no ofrece ninguna señal de
excitación.
El Jaguar se había evaporado como si fuera agua.

Lo característico de la vida es su devenir, el cambio, así el príncipe de Tikal, como la misma vida no
era en ese instante como lo había sido en el instante anterior. En cada momento las cosas varían
tanto como los seres humanos.
El río, siempre es río, mas no siempre es el mismo río porque la corriente arrastra el agua. Y el
fuego por ejemplo... ¡nunca es idéntico! Pero siempre es fuego. El desierto nunca es el mismo
desierto sin embargo siempre es el desierto.
Por un rato se silenciaron ambos amigos. Ninguno despegaba los labios. Solo se miraron largo
rato sin apenas pestañear. Los dos pedían orientación a su corazón solicitando directrices a su mente
intentando alcanzar su alma.
La manera de preparar el futuro es ser plenamente conscientes del momento. Iban a actuar
convenientemente en ese presente inmediato. Se creaba el clima propicio para canalizar
adecuadamente el flujo de la vida.
Pero Oscar gruñe iracundo mientras comienza a caminar con brío.
_ ¡Vámonos!... ¡ya no quiero estar aquí! -murmura confundido agitando las manos en el aire,
mientras se aleja hasta que se gira y se detiene para proclamar ruidosamente-. ¡Ahora es el
momento! ... ¡Todavía estamos a tiempo, Iván!... ¿Y si nos ha estado engañando desde el
principio? ¿Y si todo es una maldita trampa? Y si lo que ha sucedido no es otra cosa que un
espejismo... su aparición, sus palabras, su desaparición –entonces corre hacia Iván para
embestirlo-. ¿Qué sabemos de él? Qué sabemos, ¿diii-me? -farfulla con su rostro compungido.
Con frialdad le contesta su amigo.
_ A veces no es necesario saber nada. A veces solamente hay que dejarse llevar en vez de nadar contra
corriente. No es bueno pretender controlar todas las situaciones. A mi me sobrepasa todo lo
sucedido. Pero no voy a huir. Voy a abrazar esta senda que se abre. Sea lo que sea, no está para
que retroceda. En ocasiones, hay que saltar al abismo sin miedo... ¡y no precisamente con los
ojos cerrados! Vamos... ¡vamos adentro amigo mío! ¡Siento escalofríos! Es una señal de que tal
vez algo maravilloso y perfecto está a punto de pasar. Tú lo has visto igual que yo. No era ningún
vampiro. No escupía fuego. Me ha parecido un espíritu revelador que podía haber hablado a
través de una radio.
_ Es un fantasma… con apariencia de normalidad...

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_ A mí me ha parecido simpático y en modo alguno torpe. He percibido claramente su función, su


intención, su...
_ Y si es un tirano que caza a sus víctimas para succionarles el alma, ¿eh? ¿No se te había ocurrido? Ha
venido y se ha desvanecido, pues ya está, se acabó, adiós! Fíjate que no ha dejado huellas en la
maleza... esto es indecente... brutal...
_ Serás bobo Oscar. Yo creo que todas las cosas tienen manos para asirnos, ojos para mirarnos, orejas
para escucharnos, y paseamos pensando que no nos observan y nada quieren darnos. Pero están
mirando. Nos han escuchado. Tendremos que dar una pirueta en el aire y...
_ Estás loco Iván –protesta muy alterado-, yo no quiero entrar... además, ¿cómo podría hacerlo dime?
¡Cómo voy a entrar! ¿Penetrando la piedra caliza? Debes estar bromeando -y completamente
perturbado le espeta-. ¿Sabemos que hay dentro?
_ ¡Justamente por esto hay que entrar! ¡El viaje no ha terminado! Tú piensa… y si se trata de una
puerta interestelar… no te parece interesante, ¡yeah!
Iván está decidido a indagar hasta las últimas consecuencias. Se dispone a dirigirse donde se desvaneció
el Jaguar, cuando escucha implorar a Oscar ajeno al puente de diáfano cristal que se tiende.
_ Iván... no serás capaz de abandonarme aquí ¿verdad?
_ Te encuentras en un cruce de caminos... ¡tú decides Oscar!
_ ¿No sabemos qué podemos encontrar del otro lado?
_ Pues por eso mismo Oscar... ¡Hay que continuar!
_ Mejor nos vamos de aquí -insiste ante un malhumorado Iván.
Oscar da tumbos de un lado a otro, muy nervioso, y no detiene su ataque de ansiedad hasta que un
tremendo bofetón lo tumba.
_ ¡Reacciona imbécil! -grita a su amigo con el amplificador a tope por primera vez en su vida–. ¡Déjate
ya de tonterías! ¿Por qué no va a poder existir un escenario mágico que nos despierta del
verdadero sueño de la realidad?
No fue el oro que corrompe el amor y las virtudes humanas, fue la limitación del medio que
me rodeaba y el afán de una nueva aventura lo que me trajo hasta aquí. ¿Crees que no voy a
seguir? ¿Crees que me quedaré cruzado de brazos mirando a otro lado?
_ ¡Estás loco!
_ La locura radica en no intentar avanzar porque no lo entiendes... y no lo entiendes porque por ser
increíble no es menos cierto, Oscar. Tu desmesurada racionalidad terminará por matarte.
Y desde el suelo, temblando todavía, Oscar tartamudea frotándose la mejilla mientras se incorpora.
_ No sa-be-mos que nos pue-de pa-sar ...
Tenía derecho a flaquear. Lo había hecho toda su vida. No era de extrañar que le asaltaran todos sus
miedos a la vez. Titubeaba, ¿por última vez?
Oscar estaba acostumbrado a dejarse vencer, pero cuando Iván pasa el brazo alrededor de su
hombro para caminar a su lado, ambos con el mismo paso, se tranquiliza y recupera el calor de los
primeros viajes en autobús dirección al colegio Le Bon Soleil. Y revive los afectos recíprocos durante
los encuentros en París, en Grecia, en Egipto y...
Poco a poco recobra Oscar la lucidez. Mientras Iván le anima a respirar pausadamente, de
pronto, como si hubieran cambiado con gran rapidez el decorado, allí están esas impresionantes

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fauces abiertas en ambas cabezas que simbolizan cuevas y son pasadizos secretos. Entradas al
inframundo donde se realizaban los ritos iniciáticos.
El Jaguar los invita a ser tragados por la Gran Serpiente Bicéfala y como antaño serán
vomitados o excretados, volviendo a salir poseyendo los poderes sobrenaturales de un Chamán.
Penetrar en esta dimensión que Einstein descubrió y destruyó antes de que maléficas mentes se
apoderaran de su fórmula, permite morir para renacer. Significa sacralizarse. Por eso los Maya
dibujaron fachadas serpentinas en los templos a los que sólo tenían acceso los Iniciados, personas
respetadas entre las que se encontraban maestros, curanderos, adivinos, niños polifacéticos. Algunos
ejercían la brujería con ayuda de plantas medicinales y hongos psicoactivos.
Si Oscar e Iván consiguen completar el rito, lograrán transformarse en animales, en minerales,
en suspiros y también en bolas de fuego, incluso en ángeles celestiales y cometas estelares que cruzan
la Vía Láctea. Podrán compartir con los antiguos dioses Maya de la Naturaleza, sitios sagrados por
excelencia, campos y montañas, ríos y ensenadas mediante la convicción interna de que parte de su
alma genera el Quinto Elemento que concibe la vida del universo.

Con paso delicado, el príncipe de Tikal silba desde el fondo del pasillo que se ilumina. Y suena el
crujido.
_ He visto en ti, Oscar, a La Flor con Cabeza Humana. Acariciarás lo que buscas: armonizar ecología
y modernidad, mundo viviente y tecnología. Hermano, hoy el gran espíritu se regocija. Ha
terminado el rechazo de tus plegarias. Ya no ocultarás más tu rostro. La fragante llega para que
reacciones.
Y Oscar, en trance, contesta.
_ Despiértame por favor del sueño de la razón. Fertiliza mi mente con puros anhelos del corazón.
Haz que pueda ofrecer a la comunidad que me rodea una visión equilibrada de la energía cósmica.
Permíteme, mediante esta comunión, liberarme de los enemigos interiores y exteriores.
Despréndeme de todo aquello que me mantiene prisionero a los niveles inferiores de los mundos,
a fin de que a través de mi alma pueda correr el mensaje que proclama el gran espíritu. Y cuando
la Fuente de La Vida mane de mis entrañas, mantéenme próximo a la gente para que no vean en
mí a un ser extraño. Por favor, que puedan escucharme confiados y ser, para ellos, canal hacia lo
eterno.
Y a continuación del parlamento sufre una especie de desmayo. Se escucha un fuerte golpe seco
cuando su cabeza se estrella contra la roca.
Y arrodillado a sus pies, como el mejor transmisor exhorta el Jaguar.
_ Yo me encuentro siempre, peregrino del viento, más allá de tus fronteras. No me busques en lo
que ves, en lo que tu lógica humana pueda abarcar. Búscame en el horizonte sin fin de lo
increado. Allí donde la luz se condensa para formar evidencias. Y cuando me hayas discernido,
retenme en tus ensoñaciones para que el pueblo de tus células sienta el placer de ese encuentro
y para que tu entusiasmo desborde y puedan los que están junto a ti sentir el misterio de mi
presencia. Necesito cantores. Necesito rapsodas. Necesito escribas que relaten mi gesta. Tú has
recibido sensibilidad y razón para narrar con belleza la crónica de nuestro encuentro. Purifica tu
alma para vivir este día de gloria plenamente. Para que puedas comprender en toda su amplitud
el significado del Secreto. Como escritor, podrás invocarme para ver editada tu obra. Conseguirás

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el consuelo de los avatares de la vida y también que los enemigos nos dejen en paz. Amarás el
estudio y la lectura. Y obtendrás protección contra los pensamientos sombríos y el desinterés
por las tareas sociales.
Inmediatamente, con una coqueta ovación se dirige el Jaguar hacia su otra alma afín que avanza por
el pasillo iluminado. Y se nota el crepitar.
_ He visto en ti, Iván, al Pájaro con Cuerpo de Serpiente. Y puedo asegurarte que vas a conseguir lo
que necesitas: el equilibrio entre la ciencia y el arte, la cultura y la naturaleza. Hermano mío,
Amigo de la Humanidad, el Primer Elemento está contigo. Siempre te ha pertenecido.
Completamente extasiado, responde Iván, flotando, con los ojos del revés.
_ En mi calidad de serpiente con alas apelo al gran espíritu que sostiene el universo. Que sostiene
todos los que caen y levanta todos los que están encorvados. Quiero que mis labios expresen tan
sólo lo que es digno. Quiero que mi verbo descubra a quienes escuchan, la profundidad de la
Obra. Quiero que, como a ti, todos los que a mí acudan encuentren sostén. Vivifica mi palabra.
Haz que con ella pueda abrir anchas perspectivas. Que con ella pueda iluminar insondables
abismos. Haz que a través de mi se expresen tus más elevadas virtudes. Hazme por favor, el
constructor en la Tierra de esa aldea eterna que vive bajo el Charco Esmeralda.
Entonces Iván soporta un terrible desfallecimiento. Y otro brusco golpe resuena como perpetuo eco
en el interior de la Gran Pirámide.
Con una mano en su pecho y la otra en su frente, con el acierto del esperado mensajero
exhorta el Jaguar.
_ Te he dado, peregrino del viento, la facultad de poder expresarte de manera convincente. Quiero
que estructures en la tierra la obra que se requiere. Que pongas el blanco en los espacios
reservados al blanco y el negro en los espacios reservados al negro. Pondrás Luz donde debe estar
la luz y las tinieblas en el marco reservado para ellas. Separarás los sentimientos de la razón, de
manera que los unos no invadan el espacio de los otros, para que pueda consolidarse el amor. Y
cuando tu vida termine todo debe estar en su sitio y en perfecto orden, en perfecta armonía.
Conseguirás todo esto con el poder mágico de la palabra, y cuando vuelvas a mí me rendirás
cuentas de las palabras vanas que hayas pronunciado. Si no puedes estar en sintonía conmigo, te
lo imploro: ¡cállate! Búscame en el silencio y me encontrarás cuando tus labios se cierren y tu
alma susurre. Te concedo a ti, Iván, cualquier cosa que me pidas. Renombre, fortuna, saber
filosófico y espiritual. Podrás expresarte con humor agradable, modestia y moderación. Y te
protejo contra la tentación de elevarte presuntuosamente por encima de los demás.
Y así es como el Jaguar les entrega una escalera para que asciendan a un estado más elevado donde
reunirse con el gran espíritu para conversar cuando quieran.
Parpadea varias veces. Se frota los ojos sin lastimarlos con sus garras.
Estira los óvulos de las orejas de Oscar e Iván, y se gira de espaldas, extendiendo sus largos
brazos con las patas traseras abiertas y la cola enroscada.
Y en ese momento los dos amigos se miran atónitos el uno al otro, preguntándose qué tiene
de animal o persona ese ente puro, mientras sus almas escuchan el singular ronronear aterciopelado.
Entonces recuerda el Jaguar a un hombre entregado a Tikal.
_ Alfred P. Mandslay supo combinar su vena aventurera de explorador con una dedicación
perseverante del estudio minucioso de la cultura Maya. Sacó moldes, muchos moldes de yeso y

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pasta de papel de las primeras esculturas que descubrió. Así he recorrido yo Centro América
exponiéndome al riesgo, sacando moldes a los sentimientos que imprimo en mi alma de papel.
Fue preciso que se abrieran los mismos caminos que en esta jungla.
Su expedición tuvo que eliminar la densa vegetación que envolvía los edificios cubiertos por
espesas capas de tierra y fango, pero no es necesario tanto esfuerzo para comprender un Mensaje
que encanta. No se precisa equipo técnico ni recursos económicos, tan sólo recuperar el libre
albedrío. No se necesitan planos, ni inventarios, ni tomar fotografías. Pero sí retirar los
escombros de las viejas teorías y las enseñanzas tergiversadas.
Y ambos visualizan las imágenes del fabuloso prestidigitador que fue Alfred P. Mandslay embaucando
a un grupo de personas para que lo siguieran hasta el fin.
Los dos amigos permanecen en éxtasis ignorando el largo desvanecimiento.
_ Somos seres que gozamos y padecemos. La existencia humana también es padecimiento. Y lo causa
el apego a las cosas. No hay que limitarse a los deseos materiales. Tampoco hay que evitarlos.
Hay que reducirlos a lo estrictamente necesario que siempre es menos de lo que imaginamos,
encontrando ese punto intermedio entre el exceso y la nada, entre el placer y el ascetismo. Noble
camino es efectuar conscientemente y con rectitud las actividades humanas del sentir, pensar,
decidir, expresarse, esforzarse y gozar. No mediante la conducta. Desde la actitud de un obrar
cósmico.
El Jaguar de cósmica piel recita el TRAYINGA de los Annunaki:
_ Oh! Luz que ilumina el universo, ilumina mi alma para que pueda cumplirse la Gran Obra a través
de nosotros.

De las entrañas del Templo de la Gran Pirámide, desde lo más hondo, aparecen en lo más alto del
santuario de El Mundo Perdido.
De repente sienten la fría piedra bajo sus pies. Sopla una suave brisa y, ajenos al vértigo, sin
saber como han llegado a la cumbre del templo, intuyen que han ascendido por la gracia de la realidad
mágica que los ha llevado hasta la cima.
Oscar e Iván contemplan el panorama que solamente habían captado en ocasiones, cuando
este remoto lugar les envió extrañas señales por años.
Y sin sorpresa se dejan visitar por los vocablos del Jaguar.
_ Con mi viaje a Nicaragua despertó mi conciencia. En Ometepe me desnudé y escuché mi voz
interior, tocando el fondo de mi ser hasta alcanzar el equilibrio en medio de dos volcanes. Con
los Annunaki entendí que se estaba produciendo mi regeneración a nivel celular.
Tal como me había indicado Oküli, descendiente de los primeros Maya, imaginé los rayos de
sol penetrándome, alojándose cómodamente en mi alma y, más tarde, manar desde mis entrañas,
proyectándose al exterior con generosidad. El TRAYINGA es una oración poderosa y
vigorizante. Comprendo que acaricié el sol, y esta luna hermosa me desvela el gran espíritu que
me afané por alcanzar… cuando es lo que por naturaleza ya soy, él, el mismo Dios.
Reconozco que al inicio los relatos de Oküli me parecieron inauditos, pero ahí estaba su
convivencia y la unidad de la tribu para confirmarlos. Hay que volver a nuestros orígenes,
reemprender el camino. ¡El buen camino!

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Yo tenía mi historia. Podía haber terminado muy mal, pero gracias a mi estancia en El Encanto
hoy estoy en Tikal, y nadie sabrá nunca como estuve a punto de perecer en el combate como
cualquier soldado que naciera trágicamente en la guerra que no ha solicitado.
Mi mutación es evidente, porque igual como la vida, en el principio de los tiempos, no
apareció en los océanos como se había dicho, sino en las galaxias lejanas, el las lagunas de cosmos
y los pantanos del universo, en lugares secos y calurosos que vieron la luz, a ratos fríos y húmedos
por la oscuridad. Lugares que se secan y se rehidratan como el Charco Esmeralda, al igual que al
principio de la vida, cuando hubo cuarzo y arcilla en donde largas cadenas de moléculas quedaron
atrapadas para asociarse unas con otras y alimentar así la raza humana que se dedica a fundar
civilizaciones que se extinguen. Pero la energía cósmica permanece en estado latente.
Bruscamente pasaremos del círculo vicioso que nos enferma a la perfección del espiral que se
proyecta.
Cuando hubo la explosión que descompuso el decorado, se inició el punto de inflexión entre
mi yo anterior y mi presente, que ya existía adentro como una promesa, justo bajo la superficie
del lago que como piel cubre el mundo perdido que está reencontrado. Hubiera sido imposible
de no permanecer desnudo, y sin la inspiración de la búsqueda, jamás lo podría haber
considerado. Pero del mismo modo como existió el divorcio entre las bacterias y las algas, entre
el mundo animal y el mundo vegetal, del mismo modo comenzó mi mutación.
Sabed que un corazón sucio no puede recibir mensajes. No puede hacer que brote el gran
espíritu que alberga. La mente obstruida no sabe leer las señales, y el alma pisoteada ignora como
interpretar la Vida.
Hoy puedo darle forma a aquel que siempre fui desde mi temprana adolescencia. Puedo
expresarlo de un modo creativo, porque tengo a mi alcance la energía cósmica necesaria. Me
abro en canal para dejar que la luz penetre en el sutil espacio de esa vida que permaneció en
silencio, oculta, apartada, escondida, pero nunca extinguida. Finaliza la clausura con esta visita al
mundo de los primeros Maya. Tikal ya no es un vasto poema roto. Haber llegado hasta lo más
alto de esta pirámide ancestral, y, sobretodo, haber podido conversar serenamente con
vosotros...
¡Experimento oleadas de poder! Las llamas de universo que emanan de este macizo templo de
roca caliza son intensas. Intervienen sabios luchadores cósmicos que me advierten de obrar con
cautela. Sí, sabedlo ¡hay que pelear! Pero debemos guardar las armas con las que atacamos y nos
defendemos de los demás. Hemos de mirarnos adentro para batirnos en duelo con nosotros para
vencernos definitivamente y desechar el cadáver como un abrigo viejo.
Tú Iván, has puesto demasiadas veces tu vida en peligro. Has agotado tus siete vidas, y ahora,
sólo puedes trabajar con la única que te queda y te equilibra. El ocho es el número de la armonía
infinita en la igualdad. Símbolo eterno de la perfección.
Tú Oscar, te has ocultado demasiado y casi te pierdes en tu escondite detrás de las sombras.
Pero todavía puedes realizar el sueño, la misión, porque aún estás a tiempo en tu permanente
caminar.
La diferencia fundamental entre las personas ordinarias y los ciudadanos cósmicos es que los
ciudadanos cósmicos tomamos todo cuanto acontece como un desafío, mientras que las

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personas ordinarias toman todo como una bendición exenta a ellos o como una maldición sin
solución cuyos culpables nunca son ellos.
Los Ciudadanos Cósmicos saben que si hay luz en el alma, habrá belleza y bondad en la
persona; y si hay belleza y bondad en la persona, habrá armonía y generosidad en el hogar; y si
hay armonía y generosidad en el núcleo familiar, habrá orden y sensatez en la nación; y cuando
existe la sensatez en la nación, es imposible que exista la violencia y la injusticia. ¿Queréis paz en
el mundo? Empezad realizando en vosotros mismos la transformación que queráis ver en nuestro
planeta. Aportad un granito de arena. Un gran viaje se emprende con la convicción en el primer
paso, a menudo, un paso bastante discreto.
Y mientras la jungla se extiende tan lejos como la mirada puede alcanzar, la Danza que los Annunaki
enseñaron a los Miskito de Selva Adentro se celebra en la cima de El Mundo Perdido.
El Jaguar se alza majestuoso lleno de magnanimidad para moverse bailando la Danza en este
remoto lugar. Y lo hace porque la ha traído desde el oasis de paz donde inicia el invisible puente de
cristal.
En El Encanto viven Iniciados en el Secreto de su propio Misterio, un puñado de Annunakis
disidentes y los hijos de las culturas Maya y Miskita, todos juntos como muestra que los pueblos
dispares y antagonistas, tolerándose con respeto y amor, encuentran la forma de convivir en la
concordia. Son un pueblo que ha revelado la riqueza profunda y variada que aun hoy alberga nuestro
mundo, porque todavía se puede variar la manera de ver y de hacer las cosas, más allá de las leyes que
pretendemos lógicas, y lejos de las rígidas estructuras de un sistema agotado. Este grupo de elegidos,
son conscientes de una concepción del universo y de la existencia humana que no les son propias a
ellos, sino al gran espíritu que conforma la Humanidad. Genialmente intuitivos, se esfuerzan por
liberarse, por rescatar el libre albedrío permitiendo aflorar la energía cósmica en cada acto.
Los habitantes de El Encanto escapan al encierro del lenguaje y a la relatividad de un
conocimiento absoluto. Se concentran en la coincidencia maravillosa que son los afectos y en lo
fortuito que es la comunicación entre los seres puros, por esto utilizan la silenciosa comunicación
activa. Dejan que vuele alto su mensaje aparentemente sin rumbo, alimentándose y guiándose por el
sentimiento y la voluntad de vivir en plenitud. Y nos envían señales.

Oscar e Iván improvisan con espontaneidad sencillos pasos. Ronroneando al compás de insólitos
movimientos, reciben chorros de energía cósmica que se traslada desde la bóveda celeste para
descubrirles con pinceladas y así liberar su propia vitalidad energética igual que brota la lava de un
volcán.
Han logrado interpretar el extraño zarandeo, porque han escuchado la música de su alma, y
consiguen que baile la Vida a través de ellos. Este baile es en realidad un enlace final con el poder
universal del orden preestablecido. Esta danza, es la fusión suprema con el gran espíritu universal.
Bajo sus pies, claramente dibujado en la piedra caliza el enigmático jeroglífico de un espiral
infinito se sale de la cima de la pirámide.
Y sucede un cataclismo que altera la atmósfera y los tres se volatilizan.
Sus cuerpos se desintegran inmediatamente después del fogonazo.
Quedan sus pellejos esparcidos por la roca, y su vieja piel por el suelo, y el viento sopla y se
lleva sus restos.

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Cuando conoces El Secreto descubres Tu Misterio.


La materia orgánica viva inventa. El esplendor de la naturaleza sabia fabrica. Y
el universo infinitamente gigantesco vive en el Secreto. Por esta razón existe la
inconmensurable energía cósmica incandescente, genuina y maravillosa.
¿Qué tantas infructuosas disputas se darán en nuestra raza antes de celebrar el
próximo renacimiento?

Recuerdo que los tres fueron fundidos por un rayo.


Un pueblo, igual que una persona, desaparecerá y nada quedará a menos que
deje impresas sus huellas en las rocas del camino o en las páginas de una plataforma
en Internet, detallando el viaje recorrido que nos llevó… de aquí a la eternidad.
Toda persona se desvanecerá y nada quedará a menos que haya plantado su
semilla en los corazones de la gente y en las almas de sus hijos, para que su legado
perdure por siempre más.

Un rayo puede caer en cualquier parte. Suelen hacerlo en los árboles y en los cerros,
en los edificios altos.
Un rayo es un gran chispazo que cae de grandes alturas seguido por estruendos
y retumbos. Nunca cae del cielo despejado. Pero en el amanecer del tercer día en
Tikal, de repente el cielo se cubrió de nubes espesas y solo hubo un rayo que rebotó
entre montañas y barrancos, relampagueando con singular belleza.
Cuando un rayo cae en la tierra arenosa y fofa, puede formar una piedra. El
calor tan intenso, funde las arenas y las convierte en una especie de piedra de vidrio
llamada fulgurita, antaño, piedra con la que nuestros antepasados realizaban sus
hachas y las puntas de sus lanzas y sus flechas para cazar y defenderse.

He rescatado aquél suceso que todavía palpita bajo mi piel, entre las articulaciones
de mis huesos, donde los vientos han empujado a terribles velocidades espesas
neblinas formadas por millones de gotas.
Aquél rayo único en su género produjo una espantosa explosión en el aire que
ha resonado en el ahora mismo desde allí. Nunca supe si ese tremendo tronar fue
escuchado por alguno de los tres. Seguro que vieron llegar el chispazo en el mismo
instante que caía certero sobre ellos, pero cuando aparecieron los estruendos y los
retumbos, Oscar, Iván, el Jaguar, ya no estaban. Llegó como cegadora luz por un lado
del cielo y en el término de pocos segundos, yacían en el suelo sus cuerpos inertes
como tramos de mi epidermis hecha girones.
Unos vientos subieron con rapidez al tiempo que otros, caprichosos, llegaron de
la derecha, chocando contra los que venían de la izquierda, y zarandearon con furia
las nubes, frotándolas unas con otras, cargándolas de gran cantidad de corriente
magnética. Y la rabiosa electricidad produjo ese fantástico trueno que a su vez, me
dio nueva forma y mayor dimensión.
Ese intenso rayo se erigió en sanción libertadora, en veredicto supremo, en
sentencia implacable pasando de una nube a otra, y de otra nube al centro de la
Tierra, para que pudiera celebrar su presencia inmediata en mi núcleo. La descarga
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eléctrica fue tal que tembló la zona entera. Todo el istmo centroamericano sucumbió
ante aquel feroz estruendo que despertó a la población del planeta.

Wuaooo… igual que ese fenomenal 25 de diciembre del 2012, después de aquella
inmovilidad mortal de tres días, de igual modo vuelvo a amanecer hoy, viernes
13 de junio del 2014, plenamente resucitado. Y miro por la ventana ante la vida
que nace y me digo que me encanta esta luminosidad que vibra perfecta. Ya solo
aguardo sentado en el porche el anaranjado brillo que anuncia el nuevo día.
Lo recibo no como hacha, sino como punta de lanza conectada al flujo de la
corriente magnética. Me convierto en espiral que crece y se ensancha y se despliega,
evolucionando con la totalidad del cosmos palpitando en mis entrañas.

Entiendo que no soy un cuerpo con alma… soy un alma en un cuerpo.

Una alma misionera, cuya misión es favorecer el despertar de almas dormidas,


aletargadas, apagadas, ignoradas, menospreciadas.
Se hace imprescindible el acceso a la Consciencia de Unidad. La consciencia
encerrada en un círculo se limita.
Somos torpes si no damos paso al espiral. La consciencia implica la expansión
para alcanzar la sintonía con El Gran Espíritu del Universo.

EPÍLOGO

Hoy 31 de diciembre del 2015, al repasar mis notas, me doy cuenta de lo siguiente…

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La última frase escrita en el momento de iniciar mi viaje (Prólogo), fue esta pregunta:
¿Qué será lo que encontraré al final del camino?

Hoy me consta que no se trataba, ni de la comprensión del mundo, ni de la comprensión de


la vida y la aceptación de la muerte. Solo necesitaba encontrar mi alma… ¡abrazarla! y, al
conciliarme conmigo, descubrí en un instante el Cosmos, y mi misión en la Tierra.

¿Sabes tú cuál es la tuya?...

Será mejor que volvamos al Hombre que se abrazó por dentro, tal vez tienes interés en

averiguar cuál fue el desenlace de los personajes de la historia…

Se llevó peticiones y sugerencias de Organizaciones No Gubernamentales nicaragüenses para crear en


España la asociación "Nicaragua corazones abiertos". Y como puente entre los dos países, intercedió
en la obtención de recursos para el desarrollo. Defendió ante prestigiosas instituciones un singular
proyecto ecológico en colaboración con la fundación "Entre dos mundos". Así pudo ampliarse la
escuela de la isla, mejorarse la enfermería que se convirtió en hospital, y con la acertada presión a
constructoras internacionales, consiguió que se asfaltara la única carretera que da la vuelta a Ometepe.
Estableció convenios para hermanar a las ciudades de Granada y León de Nicaragua, con las mismas
ciudades en España.
Durante muchos años trabajó en lo que no le gustaba en busca de un salario alto. Trabajó en

lo que no le gustaba por dinero, pero después de la experiencia en Tikal, hacía cuanto le agradaba y

con lo que disfrutaba. El dinero carecía de importancia. No tenía cargas, ni obligaciones

económicas. Quería lo justo para vivir. Y subsistió con muy poco realizando tareas que le llenaban

de gozo.

Se había separado de su pareja. Obtuvo su bendición ante el nuevo estilo de vida. No podía
arrastrarla a una vida incierta sin morada fija. Y todo fue mucho más fácil porque no habían hijos de
por medio. Y vagaba sin estructura familiar por Centro América. Y no quería traer hijos al mundo si
el mundo que los acogería seguía siendo un caos inhabitable. Y sus hijos fueron todos los niños y las
niñas ya nacidos, desvalidos hambrientos y despojados de hogar.
Prefirió ayudar a criar a todos los pequeños con los que se relacionaba hasta convertirse en un
soplo de aliento. Y comenzaron a llamarlo el principie del viento. Con su visita a la aldea llegaba la
alegría de un payaso, las leyendas de un viejo sabio, la sonrisa de un niño grande que portaba
conocimientos y sacos plenos de comida y enseres y ropa y juguetes. Saltaba de poblado en poblado
intentando fundar un colegio y una clínica. Enseñaba primeros auxilios y se marchaba una vez

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cubierta la precariedad de algunas familias. Implantó una sencilla idea que consistía en recuperar la
comida que restaurantes y hoteles no habían utilizado en el día. Recolectó en fábricas los productos
de primera necesidad, justo antes de la fecha de caducidad, dinamizando una entrega de urgencia en
las zonas aplacadas por la extrema pobreza. Y lo más atinado: fue formando cada vez a más personas
para que dieran seguimiento a la iniciativa, haciendo que cada célula operativa fuera autónoma y
eficaz. No regala peces... ¡Enseña a pescar!
Quién sabe qué clase de actividad desempeñará al cabo de los años, por el momento esto es
lo que le apetece. Y sus actos lo colman de humanidad.

Aquél fogonazo de luz resplandeciente electrocutó su sueño. En su visión multicolor corrían caballos
en libertad por un monte de arcilla mientras una joven sostenía algo pequeño.
Regresó de Guatemala acompañado por un matrimonio maya que conoció en Tikal. El
hombre, un diestro domador de caballos, y su mujer, la mejor cocinera que podía encontrar, vieron
la oportunidad de iniciar una nueva vida en España y, el romance, les pareció una bendición a pesar
de la diferencia de edad. Y ahí estaba Tania con su pequeña Milena. Así fue como Oscar saludó al
nuevo milenio con la singular paternidad de una bebé de ocho meses, fruto de la violación de un
desvergonzado familiar contra la indefensa sobrina.
Nunca perdió la fe y la confianza en la vida. Cierto que le hubiera gustado fundirse en un
tremendo y prolongado abrazo como aquél día frente al teatro, con la mujer que siempre portaba la
cadenita prendida al cuello, y que fuera Ana quien sostuviera en sus brazos protectores una hija
legítima, pero no se produjo el reencuentro, no se materializó la esperanza acumulada en su
imaginación. Ana había fallecido. Igual que había fallecido Beatriz. Oscar superó sus muertes y la
Muerte.
Cerró su despacho profesional. Buscó un lugar donde implantar su recién hallada filosofía y,
así, "El Farell de Santa Eugenia" se convirtió en un centro de ayuda internacional. El rehabilitado
hotel de montaña se transformó en punto de encuentro para la gestación de proyectos humanitarios.
Una zona tranquila para que se reunieran distintas asociaciones relacionadas con la auto-superación
personal; una sede donde impartir formación, donde tratar a exdrogadictos y adolescentes con
problemas de bulimia y anorexia. Un espacio para celebrar tertulias y conferencias y fue la plaza donde
se originó la Fundación VIHda. Ahí instaló su actividad para vivir al margen de esa sociedad que no
asumía como propia, con el estilo de vida que consideró adecuado, porque todos los seres humanos
están llamados a la santidad. La magnífica unidad brotaba en la tierra húmeda y fértil del lugar.
Antes de la inauguración, hizo grabar en una enorme piedra del camino: "Permanecer salvaje
y vivir en libertad, en paz con uno mismo, no es imprescindible. Es primordial". Estas palabras
saludaban a cada visitante antes de llegar.
Finalmente encontró los piñones entre la pineda. Y retornó a la meditación. Y todo se lo
mostraría a Milena, a la que educa hoy como a la hija deseada, símbolo de la generación rescatada de
las zarpas del monstruo de la extrema pobreza.

A su llegada a España se encontró con sorprendentes novedades. Por un lado, su anterior partido lo
solicitaba. Era el mejor cartel electoral. Por el otro, el grupo minoritario de la coalición catalana lo
quería en cabeza para secundar al actual alcalde que mayor y cansado, veía acertada la propuesta. Era

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el relevo necesario para la próxima legislatura. Esta circunstancia representaba asegurarse el puesto
como número dos, convirtiéndose Iván en el segundo hombre más poderoso del municipio. Sin
embargo, no atendió ni a unos ni a otros y mantuvo firme su voluntad. Creó y registró la nueva
fuerza política Gestión Independiente de Centro Catalán, para correr libremente en las elecciones
municipales.
Y las urnas dieron tal resultado que ni con las combinaciones más extrañas ningún partido
obtenía la mayoría absoluta para hacerse con el poder. Las dos grandes tendencias quedaron
empatadas. El destino lo puso nuevamente en el punto de mira. Y quedó al descubrió su perfil
conciliador. Y se convirtió en la única opción que los dos bloques mayoritarios enfrentados vieron
con buenos ojos para ejercer, no sólo como mediador, sino como alcalde durante los próximos años.
Pero Iván no aceptó tomar el bastón de mando hasta que todos los partidos incluidos los
minoritarios, aceptaran su programa de trabajo que consistía en una peculiaridad: nadie se quedaba
fuera y todos participaban en la toma de decisiones.
Los dos grandes partidos obtuvieron importantes competencias de gobierno y los cuatro
minoritarios, áreas decisivas, y, él, junto a sus dos concejales de la nueva generación de dirigentes
políticos, coordinaron, ejerciendo el verdadero poder sin necesidad de ocultarse detrás de las sombras.
Fue el primer Fue el primer ayuntamiento del país sin oposición municipal. ¡Nadie quedó eliminado!
Todavía a tiempo de salvarse, se dejaba absorber por el sistema y lejos de fabricar otra máscara,
perfeccionó la propia, elaborando una coraza con el código descubierto en Tikal. Aprendería a diluirse
como el azúcar en el agua caliente. Iván se dedicaba a la única cosa que podía hacer bien. Para lo
único que servía. Y lo hará con gran maestría permaneciendo en la selva de los sentimientos sin
extraviarse en el laberinto del poder.
Y triunfa hoy en la política y en los próximos meses, se presentará al Parlamento de Cataluña.
Disfruta sobreviviendo en la jungla de asfalto mientras Susana está en estado de gracia. Pronto nacerá
Jonathan. Ágata brinca de alegría porque tendrá un hermanito. Y luego vendrá el senado y la
presidencia.

A menos que una persona renazca en vida


permanecerá como una página en blanco en el Libro de la Creación.

La persona sometida que puede escapar de su cárcel y no lo hace,


es un cobarde.

Aquél hombre o mujer que no se rebela contra la opresión,


es injusto consigo mismo,
pero también es injusto con el conjunto de la raza huma.

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A medida que fueron sumergiéndose más y más en su consciencia, a medida que fueron

descubriendo que sus necesidades no se reducían exclusivamente a la propia satisfacción y el

prestigio personal, sino a las propias necesidades existenciales que se extendían al enriquecimiento

de las vidas de cuantas personas los rodeaban y con las que se relacionaban de una u otra forma,

fueron concentrándose con amor fraternal sincero en las necesidades prioritarias de su prójimo más

cercano, de igual forma a como lo habían hecho con los suyos propios hasta la fecha. Con la

expansión de la consciencia, liberaban el torrente de energía cósmica que trasforma el mundo.

La energía cósmica hasta entonces obstruida emergió para colmar de júbilo el entorno.
Irrumpió. Y su luz traspasó sus pechos desde adentro, pero... ¿sirve de algo encender la luz si a
continuación uno cierra los ojos?
Con ese rayo llegó el bautismo y con el bautismo el génesis. La energía cósmica es su
evangelio. Ya no son peregrinos del viento, son misioneros del alma. ¿Cuál será su suerte? ¿Y la suerte
de la humanidad?... ¡El ser humano se juega su eternidad en cada existencia!

Desde el ventajoso suceso, se entregaron por completo a la tarea manteniendo alto el ánimo sin
esperar resultados inmediatos. Algo hermoso surgirá de las profundidades del mar de los
acontecimientos venideros porque alumbrados desde su mismo centro, fundida la vida con la
muerte, se encuentran en permanente alianza con el espíritu universal.
Llegaron a la negación de sí mismos en favor de la energía cósmica sin codicia y con

humildad, alimentándose de todo lo bueno que acontece y que prevalece. Y porque intuyeron el

esplendor del porvenir que les aguardaba, contentos aún en el dolor y la dificultad, sobrios y

desprendidos, amantes de la sencillez, decidieron llenar sus días de los sueños materializados, y sus

noches de cantos marineros.

Descubrieron quienes eran en su esencia verdadera. Descubrieron hacia donde debían


avanzar. Y la paz y la alegría se abrazaron en el seno de sus almas. Se revelaron a sí mismos
espléndidos y especiales.

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Cada uno encontró su verdadera intimidad. Y terminó su búsqueda. Averiguaron que, esencialmente,
son pura energía viva cubierta de un cuerpo físico que se desgasta. No solamente humanos con
esporádicas experiencias espirituales, sino seres enteramente espirituales que disponen de vivencias
humanas.
Ese Yo más elevado, por lo que tiene de hondo, de oculto, de absoluto, es grande siendo
intangible, pequeño siendo inalterable, y bajito, dado que para muchos permanece en la distancia,
pero cuando uno logra acercarse suficientemente, crece la figura hasta conmoverte por lo
grandioso de su palpitar.
Encerrado en su interior, a menudo en el propio laberinto construido con desamor y
desdicha, todo cuerpo guarda un pasadizo secreto al lugar que pocas personas se atreven a visitar;
pero cuando lo hacen, experimentan la oportunidad de beber del agua de la Fuente de la Creación.

Ese rayo bajó del cielo rompiendo sus pechos para tomar en un puño sus corazones. Luego besó sus
frentes, arrancándoles todo aquello que era inútil, para depositar en sus entrañas magníficos tesoros
que descubrieron sus alas de cielo. Y purificados permanecen en comunión con la energía cósmica
porque recibieron luz para enmendar su situación y fuerza para ensamblarse a la unidad. ¡Nacieron
tres criaturas nuevas como inicio de una generación cósmica en la nueva era de la humanidad!
Y se preguntaron, ¿podré adaptarme? ¿Me gustará?
¿Mi vida será mejor que antes?
Cada uno tuvo su oportunidad para elegir. Y cada uno eligió ser una mejor persona. Su
voluntad se manifestó a través de la acción apropiada. Rogaron que en sus almas anidara la bondad y
la verdad. Escucharon el llanto sigiloso de las gentes reclamando amparo en su soledad. Y sonaron las
trompetas con estrépito.
Y todo apunta a que mediante la expresión permanente de la energía cósmica en libertad,
crearán riqueza en cantidad.
Si este impulso hubiera sido posible durante su juventud... Si la voluntad se hubiera declarado
desde el inicio... Pero hay tantas turbulencias en la sociedad.

Después de zanjar un capítulo de sus vidas, fecundan la tierra con beneficiosas semillas. Y al hacer lo
que deben hacer, esto supone un inmenso estímulo para los tres. ¡Cómo se marchita la vida cuando
no la alimentamos!
Variaron sus hábitos de conducta. Ahora proceden con innegable acierto y convicción, no
forzados por alguna ley o presionados por terceras personas. Se han convertido en lo que realmente
son, impulsados por la vibración interna y el amor incondicional a todo. Y serenos permanecen
invencibles porque el alma del romántico poeta habita en su corazón. El alma del culto filósofo mora
en su memoria. El alma sensible del escultor reside en sus manos. El alma del dulce cantor vive en su
respirar. El alma del inteligente científico permanece en sus retinas. El alma del perceptivo músico se
aloja en sus oídos. El alma del hábil cocinero anida en su paladar. El alma del diestro cirujano se oculta
detrás de cada uno de sus actos. Y el alma de la exquisita bailarina late en sus cuerpos recordando la
magia de la danza.

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¿Son infalibles ante la aventura?

Son molinos de viento que se sirven de su fuerza bombeando agua de sus profundidades para dar de
beber al sediento, para irrigar el enorme cultivo sin dejar de abastecerse ellos mismos. Y ponen energía
cósmica al servicio de la humanidad porque así se preguntaron: ¿Cómo puedo ayudar?
Comprendieron que si no vives para servir, no sirves para vivir, y a partir de este punto de inflexión
operaron avanzando en el auxilio y el favor, protegiendo, orientando.
Cada vez que entran en contacto con alguien, sencillamente... ¡se dan mediante el abrazo
fraternal de las almas amigas! Ninguno cierra el acceso. Y se dedican con empeño a su labor. Y se
evidencia que han enterrado una frase extremadamente común: ¿Qué gano yo con esto?
Apenas un tiempo atrás, la pregunta pertenecía al diálogo del Ego, sin embargo, luego del
fabuloso acontecimiento en El Mundo Perdido, desde la consciencia plena de unidad, en contacto
con la energía vital del Cosmos, desde la universalidad de todas las cosas, ya no les interesa “qué
ganan”. Se enfocan en favorecer al conjunto de su especie, y, mediante esta acción, crecen y se
proyectan.

Los tres son alquimistas especializados en trasladar al plano real la fantasía del mundo espiritual. Cada
uno pertenece a un grupo reconocible. Oscar pertenece a los que están desorientados, porque saben
de lo que hablan pero no saben bien cómo explicarlo, puesto que el lenguaje espiritual está dirigido
al corazón y nunca al intelecto. Iván se suscribe entorno a los que son confusos porque no saben
exactamente de lo que hablan, pero hablan, y mucho, desde una intuición que parece la ingenuidad
de un niño. Y el Jaguar pertenece al grupo de los magos que nunca habían oído mencionar el mundo
espiritual y sin embargo, consiguen la piedra filosofal a través de su propia experiencia vital.
Los tres dejaron atrás su Ego y, automáticamente, cayeron esas caricaturas del Yo-grotesco
que limitaba su creatividad, su libertad, y por ende, su autonomía y su dicha. Entraron en la hermosa
campiña de la unidad fraternal aprovechando al máximo sus facultades para las cuales solamente la
voluntad es necesaria.
Prestaron atención a los detalles más insignificantes con elegante precisión y una inteligencia
inalterable y definitiva. Se preguntaron en qué sentido estaban bien dotados y maniobraron sin
detenerse a continuación. Evitando distracciones. Sin ninguna clase de interrupción. Y como esta
comunicación sublime, a modo de manifestación, se corresponde con lo que reclama en este instante
el Alma del Mundo, fluye espontánea la fuerza que viene de adentro, de la cual, sin distinción de
sexo, edad, raza y credo o idioma, cada hombre y mujer alberga, pues la chispa de toda creación
proviene de la energía cósmica de cualquier persona y acontece en cada suceso, en todo momento
el magnífico evento sustentándose con amor en el amor que albergan todas las almas.

Buscar. Encontrar. Actuar. ¡Todo ayuda!

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El templo amenaza ruina. Pronto, ¿todo terminará?

La responsabilidad individual, pánico o inanición… Pero ellos se dijeron:

El cambio tiene que iniciarse en alguna parte, ¿por qué no en mí?

Las cosas no se concluyen así no más, pero lo que debe cumplirse, la tarea última y determinante,
llega antes del fin vestida de misterio… de secreto desvelado… de oportunidad que demanda el Libre
Albedrío.

El proceso a menudo es largo y penoso como un largo túnel oscuro donde no se divisa una punta
de luz. De nada sirve el temor de la inseguridad. Las crisis son necesarias para toparse con el nivel
superior de uno mismo.
Nada aprenden mejor las personas que aquello que aprenden por sí mismas gracias a la
experiencia directa y particular. Lo que exige un esfuerzo personal de búsqueda y de riesgo y de
asimilación y de agradecimiento por lo aprendido. Únicamente pueden vivir con naturalidad los
hombres y las mujeres que en verdad saben, y saben que saben, sin necesidad de abundancia. El ser
humano alberga una porción del Cosmos para que proceda en el medio que lo rodea. Después de
un tiempo, esa porción del Cosmos fallece. Pero contiene el ser humano energía cósmica suficiente
para ordenar y armonizar esta vibración en la Tierra.
Ellos tuvieron un instante de plena mutación que operó para que se transmutara la sabiduría.
La voluntad del cielo contribuyó a que cruzaran el abismo de un lado al otro y, el planeta, este
organismo vivo embarazado de ternura, aguardó gozosamente el parto de semejante acontecer que
el viento, velozmente llevó de aquí para allá. No fue necesaria la intervención del fuego para propagar
la noticia. Todavía albergan los océanos la risueña dicha del mayor tesoro del mundo: el futuro que
puede enmendarse en el “ahora mismo”.
Hubo señales, mensajes, y la separación. La retirada de la herencia, el rechazo de la tradición
y los patrones obligados hasta la puerta abierta a la unidad fabulosa.
Llegó la iniciación provocada por la necesidad. Y no estuvo exenta de dolor y complejidad.
Fertilidad. Fecundidad. Renacer. ¡Segundo nacimiento!
Pero el nuevo comienzo, la apertura y el despliegue de los dones y talentos, no fue posible
sin el accionarse para la evolución. Se estableció la comunicación y la reunión. Todo estaba en
marcha. Y aterrizaron cada uno de los tres en un país diferente, atiborradas sus entrañas de energía y
expectativa, transformándose con cada paso en cada actividad, fuertes, sin ser rudos, amables, sin ser
frágiles, correspondidos, sin ser serviles. Discretos sin ser tímidos. Y con la sagacidad interna suficiente
para seguir interpretando las señales y los mensajes, sabiendo que no hay manera de alterar el tiempo
para la cosecha.
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Los tres forman parte de un grupo peculiar de personas que disponen de paciencia,
concentración y disciplina. Exclamaron: la dicha no está al final del camino si no durante el trayecto.
No en vano obtienen los regalos en su fuero interno.

Progresan en el amor. Y sus obras son nobles y bellas. Y su excelente ejemplo es crucial para edificar
la Gran Obra.

Solamente un ser en plenitud puede trascender los límites

sin divorciarse del mundo.

Vivir de acuerdo a la sociedad y sin embargo,

no sufrir por ello.

Imposible sin la previa conciliación.

Tocamos las fibras de lo sobrenatural cada vez que nuestra razón se extravía en la confusión de la
imaginación, revelándonos la fragilidad que existe ante lo desconocido. He notado incluso en
personas de inteligencia y cultura elevada una falta de coraje preocupante para comentar ciertas
experiencias psicológicas de índole extraña. La gran mayoría prefiere desecharlas y olvidarlas. El
mundo interior puede resultarnos inquietante, y a la vez cautivador cuando vociferan desde el
subterráneo las propias voces del alma. Y es mejor no amordazarlas cuando el milagro llega. Fuerzas
misteriosas, monstruos y fantasmas encarnan... ¿una utopía?
Aunque suele ignorarse existe la dualidad. Cuando miramos una hoja en blanco con un

dibujo tenemos dos opciones. Podemos considerar el dibujo o podemos considerar las partes en

blanco. Cuando escuchamos música clásica, podemos escuchar la pieza musical porque existen los

espacios entre la notas. También se puede considerar el silencio de la música. Se puede atender el

silencio o la pieza, y la suma de ambas es la música. O concentrémonos por un momento en todo

el espacio vacío de una habitación. Hay dos posibilidades, la primera es apreciar el mobiliario, y la
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segunda apreciar el espacio vacío. Sin embargo, algunas personas nada más atienden los rasgos del

dibujo, las notas, el mobiliario, y su concepción del mundo es parcial. Quienes son capaces de

percibir conscientemente el blanco del papel, el silencio de la música, el espacio vacío de la

habitación, comprenden la dualidad y acceden a otra dimensión del mundo y la vida.

Lo trágico y lo cómico. Lo cotidiano y lo misterioso. La crueldad y la bondad. La


contradicción está un peldaño por debajo de la inteligencia, un peldaño más arriba se encuentra la
dualidad. Antiguo o moderno, radical o conservador, figurativo o abstracto, negocio o poesía,
amargo o dulce.
La expresión de la dualidad es la suma de los opuestos. Apariencia y evidencia. Invierno y
verano. Plantar y arrancar lo plantado, destruir y edificar, llorar y reír, abrazo y separación, extraviar
y hallar, callar... y hablar.
En toda acción, desde la más insignificante hasta la más trascendental, el dilema a enfrentar

es la capacidad para armonizar dos estados aparentemente incompatibles: la máxima actividad y el

máximo relajamiento. Ahí radica la potencia del estado puro que enriquece.

Despejar la mente. Domesticar el corazón. Percibir el alma. ¡Se puede! Adelante. Puedes hacerlo tú

también. No argumentes. No busques excusas. Dentro del próximo instante, puedes ser cósmic@,

¡salta hacia adentro!

La dualidad entre el mundo del pensamiento y el mundo de la percepción extrasensorial (a veces


inconcebible), es un abismo difícil de salvar (pero nunca imposible). Solo hay que dar autorización
a nuestra mente para que asimismo, deje participar a todo lo demás. El excesivo apego a lo “científico”
castra la entrada de verdadera Luz. No todo se puede medir y pesar y una alucinación, muy bien
puede salvarte la vida. Las teorías que atentan contra el orden racional son por norma descalificadas,
pero y a mí que más me da. Que rayos me importa. ¡Yo quise escapar!

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Y con todo, esta novela ha sido escrita para invitarte a reflexionar, abriéndote la puerta a un poético
mensaje al que tú escogerás acercarte para abrazar la interioridad del ser humano o te negarás a
hacerlo, ahora detente antes de continuar…

¡Sonríe antes de actuar! Tendrás motivos de alegría. Porque si escoges acercarte, podrás elevarte desde
lo mundano y lo terrenal (demasiado artificial) para determinar nuevos actos singulares que darán
sentido a tu vida (tu obra).

Verás, yo erigí el mundo inmutable de las ideas con Oscar (quién siempre se preguntó ¿quién soy?),
frente al mundo sensible del devenir con Iván (quién siempre se preguntó ¿a dónde voy?). Hasta que
conseguí la completa fusión entre ambos, lo que los maestros de la alquimia llaman conjuctio,
tras jugar al escondite en París Grecia y Egipto. Ha sido al comprender que las cualidades de las ideas
resplandecen en las experiencias que percibimos y constituyen a su vez, la esencia de los actos, que
he acariciado finalmente la verdad. No hay un gris, ese punto intermedio entre lo blanco y lo negro,
sino un negro que es blanco y un blanco que es negro al mismo tiempo. Y cuando se actúa de un
lado, se hace consciente el contrario. Es en la unidad que existen el par y el impar, la lluvia y el sol, el
mundo infantil y el adulto. Lo uno no tiene sentido sin lo otro. Si no conviven juntos… ambos
extremos no existen. Cada uno por separado nada son… deben “coexistir”. El uno necesita al otro y,
nada se produce en verdad sino es en la unidad. A esto llamo yo totalidad en libertad. No hay tristeza
sin alegría, una necesita a la otra para existir, igual como la noche necesita que le sobrevenga el día y
a la vida, la muerte.

En mi caso particular, la búsqueda del verdadero yo se presentó como una tensión dinámica entre
dos polos. Por un lado estaba la vida interior de la reflexión y el autoanálisis . Por el otro lado estaba
la vida de las relaciones con el mundo exterior y las personas. El carácter de un polo hizo que Oscar
tuviera una respuesta rutinaria y previsible, carente de espontaneidad creativa, y no estando de
acuerdo con el mundo, fue un perfecto conformista por la ausencia de acción.

El carácter del otro polo hizo que Iván no quisiera reprimir su magnetismo consiguiendo imponer
su carisma hasta perderse en un complejo galimatías.

Cada persona vive en tres esferas: mental, física, y espiritual. Oscar el silencioso se movió básicamente
en un nivel mental, entorno a la necesidad de saber y de comprender el mundo. Para ello se encerró
en la torre de su mansión defendiendo la siguiente tesis: debo resguardarme de toda agresión
extranjera. Y es cierto. Tenemos que escudriñar el entorno y prepararnos para cualquier eventualidad.
Pero su gran sentido de observación responsable terminó por amordazarlo y atarlo de manos y pies
hasta inmovilizarlo en la cima de la montaña. Iván el distinto se movió básicamente en un nivel físico,
entorno a la necesidad de placer y de experiencias emocionantes. Para ello protegió su libertad
defendiendo la siguiente tesis: somos seres con libre albedrío que solemos intentar evitarnos la libre
elección, pero es nuestra, tenemos la última palabra. Y es cierto. A pesar de los obstáculos heredados
o representados por el entorno a modo de prueba, cada uno de nosotros, tomamos en último

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extremo las decisiones que conforman las características de nuestras vidas. Pero su gran sentido
emprendedor no le permitía terminar nada.

Durante años, Oscar e Iván (esas dos partes de mí), afinaron sus instrumentos por separado. Pero la
vida puede ser un maravilloso laboratorio donde experimentar…

Debo reconocer que mi dualidad era el trabajo interior de autorrealización y el trabajo exterior de
servicio al prójimo.

No cabe duda lo precisos que son los métodos de verificación para la interpretación de las
percepciones, y el acierto de frecuentar la meditación caracterizó a Oscar. Por el contrario, Iván llegó
a conocerse a sí mismo a través de la participación en la vida material a través de las relaciones
personales y el servicio a los demás.

Las dos manos deben encontrarse y conocerse para cooperar. Una mano sola no puede aplaudir.
Necesita a la otra. Cuando ambas manos se juntan, no puede saberse cuál de las dos provoca el mayor
sonido. El sonido es el espíritu de ambas manos que se deja oír… ¡magia!

Hay un dicho que reza: Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda. Que no lo
sepan ellas… ¡pero que al menos lo sepas tú! También suele decirse que hay dos maneras de ver la
botella: medio vacía o medio llena. Pero en mi opinión existe todavía una tercera: verla
completamente llena; llena del líquido y el resto de la botella llena de la energía del Cosmos.

Ya solo quedaba reunir a Oscar e Iván para que emergiera... porque cuando los músicos ocupan sus
correspondientes asientos y comienzan a tocar los instrumentos desde adentro hacia afuera, el estado
creador se pronuncia como caja de resonancia que capta todos los tonos de los elementos aislados.
Eso sucedió en Tikal.

En los tiempos platónicos, al hombre se lo representaba en un carro arrastrado por dos fuerzas. Una
simbolizada por un caballo blanco: la fuerza constante de la inteligencia, que le empuja hacia arriba
tan cerca del sol como para abrasarse. La otra representada por un caballo negro: la fuerza salvaje de
los instintos que intenta hacerle caer a los abismos de la animalidad. ¿Existe una tercera fuerza
equilibradora que compense ambas fuerzas contrapuestas?... ¡la fuerza evolutiva de la consciencia!

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No sólo se habían intercambiado los guantes por años, Oscar e Iván, también se los habían puesto
del derecho y del revés y nada podía librarlos de que los atravesaran las afiladas garras del Jaguar.

La tarea de Oscar e Iván era tan singular como la oportunidad concreta de llevarla a cabo, por tal
motivo emergió el Jaguar.

Dos motivaciones de carácter opuesto y de igual intensidad, ¡conflicto! Unirse desde los extremos
hasta la misma fusión para conferir sentido a su existencia… libertad, verdad, amor. El par se acopló
al impar, el contenido se ensambló a la forma, la sustancia se adhirió al accidente, lo etéreo se soldó
a la materia, la potencia se empalmó al acto, y la esencia se unió al Ser formando el ideal. Como el
negativo de una fotografía que lentamente se revela en todas sus partes...

La aportación de aquel intruso no fue un mero acto de presencia, fue un asomarse a la vida para
contemplarla en su magnitud, uniendo la investidura de salida como prueba para que se propiciara
sobresaliente la propia singularidad de la historia.

La historia es la leyenda de un pasado que se proyecta en el porvenir. Porque donde uno iba llevaba
al otro consigo. Iván arrastraba a Oscar. Oscar llevaba de la mano siempre a su inseparable Iván. Y
ahí… en Tikal estaba el Jaguar.

Es con frecuencia el alma un campo de batalla donde combaten la razón y la pasión, y si por sí sola
reina la razón, abrevia todo esfuerzo de riesgo y aventura, y si por sí sola reina la pasión, abandonada
a sí misma, es fuego que arde hasta su propia destrucción. Es necesario un pacificador que temple la
rivalidad para que la discordia halle la armonía en la unidad. Sabía el Jaguar que no puede honrarse
más a una que a otra, porque quien permanece únicamente en un solo lado de la balanza, pierde la
confianza en ambos. Un ala no nos sirve sin la otra, pero aún y teniendo estabilidad gracias a las dos…
se hace imprescindible el rugir del motor.

Y cuando el Jaguar hizo su ingreso en escena para rugir, no solamente ofreció y recaudó un discurso.
Se propuso como árbitro midiendo los testimonios. No solo poseía la facultad de actuar y actuó.
También emitió veredictos.

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Mientras Oscar observaba, Iván se mostraba sin pudor. Mientras uno aguardaba prudente el otro hacía
y deshacía. Mientras uno escuchaba el otro hablaba y hablaba sin parar, sin embargo, ni uno ni otro
sabían a quien se destinaban los silencios y los sonidos, las imágenes y las sombras, las conjeturas y
las evidencias. Luego de dos garantes de un decir, llegó el interventor para estimularlos. El Jaguar
tenía las raíces de Oscar y las alas de Iván. Y en sí mismo, era como un árbol que da fruto desafiando
la gravedad creciendo hacia el cielo.

Lo que fue un sujeto y un antisujeto que se alternaba, un protagonista y su antagonista (aunque no


todo el tiempo), pasivo uno, activo el otro, configuraron los dos planos distintos de un mismo Ser.
Uno a través de la constante restricción, Oscar desarrolló una facultad operativa que le valió para
interiorizar, mientras que Iván había sido empujado a la acción por la necesidad de su cumplimiento,
y actuó por decisión propia y con suma valentía al margen de la amenaza de sanciones.

Yo necesitaba descubrir lo que ya intuía: que el enemigo exterior no es sino un reflejo de algo interior
que hasta el momento no había querido reconocer porque nunca supe cómo combatirlo y someterlo
hasta restringirlo. Mi peor enemigo era YO. Mi incomprensión. La negación de mi autentica
naturaleza.

Actuaba como Oscar cuando quería ser Iván. Actuaba como Iván cuando quería ser Oscar. Uno
miraba al otro hasta que alguien los miró a los dos fijamente.

Oscar e Iván sabían el uno del otro, de sí mismos el uno del otro, pero en vez de abrazarse hasta
fundirse en uno solo se enfrentaron como se enfrentan las piezas blancas a las piezas negras en el
tablero de ajedrez.

Y de quién era la mano que movía las piezas… sino mía!!

Dichosos los que deciden mutar y se aceptan como elegidos protagonistas, perfectos escapistas de un
mundo caótico a causa de un Sistema que niega la energía cósmica.

Osado conseguir el genio necesario para erigirse genial y serlo en verdad, genial. Jaguar. Jaguar, sí,
jaguar. Mente... sentimientos... y conciencia ¡JAGUAR! Figura a utilizar aunque asombre a la gente
y acabe en catástrofe o pura blasfemia.

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Apunto un tal vez un a lo mejor y un soberano quizás. Apunto un quién sabe y un jaguuuaaaaaar.
La vida autentica está al alcance de la mano. Al alcance de la mano que alcanzamos para abrir la
ventana cuando una zancadilla nos hace caer de rodillas al suelo como copa de cristal que en pedazos
se rompe. No era necesario abrir la ventana y admirar la vida desde la ventana. Hacía falta lanzarse
uno mismo por la ventana y lanzar en seguida la ventana entera. ¡Lanzarse a sí mismo con tal violencia
que termine el salto en los brazos del alma que nos aguarda!

Toda tentativa de explicar algo fracasa por un motivo que puede comprenderse sin esfuerzo, y es que
para definir y entender hay que estar al margen, fuera de lo que se define y se entiende y sólo así se
interpreta la verdad: en la intuitiva percepción consciente exenta de todo y llena de nada. Y
únicamente en el juego te sientes ya seguro al conquistarte a ti mismo, cuando armas el puzzle y lo
contemplas desde la distancia, cuando delegas el misterioso secreto a una sola revelación y a los lados,
ni por encima ni por debajo, no hay nada que no sea amistad, amor, energía que arranca
vertiginosamente recorriendo como el viento de una avalancha sendas pasillos montañas y
laberintos, adiós a cualquier estafa. Infusiones de verdad. La mía. La verdad absoluta que vibra entre
las articulaciones de mis huesos, bajo la piel. ¡Refugio y libertad! El sol que llega tras la noche oscura.
En el mayor punto de locura se encuentra la lucidez. En el mayor punto de padecimiento se
encuentra lo hostil y, entonces, se obtiene el alumbramiento… o también… la posibilidad de
renunciar al verdadero existir... pero que sea una elección consciente, y no el resultado de una
manipulación por parte de quienes inventan el Sistema.

Francamente, creo que hay ocasiones que de reconocerse, mutan la manera de ser y estar en la Tierra.
Yo tuve tres “instantes mágicos”. El primero cuando reconocí desde adentro mi dualidad permitiendo
que Oscar e Iván se dieran la mano. El segundo cuando ambos salieron unidos al exterior en forma
de Jaguar y dialogaron unidos. Y el tercero, sucede ahora que asimilo mi conciliación y me desprendo
de ellos tres quedando totalmente libre... en estado puro! Y soy capaz de vislumbrarme como un
alma antes de adaptarme nuevamente al cuerpo.

Sí. Me he encontrado a mí mismo. He necesitado desprenderme de mi vieja piel para renacer nuevo
transmutado a un ser definitivo y completo. El alma es palpable mediante una actitud de plena
consciencia en unidad fraternal.

La cacería no tiene fin cuando se mata la presa ni finaliza al comérsela. Termina luego de la digestión,
cuando sale definitivamente de tu cuerpo y tú lo sabes. Y no te hace falta verla en el retrete, pero yo
quise mirar y ver y así, entender como se había dado todo el proceso. Necesito compartir la
experiencia para estimular...

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Ya puedo regresar al mundo del que escapé. Me empujo para entrar a este mundo en el que debo
existir de la mejor manera porque la imagen del existir actual ya no es borrosa ni tenebrosa, no está
desenfocada. Tiene contrastes y matices.

Basta un instante para que nazcas como ciudadan@ cósmic@;

un instante de lucidez,

de honestidad,

de coraje,

de amor a ti mismo, tanto como al resto de la especie humana.

¿Puede alguien advertir su existencia apartando la cortina?

Como un niño al que se le permite ver la representación, a quien se le muestran los trucos y como
se producen los efectos especiales, me quito los zapatos y entre bastidores, rebobino la cinta y
proyecto, tres dos uno...

Plano general. Escena final. El último fotograma. Todos los protagonistas y actores secundarios están
plantados frente a ti con la mirada fija. Han dicho aquello que debían. Y en este instante se escucha
la voz en off que te habla directamente a ti. Porque el Lector no es ajeno al texto, como el espectador
no es ajeno a la película.

La novela ha sido una interpelación. Una invitación a participar. Una llamada sonora para que
intervengas. Te reconozco como parte integrante del Cosmos y, desde el afecto y el respeto, te
solicito que te reconozcas a ti mismo como interlocutor inmediato y componente para la
elaboración de la sociedad cósmica. Para quién he esculpido este mensaje si no para ti que has seguido
la crónica de mi viaje personal... De quien espero una señal de entendimiento si no eres, ¿tú?... Espero
seas un cómplice sutil de cuanto se vive en esta plataforma on line. Un soci@ amig@ al que confío
una tarea a realizar poniendo todo mi empeño como herman@.

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Yo he sido, primero mi enemigo, pero a su vez, comprendí que soy mi mejor aliado. Y es esta alianza,
en la comunión de las almas, que nos convierte a ti y a mí en fraternales parientes pertenecientes a la
familia estelar del Cosmos.

Fundido a negro. Banda sonora. Títulos de crédito. Se apagan las luces de la proyección y se encienden
las luces de la sala del mundo. Comentarios y, a caminar. ¿Hacia qué dirección?...

Mi petición es sencilla y, por tal motivo es tan difícil de satisfacer. Todo lo que pido es que un ser
humano -con humanidad- viva. Y sin embargo, a causa de las circunstancias que rodean a todo
hombre y mujer en la actualidad, resulta más fácil y cómodo deformar y adulterar la propia alma que
vivir de acuerdo a la Ley Fundamental del Universo... todos somos una y la misma sola cosa.

Probablemente, en algún párrafo de la novela has podido verte como protagonista en ese que
evidencia la observación y la escucha (Oscar). Has logrado ver y has sabido escuchar porque te
pertenecen estas capacidades.

En algún otro párrafo, te habrás identificado con la interpretación de quien construye su propia
versión de los hechos a partir de cuanto se le ofrece, y como Iván, construyes la vida a partir de cuanto
te ha sucedido.

Y tal vez con la aparición del Jaguar, de conformidad con lo insólito de la vida, has podido emitir tu
opinión y un veredicto que todavía no es definitivo. Ya lo verás. Volverás al texto, a la historia, a tu
evolución particular, hasta poderme premiar o castigar por cada frase y párrafo escrito. A ti te
corresponde reconocer cuanto se ha redactado en estos PDF que puedes descargar y compartir con
tus amistades. Te corresponde posicionarte, actuar. Y la multiplicidad de comportamientos, garantiza
la pluralidad de la especie, la diversidad, tanto como la unidad.

Puede ocurrir que alguien vea más de cuanto explico, y sin embargo, puede que no vea lo esencial.
Puede que alguien vea lo que no hay, y sin embargo, lo vea. Puede ocurrir que la indecisión genere
un gran vacío, y sin embargo, puede que sea la mejor opción. La casualidad de este artículo en tus
manos no obedece a un capricho.

Lectores distraídos, lectores insatisfechos, lectores ridiculizados, lectores dolidos, lectores frustrados,
lectores que pierden el hilo de la historia, lectores que no entienden nada, lectores que pretenden
comprenderlo todo, lectores perezosos, lectores que repiten frases para ellos carentes de sentido,
lectores imprudentes que se sirven de aparentes incongruencias para dilapidar lo que se presenta como
una verdad… que interpretan como una amenaza. Porque afirmo que el presente texto es una
amenaza. La amenaza de la concordia.

Como autor lo veo claro: los protagonistas han emitido sus opiniones, han decidido determinada
actuación y dicen aceptar cuanto se les ofrece. Como persona, después de la valoración de los hechos,
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me atribuyo el premio, solamente si además del propio logro individual de terminar la novela consigo
incidir con mis inquietudes en el mundo inmediato. Quien se pronuncia aguarda tu receptividad, y
un pronunciarse mediante la actividad y el comportamiento que demanda el reto. Abre los ojos de
tu mente y abre también los oídos de tu corazón. Penetra en el mensaje que he esculpido con las
yemas de mis dedos que transpiran el alma de mi ser.

Lector, ahora pasas de simple espectador que atiende a fuente de imágenes y señales, en una palabra,
a fuente de vida con la jarra llena.

Me he exiliado, retirado durante años, ahorrando mi valiosa vitalidad que he sembrado en estos
artículos. Una vitalidad que yo antes malgastaba, y que intuía podía aprovechar sabiamente (por esto
realizo la tarea en Samaná). Y sin apenas apreciarlo, refuerzo mi sistema inmunológico, lubricado mis
órganos vitales. Se han ampliado mis instintos. Mis sentidos se agudizan en esta dimensión que
habito.

El acelerado modo del vivir actual en las ciudades y en la mayoría de países, conduce a la tensión y la
ansiedad, a la insensibilidad, a una existencia falsa y superficial que conlleva estrés y depresión. Esta
trepidante prisa agobia por todos lados; empuja, estropea, provoca, influye, afecta, pero yo soy
inmune (estas cuestiones pertenecen a la tercera dimensión). Todo ese exceso de cosas ya no están
en mí.

Avancé durante años a trompicones, hasta comprender que la meta de todo arte es llevar
gradualmente la disciplina hasta el momento de la calma total y del éxtasis genuino. Sin una paciencia
infinita, no hubiera podido acceder hasta el punto donde cobra la vida mayor significación. Esta
actitud de apertura es la base para celebrar la Gran Obra (la concordia humana). Pero no hubiera sido
posible sin reducir el vigor físico, las constantes prisas, la velocidad exigida al esfuerzo intelectual.
Reducir hasta detener completamente. Cambié de marchas con delicadeza y cariño de la más rápida
hasta la más lenta, hasta que conseguí detenerme y abandonar mi vehículo. Me salí de la autopista.
Abandoné la calzada.

Camino sin ninguna clase de coraza por el campo abierto de mi naturaleza. Y al vivir con calma, me
permito la capacidad de decidir libremente. Esta habilidad asombrosa me maravilla. Y no por ello dejo
de ser dinámico.

Ahora que acepto los desafíos de mi época, los persistentes problemas del mundo me parecen
superables. Dispongo de creativa energía dentro de mí, y me comprometo a encontrar maneras de
contribuir a resolverlos favorablemente. No voy a permitir que la aflicción me consuma. ¡Atrévete
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tú también! Si eres ambicios@, sin duda quedarás saciad@. Puede suceder que la marea interior de tu
naturaleza cambie el curso actual de tu vida cotidiana para romper el círculo y hallar un sendero
invisible que se hace visible para crecer en espiral.

Apreciado Lector, gran parte de lo leído llegarás a comprenderlo plenamente sólo después de meses,
y sólo como resultado de la experimentación. Sólo entonces me recordarás. Cuando llegue ese
instante mágico, por favor, compara lo que te sucede con el contenido de las distintas Secciones de
la plataforma y, automáticamente, cobrará vida cada uno de los mensajes diseminados en los
artículos.

Cuando hayas llegado a servirte del estado de creatividad para tu acontecer diario, aprenderás a
observar y valorar tus propios sentimientos dentro de la vida y el mundo, censurando la imagen que
protagonizabas, y dibujando la actividad que de manera natural necesitas desplegar. Amplía tu
conocimiento de la literatura y la filosofía y otros aspectos del saber, para demostrarte que puedes
utilizar tus dones particulares en el arte de vivir la vida a plenitud.

La mayoría de personas viven extenuadas y confundidas, repitiendo las palabras de líderes políticos o
religiosos o deportivos y cumpliendo las normas que imponen las instituciones sin alma. Arrastradas
por la corriente de una conducta ajena a su placidez existencial, olvidan a menudo que tan fácil es
comprender la hermosura de la energía cósmica con los ojos anegados de lágrimas; ya sean lágrimas
de alegría, ya sean lágrimas de tristeza… Las lágrimas, siempre limpian el alma.

La única manera de justificar nuestra existencia es amando y trabajando con lo mejor que hay en
nosotros, no obstante, no siempre se hace. Hay dos posibilidades: la simiente intacta o la simiente
que rompe su cáscara. Sólo la simiente capaz de romper su cáscara y mostrarse desnuda al mundo será
capaz de lanzarse a la verdadera aventura de la vida. Por cierto, esta aventura requiere de una osadía
insólita.

Hay que detenerse por completo y divorciarse del mundo entero. Tomar consciencia
de la propia naturaleza, reconocerse, esclarecer la necesidad. Sucede el viaje-mutación
cuando conectamos con las fuerzas que soplan desde nuestro interior, cuando
dejamos de ser peregrinos del viento y nos convertimos en misioneros del alma.
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Si una persona se enriquece con su energía cósmica, la sociedad entera se enriquece con ella, en
cambio, si la niega, desfallece la persona, tanto como la sociedad.

No hay instrumento para la mejora más determinante que la vida bien vivida; una vida sencilla, plena
de amor, de verdad y belleza en libertad.

A lo largo de la historia de la Humanidad, ha habido varios cambios revolucionarios y sin embargo,


ninguno ha traído consigo la paz y el amor que la nuestra raza necesita. No creo que ninguna otra
acción, por brillante que sea, contribuya más beneficiosamente que la energía cósmica en acción…
¡activada!

Trabajemos desde el anonimato, adecuadamente y en solitario, con un mismo propósito que nos
une y, sin poner el dedo en el ojo ajeno, sin decirle al vecino lo primordial que es reformarse, sin
mirar afuera permaneciendo en el exterior. Miremos hacia adentro, comprendiendo el propio
interior. Seamos un ejemplo. Que cada uno empiece por sí. ¿No es un mensaje al que merece la pena
acercarse? ¿No es uno mismo su mejor amigo? Y, preguntémonos y respondámonos honestamente...
¿Nos conocemos lo suficiente para afirmar que no estamos enfermos?

La armonía con el entorno y la armonía con el prójimo empiezan con la armonía en nuestro propio
interior, una tarea que nadie puede realizar por nosotros y que si a nosotros mismo no nos importa,
¿a quién le va a importar?

Nuestra sociedad está preparada para despojarse de su vieja piel; como las serpientes... antes de que se
asfixie. Nuestra especie está preparada para desprenderse de la obsoleta definición acerca de quiénes
somos y en qué podemos convertirnos... si tú estás preparad@.

Cuanto más a menudo aparezcan personas en la sociedad que actúen de manera falsa y no de acuerdo
con los verdaderos dictados de su naturaleza, más se irá alejando la misma sociedad de la Ley
Fundamental del Universo.

La voluntad consciente entraña un compromiso que si no lo respetas... te traicionas.

En vez de alarmarme, me conduje sosegado al descubrir que yo estaba enfermo. Y al aplicarme la cura
he aprendido que la voluntad es en sí misma la expresión de la libertad… la libertad de sumar, en vez

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de restar. Y sabes, te estoy hablando de tu propia intervención en la vida, Lector, de tu implicación,


mediante tu fuerza, tu confianza, tu dignidad, y la expresión de tu intima naturaleza gracias al libre
albedrío.

Y permíteme decirte que la facultad fundamental de la voluntad es la capacidad de ser, de


autogobernarnos, y cuando decidimos situar nuestra atención en un aspecto concreto, podemos
expresarnos por el canal de la energía cósmica. La totalidad del despliegue del alma radica en la
voluntad, y desde nuestra alma, proyectamos alimento para la comunidad. No te parece una
propuesta interesante... Es una estimulante sugerencia, ¿cierto?

Un libro no habla, se pronuncia. El que habrá de hablar serás tú, Lector. ¡Habla pues! ¿Qué dices? ¿Te
apetece convertirte en miembro de la generación cósmica? ¿Te animas a practicar el secreto que
desarrolla tu misterio? ¿Lo conoces ya?

Lo mejor de nosotros es lo que perdura. La energía cósmica permanece en nuestras obras; en las
pinturas, las canciones, los libros, las películas, las sonrisas, las caricias, en un apretón de manos y en
cada abrazo, en toda mirada que no es fingida.

Se nos recuerda por los regalos que dejamos a nuestros hijos. Lo mejor que puede ser un hombre es
padre. Lo mejor que puede ser una mujer es madre. Hermanos, espero marcharme como la abeja que
deja clavado su aguijón. Espero ser como Aldous Huxley fue para Oscar, y como Dale Carnegie fue
para Iván, y como Audrey Hepburn fue para el Jaguar. Y como Ol Sasha lo es para mí…

Una piedra arrojada a un estanque provoca ondas concéntricas que se ensanchan sobre su superficie...
¡expansión! Eso es lo que promulgo. Planteo. Propongo. Porque ha llegado la hora de cambiar la
inevitable historia que amenaza de llegar con su cara más grotesca. El mundo necesita una inmediata
conciliación. También a la sociedad debe caérsele la máscara.

Si no te agrada nuestra sociedad, transfórmala. Pero únicamente podrá cambiarse la sociedad si antes
cambias tú... ¡abrázate por dentro!

La mano más amiga la encontramos al final de nuestro brazo. A medida que crecemos a nivel
humano y nos desarrollamos espiritualmente descubrimos que tenemos dos manos.

Una para ayudarnos a nosotros mismos, la otra es para ayudar a los demás.

La voluntad se atrofia cuando no salvas la humanidad a cada paso.

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