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MÓDULO 2

2.1. ESTRUCTURA URBANA DE LA GRANADA ANDALUSÍ


Por Ángel Rodríguez Aguilera
Arqueólogo. Gespad Al-Ándalus

Una de las características de las medinas andalusíes es el aparente caos y desorden urbano, que no es tal
cuando se analiza su estructura y se reconocen las pautas sobre las que se sustenta su fundación y
desarrollo posterior. Para alcanzar este nivel de conocimiento es muy importante la posibilidad de
conjugar la información que ofrece el análisis histórico del parcelario de la ciudad, las fuentes históricas y
la arqueología.

El caso de Granada es el de una medina que ocupa un espacio entre las últimas estribaciones montañosas
del sistema Bético, en contacto con la Vega, surcada por tres ríos (Darro, Genil y Beiro), fundada sobre
los restos de una antigua ciudad ibero-romana que había prácticamente desaparecido a partir del siglo VI
d.C.

Sobre los restos de la antigua Florentia Iliberritana se fundó madina Garnata, primero como un pequeño
asentamiento fortificado que se revitalizó en el siglo IX d.C., ocupando la parte más alta del cerro del
Albaicín, que es el espacio de la primera medina islámica, delimitada por sus murallas y puertas.

A partir del segundo cuarto del siglo XI se produjo la re-fundación de la ciudad, convertida ahora en
capital del reino zirí, expandiéndose por el llano. Acotada por un nuevo perímetro defensivo, en su
interior se estableció una clara segregación del espacio urbano entre la orilla izquierda y derecha del
Darro. En la segunda se localizaron los principales edificios desde el punto de vista simbólico, como la
Mezquita Mayor, inaugurada en el año 1055, o la Madraza incorporada ya en época nazarí. En su entorno
se ubicaron espacios de gran importancia como por ejemplo la alcaicería (mercado de la seda y
mercancías preciosas), alhóndigas como la de los Genoveses, Zaida, el funduq al-Yidida (Corral del
Carbón) y zocos lineales que conectaban las principales puertas de acceso con las calles más importantes.
La red viaria principal estaba formada por varios ejes que tenían su origen en las puertas de acceso, y que
la recorrían en sentido norte-sur, como la calle Elvira, o en sentido este-oeste, como por ejemplo el

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Zacatín o la calle Cárcel Baja, desde donde se ramificaban otras menores. El acceso al interior de las
manzanas se hacía por medio de adarves que permitían la conexión con las viviendas. A diferencia del
mundo cristiano, no existían grandes plazas públicas, solo algunos ensanches en el encuentro de calles o
en espacios no saturados desde el punto de vista urbano, siendo utilizados normalmente para el
establecimiento de zocos. Así, en Granada la Plaza de Bibarrambla era un espacio reducido e irregular,
que por su proximidad a los accesos, espacios comerciales y artesanales sirvió para esta función.

Lejos de la idea de trama urbana irregular la arqueología y el análisis del parcelario demuestran una cierta
tendencia a la regularización que solo con el paso del tiempo y la saturación del espacio urbano,
invadiendo los espacios públicos, se volvió más sinuosa. Un ejemplo es el del barrio de Axares (Bajo
Albaicín) en donde predominan las calles perpendiculares a los ejes que lo delimitan -San Juan de los
Reyes al Norte y Carrera del Darro al Sur- dispuestas casi de forma paralela, respondiendo a una
adaptación de un espacio en origen agrícola, regado por la acequia de Axares, a otro urbano que
mantiene el trazado de la red de canales de riego.

La presencia del río también condicionó la ubicación de las principales actividades artesanales: a su paso
por la parte baja de la ciudad sirvió para dar servicio a todas las industrias de curtidurías, tenerías y
textiles en la orilla derecha, mientras que en la izquierda se ubicaron principalmente las alfarerías.

Otro de los elementos importantes dentro de la estructura urbana es la existencia de una alcazaba o
alcázar. El caso de Granada es singular porque presenta una dualidad de espacios de representación del
poder: el primer alcázar existió dentro de la primitiva medina, entre las calles Pilar Seco, Plaza de San
Miguel Bajo y Carril de la Lona hasta que fue sustituido en el siglo XIII por la Alhambra. No obstante,
siguió existiendo como un palacio hasta el siglo XV.

La medina fundada en el siglo XI comenzó a saturarse y desbordarse a partir del siglo XII, momento en
el que se constituyen los arrabales de la zona meridional, entre los que destacan los de los Alfareros y el
de la Loma (Nayd); y por el Norte, fundándose el arrabal del Albaicín. La estructura de ambos es distinta:
en el primero, los barrios conviven con espacios de huertas, alfarerías y un extenso cementerio; mientras
que el segundo inicialmente tuvo un desarrollo a partir de distintos núcleos que poco a poco se fueron

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condensando. Ya en época nazarí se formó otro arrabal junto a la Bab al-Ramla, pero éste, a diferencia de
los anteriores, no llegó a amurallarse.

El abastecimiento de agua, tanto para el consumo humano como para el riego de huertas intramuros y
periurbanas se organizó a partir de una red de acequias: la acequia de Aynadamar, la de Axares y la
acequia Gorda, a las que con el tiempo se les fueron sumando otras nuevas.

Finalmente, dentro de la ciudad también había espacio para los muertos. Si bien el principal cementerio
se localizó extramuros, junto a la Puerta de Elvira (la maqbara de la Bab Ilbira o de Sahl b. Malik), hubo
otros lugares de enterramiento intramuros, como en la parte alta del Albaicín (Cruz de la Rauda) y en el
Nayd.

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MÓDULO 2

2.2. EL SISTEMA DEFENSIVO DE LA GRANADA ISLÁMICA


Por Ángel Rodríguez Aguilera
Arqueólogo. Gespad Al-Ándalus

Uno de los elementos definitorios de la medina andalusí es la existencia de un sistema defensivo, más o
menos complejo en función de las características de cada ciudad. En el caso concreto de Granada la
investigación sobre las murallas y puertas es un tema que ha sido objeto de atención por parte de
historiadores y arqueólogos desde hace tiempo, pero recientemente -precisamente gracias al avance de la
propia práctica arqueológica- su conocimiento es mucho más preciso. Actualmente aún quedan
importantes restos de murallas, torres y recintos defensivos en el conjunto del Patrimonio Histórico
urbano que explican como eran las murallas de la Granada islámica.

El hecho de diseñar un perímetro amurallado es algo que condiciona de forma muy importante el
desarrollo urbano posterior. Normalmente el trazado de las murallas y la localización de las puertas se
fijan en el momento fundacional de la ciudad y solo se ven ampliadas o mejoradas en caso de producirse
transformaciones de importancia, como por ejemplo en el caso de Granada al pasar de ser una pequeña
medina en los siglos IX-X a ser la capital del reino zirí en el siglo XI, momento en el que se refunda la
ciudad. Establecida la línea de muralla, con el paso del tiempo se realizan reformas y mejoras (antemuros,
barbacanas, torres albarranas, etc.) para adaptarla a nuevas necesidades. Las puertas son los puntos más
importantes y simbólicos porque son espacios por donde se conectaba el mundo urbano con el
periurbano, lugares de paso obligado y susceptibles de realizar, además de su función militar, otras de
tipo fiscal e incluso de cordón sanitario en las épocas de epidemias. En sus proximidades solían
organizarse espacios comerciales (zocos), unos de forma improvisada y otros regulados por el Estado,
concentrando también aquí los mayores esfuerzos constructivos por medio de su monumentalización,
como por ejemplo la Puerta de Elvira o la de Bibarrambla.

Granada, heredera de Florentia Iliberritana, mantuvo e incorporó a su sistema defensivo durante los
siglos Altomedievales parte de las murallas de la Antigüedad. Es un hecho que quedó recogido en las
fuentes históricas del siglo IX como un acontecimiento legendario que tiene su confirmación

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arqueológica en los restos que se han excavado en el Albaicín donde se aprecia el reaprovechamiento
puntual de parte de las antiguas defensas ibero-romanas (Carmen de la Muralla o en la Puerta de Hernán
Román).

El núcleo originario de la ciudad medieval es la Alcazaba Qadima. Las murallas cerraban su flanco norte
por el carril de San Cecilio y en la coronación de la ladera que delimita la Cuesta de la Alhacaba,
descendiendo hasta alcanzar la calle San Juan de los Reyes/ placeta de las Escuelas, donde se encontraba
su límite meridional. En este primer recinto, que incorpora en gran medida la ampliación de las murallas
ibero-romanas, se abrían varias puertas: la Bab al-Qastar , la Bad al- Asad o portillo del León y la Puerta
de Monaita (Bab al-Unaydar) al Norte; la Bab al Ta’ibin, en el extremo suroriental; la Bab al Bonud al
Este y la Puerta de los Esteros (Bab al-Hassrin) por el Sur, marcando los principales ejes viarios
interiores.

El eje que forma la calle San Juan de los Reyes concentra el mayor número de lienzos de muralla
descubiertos por la arqueología, caracterizada en todos los casos por estar construida en tapial de
hormigón de cal y canto, utilizando en el encuentro de los quiebros lajas de piedra arenisca en aparejo de
soga y varios tizones. Se encuentra jalonada por pequeñas torres que actúan de contrafuerte y por otras
de mayores dimensiones.

En el flanco norte quedan algunos buenos ejemplos de torres y sobre todo los restos de las murallas
ziríes en el Carmen de la Muralla y la Bab al-Qastar, recientemente excavada y restaurada. Es la puerta
más monumental del primitivo recinto islámico y aquí se sintetizan todos los sistemas constructivos de la
época.

El hecho histórico del traslado de la capitalidad de Medina Elvira a Granada, en el primer cuarto del siglo
XI dejó pequeño el recinto urbano, siendo necesario un nuevo diseño de ciudad que ahora avanza sobre
la Vega. Es la nueva madina Garnata que perdurará hasta 1492. Este descenso al llano y la incorporación
a la trama urbana del propio cauce del Darro generó nuevas necesidades defensivas: la ciudad quedaba
abierta y expuesta ante la posibilidad de remontar el río. Se construyeron compuertas que cortaban el
paso - la Bab al-Dabbagin y la Bab al Difaf - y los propios muros de contención del cauce se convirtieron
en defensas interiores.

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Del perímetro amurallado de la ciudad, tanto por la orilla derecha como izquierda del Darro, nos han
llegado escasísimos vestigios en pie. Es precisamente el flanco occidental donde la aportación de la
arqueología ha sido fundamental, entre la orilla derecha del río Darro y la Puerta de Elvira. En los
últimos años se han excavado los restos de dos de las puertas principales, la Bab al-Ramla (Puerta de
Bibarrambla) y la Bab al-Masda (Puerta del Corro) además de varios lienzos de muralla. La secuencia
arqueológica en todos estos puntos es muy parecida: sobre unas primeras construcciones del siglo XI se
hicieron importantes refuerzos en época Almorávide, entre 1125 y 1126, introduciendo por primera vez
un antemuro y barbacana que permitía mejorar la defensa de la ciudad. Predomina el uso del tapial de cal,
con algunos refuerzos en las esquinas con ladrillos o sillarejo de arenisca. La disposición de las torres
creaba compartimentos estancos que garantizaban la integridad de todo el sistema defensivo. Los puntos
más emblemáticos, como la Puerta de Bibarrambla, fueron monumentalizados en la primera mitad del
siglo XIV.

La saturación del espacio urbano provocó la formación de arrabales, siendo dos los principales: el
Albaicín al Norte, y el arrabal de los Alfareros y de la Loma (Nayd) al Sur. El primero en amurallarse
fue el de Nayd, construyendo una cerca englobando la finca del Cuarto Real de Santo Domingo. Restos
de esta muralla también se conservan en el paseo del Violón. Las puertas de conexión con la Vega eran la
Puerta del Pescado y la Puerta de los Molinos. Su construcción se atribuye al sultán Muhammad II (1273-
1302).

Unos años más tarde se abordó el cierre del Albaicín con la muralla que asciende por el cerro de San
Miguel. El crecimiento de este arrabal, uno de los más populosos de la Granada nazarí, hizo
imprescindible la construcción de la cerca ya que la defensa de la ciudad quedaba a merced de la
debilidad topográfica que suponía la cima del cerro. El trazado de la muralla se adapta de tal forma a la
orografía que elimina todos los puntos débiles de la defensa. Su fábrica, al igual que la de los arrabales
meridionales, también era de tapial de tierra y cal, adaptada al terreno y jalonada por torres macizas, de
planta rectangular, cuadrangular y alguna pentagonal en proa. En sus muros se abrían la Puerta de
Fajalauza y la de San Lorenzo, también conocida como del Albaicín. Conectaba con la ciudad a través de
la Puerta de Hierro, que se integraba en el conjunto de la Puerta de Elvira y la Puerta de Guadix, en la
cuesta del Chapiz. Toda esta obra fue levantada en la primera mitad del siglo XIV durante el reinado de
Yusuf I.

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El sistema se complementaba con la existencia de recintos fortificados que formaban parte de la ciudad,
garantizaban su defensa en posiciones estratégicas, pero que al mismo tiempo se encontraban segregados
del resto. Dejando de lado la Alhambra que responde a la tipología de ciudadela palatina destacan la
fortaleza del Mauror, o Torres Bermejas; el castillo de Bibataubín; el recinto de la Bab Ilbira y la Torre
del Aceituno, hoy ermita de San Miguel Alto. La mayor parte tienen su origen en el siglo XI pero
adquirieron su aspecto definitivo en época nazarí.

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2.3. INFRAESTRUCTURAS HIDRÁULICAS


Por Luis García Pulido
Escuela de Estudios Árabes (CSIC)

El singular emplazamiento geográfico de la ciudad de Granada, en el punto de contacto de las últimas


estribaciones de Sierra Nevada con la Vega, ha posibilitado que, a pesar de su moderada pluviosidad, el
agua haya tenido un papel muy destacado. Este territorio se caracteriza por la existencia de una extensa
red hidrográfica, fruto de la interacción del clima mediterráneo continental con una elevada cordillera que
retiene y favorece los aportes pluviales. El resultado es la aparición de multitud de arroyos temporales
que aportan sus aguas a los cauces por los que discurren los ríos Darro, Genil, Beiro, Monachil... de los
que se pudo captar sus aguas.

Existen además ciertos acuíferos en los montes cercanos que generan manantiales y fuentes de diversa
entidad. Granada y la Alhambra, que actúan como charnela entre la orografía accidentada de los montes
situados a levante y la vasta planicie que extiende hacia poniente, pudieron desarrollarse gracias a las
posibilidades que ofrecían los recursos hídricos de su entorno.

Ante la carencia de noticias y evidencias arqueológicas sobre el suministro de agua entre los siglos VIII y
X, es probable que el sistema de abastecimiento de aguas de épocas anteriores pudiese estar deteriorado
o abandonado. En esos momentos, el suministro se realizaría acarreando el líquido desde el río Darro, al
que se podría bajar protegido por una muralla.

Con el desmembramiento del califato cordobés y la conquista de la kūra de Ilbīra por la dinastía zirí, se
reparó en las cualidades estratégicas del cerro donde se ubicaba Hisn Garnāta para poder instalar en él la
capital de su reino. Sería a partir de esta reocupación de la Colina del Albayzín a comienzos del siglo XI,
cuando comenzaron a crearse las acequias medievales para dotar de un buen sistema de suministro de
agua a la ciudad y a sus espacios cultivados, que sería completado en etapas posteriores. Puesto que las
menciones históricas sobre la puesta en uso de sistemas hidráulicos coinciden con el gobierno de los dos

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últimos emires ziríes Bādīs Muzaffar (1038-1073) y ‘Abd Allāh (1073-1090), pudo ser en esos momentos
cuando comenzaron a acometerse las infraestructuras que permitieron el poblamiento y desarrollo
urbano de la Alcazaba de Granada y la incipiente madīna que comenzaba a desarrollarse a los pies de la
misma, cuyo vertiginoso crecimiento pudo deberse a las posibilidades creadas por dichas infraestructuras.

El alfaquí Abū Ya‘far Ibn al-Qulay‘ī (m. 1104-1105), visir de ‘Abd Allāh, promovió la Acequia Gorda,
según relató Ibn al-Jaṭīb en su Iḥāta. Por otra parte, en la misma obra indicó que Mu’ammal (m. 1099),
personaje público importante durante el mandato de los dos últimos emires ziríes, construyó una fuente
pública en la Puerta de los Alfareros, para lo cual se debió de hacer el ramal urbano de la citada acequia,
conocido posteriormente como Acequia de la Ciudad, que penetraba hasta ese lugar. A este último
también se le ha venido atribuyendo la construcción de las acequias de Aynadamar (Fuente de las
Lágrimas), que traía el agua hasta la colina del Albayzín desde la Fuente Grande de Alfacar, y la del Cadí,
que discurrió por encima de la Acequia Gorda y permitió alcanzar cotas más altas en la zona del Naŷd,
inicialmente poblada por huertas.

Ambos alfaquíes de la Granada zirí siguieron ocupando importantes cargos después de la toma de la
ciudad por los almorávides en el año 1090. Durante este periodo y el almohade, desde el final del siglo XI
hasta el primer tercio del XIII, la ciudad siguió creciendo, aunque no tan espectacularmente como en
siglo XI. Dos fueron los núcleos que se poblaron paulatinamente a partir de zonas de huerta irrigadas
por estas acequias, el arrabal de Axares y el de al-Fajjarīn o de los Alfareros.

La ciudad comenzó a expandirse hacia la zona de contacto entre la Vega y la colina del Albayzín, en
torno al camino histórico que debía de comunicar Madīnat Ilbīra con Garnāta Alyahud (Granada de los
Judíos), que, tras quedar englobado en la trama urbana, se convirtió en su arteria principal en dirección
norte-sur, la calle Elvira. La otra gran expansión se produjo en la ladera que enlazaba la Alcazaba de
Granada con el río Darro, en torno a lo que debía ser el otro gran camino histórico que quedó incluido
en la ciudad, dando lugar al principal eje este-oeste de la misma, cuyas calles principales serían San Juan
de los Reyes y Zacatín. Paralelamente a éste se trazó la Acequia de Axares, que debió de ser también
acondicionada por los ziríes, pues tras iniciar su recorrido urbano por el barrio que lleva su nombre, su
destino final debía de ser la Mezquita Mayor, así como la plaza de Bibarrambla.

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Si la Acequia de Aynadamar permitió poblar la colina del Albayzín, donde, no sólo abasteció a la zona del
alcázar zirí, sino que llegó a toda la población por medio de una nutrida red de aljibes públicos
vinculados a menudo a las mezquitas, la Acequia de Axares posibilitó el desarrollo de madīna Garnāta,
pues un ramal de esta se dirigía por la calle Elvira hasta la puerta del mismo nombre. Por su parte, los
barrios inmediatos a la orilla izquierda del Darro obtenían agua de la Acequia de Romayla, que era una
derivación de Axares que cruzaba al otro lado del río.

Con la dinastía nazarí, entre los siglos XIII y XV se produjeron las últimas expansiones de la ciudad, pero
no hacia la planicie de la Vega, como cabría esperar, sino hacia zonas más elevadas que aportaban más
seguridad frente al avance cristiano. Al mismo tiempo se irían colmatando otros espacios de reserva
como los del arrabal de al-Fajjarīn, donde se establecieron grandes propiedades de recreo de la oligarquía
granadina, y empezó a ocuparse el arrabal contiguo del Naŷd.

El primer rey de esta dinastía, Muḥammad ‘Abd Allāh ibn al-Aḥmar (1232-1273), decidió trasladar el
poder desde la Alcazaba Vieja a la Colina Roja, donde ya existía un recinto militar, poniendo los
cimientos de lo que llegaría a convertirse en una auténtica ciudad palatina, con todos los elementos que
caracterizaban a la urbe islámica medieval, pero a pequeña escala. Para ello, aseguró en primer lugar el
abastecimiento de agua, tomándola desde el río Darro por medio de la Acequia Real, cuya construcción
fue ordenada por este monarca en el año 1238. Ese acto planificador posibilitaría y estructuraría el
desarrollo de esta naciente ciudad.

En el momento de mayor esplendor de la dinastía nazarí, Muḥammad V (1354-59 / 1362-91) decidió


establecer junto a la Alhambra una corona de explotaciones agrícolas y fincas de recreo a cotas más
elevadas que la ya existente almunia del Generalife, para lo que tuvo que redoblar el caudal conducido
por la Acequia Real y disponer de otra canalización más, elevando las aguas por una serie de ingenios
hidráulicos hasta el Cerro del Sol.

La distribución del agua en la Granada andalusí se hacía mediante acequias a cielo abierto en la mayor
parte de su recorrido en el exterior de la ciudad, y por atarjeas, cauchiles y tuberías de atanores al penetrar
intramuros. Para su almacenamiento se utilizaban albercones, albercas, aljibes públicos y privados, así

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como tinajas. Además de la excelente red de acequias, el más sobresaliente de todos estos sistemas era el
constituido por la treintena de aljibes públicos que se dispusieron en la colina del Albayzín, que no tiene
parangón en ninguna ciudad de al-Andalus. El agua conducida por estas acequias andalusíes fue
empleada para tres funciones que, a menudo, se dieron simultáneamente:

▪ La irrigación de las tierras de cultivo, permitiendo la implantación, aclimatación y producción


intensiva de las especies hortofrutícolas que posibilitaron esa revolución verde que tuvo lugar en
al-Andalus y la creación de parte del paisaje que hemos heredado, pese a las transformaciones y
alteraciones que se han venido produciendo desde entonces.

▪ El empleo de la fuerza motriz del agua para mover ingenios hidráulicos preindustriales que
permitieron la transformación de productos y materias primas, sin que ello supusiera un
menoscabo del caudal que discurría por estas acequias.

▪ El abastecimiento no solo a las propiedades rústicas y urbanas de la oligarquía, sino también el


acceso al agua de la población que se asentó en las ciudades y que cultivó los campos.

Estas tres funciones básicas de las acequias para sostener la vida, aún pueden admirarse en la
configuración de muchos de los paisajes granadinos, en las infraestructuras hidráulicas que se han
conservado (fuentes, canalizaciones, acueductos, albercas, aljibes, abrevaderos, pozos, galerías
subterráneas…) y en las arquitecturas del agua (baños urbanos, fuentes de abluciones, molinos, murallas
para aguadas, puertas fluviales…), además de que, los propios edificios residenciales, tuvieron una fuerte
vinculación con ella a través de diversos espacios domésticos.

Los Reyes Católicos, asombrados por el nivel al que había llegado el sistema hidráulico desarrollado en el
territorio granadino, lo mantuvieron en la medida de lo posible, dictando medidas y ordenanzas que se
basaban en las costumbres musulmanas de reparto de las aguas.

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La mayor parte de este complejo y bien articulado sistema hidráulico ha perdurado hasta épocas
recientes, llegando a quedar en nuestros días diversas infraestructuras, algunas aún en uso, que atestiguan
su esplendoroso pasado.

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2.4. LAS MEZQUITAS Y SU DISTRIBUCIÓN URBANA


Por Dolores Villalba Sola
Departamento de Historia del Arte de la Universidad de Granada

Las mezquitas son el lugar de culto utilizado por los seguidores de la fe islámica, de ahí su papel central
en la sociedad y en el urbanismo de las ciudades musulmanas. Inicialmente las mezquitas, sobre todo las
mayores o aljama (al-Masŷid al-Ŷāmi’), fueron esenciales para cohesionar la nueva comunidad musulmana,
así como para expandir la fe. Poco a poco se convirtieron en instrumentos políticos y administrativos del
Estado. En las mezquitas mayores se proclamaban los relevos dinásticos, se reconocían los cargos de
autoridades menores, se efectuaban funciones jurídico-administrativas y se guardaba el tesoro de los
habices. Asimismo, fueron espacios de enseñanza, tanto religiosa como de otras materias y fueron
utilizadas como lugar de alojamiento para pobres y forasteros. Las mezquitas de barrio completaron su
función religiosa con la administración de los asuntos de la comunidad local.

Con respecto a la ciudad de Granada a finales de la época nazarí existían unas 137 mezquitas según los
Libros de Habices, aunque fueron construidas a lo largo de todo el periodo andalusí. De estas, Seco de
Lucena localizó aproximadamente unas 26, aunque solo conservamos los restos de 3.

La inserción de estas mezquitas en el urbanismo de la ciudad, está determinado por la necesidad de agua
como parte del ritual de oración musulmán, lo que obligó a su construcción cerca de acequias y aljibes.
También se ha constatado su cercanía a baños públicos. De igual forma, sabemos que a excepción de una
(mezquita de los conversos), la qibla del resto de las localizadas estaba orientada hacia el sureste, es decir,
hacia La Meca.

Otra de las características de las mezquitas de madīna Garnāṭa es la conexión de varias de ellas con
gremios de artesanos, que parecerían haber sufragado su construcción. Ejemplos de ello son la mezquita
de los curtidores (masŷid al-Dabbāgīn) en el margen derecho del Darro y la mezquita de los sederos y
algodoneros (masŷid al-Qattānīn) dentro de la Alcaicería, entre otras.

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Dentro del panorama de la ciudad de Granada los casos que mejor conocemos son:

1. La mezquita mayor o aljama de la ciudad: fue construida por orden de los ziríes durante la
primera mitad del siglo XI. Se localizaba en el espacio que ocupa actualmente la Iglesia del
Sagrario, aunque su patio y alminar ocuparían la zona a los pies de la Catedral. Según las fuentes
de que disponemos tenía 11 naves perpendiculares al muro de la qibla y estaba articulada a partir
de soportes de madera (pies derechos), hasta el año 1116 cuando los almorávides los sustituyeron
por columnas de mármol.

2. La mezquita mayor del arrabal del al-Bayyazin: se trata de una mezquita construida en época
almohade (2ª m. S.XII- 1ª m. S.XIII), cuyo patio de abluciones hemos conservado dentro de la
Colegiata del Salvador. Este patio es de planta rectangular y está rodeado de tres pórticos
articulados por arcos túmidos sobre pilares, siguiendo así las características de las grandes aljamas
almohades como la Kutubiyya de Marrakech. Su sala de oraciones se organizaba en 9 naves con 86
columnas según Münzer.

3. La Mezquita de los Conversos: fue una de las mezquitas del barrio de Axares, construida
también en época almohade (2ª m. S.XII- 1ª m. S.XIII) de la cual conservamos su alminar hoy
campanario de la Iglesia de San Juan de los Reyes. Este alminar es de planta cuadrada (4.78 m de
lado) con machón central alrededor del cual se encajan rampas, siguiendo el modelo de los
alminares almohades como la Giralda o el de la Kutubiyya en Marrakech. Realizado en tapia y
ladrillo, destaca por sus restos de decoración característicos del periodo almohade, con paños de
sebka, frisos de lazo, veneras y caligramas en cúfico.

4. El alminar de la Mezquita de al-Murabitin: actualmente campanario de la iglesia de San José. Fue


construido en el S. XI, aunque los investigadores no se ponen de acuerdo sobre si se trata de un
alminar zirí o almorávide. Es un alminar de planta cuadrangular de 3,85 m de lado, con un
machón central alrededor del cual se encajan las escaleras. Está realizado en piedra y no presenta
decoración exterior.

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2.5. RITUALES FUNERARIOS. LOS CEMENTERIOS


Por Alberto García Porras
Departamento Historia Medieval y Ciencias y Técnicas Historiográficas. UGR

LOS CEMENTERIOS ANDALUSÍES


Los cementerios en el Occidente islámico recibían el nombre de maqbara (pl. maqābir) y se solían situar
en el exterior de los recintos murados de las poblaciones, junto a alguna de sus puertas y bordeando
algún camino de entrada a la ciudad. Esta ubicación en un área transitada de la ciudad permitía a sus
habitantes sentir próximos a sus difuntos, a los que visitaban con frecuencia. No obstante, esta
localización cercana y su colocación en un espacio tan dinámico como la periferia inmediata, supuso un
obstáculo para el natural desarrollo del tejido urbano. De ahí que, en ocasiones quedaran finalmente
asimilados por la dinámica de crecimiento de la población.

Las ciudades populosas solían contar con varios cementerios, y así ocurrió también en el caso de
Granada. Existían además diversos tipos de necrópolis, dependiendo de su tamaño, adscripción o
incluso restricción a determinados personajes. Las había reducidas, de barrio, o de mayores
dimensiones, abiertas a toda la ciudad. Por otra parte, las alcazabas palatinas solían tener su lugar de
enterramiento, conocido como Rawḍa/s (=jardín). Conocemos la de la Alhambra de Granada junto a la
antigua mezquita, donde fueron sepultados algunos monarcas nazaríes. La organización de estas
necrópolis, de menor tamaño y más recogidas, es diferente.

El paisaje uniforme de las necrópolis islámicas se podía ver interrumpido por edificios que albergaban
la tumba de un personaje destacado, venerado por su piedad y ascetismo. Son las denominadas
qubba/s, de planta cuadrada y cubiertas en muchos casos con una cúpula. Su existencia, en ocasiones,
no estaba necesariamente ligada a un cementerio. Es más, podían resultar totalmente autónomas y, en
ocasiones, dar lugar a la creación posterior de una pequeña necrópolis por agregación de tumbas y
enterramientos a la sepultura original del santón venerado. Estos pequeños edificios aislados podían
aparecer en áreas periurbanas o incluso, algo más alejados de la ciudad, junto algún camino. A veces era
tal la devoción a este personaje que al edificio primitivo se le adosaban otras construcciones de

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contenido piadoso, constituyendo conjuntos conocidos como zāwiya/s, a donde se acercaba la gente en
busca de protección,cobijo y alivio. Se dice que la localidad de La Zubia debe su nombre precisamente
al hecho de que en sus alrededores se alzaron muchos edificios de este tipo.

LAS TUMBAS Y LAS COSTUMBRES FUNERARIAS ISLÁMICAS


Las tumbas de los musulmanes suelen ser muy sobrias y sencillas. Las tumbas varían de unas regiones a
otras del Islam y dependiendo del momento de construcción. Generalmente el cadáver solía enterrarse
de costado, orientado hacia el S y con el rostro mirando a la Meca. Reposaba directamente sobre el
suelo, cubierto por una simple mortaja. Los fosos, en consecuencia, no eran muy anchos y en la
mayoría de los casos se encontraban abiertos en la roca o en suelo virgen. En la cultura islámica no es
frecuente enterrar a los difuntos con ajuar funerario, aunque en las excavaciones se han hallado
elementos de ornamento personal (colgantes, anillos, etc.), algún amuleto y, en ocasiones, algunas
piezas cerámicas, especialmente en la etapa final de la Edad Media.

Para distinguir en superficie dónde se encontraban los enterramientos se utilizaban a veces estelas, ya
sean losas de piedra o grandes formas de cerámica vidriada. En otras ocasiones las tumbas aparecían
bordeadas por lo que se denomina mqābrīya, o estela alargada de piedra o mármol, de sección
triangular. En Granada lo habitual era que estas losas fueran de piedra arenisca, cuyo labrado es fácil.
Por ello es frecuente encontrarlas con marcas o decoraciones de distinto tipo. Muchas de estas estelas
granadinas fueron utilizadas tras la conquista de la ciudad para la construcción de iglesias.

LOS CEMENTERIOS GRANADINOS


Hubo en la Granada medieval al menos 8 cementerios: maqbara Socaster, situada junto la muralla de la
Alcazaba Qadīma, próxima a la Puerta de las Pesas; maqbara al-Rawḍa min al-Bayyāzīn, a intramuros
del citado arrabal y que se extendía a lo largo de la fuerte pendiente que baja desde la actual ermita de S.
Miguel Alto; maqbara al-Sabīka, en la cuesta que hoy en día sube hacia la Alhambra; maqbara al-
Gurabā‘, próxima al cauce del río Genil y junto a la puerta de Bibataubin; maqbara bãb al-Fajjārīn, en
las inmediaciones de esta puerta, entre la plaza de Fortuny y el Campo del Príncipe; maqbara Mawrūr,
junto a la puerta del mismo nombre; maqbara al-‘Assāl, en el mismo barrio pero en una posición más
periférica, en las conocidas como huertas de Belén y de los Ángeles; y maqbara al-faqīh Sa‘d ibn Mālik o
bãb Ilbīra, la más extensa.

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MÓDULO 2

2.6. MERCADOS Y ALHONDIGAS


Por Adela Fábregas

Departamento Historia Medieval y Ciencias y Técnicas Historiográficas de la Universidad de Granada

Uno de los elementos que caracterizan a las ciudades islámicas medievales es la presencia de espacios de
comercio, de mercados y lugares donde se practicaba el intercambio de bienes y de dinero.

En realidad el mercado es una fundación ligada por naturaleza a la ciudad, que necesita del intercambio
con su entorno inmediato para sobrevivir y que, como núcleo de concentración y distribución de
bienes, anima, estimula y coordina la actividad comercial.

Este principio general se muestra con más fuerza si cabe en las ciudades islámicas medievales. La
sociedad islámica medieval es de naturaleza mercantil. Su nacimiento tiene lugar en un entorno donde el
comercio era conocido y practicado con fluidez, y en su crecimiento se contempló la economía de
mercado como una de sus opciones de desarrollo económico. Se practicaría a todos los niveles y tendría
un claro reflejo espacial, de manera que las primeras fundaciones urbanas islámicas contendrían ya esos
espacios de comercio.

Las ciudades de al-Andalus también desarrollaron esta faceta mercantil desde muy pronto. Podemos
hablar de Pechina (Almería), cuya fundación se vincula a la actividad artesanal y mercantil. Podemos
recordar los mercados de Córdoba en el siglo IX, o el censo cordobés del siglo X, donde se mostraban
ya más de 80 tiendas, sin incluir las alhóndigas. En la Málaga califal encontramos, en la zona del antiguo
puerto, edificios interpretados como almacenes. Además, Denia y Almería aparecían ya en el siglo X
como centros de comercio mediterráneo a nivel internacional. Aún en el siglo XIV, se alababa la
transformación de Gibraltar en una ciudad al dotarla de zocos, una mezquita aljama y baños.

El mercado se manifestaba a diversos niveles, proyectados en distintas estructuras en el medio urbano.


Existiría un primer nivel de intercambio local, del campo a la ciudad. Se desarrollaría sobre todo en
mercados extramuros, a las afueras de la ciudad, pero dentro aún de su órbita. Conocemos pequeños

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mercados, los zocos semiurbanos, que pudieron surgir en momentos muy tempranos. El carácter
semanal de uno de ellos, en Granada, es delatado por su nombre, suq al jamis, el zoco de los jueves.
Posiblemente se situaba en el siglo XI en las afueras de la ciudad, en las proximidades de la mezquita
mayor, la catedral actual, que entonces era un área periférica.

Un segundo nivel alcanzaría ya la distribución de productos a nivel interregional. Sabemos que a partir
de mediados del siglo XII Al-Andalus contó con líneas de tránsito bien constituidas. Idrisi, por ejemplo,
nos muestra la imagen de un territorio bien comunicado, con Granada conectada a centros importantes
como Córdoba, Jaén, Murcia, Almería y Málaga…

Este nivel estaría ligado a la aparición de espacios de mercado, zocos permanentes, situados, en
Granada y en otras ciudades como Sevilla, en el centro mismo de la ciudad, ocupando espacios
privilegiados, como los situados en el entorno inmediato de la mezquita mayor. Esa ubicación, como
espacio protegido a la sombra del lugar de oración, ofrece seguridad a los mercaderes forasteros y, por
tanto, es una de las elegidas para situar los zocos permanentes, con desarrollos lineales que ocupan
calles enteras y que llegarían a formar barrios especializados de tiendas. Incluso el patio de la mezquita
se convertiría en un espacio de encuentro mercantil. Además, los lugares inmediatos a la mezquita los
ocuparían las tiendas relacionadas con la actividad religiosa, libros, cera, perfumes y especias, objetos de
lujo, alimentación… mientras que los zocos, igualmente especializados, aunque en la producción y
venta de bienes cuya elaboración podía ser molesta, o de alguna manera contaminante (cerámica, vidrio,
cueros, tejidos…), estarían algo más alejados.

El centro de la madīna, su zona más señalada, reuniría no sólo estos barrios comerciales. También
encontraríamos allí algunas de las estructuras más destacadas que acogerían actividades vinculadas con
el comercio internacional. Encontraríamos las alcaicerías, por ejemplo. Se trata de establecimientos
comerciales, con disposiciones diversas, que podrían variar desde un patio con pórticos o galerías; una
calle, cubierta o no, con tiendas abiertas; e incluso un pequeño barrio de callejuelas estrechas con
tiendas…, donde se distribuirían de manera exclusiva, entre otros, productos de lujo como la seda
exportada, y cuya venta era controlada fiscalmente.

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Y encontraríamos también las alhóndigas, como espacios de almacenamiento de mercancías y de
recepción de mercaderes. Esta función básica podía determinar su estructura arquitectónica, constituida
por dos pisos, el inferior para contener mercancías, el superior para alojar mercaderes.

Podían ser de propiedad pública o privada. A veces estaban especializadas en un artículo determinado,
alojando a mercaderes de esa manufactura, o tener un carácter más generalista. Podían contener
también espacios de producción artesanal o quedar simplemente como espacios de contacto y negocios
entre mercaderes. Y podían, por último, llegar a constituirse como auténticas instituciones consulares,
sedes de representación oficial de comunidades de mercaderes extranjeros, ofrecidas por las autoridades
locales a las comunidades mercantiles con las que establecieran acuerdos comerciales. Son los famosos
fondacos que aparecen reflejados en los documentos de las principales naciones mercantiles europeas
activas en territorio islámico. Conocemos su existencia en las principales ciudades, aquí, en Granada,
por ejemplo, donde existiría una alhóndiga de los genoveses, e igualmente sucedía en Almería y Málaga.
En estos casos se trataba de edificios cerrados, bien protegidos, casi fortalezas inexpugnables en
ocasiones, constituidos por una o varias estructuras arquitectónicas, con habitaciones y almacenes, pero
también, incluso, iglesia, horno o baños.

En Granada tenemos noticias y restos arqueológicos que nos hablan de la existencia de un número
elevado de alhóndigas en el entorno comercial. Actualmente se conserva la alhóndiga nueva (funduq al-
ŷadīda), conocida como Corral del Carbón, que es el edificio más importante de esta tipología
conservado en Al-Andalus, construida por Yūsuf I a mediados del siglo XIV.

Este edificio monumental supuso la ampliación del principal centro comercial de la ciudad, constituido
ya entonces en torno a la mezquita aljama, en el espacio de la actual catedral, y al que se unió mediante
un puente que superaba el río Darro. Su estructura respeta el modelo clásico oriental, con patio central
rodeado por 4 crujías porticadas a las que se asoman las distintas habitaciones. Fue propiedad de las
reinas moras en los últimos tiempos nazaríes y pudo estar especializada en la venta de trigo. Más
adelante, ya en el siglo XVII, pasó a ser lugar de venta del carbón de la ciudad, de donde proviene su
nombre actual.

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Estas arquitecturas son los mejores ejemplos que nos permiten valorar materialmente la importancia de
la dimensión comercial de la ciudad islámica.

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2.7. LAS ALMUNIAS DE LA CIUDAD DE GRANADA


Por Julio Navarro Palazón
Escuela de Estudios Árabes (CSIC)

En las ciudades andalusíes fue una constante que sus élites tuvieran en propiedad huertas y fincas en las
que es posible identificar, además de la función productiva, su uso como espacios de recreo. La presencia
en ellas de una segunda residencia hacía que sus emplazamientos, por lo general, no estuviesen
excesivamente alejados de los núcleos urbanos. Aunque su ubicación en el territorio viene condicionada
por la topografía y por los recursos hidráulicos, es necesario conocer los patrones de implantación
territorial que siguieron. En las fuentes árabes aparecen citadas con los siguientes nombres: munya,
bustān, ŷanna, dār, qaṣr, karm, ḥušš y buḥayra. Los que tuvieron un uso más generalizado en el entorno
de Granada fueron dār y qaṣr. Sin pretender negar que algunos de estos nombres reflejan cierta
especificidad funcional, creemos que todos ellos son sinónimos. No obstante, el término castellano que
los estudiosos del fenómeno hemos convenido en utilizar es el arabismo ‘almunia’, debido a que este es
el único que ha pasado directamente al castellano, lo que lo hace fácilmente reconocible. El estudio de su
organización y funcionamiento es un tema histórico de primer orden, pues constituían una fuente
importante de ingresos para sus dueños. En la mayoría de ellas se desarrolló una agricultura de regadío
orientada al mercado local. Además, existieron otras en las que el secano era dominante, debido a que sus
tierras no contaban con fuentes naturales ni estaban dentro del perímetro irrigado por un río. La estrecha
relación que todas ellas tuvieron con la ciudad más cercana es un factor importantísimo para entender
cómo incidieron en el gran desarrollo que tuvieron todos estos núcleos urbanos a partir, sobre todo, del
siglo XI.

Dentro de lo que podríamos denominar patrimonio material andalusí, es muy probable que sean las
almunias una de las manifestaciones peor conocidas, lo que ha propiciado su destrucción,
fundamentalmente sus áreas cultivadas y las estructuras hidráulicas que las abastecieron. Su situación
periférica también ayudó a que sus huertas fueran urbanizadas durante la gran expansión de las ciudades
en el siglo XX, especialmente en la segunda mitad. Por esta razón, los escasos ejemplos que han llegado
hasta nosotros están en buena medida descontextualizados, tal y como ha sucedido con el Alcázar Genil
1
de Granada o con la Aljafería de Zaragoza. En el alfoz de la ciudad de Granada, los sultanes nazaríes (ss.
XIII-XV) poseyeron diversas almunias relativamente bien conocidas tanto por los textos como por los
edificios que aún se mantienen en pie y por los restos arqueológicos descubiertos. Ibn al-Jaṭīb hace
alusión a las situadas en la parte norte de la Vega de Granada, cuando afirma que eran “de majestuoso
tamaño, de extremado valor, que no pueden ser costeadas excepto por la gente relacionada con el poder
real”. Treinta de ellas pertenecían al patrimonio privado del sultán; contaban con “casas magníficas,
torres elevadas, eras amplias, palomares y gallineros bien acondicionados”.

La principal y mejor conservada es la huerta del Generalife, denominada en las fuentes árabes Ŷannat
alʽArīf, la huerta del Alarife. Se sitúa en la ladera del Cerro del Sol, junto a las murallas de la Alhambra; a
pesar de estar muy próxima a la ciudad palatina, es oportuno subrayar que desde un punto de vista
funcional se trata de un espacio completamente diferente e independiente de la Alhambra. Debió de
construirse a finales del siglo XIII o comienzos del XIV. Su palacio preside una finca compuesta por
cuatro huertas (Colorada, Grande, Fuente Peña y Mercería), que se regaban desde la Acequia Real. Para
que el agua llegara a la más alta se excavó un canal subterráneo que la trasladaba hasta la base de un pozo
vertical, donde una aceña la elevaba y depositaba en el Albercón de las Damas. Pese a las
transformaciones sufridas tras la conquista de 1492, la finca siempre permaneció en uso y mantiene la
mayor parte de sus elementos constitutivos, incluidos sus espacios cultivados.

Otra finca relevante es la conocida con el nombre de Alcázar Genil (Qaṣr al-Sayyid). Fue fundada a
principios del siglo XIII por el gobernador almohade de Granada en la margen derecha del río Genil. Su
importancia se mantuvo en época nazarí y prueba de ello es que la qubba que se conserva del palacio se
fecha en el reinado de Ismaʽīl I o Yūsuf I. La almunia estaba compuesta por una serie de pabellones y
por una gran alberca rectangular de 125 x 28 m. Una pequeña parte de esta última fue exhumada
recientemente e integrada en la estación de metro inmediata. Junto a ella, cerca del rio, se conserva una
rábita y también un muro de contención, recientemente descubierto, obra muy sólida de tapiería de cal y
canto, que permitió que las huertas se extendieran hasta el mismo borde del rio. El hoy llamado Cuarto
Real de Santo Domingo fue otra almunia importante denominada en los textos árabes Ŷannat al-Manŷara
al-Kubrà (Huerta Grande de la Almajarra). Lo único que se conserva de ella es 3 una zona de jardín y una
gran torre que aloja en su interior una qubba ricamente decorada, construida sobre la muralla del arrabal
de los Alfareros. Recientes excavaciones han exhumado otro núcleo residencial al este de la finca. La

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torre presidía un patio junto al que se extendían huertos, jardines y albercas, así como otros edificios
residenciales. Debió de construirse durante el reinado de Muḥammad II (1273-1302), por lo que se
considera uno de los monumentos imprescindibles a la hora de estudiar los inicios de la arquitectura
nazarí. Sabemos que a finales del siglo XV era propiedad de la madre de Boabdil, último soberano
granadino. Tras la conquista fue donada a la Orden de Predicadores, junto con otras cuatro propiedades
más, para la fundación del convento de Santa Cruz la Real. La almunia de Alijares fue edificada entre
1375 y 1394 por el sultán Muḥammad V, quien parece haber estado directamente implicado en su
planeamiento. Se encontraba en lo alto de una colina que dominaba el valle del río Genil y se accedía a
ella desde la Alhambra, por un camino o paseo pavimentado bordeado de setos de arrayán hasta una
huerta de primor cercada, donde había un pabellón o cenador de planta octogonal rodeado de árboles
traídos de Oriente. Quedó destruida en 1431 por un terremoto, coincidiendo con el asedio de Granada a
cargo de las tropas de Juan II. Este episodio bélico fue representado en la gran pintura mural de la batalla
de la Higueruela, conservada en el Monasterio de San Lorenzo del Escorial; entre otros elementos de la
ciudad y de su vega también aparece esta almunia con su cerca.

En el tramo final del río Darro, antes de su entrada en el barrio de Axares, hay unas huertas, anexas a la
Cuesta del Chapiz, cuyo paisaje no se aleja demasiado del medieval. Es aquí donde se construyó otra gran
almunia que ocupaba una amplia franja de terreno en ladera (2,58 hectáreas), organizada en cuatro
grandes terrazas; la más baja necesitó de un gran muro de contención sobre el cauce del Darro, similar al
que se construyó en el Alcázar Genil con el fin de extender las huertas hasta el borde del mismo río. En
la superior, junto al camino de Guadix -actual camino del Sacromonte-, se ubicó el palacio, rehecho por
Lorenzo el Chapiz a mediados del siglo XVI. En esa misma terraza hay dos estanques, de tamaño
desigual, que eran alimentados, fundamentalmente, por la acequia de Aynadamar y que irrigaban la
terraza alta; las inferiores, más cercanas al Darro, son abastecidas directamente por la acequia de Axares.
El edificio actual, restaurado por Leopoldo Torre Balbás, mantiene el nombre de Casa del Chapiz y
desde 1932 acoge la sede de la Escuela de Estudios Árabes de Granada del CSIC.

Además de las cinco fincas que hemos reseñado, existieron otras de similar importancia, como Dār al-
‘Arūsa, Dār al-Wādī (Casa de las Gallinas) o Darabenaz. En la Vega granadina, al menos, se ha
conservado una gran torre residencial, conocida como El Fuerte en el municipio de Las Gabias. Otras de
menor categoría se distribuyeron a lo largo de los ríos Beiro, Genil y Darro y en los pagos irrigados por la

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acequia Aynadamar. Muchas de las mencionadas no fueron propiedades reales, sino que pertenecieron a
miembros de las clases privilegiadas. Estas últimas parecen haber estado dedicadas fundamentalmente a
actividades agropecuarias y en ellas los aspectos residenciales y lúdicos fueron secundarios e irrelevantes .

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MÓDULO 2
BIBLIOGRAFÍA

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• Orihuela Uzal, Antonio. “Granada. Entre ziríes y nazaríes”. En AAVV. Arte y culturas de al-
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• Orihuela Uzal, Antonio y Vílchez Vílchez, Carlos. Aljibes públicos de la Granada islámica.
Granada: Ayuntamiento, 1991.
• Navarro Palazón, Julio y Jiménez Castillo, Pedro. “Evolución del paisaje urbano andalusí. De la
medina dispersa a la saturada”. En: Roldán Castro, Fátima. Paisaje y naturaleza en al-Andalus.
Granada: Fundación El Legado Andalusí, 2004, pp. 233-268.
• Navarro Palazón, Julio y Trillo San José, M. Carmen (Coord.). Almunias: Las fincas de las
élites en el Occidente islámico: poder, solaz y producción. Granada: Universidad de Granada, 2018.
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