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Pautas básicas para que

los padres refuercen los


sentimientos del yo de
sus hijos

Escuchar, reconocer y aceptar los sentimientos del niño.


Tratarlo con respeto. Aceptarlo como es.
Hacerle elogios específicos, al grano. Diferenciar entre alabanza generalizada y alabanza descriptiva.
Si un padre dice: "Gracias por lavarme el auto. Me gusta como luce", tal vez el hijo traduzca este
mensaje como: "Puedo hacerlo bien lavando autos". Si el padre dice: "¡Qué chico tan maravilloso
eres! ¡Eres el mejor lavador de autos del mundo!", puede que el hijo traduzca: "Sé que no soy tan
maravilloso, así que debe estar tonteando".
Ser sincero con él.
Usar mensajes “Yo” en lugar de mensajes “Tú”: “Yo estoy molesto por el ruido de tu celular”, en vez de
“Tú eres tan bullicioso”.
Ser específico en las críticas, en lugar de “Tú siempre…” o “Tú nunca…”.
Darle responsabilidades, independencia y la libertad de elegir. Aunque necesite firmeza, reglas y
controles, necesita con mucha mayor urgencia algún espacio en su vida para aprender a manejarse a
sí mismo.
Involucrarlo en la resolución de problemas y la toma de decisiones que atañen a su propia vida.
Respetar sus sentimientos, necesidades, deseos, sugerencias, sabiduría.
Permitirle experimentar, perseguir sus propios intereses, ser creativo o no.
Recordar el principio de unicidad: es maravilloso y sorprendente en su propia unicidad, aunque ésta
pueda ser muy diferente de la nuestra.
Ser un buen modelo: pensar bien de nosotros mismos, hacer cosas para nosotros mismos.
Darse cuenta de que es bueno apreciarse. Es grandioso sentirse satisfecho con lo realizado. Es
bueno encontrar placer para uno mismo.
Evitar ser criticón, dar muchos “deberías” y consejos innecesarios.
Tomarlo en serio. Aceptar su juicio; él sabe cuando no tiene hambre.
Si el niño expresa sentimientos negativos de sí mismo, el padre debe cuidarse de no contradecirlo. Si
una niña dice: “¡Soy tan fea!”, uno podría estar tentado de decirle: “¡Oh no! ¡Eres tan bonita!”. Hacerlo
solo serviría para aumentar sus malos sentimientos de sí misma, no para cambiarlos, pues el mensaje
implícito es: “Estás equivocada al creer que eres fea”. El cambio debe venir desde dentro del niño, y
esto solo se puede lograr permitiendo y aceptando sus sentimientos negativos.
Una vez que tales sentimientos son expresados en forma abierta, pueden ser explorados plenamente.
Si un niño dice que es pésimo jugando a la pelota, puedo pedirle que me diga cuán mal jugador es
en realidad. Lo que sucede generalmente es que en algún momento él va a detenerse y decir:
“Bueno, en realidad no soy tan malo”, o tal vez: “Bien, no soy muy bueno jugando a la pelota, pero no
lo hago mal nadando”.

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