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Resumen Memorias de un Abogado Jose Milla

por mariorosales | buenastareas.com

Introducción
El protagonista es un hombre llamado Francisco Roxel; a la edad de 19 años se le
muere el papá y su tío se hace cargo de él. El tío era una persona que trataba mal a
todos sin importar quien fuera, él tenía un negocio de hacer trajes, en la cual
Francisco trabajaba, un día, a el tío se le ocurrió ir a los tribunales, llevándose con él a
Francisco, quien quedo sorprendido de ver como es el proceso de un abogado;
pasado el tiempo, Francisco se dijo a si mismo que aprendería a leer y escribir. Fue
con el maestro del pueblo para ver si lo podía ayudar, este se llamaba Eusebio Mallen,
y tenía una hija, y a Francisco le encantó Teresa Mallen; él estaba ilusionado con ella y
no miraba las horas para ir a aprender algo nuevo a la casa del maestro, su tío no
sabiendo nada de eso, a Francisco le empezó a afectar el gran amor que sentía por
Teresa, porque no hacia bien lo que su tío le dejaba de trabajo; un día Francisco no
puso atención en lo que hacía y el tío lo tiro al balde de tinte y lo saco de la casa,
lamentablemente justo en ese momento Teresa estaba viendo desde la ventana.
Francisco enfurecido agarro unas tijeras y dijo que lo iba a matar, pero uno de los
empleados lo detuvo haciendo recapacitarlo pero Francisco estaba tan enojado que
se fue a un barranco a que le pasara su furia, él se rehusaba a llegar de nuevo a la
casa, pero no tenía comida ni nada para poder sobrevivir en un mundo el cual es muy
difícil; cayendo la noche regreso sin saber lo que le esperaba; entro en la casa y se dio
cuenta que su tío no estaba, entonces se dirigió a su cuarto, ya listo para dormirse, se
oyó un grito, el cual venia del cuarto del tío, Francisco corrió a el cuarto y se dio
cuenta que su tío yacía en el piso, ensangrentado y a la lado mismas tijeras que él
había agarrado en la tarde del mismo día; todos lo creyeron culpable del acto; se le
sentencio a la máxima condena en ese entonces, la cual era morir ahorcado, llegando
el día de la ejecución todos miraban que cuando tenía la cuerda alrededor de su
cuello y el verdugo quitó la tabla que lo sostenía, don Eusebio cortó la cuerda,
diciendo que era una injusticia porque él no había sido el asesino de su tío, sino que
fue el que detuvo a Francisco cuando este estaba furioso; Francisco al recobrarse por
completo hizo un juramento, el cual era estudiar, hacerse abogado y defender a todos
los reos que tuvieran las máximas condenas que fueran inocentes; y así lo hizo en la
universidad, era el mejor en hablar el latín, pero otros estudiantes por recelo de que
era el mejor lo molestan; el apellido de ellos era Velasco y Vargas, sabiendo todos que
Francisco había sido condenado injustamente, Vargas dibujo en la pared un retrato de
Francisco con una cuerda alrededor de su cuello; al ver eso Francisco, se contuvo las
ganas y al terminar la clase él fue el primero en levantarse y se dirigió a cerrar la
puerta con llave, exigiendo que le dijeran quien había sido el autor de tan cruel obra,
Velasco se puso de pie y dijo que él había sido, entonces Francisco golpeó el rostro de
Velasco y este sacó una navaja de su bolsillo, viendo esto Francisco se armó de valor y
le quitó la navaja, golpeándolo y tirándolo al piso, diciéndole que no quería ver más
esa pintura y que quería que la quitara con la lengua; ocurrido esto Velasco le dijo que
lo haría, pero Francisco le dijo que no le importaba pero que jamás se metieran con
él. Al día siguiente ya no estaba la pintura y tanto Velasco como Vargas le estrecharon
la mano y le pidieron de favor que sí podrían a llegar a ser amigos, lo cual Francisco
accedió; pasando el tiempo ellos se hicieron muy buenos amigos, y Francisco seguía
interesado en Teresa, pero por desgracias ocurrió un incidente inesperado; el padre
de Teresa, don Eusebio, sufrió una terrible enfermedad y ya no podía ejercer su cargo
como maestro. Un día llego un señor que decía trabajar en donde trabajaba don
Eusebio, ofreciéndole un trabajo a Teresa, el cual no pudo negar; el cual consistía en
ayudar a una señorita llamada Ana Dávalos que se decía estaba loca porque ella había
muerto y resucitado tal como le paso aFrancisco; esta señorita le preguntó a Teresa si
podía conocer a Francisco porque ella no se recordaba de lo que había pasado en la
otra vida y Francisco quizás la podía ayudar, el con gusto aceptó la invitación y fue a
casa de la señorita Ana y ella le preguntó qué era lo que había sentido al haber estado
en la otra vida; él le dijo lo que había sentido pero no llenaba las expectativas de Ana;
Francisco, Vargas y Velasco, terminaron sus estudios de latín y se preparaban para
entrar a la carrera que escogería cada quien; Francisco y Vargas se decidieron por ser
abogados y Velasco por ser médico, al cabo de cierto tiempo se dieron cuenta que
Vargas no iba a graduarse porque no se interesaba por la carrera, en cambio Velasco
y Francisco era muy buenos en lo que cada quien escogió para su futuro. Cuando
había llegado el momento que Francisco tenía que hacerse el examen para obtener
su licenciatura; como de costumbre Vargas y Velasco fueron a apoyarlo, pero Velasco
viendo a su “amigo” tan pálido y sin haber comido por estar estudiando le ofreció un
trago que tenía sustancias desconocidas, que hicieron que Francisco contestara las
preguntas mal; Francisco decidió abandonar la carrera, pero don Eusebio le dijo que
se recordara de la promesa que él había hecho años atrás y le dio espíritu de seguir
adelante. Cuando llegó el día de hacer el examen lo aprobó y empezó acumplir su
promesa; en el primer caso que le otorgaron fue que un sordomudo llamada Rafael,
al cual le dieron la culpabilidad de un crimen que él no cometió y Francisco le enseñó
a hablar con el leguaje mímico, hasta leer y escribir, diciéndole así como había
sucedido el crimen, teniendo las suficientes pruebas para dejarlo en libertad; el
segundo caso no fue tan satisfactorio como el primero pues era una mujer llamada
Margarita que estaba en su cocina preparando la comida, la cual iba a ser un
cochinito, ella tuvo que atender algo y dejó a sus dos hijos jugando y en eso se le
ocurrió al más grande que jugaran a que el más pequeño era el cochinito y el niño
inocente dijo que si, el grande le tapó la boca para que no gritara y lo metió entre la
caldera; y cuando regreso la mamá él le dijo que ya había cocinado al cochinito, ella
viendo que en la mesa estaba el cochito y su otro hijo no estaba, abrió la caldera y
trato de salvarlo pero ya era demasiado tarde, todos la culparon a ella y la
sentenciaron a morir ahorcada, y que por desgracia Francisco no pudo hacer nada al
respecto, sino que solo mirar como moría; al cabo del tiempo Vargas le pidió ayuda a
Francisco porque después de dejar la carrera se puso a trabajar en la empresa de su
padre, pero por culpa de Velasco se envicio en los juegos de cartas perdiendo mucho
dinero, lo peor es que le robo a la empresade su propio padre para seguir apostando,
y no sabía que hacer al respecto, entonces buscó ayuda a la única persona que lo
podría socorrer, y si, Francisco tuvo que vender su casa y el negocio que le había
dejado su padre para poder ayudar a su amigo, quien después de todo eso decidió
irse a formar parte del ejército; Francisco se tuvo que esperar un poco más para pedir
la mano de su amada Teresa quien esperaba con ansias el día de su boda con él; pero
por desgracia de Francisco, la madre de Teresa se había enfermado y al poco tiempo
falleció; Velasco por su parte se estaba haciendo muy buena fama de médico, él
conocía a la señorita Ana y a Teresa, la cual esta última le pareció muy atractiva, sin
saber que Francisco era su prometido, cuando Velasco le dijo que le parecía atractiva
y que le gustaba, ella le contestó que a Francisco es a quien ella amaba. Velasco
sintiendo furia se fue y dijo tomar venganza de todo lo sucedido; para concluir la
historia del libro, Velasco inventó una sustancia que dejaba inconsciente a otra
persona por unos cuantos minutos; escabulléndose por la casa de Teresa cuando ella
dormía, la puso a oler esa sustancia y quedo inconsciente, cometiendo un crimen de
violación; cuando Francisco se enteró de eso no le cabía en la mente quien pudo
haber cometido tan grande crimen; y juró que iba a investigar a todos en el pueblo si
eranecesario; le llego una carga diciendo que si quería saber quién había violado a
Teresa que ese presentara en una casita en un hora indicada y así lo hizo, cuando
entro en la casita Francisco sintió que lo amarraban, no se miraba nada porque
estaba totalmente oscuro el lugar, cuando de repente se vio una luz de una vela, la
cual era sostenida ni más ni menos por Velasco, quien estaba cobrando su venganza;
Francisco creyó que iba a morir pero en eso llego don Eusebio, Rafael y Vargas para
salvarlo de Velasco, lo entregaron a las autoridades, y lo condenaron a muerte; Teresa
le dijo a Francisco que defendiera hasta donde le era posible a esa persona, que esa
era su última voluntad, y cayó en brazos de Francisco, él cumpliendo la promesa que
le había hecho a su amada, él defendió a su “amigo” quien trato de matarlo; Francisco
logró que no se le diera la condenación a muerte, sino que cumplir solo la condena;
pero estando Velasco en la cárcel él se ingenió una fuga con otro reos. Velasco se
escapó y fue a buscar a Vargas por no haberlo dejado matara a Francisco. Entraron en
combate y Velasco muere. Francisco ahora espera solo el día en que lo llamen para
estar en paz eterna junto a su amada Teresa.
CAPITULO I
De quién era Cristóbal Roxel
Cristóbal Roxel tenía la fama de ser el más hábil y formal de los tejedores que en los
primeros años del presente siglo, tenía obrador abierto en el barrio de San Sebastián
de la nueva Goathemala como entonces se decía., el sujeto de quien se trata debía a
la fama de formal a la circunstancia de que entregaba las obras que se le
encomendaban, a más tardar veinte días o un mes después del plazo que el mismo
había señalado. La de hábil tejedor, a sus excelentes cotines y mantas de la tierra y
sobre todo a unas cotonías rayadas que, si no eran perfectas en su caritativo y
generoso que había adquirido a pesar de su dureza con los pordioseros, era debido a
tres circunstancias:
1. Mi tío no pasaba jamás delante del cepillo o alcancía de las ánimas sin echar una
limosna que ascendía según unos a un cuartillo de real y según otros a un real entero.
2. Personas verídicas aseguraban haber visto muchas veces a ciertos pobres
vergonzantes de esos que todo el mundo conoce y que se diferencian de los que no
tienen vergüenza solo en la hora que piden atisbando las ventanas del maestro Roxel,
a bocas de oraciones.
3. Y principal mi tío me recogió y me criaba por caridad desde que había faltado mi
padre hermano suyo que había faltado mi padre, hermano suyo que se fue al otro
mundo, dejando por única herencia su nombre Francisco.

CAPITULO II
La desesperación del “tecolote”
Entre oficiales y simples aprendices tenía mi tío unos cinco o seis mozos que
trabajaban en la pieza de los telares en un corredor donde estaban los tinacos y
donde se verificaba la operación de teñir el hilo y la lana que se empleaban en los
tejidos. Uno de los oficiales que se apellidaba Requena y que era más conocido por el
apodo del Tecolote porque no se le vía regularmente en la calle sino de noche se
hacía notar por su carácter adusto y concentrado y por la exactitud con que atendía el
cumplimiento de su obligación. Un día entro a casa con paso precipitado y acudía a
tomar a la capa y el sombrero que me había enseñado a recibir y colocar en una
percha diciendo que era el único servicio que esperaba de mí en pago a sustentarme
y doctrinarme por caridad. “¿Hay entre ustedes alguno que sepa leer?” como ninguno
contesto a la pregunta mi tío comprendió que todos los presente era tan literatos
como él y dando una patada en el suelo dijo con mucha impaciencia “¡Vaya una
recua!” yes añadió dándome un empellón que me hizo sobre uno de los tinacos “es el
más borrico de todos”. Pude haber replicado que yo no tenía la culpa de no saber
leer, pero sabiendo por moderada y racional que fuese el partido de guardar silencio.
El maestro recorría con la vista los renglones de arriba abajo, volvía y todos lados sin
acertar por supuesto a descifrar lo escrito lo cual hacía que crecía su impaciencia con
grave peligro de mis espaldas que a la cuenta tenían también la culpa de la ignorancia
de mi tío. Cuando el maestro decía esto ya yo estaba en la calle y en un momento
salve la corta distancia que mediaba entre nuestra casa y la escuela del barrio. Eran
las doce y media y el escuelero estaba comiendo pacíficamente con su familia.
Después del saludo humilde por parte del escuelero casi insolente por la del tejedor
este le presento La Gaceta y le dijo “Maestro dicen que me sacan en este papel
hágame favor de ver donde estoy y que es lo que dicen”, el pedagogo saco unos
anteojos se los acomodo en la nariz y comenzó a buscar en la Gaceta el nombre de mi
tío leyendo entre dientes con voz gangosa por la compresión que el aparato óptico
ejercía de reserva que mandara el General Murat cuñado del Primer Cónsul esto no
es dijo el escuelero y leyó más abajo. Los cacaguatales Tejidos Aquí está “Se ha
asignado el primer premio de hilados consistente en una medalla de plata de peso de
dos onzas con el busto de Rey N. S. en el anverso y en el reverso las armas de la
sociedad, al maestro tejedor Cristóbal Roxel por sus excelentes cotines y mantas de la
tierra y particularmente por las finísimas cotonías rayadas.

CAPITULO III
Una criatura angelical
La escena descrita en el presente capitulo me impresiono vivamente pero mas que las
violencias de mi tío y más aún que el sombrío furor del oficial me afligió por la noche
me desvele pensandocomo haría para aprender a leer y al siguiente día que era un
domingo amanecí con el espíritu agitado por la misma idea. “Si el maestro de escuela
quisiera darme algunas lecciones pensaba yo me apuraría mucho y quien sabe si el
espacio de cinco o seis meses ya sabría leer las gacetas y poner mi nombre. Pero ¿a
que horas ha de ser eso cuando estoy ocupado el día entero en el obrador? Don
Eusebio Mallen (así se llamaba el pedagogo) no ha de querer molestarse por mí
enseñándome en las horas que no son las de la escuela. Esas desconsoladas
reflexiones hacia yo mientras me dirigía a la parroquia a ir misa cuando salía triste y
cabizbajo oí que me llamaban y volviendo la cabeza me encontré con el maestro de
escuela y su familia que salían también de la iglesia. “¿Cómo va Francisco? Me dijo el
pedagogo ¿le paso a tu tío la cólera por lo de la Gaceta? Nunca lo había visto tan
furioso”. Usted sentía el saber leer le conteste y yo habría dado diez años de mi vida
por hacer lo que usted estaba haciendo. El maestro me contesto con una carcajada a
la que hicieron coro su mujer y su hija única Teresa joven de diecisiete años. Tu tío
sale todos los días a la oración y vuelve a las ocho de la noche vente a casa y mi
madre te Dara lecciones no será el primer muchacho de tu edad a quien le ponga la
cartilla en la mano ¿Es verdad madre! No acertare a expresar el sentimiento de
gratitud que me inspiro aquella criatura angelical cuando vi cuan fácil y sencillamente
me allanaba el camino para la consecución de lo que era por entonces el objeto de
mis más ardientes deseos.

CAPITULO IV
“yo te amo y te amaré siempre”
Durante todo el día siguiente estuve aguardando con grande impaciencia la hora en
que debía ir a casa de don Eusebio sin saber bien porque reparé aquel día por la
primera vez en el tinte azulado de mi cara y de mis manos y en los remiendos de mis
calzones y de mi chaqueta de cotín. Aprovechando un descuido de la cocinera me
apodere del jabón y el estropajo con que fregaba los trastos de la cocina y cuando
termino el trabajo de la mañana en el obrador emprendí la ardua tarea de hacer
desaparecer el color de cielo de mi rostro, cuando llegue a casa del maestro doña
Prudencia me tenía ya preparada una cartilla adornada con una grotesca imagen del
Bautista santo que no se tenga algo que ver con el aprendizaje de las primeras letras,
la buena señora me dio la primera lección me encontré menos difícil de lo que me
habría parecido si no me hubiera estimulado la presencia de Teresa que sentada
frente a mi se ocupaba en la tarea muy poco poética de cabecear media que a mi me
parecía oficio de ángeles por ser ella quien lo desempeñaba, no hay necesidad de
decir que fui muy puntual en la asistencia a las lecciones de diña Prudencia mi tal cual
disposición y mi empeño me hacían adelantar rápidamente en la lectura y solo
cuando la maestra no podía darme los puntos o tomarme la lección y lo hacia Teresa
por ella me mostraba yo torpe y distraído, pareciéndole a Teresa que yo no era muy
rudo una vez que yo decoraba con alguna facilidad decidió que era conveniente
aprendiera también a escribir y me puso una muestra de palotes pronto llegue a
formarlos tan buenos casi como el modelo y lo mismo los finales yo no me limitaba a
los ejercicios de la escuela en casa trabajaba también por la noche ejercitándome en
la lectura y en la escritura cuando estaba ya recogido mi tío, no acertare a explicar la
sensación que experimente al sentir la presión del brazo de Teresa sobre el mío y el
soplo de su aliento tibio y perfumado que bañaba por intervalos mi mejilla donde se
agolpaba la sangre, después de haber formado aquel vocablo con las seis letras del
nombre que ocupaba constantemente mi espíritu quise probar a escribir un renglón
como me lo había recomendado mi maestra, como el reo que aguarda la sentencia de
vida o de muerte espere que llegara la hora de la lección y cuando fue el tiempo de ir
a casa de don Eusebio me dirigí allá llevando muy oculta mi plana declaración, mi
maestra puso seria y me pareció que sus ojos se humedecían ligeramente.

CAPITULO V
Del crimen cometido por Cristóbal Roxel
Al siguiente día ocupe mi puesto como de costumbre en el obrador pero estaba tan
preocupado con lo sucedido en la noche anterior que no acertaba yo con el trabajo,
¿Qué diablo tiene hoy este bergante decía mi tío que no da pie con bola en nada de lo
que hace? Dos veces ha echado a perder el rebozo que estaba tejiendo, dije que no
tenía enfermedad alguna y seguí trabajando y echando a perder las obras que se me
encargaban, quiso mi buena estrella que mis faltas no se repitieran ya en el resto del
día y llego la hora de cerrar el taller sin que se realizara la amenaza, a la oración me
encerré en mi aposento pues estaba resuelto a no volver a casa del maestro de
escuela la idea de presentarme a la que me había escarnecido y contestado con el
desprecio y la burla a la efusión de mi alma me era insoportable, belitre si hoy me
haces las de ayer por el santo de mi nombre que te pongo a teñir como un mazo de
hilo dicho esto dejándonos instalados y distribuido el oficio salió del obrador, no bien
había desaparecido mi tío se levantó Tecolote el oficial a quien el maestro había dado
una bofetada como dos meses antes y con pretexto de tomar un poco de lana que le
hacía falta paso junto a mí y en voz baja me dijo “Paciencia chico no hay mal que dure
cien años” levante la cabeza fije los ojos en el oficial y me asusto la expresión siniestra
de su mirada, volvió este de la calle poco antes de las doce y entro en el obrador a
inspeccionar los trabajos de la mañana, temblaron todos al verlo recorrió los trabajos
y en la mayor parte de ellos creyó encontrar faltas que acarrearon a sus autores
injurias y amenazas llego el turno a mi obra el maestro vio lo que había hecho y
parecía no creer lo que sus propios ojos le mostraban, yo vacilaba como un ebrio mi
implacable pariente abrió la puerta del taller que daba a la calle y con un vigoroso
puntapié me hizo ir a caer a tres o cuatro varas fuera del obrador, quiso mi desgracia
que esto sucediera en el momento en que los muchachos salían de la escuela de don
Eusebio que estaba frente a nuestra casa y al verme salir arrojado de una patada y
todo pintado de azul lo tomaren a broma y me dieron una silba estrepitosa, pero
cuando entre ya el maestro había desaparecido por una puerta que comunicaba al
taller con las piezas interiores de la casa, puerta que como de costumbre el había
cerrado por dentro, salí del taller y andando a la ventura como un loco me encontré
fuera de la ciudad y al borde del barranco que corta por el noroeste el llano de
Jocotenango, pase tres o cuatro horas en aquella muda contemplación iba ya a caer el
sol yo no podía pensar en pasar la noche en aquel sitio desierto era joven en toda la
fuerza de la edad no había comido en todo el día tuve hambre resolví salir y volver a
casa si no tranquilo al menos resignando, aunque yo no acertaba a comprender de
que ofensa debía pedir perdón pues mis torpezas en el tejido me parecían harto
castigadas prometí hacer lo que me aconsejaba aquella buena mujer y me retire a mi
cuarto echándome en la cama sin desnudarme, la pieza que yo ocupaba estaba
separada de la de mi tío por una puerta a la que no se echaba llave y el ordenador
que como he dicho daba a la calle estaba contiguo al dormitorio de mi tío, ocupado
en estas reflexiones oí de repente un grito en la alcoba de mi tío me puse en pie y me
acerque a la puerta no atreviéndome a entrar desde luego por el temor que me
inspiraba el carácter violento de mi deudo.

CAPITULO VI
Es un estrecho y sucio calabozo
Suponiendo un gran criminal me cargaron los pies y las manos con los grillos y las
esposas más fuertes que había en la cárcel y me encerraron en un oscuro y húmedo
calabozo iniciando así la serie de torturas con que esa buena madre que se llama ley
castiga a sus hijos antes de saber si son o no culpables, después de haber recibido mi
declaración el alcalde ordinario y juez de mi acusa mando que antes de que se diera
sepultura al cadáver del ocioso me carearan con él a fin de ver si las heridas brotaban
sangre espontáneamente en mi presencia, tomaron sé las declaraciones de los
oficiales y aprendices del taller y todos refirieron el lance de la mañana sin ocultar mi
arrebato de cólera y como me había apoderado de la tijeras e intentando salir en
busca de mi tío, el proceso caminaba con mucha lentitud el juez entendía en otras
muchas causas que merecían la preferencia por su antigüedad o porque los reos
tenían personas de valimiento que se interesaban por ellos, entre tanto yo me fui
acostumbrando a la estrecha prisión en que permanecía encerrado a los pesados
hierros que me sujetaban al rancho con que se me alimentaban y a la oscuridad de mi
calabozo. Dos o tres visitas de cárceles tuvieron lugar en el considerable lapso y
tiempo que duro mi prisión, cuando llegaba yo ocho meses de prisión don Eusebio
Mallen obtuvo una recomendación muy expresiva de un pariente de tercer grado de
la esposa del abogado de pobres para que se despacharan mi asunto y fue
personalmente a presentarla y suplicar que fuese atendida, agotada la materia uno
de los abogados en cierne tuvo a bien advertir la presencia de don Eusebio y le
pregunto que se le ofrecía el maestro respondió que iba con el objeto de poner en
manos del señor don Fulano de Tal aquella esquela que le dirigía don Zutano y
hablarle del asunto a que se refería, oyendo que estaba allí don Eusebio Mallen con
una carta urgente de uno de los deudos de su esposa dijo que no le dejaban trabajar
que tenía 228 causas pendientes y que no sabía cuándo les daría fin pero que entrara
el que deseaba verlo, llamando el otro dijo que no era cierto que tuviera él esos autos
que los tenía Sánchez este insistió en que se hallaban en poner de Martínez y
Martínez volvió a afirmar que los había llevado Sánchez, diez o doce días necesito
solamente el bachiller para extender la defensa que constaba de un pliego escrito por
sus cuatro caras.

CAPITULO VII
Sentencia y ejecución
El abogado quiso que se leyera en audiencia solemne y el tribunal no tuvo
inconveniente en acceder a la solicitud, un numeroso concurso de lo más ilustrado de
la ciudad acudió a oír aquella defensa de que se había hablado tanto, no puedo decir
cuál fue mi asombro al escuchar la lectura de lo que se llamaba defensa el célebre
abogado apenas tocaba el hecho como por incidente no alegaba la falta de testigos ni
mis antecedente honrosos ni nada en fin de lo que hubiera podido llevar al ánimo de
los jueces de convicción de mi inocencia, el alegato de mi abogado fue acogido con
ruidosos aplausos mi exposición fue escuchada apenas por los jueces pues la sala se
había quedado vacía desde que comencé a hablar ¿Qué podía yo decir que valiera la
pena de ser escuchado después de una obra como aquella?, a lo que he sabido
después los debates fueron acalorados, dos oidores jóvenes algo imbuidos ya en las
ideas del siglo acogieron con entusiasmo las teorías del sabio filosofo italiano
prohijadas por mi abogado y opinaban por mi absolución, yo hombre particular no
había tenido derecho para matar a un individuo, la sociedad conjunto de hombres lo
tenía para matarme a mí, entre en capilla la ley bondadosa hasta el extremo me
devolvía por tres días el uso completo de mis miembros, un reo con grillete y cadena
al pie se situó a la puerta de la cárcel junto a una mesa cubierta con una carpeta
negra y encima un crucifijo, algún trabajo costo al buen religioso encargado de
prepararme que yo me resignaba a morir, parecía tan penetrado como todos de mi
criminalidad y se esforzaba en convencerme de que debía confesar mi culpa y
reconocer en el castigo que iba a sufrir la sentencia de la justicia divina que hablaba
por boca de la justicia humana, amaneció el día que debía ser el último para mí a las
once de la mañana el alcalde juez de la causa acompañado de su escribano y testigos
pareció en la capilla donde estaba también el sacerdote dirigiéndome sus
exhortaciones, en aquel momento en que vi perdida esperanza de salvación se
verifico en mi espíritu una evolución extraña.

CAPITULO VIII
Solemne juramento
Abrí los ojos y lleve la mano en la garganta, como para quitarme una cosa que me
oprimía. Di una mirada, me encontré en una habitación que no me era desconocida.
Quise hablar y sentí que una mano suave oprimía mis labios, vi al lado y allí estaba
Teresa Mallen.
Cuando caminaba al suplicio. Imaginé que me encontraba en la mansión eterna de los
bienaventurados y que Teresa había ido a reunírseme, para no separarse jamás de
mí.
Luego vi a un hombre y era el padre de Teresa, luego vi a dos hombres un joven y un
anciano que no conocía, el anciano le dice: ya lo vez no ha muerto, a pesar de que
había espuma en la boca; no solo la espuma es síntoma mortal. Dice el joven, pero
doctor usted ha notado todos los síntomas de la apoplejía y de la asfixia. Hubo
apoplejía y de la asfixia, pero ni la una ni la otra son mortales. La lujación produce la
lesión de la médula espinal, es la que no deja esperanza de vida; y esa lujación no se
había verificado en este joven. He ahí lo que pudo salvarlo.
La ciencia no es más que un instrumento ciego de los designios de Dios, comencé a
reunir mis ideas, fui coordinándolas poco a poco y recordando los acontecimientos
desde la noche fatal en que encontré a mi tío bañado en sangre. La injusticia de que
había sido víctima laceró mi espíritu impresionable. Días después recobre el
conocimiento, hallándome solo con don Eusebio, le pedí que me explicara a que
debía yo mi salvación. No fue la casualidad si no la Providencia que la acudió en tu
auxilio, un hombre excitado por los celos, se arrojaba puñal sobre Requena.
Requena tropezó en una piedra, cayó y su adversario le sepultó el puñal y antes de
morir; con vos entre cortada dijo: Castigo de Dios. Hoy hace un año mate al maestro
Cristóbal Roxel. Su sobrino muere inocente. No dijo más y murió. El alcalde que oyó la
declaración corrió a la Audiencia a decir lo que Requena había dicho. Uno de los
ministriles corrió con la orden y llego a tiempo para hacer cortar la cuerda, tres días
después la Audiencia mando se te pusiera en libertad. El tribunal no debió suspender
la ejecución; la sentencia ejecutoriada de lo blanco negro y de lo negro blanco, habría
sido una iniquidad de acerté morir inocente. La Audiencia ha dado cuenta a su
Majestad y se aguarda lo que tenga a bien resolver. Más de una vez durante mi larga
prisión, me asaltaba una sospecha de que Requena era el asesino de mi tío. La justicia
humana se había engañado gravemente. Yo debía morir para satisfacer a lo que no se
tiene empacho en llamar vindicta o venganza publica, no soy jurisconsulto,
consideraba aquello atroz y me decía a mí mismo que si fuera abogado no admitiría el
cargo de juez mientras no se derogara aquella ley de Partida que mi conciencia de
magistrado me obligaría a aplicar, y contra la cual se rebelaba mi conciencia de
hombre.
Yo pensé, no soy ni he de ser legislador, por tanto arbitrio alguno para poner remedio
a ese grave mal haciendo derogar una ley que considero inicua y de la cual he estado
a punto de ser víctima.
Pongo a Dios y a este hombre de bien por testigos del juramento que hago de
estudiar el Derecho y defender gratuitamente, hasta donde alcancen mis fuerzas, a
todo reo condenado a muerte, sea cual fuere la gravedad del delito de que se le
acuse.
CAPITULO IX
Dios traza caminos derechos por líneas torcidas
Muerto mi tío y siendo yo su único pariente, la ley me llamaba a heredarlo; pero
acusándome de haberlo asesinado, el juez dispuso embargar los bienes.
Declarada mi inocencia se levantó el embargo y se me puso en posesión de la
herencia. Los oficiales que habían declarado en mi causa temieron ser despedidos.
Sabía yo muy bien que los servicios que me habría prestado don Eusebio Mallen y su
familia, eran de los que no se pagan con dinero, sino solo de ofrecerles cualquier
recompensa pecuniaria. Yo amaba a Teresa y habiendo visto la impresión que le hizo
mi condenación a muerte, n o podía dudar que le había motivado un sentimiento más
tierno que el de un simple afecto. Me dijo don Eusebio, mira como Dios traza caminos
derechos por líneas torcidas. Criado en medio de las privaciones, maltratado por tu
tío, acusado injustamente de homicida y habiendo llegado a las puertas mismas de la
eternidad. Prosiguió diciendo vamos a un paseo al campo para distraernos un
momento, estando en el campo vino una gran lluvia, don Eusebio y su esposa
entraron en una capilla y teresa y yo nos quedamos bajo un árbol.
En ese momento le dije yo sin ser dueño de dominar mi emoción – no hay felicidad
sin tu amor, ella guardo silencio, luego dice y puedes dudar de ello. Le tomé la mano y
le di un beso. Su padre don Eusebio fue testigo de todo esto.

CAPITULO X
Un insulto infame recibe su castigo
Aquella fue la última noche que pase en la casa de don Eusebio. Manifesté mi
resolución de trasladarme a la casa que había sido de mi tío. Teresa acompañada de
su madre a preparar la modesta habitación que yo había de ocupar. Instalado en mi
casa, mi primer cuidado fue en buscar un maestro de gramática latina y comprar los
libros que necesitaba para aprender aquella lengua. Mi asiduidad unida a mi tal cual
disposición, hizo que a los seis meses me encontrara en aptitud de poder
presentarme a examen, salí con tres notas de sobresaliente.
Yo había hecho en privado el estudio de gramática; solo que para filosofía era
indispensable que asistiera en los cursos de la Universidad. La calificación era un poco
pretenciosa. Entre los veinticinco y treinta estudiantes que cursaban filosofía, había
dos que llamaban la atención. Uno se llamaba Fernando Vargas y el otro Antonio
Velasco; el primero era hijo de un empleado de hacienda y el segundo hijo de un
negociante de la capital. Vargas era uno de los estudiantes por su carácter franco y
alegre, por su afición a todo género de travesuras y por ser siempre uno de los
primeros en pedir feriados, poniendo en ejecución chascos de que eran víctimas los
catedráticos, también les colocaba clavos a los asientos de las sillas; los catedráticos
ya no preguntaban que quien había hecho eso porque ya sabían que era Vargas.
Don Antonio Velasco era un tipo diferente. Taimado y astuto, ayudaba a Vargas a
discurrir las travesuras; era el inventor de las más pesadas, pero jamás daba la cara.
Aquel joven encerraba en su corazón el germen de la envidia, del oído implacable a
todo lo que fuese superior a él y tenía el talento de disimular tan detestables
propensiones, habiendo llegado Velasco a adquirir una influencia absoluta sobre
Vargas. Desde que comencé a concurrir a las clases creí notar que este no me veía
con buenos ojos. Mi puntualidad, aplicación al estudio y al respeto que mostraba a los
catedráticos, fueron calificados por aquel joven díscolo que tuvo la franqueza de no
ocultar la mala impresión que yo le había hecho, no desperdiciada ninguna de las
oportunidades que se ofrecían para mortificarme.
El conflicto se hizo al fin inevitable. Vargas, Velasco y yo fuimos designados para
sostener una conferencia que debía comenzar con la lectura de nuestros respectivos
quodlibetos. Yo era mejor latino que ellos y mi oración fue muy aplaudida por el
catedrático, me dio también el triunfo, el empeño con que había estudiado la materia
sobre el cual recaía el certamen literario. Al salir de la clase, Vargas me dirigió una
mirada terrible y me mostro el puño en forma de amenaza. Velasco fue a
estrecharme la mano y a felicitarme con efusión por mi quodlibetos. Y por lo bien que
había argumentado en la conferencia.

CAPITULO XI
De cómo empezó una amistad con Vargas y Velasco
El hecho de que he dado noticia al fin del anterior capitulo hizo ruido al mismo día en
la Universidad.
Los más extraño de todo fue que Vargas concibió desde entonces por mí una especie
de admiración tan irreflexiva. Al siguiente día salió a recibirme cuando entre a la
Universidad, me estrecho la mano con efusión y me suplico le permitiera llamarme
amigo. Velasco se me acerco también y alabo en términos exagerados mi
comportamiento, agregando en vos baja sin que lo oyera Vargas, que él había tenido
muy a mal el hecho. Me entregue sin reserva a aquellos dos estudiantes de los cuales
uno era franco y bueno, mientras el otro era hipócrita y perverso. Les repasaba las
lecciones, les corregía los quodlibetos, los estimulaba al estudio, les proporcionaba
libros, les aconsejaba en todas las dificultades, estableciéndose entre nosotros la más
estrecha unión que nos valió entre los condiscípulos la denominación antonomástica
de los tres amigos. En la calle de la Merced vivía entonces una señora viuda de un
militar español, la señora se llamaba Lupercia Costales; quien tenía a cinco hijas la
más pequeña era de dieciocho años. El gran desiderátum de doña Lupercia era pues,
eliminar bocas, cuerpos y pies. Doña Lupercia abrió la puerta de su casa a jóvenes y
anciano para que vieran a sus hijas, ya que esta madre lo que quería era eliminar las
bocas, los cuerpos y el calzado. Mis dos amigos fueron parte de las personas que
llegaron. Vargas comenzó por cortejar a la mayor fue descendiendo hasta la menor.
Don Fernando era hijo único de un padre acomodado y la astuta viuda calculaba que
aquella era una oportunidad favorable para aliviar el presupuesto dando salida a una
boca, un cuerpo y un par de pies.

CAPITULO XII
Una tertulia que termina en barahúnda
Cuando me presente en aquella casa por primera vez, la reunión era numerosa. Tenía
la palabra un capitán de artillería quien se llamaba Alfonso Ballina…
Ballina quiso seguir una dirección de la mano de su pretendida; pero el condenado
estrabismo hizo que, en vez de mirar hacia arriba, echara el ojo a un tertuliano.
Sonaron instrumentos con gran satisfacción de mi amigo Vargas que a favor del ruido
podía conversar cómodamente en un rincón con los costales de Velasco.
Es vergüenza de un hombre. ¡Retirarse por haber perdido la miseria de ocho pesos,
siendo rico y no teniendo obligaciones, Lupercia dijo es una gran dificultad el
encontrar con quien hacer la partida! Esos jóvenes prefieren hablar necedades con las
muchachas; el capitán no acaba de contar su campaña de Omoa y para don Florencio
no hay más que el violín. Es insoportable. Toca el día entero y parte de la noche y no
lo oirá usted hablar sino del violín. Velasco y Vargas llevaban una guitarra con la que
se proponía acompañar unas boleras que cantaban, Vargas canto una en pos de otra
todas sus boleras, cada una de las cuales fue recibida con ruidosos aplausos. Agotado
el repertorio de las boleras, el público pedía otras y Vargas no sabía qué hacer para
dar gusto a su auditorio. Pues no hay más que improvisarlas, dijo Velasco que la
echaba de poeta. De repente el asesor poeta aconsejó el cantor con una bolera. Hay
sus gallinas, hay sus gallinas cantó en coro toda la reunión. El capitán se puso rojo,
verde, azul y de otros colores y echando ternos sacó el chafarote y se lanzó sobre
Vargas. El héroe de Omoa se apodero del instrumento y levantándolo en alto, lo
descargó sobre la cabeza del propietario.

CAPITULO XIII
La propuesta del Oidor de la Real Audiencia
Tal era, nuestra vida de estudiantes. Terminados los cursos de filosofía, mis dos
amigos y yo nos presentamos a examen para obtener el grado, yo había estudiado y
aprendido algo y fui aprobado. Vargas y Velasco sabían muy poco y pasaron también.
El primero decidió matricularse en la carrera de Derecho como yo y el segundo
prefirió la medicina. Vargas, Velasco y yo seguimos en la misma intimidad, Vargas
mostraba los cursos de instituto, Derecho patrio y cánones, Velasco solía decir que
importaba más estudiar hombres que libros y Vargas decía que valía más estudiar
mujeres que hombres…
Sucedió que don Eusebio a causa de una grave enfermedad que amenazo su vida,
quedo imposibilitado de continuar al frente de la escuela. Entonces yo le ofrecí mi
ayuda y me dijo no Francisco; es necesario que cada cual se baste así mismo. Unos
días después don Eusebio Mallen estaba en su casa leyendo, en lo que se ocupaba la
mayor parte del tiempo desde que había dejado la escuela. Doña Prudencia hacia
cigarros y Teresa se empeñaba en concluir una obra de costura que estaba
comprometida a entregar al día siguiente. Don Eusebio recalco en las últimas
palabras como si quisiera dar a entender que sin tal motivo no habría honrado a
aquella pobre gente con su presencia.
Marcos Dávalos era oidor de la Real Audiencia, Andrea es un protocolo de virtudes.
Ana Dávalos, hija única del señor oidor ofreció trabajo a Teresa la cual acepto, aunque
su papa no quería, lo hizo solo para sustentar a sus padres ya que iba a ganar muy
bien, lo malo fue que a mí no se me dijo nada de la propuesta que le habían hecho a
Teresa lo cual me molesto mucho. Eso es proceder con todo arreglo a Derecho. Dicho
esto es curial se marchó muy satisfecho con el oficio que hacía aquella familia, la cual
provocaba celo a uno de los más importantes de los miembros de la Real Audiencia.

CAPITULO XIV
El trance misterioso de la hija del Oidor
Aquella misma noche me comunico la familia la resolución que había tomado, y
Teresa me dijo le perdonara el haberse aceptado la propuesta sin consultarme. Nada
pude decir a esto, aunque sin saber porque, no me agrado que Teresa fuera a casa
del doctor Dávalos. Se hablaba en la ciudad de cierto misterio de la hija de este
caballero; pues apenas hacia tres meses que su padre estaba en Guatemala,
trasladado de la Audiencia de Santiago de Chile. Decían que su figura era extraña y su
natural áspero, caprichoso y desabrido.
Pasaron dos semanas sin que yo viera a Teresa. Un día don Eusebio Mallen llegó a mi
casa con un billete que me dirigía Teresa, lo único que decía era de que doña Ana
Dávalos necesitaba hablar conmigo, también decía que debía llevar vestido de luto
riguroso.
Cuando me presenté a donde me habían dicho que llegara vi que descansaba un
cuerpo de una mujer vestida de blanco, ceñida la cabeza con una corona de flores y
en la mano una palma que descansaba sobre su pecho, pero había en su expresión
algo que decía que no estaba muerta. Hacia el más ligero movimiento y tenía los ojos
cerrados. Tres mujeres que parecían criadas vestían también de luto, Teresa en traje
del mismo color, estaba a poca distancia. Luego pregunte en vos baja que quien era la
señora que estaba tendida y me dijeron que era doña Ana Dávalos, me dijo luego que
guardara silencio porque en cinco minutos vuelve a la vida, cuando el reloj dio las
cinco campanadas al escuchar la quinta dio un gemido y dijo todo ha sido como las
otras veces. Luego se dirigió a Teresa y le dijo ¿ha venido? Respondió Teresa si, señora
aquí está. Hizo que todos salieran de ese lugar deteniéndonos a teresa y a mí. Se
dirigió a mí y me pregunto de lo que me había sucedió anteriormente cuando me
llevaron a la horca; ella quiso saber si cuando yo morí había visto en el otro mundo a
personas queridas y si avía observado cómo era. Doña Ana Dávalos, a quien todos
creían muerta, cuando le iban a cerrar el ataúd y dio un gemido y todos sorprendidos
de eso ya que la creían muerta. Por esa razón me mandó llamar para ver si yo había
visto a mis seres queridos en el otro mundo cosa que ella no pudo ver, ya que había
estado doce horas sin hablar, sin hacer nada.

CAPITULO XV
La pasión tardía de un sabio
Aprovechando la invitación que me hizo la hija del oidor, fui una vez a la Casa de la
Moneda. Como de costumbre yo siempre iba a visitar a doña Ana Dávalos, ya que me
había dicho que cuando yo quisiera llegara más bien iba por ver a teresa. Un día
cuando me dirigía a casa de doña Ana me encontré a un hombre con el rostro
cubierto quien se me hizo muy conocido como si fuese Velasco, me quede parado
viéndole si era el, cuando vio que me quede viéndolo se dio la vuelta y se fue
corriendo sin decir ninguna palabra. Al siguiente día lo salude y no menciono nada de
lo del día anterior, luego me dije que me había equivocado.
Yo continuaba mis estudios con empeño y estaba ya al concluir mis cursos de la parte
teórica del derecho. Vargas casi no asistía ya a la clase a pesar de mis instancias y
pronto me convencí de que no concluiría la carrera. No así Velasco. Estudiaba las
ciencias médicas.
Comencé mi pasantía en el bufete de un abogado de los más célebres de aquel
tiempo, el doctor Juan Gualberto Morales, gran memorista, quien se decía que sabía
los códigos de pe a pa; conocía perfectamente cuanto habían escrito los tratadistas y
que era además, profundo en el derecho canónico, en la teología, en la literatura
española, latina y griega. No tenía aquel gran abogado más que un ligero defecto, el
de perder todos los negocios que se le encomendaban, cansaban a los jueces y
muchas veces ya no los leían. Tal era el letrado en cuyo estudio comencé mi práctica,
su despacho era un modelo de exactitud y de orden exagerado, todo lo que allí había
estaba inventariado. No debo pasar en silencio ciertos rasgos que pueden contribuir a
que los lectores de estas memorias completen su juicio acerca de aquel letrado.

CAPITULO XVI
El misterio de Velasco. La cura de doña Ana Dávalos
Una noche fui a visitar a doña Ana, la encontré en compañía de Teresa como de
costumbre, me llamo la atención el lugar donde la señora recibía a sus visitas. Me
pregunto viene usted a verme morir. No quise responder. Luego doña Ana le dice a
Teresa ya debería estar aquí, yo no podía adivinar quien fuera la persona a quien se
aludía doña Ana a decir él. Mi sorpresa fue cuando llego y observe que era mi amigo
Velasco que se dirigía a la hija del oidor a quien saludo en vos baja. Luego la señora y
él se fueron a un salón y Teresa y yo nos quedamos. Teresa no quiso decirme que
hacía Velasco allí; pues guardo silencio.
Cuando Velasco salió fui tras él y le pregunté que hacia allí. A ti quien te proporciono
esta relación con la hija del oidor, yo fui llamado; pero tú… ¿y quien dice que yo no lo
haya sido también? Ni a mí ni a nadie dijo Velasco; puesto que ninguna persona allá
muerto y resucitado como tú. Esa respuesta me hizo ver que él sabía porque yo había
sido llamado por doña Ana Dávalos. Unos días después llego una notica; pues era la
gran novedad que el practicante Antonio Velasco, había logrado quitar la enfermedad
de doña Ana Dávalos, la enfermedad de esta señora era de unos ataques que la
ponían como muerta hasta ocho días. Cuentan que ahora todo es alegría en la casa
del doctor Dávalos, esa conversación me explico el misterio de las visitas de mi amigo
Velasco a doña Ana Dávalos.

CAPITULO XVII
Día de campo en Los Arcos
Como a las seis de la mañana el día siguiente, estando aun en la cama, dormido, sentí
medio en sueños que me movían con fuerza y oí una vos que decía: una gallina asada
y dos botellas de moscatel. Quien decía eso era mi amigo Vargas y me dijo no hay
tiempo que perder, levántate que hoy tenemos día de campo en Los Arcos, con los
costales, y nuestro famoso doctor Velasco. Entonces yo pregunte que me había
tocado llevar al día de campo, me dijo que llevara una gallina asada y dos botellas de
moscatel, en ese instante llame a la cocinera y le dije que me preparara la gallina.
Luego alquilamos unos caballos ya que los Arcos donde iba ser el día de campo
quedaba un poco retirado de donde habitaban. Viajaron y cuando llegaron vieron que
ya estaba la mayor parte de los concurrentes al día de campo y andaban
atareadísimos buscando algún sitio a propósito para poner los caballos. Mi ilustre
maestro sacó una enorme cartera o libro que nunca lo desamparaba, para anotar de
lo que pasara.

CAPITULO XVIII
Duelo en el día de campo
Había entre las personas reunidas para divertirse y gozar a la sombra de los arcos,
una que ni se divertía ni gozaba, pareciendo inquieta y desasosegada y alargando el
pescuezo constantemente para buscar algo que aguardaba, que, según la dirección
de la visual, debía llegar por el camino de la ciudad.
El capitán Ballina echó una ojeada y buscando a la señora de sus pensamientos, se
molestó visiblemente al encontrarla en coloquio tirado con el doctor Morales, de
cuyas intenciones comenzaba el guerrero concebir graves sospechas…
Cuando fue hora de comer paro el baile, extendieron los manteles sobre los petates y
colocaron en aquella mesa improvisada lo platos y los cubiertos. El servicio no era
muy completo, pero todos declaramos que aquello era parte de la diversión y que
para esto habíamos ido al campo.

CAPITULO XIX
De tribunales examinadores
Las visitas de mi amigo Vargas a casa del doctor Dávalos, con motivo de la asistencia
de doña Ana, hacían que aquel joven viera con frecuencia a Teresa.
Teresa advirtió por supuesto, el cambio de este; continúo recibiendo a Velasco con
atención cortés. Viendo que Teresa no parecía alentar su inclinación, Velasco no se
atrevió a declarársele; la gratitud y el interés que Velasco había sabido inspirarle.
Doña Ana revelo a teresa el amor de Velasco y abogo por él con decidido empeño.
Teresa la oyó con mucha pena y le contesto expresando su firme determinación de
cumplir el compromiso que conmigo la ligaba y en el que estaba empeñada no solo
su palabra sino su corazón. Velasco a quien doña Ana comunico el resultado, se puso
pálido al oír la resolución de Teresa y pareció mortificarle sobre todo la idea de que yo
fuese preferido.
Se acercaba el día en que yo debía presentarme a examen para obtener la
licenciatura. Tenía fe a mí mismo. No había punto alguno de la teoría de la
jurisprudencia civil y canónica que no me fuera familiar, conocía también los códigos y
la práctica de los tribuales.
Llego el día del examen. A las diez de la mañana fueron a buscarme Velasco y Vargas
para acompañarme a la Audiencia. Los corredores del edificio de la Audiencia estaban
llenos de estudiantes, recibí al paso apretones de mano, me hicieron reír
interiormente de los temores pueriles que me habían asaltado días antes. Estaban allí
también mi buen amigo don Eusebio Mallen y los tertulianos de doña Lupercia.
Acompañado de mis amigos entré a la escribanía de cámara, donde me presentaron
los maceros del Tribunal la capa de sarga negra y el bonete de terciopelo. Hice una
profunda reverencia al Tribunal que estaba ya reunido en el fondo del salón.
El regente y los cuatro oidores vestían la toga. Salude a mí maestro el doctor Morales,
a quien vi en el escaño de los abogados.
Comenzó el examen y mis respuestas fueron desatinadas, equivoque todas las citas y
hubo preguntas a las cuales no hallé nada que contestar. El examen fue corto. Los
miembros del tribunal mostraron un aire severo, puestos en píe prestaron el
juramento de votar conforme a su conciencia, si yo era apto o no para ejercer la
abogacía. Vi saltar cuatro RR y una A de plata. REPROBADO, pudiendo presentarse a
nuevo examen dentro de seis meses. Prorrumpí en una carcajada y caí sin
conocimiento en los brazos de Vargas y Velasco, que se habían apresurado a
socorrerme.
CAPITULO XX
La ciencia como nobleza
Estuve siete días postrado en la cama sufriendo una aguda fiebre. Velasco y Vargas en
el delirio veían a veces a los miembros de la Real Audiencia, armado de RR enormes
en mi cabeza. Repetía constantemente las preguntas del examen y contestaba con
respuestas descabelladas. Cuando puede darme cuenta de lo que me había sucedido,
comprendí lo triste de mi situación. Mis dos amigos Velasco y Vargas apoyaban mi
resolución de abandonar la carrera, Vargas decía que yo tenía lo suficiente para pasar
la vida y divertirme. Velasco era de parecer que renunciara a recibirme, estaba vista la
mala disposición que contra mi abrigaban los oidores, y que si otra vez me
presentaba a examen volverían a reprobarme.
A medida que pasaban días experimentaba una tristeza indefinible, al figurarme que
abandonaba la carrera y una especie de remordimiento de faltar al juramento
solemne que había hecho de estudiar, hacerme abogado y defender gratuitamente a
todo reo condenado a muerte. Mi reputación esta arruinada y un momento ha
inutilizado diez años de esfuerzos y fatigas.
El asesor del juzgado donde has hecho tu pasantía y tus compañeros mismos, que
son regularmente los mejores jueces del mérito de cada estudiante. Debes creerme
cuando te digo que tu reputación ha quedado ilesa. En cuanto tu salud te lo permite
te presentes a la Universidad solicitando los exámenes para obtener el grado de
doctor en derecho civil; prueba más ardua aún que la que sufriste hace pocos días en
la Audiencia.
Dentro de ocho días me presentare a examen para el doctoramiento, obteniendo el
grado por la Universidad. No debo contestarme con ser doctor: debo y quiero ser
abogado. El suceso llamo la atención y excito la curiosidad pública.
El edificio de la Universidad estaba de gala; en presencia del número claustro,
pronuncié mi oración con despejo y enseguida contesté. Mis respuestas parecieron
completamente satisfactorias y fui aprobado por unanimidad de votos. Al día
siguiente me impusieron el capelo y quede incorporado en el claustro como
licenciado en derecho civil por la Universidad.
Me preocupe empeñosamente en prepararme para el examen que llaman fúnebre.
Sujetos competentes me preguntaron durante seis horas, y me propusieron
cuestiones graves de jurisprudencia civil. Muchos años han transcurrido desde el día
en que tuvo lugar la función solemne en que recibí las insignias do doctor, y todavía
palpita mi corazón al recordar el acto. En el fondo se levantaba el dosel con las armas
de la Universidad y un sillón que debía ocupar el presidente de la Audiencia y capitán
general del Reino. Los miembros de la Universidad ocuparon sus puestos; el doctor
Morales decano de la Facultad de Derecho Civil. Se me argumento, satisfice a las
objeciones y recibí la borla de doctor en Derecho Civil. Transcurrido los seis meses
que la Audiencia me había fijado, volví a presentarme solicitando ser examinado para
poder ejercer la abogacía.

CAPITULO XXI
El sordomudo
Terminaron mis estudios, iba yo a ver convertida en realidad la ilusión halagadora que
había sido el encanto de mi vida durante diez años: mi matrimonio con Teresa Mallen.
Me disponía ya a hablar a don Eusebio para quien, naturalmente, no era un secreto el
compromiso que había entre su hija y yo, y que lo aprobaba y sancionaba con su
consentimiento tácito. Un accidente inesperado me impidió llevar a cabo mi
resolución. La madre de Teresa se enfermó de gravedad.
Admiré en aquella ocasión no solo el valor moral, sino la energía física de aquella
joven. Pasaba los días y las noches a la cabecera de doña Prudencia, teresa no la
desamparaba.
El célebre doctor Sánchez era el médico de cabecera de la madre de Teresa. Yo me
preocupaba entre tanto, en el ejercicio de la profesión, dirigiendo diferentes negocios,
y paso algún tiempo sin que se me presentara la oportunidad de defender a un reo
condenado a muerte. Era generalmente sabido en el público mi juramento solemne, y
además yo había suplicado al abogado de pobres me pasara cualquier causa que
llegara a su despacho. Me llevó un día de proceso instruido contra un mozo llamado
Rafael Zambrano. El reo es sordomudo de nacimiento, hay pruebas suficientes para
condenarlo y creo que el tribunal confirmara la sentencia. Rafael Zambrano de la
edad de dieciocho años sordomudo, pastor de ovejas, había demostrado inclinación a
Eulalia Choy, muchacha de diez y siete años, relacionada con el labrador Patricio de la
Cruz.
Un día Eulalia no regreso a su casa, el alcalde del lugar salió a buscarla con dos
alguaciles en solicitud de la perdida joven, al encontrarla en el bosque donde siempre
solía salir, encontraron el cadáver de la desdichada Eulalia Choy. Al lado estaba la
flauta de caña de Rafael Zambrano, que el alcalde y los alguaciles reconocieron al
momento, y que llevaron al pueblo junto con el cadáver.
El mudo negó con señas haber sido el autor del crimen; pro incapaz de explicarse, el
juez lo declaró culpable y lo sentencio a muerte con dictamen de asesor letrado. Mi
deber era defenderlo y hacer todos los esfuerzos que estuvieran a mi alcance. Mi
primera diligencia después de haber estudiado los autos, fue dirigirme a la cárcel con
el objeto de conocer al reo y examinarlo por mí mismo. Hablé al alcaide y le dije que
necesitaba permiso para entrar, no una sino muchas veces a las horas que fuera
posible, para tratar de entenderme con el reo cuya defensa me estaba encomendada.

CAPITULO XXII
La confesión del sordomudo
Después de haber buscado a mi cliente entre los diversos grupos, me dijo el
presidente que probablemente estaría en algo de los salones. Me llamo la atención al
ver colgados de clavos, de trecho en trecho, varios objetos como piezas de ropa.
No habiendo encontrado al sordomudo en el salón, salimos y continuamos
recorriendo el edificio. De repente oí ruido de cadenas; mi guía y protector me
informo que eran los chivos que se preparaban para salir al trabajo. En la tecnología
especial de la cárcel capa y bota equivale a cadena y grillete. Por último, el presidente
me dijo que divisaba al mudo y me señalo a un muchacho que estaba sentado en el
suelo, solo y con la cabeza inclinada sobre el pecho.
Llegados junto al mudo, mi guía se sacudió con fuerza por un hombro y se empeñó
en hacerle entender, por señas, que iba a verlo y que era su defensor, me di cuenta
que este muchacho no era malo. Por lo contrario, vi brillar en sus ojos la chispa de la
inteligencia. Le pregunte porque estaba en la cárcel, levantando los hombros y
moviendo la cabeza de un lado a otro para significar sin duda que no tenía delito.
Comprendí que quería decir que lo ejecutarían sin que confesara, me esforcé durante
un largo rato en procurar obtener algunos datos que pudieran servirme para la
defensa. Le di unas monedas, que recibió con muestra de agradecimiento. Solo le di
la espalda ya para retirarme me tiro la capa e hiso una seña como para figurar que
tocaba una flauta. Comprendí que quería darme a entender que me fijara en la que
había sido la prueba principal contra él. Varias veces volví a la cárcel y viendo que mis
esfuerzos escollaban constantemente en los defectos físicos de mi defendido, concebí
un día el proyecto de enseñarle a expresar por medio de un alfabeto manual, y aun a
leer y a escribir. En la empresa humanitaria de enseñar a los sordomudos, y
adoptando el método de aquellos autores emprendí la tarea. Este joven aprendió
muy luego las letras del alfabeto y estaba en aptitud de poder formar algunos
vocablos. Una tarde el sordomudo valiéndose del alfabeto convencional que había yo
logrado enseñarle, me hizo una relación con el hecho que había motivado su
encausamiento y condenación a muerte. Dijo que había concebido una pasión
violenta con Eulalia Choy, a pesar de que no ignoraba la clase de relaciones que
existían entre ella y Patricio de la Cruz. Una tarde se embosco en la montaña con
aquel objeto; la vio pasar en el camino y la siguió con la vista hasta que se internó en
la espesura del bosque. El salió al camino y comenzó a tocar la flauta para reunir las
ovejas, ocupado en esa tarea vio aparecer a Patricio, se adelantaba hacia la misma
dirección que había tomado la Eulalia. El mozo se acercó a mi cliente le arrebato la
flauta y dándole un fuerte empellón le volvió la espalda u continuo su marcha. Al
siguiente día advirtió la alarma que causo la desaparición de la joven y pocas horas
después se encontró preso, atado fuertemente y caminando con el cadáver de Eulalia
Choy y la flauta que le había quitado Patricio de la Cruz. Patricio muy celoso por eso
mato a la muchacha y dejo caer junto al cadáver. Me convencí que aquella era la
verdad. Estaba explicada la flauta junto al cadáver.
La atención con que seguí la relación del sordomudo me hizo no sentir corres las
horas, cerraron las puestas de la cárcel sin darse cuenta que dentro estaba yo.

CAPITULO XXIII
Alboroto en la cárcel
Acudió una multitud de presos y vi que iban desnudándose a toda prisa. Los que no
tenían con que pagar, se resignaban a carecer de su ropa hasta que estuvieran en
aptitud de hacer la devolución. Terminaba la operación, se cerraron los calabozos o
salones. En un rincón del calabozo estaba todo mohíno y acongojado, conversaba yo
en el trono con el presidente y vi salir de un oscuro rincón del calabozo unos quince o
veinte individuos envueltos en sábanas.
No temía yo que los fugitivos fueran descubiertos. Esa noche tres de los presos se
fugaron, y como de costumbre todas las mañas pasaban lista y se dieron cuenta que
ellos no estaban; salieron a buscarlos y por casualidad escucharon unas voces que
solían salir de abajo en la tierra, pensaron por un momento por donde se habían
escapado y recordaron que podía ser por el desagüe llegaron y vieron que si era por
allí; pero ya solo lograron atrapar a uno porque los otros dos se escaparon. Así
termino aquella tentativa temeraria, en la cual tres desalmados expusieron
gravemente su vida por recobrar la libertad.

CAPITULO XXIV
De cómo se perdieron una casa y los telares.
Los datos que me suministro el sordomudo me pusieron en aptitud de hacer una
defensa de aquel desdichado. Para sincerar a mi cliente era indispensable decir quien
había sido en verdadero autor del crimen, la índole pacifica del sordomudo eran
circunstancias que contribuían a robustecer la convicción de que había sido Patricio
de la Cruz y no Rafael Zambrano el asesino de Eulalia Choy. La Real Audiencia revoco
la sentencia que condenaba a muerte a mi defendido y lo absolvió de la instancia. Me
manifestó su resolución de no volver al punto de su residencia y me suplico lo tomara
en mi servicio, con tales instancias que no me fue posible negarme y lo lleve a mi
casa. Determine dedicarlo a tejedor.
Sucedió que mi amigo Vargas, cuya poca afición al estudio lo había hecho acabar por
enteramente la carrera, logro mediante la influencia de su padre, obtener una plaza
en la oficina de hacienda de la cual éste era el jefe. Un día estaba yo precisamente
comunicado al sordomudo mi idea de que aprendiera el oficio de tejedor cuando
entro Vargas; le pregunte que le pasaba ya que iba todo pálido. Me dijo: hace algún
tiempo me convido Velasco a que concurriera a una casa donde se reúnen varios a
jugar, diciéndome que el juego no era fuerte y que podía ganar mucho dinero, llegué
y jugué al principio ganaba mucho dinero luego no sé qué me paso. Jugué y perdí el
miserable sueldo que devengaba en todo un año. Hubo uno que me dijo que tomara
una corta suma de la caja en la oficina en que estoy empleado y de la que es jefe mi
padre. Caí en la tentación que tomé doscientos pesos que jugué y perdí. Vargas callo y
cubriéndose la cara se puso a llorar, me acerqué a mi pobre amigo y le dije el abuso
ha sido grave Fernando. Tu abatimiento y tus lágrimas me dicen que comprendes la
enormidad de la falta y me hacen confiar en que la lección no será perdida. Es
necesario procurar el reintegro de la suma sin pérdida de tiempo. Él se retiró y como
buen amigo a los pocos días le conseguí el dinero; le llame y le dije que el dinero
estaba listo, se lo di con dos condiciones que ya no volviera a jugar y que no
preguntara de donde avía conseguido el dinero.

CAPITULO XXV
El espantoso crimen de Margarita Vadillo
El sordomudo a quien yo había tenido la fortuna de salvarlo del patíbulo, continuaba
viviendo conmigo. Su natural despejo hizo que aprendiera no solo a leer sino a
escribir correctamente adquiriendo una hermosa forma de letra. Lo puso pronto en
aptitud de ayudarme en el despacho de los negocios, poniendo en limpio los escritos
cuyos borradores le entregaba yo al efecto diariamente.
Me acompañaba por todas partes, el pobre mozo no me perdía de vista. Cuando salía
por las noches me acompañaba y aun de día. El sordomudo no tardo en comprender
la relación que existía entre Teresa y yo. La enfermedad de la madre de Teresa seguía
su curso. Velasco visitaba a la enferma tres o cuatro días, la reputación de mi falso
amigo había crecido extraordinariamente. Unos días después se me presento una
nueva ocasión de emplearme en la defensa de un reo de muerte, era una mujer la
que reclamaba mi amparo. Margarita Vadillo, después de haber servido de nodriza a
un niño de una familia, se quedó en casa cuidando de él como niñera. A su lado crecía
un hermanito menor, amable y lindo como un ángel. Margarita entraba en un
verdadero furor cada vez que oía los elogios que se hacían en la calle a Gabriel.
Margarita en su ignorancia y pasión llego a formarse en su cabeza el más extraño
silogismo. Si no hubiera Gabriel no habría con quien comparar Paquito. De ese
argumento a la resolución de hacer que desapareciera el que ella suponía, su odio
mortal le sugirió el crimen de que fue víctima el desdichado Gabriel. Un día la madre
de los niños había hecho poner fuego a un horno grande, con el objeto de azar un
cochinito. Las dos criaturas jugaban frente al horno y un momento que la señora salía
a buscar a alguien, Paquito propuso por vía de fuego que uno de ellos fuera el
cochinito cosa que Gabriel acepto la idea y se prestó a que lo introdujeran a él
primero. Puso el cuerpecito y aquella mujer sin entrañas metió al niño y tapo la boca
del horno para que no pudiera salir. Cuando llego la madre Paquito muy feliz le dijo:
Margarita y yo asamos ya el cochinito. Margarita alarmada quiso huir; pero lograron
asegurarla y fue condenada a la cárcel. Fue condenada a muerte de garrote y me pasó
la causa para que hiciera la defensa.
Estaba en mi bufete leyendo la causa por quinta vez, no encontrando arbitrio alguno
legal para salvar de la muerte a mi defendida. Llego mi amigo Velasco y me dijo:
Margarita en su estado fisiológico no habría asado al niño, hay que establecer
hospitales especiales, con médicos que apliquen a esos locos como ustedes los
abogados llaman criminales. Es menester curarlos no castigarlos. En el caso de
Margarita Vadillo debes sostener que los celos le perturbaron la razón y que no debe
considerársele responsable del hecho. Margarita no estaba loca en el sentido jurídico.
Tuve la satisfacción de que mis argumentos hicieran impresión a los jueces y al
público.

CAPITULO XXVI
“Yo soy la tragedia, yo soy la comedia”
Agotados los esfuerzos para arrancar aquella víctima al verdugo, luego que la
sentencia fue confirmada en última instancia, me ocupe ya únicamente en
proporcionar alivios y consuelos a Margarita Vadillo. Le dije a Margarita que cosa
deseaba antes de morir, me dijo únicamente ver una vez a mi niño antes de morir. Lo
único que le dijo al niño fue por qué sentía morir, era porque ya no habría quien lo
defendiera cuando lo llamaran feo y jorobado.
Tres días después de la ejecución, estaba yo en mi casa impresionado con el doloroso
espectáculo. En un momento conocí la voz de mi amigo Vargas que entro y me
estrecho la mano diciéndome una buena nueva, cual es le pregunte ¿te has hecho ya
teniente? No, pero ganare pronto el grado.
Para celebrar la buena fortuna vengo a invitarte a que vayamos esta noche al coliseo
a distraernos por un momento. Aquel fue el coliseo a donde mi amigo Vargas y yo nos
dirigíamos para ver la representación del drama de don Francisco de Rojas.
Para que nadie pudiera dudar de quienes eran aquellas dos damas, les salían de las
bocas unos grandes letreros donde decían: YO SOY LA TRAGEDIA; YO SOY LA
COMEDIA. Todos estábamos atentos esperando a que saliera el actor nuevo y este no
aparecía. Pasaron las dos primeras escenas y no salía. Todos muy ansiosos de ver
actuar al nuevo participante; y al ver que no salía empezaron a decir: que salga el
nuevo autor, que salga el nuevo autor. En la quinta escena salió el nuevo autor y
nadie podía conocerlo ya que llevaba cubierto el rostro; al momento que inicio a
hablar fueron conociéndolo y dije es mi amigo, mi compañero del bufete, es Pérez
que rodando de una a otra profesión había venido a parar en cómico. No menos que
los chistes del nuevo cómico hacían reír al público.

CAPITULO XXVII
De cómo el capitán Ballina se casó con doña Modesta
Después de los acontecimientos la historia de mi vida o con alguno de los personajes
principales que figuran en estas memorias. Uno de ellos fue la muerte del sabio
doctor Sánchez, médico filósofo, el doctor Sánchez aceptaba lo que creía bueno y
razonable de la ciencia moderna.
El famoso capitán Ballina quien era el novio de una hija de doma Lupercia, un día
quiso dejarle un billete y se lo dejo bajo el sillón le dijo por señas que allí se lo había
dejado; entendiendo doña Modesta que a ella le había dicho, fue y vio el billete.
Pasaron unos días y el capitán Ballina muy de noche llego a la casa de doña Lupercia y
le dijo que en cuatro días se casaría con su hija, sin saber antes que se iba a casar con
doña Modesta su hermana. El muy feliz que ya se acercaba su matrimonio. Fue por
doña Modesta en una noche; pensando él que llevaba a Luisa la hija de doña Lupercia
a la que él amaba.
La escena entre Ballina y doña Modesta fue espantosa. Ballina estaba en sus trece y
juraba que primero pondría la mano entre los molinillos de un trapiche.
Tal fue el fin trágico de los amores de aquel artillero destinado siempre a errar las
punterías; así fue como doña Modesta pasada ya de edad, obtuvo a fuerza de energía
y de valor lo que sus jóvenes sobrinas no habían conseguido aún.

CAPITULO XXVIII
El forastero desconocido
El matrimonio del capitán Ballina y de la tía Modesta fue el platillo de las
conversaciones de la ciudad durante varios días. Pocos días después hubo una noticia
donde en toda la ciudad se hablaba de doña Modesta; que ella estaba esperando un
bebe y decían todos es el anticristo el nuevo papa. El capitán Ballina buscaba siempre
lo mejor para doña Modesta. Unos días después cuando ya era tiempo de que naciera
su bebe fueron al médico el cual les dijo que no sabían la razón, vieron que la señora
tres años antes había deseado eso; que quizá esa era la razón por la cual no podía
tener a su bebe. El capitán Ballina la insulta y le dice cosas feas, días después doña
Modesta le dice a un abogado que prepare el divorcio; y eso sucedió.
Mientras se verificaban aquellos sucesos, ocurrieron dos incidentes íntimamente
relacionados con la historia de mi vida. Fue uno de ellos la muerte de la madre de
Teresa. Otro incidente que ocurrió fue que entre siete y ocho, llego al mesón que
llamaban de Jáuregui, situado en una calle triste y excusada de la ciudad.
Más adelante el mesonero, a quien no se escapó aquel movimiento y que vio
inmutarse al doctor. Es el tal Bonaparte en cuerpo y alma, y ahora sí que me arruino,
si no doy parte.

CAPITULO XXIX
Las sospechas del Doctor Velasco
Velasco entro muy temprano en el cuarto del enfermo y después de haberle tomado
el pulso, le dijo: está usted mejor que anoche. Vine llamado por el mesonero que
estaba un poco alarmado por su grave enfermedad, solo que me gustaría saber el
nombre de mi paciente y el enfermo le responde yo me llamo Juan Altamirano.
El doctor se sentó frente a la cama observando al enfermo, cuyo rostro pálido y
desencajado bañaba la luz de una vela que ardía sobre la mesa. El doctor le dijo a su
paciente que lo acompañara a una pequeña casita de él ya que donde estaba el
enfermo estaba muy sucio, le dijo el doctor acompáñeme y allá de pondré dos
creados para que lo cuiden. Saliendo el medico escucho a sus dos nuevos empleados
que tenía; ellos decían: la ventaja de que no den con nosotros esos corchetes
condenados y nos vuelvan a meter en la jeruza. Me tiemblan las carnes de solo
acordarme de aquel condenado desagüe y del riesgo en que estuvimos que nos
atraparan. Tucurú y culebra que eran el sobrenombre de aquellos dos hombres.
Velasco había conocido aquellos dos perversos antes de su fuga, por haber estado
asistiendo a los presos durante una ausencia del médico de cárcel.
El hombre puede emplear así en el bien como en el mal vino a proporcionarle al fin
un medio seguro de sorprender el secreto del viajero. Un incidente que ocurrió en
aquellos días puso a Velasco en la necesidad de llevar a cabo sin pérdida de tiempo su
determinación.

CAPITULO XXX
Acciones perversas de un malvado
El doctor Dávalos dijo a Velasco que había recibido aviso de la próxima salida del
buque en que había de embarcarse. El joven médico tenía hechos sus preparativos de
marcha. Yo estaba muy ajeno desospechar lo que tramaba aquel malvado, ocupado
en el oficio de mi profesión y viviendo con mucha economía, pasaba yo al lado de
Teresa todo el tiempo. La frescura y el brillo de la primera juventud habían
desaparecido de su rostro; pero sus facciones presentaban ese desarrollo, esa
regularidad, esa armonía indefinible. Teresa era tan buena, tan pura, tan inocente
como cuando había empezado a amarla.
Velasco que tenía entrada franca en la casa de don Eusebio, poco después de las doce
abrió con cuidado la casa, luego abrió el cuarto se Teresa. Teresa dormía. Su cabellera
caía sobre las almohadas y uno de sus brazos. El infame contemplo con avidez
aquellos atractivos. Saco del bolsillo un frasco que tenía licor, lo aplico a la boca y la
nariz de la joven, pocos momentos después cayó en un letargo semejante al de la
muerte. Don Eusebio acabo por creer que la infeliz había perdido el juicio. Me aviso
de lo sucedido, y empecé en busca de quien había hecho eso, pregunte con amigos,
vecinos y otros parientes si habían vistos quien había entrado por la noche en el
cuarto de Teresa Mallen.
CAPITULO XXXI
De los crímenes del Doctor Velasco
Pasé el día entregado a la más terrible inquietud. Concebí el proyecto de ocurrir a los
tribunales de decir a Vargas lo que había sucedido y requerir su auxilio para descubrir
el autor del crimen. Por la tarde de ese día le llegó una nota diciendo: si quiere usted
el autor del agravio hecho a Teresa Mallen, valla esta noche a las nueve en punto, a la
octava casa de la banda izquierda, de la calle que partieron del Arco de las Domínguez
va a la iglesia de Candelaria. Destruya usted este papel.
Cuando llegue apareció un hombre con una vela en la mano. Era Velasco. Estaba
pálido, el cabello erizado y los labios temblorosos, vi junto a mis otros dos hombres,
los que me habían atado y amordazado. Eran dos de los reos que se escaparon de la
cárcel en mi presencia. Yo no comprendía bien aun lo que todo aquello significaba.
Había tenido siempre a aquel hombre por amigo mío. Se dirigió a mí y me dijo te odié
desde el instante en que nos sentamos por primera vez en las bancas de la clase.
Miserable, reptil, taimado hipócrita que tuviste el arte de hacer que te prefieran los
catedráticos.
Tú te has atravesado en mi camino y por ti, despreció mi amor la hija del escuelero a
quien habría yo honrado haciéndola mi esposa. El éter la puso insensible y me la
entrego incapaz de defenderse, al oír que era el autor del cobarde crimen de que
había sido víctima Teresa. Me dijo tú vas a morir aquí, solo, abandonado de todos, sin
que esa mujer a la que adoras te acompañe en tu agonía, la sepultura está abierta.
Desaparecerás sin que nadie sepa que ha sido de ti y la hierba del campo crecerá
pronto sobre tus huesos maldecidos. Un empellón abrió la puerta que daba a la calle
y tres hombres se precipitaron. Reconocí a Vargas, don Eusebio y al sordomudo.
Vargas se arrojó sobre Velasco queriendo asesinarlo; pero llegue a tiempo para
evitarlo. Fernando se detuvo y me estrecho la mano con efusión. Velasco temblaba de
pies a cabeza.

CAPITULO XXXII
La defensa de un condenado a muerte
Al siguiente día sorprendió al vecindario la noticia de que el Doctor Velasco estaba en
un calabozo.
Días después pedido al oidor informe jurado, que corroboraba la idea de que Velasco
había dado muerte a don Álvaro, el en temor de que estorbaba su matrimonio con
doña Ana. El reo se obstino en guardar silencio y no contesto ni una palabra a las
preguntas del juez de la causa. En el ánimo de todos estaba la convicción profunda de
que los celos lo habían impedido a cometer el crimen. Con asesoría de letrado, el
alcalde pronunció sentencia de muerte contra el reo, sin que los empeños de la
familia alcanzaran su absolución, y la causa pasó en consulta a la Audiencia.
El conflicto era cruel. La vos de la conciencia me recordaba el juramento hecho y me
decía que este era claro, explícito y sin condiciones. Amigo o enemigo, inocente o
criminal, pensaba yo, todo reo condenado a muerte tiene derecho a mi amparo y es
de mi deber defenderlo.

CAPITULO XXXIII
Vida, amor y sepulcro Mi amigo Vargas recibió orden de volver a la costa; pero ya no
era precisamente el castillo de Omoa… dividí mi tiempo entre la defensa del doctor
Velasco y la asistencia de mi querida Teresa, la cual estaba muy enferma desde aquel
día en que Velasco le puso alcohol en la boca y la nariz.
El fiscal rebatió uno en pos de otros todos mis argumentos. Dijo que, si Velasco no
había cometido el crimen por su propia mano, por lo menos lo había mandado
ejecutar a algún perverso que debía haber huido al oír que llegaban el subteniente
Vargas. La Audiencia se ocupó casi exclusivamente en aquella causa ruidosa.
Continuaron los debates por muchos días y al fin hubo una mayoría de tres votos por
la confirmación de la sentencia.
La víspera del día señalado para la vista, que yo había pedido tuviera lugar en
Audiencia Pública.
La gravedad de Teresa llego al último punto. Y con vos apenas perceptible me dijo: sé
que estas defendiéndolo; así lo esperaba, as el último esfuerzo por salvarlo. Acepta
ese sacrificio en memoria mía. Hubo un momento de silencio y continúo: Dios no ha
querido unirnos en este mundo; nos unirá en la eternidad… Adiós. Llevo mi mano a
sus labios que helaba ya la muerte; estrechó el crucifijo contra su pecho y murió…

CAPITULO XXXIV
Veintidós conjurados
La vanidad de la vida, la miseria del hombre, lo transitorio de nuestros goces y de
nuestros dolores, la esperanza de una existencia dichosa más allá del sepulcro.
Cumplido aquel triste deber volví a mi casa, le dije a Rafael que llevara los papeles y
me dirigí a la Audiencia. Salude al tribunal y mis ojos se fijaron en seguida
involuntariamente en el reo. Abogado y reo parecíamos haber salido del sepulcro
para ir a dar a los vivos el más triste espectáculo. Mi discurso era interrumpido
frecuentemente por murmullos de aprobación que apenas podía contener la
majestad del tribunal.
Eso y más expuse con vehemencia, mis palabras electrizaron al auditorio; la sala
resonó con los aplausos de la concurrencia y los magistrados mismos parecían
conmovidos.
En la época a que me refiero en estas memorias, estaba aún en pie el castillo y en él
se custodiaba a los reos condenados a presidio. El doctor Velasco no fue,
naturalmente, considerado como un reo común. De los cuarenta y tantos reos que
había en el presidio, solo a veintidós se juzgó conveniente poner en el secreto.
CAPITULO XXXV
Un último y terrible episodio
El comandante, a quien había estado llegando avisos de que algunos contrabandistas
intentaban un desembarco en cierto punto de la costa, paso la mañana sin que
ocurriera accidente alguno. Los reos que no estaban en el complot, viendo lo que
pasaba echaron a huir a la montaña y solo unos pocos, menos animosos o más
prudentes, se ocultaron en las chozas de los habitantes. Los alzados corrían gritando:
viva la libertad, viva Velasco. Llegados estos a la playa se apoderaron de dos piraguas
de tres que había. Tucurú, luego que los vio alejarse, dijo a su compañero: se han ido
dejando una piragua. Esos van a caer sobre los de Bodegas y a robar la carga, sinos
metiéramos en la canoa tal vez les tomaríamos la delantera. Poco después los más
audaces querían continuar y verificar el desembarco. Los prudentes eran de parecer
de que debía reunirse a la empresa, ganar la costa, desembarcar en algún punto
distante de Bodegas e internarse en las montañas. Esa última hipótesis pareció
probable a la mayoría de los conjurados y decidieron continuar avanzando sobre
Bodegas. Allá ocurrió un accidente inesperado. La piragua estaba llena de agua y los
presidiarios incapaces ya de descargarla por estar muy fatigados, comenzaron a
sentir que se hundía, nadaron hasta agotar casi sus fuerzas. Tucurú y culebra
informaron a Vargas del peligro que le amenazaba. Al oír que Velasco acaudillaba a
los presidiarios sublevados. Con aquellos veinte hombres salió el animoso
subteniente en busca de los que él suponía fugitivos. Pronto la alegre gritería se
convirtió en aullidos feroces y amenazas. Habían descubierto las piraguas. Velasco dio
el quien vive. Vargas dio orden de continuar avanzando en silencio, el jefe de los
amotinados mandó hacer fuego. La mayor parte de los tiros pasaron por alto, pero
dos acertaron. Cayó un soldado, y Tucurú traspasado por una bala quedo muerto a
los pies de Vargas. El combate fue encarnizado. Velasco estaba en aquella en que
había entrado Vargas. No tardaron en reconocerse y cruzaron las espaldas. Era un
duelo a muerte. Vargas en el manejo del arma logro herir en el puño a su adversario,
se lanzó sobre mi amigo que quedaron abrazados y cayeron en el agua. Vargas logro
dar un golpe en la cabeza a su enemigo, que perdió en conocimiento y desapareció.
Tal fue el desenlace de aquel terrible episodio, y tal el fin del hombre funesto de cuya
cabeza logre apartar la cuchilla del verdugo, para que fuera a pagar sus crímenes de
aquel modo trágico, cumpliéndose en él los inescrutables decretos de la justicia
divina.

Comentario
Esta novela me parece que está muy dirigida a la venganza, ya que se hace mucho
contraste entre los personajes principales (Francisco y Teresa), quienes no buscan la
venganza sino hacer siempre el bien al prójimo, independientemente del daño que
este les haya hecho, por ejemplo cuando Teresa le pide a Francisco que defienda a
Velasco de la pena de muerte, además estos personajes crecen con el dolor y se
hacen más fuertes y capaces, por ejemplo cuando Francisco decide que va a ser
abogado en lugar de hacerse un marginado social “considerando la injusticia que se
había Cometido hacia él, es muy impresionante que esto no haya sucedido”, por el
otro lado, el antagonista es iracundo y se deja llevar por la envidia y la venganza. Este
personaje hace todo naciendo de la venganza. Malgasta su vida en el juego y la
perdición, además, por vengarse de Teresa la viola y luego quería matar a Francisco,
además intenta matar a Vargas por no haberlo dejado matar a Francisco, ósea que
todos sus actos parten del odio y la venganza, todos sus actos están dirigidos a hacer
el mal, también me llamó mucho la atención, porque no es común que suceda, que
tanto Francisco como Teresa y el profesor Mayen, todos ponen al servicio de otros su
conocimiento, estos personajes ayudan a los otros a crecer, todos sus bienes, tanto
los materiales como su acervo cultural están siempre dispuestos para el prójimo, lo
cual no es común leer en las novelas románticas, finalmente quiero concluir con que
todos deberíamos ser como los personajes de esta novela, deberíamos estar siempre
prestos al servicio de otros y dedicarnos a la auto superación a través del dolor, si lo
pensamos bien, quien nunca sufre, nunca crece, el dolor nos hace grandes o
pequeños, depende de nosotros lo que hagamos para salir adelante y ser mejores o
quedarnos estancados en un momento de la vida.

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