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EVALUACION DEL RIESGO DE VIOLENCIA


HCR-20
VERSION EN ESPAÑOL ADAPTADA Y COMENTADA

J o r g e O . F o lin o

RiLcicn cadgiral

ASSESSING RISK FOR VIOLENCE


HCR-20
VERSIO N 2
Christopher D. Webster Kevin S. Douglas Derek Eaves Stephen D. Hart

M en tal H e a lth , L aw an d P olicy In stitu te


iv ra S im on F raser U n iv e rsity
SR T h e B ristish CPublished in cooperation with
olum bia Forensic Services C om m ission

COLLCCIO N
DERECHO Y SALUD MENTAL
EDITORIAL I INTERFASE I FORENSE
Todos los derechos reservados.
Hecho el depósito que marca la Ley 11.723
Primera edición - Octubre de 2003
© 2003, EDITORIAL INTERFASE FORENSE
Calle: 53 n° 820 - Piso 15° A -1 9 0 0 La Plata, ARGENTINA
www.med.unlp.edu.ar/psiquiatria/maestria.htm

Edición original: ASSESSING RISK FOR VIOLENCE HCR-20


VERSION 2
Christopher D. Webster Kevin S. Douglas Derek Eaves Stephen D. Hart
Mental Health, Law and Policy Institute Simon Fraser U niversity
Published in cooperation with the Bristish Columbia Forensic Services Commission

Copyright para la version original: © 1997 by the Mental Health, Law, and Policy Institute, Simon Fraser University

Evaluación del riesgo de vio le n cia : H C R -20: versión en español


adaptada y comentada / Christopher D. W ebster...[et al.]. - 1-. e d .-
La P la ta : Interfase Forense, 2003.
124 p . ; 21x15 cm .- (Derecho y salud mental)

T raducción de: Jorge Oscar Folino y M aría Julia Raverta

ISBN 9 8 7 -2 1 0 3 0 -0 -3

1. P siq u ia tría Forense I. W ebster, C h risto p h e r D.


CDD 614.1

El derecho de propiedad de esta obra comprende para su autor la facultad de disponer de ella, publicarla, traducirla,
adaptarla, o autorizar su traducción y reproducción en cualquier forma, total o parcial, por medios electrónicos o mecá­
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(arts. 2 ,9 ,1 0 ,7 1 ,7 2 , ley 11.723).

12
Agradecimientos:

Por sus comentarios sobre


los Factores de riesgo medioambientales,
a la Lie. M ariel Ascazibar.

Por sus valiosos aportes científicos,


a los autores
de la versión original en Inglés.

31
14
ÍNDICE

INTRODUCCIÓN A LA VERSIÓN EN ESPAÑOL 7

La evaluación del riesgo, la sociedad y los profesionales 7

Dificultades en la evaluación del riesgo de violencia 9

Antecedentes y desarrollos recientes vinculados con la evaluación del riesgo de violencia 11

La HCR-20 en los m odelos de evaluación actuales 15

PRÓLOGO 17

GENERALIDADES 20

Introducción 20

Las bases de la H C R -20 22

Propósito y alcance 25

Principios generales para m ejorar la precisión de la predicción 27

O rganización de la HCR-20 32

Investigación con la HCR-20 34


Instituciones penitenciarias 34
Ambitos psiquiátrico forenses 35
Ambitos psiquiátrico civiles 36
Adm inistración 38

Requisitos para el usuario 40

Codificación de la HCR-20 42
Codificación de los ítem 43
Conclusiones finales 44
Codificación de los Factores de Riesgo medioambientales 46
Evaluaciones repetidas 47
Definición de violencia 48

La HCR-20 y los esquem as relacionados 50

51
FACTORES HISTÓRICOS 51

H1. V iolencia previa 53

H2. Edad Tem prana en el M om ento de la Primera Conducta Violenta 55

H3. Inestabilidad en las relaciones de pareja 57

H4.Problem as laborales 59

H5. Problem as relacionados con el uso de substancias 61

H6. Trastorno mental m ayor 63

H7. P sicopatía 65

H8. Inadaptación tem prana 67

H9. Trastorno de personalidad 69

H10. Fracaso en previa alta o liberación 71

FACTORES CLÍNICOS 73

C1. Deficiencia en el juicio 75

C2. Actitudes negativas 77

C3. S íntom as activos de trastorno m ental mayor 79

C4. Im pulsividad 81

C5. R espuesta desfavorable al tratam iento 84

FACTORES DE RIESGO MEDIOAMBIENTALES 87

R1. Deficiencia del Plan de R einserción Social 90

R2. Exposición a factores desestabilizadores 92

R3. Falta de apoyo personal 94

R4. Incum plim iento del plan terapéutico 96

R5. Estrés 98

COMENTARIOS FINALES 101

HOJA DE PUNTUACIÓN 103

BIBLIOGRAFÍA 104

16
INTRODUCCION
A LA VERSIÓN
EN ESPAÑOL

La evaluación del riesgo,


la sociedad
y los profesionales

La evaluación del riesgo de cometer actos


violentos es una actividad compleja que emerge
como respuesta a una necesidad social. La ne­
cesidad social se expresa en un amplio rango
de escenarios que se moviliza desde aquel res­
tringido a la relación entre el paciente y su te­
rapeuta, hasta los más vastos, con alcance
poblacional, como puede ser la planificación
para la educación preventiva de la violencia
(Folino, 1994).
La necesidad social se enmarca en principios
preventivos y se legitima a través del plexo nor­
mativo que tiende al equilibrio entre las liberta­
des individuales y la seguridad pública.
Si bien los aportes científicos provienen des­
de m ú ltip les discip lin a s -so c io lo g ía ,
criminología, derecho, ciencias biológicas, an­
tropología, e tc —, la aplicación científica en la
evaluación específica es, comúnmente, reque­
rida a ¡os profesionales de las ciencias de la
salud mental.

71
Cotidianamente, se llama a los expertos en salud mental para que brinden
su opinión formal en diversas fases de los procesos judiciales y de las inter­
venciones sanitarias. Entre ellas, en las últimas décadas, se destacaron las
siguientes (Smith, 1988):

a- la em ergencia o la internación
involuntaria prolongada del enfermo considera­
do peligroso para sí o para terceros;
b- el alta, tanto condicional como incondi­
cional, de los p a c ie n te s internados
involuntariamente;
c- la hospitalización de los inimputables por
enfermedad mental;
d- el traslado a hospitales de mayor segu­
ridad de aquellos enfermos de peligro o de
dificultoso cuidado en hospitales comunes;
e- la internación involuntaria de los adictos
a sustancias;
f- instancias judiciales donde se plantean li­
bertades bajo fianza o pena privativa de libertad
en suspenso;
g- el momento de la decisión de la pena;
h- cuando se solicita la liberación condicio­
nal del que cumple pena con privación de liber­
tad;
i- cuando se requieren permisos para traba­
ja r o para que el prisionero se encuentre con
familiares;
j- al plantearse la detención o liberación de los
que cometieron delitos sexuales; y,
k-cuando es necesario el traslado a adecua­
da prisión del individuo que resulta perturba­
dor en prisiones regulares.
/
Ultimamente, se reconoció también la importancia de la evaluación y
opinión de los expertos en los casos de violencia familiar, escolar o
institucional.

18
Dificultades
en la evaluación
del riesgo de violencia

La evaluación de riesgo y la predicción de


violencia tienen muchas dificultades y conlle­
van la probabilidad de cometer errores. Uno de
los errores comunes es suministrar opiniones sin
que estén fundamentadas en pruebas o que es­
tén sustentadas de una manera idiosincrásica.
B uena p a rte de los errores p u e d e ser
sustancialmente reducidos si la evaluación se
realiza sistemáticamente, con esfuerzos por lo­
grar objetividad y contemplando cuidadosamen­
te la mejor información disponible.
Diversas circunstancias imponen que los pro­
fesionales se exijan realizar evaluaciones con un
adecuado estándar de precisión, según el desa­
rrollo actual de la ciencia. Entre ellas, se desta­
can las cuestiones de ética profesional que, a la
vez que limitan la intervención del profesional
que no tiene experiencia, exigen el máximo de
prudencia a la hora de opinar sobre los riesgos
de futura violencia. Otra circunstancia siempre
vigente, que motiva la máxima seriedad en el tra­
bajo de evaluación, está dada por las conse­
cuencias sumamente importantes para el evalua­
do y la sociedad, que tienen las opiniones profe­
sionales en esta temática: desde la posibilidad de
prevenir una lamentable victimización hasta el ex-

91
tremo de privar de la libertad a quien se conside­
ra, por determinadas razones, en alto riesgo.
Como si las cuestiones éticas y técnicas fu e ­
ran poco suficiente para exigir la actualización
del profesional, hay acciones legales disponibles
para demandar al profesional y su responsabili­
dad, por negligentes evaluaciones o prediccio­
nes. Todas estas razones y una creciente y salu­
dable tendencia al mayor escrutinio por parte de
la comunidad, reclaman al profesional su predis­
posición a una actualizada y minuciosa labor a
la hora de evaluar riesgos de violencia.

no
Antecedentes
y desarrollos recientes
vinculados
con la evaluación
del riesgo de violencia

Tradicionalmente, se proponía que la mejor


manera de realizar la evaluación de la peligro­
sidad era con un enfoque amplio y comprensivo,
integrando la historia vital del individuo desde
perspectivas fenomenológicas y existenciales y
criminológicas. De esa manera, se contempla­
ba el modelo y la aspiración tradicional del clí­
nico de la salud mental: operacionalizar una
comprensión amplia del sujeto que permitiera
poder representarse la conducta futura y los ries­
gos implícitos en la misma.
Este modelo recibió múltiples, ya clásicos,
cuestionamientos porque arrastra el riesgo de
evaluaciones y predicciones idiosincrásicas, de
la falta de uniformidad entre profesionales y de
imprecisiones importantes (Steadmany Cocozza,
1974; Ennis y Litwack, 1974; Monahan, 1981).
Por ejemplo, la falta de uniformidad entre
evaluadores muestra, patéticamente, las proble­
máticas consecuencias que señalan los críticos.
Cuando los clínicos difieren en las conclusiones
de sus evaluaciones de riesgo, emerge una clara
consecuencia: seguramente alguno de ellos es
impreciso en su predicción o, dicho de otro modo,
está prediciendo un caso falso positivo o falso
negativo. Las consecuencias pueden ser que al-

111
guien permanezca indebidamente en una institución cerrada o que se pro­
duzca una nueva agresión que hubiera podido ser evitada.
Los esfuerzos para perfeccionar las evaluaciones y lograr mayor preci­
sión en las predicciones y, más aún, lograr algún método estandarizado,
no son nuevos. Un ejemplo de esta actitud prototípica, digno de ser men­
cionado, es la temprana iniciativa de un pionero rioplaiense: Loudet, en la
década de los años 30 (Loudet, 1931), elaboraba sus índices de peligrosi­
dad. Aquellos índices los denominaba médico-psicológicos (alienación,
semialienación, personalidad psicopática), sociales (desorganización fa ­
miliar; factores económicos distorsionantes; educación defectuosa, insufi­
ciente o nociva); legales (antecedentes policiales -prontuario, judiciales,
condenas—; delito o delitos cometidos). Más allá de cuestiones conceptua­
les cuya discusión excede a esta introducción, aquel modelo tuvo el obstá­
culo de no contar con los estudios que le respaldaran empíricamente y
quedó simplemente como propuesta para ser evaluada en el futuro.
La comunidad científica hizo muchos esfuerzos para lograr la delimita­
ción empírica de los factores predictores de violencia que, mientras evita­
ran el reduccionismo de la unidimensionalidad, ofrecieran la posibilidad
de más fá cil identificación y corroboración.
Hubo gran interés en los finales de la década del 60 y principios de los
70. Durante esa época, los estudios se preocuparon por contrastar las pre­
dicciones con la realidad y los resultados mostraron altos niveles de erro­
resfalsos positivos y señalaron que había bajas tasas de reincidencia en la
violencia, lo que constituía un obstáculo para la adecuada predicción.
En 1981, Monahan (Monahan, 1981) plantea un cambio de era de las
investigaciones. A lo largo de los 80, hubo estudios que se focalizaron en
la predicción a corto plazo. La predicción de violencia a corto plazo
puede considerarse un proceso clínico similar al de la predicción del
suicidio. Kenneth Tardiff (Tardiff 1989) propuso un modelo de este tipo,
definiendo el “corto plazo ”, como el período de pocos días o una sema­
na como máximo, que habitualmente separa la entrevista actual con la
siguiente. Más allá de este plazo, aumentan las posibilidades de que

112
múltiples factores intervengan imprevisiblemente, como por ejemplo, in­
terrupciones de tratamientos, reincidencia en abusos de tóxicos, varia­
ciones en la situación económica o en la vida familiar, y la predicción se
torna menos precisa.
La necesidad social de seguridad pública, las demandas p o r res­
ponsabilidad profesional en casos de violencia y el advenimiento de nue­
vas tecnologías de apoyo a la investigación produjeron mayor ímpetu en la
búsqueda científica. Se intentó lograr una evaluación lo más confiable
posible. La tendencia resultó, durante la década de los 90, en una conver­
gencia de los enfoques tradicionales comentados arriba. Tal como preten­
dían algunos pioneros, se identificaron factores de riesgo a través de se­
rios estudios empíricos, y tal como proponía la tradicional perspectiva
integradora propugnada por las ciencias de la salud mental, se revisaron
numerosos aspectos de la historia individual, de la personalidad del sujeto
y de sus circunstancias.
La confluencia ha sido plasmada en la consolidación del diálogo e
intercambio científico abierto entre, especialmente, investigadores inte­
resados en la materia, asentados en el Canadá, los EE. UZJ., Alemania,
Noruega, Suecia, Holanda, el Reino Unido y la Argentina. La edición de
la HCR-20 versión 2 adaptada y comentada en la Argentina es una parte
de esta corriente de estudio y trabajo. Esta edición se enmarca en el
intercambio académico internacional realizado por la Maestría en Psi­
quiatría Forense de la Universidad Nacional de La Plata —Argentina—y,
en este caso específico, con la Simón Fraser University, British Columbio
-C a n a d á -, y en los vínculos entre los profesionales de las instituciones
de servicios específicos, como el Programa Piloto de Evaluación de Ries­
gos de Liberados de la Procuración General de la Suprema Corte de
Justicia de la Provincia de Buenos Aires -Argentina—y de la British
Columbio Forensic Psychiatric Services Comission —Canadá. La red de
intercambio y las investigaciones incluyen otras acciones e instrumentos
que son objeto de tratamiento fuera de esta edición.

131
114
La HCR-20
en los modelos
de evaluación actuales

La utilización de algún sistema de evaluación


de riesgo tiene numerosas ventajas. Por ejem­
plo, permite hacer explícito el proceso de toma
de decisiones facilitando la comprensión y su crí­
tica. Además, contribuye a proteger la respon­
sabilidad profesional, pues, desechar sin la crí­
tica científica correspondiente, las guías o sis­
temas de evaluación disponibles, implicaría des­
cuidar el estado actual del conocim iento e
introducirse en el riesgo de caer nuevamente en
prácticas idiosincrásicas y con el escaso sostén
empírico de las décadas anteriores.
Las estimaciones estadísticas son considera­
das prueba admisible en los procedimientos le­
gales, explícita o implícitamente. La mayor parte
de las aproximaciones al conocimiento en las cien­
cias de la conducta, ciencias sociales y ciencias
biológicas tienen en cuenta criterios estadísticos.
Las tendencias legislativas tampoco las descui­
dan. Lncluso, existen modelos que proponen es­
pecíficos modos de integración de los hallazgos
estadísticos con pautas cualitativas, clínicas y te­
rapéuticas o de intervención que permiten un ajus­
te criterioso.
Esta tendencia se manifiesta, últimamente, en
la intención de lograr mayor especificidad en la
evaluación y predicción, contemplando las diver­
sas facetas del riesgo y de la violencia. Así, el
modelo del Juicio Profesional Estructurado pro­
pone enriquecer esquemas como el de la HCR-
20, realizando juicios lo más específicos posibles
(Douglasy Ogloff 2003). Con este enfoque, que

151
se diferencia de la tradicional predicción clínica superándola en su im­
precisión, se ha podido mejorar la validez predictiva de algunos instru­
mentos actuariales (KroppyHart, 2000). Estas líneas de desarrollo hacia
la mayor especificación y contemplación multidimensional se basan en el
mejor conocimiento que se ha logrado sobre los factores de riesgo y en la
integración de esquemas básicos como la HCR-20.
Esta edición cuenta con una traducción y adaptación que respetan al
máximo posible el texto original de la HCR 20 versión 2 y, con una fuente
diferente, incorpora los comentarios del editor. El contenido de la HCR
20 se vincula temáticamente con otros textos e instrumentos que están en
preparación y cuya validez y confiabilidad están siendo evaluadas. Se
espera que, en el futuro próximo, material para la evaluación de riesgo
de violencia familiar y psicopatía, entre otros temas, esté disponible para
que la comunidad científica hispanohablante incremente la bibliografía
accesible en su idioma, facilitando tanto la actualización como la conti­
nuidad del desarrollo en el área.
Por último, es importante exponer que la adaptación local de la HCR
20 no se produce en la ciudad de La Plata como un evento sin historia. En
La Plata, desde mediados de la década de los 80, se han desarrollado
líneas de investigación sobre diversos aspectos de la violencia (Folino y
Urrutia, 2001; Folino y Apezteguía, 2000; Folino y cois., 2001b; Folino
y cois., 2000; Folino, 1989; Folino y cois., 1994; Folino, 1993; Folino,
1999; Folino, 2000; Folino y cois., 2001a; Folino y Nájera Luna, 2003;
Folino, 1987; Folino y Marchiano, 2002; Folino y cois., 1987). Asimis­
mo, La Plata es sede de innumerables actividades académicas que con­
tribuyeron a la formación de los profesionales latinoamericanos que tra­
bajan en la interfase de la Salud Mental y del Derecho. Es deseable que
esta colección estimule mayores investigaciones y la constante y necesa­
ria superación en el servicio que los profesionales de la Salud Mental y el
Derecho ofrecen a la sociedad.
Jorge O. Folino

116
PRÓLOGO

La forma original de la HCR-20 surgió a par­


tir de varias consideraciones prácticas que se
plantearon en la Comisión de Servicios Psiquiá­
trico Forenses de British Columbia. Los clínicos
que trataban pacientes forenses internados o con
tratamientos ambulatorios necesitaban un instru­
mento para realizar evaluaciones de riesgo en
forma sistemática. El resultado fue la HCR-20.
Clínicos e investigadores de varias profesiones
vinculadas a la salud mental trabajaron juntos
para producir un instrumento que fuera fácil de
utilizar. Se agradece especialmente la colabora­
ción de los doctores Phil A dilm an, Randy
Atkinson, Michael Coles, Mel Dilli, Murray
Jackson, Gwen Laws, M ark Levy, Em lene
Murphy, Kulwant Riar, Elisabeth Zoffman, Jim
Broome, Grahan Mills, Michael Quinn y Heidi
Worsfold. Asimismo, se agradece el aporte del Dr.
Dan Bilsker, cuya perspectiva, desde el servicio
de emergencia del Hospital y Centro de Ciencias
de la Salud de Vancouver, fue de gran ayuda. Tam­
bién se agradece a Tonia Nicholls y a Dianne
Macfarlane, por su trabajo de edición minucioso.

Desde su publicación en 1995, la HCR-20 fue


bastante solicitada. Esto fue sorprendente, ya que
los autores no intentaron promocionar el instru­
mento. También se recibieron algunos pedidos
de autorización para incluir los fundamentos
esenciales de este trabajo en otros libros. Se con­
formaron grupos de trabajo con co le g a s de va­
rios países. El Dr. Henrik Belfrage, en el Hospital

171
Psiquiátrico Forense Váxjó, y los doctores Góran Fransson y Erik Soderberg,
en el Hospital Psiquiátrico Forense Sundsvall, están realizando proyectos en
instituciones penitenciarias y de salud mental de Suecia. El Dr. Rüdiger Müller-
Isbemer, del Hospital Psiquiátrico Forense Haina, emprendió una tarea simi­
lar en Alemania. Estos colegas aportaron opiniones importantes acerca de la
definición y codificación de la HCR-20. Se agradece, también, al Dr. Belffage
que colaboró con los autores de este instrumento y desarrolló la versión sue­
ca de la HCR-20. Sus observaciones fueron de gran ayuda durante la termina­
ción de la Versión 2.

También se debe señalar la participación de dos colegas británicos: David


Carson y Ged Bailes. Ambos colaboraron a través del debate y difundieron la
HCR-20 en el Reino Unido.

Este proyecto fue financiado, desde el principio, por la Comisión de Ser­


vicios Psiquiátrico Forenses de British Columbia. También se agradece al
Hospital Riverview, del Gran Vancouver, por haber incorporado la HCR-20
a su servicio y por el apoyo financiero que proporcionaron. También, los
autores desean expresar su profundo agradecimiento a la Fundación de In­
vestigaciones de la Salud de British Columbia, por su apoyo con las becas N°
269 (95-1) para el Dr. Webster, el Dr. Eaves, y el Dr. Hart. Gracias a esto se
pudo poner a prueba la confiabilidad y la validez de la HCR-20 en un estudio
realizado conjuntamente con el Instituto Psiquiátrico Forense del Gran
Vancouver.

Dos colegas canadienses son dignos de una mención especial: el Dr. P.


Randall Kropp, de la Comisión del Servicio Psiquiátrico Forense de British
Columbia, con su trabajo Spousal Assault Risk Guide (Kropp y cois., 1994;
Kropp y cois., 1995) fue una influencia importante para este proyecto. Asi­
mismo, el Dr. Douglas Boer, del Servicio Correccional del Canadá (Región
Pacífico), brindó mucha ayuda y asesoramiento.

118
La HCR-20 es, sin lugar a duda, un trabajo en desarrollo. El objetivo
principal de esta revisión es convertirla en un manual que sea más fácil de
utilizar mediante la clarificación de los procedimientos de administración y
codificación. La investigación evalúa la validez predictiva y la confiabilidad
entre los evaluadores de la HCR-20. También se está recolectando informa­
ción normativa con respecto a la prevalencia de factores de riesgo en distintas
muestras, que incluye pacientes psiquiátrico forenses y civiles, y delincuen­
tes que están cumpliendo una condena. La idea es incluir los resultados de
esta investigación en revisiones futuras. Se espera, así mismo, poder tratar en
el futuro dos aspectos clínicos importantes: primero, cuál es la mejor forma
de utilizar la HCR-20 en el desarrollo de planes de prevención del riesgo
(esto es, estrategias de intervención y supervisión); y, segundo, cómo estable­
cer pautas para la comunicación oral y escrita de los hallazgos relacionados
con la evaluación del riesgo y los planes de prevención del riesgo (esto es,
redacción de informes y testimonios de peritos).

Otra idea es desarrollar un conjunto comprensivo de herramientas para la


evaluación del riesgo en situaciones específicas. Por ejemplo, ya se publicó
la Spousal Assault Risk Assessment Guide, Second Edition (Kropp y cois.,
1995)-véase también (Kropp y Hart, 1997). Otro instrumento diseñado para
evaluar pacientes que hayan cometido delitos sexuales, la Sexual Violence
Recidivism - 20 (SVR-20) (Boer y cois., 1997), se encuentra disponible.
Finalmente, Polvi (Polvi, 1997) desarrolló un instrumento para la evaluación
del riesgo de suicidio en la población correccional. Es necesario aclarar que
el propósito de la promoción de estos instmmentos es, en parte, establecer las
bases para los estudios de confiabilidad y validez, que son muy necesarios, y
también, promover el intercambio de ideas entre los clínicos, así como entre
éstos y los investigadores. Se observa en este campo la necesidad de alcanzar
una coherencia conceptual y un entendimiento detallado de los términos. Por
eso, en general, nuestro objetivo es promover el debate en esta área tan impor­
tante. Y, como siempre, los autores recibirán, con mucho gusto, cualquier co­
mentario de clínicos e investigadores que pueda ayudar a mejorar la HCR-20.

191
GENERALIDADES Introducción

El desafío en lo que queda de los años no­


venta es integrar dos mundos casi separados: el
de la investigación sobre la predicción de vio­
lencia y el de la práctica clínica de la evalua­
ción. En la actualidad, apenas se conectan. La
investigación no afecta la preparación de los
psiquiatras, psicólogos u otros profesionales de
la salud mental o penitenciarios. En algunas oca­
siones, al observar a los profesionales de la sa­
lud mental ante un tribunal, resulta difícil de
entender por qué no aprovechan la información
que tienen a su alcance. También es evidente que
los investigadores no son concientes de las com­
plejidades clínicas y de los impedimentos prác­
ticos que presenta la evaluación del riesgo. Esta
guía se creó a partir de debates con clínicos
forenses experimentados y de las revisiones de
los resultados de investigaciones. Es un intento
de establecer las bases para una evaluación del
riesgo completa, que tenga en cuenta las presio­
nes de tiempo y otros obstáculos pragmáticos que
enfrentan los clínicos en los ámbitos psiquiátri­
cos generales, forenses y penitenciarios.

120
Este manual de la HCR-20 no es un test psico­
lógico formal, sino una guía para la evaluación.
En esta sección, se comentan las bases de la HCR-
20 en función de las investigaciones que sirvie­
ron de base para la misma. Para un estudio más
minucioso de estas investigaciones, se remite a
los lectores a otras fuentes. Aquí se ofrece un bre­
ve sumario. También se trata el propósito y alcan­
ce de la HCR-20 y se ofrecen algunos principios
generales para lograr precisión en las prediccio­
nes. En las siguientes secciones se hacen comen­
tarios detallados acerca de la administración de
la HCR-20, los requisitos del evaluador para uti­
lizar este instrumento, la codificación de los ítem
y la definición de violencia.

Finalmente, se describen los 20 ítem indivi­


duales, divididos en sus respectivas subescalas:
Factores Históricos, Factores Clínicos y Factores
de Riesgo Medioambientales. Se consigna una
breve descripción de la bibliografía pertinente a
cada ítem y el esquema de codificación corres­
pondiente. Por último, se proporciona un ejem­
plo de la hoja de puntuación de la HCR-20.

211
Las bases
de la HCR-20

El propósito de esta sección es ofrecer una


breve revisión de las investigaciones en las que
se basa la HCR-20. Para un informe más com­
pleto se remite al lector a la Versión 1 de la HCR-
20 (Webster y cois., 1995) y a otras fuentes
(Borum, 1996; Mossman, 1994; Otto, 1992)
(Webster y cois., 1994) (Douglas y Webster, en
prensa) (Monahan, 1996; Monahan y Steadman,
1994) (Quinsey, 1995) (Rice, 1997). Aquí sólo
se ofrece una introducción somera de las inves­
tigaciones. Se citan otras fuentes bibliográficas
en las secciones de los ítem individuales. Para
entender cómo se ubica la HCR-20 en el campo
de la evaluación del riesgo, se remite a la revi­
sión de Borum (Borum, 1996).

Desde hace más de 20 años, se reconoce que


existe una dificultad para predecir los actos de
violencia futuros en las personas con trastornos
m entales y de personalidad (S teadm an y
Cocozza, 1974; Ennis y Litwack, 1974). Una de
las razones es que la enfermedad mental puede
no estar fuerte, clara o directamente asociada con
la violencia (Monahan, 1992) -aunque Swanson
(Swanson, 1994) subraya la constancia de la re­
lación, y el metanálisis de la bibliografía de
Douglas & Hart (Douglas y Hart, 1996) estima
que la asociación es substancial. Gran parte de
la investigación realizada hasta la fecha no logró
establecer una relación fuerte y positiva entre el
juicio clínico operativamente definido y el re­
sultado violento real (Menzies y Webster, 1995).
Psiquiatras tan eminentes como Alan Stone (Stone, 1985) y organizaciones
tan influyentes como la American Psychiatric Association (American
Psychiatric Association, 1981) instan a los clínicos a no aceptar un papel
en la evaluación de la peligrosidad. Psicólogos prominentes argumentaron,
en publicaciones científicas prestigiosas como Science, que los trabajado­
res de la salud mental no ameritan el estatus de peritos ante los tribunales
en la evaluación del riesgo de violencia futura (Faust y Ziskin, 1988).

A pesar del pesimismo de los años sesenta y setenta respecto de la com­


petencia clínica en lo vinculado a las proyecciones de violencia precisas,
los clínicos y los investigadores, en la década de los ochenta y los noventa,
se ven más interesados en el tema (Douglas y cois., 1996). Existen varias
razones para esto. La publicación de John Monahan (Monahan, 1981),
Predicting Violent Behavior: An Assessment o f Clinical Techniques, tuvo
mucha influencia y señaló algunas de las dificultades que ofrece la realiza­
ción de una buena investigación en el área. Las investigaciones que siguie­
ron el consejo de Monahan (Monahan, 1984) (Monahan, 1981; Monahan,
1988) fueron metodológicamente superiores a las pasadas, y el resultado
fue una mejora pequeña, pero notable, en la predicción de peligrosidad o,
por lo menos, en el uso de métodos más sensibles para detectar prediccio­
nes precisas. Será muy interesante descubrir cuánta información significa­
tiva arrojará el Estudio de Evaluación de Riesgo de MacArthur, el estudio
prospectivo, a gran escala, más sistemático realizado hasta la fecha
(Monahan y Steadman, 1994; Steadman y cois., 1994). Los cambios lega­
les en el Canadá y en los Estados Unidos requieren un número cada vez
mayor de evaluaciones de riesgo, y, por lo tanto, los servicios de los profe­
sionales de la salud mental concentran su atención en esa tarea (Douglas y
cois., 1996). El emergente cambio paradigmático en la conceptualización
del tema, de la “predicción de peligrosidad” a la “evaluación del riesgo”,
(Castel, 1991) (Menzies y cois., 1995) amplió el alcance de la evaluación
e inclu ye consid eraciones am bientales, situacionales y sociales. El hecho
de que gran parte de estos tipos de variables se encuentren fuera del control

231
directo de los clínicos tiene, finalmente, el efecto de inducirlos a hablar en
térm inos probabilísticos, en vez de utilizar térm inos categóricos y
dicotómicos, como peligrosidad presente o ausente. Esto puede restringir
la responsabilidad del evaluador. La tarea, por otro lado, puede llegar a ser
menos fastidiosa que antes. Finalmente, ahora existen indicios de que, pese
a que algunos clínicos de diversas especialidades están de acuerdo en los
factores que consideran importantes a la hora de formular predicciones,
estos mismos clínicos varían considerablemente en la precisión de sus pro­
nósticos (Menzies y Webster, 1995).

Se escribió mucho acerca de los tipos de variables que pueden prede­


cir violencia en los pacientes y prisioneros con trastornos mentales
(Hodgins, 1992; Monahan y Steadman, 1994; Hall, 1987; Megargee, 1976;
Monahan, 1981; Mulvey y Lidz, 1984). Existe un consenso respecto a la
idea de que los evaluadores deben comenzar su tarea considerando mi­
nuciosamente los factores históricos o estáticos, como la edad, violencia
previa, etc. (Shah, 1978; Harris y cois., 1993; Monahan, 1981). Después
de eso, se deben analizar los factores clínicos y situacionales. Muchos
estudios recientes de alta calidad metodológica fueron de crucial impor­
tancia en el perfeccionamiento de los factores de riesgo que se incluyen
en este esquema (Menzies y cois., 1994; Lidz y cois., 1993; Harris y
cois., 1993). Se tomó como referencia el trabajo de Monahan (Monahan,
1981), un trabajo muy influyente, y también su más reciente artículo es­
crito con Steadman (Monahan y Steadman, 1994). Se remite, nuevamen­
te, al lector interesado a la Versión 1 de la HCR-20 (Webster y cois.,
1995) y a otras fuentes para una revisión bibliográfica detallada (Monahan
y Steadman, 1994; Mossman, 1994; Otto, 1992; Webster y cois., 1995;
Webster y cois., 1994; Douglas y Webster, en prensa; Polvi y Webster C.
D, en prensa; Webster y cois., 1997).

124
Propósito y alcance

Es necesario hacer algunas aclaraciones para


limitar el alcance de esta guía. Se debe restrin­
gir a los ámbitos en que haya un número muy
alto de personas con historias de violencia y una
presunción importante de enfermedad mental o
trastorno de personalidad. De esta forma, se es­
pera que sea pertinente tanto para la Psicología
y la Psiquiatría Forenses y las disciplinas rela­
cionadas, así como también para las decisiones
que toman las autoridades penitenciarias y los
funcionarios a cargo de los candidatos a la liber­
tad condicional o alta de internación. Si bien los
p rin cip io s y m étodos pueden te n e r una
aplicabilidad limitada en otros ámbitos, este ma­
nual se debe utilizar con cautela, recordando que
el valor principal del mismo radica en los prin­
cipios que defiende y no, en los detalles.

Se intentó crear un manual basado en un


número razonable de ítem y conceptos teóri­
cos. Un esquema demasiado complicado, da­
das las exigencias de la práctica clínica y ad­
ministrativa, no tendría éxito. El objetivo prin­
cipal fue producir una guía con base científi­
ca; que estuviese organizada a partir de algu­
nas ideas interdisciplinarias; definida en tér­
minos precisos para permitir la evaluación de
los ítem; escrita, para que se pueda aplicar a
ámbitos y a casos distintos; y diseñada para
lograr eficacia, teniendo en cuenta las presio­
nes de tiempo, que muchas veces constituyen
un obstáculo.

251
Actualmente, la HCR-20 se debe considerar
como una ayuda memoria y como un instrumento
de investigación. La intención es perfeccionar y
d esa rro llar la escala hasta lo g rar una
estandarizada. Se debe utilizar con mucha caute­
la y consultar a los autores u otros colegas que
estén familiarizados con este u otros esquemas
relacionados.

126
Principios generales
para mejorar
la precisión
de la predicción

I Existen mecanismos para mej orar la precisión


de la predicción. Esto lo veremos a continuación.
Se recomienda a los lectores que consulten otros
trabajos (Webster y cois., 1994; Monahan, 1981;
Webster y cois., 1985; Webster y Polvi, 1995).

En principio, se debe establecer cuál es exac­


tamente el motivo de la derivación. Por ejemplo,
¿cuál es el contexto de la evaluación del riesgo?
Los resultados de una evaluación del riesgo en cier­
to tipo de circunstancias -por ejemplo, el riesgo
de violencia en la comunidad- pueden ser inade­
cuadas para otro tipo de circunstancias -por ejem­
plo, la violencia durante la internación. Las eva­
luaciones no deben realizarse si el clínico es cons­
ciente de que no tiene los conocimientos necesa­
rios para hacerlo o si cree que no es competente
para evaluar cierto tipo de casos. Los prejuicios
profesionales y personales se deben dej ar a un lado.
Por ejemplo, un clínico que ha tratado a un pa­
ciente o prisionero con psicoterapia, puede negar­
se a realizarle un evaluación del riesgo. El proce­
so de evaluación del riesgo, en sí mismo, puede
llevar a la “construcción” de la peligrosidad
(M enzies, 1989; Pfohl, 1978), esto es, se le pue­
den otorgar a comentarios inocentes de la entre-

271
vista significados que no merecen, y las teorías idiosincrásicas de los eva­
luadores pueden adquirir una relevancia inapropiada, pese a la falta de sus­
tento empírico. Asimismo, debe garantizarse que las evaluaciones se reali­
cen en las condiciones apropiadas. Las evaluaciones que se basan en infor­
mación parcial, o que se realizan apresuradamente o bajo mucha presión,
dan lugar a errores.

Luego de haber decidido si la evaluación se debe llevar a cabo o no, se


deben considerar y satisfacer varios criterios importantes. Las realidades
legales y procesales relacionadas con la evaluación pueden afectar la pre­
cisión de la misma. Por ejemplo, puede ser difícil para los evaluadores
hacer estimaciones correctas si no se puede evaluar en qué condiciones va
a vivir el individuo cuando le den el alta o al finalizar su encarcelación.

El conocimiento científico con el que se formula la evaluación debe ser


actualizado. La antigua creencia de que la violencia se puede predecir de
una manera realista a partir de la “tríada” de factores: enuresis infantil,
piromanía y crueldad hacia animales (Hellman y Blackman, 1966) no pa­
recen tener apoyo en las teorías estándar contemporáneas. Hasta la opi­
nión oficial actual, como se expresa en la cuarta edición del Diagnostic
and Statistical M anual o f M ental Disorders (American Psychiatric
Association, 1994), que sostiene que las personalidades antisociales tien­
den a “apagarse” a medida que pasan los años, es discutible (Arboleda
Florez y Holley, 1991), especialmente si la idea se limita específicamente
a psicópatas (Harris y cois., 1991; Haré y cois., 1988).

La evaluación del riesgo debería ajustarse a un esquema o instrumento


común (Hall, 1987; Kropp y cois., 1994; Kropp y cois., 1995; Webster y
cois., 1994) para ofrecer el mejor servicio posible a los evaluados y, por
ende, llevar a cabo evaluaciones precisas, ética y responsablemente. Aunque
ningún esquema debería considerarse definitivo, la adhesión a uno o más ga­
rantizará que no se minimicen o se pasen por alto algunos puntos obvios. El
esquema seleccionado debe corresponder al tipo de población a la que perte­
nece el evaluado. Por otro lado, siempre que sea posible, se debe obtener o
calcular la tasa basal de violencia de la población pertinente. Es importante
que esta tasa, que puede ser muy baja en algunas poblaciones, sirva de guía
para el informe de riesgo final. Los informes de riesgo deben ser relativos a la
tasa basal de violencia de una población particular -p o r ejemplo, bajo, m ode­
rado, o alto riesgo en relación a otros internos de la institución.

128
Se deben hacer algunas aclaraciones en cuanto al tipo y a la calidad de
los factores de riesgo que se consideran al formular una evaluación, así
como a la importancia que se les atribuye. Se debe prestar atención, parti­
cularmente, a las consideraciones históricas, que deben ser la base de las
modificaciones que surjan del análisis de los factores situacionales y clíni­
cos. Se debe comprobar la veracidad de la información histórica y revisar
la puntuación de los ítem y la importancia asignada a cada uno de ellos. En
todos los pasos, la comprobación de la información es crucial (Cormier,
1994), esto incluye la información obtenida en la entrevista. A menudo, es
necesario contactar a los familiares, amigos, compañeros del trabajo, etc.
del evaluado (Lidz y cois., 1993). Es muy importante tener acceso a la
historia clínica completa del individuo. También es muy importante estu­
diar la capacidad de engaño y simulación.

La información que se considera en las evaluaciones debe ser pertinen­


te al caso. Algunos métodos auxiliares, como los estudios neurológicos,
entre otros, son muy costosos y complejos y, aunque los resultados de di­
chos estudios constituyen hallazgos precisos para el diagnóstico, en gene­
ral, pueden tener poca relación con la predicción de violencia (Haynes,
1985). Otro problema radica en la importancia excesiva que se le puede
atribuir a ciertos factores. Por ejemplo, la presentación del sujeto en una
entrevista, aunque sea informativa, puede inducir a errores si se le atribu­
ye demasiada importancia a expensas de otros factores históricos, clínicos
y situacionales. Otro ejemplo puede ser que se le de demasiada importan­
cia a un trastorno mental mayor crónico. Esto tiene poca utilidad como
indicador de violencia futura. Aunque algunos trastornos crónicos (por ejem­
plo, la esquizofrenia) están relacionados con un nivel elevado de violen­
cia, es también importante estudiar la sintomatología actual (Linky Stueve,
1994; Monahan y Steadman, 1994; Douglas y Hart, 1996; Monahan, 1992).
Existen pocas pruebas que indiquen que la mayoría de los trastornos del
DSM-IV -o DSM-III o DSM-III-R, etc - están estrechamente relacionadas
con la conducta violenta. Incluso los profesionales de la salud mental ex­
perimentados, a menudo, ponen demasiado énfasis en la conexión entre
violencia y trastorno mental (Quinsey, 1981; Teplin y cois., 1994).

Una vez tratados los puntos mencionados arriba al realizar las evalua­
ciones del riesgo, existen algunas estrategias que pueden reducir aún más
el margen de error en dichas evalu aciones. Las prediccion es se deben ha­
cer en términos específicos y para períodos específicos. Se deben estable-

291
cer los tipos particulares de resultados posibles.
Las proyecciones de violencia que no son claras,
o son demasiado amplias y que se refieren a un
futuro lejano, suponen, en cierta medida, que la
predicción se va a cumplir. Puede ser más útil y
preciso formular predicciones a corto y largo pla­
zo, y especificar los factores que puedan aumen­
tar o atenuar el riesgo en cada etapa. Se deben
fomentar las predicciones condicionales (Mulvey
y Lidz, 1995). Además, las predicciones se deben
hacer en términos probabilísticos y no, por medio
de respuestas dicotómicas, como “si” o “no”
(Webster, 1984).

En casos poco usuales o muy complejos, será


necesario pedir una segunda opinión. Un colega
puede llegar a ofrecer otra perspectiva o esclare­
cer factores relacionados con la predicción. Aun­
que en algunos casos puede ser necesario apar­
tarse de lo que se obtuvo a través de evaluaciones
actuariales, es importante que esta decisión esté
acompañada por una justificación completa.

En cuanto a la comunicación de los resultados


de la evaluación, es importante que los informes
sean escritos para disminuir las interpretaciones
erróneas de los tribunales y de los funcionarios
que supervisan a los sujetos con libertad condi­
cional, libertad asistida, alta a prueba, etc. Se re­
comienda mantener la organización pasada, pre­
sente y futura de la HCR-20 en los informes es­
critos. La sección histórica contiene una reseña

130
del último delito1 del sujeto, sus antecedentes
penales, psiquiátricos y escolares, la información
relacionada con su formación, trabajo u oficio,
familia y otros aspectos históricos importantes.
La sección clínica contiene una descripción del
estado mental del individuo en el momento en
que ocurrió el delito o incidente, así como el diag­
nóstico actual, y los factores sintomatológicos y
clínicos que influyen en el riesgo. La tercera sec­
ción propone un plan terapéutico y ciertas pautas
acerca de los servicios, programas de apoyo, y
supervisión en general, que los individuos deben
tener a disposición para la prevención del riesgo
de violencia. El informe concluye con un resu­
men o conclusión sobre la evaluación del riesgo.
r

Este debe apoyarse en el análisis de las páginas


precedentes y debe ser lo suficientemente deta­
llado para que la persona que lo reciba compren­
da la lógica inherente al informe. La predicción,
realizada en términos probabilísticos, debe espe­
cificar el tiempo de validez de la misma, cómo
puede variar de acuerdo a las diferentes circuns­
tancias situacionales, e incluir las tasas básales
de violencia en las muestras pertinentes. Dado el
estado actual de la investigación con la HCR-20,
es conveniente que las predicciones se expresen
1 El “último delito” es
en términos probabilísticos, como “bajo”, “mo­
la actividad delictiva o an­
tisocial por la cual el delin­
derado” y “alto”, y no, en porcentajes o cifras
cuente se convierte en suje­ aparentemente exactos, que, probablemente, ca­
to de la investigación. rezcan de justificación firme.

311
Organización
de la HCR-20

La HCR-20 es una escala que permite cote­


jar los factores de riesgo del comportamiento vio­
lento. Contiene 20 ítem organizados de la si­
guiente manera: 10 factores pasados (Factores
Históricos), 5 variables actuales o presentes (Fac­
tores Clínicos) y 5 aspectos futuros (Factores de
Riesgo Medioambientales); (véase tabla 1).

Un aspecto importante de la HCR-20 consiste


en que incluye variables que recogen aspectos pre­
sentes, pasados y futuros pertinentes. Los facto­
res históricos, o estáticos, son tan importantes
como la combinación de los factores clínicos pre­
sentes y los de riesgo medioambiental futuros. Esta
organización surge de las revisiones de los traba­
jos publicados recientemente con la versión 1 de
la HCR-20 (Webster y cois., 1995) y otras publi­
caciones (Douglas y Webster, en prensa; Webster
y cois., 1997).
Tabla 1
L o s íte m de la H C R -20

i Históricos i¡Clínicos i¡Facieres de Riesgo Medioambientales


(Pasado) (Presente) (Futuro)

1 H1 Violencia Previa IIC1 Deficiencia en el Juicio IIR1 Deficiencia del Plan


de Reinserción Social
l H2 Edad Temprana en el !IC2 Actitudes Negativas IIR2 Exposición a Factores
Momento de la Primera Desestabilizadores
Conducta Violenta

l H3 Inestabilidad en las IIC3 Síntomas Activos IIR3 Falta de Apoyo Personal


Relaciones de Pareja de Trastorno Mental Mayor

1 H4 Problemas Laborales lIC4 Impulsividad IIR4 Incumplimiento del Plan


Terapéutico

1 H5 Problemas Relacionados lIC5 Respuesta Desfavorable IIR5 Estrés


con el Uso de Sustancias al Tratamiento

1 H6 Trastorno Mental Mayor

í H7 Psicopatía

J H8 Inadaptación Temprana

1 H9 Trastorno de Personalidad

i H10 Fracaso en Previa Alta o Liberación

331
Investigación
con la HCR-20

Abajo se brinda un informe sobre las investi­


gaciones realizadas con la HCR-20 hasta mayo
de 1997. Existe un número considerable de pro­
yectos de investigación a gran escala que se es­
tán llevando a cabo en instituciones penitencia­
rias, forenses, y en ámbitos psiquiátricos gene­
rales. A lgunos de estos son de naturaleza
prospectiva y proporcionarán una evaluación su­
perior de la utilidad de la HCR-20 en compara­
ción a la actual.

Instituciones Douglas, Webster, y Wintrup (Douglas y cois.,


penitenciarias 1996b) investigaron la concordancia entre eva­
luadores y la validez concurrente de los ítem His­
tóricos y Clínicos de la HCR-20 (versión 1), en
una muestra de 72 prisioneros canadienses de
una institución federal. Toda la información se
codificó retrospectivamente a partir de los ex­
pedientes. La correlación de Pearson entre dos
evaluadores para las dos subescalas combinadas
fue + 0,80. En esta investigación, los puntajes
totales posibles tenían un límite máximo de 30
puntos, en vez de 40, debido a la omisión de los
factores R. La correlación entre la escala histó­
rica y el número de acusaciones por delitos vio­
lentos fue + 0,52 (se omitió H l, “Violencia Pre­
via”, del análisis). La correlación entre la escala
clínica y “Violencia Previa” fue menor, + 0,31,
aunque sigue siendo de valor moderado. Las dos
escalas juntas correlacionaron + 0,44 con “Vio­
lencia Previa”.
También, se correlacionaron las dos escalas de
la HCR-20 con los puntajes de los 20 ítem de la
Psychopathy Checklist-Revised (PCL-R) (Haré,
1990; Haré, 1991) y la Risk Assessmente Guide
(RAG) (Harris y cois., 1993), posteriormente
denom inada Violence R isk A ppraisal Guide
(VRAG) (Rice y Harris, 1995). El puntaje total
de la HCR-20 tuvo una correlación fuerte con la
VRAG (+ 0,54) y la PCL-R (+ 0,64, se omitió del
análisis el ítem H7, “Psicopatía”), al igual que la
escala Histórica (+ 0,61 con la VRAG; + 0,54 con
la PCL-R). La escala Clínica no se relacionó con
tanta fuerza con estas medidas (+ 0,28 con la
VRAG; +0,47 con la PCL-R). La VRAG y la PCL-
R correlacionaron + 0,61, la VRAG correlacionó
con violencia previa + 0,44 y la PCL-R + 0,34.

Aunque estas investigaciones realizadas en


ámbitos penitenciarios no proporcionan normas
aplicables a la HCR-20, demuestran la relación de
la misma con la violencia. Esta relación surge a
partir de las correlaciones con violencia previa y
no, con violencia futura. Por eso, esta investiga­
ciones no constituyen una evaluación importante
de la utilidad de la HCR-20. No obstante, la HCR-
20 se relacionó con violencia previa, por lo menos
en la misma medida que la VRAG y la PCL-R,
instrumentos que fueron sometidos a métodos de
investigación más exhaustivos y amplios.

Ambitosi Wintrup (W intrup, 1996) -v éase tam bién


psiquiátrico forenses! (Douglas y cois., 1996a)- evaluó retrospectiva­
mente una muestra de 80 pacientes psiquiátrico
forenses que fueron dados de alta de un hospital
psiquiátrico de seguridad, en 1986. A todos los
pacientes se les aplicó la PCL-R antes de ser li­
berados. Tanto la H C R -20 y la PC L -R

351
correlacionaron apenas por debajo de + 0,30 con
varias medidas de violencia posterior en la comu­
nidad. Los puntajes de la HCR-20 predijeron re­
ingreso en el hospital forense (+ 0,38) y hospita­
lizaciones psiquiátricas subsiguientes (+ 0,45). La
PCL-R se relacionó en menor grado con estas me­
didas de resultado, + 0,25 y + 0,36, respectiva­
mente. Las variables H mostraron una tendencia
a funcionar mejor que las variables C y R.

Ambitos I Douglas (Douglas, 1996) codificó la HCR-20


psiquiátrico civiles I y la versión de cribado de la PCL-R (PCL:SV)
(Hart y cois., 1995) a partir de la información de
los expedientes de 200 pacientes psiquiátrico ci­
viles internados involuntariamente. Estos pacien­
tes fueron dados de alta y se les hizo un segui­
miento de 2 años, en promedio. Los actos de vio­
lencia en la comunidad se detectaron por los
reingresos en el hospital psiquiátrico, por el in­
greso en las unidades psiquiátricas de más de una
docena de hospitales generales en la zona y por
intervenciones judiciales. La concordancia entre
evaluadores se calculó en un subgrupo seleccio­
nado aleatoriamente del 10 % (n = 20) de los ex­
pedientes. Para la escala H, la confiabilidad fue
0,89 entre los evaluadores que utilizaron un co­
eficiente de correlación del momento del producto
de Pearson; para la escala C, 0,72; para la escala
R, 0,81. Para la escala HCR-20 completa, fue 0,82.

La relación entre el puntaje total de la HCR-


20, el de las tres escalas por separado y violencia
se determinó utilizando el análisis R.O.C. En pro­
medio, el tamaño del efecto fue de moderado a
alto y tendió a ser más alto para las medidas de
delitos violen tos (en op osición a cualquier tipo

136
de violencia, violencia como parte de la reintemación, etc.). El análisis de
regresión indicó que las escalas H y R tuvieron mejor correlación con vio­
lencia. La HCR-20 funcionó mejor que la PCL: SV. Es importante resaltar
que, en esta investigación, los puntajes de la escala C fueron considerable­
mente más altos en el ingreso que en el alta. Si bien esto era esperable,
señala el hecho de que la HCR-20 puede ser útil como herramienta para
evaluar la disminución del riesgo como resultado de un tratamiento.

Klassen (Klassen, 1996) utilizó los 10 ítem de la escala H y los 12 ítem de


la PCL:SV para predecir violencia en pacientes hospitalizados en una sala
psiquiátrica de agudos. Esto fue un estudio prospectivo de 50 pacientes. La
violencia en la unidad hospitalaria se definió de acuerdo a la Overt Agression
Scale (OAS) (Yudofsky y cois., 1986). La OAS permite la puntuación obje­
tiva de la agresión física y verbal. En relación con la coherencia intema de la
escala H de la HCR-20, Klassen informó un alfa de Cronbach de 0,73, que es
apropiado. La concordancia entre evaluadores no se evaluó.

En cuanto a la conexión entre violencia y la HCR-20, las correlaciones


entre los ítem H (sin considerar el ítem H9, “Trastornos de Personalidad”,
por su correlación negativa con violencia -0,34) y violencia, fueron de
alrededor de +0,30 con varias medidas de resultado, habiendo controlado
la variable sexo. De los ítem individuales, los que tuvieron correlación más
fuerte con violencia fueron “Problemas Relacionados con el Consumo de
Sustancias” y “Psicopatía”. Violencia incluye los actos de agresión verbal,
agresiones hacia terceros u objetos, o hacia sí mismo. La PCL:SV funcio­
nó de forma similar: correlacionó + 0,26 con violencia en la sala. La segun­
da parte de la PCL:SV, que mide los aspectos conductuales de la psicopa­
tía, tuvo una relación aún más fuerte con violencia en la sala (+ 0,33) que
el puntaje total de la PCL:SV o el puntaje de la escala H de la HCR:20.

Aunque todavía no se llegó a recopilar mucha información, la existente


indica que la HCR:20 puede llegar a tener una confiabilidad adecuada y
que se puede relacionar alta o moderadamente con el comportamiento vio­
lento en instituciones y en la comunidad, en los ámbitos penitenciarios,
psiquiátrico forenses y psiquiátrico civiles. Estas afirmaciones, por ahora,
son relativas, ya que los estudios de validez se están llevando a cabo o
planeando.

371
Administración

La investigación actual revela que se necesi­


tan fuentes de información múltiples para la eva­
luación del riesgo. En este sentido, recomenda­
mos la utilización de un procedimiento similar a
la estrategia de métodos múltiples, común a la
evaluación psicológica. Se debe realizar una re­
visión exhaustiva y cuidadosa de todos los expe­
dientes e historias clínicas. Se espera que los ex­
pedientes contengan informes y notas de los psi­
cólogos, psiquiatras, trabajadores sociales, ofi­
ciales de policía, fiscales, enfermeras y otros pro­
fesionales. En general, esta información servirá
para proporcionar una base para entrevistar y exa­
minar al paciente.

En la mayoría de los contextos en que la HCR-


20 tiene un uso previsible, la persona será entre­
vistada. Los lectores percibirán que, en la situa­
ción legal en que se realizan estas evaluaciones,
el evaluado puede ser poco comunicativo. Pese a
esto, se recomienda que se realicen entrevistas
detalladas para recaudar información y para ana­
lizar si existen incongruencias entre lo que se sabe
de la persona y lo que ésta intentará hacer creer
al evaluador. Esto, en sí mismo, puede constituir
diagnósticos para varios ítem de la HCR-20, como
“Actitudes Negativas” (C2) o “Respuesta Desfa­
vorable al Tratamiento” (C5). Los evaluadores
pueden desarrollar un esquema estructurado o
semiestructurado para garantizar sistematización.
Esto será particularmente importante para la in­
vestigación.

138
La utilización de referencias del evaluado sin corroboración para pun­
tuar los ítem, se debe restringir a los casos en que los sujetos se incriminen
con sus declaraciones, pero no, cuando se promuevan con ellas, por los
siguientes motivos: En los ámbitos forenses o penitenciarios, es muy co­
mún que los individuos minimicen el daño que causaron y la responsabili­
dad que les incumbe, o las conductas nocivas del pasado. En general, no
tiene sentido exagerar la información negativa sobre ellos mismos, ya que
sólo los peijudicará. Por lo tanto, si las personas admiten haber cometido,
por ejemplo, actos de violencia de los que no haya registros, estos se codi­
ficarán en los ítem correspondientes de la HCR-20. Sin embargo, si los
negasen, el evaluador no debe, sin previa corroboración, puntuar los ítem
como si los incidentes violentos no hubieran ocurrido. Este aspecto del
método de entrevista y puntuación es muy similar al que se utiliza en la
administración de la PCL-R.

Las entrevistas clínicas estructuradas y semiestructuradas pueden ser de


gran ayuda para la puntuación de algunos de los ítem de la HCR-20 referen­
tes a los trastornos mentales, a los trastornos de personalidad, y al abuso de
sustancias. Asimismo, la utilización de inventarios de personalidad pueden
aportar información pertinente a ciertos ítem, como “Problemas Relaciona­
dos con Sustancias” (H5), “Trastorno Mental Mayor” (H6), “Trastorno de
Personalidad” (H9), “Actitudes Negativas”(C2), “Síntomas Activos de Tras­
tornos Mentales Mayores” (C3), “Impulsividad” (C4) y “Respuesta Desfa­
vorable al Tratamiento” (C5). La inclusión de instrumentos estandarizados
en los estudios de investigación mejora la calidad de la información.

En la mayoría de los casos, la revisión de los expedientes, la entrevista y


los métodos auxiliares deberían ser suficientes para completar la HCR-20.
Sin embargo, en especial para la sección del Riesgo Medioambiental, pue­
de ser necesario consultar a los colegas responsables de los tratamientos o
los programas de reinserción. El diálogo con las personas que manejaron el
caso, los trabajadores sociales o los funcionarios judiciales que supervisan
a los sujetos con libertad condicional, puede ser muy útil para determinar
cómo se comportó el paciente en las liberaciones previas.

Los evaluadores deben incluir en sus informes todas las fuentes que
consultaron, las que no (y explicar por qué no lo hicieron) o las que no
pudieron consultar.

391
Requisitos para el
usuario

La administración y codificación adecuadas


de la HCR-20 requieren juicio y capacidad pro­
fesional. Los usuarios deben cumplir con los si­
guientes requisitos, como mínimo:

Pericia en la evaluación de individuos: los


usuarios deben estar capacitados y/o tener expe­
riencia en entrevistas, la administración e inter­
pretación de tests estandarizados, y en el diag­
nóstico de trastornos mentales.

Pericia en el estudio de violencia: los usua­


rios deben estar familiarizados con la bibliogra­
fía que trata la naturaleza, las causas y la preven­
ción de la violencia.

El grado de capacitación que se requiere en


estas áreas depende del objetivo para el que se
utilice la HCR-20, así como también de las leyes
aplicables a la jurisdicción correspondiente.
Cuando se utiliza para fines clínicos -esto es, para
tomar decisiones en lo concerniente al lugar de
hospitalización, tratamiento, o supervisión del
individuo, los usuarios deben tener un nivel alto
de capacitación (por ejemplo, estudios universi­
tario u otro tipo de estudios especializados, tra­
bajo de campo supervisado) y deben tener las
acreditaciones profesionales correspondientes
(por ejemplo, título habilitante o acreditaciones,
según las leyes locales, para llevar a cabo eva­
luaciones a individuos). Cuando la HCR-20 se
utiliza para fines de investigación, la pu eden ad­
ministrar personas que no estén habilitadas. No

140
obstante, éstas deben estar supervisadas por usuarios habilitados y éstos
deben asumir la responsabilidad por el tratamiento ético de los participan­
tes de la investigación.

Varios ítem de la HCR-20 evalúan factores que están directamente rela­


cionados con los trastornos mentales (a saber, H5, H6, H7, H9 y C3). Esto
puede ser un problema para el uso clínico de la HCR-20. Los usuarios que
no están acreditados para llevar a cabo evaluaciones psicodiagnósticas, tam­
poco lo están para codificar estos ítem, a excepción de los siguiente casos:
1. Cuando los ítem se codifican bajo la supervisión de profesionales acreditados.

2. Cuando los ítem se codifican sobre la base de los resultados de evaluaciones


psicodiagnósticas existentes.

3. Cuando los ítem se codifican de manera provisional, dejando una constancia de


que la codificación debe ser confirmada por un profesional acreditado.

4. Cuando los ítem se omitan, dejando una constancia de cómo dicha omisión puede
limitar la evaluación final del riesgo.

En algunos ámbitos, varios profesionales pueden compartir la responsabi­


lidad por las evaluaciones. Por ejemplo, un psiquiatra puede estudiar un tras­
torno mental mayor; un psicólogo, un trastorno de personalidad y el funcio­
namiento intelectual; un enfermero, un trabajador social o una persona que
supervisa la libertad condicional pueden estudiar planes para poner en liber­
tad a los internos o dar de alta a los pacientes. Es totalmente aceptable y, en
algunos casos, preferible que la HCR-20 se codifique sobre la base de los
informes presentados por varios profesionales independientes. Sin embargo,
si el objetivo es clínico, un evaluador habilitado tendrá que asumir la respon­
sabilidad por la recopilación de información y la codificación final.

Un tema que se repite en la sección Comentarios Finales es que los


investigadores y clínicos que trabajen en colaboración necesitarán, al co­
mienzo, debatir tanto el significado de los ítem de la HCR-20 como la natu­
raleza de los procedimientos que utilizarán. Esta comunicación se debe
mantener durante la investigación para mantener constantes los criterios.

411
Codificación
de ia HCR-20

Durante la codificación de la HCR-20, el


evaluador tiene que realizar dos clases de ju i­
cios. Primero, en relación al ítem, el evaluador
debe determinar la presencia o ausencia de cada
uno de los 20 factores de riesgo individuales. Se­
gundo, el evaluador debe integrar la información
de cada ítem y llegar a una conclusión final en
relación al riesgo de violencia. Se recomienda
que el evaluador registre sus evaluaciones en
algún marco de referencia estandarizado; para
este propósito, se desarrolló un formulario lla­
mado “Hoja de puntuación de la HCR-20”, que
se encuentra al final de este manual. Para la co­
dificación es también necesario que el evaluador
considere el contexto del proceso de evaluación
(ya sea para evaluar el riesgo de violencia en la
comunidad o en una institución) y si es necesa­
rio realizar una nueva evaluación con la HCR-
20 (para evaluar las variaciones del riesgo desde
la última evaluación). El procedimiento especí­
fico de codificación dependerá, en gran medida,
del propósito de la evaluación, es decir, clínico
o de investigación. A continuación se detallan
estos aspectos.

142
Codificación Los ítem se codifican con una escala de 3 gra­
de los ítem dos, de acuerdo a la certeza de la presencia de los
factores de riesgo2. El “0” indica que, de acuerdo
a la información obtenida en la evaluación, el fac­
tor de riesgo está ausente (o, dicho de otra mane­
ra, que no hay información que sugiera la presen­
cia del factor de riesgo). El “ 1” indica la presen­
cia probable o parcial del factor de riesgo; esto
es, la información de la evaluación indica que
existen indicios, pero que éstos no son pruebas
concluyentes. El “2” indica la presencia clara del
factor de riesgo. Si no existiese información res­
pecto de alguno de los ítem, o si la información
no es confiable, el ítem se debe omitir. Esta op­
ción se debe utilizar con moderación. El esquema
de puntuación se resume de la siguiente manera:

0 No Ausencia del ítem


o éste no corresponde.

1 Tal vez Presencia posible del ítem, o


presencia limitada del mismo.

2 Sí Presencia del ítem.

Omisión Se desconoce - No hay información


válida suficiente que permita decidir la
ausencia o presencia del ítem.

2 Esta escala de 3 grados está basada en la que utilizó Haré


(Haré, 1991) para puntuar la PCL-R. De acuerdo a la experiencia
que se tiene de la PCL-R, una evaluación más específica de los sin-
tomas o los ítem (por ejemplo, una escala de hasta 7 A
Conclusiones finales Se recomienda que los evaluadores tomen una
decisión final respecto del riesgo de violencia uti­
3 La práctica está delimita­
da por el lugar donde se lleve a
lizando una escala simple de 3 grados (véase la
cabo la evaluación y los recur­ hoja de puntuación de la HCR-20): “Bajo” indica
sos disponibles. En general, una que el evaluador cree que el individuo no se en­
evaluación que arroja un resul­
tado de riesgo bajo sugiere que
cuentra en situación de riesgo de violencia o éste
el individuo no necesita una in­ es muy bajo; “Moderado” indica que el evaluador
tervención especial o estrategias cree que el individuo se encuentra en una situa­
de supervisión diseñadas para
prevenir el riesgo de violencia, ción más o menos elevada de riesgo de violencia;
y que no hay necesidad de reali­ y “Alto” indica que el evaluador cree que el indi­
zar un seguimiento de las varia­
viduo está en una situación de riesgo de violencia
ciones del riesgo. Una evalua­
ción que arroja un resultado de alto o muy elevado. Aunque se reconoce que la
riesgo moderado sugiere que se división es tajante, esta codificación simple es
debería hacer un plan para la
fácil de entender y de llevar a la p ráctica
prevención del riesgo para el in­
dividuo; este plan tiene que in­ (Monahan y Steadman, 1994).3
cluir, por lo menos, algún me­
canism o para revaluar
No se puede especificar un método para llegar
sistemáticamente el riesgo. Una
evaluación que arroja un resul­ a una decisión final apropiado para todas las situa­
tado de riesgo alto indica que se ciones. Para la investigación, es posible utilizar la
debe diseñar, de inmediato, un
plan de prevención del riesgo
HCR-20 como si fuese una escala actuarial y sim­
para el individuo, que incluya, plemente sumar los ítem numéricos para obtener
como mínimo, personal de ase- el puntaje de la escala H, que va de 0 a 20; de la C
soramiento, elevar el nivel de
supervisión, prioridad para reci­
y la R, que van de 0 a 10; y del puntaje total, que va
bir el tratamiento disponible, y de 0 a 40. Si algún ítem se tiene que omitir, los
que se elabore un cronograma de puntajes deben prorratearse. Esto no es recomen­
revaluación regular.
dable cuando se omiten demasiados ítem -por
4 Sin embargo, los evalua­
dores deben ser cautelosos en los ejemplo, más de dos ítem H, más de uno C o R, o
casos en que se concluya que no más de cinco, en total. Tampoco es recomendable
existe probabilidad de violencia la ponderación diferencial de algún ítem, ya que
debido a incapacidad O lesiones
físicas. Se conocen muchos ca­ no existen pruebas de que este procedimiento me­
sos de personas con jore, de forma confiable, la precisión predictiva
incapacidades físicas graves que
(Dawes, 1982); sin embargo, en algunos estudios
cometieron delitos violentos, por
ejemplo, un hombre en silla de de investigación, puede ser importante o intere­
ruedas cometió una violación y sante hacerlo.
un hombre casi ciego convenció
a otra persona de que cometiera
un homicidio. Algunas lesiones, Para fines clínicos, no tiene mucho sentido su­
como las lesiones cerebrales mar el número de factores de riesgo presentes en
traumáticas, pueden elevar el
riesgo de violencia en casos par­
un caso determ inado y luego utilizar puntajes de
ticulares (Bowman, 1997). corte fijos y arbitrarios para clasificar al indivi­

144
dúo, según el riesgo, en bajo, moderado o alto. Como se ha señalado (Kropp
y cois., 1995; Dietz, 1985), es posible y razonable que un evaluador con­
cluya en que un paciente se encuentra en situación de riesgo alto de violen­
cia sobre la base de un solo factor de violencia -si por ejemplo, ese factor
de riesgo es “Síntomas Activos de Trastornos Mentales Mayores” (C3) y
refleja la intención deliberada del evaluado de cometer un homicidio o de
llevar a cabo fantasías sexuales sádicas. Asimismo, la presencia de rasgos
psicopáticos extremos (“Psicopatía”, H7) puede llevar al evaluador a clasi­
ficar al evaluado como un sujeto de alto riesgo (Hart y Haré, 1996). Tam­
bién, pueden existir factores que lleven a la conclusión de que el evaluado
tiene un riesgo de violencia bajo (por ejemplo incapacidad física grave,
estado comatoso).4

Cuando no existe un factor que por sí mismo determine el grado de


riesgo, parecería que en general el grado de riesgo variará positiva y cons­
tantemente en función del número de factores presentes en el caso. En otras
palabras, parece razonable que los evaluadores piensen que cuanto más
alto es el número de factores presentes en un caso, más alto será el riesgo de
violencia. Sin embargo, aún en estos casos, los evaluadores deben ser cau­
telosos. La relación entre el número de factores de riesgo presentes y el
riesgo de violencia probablemente no sea lineal; es probable que el riesgo
dependa de la combinación específica y no, del número de factores de ries­
go presentes. En resumen, por el momento, puede no ser posible ni aconse­
jable desarrollar puntajes de corte para determinar las conclusiones finales
de la evaluación del riesgo en ámbitos clínicos.

Los ítem omitidos son problemáticos en los ámbitos clínicos. El hecho


de prorratear presupone una coherencia interna de la HCR-20, esto es,
que los ítem tengan más o menos la misma validez como indicadores de
alguna característica (peligrosidad) o como factores predictores de algún
incidente (violencia) en un caso determinado. Esta presuposición puede
no ser correcta. Por lo tanto, en ámbitos clínicos, “omisión” se debe con­
siderar igual a “0” -am bos indican que no hay información que sugiera la
presencia de un factor de riesgo. Los evaluadores deben tomar conciencia
de que la omisión de algunos ítem puede afectar la validez de la decisión
final, en especial si dicha evaluación arroja que el evaluado tiene un
riesgo bajo de violencia. Cuando se omiten ítem, los evaluadores deben
indicar cómo podría variar el resultado de la evaluación si la información
completa estuviese disponible.

451
Codificación Es importante que los evaluadores aclaren el
de los Factores de contexto de la evaluación del riesgo. En la hoja
Riesgo de puntuación de la HCR-20, esto se indica mar­
medioambientales cando la casilla “Dentro” (violencia en la institu­
ción) o “Fuera” (violencia en la comunidad) en la
sección del Riesgo Medioambiental.

Durante la evaluación del riesgo de violencia


en la comunidad, se presupone que el individuo
reside en la comunidad y los Factores de Riesgo
Medioambientales se deben interpretar de acuer­
do a eso. Cuando se evalúa el riesgo de violencia
institucional, se presume que el individuo reside
en una institución; el evaluador debe hacer las
alteraciones necesarias para la interpretación de
los ítem. Por ejemplo, la codificación del ítem
“Deficiencia del Plan de Reinserción Social” (Rl),
en una evaluación “dentro”, se debe centrar en el
plan del evaluado para adaptarse al tratamiento y
al régimen de prevención del riesgo en la institu­
ción; asimismo, la codificación del ítem “Estrés”
(R5), se debe centrar en la probabilidad de expo­
sición a factores estresantes psicosociales duran­
te la hospitalización del individuo.

146
Evaluacionesi Como se puede ver en las secciones anterio­
Repetidas! res, las conclusiones de las evaluaciones destina­
das a examinar el riesgo de violencia en institucio­
nes pueden diferir notoriamente de las que tienen
como objeto la evaluación del riesgo de violencia
en la comunidad. Por esta razón, es importante
revaluar el riesgo cuando cambia el contexto.

También es importante revaluar a individuos


en otras circunstancias. Es muy probable que los
factores de riesgo varíen con el tiempo en cuanto
a la gravedad. Esto se ve especialmente en los
factores Clínicos o de Riesgo Medioambientales,
que son, fundamentalmente, de naturaleza diná­
mica, aunque también se ve en los factores más
estáticos, los Históricos. Por ejemplo, un acto de
violencia durante un período de libertad supervi­
sada (alta a prueba o liberación bajo condicio­
nes) puede implicar cambios en ítem Históricos,
como en H l, H2, y H10. Se recom ienda la
revaluación del riesgo de violencia como mínimo
cada 6 (de 6 a 12) meses o siempre que exista
alguna circunstancia que amerite la anticipación
de la evaluación. Algunos colegas señalaron que
la HCR-20 es una herramienta muy útil tanto para
el monitoreo del progreso durante un tratamiento
o supervisión, como para la predicción.

471
Definición de violencia

En esta sección se suministra una definición


de violencia. Aunque, sin lugar a dudas, existen
definiciones alternativas, la idea es que la identi­
ficación de los actos de violencia no sea ni de­
masiado incluyente ni demasiado excluyente.

Para el objetivo de este manual, violencia es


cualquier conducta dañina, o el intento o amenaza
de la misma, contra una o más personas. Las ame­
nazas deben ser claras y precisas -por ejemplo, “¡te
voy a matar!”- y no, frases que expresen hostili­
dad, vagamente. La violencia es una conducta que
probablemente cause daño en terceros. La conduc­
ta que infunde miedo en la persona promedio se
considera violenta (por ejemplo, el asecho). El daño
producido en la víctima no es la característica que
define a un acto violento. Es el acto en sí mismo lo
que lo define. Por ejemplo, una persona que dispa­
ra un arma hacia una multitud, pero no lastima a
nadie, cometió un acto violento.

En general, los actos que son lo suficientemente


graves como para traer aparejada una sanción penal
o civil, o como para que el sujeto pueda ser acusado
ante la justicia, se deben considerar actos violentos.

Todas las agresiones que atenten contra la inte­


gridad sexual se deben considerar comportamien­
tos violentos. Se recomienda consultar a Boer y
cois. (Boer y cois., 1997), que definen la violen­
cia sexual como el contacto sexual real, o el in­
tento del mismo, sin el consentimiento de la otra
parte o con alguien incapaz de consentir.

148
Sobre la base de esta definición, algunos de
los ejemplos de actos que deben considerarse
violentos incluyen: pegar, dar puñetazos, patear,
morder, arañar o alguna otra forma de agresión
física hacia otra persona o personas. Algunos
ejemplos menos claros de violencia incluyen
secuestros, incendios o conducir con impruden­
cia, ya que constituyen una amenaza de lesión.
Los actos que no se consideran violentos inclu­
yen muchas formas de ofensas que no están
acompañadas de amenazas de daño físico o des­
trucción de propiedad, donde no se pone en pe­
ligro a terceros, y algunos ejemplos de poca gra­
vedad, tales como rozar a otras personas. Es ne­
cesario resaltar que hay muchos otros actos que
pueden ser clasificados como violentos, pero
también, muchos otros que no. Aquí ofrecemos
sólo algunos ejemplos.

Además de los comportamientos que quedan


fuera de lo que aquí se define como acto de vio­
lencia, de acuerdo a la definición de violencia
proporcionada anteriormente, se excluyen explí­
citamente algunas conductas. Los actos violen­
tos contra animales no se consideran violencia,
a menos que sean cometidos para infundir te­
mor en otra persona. Lo mismo ocurre con los
actos de defensa propia o de terceros, siempre y
cuando el nivel de violencia no sea mayor que el
necesario para someter al atacante. Los actos de
agresión consensúales, como ocurre en eventos
deportivos, no son violencia en tanto estén per­
mitidos por las reglas del deporte.
La HCR-20 y los
esquemas relacionados

Una pregunta recurrente es si la HCR-20 es


preferible a otros esquemas publicados como el
Violence Prediction Scheme (VPS) (Webster y
cois., 1994), que incluye la VRAG (Harris y cois.,
1993; Rice, 1997), y una escala clínica llamada
ASSESSMENTLIST. La utilización de la VRAG,
que está basada en información real obtenida de
más de 600 pacientes psiquiátrico forenses de alto
riesgo estudiados durante siete años, podría ser
considerada seriamente, especialmente, si la po­
blación sobre la que se aplicará, es similar a la
que evaluaron los autores (Harris y cois., 1993).
En efecto, el campo de aplicación de la VRAG
podría ampliarse evaluando su replicación en otras
muestras relacionadas. Los evaluadores necesi­
tan utilizar algún tipo de esquema o conjunto de
esquemas sistemáticos y deben, también, colabo­
rar en la evaluación de la confiabilidad y validez
de tales instrumentos. En resumen, lo importante
es el estudio sistemático.

150
FACTORES
HISTÓRICOS

Los autores tienen la certeza de que la infor­


mación histórica debe ser la base de la evalua­
ción de riesgo (Webster y cois., 1994). En los
ámbitos clínicos generales, las predicciones ba­
sadas en un número relativamente reducido de
variables históricas son, en general, tan o más
precisas que las basadas en información detalla­
da (Dawes y cois., 1989); aparentemente, ocu­
rre lo mismo con las predicciones en los ámbitos
forenses (Monahan, 1981).

Algunos clínicos no están de acuerdo con la


importancia que la HCR - 20 y otros instrumen­
tos similares le conceden a lo que aquí se deno­
mina factores de riesgo históricos. Se debe re­
cordar, sin embargo, que muchos ítem históricos
(como el diagnóstico de enfermedades mentales
o de trastornos de la personalidad), en realidad,
son el resultado de la evaluación clínica general.
El uso del término “histórico” refleja la estabili­
dad temporal de estos ítem, que tienden a ser de
naturaleza estática. Esto no quiere decir que sean
características invariables, permanentes de los
individuos (por ejemplo, variables demográficas)
o eventos pasados.

511
La evaluación de los factores históricos es mucho más que la simple
colección de referencias del evaluado. Independientemente de que sea útil
consignar tales referencias, el clínico experimentado las considera en el
contexto de la significación personal y social, tratando de reconstruir el
patrón de conducta, modo de pensar y valorar o aspecto psicofuncional
relevante, en el marco de un proceso de contrastación con conceptos teóri­
cos. La actividad clínica, cualquiera que sea la dimensión temporal de la
que se obtienen los datos, se diferencia notablemente de la transcripción
textual que puede hacer un escribiente o de la consideración deductiva que
puede hacer un investigador fáctico. Aún con la misma información, el
detective o el juez, por ejemplo, alcanzarán conclusiones de determinada
naturaleza, mientras que el clínico obtendrá las suyas, de naturaleza dife­
rente. Ninguna de estas particularidades implica que las conclusiones del
clínico no sean pasibles de corroborarse o refutarse; por el contrario, en
tanto su conclusión tenga más características que le hagan corroborable o
refutable, más cercana estará de lo científicamente deseable.
La evaluación de los factores históricos no se puede considerar com­
pleta sin la concurrencia de diversas fuentes, especialmente en lo que con­
cierne a todos aquellos aspectos pasibles de ser distorsionados por la
deseabilidad social o algún otro dinamismo propio del sujeto o de la situa­
ción que le compromete.
La importancia de este tipo de factores no debe ser solamente conside­
rada en el momento de la evaluación de riesgo. Su importancia debería
guiar a todo clínico y persona involucrada en la evaluación, supervisión y
tratamiento de todos aquellos que están privados de libertad o internados.
Así, el adecuado registro de incidentes, funcionamiento y novedades que
puedan hacer enfermeros, clínicos, maestros, oficiales penitenciarios, etc.,
contribuye, a la postre, con la sólida evaluación de riesgos. Las institucio­
nes no deberían apoyarse solamente en la actividad clínica que hacen los
profesionales de la salud mental, sino también, generar las condiciones
necesarias para el registro sistemático y eficiente del comportamiento de
la persona. Esa es una auténtica form a de integración de aportes de dife­
rentes disciplinas.

152
H1 Violencia previa

Monahan (Monahan, 1981) señala que “exis­


te un descubrimiento en el área de la predicción
que eclipsa a todos los demás: la probabilidad de
que se cometan delitos futuros aumenta con cada
acto delictivo pasado” (p. 104). Las pruebas de
los estudios de Baxstrom (Steadman y Cocozza,
1974) y de Dixon (Thomberry y Jacoby, 1979)
son muy contundentes en lo que a esto respecta.
Algunos estudios de evaluaciones de peligrosidad
ordenadas por los tribunales (Menzies y Webster,
1995; Sepejak y cois., 1983) y otros estudios rea­
lizados en servicios con internaciones de emer­
gencia, también apoyan esta teoría (Blomhoff y
cois., 1990; Convit y cois., 1988). Klassen y
O’Connor (Klassen y O’Connor, 1989) sostienen:
“Sobre la base de los descubrimientos realizados
hasta la fecha, prácticamente todas las medidas
de delitos pasados predicen violencia futura” (p.
233). Los autores son conscientes de que la clasi­
ficación de los sujetos en tres categorías (ver aba­
jo) puede implicar un grado considerable de sub­
jetividad. También, reconocen que los actos vio­
lentos en sí mismos no revelan, necesariamente,
la historia completa de lo que ocurrió, y que la
“intencionalidad”, tanto de la víctima como del
agresor, se debería tomar en cuenta.

531
Cuando se realiza una evaluación de personas con antecedentes delictivos
y actual compromiso legal, no deber ser sorprendente encontrar que las refe­
rencias tiendan a suavizar las consecuencias de los actos o a negar
intencionalidad lesiva. Por ejemplo, es común escuchar cómo el examinado
cometió algunos robos con armas y sostener que no pensaba usarla y que
sólo quería asustar. Un robo en el que se utiliza arma, aún sin disparar, es
decir, sólo como amenaza, debe considerarse como acto violento grave. ~
Este ítem permite la consideración de algunos aspectos cualitativos que
p u eden ser relacionados específicam ente con fa c to re s de riesgo
medioambiental en el momento de alcanzar las conclusionesfinales. En oca­
siones, es relevante conocer los detalles del hecho violento, sus circunstan­
cias y la relación con la víctima. Por ejemplo, si la violencia se desencadenó
con un allegado con quien aún persiste el conflicto, el detalle debería tenerse
en cuenta y vincularse con el factor de exposición a desestabilizadores. La
conclusión sería diferente si el antecedente violento ocurrió durante un sín­
drome confusional del cual el sujeto ni siquiera tiene suficiente registro
mnésico. La integración de ese nivel de detalle con otros factores permite
una mensura más ajustada a la realidad y, eventualmente, el diseño de apro­
piada intervención para la prevención de futuros actos violentos.

Codificación
0 Inexistencia de antecedentes violentos
1 Violencia previa posible o leve (uno o dos actos de violencia moderadamente grave)
2 Violencia previa clara o grave (tres o más actos de violencia, o cualquier acto de
violencia grave).

Se recomienda que el evaluador relea las definiciones de violencia de la


sección anterior. El esquema de puntuación en este ítem intenta capturar el
grado de violencia previa. Por eso, el número de actos violentos pasados se
combina con la gravedad de la violencia pasada para determinar un puntaje.
Los actos de violencia moderada o leve incluyen cachetadas, empujones y
otros comportamientos que probablemente no causen lesiones graves o per­
manentes en las víctimas. Los actos de violencia clara o grave incluyen aque­
llos actos que provoquen la muerte, lesiones graves o permanentes en la víc­
tima, aunque cabe aclarar que no se limitan a éstos.

Los actos de violencia que se manifiesten hasta el momento de la eva­


luación y durante la misma se incluyen dentro de “violencia previa”. Aquí
encontramos: el último delito, violencia durante la encarcelación u hospita­
lización o hacia el evaluador, durante la entrevista.

154
H2 Edad temprana
en el momento
de la primera
conducta violenta

I En general, cuanto más joven sea la persona


en el momento de su primer acto de violencia
conocido, más probabilidades tendrá de cometer
actos de violencia en el futuro. (Lattimore y cois.,
1995; Swanson, 1994; Harris y cois., 1993;
Steadman y cois., 1994).
Este ítem requiere, en ocasiones, aplicar el
juicio profesional. Es común que los evaluados
informen sobre alguna pelea en época escolar
sin que haya existido intervención de autorida­
des escolares, ni de la justicia, ni de los padres.
Frecuentemente, se la describe como un enfren­
tamiento que no produjo lesiones, de breve du­
ración y que fu e interrumpido por pares. El ju i­
cio sobre ese tipo de violencias debería contem­
plar el contexto y la gravedad. Si bien, en un
sentido estricto, esas conductas cabrían en la de­
finición de violencia expresada arriba, la con­
signación de la edad de tales eventos infantiles
que no tuvieron consecuencias ni levemente se­
rias, generaría una homogeneidad entre las per­
sonas que anularía la utilidad del ítem. En cam­
bio, cuando la conducta, aunque de época esco­
lar, terminó, p or ejemplo, con una lesión o inter­
vención form al de padres o autoridad escolar,
debería ser considerada como un primer acto
violento y la edad debería registrarse.

551
Codificación
0 Primera conducta violenta conocida a los 40 años o después.
1 Primera conducta violenta conocida entre los 20 y 39 años.
2 Primera conducta violenta conocida anterior a los 20 años.

Estas divisiones de edades son arbitrarias. En general, cuanto más joven


sea la persona en el momento de su primer acto de violencia, mayor será la
probabilidad de actos de violencia futuros. Se recomienda que los evalua­
dores registren la edad del evaluado en el momento del primer acto de vio­
lencia y también la edad en el momento de la evaluación. Para las investi­
gaciones, las categorías de las edades se pueden modificar.

La edad se establece de acuerdo a la fecha del primer acto de violencia


conocido, y no, a la del último delito o a la de la evaluación. Si no existen
actos de violencia conocidos, se le asigna puntaje 0.

156
H3 Inestabilidad
en las relaciones
de pareja

I En general, el entorno social estructurado pre­


viene los delitos violentos (Swanson, 1994;
Klassen y O’Connor, 1994). Esto se comprueba
en Harris y cois. (Harris y cois., 1993), donde la
variable “nunca casado” correlacionó +0,18 con
actos de violencia futuros. Klassen & O ’Connor
(Klassen y O’Connor, 1988) también observaron
la relación entre las personas solteras y violen­
cia. Los hombres que son violentos en sus rela­
ciones de pareja tienen muchas posibilidades de
ser violentos fuera de ellas (Gondolf, 1988;
Saunders, 1992). Por supuesto, se tiene que en­
tender que la variable “matrimonio” se asocia con
otras, como la “presencia”, “aceptación”, “capa­
cidad para asumir responsabilidades”, entre otras.
Este ítem influye sobre el riesgo de maneras
diferentes, razón por la cual su análisis también
debería ser complementado cualitativamente.
Entre personas de estilo de vida delictivo es fr e ­
cuente encontrar un patrón de relación de pare­
ja sumamente inestable, lo que permite una pun­
tuación segura. Pero puede ser que la evalua­
ción deba hacerse en una persona sin caracte­
rísticas delictivas y que sólo en el último año,
por ejemplo, ingresó en un período de inestabili­
dad con su pareja. La configuración de un p a ­
trón, entonces, puede resultar dificultosa y la

571
inestabilidad detectada no ser más que un estado transitorio. La puntua­
ción dependerá, por ejemplo, de la actualidad y gravedad del conflicto. Su
impacto en las conclusiones se evaluará apropiadamente en la integración
con otros ítem. Este es un ítem histórico que puede tener variaciones a lo
largo de la evolución del sujeto.

Codificación

0 Patrón de relaciones de pareja relativamente estable y sin conflictos.


1 Patrón de relaciones de pareja inestable o conflictivo posible / leve
2 Patrón de relaciones de pareja inestable o conflictivo claro / grave.

Este ítem se aplica únicamente a las relaciones de pareja sexuales; que­


dan excluidas las relaciones familiares y de amistad. El ítem apunta a esta­
blecer si el individuo tiene la capacidad de formar y mantener relaciones de
pareja estables y duraderas, y si, dada la oportunidad, lo hace. La “inestabi­
lidad” se manifiesta de muchas maneras: muchas relaciones cortas; ausen­
cia total de parejas; presencia de conflictos en las relaciones duraderas.

Algunos matrimonios o parejas son precisamente llamativos por el alto


grado de violencia grave y continua. Estas relaciones deben considerarse
como “altamente conflictivas”. Puede ser necesaria una evaluación más
específica en esta área. De ser así, se recomienda consultar la SpousalAssault
Risk Assessment Guide (SARA) (Kropp y cois., 1995). La SARA sigue los
mismos criterios generales que la HCR - 20.
La SARA se encuentra en proceso de traducción al español, adaptación
y evaluación local.
Es una guía clínica diseñada para evaluar el riesgo de violencia conyu­
gal. Tiene la estructura de una lista de cotejo de factores de riesgo especí­
ficos. Los 20 ítem que la conforman están basados en una exhaustiva revi­
sión bibliográfica empírica y en publicaciones escritas por clínicos con
amplia experiencia en la evaluación de varones abusadores de sus parejas.
La SARA permite sistematizar la evaluación de riesgo de manera completa
y técnicamente accesible.

158
H4 Problemas laborales

Las estadísticas generales sobre la reiteración


delictiva muestran una relación entre el nivel de
ingresos y la conducta delictiva, durante la liber­
tad condicional (Monahan, 1981), y el desem­
pleo y la reiteración delictiva, en general
(Andrews y Bonta, 1995). No hay ningún moti­
vo para pensar que esto no se mantiene con res­
pecto a las personas con trastornos mentales.
Menzies y Webster (Menzies y Webster, 1995),
en una muestra de delincuentes con trastornos
mentales, descubrieron que el desempleo en el
momento del arresto era una de las cuatro varia­
bles de un conjunto de factores que predecían
actos de violencia. Harris y cois. (Harris y cois.,
1993) observaron que, aunque no es uno de los
12 indicadores más importantes, los hombres que
recidivan en la violencia durante los siete años
de seguimiento tienen períodos más cortos con
empleo (50 %) que el grupo apareado de no rein­
cidentes. Andrews y Bonta (Andrews y Bonta,
1995) sostienen que los problemas laborales se
relacionan con la recidiva general.

Codificación

0 Ausencia de problemas laborales.


1 Problemas laborales posibles /leves.
2 Problemas laborales claros / graves.

Es probable que las personas que obtengan


puntajes altos en este ítem se rehúsen a buscar
empleos legítimos o tengan un historial de mu-

591
chos empleos en períodos cortos de tiempo, o hayan sido despedidos o
hayan renunciado en varias ocasiones. Lo central en este ítem es la presen­
cia o ausencia de problemas laborales. Los evaluadores pueden tener en
cuenta algunas circunstancias que justifiquen la reducción del puntaje de
2 a 1 o 0 (esto es, factores económicos, o incapacidades físicas o mentales
que impidan que la persona trabaje). Sin embargo, los evaluadores deben
utilizar este criterio con moderación, ya que el ítem se centraliza en los
problemas de empleo y no, en la capacidad laboral. Las experiencias o los
programas laborales institucionales deben considerarse en este ítem. Aquí,
se incluyen los estudios posteriores a la educación media como trabajo.

Este ítem, en algunos casos, no es pertinente y debe omitirse. Un ejem­


plo sería una persona de 17 años que, al haber terminado el colegio re­
cientemente, tenga poca o ninguna posibilidad de establecer una historia
laboral.

Ya que este es un ítem histórico, se deben considerar con cautela los


cambios recientes en la condición laboral o previsional del sujeto. Por ejem­
plo, una persona con una historia de 15 años de problemas laborales, que
acaba de conseguir una pensión por invalidez, porque se la considera
“laboralmente incapacitada ”, puede, de todas maneras, obtener un puntaje
2 en este ítem.

160
H5 Problemas relacionados
con el uso
de substancias

En general, los clínicos, por experiencia, no


tienen problemas para reconocer la conexión en­
tre el abuso de substancias y la conducta violen­
ta. Esta variable demostró ser significativa en el
estudio de Harris y cois. (Harris y cois., 1993) y,
sin duda, se la considera como uno de los facto­
res más importantes en otras investigaciones
(K lassenyO ’Connor, 1994). Swanson (Swanson,
1994), en su proyecto a gran escala multicéntrico,
Epidemiological Catchment Area (ECA), sostie­
ne que el diagnóstico de abuso de substancias pre­
senta asociaciones más fuertes con la violencia
que el diagnóstico de trastornos mentales. De
hecho, de todas las variables estudiadas, es la que
más se vincula con el comportamiento violento.
Otras investigaciones apoyan la conexión entre
el abuso de substancias y violencia en diversos
grupos m uéstrales (B artels y cois., 1991;
Blomhoffy cois., 1990;Hodgins, 1990;Hoffman
yBeck, 1985; Taylor, 1985; Yarvis, 1990).
Entre las sustancias de abuso se incluye el
alcohol. El patrón abusivo de consumo de sus­
tancias suele ser ocultado o minimizado por el
abusador que responde en fu n c ió n de la
deseabilidad social o queriendo evitar, por ejem­
plo, una internación. Sin embargo, el clínico debe
estar alertado de que, en algunos contextos, el

611
evaluado tiende, por el contrario, a exagerar la información sobre su con­
sumo. Aparentando un hábito de mayor consumo, el evaluado puede inten­
tar atribuir responsabilidad de determinado hecho delictivo al estado de
intoxicación o intentar que se le aloje en un centro de tratamiento, al que
puede considerar, de diversas maneras, beneficioso. El diagnóstico preci­
so, debe basarse en una minuciosa entrevista, la obtención de datos com­
plementarios y la integración con la evaluación física, los métodos auxi­
liares de diagnóstico y los conceptos teóricos que orienten hacia la plausi-
bilidad biológica de las referencias. Para completar este ítem, suelen ser
de gran utilidad los estudios que se realizan en la etapa de proceso penal y
las informaciones de centros asistenciales donde el evaluado pudo haber
estado en tratamiento.

Codificación

0 Ausencia de problemas de abuso de substancias.


1 Problemas de abuso de substancias posibles / leves.
2 Problemas de abuso de substancias claros / graves.

El uso indebido de las drogas recetadas se considera abuso. También, se


tiene que incluir en la evaluación la utilización de otras sustancias, como
pegamentos. Aunque el diagnóstico psiquiátrico de abuso o dependencia de
substancias se debe tomar con seriedad, la mera presencia de éste no ga­
rantiza que el puntaje sea 2, sin corroboración. El evaluador tiene que esta­
blecer si existe deterioro en áreas de la salud, el empleo, el ocio y las rela­
ciones interpersonales que se pueda atribuir al abuso de substancias. Algu­
nos ejemplos son (aunque no se limitan a estos): llegar tarde a trabajar,
tener arranques de ira contra otras personas; tener resacas fuertes; no poder
concentrarse mientras se maneja o se trabaja; no poder mantener o buscar
un empleo debido al consumo de substancias; trabajar en estado de ebrie­
dad; tener infracciones por manejar bajo los efectos del alcohol o las dro­
gas; tener dificultades en las relaciones interpersonales relacionadas con el
consumo; haber sido arrestado por incidentes relacionados con drogas; ne­
gar un problema, aunque sea evidente lo contrario. El uso de substancias
trae aparejado lesiones neurológicas (psicosis alcohólicas o por otras dro­
gas, delirium tremes, deterioro grave de la memoria, etc.).

162
Trastorno mental mayor

Monahan (Monahan, 1981), en su libro, ase­


guraba que no había correlación entre los trastor­
nos mentales y violencia. Sin embargo, reciente­
mente, revisó los trabajos sobre el tema realiza­
dos en la década pasada y afirma: “Los trastor­
nos mentales pueden ser un factor de riesgo con­
creto y significativo de la existencia de violen­
cia, como lo vienen afirmando cada vez más in­
vestigadores clínicos en los últim os años”
(Monahan, 1992) (p. 519). El estudio llevado a
cabo por Swanson (Swanson, 1994), ECA, reve­
la que los trastornos mentales, particularmente la
esquizofrenia y la manía, son indicadores muy
importantes de riesgo de violencia en la comuni­
dad. Hodgins (Hodgins, 1992) recopiló informa­
ción convincente de investigaciones realizadas
con muestras comunitarias, que indica que los
trastornos mentales mayores aumentan la proba­
bilidad de violencia a lo largo de la vida. Douglas
y Hart (Douglas y Hart, 1996), en una revisión
cuantitativa, descubrieron que la presencia de tras-
tornos p sicó tico s m ayores aum enta
substancialmente la probabilidad de que las per­
sonas actúen violentamente. Tal como ocurre con
la edad, muchos aspectos de los trastornos men­
tales mayores, como los delirios y las alucina­
ciones, tienen una relación compleja con la vio­
lencia (McNiel y Binder, 1994). Es importante
señalar, sin embargo, que la mera correlación en­
tre violencia y trastorno mental no implica que
todas las personas con trastornos mentales ac­
túen violentamente -por el contrario, la mayoría
no lo hace-, y que, en comparación con la combi-
nación “varón, joven y nivel socioeconómico bajo”, por ejemplo, las enfer­
medades mentales constituyen sólo un factor de riesgo moderado (Monahan,
1992).

Codificación

0 Sin trastorno mental mayor.


1 Trastorno mental mayor posible / leve.
2 Trastorno mental mayor claro / grave.

El diagnóstico de trastorno mental mayor debe ajustarse a un sistema


nosológico oficial, como el del DSM - IV (Am erican Psychiatric
Association, 1994), o el International Classification o f Diseases (ICD —
10) (World Health Organization, 1992). Este ítem se calcula sobre la base
de la historia pasada, sin tener en cuenta si el trastorno está en un período
activo o de remisión.

Este ítem se aplica a los trastornos que presentan perturbaciones del


pensamiento y del afecto (trastornos psicóticos, maníacos, orgánicos, retra­
so, etc.). Cuando la presencia de un trastorno mental mayor es unívoca, el
puntaje de este ítem debe ser 2; cuando las pmebas son equívocas (por
ejemplo, si el grado de gravedad no es claro), el puntaje apropiado es 1.

Los trastornos mentales leves, como los trastornos de ansiedad, trastor­


nos somatoformes, parafilias, trastornos del sueño o del control de los im­
pulsos, no se consideran en este ítem. Los trastornos de personalidad se
codifican en el punto H9.

164
H7 Psicopatía

Una de las características más distintivas del


trabajo de Harris y cois. (Harris y cois., 1993) es
el hallazgo de que la PCL-R es el mejor predictor
de violencia en esquizofrénicos e individuos con
trastornos de personalidad. Distintos investiga­
dores descubrieron que la psicopatía constituye
un factor de riesgo de violencia futura muy im­
portante en varias poblaciones distintas (Hill y
cois., 1996; Serin, 1991; Rice y Harris, 1992;
Forthycols., 1990; Quinseyycols., 1995; Serin,
1996; SerinyAmos, 1995).Unm etanálisisde 18
estudios que habían investigado la relación entre
la psicopatía y la violencia (y otras formas de com­
portamiento antisocial) reveló, en promedio, un
tamaño del efecto alto (d = 0,79) entre la psico­
patía y esas medidas de resultados (Salekin y cois.,
1996). La escala tiene dos factores principales
(Harpur y Haré, 1994). El factor 1 se centra en los
rasgos afectivos e interpersonales, mientras que el
factor 2 comprende aspectos conductuales. Las
características que definen a la psicopatía, como
la impulsividad, versatilidad delictiva, indiferen­
cia, falta de empatia o remordimiento, hacen que
la conexión conceptual entre la psicopatía y la vio­
lencia sea clara. Debe quedar en claro que muchos
de los ítem de la PCL-R son más o menos
redundantes respecto de los otros ítem históricos
de la HCR-20. Lo que se debe señalar es que la
PCL-R parece ser el único instrumento específico
hasta ahora desarrollado en el área, que tiene pro­
piedades psicom étricas establecidas (Hart y
Dempster, 1997; Hart y cois., 1994). Una dificul­
tad inevitable, sin embargo, es que los futuros e-

651
valuadores deben estar capacitados para administrar este instrumento. Es
posible que la versión de cribado de 12 ítem (PCL:SV) (Hart y cois., 1995),
que se vincula con la violencia (Hill y cois., 1996; Douglas, 1996), sea sufi­
ciente para considerar si es necesario realizar una evaluación completa.

Codificación

0 Inexistencia de características psicopáticas. Puntaje inferior a 20 en la PCL-R, o


inferiora 13 en el PCL:SV.
1 Psicopatía posible / leve. Puntaje de 20 a 29 en la PCL-R, o de 13 - 1 7 en el PCL:SV.
2 Psicopatía clara / grave. Puntaje de 30 a 40 en la PCL-R, o de 18-24 en el PCL:SV.

Se debe señalar que estos puntajes se deben obtener sobre la báse de una
evaluación de psicopatía realizada por alguien que esté capacitado para
usar la PCL-R o la PCL:SV y con la suficiente información. Los autores
recomiendan el uso de este ítem basándose en una evaluación formal con la
PCL-R o con laPCL:SV.

En ámbitos psiquiátrico civiles, los evaluadores tal vez deban optar por
la PCL:SV, hasta tanto la PCL-R cuente con estudios normativos con muestra
apropiada.
La traducción y adaptación de ia PCL-R y los estudios que incluyen la
evaluación de su confiabilidad y validez están siendo realizados en la ciu­
dad de La Plata. La PCL-R es una escala para la evaluación de psicopa­
tía, especialmente útil para la población forense de varones. Abarca con­
ductas y rasgos de personalidad comprendidos en la amplia concepción
clínica de psicopatía. En el ámbito clínico se utiliza para psicodiagnóstico.
Dado que el puntaje obtenido puede tener importantes consecuencias en el
sujeto y en su futuro, debe utilizarse con completa responsabilidad y entre­
namiento en la temática. Su uso está restringido a los profesionales de las
ciencias de la conducta con entrenamiento y experiencia. Debe limitarse
su uso a la población en la que ha sido validada. La información necesaria
para completar la escala se obtiene de entrevistas clínicas y de la revisión
de información complementaria. La escala utiliza un marco temporal dado
por el funcionamiento personal perdurable o promedio y brinda criterios
para optar en casos de información contradictoria.

166
H8 Inadaptación temprana

í Este ítem trata la inadaptación en el hogar, la


escuela o en la comunidad, antes de los 17 años.
En cuanto a la inadaptación escolar, se conside­
ran tanto la capacidad del sujeto y los logros es­
colares, como la conducta en clase y la adapta­
ción al colegio en general. Harris y cols. (Harris
y cois., 1993) descubrieron que esta variable
correlacionó +0,31 con las conductas violentas
posteriores a la liberación o el alta hospitalaria.
Siguiendo la misma línea, también observaron que
el hecho de haber sido separados de sus padres
antes de los 16 años correlacionó +0,25 con vio­
lencia futura. Hodgins (Hodgins, 1994), en un
estudio en el que se realizó un seguimiento de
una cohorte en Estocolmo desde el nacimiento
hasta los 30 años, demostró que existe una co­
nexión entre las dificultades identificadas a edad
temprana en el hogar y en el colegio. Klassen y
O’Connor (Klassen y O ’Connor, 1994) afirman:
“Estas variables tienen en común la posible alte­
ración de los vínculos afectivos o de la socializa­
ción durante la niñez” (p. 236). Los evaluadores
deben averiguar si hubo abuso físico durante la
niñez o si presenciaron maltrato físico entre los
padres (Caesar, 1988; Hotaling y Sugarman,
1986). Se descubrió, en estudios psiquiátricos, que
la calidad de vida familiar a edad temprana es
un indicador de violencia futura (Klassen y
O ’Connor, 1989; Yesavage, 1983). Existen indi­
cios de que la gravedad del comportamiento anti­
social es directamente proporcional a la grave­
dad del m altrato durante la niñez (Sm ith y
Thomberry, 1995).

671
La investigación de este aspecto de la historia individual tiene grandes
limitaciones cuando se realiza a través de la entrevista con el interesado. Es
común que, por actitud defensiva, se omitan antecedentes de conductas
disfuncionales infantiles, o que las mismas se minimicen exponiéndolas como
“cosas de chicos ” o refiriéndolas como similares a las conductas que todos
los niños solían tener. Para obtener información útil en la entrevista, es
necesario ofrecer la oportunidad de que el evaluado se explaye narrativamente
y, por supuesto, en un encuadre que no resulte punitivo. Por supuesto, resulta
sumamente valioso entrevistar al progenitor y obtener registros escolares o
judiciales (gabinetes psicopedagógicos, institutos de menores, tribunales de
menores, etc.). En ocasiones, los problemas de conducta de niños y jóvenes
que vivieron en zonas de riesgo social pueden ser normalizados, es decir,
considerados sinceramente como no problemáticos y como propios de la
edad. Esta normalización puede impactar de diversas maneras; puede faci­
litar la comunicación, sin reparos de las conductas disociales o bien, por
subregistro psíquico de su importancia, puede facilitar la omisión. La mane­
ra de compensar esta última consecuencia es, luego de permitir que el eva­
luado se explaye, preguntar puntualmente por las conductas pertinentes.

Codificación

0 Sin antecedentes de inadaptación.


1 Inadaptación posible / leve.
2 Inadaptación clara/grave.

Este ítem incluye dos formas muy distintas de inadaptación temprana como
indicador de violencia futura. Una se relaciona con la victimización del niño
y la otra, con el niño como victimario o delincuente. Aunque ambos factores
predicen violencia en adultos, tienen implicaciones muy distintas en cuanto a
la intervención.

Para asignar un puntaje 2, se recomienda demostrar la inadaptación en,


por lo menos, dos de los tres dominios del hogar, escuela y comunidad; o
que la inadaptación en uno de estos sea demasiado grave (por ejemplo,
abusos graves y prolongados durante la niñez).

Los autores reconocen que, para muchos usuarios, sería preferible que
esta variable se divida en, por lo m en os, dos ítem (esto es, hogar y escuela).
Esto, por supuesto, se puede implementar en la investigación.

168
H9 Trastorno de personalidad

Los trastornos de personalidad, en especial los


del tipo antisocial y limítrofe, se basan en criterios
que dependen, en parte, de una historia de conduc­
tas antisociales. Existen pruebas que demuestran que
los trastornos de personalidad son predictores de
violencia (Widiger y Trull, 1994). Esta variable
correlacionó +0,26 con violencia en el estudio de
Harris y cois. (Harris y cois., 1993). Yarvis (Yarvis,
1990) determinó que los trastornos de personalidad
antisociales y limítrofes estaban sobrerepresentados
en una m uestra de hom icidas. Estudios
epidemiológicos en el Canadá (Bland y Om H.,
1986) y en los Estados Unidos (Robins y cois., 1991)
respaldan la asociación entre violencia y trastorno
de personalidad antisocial. Ingredientes clave como
la ira, la impulsividad, la hostilidad, entre otros, ele­
van el riesgo de conductas delictivas, tanto genera­
les como violentas (Haré, 1990; Haré y Hart, 1993;
Sonkin, 1987).

Codificación

0 Sin trastorno de personalidad.


1 Trastorno de personalidad posible / leve.
2 Trastorno de personalidad claro / grave.

El diagnóstico de trastorno de personalidad debe


ajustarse a un sistema nosológico oficial como el
D SM -IV (American Psychiatric Association,
1994), o el ICD - 10 (World Health Organization,
1992). Este ítem se calcula sobre la base de la his­
toria pasada, sin tener en cuenta si el trastorno está
en un periodo activo o de remisión.

691
Los trastornos de personalidad posibles o leves incluyen el diagnóstico
de rasgos de trastorno de la personalidad.
El diagnóstico de trastorno de personalidad es complejo. La interrelación
entre los profesional de la salud mental y el evaluado aporta una informa­
ción que suele ser muy valiosa para el diagnóstico; sin embargo, la rela­
ción pericial, con sus peculiares características, enrarece la relación y
puede interponer obstáculos al proceso diagnóstico. Cuando se carece de
informes previos o datos de historia clínica, se hace necesario reiterar
entrevistas y buscar información complementaria. El proceso diagnóstico
suele enriquecerse con la utilización de métodos auxiliares, tales como los
inventarios de personalidad u otro tipo de testificación útil para el objetivo
del ítem. Dada la peculiar posición del sujeto cuando se evalúa el riesgo de
violencia, son particularmente útiles los instrumentos que cuentan con es­
calas de validez.

170
H10 Fracaso en previa alta
o liberación

Este ítem trata los fracasos graves mientras el


individuo se encontraba sujeto a un régimen de
libertad condicional, libertad asistida, alta a prue­
ba, etc. El ítem es pertinente únicamente en los
casos en que la persona haya estado en libertad o
alta supervisadas. El evaluador también debe ave­
riguar si hubo algún intento de fuga de alguna
institución, exitosa o no. Harris y cois. (Harris y
cois., 1993) descubrieron que el fracaso de la li­
bertad condicional previa se asoció con actos de
violencia futuros (+0,24). En una muestra de más
de 3.200 internos varones canadienses que habían
sido liberados de penitenciarias federales en el
curso de un año, Bonta, Harman y Cormier (Bonta
y cois., 1996) descubrieron que los internos con
antecedentes de fugas tenían una tasa de recidiva
general del 66%, mientras que los que no tenían
antecedentes de fuga tenían una tasa de recidiva
del 39%. Esta variable correlacionó, también, con
recidiva violenta. Los pacientes psiquiátrico
forenses hospitalizados, considerados por el per­
sonal del hospital como predispuestos a la fuga,
tuvieron comportamientos más violentos en el
hospital que los que no eran considerados predis­
puestos a la fuga (Ball y cois., 1994).

Codificación

0 No hubo fracaso en previa alta o liberación.


1 Fracaso en previa alta o liberación posible / leve.
2 Fracaso en previa alta o liberación claro / grave.

711
Cualquier fuga o intento de la misma durante una hospitalización o re­
clusión, o fracaso durante un tratamiento ambulatorio supervisado es perti­
nente para este ítem. El fracaso se considera grave si, como resultado, ocu­
rre el reingreso en la institución penitenciaria o psiquiátrica. Algunos ejem­
plos típicos son: fuga de una institución penitenciaria o de un hospital de
máxima seguridad, reincidencia durante la libertad condicional, revocación
de la libertad condicional o incumplimiento del tratamiento psiquiátrico
ordenado por el tribunal. Los fracasos leves son los incumplimientos técni­
cos de las condiciones de liberación, que pueden tener como resultado al­
guna medida disciplinaria menor (suspensión de privilegios o sanciones
leves, etc.); algunos ejemplos son: incumplimiento de los horarios de los
permisos de salidas, disturbios, incumplimiento del tratamiento prescripto,
y consumo de drogas y alcohol, cuando éstos están prohibidos.

Si un individuo no ha tenido ningún periodo de supervisión, en la insti­


tución o fuera de ella, se debe asignar un 0.
E l sistem a legal suele p o sib ilita r que muchos acusados sean
excarcelados durante el proceso penal. La posibilidad de excarcelación
depende del tipo de delito y de no ser reincidente, entre otras cuestiones de
derecho. Durante este período, el excarcelado tiene determinadas condi­
ciones que satisfacer y se encuentra, de alguna manera, bajo la supervi­
sión judicial. Un nuevo delito durante este período debería ser considera­
do como un fracaso, y amerita un puntaje de 2.
En la Provincia de Buenos Aires se cuenta con numerosas instituciones
para el tratamiento de dependientes de drogas y es común encontrar a
personas que han estado alojadas en ellas y, habiéndose fugado o inte­
rrumpido los tratamientos, luego han delinquido y han recidivado en el
abuso de sustancias. Este tipo de fracaso amerita una puntuación de 2.

172
FACTORES
CLÍNICOS

Aunque los ítem históricos tienen más respal­


do en cuanto a su precisión predictiva, existen
bastantes conceptos clínicos aceptados por la co­
munidad científica que pueden ser pertinentes
para la evaluación del riesgo (K lassen y
O ’Connor, 1994; Megargee, 1976). Las concep­
tos teóricos clínicos pueden servir para “mode­
rar” los resultados de los factores históricos
(Klassen y O ’Connor, 1994); o, como dijeron
Harris y cois. (Harris y cois., 1993), la evalua­
ción actuarial del riesgo puede “servir de base
para el juicio clínico” (p. 332), y así, “los clíni­
cos pueden utilizar la información dinámica (va­
riable) (...) para ajustar el nivel de riesgo que se
com putó con el instrum ento de predicción
actuarial” (pp. 332-333). Se intentó incorporar
estas ideas a la HCR - 20, garantizando que el
puntaje total se obtenga, en gran medida, de los
factores históricos, pero que los aspectos del in­
dividuo que varíen con el tiempo, en tanto sean
pertinentes al potencial de violencia, también
contribuyan a la evaluación del riesgo. Las va­
riables clínicas también pueden evaluarse regu­
larmente (por ejemplo, en los controles realiza­
dos a los pacientes con tratamiento ambulatorio)
de m odo que los niveles de riesgo pueden
modificarse, de ser necesario.

El objetivo principal de los autores fue aislar


algunos conceptos particularmente importantes que
se tomaron, por un lado, de los diálogos con los
clínicos forenses experimentados que colaboraron

731
en la construcción de la HCR-20, y por otro, de los
trabajos publicados. En esta sección, se describen cin­
co variables que tienen respaldo en la bibliografía de
investigación y, ahora, necesitan ponerse a prueba en
conjunto para comprobar su validez predictiva.
La puntuación de estos ítem no es una tarea apta
para realizarse mientras se desarrolla la entrevis­
ta. Si bien en numerosas escalas y cuestionarios, el
evaluador tiene que realizar la puntuación a medi­
da que observa el dato o lo pregunta, en la HCR 20,
esto no es posible porque los ítem son, en su gran
mayoría, variables complejas, cuya apreciación en
función de una escala requiere un minucioso proce­
so de reflexión. El proceso de reflexión debe ser rea­
lizado sin emergencia, serenamente, disponiendo de
datos obtenidos de diversas fuentes y vinculándolos
con aspectos teóricos. Esta aclaración es válida para
casi toda la HCR 20, pero se expone en esta sección
porque cabe la posibilidad de que el término clíni­
co sea malinterpretado, restringiéndolo a aquello
que es ve rif ia b le solamente en la entrevista y, por
consiguiente, p a sib le de ser inm ediatam ente
puntuado. En esta sección, el término clínico se
utiliza de una manera más amplia, considerando los
estados variables en el tiempo y que pueden ser
verificables más allá de la entrevista y en otros con­
textos (por ejemplo, observación de conducta
impulsiva en la institución o detección de consumo
de drogas). Asimismo, no sólo el evaluador clínico es
el que aporta información para completar la puntua­
ción de la sección; como será expuesto reiteradamente,
informaciones de diversasfuentes pueden concurrir en
elproceso de mensura de los ítem. Elparámetro tempo­
ral es el presente amplio; coherentemente con lo ante­
dicho respecto a la incorporación de otrasfuentes dife­
rentes a la entrevista, las conductas o variaciones clíni­
cas registradas en los últimos días deberían ser consi­
deradas para la puntuación de esta sección.

174
C1 Deficiencia en el juicio

Esta variable se puede interpretar como una


deficiencia en la comprensión y la evaluación de
sí mismo, tanto en lo relacionado a los procesos
m entales com o al m odo de re a c c io n a r o
interactuar. Una de las ventajas de este concepto
teó rico , p ara este objetivo, es que es
“multidimensional”, es decir, que se puede utili­
zar para determinar en que medida el paciente
cree tener un trastorno mental, si es consciente
de los efectos que tiene la medicación sobre ese
trastorno, y si comprende las consecuencias so­
ciales del trastorno mental y el riesgo de violen­
cia en que se encuentra (Amador y cois., 1993).
La evaluación para determinar en qué medida el
paciente se considera peligroso, enojado o fuera
de control debería realizarse de una manera flexi­
ble y amplia. Los evaluadores deben investigar
si el sujeto es capaz de hacer una crítica normal
del comportamiento de terceros o si lo hace ten­
denciosamente. Por ejemplo, se puede desenca­
denar un acto violento si el sujeto le atribuye a
un tercero una conducta hostil, cuando ésta, en
realidad, no existe (Dodge y cois., 1990). Por
último, sería un error creer que un individuo ca­
rece completamente de autocrítica simplemente
por padecer un trastorno mental mayor.

Codificación

0 Juicio normal
1 Deficiencia en el juicio posible / leve.
2 Deficiencia en el juicio clara o grave.

751
Este ítem evalúa en que medida el paciente
reconoce y comprende el trastorno mental que
padece y los efectos que produce la enfermedad
en otras personas. La deficiencia en el juicio pue­
de manifestarse de distintas maneras. Algunas
personas con trastornos mentales mayores eviden­
tes no pueden o no desean ver que son propensas
a reaccionar violentamente si no toman regular­
mente los medicamentos prescriptos. Otras tie­
nen dificultades para comprender la importancia
que puede tener un gmpo de apoyo bien estruc­
turado para prevenir las conductas violentas. Al­
gunos sujetos no son conscientes del nivel gene­
ralmente alto de peligrosidad e ira que pueden
alcanzar.
La evaluación de este ítem requiere que el clí­
nico trascienda los conceptos que restringen la
definición de alteración del juicio a aquella en­
contrada en los trastornos psicóticos. Las perso­
nas que no padecen trastornos mentales mayores
ejercen su capacidad de juicio con calidad y efi­
ciencia variable. Por ejemplo, en la población
forense es común encontrar personas que no con­
sideran riesgosas conductas que el ciudadano
promedio sí lo haría. Asimismo, es posible que el
su jeto d efien d a sus va lo ra cio n es con
sobrevaloración, parcialidad o tendenciosidad
que afectan lo que podría considerarse un sano
juicio, aún sin implicar un desvío delirante del
mismo. Otro aspecto perturbador del juicio en
esta población es la omnipotencia o la subesti­
mación del efecto del abuso de sustancias, lo que
es particularmente importante para el riesgo de
violencia. Por lo tanto, aún cuando no se detecte
enajenante insuficiencia, suspensión, desvío o
d eb ilita m ien to del ju ic io , las va ria cio n es
descriptas deberían contemplarse en el proceso
de opción de la puntuación apropiada.

176
C2 Actitudes negativas

El clínico debe prestar atención a las manifes­


taciones de actitudes que pueden relacionarse con
la violencia. Estas se denominan, operativamente,
“actitudes negativas”. Es importante determinar
en qué medida las actitudes generales del indivi­
duo son antisociales o pro sociales. Se deben ex­
plorar las actitudes hacia otras personas, los or­
ganismos e instituciones sociales, las leyes y otras
autoridades. Sería útil averiguar cuán optimista o
pesimista es el paciente respecto de su futuro.
Aunque los tipos y la frecuencia de los actos de
violencia pasados se evalúan en la sección histó­
rica, se debe estudiar con atención la actitud del
paciente respecto de esos actos, si muestra triste­
za y remordimiento genuinos, o si en realidad, es
insensible, despiadado e indiferente. Las actitu­
des sádicas, homicidas o símil paranoicas que no
se deben al trastorno mental, se pueden incluir en
este ítem. Andrews y Bonta (Andrews y Bonta,
1995) informan que los sentimientos y las acti­
tudes pro delictivos se relacionan con el compor­
tamiento criminal y violento. Específicamente, al­
gunos investigadores descubrieron que la exis­
tencia de actitudes que avalan la utilización de la
violencia, que son misóginas y patriarcales tien­
den a diferenciar a los hombres que son violentos
con sus parejas de los que no lo son (Saunders,
1992; Straus y cois., 1980).

771
Las actitudes antisociales pueden ser detectadas en las entrevistas pero,
tal como ocurre con otras informaciones comprometidas, es muy probable
que el evaluado interponga obstáculos, distorsiones y ocultamientos de­
fensivos en la comunicación de las mismas. Ante la insuficiente congruen­
cia entre lo expresado y lo actuado en relación a temas de sensibilidad
social o relevantes a la adaptación, debería sospecharse una actitud nega­
tiva o disocial; por ejemplo, es común que los evaluados expresen su vo­
luntad de aprender oficios y hasta de estudiar carreras universitarias y de
producir laboralmente, sin que puedan respaldar su verbalización con he­
chos —habiendo tenido la posibilidad de ejecutarlos.
En ocasiones, las actitudes pueden ser investigadas a través de las justifi­
caciones que el evaluado detenta ante determinados actos o circunstancias.
Por ejemplo, puede resultar permisivo ante conductas antisociales de terceros.
Las actitudes antisociales también pueden estar simbolizadas en tatuajes o
accesorios en la vestimenta, por lo que resulta imprescindible explorar varias
vías de acceso al mundo de los valores y las actitudes del examinado.
Que el ítem sea predominantemente clínico no obstaculiza la obtención
de información complementaria. Personas alojadas en instituciones p o ­
nen de manifiesto sus actitudes con conductas registrables, entre otros, por
personal de enfermería y, especialmente, por el personal docente (Folino
y cois., 1987). Recién cuando es posible integrar la información prove­
niente de los diferentes sectores del sistema se genera el auténtico trabajo
interdisciplinario e institucional y se obtienen los más óptimos resultados.

Codificación
0 Inexistencia de actitudes negativas.
1 Actitudes negativas posibles / leves.
2 Actitudes negativas graves / claras.

Aquí nos referimos a los tipos de actitudes pro criminales y antisociales


que pueden llegar a producir resultados violentos. Los autores son cons­
cientes de que todas las personas, en un sentido amplio, pueden tener acti­
tudes negativas. Sin embargo, este ítem no se refiere a las actitudes pesi­
mistas ocasionales sino a las actitudes y creencias pesimitas y antisociales
arraigadas.

Vale la pena señalar que algunos individuos hacen públicas, en mayor o


menor medida, sus tendencias antisociales por el hecho de pertenecer a
determinadas organizaciones.

178
C3 Síntomas activos
de trastorno mental
mayor

! Los clínicos, durante las examinaciones, de­


ben prestar atención a los síntomas psicóticos
positivos y negativos (es decir, alteraciones en el
contenido y la forma de los pensamientos, afecto
inapropiado, alteraciones de la percepción, alu­
cinaciones, delirios, entre otros). M onahan
(M onahan, 1992) sugiere que los síntom as
psicóticos más floridos son los que están, proba­
blemente, más relacionados con la conducta vio­
lenta y no, el mero diagnóstico de trastorno
psicòtico. En su revisión cuantitativa, Douglas y
Hart (Douglas y Hart, 1996) descubrieron que el
análisis de los síntomas psicóticos específicos te­
nían un efecto mayor en comparación con las ca­
tegorías diagnósticas. Link y Stueve (Link y
Stueve, 1994) y Swanson, Borum, Swartz y
Monahan (Swanson y cois., 1996) descubrieron
que los síntomas psicóticos que generan viven­
cias amenazantes y de control externo están más
relacionados con la violencia que los síntomas
psicóticos que no poseen estas características. De
Pauw y Szulecka (de Pauw y Szulecka, 1988) ase­
guran que existen pruebas que muestran que los
pacientes “con ideas delirantes desarrolladas son
más propensos a cometer delitos violentos contra
terceros que aquellos con psicosis indiferenciadas
crónicas” (p. 91). Muchos estudios observaron
una relación entre síntomas psiquiátricos, medi-

791
dos con la B rief Psychiatrie Rating Scale (Overall y
Gorham, 1962), y violencia (Douglas y Hart, 1996).
También se deben tener en cuenta otros estados clí­
nicos, como las fantasías sádicas (MacCulloch y
cois., 1983), las tendencias suicidas (Hillbrand,
1995; Brent y cois., 1994; American Psychiatrie
Association, 1974), la paranoia, la megalomanía y
la celotipia patológica. La ideación homicida, claro
está, se debe investigar.

Codificación
0 l\lo presenta síntomas activos de trastorno mental mayor
1 Síntomas activos de trastorno mental mayor posibles /
leves.
2 Síntomas activos de trastorno mental mayor claros /
graves.

Para las definiciones de los síntomas psicóticos,


los evaluadores deben seguir un sistema de clasifi­
cación como el del DSM-IV (American Psychiatric
Association, 1994) o el de la CIE 10 (World Health
Organization, 1992).

El evaluador debe realizar juicio profesional cuando la naturaleza de


los sintomas no es del tipo psicótico productiva. Determinados estados
sintomáticos son sumamente predisponentes para la agresión, a pesar de
no ser típicos de las psicosis alucinoparanoides o maníacas y deben ser
considerados en la puntuación. Por ejemplo, un enfermo con retraso men­
tal que cursa actualmente con síntomas agudos, tales como exaltación
disfórica, belicosidad, desinhibición e impulsividad, tiene altas probabili­
dades de actuar agresivamente ante cualquier obstáculo frustrante o pro­
vocativo -verbigracia, la burla de un par, contra el que no puede competir
intelectualmente; ese caso amerita un puntaje de 2. Esta variable, como la
mayoría de las tres dimensiones que el instrumento abarca, es compleja y
requiere entrenamiento profesional específico. La puntuación apropiada
se logra luego de acabado proceso diagnóstico psicopatológico.

180
C4 Impulsividad

I Cuando hablamos de impulsividad nos referi­


mos a la inestabilidad afectiva y conductual.
Klassen y O ’Connor (Klassen y O ’Connor, 1994),
al referirse al efecto potencialmente moderador
de los conceptos teóricos clínicos, señalan que
“se pueden descubrir moderadores de distintas
clases. Nos parece apropiado considerar la
impulsividad entre ellos” (p. 237). Seguramente,
es más fácil predecir las acciones de las personas
estables, desde el punto de vista emocional y
conductual, que las de las personas inestables. La
inestabilidad emocional es el sello característico
del diagnóstico de personalidad limítrofe del
DSM-IV. Algunas de las observaciones genera­
les del DSM-IV sobre este trastorno son muy úti­
les para evaluar el riesgo en pacientes que no su­
fren este trastorno. El evaluador debe averiguar
cómo reaccionaría el evaluado ante desprecios,
ofensas y desilusiones, tanto reales como imagi­
narios (Monahan, 1981). Barratt (Barrat, 1994)
dirigió un program a de investigación sobre
impulsividad muy fructífero que demuestra la
conexión de este fenómeno con los actos violen­
tos. Se ha comprobado que la impulsividad como
estilo de vida, es un indicador que distingue a los
criminales recidivantes de los no recidivantes
(Prentky y cois., 1995). Factores como la hosti-

811
lidad (Megargee y cols., 1967; Menzies y Webster, 1995; Quinsey y cols.,
1983) y la ira (Kay y cols., 1988; Selby, 1984; Novaco, 1994) se relacionan
también con los actos violentos. Recientemente, se realizaron numerosas
revisiones exhaustivas sobre la impulsividad y su relación con la violencia
(Hollander y Stein, 1995; Webster y Jackson, 1997a).

La impulsividad puede ser detectada en una en­


trevista clínica, indirectamente, a través de referen­
cias y, directamente, a través de la observación. Sin
embargo, en entrevistas de evaluación de riesgo de
violencia y, especialmente, cuando el evaluado co­
noce claramente lo que está en cuestión, puede re­
sultar difícil la objetivación del signo. Aún siendo
impulsivo, el examinado suele predisponerse de tal
manera que controla su comportamiento ocultando
el rasgo.
La evaluación de esta variable debería comple­
tarse con los registros de historia clínica asistencial
y otros tipos de registros vinculados a la conducta.
Es probable que el evaluado, fuera del contexto de
la evaluación actual, a la que ve como determinan­
te para eventual cambio de estatus, actúe más es­
pontáneamente y ponga de manifiesto su inestabili­
dad o tendencia al descontrol.
El clínico no debe olvidar que el paso a la ac­
ción impulsiva suele producirse en respuesta a al­
gunos estímulos medioambientales que no se encuen­
tran en la entrevista o en respuesta a
psicodinamismos que están contenidos durante el
examen.
La a c titu d d ia g nóstica estim u la n te de la
impulsividad puede ser una estrategia eficaz para
lograr que la impulsividad se manifieste, pero su
utilización debería evitarse, en la medida de lo p o ­
sible. Una estrategia de ese tipo sólo podría usarse
luego de un mesurado balance de costos y benefi­
cios y reparos éticos.

182
Codificación

0 Ausencia de impulsividad.
1 Impulsividad posible / leve.
2 Impulsividad clara / grave.

El término “impulsividad” se refiere a los cambios drásticos del ánimo


o de la conducta general hora a hora, día a día o semana a semana. Está
relacionado con la incapacidad de mantener la serenidad y dirigir la con­
ducta, incluso en los casos en que el individuo está bajo presión para actuar.
La impulsividad puede afectar los campos afectivos y de la conducta. O
sea, las personas pueden tener la tendencia a reaccionar fácilmente ante un
estímulo desencadenante, tanto afectiva como conductualmente. Las per­
sonas impulsivas reaccionan de manera exagerada ante desprecios, ofen­
sas y desilusiones imaginarias o reales. Las reacciones, tanto positivas como
negativas, pueden parecer exageradas o sobreactuadas. Las acciones del
impulsivo, inclusive las que aparentan ser responsables, pueden ser incohe­
rentes y, a menudo, difíciles de predecir. Las reacciones no son las que
habitualmente se esperan en esas circunstancias. La Impulsivity Checklist
(ICL-20), que propusieron recientemente Webster y Jackson (Webster y
Jackson, 1997b) y que se basó en un trabajo de Howard Wishnie (Wishnie,
1977), puede ser de gran ayuda en la evaluación de impulsividad. Consúltese
también Hollander y Stein (Hollander y Stein, 1995).

831
Respuesta desfavorable
al tratamiento

Es muy importante para el evaluador analizar


la respuesta al tratamiento o a la medicación que
se esté suministrando. Es fundamental saber si el
sujeto buscó ayuda y la aceptó, si la rechazó de
inmediato, o si la aceptó solamente para “quedar
bien” ante el tribunal o alguna otra autoridad.
Aunque es necesario saber cuánto se está esfor­
zando para continuar con el tratamiento, el factor
crucial radica en si existe o no una muestra con­
creta de compromiso, y si la persona posee la
capacidad para enfrentar las necesidades socia­
les, vocacionales, interpersonales y de vida bási­
cas presentes y futuras. Los clínicos deben averi­
guar si el individuo fue hospitalizado reciente­
mente y cuáles fueron los motivos y si tuvo epi­
sodios de ira. Los estudios han demostrado que
el incumplimiento de la m edicación predice
reintemación (Haywood y cois., 1995).
Tratamiento, en este contexto, tiene una acep­
ción amplia. Además de los antecedentes rela­
cionados con la acepción tradicional, en el ám­
bito forense deben ser evaluadas las respuestas
a los programas disponibles en las instituciones.
Las prisiones y hospitales psiquiátrico forenses
pueden tener programas escolares, de práctica
de carpintería ojardinería, programas de activi­
dades físicas, etc. La información ofrecida por
los responsables de estos talleres y programas
debería tenerse en cuenta para la puntuación del
ítem.
Las instituciones forenses tienen servicios de
salud mental. Si bien el servicio más amplio se
ofrece en los hospitales psiquiátrico forenses,
existen servicios tipo “ambulatorio ”, es decir, prestados a demanda, dis­
ponibles en la amplia mayoría de las unidades penitenciarias. La informa­
ción obtenida de esos servicios puede ser muy valiosa.
La información útil no debe restringirse al ámbito penitenciario. El eva­
luado puede estar, o haber estado, alojado en un hospital público o en una
clínica privada. La información puede obtenerse de esasfuentes siempre que
no exista un obstáculo de secreto profesional y que su obtención haya sido
legitimada en el contexto en el que se hace la evaluación. La legitimación
puede ser judicial o administrativa.
Codificación
0 Respuesta favorable al tratamiento.
1 Respuesta desfavorable al tratamiento posible o leve.
2 Respuesta desfavorable al tratamiento clara o grave.

Este ítem incluye cualquier tratamiento que se haya implementado para


mejorar los problemas delictivos, psiquiátricos, psicológicos, sociales o
vocacionales. No hace referencia a los tratamientos que no se relacionan
con las tendencias criminales o problemas psiquiátricos (por ejemplo, tra­
tamientos para eliminar las verrugas).

Los individuos que obtengan un puntaje alto en este ítem pueden no res­
ponder o tener una respuesta desfavorable a los tratamientos. No tienen mo­
tivación, ni se esfuerzan. Los individuos no cumplen con la medicación. Tie­
nen una tendencia a no alcanzar los objetivos que se proponen. Puede que las
personas que obtengan un puntaje alto en este ítem se nieguen a iniciar un
tratamiento; que interrumpan el tratamiento, si lo comienzan; que simulen
durante el tratamiento; o que lo terminen, sin obtener beneficios del mismo.

Como lo describen Rogers y Webster (Rogers y Webster, 1989), “ ‘La


condición de ser tratable’ se refiere a la conclusión clínica acerca de qué
pacientes, bajo qué modalidades de tratamiento y en qué condiciones
medioambientales darán respuestas más favorables al tratamiento. Para cada
grupo de delincuentes que se esté considerando, los clínicos deben deter­
minar: los objetivos del tratamiento, el método clínico, el cumplimiento del
tratamiento y las respuestas al tratamiento (...) Los predictores de las res­
puestas al tratamiento incluyen los comportamientos adaptativos (por ejem­
plo, si está haciendo el tratamiento) e inadaptativos (por ejemplo, recidiva),
confusores externos desconocidos y la disponibilidad de recursos para tra­
tamientos futuros” (p. 20).

851
186
FACTORES
DE RIESGO
MEDIOAMBIENTALES

Esta sección se encarga de pronosticar cómo


se va a adaptar el individuo a circunstancias fu­
turas. Si bien el proceso pronóstico tiene com­
ponentes especulativos, sirve para estimular el
desarrollo de planes preventivos apropiados o,
dicho de otro modo, para disminuir los riesgos.
También es coherente con la idea de la evalua­
ción del riesgo condicional o contingente anali­
zada por otros autores (Mulvey y Lidz, 1984).

En otra sección de este manual se señaló que


la evaluación del riesgo futuro dependerá, en gran
medida, del contexto en el que vivirá el paciente
o en el que se espera que viva. Este esquema de
puntaje contempla la posibilidad de que el indi­
viduo sea dado de alta o liberado, en un futuro
cercano (“Fuera”). Este aspecto fue muy im­
portante en la descripción de los factores de ries­
go medioambientales. Sin embargo, también es
posible realizar la evaluación tomando como
base que el sujeto está hospitalizado (“Dentro”).
En la evaluación “Dentro”, el evaluador consi­
dera las metas o planes del individuo durante el
período de internación, contemplando, por ejem­
plo, la posibilidad de adaptación a pabellones
de diferente n ivel de seguridad. Es p osib le que

871
los evaluadores deseen realizar una evaluación que tenga en cuenta ambas
p o sib ilid ad es, para p o der tom ar decisiones respecto del riesgo
medioambiental independientemente de la situación particular del indivi­
duo. De ser así, se recomienda que se completen dos formularios de puntua­
ción distintos, uno para “Dentro” y el otro para “Fuera”. Esta opción es
adecuada para las evaluaciones que tienen como objetivo decidir si se da de
alta o no a un paciente, especialmente, en los casos en que existen dudas.

Esta etapa de la evaluación es sumamente valiosa pues, a la vez de


permitir la mensura de factores de riesgo medioambientales a los que el
sujeto podrá estar expuesto, ofrece una nueva oportunidad para cruzar
información sobre diversos factores históricos, especialmente, si anterior­
mente no habían sido exhaustivamente evaluados. Toda oportunidad para
obtener información de diversas fuentes debe ser capitalizada para com­
p en sa r fa len cia s de previos estudios. A l entrevistar a fam iliares,
empleadores o personas que hayan tenido previo contacto con el evalua­
do, se pueden obtener datos vinculados a variados problemas de adapta­
ción o conflictos interpersonales que él sujeto pudo ocultar o distorsionar.
Por el contrario, en ocasiones puede ocurrir que la información obtenida
de familiares subestime determinados antecedentes brindados por el exa­
minado porque, en realidad, nunca habían conocido la auténtica dimen­
sión de los mismos, entre otras razones. Por ejemplo, así puede ocurrir
con el abuso de sustancias, que puede ser extensamente referido por el
evaluado, mientras que los familiares desconocen tal información porque
aquél había sido exitoso en el ocultamiento. El juicio del evaluador debe
ser ejercido cautelosamente al evaluar la verosimilitud de las informacio­
nes contradictorias.
Allende del beneficio de poder contrastar información, el evaluador no
debe descuidar el foco de esta etapa de la evaluación que tiende a ubicar­
se en elfuturo cercano. La denominación de la sección Factores de Riesgo
Medioambientales es una opción que, como hubiera ocurrido con otras,
no alcanza a reflejar la amplitud de los factores que se pretende abarcar.
Sería reduccionista pensar exclusivamente en términos estructurales

188
medioambientales. En esta perspectiva, se trata de revisarfuncionalmente
la interacción que el sujeto tendrá con su medio y a éste, de una manera
holística.
En la práctica, es común que la principal cuota de la información
contemplada en esta sección sea aportada p or profesionales licencia­
dos en trabajo social. En términos generales, la integración de las
informaciones se enriquece cuando se mantiene independencia de los
evaluadores y se evita la subjetividad que agrega el conocimiento de
algunos antecedentes (por ejemplo, la mensura de la predisposición
de una esposa para recibir nuevamente a su marido luego de un p erío­
do de encarcelamiento será más completa y precisa si se integran los
datos que obtuvo el profesional asistencial en la entrevista de consul­
torio y los datos que obtuvo un trabajador social, de manera indepen­
diente y a ciegas de lo anterior, en la entrevista domiciliaria). Sin
embargo, también es cierto que el funcionamiento de una persona cuan­
do se reintegra a un medio del que fu e separado, depende en cierta
medida, de cómo funcionó antes y de qué características de ese medio
persisten relevantes (por ejemplo, si es alguien acusado de abuso sexual
a menores y en el domicilio al que planifica reintegrarse, está vivien­
do una niña de 10 años). Por lo tanto, en cada caso es muy recomen­
dable que se seleccione la información del caso que se compartirá
con el encargado de evaluar los factores medioambientales. E l equipo
podrá decidir cuáles son los datos relevantes y cuáles son los que
conviene mantener en reserva para luego integrarlos como fuentes
independientes.

891
RI Deficiencia del plan
de reinserción social

La aceptación y el aprovechamiento de un tra­


tamiento o programa terapéutico tiende a dismi­
nuir el riesgo de violencia del individuo. Obvia­
mente, gran parte de esto depende de la capaci­
dad del personal profesional de la institución para
trabajar con el paciente o recluso en el diseño de
un plan de alta o liberación adecuado, seguro y
realista. Esto puede implicar que se realicen re­
uniones con representantes de diversos organis­
mos e instituciones y con la familia, entre otros.
Esto planes, generalmente, incluyen una división
clara de las responsabilidades y de las rutinas
específicas para enfrentar las distintas eventua­
lidades. Es conveniente que los planes se hagan
por escrito, se diagramen y se archiven. Otro tema
relacionado con este ítem es si el tratamiento que
se propuso es apropiado para el individuo. Para
un tratamiento efectivo y apropiado para la re­
ducción de la recidiva general, el metanálisis de
Andrews y cois. (Andrews y cois., 1990) permi­
tió hacer las siguientes recomendaciones:
1. Que se concentre mayor asistencia en los casos de mayor riesgo.
2. Que se especifiquen las vulnerabilidades que predisponen al delito (fac­
tores de riesgo clínicos), y se dirija hacia ellas la acción preventiva.
3. Que se establezca una correspondencia entre las modalidades de trata­
miento y las necesidades del delincuente y su estilo de aprendizaje (Andrews
y cois., 1990) -véase también Andrews y cols.^(Andrews y cois., 1986)
como material empírico adicional que respaldan estas características.
Respecto a la disponibilidad de programas de reinserción social, es
necesario plantear algunas consideraciones. En el medio latinoamericano
no es frecuente encontrar programas con recursos suficientes como para
planificar un plan de reinserción social que tenga en cuenta las vulnerabi­
lidades criminológicas de los penados que están próximos a la liberación

190
anticipada y que proponga medidas específicas o personalizadas de inter­
vención. Si bien suele haber instituciones dispuestas para ello, por dife­
rentes motivos y a pesar de los esfuerzos que los operadores suelen reali­
zar, en general, no alcanzan a lograr sus loables objetivos. En cambio,
suele encontrarse una mayor especificidad y accesibilidad a recursos en el
plan de altas a pruebas de medidas de seguridad para inimputables por
enfermedad mental; es probable que la menor proporción de estos casos,
la mejor delimitación de necesidades vincidadas a la salud mental y la
mayor predisposición de los agentes de la salud mental contribuyan a ge­
nerar planes más completos.
Tanto para el caso de los penados como de los sobreseídos por
inimputabilidad que son candidatos a la reinserción en la comunidad, en el
medio latinoamericano, resultan fundamentales el compromiso y las p o ­
tencialidades de la familia. En general, la familia debe, con sus propios
medios, proveer el alojamiento y acondicionar las vías de acceso al traba­
jo. En ocasiones, cuando no se cuenta con una familia que colabore en la
planificación de la reinserción, es posible obtener colaboración de amigos
o instituciones de beneficencia (iglesias, organizaciones no gubernamen­
tales). En el caso de que el referente sea un amigo, la evaluación del plan
debería contemplar qué grado de adaptación social éste detenta. Cuando
de un enfermo mental se trata, y ante la ausencia de familiares, a las posi­
bilidades mencionadas arriba, se suman las que puede brindar la agencia
judicial que se encarga de la representación del incapaz. En el Poder Judi­
cial de la Provincia de Buenos Aires, Argentina, funciona la Curaduría
Oficial de Alienados que cuenta con diversos medios para asistir a sus
tutelados (subsidios, casas de medio camino, profesionales de salud men­
tal y de trabajo social, asesoramiento jurídico).
Codificación
0 Probabilidad baja de fracaso del plan.
1 Probabilidad moderada de fracaso del plan.
2 Probabilidad alta de fracaso del plan.

La deficiencia del plan puede deberse a que los organismos comunita­


rios no estén dispuestos (debido al comportamiento del sujeto) o no puedan
(por falta de recursos) suministrar asistencia. O también, porque el pacien­
te pudo no haber tenido participación en la elaboración del plan o no tenga
contacto con amigos, compañeros, una pareja o familiares. Por último, tam­
bién puede ocurrir que los familiares o amigos, etc. no estén dispuestos a
ayudar o no puedan hacerlo.

911
R2 Exposición a factores
desestabilizadores

La exposición a factores desestabilizadores se


refiere a las situaciones en que las personas están
expuestas a condiciones peligrosas a las que son
vulnerables y pueden desencadenar episodios vio­
lentos. Si bien las “condiciones peligrosas” son par­
ticulares para cada individuo, éstas pueden incluir
la presencia de armas, substancias o un grupo de
víctimas (por ejemplo, niños). Este ítem está rela­
cionado con la falta de apoyo profesional. En mu­
chos casos, la falta de supervisión y controles pro­
fesionales competentes y adecuados puede llevar a
que el sujeto se exponga a factores
desestabilizadores. En un estudio realizado por
Estroff y Zimmer (Estroff y Zimmer, 1994), los
pacientes que tenían pocos profesionales que los
asistieran tuvieron más probabilidad de actuar vio­
lentamente. Las dificultades en el desempeño de
las actividades básicas sociales y cotidianas, como
las tareas del hogar, la economía doméstica, la ali­
mentación y el ocio, predicen violencia (Bartels y
cois., 1991). El riesgo, seguramente, se incrementa
cuando los individuos son liberados o dados de alta
y se encuentran en situaciones similares a las del
último delito, como cuando se relacionan con otros
individuos antisociales (Gendreau, 1995). Un tra­
tamiento efectivo puede implicar modificaciones en
el ambiente familiar y el entorno cercano del pa­
ciente o delincuente, si resultan pro delictivos
(Andrews y cois., 1990). Aunque resulta difícil
poner límites al alcohol y a las drogas, se puede
llegar a un acuerdo firme sobre el uso de substancias
y su monitoreo sistematizado, siempre y cuando los
organismos especializados y el sujeto cooperen.

192
Codificación
0 Probabilidad baja de exposición a factores desestabilizadores.
1 Probabilidad moderada de exposición a factores desestabilizadores.
2 Probabilidad alta de exposición a factores desestabilizadores.

En muchos casos, los individuos pueden estar expuestos a factores


desestabilizadores debido a la inadecuada supervisión profesional. Los
evaluadores deben determinar si los individuos asistirán a los tratamien­
tos especializados o programas de apoyo, como Alcohólicos Anónimos,
cuando experim enten el síndrome de abstinencia de algún factor
desestabilizador, como el alcohol o las substancias.

Los grupos de autoayuda y los grupos interdisciplinarios de profesio­


nales organizados sistemáticamente podrían ser factores protectores (Eaves
y cois., 1997; Wilson y cois., 1995).

En este ítem, también debe contemplarse como factor des estabilizador


la existencia de conflicto familiar aunque exista una parte de la familia
que brinde su apoyo eficiente. Esta circunstancia es muy frecuente y pue­
de ejemplificarse con el caso del varón que está pronto a ser liberado
luego de haber cometido un delito violento contra su esposa o hijos: aun­
que el varón pueda contar con familiares paternos que le reciban, cuando
el conflicto no está adecuadamente compensado y las comunicaciones y /
o contactos no están adecuadamente pautadas desde un plan trabajado
previam ente a la liberación, el conflicto se convierte en un fa cto r
desestabilizador.
La persistencia de la presencia de un vecino que fuera identificado
como agresor, desde la perspectiva paranoide de un enfermo próximo a
sa lir de alta sin adecuada rectificación, es tam bién un fa c to r
des estabilizador que debe ser contemplado.
En ocasiones, la existencia de algunos factores des estabilizadores no
puede impedirse, pero su consideración meticulosa puede permitir el di­
seño de estrategias de compensación. Si se espera que el liberado o dado
de alta no tenga ningún riesgo de estar expuesto a fa c to re s
desestabilizadores, es posible que se postergue muchísimo el regreso a la
comunidad. La cuestión no es que no exista ningún factor des estabilizador
sino el balance entre su existencia y los factores protectores que puedan,
acondicionarse.

931
R3 Falta de apoyo personal

La presencia de familiares y compañeros,


amigos o una pareja tolerantes, con paciencia,
que animen al paciente, es de gran ayuda para
mantener el plan terapéutico o de reinserción. Las
malas relaciones familiares pueden precipitar
comportamientos violentos (Klassa y O ’Connor,
1989). Un factor crucial es poder proporcionar
un espacio limpio, seguro y cómodo. Estroff y
Zimmer (Estroff y Zimmer, 1994), resumen muy
bien la bibliografía, y se preguntan: “¿Existe al­
guna relación entre las redes sociales y el apoyo
social y los actos violentos que cometen las per­
sonas con trastornos mentales?” (p. 288). A con­
tinuación, responden afirmativamente y sostie­
nen: “Los hallazgos de distintas fuentes y de di­
versos métodos que utilizamos para respaldar y
unificar nuestras presunciones - que la estructu­
ra y la naturaleza de la relación de un individuo
con los otros, en combinación con sus experien­
cias subjetivas, la condición clínica y las histo­
rias personales, - arrojan luz sobre quiénes se­
rán violentos y quiénes receptores de esa violen­
cia” (p. 288). Estos autores aconsejan que los
evaluadores piensen contextualmente sobre los
riesgos de violencia y señalan que “las personas
que amenazan con acciones violentas se sienten
amenazadas” (p. 288; destacado original).
La influencia de una pareja y de los hijos pue­
de resultar positiva contención a la predisposi­
ción delictiva en algunos casos. Es importante
evaluar si estos familiares están predispuestos a
integrar al que estuvo privado de libertad o, si
por el contrario, prevén que el reingreso al seno

194
familiar implicará una pérdida de espacio y tranquilidad y la reactivación
de antiguos conflictos. Entre ambos extremos, cualquier combinación de
predisposiciones es posible. El aspecto mesológico que se valora en este
ítem es sumamente importante por el rápido impacto que puede tener en
el liberado, ya sea incrementando el riesgo o actuando como protector.
En la valoración final, este ítem debería ser analizado contemplando los
eventuales nexos con el ítem histórico Inestabilidad en las relaciones de
pareja.

Codificación
0 Probabilidad baja de falta de apoyo personal.
1 Probabilidad moderada de falta de apoyo personal.
2 Probabilidad alta de falta de apoyo personal.

Este ítem puede ser codificado como presente si no se dispone de apo­


yo (físico, emocional o financiero) de familiares o amigos, o si el apoyo
existe, pero el paciente no está dispuesto a aceptarlo.

Es muy importante determinar, exactamente, qué servicios estarán dis­


ponibles, y mirar más allá de las “buenas intenciones” de los familiares y
amigos (y asegurarse de que estas personas no están, en realidad, siendo
simplemente “utilizadas” para obtener el alta u otros privilegios).
El evaluador podrá notar diferencias en la disponibilidad del apoyo
del grupo familiar/receptor, según se trate de personas sobreseídas por
inimputabilidad con su carga de severos trastornos mentales o de perso­
nas condenadas y liberadas bajo alguna forma de condiciones. En el p ri­
mer grupo es común que pueda identificarse mayor seguridad en la dis­
posición a supervisar, ayudar e intervenir. En el segundo grupo, la
oferta de apoyo se suele realizar con mayor cautela y menos compromi­
so, trasladando gran parte del peso de la responsabilidad en el resulta­
do al liberado. E stas diferencias en las disposiciones resultan
comprensibles al evaluador que tiene en cuenta que, comúnmente, es
más eficiente la acción fam iliar para con el enfermo que para con p er­
sonas con mayor autonomía y, especialmente, si éstas tienen anteceden­
tes de funcionamiento marginal y de desapego familiar. En éstos últi­
mos casos, es común encontrar que las fam ilias demandan que los lími­
tes sean impuestos desde las instituciones, pues ellas suelen sentir que
sus potencialidades son restringidas.

951
R4 Incumplimiento del plan
terapéutico

Esta noción se relaciona con la motivación


para que los regímenes terapéuticos y de medi­
cación sean eficaces y la voluntad para cumplir
con los mismos. Aparentemente, el potencial de
violencia sería menor si el individuo aceptara y
cumpliera con las reglas convenidas. El D SM -
IV (American Psychiatrie Association, 1994) se­
ñala que esto se vincula con el juicio, uno de los
ítem clínicos (C l) que se trató en la sección an­
terior. La alteración del juicio es frecuente en las
personas con trastornos psíquicos y puede ser uno
de los principales indicadores de resultados des­
favorable, tal vez porque predispone al indivi­
duo a no cumplir con el tratamiento. Se demos­
tró que el incumplimiento de los regímenes de
medicación predice, en general, la reintemación
(Haywood y cois., 1995) y, en particular, vio­
lencia (Bartels y cois., 1991).
Codificación
0 Probabilidad baja de incumplimiento del plan terapéutico.
1 Probabilidad moderada de incumplimiento del plan
terapéutico.
2 Probabilidad alta de incumplimiento del plan terapéutico.

Es probable que los individuos que obtengan


un puntaje alto en este ítem no tengan motiva­
ción para lograr resultados eficaces, ni voluntad
para cumplir con la medicación y terapia, o se
rehúsen a respetar las reglas. Este ítem se debe
interpretar de manera amplia, es decir, debe in­
cluir el plan terapéutico en ambos campos, tanto
e l terapéutico propiam ente dicho com o e l de.su­
pervisión /manejo.

196
El lector se dará cuenta de que cuando esté codificando un caso “Dentro”
probablemente, este ítem coincide con el ítem C5 (“Respuesta Desfavorable
al Tratamiento”). Es menester tener en cuenta que los ítem C están relaciona­
dos con el presente, y los ítem R, con el futuro. Mientras que un individuo
puede no haber respondido favorablemente a una intervención específica, y
tal vez, haya obtenido un 2 en el ítem C5, el proceso de evaluación de la
H C R - 20 requiere que se realice una nueva evaluación del ítem R4, de acuer­
do a la probabilidad de cumplimiento de los planes futuros.
La probabilidad de incumplimiento del plan terapéutico depende tanto
de factores medioambientales como de factores personales. Por lo tanto,
una valoración completa del ítem se logrará cuando se integren las apre­
ciaciones del plantel asistencial respecto a la predisposición del sujeto a
cumplir con el tratamiento, por una parte, con la evaluación de las con­
diciones que podrán actuar como facilitadores u obstáculos, por otra. Entre
las condiciones facilitadoras se cuenta la existencia de una adecuada co­
nexión con servicios ambulatorios, la disponibilidad de programas de
monitoreo bioquímico de abuso de sustancias y de suministro de medicación.
Estas condiciones son muy valoradas por los jueces, fundamentalmente, por
la magnitud que tiene el abuso de sustancias entre los convictos.
Los jueces imponen como condición de liberación anticipada, de mane­
ra regular, que el sujeto intente el autosustento con actividad laboral. Este
aspecto debería ser contemplado en este ítem, pues es parte del plan de
reinserción, pero merece mayor reflexión: la posibilidad de cumplimiento
de tal condición no depende exclusivamente del sujeto liberado pues tam­
bién influye la demanda laboral y las conexiones sociales. De todas mane­
ras, ello no disminuye la gran importancia del tema ni impide que pueda
ser evaluado concretamente. No sería técnico descuidar el ítem porque en
determinado momento histórico social existe gran desempleo. Respecto al
cumplimiento vinculado al autosustento, el evaluador debería examinar,
concretamente, cuáles son las posibilidades laborales del sujeto, qué tipo
de capacitación tiene y en qué lugar podría desempeñarse y, más aún, si
cuenta o no con un puesto de trabajo.

971
R5 Estrés

En esta parte de la evaluación se trata de pre­


decir las probables fuentes de estrés que puede
enfrentar el individuo y cómo puede llegar a re­
accionar o a manejarse ante esa situación. Esto
es muy difícil, ya que algunos problemas como
la muerte de un pariente cercano, los problemas
financieros, las catástrofes ambientales, entre
otros, son muy difíciles o imposibles de prede­
cir. Se deben aislar y analizar los puntos vulne­
rables del individuo. Sería beneficioso tener al­
guna forma de medir el nivel de estrés de los
problemas cotidianos. Monahan (M onahan,
1981) examinó el concepto teórico del estrés y
sugiere que se preste atención a las siguientes
áreas: la familia, los compañeros, amigos, pare­
ja y el empleo. Hall (Hall, 1987) y Klassen y
O’Connor (Klassen y O’Connor, 1994) propor­
cionan buenos ejemplos de factores de estrés.
También es muy útil la información del Eje IV
del DSM -IV. Gordon y Gordon (G ordon y
Gordon, 1991) desarrollaron un esquema muy
eficaz, conectado con el sistema de clasificación
de la American Psychiatric Association, para la
evaluación del funcionamiento biosocial. Felson
(Felson, 1992) demostró que existe una relación
entre estrés y violencia, tanto en personas que
cumplieron una condena como en pacientes psi­
quiátricos dados de alta. En esta relación media
el hecho de haber sido víctimas de violencia -
esto es, las personas que se encontraban en si­
tuaciones de estrés tenían más probabilidades de
ser violentas que aquellas personas que no, sólo
si, adem ás, habían sido víctim as de violencia.

198
Con un criterio clínico amplio, existe consenso en
que el estrés puede ser un factor desencadenante de
violencia independientemente de qué factores consti­
tuyen la diátesis hacia la violencia del sujeto evalua­
do. El déficit social estructural es, en principio, una
fuente de estrés, pero su consideración como factor de
riesgo dehe ser cautelosa. No es infrecuente que el eva­
luado pertenezca a grupos sociales paupérrimos, en
los que las facilidades de alojamiento son pésimas y
los recursos económicos son insuficientes para satisfa­
cer las necesidades básicas. Sin embargo, tales condi­
ciones no son razón necesaria y suficiente como para
estimular la violencia o el delito. Indudablemente, lo
óptimo sería contar con criterios locales respecto a los
riesgos de violencia vinculados a los diferentes secto­
res socioeconómicos, pero ello dista mucho de estar
disponible. Una orientación que puede brindar argu­
mentos sustentables, sería tratar de revisar cómo ha
influido anteriormente el déficit estructural en el suje­
to evaluado. Es posible que pueda configurarse un
patrón de búsqueda de satisfacción de sus necesidades
mediante el delito y, entonces, el déficit estructural p a ­
saría a ser, en términos relativos, un factor de peso. En
cambio, es posible que el evaluado haya sido privado
de libertad por algún hecho menos vinculado con el
d éficit estru ctu ra l (por ejem plo, un conflicto
interpersonal por cuestiones pasionales) y, entonces,
el déficit estructural y su estrés económico social re­
sultan menos relevantes.
Codificación
0 Probabilidad baja de estrés.
1 Probabilidad moderada de estrés.
2 Probabilidad alta de estrés.
Este ítem se debe codificar teniendo en cuenta
la probabilidad de existencia real del factor
estresante grave o bien, la incapacidad de afronta-
miento de un factor estresante, aunque no sea tan
grave.
Lo que se intenta captar es la probabilidad de
desequilibrio entre la capacidad de afrontamiento
específica del sujeto y los factores estresantes a
los que estará expuesto. El juicio profesional debe
intentar ajustar la mensura a las potencialidades
del sujeto y a las condiciones del medio social de
una manera multidimensional. Respecto a la di­
mensión temporal, no debe olvidarse que la
mensura tiende hacia el futuro, si bien, el juicio
estará enriquecido si se conocen los factores
estresantes típicos del medio al que perteneció el
sujeto y particulares de su historia individual, de
manera tal que esos antecedentes puedan ser pro­
yectados de manera comprensiva hacia el nuevo
período.

1100
COMENTARIOS
FINALES

Es conveniente reiterar algunos temas bási­


cos desarrollados en este trabajo e introducir
otros nuevos. Aunque en este manual hemos de­
sarrollado un método bastante sencillo para la
evaluación del riesgo, es importante señalar que
no se debe esperar que la HCR-20 produzca re­
sultados precisos con todos los tipos de pacien­
tes y en cualquier circunstancia. Por más que
sea aplicable a una variedad amplia de casos, se
debe considerar como un primer paso - y no el
últim o- en el proceso de evaluación del riesgo.
No es un substituto del sentido común ni del buen
juicio. En todo caso, es una herramienta que debe
ayudar a promover el debate entre colegas den­
tro de las unidades penitenciarias, forenses y
psiquiátricas en general. Pese a que se intentó
definir los 20 ítem con claridad, es posible que,
a partir de los debates que se den en el ámbito
local, surjan opiniones muy variadas acerca del
significado de algún ítem o cuestión particular.
Es posible que la EÍCR-20, además del valor
predictivo que pueda llegar a tener, tenga un va­
lor adicional, pero también importante, ya que
proporciona un contexto para los debates clíni­
cos y penitenciarios.

Otra característica positiva de la HCR - 20, y


de este tipo de esquemas, es que establece cómo
deben llevarse a cabo las evaluaciones. También
permite que la base para la toma de decisiones
sea “transparente” (Baker, 1993). Esto constitu­
ye un adelanto por, al menos, dos razones:

1011
1. hasta que no se adopte un lenguaje común, es muy difícil que los
profesionales que trabajan en el área general de la evaluación del riesgo
mejoren la capacidad para llevar a cabo las evaluaciones; y

2. no parece razonable imponer a pacientes y prisioneros procedimien­


tos de evaluación tan idiosincrásicos y arcanos que no puedan ser fácilmen­
te cuestionados por los tribunales o comités de revisión, etc. Como clínicos
e investigadores, se deben poner las cartas sobre la mesa para que todos las
vean. Se espera que, más allá del uso práctico e inmediato que pueda llegar
a tener la HCR-20, sirva como un instrumento que estimule el debate en el
área. Este es un trabajo en proceso, y se prevé la necesidad de revisiones
futuras. Algunas de las modificaciones surgirán a partir de cuestiones for­
males legales y de procedimiento (Bull y Carson, 1995).

Los autores comparten con Borum (Borum, 1996) la idea de que en los
últimos años se ha progresado mucho en el terreno de la evaluación del
riesgo. Gran parte se ha aprendido en los últimos 15 o 20 años. Saleem
Shah (Shah, 1981) estaba en lo cierto cuando decía: “Decir que algo es
difícil de hacer (concretamente, alcanzar niveles altos de precisión al pre­
decir eventos que tienen tasas básales muy bajas) no es lo mismo que afir­
mar que la tarea es imposible y que simplemente no se puede hacer” (1981,
p. 161; destacado original).

No cabe duda de que las últimas investigaciones sirvieron para explicar cues­
tiones relacionadas con la evaluación del riesgo. El desafío ahora, como lo señala
Borum (Borum, 1996) es ayudar a que los colegas y estudiantes utilicen
sistemáticamente la información que ahora está disponible. Los autores desean
que, aunque sea en forma limitada, la HGR-20 brinde ayuda en este sentido.
Ante la complejidad y trascendencia implícita en la evaluación del ries­
go de violencia, los responsables deberían aspirar a buscar modos de sis­
tematización, perfeccionamiento y contrastación de los resultados. No es
que, necesariamente, todos deban constituirse en investigadores a nivel
poblacional. Lo importante es que las instituciones busquen la colabora­
ción de investigadores y estimulen el estudio y la discusión en los equipos
y que dispongan de los recursos necesarios para ello. La inversión de este
tipo redunda en mayor profesionalismo, en menores errores y en menores
reclamos. Sólo el esfuerzo por hacer la tarea lo mejor posible puede dismi­
nuirla tensión entre la demanda social y el servicio responsable.

1102
H o ja d e P u n tu a c ió n

Nombres

Í
Fecha___

m __ _
Factores Históricos_________________________________________Puntale
H1 Violencia previa
H2 Edad temprana en el momento de la primera conducta violenta
H3 Inestabilidad en las relaciones de pareja
H 4 Problemas laborales
H 5 Problemas relacionados con el uso de sustancias
H 6 Trastorno mental mayor
H7 Psicopatía
H8 Inadaptación temprana
H9 Trastorno de personalidad
H 1 0 Fracaso en previa alta o liberación

iPuntaje total de fáctores hisfóricos .. ~ ~ 720

Factores Clínicos
C1 Deficiencia en el juicio
C2 Actitudes negativas
C3 Síntomas activos de trastorno mental mayor
C4 Impulsividad
C5 Respuesta desfavorable al tratamiento

^ Puntaje total de factores clínicos 710

Factores de Riesgo Medioambientales F u e ra !


R1 Deficiencia del plan de reinserción social
R2 Exposición a factores desestabilizadores
R3 Falta de apoyo personal
R4 Incumplimiento del plan terapéutico
R 5 Estrés

•Puntaje total de factores de riesgo medioambientales 710

Puntaje Total___________________ __________________________ _____________ /40


Conclusión sobre el Riesgo Baj o u Moderado □ Alto □

Evaluador Firma Fecha

1031
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1191
Impreso electrónicamente en: SL1DER, La Plata, A rg e n tin a
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Diseño de Tapa: C larisa C a p u rro - M elva P ic c irilli
Diseño y diagramación interior: C larisa C a p u rro
GUIA

SARA
PRÓLOGO

Desde hace algunos años, la sistemática de


evaluación del riesgo de violencia se ha cons­
tituido en un blanco de investigación local a
través de una línea de investigación desarro­
llada en instituciones tales como la Facultad
de Ciencias Médicas de la Universidad Na­
cional de La Plata y la Procuración General
de la Suprema Corte de Justicia de la Provin­
cia de Buenos Aires (Folino, et al. 2003;
Folino, et al. 2003a; Folino et al. 2001; Folino
et al. 2004a; Folino et al. 2004b; Folino, et al.
2002; Folino, J.O. and Marchiano, S. 2002;
Folino, et al 2004; Folino et al. 2000). En p u ­
blicaciones recientes, se pusieron a disposi­
ción de la comunidad esquemas de estudio del
riesgo de violencia (Folino, 2003) y de la ca­
pacidad del acusado para actuar en el proce­
so penal (Folino etal., 2003a). En esta publi­
cación, se ofrece a la comunidad un modelo
de evaluación específica del riesgo de violen­
cia conyugal, avanzando en la línea de las ac­
ciones científicas mencionadas.

La violencia conyugal es preocupación


de todos los sectores comunitarios argentinos.
En su tratamiento general confluyen los dis­
positivos legales, las fuerzas políticas, las or­
ganizaciones no gubernamentales, los secto­
res eclesiásticos, los agentes educadores y las
víctimas. Existen comisarías para mujeres, cen­
tros de asistencias a víctimas de violencia con­
yugal, refugios y centros asistenciales especí-

71
Jicos. Se movilizan las propias víctimas, los abogados, los médicos, los
psicólogos, los trabajadores sociales, los sociólogos y los antropólogos.
Todos estos actores involucrados pueden encontrar beneficios de la utili­
zación de un esquema como la SARA, que facilita la sistemática de estu­
dio del riesgo de violencia basado en hallazgos de estudios empíricos.
Asimismo, la SARA facilita la revisión, por parte de terceros, de cómo se
ha realizado la evaluación. Si bien diversos aspectos de la SARA son su­
mamente técnicos y requieren que el evaluador esté capacitado en cien­
cias de la conducta o la salud mental, el esquema, en general, puede ser
útil para todos los profesionales que necesiten revisar, interpretar y, even­
tualmente, cuestionar una evaluación.

18
INTRODUCCION

En los últimos años, se registró documenta­


ción sobre el daño físico y psicológico que re­
sulta de la violencia en las relaciones de pareja.
La expresión «violencia conyugal» se usa para
re ferirse a este tipo de v io len cia. M ás
específicamente, la violencia conyugal se defi­
ne como cualquier daño físico real, o el intento
o la amenaza de éste, causado por un varón o
una mujer hacia una persona con la que tienen,
o tuvieron, una relación de pareja sexual1. Esta
definición es general: no se limita a los actos
que tienen como consecuencia las lesiones físi­
cas, ni a las parejas que están o estuvieron ca­
sadas legalmente; tampoco está limitada por el
sexo de la víctima o del victimario. Además, es
congruente con el hecho de que la violencia
entre parejas es pandémica en la sociedad esta­
dounidense, sin considerar la naturaleza de la
relación (Gelles & Straus, 1988; Island &
1 Esta definición es muy si­
Letellier, 1991; Koss, Goodman, Browne,
milar a ¡a usada por investiga­
dores (por ejemplo, Canadian Fitzgerald, Keita, & Russo, 1994; Kurz, 1993;
Centre fo r Justice Statistics, Renzetti, 1992; Straus, 1993). Dicho esto, la
1994a; Gelles & Straus, 1988;
Straus, Gelles & Steinmetz, 1980)
agresión del esposo hacia la esposa se conside­
y por planificadores de políticas ra la forma más grave de violencia conyugal
(por ejemplo, Canadian Panel on debido a su prevalencia, su naturaleza reiterati­
Violence Agaisnt Women, 1993;
Ministry o f the Attorney General
va, y su alto riesgo de morbididad y mortalidad
o f British Columbia, 1993). (■Canadian Centrefor Justice Statistics (CCJS),

91
1994; Canadian Panelon Violence Agaisnt Women, 1993; Koss et al., 1994;
Kurz, 1993; O’Leary et al., 1989; Walker, 1989). Por esta razón, la mayoría
de los comentarios en este manual se centran en la agresión hacia las espo­
sas, aunque también se aplican a otras formas de violencia conyugal.

Es sumamente necesario que se realicen estudios sobre la predicción de


violencia familiar. Las evaluaciones del riesgo precisas serían de gran ayu­
da para los tribunales, el sistema penitenciario, las víctimas, y, aunque dis­
cutible, sería también importante para los varones que son violentos con sus
esposas e hijos. La tarea de la predicción clínica requiere que los evaluado­
res aíslen variables clave que puedan aumentar o disminuir la probabilidad
de violencia. El conocimiento de estos factores es, sin duda, importante
para prevenir la violencia y, por tanto, cmcial para la planificación del trata­
miento.

La falta de un marco de referencia sistem ático, estandarizado,


clínicamente útil y con base empírica para recopilar, ponderar, e informar
los antecedentes y las opiniones profesionales constituye un problema serio
para llevar a cabo estas evaluaciones del riesgo. Si se considera la impor­
tancia del tema, resulta extraño que, hasta hace muy poco tiempo, no exis­
tiesen pautas con respecto a cómo llevar a cabo las evaluaciones del riesgo
de violencia conyugal: qué factores deben considerarse, qué tipo de infor­
mación es útil para tomar decisiones, y dónde y cómo obtener información.
Como parte de un trabajo conjunto del British Columbia Institute on Family
Violence [Instituto de Violencia Familiar de British Columbia], de la British
Columbia Forensic Psychiatric Services Commission [Comisión de Servi­
cios Psiquiátrico Forenses de British Columbia], del British Columbia
Ministry o f Women s Equality [Ministerio para Promover la Igualdad de las
Mujeres de British Columbia] y otros organismos gubernamentales y co­
munitarios, se decidió desarrollar este marco de referencia llamado Spousal
Assault RiskAssessment Guide (SARA). Posteriormente, como parte de las
acciones conjuntas entre el British Columbia Institute on Family Violence
[Instituto de Violencia Familiar de British Columbia] y el Mental Health,
Law & Policy Institute [Instituto de Políticas, Derecho y Salud Mental] de
la Simón Fraser University [Universidad de Simón Fraser] y la Maestría en
Psiquiatría Forense dictada en la Facultad de Ciencias Médicas de la Uni­
versidad Nacional de La Plata, se decidió realizar una versión traducida,
adaptada y comentada del manual y de la escala en la Argentina, denomina­
da Guía de Evaluación del Riesgo de Violencia Conyugal.

110
FORMATO

La SARA es una guía clínica diseñada para


cotejar los factores de riesgo de violencia con­
yugal (véase Apéndice A). Incluye 20 ítem in­
dividuales seleccionados a partir de una revi­
sión exhaustiva de la bibliografía empírica
(Cooper, 1993) y de las publicaciones escritas
por clínicos con vasta experiencia en la eva­
luación de varones que abusan de sus parejas.

La SARA no es un test ni una escala en el


sentido habitual de la palabra (por ejemplo,
AERA/APA/NCME, 1985): su objetivo no es
proporcionar una medida de riesgo absoluta o
relativa por medio de puntajes de corte o nor­
mas. Sin duda, un test psicológico de este tipo
sería muy útil, pero los estudios de validación
y construcción apropiados requerirían recursos
y tiempo considerables. Sin embargo, las leyes
provinciales o nacionales, generalmente, limi­
tan el uso de estos tests a profesionales matri­
culados o autorizados que tengan una capaci­
tación en teoría psicométrica y de evaluación.
Se intentó que la SARA fuese accesible - y por
tanto útil- para la totalidad de los individuos
involucrados en las evaluaciones del riesgo de
violencia conyugal o afectados por ellas. Por
consiguiente, la SARA fue desarrollada como

111
2 En este sentido, la SARA una guía de evaluación o lista de cotejo (es de­
es similar a varios instrumentos
de evaluación forense común­
cir, marco de referencia, conjunto de pautas y
mente usados (véase Grisso, ayuda memoria); una forma de garantizar que
1986). los evaluadores consideren y ponderen la in­
3 Este trabajo se inspiró, en
parte , en el clásico texto de
formación pertinente2. El objetivo fue diseñar
Monahan (1981) y se intentó un esquema sistemático, completo, pero que no
considerar sus advertencias y requiera evaluaciones demasiado complejas o
recomendaciones de la mejor
forma posible. extensas3.

Se están realizando diversas investigaciones


con la SARA a los efectos de examinar el grado
de correspondencia entre las diferentes opinio­
nes de los evaluadores (es decir, la confiabilidad
entre evaluadores) y la precisión de las predic­
ciones en relación con la conducta real de los
evaluados (es decir, la validez predictiva). Se
espera que, con el tiempo, la SARA sea revisa­
da a partir de esta investigación, parte de la cual
se describe más adelante. No obstante, se cree
que la bibliografía existente acerca de la vio­
lencia conyugal está lo suficientemente desa­
rrollada para ser usada como base para infor­
mar y guiar la práctica diaria de la evaluación
del riesgo.

112
Aplicaciones de la
SARA

El creciente número de cónyuges violentos


procesados por el sistema de justicia penal se
tradujo en un aumento de la necesidad de eva­
luaciones del riesgo de violencia futura. Las
evaluaciones del riesgo ordenadas por la justi­
cia penal se realizan, habitualmente, en uno de
los cuatro siguientes contextos principales:

Durante el proceso penal previo al juicio:


cuando alguien es arrestado por delitos relacio­
nados con la violencia conyugal, la naturaleza
de los supuestos actos o la historia del acusado
plantea la cuestión de si se le debe negar la ex­
carcelación previa al juicio, porque representa
un peligro para terceros identificables (es decir,
su cónyuge y sus hijos), o si se le debe otorgar
la excarcelación que contemple una medida
cautelar o precautoria que restrinja el contacto
del procesado con las víctimas.

Durante el juicio: las evaluaciones del ries­


go, a menudo, son ordenadas cuando el caso del
acusado es elevado ajuicio. Los resultados pue­
den ayudar a los jueces que estén considerando
la liberación del acusado o su derivación a una
institución sanitaria o a decidir entre condenas

131
alternativas (por ejemplo, con privación o sin privación de la libertad) y
fijar o recomendar condiciones para la supervisión comunitaria (por ejem­
plo, una medida cautelar que restrinja el contacto del procesado a las vícti­
mas).

Ingreso a la institución penitenciaria: después de la condena, las eva­


luaciones del riesgo pueden ser útiles para el personal penitenciario que
realiza evaluaciones iniciales dentro o fuera de la institución. Pueden ser
utilizadas en el desarrollo de los planes terapéuticos, y también para deter­
minar las necesidades que tiene el sujeto o para establecer condiciones para
las visitas conyugales, familiares y las salidas transitorias.

Liberación de la institución penitenciaria: en el caso de los sujetos


que fueron encarcelados, las evaluaciones del riesgo previas a la liberación
pueden ayudar a los funcionarios penitenciarios y autoridades judiciales a
determinar si el sujeto satisface los criterios de liberación o a establecer las
condiciones para la liberación anticipada. Además, pueden ser útiles para el
desarrollo de los tratamientos posteriores a la liberación o los programas de
supervisión. En algunos países, la evaluación del riesgo final puede ser útil
para el personal penitenciario/judicial que controla a los liberados que resi­
den en la comunidad y que están por finalizar el período de supervisión.
Este tipo de evaluación puede identificar a las personas en riesgo, a las que
el personal deberá dar aviso formal del peligro en que se encuentran. De
esta manera, el personal cumple con las obligaciones éticas y legales antes
de que el caso esté oficialmente cerrado.

Aunque la motivación más urgente para el desarrollo de la SARA fue


ayudar al sistema de justicia penal en las evaluaciones del riesgo de violen­
cia conyugal, los autores señalan---- y fomentan- otros tres usos posibles:

Asuntos de la Justicia Civil: El uso de la SARA es valioso en la justicia


civil debido al aumento de los casos de violencia familiar. Las evaluaciones
del riesgo de violencia conyugal ocurren con frecuencia en las audiencias
de separación/divorcio y de tenencia/régimen de visitas. Esto es particular­
mente importante debido a que muchas separaciones se precipitan a causa
de la violencia conyugal y, también porque la separación puede influir, en
algunos casos, estimulando la reiteración de violencia o aumentando su
gravedad (por ejemplo, Solicitor General o f Cañada, 1985).

114
Advertencia a terceros: Prácticamente, todas las jurisdicciones en los
Estados Unidos de América tienen la obligación de advertir o notificar so­
bre la existencia del riesgo de violencia. Esto se aplica a los profesionales
de la salud mental, los consejeros y los trabajadores sociales (Dickens, 1985).
En general, la obligación de advertir o notificar surge cuando el prestador
de servicios tiene fundamentos razonables y probables, o de otro tipo, para
creer que un individuo representa un peligro para sí o para terceros. La
SARA puede usarse cuando, durante la evaluación voluntaria u ordenada
por el tribunal, o durante el tratamiento, el prestador del servicio cree que el
individuo representa un peligro para terceros identificables (es decir, su cón­
yuge y/o hijos). La presencia de factores de la SARA respaldaría la existen­
cia de fundamentos razonables y probables. Los resultados obtenidos con la
SARA pueden actuar como «cotejo independiente» del juicio del prestador
del servicio y pueden ayudarlo a explicar los fundamentos de sus opiniones.

Calidad de la evaluación y revisión del ítem decisivo: Como ya se


señaló, la SARA representa una síntesis del conocimiento científico, profe­
sional y de la experiencia en el área de la evaluación del riesgo de violencia
conyugal. Se intentó asegurar que los ítem de la SARA fueran fáciles de
comprender (brindando definiciones precisas y claridad conceptual), que
respeten los derechos constitucionales y otros derechos civiles (sin distin­
ción de edad, sexo, raza, etc.), que fueran clínicamente útiles (pueden com­
pletarse sobre la base de una evaluación razonablemente minuciosa), y que
fueran empíricamente válidos (ya que demostraron una firme capacidad para
predecir violencia). La SARA puede ser utilizada por los profesionales de la
salud mental, el personal penitenciario y los abogados, para controlar la
rigurosidad y calidad de la evaluación del riesgo de violencia conyugal rea­
lizada por terceros, de dos maneras diferentes: Por un lado, debe contem­
plarse la posibilidad de que el evaluador no haya reconocido o considerado
alguno de los factores de riesgo de la SARA. La SARA no es exhaustiva ya
que varios factores específicos, que pueden asociarse con el riesgo de vio­
lencia, no están incluidos en el instmmento. Sin embargo, los autores creen
que, en efecto, la SARA contiene un conjunto de factores básicos o míni­
mos que el evaluador no debe dejar de considerar a la hora de realizar una
evaluación. Por otro lado, también es posible que el evaluador haya incluido
factores que no forman parte de la SARA. En este caso, parece correcto y
razonable que se les pida a los evaluadores que expliquen y fundamenten
por q ué basaron sus opiniones en esos factores no incluidos en la SARA.

151
Descripción de la
SARA

El primer paso fue llevar a cabo una cuida­


dosa revisión de la bibliografía clínica y empí­
rica sobre el riesgo de violencia, particularmen­
te sobre la violencia conyugal (Cooper, 1993).
Como resultado de la revisión se identificaron
varios estudios que informaban factores de ries­
go que diferenciaban a los sujetos que eran vio­
lentos con sus cónyuges de los que no lo eran
(por ejemplo, Hotaling & Sugarman, 1986;
Tolman & Bennet, 1990). Otros estudios infor­
maron factores relacionados con el riesgo de
recidiva violenta en personas con un patrón de
agresiones reiteradas hacia el cónyuge — pre­
viamente arrestados, condenados o en tratamien­
4 Un estudio más reciente to por este motivo (por ejemplo, Gondolf, 1988;
(Cooper, 1994) sugiere que los Saunders, 1992a, 1992b, 1993)4. Muchos de los
factores asociados con la violen­
cia conyugal también se relacio­
factores de riesgo en ambos tipos de estudios
nan con el homicidio conyugal. fueron los mismos que los que se informaron en
5 Varias de las publicaciones análisis más generales del riesgo de violencia
incorporaron factores identifica­
dos en estudios de mujeres mal­ (por ejemplo, Hall, 1987; M onahan, 1981;
tratadas que cometen homicidios; Monahan & Steadman, 1994; Webster, Harris,
es decir, los factores asociados Rice, Cormier, & Quinsey, 1994). Esto confir­
con el homicidio justificado co­
metido por esposas de agresores mó la idea de que la construcción de una lista de
que actúan en defensa propia. cotejo de factores de riesgo era factible.

116
La revisión bibliográfica también identificó
varias referencias clave que trataban la evalua­
ción del riesgo de violencia en agresores con­
yugales (por ejem plo, G oldsm ith, 1990; é

Saunders, 1992a, 1995; Sonkin, M artin, &


Walker, 1985; Sonkin, 1987)5. Después de un
debate exhaustivo, se llegó a la conclusión de
que las pautas propuestas en estas referencias
eran inadecuadas para el propósito de esta es­
cala, por varios motivos. Primero, algunas eran
simplemente demasiado extensas o complejas.
Por ejemplo, Sonkin y cois. (1985) identifica­
ron 15 dimensiones generales y más de 80 fac­
tores específicos. Segundo, algunas contenían
factores que parecían contrarios a lo que
intuitivamente se espera o factores que sólo pa­
recían tener una relación indirecta. Algunos
ejemplos incluyen: «la víctima tuvo, previamen­
6 Imagínese, p o r ejemplo, te, una relación violenta» (Sonkin et al., 1985)
que Ud. realizó una evaluación
del riesgo de violencia conyugal y «la víctima intentó suicidarse» (Goldsmith,
previa al proceso penal y llegó a 1990). Ambos factores se centran en la víctima
la conclusión de que el acusado y su conducta pasada, y no, en el agresor y su
tenía un riesgo alto de violencia,
en parte, debido al terror que conducta pasada, y sería difícil de justificar en
siente su esposa. Ahora Ud. está varias circunstancias6. Tercero, algunas refe­
declarando ante el tribunal y está
rencias incluían factores que eran poco claros e
siendo interrogado por el aboga­
do defensor, que le pregunta: imprecisos. Algunos ejemplos incluyen «el agre­
«Entonces, Sr. X, ¿mi cliente está sor es temperamental» (Goldsmith, 1990) y «ce­
en situación de riesgo de violen­
cia simplemente porque su espo­
loso» (Saunders, 1992a). Por último, algunas in­
sa dice que tiene miedo? ¿No es cluían factores que parecían redundantes. Al­
posible que ella esté exagerando gunos ejemplos son, «ideas suicidas», «intento
su miedo, o incluso, mintiendo?
De ser así, ¿sus conclusiones no
de suicidio» y «amenazas de suicidio» (Sonkin
carecerían de validez? ¿No es et al., 1985). Se intentó que la lista de factores
también posible que la esposa de fuese relativamente corta y que tuviera un nivel
mi cliente tenga un problema
emocional y que sus m iedos sean de especificidad moderado (es decir, en cuanto
completamente infundados? ¿Ysi a los rasgos, las características o los incidentes,
ella le tiene miedo a Ud. o al y no, en cuanto a las conductas aisladas o espe­
Juez? ¿Esto querría decir que
Ud. o el Juez tienen un alto ries­ cíficas). El resultado fue una lista de veinte fac­
go de violencia?» tores, llamados en la SARA ítem, agrupados en

171
cinco áreas de contenido, llamadas secciones. A continuación, se resumen
los criterios de inclusión para cada ítem. Más adelante, en este manual, se
ofrece una descripción más completa.

Antecedentes penales: Muchos estudios indicaron que los anteceden­


tes penales de delitos no relacionados con la violencia conyugal estaban
asociados con un aumento del riesgo de violencia en general y también,
más específicamente, de violencia conyugal recidivante. Aquí los factores
abarcan tanto la historia de violencia previa, como también el incumpli­
miento de las condiciones impuestas por los tribunales u organismos de
justicia penal. Se incluyeron tres factores específicos de antecedentes pe-
r

nales. Agresiones previas contra familiares (Item 1) se refiere a la violen­


cia contra los familiares del individuo o contra sus propios hijos. No con­
templa las agresiones conyugales previas, que se codifican en otra sec-
r

ción. Agresiones previas contra extraños o conocidos (Item 2) se refiere a


la violencia contra personas que no son parientes. Violación previa de la
r
liberación anticipada o supervisión comunitaria (Item 3) se refiere a los
incumplimientos previos de las condiciones de la fianza, excarcelación
etc. o de las distintas formas de liberación anticipada. Es irrelevante si las
condiciones fueron impuestas como consecuencia de un incidente o acu­
sación de violencia conyugal; cualquier incumplimiento se considera un
indicador de pronóstico desfavorable.

Adaptación psicosocial: Dos ítem de la SARA reflejan que la inadap­


tación social reciente o continua se relaciona con la violencia. Problemas
r

recientes de pareja (Item 4) se refiere a la separación de la pareja o a los


conflictos graves en la relación en el último año. Problemas laborales
recientes (ítem 5) se refiere al desempleo y/o una situación laboral muy
inestable en el último año. Aunque quizás no sea importante para el obje­
tivo de la evaluación del riesgo, no está claramente establecido si la in­
adaptación social es el resultado de una psicopatología crónica o la causa
de estrés situacional, financiero, e interpersonal grave. Sin embargo, estos
factores parecen ser indicadores importantes.

Un ítem de esta sección, víctima y/o testigo de violencia fam iliar du-
r

rante la niñez o la adolescencia (Item 6) es de naturaleza histórica, y se


refiere a la inadaptación en la familia del individuo. Este es uno de los
factores de riesgo de violencia conyugal más contundentes identificado

118
en la bibliografía. No resulta claro por qué este factor está fuertemente
asociado con la violencia, aunque algunas investigaciones sugieren que
ciertos mecanismos de aprendizaje social pueden tener influencia (Widom,
1989).

En la actualidad existe un conjunto considerable de pruebas que apoya


la conexión entre ciertas formas o síntomas de trastornos mentales y la
conducta violenta (por ejemplo, Monahan, 1992). Estas pruebas constitu­
yeron la base para cuatro ítem de la SARA relacionados con la adaptación
r

psicológica: abuso/dependencia de substancias reciente (Item 7), ideación/


r

intento de suicidio u homicidio reciente (Item 8), síntomas psicóticos y/o


r

maníacos recientes (Item 9), trastorno de la personalidad con ira,


r
impulsividad o inestabilidad de la conducta (Item 10). Obsérvese que
aquí no se da por sentado que el trastorno mental sea responsable o la
causa de la conducta violenta. Más bien, se supone que el trastorno mental
está asociado a una capacidad deficiente de afrontamiento y a un estrés
social e interpersonal alto; por eso, los individuos con trastornos mentales
pueden ser propensos a tomar decisiones erróneas y a actuar en conse­
cuencia.

Antecedentes de violencia conyugal: Esta sección incluye siete ítem


relacionados con la violencia conyugal en el pasado. Los factores de ries­
go basados en el delito por el cual el sujeto está siendo evaluado están
incluidos en una sección diferente. Así, los evaluadores podrán separar,
más fácilmente, el grado de riesgo atribuido a los hechos documentados
formalmente (que es probable que se acepten como verdaderos) en oposi­
ción al atribuido a los hechos supuestos (que es probable que sean cues­
tionados).

Los cuatro primeros ítem comprenden la naturaleza y el alcance de las


r

agresiones previas. Agresiones físicas previas (Item 11) es un factor de


riesgo obvio, basado en el axioma -respaldado por las investigaciones-
que afirma que el comportamiento pasado predice el comportamiento fu­
turo (por ejemplo, Monahan, 1981). Agresiones sexuales/celotipias sexua-
r

les previas (Item 12) se refiere a las agresiones físicas de naturaleza sexual
o a las que ocurren en el contexto de extrema celotipia sexual. Uso de
r

armas y/o amenazas de muerte verosímiles previas (Item 13) se refiere a


la conducta que, explícita o implícitamente, representa una amenaza de

191
daño físico grave o de muerte. Reciente escalada de la agresión en fre-
r

cuencia o gravedad (Item 14) se refiere a las situaciones en las que la


evolución de la violencia (Greenland, 1985) se intensifica en el tiempo.

Los siguientes tres ítem comprenden los comportamientos o las actitu­


des que acompañan la conducta agresiva. Violación previa de las medidas
r

precautorias (Item 15) abarca las situaciones previas en que el individuo


no cumplió con las medidas cautelares impuestas por un tribunal o autori­
dad judicial competentes que prohíben el contacto con las víctimas de
violencia conyugal. Aunque, en parte, coincide con el tercer ítem en la
sección de Antecedentes Penales, se considera que dicha violación está
tan directamente relacionada con la evaluación del riesgo de violencia
conyugal que merece especial atención. Minimización extrema o nega-
r

ción de la historia de violencia conyugal (Item 16) es un factor que puede


ocurrir como parte de un patrón más general de desviación de la responsa­
bilidad personal por las conductas delictivas, o puede ser específico de la
violencia conyugal previa. Actitudes que apoyan o aprueban la violencia
r

conyugal (Item 17) abarca una gran variedad de creencias o valores -


personales, sociales, religiosos, políticos y culturales- que promueven el
patriarcado (es decir, el privilegio del hombre), la misoginia y el uso de
violencia física o intimidación para resolver conflictos y ejercer control.

7El «último delito» es la ac­ Último delito7: Esta sección incluye tres ítem
tividad delictiva o antisocial por
la cual el delincuente se convier­ de contenido similar a aquellos que aparecen en
te en sujeto de evaluación. la sección anterior, que se codifican únicamente
sobre la base del último delito (el delito por el
cual el sujeto está siendo evaluado): Agresiones
r

graves y/o sexuales (Item 18), uso de armas y/o


r

amenazas de muerte verosímiles (Item 19), Vio­


lación de las medidas precautorias (Item 20).

Otros: La última sección no contiene ítem específicos. Permite al


evaluador observar factores de riesgo no incluidos en la SARA, que están
presentes en un caso particular y que llevan al evaluador a concluir que el
individuo tiene un riesgo alto de violencia. Algunos ejemplos de factores
de riesgo poco comunes pero importantes incluyen una historia de acecho
(Cooper, 1994); una historia de desfiguración, tortura o mutilación de pa­
rejas; una historia de sadismo sexual; etc.

120
Requisitos para el
usuario

No hay ningún requisito para los usuarios de


la SARA, ya que no es un test psicológico en
sentido estricto y se puede utilizar en muchos con­
textos diferentes. Cuando la SARA no se usa para
evaluar o tomar decisiones acerca de un indivi­
duo, no existen requisitos mínimos para el usua­
rio. Por ejemplo, la SARA puede ser utilizada
para capacitar (por ejemplo, un instructor usa la
SARA para capacitar al personal penitenciario
en la evaluación del riesgo), para consultar (por
ejemplo, un abogado usa la SARA para preparar
el interrogatorio a un perito), o para realizar in­
vestigaciones de evaluación (por ejemplo, el per­
sonal de una institución con internación usa la
SARA para describir los riesgos típicos que afron­
tan los pacientes).

Cuando la SARA se usa para evaluar y tomar


decisiones acerca de un individuo, los usuarios son
responsables de garantizar que la evaluación cum­
pla con las leyes, regulaciones y normas pertinen­
tes. Además, los usuarios deben cumplir con los
siguientes requisitos mínimos:

1) Pericia en la evaluación de individuos (por


ejemplo, capacitación formal y/o experiencia la­
boral en evaluaciones psicológicas, psiquiátricas,
penitenciarias y de trabajo social y enfermería).

2) Pericia en el área de la violencia conyugal


(por ejemplo, estudios formales, conocimiento
de la bibliografía pertinente, experiencia labo­
ral).

211
Nótese que varios ítem de la SARA tratan aspectos de la salud mental y
puede ser necesario que se realice una evaluación psicodiagnóstica y/o que
se emitan juicios profesionales. Los usuarios que no son profesionales de la
salud mental (por ejemplo, las autoridades o funcionarios que supervisan a
los sujetos con libertad condicional) pueden codificar estos ítem mediante
la consulta de los informes psicológicos o psiquiátricos existentes. Otras
posibilidades pueden ser: a) codificar estos ítem y señalar que la codifica­
ción debe considerarse provisoria (es decir, que no fue posible hacer la con­
sulta psicológica o psiquiátrica); o b) omitir los ítem, y dejar constancia en
las conclusiones de riesgo de las limitaciones que esto puede tener.

122
Procedimiento de eva­
luación

Es imprescindible que todas las fuentes de


información disponibles se utilicen cuando se
considera el riesgo de violencia conyugal reite­
rada. La SARA no debe completarse hasta que
se haya llevado a cabo una evaluación detalla­
da; los ítem pueden ser codificados después de
que se recopiló y se ponderó toda la informa­
ción. En general, la evaluación incluye: a) en­
trevistas con el imputado y la(s) víctima(s); b)
medidas de abuso físico y emocional estándar;
c) m edidas de abuso de drogas y alcohol
estándar; d) revisión de registros complemen­
tarios, que incluyen infonnes policiales, decla­
raciones de la víctima, antecedentes penales,
etc.; y e) otros procedimientos de evaluación
psicológica. A continuación, se mencionan las
recomendaciones con respecto a cada uno de
estos elementos de evaluación.

Se recomienda que los evaluadores expon­


gan, por medio de informes escritos u orales,
cuán completa es la información en la que ba­
saron la evaluación del riesgo, así como tam­
bién, las limitaciones por falta de información
y/o información incompleta. Para esto, se dise­
ñó una «Lista de Cotejo de Fuentes de Infor-

231
marión» que se puede completar para cada administración de la SARA
(véase el Apéndice B).

Entrevistas con el imputado y la víctima: En la mayoría de los casos


en los que se considere que existe riesgo, el tribunal o la autoridad judicial
competente ordena que el imputado sea evaluado y/o cumpla un trata­
miento. Es importante señalar que el contexto legal de la evaluación pue­
de interferir en gran medida con el proceso de la entrevista. Por ejemplo,
los resultados de la evaluación no son confidenciales (o, por lo menos, la
confidencialidad no es tan estricta); el imputado sabe que casi todo lo que
diga puede hacerse público. Además, es posible que cualquier declaración
que haya hecho sobre delitos pasados, del presente o sobre presuntos deli­
tos pueda ser usada en su contra, durante el juicio, en el futuro. Por razo­
nes como éstas, el imputado puede no estar dispuesto a informar hechos
de violencia actuales y/o pasados, y, como consecuencia, no colaborar
con la evaluación. Por eso, los registros complementarios del comporta­
miento del imputado, que incluyen entrevista(s) con la(s) víctima(s) son
cruciales. La información complementaria también se puede obtener a
través de los hijos u otros testigos de la violencia, del personal de las
distintas instituciones (como la policía, los funcionarios judiciales y las
autoridades que controlan a los sujetos con libertad condicional, etc.) que
conocen al imputado, o a través de terapeutas anteriores8.

Una lectura cuidadosa de los ítem de la SARA indica que todas las
entrevistas deben abarcar las siguientes áreas con respecto al imputado:
• abuso y abandono durante la niñez (ítem 6);
• historia ocupacional y social (ítem 5);
• historia de relaciones de pareja (ítem 4);
• historia de la salud física y mental (desde el ítem 7 hasta el 10);
• estado mental actual (desde el ítem 7 hasta el 10);
• historia de comportamiento agresivo/abusivo (ítem 1 ,2 y desde el 11 hasta el 20);
• antecedentes penales (desde el ítem 1 hasta el 3 y desde el 11 hasta el 20);
• factores estresantes actuales (Otros);
• red de apoyo social actual (ítem 4 y Otros);

Se recom ienda la u tiliz a c ió n de en trev istas estru ctu rad as o


semiestructuradas para garantizar que la información se recopile de una
manera sistemática y rápida.

124
Comentario

8 Cuando se habla con las En la experiencia local, en general, se ob­


víctimas, es importante recordar
que la entrevista se debe centrar
tuvo beneficio del manejo sumamente técnico
principalmente en el comporta­ de las entrevistas semiestructuradas. Cuando
miento del imputado y, no, en el de conductas transgresoras se trata, esfrecuen­
de la víctima. Sin embargo, si la
víctima no buscó asesoramiento te poder obtener mayor información permitien­
psicológico ni legal, puede ser do que el entrevistado se explaye sobre el tema
necesario que el entrevistador le en cuestión o a p a rtir de algún estím ulo
brinde apoyo emocional básico o
la derive. Asimismo, las entrevis­ desencadenante. En ocasiones, la narrativa es­
tas con testigos menores requie­ pontánea del entrevistado va brindando deta­
ren una sensibilidad especial. lles que se podrían haber ocultado si se pre­
Previo a cualquier entrevista con
fuentes complementarias, los eva­ guntaban directamente. Es frecuente obtener
luadores deben fam iliarizarse respuestas breves negativas o positivas influi­
con las normas éticas y legales
das por lo que el entrevistado considera más
pertinentes.
conveniente para su situación. La tarea se debe
enfrentar con paciencia y muy cuidadosamen­
te para evitar cualquiera de estos dos errores:
olvidar indagar sobre el tópico de interés e in­
ducir la oferta de información sesgada.

Abuso físico y emocional: La bibliografía psicológica sugiere que


existen buenas razones para no basarse en una entrevista clínica como
única forma de evaluación. Cuando sea posible, se recomienda la utiliza­
ción de entrevistas estructuradas y/o cuestionarios autoadministrados para
complementar las entrevistas clínicas. A menudo, las personas revelan
comportamientos pasados o síntomas actuales con mayor libertad en las
referencias por escrito que en las entrevistas cara a cara. Además, las en­
trevistas estructuradas y las autoevaluaciones escritas ayudan a garantizar
que la evaluación sea sistemática, estandarizada y objetiva (es decir, a
todos se les pregunta lo mismo y de la misma manera). Por último, las
medidas estandarizadas, frecuentemente, proporcionan normas que per­
miten que el evaluador compare las respuestas del individuo con la pobla­
ción de referencia.

251
Existen varias revisiones de procedimientos estandarizados para la
evaluación del abuso emocional y físico en relaciones de pareja (por ejem­
plo, Goldsmith, 1990; Hotaling & Sugarman, 1986; Saunders, 1992). En
este trabajo, se utilizan las escalas desarrolladas por Linda Marshall (1992)
para medir violencia real, o el intento o amenaza de ésta, ya que estas
escalas parecen proporcionar una evaluación más completa que la mayo­
ría de las otras autoevaluaciones (especialmente, en el área de la violencia
sexual). Se utiliza la escala desarrollada por Tolman (1989) para medir el
abuso emocional y psicológico más general. En cada caso, se le pide al
imputado que evalúe su comportamiento abusivo previo hacia la víctima,
y a la víctima, que evalúe el comportamiento abusivo previo del imputado
hacia ella. Además de indicar el grado y la gravedad del abuso pasado
(desde el ítem 11 hasta el 14, desde el 18 hasta el 20), estas respuestas
indican en qué medida el imputado puede estar minimizando o negando
su comportamiento abusivo (ítem 16).

9 Pueden existir acusado- C o m e n ta rio


nes/condenas que indiquen
comportamientos abusivos pa­
sados que no estén caratulados
como «agresiones». Por ejem­
plo, los incidentes de violencia,
destrucción de propiedad, etc. En el medio local no está muy difundida la
pueden estar relacionados con utilización de escalas para mensurar el abuso
el maltrato a terceros. La natu­
raleza exacta de estos delitos emocional. En cambio, con respecto a las le­
relacionados con el abuso se siones, es posible obtener información de cate­
puede investigar en las entre­ gorías según las definiciones legales en las que
vistas con el imputado y la(s)
víctima(s). subyace una relación escalar de la magnitud
del daño (leves, graves, gravísimas).

Abuso de drogas y alcohol: Anteriormente, se describieron las ventajas


de las evaluaciones estandarizadas. En este trabajo, se utiliza la escala Selzer
(1971) para examinar el abuso/dependencia de alcohol y la escala Skinner
(1982) para examinar el abuso/dependencia de drogas. Ambas escalas son
breves, pero las investigaciones sugieren que son indicadores muy útiles
para los problemas de uso de substancias. Se le pide al imputado que evalúe
su propio uso de substancias, y, cuando sea posible, también se le pide a
la(s) víctima(s) evaluar el uso de substancias del imputado.

126
Registros complementarios: Se debe intentar obtener copias de los
informes policiales, de los antecedentes penales y de las declaraciones de
la víctima inmediatas al hecho. Si el clínico no recibe estos documentos
como parte del proceso de derivación, a menudo, se pueden obtener a
través del fiscal o de las autoridades que controlan a los sujetos con liber­
tad condicional. Los informes policiales, frecuentemente, contienen in­
formación importante con respecto a: (a) las pruebas físicas de agresión
(por ejemplo, cortes y equimosis); (b) las declaraciones de testigos ocula­
res o de aquellos que escucharon el incidente; (c) las observaciones de los
oficiales que realizaron el arresto sobre el comportamiento del imputado;
y (d) las medidas que se tomaron respecto de la seguridad de la víctima en
el momento del arresto. Los antecedentes penales son útiles para estable­
cer los arrestos o condenas previas por agresiones9y los incumplimientos
de las condiciones de fianza, libertad condicional, etc. Por último, las
declaraciones de la víctima inmediatas al hecho proporcionan la magnitud
de los efectos físicos y emocionales sobre la(s) víctima(s).

Otros procedimientos
de evaluación:
Ya se analizó la importancia de las entre­
vistas con la(s) víctima(s). Se pueden elegir
otros procedimientos para obtener información
adicional. Estos pueden incluir la utilización
de inventarios de personalidad, pruebas
cognitivas/de inteligencia, entrevistas con los
familiares/hijos, y entrevistas con las autori­
dades competentes a cargo de los sujetos que
tienen algún tipo de liberación anticipada.

I n v e n t a r i o s de p e r s o n a l i d a d :

los ítem 7, 8, 9 y 10 de la SARA hacen


referencia a los síntomas y trastornos psicoló­
gicos asociados con la violencia reiterada.

271
Como se analizó antes, la información proporcionada en una entrevista
puede no revelar exactamente en qué medida existen trastornos psicológi­
cos. Por eso, los inventarios de personalidad estandarizados pueden brin­
dar información significativa con respecto a la presencia de abuso de subs-
r

tancias (Item 7), trastornos mentales mayores (por ejemplo, trastorno del
pensamiento, pensamiento paranoide, depresión/pensamientos suicidas;
r r

Item 8 y 9), y trastornos de la personalidad (Item 10). El Personality


Assessment Inventory (PAI; Morey, 1991) resultó ser particularmente útil
en este contexto, ya que contiene tres índices de agresión y una medida de
predisposición al tratamiento. Si se sospecha rasgos de psicopatía, se re­
comienda la Haré Phychopatic CheckList Revised (Haré, 1991). Existen
otros inventarios disponibles que miden la celotipia, la dependencia, la
intrusión, la ira, etc. Tales instrumentos generalmente requieren la inter­
pretación de un psicólogo o un psicometrista entrenados.

I E v a lu a c ió n c o g n i t i v a / d e i n t e l i g e n c i a :

El funcionamiento intelectual bajo y/o los déficit cognitivos específi­


cos pueden impedir que un imputado participe en un tratamiento o se be­
neficie con él. Por tanto, si el evaluador sospecha que tales limitaciones
existen, puede recomendar evaluaciones de inteligencia o, con menos fre­
cuencia, evaluaciones neuropsicológicas. Dichas evaluaciones deben ser
llevadas a cabo e interpretadas por psicólogos capacitados.

[E n tre v is ta s con l o s f a m i l i a r e s / h i j o s :

Al igual que las víctimas, los familiares y los hijos pueden brindar
información valiosa con respecto al patrón de agresión del acusado. Di­
chas entrevistas pueden ayudar a establecer si el acusado es habitualmen­
te agresivo o no. Es decir, si abusó de otros miembros de la familia o
conocidos. Como se analizó en los criterios para los ítem 1 y 2, esto puede
tener implicaciones en cuanto al riesgo.

| E n t r e v i s t a s con l o s f u n c i o n a r i o s o a u t o r i d a d e s que s u p e r v i s a n a
l o s s u j e t o s con l i b e r t a d c o n d ic io n a l:

En general, la autoridad que supervisa la libertad condicional (u otro

128
tipo liberación anticipada) o algún tipo de medida cautelar puede brindar
información sobre las actividades diarias del sujeto. Generalmente, la au­
toridad habla con los testigos clave, familiares y contactos de la comuni­
dad (por ejemplo, empleadores) para preparar informes previos a la sen­
tencia o simplemente como parte del manejo del caso. Además, a menudo,
el funcionario puede proporcionar el registro de cumplimiento de las con­
diciones de liberación del sujeto. Esta información es esencial para codi­
ficar los ítem 3 y 20.

Codificación

I Gomo se vio antes, la SARA no se puntúa de


la misma manera que la mayoría de los tests
psicológicos. Más bien, el evaluador debe rea­
lizar tres tipos de conclusiones que se deben
codificar en un formulario (véase Apéndice A).

Presencia de ítem individuales: La presen­


cia de ítem individuales se codifica con un for­
mato de respuesta de tres puntos: 0 = ausente, 1
= dudoso y 2 = presente. Más adelante, se ofre­
cen los criterios detallados para definir y codi­
ficar cada ítem. Los ítem también pueden omi­
tirse cuando no hay suficiente información para
codificarlos. Nótese que esto no necesariamen­
te impide que se llegue a una decisión final con
respecto al riesgo, pero cualquier limitación que
surja de la falta de información debe ser señala­
da explícitamente.

291
Sobre la base de las experiencias y de las investigaciones preliminares
(por ejemplo, Bond, Eaves, & Kropp, 1994; Kropp, 1995), la presencia de
ítem individuales es un indicador de riesgo relativamente objetivo: en ge­
neral, y especialmente ante la ausencia de ítem decisivos (véase abajo), el
riesgo aumenta con el número de ítem codificados como presentes. Por
supuesto, completar la SARA requiere cierto grado de juicio profesional y
subjetivo por parte del evaluador; sin embargo, las investigaciones sugie­
ren que la concordancia entre evaluadores respecto de la presencia o au­
sencia de ítem de la SARA es muy alta (Kropp, 1995).

Presencia de ítem decisivos: los ítem decisivos son aquellos que, da­
das las circunstancias del caso, son en sí mismos suficientes para que el
evaluador concluya que el individuo tiene un riesgo de violencia. Se in­
cluyen considerando el hecho de que el riesgo, como lo percibe el evaluador,
no es una simple función lineal del número de factores de riesgo presentes
en un caso. Por este motivo, no se suman los códigos numéricos de los
ítem individuales de la SARA para obtener una puntaje total: es posible
que un evaluador, sobre la base de un solo ítem decisivo, pueda concluir
que un individuo tiene un riesgo de violencia alto. Los ítem decisivos se
codifican usando un formato de 2 puntos: 0 = ausente, 1 = presente.

Conclusiones de riesgo: A menudo, se requiere que los evaluadores


traten dos temas: el peligro que corre el cónyuge (que, generalmente, es el
tema por el cual se realiza la evaluación del riesgo), y el peligro que co­
rren terceros identificables (por ejemplo, los hijos del individuo, otros
miembros de la familia, o la nueva pareja de un cónyuge anterior). Con la
SARA, el riesgo se codifica usando un formato de respuesta de 3 puntos:
1 = bajo, 2 = moderado, y 3 = alto. Si se considera que el individuo repre­
senta un peligro para terceros, el evaluador debe identificar a las víctimas
potenciales. Estas conclusiones de riesgo recogen la opinión profesional
global del evaluador, de una manera simple, que permite la comparación
con otros evaluadores. Las evaluaciones realizadas hasta la fecha indican
que las conclusiones de riesgo realizadas con la SARA tienen una buena
confiabilidad entre evaluadores (Kropp, 1995).

130
Comunicación de los
hallazgos

El contenido de los informes de las eva­


luaciones del riesgo (orales o escritos) está re­
gulado por una serie de leyes, pautas profe­
sionales o éticas, y políticas y procedimientos
de organización. Sin embargo, en general, los
informes más útiles deben exponer una opi­
nión clara sobre el riesgo y las pruebas o fun­
damentos que justifican esa opinión. Además
de colaborar en el proceso de la toma de deci­
siones, un buen informe evita que el evaluador
tome decisiones sin el debido cuidado (redu­
ciendo, así, el riesgo vinculado a la responsa­
bilidad legal) y también protege los derechos
de los imputados, al darles la oportunidad de
cuestionar una opinión y los hechos que cons­
tituyeron la base de esa opinión.

Un informe escrito completo debe abarcar


varias áreas: historia psicosocial, adaptación
psicosocial actual, y conclusión final. Las sec­
ciones de historia psicosocial deben incluir
los hallazgos pertinentes respecto de la histo­
ria interpersonal, académica y vocacional; fa­
milia de origen; relaciones de pareja adultas;
desempeño como padre; historia de salud físi­
ca y mental; historia de comportamiento agre­
sivo y abusivo; y antecedentes penales. La
sección de adaptación psicosocial actual debe
incluir los hallazgos pertinentes respecto del
estado mental (síntomas, actitudes y compor­
tamientos actuales), factores estresantes aetua-

311
les o previstos, red de apoyo actual o prevista, las circunstancias en tomo
al último delito (o la instancia de violencia conyugal más reciente), y los
resultados de cuestionarios o evaluaciones psicológicas. La sección de
opinión final debe presentar las conclusiones de riesgo, así como también
las estrategias que se recomiendan para el manejo del riesgo del sujeto.
Debido a la forma en que fue diseñada, la SARA es adecuada para anali­
zar el manejo del riesgo; cada ítem de la SARA está lógicamente asociado
con una o más estrategias de manejo. Algunos de los factores de riesgo
son de naturaleza más estática (es decir, se espera que si cambian con el
tiempo, este cambio sea leve), mientras que otros son más dinámicos (y
pueden cambiar rápidamente). En la Tabla 1, los ítem de la SARA se des­
criben en un continuo entre lo estático y lo dinámico, y se proponen algu­
nas estrategias para el manejo del riesgo.

Tabla 1: Estrategias de Manejo del Riesgo Asociadas con los ítem de la SARA

ítem SARA Naturaleza Manejo


1,2, 3,15, 20 Estática Supervisión y monitoreo intensivos.
10, 16,17 Principalmente estática Supervisión intensiva (estática).
Terapia individual a largo plazo (dinámica).
Terapia de grupo (dinámica).
Psicoeducación (dinámica).

4 ,5 Estática y/o dinámica Terapia interpersonal grupal o individual


(estática). Asesoramiento legal o resolución de
conflicto (dinámico).
Orientación vocacional.

7 Dinámica Abstinencia ordenada por los tribunales,


examen de orina.
Tratamiento para el abuso de alcohol/
drogas.

8 ,9 Dinámica Terapia para las crisis.


Hospitalización.
Medicación psicotrópica.
Restricciones para la tenencia de armas
ordenadas por los tribunales.

132
GUIA DE EVA­ 1: Agresiones previas
LUACION DEL contra familiares
RIESGO DE
VIOLENCIA
CONYUGAL
C rite rio s

Uno de los hallazgos de investigación más


comunes es que los imputados con una histo­
ria de violencia tienen muchas más probabili­
dades de participar, en el futuro, de actos vio­
lentos que aquellos que carecen de anteceden­
tes de violencia (Monahan, 1981; Webster,
Dickens & Addario, 1985). Parece que cierto
subgrupo de sujetos pueden tener comporta­
m ientos agresivos sólo hacia fam iliares
(Dutton, 1988; Dutton & Hart, 1992a); este tipo
de violencia tiende a ser repetitiva. También
los varones que agreden a sus esposas y tienen
una historia de violencia física o sexual contra
familiares tienen un mayor riesgo de recidiva
v io len ta (G ondolf, 1988; H o talin g &
Sugarman, 1986; Saunders, 1992b; Sonkin et
al., 1985; Stuart& Campbell, 1989).

C o d ific a c ió n

2 Intento de agresión o agresión real contra familiares


en el pasado.
1 Amenaza de agresión contra familiares en el pasado.
0 No hubo agresión real ni intento o amenaza de
agresión contra familiares en el pasado.

331
N o ta ;
‘Agresión ’ incluye agresión física, agresión sexual, y el uso de
armas; ‘Familiares’incluye tanto los familiares biológicos como los que
no lo son (padres, padrastros, hermanos, hermanastros etc.), y también
los hijos de parejas anteriores o actuales pero no incluye a las parejas
anteriores o actuales (codificado en el ítem 4).

C o m e n ta rio

Si bien las agresiones hacia familiares distintos de la pareja pueden


formar parte de un patrón de conducta violento difuso, en ocasiones pue­
de detectarse como parte de un patrón más específico. Así ocurre cuando
el blanco de la agresión previa fue hijo/a o hijastro/a. Los hijos/as e hijas-
tros/as pueden ser agredidos como parte de un desplazamiento de la ira en
secuencias específicas de interrelación conflictiva. Los agresores de ese
tipo pueden mostrar un perfil que diste mucho del sujeto irascible. Los
evaluadores deben ser incisivos en la investigación de la significación de
los hijos/as, de los conflictos subyacentes y del origen de frustraciones
vivenciadas por el agresor o la agresora (Folino, 1994).

Agresiones previas
contra extraños o
conocidos
C rite rio s

Los imputados con una historia de violencia tienen un riesgo mayor de


violencia conyugal, aún si sus parejas o familiares no fueron víctimas de
esa violencia previa. Tanto los clínicos como los investigadores notaron
que Tos varones que en general son violentos’ (aquellos que son violentos
tanto dentro como fuera de la casa) ejercen violencia conyugal más grave
y con más frecuencia que otros varones que agreden a sus esposas (Cadsky
& Crawford, 1988; Fagan, Stewart, & Hansen, 1983; Gondolf, 1988;
Saunders, 1992b; Sonkin, 1987; Stuart & Campbell, 1989).
C o d ific a c ió n

134
2 Intento de agresión o agresión real contra extraños o conocidos en el pasado.
1 Amenaza de agresión contra extraños o conocidos en el pasado.
0 No hubo agresión real ni intento o amenaza de agresión contra extraños o conocidos en
el pasado.

N o ta ;
‘A gresión ’ incluye violencia física, violencia sexual y el uso de
armas; ‘extraños o conocidos ’ incluye cualquier persona que no sea p a ­
reja o familiar.

C o m e n ta rio

La violencia previa general puede encontrarse como parte de un patrón


conductual delictivo instrumental o como parte de un patrón de conducta vio­
lenta emocional. En ocasiones la agresión también puede relacionarse con
algunas costumbres, como por ejemplo, el enfrentamiento violento para re­
solver competencias o el duelo. La investigación de este ítem debería estar
guiada por la presunción de que sólo una mínima proporción de las conductas
agresivas se judicializan y, por lo tanto, no deberían escatimarse esfuerzos
para detectar los antecedentes en las narraciones sobre la cotidianeidad.

Violación previa de la
liberación anticipada o
supervisión comunitaria
C rite rio s

Los sujetos que violaron los términos de la liberación anticipada (li­


bertad condicional, salida transitoria, etc.) o supervisión comunitaria (li­
bertad bajo fianza, excarcelación, etc.) tienen más probabilidades de rein­
cidir que otros sujetos (Andrews, 1991; Hart, Kropp, & Haré, 1988;
Nuffield, 1982). Esta relación es válida cuando se aplica el criterio de
recidiva violenta (Harris, Rice & Quinsey, 1993).

Este ítem debe ser codificado sobre la base de los registros formales de
la justicia penal (por ejemplo: informes de la policía o de libertad condi­
cional, antecedentes penales, etc.)

351
Codificación

2 Arresto(s) previo(s) por violación de los términos de la liberación anticipada o supervisión


comunitaria.
1 Violación(es) previa(s) de los términos de la liberación anticipada o supervisión
comunitaria que no dio como resultado el arresto del sujeto.
0 No existen antecedentes de violación de los términos de la liberación anticipada o
supervisión comunitaria.

-.Este ítem debe codificarse sin tener en cuenta si la(s) violación(es)


N o ta
ocurrieron dentro del contexto de la violencia conyugal. La violación de
alguna medida precautoria impuesta por un tribunal o juez competente se
considera como una violación de la liberación anticipada. Un individuo
que no tuvo contacto con los tribunales o con la policía con anterioridad
al último delito debe recibir un puntaje 0.

C o m e n ta rio

Este tipo de violaciones a la liberación anticipada o supervisión comu­


nitaria pueden encontrarse, en el fuero en lo criminal, tanto en imputables
como en sobreseídos por inimputabilidad y tanto en la etapa del proceso
previa al juicio como en la etapa de la ejecución de la pena. En la etapa
previa al juicio, es frecuente que, cumpliendo ciertos requisitos, se proce­
da a la excarcelación del acusado mientras el proceso continúa.

Por otra parte, también pueden ocurrir violaciones a restricciones im­


puestas desde los juzgados civiles o de familia.

Problemas recientes
de pareja
C rite rio s

En general, los sujetos con relaciones de pareja inestables tienden a


tener más antecedentes criminales, una mayor frecuencia de d elitos vio-

136
lentos, y una tasa de recidiva general y violenta más alta que aquellos con
relaciones de pareja estables (Andrews, 1991; Snyder & Fruchtman, 1981).
Con respecto a los varones que agreden a sus esposas, muchos clínicos
observaron que el riesgo de violencia parece ser más alto en las siguientes
circunstancias: (a) el sujeto está viviendo con su pareja, pero ella quiere
terminar la relación; (b) el sujeto está separado de su pareja, pero él quiere
recomenzar la relación; o (c) hubo una separación repentina y/o reciente
(Crawford & Gartner, 1992; Kennedy & Dutton, 1989; McNeil, 1987;
Solicitor General of Cañada, 1985; Sonkin, Martin, & Walker, 1985). El
homicidio de una pareja mujer cometido por un varón es más probable
que ocurra en el contexto de una separación o un divorcio (Daly & Wilson,
1988). En líneas más generales, se sostiene que los varones agresivos tie­
nen graves problemas para comunicarse con sus parejas (Maiuro, Cahn, &
Vitaliano, 1986; Saunders, 1993).

C o d ific a c ió n

2 Separación de pareja o conflicto grave en la relación durante el último año.


1 Conflicto moderado en la relación durante el último año.
0 No hubo cambios en el estado civil y ningún conflicto, o hubo un conflicto leve en la
pareja durante el último año.

N o ta .*Este
ítem debe ser codificado de acuerdo con la gravedad del
conflicto en el último año, sin considerar si los miembros de la pareja reci­
bieron tratamiento o si el conflicto se produjo a causa del último delito.

[^ ■ ■ ■ ■ ■ H P ro b lern as laborales
recientes
C rite rio s

El desempleo está relacionado con un mayor riesgo de recidiva general


(Andrews, 1991). Los sujetos sin trabajo tien en tam bién más probabilida­
des de recidivar violentamente (Titile, Villemez, & Smith, 1978). Los ingre­

371
sos bajos y las preocupaciones financieras también constituyen un fac­
tor de riesgo para ejercer violencia conyugal (Campbell, 1986; Hotaling
and Sugarman, 1986; Stuart & Campbell, 1989). Un cambio repentino
y reciente en la situación laboral -m ás específicamente, el despido o
una suspensión- puede estar asociado a un mayor riesgo de violencia
(McNeil, 1987). Generalmente se cree que los varones pueden m ani­
festarles a sus familiares ira y frustración relacionadas con el trabajo
(Saunders, 1993).

C o d ific a c ió n

2 Actualmente desempleado, con una historia laboral inestable durante el último año.
1 Actualmente desempleado, con una historia laboral estable durante el último año; o,
actualmente empleado, con una historia laboral inestable durante el último año.
0 Actualmente empleado, con una historia laboral estable durante el último año.

N o ta ;
‘Empleado ’ significa un trabajo de tiempo completo o práctica­
mente de tiempo completo (que incluye trabajo autónomo); ‘inestable’
significa cambios de trabajo frecuentes o períodos de desempleo conside­
rables.

Víctima y/o testigo de


violencia familiar du
rante la niñez
o la adolescencia

C rite rio s

Existe una fuerte conexión entre la victimización durante la niñez y


la criminalidad general (Dutton & Hart, 1992a,b; Kaufman & Zigler,
1989; Widom, 1989). Además, las pruebas sugieren que ser víctima o
testigo de violencia familiar durante la niñez o la adolescencia está aso­
ciado a un mayor riesgo de violencia hacia la esposa durante la edad
adulta (Hotaling & Sugarman, 1986). Caesar (1998) informó que los

138
varones que agreden a sus esposas tenían muchas más probabilidades
que los no agresores de haber sido víctimas de un doble abuso —es decir,
ser tanto víctima como testigo de violencia de los padres. El riesgo de
recidiva violenta en varones que agreden a sus esposas también está
conectado al hecho de haber sufrido violencia familiar o a haber sido
testigo de ésta durante la niñez o la adolescencia (Saunders, 1992b;
Sonkin, 1987). Se descubrió, en una investigación realizada en sala de
emergencia psiquiátrica, que la calidad de vida familiar durante los pri­
meros años tiene un poder decisivo como factor predictor de violencia
durante un año (Klassen & O ’Connor, 1989). Recientemente Saunders
(1993) incluyó esta variable como uno de los tres factores de riesgo de
violencia familiar más ‘prominentes’.

C o d ific a c ió n

2 Víctima y/o testigo de violencia familiar frecuente o grave durante la niñez o la


adolescencia.
1 Víctima y/o testigo de violencia familiar infrecuente o moderada durante la niñez o la
adolescencia.
0 Nunca fue víctima ni testigo de violencia familiar durante la niñez o la adolescencia.

Abuso/dependencia de
substancias reciente

C rite rio s

El uso indebido de substancias está relacionado con la criminalidad y


la recidiva en general (por ejemplo, Harris et al., 1993; Monahan, 1981).
Los sujetos con una historia de violencia familiar (que incluye violencia
hacia las esposas) tienen más probabilidades de abusar de substancias que
aquellos que no tienen antecedentes de violencia (por ejemplo, Dutton &
Hart, 1992b; Tolman & Bennett, 1990). Por último, el uso indebido de
substancias reciente está asociado al riesgo de recidiva violenta en los
varones que agreden a sus esposas (Gondolf, 1988; Saunders, 1992b;
Sonkin, 1987; Stuart & Campbell, 1989; Walker, 1989). Saunders (1993)

391
considera que el abuso de alcohol es uno de los tres factores de riesgo de
violencia familiar prominentes y agrega que el uso crónico puede provo­
car peleas familiares debido al consumo excesivo de alcohol.

C o d ific a c ió n

2 Abuso o dependencia de substancias grave durante el último año.


1 Abuso de substancias moderado durante el último año.
0 No existen pruebas de abuso o dependencia de substancias durante el último año.

N o ta :
Este ítem debe ser codificado de acuerdo con la gravedad del
abuso durante el último año, sin considerar si el individuo recibió trata­
miento. ‘Grave ’ significa que el abuso de substancias perjudicó conside­
rablemente la salud del individuo o su funcionamiento social (por ejem­
plo, una sobredosis o pancreatitis; un arresto o la pérdida del empleo).

C o m e n ta rio

Si bien no se debe subestimar la eventual influencia de otras drogas de


abuso -como por ejemplo, la cocaína-, la influencia del patrón de consu­
mo abusivo de alcohol en la violencia conyugal debe ser minuciosamente
investigada. El énfasis se debe no sólo a cuestiones de alta frecuencia
sino también a peculiaridades del fenómeno que pueden determinar su
subdiagnóstico. Tales peculiaridades están configuradas por la conducta
procedente que suele presentar el/la evaluado/a en la situación formal de
entrevista, lo que enmascara la actitud agresiva que el agresor pone en
evidencia en la intimidad de la relación. En el mismo sentido influye la
dual cualidad de la conducta del agresor que, mientras resulta violento en
el seno familiar, actúa sintónicamente con sus pares en el ambiente social.

La implementación de un modelo clínico, fenomenológico y compren­


sivo, puede permitir discriminar si el caso se encuentra en alguno de los
patrones de combinación entre violencia y trastornos por abusos de subs­
tancias más frecuentem ente identificados en el sistem a ju d icial
(F olin o, 1987a, b, 1988): a) el configurado por la conducta toxicofílica

140
iniciada a temprana edad -habitualmente con consumo de psicofármacos
o inhalantes- combinada con conducta violenta tanto instrumental -por
ejemplo, con el objetivo de obtener la propiedad ajena- como alternativa
cotidiana para la resolución de conflictos interpersonales; b) el que mues­
tran los sujetos que transcurren su historia vital desarrollando dependen­
cia especialmente alcohólica, sin participar de actividades delictivas y sin
mostrar tempranas conductas agresivas pero que, en estadios avanzados
de la carrera alcohólica, cometen actos agresivos dirigidos hacia familia­
res o amistades. Los primeros exponen rasgos del perfil antisocial de la
personalidad tales como paso rápido a la acción, intolerancia a las frustra­
ciones, vivencia temporal predominante en el presente, insuficiente auto­
nomía ética, egocentrismo, predominante valoración hedonista, irrespon­
sabilidad en los roles sociales y familiares tradicionales, ausencia de sen­
timientos de culpa, etc. Los segundos pueden evidenciar agresividad in­
termitente asociada al consumo no cotidiano pero con incapacidad para
detenerse o una fenomenología en la que se destacan el estigma físico
del dependiente crónico, el deterioro de los rendimientos sociales, el debi­
litamiento de la nitidez de conciencia y de las posibilidades de actuar con
adecuada previsión, retraso sensoperceptivo, dismnesia, bradipsiquia, per­
severancia, puerilidad, primitivización, etc.

La relación entre droga y violencia es polimorfa, ya sea por sus múlti­


ples nexos de causalidad como por el variado impacto en la capacidad
para ser imputado: en el primer tipo mencionado, el abuso de drogas es un
síntoma más de la personalidad con rasgos de psicopatía antisocial y la
causalidad tiende a ser psicológico-social, la capacidad psíquica para ser
imputado legalmente no suele estar alterada, y la agresividad es, en gran
medida, instrumental. En el segundo tipo, la substancia suele intervenir
claramente como factor patogénico, la causalidad predominante de la vio­
lencia suele ser supraindividual -psico-fisiopatológica-, la capacidad psí­
quica para la imputabilidad legal tiende a desaparecer y la agresividad
suele ser menos instrumental.

No sólo las drogas ilegales y el alcohol han sido implicados en la pro­


ducción de agresividad. También ha sido postulado que los psicofármacos
prescriptos terapéuticamente pueden facilitar la agresividad. Establecer
esta relación en humanos es sumamente complejo dado que intervienen
factores de confusión muy importantes. Uno de los principales factores de

411
confusión es la comorbilidad con un trastorno antisocial de la personali­
dad. De todas maneras, la baja frecuencia relativa de estos casos hace que
deban considerarse excepcionales (Folino, J. 1998).

Por último, en la evaluación de este aspecto no se debería descuidar la


eventual influencia de la ingesta de substancias por parte de la víctima. El
consumo abusivo de substancias por parte de la víctima también es un
factor importante en el desencadenamiento de violencia y demuestra cómo
el factor tóxico debe ser evaluado en un contexto interaccional, más allá
del efecto directo farmacológico. Baste como ejemplo que el alcohol pue­
de facilitar la victimización de diferentes modos: reduciendo el miedo y la
habilidad de percibir amenazas, dificultando la evaluación de riesgos o de
responder apropiadamente a una situación amenazante o generando con­
ductas belicosas que contribuyen en la escalada de la violencia.

Ideación/ intento de
suicidio u homicidio
reciente
C rite rio s

La conexión entre la ideación/intento de homicidio y el riesgo de vio­


lencia es evidente. En efecto, la legislación de salud mental provincial en
el Canadá reconoce que la ideación/intento de homicidio, cuando están
asociados a un trastorno mental, son razones suficientes para la interna­
ción psiquiátrica involuntaria. A pesar de que la conexión entre la ideación
o el intento de suicidio y el riesgo de violencia es menos evidente, el
suicido es, a menudo, un indicador de una situación de ‘crisis’ desespera­
da para el sujeto, y generalmente, es considerado un factor de riesgo
(Goldsmith, 1990; Saunders, 1992b; Stuart & Campbell, 1989). Además,
algunas investigaciones empíricas sugieren que existe una conexión entre
la peligrosidad para sí y para terceros; es decir, los dos factores coexisten
más a menudo que lo esperado (por ejemplo, Convit, Jaeger, Lin, Meisner,
& Volavka, 1988; Menzies, Webster, & Sepejak, 1985). Tam bién lo s varo­
nes que matan a sus parejas frecuentemente dicen haber ideado o intenta­

142
do suicidarse antes de cometer el delito; de hecho, no es raro que estos
varones intenten suicidarse o se suiciden después de cometer el homicidio.

C o d ific a c ió n

2 Ideación/intento de homicidio o suicidio grave durante el último año.


1 Ideación/intento de homicidio o suicidio de menor gravedad que 2 durante el último año.
0 No hubo ideación/intento de homicidio o suicidio durante el último año.

-.Este ítem debe ser codificado de acuerdo con la gravedad en el


N o ta
último año, sin considerar si el individuo recibió tratamiento. ‘Grave ’
significa (a) que la ideación es experimentada como persistente e invasiva,
o incluye métodos de alta letalidad, o (b) que el grado de intención es de
moderado a alto.

C o m e n ta rio

La ideación suicida/homicida se constituye en un factor de riesgo su­


mamente importante y llega, en ocasiones, a ratificar su vigencia de una
manera tan extrema que sacude la credulidad humana. Si siempre es
impactante conocer sobre la ocurrencia de un homicidio o de un suicidio,
resulta más conmocionante aún tomar conocimiento de la ocurrencia de
homicidios-suicidios. Este extremo violento debería estar presente en la
mente del evaluador aún en contra del sesgo que puede imprimir su escasa
frecuencia relativa.

Diversos aspectos deberían ser contemplados a la hora de la evalua­


ción. Uno de ellos es el neto predominio masculino en la ejecución de
estas conductas en el seno conyugal (Rosenbaum, 1990; Milroy, 1998;
Milroy et al., 1997; Bourget et al., 2000; Cooper & Eaves, 1996). Otros
aspectos importantes se relacionan con características de la personalidad.
Algunos investigadores sostienen que los autores de homicidio-suicidio
comparten más características con las personas que se suicidan que con
las que cometen homicidio sin suicidio; en cambio, otros minimizan el
papel de la culpa en el suicidio y no creen que el homicidio típico de un

431
esposo/a sea un hecho sin planificar (Daly y Wilson, 1988). Estos últimos
autores, por el contrario, plantean que los homicidas se movilizan hasta
encontrar a la víctima con un objetivo claro en mente y que esto ocurre
así, predominantemente, en las parejas que están separadas (Daly y Wilson,
1988). Una interpretación apta para esos casos es que tales conductas
violentas son expresiones de la actitud masculina de sentirse propietario
de la mujer y de su capacidad reproductiva. En esas conductas violentas,
los varones estarían extendiendo hasta el extremo el ejercicio unilateral
de su autoridad.

Otras facetas psicopatológicas que deberían ser cuidadosamente revi­


sadas durante la evaluación, se relacionan con la paranoia celotípica y el
narcisismo severo. En estos casos la calidad de la personalidad del agre­
sor y de la relación en sí misma es de gran importancia. En el potencial
agresor puede detectarse una combinación de celos y características para­
noicas, y/o frustraciones narcisistas y depresión. En cuanto a la relación,
los factores afectivos, que suelen ser los de mayor peso y tienden a acercar
a la pareja, llegan, en estos casos, a distorsionarse de tal manera que in­
fringen la autonomía al extremo de que el sujeto vivencie la pareja como
una sola persona. Estas relaciones amorosas con dependencia de alguno
de los cónyuges, de tal magnitud como para perturbar la autonomía, puede
ser terreno fértil para la fusión del amor y del odio. En este contexto, las
expectativas narcisistas, egocéntricas e irreales de una de las partes, pue­
den verse amenazadas en su aparente estabilidad cuando la otra parte toma
conciencia de la restricción que tiene su vida y pretende independizarse.
La psicodinámica nuclear de los homicidios -suicidios pone al agresor
enfrente de un quiebre de su relación, de su «inversión» y le hace reaccio­
nar con depresión, paranoia e ira hacia el que le rechaza, mientras siente la
presión de las normas sociales y la vergüenza social (Palermo, 1994). El
evaluador debería investigar minuciosamente si el sujeto evaluado siente
incapacidad de sobrevivir a la ausencia de lo que considera tan impres­
cindible -su pareja-y si vivencia que quien le rechaza es parte de su propio
ser y de su realidad, dado que, en esas circunstancias, el sujeto puede
verse tentado a adoptar una actitud de juez y dueño de la situación y ejecu­
tar un suicidio extendido.

144
Síntomas psicóticos y/
o maníacos recientes

C rite rio s

Existe un debate importante en la bibliografía empírica con respecto a


la conexión entre el trastorno mental y la violencia. Algunos estudios dan
cuenta de una correlación positiva entre la psicosis y la violencia previa
(por ejemplo, Swanson, Holzer, Ganju, & Joño, 1990; Monahan, 1992).
Sin embargo, otros dicen que la psicosis (por lo menos la psicosis tratada)
está asociada a un riesgo menor de recidiva violenta (Rice, Harris &
Cormier, 1992). Un hallazgo más frecuente es que los síntomas psicóticos
y/o maníacos actuales están asociados a un mayor riesgo de violencia a
corto plazo (por ejemplo, Binder & McNeil, 1988; Link & Stueve, 1994).

C o d ific a c ió n

2 Síntomas psicóticos o maníacos graves durante el último año.


1 Síntomas psicóticos o maníacos moderados durante el último año.
0 No hubo síntomas psicóticos o maníacos durante el último año.

-.Este ítem debe ser codificado de acuerdo con la gravedad de los


N o ta
síntomas en el último año, sin considerar si el individuo recibió trata­
miento. Los síntomas psicóticos incluyen (a) habla extremadamente des­
organizada o ilógica, (b) delirios, (c) alucinaciones, y (d) comportamien­
to extremadamente extraño. Los síntomas maníacos incluyen (a) euforia o
irritabilidad extremas, (b) megalomanía, (c) fuga de ideas y verborragia,
y (d) hiperactividad motora. ‘Grave ’ significa que los síntomas dieron
como resultado un tratamiento psiquiátrico con hospitalización o ambu­
latorio, o que perjudicaron considerablemente el funcionamiento social.

451
Comentario

El problema de la asociación entre psicosis y violencia debería ser re­


visado en diferentes escalas a los efectos de minimizar la posibilidad de
errores y de no confundir al profesional con escasa experiencia. Por ejem­
plo, si bien existe abundante información epidemiológica que relativiza la
relación entre esquizofrenia y violencia, en el caso particular en evalua­
ción, el análisis debería extenderse más allá de los hallazgos poblacionales
y ser complementado con una aproximación cualitativa. Es frecuente que
las conductas auto o heteroagresivas de los enfermos no sean registradas
oficialmente. Los evaluadores, si no obtienen esos datos de los entrevista­
dos, irremediablemente fallan debido a un subdiagnóstico de la
sintomatología violenta. Si las estadísticas se miran desde la perspectiva
que dan los hechos violentos registrados, muchos esquizofrénicos pasan
como enfermos que nunca actuaron violentamente. Por otra parte, tam­
bién ocurre que múltiples circunstancias, como por ejemplo, la efectivi­
dad terapéutica o la oportuna intervención familiar acuden oponiéndose a
que se efectivice la violencia esquizofrénica. Sin embargo, que no se
efectivice no quiere decir que no exista potencialmente. Por tanto, que
actualmente la estadística no exprese contundentemente la asociación en­
tre esquizofrenia y violencia no debe confundir permitiendo la subesti­
mación.

Muchos síntomas esquizofrénicos facilitan el conflicto en la pareja y,


por tanto, la violencia. Cuando la sospecha delirante, la hostilidad o la
desconfianza se focalizan en la pareja, el riesgo de agresión es severo.
Aún sin la intervención de ideación paranoide, las consecuencias de la
patología aguda, el deterioro crónico y la transformación de los roles pue­
den facilitar el conflicto violento en el seno conyugal. Si se confía inge­
nuamente en que el esquizofrénico no llega a ser violento, las medidas
preventivas anteriormente mencionadas nunca serán implementadas. En
síntesis, un análisis clínico cuidadoso con un enfoque cualitativo del
caso y de sus circunstancias es prioritario a la hora de tomar decisiones.
De esa manera, se estará realizando adecuadamente la evaluación del ries­
go, se estará cuidando la responsabilidad profesional y, seguramente, se
estará colaborando con el mantenimiento de una baja correlación estadís­
tica entre esquizofrenia y violencia.

146
Trastorno de
personalidad con ira 5
impulsividad,
o inestabilidad de la
conducta
C rite rio s

Los trastornos de la personalidad son muy comunes dentro de las po­


blaciones de sujetos condenados en general (por ejemplo, Haré, 1983,
1991) y, específicamente, entre los varones que agreden a sus esposas
(Hamberger & Hastings, 1988; Hart, Dutton, & Newlove, 1993). Los tras­
tornos de la personalidad caracterizados por la ira, la impulsividad y el
comportamiento inestable (por ejemplo, los trastornos de la personalidad
psicopáticos/antisociales, fronterizos, narcisistas o histriónicos) están aso­
ciados a un riesgo mayor de comportamiento criminal, que incluye vio­
lencia y recidiva violenta (Haré, 1991; Harris et al., 1993; Sonkin, 1987).
Por último, Saunders (1993) considera que el trastorno de la personalidad
es un ‘factor de riesgo probable’ y señala que la mayoría de los varones
que agreden a sus esposas mientras están en tratamiento tienen perfiles
elevados en las evaluaciones de personalidad estándar.

Este ítem debe ser codificado sobre la base de evaluaciones de salud


mental previas o actuales. Si no se dispone de ellas, el ítem debe ser codi­
ficado con la ayuda de un profesional de la salud mental.

C o d ific a c ió n

2 Trastorno de personalidad caracterizado por graves problemas de ira, impulsividad o


comportamiento inestable.
1 Trastorno de personalidad caracterizado por problemas de ira, impulsividad o comporta­
miento inestable moderado.
0 No existe trastorno de personalidad caracterizado por problemas de ira, impulsividad o
comportamiento inestable crónicos.

471
N o ta ;
‘Grave ’ significa que los síntomas dieron como resultado un
tratamiento psiquiátrico con hospitalización o ambulatorio, o que perju­
dicaron considerablemente elfuncionamiento social (por ejemplo, puntaje
total de la PCL-R e» 25; diagnóstico de cualquier trastorno del Grupo B
del DSM-III-R); ‘moderado ’ significa que no necesitaron tratamiento y
que sólo perjudicaron levemente el funcionamiento social (por ejemplo,
puntaje total de la PCL-R entre 15 y 25; rasgos prominentes de cualquier
trastorno del Grupo B del DSM-III-R).

Comentario

Algunas características nucleares de las psicopatías, como la


impulsividad, la versatilidad delictiva, la crueldad, la falta de empatia y el
remordimiento, hacen que exista una conexión conceptual directa entre la
psicopatía y la violencia. Independientemente de ello, ante el diagnóstico
de psicopatía, es importante que el evaluador intente discriminar qué tipo
de patrón agresivo es el predominante en el caso y qué tipo de violencia es
la que se pronostica, debido a que esas características determinarán, en
gran medida, qué intervenciones pueden ser más eficientes. Por ejemplo,
la sensibilidad emocional anormal o deficiente, la carencia de sentimien­
to de culpa y la ausencia de miedo pueden facilitar la agresión fría e ins­
trumental y su perpetuación. Por otra parte, la impulsividad también pue­
de facilitar el comportamiento agresivo expresivo y reiterativo ante con­
flictos interpersonales.

Lo dicho es válido también para otros trastornos de personalidad, pues


los rasgos anómalos imprimen diferentes calidades a la violencia como se
sintetiza a continuación.

En personalidades con componentes narcisistas puede presentarse paso


a la acción agresiva cuando la pareja no satisface las aspiraciones de apro­
bación o, más aún, cuando ésta responde de una manera hiriente que el
narcisista no tolera. Cuando las personas con estas características agre­
gan a los conflictos de pareja complicaciones con conducta de acecho, el
riesgo se toma particularmente alto. Este tipo de acechador fue descripto
como obsesivo simple (Zona, 1993) y suele manifestarse luego de la rup­
tura de una relación sentimental, ya sea de esposos o novios. Muchos
casos tienen el antecedente de una relación de violencia familiar y, al

148
producirse la ruptura, el ex violento inicia una campaña de acecho, inti­
midación y terrorismo mental con alta probabilidad de reiteración de la
violencia. La conducta puede tener el objetivo de coercionar a la víctima
para que regrese o simplemente la venganza. Algunos presentan una vio­
lencia depredadora, planeada, con propositividad y sin emocionalidad, sin
exaltación autonómica y con metas numerosas, tales como el control, la
intimidación o la devaluación de la víctima. Este tipo de violencia se aso­
cia a la psicopatía o el trastorno antisocial de la personalidad.

Las personas con rasgos paranoides pueden pasar al acto agresivo cuan­
do su suspicacia se exacerba, ya sea por conflictos concretos o porque
transcurre un período de exaltada unilateralidad en sus juicios que genera
fricción con la pareja. En ocasiones, acontecimientos reales y esperables
en una relación conflictiva, como, por ejemplo, el rechazo sexual o la
disminución en la comunicación, pueden desencadenar interpretaciones
celotípicas sobrevaloradas que justifican, para el agresor, adoptar con­
ductas violentas.

Quienes presentan una personalidad con trastorno «borderline», tienen


una tendencia a ser inestables en su humor y a responder con actitudes
extremas y abruptas ante algunas frustraciones o conflictos. Episodios de
ira y actitudes extremas son un terreno fértil para las conductas violentas,
incluso autodirigidas. Entre las personas con estas inestabilidades se pue­
de detectar una secuencia psicogenética iniciada con alguna frustración,
seguida con tensión creciente, vivencias disfóricas informadas como fas­
tidio o irritabilidad y, finalmente, estallidos violentos y acciones intem­
pestivas sin reparos en las consecuencias (Folino, 1987).

Agresiones físicas
previas
C rite rio s

Los varones que manifestaron un comportamiento agresivo tanto en


relaciones de pareja anteriores com o en actuales tienen un riesgo de vio-

491
lencia (Fagan et a l, 1983; Sonkin, 1987). El cálculo aproximado de la tasa
de recidiva de agresión hacia las esposas oscila entre 30 y 70 % durante un
período de uno a dos años (Dutton, 1995); estas tasas parecen aplicarse
sin tener en cuenta si el sujeto está arrestado y/o bajo tratam iento
(Hamberger & Hastings, 1993).

C o d ific a c ió n

2 Agresión tísica a pareja(s) actual(es)o anterior(es).


1 Intento de agresión a pareja(s) actual(es)o anterior(es).
0 No hubo ni intento de agresión ni agresión física real a pareja(s) actual(es)o anterior(es).

N o ta ;
‘A gresión física ’ incluye agresión con un arma pero no incluye
r

agresión sexual (codificado en el Item 13) ni amenazas (codificado en el


r

Item 14); ‘p areja’incluye esposa, concubina, o novia.

Agresiones sexuales/
celotipias sexuales
previas

C rite rio s

Generalmente, las tipologías de los agresores conyugales indican que


los patrones más graves incluyen agresión sexual y celotipia sexual extre­
ma (Gondolf, 1988; Snyder & Fruchtman, 1981). Además, los varones
que agredieron sexualmente a sus parejas y/o que manifestaron una celotipia
sexual considerable tienen más riesgo de recidiva violenta (Goldsmith,
1990; Saunders, 1992b; Stuart & Campbell, 1989; Walker, 1989).

150
Codificación

2 Agresión sexual a pareja(s) actual(es) o anterior(es), o por lo menos, una agresión


física previa ocurrida en el contexto de una celotipia sexual grave.
1 Intento de agresión sexual a pareja(s) actual(es) o anterior(es), o tiene una historia de
celotipia sexual grave.
0 No hubo ni intento agresión sexual ni agresión sexual real a pareja(s) actual(es) o
anterior(es), y no tiene una historia de celotipia sexual grave.

N o ta :
‘A gresión sexual ’ incluye agresión sexual con un arma pero no
r

incluye amenazas (codificado en el Item 14); ‘grave’ significa que la


celotipia fu e la causa de un tratamiento psiquiátrico ambulatorio o con
hospitalización en el pasado, o que perjudicó considerablemente el fu n ­
cionamiento social; ‘p areja ’incluye esposa, concubina o novia.

C o m e n ta rio

La fuente de información de este tipo de datos debería incluir expe­


dientes penales, civiles previos o incidentes informados en historias clíni­
cas. Es factible que el evaluado/a, en tanto se ubica en una posición intere­
sada por su compromiso legal, tienda a subestimar las agresiones previas
cometidas hacia su pareja; por lo tanto, si los abogados no lo hicieron, es
razonable que el evaluador plantee al juez que sería útil requerir informa­
ción sobre la existencia de previas acusaciones que haya realizado la pare­
ja. La detección de agresión negada o minimizada permite ser preciso en la
puntuación adscripta a este ítem y, a su vez, obtener información útil para
puntuar el ítem 16. Respecto a los registros de asistencia a la víctima por
lesiones que puedan ser encontrados en las historias clínicas, debe tenerse
en cuenta que no siempre están claramente atribuidos a agresiones; es
frecuente que la víctima, en período de indecisiones o por temor, concurra
a recibir asistencia médica distorsionando la causa de la lesión (por ejem­
plo, alegando un accidente). En estos casos, la nueva información aportada
al expediente puede ser esclarecedora, especialmente si se la relaciona con
la tipología de las lesiones desde un criterio médico legal o con diagnósti­
cos diferenciales o dudas sobre la etiología planteadas por los médicos
asistenciales.

511
13 Uso de armas y/o
amenazas de muerte
verosímiles previas

C rite rio s

Los agresores conyugales que usaron un arma en agresiones previas a


parejas o terceros o que amenazaron con el uso futuro de un arma, tienen
un mayor riesgo de recidiva violenta (Sonkin, Martin, & Walker, 1985).
Además, los varones que realizan amenazas de muerte verosímiles o de
maltrato físico grave contra sus parejas (es decir, mujeres que sientes mie­
do de sus parejas) tienen un riesgo mayor de recidiva violenta (Gondolf,
1988; Sonkin, 1987; Stuart & Campbell, 1989; Walker, 1989). Se cree que
la agresión verbal predice violencia en matrimonios recién constituidos
(Murphy & O ’Leary, 1989).

C o d ific a c ió n

2 Uso de un arma o amenazas de muerte verosímiles en el pasado.


1 Amenaza de uso futuro de un arma o amenazas verosímiles de maltrato físico grave en el
pasado.
0 No existen pruebas de (a) uso o amenaza de uso futuro de un arma, o (b) amenazas
verosímiles de maltrato físico grave o de muerte en el pasado

N o t a : “A rm a'incluye
armas defuego, cuchillos, y objetos usados como
palos; ‘verosímiles ’ significa que las amenazas fueron percibidas como
reales por la víctima. Las amenazas imprecisas (por ejemplo, ‘Te voy a
agarrar j percibidas como reales por la víctima deben ser codificadas
como amenazas de daño físico grave.

152
Comentario

Si bien es común que el evaluador tienda a considerar, en principio,


que una amenaza en estado de exaltación significa menos riesgo que una
amenaza en estado de serenidad, la conclusión debe ser sumamente cau­
telosa. Tanto en un tipo como en el otro se ciernen elementos psicogenéticos
que indican riesgo. Mientras que el que actúa amenazando con serenidad
puede estar manifestando una perdurable representación de la agresión,
entre otras cuestiones emocionales y cognitivas, el que amenaza en estado
de exaltación puede estar dando indicios de sus dificultades para evitar el
paso a la acción. Tanto en un caso como en el otro, una lectura de la
amenaza en su contexto y con la información asociada puede orientar ha­
cia particulares medidas de prevención. El evaluador debería considerar
seriamente la existencia de amenazas.

Reciente escalada de ia
agresión en frecuencia
o gravedad

C rite rio s

Aquellos que estudian las agresiones hacia las esposas reconocieron,


durante mucho tiempo, que las relaciones abusivas están frecuentemente
caracterizadas por patrones distintivos o ciclos de violencia. Algunos au­
tores destacaron las similitudes de estos patrones en las diferentes relacio­
nes (por ejemplo, e.g., Walker, 1989; Ganley, 1987), mientras que otros
destacaron sus diferencias (Webster et al., 1985). A pesar de su énfasis,
sin embargo, estos autores observaron que un patrón de escalada reciente
de la agresión en frecuencia o gravedad está asociado al riesgo inminente
de recidiva violenta (Sonkin, 1987; Stuart & Campbell, 1989). En la bi­
bliografía sobre la recidiva violenta se observó que es esencial revisar

531
todos los registros pertinentes cuando se evalúan los patrones de violen­
cia (Rice & Harris, 1992). En muchos casos esto demostrará una ‘evolu­
ción de la violencia’ a través del tiempo (Greenland, 1985).

C o d ific a c ió n

2 Indudable escalada en la frecuencia y/o gravedad del comportamiento agresivo


durante el último año.
1 Posible aumento en la frecuencia y/o gravedad del comportamiento agresivo durante
el último año.
0 No hubo aumento aparente en la frecuencia y/o gravedad del comportamiento
agresivo durante el último año, o no existe una historia aparente de comportamiento
agresivo previo.

N o ta ;
Codificar de acuerdo con la naturaleza de la escalada en el
último año, sin tener en cuenta si el individuo recibió tratamiento.

C o m e n ta rio

Cuando la escalada en la agresión se produce en el caso de un agresor


abusador de substancias, es posible que, además del agravamiento del
conflicto, esté interviniendo un agravamiento en el abuso. Esta condición
no impide la puntuación en este ítem. La consignación de la escalada agre­
siva debe hacerse independientemente de los factores que la faciliten y, a
su vez, se debe consignar el factor actuante en el ítem correspondiente.

Si bien los datos objetivos siempre ofrecen sustento más fuerte a la


evaluación, algunos datos subjetivos pueden ser sumamente ilustrativos.
Ocurre que, en la intimidad, los componentes de la pareja aprenden a in­
terpretar con precisión algunos signos sutiles que ofrece la conducta del
otro. Por eso es que las vividas descripciones que hacen las víctimas del
aumento de la violencia o de la reciente desinhibición agresiva deben ser
cuidadosamente consideradas. Otras veces es posible detectar el aumento
de la violencia sin agresiones efectivamente lesivas; esto ocurre cuando la
escalada en el autoritarismo y en el control va llevando a mayores exigen­
cias, mayor limitación de movimientos y demandas verbales crecientes.

154
iolación previa de las
medidas precautorias

C rite rio s

Las investigaciones indican que las violaciones previas de las condi­


ciones de la liberación anticipada o de la supervisión comunitaria están
r

asociadas con la recidiva general y violenta (véase Item 3). Aunque no


existen muchas pruebas directas relacionadas con este tema, sobre la base
del axioma que afirma que el comportamiento pasado es el mejor factor
predictor del comportamiento futuro, los varones que agreden a sus espo­
sas y que tienen antecedentes de violación de las medidas precautorias o
cautelares que restringen el contacto con las víctimas impuestas por un
tribunal civil o penal (por ejemplo, fianza, ejecución condicional de la
pena, imposición del radio de exclusión, etc.) tienen riesgo de recidiva
violenta. Esta suposición está respaldada por la experiencia clínica.

C o d ific a c ió n

2 Arresto(s) previo(s) por violar las medidas precautorias ordenadas por un tribunal civil o
penal.
1 Violación(es) previa(s) de las medidas precautorias ordenadas por un tribunal civil o
penal que no dieron como resultado el arresto del sujeto.
0 No registra violaciones previas de las medidas precautorias ordenadas por un tribunal
civil o penal, o nunca existieron tales disposiciones.

N o ta ;
Las «órdenes de un tribunal civil o penal» incluyen fianza, eje­
cución condicional de la pena, imposición de un radio de exclusión, etc.
Violación de una orden de «prohibición de contacto» también se tiene en
cuenta para la codificación del ítem 3.

551
Comentario

La significación de la violación de alguna de las restricciones ordena­


das judicialmente trasciende la significación de la transgresión en térmi­
nos exclusivamente normativos. Una violación de esta naturaleza es una
conducta que tiene potencialidades de desencadenamiento de acciones
violentas concretas, aún sin que el transgresor tuviera ese interés inicial-
mente. El evaluador debería darle importancia al antecedente y compren­
der y representarse la situación de conflicto que caracteriza el período de
restricciones: es una situación con intereses enfrentados, sentimientos de
impotencia, injusticia y encono subjetivamente justificados y con preten­
siones insatisfechas. En este contexto, el ingreso de una de las partes en
conflicto al área prohibida genera fácilmente respuestas de temor, de con­
traataque o de reclamo. Fácilmente se entabla una nueva fricción con gran­
des posibilidades de escalada de violencia. Es muy común, en el ámbito
pericial, recibir explicaciones de los acusados diciendo que en ningún
momento previo tuvieron el interés de agredir; que sólo querían conver­
sar, solucionar algún problema, ver a los hijos, coordinar algún aspecto,
etc. y que, luego de que se iniciara la discusión, se sintieron atacados o
heridos y se produjo la agresión por la que está acusado. Ese tipo de
explicación, más allá de que pueda tener connotaciones defensivas, pone
de manifiesto una secuencia de acciones que tiene potencialidad de ter­
minar violentamente.

Minimización extrema o
negación de la historia
de violencia conyugal
C rite rio s

Los sujetos peligrosos con conductas delictivas persistentes habitual­


mente minimizan y/o niegan su comportamiento antisocial. Esto ocurre
en los sujetos violentos en general y, en particular, en los varones que
agreden a sus esposas (Dutton, 1995; Hare, 1991; Saunders, 1992b; Webster

156
et al., 1985). En los varones que agreden a sus esposas, la minimización y
la negación se asocian con la falta de voluntad para modificar los compor­
tamientos agresivos o para comenzar programas de tratamiento y también
están relacionadas con un riesgo mayor de recidiva violenta (Dutton, 1988;
Sonkin, 1987).

C o d ific a c ió n

2 Minimización extrema o negación del comportamiento agresivo previo pese a las pruebas
documentadas que indican lo contrario, según la presencia de uno o más de los siguientes
indicadores:
a. el individuo niega muchas o todas las agresiones previas;
b. el individuo niega la responsabilidad por muchas o todas las agresiones previas (por
ejemplo, culpa a la víctima);
c. el individuo niega las consecuencias graves de muchas o todas las agresiones previas
(por ejemplo, dice que la víctima no sufrió heridas físicas).
1 Minimización moderada del comportamiento agresivo previo pese a las pruebas
documentadas que indican lo contrario, según la presencia de uno o más de los
siguientes indicadores:
a. el individuo niega algunas agresiones previas, pero admite otras;
b. el individuo niega la responsabilidad que le cabe por algunas de las agresiones previas
(por ejemplo, culpa a la víctima), pero acepta la responsabilidad por otras;
c. el individuo niega las consecuencias graves de algunas agresiones previas
(por ejemplo, dice que la víctima no sufrió heridas físicas), pero reconoce otras
consecuencias.
0 No hay discrepancia, o la discrepancia es escasa, entre la versión del individuo acerca de
las agresiones previas y la(s) versión(es) documentada(s).

C o m e n ta rio

La minimización o negación del comportamiento previo es una de las


tantas presentaciones que puede mostrar la actitud defensiva de los eva­
luados acusados. El clínico debería estar sumamente alerta al evaluar es­
tos aspectos pues los entrevistados pueden presentar habilidades notables
para ofrecer una imagen favorable y negar o transferir responsabilidades.
Así ocurre, por ejemplo, en el caso del agresor en el medio conyugal que
mantiene en sociedad una actitud completamente opuesta a la real que

571
asume en el hogar. Esa persona está muy entrenada para el ocultamiento, la
distorsión y la justificación en pro de su imagen cargada de deseabilidad
social, al punto tal que la versión violenta puede resultar inverosímil para el
lego y difícil de vislumbrar para el idóneo. Asimismo ocurre con el abusa­
dor de alcohol que, independientemente de la negación genérica que pueda
anteponer, suele estar bien acostumbrado a transferir culpas al alcohol y, a
minimizar, además del consumo, todas aquellas consecuencias disociales.

lActitudes que apoyan o


aprueban la violencia
conyugal
C rite rio s

Investigaciones en gran escala, otros estudios empíricos y la observa­


ción clínica sugieren que un número de actitudes sociopolíticas, religiosas,
(sub) culturales y personales (es decir, creencias o valores) diferencian a los
varones que agredieron recientemente a sus parejas de los que no (por ejem­
plo, Saunders, 1992b; Straus et al., 1980). Un elemento común de estas
actitudes es que apoyan o aprueban la violencia hacia las esposas, promo­
viendo, implícita o explícitamente, (a) el patriarcado (el privilegio del hom­
bre), (b) la misoginia y/o (c) el uso de la violencia para resolver conflictos.
Estas actitudes, a menudo, coexisten con una minimización/negación de la
violencia hacia la esposa, y están relacionadas con un riesgo mayor de reci­
diva violenta (Goldsmith, 1990; Sonkin, 1987). Saunders (1993) considera
que las «posturas estrictas en cuanto al rol del hombre y la mujer» son «un
probable indicador de riesgo» de violencia conyugal.

C o d ific a c ió n
2 Promueve explícitamente las actitudes que apoyan o aprueban la violencia conyugal.
1 Parece promover implícitamente las actitudes que apoyan o aprueban la violencia
conyugal.
0 No hay pruebas que indiquen actitudes que apoyan o aprueban la violencia conyugal.

158
C o m e n ta rio

La evaluación de este ítem no puede hacerse ingenuamente. Si bien, en


ocasiones, es posible obtener expresiones directas que describen actitudes
que apoyan la violencia conyugal, lo más común es que tales actitudes
traten de ocultarse. En la situación de evaluación de alguien con compro­
miso legal, es esperable que exista un manejo de la información de tal
manera que ésta se presenta según la deseabilidad social. Por lo tanto, el
experto en salud mental debería complementar su búsqueda directa, con
alguna estrategia indirecta, como pedir que se proporcionen detalles de
determinadas anécdotas de la pareja, que se opine sobre las anécdotas de
terceros, que se explique qué es lo que resulta tolerable e intolerable, etc.
En síntesis, dada la habitual defensa que se opone en este tema, la evalua­
ción dependerá fundamentalmente del juicio profesional que realice el
evaluador en función de múltiples reactivos apropiados para obtener una
imagen de las creencias y actitudes del evaluado respecto de la violencia
conyugal.

KV
Agresiones graves y/o
sexuales

C rite rio s

Tanto la violencia grave como la violencia sexual en el último delito se


asocian con un riesgo mayor de violencia futura (Sonkin, 1987; véase
r

tamnbién Item 11 y 12). Este ítem debe ser codificado únicamente sobre
la base del último delito.

C o d ific a c ió n

2 Violencia grave y/o sexual en el último delito.


1 Violencia moderada en el último delito.
0 No se registra violencia física o sexual en el último delito

591
N o ta ;
«Violencia grave» significa que la víctima sufrió heridas físicas
graves (es decir, que necesitó atención médica).

C o m e n ta rio

Si la evaluación se realiza en la etapa de proceso judicial penal, suelen


presentarse algunas dificultades para dar por acreditada la autoría de la
violencia. Esto suele ocurrir así porque aún no existe una sentencia firme.
Ante estas dificultades, el evaluador puede apoyarse en el reconocimiento
de la acción cuando ello ocurre, pero cuidando siempre que la autoría
reconocida en una relación pericial puede luego ser negada en una decla­
ración judicial. También puede sustentarse en el auto de prisión preventi­
va, si lo hubo. Finalmente, siempre es prudente revisar la posibilidad de
que el sujeto evaluado no haya cometido el acto agresivo y, luego, expre­
sar las conclusiones con condicionamientos si son necesarios para lograr
más certeza.

Uso de armas y/o


amenazas de muerte
verosímiles
' '■ M ■' - 1-,

C rite rio s

El uso de armas y las amenazas de muerte que infunden miedo en la


víctima se relacionan con un riesgo mayor de violencia futura (véase ítem
13). Este ítem se debe codificar únicamente sobre la base del último delito.

C o d ific a c ió n

2 Uso de un arm a o am enazas de m u erte verosím iles en el últim o delito.


1 A m enaza de uso futuro de un arm a, o am enazas de daño físico grave verosím iles en el
últim o delito.
0 N o h ay p ru ebas de (a) uso de un arm a o am enaza de uso futuro de un arm a, o (b)
am enazas de m u erte o de daño físico grave verosím iles en el últim o delito.

160
N o ta .* ‘A rma
’ incluye armas de fuego, cuchillos, y objetos usados como
palos; ‘verosímiles ’ significa que las amenazas fueron percibidas como
reales por la víctima. Las amenazas imprecisas (por ejemplo, ‘Te voy a
agarrar j percibidas como verosímiles por la víctima deben ser codifica­
das como amenazas de daño físico grave.

Violación de las
medidas precautorias
C rite rio s

Las violaciones previas de las medidas cautelares pueden estar asocia­


das con un riesgo mayor de violencia futura (véase ítem 16). Este ítem se
debe codificar únicamente sobre la base del último delito.

C o d ific a c ió n

2 El último delito incluye un arresto por violar las medidas precautorias dispuestas por un
tribunal civil o penal.
1 El último delito incluye una violación de las medidas precautorias dispuestas por un
tribunal civil o penal, pero ésta no dio como resultado el arresto del sujeto.
0 El último delito no incluye una violación de las medidas precautorias dispuestas por un
tribunal civil o penal, o nunca existió tal orden.

N o ta :
«Orden de un Tribunal civil o penal» incluyen fianza, libertad
condicional, órdenes de restricción, etc.

611
Otros
C rite rio s

En esta sección se mencionan los factores de riesgo poco comunes pero


importantes, no incluidos en la SARA como ítem individuales. La identifi­
cación y la codificación de los ítem queda a criterio del evaluador. Pueden
estar basados en la historia previa, el comportamiento reciente, o el último
delito. Aunque no se limitan a estos, algunos ejemplos son:

• Crisis emocional actual: más específicamente, una crisis que re­


quiere tratamiento psiquiátrico con internación, pero que no se caracterizó
r

por los síntomas psicóticos y/o maníacos (que se codifican en el Item 9).

• Historia de tortura o desfiguración de parejas.

• Víctima o testigo de persecución política, tortura o violencia: esta


posibilidad se debe evaluar en los inmigrantes y sus familias, particular­
mente si son refugiados políticos.

• Sadismo sexual.

• Fácil acceso a armas de fuego (pistolas, rifles y escopetas): «fácil


acceso» significa que el individuo almacena armas de fuego en su casa,
lugar de trabajo u otro lugar cercano; o que compró un arma en el último
año. Este riesgo es especialmente alto en las siguientes circunstancias: (a) el
individuo tiene ideaciones/intentos suicidas u homicidas; (b) el individuo
utilizó un arma en agresiones previas a parejas o terceros; o (c) el individuo
amenazó con utilizar un arma en el futuro (Campbell, 1986; Sonkin, Martin,
& Walker, 1985; Stuart & Campbell, 1989). A esta lista se le agrega la com­
pra reciente de cualquier arma, más allá del motivo de la compra.

• Acecho: esto se puede definir como el acoso persistente y la intimi­


dación de una pareja actual o anterior. A menudo incluye la destrucción de
la propiedad de la víctima, amenazas imprecisas contra ella, sus amigos o
familiares y tareas de vigilancia.

Pérdida reciente de la red de apoyo social.


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Apéndice A

731
Impreso electrónicamente en: La P lata, A rg e n tin a
Noviembre de 2004: 1 0 0 e je m p la re s
Diseño de Tapa: C la risa C a pu rro - M eiva P ic c irilli
Diseño v diagramación interior. C la risa C a pu rro

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