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Categoría: Artículos
Publicado: 23 Abril 2018
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Los hermetistas
no han cesado
de declarar que
las fuerzas
planetarias
divinizadas son,
propiamente
hablando,
nosotros
mismos; son las
imágenes
primitivas de
potencias
psíquicas que
en otros
tiempos el
hombre
proyectó en el
cielo, según un
proceso
inconsciente,
ahora bien
conocido.
Según C. G. Jung, los símbolos astrales y los mitos divinizados son los
«arquetipos del inconsciente colectivo», transmitido de generación en generación,
siempre presentes en estado latente en la psique y que pueden ser hechos
conscientes. Cada civilización tendrá su mitología y su religión astral, y la
astrología será simultáneamente una ciencia, una poesía y un culto.
Egipto es, por excelencia, la tierra de la ciencia secreta, de las altas iniciaciones,
de los monumentos sagrados, pirámides, obeliscos, etc. La astrología, por lo
demás, quedó reservada a los sacerdotes; Manetón, historiador y sumo sacerdote
de Heliópolis, fue el más conocido de sus representantes.
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4/3/2020 Gente de Astrología-GeA - «EN TU CORAZÓN ESTÁN LAS ESTRELLAS DE TU DESTINO», CÁPSULAS ASTROLÓGICAS DE AN…
Con todo, no todos los astrólogos actuales se unen a esta física astrológica. Para
algunos, como nosotros, ésta no es más que una explicación mecanicista que
substituye a la explicación animista. Las investigaciones de la astrofísica, de la
geofísica y de la cosmobiología de Maure no añaden nada a los principios de la
astrología, no dicen más que la creencia en los dioses planetas de la Antigüedad.
De uno a otro milenio se suceden las teorías, en tanto que permanece un
«pensamiento» astrológico basado sobre un sistema que se encuentra hasta
cierto punto en todas las tradiciones y que recobra en nuestro días un nuevo
vigor.
Puesto que el universo es un animal dotado de unidad no hay parte de él que esté
tan alejada que no le resulte cercana, a causa de la tendencia a la simpatía que
existe entre todas las partes de un animal único. Cuando el receptor es semejante
al agente, sufre una influencia que no es extraña a su naturaleza; cuando no se le
parece, la pasión que sufre le es extraña, no está predispuesto a sufrirla».
Además: «ningún ser puede vivir como si estuviera solo; puesto que es una parte
(del universo), no termina en sí mismo, sino en el todo, del que forma parte».
Así, ninguna parte puede comportarse como si estuviera aislada, sino únicamente
según el papel que tiene dentro de la vida total del universo la cual no debe hallar
ningún obstáculo en la pretensión de cada una de sus partes.
Esta primera imagen vitalista se completa por otra de intención algo diferente,
destinada a mostrar la naturaleza de la correspondencia entre los estados de las
diversas partes del universo, la primera imagen afirmaba: acción simpática; la
segunda dice: correspondencia armónica; correspondencia análoga a la que, en
cada momento de una danza, hace que cada miembro corresponda y se ordene a
los demás; no hay acción de una de las partes sobre las otras; sólo las une la
intención global del bailado, que se realiza de un modo total, sin que quiera
separadamente cada uno de sus gestos. Al ver corresponderse unos a otros los
detalles de este conjunto, podemos tomar la existencia de uno de ellos como
signo de la existencia del otro, sin que por ello exista entre ellos la menor
influencia mecánica o física. Así también las figuras de los astros no son otra cosa
que actitudes de ciertas partes del animal universo, y a estas actitudes
corresponden, según una regla necesaria, las de otras partes.
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Según está concepción tradicional, si Venus por ejemplo, «influye» sobre los
amores de M. Dupont no es en tanto que cuerpo celeste ejerciendo una acción
transitiva eventualmente por irradiación de algún rayo, sino en tanto que dicho
astro es un símbolo de lo que sucede en el corazón de aquel hombre, en virtud de
esa «simpatía» interna entre dos semejantes y en función de la dependencia
cósmica de la naturaleza humana.
Es edificante a este respecto aquel viejo proverbio latino: «Astro inclinant, non
necesitant.» que da a entender claramente que, si los astros nos determinan, es
porque llevamos en nuestro interior la determinación. En otras palabras, si una
determinada configuración astral corresponde a tal comportamiento o a tal
acontecimiento, es porque el individuo posee una tal disposición u organización
interna que le predispone a este comportamiento o a este acontecimiento. Si la
«directriz» está “inscrita” en el cielo, la manifestación se desarrolla únicamente en
el interior del Hombre. De hecho, pues, el destino no se desarrolla fuera del
individuo; éste no depende de una entidad exterior de la eventualidad de un
cuerpo celeste sólo es esclavo o libre ante sí mismo. No se establece entre el
astro y el hombre una sucesión de causas y de efectos, sino que por el contrario,
el astro y el hombre se toman en una simultaneidad, global, en la que el astro es
signo del hombre como éste lo es del astro.
En cierto modo la carta del cielo se convierte en un clisé del individuo en el que
las medidas están tomadas a la escala del universo. He aquí por qué podemos
recoger por nuestra cuenta la fórmula que Chilar pone en boca de uno de los
personajes de su Wallensteín: «En tu corazón están las estrellas de tu destino»
(1) V. Plotino, Eneada IV, traducción de Emule Vernier (edición Des Bellas Letras), 1927.
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