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FILÓSOFO

D. HUME
TEMÁTICA: Problema del conocimiento
Hume es un filósofo de modernidad que llevará el empirismo a sus últimas
consecuencias. Una de sus obras más destacadas es Tratado sobre la naturaleza
humana. Aquí analiza el problema del conocimiento desde un punto de vista
crítico, es decir, la fijación de los límites reales del entendimiento y de sus
posibilidades de conocer. Todas las ideas proceden de la experiencia, Hume
analiza los contenidos mentales. Distingue entre: Impresiones: datos inmediatos
de la experiencia: sensaciones o sentimientos. Ideas: representaciones o copias
de las impresiones en el pensamiento. Estas son más débiles y menos vivas que
las impresiones. Las ideas proceden de ellas. Hume admite que tanto las
impresiones como las ideas pueden ser: Simples: no pueden descomponerse. Por
ejemplo la percepción de un color. Complejas: es posible descomponerlas. Por
ejemplo la percepción de una ciudad. La diferencia entre impresiones e ideas es
la intensidad de las mismas. Las impresiones son más vivaces, por ejemplo
cuando percibimos una mesa observamos todos los detalles de forma, color, etc.
Si la persona abandona el lugar y recuerda la mesa, la percepción ha perdido
intensidad. Esta idea deriva de una impresión. Para Hume todo el conocimiento se
reduce a las impresiones y a las copias debilitadas de estas (ideas). Así el filósofo
sienta las bases del escepticismo (no se puede conocer con certeza más allá de
las percepciones). Las ideas se presentan en el entendimiento con un orden y una
continuidad. Esto se debe a que se asocian entre ellas de acuerdo con unas leyes
que hacen que las ideas se atraigan entre sí “con una fuerza suave”. Estas leyes
se reducen a tres: De semejanza: Por ejemplo ver una margarita nos hace pensar
en nuestra amiga Margarita. De contigüidad en el tiempo y en el espacio: Por
ejemplo cuando vemos el pasillo de la entrada a clase, recordamos el aula. De
causalidad: Por ejemplo cuando tenemos una herida y nos duele, recordamos la
causa que la produjo. Así Hume introduce una distinción entre dos modos de
conocimiento: Relaciones de ideas: Aunque todas las ideas tienen su fundamento
en las impresiones, podemos establecer relaciones entre ellas con independencia
de la realidad. Se guían por el principio de la semejanza y el principio de no
contradicción (una cosa no puede ser esto y su contrario). Son conocimientos

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verdaderos, rigurosos y válidos. Constituyen la ciencia verdadera, el conocimiento
matemático y de la lógica. Conocimiento de hechos: dependen de las relaciones
de contigüidad espacio temporal y de la causalidad, necesitan de la experiencia
para existir. Los razonamientos que les corresponden son únicamente probables.
Cuando dependen de la relación espacio temporal (como esta puede ser
percibida) no causa problema, en cambio en relación con el principio de
causalidad plantea diferentes dificultades. Para todos los filósofos clásicos la
relación causa y efecto era una relación necesaria. Por ejemplo se espera que el
fuego queme, que el agua moje o que en invierno haga frio y en verano calor.
Hume rompe con esta concepción, parte de que no existe impresión alguna para
afirmar que una cosa es causa de otra. El principio de causalidad no tiene valor
por sí mismo a priori. Su validez procede de la experiencia y no existe experiencia
de la causalidad. Es decir porque el fuego queme hoy no tiene por qué quemar
mañana. No hay nada en la experiencia que nos garantice que los hechos
pasados se repiten en el futuro. Hume deduce que se establece una conexión
necesaria entre la causa y el efecto. Es el hábito y la costumbre lo que la generan.
En la relación de causa- efecto sólo existe contigüidad y sucesión. Por ejemplo el
choque de dos bolas de billar nos hace pensar que una es la causa del
movimiento de la otra, pero realmente las bolas están cerca (contigüidad) y el
movimiento de la primera bola es anterior a la otra (sucesión). La experiencia sólo
demuestra que la primera bola se mueve y que, al llegar a la segunda, la primera
se para y empieza a moverse la segunda. No existe impresión de conexión
necesaria. La suposición de que siempre pasará esto no está justificada en la
experiencia. No podemos asegurar que el sol saldrá mañana porque ayer salió, es
una ilusión producida por el hábito y la costumbre. Así Hume lleva a sus últimas
consecuencias el criterio empirista, no acepta nada de lo que no se tenga
impresiones. Por lo tanto, se desmorona el concepto fundamental de la
metafísica, que va a convertirse en una ilusión. Realiza una crítica a la realidad
material (el mundo), ya que podemos suponer que el mundo existe porque tiene
una continuidad y es la causa de nuestras impresiones, es decir, por una
inferencia causal. 8 Pero para Hume esta inferencia no puede aceptarse, ya que
relaciona una impresión con algo que está más allá de nuestras impresiones. La

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realidad es, por tanto, una suposición que no se puede comprobar y que no tiene
justificación racional, pero que es imprescindible para la vida. Cuestiona la
sustancia infinita (Dios) porque no se poseen impresiones de él y tampoco se
puede demostrar su existencia por el principio de causalidad. Critica el concepto
de identidad estable, el filósofo argumenta que sólo tenemos intuiciones de
nuestras impresiones, y ninguna de ellas es permanente, sino que se suceden a
lo largo de la vida. Para que la idea del yo fuese verdadera, tendríamos que poder
señalar la impresión a la que corresponde. Aparentemente cualquier persona ve y
siente cosas, posee muchas impresiones. Pero ¿hay alguna impresión en la que
se capte el yo? Hume lo niega rotundamente, el yo es una colección de
impresiones. La causalidad no tiene valor para él.

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TEMÁTICA: Problema de Dios
Hume aborda el problema de Dios desde su posición fenomenista, por lo
tanto, desde su crítica a la idea de sustancia y al principio de causalidad. En
la sección XI de su libro Investigación sobre el entendimiento humano,
encontramos las ideas más importantes del filósofo escocés sobre el
problema de Dios y también algunas opiniones sobre la religión y las
creencias de los seres humanos. Hume estudia el tema de Dios y la vida
futura teniendo en cuenta las críticas realizadas a la idea de sustancia y al
principio de causalidad. En virtud de ello, no reconocerá validez alguna a las
demostraciones metafísicas de la existencia de Dios, considerando que
dicha existencia no es demostrable racionalmente. La idea de sustancia es
una idea falsa, ya que no se deriva de ninguna impresión. Así, es inútil partir
del análisis y las determinaciones de la sustancia para intentar demostrar la
existencia de una sustancia infinita, de Dios. Los argumentos "a priori", que
van de la causa al efecto, como el famoso argumento ontológico de S.
Anselmo, se basan en el principio de causalidad, y de este modo incurren
en un claro uso ilegítimo del principio, ya que éste solo se puede aplicar en
el ámbito de la experiencia, y no tenemos experiencia alguna de la causa,
de Dios o sustancia infinita, por lo que no podemos asegurar que haya
conjunción necesaria alguna entre ésta y sus efectos, ya que nunca hemos
podido observar esa conjunción en la experiencia En el mismo defecto
incurren los argumentos "a posteriori", los que se remontan del efecto a la
causa, como las cinco vías de Tomás de Aquino. A pesar de ello, Hume
analizó con más detalle el argumento habitualmente llamado cosmológico,
pues le parecía más convincente. Dicho argumento, contenido en la quinta
vía tomista, parte del orden del mundo y llega a la existencia de una causa
última ordenadora. El argumento afirma que de la observación de la

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existencia de un cierto orden en la naturaleza se infiere la existencia de un
proyecto y, por lo tanto, de un agente, de una causa inteligente ordenadora.
Pero, además de incurrir en el mismo uso ilegítimo del principio de
causalidad que los anteriormente señalados, Hume añade que este
argumento atribuye a la causa más cualidades de las que son necesarias
para producir el efecto, partiendo de la tesis de que la causa debe tener
más perfección que el efecto. No obstante, según Hume, se podría inferir
del orden del mundo la existencia de una causa inteligente, pero en ningún
caso hay que dotarla de más atributos de los ya conocidos por mí en el
efecto, error en el que incurre el argumento de un modo manifiesto: una vez
deducida la causa, se vuelven a deducir de ella nuevas propiedades,
además de las ya conocidos, que no tienen fundamento alguno en mi
impresiones. De la existencia de un cierto orden en el mundo se podría
inferir la existencia de una causa inteligente, pero con atributos que
tendrían que ser homogéneos con el efecto, es decir, los que ya son
conocidos por mí. Sin embargo, lo habitual en la historia de la filosofía ha
sido dotar a esa causa de atributos que rebasan con mucho las cualidades
del efecto, añadiéndole cualidades que el efecto no tiene en absoluto,
como las cualidades morales, por ejemplo. La causa del error de este
argumento reside en que tomamos como modelo la inferencia que
realizamos en el ámbito de la experiencia entre la obra del artesano y las
cualidades y atributos de su creador. Pero tal inferencia la podemos hacer
porque se da en el ámbito de la experiencia, conociendo las peculiaridades
y las formas corrientes de la acción de los seres humanos, y observando
reiteradamente las conjunciones entre la obra y el creador. Pero en el caso
de la relación entre "el mundo" y su "creador" no disponemos de esa
experiencia, no podemos observar a Dios en absoluto, por lo que la
aplicación del principio de causalidad resulta enteramente ilegítima,
quedando el modelo de inferencia adoptado (la relación entre la obra y el
creador) completamente desautorizado como argumento probatorio del

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existencia de Dios. No hay posibilidad alguna, pues, de demostrar la
existencia de Dios, por lo que la afirmación de su existencia no es más que
una hipótesis "incierta" e "inútil". En conclusión, para Hume la existencia de
Dios no es demostrable racionalmente. No existe ninguna impresión
sensible que se corresponda con la idea de Dios, por lo tanto, ésta no es
una verdadera idea. Por otra parte tampoco es correcto aplicar el principio
de causalidad para deducir su existencia a partir de la experiencia sensible
de sus supuestos efectos, remontándonos desde ellos hasta Dios como
causa y origen de los mismos. En realidad, el problema de Dios, como los
otros problemas tradicionales de la metafísica (por ejemplo, el alma) no
constituye un verdadero problema filosófico, pues se sitúa más allá de la
experiencia y, por lo tanto, de los límites del conocimiento humano. Por eso,
ante estos problemas la actitud más aconsejable es el escepticismo.
Mantenernos en la duda, reconociendo los límites del conocimiento supone
apostar en la vida cotidiana por la tolerancia y el rechazo de todo
dogmatismo. Como buen ilustrado, Hume (que en su tiempo fue
considerado un ateo) creía que la intolerancia, el fanatismo y la superstición,
elementos vinculados tradicionalmente a las creencias religiosas, debían ser
combatidas. Para él la religión no se basa en la razón, sino en el sentimiento
y se alimenta del temor, de la ignorancia y del miedo a lo desconocido. No
obstante, Hume no fue un defensor del ateísmo. No dio una respuesta
negativa, tajante y categórica al problema de Dios, negando su existencia.
Insistió, eso sí, en afirmar que la creencia en Dios no podía, de ningún
modo, sustentarse en demostraciones racionales, objetivas y necesarias.
Las creencias religiosas son eso: creencias que deben respetarse siempre
que no pretendan imponerse como conocimientos y verdades absolutas. En
este sentido, la postura más razonable ante el problema de Dios será el
agnosticismo Las siguientes palabras del filósofo escocés dejan clara su
postura: “El todo constituye un intricado problema, un enigma, un misterio
inexplicable. Duda, incertidumbre y suspensión del juicio aparecen como

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único resultado de nuestra más esmerada investigación sobre el tema de
Dios” (Historia natural de la religión,

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TEMÁTICA: Problema del ser humano
Hume fue un filósofo empirista y escéptico que llevó sus planteamientos
hasta las últimas consecuencias, lo que permitió al empirismo inglés
alcanzar su culminación doctrinal. Fue, además, un filósofo de la
modernidad, etapa en la que se da un giro epistemológico, es decir, la
pregunta clave que se hacen los pensadores del momento es cómo se
puede conocer, a través de qué mecanismos. Sus propuestas
epistemológicas las lleva Hume incluso hasta su línea de pensamiento en
cuanto a la metafísica. Tomando, pues, el empirismo como su criterio básico
y lo aplica al problema del ser humano. Con ello consigue desmoronar el
concepto fundamental de la metafísica, que va a convertirse en una ilusión.
Hume, pues, realiza una crítica a cada una de las tradicionales sustancias
cartesianas. En cuanto a la realidad material (el mundo) afirma que podemos
suponer que el mundo existe porque tiene una continuidad y es la causa de
nuestras impresiones; en otras palabras, por una inferencia causal. La
realidad es, por lo tanto, una suposición que no se puede comprobar y que
no tiene justificación racional, pero que es imprescindible para la vida. En
cuanto a la sustancia infinita (Dios), la cuestión de su existencia queda
invalidad porque no se poseen impresiones de él y tampoco se puede
demostrar su existencia por el principio de causalidad. Su argumento es,
entonces, que no se puede saber nada de Dios racionalmente. Finalmente,
en cuanto a la sustancia pensante (el yo), sostiene que solo tenemos
intuiciones de nuestras impresiones y ninguna de ellas es permanente, sino
que se suceden a lo largo de la vida. Para que la idea del yo fuese
verdadera, sin embargo, tendríamos que poder señalar la impresión a la que
corresponde. En apariencia, todos ven y sienten, poseen impresiones; pero
parece que no existe una impresión con la que 4 se capte la existencia del
yo. Hume, sin embargo, afirma que existe por la causalidad: el yo tiene
impresiones, por lo que existe.

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TEMÁTICA: Problema de la política y/o sociedad
La teoría política de Hume está basada en el análisis de los hechos, con
el correspondiente rechazo de hipótesis filosóficas y de toda explicación
que no sea congruente con los hechos, y encuentra en la noción de
utilidad, en el sentimiento de interés o de ventaja, el fundamento
explicativo de la vida social y de la comprensión de sus instituciones y
de las leyes por las que se regula.
Este carácter empírico de la filosofía política es lo que le permite,
precisamente, considerarla como una ciencia, llegando a incluirla, en
ocasiones, en el grupo de la física y la química. Hume está convencido
de que las formas de gobierno no dependen de los "humores y
temperamentos" de los seres humanos, por lo que, analizando
adecuadamente la experiencia, se pueden extraer conocimientos
generales y seguros sobre la sociedad, semejantes a los que nos
ofrecen las ciencias empíricas.
El carácter empírico y científico que confiere a la filosofía política le aleja
de consideraciones descriptivas acerca de lo que debe ser la sociedad
futura, (del tipo de las realizadas por Platón y Tomás Moro, por ejemplo,
sobre la sociedad ideal), así como de toda consideración basada en
"principios" eternos y abstractos, a partir de los que explicar y/o justificar
la legitimidad de ciertas formas de poder, o los fundamentos de las
formas de gobierno.
La filosofía política, dado su carácter de ciencia empírica, no versa
sobre el "deber ser", ni puede deducir de tales supuestos "principios"
filosóficos conocimiento deductivo alguno sobre la realidad social. Si
Hume reflexiona sobre lo que podría mejorar esta o aquella forma de
organización social, lo hace exclusivamente desde el análisis de las
ventajas y la utilidad que podrían reportar determinadas medidas (como
la reforma de la constitución).
Las teorías políticas del contrato o pacto social suponían una existencia
previa a la existencia social del ser humano, a la que dieron en llamar
"estado natural o de naturaleza". En dicho estado de naturaleza cada
cual sobrevivía utilizando sus propios recursos, de forma individual, sin
ningún tipo de existencia social, por lo tanto, de relación comunitaria con

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los demás. La sociedad surgiría merced a un contrato o pacto
establecido por los individuos mediante el que abandonaban el estado
de naturaleza y se integraban en la comunidad, comprometiéndose a
renunciar a su propio poder y a acatar las normas sociales.
Hume, por el contrario, considera que la existencia de un estado de
naturaleza no es más que una ficción filosófica, que no tuvo nunca lugar
ni puede tener realidad alguna. La "sociedad" no puede deslindarse de
la vida del ser humano, al haber un deseo natural que empuja a unirse a
los seres de ambos sexos y a mantenerse unidos para criar a sus
descendientes. La familia constituye el núcleo básico de la sociedad,
que se va ampliando al constatar los beneficios que derivan de tal
asociación natural. La sociedad no se genera, pues, gracias a la
reflexión que los seres humanos, en el supuesto estado de naturaleza,
realizan sobre su situación y las ventajas de asociarse, sino que es el
resultado de un deseo natural (apetito sexual) de unión que se plasma
inicialmente en la familia.
Eso no quiere decir, sin embargo, que las instituciones sociales y el
estado deriven su legitimidad de la naturaleza de la sociedad, que sean
lo que son "por naturaleza", sino que derivan su legitimidad de una
convención. La base de tal convención radica en la utilidad que las
instituciones reportan a la sociedad, al margen de la cual no tendrían
sentido. En ningún caso se puede decir que forman parte "por
naturaleza" de la sociedad. Es tan posible la existencia de una sociedad
sin gobierno coactivo, como lo es lo contrario. De hecho, la sociedad sin
gobierno es el estado "más natural" de los seres humanos, (Tratado, 3,
2, 8), lo que puede comprobarse empíricamente en las tribus de
América.
Sólo el aumento de las riquezas y de las posesiones individuales puede
explicar el porqué se constituye un gobierno: en base a la utilidad que
reporta la defensa de la propiedad privada y la consiguiente
administración de la "justicia". No hay contrato alguno que fundamente
la legitimidad del gobierno, sino sólo la utilidad que se "siente" que
aporta la existencia de tal gobierno. En consecuencia, la obediencia o la
sumisión al gobierno establecido no tiene otro fundamento que la
utilidad que reporta, cesando la obligación de obediencia cuando
desaparezca el beneficio o interés de la misma. ("Of the Original
Contract").

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TEMÁTICA: Problema de la ética y/o moral
La Ética de Hume
Si podemos depender de algún principio que aprendamos de la filosofía es éste, que
pienso puede ser considerado cierto e indudable: no hay nada en sí mismo valioso o
despreciable, deseable u odioso, bello o deforme, sino que estos atributos nacen de
la particular constitución y estructura del sentimiento y afecto humanos. (El
escéptico)
Además de lo dicho en el "Tratado", Hume dedicará las "Investigaciones sobre los
principios de la moral" a fundamentar su filosofía moral. En consonancia con la
oposición al racionalismo, mostrada en la explicación del conocimiento y en la crítica de
la metafísica, se opondrá a los sistemas éticos que pretenden fundar en la razón la
distinción entre el bien y el mal y, en consecuencia, la vida moral del ser humano.
Que la moralidad existe es considerado por Hume como una cuestión de hecho: todo el
mundo hace distinciones morales; cada uno de nosotros se ve afectado por
consideraciones sobre lo bueno y lo malo y, del mismo modo, podemos observar en los
demás distinciones, o conductas que derivan de tales distinciones, semejantes. Las
discrepancias empiezan cuando nos preguntamos por el fundamento de tales
distinciones morales: ¿Se fundan en la razón, como han afirmado los filósofos desde la
antigüedad clásica, de modo que lo bueno y lo malo son lo mismo para todos los seres
humanos? ¿O se fundan en el sentimiento, en la forma en que reaccionamos ante los
"objetos morales" según nuestra constitución humana?

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Hume nos ofrece argumentos detallados con los que rechazar la posibilidad de que la
razón sea la fuente de la moralidad, que derivan, en última instancia, de su análisis del
conocimiento. Nos había dicho, en efecto, que sólo existían dos operaciones del
entendimiento, dos modos mediante los cuales puede la razón conocer algo: el
conocimiento de hechos y el conocimiento de relaciones de ideas. Si decimos que la
razón es la fuente de las distinciones morales, tales distinciones deberían obtenerse
mediante uno de los dos tipos de conocimiento señalados. Pero no ocurre así: ninguno
de ellos nos permite obtener la menor noción de lo bueno y lo malo.

A) Las distinciones morales no proceden del conocimiento de hechos.


Lo que denominamos "bueno" y "malo" no puede ser considerado como algo que
constituya una cualidad o propiedad de un objeto moral. Si analizamos una acción
moral, sea buena o mala, y describimos los hechos, aparecerán las propiedades de los
objetos que interviene en la acción, pero no aparecerá por ninguna parte lo "bueno" o lo
"malo" como cualidad de ninguno de los objetos que intervienen en la acción, sino
como un "sentimiento" de aprobación o desaprobación de los hechos descritos.
La razón puede juzgar acerca de una cuestión de hecho o acerca de relaciones.
Preguntaos, pues, en primer lugar, donde está la cuestión de hecho que aquí
llamamos crimen; determinad el momento de su existencia; describid su esencia o
naturaleza; exponed el sentido o la facultad a los que se manifiesta. Reside en el
alma de la persona ingrata; tal persona debe, por tanto, sentirla y ser consciente de
ella. Pero nada hay ahí, excepto la pasión de mala voluntad o de absoluta
indiferencia. (Investigación sobre los principios de la moral, apéndice 1)
Por lo demás, la moralidad no se ocupa del ámbito del ser, sino del deber ser: no
pretende describir lo que es, sino prescribir lo que debe ser. Pero de la simple
observación y análisis de los hechos no se podrá deducir nunca un juicio moral, lo que
"debe ser". Hay un paso ilegítimo del ser (los hechos) al deber ser (la moralidad). Tal
paso ilegítimo conduce a la llamada "falacia naturalista", sobre la que descansan en
última instancia tales argumentos.

B) Las distinciones morales no proceden del conocimiento de relación de ideas.


Si la moralidad no es una cuestión de hecho, ya que los juicios morales no se refieren a
lo que es, sino a lo que debe ser, queda sólo la posibilidad de que se trate y de un
conocimiento de relación de ideas, en cuyo caso debería ser una relación del siguiente
tipo: de semejanza, de contrariedad, de grados de cualidad, o de proporciones en
cantidad y número. Pero estas relaciones se encuentran tanto en las cosas materiales
(incluyendo a los animales), en nosotros mismos, en nuestras acciones pasiones y
voliciones. En este caso deberíamos considerar lo "bueno" y lo "malo" del mismo modo,
tanto en la acción humana como en la acción de la naturaleza y de los seres
irracionales, lo que, por supuesto, no hacemos. Un terremoto con numerosas víctimas
mortales, un rayo que mata a una persona, un animal que incurre en conducta
incestuosa... nada de eso nos hace juzgar esas relaciones como "buenas" o "malas",
porque no hay, en tales relaciones, fundamento alguno para lo bueno y lo malo. Si la

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maldad fuese una relación tendríamos que percibirla en todas esas relaciones: pero no
la percibimos, porque no está ahí, nos dice Hume.

C) La moralidad se funda en el sentimiento


La razón no puede, pues, encontrar fundamento alguno para la distinción de lo "bueno"
y lo "malo", para las distinciones morales en general, ni a través del conocimiento de
hechos ni a través del conocimiento de relación de ideas, por lo que parece quedar
claro, dice Hume, que la moralidad no se funda en la razón. Sólo queda, pues, que se
base en, (y / o derive del), sentimiento.
... incluso cuando la mente opera por sí sola y, experimentando el sentimiento de
condena o aprobación, declara un objeto deforme y odioso, otro bello y deseable,
incluso en ese caso, sostengo que esas cualidades no están realmente en los
objetos, sino que pertenecen totalmente al sentimiento de la mente que condena o
alaba. (El escéptico)
Consideramos, pues, que algo es bueno o malo, justo o injusto, virtuoso o vicioso, no
porque la razón capte o aprehenda ninguna cualidad en el objeto moral, sino por el
sentimiento de agrado o desagrado, de aprobación o rechazo que se genera en
nosotros al observar dicho objeto moral, según las características propias de la
naturaleza humana. Las valoraciones morales no dependen, pues, de un juicio de la
razón, sino del sentimiento. ¿Qué garantía tenemos, entonces, de coincidir con los
demás en tales valoraciones morales, eliminada la posibilidad de que la valoración
moral dependa de categorías racionales, objetivas, universales? ¿No nos conduce a
esta teoría a un relativismo moral?
Hume da por supuesto que la naturaleza humana es común y constante y que, del
mismo modo que el establecimiento de distinciones morales es general, las pautas por
las que se regulan los sentimientos estarán sometidas también a una cierta regularidad
o concordancia. Uno de esos elementos concordantes es la utilidad, en la que Hume
encontrará una de las causas de la aprobación moral. La utilidad, en efecto, la
encontrará Hume en la base de virtudes como la benevolencia y la justicia, cuyo
análisis realizará en las secciones segunda y tercera de la "Investigación sobre los
principios de la moral".
La utilidad ha de ser, por tanto, la fuente de una parte considerable del mérito
adscrito al humanitarismo, la benevolencia, la amistad, el espíritu cívico y otras
virtudes sociales de esta clase; y es también la sola fuente de la aprobación moral
que concedemos a la felicidad, la justicia, la veracidad, la integridad y todos los
demás principios y cualidades estimables y útiles.
Parece un hecho que la circunstancia de la utilidad es una fuente de alabanza y de
aprobación; que es algo a lo que constantemente se apela en todas las decisiones
relacionadas con el mérito y el de mérito de las acciones, que es la sola fuente de
ese gran respeto que prestamos a la justicia, a la fidelidad, al honor, a la lealtad y a
la castidad; que es inseparable de todas las demás virtudes sociales, tales como el
humanitarismo, la generosidad, la caridad, la afabilidad, la indulgencia, la lástima y la

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moderación; y en una palabra, que es el fundamento principal de la moral que se
refiere el género humano y a nuestros prójimos.

TEXTO DE HUME

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TEXTO SOBRE EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

«La primera vez que un hombre vio la comunicación de movimiento por medio del
impulso, por ejemplo, como en el choque de dos bolas de billar, no pudo declarar que
un acontecimiento estaba conectado con otro, sino tan solo conjuntado con él. Tras
haber observado varios casos de la misma índole, los declara conexionados. ¿Qué
cambio ha ocurrido para dar lugar a esta nueva idea de conexión? Exclusivamente
que ahora siente que estos acontecimientos están conectados en su imaginación y
fácilmente puede predecir la existencia de uno por la aparición del otro».

(DAVID HUME, Investigación sobre el entendimiento humano).

Este texto plantea una cuestión referida a la teoría del conocimiento.

Hume fue un filósofo empirista y escéptico que lleva sus planteamientos a las últimas
consecuencias, así el empirismo inglés alcanzó su culminación doctrinal. Una de sus
obras más destacas es el “Tratado sobre la naturaleza humana”. El texto a comentar de
Hume pertenece a su obra “Investigación sobre el conocimiento humano” en el que trata
una cuestión referida a la Teoría del conocimiento, el principio de causalidad. Para
Hume, el conocimiento de los hechos está basado en la relación causa-efecto, conocido
tradicionalmente como principio de causalidad, siendo uno de los mecanismos
fundamentales con los que funciona la naturaleza. Esta relación siempre se ha visto
como una conexión necesaria entre la propia causa y el efecto siguiente, por lo que, si
se llega a conocer la causa, la razón es capaz de deducir el efecto que le seguirá y
viceversa. Así, cuando Hume explica en el texto que la primera vez que un hombre vio el
choque de dos bolas de billar no pudo determinar que un movimiento estaba conectado
por otro, sino conjuntado puesto que no se puede relacionar la causa y el efecto del
choque de las dos bolas de billar sin haber hecho varias observaciones debido a que la
conexión que existe entre el choque y el posterior movimiento no se encuentra en que
estén unidos objetivamente sino que dicha conexión se haya en la imaginación de la
persona, es decir, es nuestra mente la que supone el movimiento de la bola de billar que
recibe el choque tras haberlo observado varias veces. Hume afirma que nuestro
absoluto convencimiento de que existe una conexión necesaria entre causa y efecto
procede del hábito de la costumbre. Al haber observado siempre que dos fenómenos se
producen uno a continuación del otro, se origina en nosotros el convencimiento de que
esa sucesión es necesaria, de que entre ambos fenómenos hay una conexión necesaria.

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El conocimiento de que a un fenómeno le sigue otro sólo es válido con respecto a la
experiencia que se haya tenido en el pasado de esos fenómenos. El principio de
causalidad sólo tiene valor aplicado a las experiencias que ya se han tenido y no se
pueden aplicar a las del futuro puesto que no tenemos impresión ninguna. Por otro lado,
Hume afirma que es totalmente ilegitimo aplicar el principio de causalidad al
conocimiento de objetos de los que no tenemos experiencia, lo que le llevará a la crítica
de conceptos metafísicos como Dios o el alma.

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TEXTO SOBRE EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO

«Parece entonces que esta idea de conexión necesaria entre sucesos surge del
acaecimiento de varios casos similares de constante conjunción de dichos sucesos.
Esta idea no puede ser sugerida por uno solo de estos casos examinados desde todas
las posiciones y perspectivas posibles. Pero en una serie de casos no hay nada
distinto de cualquiera de los casos individuales que se suponen exactamente iguales,
salvo que, tras la repetición de casos similares, la mente es conducida por hábito a
tener la expectativa, al aparecer un suceso, de su acompañante usual y a creer que
existirá. Por tanto, esta conexión que sentimos en la mente, esta transición de la
imagen de un objeto a su acompañante usual, es el sentimiento o impresión a partir
del cual formamos la idea de poder o de conexión necesaria. No hay más en esta
cuestión. Examínese el asunto desde cualquier perspectiva. Nunca encontraremos
otro origen para esa idea. Esta es la única diferencia entre un caso del que jamás
podremos recibir la idea de conexión y varios casos semejantes que la sugieren»

(DAVID HUME, Investigación sobre el entendimiento humano).

En este texto, Hume trata sobre el problema del conocimiento.

El autor nos presenta en este texto una de las versiones del problema de la causalidad.
Según este, la explicación que podemos dar de nuestro uso habitual de los conceptos
de causa y efecto no puede descansar en la adquisición de una impresión directa de los
mismos. No existe un acontecimiento concreto que permita deducir dicha unión. En esta
versión que presenta el texto se plantea mediante el conocido ejemplo del juego del
billar lo siguiente: el movimiento que continúa al choque entre dos bolas de billar no
puede ser referido a una de ellas –la causa– sino por medio de un mecanismo de la
imaginación. No hay una idea de ‘conexión’ necesaria directamente experimentable y la
razón parece dar en esto un salto. Hume sí identifica, por un lado, una serie de
elementos fijos a los que tenemos acceso por medio de nuestros sentidos y nuestra
razón. Son las distintas impresiones con las que los acontecimientos se hacen sentir. La
expresión ’primera vez’ que abre el texto da cuenta del origen de las ideas vívidas que
se originan así. Podemos asegurar y explicar la existencia de las mismas precisamente
porque nos vemos afectados por ellas. Por otro, hay un elemento –la conexión entre los
acontecimientos– que como tal no es sentido. No queda impreso ni, por tanto, podemos

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deducir su existencia sin más. Es la causalidad que conectaría ambos acontecimientos.
La experimentamos como ‘conjunción’, como sucesión o como contigüidad más bien.
Para poder explicarla necesitaremos entonces la intervención de la imaginación
productiva, creadora, que gracias a la costumbre y el hábito que generan la repetición
del choque nos permite anticipar –‘predecir’– la aparición de un acontecimiento
después del otro y llamar entonces a uno causa y al otro efecto.

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