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Episodio 1: Vida de plebeya.

Lizzie.
Llegué de uno de mis tres trabajos y me tiré a la cama, estaba tan agotada
que no tenía energía ni para quitarme la ropa.
Sin embargo, por muy agotada que estuviera, no era capaz de dormirme,
sobre todo, porque las deudas eran un demonio que tenía persiguiéndome.
La vida no había sido muy justa para nosotros.
Habíamos llegado a Dublín escapando del marido abusivo de mi madre, el
imbécil la golpeaba hasta casi matarla, fueron años donde me aterraba
dormir. Xia, mi hermana mayor, se encargaba de las heridas de mi madre,
mientras Yordi, mi otro hermano me calmaba.
La paz vino a nosotros cuando un día, mi madre solo nos subió a un taxi y
llegamos al aeropuerto.
Venir a este país había sido nuestra salvación.
Años después mi madre conoció a Remi, eran compañeros de trabajo y
parecía un buen hombre. Mudarnos a su casa nos pareció algo apresurado,
pero él había hecho de todo para ofrecernos un hogar seguro.
Tener un hogar estable y funcional, había sido una nueva y gratificante
experiencia.
Nuestro problema fue que, pensamos que los malos tiempos eran cosas del
pasado.
No obstante, la muerte de mi madre nos devolvió a la realidad. Remi nos
amaba genuinamente, así que, se encargó de nosotros. Sin embargo, las
desgracias no vienen sola y solo a unos meses de la partida de mi madre,
nos dimos cuenta de que Remi no estaba bien.
Así que, tuvimos que llevarlo a una clínica especial, donde le
diagnosticaron Alzaimer, una enfermedad que lo iría deteriorando
constantemente y solo se podía tratar, más no curar.
Hasta la fecha no sabía si mi madre sabía del estado de Remi o él lo supo
ocultar, hasta que, le fue imposible hacerlo.
Siendo muy jóvenes hicimos lo que creímos convenientes, pero no era
suficiente.
Xia y yo estábamos conscientes de que le debíamos mucho a Remi,
principalmente, por todo lo que nos apoyó cuando mi madre se había ido.
Así que, estábamos decididas a encargarnos de él; Yordi, por otro lado, no
estaba segura de qué pasaba por su cabeza, él solo se había dedicado a
jugar, beber y jodernos la paciencia.
Aunque, sin importar qué, mi hermana y yo seguíamos esforzándonos al
máximo.
Un año después contaba con tres trabajos y uno de ellos era bailar para
borrachos en un strip club.
Era la vida que me había tocado y no me quejaba; no porque no quisiera,
sino porque no tenía tiempo, ni energía para hacerlo.
Cerré los ojos dejando que el agotamiento me fuera arrastrando a la
oscuridad.
Muevo mis brazos con fuerza, trato de alcanzarla… Falta poco… Casi…
La corriente me arrastra y quedo completamente sumergida debajo del
agua…
Abrí los ojos sintiendo que me ahogaba. Me senté en la cama y traté de
calmar mi respiración.
—Estás bien, a salvo —susurré abrazando mis piernas y meciendo un poco
mi cuerpo.
Pegué un brinco y caí de la cama, cuando el teléfono comenzó a sonar.
Estiré la mano y tomé la llamada en el suelo.
»Dime —gruñí al ver que el remitente era Angus, el jefe de mi primer
empleo.
—Lamento despertarte a esa hora, hay un cliente que requiere de una
limpieza con urgencia.
—Mi turno comienza en un par de horas —manifesté apartando mi celular
de la ojera para confirmar la hora.
—La paga será doble.
Ese era un excelente motivo para hacerme salir de la cama, no era que fuera
a dormir, pero era bueno malgastar horas pensando en como salir de este
agujero en el que estábamos metidos.
—Vale, pásame la dirección.
—Ya envié a Kim a buscarte, también te llevará a tu destino.
—De acuerdo, nos vemos después.
—¿Te parece si almorzamos?
Suspiré, Angus no era un mal jefe, de hecho, era bastante agradable,
honesto, trabajador y muy guapo. Pero, tenía un enorme defecto… Era
casado.
—Lo siento, no creo que, sea prudente que salgamos a comer —declaré
poniéndome de pie.
—¿Por qué no?
—Angus, sabes bien porque me mantengo al margen contigo, no quiero que
tu esposa me haga otra escena en ningún lado. ¿Tienes idea de lo humillante
que es, que te acusen de algo que no eres? —Cerré los ojos recordando
cómo esa mujer se había presentado en mi segundo trabajo y en el vestíbulo
del hotel me llamó de todo, porque creía o sigue pensando que tengo una
aventura con su esposo.
—Tienes razón, nos vemos después.
—Adiós, Angus.
—Hasta pronto, Lizzie.
Colgué la llamada y me apresuré a arreglarme para comenzar otro agotador
día de trabajo.
Entré al baño y me di una ducha rápida.
Salí y me coloqué un pantalón oscuro, una franela de botones, manga corta.
Me calcé unas zapatillas y me puse un cárdigan.

Me hice una cola alta, acomodé mi flequillo con las manos, tomé mi bolso y
salí de mi habitación.

Pasé por la habitación de mi hermana y la vi durmiendo, sonreí y seguí a la


sala. Allí en el sofá estaba Yordi, tirado, roncando como un animal.

Suspiré y me fui sin hacer mucho ruido.

Bajé las escaleras del cutre edificio donde estábamos viviendo, las luces
parpadeaban y podía escuchar las ratas correr a esconderse.
Nos habían embargado la casa de Remi y con el poco dinero que teníamos
nos habíamos mudado a este horrible lugar, era lo mejor que podíamos
pagar.

En la entrada estaba Kim, esperándome con el motor encendido.

Subí al auto y le sonreí.

—Buen día —me saludó Kim.

—Buenas madrugadas —susurré cerrando la puerta—. ¿A dónde iremos?

—No muy lejos. —Kim puso el auto en marcha y suspiré acomodándome


en la ventana.

Kim no se equivocaba, el viaje fue corto.

Por suerte, me dio tiempo de leer la información que Angus me había


proporcionado.

Después de varios minutos, Kim detuvo el auto frente al portón de una


mansión, pero Angus no me había enviado ningún código de acceso.

Suspiré confundida:

—¿Qué se supone que haga saltar la reja?

—No es mi problema —respondió Kim.

No era que él fuera grosero, era que, Kim era seco y eso podía confundir a
las personas.

—Vaya, no estoy acostumbrada a tanta amabilidad. —Bajé del auto y


escuché que abrió el maletero.

Cerré la puerta y fui a buscar el equipo de trabajo, no era mucho, solo una
pequeña maleta con productos de limpieza, además un par de accesorios,
como escoba, paños y esponjas.
Caminé al portón, pero antes de poder tocar el timbre, la reja se abrió ante
mí.

—Maravilloso.

Debía admitir que, lo que más me gustaba de limpiar casas, era caminar por
la entrada, pues, fingía que regresaba de algún viaje de negocios y que tenía
un ejército de personas esperando mi regreso para mimarme.

Sonreí ante tal estupidez.

Me acerqué a la entrada y aquí también ocurrió la magia.

Las puertas se abrieron y me tomó un par de segundos admirar el lugar.

Todo era muy hermoso y delicado, aunque, lo que más me llamó la atención
fue ver que todo parecía estar en orden y muy limpio.

Saqué mi teléfono y revisé la hora.

4:30 am.

—Vaya pérdida de tiempo, he venido a ser nada. —De pronto, recordé que,
muchas personas con dinero contrataban un servicio de limpieza luego de
que alguna receta saliera mal.

Me dirigí a esa parte de la casa con la esperanza de no haberme levantado


por nada.

Llevaba tanto tiempo en este trabajo como para descifrar con rapidez a
dónde debía dirigirme.

Sin embargo, al llegar, solo encontré una taza sobre una isla de mármol.

Era sorprendente como una simple taza podía generar tal caos.

—En definitiva, me hubiera quedado durmiendo. —Dejé la maleta en la


entrada de la cocina. Agarré la taza y fui al lavatrastos—. Aunque, era la
primera vez que ganaba tanto dinero por lavar una taza.

—No solo por una taza. —Una voz masculina me sorprendió y la taza solo
resbaló de mis manos.

Episodio 2: Rey del sigilo.


Lizzie.

«Mierda», pensé conociendo el carácter temperamental de los millonarios.

Con velocidad adquirida por el trabajo, me arrodillé y comencé a recoger


los fragmentos de porcelana. Mis dedos temblaban tanto, que terminé
cortándome un poco la mano.

Podía sentir la mirada del hombre quemándome la nuca, pero seguí


trabajando rogando que no se diera cuenta de que mi sangre estaba
manchando su lujoso piso.

—¿Te lastimaste? —indagó quien supuse que era el señor West.

—Lamento su taza, se la repondré —comenté sin levantar la mirada.

De pronto, él solo se arrodilló ante mí, sujetó mis manos entre las
gigantescas manos de él y los pedazos de porcelana cayeron nuevamente al
suelo.

Levanté la mirada y atravesé al desconocido con ella, aunque, mi pequeña


hazaña duro poco.

Bajé la mirada, parecía estúpido que con todas las cosas que sucedían en mi
vida, yo me sintiera acomplejada por mi apariencia física, supongo que, a
pesar de las deudas y preocupaciones, yo seguía siendo humana.

Mis hermanos eran perfectos, un par de rubios, con los ojos verdes, de piel
pálida, sobre sus hombros reposaban algunas pecas; eso lo habían heredado
de mi madre. En cambio, yo… era de piel trigueña, el cabello oscuro y
ondulado, pero lo que más me acomplejaba eran mis ojos.

Nací con heterocromía, un fenómeno en los ojos, no se curaba, tampoco se


trataba, solo estaban allí a la vista de todos. Causando preguntas o burlas,
dependiendo de la persona que tuviera en frente.

El 75% de mi ojo derecho era verde, el otro 25% era de color avellana. Mi
ojo izquierdo, era un 58% verde y el resto ámbar. A eso debía sumarle que
las partes avellanas, tendían a oscurecerse un poco, pero nunca lo hacían al
mismo tiempo, entonces, a veces, una parte estaba muy oscura, mientras la
otra seguía clara.

Alguna vez leí que los ojos eran la ventana del alma, pero los míos solo
estaban defectuosos y todas las burlas que recibí me habían hecho sentir
más insegura de todos.

—Te pregunté si te habías lastimado. —La mano libre del señor West me
sujetó la cara y me hizo verlo.

Aunque, no lo hice,

—Eso es evidente, aunque, no es nada que me vaya a provocar la muerte —


aseguré rompiendo el contacto entre nosotros.

Noté como una diminuta sonrisa se formó en sus labios efímeramente,


seguro no estaba acostumbrado a que le hablaran así.

Me puse de pie, optando por una forma diferente de limpiar la taza rota.

—¿Cómo me dijo que se llamaba? —indagó el señor West levantándose del


suelo.

—No se lo dije —respondí y sentí cómo mi garganta se secaba al quedar


frente al señor West.
Sin poder evitarlo, levanté la cara para ver lo alto que era y me topé de lleno
con su mirada. La cual era tan intensa que me hizo retroceder un paso, sus
templados ojos azules venían acompañados de un cabello castaño, en
algunas partes era bastante claro y en otras oscuras.

Mandíbula fuerte, así que, debía tener un carácter de mierda. Su postura lo


confirmaba, seguro era, una persona importante.

Bajé la mirada por su cuerpo deleitándome con sus musculosos brazos.


Incluso debajo de su camisa se podía percibir los chocolaticos que se
gastaba ese espécimen de macho primitivo. Me dieron ganas de pasar la
mano por su abdomen y comprobar su dureza. Después cometí el grave
error de bajar la mirada, allí me percaté de que el pantalón le quedaba
ajustado en la entrepierna.

Regresé la vista a su cara y detallé la cicatriz que en ella había, iba desde el
inicio de la ceja derecha, cruzaba entre sus ojos, sobre el puente de su nariz
y terminaba un poco más arriba de su aleta izquierda.

Sin duda, debía haber una interesante historia detrás de ella. Pero,
extrañamente, no le quedaba mal, de hecho, resaltaba su personalidad fría y
misteriosa.

—¿Terminaste de admirar mi cuerpo? —preguntó, pero lejos de sonar


molesto, parecía disfrutar ser visto.

«Señor, escúpeme en la cama de este macho arrogante», pensé con lujuria y


fui tan idiota que me sonrojé.

—¿Se le ofrece algo más, señor West? —indagué ignorando su pregunta.

Él me miró, se quitó la camisa y se acercó de forma salvaje a mí.

Mi corazón se detuvo al tiempo que mi ropa interior se humedecía.

Creí que, sería follada en esa cocina, siendo honesta, no pondría resistencia.
Claro, la decepción se apoderó de mí, cuando noté que el señor West ponía
su camisa en mi mano herida.

Tragué saliva y no solo fue por su cercanía, sino que debajo de la camisa,
tenía una franelilla, sin manga.

«Vaya, con lo que me gustan los hombres que usan franelilla bajo las
camisas», pensé viendo cómo la costosa camisa se manchaba de
sangre. «Por los clavos de Cristo, seguro esa camisa vale más que 3 meses
del salario de todos mis empleos»

—Una camisa tan cara no debiera ser desperdiciada por un corte tan
pequeño —murmuré alzando la mirada.

—Para mí, es más importante su bienestar.

Rodé los ojos, qué forma más ridícula de hablar.

—Gracias, debo… —Miré la cocina—. Limpiar.

Me dispuse a continuar con mis labores, pero el señor West me tomó del
brazo, fue algo tan inesperado que, choqué con su pecho.

—Señorita, no la traje a esta hora por la limpieza —habló desde su altura.

—¿Entonces? —susurré viendo sus labios.

—Aunque, limpiar es uno de los servicios que contraté, me interesa más


que cocine.

—¿Vine a cocinar? —pregunté divertida.

Sonreí, supongo que, si aceptaría comer con mi jefe, pero solo para
golpearlo en donde más le duele, por idiota.

—Sí, también para limpiar —recalcó West serio. «Quizás demasiado»

—¿Por qué?
Mi pregunta pareció incomodarlo, incluso molestarlo, pues, se separó de mí
y expresó de manera mordaz.

—No te debo explicaciones, solo cocina el desayuno para dos personas,


nada exagerado, ni que lleve huevo, tiene que ser algo ligero y rápido. —
West me observó fijamente—. Después debes limpiar y cuanto termines el
almuerzo, te podrás ir. ¿Tienes alguna duda?

—No.

Me giré evitando que algo imprudente saliera de mi boca.

Por desgracia, cerrar la boca también era un hábito adquirido por el trabajo.

Me quedé quieta esperando que el señor West se marchase, pero al no


escuchar ningún paso, miré sobre mi hombro y me percaté de que ya no
estaba.

Vaya, sí que era sigiloso.

Negué con la cabeza y me puse a revisar las gavetas.

Esto era algo que también me gustaba hacer, no por chismosa, sino que, era
divertido ver que tenían los ricos en su alacena.

Me sorprendió encontrar harina de maíz.

Sonreí con algo de nostalgia, ya sabía qué iba a cocinar, no sería ligero,
pero sí quedaría delicioso.

Alisté todo y comencé a cocinar.

Episodio 3: Un desayuno de reyes.


Lizzie.
Me tomó unos 20 minutos tener el desayuno preparado y listo para
comenzar a servir.

De pronto, un hombre, alto, guapo y desconocido, entró a la cocina.

«Vaya, aquí solo hay hombres guapos», analicé en mi cabeza.

—¿Cuánto falta para servir el desayuno?

—Buen día. —Saludé con educación. A menudo, a las personas con dinero
se les olvidaba que contratan un servicio, no compraban un esclavo—. En 3
minutos podrá sentarse a comer.

El desconocido me observó y dio un paso hacia mí. Rompí el contacto


visual y retrocedí un paso.

—¿Cuál es tu nombre?

—Puede decirme, señorita Carter.

—¿No puedo llamarte por tu nombre de pila? —cuestionó el caballero.

—No —sentencié levantando la mirada.

—Bien, en cambio, usted, tiene mi permiso para tutearme. —El hombre


estiró la mano—. Soy Emilio, el mejor amigo y asistente de…

—No vinimos a socializar —lo interrumpió el señor West—. Señorita


Carter, haga el favor de servir la comida.

—Sí, señor.

Me di la vuelta y sonreí, parece que, alguien había obtenido un poco de


información sobre mí.

Tomé un par de platos llanos y los coloqué en la mesa donde ya los


caballeros habían tomado asiento. Realicé varios viajes poniendo algunas
cosillas más y de último dejé a las protagonistas de la mañana.
—¿Qué es eso? —preguntó el señor West.

—Arepa —dijimos Emilio y yo al mismo tiempo.

Nos miramos con complicidad.

—Ah, ¿de dónde es? —indagó, nuevamente, el señor West.

—Venezuela —informé al mismo tiempo que Emilio decía:

—Colombia. —Ambos volvimos a mirar y sonreímos divertidos—. ¿Eres


venezolana?

—Sí, colombiano, supongo.

—Medellín.

—Caracas.

El señor West golpeó la mesa:

—No me importa de dónde sea, solo sírvala.

—Vaya humor se gasta en las mañanas —refunfuñé con irritación.

—De hecho, ese es su humor más tolerable —dijo Emilio.

—No te pago para revelar mi información personal —comentó el señor


West y me pareció que su acompañante se tensaba.

Tomé una arepa, la abrí y la coloqué sobre su plato.

—No se requiere ser muy listo para rellenarla. —Conté hasta tres y repuse
—. Buen provecho.

Salí de la cocina, pues, sabía que a esas personas así, no les gustaba comer
con el personal.
—¿A dónde va? —El señor West me había alcanzado en el pasillo.

—A ninguna parte, solo me iba a quedar aquí, hasta que, ustedes terminen
de comer —expliqué con paciencia.

—No le di permiso de retirarse.

—Claro. —Levanté la cara y lo miré fijamente—. ¿Puedo retirarme?

—Ya lo hizo.

—¿Entonces, para qué tanto alboroto? —cuestioné cruzándome de brazos.

—No tolero la vagancia.

—Yo no…

—Y pararse aquí sin hacer nada, es perder el tiempo y estoy pagando bien
por su tiempo. —Bajé la cara y me fijé en sus carnosos labios.

—¿Qué necesita que haga?

—Sube las escaleras, primera puerta a la izquierda. Allí está mi oficina. —


El señor West avanzó lentamente hacia mí—. Tengo algo de tiempo sin
venir y la quiero dejar limpia antes de irme.

—¿Cuándo se va? —Fue una pregunta amable, pero, al señor misterioso no


le gustó—. Ok, ¿puedo retirarme?

—Puede.

Suspiré y fui por mi equipo de limpieza.

Seguí las indicaciones que me dieron y llegué a una polvorienta oficina.

—Válgame Dios, por aquí pasó una tormenta de arena.

Abrí mi maleta y saqué lo que creí que iba a necesitar.


Escoba, pañitos húmedos, una bolsa de basura y un frasco con un químico
especial para poder sacudir sin levantar polvo o dañar los libros.

Me acerqué a la biblioteca, rocié el producto sobre los libros y los comencé


a sacar.

Los fui apilando en el suelo y empecé a limpiar la estantería.

Cuando estuvo completamente, limpia, me dediqué a organizarlos por orden


alfabético, de los tres trabajos que tenía, este era el empleo que más me
agradaba, porque no había tiempo límite para realizar una tarea, tampoco
debía lidiar con ebrios o con los preservativos usados por otras personas.

Miré la primera fila orgullosa y me dispuse a bajar las escaleras.

De la nada, uno de los escalones de madera se rompió bajo mi peso, caí


hacia atrás, pero la suerte estaba de mi lado y unos fuertes brazos me
sujetaron.

Mi corazón enviaba sangre deprisa por todo mi cuerpo, mis ojos se toparon
con la mirada azul del señor West.

Su fría mirada me puso nerviosa y mi cuerpo tembló. Mis mejillas ardieron


de vergüenza y me llevé las manos a ellas tratando en vano de disimular mi
estado.

—¿Siempre eres así de torpe? —indagó él poniéndome en el suelo.

Sonreí con timidez.

—No, pero no es mi culpa que la escalera estuviera en mal estado.

Este hombre era odiosamente guapo y frío; todavía no lograba descifrar si


me caía mal o bien.

—Solo una loca se sube a una escalera de madera vieja.

Mal, me cae terriblemente, mal.


—¿Se le ofrece algo, señor West? —Traté de sonar normal, pero mi tono
retador hizo acto de presencia.

—Venía a informarle que, ya acabamos con el desayuno.

—Oh, perfecto. —Sacudí la cabeza esbozando una sonrisa—. Terminaré


con la biblioteca e iré a la cocina. ¿Alguna otra cosa?

—No, bueno, me quedaré aquí por si comete otra torpeza.

—Vaya, gracias, pero es innecesario.

—¿Lo es? —indagó el señor West dando un paso hacia mí.

Tomé una bocanada de aire y la dejé salir.

—Es su casa, puede hacer lo que deseé. —Aparté un mechón de cabello de


mi cara y seguí en mis labores.

Por fortuna, para los siguientes tramos de la biblioteca, no era necesario


emplear la escalera.

El señor West no dijo nada, solo tomó un pañito, limpió una silla y se quedó
allí, mientras yo limpiaba. Ignoré su presencia, todo lo que pude, aunque,
era casi imposible hacerlo.

Varias veces volteé a verlo, hasta que, me obligué a no hacerlo.

Suspiré apartando un mechón de cabello de mi cara, retrocedí un poco y


admiré mi trabajo.

—Terminé. —Me di la vuelta y contemplé al señor West—. Al menos, con


la biblioteca, iré a la cocina y volveré aquí.

El señor West vio la hora en su reloj y se levantó de la silla.

—Vaya bajando, yo revisaré unas cosas aquí.


Asentí y salí de la oficina.

Bajé las escaleras y fui a la cocina.

Todavía era muy temprano para hacer el almuerzo, así que, solo debía
limpiar los platos del desayuno y volver al despacho a terminar de
limpiarlo.

Me parecía un poco extraño que, la casa estuviera completamente,


organizada, excepto por la oficina, era como si no se pudiera entrar a ese
sitio.

Sequé las manos de mi delantal y subí de nuevo las escaleras.

Estaba por llegar cuando escuché a Emilio hablando con el señor West.

—Y es por eso que necesitas relajarte.

—¿Una fiesta? ¿Cómo una puta fiesta me va a relajar o a solucionar mis


problemas? —le preguntó el señor West y el tono que usó me dio escalofrío.

—Allí no debes pensar, solo bebes un par de tragos y fluyes. —Me asomé
un poco para ver—. Además, los caminos de Dios son misteriosos.

Emilio le dio una palmada en el hombro al señor West y caminó a la salida.

»Señorita Carter.

Asentí y entré a la oficina.

El señor West se giró y clavó su mirada en mí, sacudí mi cabeza y bajé la


vista.

—Termine aquí y se retira.

—¿No haré el almuerzo? —indagué atenta a su respuesta.


—No, ya no es necesario. —El señor West no añadió nada más, solo se
marchó.

Me acerqué a la puerta y lo vi en el pasillo, le comentó algo a Emilio en voz


baja y siguió avanzando.

Me encogí de hombros, me hubiera gustado saber qué le dijo, pero debía


apresurarme. Pensé que llegaría tarde al hotel, pero tal vez pueda llegar a
tiempo.

Episodio 4: Doncella.
Lizzie.

Terminé de limpiar la oficina y me apresuré a ver la hora.

Sonreí viendo que sí llegaría a tiempo para mi otro empleo. Comencé a


recoger las cosas con calma, pensando: ¿Por qué el señor West no quiso que
cocinara el almuerzo? Tampoco esperaba una explicación de su parte, pero
creí que, lo volvería a ver y no fue así.

Quizás, antes de irme venga a despedirse.

¿A cuenta de qué? Solo soy una empleada endeudada hasta los dientes y
él… Una persona que aparentemente tiene mucho dinero. Seguro también
novia o esposa.

Tomé mi maleta y salí del despacho, cerré la puerta según lo indicado y bajé
las escaleras.

—Señorita, Carter. —Emilio se acercó al pie de la escalera—. Dominic ha


quedado conforme con su servicio.

«Dominic», repetí en mi cabeza. Me gustaba el nombre, casi tanto como el


portador del mismo. Aunque, fuera algo altanero, gruñón y arrogante; claro
que, no esperaba que semejante potro fuera amable o servicial.
—Hubiese sido bueno escucharlo de su boca.

—No creo que, eso llegue a pasar nunca. Él es un hombre complicado,


además, la vida le ha enseñado a ser desconfiado. —Emilio sonrió—. Sin
embargo, en tu cuenta verás una generosa propina de su parte.

—Entonces, me alegra que sea reservado con sus palabras y no con su


dinero —manifesté sonriendo—. Debo irme o llegaré tarde.

—¿A dónde debes ir? —indagó el señor West haciendo acto de presencia.

—A mi segundo empleo.

—¿Tienes dos trabajos?

—No, tengo 3. —Le guiñé un ojo y seguí mi camino.

La puerta una vez más se abrió ante mí y salí esperando ver el taxi que
había pedido, pues, dudo que por aquí pase transporte público.

Avancé por el caminito de salida que daba al portón, cuando una mano me
tomó con fuerza del brazo y detuvo mi andar.

Fue tan imprevisto, que la maleta cayó al suelo.

—¿Qué le pasa? —le pregunté al señor West.

—¿Para qué tener tantos empleos?

—Ah, es eso. —Me solté o traté de soltarme de su agarre, pero él solo me


sujetó con más fuerza—. Me hace daño.

—Responde.

—Porque tengo el fetiche de comer, dormir y pagar deudas. —Su mano se


aflojó y me alejé de él y tomé mi equipaje.

—¿Por qué 3?
Suspiré y me di la vuelta para verlo de nuevo.

—No todos tenemos el privilegio de nacer en cuna de oro. —Me giré y


continué con mi camino.

—No es mi culpa tener estos privilegios. —El señor West se colocó a mi


lado y avanzó conmigo.

—No lo culpo, ni siquiera lo estoy juzgando.

—¿Entonces? —cuestionó West deteniéndose frente a mí con los brazos


cruzados.

—Solo es una realidad y ya. —Llevé la mano a mi cabello y desaté la cola,


masajeé mi cuero cabelludo y le pregunté—. ¿Por qué hace tantas
preguntas?

—Me gusta entender los pensamientos de las personas. —Alcé una ceja sin
creerle una palabra—. Pronto, tomaré un empleo donde debo saber los
problemas de la mayoría para ofrecerles una solución.

—Su trabajo de investigación está mal enfocado, no es a mí a quien debe


hacerle preguntas, sino a esas personas que se verán afectadas con su
ascenso.

—Tienes razón, pero no sé cómo llegarle a esas personas. —West avanzó


un paso hacia mí—. ¿Qué haría usted?

Sonreí.

—¿Quiere que le dé una solución a sus problemas? —Solté una pequeña


risa, pero al ver lo serio que él estaba me calmé y dije—. Conocería sus
necesidades desde dentro. Por ejemplo: Si da un paseo por donde vivo se
dará cuenta de que la mala iluminación en las calles hace que los crímenes
aumenten. Eso se lo pueden decir en un informe, pero caminar por allí a
oscuras, le hace entender el terror que sienten los transeúntes, cada noche
de su vida cuando regresan a casa después de trabajar duro. —West me
observó fijamente y bajé la mirada—. Mi taxi llegó, debo irme.

West no se despidió, solo se hizo a un lado.

«¿Qué le costaba dar gracias?», refunfuñé en mi cabeza.

Subí al taxi y le di la dirección de Angus, debía dejar la maleta en recepción


y correr a mi segundo empleo.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Bajé del bus en la parada de mi casa.

Sorbí por mi nariz y limpié la lágrima que se había escapado de mis ojos.

No tenía idea de que hoy harían un recorte de personal y me informarían


después de terminar mi turno que ese sería mi último día de trabajo.

Quería no sentirme preocupada, pero perder un trabajo en mis condiciones


no era positivo.

Comencé a subir la calle para llegar a mi departamento.

Abracé el bolso donde estaban mis cosas y caminé apretando el paso. De


repente, me detuve al ver a un par de chicas caminando y riendo.

Fue cuando me di cuenta de que la calle estaba iluminada, aflojé mi bolso y


sonreí. Tal vez las muchas quejas de los vecinos habían rendido frutos o un
gruñón sexy y misterioso había metido su mano para ayudar a la
comunidad.

Entré a mi edificio y las luces de allí también funcionaban correctamente.

Era un completo alivio que no fuera a verlo jamás, sobre todo, después de
ver dónde vivía.
Metí la llave en la puerta y giré el pomo.

Entré y suspiré derrotada.

Caminé hasta el mueble y me dejé caer allí. Pasé las manos por mi cabello,
intentaba desesperadamente, dar con una forma de pagar la clínica donde
estaba Remi, era lo más cercano a un padre que había tenido y si no pagaba,
lo echarían a la calle.

Lo que, por mucho; era peor.

—¿Por qué lloras? —preguntó Yordi sentándose a mi lado.

No respondí, estaba tan molesta con él.

»¿Tienes el periodo?

—Cállate.

—Sip, es el periodo.

—No, imbécil, no es el puto periodo, me acaban de echar de uno de mis


empleos.

—¿Y eso qué?

—Claro, para ti es fácil solo sales cada noche y te emborrachas, no debes


preocuparte por comer o pagar nada, ¡porque eres un maldito vago! —
estallé.

—Por favor, te estresas porque quieres, ese hombre no es nada mío. ¿Por
qué debo preocuparme por él?

—Largo.

—Bien, me iré. —Mi hermano se puso de pie.

—No, no has entendido, vete de la casa.


—No puedes…

—¡Sí, si puedo! ¿Sabes por qué? Porque pago la renta.

—Xia también aporta.

—Exacto, ella se puede quedar, pero como no das nada, vete. —Me puse de
pie y lo empujé por el pecho—. Vete con tus amigotes, esos que solo te dan
alcohol y drogas…

—No sabes lo que dices. —Yordi me empujó, claramente, él era más fuerte,
así que, caí al mueble.

—Estoy segura de que cualquiera de ellos te recibirá en su casa —seguí


discutiendo con Yordi—. Que se preocuparán por ti, como ese hombre que
está en la clínica lo hizo.

—¡Por su culpa, mamá murió! —gritó mi hermano y me quedé en silencio.

—Sabes que, eso no es verdad —murmuré.

—¿Qué pasa? —Xia entró a la casa, dejó sus llaves en la mesa y nos miró
esperando una respuesta.

—Yordi debe elegir entre seguir siendo un vago o empezar a aportar a los
gastos —dije viendo a mi hermano.

Él sabía que, ese tema me generaba culpa y resentimiento, pero decidió


sacarlo.

—Ok, nadie se irá a ningún lado —determinó Xia.

—Me echaron del hotel —le dije solo para que tomara en cuenta de que
todo se iba a poner más duro.

Mi hermana suspiró y se dejó caer al mueble.


—Sabes que para él, Remi era muy importante y no sabe como lidiar con
todo esto —murmuró mi hermana cansada.

—Sí, pero no entiende o no quiere ver todo lo que estamos sacrificando.

—Hola, ¿saben que las oigo? —Yordi se agachó entre nosotras.

—¿Sabías que, trabajo en un strip club? —le pregunté molesta.

—No. ¿Desde cuándo? —indagó mordaz.

—Desde hace un mes —le respondió Xia.

—¿Lo sabías y solo dejaste a nuestra hermanita bailar para borrachos?

—Eso pagó la renta de este piso —expresó Xia en ese tono que no permitía
preguntas o críticas—. Todas estamos haciendo lo que podemos.

Yordi se sentó en el suelo.

—Lo siento, he sido muy egoísta y ustedes… —La voz de mi hermano se


quebró—. No quiero ser un adulto.

—Pero, nos toca —le recordé—. Incluso si no tuviéramos que pagar la


clínica de Remi, tendríamos que pagar piso, comprar comida y productos de
higiene.

—Ropa, uni, etcétera —terminó Xia.

—Entiendo, voy a buscar un empleo —manifestó Yordi y sentí un poco de


alivio.

—Bien, aclarado ese tema, salgamos a celebrar que somos adultos —


propuso Xia poniéndose de pie.

—¡Esa es mi hermana! —exclamó Yordi—. Aunque, no tengo dinero ni


para una cerveza.
Sonreí.

—Tampoco tengo dinero, pero sé dónde habrá una fiesta y seguro no se


darán cuenta de que nos colamos —comenté levantándome del sofá.

—Eso es maravilloso —celebró Xia—. Iré a cambiarme de ropa.

—Yo me daré un baño —declaré camino a mi habitación.

Era una completa locura, pero confiaba en que Emilio hubiera invitado a
muchas personas que hicieran irritar al papacito de Dominic, haciendo que
él se fuera a su habitación en busca de soledad y silencio.

De todos modos, me pondría mi máscara de conejita.

Episodio 5: Princesa incógnita.


Lizzie.

Una hora y media después, estábamos bajando del taxi frente a la casa del
papacito Dominic.

—¡Genial, hay un portón! —refunfuñó Yordi de mala gana.

—Calma, solo camina —le dije acomodándome la falda.

Había elegido ponerme un body blanco, la parte de adelante era normal, la


magia sucedía atrás, pues, solo un par de tiras eran todo lo que tenía, lo
acompañé con una falda corta y ajustada de cuero negra. Ya que, eso iba
acorde con mi máscara de conejita y por supuesto, unas botas de tacón fino
hasta las rodillas.

Xia había elegido un corto vestido, este se ceñía a su cuerpo, excepto por la
falda, esta era más holgada y con un par de aberturas a cada lado de la
cadera.

Yordi… Él, bueno, él es hombre y con suerte se bañó.


Avanzamos y cuando estuvimos cerca de la reja, esta solo se abrió
suavemente.

Sabía que, cuando el dueño de la casa le daba acceso temporal a un


empleado, ese pase duraba 24 horas. Si este no había sido el caso, quizás, al
esperar invitados, las puertas tendrían un sensor de movimiento y solo se
abrirían.

Después de todo, los ricos no temen a que un delincuente entre a su casa.


Para eso viven en zonas exclusivas.

A medida que nos acercamos a la casa, fuimos escuchando la música y fue


un completo alivio comprobar que era una fiesta normal.

Entramos a la casa y enseguida una chica nos ofreció un vaso con alcohol.

—Sean bienvenidos.

Pasé la mirada por el lugar y sonreí. Había tantas personas que, seguro, el
señor amargado estaba en su habitación tomando pastillas para caer en un
sueño profundo.

—Ese es Emilio. —Le señalé a mis hermanos.

—Vale, nos mantendremos alejados de él —aseguró Xia.

—Bueno, ya estamos aquí, así que a beber —expresó Yordi y fue directo a
la barra improvisada de licores.

—Para él es divertido, el 70% de los invitados son chicas —se quejó Xia
tomando el contenido de su vaso de un solo trago.

—Sí, aunque, yo solo vine a beberme hasta el agua de los floreros —le
recordé a mi hermana.

—Pues, sí.

Tomé una botella y me fui al medio de la sala donde las personas bailaban.
Meneé mis caderas al ritmo de la música, mientras me aseguraba de darle
largos tragos a la botella.

Jamás en toda mi vida había ligado bebidas, pero después de trabajar en el


strip club, había aprendido que, no importaba hacerlo, siempre y cuando
tuviera el control.

Pero, esta noche no quería el control, de hecho, buscaba el efecto opuesto.

Mi hermana se acercó con un par de botellas y bailamos.

Deseaba beber hasta olvidar que mi madre había muerto por mi culpa, que
Remi, estaba en una clínica con Alzaimer y que había perdido un empleo.

Quería olvidar que deseaba enamorarme perdidamente de otra persona y


vivir un romance normal, pero que, en mis condiciones, eso era imposible,
nunca había sido normal y nunca lo sería.

Supongo que, debía conformarme con ser tía.

Yordi con lo irresponsable que era, seguro, dejaría a alguna mujer


embarazada.

Sonreí viendo a mi hermana.

Ella seguro tenía una relación o le gustaba alguien de su trabajo, pues, hace
unas semanas comenzó a ponerle más empeño a su forma de vestir, peinarse
y maquillarse para ir al trabajo.

Xia era secretaria en una clínica, había aprendido algunas cosas y luego
tomó un curso de enfermería, eso era lo que más dinero le dejaba, cubrir las
guardias de otras colegas. Sobre todo, las nocturnas.

Levanté mi botella de vodka y me di cuenta de que no le quedaba nada.

Estaba comenzando a sentirme mareada, estiré la mano y le quité una de las


botellas a mi hermana, alcé la cara y le di un largo trago.
Sentí el ardor del licor, quemar mi garganta y me tambaleé percatándome de
que la botella que ahora tenía en mis manos era de tequila.

No existe mejor manera de emborracharse que con tequila.

—Iré por sal y limón —le dije a mi hermana arrastrando las palabras.

—No tardes.

Me moví entre las mujeres que bailaban, mi intención era llegar a la cocina,
en lugar de ello, terminé del otro lado de la estancia.

Me topé de lleno con la mirada fría de Dominic y sonreí.

Estaba sentado en el sofá con expresión de fastidio.

Le di un largo, largo trago a mi botella y la dejé en el suelo. Estaba en


máscara, seguro no me reconocería, ese hombre necesitaba una razón para
sonreír y da la casualidad que había aprendido un par de bailes en el strip
club.

Pasé las manos por mi cabello y me aseguré de tener las orejitas de conejito
en donde debía.

Caminé hasta él de manera sensual.

Su mirada no se despegó de mí ni un solo segundo, lo que me excitaba a


niveles escandalosos.

Mis rodillas chocaron con algo y me di cuenta de que entre él y yo había


una mesa.

Mordí mi labio y subí a gatas a ella.

Ronroneé como una gatita y llegué a él.

—¿Qué haces aquí? —indagó con ese tono tan varonil que tenía.
—M-me han enviado a darte un regalo. —Me senté en la mesa y abrí las
piernas frente a él.

Me deleité cuando su mirada se cargó de deseo.

Cerré las piernas y comencé a bailar sobre la mesa. Dejé mi espalda caer
lentamente hacia atrás, subí mis pechos y los dejé caer.

Acariciaba mis piernas con mis manos dándole una experiencia sensual.

De pronto, Dominic se acomodó entre mis piernas, colocó cada mano al


lado de mi cabeza y me clavó su mirada.

Sentí el peso de su cuerpo, cubrir el mío y temblé de anhelo.

—¿Cómo te llamas?

—Me llamaré como tú quieras. —Solté una risita divertida. Estaba


convencida de que no me reconocería con este disfraz.

—Elizabeth.

—¿Qué? —La sonrisa se me borró del rostro.

—Es un hermoso nombre, digno de una reina.

Solté una risita.

—Sí, aunque, no imagino una reina sin dinero, títulos o joyas.

Una de las manos de Dominic bajó por mi cuerpo, llegó a mis piernas y
subió por el interior de mi falda.

Mi respiración se aceleró cuando sus dedos llegaron a esa zona de mi


cuerpo que me ardía. Sujeté el cuello de su camisa y esperé su contacto.

Estaba temblando de expectación, pero Dominic, solo me miraba fijamente,


como si torturarme, era parte de un plan macabro de su parte.
De repente, esbozó una sonrisa, acercó su cara a la mía y susurró:

—Eso tiene arreglo. —Sus labios rozaron los míos y casi gemí ante nuestro
contacto.

Episodio 6: De cenicienta a reina.


Lizzie.

Desperté con la horrible claridad que entraba a la habitación.

«¿Claridad?»

Me senté en la cama y con pavor descubrí que no estaba en mi cuarto.

Las sienes me latían con tanta fuerza que no era capaz de pensar con
precisión. Cerré mis ojos y levanté la manta que cubría mi cuerpo, abrí un
poco y comprobé que estaba, completamente, desnuda.

Pasé las manos por mi cara y sentí un pesado anillo en mi dedo anular.

—No, no, no, no, no. —Me fui a levantar de la cama, pero una de las
puertas de la habitación se abrió y el hombre que era un completo
desconocido, hasta ayer, entró con una toalla alrededor de su cadera y con
otra secaba su cabello.

Su torso estaba mojado y algunas gotas resbalaban por su cuerpo, otras solo
estaban atrapadas en el vello de su pecho. Sus brazos se flexionaban a la par
que debajo de su toalla, un poderoso bulto se movía con cada paso que
daba.

Tragué saliva, realmente, no me molestaba haber pasado la noche con ese


potro.

—Buenos días, esposa mía. —Dominic se acercó a mí y depositó un beso


en mi frente—. Empaca, viajaremos a Inglaterra.
El corazón se detuvo en mi pecho y tuve que golpearlo para que volviera a
andar.

—¿Esposa? —indagué, asustada, nerviosa, casi a punto de un colapso.

—¿No lo recuerdas? —Negué con la cabeza enérgicamente. Dominic se


sentó en la cama y me regaló una sonrisa—. Bueno, digamos que anoche,
eras solo tú y ahora eres la reina de Inglaterra.

Solté una carcajada.

—Claro, debí suponer que todo era una broma. —Me levanté de la cama
asegurándome de tapar mi desnudez con la manta. Retuve el aliento cuando
un dolor peculiar me impidió caminar correctamente—. Casi, casi me lo
creo. Vaya, no vuelto a beber así.

—Elizabeth, no estoy bromeando —alegó Dominic poniéndose de pie.

—Debe serlo, porque no recuerdo haber accedido a casarme contigo. —


Miré la habitación buscando mi ropa.

—Tengo 10 testigos y un video donde salimos casándonos de lo más


enamorados.

—¡Deja el maldito juego! —chillé molesta y fui incapaz de moverme de


donde estaba.

Dominic encendió la televisión y un video de nosotros casándonos comenzó


a reproducirse.

—¡Sí, sí acepto casarme con este macho poderoso! —gritaba en el video.


Me tapé la cara sintiendo la vergüenza cubrir mi rostro.

—No miento, tú eres mi esposa.

—¿Por qué me has hecho esto? —Quité las manos de mi cara y lo fulminé
con la mirada—. ¿Acaso eres de los tipos que cree que por follar con una
mujer ya deben casarse? No, no, no, claramente, no tienes pinta de eso.
Dominic dio un paso hacia mí, pero retrocedí dos apretando los dientes por
lo sensible que estaba mi entrepierna.

—Anoche cuando bailaban sobre la mesa no parecía molestarte estar


conmigo.

—No me jodas, quería pasar una excitante noche. —Expulsé todo el aire de
mis pulmones—. Quería que la consecuencia más grave, fuera no poder
caminar por un par de horas. ¡¿Pero, casarme?! No, eso no estaba en mis
planes.

—En los míos sí —mencionó resuelto.

—¿Cómo es posible que nos hayamos casado tan rápido? ¿Qué, no se


necesitan permisos y licencias para hacerlo? —cuestioné con la esperanza
de que todo fuera una mentira.

—Con dinero, todo se puede.

—Quiero anular el matrimonio —exigí.

—No se puede, ya lo consumamos.

—¿Qué? —Apreté las mantas a mi cuerpo—. ¿Cómo puedo creerte?

—Cariño, de eso… —Dominic se acercó, pero al retroceder mi espalda


chocó con la pared—. También tengo video.

—Desgraciado. —Levanté la mano y lo abofeteé—. No me digas cariño


y… ¡Quiero el divorcio!

—¿Sabes cuánto cuesta divorciarse?

—No, pero tú tienes dinero.

—Sí, pero no me quiero divorciar.

Bufé, desesperada.
—Sé que no me amas, sé que no te agrado y sé que ocultas algo.

—Es verdad, no es del todo cierto, en definitiva, tienes razón.

—No eran preguntas —le aclaré—. Vale, no tengo dinero para divorciarme,
lo que significa que, estoy metida en esto, pero, al menos, merezco saber la
verdad. ¡Me lo debes!

—De acuerdo, soy el legítimo heredero del trono de Inglaterra, pero mi


madrastra ve mi ascenso al trono, como una ofensa para su hijo, ha
convencido a mi padre que el heredero al reino debe ser el hijo con más
estabilidad familiar. —Dominic se sentó en la cama y me pareció que había
bajado un poco sus defensas—. He pasado 2 años en una misión militar que
me encomendó mi padre, así que, no tengo ninguna relación estable…

—Entonces decidiste casarte por la primera tonta que cruzó tu camino —


concluí con rabia.

—No fuiste la primera tonta —aclaró él y deseé asfixiarlo con mis manos
—. Ve esto como un trabajo. —Dominic se puso de pie, buscó algo en una
de las gavetas de su habitación y me tendió una carpeta—. Porque, eso es
exactamente, lo que es. Un empleo temporal.

—Todo está mal, no puedes contratar a una persona sin su permiso para un
trabajo que no desea.

—Elizabeth, eres una mujer hermosa y segura de sí misma. No te escogí al


azar.

—¿Cómo sabías que iba a venir anoche a tu casa?

—No lo sabía, fue una grata casualidad. —Dominic guardó silencio por un
segundo antes de concluir—. Todo saldrá bien.

Empecé a leer el documento, me parecía muy desesperado o raro de su


parte no hacer un acuerdo prenupcial, todo el mundo sabe que los ricos
aman proteger su dinero.

Negué con la cabeza alegando:

—Por favor, es claro que, no somos compatibles.

—Lo somos. —Alcé la mirada de los papeles—. Tú eres buena actriz y yo


tengo mucho dinero.

—¿Dinero? —repetí viéndolo fijamente.

—Sí, te pagaré muy bien para que, finjas amarme.

Quizás si le decía todo lo que iba a costarle ser mi esposo, él se arrepintiera


de sus acciones.

—Bien, te costará mucho, tengo años siendo pobre y estoy cansada de serlo.

—Ya no lo eres.

—Me compraré un McLaren, porque estoy harta de andar en bus. No, mejor
me compraré un Ferrari.

—La escudería completa si quieres.

«Mierda»

—Magnífico, también quiero tener dinero en mi cuenta —manifesté


arrogante.

—Después de la boda, te hice una pequeña transferencia. —Dominic tomó


mi teléfono de la mesa de noche y me lo dio.

Lo tomé y revisé mi cuenta.

Me dio un ataque de tos, jamás había tenido tantos ceros positivos en ella.
—Vale, no soy una prostituta, así que, esto… —Señalé nuestros cuerpos—.
No volverá a pasar.

—No tenía pensado follarte de nuevo.

«Espera. ¿Por qué?», protestó mi cabeza.

»Al menos, que así lo desees. —Dominic me acorraló en la pared—. Es una


pena que, no recuerdes nada de lo que te hice anoche.

Sí, estaba de acuerdo con eso, era una pena.

—Tranquilo, si me da curiosidad… —Acerqué mis labios a los suyos—.


Puedo ver el video.

—Puedes, pero el dolor que sientes en tu divino coño, no es por ver videos,
es porque ahora eres la mujer de Dominic West. —Su mano encontró una
abertura en la manta y fue a uno de mis pechos, mientras su pene erecto
presionaba en mi vientre—. Me pongo duro, solo de recordar cómo gemías.
Mi boca se hace agua de imaginarte abierta de piernas para que te coma el
coño.

Sus dedos presionaron mi pezón y todo mi ser se tambaleó de excitación.

Mordí mi labio evitando que un gemido saliera de mi boca.

De pronto, su mano dejó mi pecho y fue a mi vagina.

Reuní la poca fuerza que tenía y dije:

—Para. —Todos sus movimientos se detuvieron.

Cerré los ojos y me tomé un par de segundos para aclarar mi mente, lo que
había hecho borracha no debía contar para nada, pero ya estaba aquí y debía
seguir adelante.

Abrí los ojos:


»Ahora, solo nos une un contrato.

—Vale, pero si deseas masturbarte, avísame, quiero verlo todo en primera


fila. —Su cuerpo se alejó del mío.

Me quedé allí, tratando de calmar mi corazón y mi ardiente sexo, deseaba


sentirlo dentro, pero no así, no bajo sus malditas condiciones.

¿Qué tan difícil es fingir amar a una persona?

Episodio 7: Pequeño heredero.


Lizzie.

Me senté en la cama, todavía procesando toda la información.

Aparentemente, ayer salí con mis hermanos a beber, por no tener dinero se
me ocurrió venir a la casa del macho misterioso, y de alguna forma terminé
casada con el futuro rey de Inglaterra.

Esto no pasaba ni en los libros que leía.

Mi teléfono comenzó a sonar y suspiré leyendo el remitente, genial. Mi


jefe… ¿O debo decir ex jefe? Bueno, Angus me estaba llamando, seguro
tenía alguna casa que limpiar.

Atendí la llamada, justo cuando Dominic salía del armario.

Iba vestido y me quedé sin aliento.

Llevaba un traje tan oscuro como su alma, completamente liso, sin líneas o
alguna textura, su camisa era de un tono azulado, muy parecido a sus ojos.
Era elegante, imponente y sí, jodidamente guapo.

—¿Lizzie me escuchas? —La voz de Angus me devolvió al presente.

—Lo siento, no puedo hablar ahora. —Colgué la llamada.


—¿Haces eso muy seguido? —indagó Dominic acercándose a la cómoda.

—No sé de qué me hablas. —Me levanté de la cama y caminé a la puerta


que creí era el baño. De pronto, una pregunta llegó a mi cabeza. Me detuve
y miré a Dominic que se terminaba de poner un reloj—. ¿Al menos, usaste
protección?

West se dio la vuelta y me atravesó con su mirada.

—¿Para qué? Se espera que, la esposa del rey le dé herederos.

—Eso no pasará —aseguré rompiendo el efímero contacto visual.

—¿Por qué no? Muchas mujeres quedan embarazadas con menos de lo que
te hice anoche.

Mis mejillas ardieron, pero no respondí nada, solo entré al baño.

Cerré la puerta y mis manos temblaron con fuerza.

No creo que, él busque tener un hijo con una mujer que es pasajera en su
vida. Sin embargo, me había dicho que, su padre le heredaría el trono al hijo
que tuviera una familia formada.

¿Era así o me lo inventé?

Dejé caer las mantas al suelo y entré a la ducha.

Abrí la llave y el agua tibia cayó sobre mi cuerpo.

—Ahhh —suspiré, era lo más reconfortante que me había sucedido hasta


ahora.

Me metí por completo y disfruté el líquido.

Como no tenía nada aquí, usé el shampo y el acondicionador de su


majestad.
Tomé una toalla del armario y salí con energía renovada.

Me quedé petrificada al ver, que la cama estaba tendida, la ropa con la que
vine a la fiesta no estaba, en su lugar estaba un hermoso vestido sobre la
cama con zapatos a juego.

Me acerqué a la cama, pero en eso, mi teléfono comenzó a sonar de nuevo,


esta vez, era mi hermana.

Me preparé para su regaño y atendí.

—Estoy bien —dije a modo de saludo.

—No por mucho tiempo —gruñó Xia y podía notar la preocupación en su


voz—. Estábamos en la fiesta y de pronto, ese tal Emilio nos sacó a todos
de la casa, no te encontraba y supuse que te regresaste por tu cuenta, pero
al llegar aquí, no estabas y no llegaste en toda la jodida noche. ¡¿Por qué
no avisaste que no venías?! Estuve tan preocupada que casi me muero…

La línea se quedó en silencio y la escuché sorber por la nariz.

Me rompió el corazón saber que, había estado llorando.

Podía entender cómo se sentía, en la vida que nos había tocado nos
habíamos vuelto propensos a suponer lo peor y esperar solo fatalidades.

Era raro cuando algo salía bien e incluso cuando pasaba, se sentía extraño.

Y sabía, mejor dicho, tenía muy presente que después de la muerte de mi


madre y la enfermedad de Remi, solo nos teníamos a nosotros tres.

—Estoy bien, viva y con un excelente empleo —hablé pausado para que
entendiera lo que iba a decirle.

Me quedé en silencio dándome cuenta de que, no tenía qué decirle.

Odiaba decirle mentiras a mi hermana, así que, diría verdades a medias a


ver qué tan lejos llegaba así.
»Anoche me fui antes, porque me hicieron una oferta de trabajo

—¿Qué oferta?

—Una muy buena, incluso me dieron un adelanto.

—¿Adelanto de dinero?

—Sí, ahora podemos pagar la deuda de la clínica, arreglar la filtración del


depa y comprar comida.

—No lo sé, suena muy bueno para ser real.

—Lo sé, pero es un trabajo legal y sencillo de realizar, aunque… —Tomé


algo de aire antes de revelar la última parte—: estaré fuera de casa un
tiempo.

—¿Qué? ¿Por qué? ¿Dónde y con quién estarás?

—Hermana, respira. No puedo decirte mucho. —«Porque todavía ni yo


entiendo del todo»—. Pero, podemos pagar tu colegio y podrás ser
licenciada.

—No, Elizabeth, no me vas a convencer con regalos y promesas. ¿En qué te


metiste?

«Lo mismo quiero saber», pensé frustrada.

—Puedes relajarte. ¿Cuándo he hecho las cosas mal?

—Conseguiste trabajo en un strip club —me recordó con crueldad.

—Bueno, no fue mi mejor momento, pero esto es diferente. Lo juro. —Una


lágrima rodó por mi mejilla, a pesar de todo, iba a extrañar a mis hermanos
—. No seas blanda con Yordi, que se ponga las pilas.

—Prométeme que me llamarás —sollozó mi hermana.


—Lo prometo, pero deberás estar pendiente de Remi, cualquier cosa me
avisas. —La puerta se abrió y Dominic entró—. Debo colgar.

—Lizzie, por favor, cuídate.

Me di la vuelta y susurré:

—Te quiero. —Colgué la llamada y me tomé un par de segundos para


recuperar la compostura.

—¿Vas a seguir colgando las llamadas, apenas me veas? —indagó Dominic.

Me giré y me topé con su pecho.

—Te pondré un cascabel —dije retrocediendo un paso.

—No respondiste.

—Sí, lo seguiré haciendo.

Dominic me tomó de los hombros y me observó fijamente. Quise sostenerle


la mirada, pero, no pude.

—¿Acaso no confías en tu esposo? —preguntó en voz baja.

Levanté la cara e inquirí con descaro:

—¿Se le ofrece algo, señor West?

—Sí. —Pegó su cuerpo al mío.

Tragué saliva y mi estúpido corazón se alteró dentro de mi pecho.

Dominic se inclinó y sus labios quedaron cerca de los míos, abrí un poco la
boca, esperando que me besara.

»Vístete, que debemos irnos.


Expulsé todo el aire de mis pulmones.

No estaba segura de cómo me sentía: ¿frustrada por no revivir deliciosos


recuerdos o aliviada por no caer en la tentación?

—Justo, era lo que iba a hacer, antes de que el señor decidiera entrar a la
habitación.

—Mientes, cuando entré estabas hablando por teléfono… —Dominic alzó


la mano y acunó mi cara—. ¿Con quién estabas hablando?

—¿Te vas? —Aparté su mano con un golpe.

—¿Para qué? —Dominic sonrió.

—Para vestirme —mencioné señalando mi cuerpo en toalla.

—Mi reina, su cuerpo desnudo es lo único que ocupa mi mente.

Me alejé de él y fui a la cama donde estaba el vestido y… Tomé la prenda,


pero solo estaba el vestido y los zapatos.

—¿Y la ropa interior? —indagué cruzándome de brazos.

—No la vamos a necesitar —sentenció Dominic pasando la mirada por mi


cuerpo.

Madre mía, este hombre no tiene filtro, a este paso terminaré saltándole
encima.

Episodio 8: Princesa.
Lizzie.

Me quedé viendo a Dominic, pero él no parecía ser una persona que daba su
brazo a torcer.
—De acuerdo, señor West. —Tomé una bocanada de aire—. Usted gana.

—Siempre lo hago —mencionó con descaro. Me tomó de la cadera y me


pegó a su cuerpo—. Lo quieres lento y aburrido, o salvaje y…

Puse la mano en su pecho y lo separé de mí.

—Me refería a que, si usted no se va, lo haré yo. —Agarré el vestido de la


cama y entré al baño.

Cerré la puerta y expulsé todo el aire de mis pulmones.

Mis manos temblaban y cada vez más me preocupaba no saber dónde me


había metido por andar de borracha.

Me coloqué el vestido.

Era una prenda sencilla, aunque, se veía que era de la mejor calidad.

Era blanco, con unas delicadas líneas doradas que parecían bordadas sobre
la tela. Era manga corta, su cuello era en forma redonda y la falda
terminaba por debajo de las rodillas.

Siendo completamente, sincera.

Me sentía una mujer de la alta sociedad, no una princesa.

La parte de arriba era algo ajustada, pero de la cadera para abajo, la falda se
tornaba suelta y sin ropa interior, hacía sentir bastante frío.

Mi cabello, entendiendo que no necesitaba otro problema con el que lidiar,


se portaba bien, así que, solo lo dejé caer sobre mis hombros.

No podía hacer nada con las ojeras o mis ojos.

Abrí la puerta del baño y vi una pequeña bolsa al pie de esta.

Me agaché y la tomé.
Dentro había una braguita y una nota.

“No te acostumbres a ella, igual te las quitaré. W”.

Sonreí y me puse el calzón.

Suspiré aliviada, no era mucho, pero era mejor que enfrentar un viaje sin
nada, y con un Rey lujurioso que adoraba ponerme en situaciones
complicadas.

Pasé la mirada por la habitación, pero al no tener un equipaje, lo único que


debía hacer era, ponerme los zapatos, tomar mi teléfono y mi cartera. La
cual no vi en el dormitorio.

Salí al pasillo y me quedé de pie en la entrada, pues, no recordaba a dónde


debía ir.

Me encogí de hombros y fui a la derecha.

Encontré casi de inmediato la escalera, lo cual no era suerte, sino


orientación divina que viene con el trabajo de limpieza de casas.

Tomé el pasamanos y comencé a descender con calma.

Llegué a la sala y me quedé petrificada viendo el suelo cubierto de pétalos


de rosas, en el medio estaba una mesa redonda con solo dos lugares. Velas,
champaña y todas las tonterías que se ponen en una cena romántica.

Negué con la cabeza, esto parecía una escena sacada de una película.

—¿Te gusta? —indagó Dominic saliendo de la cocina y acercándose a mí.

—¿Qué es todo esto?

—Quiero hacer un par de fotos —comenzó a decir Dominic.

—De tu pedida de mano —terminó Emilio uniéndose a nosotros con una


cámara en la mano.
—Es un poco tarde para eso. ¿No cree? —cuestioné cruzándome de brazos.

—Lo mismo le dije, pero él no escucha a nadie —se quejó Emilio.

—Solo serán un par de fotos. —Dominic tomó mi mano y me quitó el


anillo.

—Yo creo que, es solo una excusa para tener una cita conmigo —bromeé y
Emilio se tocó la nariz, apoyando mi comentario.

Dominic me llevó hasta la silla y me sentó en mi lugar.

Emilio quitó la tapa de la comida frente a nosotros y se marchó, supuse que,


a la cocina.

—Eso parece algo falso y exagerado —manifesté poniéndome la servilleta


en las piernas.

—Es porque lo es —afirmó Dominic—. Come, no tenemos tiempo que


perder.

—Sí, señor —murmuré.

Tomé un cubierto y moví la comida de un lado a otro.

—¿No te gusta lo que elegí para ti? —Dominic me miró y negué con la
cabeza—. ¿Eres alérgica a algo de lo servido?

—No.

—¿Entonces, por qué no comes?

—Creo que, debemos terminar. —Apreté mis labios en una fina línea,
evitando a toda costa reírme—. No eres tú, soy yo.

La mandíbula de Dominic se tensó y sus ojos me contemplaban fijamente.

—¿Te diviertes?
—Sí, un poco. —Llevé un bocado de comida a mi boca y sonreí.

—Espero que tu buen humor siga cuando lleguemos a Inglaterra —


manifestó Dominic continuando con su plato.

—¿Cuándo nos vamos?

—Después de las fotos.

Asentí y seguí comiendo sin mucho ánimo.

A decir verdad, solo moví los alimentos de un lado a otro, tenía tantas
dudas de todo. ¿Qué pasaría cuando llegásemos allá?

¿Cómo debía actuar con Dominic?

Por Dios, sabía que, debíamos parecer una pareja felizmente casada, pero:
¿Qué tanta intimidad o compenetración debíamos mostrar? ¿Qué se supone
que les diré a las personas cuando pregunten cómo nos enamoramos?

¿Cuál sería mi papel en el palacio? ¿Dónde íbamos a vivir?

No sabía, ni conocía los protocolos de la realeza. En realidad, no sabía


nada.

Ni siquiera, el segundo nombre de Dominic.

Eso me ponía nerviosa, tensa y me quitaba las ganas de todo.

Estaba tan metida en mis pensamientos, que me sorprendió cuando Emilio


retiró mi plato.

De pronto…

Dominic se arrodilló ante mí y me mostró un anillo, sabía que, era para la


foto, pero no pude evitar sentir un vuelco en el corazón.
Se veía tan perfecto, tan seguro de sí mismo, además, el traje le quedaba
espectacular.

—¿Te casas conmigo? —preguntó Dom y su amigo tomó la foto.

—No —respondí y me puse de pie.

—Lástima, ya no tienes opción —alegó Dominic, se irguió y me tomó de la


cintura.

Pegó mi cuerpo al suyo y me observó con tal intensidad, que me quedé sin
palabras.

Mi corazón latía con tanta fuerza que temí que Dominic sintiera el golpeteo
de mis latidos en su pecho. Bajé la mirada cuando sentí mis mejillas
sonrojarse.

Por favor, habría que ser un robot para no sentir nada en este momento, por
muy falso que fuese.

Su mano libre la llevó a mi rostro y su pulgar acarició mi labio inferior.

Dejé a un lado mi complejo y alcé la mirada. Dominic me admiró y acercó


sus labios a los míos.

Cerré los ojos y me permití ceder a la tentación y entregarme a este efímero


momento.

Abrí mi boca y dejé que la lengua de Dominic me invadiera por completo.

Su mano me apretó más a su cuerpo, mientras las mías acariciaban la parte


trasera de su cabeza.

Al principio, fue un beso dulce, incluso tierno, algo planificado para una
foto y ya, pero ninguno le puso fin y rápidamente escaló de intensidad.

Mi respiración se volvió irregular, pero no quería dejar de besarlo.


Estaba perdida en el planeta de la lujuria y de pronto, Dominic se alejó de
mi boca.

Pegó su frente a la mía, estaba tan afectado como yo, pero de sus labios solo
salió una pregunta fría y carente de sentimientos:

—¿Tienes la foto?

Cerré los ojos, aunque, no lo admitiera en voz alta, su manera fría de actuar
me lastimó.

—La tengo —replicó Emilio.

Sentí cómo el calor de Dominic abandonaba mi piel y me tomó un par de


segundos recuperarme de tal encuentro.

Estaba completamente jodida si debía besarlo de nuevo, para probar nuestra


relación.

—Necesito pasar por mi casa y buscar ropa —afirmé caminando a la salida


con Dominic y su asistente.

—No creo que, tu ropa normal esté a la altura de la corona —comentó


Emilio.

—¿Qué vestiré? —Sonreí y agregué con sarcasmo—. No me digas que, al


convertirme en princesa, desarrollé la habilidad de hablar con animales,
tengo un hada madrina que al agitar su varita me crear vestidos de la nada.

Dominic se detuvo y se giró:

—Aquí está tu hada madrina. —Sacó de su bolsillo una tarjeta de crédito,


pero no cualquier tarjeta de crédito, era una American Express Centurión,
que hasta donde sabía, era una de las tarjetas más exclusivas del mundo—.
Cuando lleguemos, diremos que tu equipaje desapareció y Emilio te llevará
de compras. ¿Feliz?

—Sí, pero tú no lo estarás cuando termine de usar esta belleza.


Dominic se inclinó sobre mí y susurró en mi oído:

—Tú disfruta las compras, yo disfrutaré arrancar cada prenda de tu cuerpo.

Episodio 9: Vibrando en la misma


sintonía.
Lizzie.

Me quedé completamente, quieta, con los pensamientos, el corazón y la


entrepierna, agitados por las palabras de Dominic.

Bendito, la vida no me había dado la oportunidad de explorar este lado de


ser mujer.

Levanté la cara y miré fijamente a Dominic, traté de no pensar en lo cerca


que estaban nuestros labios o el calor de su aliento.

Siendo, incluso, más osada que él, me levanté un poco más y le susurré:

—Antes de llegar a Inglaterra, deberíamos marcar algunos límites.

—¿Todavía no lo entiendes? —indagó él y sus pupilas cubrieron sus iris—.


Elizabeth, tú me perteneces.

Abrí la boca para decirle sus cuatro verdades, pero colocó uno de sus dedos
sobre mis labios.

»Debemos irnos. —Se dio la vuelta y se marchó.

Miré a Emilio que había sido testigo de la escena y sonrió.

—Parece que, será un largo viaje —murmuró y emprendió la marcha.

Pero, antes de que saliera de la casa, le llamé:


—Espera. —Emilio se detuvo y me observó—. ¿Sabes dónde está mi
cartera?

—Sí, ya la metí en el vehículo. —Dio un paso y me miró—. ¿Se le ofrece


algo más?

—No tengo mi pasaporte encima…

—No se preocupe por eso, al ser la esposa de Dominic tienes inmunidad


diplomática. —Emilio me sonrió—. Además, será un vuelo privado.

—Vale, gracias.

El asistente de mi esposo se acercó y tomó mis manos.

—No tienes nada de que preocuparte, nosotros te cuidaremos.

Sonreí aparentando calma.

—Gracias —susurré.

—No hay de qué. —Emilio rodeó mi cuerpo con sus brazos y suspiré
sintiendo su calidez.

—Suéltala —gruñó Dominic, me tensé, pero me separé del cuerpo de


Emilio—. Tú más que nadie sabes que, no puedes tocar a la esposa del
heredero.

—Lo lamento, no volverá a suceder.

—Claro que no pasará de nuevo —sentenció Dominic, se acercó a mí, tomó


mi mano y me sacó fuera de la casa—. No puedes andar abrazando a todo el
mundo.

—Solo fue un abrazo amistoso —argumenté con calma.

Dominic me atravesó con su mirada y pegó su cuerpo al mío. Su mano me


tomó de la barbilla y me obligó a verlo.
—No me interesa qué tipo de abrazo fue, no debes hacerlo; jamás.

—¿Por? —cuestioné.

—Alguien te puede ver y comprometes nuestro matrimonio.

—Ah, entonces, si no me ven…

—Puedes hacer lo que desees —terminó Dominic por mí tensando la


mandíbula.

Abrió la puerta de la camioneta de forma algo violenta y subí a la parte


trasera donde estaba mi cartera.

Quizás, la idea de tener un amante no le agradaba a mi señor esposo; tal


vez, solo me estaba imaginando la molestia y el rechazo que él reflejaba
ante esa idea, aunque, existía una alta probabilidad de que no estuviera
pasando nada y yo solo estaba malinterpretando su actitud y él fuera un
gruñón, arrogante todo el tiempo.

—¿Te haces a un lado? —Volteé la cara y vi que Dominic esperaba por mí


para subir a la camioneta.

—Lo siento, no sabías qué subirías a la parte trasera conmigo. —Me


acomodé en el asiento del medio y la presencia de Dominic llenó el
vehículo.

—No es prudente viajar al frente o lejos de tu esposa.

Rodeé los ojos con fastidio.

De pronto, Dominic estiró la mano y cerró la ventanilla que nos separaba de


los asientos delanteros. En ese momento, los cristales de las ventanas se
oscurecieron, dificultando la posibilidad de ver hacia afuera.

Fue cuando me percaté de que este, no era un vehículo normal.

¡Claro que no era normal! ¡Dentro viajaba el príncipe heredero al trono!


Agudicé mi visión, vi a Emilio pasar por mi ventana, luego escuché la
puerta del conductor, lo que me hizo suponer que, estábamos por irnos.

Unos minutos después, la camioneta se puso en marcha.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo y suspiré.

Sentí a Dominic moverse, giré la cara y lo encontré cerca de mí, con su


abrigo en las manos.

—¿Qué haces?

—Cuidarte. —Colocó la prenda sobre mis hombros y fijó su mirada en mis


labios.

Traté de no ser tan obvia, cuando inhalaba profundo, era inevitable, el


aroma masculino y sensual de Dominic estaba en su abrigo.

—Gracias —suspiré tratando de mantener la calma, sensatez o compostura.

—Deberías relajarte, será un viaje agotador.

—Es fácil decirlo, pero me dirijo a un reino que desconozco, siendo la


esposa del heredero, de la que nadie sabe nada…

—Shhh —siseó Dominic, mientras acercaba sus labios a los míos. Cerré
mis ojos clamando fuerzas—. Déjame ayudarte.

—No creo que… —Mi cuerpo se impulsó hacia delante y mis ojos se
abrieron a la par que lo hacía mi boca, cuando una maravillosa sensación
recorrió todo mi ser—. ¿Qué haces?

—Recuéstate y disfruta —murmuró Dominic, su mano me llevó a reposar


en el asiento, mientras sus ojos no se despegaban de mí.

Mi cabeza daba vueltas, pero lograba comprender que, él no me estaba


tocando, eso lo sentía, lo que no entendía era cómo… Los dedos de mis pies
se encogieron y mis ojos se cerraron al sentir de nuevo esa deliciosa
vibración.

Fue cuando entendí lo que pasaba.

Quería poner resistencia, pero mi vagina estaba muy complacida con los
masajes que recibía de mis calzones y todo mi cuerpo se rebeló ante mis
deseos.

—Maldito seas, Dominic. —Sujeté su camisa con fuerza, mientras mi


cuerpo se deleitaba con las atenciones recibidas.

—Sí, maldita sea mi necesidad de escucharte, gemir mi nombre; otra vez.


—Su nariz fue a mi cuello y aspiró mi aroma.

Joder, este hombre tenía experiencia, sabía lo que debía hacer para
enloquecerme. En cambio, yo solo era una inocente joven desprotegida de
sus encantos.

Mi respiración se volvió pesada y trabajosa, aunque, eso no impidió que


Dominic tomara posesión de mis labios.

—Puedo notar que, te gusta el sexo, tanto como a mí —susurró mordiendo


mi labio inferior—. Pero, sé que hace mucho no te entregabas a nadie.

—West… —gemí, aunque, no decir su nombre, fue mi acto de rebeldía.

—Lo sé, preciosa. —El nivel de vibración se hizo más fuerte y perdí por
completo la cabeza.

—Por favor —supliqué.

Los labios de Dominic se posaron sobre los míos y se movieron en perfecta


sincronía, como si lleváramos muchos años besándonos.

Cerré los ojos disfrutando de todo, su boca, su olor; esas pequeñas frases
excitantes que decía entre beso y beso. La sensación entre mis piernas…
De pronto, sentí que algo golpeaba mi mano; abrí los ojos y admiré a mi
señor esposo.

Dominic había sacado su pene y se estaba dando placer, mientras me


besaba, veía y olía.

—No puedo más —confesé contemplando la excitante escena que ese


hombre me ofrecía.

—Córrete, hazlo viéndome a los ojos —ordenó Dominic con firmeza.

En otro momento, me hubiera negado, pero estaba tan excitada, que no


pensé en más nada que en verlo y disfrutar mi orgasmo.

Dominic movió su mano con fuerza por todo… Todo su tamaño, mientras
me observaba con esos ojos que ahora eran más oscuros que azules.

West se inclinó un poco y pegó su frente a la mía, sentía su aliento sobre


mis mejillas, entre tanto, compartíamos la misma necesidad de alcanzar el
placer.

Mi cadera se movía a la par que la mano de Dominic, nuestros gemidos y


gruñidos era todo lo que se escuchaba, su aroma y su actitud tan viril…

Todo fue un poderoso cóctel que terminó empujándome desde la cima de la


torre más alta.

Abrí los brazos y salté a la caída libre al placer.

Gemí el nombre del rey, justo antes de morder su labio.

Él gruñó corriéndose y me preparé para sentir sus tibios fluidos caer sobre
mí, pero al no suceder, bajé la mirada para ver que, el heredero, colocó su
mano para evitar ensuciarme.

Fui a buscar una toalla en mi cartera, pero, Dominic miró y dijo en voz
baja:
—Espera un segundo, por favor. —Pegó de nuevo su frente a la mía y se
quedó allí, con los ojos cerrados y la respiración alterada.

No entendía su actitud, pero tampoco me quejaría.

Me gustaba, pero eso no cambiaba el hecho de que todo esto era solo una
farsa, un contrato con fecha de vencimiento.

—Dom, esto no se volverá a repetir —susurré cuando mi respiración había


vuelto a la normalidad.

—¿No te gustó? —indagó él.

«¿Gustarme? Me ha encantado», pensé, pero nunca, jamás lo diría en voz


alta.

Tomé una toalla húmeda de mi cartera y limpié su mano.

—No tiene nada que ver con eso, solo nos une un contrato y…

—Entiendo —me cortó mordaz, su actitud había cambiado, el momento de


intimidad había llegado a su fin y sí, me arrepentí, pero era mejor cortar por
lo sano——. No tienes por qué explicarme nada más.

Dominic abrió la puerta y descendió del vehículo.

Al principio me había asustado, pues creí que, seguíamos en movimiento;


luego entendí que, habíamos llegado al aeropuerto.

Episodio 10: Rey lastimado.


Dominic.

Bajé del vehículo molesto. ¿Acaso no le había gustado?

No, pareció disfrutarlo tanto como yo.


Entonces, ¿por qué demonios se alejaba?

Apreté mi mano tan fuerte que, el dolor fue un viejo amigo.

Maldita mujer, nunca en mi vida, me había masturbado, nunca había tenido


la necesidad. Siempre había tenido la mujer que deseaba, pero… Allí dentro
de esa camioneta, viéndola a ella gemir, no pude controlarme.

Ese no era el plan, pero había pasado, lo había disfrutado y ahora, me dice
que, ¿no sucederá jamás?

Subí a mi avión y tomé asiento.

Daba igual, llegaríamos a Inglaterra y estaba seguro de que, su presencia


desataría una guerra y solo debía concentrarme en la verdadera razón por la
que Elizabeth había sido elegida.

Ella era una mujer intuitiva, inteligente y una guerrera.

Los deseos carnales eran algo que podía controlar.

Aunque, no tenía idea de cómo iba a olvidar esa noche con ella, como
Elizabeth clavaba sus uñas en mi espalda, mientras pedía que le diera más
duro. Tenía tatuado el recuerdo de ella gimiendo mi nombre.

Tenía su nombre enredado en mi ser.

Lo que más me enfurecía, era que, me molestaba que no me molestase tener


esos recuerdos o la necesidad de follarla y hacerla gritar mi nombre.

Vi a Elizabeth abordar la nave hablando con Emilio.

Y me encolericé.

¿Qué maldita parte de no estar cerca el uno del otro, no habían entendido?
No deseaba verlos juntos, eso se extendía a conversaciones, caminatas o lo
que sea.
—Emilio —bramé y vi a mi falsa esposa dar un brinco.

Mi asistente caminó hacia mí y se sentó a mi lado.

—¿Necesitas algo?

—¿Qué diablos haces hablando con mi esposa? —Seguí a Elizabeth con la


mirada y la vi tomar asiento del lado contrario, al que, me encontraba yo.

—Dominic, ella está nerviosa, asustada y no es para menos, tu egoísmo la


metió en un mundo que, no conoce y la comerán viva.

—Ella propuso casarse conmigo —le recordé sin despegar la mirada de


Elizabeth.

—La manipulaste para que dijera lo que querías escuchar —me corrigió
Emilio.

—Da igual cómo sucedieron las cosas…

—No entiendo qué, diablos te sucede —me interrumpió Emilio—. Solo


deja que tenga una cara familiar en qué apoyarse.

—Para eso estoy yo, su esposo. ¿Lo olvidas? —Apreté los dientes,
impaciente.

—Yo no. ¿Y tú?

—No me digas que, debo ser amable y condescendiente con ella —me burlé
soltando una pequeña carcajada.

—Sí, es exacto lo que deberías hacer.

—Pues, no soy ese tipo de hombre —determiné—. Además, no tengo


tiempo, no conocemos los planes de Logan y la maldita bruja de su madre,
debemos concentrarnos en lo que realmente nos interesa.
—Sí, en eso también tienes razón —convino Emilio—. Estamos a punto de
entrar a un camino pastoso y necesitarás a todos los aliados que puedas.
Deberías comenzar con tu esposa.

Emilio se puso de pie y se fue a la cabina.

Su honestidad en todo momento, era lo que me había agradado de él, era


una cualidad algo fastidiosa, pero importante.

Crecer juntos nos había hecho conocernos bien, aunque, yo siempre fui el
heredero y él, mi mejor amigo, el niño enviado a hacerme compañía. Al
principio, me preguntaba si su amistad era real.

A veces, todavía me lo pregunto.

Ser el heredero era una enorme responsabilidad, una que venía con grandes
dosis de desconfianza y mucha soledad.

Sin embargo, en algo se estaba equivocando.

Yo sí había intentado acercarme a Elizabeth, pero ella me había rechazado,


al menos, estando sobria.

Necesitaba un plan, uno muy bueno para contar con ella en el reino y poder
ascender al trono, si por alguna razón Logan se hacía con la corona, mi
hogar sufriría mucho.

El avión comenzó a moverse e instintivamente, volteé a ver a Elizabeth,


todas las mujeres tenían miedo a volar.

Sin embargo, ella no parecía tensa.

Me levanté de mi asiento y me senté a su lado.

Ella volteó a mirarme.

Su mirada era algo que, me había encantado de ella, era diferente; única.
Probablemente, ella debía saber qué era ser visto por los demás como un
fenómeno.

Elizabeth desvió la mirada, robándome el privilegio de perderme en sus


ojos.

—¿No te da miedo volar? —indagué. Ella se encogió de hombros y negó


con la cabeza—. ¿Necesitas algo?

Ella volteó a verme, suspiró y bajó de nuevo la vista.

—Necesito poder confiar en ti.

—Puedes hacerlo —aseguré, quise tomar sus manos, pero ella las apartó de
mí.

La rabia corrió por mis venas y se mezcló con la impotencia.

—Necesito creer que, vas a respetar mis decisiones. —Estiró su mano y la


vi un par de segundos sin entender lo que quería, así que, puse mi mano
sobre ella, pero Elizabeth negó con la cabeza—. Dame el control de mis
pantys.

—Ah, eso. —Sonreí—. No se puede.

—Bien —gruñó y comenzó a removerse en su asiento. No entendía qué


estaba haciendo, hasta que, se inclinó, tomó algo del suelo y me dio su
braguita.

Negué con la cabeza y evité a toda costa sonreír.

—No te puedo dar el control, porque es una app que instalé en mi teléfono.
—Tomé la prenda interior, la olí y la guardé en el bolsillo de mi pantalón—.
Gracias, será un buen recuerdo.

Elizabeth no dijo nada, solo me acomodó en su asiento y cerró los ojos.

Me debatí entre regresar a mi silla o quedarme allí.


Daba igual, era un viaje corto y debía revisar unas cosas.

Saqué mi teléfono y me sumergí en trabajo.

Había pasado varios minutos, quizás unos 10 cuando noté que la respiración
de Elizabeth se hizo pausada y regular.

Se había quedado dormida.

Su cabeza se caía hacia adelante y regresaba a su postura.

Expulsé todo el aire de mis pulmones, me quité el abrigo y acomodé su


cabeza, evitando que se fuese a desnucar antes de llegar al Inglaterra.

Seguí en lo mío, ignorando a la mujer que tenía a mi lado.

De pronto, su cabeza, cayó sobre mi hombro.

Giré la cara y sonreí.

Varios mechones de sus cabellos, cubrían su cara. Llevé mi mano a su


rostro y los aparté descubriendo que, sobre el puente de su nariz, había un
pequeño grupo de lunares. Eran diminutos, pero si estabas lo
suficientemente cerca, podías verlos y contarlos.

—Su alteza. —La voz de Emilio me sorprendió y alejé mi mano de la cara


de Elizabeth.

—Habla.

—En unos minutos llegaremos.

—Perfecto, alguien sabe de mi llegada.

—No, yo era el único que sabía de su regreso, y no lo he comentado con


nadie —me informó Emilio con seguridad.
—Bien, al llegar necesitaremos encontrarle una doncella a Elizabeth, debe
ser alguien de tu entera confianza, no podemos dejar su vida en manos de
cualquiera. —Guardé mi teléfono.

—Ya tengo cubierto eso, le pedí a una de mis primas que se presentase hoy
después de la cena, para que usted diera su visto bueno.

—Ok, puedes retirarte.

Emilio asintió y se marchó.

Iba a regresar la cabeza de Elizabeth a su lugar, cuando ella soltó un grito


ahogado y abrió los ojos.

Movió la cabeza de lado a lado, tratando de reconocer dónde estaba,


mientras sus manos se aferraban al reposabrazos.

Parecía asustada, su frente estaba mojada de sudor y su respiración era


pesada.

Murmuraba unas palabras, pero no logré entender qué decía.

—¿Estás bien? —indagué preocupado.

Elizabeth me miró y asintió, pero no le creí nada.

»¿Qué te sucede? —inquirí evaluando su estado.

—Nada. —Se levantó y corrió al baño.

Fui tras ella y la escuché vomitar.

Regresé a mi asiento, queriendo saber qué fue eso que logró alterarla tanto,
mientras dormía.

A los minutos la vi regresar, pero se sentó en otro lado, lejos de mí.

El descenso comenzó y me preparé para lo que estaba por venir.


Emilio llegó a mi lado y suspiró.

—Se filtró la información de tu llegada —comunicó.

—¿Cómo?

—Los periodistas siempre están al acecho, es del conocimiento público que


la salud del rey no es muy buena y saben que, tu llegada, era algo que,
sucedería más temprano que tarde.

—¿Me dices que la prensa lleva días aquí en el aeropuerto?

—Te sorprendería saber que, son capaces de asesinar por una exclusiva. —
Emilio puso su mano en mi hombro—. Tienes pocos minutos para
convertirte en el hombre más detallista y enamorado que puedas.

Aparté su mano, me había olvidado de ella.

—Todo saldrá bien.

Entramos a la pista y vi por la ventana.

Logré ver el auto que nos llevaría al palacio, pero también me percaté de la
cantidad de personas que esperaban mi llegada, con sus cámaras listas.

El avión dejó de moverse y fui con Elizabeth.

Parecía estar mejor, aunque, se había atado una cola y sus mejillas estaban
sonrojadas.

—¿Lista para dar la mejor actuación de nuestras vidas? —le pregunté


tomando su mano y ayudándola a levantarse.

—No lo sé, creo que, se darán cuenta de que…

—¿Somos esposos? —Me incliné un poco y busqué su mirada—. Te envié


el video de nuestro encuentro.
—¿El de la boda? —indagó ella.

—No, en donde te follo hasta dejarte inconsciente. —Llevé la mano a su


cabeza y solté su cola, su cabello cayó sobre sus hombros—. Eres hermosa,
valiente y mi esposa.

Me acerqué a su boca y deposité un beso sobre sus labios.

»Vamos, debemos asegurarnos de dar una buena impresión. —Tomé su


mano y la llevé a la puerta de desembarque.

Emilio ya la había abierto.

Nos acercamos y la ráfaga de fotos comenzaron.

Episodio 11: Reina de qué


Lizzie.

Me sentía extraña al ser el blanco de las fotos.

Evidentemente, Dominic era el protagonista, pero la mujer que iba a su lado


había sido una sorpresa para la prensa, y al parecer, le había robado el
protagonismo.

Dominic, caminó con calma hacia la limusina, para él esto era rutinario,
pero yo… Estaba aterrada, temblando por dentro.

Llegamos al vehículo y mi señor esposo, me abrió la puerta con delicadeza,


puso su mano en mi cabeza y me ayudó a entrar.

—Vaya, puedo acostumbrarme a este tipo de tratos —murmuré entrando al


interior de la limusina.

—Pues, no lo hagas —gruñó Dominic.

Sonreí con una mezcla de amabilidad y vergüenza.


—Es un decir —le aclaré cruzando los brazos.

—Comprobarás con el tiempo que, no soy el tipo de hombre que demuestra


afecto ante las personas, de hecho, no me gusta que me toquen de no ser
estrictamente necesario.

—¿Vaya, eso fue antes o después de casarse? —indagué en tono de burla.

—Fue desde que, una granada explotó dentro del tanque de guerra donde yo
iba.

—Oh, no lo sabía —susurré sintiendo cómo mis mejillas comenzaban a


arder.

—No tenías por qué, hasta hace unas horas, no tenías idea de quién era yo.

Fruncí el ceño.

Era poco observadora, pero me daba cuenta de que Dominic estaba tenso,
quizás se debía a que habíamos llegado a su reino, pero… ¿No se supone
que, al llegar a tu hogar, deberías sentir paz?

Suspiré acomodándome en mi asiento.

Emilio subió al vehículo con nosotros y evitó mirarme.

—La prensa estaba eufórica, verte llegar con una mujer no estaba en sus
planes —comentó el recién llegado, pero la cabeza de Dominic parecía
estar en otro lado.

—Quiero preparar el terreno para la llegada de Elizabeth, así que, me dejas


en el palacio y te vas con ella —ordenó Dominic, su tono de voz era seria y
misteriosa.

—¿A dónde se supone que iré? No conozco nada aquí —le recordé
poniéndome nerviosa.
—Su alteza, la llevaré al centro comercial, allí podrá comprar un guarda
ropa nuevo. —Miré a Emilio, él también parecía tenso.

Cerré los ojos, algo estaba pasando y ellos no me lo habían dicho.

Sabía que, las familias podían ser disfuncionales, pero esto parecía más bien
una guerra.

No dije nada, solo me quedé en silencio, observando, tratando de entender


dónde me había metido.

Como lo había ordenado Dominic, la limusina lo dejó en la entrada del


palacio y siguió su rumbo.

—¿Me puedes explicar qué sucede? —le pedí a Emilio.

—Hace años que el príncipe no pisaba el palacio y eso lo tiene tenso,


además, su padre está enfermo y ellos dos son muy unidos —explicó con
calma.

—¿Dónde está su madre? —pregunté interesada en la vida de mi esposo.

—Elizabeth. —Emilio sujetó mis manos—. Me gustaría poder contarte toda


la historia, pero… Primero, estoy moralmente comprometido, pues,
Dominic es mi amigo. Segundo, no es mi historia, por lo tanto, no puedo
andar contándola.

—Comprendo. —Bajé la cabeza, tal vez podía investigar un poco al llegar


al palacio—. Ahora que la prensa tiene fotos mías, ¿es seguro que vayamos
al centro comercial?

Emilio me miró y sonrió:

—Es que, no iremos a cualquier centro comercial.

—¿No?

—Iremos a un exclusivo lugar donde solo la élite compra.


Asentí impresionada, la verdad, siempre creí que, los famosos compraban
en los mismos centros comerciales que nosotros, los plebeyos, pero ahora
comprendía que, si visitaban un sitio como esos, era para causar revuelo.

Quise preguntar cómo el chofer sabía a donde debíamos dirigirnos, pero no


quería sonar campurusa.

Pasado unos minutos, el vehículo se detuvo.

—Llegamos. —Emilio se bajó y estiró la mano para ayudarme a bajar.

Sin embargo, rechacé su acto de amabilidad.

No fue por ser grosera, sino que, Dominic se había alterado mucho ante
nuestra cercanía, así que, temía dar una impresión equivocada y causarle
problemas.

Bajé del auto y cerré los ojos esperando los flashes de las cámaras, pero, al
no escuchar nada, abrí un poco los ojos.

—Aquí no tiene que preocuparse de la prensa —me aseguró Emilio.

El alivio corrió por mi cuerpo, pasé las manos por mi cara tratando de
relajarme.

Entonces, fue cuando vi dónde estaba.

Se parecía al Coliseo de Roma, solo que, en lugar de gradas, arena e


hipogeos, había tiendas de ropas, lencería, hogar…

Bueno, de todo.

Caminamos por el piso de mármol y empezamos a ver las tiendas.

Emilio me llevó a un local, donde vincularon la tarjeta de crédito a un


escáner portátil.
Así solo entrabas a la tienda y lo que te gustase, lo escaneabas y el sistema
lo cargaba a tu cuenta.

En resumen, solo elegía la ropa, me lo probaba y al escanearlo ya era mío.

Honestamente, esa era la mayor ventaja, no tenías que andar con bolsas,
pues, tu pedido llegaba a casa unas horas después de la compra.

Me sorprendió que la ropa no tuviera precio o etiquetas, solo un delicado


código de barra.

Supongo que, las personas que visitaban un lugar como este sabían que,
debían traer mucho dinero.

Era la primera vez, en toda mi vida, que compraba sin tener en cuenta
cuánto iba a gastar o cuánto dinero tenía para saber qué comprarme.

Nos detuvimos frente a la tienda de ropa interior.

—Creo que, entraré sola —comenté viendo a Emilio.

—Claro, iré por algo de comer —propuso él, dándose la vuelta y


desapareciendo por los pasillos.

Había cosas muy lindas, tenían un departamento con conjuntos bastante


sensuales, otra de disfraces sexis y hasta un departamento de dominación.
Este último me daba curiosidad, aunque, decidí pasarlo por alto y llenarme
de cosas más normales.

En serio, allí no escatimé nada, incluso metí varios pijamas.

Debía ser muy precavida, sobre todo, con los calzones.

Al salir de allí, creí conveniente adquirir otro teléfono con línea nueva
incluida. Más que nada, para tener mis dos vidas separadas.

Para cuando había caído la noche, solo había logrado recorrer una parte
muy pequeña del centro comercial.
—Basta, no puedo seguir caminando. —Me detuve en seco.

—Muy bien, regresemos al palacio —convino Emilio sonriendo


amablemente.

El recorrido de vuelta fue silencioso, por más que intenté hablar, las
palabras no salieron de mi boca.

No me di cuenta de que mis manos temblaban, hasta que, Emilio las sujetó
entre las suyas.

—No te preocupes, todo va a estar bien.

—Sí, eso llevas diciendo todo el día. —Expulsé todo el aire de mis
pulmones—. Sería más fácil saber qué papel juego yo en el palacio.

—Eso es lo más sencillo. —Emilio abrió la puerta y bajó de la limusina—.


No tienes que hacer nada.

—¿Nada? —repetí incrédula.

—Nada —aseguró él y me pareció la mentira más absurda que había


escuchado jamás.

Sonreí.

Avanzamos por el jardín principal, hasta la entrada, donde un par de


guardias estaban allí parados.

Emilio ignoró su presencia y entró al palacio, pero yo, solo me quedé allí,
parada en la entrada, con los nervios de punta.

Cerré los ojos e hice un par de respiraciones.

Mis estupideces me habían traído hasta aquí, ahora, debía dar lo mejor de
mí.
Di un paso al interior de la morada y casi esperé que un vendaval me pasase
por encima.

Sonreí por ser tan tonta y abrí los ojos y mi sonrisa se borró de mis labios.

Una mujer elegante y distinguida de unos cincuenta y tantos, quizás sesenta


y pocos venía caminando hacia mí. Su espalda estaba tan recta que, me
dolía con solo verla.

—Así que, eres la supuesta esposa de Dominic —habló con autoridad,


aunque, de forma despectiva.

—Su majestad. —Emilio hizo una reverencia, pero yo me quedé de pie


frente a ella—. Ella es Elizabeth Carter de West.

Evité sentir mariposas en la barriga al escuchar mi nombre con el apellido


de Dominic, era tonto, pero hasta ahora, me daba cuenta de ese detalle.

—¿Acaso no sabes hablar? —se burló ella dando un paso más hacia mí—.
Admito que, es una gran jugada de parte de ese malcriado.

Emilio me miró esperando que yo dijese algo, pero solo guardé silencio.

—Su majestad, ella, si entiende lo que le dice —explicó Emilio, no fue en


tono sumiso, sino respetuoso, rayando en lo descortés.

—¿Entonces por qué no hablas? —espetó la doña de manera prepotente.

—Lamento si mi silencio le sentó mal, pero mi madre me enseño que, si no


tengo nada bueno que decir, mantuviera la boca cerrada.

—Eres una maleducada, no esperaba menos de Dominic —bramó la


anciana alzando la voz. Estiró su mano y me tomó del rostro—. No creo eso
de que sean esposos, Dominic, jamás me habló de ti.

—Estamos en igualdad de condiciones, aunque, admito que comprendo por


qué su alteza no me conversó de usted.
—Será divertido ver cuánto tiempo me lleva doblegarte —me amenazó la
señora en un tono frío y tétrico.

Tragué saliva, sintiendo un escalofrío, recorrer todo mi cuerpo.

—Mathilde, no deberías hablarle así a mi esposa y futura reina —intervino


Dominic.

La mano de la señora dejó mi cara y se alejó un poco.

Nunca en todo este rato había sentido tanto placer de escuchar la voz de mi
señor esposo.

»Mi amor. —Dominic me tomó de la cintura y me dio un beso en los labios.


Se separó, pero no soltó mi mano—. Hablas de educación, pero mi mujer
no tiene ni un segundo aquí y ya estás como buitre rondando alrededor de
ella.

—Veo qué clase de mujer has metido al palacio.

—¿Qué tu trabajo no es cuidar del Rey? —cuestionó Dominic y la señora


retrocedió un paso.

—Esto apenas comienza —amenazó la anciana.

—Eso es lo que espero —la retó Dominic.

La anciana pasó las manos por su falda y se retiró.

Esperé que estuviera lejos y sonreí.

—Gracias por…

—Ahora no —me interrumpió Dominic de manera mordaz—. Llévala a su


dormitorio y asegúrate de que no salga.

Dominic ni me miró, solo tomó el mismo camino que la reina y


desapareció.
Miré a Emilio y cuestioné:

—Nada, mi trabajo era hacer nada.

Le lancé una mirada asesina y emprendí la marcha.

—Es por aquí —me orientó Emilio y juro que lo vi reprimir una sonrisa.

Episodio 12: Princesa consorte.


Lizzie.

Caminé de un lado a otro como un animal rabioso, encerrado en una jaula.

Era algo estúpido, traerme para encerrarme en una habitación.

Caminé hasta la ventana y observé a través de ella, pero resulta que, no


había mucho que ver, ya que, ella solo daba a un jardín que limitaba con un
bosque.

Decidida a no perder mi tiempo, me senté en la cama y me puse a investigar


un poco sobre mi señor esposo.

Dominic, príncipe de Gales, era el primer hijo de Arthur del Reino Unido,
con su esposa fallecida Carlota, princesa de Gales, además tenía dos
hermanos productos del rey y su amante, Logan, Duque de Cornualles y
France, Duquesa de Chester.

Fruncí el ceño cuando leí que la madre de Dominic había fallecido poco
después de haber dado a luz.

No era capaz de comprender cómo era posible que un Rey tuviera a su


esposa y a su amante viviendo bajo el mismo techo, siempre creí que, eran
estrictos con el tema de las relaciones.

Dos toques en la puerta captaron mi atención y pegué un brinco, como si


hubiera sido atrapada en una travesura.
Pensé quién podía ser, aunque, llegué a la conclusión de que era la ropa que
había comprado.

Abrí la puerta y retuve el aliento al ver al hombre parado frente a mí.

Sabía que no era Dominic, pero su parecido era abrumador. Sus ojos eran
del mismo tono de azul que mi señor esposo, su cabello un poco más
oscuro, aunque, la forma de su cara, incluso lo poblado de sus cejas, eran
como las de Dominic.

Claro, no era tan alto como su hermano, en eso Dominic le sacaba, al


menos, unos 5 centímetros.

—Supongo que, eres el hermano de Dominic —lo abordé con cautela.

Conocía su nombre y título, pero no me había dado tiempo de buscar su


foto.

—Supones bien. —El hombre en mi puerta me sonrió amablemente y le


devolví el gesto—. ¿Puedo pasar?

Mordí mi labio y miré a ambos lados del corredor, la verdad, no le veía el


problema a que entrara al cuarto.

Suspiré.

—Seguro. —Me quité de la entrada dejándolo acceder a mi dormitorio.

Él entró y cerró la puerta.

Sus ojos evaluaron el lugar y no entendí su interés.

—Quiero pedirte disculpas por la actitud de mi madre. —Se acercó a mí y


sujetó mis manos—. Ella es muy territorial, pero una vez logras
conocerla… Descubrirás que solo es protectora con sus hijos.

Solté sus manos.


—Entiendo. —Dominic no era su hijo, por eso, me había tratado así—. Por
suerte, tenemos bastante tiempo para irnos conociendo.

—No sé. ¿Lo tenemos?

Tragué saliva.

Los engranajes de mi cabeza estaban funcionando a todo motor, no quería


decir algo incorrecto o que me hiciera parecer una tonta; tampoco era mi
intención quedar como una miedosa.

—Creo que, no habrá prisa después de la coronación, así que, puedes


quedarte un poco más.

—La coronación. —Logan se llevó las manos a la espalda y sonrió—. Das


por sentado que ya eres la reina. ¿Acaso mi hermano no te comentó sobre
las nuevas leyes?

—No —mentí descaradamente—. ¿Cuáles son?

Logan sonrió, se acercó a mí y tomó mi cara con más fuerza de la necesaria.

La levantó buscando mi mirada, pero no le di el gusto. Entonces, susurró:

—Pronto sabrás cuáles son. —Me soltó el rostro, pero no se apartó de mí—.
Solo te advierto, las mentiras no son toleradas en este reino.

La puerta se abrió de golpe y entró Dominic.

—Aléjate de mi esposa. —El tono de voz de Dominic me dio escalofríos.

Bajé la cara avergonzada, había metido la pata; de nuevo.

—Solo vine a conocer a mi cuñada y a decirle que, tiene una cita mañana
con el rey —comentó Logan con calma.

Dominic se colocó a mi lado, pero no me tocó.


—Ya lo dijiste, ahora, vete o te saco —le advirtió Dominic acercándose a
Logan.

—Bien, me iré, pero esperaré ansioso nuestro próximo encuentro. —Logan


me sonrió y ya no me pareció tan amable.

Dominic fue detrás de él y cerró la puerta con fuerza.

—Lo único que te pedí era que te quedaras aquí —gruñó Dominic
emanando ira de todo su ser.

—Eso fue lo que hice, pero…

—¿Por qué le abriste la maldita puerta? —Dio dos zancadas y llegó hasta
mí, me tomó por los hombros y me sacudió—. ¿Acaso no entiendes que me
deshonras al meter un hombre a mi habitación?

La impotencia se apoderó de mí.

Atravesé a mi señor esposo con la mirada y solté:

—Jódete, Dominic. —Me solté de su agarre y lo empujé con energía—.


Nada de esto hubiera pasado si te hubieras tomado el maldito tiempo de
explicarme todo, pero andas con tus jodidos misterios, con tus putas
persecuciones imaginarias y me dejas sola en un lugar desconocido para mí.
Alguien llamó a mi puerta y creí que, era Emilio…

—Eso no mejora la situación —me interrumpió Dominic apretando la


mandíbula—. No te quiero cerca o hablando con otro hombre que no sea
yo.

—Sí, su majestad —respondí con sarcasmo—. Si eso era todo, se puede ir,
le prometo que no saldré, tampoco abriré la puerta, de hecho, me quedaré
en silencio, fingiendo que no existo.

Me alejé de él y me senté en la cama.


Ahora era capaz de comprender que para Dominic debió ser agotador vivir
aquí.

Expulsé todo el aire de mis pulmones y pasé las manos por mi cabello.

Estaba tan frustrada, no entendía ni papa de lo que estaba pasando, tampoco


lograba adaptarme a la nueva actitud de Dominic, incluso echaba de menos
a ese hombre seductor de Dublín.

—Elizabeth…

—Vete, quiero estar sola —lo corté molesta.

—Tu doncella viene en camino; ella y Emilio traen las cosas que
compraste. Date un baño y vete a la cama, mañana a primera hora debes ir a
la habitación del Rey y conocerlo. —Evité ver a Dominic mientras me daba
las órdenes—. Yo regresaré en un par de horas.

Fruncí el ceño.

—¿Dormirás aquí? —indagué poniéndome de pie.

—Es lo que hacen los esposos.

—Ok, pero, solo hay una cama —recalqué señalando la misma.

—Elizabeth, no es la primera vez que compartimos cama, tampoco será la


última. —Dominic se acercó a mí y acarició mi cara con su pulgar—. Pero,
si lo deseas, puedes dormir en el suelo.

Levanté la mirada.

Por un segundo, pensé que era chiste, pero al ver lo serio que estaba supe
que, no estaba bromeando.

Dominic se inclinó un poco y depositó un suave beso en mis labios.


—Hasta pronto, princesa consorte de Gales —susurró antes de irse
dejándome estupefacta.

Era estúpido emocionarse tanto por un título, pero no todos los días eres
una verdadera princesa.

Episodio 13: Dinastía.


Dominic.

Me hubiera encantado tomar la mano de Elizabeth y llevarla yo mismo a


nuestra habitación. Incluso la hubiera tomado en mis brazos para cruzar la
puerta.

En cambio, tuve que irme detrás de Mathilde y tratar de averiguar un poco


más sobre sus malvados planes.

Había enviado a Elizabeth con Emilio al centro comercial con la esperanza


de palpar el terreno en el palacio. Sin embargo, no esperaba que la bruja y
sus hijos le hubieran puesto precio a la cabeza de mi esposa.

Por desgracia, Elizabeth había regresado antes de lo esperado y tuve que


cambiar drásticamente mis planes, en lugar de hacer turismo, debía
encerrarla en su habitación, mientras compraba lealtades.

Parecía estúpido que un heredero tuviera que, recurrir a eso para estar
informado, pero entre los deberes reales, mi llegada y la futura coronación,
no tenía tiempo para ir escuchando detrás de las paredes.

Pero, sabía perfectamente, quiénes se enteraban de todo y por una buena


suma, eran capaces de poner más atención a los rumores y mantenerme
informado.

Aunque, había una mujer. Coco, era parte de la cocina y sabía que, en ella,
podía confiar. No estaba seguro de por qué ella me transmitía esa sensación
de confianza, pero había aprendido a hacerle caso a mis instintos.
Entré a la habitación de mi padre y vi a Mathilde sentada a su lado.

—Vete, tu padre está descansando —comentó mordaz, tomando la mano de


mi padre.

Maldita mujer, la odiaba tanto o más de lo que ella me odiaba.

Sin embargo, entendía a la perfección su rechazo, mi llegada a este mundo


le había arrebatado la corona de la cabeza de sus hijos.

—Retírate, la conversación que tendré con mi padre no es de tu


incumbencia —repliqué con acidez.

—¿Cómo te atreves a hablarme así? —Mathilde se puso de pie y se cruzó


de brazos al percatarse de que por mucho era más alto que ella y que hacía
muchos años ya no lograba intimidarme.

—Lo hago porque puedo, ahora largo —ordené con autoridad.

Mathilde dudó un poco, pero pasó las manos por su vestido y se marchó.

—Creí que, el ejército te ayudaría a dominar ese carácter West que tenemos
—habló mi padre con la voz ronca.

—Padre. —Puse una rodilla en el suelo e incliné mi cabeza.

—Mi heredero no debe hincarse ante mí —dijo mi padre—. Ven muchacho,


dale un abrazo a este viejo.

Me levanté y abracé a mi padre.

Su aroma me transportó a esos años donde fui su aprendiz.

Sin duda, los mejores años de mi vida.

Me senté a un lado de la cama y tomé sus manos, verlo allí postrado en una
cama, me dolía tanto.
—Padre, en todo este tiempo te he tenido presente y tus lecciones me han
salvado la vida más de una vez.

—Puedo ver cuánto has crecido. —Mi padre tomó el control de la cama y la
ajustó para quedar sentado—. Me han dicho que, te casaste y debo confesar
que no lo creí posible.

—Sí, fue más un arrebato de pasión.

—¿Dónde está la afortunada?

—En nuestros aposentos, reposando del viaje.

En ese momento me llegó un mensaje de Emilio y leí por la barra de


notificaciones, que la ropa de Elizabeth había llegado.

“Busca a la doncella y lleven sus cosas a la habitación”

—Háblame de ella —pidió mi padre y tomé una bocanada de aire.

Pensé que, sería fácil verlo a los ojos y mentirle, pero no, yo no solo amaba
a mi padre, lo admiraba y le guardaba mucho respeto.

Dejé salir el aire de mis pulmones y decidí que, no le mentiría, al menos, no


del todo.

—Elizabeth es una mujer muy inteligente, tiene una vena rebelde que me
hace enloquecer, es una guerrera y muy hermosa.

Mi padre colocó su mano sobre la mía.

—Quiero conocerla.

—¿Ahora?

—No, en unos minutos debe llegar la prometida de tu hermano…


—Padre, ¿en serio estás considerando darle el trono a Logan? —cuestioné
levantándome de la cama.

—Tiene tanto derecho como tú de ascender al trono.

—Por favor, papá.

—Logan ha madurado estos años, se ha esforzado por cambiar su


reputación. —Mi padre estiró la mano—. No puedo pedir que seas
condescendiente con él, no después de todo lo que te hizo…

—Bien sabes que, su madre lo ayudó —lo interrumpí recordándole que en


esa familia todos eran unas víboras.

—Dominic, no podemos vivir con rencores del pasado. —Mi padre tosió y
me acerqué a él, pero me dejó saber que se encontraba bien—. Su cambio
de actitud ha sido genuino y merece ser visto, al final del día; sin importar
cuánto se odien, ambos son mis hijos.

—Papá. —Unos golpes me interrumpieron.

—Es la hora de mi cita con Ivy. —Mi padre pasó las manos por su atuendo,
respiró lentamente y me observó con una media sonrisa, esa que usaba
cuando estaba a punto de decir, algo que, de seguro, no me iba a gustar—.
Solo dale una oportunidad a tu hermano, pienso que se lo debemos.

—No, papá, yo no le debo nada a ellos. —Me incliné y deposité un beso en


su frente—. No dejes que el estar en cama nuble tu buen juicio.

Hice una reverencia y caminé a la salida.

Abrí la puerta y me encontré a una mujer. Debía admitir que, era hermosa,
pero no era idiota, podía ver el monstruoso ser que se escondía debajo de
esa cara tierna y actitud tímida.
—Vaya, en serio, te pareces muchísimo a Logan —habló como si nos
conociéramos o tuviéramos confianza.

Clavé la mirada en ella por un par de segundos y me fui.

No iba a perder mi tiempo hablando con ella.

Avancé por el pasillo meditando la situación en la que me encontraba.

Mi padre estaba enfermo, lo más probable era que, no se recuperase y como


todo hombre que ve de frente a la muerte, deseaba arreglar
apresuradamente, lo que no pudo realizar cuando tenía mejor salud.

Así que, de seguro, Logan usaría el deseo de unidad mi padre para


engatusarlo y ascender al trono y con su madre al lado de mi padre,
susurrándole sus malévolos planes.

¿Debía fingir para coronarme o mantener mi postura firme?

—Príncipe —murmuró Coco apareciendo delante de mí.

Parpadeé un par de veces, juro que no la vi venir.

—¿Sucedió algo?

—Vi a su hermano entrar en su habitación.

Las palabras no habían terminado de salir de sus labios cuando mis pies ya
estaban corriendo.

Episodio 12: Nobleza plateada.


Dominic.

Corría pensando en todo lo que podía pasar.

¿Por qué demonios Elizabeth lo dejó pasar?


Logan era tan cruel y despiadado como su madre, lo sabía, yo mismo fui el
blanco de muchas de sus maldades, pero no permitiría que le tocase un
cabello a Elizabeth.

Abrí la puerta y los encontré tan cerca el uno del otro, que deseé saltarle
encima y golpearlo, pero sabía que, era justo lo que buscaba el imbécil,
llegarle con el chisme a mi padre.

—Aléjate de mi esposa. —El tono de mi voz se volvió siniestro.

—Solo vine a conocer a mi cuñada y a decirle que, tiene una cita mañana
con el rey —comentó Logan manteniendo a raya sus emociones.

Me coloqué al lado de mi mujer, pero fui incapaz de tocarla.

—Ya lo dijiste, ahora, vete o te saco. —Di un paso hacia él, pero el cobarde
retrocedió.

Desvió la mirada a Elizabeth y tuvo la maldita osadía de despedirse.

—Bien, me iré, pero esperaré ansioso nuestro próximo encuentro.

Fui detrás de él y cerré la puerta con más fuerza de la requerida.

La ira corría por mi interior, odiaba que Logan estuviera en mi habitación,


hablando con mi esposa, solo de imaginar lo que le pudo haber hecho o
dicho.

Cerré mi mano en un puño y gruñí:

—Lo único que te pedí era que te quedaras aquí.

—Eso fue lo que hice, pero…

—¿Por qué le abriste la maldita puerta? —Me di la vuelta, crucé la


habitación y tomé a Elizabeth por los hombros—. ¿Acaso no entiendes que
me deshonras al meter un hombre a mi habitación?
Elizabeth, que hasta ahora parecía avergonzada, levantó la cara y espetó:

—Jódete, Dominic. —Se soltó de mi agarre y me empujó varias veces con


energía—. Nada de esto hubiera pasado si te hubieras tomado el maldito
tiempo de explicarme todo, pero andas con tus jodidos misterios, con tus
putas persecuciones imaginarias y me dejas sola en un lugar desconocido
para mí. Alguien llamó a mi puerta y creí que, era Emilio…

—Eso no mejora la situación —la interrumpí furioso, apreté la mandíbula


tratando de controlar las ganas de tomar a esa mujer y follarla hasta hacerla
entrar en razón—. No te quiero cerca o hablando con otro hombre que no
sea yo.

—Sí, su majestad —respondió con sarcasmo—. Si eso era todo, se puede ir,
le prometo que no saldré, tampoco abriré la puerta, de hecho, me quedaré
en silencio, fingiendo que no existo.

Elizabeth se alejó de mí con ese aire irreverente que tenía, se sentó en la


cama, suspiró, mientras se tocaba el cabello.

Deseaba explicarle qué estaba pasando, pero temía asustarla. Sin embargo,
tenía derecho de saber a qué se enfrentaba, tal vez, era el momento para
contarle todo.

—Elizabeth…

—Vete, quiero estar sola —me silenció molesta.

Bendito, esa mujer me volverá loco.

—Tu doncella viene en camino; ella y Emilio traen las cosas que
compraste. Date un baño y vete a la cama, mañana a primera hora debes ir a
la habitación del Rey y conocerlo. —La miré fijamente esperando poder
encontrarme con su mirada, pero ella solo evitó hacerlo—. Yo regresaré en
un par de horas.

Eso captó su atención, se puso de pie y me preguntó:


—¿Dormirás aquí?

—Es lo que hacen los esposos. —Evité sonreír imaginando todo lo que le
haría a esa pequeña rebelde.

—Ok, pero, solo hay una cama —recalcó apuntando a la misma.

—Elizabeth, no es la primera vez que compartimos cama, tampoco será la


última. —Sin poder controlarme más, acorté la distancia entre nosotros y
acaricié su mejilla con mis dedos—. Pero, si lo deseas, puedes dormir en el
suelo.

Ella levantó la cara y me contempló fijamente.

En definitiva, no se esperaba mi comentario, pero no era el caballero dorado


que las personas solían creer que era.

Me incliné y besé suavemente sus labios.

Pensé que, sería capaz de controlar mis ganas de estar con ella, pero creo
que, solo era una estúpida mentira que me dije a mí mismo.

Sin embargo, todavía quedaba algo más que decirle antes de irme a
investigar:

—Hasta pronto, princesa consorte de Gales.

Al salir me topé con Emilio y Jena, ambos venían cargados de bolsas.

Mi mirada se posó en mi asistente.

—¿Faltan cosas? —indagué viendo a Emilio.

—Un par de bolsas.

—Deja eso en la entrada, que Jena se encargue del resto.


—Sí, su majestad. —Dejó las cosas en la entrada y se marchó a buscar el
resto.

Negué con la cabeza y le dije a mi asistente:

—Te espero en mi despacho.

Emilio negó con la cabeza.

—Tienes años sin estar aquí, de seguro está lleno de polvo.

En ese momento, Elizabeth abrió la puerta:

—¿Qué está lleno de polvo? —indagó con genuino interés.

Sonreí, quizás, eso la mantendría ocupada. Aunque, una princesa no debería


hacer esos trabajos.

Rasqué mi incipiente barba tratando de llegar a una conclusión cuando


Emilio le dio una respuesta.

—La oficina de Dominic.

—Ah. —Me sorprendió su desinterés—. ¿Quieres que te ayude a limpiarla?

Miré a Emilio y expulsé el aire de mis pulmones.

—Gracias, es un placer contar con tu ayuda.

—Bien, me cambiaré de ropa e iré —respondió Elizabeth resuelta.

—¿Piensas ir ahora?

—Bueno, tú estarás fuera y yo no tengo sueño, así que, puedo aprovechar el


tiempo.
—De acuerdo, cámbiate. —Me acerqué a ella, pero Elizabeth retrocedió—.
Vendré por ti en 5 minutos.

En eso llegó Jena con las cosas que faltaban.

»Por cierto, ella es Jena, tu doncella.

—Un gusto. —Elizabeth estiró la mano y le regaló una sonrisa a su


ayudante.

En cambio, Jena se inclinó haciendo una perfecta reverencia.

Elizabeth me observó y sus mejillas se pusieron rojas.

Sonreí al darme cuenta de que su nariz también se sonrojaba a la par que


sus orejas.

—Dejaremos que se conozcan —mencionó Emilio.

Le guiñé un ojo a mi esposa y me fui con mi asistente.

Esperé pacientemente que estuviéramos lejos de la habitación para


detenerme y ver a Emilio.

—¿Sabías que, en tu ausencia, Logan vino a la habitación? No solo eso,


entró y estuvo a solas con Elizabeth. —El tono de mi voz se volvió frío y
mordaz.

—La verdad, no creí que, fuera tan valiente de ir hasta tu dormitorio.

—¡Maldita sea, Emilio! ¿Acaso debo explicarte con dibujos con quién
tratamos? —gruñí furioso.

—N-no, claro que no.

—Entonces… —Lo tomé del cuello de su camisa—. ¿Debo asumir que,


ahora, eres leal a la reina consorte?
—Sabes bien que, eso jamás sucederá.

—No sé qué demonios te sucede hoy, pero no has dejado de cagarla. —


Solté su camisa—. Vuelves a poner la vida de Elizabeth en riesgo, yo
mismo te cortaré el cuello.

Episodio 14: Regente.


Lizzie.

Me quedé en silencio esperando que Dominic y Emilio desaparecieran por


el pasillo para voltear y ver a Jena.

—No es necesario que te quedes, yo solo me daré un baño e iré al despacho


de mi esposo —comenté saboreando la palabra esposo, era tan extraño.

Jena sonrió con amabilidad, tomó más bolsas del suelo y dijo:

—Mientras usted se ducha, yo iré acomodando sus cosas en el closet.

Parpadeé varias veces.

Me incomodaba ver a una persona trabajando y yo, ignorar todo para seguir
con mis banalidades, pero también comprendía que, una princesa tenía otras
obligaciones, al menos, eso esperaba.

Me retiré de la puerta dejando que Jena entrara a mis aposentos.

»En el baño hay toallas y una cesta donde colocar la ropa —me indicó ella
y caminé con calma al cuarto de baño.

Cerré la puerta y expulsé todo el aire de mis pulmones.

Todo esto era tan incómodo.

Desnudé mi cuerpo y miré mi reflejo.


Llevé mis dedos a mi hombro y tracé con ellos las pequeñas, pero oscuras
marcas de los chupones que suponía Dominic me había hecho.

Me parecía que, había pasado una vida entera desde…

Entré a la ducha y dejé que el agua fría se llevase esos malditos recuerdos
que, me atormentaban.

Tomé la esponja y tallé mi cuerpo. Alcé las cejas viendo que, entre mis
piernas, tenía marcados mordiscos y más chupetones.

Inhalé profundamente, cada vez, sentía más curiosidad de ver ese video de
mi noche de bodas.

Salí de la ducha y regresé a la habitación.

Pasé la mirada y noté que todas las bolsas de las compras ya no estaban,
tampoco parecía haber señales de Jena.

Avancé a la cama y pegué un brinco cuando la puerta del armario se abrió y


Jena salió con un cambio de ropa.

—Lo lamento, no fue mi intención impresionarla —comentó mi doncella


acercándose a la cama—. Elegí un atuendo cómodo y elegante para ir al
despacho de su esposo.

—Gracias. —Tragué saliva, había estado tan metida en mi cabeza que, no


se me ocurrió revisar la habitación—. Por cierto, muy acertada tu elección.

Tomé el vestido vaporoso de color azul claro y lo dejé en la cama,

Esta prenda en particular me había gustado porque no solo era elegante, era
cómodo; sus mangas largas y abullonadas me habían fascinado desde que lo
vi. Además, por estúpido que sonara, me hacía sentir como una princesa.

Me di la vuelta y me coloqué la ropa interior sin quitarme la toalla del


cuerpo. Ya que, no era fanática de andar mostrando mis atributos a todo el
mundo, por doncella que fuera.
Deslicé el vestido por mi cabeza y miré a Jena, quien venía caminando
hacia mí con un par de cepillos y peines.

—Por favor, tome asiento, le haré un peinado sencillo.

—¿Es necesario? —cuestioné sentándome en la cama.

—Señora, la ropa, el peinado y el maquillaje, es una máscara que toda la


corte usa. Debería aprender a usarla. —Sus manos fueron a mi cabello—.
Además, mientras más se parezca a ellos, más rápida será tratada como su
igual.

Me dejé peinar en silencio, pues, suponía que, unas de las tareas como la
falsa esposa era mezclarme.

Pocos minutos después, mi cabello ondulado no solo estaba delicadamente


peinado, sino que, un par de peinetas con perlas lo adornaban.

—Bueno, es hora de ir al despacho de mi esposo —anuncié poniéndome de


pie.

—El príncipe dijo que vendría a buscarla.

—Pues, no llegó y estoy aburrida. —Abrí la puerta y me encontré a


Dominic parado frente a mí, su mirada viajó por mi cuerpo y asintió como
aprobando mi vestuario.

Dominic se inclinó un poco y me susurró:

—Estoy ansioso por descubrir qué hay debajo de ese vestido.

Ignoré la deliciosa corriente de excitación que viajó por mi cuerpo y mojó


mi panty, puse las manos en su pecho, «grave error», y lo empujé un poco
para alejarlo de mí.

—Vaya, has llegado justo a tiempo. —Cambié de tema, miré detrás de él—.
¿Vienes solo?
—¿Esperabas que viniera con alguien más? —preguntó y noté cómo su
mano se cerró en un puño.

—Mejor vamos a tu despacho.

Eché andar, pero la mano de Dominic me tomó del brazo.

—Cariño, espera a tu doncella.

Jena salió y Dominic cerró la puerta.

La mano de mi señor esposo bajó por mi brazo y terminó sujetando mi


mano.

Bajamos las escaleras, caminamos por un largo, largo pasillo adornado por
pinturas de… Bueno, supongo que, de otros reyes.

Se podía notar que, los cuadros eran de alta calidad, seguro de realizados
por algún famoso pintor de cada época. No sabía mucho de pinturas, pero
era capaz de notar como las técnicas iban cambiando de cuadro a cuadro,
además, la forma de mezclar los colores.

Disimuladamente, traté de buscar alguna firma que me indicara el auto de


las obras, pero no encontré ninguna.

Caminamos en silencio y con el paso algo apresurado; Jena iba unos metros
detrás de nosotros, podía sentir su mirada en mi nuca.

—Esto parece un laberinto —murmuré viendo las pinturas.

—Te acostumbrarás.

—Tal vez, voy a necesitar un mapa —comenté a modo de broma.

Dominic se detuvo y me observó, su mano me sujetó por la cintura y me


atrajo a su cuerpo.
—Princesa, me tienes a mí, así que, no vas a necesitar un mapa.

—Qué tierno, pero debo suponer que, tú estarás en tus cosas y yo…

—Siempre a mi lado —concluyó Dominic rozando mis labios con los suyos
—. Hemos llegamos.

Me separé de él y me di la vuelta, descubriendo que, no había una puerta.

—¿Llegamos a dónde? —pregunté viendo la pared.

—A mi oficina. —Dominic se acercó y tocó una parte de la enorme pintura


frente a mí.

La pintura desapareció y una puerta se materializó sorprendiéndome.

—Vaya, eso fue…

—Mágico, lo sé. —Dominic me guiñó un ojo y abrió la puerta—. Pasa,


aunque, te advierto, hace mucho tiempo nadie viene por estos lados.

—Estoy acostumbrada a lidiar con sitios así. —Me giré y vi a Jena, me


acerqué a ella y le pedí una corta lista de materiales que usaría para limpiar
este sitio.

—Ya mismo se lo traigo —contestó mi doncella y se marchó.

Entré a la oficina y me sorprendí, no por lo polvoriento, sino por la


similitud que tenía con la oficina que tenía en Dublín.

—Es muy parecida a la que tienes en Dublín —comenté acercándome a la


biblioteca—. Aunque, debo suponer que, esa la has visitado más que esta.

—¿Qué te hace pensar eso? —indagó Dominic poniéndose a mi lado.

—Pues, los libros, me parece que, allá, tienes más y mejores textos.

Dominic me observó y sonrió.


Episodio 15: Reina peligrosa.
Lizzie.

Dejé de ver a mi señor esposo y me concentré en la biblioteca.

Los libros en este sitio eran buenos, pero parecían pertenecer a un joven
Dominic. Así como parecía que, él había pasado años fuera de este sitio.
¿Se habrá ido por voluntad propia o fue una estrategia de su padre para
alejarlo de los malos recuerdos?

—Eres muy lista —mencionó mi señor esposo, como si estuviera orgulloso


de mí o de su elección, todavía no lo descifraba bien.

—No lo creo, después de todo, terminé aquí contigo —bromeé.

Aunque, mi señor esposo no notó mi broma, pues, me tomó por los


hombros y me hizo verlo.

—Quizás no lo parezca, pero estoy genuinamente agradecido por tenerte


aquí conmigo.

—Tiene razón, no lo parece —hablé en voz baja, percatándome de que


Dominic se había inclinado sobre mí.

—¿Qué debo hacer para que notes mi agradecimiento?

Alcé mis ojos y me quedé perdida en su mirada.

Un poderoso sentimiento de besarlo se apoderó de mí y apreté mi mano


deseando no sentirme así, pero no era que pudiera evitarlo, Dominic era un
hombre bastante atractivo, incluso con su cicatriz en la cara, era muy
sensual, además, sus continuas provocaciones me lo complicaban más.

Mi respiración se volvió trabajosa, aunque, eso no impidió que me acercase


más a sus labios.
Levanté mi mano y por primera vez, en todo este efímero tiempo
compartiendo con él, acaricié su rostro.

—Elizabeth —gruñó Dominic.

Rápidamente, alejé mi mano de su rostro, recordando que, él me había


dicho que, no le gustaba ser tocado, pero Dominic volvió a tomarla y la
colocó de nuevo en su cara:

»Por favor, no dejes de tocarme —pidió y fue cuando entendí que, no se


había molestado, sino que, estaba disfrutando de mis caricias.

—Bésam… —Un ruido seco interrumpió mi frase.

Giré la cara y vi a Jena.

—Lo siento, no quise molestar.

—Pero lo hiciste —bramó Dominic.

—L-lo siento, señor. —Jena se arrodilló en el suelo y la simple escena me


pareció espantosa.

Bajé la mano y retrocedí un paso. Claro, había olvidado que, mi señor


esposo, no era un caballero, sino un gruñón.

Dominic volteó a verme, como si mi acción lo lastimase.

—June, levántate del suelo —ordené.

—Debo irme —comentó atravesándome con su mirada.

—Creí que, te quedarías a mi lado. —Corté el contacto visual y maldije por


no tener la seguridad que se requería en momentos así.

Dominic me tomó de la cara y me hizo verlo.

—Volveré. —Me dio un casto, pero salvaje beso en los labios y se marchó.
Exhalé todo el aire de mis pulmones.

Todo había sido tan intenso, vaya que hombre tan imponente.

—Bien, vamos a limpiar. —Tomé el sacudidor de polvo, lo humedecí un


poco y me puse manos a la obra—. Yo me encargaré de la biblioteca y…

—Yo del resto —me interrumpió ella con una sonrisa triste en la cara.

Quería decirle algo a Jena, pero, no conocía sus costumbres, ni cómo


funcionaba las cosas en el palacio. Me daba miedo meter la pata, pues,
todos mis errores recaían en Dominic.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Había sido una buena forma de distraerme, por desgracia, ya casi


acabábamos.

Terminé de recoger la basura y me disponía a tomar la barredora, cuando


veo que Jena hizo una reverencia.

Me di la vuelta y me encontré con la troll mayor.

—Su majestad. —Repetí la acción de mi doncella.

—Elizabeth, querida. —La reina entró al despacho de Dominic y me tensé.

—No creo que, a mi esposo le guste su presencia aquí —comenté con todo
el respeto que podía.

—Es lo más probable —convino ella con cierto aire de descaro. Fue hasta
el escritorio y pasó su dedo por encima—. Vaya que, si eres eficiente.

—Señora, no quiero ser grosera, pero, ¿a qué vino? —indagué


interceptando su camino.
—Vine a invitarte una taza de café. —Arrugó la cara, como si eso le diera
asco y prosiguió—. Lo normal es tomar té, pero me informaron que tú
prefieres café, así que, como ofrenda de paz, te mandé a preparar un poco.

Miré a Jena y ella negó sutilmente con la cabeza.

¿Qué más podía hacer? Era ir con ella o que se quedara aquí y por desgracia
ya había visto la reacción de Dominic ante una invasión a su privacidad.

—Bien, en un momento iré con usted —aseguré.

—Querida, haremos el mismo camino, pero es mejor hacerlo en compañía.

Pasé las manos por mi vestido sacudiendo cualquier partícula de polvo que
estuviese en la prenda.

—Jena, termina aquí, vuelvo en un rato.

—Princesa… —Sus palabras fueron cortadas por la mirada silenciosa de la


reina. Mi doncella bajó la cara y asintió—. Regrese pronto.

Salí al pasillo con la reina y caminé a la cocina.

El viaje fue silencioso y gracias a Dios, corto.

Cuando entramos a la cocina, había un elegante juego de tomar té, esperaba


por nosotras.

Me cuestioné un poco por qué la reina tomaría café conmigo en la cocina,


pero, era incapaz de descifrar los pensamientos de un troll.

—Me han dicho que eres de Dublín —comentó la reina sentándose frente a
mí.

—¿Me trajo para interrogarme? —le pregunté con cautela.

—Eres la esposa de mi hijastro, tengo derecho a preocuparme por él.


Sonreí y miré a ambos lados, comprobando que estábamos solas:

—Señora, por favor, no hay nadie aquí, no tiene por qué mentirme, eso nos
ahorraría tiempo.

—Tienes razón. —La reina tomó la tetera y me sirvió una taza de café—.
Iré directo al grano, no creo que, tu casamiento con Dominic sea real.

—Bueno, le puedo enviar una copia del acta de matrimonio —manifesté


con serenidad.

—No, esa ya la tengo. —Mathilde colocó la taza frente a mí—. Quiero


saber: ¿Cuánto te pago? —Me quedé en silencio—. Te pago el doble para
que acabes con esta farsa.

—Estoy en el deber de aclararle que, toda esa loca teoría solo existe en su
cabeza. —Miré la taza humeante frente a mí—. Entiendo que, para usted,
sea difícil de creer, pero amo a mi esposo, tanto o más de lo que él me ama.

De pronto, una mujer joven nos interrumpió.

—Alteza. —Hizo una reverencia—. El rey solicita su presencia.

—Muy bien. —La reina me miró—. El deber llama, pero puedes terminar
tu café sin mí.

Salió de la cocina y me dejó sola con mi taza de café.

Tomé la taza entre mis manos y la llevé a mi nariz.

El rico aroma de café invadió mis sentidos y gemí de placer. También me


llegó un olor a almendra y me pareció curioso. ¿Café con esencia de
almendra?

Seguro, debía probarlo, llevé la taza a mis labios y…

Episodio 16: Heredero afligido.


Lizzie.

Me tomé un par de segundos para aspirar el maravilloso aroma del café,


cuando Dominic, alias: mi señor esposo, entró a la cocina como un
vendaval y se me quedó observando con esos ojos fríos que tiene.

—¿Qué haces? —bramó furioso.

—Me dispongo a beber café —respondí resuelta.

—¿Dónde está tu doncella?

—La dejé terminando de limpiar tu despacho. —Acerqué la taza a mis


labios…

De pronto, Dominic le dio un manotazo a la taza, la pobre cayó al suelo


haciéndose añicos.

—¿Qué te pasa? —cuestioné poniéndome de pie.

Él no respondió, solo me tomó del brazo con fuerza y me sacó de la cocina.

Me llevó por el pasillo, lejos del lugar, encontró un sitio donde esconderse y
me pegó a la pared con rudeza.

Su cuerpo presionó el mío y su mano libre acarició mi piel.

—Así como eres de hermosa… —Tragué saliva esperando que terminara su


halago—. Eres de idiota.

—Eso no lo vi venir —espeté con sarcasmo.

—Eres la futura reina de Inglaterra, no puedes beber, comer o tocar nada,


hasta que, tu doncella lo haga por ti.

—Sabía que, eras un bruto, pero no que toda la población siguiera el


ejemplo de su futuro rey. —Puse mis manos en su duro pecho y empujé con
fuerza. Pero, quedé en ridículo porque no logré moverlo—. A diferencia de
ti, yo sí, puedo hacer las cosas por mí misma.

Dominic sonrió y su mano subió a mi cuello e hizo presión. Me observó


fijamente, para luego acercar su nariz a mi piel y aspirar mi aroma, se
quedó unos segundos allí y después susurró con voz tenebrosa:

—Por ingenua, debería dejar que te asesinen, pero no sé actuar como un


esposo afligido.

Tosí y su mano se aflojó.

—¿A-asesinarme? —balbuceé como tonta.

—Sí, pequeña tonta, son gajes del oficio.

—Maldita seas. —Golpeé su pecho, furiosa—. Dominic, me trajiste aquí


para ser asesinada.

—Elizabeth, te traje para que finjas amarme. De hecho, que te quieran


asesinar significa que estás haciendo un gran trabajo.

Dejé caer mis hombros, sus palabras habían salido como si nada. Quizás,
para él fuera normal tener una sentencia de muerte colgando en tu cabeza,
pero para mí… todo era desagradablemente nuevo.

—Gracias. ¿Algún aspecto que deba mejorar?

—Podrías chupármela de vez en cuando —declaró acortando la distancia


entre nuestros labios.

—Era sarcasmo.

—Pues, yo hablaba muy en serio. —Dominic me alzó del suelo, mis piernas
rodearon su cadera, aunque, fue más por acto reflejo.

Sus grandes manos apretaron mi trasero, mientras las mías se aferraban a su


cuello.
Sus labios se posaron sobre los míos y nos fundimos en un salvaje beso.

No tuve la fuerza de voluntad para separarme de él, al contrario, moví la


cadera deseando tenerlo dentro de mí.

Sentí su poderosa erección presionar mi clítoris y un gemido escapó de mis


labios. Dominic presionó su cuerpo contra mí y clavé las uñas en su
espalda.

El aire en mis pulmones comenzó a faltar y tuve que separarme de la boca


de Dominic.

Mi señor esposo pegó su frente a la mía con la respiración agitada.

—No debiste besarme —le reproché haciéndome la víctima.

—Tú lo pediste.

—¿Estás demente? —Me removí en sus brazos.

—Cuando estábamos en mi oficina. —Dominic me colocó en el suelo.

—Por favor, ese fue un momento de debilidad —me excusé sintiendo


vergüenza de tan patético argumento.

—¿Ahora también fue un momento de debilidad? —cuestionó clavando sus


ojos sobre mí.

—Eso fue la adrenalina de enfrentar la muerte. —Sentí mis mejillas arder


—. Debes decirme qué está pasando, ¿a qué me enfrento?

Dominic tomó mi cara entre sus enormes manos:

—Lo haré, te lo prometo.

—¿Cuándo?
—Más tarde, por ahora, debes entender que, no puedes confiar en nadie más
que en mí. —Su mirada había cambiado, ya no había rastros de deseo,
ahora, solo podía ver la preocupación en el azul de sus ojos.

Abrí la boca para agregar algo, pero una persona aclarándose la garganta
me interrumpió.

Dominic se giró y vio a su asistente parado detrás de nosotros.

—En el patio trasero.

Miré a mi esposo tratando de entender lo que pasaba. Él se giró y acarició


mi cara regalándome una sonrisa.

—Debo irme, busca a tu doncella y por favor, no mueras.

—Trataré de no hacerlo —murmuré sonriendo con tristeza.

—Espero con ansias otro momento tuyo de debilidad. —Rodeé los ojos con
fastidio. Dominic miró sobre su hombro y ordenó—. Llévala a su
habitación, no te mueves de su puerta hasta que yo llegue.

—Sí, su majestad. —Emilio se inclinó y me señaló el camino—. Princesa.

Caminé contraria a la dirección a la que iba Dominic, esto de estar en la


ignorancia realmente me estaba perturbando.

Pasamos por la cocina y vimos a una empleada recogiendo el desorden que


habíamos dejado Dominic y yo, mientras la reina supervisaba todo, ella
levantó la mirada, sonrió y alzó la taza.

Sentí que, solo había sido un estúpido juego y yo había caído como una
tonta.

Sin embargo, si algo había aprendido en esta vida era, a aprender de las
caídas, mientras unos veían fracasos, yo veía nuevas formas de aprender.
Ese fugaz encuentro con la reina me había enseñado que, debía ser
realmente lista para poder sobrevivir el tiempo que estuviese bajo su mismo
techo.

—¿Sabes qué sucedió en la cocina? —indagó Emilio deteniéndose frente a


la puerta de mi habitación.

—Sí, hubo una declaración de guerra.

—Lizzie, no creo que, sepas dónde te estás metiendo —comentó Emilio en


voz baja.

—Es probable, pero… —Guardé silencio, Dominic me había dicho que no


podía confiar en nadie y Emilio era el asistente de mi falso esposo, no era
nada mío, por ende, no debía confiar en él—. Tienes razón, iré a descansar.

—Es lo mejor, tu doncella vendrá a ayudarte en la mañana, recuerda que,


tienes la cita con el rey.

—Lo tengo presente, gracias. —Entré a mi habitación y cerré la puerta.

Pasé las manos por mi cabello, fui hasta el armario y me puse un pijama
fresco, pues, la noche era calurosa.

Después, me tiré en la cama y con mi teléfono personal, empecé a


investigar más sobre el reino.

No era tan ingenua como parecía, aunque, debía admitir que, era lenta para
algunas cosas. Sin embargo, había leído demasiados libros, como para saber
de conspiraciones.

Estaba investigando cuando una llamada de mi hermana me interrumpió.

—Hola —contesté mirando a la puerta de la habitación.

—Hola —la voz de mi hermana sonó apagada y supe que, algo no estaba
bien.
—¿Pasó algo?

—Remi fue ingresado en el hospital.

—¡¿Qué?! ¿Por qué? —indagué alterada.

—Al parecer, tuvo un ataque psicótico, decía que, tenía que ir a algún lado
y cuando no lo dejaron salir, enloqueció, golpeó a un enfermero, rompió
una mesa y en el proceso se lastimó la mano.

—¿Cómo está ahora? —Me senté en la cama y deseé poder estar con mi
hermana.

—Bien, un residente evaluó su estado, le curó y cosió la herida. La doctora


de guardia dijo que lo dejarán en evaluación esta noche y en la mañana lo
darán de alta.

—¿Cómo estás tú?

—Pues, mal, ver a Remi en ese estado me dejó preocupada. —Xia


comenzó a llorar—. Sé que su enfermedad es degenerativa, pero…
presenciar su ira fue algo nuevo e impactante para mí.

—Lo sé, lo sé, pero todos tenemos un lado amable y un lado feroz. —
Esperé que, ella llorase todo lo que necesitaba drenar. Después de todo,
Remi era el único hombre que nos había regalado una estabilidad, tiempos
felices—. ¿Cómo está Yordi?

Mi hermana sorbió por la nariz y la imaginé limpiándose la cara, retomando


la compostura.

—Él consiguió un empleo, la verdad, parece que, su cambio era de verdad.

En eso la puerta se abrió y Dominic entró a la habitación, no pude evitar


tensarme.

Me llevé la mano a la boca y le susurré a mi hermana:


—Debo dejarte, pero prometo llamarte en cuanto pueda. —Los ojos de mi
señor esposo me atravesaron con ferocidad.

—¿Segura que estás bien?

—Sí, te quiero. —Colgué la llamada y dejé mi teléfono en la mesa de


noche.

Me sentía una hipócrita, exigiéndole a Dominic la verdad, cuando yo le


mentía a mi familia.

Mi señor esposo avanzó hacia la cama, mientras se desabotonaba la camisa,


sin despegar sus ojos de mí.

—¿Con quién hablabas? —indagó deteniéndose frente a la cama.

—Eso no es de tu incumbencia —le recordé sosteniendo su mirada.

—Te equivocas, eres mi esposa, por ende, todo lo que tenga que ver
contigo, me interesa —aseguró y se desabrochó el pantalón.

Tragué saliva y observé su torso por la abertura de la camisa.

—Nadie nos ve, puedes dejar de fingir —susurré apartando la mirada de su


cuerpo.

—¿Te importa si solo me meto a la cama? —Cambió de tema.

Negué con la cabeza.

Me dispuse a levantarme, pero Dominic me lo impidió.

»Elizabeth, ambos somos adultos, creo que, podemos compartir la cama.

—No creo que, sea conveniente —murmuré evitando ver su cuerpo.

—¿A qué le temes? —indagó Dominic.


Bajé la cara, tal vez era mejor ser sincera a ver si este cabezota me entendía.

—A ti, a tus provocaciones. —Expulsé el aire de mis pulmones—. Somos


un par de desconocidos, para ti esto es un juego, pero esto es mi vida. ¿Qué
pasará cuando ya no te sea útil?

—Nos divorciaremos —respondió resuelto Dominic.

—Exacto, saldré de tu vida tan rápido como entré, y mi plan es salir


emocionalmente completa de toda esta situación.

Dominic asintió, aunque, no pareció gustarle mi explicación.

—Descansa, mañana tienes una cita con mi padre.

—¿A dónde vas?

—A despejar mi mente —dijo arreglándose la ropa.

—Espera. —Tomé su mano y lo confronté—. Pensé que hablaríamos.

—Sí, pero eres una mujer jodidamente atractiva, además ese pijama me
descontrola. Y yo, soy un hombre con ganas de follarte. —Dominic me
tomó por la cintura y me pegó a su cuerpo, sentí su erección presionar mi
vientre—. Puedo quedarme y hablamos mientras te cojo o me retiro y
hablamos mañana. Elige, princesa.

Episodio 17: Esposos reales.


Lizzie.

Miré fijamente a Dominic y sonreí:

—Obviamente, prefiero que te vayas. —Me costó un poco reunir todo mi


autocontrol, aunque, fue casi un milagro, pues, en este punto, yo estaba de
rodillas sobre la cama y él, parado frente a mí—. Si dejo que te quedes, solo
estaría premiando tu arrogancia y malos tratos.
—Me deseas —afirmó Dominic con la voz y la mirada cargadas de deseo.

Tomé el cuello de su camisa y atraje su boca a la mía, me di el lujo de


besarlo, aunque, no de la manera sucia y salvaje en la que quería hacerlo.

—Descansa, esposo mío. —Me acosté sintiéndome la ganadora de este


encuentro—. ¿Tienes preferencia por algún lado de la cama?

—Eres, el demonio —refunfuñó él llevando su mano a su entrepierna.

Miré cómo acomodaba su erección dentro del pantalón y el arrepentimiento


llegó hasta mí, pero debía ser fuerte y mantener la cabeza serena.

—Fue la esposa que literalmente escogiste. —Sonreí eligiendo el lado que


estaba más lejos de Dominic.

—¿Por qué tienes que complicar todo? —Dominic se dejó caer a mi lado.

Me incorporé sobre mis codos y le pregunté:

—¿No tenías prisa por irte? —cuestioné viendo cómo su mano dominante
apretaba su verga sobre el pantalón.

—Cambié de opinión.

Tragué saliva.

«Dios, mantenme alejada de la tentación y líbrame del mal, amén»

Me acosté de lado, viendo a Dominic, no me fiaba de él como para darle la


espalda.

Cerré mis ojos, llené mis pulmones de aire y lo dejé salir lentamente.

Había sido un día largo, quizás muy largo.

Poco a poco fui arrastrada a la inconsciencia y caí profundamente dormida.


Abrí los ojos y mi cuerpo se tensó al reconocer dónde estábamos; mi
dormitorio de la universidad. Miré al frente y comencé a temblar
descontroladamente, al ver a los 3 hombres frente a mi cama. Sabía con
exactitud qué sucedería.

—Aléjense de mí —grité desesperada levantándome de la cama—. No


dejaré que esto pase de nuevo.

Corrí a la ventana y salté, pero en lugar de aterrizar en el pasto, caí en


agua.

Miré a mí alrededor y vi a mi madre saltar al agua.

—No, mami, no, no, noooo —chillé aterrorizada.

—Elizabeth. —La voz de Dominic me despertó.

Me senté en la cama llorando desconsolada, me abracé a mí misma y repetí


mi mantra:

—Estás bien, a salvo.

Las lágrimas mojaban mis mejillas, estaba destinada a revivir una y otra vez
esos malditos recuerdos. Como si vivirlos una vez no fuera suficiente
tortura.

—¿Qué fue todo eso? —indagó Dominic en voz baja.

—Nada —contesté mordaz.

—No mientas, eso no fue nada —insistió él, sentí su mano sobre mi hombro
y la aparté.

No quería la lástima de nadie, mucho menos de alguien tan pasajero en mi


vida.

—¿Para qué mierda quieres saber? —espeté levantándome de la cama—.


Mi paso por tu vida es efímero, no malgastes tiempo en mí.
Dominic se levantó, me tomó de la mano, me atrajo hacia él y me abrazó.

Su acción me descolocó por completo, era el comportamiento más humano


que había presenciado de su parte.

—No deberías cargar con eso tú sola —me consoló pasando su mano por
mi espalda.

Me separé de él y lo miré:

—¿Sabes por qué en las perreras no les ponen nombre a los perritos? —No
esperé su respuesta—. Para no tomarles cariño. Sé que me llamas Elizabeth
para no crear un vínculo conmigo y no me importa, al final, esto es un
acuerdo y no espero nada a cambio.

Caminé al baño, allí pasaría lo que quedara de la noche.

Puse la mano en la perilla, pero me detuve al escuchar a Dominic decirme


algo.

—Te equivocas, te llamo Elizabeth porque me gusta tu nombre.

No dije nada, solo entré y cerré la puerta.

Me dejé caer hasta el suelo y seguí llorando.

Por unas horas había sido capaz de olvidar el infierno que vivía en mis
sueños. Ahora, Dominic sabía de mis pesadillas.

Eso me puso más triste, ya era bastante defectuosa ante sus ojos, ahora lo
era aún más.

════∘◦✧◦∘════

Dominic.

Fui hasta el baño y levanté mi mano, dispuesto a llamar a la puerta, cuando


la escuché llorar.
¿Contra qué demonios luchaba ella?

Me senté cerca de la puerta y quedé allí, acompañándola en silencio.

Los minutos se convirtieron en horas. Ya no la escuchaba llorar y eso de


algún modo me tranquilizó.

—¿Quieres regresar a la cama? —le pregunté en voz baja.

Creí que, no iba a responder cuando escuché su vocecilla.

—No servirá de nada.

—Lo sé, pero, al menos, es un lugar más suave donde ver el amanecer. —
No tuve respuesta—. No te preocupes por mí, yo me iré a trabajar…

La puerta se abrió y esos ojos que tanto me llenaban de curiosidad se


asomaron.

—Por favor, no te vayas.

Me levanté del suelo y estiré mi mano. Elizabeth la sujetó con algo de duda,
seguía temblando, así que, la tomé en mis brazos y la llevé de regreso a la
cama.

Me acosté a su lado y acomodé su cabeza en mi pecho, mientras rodeaba su


cuerpo con mis brazos.

—Trata de dormir, prometo cuidar tus sueños. —Este tipo de actitud eran
bastante nuevos para mí, supongo que, estaba comprometido con el
contrato.

—No hace falta que finjas —murmuró ella y sonaba cansada,


completamente, derrotada.

—Por favor, no por ser un par de desconocidos cumpliendo un contrato,


quiere decir que, no podamos ser amigos.
Elizabeth levantó la cara y me observó:

—¿Quieres que seamos amigos?

«No lo sé. ¿Quiero?»

—Sí —concluí asombrado por no dudar de mi respuesta.

Me quedé viendo a esa chiquilla que me observaba con incredulidad. Le


creía, esto nunca me había sucedido.

Tampoco era que le hubiese permitido este tipo de acercamiento a muchas


mujeres, pero Elizabeth era diferente, era la única que parecía no querer
tenerme a su lado y eso lastimaba mi orgullo, quizás por eso, la había
elegido a ella.

Era como a especie de reto personal.

Elizabeth regresó a su posición sobre mi pecho y susurró:

—¿No le molesta que le toque?

«No»

—Tranquila, es tolerable. —Deposité un beso en su cabeza y comencé a


tararear una canción de cuna.

—¿Qué cantas? —preguntó Elizabeth con un hilo de voz.

—Es una vieja canción de cuna de la nación —le expliqué.

—¿De qué trata? —Elizabeth alzó la cara y por un segundo me perdí en su


mirada.

«¿Qué te está pasando?», me pregunté mentalmente. «Solo me gusta su


peculiar color de ojos», concluí.

Elizabeth se acomodó de nuevo en mi pecho y comencé a hablar:


—Cuenta la historia de una pareja que se amaba, ellos querían tener un hijo
producto de su ferviente amor, pero después de varios años intentando,
simplemente no lograban. Ella, amando a su esposo y sabiendo que, él
debía tener un heredero, busca una mujer para que cumpla el sueño de su
esposo. Él se había reusado, pero al ser presionado, lo intenta con ella.
Semanas después la esposa se entera de que estaba embarazada, él estaba
dispuesto a deshacerse de la otra mujer, cuando se entera de que ella
también estaba embarazada. —Empecé a acariciar el cabello de Elizabeth,
era tan sedoso como lo había imaginado—. Ambas dieron a luz el mismo
día, pero hubo complicaciones con su esposa y a las pocas horas de tener a
su pequeño, murió. Él tuvo que seguir con sus responsabilidades, pero
jamás dejó de llorar a la mujer que amaba.

Guardé silencio esperando que Elizabeth no lograse entender de quién era la


historia.

—Debió ser horrible perder a la mujer que amaba, encima tener que casarse
con una persona que no amaba —murmuró ella y sonreí.

Claro que iba a entender, ella era muy lista.

—No imagino hacer el sacrificio que él hizo.

Elizabeth me miró:

—Pero, es exactamente lo que estás haciendo —me recordó.

—Lo de nosotros es diferente, yo no estoy enamorado de nadie —le aclaré,


levanté la mano y acaricié su mejilla.

Había dejado de llorar, pero su nariz seguía roja y sus ojos reflejaban esa
tristeza y dolor que había sentido.

—Cierto, además, podemos divorciarnos en cualquier momento —agregó


ella alejándose un poco de mí, pero la tomé y llevé su cabeza a mi pecho—.
Ya estoy más tranquila.
—Vale, solo quédate un poco más —pedí, mejor dicho, supliqué.

Seguí tarareando la canción que solía cantarme mi padre, entre tanto,


acariciaba el cabello de Elizabeth.

Repetí la canción, hasta que, el cielo comenzó a aclarar.

Bajé la cara y noté que, la respiración de mi esposo se había vuelto regular


y calmada.

Una sensación gratificante se instaló en mi pecho, había logrado que


Elizabeth descansara un poco más, había logrado mantener alejadas las
pesadillas.

Con cuidado de no despertarla, la coloqué en la cama y me preparé para


otro día poniéndome al día con la corte, aunque, mi principal intención era
averiguar un poco más sobre su pasado.

Deposité un beso en la frente de Elizabeth y salí de la habitación.

Episodio 18: Cita con el Rey.


Lizzie.

Gruñí, sintiendo que alguien me removía con suavidad.

—Princesa, princesa —escuché una voz femenina.

Me costó un poco entender que, me estaba llamando a mí.

Abrí los ojos y vi a Jena sentada en la cama.

—Debe arreglarse, el Rey espera por usted.

Me incorporé en la cama y vi que tenía tiempo de haber amanecido. Froté


mis ojos tratando de recordar cuándo fue la última vez que había dormido
tanto.
—Ya desperté —aseguré levantándome de la cama.

—No se preocupe, tenemos algo de tiempo. —Jena comenzó a arreglar la


cama—. ¿Tuvo una buena noche?

—Eso creo. —Sentí mis mejillas arder al comprender lo que Jena insinuaba
—. ¿Sabes dónde está mi esposo?

—Escuché que se iba a reunir con el parlamento o algo así. —Observé a mi


doncella y asentí.

Eso quería decir que, estaría ocupado por mucho tiempo.

—Tomaré una ducha rápida. Por favor, no vayas a elegir un vestido.

—Entendido.

Entré al baño, desnudé mi cuerpo y me metí bajo el agua.

Cerré los ojos y dejé que el frío líquido me ayudase a olvidar los últimos
eventos de la noche.

Estaba avergonzada, pero agradecida, tenía mucho, mucho tiempo sin


dormir más de un par de horas seguidas.

El problema, era que, no deseaba encariñarme con Dominic, ya era bastante


complicado lidiar con su juego de seducción, como para enamorarme de un
imbécil que no dudaría en deshacerse de mí.

Terminé de bañarme y llegué a la conclusión de que lo mejor era


concentrarme en hacer el trabajo para el que me habían contratado.

Tomé una toalla y salí del baño.

Me quedé de pie en la puerta viendo que Jena ya había organizado la alcoba


y la ropa que me pondría. Incluso, me estaba esperando con el secador de
cabello preparado para peinarme.
—¿Hice algo mal? —indagó al verme inmóvil.

—No, todo está correcto. —Avancé a la cama, me di la vuelta y me coloqué


la ropa interior sin quitarme la toalla—. No estoy acostumbrada a vestirme
delante de extraños.

—Ah, era eso. —Jena solo se dio la vuelta—. Es normal, pero créame, al
final, se termina acostumbrando.

Quise sonreír, pero no pude, estaba demasiado incómoda como para poder
hacerlo.

Me retiré la toalla y me coloqué el pantalón de gabardina, la camisa blanca


de botones y me calcé unos zapatos de tacón bajo.

—Ya te puedes voltear —murmuré poniéndome la chaqueta.

—¡Qué linda se ve! —exclamó Jena—. Bien, te peinaré y podrás irte a tu


cita con el rey.

Me senté y esperé con calma a que mi doncella me peinara.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Jena no solo me había secado el cabello, me había hecho una coleta baja,
elegante y muy pulcro.

Me observé en el espejo, evitando, mi propia mirada.

—Bien, llévame con el Rey. —Atravesé la habitación y salí.

Avancé por el pasillo con paso firme, hasta que, me di cuenta de que no
tenía idea de a donde me dirigía.

—Debemos bajar —comentó Jena a mi espalda—. Debemos ir hasta el ala


oeste, después de atravesar el jardín.
Descendí con calma, así como lo veía en las películas.

Me daba pena preguntarle dónde exactamente quedaba el jardín, pero había


estado en casas lujosas, no eran como un castillo, aunque, eran lujosas.
¿Qué tan difícil podía ser encontrar el dichoso jardín?

Tomé el primer pasillo a la derecha y caminé con confianza.

Después de varios minutos caminando por los pasillos del castillo, me


detuve frustrada.

—¿Dime qué tan lejos estoy de encontrar el ala oeste? —pregunté llevando
las manos a mi cadera.

—De hecho, estamos más cerca del lado este que del oeste. —Jena bajó la
cara evitando que la viera sonreír.

—¿Te parece chistoso que me pierda?

—No, claro que no —se apresuró en aclarar Jena.

—Sí, sí lo es. —Solté una carcajada y me di la vuelta.

Esta vez dejé que Jena me guiara por el castillo, era evidente que, esa parte
del castillo era la más transitada.

Varios empleados se nos quedaron viendo, otros saludaron a Jena al pasar,


pero todos, absolutamente todos, se me habían quedado mirando.

—No se preocupen, pronto sucederá algo nuevo y usted dejará de ser la


novedad —murmuró Jena deteniéndose frente a una puerta—. Hemos
llegado princesa.

—Gracias por guiarme, puedes retirarte. —Pasé las manos por mi ropa.

—Le prometí al príncipe que…


—No te preocupes, no beberé, ni comeré nada. —Levanté mi mano y di un
par de golpes en la puerta—. Además, no me dijiste que estaba en una
reunión.

La puerta se abrió y la reina consorte apareció con su sonrisa falsa y su


asqueroso perfume.

—Al fin llegas. —Se hizo a un lado y entré con cautela—. Mi esposo lleva
media hora esperándote.

—Lo siento, me perdí en el castillo —me excusé soportando el olor a


guardado que tenía la habitación. Me acerqué a la cama y le hice una
reverencia al Rey—. Lamento haberlo hecho esperar.

—Disculparse no hará retroceder el tiempo —comentó Mathilde de forma


ponzoñosa.

—Mathilde, por favor, déjanos solos —ordenó el rey desde su cama.

La señora me lanzó una mirada fría y salió de la habitación.

—¿Nos quedaremos aquí o saldremos al jardín? —le pregunté al Rey.

—Me encantaría dar un paseo, pero no he salido de aquí desde hace algún
tiempo —comentó él viéndome con esos ojos tan azules como los de sus
hijos.

Parece que, la manzana no cae lejos del árbol.

»Soy Arthur, mi hijo me habló maravillas de ti.

—Me encantaría saber qué le dijo —bromeé. Vi una silla de ruedas al fondo
de la habitación y fui por ella—. ¿Le parece si damos un paseo?

—Soy un viejo enfermo, no tengo fuerzas para andar por allí.

—Usted deje todo en mis fuertes manos. —Lo ayudé a sentarse en la cama,
luego lo sujeté con fuerza y lo coloqué con cuidado en la silla—. ¿Quiere
que vayamos a un lugar en particular?

—Al jardín, puedo verlo desde la ventana, pero no puedo oler las flores y
he querido hacerlo desde hace algunos días.

—Pues vayamos. —Empujé la silla hasta la salida, abrí la puerta y saqué a


mi falso suegro de su habitación.

Lo llevé por el pasillo, hasta que, llegamos a uno de los jardines.

Lo conduje con cuidado hasta uno de los rosales que estaban en el lugar.

—Sin duda, eres una mujer peculiar, noto varias cualidades que mi hijo me
comentó sobre ti, pero quiero escuchar de tu boca. ¿Quién eres Elizabeth
Carter?

Tomé una rosa, le quité las espinas y se la di al rey.

—Soy una mujer trabajadora, honesta y leal —contesté poniéndome


nerviosa.

—Como dije: eso puedo verlo, pero quiero ver más allá de lo que todos
podemos ver.

—No creo que, una persona sea capaz de conocerse a sí misma del todo. —
Organicé mis ideas, no deseaba ser evasiva, pero, no pienso que decir que
era una simple plebeya que se ganaba la vida bailando y limpiando, fuera de
su agrado—. Los humanos tenemos la capacidad de adaptarnos a casi todo,
puedo ser una persona hoy y dependiendo de las circunstancias en la que
esté viviendo, podría adaptarme y ser otra.

—Sí, pero debe quedar la esencia más pura de ti —declaró el rey.

—Supongo que, sí. —Quedé frente al Rey y proseguí—. Sin embargo,


puedo responder por la persona quien creo ser ahora, una mujer honesta,
leal y trabajadora. Aunque, no sé quién seré en el futuro.
Mentí, yo sí sabía quien sería en el futuro. Una mujer que pronto regresaría
a su vida de plebeya.

El rey sujetó mis manos entre las suyas.

—Dominic es mi más grande tesoro, es el fruto de un amor puro. Perdió a


su madre y traté de protegerlo, traté de darle todo el cariño que ella hubiera
querido darle.

—Hizo un gran trabajo.

—Lo sé, pero basado en lo que te dije, debes comprender que, no dejaría
que, cualquier mujer se quede a su lado. ¿Qué te hace especial a ti?

—No lo sé, señor. —Alcé la mirada—. Yo no me considero nada especial.

Arthur me sonrió, aunque, fue una sonrisa algo triste.

—Elizabeth, ¿amas a mi hijo?

Tragué saliva, no deseaba mentirle a un hombre enfermo, pero… Bajé la


mirada y respondí:

—Sí.

—¿Qué te gustó de él?

Sonreí.

—Me gusta que sea un hombre con determinación, inteligente…

—Estoy muriendo —me cortó el Rey—, no sé cuanto tiempo me queda de


vida y quiero saber si tú cuidarás de mi hijo.

—Lo haré, aun cuando su testarudo hijo no desee que lo haga —prometí.

—Entonces, responde con honestidad: ¿Qué fue lo que te enamoró de mi


hijo?
Cerré los ojos y me preparé para ser lo más honesta que podía de acuerdo a
la situación en la que estábamos.

—Cuando su hijo me mira, mi corazón late con más fuerza, mis manos
tiemblan y mi mente se nubla. Me gusta cómo poco a poco vamos
descubriéndonos y dejando caer las murallas que nos rodean, me encanta
que, sea servicial, que se preocupe por usted y su pueblo. —Abrí los ojos—.
De un mundo lleno de personas, siento que él, es la persona que más me
comprende y que más me complementa.

Me sentí orgullosa de haber sido sincera, al menos, esto quedaría entre mi


suegro y yo.

—Veo que, elegiste bien a tu esposa —comentó el Rey viendo a alguien a


mi espalda.

Episodio 19: El peso de la corona.


Lizzie.

Me tensé y lancé varias maldiciones mentales.

Sabía que, él había escuchado todo, qué mal momento para ser honesta.

Sentí la mano de Dominic posarse en mi cintura, con firmeza me pegó a su


cuerpo y me susurró:

—Si te hago sentir todo eso sin tocarte, imagina si te follo.

Tosí alejándome un poco de mi esposo.

—Amor, pensé que, estabas en una reunión —comenté arrugando la nariz.

—Y lo estaba, pero quería saber cómo iban las cosas entre ustedes. —
Dominic se acercó a su padre y se agachó quedando casi a su altura—.
Tenía entendido que, no podías salir de tu habitación.
—Es descortés rechazar la invitación a dar un paseo, principalmente, si la
dama es hermosa como una tarde de otoño —respondió el Rey buscando mi
mano. Me acerqué y se la di—. Ahora, cuéntenme: ¿Cómo se conocieron?

Mi corazón comenzó a latir de prisa y muy fuerte. Miré a Dominic, pero él


estaba calmado y listo para hablar.

Tomé una respiración y cerré los ojos, no habíamos coordinado ese pequeño
detalle, a pesar de mis insistencias.

—Fue en el campo de batalla —reveló y abrí los ojos—. Estaba en la


enfermería después de… —Dominic se tocó la cicatriz que tenía en la cara
—. Bueno, allí estaba ella, con su sonrisa amable y sus cuidados.

—Ah, eres enfermera —manifestó el Rey, viéndome—. Eso explica la


seguridad al sacarme de la habitación.

—B-bueno… Yo no diría enfermera, era más una practicante, pero una muy
mala y torpe, por eso solo limpiaba heridas —balbuceé atravesando con la
mirada a Dominic, no tenía idea de a dónde iba con esta maldita historia y
debía actuar como si supiera.

—Lo importante fue que la atracción fue instantánea, a medida que me


recuperaba más se fortalecía nuestra relación. —Sonreí como se supone que
lo haría una esposa enamorada y tomé su mano, aunque, al sentir cómo se
tensaba, pensé que, había cometido un error. Sin embargo, mi señor esposo
se volteó a verme y agregó—. Al verla, supe que, ella era la mujer de mi
vida.

—Entiendo, hiciste bien al no dejarla escapar —expresó el Rey.

—Fue muy listo —comenté con sarcasmo.

Debía admitir que, estaba realmente sorprendida con la hábil respuesta de


Dominic. Si supiera que, me gustó la historia que inventó.
Dominic tomó la silla de su padre y comenzó a realizar el camino de
regreso.

Después de unos minutos en silencio, llegamos a la habitación del rey.

Fui testigo de cómo la tristeza se apoderaba de mi falso suegro y entristecí


con él.

Siendo honesta, la habitación era terriblemente negativa. ¿Cortinas negras?


¿Es un chiste? Además, el cuarto guardaba un olor poco agradable.

¿Acaso esperaban la muerte natural del rey o causarla?

Dominic ayudó a su padre a instalarse en la cama y sonreí genuinamente.

Ese hombre sería un completo imbécil, pero era capaz de sentir todo el
amor que le tenía a su padre.

—Elizabeth, hazme un favor —comentó el Rey cuando ya estaba instalado


en su cama.

—Dígame, su majestad. —Bajé la cara en señal de respeto.

—En privado, puedes decirme Arthur —manifestó mi falso suegro y volteé


a ver a Dominic, pero él solo observaba a su padre—. Ve a mi armario,
detrás del espejo hay una bóveda, ábrela y tráeme la caja que está dentro.

—¿La bóveda tiene código? —indagué con una sonrisa.

—Sí, la fecha de nacimiento de tu esposo. ¿Te la sabes verdad?

—Por supuesto. —Miré a Dominic—. Ya vuelvo.

Entré al dichoso armario y con manos temblorosas saqué mi teléfono.

Busqué la fecha de nacimiento de Dominic y suspiré cuando la información


apareció en la pantalla de mi teléfono. Con prisa moví el espejo y metí el
código en el panel numérico.
La caja se abrió y suspiré aliviada, tomé su contenido y regresé con mi
señor esposo y su padre.

—Aquí tiene. —Puse la caja en las manos del Rey.

—Desde que te tuve en mis brazos supe que, tú, serías mi sucesor. —Arthur
abrió la caja—. Estas son las coronas que tu madre y yo usamos en nuestra
juventud.

Bajé la cara avergonzada de que mis mentiras me hubiera llevado a poseer


una corona, temporal, pero corona al fin.

»Hijo. —Dominic se acercó a su padre y se inclinó dejando que este pusiera


sobre su cabeza esa joya que combinaba con sus ojos—. Sé que eduqué a un
gran hombre, espero que, en tus manos, el reino florezca.

—Lo juro.

—Elizabeth —me llamó y me quedé congelada donde estaba—. Por favor,


acércate.

—Señor… —Dominic tomó mi mano y me llevó delante de su padre.

—Las personas piensan que, el trabajo duro lo tiene el rey, pero en realidad,
la reina se lleva la peor parte. —Me incliné delante de Arthur—. Solo te
pido que, no olvides tu promesa.

Sentí el peso de la corona recaer en mi cabeza y tuve ganas de huir lejos de


allí. No por la corona, sino por la promesa que sabía no podría cumplir.

—No lo haré —aseguré levantando la cabeza.

—Les aseguro que, no será un camino fácil, pero con amor, todo es posible
—declaró el Rey.

—No te defraudaré —manifestó Dominic.


—Lo sé, no te dejaré hacerlo —murmuró Arthur—. Ahora, llévate a tu
esposa a la habitación, antes de morir quiero cargar a mis nietos.

Sentí mis mejillas arder, pero el imbécil de Dominic me tomó la mano y la


besó:

—Espérame aquí, iré por la enfermera de mi padre. —Salió de la


habitación.

Me acerqué al Rey y tomé sus manos.

—Su alteza…

—Dime Arthur.

—Cierto. —Sonreí avergonzada—. Acabo de llegar y me interesa conocer


más de la historia de este hermoso lugar. ¿Le importa si vengo a visitarlo?

—Muchacha, puedes venir las veces que desees.

—Gracias. —Bajé la cara, temiendo no meter la pata—. También quería


pedirle permiso para renovar un poco su habitación.

—Tienes mi completa autorización —afirmó el Rey.

Tenía pensando hacerle un par de cambios a este lugar, comenzaría con


quitar esas horribles cortinas negras.

»Elizabeth, debes saber que…

Dominic entró seguido por una mujer que, apenas me miró, sus ojos fueron
a mi cabeza.

—Señor, ¿iba a decir algo? —inquirí viendo a mi falso suegro.

—Lo haré la próxima vez que nos veamos —prometió Arthur.

—Mi amor. —Dominic estiró su mano—. Dejemos a mi padre descansar.


—Por supuesto. —Me acerqué a él y tomé su mano.

Salimos de la habitación y caminamos un par de metros, esperé con


paciente a estar lejos de la habitación del Rey y pregunté en voz baja:

—¿Por qué dijiste que era enfermera?

—Porque eres muy torpe para ser militar.

—¿Te das cuenta de que tu padre está enfermo y que si me piden ayuda no
podré hacerlo? —Estaba irritada—. La historia fue linda, pero, ¿no pudiste
ponerme como la que limpiaba y cambiaba las sábanas?

—Por mi padre no te preocupes, tiene al mejor equipo médico a su


disposición.

—Gracias a Dios, estaría perdido si su salud queda en mis manos. —


Expulsé el aire de mis pulmones—. Por cierto, vendré a visitarlo mañana y
deseo cambiar el ambiente de esa horrible habitación.

Dominic se detuvo y me atravesó con su mirada.

—¿Hice algo mal? —indagué nerviosa.

—Al contrario. —Dominic me abrazó.

No mentiré, su cambio de actitud me había tomado por sorpresa y una


agradable.

»Has logrado salvar a mi reino —murmuró mi señor esposo en mi oído.

—Bueno. —Puse distancia entre nosotros—. Hasta que no se realice la


coronación todo puede cambiar.

—Tiene razón, le pediré a Emilio que, organicé un baile.

—¿Baile?, ¿para qué?


—Es hora de que el reino sepa quien será su futura reina —comunicó
Dominic separándose de mí y viéndome fijamente.

Arrugué la frente y negué con la cabeza:

—Nunca he ido a un baile.

—Pues que, honor ser el primero que te lleve a uno. —Dominic me sonrió y
juro que, si no sintiera el peso de la corona en mi cabeza, juraría que estaba
soñando.

—Dominic. —Emilio se acercó y estiró su mano—. Me alegra verte con esa


corona en la cabeza.

—Gracias, pero mi esposa me ha recordado que, todavía nos queda camino


por recorrer. —Dominic se alejó un poco de mí, le comentó algo a su
asistente en voz baja y me miró de nuevo—. Puedes conocer el castillo si lo
deseas, en un rato iremos a comprar el vestido para el baile.

—De acuerdo —vacilé viendo a Emilio.

—Jena está en la cocina —comentó el asistente de mi esposo.

—Ve por ella, nosotros te esperamos en mi despacho.

Emilio asintió y se marchó.

Dominic tomó mi mano y besó su dorso:

—¿Me permite caminar a su lado? —Sonreí ante su manera de expresarse.

—Sí, solo si promete controlarse.

—No puedo prometerle nada, ya que, deseo poseer su cuerpo y llenar su


boca de… —Dominic guardó silencio cuando vimos a Mathilde caminar
hacia nosotros.
Los zapatos de la doña rechinaban en el suelo, su expresión era furiosa,
aunque, perdió el color de su cara al ver las coronas sobre nuestras cabezas.

—Sabía que, tu padre no le daría una oportunidad a Logan.

—Lo lamento, el rey tomó una sabía decisión —habló Dominic.

—Supongo que, debo felicitarlos.

—¿Por la boda o por la pronta coronación? —inquirió Dominic en tono de


burla.

—Por la primera. —Mathilde se acercó a mi esposo y él me colocó detrás


de él, fue un gesto sutil, pero no pasó por desapercibido—. Ya que, no se
pueden contar los pollitos antes de nacer.

—Quieras o no, pronto seré tu rey —la confrontó mi esposo.

—Eso, está por verse. —Mathilde clavó su mirada en mí por unos segundos
y continuó con su camino.

Dominic tiró de mi mano y avanzó por el pasillo con dirección a la cocina.

—Esa mujer me da escalofríos —comenté, mientras trataba de seguirle el


paso a Dominic—. Espera un poco, tengo piernas cortas.

—Debo ir a una reunión, pero. —Dominic me sujetó la cara—.


Almorzaremos por fuera.

—¿Me explicarás qué sucede?

—Lo haré. —Dominic depositó un casto beso en mis labios y se marchó.

Episodio 20: A merced de la reina.


Lizzie.
Vi a mi señor esposo desaparecer y me dispuse a entrar a la cocina, pero me
topé con Jena saliendo.

—Justo iba a buscarla —comentó serena, pero cuando notó la corona en mi


cabeza. Hizo una reverencia—. Felicidades, su alteza.

Me quedé viendo a Jena sin saber qué decirle. Después de unos segundos de
meditación, solo pronuncié en voz baja:

—Gracias, supongo.

—Emilio me comentó que: usted deseaba conocer el castillo. ¿Es correcto?

—Sí, no es agradable no tener idea dónde queda nada. ¿Hay alguna


biblioteca?

—5 de hecho. —Jena sonrió—. 2 amplias galerías, 1 gigantesco salón de


baile, 2 comedores, puedo seguir, pero mejor los vamos descubriendo.

—Maravilloso. —Respiré tratando de calmarme—. Empecemos por la


cocina.

Di varios pasos, pero Jena me tomó del brazo con sutileza.

—Lo siento, su alteza, pero deberíamos comenzar por otro lado —sugirió
en voz baja.

—¿Qué hay en la cocina que no quieres que vea? —inquirí. Sabía que, no
era la reina, esa ya había vomitado su veneno. Ante el silencio de mi
doncella, le ordené con firmeza—. Dilo de una vez.

Jena me llevó varios pasos lejos de la entrada de la cocina y comentó:

—La Duquesa Ivy es una mujer muy cruel…

—¿Quién es Ivy? —indagué cansada de no saber nada.

—La prometida de su cuñado —reveló Jena nerviosa.


Fruncí el ceño, luego lo relajé, se me había olvidado que, Dominic tenían
un medio hermano muy parecido a él.

—Me da igual quién sea, además, yo soy quien lleva la corona en la cabeza.
—Le guiñé un ojo a Jena y fui a la cocina.

Dios era testigo de que no me gustaba buscar pelea, pero tampoco me


escondía como si debiera algo.

Entré y vi a dos mujeres del servicio arrodilladas en el piso, delante de otra


mujer; debo decir que muy bonita. Otras de sus compañeras estaban de pie
con la cabeza baja.

La sangre me hirvió y por primera vez en toda mi vida tenía ganas de tirar
del cabello de esa mujer.

—¿Qué está pasando? —pregunté dirigiéndome a las mujeres en el suelo.

—Te doy la oportunidad que te retires, si no vas a acompañar a esas dos


desgraciadas en el suelo —contentó la mujer sin tomarse el tiempo de
verme.

—Levántense del suelo —ordené a las mujeres y sus compañeras que ya


habían visto la corona en mi cabeza, les ayudaron.

—¿Qué creen que hacen? —vociferó Ivy volteando a verme. Su rostro


perdió el color y sus manos temblaron, aunque, algo me decía que, no por
miedo, sino por furia.

—¿Cuál fue el delito cometido por esas mujeres? —indagué asegurándome


de tener la espalda recta.

—Una de ellas le echó azúcar a mi té.

—Por favor —bufé esbozando una sonrisa—. Creí que, era algo más grave.

Pensé que, una de ellas la había intentado apuñalar con una lata oxidada,
pero, ¿azúcar en el té? Vaya estupidez.
—Es algo grave —comentó Ivy.

—¿Eres diabética?

—No.

—¿Entonces?

—Estoy haciendo una dieta y…

—¿Dieta? ¿Todo este show es por una dieta? —Me acerqué a ella—. A
diferencia de ti, que aparentemente, no tienes nada que hacer más que
fastidiar a los empleados del castillo. Esas mujeres deben hacer la comida,
limpiar y organizar.

—Sí, pero…

—Vete de la cocina, no te quiero por aquí —declaré evaluando a las


empleadas.

Suena patético, pero me había vuelto una experta en evadir las miradas
fijas.

—¿Te crees mucho por llevar esa corona en la cabeza?

—No, cualquier persona con un corazón dentro de su pecho se hubiera dado


cuenta de que todo esto es ridículo. —Fui hasta las empleadas y les ordené
amablemente—. Por favor, vuelvan a sus labores.

Ver a esas mujeres en el suelo, realmente, me había hecho sentir mal,


quizás, porque, lo sentía como un ataque personal.

Las mujeres se movieron de prisa y en pocos segundos la cocina había


quedado completamente vacía.

Miré a Jena que, seguía en la entrada con la cabeza baja.


Avancé un paso hacia mi doncella, pero la mano de Ivy se cerró en mi
brazo.

—Disfruta de ese poder, mientras lo tengas, porque te aseguro que, no lo


vas a conservar por mucho tiempo.

—¿Es idea mía o estás cuestionando la decisión del Rey? —indagué


soltándome de su agarre.

—N-no, por supuesto que, no —balbuceó Ivy retrocediendo un paso—.


Solo digo que, no eres de este reino, el pueblo se volverá en tu contra y te
sacarán de aquí, tal vez te dejen conservar la cabeza sobre tus hombros.

Sonreí ante su amenaza.

—Hay que estar realmente desesperado para amenazar a tu futura reina,


dentro de la casa del propio Rey. —Levanté la mirada y la vi directo a los
ojos—. Pero, te comprendo, si Arthur ya tomó su decisión, dejas de serle
útil a tu prometido

—No es cierto, Logan me ama.

—¿Te ama? —Arrugué la cara y abrí las manos—. ¿O solo te necesitaba?

—A diferencia de ti, yo sí poseo mis propios títulos. —Ivy enderezó su


espalda—. Yo soy la duquesa de…

—Cariño, hasta yo sé qué reinado mata ducado. —Me incliné un poco hacia
ella y dije en voz baja—. Ha sido divertido hablar contigo, pero si fuera tú,
iría a ver si sigo siendo la prometida del rey de nada.

Deposité un beso en su mejilla y salí de la cocina.

Ok, debía admitir que, ser la persona con más poder en una habitación era
divertido.

Mi doncella me siguió por el pasillo, como siempre, a un par de pasos


detrás de mí.
Fui hasta las escaleras y subí con dirección a mi dormitorio.

En el camino nos encontramos a varios empleados del castillo, supongo


que, en un sitio como este, era imposible no toparse con alguien.

Me detuve en la entrada de mi habitación y miré sobre mi hombro:

—Espérame aquí.

Jena asintió y crucé el lumbral del cuarto.

Fui hasta mi mesa de noche, allí había guardado mi teléfono nuevo, lo


saqué y activé la línea.

No estaba segura de por qué había comprado un celular nuevo, tampoco


sentía que, tenía nada que ocultar, pero había una fina línea entre mi vida
pasada y mi presente.

No quería causarle más problemas a mi familia.

Puse mi teléfono personal en silencio y lo guardé en la cinturilla de mi


pantalón, el otro lo guardé en el bolsillo.

Fui hasta el espejo y revisé mi atuendo.

Tenía ganas de conocer el castillo, pero sentía que, era frívolo de mi parte,
recorrer el lugar, creyéndome la dueña y señora, cuando sentía que había
cosas más importantes.

Así que, me sentaría en el despacho de mi señor esposo y me pondría a


investigar cómo darle un aspecto más agradable a la habitación de Arthur.

Regresé al pasillo y me encontré a Jena frente a la reina.

—Su majestad. —Hice una reverencia—. ¿Se le ofrece algo?

—Princesa, ayer, cuando le pedí a mi doncella guardar el juego de té que


saqué para nuestro encuentro, me comentó que, una de las tazas se había
caído al suelo rompiéndose en mil pedazos. —Trague saliva—. Asumo que,
sabes lo que le sucedió.

—Soy muy torpe, fui a ponerle azúcar y ella solo resbaló de mis manos.

—Se resbaló… —repitió lentamente. Supe que, ella sabía que, estaba
mintiendo—. Pues, quiero mi juego completo.

Fruncí el ceño.

—¿Quiere que le compre uno? —cuestioné sin entender qué se proponía.

—No, no tienes el dinero para pagar un juego como ese.

—¿Entonces…?

—Acabo de comprar uno, pero no puedo ir a la ciudad a retirarlo y dentro


de unas horas vendrán los padres de Ivy de Rothesay.

—Su alteza, me temo que, no entiendo lo que me solicita.

—Elizabeth, quiero que, vayas a la ciudad y busques el nuevo juego de té,


mientras yo me preparo para atender a los padres de mi futura nuera.

Miré a Jena.

Un mal presagio se instaló en mi interior.

—Yo iré con la princesa —comentó Jena.

—Niña, tú haz lo que quieras —expresó Mathilde de forma despectiva—.


Mandaré a mis mejores guardias contigo. Te esperarán en 5 minutos en la
entrada del castillo.

—¿Por qué debo ir yo? Según me parece, cuenta con los mejores guardias
del castillo.

—Porque, ellos no rompieron mi taza. —La doña me miró—. 5 minutos.


—En este momento no puedo ir —dije con firmeza.

—Veo que, todavía no lo entiendes. —Mathilde avanzó un paso hacia mí y


fue bastante amenazante—. Puedes que, tengas esa corona en la cabeza,
pero la reina sigo siendo yo. —Golpeó mi hombro con su dedo—. Si digo
que, vas a buscar mi juego de té. Tu deber es cumplir mi orden.

Abrí la boca para decirle sus verdades, pero Jena negó enérgicamente con la
cabeza.

—Parece que, no tengo opción —murmuré bajando la mirada.

—No, no la tienes. —Mathilde se dio la vuelta y se marchó tarareando una


canción.

Me quedé en silencio viendo cómo la bruja desaparecía.

—Debería ir con su esposo y decirle lo que acaba de pasar —murmuró


Jena.

—No, él ya tiene bastante con que lidiar.

—Igual no debería ir —murmuró Jena.

—Lo sé, pero debo hacerlo, no viste lo que dijo.

—Puedo ir yo en su lugar.

Negué con la cabeza, parece estúpido, pero algo me decía que, no solo iba a
la ciudad por un maldito juego de té, aunque, era más ridículo jugar un
juego sin saber las reglas.

Sin embargo…

—Espérame en la entrada, yo debo hacer algo antes de marcharme.

Me eché a caminar escaleras abajo.


Sabía que, algo así, pasaría, aunque, esperaba de corazón que, solo fuera
una estrategia de parte de la reina para intimidarme y no algo peor.

Episodio 21: Reino de mentiras.


Lizzie.

Llegué a la entrada del castillo usando una capa con capucha.

Jena me miró y se extrañó de mi apariencia, pero no dijo nada, solo me


abrió la puerta del vehículo y subí a bordo.

—Muévete, no tengo tiempo que perder —le ordené al chofer.

—¿Sucede algo? —indagó Jena en voz baja.

—Sí, pero te lo diré en su momento.

Al final, nerviosa y con las manos temblorosas, había ido a buscar a


Dominic, pero después de unos segundos me di cuenta de que no sabía en
dónde estaba metido, así que, tuve que improvisar.

El vehículo se puso en marcha y me quedé mirando la ventana.

Estaba tan tensa que ni siquiera pude disfrutar del paisaje, solo me
concentré en tratar de aprenderme el camino.

«Recto 4 cuadras, giro a la derecha, avanzamos dos calles,


izquierda…», narraba en mi cabeza.

Me enfoqué en respirar y no quitar los ojos del camino.

El viaje había sido corto, quizás, unos 15 o 20 minutos, a lo mucho, pero


después de varios giros, había logrado comprender que, estábamos metidos
en un laberinto.
Mis niveles de estrés fueron en aumento y llegué a la conclusión de que,
salir del castillo fue un error. Claro, pero era tan soberbia que, pensé poder
con este asunto, sin ayuda.

—Su alteza llegamos —comentó el chofer de manera estoica.

—¿Quién te crees? Mejor dicho. ¿Quién piensas que soy? —Miré al frente
—. Bájate y ábreme la puerta.

—Como ordene su majestad —respondió el empleado de la reina en tono de


burla.

—¿Sabes donde estamos? —le pregunté a Jena y ella asintió, y por la cara
que puso, entendí que no era un lugar muy seguro.

Apenas cerró la puerta de su lado, me quité la capa y se la di a mi doncella.

»Póntelo —le ordené a Jena—. Mantén la cabeza baja, camina con firmeza
y asegúrate de decirle que, te lleve hasta la tienda.

—¿Tú qué harás?

—Regresar al castillo.

—¿No se darán cuenta de que no soy tú?

—Es lo más seguro, de hecho, cuento con eso. —La puerta se abrió y dije
en voz alta—. Espérame en el auto.

Jena se acomodó la capucha y salió del vehículo.

—No te quedes allí parado, llévame a la tienda. —Jena cerró la puerta y me


sorprendí de su actuación.

Mientras esperaba que se alejasen, solté mi cabello y lo alboroté un poco,


asegurándome de que una parte me tapase la cara y abrí el GPS de mi
teléfono, pero no llegaba la suficiente señal para que me diera los datos
correctos.
Era eso o simplemente estaba en una zona que no aparecía en el mapa.

Esperé un poco y bajé del auto.

Sin la capa, me sentía expuesta, aunque, evité salir corriendo, solo caminé
con calma y con un paso medianamente apresurado.

Después de todo lo que me pasó, me convencí de que, era fuerte y podía


enfrentar cualquier situación. Ahora, me daba cuenta de que solo fui una
persona tonta e ingenua.

Sentí que me seguían y miré sobre mi hombro, pero no logré ver a nadie.

Revisé de nuevo el GPS y todavía no me decía en dónde estaba metida.

Había pocas personas pululando en la calle, aunque, no me generaban la


confianza suficiente para pedirles alguna dirección.

Vi un par de negocios abiertos y seguí de largo, sabía que, cuando estabas


en una zona peligrosa, parecer que no conoces dónde estabas, era el
llamado para que las personas malas te hicieran daño.

No sé cuantas veces giré o cuantas llegué a la misma calle, pero en algún


momento, llegué a otro lugar y me asusté al no ver personas allí.

Comprobé la señal de mi teléfono y seguía siendo una porquería.

De pronto, escuché un ruido y miré sobre mi hombro; no vi a nadie, pero


logré ver la sombra que, se reflejaba en el suelo.

Vi la hora y maldije, pasaban por mucho del mediodía. ¿Cuánto tiempo


había estado caminando?

Me avergonzaba admitirlo, pero estaba perdida.

Seguí caminando fingiendo que no había visto nada. Avancé varias calles,
seguía sintiendo que me seguían, así que, tomé mi teléfono y le levanté un
poco para usarlo de espejo retrovisor.
Solté una pequeña risita, al percatarme de que estaba sola y probablemente,
estaba enloqueciendo.

Pero, la sonrisa se me borró de la cara cuando vi que, en efecto, dos


hombres caminaban unos metros detrás de mí, avanzaban un par de pasos y
se ocultaban.

«Coño e’ su madre», maldije en mi cabeza.

No me quedaba otra opción que, llamar a mi señor esposo.

Marqué su número y después de varios tonos, él colgó la llamada.

«Mierda, mierda, mierdaaaaa», grité en mi cabeza.

Normalmente, no lo hubiera llamado más, pero estaba en un asunto de vida


o muerte; supongo.

Así que, me concentré en seguir llamando y caminando.

Giré por una calle y corrí un poco para llegar pronto y dar la vuelta, pero
antes de llegar a la siguiente esquina, escuché los pasos de los sujetos.

Ahora sabían que, yo sabía de ellos.

════∘◦✧◦∘════

Dominic.

Escuchaba con atención el último informe trimestral de mis tierras.

Tenía una ligera idea de cómo estaban las cosas, pues, a pesar de no estar
presente en mi nación, siempre estuve a cargo y muy pendiente de mis
responsabilidades.

Obvio, todo hubiera sido más complicado, si no hubiera tenido la gran


ayuda de Emilio.
—La propiedad de… —Una llamada interrumpió a mi contador.

Era Elizabeth desde su nuevo teléfono. ¿Por qué había comprado un nuevo
celular?

Negué con la cabeza y rechacé la llamada.

—Me disculpo. —Otra llamada entrante, la cual rechacé de nuevo—. Por


favor prosiga.

—Ha crecido un…

Rechacé de nuevo la llamada.

—Es mi esposa, le dije que la llevaría a comer, pero llevo varias horas de
retraso. —Los hombres de la sala rieron.

—Mujeres, no tienen idea de las obligaciones de los hombres —comentó


uno de mis administradores.

—La mía no es buena en matemática, pero sabe cuál es mi tarifa de trabajo.


—Más risas.

Otra llamada nos interrumpió.

—Su alteza, si no quiere enfurecerla más, es mejor que atienda esa llamada
—sugirió Pussett mi contador.

—No, después le llevo flores —manifesté rechazando de nuevo la llamada.

8 veces seguida me había llamado esta mujer.

—Como iba diciendo… —Mi celular comenzó a sonar de nuevo.

Expulsé el aire lentamente, mientras atendía la llamada.

—Elizabeth…
—Dominic, me persiguen —sollozó ella.

—¿De qué me hablas? —indagué sintiendo mi corazón empezar a latir con


más fuerza.

—Salí del castillo, salí y llevo horas caminando en círculos, no tengo idea
de dónde estoy y dos hombres me han estado persiguiendo. —La escuché
llorar.

—Voy por ti, no cuelgues la llamada —hablé bajando la voz y poniendo la


mano sobre mi boca, la preocupación inundó mi pecho y supe que, si
alguien le tocaba un solo cabello a mi esposa, alimentaría los cerdos con sus
cadáveres—. Solo sigue hablando.

Me levanté de la silla de un salto y miré a mi asistente y a los presentes en


la reunión.

»La reunión ha llegado a su fin, Emilio, corre y prepara mi moto.

Emilio no chistó, solo se marchó a cumplir mi orden.

Salí de la habitación caminando a paso acelerado.

—Dominic, lo lamento, no debí salir. —Elizabeth no paraba de llorar.

—Eso lo hablaremos luego —gruñí furioso—. ¿Dónde estás?

—¡No lo sé! ¿Qué parte del que estoy perdida no entendiste? —respondió
en voz baja.

—Dime que ves a tu alrededor —indagué clamando paciencia.

—Una calle vacía, varios negocios cerrados.

Llegué a la entrada de mi casa, vi a Emilio acelerando mi moto.

—Escucha necesito nombres, los malditos nombres de los locales —


vociferé perdiendo la calma.
—¿Qué está pasando? —indagó Emilio.

—Elizabeth está en problemas. —Subí a la moto.

—Déjame ir por ti —manifestó queriendo subir.

—No, quédate y trata de averiguar por qué salió del castillo.

Salí a toda prisa.

—Veo una tienda, pero es muy vieja y no leo el nombre —hablaba


Elizabeth y podía escuchar lo asustada que estaba.

La culpa de que ella estuviera en toda esa situación, era mía. Por no hablar
con ella, no advertirle que, este no era un puto cuento de hadas.

—Dime, cuál es.

—No logro verlo bien, la fachada está muy deteriorada.

—Bien, solo sigue caminando —le ordené.

—Espera, creo que, dice… —Aceleré—. Capti onis, no sé, tal vez son dos
palabras.

Me quedé pensando.

—¿Puede ser Captivum passionis?

—Sí, aunque, no estoy segura.

—Ya sé dónde estás, solo…

—Oh, no. —Retuve el aliento—. Dominic, quedé atrapada en un callejón


sin salida.

Episodio 22: Caballero dorado.


Lizzie.

Era una estúpida, una tonta, una imbécil. ¿Cómo se me había ocurrido
seguirle el maldito juego a la reina?

¿Cómo se me había ocurrido doblar en esa esquina en lugar de seguir de


largo?

—Dominic, ya saben que estoy aquí —susurré escondida detrás de un


container de basura.

Sí, en el efímero momento que tuve, había revisado si el edificio tenía


escaleras de incendio, pero había descubierto que, no había salida.

Solo era cuestión de tiempo para ser encontrada por esos tipos.

—Ya sé dónde estás, yo estoy… —La llamada se colgó y mi corazón se


detuvo.

Verifiqué y efectivamente, me había quedado sin señal.

«Eres una idiota, estúpida, soberbia y tonta», sollocé en mi cabeza. Mi


cuerpo temblaba sin control alguno y mi cabeza solo podía pensar en mi
familia, en todos los problemas que les causaría.

Las lágrimas seguían corriendo libremente por mi mejilla.

Con cuidado de no ser vista, me asomé un poco y vi un auto detenerse en la


entrada del callejón, un hombre bajó y lo rodeó, mientras su compañero se
había quedado vigilando. El que se había quedado dijo algo y ambos
miraron en mi dirección.

Ambos hombres comenzaron a caminar hacia mí y supe que, no había


salida.

Cerré mis ojos y como siempre esperé lo peor.


—Aquí estás. —Sentí un hombre tomarme del cuello de mi camisa y
levantarme de manera salvaje del suelo. Sentí cómo me arrebataron el
celular de la mano y lo hicieron pedazos contra el pavimento.

El sujeto me colocó en el piso, me sostuve de pie, aunque, casi pierdo el


equilibrio.

—Abre los malditos ojos —gritó otro hombre y me tomó con fuerza la cara.

—¿Qué es lo que quieren? —indagué sin abrir los ojos.

—Que abras los ojos —respondió uno.

—No. —El otro levantó su mano y me abofeteó, el golpe fue tan fuerte que
caí al suelo.

Llevé mi mano a la cara y sin poder posponerlo más abrí los ojos.

Frente a mí estaban dos hombres, altos, robustos y realmente parecían ser


despiadados.

—¿Qué tal princesa? —Ambos hicieron una estúpida reverencia—. Navaja


y Verde para servirle.

—¿Qué quieren? —Traté de sonar con autoridad, pero mi voz salió rota y
temerosa.

—Nos han enviado para darte un paseo exclusivo por la ciudad —comentó
Navaja y su colega soltó una risa.

—N-no q-quiero —balbuceé temblando.

—No tienes opción. —Verde, era más bajo que su compañero, pero por
mucho más aterrador. Dio varios pasos hacia mí y bajé la mirada.

Sin poder evitarlo, mi mente fue a aquella maldita noche donde me congelé
al ver a esos tipos en mi habitación, pero lo que más me torturaba era que
después del primero, solo me petrifiqué, dejé de luchar creyendo que, sería
mejor; no lo fue.

Pero, me había prometido que, no me rendiría jamás.

Mi respiración se volvió trabajosa, pero estaba decidida a pelear.

Me apoyé sobre mis manos y empecé a patalear.

—Zorra —vociferó Verde cuando le pegué en la cara con mi pie.

—Dejarás que una mujer te gane —se burló Navaja logrando enfurecer más
a su compañero.

—Claro que, no. —Puso su pie sobre mis piernas, dejándome inmovilizada
por unos segundos e hizo presión logrando hacerme daño—. Te tengo.

—¿Seguro? —Tomé su cara y clavé las uñas con fuerza.

—Desgraciada. —Verde me pegó una patada que me sacó el aire.

—Basta, me harté. —Navaja intervino cansado de la pelea, acortó la


distancia, me tomó del cabello y empezó a arrastrarme al auto.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —grité retorciéndome.

—Eso no sirve de mucho por aquí. —Verde se quedó parado viendo la


escena con la mirada cargada de sadismo.

Tomé su pierna y el hombre cayó al suelo, me levanté de prisa y le pegué en


las bolas.

Salí corriendo, pero su compañero se lanzó sobre mí y caímos al suelo.

—Te arrepentirás. —Me dio la vuelta, se subió sobre mí, asegurándose de


inmovilizar mis brazos con sus piernas.
—Asesinarte. —Su mano se cerró sobre mi cuello y apretó sonriendo
aterradoramente—. No estaba en los planes, pero…

Un arma en su cabeza silenció sus palabras.

—Quita tus manos de mi esposa. —Dominic apareció en mi campo de


visión, su mano libre fue a mis ojos y los cubrió.

Escuché un ruido seco y el peso del tipo desapareció.

Dominic retiró su mano, pero no abrí los ojos.

Agudicé mi oído y oí varios pasos alejándose del lugar, algo siendo


arrastrado y después, pasos regresando hacia mí.

—No abras los ojos, te llevaré a casa —murmuró Dominic.

Me tomó en sus brazos y se echó a caminar.

Ninguno habló, pero tampoco tenía ganas de hacerlo.

Llegamos a alguna parte, Dominic me puso con cuidado en el suelo y se


alejó.

—¿Dominic? —indagué estirando las manos.

—Aquí estoy. —Su brazo cruzó mi vientre, me hizo retroceder varios pasos
y me subió a algo—. Vamos, tenemos muchas cosas que hablar.

—¿Puedo abrir los ojos? —pregunté nerviosa.

—No lo sé. ¿Quieres hacerlo? —Negué con la cabeza—. Bien, agárrate


fuerte.

Sus manos guiaron a las mías y sentí la calidez de su cuerpo. Un escalofrío


recorrió mi cuerpo y Dominic me cubrió con su chaqueta.
Nos comenzamos a mover y después de unos minutos abrí los ojos.

Íbamos en una moto, yo sentada entre las piernas de Dominic, de tanto en


tanto, su brazo me sujetaba como si temiera que me fuera a caer.

Levanté la cara y observé a mi señor esposo desde mi posición.

Su mandíbula estaba bien definida, su manzana de Adán sobresalía, sus


labios estaban ligeramente abiertos, su mirada fija en el camino y su cabello
se movía con la brisa.

«Joder. ¿Acaso este hombre podía ser más guapo?»

Me acomodé en su pecho y mi nariz quedó entre su hombro y cuello.

«Además, huele ilegalmente bien»

—Para por favor —pedí con la cabeza dándome vueltas.

Dominic se detuvo, me bajé de la moto y corrí lejos, me incliné y expulsé


todo el contenido de mi estómago.

Mi señor esposo llegó hasta donde estaba yo, me sujetó el cabello y me dio
palmaditas en la espalda.

—Estás bien, a salvo —susurró de manera consoladora.

Me limpié la boca con el dorso de la mano y lo miré:

—¿Hasta cuándo?

—Hasta que, dejes de hacer estupideces.

—¿Quieres repartir culpa? Bien. —Me alejé de él—. Sí, fui una maldita
idiota al suponer que, podía controlar toda la situación, pero tú… Eres un
imbécil por no prevenirme de esta locura.

Las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos descontroladamente.


—¿Quiero que me digas qué mierda hacías fuera del castillo? —Dominic
me tomó del rostro y me hizo verlo.

Me separé de él y miré a mi alrededor tratando de orientarme de algún


modo.

—¿Dónde estamos? —le pregunté temblando.

Dominic se quitó su abrigo y me lo dio:

—¿Cómo llegaste a ese lugar tan peligroso? —preguntó de nuevo y bajé la


cara avergonzada.

—Soy una tonta, eso fue lo que pasó.

—Elizabeth —su tono de advertencia me dio escalofríos.

—La reina me buscó, dijo que: debía reponer la taza que le había roto. Así
que, me envió a buscar otro juego de té —sollocé—. Pero, tenían un plan.

—¿Cuál: perderte, exponerte y ser asesinada? —El sarcasmo en su voz me


hizo sentir más estúpida.

—Lo lamento. ¿Ok? —Pasé las manos por mi cara, pero noté que estaban
llenas de raspones—. Ya te lo dije: pensé que, podía con todo esto, pero es
evidente que no puedo.

—Ven aquí. —Dominic estiró su mano y me atrajo hasta él—. Estoy


realmente molesto por tu forma tan idiota e impulsiva de actuar, pero me
alivia saber que, llegué a tiempo.

—Dominic, ellos no me querían asesinar, creo que, querían secuestrarme


para chantajearte.

—Vaya, al parecer, si sabes pensar. —Golpeé su pecho—. Por otro lado, no


les hubiera funcionado.

—¿Me hubieras dejado abandonada? —indagué retrocediendo un paso.


—¿Es en serio? ¿No viste que salí de una reunión y te salvé de dos
asesinos?

—Gracias. —Cambié de tema separándome de él.

—Vamos, quiero darte una ducha y follarte. —Dominic sujetó mi mano,


pero me solté de su agarre.

—¿Sigues con eso?

—¿Qué hay de malo en exigir que me pagues con sexo? ¡Te salvé la vida!

—Por favor, no pedí ser tu esposa —chillé cruzándome de brazos.

—Sí, sobre eso…

—¿Qué? —le interrogué.

—Temo decirte que, la idea de casarnos fue tuya.

—No digas bobadas —bufé.

—Es verdad, primero cogimos, luego nos casamos y después, volvimos a


coger.

—Vamos, la adrenalina se te subió a la cabeza.

Dominic subió a la moto y estiró su mano para ayudarme a subir con él.

Pero, no parecía tener intenciones de que fuera en la parte trasera, sino entre
sus piernas.

Me quedé helada admirando a semejante espécimen.

Definitivamente, el superpoder de Dominic era ser jodidamente sensual.

Tomé su mano y como lo suponía, él me acomodó entre sus piernas y puso


la moto en movimiento.
Episodio 23: Princesa de fuego.
Lizzie.

Pensé que, nos dirigíamos al castillo, pero al ver que nos alejábamos de allá
sentí alivio.

La verdad, no deseaba acercarme por allá.

Después de varios minutos, Dominic detuvo la moto en el estacionamiento


de un viejo edificio.

—¿Qué hacemos aquí? —indagué bajando del vehículo.

—Pasaremos la noche aquí —me comunicó mi señor esposo.

—Vale, gracias.

—Aquí podremos hablar y darnos una ducha. —Dominic pasó la mirada


por mi cuerpo—. Cambiarte de ropa y curar tus heridas.

—De mis heridas me encargo yo. No olvides que, soy enfermera.

—Elizabeth, deja de comportarte como una maldita cría —vociferó


Dominic sujetándome por los hombros—. Tu estupidez pudo costarte la
vida.

—Lo sé —afirmé levantando la voz, miré a mi esposo a los ojos y murmuré


—. Lo sé.

—Me aterra pensar qué pudo pasar si no llego a tiempo. —Sus manos
fueron a mi cara—. Prométeme que, no vas a exponerte de nuevo así.

No había nada de amable en esa petición, sin embargo, podía percibir que
realmente estaba preocupado.
Yo también estaba preocupada, alterada y sobre todo confundida. ¿Dónde
me metí? ¿Con qué tipo de personas estoy tratando?

—Dijiste que, teníamos que hablar. —Mi voz salió baja y triste.

—Sí, subamos. —Dominic me sujetó la mano, pero me encogí por el dolor.

Aunque, eso no pareció importarle a él, pues, solo tiró de mi mano y me


condujo al interior del edificio.

A pesar de haber un elevador, Dominic tomó las escaleras y subimos 12


pisos. No entendí la necesidad de desperdiciar tiempo y energía.

—¿Quién vive aquí? —indagué.

—Nadie. —Dominic se acercó a la puerta y descubrió un panel numérico.


Metió un código y la puerta se abrió ante nosotros.

Mi señor esposo me condujo dentro del departamento, cerró la puerta y me


pegó a la pared.

Sus ojos se posaron sobre los míos.

Allí me di cuenta de que no me molestaba que Dominic me viera a los ojos,


quizás, de todo el mundo, él comprendía qué era tener tus defectos a la vista
de todos.

Su mirada bajó a mis labios y regresó a mis ojos.

—Hazme olvidar —pedí en un susurro—. Hazme sentir que estoy viva.

Era una idiota por pensar en coger después de todo lo que había pasado,
pero era sexo con mi esposo o… No, lo otro no valdría la pena.

Dominic me levantó del suelo y tomó posesión de mis labios.

Sus brazos me apretaron a su cuerpo, mientras mis manos subían por su


cabello.
Mi esposo hizo pedazos mi camisa dejando que los trozos de tela cayeran
en el suelo. Gemí sobre su boca, estaba realmente excitada y no me
importaba usar a Dominic para olvidar.

De pronto, escuchamos cómo alguien marcaba los códigos de la cerradura.

—Maldita sea —gruñó Dominic.

—Soy yo —informó Emilio.

Dominic observó cómo estaba vestida y sin ponerme en el suelo me llevó a


la habitación.

—Date una ducha, regreso en un momento —ordenó y cerró la puerta.

Espero que, todas esas interrupciones fueran una señal.

Suspiré sentándome en la cama.

Dominic tenía toda la razón del mundo, había sido una estúpida.

Cerré los ojos y me dejé caer en la cama.

Hubo una época no muy lejana donde había abrazado la muerte, pero
ahora… Le debía a mi madre vivir.

Sentí una pequeña vibración en mi cadera y fue cuando recordé que, allí,
había guardado mi antiguo teléfono.

Lo saqué y vi un mensaje de mi hermana.

“Remi fue dado de alta”

Dejé que la sensación de alivio recorriera mi cuerpo, entre tanto caos, las
buenas noticias debían disfrutarse.

Revisé mis notificaciones y me encontré un correo de Dominic.


Por pura curiosidad lo abrí y me quedé helada viendo el video de nuestra
noche de bodas.

Parecía ser yo, pero en definitiva no lo era.

Esa seguridad que, esa mujer mostraba, esa libertad.

Una ola de excitación recorrió mi cuerpo, giré la cara y…

—¡Santo padre! —exclamé viendo las cosas que me estaba haciendo


Dominic.

Cerré el video.

Estaba agotada de sentir miedo; cansada de vivir temerosa; harta de fingir


que todo estaba bien, que yo estaba bien. Extenuada de reprimirme,
esconderme y callar.

Necesitaba tomar el control de mi vida.

Deseaba volver a ser la chica del video, esa descarada y segura mujer.

Solté una pequeña risita y me levanté de la cama.

Estaba viviendo una maldita mentira, literalmente, podía fingir ser la


persona que, quisiese, pero justo ahora, era la oportunidad perfecta para ser
libre y dejar que mi verdadera yo, brillara ante el mundo.

Entré al baño, desnudé mi cuerpo y entré a la ducha.

El agua comenzó a correr por mi piel llevándose toda la suciedad. A mis


pies veía cómo el agua se teñía de rojo por aquellos raspones que, me hice
al caer. Metí la cabeza y el barro que, se había secado, comenzó a ceder y
caer al suelo.

Me sorprendió un poco ver productos de limpieza, no eran nuevos, de


hecho, parecía llevar algún tiempo aquí.
Le resté importancia y terminé de lavar todo mi cuerpo.

Agarré una toalla y regresé a la habitación, caminé a la cómoda y me puse


la primera playera que pillé.

Pasé las manos por mi cabello y regresé a la sala.

Dominic estaba inclinado sobre la isla de la cocina y fue el primero en notar


mi presencia, al ver lo que tenía puesto se irguió y pasó su lujuriosa mirada
por mi cuerpo y me estremecí.

Mis piernas temblaron y mi vagina se contrajo en excitación.

Emilio se giró y me observó, casi de la misma forma que lo hizo Dominic y


me sentí extraña.

—Lizzie. ¡Qué gusto ver que estás bien! —Se acercó y besó mi mano—. Le
comentaba a Dominic…

—Su esposo —lo interrumpió Dominic colocándose a mi lado y poniendo


su mano en mi cadera.

—Que no logramos encontrar la corona en el callejón —terminó de decir


Emilio ignorando la posesividad de Dominic.

Arrugué la frente:

—Eso es obvio.

Dominic me giró y me hizo verlo.

—¿Sabes dónde está la corona?

—¿Recuerdas el plan que te dije que tenía? —Me alejé de mi esposo, rodeé
la isla, pasé las manos por mi cara y vi a ambos hombres—. Creí que, la
reina solo quería robar la corona, así que, la escondí.
—No creí que diría esto, pero buen trabajo. —Atravesé a Dominic con la
mirada.

—Eres un completo idiota —comenté rompiendo el contacto visual y vi a


su asistente—. ¿Alguna otra cosa que desees decirnos?

—Vine a curarte las heridas —manifestó Emilio y lo noté divertido.

—Tranquilo, de eso se ocupará mi esposo, puedes retirarte. —Tomé una


bocanada de aire—. ¿Sabes algo de Jena?

—Sí, llegó al castillo mucho antes de tu llamada.

—Oh. —Me quedé pensando por unos segundos—. Bien, pídele que deje la
capa y el maldito juego de té en mi cama.

—Bien, le pediré algo de ropa y se la traeré mañana.

—No, no saldré hoy, ni mañana de aquí —informé viendo a Dominic—.


Comunica que, el heredero al trono, también estará indispuesto.

—¿Lo estaré? —cuestionó Dominic.

—Sí, me temo que sí. —Caminé hasta detenerme frente a él, levanté la
mirada y sonreí de forma pícara—. ¿Vienes o debo comenzar sola?

—¿Qué voy a hacer contigo? Eres tan imprudente, molesta, ingenua y


soberbia… —Puse una mano en su boca silenciando sus palabras

Me puse de puntitas y le susurré en la oreja:

—Puedes follarme o ver como me masturbo.

Me fui a la habitación y me senté en la cama.

Mi corazón latía en mi pecho tan fuerte que sentía que saldría por mi boca.
Llevaba muchos años reprimiendo mis instintos, cargando con mis traumas,
viviendo escondida, espero poder encontrar el equilibrio y disfrutar estos
meses con Dominic.

Sonreí al escuchar cómo Dominic corría a su asistente.

—Largo, ahora.

En pocos segundos mi señor esposo entró a la habitación con la mirada


cargada de deseo.

»¿Qué planeas hacer?

—Tengo muchas preguntas y pocas prendas de ropa, así que, te pagaré por
adelantado la información y después de quedar muy satisfecha, quiero que
me digas en dónde carajos me has metido.

—Me parece un trato justo. —Dominic estiró su mano y la tomé sin dudar.

Me levanté de la cama y salté a los brazos de mi esposo, no me importaba


que parte de la mentira fuera coger hasta caer desmayada.

Episodio 24: Desgarradora pasión.


Lizzie.

Salté a los brazos de mi esposo, dispuesta a pasar la noche follando.

Dominic me sujetó con fuerza, sus manos fueron a mi trasero, sus ojos me
observaron fijamente y una media sonrisa seductora se posó en sus labios.

—Te eché de menos, Elizabeth. —Su boca tomó posesión de la mía, antes
de poder analizar sus palabras.

Mis labios se separaron permitiendo que, su lengua se internase en mi


interior y lo explorase a su antojo.
Se me había olvidado lo bien que besaba este hombre.

«Mentira», susurró una voz en mi cabeza.

Rodeé su cuerpo con mis piernas, la playera se subió por mi piel y los dedos
de Dominic llegaron al borde de la prenda, solo para descubrir que, debajo,
no había más que mi excitada vagina.

—Dominic —gemí sobre sus labios, al sentir cómo sus dedos traviesos
irrumpían en mi interior.

—Estás mojada —murmuró Dom rozándome su erección en mi vagina.

—Estoy excitada —recalqué con la respiración agitada.

Dominic no dijo nada, solo me besó con más exigencia.

Sin dejar mi boca, me llevó hasta la cama y me depositó con cuidado en la


orilla.

Sus manos fueron a mis piernas y las abrieron por completo, dejando mi
sexo expuesto ante él.

Sus pupilas se dilataron y gruñó con su voz ronca cargada de deseo:

—Elizabeth. —Su boca regresó a la mía, mientras sus dedos presionaron mi


clítoris y trazaron pequeños círculos.

—Dominic —jadeé sobre sus labios, enloquecida por sus caricias.

—Me has hecho esperar por ti, por este momento —susurró mordiendo mi
labio inferior.

—Entonces, disfrútame —pedí en tono de súplica.

Sus dedos se deslizaron en mi interior, en el momento en que él afirmaba:


—Eso, planeo hacer, princesa. —Sus manos tomaron el cuello de la playera
y tiraron de ella hasta romperla a la mitad.

La boca de Dominic dejó mi boca y descendió por mi cuerpo, se detuvo en


uno de mis pechos.

Su lengua rodeó la aureola, para luego cerrar su boca sobre mi pezón.


Succionó con fuerza, mientras sus dedos seguían entrando y saliendo de mi
vagina.

Un estruendoso gemido se escapó de mi boca, entre tanto, mi esposo


volcaba sus atenciones a mi otro pecho.

No podía dejar de ver a Dominic disfrutar de mi cuerpo, tampoco podía


dejar de tocarlo. Mis manos fueron a su camisa y la quise arrancar de su
piel, para tocarlo a mi antojo, pero Dominic levantó la mirada y no parecía
cómodo con eso.

—Quiero tocarte —exigí contemplando su rostro.

Dominic no me dio respuesta, solo se arrodilló ante mí y cambio sus dedos


por su boca.

Cerré los ojos y gemí frunciendo un poco el ceño.

—Casi olvido lo deliciosa que eres. —Su lengua se abrió paso entre mis
pliegues, dejándome a merced de la lujuria.

Su boca terminó atrapando mi clítoris y succionando con energía.

Mi espalda se arqueó deleitándose con las atenciones recibidas por mi señor


esposo.

Sin poder sostenerme más sobre mis brazos, me dejé caer en el colchón.

—Carajo —expresé en español, mientras me retorcía de placer.


Dominic se detuvo un segundo, pero llevé mi mano a su cabeza y moví mi
cadera excitada.

»No pares —pedí.

Él no lo hizo, al contrario, aumento el ritmo en sus dedos, llevándome


derechito a una placentera espiral de sensaciones.

Gemí, gemí con fuerza y me retorcí, mientras un imponente orgasmo


atravesaba mi cuerpo sin piedad.

Mi mente se nubló por completo, dejándome a la deriva en medio de la


cama.

Abrí los ojos y vi a Dominic en su posición, observándome encantando.

—¿Te diviertes? —indagué con la respiración agitada.

—Sí. —Dominic se puso de pie y me observó desde su altura.

Dominic no habló, solo me miró fijamente, mientras sus manos iban a su


camisa y se deshacían de la prenda.

Al principio, no vi nada extraño, más que su cuerpo fornido y su tez blanca.

El príncipe avanzó un paso hacia mí y noté que, sobre su hombro izquierdo,


la piel era diferente.

Me levanté de la cama y me acerqué a él.

—No me gusta que me toquen de no ser estrictamente necesario.

—¿Vaya, eso fue antes o después de casarse?

—Fue desde que, una granada explotó dentro del tanque de guerra donde
yo iba.
Una sensación de dolor cruzó mi ser, supuse que, esa cicatriz era compañera
de la que tenía en la cara.

Con cuidado de no lastimarlo, me puse de puntillas y deposité un beso en su


hombro lastimado.

Dominic me sujetó del rostro y me atravesó con su mirada.

—¿No te da asco? —indagó y por primera vez lo noté vulnerable.

—No, siempre me han atraído los hombres con cicatrices.

Dominic me besó y sentí cómo la tensión se iba de sus hombros.

Sus manos me empujaron al colchón, para luego dejar caer sus pantalones
al suelo.

Me llevé una mano a la boca al ver el grueso de su ganso.

Con una mano, Dominic se acarició y acortó la distancia entre nuestros


cuerpos.

Se acomodó en mi entrepierna y me contempló fascinado.

Apoyó su codo derecho, a un lado de mi cuerpo y con la mano libre


posicionó su pene en la entrada de mi vagina.

La expectación me tenía acalorada y con el corazón latiendo con fuerza en


mi pecho. Casi se sincronizaba con los pálpitos de mi vagina.

Dominic acarició mi cuerpo y con la yema de sus dedos trazó el contorno


de mis pechos.

—Me gusta la suavidad de tu piel —murmuró Dominic rompiendo el


silencio de la habitación.

No estaba segura de cuándo o cómo pasó, pero el ambiente en el cuarto era


diferente, era más íntimo, como si ahora fuera algo más que solo sexo.
»Me gusta poder follarte sin que estés ebria. —Sus palabras vinieron
acompañadas de una fuerte penetración.

Abrí la boca y chillé:

—Dominic.

—Tu esposo —concluyó él por mí.

Acerqué mis manos a su cuerpo, pero las cerré y las alejé, tenía miedo de
hacerle daño o arruinar el momento.

—¿Qué haces? —indagó Dominic viéndome fijamente.

—No quiero lastimarte —susurré.

—Elizabeth, tienes mi permiso para hacer lo que desees conmigo —reveló


y empujó más profundo dentro de mí.

Sentí como fue desgarrándome hasta estar por completo dentro de mí.

Esperó unos segundos a que mi cuerpo se adaptase a su intrusión y empezó


a embestirme con fuerza.

Me aferré a sus fornidos brazos, mientras él arremetía contra mí sin piedad.

Dominic se inclinó sobre mi cuerpo y me besó con pasión, mientras


marcaba un delirante ritmo en mi lujuriosa vagina.

Sus manos tocaban mi cuerpo y de tanto en tanto quitaban el cabello de mi


cara.

—Dominic —gemí sintiendo cómo mi ser se preparaba para alcanzar el


clímax nuevamente.

—Todavía no, princesa.

Dominic aumentó el ritmo de sus penetraciones.


Levanté mi mano y acaricié su cara, pasé las manos por sus labios y llegué
a su hombro.

Cerré los ojos y apreté mis labios.

Estaba realmente perdida entre las caricias de Dominic.

Yo tampoco deseaba que todo terminase, pero con cada penetración, más
me acercaba al momento cumbre de la noche.

Mi señor esposo apretó un poco mis pezones catapultándome lejos de esa


dimensión.

—Córrete, Elizabeth, córrete alrededor de mi polla.

Sus gruñidos y peticiones desataron un torbellino en mi interior.

Dominic se quedó dentro de mí, hasta que, todos los espasmos de mi vagina
se calmaron, luego se dejó caer a mi lado.

Me di la vuelta y lo observé:

—Quiero saber cómo fue.

—Fue bueno, realmente bueno. ¿Te gustó?

Negué con la cabeza y llevé mi mano a su hombro.

—¿Cómo fue?

Dominic suspiró y se sentó en la cama, pegando su espalda a la cabecera de


la cama.

—Habíamos ido a una misión de rescate, con un tanque de guerra, por


precaución; se suponía que, íbamos por un grupo de soldados, se había
separado de su equipo, luego de ser atacados. —Dominic se quedó en
silencio como recordando—. Iba con parte de mi unidad, era una misión
fácil, entrada y salida, pero al llegar al sitio, no estaban los soldados, no
había nada. Uno de mis hombres abrió la escotilla y de la nada, una granada
cayó dentro del tanque.

»Todo pasó muy rápido, uno de ellos gritó: “Granada” —Dominic llenó
sus pulmones de aire y cerró los ojos—. Salimos lo más veloz que pudimos,
pero antes de poder abandonar por completo el vehículo, la granada
explotó. —el príncipe abrió los ojos y me observó—. Desperté en la unidad
de emergencia con quemaduras graves y una cortada en la cara.

Estaba agradecida y avergonzada por haberle preguntado.

Me acerqué a él y subí a su regazo.

—Te ayudaré a olvidar —susurré antes de besar sus labios.

Episodio 25: Coronas y dramas.


Lizzie.

El sol ya había salido cuando caí rendida en la cama, con la respiración tan
agitada que me era imposible hablar o pensar.

Dominic no estaba mejor que yo, el sudor recorría su cuerpo y su cabello


estaba tan revuelto como el mío.

—¿Te queda energía para hablar o descansamos un poco? —indagué


sonriendo.

—Puedes preguntar todo lo que desees, siempre y cuando haya sexo de


consolación. —Dominic me atrajo a su pecho y me miró con una hermosa
sonrisa en la boca.

—No quiero saber más nada de tu pasado, sino de nuestro presente. —La
sonrisa se borró de la cara de mi esposo y noté cómo se tensó. Fruncí el
ceño entendiendo por qué su cambio de actitud y me apresuré a aclararle—.
Me refiero a la corona y todo el drama que la rodea.
—Parece que, estás decidida a remover mi pasado —bromeó Dominic, se
levantó de la cama—. Vamos, te cuento mientras preparo el desayuno.

Mi esposo se giró y pude ver con claridad las cicatrices que adornaban gran
parte de su espalda.

Me levanté y con una manta, cubrí mi cuerpo, pero Dominic se acercó,


retiró la manta y la lanzó al suelo.

—¿Qué haces? —indagué divertida.

—Quiero poder verte la mayor parte del tiempo desnuda.

—¿Y si viene tu asistente?

Dominic me atravesó con su fría mirada, se acercó y me tomó del cuello:

—Le sacaré los ojos antes de poder si quiera pestañar.

Lo contemplé detenidamente. ¿Estaba celoso? No, seguro solo era un


macho territorial.

—A veces eres algo aterrador —murmuré soltándome de su agarre.

—¿Solo a veces?

No estaba segura si lo dijo en broma, pero le resté importancia y salí de la


habitación.

Caminé por el pasillo completamente desnuda, era tan extraño, pero


emocionante andar sin ropa y con un macho sediento de sexo.
Principalmente, cuando dicho hombre estaba detrás de ti, observándote
como un cazador ve a su presa.

Dominic rodeó la isla, fue a la nevera y comenzó a revisarla.

—Espera. ¿Sabes cocinar? —pregunté.


Mi señor esposo se giró y me contempló con un envase de leche
descremada.

—Pues, los platos de cereales son mi especialidad —confesó y me regaló


una seductora sonrisa—. ¿Por qué la pregunta?

—Es que, nos conocimos porque deseabas que cocinara para ti —le
recordé.

«Si sabías cocinar, mi ida a esa casa fue por algo más», concluí en mi
cabeza.

—Elizabeth, estuve en el ejército, es claro que, cocino algunas cosas. De


hecho, Emilio también cocina, pero estábamos ocupados y requerimos de
tus servicios.

—Pero, ¿los platos de cereales son tu especialidad? —cuestioné.

—No dije que cocinara bien —declaró Dominic poniendo un tazón frente a
mí.

Negué con la cabeza, quizás me estaba pasando de paranoica.

—Vale, ahora háblame de la corona —pedí sonriendo.

—¿Recuerdas la canción de cuna? —indagó Dominic terminando de


servirme el cereal.

—Sí, habla de tus padres. ¿No?

—Ajá. Es una versión bonita de lo que sucedió. —Dominic se sentó a mi


lado y noté que él no tenía tazón.

—¿Tu comida?

Dominic se estiró, tomó mi silla y la rodó hasta quedar pegada a la de él.

—Compartiremos. —Depositó un beso en mis labios.


—Aclarado ese tema, continúa.

—Mi madre trató por años de quedar embarazada, pero no podía, así que,
tomó la terrible decisión de buscar a otra mujer que pudiera darle un
heredero al trono.

—Supongo que, era lo que eventualmente pasaría —comenté llevándome


una cucharada de cereal a la boca.

—Sí, ella solo se adelantó a los acontecimientos —prosiguió Dominic—.


Mi madre eligió a una de sus mejores amigas, pues confiaba en ella. ¿Por
qué no hacerlo? Pero, el poder tiende a corromper a las personas y Mathilde
no fue la excepción. Mi madre supo que, se había equivocado, pero ya no
podía hacer nada, ambas estaban embarazadas.

—Dios, que mujer tan cruel —murmuré con genuina molestia.

—Lo peor estaba por venir, la corona recae en el primogénito del rey y con
dos hijos en camino comenzó una sucia carrera por parte de Mathilde, para
ser ella la que primero diera a luz. —Dominic tomó la cuchara y comenzó a
darme la comida—. Pero, mi madre había estado teniendo complicaciones y
entró en labor de parto antes de la fecha que debía hacerlo.

—¿Qué hizo la vieja bruja?

—Llamó a su doctor y programó una cesaría.

—¿Tenían el mismo tiempo de gestación? —pregunté viendo a mi señor


esposo.

—No, resultó que, mi madre tenía 8 meses cuando dio a luz y ella 7 cuando
nacieron los gemelos.

—Siempre fuiste el primero —afirmé sonriendo.


—Sí, pero la probabilidad de sobrevivir cuando solo tienes 8 meses de
gestación es muy baja, a diferencia de cuando se nace en meses impares.

—Pero, sobreviviste.

—Mi madre no. —Pude notar el dolor que eso le causaba a Dominic y
acaricié su cara.

—No debió ser fácil vivir bajo el mismo techo que esa mala persona.

—No lo fue, pero siempre tuve a mi padre y él siempre me tuvo a mí. Hasta
que, un día me envió al ejército, no dudé en irme, fue una salida cobarde,
pero la tomé y ahora me arrepiento de todo. —Dominic realmente había
bajado sus defensas y se presentaba ante mí como era en realidad, un ser
humano como todos—. Cuando mi padre cayó enfermo, la reina lo
convenció de que ambos hijos merecían el trono.

—¿Ambos? —Dominic asintió—. Dijiste que, la bruja tuvo gemelos.

—Sí, pero France se casó hace años y no ostenta el título a reina. —Mi
señor esposo tomó mis manos—. Estuve lejos mucho tiempo y gran parte
fue en el ejército, Mathilde pensó que, podía usar eso en mi contra y le
pidió a mi padre que, el hijo que merecía el trono era el que estuviera más
cerca de formar una familia.

—Por eso se sorprendió cuando apareciste conmigo —mencioné analizando


toda la situación.

—Estoy convencido de que esa mujer solo desea tener el poder que no ha
podido obtener siendo la esposa de reemplazo de mi padre.

Solté las manos de Dominic y golpeé la isla:

—¿Cómo que no tiene ningún poder?

—Es una persona de importancia, pero no tiene más poder que tú —reveló
mi señor esposo.
Negué con la cabeza.

—Ahora, sí me siento una imbécil.

—¿Qué provocó semejante revelación?

—Pues, tú. —Le di un manotazo en el brazo—. Si me hubieras dicho todo


esto desde el principio, no estuviéramos aquí.

—Me gusta donde estamos. —Dominic se acercó a mí y depositó un beso


en mi hombro.

—No estoy jugando. —Le mostré mis manos, seguían lastimadas—. Creí
que, era poderosa y podía lastimarme.

—Elizabeth, no subestimes a Mathilde, esa mujer no tendrá poder como


reina, pero es una mujer mala, cruel y sin escrúpulos. —El príncipe tomó
mis manos entre las suyas y besó cada raspón que tenía—. Yo te cuidaré.

—Es un lindo gesto, pero no quiero ser una carga.

—No lo eres. —Dominic sonrió—. Bueno, no todo el tiempo. —Su mano


fue a mi cara y la acunó—. Tuviste un difícil aterrizaje, pero seguro el viaje
será mejor.

—El sexo lo es —manifesté dándole un beso en los labios.

—Tendrás más de ese buen sexo, justo ahora. —Dominic me sujetó de la


cintura y me sentó en su regazo.

Episodio 26: Lord celoso.


Lizzie.

Abrí los ojos y me encontré en medio de una habitación en penumbra.


El agua me llegaba a la cadera y estaba tan helada que, mis dientes
titiritaban. Froté mis manos en mis brazos en un vano intento de entrar en
calor.

Observé a mi alrededor y reconocí el sitio donde estaba.

El corazón se me aceleró cuando tres hombres aparecieron, viéndome


fijamente y caminando hacia mí.

Traté de correr, pero mis pies estaban pegados al suelo.

Las paredes se volvieron enormes rocas y de ellas comenzó a descender


agua.

Los hombres seguían avanzando y solo podía llorar; llorar porque sabía
qué era lo que sucedería.

—Aléjense —ordené entre el llanto—. Déjenme en paz.

El agua llenaba la habitación casi a la misma velocidad en las que los


hombres se acercaban a mí.

De pronto, mi madre apareció en la cima de una de esas rocas.

»Por favor —supliqué llorando, sabía lo que iba a pasar y nada, no podía
hacer nada para evitarlo—. Por favor.

Uno de ellos me alcanzó y sus manos fueron a mi cuello, me hundió bajo el


agua y no me dejaba salir.

Me removí, al menos, traté, pues, nada de lo que deseaba hacer resultaba.

En eso, el desconocido me sacó del agua y comenzó a quitarme la ropa.

—No, no —gritaba desesperada, viendo a mi madre saltar al agua,


sintiendo como era atacada—. No, por favor, no, no, nooo…

Desperté gritando.
Me senté en la cama, abracé mis piernas y me mecí mientras repetía.

—Estás bien, a salvo. —La puerta del cuarto se abrió y Dominic entró
corriendo.

No dijo nada, no preguntó nada.

Solo me tomó en sus brazos y me acomodó entre sus piernas. Su mano


tomó la manta y me cubrió con ella.

Mi cuerpo temblaba y no podía parar de llorar. Desearía poder encontrar


una forma de parar estas pesadillas.

Dominic se quedó allí conmigo, en silencio, pasando sus manos por mi


cabello.

Los minutos fueron pasando y fui capaz de recuperar el control de mí


misma.

—¿Me dirás qué sucede? —indagó Dominic rompiendo el silencio de la


habitación.

—No puedo —susurré con la voz ronca.

—Por favor, déjame ayudarte.

—Nadie puede —murmuré y me levanté de su regazo.

—Como digas —farfulló Dominic poniéndose de pie—. Vístete, debemos ir


al castillo.

—¿Al castillo? Pensé que, nos quedaríamos un poco más. —Miré a


Dominic sin entender los cambios de planes.

—Al parecer, ambos nos equivocamos. —No dijo más, solo salió de la
habitación, pero antes encendió la luz.

Me encogí de hombros y miré alrededor, aunque, no vi nada que ponerme.


Avancé a la puerta y la abrí, pero me topé con el torso de Dominic.

—¿A dónde vas? —preguntó viéndome desde su altura.

—No tengo nada que ponerme y estoy segura de que no quiero llegar al
castillo con una sábana alrededor de mi cuerpo —espeté con irritación—.
¿Qué haces en la puerta?

—Nada, ya me iba.

Escuché unas voces y traté de ver quienes estaban en la casa, pero Dominic
se interpuso.

—¿Quiénes son? —pregunté contemplando a mi señor esposo.

—Nadie.

—¿Sabes que puedo escuchar las voces? —inquirí comenzando a


molestarme.

—Elizabeth, solo ponte algo de ropa…

Pasé por debajo del brazo de Dominic y llegué a la sala.

Allí estaba Emilio, Jena, Coco y otro par de hombres que no conocía.

—Lizzie —comentó Emilio poniéndose de pie.

Dominic me sujetó con fuerza por el brazo y me regresó a la habitación.

—¿Por qué nunca me haces caso? —gruñó cerrando la puerta.

—¿Qué hacen ellos aquí? —Dominic me observó con frialdad.

—Me vas a volver loco —murmuró cerca de mis labios.

—Al menos, compartimos eso —refunfuñé.


—No, princesa, también compartimos los viajes a lo más primitivo del ser
humano, donde la pasión y la lujuria se apodera de cada una de nuestras
células, para luego subir hasta lo más alto del deseo y caer derrotados ante
placer. —Su pulgar acarició mi labio inferior y todo mi ser vibró—.
Compartimos la energía que corre por nosotros cuando nos tocamos y los
demonios que atormentan nuestras noches…

Dos toques en la puerta nos interrumpieron.

Dominic se alejó como si no hubiera dicho nada, en cambio, yo estaba


completamente mojada.

Mi señor esposo abrió y nos encontramos con Emilio.

—Pensé que, necesitarías esto. —Me tendió una pequeña valija.

Avancé unos pasos, pero Dominic le quitó mi equipaje de las manos a su


asistente. Lo atravesó con la mirada y luego me miró a mí.

Abrí la boca para dar las gracias, pero mi teléfono comenzó a vibrar.

—Lo siento, debo atender. —Agarré el celular de la mesa de noche y me


metí en el baño—. Hola.

—Escucha, no me vas a creer esto —dijo mi hermana a modo de saludo


—. Estaba saliendo de una larga guardia y comenzó a llover, un colega me
dio un periódico para cubrirme y cuando llego al transporte y me siento,
veo a mi hermana en la página principal.

—Escucha yo…

—Viene la mejor parte —me interrumpe ella—. Dicen que, es la nueva


esposa del príncipe heredero y que en una semana la corona ofrecerá un
baile para presentar a la futura reina al pueblo. ¡Reina! ¿Me explicas que
carajos está pasando?
Me rasqué la cabeza tratando de pensar en una buena mentira, pero, no la
había.

—Solo te puedo decir que, todo es real.

—¿De qué me hablas? —Mi teléfono pito dos veces y vi que mi hermana
había cambiado a videollamada. Cerré los ojos y acepté—. ¿Por qué te
casaste?

—Por amor.

—No digas pendejadas. —Mi hermana movió las manos en el aire.

—Te digo la verdad, lo conocí cuando fui a limpiar su casa y nos


enamoramos.

—Lizzie, no me trates como estúpida. —Mi hermana se pasó las manos por
el cabello—. Sé que algo te pasó en la universidad. Sé que fue algo grave y
es la verdadera razón por la que no volviste.

Mi corazón se detuvo una fracción de segundo, al oír a mi hermana


hablando.

—Estoy bien —afirmé aparentando serenidad.

Demonios, pensé que, había sido cuidadosa, pero era evidente que no.

—Sé que tienes pesadillas —continuó mi hermana—. Pasaste meses


brincando cada vez que te tocábamos, incluso te encogías cuando nos
acercábamos a ti…

—¿A dónde quieres llegar? —pregunté molesta.

—Eres mi hermanita, te veo, pero finjo no hacerlo porque creí que, era lo
que necesitabas.

—Xia, estoy bien.


—No lo estás. —Mi hermana me miró a través de la pantalla—. Te casaste
con un extraño y no le dijiste nada a tu familia.

—Me gusta. ¿Ok? —admití en voz baja—. Me hace sentir protegida y


cuando duermo con él no tengo pesadillas.

—¿Si él te ama por qué nunca se presentó con nosotros? —cuestionó mi


muy inteligente hermana.

—No necesito que te preocupes por mí, sé lo que hago.

—Lizzie, sé que te consideras muy adulta, pero solo tienes 19 años, eres
una bebé. —Volteé los ojos—. Nos ha tocado vivir cosas desagradables,
sin embargo, eso no nos hace mayores.

—Llamaste para saber si era verdad lo del periódico. Lo es, nos amamos y
por el momento somos felices. ¿Puedes ser feliz por mí?

—Puedo, pero sigo preocupada por ti.

—No deberías, seré una nena, pero siempre he sido muy responsable.

—Sí, te concedo eso —convino Xia sonriendo—. Solo… llama más


seguido, aquí estaré para cuando me necesites y te prometo que no te
juzgaré.

—Lo sé, gracias. —Escuché pasos en la habitación—. Debo colgar.

—Ok. —Acerqué mi dedo a la pantalla—. Me alegra que, seas feliz.

—A mí también, trata de hacer lo mismo —le aconsejé con una sonrisa.

—No sé si pueda —susurró mi hermana y fruncí el ceño.

—¿Por? —pregunté.

—Me da miedo. —Xia se limpió una lágrima de la cara—. Siento que, de


alguna forma, estamos malditos, que cuando la felicidad nos alcanza, pasa
algo y nos recuerda que, debemos ser infelices.

—Estamos realmente dañados —bromeé limpiando mis propias lágrimas—.


Pero, me pasaba lo mismo.

—¿Y qué hiciste?

—Estoy aprendiendo a tomar el control de mi destino.

—¿Por eso te casaste?

Aparté los ojos de la pantalla.

«Mal ejemplo»

—Sí, fue exactamente, por eso que me casé.

—Elizabeth. —La voz de Dominic no se escuchaba contenta.

—Debo irme, prometo llamarte en cuanto pueda.

—Me agrada que te llame por tu nombre.

—Sí, a mí igual. —Colgué la llamada y abrí la puerta—. ¿Dime?

—¿Otra vez con las llamadas secretas?

—¿Acaso debo pedirte permiso para…?

Dominic cortó la distancia entre nosotros y me pegó a la pared.

—¿Cuántas veces debo follarte para que entiendas que eres mi esposa? —
Su mano subió por mi entrepierna y llegó al punto más sensible de mi
cuerpo, mientras su nariz me olfateaba con deseo.

Abrí la boca varias veces para decir algo, pero la cerré casi de inmediato.

—¿Qué quieres decir con eso? —indagué al borde de la cordura.


Dominic me atravesó con la mirada:

—Quiero que acabes con eso, no me importa qué sea. Ponle punto final. —
Su mano fue a mi cuello y lo apretó—. O lo terminaré yo con mis propias
manos. ¿Entiendes?

Sonreí divertida.

Entonces tuve una epifanía.

Mi señor esposo, estaba realmente convencido de que mis llamadas eran


porque estaba teniendo una aventura. Tal vez una relación paralela, quizás,
sexo por teléfono.

Las posibilidades eran infinitas y pude haberle dicho que, hablaba con mi
hermana, pero resulta que, verlo celoso era… gratificante.

»Elizabeth. ¿Lo comprendes?

—¿El qué? —le provoqué y casi me arrepiento, pues, su mano apretó más
mi cuello.

—Que eres exclusivamente mía. —Su voz salió ronca y excitante.

—Hasta que, concluya el contrato —le recordé casi sin aire.

La mano libre de Dominic golpeó la pared, molesto. Luego me soltó y se


alejó lo más que pudo de mí.

—Vístete, debemos irnos —ordenó viéndome por encima del hombro.

Mi esposo abandonó la habitación azotando con fuerza la puerta.

Vaya, este macho sí que era indescifrable.

En unos momentos parecía ser empático y cuando creías que podía ser
humano, te salía con su maldita indiferencia.
Aunque, algo sí era cierto:

Podía entregarle a este hombre mi cuerpo, las veces que quiera, sin
restricciones, pero jamás mi corazón.

Episodio 27: Dueño de ella.


Dominic.

Salí de la habitación y apoyé mi cabeza en la puerta.

Estaba furioso, realmente irritado.

¿Qué demonios me estaba pasando?

No lograba razonar con esa mujer, sus secretos me estaban volviendo loco y
la impotencia por quedar fuera de su vida me estaba consumiendo
lentamente.

¿Acaso esa maldita mujer se daba cuenta del hombre en el que me estaba
convirtiendo?

Sin embargo, por mucho que me doliera, Elizabeth, tenía razón, solo
estábamos juntos, hasta que, el contrato llegara a su fin.

«¿Y si no quieres que acabe?», murmuró mi consciencia.

Escuché unos pasos y ladeé la cara viendo a Emilio en la entrada del


pasillo.

—¿Lizzie está bien? —Su pregunta me enfureció y una ira indescriptible se


apoderó de todo mi ser.

Avancé hasta él, lo tomé del cuello de la camisa y lo pegué a la pared.

—¿Qué demonios te pasa con mi mujer?


—¿Su mujer? —indagó Emilio como si mis palabras lo confundieran.

Lo separé de la pared y lo pegué con más fuerza.

—Sí, mi mujer.

Los ojos de Emilio se abrieron sorprendidos por mi afirmación.

—Su majestad. —Tragó saliva—: No me sucede nada, solo trataba de


cuidar a mi lady.

—¿Me crees idiota?

—No, por supuesto que no —balbuceó mi asistente—. Pero, sé que se


siente sentirse solo y perdido, solo deseaba hacer que su estadía fuera más
amena.

Lo tomé del cuello con fuerza, atravesé el departamento y lo saqué por el


balcón.

Coco y Jena me vieron, pero poco me importó.

—¿Cómo mierda pretendes cuidar a mi esposa? —pregunté apoyando su


espalda en la baranda y empujando su cuerpo hacia el precipicio.

—Dominic, estás fuera de ti, no está pasando nada entre Lizzie y yo.

Apreté su cuello con fuerza.

—Ella no es tu Lizzie, ni siquiera, es Elizabeth, para ti ella es: su majestad,


su alteza. —Emilio se puso rojo—. No te equivoques, me conoces, sabes
muy bien de todo lo que soy capaz.

Lo metí al interior del balcón y lo solté.

Emilio cayó de rodillas y se puso a toser violentamente.


—Lo s-siento, n-no ocurrirá de nuevo —balbuceó tratando de recuperar la
compostura.

—Da gracias que no te mato ahorita mismo…

—Basta —bramó Elizabeth.

Me di la vuelta y vi a mi mujer contemplando la escena.

Su rostro había perdido el color y sus ojos me miraban con una mezcla de
desagrado y terror.

—No te metas —le advertí atravesándola con la mirada.

No quería que ella me temiera, pero no dejaría que un maldito lacayo


coqueteara con mi mujer delante de mí.

—¿Si no qué? —me retó Elizabeth y fue con Emilio—. ¿Estás bien?

Emilio bajó la cara y se alejó de ella.

—Lo estoy —contestó a secas.

—Coco trae la corona —le ordené a mi cocinera de confianza.

—Como ordene su majestad. —Coco se retiró y Jena fue detrás de ella,


ambas parecían nerviosas y alterada.

Clavé la mirada en Emilio y este también nos dejó solos.

Elizabeth se puso de espaldas a mí y miró el paisaje delante de ella, pero


para mí… Ella era lo más hermoso que mis ojos habían visto.

—¿Es así como desear gobernar a tu pueblo? —preguntó Elizabeth en voz


baja.

Me acerqué a ella, pero no fui capaz de tocarla.


—No me disculparé por defender tu honor.

Elizabeth se giró y me observó, su nariz estaba roja, como si reprimiera las


ganas de llorar.

—Mi padre era un hombre muy violento. Él decía que, no podía controlarse
porque así era su carácter. —Una sonrisa triste se formó en su cara—. Su
carácter casi hace abortar a mi madre. Nunca se disculpó, pero un día, me
pegó, no recuerdo por qué lo hizo, solo se quitó el cinturón y no paró de
golpearme hasta que mi madre se puso en medio. Poco después, mi madre
huyó del país que la vio nacer con sus tres hijos.

Tomé su rostro y la hice verme:

—Yo nunca…

—¿Cómo me puedes asegurar eso? En la vida real, lejos de toda esta farsa,
estoy más cerca de Emilio que de ti. —De sus ojos escapó una lágrima.

Rápidamente, la atrapé con mi pulgar.

Si antes deseaba follarla hasta dejarla inconsciente, ahora tenía la maldita


necesidad de protegerla, de cuidarla.

—En la vida real, eres mi esposa, la futura reina de Inglaterra —declaré con
toda la honestidad que tenía en mi ser.

Ahora, lo entendía, no era solo sexo, con Elizabeth lo quería todo.

Acerqué mis labios a los suyos y la besé con pasión.

Su boca se abrió ante mí y su lengua salió a encontrarse con la mía. Ella era
tan deliciosa, delicada y adictiva.

Ella, era mía.

Elizabeth se separó de mis labios con la respiración agitada.


—Hablaba con mi hermana mayor, Xia. —Sonrió y no pude evitar sonreír
con ella—. Nuestro padrastro está enfermo y ella solo me pone al día con
las noticias de casa.

—¿Cómo puedo ayudarlo? —pregunté interesado en aliviar su carga.

—No se puede, él tiene Alzaimer, así que, está en un lugar donde le pueden
dar los cuidados que requiere en su condición.

Atraje a Elizabeth a mis brazos y rodeé su menudo cuerpo con el mío.

—Su alteza. —Nos interrumpió Coco.

Elizabeth se separó de mí y fue hasta la cocinera.

—Gracias, por ayudarme. —Se inclinó y dejó que la mujer de servicio le


pusiera la corona.

—Creo que, no fui de mucha ayuda —contestó ella.

—No te quites méritos. —Elizabeth le regaló una sonrisa y se giró a verme


—. ¿Nos vamos?

Asentí idiotizado con su belleza y amabilidad.

════∘◦✧◦∘════

Dominic.

Nuestro camino de regreso al castillo fue bastante silencioso.

Como lo había planificado:

Coco y Jena se fueron en un taxi; Emilio nos seguiría de cerca con mi moto,
mientras Elizabeth y yo íbamos en mi auto blindado.

Elizabeth miraba por la ventana, pero de tanto en tanto llenaba sus


pulmones de aire y lo dejaba salir todo de golpe.
No estaba seguro de si era algún ejercicio de relajación o si era un tic
nervioso, pero me gustaba saber cualquier cosa de ella y esto parecía ser
importante.

Detuve el auto en mi lugar de estacionamiento y me acomodé en mi asiento


para poder ver bien a Elizabeth.

Apagué el motor y sujeté sus manos.

—¿Pasa algo? —indagó ella y sus ojos estaban completamente claros, como
si se hubieran puesto de acuerdo en la tonalidad.

—No quiero bajar de este auto, peleados o disgustados —comenté,


acariciando su mejilla.

Elizabeth cerró los ojos, podría jurar que la sentí ronronear. Los abrió y
quiso saber:

—¿Por qué lo preguntas?

Estaba realmente avergonzado, pero, siempre había tratado de ser lo más


honesto que el momento requiriera.

—Soy un maldito egoísta por pedirte que te quedes. —Me acerqué y le di


un beso en los labios—. Debes saber que, no te necesito a mi lado para todo
lo que viene, pero… —Sonreí viendo sus ojos—. Te quiero a mi lado.

—Quién iba a decir que, el viejo tenía sentimientos —bromeó ella


haciéndome reír—. Casi había perdido la fe y me sales con eso.

—¿Qué edad crees que tengo? —indagué detallando a esa mujer que me
hacía ser un hombre decente.

—No lo sé, pero deberías tener cuidado al bajarte del auto, no sea que te
rompas la cadera. —Elizabeth bajó y rodeó el vehículo, me abrió la puerta y
me tendió la mano—. Su majestad, lo ayudo a bajar.

Tomé su mano y tiré de ella, hasta que, Elizabeth, quedó sobre mi regazo.
—Sí, soy un poco mayor que tú.

—De eso me doy cuenta —afirmó ella acariciando mi cabello.

—Excelente, porque siendo el mayor, soy responsable de ti y en este


momento, usted queda castigada.

—¿Cuál será mi castigo? —preguntó Elizabeth juguetona.

Tomé su mano y la llevé a mi polla.

—Castigo o premio, todavía no lo decido —susurré en su oído.

—Me temo que será después —murmuró mi esposa.

—¿Por?

—Bueno, hemos estado teniendo relaciones y no me estoy cuidando, así


que, hasta no comprar mis píldoras, no habrá más sexo.

La sonrisa desapareció de mi cara.

—¿Quieres tomar anticonceptivos?

—Sí, es lo más responsable. —Ella se levantó de mis piernas—. No


olvidemos que, todo esto es…

Dejó la frase en el aire, supongo que, fue astuto de su parte.

—Tienes razón. —Descendí del vehículo—. Subamos a la habitación.

—Es en serio, no habrá más sexo —manifestó Elizabeth entrelazando su


mano con la mía.

Fue un pequeño e insignificante gesto, pero uno que no le había permitido a


ninguna otra mujer hacer.

Miré nuestras manos unidas y una sensación de satisfacción llenó mi ser.


Caminé gustoso tomado de la mano de mi mujer, esa chica rebelde e
imprudente que, se estaba metiendo de poquito en poquito dentro de mi ser.

Varios trabajadores del castillo nos vieron, todos nos saludaron e hicieron
reverencias al vernos pasar.

Abrí la puerta de mi habitación y cargué a Elizabeth en mis brazos.

—¿Qué haces? —preguntó riendo.

—Pues, lo que, un esposo debe hacer. —Crucé la puerta y la besé.

—¿Es otra tradición de aquí? —Sus mejillas estaban algo sonrojadas y un


rulo de su cabello se había escapado de su melena.

—Todo el mundo lo hace. —La coloqué en el suelo—. Sobre la cama hay


un regalo para ti.

Elizabeth se giró y vio la caja sobre el colchón.

—¿Qué es? —Se acercó con cautela y abrió el paquete. Sacó una de las
playeras y se volteó a verme confundida—. ¿Playeras?

—No son cualquier playera, son las mismas playeras que usaste anoche.

Mi esposa frunció el ceño y detalló más la prenda.

—Ahora lo veo, pero, ¿qué haré con esto?

—Esa será tu nueva pijama —le informé avanzando hacia ella.

—¿Debo asumir que te gustó cómo me quedaba la playera? —Elizabeth


sonrió y llevó su mano a mi pecho.

—No, pero me fascinó arrancarla de tu cuerpo —hablé en voz baja.

Me llevé una mano a mi entrepierna y me acomodé mi polla.


Tomé a mi mujer de la cadera y la pegué a mi cuerpo.

—Dom, te dije que: debo comenzar con mis píldoras.

—A partir de mañana lo haces, ahora, te cogeré y te llenaré de leche por


todos lados.

Episodio 28: Arrodillado ante ella.


Dominic.

Observé fijamente a Elizabeth, estaba realmente maravillado con esa mujer,


no solo era por su peculiar belleza, sino por su rebeldía, por esa forma tan
única de ser.

Alcé la mano y acaricié su mejilla.

Podía ser un poco ingenua, torpe y fingir que era una mujer adulta y sabía,
pero pese a sus esfuerzos, era una pequeña chica dentro de un cascarón,
temerosa de conocer el mundo exterior.

Fruncí el ceño y me acerqué a sus labios.

¿Qué le habrá pasado para que tenga pesadillas?

Los labios de Elizabeth se abrieron suavemente, permitiéndome explorar su


boca a mi gusto.

Mis manos fueron abriéndose paso en su cuerpo, eliminando cada pequeña


barrera que se alzaba entre nosotros.

Blusa, pantalón y corona cayeron al suelo de cualquier forma.

Observé a Elizabeth por una fracción de segundo, la tomé en mis brazos y


la llevé a la cama.
La acomodé en el medio, me puse entre sus piernas y me quité la corbata.
Me incliné sobre ella y até sus manos a la cabecera.

—¿Qué haces? —preguntó con los ojos oscuros llenos de deseo.

—Juego con mi comida. —Me levanté de la cama y me quité la camisa.

Fui hasta mi cómoda, abrí un compartimiento secreto y agarré una fusta.


Regresé con Elizabeth, mientras probaba la flexibilidad de mi herramienta.

»Normalmente, te hubiera vendado los ojos, pero me gusta que me veas —


confesé acercando la fusta a su piel.

La subí con lentitud por la parte interna de su pierna, hasta llegar a su


vagina. Allí me detuve, contemplé a Elizabeth y di un pequeño golpecillo
sobre su clítoris.

Mi mujer gimió y su respiración se volvió irregular.

—¿Quieres que me detenga? —indagué con serenidad. Ella negó con la


cabeza—. Debes decirlo con palabras.

—No.

Volví a golpear su punto más sensible:

—¿No qué?

Elizabeth me atravesó con la mirada.

—No quiero que pares —declaró con firmeza.

Sonreí complacido por su actitud.

Subí con calma la fusta pasándola por su vientre, realicé un círculo y


ascendí por su cuerpo, llegando a sus pechos.

Una perfecta obra.


Era como si la hubieran tallado por ángeles caídos, era hermosa y
pecaminosa.

Con mi mano tomé la prenda y tiré de ella hasta romperla.

—Así está mejor —manifesté viendo sus pezones, ponerse duros.

Seguí acariciándola con la fusta y disfrutando la reacción de mi mujer.

Su espalda se arqueaba desesperada de más roce, sus piernas se movían en


la cama.

—¿Dominic? —indagó ella perdiendo la calma.

—Dime.

Su mirada buscó la mía.

—Estoy muy excitada —confesó y sus mejillas se sonrojaron.

—Lo sé. —Coloqué la fusta sobre su vagina y di varios golpecillos.

—¡Carajo! —gimió ella retorciéndose.

La miré sin entender lo que dijo.

En un veloz movimiento llevé la fusta hasta su barbilla y la hice verme.

—Si debes gritar, gemir o jadear, que sea mi nombre.

Dejé la fusta a un lado y me incliné sobre el cuerpo de Elizabeth y atrapé


uno de sus pechos con mi boca, mientras mi mano se internaba dentro de su
ropa íntima.

Succioné con vigor cuando sentí la humedad de la vagina de mi esposa.

Sin pensarlo dos veces, deslicé dos dedos en su lindo coño y marqué un
ritmo calmado.
—Dom… —jadeó ella y mordió su labio inferior.

Volqué mi atención al otro pecho y seguí penetrándola con mis dedos, con
el pulgar comencé trazar círculos en su clítoris.

Eso la enloqueció por completo y sentí cómo su vagina se contraía


alrededor de mis dedos.

—No puedes correrte —ordené con firmeza y detuve todos mis


movimientos.

Elizabeth abrió la boca para hablar, pero terminó asintiendo.

Me puse de pie, fui hasta la cómoda y busqué un dilatador anal.

»Pudiera colocar un poco de analgésico en tu lindo trasero, pero, te


perderías una gran parte de la experiencia. —Subí a la cama, tiré de su ropa
interior hasta romperla, me coloqué entre las piernas de mi princesa, y las
abrí dejando todo su sexo expuesto a mi disfrute—. Estás completamente
mojada.

Me acerqué a su vagina y con mi lengua me abrí paso entre sus pliegues, las
piernas de mi reina temblaron y supe que, estaba haciendo un buen trabajo.

Ascendí por sus labios y succioné con energía su punto más sensible.

Elizabeth gritó de placer.

Con mi lengua lamí toda su vagina y trasero, hasta que, sentí nuevamente a
mi mujer a punto de correrse.

Tomé el dilatador y presioné un poco en su orificio.

Elizabeth se aferró a mi corbata y se tensó.

—Debes relajarte —mencioné deslizando otro poco el dilatador.


—Me volveré loca —jadeó Elizabeth removiéndose en la cama.

—Todavía no comenzamos, princesa. —Terminé de meterle el dilatador y


lo encendí.

—¡Ahhh! —suspiró Elizabeth.

Me levanté de la cama, me quité el pantalón y acaricié mi verga.

Subí de nuevo, pero cerca de la cabeza de mi mujer, me arrodillé ante ella y


acerqué mi polla a su boca.

Ella excitada, sacó su lengua y la pasó por todo el borde de mi glande.

Gruñí apretando los dientes, la tomé del cabello y deslicé mi pene dentro de
su boca, presioné hasta que, mi princesa, tuvo arcadas.

Cerré los ojos y volví a meter mi pene en su boca, aunque, esta vez, no
presioné tanto, solo un poco.

—Qué boca tienes, Elizabeth —gruñí deseando poder meter más mi verga.

Saqué mi polla, tomé sus mejillas y la besé con pasión.

—Dominic —suplicó ella.

—¿Dime, princesa?

—Te necesito dentro de mí.

—Seguro que sí. —Subí a su cuerpo, puse mi polla en su entrada y penetré


con fuerza su lindo coño.

Un estruendoso gemido salió de la boca de Elizabeth y esperé con calma a


que su cerradita vagina se acostumbrara a mi irrupción.

Los ojos de mi princesa se posaron en mí y sus pupilas se dilataron.


Tomé su cintura y empecé a embestirla con fuerza.

Sus pechos se movían al ritmo de mis arremetidas y estaba completamente


hechizado por esa mujer.

Mi esposa movía sus manos deseando tocarme, pero por ahora, me


encantaba tenerla prisionera a mis deseos.

Sabía que, no iba a durar mucho, pues, había pasado un buen rato
provocándola.

Llevé mis manos a sus pechos y los estrujé con vigor.

—Te quiero tocar —pidió Elizabeth mirándome fijamente.

—No. —Me incliné y lamí sus pezones, uno a la vez aumentando el ritmo
de mis penetraciones.

Apoyé uno de mis codos, al lado de la cabeza de mi princesa y besé sus


labios de manera exigente.

Con mi mano libre estimulé su clítoris, mientras seguía embistiéndola con


más fuerza y profundidad.

—Dom, Dom, Dom —gimió Elizabeth cerrando sus manos sobre la


corbata.

Mi princesa se tensó y cerró los ojos.

—Quiero que te corras, viéndome —ordené sin detenerme.

—Por favor —rogó.

—Elizabeth. —Mi reina me miró y abrió la boca para decir algo, pero…

Un grito salió de ella, al mismo tiempo que su vagina expulsaba un líquido.


Su espalda se arqueó y los ricos espasmos de su sexo me llevaron al borde
de la locura.

Apreté mis dientes y gruñí corriéndome, sintiendo cómo su vagina se


apretaba alrededor de mi verga.

Todo fue tan jodidamente excitante.

Retiré el dilatador, desaté las manos de mi mujer y pegué mi frente a la de


ella.

—Lo siento —susurró tapándose los ojos.

—¿Qué sientes?

—Es que… —La escuché sollozar—. Me hice pipi.

Solté una enorme carcajada, me acomodé a su lado y la abracé:

—Preciosa, has tenido un squirting.

Elizabeth quitó sus manos de la cara y me observó asombrada.

—Había leído algo sobre eso, pero jamás había tenido uno —confesó y
sonreí.

—Princesa, ahora tienes un marido que sabe coger y te llevará al límite en


cada follada. —Deposité un beso en su frente.

—¿Nos damos una ducha? —propuso ella y asentí.

—Adelántate.

Elizabeth se levantó de la cama y fue a tapar su desnudez, pero le quité la


sábana.

»No tienes nada que ocultarme.


—De acuerdo. —Mi esposa caminó al baño y en la entrada de la puerta me
miró sobre su hombro y meneó el trasero—. No tardes.

Tomé mi teléfono y escribí a Emilio:

“Envía a Jena con sábanas nuevas. Que cierre la puerta al salir y las
sábanas que quitó las queme”

“Enseguida, majestad”

Entré al baño y vi el cuerpo desnudo de Elizabeth y toda mi excitación


volvió a mí.

Me encantaba todo de ella, desde sus cabellos rulos hasta la punta de sus
pies.

Acaricié mi verga y abrí la mampara luciendo una nueva erección.

Debía apresurarme, pues, los bebés no se hacen solos.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

No tenía registro en mi memoria de cuándo me quedé dormida, pero allí


estaba con el sol brillando por la ventana, las sábanas revueltas y mi esposo
abrazándome.

Esto sí era darse buena vida.

Alcé un poco la cara y me topé con la de Dominic, sonreí y estiré una


mano.

Acaricié su mejilla, su barba comenzaba a salirse de control y no se veía


nada mal.

—Buenos días, princesa —susurró Dom depositando un beso en mi frente.


—Estaba pensando.

Dominic se incorporó en la cama y me observó detenidamente.

—¿Pensando en qué?

—Cuidado, puedo creer que, temes que meta la pata —comenté de mala
gana—. Quiero hacerle un par de cambios a la habitación de tu padre.

—¿Él lo autorizó?

—Obvio. —Dominic sonrió—. Necesito un lugar donde plasmar mis ideas


y no pretendo quedarme en la habitación todo el día, además, necesito una
computadora para trabajar y…

Dominic puso un dedo sobre mis labios silenciando mis palabras.

—Princesa, te di una tarjeta que no tiene límite. —Dominic se inclinó y me


besó en los labios—. Puedes acomodarte en mi oficina o buscar con Jena un
lugar donde te sientas cómoda. No olvides que, eres mi esposa y la futura
reina.

Sonreí embobada por sus palabras.

—Quizás me dé una vuelta por allí y revisaré mis opciones.

—Bien, yo debo volver a mis deberes reales, pero, te buscaré para comer
juntos. —Dom se levantó de la cama completamente desnudo; me quedé
viendo su redondo y duro trasero hasta que, entró al baño.

Dos toques en la puerta captaron mi atención.

Me levanté de la cama, enrollé una sábana en mi cuerpo y abrí la puerta.

—Princesa. —Jena hizo una reverencia—. Tengo algo que informarle.

—Te diría que entres, pero mi marido está en la ducha.


Jena bajó la cara y noté cómo se había sonrojado.

—El rey le ha ordenado a la reina que, organice el baile con usted.

Me quedé pensando por un par de segundos.

—Necesito una oficina para mí. ¿Sabes dónde puedo instalarme?

—Creo que, hay un sitio que puede usar.

—Perfecto, asegúrate de que ese espacio sea mío y venme a buscar. —Iba a
cerrar la puerta, pero agregué—. ¿Dónde quedó el juego de té de la reina?

—Lo dejé en su armario junto a la capa.

—Maravilloso.

—¿Qué tiene pensado hacer?

—Le invitaré a la reina una taza de su propio té. —Sonreí y cerré la puerta.

Episodio 29: Una lección para la


Reina.
Lizzie.

Resultó que, ser la esposa del príncipe heredero tenía sus ventajas.

Había encontrado un sitio donde instalarme, tenía un elegante escritorio,


una cómoda silla, una biblioteca por llenar y lista para recibir mi
computadora portátil, junto a otros materiales de oficina.

Y todo lo hice, mientras Coco preparaba el té y Jena le avisaba a la reina


que, yo necesitaba verla.

Era un sitio pequeño y acogedor.


Sonreí cuando mi señor esposo apareció por la puerta.

—Me agrada tenerte de vecina —comentó entrando a mi despacho, rodeó


mi mesa y se apoyó de ella.

—Sí, aunque, no creo que, nos veamos mucho tiempo.

—Lo sé, pero no necesito mucho tiempo para cogerte. —Bajé la cara,
sonrojándome—. ¿Dónde están las cosas?

—Vienen en camino.

Dominic tomó mi lista de libros y la revisó:

—Son muy buenos textos. ¿Cuándo llegan?

—No vendrán.

—¿Por?

Rodé los ojos.

—Primero: son muy caros. Segundo: no voy a durar mucho tiempo


viviendo aquí. Tercero… —Me quedé pensando—. Vale, no hay un tercero.

—Elizabeth, ya no tienes que preocuparte por el dinero.

—¿Se te olvida que, todo esto es temporal? No sirve de nada


acostumbrarme a vivir de una determinada forma, si en algún momento
debo volver a mi realidad. —Dominic sujetó mis manos y me observó—.
Aunque, te agradezco todo lo que haces por mí.

Mi señor esposo me contempló y susurró:

—¿Y si no quiero que sea temporal?

—¿Qué? —cuestioné sin poder entender lo que dijo.


En realidad, sí había escuchado, pero quería que lo repitiera, pues, temía
haber escuchado mal.

—Princesa, el té está listo y la reina viene en camino —me informó Jena


entrando al despacho con una bandeja de plata y el juego de té.

—¿La reina viene para acá? —preguntó Dominic y su mirada se volvió fría.

—Es cosa de tu padre, desea que, ambas, organicemos el baile —le conté
ocultando una sonrisa—. Tranquilo, no saldré del castillo ni te meteré en
problemas.

Dominic se pasó las manos por la cara.

—Desearía quedarme y ver qué planeas hacer, pero debo irme. —Mi esposo
se inclinó y me dio un beso en la frente—. Solo, cuídate.

—Haré lo que pueda por mantenerme viva.

—Sí, al menos, hasta la coronación —bromeó Dominic y salió del


despacho.

Esperé un poco y miré a Jena.

—Coloca la bandeja en la mesa y retírate.

Jena acató mi orden e hizo una reverencia antes de marcharse.

Acomodé la mesa a mi gusto y me detuve en la puerta, lista para recibir a la


reina.

En pocos minutos, la anciana apareció con todo su ridículo esplendor;


joyas, ropa fina y tacones altos para intimidarme.

—Su alteza. —Hice una perfecta reverencia y me erguí.

—Por tu culpa tuve que atender a los padres de la duquesa con otro juego
de té —comentó la desgraciada.
—Por eso, a modo de disculpa, le invito a tomar un té conmigo. —Sonreí
—. Sabe que, prefiero el café, pero por usted, haré una excepción.

Estiré la mano indicándole el camino.

La reina se aclaró la garganta y avanzó con algo de duda.

Ajusté su silla y fui a mi lugar.

—¿Leche?

—No.

—¿Miel?

—Un poco.

—Esta mañana me he enterado de que su majestad, el Rey desea que,


juntas, llevemos a cabo el baile. —Removí con una cuchara de plata la
bebida de la reina y la coloqué frente a ella.

—Sí, aunque, no entiendo por qué ha tomado esa decisión —comentó la


vieja con desagrado.

—Supongo que, el rey desea darle una versión fresca y moderna al baile. —
Serví otra taza de té, pero solo la dejé frente a mí.

—Tú, ni siquiera perteneces a la realeza.

—No pertenecía, ahora soy la esposa del príncipe heredero —le recordé con
una amplia sonrisa—. Pero, no nos desviemos del tema, comprendo si su
edad no le permite entregarse por completo a un evento tan importante,
créame, yo puedo hacerlo sola.

—¿Me crees una inútil? —vociferó la reina iracunda.

—Alteza, no ponga palabras en mi boca, solo digo que, no debe sentir


vergüenza por no tener la fuerza y juventud de antes.
—No seas ridícula niña, tengo la fuerza y los conocimientos para realizar
un baile por mi cuenta —refutó la vieja indignada.

—¿Solo para organizar bailes?

—¿Qué quieres decir? —preguntó y miró mi taza de té.

—Pues, quedé asombrada con la logística del paseo para ir a buscar su


juego de té. —Me levanté de la silla y acerqué la taza a mis labios—. Pero,
pese a sus intentos de dañarme, estoy aquí con la corona en mi cabeza.

—Así veo. —La reina alejó su taza de ella y se puso de pie—. Pero, olvidas
que, tú eres una recién llegada y yo…

—Una mujer —la interrumpí—, que olvidó pedirle a su doncella probar su


té.

—¡Tú! —La anciana lanzó la taza al suelo y comenzó a toser—. ¿Crees


que, me vas a asustar con trucos baratos?

—Podemos seguir conversando, pero si fuera usted, iría a la enfermería. —


Sonreí y proseguí—. Recuerde, mientras más se altera, el corazón bombea
más sangre y…

—No serías capaz de hacerme algo dentro del castillo.

—Aquí es donde se da cuenta de que ambas tenemos el poder de comenzar


una guerra y solo la muerte de una de nosotras le pondrá fin. Aunque, usted
lleva más tiempo en el castillo y estoy segura de que tiene muchos
enemigos esperando a la persona correcta para aliarse en su contra.

La reina estaba roja de furia.

—No cantes victoria, solo has ganado una batalla.

—Tres, si contamos con los duelos anteriores. —Me senté de nuevo en mi


silla y entrelacé mis manos—. Ahora, le pido que se retire, todavía tiene un
baile que organizar.

—No puedes hablarme así.

—Nadie nos ve Mathilde, no tenemos que fingir que nos agradamos o nos
soportamos, usted desea mi muerte. Anhela arrebatarle el derecho de
nacimiento a Dominic, pero se jodió, no dejaré que le haga daño a mi
esposo.

—¿Estás dispuesta a morir por él?

—La muerte y yo, somos viejas amigas. —La contemplé fijamente—. En


cambio, puedo notar que usted se esconde debajo de sus mantas temiendo
que cualquier día venga a reclamarla.

La reina no dijo más, solo se dio la vuelta y se marchó resonando sus


tacones.

Expulsé todo el aire de mis pulmones y me tapé la cara.

Vale, no había salido como esperaba, pero me gustaba el resultado.

Sonreí imaginando a la reina corriendo al baño, ojalá le diera tiempo de


llegar.

Me puse de pie, tomé la pequeña barredora y la pala, para desechar la única


prueba de que la bebida de la reina contenía algo más que té y miel.

Boté el contenido en una bolsa de plástico y la dejé en el suelo, lista para


que Coco se deshiciera de ella.

Dominic entró a mi despecho y me observó con sus fríos ojos azules.

—Me alegra saber que, no me equivoqué contigo.

—No tengo idea de qué me hablas —alegué con falsa inocencia.

Mi señor esposo alzó una ceja:


—Escuché toda la conversación. —Dominic me agarró de la cadera y me
sentó sobre la mesa.

Abrí los ojos.

—¿Cómo?

—Las paredes son finas.

—Mentira —lo acusé y lo empujé lejos de mí.

Me puse de pie y comencé a evaluar las paredes. Pero, aparte de tener un


papel tapiz viejo y feo, no encontré nada fuera de lo habitual, hasta que, me
fijé en la biblioteca sin libros.

Me acerqué para revisarla mejor, pero mi esposo, me acorraló por la


espalda, puso mis manos sobre una de las repisas y pasó su erección por mi
trasero.

—¿Quieres un poco de té? —le pregunté sonriendo.

—Pensé que, estabas de mi lado —murmuró Dominic besándome por el


cuello.

—Y lo estoy.

Dominic me dio la vuelta y me tomó en sus brazos.

Sus labios fueron a los míos, pero aparté la cara de él.

—Debo ir al médico —le aclaré segura de que no deseaba quedar


embarazada.

—Claro, vamos, yo mismo te llevaré.

—¿En serio? —cuestioné.

—Sí, eres mi esposa y yo debo cuidar de ti.


—Magnífico, también debo ir al centro comercial.

—¿Quieres que vaya contigo a ese sitio?

—Si te portas bien, podemos entrar a la tienda de lencería y elegir un par de


conjuntos. —Moví las cejas y mordí mi labio inferior.

—Vale, avisaré que, estaré fuera un par de horas.

—¿Solo un par de horas? —cuestioné sonriendo.

—Bien, todo el día.

—Gracias. —Me puse de puntillas y deposité un beso en su mejilla—. Iré


por la capa y nos vamos.

Episodio 30: intuición y tregua.


Lizzie.

Varios días después…

No estaba segura si la reina había entendido la lección, o simplemente, esa


vieja bruja estaba planeando su contraataque.

Aunque, deseaba creer que, un par de horas de meditación en el baño le


darían una nueva perspectiva de la vida.

No me malinterpreten, estos días de aparente calma, habían sido agradable,


me dieron la oportunidad de ocuparme de la renovación de la habitación del
rey y compartir más con mi suegro.

Sin embargo, tanta tranquilidad, me estaba sacando de quicio.

Estaba en alerta permanentemente, como si esperara que esa vieja cacatúa


estuviera al girar en una esquina con un arma lista para volarme la cabeza.
Claramente, trataba de que mis temores no me afectaran, pero igual estaba
tensa. Además, cada día que pasaba, sentía menos confianza en Jena.

Era algo que, no podía explicar, ella parecía una buena chica y era bastante
trabajadora, incluso atenta y amable, pero, desde que Emilio había revelado
que ese día de mi ataque, Jena había llegado al castillo mucho antes de que
yo llamara a Dom, me había dejado un mal sabor de boca y ahora era
imposible confiar plenamente en ella.

Mi madre solía decir: Hija, nunca ignores tus instintos, la mayoría de


veces, te salvaran de situaciones peligrosas y te alejaran de malas
personas.

Justamente eran ellos los que me gritaban que me mantuviera alejada de


Jena. Y desgraciadamente, una vez decidí ignorar mi intuición y mi vida se
fue por el drenaje.

Así que, había tomado la decisión de rodearme de personas que me


inspiraran algo de confianza y una de esas personas era Coco, era una
señora bastante entrada en años, pero cuando ella estaba cerca me sentía
protegida.

Claro que, no iba a decirle a Jena que desconfiaba de ella, no podía ir


quemando mis barcos en este castillo lleno de mentiras y personas falsas.
Entonces, le había dicho que, ella seguía siendo mi doncella principal y
Coco era como una especie de apoyo.

Si le molestó, no lo dijo.

Y debía decir que, ambas hacían un excelente trabajo. Coco se encargaba de


mi ropa y joyas. Jena de mis peinados y maquillaje.

Eran el equilibrio perfecto.

—Estás lista —anunció Jena terminando de peinarme—. Ahora el


maquillaje.
—No. —Me levanté de la silla—. Debo ir con el rey.

—¿Hoy terminan de remodelar la habitación? —preguntó Coco y parecía


realmente interesada.

—Sí, pero necesito pedirte un favor. —Mi nueva doncella se me quedó


mirando atenta—. Paséate por el castillo y averigua si las empleadas me
odian.

—¿Por qué la odiarían? —indagó Jena extrañada.

—Porque, he pedido que antes de regresar al rey a su habitación deben


tener todo limpio y sin una mota de polvo. Y estos últimos días, han tenido
bastante trabajo.

—Ah, no creo que, por eso se gane el odio de las empleadas —aseguró
Coco—. No después de cómo ayudó a mis compañeras en la cocina.

—¡Sí! Todos en el castillo saben que, usted fue la salvadora de las cocineras
—confirmó Jena terminando de acomodar las cosas en la peinadora.

—Eso es un alivio. —Me senté en la cama y saqué todo el contenido de mi


cartera sobre el colchón—. ¡Demonios!

—¿Pasó algo princesa? —indagó Coco acercándose.

—Volví a perder mis píldoras —bufé, estaba cansada de ser tan descuidada
—. Ya no sé ni dónde tengo la cabeza.

—Es normal, anda muy tensa por la remodelación y el baile —expresó


Jena.

—¿El baile? Yo no estoy aportando nada para su realización. —Volví a


meter mis cosas en la cartera.

—Emilio está haciendo un gran trabajo —mencionó Coco—. Todos en el


castillo lo adoran y lo están ayudando.
—Eso también me tiene alterada —comenté recordando que, dentro de dos
días, se llevaría a cabo dicho baile y no sabía qué iba a usar o cómo debía
actuar.

—Todo saldrá bien. —Coco me regaló una de esas miradas tiernas y se


inclinó—. Debo marcharme, pronto la veo y le digo de lo que me entere.

—Gracias. —Me levanté de la cama y mi doncella salió de mi habitación


—. Yo iré con el rey.

—Debería llevarse algún abrigo —sugirió Jena.

Miré mi vestido floreado, luego la ventana y asentí.

Sí, últimamente estaba haciendo más frío de lo normal.

—Búscame la capa de Coco. —Sentí la vergüenza, cubrir mis mejillas—.


Siempre que digo que se la devolveré, la termino usando.

—Pienso que, ella se siente honrada de que usted le guste esa prenda.

Con la capa sobre mis hombros y mis rulos cayendo sobre mi espalda, salí
de mi habitación lista para otra mañana con Arthur.

Bajé las escaleras y me topé con Logan.

Me tomó un par de segundos asimilar que era él.

La verdad, era algo perturbador su parecido con mi esposo.

—¿Disfrutas tu estancia en mi castillo? —indagó interponiéndose en mi


camino de manera hostil.

—¿Tu castillo? —cuestioné tratando de rodearlo.

—Estoy realmente cansado de verte pululando por allí como si fueras la


dueña y señora de la casa.
Miré a ambos lados y me percaté de que estábamos convenientemente
solos.

—Nada te impide que te vayas —expresé fingiendo que revisaba mis uñas.

Sus manos me tomaron por los hombros y me pegaron a la pared de forma


violenta.

—¿De verdad, crees que, mereces estar aquí? —Podía notar su odio.

—Suéltame, ahora —le ordené tragándome el dolor que sentía.

—¿Cuánto dinero quieres para que te vayas?

Sonreí.

—¿En realidad eres tan ingenuo para creer que, mi partida colocaría la
corona en tu cabeza o solo eres idiota?

—Eso es fácil de averiguar. —Logan me observó con sus ojos llenos de


maldad y me retó—. Lárgate de mi casa y veamos que sucede con el trono.

Sus dedos se clavaron con más fuerza en mi cuerpo causándome más dolor.

—Si me voy, Dominic seguirá siendo el elegido de tu padre. Dime: ¿Qué se


siente ser la segunda opción? —Puse mis manos en el pecho de Logan y lo
empujé, pero claramente, él era más grande y fuerte que yo, así que, solo
hice el ridículo.

Logan me presionó con más fuerza en la pared e hice una mueca de dolor.

—Tal vez tu esposo te permita que le hables de ese modo, pero no soy él.

—En eso estamos de acuerdo. —Alcé la mirada y la clavé en Logan—.


Solo eres un imbécil que desea algo que jamás podrá obtener…

En un rápido movimiento, la mano de Logan se cerró en mi cuello.


—Valora cada aliento que te queda. —Estaba completamente atrapada entre
su mano y la pared, la fuerza con la que apretaba era tal que pronto sentí
que, me asfixiaba—. Pronto estarás bajo tierra haciéndole compañía a tu
madre.

Me removí, pero Logan estaba disfrutando de hacerme daño, la vista


empezó a nublarse e incluso así, no dejé de verlo, aunque, antes de perder la
consciencia, el idiota frente a mí, me liberó.

Tosí y me llevé mis propias manos a mi cuello como tratando de protegerlo


de Logan.

—No le tengo miedo a la muerte —susurré tratando de recuperar el aliento.

—Es bueno saberlo. —Logan se alejó y sonreí sintiéndome victoriosa—.


Pero, verás, disfruto causar dolor.

«Ya veo», gruñí en mi cabeza.

—No te tengo miedo —le aseguré sin dejar de verlo.

Una sonrisa siniestra cubrió el rostro de Logan y sentí miedo.

—Lo tendrás, después que termine contigo, suplicaras estar muerta.

—Sigue soñando maldito imbécil. —Me crucé de brazos y alcé la barbilla


con orgullo.

—Me pregunto si tu hermana será igual de valiente que tú.

Allí se me borró la sonrisa, se detuvo mi corazón y mi tenacidad se esfumó.

»¿Sabes el precio de mentirle a la corona? —Logan se acercó a mí y pasó


su dedo por mi garganta—. Pronto, lo averiguarás.

Se marchó silbando y no fui capaz de moverme.


Solo me quedé allí pensando en lo lejos que estaba llegando esa maldita
mentira.

Varias lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas y me apresuré a


limpiarlas.

No, no sería la causante de más dolor en mi familia.

Tomé la falda de mi vestido y subí a mi habitación corriendo.

Entré a mi cuarto y Jena se giró a verme.

—Vete —le ordené.

Mi doncella no dijo nada, solo se marchó toda confundida.

Corrí a mi armario, tomé una maleta y comencé a llenarla de ropa, mientras


las lágrimas manchaban mis mejillas.

La puerta se abrió y Dominic entró convertido en un vendaval.

—¿Qué mierda crees que haces?

—Me voy —espeté buscando mi pasaporte.

—¿De qué demonios me estás hablando? —Dominic alzó la voz—. No


puedes irte, tienes un contrato que cumplir.

—Lo lamento. —Puse las manos en mi cuello y reprimí un escalofrío—.


Pero en el contrato no decía nada sobre el riesgo de terminar como Ana
Bolena.

—¿Qué tiene que ver Ana Bolena en todo esto?

—Ella fue acusada de muchas cosas, pero una de ellas fue alta traición a la
corona, eso la llevó a su decapitación.

Dominic negó con la cabeza.


—Aquí nadie será decapitado —aseguró manteniendo la calma.

—Quizás tú no, ya que eres el puto heredero, pero yo. —Solté una
carcajada histérica—. Soy una plebeya que, comete fraude.

—¿Te quieres ir? —Dominic acunó mi rostro y sus dedos limpiaron mis
lágrimas.

«No», pensé viendo sus increíbles ojos azules.

Era la verdad, no deseaba hacerlo, no por la corona, el dinero o los lujos, ni


siquiera era por el buen sexo. Era porque, de verdad, no quería alejarme de
Dominic, pero…

—Debo hacerlo. —Me alejé todo lo que pude de él.

—¿Qué pasó? ¿Qué cambió? —exigió saber, podía notarlo molesto, incluso
preocupado.

Sin poder mantenerme en pie, me dejé caer en la cama y seguí llorando.

»Habla conmigo, por favor, no me dejes fuera de las cosas que te suceden
—suplicó cayendo de rodillas ante mí.

—Me cansé de mentir y lo creas o no, me gustaría conservar mi cabeza


sobre mis hombros.

—No me mientas. —Desvié la mirada, pero Dominic me sujetó por la


barbilla y me hizo verlo.

Estaba jodida, este hombre me importaba. ¿Qué tanto? No lo sabía, pero era
suficiente como para ser honesta con él.

—No me importa si amenazan mi vida, no tengo mucho por qué vivir, y


desde hace un tiempo espero que la muerte me reclame, pero mi familia ha
sufrido mucho por mi culpa y no puedo dejar que sigan sufriendo.

—¿Quién te amenazó? —indagó Dominic y sus orejas se pusieron rojas.


—Logan me hizo entender que, le haría daño a mi hermana si no me alejaba
de ti. —Varias brotaron de mis ojos, dejando un camino de dolor por mis
mejillas.

—Elizabeth, las reinas no lloran. —Sus dedos limpiaron las lágrimas de mi


cara—. Las reinas buscan a sus esposos y dejan que ellos pongan a sus pies
la cabeza de sus enemigos.

—Ambos sabemos que no soy una reina y Logan no es tu enemigo, es tu


hermano —determiné. Levanté mi mano y acaricié el cabello de mi señor
esposo.

—Todo aquel que deseé hacerte daño es mi enemigo.

—No siempre estarás a mi lado, así que, debo aprender a cuidarme sola. —
Dominic me atravesó con su mirada.

—Yo me encargaré de mantener a tu hermana a salvo. —Fruncí el ceño,


ante tal desesperación de Dom por hacer que me quedara.

Suspiré, incluso en los peores empleos debías trabajar un preaviso después


de renunciar.

—Escucha, el baile es en unos días, puedo quedarme hasta entonces y


luego…

—Luego de esa noche serás la reina y tendrás el poder de hacer lo que


desees.

—¿Poder? Creí que, las reinas consortes no tenían ningún poder.

—No, princesa. —Dominic se acercó y me dio un beso en los labios—.


Dije que Mathilde no tiene más poder que tú, pero es porque así lo decidió
mi padre, eso es lo que la hace tan infeliz. —Mi señor esposo se sentó en la
cama y me sentó en sus piernas—. Pero, tú serás una reina diferente porque
yo te haré poderosa.
—Dominic, no creo… —Su dedo silencio mis palabras.

—Ahora dime: ¿Cómo es eso que esperas a que la muerte venga por ti?

Maldije mentalmente por no tener control con las cosas que salen de mi
boca.

—Es algo personal y privado.

La mano de Dominic sujetó mi cara con firmeza.

—¿Todavía no entiendes que entre nosotros no existe nada personal o


privado? Tú y yo somos uno solo, así que, ve hablando.

Me rasqué la cabeza confundida por sus palabras.

—Lo siento, no puedo…

—Elizabeth, soy tu esposo.

—¿Dijiste que después del baile serás el rey? —Cambié el tema.

—Sí, mi padre todavía no lo hace oficial, pero antes del baile hará la
ceremonia de coronación. Será, algo íntimo y rápido por su estado de salud.

—Vaya, en dos días seremos coronados —murmuré sin poder creerlo del
todo.

—No, la fecha del baile se movió —reveló Dominic.

—¿Qué? ¿Cuándo será…?

—Mañana —me interrumpió mi señor esposo—, cuando se oculte el sol


seremos los reyes de la nación.

Episodio 31: Hijo favorito.


Lizzie.
Me quedé completamente muda viendo a Dominic.

—¿Es una broma? —indagué evaluando su rostro.

—¿Te parece que es un chiste? —Negué con la cabeza—. Elizabeth,


mañana a esta hora serás la reina de toda Inglaterra y nada cambiará eso.

Traté de levantarme de sus piernas, pero mi esposo me sujetó con fuerza.

»Háblame, dime que sucede.

—Estoy aterrada —confesé, levanté una mano y acaricié su cara—. Al


principio, fue una mentira divertida, pero esto está lejos de ser la aventura
que prometiste.

—Yo no estoy mintiendo, eres mi esposa.

«Pero, no me amas», cuestioné en mi cabeza.

»Follo contigo cada día; amanezco abrazado a tu cintura y…

—Pronto nos divorciaremos, lo sé, me sé el repertorio —lo interrumpí y


esta vez, sí, pude ponerme de pie—. Debo irme, tu padre espera por mí.

—Vale, yo iré a hacer unas llamadas. —Dominic se puso de pie y no


parecía estar muy feliz.

Yo tampoco lo estaba, pero así eran las cosas, él mismo había elegido
ponernos en esta situación.

Mi señor esposo se acercó a mí y se agachó lo suficiente para quedar frente


a mí. Sus manos fueron a mi cara y sus dedos limpiaron mis mejillas.

Su mirada no era amable, todo lo contrario, era fría:

—Deja de llorar y date cuenta de lo que realmente pasa a tu alrededor. —


Dominic se giró y se dispuso a irse del cuarto.
Arrugué la frente sin entender lo que decía.

Estaba concentrada en lo que estaba pasando a mi alrededor. Estaba


viviendo bajo el mismo techo que dos psicópatas que deseaban asesinarme.

—Hay algo que no entiendo —murmuré tomando la mano de Dominic y


evitando que se fuera.

—¿El qué?

—¿Por qué deshacerse de mí? Incluso conmigo fuera de la ecuación, tú


sigues siendo el Rey.

Dominic se giró por completo y me observó desde su altura.

—Porque ya fueron detrás de mí, pero no pudieron matarme. —Señaló su


cicatriz y la ira se apoderó de mí—. Van detrás de ti, porque lastimándote,
es la única forma de dañarme.

Una mano de mi esposo fue a mi cara y me sujetó por las mejillas, se


inclinó y me besó salvajemente:

»Pero, el que te toque un cabello tuyo, firma su sentencia de muerte. —


Dominic se marchó antes de que mi cabeza pudiera procesar esa
información.

Expulsé todo el aire de mis pulmones.

¿Hablaba en serio o solo era parte del teatro de ser esposos falsos?

Sentía que, había caído por un agujero y que, por mucho que lo intentase,
no era capaz de comprender qué sucedía y tampoco de encontrar una salida.

En definitiva, Dominic fue el conejo blanco que me llevó a un mundo


completamente trastornado.

════∘◦✧◦∘════
Dominic.

Esa maldita mujer me traía de cabeza, ¿y no se daba cuenta de cuánto me


gustaba?

A estas alturas no sabía si Elizabeth estaba jugando, a no darse cuenta de lo


que sentía por ella o simplemente era muy despistada.

Sin embargo, eso poco importaba, ella era mía y nada podía cambiar ese
hecho.

Bajé las escaleras y fui al único lugar donde sabía que estaba la escoria de
Logan.

Crucé el jardín y fui hasta la parte más lejana del castillo.

Desde siempre el imbécil había sido un cobarde, cuando no podía con la


carga que le representaba su madre, solía correr y esconderse.

Entré al bosque y avancé en línea recta.

—Veo que tu mujercita fue corriendo con el chisme —comentó Logan


apareciendo unos metros frente a mí.

—Realmente, me sorprende que no estés bajo la falda de tu madre —


declaré acortando la distancia entre nosotros.

—Al menos, yo tengo una madre.

—¿En serio? —Solté una carcajada—. En el pasado esa misma frase nunca
te funcionó. ¿Qué te hace pensar que ahora me lastimará?

—No pierdo nada con intentarlo.

Me detuve frente al idiota que tenía por hermano y lo tomé del cuello.

—Cometiste el terrible error de meterte con mi mujer —declaré con los


dientes apretados.
—¿Crees que te sigo teniendo miedo? —Logan me miró y pude notar que,
sí, todavía era un cobarde.

—¿Qué harás llamar a tu mami? —me burlé, presionando su asqueroso


cuerpo contra el árbol.

—Siempre atacando a traición, al menos, dame la oportunidad de


enfrentarte como un hombre.

—No. —Levanté mi mano dispuesto a sacarle todos los dientes, pero me


quedé allí con mi puño alzado analizando la situación.

—¿Qué pasó hermanito, ya no eres tan valiente? —me provocó Logan.

Entonces lo entendí.

Era una trampa.

—¿De verdad, pensaste que, no sería capaz de tocarte? —Estrellé mi puño


en su cara.

Golpeé una, dos, tres veces antes de que cayera al suelo.

—Has cavado tu propia tumba —se glorificó Logan.

Pisé su cuello y sonreí.

—Es una lástima que, decidas a última hora, no asistir a mi coronación. —


Apreté un poco más—. Pero, la buena noticia es que solo desaparecerás por
24 horas, aunque, si nadie reclama tu cuerpo, existe la posibilidad de que
las ratas se coman tus huesos.

—No, todavía no serás coronado.

—¿Papá no te dijo? —Chaqueé los dientes—. Tranquilo, ambos sabíamos


que no eras el hijo favorito.
Apreté más y más, hasta que, Logan quedó inconsciente.

Tomé una bocanada de aire y me preparé para llevar a mi querido hermano


a un lugar donde no fuese buscado.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Llegué a la habitación de Arthur, pero los trabajadores ya se encontraban


allí, así que, me apresuré para llegar al jardín.

Jena empujaba la silla del Rey, mientras él olía las flores.

—Lamento la demora —comenté quedando en su campo de visión.

Arthur sonrió, pero al verme, la sonrisa se borró de su rostro.

—Retírate —le ordenó a Jena de forma mordaz.

—Alteza. —La muchacha se arrodilló ante el Rey—. Lamento si hice algo


que…

—¡Largo! —bramó Arthur.

Jena pegó un brinco y salió corriendo.

—¿Pasa algo? —le pregunté a Arthur agachándome.

—¿De dónde sacaste esa capa? —inquirió alterado.

—Me la dieron —respondí con veracidad.

—¿Quién? —El rey tomó mi mano.

—Lo siento, su alteza. ¿Por qué una capa lo altera tanto? —indagué
poniéndome nerviosa.
—No es solo una capa. —Arthur sonó triste—. La conozco, sé quién la hizo
y no era solo una, sino un par.

—¿Un par? —repetí sin poder creerlo.

—Una está en mi armario, dentro de la misma caja en donde estaba la


corona de mi esposa.

—¿Y la otra? —pregunté con genuino interés.

—Fue enterrada con mi esposa. —Dejé caer los hombros—. Por eso, es
importante que me digas quién te la dio.

—Es que, no lo sé —mentí. Al parecer, se me estaba haciendo costumbre


saltar de mentira en mentira—. Alguien la dejó frente a la puerta de mi
habitación.

—Elizabeth, llevo 34 años esperando morir, para reunirme con la mujer que
amo. —Una lágrima rodó por la mejilla del Rey—. ¿Piensas que, esto es
una señal de mi amada para venirme a buscar?

—¿Qué fue lo último que le dijo su esposa?

—Que cuidara de nuestro hijo.

—Entonces, es una señal de que su momento no ha llegado, pues debe


cuidar de su hijo.

—Dominic es un hombre, con una hermosa familia.

—Señor, no importa la edad que tengamos, siempre vamos a necesitar a


nuestros padres.

Arthur sonrió un poco más calmado.

—Tienes razón, pero a partir de mañana Dominic deberá encargarse de sí


mismo y de la nación. —El Rey palmeó el dorso de mi mano—. Vamos
muchacha, quiero ver mi nueva habitación.
Asentí.

Pero, ahora no me preocupaba ser coronada como reina, sino de dónde


Coco había sacado la dichosa capa.

Episodio 32: El misterio detrás de


la capa.
Lizzie.

Llegamos a la habitación de Arthur y el cambio había quedado estupendo.

Las señoras de la limpieza estaban terminando de organizar todo y en una


esquina llorando estaba Jena.

—Creo que, debería disculparse con ella —le sugerí al Rey.

—No debo disculparme con nadie —declaró Arthur orgulloso.

—Pues, pienso que, gritarle, fue grosero de su parte —insistí.

Arthur expulsó el aire de sus pulmones, puso el codo en el reposabrazos de


la silla y apoyó su cabeza en su mano.

—¡Tú, muchacha! —Jena se giró y su labio inferior empezó a temblar de


nuevo, pero corrió a los pies del Rey—. Deja de llorar, que no has hecho
nada malo.

—¿No me despedirá?

—No, por ahora. —Arthur me miró como diciendo: Es lo más que haré—.
Por favor, márchate lejos de mi vista, no sé lidiar con las lágrimas de nadie.

—Sí, su majestad. —Jena se secó las lágrimas y se fue más animada.


—Lo que intentas hacer es… admirable, pero debes saber que no se llega a
Rey siendo amable con las personas, debes tener en todo momento mano
dura, para que los actos de misericordia sean celebrados. —Arthur buscó mi
mano y se la di—. Yo también quise ser un buen Rey, pero las experiencias
y traiciones me llevaron a ser despiadado.

—Dominic…

—Mi hijo es muy parecido a mí, de eso estoy orgulloso. —El Rey sonrió—.
Lo envié al ejército para darle las herramientas que necesitaba para poner a
sus enemigos a sus pies.

—Tiene razón, trabajaré en mi carácter. —Decidí que lo mejor era cambiar


de tema, después de todo, mis días como reina estaban contados—. ¿Qué le
parece su habitación?

—Me agrada, pero un cuarto más limpio, con cortinas nuevas y sin polvo,
no me van a sanar —mencionó Arthur y señaló su cama—. Vamos
muchacha, este viejo quiere dormir un poco para poder tener energía para el
día de mañana.

—Sí. —Empujé la silla y lo ayudé a subirse a la cama.

—Supongo que, Dominic ya habló contigo.

—Así es, aunque, tenía entendido que, solo se coronaba cuando el rey
fallecía.

—¿Ya quieres que muera muchacha?

—No, no, por supuesto que no, solo que…

—Estoy bromeando, esa es la costumbre, pero he decidido cambiar un poco


la cosa.

—¿Puedo saber por qué?


—Quiero ver en vida, cómo mi heredero gobierna, si lo hace bien, podré
morir en paz.

—¿Y si lo hace mal?

—Pues, moriré de rabia.

Sonreí.

»Ahora, vete y deja a este viejo descansar.

Asentí y salí de la habitación.

Estaba cerrando la puerta cuando la enfermera del Rey iba llegando.

—¿Por qué el Rey no había sido llevado a tomar sol? —indagué con
genuino interés.

—Se lo sugerí a su majestad la reina. —Noté rastro de amargura en su tono


de voz—. Ella fue específica, mantenerlo calmado y en la habitación.

—Bien, yo autorizo los paseos matutinos y menos sedantes. —Tomé las


manos de la enfermera—. Si nota algo raro, lo que sea. ¿Me avisa?

—Lo haré —aseguró la enfermera.

—Gracias. —Le regalé una sonrisa y seguí con mi camino.

No estaba segura de dónde podía estar Coco, pero la había enviado a


investigar, así que, tenía una idea de su paradero.

Estos últimos días había descubierto que Coco tenía la habilidad de pasar
por desapercibida; además, era querida y respetada entre sus compañeros, lo
que le daba un bonus extra a la hora de enterarse de algo.

Aceleré el paso y llegué a la cocina.


Era increíble cómo poco a poco me había acostumbrado, no solo a las
dimensiones del castillo, sino que, había aprendido algunos atajos para
acortar el camino.

Entré en la cocina y todas las empleadas dejaron de trabajar para hacer una
reverencia ante mí.

Por extraño que suene, también me había acostumbrado a eso.

—Por favor, vuelvan al trabajo —pedí con amabilidad—. ¿Saben dónde


está Coco?

—Afuera, con las verduras —contestó una de las empleadas más jóvenes.

—Gracias.

Atravesé la cocina y salí por la puerta trasera.

Pude visualizar a Coco con una olla llena de verduras.

Sonreí y caminé hasta ella.

—¿Necesitas ayuda? —indagué sentándome a su lado.

—Princesa. —Coco se fue a levantar, pero la detuve.

—Por favor, no aquí, nadie nos ve y…

—Siempre hay alguien que ve. —Coco se levantó e hizo la reverencia.

—Necesito conversar contigo, más bien hacerte una pregunta.

—Usted dirá su majestad. —Coco volvió a su lugar y retomó su tarea.

—¿De dónde sacaste esta capa?

La mujer levantó la mirada, como si no creyera lo que le acababa de


preguntar.
—¿Puedo saber por qué el repentino interés?

—Vengo de ver al Rey —le informé y su rostro perdió todo el color.

Coco dejó el cuchillo en la olla y tragó saliva.

—¿Alguien más te vio con la capa? —Se acercó y trató de quitármela.

—No, al menos, más nadie la reconoció —aclaré.

—Esto no debió pasar así, Arthur no debió verte con esa capa—sollozó
Coco—. ¿Qué le dijiste de la capa?

—Que la habían dejado en mi puerta. —Tomé sus manos y la obligué a


sentarse.

—Debes guardarla —pidió la mujer alterada.

Me quité la capa, la doblé y se la di.

—Sé que nos conocemos de hace poco, pero puedes confiar en mí. —Coco
rechazó la prenda, pero se le quedó mirando—. Estoy segura de que algo
pasa, pero no quiero presionarte.

—Es mía —susurró tan bajito que creí haberlo imaginado.

—¿Tuya? —repetí acercando mi cara a ella. Coco asintió—. ¿Dónde la


encontraste?

—Había pasado los últimos dos meses de mi embarazo enferma, no tenía


fuerzas ni para levantarme. Así que, me puse mi capa, la misma que tenía a
juego con mi esposo. —Fue mi turno de perder el color de la cara, miré para
todos lados temiendo que alguien nos escuchase—. Tuve dos hermosos
hijos, pero antes de poder besarlos caí en la oscuridad.

«¿Dos? ¿Dijo dos hijos?», cuestioné en mi cabeza, pero por miedo a


asustarla me quedé en silencio.
—Desperté, no sé cuanto tiempo después, ingresada en un hospital
psiquiátrico, lejos, muy lejos de aquí. En otro país, de hecho. Las noticias
decían que, había muerto. —Me llevé las manos a la boca estaba realmente,
impactada con todo—. Estuve un par de meses allí antes de entender que, si
seguía diciendo que era la reina Carlota no saldría de allí, así que, fui Coco,
lo fui por unos largos 4 años. No hubo un día en que no pensara en mis
hijos.

Cerré los ojos cuando escuché que de nuevo hablaba en plural.

—¿Cómo llegaste aquí?

—Escapé, tuve que hacerlo, ellos no me dejarían salir y yo necesitaba


verlos, pero no podía llegar siendo Carlota, no, ella debía morir. Contacté a
un amigo, me ayudó con algunos cambios estéticos, algo aquí, otra cosa por
allá y no había rastros de la reina que fui. —Las lágrimas comenzaron a
caer de los ojos de Coco—. Regresé al castillo 7 años después, pero uno de
mis hijos ahora era hijo de esa maldita mujer; el otro, era golpeado y
humillado a manos de esa desgraciada.

Me quedé en shock, analizando todo lo que me estaba contando Coco o


debía decir: Carlota.

—Espera, un segundo. —Expulsé el aire de mis pulmones—. ¿Por qué no


dijiste que eras tú?

—Porque ser yo, significaba que, esa mujer volviera a atentar contra mi
vida o peor, contra la de mis hijos. En cambio, Coco era una insignificante
mujer que en sus ratos libres podía acercarse a sus hijos. —Coco se limpió
la cara—. Logan me rechazó de inmediato, pero Dominic, mi pobre hijo,
sufría a diario, así que, trataba de hacer sus días mejor.

—Así que, regresaste al castillo, para cuidar de tus hijos —concluí y llevé
mis manos a la cara, entonces, me di cuenta de que también estaba llorando.

—Ella logró quitarme todo, pero jamás pudo sacarme del corazón de
Arthur, él, jamás la volvió a tocar y eso la marchitó aún más.
—¿Cómo es posible que nadie supiera que tu embarazo era de dos y el de
ella uno?

—Ella venía de una familia adinerada y con contactos influyentes, supongo


que, le pagó a los médicos para cambiar los estudios, aunque, recuerda que,
pasé los últimos meses en cama.

—Eso explica por qué Logan y Dominic se parecen tanto. ¿Cómo no


notaron eso?

—Pues, la genética de Arthur es fuerte, incluso Frances se parece a sus


hermanos, pero la pobre recibió el rechazo de su madre, cuando ella la
encontraba jugando con Dominic le propinaba unas golpizas inhumanas, es
por eso que desde que se casó no regresó más al castillo.

—Lamento mucho todo lo que has tenido que vivir —murmuré


abrazándola.

—Es importante que, no se lo cuentes a nadie. —Coco me miró y se veía


asustada por revelarme su secreto—. Prométeme que no se lo dirás a nadie.

—No lo haré, pero deseo creer que, esperas el momento correcto para
decirle la verdad. —Observé a Coco fijamente.

—La verdad, me gustaría que jamás se supiera nada.

—Coco, tus hijos están grandes, esa vieja bruja no puede lastimarte. —
Tomé sus manos—. No dejaré que te lastime.

—Princesa, soy feliz siendo Coco.

—Te robaron la oportunidad de criar a tus hijos. ¿No quieres hacer justicia?
—La duda cruzó el rostro de Coco—. No digo que salgas corriendo a
gritarlo al mundo, pero no puedes seguir siendo una espectadora y tienes la
oportunidad de darle a esa bruja su lección. Úsala.
—Es que… —Coco bajó la cara—. Nunca he sido fuerte, ni valiente,
Arthur lo sabía y me amaba así.

—Ya lo eres, al regresar al castillo solo para cuidar de tus hijos, te hace una
mujer fuerte y valiente. Pienso que, por tu esposo y por tus hijos, debes
alzar la voz —le aconsejé. Me puse de pie y estiré la mano—. Ahora,
vamos, una reina no debería pelar verduras.

—Princesa…

—No, para ti soy Elizabeth. —Tomé mi falda e hice una reverencia,


mientras sorbía por la nariz.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó la reina

Coco bajó la cara y no habló.

Me di la vuelta y me puse delante de Coco:

—Le pedí a mi doncella que me ayudase con mis reverencias.

—Ahora entiendo por qué te va tan mal en la vida —se burló Mathilde.

—¿Llegó a esa conclusión en el baño? —contraataqué con una sonrisa


falsa.

Mathilde apretó los dientes, pero retrocedió un paso.

—No tengo tiempo para eso, estoy buscando a Logan. ¿Lo han visto?

—No, su majestad —contestó Coco.

—Si lo ven, me avisan —ordenó la reina.

—¿Acaso piensa que, somos niñeras de usted? —le pregunté furiosa.

—Como quieras, pero la cocinera está obligada a…


—A nada —la corté—, ella es mi doncella, está bajo mi cargo y solo me
responde a mí.

—Insolente —vociferó Mathilde, pero me quedé en mi lugar—. Deberías


saber tu lugar.

—Yo sé cuál es el mío. ¿Y usted? —Mathilde levantó la mano y sonreí—.


Asegúrese de golpearme tan fuerte que me deje inconsciente en el suelo,
porque si no, arrancaré cada cabello de su cabeza y se los haré comer.

A Coco se le escapó una risita, pero rápidamente se tapó la boca.

—¿Qué te da risa? —La reina intentó volcar su rabia en Coco.

Aunque, para poder tocarla debía pasar sobre mí.

—¿Risa? Sé que la vejez no la deja diferenciar los sonidos, pero mi


doncella no se rio, ella estornudó.

—Esa mujer está muy vieja para ser una doncella —me reprochó Mathilde.

—Pues, esa mujer es más joven que usted y no se inyecta bótox. —Sonreí y
agregué—. Ahora, no tengo ganas de seguir conversando con usted. Vamos,
quiero darme una ducha y descansar un poco.

Coco asintió y me siguió en mi recorrido de regreso al castillo, aunque, no


entramos por la cocina, sino que seguimos por el jardín buscando otra
entrada.

—Eso estuvo cerca —murmuró Coco.

—Es por eso que no puedes seguir callando, esa mujer te hizo daño, no
merece ningún respeto de tu parte.

—Tú, ganas, pero no estoy lista.

—Bien, avísame cuando lo estés.


Estábamos a punto de entrar al castillo cuando vimos a Dominic salir del
bosque.

—Elizabeth, llevo rato buscándote.

—No tenías ganas de encontrarme si me fuiste a buscar por allá —bromeé


viendo sus botas llenas de barro.

—Coco hay que llevar a mi esposa a la prueba del vestido —comentó


Dominic abrazándome por la espalda y depositando un beso en mi nuca.

Miré a Coco:

—¿Sabías que la coronación es mañana?

—Claro que lo sabía, Coco es de mi entera confianza.

Coco sonrió ampliamente y bajó la cara.

—Ya mismo la llevo.

—¿Tú no vienes? —le pregunté a Dominic.

—No, debo hacer algo. —Se acercó y me susurró en el oído—. Además, no


prometo poder aguantar las ganas de follarte.

—Sí, hablando de eso. —Me alejé un poco de él—. Volví a perder mis
pastillas.

—¿Entonces?

—Pues, creo que… —Me quedé pensando—. Iré con mi ginecólogo y le


pediré que me inyecte el anticonceptivo.

—¿Deberás inyectarte a diario? —indagó Dominic y pareció sustado.

—No, es lo mejor de todo, una sola inyección dura hasta 3 meses, creo. —
Rodeé su cuello con mis brazos y deposité un beso en su mejilla.
—¿Cuándo irás?

Expulsé el aire de mis pulmones y retrocedí un paso.

—Supongo que, pasado mañana, cuando ya haya pasado el baile y lo otro.

—Bien, yo iré contigo.

—¿Estás seguro de eso? —indagué arrugando la frente.

—Sí, eres mi esposa y quiero acompañarte.

—Ok, supongo.

—Coco, cambio de planes, ve por el vestido, yo acompañaré a mi esposa a


la habitación. —Le pegué un manotazo a Dominic en el pecho—. ¿Qué?
Solo me preocupo por tu bienestar.

—Eres una bestia insaciable —alegué en voz baja.

Coco sonrió y se marchó.

—Soy adicto a follarte y eso es lo que haré. —Mi señor esposo me tomó en
sus brazos y echó a andar conmigo.

Episodio 33: Coronación.


Lizzie.

Jena y Coco se pusieron delante de mí, ambas con una enorme sonrisa.

—Princesa, está lista —anunció Jena estirando la mano para ayudarme a


ponerme de pie.

Mis manos temblaban, mientras caminaba al espejo, y retuve el aliento al


ver mi reflejo.

—Has quedado hermosa —murmuró Coco a mi lado.


El vestido que había elegido Dominic para mí, era elegante y sofisticado.

Su color champán realzaba mi tono de piel.

Su falda era larga y suelta, con una tela tan fresca que, sentía estar en una
nube.

Uno de los detalles que me gustaba era que, de la cadera a los pechos, la
tela era transparente y ceñida a mi cuerpo; con delicados tirantes que
resaltaban mis hombros y proporcionaban un ajuste cómodo.

Mi desnudez era cubierta por diamantes de diferentes tamaños, dando la


impresión de que las joyas colgaban de mi piel.

Era una sensualidad delicada.

Los tirantes salían una hermosa y elegante capa que se extendía hasta el
suelo, creando un efecto de fluidez y fascinante movimiento al caminar.

Supongo que, Dominic no deseaba que yo pasara por desapercibida.

Jena me había recogido el cabello sin alisar mis rulos, de hecho, los había
usado para resaltar las joyas que había colocado.

Sin embargo, bajo toda esa elegante belleza, no podía dejar de sentirme una
farsante.

Dos toques en la puerta nos indicaron que, era hora de marcharnos.

En este punto no estaba segura de cuántas personas asistirían a la


coronación, ni siquiera había pensado si iba a estar la prensa, solo tenía
miedo de ser descubierta y que Dominic saliera perjudicado de toda esta
mentira.

Coco tomó mi mano y me condujo a la puerta, mientras Jena la abría con


cuidado.

Creí que, vería a Dominic, pero en su lugar me topé con Emilio.


Verlo me pareció tan extraño, pues, tenía varios días sin tenerlo de frente.

—Eliza… —Se inclinó cortando su frase—. Su majestad.

—Emilio —lo saludé informal.

—Su esposo la espera. —Emilio estiró el brazo y se lo tomé sin dudar.

Avanzamos por el pasillo hasta llegar a la cima de la escalera. Comenzamos


el descenso lentamente.

—¿Cuántas personas hay en el salón? —pregunté en voz baja.

—Pocas, solo los miembros del clero, algunos miembros de la nobleza que
tienen asignado un papel en la coronación y oficiales del gobierno.

Me detuve, era incapaz de avanzar un paso.

—No puedo —susurré sintiendo cómo el corazón latía con fuerza en mi


pecho.

—Tranquila, la ceremonia será corta y después de la coronación…

—No puedo —repetí entrando en pánico.

—Lizzie, no tienes de qué preocuparte, no eres la primera, ni la última que


miente para ascender a la corona.

Fruncí el ceño:

—Yo no mentí. —Apreté los dientes molesta—. A mí me metieron en todo


esto.

—Perdón, lo hice sonar frívolo. —Emilio se giró y se colocó frente a mí,


estaba por un escalón debajo de mí, pero aun así, podía verlo sin bajar
mucho la cara—. Ambos sabemos que, tu lugar no es detrás de la corona,
pero Dominic te necesita, después de ser coronada y del baile, puedes
desaparecer, comenzar de cero.
Desaparecer. ¿Cómo desapareces después de ser coronada como la reina de
una nación?

Sin embargo, Emilio tenía razón, mi destino no era ser la reina, solo debía
fingir y por eso me están pagando muy bien.

Volví a deslizar la máscara de la reina y medio sonreí.

—Bien, vayamos a ayudar a mi señor esposo —murmuré viendo a Emilio.

—Así se habla. —Emilio se dio la vuelta y continuó ayudándome a


descender por las escaleras.

A penas llegamos al pie de estas y un par de hombres a los que no conocía


nos interceptaron.

»No te preocupes, ellos están de nuestro lado —comentó Emilio en voz baja
—. Dominic contrató su propio equipo de seguridad.

—¿Me acompañarán toda la noche? —indagué y los hombres asintieron


sutilmente. Bajé la mirada y pregunté—. ¿Incluso en el baile?

—No, allí estarás con Dominic y no existe mejor protector que él —alegó
uno.

—Entonces andando.

Echamos a andar para llegar al gran salón.

Coco me había contado que, normalmente, había una planificación de


meses, incluso hasta ensayo antes del día de la coronación. Pero, después de
muchos años, siguiendo un mismo criterio ante la coronación, esta vez,
sería completamente diferente.

Supongo que, todo se debe por un tema de contingencia.

Las manos me sudaban y las piernas me temblaban, mientras seguía a


Emilio.
De pronto, en las puertas del gran salón estaba Dominic con su traje del
ejército real.

Su pantalón oscuro y su guerrera roja, le quedaban como guante; y la tira


azul que cruzada su pecho combinaba a la perfección con el color de sus
ojos. Una faja carmesí sostenía su espada de oro.

Colgados en su guerrera, se podía apreciar su rango y varias medallas


ganadas en su servicio. También se podía ver un par de alas y me asombró
un poco, pues, no tenía idea de que pilotaba.

Sin duda, estaba realmente guapo.

—¡Qué hermosa estás, mi Elizabeth! —exclamó mi señor esposo


boquiabierto.

Me extendió sus manos y enseguida se las tomé.

—Estoy muy nerviosa —confesé en voz baja.

—Es entendible, pero ya estás con tu esposo. —Dominic se inclinó y me


dio un casto beso en los labios—. Las cosas han cambiado bastante para
llevar esta ceremonia a cabo.

—Eso me han explicado —murmuré viéndolo a los ojos.

—¿Quién? —La mirada de Dominic se desvió a mi espalda y cerré los ojos


sabiendo que el blanco de su furia era Emilio.

—Las empleadas del castillo. —Miré a mi señor esposo y alcé una ceja—.
Ellas saben muchas cosas.

La puerta se abrió un poco y un joven vestido con el uniforme de la guardia


real se asomó.

—Su majestad, es hora.

Dominic asintió y tomó mi mano.


Nos colocamos frente a la puerta y estas se abrieron ante nosotros.

Me quedé clavada en mi lugar cuando vi el sitio repleto de personas que, se


voltearon a vernos.

Dominic inició la marcha, caminando orgulloso de todo lo que estaba por


suceder.

Los murmullos nos siguieron en toda muestra caminata y fue algo


incómodo, pero seguí caminando.

Aunque, en varias, oportunidades, mi esposo tuvo que sostenerme del brazo


para evitar que, me cayera como una idiota.

Al final del pasillo estaban dos sillas que veían en dirección a donde estaba
el rey y su esposa. La cual no paraba de mirarme.

Fue allí cuando agradecí que las miradas no pudieran matar.

Dominic me ayudó a sentarme y luego se sentó a mi lado.

Un arzobispo salió a la tarima y comenzó la ceremonia religiosa.

════∘◦✧◦∘════

Dominic.

Habría preferido pasar directamente a la colocación de las coronas, pero


entre tantos cambios que hubo de último momento, no podía evitar la
ceremonia con el arzobispo.

Aunque, mi mente estaba lejos de ese lugar.

Bueno, no tan lejos, de hecho, estaba en la mujer que tenía a mi lado.

Realmente, parecía estar muy asustada, como si esperase que, el arzobispo


la señalara y le dijera que, era una impostora.
Sin embargo, estábamos lejos de ser un par de farsantes.

Era mi esposa, mi mujer y con suerte la futura madre de mis hijos.

Elizabeth se puso de pie y volteó a verme.

Fue entonces cuando entendí que, el arzobispo había terminado de hablar y


mi padre venía hacia nosotros en su silla eléctrica.

—Es la primera vez que el rey tiene la oportunidad de ver a su sucesor a los
ojos y pedirle que recite el juramento. —Mi padre me sonrió—. No sé por
qué no se hizo antes, pero mi corazón se llena de orgullo al ver a mi hijo y
su esposa frente a mí, listos para tomar el control de la nación en sus manos.

Me hinqué de rodillas ante mi padre y con voz firme, recité mi juramento.

Mi padre se quitó su corona y la puso en mi cabeza. El arzobispo se acercó


a mí y puso en mi mano derecha un cetro con una cruz en la punta.

Eso significaba el poder temporal.

—Recibe la vara de la equidad y la misericordia. Sé misericordioso, sin ser


negligente. Castiga al malvado, protege y aprecia a los justos, y guía a tu
pueblo por el camino que deben transitar.

Me puse de pie y mi padre me entregó el cetro de la paloma, ese


representaba el poder espiritual.

—Un gran rey, siempre tiene detrás a una gran reina. —Mi padre se dirigió
a Elizabeth y ella se arrodilló ante él—. Darte esto es muy especial para mí,
fue la misma corona que, por años, adornó la cabeza de mi amada Carlota.

Mi padre colocó la corona que perteneció a mi madre en la cabeza de


Elizabeth, luego pidió que le trajeran otra joya.

—Una reina siempre debe ser poderosa. —Le dio un cetro, uno diferente,
uno que jamás había visto. Mi padre tomó la mano de Elizabeth y deslizó
un anillo en el mismo dedo donde estaba nuestro anillo de bodas—. Protege
a tu nación como proteges a tu rey, ama a tu pueblo como amas al rey.

El cetro estaba cubierto de diamantes, era espectacular.

Mi padre le indicó a Elizabeth ponerse de pie, nos colocamos a su lado y


miramos al público presente.

—¡Viva el rey y la reina! —Todos lo repitieron—. ¡Larga vida al rey y la


reina!

Miré sobre mi hombro y vi cómo Mathilde observaba a Elizabeth, mi padre


la había vuelto a humillar, le había dado a mi esposa lo que ella siempre
había deseado.

»Quiero nietos pronto —agregó mi padre en voz baja.

Todos los presentes se levantaron de sus asientos y aplaudieron.

Como siempre, todos fueron acercándose y felicitándonos. Deseosos de


estrechar nuestras manos y ganarse nuestro aprecio.

Elizabeth me mantenía en calma, sonreía con amabilidad, aunque, no


miraba a nadie a los ojos.

Más tarde, que pronto, terminamos en el salón de fiesta, listos para dar
inicio al baile de presentación.

Eso pareció relajar un poco a mi esposa, lo cual, me pareció lo más tierno


del universo.

—Ya vuelvo. —Me levanté de mi trono y dejé a mi esposa con mi padre.

Salí del salón y me dirigí al calabozo, dispuesto a dar la señal de liberar al


inútil de Logan.

Entonces, Mathilde se interpuso en mi camino.


—Sé que sabes dónde está Logan —me confrontó la vieja.

—¿Ya buscó debajo de sus faldas? —me burlé.

—Desgraciado. —Mathilde levantó su mano dispuesta a golpearme, pero se


la sujeté en el aire.

—No dejaré que vuelvas a golpearme. —Solté su mano con fuerza—.


Además, ¿por qué tengo que saber el paradero de su hijo?

—No te hagas el inocente, él me avisó que se vería contigo en el bosque.

—Pues, te mintió. —Fruncí el ceño—. No sería la primera vez.

—Dominic, exijo…

—Cállate —ordené molesto—. No eres nadie para pedirme nada, sal de mi


vista y no vuelvas a menos que te lo ordene.

—No durarás mucho con esa corona en la cabeza.

—Pues, antes de perder mi corona, tú perderás la cabeza —sentencié.

Mathilde me observó, pero no dijo más, ella sabía que, otra amenaza era
causa para detenerla por traición al rey.

Seguí mi camino y teniendo precaución de no ser visto, me dirigí a las


mazmorras.

—Majestad. —Lennox hizo una exagerada reverencia.

—Deja la estupidez y ponte de pie —le reprendí—. ¿Ya está listo?

El ejército me había quitado muchas cosas, pero también había logrado


crear un vínculo inquebrantable con un puñado de hombres a los que les
confiaría mi vida.
Teníamos una leal relación, en ellos podía confiar con los ojos cerrados. Era
por eso que, los había traído al palacio. Si debía comenzar con mi reinado,
sería rodeado de personas en las que podía confiar y que tenía la certeza de
que no serían corrompidos por el poder o el dinero.

—Casi, pero él no quiere cooperar con la bebida —contestó Lennox


vigilando el pasillo.

—Bueno, existe otra forma de embriagar a una persona de forma rápida y


eficaz —sugerí viendo mi reloj.

—Entonces, será de forma rectal —concluyó el jefe de mi tropa.

—Apresúrense, necesito que, Logan, haga su gran entrada pronto —ordené.

—Vale, en unos minutos, lo dejaremos en la entrada del salón tan ebrio que
podrás oler el alcohol desde tu asiento.

—Bien.

Me di la vuelta y regresé al baile.

Era necesario que, Logan, se presentara ebrio en el salón, no solo le creaba


una cuartada para el tiempo que estuvo desaparecido, sino que me daría la
satisfacción de mandarlo a encerrar por presentarse ebrio.

Claro que, contaba con que me insultase.

Mi esposa ya no estaba conversando con mi padre, en su lugar, estaba


rodeada de nobles que deseaban ponerla de su lado.

Caminé entre la multitud y volví a notar cómo Elizabeth sonreía


amablemente, pero no hacía contacto visual.

¿Qué demonios le estaba pasando?

Me detuve frente a ella y estiré la mano.


—Caballeros, les robaré un par de minutos a mi esposa. —Los que estaban
con ella rieron y se retiraron.

—Gracias, me sentía agobiada. —Elizabeth tomó mi mano y la llevé a un


lugar apartado—. ¿A dónde vamos?

La llevé a la pequeña sala que estaba detrás del podio donde colocaron los
tronos, cerré la puerta y pegué su cuerpo a la pared.

—¿Por qué no miras a nadie a la cara? —indagué confundido.

Elizabeth bajó la cara avergonzada y musitó:

—Mis ojos…

—¿Qué tienen? —cuestioné.

—Son raros… Están dañados. —La voz de mi reina se quebró y la ternura


me invadió por completo.

Lo que ella veía como un defecto, para mí era algo sublime y digno de ser
apreciado. ¿Cómo le explicaba que lo que más amaba de ella, era lo que a
ella le daba mayor inseguridad?

Me incliné buscando su mirada, tomé su rostro entre mis manos y la


observé con amor.

—Son hermosos, dignos de una reina. —Sellé mis palabras con un beso.

La boca de Elizabeth se abrió ante mí y sus manos temblorosas me tomaron


de mi guerrera.

Deseaba poder tomarla aquí mismo, pero no solo teníamos un montón de


capas entre nuestros sexos, yo estaba esperando un invitado especial.

Me separé de la boca de mi mujer y la miré fijamente.


Siempre había sido consciente de lo pequeña que era Elizabeth, no solo por
tener 19 años, sino por ser tan bajita, pero por alguna razón, hoy la veía más
chiquita, como si se encogiera en sí misma.

—Me siento una farsante —susurró mi pequeña reina.

—No lo eres. —Me puse de rodillas ante ella y la miré—. Eres mi reina y la
reina de Inglaterra, no temas al futuro, yo cuidaré de ti y de los tuyos. Eres
poderosa, porque he decidido poner el mundo a tus pies.

—Levántate, por favor —pidió Elizabeth y una lágrima rodó por su mejilla.

Seguí la orden de mi pequeña reina, la miré y tomando su rostro afirmé:

—Es tiempo de que veas el poder que tienes en tus manos.

—Pero, es temporal. ¿Cierto? —Elizabeth se veía asustada, quizás


preocupada y eso no me gustaba.

Deseaba informarle que no, que ese maldito acuerdo había llegado a su fin.
Qué era mi esposa y no la dejaría irse de mi lado, pero no creí que, fuera el
mejor momento para soltarle esa información.

Tal vez, después o cuando quedase embarazada.

—Tú y yo, somos uno. —Deposité un beso en su frente—. Vamos, tenemos


que recibir a un invitado.

Salimos de la sala y regresamos a nuestros tronos.

Vi a Lennox y supe lo que estaba por suceder.

Tomé mi copa y me preparé para el show.

Episodio 34: Todo un espectáculo.


Lizzie.
Estaba completamente abrumada con las declaraciones de Dominic.

¿Realmente sentía esas cosas o solo era parte de su personaje?

Sin embargo, por mucho que lo deseara, no podía quedarme analizando su


comportamiento.

Al menos no, cuando llevaba sobre mi cabeza 2 kilos de joyas.

Fue un alivio enterarme de que, llevar la corona adornando mi cabeza para


el resto de mi vida, era algo simbólico.

Juro que, me había asustado la idea de llevar este peso cada día, por suerte,
Arthur me había explicado que la corona y el cetro serían guardados en la
bóveda real.

Para el uso diario llevaría una corona más sencilla, supongo que, la que
venía usando.

Aunque, era inevitable sentirme agobiada con todo el asunto, además, hoy
los nobles no se habían cansado de elogiarme, creyendo que, conseguirían
algo de mí.

Me encantaría ver sus caras cuando sepan que, su zalamería de hoy, no


sirvió de nada.

Un hombre de mediana edad, se acercó a donde estaba dispuesto el trono,


subió los dos escalones y se inclinó ante Dominic, pero fue a mí a quien se
dirigió.

—Su Alteza. —Coco me había explicado que, en esos casos, debía estirar la
mano como otorgándole mi gracia, así que, eso hice. El hombre tomó mi
mano y besó el anillo que me había dado Arthur—. Es un honor poder
conocerla.

—Retírate —ordenó Dominic viendo la escena a mi lado.

—Majestad, solo deseaba mostrarle mi respeto a…


—Por menos de eso puedo cortarte la cabeza —lo interrumpió Dominic—.
Mi esposa, solo puede ser tocada por su rey. ¿Eres su rey?

—N-no —balbuceó el pobre hombre y se marchó asustado.

Me gustaría decir que solo bajó del trono, pero la verdad, se fue hasta del
salón y asumo que, del castillo.

—¿Puedes controlarte? —le pregunté a Dominic molesta.

—Hija, los West, somos posesivos —intervino Arthur, que estaba a mi lado
derecho—. Recuerdo que, una vez, castigué a un muchacho con 20
latigazos por darle flores a mi mujer.

—¡Qué horror! —exclamé completamente asombrada.

—Sí, eso me causó una gran discusión con mi esposa, pues, fue ella quien
había solicitado las flores.

—¿Cómo se resolvió la situación? —indagué.

Arthur fue a responderme, pero un ruido captó nuestra atención.

La música se detuvo y un furioso Logan se abrió paso entre la multitud.

—Apártate, quiero ver al Rey —vociferó, pero era evidente que había
bebido de más.

Logan empujó a un hombre y este cayó al suelo. Pero no le dio importancia,


siguió avanzando al trono.

Volteé a ver a Dom, pero él estaba muy cómodo en su silla contemplando la


escena.

—¿Crees que, esta es la forma de presentarte en mi coronación? —preguntó


mi esposo.
Una hermosa mujer apareció en la sala, su cabello era claro y sus ojos tan
azules como los de sus hermanos.

Avanzó con su espalda recta y un andar bastante elegante. En su cabeza


estaba una hermosa corona, parecía ser sencilla, si no fuera por los
diamantes y rubíes que en ella se presumían.

—Pediría clemencia por mi hermano, pero. —Frances pasó por al lado de


Logan y lo miró con desprecio—. Seguro se merece el peor castigo que
demande la ley.

—Hermanita, tan rencorosa como siempre.

—Dejé de ser tu hermana después de que me lanzaste a ese pozo y me


dejaste allí toda la noche.

—Hubiera sido toda la vida, si Dominic no te hubiera sacado.

Esto era horrible, hermanos odiándose.

Me puse de pie y miré a los presentes con los ojos borrosos por las lágrimas
que no dejaba escapar de ellos.

—Gracias a todos por su asistencia, el baile ha llegado a su final. —Busqué


entre los asistentes a los hombres que me habían escoltado a la sala de
tronos, pero no los encontré—. Guardias, asegúrense de ayudar a todos a
encontrar sus vehículos.

Dominic se puso de pie y me tomó del brazo:

—¿Qué crees que haces?

—Evitarte un escándalo —afirmé, pero la mano de Dom presionó mi brazo


con más fuerza.

—¿Quién te dio permiso para actuar así? —cuestionó Dominic.


—¿Ahora debo pedirte permiso? —indagué y una lágrima rodó por mi
mejilla.

—Pelean como si fueran esposos de verdad —se burló Logan, pero nadie le
prestó atención.

—Dominic, esta vez, Elizabeth, tiene razón, no necesitas un escándalo el


día de tu coronación —alegó Arthur.

Dominic me soltó, pero pude ver que, estábamos lejos de llegar al final de
esa conversación.

—Papito. —France se acercó a Arthur y depositó un beso en su canosa


cabeza.

—No lo entiendes, él quería un escándalo —vociferó Logan.

—No te presentas a mi coronación y llegas al baile borracho, hablando


pestes de tu Rey.

—¡No eres mi Rey! —gritó Logan y saltó hacia Dominic, pero en su estado
solo tropezó con los escalones y cayó al suelo.

Lejos de quejarse del dolor, Logan solo soltó una carcajada como un
auténtico loco.

—Piensa lo que desees, pero no toleraré esta falta de respeto —sentenció


Dominic bajando las escaleras.

Miré a Arthur:

—¿No puedes intervenir?

—No, ya no soy el rey, además, Dominic está en lo cierto —manifestó


Arthur, pero lo vi apartar la mirada cuando su hijo mayor, puso su pie sobre
el cuello de Logan.

Lo que estaba presenciando, era, completamente, infame.


—Por favor, basta —le rogué a mi esposo. Corrí hasta él y lo sujeté de la
mano—. Por favor.

—¿Se te olvida que él amenazó tu vida?

—No, pero se supone que, debemos mostrar que somos mejores —traté de
negociar.

En este maldito lugar, era la única que, sabía la verdad entre ellos y por
mucho que Mathilde hubiera dañado a Logan, él merecía una oportunidad
para redimirse.

La puerta se abrió y Emilio ingresó a la sala con otros hombres, solo fui
capaz de reconocer a dos de ellos.

Dominic soltó mi mano y me observó molesto:

—Jamás en tu vida, vuelvas a cuestionar mi autoridad. —Su mirada me


atravesó y sentí miedo.

De él…

De todo este mundo.

—Entonces no soy una reina poderosa, solo soy la sombra de un hombre


egoísta. —Me di la vuelta y avancé a la salida.

En el camino no pude evitar ver a Emilio, ahora, comprendía que, debía


marcharme lo más pronto posible.

════∘◦✧◦∘════

Dominic.

Estaba furioso con Elizabeth.

Sabía que, no era capaz de comprender lo que estaba pasando, pero no tuvo
que haber intervenido, menos abogar por la vida del desgraciado que, tenía
debajo de mi zapato.

Volteé a ver a Frances y ella me sonrió:

—Tranquilo, yo iré con ella.

Asentí agradeciendo en silencio su acción.

—Si vas a matarme, hazlo de una maldita vez —me provocó Logan.

Como se notaba que, no me conocía.

Asesinar a una persona de manera rápida, solo era una forma de tenerle
piedad. No, para mí, lo mejor era tomarse el tiempo y hacerle pagar sus
pecados en vida, me encantaba que me suplicasen morir.

—No, ante todo eres mi hermano y tendré piedad contigo —mentí deseoso
de comenzar su verdadero castigo.

La puerta se abrió y por ella entró Mathilde.

Vio a su hijo en el suelo, luego a mi padre y por último a mí.

—Arthur. ¿Dejarás que este monstruo asesine a nuestro hijo? —preguntó la


vieja loca a mi padre.

—Vete, nada de lo que sucede es de tu interés —declaré con irritación.

—Logan fue irrespetuoso, conoces las leyes tanto como yo, Mathilde.

—¡Desgraciado! Logan también es tu hijo —gritó ella y uno de los guardias


la sujetó evitando acercarse al trono—. ¡Suéltame! ¡Quita tus asquerosas
manos de mí!

—Llévenla a su habitación y no le permitan salir —ordenó mi padre.

—Dime, si Dominic hubiera sido mujer. ¿Quién hubiera sido tu heredero?


—preguntó Mathilde llorando.
Mi padre se levantó de su silla.

Todos nos quedamos en completo silencio, hace mucho tiempo, no tenía la


fuerza para hacerlo.

—Si el rey hubiera nacido niña, unicornio, dragón o mosquito, igual


hubiera sido coronado rey, porque es fruto del verdadero amor entre Carlota
y yo —decretó mi padre y sentí cómo mi corazón se llenaba de felicidad.

—Entonces, jamás tuve oportunidad de ser coronado —comentó Logan


desde el piso.

—Amo a mis hijos, pero no soy imbécil, sé qué clase de personas son y no
dejaría a mi pueblo en manos de un ser tan egocéntrico como tú.

—¿Qué hay de Frances? —indagó Mathilde.

—Ella es una gran mujer, sí, ella hubiera podido ser la reina —mencionó mi
padre.

—Todo lo que tocas lo pudres —declaró Frances que estaba en la entrada


del salón.

—Dijiste que no regresarías jamás al castillo —se burló Mathilde.

La rabia corrió por mis venas, mi hermana siempre había sido el blanco del
odio de esa malvada mujer, como si la odiase por haber nacido niña. Pero,
justo, esos maltratos fueron los que nos hizo unirnos a Frances y a mí.

—No, dije que no pondría un pie aquí, mientras tú fueras la reina, pero. —
Frances sonrió ampliamente—. Ya no lo eres, quizás esa es la verdadera
razón de la abdicación de mi padre, porque sabía que era una aberración
tenerte de reina.

El odio de Frances era tan real, ella, más que nadie, tenía razones para
despreciar a su madre, a esa mujer que la golpeaba y la humillada, incluso,
la castigaba cuando la veía hablando conmigo.
—Siempre fuiste tan…

—Llévensela —ordené interrumpiendo sus palabras. Antes no había podido


defenderla, pero ahora, no dejaría que esa loca, lastimase a mi hermana.

—Te di todo lo mejor de mí, pero nunca me viste, nunca quisiste verme —
expresó Logan desde el suelo.

—Logan, Duque de Cornualles, quedarás en prisión, hasta que, hagas el


juramento hacia tu rey.

—Eso jamás ocurrirá.

—Entonces, no verás la luz del día, perderás tus títulos y tus privilegios en
la corte. —Miré a mi padre, luego a mi hermana—. Sin embargo, por estar
en estado de ebriedad, te lo preguntaré de nuevo cuando estés en tus
cabales.

Frances se acercó a mí y me abrazó:

—Qué aburrido ver a un rey tener misericordia.

—Sí. —Deposité un beso en su cabeza y susurré—. Aunque, prefiero


decapitarlo cuando esté sobrio, así podré ver el terror en su cara.

—Sigue siendo piadoso —bromeó Frances.

—¿Mi esposa?

—La perdí, pero encontré sus zapatos. —Mi hermana sonrió con aquella
felicidad que desbordaba y que me encantaba que su esposo fuera capaz de
brindarle.

Pasé la mirada por la sala y la ira estalló en mis venas cuando no encontré a
Emilio entre los presentes.

—Iré a buscar a mi esposa —comenté apretando los dientes.


—Anda, yo me ocuparé de llevar a mi padre a su habitación. —Frances se
separó de mí y arregló mi guerrera—. Por cierto, te luce esa corona.

Sonreí y salí a buscar a mi mujer.


Episodio 35: Mía, mía y solo mía.
Lizzie.

Salí de allí devastada.

¿Cómo es posible que una familia estuviese tan fracturada?

Me quité los zapatos, recogí la falda de mi vestido y eché a correr sin


rumbo alguno.

Paré cuando sentí la grama bajo mis pies.

Miré a mi alrededor y noté que había llegado a uno de los jardines del
castillo. ¿A cuál? Eso, en este momento, era irrelevante.

Caminé hacía a las flores sintiendo cómo comenzaba a hiperventilarme.

Me dejé caer al suelo, no me importaba el vestido, la corona o el cetro


hecho de oro y cubierto de joyas.

El terrible peso de mis mentiras cayó sobre mí en forma de lágrimas.

No podía parar de llorar.

Todo me superaba, ser la falsa esposa del Rey; saber que, Carlota estaba
viva, que Dominic y Logan eran hermanos, hermanos; y como cereza del
pastel, darme cuenta de que cometí el error de enamorarme de mi falso
esposo.

¿Qué iba a hacer cuando tuviera que alejarme de él?

¿Cuándo todo saliera a la luz?

¿Qué iba a pasar con Logan?

Me quité la corona y me solté el cabello tratando de aligerar mi carga.


—No debería llorar —comentó Emilio sentándose a mi lado.

—Tú no deberías estar aquí —rebatí sin parar de llorar.

—Lo sé, pero no podía dejarte sola. —Emilio puso en mis manos un par de
rosas—. Que no te afecte lo que pasa aquí, hoy son ellos, pero antes fueron
otros reyes, otros hermanos peleándose por el poder.

—Es que, no entiendo cómo pueden odiarse tanto —murmuré comenzando


a deshojar las flores.

—Bueno, Logan es el único que, no tiene buena relación con sus hermanos,
Frances y Dominic se llevan muy bien, irónicamente, las golpizas que
recibían fueron las que crearon un vínculo entre ellos.

—¿Nadie hizo nada? —indagué con el corazón roto.

—No había mucho por hacer, era como un secreto a voces. El Monarca
estaba ocupado y gran parte de su tiempo se encontraba en viajes, Frances y
Dominic, nunca dijeron nada.

—Hasta ahora.

—Exacto, pero existieron varias empleadas que, estuvieron para ellos.

—Como Coco.

—Sí.

—Debe ser difícil no poder confiar en tus hermanos. —Suspiré tomando


otra rosa—. Mi vida no ha sido fácil, pero ahora me siento afortunada de
haber contado con el apoyo de mis hermanos.

—Lizzie. —Emilio puso dos dedos debajo de mi barbilla y me hizo mirarlo


—. Me duele, verte así.

—Solo son lágrimas, es bueno drenar un poco las emociones —comenté


restándole importancia.
—Aun así, no deberías andar llorando. —Su pulgar limpió mi mejilla—.
Conozco perfectamente como te sientes, porque yo también lo pasé…

No estoy muy segura de cómo pasó, pero Emilio fue derribado por
Dominic:

—Qué extraño, no recuerdo que fueses la esposa del Rey —comentó


Dominic presionando la cara de Emilio contra la grama—. Te advertí que te
alejaras de mi esposa.

Dominic literalmente estaba sobre el cuerpo de Emilio, con una mano tenía
sujeta las de su asistente, y con el antebrazo apretaba la nuca.

—Por favor. —Comencé a llorar de nuevo—. Déjalo.

—¿Te duele verlo así? —gruñó Dominic atravesándome con su mirada.

—Me aterra ver el monstruo que puedes ser cuando te molestas —confesé
abrazando mi propio cuerpo.

Dominic frunció el ceño, pero se bajó del cuerpo de Emilio.

—Lennox —mencionó el Rey sin apartar la vista de mí.

Se puso de pie y otro hombre tomó a Emilio.

—Parece que, el duque tendrá algo de compañía —se burló el guardia


llevándose a Emilio.

Contemplé la escena con impotencia.

—¿Por qué? —le pregunté a Dominic.

—Nadie toca a mi esposa, le he tolerado muchos acercamientos, pero no


más.

—No puedo más —susurré. Me puse de pie, negando con la cabeza—.


Deberías ser más racional con tu poder, si no serás igual o peor que
Mathilde.

Me di la vuelta dispuesta a irme, lejos de todo, aunque, por supuesto,


Dominic se interpuso en mi camino.

—¿A dónde crees que vas?

—Lejos de ti —afirmé molesta.

—No, preciosa, tenemos demasiadas cosas de qué hablar. —El cavernícola


del rey me tomó en sus brazos y cual macho primitivo me subió sobre su
hombro y se echó a caminar.

—Dominic, las joyas —chillé preocupada por la corona y el cetro.

—Tranquila, no se perderán.

Decir que, golpeé su espalda, tiré de su cabello e incluso le mordí el


hombro, era quedarse corto, pero nada, absolutamente, nada, detuvo a
Dominic.

—¡Carajo! —grité en español—. Bájame de una puta vez.

—Esa boca —comentó en español su hermana Frances que iba bajando las
escaleras.

—Culpa de tu hermano —repliqué furiosa.

Frances sonrió divertida.

Desgraciada. ¿Cómo se va a reír de la actitud de su hermano?

Llegamos a la habitación, pero el idiota de Dominic no me puso en el suelo,


cerró la puerta con seguro y me llevó a la cama.

Me colocó en el suelo y se inclinó para quedar frente a mí.


—Por favor, no castigues a Emilio —pedí con una lágrima rodando por mi
mejilla—. Él te admira, te respeta y se preocupa por ti.

—Elizabeth, yo veo como él te observa, y no lo hace como amigos.

—Te juro que, entre nosotros, no pasa nada.

—¿Quieres saber qué hubiese pasado si no los interrumpo hace un rato? —


indagó Dominic molesto.

—Hubieras visto cómo tu asistente animaba a tu esposa falsa para no


renunciar y salir corriendo como una loca —expliqué con tristeza.

—Me enferma, verte tan amigable con Emilio. —Su mano subió por mi
cuerpo y me tomó de la cara—. ¿Acaso deseas ser la causante de la muerte
de Rey?

—¿De qué me hablas? —pregunté levantando la voz.

Llevé mis manos a dónde estaban las de Dominic y las aparté de mi cara.

»Esto es algo serio, estamos hablando de tu hermano y de tu asistente.

—¿Ahora hablaremos de Logan? —gruñó Dominic alejándose un par de


pasos de mí—. El mismo que amenazó con asesinar a tu hermana. ¿Se te
olvidó?

—No, pero el fuego no se combate con fuego —chillé realmente alterada—.


Ellos no dejan de ser parte de ti, solo porque los envías a la cárcel o les
cortes las cabezas.

—Logan es un malnacido, que merece morir.

—¡Es tu hermano! —le grité frustrada.

—Has descubierto el agua tibia —comentó Dominic con sarcasmo—. No


me importa si compartimos la misma sangre, es hijo de esa bruja y él es
peor que ella.
—Las personas pueden ser manipuladas, pero cuando son capaces de ver la
realidad, cambian. —Me acerqué un poco a mi señor esposo—. Logan, al
igual que todos, merece una segunda oportunidad.

—Sé que no eres capaz de entenderlo porque no conoces mucho de mi


mundo, pero no puedo gobernar teniendo enemigos dentro de mi casa.

Retrocedí un paso.

—Entonces, matarás a todo el que te genere desconfianza.

—Sí, algo así.

Asentí.

Comprendía todo lo que estaba pasando, pero no por entenderlo me


quedaría a verlo.

Fui a mi armario, tomé mi maleta y empecé a meter mi ropa.

—¿Qué haces? —Dominic me tomó de las manos.

—Me largo, ya eres el puto rey, no me necesitas. —Traté de soltarme de su


agarre, pero claramente, no pude.

—No te puedes ir. —Dominic soltó mis manos y me tomó de la cintura


pegando mi cuerpo al suyo.

—¡¿Por qué?! —me quejé golpeando su pecho. Estaba furiosa, así que,
seguí gritando—. Una persona normal no mata a su asistente, solo lo
despide…

Dominic me levantó del suelo y me lanzó sobre la cama.

Sin despegar la mirada de mí, subió la falda de mi vestido.

Mi cuerpo se estremeció sabiendo que, iba a suceder.


«Traidor», pensé con la excitación corriendo por mis venas.

Mi señor esposo se arrodilló ante mí y arrancó mi ropa interior.

Sus manos me sujetaron las piernas y las abrieron exponiendo mi sexo a él.
Sus pupilas se dilataron y lo vi relamerse los labios.

—Ahora sí, grita todo lo que quieras —ordenó Dominic antes de internarse
entre mi vagina.

Su boca fue directo a mi clítoris y succionó con ímpetu.

—Ahhhh —jadeé olvidando todo lo que debía molestarme, preocuparme o


entristecerme.

En este efímero momento, solo era Dominic comiéndose mi coño y yo


disfrutando, perdida en el placer.

Los dedos de Dominic irrumpieron en mi vagina.

—Dominic —gemí, arqueando la espalda.

Mi señor esposo no tuvo compasión de mí, sus dedos se movían dentro y


fuera, mientras su lengua golpeaba mi clítoris.

Mis piernas temblaban y de mi boca solo salían gritos, súplicas y jadeos.

Mi cabeza daba vueltas, entre tanto, sentía cómo mi vagina se contraía más
y más, preparándose para el desenlace.

—Dominic —chillé suplicando que me hiciera correr.

El ritmo en sus dedos y lengua fueron en aumento, lo que me hicieron


enloquecer más.

Mi respiración se volvió pesada y el sudor corría por mi frente.

Levanté mis caderas y las moví.


La lengua de Dominic me empujaba cada vez más a esa deliciosa y tan
esperada sensación final.

Cerré mis ojos y los apreté con fuerza, mientras mi cuerpo colisionaba con
un arrollador orgasmo.

Mi espíritu se elevó un par de segundos fuera de mi cuerpo y vi desde otra


perspectiva toda mi vida.

Unos delicados besos en mi vagina, me regresaron a la realidad.

Dominic subió por mi cuerpo, era capaz de sentir la dureza de su pene, pero
a él no parecía importarle su estado.

—Ahora que estás relajada, terminemos la conversación como personas


racionales que somos.

Sus ojos me observaron fijamente y varias lágrimas escaparon de mis ojos.

Las manos de mi señor esposo fueron con rapidez a limpiarme la cara.

—Es hora de irme —susurré sabiendo que, iba a dolerme, pero era mejor
ahora y no cuando estuviera más comprometida sentimentalmente.

Dominic pegó su frente a la mía

—Por favor, no puedes irte —suplicó en voz baja.

—Debo… —mordí mi labio inferior. El nudo en mi garganta me dificultaba


hablar—. Debo hacerlo.

—No, no lo acepto.

—Ya eres rey, ya no me necesitas.

—Lo siento, no te dejaré marchar.

—¿Por qué?
Dominic tomó mi cara en sus manos y me observó:

—¿Acaso no vez cuánto me gustas?

Mi corazón se detuvo.

«¿Le gustó? ¿En serio le gusto al Rey?», pensé abrumada por todo lo que
Dominic acababa de decirme.

»Te necesito a mi lado como la tierra a sol y el mar a la luna. Le das sentido
a mi vida, como las letras se lo dan a los libros.

Escuchaba lo que salía de la boca de Dominic, pero no era capaz de


asimilarlo.

Él también me gustaba, no, yo lo amaba. Aunque, no lo admitiera en voz


alta.

Dominic se acomodó en la cama y me atrajo a sus brazos.

Quizás esperaba que dijera algo, pero había perdido la capacidad de hablar,
solo podía llorar, porque seguro nada de esto era real.

Lo más probable era que, me encontraba en un coma y todo esto era un


sueño.

Alcé la cara y observé a Dominic.

—No sé qué decir —confesé en voz baja.

—No es necesario decir nada. —Mi esposo me sujetó por la cintura y me


subió a su regazo—. Solo no te vayas.

Realmente, parecía preocuparle que me fuera.

—¿Eso quiere decir que ya no es un trabajo temporal?

Dominic sonrió y rompió el vestido en dos.


—Nunca lo fue…

Su boca tomó posesión de la mía sin dejar que mi cabeza procesara esa
información.

Episodio 36: Alma en pedazos.


Lizzie.

Desperté gritando, con el cuerpo completamente mojado y sin poder


respirar.

Me senté en la cama y me percaté de que estaba completamente sola en esa


habitación en Penumbra.

—¿Dominic? —llamé a mi esposo.

La puerta se abrió, pero no apareció mi Rey, sino tres hombres

Negué con la cabeza y comencé a llorar, esto no podía ser real. Traté de
levantarme, pero mis pies estaban atados al hierro forjado de la cama.

»Por favor, váyanse —supliqué llorando—. Déjenme en paz.

—Lizzie, la linda e inalcanzable Lizzie —habló uno de los hombres.

—Siempre tan inteligente y estudiosa —dijo el segundo.

—¿Por qué te sientes tan superior a nosotros? —indagó el tercero.

—No es así —afirmé comenzando a tener miedo.

—Yo creo que, nos tiene asco —expresó uno de ellos.

—Hoy te enseñaremos que, nadie nos hace desplantes.

Se fueron acercando más y más hasta que, estuvieron sobre mí.


—¡AHHH! —grité y me sacudí desesperada.

—Elizabeth. —Sentí unas manos sobre mis hombros.

—No me toquen —chillé saltando de la cama.

—Soy yo —susurró Dominic, rodeándome con sus brazos—. Soy yo.

Me removí llorando, hasta que, mi cabeza fue capaz de separar la pesadilla


de la realidad y me aferré a los brazos de Dominic.

—Lo siento, no quise despertarte.

—No lo hiciste, solo te dejé un segundo y… —Dominic tomó mi cara y me


hizo verlo—. ¿Qué te hicieron?

Me sentí tan dañada que bajé la cara con vergüenza. ¿Le seguiré gustando si
conoce mi pasado?

Sin poder hablar terminé negando con la cabeza.

»Déjame ayudarte.

—No puedes, nadie puede… —Mi cuerpo temblaba sin parar, yo podía
decirle a mi cabeza que estábamos bien, que solo fue un mal sueño, pero el
miedo que sentía era muy real y con eso no podía hacer nada—. Estoy
destinada a revivir esa pesadilla una y otra vez.

—Entonces, comparte tu carga conmigo —pidió Dominic.

Sus ojos estaban llenos de preocupación y me sentí mal por lastimarlo de


esa forma.

Dominic se levantó del suelo conmigo en brazos y se acomodó en la cama,


conmigo entre sus piernas.

Nunca me soltó y nunca dejó de darme besos en la cabeza o susurrar


palabras de aliento.
Apoyé la cabeza en su pecho y cerré los ojos concentrada solo en el latido
de su corazón.

Nos quedamos allí, Dios sabrá por cuánto tiempo.

—Acababa de entrar a la universidad —murmuré rompiendo el silencio—.


Estaba completamente eufórica, pues, mi familia estaba haciendo un
enorme sacrificio para enviarnos a estudiar. Pasaba los días estudiando, ya
que, sentía que, la mejor forma de agradecerles era sacando las mejores
notas. La uni quedaba a tres horas de mi casa, así que, pensamos que lo
mejor era rentar una habitación en el campus y lo fue hasta ese último día
de clases antes de irnos de vacaciones navideñas.

Entré a la habitación con mi pijama y mi bolsito para el baño.

Mi compañera de cuarto estaba terminando de empacar y volteó a verme


por un segundo.

—¿No vas a guardar tus cosas? —indagó luchando para meter sus cosas en
la maleta.

—Sip, pero lo haré en la mañana. —Salté a mi cama dispuesta a pasar la


noche tomando un merecido descanso—. ¿Cómo te fue en los exámenes?

—Horrible, pero de eso me preocuparé en año nuevo. —Mi compañera


terminó de cerrar la maleta—. Por ahora, solo me daré un baño y me
prepararé para irme con mis padres.

—¿Cómo que te vas hoy? Pensé que, te ibas mañana.

—Ese era el plan, pero ya sabes cómo son los padres, cambian todo a
última hora. —Das se encogió de hombros—. La verdad, yo solo quiero
comenzar las vacaciones.

—Bien, si vuelves y ya me dormí, felices fiestas. —Giré en la cama y me


dispuse a descansar.
Escuché un ruido seco y abrí los ojos, me senté en la cama, tratando de
descifrar qué estaba sucediendo.

Otro golpe seco y la cerradura de mi habitación cayó al suelo.

Mi corazón latía con fuerza sobre mi pecho, pero se detuvo cuando la


puerta se abrió y la luz del pasillo reveló la sombra de tres hombres.

—No pueden estar aquí —declaré tratando de ver sus caras.

—Lizzie, la linda e inalcanzable Lizzie —habló uno de los hombres.

—Siempre tan inteligente y estudiosa —dijo el segundo.

—¿Por qué te sientes tan superior a nosotros? —indagó el tercero.

—No es así —afirmé comenzando a sentir miedo.

—Yo creo que, nos tiene asco —expresó uno de ellos.

—Hoy te enseñaremos que, nadie nos hace desplantes.

Se fueron acercando a la cama, entonces, no solo vi sus rostros, vi la


maldad en sus ojos.

Sus sonrisas se ensancharon cuando el primero puso su mano sobre mí.

La noche fue larga, muy larga, mis gritos fueron silenciados con cinta
adhesiva.

No hubo parte de mí que esa noche no se hiciera añicos.

Fui golpeada, mordisqueada y usada por los tres hombres, hasta que,
quedé inconsciente en mi cama.

Para cuando desperté, ellos no estaban, la cerradura estaba en su lugar y


mis sábanas habían sido cambiadas.
Ellos sabían a la perfección qué iba a hacer y se habían encargado de no
dejar evidencia en su contra.

No era idiota, sabía que, nadie me creería lo sucedido y las marcas en mi


cuerpo solo indicaba que tuve sexo salvaje y como casi todas las
muchachas que se emborrachaban decían el mismo discurso, toda mi
experiencia perdía credibilidad.

Me duché, me puse mil capas de ropa y me fui de esa habitación para


nunca más volver.

Los días fueron pasando y no era capaz de salir de la habitación,


simplemente, me aterraba el mundo exterior, en las noches no dormía por
las pesadillas y no paraba de llorar, sintiéndome asquerosa.

Mi mamá siempre me llevaba comida, me preguntaba si estaba bien, pero


fingía estarlo, incluso le sonreía.

Un día, Remi entró a mi habitación y se sentó en mi cama.

—Estamos preocupados por ti.

—No tienen por qué hacerlo, estoy bien. —Recogí mis piernas evitando ser
tocada por mi padrastro.

—He organizado un paseo, irá la familia, por favor ven.

—No quiero salir.

—Lizzie, mamá, está preocupada, no puedes hacerle esto —me reclamó


Yordi entrando a mi cuarto.

—Solo sal un rato —insistió Xia acompañando a mi hermano.

Mi madre había superado cosas fuertes en el pasado, seguro yo también


podía…

—Hazlo por Lyn —mencionó Remi molesto y salió de la habitación.


—Eres superegoísta —me acusó Yordi—. ¿Quieres llamar la atención?
Pues, lo has hecho y mamá, está mal por tu culpa.

—Yordi. —Xia le señaló la salida—. ¿Te sucede algo?

—Estoy bien.

—Lizzie, te conozco…

—Estoy bien.

—De acuerdo, vístete y sal con nosotros. —Xia se cruzó de brazos y asentí.

Me levanté, me di la octava ducha de ese día.

Me puse una licra, un chándal, una franelilla, una camisa y una sudadera.

Salí y la primera en recibirme fue mi madre.

Me fue a abrazar, pero involuntariamente retrocedí.

—Me alegra verte fuera de tu cuarto, vamos de excursión —comentó


animada.

El viaje en la camioneta de Remi fue tolerable, pero largo, pesadamente


largo.

Al llegar a una montaña solo recuerdo haber subido sin deseos de hacerlo,
la familia no se esforzó en ocultar que, solo deseaban sacarme de la
habitación. Hacían comentarios tipo:

—El aire te sienta mejor.

—Me agrada como se te sonrojan las mejillas.

—Te ves más animada.

Pero, solo quería morirme y acabar con esta pena.


Íbamos de regreso al vehículo y Remi tomó una ruta diferente, una que
pasaba sobre un río.

La corriente del agua era tan fuerte que, arrastraba pedazos de troncos.

Era una zona rocosa, los accidentes suceden, esa podía ser la forma en la
que todo acabara, yo iba de última, nadie se daría cuenta, hasta que, mi
cuerpo estuviera flotando.

No lo pensé bien, no miré a los lados; solo salté.

Me precipité al agua a una velocidad impresionante, el frío atravesó mi


cuerpo y estaba lista para irme de este mundo, hasta que, vi a mi madre
saltar detrás de mí.

Nadé a la superficie y traté de buscarla.

—¡Mamá! ¡No, no, no, por favor!

Nadé, grité su nombre, pero no fui capaz de encontrarla. Un tronco golpeó


mi cabeza y me dejó inconsciente.

—Desperté días después en un hospital y mi madre todavía no había sido


encontrada —terminé el relato.

Claramente, estaba deshecha, no solo por recordar el pasado, sino por


hacerlo en voz alta. Supongo que, contarlo era algo terapéutico, aunque,
también hacía real todo lo que habías vivido, pues, te obligaba a recordar
cómo sucedieron los hechos y terminabas con el alma en pedazos.

Siempre había sido un secreto mío, algo que, me causaba vergüenza, pero,
sobre todo, culpa.

Dominic no dijo nada, pero, agradecí que no lo hiciera, porque, a veces, las
personas pensaban que, podían reparar un dolor con palabras.

»Ese día tuve que haber muerto, en cambio, fue mi madre quien lo hizo. —
Bajé la cara avergonzada—. Ella amaba la vida, a pesar de todas las cosas
feas que vivió, ella sonreía y disfrutaba estar viva. Le encantaba ver los
amaneceres porque le recordaban que tenía un día más de vida. —Sorbí por
la nariz—. Por eso y solo por ella, decidí seguir viviendo, pero no sentía
que, algo bueno, saliera de seguir respirando… No, hasta que, llegaste tú

════∘◦✧◦∘════

Dominic.

Escuché a mi reina con absoluta atención, en cada parte mi furia se había


ido acumulando y para cuando terminó apretaba con fuerza mis puños.

Deseaba poder borrar todos esos malos recuerdos. Ahora, entendía por qué
le pesaba tanto su pasado.

—No puedo cambiar el pasado, pero sí prometerte un mejor futuro. —«Los


asesinaría, los cortaría en trozos pequeños y se los daría de comer a los
cerdos»—. Dormiré a tu lado cada noche y despertaré cada mañana, para
recordarte que, sin importar tu pasado, te amo.

Episodio 37: Sin piedad.


Dominic.

Elizabeth me observó sin saber qué decir, su cuerpo todavía temblaba. Su


nariz estaba roja, al igual que sus ojos, y no podía estar más hermosa.

Acerqué mis labios a los de ella y la besé.

No me importaba su pasado, deseaba estar en su presente y su futuro.

La acosté sobre la cama y subí a su cuerpo.

Mis manos recorrieron la piel desnuda de Elizabeth, mientras mi lengua


exploraba su boca, sus besos sabían salados, pero yo me encargaría de
endulzar su vida.
Me acomodé entre sus piernas y sin delicadeza me deslicé en su interior, sus
uñas se clavaron en mis hombros y disfruté la sensación de dolor mezclarse
con la de placer.

—Dominic —jadeó excitada cuando presioné en lo más profundo de su


cavidad.

—Eres mía, mía y solo mía —dije viendo esos ojos que me tenían
hechizados.

Elizabeth acarició mi cara, eso fue más que suficiente para saber que, mi
amor era correspondido.

La embestí con fuerza logrando que, gritase mi nombre.

La amaba.

¿Cuándo había pasado?

No lo sabía y no me importaba, ella, era lo más importante de mi vida y no


renunciaría a su amor.

Seguí arremetiendo con fuerza, sin dejar de verla; sin dejar de tocarla.

Mis labios descendieron por su cuerpo hasta llegar a uno de sus pechos,
donde mi boca tomó posesión de uno de sus pezones, la dureza en él, me
excitaba más y joder como disfrutaba del calor de su piel.

Pasé al otro y le di las mismas atenciones, los gemidos de mi reina, me


confirmaban que mis acciones eran bien recibidas.

Me enderecé por completo y sujeté las piernas de Elizabeth, sobre mi


pecho. En esa posición lograba entrar un poco más, así que, con fuerza,
entré y salí de ella.

—Eres adictiva —gruñí agarrando una de sus tetas y presionando su pezón.

—Dom, Dom —jadeó y sonreí.


Bajé sus piernas, tomé su cadera y le di la vuelta dejando su culo levantado.

—Qué ganas de follarte el culo tengo. —Regresé a su cálida vagina y llevé


mi pulgar a su tentador asterisco y empujé un poco.

—¿Qué haces? —preguntó mi diosa con la voz ronca.

—Gozarte. —Metí el dedo en su culo y cerré los ojos, sintiendo lo apretado


que estaba.

Llevé una mano a su cadera y seguí embistiéndola sin piedad.

El ruido de nuestros cuerpos chocando llenó la habitación y se mezcló con


los gemidos de mi diosa.

Elizabeth gritó algo en español y deseé saber qué había dicho.

—Quiero verte —pidió mi diosa y detuve todos mis movimientos.

Me senté en la cama y recibí a Elizabeth en mi regazo.

Su mano acomodó mi pene en su vagina y se deslizó por todo mi tamaño, lo


que me hizo enloquecer.

—Joder, mi diosa —gruñí cuando ella subió su cadera y la dejó caer de


nuevo con fuerza.

—Deberías ceder más el control —susurró ella mordiendo mi oreja.

—Tú tienes el control de mi vida —aseguré acariciando sus tetas que


rebotaban al ritmo en que ella se movía.

Elizabeth sonrió y aumentó el ritmo de sus caderas.

Apreté su cuerpo perdido completamente, en las sensaciones y el deseo.

Anclé mis talones a la cama y comencé a penetrarla con vigor.


—Dominic —gritó Elizabeth aferrándose a mis hombros.

—Lo sé, mi diosa. —La embestí con más energía.

Sentía cómo su vagina se iba contrayendo, lista para liberarse.

Empujé más, atrapé su boca devorando todos sus gemidos.

Mordí su labio, mientras ordenaba.

—Córrete, mi diosa, déjame sentir tus contracciones alrededor de mi polla.

Elizabeth arqueó la espalda, mientras de su boca salía un fuerte gemido de


placer. Sus espasmos llegaron enseguida, seguí arremetiendo con fuerza
derramando mi leche en su interior.

Besé su piel, estaba caliente y sudada, con su aroma concentrado.

Mi diosa cayó sobre mi pecho con la respiración agitada.

—Estoy cansada —susurró—, pero no quiero dormir.

—No tengo planeado salir de la cama y tampoco dejarte dormir —murmuré


besando su boca.

Elizabeth se separó de mis labios y me pareció una ofensa.

—¿Qué pasará con los detenidos?

Sonreí.

—Le preguntaré a Logan si jurará lealtad al rey.

—¿Y tu asistente?

—Ya no trabajará conmigo, pero podrá irse por sus propios pies. —Aunque,
deseaba sacarle las vísceras y hacérselas comer; comprendía que, mi reina
necesitaba estabilidad y yo se la daría.
Si algo le pasaba a Emilio, ella pensaría que, fue su culpa y ya tenía
bastante carga sobre sus delicados hombros.

—¿Se quedará sin empleo?

—Elizabeth, él es un hombre muy capaz y estoy seguro de que tiene una


fila de personas deseando trabajar con él —le expliqué retirando el cabello
de su frente.

—Pero, él sabe muchas cosas de ti. ¿No te preocupa eso?

—Me preocupa que no pareces querer dejarlo ir —rebatí celoso.

Una sonrisa se formó en los labios de mi diosa, entrecerró los ojos y dijo:

—¿Celoso?

—Sí, muero de celos cuando te preocupas por otro hombre.

—Bien, solo piensa. —Mi mujer se levantó de la cama completamente


desnuda y se me olvidó pensar, hablar o respirar. Ella chasqueó los dedos
captando mi atención—. Deberás buscar un nuevo asistente. ¿Seguro que
puedes confiar en cualquier extraño?

—¿Puedo confiar en un hombre que desea follarse a mi mujer? —cuestioné


poniéndome de pie.

—Lo importante, es que tu mujer solo desea ser follada por ti. —Sonrió de
nuevo y se metió al baño.

Escuché la ducha y quise ir, pero, sentí un peso tan grande, que me senté en
la cama y cerré los ojos tratando de procesar todo lo que mi reina me había
contado.

No tendría piedad sobre esos tipos, les haría pagar en vida todo lo que le
hicieron a Elizabeth.
Sentí un líquido tibio en mi mejilla, llevé mi mano a la cara y la toqué.

Miré mis dedos y noté que ese líquido eran lágrimas que caían de mis ojos.

Sí, ellos también iban a llorar, pero sangre, por atreverse a hacerle daño a
mi diosa.

Nunca había llorado, tampoco había sentido este dolor en mi interior, ese
que te quiebra y te llena de odio.

Me limpié la cara y me puse de pie.

Sabía lo que debía hacer y cómo debía hacerlo.

Miré por la ventana y noté que el cielo comenzaba a aclarar, era buen
momento para tomar acciones.

Abrí la puerta del baño y encontré a mi esposa bajo el agua.

Rodé la mampara y entré con ella a la ducha.

—Te has tardado —murmuró coqueta restregando su trasero en mí.

—Pero, he llegado.

════∘◦✧◦∘════

Dominic.

Después de una larga y satisfactoria ducha, había llevado a mi reina a la


cama.

Me había acostado a su lado y le había tarareado la única canción de cuna


que me sabía, al menos, unas 3 veces, antes de que mi diosa se durmiera.

Con cuidado de no despertarla, me levanté y me fui a vestir.


Tenía los pantalones abiertos y me estaba abotonando la camisa, cuando la
puerta se abrió con cuidado.

Jena entró a la habitación y se quedó de pie al verme, su mirada viajó por


mi cuerpo y regresó a mis ojos.

—Su majestad. —Bajó la cara e hizo una reverencia—. ¿Necesita ayuda?

—Vete, no quiero que nadie moleste a mi mujer —ordené ignorando su


pregunta.

¿Estaba loca o creía que, era de esos reyes con necesidad de coger a todo el
mundo?

—Como ordene, su Alteza Real. —Jena se marchó y cerró la puerta detrás a


su salida.

Terminé de arreglarme y me fui.

Bajé las escaleras y continué directamente al calabozo.

Este castillo había sido construido con pasajes secretos por si debían
evacuar al rey u ocultarlo, pero sin la necesidad de ser usado, con el tiempo
se fueron olvidando.

Yo me había topado con uno por casualidad y había sido reconfortante ir


descubriendo a dónde iban o qué habitaciones secretas ocultaban.

Tomé el pasillo y descendí un poco más hasta las profundidades de este


sitio.

—¿Tan temprano por aquí? —indagó Lennox viendo su reloj.

—Dije a Avery que se quedara con mi esposa.

—¿Ella será la nueva sombra? —preguntó Harper uniéndose a nosotros.


—Sí, no quiero que, ande por el castillo sin seguridad y no quiero a ningún
otro hombre cerca de ella, así que, Avery es la mejor para el trabajo.

—Pues, viendo a Emilio, no creo que, ninguno de nosotros deseé tomar su


lugar —expresó Lennox con ese tono burlista tan característico de su
personalidad.

—No me jodas, Emilio estuvo fuera de lugar por completo —terció Harper.

—¿Ya fueron por Avery? —Miré a ambos hombres y seguí a la celda de


Emilio.

Elizabeth, tenía razón, Emilio, no era cualquier asistente.

Él había estado toda la vida a mi lado, era mi amigo, por eso, su actitud me
trastornaba tanto.

Abrí la puerta y Emilio se sentó en la cama.

—¿Viene con el desayuno? —cuestionó Emilio.

—Supongo que, quieres una disculpa —lo interrogué.

—No, ambos sabemos que, no eres ese tipo de hombres. —Emilio se puso
de pie—. Esperaría que, me cortases la cabeza, pero tampoco eres de esos.

—Ese es mi problema contigo, que con el tiempo he aprendido a tenerte


cariño —comenté cruzándome de brazos.

—Claro, como un niño quiere a su mascota.

—Exacto, solo que, una mascota sabe su lugar y no anda deseando a la


mujer de su amo.

—Yo la vi primero…

—¡Es mi mujer! ¡Mía y solamente mía! —gruñí tomando a Emilio por el


cuello de su camisa—. Si no eres capaz de entenderlo, eres un imbécil.
Lo solté y me alejé de él, no quería complicarme la vida con mi reina.

—¿Ella ya te eligió? ¿Ya te dijo que te ama? ¿O solo la obligas a quedarse a


tu lado porque eres un maldito egoísta?

—Anoche estaba dispuesta a irse, pero ha decidido quedarse a mi lado. Eso


debe dejarte las cosas claras.

—A eso has venido, a presumir que la mujer que me gusta; te eligió.

Volteé a verlo y apreté mis manos en un puño.

—¿En serio pensaste que tenías oportunidad con ella? —cuestioné


sonriendo.

—¿A qué has venido? —Emilio bajó la cabeza, resignado por su destino.

—Necesito a mi fiel perro de caza.

Mi asistente me observó:

—Has venido a darme de vuelta mi empleo.

—Sí, algo así.

—¿Por qué?

—Porque a pesar de todo, eres un buen cazador y un leal compañero de


batallas.

—¿No te preocupa que la reina y yo estemos bajo el mismo techo? —


preguntó Emilio con cautela.

—¿Quién dijo que van a estar bajo el mismo techo? —Sonreí—. Saldrás a
Dublín hoy mismo, quiero que averigües quién era la compañera de cuarto
de Lizzie en la universidad. Lo quiero saber todo, nombre, dirección y
rutina diaria.
—Como ordene su majestad. —Emilio pasó por mi lado y avanzó a la
salida.

—Debes saber que, Avery es la nueva guardaespaldas de Elizabeth y tiene


orden de meterte una bala en la cabeza si te acercas a su mirilla. —Miré
sobre mi hombro—. Ambos sabemos lo buen francotirador que es y el odio
que te tiene.

—Siempre me esforcé por ser un buen sirviente, pero me dediqué más en


ser tu amigo. ¿Por qué me haces esto?

—Por esos años de lealtad, es que te doy una segunda oportunidad. —Giré
y quedé frente a Emilio—. Si no tu noche no hubiese sido tan pacífica.

—Gracias por tanta clemencia, mi Alteza. —Emilio se paró firme—. Juro


que, le seré leal hasta la muerte.

Se dio la vuelta y se marchó.

Expulsé el aire de mis pulmones y me preparé para enfrentarme a Logan.

Salí y me detuve en la celda contigua.

—No esperaba este tipo de atenciones tan temprano —comentó Logan


desde su cama.

—Ya sabes la pregunta, solo dame la maldita respuesta.

—Quiero langosta de almuerzo.

En serio, deseaba darle una oportunidad, por Elizabeth, pero…

Entré a la celda, crucé la habitación y tomé a Logan del cuello.

—¿Crees que, un animal rastrero como tú merece siquiera respirar? —


Apreté su garganta hasta que su cara se puso roja—. Eres una maldita
escoria.
Lo solté; Logan cayó al suelo de rodillas y tosió con violencia.

—Mátame, hazlo, sé cuánto lo deseas —pidió con la respiración agitada.

—Si de verdad me conocieras, supieras que, odio las muertes rápidas. —


Tomé su cabello y lo hice verme—. Soy como una orca, me gusta jugar con
mi presa hasta que, la vida escapa lentamente de su cuerpo. Si tuvieras una
pizca de inteligencia, hubieras usado esas sábanas para acabar con tu vida.

—Tal vez quiero ser asesinado por mi hermano.

—No, solo eres un maldito cobarde. —Me puse de pie—. Pero, no te


preocupes, no pienso tolerar por mucho tu patético acto de rebeldía.

Salí de la celda y me reuní con Lennox.

»Retira cada manta de esa habitación, también saca la cama y por Dios,
alguien que le dé un baño a ese prisionero.

Lennox asintió gustoso.

Éramos perros de caza; adorábamos beber la sangre de nuestras presas.

Episodio 38: Reina en fuga.


Lizzie.

Desperté con el sonido de mi teléfono.

Gruñí y rodé en la cama tratando de silenciar ese molesto ruido.

Miré la pantalla y leí el nombre de mi hermano.

Eso me hizo espabilar un poco.

—¿Dime? —bramé con la voz ronca.


—Es raro, le pregunté a Xia por ti y me dijo que estabas trabajando —
habló mi hermano y era evidente que estaba alterado—. Resulta que, hoy,
me entero de que la nueva reina de Inglaterra es mi hermanita.

Me senté en la cama y miré a mi alrededor, casi esperando verlo.

—¿Dónde estás?

—En Inglaterra, en un café a diez minutos del castillo. ¿Dónde estás tú?

—Saliendo a reunirme contigo. —Colgué la llamada.

En pocos segundos me había llegado un mensaje de mi hermano con su


ubicación.

Expulsé el aire de mis pulmones.

No me preocupaba que supiera de mi relación con Dominic, al menos, ya


no debía mentir sobre eso. Sin embargo, Yordi tenía un par de años perdido
y en su oscuridad, solo nos había causado problemas a Xia y a mí, así que,
debía evitar que, su presencia en Inglaterra fuera una complicación para mi
esposo.

Salté de la cama, corrí a mi armario y lo evalué.

Debía vestir con algo que, no fuera a llamar la atención, pues, si mi cara
salió en los medios de comunicación, debía llegar al café de incógnito.

Tomé un jean oscuro; una camisa suelta; unos zapatos deportivos y una
chaqueta de cuero.

Me hice una coleta alta, tomé una gorra, unos lentes y los metí en mi bolso.

Abrí la puerta y choqué con la espalda de una mujer.

Caímos al suelo y gruñí de dolor cuando mi culo tocó el piso.


—¿A dónde vas con tanta prisa, mi Alteza? —La mujer se puso de pie y
estiró su mano para ayudarme a levantarme.

Me tomé unos segundos para evaluarla, cabello corto, muy corto, ropa
militar y ojos cafés.

—¿Quién eres? —Rechacé su ayuda y me levanté por mis propios medios.

—Soy la capitana Avery, el Rey me envió a cuidarle.

—Entiendo. —Eso podía suponer un problema.

—¿A dónde se dirigía con tanta prisa? —preguntó de nuevo la capitana


problema.

—Necesito salir y no quiero que mi esposo lo sepa.

—¿Se va a ver con otro hombre? —cuestionó la mujer y alcé las cejas.

—Sí, pero no en el contexto que supones.

—No me pagan para suponer. —Avery se cruzó de brazos y me miró de


manera fría—. Le puedo asegurar que, no saldrá de este castillo sin mí.

—El tacto no es tu fuerte —le dije mordaz—. Debo reunirme con una
persona y no me importa si me sigues o te quedas a llorar, solo no quiero
que mi esposo se entere. ¿Entiendes o debo explicártelo con caramelos?

Una sonrisa se formó en los labios de Avery y asintió:

—Bien, pero no mentiré por ti, tampoco soy tu amiga y mucho menos tu
confidente.

—Perfecto, detesto a los niñeros que, quieren crear lazos inútiles. —Me di
la vuelta y sonreí.

Sí, la capitana era ruda, pero yo no había crecido en una burbuja de flores.
Bajamos las escaleras, caminé por el salón y llegué a la puerta.

—¿A dónde vas? —escuché la voz de mi esposo y me quedé de piedra con


la mano en la perilla de la puerta.

Me di la vuelta lentamente, pensando en una mentira.

—Debo ir a la farmacia. —Miré a Avery y luego a Dominic.

—¿No puedes enviar a alguien? —cuestionó mi perspicaz esposo.

—Puedo, pero lo que necesito comprar, debo hacerlo yo, yo y solo yo —le
aclaré bajando la voz—. Ya sabes, es algo de chicas.

—¿No quieres que te acompañe?

—No es necesario. —Sonreí y me acerqué a Avery—. Además, llevaré a mi


fiel guardaespaldas.

Dominic frunció el ceño y sonrió ampliamente.

—Entiendo, debes comprar algo en la farmacia. —Dominic me abrazó y


parecía extrañamente feliz—. Ve, aquí te espero, pero quiero ser el primero
en saberlo.

Arrugué la frente sin comprender qué quiso decir, pero tampoco importaba
por ahora.

—Vale, nos vemos en un rato. —Me puse de puntitas y lo besé.

—Te amo —susurró en mis labios.

Miré sus ojos y quise decirle que yo también, pero las palabras no salían de
mi boca.

Así que, solo sonreí y bajé la cara.

Salí por la puerta y me di cuenta de que tenía otro obstáculo.


—¿No tienes un auto? —se burló Avery.

—No y dudo que un taxi llegue hasta aquí.

—Vamos, podemos usar el mío.

Seguí a mi guardaespaldas hasta su auto y en unos minutos ya estábamos de


camino a encontrarme con Yordi.

»¿A dónde vamos?

—Al café… —Leí la dirección—. Le Signore.

—Sé cuál es. —Avery cambió de velocidad y aceleró.

En efecto, ella sabía a la perfección en dónde estaba la dichosa cafetería,


pues, en un santiamén, ya estaba estacionándose frente a la entrada.

—Por favor, mantén distancia entre nosotras, no quiero llamar la atención.


—Saqué la gorra, los lentes y me los puse.

Avery solo me miró sin expresión alguna, estuve tentada a preguntarle si


comprendió lo que le dije, pero comprendí que, ella no era de muchas
palabras.

Descendí del auto y caminé al interior del local.

La verdad no fue difícil encontrar a mi hermano, pues, era el único que,


miraba a todos lados como auténtico turista.

Sorteé las mesas y llegué con él.

—Aquí estás —comentó casi sin poder creerlo.

—Te dije que vendría. —Arrimé la silla y me senté frente a él—. ¿Qué
haces en Inglaterra?
—Encontré un empleo, es algo nuevo y debo viajar mucho.

—¿De qué trabajas? —indagué cruzándome de brazos.

—Estoy de mantenimiento en una empresa de arquitectura, al parecer, es


muy famosa y viajo para limpiar después de cada trabajo —explicó con
calma.

—¿Es en serio? —cuestioné incrédula—. ¿Cuándo fue la última vez que


hablaste con Xia?

—Hace bastante, al menos, así lo siento.

—¿Qué hiciste?

—Nada, solo que… —Yordi bajó la cara—. No le gustó la idea de que


estuviera lejos de casa. —Mi hermano estiró sus manos y se las tomé—. Sé
que ustedes están comprometidas con la salud de Remi, pero no puedo, no
puedo perder a alguien más.

—No lo has perdido —le recordé.

—¿Desde cuándo no vas a verlo?

Expulsé el aire de mis pulmones.

—No lo recuerdo, es que, no tenía mucho tiempo libre.

—Antes de irme lo fui a ver, pero Remi está lejos de ser el hombre que
conocimos.

—Claro, tiene una enfermedad degenerativa. —Los ojos se me pusieron


brillosos y reprimí las ganas de llorar—. La última vez que Xia me llamó,
me dijo que, Remi estuvo internado en el hospital, ella estaba nerviosa.

—Yo la entiendo, desde siempre ha sido la hermana mayor, la que nos cuida
y ver que hacemos nuestras vidas, la hace sentir sola. Ahora, Remi está más
delicado de salud…
—Así que, ibas a la farmacia. —Dominic apareció en la cafetería, tomó una
silla y se sentó a mi lado—. Si deseas conservar tus manos, suelta a mi
esposa.

Yordi me miró y soltó una risa.

—Vaya loco, te has conseguido.

—Ahora —sentenció Dominic.

Mi hermano me soltó y levantó las manos con diversión, pero para mí, no
era graciosa la actitud de Dominic, principalmente, porque había visto de
qué era capaz.

»¿Ya fuiste a la farmacia? —preguntó mi posesivo esposo con bastante


sarcasmo.

—Te mentí, necesitaba verme con…

—Eso lo sé, puedo verlo.

—¿Qué clase de esposo te conseguiste? —preguntó Yordi en tono de burla.

Dominic lo tomó por el cuello de la camisa.

—Soy la clase de esposo que asesina a los hombres que se ven en secreto
con mi mujer.

—Dominic, suelta a Yordi —pedí sujetando su brazo.

—¿Con cuántos hombres te ves en secreto? —preguntó mi hermano en


español.

—Idiota —le respondí en el mismo idioma.

—¿Qué le dijiste? —le preguntó Dominic perdiendo la cabeza.

Yordi volteó a ver a Dominic y la sonrisa desapareció.


—Le dije que, debe conseguirse otro esposo, porque no me agradas.

—¿Quién mierda eres tú para opinar sobre la vida de mi esposa?

—¡Mi hermano, es mi hermano! —chillé molesta—. ¿Puedes soltarlo?

Dominic me miró y vio a Yordi.

—¿Hermanos? Pues, no lo parecen —alegó mi esposo dejando a mi


hermano en paz.

—No eres el primero que lo dice, pero te alegrará saber que, tampoco se
parece a Xia. —Yordi se arregló la camisa—. Supongo que, porque somos
de padres diferentes.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté a Dominic.

—Descubrir que, eres una buena mentirosa.

—He tenido práctica —repliqué clavando la mirada en mi esposo, pero


luego recordé a la única persona que le pudo haber dicho dónde estaba—.
Entiendo, ella no es mi guardaespaldas, es mi niñera.

—Avery no me dijo nada.

—¿Entonces?

—Te seguí.

—Guao, eso es ser inseguro —acotó Yordi cruzándose de brazos.

—¿Te diviertes? —le pregunté.

—Sí, y mucho.

—¿Por qué me seguías?


—Me dijiste que ibas a la farmacia y pensé que… —Dominic me miró y se
quedó en silencio.

—¿Qué pensaste? —le interrogué.

—Nada, ese fue el problema que no pensé correctamente.

Fruncí el ceño y negué con la cabeza.

—Bien, ya sabes que, estoy casada, sí, soy la reina. ¿Algo más?

Yordi estiró la mano y me sonrió.

—Sí, me alegra, verte feliz. ¿Te puedo abrazar?

Su pregunta me tomó por sorpresa, pero asentí y me puse de pie.

—Qué petición más extraña —manifesté abriendo los brazos.

—Tengo varios años sin siquiera poder tocarte —declaró mi hermano


rodeándome con sus brazos.

Sus palabras me afectaron un poco, pensé que, tenía dominado mis


problemas, vaya, qué equivocada estaba.

Nos quedamos así un par de segundos, sí, segundos, porque mi señor


esposo comenzó a aclararse la garganta con el fin de separarnos.

—Debo irme, pero no me llames de nuevo —le pedí a Yordi.

—Vale, la próxima vez, solo te escribiré. —Mi hermano sonrió y también


parecía estar en paz consigo mismo.

—Espero que, todo siga marchando bien.

Dominic se levantó y estiró su mano.

—Un gusto conocerte.


—No mientas, creíste que, era el amante de tu esposa. —Mi hermano soltó
una carcajada y le estrechó la mano a mi esposo—. Pero, me tranquiliza
saber que, mi hermanita, tiene a un hombre dispuesto a todo por ella, solo
no la cagues, Lizzie no es de perdonar.

—No lo haré. —Dominic me observó—. Ella es importante en mi vida.

Sonreí y sentí cómo mis mejillas se sonrojaban.

—En fin, fue bueno verte, pero debo irme —manifesté levantando la mano
y despidiéndome de mi hermano.

—Yo debo quedarme un poco más aquí, pero aprovecharé para llamar a
Xia.

—No vas a poder localizarla —comentó Dominic y volteamos a verlo—.


Ella se ganó un crucero y donde se encuentra no tiene recepción.

—¿Cómo sabes eso?

—Yo sé todo de Elizabeth.

—No sabías de mí.

—Pero, ahora sí.

—Basta, yo debo irme, ustedes se pueden quedar a medir quién tiene más
testosterona. —Le lancé un beso a mi hermano y pasé por detrás de la silla
de Dominic.

Claramente, ese hombre, no me iba a dejar así sin más.

Su mano se cerró sobre mi muñeca.

—¿A dónde crees que vas sin tu esposo?

—Pues, ya que, estoy fuera del castillo, iré al doctor. —Me solté de su
agarre y seguí caminando con la frente en alto.
Miré de reojo a Avery que comenzó a caminar paralelo a mí.

—¿Le dijiste dónde estaba?

—No.

Asentí y seguí caminando a la salida.

No era que la conociera plenamente, pero me parecía que, era una persona
honesta.

Llegamos a su auto y fui a subir, pero Dominic me lo impidió.

—Yo iré contigo.

—¿Para qué decirme? Me gusta cuando solo me sigues y apareces de


sorpresa —le reproché.

—Lo lamento, solo te extrañaba. —Dominic me sujetó de la cara y se


inclinó para quedar a la par de mi mirada—. Luego te vi sentada, tomada de
las manos con un hombre al que no conozco y perdí la cabeza.

—¿Cuántas veces te debo decir que no tengo nada con nadie? Me gustas tú
y solo tú.

—¿Solo te gusto?

Mordí el labio y negué con la cabeza.

—¿Vienes o te quedas? —indagué cambiando de tema.

—Voy. —Dominic volteó a ver a Avery y le lanzó las llaves de su moto—.


Cambiaremos de vehículo, síguenos de cerca.

—Entendido.

Dominic me abrió la puerta de copiloto y entré molesta.


Él rodeó el auto y subió casi a la carrera.

—¿Qué no tienes cosas de rey que hacer? —cuestioné cruzándome de


brazos.

—No hay cosa más importante para un rey que saber dónde y con quién
está su reina. —Dominic encendió el auto, metió la velocidad y acarició mi
pierna—. Me gusta verte en jean.

Tomó mi mano y la llevó a su entrepierna.

»Supongo que, podemos tener un viaje placentero.

—No tienes reparo —dije apretando la cabeza de su pene—. Pero, no te


premiaré por seguirme y pensar que, estaba con otro tipo.

—Me lo merezco —admitió mi señor esposo haciéndome sonreír—.


¿Dónde queda el consultorio de tu doctor?

Me enderecé en el asiento y me quedé pensando.

La verdad, no tenía idea de dónde debía ir, las pastillas anticonceptivas eran
fáciles de tomar y no requerían una receta médica, pero con una inyección
era diferente.

Suspiré.

—La verdad, no lo sé. —Me encogí de hombros—. Es que, aquí, no


conozco a ningún ginecólogo.

—Deja todo en manos de tu eficiente esposo. —Dominic sujetó mi mano y


sonreí.

—¿Qué harás? —indagué viendo que, cambiaba de rumbo.

—Te llevaré de regreso al castillo y buscaré al mejor doctor para que te


atienda.
—Gracias. —Sonreí sintiéndome genuinamente cuidada y protegida por mi
esposo.

Episodio 39: Cuidando de Arthur.


Lizzie.

Entré al castillo sujetando la mano de mi esposo y seguida por mi


guardaespaldas.

A penas entramos, uno de los hombres de Dominic se acercó a la carrera a


él y le susurró algo que hizo tensar a mi esposo.

—¿Pasa algo? —indagué en voz baja.

Dominic se giró un poco y tomó mi cara entre sus manos.

—Todo está bien. —Besó mi frente—. Debo hacer algo, pero, en un rato, te
veo.

—De acuerdo —murmuré sabiendo que, algo, me estaba ocultando.

Dominic le lanzó una mirada a Avery y se marchó con el hombre pisando


sus talones.

Suspiré y rasqué mi cabeza.

Ahora entendía por qué mi hermana no me había respondido mis mensajes.

Mal momento para estar incomunicada.

Mordí mi labio sin tener idea de qué hacer, ella era la que sabía de
medicinas, yo solo era una loca que jugaba con la vida de Arthur.

Emprendí la marcha a la habitación de mi suegro, necesitaba revisar su


estado antes de entrar en pánico.
De pronto, mi teléfono comenzó a sonar.

Lo saqué de mi cartera y abrí los ojos al leer el remitente de la llamada.

—¿Pensé que no podías comunicarte? —dije a modo de saludo y hablando


en español.

Miré a todos lados y aceleré mis pasos en busca de un lugar privado.

—Así es, pero acabamos de llegar a un puerto —explicó Xia.

—¿Y? ¿Qué opinas?

—Bueno, es difícil llegar a una conclusión con solo ver unas fotos…

—¡Ay, no! —susurré asustada.

—Sin embargo, hay medicamentos que no deben mezclarse, pues, pueden


anular su efecto o todo lo contrario pueden causar bastante daño e incluso
la muerte —expuso mi hermana y me detuve en seco.

—¡Lo sabía! —expresé en voz alta, me tapé la boca al darme cuenta de mi


imprudencia. Miré a mi alrededor fijándome en quién estaba cerca. Me topé
con la mirada de Avery, seguí revisando y encontré a un par de empleados.
Bajé la voz y hablé—. Esa vieja bruja es mala.

—Espera un poco, no puedes dar nada por sentado —manifestó mi


hermana—. Recuerda que, no soy médico y no puedo decirte mucho si no sé
qué es lo que tiene tu suegro.

—Te necesito aquí —le susurré a Xia—. Toma el primer vuelo y ven a
Inglaterra.

—Lizzie, estoy en un puerto en algún lado del mundo, así que, puedo tardar
un poco.

—¿Pero, vendrás?
—Sí, estaré allá lo más pronto que pueda. Mientras, me asesoraré con un
doctor de confianza. —Mi hermana suspiró en la línea—. Trata de
averiguar cuál es el padecimiento de tu suegro, si puedes tomarle fotos a
algún informe mejor.

—Vale, aunque, no prometo nada. —Pensé en la enfermera que me venía


ayudando, quizás ella supiera dónde el doctor guardaba esa información—.
Te veo pronto, por cierto, evitemos decir que somos hermanas.

—De acuerdo. —Fui a colgar, pero mi hermana habló—. Lizzie, por favor,
cuídate, si esa señora es capaz de asesinar a su esposo, no sabemos qué te
puede hacer a ti.

—Tranquila, mi esposo me puso un guardaespaldas.

—Bien, nos vemos pronto.

—Adiós. —Colgué la llamada y apreté el teléfono en mi pecho.

Me estaba arriesgando mucho al traerla, pero era la vida de Arthur, él no


podía rendirse, sobre todo, ahora, cuando el amor de su vida está tan cerca.

—¿En qué andas metidas? —indagó Avery poniéndose a mi lado.

—Pensé que, solo te limitarías a cuidarme.

—Ese era el plan, pero me doy cuenta de que eres de esas personas que se
exponen innecesariamente al peligro.

—En ese caso, solo iremos a ver a mi suegro.

Emprendí la marcha por el pasillo.

Íbamos caminando y los murmullos comenzaron a hacerse más y más


fuertes, me detuve y vi a todos los empleados hablando entre ellos.

—¿Qué está pasando? —indagué en voz alta.


—Es Logan, su majestad —dijo una empleada inclinando la cabeza.

—¿Qué pasa con él? —pregunté y el miedo caló mis huesos.

—Ha decidido jurarle lealtad al Rey —afirmó otra emocionada.

Deseaba sentir alivio, pero Mathilde había hecho un buen trabajo jodiendo a
Logan, así que, solo deseé que sus acciones fueran auténticas y no un
malévolo plan para dañar a mi esposo.

—Gracias. —Retomé la marcha, aunque, aceleré mis pasos y le pedí a


Avery—. Explícame las funciones de tu trabajo.

—Cuidarte, asesinar al que te quiera lastimar —respondió ella con


seguridad.

—¿Eso incluye investigar, vigilar y seguir órdenes?

Avery apretó el puente de su nariz y respiró hondo.

—Sí, creo que, sí —concluyó al final.

—Bien, es bueno saber eso. —Me detuve frente a la habitación del Rey y
toqué un par de veces.

La puerta se abrió y la enfermera me miró.

—Adentro está el doctor —susurró y se hizo a un lado.

—Espero no interrumpir —dije esperando estar haciendo todo lo contrario.

Arthur estaba en la cama, con los ojos cerrados, parecía estar dormido o
sedado.

—Su majestad. —El doctor hizo una reverencia, pero era evidente que, no
era bienvenida—. Estaba por ordenar otro estudio al paciente.

—¿Puede esperar?
—Seguro, puedo venir más tarde —contestó el hombre.

—Mejor hágalo mañana, hoy tendré un día ocupado con Arthur. ¿Eso
representa un problema?

—No, no, yo regresaré mañana con el equipo necesario para el estudio que
se requiere —comentó el doctor, recogió su maletín y salió de la habitación.

Giré la cara y le susurré a Avery:

—Síguelo, necesito saber si antes de irse hace alguna parada.

Mi guardaespaldas asintió y se marchó.

»¿Está…?

—Descansando —respondió ella, se acercó y me explicó en voz baja—. Es


por eso que el doctor quiere hacerle estudios.

—¿Ha mejorado? —indagué alzando las cejas.

—Sí, ha tenido un progreso favorable. —La enfermera me sonrió y tomó mi


mano—. Mi reina hizo bien en suspenderle esos medicamentos.

—Debemos atrasar esos estudios todo lo que podamos.

—¿Hasta cuándo?

—Hasta tener pruebas de que en lugar de sanarlo, ese hombre lo estaba


matando. —Miré a la enfermera y ella asintió—. También debemos saber
quién pagó ese tratamiento.

—Mi reina, ambas sabemos quién está detrás de todo esto.

—Sí, pero no tenemos pruebas. —Arrimé una silla y me senté cerca de la


cama de Arthur.
La enfermera bajó la cabeza y se retiró de la habitación otorgándome
privacidad.

—Nunca me ha gustado cuando las personas murmuran en mi presencia —


habló Arthur sin abrir los ojos.

—Le decía a su enfermera que, me quedaré un rato.

—Muchacha, no necesito a otra persona, viéndome, mejor busca a mi hijo.


Quiero cargar a mis nietos antes de morir —exigió Arthur y abrió los ojos.

—No digas eso, estás lejos de morirte.

—Estoy cansado de esta vida, quiero cerrar los ojos y reunirme con el amor
de mi vida —confesó Arthur y tuve que, recurrir a todo mi autocontrol para
no llorar o decirle todo lo que sabía.

Sujeté las manos de mi suegro.

—Tenía esperanza de que estuvieras mejorando.

—Sí, estos últimos días me he sentido con más energía, pero anhelo poder
reunirme con mi Carlota, pero no puedo acabar con mi vida, pues, entonces,
no me reuniría con ella, así que, espero que la muerte venga por mí.

Me quedé observando a Arthur.

Me tapé la boca asombrada por lo que acaba de descubrir.

—Lo sabías —susurré.

—Estoy viejo, no idiota, claro que, lo sabía. Siempre he sabido qué clase de
monstruo es la mujer con la que me casé.

Una lágrima corrió por mi mejilla.

—Entonces, solo se rendirá.


—Hice todo lo que mi pueblo esperaba que hiciera. —Arthur tosió—.
Tienen un buen rey y a una reina maravillosa.

—No, Arthur, no me llenes de halagos, cuando también estás dejando a una


loca sin pagar por sus crímenes.

—Dios se encargará de ella.

Sonreí con desagrado.

—¿Qué pasa si ella fue la culpable de todo lo que le pasó a Carlota? —le
pregunté.

Arthur frunció el ceño y apretó su mano en un puño.

—Calla, no sabes de lo que hablas —me regañó.

—Al contrario, soy la única que sabe muchas cosas, pero no sirve de nada.
¿Verdad? Usted espera la muerte. —Me levanté de la cama—. Solo le diré
que, sin importar la forma en la que muera, del otro lado no verá a su amada
esposa.

—¡¿Qué dices?! ¡¿Qué cosas sabes?! —exigió Arthur levantando la voz.

—Le diría lo que sé, pero esa información no le sirve a un hombre


moribundo.

Estaba cruzando una línea muy delgada, pero él necesitaba la motivación


necesaria para no rendirse y en su momento, me encantaría ver a Carlota
reunida con el hombre que ama.

Arthur me atravesó con la mirada, pero lejos de estar molesto, solo pude ver
dolor y pena.

—Veo que, te subestimé. —Se limpió las lágrimas y levantó la cara—. Tú


ganas. ¿Qué quieres obtener por esa información?
Su pregunta me hubiera ofendido, pero sabía que, era un hombre que, tenía
años llorando la partida de su esposa.

—Quiero que no se dé por vencido. —Tomé las manos de Arthur—.


Aunque, necesito que, finjas estar enfermo. A diferencia de usted, yo sí
deseo hacer justicia, por usted y Co… Carlota.

—Elizabeth, nunca me ha importado lo que Mathilde me hiciera a mí, pero


si tocó un solo cabello de mi Carlota, la asesinaré con mis propias manos.
—Más lágrimas cayeron de sus ojos.

—Piense en eso y cuando sea el momento, acabe con ella, sin que le
tiemble el pulso.

La puerta se abrió y Dominic entró por ella.

Su mirada se posó en mí, luego en su padre. Si notó que estaba pasando


algo, no emitió comentario alguno.

—Padre, me robaré un segundo a mi esposa.

—Llévatela, pero la quiero de vuelta, hoy deseo pasear por el jardín. —


Arthur apretó mi mano y asentí.

—Regresaré —prometí.

Dominic me sujetó por la cadera y me sacó de la habitación.

—Me gusta ver cómo cuidas de mi padre —comentó Dom mientras


caminábamos.

—Es que, él me agrada. —Sonreí—. ¿A dónde vamos?

—A nuestra habitación.

—¿Me sacaste del cuarto de tu padre para follar? —Solté una risita.
—Para cogerte y para que te coloquen la inyección —me informó Dominic
—. ¿Dónde está Avery?

—Le pedí un favor. ¿Inyección? —indagué desorientada.

—Sí, con el doctor. ¿Fue eso lo que me pediste?

—Es cierto, pero, tan rápido, encontraste al doctor.

—Sí, una de las ventajas de ser el Rey. —Dominic tomó mi mano y me


llevó escaleras arriba.

Episodio 40: Se acabó.


Lizzie.

Días después…

Sentía que, estaba caminando sobre hielo.

Había logrado atrasar el estudio que el doctor le quería hacer a Arthur, pero
no estaba segura de cuánto tiempo más iba a poder detenerlo.

Mathilde rondaba la habitación como un maldito buitre esperando la muerte


para comer de la carne putrefacta.

Por desgracia, el que, Avery hubiera visto al doctor hablar en privado con
esa vieja, no probaba nada de lo que estaban haciendo.

—Su majestad. —Coco apareció en la puerta de mi despacho e hizo una


reverencia.

Detestaba que, hiciera eso, pero comprendía que, era parte de su disfraz de
plebeya.

—¿Dónde está? —pregunté levantándome de mi silla.


—La llevé a mi habitación.

—Bien, andando.

Salí de mi oficina y caminé con dirección a las habitaciones de los


empleados domésticos del castillo.

No era de sorprenderse que, los empleados vivieran dentro del castillo, lo


que, jamás, me imaginé era que, estuvieran ocultos, supongo que, los
dejaban quedarse en el palacio por tema de comodidad, pero deseaban dejar
bien marcadas las clases sociales.

Entré a la habitación de Coco y una menuda rubia saltó a mis brazos.

—Lo siento —susurró con lágrimas cayendo de sus ojos. Se separó de mí y


me miró como si hubiera hecho algo malo.

Abrí los brazos y rodeé el cuerpo de mi hermana.

—Está bien.

Xia volvió a abrazarme, aunque, esta vez, lo hizo con más fuerza.

—No sé qué cambió, pero me gusta —sollozó mi hermana.

Después de un par de segundos, le puse fin al abrazo. Todavía era incómodo


que me tocasen por mucho tiempo.

Coco se acercó:

—Debo hacer algo, pero aquí es un lugar seguro y nadie las molestará.

—Gracias. —Incliné un poco la cabeza y esperé que, mi doncella, se fuera


para seguir hablando—. Estos días me parecieron infinitos.

—Sí, pasé una odisea para llegar, pero aquí estoy.

Llevé a mi hermana a la cama y nos sentamos en la orilla.


—Por ahora, serás la nueva enfermera y con tus conocimientos deberás
ayudarme. —Cerré los ojos—. La salud de Arthur queda en tus manos.

—Lizzie, tampoco es que hago milagros.

—Lo sé, pero Josefa, la enfermera actual, me dijo que, le sorprendió cuando
el doctor la contrató, ya que, ella se acababa de graduar y no tenía
experiencia en nada —le conté de manera pausada—. Estos últimos días,
ella se ha vuelto un fastidio, pregunta de más y a todo le pide una
explicación.

—El doctor quiere cambiar de enfermera.

—Sí, pero no la ha despedido, aunque, mi guardaespaldas me informó que,


las visitas con la reina han aumentado.

—Lizzie, te quiero ayudar, pero no soy una espía, solo soy una enfermera.

—Por eso era la indicada. —Tomé las manos de mi hermana—. Solo debes
estar allí, cuidar de Arthur, cuando le toquen las medicinas, no se las das,
ves qué estudios desea realizar el doctor y trata de sabotearlo.

—Es que. —Xia negó con la cabeza—. No sé si puedo hacerlo.

—Tranquila, Arthur está al tanto de todo y te ayudará —la consolé.

—Lizzie, no quiero tener problemas.

—Sabes bien que, no te hubiera llamado si no te necesitara.

—De acuerdo. —Xia dejó caer los hombros—. ¿Cuándo empiezo?

—Ya mismo, Coco debió ir a buscar a Josefa, así que, solo te llevaré a la
habitación de mi suegro, cuando el doctor Paint te pregunte solo le dirás
que vienes de la agencia, pero debe ser un error porque te acabas de graduar
y no tienes experiencia suficiente para atender a un paciente —le terminé de
explicar y me puse de pie—. No hagas preguntas, no hables y cuando él te
ordene algo, solo asiente.
—Todo es tan estresante. —Xia se levantó de la cama—, pero haré todo lo
que pueda para ayudar a ese hombre.

—Recuerda, nadie puede saber que somos hermanas.

—Bien.

—Tu habitación será justo al lado de la de Arthur, pero no lleves nada


personal para allá, eso puedes dármelo a mí.

—Estaba en un crucero, no tengo nada personal que me relacione contigo.

—Vamos, te llevaré.

Avanzamos por el pasillo con calma.

De pronto, Coco y Jena caminaban hacia nosotras.

—Ellas son mis doncellas, a Coco la conoces, la otra es Jena, no confío


mucho en ella —le informé a mi hermana en voz baja.

—Entiendo.

Jena y Coco quedaron frente a nosotras.

—¿Sucede algo? —indagué viendo a Coco.

—El Rey solicitó su presencia —contestó Jena.

Miré a Coco y ella asintió comprendiendo mis palabras.

—Bueno, llévame con él —le pedí a Jena dejando a mi hermana con Coco.

Mi doncella bajó la cabeza y regresó sobre sus pasos guiando mi camino.

No volteé a ver a mi hermana, pero me tomé un segundo para lanzar una


plegaria al cielo:
«Dios, mantén a mi hermana a salvo»

Jena tomó el pasillo que llevaba a mi despacho y arrugué la frente sin


comprender nada.

Doblamos en la siguiente esquina y encontré a mi esposo afuera de mi


oficina esperando por mí.

Colocó sus brazos detrás de su espalda.

Su mirada me seguía y sentí el calor apoderarse de mí.

—Jena, puedes retirarte —le ordené a mi doncella sin cortar el contacto


visual con mi esposo.

Seguí avanzando hasta llegar a él.

—Te tengo una sorpresa —susurró Dominic tomándome por la cintura.

—¿Otra follada veloz? —indagué poniéndome de puntitas para estar más


cerca de sus labios.

—Tentador, pero es otra cosa. —Dominic me dio un beso apasionado en la


boca, por desgracia, el beso fue corto.

Mi esposo se separó de mi boca, se colocó detrás de mí y tapó mis ojos con


su mano.

Me sabía el camino de memoria, así que, supe en qué momento habíamos


entrado a mi despacho. Mi corazón latía con fuerza, sin saber que, iba a
encontrarme.

Dominic retiró su mano de mis ojos y me quedé sin hablas.

—No debiste —dije llevándome las manos a la boca.

Caminé a la biblioteca que antes estaba vacía, ahora estaba repleta de libros
y no cualquieras. Eran los libros que yo había puesto en la lista de mis
lecturas favoritas y las que deseaba leer.

—Claro que debí, eres mi esposa y estando a mi lado nunca te faltará nada.
—Dominic me abrazó por la espalda y me besó por el cuello.

Tomé uno de los libros y mis manos temblaron al darme cuenta de que era
una primera edición.

—Dominic —jadeé completamente, asombrada.

—Solo le daré lo mejor a mi esposa —aseguró Dominic.

—Pero, es mucho —insistí en shock.

—Tu felicidad no tiene precio. —Dominic me dio un beso en la cabeza y


me regaló una hermosa sonrisa—. Te dejaré con tus libros, pero, solo por un
rato, tengo pensado llevarte a cenar.

—Gracias —susurré abriendo el libro.

Dominic salió de mi despacho.

Estaba completamente alucinada con los libros.

Me senté y me sumergí completamente, en mi lectura.

Era fascinante sentir la textura del papel, el olor, el relieve del texto y de los
dibujos.

Me olvidé del mundo exterior y perdí la noción del tiempo.

Un par de toques me sacaron de mi lectura, levanté la mirada y me encontré


a una hermosa mujer observándome fijamente.

—¿Eres Elizabeth? —preguntó sin poner un pie dentro de mi oficina.

—¿En qué te puedo ayudar? —indagué evaluándola detalladamente.


—¿Puedo pasar?

—Claro, pero no sé quién eres.

—Mi nombre es Thais —comentó ella y se sentó frente a mí—. Tenía pocos
días trabajando en el hospital de campo, cuando llegó Dominic con heridas
graves de quemaduras en su cuerpo. Me dediqué a cuidarlo y con el tiempo
nos enamoramos. Los días fueron pasando y Dom sanaba con rapidez,
pensé que, pasaríamos el resto de nuestras vidas juntos. Sin embargo, el
hospital fue atacado. No supe más nada de él, hasta, ahora.

No podía creer lo que estaba escuchando.

Thais hablaba y yo solo podía recordar la historia que había inventado


Dominic, aquella primera vez que conocí a su padre.

Yo, como una tonta, creí que, él se había inventado esa historia, pero ahora
veo que, solo había contado cómo la había conocido a ella.

—Entiendo todo lo que me dices, pero, ¿por qué buscarme a mí? —indagué
tratando de calmar mi creciente furia.

—Yo he venido a recuperar al hombre que amo —reveló ella, una sonrisa se
formó en sus labios, mientras sus ojos cafés me miraban con atención—.
Dominic, es el amor de mi vida y sé que, si se casó contigo, es porque me
creyó muerta.

Me quedé observándola con ganas de arrancar cada cabello de su cabeza.

No era tonta, sabía que, solo había sido una opción en los planes de
Dominic, que el matrimonio sería algo temporal, pero él me había dicho
que me amaba.

¿La llegada de su novia sería un problema para nuestra relación?

Sin embargo, algo sí era evidente, Thais debió ser especial para él, si no no
hubiera contado su historia, ese día.
Me crucé de brazos y sonreí:

—Tienes que ser muy descarada, para venir a mi castillo, buscarme y


decirme todo esto. ¿Qué esperas? ¿Que me haga a un lado o me ponga a
llorar por lo que te pasó? —Thais fue a responderme, pero levanté un dedo
silenciando sus palabras—. Has llegado tarde, soy la esposa de Dominic y
no me interesa tu historia. ¡Avery!

—Nosotros nos amamos —gruñó Thais levantándose de su silla.

—Eres parte de su pasado, pero su presente y futuro soy yo —declaré justo


cuando mi guardaespaldas entraba a mi despacho—. Por favor, saca a esta
mujer del castillo y deja dicho que tiene la entrada prohibida. Si desea
hablar con mi esposo, que lo haga por los canales regulares.

Avery asintió y evitó sonreír.

Nadie, absolutamente nadie, llegaba al Rey por los canales regulares.

—No importa cuando tiempo me lleve, Dom me ama y contra eso no


puedes hacer nada —gritó Thais, mientras Avery la escoltaba fuera de mi
despacho.

No podía parar de pensar y analizar la situación.

¿Por qué esa mujer había aparecido justo ahora? ¿Cómo era que había
llegado hasta mi despacho? ¿Sería un truco de la maldita vieja porque sabía
que la estaba vigilando?

Mi mayor temor era que, Dominic realmente, estuviera enamorado de Thais


y quisiera regresar con ella, ahora que, sabía que ella estaba con vida.

El hombre que había logrado enamorarme entró a mi oficina.

—¿Todo está bien? —Dominic se acercó a mi mesa, la rodeó y se arrodilló


ante mí.

—¿Por qué lo preguntas? —cuestioné sorbiendo por la nariz.


—Es que, escuché unos gritos —su voz adoptó un tono de preocupación.

Acuné su cara y contemplé su rostro fijamente:

—¿Quién es Thais?

En ese momento me arrepentí de haber preguntado, pues, Dominic se


levantó y puso distancia entre nosotros.

—¿Quién te habló de ella? —preguntó y su voz salió fría.

—Estuvo aquí —revelé evaluando cada una de sus expresiones.

Dominic se giró y clavó su mirada en mí.

—Eso es imposible, ella…

—Está viva —lo corté. Una lágrima rodó por mi mejilla cuando le pregunté
—. ¿Todavía la amas?

Dominic no apartó la mirada de mí y parecía estar realmente molesto. Dejó


caer los hombros y murmuró:

—Elizabeth.

Lo entendía, no era esa clase de mujeres que se aferraban a lo imposible.

—Tú y yo, siempre supimos que, todo esto era pasajero. —Me crucé de
brazos—. Por mí no te preocupes, yo lo entiendo y no te impediré ser feliz.

—¿Qué mierda quieres decir con eso?

Las manos me temblaban y mi corazón latía lentamente, como si supiera


que, estaba a punto de ser mortalmente lastimada, pero era mejor quitar la
bandita de un solo golpe.

—Quiero el divorcio.
Episodio 41: Mi mujer y punto.
Lizzie.

Dominic me observó completamente mudo, sus ojos se entrecerraron y me


dio la espalda.

Pensé que, se iba a ir, pero en lugar de eso cerró la puerta con seguro.

Se giró y dejó caer su chaqueta.

—¿Qué haces? —cuestioné observando cómo se desabotonaba el pantalón.

—Como parece que, no entiendes con palabras… —Se quitó la camisa—.


Te follaré hasta que, ya no exista duda de mi amor por ti.

Se detuvo frente a mí y tomó mi mano, la deslizó dentro de su pantalón y


apretó su dura erección.

»Te amo, Elizabeth West, reina de Inglaterra y de mi corazón. —Dominic


me tomó de la parte de atrás de mi cabeza y me acercó a su boca—. Te amo,
como nunca amé y jamás amaré a nadie.

Nuestros labios se unieron y mi corazón latió con fuerza, mientras mi


vagina palpitaba excitada.

Sus manos fueron a mi cadera y me apretaron con vigor a su pecho,


mientras la mía se deslizaba por todo el grosor de su pene.

—Dominic —jadeé con la respiración agitada.

Mi esposo se separó de mí y me observó con detenimiento, sus manos


tomaron mi vestido y tiraron con energía.

—Eres mi mujer y punto. —El vestido cayó al suelo hecho trizas.


Mis pechos quedaron desnudos ante la masculina mirada de mi marido;
quien no perdió tiempo.

Se inclinó y atrapó uno de ellos con su boca.

Arqueé la espalda, mientras un gemido salía de mi boca.

Sus traviesas manos bajaron por mi cuerpo y llegaron a mi ropa interior,


Dominic tiró de la pobre prenda, hasta que, se hizo añicos sobre mi piel.

Tomé su pantalón y lo bajé hasta sus talones asegurándome de traerme su


ropa interior. Quedé de rodillas frente a su poderosa erección y sin dudarlo
me lo llevé a la boca.

—Carajo —gruñó en español y levanté la mirada—. Lo siento, nena, es lo


único que sé decir.

Sonreí con malicia.

Tomé uno de los marcadores de mi mesa y sobre su corazón escribí en


español: Te amo.

—Ahora, deberás aprender otra palabra. —Deposité un beso y me arrodillé


de nuevo.

Antes de que Dominic pudiera hablar, deslicé mi mano por su polla y lamí
su esponjoso glande.

Abrí todo lo que pude mi mandíbula, pero no pude meter más que la cabeza
de su pene y un par de centímetros más.

Dominic recogió mi cabello y empujó su polla con vigor hasta lo más


profundo de mi boca, lo retuvo un par de segundos allí y lo sacó.

Se inclinó y me besó con pasión.

Me tomó de la cadera y me apoyó en mi escritorio.


—Me gusta tu boca, pero tu coño, me enloquece. —Me penetró con tanta
fuerza que tuve que, agarrarme a la mesa—. Soy tuyo, únicamente tuyo.

Su mano cruzó las mías por mi espalda y me obligó a recostarme en el


escritorio, sin dejar de embestirme como un cavernícola.

Jadeé, gemí y hasta chillé, perdida completamente, en la lujuria del


momento.

—Dominic, quiero… —balbuceé tratando de organizar mis pensamientos


—. Quiero cabalgarte.

Mi esposo detuvo todos sus movimientos.

Me soltó y se sentó en mi silla.

Su mirada me devoraba e incluso me intimidaba un poco, estaba cargada de


deseo y pasión, pero deseaba verlo, tocarlo y hablarle.

Me acomodé a horcajadas sobre él, mi cuerpo se desplegó con sensualidad


sobre su regazo, mientras mis manos se aferraban con suavidad en su
pecho, sintiendo el ritmo acelerado de su corazón.

Comencé a mover mi pelvis con cadencia lenta y sensual, buscaba una


conexión más profunda entre nuestros cuerpos, explorando cada centímetro
de placer y entregándome a las olas de éxtasis que recorrían todo mi ser.

Los dedos de Dominic recorrían mi piel dejando un ardiente camino tatuado


en mi cuerpo.

Nuestros labios se fundieron en un apasionado beso, entre tanto, mi esposo


se ajustó a mi ritmo, logrando que sus embestidas fueran acordé a mis
movimientos.

El sudor cubrió mi cuerpo y se deslizaba por mi piel.

Dominic me contemplaba con sus pupilas completamente dilatadas, sus


manos fueron a mi cara y me apartaron el cabello de mi frente.
Mi respiración se aceleró y las penetraciones de Dominic se hicieron más
constantes, mis músculos se tensaron y cada célula de mi cuerpo pareció
vibrar al unísono.

Clavé las uñas en los hombros de Dominic preparándome para lo que estaba
por venir.

El placer se acumulaba cada vez más en mi interior, hasta que, fue


imposible detenerla.

Una ola cálida y embriagadora recorrió cada parte de mi ser desatando una
explosión de sensaciones en mi interior.

Mi cuerpo se estremeció en un delicioso torbellino que daba paso a una


oleada de gozo y satisfacción indescriptible donde la pasión se mezclaba
con el éxtasis del clímax y nublaban por completo mi mente.

Por unos segundos, fui transportada a un plano de deleite supremo.

Mi cuerpo cayó sobre el pecho de mi esposo y una sonrisa se posó en mis


labios.

—Eres una diosa —susurró Dominic luego de unos minutos en silencio. Su


mano fue a mi barbilla y me hizo verlo—. Amo todo de ti, tus ojos, tus
cabellos, los sonidos que haces cuando te cojo. Te amo, Elizabeth, no me da
avergüenza decir que, estoy perdidamente, enamorado de ti.

Me levanté y lo admiré.

Odiaba tener miedo al futuro; odiaba no poder confiar del todo en mis
emociones.

Pero…

¿Qué era lo peor que podía pasar?

Dominic me amaba y yo lo amaba, era hora de dejar de temer y aferrarme al


amor que sentía por el hombre que me había sacado de la oscuridad.
Tomé su rostro entre mis manos y viendo sus increíbles ojos azules, musité:

—Te amo, Dominic West. —Mi esposo me fue a besar, pero puse un par de
dedos entre nuestros labios—. Sin embargo, quiero saber toda tu historia
con la tipa esa.

—La verdad, no hay mucho que decir. —Dominic me acomodó en sus


piernas y besó mi nariz—. Estaba muy herido cuando llegué al hospital de
campo, tenía gran parte de mi espalda quemada, una metralla me había
cortado la cara. Thais fue una de las enfermeras encargadas de cambiar mi
vendaje, de darme de comer.

—¿Te enamoraste de ella? —le pregunté incómoda.

—No, hubo una buena química entre nosotros…

—¿Tuvieron sexo? —indagué tragando el nudo que se formó en mi


garganta.

—Sí.

—¿Existe la posibilidad de que ella tenga un hijo tuyo? —No quería hacer
esa pregunta, pero era mejor estar bien claro en dónde se estaba parado.

—No, siempre me cuidé.

Suspiré aliviada.

Al menos, la loca esa no iba a venir con el cuento de un hijo.

—Ella me dijo que se amaban. ¿Por qué cree eso?

—Amor, soy un hombre bastante guapo, es claro que, se iba a enamorar,


pero jamás le dije que le correspondía —contestó Dominic con toda la
arrogancia del mundo—. Por favor, olvidémonos de ella y concentrémonos
en nosotros.
—Espera. —Me levanté de su regazo y crucé los brazos sobre mis pechos
—. ¿Por qué contaste la historia, de cómo la conociste a ella, en lugar de
inventar una historia?

—No, no conté cómo la conocí, solo usé un suceso que, mi padre, conocía y
te puse de protagonista.

—Por favor —bufé de mala gana—. Literal, dijiste que, nos conocimos en
la enfermería con mi amable sonrisa y mis cuidados te enamoré. Es
evidente que, hablabas de ella.

Dominic se puso de pie, tomó su camisa y me la puso sobre los hombros.

—Te juro que, nunca pensé en ella, siempre fuiste tú. —Sus manos
acunaron mi cara—. Me sentí bastante culpable cuando creí que, murió por
mi culpa. Puesto que, ese hospital de campo, fue bombardeado por mí, pero
solo sentí gratitud por ella.

Asentí tragándome mis lágrimas.

—Me cuesta confiar en las personas, pero confío en ti, porque soy capaz de
sentir tu amor. —Guardé silencio evitando echarme a llorar—. Quiero
apostarle a nuestro amor.

Dominic bajó la cara y miró lo que le había escrito encima de su corazón.

—¿Me dirás que significa?

—Te amo.

Mi esposo sonrió y me besó.

—Yo también te amo.

Reí suavemente y le aclaré:

—Dice: te amo, en español.


Dominic tomó el marcador y me lo dio.

—Remárcalo, el sudor lo borró un poco.

Alcé una ceja.

—Es marcador, se volverá a borrar. —Dominic me observó fijamente—. De


acuerdo.

Tomé un algodón con un poco de alcohol, limpié bien la zona y lo volví a


escribir.

»Listo.

—Gracias, ahora debemos subir a la habitación y darnos una ducha.

Pasé la mirada por mi oficina y expulsé el aire de mis pulmones.

—¿Piensas que, podemos llegar al cuarto sin que me vean así vestida? —
pregunté apuntando a mi ropa hecha trizas en el suelo.

—Si usamos el camino correcto, nadie notará nada.

Dominic tomó mi mano y me llevó a la biblioteca. Pasó la mano por uno de


sus bordes y después de un clic, el estante se movió revelando una puerta
secreta.

—Pero… —Me llevé las manos a la boca.

—Pocas personas saben de los pasajes entre los muros del castillo. —
Dominic sujetó mi mano y entró por la pared—. No recuerdo muy bien el
camino, pero siempre podemos follar si nos aburrimos.

Sonreí y negué con la cabeza.

—¿Cómo se…?

Dominic presionó un ladrillo al lado de la puerta y esta se volvió a sellar.


Tomé mi celular y encendí la linterna.

—¿Qué seriamos sin la tecnología? —comentó avanzando por los


polvorientos pasillos.

—¿No hay un mapa?

—No, eso sería muy sencillo. —Dominic tomó mi mano—. Aunque, no es


tan difícil una vez entiendes cómo funcionan.

Caminamos en silencio, esquivando telarañas. En el suelo se podía apreciar


los esqueletos de algunos animales que, eran muy grandes para ser de ratas.

—Deberíamos enviar a alguien a limpiar —bromeé viendo una araña


mirarme fijamente.

—No es mala idea.

Seguimos avanzando, hasta que, Dominic se detuvo frente a una pared y


comenzó a tocarla por todos lados.

»Era por aquí —dijo golpeando todos los ladrillos—. ¡Eureka!

Presionó uno y una puerta se abrió.

Alcé las cejas, al reconocer en dónde habíamos salido.

—¡Es nuestro armario! —exclamé divertida. La sonrisa se me borró cuando


vi una maleta—. ¿De quién es ese equipaje?

—Mío. —Dominic se volteó y me observó con calidez—. Debo hacer un


viaje, será corto, lo prometo.

—¿A dónde irás?

—Dublín, tengo que, reunirme con unos antiguos colegas —explicó con
calma.
—¿Cuándo te vas?

—Después de darme una ducha.

Suspiré poniéndome nerviosa, no me sentía lista para quedarme sola en el


castillo, además, estaba todo el tema de Arthur.

Comencé a hiperventilarme, salí del armario y caminé por la habitación.

—No creo poder quedarme sola en toda esta maraña de víboras —declaré
nerviosa.

—Elizabeth, eres una mujer fuerte y la más poderosa del reino. Debes
aprender a ejercer tu dominio —manifestó Dominic tomando mis manos.

—Para ejercer algo debes tener aliados, poderosos y peligrosos —le aclaré
—. Y no tengo nada.

—Me tienes a mí —sentenció Dominic.

—Tienes razón, pero estarás lejos.

—Estaré en contacto contigo, si pasa algo, me tendrás aquí. —Dominic me


abrazó—. Todo estará bien, Avery se queda contigo, créeme, ella es
peligrosa. Frances también está de tu lado, mi padre, Coco y Harper, tienes
a muchos aliados, aunque, no olvides que, la más poderosa eres tú.

Levanté la cara y asentí.

Episodio 42: Deuda pendiente.


Dominic.

Odié dejar a Elizabeth así, pero había cosas que, no podía posponer.

Principalmente, ahora que, Emilio había dado con la compañera de


habitación de mi esposa y según en el informe que me envió, en el registro
de la universidad, Dalisia o Das, nunca avisó que, saldría de vacaciones.

De hecho, ella pasó todas esas vacaciones haciendo uso de la habitación.

Eso había sido suficiente para captar mi atención.

Debía admitir que, al principio, creí que, la partida de Dalisia en realidad


había sido casualidad, pero ahora, quería una clara explicación para su
comportamiento.

Ya que, Elizabeth, me había dicho que, su compañera de habitación le había


dicho que, se iba con sus padres, pero mi mujer nunca supo que, Dalisia, no
tenía padres.

Sin embargo, esa noche se había marchado y había dejado a Elizabeth sola.

Para mí, eso la hace culpable.

Vi la hora en mi reloj y me preparé para recibir a mi invitada.

La puerta del pequeño dormitorio se abrió; una mujer de tez blanca y


cabello corto entró.

Dejó las llaves en la mesa al lado de la entrada; dejó su abrigo en el


perchero y se sacó los zapatos.

Continuó su rutina sin notar mi presencia; llevó su mano al interruptor de la


luz, pero claramente no encendió.

—Mierda, mierda, mierda. —Avanzó a la lámpara sobre la mesa y se


percató de que esa luz tampoco funcionaba—. ¿Pero, qué mierda?

—Siéntate —ordené en medio de la oscuridad.

Dalisia dio un brinco, luego se tensó y comenzó a mirar para todos lados,
tal vez, deseando haberse imaginado mi voz.

»No lo repetiré —le advertí de manera mordaz.


—¿Q-quién eres?

—Un hombre que busca un par de respuestas.

—Señor, se equivoca de persona. —Las manos de la mujer temblaban


incontrolablemente, mientras seguía retrocediendo hacia la puerta.

Sonreí de manera siniestra:

—¿Crees que, he venido por error? —Avancé hacia ella—. No, Dalisia, sé
perfectamente quién eres. Así como sé que si sales por esa puerta uno de
mis hombres disparará a matar, pero entonces, venir hasta tu casa hubiera
sido una pérdida de tiempo y no me gusta perder el tiempo.

Me detuve frente a ella.

—N-no sé. —Su labio inferior tembló y de sus ojos cayeron varias lágrimas
—. No te conozco.

—Pero lo harás. Ahora, si es por las buenas o por las malas… —La tomé
del cuello y la pegué a la pared—. Lo decides tú.

—Por las buenas —sollozó ella—. Quiero que sea por las buenas.

—Perfecto. —Solté su cuello y chasqueé los dedos dos veces.

La luz se hizo en ese pequeño dormitorio y mostró que, en este diminuto


lugar, no estábamos solos, Lennox, mi mano derecha se acercó a nosotros
con una silla.

Estiró la mano hacia Dalisia y ella la tomó temerosa, Lennox la sentó y se


hizo a un lado.

—¿Recuerdas a Lizzie? —pregunté clavando la mirada en la mujer.

—No —mintió Dalisia.

La ira corrió por mis venas, levanté la mano y la abofeteé.


—Empezamos mal.

Miré a Lennox y él siguió mi orden silenciosa.

Fue a la cama, después de un par de segundos, se acercó empujando una


mesa con varios instrumentos de tortura bien organizados.

—¡Oh, Dios! —Dalisia comenzó a llorar.

—Cállate, ni siquiera hemos comenzado —comentó Lennox y tomó el corta


dedos—. ¿Cuál de tus dedos usas menos?

Dalisia gritó aterrorizada y Lennox soltó una carcajada:

»Supongo que, debo amordazarte primero.

—Bien, bien. —Dalisia levantó sus temblorosas manos rindiéndose—. La


conocía, toda la universidad conocía la maravillosa e inteligente Lizzie, no
había ningún profesor que no la amara o la pusiera de ejemplo. Todos los
chicos babeaban por ella y sus malditos ojos de fenómeno. —La mujer se
limpió las lágrimas con rabia—. Pero, la más afortunada era yo, ¿verdad?
Tenía el privilegio de ser la compañera de cuarto de la engreída esa.

Tomé a Dalisia por el cabello y la hice verme:

—No me interesa escuchar tu historia de envidia, solo quiero saber.


¿Quiénes fueron a su habitación esa maldita noche?

—No lo sé —respondió desafiante.

La solté y bufé divertido.

—¿En serio, crees que, me ando con juegos? —Agarré el mazo y golpeé su
mano. El sonido de sus huesos quebrandose fue el augurio de una corta
noche.

Dalisia abrió la boca, pero Lennox ya estaba al lado de ella, apuntándole


con un arma en la cabeza.
—Gritas y mueres —le advirtió Lennox.

Dalisia apretó su mandíbula y su cuerpo se estremeció tratando de soportar


la agonía a la que estaba siendo expuesto. Con el ceño fruncido miraba su
mano e intentaba moverla, pero al no lograr hacerlo y más lágrimas caían
de sus ojos.

—Quiero los nombres de esos malnacidos —exigí levantando el mazo de


nuevo.

—Te juro que no lo sé —soltó ella llorando desesperada—. Un chico se me


acercó y me ofreció dinero, dijo que, le haría una broma al cerebrito de la
universidad.

—No te creo. —Le pegué en la otra mano—. Quiero los malditos nombres.

—Tengo un amigo en una prisión —manifestó Lennox—. Lleva días


pidiéndome una mujer para compartir con sus amigos. ¿Cuánto crees que
puedas aguantar? ¿5, 10, tal vez 20 hombres deseosos de coger?

—No, por favor, no —gritó removiéndose.

—¡Dame los malditos nombres! —bramé iracundo.

—Mi hermano fue con dos amigos, pero no sé sus nombres —reveló la
desgraciada.

—Mientes, sabemos que, no tienes hermanos, así como no tienes padres u


otros familiares —declaró Lennox.

—No es mi hermano de sangre, pero en la última casa de acogida Ezra


estaba allí y cuidó de mí, eso nos volvió cercanos.

—¿Cercanos como para lastimar a la chica que te cae mal? —indagué


sintiendo la furia correr por mis venas.

—No, no, lo juro, eso no fue así. —Dalisia me miró—. Ezra me pagó para
dejar el cuarto por una noche, pero no sé más.
—¿No te preguntaste que iba mal cuando Lizzie no volvió? —la interrogué.

—No, los compañeros de cuarto van y vienen como el viento. —Siguió


llorando—. Por favor, déjame ir...

—Dejaste que tu “hermano” y sus amigos le hicieran daño a mi esposa. —


Dalisia perdió el color de su rostro al escuchar que llamé a Elizabeth,
esposa, pero poco me importó y seguí hablando—, eso te hace tan culpable
como ellos. —Silbé y Emilio entró seguido de Harper—. Para tu mala
suerte, yo seré tu juez y verdugo. —Me dirigí a Emilio—. ¿Escuchaste?

—Sí, el hombre de la casa hogar. —Emilio sacó su teléfono, después de un


par de minutos levantó la mirada—. Sé dónde está.

—Bien. —Tiré a la mujer a los pies de Harper—. Ya sabes qué hacer con
ella.

—Sí, será rápido.

—¿A dónde me llevas? No, no —gritó Dalisia cuando Harper la sujetó y la


empezó a llevar fuera de la habitación—. Te dije todo lo que sé. ¡Te lo
dije…!

Harper la tomó del cuello de su camisa y clavó la mirada en Dalisia.

La razón por la que había dejado a Harper afuera era porque, de todos, él
era el menos paciente y el más agresivo.

»Solo quiero irme, ya dije todo —continuó Dalisia quejándose.

Harper solo la golpeó una sola vez y ella cayó al suelo completamente,
inconsciente. Tomó uno de sus tobillos y la arrastró fuera de ese lugar.

—La habitación de Ezra no queda lejos —nos informó Emilio—. Si


quieres, puedo encargarme yo.

—No hace falta. —Miré a Lennox—. Recoge todo este desastre y reúnete
con nosotros.
Salí con Emilio de la habitación y atravesamos el campus, viendo cómo los
estudiantes pululaban por doquier. Algunos iban con sus audífonos, otros se
encontraban bebiendo y fumando en grupo; pocos estaban estudiando, pero
la mayoría se encontraba en su propio mundo.

Ni siquiera tuvimos que escondernos o camuflarnos; solo avanzamos al


edificio de Enza.

Emilio no emitió palabra alguna, hasta que, llegamos al edificio.

—Es aquí. —Señaló las escaleras—. Convenientemente, en el último piso.

—Subamos.

Emilio emprendió la marcha y lo seguí de cerca, evaluando posibles salidas


y testigos. No quería hacer un escándalo, ya que, atraería mucho la atención
y yo me quería tomar mi tiempo.

Subimos los 3 pisos que tenía el edificio y recorrimos el pasillo hasta la


mitad, donde se encontraba la habitación de Ezra.

Levanté la mano para tocar la puerta, pero esta se abrió antes de poder
hacerlo.

—¿Enza? —indagué viendo al hombre que abrió la puerta.

—¿Quién pregunta?

Se podía notar que, ese registro de estudiantes no se había actualizado hacía


mucho. El tipo frente a mí estaba lejos de ser el chico que aparecía en la
foto del registro. Su cara estaba demacrada, sus brazos cubiertos de tatuajes
mal hechos, su cabello era un completo desastre.

Sus venas habían tenido mejores momentos y su actitud no era la de un


chico malo, era la de un maldito perdedor, una escoria de la sociedad.

—Sí o no. —Lo miré fijamente.


El tipo soltó una carcajada.

—Sé que mi fama me precede, pero no fornico con hombres.

Sin mediar palabras, lancé un certero golpe a su cara. Mi mano impactó en


su boca con tanta fuerza que derribó a Ezra.

Subí sobre él, tomé el cuello de su camisa, levanté un poco su cuerpo y lo


dejé caer con fuerza en el suelo. Lo levanté de nuevo y estrellé mi puño en
su cara, una y otra vez cegado completamente, por la ira.

—¡¿Qué mierda te sucede?! —preguntó el tipo tratando de defenderse, pero


era una batalla perdida.

Paré de golpearlo y lo miré:

—¿Quién fue contigo a la habitación de Lizzie?

—¿Esto es por la zorra esa? —La basura soltó una carcajada—. Ella lo
disfrutó.

Me levanté del suelo; tomé al cretino por uno de sus tobillos y lo arrastré
hasta la ventana.

Agarré al imbécil y saqué parte de su cuerpo por la ventana.

—Nombre, quiero los nombres —exigí perdiendo la paciencia.

—No serías capaz de lanzarme —me retó el idiota.

—El problema aquí, es que piensas que tu asquerosa vida vale algo. —
Llevé mi mano a mi espalda y saqué mi arma, se la coloqué en la cabeza y
sonreí—. Quiero esos nombres, ahora.

—De acuerdo. —Ezra me observó a los ojos—. Pero, debes saber que, no
fue mi idea, ellos me buscaron y… —Presioné el arma en su frente.

—No me interesa tu estúpida historia, quiero los malditos nombres.


—Adam y Jhony, ellos estuvieron conmigo esa noche.

—¿Los tienes? —le pregunté a Emilio.

Él se acercó y le mostró su teléfono a Ezra.

—Son ellos —indagó Emilio, pero no hizo falta una respuesta, en su cara se
notó que, los conocía.

El tipo me miró y preguntó nervioso:

—Si te lo digo. ¿Quién me garantiza que no me matarás?

Guardé el arma en mi espalda y lo tomé del cinturón de su pantalón.

—Nunca dije que vivirías. —Lo lancé por la ventana y vi sus ojos en el
efímero momento en el que caía.

El sonido seco de su cuerpo, estrellándose contra el suelo, solo incrementó


mi deseo de venganza.

»Vamos, debemos ir por los otros dos.

—Debemos ser rápidos, ellos no viven lejos de este edificio y pronto


descubrirán el cuerpo de Ezra.

Bajamos las escaleras con cautela, pero los estudiantes estaban tan perdidos
en sus mundos que, no escucharon el cuerpo de Ezra caer al suelo.

Saqué mi teléfono y vi si mi esposa había respondido el mensaje que le


envié, pero ni siquiera le había llegado.

Lennox apareció caminando entre los estudiantes.

—¿No estaba en su habitación? —indagó en voz baja.

—Llegamos tarde, la culpa por sus actos lo llevó a cometer suicidio —


manifesté guardando mi teléfono. Algo no estaba bien en mi reino—. Los
planes han cambiado, busquemos a los chicos y regresemos.

Emilio y Lennox asintieron.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Había pasado la tarde en mi oficina.

Traté de leer, pero me fue imposible.

No entendía por qué había aparecido justo ahora. También me incomodaba


mucho que, con su llegada, mi esposo tuviera que salir de viaje.

Solo esperaba que, los dos eventos no estuvieran relacionados.

Deseaba confiar en Dominic, pero nuestra relación no había comenzado de


la forma tradicional y pienso que, jamás lo será.

Suspiré y masajeé mi cuero cabelludo.

—¿Sucede algo? —indagó Avery desde la puerta de mi despacho.

—No lo sé, pero tengo un mal presentimiento. —Me levanté de la silla,


comprendiendo que, no seguiría perdiendo mi tiempo sentada aquí.

—Toc, toc. —Frances apareció en mi puerta—. Espero no interrumpir nada


importante.

—En realidad, estaba por irme —revelé con una sonrisa.

—Genial, así puedes acompañarme a dar un paseo por el castillo.

—De acuerdo, supongo que, estirar las piernas es un buen ejercicio.

Frances sonrió, se acercó a mí y me tomó del brazo.


Me tensé y miré a mi guardaespaldas buscando ayuda, pero nadie conocía
mi desagrado por ser tocada.

—Tranquila, no planeo asesinarte —murmuró Frances emprendiendo la


marcha.

—Es que, no me gusta que me toquen —confesé bajando la cara.

—Mmm… —Frances me soltó y me evaluó—. Eso explica por qué tú y mi


hermano son tan compatibles. Bien, no te tocaré.

—Lo siento, no sabía… —Levanté la mano interrumpiendo las palabras de


Avery.

—No tenías por qué saberlo, llevas poco tiempo a mi lado. —Seguí
caminando como me había enseñado Coco. Me dirigí a Frances y le
pregunté con el tono más político que tenía—. ¿A qué debo el placer de tu
visita?

—No iba a venir, juré no hacerlo, hasta que, esa mujer perdiera el poco
poder que tenía. —La actitud de Frances se volvió reservada—. Luego papá
me dijo que, serías coronada y sentí alivio de que Logan no fuera el
próximo rey. Entonces, me di cuenta de que no te conocía.

—No hay mucho que saber de mí —manifesté poniéndome nerviosa.

—Lo siento, no me supe explicar. —Frances se detuvo y me observó—. Mi


mayor miedo era que, Dominic no supiera elegir a su esposa y por salvar el
reino terminara con una mala mujer o peor, con una esposa que no lo amara.
Pero, fui testigo del amor que se tienen y sentí alivio.

Varias lágrimas cayeron de los ojos de Frances, ella se limpió y prosiguió:

»Cuando me casé lo hice por la necesidad de escapar de aquí, pero… Tuve


la suerte de encontrar un hombre que, daría su vida por mí y fue su amor lo
que me salvó del abismo. —Frances sorbió por la nariz—. Dominic jamás
lo admitiría, pero puedo ver que tú eres la mujer que lo sacó de su
oscuridad, le diste un propósito y eso me hace feliz.

—Ambos nos salvamos —afirmé conmovida por sus palabras.

Avery nos tendió un par de pañuelos de papel y sonreí.

»Y dicen que, las reinas no lloran —bromeé limpiándome la cara.

—Pues, no nos han visto a nosotras. —Frances sonrió—. Mañana regresaré


a mi reino, con mi esposo y soy feliz de haberte conocido.

—Lo mismo digo.

Seguimos caminando, pero no tocamos temas sensibles, sino más triviales.

Al final, había sido un gran paseo.

Subí a mi habitación y me di una relajante ducha.

Me coloqué un pijama y revisé mi teléfono, pero no tenía mensajes de


Dominic.

Suspiré y me dejé caer en la cama.

—¿Se le ofrece algo más? —indagó Jena.

—No, vayan y descansen. —Me apoyé de mis codos y vi a mis doncellas


—. Es una orden.

—Sí, su majestad —respondieron las dos haciendo una reverencia.

Miré el techo percatándome de que esta sería la primera noche que pasaría
lejos de Dominic, la cama se hacía enorme. Además, me acababa de dar
cuenta de que dormir con mi esposo alejaba las pesadillas.

Expulsé el aire de mis pulmones y cerré los ojos deseando ponerle fin a este
día.
════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Abrí los ojos cuando escuché mi puerta, cerrarse con fuerza.

—¿Qué pasa? —pregunté viendo a Avery con un arma en la mano.

—Párate, estamos bajo ataque y debo sacarte de aquí —ordenó corriendo a


mi armario.

—¿Qué pasará con Arthur? —indagué, poniéndome un jean y calzándome


de prisa unos botines.

Avery me tomó de los hombros y me miró:

—¿Acaso no lo entiendes? —Negué con la cabeza—. Logan y Mathilde


están dando un golpe de estado, por así decirlo. Y lo único que se interpone
entre ellos y la corona eres tú…

Las palabras de Avery fueron interrumpidas por unos violentos golpes en la


puerta de mi habitación.

»Lizzie, ellos vienen a asesinarte.

Debí suponer que, Logan haría algo así, me confíe y ahora el reino está en
peligro.

Episodio 43: Verdad pospuesta.


Lizzie.

Avery corrió a la puerta y rodó una cómoda, poniéndola de obstáculo en la


entrada.

La habitación estaba llena de ruidos, pero solo era capaz de escuchar los
latidos de mi corazón.
Fui a la cama y tomé de la mesa de noche mi teléfono.

La cabeza me daba vueltas, pero me obligué a mantener la calma, pues, eso


era lo que hacían las reinas, ¿no?

Avancé hasta Avery que apuntada con su arma a la puerta esperando el


inevitable momento de que fuera derribada.

—Sé por dónde podemos salir —comenté recordando que, hoy, había
conocido una entrada diferente a la habitación.

—Entonces, vete, yo cubro tus espaldas.

—Vendrás conmigo, es una orden.

Sujeté su brazo y tiré de ella hasta llegar a mi armario, allí corrí al fondo y
empecé a tocar la pared por todos lados.

—Estoy segura de que van a revisar el armario —protestó Avery


colocándose en la entrada del armario y alzando de nuevo su mano,
supongo que, apuntando a la puerta de mi habitación—. Debimos salir por
la ventana.

—Eso solo nos expondría más.

—Cariño, aquí somo presa fácil.

—Lo sé, solo no encuentro… —Seguí tocando la pared, hasta que, una
puerta secreta apreció ante mí—. ¡La encontré!

—¿Qué encontraste? —indagó Avery volteando a verme. Al ver la puerta


frente a nosotros sonrió—. Andando.

Avery me empujó dentro del pasadizo para luego entrar corriendo ella.

La entrada se selló dejándonos completamente a oscuras. Avery encendió


una linterna y me observó esperando que avanzara.
—Solo me sé el camino a mi oficina —le aclaré—. Seguro hay más lugares
a los que podemos salir, pero no tenemos tiempo de explorar. Lo mejor es
avisarle a Dominic lo que está sucediendo…

—Lizzie, bloquearon la señal de los teléfonos.

—¿Qué se hace en estos casos? —indagué tratando de no entrar en pánico.

—No tengo idea, es la primera vez que sirvo de guardaespaldas de una


reina.

—Bien, salgamos y busquemos a Coco —indiqué tomando la linterna y


emprendiendo la marcha.

—¿Quieres ir por tu doncella? —cuestionó Avery en tono de burla.

—Ella es más que solo una doncella.

—Como digas, pero no saldré por los pasillos a exponer tu vida, para buscar
a una doncella. Mi deber es ponerte a salvo.

Decidí ignorarla, discutir con ella no valía ni mi tiempo, ni mi saliva.

Seguí el camino que habían dejado nuestras huellas en el suelo repleto de


polvo. De tanto en tanto, encontraba las marcas de mis dedos recorriendo la
asquerosa pared. La falta de telarañas también sirvió de guía.

En unos cuantos minutos, ya estábamos paradas en la entrada secreta de mi


oficina.

—¿Sabes abrirla? —indagó Avery al verme de pie sin hacer nada.

—No lo recuerdo, supongo que, debe existir una forma de abrirla. —


Suspiré evaluando la pared de ladrillos alrededor de la puerta—. Toca cada
baldosa, alguna debe activar la entrada.

—No tenemos tiempo para jugar —refunfuñó mi guardaespaldas


comenzando a tocar cada tabique.
Así estuvimos un rato, más del que me gustaría admitir.

»Esto es una pérdida de valioso tiempo —se quejó Avery, de nuevo.

Me acerqué a la puerta para tocar las tablillas de arriba, cuando mi pie, tocó
una baldosa en el suelo, aunque, era más como rocas y esta se hundió
abriéndonos la puerta.

—¡Genial! —celebré saliendo del pasadizo.

—Lizzie, nos has hecho perder…

—Ya salimos y es todo lo que importa —la interrumpí—. Ahora vayamos


con Coco.

Avancé a la puerta, pero, Avery me tomó del brazo.

—No, no iremos. Lo que haremos es ponerte a salvo.

—No me esconderé mientras el reino cae.

—El reino caerá si tú mueres.

—No lo entiendes, pero, no soy la única reina del castillo.

—¿Otra reina? Esto debe ser la mejor mentira que me han inventado.

—No te estoy pidiendo permiso para ir, solo te informo que me vale mierda
si vienes o no. Yo voy por Coco.

—¿Crees que, puedes sobrevivir allá afuera? —cuestionó Avery en tono de


burla.

—Tengo experiencia esquivando balas. —Le guiñé un ojo y abrí un poco la


puerta.

Todo estaba, completamente, solo.


»Pensé que, habría un ejército corriendo de un lado a otro disparando por
doquier —susurré abriendo más la puerta.

—No es la guerra, solo un maldito golpe de estado —aclaró Avery


caminando detrás de mí.

—Sí, pero al no encontrarme en mi habitación, tuve la loca idea que


revisarían el castillo —manifesté.

—Con suerte, habrán creído que, lograste escapar. No tienen idea de que
eres una necia…

—Alguien viene —dije y corrí a esconderme detrás de una columna.

Escuché los pasos y sonaban tan inseguros. Entonces, me asomé.

—¿Qué haces? —Avery estaba molesta, pero no la culpaba.

—Creo que, sé quién viene —murmuré agudizando mi visión.

—¿Te hice algo para que te empeñes en causar nuestra muerte?

—Quizás sea karma —me burlé cuando reconocí ese andar. Salí de detrás
de la columna y vi a la mujer que estaba buscando—. Coco.

—Mi niña. —Coco me abrazó, estaba llorando y temí que, la hubieran


lastimado.

—¿Qué tienes? ¿Te hicieron daño?

—No, pero Mathilde se llevó a Arthur y a tu hermana a la sala de tronos —


reveló Coco y sentí mi corazón detenerse.

—¿Por qué se llevaron a Xia?

—Ella no quiso separarse de Arthur.


—Ser imprudente viene de familia —refunfuñó Avery.

—¿Qué puedo hacer?

—Debes convocar al consejo —sollozó Coco.

—No hay teléfonos —le informé.

—En la oficina de Arthur, hay una línea directa con la guardia real, ellos
pueden avisar al consejo.

—Ve, yo debo ganar tiempo…

—No puede ser —expresó Avery desesperada—. Debo mantenerte a salvo.

—Entonces, dame un arma, porque voy a buscar a mi hermana y a mi


suegro. —Miré a Coco—. Es hora de decir la verdad.

—Haz lo que debas hacer, pero salva a Arthur.

—No puedo creerlo. ¿Si saben que no son espías? Son solo una reina y una
doncella.

—Somos dos reinas —le aclaré a Avery.

—Claro —se burló mi guardaespaldas.

—No lo entiendes, yo soy la reina Carlota, fui enfermada en mi embarazo.


Al dar a luz me robaron a un hijo, luego declararon mi muerte y me
llevaron a un psiquiátrico. Al escapar trabajé como sirvienta para estar
cerca de mis hijos.

—Dios mío. —Avery se tapó la boca.

—Luego procesas todo. Andando. —Le di un beso a Carlota en la frente—.


Ve con cuidado.

—Ustedes también.
Salimos en direcciones opuestas, esta vez, mis pasos eran veloces.

No podía permitir perder a otro familiar por culpa de mis malas decisiones.
Xia no debía estar aquí. No tuve que, haberle pedido que viniera.

—Parece que, te rodean las causas perdidas —comentó Avery colocándose


a mi lado, detrás de una pared.

—Lo que estoy a punto de hacer, es peligroso. Así que, puedes irte.

—¿Y dejarte toda la diversión? —Avery alzó una ceja y sonrió. Sacó de
unos de sus bolsillos un silenciador, se lo colocó a su arma y observó a los
guardias que custodiaban la puerta de la sala de tronos—. Ve y aprende.

No sé como demonios lo hizo, pero fueron dos tiros certeros, con


diferencias de milésimas de segundos. Pero, ambos dieron en las cabezas de
los guardias.

Aparté la mirada.

No era tonta, comprendía por qué Avery los había asesinado.

Y no, no era porque su instinto asesino estuviera torcidamente desarrollado.


Si no porque en el caso de solo neutralizarlos, sus gritos alertarían a todos,
además, que, su presencia seguía representando un peligro para nosotras.
Después de todo, solo necesitas un disparo para acabar con la vida de
alguien.

—Andando.

—Avery, necesito entrar sola —murmuré deteniendo a mi guardaespaldas.

—Ahora, sí, has perdido la cabeza —se quejó Avery apretando los dientes.

—No, y la verdad, creo que, comienzo a dudar de que hayas ido a la guerra
—cuestioné cruzándome de brazos—. Entrar contigo solo me deja en esa
maldita sala sola. En cambio, contigo afuera…
—Tienes un respaldo —terminó de decir Avery; comprendiendo mi línea de
pensamientos—. Bien, solo te pido que, me des 2 minutos.

—¿Para qué? —indagué viendo sus ojos cargados de preocupación.

—Para prepararme. La oficina de Dominic no está lejos, sé que él tiene


armas y…

—Dame tu arma de respaldo y vete.

—Olvídalo, es peligroso que vayas armada —mencionó Avery negando con


la cabeza.

Sonreí estirando la mano:

—Mírame. —Pasé las manos por todo mi cuerpo—. ¿De verdad, piensas
que, ellos me tomarán como una amenaza?

Avery dejó caer los hombros y me dio el arma que guardaba en su tobillera.

—No sé qué mierda pasa por tu cabeza, pero si te pasa algo, Dominic me
matará y yo bajaré al infierno a matarte; de nuevo.

—Nos vemos en el infierno. —Observé fijamente a Avery.

—Es en serio, Lizzie.

—No dejaré a mi hermana, a mi suegro y a mi reino, en manos de ese par


de locos. —Guardé el arma en la parte de atrás de mi pantalón, acomodé mi
camisa y me encaminé a la sala de tronos. Miré sobre mi hombro y añadí—.
Apresúrate, cuento contigo para cubrir mi espalda.

Mientras caminaba a la entrada de la sala de tronos, sequé mis manos de mi


pantalón.

Claro que, estaba nerviosa, pero mi familia me infundía valor. Además, yo


contaba con algo que, Mathilde no sabía.
Tomé a uno de los hombres por los tobillos y lo empujé hasta dejarlo detrás
de un enorme matero que estaba en la entrada como decoración. Hice lo
mismo con su compañero, no tenía nada en su contra, pero dejarlos a la
vista me quitaba el velo de ser una persona inofensiva.

Me detuve frente a la entrada de la sala de tronos y tomé una bocanada de


aire, antes de abrir la puerta de par en par.

Quizás fue una entrada exagerada, pero, necesitaba que quedasen abiertas.

Entré como si estuviera en mi casa; pisando con firmeza, con la espalda


recta y la barbilla en alto.

Pasé la mirada rápidamente por el lugar y sentí escalofríos.

Logan, el maldito de Logan, estaba sentado en la silla de Dominic, la cual


era la única arriba del trono.

Frente a él estaba una pequeña mesa redonda, Arthur estaba parado allí
siendo obligado por Mathilde para hacer algo, aunque, no lograba entender
qué.

Tirada al pie de la escalera estaba mi hermana, giró la cara para verme y un


hematoma comenzaba a cubrir su pómulo derecho.

Tuve que, hacer un esfuerzo para no correr hasta ella y protegerla.

La cereza del pastel, eran un par de guardias reales cuidando de Logan.

—Vaya, mira, quién decidió unirse a la fiesta —vociferó Logan en tono


alegre.

—Me dijeron que, un cobarde trataba de robar lo que me pertenece —rebatí


con elegancia.

Mathilde se giró y me apuntó con su arma.


—Eres tan idiota, cualquiera en tu posición hubiera huido —declaró la vieja
sonriendo—. Pero, ya no puedes hacer nada, has perdido.

—Me parece descarado de tu parte que te sientas con derecho sobre un hijo
que robaste. —Fue mi turno en sonreír.

Mathilde palideció un poco, pero se recompuso rápidamente.

—¿Piensas que, con mentiras, nos vas a dividir? —La vieja bruja soltó una
carcajada.

Busqué la mirada de Arthur, estaba encorvado como si estuviera muriendo.

—Considero que, es hora de que la verdad salga a la luz —manifesté


evaluando el estado de mi hermana. Ella asintió indicándome que estaba
bien y eso me alivió bastante.

Aunque, no del todo.

—¿Nunca sabes cuando parar de hablar? —indagó Logan en tono de burla.

—Quisiera odiarte, pero solo me generas lástima. —Di un par de pasos


acercándome al trono—. El niño que fue robado de los brazos de su madre,
separado de su gemelo al nacer. Obligado a soportar a una maldita bruja
ambiciosa. Aunque, debo decirlo, bruta como para dejar viva a la reina
Carlota.

Logan se levantó de la silla como si le quemara y volteó a ver a Mathilde.

—No seas imbécil, ¿le vas a creer a una mentirosa? —gritó la vieja
acercándose a Logan.

Arthur era un espectador escuchando cada una de mis palabras. Podía verlo
sufrir, incluso ver cómo unas cuantas lágrimas escapaban de sus ojos.

—Una mujer que, al escapar del psiquiátrico a donde fue encarcelada,


regresó al castillo y cuidó a sus hijos a la distancia. —Metí un mechón de
cabello detrás de mi oreja, eso no se lo conté a ellos, sino a Arthur—. Sé
que en las noches no puedes dormir temiendo que la reina reclame su
derecho, pero… —Me tapé la boca—. Si la reina nunca murió, su
matrimonio jamás fue legal. Como dije: una mujer bruta.

—¡Maldita seas mujer! —bramó Arthur con dolor—. Te atreviste a dañar a


mi Carlota.

—Tienes razón, pero contigo no cometeré ese mismo error. —Mathilde me


apuntó con su arma y jaló del gatillo.

Cerré los ojos esperando sentir la bala, pero el gritó de Logan me hizo abrir
los ojos.

—¡No!

Al abrirlos vi a mi Dominic caer al suelo lentamente.

Él había salido de la nada y había recibido la bala que iba destinada para
mí.

Episodio 44: Amor incondicional.


Lizzie.

Un grito de dolor llenó la sala, caí de rodillas al suelo, sintiendo que, todo
mi mundo se fragmentaba.

Las lágrimas comenzaron a caer de mis ojos.

—¡¿Qué has hecho?! ¡¿Qué hiciste maldita bruja?! —grité desesperada


viendo la sangre de Dominic manchar su camisa. Llevé mi mano a la
espalda y saqué mi arma—. ¡Vas a morir!

Apunté mi arma a Mathilde, pero mis manos no dejaban de temblar.

—¿Tu acabarás con mi vida? —se burló la vieja—. La bala no era para él,
pero no me molesta que sea él quien manche el piso de mi sala.
—Ese no era el plan —discutió Logan y avanzó varios pasos, aunque, se
detuvo cuando Mathilde lo apuntó con el arma.

—¿Vas a tener remordimientos ahora? —Miré a Arthur esperando que


dijera algo, pero él solo veía a su hijo en el suelo—. Ya estás hundido hasta
el cuello, solo te queda seguir avanzando a mi lado.

—No es verdad, puedes parar esta locura —grité—. Esa mujer solo te usó,
ni siquiera es tu verdadera madre. —Bajé la cara y observé a mi esposo, su
mano hacía presión en su herida, mientras apretaba sus ojos con fuerza,
como si luchara con su dolor—. Ella te robó todo y ahora solo quiere algo
que, nunca tuvo y jamás tendrá.

—¡Cállate! No sabes de qué hablas. ¿Crees que, fue fácil ser la esposa
rechazada?

—Mathilde, baja el arma —ordenó Arthur.

—Tú, deberías estar muerto. —La vieja puso su arma en la frente de Arthur
y casi me ahogo en desesperación—. Firma la anulación de sucesión de la
corona. ¡FIRMA!

Así que, era eso lo que deseaba de Arthur.

De pronto, los hombres de Dominic entraron con sus armas y sometieron a


los hombres de Mathilde.

Logan alzó las manos y no puso resistencia a su arresto.

Avery puso su mano en mi arma y me la quitó.

—Se acabó, Lizzie.

Levanté la cara y la miré:

—Esto no termina, hasta que, ese par de escoria pague por su traición. —
Dominic comenzó a toser y me apresuré en revisarlo—. Mi amor.
Acaricié su rostro.

—Perdón por dejarte sola —murmuró Dominic.

—¿Por qué has hecho tal estupidez? —indagué llorando como una idiota.

—Porque eres la persona que le da sentido a mi vida. —Dominic levantó su


mano y acarició mi cara—. Nunca permitiría que algo te sucediera a ti.

Xia cayó a mi lado y comenzó a revisar la herida de Dominic, mientras yo


solo podía verla esperando que me dijera algo que me devolviera la vida.

—La bala sigue dentro, hay que llevarlo al hospital —me informó mi
hermana, tomó mi mano—. Pero, no morirá.

—Eres un idiota —le dije a Dominic—. Casi me matas del susto.

—No puedes morir mi reina, cuento contigo para cuidar de nuestro reino —
comentó Dominic y sonrió, pero la tos arrebató su sonrisa.

Levanté la mirada para ver a Arthur, él estaba en su propia batalla.

—Has cometido tu último error —proclamó Arthur empujando a Mathilde


del trono—. Por años, toleré tu presencia, pero me has dado una razón para
separar tu cabeza de tu cuerpo.

Arthur se enderezó y de su pierna sacó una daga. Bajó las escaleras, tomó a
Mathilde por el cabello y puso la daga en su cuello.

—¿Dónde está Carlota? —preguntó en un tono bastante frío.

—Piedad, piedad —sollozó la vieja bruja.

—¿Acaso tuviste piedad al atacar a tu reina? —cuestionó Arthur apretando


más la daga.

—Esa zorra miente —gimió Mathilde y clavó sus ojos en mí—. Tú mismo
viste su cadáver frío, la enterraste.
Dominic gruñó y comenzó a moverse.

—Ayúdame a levantarme —ordenó.

—Estás herido —recalqué con firmeza.

—Créeme, he estado peor. —Miré sus ojos y asentí.

Me puse de pie y con cuidado lo ayudé a levantarse.

Dominic apretó la mandíbula y se apoyó de mí una vez estuvo levantado.

»Elizabeth. —Sus ojos azules se posaron en los míos, sus manos sujetaron
mi cara y con un hilo de voz preguntó—. ¿De dónde escuchaste esa
historia?

—¿No me crees? —cuestioné alzando una ceja.

—Ese es el problema, deseo con toda mi alma creerte. —Una lágrima rodó
por la mejilla de mi esposo y se la limpié.

—Tu madre sacrificó todo lo que tenía para poder estar a tu lado. —Puse
una mano en su pecho y sentí cómo sus latidos se volvían más fuertes y
veloces—. Ambos sabemos que, así, lo sentiste en tu corazón.

Dominic pegó su frente a la mía, estaba tan vulnerable.

—No, no puede ser verdad —dijo Logan alzando la voz.

Me separé un poco de mi esposo y vi que Coco entraba a la sala con


Frances y la guardia real.

—Me gustaría contarles toda la historia, pero es mejor que, la escuchen de


su protagonista. —Le estiré la mano a Carlota. Ella tragó saliva y se acercó,
tímidamente, a mí.

—¿Coco? —susurró Dominic.


—No, Carlota, tu madre. —Carlota miró a Logan y estiró la mano hacia su
otro hijo—. Su madre.

Arthur frunció el ceño.

—Guardias, llévense a esta usurpadora y que espere en las mazmorras hasta


su juicio —ordenó mi suegro con voz firme. Se volteó a ver a Logan—. Eso
también va con él.

—No, Arthur, por favor —suplicó Carlota.

—Tranquila, debo pagar por las cosas que hice —comentó Logan bajando
del trono.

Carlota se acercó a su hijo y lo abrazó.

Aunque, su momento no duró mucho, pues, los guardias se llevaron a


Logan.

—Siempre supe que, eras una desgraciada —manifestó Frances—. Ahora


todos saben la clase de mierda que eres.

Ella estaba igual de afectada que sus hermanos, cada uno sufría por los
actos cometidos por Mathilde, pero podía acompañar en su dolor a Frances,
ella fue rechazada por su madre, maltratada y humillada, solo por nacer
niña.

—¿No estoy soñando? ¿Realmente eres tú? —preguntó Arthur, acercándose


lentamente a su amada.

—Arthur, mi cielo. Perdóname por no decirte que estaba viva. —Carlota se


acercó a su esposo con lágrimas en los ojos—. Fui una cobarde.

—Querida, perdóname tú por abandonarte. —Arthur tomó la cara de


Carlota, si notó los cambios que ella se hizo, no lo dijo, solo la abrazó.

Xia se acercó a mí y me empujó suavemente con el codo.


—Debemos llevar a tu marido con un doctor.

—Sí. —Evalué la herida en el hombro y vi que la sangre goteaba de su


mano—. ¡Avery!

Mi guardaespaldas llegó a mi lado.

»Ayúdame, debemos llevar al Rey a un hospital.

—Enseguida.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Perdí por completo la noción del tiempo, mientras esperaba que, el doctor,
atendiera a Dominic.

—¿Café? —Emilio me tendió una taza y se sentó a mi lado—. ¿Estás bien?

—Eso creo. —Tomé la taza y la bebí un poco—. Todo fue una locura.

—Gracia a Dios, no te pasó nada.

—Querrás decir que no pasó a mayores —le aclaré.

—Lo único que me importa, es que mi reina salió ilesa de ese


levantamiento. —Emilio tomó mi mano y besó su dorso.

Avery entró a la sala de espera y clavó la mirada en mi acompañante.

»Debo retirarme, espero vernos pronto.

—Seguro. —Vi como Emilio salió casi corriendo de la sala, sin hacer
contacto visual con Avery—. ¿Qué pasa entre ustedes?

—Es una larga historia y no tiene final feliz. —Avery se sentó en el lugar
que ocupaba Emilio y suspiró—. Te juro que, por un segundo, temí lo peor.
—¿Dónde estabas? —le pregunté—. Cuando esa maldita vieja me apuntó
con su arma. ¿Dónde estabas tú?

—Lo siento, tuve que, haber recibido esa bala y no Dominic, pero él me dio
una orden y yo la estaba cumpliendo.

—Me dejaste sola, cuando te pedí que cuidarás de mi espalda.

—No te dejé sola, fui por refuerzos.

—¡Mi esposo recibió una bala! —bramé alzando la voz—. ¿Qué hubiera
pasado si le hubiera dado en el corazón? Cuestiónate de ahora en adelante,
que, por tu culpa, casi asesinan al Rey.

—Serás la esposa de Dominic, pero no tienes idea de las cosas que ha


pasado.

—Ah, bueno, entonces, encenderé fuego sobre él y bailaré celebrando que,


ha pasado por cosas peores. —Me levanté de la silla tratando de evitar que,
me viera llorar—. Es mi esposo, me duele verlo herido. Esto no debe volver
a suceder.

—Si no quieres que pase de nuevo, debes seguir las órdenes.

—No huiré como una cobarde.

—Lizzie, tienes un buen corazón, pero no llegarás lejos si solo te lanzas al


peligro.

Asentí, limpiándome las lágrimas.

—No podía dejar a mi hermana y a mi suegro allí, solo… —Me encogí de


hombros—. No podía.

—Lo sé. —Avery me abrazó—. Por suerte, tienes muchos días por delante
para lanzarte al peligro.

La miré y sonreí con tristeza.


»Te enseñaré defensa personal y a disparar, no podemos tener otro episodio
de manos temblorosas —dijo a modo de motivación.

—Acepto las clases de buena gana. —Mi cuerpo comenzó a temblar, mis
piernas no fueron capaces de sostenerme. Avery me sostuvo con fuerza.

—Nada de lo que pasó fue tu culpa —me consoló ella y rompí en llanto.

—Esperé demasiado para revelar la verdad —sollocé sintiendo cómo la


adrenalina abandonaba mi cuerpo—, ¿viste la cara de Logan? Si hubiera
sabido la verdad, no hubiera atacado el reino.

—Nada puede asegurarnos eso —terció Avery separándose de mí—. Ese


tipo es un malnacido, su intención siempre fue joder a Dominic.

—No sé, pienso que, todo esto se pudo evitar.

—Lo que pasa es que no ves la perspectiva completa. —Avery se abrazó a


sí misma, para luego frotar sus manos en sus brazos—. Él y su rastrera
madre, orquestaron el ataque en el tanque que, casi termina con la vida de
tu esposo y tiempo después bombardearon el hospital de campaña en el que
Dominic era atendido.

—Lo entiendo, pero sigo insistiendo que, todo se pudo evitar desde hace
años. Mathilde invirtió mucho tiempo haciendo que todos los hermanos se
odien. Incluso Frances fue el blanco de los ataques malvados de Logan y la
vieja bruja —conté apretando mis manos en un puño.

—Sí, lo pones así, es probable que, sí, las cosas hubieran sido diferentes
para toda la familia.

—Por ahora… —Suspiré—. Debemos concentrarnos en las cosas buenas.


Carlota ya no debe ocultarse, Arthur no debe seguir fingiendo estar enfermo
y ambos pudieron reunirse de nuevo.

—Me parecen muy tiernos ambos, él nunca le fue infiel con la viejuca esa y
ella, a pesar de amarlo, prefirió cuidar de sus hijos. Aunque, tal vez, solo tal
vez, si ella hubiera revelado su identidad, Mathilde no hubiera podido joder
tanto a los West.

—No es fácil afrontar tus miedos y Carlota ya había vivido en carne propia
lo que esa maldita mujer le podía hacer.

Carlota y Arthur aparecieron frente a nosotras y rogué que no hubieran


escuchado nuestra conversación.

Episodio 45: La peor parte.


Lizzie.

Me quedé observando a los recién llegados.

Por la forma en la que nos miraba Arthur, habían escuchado gran parte de
nuestra conversación.

—Lo siento —manifestó Avery bajando la cabeza.

—No, ustedes tienen razón. —Carlota se sentó y suspiró—. Nunca me voy


a perdonar ser tan cobarde. Yo dejé que Logan se perdiera.

—Amor mío, no digas eso, por favor —la consoló su esposo—. Todo pasó
como debía pasar, eso hizo que, nuestro hijo, conociera a la mujer que lo
hace feliz.

«Mierda», pensé en mi cabeza entrando en pánico.

—Es cierto, pero… —Carlota se tapó la boca—, ¿qué sucederá con Logan?

Aparté la cara de mis suegros, sí, el futuro de Logan también me dolía.

—Lizzie. —Xia me envolvió en sus brazos y sentí que, su abrazo no me


dejaba respirar, fue extrañamente, agradable.
Mi hermana estaba llorando sobre mi hombro y la forma en la que lo hacía
me alarmó un poco.

—¿Pasa algo?

—Él no quería que todo esto ocurriera, pero estaba siendo obligado —
explicó Xia entre lágrimas.

—¿Lo sabías? —preguntó Avery acercándose a nosotras de manera


violenta.

—Espera un poco —le ordené—. ¿Sabías lo que pasaría?

Xia negó con la cabeza:

—Él solo me dijo que, estaba siendo obligado a hacer algo que no quería.

—Mathilde —gruñó Arthur poniéndose de pie.

—No lo sé, la persona que lo amenazaba sabía de nuestra relación —


murmuró Xia y me volteé a verla.

—¿Relación? ¿Qué tipo de relación? —pregunté alzando la voz.

—Lizzie es complicado…

—¿Complicado? —Solté una carcajada histérica.

No me entraba en la cabeza cómo mi hermana terminó enrollada con


Logan.

—No diría que complicado, más bien, irónico. —La voz de Dominic me
devolvió a la vida, me giré y lo vi detrás de mí, con una franelilla, con el
hombro vendado y recibiendo tratamiento—. Logan amenazó a tu hermana
con hacerte daño si ella no me dejaba. Por eso, te ganaste ese crucero.

Los ojos de mi esposo se posaron en mí y una sonrisa se observó en sus


labios.
»Mi reina de fuego —susurró mientras se acercaba a mí.

—Deberíamos dejarlos solos —sugirió Avery.

Bajé la cara, sonrojándome por completo.

—Te veo en el castillo —se despidió mi hermana.

Pero, ya yo no tenía ojos para nadie más que, para el hombre que tenía
enfrente de mí.

Esperé que, estuviéramos solos y me limpié las lágrimas.

—Te odio —afirmé alzando la mano y acariciando su cara—. No debiste…

Sus labios silenciaron mis palabras.

Rodeé su cuerpo con mis manos y me entregué a su exigente beso.

Su lengua exploró mi boca y se encontró con la mía, danzaron al ritmo de la


pasión. Mi entrepierna ardió y sabía que, no era momento de pensar en
sexo, pero había extrañado a mi esposo.

Dominic se separó de mi boca con la respiración y el ritmo cardiaco


acelerado.

—Te prometo que nunca más te dejaré sola.

Sonreí y besé sus labios.

—¿Por qué, me extrañaste mucho? —indagué pícara.

—No, porque, eres un auténtico peligro —bromeó Dom y le pegué en el


pecho—. ¡Auch!

—Lo siento, no quise hacerte daño —murmuré sobando el lugar donde lo


golpeé, luego me di cuenta de que no estaba cerca de la herida de bala—.
Tonto, creí que, te había lastimado.
Dominic se levantó la camisa y me mostró su pectoral.

Me tapé la boca al ver que, sobre su corazón, se había tatuado el “Te


amo” que le había escrito.

—¿Te gusta? —preguntó Dominic y parecía nervioso.

—¿Para eso fuiste a Dublín? —indagué detallando el delicado tatuaje.

—Entre otras cosas, sí.

—¿Ir tan lejos por un simple tatuaje?

—Nada de simple, la mujer que cambió mi vida, me escribió te amo. Es un


recuerdo que, vale la pena conservar.

Sonreí sintiendo cómo mis mejillas se sonrojaban por las palabras de mi


esposo.

—Su majestad, debe regresar a su habitación —lo regañó una enfermera.

—Ya voy, ya voy —contestó Dominic tomando mi mano.

Me condujo por los pasillos, hasta que, llegamos a su cuarto.

Lo ayudé a acostarse en la cama y suspiré.

—Ya suéltalo —me instó.

—Es que, llegaste en el momento justo —murmuré y comencé a mover


nerviosa mis pulgares—. Si no hubieras llegado…

—¿Quieres escuchar algo gracioso? —Asentí viéndolo a los ojos—. No


estaba en mis planes regresar a casa.

—¿Cómo? —pregunté tratando de unir los puntos.


—Estaba resolviendo unos temas, cuando revisé mi teléfono para ver si me
habías respondido el mensaje y noté que, ni siquiera, te había llegado. Eso
encendió mis alarmas. —Dominic tomó mi mano—. Supe que, algo pasaba
cuando llegué y no vi a los guardias vigilando la entrada, luego vi a Avery
corriendo y casi muero al ver que esa mujer te apuntaba.

—Así que, solo corriste y recibiste una bala.

—Mejor no pensemos en eso —pedí.

Alguien tocó la puerta y vimos a Frances.

Tenía los ojos rojos e hinchados.

—Vengo a despedirme —habló con un hilo de voz—. Pensé que, era buena
idea regresar, pero… No puedo, Dom, es mucha carga emocional.

—Hermana, nadie te culpa por poner distancia y sanar —comentó Dominic


y estiró la mano—. ¿Tienes como irte?

—Sí, mi esposo viene en camino a recogerme. —Frances rompió en llanto


y la abracé—. ¿Cómo pudo hacernos todo esto? ¿No se supone, que las
madres deben de cuidar de sus hijos?

—El poder corrompe almas, principalmente, cuando se le da a alguien que


nunca tuvo nada —manifestó Dominic.

—No quiero odiarla, pero la odio con cada aliento que doy. —Frances se
separó de mí y se limpió la cara—. Ahora, considero que, la peor, parte se la
llevó Logan. Tuvo que, soportar las exigencias de una loca, fue secuestrado
y nunca nos dimos cuenta de que estaba en cautiverio. Siento culpa de
celebrar cuando algo le salía mal, culpa de darle la espalda…

Frances se derrumbó otra vez y lloré con ella.

Siempre me había quejado de mi vida, pero, ahora, pensaba que, cada uno
viene al mundo con sus propios demonios e infierno.
En todo el tiempo que, llevaba conociendo a Dominic, nunca lo había visto
así de afectado y también sentía culpa por no decir nada.

Nos quedamos allí, Dominic consolándonos, hasta que, el esposo de


Frances llegó y ella corrió a sus brazos.

—No debí dejarte venir —gruñó molesto. Aunque, su furia no era hacia su
esposa, sino a todo lo que la había lastimado.

—Me duele, pero era importante que, viviera todo esto aquí. Ahora que, se
han revelado todas las verdades, siento que, puedo cerrar un ciclo de dolor
en mi vida —explicó Frances.

—Dominic, me alegra ver que no te sucedió nada grave. —El rey de España
se acercó con su actitud humilde y estrechó la mano de mi esposo—.
Debemos estar orgullosos, tenemos unas esposas valientes.

—Que forma tan elegante de decirles tontas —declaró Dominic haciéndolo


reír—. Ve, llévate a mi hermana, ella necesita descansar y sanar.

—Estoy bien —aseguró Frances y lo que dijo después me partió el corazón


—. Ya nadie puede volvernos a lastimar.

—Un gusto, Lizzie, espero poder vernos pronto y compartir vivencias


agradables. —El Rey se acercó y me dio un beso en la mejilla, me observó
y me dijo en español—. Le agradas a mi esposa, así que, me agradas
también. En mi hogar eres bienvenida.

—Gracias, cuento con su visita, un día no muy lejano.

—Pronto pasará la tormenta, saldrá el sol y volveremos —profesó Frances,


dándome un beso en la mejilla—. Adiós, hermano.

Levanté la mano y los despedí.

Sí, ella también me había caído de maravilla. En mi corazón sentía que, en


cierto modo, Frances y yo seríamos grandes amigas.
—¿Me puedes traducir lo que dijeron? —pidió Dominic y solté una
carcajada.

—Deberás aprender, hablar mi idioma porque viajaremos a España.

—Ven. —Dominic me hizo un espacio en la cama y me subí a ella.

Él acomodó su cabeza en mi pecho y en pocos minutos, se había quedado


dormido.

Había sido una noche larga, solo esperaba que, fuera la tormenta antes de
que saliera el sol.

Con honestidad, no estaba lista para más mierda.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Varios días después…

Regresar a casa parecía ser correcto y positivo, pero una parte de mí no


quería volver a ese castillo que, parecía estar maldito.

—Se me ocurre una idea radical —comenté terminando de acomodar la


maleta de mi esposo.

Dominic entrecerró los ojos y sonrió divertido.

—¿Es otra idea de cómo destruir el castillo? —preguntó divertido.

Expulsé el aire de mis pulmones.

—Se me ocurre que, podemos convertirlo en un museo. —Cerré la maleta y


me acerqué a él sonriendo alegremente, tratando de venderle mi idea de
irnos de ese feo lugar—. Los habitantes podrán ir y conocer cómo vivían
sus reyes. Además, eso atraerá turistas y…
—Elizabeth —pronunció mi esposo en ese tono que tanto me excitaba—.
No haremos nada de eso, bueno o malo, allí fue donde me críe y donde
quiero que mis hijos crezcan.

«¿Menciono la palabra con h?», pensó mi cabeza teniendo un ataque de


pánico.

—¿Hijos? —repetí con el cerebro completamente congelado—. ¿Por qué


mencionas la palabra con h? Nunca la habías dicho y ahora… ¿Es porque
estuviste al borde de la muerte? ¡Porque no fue así! La bala no hizo gran
daño.

Dominic se acercó y puso su mano en mi boca.

—Solo fue un decir. ¿Vale? No pierdas la cabeza.

Asentí e incluso sonreí.

Pero, no era tonta, sabía que, cuando una persona mencionaba la palabra
con h, era porque estaba pensando en ese tema.

Por suerte, para mí; yo estaba al día con mis anticonceptivos.

Episodio 46: Hermanos.


Dominic.

Días después…

Mi hombro iba sanando bien, pero no era esa herida la que me preocupaba,
sino aquellas que no eran visibles para el ojo humano.

Mi padre había sido remitido a un hospital y estaban desintoxicándolo de


todas las mierdas que le metió Mathilde.

Emilio, Lennox, Harper y Avery, se habían encargado de contener los


rumores de lo sucedido aquella noche en eso; simples chismes de pasillo.
La noticia no se había filtrado a la prensa y eso era una enorme victoria.

Jena había sido encontrada sin vida en su habitación, al parecer, solo fue un
triste daño colateral.

Desde mi llegada había evitado ir a ver a Logan, todo era tan trágico que,
necesitaba prepararme para verlo.

Me daba curiosidad descubrir con qué actitud me recibiría.

Mi hermosa mujer salió del baño y me miró sonriendo.

—¿Alguna vez han hecho un mapa del pasadizo? —indagó con los ojos
cargados de emoción.

—No, que yo recuerde.

—¿Quién más sabe de los pasajes secretos? —Elizabeth entró a su armario.

—Emilio, Frances y Co… Carlota, de hecho, ella fue la que nos enseñó los
pasajes. —Me quedé en silencio digiriendo que, esa mujer a la que corría
para llorar en sus brazos, era mi madre.

Elizabeth salió del armario, fue a la cama y me miró:

—¿Has hablado con ella?

—No y no estoy seguro de querer hacerlo —admití, negué con la cabeza y


corregí mis palabras—. Quiero hacerlo, pero me da miedo acercarme a ella.
Toda mi vida, creí que, estaba muerta y resulta que, no era así. Teníamos un
vínculo especial, más de una vez deseé que, ella fuera mi madre…

—Pero, ya sabes que siempre lo fue.

—Siento que, me traicionó —confesé con total honestidad—. Entiendo que,


guardara su secreto por determinado tiempo, pero debió decírmelo cuando
regresé o cuando fuimos coronados.
Me levanté de la cama.

Tenía un torbellino de emociones dando vuelta en mi interior. No estaba


seguro de que saldría de todo esto, pero me preocupaba no tener el control
de los sentimientos que estaba experimentando.

Entré al baño con la esperanza de que una buena ducha me ayudase a


aclarar mis pensamientos.

—Es entendible que te sientas así —comentó Elizabeth sentándose sobre el


lavamanos—. Y no estás obligado a conversar con ella, solo ten en cuenta
que, Carlota, soportó muchas cosas para estar contigo y servirte de apoyo.

—Eso no cambia que me mintió —rebatí sumergiendo mi cuerpo bajo el


agua.

—No, pero… —Elizabeth se puso de pie y me observó con esos fascinantes


ojos que tenía—. ¿Tú jamás le has dicho una mentira a un ser amado?

Aparté la mirada.

Sí, justamente, le estaba mintiendo a la mujer que amaba con la verdadera


razón de mi viaje a Dublín, pero era una mentira que, no la lastimaría y de
la que jamás se enteraría.

—Necesito tiempo para organizar mis ideas —concluí poniendo en pausa


ese tema que tanto me trastornaba—. ¿Qué planes tienes para hoy?

—Avery me llevará a un polígono —dijo mi linda esposa atándose una


coleta alta—. ¿Por qué, tienes algún plan mejor?

—Me encantaría pasar el día contigo y yo mismo llevarte a disparar, pero


debo encargarme de otras cosas.

—¿De Logan? —se aventuró a preguntar mi intuitiva esposa.

—Puede ser.
—Deberías ir a verlo, habla con él… —Elizabeth se mordió el labio—.
Parecía estar realmente afectado esa noche.

—Ya veremos qué sucede.

—Debo irme, pero nos vemos en la noche.

—¿Te vas solo así? —Abrí la mampara—. Ven y dame un beso.

—¿Solo será un beso? —cuestionó mi pequeña conociendo mis sucias


intenciones.

—No pondré objeciones si deseas chuparme la polla. —Estiré la mano y


atrapé a Elizabeth por la cadera.

La atraje a mi cuerpo y tomé posesión de sus labios.

Las manos de mi mujer acariciaron mi cuerpo, pero yo se la tomé y la llevé


a mi verga.

—Puedo pasar mi vida entera follándote y nunca estaré saciado de ti —


gruñí en su boca.

—Parece que, ambos llegaremos tarde a nuestros compromisos. —Su mano


apretó la punta de mi glande y gemí en sus labios.

Sí, ambos éramos un par de insaciables.

════∘◦✧◦∘════

Dominic.

Mi esposa fue la primera en salir corriendo del cuarto con la primera ropa
seca que encontró.

Yo me terminé de arreglar con calma y salí.


Había logrado organizar un poco mis ideas y mi mujer tenía razón, debía
comenzar hablando con Logan.

Desde que, habíamos llegado del hospital lo había querido hacer, pero yo
mismo me autosaboteaba para no ir a verlo. Sin embargo, hoy debía hacerle
frente a ese tema.

Llegué a la entrada del calabozo donde mis dos mejores hombres estaban
custodiando a nuestros distinguidos invitados de honor.

No solo hablaba de Logan y la bruja de Mathilde, sino de un par de amigos


que recibirían un trato especial y largo.

Su condena era vivir un infierno en vida.

—¿Dónde lo pusieron? —le pregunté a Harper y no fue necesario decir su


nombre, él sabía a quién me refería.

—Pasillo principal, la última celda. Allí se pudrirá —comentó con


desprecio y escupió el suelo—. Al fin, recibirá su merecido.

Lo observé un par de segundos.

Claro, mi equipo había llegado después de mí y se había retirado con los


guardias que me traicionaron.

—Iré a verlo. —Comencé a caminar, pero Lennox y Harper me siguieron,


miré sobre mi hombro y aclaré—. Solo.

—¿Seguro de querer ir solo? —cuestionó Lennox—. Es Logan.

—Sí, hasta donde sé, soy tu jefe y el Rey. ¿Piensas que, daré un paso en
falso? —indagué viéndolo.

—La última vez creíste en él.

Le di un golpe a la pared.
—La última vez… no sabía que habíamos compartido el vientre —concluí
—. Iré a verlo y lo haré solo.

—Bien, pero no me pidas que observe desde lejos cómo ese traidor arranca
la cabeza de tu cuerpo —terció Lennox y sabía que, su compañero, pensaba
lo mismo.

—Gracias, muchachos, pero esto debo hacerlo solo.

Me obligué a poner un pie delante del otro, hasta que, bajé las escaleras que
daban a las mazmorras y caminé por el pasillo hasta la última celda.

Y vi al hombre que, hasta hace unos días, pensaba que solo era mi medio
hermano.

—Aquí estás —comentó Logan sin levantarse de su camastro.

Curiosamente, no sonaba arrogante o a la defensiva. Al contrario, parecía


vulnerable.

—¿Puedes creerlo? —indagué entrando a la celda.

—Gemelos —murmuró Logan cuando me senté a su lado—. Me siento


completamente, desorientado.

—Me pasa lo mismo —confirmé.

—He sido educado para odiarte. —Logan se levantó furioso—. He deseado


tu muerte más de una vez.

—En una oportunidad casi logras asesinarme —le pude reprochar después
de tantos años, cargando con ese peso.

Logan se volteó a verme. Parecía sorprendido, incluso ofendido por mi


acusación.

—¿Hablas de aquella bomba en el tanque? —Asentí—. No tuve nada, que


ver.
—No te creo.

—Yo tampoco lo haría, pero no miento. —Logan regresó a la cama—. Sé


que no te importa, pero cuando ocurrió tu atentado, yo estaba en la sala de
operaciones; apendicitis.

Se levantó la camisa y vi la cicatriz de la operación.

—¿Mathilde? —indagué.

—Realmente, no lo sé. —Logan se encogió de hombros—. Yo nunca supe


con exactitud tu ubicación.

—Tampoco era muy difícil.

—Supongo que, no. Sin embargo, yo estaba sedado y sobre una mesa de
operaciones.

—Igual planeaste derrocarme en mi ausencia —lo acusé.

—Sí, lo hice, pero porque no tuve opción.

Me levanté de la cama irritado con su respuesta:

—Siempre podemos elegir.

—No, la vida de la mujer que me gusta estaba en riesgo —reveló Logan.

Me giré y lo atravesé con la mirada.

—¿Quién te chantajeaba?

—No lo sé, pero sí sé quién lo sabe y ella jamás te lo dirá.

—¿Mathilde sabía de tu cercanía con Xia? —interrogué.

—No, ella y la otra persona planificaron todo. A mí solo me llegó una nota
con unas fotos dentro. —Logan expulsó el aire de sus pulmones—. Le
pregunté a Mathilde quién era su socio, pero nunca me lo dijo.

—¿Sabías que ella estaba envenenando a nuestro padre?

—No, supongo que, no todo me lo contaba. —Logan bajó la cara—. Pero,


su plan era acabar con su vida en cuando revocara la sucesión de la corona.

—Sabes tan bien como yo que, eso es imposible.

—Sí, por eso mismo lo sugerí. —Logan se puso de pie y me miró—. Los
planes de ella era asesinar a Elizabeth y a nuestro padre, incluso deseaba
deshacerse de Frances, pero por mucho que deseara ser rey, no quería
ascender al trono matando a mi propio padre. Sin embargo, hice todo lo que
pude para sabotear sus planes, apagué la señal de los teléfonos. Mathilde
entró en pánico cuando no se pudo comunicar con su socio. Envié a Jena
para alertar a tu esposa…

—Jena murió, la encontraron degollada en su habitación.

Logan se dejó caer en la cama.

—Por eso, Elizabeth fue a la sala.

—Ella fue porque no dejaría que lastimaras a su hermana o a nuestro padre.


—Me senté a su lado en el camastro.

—Dominic no te pido otra oportunidad, mucho menos que me creas. —


Logan puso su mano en mi hombro—. Solo te pido perdón por todas las
cosas que te he hecho. Ojalá en un futuro nos podamos conocer más como
hombres y algún día reparar todas las grietas que nos separaron.

Un nudo se formó en mi garganta, yo también lo había lastimado en muchas


formas.

—Siempre seremos hermanos —afirmé desde el corazón.

Mathilde nunca nos dio la oportunidad de conocernos, crear lazos y


amarnos. Ella solo destruyó a cada uno y se encargó de ponernos en contra.
Me puse de pie y Logan me imitó.

»Debo irme, tengo cosas que pensar y decisiones que tomar. Las cosas que
hiciste no se pueden borrar, aun si te concedo el perdón real, te quedará un
largo camino que recorrer.

—Hermano, dejo mi futuro en tus manos. —Logan me observó.

En este momento sentía compasión y odio en partes iguales, por el hombre


que estaba parado frente a mí, ese con el que compartí el vientre y que tanto
daño nos hicimos.

Caminé a la salida de la celda, una parte de mi corazón se quedaba con


Logan, anhelando poder creerle y recuperar al hermano que perdí.

—Por cierto. —Me detuve con un pie fuera de la celda—. Xia no para de
preguntar por ti.

—No quiero verla, eso solo… Me terminaría de destruir.

—A veces, es mejor compartir la carga con las personas que nos importan.
Puedo decir que, a ella pareces importarle. Aunque, no entiendo por qué —
bromeé.

Logan sonrió.

—Nunca esperé amar a nadie, menos a una mujer sin títulos, pero apenas vi
a esa rubia, mi mundo se detuvo y avanzó deprisa arrastrándome a un
remolino de experiencias. ¿Entiende lo que digo?

Sonreí y asentí.

—Ese es el efecto de las hermanas Carter.

Salí de la celda con el corazón en calma.

Realmente, veía el arrepentimiento de los ojos de Logan, en su actitud.


Subí las escaleras y me permití sentir pena de aquel hombre que le robaron
sus opciones. Pude ser yo y la historia sería diferente.

Caminé pensativo por el castillo, hasta que, Emilio, me interceptó

—Su majestad. —Hizo una reverencia—. El consejo lo espera.

—¿Para qué?

—Desean saber qué sucederá con el destino de Mathilde, Logan y los


guardias rebeldes.

—Muy bien, andando.

Sabía lo que tenía que hacer. Logan era una víctima más en todo este
desastre, peor, él era quien había perdido más.

Aunque, no era tan imbécil, lo tendría vigilado como un Halcón a su presa.

Episodio 47: Lugar excitante.


Lizzie.

2 meses después…

Resulta que, cenar y pasar la noche follando, no eran una buena


combinación.

Enjuagué mi boca y salí del baño.

—¿Segura que estás bien? —indagó mi esposo desde la cama.

—Eso creo —farfullé sin mucho ánimo.

—¿Quieres que te lleve al médico?

—No hace falta, pero no vuelvo a follar sin hacer digestión. —Pasé la mano
por mi cara para apartar el cabello de mi frente.
—En mi legítima defensa, tienes un coño adictivo —comentó Dominic
devorándome con la mirada.

Subí al regazo de mi esposo, me incliné y deposité un beso en su mejilla.

Dominic tomó mi cara con su enorme mano y me acercó a su boca:

—NUNCA… —Beso—. JAMÁS. —Beso—. ME. —Beso—. VUELVAS.


—Beso—. A. —Beso—. BESAR. —Beso—. EN. —Beso—. LA. —Beso
—. MEJILLA. —Beso—. ¿Entendiste?

—Sí, señor. —Llevé una mano a mi frente como si fuera una orden militar.

Las manos de mi esposo subieron por mis piernas y llegaron a mis caderas.
Me observó fijamente y me preguntó:

—¿Estás más gorda?

—¡¿Qué?! No, claro que, no —chillé histérica, lo miré y pregunté alterada


—. ¿Por qué estaría más gorda?

—No sé, solo me pareció que, ganaste unas libras, pero si no es así, no pasa
nada. —Giró en la cama, dejándome atrapada bajo su cuerpo—. ¿En qué
nos quedamos?

—En que me pondré a dieta —refunfuñé.

—¿Dieta? No necesitas dieta. —Sus labios fueron a mi cuello y depositaron


varios besos encendiendo de nuevo la llama de la pasión—. Aunque, no
estaría de más, mejorar nuestra alimentación.

«Madre de Dios, este hombre quiere morir», pensé enojada.

Fruncí el ceño y lo atravesé con la mirada:

—Estás actuando extraño, ¿debo preocuparme?

Dominic se dejó caer a un lado de la cama.


»¿Pasó algo? —indagué sentándome para verlo mejor.

—Claro que no, mi amor, solo estoy preocupado por ti —comentó y se


levantó de la cama.

—¿A dónde vas? —lo intercepté abrazándolo.

—No quieres ir al médico, bien. —Dominic me levantó en sus brazos y me


llevó de regreso a la cama—. Iré a buscarte una sopa y pedirle a tu hermana
que te revise.

—¿Mi hermana? —Me puse a la defensiva—. ¿Vas a asustar a mi hermana


por nada?

—Pasaste 15 minutos vomitando, eso no es nada.

—Puede ser que comí y en seguida me echaste una cogida trifásica que me
revolvió el estómago y me hizo vomitar —manifesté cruzándome de brazos.

—Ya lo dije: pasarás el día en cama, te traeré una sopita y te consentiré.

Dejé caer los brazos y sonreí.

—Bueeee… —Tomé la manta y me acurruqué en la camita—. Si lo pones


así, pero, debes quedarte a mi lado.

—Eso haré. —Dominic se inclinó y depositó un beso en mi frente—.


Ahora, descansa, me vestiré y te consentiré todo el día.

Suspiré y me quedé viendo el culo de mi marido, mientras entraba al


armario a ponerse ropa.

Siendo completamente sucia y honesta.

Me había encantado pasar la noche con la verga de Dominic dentro de mí.


Carajo, cuando creí que, no podía sorprenderme, me volteaba como una
media y me hacía suplicar.
Cerré mis ojos por un segundo para descansar la vista…

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Gruñí sintiendo unas manos removerme en la cama.

—Lizzie. Lizzie. —Escuché la voz de mi hermana y abrí los ojos—. Mija,


al fin, despierta.

—No puede ser. —Me incorporé en la cama y vi la hora pasaba de las 3:30
de la tarde—. ¿Qué haces aquí?

—Dominic me dijo que te sentías mal —explicó mi hermana y me puso una


bandeja en las piernas—. Además, te mandó comida.

—Estoy bien, solo… —Suspiré—. Vomité en la mañana.

—¿Algún otro síntoma?

—No es nada grave, solo se me revolvió el estómago.

Xia llevó una mano a mi frente.

—No tienes temperatura…

—Estoy bien, Dominic es un exagerado —afirmé con irritación.

—A mí me parece lindo que, se preocupe por ti.

—Hablando de eso… —Vi de nuevo la hora y calculé cuánto tiempo había


estado fuera—. Prometió pasar el día conmigo.

—Yo lo vi entrar a una reunión con el consejo.

Sonreí.
—Bien. —Comencé a tomarme la sopa—. ¿Has hablado con Logan?

—Casi no, ha estado trabajando mucho y sé que, anímicamente, no está


bien.

—Debe trabajar duro para limpiar su nombre —le recordé.

—Lo sé, pero veo cómo le cuesta adaptarse a ser nadie dentro de su propia
casa.

—Pues, a mí me enorgullece ver que, en serio, desea demostrar su cambio.

—Él está, completamente, arrepentido —confirmó mi hermana—. Hace


unos días, me dijo que, yo tenía mucho que ver en su cambio.

—¿De verdad?

—Sí. —Xia se puso roja—. Dice que: lo inspiro a ser mejor persona y lo
que más desea es un futuro conmigo.

Tomé la mano de mi hermana y la apreté.

—¿Ya te dieron respuesta en la escuela de medicina? —cambié un poco de


tema.

—Sí, fui aceptada en el siguiente curso; tampoco tomarán en cuenta mis


años como enfermera. Pero, el solo hecho de ser aceptada, me pone
realmente feliz. —Mi hermana sonrió—. Así que, me quedaré todo este
tiempo aquí. Aunque, planeo visitar a Remi.

—Yo iré contigo —aseguré terminando de tomarme la sopa—. Bien, es


hora de buscar a mi esposo.

—Él está reunido —me recordó mi hermana.

—Sí, lo sé. —Me levanté de la cama y fui al armario.


Me puse un pantalón ancho de cuadros que me hacía ver un culo lindo, me
lo combiné con un top blanco y unas pantuflas de peluche que tenían forma
de patas de oso.

Salí del armario y Xia abrió los ojos.

—Me encanta ese pantalón.

—Verdad, es maravilloso —convine saliendo del cuarto.

—Definitivamente, quiero un par. —Xia soltó una carcajada.

Bajamos las escaleras y recorrimos juntas el laberinto de pasillos, hasta


llegar a mi destino.

»Bueno, me encantaría acompañarte allí dentro, pero esos hombres me


asustan —comentó mi hermana alejándose de la puerta.

—He aprendido a tolerarlos, pero, sobre todo, a no verlos por más de dos
segundos seguidos —bromeé.

—Pondré en práctica tu consejo —manifestó mi hermana antes de irse.

Me quedé de pie frente a la entrada un par de segundos, Xia estaba en lo


cierto, no entendía por qué en el consejo no había mujeres.

Tomé una bocanada de aire y abrí las puertas.

Todos los presentes en la sala voltearon a verme.

Levanté la mano y los saludé poniéndome un tanto incómoda.


Principalmente, por cómo se me quedaron viendo.

Dominic se levantó de su silla y me atravesó con la mirada.

—Señores, el mundo no acabará por tomarse una pausa. —Entré a la sala y


caminé entre las dos filas de mesas donde cada miembro del consejo estaba
ubicado.
Para mi desgracia, el escritorio de Dominic estaba al final de la sala, pero
poco me importó y seguí caminando.

—El próximo que vea a mi mujer le sacaré los ojos—gruñó mi señor esposo
y saltó de su mesa para reunirse conmigo en medio de la sala—. Tienen 1
minuto para dejar la sala.

Los hombres presentes en el lugar salieron casi corriendo del sitio.

Dominic levantó su mano y acarició mi cara, su pulgar dibujó el contorno


de mis labios.

—Ahora debo matar a cada miembro del consejo por mirarte como te
miraron. —Sus manos me pegaron a su cuerpo—. ¿No te dije que te
quedará en la habitación?

—Bueno, ya que, mi esposo me dejó sola en la cama estando enfermita,


tuve que, venirlo a buscar.

—¿En pijama?

—Fue por educación, porque iba a venir desnuda —le provoqué.

—¿Te parece divertido? —Asentí sonriendo—. Eres una niña mala.

Dominic me giró y me hizo apoyarme de la mesa que teníamos en frente.

Me abrazó por la espada y restregó su erección entre mis nalgas. Sus labios
comenzaron a depositar besos en mi cuello y hombros, mientras sus manos
apretaban mis tetas.

—Será rápido y salvaje —susurró Dominic bajándome el pantalón del


pijama.

—He venido lista para ti —afirmé levantando el culo.

—Te lo compensaré —declaró mi esposo penetrándome con fuerza.


—Carajo —gemí aferrándome a la mesa.

—Soy tu dueño. —Embestida—. El único que puede follarte, pensarte y


tocarte.

—¡Sí, sí! —jadeé sintiendo cómo mis piernas temblaban.

Estaba adolorida de pasar la noche cogiendo, pero cada penetración era


delirantemente, maravillosa.

Dominic me dio una nalgada y siguió arremetiendo contra mí.

Sentía cómo me llenaba por completo y gritaba cuando empujaba con


fuerza hasta lo más profundo de mi ser, desgarrándome con su tamaño.

De pronto, se salió, me tomó en sus brazos y siguió follándome como un


salvaje.

Mis manos se sujetaron de su cuello y mis labios fueron a su encuentro.

—Dame tus tetas —exigió mi esposo.

Levanté mi top y acerqué mis pechos a su boca.

Cerré mis ojos disfrutando la calidez de su lengua, atender mis pezones.

La atmósfera estaba cargada de lujuria, era excitante, pensar que, estábamos


cogiendo en un lugar público donde cualquiera podía abrir las puertas y
encontrarnos follando.

Apreté mis piernas cuando mi cuerpo se preparó para lo que estaba por
venir.

—Dominic —gemí mordiendo su labio inferior.

—Yo también estoy listo para llenarte de leche —gruñó aumentando el


ritmo de sus arremetidas.
Fruncí el ceño y grité perdiendo el control de mi cuerpo.

Un torbellino recorrió mi cuerpo dejando deliciosos espasmos vaginales,


sentí los tibios fluidos de mi Dominic derramarse dentro de mí y suspiré
extasiada.

Mi esposo me besó y me colocó con cuidado en el suelo.

—Ahora, ve a la cama, yo en un rato subo a cogerte de nuevo —murmuró


mi hombre arreglándose la ropa.

Yo hice lo mismo y sonreí.

—Me voy, pero la próxima vez, bajaré desnuda —le advertí. Me di la vuelta
para irme, pero Dominic me sujetó la mano.

—¿A dónde vas?

—Al cuarto.

—No vas a pasar delante de esos hombres oliendo a sexo —se quejó
Dominic.

Alcé una ceja:

—¿Hay una entrada en esta sala?

—En todos lados hay una entrada —reveló mi esposo llevándome al fondo
de la sala.

Nos detuvimos en una pared que parecía, completamente, normal.

Dominic empujó con fuerza la pared hacia dentro y esta se abrió.

—Esto es emocionante —manifesté encantada.

—Pensé que, habías recorrido todo el pasadizo.


—Qué va, es muy grande y confuso —respondí entrando—. Dame tu
teléfono para alumbrar el camino.

Dominic sin dudar me lo dio.

—La clave es nuestro aniversario —dijo y juro que, lo vi sonrojarse.

Entrecerré los ojos y lo desbloqueé.

—No puedo creerlo —susurré viendo que, su fondo de pantalla era aquella
falsa foto que nos había tomado Emilio antes de irnos de Dublín—. Es
hermosa.

—Tú eres hermosa. —Dominic me besó, de repente, sentí algo frío en mi


cuello y me separé.

Bajé la cara y vi un hermoso collar justo sobre mis pechos.

Era pesado, su dije era como un corazón hueco, pero dentro de él colgaba
un hermoso diamante de color rojo.

—Dominic es…

Mi esposo me tomó por la barbilla y me hizo verlo:

—Prométeme que, nunca te lo quitarás.

Sonreí.

—Te lo prometo.

Cada día que pasaba, más me enamoraba de mi esposo. ¿Era legal amar
tanto a otra persona?

Episodio 48: Una nota, un adiós.


Lizzie.
Semanas después…

Estaba completamente agotada.

Sin importar las horas que durmiera, al despertar estaba igual o más cansada
que antes. La cabeza me dolía y levantarme a cada 5 minutos para hacer
pipi, no ayudaba a mejorar mi humor.

Además, estaba irritada de que Dominic llegara tan tarde cada noche y lo
primero que hacía era correr a bañarse.

La puerta de mi oficina se abrió y clavé la mirada en mi hermana.

—¿Qué quieres? —pregunté de mala gana.

—Vaya, ¿desayunaste cianuro? —Xia se sentó frente a mí y me observó.

—Lo siento, no estoy teniendo una buena semana.

—¿Pasó algo?

—Siento que, pasan muchas cosas y yo no estoy enterada.

—¿Cómo así?

—Paso el día con sueño, me duele la cabeza y creo que, mi esposo, me está
siendo infiel —solté tapándome la cara para evitar que, me viera llorar.

—¿Te has escuchado? —Xia tomó mis manos y me miró—. Estar día y
noche en el castillo te está afectando. Dominic te adora, literal, besa el piso
por donde pasas.

—Es que…

—Debemos salir —propuso mi hermana.

—¿A dónde?
—A comer, de compras, no sé, cambiemos un poco el ambiente y verás que
te sentirás mejor.

—Bueno, debo ir a mi ginecólogo a ponerme la siguiente inyección de mis


anticonceptivos —recordé casi de milagro.

—Excelente, vamos y hacemos otras cosas. —Xia se puso de pie—. Le


avisaré a Avery.

—Vale —comenté más animada—. Las espero en la entrada.

Me levanté dispuesta a ponerle pausa a todo el trabajo y subirme a cambiar


de ropa, ya que, este pantalón me tenía toda incómoda.

Quién diría que, una reina tendría tantas labores que realizar. Además,
seguía sin encontrar a una asistente o doncella que me inspiraran confianza.

Me paré al pie de las escaleras y vi la cima como mi mayor rival.

Hice un pequeño ejercicio de respiración y comencé a subir, un escalón a la


vez. Llegué a la cima y me hubiera sentido una completa ganadora de no ser
porque me estaba haciendo pipi; de nuevo.

Entré en mi habitación, fui al baño; luego a mi armario y me cambié de


pantalón.

Elegí uno que no tenía ni botones, ni cierre, era ancho y la liga no me


molestaba, ni apretaba nada.

También me cambié de camisa y zapatos, para completar el outfit.

Tomé mi cartera y fui a encontrarme con mi hermana y mi guardaespaldas.

Bajar las escaleras me daba la misma pereza que subirlas, pero al menos iba
en bajada.

Llegué al final y me sujeté del pasamano, feliz de haber logrado bajar con
éxito.
—Elizabeth. —Carlota se acercó y puso su mano en mi frente—. ¿Te
encuentras bien?

—Sí, solo ando un poco agotada —expliqué enderezándome—. ¿Arthur?

—Bien, pronto le dejarán salir del hospital.

—Me alegra escuchar eso, estaba realmente, preocupada por su estado —


manifesté notando que, Carlota se veía más radiante, pero sus ojos seguían
tristes.

—Gracias a Dios es un hombre testarudo y que tú actuaste a tiempo, de lo


contrario… —Carlota no pudo continuar hablando.

—¿Has visto a Logan? —Cambié de tema para evitarle preocupaciones


innecesarias.

—Sí —dijo y se le iluminó el rostro—. Le cuesta un poco adaptarse a su


nueva realidad, pero tiene unas ganas enormes de seguir adelante, de dar lo
mejor de sí mismo.

—Eso es lo importante, él desea cambiar. ¿Crees que, pueda hacerlo? Digo,


fueron muchos años al lado de esa maldita mujer.

—Siento en mi corazón que, nunca fue malo o cruel por gusto, él,
sencillamente, deseaba que, su falsa madre se sintiera orgullosa de él. —A
Carlota se le entristeció el semblante—. Dominic sigue evitándome, creo
que, nunca me va a perdonar por no decirle la verdad.

Tomé las manos de Carlota:

—Él es orgulloso, el tiempo lo ayudará a sanar. Lo único relevante es que,


estuviste a su lado cuando él más te necesitó, le distes amor y apoyo.

Carlota me abrazó.

—Soy afortunada de que mi hijo te escogiera como esposa. —Se separó de


mí y me observó fijamente—. Debes descansar, tienes marcadas las ojeras.
—Es que. —Bajé la cara y me alejé un poco de ella—. No importa cuánto
duerma, al despertar sigo cansada.

—Ah, entiendo. —Carlota sonrió ampliamente—. Bueno, iré a buscar algo,


nos vemos en la cena.

—Sí, hasta luego.

Suspiré y caminé a la entrada.

Allí esperando por mí estaba Xia y Avery hablando dentro del auto.

—Al fin —comentó mi hermana cuando subí en la parte trasera—. ¿Era


necesario traer la corona?

Llevé mis manos a la cabeza y noté que, en efecto, no me había quitado la


corona que mi esposo me había regalado.

—Estoy tan acostumbrada que, no la siento —expliqué y la metí dentro de


mi cartera—. Listo.

—¿A dónde primero? —preguntó Avery poniendo en marcha el auto.

—Al médico, quiero ponerse esa inyección y pedirle que me recete


vitaminas o algo que me dé energía.

—Bien. ¿Dónde queda el consultorio de tu doctor? —Avery vio cómo la


pantalla de su teléfono se iluminaba con un mensaje mío—. Vale, ya me
llegó la ubicación.

—De nada —repliqué encogiéndome de hombros.

—En serio, necesitaba una salida de chicas —manifestó Xia mirando por la
ventana—. Aunque, hubiera preferido un par de tequilas, pero ir de compras
está bien.

—Yo preferiría el alcohol —declaré un poco más animada.


—Concuerdo, eso de ir al salón o comprar ropa, no es lo mío —convino
Avery sonriendo.

—Entonces, después de ir con el doc, vayamos a beber —propuse


aplaudiendo feliz.

—¡Sí! —celebró mi hermana.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Suspiré viendo la hora en mi reloj.

Pensé que, mi visita al doctor sería algo rápido, pero teníamos hora y media
esperando los malditos resultados de la prueba de sangre.

Según el médico, quería comprobar que no estuviera anímica para


colocarme la siguiente inyección.

—Esto no estaba en mis planes —se quejó Xia.

—Iré por un agua —comentó Avery—. ¿Quieren algo?

—Una soga —declaré cansada de tanta espera.

—Ir contigo —se apresuró a mencionar Xia levantándose de la silla—. Si


por algún milagro sales antes de que envejezcamos, nos avisas.

Moví la mano indicándoles que se fueran.

Me acosté en la camilla y miré el techo.

Los ojos se me cerraban lentamente, entregándose al cansancio crónico que


tenía. Estaba por quedarme dormida cuando la puerta del consultorio se
abrió.
Me senté pensando que, era mi hermana y Avery, pero me topé con una
enfermera.

—Lo siento, el doctor tuvo una emergencia y se marchó.

—Me lo hubieran dicho hace una hora. —Me bajé de la camilla furiosa—.
Tengo cosas que hacer, para sentarme a perder el tiempo.

—Su majestad, el doctor me pidió entregarle los resultados de su prueba. —


La mujer me tendió un sobre—. Nos disculpamos por el tiempo de espera.

La mujer hizo una reverencia y se marchó.

Tomé el sobre y le di la vuelta.

Estaban mis datos y en una parte que estaba trasparente, se leía positivo.

—¡¿Es un puto chiste?! —Corrí afuera para ver a la enfermera, pero ella y
todo el personal había desaparecido—. No, no, no. Es imposible.
¡Imposible!

Me senté de nuevo dentro del consultorio y abrí el sobre con manos


temblorosas.

Elizabeth West, 19.5 años.

Seguí leyendo, hasta que, llegué al gran…

“Positivo”

Más abajo había una nota: Estudio completamente real, no es falso. Se


recomienda ponerse en control prenatal.

Mi corazón se detuvo.

Embarazada, estoy embarazada. ¿Cómo es posible?


Bueno, sabía cómo había pasado, pero se supone que… me estaba
cuidando. Claro, ningún método anticonceptivo es 100% seguro, tienen su
margen de error.

—¿Por qué a mí? —sollocé tapándome la cara.

¿Ahora cómo le decía a Dominic que estaba embarazada?

Guardé el papel en mi cartera y traté de mantener la calma. Quizás, deba


tener una conversación casual, tantear un poco el terreno.

—¿Estás lista?

La voz de mi hermana me asustó y terminé pegando un grito.

—Coño me asustaste —le dije en español.

—¿Ya te vio el doctor? —preguntó volteando los ojos.

—No, tuvo una emergencia y se fue. —Me levanté de la silla—. Vendré


otro día.

—Bueno, entonces vayamos a beber —expresó Avery moviendo los


hombros al ritmo de alguna música que sonaba en su cabeza.

—Es raro conocer esta faceta tuya —declaré moviendo mi mano frente a su
cuerpo.

Caminamos al elevador.

—Es su personalidad parrandera saliendo a flote —exclamó mi hermana


divertida y se unió a su baile.

—Debemos elegir un conductor designado —mencioné como quien no


quiere la cosa entrando al ascensor.

—Yo no quiero —dijo Xia.


—Puedo ser yo, sabes cómo me pongo cuando bebo y ahora que, soy la
reina, no puedo dar espectáculos y…

—Manejas tú, solo deja de hablar —me interrumpió Avery tendiéndome las
llaves de su auto—. Fiesta, fiesta.

Mi cabeza daba vueltas, mi mal humor se había transformado en pánico.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Mi cabeza estaba por estallar, lo que menos deseaba era lidiar con un par de
borrachas, pero aquí estaba tratando de sacarlas del antro al que habíamos
ido.

—Basta, debemos irnos —le pedí a mi hermana.

—Buuuuu, aburrida —me abucheó lanzándome un vaso de plástico.

—Avery, levántate —ordené.

—A no, hoy es mi día libre. —Avery soltó una carcajada—. Bailemos, todo
se pasa cuando bailas.

Esto era increíble, yo estaba cansada, con dolor de cabeza y embarazada.


Merecía 5 minutos de paz.

Tomé mi teléfono y le marqué a Dominic, él podía ayudarme a sacar a este


par de locas de aquí.

Gruñí cuando me envió a su buzón. Le marqué un par de veces más,


obteniendo el mismo resultado.

—Mierda —le chillé al teléfono.

Pensé a quién podía llamar, pero me quedé sin opciones hasta que, vi el
número de Emilio.
Llené mis pulmones de aire y le llamé.

—¿Lizzie? —contestó casi de inmediato—. ¿Sucede algo?

—No, bueno, sí.

—Lizzie, no te escucho.

—¿Me puedes venir a buscar? —grité.

—Claro, envíame la dirección.

—Gracias, gracias. —Colgué y le envié la dirección.

Tomé mi cartera y fui a la caja a pagar. Regresé a la mesa y vi a mi hermana


brindando con Avery.

—Chicas, debo ir al baño. ¿Me acompañan?

—Claro bebé —dijo mi hermana levantándose enseguida.

—No quiero ir —replicó Avery.

—Es de mala amiga no apoyarnos cuando vamos al baño —le reproché.

—Bien, bien. —Avery se levantó de mala gana.

Sonreí, siempre estaba tan seria, que se veía mayor de lo que realmente era.

Astutamente, en lugar de llevarlas al baño, las saqué del club.

—Esto no es el baño —protestó mi hermana.

—El baño está lleno, pero iremos a otro —expliqué viendo a todos lados.

El ruido de una bocina captó mi atención y el alivio corrió por mi cuerpo.

Emilio se detuvo cerca de nosotras y bajó el auto.


—¿Qué es esto? —preguntó viendo a mis invitadas.

—No preguntes, solo ayúdame a subirlas —exigí agarrando a Avery.

—Tú, pedazo de basura —le dijo mi guardaespaldas a Emilio—. Debí


matarte hace años.

—Puedes hacerlo dentro del auto —murmuré ayudándola a subir.

—Gracias —refunfuñó Emilio.

—Solo súbelas y ya —gruñí.

Después de lo que pareció una eternidad, logramos subir a ambas mujeres al


auto y abordar también.

Emilio puso el vehículo en marcha y miraba constantemente el retrovisor.

—Relájate, no creo que, pueda lastimarte estando tan ebria. —Suspiré


estresada—. ¿Qué le hiciste?

—¿Yo? Nada, ella siempre ha estado loca.

Fruncí el ceño y negué con la cabeza.

Avery no era de odiar a otra persona porque sí, pero tampoco era mi
problema si ellos se llevaban o no, bien.

—¿Ya conseguiste una doncella?

—No, estoy por rendirme en ese asunto. —Aparté el cabello de mi cara—.


Las chicas que han asistido a las entrevistas no me dan buenas vibras.

—Puedo recomendarte un par de amigas.

—Gracias, eso sería de mucha ayuda. —Me acomodé en mi asiento y


guardé silencio.
Llegamos al castillo y con ayuda de unas cocineras, bajamos y llevamos a
las chicas a sus habitaciones.

Por suerte, quedaban una cerca de la otra.

—Entonces, hasta mañana —se despidió Emilio.

—Pasan de la medianoche —bromeé—. Nos vemos más tarde.

—Es cierto. —Emilio sonrió.

—Espero que, Dominic no se haya dormido. —La sonrisa abandonó la cara


de Emilio—. ¿No está en la habitación?

—Me temo que no.

—Bien, iré a su despacho… —Emilio sujetó mi mano.

—Tampoco está allí —susurró él y lo miré a los ojos temiendo preguntar.

—¿Dónde está mi esposo?

—Lo siento, mi reina, no tengo la autorización para decírselo.

Me solté de su agarre.

—¿Cómo que no? Soy su esposa y la maldita reina. —Miré a Emilio y le


pregunté—. ¿Dónde está mi esposo?

—Usted ha estado antes allí —reveló bajando la voz. Arrugué la frente


pensando dónde podía estar—. Cuando sufrió aquel atentado.

Me tapé la boca recordando el apartamento a donde me había llevado


Dominic.

Sentí un nudo en mi estómago y las lágrimas amenazaron con caer de mis


ojos.
—Vale, iré a hacerle una visita.

—Alteza, no se lo recomiendo —comentó Emilio.

—Llevamos tiempo conociéndonos, sabes que, no me quedaré ocupando un


puesto y poniendo cara de estúpida.

Caminé rápido, deseando estar equivocada.

—Lizzie, espera. —Me llamó Emilio.

—No intentes detenerme —le pedí.

—Eres mi amiga, yo te llevaré, pero no puedo subir contigo.

—Ok.

Llegamos al auto y mientras Emilio conducía yo solo deseaba estar dentro


de una pesadilla.

Más pronto de lo que esperaba, el asistente de mi esposo se detuvo en el


edificio.

—Gracias. —Bajé de auto.

Las piernas me temblaban, mis manos sudaban y no estaba preparada para


lo que encontraría en ese departamento.

Igualmente, subí al elevador, toqué el piso 12 y esperé haciendo sonar mi


pie en el suelo.

Las puertas del cacharro se abrieron y caminé por el pasillo, me detuve en


la puerta y descubrí el panel para meter el código de acceso.

—¿Cuál puede ser el código? —Miré los números y marqué el mismo


código que, Dominic me dio para desbloquear su teléfono.

La luz roja cambió a verde y la puerta se abrió.


Entré con cautela, el silencio era casi sepulcral.

Caminé por el sitio viendo las dos copas sobre la mesa de centro de la sala.
Mi zapato tropezó con algo y vi que era la camisa de Dominic.

Me detuve allí, no quería seguir avanzado. De hecho, quería hacer todo lo


contrario, darme la vuelta e irme, pero…

Puse un pie delante del otro hasta llegar a la habitación.

Con manos temblorosas tomé el picaporte, giré y abrí la puerta con rapidez.

Entonces, deseé no haberlo hecho.

No fui capaz de retener más las lágrimas.

Dominic, mi esposo, estaba plácidamente dormido en su cama,


completamente desnudo y a su lado dormida en su pecho estaba Thais.

Mi mundo se hizo trizas.

Quería gritarles, golpearles, incluso sacarles los ojos, pero, de nada,


serviría. Dominic había hecho su elección.

Abrí mi cartera y saqué la corona.

Tomé el primer papel que encontré dentro y con labial puse.

Adiós.

Supongo que, la nota era más para mí, que para él.

Llevé la mano a mi cuello dispuesta a quitarme el collar, pero, era mío y no


se lo daría.

Salí del departamento harta de todo este tétrico cuento. Cansada de tantas
mentiras reales y de dinastías movidas por la ambición.
Llegué a la entrada del edificio y los brazos de Emilio me recibieron.

—Lo lamento, en serio, lo siento.

—No creo, de haberlo sentido me hubieras dicho —le reproché.

—Es cierto, pero no quería lastimarte.

—Tú no me has lastimado, lo hizo Dominic —comenté llorando,


desconsolada.

—¿Te llevo al castillo?

—No, no volveré a ese maldito lugar.

—¿A dónde irás?

Pensé un poco, ¿a dónde podía ir? Debía ser un lugar lejos de toda esta
mentira.

—Regresaré a Venezuela.

—Sube, yo te dejaré en el aeropuerto.

Abordé el auto con el corazón roto.

»Deberías apagar el teléfono, cuando Dominic se despierte…

—Es buena idea. —Tomé mi celular y lo apagué.

Aunque, dudaba que, me fuera a buscar, después de todo, estaba con la


mujer que realmente amaba.

Episodio 49: Malas noticias.


Dominic.
La cabeza me dolía, estiré la mano buscando el calor de mi esposa, cuando
toqué un cuerpo, uno muy diferente al de mi diosa.

Abrí los ojos y vi a Thais a mi lado.

Los recuerdos de la noche anterior comenzaron a llegar a mi cabeza.

Iba a comenzar el tratamiento nocturno de los malnacidos que lastimaron a


mi esposa, cuando una llamada de un número desconocido entró.

Atendí pensando que, era mi esposa, pero era Thais, estaba alterada y me
pedía ayuda.

—Solo necesito un lugar donde pasar la noche —me dijo, apenas llegué a
su encuentro.

Ella conocía el departamento, había estado allí.

»Es un favor, por los viejos tiempos.

Subí con ella, puesto que, le había cambiado el código de acceso. Me iba a
marchar cuando ella me tocó la cara.

—¿Qué has hecho? —indagué levantándome de la cama.

Estaba completamente desnudo, tomé mi ropa y me empecé a vestir.

—Buenos días —ronroneó ella. Se levantó de la cama y avanzó hacia mí.

—¡¿Qué mierda has hecho?! —gruñí molesto.

—Hicimos, no te puedes quedar fuera de todo lo que pasó anoche.

La sujeté por los hombros y lo apreté con fuerza.

—No hicimos nada. —La tiré al suelo y terminé de vestirme—. Largo de


mi casa. ¡Fuera!
—Así me pagas por salvar tu vida —me acusó ella molesta.

—No te des tanto crédito, si no hubieras sido tú, seguro otra persona me
hubiera atendido. —La tomé del brazo y la empujé fuera de la habitación.

Llegué a la sala y vi la corona que le había mandado a hacer Elizabeth y


dentro había una nota. Agarré el papel y lo arrugué con la mano.

Thais soltó una carcajada.

—Ya es tarde, muy tarde —exclamó triunfante.

Metí el papel en mi bolsillo, la tomé del cuello y la pegué a la pared:

—¿Tarde para qué?

—Nunca más volverás a verla. —Presioné más—. En lo personal, me gusta


más la pareja que ella y Emilio hacen.

—Pensé que, no serías un problema, ya veo que me equivoqué. —Sentí su


tráquea, ceder a la presión que hacía—. Antes de morir, debes saber que,
Elizabeth es el amor de mi vida, moveré cielo y tierra para recuperarla.

—P-por favor —suplicó casi sin aire.

—Siéntete agradecida por esta muestra de piedad. —Apreté hasta escuchar


un ruido seco de sus huesos, hacerse añicos en mi mano.

El cuerpo de Thais cayó al suelo sin vida, pero poco podía importarme.

Emilio me había desafiado y lo pagaría con su vida.

Tomé la corona de mi mujer y fui al castillo.

════∘◦✧◦∘════

Dominic.
En todo el camino al palacio no dejé de marcarle a Elizabeth, pero siempre
entraba directo a su buzón de voz.

No podía parar de imaginar cómo se sentía después de encontrarme en la


cama con otra mujer. Pero, solo debía verla y decirle que, todo fue una
trampa, un engaño para separarnos.

Dejé la moto en la entrada del palacio y corrí al interior del castillo.

Fui directo a mi oficina, tenía esperanza de poder localizarla si llevaba


puesto su collar.

Me senté en mi escritorio y encendí mi portátil.

Logan entró a mi despacho con una actitud relajada y serena:

—¿Viste que las chicas salieron de fiesta anoche?

—Ahora no.

—¿Pasó algo?

—Emilio me puso una trampa, ahora, Elizabeth piensa que, me acosté con
Thais —resumí activando el GPS en el dije de mi esposa.

—Lo lamento, no tenía idea de que eso pasaría. Cuando compartimos celda,
él me habló de ella, me dijo que la amabas y…

—No la amé, no la amo y nunca la amaré. —Vi la localización y maldije


cuando noté que, estaba a una hora en auto—. Debo irme.

—Déjame ir contigo.

—No hace falta, es solo Emilio.

—En parte es mi culpa que, Thais, regresara a tu vida.

Levanté la mirada y vi a Logan:


—¿Tú la trajiste al castillo?

—Sí, quería causar conflicto en tu matrimonio, así no tendrías cabeza para


más nada.

—Eres un maldito imbécil.

—Lo era. —Logan se puso de pie—. No creo que, la lastime.

—Claro que, no lo hará, yo lo mataré antes de que eso suceda.

Salí de la oficina como un vendaval, dispuesto a recuperar a mi mujer.

—¿Sabes dónde la tiene? —preguntó Logan.

—Sí. —Le mostré la pantalla de mi teléfono.

De pronto, fuimos interceptados por Avery, Lennox y Harper.

—¿A dónde vas? —indagó mi mano derecha.

—No es su asunto, vuelvan a sus labores —ordené.

—No, hemos combatido a tu lado, sabemos que, no correrías si no fuera


urgente —terció Harper.

—Puedo encargarme de este asunto —aseguré perdiendo la paciencia.

—Emilio tiene a Lizzie —reveló Logan. Lo miré y él se encogió de


hombros—. No sabemos qué vas a encontrar.

—Debiste dejar que pusiera una bala en su cabeza —habló Avery apretando
su mano en un puño.

—Hagan lo que les salga de las bolas, yo voy por mi mujer.

Aparté a todos de mi camino y subí a mi moto.


════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

No sabía cómo había aceptado venir a la casa de los padres de Emilio, era la
peor idea del mundo.

—De verdad, es amable de tu parte, brindarme ayuda, pero en serio, no


quiero buscarte problemas —comenté levantándome del sofá.

—No es problema, Dominic no conoce este lugar. —Emilio tomó mis


manos y me sentó de nuevo—. Aquí estarás a salvo.

—Gracias, pero me quiero ir —repetí poniéndome de pie.

—No entiendo cómo te abriste de piernas con Dominic y conmigo eres tan
seca —soltó poniéndose de pie—. Bueno, eso no importa, tenemos tiempo
para conocernos mejor.

Fruncí el ceño.

—¿Has perdido la cabeza?

Emilio levantó la mano y me abofeteó.

Caí al sofá y varias lágrimas cayeron de mis ojos.

—No me gusta tratarte mal, pero no permitiré que cuestiones mi amor por
ti. —Emilio se sentó a mi lado—. Puedes intentar salir, aunque, no creo
que, lo logres.

—Tú planeaste todo —murmuré alejándome todo lo que podía de él.

—Hice lo necesario para conseguir una oportunidad contigo. —Emilio se


acomodó en el sofá—. La casa es pequeña, pero acogedora. Mis padres no
eran adinerados como los de Dominic, aunque, ambos sabemos que, no se
necesita mucho para ser feliz.

—Me quiero ir. —Me acerqué a la ventana y grité—. ¡Ayuda! ¡Ayuda!

—Preciosa, no hay nadie a cientos de kilómetros.

—No puedes hacerme esto —declaré molesta—. Quiero irme, ahora.

—¿Para qué? Correr a los brazos del arrogante de tu esposo. —Emilio se


levantó, se acercó a mí y me tomó del brazo con fuerza—. Yo te vi primero.
Debiste elegirme a mí.

—No sé de qué hablas —bramé empujándolo.

—Por supuesto que no. —Emilio sonrió y acarició mi cara—. Teníamos un


par de días en Dublín, cuando el príncipe me envió a la tintorería por sus
trajes. Estaba esperando que el semáforo me diera paso, cuando avancé, una
joven no se dio cuenta y casi la golpeé con mi auto. Ella solo me miró y se
marchó. Quedé completamente hipnotizado por ella. Regresé varias veces
después, a la misma hora, pero no te vi, hasta que, un día, fui por un café y
te vi sirviendo mesas. Le pagué a tu jefa para obtener información tuya.
Pero, cometí el error de dejar tu expediente en el auto y cuando Dominic se
subió lo encontró y lo leyó.

Emilio golpeó la pared al lado de mi cabeza varias veces.

Cerré los ojos y me encogí temiendo ser golpeada. Emilio tomó mi cara y
me hizo verlo.

»Pensó que, era la mujer que íbamos a contratar para ser la falsa esposa,
pero le dije que solo era una chica con muchos problemas económicos y
seguro no servirías para esto. Aun así, Dominic insistió en conocerte y por
eso pagamos para verte al día siguiente.

—¿Ustedes le pidieron a Angus que me llevara a su casa?


—Hubo mucho dinero de por medio —confirmó Emilio—. Dime Elizabeth.
¿Si no hubiera estado Dominic en medio de nosotros me hubieras amado?

—¿Te das cuenta de que estás traicionando a tu rey? —indagué con voz
temblorosa.

—¡Él me traicionó primero! —vociferó furioso—. Era obvio que me


gustabas, pero no le importó y se casó contigo, te folló y te alejó de mí. —
Emilio se arrodilló ante mí y abrazó mi cuerpo—. Ahora, podemos
comenzar de cero y ser felices.

—Lo siento, has confundido la amistad que te ofrecí. —Intenté apartarme


de él, pero era imposible.

—¿La confundí o era una forma desesperada de pedirme ayuda? —Emilio


se levantó y pegó su cuerpo al mío.

—Yo no…

—Tu forma de mirarme, solo bastó eso para saber que, necesitabas mi
ayuda.

—Estás mal de la cabeza —declaré empujándolo para apartarlo de mí—.


No quiero nada contigo, nunca lo quise.

—¡Mientes! ¿Por qué niegas lo que sientes? —Su mano fue a mi cuello y
apretó con fuerza—. Si no eres para mí, tampoco lo serás para él.

Luché para liberarme de su agarre, rasguñé su cara y pateé, pero las fuerzas
comenzaron a faltarme.

De pronto, se escucharon unos disparos.

Emilio me soltó y caí al suelo tosiendo con fuerza.

—Imposible —gruñó y corrió a asomarse a la ventada.

—Esto no tiene que terminar mal —dialogué con Emilio.


—Cállate. —Emilio cerró la ventana, fue conmigo y me tomó del brazo—.
Parece que, debemos irnos.

—Por favor, no compliques las cosas —supliqué poniendo resistencia.

—Dominic no es de perdonar, tampoco de olvidar y no pretendo


convertirme en su juguete. —Emilio me tomó del cabello y empezó a
arrastrarme por la casa.

—¡Ayuda! ¡Aquí estoy!

Emilio se colocó detrás de mí y puso un cuchillo en mi cuello.

—Gritas y mueres.

Emilio me fue llevando hasta una habitación.

»Es gracioso, cuando me llegó la noticia de la muerte de mi padre, yo no


pude llorarlo, porque no lo recordaba. Solo conocía el castillo y sus
laberintos, Dominic y sus problemas. —Me soltó, pero sacó un arma y me
apuntó—. Cuando recibí esta porquería de casa, me quería morir, Dominic
heredaría un reino y yo un rancho.

Emilio señaló unas pacas de heno.

»Muévelas. —De su bolsillo sacó un mechero y probó que estuviera


funcional.

Hice lo que me pidió, pero me aseguré de hacerlo muy lento.

De repente, todos los disparos cesaron.

Emilio se asomó a la puerta y cubriéndose con la pared, esperó hacer


contacto.

—Se acabó Emilio —vociferó Dominic.


—Aún tengo balas y si me muero, me aseguraré de no irme solo —
respondió Emilio.

—¿Elizabeth, estás bien? —preguntó Dominic.

—Sí.

—No por mucho —respondió Emilio y fue conmigo, me levantó del suelo y
puso el cuchillo en mi cuello—. Acércate y verás cómo tu esposa muere.

Se escucharon unos pasos y los gemelos entraron a la habitación.

—Déjala ir —pidió Dominic—. Tu problema es conmigo.

—Llevo años esperando encontrarte una debilidad y al fin pude hacerlo.

—No te confundas, Elizabeth no me hace débil, solo me hace un hombre


decente, pero sigo siendo el mismo monstruo al que le temes cada vez que
vas a la cama —manifestó Dominic y el tono de su voz se volvió tenebroso.

—Solo eres un payaso jugando a ser Dios —se burló Emilio tratando de
parecer valiente, pero podía sentir cómo su cuerpo temblaba.

—No, soy el diablo jugando a tener misericordia de las personas como tú.
Ahora, suelta a Elizabeth y te mataré de forma rápida. —Dominic no me
miraba, solo tenía ojos para Emilio.

—Llevo años conociéndote, sé que adoras que te supliquen morir. —Emilio


presionó la hoja del cuchillo y sentí un líquido húmedo descender por mi
cuello—. Debiste morir en aquel tanque, pero ya no te quedan vidas.

—Emilio, solo haces el ridículo —intervino Logan.

—Aquí estás de más. —Emilio levantó su arma y le disparó a Logan.

Todo pasó muy rápido, el cuerpo de Logan cayó al suelo, al mismo tiempo
que, Emilio y yo perdíamos el equilibrio.
Dominic salió corriendo y me arrancó de sus brazos justo antes de caer
sobre el heno.

Volteé la cabeza y vi a Avery en la ventana, luego el cuerpo de Emilio sin


vida y más allá Logan ahogándose en su propia sangre.

—No, no, Dios mío, no —grité y corrí para ayudarlo.

Dominic cayó de rodillas ante su hermano.

—Aguanta, la ayuda viene en camino —hablaba apretando la herida para


detener la hemorragia.

—Ambos sabemos que, estoy muriendo —dijo Logan con dificultad—.


Gracias por darme otra oportunidad.

—Avery, Lennox —gruñó Dominic—. No puedes rendirte.

Tomé la mano de Logan.

—La ambulancia ya viene —informó Avery.

—¿Tiempo estimado? —preguntó Dominic.

—5 minutos —respondió Lennox.

—No tenemos ese tiempo —vociferó Dominic.

—Por favor, dile a Xia que la am… —Sus palabras quedaron a media,
mientras su cuerpo entraba en shock.

—Vamos, vamos. —Dominic le hacía masaje cardiovascular, pero Logan se


había ido.

Avery puso la mano en el hombro de Dominic.

Él asintió, pero no se alejó del cuerpo, ni dejó de intentar resucitarlo.


—Lo siento, lo siento, lo siento —empecé a recitar llorando.

—Sácala —ordenó Dominic.

—No me toques —dije cuando Lennox se acercó a mí.

Avery puso una mano en el pecho de su compañero.

—Vamos a limpiarte.

Bajé la cara y vi mi cuerpo cubierto de sangre.

Salí de la habitación, pero no quise permanecer en la casa, así que, salí de


ella.

La policía llegó junto a los paramédicos, se organizaron y fueron


recuperando los cuerpos de los hombres que murieron.

Yo solo me quedé allí en la acera, llorando y observando todo.

Bendita Avery se quedó a mi lado en silencio.

—Es mi culpa —susurré contando los cadáveres.

—No, no lo es —declaró Dominic detrás de mí.

Me levanté furiosa:

—Tienes razón, es tu culpa por casarte conmigo, por pagarle a Angus para
conocerme, es tu culpa por involucrarte conmigo.

Dominic tomó mi cara y limpió mis lágrimas.

—Te equivocas, nada de esto pasó por ti, sino porque no me di cuenta de
que Emilio se había vuelto peligroso. Tuve que, haber sacado conclusiones
y determinar que, fue él quien trató de asesinarme en varias oportunidades.
—¿Cómo le digo a Xia que el amor de su vida está muerto? —le pregunté
rompiendo a llorar—. ¿Cómo le explicó a Carlota que ha perdido de nuevo
a su hijo?

—Lo haremos juntos —prometió Dominic besando mis manos.

Episodio 50: El principio de un


todo.
Dominic.

Regresar al castillo con pésimas noticias, no fue fácil, ni agradable.

Xia cayó desconsolada en los brazos de su hermana, mientras Carlota,


lloraba sobre el hombro de mi padre y se ponía las manos en su vientre.

Los días fueron pasando lenta y dolorosamente.

Fuimos al funeral de mi hermano y le dimos sepultura.

No podía sacarme de la cabeza que, él deseaba ser mejor persona.

Abrimos una investigación contra Emilio y todas sus traiciones fueron


saliendo a la luz.

Elizabeth, no paraba de evitarme, incluso se había ido a dormir con su


hermana dejándome cada noche pagando una terrible condena.

Sentía que profanaba su alma, pero era tan malditamente egoísta que, aun
sabiendo lo dañino que era en su vida, no renunciaría a ella, pues ella era lo
único hermoso que poseía.

Antes de darme cuenta, ya había pasado un mes.

Entré a la habitación y me encontré a Elizabeth sentada en la cama.


—Tenías días llegando tarde en la noche, ibas al baño, te duchabas y te
acostabas —habló con tristeza—. Así pasaron días, semanas y pensé que…

—No te hagas eso —la interrumpí.

—Déjame hablar —exigió limpiándose la cara—. Creí que, estabas


teniendo una aventura. Luego te llamé para que, me ayudarás con Avery y
Xia en el club, pero no pude ubicarte. Terminé llamando a Emilio, él me
hizo creer que, tenías una aventura. Me llevó al departamento… Te vi en la
cama con esa mujer y solo quise alejarme de ti.

—Lo sé, vi tu nota. —Metí la mano en mi pantalón y la saqué.

—¿La has llevado contigo todo este tiempo? —indagó y parecía asombrada.

—Sí, es mi recordatorio de que, si no hago las cosas bien, puedo perderte.

—¿Entonces ya lo sabes?

—¿Saber qué?

Elizabeth arrugó su ceño, tomó la hoja de mis manos y la abrió.

Todo este tiempo y nunca se me ocurrió revisar la hoja.

»¿Por qué no me lo dijiste? —Mi corazón saltó de felicidad.

Caí de rodillas ante ella y puse mi oreja sobre su vientre.

—Al principio, no había digerido la noticia. Luego, me sentía triste por


todo, pero ahora… —Elizabeth acarició mi cabeza—. Necesito hacer
borrón y cuenta nueva en nuestra relación.

Me levanté del suelo y vi a mi mujer, tomé su cara entre mis manos:

—No podemos borrar nuestra historia, porque amo profundamente cada


segundo que he pasado a tu lado. —Deposité un suave beso en sus labios—.
Podemos bajar las barreras cuando estemos juntos y fortalecer nuestra
relación.

—¿Por qué llegabas tarde? —me preguntó Elizabeth.

Ella debía conocer la verdad, aunque, no estaba seguro de a dónde nos


llevaría eso.

—Rastreé a los hombres que te hicieron daño, uno murió en Dublín, los
otros dos, se fueron hace poco. —Me quedé evaluando su expresión.

—¿Te dijeron por qué me hicieron eso a mí?

—Envidia.

—Espero que, hayan sufrido —dijo después de unos segundos.

—Sí, me encargué de eso.

Elizabeth se sentó en la cama y expulsó con fuerza el aire de sus pulmones,


como si se liberara de una pesada carga.

—¿Cuánto tiempo tienes de embarazo? —pregunté tocando su vientre.

—Dos, todavía nadie sabe de mi estado, aunque, ya estoy en control.

—Bendito Dios, seremos padres. —Me incliné sobre la barriga de mi mujer,


levanté su camisa y la besé—. Soy el hombre más feliz del mundo.

Elizabeth se sonrojó y sonrió.

Sí, todavía nos faltaba un largo camino por recorrer, como pareja e
individualmente, pero saber que, cada noche dormiría abrazado a su cuerpo
y cada mañana despertaría a su lado, me motivaba a seguir mejorando por
ella, por mi hijo.

—Elizabeth, soy adicto a la forma en la que me haces amarte —confesé


subiendo al cuerpo de mi mujer.
Episodio 52: Ajustes de cuentas.
Dominic.

Entré al cuarto donde mantenía a Mathilde, mientras ajustábamos cuentas.

Un olor nauseabundo golpeó mi nariz, pero ya estaba acostumbrado a la


peste que desprendía la carne en descomposición.

Abrí la carpeta y clavé la mirada en ella.

—No te queda mucho tiempo…

—Ya te dije que, no sé quién era mi aliado —murmuró Mathilde con la voz
ronca, desde la pared a la que permanecía atada.

—Ya no necesito esa información. —Me coloqué los guantes y sonreí—. Sé


quién trabajaba contigo de manera anónima. También sé que te sacó dinero
para “financiar” los ataques en mi contra.

—¿Quién era?

—Las preguntas las hago yo. —Tomé el mando y apreté el botón que tiraba
de los grilletes en sus manos, acortando las cadenas y obligándola a ponerse
de puntas, pero, en determinado momento, terminó colgando del suelo—.
Lo más curioso de todo, es que, fue tan astuto que, nunca supiste quién era,
para que no lo pudieras delatar o chantajear.

—Debe ser alguien muy cercano a mí —murmuró Mathilde luchando por


mantener la punta de sus dedos tocando el piso.

—A los dos, pero no te preocupes, lo que no salió de la boca de Emilio, lo


obtuve revisando sus pertenencias.

—Dominic, por favor, ten piedad, no quiero morir en un lugar como este.
—Te daré la misma piedad que tuviste con mis hermanos, con mis padres y
con mi esposa. —Saqué un arma y la coloqué en la mesa. A su lado, puse
un pequeño frasco con veneno y terminé con una soga—. Estoy asqueado
de verte, no vales mi tiempo, pero teniendo piedad, te daré la opción de
elegir cómo morir.

—¡No! Maldito hijo de perra, no puedes tratarme así —vociferó llena de


odio.

—En cuánto salga de este lugar, serás liberada de los grilletes. —Con el
mando la elevé más y más del suelo—. Tendrás 1 minuto para morir.

—¿Qué pasa si no elijo?

—La habitación será rociada con gasolina y posteriormente, encendida. —


Apreté un botón y la corriente pasó a través de las caderas a los grilletes e
hicieron gritar a la vieja maldita—. Sabes tan bien como yo, que no
podemos dejar rastro de lo que hacemos.

Metí el mando en mi bolsillo y dejé ese lugar.

Lennox cerró la puerta.

Abrí los grilletes y escuchamos un ruido seco.

—Ya quedó libre —comentó Harper, quien todavía no se recuperaba del


todo, pero estaba en proceso de estar al 100% de nuevo.

—¿Qué creen que elegirá? —indagó Lennox.

—Veneno —dijo Avery—. Es mujer y siempre quieren una muerte


dramática.

—Yo creo que, se colgará. —Harper sonrió con malicia—. Después de


todo, ya se acostumbró a estar de puntas.

—Arma, es rápido y preciso —comentó Lennox.


—Pienso que, es tan estúpida como para fingir una muerte y tratar de
escapar —manifesté sereno.

—Sabremos en 3… 2… 1… —contó Avery.

Se escuchó el sonido de un disparo.

—Arma, gané.

—Ya lo veremos. —Activé el sistema de cremación.

Los gritos de Mathilde no se hicieron esperar y miré a Lennox.

—Se los dije.

—Debió revisar que solo quedaba una bala —dijo Avery—. Bueno, me voy,
esto olerá horrible.

—Lo que más me gusta del fuego, es que reduce todo a cenizas, dientes,
huesos, cabello. —Harper arrimó una silla y se sentó.

—Lo que me gusta es poder hacer justicia con mis manos. —Me crucé de
brazos—. Hacerle pagar uno a uno todo el daño que hicieron.

—Debemos salir y brindar por las personas a las que hemos enviado al
infierno —propuso Lennox.

Sí, ahora sí era posible relajarme.

Había logrado resolver todo antes de la llegada de mi heredero.

Epílogo.
Dominic.

1 año y varios meses después…

Entré a la habitación de mi bebé y lo encontré despierto en su cuna.


Era noctámbulo como su padre.

Me detuve en la baranda de la cuna, mi chiquito estaba sentado jugando con


uno de sus ositos.

—Hola, campeón —murmuré.

Mi pequeño al verme estiró sus manitos y saltó emocionando:

—Papapa —balbuceaba contento.

—¿Tienes hambre? —Lo tomé en mis brazos, lo abracé unos segundos y


besé su carita.

—Tata. —Mi pequeño acarició mi cara, siempre le llamaba la atención mi


barba.

—Me temo que, debemos cambiarte el pañal. —Caminé hasta el cambiador


y lo acosté con cuidado—. Tranquilo, he ganado práctica.

Comencé a tararear la canción que me cantaba mi padre.

Los ojitos azules de mi pequeño me observaban con auténtica curiosidad.

Con cuidado retiré los broches de la ropita, le saqué el cocoliso. Abrí el


pañal y sonreí evitando poner cara de susto o de asco.

—Una noche ocupada. —Tomé una toalla húmeda, luego otra y un par más
por si acaso.

Limpié, limpié y me aseguré de dejar todo sin resto de popo o pipi. Agarré
otro pañal, se lo puse, le apliqué cremita y se lo abroché.

Tomé otro atuendo de ropa y lo vestí con el mismo cuidado.

—Ahora, sí. —Cargué a mi bebé en mis brazos—. Estamos listo para una
merienda nocturna.
Descendí por las escaleras disfrutando de las sonrisas de mi pequeño, de
cómo ponía su cabeza en mi hombro y con su manito tocaba mi barba.

Llegamos a la cocina y lo acomodé en su mini trono sobre el mesón.

—Papá prepara el mejor tetero del mundo —narré buscando todo lo que iba
a necesitar—. Claro, no podemos compararlo con las tetas de mami, pero yo
también lo hago con amor.

Mi bebé me miraba y se reía como si entendiera todo lo que le decía.

Con cuidado de no hacer desastre, preparé el tetero de mi pequeño.

Amaba ser padre, pero más amaba tener una familia con Elizabeth.

Siempre que, miraba a mi bebé, me llenaba de orgullo y asombro por haber


creado una hermosa personita.

Recuerdo que, Elizabeth se echó a llorar cuando vio que, nuestro retoño era
clavadito a mí.

—No es justo, solo fui una incubadora —sollozó en mi pecho.

—Tranquila, podemos tener más hijos —la consolé, aunque, me arrepentí


de inmediato.

Probé que la temperatura del tetero fuera la correcta y acosté a mi pequeño


en mis brazos.

—Había una vez un príncipe que, estaba tan perdido que, ni él mismo sabía
que estaba perdido. Hasta que, un día, conoció a una princesa. En ese
momento, el príncipe estaba ciego y se rehusaba a hacerle caso a su
corazón. Ese que le gritaba hasta quedarse sin voz que, ella era la mujer que
había esperado toda la vida.

Mi bebé hacía caritas, escuchando mi historia y bebiendo su tetero.


Salí de la cocina y seguí conversando con mi pequeño. Me había dado
cuenta de que a mi bebé le gustaba pasearse por el pasillo donde estaban los
retratos familiares.

Me detuve frente al más reciente, le había pedido a un artista que, me


pintase un cuadro donde estuviéramos los hermanos West, todos sonriendo
y compartiendo esa complicidad robada.

—Siempre te protegeré. Todos los días antes de dormir te abrazaré y te diré


cuánto te amo, en las mañanas estaré allí para alentarte a encontrar tu
camino. —Besé la cabeza de mi hijo—. Te juro que, en esta vida, Logan,
serás una persona amada y feliz.

Me quedé en silencio, había pasado poco más de un año y no dejaba de


sentir remordimiento por cómo terminaron las cosas.

Sin embargo, la llegada de mi bebé a mi vida era mágica.

Miré a mi chiquito y le pregunté:

»¿Cuántos hermanos quieres tener?

—¿Conspirando a mi espalda? —nos interrumpió mi mujer.

Me volteé a verla y casi caigo de rodillas antes ella. El embarazo le había


sentado de maravilla, sus caderas eran un poco más anchas y su cul… El
ritmo de mi corazón se elevó cuando mi vista se puso en sus tetas.

Estaban más grandes y eran tan jugosas. Su cuerpo había madurado y yo


estaba más esclavizado a ella.

—¿Acaso nos espías? —murmuré tratando de no parecer un cavernícola


que solo piensa en tomar a su mujer en todas las posiciones existentes e
inventar unas cuantas más.

—No es necesario, desde hacer 6 meses repites la misma rutina con Logan
—comentó mi mujer poniendo su mano en mi barbilla y obligándome a
verla a los ojos.

—Es nuestro momento, padre e hijo —alegué y volteé a ver a mi


compañero nocturno, pero sus ojitos estaban cerrados.

—Me temo que, el momento llegó a su fin. —Elizabeth tomó a nuestro


bebé en sus brazos y Logan sonrió feliz, como si supiera que, estaba con su
mamita—. No dejo de sorprenderme y agradecer cada día por la llegada de
nuestro bebé.

—Me pasa lo mismo —declaré y acaricié su rostro.

—Es extraño, pero nunca me imaginé siendo madre. Ahora, no puedo


imaginar una vida sin Logan.

Nos quedamos en silencio, observando a nuestro chiquito dormir.

—¿Le damos una hermanita? —propuse.

—Me parece una excelente idea —comentó Elizabeth—, pero, solo si te


embarazas tú.

—Vale, quizás más adelante podamos tener más hijos. —Sabía cuando no
tenía los recursos para ganar una batalla.

Aunque, siempre podía encargarme de sus anticonceptivos.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

Tiempo después…

En poco tiempo, el silencioso castillo había sido envuelto por el alegre


sonido de niños corriendo y jugando en casa.

Dominic se había vuelto a salir con la suya y en poco tiempo, estaba dando
a luz a un par de gemelas.
Nuestras bebés nacieron prematuras y estuvieron internadas en el hospital,
aunque, después de unos meses difícil, ambas fueron recibidas en el castillo
como las princesas que eran.

Logan corrió torpemente para conocer a sus hermanitas. Se acercó a cada


una y con cuidado les dio un beso en la frente.

Alayna y Evana que estaban dormidas, abrieron sus ojitos al escuchar a su


hermano aplaudir feliz por su llegada.

—Nitas mías —celebraba mi pequeño.

—Sí, mi amor, ahora debemos cuidar de las mujeres de la familia y no


llevarles la contraria —comentó Dominic tomando a Logan en sus brazos
—. Debemos hacer algo para igualar el marcador.

—Basta de tus locas inyecciones —le advertí. Casi lo cuelgo cuando


descubrí su truco para embarazarme.

—Vamos, quiero cargar a mis nietas, antes de que mi hijo las tome bajo sus
posesivas alas —manifestó Carlota.

Dominic sonrió y abrazó a su madre.

—Soy afortunado, así que, compartiré un poco, pero solo un poco contigo,
madre. —Mi esposo depositó un beso en la frente de Carlota.

—Dame a mi nieto, lo llevaré a recolectar flores para sus hermanas. —


Arthur estiró la mano y Logan saltó de los brazos de su padre para ir con su
abuelo—. ¿Cuáles flores crees que les gusten a tus hermanitas?

—Nitas, fores —comentó mi bebé moviendo sus manitos.

—Mamá, ¿puedes llevarte a las gemelas? —preguntó Dominic sin despegar


los ojos de mí.

—Por supuesto. —Carlota sonrió, su doncella tomó los portabebeses y la


siguió.
Entrecerré los ojos y retrocedí conociendo a mi marido.

—Basta, debo guardar reposo —dije en tono de advertencia.

—¿Te he dicho que, me gusta cómo se te ven las tetas?

—Cada 5 minutos en los últimos meses.

—Vamos, no debemos perder la práctica de como hacer bebés. —Dominic


me levantó del suelo y me colocó sobre su hombro. Sin previo aviso,
mordió mi trasero—. A ese también lo atenderé hoy.

════∘◦✧◦∘════

Lizzie.

5 años después…

Me asomé por la ventana para ver a Arthur jugando feliz con sus nietos.

Había enfermado y se presumía que, era una secuela por los medicamentos
que le administró Mathilde, pero él trataba de vivir cada día con una sonrisa
en los labios.

Logan tenía 6 hermosos años y era el niño más inteligente que había
conocido. Además, era igual de celoso que su padre con sus hermanitas.

Él las cuidaba y les tenía una paciencia infinita.

Lo más hermoso era cuando se metía en su habitación a crear cuentos para


ellas. También seguía reuniéndose con su padre en las madrugadas y juntos
caminaban por el pasillo de los retratos, ahora, también había uno de ellos.

Dominic era todo lo que había prometido ser.

Un hombre entregado a su reino y su familia, un esposo amoroso y fiel.

Un amante apasionado y un rey justo.


Aunque, no quería conocer su lado oscuro.

Cada día dábamos lo mejor de nosotros para ser mejores padres, mejores
hijos, mejores hermanos y mejores amigos.

No conocíamos el futuro, pero estábamos, completamente, decididos a no


repetir los pasos de nuestros padres, de aprender de sus errores y mejorar
aquellas partes que, fueron lastimadas cuando éramos vulnerables e
indefensos.

Habíamos recorrido un largo y complicado camino, desde nuestro


nacimiento, hasta encontrarnos; la vida nos había preparado para ser el
complemento perfecto del otro.

Yo era firme cuando Dominic flaqueaba y viceversa.

Éramos confidentes, amigos y soñadores en grande.

Final

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