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Sumario:
1. EL PROBLEMA
Ya adelanté en la Lección 9 que el ideal de gratuidad del servicio de justicia, que se halla
entronizado en el mundo moderno, no se corresponde con lo acaecido en épocas pasadas y
con lo que ocurre en algunos de los países de Latinoamérica, particularmente en la Argenti-
na: muchas veces se ha encarecido severamente el acceso al proceso como forma de dis-
minuir un elevado índice de litigiosidad.
Tal vez en la Argentina el tema no pase por ese meridiano sino por el del enorme y perma-
nente apetito voraz del Fisco, que siempre encuentra un nuevo filón para alimentar sus ar-
cas, a disposición de los caprichos de los políticos de turno.
Tan importante es el problema que gran número de constituciones políticas de la actualidad
aseguran un efectivo servicio de justicia económico a fin de no vedar a los particulares el au-
xilio judicial por carencia del dinero necesario.
Y es que una constatación incuestionable inicia cualquier planteo sobre el tema: todo proce-
so insume gastos. Y ello no puede evitarse jamás, como no puede soslayarse el coste de
cualquier servicio brindado por el Estado a la comunidad.
De ahí que el problema que genera el tema en estudio no pasa por determinar la mayor o
menor onerosidad del proceso sino por decidir de manera equitativa quién debe hacerse
cargo de ella.
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Por supuesto, la respuesta es también alternativa: los propios litigantes (beneficiarios direc-
tos del servicio) o el conjunto de la comunidad (beneficiarios eventuales).
Para decidir al respecto, bueno es presentar diferenciadamente las dos aristas que se ven
con facilidad sobre el tema: el coste del servicio y el de la defensa.
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En otras palabras: parece claro –y en cuanto a la intervención de los letrados, por ejemplo–
que si un abogado actúa como mandatario de la parte que litiga, ésta debe abonar la retribu-
ción que cubra adecuadamente el ejercicio del contrato de mandato. A la postre, esto es só-
lo el cumplimiento de elemental obligación de todo mandante: la de abonar al mandatario lo
actuado en virtud del convenio (CC, 1627 y 1952).
Distinto es el caso cuando se trata se establecer si ese pago puede ser repetido de otro liti -
gante, particularmente de quien ha perdido el pleito.
Para ello, es menester generar en él un obligación civil que no tiene su origen en el contrato
sino en otras fuentes de las obligaciones: o la propia ley o la culpa o el dolo (incardinando el
tema en fuente que no es el contrato ni la ley: delito o cuasidelito).
Y eso es, precisamente, lo que hace todo juzgador (los jueces de cualquier grado o instan-
cia, los conjueces, los árbitros y los arbitradores) cuando impone costas: genera una obliga-
ción inexistente hasta ese momento, y que muestra un deudor, un acreedor y una prestación
de dar suma de dinero que se establecerá al tiempo de regular los honorarios del caso. Ade-
más, y esto es obvio, debe tener una causa (CC, 500): y eso es, precisamente, lo que lleva
a la consideración del punto que sigue.
Para establecer un sistema de imposición de costas, el legislador debe partir de una regla
general obvia de toda obviedad: cada parte procesal debe pagar de su peculio sus propias
costas y la cuota proporcional que le corresponde en las comunes1.
A estos efectos, son costas propias las que se producen con motivo de la actuación indivi-
dual de cada uno de los litigantes y son costas comunes las producidas por la actividad con-
junta de ellos o del órgano judicial, cuando procede de oficio (por ejemplo, medidas para
mejor proveer).
Y, ahora, para que el juez pueda efectuar la correspondiente imposición, el legislador nor-
mará el tema con criterios diferentes según la posición que muestre frente a la fuente de
obligación que elija al efecto: ordenará la aplicación de un criterio que puede ser objetivo (la
fuente de la obligación es la ley) o subjetivo (tal fuente es la culpa –o el dolo– como genera-
doras de la responsabilidad que explica el tema) y que, luego se verá, muestran diferentes
contenidos y argumentos para sostenerlos.
Pero lo que debe quedar en claro es que, sistémicamente, no pueden juntarse ambos crite-
rios pues son claramente antagónicos.
Veamos seguidamente el tema.
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Ya se verá luego en el texto que no es esto lo que ha ocurrido, por ejemplo, en el CPCN ni en los
demás que lo han tenido como norte, en los cuales se establece que la regla general es la de que el
vencido paga las costas. Con lo que el tema queda sin solución cuando, por ejemplo, no hay venci-
miento, toda vez que no hay regla anterior a la cual ocurrir.
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Y ello, conforme con antigua enseñanza de Chiovenda: “debe impedirse en lo posible que la
necesidad de servirse del proceso para la defensa de un derecho controvertido se convierta
en daño para quien se ve constreñido a demandar o a defenderse en juicio para pedir justi-
cia”.
Y eso es lo que se logra, precisamente, con la imposición de costas que debe soportar el
vencido cual simple consecuencia del vencimiento.
Como se ve, se trata de un criterio puramente objetivo: el que pierde paga, no importando al
efecto las razones que tuvo para resistir la pretensión pues la regla no sufre ni puede sufrir
influencias subjetivas que le harían perder su objetividad.
Si bien se mira, es la regla más justa que puede ser imaginada y no deja margen alguno pa -
ra imponer la arbitrariedad judicial tan en boga actualmente a partir de la actuación al mar-
gen de la ley de los jueces decisionistas que pululan por toda América al socaire de los códi-
gos procesales.
Claro está que la regla del vencimiento debe tener excepciones también objetivas que han
de ser prolijamente establecidas en la ley a fin de evitar situaciones de injusticia notoria. Y
con ello, como luego se verá, se arma un sistema coherente y hermético como el que se ha-
lla vigente en el CPC de la Provincia de Santa Fe.
En otros códigos, en cambio, las excepciones a la regla objetiva de la derrota siguen
pautas subjetivas, introduciendo asistémicamente la arbitrariedad en algunos casos
(v. CPCN, 68; CPCBA, 68).
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Art. 58: “Condena al actor: cuando resultare de los antecedentes del proceso que el demandado se
ha allanado a la demanda dentro del término para contestarla y que no ha dado motivo a su interposi-
ción, el actor será condenado a pagar todas las costas y costos del proceso. También podrá conde-
narse en costas y costos al actor cuando el demandado hubiere efectuado un allanamiento parcial y
la sentencia sólo acoja la demanda en parte”. Art. 59: “Condena en caso de litisconsorcio: tratándose
de condenada al pago de costas y costos del proceso contra litisconsortes, el tribunal, atendidas las
circunstancias del caso, determinará si la condena es solidaria o la forma en que habrá de dividirse
entre aquéllos”. Art. 60: “Responsabilidad del apoderado: el apoderado podrá ser condenado en cos-
tas y costos, solidariamente con su representado, cuando de su actividad procesal surja, en forma
manifiesta, que existe mérito para ello”. Por lo demás, si se lee con detenimiento la magna obra que
gira alrededor del tema gracias a la pluma del grande e indiscutible maestro Couture, se advertirá que
no tiene en cuenta a la ley como fuente de la obligación de imponer costas.
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Conforme con este criterio, la índole subjetiva del asunto se utiliza tanto para eximir de cos -
tas al litigante vencido como para imponerlas al vencedor.
Fácil es advertir ahora que si la imposición de costas es una sanción que el juez hace a un
litigante a base de un criterio puramente subjetivo, es posible que −razonando ahora a partir
de su propia subjetividad− crea que el perdedor no merezca la sanción y, así, la obvie.
En otras palabras: que la perdone y, a consecuencia de ello, no imponga costas al vencido.
Con lo cual los respectivos costes habrán de ser soportados por los diferentes interesados
en calidad de mandantes y sin poder repetir de la contraparte lo que deban abonar al efecto
por haber litigado. Y todo, gracias a ese perdón judicial.
Cabe aclarar ahora que la eximición de costas al vencido sólo alcanza a las que correspon-
den a las de la parte vencedora, nunca a las propias, que siempre corren a su cargo.
Aunque en el fondo subyace en esta tesitura un criterio de justicia que permite premiar, por
ejemplo, la razón probable o plausible para litigar, el resultado adverso por un abrupto cam-
bio jurisprudencial o por inusuales dificultades probatorias, etc., no puede ser aceptada des-
de una óptica puramente sistémica.
Y es que todo lo que se aparta de la pura objetividad que he defendido con tenacidad en el
curso de esta obra, facilita grandemente el ejercicio de la arbitrariedad que, entronizada des-
de hace años en la Justicia argentina, nos ha llevado a la caótica y cuasi terminal situación
actual.
Por eso es que el abandono del criterio objetivo debe hacerse excepcionalmente, con inter-
pretación altamente restrictiva y, en todo caso, explicando adecuadamente el juez la razón
por la cual ordena a su arbitrio la eximición de las costas del perdedor a favor del vencedor.
Por todo esto es que explicaré seguidamente el tema desde la aceptación del criterio objeti-
vo y a partir de la idea que muestra que no necesariamente en la culpa debe buscarse la
fuente de la imposición de costas: la ley es también una de las fuentes de las obligaciones y
con sólo mencionarla y adjudicarle esa naturaleza a las costas se obvia toda discusión acer-
ca del tema.
4. LA CONDENA EN COSTAS
Ya expliqué antes que cuando el juez impone o condena en costas a una de las partes pro-
cesales, genera en su cabeza una verdadera obligación del derecho civil cuyo cumplimiento
puede llegar a ser constreñido por su acreedor.
Para lograr este efecto debe decirlo expresamente en una sentencia o en resolución dictada
a tal fin. Y para esto utiliza diversos sintagmas, diciendo impongo las costas a… o, más sim-
plemente, con costas.
Caso de no decirlo así, no se genera obligación alguna 3 y, a raíz de ello, cada parte debe
soportar el pago de sus propias costas, conforme con la aplicación del contrato de mandato.
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Incurre el actor en pluspetición al demandar el cumplimiento de una prestación de dar canti-
dades de cosas o de dinero, cuando pretende más de lo que le corresponde percibir confor-
me con el derecho que alega.
Pero, al menos en doctrina, no basta esta sola circunstancia objetiva para que quepa sin
más la condena en costas al actor, aunque gane por la porción a la cual tiene derecho. Por
lo contrario, es menester que el demandado -al contestar- se allane al pago de la suma de
dinero que, a la postre, coincida con la otorgada al actor mediante la sentencia, salvo que el
valor de la condena dependa legalmente del arbitrio judicial (determinación del valor del da-
ño moral, por ejemplo), o de dictamen de peritos, o de rendición de cuentas a hacerse opor -
tunamente o, finalmente, que la reducción por la sentencia de la pretensión deducida sea in-
ferior a un vigésimo de lo reclamado.
No todas las leyes siguen estrictamente con este más que razonable patrón: por ejemplo,
CPC Paraguay no exige la importantísima circunstancia del allanamiento del demandado y
de su correlación con el monto acordado por la sentencia. Y como ello genera numerosas y
gravísimas injusticias, alguna jurisprudencia ha intentado paliar el problema aunque con re-
lativo éxito pues se sabe que una golondrina no hace verano.
Cabe hacer final referencia a casos muy puntuales que se observan en algunas legislacio-
nes en los cuales invocadas y defendidas razones de justicia hacen que el ganador del plei-
to deba asumir el pago de las costas. Los supuestos son:
a) iniciación tardía de pretensión de repetición de lo pagado en juicio ejecutivo;
b) allanamiento del demandado a la demanda anticipada de juicio de desalojo sin estar ven-
cido aún el plazo contractual. Hay códigos como el de Santa Fe, por ejemplo, que también lo
contemplan;
c) el de la defensa del perdedor en juicio de usucapión seguido contra propietario desconoci-
do. La circunstancia apuntada hace menester la designación de un defensor ad hoc del pro-
pietario rebelde que, por carecer de toda posibilidad de recibir instrucciones al respecto, de-
be cumplir el deber legal de negar puntualmente todos los hechos fundantes de la preten-
sión a fin de provocar el contradictorio y la producción de la prueba que los confirme. Dentro
de ese mismo deber, tendrá que recurrir toda resolución adversa a los intereses de su repre-
sentado, generando así más honorarios.
Ello motivó que el maestro Couture se ocupara del tema y generara una categoría diferente
de imposición de costas: en razón del beneficio obtenido con el resultado del proceso.
Hoy creo que la idea, aunque eventualmente justa, no puede integrar un sistema objetivo
cual el del vencimiento. Que el ganador deba adelantar los gastos de la defensa del ausen-
te, es cosa diferente a que deba oblarlos exclusivamente y sin más en lugar de éste que, a
la postre, ha dado lugar al juicio con su propio desinterés por la cosa usucapida;
d) el del jus superveniens: promediando los años ’70 se puso de moda en el país una ten-
dencia jurisprudencial con fuerte basamento doctrinario llegado desde Italia.
A la sazón, se encontraba vigente la corriente que enseñaba que el contenido de la senten-
cia no debía apartarse ni un ápice de la litis contestatio porque precisamente ella formaba la
relación sustancial que debía ser objeto del juicio. De tal forma, el debate quedaba confor-
mado en ese momento y las circunstancias fácticas aparecidas posteriormente no podían al-
terarlo.
Esta tesis, que se aplicaba irrestrictamente tanto a la legitimación en la causa como al inte-
rés para obrar, perdió vigencia a partir de la aceptación de actuar el juez en la sentencia un
derecho sobreviniente.
Empezó a aceptarse, entonces, la existencia de un jus superveniens para indicar que, si an-
dando el pleito y por acontecimiento sobrevenido después de la traba de la litis se modifica-
ba una situación de hecho vigente al tiempo de la contestación de la demanda, también que-
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daba modificada y sin más la correspondiente situación de derecho (por ejemplo, la muerte
o incapacidad sobreviviente del sujeto).
Detallándolo concretamente, se decía que “la aplicación rigurosa del principio de que la ley
debe actuarse siempre como si fuese en el momento de la demanda llevaría a dos conse-
cuencias prácticas: a) que el juez no debería tener en cuenta los hechos extintivos del dere-
cho, posteriores a la presentación de la demanda y b) que no debería tener en cuenta los
hechos constitutivos del derecho y de la acción posteriores a la demanda. De este rigor en
ambas aplicaciones hay huellas en el Derecho Romano clásico. En el Derecho Moderno, tal
rigor se encuentra sin embargo amortiguado por el principio de la economía de los juicios.
Consecuentemente, el juez falla tanto si: a) absuelve al demandado si el derecho se ha ex-
tinguido durante el litigio. En este caso, no pudiéndose declarar infundada la demanda, la
absolución está motivada por la extinción de la materia de discusión y b) acoge la demanda
si el hecho se ha verificado durante el litigio (jus superveniens). En este caso, es necesario,
sin embargo, que no se trate de demanda nueva según los principios de la identificación de
las acciones” (debe leerse pretensiones en la terminología de la moderna doctrina procesal):
la prohibición, por consiguiente, de cambiar la demanda durante el transcurso del litigio y,
por lo tanto, de cambiar la causa petendi, no excluye que pueda ser hecha valer una causa
superveniens, cuando ésta sea o se relacione directamente con el mismo hecho jurídico que
fue afirmado existente en la demanda judicial y que en aquel momento no existía todavía;
así: en la reivindicación, la posesión del demandado; en la acción hereditaria, la muerte del
de cujus; la necesidad en la demanda de alimentos y casos semejantes. En todos estos su-
puestos, las costas del litigio deben recibir una regulación especial”.
Aplicando tales conceptos, se acogió jurisprudencialmente la tesis –aun vigente– que ense-
ña que “si una pretensión resulta admisible a causa de un hecho ocurrido con posterioridad
a la contestación de la demanda, debe ser acogida, pero las costas han de imponerse de
acuerdo con el estado de la litis al momento de su traba”.
Muchas de estas ideas se presentan, por ejemplo, en el CPCN, pero sólo excepcionalmente
en el CPCSF, que consagra minuciosamente reglas que pueden ser consideradas acepta-
bles pues si bien actúan en función de costas sanción y no de costas reparaciòn, lo hacen
en supuestos muy puntuales y en modo alguno toleran que el juez pueda eximir de costas a
su omnímoda voluntad. Las vemos seguidamente.
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7ª regla: Aun sin ostentar carácter de vencido (CPCSF, 251) o, a veces, la calidad de parte
procesal, carga con las costas respectivas:
a) el autotitulado gestor que no acredita tempestivamente la existencia del mandato
invocado (CPCSF, 42);
b) el gestor que asume la representación de parientes ausentes del país y no es ratificado
tempestivamente en su gestión (CPCSF, 43);
c) el que retira un expediente y no lo devuelve, no obstante el apremio (CPCSF, 58);
d) el actor que presenta tardíamente los documentos habilitantes de la demanda (CPCSF,
137);
e) el interesado que solicita la apertura de período probatorio con el objeto de demorar la
causa (CPCSF, 155);
f) el interesado que presenta tardíamente documentos (en segunda instancia), salvo que
acredite no haber tenido antes conocimiento de ellos (CPCSF, 185);
g) la parte que produce prueba pericial, si la contraria manifestó no tener interés en ella y en
definitiva no resulta necesaria para la solución del pleito (CPCSF, 198);
h) el actor (o reconviniente) que desiste de su pretensión (CPCSF, 229) salvo que se
produzca ante la prescripción alegada por el demandado (o reconvenido), siempre que ella
sea decisiva en el pleito art. (CPCSF, 251, 3°), en cuyo caso se aplica la 1ª regla;
i) el apelante, cuando se opera la perención de la segunda instancia (CPCSF, 241);
j) el embargante que deja caducar la medida cautelar por no promover demanda
tempestivamente (CPCSF, 286); esta norma se aplica supletoriamente para el caso de
medida preparatoria caduca;
k) el tercerista de dominio que incoa su demanda extemporáneamente (CPCSF, 325);
l) el postor en remate por cuya culpa no tiene efecto la venta (CPCSF, 497);
m) el tercero embargante de fecha anterior que no hace saber tempestivamente su derecho
de precedencia (CPCSF, 506);
n) el actor en juicio oral, que no concurre sin justificación a la audiencia de vista de causa
(CPCSF, 559);
o) el impugnante de la cuenta particionaria en juicio sucesorio que no concurre sin
justificación a la audiencia convocada para lograr acuerdo sobre la partición (CPCSF, 612);
p) el insano, en juicio de declaración y cesación de incapacidad (CPCSF, 684 y 685).
8ª regla: Aun ostentando el carácter de vencedor, el actor carga con las costas en casos
especiales:
a) cuando incurre en plus petición al demandar (se pide más de lo que corresponde), con la
condición precisa de que el contrario se allane a la reclamación hasta el límite establecido
en la sentencia (CPCSF, 253), salvo que el valor de la condena dependa legalmente del
arbitrio judicial, de dictamen de peritos, de rendición de cuentas o que la reducción de la
pretensión sea inferior a un vigésimo (5%) (CPCSF, 253), en cuyo caso se aplica la 2ª regla;
b) cuando repite lo pagado en virtud de sentencia ejecutiva, si incoa la demanda después de
cuatro meses de ejecutoriada aquélla (CPCSF, 483);
c) cuando el demandado se allana tempestivamente en demanda anticipada de desalojo
(CPCSF, 518). La norma ha sido extendida al caso de no contestarse la demanda por
jurisprudencia plenaria (CPCSF, 375) de las Cámaras de paz letradas de la provincia en
autos Wasseman contra Funes, de fecha 07.06.79 (ver Zeus, 17-J/148).
9ª regla: Caso de vencimientos recíprocos, las costas se compensan o se distribuyen
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proporcionalmente al éxito obtenido (CPCSF, 252) salvo que la reducción de una pretensión
vencida sea relativamente insignificante (CPCSF, 252), en cuyo caso se aplica la 2ª regla.
10ª regla: Por no haber vencimiento objetivo, las costas se distribuyen por su orden (1ª
regla) en:
a) la declaración de perención de la primera instancia (CPCSF, 241);
b) el incidente de arraigo, cuando el demandado desiste de su incidencia después de
rendida la prueba de la solvencia del actor (CPCSF, 331);
c) el incidente de pobreza, cuando el demandado no se opone a la pretensión del actor
(CPCSF, 333);
d) el juicio oral, cuando ambas partes no concurren sin justificación a la audiencia de vista
de causa (CPCSF, 559).
11ª regla: En caso de declaración de nulidad las costas las carga el sujeto (partes o juez)
que la causó (CPCSF, 251, 1°; 254 y LOPJSF, 66).
12ª regla: El CPCSF reitera el sistema del vencimiento (1ª regla) especialmente en:
a) el caso de que el condenado a no hacer quebrante su obligación, respecto del coste
necesario para reponer las cosas a su estado anterior (CPCSF, 262);
b) el caso de que el condenado a hacer o a escriturar no lo haga tempestivamente, respecto
del coste necesario para la recepción de la obligación o el otorgamiento de la escritura
(CPCSF, 265);
c) el caso de acreedores que iniciaron o continuaron el trámite de declaratoria de herederos
cuando triunfan en sus pretensiones contra la masa (CPCSF, 588).
13ª regla: No obstante la exención de pago de gastos judiciales que tiene todo
establecimiento público de beneficencia, personas jurídicas que se dedican a obras de
caridad y quienes han obtenido carta de pobreza, deben abonar las costas en caso de ser
condenados si tienen bienes con qué hacerlo (CPCSF, 34). Si el pobre vence en el pleito
debe pagar las costas causadas por su defensa hasta la concurrencia de la tercera parte de
los valores que reciba (CPCSF, 337), al igual que si caduca su calidad (CPCSF, 339).
14ª regla: Los funcionarios del ministerio público no responden personalmente por las costas
causadas por su intervención (CPCSF, 259).
15ª regla: Aunque el CPC no refiere al tema, tanto la doctrina como la jurisprudencia son
uniformes en cuanto a la condena en costas en caso de convalidación del derecho, operada
después de la demanda (jus superveniens) o de extinción del derecho, en las mismas
condiciones (omnia indicia esse absolutoria): se imponen conforme con la situación jurídica
imperante al momento de demandar.
Como se señalara, el régimen legal de costas del CPCN y el CPCBA parten del
principio general objetivo de imposición al derrotado (que no es absoluto) y, aún
cuando no se soliciten, debe el juez imponerlas de oficio. Puede eximir al litigante
vencido total o parcialmente de pagar las del vencedor cuando encuentre mérito para
ello, expresándolo en su pronunciamiento bajo pena de nulidad (v. CPCN, 68;
CPCBA, 68).
Además, se fijan una serie de pautas sin perjuicio de otras normas especiales que se
encuentran disenimadas
Las primeras se hallan en CPCN, 68/77; CPCBA, 68/77, e indican principalmente
que:
a) No se sustanciarán nuevos incidentes promovidos por quien hubiere sido
condenado al pago de las costas en otro anterior, mientras no satisfaga su importe o
lo dé a embargo, salvo incidencia planteada en el curso de las audiencias (CPCN, 69;
CPCBA, 69, que en vez de “incidencia” menciona “incidente”).
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b) Toda apelación sobre imposición de costas (y regulación de honorarios) se
concederá en efecto diferido, salvo cuando el expediente deba ser remitido a la
Cámara como consecuencia del recurso deducido por alguna de las partes contra la
resolución que decidió el incidente (CPCN, 69 in fine; CPCBA, 69 in fine).
c) No se impondrán costas al vencido en caso de allanamiento y conforme lo
determinado por el CPCN, 70; CPCBA, 70 en cuanto a requisitos, forma y
oportunidad.
d) De mediar vencimiento parcial y mutuo en el proceso prinicipal o en sus incidentes,
las costas se compensarán o se distribuirán prudencialmente por el juez en
proporción al éxito obtenido por cada uno de ellos (CPCN, 71; CPCBA, 71).
e) En caso de que un litigante incurriere en pluspetición inexcusable, se lo condenará
en costas, si la otra parte hubiese admitido el monto hasta el límite establecido en la
sentencia. Si no hubiese existido dicha admisión o si ambas partes incurrieren en
pluspetición, rige el CPCN, 71; CPCBA, 71. No se considera pluspetición a los
efectos de imponer costas cuando el valor de la condena dependiese legalmente del
arbitrio judicial, de juicio pericial o de rendición de cuentas o cuando las pretensiones
de la parte no fuesen reducidas por la condena en más de un veinte por ciento
(CPCN, 72; CPCBA, 72, el cual no prevé la falta de admisión en su segundo párrafo).
f) En proceso finalizado por transacción o conciliación, las costas deben imponerse
en el orden causado (agregando el CPCN, 73 “respecto de quienes celebraron el
avenimiento; en cuanto a las partes que no lo suscribieron, se aplicarán las reglas
generales”). Si se extingue por desistimiento, las costas serán a cargo de quien
desiste, salvo cuando se debiere exclusivamente a cambios de legislación o
jurisprudencia. Se exceptúa lo que pudieren acordar las partes en contrario (CPCN,
73; CPCBA, 73). Remata el CPCN, 73 que “declarada la caducidad de la primera
instancia, las costas del juicio deberán ser impuestas al actor”.
g) Si se declara nulidad en el procedimiento por causa imputable a una de las partes,
serán a su cargo las costas producidas desde el acto o la omisión que dio origen a la
nulidad (CPCN, 74; CPCBA, 74).
h) En los casos de litisconsorcio, las costas se distribuirán entre los litisconsortes,
salvo que por la naturaleza de la obligación correspondiere la condena solidaria.
Además, se dan facultades al juez de distribuir las costas cuando el interés de cada
litisconsorte muestre grandes diferencias, en proporción a ese interés (CPCN, 75;
CPCBA, 75).
i) En el CPCN, 76 si el actor se allanase a la defensa o excepción de prescripción
opuesta, las costas se distribuirán en el orden causado. El CPCBA no contiene norma
similar: su artículo 76 está agregado con algunas diferencias como último parrafo del
CPCN, 70.
j) Finalmente, se establecen reglas para determinar el alcance de la condena en
costas: 1. comprenden todos los gastos causados u ocasionados por la sustanciación
del proceso y los que se hubiesen realizado para evitarlo, mediante el cumplimiento
de la obligación; 2. los correspondientes a pedidos desestimados serán a cargo de la
parte que los efectuó u originó, aunque la sentencia le fuere favorable en lo principal;
3. no serán objeto de reintegro los gastos superfluos o inútiles; 4. si los gastos fuesen
excesivos, el juez podrá reducirlos prudencialmente (CPCN, 77; CPCBA, 77). Añade
el CPCN, 77 un párrafo que limita a los peritos intervinientes a reclamar de la parte no
condenada en costas hasta el cincuenta por ciento de los honorarios que le fueran
regulados, sin perjuicio de lo dispuesto en el CPCN, 478. A su turno, el CPCN, 136
refiere que incluye los gastos de las notificaciones en la condena en costas
(comprendiendo las que se realizan por radiodifusión, CPCN, 148 in fine). En cambio,
el CPCBA, 144 in fine excluye los gastos de la notificación por telegrama colacionado
de la condena en costas, al igual que la practicada por radiodifusión (v. CPCBA, 148
in fine).
En relación a otras reglas de carácter particular o especial relacionadas con las
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costas, v. CPCN, 6, 1°; CPCBA, 6, 1° (competencia), CPCN, 29; CPCBA, 29
(recusación con expresión de causa maliciosa), CPCN, 46; CPCBA, 46 (justificación
de la personería de los padres), CPCN, 48; CPCBA, 48 (gestor procesal), CPCN, 52;
CPCBA, 52 (responsabilidad), CPCN, 60, 63 y 66; CPCBA, 60 y 63 (proceso en
rebeldía), CPCN, 83 y 84; CPCBA, 83 y 84 (beneficio de litigar sin gastos), CPCN, 97;
CPCBA, 97 (tercerías), CPCN, 145; CPCBA, 145 (edictos), CPCN, 161, 3°; CPCBA,
161, 3° (sentencias interlocutorias), CPCN, 163, 8°; CPCBA, 163, 8° (sentencias
definitivas), CPCN, 207; CPCBA, 207 (caducidad de medidas cautelares), CPCN,
218; CPCBA, 218 (prioridad del primer embargante), CPCN, 279; CPCBA, 274
(adecuación de costas y honorarios por resolución revocatoria o modificatoria dictada
en cámara), CPCN, 354 in fine; CPCBA, 352 in fine (admisión de excepciones),
CPCN, 374 (prueba a producir en el extranjero), CPCBA, 372 (plazo extraordinario de
prueba), CPCN, 461 (consultor técnico), CPCN, 463; CPCBA, 461 (anticipo de gastos
para peritajes), CPCN, 500, 3°; CPCBA, 498, 3° (cobro de honorarios regulados en
concepto de costas), CPCN, 528; CPCBA, 526 (desconocimiento de firma en la
preparación de la vía ejecutiva), CPCN, 539, 558, 561; CPCBA, 537, 556 y 557 (juicio
ejecutivo), CPCN, 584; CPCBA, 585 (postor remiso), CPCN, 590; CPCBA, 590
(preferencia de sumas depositadas), CPCN, 591; CPCBA, 589 (liquidación), CPCN,
634; CPCBA, 628 (declaración de incapacidad e inhabilitación), CPCN, 667; CPCBA,
664 (mensura), CPCN, 688; CPCBA, 677 (desalojo), CPCN, 725; CPCBA, 760
(reclamos por inclusión o exclusión de bienes del inventario sucesorio), CPCN, 732;
CPCBA, 767 (oposición a la partición), CPCN, 742; CPCBA, 780 (demanda de
constitución de tribunal arbitral), CPCN, 772; CPCBA, 810 (juicios arbitrales y de
amigables componedores), CPCN, 773 (peritaje arbitral).
Por su parte, la Ln 16986, 14 establece que en los juicios de amparo que regula (por
acto u omisión de autoridad pública) las costas se impondrán al vencido, pero no
habrá condena en costas si antes del plazo fijado para contestar el informe previsto
en su artículo 8° cesa el acto u omisión en que se fundó el amparo.
En la Provincia de Buenos Aires, la garantía de amparo se consigna en la CBA, 20, 2°
a favor del Estado en sentido lato o de los particulares, por acto, hecho, decisión u
omisión proveniente de autoridad pública o de persona privada que lesione o
amenace, en forma actual o inminente con arbitrariedad o ilegalidad manifiesta, el
ejercicio de los derechos constitucionales individuales y colectivos. Las costas
―según la nueva Lp 13928, 19― se impondrán al vencido; no habrá condena en
costas si antes del plazo fijado para la contestación de demanda o del informe
circunstanciado, cesara el acto u omisión que motivó el amparo. Además, el juicio de
amparo estará exento del pago de la Tasa por Servicios Judiciales, sellado y de todo
otro impuesto o tributo (Lp 13928, 20).
malicia que merezca la nota de temeridad, sin perjuicio de lo que dispone la ley procesal. Se conside-
ran costas todos los tributos, incluido el del pago de la vicésima, así como los honorarios de los peri-
tos, depositarios, tasadores y demás auxiliares del tribunal. Se consideran costos, los honorarios de
los abogados y de los procuradores” (Redacción hecha por ley 16603 del 19.10.94. para adaptar el
texto original al Código General del Proceso).
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Y no se ha reparado en que, por ejemplo, cuando recae una condena en costas respecto de
una pretensión constitutiva o meramente declarativa, no hay obligación alguna a la cual la
obligación de costas pueda acceder. Lo que, por sí solo, debe abatir esta tendencia interpre-
tativa.
Todo esto no surge de la ley sino de alguna corriente jurisprudencial que se ha convertido
en mayoritaria con el correr de los años.
El tema se vincula estrechamente con la posibilidad de apelar una imposición de costas con-
tenida en sentencia que es intrínsecamente inapelable, por así disponerlo la ley 6 pues, de
ser las costas accesorias de lo principal, ellas devienen también en inapelables por simple
aplicación lógica de los conceptos.
Pero esto es grave error que, a más de reñir con elemental sentido de justicia, produce da -
ños que muchas veces son definitivos por irreparables: cuando ha mediado error en la con-
dena o se han regulado honorarios excesivos que no hay norma alguna que los autorice, el
nuevo deudor a causa de la condena en costas carece de toda oportunidad de que un tribu-
nal controle lo actuado al efecto por el juez inferior. Y, por cierto, contra expresas disposicio-
nes de pactos internacionales que reclaman siempre la posibilidad de tal control en cuanto a
los hechos y al derecho.
En mi vida judicial me tocó ocuparme del tema y, por supuesto, propicié la apelabilidad de
toda suerte de imposición de costas, por no aceptar la posibilidad jurídica de que puedan ser
consideradas accesorias de nada.
6
Por ejemplo, la resolución denegatoria de una petición de quiebra, y la que pone fin de la revisión
prevista por el art. 37 de la ley 24522, y la que rechaza una pretensión incidental de declaración de
caducidad de instancia, y los autos en general referidos a la materia probatoria en casi todos los CPC,
etc..
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