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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Duque del Deseo


Maiden Lane Series (12)
Elizabeth Hoyt
Traducción: Manatí y Lectura Final: MyriamE

Una Dama de la Luz


Refinada, amable e inteligente, Lady Iris Jordan se convierte en el
improbable objetivo de un diabólico secuestro. Sus captores son los
malvados Lores del Caos. Cuando uno de los Lores enmascarados -¡y
desnudos! - la lleva a su carruaje, ella le dispara... sólo para descubrir que
puede haber sido un poco precipitada.

Un Duque en la más Profunda Oscuridad


Cínico, con cicatrices y melancólico, Raphael de Chartres, el Duque de
Dyemore, ha convertido en su misión personal infiltrarse en los Lores del
Caos y destruirlos. Rescatar a Lady Jordan nunca estuvo en sus planes.
Pero ahora que los Lores quieren matarlos a ambos, sólo tiene una opción:
casarse con la dama para mantenerla a salvo.

Atrapados en una Red de Peligros... Y de Deseo


Para irritación de Raphael, Iris insiste en ser el tipo de duquesa que se
involucra en su vida... y en su cama. Pronto se siente atraído tanto por su
rápido ingenio como por su ardiente pasión. Pero cuando Iris descubre que
el pasado de Raphael puede ser aún más peligroso que el presente, vacila.
¿Será su amor lo suficientemente fuerte como para resistir no sólo a los
Lores del Caos sino también a los propios demonios de Raphael?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

¡Para nuestros lectores!

El libro que estás a punto de leer, llega a ti debido al trabajo


desinteresado de lectoras como tú. Gracias a la dedicación de los
fans este libro logró ser traducido por amantes de la novela
romántica histórica—grupo del cual formamos parte—el cual se
encuentra en su idioma original y no se encuentra aún en la versión
al español, por lo que puede que la traducción no sea exacta y
contenga errores. Pero igualmente esperamos que puedan disfrutar
de una lectura placentera.
Es importante destacar que este es un trabajo sin ánimos de
lucro, es decir, no nos beneficiamos económicamente por ello, ni
pedimos nada a cambio más que la satisfacción de leerlo y
disfrutarlo. Lo mismo quiere decir que no pretendemos plagiar esta
obra, y los presentes involucrados en la elaboración de esta
traducción quedan totalmente deslindados de cualquier acto
malintencionado que se haga con dicho documento. Queda
prohibida la compra y venta de esta traducción en cualquier
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delito contra el material intelectual y los derechos de autor, por lo
cual se podrán tomar medidas legales contra el vendedor y
comprador.
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trabajo, en especial el autor, por ende, te incentivamos a que sí
disfrutas las historias de esta autor/a, no dudes en darle tu apoyo
comprando sus obras en cuanto lleguen a tu país o a la tienda de
libros de tu barrio, si te es posible, en formato digital o la copia física
en caso de que alguna editorial llegué a publicarlo.
Esperamos que disfruten de este trabajo que con mucho cariño
compartimos con todos ustedes.
Atentamente
Equipo Book Lovers

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Uno
Érase una vez un pobre cantero...
—De El Rey Roca

ABRIL 1742
Considerando lo extremadamente aburrida que había sido su vida hasta
ese momento, Iris Daniels, Lady Jordan, había descubierto una forma
bastante pintoresca de morir.
Las antorchas flameaban en altas estacas clavadas en el suelo. Su luz
parpadeante en la noche sin luna hizo que las sombras saltaran y se
agitaran sobre los hombres enmascarados agrupados en un círculo
alrededor de ella.
Los hombres enmascarados desnudos.
Sus máscaras no eran simples máscaras negras. No. Llevaban extrañas
formas de animales o aves. Vio un cuervo, un tejón, un ratón y un oso con el
vientre peludo y una virilidad roja y torcida.
Se arrodilló junto a una gran losa de piedra, un primitivo monolito
caído traído aquí hace siglos por gente ya olvidada. Tenía las manos
temblorosas atadas delante de ella, el pelo le caía sobre la cara, su vestido
estaba en un estado escandaloso y sospechaba que podía apestar, resultado
de haber sido secuestrada más de cuatro días antes.
Frente a ella se encontraban tres hombres, los artífices de esta horrible
farsa.
El primero llevaba una máscara de zorro. Era delgado, pálido y, a juzgar
por su vello corporal, pelirrojo. En el interior de su antebrazo tenía tatuado
un pequeño delfín.
El segundo llevaba una máscara con la apariencia de la cara de un joven
con uvas en el pelo -el dios Dionisio, si no se equivocaba- que,
curiosamente, era mucho más aterradora que cualquiera de las máscaras de
animales. Llevaba un tatuaje de un delfín en la parte superior del brazo
derecho.
El último llevaba una máscara de lobo y era más alto por una cabeza que
los otros dos. Su vello era negro, se mantenía en pie con un aire tranquilo de
poder, y también llevaba un tatuaje de delfín, directamente en el saliente

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del hueso de la cadera izquierda. La posición del mismo atraía la atención
hacia los…atributos masculinos del hombre.
El hombre de la máscara de lobo no tenía nada de qué avergonzarse.
Iris se estremeció de asco y apartó la mirada, encontrándose
accidentalmente con la mirada burlona del lobo.
Levantó la barbilla en señal de desafío. Sabía lo que era este grupo de
hombres. Eran los Lores del Caos, una odiosa sociedad secreta compuesta
por aristócratas que disfrutaban de dos cosas: el poder y la violación y
destrucción de mujeres y niños.
Iris tragó saliva y se recordó a sí misma que era una dama -su familia se
remontaba casi a la época del Conquistador- y que, como tal, tenía que
mantener su nombre y su honor.
Estas... criaturas podrían matarla -y cosas peores-, pero no le quitarían
su dignidad.
—¡Mis Lores!, —gritó el Dionisio, levantando los brazos por encima de
su cabeza en un gesto teatral que mostraba muy poco gusto, pero entonces
se dirigía a un público de hombres desnudos y enmascarados—. Lores, les
doy la bienvenida a nuestras fiestas de primavera. Esta noche hacemos un
sacrificio especial: ¡la nueva Duquesa de Kyle!
La multitud rugió como bestias esclavizadas.
Iris parpadeó. La Duquesa de...
Miró rápidamente a su alrededor.
Por lo que podía ver en la macabra luz parpadeante de las antorchas, ella
era el único sacrificio en evidencia, y ciertamente no era la Duquesa de Kyle.
La conmoción comenzó a calmarse.
Iris se aclaró la garganta. —No, no lo soy.
—Silencio, —siseó el Zorro.
Ella entrecerró los ojos hacia él. En los últimos cuatro días había sido
secuestrada cuando volvía a casa de la boda de la verdadera Duquesa de
Kyle, había sido atada, encapuchada y arrojada al suelo de un carruaje,
donde había permanecido mientras el carruaje pasaba por un camino tras
otro lleno de baches, y luego, al llegar a este lugar, la habían metido en una
pequeña cabaña de piedra sin ningún tipo de fuego. Estaba hambrienta y
sólo tenía unos pocos vasos de agua para beber. Por último, pero no menos
importante, la obligaron a hacer sus necesidades en un cubo.
Todo ello le había dado demasiado tiempo para contemplar su propia
muerte y la tortura que la precedería.

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Podía estar aterrorizada y sola, pero no iba a rendirse a los planes de los
Lores sin luchar. Por lo que veía, no tenía nada que perder y, muy
posiblemente, su vida.
Así que ella levantó la voz y dijo claramente y en voz alta: —Se han
equivocado. Yo no soy la Duquesa de Kyle.
El Lobo se volvió hacia el Dionisio y habló por primera vez. Su voz era
profunda y humeante. —Tus hombres secuestraron a la mujer equivocada.
—No seas tonto, —le espetó el Dionisio—. La capturamos tres días
después de su boda con Kyle.
—Sí, volviendo a casa a Londres desde la boda, —dijo Iris—. El Duque
de Kyle se casó con una joven llamada Alf, no conmigo. ¿Por qué iba a dejar
al duque si acababa de casarme con él?
El Dionisio rodeó al Zorro, haciendo que el otro hombre se encogiera.
—Me dijiste que la viste casarse con Kyle.
El Lobo se rió sombríamente.
—¡Miente!, —gritó el Zorro, y saltó hacia ella, con el brazo levantado.
El Lobo se abalanzó, agarró el brazo derecho del Zorro, se lo retorció
por detrás de la espalda y golpeó al otro hombre hasta dejarlo de rodillas.
Iris se quedó mirando y sintió que un temblor le sacudía el cuerpo.
Nunca había visto a un hombre moverse con tanta rapidez.
Ni con tanta brutalidad.
El Lobo se inclinó sobre su presa, ambos hombres jadeaban, sus cuerpos
desnudos sudaban. El hocico de la máscara del Lobo presionaba el
vulnerable cuello doblado del Zorro. —No. Toques. Lo. Que. Es. Mío.
—Suéltalo, —ladró el Dionisio.
El Lobo no se movió.
Las manos de Dionisio se cerraron en puños. —Obedéceme.
El Lobo finalmente apartó su máscara del cuello del Zorro para mirar al
Dionisio. —Tienes a la mujer equivocada, un sacrificio corrupto, uno que
no es digno de la revelación. Yo la quiero.
—Ten cuidado, —murmuró el Dionisio—. Eres nuevo en nuestra
sociedad.
El Lobo inclinó la cabeza. —No tan nuevo.
—Tal vez recién reincorporado, entonces, —respondió el Dionisio—.
Todavía no conoces nuestras costumbres.

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—Sé que, como anfitrión, tengo derecho a reclamarla, —gruñó el
lobo—. Ella me pertenece.
El Dionisio inclinó la cabeza como si estuviera considerando. —Sólo
con mi permiso.
El Lobo abrió los brazos bruscamente, soltando al Zorro y poniéndose
de nuevo en pie con elegancia. —Entonces, con tu permiso, —dijo, sus
palabras tenían un toque de burla.
La luz del fuego brillaba en su pecho musculoso y sus fuertes brazos.
Estaba de pie con un aire de mando fácil.
¿Qué haría que un hombre con semejante poder natural se uniera a esta
espantosa sociedad?
Los demás miembros de los Lores del Caos no parecían contentos con la
idea de que les arrebataran su principal entretenimiento de la noche
delante de sus narices. Los enmascarados que la rodeaban murmuraban y se
movían, con un inquieto miasma de peligro flotando en el aire nocturno.
Cualquier chispa podría hacerlos estallar, se dio cuenta de repente Iris.
—¿Y bien?, —preguntó el Lobo al Dionisio.
—No puedes dejarla ir, —dijo el Zorro a su líder, poniéndose en pie. En
su pálida piel empezaban a aparecer marcas rojas—. ¿Por qué demonios le
haces caso? Es nuestra. Vamos a tomar nuestra parte de ella y...
El Lobo lo golpeó en un lado de la cabeza, un golpe terrible que hizo
que el Zorro volara hacia atrás.
—Mía, —gruñó el Lobo. Volvió a mirar a Dionisio—. ¿Diriges a los
Lores o no?
—Creo que es más que evidente que yo lidero a los Lores, —dijo
Dionisio, incluso cuando el murmullo de la multitud se hizo más fuerte—.
Y creo que no es necesario que demuestre mi temple entregándote a esta
mujer.
Iris tragó saliva. Se peleaban por ella como perros salvajes por un trozo
de carne. ¿Era mejor que el Lobo la reclamara? No lo sabía.
El Lobo se interpuso entre Iris y Dionisio, y ella vio cómo se tensaban
los músculos de sus piernas y nalgas. Se preguntó si Dionisio se había dado
cuenta de que el otro hombre se estaba preparando para la batalla.
—Sin embargo, —continuó el Dionisio—, puedo concedértela como un
acto de... caridad. Disfrútala de la manera que creas conveniente, pero cuida
que su corazón no siga latiendo cuando salga el próximo sol.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris aspiró un suspiro ante la repentina sentencia de muerte. Dionisio
había ordenado su asesinato con la misma naturalidad con la que pisaría un
escarabajo.
—Mi palabra, —dijo el Lobo, y la mirada temerosa de Iris voló hacia él.
Dios mío, estos hombres eran monstruos.
El Dionisio inclinó la cabeza. —Tu palabra, oída por todos.
Un gruñido bajo salió de detrás de la máscara de lobo. Se agachó, agarró
las muñecas atadas de Iris y la puso en pie. Ella tropezó con él mientras
atravesaba la masa de enmascarados furiosos. La multitud se abalanzó
sobre ella, empujándola desde todos los lados con los brazos y los codos
desnudos hasta que el Lobo finalmente la liberó.
La habían traído a este lugar encapuchada, y por primera vez vio que se
trataba de una iglesia o catedral en ruinas. Las piedras y los arcos rotos
asomaban en la oscuridad, y ella tropezó más de una vez con los escombros
cubiertos de maleza. La noche primaveral era fría lejos de los fuegos, pero el
hombre de la máscara de lobo, que caminaba desnudo en la oscuridad, no
parecía afectado por los elementos. Continuó su paso hasta que llegaron a
un camino de tierra y a varios carruajes que esperaban.
Se acercó a uno de ellos y, sin preámbulos, abrió la puerta y la empujó al
interior. —Espera aquí. No grites ni intentes escapar. No te gustará mi
respuesta.
Y con esa ominosa declaración la puerta se cerró. Iris se quedó jadeando
de terror en el oscuro y vacío carruaje.
Inmediatamente intentó abrir la puerta del carruaje, pero él la había
bloqueado o atascado de alguna manera. No se abría.
Podía oír las voces de los hombres en la distancia. Gritos y llantos. Dios
mío. Sonaban como una manada de perros rabiosos. ¿Qué le haría el Lobo a
ella?
Necesitaba un arma. Algo -cualquier cosa- con la que defenderse.
Se apresuró a palpar la puerta -un picaporte, pero no pudo arrancarlo-,
una pequeña ventana, sin cortinas, las paredes del carruaje... nada. Los
asientos eran de terciopelo. Caros. A veces, en los carruajes mejor hechos,
los asientos...
Tiró de uno.
Se levantó.
Dentro había un pequeño espacio.
Metió la mano y palpó una manta de piel. Nada más.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Maldita sea.
Podía oír la voz gruñona del Lobo justo fuera del carruaje.
Desesperadamente se lanzó al asiento opuesto y lo levantó. Metió la
mano.
Una pistola.
La amartilló, rezando para que estuviera cargada.
Se giró y apuntó a la puerta del carruaje justo cuando ésta se abrió.
El Lobo se asomó a la puerta, todavía desnudo, con un farol en una
mano. Vio que los ojos detrás de la máscara se dirigían a la pistola que
sostenía entre sus manos atadas. Giró la cabeza y dijo algo en un idioma
incomprensible a alguien de fuera.
Iris sintió que su respiración entraba y salía de su pecho.
Subió al carruaje y cerró la puerta, ignorándola por completo a ella y a la
pistola que lo apuntaba. El Lobo colgó el farol en un gancho y se sentó en el
asiento de enfrente.
Finalmente la miró. —Deja eso.
Su voz era tranquila. Serena.
Con una pizca de amenaza.
Ella retrocedió hasta la esquina opuesta, lo más lejos posible de él,
sosteniendo la pistola en alto. A la altura de su pecho. Su corazón latía tan
fuerte que casi la ensordecía. —No.
El carruaje se puso en movimiento, haciéndola tropezar antes de que se
controlara.
—D-dígales que detengan el carruaje, —dijo, tartamudeando de terror a
pesar de su determinación—. Déjeme ir ahora.
—¿Para qué te violen hasta la muerte ahí fuera? —Inclinó la cabeza para
indicar a los Lores—. No.
—En el próximo pueblo, entonces.
—Creo que no.
Él la alcanzó y ella supo que no tenía otra opción.
Le disparó.
La explosión lo hizo volar hacia el asiento y lanzó sus manos hacia
arriba y hacia atrás, la pistola pasó por poco de su nariz.
Iris se puso en pie. La bala había desaparecido, pero aún podía utilizar
la pistola como cachiporra.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
El Lobo estaba tirado en el asiento, con la sangre saliendo de un agujero
en el hombro derecho. Su máscara se había desprendido de la cara.
Se acercó y se la quitó.
Y entonces se quedó sin aliento.
El rostro que quedó al descubierto había sido antes tan hermoso como
el de un ángel, pero ahora estaba horriblemente mutilado. Una cicatriz de
color rojo vivo partía de la línea de nacimiento del cabello en el lado
derecho de la cara, atravesando la ceja y saltándose el ojo, pero abriendo un
surco en la mejilla delgada y atrapando el borde del labio superior,
haciéndolo torcer. La cicatriz terminaba en un trozo de carne perdido en la
línea de la severa mandíbula del hombre. Tenía el pelo negro como la tinta
y, aunque ahora estaban cerrados, Iris sabía que tenía unos ojos grises como
el cristal, sin emociones.
Lo sabía porque lo reconocía.
Era Raphael de Chartres, el Duque de Dyemore, y cuando había bailado
con él -una vez- hacía tres meses en un baile, había pensado que se parecía
a Hades.
Dios del inframundo.
Dios de los muertos.
Ahora no tenía motivos para cambiar de opinión.
Entonces él jadeó, sus ojos de cristal congelados se abrieron y la miró
fijamente. —Mujer idiota. Estoy tratando de salvarte.

Raphael hizo una mueca de dolor, sintiendo que el tejido cicatrizado del
lado derecho de su cara tiraba de su labio superior. Sin duda, el movimiento
convirtió su boca en una grotesca mueca.
La mujer que le había disparado tenía los ojos del color del cielo de los
páramos justo después de una tormenta: cielo azul-gris después de nubes
negras. Ese tono particular de azul había sido una de las pocas cosas que su
madre había encontrado hermosas en Inglaterra.
Raphael estaba de acuerdo.
A pesar del miedo que brillaba en ellos, los ojos azul-gris de Lady
Jordan eran hermosos.
—¿Qué quiere decir con que quiere salvarme? —Ella todavía sostenía la
pistola como si estuviera lista para golpearlo en la cabeza si se movía, la
pequeña cosa sedienta de sangre.

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—Quiero decir que no tengo la intención de violarte y matarte. —Años
de angustia y sueños de venganza, seguidos de meses de planificación para
infiltrarse en los Lores del Caos, sólo para que todo se viniera abajo por
culpa de unos ojos azul-gris. Era un maldito idiota—. Sólo quería alejarte del
libertinaje de los Lores del Caos. Por extraño que parezca, creí que estarías
agradecida.
Sus hermosas cejas se juntaron sospechosamente sobre esos ojos. —Le
prometió a Dionisio que me mataría.
—Mentí, —dijo él—. Si hubiera querido hacerte daño, te aseguro que te
habría atado como a un ganso de Navidad. Notarás que no lo hice.
—Oh, Dios mío. —Ella parecía afectada mientras arrojaba la pistola,
mirando su hombro ensangrentado—. Esto es un desastre.
—Bastante, —dijo entre dientes apretados.
Raphael miró su hombro. La herida era una masa de carne destrozada,
la sangre bombeando desde dentro a un ritmo constante. Esto no era
bueno. Tenía la intención de tenerla segura en el camino de vuelta a
Londres esta noche, custodiada por sus hombres. Si Dionisio se enteraba de
que ella le había disparado, de que estaba debilitado...
Gruñó y trató de sentarse contra el vaivén del carruaje, mirándola a ella,
a esa mujer a la que sólo había visto realmente una vez.
La había visto por primera vez en un salón de baile donde había ido a
reunirse con miembros de los Lores del Caos. En aquel antro de corrupción,
plagado de sus enemigos, ella había destacado, pura e inocente. Él le había
advertido que abandonara aquel peligroso lugar. Luego, cuando regresó
sola a su carruaje, él la acompañó para asegurarse de que llegara a salvo.
Y eso habría sido todo, si no hubiera descubierto que estaba casi
comprometida con el Duque de Kyle, un hombre al que se le había
encomendado, por orden del Rey, la arriesgada tarea de acabar con los
Lores del Caos. Raphael sabía que mientras Kyle persiguiera a los Lores,
Lady Jordan estaría en peligro. Por ello, Raphael había pasado no poco
tiempo preocupado por ella. Incluso había llegado a seguirla hasta la finca
de Kyle.
Allí la había visto casarse con Kyle, o eso creía.
En ese momento Raphael se había visto obligado a dar por terminado el
asunto. La protección de Lady Jordan ya no era su preocupación, sino la de
su marido. Raphael podría resistirse a admitirlo, pero Kyle estaba más que
a la altura de la tarea de proteger a su esposa. Si Raphael había sentido
alguna pequeña punzada de añoranza... bueno, se había asegurado de

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enterrarla en lo más profundo, donde moriría de forma natural por falta de
luz.
Pero ahora...
Fue como si su corazón, previamente detenido, se sacudiera y
comenzara a latir de nuevo. —¿De verdad no eres la Duquesa de Kyle?
—No. —Ella se acercó a él, y él se sorprendió de lo suaves que eran sus
manos. Ella no tenía motivos para ser amable con él, no después de lo que
había pasado esta noche. Sin embargo, le puso las dos pequeñas palmas
sobre el brazo izquierdo -el lado ileso- y lo ayudó a levantarse. Se tambaleó
por el carruaje en movimiento y medio cayó en el asiento de enfrente.
—Yo también te vi casada con Kyle, —dijo Raphael de manera
uniforme.
Ella le echó una mirada. —¿Cómo? Alf y Hugh se casaron dentro de su
casa de campo. El Rey estaba allí, y le aseguro que había guardias por todas
partes.
—Vi a Kyle besarte en el jardín en la celebración posterior, —dijo él—.
Puede que hubiera guardias, pero te aseguro que se olvidaron de registrar el
bosque que da al jardín.
—En verdad fue conveniente que confundiera el asunto, ya que estaba
espiando, —dijo ella con acritud—. No recuerdo que Hugh me haya besado,
pero sí lo hizo fue de manera fraternal. Somos amigos. De todos modos, no
importa. Sea lo que sea que haya imaginado que vio, no estoy casada con
Hugh.
Cerró los ojos un momento, preguntándose por qué se había molestado
en moverlo, cuando sintió el bulto de una alfombra de pieles amontonada
sobre su cuerpo desnudo. Ni siquiera se había dado cuenta de que estaba
temblando.
Ah, por supuesto. La alfombra que se había guardado en el banco en el
que había estado sentado. —Sin embargo, era bien sabido en Londres que
ibas a casarte con el Duque de Kyle.
—Dejamos que los chismosos pensaran que yo era la novia en la boda
porque su verdadera esposa no tiene familia ni nombre. —Ella sacudió la
cabeza—. Será un escándalo cuando se sepa la noticia. ¿Por eso me ha
salvado? ¿Porque pensaba que yo era la duquesa?
—No. —Raphael abrió los ojos y observó cómo ella desenvolvía el fichu
de su cuello, dejando al descubierto un profundo escote. Sus pechos eran
dulcemente vulnerables. Miró a un lado. Esas cosas no eran para alguien
tan manchado como él—. Te habría rescatado en cualquier caso, duquesa o
no.

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—¿Pero por qué? —Apartó la piel de su hombro y apretó con fuerza el
endeble fichu contra la herida.
Él inhaló, sin molestarse en responder a su disparatada pregunta.
¿Pensaba ella que era un demonio?
Pero ella acababa de verlo asistiendo a lo que en el fondo era un rito
demoníaco.
—Tiene que detener el carruaje, —decía ella—. No puedo detener la
hemorragia. Necesita un médico. Debería...
—Estamos cerca de mi casa, —dijo él, cortándola—. Llegaremos
pronto. Sigue presionando. Lo estás haciendo bien. Atiendes una herida
casi tan bien como bailas.
Su mirada azul-grisácea se dirigió a la de él, muy sorprendida. —No
estaba segura de que me reconociera del baile.
Esto era íntimo, su cara tan cerca de la de él. Él desnudo y ella con la
parte superior de sus pechos al descubierto. Se sintió confundido por la
desesperada tentación. Podía olerla, por encima del olor de su propia
sangre, un tenue aroma a flores.
No a madera de cedro, gracias a Dios.
—Eres difícil de olvidar, —murmuró.
Ella frunció el ceño como si no supiera si la halagaba o la insultaba. —
¿Por eso me rescató? ¿Porque me conocía de aquel baile?
—No. —En absoluto. No había sabido a quién pretendía sacrificar
Dionisio esta noche. No sabía que iba a haber un sacrificio, aunque por
supuesto era una posibilidad. ¿Habría rescatado a cualquier mujer?
Tal vez.
Pero en el momento en que la vio, supo que tenía que actuar. —Pareces
extrañamente competente en el manejo de una herida de bala.
—Mi difunto marido James era un oficial del ejército de Su Majestad,
—dijo ella—. Le seguí en campaña por el continente. Hubo momentos en
los que atender una herida se convirtió en algo muy útil.
Él tragó saliva, observándola por debajo de los párpados entreabiertos,
tratando de pensar. No podía permitirse el lujo de mostrar debilidad en
estos lugares; por eso había traído a sus propios sirvientes de Córcega. Los
Lores del Caos eran poderosos en esta zona. Si el Dionisio descubría que
estaba herido, él -y ella- estarían en peligro. El Dionisio ya la quería muerta
y esperaba que Raphael la matara.
Una idea perversa se introdujo en su mente.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ella era una tentación, una tentación dirigida a su única debilidad.
Había caminado solo durante mucho tiempo. Durante toda su vida, en
realidad. Nunca pensó en buscar a otro. En permitir cualquier luz en su
oscuridad.
Pero ella estaba aquí, a su alcance. Dejarla ir de nuevo estaba más allá de
su control en este momento. Estaba debilitado, mareado, perdido. Dios mío,
quería quedársela para él.
Y el medio para convencerla de que se quedara con él acababa de caer en
su regazo.
—La sangre ha empapado mi fichu. —Sonaba molesta, pero no
histérica. Era una mujer fuerte, más fuerte de lo que él se había dado cuenta
cuando la sacó del jolgorio.
Tomó su decisión. —Tienes que casarte conmigo.
Sus hermosos ojos se abrieron de par en par en lo que parecía una
alarma. —¿Qué? No. No voy a...
Él se levantó y le agarró la muñeca con la mano izquierda. Las dos
manos de ella se apretaron firmemente sobre su herida. Su piel era cálida y
suave. —Dionisio me ordenó que te matara. Si...
Ella trató de retroceder. —No va a...
Apretó su frágil muñeca, sintiendo el latido de su corazón. Sintiendo
este momento en el tiempo.
Aprovechándolo.
—Escucha. Quería llevarte a salvo en el camino a Londres esta noche.
Eso no es posible ahora que estoy herido. La única manera de protegerte es
desposándote. Si eres mi duquesa, tendrás mi nombre y mi dinero para
protegerte cuando vengan, y créeme, los hombres de Dionisio vendrán por ti.
Necesitan silenciarte, porque ahora sabes demasiado sobre los Lores del
Caos.
Ella resopló. —Antes creían que era la Duquesa de Kyle. Eso
ciertamente no me protegió.
—Yo soy un duque totalmente diferente a Kyle, —respondió con
rotunda seguridad. Subió la otra mano y desató la cuerda que rodeaba sus
muñecas—. Y también tengo mis sirvientes.
Ella frunció el ceño hacia sus muñecas liberadas y luego hacia él. —
¿Cómo evitarán que me asesinen?
—Son Corsos -valientes y leales hasta el extremo- y tengo más de dos
docenas—. Se había pasado la vida lleno de rabia, dolor y ansias de
venganza. Nunca había pensado en el matrimonio. Esto era una fantasía.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Una aberración. Una desviación del estricto camino que había establecido
para su vida. Sin embargo, no pudo encontrar dentro de sí mismo la
posibilidad de resistirse—. Mis hombres sólo responden ante mí. Si eres mi
esposa -mi familia y mi duquesa- te protegerán con sus vidas. Si muero a
causa de tu herida de bala y no te casas conmigo, puede que te vean con
mucho menos favoritismo.
Su regordeta boca se abrió con indignación. —¿Me chantajearía para que
me casara? ¿Está loco?
Oh, ciertamente. Probablemente en ambos sentidos. —Estoy herido. —Arqueó
una ceja—. Y tratando de salvar tu vida. Podrías intentar darme las gracias.
—¿Darle las gracias? Yo...
Afortunadamente el carruaje se detuvo antes de que ella pudiera
articular lo que pensaba de esa idea.
Raphael sujetó con firmeza la muñeca de la dama mientras se abría la
puerta, revelando a Ubertino, uno de sus hombres de mayor confianza.
Ubertino tenía casi cuarenta años, era un hombre bajo, con un pecho de
barril y el pelo canoso recogido en una trenza apretada. Los ojos azules y
brillantes del corso se abrieron de par en par en su rostro bronceado al ver
la sangre de su amo.
—Me han disparado, —le dijo Raphael—. Llama a Valente y a Bardo y
dile a Nicoletta que venga.
Ubertino se volvió para gritar las órdenes en corso a los otros hombres
que estaban detrás de él y luego subió al carruaje.
Lady Jordan retrocedió con recelo.
—Dile a Ivo que lleve a la dama a la abadía, —ordenó Raphael. No le
extrañaría que huyera una vez fuera del carruaje.
—¿Ella hizo esto, Su Excelencia? —murmuró Ubertino en corso
mientras ponía su hombro contra el lado malo de Raphael.
Raphael gruñó y se puso en pie, apretando la mandíbula. No se
desmayaría. —Un malentendido simplemente. Lo olvidarás.
—Creo que será difícil de olvidar, —dijo Ubertino.
Con cuidado, bajaron los dos escalones del carruaje.
Tenía frío. Mucho frío.
—Sin embargo, así lo ordeno. —Raphael se detuvo y miró fijamente al
criado. En otra vida podría haber contado a este hombre como su más
antiguo amigo—. La protegerás pase lo que pase.
El corso inclinó la cabeza. —Como desee, Su Excelencia.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Valente y Bardo llegaron corriendo a la entrada.
Valente, el más joven de los dos, empezó a hacer preguntas en corso,
pero Ubertino lo cortó. —Escucha a lu duca.
Raphael tenía las manos en un puño. No iba a caer aquí ante sus
hombres. —Vayan al vicario del pueblo. ¿Conocen su casa, junto a la iglesia
inglesa?
Ambos hombres asintieron.
—Despiértenlo y tráiganlo aquí. —Podía sentir la sangre que corría por
su costado, extrañamente caliente contra el frío de su cuerpo—. No dejen
que nada de lo que diga o haga los aparte de su tarea. Dense prisa.
Valente y Bardo corrieron a los establos.
Sólo sabían unas pocas palabras en inglés. El vicario bien podría pensar
que le estaban robando o algo peor. Raphael debería escribir una carta
explicando el asunto.
Pero no había tiempo.
Detrás de ellos, Lady Jordan exclamó: —¡Quíteme las manos de encima,
señor!
Raphael levantó la voz. —Ivo sólo le está ayudando a entrar en mi casa,
milady. —Ahora debía tratarla con más respeto
—¡No deseo que me ayuden!
Se giró para verla mirándolo furiosamente, con su cabello rubio
formando un halo alrededor de su cabeza a la luz de la linterna del carruaje,
y sintió que sus labios se torcían. Era realmente extraordinaria.
Lástima que no pudiera convertirla en su esposa en la realidad.
Su mirada pasó por delante de él y se dirigió a la fachada del edificio que
tenía detrás, y luego se ensanchó en lo que parecía ser horror. —¿Este es su
hogar?
Él también se giró para mirar. La abadía era antigua. La estructura
original había sido un torreón fortificado, al que se habían hecho añadidos
y modificaciones a lo largo de los siglos, primero por los monjes y luego,
tras la disolución de los monasterios, por generaciones de sus antepasados.
Aquí había pasado la mayor parte de su infancia. Donde su madre había
exhalado su último aliento. El lugar que esperaba no volver a ver.
Su boca se torció. —Hogar podría ser un poco exagerado.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Dos
El cantero vivía con sus dos hijas en una pequeña cabaña al borde de una gran llanura árida de
roca.
Era un lugar desolado y en él habitaban pocos seres divinos, pero el cantero encontró muchas
piedras y, como nunca había aprendido otro oficio, allí se quedó....
—De El Rey Roca

El edificio que se alzaba ante Iris se alzaba como un gigante en


descomposición a la luz parpadeante de la linterna, de alguna manera
sombrío y ominoso.
El edificio que se alzaba ante Iris se alzaba como un gigante decadente a
la luz parpadeante de la linterna, de alguna manera sombría y prohibitiva a
la vez.
—¿Qué es este lugar?, —susurró ella.
—La Abadía de Dyemore, —respondió el duque.
Incluso ahora, su voz era una sensual carraspera contra las
terminaciones nerviosas de ella. Su piel estaba pálida y sudorosa, y su
horrible cicatriz destacaba como una serpiente roja retorciéndose por el
lado derecho de su cara.
—Venga, —dijo él y se volvió hacia la entrada.
Ella no quería entrar con él en esta espantosa mansión. No confiaba del
todo en él, herido o no. Puede que él la haya salvado de una violación y un
asesinato inmediatos, pero había participado en ese jolgorio esta noche.
Obviamente era un miembro de los Lores del Caos.
Y los Dionisios le habían ordenado que se asegurara de que ella
guardara sus secretos. Que la matara.
Sin embargo, el ceñudo sirviente a su derecha -Ivo- no le dio opción. Su
firme agarre en el codo la obligó a avanzar y cruzar un camino de grava.
Sólo una ventana tenía luz, un tenue resplandor interior, como si
luchara por no extinguirse bajo las toneladas de piedras de color marrón
oscuro que formaban la Abadía de Dyemore. La mansión debía de tener
cuatro o cinco pisos, con ventanas rectangulares situadas en lo más
profundo de la fachada. Detrás de la monolítica torre central se alzaban
formas escarpadas, como si hubiera una cordillera de otras alas o ruinas
más allá.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
El duque subió los escalones de la fachada con la ayuda de su criado. La
puerta estaba arqueada, pero sobre ella estaba el rostro sobredimensionado
de un demonio o gárgola, que sostenía el dintel de la ventana superior. La
gárgola los miraba con la boca abierta en una mueca.
Iris se estremeció.
Evidentemente, a los duques de Dyemore no les preocupaba dar la
bienvenida a los invitados a su sede ducal.
La puerta se abrió, y una mujer regordeta comenzó inmediatamente a
parlotear en corso.
Debía ser Nicoletta. Era mayor -quizás en su quinta década- y su pelo
negro estaba retirado de su rostro fruncido y oculto bajo una sencilla gorra
blanca. La mujer sostenía una vela en una mano y parecía estar regañando
al criado que ayudaba al duque. El criado que había asistido al duque desde
el carruaje dijo algo, y todos los corsos miraron a Iris.
Les había dicho quién había disparado a su señor; ella lo sabía. Los ojos
negros de Nicoletta se estrecharon.
Su mirada no era benigna.
Iris se estremeció, recordando las palabras del duque. Sus sirvientes la
culparían, con razón, de su herida. ¿Había alguna forma de explicarse? Pero
la mayoría de ellos no hablaban inglés, y ella no sabía corso.
Además, la herida de Dyemore era su culpa. Fuera lo que fuera el duque,
la había salvado de los Lores del Caos, y ella le había pagado disparándole.
Dios. Parpadeó para contener las lágrimas repentinas. Sus nervios
estaban tensos por los días de incertidumbre y miedo, y ahora saber que
había hecho esto a otro, incluso en defensa de su propia persona...
Iris tragó y enderezó la espalda. No debía quebrarse ahora. No debía
mostrar debilidad cuando no sabía quiénes eran esas personas o si querían
hacerle daño.
Dyemore soltó algo en corso en ese momento, y los sirvientes apartaron
la vista de ella, moviéndose de nuevo.
La condujeron al interior de la casa. Iris trató de tragarse su aprensión
mientras los corsos hablaban en su propio idioma y el agarre de Ivo en su
brazo se mantenía firme. El vestíbulo era grandioso -suelos de mármol,
paneles de madera tallada y techos altos que podrían estar pintados-, pero
era frío y tenue. La única luz era la de la vela de la criada.
La Abadía de Dyemore parecía... muerta.
Iris se sacudió el pensamiento mórbido mientras seguía a la comitiva
hacia el vestíbulo de entrada. Al fondo, subieron a unas amplias escaleras

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
que conducían a un rellano con otra escalera que se ramificaba en cada
extremo. Los retratos se asomaban desde las paredes en la penumbra
mientras tomaban los escalones de la derecha. En el nivel superior,
Nicoletta les indicó el camino hacia una gran sala de estar y el calor, por fin.
Cerca del fuego -el único punto de luz en la cavernosa habitación-
Dyemore se hundió pesadamente en una enorme silla con respaldo.
Uno de los hombres le sirvió una copa de vino de una jarra de cristal.
—Me disculpo por mi falta de hospitalidad, —dijo Dyemore después
de dar un sorbo al vino—. La mayoría de mis corsos están vigilando la casa
en el exterior. Es imperativo que no se pasee por la abadía. Algunas de las
habitaciones están cerradas por una razón. No se acerque a ellas.
Sus palabras eran arrogantes y se recostó en la silla como si fuera un
trono, pero su rostro era positivamente gris.
Ella desvió la mirada. No podía mirarlo. Por lo que le había hecho. —
Debe acostarse.
—No, —lo oyó decir, con su voz profunda y uniforme, como si
estuvieran discutiendo el precio de las cintas en Bond Street—. El vicario
llegará pronto. Permaneceré erguido. Debemos ocultar la verdad de mi
lesión a los Lores el mayor tiempo posible.
La cabeza de ella se levantó al oír eso. —Está desnudo bajo esa piel y
sangrando. ¿Cómo va a ocultar su herida al vicario? Esto es ridículo.
Hizo un movimiento impaciente hacia él, pero Ivo la retuvo.
—¡Suélteme!
El corso la miró fijamente.
Ella extendió su mano libre hacia Dyemore. —Dígaselo.
Él la miró un momento, con sus ojos grises vidriosos, y ella se preguntó
si estaba empezando a perder el sentido. Señor, si se desmayaba ahora sería
un desastre. Sus sirvientes se volverían contra ella.
Dyemore dijo algo en corso a Ivo, y el criado la soltó.
Inmediatamente estaba al otro lado de la habitación e inclinada sobre el
duque.
Nicoletta siseó su descontento.
Iris la ignoró. —Pregúntele a su sirvienta si tiene vendas para detener la
hemorragia. Y dígale a sus hombres que traigan un médico del pueblo de
inmediato.
Con el rabillo del ojo vio a Nicoletta salir de la habitación. ¿Entendía el
inglés?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—No. —Los ojos de Dyemore estaban sobre ella, tranquilos, fríos y sin
emoción, aunque debía estar sufriendo—. No hace falta un doctor. No
confío en nadie en el pueblo. Puede vendarlo usted misma, si debe hacerlo.
—Oh, creo que debo hacerlo, —contestó ella con acritud—. La bala
sigue en su hombro y hay que sacarla.
Él parpadeó lentamente. —No tenemos tiempo para que extraiga la
bala. Mis hombres volverán pronto con el vicario. Vende la herida para que
no sangre. Ubertino me ayudará a ponerme algo de ropa.
—Esto es una locura, —murmuró Iris, pero se movió para hacer lo que
él le pedía. Tal vez había caído bajo algún hechizo. Tal vez se había vuelto
loca por su reclusión en aquella horrible cabaña en la que la habían
encerrado los Lores del Caos.
Tal vez todo esto fuera un sueño y pronto despertaría en su aburrida
habitación, a salvo en la casa de su hermano en Londres.
Pero ella era una mujer práctica, una mujer poco dada a los desmayos o
a los delirios, y sabía muy bien que aquello no era un sueño. Se trataba de
un hombre real que sangraba bajo sus manos, con una piel sólida y
demasiado fría.
No había tocado a un hombre así desde que James había muerto cinco
años antes.
Parpadeó y se miró los dedos, manchados con la sangre escarlata de
Dyemore. La herida estaba en el hombro derecho del duque, un agujero
irregular y rezumante debajo de la clavícula. No parecía haber roto el hueso
allí. Eso era una suerte, al menos.
Nicoletta regresó con otros dos sirvientes masculinos que la seguían,
con los brazos llenos de ropa, vendas y jarras de agua.
Iris alcanzó una de las vendas, pero la criada se la arrebató primero.
—Deja que la dama se encargue, —ladró Dyemore—. Tiene experiencia
en atender las heridas de los soldados.
La corsa frunció los labios, pero le dio la venda a Iris.
—Gracias, —murmuró Iris al aceptarla.
En realidad, suponía que no podía culpar a Nicoletta. Evidentemente,
era muy leal al duque y no se fiaba que la misma mujer que le había
disparado lo cuidara ahora.
Iris tomó la venda, la mojó en el agua que tenía uno de los hombres y
comenzó a limpiar lo peor de la sangre. La piel de Dyemore era más oscura
que la suya, notablemente, fría y suave. Dejó a un lado la venda sucia y

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
dobló una limpia hasta tener una almohadilla gruesa. La colocó sobre la
herida.
—Sujete esto, por favor, —le dijo a la regordeta sirvienta.
Nicoletta volvió a fruncir los labios, pero hizo lo que le pedía.
Iris enrolló tiras más largas alrededor del pecho de Dyemore y sobre su
hombro.
Cuando Iris terminó, dio un paso atrás.
Dyemore se sentó en su silla, con la mandíbula apretada y la frente
perlada de sudor.
Él se encontró con su mirada y le dijo suavemente: —Lávese las manos,
por favor, milady. Nicoletta la ayudará con su peinado.
Iris parpadeó. No estaba segura de querer que la otra mujer se acercara
a su pelo, pero siguió a la sirvienta hasta un rincón del salón. Dos de los
criados la acompañaron, obviamente para evitar que saliera corriendo por
la puerta. Esto era una locura: la estaban preparando para casarse con
Dyemore, un hombre al que no conocía ni confiaba del todo.
Tardíamente, Iris se dio cuenta de que ni siquiera estaba segura de en
qué parte de Inglaterra se encontraban. La habían secuestrado en
Nottinghamshire, pero los Lores del Caos habían tardado varios días de
viaje en llevarla a su cabaña prisión. Incluso si saliera corriendo de la
Abadía de Dyemore, no sabría en qué dirección correr.
O a quién.
¿Tal vez podría conseguir la ayuda del vicario cuando llegara? ¿Indicarle
que se estaba casando bajo coacción? Pero él sería un hombre contra dos
docenas de corsos de Dyemore. Incluso si el vicario fuera el más valiente de
los hombres, ella no veía cómo podría prevalecer.
Y Dyemore tenía razón: los Lores del Caos irían tras ella cuando
descubrieran que aún vivía. La buscarían. La traerían de vuelta a sus
espantosas fiestas. O simplemente la asesinarían.
Él era su única seguridad.
Su única esperanza.
Nicoletta le peinó hábilmente el cabello enmarañado y le hizo un simple
nudo. Era rápida y competente. Y lo que es más importante, no descargó su
ira tirando del pelo de Iris.
—Gracias, —murmuró Iris a la mujer.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Nicoletta la miró a los ojos y asintió. Su suave boca seguía fruncida en
señal de desaprobación o irritación, pero sus ojos se habían calmado un
poco.
O al menos eso esperaba Iris.
Uno de los criados entró corriendo en la habitación. Dijo algo en corso.
Dyemore respondió: —Que suba el vicario—. Se volvió hacia Iris—.
Venga aquí, milady.
Ella tragó saliva. ¿Realmente iba a hacer esta locura? A diferencia de
otras viudas, ella no había tomado un amante discretamente. Había
esperado -tal vez ingenuamente- a un caballero que la estimara lo suficiente
como para convertirla en su esposa. Más que eso, quería ser apreciada la
próxima vez que se acostara con un hombre.
La próxima vez que se casara.
No quería otro matrimonio frío y sin amor.
Esto no era en absoluto lo que había planeado.
Dyemore la observó dudar. Se había vestido con una bata de seda negra
mientras Nicoletta le arreglaba el pelo a ella. Estaba abotonado hasta el
cuello, lo que le daba un aspecto severo y adusto. A simple vista, podría
pasar por un caballero que descansaba en su casa, tal vez un poco peor por
la bebida.
Le tendió el brazo bueno, con una mano autoritaria. —Vamos ahora. El
vicario está aquí. No tenemos mucho tiempo.
Debía parecer débil, sentado allí frente al fuego, con el rostro pálido y
enfermizo, el pelo negro hasta los hombros pegado al sudor en las sienes.
Parecía una figura descarnada de la muerte, aquí en el centro de esta casa
de la penumbra.
Pero sus ojos eran de un gris gélido y estaban controlados.
Ella deseaba desesperadamente saber lo que él estaba pensando.
Ya la había salvado una vez. ¿Qué otra opción tenía ella?
Iris cruzó la habitación y puso su mano en la palma de Hades.

Raphael agarró la mano de Lady Jordan con la nebulosa idea de que si la


dejaba ir, ella huiría de su abadía en descomposición. Lo dejaría aquí solo
en su casa de muerte y desesperación.
Le quitaría su luz.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Parpadeó, enderezándose. Le palpitaba el hombro, como si algún animal
se hubiera metido en su carne y estuviera royendo constantemente,
intentando llegar a su corazón.
Pero eso era una fantasía.
Necesitaba concentrar su mente. Mantenerla y protegerla, a esta mujer
de ojos grises azulados y dulces labios rosados.
Valente entró en la sala de estar. Detrás de él había un hombre pequeño,
con la peluca torcida en la cabeza afeitada. El hombre sostenía un libro
negro con ambas manos. Parecía completamente desconcertado y
aterrorizado.
Bardo se situó en la retaguardia, sobresaliendo por encima del vicario.
—Cree que lo asesinaremos, Su Excelencia.
Raphael asintió. —Vicario, ¿cómo se llama?
El hombre, que había estado mirando la cicatriz de Raphael con horror,
se estremeció. —Yo... Er, Jonathon Webberly, señor, pero debo protestar.
¿Quién es usted y qué...?
—Soy Raphael de Chartres, el Duque de Dyemore. —No tenía tiempo
para histrionismos—. Y envié por usted para que me casara con mi
prometida.
Acercó a Lady Jordan hacia él, ignorando cómo se ponía rígida.
La mirada del vicario se dirigió a ella. —Su Excelencia... Esto es... Esto
es muy inusual. Yo...
—¿Puede casarnos legalmente o no? —Raphael carraspeó.
—Yo... Sí, por supuesto que el matrimonio sería legal, Su Excelencia.
Estoy ordenado en la Iglesia de Inglaterra y sólo necesito registrar un
matrimonio. Pero esto es muy irregular, especialmente para un caballero de
su importancia. —El vicario se lamió los labios nerviosamente, mirando a
Lady Jordan—. Seguramente querrá publicar las amonestaciones y celebrar
sus nupcias en la iglesia del pueblo.
Lady Jordan hizo un movimiento abrupto.
Raphael apretó su mano alrededor de la de ella, manteniéndola quieta.
—¿Necesito publicar las amonestaciones o casarme en una iglesia para que
este matrimonio sea válido?
—No, Su Excelencia, —dijo el hombre, con aspecto afligido—. La
Iglesia, naturalmente, no ve con buenos ojos estas bodas apresuradas, pero
legalmente no es necesario publicar las amonestaciones. Es decir...

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Entonces no deseo retrasos. Deseo que nos casemos de inmediato. —
Miró fijamente al hombre con frialdad, muy consciente del impacto de su
rostro.
El Señor Webberly asintió espasmódicamente y abrió su libro.
Raphael se concentró en mantenerse alerta. Dejó que las palabras del
vicario lo inundaran, consciente de los dedos de ella en su mano todo el
tiempo.
Ella era... diferente a otras mujeres de alguna manera que él aún no
podía entender. Era más pura, más brillante, más dorada. Lo interpelaba a
un nivel animal. Su canción se había filtrado en sus venas, sus pulmones y
su hígado hasta que ya no podía separarla de su médula.
La necesitaba.
Y ahora se casaba con ella, Iris Daniels, Lady Jordan.
La idea era tan errónea como la de un petirrojo de primavera atado a un
cuervo de carroña.
Sin embargo, él no detendría esta monstruosidad. Es más, mataría a
cualquier hombre que intentara contradecirlo.
La deseaba.
Más allá de la razón. Más allá del honor y el buen gusto. Más allá de sus
propios votos y de las cosas que debía ver hechas en esta vida. Tal vez esto
era una locura.
O la maldad de su padre.
Si era así, había sucumbido.
El vicario siguió hablando hasta que llegó el momento de hacer los
votos. Raphael se volvió para ver si ella protestaba a estas alturas. Tal vez
llorar y decir que la estaban obligando a hacer esto. Suplicar al Señor
Webberly que la ayudara a salir de este espantoso lugar y de su
horriblemente marcado presunto esposo.
¿Pero cómo podía olvidar que ésta era la mujer que se había enfrentado
a él con una pistola? ¿Quien le había disparado sólo una hora antes?
Ella no era nada si no valiente.
Lady Jordan pronunció sus votos con voz fría y clara.
Él respondió a su vez, con su voz siempre sin emoción y firme.
El vicario los declaró marido y mujer y cerró su libro negro, levantando
la vista. Sus ojos se desviaron hacia el hombro herido de Raphael y se
ensancharon.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Raphael se dio cuenta de que su herida había sangrado a través de la
tela.
Señaló con la cabeza a Ubertino. —Págale bien.
El corso se inclinó, sacó una pesada cartera del bolsillo y se la entregó al
vicario.
Los ojos del inglés se abrieron de par en par. —Su Excelencia, esto es
mucho más de lo que estoy acostumbrado a recibir por una simple boda.
—Mi duquesa y yo apreciamos mucho sus molestias, —respondió
Raphael suavemente—. Y, por supuesto, esperaré de usted la máxima
discreción en este asunto, señor Webberly.
Cualquier temor de que hubiera sido demasiado sutil se desvaneció
cuando el vicario palideció. —Yo... yo... Sí, naturalmente, Su Excelencia.
—Bien. Valoro mucho mi privacidad. No me gustaría ser objeto de
chismes.
El hombre tragó saliva y retrocedió un paso, apretando su libro y su
bolso contra su pecho.
Raphael le hizo un gesto con la cabeza. —Mis hombres lo acompañarán
a casa.
—Gracias, Su Excelencia. —El vicario se apresuró a salir de la
habitación con Valente y Bardo cerca.
Raphael suspiró y dejó caer su cabeza contra el respaldo de la silla.
A su lado, su nueva duquesa se quejó. —Le ha dado un susto de muerte.
¿Era realmente necesario?
—Si los Lores del Caos se enteran de que estoy debilitado, nuestras
vidas correrán peligro. Por lo tanto, sí, definitivamente era necesario. —
Con un esfuerzo, abrió los ojos y la miró. Había sombras bajo sus ojos, y sus
labios rosa pálido estaban caídos. Una mancha de suciedad resaltaba su
pómulo izquierdo, y él tuvo el ridículo impulso de limpiarla—. Creo que
ahora me retiraré, si no le importa, madame.
Ella frunció las cejas con delicadeza. —No antes de que le quiten la bala
del hombro.
Sus párpados estaban muy pesados. —No creo que tal argumento sea
atractivo en una esposa.
—Tal vez debería haber pensado en eso antes, —replicó ella, pero su
tono era suave.
—Humph.
—Envíe a sus hombres por un cirujano.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Él abrió mucho los ojos para lanzarle una mirada. —Dijo que tenía
experiencia en heridas de bala.
—Sí, pero nunca he extraído una. —La cara de ella estaba llena de
miedo y, sin embargo, él aún detectaba un brillo bajo su cansancio
superficial.
Hizo a un lado la objeción. —Confío en usted y no tenemos otra opción.
Si los Lores del Caos descubren que estoy herido, serán como una manada
de lobos sobre un carnero cojo. No sobreviviré a la noche, y usted tampoco.
La oyó resoplar, pero su mano se deslizó bajo su hombro, instándolo a
levantarse. Entonces sus hombres también estaban allí, un apoyo mucho
más fuerte. Podía caminar. No se dejaría transportar, maldita sea. No en la
casa de su padre.
Las escaleras eran difíciles, los peldaños intentaban hacerlo tropezar,
pero llegaron al piso de arriba. Pasaron a duras penas por las habitaciones
del duque y finalmente llegaron a las de la duquesa, las que habían sido de
su madre.
Se tumbó en la cama con una gratitud que casi abrumaba sus sentidos.
—Necesitaré un cuchillo y un par de pinzas o tenazas, si las tiene, —
dijo su esposa con cortesía, casi disculpándose.
—¿Confía en esta mujer con un cuchillo en su carne, Su Excelencia? —
gruñó Ubertino en corso, mientras Nicoletta salía trotando de la
habitación.
Con esfuerzo, Raphael abrió los ojos y simplemente miró a sus
sirvientes reunidos, uno por uno, y dijo en inglés: —Ahora es su ama, su
duquesa. La respetarán. ¿Entienden?
Oyó a su duquesa respirar con fuerza.
Hubo un murmullo de acuerdo por parte de sus sirvientes.
—No soy yo a quien juran lealtad ahora, —ladró.
Ubertino hizo un gesto con la cabeza a sus sirvientes y se volvió hacia la
duquesa, que tenía los ojos muy abiertos. El corso se inclinó y dijo: —Su
Excelencia.
Ella tragó saliva. —Gracias.
Cuando se volvió hacia Raphael, fruncía el ceño, con las cejas bajas
sobre aquellos ojos azul-grisáceos, como nubes de tormenta sobre un cielo
de páramo de Yorkshire. Un pensamiento fantasioso.
No solía tener pensamientos fantasiosos.
Alguien estaba desabrochando su bata.

26
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Abrió los ojos y la vio a ella, Lady Jordan, con cara de preocupación, con
Nicoletta a su lado. Pero eso no era correcto, ¿verdad? Ahora era la Duquesa
de Dyemore.
—Tráeme el joyero de mi madre, —ordenó a la sirvienta.
Nicoletta se apresuró a salir de la habitación.
Los vendajes estaban siendo retirados de su herida. Jadeó ante un
fragmento de dolor.
—Lo siento, —susurró su esposa.
—Su Excelencia. —Abrió los ojos y vio que Nicoletta le tendía el joyero.
Parecía tener un halo en la cabeza, y quiso reírse. Nicoletta tenía la lengua
demasiado filosa para ser una santa, seguramente.
—Ábrelo, —dijo.
Ella sacó una llave de un anillo que llevaba en la cintura y la introdujo
en la cerradura, luego abrió la caja y la acercó a él para que pudiera ver el
contenido.
Raphael levantó su mano buena -se sentía inusualmente pesada- y
revolvió un dedo entre las joyas hasta encontrar el anillo. Su mano tembló
al sacar el anillo de la caja. —Ciérrala de nuevo y dale el llavero a Su
Excelencia.
Nicoletta frunció los labios pero hizo lo que él le dijo.
Su duquesa se limitó a poner cara de desconcierto al recibir una llave de
una caja de tesoros.
—Ahora es suyo, —dijo, su voz... Algo le fallaba en la respiración. Su
jadeo—. Como mi esposa. Como mi duquesa. Esto también es suyo.
Tomó su mano -tan cálida en la suya- y colocó el pesado anillo
estampado en su dedo. No le cabía en el dedo anular; su madre había sido
una criatura frágil con manos muy finas. En su lugar, se lo colocó en el dedo
más pequeño de la mano derecha. Verlo allí, brillando en oro, con el rubí
redondo central bruñido por los años que había protegido a la familia de su
madre, satisfizo algo en su interior.
Sus manos cayeron sobre la cama como pesos de plomo.
—Protégela, —le susurró a Ubertino mientras la habitación se
oscurecía. Alguien estaba llorando. ¿Nicoletta? —Prométemelo. Protégela.

A Iris le escocían los ojos, lo cual era ridículo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Apenas conocía a ese hombre, esposo o no. ¿Qué le importaba a ella si
vivía o moría? Era arrogante, brusco y exigente, lo último que ella quería en
un marido.
Y sin embargo, lloraba por él.
Parpadeó, tratando de aclarar su visión. Tenía los dedos manchados de
sangre mientras trabajaba en la herida, y el oro del pesado anillo que
Dyemore le había colocado en el dedo meñique estaba casi oculto por la
sangre.
Miró a Dyemore y se dio cuenta de que su rostro se había relajado. Las
pestañas negras se apoyaban en sus pálidas mejillas y sus labios estaban
suavemente separados, aunque el lado derecho seguía torcido incluso
ahora.
Se había desmayado.
Por un momento eterno se quedó quieta.
Este hombre despiadado, violento y poderoso estaba totalmente a su
merced. Ese hombre que le había salvado la vida y luego le había exigido
que se casara con él. Se había tumbado y, sin vacilar ni temer, había dejado
que ella lo cortara.
Confiaba en ella, con su vida, al parecer.
Nunca había sido tan importante para alguien.
Inspiró y tomó un pequeño par de pinzas, probablemente de un estuche
de aseo. Los sirvientes habían traído un montón de paños, unas tijeras,
agua, una palangana, un cuchillo afilado y las pinzas, y los habían colocado
ordenadamente en una mesa junto a la cama. También habían encendido
dos velas en la mesita de noche para iluminar la habitación, que por otra
parte estaba en penumbra.
Deslizó con cuidado las pinzas en la herida a lo largo de la hoja del
cuchillo y palpó con delicadeza. Se alegró de que estuviera inconsciente,
pues odiaba la idea de causarle más dolor.
Movió el utensilio metálico en la carne de Dyemore, en su hombro,
mientras la sangre seguía rezumando, manchando su saco y las sábanas. El
sudor resbalaba grasiento por el centro de su espalda.
Por fin -por Dios, por fin- sintió que las pinzas chocaban contra algo.
Intentó abrir las finas hojas para agarrar la bala, pero no había espacio.
—Maldita sea, —murmuró en voz baja. Era terriblemente impropio de
una dama maldecir. Pero también lo era tener los dedos en el hombro
ensangrentado de un caballero.

28
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Giró el implemento, tratando de capturar de alguna manera el pequeño
trozo de metal. Por un momento pensó que lo tenía, pero entonces las
pinzas se desprendieron de la bala.
Iris tragó saliva. Estaba muy cansada. Sólo quería corregir el mal que le
había hecho a Dyemore.
Devolverle la integridad.
Nicoletta murmuró algo y dio unas palmaditas alrededor de la herida
con un trozo de tela, limpiando parte de la sangre.
—Gracias.
Iris inhaló y cerró los ojos. Trabajando lentamente, buscó la bala de
nuevo. Atrapó el trozo de metal... justo ahí... y retiró con cuidado las pinzas
con la bala y luego el cuchillo.
Exhaló un suspiro, observando la pequeña y desagradable bala, y luego
tomó uno de los paños de la mesa. Limpió la bala y la examinó.
Estaba entera.
Gracias a Dios.
La dejó sobre la mesa y se volvió hacia Dyemore. La herida aún
rezumaba sangre. Se lamió los labios e inhaló. Tendría que coserla para
cerrarla.
No había aguja ni hilo en la mesa y se dirigió a Nicoletta. —¿Tiene un
costurero?
La sirvienta asintió con la cabeza y se marchó a toda prisa.
Eso dejó a Iris en la habitación con tres grandes sirvientes. Ubertino se
arrodilló para avivar el fuego y echar más carbón.
Iris tomó un paño, lo dobló en forma de almohadilla y lo presionó
contra la herida. ¿Cuánta sangre había perdido esta noche? Dyemore era un
hombre grande, un hombre fuerte por lo que había visto -y lo había visto
todo-, pero incluso el hombre más fuerte podía sucumbir a la pérdida de
sangre.
La puerta se abrió y ella levantó la vista para ver que Nicoletta había
vuelto con una cesta.
La sirvienta se apresuró a abrir la cesta, mostrando un costurero.
Seleccionó una aguja robusta y la enhebró con lo que parecía seda.
—Gracias. —Iris tomó la aguja.
Levantó la tela empapada de la herida y vaciló. Había visto coser
agujeros de bala antes, pero nunca había observado de cerca.
Bueno. No era como si tuvieran otra opción.

29
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Pellizcó los bordes de la herida y luego colocó la punta de la aguja en su
piel. Era más difícil de lo que había imaginado, perforar la carne de un
hombre. La aguja resbalaba bajo sus dedos y estuvo a punto de perder el
control.
De repente, las manos de Nicoletta también estaban allí, ayudándola a
mantener la herida cerrada.
—Gracias, —dijo Iris de nuevo agradecida.
Cosió la herida lo mejor que pudo, pero temía que fuera un desastre
cuando terminó.
Al menos la hemorragia había disminuido.
Juntas, ella y Nicoletta vendaron el hombro de Dyemore. En un
momento dado, los hombres tuvieron que levantar al duque para poder
envolver las vendas alrededor de su espalda.
Ni siquiera eso lo despertó.
Cuando terminaron, Iris descubrió que le temblaban las manos.
Parpadeó, sintiéndose tan cansada que no sabía qué hacer a
continuación.
Nicoletta carraspeó y sacó un cuenco de agua limpia. Iris se lavó las
manos lentamente, viendo cómo el agua se volvía rosa por la sangre.
Se secó las manos y la sirvienta le dio un vaso de vino y un trozo de pan.
Iris comió y bebió mecánicamente, y luego Nicoletta le mostró el orinal
detrás de un biombo en la esquina de la habitación.
Debería estar avergonzada, pero Iris se dio cuenta de que no podía
reunir la energía necesaria. En lugar de eso, se puso en cuclillas e hizo sus
necesidades.
Cuando salió de detrás del biombo se encontró con que el duque se
había metido bajo las sábanas de la enorme cama y que el otro lado estaba
echado hacia atrás.
Esperándola.
Se detuvo en seco.
No se le había ocurrido...
Bueno, claro que se habían casado, pero...
Oh, Dios mío, Nicoletta y los criados la miraban expectantes.
Dyemore estaba herido. Seguramente debería dormir en otro lugar.
Pero, ¿y si no había ningún otro lugar preparado?
Y estaba tan condenadamente cansada.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris se decidió. La cama era más que suficiente para dos, incluso con un
hombre tan grande como Dyemore, y ella estaba agotada. Si le molestaba
por la noche, siempre podía dormir en el suelo.
Estaba así de cansada.
Y además, alguien tendría que asegurarse de que él estuviera bien
durante la noche.
Cruzó la habitación, se quitó las zapatillas rotas y se metió en la cama.
Oh.
Oh, cielo.
La luz se retiró de la habitación y oyó cómo se cerraba la puerta.
Y entonces sólo estaban ella y ese hombre.
Su esposo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Tres
La mayor de las hijas del cantero era alta, hermosa y fuerte, y se llamaba Ann, pero la menor era
pequeña, morena y enfermiza, y se llamaba El. Poco después de su duodécimo cumpleaños, El se
acostó en su cama, con la piel gris y temblando...
—De El Rey Roca

Aquella misma noche, Dionisio se sentó en su trono y observó el jolgorio


de sus seguidores. Bajo el gran arco de la catedral en ruinas, la luz de las
antorchas parpadeaba dibujando macabras formas en los cuerpos agitados.
Los gemidos y el golpeteo sordo de la carne sobre la carne sonaban en la
noche.
Los gritos habían cesado hacía horas.
Las imágenes y los sonidos no lo despertaban. Estas cosas no lo atraían.
En realidad, pocas cosas del cuerpo lo atraían, la verdad sea dicha, pero esta
era, después de todo, una sociedad de libertinaje, así que las necesidades
debían serlo.
Además, lo habían convertido en su Dionisio, su rey. Era bueno dejar
que sus súbditos celebraran esta noche.
Dionisio sonrió un poco detrás de la suave madera de su máscara
mientras los observaba. Sabía quiénes eran bajo esas máscaras de animales.
Sabía que el respetable magistrado acariciaba el pecho de su propia
hermana. Sabía que el conde estaba siendo sodomizado por un joven
apuesto. Sabía que el arzobispo azotaba a una mujer que lloraba.
Los conocía, y ellos no tenían ni idea de quién era porque, a diferencia
de todos los hombres idiotas que habían sido Dionisio antes que él, se había
asegurado de obtener su poder sin revelar su identidad. No estaba
interesado en la mera violación y corrupción.
Mientras que los anteriores líderes de los Lores sólo pensaban en penes,
traseros y vaginas, él se preocupaba por cosas más grandes.
Soñaba con el poder.
—Dyemore no tenía derecho. —El Zorro se había levantado de la masa
de cuerpos e intentaba caminar hacia el trono de Dionisio. Sin embargo,
tropezó con su gracia habitual, inhibida por el vino que había bebido—. Se
burla de tu autoridad.
—¿Cómo es eso?— Dionisio inclinó la cabeza, observando al Zorro.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Al igual que el animal que había elegido para su máscara, el hombre era
astuto y poco fiable. Pero el Zorro también había logrado vivir los últimos
seis meses de sangrienta agitación que comenzó cuando el viejo Duque de
Dyemore -su Dionisio- había sido asesinado, lo que condujo primero a una
salvaje lucha por el poder, y luego a la catástrofe final, cuando el Duque de
Kyle los descubrió y casi destruyó sus ilustres filas. Pocos de la vieja
guardia de los Lores del Caos habían resistido la tormenta.
El Zorro era uno de ellos.
Y por eso soportó la observación.
—Se llevó a la mujer, ¿no? —El Zorro agitó el brazo, presumiblemente
para indicar a dónde había llevado Dyemore a Lady Jordan. O quizás
simplemente porque disfrutaba agitando el brazo—. La mujer era para
nosotros. Para esta noche.
Dionisio suspiró impaciente. —No era la Duquesa de Kyle. Su sacrificio
no habría sido la gran venganza contra Kyle que yo había planeado. —Se
encogió de hombros—. Tomé la decisión de entregar a Lady Jordan a
Dyemore. Ya está hecho.
—Fue un error...
Dionisio se sentó hacia delante, el brusco movimiento atrajo varias
miradas en la multitud, entre ellas las del Topo, que acechaba solo bajo una
columna rota. —El error fue tomar a la dama equivocada. Ese error fue tuyo,
creo.
El Zorro dio un paso atrás antes de contenerse y mantenerse firme. —
No fui el único en esa incursión. El Topo y el...
—Sí, pero ahora no están aquí quejándose ante mí, ¿verdad?, —
preguntó el Dionisio—. Ellos no están cuestionando mi autoridad y
despojándome del disfrute de la juerga.
—Yo... sólo pretendía advertirte, —dijo el Zorro, bajando la cabeza en
señal de sumisión.
—Por supuesto, —dijo el Dionisio, suavizando su tono—. Sé que me
eres leal.
—Lo soy, —dijo el Zorro, levantando la cabeza con cautela—.
Dyemore quiere tu trono.
Dionisio suspiró en silencio. Por supuesto que Dyemore quería su trono.
Todos querían su trono. La mayoría, sin embargo, no tenía el cerebro o la
crueldad necesaria para desafiarlo.
Dyemore, sin embargo...

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Si nada más, a Dionisio le gustaba mantener a sus enemigos cerca bajo
su mirada para entender mejor sus planes.
—No puedes confiar en él, —dijo el Zorro, con un tono quejumbroso.
Se acercó sigilosamente—. Por favor, ten cuidado con Dyemore.
—Tu preocupación es dulce. —Dionisio vio que el Topo los observaba
desde detrás de su pilar—. Ven. Participemos juntos. Trae un sacrificio y lo
compartiremos.
—Oh sí, —dijo el Zorro con entusiasmo. Se alejó corriendo y pronto
estaba arrastrando de vuelta a una mujer borracha, con el pelo del color del
borgoña—. ¿Le gusta ésta?
—En efecto, —mintió Dionisio. Pasó el dedo por la cara de la mujer -
viendo cómo sus ojos se abrían de miedo- y luego pasó el mismo dedo por el
hombro pecoso de El Zorro.
El Zorro se estremeció ante su contacto.
Junto a la columna, el Topo comenzó a avanzar y luego se congeló.
El Zorro empujó a la mujer hacia abajo, ante el trono, de modo que su
rostro se encontraba entre las piernas de Dionisio, y su tarea era evidente.
Dionisio suspiró en silencio. Su pene estaba flácido, y seguiría flácido
para la boca de ella o de cualquier otra, si eso fuera lo único disponible para
estimularlo.
Pero era necesario. El espectáculo era importante para él, para el Zorro
y, quizás más importante, para el Topo.
Así que sus dedos encontraron la pequeña daga escondida en el lateral
de su trono, la cerró en un puño y se la clavó en el interior del muslo
derecho, peligrosamente cerca de donde corría una arteria justo debajo de
la piel.
El dolor floreció y la sangre brillante brotó sobre sus dedos.
Su pene se despertó.
Tomó sus dedos ensangrentados y los embadurnó sobre la boca de la
aturdida mujer antes de encontrarse con sus ojos aterrorizados. —
Comienza.
Cuando ella inclinó su boca ensangrentada hacia sus genitales, él
hundió su pulgar en la herida, con una dulce y dichosa agonía recorriendo
su cuerpo.
El Zorro ya gruñía sobre su espalda.
Dionisio levantó la vista una vez para asegurarse de que el Topo lo
miraba, con los dedos apretando el pilar, antes de cerrar los ojos.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Sí, tendría que vigilar a Dyemore. Asegurarse de que se había deshecho
de Lady Jordan.
Y anularlo como amenaza a su trono.
***
Iris se despertó al día siguiente con el sol.
Parpadeó.
La luz del sol parecía muy poco apropiada, teniendo en cuenta los
espantosos acontecimientos de la noche anterior, pero allí estaba, de todos
modos. Un pequeño y alegre rayo de sol bailaba por el antiguo suelo de
madera del dormitorio ducal, casi hasta la enorme cama en la que estaba
acostada. Podía ver la ventana por la que entraba el sol, de piedra, con un
remate severamente puntiagudo. El revestimiento de madera que lo
rodeaba era de un marrón rojizo oscuro, intrincadamente tallado en puntos
verticales y panales. Los paneles continuaban hasta el techo. Si inclinaba la
cabeza y miraba más allá del pesado dosel púrpura de la cama, podía
distinguir el borde de un medallón tallado en el centro del techo.
Iris dejó caer la cabeza sobre la almohada.
Podía oír la respiración de Dyemore a su lado, uniforme y profunda. En
realidad era bastante reconfortante saber que él estaba allí con ella. Saber
que había dado tanto para protegerla.
Iris frunció el ceño al pensar en ello. Realmente no debería sentirse
segura con Dyemore -sabía muy poco de él, y lo que sabía era sospechoso- y,
sin embargo, lo hacía.
Con cuidado, avanzó de su lado con su espalda, y las sábanas se le
amontonaron alrededor de la cintura y crujieron horriblemente. Se quedó
paralizada por un momento, pero su respiración no se agitó, así que se giró
para mirarlo.
Dyemore estaba tumbado de espaldas, con los labios ligeramente
separados y las mejillas sonrosadas. Desde este ángulo, su nariz aguileña se
alzaba de perfil.
Iris se apoyó en el codo.
En la frente, en el entrecejo y en la mejilla sin cicatrices se dibujaban
líneas desde la fosa nasal hasta la comisura de los labios. Ella no creía que
estuvieran ahí normalmente. Parecía que sufría mientras dormía.
Puso con cuidado el dorso de la mano sobre su frente.
Su piel estaba caliente y húmeda y ella frunció el ceño preocupada:
¿había empezado a tener fiebre?
Él suspiró y ella retiró la mano.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Podía sentirse segura con él, pero intelectualmente sabía que no tenía
ninguna razón para hacerlo. Si lo despertaba, ¿empezaría a darle órdenes
como la noche anterior?
Iris no estaba segura de querer someterse a las reglas de este hombre. Su
derecho marital a hacer con ella lo que quisiera.
Su derecho a acostarse con ella.
Se estremeció, mirándolo fijamente, obligándose a examinar la horrible
cicatriz que le marcaba el lado derecho de la cara. El Duque de Kyle -Hugh,
como ella lo conocía- había estado con ella cuando vio por primera vez a
Dyemore en aquel baile tantos meses atrás. Había mencionado que había
rumores en torno a la cicatriz. Que había habido un duelo entre Dyemore y
un padre enfurecido por culpa de una hija corrompida. Que el propio padre
de Dyemore, el viejo duque, había tallado la cicatriz en la cara de su hijo. O
que la cicatriz era de alguna manera el signo de una maldición familiar.
Que Dyemore había nacido con la mitad de la cara desfigurada.
Su mirada se dirigió al lado derecho de su boca, a la comisura de su
labio que estaba permanentemente tirada en un ligero gruñido por el borde
de la furiosa cicatriz, y luego al otro lado de su boca, a la sensual curva de
sus labios. Levantó la mano para tocar ese rizo perfecto. Se detuvo, con la
mano suspendida, mientras la luz del sol brillaba en el anillo de rubí de su
dedo. Era un bonito anillo, delicado y hecho para una mujer. En cualquier
otra circunstancia lo habría llevado con alegría.
Aquí, sin embargo.... Bueno, era casi una marca de posesión, ¿no?
Iris inhaló y retiró la mano antes de hacer contacto. Este hombre podía
ser ahora su esposo, gracias a una serie de terribles acontecimientos y a su
propia terquedad, pero seguía siendo un extraño.
Un desconocido en el que ni siquiera estaba segura de poder confiar del
todo.
Sacudió la cabeza y se levantó de la enorme cama.
Hugh y Alf debían estar locos de preocupación. Se habían llevado a Iris
de su carruaje, pero Parks, su doncella, el conductor y sus lacayos se habían
quedado atrás. Habrían avisado a Hugh de su secuestro. También había que
tener en cuenta a su hermano mayor, Henry.
Iris vivía con Henry y su esposa, Harriet, en su casa de Londres. Aunque
no les había dado una fecha concreta para su regreso de la boda de Hugh y
Alf, seguramente Henry ya estaría preocupado por su continua ausencia.
Hugh podría incluso haber cabalgado hasta Londres y haber dado la alarma
por su desaparición.
Tenía que avisarles de que seguía viva.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Dyemore había dicho la noche anterior que no se la podía ver en el
pueblo cercano, pero tal vez podría convencer a uno de sus hombres de que
cabalgara con una nota para Hugh o Henry.
Iris se apartó de la cama y se quedó helada.
A un lado de la habitación, una enorme chimenea medieval ocupaba la
mayor parte de la pared, con mármol rojo sangre veteado en marfil
enmarcando el hogar.
Sobre la chimenea había el retrato de una mujer.
Era morena, con el cuello redondeado y la silueta larga de varias
décadas atrás. Su tez era tan blanca que el artista la había teñido
ligeramente de verde en algunas partes. Era de una belleza inquietante,
pero fue la tragedia en los ojos gris claro de la dama lo que hizo que Iris se
quedara mirando.
Sus ojos eran del mismo gris que los de Dyemore.
Sin embargo, Dyemore nunca expresaba una emoción tan profunda, ni
ninguna otra, salvo la ira. Al menos, Iris nunca lo había visto hacerlo.
Sus ojos eran tan fríos como el hielo del invierno a medianoche.
La mujer del retrato debía ser la madre de Dyemore, pensó Iris, pero no
recordaba haber oído nada sobre ella.
Miró a su alrededor. Aparte de la enorme cama, la habitación era casi
austera. Había una delicada cómoda sobre patas doradas en un rincón, dos
baúles en el suelo junto a ella, unas cuantas sillas bajas de terciopelo ante la
enorme chimenea y el biombo en el rincón, que ocultaba la cómoda.
Echó una mirada preocupada a la cama, pero Dyemore seguía
durmiendo, así que se apresuró a aliviar su vejiga y se sintió mucho mejor
después. Por desgracia, ahora podía pensar en otros asuntos, como el
estado de su ropa y su persona.
Necesitaba un baño y enviar un mensaje a Hugh, y Dyemore necesitaba
que alguien lo cuidara.
Es hora de ir en busca de los corsos.
Abrió la puerta lo más silenciosamente posible para no despertar al
duque y se aventuró en el pasillo. Estaba completamente desierto, pero
podía oír el débil murmullo de voces desde abajo.
Iris recorrió el pasillo hasta la escalera. A la luz del día, la abadía estaba
mejor mantenida de lo que ella pensaba por sus impresiones de la noche
anterior, pero seguía teniendo un aire de abandono. Al bajar, se dio cuenta
de que las escaleras estaban enmoquetadas, pero el polvo se acumulaba en
las esquinas de los peldaños. Los cuadros que colgaban de las paredes

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
también necesitaban que se les quitara el polvo, y las motas bailaban en la
luz del sol que entraba débilmente por las pocas ventanas. Había que
encender más velas, pulir la barandilla de mármol y desmontar y limpiar la
araña que colgaba en lo alto del vestíbulo.
Era como si esta casa hubiera estado cerrada y olvidada.
Frunció el ceño y siguió las voces a través de la abadía hasta las
dependencias del servicio. El vestíbulo se volvió estrecho y oscuro, y ella
siguió una corta escalera de servicio que bajaba. Salió a la cocina, una gran
habitación de techos bajos.
Ubertino, Nicoletta y otros tres sirvientes estaban sentados alrededor
de la mesa central.
—Buenos días, —les saludó Iris al entrar.
—Buenos días, Su Excelencia, —respondió Ubertino, levantándose e
inclinándose.
Se dirigió a los otros criados y dijo algo cortante. Inmediatamente se
levantaron también y Ubertino los presentó.
—Estos son Valente y Bardo, que trajeron al sacerdote inglés anoche.
El primero era un joven desgarbado con el pelo negro y desordenado
hacia atrás. La miraba tímidamente bajo unas extravagantes pestañas. El
segundo era un hombre de unos treinta años con el ceño fruncido y el pelo
cobrizo enhebrado en plata. Llevaba un chaleco rojo brillante que hacía que
sus ojos azules parecieran casi antinaturales.
—Y éste es Ivo, —terminó Ubertino.
Ivo era el criado que la había llevado a la abadía la noche anterior. Era
alto y de complexión delgada, y se sonrojó ante su atención.
—Me complace conocer sus nombres, —dijo Iris.
—No conocen el inglés, —respondió Ubertino disculpándose—. Pero si
quiere, puedo transmitirles sus palabras.
—Por supuesto, —dijo Iris.
Ubertino murmuró a los demás sirvientes en corso.
Sólo Valente, que le sonrió, cambió de expresión.
—¿No hay sirvientes ingleses aquí?, —preguntó con curiosidad.
—No, Su Excelencia, —respondió Ubertino—. Lu duca despidió a los
ingleses cuando llegamos. No se fía de la gente de este lugar.
—Ah. —Iris recordó que Dyemore había dicho algo similar la noche
anterior.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
No es de extrañar que la abadía pareciera desierta: normalmente un
batallón entero de sirvientes se encargaría de una casa como ésta. Una
sirvienta y dos docenas de hombres, la mayoría de los cuales aparentemente
estaban de guardia, no eran suficientes.
Asintió con la cabeza. —El duque sigue durmiendo. Me gustaría que
alguien lo atendiera. Pero primero, ¿puede enviar un hombre a caballo al
Duque de Kyle con una carta?
—Naturalmente, iré directamente a lu duca, —dijo Ubertino con
gravedad—. Pero me temo que no es posible enviar un hombre a caballo a
este duque de Kyle.
—¿Por qué no? —preguntó Iris, tratando de sonreír—. Soy, después de
todo, la nueva duquesa.
—En efecto, Su Excelencia, y estoy muy avergonzado de no poder
ayudarla, pero el duque ha ordenado a todos los hombres que se queden
aquí para vigilarla, —respondió Ubertino—. Hasta que se despierte y dé
una orden diferente, haremos lo que ha dicho.
Iris luchó por mantener su expresión neutral mientras el calor subía por
su rostro. Era humillante que los sirvientes no la obedecieran, por más que
Ubertino se mostrara arrepentido.
Además, le irritaba no poder informar a Kyle.
Inhaló. —Entonces, ¿sería posible tomar un baño?
—Sí, sí, ciertamente, Su Excelencia. —Ubertino se dirigió a Nicoletta y
le dijo algo en una ráfaga de palabras.
La sirvienta frunció el ceño, negó con la cabeza y replicó algo.
Ubertino insistió y, finalmente, la mujer dio una palmada y se dirigió a
la chimenea, donde una tetera ya humeaba sobre las brasas. Los otros tres
sirvientes comenzaron a llenar grandes teteras con agua de una cisterna.
Iris levantó las cejas en señal de pregunta a Ubertino.
—Ah, —dijo él, con la cara un poco más roja por su discusión con la
sirvienta—. Nicoletta dice que tal vez quiera desayunar mientras se
calienta el agua del baño. Ella entiende el inglés, —confió en un susurro—,
pero no lo habla.
—Es bueno saberlo, —respondió Iris—. Y sí, desayunaré mientras
espero.
Ubertino parecía aliviado.
Nicoletta trajo una enorme tetera de gres y la depositó en la mesa de
madera de la cocina mientras Iris se sentaba. Valente trajo una cesta de pan
y unos huevos duros. Bardo ofreció un plato de mantequilla y otro de

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
queso, y Nicoletta sirvió el té en una delicada taza de porcelana. Al parecer,
Ivo se encargaba del fuego y de calentar el agua.
Iris tomó un sorbo del té y casi se quemó la lengua. El té era lo
suficientemente fuerte como para hacerla parpadear rápidamente.
Sin embargo, sonrió a Nicoletta.
Nicoletta cruzó los brazos regordetes bajo el pecho y bajó las cejas,
observando a Iris.
Iris suspiró en silencio y le puso mantequilla al pan. Sabía que no debía
ofrecer comida a los sirvientes, aunque se sentara en lo que era su dominio:
las cocinas. Podía estar casi en harapos, sucia y necesitada de un baño, pero
era la dueña de la casa. Como tal, estaba siempre apartada de ellos.
Tragó un bocado de pan. —Delicioso.
Nicoletta -supuestamente la panadera del pan- no cambió su expresión
en absoluto.
Tal vez la tregua que Iris creía haber alcanzado con la sirvienta la noche
anterior había terminado.
Suspiró y se dirigió a Ubertino. —Tu inglés es bastante bueno. ¿Cómo
lo has aprendido?
—Gracias, Su Excelencia. —Se inclinó—. En mi juventud fui marinero
y mi barco se cruzaba a menudo con otros barcos de diferentes países.
Cuando esto ocurría, los pasajeros de estos barcos se convertían en...
huéspedes de nuestro barco. Un gran número de estos huéspedes eran
ingleses.
Volvió a sonreír, con cierta picardía.
Iris se detuvo con su taza de té levantada a los labios y entornó los ojos.
¿Se cruzaba con...? ¿Acaso Ubertino acababa de confesar que había sido
pirata?
Dejó la taza de té con cuidado y miró a los demás sirvientes. ¿Eran todos
antiguos piratas?
Valente y Bardo le devolvieron la mirada con bastante inocencia.
Ella sacudió la cabeza y recogió su taza de té. —Ah... efectivamente. ¿Y
alguno de los otros sirvientes habla inglés?
Ubertino se encogió de hombros. —Valente sabe algo de inglés. Los
demás, no tanto. Pero muchos son como Nicoletta y entienden más de lo
que pueden hablar, Su Excelencia. Todos saben que usted es la duquesa
ahora.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Ah. —Iris tomó otro sorbo de su té, recordando al duque que yacía
tan quieto en la cama, con su cicatriz enojada y roja—. ¿Ubertino?
—¿Su Excelencia?
Ella dudó, y luego simplemente hizo su pregunta. —¿Sabes cómo se
hizo el duque su cicatriz?
Pero Ubertino negó con la cabeza. —No, Su Excelencia.
Iris asintió, frunciendo el ceño mientras se preguntaba si alguien sabía
cómo había recibido ese horrible corte en la cara. Debió de ser horrible
cuando se produjo. El corte le habría abierto la cara desde la frente hasta la
barbilla. Qué doloroso debe haber sido. Qué horrible debió ser comprender
que estaba marcado de por vida.
Frunció el ceño, sintiéndose incómoda por su lástima hacia el duque.
No parecía un hombre al que le gustara la compasión.
Terminó su desayuno y se apartó de la mesa. —Gracias. El pan estaba
delicioso, fresco y con una bonita corteza crujiente.
Nicoletta olfateó y empezó a recoger los platos.
Ubertino puso los ojos en blanco. —Nicoletta dice que está satisfecha
de que haya disfrutado de su comida.
Ignoró descaradamente el hecho de que Nicoletta no había hablado en
absoluto.
La mujer gruñó y dirigió algunas palabras a los criados. Luego se dirigió
a Iris y le hizo gestos con las manos.
Esto pareció mortificar a Ubertino. Sus ojos se abrieron de par en par
antes de sonreír, hacer una elaborada reverencia y decir con toda franqueza:
—Estamos todos encantados de servirle. Iré con usted a los aposentos
ducales y los demás traerán el agua cuando esté caliente.
Iris reprimió una sonrisa y encabezó la marcha.
Esperaba que Dyemore se hubiera despertado mientras ella no estaba,
pero todavía estaba en la cama cuando entraron en la habitación.
Iris frunció el ceño.
—Su Excelencia ya se ha levantado normalmente a esta hora, —
murmuró Ubertino detrás de ella, confirmando los temores de Iris.
Todavía estaba durmiendo, ¿no es así?
Su corazón se detuvo en su pecho por un momento. Cruzó hasta la
enorme cama y se inclinó sobre él.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Allí. Pudo ver su pecho subiendo y bajando bajo la fina seda negra de su
banana.
Exhaló, sintiéndose mareada de alivio mientras lo miraba.
—Lu duca está demasiado caliente, —dijo Ubertino desde el otro lado
de la cama—. Traeré agua fresca.
El corso se escabulló de la habitación, pero la atención de Iris seguía
puesta en Dyemore.
Parecía haber bajado la colcha y desabrochado los primeros botones de
su saco. El sudor se había acumulado bajo su garganta, justo en la unión de
las clavículas, y ella pudo ver unos cuantos pelos negros asomando por la
seda negra. Estaban pegados a su pecho con la humedad.
Había visto a este hombre desnudo.
Se calentó al pensarlo. Era tan... tan... masculino, incluso tumbado aquí,
inconsciente y herido. Podía sentir el calor que emanaba de él, casi podía
oler su almizcle, y tuvo un extraño impulso de tocar esa garganta...
Tenía fiebre.
Su corazón se desplomó al darse cuenta. La fiebre podía matar a un
hombre.
La puerta se abrió y Ubertino volvió a entrar, seguido por los otros
sirvientes. Llevaba vino, pan y una jarra de agua. —Me ocuparé de Su
Gracia mientras usted se baña.
Valente llevaba una bañera de cadera de cobre. Detrás de él iban Bardo e
Ivo, ambos con enormes jarras de agua humeante, y por último venía
Nicoletta con un montón de paños en los brazos.
Nicoletta atravesó el dormitorio hasta una puerta que lo comunicaba, y
los demás la siguieron obedientemente.
Iris se asomó a la puerta y vio que más allá había un vestidor. Nicoletta
ya estaba supervisando el llenado de la bañera.
Iris se volvió hacia el dormitorio. Necesitaba ponerse algo después de
estar limpia.
Se dirigió a la cómoda y sacó la parte superior. En su interior había
pañuelos, medias y ropa interior. En el siguiente cajón, sin embargo, había
camisas, las camisas de él. Sacó una y la levantó. Sería vergonzosamente
escasa, por supuesto, pero le cubriría el cuerpo desde el cuello hasta las
rodillas. Más bien como una camisola.
Y no es que tuviera nada más que ponerse.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Tomó también un par de medias, y luego los sirvientes salieron del
vestidor, todos menos Nicoletta.
Iris apretó la camisa y las medias contra su pecho y entró en el vestidor.
Nicoletta estaba esperando, con las manos en las caderas y la bañera de
cobre humeando suavemente a su lado. Sólo había agua para llenarla un par
de centímetros, pero era suficiente.
Iris cerró la puerta del dormitorio y dejó la ropa limpia sobre una silla.
En el vestidor había una pequeña cama -supuestamente para una criada o
un ayudante de cámara-, un mueble alto con muchos cajones pequeños y
dos sillas.
Nicoletta se acercó sin decir nada y comenzó a desatar la espalda de su
vestido.
Algo dentro de Iris se relajó. Al menos esto le resultaba familiar. No se
necesitaba un lenguaje común entre la ama y la criada para desvestirse. La
tarea era la misma en cualquier país.
Nicoletta la ayudó a quitarse el corpiño, con un gesto de disgusto por
las manchas y la rotura de la costura del hombro. Las faldas se desataron y
cayeron a los pies de Iris. Salió y se quedó quieta mientras la doncella le
desataba el corsé. Las varillas del corsé eran bastante resistentes y, por lo
tanto, todavía estaban en buen estado.
Por debajo, su camisola estaba arrugada y húmeda por su cuerpo. Iris se
sentó en una silla para quitarse los zapatos y las medias, y luego se quitó
apresuradamente la camisa por encima de la cabeza. Se estremeció cuando
el aire frío golpeó su piel desnuda.
Rápidamente se metió en la pequeña bañera de cobre.
Oh, esto es encantador. Se limitó a descansar un momento en el agua
caliente mientras Nicoletta se movía por la habitación, murmurando y
sacudiéndose la ropa, y pensó en lo que habían provocado las últimas
veinticuatro horas.
Estaba casada. Otra vez.
Durante una fracción de segundo dejó que su rostro se arrugara, y luego
lo suavizó antes de que la criada pudiera volverse y ver. Así... así no era
como ella quería que fuera su vida.
Esperaba que después de su matrimonio con James -una “buena” unión
con un hombre casi veinte años mayor que ella- podría casarse por amor. O,
sino por amor -pues no era tan romántica como para esperar eternamente
un sueño imposible-, por afecto. Iris quería un caballero que disfrutara de
las mismas actividades que ella: leer junto al fuego, ir al teatro en invierno,
pasear por el campo en verano.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ese tipo de cosas cotidianas y sencillas.
Pero, sobre todo, deseaba tener sus propios hijos. Una familia propia. En
algún momento, meses atrás, había esperado que Hugh, el Duque de Kyle,
pudiera ayudar a formar esa familia con ella. Pero eso fue antes de que
conociera a Alf y se enamoraran. En ese momento, Iris le había dicho a
Hugh en términos inequívocos que, en realidad, un matrimonio entre ella y
él simplemente no serviría.
Quería un hombre que la amara.
Porque la cuestión era que estaba sola.
Tenía amigos, pero ninguno de ellos era cercano, no desde la muerte de
Katherine, su amiga de la infancia. Tenía a su hermano y a su cuñada, pero
no eran suyos.
Toda su vida había querido tener un círculo íntimo, una familia que la
conociera íntimamente -todo lo bueno y todo lo malo de ella- y que la
amara de todos modos.
Una familia en la que pudiera ser ella misma.
En cambio, estaba casada con un extraño -un extraño violento y
posiblemente peligroso- que también le había salvado la vida.
Iris volvió al presente cuando Nicoletta se acercó y empezó a quitarle
las horquillas del pelo. Por muy cuidadosa que fuera Nicoletta -e Iris se
daba cuenta de que la criada intentaba ser amable-, su pelo estaba
irremediablemente enredado.
Iris se estremeció cuando le tiró del pelo una y otra vez.
Cuando por fin sacaron las horquillas, la criada puso la mano en la nuca
de Iris y empujó con firmeza.
Iris se inclinó hacia adelante para que su cabeza colgara entre sus
rodillas dobladas.
El agua tibia se derramó sobre su cabeza. Los fuertes dedos de Nicoletta
le pasaron jabón por el pelo. Olía a algo agradable -a naranjas, quizás- e Iris
se dejó arrullar por el movimiento de las manos de la criada.
Otra salpicadura de agua caliente sobre su cabeza la hizo sobresaltarse.
Sin embargo, le sentó bien.
Se echó hacia atrás el pelo empapado pero limpio y se dispuso a lavarse.
Se quitó el terror, el cansancio y la inquietud. Dejando que el agua fresca se
llevara los dos últimos días.
Y lo que podría haber sido.
Cuando terminó, Nicoletta le tendió un gran paño para secarse.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris salió del baño de cobre, sintiéndose como si hubiera nacido de
nuevo. Ahora era la Duquesa de Dyemore, para bien o para mal, y realmente
prefería para bien si tenía que elegir. Tal vez... tal vez ella podría de alguna
manera construir una familia con Dyemore.
Si Dyemore se recuperaba de su herida.
Frunció el ceño mientras se frotaba para secarse y luego buscó la ropa
limpia que había puesto en la silla. Dios, esperaba que él sólo tuviera una
ligera fiebre.
Que se despertara pronto.
Iris se puso la camisa por encima de la cabeza. Le llegaba hasta las
rodillas y las mangas le caían sobre las manos. Oyó un ruido y levantó la
vista a tiempo para ver a Nicoletta cubriéndose la boca con ambas manos,
obviamente intentando ocultar una sonrisa.
Se encontró con los amplios ojos marrones de la mujer mayor y, por un
momento, ambas se quedaron paralizadas.
Entonces los labios de Iris se movieron. —Sí, bueno, no había nada más
a mano.
Nicoletta balbuceó, dijo algo en su lengua materna y la ayudó a
remangarse. Iris se puso las medias mientras Nicoletta sacaba un peine de
algún lugar y pacientemente domaba la maraña de su cabello. Cuando la
sirvienta terminó, tejió el cabello aún húmedo de Iris en una trenza suelta y
ató el extremo con una cinta.
—Gracias, —dijo Iris.
Nicoletta no sonrió, pero su rostro se suavizó. Hizo una reverencia y
salió de la habitación con los brazos cargados de ropa sucia. Con suerte, iba
a encontrar la manera de limpiarla y remendarla, y no a desechar el lote.
Iris, que se había quedado sola, se estremeció mientras miraba el
pequeño vestidor. Una camisa realmente no era suficiente para ponerse.
Tendría que ver si Dyemore tenía otro saco que pudiera tomar prestado. O
quizás un abrigo.
Pero cuando abrió la puerta del dormitorio, lo primero que vio fue a su
nuevo esposo, de pie junto a la cama, con sus ojos de cristal apuntando
hacia ella.
—¿Qué, —dijo con su voz ahumada—, está haciendo en mi camisa?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Cuatro
—¿No hay nada que podamos hacer por El?, —preguntó Ann.
—Me temo que no, —respondió el cantero—. Porque tu madre la dio a luz en los campos de
roca, atraída allí por las sombras de piedra que rondan ese lugar por la noche. Esas sombras
robaron el fuego del corazón de El en el momento en que respiró por primera vez. ¿Y sin eso? —
El anciano negó con la cabeza—. No vivirá para ser una mujer...
—De El Rey Roca

Raphael se agarró al poste de la cama, haciendo lo imposible por no


tambalearse. Su duquesa estaba en el umbral como una náyade asustada,
con una de sus propias camisas envolviéndola. Su cabello había sido
trenzado como el de una niña y colgaba sobre un hombro, haciendo que el
fino algodón de la camisa estuviera mojado.
Y transparente.
Le pareció que podía ver la punta de un pezón, rosado y puntiagudo, y
algo se le apretó en el vientre. Dios, bien podría estar desnuda ante él.
Apartó la mirada de la vista y se centró en su rostro. Sus ojos azul-
grisáceos estaban muy abiertos y asustados. Parecía tener doce años.
Bueno, excepto por ese maldito pezón.
Ella parpadeó y pareció recobrar el sentido. —¿Qué hace fuera de la
cama?
Él levantó una ceja. —Sentí la necesidad de orinar.
El color floreció en sus mejillas, un rosa pálido. Podría pasarse días
tratando de duplicar ese tono exacto en el papel y nunca perdería el interés.
—Creo que tiene fiebre, —dijo ella con acritud—. Quizá debería volver
a su cama.
—Estoy bien, —dijo él, ignorando el sudor que rodaba por la mitad de
su espalda—. ¿Mi camisa?
Agarró la parte delantera de la camisa entre los puños como si temiera
que él pudiera arrancársela. El fino algodón se tensaba, perfilando sus
pechos con lascivo detalle. ¿Lo hacía a propósito?
—No tenía nada más que ponerme que estuviera limpio.
Sus palabras lo hicieron volver a la conversación.
—Ah, por supuesto. —Debería haberse dado cuenta.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ubertino le había informado de su baño cuando el corso lo había
despertado con vino y pan para desayunar.
Se dirigió con cuidado a su cómoda. Debía tener algo para cubrirla, por
el bien de su propia cordura, aunque fuera.
Detrás de él, dijo: —¿Hay algún lugar donde pueda conseguir ropa
adecuada?
Él se giró con una de sus batas en las manos. —No. La única otra mujer
en la abadía es Nicoletta, y difícilmente es de su talla.
Ella tomó la bata de él, mirando con esperanza. —El pueblo de donde
vino el vicario seguramente tiene una costurera de algún tipo.
Antes de que ella terminara de hablar, él ya estaba sacudiendo la
cabeza. —Es demasiado peligroso que vaya al pueblo sin mí. No quiero que
los Lores se den cuenta de que está viva hasta que me recupere.
—Pero seguramente...
—No.
Su tono áspero la hizo callar por un momento en el acto de ponerse la
bata.
Sus labios se apretaron. —¿Puedo al menos enviar una carta al Duque
de Kyle informándole de mi seguridad?
Él frunció el ceño al pensar en ello. —No.
Ella entrecerró los ojos y terminó de ponerse el saco. El dobladillo se
encharcó en el suelo, y el color ébano hizo que su piel brillara.
No debería lamentar que su figura fuera cubierta por un velo.
—Él me estará buscando, —dijo ella con un claro matiz de desafío—.
Estará preocupado. No creo que tranquilizarlo nos haga ningún daño a usted
o a mí.
—¿No?, —espetó él—. ¿Y si los Lores del Caos siguen a mi hombre
hasta Kyle... si descubren que está viva mientras yo todavía me estoy
recuperando de esta herida?
Ella frunció las cejas. —Sus hombres pueden protegernos a los dos,
seguramente.
—No entiende usted lo grande que es el peligro. —Raphael apretó la
mandíbula, luchando contra el mareo, intentando transmitirle el problema
para que no hiciera ninguna estupidez—. Los Lores del Caos han celebrado
sus fiestas en esta zona durante décadas. Su influencia es profunda en la
población local. De hecho, mi padre lideró su sociedad durante años. La
fiesta en la que estuvo anoche fue en mis propias tierras.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—¿Qué? —Ella le miró fijamente con lo que parecía horror—. ¿Los ha
invitado a celebrar su desenfreno en su propiedad?
—No, —espetó él con impaciencia—. No es tan simple como eso. —Su
hombro era una masa palpitante de calor, y apretó el poste de la cama—.
Los Lores hacen lo que quieren, y les agrada continuar sus juergas en la
catedral en ruinas de mi propiedad. Mi padre disfrutaba teniéndolos aquí.
Cuando descubrí que los Lores pretendían celebrar el rito de primavera
aquí, me di cuenta de que me interesaba dejarles continuar con sus planes.
—Los intereses de usted también como miembro de los Lores del Caos,
querrá decir. —Ella se dirigía hacia la puerta del dormitorio como si
pudiera huir vestida sólo con su camisa y su saco.
Quería reírse, pero hacía años que no se reía de verdad.
Respiró hondo y avanzó rápidamente, luego la agarró por los hombros.
Ella se estremeció y a él le dio vueltas la cabeza.
Por un momento pensó que iba a vomitar.
—Suélteme, —dijo ella—. Suélteme o...
—¿Qué hará? —Él arqueó una ceja—. Ya me ha disparado.
Si pensaba avergonzarla, fracasó.
—Sí, lo hice. —Sus ojos azul-grisáceos se encontraron con los suyos sin
inmutarse, y él no pudo hacer otra cosa que admirar su espíritu.
Le apretó los hombros. El jabón que había usado en su baño debía estar
perfumado con naranjas, porque el aroma parecía rodearlo. —No soy
miembro de los Lores del Caos.
—Entonces, ¿por qué estaba allí anoche? ¿Por qué estaba desnudo y con
una máscara, dispuesto a participar en su orgía?
—Porque pretendo infiltrarme en ellos, —espetó. La habitación
empezaba a dar vueltas—. Averiguar quién es Dionisio y destruirlo.
Destruirlos a todos.
Ella dudó. —Yo... no sé si le creo.
—Me importa un bledo, —mintió él, y cayó pesadamente contra ella.
Ella gritó cuando su peso la golpeó, tambaleándose contra la pared,
pero sus brazos se levantaron para sostenerlo. Su cara estaba apoyada en su
cuello, sus labios en la piel suave y fría, y de alguna manera su mano
izquierda se había posado en su pecho.
Qué fortuito.
No, esas cosas no eran para él. Necesitaba resistirse. Alejarse de ella.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Pero parecía incapaz.
—Está ardiendo, —jadeó ella.
—Entonces no debería tocarme, —dijo él con seriedad—. Se
consumirá.
—Demasiado tarde, —murmuró ella, y giró, tratando de arrastrarlo,
supuso él, hacia la cama—. Es muy pesado...
—Mi alma es de plomo.
—y está delirando, —terminó diciendo ella con decisión—. Tengo que
pedir ayuda.
Él se revolvió ante eso. —No se vaya.
Sus ojos eran tan encantadores. —Debo encontrar a Ubertino.
Levantó la cabeza, mirando fijamente esos ojos de nube de tormenta. —
Prométame que no dejará la abadía. —Si ella lo dejaba, toda la luz se iría
también.
Ella apartó la mirada y él supo que quería mentir.
—Prométamelo, —dijo él con firmeza.
Su mirada volvió a la de él. —Lo prometo.
—Bien. —Y entonces él hizo lo único que tenía sentido.
La besó.

Iris jadeó. La boca de Dyemore ardía. Casi todo su peso se había hundido
contra ella -y no era un hombre pequeño-, pero fue el beso lo que más la
sobresaltó.
Él...
Podía saborearlo, el vino que debía de haber bebido esta mañana, el
aroma del humo en su pelo, que se deslizaba por su cara, el calor que se
desprendía de él en gruesas ondas. Era tan abrumadoramente grande, tan
insoportablemente masculino.
Había estado casada. La habían besado antes, claro que sí, pero no había
sido así.
Nada como esto.
Era como si todo lo que la hacía femenina se despertara y fuera llamado
por todo lo masculino que había en él. Su corazón latió más rápido, sus
pezones se tensaron, su sexo se humedeció y ella sentía... todo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Él se tambaleó y ella volvió bruscamente en sí, separando sus labios de
los de él. Su boca se deslizó torpemente por el lado de su cara y por la suave
piel de su cicatriz.
Ella se echó hacia atrás, sorprendida por el contacto. Parecía demasiado
íntimo.
—Nosotros... —Se le quebró la voz y tuvo que aclararse la garganta—.
Debería acostarse.
Él gruñó y ella empezó a preocuparse de verdad. Incluso en su peor
momento de ayer había sido elocuente, más que coherente.
Ahora tenía la cabeza apoyada en su hombro, con la cara tan caliente en
su cuello que pensó que podría marcarle la piel. Ella lo arrastró y lo
acompañó hacia la cama. Él tropezó y su brazo se enredó en sus hombros, y
ella estuvo a punto de caer con él. Pero encontró la fuerza para bloquear las
rodillas y permanecer de pie. Si se caía ahora, no volvería a ponerlo en pie.
¿Adónde había ido Ubertino? ¿Cómo se atrevía a dejar a su amo así?
Iris apretó los dientes y arrastró a Dyemore los últimos metros hasta la
cama.
Lo empujó hacia la cama, jadeando, y él cayó contra ella.
Afortunadamente, él tenía suficiente fuerza para arrastrarse encima, pero
ella podía ver cómo le temblaban los brazos.
El pánico empezaba a llenar su garganta.
Esto no podía estar pasando. Había sobrevivido al disparo. Había estado
discutiendo con ella sólo unos momentos antes.
Dios mío, no podía morir de infección ahora.
Tiró de las sábanas, sacándolas de debajo de él, y luego lo ayudó a
meterse debajo. Temblaba como si tuviera frío, pero su tacto era cálido, y
ella podía ver cómo el sudor cubría su frente.
Tal vez... tal vez sólo se había esforzado demasiado al levantarse
demasiado pronto.
Pero mientras intentaba convencerse a sí misma, Iris se apresuró hacia
la puerta. La abrió de golpe y corrió hacia las escaleras, llamando: —
¡Ubertino! ¡Nicoletta! Ivo!
Se oyó un estruendo desde abajo cuando bajó corriendo los escalones.
Uno de los criados -lo había visto anoche, pero no recordaba si le habían
dicho su nombre- se encontró con ella en la escalera. Levantó una mano
como para detenerla, con sus gruesas cejas negras juntas.
—¡No! —Ella apartó la mano y pasó junto a él, ignorando su grito.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
El salón donde se habían casado en aquella farsa de ceremonia estaba en
esta planta. Golpeó las puertas hasta encontrarla y se apresuró a entrar.
Allí. La jarra de vino estaba sobre una mesa auxiliar. La tomó y se giró para
ver a Ubertino en la puerta, mirándola con confusión.
—¿Su Excelencia?
—El duque se ha desmayado, —dijo ella—. Ven conmigo.
Nicoletta estaba en el pasillo, frunciendo el ceño, junto con Valente e
Ivo.
Iris los llevó a todos al piso de arriba.
Irrumpió en el dormitorio y una sola mirada a la cama le dijo que el
duque no estaba mejor.
Nicoletta exclamó algo y pasó por delante de ella, apresurándose hacia
el enfermo. La sirvienta se inclinó hacia él, tocándole la cara.
El duque murmuró en corso, pero no abrió los ojos.
La boca de Nicoletta se diluyó. Se enderezó y ladró órdenes a los
hombres.
Los tres salieron corriendo de la habitación.
Iris ya estaba al otro lado de la cama y, como si se hubieran puesto de
acuerdo, ella y Nicoletta empezaron a retirar la colcha. El saco negro del
duque estaba mojado de sudor, y su pecho subía y bajaba rápidamente.
Entre las dos lo ayudaron a sentarse, e Iris le echó un poco de vino a la
boca. Bebió y luego apartó la cabeza, haciendo una mueca. Sus dedos
escarbaban en los botones de su saco.
Iris levantó la vista y se encontró con los ojos negros de Nicoletta.
Nicoletta parecía preocupada.
Y eso, más que cualquier otra cosa, aterraba a Iris.
Apartó suavemente las manos de Dyemore y le desabrochó el saco,
luego separó la fina seda, dejando al descubierto su pecho caliente y
sudoroso. Le sacó el brazo de la manga, apretando los dientes cuando él
gimió ante el movimiento.
Los sirvientes regresaron. Llevaban jarras de agua, paños y otros
artículos.
Nicoletta tomó unas tijeras y cortó el vendaje del hombro del duque.
Las capas exteriores estaban secas, pero cuando la sirvienta las cortó, fue
evidente que las capas interiores estaban empapadas de sangre y otros
fluidos.
Iris arrugó la nariz.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La herida apestaba.
El olor le recordó las veces que había atendido a los heridos tras las
escaramuzas en el continente. Había sido en gran medida en contra de los
deseos de James, pero había habido tantos heridos y tan pocos para ayudar
que ella había sentido que era su deber. Como dama no se le había
permitido hacer mucho más que bañar los rostros de los chicos y hombres
moribundos, escribir cartas a casa para los que estaban coherentes y, en
general, poner orden, pero las vistas, los sonidos y, sobre todo, los olores de
aquella época habían sido muy difíciles de olvidar.
Nicoletta le quitó la venda y dejó al descubierto una masa de tejido rojo,
hinchado y furioso. Los puntos de sutura que Iris había colocado la noche
anterior se perdían en el amasijo hinchado.
Iris inhaló. Había visto morir a hombres en pocos días por heridas
infectadas como ésta.
Nicoletta tomó una olla de barro y sacó el tapón. Metió una cuchara de
madera en la boca ancha y sacó un trago de miel brillante.
—Todavía no. —Iris se detuvo.
La sirvienta frunció el ceño e indicó que quería poner la miel en la
herida.
—Sí, lo sé, —dijo Iris—. Pero primero... —Miró a su alrededor y señaló
a Ubertino y a Valente hacia la cama—. Venid aquí.
—¿Su Excelencia? —preguntó Ubertino.
Ella miró al sirviente, viendo la preocupación en sus ojos azules
brillantes. —Necesito que tú y Valente sujetéis al duque mientras Nicoletta
y yo le atendemos. Puede dolerle y no debe hacerse más daño.
—Sí, Su Excelencia. —Ubertino se dirigió a Valente y los hombres
adoptaron posturas a ambos lados de la cama, con las manos sujetando los
antebrazos del duque.
Ubertino miró a Iris.
Iris le asintió con la cabeza.
Luego levantó la jarra y vertió el vino directamente sobre la herida.
El duque gritó y trató de zafarse, pero los criados lo sujetaron contra las
almohadas.
Sus ojos de cristal se abrieron, mirando acusadoramente a Iris mientras
ella seguía vertiendo el vino sobre su piel supurante.
—Dama cruel, —dijo él, y ella vaciló.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
El alcohol debía quemarle. Debía dolerle mucho. Pero ella había visto a
los médicos hacer esto cuando atendían a hombres con heridas infectadas.
Sus pacientes no siempre vivían.
Finalmente, la jarra estaba vacía y ella dio un paso atrás.
Su mirada la siguió incluso cuando Nicoletta se inclinó hacia delante
con la miel, alisándola cuidadosamente sobre la herida. Él no se movió, ni
siquiera hizo una mueca de dolor mientras la sirvienta trabajaba, aunque
eso también debía doler, ya que estaba presionando la sustancia pegajosa
en la carne que rezumaba.
En cambio, mantuvo sus inquietantes ojos fijos en Iris.
Y ella no podía hacer otra cosa que sostenerle la mirada, quedándose allí
como si fuera un ratón hipnotizado por una serpiente moribunda.
Por fin sus párpados se cerraron, justo en el momento en que Nicoletta
se apartó para tapar el tarro de miel y envolver la cuchara en un trozo de
tela.
Iris tomó aire y se extrañó del dolor que sentía en el pecho.
Podía oír a la sirvienta murmurar detrás de ella, pero no podía apartar
los ojos del rostro del hombre dormido. Un rostro tan horrible. Destrozado
y con cicatrices. Ella había visto hombres horriblemente heridos en la
guerra. Llevaban vendas o pañuelos o sombreros para ocultar lo peor de sus
heridas. Dyemore no. Se mantenía erguido y miraba directamente a los ojos
de los demás, sin avergonzarse de su cicatriz.
Tocó su mano, que estaba encima de las mantas de la cama. Sus dedos
eran largos y elegantes, las uñas cuadradas y bien formadas.
Nicoletta le dio una palmadita en el hombro, instándola a sentarse en
una silla que uno de los hombres había colocado junto a la cama.
—Gracias, —murmuró Iris.
Detrás de ella se cerró la puerta, dejándola a solas con el duque.
Dejó caer la cabeza entre las manos, dándose cuenta ahora de que sólo
llevaba una camisa y una bata.
Iris ahogó una risa histérica. Dios mío. ¿En qué se había metido?
¿Casada con un hombre que decía estar en guerra contra los Lores del
Caos?
Él gimió, moviéndose inquieto contra las sábanas.
Levantó la vista y volvió a tocar su mano, demasiado caliente bajo sus
dedos. Todas las quejas del mundo no cambiarían su suerte. Había estado
casada durante tres años con un hombre al que ella no había amado.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Que no la había amado.
Había sobrevivido a eso.
Y sobreviviría a esto.
Mientras tanto, sólo sabía una cosa: no quería que el duque muriera.

Sus sueños estaban llenos de llamas y demonios.


Los demonios bailaban sobre carbones ardientes y sus pezuñas
hendidas lanzaban chispas al aire humeante. Sus largas lenguas bifurcadas
parpadeaban a través de los agujeros de la boca de sus máscaras de
animales, y los tatuajes de delfines nadaban sobre su piel desnuda. Lo
llamaban su príncipe, y cuando huía de ellos, lo perseguían por la abadía,
alegando que lo amaban y que sólo deseaban coronarlo como su rey.
Él huía, con el corazón agarrotado por un temor sin nombre, con los
pulmones ahogados por el humo.
Los pasillos de la abadía se llenaban de llamas por doquier, y aunque
ardía, no se consumía.
Detrás de él podía oír el llanto, llamando a su terrible amor,
persiguiéndolo en la oscuridad interminable.
Hasta que llegó al corazón del infierno, en lo más profundo, bajo tierra.
Estaba allí, inmóvil, con uvas en el pelo y una sonrisa en su indescriptible
rostro.
Él extendió unos dedos largos y manchados. —Mi dulce niño.
Raphael cogió el cuchillo, pues sabía lo que debía hacer...
Se despertó jadeando, con la garganta tan seca que sentía que se
ahogaba.
El lado derecho de su cara ardía, y por un momento se quedó allí,
sosteniendo ese horrible cuchillo.
—Tome, —murmuró una voz de mujer.
Un brazo frío se deslizó por debajo de su cuello, y por una fracción de
segundo pensó que era su Madre, menuda y morena y siempre tan triste.
Pero entonces le acercó una taza a los labios y supo que era su duquesa,
práctica e inglesa, y con unos ojos que mantenían la luz después de una
tormenta.
El agua era dulce.
Bebió y luego abrió los ojos. —Iris.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ella le puso una mano fría en la frente. —¿Quiere más agua? —Su voz
era baja, casi un susurro, quizás porque era de noche.
Tal vez porque sentía la intimidad de este momento, sólo ellos dos en la
habitación oscura.
—No. —Se hundió de nuevo en las almohadas y fijó sus ojos en ella,
sentada allí junto a su cama. La espantosa negrura parecía asomar tan cerca
detrás de ella, pero la contuvo. La única vela formaba un nimbo alrededor
de su rostro, tan brillante que él tuvo que entrecerrar los ojos.
—¿Quiere que le lea? —Ella tomó un libro de la mesa junto a la cama,
un pequeño volumen, y pasó a una página marcada.
Él asintió.
Ella comenzó a leer, pero aunque él podía oír su voz, las palabras se
enredaban en su cerebro y se desintegraban en polvo.
Debería intentar entender lo que ella leía, pero el esfuerzo parecía
demasiado grande en ese momento.
Así que se limitó a observarla, sentada a su lado, con sus labios rosados
moviéndose, con su voz atravesándole como una dulce luz. La habitación
estaba en silencio. Los demonios se habían alejado por el momento.
La sensación era muy parecida a la paz.
Y luego volvió a caer en los sueños...

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Cinco
—Bueno, entonces, debemos robar el fuego del corazón de El de las sombras, —dijo Ann.
—Ah, muchacha, si fuera tan fácil, ¿no crees que ya lo habría hecho antes?, —gritó su padre—.
Se dice que sólo el Rey Roca puede aventurarse en la tierra de las sombras de piedra.
—Entonces iré a preguntarle al Rey Roca, —dijo Ann...
—De El Rey Roca

El grito despertó a Iris, cuyo corazón latía como si fuera a salirse del
pecho.
El duque estaba arqueado en la cama, con la cabeza hacia atrás y los
brazos abiertos, como si lo estuvieran torturando.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos. Ya había estado inquieto antes -
habían tenido que enderezar la colcha numerosas veces-, pero no había sido
nada parecido.
Ese grito.
Había sonado como si fuera un alma en eterno tormento.
Su cuerpo se desplomó de repente sobre la cama, sus miembros se
relajaron y se quedó quieto.
Exhaló temblorosamente.
El fuego se había reducido a brasas. El dormitorio estaba en sombras,
silencioso y oscuro ahora. Ella podría haber imaginado ese terrible sonido.
Pero sabía que no lo había hecho.
Iris hizo un gesto de dolor al enderezarse. Se había quedado dormida
sentada en la silla junto a la cama del duque y le dolía el cuello.
Su libro cayó al suelo al moverse y miró rápidamente al hombre
dormido.
No se movió, y por un momento su corazón se aceleró.
Luego vio que su pecho se movía.
Recogió el libro, enderezando una página arrugada por la caída antes de
dejarlo en una mesa junto a la cama. Se levantó y se inclinó cautelosamente
hacia Dyemore.
Sus pestañas negras se apoyaban en las mejillas enrojecidas por la
fiebre, sus labios se separaban mientras respiraba con dificultad. Unas

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
gotas de sudor cubrían su frente. Tenía el mismo aspecto que la noche
anterior, cuando se había despertado por poco tiempo.
Se mordió el labio al verlo.
Apenas un día antes, este hombre había estado entero y fuerte, una
presencia vital, casi abrumadora. Parecía un pecado contra la naturaleza
que estuviera tan decaído.
Que ella lo hubiera abatido tanto.
Cerró los ojos, rezando desesperadamente para que se pusiera bien. Que
aquellos extraños y fríos ojos grises volvieran a clavarse en ella mientras él
discutía con ella y trataba de darle órdenes.
Se levantó bruscamente de la cama y se dirigió a la chimenea. Se
arrodilló allí y atizó las brasas, añadiendo carbón para volver a encender el
fuego, y luego se puso de pie. Según el reloj de la chimenea, era medianoche,
pero ella estaba inquieta. Junto al reloj había una vela y la encendió del
fuego, luego se puso de pie y miró alrededor de la habitación.
Dyemore seguía durmiendo.
El dormitorio tenía dos puertas en paredes opuestas. Una era el vestidor
en el que se había bañado. La otra aún no la había investigado.
Se acercó a ella y probó la manilla.
Estaba cerrada.
Dyemore le había dicho en su primera noche en la abadía que no entrara
en ninguna habitación cerrada.
Iris se mordió el labio. Lo más seguro era volver a su silla. Olvidarse de
las puertas cerradas y de lo que pudiera haber más allá.
Echó otra mirada a la cama y al extraño que yacía allí: su esposo, que
gritaba en sueños. Apenas sabía nada de él ni de sus motivos.
Se giró rápidamente y se dirigió a la mesilla de noche. Allí había un gran
llavero, el que Dyemore había hecho que Nicoletta le diera después de la
boda, y lo tomó.
Había estado tan ocupada cuidando a Dyemore durante el último día y
medio que no había tenido tiempo de usarlas.
Hasta ahora.
Pero ella era la ama de la abadía, ¿no? Esta era su casa.
Probó una llave tras otra en la cerradura, haciendo una mueca de dolor
cuando el llavero sonó con fuerza. Puede que la llave de esta puerta ni
siquiera esté en el llavero. Quizás Dyemore la había escondido entre sus
propias posesiones.

57
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La cerradura se abrió con un clic.
Iris se quedó mirando un momento antes de girar la manilla y empujar.
La puerta se abrió para revelar una sala de estar, quieta y silenciosa,
como si esperara que alguien la despertara.
Iris parpadeó y entró en la habitación, casi tropezando con un baúl
situado justo en el umbral de la puerta. Frunció el ceño y sostuvo la vela en
alto mientras rodeaba el baúl.
Unas pilastras pintadas de marfil resaltaban las paredes del rosa más
claro imaginable, con un delicado bajorrelieve floral entre cada dos
pilastras. Sillas doradas y de color verde musgo se agrupaban aquí y allá.
Una pequeña mesa redonda con incrustaciones de oro se apoyaba en una
pared, y una pantalla de fuego pintada estaba delante del frío hogar. Las
ventanas eran las mismas que las del dormitorio -altas y estrechas, con la
parte superior puntiaguda-, pero de alguna manera parecían encajar mejor
en esta habitación.
Iris inhaló. Era una habitación preciosa, cálida y acogedora, y no se
parecía en nada a lo que había visto en la Abadía de Dyemore.
También era obviamente femenina.
Iris frunció las cejas. Eso significaba que la habitación en la que dormía
Dyemore era la de la duquesa, no la del duque.
Qué extraño. ¿Por qué no iba a dormir en su propia habitación?
Se volvió para entrar de nuevo en el dormitorio de la duquesa y vio el
baúl.
Iris se arrodilló y dejó el candelabro antes de levantar la tapa. Dentro
había montones de ropa.
Sacó una y vio que era un vestido de un estilo con varias décadas de
antigüedad. El vestido estaba bastante ornamentado, con bordados en toda
la falda y una pechera a juego. No era un vestido de uso cotidiano. Una
mujer lo reservaría para ocasiones muy especiales.
Iris apartó suavemente el vestido. Debajo había un precioso corpiño y
una falda de color amarillo prímula. La sostuvo contra sí misma. La falda
era unos centímetros demasiado corta para ella, pero el corpiño podría
servirle.
Emocionada, rebuscó en el resto del baúl. Estaba lleno de ropa de mujer,
toda ella para una dama más baja que Iris pero con un busto más
voluminoso. En el fondo encontró una camisa y unas medias, y casi lloró al
pensar que tenía ropa limpia.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Excepto que ésta debía ser la ropa de la madre de Dyemore. Se mordió
el labio. ¿Por qué si no iba a estar el baúl en el salón de la duquesa? Su
madre estaba muerta, eso lo sabía ella, pero nunca supo cuándo ni cómo
había muerto la mujer. Podría estar muy enfadado con ella por llevar la ropa
de su madre.
Iris negó con la cabeza. Era de noche y, en cualquier caso, no llevaba
puesto su corsé. Por la mañana decidiría si usar el vestido o no.
Cerró el baúl y, tomando la falda y el corpiño amarillos junto con las
medias y la camisola, volvió sobre sus pasos. Colocó la ropa en una silla
antes de volver a cerrar el salón.
Luego miró a través de la habitación hacia el vestidor.
La habitación del duque tenía que estar al otro lado.
Con ese pensamiento, volvió a tomar la vela y cruzó hacia el vestidor.
Dentro, la bañera de cobre había sido retirada. Levantó la vela y vio que
había otra puerta al otro lado del vestidor.
Se acercó a ella y probó el picaporte y no se sorprendió al ver que
también estaba cerrado.
En el exterior podía oír el viento silbando en una esquina, pero todo
estaba en silencio.
Como si todo en esta gran casa hubiera muerto hace tiempo.
Dejó de lado ese pensamiento y se concentró en la cerradura.
Al tercer intento encontró la llave correcta.
La cerradura cedió con un chirrido, como si se resistiera a ceder a su
curiosidad.
Abrió la puerta de un empujón y levantó la vela.
La habitación era casi el doble de grande que el dormitorio que
compartía con Dyemore. En el centro había una enorme cama sobre un
estrado elevado, y unos pilares de ébano tallados con formas retorcidas
sostenían unas cortinas de un rojo sangre tan oscuro que al principio las
confundió con el negro.
Entró y miró a su alrededor. Tenía que ser el dormitorio ducal, pero
todo estaba cubierto de polvo, como si hubiera estado cerrado tras la
muerte del anterior duque.
¿Por qué no lo había abierto Dyemore?
La chimenea del otro lado de la habitación era enorme, protegida con
mármol negro. Sobre ella colgaba un gran cuadro. Iris levantó la vela para
verlo mejor. San Sebastián estaba atado a un árbol, desnudo y agonizando

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
horriblemente. Estaba empalado por numerosas flechas, y la sangre pintaba
su cuerpo blanco y retorcido.
Se estremeció y se apartó.
Su cadera chocó contra una mesita, haciéndola caer junto con los
objetos que había sobre ella. Un cuenco de mármol cayó a la alfombra,
rodando en círculo, derramando su contenido, y un libro de algún tipo se
deslizó hasta el suelo.
Iris se inclinó para mirar el cuenco y lo que contenía. Pudo oler el aroma
incluso antes de que la luz de las velas captara los finos rizos de la madera:
cedro. La sutil y suave fragancia llenó sus fosas nasales. Debió de pisar
inadvertidamente algunas astillas al agacharse. Con cuidado, barrió todo lo
que pudo en el pequeño cuenco con la mano y lo puso de nuevo sobre la
mesa.
Luego se arrodilló para alcanzar el libro.
Era bastante grande, pero delgado, como si pudiera contener mapas o
grabados botánicos. Lo abrió con curiosidad, pero descubrió que no era un
libro impreso.
Era un cuaderno de bocetos.
En el interior de la cubierta figuraban las palabras Leonard, Duque de
Dyemore. Al otro lado de la inscripción, en la primera página, había un
dibujo de un niño pequeño, quizá de siete u ocho años, de pie, con una
cadera ladeada. Era un hermoso dibujo, inocente y etéreo.
Pasó la página y encontró a otro niño, éste sentado, con las piernas
inclinadas hacia un lado. En la página opuesta había una niña con el pelo
rozando los hombros.
Iris hojeó el libro. Había docenas de delicados dibujos en lápiz negro y
crayón rojo, página tras página, todos ellos exquisitos, todos ellos
dibujados por una mano experta.
Todos de niños desnudos.
Estaban de pie, sentados o tumbados, y sus suaves miembros aún no se
habían convertido en los músculos de la edad adulta. Varios estaban de
espaldas al espectador, y desde ese ángulo era imposible saber si el modelo
había sido un niño o una niña. Los cuerpos estaban realizados con gran
detalle, pero las cabezas apenas estaban esbozadas -o, en algunos casos,
faltaban por completo-, como si al artista no le interesaran los rostros de
sus modelos.
Cuando Iris pasó las páginas con dedos que empezaban a temblar,
observó que los niños parecían estar en la cúspide de la pubertad. Las niñas
con pechos apenas incipientes, los niños con manos y pies que habían

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
empezado a crecer por delante del resto de sus cuerpos. Los niños estaban
temblando en la cúspide de la metamorfosis. Esto hacía que los dibujos
fueran de alguna manera horribles. Como si el artista hubiera captado este
momento especial, casi místico, en la vida de estos niños y lo hubiera
diseccionado en la página.
Como si hubieran sido orugas en la crisálida, a punto de convertirse en
mariposas, y él hubiera aplastado la crisálida entre sus dedos.
Una lágrima salpicó la página, deformando el codo de una chica. Iris
jadeó y se limpió apresuradamente las mejillas.
El último modelo era diferente a los demás, aunque también estaba
desnudo. El dibujo era de un niño pequeño, de no más de cinco o seis años.
Estaba sentado con una pierna estirada, el codo apoyado en la rodilla y la
cabeza en la mano. A diferencia de los demás niños, su rostro había sido
dibujado con minucioso detalle.
Era precioso.
Se quedó mirando al niño. Era difícil distinguir un niño de un adulto,
pero había algo en los labios, en la forma de los ojos...
Tragó saliva. Debía estar imaginando el parecido con su esposo.
Debía de hacerlo.
Pero sabía que no era así. Se trataba de Dyemore -su marido- y su rostro
era hermoso e inocente y no tenía ninguna mancha.
No había ni rastro de una cicatriz.
Iris cerró el libro de golpe y lo empujó sobre la mesa.
De pie, ella se volvió hacia la puerta del camerino. Un hombre la miraba
desde las sombras.
Reprimió un grito y luego se dio cuenta de que sólo era un cuadro.
Un cuadro de tamaño natural.
Inspiró y se acercó, observando la figura. Era obviamente el último
duque, a juzgar por el corte de su traje púrpura. Llevaba una túnica de
terciopelo rojo forrada de armiño colgada sobre un hombro y llevaba una
peluca de fondo completo empolvada de color gris. En el retrato parecía
tener unos cuarenta años. Miraba al espectador con una sonrisa socarrona
en sus labios rojos, con una mano torcida apoyada en una tabaquera de oro
que estaba sobre una mesa a su lado.
Iris recordó lo que había dicho Dyemore: este hombre había dirigido a
los Lores del Caos. Semejante corrupción debería dejar un rastro en su
semblante, seguramente. ¿Alguna marca de su maldad? Había oído rumores
sobre él, de una depravación tan terrible que no podía ser nombrada.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Este hombre había sido notorio.
Pero el duque de la pintura no tenía ninguna mancha, su rostro no
estaba delineado. En todo caso, era bastante guapo.
De repente, la habitación estaba demasiado silenciosa. Parecía opresiva,
llena hasta la saciedad de deseos y emociones demasiado negros para haber
muerto simplemente junto con el hombre que los había engendrado.
Acechaban aquí como espíritus malévolos, esperando infectar a los vivos,
arrastrarlos con manos esqueléticas y respirar desesperación y odio en sus
rostros.
No es de extrañar que Raphael hubiera cerrado esta habitación.
Iris salió corriendo del espantoso dormitorio. Le tembló la mano al
cerrar la puerta, y luego casi corrió de vuelta a la habitación que compartía
con Raphael.
Él todavía dormía. Se arrastró hasta la cama y lo miró. A la luz de la vela,
su cicatriz se destacaba como un gusano lívido en su rostro, casi como si él
llevara la marca del mal que su padre no tenía. Dios mío. ¿Era eso posible?
¿Su cicatriz fue causada de alguna manera por los pecados de su padre?
¿Cuándo había ocurrido?
¿Y quién lo había marcado?
Iris tragó saliva y trató de refrenar su imaginación. Tocó con un dedo la
cicatriz y la recorrió. La piel estaba tensa y anormalmente suave bajo la
yema del dedo.
Y estaba resbaladiza por el sudor.
Seguía estando terriblemente enfermo, tal vez mortalmente enfermo.
Fuera lo que fuera lo que había hecho, algo dentro de ella sabía que
Dyemore no merecía morir. No cuando su padre había vivido una larga vida
sin consecuencias. No cuando el rostro de su padre había quedado intacto.
Inhaló temblorosamente, sintiendo el chapoteo caliente de las lágrimas
contra sus mejillas, y se inclinó hacia él.
Suavemente, besó su cicatriz.

La siguiente vez que Raphael escapó de sus pesadillas, el dormitorio estaba


a oscuras, pero su duquesa seguía sentada a su lado, con la luz de las velas
iluminando suavemente su rostro mientras leía su libro.
La curva de su mejilla, iluminada por la luz, lo hizo anhelar.
El fuego de la chimenea crepitaba, creando el único sonido en la
habitación además de su suave respiración y el paso de las páginas.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Se había recogido el pelo dorado en un sencillo nudo en la nuca y había
encontrado un chal de aspecto tosco para envolver sus hombros. ¿Quizás se
lo había prestado Nicoletta? Podría haber sido una mujer normal y
corriente -la hija de un zapatero, una costurera o la esposa de un panadero-
si no fuera por su forma de mostrarse. Tan erguida, con la columna
vertebral recta, los hombros nivelados y la barbilla ligeramente inclinada
para poder mirar el libro que tenía en las manos.
Aunque estuviera vestida con harapos, sería descubierta como una
dama de inmediato, por su modo de andar, su mirada, su forma de hablar y
su manera de sentarse.
Sus labios se torcieron al pensar en ello.
Ella debió percibir algo, porque levantó la vista y se encontró con su
mirada.
Sonrió como el sol que se abre paso entre las nubes. —Está despierto.
Él asintió.
Ella se puso de pie y le sirvió un vaso de agua, luego se sentó en el borde
de la cama para ayudarlo a sentarse a beber.
Él rodeó su muñeca con la mano, sintiendo los delicados huesos bajo su
piel. El aroma de las naranjas le llegó a la cara.
Él tragó el agua con gratitud.
Ella hizo el intento de levantarse, pero él la detuvo.
—Cuánto... —Tosió y volvió a intentarlo—. ¿Cuánto tiempo?
Ella frunció las cejas, mirándole con recelo. —¿Qué?
Él parpadeó, tratando de enfocar sus ojos, mirando alrededor de la
habitación. ¿Dónde estaban sus hombres? ¿Nicoletta? —¿Cuánto tiempo he
estado en cama?
—Ayer y hoy, —respondió ella con calma—. Esta es la tarde del
segundo día. Tenía fiebre, su herida estaba infectada. La fiebre sólo ha
desaparecido esta mañana. ¿Recuerda haber discutido conmigo antes de
desmayarse?
Dejó que sus párpados se cerraran. Le dolía la cabeza y sentía los
miembros pesados. Hizo una mueca de frustración. —Llevabas puesta mi
camisa.
Recordó su pezón, pequeño y puntiagudo y rosa.
—Sí. —Ella retiró su mano de la de él y se levantó.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Tomó la única vela encendida y encendió otras alrededor de la cama,
haciendo que la zona fuera más luminosa. Al hacerlo, el chal se deslizó por
sus hombros.
Él entrecerró los ojos. Llevaba un vestido amarillo. —¿De dónde has
sacado eso?
Sus ojos se apartaron de él. —Yo... eh... lo encontré en la habitación de
al lado.
Él se quedó helado. —¿Qué habitación?
Su voz había sido tranquila, pero su mirada voló hacia él, claramente
alarmada. —La sala de estar. Pero yo... también entré en la habitación del
duque.
Su labio se curvó mientras miraba hacia otro lado. No quería que ella
viera la rabia que surgía detrás de sus ojos.
Mantuvo la calma en su tono. —Te dije que no entraras en ninguna
habitación cerrada.
—Sí, es cierto. —Su voz era firme, aunque un poco aguda—. Pero ahora
soy su esposa. ¿No cree que se me debería permitir acceder a las
habitaciones de su casa?
Él se giró para mirarla entonces, porque se lo merecía, y porque había
conseguido controlar su expresión. —No, no lo creo.
Sus labios temblaron, pero levantó la barbilla. —¿Preferiría que siguiera
llevando su camisa y su bata?
En realidad le había gustado bastante que ella llevara su ropa, tanto
porque sus pechos estaban sueltos como porque eso hacía que algo en él
estuviera muy, muy contento. El vestido amarillo, sin embargo, le sentaba
muy bien. Parecía brillar a la luz de las velas, como un faro de pureza.
—Naturalmente que no, —respondió—. Puedes usar la ropa de mi
madre si es lo que realmente deseas. Pero no quiero que vuelvas a entrar en
la habitación de mi... padre.
Se sintió furioso de sólo pensarlo. Esa habitación estaba impregnada de
maldad.
—¿Por qué?, —preguntó ella.
—Porque te he ordenado que no lo hagas. —Las palabras resbalaron
como el hielo de sus labios.
Ella frunció el ceño, pareciendo obstinada. —¿Por qué no duerme allí en
vez de en la habitación de la duquesa?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Él la miró y el aroma de la madera de cedro pareció recorrer la
habitación.
Se le revolvió el estómago.
Debe ser por eso que le respondió con la verdad. —Porque entrar en esa
habitación me da ganas de vomitar.
Cerró los ojos y la escuchó tragar.
—Oh.
Maldita sea. No había querido discutir con ella. Ni revelar las peores
partes de sí mismo.
Él suspiró. —Gracias.
Sintió que ella enderezaba la colcha sobre su pecho. —¿Por qué?
—Por cuidarme. —Abrió los ojos con esfuerzo—. Por no huir.
Ella frunció el ceño y se giró bruscamente para verter más agua en la
taza. —No abandonaría a un hombre enfermo, Su Excelencia.
Ah. La había insultado.
Volvió a acercarle la taza a los labios y él la observó mientras bebía.
Parecía cansada. ¿Cansada y recelosa... de él?
Probablemente.
Como debería ser.
Dejó la taza junto a su libro.
—¿Qué estás leyendo?
—Las Historias de Polibio. —Ella miró el libro y luego a él, con las cejas
fruncidas—. ¿No recuerda que le leía?
—Sí, pero no te entendía. La fiebre, creo. —Polibio era un cronólogo
bastante oscuro de la historia romana. La miró con curiosidad—. ¿En latín?
¿O en italiano?
—En ninguno. —Ella se aclaró la garganta casi como si estuviera
avergonzada—. Mi latín no es especialmente bueno -aunque ya he leído
una edición latina de Polibio- y no sé italiano. Encontré que tenía una
traducción al inglés en su biblioteca.
—Ah. —Asintió con la cabeza—. Desconocía la existencia de una
traducción al inglés en la biblioteca, pero me encontré con un registro de
que el mayordomo de mi padre había comprado la biblioteca del Conde de
Wight cuando éste se vio obligado a vender a la muerte de su padre. —Él
captó su ceño desconcertado—. Deudas de juego.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Oh. —Ella miró el volumen en su mano, alisando sus dedos sobre la
desgastada cubierta—. Ya veo. Entonces la pérdida del Conde de Wight es
mi ganancia, supongo.
—Eso parece. —Él observó cómo ella tragaba y golpeaba con el dedo
índice el libro. ¿Estaba nerviosa?— ¿Dónde has leído esa edición en latín?
Ella levantó la vista como si se asustara un poco por su interés. —En la
casa de mi padre, en el campo, donde nací.
Él levantó las cejas en señal de pregunta.
—Está en Essex, —dijo—. Una vieja casa de tipo ramificado que se
asienta en una colina baja con prados alrededor. Me temo que es demasiado
grande para los medios de nuestra familia. Los Radcliffe -mi familia- han
descendido más bien desde nuestra altura en la época de los Tudor.
Él se dio cuenta de que sabía muy poco sobre ella, esta mujer a la que
había arrastrado impulsivamente a su oscuridad. —¿Eras hija única?
—Oh, no, —respondió ella—. Tengo un hermano mayor, Henry. Siete
años mayor, en realidad. Aunque lo enviaron a la escuela, así que no lo veía
mucho, excepto en las vacaciones. Pero tenía una muy buena amiga de la
finca vecina. Katherine. —La voz se le quebró.
—¿Katherine?
Ella asintió e inhaló. —Murió este último otoño. Muy repentinamente.
Fue... una sorpresa. —Ella lo miró, con lágrimas en los ojos—. Estaba
casada con el Duque de Kyle. Así es como me hice amiga de Hugh.
Él frunció el ceño al escuchar el nombre, su pecho se apretó. —¿Te
enamoraste del marido de tu amiga?
—¡No! —Sus ojos se habían ensanchado—. Por Dios, no.
—Pero ibas a casarte con Kyle, —dijo en voz baja—. Eso es lo que todo
el mundo pensaba. Por eso Dionisio asumió que eras la novia en la boda.
Ella asintió. —Sí, teníamos una especie de acuerdo -nunca se dijo nada
en voz alta, eso sí-, pero ambos sabíamos que en algún momento me pediría
matrimonio. Pero luego se enamoró de Alf, la mujer que convirtió en su
esposa.
—Ah. —Él la estudió, la postura inmóvil, las manos blancas y delgadas,
el rostro tranquilo. ¿No había sentido ningún remordimiento cuando el
hombre que había creído que se casaría con ella se volvió hacia otra mujer?
¿Celos? ¿Rabia?
¿Importaba?
Él la tenía ahora. Era suya y no la dejaría entretenerse con otros
hombres, ni en cuerpo ni en pensamiento.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Incluso si eso lo convertía en un canalla.
La puerta de la habitación se abrió y se giró para ver entrar a Ubertino.
El criado sonrió al ver que Raphael estaba despierto. —¡Su Excelencia!
Alabado sea que se haya despertado. Le diré a Nicoletta que le traiga la
sopa y yo traeré agua.
—Gracias, —dijo Raphael, y el criado se fue de nuevo.
Se giró para ver que su duquesa acariciaba la cubierta del libro que aún
sostenía.
—¿A qué parte habías llegado?, —le preguntó.
Ella levantó la vista. —¿Perdón?
—Polibio. —Él señaló el libro con la cabeza.
—¿Lo ha leído?
Sus labios se movieron. —En latín. Y en italiano, pero una mala
traducción.
—Oh. —Ella parpadeó—. Estoy leyendo sobre el saqueo de Cartago.
Fue una época brutal. Tantos muertos.
—Fue una guerra. —Dudó, pero tenía curiosidad por lo que ella
pensaba—. ¿Has llegado a la esposa de Hasdrubal?
—Sí, lo he hecho. —Sus labios rosados se dibujaron hacia abajo—. Para
que una mujer haga una cosa así, arrojar a sus dos hijos al fuego y luego
meterse ella misma, maldiciendo a su marido... Creo que debía estar loca. O
demasiado orgullosa.
—¿No te pareció noble su suicidio?
—No. —Ella lo miró fijamente—. ¿Y a usted?
Él se encogió de hombros. —Cartago había caído. El destino que les
esperaba a ella y a sus hijos era la violación y la esclavitud. Puedo entender
que una mujer orgullosa elija la muerte antes que una vida así.
—¿Y su marido?, —preguntó ella, inclinándose un poco hacia delante,
con las mejillas rosadas por la pasión de su argumento—. ¿Qué tal si
maldice a su marido, el padre de sus hijos?
Sintió que su propio rostro se volvía pétreo. —Hasdrubal se rindió a los
romanos en lugar de luchar hasta la muerte. Es más, pidió clemencia. Su
esposa no tenía la obligación de apoyar a un hombre así.
—¿No la tenía?, —preguntó suavemente la duquesa—. ¿Por amor de
esposa, por honor o por simple decencia? Se llevó a sus hijos -se llevó a sí
misma- lejos de él en el momento de su mayor derrota.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Madame, yo digo que él era un cobarde y ella una noble dama.
—Entonces respondo, —dijo ella en voz baja—, que él era un hombre
que intentaba vivir mientras ella había perdido toda esperanza.
Él la miró fijamente. ¿De dónde sacaba ella tanta ingenuidad? Sus labios
se curvaron en una sonrisa sin gracia. —No había ninguna esperanza de
vivir, sólo esclavitud, violación y muerte. Lo honorable era lo que ella hizo
de hecho: suicidarse.
—No. —En su fervor colocó su mano sobre la de él en el cobertor,
aunque él pensó que no se había dado cuenta—. No. Mientras hay vida
siempre hay esperanza. Donde usted ve a un cobarde rogando por su propia
vida, yo veo a un hombre que a pesar de su orgullo ha decidido perseverar.
Recuerde que el asedio a Cartago duró tres largos años. Si Hasdrubal
hubiera sido realmente un hombre cobarde, podría haberse rendido en
cualquier momento durante esos años. Pero no lo hizo. Luchó. Sólo cuando
las murallas se abrieron y la ciudad cayó, arrojó su espada. Ese no es el acto
de un cobarde.
—¿Y su esposa?, —preguntó en voz baja—, ¿Qué hay de ella? ¿Debería
haber vivido como una esclava? ¿Quizás como la puta de algún soldado
romano?
Ella levantó la barbilla. —Sí, creo que sí. Matarse a uno mismo es...
Él se burló. —Pones la moral cristiana en una reina pagana.
—No, déjeme terminar. —Ella tomó aire, pensando, tal vez
componiendo sus pensamientos—. En mi opinión, es un desperdicio
matarse, incluso si uno es violado y degradado. La esposa de Hasdrubal era
madre de dos hijos. Era una persona por derecho propio. Incluso en la
esclavitud siempre existe la posibilidad, aunque sea escasa, de escapar. De
levantarse y rebelarse contra los que te han hecho daño.
La miró y se preguntó si alguna vez había sufrido en su vida. Si alguna
vez había encontrado preferible la idea de la muerte a la de vivir un día más.
Dios mío, esperaba que no.
—Y si ella escapara de la esclavitud, —dijo él suavemente—. En este
hipotético mundo en el que la esposa de Hasdrubal nunca se arrojó al
fuego, nunca sacrificó a sus hijos, concedamos su huida y concedamos la
imposible fortuna de volver a encontrar a su marido. ¿Crees que ese noble
hombre, que suplicó de rodillas a los romanos que habían destruido su
ciudad, la aceptaría de vuelta? ¿Acariciaría su rostro y no preguntaría nunca
por los hombres que se habían ensañado con su cuerpo cuando ella estaba
cautiva? ¿Podría volver a llevar a su lecho a una esposa tan mancillada?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—No lo sé, —respondió ella en voz baja—, pero debería hacerlo.
Cualquier cosa que le ocurriera no sería culpa suya. —Lo miró a los ojos,
con una mirada suave y despiadadamente seria—. Al igual que si no me
hubiera rescatado de los Lores del Caos, lo que podría haberme ocurrido
aquella noche no sería culpa mía. Si hubiera podido escapar de ellos
después, lo habría hecho. Y no me habría quitado la vida.
Su corazón se paralizó ante la mera idea de que se hiciera daño a sí
misma.
Él era un tonto. Por supuesto, este debate se remonta a su reciente
captura. A su casi violación. ¿Qué debió pensar cuando la secuestraron?
¿Cuando la encapucharon y la arrastraron ante los Lores del Caos y la
obligaron a arrodillarse ante una piedra de sacrificio?
Debió de perder la cabeza por el terror.
Y, sin embargo, había controlado su miedo. Es más, a pesar de su
experiencia cercana de primera mano, ahora sostenía apasionadamente que
una mujer asolada y violada nunca debería perder la esperanza. Debería
luchar por seguir viva a pesar de todas las probabilidades.
Se sorprendió de su percepción.
Se sintió impresionado por su valentía.
Le dio la vuelta a la mano y le agarró los dedos. —Perdóneme. —No era
la ingenuidad lo que había impulsado su argumento. Era algo mucho más
noble—. Nunca la culparía, mi duquesa, si fuera maltratada de ese modo, y
nunca desearía que se quitara la vida.
Le levantó la mano y apretó su boca contra la palma de la mano, y al
hacerlo tuvo un recuerdo agudo y visceral: La había besado antes de que la
fiebre se apoderara de él. Sus labios habían sido suaves y habían cedido a la
invasión de su lengua. Sabían a té.
Quería volver a probarla. Lamer sus pequeños labios, hacerla abrir la
boca y gemir.
Pero eso era una locura. No podía dejarse llevar, ni siquiera un poco.
Ella era pura y él no. Tenía que asegurarse de que su estigma nunca la
tocara.
Dejó que la mano de ella cayera de sus labios, mirando hacia abajo para
que ella no viera la lujuria en sus ojos.
—Gracias, —susurró ella.
Empezó a decir más, pero en ese momento Nicoletta entró en la
habitación. La sirvienta llevaba un plato de sopa humeante y un paño sobre
el brazo. Detrás de ella estaba Ubertino con una jarra de agua caliente.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
El criado sonrió al verle. —Creo que querrá sentarse, Su Excelencia.
Raphael asintió mientras el corso lo ayudaba a sentarse.
Nicoletta y su duquesa se retiraron discretamente al camerino.
Raphael se desabrochó el saco, notando que estaba tieso de sangre a la
altura del hombro. Arrugó la nariz con disgusto ante el desorden.
Miró la puerta del camerino, asegurándose de que estaba cerrada antes
de hablar. —¿Cómo le ha ido a mi duquesa?
Ubertino acercó el orinal al lado de la cama. —Su Excelencia ha pasado
la mayor parte del tiempo cuidando de usted.
Y entrando a hurtadillas en habitaciones que no le corresponden. —¿No se ha
aventurado a salir de la abadía?
Raphael suspiró mientras se aliviaba. Sacudió su pene y cerró la bata.
—No, Su Excelencia. —Ubertino tapó la vasija y la guardó detrás del
biombo.
La puerta del camerino se abrió.
Su duquesa carraspeó señaladamente desde el umbral. —Si gasta sus
fuerzas charlando con Ubertino, no permanecerá despierto el tiempo
suficiente para que Nicoletta y yo lo lavemos.
¿Se proponía ponerle las manos encima ella misma? El mero hecho de
pensarlo hizo que su vientre se tensara.
Se volvió hacia ella, frunciendo el ceño. —No necesito que me bañen
como a un maldito bebé.
No podía permitirse la tentación.
—En realidad sí lo necesita. —Ella cruzó hasta la cama y le entregó el
tazón de la sabrosa sopa de carne de Nicoletta. Ella sonrió dulcemente—.
No se ha lavado desde la noche en que le disparé. Ha estado tumbado en la
cama con sangre seca en la bata y en la ropa de cama. Apesta.
Entrecerró los ojos y dio un sorbo a la sopa. Podría haber discutido más
con ella, simplemente para hacerle ver que era él quien mandaba, pero
estaba cansado. Débil y susceptible a su señuelo.
Y además. Realmente apestaba.
Se comió la mitad del plato de sopa en silencio mientras Nicoletta se
paseaba por la habitación, murmurando para sí misma con voz de regañina.
Cuando por fin apartó el cuenco, Ubertino se apresuró a tomarlo.
Raphael le sujetó la muñeca. —¿Ha habido alguna visita? ¿Alguien en
los alrededores?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—No, Su Excelencia, —respondió—. Los hombres recorren el exterior
de la abadía y no han visto a ningún extraño.
Raphael asintió y lo soltó. —Bien.
Ubertino se inclinó y salió del dormitorio.
Se recostó contra las almohadas. Esta herida era inoportuna. Necesitaba
encontrar una forma de seguir hurgando en la manzana corrupta que eran
los Lores del Caos. Con el jolgorio de primavera terminado, no tendrían
otra reunión en meses, a menos que Dionisio convocara una reunión
especial. Tal vez si él...
—Siéntese un poco, —le murmuró su duquesa al oído.
Abrió los ojos. Ella estaba cerca, sus manos buscaban sus brazos. Por lo
visto, lo del lavado iba en serio.
Tonta, tonta chica.
Se levantó, ignorando el dolor que sentía en el hombro.
Ella colocó varios paños bajo su cabeza. —Puedes recostarte.
Él enarcó una ceja.
Ella se limitó a fruncir los labios y se volvió para mojar un paño y
frotarlo con jabón. Cuando volvió a mirar hacia él, tenía los hombros
erguidos y una expresión tranquila y decidida.
Empezó por el lado izquierdo de su cara. El lado sin cicatrices.
Naturalmente.
Él observó cómo las cejas de ella se fruncían ligeramente, mientras el
paño caliente y húmedo se movía suavemente sobre su mejilla, a través de
su mandíbula, hasta su frente.
Ella parpadeó y dudó.
—Las cicatrices molestan a la mayoría de la gente, —dijo él
suavemente. Con firmeza—. No es nada de lo que avergonzarse. Deja que
Nicoletta se encargue del otro lado. Ella está acostumbrada a ellas.
—No. —Ella inhaló y se encontró con su mirada, sus ojos azul-
grisáceos resueltos—. No me molestan sus cicatrices.
Ella mintió, él lo sabía, pero de alguna manera eso hizo que su
insistencia en hacer esto fuera aún más... ¿valiente? Sí, valiente. No lo hacía
como una especie de penitencia o como un acto de caridad -él podía verlo
por la forma de sus labios, la firmeza de su mano, la suavidad de su frente-,
sino tal vez porque simplemente era lo correcto.
Se había casado con una mujer mucho más noble que él.

71
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Asintió, cerró los ojos y volvió a sufrir sus toques de nuevo.
El paño estaba frío ahora contra su piel, acariciando desde el lado no
marcado de su frente hasta donde comenzaba la cicatriz sobre su ojo
derecho. Ella no vaciló, se lo concedió. El paño pasó por encima de la
cicatriz y bajó por su cara. Ella debía sentir la cuerda serpenteante. La
suavidad antinatural. Sin embargo, ella continuó limpiando su boca, con su
labio retorcido, hasta su cuello. La oyó escurrir el paño y luego regresó,
limpiando el jabón de su cara.
Él abrió los ojos y la miró.
Sus mejillas estaban rosadas. ¿Sentía ella su calor? ¿El control con el que
él evitaba que sus miembros se apoderaran de ella?
Ella parpadeó. —Será mejor que le arreglemos el pelo a continuación.
Él levantó las dos cejas. No tenía ni idea de cómo ella y Nicoletta se
proponían hacer eso sin dejar la cama inundada de agua.
Pero, de alguna manera, colocaron una palangana, acolchada en el borde
con un paño, bajo su cabeza.
Su duquesa atrapó la punta de la lengua entre los dientes mientras le
echaba agua caliente sobre el pelo. Sus labios eran muy rosados. Rellenos,
con un prominente arco de Cupido en el superior. Su boca brillaba
suavemente por la humedad.
Sus párpados cayeron mientras pensaba en lo que quería hacer con esa
boca.
Ella le estaba aplicando jabón en el pelo con dedos fuertes y finos que le
masajeaban el cuero cabelludo.
Apretó la mandíbula para no gemir.
Ella le restregó el pelo hacia atrás, acariciando, presionando, y él
descubrió que sus ojos se cerraban como los de un gato perezoso. No había
sido tocado así por otra persona desde...
Bueno. No desde hacía mucho tiempo.
Ella apartó las manos y entonces el agua limpia se vertió sobre su
cabeza. Él sintió que ella le quitaba el exceso de agua del pelo y luego le
daba palmaditas con un paño para secarlo.
La palangana se retiró.
Abrió los ojos y la vio lamerse los labios con nerviosismo. —Yo... er...
Deberíamos quitarle el saco. Al menos la parte superior.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Si fuera un hombre dado a la alegría, habría sonreído entonces. Ella
estaba jugando en las llamas de su control. ¿Acaso no entendía su propio
peligro?
Pero el rubor de ella había aumentado y estaba deliciosamente
descolocada.
Él simplemente no podía resistirse, ni a sus propios impulsos ni al
inocente desconcierto de ella.
Extendió los brazos y dijo gravemente: —Adelante.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Seis
Ahora el Rey Roca vivía tan profundamente en el árido páramo de piedra que pocos lo habían
visto. De hecho, había quienes decían que no existía en absoluto. El cantero le rogó a Ann que
no se fuera, pues temía que nunca regresara. Pero el amor de Ann por Él era fuerte y decidido. Al
final, partió con media barra de pan, un poco de queso y un bonito guijarro rosa que su madre
había considerado afortunado...
—De El Rey Roca

Iris tragó saliva. La voz de Dyemore era intensa y ronca, y sus ojos se
burlaban mientras extendía los brazos para desafiarla.
Bueno, era su esposo, ¿no? Y además un hombre enfermo. Había pasado
los dos últimos días atendiéndolo con la ayuda de Nicoletta. Bañarlo era
una simple necesidad, nada más.
Al menos eso fue lo que se dijo a sí misma mientras agachaba la cabeza
para la tarea de desabrochar su bata. No pudo evitar darse cuenta de que,
por muy enérgica y sensata que fuera la voz de su mente, le temblaban los
dedos.
Tal vez era de esperar. Hacía tiempo que no desnudaba a un hombre.
Además, su difunto marido estaba en la madurez, mientras que
Dyemore era un hombre en la flor de la vida, solo un poco mayor que ella, si
tenía que adivinar, y por supuesto era bastante... es decir...
Bueno.
Era bastante robusto.
Iris trató de no fijarse en lo robusto que era el pecho de Dyemore
mientras ella y Nicoletta le sacaban primero el brazo izquierdo y luego, con
mucha cautela, el derecho de las mangas del saco. La cobija fue empujada
hasta su cintura, cubriendo discretamente su mitad inferior.
Para cuando terminaron de quitarle la parte superior del saco, él tenía la
frente vidriada de sudor y jadeaba. Intercambió una mirada preocupada con
Nicoletta. Iris no quería agotarlo; ya llevaba tiempo despierto, teniendo en
cuenta que llevaba dos días de fiebre inestable.
Pero le preocupaba que las sábanas mugrientas y la sangre incrustada
en su brazo frenaran su recuperación.
Lo mejor era acabar con esto lo antes posible para que pudiera volver a
dormir.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Con eso en mente, se dirigió a la palangana de agua caliente que
Ubertino había llevado al dormitorio mientras ella y Nicoletta habían
desvestido al duque. Tomó un paño limpio y lo mojó, y luego utilizó el
jabón que la sirvienta le había proporcionado. Era el mismo jabón con el
que Iris se había bañado, y el embriagador aroma a naranjas llenaba el aire.
Inhaló y se volvió hacia el hombre de la cama, observando su amplio
pecho. Parecía haber bastante piel desnuda ante ella. Tragó saliva y decidió
empezar por el brazo bueno. Colocó el paño enjabonado sobre el hombro
de él, acariciando enérgicamente la piel lisa, tratando de no notar la firmeza
de los músculos bajo sus dedos.
Mantuvo su mirada estrictamente en su mano.
Sin embargo, era imposible ignorar la elegante curva de su clavícula, la
protuberancia de su brazo, la forma en que una única vena recorría el
interior de su antebrazo...
Se dio cuenta de que su mano se había ralentizado a lo largo de su
brazo. La habitación estaba muy silenciosa. Nicoletta se había marchado
con el agua sucia y Ubertino estaba en algún lugar, tal vez trayendo más
agua limpia. Ella y el duque estaban solos en el dormitorio, con las manos
de ella sobre su cuerpo.
Ella no se atrevía a levantar la mirada hacia la de él.
Tomó su mano entre las suyas y pasó el paño por las venas que
rodeaban el dorso. Los dedos de él eran largos y fuertes, y empequeñecían
los de ella, las uñas cuadradas y pálidas. Lavó con cuidado cada uno de ellos
y luego tomó su mano entre las suyas para lavar la palma. Fue un acto
íntimo. Un... acto de cuidado. Un acto que una madre podría realizar por su
hijo.
O que una mujer podría realizar por su amante.
Iris recuperó el aliento y se enderezó para enjuagar el paño.
Cuando se volvió, sus miradas se encontraron.
Él la observaba, con sus ojos de cristal entrecerrados y sus labios
retorcidos entreabiertos.
Sintió que algo en su interior se apretaba.
Apartó la mirada y se apresuró a limpiarle la mano y el brazo del jabón.
La puerta de la habitación se abrió y Nicoletta entró trayendo agua
fresca.
Iris se concentró en su paño mientras lo enjabonaba de nuevo.
Empujó su brazo para lavarlo por debajo, donde su pelo oscuro crecía
en forma de remolino.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Donde el aroma de su masculinidad era más fuerte.
Ella no debería encontrar esto erótico. Una dama no debería encontrar
esto erótico.
Y, sin embargo, lo encontró.
El brazo levantado de él hacía que los músculos de las costillas
resaltaran en intrigantes crestas, y ella deseaba -muy desesperadamente, de
hecho- inclinarse e inhalar su aroma.
Se mordió el labio.
Nicoletta vertió el agua sucia de la palangana, y el sonido sacó a Iris de
su ensueño. Levantó la vista para ver que la sirvienta ni siquiera miraba en
su dirección.
Evidentemente, Nicoletta no había notado nada raro.
Gracias a Dios.
Iris no pudo volver a mirar a Dyemore a los ojos. Su conciencia era
demasiado volátil. Si captaba su mirada, podría combustionar.
Por primera vez, la idea de compartir el lecho matrimonial con este
hombre le parecía no sólo posible, sino también algo que podía esperar.
Nicoletta comenzó a lavar el brazo y el hombro heridos del duque
mientras Iris se dirigía a su pecho.
Tragó saliva al mirar hacia abajo.
Tenía pezones.
Naturalmente.
Todos los hombres -y las mujeres y los niños e incluso los bebés- tenían
pezones. Sólo que normalmente las damas no veían los pezones de un
caballero, y antes, cuando él había sido herido, ella no había tenido tiempo
de mirarlos.
Iris se aclaró la garganta y se frotó en pequeños círculos en la parte
superior del pecho, moviéndose hacia abajo, hacia uno de esos pezones.
Eran pequeños trozos de carne, ¿no? Un color más intenso, ciertamente,
que el de la piel circundante, y crepitantes, pero nada fuera de lo común.
Se le cortó la respiración cuando pasó el paño por el pezón. ¿Sintió él
eso? ¿Sentía algo diferente al resto de su piel? ¿Sentía él lo mismo que ella
cuando la tela le rozaba los pezones desnudos?
Se atrevió a mirar por debajo de pestañas entornadas.
Las fosas nasales de él estaban dilatadas, sus ojos eran meras rendijas.
Y su pezón estaba erecto ahora, un pequeño pico afilado en su pecho.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Podría ser por el frío del agua y el aire.
Tal vez.
Le lavó el costado hasta llegar a la cintura, donde estaba la colcha, y
observó cómo se hundía el estómago al tocarla. Había un mechón de pelo
negro alrededor de su ombligo que se arrastraba hasta el fondo de las
sábanas.
Ella tragó saliva.
Estaba cubierto, por supuesto, pero ella sabía lo que había debajo de las
sábanas: lo había visto completamente desnudo en las fiestas de los Lores.
Tenía la imagen grabada a fuego en su memoria: un pene orgulloso y grueso,
una bolsa pesada y pelo rizado medianoche. Si la colcha se deslizara un
poco hacia abajo, vería el borde superior de ese nido de pelo negro.
La idea le hizo apretar los muslos bajo el vestido.
¿Sabía él cómo le afectaba su cuerpo?
Apresuradamente, obligó a su mano a moverse, alejándose de ese
peligroso cobertor. Volvió a subir, sobre esa planicie, sobre las costillas,
hasta el pecho de él. Le acarició el vello en el centro del pecho y luego rodeó
suavemente su pezón derecho, sintiendo que su interior se calentaba y se
derretía incluso cuando el trozo de carne se endurecía y oscurecía.
De repente, le atrapó la muñeca. —Basta.
Ella se enderezó con culpa.
Los fríos ojos de él se encontraron con los de ella. —¿Has terminado?
Ella tiró de su muñeca, pero incluso debilitada por la enfermedad, su
agarre era firme. —Su espalda y el resto de su...
—Creo que ha terminado por ahora, mi duquesa, —dijo con voz grave
y dura.
¿Había notado él su atención demasiado intensa? ¿Lo había ofendido?
Ella examinó su rostro en busca de ira o condena, pero no pudo encontrar
ninguna de las dos cosas. De hecho, era casi imposible leer ninguna
expresión en él. Él no revelaba nada de sí mismo, se dio cuenta de repente.
Mantenía todas sus emociones, todos sus pensamientos, ocultos tras unos
ojos de cristal y un rostro lleno de cicatrices.
Se limitaba a observarla.
Era enloquecedor.
Ella se lamió los labios. —Creo que descansarías mejor si tu baño
estuviera terminado.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Sin duda. —Le soltó la muñeca—. Ubertino puede ayudarme con el
resto.
—¿Y Nicoletta? —Ella miró a la sirvienta. Nicoletta estaba lavando
cuidadosamente alrededor de las vendas. Tenía la cabeza baja, pero Iris no
era tan tonta como para pensar que la sirvienta no estaba prestando mucha
atención a su amo y ama.
—Te la enviaré cuando haya terminado. —La miró, con los ojos fríos
como el Mar del Norte—. No tengo más necesidad de ti. Vete.
Ella luchó para no estremecerse. Eso era un despido. Una destitución
grosera.
Estaban casados. Seguramente estaba permitido que una esposa ayudara
a su marido a bañarse. Pero una mirada a su expresión de prohibición acabó
con esa idea. Actuó como si ya no pudiera soportar su contacto.
Como si su contacto le repeliera.
Iris levantó la barbilla, intentando que no se notara su dolor.
Lo miró a los ojos y le dijo: —Nicoletta, por favor, ve al camerino. Me
gustaría hablar con mi esposo.
La sirvienta se quedó paralizada, con las manos sobre el pecho del
duque. Miró entre Iris y Dyemore.
Dyemore asintió.
Nicoletta dejó caer su trapo en el cuenco de agua y salió
apresuradamente de la habitación.
Iris esperó a que se cerrara la puerta del camerino y se dirigió al duque.
—Soy su esposa, señor, no su perro. No se me echará como si hubiera
ensuciado la alfombra.

Raphael observó a Iris. Se mantenía rígida y orgullosa.


Admiraba su atrevimiento, aunque sentía que su ira aumentaba por el
hecho de que lo cuestionara. No deseaba seguir siendo tentado por ella.
Discutir con ella no ayudaría en nada.
—Te pido perdón si crees que me he dirigido a ti como si fueras un
perro, —dijo con los dientes apretados—. Pero mi protesta sigue siendo la
misma. No hace falta que me laves.
—¿Y si quiero hacerlo? —El color estaba subiendo en sus mejillas, y él
no pudo evitar pensar en lo encantadora que la hacía. Parecía una mujer
apasionada.
Ese no era un pensamiento productivo. —Esta discusión es...

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—¿Por qué no quiere que lo toque?, —exigió ella.
—¿Por qué ibas a querer?, —preguntó él sin rodeos. Su paciencia se
estaba agotando—. Mi cara es repugnante. He visto cómo se ha
estremecido; por favor, no lo niegue, madame.
—Siento haberme estremecido, —susurró ella—. No encuentro su
cicatriz repugnante. No lo encuentro a usted repugnante. Y ya que es así, me
parece que debería poder tocarlo si me place.
Él se burló. —No sé por qué tocarme te complacería.
—¿No lo sabe? —Su rubor se había vuelto rosado. Estaba obviamente
avergonzada por esta discusión, pero aun así le sostuvo la mirada—.
Pensaba que estaría contento de que su esposa estuviera interesada en su
cuerpo. Después de todo—su voz bajó— compartiremos la cama como
marido y mujer.
Su estómago cayó en picado y apartó la mirada de ella.
—Compartiremos la cama, ¿verdad?, —preguntó ella, y su voz era más
cercana.
Se había acercado más a él.
Él levantó los ojos, clavando su mirada en ella. Ella tenía una mano
medio levantada, tratando de tocarlo de nuevo.
Él atrapó su mano con la suya justo a tiempo.
—Por supuesto que compartiremos la cama, —respondió, con voz dura.
No podía permitirse mostrar debilidad—. Pero no haremos nada más.
Ella parpadeó, pareciendo confundida. —Quiere decir...
—Quiero decir que no te molestaré, —espetó él. ¿Acaso ella no tenía idea
de lo tenue que era su control? Se mantenía a sí mismo a raya sólo por el
más mínimo hilo. Si no estuviera debilitado por la fiebre, podría tomarla y
llevarla a su cama, a su regazo. Lamerle los labios y bajar por su tierno
cuello. Sacar el fichu de su corpiño y recorrer con sus dientes las bonitas
curvas de sus pechos. Y entonces...
No.
No.
Había jurado que no la corrompería, y mantendría esa promesa sin
importar lo que le costara.
—Yo... no entiendo. —Sonaba dolida, como si él hubiera insinuado que
el problema estaba en ella—. Se casó conmigo. ¿Por qué lo haría si le doy
tanto asco que ni siquiera quiere acostarse conmigo?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Él debería corregirla. Decirle que se había equivocado por completo.
Pero si lo hacía, ella le haría más preguntas.
Preguntas que definitivamente no quería responder, ni ahora ni nunca.
Tal vez fuera mejor así.
—Me casé contigo para salvarte la vida, —mintió, con la voz baja, e
incluso mientras lo hacía podía sentir el hielo que se formaba sobre su piel,
helándole hasta los huesos. Haciendo que su corazón se aquietara—. Nada
más.
Ella se tambaleó como si él le hubiera atravesado el vientre con una
espada. —Pero... pero me ha besado. Seguramente...
—Estaba febril, —dijo él. La negrura envolvió su alma—. No estaba en
mis cabales.
Ella lo miró un momento, con sus ojos azul-grisáceos devastados, y
luego se incorporó, orgullosa y fuerte. —Ya veo. Si me disculpa, iré a buscar
a Ubertino.
Se dio la vuelta y salió de la habitación.
Llevándose toda la luz con ella.

Iris parpadeó para contener las lágrimas mientras salía del dormitorio, lo
cual era, francamente, una pura tontería. Apenas conocía a Dyemore; sólo
llevaba unos días casada con él. No había razón para que se tomara tan a
pecho su rechazo hacia ella. Él se había casado con ella para protegerla. Ella
se había casado con él porque no tenía otra opción.
Todo era bastante lógico, en realidad, y no tenía nada que ver con el
deseo sexual, o con la falta de él.
Luchó contra el impulso de patear una mesa auxiliar al pasar.
El problema era que había pensado, cuando ella y Dyemore habían
hablado de Polibio, que podrían encontrar algún hilo de amistad común.
Que este matrimonio, por muy precipitado y mal empezado que fuera,
podría tener una oportunidad de ser aceptable.
Un matrimonio con el que podría estar satisfecha.
Ahora se encontraba de nuevo en la incertidumbre. Si él no la deseaba,
si ella lo repelía activamente, ¿qué posibilidades había de que su matrimonio
fuera feliz?
¿Cómo podría vivir con un hombre que la había rechazado tan
bruscamente?
¿Cómo podría vivir sin los hijos que tanto anhelaba?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
¡Maldito sea!
Iris se detuvo ante la puerta de la cocina, tomándose un momento para
tranquilizarse. Luego entró en la cocina y descubrió a Ubertino recogiendo
dos jarras de agua humeantes.
—El duque está listo para que termines su baño y lo afeites, —dijo.
—Sí, Excelencia. —Ubertino se apresuró a salir de la habitación.
Dos sirvientes se quedaron en la cocina -Bardo y el de las cejas
pobladas, cuyo nombre aún no conocía. Estaban sentados en la mesa de la
cocina, evidentemente terminando la cena, y se habían levantado cuando
ella entró.
Ella los saludó con la cabeza y se dio la vuelta para irse.
—Donna, —dijo Bardo.
Por supuesto. Él recogió el candelabro de la mesa y le hizo un gesto para
que siguiera adelante. Los criados habían empezado a seguirla por el
castillo, evidentemente por orden del duque. Evidentemente, él
consideraba que ella necesitaba guardaespaldas incluso dentro de la abadía.
Se estremeció ante la idea, pero se sacudió y se concentró en la tarea de
cambiar las sucias sábanas del duque.
Enderezó los hombros y miró a los dos hombres, esbozando una
sonrisa. Señaló a Bardo y dijo: —Bardo.
Él pareció desconcertado, pero se inclinó y dijo: —Donna.
Ella movió el dedo hacia Cejas Peludas y levantó sus propias cejas.
—¡Ah!, —dijo el criado, sonriendo ampliamente. Era hogareño, pero la
sonrisa hacía que lo que de otro modo sería un rostro intimidante resultara
bastante simpático—. Luigi.
Ella asintió. —Luigi. —Miró a ambos hombres—. ¿Sabéis dónde se
guarda la ropa de cama?
Luigi y Bardo intercambiaron una mirada de desconcierto.
—¿La ropa de cama? —Por un momento Iris contempló cómo hacer la
mímica de ropa de cama, y luego simplemente desistió.
Estaba cansada, había sido un día muy largo, y la ropa de cama era
generalmente cosa de mujeres.
Suspiró y se dio la vuelta en las cocinas. Si había algún tipo de armario
para la ropa de cama, probablemente estaría en la habitación del ama de
llaves. Y la habitación del ama de llaves solía estar fuera de la cocina.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris se dirigió a una puerta arqueada que estaba enfrente de donde había
entrado.
Se detuvo, haciendo que tanto Bardo como Luigi la miraran
confundidos. Era extraño pensar en todas las personas que habían vivido
en esta casa hasta que llegó Dyemore. El ama de llaves, el mayordomo, las
sirvientas, los lacayos y todos los muchísimos sirvientes que se necesitaban
para mantener en funcionamiento una gran casa como ésta, incluso cuando
el señor no estaba en ella.
No es de extrañar que la abadía pareciera muerta: había sido destripada
de gente.
Iris se estremeció al pensar en ello, recordando a una enfermera
bastante viciosa que le contaba la sangrienta historia de Barba Azul. Tenía
siete años y tuvo pesadillas durante meses.
¡Dios mío! De repente se dio cuenta de que, al igual que la pobre esposa
de Barba Azul, le habían dado las llaves de la abadía y había robado en una
habitación cerrada. Sólo que estas habitaciones cerradas sólo contenían
muebles polvorientos y cuadros extraños, no cuerpos.
Iris tomó aire y sacudió la cabeza ante su propia estupidez. Dyemore
había dejado ir a los sirvientes; no había ocurrido nada siniestro. Él había
dicho que no se fiaba de la gente del lugar. El hecho de que la hubiera
rechazado recientemente no era razón para esperar más acciones siniestras
por su parte. Era ridículo estar aquí inventando historias para asustarse sin
pruebas. No era una niña recién salida de la escuela. Era una mujer adulta,
una viuda de veintiocho años, y demasiado sensata para estas tonterías.
Con ese pensamiento, continuó atravesando la puerta baja. Más allá
había un corto pasillo y luego unas escaleras que conducían a un amplio
sótano. Miró hacia abajo. Parecía una despensa o una bodega, o ambas
cosas. En cualquier caso, la ropa de cama difícilmente se guardaría allí, pues
se enmohecería.
Volvió sobre sus pasos con los criados trotando detrás y salió al pasillo
que llevaba a la cocina. Aquí había varias puertas más. Probó la primera y la
encontró cerrada.
Por suerte, se había atado el llavero a la cintura con un cordel. Varios
minutos después, empujó la puerta para abrirla, justo cuando el sonido de
los tacones de Nicoletta llegaba por el pasillo. La sirvienta se unió al
pequeño grupo.
Iris miró dentro.
La habitación contenía varios armarios, cofres y estantes, y en ellos se
encontraba lo que probablemente era todo lo que el ama de llaves guardaba

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
bajo llave. Especias, azúcar, medicinas, cera de abejas, frutos secos, la plata
y la ropa de cama buena.
Iris cruzó hasta el armario más grande y abrió la puerta, revelando pilas
de sábanas blancas como la nieve. No pudo evitar una exclamación de
satisfacción al inhalar el aroma de la madera de cedro.
Había empezado a recoger algunas de las sábanas cuando Nicoletta
dijo: —No.
Sorprendida, Iris se volvió para mirarla.
La sirvienta negó con la cabeza y se dirigió a uno de los cofres para
abrirlo, y luego rebuscó entre lo que parecían sábanas viejas. Finalmente
gruñó y se enderezó con dos sábanas que, aunque limpias, estaban
deshilachadas en los bordes.
Iris se quedó mirando. Las sábanas que sostenía Nicoletta parecían
haber sido guardadas sólo para ser usadas como trapos. Pero la mujer
mayor se dirigía a la puerta con su carga. ¿Quizás tenía un uso para ellas
que no fuera la cama del duque?
—No, espera, —dijo Iris.
Nicoletta se volvió, frunciendo el ceño.
Iris tomó rápidamente varias de las sábanas blancas limpias del armario
de pie. —Las necesitaremos para la cama del duque.
Pero Nicoletta volvió a negar con la cabeza, mostrando las sábanas
viejas en su mano. Dijo algo -muy vehemente- en corso.
Iris no podía entender cuál era el problema, pero estaba cansada. —Lo
siento, pero voy a usar estas sábanas.
Pasó junto a la sirvienta y los hombres y continuó, ignorando los gritos
de Nicoletta detrás de ella.
Cuando la comitiva llegó a los pisos superiores y al dormitorio del
duque, Nicoletta se había callado, pero Iris prácticamente podía sentir a la
mujer enfurecida detrás de ella.
Iris suspiró. Se sentía triste por la pérdida de la buena voluntad que
había ganado con Nicoletta en los últimos días, pero no podía dejar que la
mujer mayor pensara que podía gobernarla. Iris era la dueña de esta casa, y
si tenía que dejar claro ese punto, era mejor hacerlo al principio de su
relación.
Así que no se molestó en dedicar ninguna sonrisa conciliadora a los
criados cuando se detuvo a llamar a la puerta del dormitorio.
Además, estaba más nerviosa por el recibimiento de su nuevo marido.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Adelante, —dijo la voz de Dyemore desde el interior.
Iris entró con Nicoletta mientras los dos criados se inclinaban y se
daban la vuelta.
Dyemore estaba fuera de la cama, sentado en uno de los sillones ante la
chimenea, con un limpio saco negro. El pelo negro tinta del duque caía
hasta los hombros, secándose ligeramente ondulado. Con su cicatriz y el
pelo suelto parecía un bandolero. Bueno, un bandolero enfermo -sus
mejillas seguían más sonrojadas que de costumbre.
—¿Ha terminado de bañarse? —preguntó Iris enérgicamente. Estaba
decidida a no hacerle saber lo angustiada que se había sentido por su
rechazo.
Ubertino estaba ocupado haciendo algo con la cómoda del duque.
Dyemore enarcó una ceja con sorna. —Como ves.
Maldito sea. Se aclaró la garganta y dijo un poco a trompicones: —Sí,
bueno. Voy a cambiar las sábanas, ¿de acuerdo?
Se acercó a la cama y comenzó a quitar la colcha ricamente bordada con
la ayuda de Nicoletta. Afortunadamente, la colcha no se había manchado en
absoluto. Las sábanas, sin embargo, podrían no recuperarse nunca.
Frunció el ceño mientras las tiraba al suelo.
—Pensé... —Miró rápidamente a los criados.
—¿Sí?, —preguntó él desde detrás de ella.
—Es decir... —Inhaló y puso mentalmente los ojos en blanco. ¡Tonta!
Sigue con ello—. Como está enfermo he pensado que lo mejor es que prepare
la cama en el cuarto de la criada para que usted pueda descansar
cómodamente en la cama por...
—No.
—su cuenta... —Se interrumpió y se enderezó al colocar una sábana a
un lado de la cama.
Se volvió para mirarlo.
Él estaba frente a ella con bastante calma, pero con una expresión
implacable en su rostro. —Eres mi duquesa. Dormirás en esta cama
conmigo.
Ella sintió que sus labios se separaban por la confusión. Él acababa de
decirle que no podía soportar su contacto. ¿En qué estaba pensando? Con
cautela, dijo: —Todavía se está recuperando. No quiero molestarlo.
—Tu presencia no perturba mi sueño.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—¿No cree que deberíamos hablar de esto?
Ladeó la cabeza. —Tenía la impresión, madame, de que eso era lo que
estábamos haciendo.
—No. —Ella se dio cuenta de que había cerrado las manos en puños y
rápidamente las dejó relajar. No podía dejar que él la angustiara tanto—.
Usted tomó una decisión y la declaró. Eso no constituye una discusión.
—Las discusiones no me harán cambiar de opinión, —dijo él con una
arrogancia impresionante. Se levantó y Ubertino se apresuró a ayudarlo—.
Ahora, si no hay nada más, creo que me retiraré.
¡Oh, por el amor de Dios! Debería decirle a ese hombre que esa no era forma
de llevar un matrimonio, y lo habría hecho de no ser por la expresión de
desprecio en su rostro.
Mañana sería suficiente para informar a Dyemore de que se iba a llevar
un buen susto si creía que ella iba a darse la vuelta y mostrar su vientre
cada vez que dijera lo que pensaba.
Esta noche apretó los labios y se volvió para ayudar a Nicoletta a
terminar de extender la colcha.
—Gracias, —dijo Dyemore desde muy cerca.
Se asomó detrás de ella y ella se quedó paralizada un momento antes de
apartarse torpemente a lo largo de la cama para dejarle espacio para entrar.
Se aclaró la garganta. —Me cambiaré en el cuarto de la criada.
Detrás de ella se oyó un sonido de asfixia.
Ella se volvió, desconcertada.
Él estaba medio sobre la cama, como si hubiera sido atrapado de alguna
manera en el acto de arrastrarse, su cara inclinada hacia abajo oscurecida
por su largo cabello.
—¿Qué...?
Dyemore emitió un silbido y, de repente, Iris supo que algo terrible
estaba ocurriendo.
Corrió a su lado para ponerle una mano en el hombro y lo miró a la cara.
Sus ojos tenían bordes blancos y sus labios se estaban poniendo azules.
—Dyemore, —dijo—. Raphael.
Él no pareció escucharla. Se limitó a mirar fijamente y a emitir ese
terrible silbido. Su cuerpo parecía de piedra.
Entonces Nicoletta estaba a su lado, tirando de ella y gritando por
Ubertino. El criado rodeó a su amo con los brazos y levantó al hombre más

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
alto de la cama, medio arrastrándolo, casi a través de la habitación, hacia la
chimenea.
De alguna manera, eso rompió el hechizo.
Dyemore respiró entrecortadamente y dijo, con el rostro gris, —Sácalo.
Ahora mismo. Sácalo. Sácalo.
—¿Qué cosa? —Preguntó Iris, aturdida por su rabia, el hielo en sus ojos.
—Cedro.
Ella lo miró fijamente. Él se apoyó en la repisa de la chimenea como si
fuera a caer en cualquier momento, y ella no lo entendió. ¿Cedro? ¿Qué?
Mostró sus dientes apretados y de un solo golpe barrió todo de la
repisa. El reloj de oro, un jarrón, dos pastoras de porcelana y una maceta de
derrames cayeron al suelo con estrépito.
Dyemore la miró fijamente y gruñó: —Ahora.
Ella dio un salto ante su furia y se giró para ver a Nicoletta que ya
estaba deshaciendo la cama. Iris sólo tuvo tiempo de recoger las sábanas
nuevas antes de que Nicoletta la tomara del brazo y la arrastrara fuera del
dormitorio, cerrando luego la puerta tras ellas.
Jadeando en el pasillo, con los ojos muy abiertos, Iris miró a la sirvienta,
esperando una expresión de suficiencia. Nicoletta había tratado de
advertirle que no usara esas sábanas. Ella había sabido algo de esto.
Pero, en cambio, la corsa se limitó a mirarla con ojos tristes. Sacudió la
cabeza e hizo algo totalmente inesperado.
Nicoletta se inclinó hacia delante y acarició suavemente la mejilla de
Iris.
La sirvienta volvió a negar con la cabeza y, tras quitarle las sábanas a
Iris, se alejó con dificultad.
Desde el interior del dormitorio, Iris oyó un golpe y a su marido
gritando en corso.
Por un momento se quedó allí, en el oscuro pasillo, con el corazón
detenido y el duque rugiendo roncamente detrás de ella como una bestia
sacada de una de sus pesadillas infantiles.
La desesperación le rodeó la garganta con dedos fríos.
Luego se llevó la mano a la cara y miró el anillo de rubí que llevaba en el
dedo meñique. Delicado. Precioso. Eterno.
Volvió a respirar.
Dyemore no era una bestia. No era Barba Azul. Ninguna pesadilla de
cuento de hadas.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Era un hombre, un hombre que sufría.
Y ella iba a recomponerse y ayudarlo.
Ya se dirigía hacia las escaleras.
A él no le habían gustado las sábanas. Algo relacionado con el olor a
cedro le había llevado a esta crisis. Nicoletta había intentado darle las
sábanas gastadas, las que no estaban guardadas en el armario de madera de
cedro. Por lo tanto, tenía que bajar a buscar esas sábanas y volver con su
esposo.
Porque ahora estaban casados, y eso significaba que estaba atada a ese
hombre hasta que la muerte decidiera separarlos.
No, era más que eso.
Dyemore la había salvado con gran riesgo para él mismo, y ella lo había
recompensado disparándole. Estuvo a punto de morir a causa de esa herida,
y seguía estando enfermo por esa herida. Estaba en deuda con el hombre.
Y aún más.
No importaba que fuera enloquecedoramente autocrático, poco
sonriente y brusco. O incluso que le pareciera un poco aterrador. Él le había
preguntado por su infancia. La involucraba en discusión. Se interesaba por
sus opiniones sobre las Historias de Polibio, e incluso cuando no estaba de
acuerdo con ellas, las respetó.
Sus fríos ojos grises, mientras observaba su rostro durante el debate,
estaban concentrados, como si ella fuera lo único que le importaba en ese
momento. Ella había tenido toda su atención.
¿Y eso? Valía la pena luchar por eso.
Incluso si nunca tuvieron un matrimonio real.
Dobló la esquina de las cocinas y casi se encontró con Nicoletta.
La sirvienta se balanceó sobre sus talones, e Iris vio que tenía las
sábanas gastadas en sus brazos, las que no estaban perfumadas con cedro.
Iris extendió los brazos.
Nicoletta la miró... y luego sonrió y le dio las sábanas sin perfume.
—Gracias, Nicoletta.
La criada ya se estaba alejando, de vuelta a las cocinas.
Iris volvió sobre sus pasos hasta llegar de nuevo a la puerta del
dormitorio. Levantó la mano para golpear, pero se lo pensó mejor y
simplemente empujó la puerta.

87
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Se detuvo al ver al duque. Su postura le resultaba extrañamente
familiar, aunque no sabía en qué sentido.
Dyemore seguía junto a la chimenea, sentado en el suelo, con la espalda
apoyada en una de las sillas. Tenía una rodilla levantada, con el codo
apoyado en ella, la mano sosteniendo la cabeza y el pelo sobre la cara
inclinada. Debía parecer débil, un hombre caído. Sin embargo, incluso in
extremis, no le recordaba a nada más que a un antiguo héroe, luchando
contra una adversidad abrumadora. Había caído de rodillas, pero pronto se
levantaría de nuevo, recogería su escudo y su espada y volvería a marchar
hacia el conflicto.
Frunció el ceño ante su propio pensamiento fantasioso. Qué terrible
sería que el duque estuviera siempre en guerra, sin descansar nunca.
Sacudió la cabeza y miró los restos de la ira de Dyemore, esparcidos por
el suelo.
Ubertino estaba al otro lado de la habitación con un vaso de vino en la
mano. El criado frunció el ceño al verla entrar.
Iris se apresuró hacia él. —Venga. Ayúdeme a hacer la cama de nuevo.
Le tendió las sábanas y, aunque parecía dudoso, dejó el vaso de vino e
hizo lo que ella le indicaba.
Cuando la cama estuvo hecha de nuevo, tomó la copa de vino y se
acercó a Dyemore. —Su Excelencia, la cama está lista y tengo una copa de
vino aquí.
Esperó, pero no hubo respuesta.
Entonces no iba a ser tan fácil.
Volvió sobre sus pasos para colocar el vino junto a la cama y luego se
arrodilló a su lado. —Dyemore.
Su pelo negro oscurecía sus rasgos, y sus anchos hombros, vestidos de
seda negra, se desplomaban como si soportara un gran peso. En ese
momento se parecía tanto a Hades, siempre solo y exiliado, que le hizo
doler el corazón.
Vacilante, le tocó el hombro.
Él se sobresaltó y luego se calmó.
Ella tragó y susurró: —Raphael.
—Has vuelto. —Su voz estaba ronca, ¿por los gritos?
—Sí. —Se mordió el labio—. Ven a la cama.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—No puedo, —dijo él en voz tan baja que ella tuvo que inclinarse más
para escuchar. Ella vio que sus ojos estaban cerrados—. Cedro. Su olor. No
puedo.
—No, —dijo ella—. Lo siento, no lo sabía antes, pero ahora sí.
—¿Se ha ido?, —balbuceó él.
—Sí.
Un ojo gris se abrió, mirándola con recelo. Se sintió como si estuviera
mirando a una cosa salvaje, un animal mucho más poderoso que ella,
decidiendo si confiar en ella o devorarla.
Debió de tomar una decisión, en un sentido u otro, porque le puso una
mano pesada en el hombro y se puso en pie. Su rostro era gris, resaltando la
lívida cicatriz, y ella se preguntó qué había sucedido para que estuviera tan
herido, tanto en su rostro como en su alma.
Ella también se levantó, manteniendo su hombro bajo el brazo de él,
rodeando su cintura con sus brazos más pequeños para estabilizarlo. —
Venga. Es sólo un pequeño camino hasta la cama, Su Excelencia.
—Prefiero que me llames Raphael. —Cuando estaba así de cerca,
apretada contra su costado, su voz parecía resonar a través de ella.
Ella lo miró, asustada, pero él tenía la cabeza levantada, con la mirada al
frente. —Entonces lo haré, si es lo que deseas.
Ella esperó una réplica sarcástica, pero él se limitó a lanzarle una
mirada de reojo antes de subir a la cama. Dudó durante una fracción de
segundo mientras apoyaba la cabeza en la almohada. Si ella no hubiera
estado observando -si no hubiera visto la crisis nerviosa minutos antes- no
habría pensado en ello.
Luego se acabó y él se quedó quieto. —¿Vienes a la cama conmigo?
Ella recuperó el aliento y lo miró rápidamente, pero sus ojos estaban
cerrados. Si hubiera sido cualquier otra circunstancia, ella podría pensar
que una invitación....
Como era obvio que no era una invitación, sino una pregunta muy
directa y sencilla, debía dejar de vacilar y responder al hombre. —Sí. Me
prepararé en la otra habitación.
Entró en la habitación de la criada, cerrando la puerta tras ella. Iris
exhaló un suspiro, sintiéndose como una tonta. El hecho era que había
pasado la noche anterior en la silla, y la primera noche en que había
dormido con él en la cama, ambos habían estado casi muertos para el
mundo.
Esta noche se sentía muy diferente.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Pero después de su mal gesto de antes, ella no quería discutir el asunto.
Sus labios se torcieron cuando se recordó a sí misma -con firmeza- que él
había dejado bien claro que no la tocaría. No había nada por lo que ponerse
nerviosa, nada por lo que asustarse. Incluso si ella seguía sintiendo alguna
atracción por el baño de esponja, pensó amargamente, él no se sentiría
movido a consumar su matrimonio.
Rápidamente se soltó el pelo, lo cepilló y se desnudó, dejándose puesta
la camisola, que Nicoletta había remendado muy bien.
Abrió la puerta del dormitorio y vio que Ubertino se había marchado y
que sólo una vela seguía ardiendo en la habitación. Se puso de puntillas
alrededor de la gran cama hasta el lado que aparentemente era el suyo y se
metió con toda la delicadeza que pudo. El duque -Raphael- no se movió.
Tal vez ya estaba dormido.
Apagó la vela y se colocó de lado, muy cerca del borde de la cama, de
espaldas a él.
En la oscuridad oyó su voz. —Buenas noches, esposa.
Sus ojos se hundieron, su mente daba vueltas somnolientas. Hasta que
sus pensamientos se iluminaron con la forma en que Raphael había estado
sentado cuando ella entró por primera vez en el dormitorio.
Estaba sentado en la misma pose que el niño en el cuaderno del viejo
duque.

Él estaba despierto y miraba las brasas del fuego, manteniendo los sueños a
raya.
Cedro.
Todavía le obstruía las fosas nasales, acre y agudo, haciendo que le
doliera la cabeza, arrebatándole el aliento de los pulmones, arrancando la
cordura de su mente.
Cedro.
Las sábanas siempre habían apestado a ella, y la habitación de su padre
había apestado con ese aroma.
Ella debía pensar que estaba loco. O que era un débil.
Lo era, en cierto modo. No había terminado lo que se había propuesto
hacer tantos años atrás. Según su propia opinión, eso lo convertía en un
cobarde.
Cedro.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Una vez, sentado en una cena, lo olió en la ropa del hombre que estaba a
su lado. Raphael salió tambaleándose de la habitación y apenas llegó al
jardín, donde vomitó en los arbustos. Y se marchó sin disculparse con su
anfitrión. No había podido soportar volver a esa habitación y a ese olor.
Podía oír la suave respiración de su esposa detrás de él. Ella se había
alejado lo más posible de él en la gran cama. Tal vez le temía. O le daba
asco.
Debería haberla dejado dormir en el vestidor.
Pero algo orgulloso dentro de él no podía hacer eso. Ella era su duquesa.
Aunque estuviera manchada, aunque el suyo nunca fuera un matrimonio
normal, él la quería aquí.
Con él.
En la habitación que había pertenecido a su madre. La única habitación
de la abadía en la que se había sentido seguro de niño.
Se giró finalmente, moviéndose lentamente, con el hombro dolorido.
Ella le había cosido la herida, según le había dicho Ubertino, y no le
extrañaría que sus movimientos anteriores le hubieran abierto algo. Por el
momento no le importaba.
Sólo quería descansar.
Y no soñar.
Se tumbó de espaldas y giró la cabeza, dejando que sus ojos se
adaptaran a la oscuridad hasta que pudo distinguir los hombros de ella
descendiendo hasta la hendidura de su cintura y luego la curva de su
cadera. Se encontró acompasando su respiración a la de ella.
Inhalando.
Exhalando.
Manteniendo los sueños alejados.
Pero, por supuesto, llegaron de todos modos.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Siete
Durante tres noches y tres días, Ann viajó a través de los páramos rocosos, aferrándose al
guijarro rosa para protegerse. Ningún animal se movía, ningún pájaro cantaba, ningún color
rompía la interminable piedra gris.
Sólo el viento silbaba sin cesar.
Y en la mañana del cuarto día Ann se encontró con una torre hecha de esa misma piedra gris...
—De El Rey Roca

A la mañana siguiente, Iris estaba de pie en el parapeto de la Abadía de


Dyemore, mirando no el camino de entrada sino lo que había detrás de la
abadía. Era un amasijo de antiguas alas, torres y ruinas. Cerca del edificio
principal había una amplia zona verde que en verano podría tener un
jardín; ciertamente había escalones que bajaban a una zona pavimentada
rodeada de bojes. En la hierba surgían brotes de color verde oscuro y le
pareció ver un poco de amarillo, pero desde esta altura no podía saber qué
flores eran. Entre el verde había dos alas de la abadía, que ni siquiera estaba
segura de que estuvieran abiertas a la población. Una parecía ser una
galería. Más adelante había un edificio redondo, de aspecto casi medieval.
¿Quizás en su momento la tosca torre había sido una fortaleza para la gente
de la zona? A lo lejos, pero todavía bastante visibles, estaban los
esqueléticos arcos de la antigua catedral, arruinados sin duda en alguna
guerra olvidada.
Aquella noche, cuando se alejaron de las fiestas de los Lores del Caos,
pensó que habían estado a kilómetros de distancia. Ahora se daba cuenta
de que, si hubieran querido, podrían haber caminado desde las ruinas de la
vieja catedral hasta la abadía de Dyemore.
Iris se estremeció. Qué horror darse cuenta de que el mal estaba tan
cerca de donde uno dormía.
Y sin embargo...
Se dio la vuelta, y la brisa atrapó un mechón de pelo suelto y lo hizo
volar contra su cara. La Abadía de Dyemore no era un lugar tan malo. Desde
aquí, en lo alto del tejado, podía ver kilómetros y kilómetros. Había un
bosquecillo de árboles cerca, al oeste, pero el resto eran colinas onduladas
que se volvían verdes con la primavera. Era una tierra hermosa, una tierra
preciosa. No era de extrañar que los Duques de Dyemore hubieran
construido aquí.
¿Por qué, entonces, el actual duque había vivido la mayor parte de su
vida en el exilio?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris se giró para volver al interior de la abadía mientras meditaba la
pregunta. Hugh había dicho que había rumores de que el padre de Raphael
lo había marcado. Se estremeció al recordar el boceto de Raphael cuando
era un niño desnudo y hermoso. Algo había ocurrido aquí, algo terrible,
pero no estaba segura de qué.
Se preguntó por qué Raphael se había alejado de la abadía -de
Inglaterra- durante tantos años. ¿Qué haría que un hombre se exiliara de su
hogar?
Excepto que... Raphael no parecía considerar la abadía como su hogar.
Había cerrado los aposentos ducales, se mantenía en un solo dormitorio, y
por lo que ella podía ver, no había hecho ningún cambio o mejora en la
abadía.
Como si la utilizara simplemente como posada.
Parecía no tener ningún cariño por la mansión en la que
presumiblemente había crecido.
Y empezaba a tener un terrible presentimiento de por qué Raphael
detestaba tanto la finca. Tal vez debería estar contemplando una pregunta
totalmente diferente: ¿qué haría que Raphael regresara a la abadía en
primer lugar?
Sacudió la cabeza y bajó con cuidado los desgastados escalones de
piedra que bajaban en espiral desde la esquina de la azotea hasta una
puerta oculta en el piso superior de la abadía. Las paredes estaban
desnudas y eran frías, y tembló mientras se abría paso en la oscuridad, con
los dedos arrastrándose por las piedras picadas. ¿Cuántas otras mujeres
habían pasado por aquí? ¿También ellas habían tenido problemas para
entender a sus maridos Dyemore?
La idea la hizo sonreír con ironía.
Abrió una puertecita y salió a un estrecho pasillo en el último piso de la
casa; sospechaba que las dependencias del servicio se encontraban justo al
otro lado.
Iris se levantó las faldas y se apresuró a llegar a la escalera.
Salió al pasillo del tercer piso y comenzó a caminar hacia la escalera
principal, en la parte delantera de la casa. La abadía parecía
inquietantemente vacía, y se estremeció. Había una exuberante alfombra en
el suelo y pequeños y exquisitos cuadros colgados en las paredes, pero aun
así, había una sensación de soledad.
De pérdida.

93
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
En la planta baja se dio cuenta de que no había nadie vigilando la
entrada principal; normalmente uno de los corsos se sentaba en una silla
junto a la puerta.
Ahora estaba vacía.
Iris se detuvo y miró rápidamente a su alrededor. Estaba sola en el
vestíbulo.
Y hacía días que no salía propiamente al exterior.
Corrió hacia la puerta. Tenía una barra anticuada, presumiblemente de
la época medieval. La levantó y salió por la puerta en un minuto.
Los escalones de la entrada estaban desiertos y ella soltó un suspiro.
La noche en que la trajeron había tenido la idea de que la abadía estaba
cerrada por los árboles. Ahora podía ver que había un poco de verde al otro
lado del camino de grava. También había flores amarillas, una verdadera
alfombra.
Atravesó el camino, dirigiéndose a las flores.
Narcisos. Eran narcisos, miles de ellos. Iris se arrodilló en la hierba y
aspiró el tenue perfume. Pasó una brisa y todas las trompetas amarillas
brillantes asintieron como una sola. ¿Cómo podía ser esto? ¿Alguien había
plantado pacientemente cada bulbo?
Pero no. Los narcisos no estaban en filas de soldados. Florecían en
montones y grupos. Debían ser silvestres.
Respiró con asombro. Es increíble que cosas efímeras tan hermosas
puedan florecer en esta casa de muerte y decadencia.
Pero tal vez estaba equivocada. Tal vez la abadía no estaba muriendo.
Tal vez sólo esperaba, dormida, que la alegría y la vida volvieran a ella.
Se inclinó hacia adelante para inhalar de una flor. —¡Iris!
Se sobresaltó mucho ante el grito de Raphael.
Antes de que pudiera responder, unas manos ásperas la agarraron y la
pusieron en pie.
Se giró y oh, su cara era dura y fría, su cicatriz una marca roja, y por una
vez pudo leer la expresión de su rostro.
Él estaba furioso.
—¿No tienes sentido común?, —gruñó—. Te digo que estás en peligro y
que te quedes dentro de la abadía, ¿y eso hace que vayas dando tumbos por
el campo?
Ella trató de retroceder. —Yo simplemente...

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—No. —Él la atrajo hacia su pecho, con su cara a escasos centímetros de
la suya, su aliento caliente en sus labios—. Sin explicaciones, sin excusas.
Ya he tenido suficiente de su descuido, madame.
Sus ojos se abrieron de par en par y por un segundo casi tuvo miedo.
Algo en el rostro de Raphael se torció y cambió. —Lo que me haces...
Golpeó su boca contra la de ella, forzando sus labios a separarse y
metiendo su lengua.
Ella gimió sin poder evitarlo mientras él la doblaba sobre su brazo. Sus
sentidos se llenaron del sabor del café y el aroma del clavo y no pudo pensar.
Él separó su boca de la de ella tan bruscamente que ella sólo pudo
mirarlo, aturdida.
Entonces oyó el sonido de las ruedas sobre la grava.
Un carruaje bajó a toda velocidad por el camino y se detuvo frente a la
casa.
Raphael la hizo girar hacia un lado y parcialmente detrás de él, con el
agarre de su brazo todavía firme.
Una media docena de corsos estaban de pie en los escalones de la
entrada y por un momento Iris se sintió avergonzada ante la idea de que
hubieran visto a su amo reprenderla y luego besarla tan salvajemente.
Entonces se abrió la puerta del carruaje y salieron tres caballeros: dos
que podrían ser hermanos, ya que se parecían mucho, y un tercero un poco
más bajo.
Hubo un momento de asombro mientras ella y Raphael los miraban
fijamente, y ellos les devolvían la mirada.
Entonces, uno de los hermanos le hizo una pequeña reverencia antes de
decir: —Lady Jordan. Qué... sorprendente encontrarla aquí.
Iris sintió que se le cortaba la respiración por el miedo, mientras
Raphael se ponía rígido a su lado. Estos hombres eran extraños para ella y,
sin embargo, aquí, lejos de Londres, sabían quién era.
Lo que sólo podía significar una cosa.
Eran miembros de los Lores del Caos.

Raphael miró fijamente a los intrusos en sus tierras, sólo su férreo


autocontrol le impedía arrear a Iris hacia la abadía.
Podía sentir los finos temblores que estrechaban su mano.
¿Cómo se atrevían estos cobardes despreciables a invadir su territorio?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
A atemorizar a su esposa.
—Vaya, ¿hemos llegado en un momento poco propicio? —Héctor
Leland -el hombre que había sido el primer contacto de Raphael con los
Lores del Caos- pronunció las palabras de forma burlona. Leland era un
hombre de baja estatura con el pelo castaño rojizo sin empolvar, peinado
hacia atrás en la nuca.
—Ubertino, —llamó Raphael sin apartar la vista de los tres hombres.
El corso se apresuró a llegar a su lado.
Raphael se aseguró de que su voz fuera clara y fuerte. —Acompaña a mi
duquesa a su habitación, por favor.
Ubertino se inclinó y extendió un brazo, indicando a Iris que lo
precediera.
Raphael se estaba arriesgando, por supuesto. Ella podría decidir
desobedecerlo en este momento crucial. Después de todo, él la había
reprendido cuando llegaron los hombres.
Pero parecía que su mujer había comprendido por fin el peligro que
corría. Sin mediar palabra, entró en la abadía. Ubertino la siguió con
Valente e Ivo pisándole los talones, y Raphael se alegró de tener hombres
tan leales.
La protegerían.
Se volvió hacia sus inoportunos invitados.
Parecían bastante inofensivos y todos tenían un aspecto anodino.
Podrían ser cualquier grupo de aristócratas reunidos en un café o salón.
Salvo por el hecho de que los tres eran miembros de los Lores del Caos.
Raphael merodeó hacia ellos.
Gerald Grant, Vizconde Royce, el más anciano de los invasores, se
aclaró la garganta. —Dyemore. No tenía ni idea de que estuvieras
contemplando el matrimonio. Hemos venido a...
Se cortó cuando Raphael siguió caminando y los tres hombres se vieron
obligados a retroceder un paso.
Raphael se detuvo y los miró fijamente. —¿Por qué están en mis tierras?
—Venimos por orden de un amigo común, —dijo Royce con
importancia.
Dionisio los había enviado, probablemente para averiguar si Raphael
había matado a Iris. Debería haber esperado esto. Fue simplemente mala
suerte que Iris hubiera estado fuera cuando ellos llegaron. Si no lo hubiera
estado, Raphael podría haber sido capaz de mantener la noticia de que

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
todavía estaba viva durante un par de días más, tiempo suficiente para
curarse por completo.
Pero era inútil lamentar lo que podría haber sido. Al menos, esta sería
una buena oportunidad para interrogar a esos hombres sobre Dionisio.
Habiendo tomado una decisión, Raphael dirigió su cabeza hacia la
abadía. —Entren.
Andrew Grant, el hermano menor de Lord Royce, tragó saliva con un
chasquido audible y dijo con cuidado: —Muy amable, Su Excelencia.
Raphael se dio la vuelta sin hacer ningún comentario y se dirigió a la
escalinata de la abadía.
—Luigi, —dijo a uno de los hombres que estaban en la escalinata, y se
dirigió a él en corso—. Dile a Nicoletta que traiga una bandeja con té y la
comida que pueda tener a la sala de estar.
—Sí, Excelencia, —respondió el hombre, y entró trotando en la abadía.
—Acompáñenme los dos, —dijo a los corsos restantes, y al pasar,
seguido por sus invitados, sus hombres se colocaron detrás.
Dirigió la procesión por las escaleras y entró en la misma sala de estar
en la que se había casado con Iris. Atravesó la habitación hasta la chimenea.
—Gracias por invitarnos a la abadía, Dyemore, —dijo Leland desde su
espalda.
—No recuerdo haberte invitado a la abadía, Leland. —Se giró
finalmente para mirar a los tres hombres—. A ninguno de ustedes.
—Naturalmente, no queremos molestar, Su Excelencia, —dijo
Andrew—. Estamos de camino a Londres. Sólo nos detuvimos para verlo a
usted. Si hubiéramos sabido...
Su voz se apagó cuando Royce le lanzó una mirada irritada. Los
hermanos podrían haber sido gemelos, eran tan parecidos, ambos con la
barbilla y la nariz ligeramente puntiagudas, una tenue dispersión de pecas
en la tez blanca de cada uno que le daba un aire infantil.
Había visto lo que estos chicos hacían a la luz de las antorchas. De hecho,
conocía a ambos desde la infancia.
Al fin y al cabo, la finca de los Grant era adyacente a la suya.
Y, por supuesto, su padre, como el suyo, había sido miembro de los
Lores del Caos.
—Quizá quieras hacerle caso a nuestro amigo común, —dijo Royce con
gran énfasis.
Raphael levantó una ceja. —Yo no hago caso a nadie.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—¿No? —dijo Leland—. Y sin embargo, deseas unirte a una sociedad
exclusiva. Una con un líder definido.
Raphael miró a los ojos de Leland. Nunca había visto al hombre solo:
Leland siempre iba detrás de uno o de los dos hermanos Grant. Raphael
siempre había asumido que el hombre era un adulador, pero ahora parecía
el menos temeroso de la presencia de Raphael.
Interesante.
Bardo entró en la sala de estar y se giró para sostener la puerta para
Nicoletta, que entró con una enorme bandeja de té y pequeños pasteles.
Lanzó una mirada cautelosa a Raphael mientras ponía el té en una mesa
junto al sofá y servía cuatro tazas antes de hacer una reverencia y salir de la
habitación.
Andrew apiló varios pasteles en un plato y tomó una taza de té.
Los otros dos hombres ignoraron el ofrecimiento.
Raphael se arrojó sobre una silla. —Díganme por qué han perturbado
mi paz.
—Nos envió el mismísimo Dionisio para ver si habías cumplido tu
promesa, —siseó Royce como un gato salpicado de agua—. Y algo bueno,
también: se te ordenó matarla, sin embargo encontramos a Lady Jordan aquí
y, lo que es peor, has ido y te has casado con ella.
Raphael se encogió de hombros, tomando una taza de té y dando un
sorbo. Nunca le había gustado mucho el té, pero era una bebida a la que los
ingleses eran aficionados. —He cambiado de opinión.
Andrew se rió. —¿Cambió de opinión? —El hermano menor de los
Grant tomó asiento frente a Raphael, negando con la cabeza—. Él lo
matará, ¿lo sabe?
—¿Lo hará? —Raphael ladeó la cabeza, sintiendo que el fuego, que
nunca había estado almacenado por tanto tiempo, saltaba dentro de él—.
Ciertamente es bienvenido a intentarlo.
Andrew parecía desconcertado. —Pero ha dado su palabra por su honor.
—Honor. —Raphael arqueó una ceja—. ¿En esa sociedad? Con
antorchas alrededor, de pie con las vergas fuera, enmascarados y con miedo
a mostrar nuestras caras. —Se inclinó hacia delante—. ¿Cuántas víctimas
hubo esa noche, Andrew? ¿Cuántas eran niños? No me hables del maldito
honor.
Los ojos de Andrew bajaron a su regazo, donde sus manos se
retorcieron.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Leland, sin embargo, no estaba tan acobardado. —Dejó claro que debías
disponer de Lady Jordan, —murmuró—. La considera un estorbo para los
lores, sobre todo porque es amiga del Duque de Kyle.
—Más tonto él por secuestrarla en primer lugar, entonces. —dijo
Raphael, echándose hacia atrás—. Pero dime, ¿el propio Dionisio te envió
aquí? ¿Lo viste desenmascarado?
—Dejó una nota. —Andrew levantó la vista, con sus ojos acuosos y
ansiosos—. Sabes que nunca muestra su rostro a nadie.
—Debe mostrárselo a alguien, —murmuró Raphael—. Alguien sabe de
dónde viene y quién es.
—Nadie. —Leland negó rápidamente con la cabeza.
Raphael lo observó. —¿Entonces cómo se comunica? ¿Cómo supo que
aún estabas en los alrededores? ¿Dónde dejar la nota?
—¿Importa? —preguntó Andrew—. Estábamos en el Grant Hall. Es de
suponer que debía estar cerca para la juerga. La nota estaba sellada y se
dejó en la puerta.
Los ojos de Raphael se entrecerraron. —¿Cómo vas a informar sobre tu
visita a mí persona?
—Una nota en... —empezó Andrew, pero su hermano le cortó.
—¿Por qué necesitas saberlo? ¿Qué harías con la información? —Royce
exigió—. Buscas derribar a nuestro Dionisio, ¿no es así? Quieres ocupar su
lugar.
—¿Y si es así? —preguntó Raphael en voz baja.
Royce dio un paso hacia Raphael, con el rostro retorcido por la ira, pero
dudó en su réplica un tiempo demasiado largo.
Royce le temía.
—Este Dionisio es fuerte, —dijo Leland rápidamente—. Los Lores no
han tenido un líder tan bueno desde que tu padre fue asesinado el otoño
pasado. El hombre que intentó convertirse en Dionisio inmediatamente
después de tu padre estaba demasiado obsesionado con su propia fortuna.
Raphael se burló al mencionar a su padre. El anterior Duque de
Dyemore había sido un rufián de la peor calaña y un hombre
completamente sin honor. En ningún caso había sido bueno.
—Este nuevo Dionisio tiene magníficos planes, —continuó Leland—.
Planes que nos harán a todos ricos y poderosos. Nadie te apoyará si
intentas derrocarlo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—¿No? —Raphael los miró intensamente—. ¿Ni siquiera si me
comprometo a compartir el poder de Dionisio?
—¿Qué quieres decir? —preguntó Leland.
Raphael se encogió de hombros. —Cuando me convierta en el próximo
Dionisio, naturalmente recompensaré a los que me ayudaron a alcanzar esa
posición, tal vez de forma permanente. ¿Por qué, después de todo, debería
haber un solo líder de los Lores?
—Esta es una charla peligrosa, —murmuró Andrew con inquietud.
—Es una charla ridícula, —se burló Royce—. No tienes ni idea de
quién es, de lo que es.
—Lo siento, Dyemore, —susurró Andrew—. No podemos respaldarte.
—Bajó la cabeza cuando su hermano le envió una mirada.
Royce se volvió hacia Raphael. —A ti y a tu nueva duquesa no les
quedará mucho tiempo de vida si sigues con esta locura, Dyemore.
Renuncia a ello y deja las cosas como están. Quizá si te arrastras, Dionisio
te perdone y te deje vivir.
Las cejas de Raphael se levantaron. —Yo no me arrastro.
—Entonces estás loco y condenado, —dijo Royce, sonando
exasperado—. ¿Qué te poseyó para casarte con Lady Jordan de todos
modos?
—¿Por qué, Royce, no crees en los cuentos de hadas? —dijo Raphael—.
Tal vez vi a la antigua Lady Jordan en un baile hace meses y me enamoré de
ella de inmediato.
Leland resopló, Andrew se limitó a mirarle pensativo, y Royce soltó
algo soez. —No te burles de mí, Dyemore. Eres tú el que pronto estará
muerto, no yo. Tú y tu duquesa.
Sintió que el fuego invadía sus barreras.
Raphael se levantó y Royce retrocedió.
—Salgan, —susurró Raphael.
Salieron corriendo de la habitación como ratas.
Se dirigió a la puerta y subió a su dormitorio.
Abrió la puerta de golpe, sobresaltando a Iris, que estaba sentada junto
a la chimenea.
Ella se levantó y se retorció las manos. —¿Qué pasa? ¿Qué querían?
—A ti, —le espetó él—. Empaca lo que necesites. Nos vamos a Londres
en una hora.

100
Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Aquella tarde Dionisio sonrió tras su máscara al Zorro. Estaban sentados


en una habitación privada de una posada no muy lejos de la Abadía de
Dyemore. El Zorro había conseguido una habitación para las fiestas y
Dionisio le había pedido que se quedara después por capricho.
Una decisión que, como resultó, había sido de lo más fortuita.
—Milord, —dijo el Zorro—. Sabe que estoy a su disposición.
—¿Lo estás? —Dionisio lo estudió, ya que el Zorro, por supuesto, no
llevaba máscara.
Era un hombre de complexión media, de pelo rojo -aunque su coronilla
estaba cubierta ahora por una peluca blanca- y de ojos verdes. Procedía de
una antigua familia y era lo suficientemente guapo como para haber
conseguido una esposa heredera, aunque no tan guapo como para que la
dote de la esposa pudiera satisfacer todas las deudas en las que su padre
había metido el patrimonio familiar. El Zorro era completamente amoral y
totalmente esclavo de sus propios apetitos sexuales, que estaban muy lejos
de lo que se consideraba de buen gusto.
Ah, y quería desesperadamente recuperar la fortuna que su padre había
perdido.
Eso lo hacía dócil.
—Sabe que soy leal, —dijo el Zorro.
—Eso has dicho, —respondió Dionisio, golpeando con los dedos el
brazo de la silla en la que estaba sentado—. Pero, ¿me has demostrado
alguna vez que eres leal? Creo que no.
—Entonces póngame una tarea. —El Zorro estaba ahora de pie, con los
ojos verdes muy abiertos y el rostro lleno de fervor—. Dígame qué hacer y
lo haré para que conozca mi lealtad de una vez por todas.
—Muy bien. —Dionisio inclinó la cabeza—. Dyemore me ha desafiado.
Me dio su palabra y luego la rompió. Es deshonroso. Es rebelde. Es
peligroso. Deshazte de este traidor y de su esposa y no sólo estarás en mi
seno como mi más fiel amigo, sino que también te recompensaré
monetariamente.
Los ojos del Zorro se iluminaron. Más por la mención del dinero que
por hablar de estar en el seno de su amo, pero entonces Dionisio era un
hombre cínico. Tomaría cualquier medio que motivara a sus peones.
—Juro que lo haré por usted, —dijo el Zorro con un fervor
satisfactorio.

101
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Bien, —dijo Dionisio, y empezó a decirle cómo quería que mataran a
Dyemore y a su esposa.

102
Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Ocho
La torre era redonda y achatada, hecha sin argamasa, las piedras simplemente encajaban. Ann la
rodeó hasta que encontró una puerta y llamó a ella.
El hombre que respondió era alto y delgado, gris y escarpado, severo y sin sonrisa. Era, de hecho,
exactamente como el árido páramo rocoso.
Ann miró al Rey Roca y levantó la barbilla.
—Necesito que salve a mi hermana pequeña.
El Rey Roca la miró fijamente, sin pestañear.
—¿Cómo?...
—De El Rey Roca

A última hora de la tarde de ese mismo día, Iris observó a su esposo


desde el otro lado de un carruaje que circulaba por un camino rural. Estaba
pálido, con los labios apretados en una fina línea, pero se mantenía
firmemente erguido como si pudiera superar los efectos persistentes de la
fiebre sólo con la fuerza de voluntad.
Y tal vez podía, pensó ella con una sonrisa irónica. Al fin y al cabo, se
trataba del hombre que había hecho huir a tres miembros de los Lores del
Caos con el rabo entre las piernas. Que había declarado la guerra abierta
contra Dionisio de los Lores del Caos -y, por extensión, contra los propios
Lores- sin vacilación ni reparos.
Hades era un hombre del que otros hombres desconfiaban, y al parecer
con razón.
En ese momento se volvió y su mirada de cristal se encontró con la de
ella. Arqueó una ceja. —¿Por qué sonríes?
Ella se encogió de hombros. —Sólo recordaba la rapidez con la que
nuestros invitados abandonaron la abadía.
—No me cabe duda de que fueron corriendo a informar a Dionisio de
que aún vives. —La fulminó con la mirada—. Y que estamos casados.
—¿Pensé que su identidad era secreta? —Eso lo había aprendido de
Hugh.
—Lo es. —Por un momento ella pensó que él se detendría allí; entonces
él pareció tomar una decisión, con sus ojos fijos en ella—. Al parecer,
Dionisio se ha estado comunicando a través de notas con los hermanos
Grant. No me lo han dicho, pero no me cabe duda de que tienen una forma
de enviarle un mensaje a él a cambio. Probablemente sabe que estás viva en
este momento.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ella no pudo evitar la repentina tensión de sus músculos, una reacción
instintiva como la de un conejo que se congela ante un zorro.
Luego tomó aire. —Por eso insististe en que nos fuéramos a Londres tan
precipitadamente, ¿no es así?
Él asintió. —Cuanto antes sepa la sociedad londinense que estamos
casados, antes estarás a salvo. —Miró por la ventana, golpeando su dedo
índice contra sus labios como si estuviera pensando—. Y, además, sin duda
se dirigían a Londres, como lo hará Dionisio. Allí es donde lo atraparé. Allí
es donde los destruiré. —Sacudió la cabeza—. Había pensado que me darían
más tiempo antes de que Dionisio descubriera que estabas viva para que mi
herida sanara por completo, pero parece que esa esperanza no va a ser.
Iris se aclaró la garganta, sintiéndose vagamente culpable de que los
hermanos Grant y el señor Leland la hubieran visto. —Al menos en
Londres puedes pedir ayuda al Duque de Kyle con los Lores del Caos.
La miró, con las cejas negras fruncidas. —¿Por qué iba a necesitar la
ayuda de Kyle?
Ella sintió que su mandíbula se hundía. —No puedes acabar con los Lores
del Caos tú solo.
—Puedo y lo haré.
¿Era así de arrogante, o simplemente estaba loco? Hugh había creído
que había destruido a los Lores del Caos este último invierno, y sin
embargo, como la Hidra de muchas cabezas, seguían vivos. ¿Cómo iba a
prevalecer Raphael contra un enemigo tan poderoso, especialmente si
rechazaba la ayuda?
Suspiró. —Siento mucho que te hayan metido en medio de esta guerra,
pero mis planes siguen siendo los mismos: encontraré el corazón de los
Lores del Caos, lo arrancaré y los quemaré a todos.
—¿Pero por qué debes hacerlo tú mismo? —Ella se inclinó hacia él con
urgencia—. ¿Y solo?
Sus labios se apretaron y miró por la ventana. —Porque mi padre era su
Dionisio. Porque supe todos estos años lo que hacían los Lores del Caos y
nunca me moví contra ellos. —Volvió a mirarla y sus ojos de cristal se
habían helado—. Esta es mi batalla, mi penitencia por lo que dejé pasar.
—Pero...—Iris negó con la cabeza—. Las acciones de tu padre no son tu
culpa.
—¿No lo son? —Sus labios se curvaron en una mueca, pero ella pensó
que iba dirigida a sí mismo—. Podría haberlo detenido. Podría haberlo
matado y haber destruido a los Lores del Caos hace años.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Te habrían colgado por asesinato si hubieras hecho eso, —susurró
ella—. Habría sido un suicidio.
Él le sostuvo la mirada. —Un hombre con principios lo habría hecho y
maldito sea el costo.
Ella lo miró fijamente, sentado tan tranquilo, tan quieto, mientras él
hablaba de violencia y desconcierto. Iba vestido de negro, como la propia
Muerte, con su brillante cabello de ébano suelto sobre los hombros, y sus
fríos ojos grises la observaban sin emoción.
Pero, ¿es que no tenían ninguna emoción? ¿O era una máscara como la
que llevaba la noche en que ella le había disparado? Porque la cuestión era
que ella estaba en una encrucijada. Podía dejar que él dictara los términos
de este matrimonio. Podía dejarse apartar suavemente mientras él seguía su
camino destructivo -solo, furioso y suicida- o... o podía intentar atravesar
todo ese hielo y dolor y descubrir lo que había debajo.
Podía intentar hacer de éste un verdadero matrimonio, con o sin sexo.
Después de todo, sólo un pequeño porcentaje de un matrimonio se pasa en
el dormitorio.
La forma en que un esposo y una esposa se llevaban bien todo el tiempo
que no estaban en la cama era quizás, al final, mucho más importante para su
felicidad.
Iris se mordió el labio. —¿Y después?
Sus ojos se entrecerraron. —¿Después?
—Después de que quemes las ciudades y sales la tierra de tu enemigo,
—dijo ella—. ¿Qué harás entonces?
—¿Qué quieres decir? —Sus cejas se fruncieron—. Habré terminado.
—Habrás terminado con tu misión, ciertamente, pero ¿con el resto de
tu vida? No lo creo. No puedes tener más de treinta y cinco años...
—Tengo treinta y uno, —interrumpió él, con un tono tan seco como el
polvo.
—¿En serio?, —dijo ella con viveza—. Yo tengo veintiocho años. Pero la
cuestión es que aún te quedan años de vida.
Él ladeó la cabeza, observándola un momento, y luego dijo: —No
importa lo que haga después. Lo único que importa es la caída de los Lores.
Quiere decir que iba a morir. Ella lo supo de repente y por completo. No
pensaba más allá de la derrota de los Lores porque no creía que fuera a vivir
más allá del conflicto. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Qué lo impulsaba a
destruir a los Lores y a sí mismo al mismo tiempo?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
De repente se sintió inexplicablemente enfadada. ¿Cómo se atrevía?
—Sígueme la corriente, —dijo ella con una pequeña sonrisa dura—.
Imagina un mundo sin los Lores. Un mundo en el que nos hayamos casado
recientemente. ¿Qué harías?
Él la miró fijamente durante un largo momento, con el rostro
inexpresivo, y ella pensó que rechazaría su petición. Que se apartaría y la
dejaría fuera.
Mientras lo observaba, con la luz de la ventana en el lado no marcado de
su cara, se le ocurrió que si no hubiera estado marcado, habría sido el
hombre más guapo que jamás hubiera visto.
Entonces abrió unos labios tan hermosos como feos. —Creo que me
gustaría consultar a mi esposa, —murmuró—. ¿Qué quieres que haga? ¿Qué
es esta vida de cuento de hadas que insistes en que exploremos?
Iris luchó contra el impulso de poner los ojos en blanco. Qué hombre
tan increíblemente testarudo. —¿Te gusta el campo o la ciudad?
Se encogió de hombros. —Cualquiera de los dos.
Ella apretó los dientes. —Elige.
Él la miró un momento. —Muy bien. El campo.
—Bien. Lo primero que debe decidir una pareja de recién casados es si
van a pasar la mayor parte del tiempo juntos en el campo o en la ciudad.
—¿Es eso lo que hiciste en tu primer matrimonio?, —le preguntó él, con
voz llana.
Ella parpadeó, sorprendida, pero debería haberlo recordado: él no era
poco sofisticado en el arte del duelo verbal. —No. James era un oficial del
ejército de Su Majestad. Los primeros años de nuestro matrimonio los
pasamos en el continente.
—¿Y después?
—Viví en su casa de la ciudad de Londres, —respondió ella, con la voz
firme.
—¿Sin él?
Ella levantó la barbilla. —Sí.
Sus ojos eran de color gris hielo, pero la observaban con toda su
atención. —¿Fue su decisión o la tuya?
—Yo... —Ella miró su regazo, tratando de ordenar sus pensamientos. —
Fue una decisión mutua, creo, aunque nunca lo discutimos. El matrimonio
no fue... un matrimonio cariñoso. Él era veinte años mayor que yo. —Ella lo
miró y sonrió, aunque sus labios temblaron—. Mi madre se alegró mucho

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cuando me propuso matrimonio. Se consideraba un buen partido para mí.
James tenía un título y era rico, al menos más rico que mi familia.
—Ya veo. —Su voz era profunda. Calmada. Segura—. Yo preferiría que
vivieras conmigo. Siempre.
—Al igual que yo. —Su sonrisa se ensanchó con auténtica felicidad. De
repente se sintió mucho más segura de sí misma—. Entonces. —Se aclaró la
garganta—. A mí también me gusta el campo. Tal vez podríamos reformar
la abadía -traer nuevos sirvientes de Londres si no quieres contratar a la
gente del lugar- y luego podríamos vivir allí.
Frunció el ceño. —Tengo otras fincas. Una en Oxfordshire y otra en
Essex. Aunque ambas casas están en mal estado.
—¿De verdad? —Iris se inclinó un poco hacia delante, emocionada—.
Entonces, ¿quizás deberíamos hacer un recorrido por sus fincas primero
antes de decidir en cuál vivir? —De repente se le ocurrió algo—. Es decir...
Oh, te pido perdón. Supongo que sus finanzas le permiten reparar las casas
de su finca.
Raphael hizo a un lado esa preocupación. —Mi abuelo estaba
endeudado. La dote de mi madre solventó la fortuna de los Dyemore. Mi
padre nunca se preocupó de reparar las fincas adecuadamente. No te
preocupes. Tengo fondos de sobra.
—Oh, encantador, —murmuró Iris—. Me gusta la decoración.
—¿Y eso es lo que te gustaría hacer?, —preguntó con curiosidad—.
¿Pasar tu vida en el campo reformando mis mansiones?
—Oh, haríamos mucho más que eso. Una parte del tiempo la
pasaríamos en Londres, visitando amigos. —Ella ignoró el hecho de que él
no parecía tener amigos—. Soy muy aficionada a la lectura y a coleccionar
libros y me gustaría frecuentar a los libreros para construir una biblioteca,
¿con tu permiso?
Él asintió.
Ella sonrió. —Edimburgo también es conocida por sus libreros. Me
gustaría viajar allí, y quizás al continente, a París y a Viena.
Él se revolvió. —Dependería del estado de los conflictos entre los
gobiernos de allí.
—Sí, por supuesto. —Ella hizo a un lado esa preocupación—. Una vez
que hayamos reparado y redecorado una de tus fincas, podremos pasar allí
la mayor parte del año. Me gustaría planear un jardín. Construir una
biblioteca. Salir a pasear y montar a caballo. Ah, y —lo miró con un poco
de timidez— me gustaría tener un perro, si puedo. Un perrito faldero.

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—Naturalmente, —dijo él, mirándola fijamente—. Pero no lo entiendo.
Si deseas tanto un perro, ¿por qué no tienes uno ahora?
—Vivo con mi hermano, Henry, y mi cuñada, Harriet. Ambos son muy
amables al dejarme vivir con ellos. La herencia de James estaba
naturalmente vinculada. Me dejó una pequeña porción, pero tener mi
propio lugar habría estirado mis fondos. —Inspiró y sonrió con pesar—. A
Harriet no le gustan los animales.
—Ah. — Sus párpados habían bajado a medias sobre sus ojos grises—.
Te aseguro que puedes tener todos los caninos que desees. Una manada
entera.
—Gracias. —Ella suspiró felizmente.
Él se aclaró la garganta y ella levantó la vista.
—Tengo otra finca, —dijo en voz baja—. Una casa en Córcega.
Córcega. De donde venían sus sirvientes. De donde parecía venir él.
—¿Me hablarás de ella?, —preguntó ella.
—Se encuentra en lo alto de una bahía en el sur de la isla, —dijo—,
construida sobre acantilados blancos por el abuelo de mi madre. Él era de
Génova y tenemos tierras allí, aunque nunca las he visto. Hay arena blanca
en la bahía y nadé allí de niño, de joven, en realidad. También monté mi
caballo allí. El mar es de otro color en Córcega, claro y azul verdoso. El cielo
es amplio y está iluminado por el sol. En mi finca cultivábamos castañas, y
yo solía pasear entre los árboles, entrando y saliendo de la sombra y la luz
del sol.
Sus palabras la cautivaron. —¿Por qué te fuiste?
Él la miró. —Para terminar con eso.
Ella no se atrevió a preguntar qué era “eso”.
—Me gustaría... —Hizo una pausa—. Si es posible -después de que
todo termine- me gustaría volver a viajar a Córcega.
Por alguna razón le picaron los ojos. —A mí también me gustaría.
El carruaje permaneció en silencio un momento mientras avanzaba por
la carretera.
Entonces Raphael inclinó la cabeza. —¿Y eso es todo? ¿Una casa de
campo decorada, perros, libros y viajes? ¿Esto es todo lo que deseas para tu
vida?
—Me temo que no soy una mujer muy complicada. —Ella medio
sonrió—. No necesito joyas ni carruajes ni fiestas ni escándalos. Un fuego y
un perro en mi regazo mientras leo y soy perfectamente feliz.

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Él resopló. —Me he casado con un lirón.
Ella se mordió el interior de la mejilla. Él la había rechazado
brutalmente antes, pero seguramente ahora...
Se aclaró la garganta. —A mí... también me gustaría lo que cualquier
otra mujer quiere de su matrimonio...
Él ladeó la cabeza en señal de pregunta.
¡Oh, por el amor de Dios! El hombre no podía ser tan obtuso.
Ella forzó una sonrisa temblorosa. —Hijos.
Él se puso rígido, y cualquier indicio de la camaradería que habían
encontrado se esfumó. —No.

Él le había hablado con demasiada brusquedad.


Aquella noche, Raphael observó a su duquesa mientras el carruaje
entraba en una gran posada para pasar la noche. Apenas habían
intercambiado dos palabras durante el resto del día después de que él
interrumpiera su conversación sobre los niños. Ella había hecho todo lo
posible por actuar como si no pasara nada, pero él podía ver que había
perdido la luz que brillaba en sus ojos cuando había hablado de decorar sus
casas y de construir una biblioteca para ella.
Él apartó la mirada de su rostro pensativo. ¿Qué esperaba ella? Él ya
había dejado claras sus condiciones. Seguramente ella no quería aparearse
con alguien como él. ¿Con la sangre que corría por sus venas, con la mancha
que ensombrecía todo lo que él era? Ella no era consciente de esto último,
pero seguramente había entendido lo que era su padre.
¿Lo que los Dyemores habían sido durante generaciones?
Mejor, era acabar con su sucia línea en él mismo que continuar la
corrupción más allá. Arriesgar lo que su padre había hecho...
No.
Parpadeó, sacudiendo la cabeza para alejar el pensamiento. Por un
momento espantoso imaginó que olía a cedro, pero eso era una locura.
Apretó la mandíbula y se dio cuenta de que ella lo observaba, con las
cejas fruncidas.
No. No, mejor terminar aquí.
Su duquesa abrió los labios para hablar y él se levantó y abrió de golpe
la puerta del carruaje, sobresaltando a Valente, que había estado
preparando los escalones.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Raphael saltó al suelo y se giró para tender la mano a su duquesa. —
Ven. Busquemos habitaciones para pasar la noche.
Por un momento ella se sentó y lo miró pensativa y él se preguntó si lo
desobedecería. Pero entonces ella se levantó y tomó su mano y él se sintió
aliviado. Agarró sus dedos y tuvo la loca idea de que nunca la dejaría ir.
Ella bajó del carruaje, miró el patio de la posada y murmuró: —Tus
hombres están causando una conmoción.
Levantó la vista mientras le estrechaba la mano en el hueco de su brazo.
—¿En verdad?
Sus corsos estaban montados para proteger los dos carruajes, en el que
iban él e Iris y otro que llevaba el equipaje y los sirvientes. Sus hombres
daban vueltas a los caballos en el patio embarrado de la posada mientras los
anfitriones gritaban y corrían de un lado a otro, tratando de manejar todos
los caballos mientras los corsos los maldecían.
—Viajas como un potentado otomano, —dijo su duquesa con una
pizca de desaprobación.
No pudo evitarlo. Se inclinó sobre su dorada cabeza y le susurró al oído:
—No. Viajo como un duque.
Oyó un resoplido de ella, pero prefirió ignorarlo mientras la conducía a
la posada. Ubertino ya había hablado con el posadero, y el hombre se
reunió con ellos en la entrada.
El tabernero tenía peluca y estaba elegantemente vestido con un traje
marrón y tenía el aspecto de un próspero comerciante. Tenía una amplia
sonrisa en el rostro, y comenzó a hacer una reverencia baja que vaciló
cuando Raphael entró en la luz.
—Su... Su Excelencia. —El posadero tragó saliva y se recuperó, aunque
su sonrisa era menos entusiasta y su mirada parecía fijada en el lado
derecho de la cara de Raphael con horrorosa fascinación—. Nos sentimos
honrados con su presencia. He preparado nuestras mejores habitaciones
para usted y su duquesa. Si vienen por aquí les mostraré un comedor
privado.
—Gracias, —respondió Iris, y el posadero le dedicó una sonrisa de
agradecimiento.
El hombre los condujo más allá de una sala común y hacia la parte
trasera de la posada. Allí los hizo pasar a una habitación pequeña pero
confortable, con un fuego crepitante y una mesa pulida. Apenas se
sentaron, las sirvientas empezaron a entrar a toda prisa con bandejas de
comida.

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La mesa estaba puesta, las criadas lo miraron a la cara y susurraron, y
luego volvieron a marcharse.
Dejándolo a solas con su mujer.
Raphael se aclaró la garganta y cogió la botella de vino tinto. —¿Quieres
un poco de vino?
Ella se inclinó hacia delante, con una expresión decidida. —¿Pretendes
acostarte conmigo esta noche?
Él la miró.
Era como un perro que no dejaba un hueso. Estaba sentada frente a él
con el viejo vestido amarillo de su madre, el mismo que había llevado desde
que él se había levantado de su lecho de enfermo. Se moría de ganas de
vestirla con brocados y terciopelos. Para regalarle todo lo que se merecía
como duquesa.
Ahora sus labios rosados estaban apretados en una línea mientras
esperaba su respuesta, con las cejas fruncidas. Lo observaba muy
seriamente.
Y Dios querido, él quería besarla. Levantarla de su silla y volver a probar
su dulce boca. Hacerle el amor hasta que jadeara.
En lugar de eso, sirvió vino en su vaso y dijo con calma: —Compartiré
tu habitación, por supuesto.
—¿Y mi cama?
Sus ojos se dirigieron a los de ella, tan tormentosos. —Si eso es lo que
deseas.
Los labios de ella se fruncieron y levantó su copa para dar un sorbo.
Él llenó su propia copa.
Ella dejó la suya. —¿Te gustan las mujeres?
—¿Qué?, —gruñó él, impaciente.
Ella respiró profundamente. —¿Prefieres a los hombres?
—Ah. —Ahora entendía lo que ella preguntaba. Observó divertido
cómo sus mejillas se sonrosaban, pero ella mantuvo su mirada decidida en
la de él—. No. Prefiero a las mujeres.
—Entonces, por favor, explícame por qué no quieres acostarte conmigo,
—dijo ella.
—No tengo ningún deseo de continuar mi línea. —Apretó la
mandíbula—. Continuar la sangre de mi padre. Ya sabes lo que era.
¿Realmente quieres hijos de su línea de sangre?

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—Pero...
—Come un poco de pollo.
—Raphael...
—No quiero discutir este asunto.
—Soy tu esposa.
—Y yo soy tu esposo. —Raphael se encontró de pie, inclinado sobre la
mesa, respirando en la cara de su duquesa. Sus labios estaban separados,
sus ojos muy abiertos. Cerró sus propios ojos. No. Esto era totalmente
inaceptable—. Perdón.
Él empujó su silla hacia atrás con un horrible sonido de raspado. No
podía permanecer en esta habitación con ella. Esta línea de discusión había
agotado su control.
—¿A dónde vas?, —preguntó ella detrás de él, sonando ansiosa.
—A dar un paseo, —murmuró él—. Necesito aire.
Abrió de un tirón la puerta de la habitación y se encontró con Valente y
Ubertino fuera. Les indicó con la cabeza. —Vigílenla. No la pierdan de
vista.
—Sí, Su Excelencia, —respondió Ubertino por ambos.
Atravesó la posada, pasó por delante de una sirvienta que ahogó un
grito al ver su rostro, salió a través de un nudo de lugareños en la sala
principal y entró en el aire fresco de la noche, a varios metros de la entrada.
Dios.
Raphael inclinó la cara hacia el cielo. La luna colgaba en lo alto del cielo.
Habían conducido hasta altas horas de la noche porque el viaje a Londres
era de varios días y él quería llegar lo más rápido posible.
Se giró, la grava rechinando bajo los tacones de sus botas mientras
caminaba. Los establos estaban al lado de la posada y podía oír las voces de
sus hombres.
Bardo levantó la vista al entrar. —Su Excelencia.
Raphael asintió. —¿Has encontrado suficiente espacio para los
hombres?
—Sí, Su Excelencia.
—Buen hombre. —Raphael le dio una palmada en el hombro antes de
avanzar por la fila de caballos y corsos.
Ubertino lo había ayudado a elegir a sus hombres, y la mayoría de los
corsos llevaban varios años con él. Conocía a cada uno por su nombre, y se

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
sentía un poco más tranquilo ahora que caminaba entre ellos. Algunos
todavía estaban acicalando o dando de beber a sus caballos, pero unos
pocos habían terminado y estaban sentados en barriles con pipas
encendidas.
Raphael se aseguró de detenerse y decir unas palabras o saludar a cada
hombre. Les pagaba generosamente, pero era importante que lo vieran y
supieran que también cuidaba de ellos.
Ellos estaban cuidando la vida de ella.
Fue una hora más tarde cuando finalmente se dirigió a la posada. La
buscó primero en el comedor privado, pero estaba vacío. Debía de haber
subido ya a su habitación.
Subió las escaleras y encontró a Valente y Ubertino sentados en
taburetes fuera de la habitación. Se pusieron de pie cuando lo vieron.
Se detuvo. —¿Está mi duquesa dentro?
—Sí, Su Excelencia, —dijo Ubertino—. Se retiró hace media hora.
Raphael asintió. —¿Han comido?
Ubertino sonrió. —Envié a Ivo a buscarnos algo de cenar. Bardo dijo
que enviaría hombres para relevarnos a medianoche.
—Bien. —Empujó la puerta para abrirla.
La habitación estaba débilmente iluminada, sólo el fuego y una vela
sobre una pequeña mesa proporcionaban luz, y por un momento no la vio.
La alarma corrió por sus venas.
Entonces se dio cuenta del montículo en la cama.
Suavemente, Raphael cerró la puerta y deslizó el cerrojo. Se acercó al
lado de la cama y la miró.
Iris yacía allí, con los ojos cerrados, su pelo dorado extendido sobre la
almohada, medio girada hacia él.
Debía de estar agotada para haberse dormido tan rápidamente.
La luz de las velas proyectaba sombras desde las puntas de sus
pestañas, hacía brillar su frente y sus mejillas y dejaba en la oscuridad el
valle entre sus pechos. Era tan encantadora que sintió como si un gancho se
clavara en su corazón, abriendo un agujero irregular.
Se dio la vuelta y se dirigió a su baúl de viaje, luego se arrodilló para
abrirlo. En su interior, bajo una capa de sacos doblados y pares de
pantalones, encontró su cuaderno de dibujo y su estuche de lápices. Luego
tomó una silla de respaldo recto y la colocó junto a la cama.
Y comenzó a poner en papel lo que no podía decir con palabras.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Iris se despertó con el sonido del canto de un gallo.


Parpadeó, por un momento confundida por la habitación desconocida,
hasta que recordó que habían parado en una posada.
Al mismo tiempo, sintió el peso de un brazo sobre su cintura, el calor de
un cuerpo, obviamente masculino, contra el suyo. Puede que Raphael no
quisiera acostarse con ella durante el día, pero su cuerpo lo delataba
mientras dormía: podía sentir su erección contra su cadera.
Inhaló, pero antes de que pudiera pensar en qué hacer, él se alejó.
—Deberíamos levantarnos, —dijo Raphael, con su voz profunda con
aspereza matutina—. Es mejor que reanudemos nuestro viaje lo antes
posible.
Ella se incorporó y se giró para verlo tirando de sus pantalones, su
ancha espalda desnuda, los músculos de sus hombros moviéndose mientras
trabajaba. ¿Había dormido a su lado sólo en ropa interior?
Se estremeció al darse cuenta y lamentó su estupidez por no haberse
despertado antes.
Él recogió un montón de ropa y sus botas antes de volverse finalmente a
mirarla, con la mandíbula ensombrecida por la barba de la mañana y sus
ojos de cristal insondables. —Me vestiré en la habitación de al lado.
Y luego se fue.
Bien.
Iris se levantó y se dedicó a su escaso aseo con la ayuda de una de las
criadas de la posada, que llegó con agua caliente, mientras contemplaba a
su marido y sus posibles razones para no querer tener hijos. Luego bajó al
comedor privado y tomó un solitario desayuno de huevos, bollos y jamón.
La comida estaba probablemente bastante buena, pero ella no pudo
probarla. En su lugar, se sentó a mirar el anillo de rubí. Dejó a un lado el
tenedor y se quitó el anillo, dejándolo sobre la mesa. Era tan pequeño que
se perdía fácilmente. Tal vez debería devolvérselo a Raphael.
Tal vez debería dejar de luchar contra los molinos de viento.
No.
No podía renunciar a su sueño de tener hijos, un bebé, sin luchar.
Anteriormente había pensado que a él le repugnaba físicamente, pero aquel
beso que le había dado entre los narcisos había acabado con esa idea. Puede
que Raphael no quiera admitirlo, pero ella no lo repelía en absoluto. Eso
significaba que su único problema era simplemente que él no quería tener
hijos.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Decía que no quería continuar su línea, pero eso era ridículo. Su padre
podría haber sido un asqueroso y disoluto canalla, pero Raphael no lo era.
Hasta donde ella podía ver, no había absolutamente ninguna razón para
que no tuviera hijos, si ese era su único argumento.
Realmente su matrimonio sería mucho más feliz si Raphael la tomara
como un esposo debe hacerlo con una esposa. Ciertamente, ella estaría
mucho más contenta.
Ahora sólo tenía que convencerlo a él de ello.
Iris volvió a ponerse el anillo de rubí con un giro decisivo.
Cuando salió al patio de la posada se decepcionó al ver que Raphael
había decidido cabalgar con sus hombres. Pasó la mañana sola en un
carruaje que daba tumbos.
Pero después de que se detuvieran a media tarde para almorzar en una
posada, él se reunió con ella en el carruaje.
Se inclinó cuando ella se acercó y le tendió la mano para ayudarla a
subir al carruaje. —Espero que el almuerzo haya sido de su agrado,
madame.
Ella sonrió dulcemente mientras tomaba su gran mano. —Sí, lo fue.
Desde que había cenado sola, había tenido mucho tiempo para pensar.
Y conspirar.
Como si percibiera sus pensamientos, él observó su sonrisa con un poco
de cautela mientras la alzaba. —Me alegro de oírlo.
Entró, golpeó el techo para indicar a los conductores y se sentó frente a
ella.
Iris se afanó en acomodar una manta sobre sus rodillas mientras el
carruaje se ponía en marcha.
Luego levantó la vista y sonrió a su marido. —¿Has tenido muchas
amantes?
Sus ojos de cristal se abrieron de par en par. —Yo... ¿Qué?
—Amantes. —Hizo un gesto con una mano—. Tengo entendido que
muchos caballeros tienen muchas aventuras, por así decirlo, antes de
casarse... o incluso después, aunque espero que no lo hagas, porque
desapruebo la infidelidad. Creo que en la mayoría de los casos conduce a
una profunda infelicidad.
Sus negras cejas se fruncieron, como si ella estuviera hablando en un
idioma extranjero que él estaba tratando de descifrar. —No pienso romper
mis votos matrimoniales.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Perfecto, —dijo ella—. Yo tampoco. Me alegro de que estemos de
acuerdo en ese tema.
Ladeó la cabeza y dijo con una voz que parecía un gruñido: —¿Te estás
burlando de mí?
—Oh, nunca lo haría, —dijo muy seria—. Pero no has respondido a mi
pregunta.
—¿Cuál era?
—¿Amantes? ¿Cuántas?
Él la miró fijamente durante un largo momento. —Ninguna.
Oh... esto era inesperado. Ella evitó mostrar sorpresa sólo con el más fuerte
autocontrol.
Se aclaró la garganta con delicadeza. —¿Eres virgen?
—No, —espetó él—, pero las mujeres con las que me he acostado no
entrarían en una categoría tan romántica como la de amantes.
—Ah. —Iris pudo sentir el calor en sus mejillas, pero con
determinación mantuvo su mirada fija en la de él. Su matrimonio dependía
de esta conversación, y no estaba dispuesta a dejarse desanimar por la falta
de interés en el tema—. ¿Y fueron muchas?
Él arqueó una ceja. Parecía bastante formidable, sentado tan inmóvil
frente a ella, con los ojos helados y los brazos cruzados sobre el pecho.
—P-porque. —Se apresuró a hablar cuando se hizo evidente que él no
iba a responderle—. Me preguntaba si tal vez habías tenido una mala
experiencia con un embarazo no deseado.
—No. —La única palabra fue sin inflexión—. Me aseguré
perfectamente de que las mujeres no tuvieran hijos míos.
¿Cómo? Se moría por preguntar, pero no se atrevía.
Una mujer con menos valor -o quizás con más cordura- se habría
rendido en ese momento.
Ella no.
—Eso es muy interesante, —balbuceó—. Yo misma nunca he tenido un
amante, ni siquiera cuando era viuda, así que mi experiencia en estos
asuntos es bastante limitada, como puedes comprender. Pero mi amiga
Katherine tenía una opinión diferente sobre el tema. —Inhaló, reprimiendo
la parte de ella que se escandalizaba terriblemente de que estuviera
hablando de esto con él. Nunca tendrían un matrimonio normal si ella no
podía obligarse a ser valiente—. Katherine tuvo muchos amantes y solía
disfrutar contándome sobre... sus aventuras para tratar de escandalizarme.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—¿Y lo hizo? —Él estaba recostado contra las tablas, escuchándola con
tanto interés como si estuviera hablando de literatura o del tiempo. Dios
mío, ¿por qué no la había detenido todavía?
—A veces. —Levantó la barbilla, sintiendo de repente que él la había
desafiado—. Cuando describía los genitales de un amante. Me temo que
Katherine podía ser bastante, bastante cruda, ya ves. Le gustaba verme
sonrojada. Lo llamaba la verga de un hombre.
Sus ojos se entrecerraron con la palabra.
Su voz bajó como si estuviera impartiendo secretos. —Tomábamos el té
en su salón y me describía la verga de su último amante, cómo era de erecta.
Cómo se sentía la verga en sus manos. Cómo se sentía su verga en su boca.
—Su voz se había quedado sin aliento—. Me temo que fui bastante
ingenua. Cuando me habló por primera vez de meterse la verga de un
hombre en la boca -de lamer la cabeza y jugar con el prepucio- me quedé
horrorizada. Nunca había imaginado algo así. Pero con el tiempo me
acostumbré a la idea. Incluso pensé...
Se detuvo y tragó, pues su garganta estaba repentinamente seca.
—¿Pensaste qué? —La voz de él era un susurro de humo oscuro.
Ella inhaló, sintiendo calor. —Pensé que algún día, cuando me casara de
nuevo, podría querer hacer eso con mi esposo. Tomar su verga entre mis
manos. Ver qué se siente. —Su respiración se aceleró, pero miró a los ojos
de él, que estaban medio cerrados, y luego dejó caer su mirada hacia el
bulto entre sus piernas. Tuvo la idea de que podría haber crecido—. Nunca
he hecho eso. Nunca había estudiado a un hombre tan de cerca. Nunca he
tocado la verga de un hombre con mis labios. Nunca la tuve en mi lengua.
Sus ojos volvieron a dirigirse a la cara de él mientras esperaba
ansiosamente su respuesta.
Él cerró los ojos y tragó saliva. Sus manos habían caído en su regazo. —
¿Por qué me cuentas esto?
—Yo... —Se aclaró la garganta, reprimiendo la decepción que
amenazaba con abrumarla. Tenía que intentarlo—. Quería que supieras que
no tengo mucha experiencia en ese campo. Pero me gustaría hacerlo. Me
gustaría descubrir cómo complacer a un hombre. Me gustaría descubrir lo
que hace que el deporte de la cama sea tan placentero como para que
Katherine llevara a muchos amantes. Me gustaría hacerlo contigo. —Inhaló
e hizo que su voz fuera firme—. Me gustaría hacerlo todo contigo.
Abrió los ojos, pero su cabeza estaba girada. Miró por la ventana,
negándose a encontrar su mirada. —No puedo hacerlo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La mortificación y la decepción que la invadieron ante su rechazo -el
tercero- fueron casi totales.
Sin embargo, mantuvo la cabeza alta. —¿Por qué?
—Ya te he dicho por qué he decidido no tener un heredero. Mis razones
son...
—¡Tus razones son evidentemente ridículas! —Ella había levantado la
voz, pero no pudo encontrar dentro de sí misma la forma de que le
importara—. Dices que deseas a las mujeres, me besas dos veces, no tienes
ninguna dificultad en ponerte duro...
El cerró los ojos de nuevo, y un músculo saltó en su mandíbula. —
Madame. Deja esta línea de preguntas ahora, te lo ruego, porque si no lo
haces, no me haré responsable de las consecuencias.
Iris lo observó y vio a un hombre con el temperamento apenas
dominado, la mandíbula dura como una roca, los músculos de los brazos y
los hombros agarrotados, todo su aspecto tan congelado que casi temblaba.
Le había dicho que se detuviera. Y ella lo había hecho, dos veces. —No
puedo dejar mis preguntas, estoy casada contigo. No tengo otra opción más
que tú si quiero tener hijos -y los quiero-, así que por favor explícame por
qué no te acuestas conmigo. Por qué crees que no debemos hacer un hijo
juntos.
Ella sabía que él podía moverse rápidamente. Aún así, fue una
conmoción cuando se encontró presionada contra el respaldo de su asiento,
con la cara de él a centímetros de la suya.
—Por la sangre de Dios, mujer, ¿cuánto control crees que tengo?, —
susurró él, con su aliento perfumado de clavo rozando su cara—. Debes
pensar que soy un santo por la forma en que me arengas a pesar de mis
advertencias. Escucha y escucha bien: No soy un santo.
—Pero yo no necesito un santo, r—espiró ella, con la voz temblorosa—.
No quiero un santo. Te quiero a ti.
—Dios me perdone, —gruñó él, y atrajo su boca hacia la suya.
Su beso no fue suave. Le abrió los labios con la lengua, invadiéndola con
rabia. Apasionadamente. ¿Cómo había podido pensar que este hombre no
estaba interesado en acostarse con ella?
Su cuerpo grande y caliente la apretó contra el asiento y le rozó con los
dientes el labio inferior.
Pero justo cuando sintió que se derretía, él se alejó.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris abrió los ojos y lo encontró golpeando el techo del carruaje,
haciendo una señal para que se detuviera. Él salió por la puerta antes de
que se detuviera.
El carruaje volvió a ponerse en marcha.
Sola una vez más, con el cuerpo frío tras el calor de él, Iris se llevó la
punta de un dedo al labio.
Y se manchó de sangre.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Nueve
—Las sombras plateadas han robado el fuego del corazón de mi hermana y se está muriendo, —
dijo Ann—. Debe usted arrebatárselo.
—¿Qué me darás a cambio?, —preguntó el Rey Roca.
Los ojos de Ann se abrieron de par en par. No se le había ocurrido que tendría que pagarle al
Rey Roca por su trabajo. Lo único que tenía era el guijarro rosa.
Él levantó una ceja. —¿Tienes riquezas?
—No, —respondió ella....
—De El Rey Roca

Raphael cerró la puerta del dormitorio de la posada y se dirigió a las


escaleras esa noche. Había cabalgado el resto del día después de huir del
carruaje. Mañana tendría que empezar el día a caballo; no veía otra
solución. No si no quería pasar un tercer día discutiendo con su duquesa.
No estaba seguro de cuánto tiempo más podría durar con ella
constantemente a su lado. Tentándolo constantemente a hacer algo más que
besarla.
Dios. Ella sabía a naranjas y miel y él la había sentido temblar bajo sus
manos. Había querido desnudarla allí mismo, en el carruaje, con sus
hombres cabalgando fuera.
Ella lo estaba volviendo loco. Ya no podía mirarla sin sentir la atracción.
Y sin embargo, no podía enviarla lejos; todo en su interior se rebelaba ante
esa idea. Tenía que quedarse con él para que pudiera protegerla.
Para que ella pudiera iluminar un poco su oscuridad.
A estas alturas, ella debía pensar que él era una bestia asquerosa y
antinatural.
Llegó a la planta baja y giró hacia la parte trasera de la posada,
golpeando con el puño la viga de madera de una puerta mientras la
atravesaba. ¡Maldita sea! ¿Qué iba a hacer cuando ella empezara a hablarle
así? ¿Hablando de vergas y de su lengua con esos bonitos labios rosados? Él
había estado duro. La había deseado. Y no podía tenerla.
Se encontró en un pasillo oscuro que llevaba a las cocinas, donde asustó
a las criadas. Ellas ahogaron gritos y le indicaron el camino hacia los
establos. Él dio las gracias con la cabeza, ignorando sus miradas y sus
susurros.
Hacía tiempo que se había acostumbrado a las reacciones ante su
rostro.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Por fin salió por la puerta trasera y se adentró en el aire nocturno, que le
refrescó un poco el ánimo.
Inclinó la cara hacia la luna y las estrellas.
Había jurado, por todo lo que creía, por todo lo que amaba, por su
propia alma, que nunca se convertiría en su padre. Y sin embargo, hoy había
discutido con su duquesa. La había amenazado. La había hecho palidecer.
¿No era mejor que un animal?
Peor aún.
¿No era mejor que su padre?
Raphael sacudió la cabeza y se dirigió a los establos, un establecimiento
bajo que cerraba el patio por tres lados. Se agachó para entrar bajo el
antiguo y grueso dintel de madera, inhalando el aroma de los caballos, el
heno y el estiércol. La mayoría de sus hombres seguían cuidando de sus
caballos, y Bardo llamó para saludar. Raphael asintió a sus hombres
mientras recorría las hileras de establos, deteniéndose de vez en cuando
para acariciar un lustroso cuello equino. Los establos estaban iluminados
con una luz parpadeante, pero a medida que avanzaba llegó a una parte no
utilizada con establos vacíos que estaba a oscuras. Se detuvo y encontró
otra puerta que daba al patio.
Aquí, lejos de las luces de la posada, las estrellas iluminaban el cielo con
mayor intensidad, brillando como perlas esparcidas sobre terciopelo negro.
Echó la cabeza hacia atrás, mirando, todo pensamiento alejado de su mente
por el momento.
Casi en paz.
Y entonces oyó un crujido y se volvió justo a tiempo para ver el brillo de
un cuchillo que descendía.

Iris miró la habitación de la posada con cansancio. No estaba segura de


poder soportar otro día de discusiones seguidas de abandono en aquel
carruaje.
Se dirigió a la mesa donde una criada había puesto antes una abundante
cena y se sentó. Ante ella había pollo asado y verduras bañadas en salsa,
pero no tenía ningún apetito. Había un vaso de vino tinto junto al plato y
bebió un sorbo.
Había vivido tres años con su primer esposo, sin apenas hablar, viendo
cómo él se alejaba cada vez que la discusión le resultaba incómoda. Había
sido un matrimonio miserable. James había sido amable y bueno, y apenas
se había fijado en ella. Podría haber sido uno de sus perros de caza, dejado

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
al cuidado de un criado, liberado cada vez que él se acordaba de ella y
sentía la necesidad de pasear por su pequeña finca.
Por lo demás, olvidada.
Nunca la había amado, nunca la había apreciado y nunca le había
hablado de igual a igual. Apenas tenía esperanzas de que Raphael hiciera
las dos primeras cosas, pero él había hablado con ella, no para ella.
Seguramente eso era algo en lo que podía basarse.
Hugh había sido el marido de una amiga y luego un amigo por derecho
propio. Había considerado casarse con él por sus hijos huérfanos y porque
le gustaba.
No había pensado en sus propios deseos con ninguno de los dos
hombres. Con James se había casado por su madre. Con Hugh había
pensado en casarse por sus hijos y su madre muerta, su mejor amiga.
Ahora... ahora quería algo para sí misma. Quería tener hijos. Quería un
esposo con el que pudiera hablar sin discutir. Quería largos paseos
matutinos y tardes junto a suaves fuegos y compañía.
Y maldita sea, quería una relación física con Raphael.
Tal vez estaba siendo egoísta al querer todas esas cosas. Al poner sus
deseos por encima de los de los demás.
Ciertamente, su postura no podía llamarse modesta o lo que la mayoría
de la gente consideraba femenino y propio de una dama. Y sin embargo... se
mantenía en sus deseos, sentimientos y necesidades. ¿Acaso no era tan
merecedora como cualquier otra persona de la felicidad? ¿Por qué debía
dejar de lado sus sueños simplemente porque no era propio de una dama?
Exasperada e inquieta, se levantó de la mesa. Tal vez debería pedir agua
caliente y cambiarse para ir a la cama. Pero realmente deseaba ponerse algo
fresco. A Raphael no parecía importarle que tomara prestadas sus camisas.
Se dirigió a su baúl y lo abrió, apartando con cuidado los sacos de seda, en
busca de una camisa.
Sus dedos tocaron el borde de algo duro.
Desconcertada, sacó un libro -un cuaderno de dibujo- muy parecido al
que había encontrado en los aposentos ducales de la Abadía de Dyemore.
Por un momento sólo pudo mirar, con el cuerpo congelado.
Luego lo abrió.
Un minuto después, abrió de golpe la puerta de la habitación y se
encontró con Ubertino y Valente fuera. —¿Dónde está?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Su Excelencia. —Ubertino sonrió vacilante mientras se levantaba de
su silla. —El duque dijo que debíamos vigilarla.
—Bien, —contestó ella, pasando junto a ellos—, entonces pueden
llevarme ante él.
—No creo que esto le guste, —murmuró Ubertino.
Ella lo ignoró, continuando por las escaleras y obligando a los dos
hombres a seguirla. Se sentía como si fuera a explotar pronto. —¿Adónde ha
ido?
—No lo sabemos. ¿Quizás podamos acompañarla a sus habitaciones?
—No, en efecto, —dijo ella—. Mencionó haber salido a tomar aire.
Intentaremos en el patio de la posada. —Hizo una pausa impaciente. Esta
posada era más grande que en la que se habían alojado la noche anterior. El
pasillo tenía varias puertas—. ¿Por dónde es, lo saben?
Ubertino intercambió una mirada con Valente y suspiró. —Por aquí, Su
Excelencia.
La condujo por un estrecho pasillo y entró en las cocinas, llenas de
actividad a esa hora de la noche.
—Perdón, —jadeó una criada al pasar, con una enorme bandeja cargada
de jarras al hombro.
Iris se hizo a un lado, momentáneamente distraída.
Oyó un grito procedente del exterior.
Su corazón se aceleró.
Se levantó las faldas y se dirigió a la puerta trasera. Probablemente se
trataba de una pelea entre anfitriones, nada de lo que preocuparse, nada
que la preocupara.
Detrás de ella, Ubertino gritó: —¡Su Excelencia!
Salió al aire fresco de la noche.
El patio de la posada era grande y cuadrado, cerrado por tres lados por
los establos, con la posada en el cuarto lado. Un antiguo túnel arqueado
conducía al lado de la posada y al camino. Junto a los establos y a la puerta
en la que ella se encontraba, había unos cuantos faroles colgados.
Mientras ella observaba, una masa salió de las profundas sombras en un
extremo de los establos, rodando hacia un charco de luz y
desparramándose en dos hombres.
Raphael y un hombre con un cuchillo.
Raphael se puso en cuclillas.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Los hombres inundaron el patio, luchando con puños y cuchillos.
El hombre enmascarado que atacaba a Raphael se tambaleó y saltó
inmediatamente hacia él. Pero Raphael ya estaba fluyendo hacia un lado, su
mano izquierda se extendió para agarrar el brazo del cuchillo del otro
hombre. Raphael se abalanzó, envolviendo su brazo derecho alrededor de
su oponente en un vicioso abrazo, sacando sus piernas de debajo de él.
Ambos cayeron.
Iris no pudo verlos en el tumulto. Se apartó a un lado.
Un arma explotó cerca.
Se estremeció.
Alguien la empujó y se giró para ver a un hombre con un pañuelo en la
boca.
Abrió la boca para gritar...
Valente golpeó al hombre con fuerza en el vientre, empujándolo.
—¡Entre, Su Excelencia! —gritó Ubertino.
—¡No! —Ella le quitó el brazo de encima.
Los hombres se habían separado, y ella pudo ver a Raphael encima de su
atacante.
Él levantó la mano del hombre del cuchillo y la golpeó contra el suelo.
Una vez.
Dos veces.
Una tercera vez y el cuchillo giró mientras el hombre del cuchillo perdía
su agarre.
El atacante se arqueó, con los dientes blancos chasqueando la cara de
Raphael, la peluca desordenada y los dedos de su mano izquierda arañando
la garganta de Raphael.
Raphael echó la cabeza hacia atrás. El atacante trató de zafarse de sus
garras.
Raphael gruñó, mostrando sus propios dientes en un gruñido salvaje, y
golpeó con su puño el costado de la cabeza del otro hombre.
Iris oyó un claro crujido y el enmascarado se quedó quieto.
Se quedó mirando, horrorizada. ¿No era él...?
Ubertino la tomó del brazo y le dijo suavemente: —Váyase ahora, Su
Excelencia.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La lucha se había calmado en el patio, y ahora podía ver que los
hombres del duque se habían impuesto a lo que parecían ser casi una
docena de atacantes.
Se volvió hacia Ubertino con rabia. —¿Por qué no lo ayudaste? ¿Por qué
no salvaste a tu señor?
—Mi deber es protegerla. —Ubertino la miró con gravedad—. Si yo o
Valente la hubiéramos dejado, el duque nos habría despedido. Si la
hubieran herido, nos habría hecho azotar.
Iris lo miró fijamente, horrorizada. Luego sacudió la cabeza y se
apresuró a acercarse a Raphael.
Seguía arrodillado junto al hombre que le había atacado. Raphael
sostuvo el borde de su palma bajo la nariz del hombre.
—¿Está...? —preguntó Iris.
—Muerto. —Raphael la miró con el ceño fruncido mientras se
levantaba—. ¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿Ubertino?
Sus guardias la habían alcanzado.
—Han estado conmigo todo el tiempo, —dijo ella apresuradamente.
—Eso no explica por qué te dejaron deambular en un ataque, —gruñó
Raphael, mirando a los pobres Ubertino y Valente.
—Su Gracia... —comenzó Ubertino.
—No hay excusas, —espetó Raphael, con un aspecto bastante
aterrador a la luz de la linterna, una mancha de sangre en la frente y un
ceño terrible en el rostro. Parecía imponerse a los demás hombres—. Si mi
duquesa hubiera sido dañada, tendría sus cabezas. ¿Cómo puedes...?
—Raphael. —Iris tocó con cautela el brazo de su marido—. No pudo
detenerme.
—Sí que podía, —dijo Raphael sin apartar los ojos de sus hombres con
la cara roja—. Si no puede mantenerte a salvo, entonces asignaré a otro en
su lugar.
—No, no lo hagas, —exclamó Iris, y él finalmente la miró. Tomó aire para
tranquilizarse—. Esto es culpa mía. No soy un perro y no respondo bien a
las órdenes. Cúlpame a mí si necesitas culpar a alguien.
Le dirigió una mirada. —Deberías entrar en nuestras habitaciones. Esto
es angustioso.
Ella entrecerró los ojos hacia él, sintiendo que la ira se encendía en su
vientre. —Sí, lo es, pero probablemente no por la razón que crees. Y no voy
a ir a ninguna parte.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Como quieras. —Se volvió hacia los criados—. Ubertino, llévate a
Valente y comprueba quién está herido y si falta alguno de nuestros
hombres. Haz que los hombres lleven a cualquier bandido vivo a la esquina
del patio del establo. Cuida que sus manos y tobillos estén bien atados.
Ubertino asintió y se apresuró a obedecer las órdenes de Raphael.
Raphael se agachó junto al hombre que lo había atacado y le quitó la
máscara y la peluca.
El rostro revelado era el de un hombre de unos treinta años, con la nariz
respingona y los labios finos, en todos los sentidos ordinario, salvo por el
hecho de que su pelo era de un naranja brillante.
Iris se estremeció. El hombre tenía sangre en la sien.
Raphael gruñó. —Por supuesto.
Ella se inclinó más cerca. —¿Lo conoces?
—Aquí no, —murmuró su esposo.
Sacó el brazo derecho del muerto de la manga de su abrigo y le subió la
manga de la camisa hasta el antebrazo.
Allí, en la parte interior del codo, estaba el tatuaje de un delfín.
El signo de los Lores del Caos.
—¿Qué pasa aquí? —El grito provino del posadero, que se asomó
tardíamente desde su puerta trasera.
—Mis hombres y yo hemos sido asaltados en su patio por bandidos. —
Raphael se puso lentamente en pie—. ¿Es este el trabajo que hace? ¿Atraer
a viajeros ricos a su posada y asesinarlos por su dinero?
La cara del posadero se puso tan blanca que casi se puso verde. —N-no,
Su Excelencia, ciertamente no. Sólo puedo disculparme por este trágico
suceso. Por favor. Mandaré llamar a un médico inmediatamente para que
atienda a sus hombres.
—Procure hacerlo de inmediato. —Raphael hizo a un lado las
continuas disculpas tartamudeadas del hombre mientras retrocedía hacia
la posada.
Raphael agarró el codo de Iris. —Ven. Quiero ver las caras de los otros
asesinos.
Se dirigió hacia el patio de la posada, donde sus hombres ya habían
arrojado a cinco enemigos muertos. Iris se apresuró a seguirle el paso. Miró
una vez los rostros de los muertos y volvió a apartar la vista rápidamente.
Pero Raphael se quedó unos minutos mirando a cada uno de ellos.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Cuando terminó, se enderezó y le hizo un gesto a Ubertino para que se
acercara. —¿Cuántos están heridos?
—Ivo tiene un corte en la mejilla y Andrea un brazo roto. Por lo demás,
sólo hay moratones y rasguños. Éramos muchos más que ellos.
Raphael asintió. —Bien.— Señaló los cuerpos a sus pies—. Que Bardo y
Luigi desnuden los cuerpos y busquen el tatuaje de un delfín. Haz lo mismo
con los prisioneros.
Se dirigió a los cuatro atacantes que habían sobrevivido al asalto. De
nuevo estudió sus rostros, pero finalmente negó con la cabeza.
Tiró de Iris hacia la puerta de la cocina de la posada.
—¿No reconociste a ninguno de ellos?, —preguntó ella, apenas sin
aliento.
—No. —Raphael miró a Valente y dio un pequeño tirón de la barbilla.
El corso inclinó la cabeza y volvió a salir al patio.
El posadero abrió la puerta de la cocina y encontró a Raphael justo
delante de él.
—S-Su Excelencia. —El posadero tragó saliva—. He mandado llamar a
dos médicos y he ordenado que se preparen habitaciones para sus hombres.
—Excelente, —dijo Raphael—. Mi duquesa está cansada y yo me
encuentro listo para dejar este sórdido patio. Nos retiraremos ahora.
—¡Por supuesto, Su Excelencia, por supuesto! —El pobre hombre se
inclinó mientras mantenía la puerta abierta, con el rostro brillante por el
sudor.
Un minuto más tarde Raphael condujo a Iris de vuelta a su habitación.
El fuego estaba encendido y les esperaban platos de comida recién hechos.
El agua caliente ya estaba humeando en jarras en los lavabos junto a la
cama.
—¿Desea Su Excelencia más refrescos?, —preguntó el posadero—.
¿Algún dulce para su señora?
—No, —respondió Raphael—. Eso será todo. —Se dirigió tanto al
posadero como a Ubertino, que los había seguido por las escaleras hasta la
habitación—. Y nadie podrá entrar en esta habitación después de esto,
salvo mis hombres. ¿Está claro?
—Pero... pero las criadas...
—Nadie.
—S-sí, Su Excelencia. —El posadero se retiró con una reverencia.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Raphael esperó hasta que la puerta se cerró y luego miró a Ubertino. —
Quiero dos hombres en la puerta en todo momento esta noche y dos debajo
de la ventana. Dos en la parte delantera de la posada y dos en la trasera. Dos
más en la sala común. Asegúrate de que se roten para que ningún hombre
se fatigue y se duerma. No habrá más ataques. No con mi duquesa cerca.
Ubertino llamó la atención, con sus ojos azules brillantes. —No, Su
Excelencia. Me encargaré de ello por mi honor.
Entonces él también se fue.
Raphael comenzó a quitarse el abrigo. —¿Debo pedir un baño para ti?
—No, gracias. —Iris frunció el ceño hacia su marido—. Te has
comportado muy mal con el posadero. Ese pobre hombre cree que lo culpas
a él por el ataque en el patio.
Ella captó el brillo plateado de sus ojos cuando la miró. —Mejor eso a
que me acuse a mí o a mis hombres de asesinato.
—Pero tú y tus hombres sólo se estaban defendiendo. —Ella se rodeó la
cintura con los brazos, recordando la horrible escena.
—Sí, pero no deseo tener que explicar eso a algún magistrado
provincial, —dijo mientras se sentaba para quitarse las botas—. Y además,
quería que el posadero saliera del patio para dar a Valente la oportunidad
de registrar los cuerpos.
—¿Por qué le ordenaste hacer eso?
—Para ver si podía encontrar alguna información, obviamente, —
respondió su marido en lo que parecía un tono muy paciente—. El hombre
que me atacó no era un vulgar bandido.
—Bueno, eso ya lo había deducido cuando encontraste el tatuaje del
delfín en su brazo. —Se sentó en una silla frente a él, observando cómo se
encogía de hombros para quitarse el chaleco. Volvía a favorecer su hombro
derecho—. ¿Quién era?
—Lawrence Dockery. —Levantó la vista hacia ella—. A juzgar por su
pelo rojo y la ubicación de su tatuaje de delfín, sospecho que era el que
llevaba la máscara de zorro la noche en que te llevaron ante los Lores del
Caos.
Se estremeció al recordarlo. —¿Crees que Dionisio envió al Señor
Dockery para matarte?
—Lo más probable es que sí. Aunque...— Sus cejas se juntaron, tirando
de la cicatriz en el lado derecho de su cara.
—¿Qué?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La miró y negó con la cabeza. —Es que si Dionisio envió a Dockery a
asesinarme, fue una movida insólita de su parte.
—¿Por qué?
—Porque, —dijo, levantándose y dirigiéndose a un lavabo—, yo ya
había dominado al Zorro con facilidad la noche de la juerga. No era
precisamente un asesino experto, ni siquiera con matones a sueldo. Y,
además, siempre existía la posibilidad de que los asuntos se desarrollaran
exactamente como lo han hecho: que yo descubriera la identidad de
Dockery. Me da una forma de rastrear a Dionisio: Dockery debe tener
alguna conexión con él.
Se quitó la camisa por encima de la cabeza con cautela.
Por un momento, Iris se distrajo por completo con el movimiento de los
músculos de su espalda desnuda. Las alas de sus omóplatos se deslizaban
con gracia bajo la piel lisa cuando bajaba los brazos, y su columna vertebral
formaba una especie de hueco en la parte baja de la espalda, justo donde
desaparecía en la cintura de sus pantalones. A ella le pareció una visión
inexplicablemente fascinante y no pudo evitar preguntarse si él tenía
intención de seguir quitándose la ropa.
Así que tardó un par de minutos en procesar lo que había dicho. —Eso
significa que tal vez puedas descubrir a Dionisio.
—Tal vez. —Sirvió agua caliente en una palangana—. Pero mis
visitantes de ayer por la mañana me dijeron que Dionisio se comunicaba
con ellos a través de cartas. Ninguno de ellos sabía realmente quién era el
hombre bajo la máscara.
—Oh. —Iris se desplomó en su silla, decepcionada.
Él la miró por encima del hombro como si hubiera escuchado toda su
consternación en esa única palabra. —Seguiré interrogando a los amigos y
conocidos de Dockery cuando lleguemos a Londres. Tal vez Dionisio haya
cometido un error.
—Mm. —Ahogó un bostezo contra el dorso de su mano. Había sido un
largo día lleno de viajes y demasiadas emociones.
—Estás cansada, —dijo él con esa voz como el humo—. Deberías
prepararte para ir a la cama.
Ella lo miró especulativamente -esa espalda ancha y musculosa, la
mandíbula obstinada de él- y pensó en la discusión que habían tenido antes
en el comedor. En las palabras que había querido decirle cuando irrumpió
en las cocinas.
—En realidad, tenía algo importante que quería discutir contigo
primero.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Él se aquietó como si supiera lo que venía. —¿De qué se trata?
Ella se levantó y cruzó hacia la cama. Un saco negro había sido arrojado
en el extremo, y ella lo apartó para revelar el cuaderno de bocetos. Lo tomó
y lo abrió en la primera página.
Un dibujo de ella.
Durmiendo.
Por un momento estudió el dibujo. Estaba hecho a lápiz y el artista era
muy hábil. La única línea afilada que bordeaba su nariz, el delicado
sombreado de su labio inferior, la sugerencia de luz reflejada en su frente.
En el boceto aparecía dormida y en paz, y hermosa. Iris nunca se había
considerado hermosa. Esa palabra era para las alabadas bellas de la
sociedad. Las mujeres que entraban en los salones de baile y hacían que las
conversaciones se detuvieran.
Pero en este boceto ella era hermosa.
Y en la esquina estaban las iniciales R.d'C.
Así era como él la veía.
Cuando levantó la vista hacia él, éste la observaba con sus ojos grises y
cristalinos.
—Encontré esto, —empezó ella—, en tu baúl. Es tuyo, ¿verdad?
Él inclinó la cabeza.
Ella se acercó a él. —Estos bocetos son muy buenos. ¿Quién te ha
enseñado?
Él tragó saliva. —Mi padre.
Ella asintió. —También vi su cuaderno de bocetos.
Al oír eso, sus cejas se juntaron. —¿Qué?
—Cuando entré en el dormitorio ducal. Su cuaderno de dibujo estaba
allí. —Ella inhaló—. No me gustaron sus dibujos, pero sí los tuyos. —Ella
lo miró—. Aunque todos sean de mí.
Él no respondió. Se quedó parado como un bloque de hielo y no dijo
nada. Si no la hubiera estado observando, ella habría pensado que no la
estaba escuchando.
Su misma serenidad la enloqueció.
—Todo este libro está lleno de bocetos míos, —dijo de nuevo, con la
voz tensa—. Montando a caballo, caminando, bailando. Riendo y
simplemente sonriendo. Perfiles y cara completa. —Miró el libro, pasando
las páginas—. Tenías que haberme seguido. Seguido durante meses. ¿Por qué?

130
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Él parpadeó. Parpadeó. —Te conocí en un baile en el que me había
reunido con miembros de los Lores del Caos. Yo... estaba preocupado por ti.
—¿Preocupado? —Ella levantó las manos—. Preocupado no explica
página tras página de mi cara en tu libro.
Él se giró, dándole la espalda. —Te encontré como un objeto
interesante.
—¡No me mientas! —Ella rodeó su espalda para enfrentarse a él. Las
fosas nasales de él estaban dilatadas, su boca se apretaba en una fina línea.
Intentó retirarse, pero ella le siguió—. Me hiciste creer que eras indiferente
a mí. Que yo era una carga que no querías llevar a tu cama. Cuando todo el
tiempo, —susurró ella—. Todo el tiempo tuviste un cuaderno de dibujo
lleno de imágenes mías. Un hombre no hace eso por preocupación o por un
objeto interesante.
Cuando llegó al final de su discurso, ella estaba pegada a su pecho
desnudo, buscando esos ojos helados, aunque no eran muy helados en ese
momento.
En absoluto.
Se puso de puntillas y apretó el cuaderno de dibujo contra su pecho,
sujetándolo con la palma de la mano. —Dime la verdad, Raphael. Ahora
mismo. Esta noche. No más evasivas ni mentiras. ¿Qué es lo que sientes por
mí? ¿Es afecto o simplemente indiferencia?
Él finalmente se movió, arrebatándole el cuaderno de dibujo de la mano
y arrojándolo a una silla.
Le rodeó la cintura con un brazo y le sujetó el pelo con la otra mano,
inclinándose sobre ella hasta que tuvo que agarrarse a esos anchos hombros
o caer. —Créeme, esposa, lo último que siento por ti es indiferencia.
Entonces su boca estaba sobre la de ella, devorándola, su lengua caliente
exigiendo que separara los labios y lo dejara entrar en sus profundidades.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Diez
—¿Tienes conocimientos extraños?, —preguntó el Rey Roca.
—No, —susurró Ann.
—¿Tienes magia?, —se burló el Rey Roca.
—No. —Ann cerró los ojos—. Todo lo que tengo es a mí misma.
—Entonces tendrás que servir, —dijo él—. ¿Prometes ser mi esposa durante un año y un día si
te llevo el fuego del corazón de tu hermana?
Ann tragó saliva, pues los ojos negros del Rey Roca eran fríos y su voz dura. —Sí…
—De El Rey Roca

Iris sabía a vino tinto -el vino tinto que ella debía haber bebido en la
cena- y todas las razones por las que no debía hacerlo huyeron de su mente.
Una cadena vital se rompió en su psique y todo lo que había retenido, todo
lo que había contenido con todas sus fuerzas, se liberó de repente. Se
abalanzó sobre la boca de ella, desesperado por el tacto, por el sabor de ella,
su esposa, su duquesa, su Iris. Era suave, dulce y cálida, y él quería
devorarla. Apresarla, abrazarla y no dejarla ir nunca. El profundo e
insondable pozo de sus impulsos hacia ella lo asustaba, y sabía que si ella
era consciente de ellos, también la asustarían.
Pero esa era la cuestión: ella no era consciente de ellos. Ella creía que
simplemente estaba consumando su matrimonio o alguna podredumbre
semejante, que Dios los ayudara a ambos.
Ella sujetó sus brazos desnudos y la bestia que llevaba dentro se
estremeció y se estiró, con las garras raspando el suelo.
Dios mío, deseaba a esta mujer.
Pero tenía que recordar -para mantener la parte humana de su mente
despierta y viva- que no debía sembrar su semilla en ella.
No debía hacer nunca lo que había hecho su maldito padre.
Se separó de su boca, sintiendo el pulso de su verga contra sus
pantalones, y arrastró sus labios por su mejilla hasta su oreja. —Ven
conmigo, dulce chica.
Ella parpadeó, con los ojos azules y grises un poco aturdidos.
Le tapó la boca de nuevo antes de que ella pudiera hablar -para
consentir o rechazar- y la arrastró lentamente hacia atrás, paso a paso,
hacia la cama, hasta que la golpeó con el dorso de las piernas. Rompió el
beso y la miró, con los labios de rubí húmedos entreabiertos y las mejillas
sonrosadas.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Parecía comestible.
—Raphael, —susurró ella, su nombre en los labios como una súplica, y
algo dentro de él se rompió.
Esto no era lo que él quería. Esto no estaba bien. Pero era lo único
posible y tendría que ser suficiente porque era todo lo que podía hacer.
Y tratar de resistirse lo estaba matando.
Le pasó una mano por el brazo, por encima del hombro, hasta el cuello,
y desde allí le tocó el pelo dorado atado. —¿Quieres soltarte el pelo para
mí?
Ella jadeó -una pequeña y rápida inhalación- y asintió.
Él vio cómo ella levantaba los brazos, con sus ojos tormentosos
clavados en los suyos, y retiraba las horquillas de su pelo una a una hasta
que la pesada masa cayó como una cortina alrededor de sus hombros. Se
inclinó entonces y recogió los mechones entre sus manos, enterrando su
cara en el cuello de ella, inhalándola.
Su mujer.
La sintió temblar contra él y luego sus dedos se clavaron en su pelo. —
Raphael.
Él levantó la cabeza.
Sus manos se apartaron y comenzó a desvestirse, con la cabeza
agachada mientras se desabrochaba el corpiño. Vio que sus dedos
tanteaban y supo que un hombre mejor se apartaría. Le daría privacidad
para arreglarse y desvestirse con modestia.
Pero él no era un hombre así. Quería todo de ella, sus errores y sus
momentos privados, su vergüenza y sus preocupaciones, todo lo que ella
ocultaba al resto del mundo. Como quería esto. Este momento de
encuentro.
Este momento de intimidad.
Se quitó el corpiño de los brazos. Se desató las faldas y dejó que se
enredaran en sus pies antes de apartarlas. Levantó la mirada hacia él y
luego trabajó en los cordones de su corsé.
Su cabello desatado caía sobre sus hombros, casi hasta la cintura,
espeso y balanceándose suavemente mientras se movía.
Hermosa.
Ella era hermosa.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Se paso el corse ya suelto por encima de la cabeza y se quedó en
camisola, medias y zapatos. Las puntas de sus pechos asomaban por debajo
de la fina tela.
Ella intentó agacharse para quitarse los zapatos, pero él la detuvo. —
No. Déjame.
La agarró por la cintura y la levantó hasta la cama.
Con cuidado, le quitó las zapatillas y las dejó caer al suelo de madera
antes de pasarle la mano por la pantorrilla izquierda. La habitación estaba
tan silenciosa que él podía oír cada una de sus respiraciones. Lo observó
mientras metía la mano por debajo de la camisola, en ese lugar cálido detrás
de la rodilla, tirando de la cinta del liguero.
Su respiración se entrecortaba.
Él la miró cuando encontró la piel desnuda. Caliente, muy caliente bajo
la falda. Casi podía imaginar que la olía, de pie entre sus piernas dobladas.
Le quitó la primera media y se dirigió al otro pie, pasando el pulgar por el
arco, por ese empeine alto, por ese tobillo dulce y delicado. La curva de su
pantorrilla, una de las más bellas de la naturaleza, elegante y perfecta.
Algún día le gustaría dibujarla desnuda.
El leve y casi inaudible susurro que escuchó al quitar la cinta le erizó los
pelos de la nuca. Sus fosas nasales se encendieron y no pudo esperar más.
La levantó con el cuerpo, la subió más a la cama, apoyando la cabeza y los
hombros en las almohadas, y luego le subió la camisola, arrastrándose entre
sus muslos abiertos y acomodándose para disfrutar de lo que había
encontrado.
Allí. Ahí estaba ella, su bonito, bonito sexo rosa, todo labios de coral y
rizos rubios oscuros. Levantó sus piernas temblorosas sobre sus brazos,
ignorando el grito de sorpresa de ella. Levantó la vista una vez y vio unos
ojos amplios y maravillados que le devolvían la mirada. Evidentemente, su
caballeroso primer esposo nunca le había hecho esto.
Bastante tonto.
Entonces se inclinó y se dio un festín.
Su nariz presionó su montículo, inhalando su aroma de mujer, su verga
rechinando con fuerza en la cama, su lengua lamiendo la acidez y la sal y a
ella.
Oh, Dios, ella.
Ella chilló cuando la tocó por primera vez e intentó zafarse, pero él la
sujetó con sus manos en las caderas. Casi sonrió contra su tierna carne, sus
dientes raspando suavemente. Podría estar asustada, indignada y
conmocionada, pero le gustaba.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Tal vez incluso amaba lo que él le estaba haciendo.
Ella gemía ahora, en el fondo de su garganta, emitiendo pequeños
maullidos, tan eróticos y dulces, sus caderas se movían contra los labios de
él, tratando de obtener más. Él abrió la boca, cubriéndola, respirando sobre
ella. Endureció la lengua y la penetró hasta el fondo, con la mandíbula
dolorida. Ella gritó y él sintió que los dedos se enredaban en su pelo.
Retiró la lengua y se dirigió a su clítoris, tomando el pequeño trozo de
carne entre los dientes y tirando. Ella se quedó paralizada, temblando por
todo el cuerpo, y él pudo oír su respiración entrecortada. Abrió la boca y la
lamió. Suavemente. Con ternura.
A fondo.
Y al mismo tiempo le metió dos dedos, sintiendo cómo sus húmedas
paredes se contraían contra sus nudillos, oliendo el aumento de su
excitación.
Ella se arqueó bajo él, sus suaves muslos se agitaron sin descanso, sin
emitir ningún sonido, pero él lo sabía.
Él lo sabía.
Enroscó los dedos dentro de ella y acarició sus húmedas y sedosas
paredes interiores mientras los retiraba.
Luego los introdujo de nuevo, con fuerza y firmeza, repitiendo el
movimiento mientras le chupaba el clítoris.
Ella gimió -en el silencio de la habitación- y se apretó contra él, y él
sintió que se estremecía y se mojaba más de repente. Ella se estremeció sin
poder evitarlo y él se embriagó con su liberación, con su verga palpitante y
casi dolorosa.
Giró la cabeza y besó el interior de su suave muslo, escuchando su
jadeo.
Luego se arrodilló, entre las piernas abiertas de ella, y abrió la solapa de
sus pantalones y su ropa interior. Bajó la mano, untó sus dedos en los jugos
de ella y envolvió su erección con la mano.
Él la miró fijamente: su rostro, abierto y un poco aturdido por las
secuelas de su orgasmo. Sus pechos eran vulnerables, velados sólo por
aquella fina camisola, sus piernas estaban abiertas lascivamente, dejando al
descubierto su vagina arrasada.
Y se acarició a sí mismo.
Sintiendo el calor que se acumulaba en sus pelotas, el borde de un dulce
placer que se burlaba de sus nervios. Extendió la humedad de ella a lo largo

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
de su verga y se apretó el puño con fuerza, con el prepucio rozando el borde
de la cabeza de la verga.
Pero no fue hasta que la vio abrir los ojos -esos ojos azules y grises, esos
ojos tormentosos, esos ojos demasiado sabios- y mirarlo que sintió que su
semilla hervía.
Apretó los dientes y echó la cabeza hacia atrás, con los ojos
entrecerrados, pero sin dejar de mirarla.
Incluso cuando su semen explotó y salpicó sus muslos de marfil.

Iris estaba despierta y escuchaba la respiración profunda y uniforme de


Raphael.
Le había hecho el amor, le había proporcionado un placer exquisito, un
placer que nunca había sentido antes, pero no la había penetrado.
Había derramado su semilla sobre ella, pero no dentro.
Ella se quedó mirando en la oscuridad, pensando, tratando de no llorar.
Él le había dicho que no quería tener hijos. Había sido muy sincero con
el tema. Y sin embargo, ahora se daba cuenta de que, en algún rincón de su
mente, había mantenido la esperanza de que, cuando él llegara al punto, sus
impulsos animales podrían vencerlo.
Qué tonta era.
Inhaló muy lentamente, con cuidado de no hacer ruido.
La cosa era... Bueno. La cosa era que ella anhelaba tener hijos.
Desesperadamente. Un niño al menos. Un solo bebé para sostener en sus
brazos, para acunar contra su pecho. Estaría contenta con uno solo, de
verdad. Una cosa era estar casada y no tener hijos sin que nadie tuviera la
culpa. Mientras estaba casada con James se había resignado a no tener
hijos. Era su tercera esposa y él no tenía hijos. Él había sufrido una lesión al
montar a caballo que le dificultaba a veces alcanzar la plenitud en el lecho
conyugal. Ella simplemente había asumido que después del tercer año...
Ella suspiró. Ella quería esto. Quería un matrimonio con Raphael y
quería sus hijos.
Sólo que no sabía cómo iba a lograr su sueño.

A la mañana siguiente, Iris se despertó sola en la cama, en realidad, sola en


la habitación. Raphael no aparecía por ninguna parte.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Frunció el ceño, pero se distrajo cuando una criada llamó a la puerta
con agua caliente. Después de hacer un aseo apresurado y vestirse, abrió la
puerta y encontró a Ubertino y a Valente fuera haciendo guardia.
Ubertino se inclinó. —Buenos días, Su Excelencia.
Iris asintió. —Estoy buscando el desayuno.
—Ah, entonces permítanos acompañarla, —dijo Ubertino
solícitamente.
Él abrió el camino mientras Valente la seguía, e Iris se dio cuenta de que
pretendían vigilarla.
Suspiró en silencio. Raphael se había preocupado por los ataques
incluso antes del intento de asesinato del señor Dockery. Entendía la
necesidad de protección, pero no podía evitar pensar que estar a la sombra
de dos hombres grandes podría resultar tedioso después de un tiempo.
Esperaba encontrar a Raphael en el comedor privado, pero estaba
ausente.
Iris sacudió la cabeza y comió sola una comida fría de jamón, queso y
pan.
Cuando sus guardias la acompañaron hasta el carruaje que la esperaba,
supuso que éste también estaría vacío.
Y no se equivocaba.
Sin embargo, no iba a viajar sola.
Ubertino puso una cara de disculpa. —Me sentaré con usted,
Excelencia.
—Por supuesto, —dijo Iris, tratando de parecer amable. Después de
todo, no era culpa del criado que su marido la evitara.
Resopló exasperada mientras subía al carruaje. ¿Iba a evitarla durante el
resto del viaje a Londres? Tenían al menos otro día y otra noche antes de
llegar a la capital. Frunció el ceño al pensar en ello. Dios mío, ¿tomaría una
habitación separada de ella esta noche?
El pensamiento era melancólico. Ella había disfrutado la noche anterior y
tenía la impresión de que él también lo había hecho. Es cierto que no era
muy sofisticada en la materia, pero había estado tres años casada.
Raphael se había ido a dormir con cara de satisfacción.
Entonces, ¿por qué dejarla andar sola hoy?
Se lo preguntó una y otra vez durante el resto del día, entre la charla
con Ubertino y la lectura de los libros que había tomado prestados de la

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
biblioteca de la abadía. Aunque era difícil concentrarse lo suficiente para
leer cuando no tenía ni idea de lo que pensaba su marido.
Cuando el carruaje se detuvo para pasar la noche en una posada, Iris se
golpeaba los dedos en la rodilla, un hábito nervioso por el que su antigua
institutriz le habría golpeado los nudillos. Raphael había conseguido
incluso comer con sus hombres durante el almuerzo.
Fue con un poco de alivio, entonces, cuando Ubertino la acompañó a su
habitación para pasar la noche y encontró a su marido ya allí.
Raphael se dio la vuelta desde la chimenea y asintió a Ubertino. —
Gracias, puedes irte.
El corso se retiró con una reverencia.
Iris levantó las cejas. —¿Te vas a quedar conmigo esta noche?
—Por supuesto, —dijo él con el ceño fruncido, como si no entendiera
su tono cortante.
Tuvo muchas ganas de poner los ojos en blanco. —Me temo que no era
obvio para mí, ya que hoy no me has hablado.
Hizo una mueca. —Iris...
Un golpe en la puerta lo interrumpió, y las criadas de la posada
entraron con la cena. Las sirvientas dispusieron la comida en una mesita
ante el fuego, hicieron una reverencia y se marcharon.
Raphael la miró y retiró una de las sillas de la mesa. —Por favor.
Ella se sentó, viendo como él tomaba una silla enfrente.
Había dos platos de carne asada con salsa y patatas, así como pan y
mantequilla y manzanas guisadas con especias. A un lado había una botella
de vino, y Raphael la tomó y le sirvió un vaso.
—Gracias, —dijo Iris, y tomó un sorbo fortificante. El vino era atroz,
pero eso realmente no era importante ahora—. ¿Pretendes vivir separado de
mí?
Él había tomado el cuchillo y el tenedor y había comenzado a cortar la
carne, pero se detuvo ante su pregunta. —No, por supuesto que no.
Ella frunció los labios, comiendo un bocado de la carne, que al menos
estaba bastante buena. —Entonces, ¿por qué te has alejado de mí hoy?
Él aserró su carne, pero luego tiró los cubiertos con un suspiro. —No
quiero discutir contigo. Me alejé porque no puedo resistir tu tentación,
como quedó patente anoche.
Ella inhaló y apartó su primer impulso: sentirse herida. —Me pareció
que anoche fue agradable.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Él la miró, con una ceja enarcada. —¿Agradable?
Ella pudo sentir el calor subiendo por sus mejillas. —Espectacular, en
realidad. —Se aclaró la garganta—. Preferiría volver a hacerlo... o algo más.
—Él se puso rígido y abrió la boca para objetar. Ella se apresuró a añadir—:
Eso no. No... no nada que pueda llevar a niños.
Él la miró, con el rostro inexpresivo. —¿Y estarías contenta sin eso?
—No exactamente. Creo que siempre querré tener un bebé, pero como
tú te opones con tanta vehemencia... —Cerró los ojos: ¡esta era una
conversación tan íntima!— Quiero un matrimonio de verdad. —Abrió los
ojos y dijo suavemente—: Quiero estar contigo como quieras. Quiero esa
cercanía. Y quiero esa alegría.
Ella levantó la barbilla y se encontró con su mirada, incluso con las
mejillas encendidas.
Algo se suavizó en su rostro. —Creo que te mereces mucho más.
Ella negó con la cabeza. —No. Puede que no nos hayamos casado de la
forma convencional, puede que no haya elegido casarme, pero ahora te elijo
a ti.
Una comisura de los labios de él se levantó. —Entonces me conformo
con llevarla a la cama esta noche, madame.
Ella arqueó una ceja para señalarle. —¿Contento?
Sus labios se curvaron aún más. —Honrado, emocionado, excitado. —
Él escondió su boca detrás de su copa de vino—. Ya está. ¿He respondido a
tus expectativas? —Él dio un sorbo a su vino, pero mantuvo sus ojos de
cristal sobre ella por encima del borde.
Ella sintió una sacudida entre las piernas. Era tan... convincente cuando
dejaba que el hielo se derritiera en sus ojos. Cuando se relajaba en esa
media sonrisa. Se preguntó de repente qué aspecto tendría Raphael si
alguna vez se riera en voz alta.
Pero él siguió esperando su respuesta. —Creo que has respondido de
forma excelente.
—Bien. —Dejó su copa de vino—. Entonces disfrutemos de esta
comida. El vino es terrible pero la carne es buena.
Ella le sonrió tímidamente ante eso. —Córcega es muy cálida, ¿verdad?
Tragó un bocado de la carne. —Ciertamente más cálida que Inglaterra.
—¿Se hace vino allí?
—Oh, sí. —Tomó otro sorbo de su vino e hizo una mueca—. Hacemos
vinos muy finos porque tenemos conocimientos tanto de los italianos como

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de los franceses. Hay un pequeño campo de uvas en mi tierra, y aunque no
cosechamos mucho, es suficiente para hacer nuestro propio vino.
—¿De verdad? —Ella no podía concebir la idea de tener su propio vino,
aunque suponía que no era muy diferente de tener una cervecería en sus
tierras, algo que tenían muchos aristócratas—. Me gustaría probar tu vino.
—Me gustaría que bebieras mi vino, —dijo él en voz baja—. Podrías
sentarte bajo los castaños con vino y pan, una especie de picnic.
Ella frunció las cejas. —Nos sentaríamos juntos, seguramente.
—Por supuesto. —Miró hacia abajo mientras pinchaba la única patata
de su plato. Se aclaró la garganta—. Beberíamos el vino y te mostraría los
acantilados blancos con vistas al océano.
—Eso suena encantador, —susurró ella.
Él volvió a levantar la vista, con la mirada fija. —Iris... —Su voz era un
ronco sonido ahumado, profundo y pecaminoso.
A ella le encantaba su voz.
Se puso de pie y rodeó la mesa.
Él se apartó de la mesa, obviamente con la intención de levantarse, pero
ella le puso una mano en el hombro, deteniéndolo.
Se sentó en su regazo y apoyó la palma de la mano en su mejilla llena de
cicatrices. —¿Podrías besarme?
Algo brilló en sus ojos, y entonces se inclinó y rozó su boca con la de
ella. Ligeramente. De forma tentadora.
Sus labios se separaron y él mordió el inferior antes de tomar su boca
con la suya. Le lamió la boca, su lengua se frotó contra la de ella hasta que
la capturó y chupó.
Sus brazos la rodearon, acercándola.
Ella se sentía protegida, sus anchos hombros la protegían, sus manos
calientes y seguras en su espalda.
Se retorció, sintiendo una creciente excitación. Quería más.
Y él le había dado permiso.
Rompió su beso y se inclinó hacia atrás, tirando de su abrigo. —Quítate
esto.
Su voz era ronca.
—Métete en la cama, —dijo él, sin sonreír.
Ella se levantó y retrocedió varios pasos, pero en lugar de subir
inmediatamente a la cama, empezó a desabrochar el corpiño.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Él se levantó lentamente, observándola sin pestañear, y se quitó el
abrigo.
Ella se encogió de hombros para quitarse el corpiño y lo dejó con
cuidado sobre la silla.
Sus manos se dirigieron a los lazos de sus faldas mientras él empezaba a
desabrocharse el chaleco.
Se quitó el chaleco y se quedó esperando mientras ella se quitaba las
faldas con dificultad. Ella las depositó en la silla y lo miró.
Él se estaba quitando su pañoleta.
Ella se desabrochó el corsé mientras el fuerte cuello de él quedaba al
descubierto. Empezó a quitarse los botones de la camisa y ella se quedó sin
aliento cuando los lados se abrieron para mostrar el pelo negro rizado.
Ella se quitó el corsé.
Él se quitó la camisa por encima de la cabeza y, por un momento, ella se
limitó a contemplar aquel maravilloso pecho. Su herida estaba
cicatrizando, notó distraídamente. Pronto tendría que quitarle los puntos.
Lamentó que tuviera una cicatriz en su piel, por lo demás tan suave.
Luego se inclinó hacia sus zapatillas.
Con el rabillo del ojo lo vio sentarse y quitarse las botas y las medias.
Se detuvo cuando ella se levantó la camisa para desatar sus ligas.
Ella levantó la vista para ver que su rostro se había ensombrecido y su
mirada estaba fija en sus muslos.
Ella se quitó una media cuando los dedos de él se dirigieron a la parte
delantera de sus pantalones.
La segunda media salió cuando él se bajó los pantalones.
Se quedó sólo en ropa interior, con la tela sobre la ingle abultada.
La respiración de ella se aceleraba y el calor subía por su pecho.
Se inclinó para agarrar el dobladillo de su camisola.
Él se desabrochó la ropa interior.
Ella se quitó la camisola por la cabeza y se quedó desnuda ante él.
Él se quitó la ropa interior y ella pudo ver el tatuaje de un delfín en su
cadera izquierda. Se acercó a ella, con la verga balanceándose mientras se
acercaba. Estaba parcialmente erecto.
Y ella sabía lo que quería.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Túmbate, —dijo ella, y no pudo reconocer su voz. Sonaba lenta,
lánguida y baja, como si fuera miel caliente.
Sintió que el lugar entre sus piernas se calentaba.
Él ladeó la cabeza hacia ella, y por un momento ella pensó que no la
obedecería. Parecía un dios de la oscuridad, con cicatrices, pelo negro y ojos
grises. Era alto y delgado, pero con músculos fuertes en los brazos y las
piernas. Una criatura formidable. Una criatura acostumbrada a ejercer el
poder. ¿Seguían sus órdenes los mortales?
Pero él la complació, se arrastró hasta la cama y se acomodó en el
centro, apoyado en la almohada como un potentado otomano.
Ella se dirigió a un lado de la cama, se levantó y empezó a quitarse las
horquillas del pelo. Las sacó de una en una, dejándolas caer sobre un plato
de porcelana en la mesa junto a la cama, cada una haciendo un pequeño
tintineo en el silencio de la habitación.
Él se quedó mirando sus pechos y luego más abajo, los rizos entre sus
piernas.
Ella lo vio tragar saliva.
Su pelo se desenrolló por la espalda en una masa. Se lo sacudió,
pasándose los dedos por el cuero cabelludo para aliviar la tensión de su
pelo, que había estado tenso todo el día.
Luego se subió a la cama.
Se arrastró entre sus piernas abiertas y se acurrucó allí, inclinándose
para examinar todo lo que lo hacía masculino.
Su pene se sacudió mientras ella lo observaba, y no pudo evitar una
sonrisa. Katherine le había descrito todo tipo de vergas. Delgadas y gordas.
Vergas con prepucios caídos, vergas que se inclinaban hacia la izquierda o
hacia la derecha. Pero, aunque Iris no tenía la misma experiencia, seguía
pensando que Raphael debía tener la verga más hermosa. Estaba a un lado,
en esa línea que separa la cadera del estómago en un hombre, o al menos en
un hombre delgado.
Al lado de la polla estaba el tatuaje del delfín, no más grande que su
pulgar. Rastreó la tinta negra incrustada en su piel y luego se centró en lo
que más le interesaba.
Su pene era recto, pero con las venas acordonadas delineadas sobre el
eje. Era más ancho en el centro, bonito y grueso, y desembocaba en una
cabeza enrojecida. El prepucio se había retraído un poco, dejando asomar la
punta, húmeda y brillante.
Ella tocó esa punta húmeda con su dedo y él volvió a sacudirse.

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Su mirada se dirigió a su rostro.
Él la observaba, con la boca en una fina línea, salvo donde la cicatriz la
rizaba. Parecía que apenas se contenía.
Ella sonrió, se inclinó lentamente hacia delante y le lamió el pene.
Él inhaló bruscamente.
Ella miró su premio y dijo: —¿Qué te gusta?
—Cualquier cosa, —dijo él—. Cualquier cosa que quieras hacer.
Ella frunció el ceño. —¿Pero qué te gustaría a ti?
Él cerró los ojos como si ella lo pusiera a prueba. —Envuelve...— Se
aclaró la voz y empezó de nuevo—. Envuelve tu mano alrededor de mi
verga.
—¿Así? —¡Oh, estaba duro bajo la piel! Ella no tenía ni idea de lo duro
que podía ser un hombre. Y al mismo tiempo su piel era tan suave y
caliente.
—Ahora tira hacia arriba, —dijo él.
Ella lo miró, un poco alarmada, con el pene palpitando en su mano. —
¿No te va a doler?
Sus labios se movieron. —No.
—¿Pero mi boca? —Ella volvió a mirar hacia abajo y se perdió la
expresión de su cara cuando él suspiró.
—Puedes lamer si lo deseas, —dijo suavemente—. Pero no tienes que
hacerlo. Es el tipo de cosas que hacen las cortesanas. No se considera muy
femenino.
Eso la animó.
—¿No lo es?, —preguntó ella, mirándolo mientras agachaba de nuevo la
cabeza.
Captó el aleteo de sus fosas nasales, la separación de sus labios, y
entonces se concentró en llevárselo a la boca.
Lamió toda la cabeza, ya no con pequeños lametones. Lamidas amplias
con la parte plana de la lengua mientras apretaba los labios alrededor de él.
Sabía a... hm... Bueno, sabía a piel sobre todo. Pero el aroma aquí, cerca
del centro de él, era rico. Almizclado y masculino, y ella se sintió casi
embriagada por él.
Eso probablemente tampoco era propio de una dama.
Apartó los labios de la cabeza y besó el pene, lamiéndolo y
acariciándolo. Quiso meter la nariz en los pelos negros de la base, pero

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pensó que sería demasiado, así que lamió el otro lado de la verga, mojándola
bastante.
Las caderas de él se sacudieron y luego se calmaron como si el
movimiento hubiera sido involuntario.
Ella levantó la vista y vio que él se había tapado los ojos con un brazo.
—Dios mío, —murmuró—. Me vas a matar.
Lo que la hizo reírse.
La miró por debajo del brazo y gimió, dejando caer la cabeza de nuevo
sobre la almohada. —¿Puedes...?
—¿Hmm? —ella tarareó una pregunta alrededor de la cabeza de su
polla. Si era muy cuidadosa con sus dientes podría chuparlo.
—Oh, Dios, —gimió él—. Sólo... frota hacia arriba y hacia abajo con tus
manos. Por favor. Dios, por favor. Y sigue chupando.
Sonaba como si estuviera presionado, y eso hizo que ella apretara los
muslos.
Ella hizo lo que él le pedía, usando ambas manos para apretar y tirar del
pene, mientras lamía y chupaba la cabeza.
Sus caderas comenzaron a moverse, empujando suavemente, metiendo y
sacando la verga de su boca.
Levantó la vista y vio su cabeza inclinada hacia atrás, los tendones de su
cuello tensos, y de repente su mano estaba en su pelo, tirando, tratando de
alejarla.
Pero ella no quería hacerlo. Ahora tenía tanto poder y estaba
embriagada por su sabor y su aroma. Chupó con fuerza, moviendo sus
manos hacia arriba y hacia abajo de ese magnífico eje, sintiendo como él
empujaba su verga contra su lengua.
Él gimió como si sufriera y sus caderas se estremecieron.
Y ella saboreó un líquido caliente y amargo en su boca.
Semen. Su semen.
Ella tragó sin pensar y luego hizo una mueca de disgusto, pero ya que
estaba hecho decidió no preocuparse por ello. En su lugar, le tocó
suavemente la verga. Estaba enrojecida y todavía bastante dura.
—Ven aquí. —Su voz era de azufre y grava.
Levantó la vista y lo vio mirándola, con los ojos entrecerrados, y algo en
ella dio un salto. No fue sensual. Era una especie de emoción de afecto por
él.

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O posiblemente más.
Se levantó y se dirigió a la mesa, tratando de ser sofisticada y sin
importarle que estuviera desnuda. Allí bebió un largo trago del vino no muy
bueno, refrescando el sabor de su boca.
Se giró, con el vaso aún en los labios, y los ojos de él estaban sobre ella,
casi brillando. Le tendió la mano.
Ella tragó saliva y se acercó a él, subiéndose a la cama y acostándose a
su lado. Vacilante, apoyó la mejilla en su hombro, su hombro bueno.
Pero entonces los dedos de él estaban bajo su barbilla, inclinando sus
labios para que se encontraran con los de él.
La besó con la boca abierta, como si fuera a devorarla.
—Súbete a mí, —susurró contra sus labios, y se sentó contra el
cabecero de la cama.
La atrajo hacia su regazo y la besó a lo largo de la garganta, haciendo
que sus pezones se agitaran con la sensación.
Subió una mano y le tomó el pecho y luego se llevó el pezón a la boca,
chupando con fuerza.
Oh. Oh, eso era encantador.
La cabeza de ella se inclinó contra sus hombros mientras él se movía
hacia el pezón descuidado y lo chupaba también.
Sus dos manos anchas estaban ahora en las caderas de ella, apretando
suavemente. Luego la levantó y la colocó con una pierna entre las suyas.
Con su rodilla metida entre sus muslos mientras ella se ponía a
horcajadas sobre él.
La guió hacia abajo para que estuviera presionada contra él, con su
rodilla justo en su suavidad, con sus labios abiertos sobre él.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—Muévete, —dijo él, observándola.
Ella se agarró a su muslo y se frotó lentamente contra él, con sus pechos
temblando.
—¿Te gusta?, —preguntó él, con una mirada bastante siniestra.
—Sí. —Ella se lamió los labios—. Sí, me gusta.
—Te ves como si te gustara, —murmuró él en voz baja—. Tus mejillas
son de color rosa y tus labios están rojos e hinchados. —Miró hacia abajo,
donde ella se mecía contra él—. Y estás mojada. Puedo sentir tu piel
resbaladiza en mi piel. ¿Estás cerca?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ella negó con la cabeza. —Yo... no lo sé.
—¿Alguna vez te has dado placer a ti misma?, —preguntó él.
Y ella abrió los ojos de par en par, sorprendida. Ella nunca... ¡Hablaba en
voz alta de esas cosas!
Sus ojos eran conocedores, como si la hubiera visto, acostada en su
cama virginal hace mucho tiempo, metiéndose los dedos.
—Muéstrame, —gruñó—. Muéstrame lo que haces.
Ella tragó y arrastró la mano derecha hacia abajo, enterrando el dedo
corazón en el lugar donde estaba caliente y húmeda.
¡Oh! No podía recuperar el aliento. Haciendo esto delante de él,
mientras la miraba desapasionadamente. Mientras le ordenaba que se
exhibiera para él. Ella estaba en el punto, tan cerca, tan cerca, su dedo
trabajando más y más rápido mientras su aroma se elevaba en el aire entre
ellos.
La boca de ella se abrió de par en par y sus caderas se movían contra él,
con un dulce calor fluyendo a través de ella, infundiendo sus miembros,
haciéndola sentir mareada.
Él la atrapó y la atrajo contra él, presionando sus besos en la boca
mientras murmuraba: —Tan hermosa. Tan hermosa.
Se incorporó para tapar a los dos con las sábanas y la abrazó mientras se
volvía a tumbar.
El fuego crepitaba y las pocas velas que aún estaban encendidas
chisporroteaban y ella pensó, mientras su mente empezaba a divagar, que
tal vez lo que sentía por su extraño y oscuro esposo podría ser algo más que
afecto.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Once
El Rey Roca se retiró a su torre y, cuando volvió a salir, llevaba una extraña armadura. Era
completamente negra y parecía estar hecha de una especie de roca fina. La armadura yacía sobre
su cuerpo como losas dentadas, sin reflejar la luz, y tintineaba como huesos secos cuando se
movía.
—Puedes quedarte en mi torre mientras estoy fuera, —le dijo a Ann, y luego se volvió hacia el
norte...
—De El Rey Roca

A la noche siguiente, Raphael miró por la ventanilla del carruaje


mientras se dirigían a las afueras de Londres.
Echó una mirada a Iris. Su rostro era delicado de perfil, iluminado de
vez en cuando por los faroles de las tiendas de fuera. Había estado callada
pero aparentemente feliz durante el viaje de hoy, y había pasado un rato
leyendo a Polibio.
Todavía le desconcertaba que la dama sentada frente a él, tan erguida y
remilgada, fuera la misma que se había llevado su verga a la boca la noche
anterior.
Cuando se despertó esta mañana, con sus suaves miembros enredados
en los suyos, pasó largos minutos contemplándola con asombro. Sus labios
eran de color rosa oscuro y se separaban suavemente, y sus pestañas se
apoyaban en sus mejillas como alas de polilla. Era hermosa y decidida, y él
no había pensado que casarse con ella daría lugar a esta intimidad. La
quería cerca, es cierto, porque era un hombre egoísta y malvado, y no le
gustaba especialmente la oscuridad en la que vivía. Ella debía ser una
compañía, nada más. Pero parecía que se había engañado a sí mismo, tanto
sobre el poder de su atractivo como sobre sus propios deseos salvajes.
Este último pensamiento lo inquietaba.
¿La había asustado? ¿Su forma de hacer el amor durante las dos últimas
noches había sido demasiado... carnal? ¿Demasiado crudo para ella?
Hizo una mueca, apartando la mirada de ella. No tenía mucha
experiencia con damas gentiles, a decir verdad. No con una cara como la
suya.
No con un pasado como el suyo.
Cuando sus bajos instintos no pudieron ser postergados por más
tiempo, compró su alivio.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Pero si había escandalizado o repelido a Iris, tal vez fuera lo mejor. Ella
no se apresuraría a buscarlo de nuevo, lo que facilitaría su propia
resistencia.
Excepto que incluso ahora se encontró inclinado infinitesimalmente
hacia ella como si su cuerpo, habiendo probado una vez su fruta, ahora no
sólo entendiera el hambre, sino que pudiera ser saciado por ella y sólo por
ella.
Cerró los ojos.
Ya había practicado la abnegación antes y podía hacerlo de nuevo.
Ceder a esta lujuria era peligroso. No sólo porque ella era peligrosa para él y
para lo que sabía de sí mismo y de su sangre, sino porque su atractivo
interfería en su misión.
Era como si ella lo hubiera hechizado como un héroe de cuento de
hadas adormecido por alguna criatura de fantasía durante mil años. Corría
el riesgo de olvidar el mundo real y todo lo que le debía.
No podía dejar que eso sucediera. Estaba en Londres para averiguar
quiénes habían sido los amigos de Dockery. Quién le había ordenado
asesinar a Raphael.
Para descubrir y destruir a Dionisio.
—Hemos llegado a Londres, —murmuró ella, interrumpiendo sus
pensamientos.
—Sí.
Ella lo miró con preocupación. —Sabes que debo contactar con Kyle y
mi hermano tan pronto como pueda.
Tuvo un impulso básico de mantenerla para sí mismo, pero sabía que
ella tenía razón. —Naturalmente, pero te sugiero que esperes hasta
mañana. Esta noche ya es tarde.
Sus cejas se fruncieron sobre aquellos ojos azul-grisáceos. —A estas
alturas Henry debe haber recibido noticias de Hugh de que he sido
secuestrada. No me sorprendería que todo Londres lo supiera. Creo que lo
mejor sería decirle que estoy viva y sana lo antes posible.
Tuvo un fugaz deseo de que pudieran quedarse en la abadía.
Pero eso era una locura, tanto porque no podía mantenerla oculta para
siempre como porque tenía un deber. —Entonces escríbeles a ambos cartas
esta noche y te acompañaré a ver a tu hermano mañana.
—¿Qué les digo? —Se mordió el labio, dudando—. Creo que la verdad
no servirá para Henry, al menos. Si se corre la voz de que estuve en una
orgía, difícilmente le hará bien a mi reputación, duquesa o no.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—No. —Tampoco serviría anunciar su participación en los Lores del
Caos. Si daba a conocer la sociedad secreta, acabaría con sus posibilidades
de infiltrarse en ella—. Muy bien, ¿qué historia sugieres?
—Creo que no podemos evitar el hecho de que fui secuestrada, —dijo
lentamente—. Después de todo, la noticia ya estaría en todas partes.
Él inclinó la cabeza.
—Pero tal vez... ¿me rescataste? No de los Lores, —añadió
apresuradamente—. Sino de los salteadores de caminos. Me rescataste y
me trajiste de vuelta a la abadía. Y luego te diste cuenta de que mi
reputación estaría en ruinas y me propusiste matrimonio.
—Qué caballeroso de mi parte, —dijo él.
Ella ladeó la cabeza, con una sonrisa en los labios. —Bueno, eso es más
o menos lo que hiciste en realidad. Insististe en el matrimonio para
salvarme. Así que sí, fue bastante caballeroso.
Apartó la mirada de esa pequeña sonrisa. No sería bueno que Iris
empezara a tener nociones románticas sobre él. No era un príncipe de
cuento, ni mucho menos.
El carruaje estaba entrando en la plaza donde se encontraba la casa de
su familia en Londres.
—Ya hemos llegado, —dijo en voz baja.
Chartres House ocupaba todo el lado norte de la plaza, una sólida masa
de piedra gris oscura, destinada a impresionar o intimidar a cualquiera que
la viera. Había pasado muy poco tiempo aquí cuando era niño, lo que
significaba que Chartres House no tenía los mismos recuerdos que la
Abadía de Dyemore.
Eso, al menos, era una bendición.
El carruaje se detuvo.
Su duquesa se volvió hacia él. —¿Esto es todo?
—Sí, —dijo él—. Te haré pasar y luego debo salir de nuevo.
Sus cejas se juntaron. —¿Por qué?
Él reprimió su impaciencia. —Tengo asuntos que atender.
El carruaje rebotó cuando los lacayos bajaron de un salto.
—No vas a investigar a los Lores ahora, ¿verdad? —Parecía casi
temerosa—. Raphael...
La puerta se abrió de golpe y Ubertino se inclinó.
Raphael no pudo evitar agradecer la interrupción.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Bajó los escalones y extendió la mano para ayudar a Iris a bajar del
carruaje. —Bienvenida a Chartres House.
Inclinó la cabeza hacia atrás para observar la enorme casa que tenía
delante. —Es... bastante grande.
—Mi abuelo no era un hombre que creyera en la parsimonia. —Le
metió la mano en el codo y la condujo a la puerta principal.
Allí se encontraba un hombre alto y sobrio con una peluca impecable y
una librea plateada y negra. —Su Excelencia, bienvenido a Chartres House.
—Gracias, —dijo Raphael mientras hacía pasar a Iris. La miró,
observando cómo examinaba el vestíbulo—. Este es mi mayordomo,
Murdock. —Miró al mayordomo—. Murdock, mi duquesa, su nueva ama.
La única sorpresa que mostró el mayordomo fue en un solo parpadeo.
—Su Excelencia—. La reverencia de Murdock fue tan baja que su nariz casi
barrió el suelo.
Cuando se levantó, Iris sonrió cálidamente. —Un placer conocerte,
Murdock.
Un tinte rojizo subió por los escarpados pómulos del hombre. Su mujer
podría cautivar a un tejón, pensó Raphael con cierta amargura.
Se aclaró la garganta. —¿Está Donna Pieri en casa?
Murdock se puso en guardia. —Milady está en la sala de estar de Styx,
Su Excelencia.
—Bien.
Sintió la aguda mirada de su duquesa mientras la guiaba hacia la
escalera del fondo del salón. El mármol rojo importado de algún lugar
exótico formaba los peldaños y las pesadas barandillas. Las paredes estaban
revestidas con sus antepasados, poco sonrientes, que tendían a ser oscuros
y estaban revestidos de un número excesivo de joyas.
En el nivel superior, la escalera terminaba en una larga galería que
recorría el ancho del rellano. La llevó hasta unas altas puertas dobles
pintadas de gris pálido y las abrió.
En el interior había una mujer menuda, con el pelo oscuro salpicado de
blanco. Una pequeña gorra de encaje cubría la parte superior de su cabeza.
Estaba sentada en el borde de una silla tapizada en brocado dorado, con la
espalda recta, los hombros nivelados, las manos delante de ella mientras
tiraba de un hilo a través de un aro de bordado, mirando a través de unas
pequeñas gafas doradas.
Su pecho se calentó al verla.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Levantó la vista al verlos entrar, enarcó una ceja y dijo con sólo un
toque de acento italiano: —Ah, sobrino, me alegro de verte vivo.

Iris parpadeó, algo alarmada por el saludo de la mujer. Nunca había


pensado en que Raphael tuviera parientes vivos, pero aquí estaba su tía.
Y al parecer le parecía notable que Raphael siguiera vivo.
Iris se volvió rápidamente para mirar a su esposo, pero él había
recuperado su gélida reserva. Maldita sea. ¿Qué pretendía hacer
exactamente en la fiesta de los Lores del Caos si ella no había estado allí?
¿Había planeado algo que hubiera hecho que lo mataran?
Frunció las cejas ante aquel espantoso pensamiento y volvió a mirar a la
menuda anciana, sentada de perfil.
Donna Pieri estaba sola en el enorme salón decorado en tonos negros y
dorados: las paredes pintadas de blanco estaban divididas por pilastras de
mármol negro rematadas con capiteles corintios dorados. Las delicadas
sillas, esparcidas aquí y allá, estaban tapizadas en brocado dorado, y en un
extremo de la sala había una elaborada repisa de mármol negro para la
chimenea.
El techo estaba pintado. Pero en lugar de los habituales dioses o
querubines retozando en las nubes, se trataba de una escena del río Estigia
con un Caronte bastante musculoso que transportaba a los nuevos muertos
al Hades. Iris no pudo reprimir un escalofrío. Al artista le gustaba mucho el
bermellón.
Aunque supuso que esta habitación encajaba con su impresión inicial
de Raphael: era un escenario apropiado para el Hades.
Volvió a mirar a Raphael y observó cómo se inclinaba y besaba la mejilla
de su tía. Era una muestra de afecto aún más sorprendente en un hombre
que casi nunca mostraba emociones.
Se enderezó. —No hay necesidad de dramatizar, Zia. Por supuesto que
estoy vivo.
Ella lo miró con astucia. —Realmente no sabía si volverías vivo de tu
viaje al norte. Si mi preocupación es dramática, que así sea.
Raphael frunció el ceño. —Zia.
—No vamos a hablar ahora de tu obsesión por estos Lores. —Ella hizo
un gesto con la mano—. Dime en cambio quién es esta dama.
—Esta es mi esposa. —Se volvió hacia Iris, con sus ojos de cristal
brillando a la luz de las velas—. Querida, te presento a la hermana mayor
de mi difunta madre, Donna Paulina Pieri. Tía, mi esposa, Iris.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La mujer mayor se puso en pie, y al hacerlo se giró e Iris vio su rostro
por completo por primera vez. El labio superior de Donna Pieri estaba
partido en el lado izquierdo. Un labio leporino.
Iris se aseguró de que su propia sonrisa no decayera mientras se hundía
en una reverencia. —Donna, me alegro mucho de conocerla.
—El placer es mío, —dijo Donna Pieri con su encantador acento
mientras se levantaba de su propia reverencia. Llegó sólo hasta la barbilla
de Iris. Donna Pieri arqueó una fina ceja hacia su sobrino—. Me confieso
sorprendida, tanto por lo repentino de tu matrimonio como porque nunca
pensé ver el día en que Raphael se casara.
Algo pasó entre ellos, una comunicación que Iris fue incapaz de
descifrar, antes de que Raphael se inclinara de nuevo. —Les ruego que me
disculpen, pero me temo que debo marcharme de nuevo. Tengo que ver a
un viejo... amigo.
Los ojos de Iris se entrecerraron. Debía ir a investigar algo sobre los
Lores del Caos. ¿Quizás Dockery? Esperaba que hubieran resuelto el asunto
cuando ella expresó su consternación por sus —negocios— en el carruaje.
Debería haberlo sabido. Raphael estaba obsesionado con los Lores. No
dejaba que nada se interpusiera en su venganza.
—¿De verdad, Raphael? —Donna Pieri se burló—. Acabas de llegar. Ni
siquiera te has quitado la capa. Tu pobre esposa debe pensar que eres un
salvaje. Al menos quédate lo suficiente para cenar.
—Lo siento, pero mis asuntos no pueden esperar. —La mirada de
Raphael parpadeó hacia la de Iris, confirmándole que su reunión tenía que
ser sobre los Lores del Caos—. Si la hora no es demasiado tarde cuando
regrese, me reuniré con ustedes. Si no, nos veremos de nuevo por la
mañana. Damas, adiós.
Y con eso salió de la habitación.
Iris luchó por mantener una expresión agradable en su rostro.
—Tch. —Donna Pieri sacudió la cabeza mientras recogía sus sedas para
bordar en una cajita con incrustaciones de nácar. Se quitó las gafas de oro y
las enganchó a una fina cadena que llevaba en la cintura—. Tiene unos
modales terribles, mi sobrino. Pero supongo que es culpa mía. Al fin y al
cabo, yo lo crié después de la muerte de su madre. El pobre chico sólo tenía
diez años.
—No me había dado cuenta de que su madre murió tan joven, —
murmuró Iris.
—Oh, sí. —La mujer mayor miró a Iris, con sus ojos marrones como el
té, inquisitivos—. Mi hermana era delicada tanto de salud como de mente.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Pero ven. Debes estar cansada y hambrienta por el viaje. Cenemos y podrás
contarme cómo conociste a mi sobrino y cómo llegaste a casarte con él en
un tiempo tan escandalosamente corto. ¿Quieres que te acompañe primero
a tus habitaciones para lavarte?
—Sí, milady, eso sería encantador, —dijo Iris con verdadera gratitud.
Habían parado para almorzar, pero eso había sido hace horas. Se sentía
desarreglada y no un poco mugrienta.
—Por supuesto. —Donna Pieri tomó una pequeña campana que había
en la mesa junto a su silla dorada y la hizo sonar.
Una criada apareció en la puerta casi de inmediato. —¿Milady?
—Bessy, por favor, lleva a Su Excelencia a los aposentos ducales. —
Donna Pieri se volvió, con las cejas fruncidas—. ¿Espero que eso sea de su
agrado? Puedo hacer que las habitaciones de la duquesa se ventilen durante
la cena.
—Gracias, pero prefiero la cámara ducal. —Iris sonrió y siguió a Bessy
al vestíbulo.
Subieron las escaleras hasta el tercer nivel de la mansión, y la doncella
la condujo por un amplio vestíbulo bordeado de espejos ornamentados y
más retratos. Al final había un conjunto de puertas dobles.
La doncella abrió una e hizo una reverencia. —Las habitaciones de Su
Gracia, Su Excelencia.
Iris entró, mirando con curiosidad. El dormitorio era amplio, con varias
ventanas que debían dar a un jardín trasero, aunque ahora estaban
cubiertas por largas cortinas de color dorado oscuro. En el centro de la
habitación había una alta cama con cuatro postes, envuelta en un pesado
terciopelo negro. Las paredes tenían paneles de madera oscura tallada, al
igual que la enorme chimenea. Ante el hogar había varias sillas tapizadas en
terciopelo rojo, con los brazos y las patas dorados. Debajo de una ventana
había una hermosa mesa, cuyo tablero era de mármol rojo sangre con vetas
de color crema.
Se giró y casi se sobresaltó. En la pared junto a la puerta había otro
retrato del padre de Raphael. En éste llevaba un traje azul pálido. Su mano
estaba levantada, señalando una escena en el fondo. Parecía la catedral en
ruinas de la Abadía de Dyemore.
Iris se estremeció y apartó la mirada.
Junto a la cama, en la pared, colgaba un pequeño boceto enmarcado.
Iris se acercó a mirarlo, pensando que podría ser uno de los dibujos de
Raphael. Sin embargo, se quedó sin aliento cuando lo miró más de cerca. El
boceto estaba hecho con tiza roja y mostraba la cabeza de una mujer de

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
perfil, con rasgos fuertes y clásicos, los ojos bajos, el pelo con unas pocas
pinceladas y la insinuación de una envoltura sobre la cabeza. La pequeña
obra de arte era obviamente un boceto preliminar para una pintura, y
también obviamente la obra de un maestro.
Se le ocurrió de repente que éste era su nuevo hogar. Ella era la duquesa
aquí.
Era un pensamiento extraño: la grandeza era el escenario adecuado para
ella.
—Hay agua fresca en el puesto, Su Excelencia. —La voz de Bessy llegó
desde detrás de ella. Iris se giró para ver a la doncella preparando un
lavabo—. Puedo hacer de dama de compañía si es su deseo.
Iris se aclaró la garganta, sonriendo. —Gracias, eso sería encantador. —
Tenía una dama de compañía, por supuesto, que se había quedado en el
carruaje cuando Iris había sido secuestrada, pero Parks nunca vestía tan
elegantemente como Bessy.
Iris se quitó la capa que había encontrado en el baúl de la madre de
Raphael. Bessy estaba bien entrenada: ni siquiera parpadeó al ver el estado
de la ropa de la nueva duquesa, sino que la ayudó a lavarse la cara y el cuello
y a peinarse y recogerse el pelo en un peinado suelto.
—¿Podría tener algo de material para escribir? —preguntó Iris cuando
estuvo vestida.
—Desde luego, Su Excelencia. —Bessy le mostró cómo una pequeña
mesa con incrustaciones de madera multicolor se desplegaba en un
escritorio con papel, plumas, tinta y arena.
—Gracias, —dijo Iris—. Si esperas un momento, ¿puedes llevar mis
cartas a un lacayo para que las entregue?
—Sí, Su Excelencia.
Iris se sentó y pensó un momento antes de escribir breves notas tanto a
Henry como a Hugh con una historia idéntica de cómo llegó a casarse con
Dyemore. La historia difería de la verdad en varios puntos clave, pero
tendría que servir por ahora. Iris era consciente de que ninguno de los dos
hombres estaría contento hasta que ella misma pudiera verlo y explicarle
dónde había estado durante quince días.
Dobló, selló y dirigió ambas notas antes de levantarse y entregárselas a
Bessy.
—¿Le enseño el pequeño comedor, Su Excelencia, antes de dárselas a
los lacayos? —preguntó Bessy.
—Por favor.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
El pequeño comedor resultó estar en el nivel inferior y no era pequeño
en absoluto, lo que hizo que uno se preguntara por el gran comedor. Donna
Pieri estaba sentada en un extremo de una amplia mesa de madera oscura,
con enormes patas achaparradas, de espaldas a un fuego ardiente.
Levantó la vista cuando entró Iris y le hizo una señal. —Ven, siéntate a
mi lado para que podamos conversar.
Un lacayo le tendió una silla a Iris a la derecha de Donna Pieri, donde ya
había un cubierto.
En cuanto Iris se sentó, un lacayo apareció junto a su codo y le ofreció
una sopera.
Ella inhaló agradecida mientras servía el caldo en el cuenco que tenía
delante.
—Ahora bien, —dijo la mujer mayor una vez servida la sopa—, ¿cómo
conociste a mi sobrino, eh?
Iris tragó con cuidado su cucharada de sopa antes de comenzar la
historia que ella y Raphael habían elaborado entre los dos en el carruaje
hoy. —Fue bastante emocionante, la verdad. Volvía de la boda del Duque
de Kyle cuando mi carruaje fue atacado por salteadores de caminos.
—¿Es así? —Donna Pieri se enderezó, con cara de espanto, e Iris se
sintió terriblemente culpable por haberle mentido a la mujer.
Aunque la verdad era mucho peor.
Iris inhaló, y algunos de los recuerdos de su verdadero secuestro
volvieron a ella: los gritos de sus hombres, los disparos, la horrible
sensación de impotencia y miedo.
Intentó sonreír, pero le pareció que no funcionaba. —Me pusieron una
capucha y uno me subió a su caballo y todos empezaron a galopar.
Naturalmente, me asusté mucho. No tengo ni idea de cuánto tiempo
cabalgaron conmigo, pero entonces... entonces el carruaje de Raphael se nos
echó encima, desde la otra dirección. —Tomó un sorbo de su vino para
tranquilizarse—. Él y sus hombres se defendieron de los salteadores de
caminos, pero confieso que me estremecí. La abadía de Dyemore estaba
cerca y Raphael nos ofreció amablemente refugio. El resto... Bueno, creo
que puede adivinar. Después de permanecer varios días con él en su casa,
recuperándose, Raphael dijo que era justo que desalentara cualquier rumor
que pudiera surgir. Mandó llamar al vicario local y nos casamos.
Miró hacia abajo, mordiéndose el labio. El problema era -y no podía
evitar pensar que no era un defecto de personalidad- que siempre había
sido una mentirosa terrible.
—Qué romántico, —dijo Donna Pieri.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris cometió el error de levantar la vista.
La mujercita que estaba a su lado la observaba con los ojos
entrecerrados.
Iris tragó saliva. Por su vida, no podía pensar en cómo responder. —
Erm...
—¿Y dices que mi sobrino estaba preocupado por el decoro? —Donna
Pieri dio un sorbo a su vino.
Iris hizo una mueca. En realidad, Raphael no parecía el tipo de persona
que se preocupa por la propiedad. —¿Sí?
—Hmm.
Iris nunca había agradecido tanto la repentina retirada de un plato de
sopa. Un segundo lacayo colocó una bandeja de filetes de pescado con
mantequilla sobre la mesa.
Se aclaró la garganta mientras observaba a la mujer mayor seleccionar
un filete. —¿Raphael me dijo que se había criado en Córcega?
Donna Pieri se limitó a mirarla, y durante un largo momento Iris pensó
que no respondería al cambio de tema. Luego, los labios de la mujer mayor
se movieron como si la estratagema de Iris le resultara divertida—. No
creció allí. No exactamente, como comprenderás, porque sólo vino a vivir a
Córcega cuando tenía doce años. Antes de eso vivíamos en Inglaterra, en la
Abadía de Dyemore.
¿El padre de Raphael había enviado a su heredero lejos a los doce años?
Qué extraño. La mayoría de los aristócratas querían tener algo que decir en
la educación de sus hijos.
—¿Por qué...?, —comenzó Iris, pero la mujer mayor le lanzó una mirada
severa y continuó hablando.
—Córcega es una isla hermosa. Un paraíso. Inglaterra es tan fría y
lúgubre, pero cuando Raphael dijo que debía volver supe que era mi deber
venir con él. —Se estremeció delicadamente—. Pero ahora creo que no
estaremos aquí por mucho tiempo. Mi sobrino está demasiado obsesionado
con la venganza. No es nada saludable.
—¿Venganza? —Iris dejó su cuchillo y habló con delicadeza—. ¿Está al
tanto de los planes de Raphael para... vengarse?
—¡Tch! —Donna Pieri parecía desdeñosa—. ¿También sabes, entonces,
de estos Lores del Caos?
Iris asintió.
La mujer mayor negó con la cabeza. —Cuando recibimos la noticia de
que Leonard había muerto, le dije a Raphael que debía volver y reclamar el

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
ducado. Era su derecho, después de todo. Pero entonces desembarcamos en
Londres y se enteró casi de inmediato de que los Lores seguían utilizando la
catedral de la abadía para sus juergas. Se dio cuenta de que todavía estaban
vivos.
—¿Pensó que se habían disuelto?
—Efectivamente. —Donna Pieri tomó un sorbo de vino—. Y ahora
piensa que debe destruir a los Lores, a todos los Lores. Que es su deber. —
Sus labios se torcieron—. Eso es una tontería. Ya ha sufrido bastante con
los Lores, con la bestia de su padre. Debería olvidar todo esto y venir
conmigo a Córcega.
Iris levantó las cejas. Donna Pieri debía saber lo improbable que era eso;
Raphael había fijado su rumbo y estaba decidido.
Se aclaró la garganta y decidió cambiar de tema. —¿Vivió usted en
Córcega con Raphael?
—Sí, por supuesto, —dijo Donna Pieri—. Después de todo, soy su
pariente más cercano. En Córcega el océano es del color de la turquesa, del
ala de un pájaro, y no del gris apagado de aquí. Tenemos montañas y playas,
cielos besados por el sol. Cuando era un niño, Raphael solía montar a
caballo a pelo como un salvaje. Desaparecía en las colinas durante semanas
y yo desesperaba de que volviera a nuestro hogar, de que se convirtiera en el
aristócrata que había nacido para ser. Él estaba muy enfadado. Tan
enfadado. —Su voz había bajado hasta convertirse en un susurro, como si
hablara consigo misma, o tal vez con sus recuerdos.
Iris contempló esa revelación. ¿Qué había hecho que Raphael se
enfadara tanto de pequeño? Frunció el ceño, sintiendo una especie de
temor como si no quisiera saber la respuesta.
Tomó un sorbo de vino y preguntó: —¿Dijo usted que era el pariente
vivo más cercano de Raphael?
Donna Pieri parpadeó y se enderezó de nuevo, con su porte orgulloso.
—Soy la hija de un conte. Él gobernaba tierras en Génova. Mis propiedades
en Córcega me las dio mi madre. Mi hermana, Maria Anna, también recibió
tierras en Córcega. Así que ya ves que Maria Anna no tenía necesidad de
casarse con el padre de Raphael. Ninguna necesidad en absoluto. Podría
haber venido a Córcega conmigo y vivir allí. Habríamos sido muy felices. —
Sacudió la cabeza y tomó su copa de vino.
—¿Cómo conoció su hermana al Duque de Dyemore? —preguntó Iris.
Génova parecía un camino muy largo para buscar una novia.
—Él dijo que estaba en su gran gira. —La mujer mayor se encogió de
hombros expresivamente—. Leonard vino a cortejar a mi pobre hermana y

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
ella se dejó conquistar por su elegancia y sus costumbres extranjeras. Mi
familia no sabía nada de él. De su reputación. De por qué no buscaba una
novia entre su propia gente. Ella nunca debió casarse con él. Nunca. Era un
verdadero monstruo.
Iris sintió que su corazón latía más rápido ante las palabras de Donna
Pieri. Ante el odio que había. La vergüenza y el dolor.
Pensó en el retrato del viejo duque que había visto -el rostro apuesto y
ordinario- y en el cuaderno de dibujos de niños desnudos.
Y en el último dibujo, el que se parecía a Raphael.
Se estremeció.
Entonces Iris formuló la pregunta que no había abandonado su mente
desde la primera noche que había visto a Raphael de Chartres, el Duque de
Dyemore: —¿Quién marcó a Raphael?
Pero la mujer mayor negó con la cabeza. —Esa no es mi historia para
contar. Debes preguntarle al propio Raphael.

Media hora después, Raphael levantó la aldaba de latón de la casa de los


Grant y la dejó caer. Echó un vistazo al oscuro entorno mientras esperaba
una respuesta. Los hermanos Grant vivían en una calle poco de moda, pero
en una casa bastante pequeña de estilo antiguo. Si se beneficiaban de su
asociación con los Lores del Caos, no lo demostraban.
Al menos, todavía no.
La puerta se abrió y un mayordomo de ojos acuosos e inyectados en
sangre lo miró. —¿Sí?
—El Duque de Dyemore quiere ver al Vizconde Royce.
El mayordomo se enderezó al escuchar su título. —Lo siento, Su
Excelencia, pero milord no está.
—Entonces al Señor Grant.
—Por aquí.
El mayordomo lo condujo por un pasillo oscuro y por una escalera
estrecha y apenas iluminada. En el nivel superior había un comedor.
Andrew Grant estaba sentado solo en la larga mesa, comiendo una cena
de carne asada. El fuego estaba reducido a brasas en la rejilla y la habitación
estaba iluminada únicamente por dos candelabros.
¿Parsimonia o apatía?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Andrew levantó la vista a su entrada y se sobresaltó al ver a Raphael. —
¡Dyemore! ¿Qué haces ya en Londres? La última vez que te vimos tuve la
impresión de que ibas a quedarte en la abadía por un tiempo.
Raphael se encogió de hombros, tomando asiento sin esperar una
invitación. —Siempre había planeado volver. Asuntos de negocios.
Andrew tomó un trago de su vino. —¿Y tu nueva novia?
—¿Qué hay de ella?
El otro hombre negó con la cabeza, manteniendo los ojos en la gruesa
rebanada de carne en su plato mientras la cortaba. —Pensé que con tu
matrimonio decidirías quedarte más tiempo en el campo. Como una
especie de luna de miel.
Raphael enarcó una ceja, limitándose a observar al otro hombre.
Andrés masticó y tragó y por fin se vio obligado a mirarle a los ojos
cuando el silencio se prolongó. —Sí, bueno. Debería haber recordado lo frío
que eres. Claro que no siempre lo fuiste, según recuerdo. De niño eras
bastante dulce. Tu padre ciertamente cambió eso.
Raphael ignoró el astuto sondeo.
—¿A quién viste después de visitarme y antes de partir hacia Londres?,
—le preguntó a Andrew.
—A nadie. ¿Quieres un poco de vino? —Ante el impaciente
asentimiento de Raphael, el otro hombre hizo un gesto para llamar a un
lacayo, y luego continuó—: Ya estábamos de camino a Londres cuando nos
detuvimos a verte en la Abadía de Dyemore.
Entonces, ¿cómo había sabido Dionisio enviar a un asesino tras él? Pero
tal vez el intento de asesinato no tenía nada que ver con su matrimonio con
Iris. Tal vez Dionisio tenía a sus hombres vigilando a Raphael todo el
tiempo.
O quizás Dockery había actuado por su cuenta.
—¿Por qué lo preguntas? —El lacayo puso una copa de vino ante
Raphael y Andrew la llenó.
Raphael lo miró. —Me atacaron de camino a Londres.
Las cejas de Andrew se alzaron mientras serruchaba su bistec. —
¿Salteadores de caminos?
—Lawrence Dockery y nueve rufianes contratados.
El otro hombre se quedó helado. —¿Dockery? —Miró a los lacayos, les
hizo un gesto brusco para que salieran de la habitación y esperó a que se

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
cerraran las puertas antes de volverse de nuevo hacia Raphael—. ¿Dockery,
el pelirrojo que se casó con una heredera con cara de caballo?
—Sí.
—No lo habría creído capaz de asesinar. —Andrew negó con la
cabeza—. ¿Qué pasó?
Raphael retorció el tallo de su copa de vino. —Nos habíamos detenido
para pasar la noche en una posada. Dockery y sus hombres nos atacaron en
el patio del establo. El propio Dockery intentó apuñalarme por la espalda.
—Siempre fue muy escurridizo. —Andrew sacudió la cabeza y se
sentó—. Supongo que no tuvo éxito.
Raphael inclinó la cabeza.
El otro hombre parecía nervioso. —¿Y dónde está ahora?
—En el infierno, —respondió Raphael escuetamente.
—Maldita sea, —murmuró Andrew, con la sangre desapareciendo de su
rostro—. Debe de haber actuado siguiendo las órdenes de Dionisio.
—Obviamente.
—Tratamos de advertirte.
Raphael se encogió de hombros y tomó un sorbo de vino.
Andrew le observó, con los ojos muy abiertos. —Por Dios, hombre, ¿no
estás asustado? Es capaz de mandar a media docena de hombres a matarte
sin mover un dedo.
—Dionisio es un hombre como cualquier otro, —dijo Raphael—. Lo
que significa que tiene que comunicarse con sus asesinos de alguna manera.
¿Podría tu hermano o Leland haber enviado un mensaje al Dionisio después
de verme?
—Yo... no veo cómo... —Andrew frunció el ceño mientras su voz se
perdía—. Por supuesto que nos detuvimos a comer y a pasar la noche en
varias posadas. No es que los vigilara constantemente. Ni siquiera
compartíamos habitación. —Tragó saliva, mirando su bistec a medio
comer—. Nunca me ha gustado quedarme en la misma habitación con
Gerald. No desde que éramos niños. —Levantó la vista, sin encontrar la
mirada de Raphael—. Bueno, ya sabes por qué.
Raphael sintió que su pecho se contraía como si una mano le apretara
los pulmones.
Con cuidado, lentamente, volvió a llevarse la copa de vino a los labios.
No pudo saborear el vino.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Quizá no lo recuerdes, —decía ahora Andrew, con voz suave, casi un
susurro—. Te fuiste cuando eras sólo un niño. Justo después de la
iniciación. Pero tuve que quedarme con ellos, con mi padre y mi hermano y
con los Lores. Durante años. Hasta... hasta que me hice demasiado viejo,
supongo. —Tomó su copa de vino y engulló el contenido antes de rellenar
el vaso y lanzar una sonrisa temblorosa a Raphael—. Pero todo eso es el
pasado, ¿no?
Raphael miró fijamente a Andrew, preguntándose si se veía así de roto.
Él dejó su vaso. —Así que Gerald o Leland podrían haber enviado un
mensaje al Dionisio.
—Sí... posiblemente. —Andrew tenía las cejas juntas, pensando—. Sin
embargo, no tiene sentido, ¿verdad? Dionisio tendría entonces que
contactar con Dockery y enviarlo a por ti. Parece terriblemente improbable.
Incluso si viajara a caballo, le habría llevado días alcanzarlo, seguramente.
—Levantó la vista—. ¿Qué noche te atacaron?
Raphael frunció el ceño. —La segunda.
Andrew agitó una mano. —Ya está, ¿ves? No puedo comprender cómo
se pudo hacer.
Raphael entrecerró los ojos. —A menos que uno de ustedes sea
Dionisio.
La boca del otro hombre se curvó en una sonrisa tambaleante. —Estás
bromeando. Gerald no es Dionisio y Leland es un seguidor, no un líder. En
cuanto a mí... —La cara de Andrew dio un extraño giro—. Bueno, es
ridículo, ¿no?
—¿Lo es? —Raphael lo observó detenidamente—. ¿Por qué? Dionisio
debe ser alguien que anhela el poder. Alguien que detrás de la máscara no
tiene poder. Tú encajas bastante bien en esa noción.
Andrew parpadeó rápidamente. —Estás bromeando.
—¿Has visto alguna vez debajo de la máscara de Dionisio?
—No, por supuesto que no, —respondió Andrew automáticamente. —
Nadie lo ha hecho.
Raphael asintió. —¿Y estás con tu hermano en las fiestas? ¿O con
Leland? ¿Se separan alguna vez?
Andrew apartó la mirada, jugueteando nerviosamente con su copa de
vino. —No asisto con Gerald. Nunca. Pero sí, veo a menudo a Leland. Lleva
la máscara del topo. Gerald es el Ciervo... aunque no lo vi en la última
juerga... —Las cejas del otro hombre se juntaron como si estuviera
considerando por primera vez si su hermano mayor podía ser realmente
Dionisio.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Tendría que ser un hombre con nervios de acero, un hombre astuto y
taimado, para engañar a su propio hermano.
Pero entonces Raphael sabía que Dionisio, quienquiera que fuese, era
un hombre particularmente astuto y malvado.
—¿Y tú? —preguntó Raphael.
—¿Qué?
—Tu máscara. ¿Qué llevas puesto?
—La rata. —Andrew miró hacia abajo, con una comisura de la boca
levantada. —Nuestro padre nos dio a Gerald y a mí nuestras máscaras, y
éstas reflejaban sus diferentes opiniones sobre nosotros. —Levantó la vista
y todo su rostro pareció decaer por un momento—. Padre nunca pensó que
yo llegaría a ser mucho, y Gerald tiene la misma opinión.
Raphael sintió que su mandíbula se tensaba al mirar los ojos rotos del
otro hombre. El aroma de cedro parecía flotar en el aire, y se movió antes de
pensarlo conscientemente.
Su silla chirrió contra el suelo de madera.
Andrew levantó la cabeza.
Raphael asintió. —Parece que tengo que hablar con tu hermano.
—Espera..., —dijo Andrew detrás de él.
Pero Raphael ya estaba saliendo a grandes zancadas.
No podía quedarse más tiempo en esa habitación, acorralado por los
recuerdos de un niño roto.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Doce
Siete días y siete noches permaneció Ann en la torre. Encontró en ella una olla que siempre
burbujeaba, llena de guiso, y una jarra que siempre permanecía llena de agua dulce y fresca. Por
las mañanas daba un paseo alrededor de la torre, buscando en el horizonte hacia el norte, y
finalmente al octavo día vio al Rey Roca regresar...
—De El Rey Roca

Iris se sentó en los aposentos de la duquesa, que, curiosamente,


parecían tener la temática de los campos elíseos. Las paredes estaban
pintadas con murales de gente vagamente griega descansando en prados
sembrados de flores.
Bueno, podría ser peor. Supuso que debía agradecer que las paredes no
estuvieran pintadas con Sísifo haciendo rodar su roca por una montaña en
el Tártaro.
Se había dado un buen baño y llevaba una camisola limpia prestada por
Bessy hasta que pudiera conseguir su propia ropa. Después de esta última
quincena, juró nunca, jamás volver a dar por sentado el uso de ropa limpia.
El pelo estaba cepillado y le caía por los hombros, un pequeño capricho.
El sillón rojo vino en el que estaba acurrucada era grande y los cojines
suaves, y le costaba mantener los ojos abiertos mientras miraba el fuego,
pero debía mantenerlos abiertos.
Porque estaba esperando para hablar con su esposo.
Había preguntas que debería haber hecho hace días.
Ah, ahí estaba.
Los tacones de las botas en el pasillo. El abrir y cerrar de la puerta de la
habitación del duque junto a la suya. Un murmullo de voces. De nuevo el
silencio.
Se puso de pie, se dirigió a la puerta de conexión y la abrió.
Raphael levantó la vista. Estaba en mangas de camisa y se estaba
quitando las botas. —Iris. ¿En qué puedo ayudarte?
Su voz era tan fría como la escarcha, sus ojos vacíos como el cristal.
Hacía días que no veía a ese Raphael, y por un momento pensó en dar un
paso atrás.
No entendía esta faceta de su esposo: ¿estaba triste, enojado o
desesperado? ¿O simplemente estaba aburrido? No lo sabía, y la verdad es

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
que empezaba a alarmarse. ¿No se suponía que una esposa debía ser la
confidente de su marido?
Pero James nunca había estado tan cerca de ella emocionalmente. Él se
había asegurado de mantenerla apartada de sí mismo.
Ella no quería otro matrimonio así.
Eso decidió el asunto. Entró en la habitación de Raphael y cerró la
puerta tras ella.
Esperaba que hubiera cuadros en las paredes o en el techo de su
habitación, pero no había ninguno. En cambio, estaban pintadas de un rojo
oscuro, el color de la sangre seca. El oro estaba grabado a lo largo de los
paneles y en las pilastras que recubrían las paredes. El techo era
completamente dorado, con remolinos y patrones intrincados, como algo
de un palacio otomano.
—¿Iris? —Él seguía observándola, esperando que dijera algo.
Tal vez para explicar por qué había invadido su territorio.
Se dirigió a una silla frente a la chimenea y se sentó. —¿Dónde has ido
esta noche?
El lado bueno de su boca se volvió hacia abajo, dándole un aspecto
extrañamente ladeado. —Fui a hablar con Lord Royce. Pero no estaba en
casa, así que me conformé con hablar con Andrew.
Dejó las botas en la puerta y regresó sin decir nada más.
Iris frunció el ceño, irritada. —¿Y?
Se sentó, desabrochando las rodillas de sus pantalones para llegar a la
parte superior de sus medias. —Y le pregunté por Dockery.
Él no la miró mientras tiraba las medias a un lado.
Ella le miró los pies. Eran grandes, con dedos largos. Por lo general, uno
no considera que los pies de un hombre sean bonitos, pero los suyos lo
eran.
Él resopló. —¿Qué quieres, Iris?
Su mirada se dirigió a su rostro. —Quiero saber por qué te has enfriado
de repente.
Él estaba de perfil hacia ella, y ella vio el movimiento de su manzana de
Adán mientras tragaba. Juntó las manos entre las rodillas, inclinando la
cabeza. —Andrew... conocí a Andrew cuando éramos niños.
Ella frunció las cejas. ¿Cómo era eso...?
Entonces sus ojos se abrieron de par en par al darse cuenta de ello. —
¿Tu padre lo dibujó?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—¿Qué? —Él se volvió para mirarla, y ahora había una expresión en su
rostro: perplejidad—. No, claro que n... —Cortó su propia frase, torció la
boca e hizo una especie de graznido.
Él estaba... Oh, Dios mío, eso era una risa. Iris retrocedió horrorizada.
Pero él no estaba prestando atención. —Tal vez. Sí. No. No lo sé. Mi
padre sí pudo haber dibujado a Andrew. Él era... —Sacudió la cabeza con
impotencia y luego cerró los ojos—. Deberías irte. No soy una compañía
adecuada esta noche.
Ella inhaló. Si se iba ahora, tenía la sensación de que seguirían igual: él
la mantendría siempre a distancia.
No podía dejar que eso sucediera.
Iris cruzó las manos en su regazo, enderezó la espalda y lo miró a los
ojos. —¿Quién te ha marcado, Raphael?
Su cabeza se echó hacia atrás como si ella lo hubiera abofeteado. —No.
Ella se puso en pie. —Sí. ¿Cómo... cómo esperas que vivamos juntos, que
hagamos una vida juntos, si no compartes lo que eres conmigo?
Él negaba con la cabeza mientras se ponía de pie y caminaba hacia una
cómoda. —No quieres saberlo.
—Sí quiero, —dijo ella, siguiéndole por la habitación—. Por favor.
Él se giró y la tomó en sus brazos, acercando su cara a la de ella. —¿Por
qué no te limitas a escuchar los chismes? Elige una: Un duelo porque
mancillé el honor de una dama. Mi padre me cortó porque no soportaba
verme. Los Dyemores están malditos de nacimiento. ¿Las historias, los
interminables rumores, no son suficientes para tu curiosidad? ¿Suficiente
para calmar tu necesidad de saber?
Levantó la mano y atrajo su cabeza hacia la suya. Colocó sus labios en la
parte superior de la cicatriz, donde se abría la ceja, y, besando, siguió hacia
abajo, sobre el párpado, sobre la cresta del pómulo, sobre el borde del labio
permanentemente curvado, hasta la hendidura de la barbilla.
—Por favor, —susurró ella contra su carne arruinada—. Por favor.
Él gimió, en lo más profundo de su pecho, y enterró la cara en su pelo.
—Iris.
—Por favor.
Sus hombros se tensaron, su respiración se volvió agitada.
Su voz sonó como obsidiana rota cuando habló. —Yo lo hice. —Inhaló
como si las palabras le quemaran la garganta—. Yo mismo me marqué.
Su corazón se detuvo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
De todas las posibilidades, nunca había imaginado esa. Dios querido.
—¿Cómo...? —Tuvo que parar para aclararse la garganta—. ¿Qué edad
tenías cuando lo hiciste, Raphael?
—Doce.
Y entonces supo lo que era que a uno se le rompiera el corazón, pues
pudo sentir un dolor agudo en su interior, un pozo de pena y conmoción y
horror. —¿Por qué?
Sacudió la cabeza contra ella, con el rostro aún oculto.
Pero había llegado demasiado lejos. Esto era importante. Ella podía
sentirlo.
—¿Por qué, Raphael?
Él se inclinó y la levantó, con un brazo bajo sus piernas y otro bajo su
espalda.
Iris se aferró a sus hombros mientras él daba dos pasos hacia la cama y
la depositaba cuidadosamente en ella. Lo observó mientras se despojaba de
los pantalones, la ropa interior, las medias y los zapatos, hasta quedar
desnudo. Hermoso y fuerte y sin escudo. Y entonces se subió junto a ella.
Ella le abrió los brazos y él la acercó de nuevo.
Su mejilla estaba contra su cálido pecho y ella podía oír los latidos de su
corazón. Se quedó quieta, respirando junto a él, preguntándose si tendría
que renunciar a sus preguntas por esta noche.
Entonces él habló.
—Mi padre me adoraba cuando era pequeño. Me llamaba hermoso. Era
su príncipe. Consentido. Mimado. Acariciado y domesticado. Tú sabes que
él era Dionisio. Que él...
Su respiración volvió a ser irregular.
Con mucho, mucho cuidado, ella se movió hasta abrazarlo y le acarició
el pelo.
La cabeza de él era un gran peso sobre su pecho.
Él tragó, con un chasquido en la garganta. —Le gustaban los niños,
aunque yo no lo sabía en ese momento. ¿Cómo iba a saberlo? Era demasiado
joven, demasiado protegido para concebir algo así.
Inhaló, reprimiendo cualquier sonido, aunque quería exclamar.
Quizá gritar.
Si él podía decir este horror en voz alta -por ella, porque lo había
pedido-, entonces ella podría escuchar.

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—Mi padre no me tocó de esa manera hasta que tuve doce años, —dijo
Raphael, con la voz ronca—. Iba a ser iniciado en los Lores del Caos. Iba a
ser un gran honor.
Él jadeó como si una mano le apretara la garganta.
Ella cerró los ojos, tratando de evitar que sus dedos temblaran mientras
los enhebraba en su cabello.
—Primero... —Inhaló—. Primero fue el tatuaje. Me dolía, pero estaba
decidido a no llorar, y no lo hice. Era absurda e ingenuamente orgulloso.
Luego me llevó al jolgorio y hubo... —Volvió a tragar, fuerte en el silencio
de la habitación, y cuando volvió a hablar sus palabras eran descarnadas.
Tajantes—. Estaba confundido. Estaban haciendo daño a los niños. A las
mujeres. Pero me dieron de beber vino. Mi padre. Y luego. Mi padre... me
trajo. De vuelta a la abadía. A su habitación. —Arrugó la nariz, abriendo la
boca como para no aspirar un aroma—. La habitación de mi padre siempre
olía a cedro. Dijo que había un paso más para la iniciación.
Iris se mordió los labios para no llorar en voz alta. Oh, no. No, no, no.
Pero su negación silenciosa no pudo detener la voz rota y rasposa de él.
—Él me dijo. Él me dijo. Me dijo que me amaba. Que yo era su hermoso
príncipe. Luego empujó mi cara contra las almohadas, sus almohadas con
olor a madera de cedro. —Respiró con fuerza. Como si estuviera jadeando
por el aire que no había—. Y me sodomizó.
Ella sollozó -un sonido fuerte y espantoso- y apoyó su mejilla contra la
de él, como si quisiera reforzarlo.
Como para darles fuerza a ambos para sus siguientes palabras.
Él volvió su cara hacia el pecho de ella y dijo apresuradamente: —
Cuando terminó, se apartó de mí. Se quedó dormido. Yo... huí. Corrí a las
cocinas. Estaba medio loco. Todo lo que podía pensar mientras él estaba
sobre mí era que esto no debía ocurrir de nuevo. Él había dicho que yo era
hermoso.
—Oh, querido, —susurró ella, con el corazón dolido. Sus ojos estaban
cegados por sus lágrimas ahora.
Él se estremeció, todo su cuerpo temblando como si una mano gigante
lo sacudiera. —Si pudiera hacerme feo entonces no lo volvería a hacer,
¿verdad? Encontré el cuchillo de trinchar más afilado. Lo sujeté con ambas
manos. Y lo puse contra mi ojo. Quise cortarlo.
—Oh Dios, —gimió ella. ¿Cómo debió sentirse, un niño tan pequeño,
desesperado y asustado, haciendo eso? Era una maravilla que no se hubiera
suicidado.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ella recorrió su mejilla cicatrizada con los dedos. Todavía tenía el ojo.
No había hecho eso, al menos.
—Obviamente no tuve éxito, —dijo—, pero mi plan funcionó. La
cocinera me encontró por la mañana. Cuando mi padre me vio -vio el gran
tajo que me había hecho en la cara- se indignó. La tía Lina me llevó a
Córcega la semana siguiente. Nunca volví.
—Me alegro tanto de que estuviera allí para llevarte, —susurró ella,
ahogando sus sollozos.
Él se quedó quieto, respirando contra ella, y luego levantó la cabeza y la
miró.
Tenía los ojos perfectamente secos y el rostro inexpresivo.
Por alguna razón, eso la hizo sollozar de nuevo. Ahora sabía que el hielo
cubría una herida tan horrible, tan terrible, que nunca se curaría del todo.
Se incorporó y encontró un pañuelo en la mesa junto a la cama.
—Calla, —dijo, sonando cansado, secándole las mejillas—. Sucedió
hace mucho, mucho tiempo.
Ella cerró los ojos. Pero no había sido así, no realmente. Esta lesión
siempre estuvo con él. Vivía con ella, doliéndole, todos los días.
Ella negó con la cabeza, tocando suavemente la comisura de su boca
donde la cicatriz distorsionaba la línea de sus labios. —Lo siento mucho,
Raphael. Oh, querido, lo siento mucho.
Él le acarició la cara con los pulgares. —Ahora entiendes por qué no
puedo continuar mi línea.
Los ojos de ella se abrieron de par en par, sorprendida. —¿Qué?
—Llevo su sangre en mis venas. —Sus fosas nasales se encendieron
como si oliera algo rancio—. Sangre sucia, desviada y repugnante. ¿No te
repugna mi historia? ¿Seguro que puedes ver por qué mi línea necesita ser
detenida conmigo?
—Yo... me repugna lo que tu padre te hizo, —dijo ella lentamente, con
cuidado. Ella no debía decir algo incorrecto ahora—. A mí me repugna tu
padre. Pero Raphael, tú no eres tu padre.
—No importa. —Sacudió la cabeza—. Mejor que mi familia muera
conmigo a que nazca otro monstruo. Otro como mi padre.
Ella lo miró a los ojos, todavía grises como el cristal, todavía helados de
resolución, pero todo lo que podía ver ahora era el dolor que él ocultaba tan
bien. —Raphael...

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—No. —Él apoyó la palma de la mano en la mejilla de ella—. Mi
decisión está tomada. Conozco mi destino desde los doce años, y no voy a
ser persuadido de mi decisión. ¿No puedes dejar tu discusión, sólo por esta
noche? No estemos en desacuerdo esta noche.
Ella no debería ceder ante él. No debería dejar que sus palabras
cansadas la convencieran.
Pero él la había dejado ver el negro hedor que yacía en el corazón de su
pasado. Lo había desnudado para ella, aunque ella sabía que se avergonzaba
y lo odiaba.
Ella asintió, ¿qué otra cosa podía hacer? Él había confiado en ella, a
pesar del dolor que debía de causarle. No era el momento de arremeter
contra él, de provocarle más dolor discutiendo.
Era el momento de consolarlo.
—Muy bien, —susurró ella—. Yo tampoco deseo estar en desacuerdo.
Se arrodilló en la cama y se inclinó para mirarlo. Su frente ancha, su
nariz romana, esos ojos demasiado fríos y los labios que en otra vida -otro
mundo mejor- habrían seguido siendo hermosos.
Este hombre era su esposo. Era intenso e inteligente, arrogante y
vulnerable, oscuro y extraño.
Cuanto más descubría sobre él, más pensaba que tal vez podría
enamorarse de él, Raphael de Chartres, el Duque de Dyemore.
Además, era suyo.
Para cuidar de él.
Y en eso no fallaría.
Se inclinó y rozó con sus labios la hendidura de su barbilla. Volvió a
besar su cicatriz, ahora que sabía cómo se había hecho. El recuerdo, la
angustia mental que representaba era terrible. ¿Pero esta cicatriz? Era sólo
piel. Un poco más anudada que su otra piel, es cierto, pero piel al fin y al
cabo.
Se lo dijo con sus labios, su lengua, su aliento. Lamiendo la permanente
mueca de su labio superior, trazando el camino del cuchillo por su mejilla,
deteniéndose para besar su ojo cerrado y dar las gracias, y terminando en su
ceja bisecada.
Acarició su querido y misterioso rostro y se retiró para examinarlo.
Y cuando él abrió sus ojos congelados y la miró, ella esbozó una sonrisa
y lo besó. Cerró los ojos y rozó sus labios con los de él, sintiendo la seda de
su boca, el ligero bulto donde la cicatriz cortaba la esquina. Le lamió el

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
labio inferior, burlándose con la lengua, sintiendo cómo él se tensaba bajo
ella.
La abrazó y la hizo girar lentamente para que ella estuviera debajo y él
encima mientras tomaba el control del beso.
Atrapó su labio inferior entre los dientes por un momento. Le dio un
suave tirón antes de presionar sus labios con la lengua.
Y ella cedió.
Tal vez por eso abrió la boca, porque ella había preguntado y él había
respondido. Porque había sufrido por ella. Por su curiosidad. Una cosa tan
pequeña, y al final, ¿hacía alguna diferencia?
Ella no podía saberlo.
Excepto que ahora lo sabía. Lo sabía. Y aunque el recuerdo era horrible,
se alegraba de saberlo. Quería entender a este hombre. Todo de él, tanto lo
bueno como lo malo.
No importaba que fuera demoledor.
Así que abrió los labios y lo dejó entrar, y cuando él introdujo su lengua
en su boca, ella la chupó suavemente.
Cediendo a su deseo.
Cediendo a sus ansias.
Cediendo al calor que surgía entre ellos.
Tratando de decirle que quería darle todo lo que necesitaba.
Él pasó una pierna por encima de sus caderas, manteniéndola atrapada
como si no quisiera soltarla nunca.
Ella podía sentir la presión de su pene a través de la fina capa de su
camisola, palpitando a medida que se ponía erecto. Atrapó los muslos de
ella entre sus piernas, apretándolos, y se movió...
Oh. Estaba tan cerca de donde ella quería que estuviera. Casi podía
sentirlo. Sentir su piel desnuda. Su camisola se estaba humedeciendo por la
resbaladiza humedad que crecía en su interior. Intentó arquearse.
Ensanchar las piernas. Para poner la verga donde la necesitaba, pero él era
más fuerte que ella.
No se doblaba.
Ella gimió de frustración y él introdujo una mano entre ellos y tiró de la
cinta de la camisola. El corpiño sólo estaba recogido en el cuello y cayó
abierto, dándole acceso a sus pechos.
Él bajó la cabeza y succionó un pezón en su boca caliente.

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Ella gimió, retorciéndose bajo él, jadeando, deseando algo que él no le
daría.
Y entonces él pasó al otro pezón, y lo chupó también hasta que ella
creyó que iba a gritar de la tensión.
Le lamió el pezón con la lengua por un lado y con los dedos por el otro,
y al mismo tiempo la presionó, metiéndole la camisola en el sexo,
frotándola contra el clítoris, hasta que la seda se empapó de su humedad.
Hasta que pudo oír los sonidos suaves y resbaladizos que hacía, su cuerpo
sobre el de ella, él dándole placer, mientras no la dejaba moverse.
Él no era gentil. Pero tal vez él no sabía cómo ser amable, y la idea hizo
que algo dentro de ella llorara, incluso mientras la llevaba a la cima. Tal vez
esto era todo lo que él conocía: carne y calor líquido.
Tal vez eso era todo lo que ella tendría de él.
No estaba segura de que fuera suficiente.
Pero eso no importaba ahora porque ella estaba en el acantilado,
corriendo hacia el borde. Cayendo en el espacio.
Fue casi doloroso, esta sacudida física, esta repentina sacudida de su
corazón, y por un momento se quedó congelada en el espacio y el tiempo,
sin respirar, sin moverse. Y luego volvió a la vida, con sus miembros
inundados de calor y dulce lasitud, el retroceso de aquella cumbre del
placer.
Abrió los ojos y lo vio levantarse sobre su cuerpo extendido y meterse
entre sus muslos, separado de su carne sólo por la seda húmeda.
Una vez.
Dos veces.
Una vez más.
Y se quedó quieto. Sus labios se torcieron, sus ojos huecos y casi
dolorosos.
Mirándola fijamente mientras se derramaba entre sus muslos.

Raphael entró en la sala de desayunos a la intempestiva hora de las nueve y


media de la mañana siguiente y besó a su tía en su suave mejilla. —Buenos
días, Zia.
—Por fin te has levantado, —fue su agria respuesta mientras le miraba
por encima de sus gafas de oro.
Los restos del desayuno de Zia Lina ya estaban sobre la mesa, y él sabía
bien que probablemente llevaba más de una hora despierta.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Quizá me he ablandado, —dijo él, sentándose frente a ella.
O tal vez se había despertado con unas extremidades sedosas y una
maraña de pelo dorado y simplemente quería quedarse un rato en ese cálido
abrazo femenino.
Pero entonces el recuerdo de lo que le había dicho -la vergüenza de lo que
era- lo inundó y huyó de la habitación.
Todavía no estaba preparado para mirar sus ojos azul-grisáceos y
descubrir cómo lo miraba a la luz del día ahora que lo sabía.
Su tía refunfuñaba para sí misma mientras ordenaba el correo de la
mañana. —Tienes muchas invitaciones para ser un recluso. No se me
ocurre por qué.
—Tal vez sea el título, —contestó secamente, sirviéndose un poco de
café.
Entró un lacayo, trayendo platos de carne cortada y huevos batidos.
—Debe ser, —decidió su tía—. Porque desde luego no es tu encantador
ingenio.
Dejó que sus labios se curvaran por un segundo antes de que volvieran a
caer, y luego se sirvió huevos y varias rebanadas de jamón. —¿De quién son
las invitaciones?
Su tía levantó la vista bruscamente. —Sólo hay dos en este lote, pero
tengo una pila en mi escritorio. ¿Las mando a buscar?
—Por favor.
Hizo una señal a un lacayo y le pidió que se las trajera.
Sintió los ojos de ella sobre él mientras esperaban a que el lacayo
volviera con las invitaciones y él comía su desayuno.
—Nunca pensé que te vería casado, —dijo ella en voz baja—. Me
alegro.
Él mantuvo su mirada en su jamón. No estaba del todo seguro de que
Iris quisiera seguir con él después de pensar en lo que le había dicho. —¿En
serio?
—Sí. Creo que ella será buena para ti.
Tenía una réplica demasiado sarcástica en la lengua -pues dudaba que él
fuera bueno para Iris- pero el lacayo llegó en ese momento.
—Ah, —dijo Zia Lina, recogiendo la pila de papeles que tenía
delante—. Déjame ver. ¿Quieres revisarlas tú mismo?
Negó con la cabeza y luego tragó su bocado de jamón. —Léemelas.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Como quieras. —Ella levantó la primera invitación—. Una tarde
musical para...
Levantó la mano. —Perdóname, pero creo que sólo hay eventos
nocturnos.
—Eso eliminará varios de estos. —Zia Lina hojeó las invitaciones,
apartando las que no cumplían el requisito—. Aquí hay una: estás invitado
a un baile ofrecido por la Condesa de Touleine en honor a la presentación
en sociedad de su nieta.
—Eso no. —Cortó un trozo de jamón.
—Hmm. ¿Una noche de disfraces en la casa de Lord Quincy?
—No lo creo.
—Otro baile, éste ofrecido por Lord y Lady Barton.
—Ese mismo.
Levantó la vista, con las cejas alzadas. —¿De verdad? Es en sólo dos
días.
—Sin embargo. —Tomó la invitación de ella y la leyó. Esto serviría. Si
recordaba correctamente, la esposa de Barton era una buena amiga de la
esposa del Vizconde Royce. Royce estaba obligado a estar en el baile.
Raphael podría acorralar al hombre cuando no esperara un asalto y
preguntarle por Dockery y Dionisio. Sería interesante averiguar si Royce
tenía una historia diferente a la de su hermano menor.
Miró a su tía, que lo observaba con ojos demasiado astutos. —¿Puedes
responder por mí? Voy a asistir.
—¿Con Iris?
—Naturalmente. —Suponiendo que ella no cambiara de opinión sobre
él cuando se despertara.
Se levantó de la mesa. Necesitaba ver a Ubertino y averiguar si sus
corsos estaban instalados en sus habitaciones.
—Necesitará un vestido de baile, —dijo su tía con no poca aspereza—,
y algo para llevar a la modista.
La miró, frunciendo el ceño. —¿Sí?
Su tía levantó los ojos hacia el techo como pidiendo paciencia. —La
llevaré de compras y veré si mi doncella tiene algo que pueda ponerse.
—Gracias. —Vaciló—. Y cuando vuelvas la llevaré a un segundo recado.
—¿Oh?
—Para ver a su hermano, y anunciarle nuestro matrimonio.

173
Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Dionisio observó con ojos inocentes cómo el Topo hablaba de caballos


mientras tomaba su café.
Estaban sentados en una cafetería londinense, atestada de caballeros de
todas las clases sociales: aquí el banquero de la ciudad, concentrado en sus
negocios secretos, allí el miembro del Parlamento discutiendo ferozmente
sobre la cría de sabuesos con su oponente del otro lado del pasillo, y allí el
terrateniente del campo en su viaje anual a la ciudad, con las manchas de
barro aún sin sacudir de sus botas.
Los chismes y las noticias se arremolinaban aquí casi tan rápido como
los jóvenes que corrían de un lado a otro del mostrador, repartiendo café a
los clientes. En el mostrador, un hombre grande con delantal producía
estoicamente una jarra tras otra de brebaje negro y caliente.
Aunque, por supuesto, ninguno de estos gordos y finos pichones sabía
nada de las verdaderas noticias del mundo.
El Topo le dirigió una mirada insegura, quizá dándose cuenta de que la
atención de su compañero se había desviado.
Dionisio se inclinó hacia delante y sonrió.
El Topo le devolvió la sonrisa, tranquilizado.
El Zorro había muerto; la noticia le llegó ayer. Dionisio podría lamentar
la muerte del hombre si no fuera por la incompetencia de su intento de
asesinato. En general, era mejor que Dockery fuera asesinado que
capturado vivo. Aunque en realidad Dockery no podía haberle dicho a
Dyemore nada sobre Dionisio que no supiera ya.
Sin embargo. Habría sido más fácil si Dockery hubiera conseguido
matar a Dyemore y a su nueva duquesa. Ahora Dyemore lo había seguido
hasta Londres y probablemente lo estaba acechando como un lobo rabioso.
Lo que significaba que Dionisio tendría que pensar en su próximo
movimiento. Algo que Dyemore no esperaba. Algo que lo golpearía en su
suave vientre.
Era una pena. En otra vida podrían haber sido... Bueno, no amigos, ya que
Dionisio no tenía amigos, pero quizás sí aliados.
Tenían mucho en común, después de todo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Trece
El Rey Roca llegó a la torre de piedra, con la frente ensangrentada, pero la mirada firme. En una
mano sostenía una extraña jaula hecha con una roca redonda tallada. En el interior del núcleo
hueco brillaba una luz de arco iris.
—Aquí está el fuego del corazón de tu hermana, —dijo el Rey Roca—. Llévaselo y devuélvele la
salud, pero no olvides la promesa que me hiciste...
—De El Rey Roca

—Tenemos mucha suerte, —dijo Donna Pieri aquella tarde cuando ella
e Iris salían de la modista más exclusiva de Bond Street—, de que Madam
Leblanc tuviera varios vestidos parcialmente confeccionados y listos.
Espero que hayas sentido que tenías una selección adecuada para elegir.
—Oh, sí. —Iris suspiró felizmente.
Era tan agradable poder permitirse una modista con tanta habilidad.
Aunque el guardarropa de Iris no era en absoluto inadecuado, siempre
había sido bastante frugal con sus vestidos, asegurándose de poder usarlos
durante varias temporadas y cuidándolos muy bien. Hoy, con Donna Pieri a
su lado, había encargado media docena de vestidos nuevos además del
vestido de baile.
El vestido melocotón que había elegido era del color del amanecer, y la
seda ondulada y aguada parecía cambiar sutilmente de rosa a rosado y casi
a naranja con diferentes luces. Se había enamorado de él al instante.
—Gracias por venir conmigo, —dijo Iris mientras paseaban por la
concurrida calle.
Detrás de ellos, Valente e Ivo eran sombras constantes y cercanas. Iris
no creía que necesitara guardaespaldas en Bond Street, pero los corsos
habían insistido mucho en que la acompañaran, al parecer por orden de
Raphael. Al final había sido más fácil aceptar su presencia que seguir
discutiendo.
Sin embargo, el día primaveral era soleado y todo Londres parecía estar
fuera, paseando y examinando las mercancías que los comerciantes
exponían. Habían tenido que dejar el carruaje a la vuelta de la esquina para
no provocar un atasco en la carretera.
—Me ha gustado el viaje, —respondió la mujer mayor con su
encantador acento—. Le tengo cariño a Raphael, aunque a veces lo hace
difícil, creo. No sufre el afecto fácilmente.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Me he dado cuenta de eso. —Iris miró meditabundamente a la otra
mujer.
Raphael había dicho que su tía lo había alejado después de que su
padre...
Se estremeció mentalmente al pensar en ello.
Después de que Raphael se hubiera cortado. ¿Sabía Donna Pieri por qué
había hecho tal cosa?
La mujer mayor apretó su mano en el codo de Iris. —Siempre fue así: un
niño tranquilo. Un niño que observaba y tomaba sus propias decisiones. Mi
hermana solía escribir que atesoraba sus sonrisas como un avaro.
Iris frunció el ceño al pensar que, incluso de niño, Raphael rara vez
había sonreído. Qué extraño. —Parece que le tenía usted mucho cariño a su
hermana.
—Así era. —Donna Pieri se volvió y se encontró con su mirada, sus ojos
marrones tranquilos y un poco tristes—. Mi sobrino es el pariente más
cercano que me queda ahora. —Volvió a mirar al frente mientras rodeaban
a un par de jóvenes fanfarrones que reían estruendosamente y ocupaban
demasiado espacio en el pasillo—. En mi familia sólo estábamos mi
hermana y yo. Tuvimos un hermano pequeño, pero murió de fiebre muy
joven. Éramos muy unidas, Maria Anna y yo. Ella era muy bonita y tuvo
muchos pretendientes cuando éramos jóvenes, mientras que yo... —Se
encogió de hombros y se señaló el labio superior—. No tuve ninguno.
Iris no estaba del todo segura de qué responder a eso. Quería decir que
lo sentía, pero el comportamiento de Donna Pieri no requería disculpas. De
hecho, la otra mujer estaba tranquila y orgullosa.
Quizá había soportado tantos comentarios negativos sobre su labio
leporino a lo largo de su vida que ya no deseaba ningún comentario, ni
siquiera comprensivo.
Llegaron a una calle transversal, donde dos niños harapientos se
acercaron saltando, haciendo girar escobas y exigiendo monedas para
barrer la calle por ellos.
Donna Pieri abrió su monedero y sacó dos peniques para dárselos, una
acción prudente, ya que los niños barrenderos eran conocidos por arrojar a
veces suciedad a las faldas de quienes se negaban a pagarles.
Cruzaron la calle y Doña Pieri continuó: —Raphael era el niño de los
ojos de Maria Anna. Me escribía largas cartas sobre él, sobre cómo crecía, lo
que comía, cuándo caminó por primera vez, cuándo montó por primera vez
en poni. Lo quería mucho. Podía leerlo en sus cartas. —Frunció los labios—
. Nunca me escribió sobre su esposo. Sabía que era una mala señal, pero no

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
supe cuán mala era hasta que recibí la carta que me informaba de que había
muerto.
Iris frunció el ceño, ordenando las cuidadosas palabras de la otra mujer.
—¿La muerte de su hermana fue repentina?
La boca de Donna Pieri se volvió hacia abajo, sus ojos brillantes y
enfadados por la vieja pena. —Sí. No tuve noticia de que estuviera enferma
de antemano. Naturalmente, emprendí inmediatamente mi viaje a
Inglaterra, pero cuando llegué, mi hermana ya había sido enterrada. Su
esposo me dijo que su salud no era buena. El clima inglés no le sentaba
bien. Tuvo fiebre pulmonar y falleció rápidamente.
—Lo siento mucho, —dijo Iris. Qué horrible debió de ser para la otra
mujer, sola en un país extraño, despojada de una hermana querida, sin que
se le permitiera siquiera guardar el debido luto en su funeral.
Donna Pieri asintió secamente en señal de reconocimiento. —Todavía
no dominaba su idioma y no me gustaba el marido de mi hermana, pero
sentí que era mi deber quedarme para que mi sobrino conociera a la familia
de su madre.
Iris se estremeció, pensando en lo incómodo que sería vivir con un
hombre al que se odiaba. Un hombre del que se sospechaba que abusaba de
una hermana querida.
—Debió ser difícil.
La mujer mayor se encogió de hombros. —Sí y no. Tratar con el viejo
duque era tedioso, pero Raphael...
—¿Cómo era de pequeño? —preguntó Iris.
—La primera vez que lo vi estaba sentado inclinado sobre una mesa,
dibujando con un lápiz. Tenía el pelo negro y caía en rizos por la espalda.
Cuando lo llamé, levantó la vista y me sorprendió lo mucho que se parecía a
Maria Anna: grandes ojos grises, boca roja, su cara un óvalo perfecto. Era
guapo. —Una pequeña sonrisa curvó los labios de Donna Pieri—. A medida
que lo fui conociendo descubrí que Raphael era una alegría, tan pequeño y
solemne e inteligente. Podía dibujar caras y caballos tan bien que me
asombraba. Y se aferró a mí cuando llegué por primera vez, aunque no
podía recordar quién era yo. Sin duda le recordaba a su madre muerta. —
Suspiró y su sonrisa se apagó—. Esperaba ayudarlo. Protegerlo. En eso
fallé.
Iris bajó la mirada, sintiendo que sus ojos se llenaban de lágrimas de
manera que el suelo que tenía delante se desdibujaba ante sus ojos. —Me
dijo que usted lo llevó a Córcega después de que se cortara. Seguro que eso
lo salvó.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La mujer mayor se quedó callada mientras paseaban.
—Hice lo que pude, —dijo finalmente Donna Pieri—. No fue suficiente
y fue demasiado tarde, pero fue todo lo que pude hacer en ese momento.
Iris inhaló. —Creo que fue muy valiente.
—Gracias. —Donna Pieri se detuvo y la miró—. Intentará apartarte,
date cuenta. Esto es algo que él hace. No debes permitirlo.
—Lo entiendo. —Iris tragó saliva, dándose cuenta de repente de que el
relato de la otra mujer había sido mucho más que una recitación de
recuerdos. Había sido una entrega de cuidados—. No dejaré que me
ahuyente.
Doblaron la última esquina e Iris levantó la vista para ver su carruaje.
Detrás de él había otro carruaje.
Y de pie junto a ambos estaba su hermano Henry.

Raphael miraba por la ventana mientras su carruaje rodaba lentamente por


Bond Street. Tenía que encontrarse con Iris aquí después de su viaje de
compras con Zia Lina, pero la calle estaba tan llena que apenas avanzaba.
El carruaje se detuvo.
Abrió la ventanilla para ver qué ocurría y vio a Zia Lina y a Iris de pie en
la calle. Iris parecía estar conversando con un hombre, y aunque Valente e
Ivo estaban rondando cerca, Raphael decidió que debía averiguar quién era
el caballero.
Abrió la puerta y bajó de un salto.
Ubertino, sentado en el asiento del conductor, lo llamó en corso, y
Raphael lo saludó y señaló a las damas antes de correr hacia la acera.
Caminó velozmente por la calle, esquivando a los demás peatones hasta
que se acercó lo suficiente como para oír al caballero exclamar: —¿Tú qué?
Zia Lina parecía disgustada, mientras que Iris tenía una expresión
suplicante en el rostro.
Raphael sintió surgir en él un instinto protector y se interpuso entre las
damas, tomando el brazo de Iris.
El caballero, que llevaba una peluca blanca y un traje de color marrón
nuez, se volvió para mirarlo. —¿Y quién es usted?
Cuando el hombre lo miró, Raphael reconoció el azul gris de sus ojos,
aunque estaban entrecerrados por la ira. Tenía que ser el hermano de Iris.
Se inclinó. —Raphael de Chartres, el Duque de Dyemore. ¿Y usted es?

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Henry Radcliffe. —El hermano de Iris inclinó una barbilla pugnaz.
Parecía tener casi cuarenta años, y una cabeza menos que Raphael, pero no
se echaba atrás.
Raphael no pudo evitar aprobarlo.
—Estoy encantado de conocerlo, entonces, pero quizás deberíamos
hablar en privado. No me gusta mucho hablar de mis asuntos delante de un
público. —Inclinó la cabeza hacia la multitud que se reunía y que
susurraba entre sí.
Los ojos de Radcliffe se abrieron de par en par cuando se dio cuenta de
sus observadores. —Muy bien. ¿Les gustaría a usted y a Iris acompañarme
en mi carruaje?
Él saludó al carruaje que estaba detrás del vehículo de Zia Lina.
—Gracias. —Raphael se volvió hacia Zia Lina—.m¿Te importa viajar
sola a casa?
—Naturalmente que no. —Ella resopló como si todo el episodio le
resultara indigno y, tras lanzar una mirada más a Radcliffe y despedirse de
Iris, se dio la vuelta y subió a su carruaje con la ayuda de Valente.
Raphael indicó con la cabeza a los hombres que acompañaran a su tía a
casa y luego se volvió hacia Iris. —¿Vamos?
—Sí, por supuesto, —respondió ella, aunque su voz temblaba un poco.
Los labios de Raphael se apretaron. ¿Su hermano la había intimidado?
Acompañó a Iris al carruaje y se sentó a su lado, con la mano todavía en
su brazo.
Radcliffe los siguió y se sentó en el asiento de enfrente. Aunque el otro
hombre miró fijamente la mano de Raphael sobre Iris, no dijo nada.
El viaje en carruaje se hizo en silencio, y Raphael podía sentir que Iris se
ponía cada vez más tensa a medida que avanzaba el viaje.
Cinco minutos más tarde, llegaron a una casa de la ciudad, limpia pero
sin pretensiones.
Raphael bajó del carruaje y evaluó la calle y la casa.
No eran impresionantes.
Ayudó a Iris a bajar del carruaje y esperó a que Radcliffe bajara.
Siguieron a Radcliffe hasta los escalones de la entrada, donde una joven
criada abrió la puerta.
Ella miró fijamente su cicatriz.
—Por favor, deja de mirar, Sarah, —le dijo Iris a la criada.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Radcliffe se aclaró la garganta. —Trae una bandeja de té al estudio. —
Se volvió hacia Raphael—. Por aquí.
El estudio de Radcliffe resultó estar en el nivel superior, en un rincón
lejano, una habitación bastante estrecha llena de libros de contabilidad,
papeles y libros. A diferencia de muchos estudios aristocráticos, éste se
utilizaba obviamente para los negocios, y Raphael recordó que Iris había
mencionado algo sobre la reconstrucción de la fortuna familiar por parte de
su hermano.
Miró a Radcliffe con un poco más de respeto.
—Por favor. Siéntense, —dijo Radcliffe con brusquedad, señalando dos
sillas ante su escritorio.
Raphael vio que Iris se acomodaba en su silla antes de tomar una.
—¿Es cierto? —preguntó Radcliffe, mirando fijamente a su hermana.
Agitó lo que parecía ser una carta—. Pensé que esta carta era una
falsificación cuando la recibí anoche. ¿Me estás engañando, Iris?
—Difícilmente, —respondió ella, con la barbilla levantada con
obstinación—. Como te dije en la carta y de nuevo en Bond Street, Raphael
y yo nos casamos hace sólo una semana.
—¿Cuándo, precisamente, ibas a informarme de ese hecho?
Raphael se aclaró la garganta. —Pensaba traer a Iris a visitarlo hoy para
que le explicara el asunto. Por eso llegué a Bond Street cuando lo hice.
—Humph. —Radcliffe frunció el ceño y volvió a mirar a su hermana—.
¿Qué pasa con Hugh? Hay rumores por toda la ciudad de que se ha casado
con una don nadie.
—El nombre de la don nadie es Alf, —respondió Iris con sorna—.
Tuvieron una boda preciosa. Y pensé que sabías que nunca tuve la
intención de casarme con Hugh cuando me fui de Londres.
Puede que no tuviera intención de casarse con el Duque de Kyle, pero su
voz se suavizaba cada vez que decía su nombre. El pensamiento le hizo
querer golpear algo. Tal vez a Kyle.
—Dios mío, —murmuró Radcliffe, frotándose la mandíbula—. Sabes
que sólo quiero verte feliz, Iris.
—Oh, —dijo Iris con una vocecita, casi como si no lo hubiera sabido.
Raphael suspiró. —Radcliffe. Es un honor para mí que Iris haya
aceptado casarse conmigo.
Radcliffe juntó las manos frente a él, con el ceño fruncido. —Su
Excelencia... Yo... Ah, esto es inesperado.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Parecía muy agradecido cuando la criada interrumpió con el té.
Cinco minutos después, un rincón de su escritorio había sido despejado
para el servicio de té y Radcliffe parecía un poco más relajado.
Iris sirvió una taza de té y se la entregó a su hermano. —No es muy
complicado, —dijo con sorprendente aplomo, y procedió a contarle a
Radcliffe el cuento de hadas que habían concebido juntos en el viaje desde
la Abadía de Dyemore.
Raphael notó que ella había hecho varios adornos desde entonces.
Observó la expresión escéptica de su nuevo cuñado. Radcliffe sabía que
algo no cuadraba en la historia; parecía ser un hombre inteligente. Sorbía su
té y escuchaba a su hermana y de vez en cuando lanzaba una mirada sagaz
a Raphael.
Al final de la recitación de Iris se hizo un silencio.
Iris le había dado a Raphael una taza de té, pero él no se había
molestado en beber. Se encontró con los ojos del otro hombre, esperando.
Radcliffe inhaló. —Bueno, parece que el matrimonio es un hecho
consumado. —Miró a Raphael—. ¿Podría conocer sus sentimientos hacia
mi hermana, Su Excelencia?
Raphael asintió. —Tengo a Iris en la más alta estima. No hay otra razón
por la que la haría mi esposa.
El otro hombre esperó, pero cuando Raphael no dijo nada más, suspiró.
—Entonces espero que tengan un matrimonio largo y feliz, Iris. Le
informaré a Harriet. No dudo que querrá hacer una velada o un musical o
algo parecido para celebrar sus nupcias, por muy abruptas que sean.
Iris se puso de pie y rodeó el escritorio. Se inclinó y abrazó a su
hermano, pareciendo sorprenderlo. —Gracias, Henry. Sabes lo mucho que
significa para mí.
—Oh, bueno, —fue todo lo que el hombre pareció capaz de decir
mientras le palmeaba la espalda torpemente, con una pequeña sonrisa en el
rostro—. Tal vez quieras subir a tus habitaciones para preparar el equipaje.
Pensé en hablar con Su Excelencia.
Ella lanzó una mirada alarmada a Raphael.
Lo que le divirtió. ¿Creía ella que un banquero de mediana edad podía
dominarlo?
Ella se limitó a asentir y, con una última mirada entre los dos, salió de la
habitación.
Se volvió para ver qué amenaza lanzaría Radcliffe.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La sonrisa del otro hombre había abandonado su rostro. —No me he
creído ni una palabra de eso.
—No debería hacerlo, —dijo Raphael.
—¿Voy a escuchar la verdadera historia?
—No.
Radcliffe frunció los labios. —¿Ha corrompido a mi hermana?
Raphael lo miró a los ojos. —No.
El otro hombre pareció un poco sorprendido por esa respuesta, y ahora
estaba desconcertado. Obviamente no podía entender por qué si no
Raphael se casaría con ella en tan poco tiempo.
Bueno. Eso no era problema de Raphael.
Radcliffe finalmente sacudió la cabeza. —No importa. Puede que no
tenga título ni sea rico, pero con duque o sin él, me aseguraré de que se
arrepienta, señor, si hace daño a mi hermana de alguna manera.
—Lo tendré presente. —Raphael inclinó la cabeza—. No esperaba
menos. —Se levantó y ofreció su mano a Radcliffe—. Tengo la intención de
pasar mi vida valorando a Iris.
Radcliffe pareció un poco sorprendido por sus palabras, y luego algo
pareció relajarse en su rostro y sonrió mientras se levantaba para estrechar
la mano de Raphael. —Me alegro de oírlo, Su Excelencia.
***
Iris observó a su esposo una hora más tarde mientras viajaban de vuelta a
Chartres House en el carruaje. —¿De qué quería hablarte Henry?
Raphael la miró por un momento, sus ojos insondables. —Tu hermano
quería asegurarse de que yo cuidaría de ti.
Ella frunció el ceño. —¿Eso era todo?
Él se encogió de hombros. —Sí.
Ella sospechaba que había habido algo más entre ellos, pero también
sospechaba que Raphael no iba a contárselo.
En cualquier caso, Iris estaba bastante satisfecha -y sorprendida- por lo
preocupado que se había mostrado Henry por su abrupto matrimonio.
Henry era siete años mayor que ella y, aunque se llevaban bien, nunca
habían sido especialmente cercanos, al menos no de forma demostrativa.
Era encantador saber que ella le importaba de verdad.
El carruaje se detuvo ante Chartres House, y Raphael la ayudó a bajar
antes de meterle la mano en el codo y subir con ella los escalones hasta la
puerta principal.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Tengo algo que quiero mostrarte, —dijo Raphael cuando la puerta se
abrió.
—Su Excelencia, —dijo Murdock, el mayordomo, inclinándose ante
Iris—. Tiene un invitado esperándola en la sala de estar de Styx.
Las cejas de Raphael se juntaron. —¿Quién es?
Los ojos de Murdock se abrieron de par en par. —Dio su nombre como
el Duque de Kyle, Su Excelencia, yo...
—¡Oh, es Hugh! —Iris se levantó las faldas y subió corriendo las
escaleras hacia el nivel superior.
—¡Iris!
Oyó el grito de Raphael desde abajo pero no se detuvo. Hugh debía
estar muy preocupado por ella después de escuchar la noticia de que había
sido secuestrada.
Abrió las puertas de la sala de estar de Styx.
Hugh se volteó.
Parecía que había estado paseando frente al fuego. Tenía sombras bajo
sus ojos negros y su gran cuerpo se mantenía tenso. Dos de sus hombres -
antiguos soldados- acechaban en lados opuestos de la habitación.
—Iris, —dijo Hugh—. Gracias a Dios.
Ella se acercó a él y, aunque normalmente era bastante circunspecto con
ella -casi ridículamente formal, teniendo en cuenta que una vez habían
pensado en casarse-, le abrió los brazos.
Ella rodeó su cintura con los brazos y sintió que los suyos la rodeaban
en un cálido abrazo.
—Alf ha estado medio loca de preocupación por ti—, retumbó por
encima de ella.
Iris lo miró a la cara. —¿Está ella aquí?
Él negó con la cabeza. —Se quedó para vigilar a los chicos. Cuando te
secuestraron...
—Iris, —llegó un gruñido bajo y ahumado desde la puerta—. Ven aquí.
Sintió que los brazos de Hugh la rodeaban mientras miraba por encima
del hombro.
Raphael estaba en el umbral, Ubertino, Bardo e Ivo detrás de él. Los
ojos de su esposo eran de un gris tan gélido que desde donde ella estaba
casi brillaban.
Oh.

183
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Su mirada pasó de ella al hombre que la sujetaba. —Suelta. A. Mi.
Esposa.
El rostro de Raphael estaba fijo y severo, completamente congelado, y se
le ocurrióm -¡extraño pensamiento en ese momento!- que nunca lo había
oído reír de verdad. Sólo había emitido ese sonido de graznido, no una risa
alegre. ¿Se había reído alguna vez desde que era un niño? ¿O su padre había
destruido toda la risa de Raphael aquella noche?
Era un pensamiento terrible.
Por el rabillo del ojo, Iris vio a Riley y Jenkins, los hombres de Hugh,
acercarse a ella y a Hugh.
Raphael siguió sus movimientos.
El potencial de violencia parecía de repente muy alto.
Miró a Hugh y le acarició el pecho. —Está bien.
Con cuidado, se separó de sus brazos y se acercó a Raphael.
Su esposo la agarró del brazo sin apartar la mirada de Hugh. —¿Qué
quieres, Kyle?
Hugh parecía relajado, pero Iris podía ver la forma en que sus hombros
estaban encorvados incluso bajo el abrigo negro que llevaba. —Averiguar
cómo has llegado a estar casado con mi amiga Iris. La carta que recibí
anoche no me decía nada.
Iris se aclaró la garganta. —¿Tal vez deberíamos tomar un té?
Raphael la miró por primera vez desde que había llegado a su lado y
murmuró sotto voce: —Creo que debo decirte, por la futura armonía de
nuestro matrimonio, que detesto el té.
Ella le sonrió dulcemente. —Ciertamente lo tendré en cuenta.
Diez minutos más tarde, ella, Raphael y Hugh se sentaron en una tregua
incómoda alrededor de una enorme bandeja de delicados pasteles y tartas.
Ella miró la oferta con incertidumbre. Iris aún no había tenido tiempo de
conocer al cocinero de Raphael, pero si él o ella consideraban que era un
banquete adecuado para los caballeros, tal vez debería tener unas palabras
amables.
Los corsos y los hombres de Hugh habían tomado lados opuestos de la
habitación en lo que podría ser un enfrentamiento cómico si no fuera tan
serio.
Iris sirvió un plato de té para Hugh y se lo entregó, recordando
tardíamente que a él tampoco le gustaba el té.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Bueno, si los hombres insistían en este tipo de ridículo forcejeo por el
poder, entonces ambos tendrían que beber su té y gustarlo.
Le entregó una taza a un Raphael que fruncía el ceño y se sentó con su
propio plato de té, caliente y con leche, con un solo terrón de azúcar. Bebió
un sorbo. Perfecto.
Iris seleccionó lo que parecía una tarta de limón.
—¿Y bien? —preguntó Hugh, arruinando su disfrute de la tarta.
La boca de Raphael se torció de forma horrible. —Iris fue secuestrada
por los Lores del Caos bajo la impresión errónea de que se había casado
contigo. Buscaban vengarse de ti. Lástima que no hayas podido destruirlos
del todo.
Oh, cielos.
—¿Qué demonios quieres decir? —Hugh empezó a avanzar, y por un
momento Iris se preocupó de que se levantara y atacara a Raphael en su ira
por la existencia continuada de los Lores.
—Exactamente lo que he dicho, —dijo Raphael. ¿Intentaba que Hugh lo
golpeara?— Fuiste descuidado. Los Lores son tan fuertes como siempre y
tienen un nuevo Dionisio.
—Cristo. —Hugh se levantó al oír eso, pero sólo para caminar por la
habitación y volver—. Tendré que informar a Su Majestad, enviar a Alf y a
los chicos al continente. —Hizo una mueca de dolor—. Eso no le gustará.
Pero Dios, no sé si podré soportar que los amenacen.
De repente miró a Raphael.
—¿Cómo sabes tanto sobre los Lores del Caos? —Los ojos de Hugh se
entrecerraron—. ¿Cómo la encontraste?
—Estaba en su juerga. —Raphael hizo una pausa para tomar un sorbo
del té que detestaba, lo que obviamente era para hacer efecto y para irritar
aún más a Hugh—. Planeaban violarla y matarla.
—¿Eres uno de los Lores?
La pregunta incrédula de Hugh llegó al mismo tiempo que Raphael
decía: —La rescaté.
Los hombres se miraron como perros a punto de luchar.
Iris se aclaró la garganta, llamando la atención de ambos hombres. —Y
luego yo le disparé.
Hugh parecía consternado. —¿Por qué hiciste eso?
—No sabía que me estaba rescatando. —Decidió que era prudente no
mencionar la desnudez. No era necesario entrar en detalles inútiles—. En

185
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
ese momento, yo también pensé que era un miembro de los Lores -que no lo
es, por cierto. Sólo finge ser uno de ellos para acercarse a ellos.
—Fue muy valiente por su parte, —dijo Raphael inesperadamente—. Y
fue un buen disparo. Casi me mata.
—Esa pistola tira a la derecha, —intervino Ubertino, rompiendo la
pretensión de que todos los criados no estuvieran en realidad escuchando
la conversación—. Si no hubiera sido así, seguramente habría muerto, Su
Excelencia.
Extrañamente, sonaba a aprobación.
Hugh frunció el ceño, parpadeó y sacudió la cabeza. Miró a Raphael. —
Y entonces te casaste con ella.
Raphael extendió las manos. —¿Cómo podría no hacerlo?
Se miraron fijamente durante un largo momento.
Y luego cada uno tomó una tarta.
Hugh se sentó. —¿Qué hacías en el jolgorio?
—Intentando reunirme con los Lores para poder derribarlos. —Raphael
dio un mordisco a su tarta, observando a Hugh todo el tiempo—. Mi padre
me inició hace muchos años, pero nunca me uní realmente a sus filas, ya
que me crié en Córcega. Ahora espero infiltrarme entre los Lores y
destruirlos.
—Ese es mi trabajo. —Hugh frunció el ceño—. Me alegro de que
estuvieras allí para salvar a Iris, pero no es necesario...
—Si hubiera deseado tu opinión, la habría pedido, —interrumpió
Raphael sedosamente, quitándose una miga de la rodilla—. En realidad, mi
trabajo es acabar con los Lores del Caos. —Su fría mirada se dirigió al
rostro de Hugh—. Mi padre los dirigió durante décadas. Mi derecho a la
batalla es muy anterior al tuyo.
—Yo tengo la aprobación y el respaldo de la Corona, —dijo Hugh.
—¿Lo tienes? —Raphael dijo lentamente arrastrando las palabras—.
No te sirvió de mucho la última vez, ¿verdad?
Hugh miró con odio. —Voy a montar mi propia campaña contra los
Lores, una campaña a la que eres bienvenido. Me gustaría que me ayudaras,
francamente. Si trabajamos juntos -sin orgullo- es mucho más probable que
derribemos a los Lores del Caos.
Raphael se levantó lentamente, extendiendo una mano. —Ha sido un
placer conocerlo, Su Excelencia, —dijo con evidente deshonestidad.

186
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Hugh hizo una mueca, se levantó y le estrechó la mano. —Piénsalo,
Dyemore.
Señaló con la cabeza a sus hombres y salió de la habitación.
Iris exhaló su aliento y miró a Raphael. —Aceptarás la ayuda de Hugh,
¿verdad?
Su marido le tendió la mano. —No.
Ella no tomó su mano, sino que lo miró fijamente. —Pero si trabajan
juntos, ¿no mejorarán sus posibilidades de hacer caer a los Lores?
Él se encogió de hombros. —No me importa. Trabajo solo.
—Raphael. —Ella sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas de rabia y
frustración.
Era una tontería que se negara a trabajar con Hugh. El otro hombre
había pasado meses persiguiendo a los Lores del Caos y tenía el respaldo y
los recursos de la Corona.
Por su cuenta, Raphael tenía muchas más posibilidades de fracasar.
Por su cuenta Raphael moriría.
No sería capaz de soportar que le ocurriera algo a Raphael, cualquier
cosa. Podía ser estoico y grave y casi como una piedra, pero ahora sabía que
bajo ese exterior helado sus emociones bullían como lava fundida.
Quería que estuviera a salvo. Quería que simplemente estuviera con ella.
Que aprendiera a ser feliz.
Que aprendiera a reír.
Y lo único que parecía importarle a él era su estúpida venganza.
Ella se puso de pie, aún ignorando su mano. —Por favor, Raphael. Por
favor, por mí. Deja que Hugh te ayude. No hay necesidad de que te
arriesgues así.
—Ven conmigo, Iris, —dijo él en voz baja.
—¿No me oyes? —Ella se agarró a los lados de su abrigo. Si hubiera sido
lo suficientemente fuerte, lo habría sacudido—. No quiero que te mueras.
—Te estás alterando sin razón, —dijo él, y un rastro de impaciencia
finalmente resquebrajó su fachada.
—Has puesto rumbo al suicidio, —dijo ella, alzando la voz. Ya no le
importaba si sonaba histérica—. Te aseguro que estoy loca de
preocupación por una muy buena razón.
Él apartó la mirada, con la boca fruncida por la irritación. —Te he dicho
que esta es mi batalla...

187
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—¡Bien! —Ella levantó las manos en el aire con exasperación—. Es tu
batalla, lo único importante en tu vida, pero ¿por qué tienes que morir para
lograrlo? —Su voz bajó mientras las lágrimas mordían sus ojos—. Dime,
Raphael. Por favor. ¿Por qué tienes que dejarme sola para acabar con los
Lores del Caos?
—Iris, —gruñó él.
Ella se sobresaltó al oírlo. Había levantado la voz. Él nunca levantaba la
voz.
Raphael inhaló, mirando hacia abajo y luego hacia arriba. —Porque es la
única manera de que él descanse.
Sus ojos se abrieron de par en par con horror. —¿Él? Te refieres a tu
padre, ¿no? Raphael, sus pecados no requieren tu muerte. ¿Es eso lo que
crees?
Él la miró fijamente, con las cejas fruncidas, y por un momento ella
pensó que había llegado a él. Pensó que podría responder a la pregunta y
volver a ella.
Pero entonces apartó la mirada. —No intento suicidarme, pero si muero
no estarás sola. Tienes a tu hermano, a tus amigos, a Kyle.
Bajó la mirada y se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Como si
alguna de esas personas fuera igual que él.
—Por favor, —dijo él, con su voz como humo a la deriva—. No quiero
discutir contigo. ¿No quieres venir conmigo?
Ella tampoco quería discutir con él. Le hacía doler el corazón y la dejaba
cansada y triste. Le tomó del brazo porque no sabía qué otra cosa hacer.
Él la condujo fuera del salón y hacia las escaleras, y ella se preguntó si
habría algún argumento que no hubiera utilizado. Cualquier cosa que
pudiera decir para desviarlo de su curso de acción.
Raphael se detuvo de repente, y ella levantó la vista y vio que habían
llegado a la habitación de la duquesa.
Ella frunció el ceño y lo miró.
Sus cejas seguían juntas, como si no estuviera seguro de cuál podría ser
su reacción. Como si su pelea lo hubiera entristecido a él también.
—¿Recuerdas que dije que tenía algo que mostrarte?
Cuando estaban entrando en la casa. Antes de que ella viera a Hugh.
Antes de su discusión. —¿Sí?
Empujó la puerta de su dormitorio. —Mira.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Entró y vio a Valente sentado en el suelo frente a su chimenea con una
cesta. Tenía una sonrisa tonta en la cara.
Miró por encima del hombro a Raphael. —¿Qué...?
Su esposo inclinó la barbilla hacia Valente y la cesta. —Ve a ver.
Al mismo tiempo oyó un gemido de animal.
Sus labios se separaron y recogió sus faldas para apresurarse hacia la
cesta. Estaba forrada con una suave manta y en su interior estaba el más
dulce cachorrito rubio, con aspecto de estar muy apenado.
Iris se quedó mirando, desgarrada. ¿Pensaba Raphael que un cachorro
sería un sustituto adecuado para él?
En el momento en que el cachorro la vio, comenzó a gemir y aullar,
intentando salir de su prisión de mimbre, pero sus patas eran demasiado
cortas para hacer el intento y terminó cayendo hacia atrás, revelando que
era una hembra.
Difícilmente el cachorro tenía la culpa de estar enfadado con Raphael.
—Oh, —respiró Iris, hundiéndose de rodillas en la alfombra frente a
Valente—. Es perfecta.
De alguna manera, las palabras hicieron que las lágrimas volvieran a
brotar de sus ojos.
Recogió al cachorro, que se retorció en las manos de Iris hasta que
sostuvo al pequeño animal contra su pecho. El cachorro empezó a lamer la
barbilla de Iris con una pequeña lengua rosa.
Iris miró a Raphael a través de sus lágrimas. —¿Cómo se llama?
Él negó con la cabeza. —Que yo sepa, no tiene nombre. Debes ponerle
uno.
Iris se puso en pie, acunando con cuidado al cachorro que aún se
retorcía, y se acercó a su esposo. —Gracias.
Se puso de puntillas y lo besó en los labios, tratando de transmitir todo
lo que había dicho antes. Todo lo que él había dejado de lado.
Quédate. Quédate. Quédate.
Raphael tomó sus brazos suavemente y la besó, inclinando su rostro
sobre el de ella. La abrazó como si fuera un salvavidas.
Como si deseara quedarse con ella para siempre.
El cachorro gritó y él dio un paso atrás, rompiendo su beso.
Se alejó de ella sin esfuerzo.
Salió del dormitorio.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris cerró los ojos para contener su pena y sus lágrimas. Besó la parte
superior de la sedosa cabeza del cachorro y le susurró al oído: —Tansy.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Catorce
Así que Ann partió con el fuego del corazón de El cuidadosamente acunado en sus manos.
Caminó por los áridos páramos durante tres días y tres noches hasta que por fin llegó de nuevo a
la cabaña de su padre.
El yacía inmóvil, gris y frío, sólo un suspiro de aliento abandonaba sus pulmones, pero cuando
Ann sostuvo la jaula de piedra cerca de ella, el fuego del corazón voló desde las paredes de roca y
desapareció en el pecho de Él.
Al instante, ella respiró profundamente...
—De El Rey Roca

La noche del baile de los Barton, Iris subió con cuidado al carruaje con
la ayuda de su esposo y se acomodó de nuevo en los cojines. Su vestido de
seda color melocotón había quedado muy bien. Era un vestido a la francesa
con cascadas de encaje blanco en las muñecas y volantes rosados en la parte
delantera de la falda.
Observó a Raphael frente a ella en el carruaje. Parecía tan frío y distante
como la primera vez que lo conoció en el baile de hace tantos meses, pero
ahora podía ver debajo de esa máscara. Estaba concentrado, con los ojos
puestos en su presa, empeñado en la caza.
Se estremeció y se volvió hacia la ventana. Ahora comprendía por qué
estaba tan obsesionado con los Lores del Caos, pero su comprensión no la
hacía más feliz.
De hecho, la asustó: que él renunciara a tanto en pos de la justicia. ¿Por
qué tenía que ser él el sacrificio?
Vio pasar las luces de los faroles en el exterior.
Anoche sólo habían dormido juntos, nada más. Y aunque Iris se
alegraba de no haber tenido que hacer el amor con Raphael mientras estaba
enfadada con él, una parte de ella echaba de menos su cercanía.
Era difícil acostarse con un hombre y no encariñarse con él. Su amiga
Katherine había pasado de amante en amante, tan libre como una mariposa,
pero parecía que Iris no estaba hecha del mismo material esencial.
O tal vez era simplemente ella y Raphael. La volatilidad de su
combinación.
El carruaje se detuvo frente a una casa nueva de piedra blanca.
—Vamos, —dijo Raphael, ayudándola a bajar.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Afuera había la multitud habitual: los carruajes que dejaban a los
invitados, las damas y los caballeros que intentaban llegar a la puerta y los
lacayos que se empujaban unos a otros.
En el interior, la aglomeración continuaba subiendo las estrechas
escaleras hasta el salón de baile.
Los anunciaron, y por un momento pareció que todos los presentes
guardaban silencio.
Iris miró a la multitud de colores brillantes y respiró profundamente
para estabilizarse. Era su primer acto público como nueva Duquesa de
Dyemore. Pudo ver a la gente susurrando por todo el salón de baile y no
pudo evitar preguntarse si era ella de quien estaban hablando. Hoy mismo
se había enterado de que la noticia de su boda se había extendido por todo
Londres.
Al parecer, ella y Raphael eran el escándalo de la temporada.
Tragó saliva y pegó una sonrisa serena en su rostro mientras entraban
en el salón de baile.
Iris saludó con la cabeza a un trío de damas que conocía vagamente y
sonrió a Honoria Hartwicke, una amiga de Katherine. Honoria le guiñó un
ojo e Iris comenzó a relajarse. Al fin y al cabo, era como cualquier otro baile.
Lo importante era desfilar, mostrar las galas y asegurarse de saludar a las
personas adecuadas.
Lo había hecho innumerables veces.
—¿Te busco un vaso de ponche? —le murmuró Raphael al oído después
de unos diez minutos de deambular por la calurosa habitación.
—Eso sería encantador, —dijo ella agradecida.
—¿Quizás te gustaría tomar asiento? —Le indicó un grupo de sillas en
un pequeño hueco de la ventana.
Ella asintió agradecida, no le importaría tener un momento para sí
misma antes de enfrentarse de nuevo a los ojos de la multitud. Raphael la
sentó antes de irse.
Casi de inmediato, sus esperanzas de un respiro se desvanecieron
cuando un par de damas se acercaron. Iris conocía muy poco a una de las
damas: la señora Whitehall era una matrona y un personaje habitual en los
eventos de sociedad.
Iris se levantó cuando se hizo evidente que querían conversar con ella.
—Su Excelencia, —exclamó la señora Whitehall—, le presento a la
señorita Mary Jones-Thymes. La señorita Mary Jones-Thymes, Su Gracia la
Duquesa de Dyemore.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris inclinó la cabeza mientras la señorita Jones-Thymes, una dama de
mediana edad con un pelo sospechosamente rojo, hacía una reverencia.
—La noticia de su matrimonio es la comidilla de la ciudad, Su
Excelencia, —dijo cuidadosamente la señorita Jones-Thymes.
Iris sonrió. —No me sorprende, fue tan repentino. —Les contó la
historia ficticia sobre los salteadores de caminos y la galante insistencia de
Raphael en casarse para salvar su buen nombre.
—Qué historia tan aterradora, —dijo la señora Whitehall cuando
terminó de recitarla—. Debió pasar mucho miedo.
Iris asintió sin ningún tipo de engaño al respecto.
La señora Whitehall frunció los labios en un pequeño mohín. —Es una
pena que su hermano no haya podido ayudarla en la decisión de casarse. La
negociación del contrato matrimonial debe hacerla siempre un caballero
que tenga en cuenta los intereses de la dama. Me parece que toda mujer
necesita la influencia nivelada del consejo masculino, especialmente
cuando se toman decisiones tan importantes.
La sonrisa de Iris se volvió un poco rígida. —Creo que he tomado una
decisión adecuada por mí misma.
—¿Pero lo hizo usted, Su Excelencia? —preguntó suavemente la
señorita Jones-Thymes—. No estoy en absoluto segura de que fuera usted
consciente de todos los hechos cuando tomó una decisión tan precipitada.
Iris entrecerró los ojos. —¿A qué hechos se refiere?
Las damas que la precedían intercambiaron una mirada.
La señora Whitehall se aclaró la garganta. —Hay rumores, querida.
Rumores que, si usted o su hermano hubieran estado al tanto de ellos,
podrían haberla hecho más cautelosa a la hora de saltar tan
precipitadamente al matrimonio con Su Gracia.
Iris apretó los labios. —Me parece que no me interesan los rumores.
—¿No? —ronroneó la señorita Jones-Thymes—. ¿Ni siquiera que el
Duque de Dyemore disfruta de la compañía de niños pequeños?

La casa de Lord Barton era demasiado pequeña para un baile, pensó


Raphael irritado. Los refrescos estaban muy lejos de la sala de baile, y los
pasillos intermedios ya estaban llenos de cuerpos sudorosos. Pasó por
delante de dos ancianos con pelucas de punta y se encontró cara a cara con
Andrew Grant.
—Dyemore. —Andrew miró rápidamente por encima del hombro—.
No tenía ni idea de que estarías aquí.

193
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Raphael levantó las cejas. —Me pareció que era hora de presentar a mi
duquesa en sociedad. ¿Asistes solo?
Andrew tenía una mirada incómoda en sus ojos. —Yo... Yo...
Pero antes de que pudiera responder, su hermano mayor apareció detrás
de él.
La delgada boca del vizconde Royce estaba torcida por la irritación. —
¿Qué te retiene, Andy, he...?
Se interrumpió cuando vio a Raphael. —Su Excelencia. —Lanzó una
mirada a su hermano—. No tenía ni idea de que estuviera en Londres.
—Mi esposa y yo llegamos hace sólo unos días, —dijo Raphael con
suavidad. No mencionó que ya había visto y hablado con Andrew en
Londres—. Aunque nos atacaron en una posada en el camino. Por
casualidad no sabrá nada de eso, ¿verdad?
—¿Por qué habría de saberlo? —Royce le echó una mirada.
Raphael se encogió de hombros. —Nuestro amigo común...
—Perdón, perdón. —Un joven con un traje lavanda pasó de largo.
—Este no es el lugar para esta discusión, —siseó Royce—. Sígueme.
Raphael apenas tuvo tiempo de inclinar la cabeza antes de que el otro
hombre se diera la vuelta y se abriera paso entre la multitud, con su
hermano detrás. Raphael lo siguió. Era interesante que Andrew no le
hubiera dicho a su hermano mayor que había hablado con Raphael. ¿Tal vez
podría encontrar un aliado allí? Andrew ciertamente había soportado lo
peor que los Lores del Caos eran capaces de hacer.
Royce los condujo a través de dos corredores y finalmente a una puerta
oculta al final de un pasillo. El vizconde la abrió y le indicó a Raphael que
entrara delante de él y de su hermano.
Parecía ser un pequeño estudio o sala de estar, pero estaba débilmente
iluminado; no había fuego en la chimenea.
Héctor Leland se levantó de una silla cuando entraron.
—¿Qué te ha llevado...? —Se detuvo al ver a Raphael.
Los ojos de Leland se abrieron de par en par y se dirigieron rápidamente
detrás de Raphael, como si le indicaran un mensaje.
Raphael se giró, pero no pudo saber a qué hermano había estado
mirando Leland.
En cualquier caso, Leland se había recuperado para cuando volvió a
mirarlo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—¿Por qué lo has traído aquí? —siseó Leland. Definitivamente, ahora
estaba hablando con el Vizconde Royce. Él se acercó a los hermanos como
si buscara su protección.
Royce hizo una mueca y abandonó a Leland y a su hermano para cruzar
la habitación hasta una mesa lateral donde había una jarra. Se sirvió una
gran medida y bebió un sorbo. —Dyemore estaba discutiendo los asuntos
de los Lores allí, donde cualquiera podía escuchar.
Incluso aquí, en una habitación alejada de la multitud, la voz de Royce
era baja y cuidadosa.
Leland negó con la cabeza a Raphael. —¿Con qué propósito? ¿Intentas
incitar a Dionisio a que te mate?
—Ya lo intentó una vez, —dijo Raphael—. No tengo nada que perder
incitándolo más.
—Eso no es exactamente cierto, —dijo Andrew en voz baja.
Los otros tres hombres se volvieron hacia él.
Andrew parpadeó como si ser el centro de atención lo pusiera nervioso.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Raphael.
Andrew se lamió los labios. —Bueno, debe haber gente que le importe...
Salvó a la antigua Lady Jordan, e incluso se casó con ella. Eso debe significar
algo, seguramente. ¿Y no tiene una tía? Algún tipo de pariente femenino, al
menos. Sé que es un bruto frío, pero si ella apareciera flotando en el
Támesis o colgando de un árbol en Hyde Park, ¿no lo haría estremecer un
poco?
Las venas de Raphael se sintieron como si estuvieran llenas de hielo,
pero no tuvo tiempo de sentir pavor. De asimilar el miedo profundo por Zia
Lina e Iris.
Los animales de manada atacaban cuando uno de los suyos estaba
herido o mostraba miedo.
Aquí no podía permitirse la debilidad.
Así que pasó a la ofensiva.
Se acercó a Andrew, haciendo que el hombre más bajo y delgado
retrocediera hasta Leland. —Parece que sabes mucho sobre los
pensamientos de Dionisio, —gruñó Raphael en la cara del otro hombre—.
Cómo planea. Cómo se venga. Incluso cómo mata. Tanto, de hecho, que no
puedo evitar pensar que tú debes ser el propio Dionisio. —Puso su mano
alrededor de la garganta de Andrew—. Y si ese es el caso, puedo dejar de
buscar y resolver nuestra discusión ahora.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
En realidad no había apretado la mano alrededor de la garganta de
Andrew, pero el otro hombre estaba arañando su mano con los dedos.
—¡No! No entiende... Yo... no soy...
—No seas ridículo, Dyemore, —dijo Royce, todavía junto a la jarra y
sonando aburrido—. Mi hermano no es más Dionisio que Leland. Ninguno
de nosotros es Dionisio. No sabemos quién es.
—¿No lo saben? —dijo Raphael en voz baja. Soltó a Andrew, que corrió
hacia la sombra de Royce—. ¿Cómo explicas el ataque a mis hombres y a
mí, entonces, en una posada en el camino a Londres?
—¿Qué ataque?
Raphael se volvió al oír la voz de Leland y vio que sus cejas estaban
fruncidas.
—Lawrence Dockery intentó apuñalarme por la espalda en una posada
en el camino a Londres, —dijo Raphael—. Lo maté.
—¿Lo mataste? —Leland se puso blanco.
—Entonces sabes quién era Dockery, —dijo rotundamente Raphael—.
Creía que sólo Dionisio conocía los nombres de todos los miembros.
—Yo... —Leland parpadeó rápidamente—. Bueno, pero todo el mundo
sabía que Dockery era la mascota de Dionisio . No tenía miedo; incluso se
había quitado la máscara en las fiestas. —Se estremeció y bajó la mirada—.
Realmente, no es de extrañar que esté muerto.
—No pareces lamentarlo, —dijo Raphael en voz baja.
Leland levantó la barbilla. —¿Debería hacerlo?
—¡Por el amor de Dios! —Royce gruñó detrás de ellos—. ¿Qué sentido
tienen todas estas preguntas, Dyemore? A estas alturas dentro de un mes
estarás muerto y los Lores del Caos seguirán como siempre. Ahora. Será
mejor que compruebes que tu mujer sigue donde la dejaste, ¿eh?
Raphael levantó el labio, pero no pudo despreciar la amenaza. En un
salón de baile lleno de gente, Iris podría ser secuestrada y nadie se daría
cuenta.
Se dirigió a la puerta, rozando bruscamente a Leland en el camino.
—¡Cuidado!, —gritó el otro hombre, agarrándolo del brazo. Leland
susurró: —Mañana en mi casa.
—Suéltame, —dijo Raphael en voz alta, sin indicar que lo había oído.
Se dirigió al pasillo, empujando entre los cuerpos excesivamente
vestidos.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
¿Qué quería Leland de él? ¿Estaba dispuesto a unirse a Raphael, quizás
para ayudarle a conseguir el liderazgo de los Lores del Caos? Raphael
siempre había pensado que Leland era demasiado cobarde como para
moverse sin los hermanos Grant a su lado, pero quizás había juzgado mal al
hombre.
O era una especie de trampa.
A estas alturas, la masa de gente y las miles de velas encendidas para
iluminar todas las habitaciones habían calentado la casa de tal manera que
era como si todas burbujearan en un guiso de olores: perfume dulce en
sobreabundancia, el hedor del olor corporal y la cera de docenas de pelucas
y miles de velas.
Raphael apretó los dientes y, con el mayor esfuerzo, se abstuvo de
atravesar bruscamente la multitud. Más de una persona se estremeció ante
su rostro, pero él ignoró las miradas y los murmullos.
Hasta que escuchó un susurro.
—Amante de los niños.

Iris llevaba al menos quince minutos buscando a Raphael, su búsqueda se


hacía más difícil por la presión de los cuerpos. Lady Barton estaría
encantada; su baile estaba repleto, una señal segura de éxito. Pero Iris
sintió que el pecho se le apretaba en forma de pánico. Tenía que encontrar a
Raphael y hablar con él a solas. Informarle de los desagradables chismes en
privado.
Antes de que se enterara, si era posible.
Empezaba a pensar que estaba en una misión inútil. Oyó fragmentos del
rumor dondequiera que fuera. El chisme se estaba extendiendo como un
fuego salvaje en todo el baile.
Y todavía no había visto a Raphael.
¿Dónde estaba él? Había ido a la sala de ponche y no lo había
encontrado. ¿Podría haberse perdido en su camino hacia ella? ¿Debería
volver al asiento de la alcoba, o quizás volver a la sala de ponche?
Abandonó el salón de baile y volvió a salir a la gran escalera, porque era
el único lugar donde aún no había mirado.
Había una multitud en la parte superior de los escalones, pero en la
propia escalera sólo había unas pocas personas, ninguna de ellas Raphael.
Iris se giró desesperada y chocó con una dama con un atroz vestido de
rayas naranjas y verdes que le hacía daño a los ojos. Sintió que tropezaba y,
al hacerlo, alguien la empujó con fuerza desde atrás.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Hacia las escaleras.
Sintió que se tambaleaba, con los dedos de los pies al borde del último
escalón.
Nada a lo que agarrarse...
Y entonces alguien la atrapó, tirando firmemente de ella contra un duro
pecho. —Iris.
Jadeó y levantó la vista.
Raphael la miraba fijamente con ojos de cristal, con la boca fija y la
cicatriz destacando en su cara como una marca. —Casi te caes por las
escaleras. Podrías haberte roto el cuello.
—Alguien... —Ella jadeó, empezando a temblar al darse cuenta de lo
cerca que había estado de caer—. Alguien me empujó.
Su cabeza se levantó al instante y buscó entre la multitud. —¿Quién?
—Yo... no vi.
Su atención volvió a centrarse en ella. —Tenemos que irnos.
Ella sólo pudo asentir temblorosamente. —S-sí.
Él le tomó el codo y comenzó a guiarla por las escaleras.
El murmullo detrás de ellos no se detuvo.
En todo caso, con Raphael allí, se hizo más fuerte.
Al final de la escalera, las damas que esperaban sus abrigos miraban y
susurraban detrás de los abanicos.
Los caballeros fruncían el ceño y negaban con la cabeza o hacían
muecas.
Las matronas se apresuraron a alejar a sus hijas solteras.
Raphael no cambió su expresión. Miraba al frente, frío y distante, con
una leve mueca en el labio torcido.
Si no lo hubiera conocido, si no hubiera pasado días hablando con él y
compartiendo su cuerpo con él, podría haber creído las habladurías.
Pero no lo hizo.
Ni siquiera por un minuto.
Es más, ahora sabía lo que esos horribles rumores estaban haciendo a su
marido. Debajo de su máscara congelada debía de dolerle por dentro.
Finalmente llegaron a la entrada, que no estaba tan llena como antes.
Raphael ladró una orden a uno de los lacayos que esperaban junto a la

198
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
puerta y luego ayudó a Iris a meterse en su abrigo mientras esperaban a que
el carruaje diera la vuelta.
La mano de él era un torniquete en la parte superior de su brazo e Iris
sabía que tendría moretones más tarde, pero no quería decir nada.
Esperaron en silencio, Iris apoyada en su fuerza reconfortante.
Cuando por fin llegó el carruaje, después de lo que parecieron horas, él
la condujo hacia él.
Sólo tuvo tiempo de ver a Ubertino en el asiento del conductor antes de
que Raphael la metiera dentro.
Iris se sentó y observó a su esposo mientras el carruaje se ponía en
movimiento. Él se sentó muy rígido y no la miró a los ojos. Se replegaba
sobre sí mismo, helado, casi como si pensara que ella iba a creer que...
Algo la pinchó en la cadera.
Ella se movió distraídamente y sintió un fuerte pinchazo.
¿Qué...?
Bajó la mano para palparse las faldas. Quizá se había roto un cable de
las alforjas. Su mano tocó algo metálico y un dolor caliente le atravesó los
dos últimos dedos.
—¡Oh!
Raphael levantó la vista, con sus ojos grises entrecerrados. —¿Qué
pasa?
—Algo en mi falda me cortó, —dijo ella.
Él se movió rápidamente por el carruaje. —Déjame ver.
Ella levantó las manos.
Con cautela, él rebuscó entre sus voluminosas faldas y luego se detuvo.
Iris sintió un tirón y entonces él estaba sosteniendo un largo y delgado
cuchillo en su mano. La luz del farol del carruaje brillaba en la hoja.
Intentó comprender lo que estaba viendo. —¿Qué...?
Él se volvió hacia ella y la luz brilló en sus ojos con la misma intensidad
que en la hoja. —Alguien intentó matarte ahí dentro. Cuando casi te caes
por las escaleras. Eso fue un ataque. De alguna manera fallaron y el cuchillo
quedó atrapado en tus alforjas. —Sacudió la cabeza—. Pero lo más
probable es que la caída te hubiera matado en cualquier caso.
—Salvo que tú estabas allí. —Ahora se sentía más firme, aunque el
empujón no había sido obviamente un accidente—. Me salvaste, Raphael.

199
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—No estaba allí cuando quienquiera que fuera intentó apuñalarte. —
Sus ojos estaban congelados—. Si el cuchillo hubiera atravesado, estarías
muerta. No habría podido hacer nada al respecto.
Iris abrió su mano derecha. Los dos últimos dedos estaban
embadurnados con lo que parecía un líquido negro a la luz de la lámpara.
Una cosa era saber que un enemigo quería matarla, pero era algo
totalmente más visceral -más inmediato- ver que la muerte casi la había
reclamado.
—¿Qué es eso? —gruñó Raphael. Tomó su mano y la acercó a la luz.
Ahora la sangre era claramente roja.
Se quedó mirando la sangre de sus dedos durante un momento y luego
la levantó con el cuerpo para colocarla en su regazo, con sus fuertes brazos
envolviéndola. Se quitó el pañuelo del cuello y le envolvió la mano.
Ella ni siquiera pensó en protestar, simplemente apoyó la cabeza en su
pecho. —No me han apuñalado. No me he caído por las escaleras. Estoy a
salvo. —Podía oír los latidos de su corazón, lentos y fuertes, bajo su
mejilla—. Estoy a salvo contigo.
Los brazos de él la rodearon como respuesta.
Así fue como recorrieron el resto del camino de vuelta a Chartres
House.
Incluso cuando el carruaje se detuvo y la puerta se abrió para mostrar el
rostro de Ubertino, Raphael no lo soltó.
Miró al corso. —Han intentado matar a mi esposa.
La sonrisa en el rostro de Ubertino se borró. Sus ojos se entrecerraron, y
de repente Iris pudo ver a este hombre como un pirata de la Costa de
Berbería. —Pondré guardias. Por mi vida, esto no volverá a ocurrir, Su
Excelencia.
Raphael asintió.
Luego dejó suavemente a Iris en el asiento del carruaje, se bajó del
mismo, esperó a que ella se pusiera de pie y la volvió a estrechar entre sus
brazos.
Ella podría haber dado un chillido poco femenino.
Él subió a la escalera delantera.
Ella se aclaró la garganta. —Puedo caminar.
La puerta se abrió y los ojos de Murdock se abrieron de par en par.
Raphael ignoró al mayordomo. —No, no puedes.

200
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Pasó por delante de dos lacayos, atravesó el vestíbulo de entrada y subió
la gran escalera, todo ello sin siquiera respirar con fuerza.
Iris se aferró a su chaleco con la mano libre, sintiendo cómo los
músculos se tensaban y relajaban bajo sus dedos. El rostro de él estaba
rígido.
Finalmente llegaron a la habitación ducal y Raphael abrió la puerta con
el hombro. Cruzó la habitación y la colocó en la cama y luego subió tras
ella, con zapatos y todo, y la atrajo hacia su pecho.
La habitación estaba a oscuras, salvo por el fuego.
Ella podía oír su respiración en el silencio, uniforme y constante.
—No lo soy, —dijo él, y de repente ella se sobresaltó.
Se lamió los labios. —¿No eres qué?
—Un abusador de niños pequeños. O de niñas pequeñas. Te juro por la
tumba de mi madre, por mi alma, por todo lo que aprecio en esta vida o en
la siguiente que nunca, nunca he tocado o mirado o pensado en los niños de
esa manera. Yo...
—Raphael. —Ella se esforzó por enfrentarse a él, ya que él no quería
soltar sus brazos alrededor de ella—. Raphael, por favor, escucha.
Él se detuvo, su respiración era ahora irregular.
Ella probó su agarre y descubrió que podía sentarse y darse la vuelta
para mirarlo.
Él yacía mirando el dosel de la cama, sus ojos helados y en blanco.
Tenía que hacer que esa mirada se detuviera.
—Lo sé, —le dijo, y le tomó la cara entre las palmas de las manos—. Sé
que nunca harías las cosas que susurran. Sé que son todo mentiras. Yo te
creo, cariño mío. Creo en ti.
Cerró los ojos.
Y cuando los abrió el hielo se había derretido. La miraba con lágrimas
en sus ojos de cristal.
—Iris, mi Iris, —susurró, y atrajo sus labios hacia los suyos.
La besó como un hombre moribundo. Como un hombre que da su
último aliento.
Como si la apreciara.
Y algo en Iris se abrió y se expandió en su pecho y parecía tan lleno que
la haría estallar. No estaba segura de poder contener este sentimiento, esta
emoción, que sentía por él.

201
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Su esposo.
Le importaba ese hombre, mucho. Tal vez incluso sentía más que interés
por él.
La idea debería asustarla, pero todo lo que sentía era felicidad.
Felicidad.
—Iris. —Sonaba desesperado. Desconsolado. Y ella se dio cuenta de que
sus manos temblaban mientras la sostenía.
Se levantó de repente y la hizo girar para que se tumbara en la cama. Le
subió las faldas, encontró los lazos de las alforjas, se las quitó de un tirón y
las arrojó al suelo.
Luego volvió a estar sobre ella, arrastrando su boca por el cuello,
mordiéndole la clavícula.
Ella se aferró al pelo de la nuca de él, tratando de aguantar mientras él
se movía tan intensamente sobre ella.
Él siempre había tenido el control cuando le hacía el amor. Ahora
parecía movido por una especie de compulsión.
Una necesidad animal.
La idea la hizo estremecerse de excitación. La hizo aferrarse a sus
hombros.
Sintió la mano de él en su pierna por encima de la liga, en la piel
desnuda, urgente y caliente. Ella seguía completamente vestida, al igual que
él, pero no parecía querer tomarse el tiempo de desvestirse. Sus dedos
cubrieron los rizos de la parte superior de sus piernas de forma posesiva y
levantó la cabeza.
—Abre las piernas para mí, —dijo, con sus ojos implacables.
Ella inhaló y sintió que el calor líquido se acumulaba en su vientre,
incluso cuando ya se estaba moviendo.
Se sintió cautivada por él, cautivada por su propia sexualidad. Él sacó a
relucir algo en ella que ni siquiera sabía que existía antes de casarse con él.
Algo básico, primitivo. ¿Siempre había estado ahí, este impulso feroz de
sentir? ¿O era algo que había sido engendrado por su contacto con ella?
¿Ella tocándolo a él?
Sabía que debía ser cautelosa con esta parte de sí misma. A menudo se
exhortaba a las damas a ignorar cualquier impulso animal. A ser educadas.
Formales. Frías.

202
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Pero las llamas de su deseo, al encontrarse y arder más alto con la
compulsión de él, eran embriagadoras.
Se sentía maravilloso.
Demasiado bueno para ignorarlo. Demasiado bueno para abandonarlo.
Y cuando los dedos de él se adentraron en la humedad de su vulva, en
las profundidades de su placer, ella gritó, con sus ojos aún atrapados en los
de él.
Él sonrió, de forma torcida y siniestra a causa de su cicatriz, pero una
sonrisa al fin y al cabo. Una sonrisa que no era precisamente agradable ni
caballerosa.
Pero una sonrisa que era toda para ella.
Sólo para ella.
Ningún hombre, nadie, la había mirado así antes.
Ella se arqueó bajo él, levantando las caderas, tratando de conseguir
más de esa mano, más de esa mirada. Él bajó la cabeza y le tapó la boca,
introduciendo un dedo en la suavidad de sus labios.
Ella se estremeció bajo él, gimiendo mientras la besaba tan
profundamente que pensó que perdería el sentido.
Ahora le frotaba el pulgar sobre el clítoris, rápido y fuerte, y rompió el
beso para murmurar con una voz oscura como el fuego del infierno: —
Mójame la mano. Muéstrame tu deseo. Muéstrame todo lo que eres. Déjame
ver tu dulce sexo, hinchado y sonrosado para mí. Quiero hacerte llorar.
Quiero todo tu placer, Iris, todo tu dolor, todo lo que eres. Eres la luz en mi
negra noche. Ven por mí.
Y sintió que se inclinaba con la felicidad blanca de su epifanía, la
comprensión demoledora de sus palabras y sus manos y su boca. Estaba
jadeando, temblando, perdida, sin ver. El centro de su ser palpitaba de
placer.
Se quedó sin fuerzas y lo oyó maldecir, sonando desesperado, y luego
sintió su peso sobre ella.
Abrió los ojos y vio que su cara estaba dura y su mirada clavada en ella.
—Raphael, —gimió ella, suplicando. Deseando—. Por favor.
—No puedo, —dijo él—. Dios, no puedo.
Ella sintió que sus caderas se encontraban con las suyas y se dio cuenta
de que la parte delantera de sus pantalones estaba abierta. Sintió la verga
de él, dura y caliente, contra el interior de su muslo, y su corazón se aceleró.

203
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
A pesar de su negación, estaba muy cerca y ella sabía que la deseaba.
Por la mirada salvaje de sus ojos, que ya no eran fríos. Por el incontrolable
movimiento de sus caderas.
Él la deseaba.
—Por favor, —susurró ella, inclinando las caderas hacia arriba en señal
de invitación. Tan cerca. Él estaba tan cerca—. Por favor, mi amor.
Él cerró los ojos como si estuviera dolorido. Como si una gran espada le
hubiera atravesado el pecho, empalando el corazón, los pulmones y el
hígado. Sus caderas se asentaron más firmemente sobre ella, y ella lo sintió
contra sus pliegues.
Dios, quería que la llenara.
Ella apoyó la palma de la mano en el lado de su cara.
Él giró la cabeza y le besó la palma de la mano... y al mismo tiempo la
penetró.
Ella jadeó ante la repentina invasión. Al sentir por fin su pene dentro de
ella. El estiramiento, la plenitud y la gloria.
Él volvió a empujar y se metió de lleno, tan dentro de ella como era
posible. Las piernas de ella se abrieron para acomodar sus caderas, y él se
introdujo profundamente, íntimamente, en ella.
Se levantó con los brazos y se mantuvo allí mientras sacaba la verga casi
por completo de su cuerpo y luego volvía a introducirla.
Ella abrió la boca, jadeando, sosteniendo su mirada gris cristalina. Las
caderas de él se movían ahora, introduciéndose en ella a un ritmo intenso,
llenándola una y otra vez.
Ella nunca...
Esto nunca había sido así.
Tan intenso. Tan íntimo. Tan devastador.
Las fosas nasales de él se abrieron un poco y las líneas que rodeaban su
boca se hicieron más profundas. Él gruñó con sus hermosos y retorcidos
labios y ella pensó, medio al borde de caer de nuevo, que parecía un
demonio haciéndole el amor. Un demonio luchando por la vida o la luz o
posiblemente por la redención.
Pero ahora sus caderas golpeaban en un movimiento casi descontrolado,
llevándolos a él y a ella cada vez más alto. Bajó la cabeza y la miró por
debajo de las cejas, enseñando los dientes.
Y de repente ella supo lo que tenía que hacer.

204
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Ven por mí, mi esposo, —dijo ella—. Dame todo lo que eres. Dame la
oscuridad y la luz. Acepto ambos. Quiero tu pene dentro de mí. Te quiero a
ti.
Él gritó, echando la cabeza hacia atrás, los tendones de su cuello se
tensaron mientras bombeaba sus caderas dentro de ella, convulsionando.
La visión la sumió en una gloriosa y cálida ola de placer. Se aferró a sus
nalgas -todavía vestidas con sus pantalones- y se estrechó contra él, viendo
las estrellas.
Él dio grandes bocanadas de aire y dejó caer la cabeza sobre el hombro
de ella, con su pelo de ala de cuervo ocultando su rostro mientras abría la
boca contra su garganta. Ella seguía estremeciéndose, con pequeñas
réplicas de placer que la recorrían.
Se sentía exquisita.
Él respiraba contra ella, tumbado medio sobre su cuerpo y medio fuera
de él, y ella pensó que pronto sería demasiado pesado, pero todavía no.
Todavía no. Quería quedarse así, segura en su calor.
Segura en su afecto.
Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Por fin le había hecho el
amor. Ahora estaban realmente casados.
Ahora estaban realmente unidos.
La alegría inundó su ser. Era tan feliz con este hombre. Esto, esto era lo
que había faltado en su anterior matrimonio, de hecho, en toda su vida.
Un sentido de pertenencia.
Una sensación de paz.
Lo amaba. La comprensión fue un maravilloso resplandor dentro de ella.
Amaba a Raphael.
Demasiado pronto sintió que él se desplazaba. Sintió ese momento
sublimemente triste cuando su carne se separó de la de ella. Él se levantó de
la cama.
Ella se giró para observarlo.
Él estaba quieto, de espaldas a ella.
Iris frunció las cejas. —Raphael, —dijo suavemente, y sintió que se
sonrojaba al oír lo ronca que era su voz—. Vuelve a la cama.
Él se volvió.
Su cara estaba blanca, su cicatriz una serpiente escarlata en su piel. —
No. No, yo... —La miró fijamente como si fuera algo catastrófico.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Como si fuera repugnante.
Iris sintió que se encogía. Muriendo. —¿Raphael?
Él salió de la habitación.

206
Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Quince
Ahora El volvió a fortalecerse rápidamente, sus mejillas se sonrosaron, sus ojos brillaron y su
risa llenó la pequeña cabaña. Se levantó de la cama y fue capaz de hacer todo el trabajo que
podía hacer antes y más.
Y entonces Ann le dijo a su padre y a El que debía volver con el Rey Roca y ser su esposa
durante un año y un día...
—De El Rey Roca

Raphael se encontraba en la habitación contigua a la del duque -un


vestidor- e intentaba abrocharse los pantalones.
Él...
Dios santo.
Había penetrado a Iris. Había acabado en Iris.
Le temblaban las manos y su respiración era agitada. Absurdamente, en
un pequeño rincón de su mente, pensó que sonaba como un oso a punto de
embestir.
¿Qué demonios había hecho?
Podía olerla en él: un perfume floral y el aroma de su vagina, que ahora
le resultaba excitante y querido.
Jadeó como si le hubieran dado un puñetazo en las tripas.
Después de lo ocurrido. Después de que su padre lo arruinara para todos
los seres vivos y lo arrojara a la oscuridad solitaria, había sido un ser sin
sexo durante mucho tiempo.
No se había tocado más que para hacer lo necesario para mantenerse
limpio.
No había mirado a las demás con lujuria.
No había pensado en los cuerpos en absoluto, excepto con la mayor
repugnancia.
De hecho, si hubiera sido de la fe correcta, habría sido un iniciado
ejemplar en el sacerdocio.
Pero entonces, en su decimosexto año, las cosas habían empezado a
cambiar lentamente. Había visto a una chica y sus ojos se detenían en sus
pechos. Ya no ignoraba las erecciones que tenía por la noche y, cada vez
más a menudo, durante el día.

207
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
En los años siguientes alcanzó su máxima estatura.
Había dominado la equitación hasta el punto de que no necesitaba ni
silla ni estribo y podía guiar al animal sólo con sus muslos y talones.
Había aprendido a luchar y una vez, cuando vagaba solo por una zona
desierta de la isla, derribó a un hombre que pretendía robarle.
Había aprendido italiano, corso, latín, griego y francés.
Se había hecho un hombre.
Y a los veintiún años se acostó con la viuda que lavaba la ropa en su
casa. Sus manos eran ásperas, pero era un alma gentil, diez años mayor que
él, y no era una mujer promiscua ni mucho menos. Se reunió con ella tres
veces más y le dio una casita y dinero suficiente para comprar un horno y
empezar a vender pan.
Desde entonces había tenido otras dos mujeres.
Ninguna había sido su amante.
Y no las había penetrado. No había penetrado a ninguna mujer.
Hasta Iris.
Dios. ¿Qué había hecho? Se había prometido a sí mismo que nunca
tendría hijos. Que no continuaría la línea maldita de su padre.
Había renunciado a sí mismo por ella.
Ella había destruido todas sus defensas.
—¿Raphael?
Se puso rígido al oír su voz y se giró.
Ella vaciló en la puerta. Se había desnudado y sólo llevaba una camisola
y una bata, con el pelo suelto sobre los hombros.
Estaba resplandeciente.
Su luz le hizo daño a los ojos y los cerró contra su resplandor. —Vete.
—No.
Su simple palabra lo hizo levantar la vista.
Sus labios temblaron, pero ella se mantuvo valiente y alta en la puerta,
negándose a irse. Negándose a dejarlo en su ruina rota.
—Raphael, —dijo ella—, ¿qué ocurre?
Él la miró fijamente. ¿Podría ella ser realmente tan inconsciente?
—Yo... he cometido un error, —dijo él, tratando de mantener el nivel de
su voz. Tratando de no gritar. No era culpa de ella.

208
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La culpa -la debilidad- era de él.
—¿Qué...? —Ella se lamió los labios—. ¿Qué quieres decir?
Él negó con la cabeza. —Ya sabes lo que quiero decir. Te lo he dicho
innumerables veces.
Oyó su inhalación silenciosa. —No querías un hijo. Sí, me lo dijiste,
pero ¿realmente sería tan terrible si...?
—¡Sí! —Había perdido la batalla para no gritar—. Dios mío, sí. Mi
padre era un monstruo. No puedo arriesgarme a tener un hijo como él. ¿No
ves...?
—Veo que no eres tu padre. —Ella dio un paso hacia él—. Si...
—¿Cómo lo sabes? —Se agarró el pelo. Sentía como si su cordura se le
escapara por los poros—. ¿Cómo diablos puedes saberlo? Tengo su sangre
en mis venas. Tengo sus palabras y acciones en mi cerebro. Me crió para ser
suyo. ¿No ves -no puedes entender- que soy tan monstruo como él?
—¡No! —Ella se precipitó hacia él y le rodeó el cuello con los brazos,
sujetándolo cuando él trató de alejarse.
Él no podía herirla. Ni siquiera ahora.
—No, —dijo ella de nuevo, con la cara a escasos centímetros de la suya.
Él podía ver la tormenta en sus ojos, la desesperación en su rostro—. Tú no
eres él, Raphael. Nunca lo serás.
—No puedo arriesgarme, —dijo él, con la voz baja—. Es demasiado. No
puedo.
Sus brazos se separaron de él y dio un paso atrás, tragando saliva. —¿Y
si es demasiado tarde?
Él negó con la cabeza, dándose la vuelta. —No lo sé.
La miró, tan hermosa con su pelo dorado alrededor. Con su luz
brillando desde su interior.
Nunca la había merecido. Había sido una locura decirse a sí mismo lo
contrario.
Inhaló y lo dijo, cortando lo que pudiera haber sido. —Sólo sé que esto
no puede volver a suceder.
Los labios de ella se separaron y se limitó a mirarlo un momento. Por un
segundo tuvo la extraña esperanza de que ella siguiera discutiendo. Que lo
convencería de lo contrario.
Pero al final ella simplemente lo dejó allí.
Solo, con frío y en la más absoluta oscuridad.

209
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
No pudo soportarlo. Había estado demasiado tiempo bajo su luz.
Raphael salió de golpe del camerino y salió al pasillo. Pasó por delante
de un Ubertino asustado, que montaba guardia fuera del dormitorio ducal,
y siguió caminando.
—¡Su Excelencia!, —llamó el corso detrás de él.
Raphael ignoró el grito y bajó corriendo las escaleras.
Valente e Ivo estaban en la puerta principal. Levantó una mano cuando
Valente se puso de pie y abrió la boca.
Los dos sirvientes se hicieron a un lado mientras él abría la puerta.
Raphael salió a la noche.
Dejando toda la luz detrás de él.

Aquella noche, Dionisio se sentó frente al fuego rugiente, bebiendo un buen


brandy. Levantó su copa y observó el brillo ámbar de la luz del fuego tras
ella.
—Dyemore se está acercando, —dijo el Topo desde una silla cercana—.
Y el atentado contra la vida de su duquesa lo hará estar aún más decidido.
Dionisio lo ignoró. Aparte del finísimo brandy, el Topo le servía de
poco.
Algo que el Topo aparentemente había olvidado.
—¿Enviará a otro asesino?, —preguntó el Topo.
Evidentemente, le preocupaba que él fuera el siguiente asesino elegido.
—Quiero decir, por supuesto que hay que matar a Dyemore, pero no sé si
no sería mejor simplemente presionarlo para que vuelva a Córcega.
Dionisio enarcó las cejas y se volvió lentamente hacia el Topo. —Has
estado hablando con mi hermano.
—No. —Los ojos del Topo se abrieron de par en par con lo que parecía
miedo—. No, no lo haría, milord. Soy leal a usted. Sólo a usted.
—¿Lo eres?, —preguntó Dionisio con auténtico interés.
—¡Sí! —El Topo estaba sudando. Quizás por la proximidad del fuego,
pero más probablemente por la proximidad de Dionisio—. Yo... sólo creo
que ahora que ha difundido los rumores sobre Dyemore, será menos
probable que se quede en Inglaterra. ¿Quién, después de todo, se asociaría
con él? Lo ha aislado admirablemente.
Dionisio asintió. Era la verdad. Entornó los ojos hacia el Topo,
sintiéndose en un estado de ánimo juguetón. —Sí, Dyemore ha perdido los

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
aliados que pudiera tener, pero eso no es suficiente. Hay que destruirlo. —
Dio un sorbo a su brandy, observando al otro hombre por encima del borde
de su copa. El Topo parecía casi enfermo de miedo—. Sólo se puede confiar
en los más leales de mis seguidores para una misión así. ¿Tienes algún
candidato?
—Yo... Es decir... —El Topo sacó un pañuelo del bolsillo de su abrigo y
se secó la frente—. ¿Tal vez el Oso?
Dionisio levantó las cejas.
—O... o incluso el Tejón.
—¿No mi hermano?, —preguntó Dionisio, simplemente para saber qué
diría el Topo.
—¿Confía en su hermano?, —preguntó el Topo, lo cual era bastante
valiente por su parte.
Dionisio sonrió. —No.
El Topo hizo una mueca de dolor, y Dionisio disfrutó viendo cómo se
daba cuenta lentamente.
—Puedo hacerlo, —dijo el Topo, como si fuera su elección—. Mataré a
Dyemore.
—Perfecto. —Dionisio le sonrió y escuchó cómo el Topo ideaba un
plan.
El Topo era un bastardo traidor, decidió. O quizás simplemente un
cobarde. O la cara del Topo había adquirido un aspecto enfermizo.
Sea como fuere, Dionisio ya no lo favorecía. El Topo no era su amigo, ni
su hermano, ni su mascota.
Tendría que ser expulsado.
Dyemore también tendría que ser expulsado. Fuera, fuera, fuera en los
confines del infierno. Fuera de esta vida por completo. Pero primero
Dionisio tendría que robar la salvación de Dyemore y su vida.
Porque si a Dionisio no se le permitía la salvación, entonces a Dyemore
tampoco.
Era justo.

El sol ya había salido cuando Raphael se despertó al día siguiente. Se


estremeció ante la luz del sol que entraba en la habitación; se había ido a
dormir a una de las habitaciones de invitados de su casa, evitando los
aposentos del duque y de la duquesa.
No estaba seguro de poder resistirse de nuevo a Iris.

211
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Se levantó lentamente, con cuidado de su dolor de cabeza. Anoche
había ido a varias tabernas, y aunque no estaba exactamente borracho
cuando regresó a primera hora, tampoco había estado del todo sobrio.
Por un momento Raphael se sentó en un lado de la cama y se sujetó la
cabeza. Ella se había visto tan herida. Como si la hubiera apuñalado en el
corazón y la sangre sólo empezara a brotar de la herida.
Si cualquier otra persona hubiera puesto esa mirada en su rostro, él la
habría matado. Pero había sido él quien había herido a Iris tan
terriblemente.
Él había sido el que empuñaba el cuchillo.
El mero hecho de pensarlo hizo que se le revolviera el estómago.
Dios, ¿qué iba a hacer? No podía vivir con ella, no ahora que obviamente
había demostrado que no podía resistirse a ella. Pero, ¿y si estaba
embarazada?
Suspiró, poniéndose de pie como un anciano, y miró la ropa a sus pies.
Agachándose, recogió su abrigo, y un trozo de papel cayó del bolsillo.
Se paralizó.
No recordaba haber metido nada en el bolsillo el día anterior.
Raphael cogió el papel y lo desdobló. En lo que parecía una escritura
apresurada, decía:
Él no es lo que parece.
Raphael entrecerró los ojos. ¿Quién no era lo que parecía? ¿Dionisio?
¿Cuándo había sido colocada la nota en su bolsillo, y por quién?
Comenzó a lavarse y a vestirse mientras consideraba el asunto.
La taberna en la que había estado bebiendo anoche estaba casi vacía. La
camarera que le servía las bebidas podría haberle metido el papel en el
bolsillo si hubiera sido especialmente hábil, pero eso parecía poco
probable. Y no se había encontrado con nadie caminando hacia o desde la
taberna.
Quedaba el baile.
El problema era que casi cualquiera podría haberle metido una nota en
el bolsillo anoche en el baile. La multitud se había agolpado tanto, y él se
había movido a través de ella varias veces, encontrándose con innumerables
personas.
Entre ellos Andrew, Royce y Leland.
Se había encontrado con Andrew y Royce entre la multitud, pero en ese
momento estaban de frente a él. Por supuesto, cabía la posibilidad de que

212
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
se hubiera cruzado con ellos o con Leland en algún momento de la masa de
invitados y no se hubiera dado cuenta. Si lo hubiera hecho, cualquiera de
los hombres podría haberle pasado la nota durante ese tiempo.
Además, cuando Raphael había entrado inicialmente en el pequeño
estudio para hablar con ellos, tanto Andrew como Royce se habían
colocado detrás de él. No creía que nadie pudiera meterle un papel en el
bolsillo sin que se diera cuenta, pero obviamente alguien lo había hecho en
algún momento...
Y, por último, Leland se había chocado con él al salir de la habitación
para susurrarle la instrucción de que fuera hoy a casa de Leland. Podría
haber deslizado la nota a Raphael en ese momento.
Siempre suponiendo que otra persona totalmente distinta en el baile no
hubiera puesto la nota en su bolsillo.
Raphael soltó un suspiro de frustración.
En cualquier caso, la nota no era en absoluto útil. No mencionaba
ningún nombre. Quienquiera que la hubiera garabateado había tenido prisa
y miedo: la —N— se había tachado dos veces.
Raphael reflexionó sobre este punto mientras se ponía los zapatos.
Si la nota había sido escrita en el estudio, tal vez fuera una advertencia
sobre uno de los otros hombres: no era tan inocente como parecía.
O la nota podría haber sido escrita por el propio Dionisio o por un
agente de éste con el único fin de confundirlo.
La boca de Raphael se torció agriamente al pensar en ello. Si ese era el
caso, la nota estaba funcionando admirablemente.
Independientemente de la nota, estaba dispuesto a aceptar la invitación
de Héctor Leland para hablar. Leland siempre andaba por ahí, siempre al
margen, pero nunca hablaba sin que Andrew y Royce estuvieran cerca. A
solas, Leland podría ser más comunicativo, sobre Dockery y Dionisio.
Él iría a la casa de Leland... pero no sin sus corsos.
Una vez tomada esa decisión, Raphael terminó de vestirse y bajó las
escaleras. No se encontró con Iris ni con Zia Lina, pero eso no era
sorprendente. Probablemente estaban desayunando juntas.
Un hombre más valiente daría los buenos días a las damas.
Pero ya había demostrado su incapacidad para resistirse a Iris.
Lo mejor era mantenerse alejado.
Así que Raphael pidió que le trajeran tres caballos al frente de la casa y
luego buscó a dos de sus hombres.

213
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Quince minutos después, estaba montado y cabalgando hacia la casa de
Leland.
Londres estaba húmedo y lúgubre, lo que coincidía con su estado de
ánimo mientras cabalgaba, con Valente y Bardo detrás en sus propios
caballos. Las calles estaban abarrotadas y el viaje era lento.
Para cuando llegaron a la casa de Leland, situada en un rincón estrecho
de una calle antigua, Raphael tuvo la sensación de haber perdido la
oportunidad de interrogar al hombre.
Una mujer mayor estaba en el escalón de la casa, hablando con un
hombre que, a juzgar por su peluca peinada y el maletín negro que llevaba,
debía de ser un médico. Junto a ellos había una criada que sollozaba y que
aún no podía tener veinte años, y un mayordomo anciano, con la cara
blanca y temblando.
Raphael se bajó. —Esperen aquí, —murmuró a sus hombres, dando a
Valente las riendas de su caballo.
Se acercó al grupo que estaba en la escalera.
—¿Quién es usted?, —preguntó el doctor, mirando por encima de unas
pequeñas gafas colocadas en el extremo de una nariz puntiaguda.
—Soy el Duque de Dyemore, —dijo Raphael con frialdad—, y un amigo
de Héctor Leland.
—Entonces me temo que soy portador de noticias muy tristes, —dijo el
doctor—. El señor Leland tuvo un accidente mientras limpiaba su pistola
de duelo esta mañana.
—Desgraciado, —dijo la anciana. Llevaba una enorme gorra de encaje
atada bajo la barbilla. Su boca era una línea desagradable, sin labios, y sus
ojos se entrecerraban hasta convertirse en rendijas antipáticas—. Y mi
pobre sobrina Sylvia con dos bebés y otro en camino. Qué maldad. Le dije
que no debía casarse con Héctor Leland. Le dije que era un maldito hasta la
médula, y ahora mire lo que ha conseguido. Es una desgracia, eso es lo que
es.
Dos casas más allá, se abrió una puerta y una criada salió a mirar
abiertamente.
—Me gustaría verlo, —dijo Raphael.
—Está muerto, —dijo el médico sin rodeos.
—Sin embargo, insisto.
—No me lo agradecerá. Los disparos hacen un lío terrible.
A su lado, la criada chilló, y la mujer mayor dio un grito y la condujo
bruscamente hacia el interior, con el mayordomo detrás.

214
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
El médico los observó y luego se volvió para mirar a Raphael con
desconfianza.
Lo que vio en la cara de Raphael pareció decidirlo. El médico se encogió
de hombros. —Muy bien. Cárguelo sobre sus hombros. —Le indicó el
camino de vuelta al interior—. Pronto verá por qué no tengo ninguna duda
de la causa de la muerte.
El estudio de Leland estaba en el primer piso, al fondo de la casa, con
vistas a un exiguo jardín.
—La criada lo encontró allí —el médico señaló un escritorio que
sostenía papeles salpicados de sangre— y yo trasladé el cuerpo aquí
después de que me llamaran a la casa.
—Aquí —era una mesa, probablemente traída de otra habitación.
Leland estaba estirado, con el camisón y las medias puestas y con la mitad
de la cabeza afeitada destrozada.
—Muerto, —repitió el doctor—. Se lo dije.
—Mm. —Dyemore miró el cuerpo—.¿Está seguro de que se lo hizo él
mismo?
Las tupidas cejas grises del doctor subieron por su frente.
—Desplomado en su escritorio, con la pistola en la mano, con un
disparo en el costado de la cabeza. Todas las puertas de la casa se cerraron
con llave y no hubo ningún grito en la noche. Nada en absoluto, de hecho,
hasta esta mañana temprano, cuando la criada vino a limpiar la rejilla.
Una carta sobre el escritorio llamó la atención de Raphael. El contenido
no era interesante -parecía estar dirigida al suegro de Leland pidiendo más
dinero-, pero la letra sí lo era.
Todas las N de la carta habían sido tachadas dos veces.
A su lado, el médico continuaba con su monólogo. —No cree que su
señora esposa haría algo así, ¿verdad? Es increíble. La única razón por la que
decimos 'limpiar su pistola de duelo' es para salvar su sensibilidad. Debería
saberlo, hombre.
Raphael echó un vistazo a la ventana y se acercó a ella para mirar hacia
abajo.
Los ladrillos de la casa estaban colocados con hendiduras ornamentales
regulares que comenzaban a unos dos metros del suelo. Un hombre ágil
podría trepar fácilmente si tuviera una escalera para empezar.
Volvió a la habitación y se acercó al cuerpo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Un asunto desagradable, —dijo el doctor, casi sonando alegre—.
Será una ardua tarea limpiar las vísceras de la pared. —Señaló una
salpicadura en la pared justo detrás del escritorio.
—Mm, —murmuró Raphael y se inclinó sobre lo que quedaba de
Leland. Había un trozo de papel que sobresalía de la manga derecha del
hombre.
Lo arrancó.
—¿Qué tiene ahí? —El médico estaba junto a su codo, mirando el papel.
En él había un delfín, dibujado burdamente, pero bastante reconocible.
El médico resopló. —Un pez. ¿Por qué iba a dibujar eso?
Raphael lo ignoró y le dio la vuelta al papel.
Y entonces su corazón se detuvo.
Un iris estaba dibujado en el otro lado. El doctor murmuraba sobre
flores y peces y otras tonterías, pero Raphael no escuchó nada de eso.
Había una X oscura sobre el iris, dibujada con tal veneno que el lápiz había
marcado el papel. Junto al iris tachado había un racimo de uvas.
Dionisio era el dios del vino, las uvas y el desenfreno.
Leland no había dibujado esto. Dionisio lo había hecho y el mensaje era
claro: Iris estaba en peligro. Dionisio había amenazado a su esposa.
Fue como si lo hubieran golpeado en la cabeza. Había un zumbido en
sus oídos y su visión estaba bañada en rojo. ¿Cómo pudo dejarse cautivar
por Iris hasta el punto de ralentizar la persecución de los Lores del Caos y
de Dionisio? Uno de ellos casi la había asesinado anoche y ¿qué había hecho
él?
La había llevado a su casa y se había perdido en joderla.
Ella era una distracción. Una sirena, cantando sólo para él. No tenía
defensas contra ella, y mientras ella cantaba su canción tan cerca de él su
atención siempre se desviaba. La próxima vez que cayera rendido ante ella,
la próxima vez que se apartara de su misión, el asesino que enviara Dionisio
podría no ser tan incompetente.
Ella podría morir.
Tenía que volver con ella.
Raphael se volvió hacia el doctor. —Gracias.
El doctor seguía comentando detrás de él sobre los aristócratas tontos
cuando se fue, pero Raphael no tuvo tiempo de responder.
Dionisio ya había matado a Leland.

216
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Su vista estaba puesta en Iris ahora.
Raphael tenía que enviar a Iris lejos, para mantenerla a salvo y para
salvar su propia cordura.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Dieciséis
—No vayas, —dijo el cantero a Ann—. El Rey Roca es un espíritu maligno. Una vez que estés
en sus garras, nunca te dejará libre.
—A mí no me pareció más que un hombre, —dijo Ann. —¡Oh, quédate!— gritó El—. ¿Cómo es
justo que me salves y luego tengas que entregar tu vida?
—Sólo es un año y un día, —respondió Ann—. Además, se lo prometí.
Y partió hacia el páramo, con un pequeño saco de ropa a la espalda y el guijarro rosa de su madre
en el puño...
—De El Rey Roca

Chartres House tenía un jardín precioso, incluso cuando aún no estaba


en flor.
Iris estaba en el camino de grava con Donna Pieri. Era de madrugada y
no había visto a Raphael desde su discusión de la noche anterior. No le
había contado a Donna Pieri sobre la pelea, pero tenía la sensación, por la
forma en que la mujer mayor la estudiaba con aire de compasión, de que
Donna Pieri sospechaba de una.
Iris suspiró y miró a Tansy. El cachorro estaba sentado en medio del
camino y lloraba lastimosamente, negándose a dar un paso más.
Donna Pieri ladeó la cabeza como si examinara un insecto que no
hubiera visto nunca. —¿Y dices que Raphael te consiguió este perro él
mismo?
La mujer mayor tuvo que hablar en voz bastante alta porque los
gemidos de Tansy habían subido de volumen.
Iris negó con la cabeza y cedió a los ruegos de la perra, agachándose y
recogiéndola.
Tansy se retorció frenéticamente, lamiendo la cara de Iris en señal de
agradecimiento, como si el cachorro hubiera sido salvado de las peligrosas
olas.
—Sí, creo que sí, —respondió Iris mientras continuaban su paseo.
Frunció el ceño hacia Tansy, que se había acomodado, arropada por su
codo, y ahora disfrutaba de la vista—. No lo dijo, pero me la presentó en
una cesta.
—Increíble, —murmuró Donna Pieri.
Tansy bostezó, sacudiendo la cabecita con el esfuerzo.

218
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Donna Pieri sonrió, con los ojos arrugados tras sus gafas doradas. —Es
una perrita muy bonita.
—Sí, lo es, —dijo Iris, y acarició la sedosa cabeza de Tansy.
Tansy le lamió la mano. Por alguna razón, el afecto del cachorro hizo
que le temblaran los labios. No estaba segura, después de la noche anterior,
de poder arreglar lo que había entre ella y Raphael. Si alguna vez la
aceptaría -aceptaría su matrimonio- y los dejaría vivir juntos como debían.
Como marido y mujer.
Su cara de la noche anterior había sido tan horrorosa. Había estado tan
enfadado y frío. Y había sido cruel, justo cuando ella creía que habían
superado sus problemas, justo cuando creía que por fin se habían
convertido en uno, que todo se hiciera añicos por el miedo de él.
Si él nunca cedía, ¿podría ella vivir así?
No estaba segura. Parpadeó, mirando su anillo de rubí mientras sostenía
a Tansy. De alguna manera, la visión del anillo hizo que se le nublaran los
ojos.
La puerta de la casa se cerró de golpe.
Las dos mujeres se giraron.
Raphael avanzaba a grandes zancadas por el camino de grava. —
Entren.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Iris con cautela.
—Entren.
Se sobresaltó al oír su tono y ya se apresuraba a recorrer el camino con
Donna Pieri a su lado. Raphael estaba tenso, su rostro era pétreo, y a ella le
costaba encontrar sus ojos.
No podía ver ninguna similitud entre este hombre y el que le había
hecho el amor tan dulcemente la noche anterior.
Los condujo al interior de Chartres House y a una pequeña sala de estar
en la parte de atrás, indicándoles a ella y a Donna Pieri que se sentaran en
un rincón alejado de las ventanas.
Raphael esperó a que se sentaran antes de decir: —Voy a enviarlas a las
dos lejos.
—¿Qué? —Iris se levantó y dio un paso hacia él. No podía hacer esto—.
¿Qué estás diciendo?
La miró fríamente, sin ninguna emoción en su rostro. ¿La estaba
castigando? —Héctor Leland está muerto. Le dispararon esta mañana,
supuestamente un suicidio, pero creo que es Dionisio.

219
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—Dios mío, —susurró ella, horrorizada. Tansy seguía en sus brazos,
dormida ahora, y acarició las suaves orejas del cachorro. Había conocido al
señor Leland. Era un miembro de los Lores del Caos, cierto, pero había sido
una persona.
—¿Cómo nos afecta eso? —preguntó Donna Pieri.
Raphael la miró. —Anoche, y de nuevo esta mañana, se profirieron
amenazas contra ti y mi esposa. Debería haberlas enviado lejos a ambas de
inmediato, pero estaba... distraído. No podemos esperar ni un minuto más.
Iris aspiró su aliento al ser llamada una distracción. ¿Era así como él la
veía realmente a ella, a ellos? ¿Como algo que se interponía en las cosas más
importantes de su vida?
Donna Pieri asintió. —Iré a empacar, entonces.
Iris la vio salir y luego se volvió hacia Raphael. —No te voy a dejar.
Sus ojos eran tan fríos que ella pensó que debía haber imaginado su
descongelación. —Lo harás. Tanto tú como Zia Lina. Estoy tratando de
mantenerlas a salvo.
—¿Es realmente tan grande el peligro?, —preguntó ella.
—Le volaron la cabeza a Leland, —dijo Raphael sin un rastro de
emoción—. Sí, el peligro es grande.
Ella aspiró un poco ante sus contundentes palabras, y de repente se
encontró en aquella oscura fiesta, con las antorchas parpadeando a su
alrededor mientras esperaba morir.
Realmente no quería morir.
Iris sacudió la cabeza y miró a su marido.
Sus ojos se entrecerraron, y con su cicatriz parecía el mismísimo diablo.
¿Cómo podía querer estar con el diablo?
Pero él no lo era. No lo era en absoluto.
—Nada me impedirá garantizar tu seguridad, —dijo—. Ni siquiera tú.
—¿Pero cómo puedes mantenerme a salvo lejos de ti?, —preguntó ella, y
se molestó cuando sintió la punzada de las lágrimas en sus ojos. No podía
perder la compostura ahora. Tenía que permanecer tan fría como él para
poder luchar contra esto.
Él cerró los ojos como si ella le doliese. —Dionisio me persigue. Se
quedará en Londres si yo estoy aquí. Por lo tanto, tú y Zia Lina deben irse.
Ella sintió que sus labios temblaban. —Si Dionisio pudo enviar a un
asesino a matarte en el camino, ¿qué le impide hacerlo de nuevo? Deja que
me quede.

220
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
—No. —Ya estaba sacudiendo la cabeza. ¿Había escuchado siquiera lo
que ella había dicho? — Enviaré a mis corsos contigo y con Zia Lina.
Estarán bien vigiladas.
Ella estaba desesperada. Anoche había sentido un cambio en su
matrimonio. Se habían acercado más antes de que él dejara su cama. Ella no
lo había imaginado.
Sólo necesitaba tiempo para hacerle ver la felicidad que ella veía que
podía haber en su matrimonio.
Pero si él la alejaba ahora, ella temía que todo lo que había logrado hasta
ahora se destruyera.
—Raphael, —dijo suavemente, acercándose a él—. Por favor. Por favor,
no me envíes lejos.
Pero él se apartó de ella como si no pudiera soportar su contacto. Como
si no pudiera ni siquiera mirarla. —No me lo ruegues. No puedo soportarlo.
No puedo soportarte. Derribas mis muros, me quitas la razón y el propósito.
Iris, tienes que irte. No puedo hacer lo que debo hacer contigo aquí. —
Extendió la mano a su lado, con los dedos extendidos como si quisiera
apartarla—. He tomado una decisión. No tenemos tiempo que perder así.
Ella caminó alrededor de él -caminó alrededor de esa maldita mano-
para que él se viera obligado a enfrentarla.
Ahora había lágrimas en sus mejillas, es cierto. Estaba humillada.
Devastada. Pero al menos tenía que intentarlo.
¿Y qué importaba su orgullo ahora?
Lo miró a él, a su esposo. A sus inquietantes ojos de cristal, a su pelo
negro como el de un cuervo, a la cicatriz que se había tallado en la cara. Por
miedo, pero por valentía. Lo miró todo y lo supo. —Te amo.
Él cerró los ojos, dejándola fuera. —Anoche cometí un error.
—No digas eso. —Ella se sintió como si le hubieran dado un golpe en el
pecho. No podía inhalar—. Por favor, no digas eso.
Él abrió los ojos, grises y claros, sin ninguna emoción. Su mirada era la
de un hombre muerto. —Pero fue un error. Mi error. Lo hecho, hecho está.
Con suerte no habrá consecuencias, pero sería un tonto si siguiera
cortejando el desastre.
Extendió la mano, suplicando. —Raphael...
—No.
Ella sollozó con rabia, sin importarle su cara mojada. —No soy un
desastre. Nuestro hijo no sería un desastre. Al contrario, si tengo la suerte de

221
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
estar embarazada me alegraré. Será una bendición. ¿Me oyes, Raphael? Una
bendición.
Él se estremeció ante sus palabras. —No para mí. Nunca para mí.
Bien podría haberla golpeado. Ella se sintió como si estuviera herida.
Como si goteara sangre en el suelo.
Levantó la barbilla. —Si me echas ahora, nunca te perdonaré.
Él inclinó la cabeza. —Que así sea.
Iris se dio la vuelta y salió de la habitación sin decir nada más,
apretando a Tansy contra su cara.
Media hora más tarde, bajó la escalinata hasta un carruaje conducido
por Ubertino. Otros cinco corsos iban en el carruaje, bien en la parte de
atrás o al lado de Ubertino en el pescante. Todos iban armados.
Raphael no aparecía por ninguna parte.
Bardo la ayudó a entrar y luego cerró la puerta de golpe, quedándose
atrás para hacer señas al carruaje.
Donna Pieri se sentó frente a ella.
La mujer mayor la miró mientras el carruaje se alejaba. —Él está
preocupado.
Iris negó con la cabeza. No podía hablar. Si lo hacía, podría romper a
llorar.
Tansy estaba en su cesta en el asiento de al lado, dormida bajo una
manta.
Iris miró por la ventana con ojos doloridos y se preguntó si alguna vez
podrían resolver esta ruptura. O si esto era el fin de todo.
¿Lo oiría ella alguna vez reír con sincera alegría?
Habían pasado dos horas y habían salido de Londres cuando oyó el
estruendo.
El carruaje se sacudió y se balanceó y luego se detuvo con una sacudida.
Donna Pieri cayó al suelo, al igual que la cesta de Tansy.
Los disparos estallaron en el exterior, como fuegos artificiales en el
cielo, pero no era una ocasión feliz. Los disparos fueron rápidos y muy
seguidos. Ni siquiera pudo contarlos.
Un hombre gritó en corso y luego se detuvo a media palabra.
Iris se tiró al suelo y abrió el asiento, buscando la pistola. Seguro que la
habían cambiado. Sus dedos escarbadores encontraron el metal y sacó la
pistola. Comprobó si estaba cargada.

222
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
No lo estaba.
Un pequeño agujero explotó cerca de la ventana de su lado del carruaje.
—Quédate abajo, —le dijo a Donna Pieri.
La otra mujer asintió con calma.
Iris volvió a sumergirse en el compartimento del asiento y encontró una
bolsa con las balas y la pólvora. En teoría, sabía cómo cargar una pistola,
pero hacía tiempo que no lo veía hacer.
Los disparos se detuvieron.
Iris echó la pólvora en la pistola, con las manos temblorosas, y la
pólvora se derramó por el suelo del carruaje.
Alguien tiró de la puerta.
La bala ya estaba envuelta en relleno. La introdujo en el cañón.
Un hombre con una máscara -una máscara terrible, la máscara de un
joven con uvas en el pelo- subió al carruaje.
Ella le apuntó con la pistola, directamente armada, desde su posición,
arrodillada en el suelo.
Él se rió y siguió avanzando hacia ella.
Apretó el gatillo, pero por supuesto no pasó nada.
No había tenido tiempo de echar la pólvora en la bandeja de carga.
Dionisio se rió y tiró bruscamente de Iris para ponerla en pie. La
arrastró, tambaleándose, fuera del carruaje. Iris sólo tuvo tiempo de
vislumbrar el rostro blanco de Donna Pieri y luego la puerta se cerró de
golpe tras ellas.
Fuera había al menos una docena de hombres rodeando el carruaje. Iris
pudo ver que algunos de los corsos seguían de pie, pero muchos estaban en
el suelo, inmóviles. No pudo saber quiénes habían caído -quienes seguían
vivos y quiénes estaban muertos- antes de que Dionisio la empujara a otro
carruaje.
Iris cayó, con las palmas de las manos rozando el suelo del carruaje.
—Ya saben lo que tienen que hacer—, oyó decir al Dionisio detrás de
ella, y a Iris se le heló la sangre. ¿Acaba de ordenar la muerte de Zia Lina y
de los restantes corsos?
Antes de que ella pudiera hacer algo más que ponerse de rodillas, él
había subido al carruaje y se había sentado.
—Ahora bien, Su Excelencia, —dijo con voz suave—. Vamos a tener
una agradable charla.

223
Duque del Deseo | Maiden Lane #12

A última hora de la tarde, Raphael estaba de pie en la ventana de su


estudio, mirando hacia el fondo de su jardín. Podía ver pequeñas flores
azules floreciendo a lo largo de los caminos de grava, pero por su vida no
podía recordar cuál era su nombre.
De alguna manera, sabía que Iris sería capaz de nombrar las pequeñas
flores azules.
Dejó de lado ese pensamiento. Había vivido más de treinta años sin Iris
en su vida y nunca había sentido la falta. Sin embargo, ahora ella sólo se
había ido por unas horas y él miraba por la ventana, suspirando por ella.
Podía apartarla de su mente.
Debía apartarla de su mente.
Pero seguía viendo su cara llena de lágrimas. La oyó suplicarle. La
recordaba diciendo: —Te amo.
Cerró los ojos.
Ella lo perseguía.
Era como si ella estuviera ahora en su sangre, una parte de él tan segura
como las venas que corrían bajo su piel, los pulmones que le permitían
respirar aire. Ella se había impregnado en él hasta que no podía separarla de
sí mismo más que arrancar el corazón de su cuerpo.
Ella era esencial para su vida.
Abrió los ojos y se volvió hacia su estudio, intentando distraerse de su
dolor.
Era una habitación extraña. Su abuelo había tenido a bien decorarla con
murales de los muertos clasificados en el Hades. Los demonios danzaban
en una pared, conduciendo a las almas encogidas, mientras que en otra las
almas estaban desnudas y eran azotadas por monstruosidades con pezuñas.
Ninguno parecía haber encontrado la paz en la muerte.
Quizás la lección le hablaba especialmente hoy porque se encontraba en
un punto muerto en su misión.
Había acudido a la casa de Lord Royce para encontrarse con que tanto
él como su hermano se habían ido y no se esperaba que volvieran en un
tiempo.
Su mayordomo le había informado de que no le habían dicho a dónde
iban.
Lo que dejaba a Raphael con ¿qué? ¿Leland? Supuso que podría volver a
la casa del muerto y pedir permiso para investigar los papeles del hombre.

224
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Tal vez Leland había sido lo suficientemente estúpido como para dejar
evidencia de Dionisio.
O tal vez era hora de que encontrara otra forma de descubrir quién era
Dionisio. Si él...
—Su Excelencia.
Raphael se volvió al oír la voz de Murdock.
El rostro del mayordomo estaba blanco. —Debe venir de inmediato, Su
Excelencia.
Raphael se dirigió a la puerta, con una inminente sensación de desastre
en su pecho. El mayordomo lo condujo hasta la escalinata. Su carruaje
estaba allí. El carruaje en el que había enviado a Iris y a Zia Lina esa
mañana.
Sólo había un hombre en el pescante. Valente estaba inclinado hacia un
lado, con el brazo evidentemente herido. A su lado estaba sentada Zia Lina,
rígida y erguida.
Giró la cabeza lentamente para mirarle, con los ojos brillando de
tragedia. —Raphael.
Había agujeros de bala en la puerta del carruaje.
Raphael oyó un grito, y luego estaba tirando de la puerta del carruaje.
Dentro...
Dios mío.
Los corsos que había enviado con su familia para protegerlos yacían en
el suelo del carruaje. El desgarbado Ivo, con sus largas piernas extendidas.
Luigi con los ojos abiertos, con cara de sorpresa. Andrea, que tenía la mayor
parte de la cabeza volada. Otros cuyos rostros no podía ver.
Estaban muertos. Todos estaban muertos.
Con la mirada perdida, vio que sus hombres habían luchado bien. Sus
cuerpos tenían heridas terribles. Habían muerto con valentía.
Y en la cima de la pila...
Ubertino yacía en la cima de la pila. Un ojo había sido borrado por una
bala, pero el otro miraba, azul y en blanco, hacia el techo del carruaje.
Raphael no podía respirar, sus pulmones se habían detenido.
Lentamente subió al carruaje y alcanzó el cuerpo de su más viejo amigo.
Cerró el ojo de Ubertino y puso su mano en la mejilla ya fría del corso.
Luego se puso de pie y bajó de aquella carnicería.
Se dirigió a la parte delantera del carruaje y tendió los brazos a Zia Lina.

225
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
La levantó -era tan ligera como un niño- y la llevó a la casa.
—¿Dónde está Iris?, —preguntó mientras subía los escalones de la
entrada. Su voz era firme, su porte tranquilo, pero su pecho estaba helado.
—Él la tiene, —dijo Zia Lina con voz ronca—. Me ha enviado un
mensaje: Reúnete con él al anochecer, en las ruinas de la iglesia de Saint
Stephen, en las afueras de Londres. Allí discutirá el asunto contigo.
Él asintió, llevándola a la casa.
—Es una trampa, —dijo su tía con tristeza, con la voz casi rota. ¿Había
gritado cuando se llevaron a Iris? ¿Le habían hecho daño a su pequeña y
valiente tía?— No debes ir, hijo mío. El diablo sabe lo que sientes por tu
esposa. Intenta usar tus sentimientos en tu contra. Pero ella ya está muerta.
Se detuvo y miró a Zia Lina, sintiendo los primeros brotes de una
terrible rabia. —¿Has visto morir a mi mujer con tus propios ojos?
—No, —dijo ella.
—Entonces hay esperanza. —Siguió caminando—. Mientras haya
esperanza, lucharé.
—Ese hombre está loco, —dijo ella, sonando desesperada—. La matará
y luego te matará a ti. Tenía muchos hombres. Más incluso que tus corsos.
Tú eres un solo hombre, Raphael. No puedes ganar contra él.
Abrió con el hombro la puerta de su habitación. Si Iris moría, él también
lo haría.
Ella estaba en su sangre. Una parte de sus huesos.
Pero se limitó a decir: —Tienes razón.

Iris se sentó muy quieta en el extraño carruaje y observó cómo el loco de


enfrente sostenía a Tansy. Sus hombres habían encontrado a la cachorra en
su carruaje y Dionisio se había reído y había exigido que se la llevaran.
Ahora Tansy se retorcía y lamía su mano, y él jugaba con ella como si
fuera un hombre normal.
Pero ella había visto a este hombre, quienquiera que fuera, despedir a
Donna Pieri en su carruaje lleno de los cuerpos de los corsos de Raphael.
Tansy mordió los dedos de Dionisio e Iris se tensó.
Pero el loco sólo rió suavemente.
Ubertino había estado entre los muertos.

226
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Iris bajó la mirada, pues no quería que él viera las lágrimas que de
repente brotaban de sus ojos. No quería mostrar debilidad ante esa
criatura.
—Es una cosita encantadora, ¿verdad?, —dijo Dionisio.
Iris lo miró.
Había levantado a Tansy frente a su rostro enmascarado y ella intentaba
manotear la superficie pintada. —Oh no, querida, o papá tendrá que
golpearte. Al menos eso es lo que me hizo el mío. Aunque nunca supe por
qué.
Iris se aclaró la garganta. —Lo siento. Eso... eso suena horrible.
Dionisio bajó el cachorro a su regazo y dijo como si no la hubiera
escuchado: —Los padres son tan caprichosos, ¿no cree? Por eso uno debería
mantenerse siempre alejado de ellos.
Sus dedos apretaron el cuello de Tansy.
Iris jadeó, reprimiendo el impulso de arrebatarle el cachorro. —Lo está
molestando. ¿Por qué no me la da?
El cachorro gimió y trató de zafarse de su agarre. Él no pareció darse
cuenta. —Intenté decírselo a Dyemore -y en realidad, él más que nadie
debería haberlo sabido, ya que su padre era Dionisio-, pero no quiso
escuchar. —Inclinó la cabeza hacia Tansy y susurró—. Nadie escuchó.
Iris lo miró fijamente. Él más que nadie... Casi sonaba como si Dionisio
supiera lo que le había pasado a Raphael. Pero cómo podía saberlo a menos
que...
—Estoy escuchando, —dijo ella con cuidado—. ¿De qué estaba
tratando de advertir a Raphael?
Dionisio negó con la cabeza. —Él fue mimado y mantenido en la
ignorancia. Yo no lo fui. ¿Cómo podría serlo? Me llevaron a mi primera
fiesta cuando tenía ocho años.
—Eso es... eso es horrible, —dijo Iris, aunque ni siquiera estaba segura
de que el hombre le estuviera hablando a ella—. Un niño nunca debería
tener que soportar eso, ¿no cree?
—Haré que Dyemore escuche cuando venga por usted.
Tansy dio un agudo aullido.
Iris vio que Dionisio le había apretado el cuello contra su pierna de
modo que no podía mover la cabeza en absoluto. Empujaba frenéticamente
sus patas contra la mano de él, intentando zafarse, pero por supuesto no
tenía fuerzas.

227
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Un giro y él podría romperle el cuello.
Iris sabía que no debía, pero no podía evitarlo. —Por favor, no le haga
daño.

228
Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Diecisiete
Cuando Ann llegó a la torre de roca, ésta parecía desierta, así que volvió a llamar a la puerta.
El Rey Roca respondió, y cuando la vio parpadeó.
Ella levantó las cejas. —Parece sorprendido de verme.
—Lo estoy, —respondió él—. En setecientos años, setenta doncellas han prometido ser mi
esposa durante un año y un día. Ninguna, excepto tú, ha vuelto a cumplir su tiempo...
—De El Rey Roca

La casa de la ciudad era magnífica. Lo suficientemente grande incluso


para el hijo de un rey.
Raphael subió corriendo los escalones de la entrada con todos los
corsos que le quedaban -más de una docena en total- y golpeó la puerta.
La abrió un regio mayordomo, con peluca blanca y nariz roja. —¿Dónde
está su amo? —preguntó Raphael antes de que el hombre pudiera hablar.
El hombre se quedó con la boca abierta.
—Lléveme a él ahora, —espetó Raphael antes de que el idiota pudiera
iniciar alguna protesta.
El mayordomo se dio la vuelta y lo condujo a él y a sus hombres al
interior de la casa.
Subieron las escaleras, atravesaron los pasillos, hasta llegar a la
biblioteca.
Kyle estaba allí con tres de sus hombres.
Se levantó, con expresión recelosa, al ver a Raphael y sus corsos en sus
dominios. Sus hombres se extendieron a su alrededor. —¿Qué es esto?
—Te necesito, —dijo Raphael—. A ti y a tus hombres. Tomen sus
armas y síganme.
Kyle no se movió. —No acepto órdenes de ti.
Raphael recordó por qué le disgustaba tanto el Duque de Kyle.
—Maldito seas. —Raphael apretó los dientes—. Por favor. Él se ha
llevado a Iris. Necesito que me ayudes a recuperarla con vida.

Ya era tarde y el carruaje estaba oscureciendo. Iris estaba acurrucada en un


rincón con Tansy a salvo en sus brazos. El loco se había cansado de la
pequeña cachorra después de un tiempo y simplemente la había dejado ir.

229
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ahora el carruaje estaba detenido, Dionisio sentado frente a ella sin
hacer nada.
En el exterior, Iris sólo podía distinguir un grupo de árboles y el arco de
una iglesia. El resto del edificio se había caído o había sido canibalizado por
la piedra.
No habían viajado mucho, así que no podían haber ido mucho más allá
de Londres.
Iris se preguntó si Donna Pieri había llegado a casa sana y salva. Había
visto a Valente conduciendo el carruaje con Donna Pieri en el pescante a su
lado. Valente parecía estar malherido en el hombro. ¿Sería lo
suficientemente fuerte como para controlar los caballos hasta que pudiera
conseguir ayuda?
¿Y si se desmayaba y los caballos se desbocaban?
Suspiró y volvió a examinar el carruaje. No vio ningún arma. Si la
dejaban sola, podría revisar los asientos para ver si escondían una pistola,
como el carruaje de Raphael.
Sin embargo, parecía poco probable.
—¿Ha reflexionado alguna vez sobre la naturaleza del destino?, —llegó
la voz de Dionisio en la oscuridad.
Llevaba una pistola suelta en el regazo, que le había entregado antes
uno de sus hombres.
Iris la miró, preguntándose si podría tomar el arma antes de que él le
disparara.
—No, no lo he hecho, —contestó tajantemente, aunque ya sabía que el
hombre no necesitaba ningún compañero para sus soliloquios.
—Por ejemplo, —continuó él, demostrando que su pensamiento era
correcto—, si yo no la hubiera hecho secuestrar y traer a mis fiestas, ahora
usted no sería la duquesa de Dyemore. Debería agradecérmelo.
—Me perdonará si no lo hago, —murmuró Iris.
Por Dios, el hombre estaba loco.
—Por supuesto que también seré el agente de su muerte, —continuó—.
Pero eso es un asunto completamente distinto y separado.
Cerró los ojos y permaneció en silencio durante varios minutos, y ella
empezó a pensar que se había dormido. Si él aflojaba el agarre de la
pistola...
Entonces él volvió a hablar, frustrando sus esperanzas. —Pero hay
asuntos más profundos en el destino que usted. A veces pienso en lo que

230
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
sería si no hubiera tenido el padre que tuve. Podría haber sido un hombre
completamente normal. Podría haberle gustado, Su Excelencia. Imagínese.
Iris se estremeció. —Lo dudo sinceramente.
No podía imaginarse en ningún mundo gustando de este hombre.
—Oh, vamos, Su Gracia, —dijo él—. No soy tan diferente de su esposo,
después de todo. Nuestros padres amaban las fiestas. Nuestros dos padres
nos querían. La única diferencia es que él escapó y yo no. ¿Debo ser culpado
por esto? No era más que un niño. ¿Debería el perro, después de haber sido
golpeado todos los días de su vida, cuando finalmente se vuelve y ataca a su
amo, arrancándole la garganta, dándose un festín con su sangre, engullendo
sus entrañas, debería ese perro ser culpado por su locura? El perro comenzó
siendo una criatura inocente.
Iris tragó, sintiéndose enferma por sus palabras. Si él decía la verdad y
ella lo entendía correctamente, entonces había sido abusado como Raphael,
sólo que Dionisio nunca había sido rescatado por una tía amorosa. Lo
habían dejado sufrir y éste era el resultado.
—Así que ve por qué tengo este interés en el destino. —La voz de
Dionisio interrumpió sus pensamientos—. Si hubiera tenido una educación
normal, o incluso despreocupada, tal vez este sería un viaje en carruaje
totalmente diferente. Tal vez sería usted mi querida novia en lugar de la de
Dyemore. ¿No sería extraño?
Iris sintió que su respiración se ralentizaba como la de un pequeño
animal en presencia de un depredador. No le gustaba la dirección que
tomaban sus pensamientos.
—Pero ya estoy casada, —dijo con firmeza—. Más bien me pregunto
por usted. ¿Tiene una esposa? ¿Una prometida? ¿Alguien a quien ama?
—¿Cree que a su esposo le importaría mucho que fingiéramos, usted y
yo, que estamos casados?, —preguntó burlonamente Dionisio, ignorando
por completo sus preguntas. Era como si ella fuera muda.
Iris recordó aquella conversación que había tenido con Raphael -parecía
que hacía tanto tiempo- sobre la violación y la elección de vivir o no. Ella
había insistido tan alegremente en que la vida era siempre la mejor opción.
Que nunca había razón para desesperarse.
Para rendirse y quitarse la vida.
Ahora, sin embargo, enfrentándose a un hombre loco, sin saber si
Raphael sabía siquiera que ella estaba en peligro, sin saber si podría llegar a
ella antes de que la violaran y la mataran...
Bueno.

231
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Las cosas parecían bastante sombrías.
Pero ella levantó la barbilla desafiantemente. Todavía creía que había
esperanza mientras uno viviera. No importaba lo que pudiera pasar.
No importaba lo que este loco pudiera hacerle.
Miró al Dionisio con frialdad y dijo: —Usted no es ni la décima parte
del hombre que es Raphael. Nunca podría esperar reemplazarlo.

Raphael apeó a la yegua con los muslos mientras galopaba, con el cuello
tenso y salpicado de sudor. El galope era temerario en el camino de
carruajes. Podían encontrarse con un peatón o un rebaño de ovejas en
cualquier momento. Pero se había impacientado a medida que atravesaban
Londres. En la ciudad sólo habían podido trotar y a veces galopar,
preguntándose todo el tiempo si llegarían a tiempo.
Si él llegaría a tiempo.
En el momento en que llegaron a los caminos del campo, Raphael había
puesto su caballo al galope.
A su lado, Kyle montaba un gran caballo castrado alazán, y detrás de
ellos estaban sus hombres -sus corsos, el trío de antiguos soldados de Kyle,
y más de una docena de soldados -los hombres del Rey- reunidos
apresuradamente por Kyle. Cómo había sido capaz de convocar a los
hombres del Rey con tan poco tiempo de antelación, Raphael no estaba del
todo seguro. Pero esa habilidad era, por supuesto, la razón por la que había
buscado la ayuda de Kyle en primer lugar.
El sol empezaba a ponerse, el cielo se volvía de un naranja ardiente
mientras caía la noche.
Todo lo que podía ver era la cara de Iris. Sus ojos azules, grises y
tormentosos. Dolida. Porque la había enviado lejos. Ni siquiera se había
despedido.
Si ella muriera...
Él no consideraría la idea.
Agarró las riendas con tanta fuerza que le cortaron las palmas incluso a
través de los guantes de cuero que llevaba.
Ella estaba viva. Mientras estuviera viva, pasara lo que pasara, no estaba
todo perdido.
La encontraría y la salvaría. Se disculparía. Se arrodillaría si eso hiciera
que todo volviera a estar bien. Pasaría el resto de su vida haciendo cualquier
cosa para hacerla feliz.

232
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Incluso si eso significaba dejarla ir si ese era su deseo.
Ella sólo necesitaba vivir.
Porque un mundo sin Iris era un mundo sin luz.

233
Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Dieciocho
Así que Ann se convirtió en la esposa del Rey Roca, aunque no había mucho que hacer al
respecto. La olla estaba siempre llena de guiso, así que no necesitaba cocinar. No había gallinas
que alimentar ni vacas que ordeñar ni lana que hilar. Por la noche, el Rey Roca tumbaba su tosca
cama y dejaba que Ann se metiera primero. Luego apagaba la vela y ella escuchaba cómo se
desnudaba y entraba en la cama junto a ella.
Sus brazos eran fuertes y cálidos...
—De El Rey Roca

Iris tropezó mientras caminaba detrás de Dionisio en las ruinas de la


iglesia, con una Tansy dormida acunada en sus brazos. El sol se había
puesto hacía sólo unos minutos y la oscuridad había descendido, rápida y
ominosa.
Más de dos docenas de hombres de aspecto rudo los rodeaban, los
matones contratados por Dionisio. Dos de los hombres llevaban un gran
cofre entre ellos.
Sus muñecas estaban atadas delante de ella y temía por su vida. No
podía dejar de pensar que estaba de vuelta en la pesadilla que había
comenzado todo esto: el jolgorio de los Lores del Caos con su Dionisio
presidiendo todo.
Salvo por el hecho de que hoy no formaba parte de un jolgorio. Hoy
Dionisio pretendía matar a su esposo y luego a ella.
Ella lo sabía porque él se lo había explicado con mucho gusto antes de
que salieran del carruaje. Si Dionisio había estado alguna vez cuerdo, hacía
tiempo que había perdido la batalla por mantener la cordura.
—Ahora aquí nos encontraremos con su esposo y aquí depositaremos
sus huesos, —dijo Dionisio, deteniéndose junto al arco de la iglesia en
ruinas. Los dos hombres con el cofre lo depositaron con un golpe—. Un
lugar apropiado para el último de los Dyemores, creo, en las ruinas de esta
iglesia olvidada. —Se volvió hacia ella y ladeó la cabeza—. ¿Le gustaría ser
enterrada junto a su esposo?
Sus dedos temblaban en la piel de Tansy, pero recordaba que, días atrás,
había jurado no dejar que ese hombre le quitara su dignidad.
No vio ninguna razón para cambiar su voto ahora.
Iris levantó la barbilla. Era una dama de una familia que tenía sus raíces
casi en la época del Conquistador. Y ahora también era la esposa de
Raphael. Una duquesa. —Eventualmente, pero no esta noche.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Dionisio negó con la cabeza. —Me temo que sí será esta noche, Su
Excelencia. —Se giró y señaló el lugar donde la carretera discurría por el
lado de las ruinas de la iglesia, desapareciendo en una curva—. Ahí está la
carretera de Londres. Naturalmente, deberíamos esperar que Dyemore
viniera de allí. Pero su esposo, siendo un tipo astuto, sin duda intentará un
camino diferente. Creo... Sí, creo que intentará ese camino. —Dionisio
señaló el bosque oscuro junto a las ruinas—. Qué bueno, entonces, que
haya colocado tiradores en los árboles.
Se relamió los labios. —¿Pensé que quería hablar con Raphael? ¿No
quería contarle todo lo que ha sufrido mientras él estaba fuera?
Tansy se despertó, e Iris la dejó en la hierba.
—Ya no siento la necesidad, — contestó Dionisio
despreocupadamente—. Será usted un adorable cordero destinado a
nuestro lobo.
Dionisio sacó su pistola del bolsillo y examinó el arma, apuntó el corto
cañón y la amartilló.
Se volvió hacia ella. —No debería tardar mucho. Terminaremos al
atardecer y volveremos a tiempo para la cena, o al menos yo lo haré.
—¿De vuelta a dónde?, —preguntó ella.
—Oh, lo sabe bien, —respondió él, golpeando con el arma en el pecho.
Algo en su interior pareció gemir—. Grant House.
Tansy hizo sus necesidades y se acercó trotando a investigar el cofre,
olfateando con interés todo el fondo.
Iris se quedó mirando el cofre con horror.
Volvió a mirar a Dionisio.
Su rostro estaba orientado hacia el de ella, y casi podía ver sus ojos
detrás de esa horrible máscara mirándola fijamente. —Los perros tienen el
más maravilloso sentido del olfato.
Uno de los hombres de Dionisio se acercó corriendo. —Alguien viene a
través de los árboles.
Dionisio asintió. —Muy bien.
Su hombre se alejó.
E Iris sabía que no podía dejar que Raphael cayera en una trampa.
Corrió hacia Dionisio y agarró el brazo con la pistola, tratando de
torcerlo hacia un lado. Pero él era más fuerte, por supuesto.
La pistola estalló entre ellos.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ellos tenían un plan y era uno bueno, pero cuando escuchó el disparo,
Raphael comenzó a correr hacia las ruinas de la vieja iglesia.
La tierra voló a su alrededor mientras los tiradores le disparaban desde
los árboles, pero era casi imposible darle a un hombre que corría.
Detrás de él, Kyle maldijo.
Raphael podía oír disparos y gritos en el bosque. Kyle y los soldados se
estaban encargando de los tiradores ocultos.
Sus corsos sólo tenían una orden: salvar a su duquesa. Raphael había
dejado claro que nada era más importante que eso.
Salió de la cobertura de los árboles y vio a Valente y Bardo luchando
ferozmente con cuatro hombres. Más lejos, Iris estaba en los brazos de
Dionisio y...
Había sangre en su cara. Casi se tropezó con la visión.
Un hombre corpulento se acercó a él desde un lado.
Raphael rugió y le dio un codazo en la cara.
Iris se tambaleó y cayó.
Dionisio se volvió a su encuentro. Abrió la boca para decir algo.
Raphael lo tiró al suelo.
A su alrededor llovía sangre. Disparos y gritos. Una guerra encapsulada.
Raphael pasó por encima de Dionisio y agarró a su mujer. —¡Iris!
¿Dónde estás herida?
Le pasó frenéticamente las manos por la cabeza, tratando de encontrar
la herida.
—¡Raphael! —Ella le tomó las manos—. El disparo le arrancó parte de
la oreja. No es mi sangre.
—Gracias a Dios. —Él la sostuvo un momento, mirando fijamente su
amado rostro. Luego la empujó al suelo—. Quédate en el suelo.
Dionisio intentaba alejarse arrastrándose.
Raphael se puso a horcajadas sobre el monstruo, la cosa que se había
atrevido a arrebatarle a Iris. Retrocedió el brazo y golpeó al hombre debajo
de él en la garganta.
Dionisio emitió un sonido estrangulado y trató de zafarse de él.
Raphael lo golpeó una vez más. Y otra vez.
Un pequeño cuchillo brilló en la mano de Dionisio.
Raphael lo apartó de un golpe.

236
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Y continuó golpeando.
Hasta que ya no pudo sentir sus nudillos.
Hasta que la cosa debajo de él ya no se movió.
Hasta que unas pequeñas palmas le presionaron la cara y una voz le dijo
al oído: —Amor mío. Raphael. Detente.
Y él obedeció.
Levantó la vista y vio que Iris estaba arrodillada a su lado, con el rostro
cubierto de sangre y los ojos llenos de lágrimas.
Quiso volver a golpear a esa cosa por haber puesto esas lágrimas allí.
En lugar de eso, extendió su propia mano ensangrentada y le tocó la
mejilla. —Te dije que te quedaras en el suelo.
Ella sonrió. —No acepto bien las órdenes... ni siquiera las tuyas.
La estrechó entre sus brazos y la abrazó, su dulce esposa, mientras
miraba las ruinas de la abadía. Bardo estaba pateando a un hombre abatido
que ya no se movía, mientras Valente le daba una palmada en la espalda a
otro corso y se reía. El combate había terminado. Sus hombres parecían
estar enteros.
Kyle estaba supervisando a sus hombres mientras ataban a los
prisioneros.
Mientras Raphael lo observaba, Kyle se encontró con su mirada y
asintió.
Raphael inclinó la cabeza. Se lo debía al hombre. Le debía más de lo que
jamás podría pagar.
Sus brazos se apretaron alrededor de Iris al pensar en ello.
—Él mató a Ubertino, —dijo ella, y sollozó—. ¡Oh, pobre, pobre
Ubertino!
Él le acarició el pelo. No sabía qué decir, así que no dijo nada.
Valente apareció de repente. Tenía un feo corte en la mejilla y aún
favorecía su brazo herido, pero su abrigo se abultaba como si escondiera
algo dentro.
El joven corso se arrodilló frente a Iris y sonrió tímidamente. —Su
Excelencia.
Abrió la parte superior de su abrigo y asomó la cabeza del cachorro.
—¡Oh!, —dijo Iris—. Oh, Tansy. Gracias, Valente. —Iris intentó
limpiarse las mejillas. Sólo se embadurnó con un poco de barro la sangre y
sus lágrimas, pero Raphael no le iba a decir eso. Ella buscó el cachorro—.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ella corrió cuando escuchó el disparo. Gracias por encontrarla. Se habría
perdido si no lo hubieras hecho. Tansy podría haber muerto.
Abrazó al cachorro contra su pecho y volvió a sollozar mientras el
pequeño animal le lamía la cara.
Valente miró a Raphael, con los ojos muy abiertos por la alarma.
Raphael sacudió la cabeza para tranquilizarlo. —La duquesa está bien.
Has hecho bien en encontrar a su perrito. Está muy agradecida, pero
también está cansada y asustada por la experiencia vivida. Reúne a los
hombres y volveremos a Londres y a Chartres House.
—Sí, Excelencia, —respondió Valente, y por un momento a Raphael se
le agarrotó el pecho.
Estaba acostumbrado a dar estas órdenes a Ubertino. Pronto tendría
que decidir a cuál de sus hombres poner en el lugar de él.
Raphael se levantó y ayudó a Iris a ponerse en pie.
Kyle lo vio levantarse y se acercó rápidamente. —¿Estás bien, Iris?
Ella asintió temblorosamente. —Lo estaré, creo. Gracias, Hugh.
Él le sonrió y luego miró a Raphael. —Creo que los tenemos a todos
acorralados. —Miró el montón en el suelo—. ¿Dionisio ?
—Sí. —Raphael no se molestó en mirar.
Kyle se agachó para quitarle la máscara.
Andrew Grant yacía con la oreja derecha reventada y los ojos medio
cerrados. Era evidente que estaba muerto.
Kyle miró a Raphael. —¿Y su hermano?
Antes de que Raphael pudiera responder, Iris dijo: —Creo que deberías
mirar en el baúl, Hugh.
Kyle la miró bruscamente y luego se dirigió al baúl y abrió la tapa.
—¡Sangre de Dios!
Se arrodilló y metió la mano dentro.
Raphael se acercó a mirar, protegiendo a Iris para que no viera el
interior.
El vizconde Royce yacía desnudo en el baúl. A juzgar por su estado,
llevaba muchas horas allí dentro. La sangre estaba coagulada en su pelo y
los moratones cubrían su cuerpo.
—¿Está vivo?
—Apenas. —Kyle se puso de pie e hizo un gesto a uno de los soldados
para que se acercara—. Trae a mi hombre, el del pelo gris.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
El soldado asintió y se alejó corriendo. Kyle se volvió hacia el baúl.
—¿Este es el hermano?
—Sí, —dijo Raphael con gravedad.
—¿Estaban liderando juntos a los Lores del Caos?
—No, sólo Andrew lideraba a los Lores, —dijo Iris. Tenía la cara
enterrada en el pelaje de Tansy—. Y... y Lord Royce había abusado de
Andrew cuando eran más jóvenes, junto con su padre. Creo que Andrew lo
odiaba. Probablemente Lord Royce ni siquiera era consciente de ello.
—¿Cómo sabes esto? —preguntó Raphael en voz baja.
—Él habló mucho, —respondió Iris—. De camino hacia aquí. —
Levantó la vista de repente—. ¡Donna Pieri! ¿Está bien?
—Sí, —dijo Raphael—. Está bien, aunque de mal humor. —Examinó a
Iris. Estaba pálida y se balanceaba en sus brazos. Necesitaba llevarla a casa.
Raphael miró a Kyle. —¿Podrán tú y tus hombres manejar esto?
—Sí. —Kyle asintió y luego suspiró—. Ahora que sabemos quién es
Dionisio, tendré que registrar su casa y empezar a encontrar al resto de los
Lores del Caos. —Miró con recelo a Raphael—. Supongo que querrás
ayudar con eso.
—Sí. —Raphael miró a Andrew, dándose cuenta de que su sensación de
urgencia había disminuido ahora que había destruido Dionisio. Sin
embargo. Era importante acabar con todos los Lores del Caos—. Gracias.
Los ojos de Kyle se dirigieron a Iris, que estaba medio dormida, con la
cabeza apoyada en el hombro de Raphael. Sonrió. —No son necesarias las
gracias.
Raphael abrió la boca para discutir... y luego simplemente asintió.
Quizás no le desagradaba del todo Kyle.
Con una inclinación de cabeza, Raphael tomó a su esposa en brazos y se
dirigió al carruaje.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Diecinueve
Un día un hombre llamó a la puerta de la torre. Contó una historia desesperada de un alma
destrozada y demonios de pizarra. Juró que le daría al Rey Roca todas sus posesiones mundanas
si el Rey Roca mataba a esos demonios y le devolvía el alma destrozada.
Ann vio cómo su esposo se ponía su armadura de piedra y se adentraba en el páramo. El Rey
Roca estuvo fuera quince días, y cuando regresó, su brazo colgaba roto y ensangrentado...
—De El Rey Roca

Iris se despertó temprano a la mañana siguiente en el dormitorio de la


duquesa en Chartres House. Se mantuvo muy quieta, intentando pensar
qué había oído para despertarla. Las gotas de lluvia golpeaban las ventanas,
pero no eran lo suficientemente fuertes como para alarmarla.
Hubo otro estruendo.
Se levantó de la cama al mismo tiempo que Tansy gemía. Iris ignoró al
cachorro para correr hacia el vestidor.
La puerta de la alcoba ducal estaba entreabierta.
La abrió con cautela y miró dentro.
El dormitorio era un caos. La cama destrozada, los cristales rotos en el
suelo y los cajones arrancados de una cómoda.
Raphael estaba de pie junto al fuego en camisa, pantalones y abrigo,
observando cómo rugía. Estaba descalzo. Su pelo negro yacía largo y sedoso
alrededor de su cara, y su lado no marcado estaba hacia ella. Desde este
ángulo podría ser un poeta perdido en pensamientos sobrenaturales.
Se volvió hacia ella y la ilusión se rompió.
Ella se acercó a él y vio que las llamas consumían un cuaderno de
bocetos.
—Él era un monstruo, —murmuró Raphael, con su voz ahumada y
ronca por el sueño o por otra cosa—. Incluso más monstruo que Andrew
Grant. Mi padre no sólo se aprovechaba de los inocentes, sino que los
convertía en monstruos.
Se dirigió a la mesa junto a la cama y sacó un cajón. Dentro había un
cuchillo, y el corazón de Iris dio un salto de alarma.
Raphael tomó el cuchillo y se acercó al retrato de su padre. Levantó el
cuchillo por encima de su cabeza y lo clavó en la cara pintada, destrozando
el cuadro. Rasgó la pintura y el lienzo, cortando hasta el marco en la parte

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
inferior. Luego empezó a cortar a lo largo del borde, rompiendo el cuadro
en pedazos. Los arrojó al fuego.
El fuego empezó a echar humo.
Entonces se congeló.
—¿Raphael? —Se acercó a él y le puso la mano suavemente en el brazo.
Él estaba mirando el marco. Dentro, entre el lugar donde había estado el
lienzo pintado y el respaldo que sellaba el marco, había un libro delgado,
encajado en una esquina del marco.
Raphael lo sacó y lo abrió.
Iris echó un vistazo al libro. Estaba preparada para algo horrible.
Quizás más bocetos, quizás algo peor.
En cambio, había filas ordenadas de nombres con fechas al lado y
anotaciones.
Se inclinó para mirar por encima del hombro de Raphael.
La primera línea decía:
Aaron Parr-Hackett Primavera 1631 Tejón d. 1650
Iris respiró con fuerza mientras ojeaba la lista. Había docenas de
nombres.
—Es el libro de nombres de los Lores del Caos, —dijo Iris—. Hugh
creía haberlo encontrado antes, pero obviamente la lista de nombres que
tenía no estaba completa.
Raphael hojeó el libro. Había cientos de nombres, algunos de ellos
impactantes. Las fechas fueron avanzando hasta que llegó a páginas en
blanco.
La última entrada estaba fechada en —Primavera de 1741.
—Me dije a mí mismo que nunca supe que los Lores del Caos seguían
existiendo, —susurró Raphael, mirando fijamente el libro de
contabilidad—. Pero, por supuesto, estaba mintiendo. ¿Cómo podrían
haber muerto? Toda esa maldad no se consume por sí sola. Debería haber
vuelto antes. Quemarlos mientras mi padre aún vivía. Enfrentarme a él.
Pero fui un cobarde. —Cerró el libro—. Soy un cobarde.
—No, no lo eres, —dijo Iris con fiereza—. Me salvaste. Derribaste a
Dionisio. Tú...
Él la miró, con la comisura de la boca -el lado que no estaba cicatrizado
y retorcido- curvada en lo que parecía autodesprecio. —Dionisio era un
hombre. Ni siquiera uno muy grande. Era Andrew Grant, que fue violado y
golpeado por su padre y su hermano una y otra vez hasta que se volvió loco

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
por ello. Matar a un hombre tan débil no es el acto de un héroe. Es el acto
de un cobarde.
Dejó el libro de contabilidad y salió de la habitación.
Iris se quedó boquiabierta durante un minuto antes de seguirlo
apresuradamente, vestida sólo con su camisola. —¿Adónde vas?
—A Córcega, —dijo él.
Ella se detuvo a trompicones. —¿Ahora mismo?
Él ni siquiera se giró mientras bajaba las escaleras. —Sí.
—Pero no tengo ropa, —dijo ella estúpidamente.
Él se detuvo, pero siguió sin mirarla. —Tú no vas a venir conmigo.
Siguió bajando las escaleras.
Ella se quedó mirando tras él, sorprendida. Pero habían llegado tan
lejos... La habían secuestrado -de nuevo- y él la había salvado y había matado a
dos hombres.
Por un momento quiso sentarse y llorar. No era justo.
Ella no debería tener que luchar esta batalla de nuevo.
El amor no debería ser tan difícil.
Pero Raphael se estaba acercando al final de las escaleras, y si ella no se
movía lo perdería de vista.
Y ella podría perderlo.
Ella no podía dejar que eso ocurriera, no importaba lo duro o lo
obstinado que él pudiera ser.
Así que bajó corriendo las escaleras tras su marido. Y cuando vio que él
había abierto la puerta trasera -la del jardín- y salía a la lluvia, ella también
salió al diluvio.
—Espera, —dijo—. ¡Espera!
Él se volvió. La lluvia le corría por la cara. —Vuelve adentro.
Ella sacudió la cabeza, las gotas de lluvia salpicando su nariz y su
barbilla. —No. Donde tú vas, yo también voy.
Cerró los ojos e inclinó la cara hacia el cielo como si esto fuera algo más
que soportar. Como si sus hombros se inclinaran bajo una terrible presión.
—Iris, —dijo—, estoy manchado. Él me jodió, Iris. Mi padre me jodió.
Mira lo que le hizo a Andrew Grant. ¿Quieres esperar hasta el día en que
me vuelva loco?
—Pero no lo harás, —dijo ella, desconcertada.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Él negó con la cabeza. —No puedo respirar cuando huelo cedro. ¿Es así
como se comporta un hombre cuerdo? —Él abrió los ojos y la miró—. Te
obligué a casarte conmigo. Fui egoísta. Ahora te dejo ir. Puedes quedarte
con mis casas, mis fincas, mi dinero inglés. Nunca más te molestaré. Sólo
déjame ir a Córcega.
—No puedo dejarte hacer eso, —dijo ella, exasperada—. Tú eres mi
esposo. Yo soy tu esposa. Me he casado contigo. No intentes escabullirte
ahora.
—No puedo quedarme aquí contigo, —dijo con crudeza—. Eres una
tentación demasiado grande. Ya lo has demostrado.
Extendió la mano, la palma se llenó de lluvia. —Entonces cede a la
tentación.
Él apartó la mirada. —Haces que parezca tan fácil. Pero no lo es. No lo
entiendes.
—Entonces hazme entender, —gritó ella con desesperación—. ¿Por qué?
¿Por qué no puedes estar conmigo?
—Porque yo soy el mal, —gritó él—. Ha pasado de padre a hijo, una y
otra vez, ad infinitum. ¿Esperarías, sin saber nunca si atacaría a un hijo
nuestro? ¿Cuándo podría atacar a nuestro hijo?
—No atacarías a un niño, —dijo Iris, sorprendida—. Raphael, sé que no
lo harías.
—¿Por qué no? —Levantó las manos hacia el cielo tormentoso—. ¿Por
qué no? Tengo la sangre de los monstruos en mis venas. Él me amaba. —
Dejó caer los brazos—. Él me amaba.
Respiró entrecortadamente.
—Y yo... lo amaba.
Su corazón se rompió. Los ojos de Iris se llenaron de lágrimas calientes
que se derramaron para mezclarse con la fría lluvia en sus mejillas.
Vio cómo Raphael se hundía de rodillas en el suelo embarrado, con los
hombros inclinados y las manos abiertas en el barro. —Era mi padre. No
podía matarlo. Incluso después de lo que hizo. No pude matarlo. —La miró
a través de los mechones de su cabello empapado—. No puedes confiar en
mí, Iris. Soy una bestia. Un demonio. Envíame de vuelta a donde
pertenezco. Envíame al infierno.
Ella sollozó y se puso de rodillas, frente a él, envolviéndolo en sus
brazos y apoyando su frente contra la de él. —No eres un demonio ni una
bestia. Eres mi amado esposo. Te conozco y no eres tu padre. Eres bueno,

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
amable y valiente. Eres testarudo e inteligente y a veces muy ingenioso.
Nunca harás daño a un hijo nuestro, lo prometo.

Su cabeza estaba inclinada contra la de ella, la lluvia corría de su frente a


sus mejillas y goteaba de la barbilla de ambos.
Él la amaba, ahora lo sabía. De eso se trataba este anhelo, este deseo
interminable.
No sabía cómo ella creía en él, a pesar de todo lo que había pasado, a
pesar de todo lo que él era, pero estaba agradecido.
Inclinó la cabeza, tomando sus dulces labios con los suyos, bebiendo su
socorro, su fe en él. Ella era su luz, su esperanza, guiando el camino para
salir de las profundidades de su desesperación estigia.
—Iris, —murmuró contra sus labios húmedos—, mi radiante esposa, mi
amor, mi vida. Te prometo que intentaré estar a la altura de lo que crees de
mí. No creo que pueda hacerlo de otro modo, porque me arrepentiría y
moriría si te dejara. Me quedaría ciego y solo, aullando en la oscuridad. Me
volvería loco sin ti.
Volvió a capturar su boca, forzando sus labios a abrirse, deslizando su
lengua dentro de ella, reclamándola como suya.
De la oscuridad a la luz.
Ella se separó de él, jadeando, con sus dedos fríos y húmedos contra su
mandíbula, con gotas de lluvia en sus pestañas.
—¿Me creerás, Raphael? ¿Puedes aceptar nuestro matrimonio y una
familia? —Ella lo miró fijamente con sus ojos azules como la tormenta,
terrible en su certeza de él—. ¿Serás mi esposo de verdad?
—Sí, —juró él, y la estrechó entre sus brazos.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Capítulo Veinte
El Rey Roca le dio al hombre su alma desgarrada, que brillaba blanca en una jaula de piedra, y el
hombre estaba fuera de sí de gratitud.
Ann observó al hombre marcharse y luego le preguntó a su esposo: —¿Cuándo volverá con las
riquezas que te debe?
El Rey Roca suspiró. —No lo hará. Nunca lo hacen. —Ella lo miró fijamente, gris y severo, salvo
por el rojo de la sangre en su brazo—. Entonces, ¿por qué los ayudas?
Sus ojos negros parecían un poco menos fríos. —Porque alguien debe hacerlo...
—De El Rey Roca

Raphael llevó a Iris de vuelta a través de la puerta del jardín y subió la


escalera con todos sus prohibidos antepasados mirando.
A ella no le importó.
Se aferró al cuello de él, mirándole a la cara mientras subía, sintiéndose
como si fuera su verdadera noche de bodas. La llevó por el pasillo hasta su
dormitorio, cerrando la puerta con firmeza tras él.
Luego la puso delante de él y le quitó la ropa empapada del cuerpo
hasta dejarla desnuda y temblando.
Encontró paños en el vestidor y la secó con cuidado y luego insistió en
que se metiera en su cama bajo las sábanas.
Ella observó cómo él se despojaba de la ropa. Se frotó el paño con
brusquedad y luego lo tiró a un lado. Desnudo, se dirigió a la cama, con el
pene pesado entre los muslos.
Ella se sentó, mirando esa parte totalmente masculina de él y luego en
sus ojos. —Déjame.
Él se detuvo a un lado de la cama.
Ella alargó la mano y lo tomó en la suya, sintiendo la suave piel. El calor.
El pene se estaba endureciendo mientras ella lo observaba, alargándose
entre sus manos, palpitando bajo las yemas de sus dedos. Vio cómo el
prepucio se estiraba y el ojo del pene, rojo y húmedo, empezaba a asomar.
—Iris, —gruñó él por encima de ella.
Pero ella se agachó, mirando más de cerca mientras rodeaba su
circunferencia y acariciaba lentamente su longitud. Bajo la piel, el músculo
era duro, muy duro, y las venas serpenteaban a lo largo del eje. Se acercó a
la cabeza, sintiendo su humedad, y, en un impulso, se llevó el pulgar a la
boca y lo lamió.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
De repente, estaba de espaldas, con Raphael encima de ella, con sus ojos
de cristal clavados en los suyos.
—Lo que me haces, —espetó, y abrió su boca sobre la de ella.
Ella se arqueó, sintiendo toda esa piel desnuda, cálida y viva. Los pelos
de su pecho le hacían cosquillas en los pezones, provocando que se
convirtieran en picos mientras él la besaba. Su muslo estaba entre sus
piernas, presionando insistentemente contra ella. La hizo abrir las piernas y
jadear.
Se aferró a sus hombros, sintiendo los músculos de él moverse bajo su
piel. Sintiendo una sensación de maravillosa libertad. Esto, esto, debe ser lo
que es ser verdaderamente feliz.
Estar felizmente enamorado.
Ella abrió los ojos.
Él se movió, levantando la cabeza. Besando a lo largo de la parte inferior
de su mandíbula. —¿Estás lista ahora?
Ella inclinó la cabeza hacia atrás. —Sí.
—Entonces pon mi verga en ti ahora, Esposa.
Ella abrió las piernas y bajó la mano, agarrando la carne caliente.
Colocándola en su entrada, donde estaba mojada.
Ella lo miró. —Te amo, Raphael.
Él la miró a los ojos y la penetró, enterrándose hasta la empuñadura con
un solo movimiento. Cuando estuvo completamente asentado, con su carne
en la de ella, unido a ella tan íntimamente como era posible para un hombre
con una mujer, se detuvo y dijo: —Eres mi esposa y mi amor, Iris. Sin ti me
muero.
Descendió hasta situarse completamente sobre ella, con su cuerpo
cubriendo el de ella, y comenzó a moverse. Suavemente, meciéndose.
Apenas empujando.
Los movimientos eran tan sutiles y a la vez tan acertados que casi la
volvían loca.
Iris jadeó y enroscó sus piernas alrededor de las de él, pegando su
cuerpo al de ella para que se movieran juntos.
Apretando.
Los hombros de él brillaban de sudor. Sus ojos eran feroces y apretó los
dientes mientras trabajaba con su miembro dentro de ella. Buscando el
placer de ella y el suyo.

246
Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Ella gimió, largo y bajo, queriendo arquearse, agitarse, gritar. En
cambio, abrió la boca y le mordió el hombro, saboreando la sal.
Probando el deseo.
Entonces jadeó. —Por favor.
—¿Qué quieres?, —le susurró él al oído, un íncubo, oscuro y vivo,
dentro de ella—. Dime. ¿Qué necesitas?
—Yo... —Su boca se abrió, sin palabras.
—Dime, —la voz ahumada de él se enroscó en ella.
—A ti.
Él se rió, en voz baja y oscura.
—¿Esto? —La penetró con fuerza y brevedad, y el impacto hizo que su
cuerpo se llenara de placer—. Sí, eso, —murmuró para sí mismo como si
estuviera satisfecho, y lo hizo de nuevo.
Y otra vez.
Hasta que el calor entre ellos estalló. Hasta que ella sintió el líquido
caliente recorrer sus piernas. Hasta que levantó la vista y se preguntó por
qué había creído que sus ojos grises carecían de emoción.
Él la miraba con pasión. Con lujuria.
Con mucho amor.
Sintió lágrimas en los ojos.
Él gemía por encima de ella, sus caderas se sacudían sin ritmo, pero
todo el tiempo la miraba con esos ojos.
Y cuando por fin se aquietó y apoyó su frente sudorosa contra la de ella,
susurró: —Te amo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12

Epílogo
Pasaron los días y el tiempo avanzó hasta que por fin pasó un año y un día.
Ann llevó las pocas cosas que había traído a los áridos páramos. Todo cabía en un pequeño saco.
Todo menos la piedra rosa de su madre. Que sostenía en su mano.
Se volvió hacia el Rey Roca. —Me iré, entonces.
Él se encontraba sentado junto a la puerta de su lúgubre torre y no levantó la vista. —Por
supuesto.
Ella dudó. Él nunca le había mostrado afecto, pero sus brazos habían sido cálidos en la noche.
—¿Quieres despedirte de mí?
—Adiós, esposa mía.
Ella dio un paso, pero luego se giró para mirarlo de nuevo. —¡Podrías venir conmigo!
Por fin, él la miró, con sus ojos negros y graves.
—No, no puedo.
Ann frunció el ceño. —¿Por qué no?
—Porque estoy condenado a quedarme aquí, —respondió simplemente.
Ella lo miró, a ese hombre severo y gris. Miró la fea torre negra y el árido paisaje que la rodeaba.
Luego miró hacia donde sabía que estaba la cabaña de su padre. —Volveré.
—No, —dijo él con suavidad—, no lo harás.
Y ella quiso discutir, pero sabía que él tenía razón. Nadie volvía con él.
En ese momento su corazón se rompió por él.
Ann dejó caer su pequeño saco. —Entonces me quedaré contigo.
Por segunda vez vio sorpresa en sus ojos. —¿Qué?
Ella asintió. —Me quedaré aquí contigo como tu esposa.
Se puso de pie, con los puños cerrados. —¿Por cuánto tiempo?
—Para siempre. —Y le tendió el guijarro rosa de su madre.
Al decir las palabras, el suelo tembló bajo sus pies. La torre se estremeció y cayó, las rocas
cayeron para ser tragadas por la tierra. A su alrededor, la hierba verde, los árboles frondosos y
los arroyos azules surgieron del suelo y abrumaron la roca opaca. Donde antes estaba la torre
negra, se alzaba un brillante castillo dorado y blanco.
Las puertas se abrieron y una multitud de personas salió en tropel, soldados y damas con
vestidos elegantes, granjeros y gente del pueblo, niños y ancianas.
Ann se volvió para mirar con asombro al Rey Roca, pero él también había cambiado. Donde
antes había sido gris y negro, ahora su pelo era de un marrón bruñido, y sus ojos brillaban de un
azul claro. Llevaba ropas de fino terciopelo en tonos rojos, verdes y púrpuras, y ella cayó de
rodillas ante él, pues sabía que era un rey.
Pero el Rey Roca sonrió y la levantó para que se pusiera de pie ante él. —Dulce Ann, mi esposa,
mi reina. Has roto una maldición de setecientos años que me ataba a mí, a mi pueblo y a mis
tierras. En todos mis muchos años malditos nunca he conocido a nadie tan amable y cariñoso
como tú. ¿Te quedarás a mi lado y gobernarás mi reino conmigo como mi amada novia?
—Oh, sí, —dijo Ann—. Y creo, si estás de acuerdo, que deberíamos tener al menos una docena
de hijos y vivir felices para siempre.
—Mujer sabia, —dijo el Rey Roca, y besó a su reina.
—De El Rey Roca

CINCO AÑOS DESPUÉS...


—¿Sabías que florecían aquí? —preguntó Iris a su esposo.

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
Era primavera y estaban en la orilla del pequeño río que corría junto a
las ruinas de la antigua catedral de la Abadía de Dyemore. El arco de piedra
se alzaba hacia un cielo claro y azul y, debajo, las piedras dispersas que
habían formado la catedral estaban alfombradas de amarillo. Cientos de
miles de narcisos, silvestres en esta parte de Inglaterra, se habían
apoderado de las viejas ruinas y se habían hecho un hogar. La vista era
magnífica. Los narcisos rodaban en una ola de puntos amarillos hasta el
mismo arroyo y salpicaban la orilla opuesta, desapareciendo en el pequeño
bosque.
—No, —dijo Raphael. —O si lo sabía, no lo recuerdo.
Levantó la cara hacia el cielo, una sonrisa curvando sus labios.
Ahora sonreía más, no con frecuencia, pero sí lo suficiente como para
que Iris supiera que estaba contento con su amor y con lo que había traído.
Un ladrido agudo la hizo girar la cabeza. Tansy apareció corriendo
entre las flores, casi más altas que ella, con las mandíbulas abiertas con la
alegría de los perros. Detrás de ella, y mucho más lento sobre unas piernas
regordetas, venía el Conde de Cyril, más conocido como Johnny, de casi
tres años y el niño de los ojos de su papá.
—Mamá, —dijo Johnny cuando por fin llegó a su lado. —Fores.
Levantó dos narcisos muy deteriorados.
—Qué bonitas, cariño, —respondió Iris, tomando la ofrenda. —¿Dónde
las has encontrado?
Johnny, que era un niño terriblemente serio, se volvió y señaló el
inmenso mar de narcisos. —Ahí.
E Iris oyó el sonido más maravilloso del mundo: una risa profunda y
rica, procedente de su lado. Se volvió y sonrió a su esposo.
Todavía tenía momentos en los que estaba malhumorado, y de vez en
cuando los pensamientos oscuros parecían consumirlo, pero especialmente
desde el nacimiento de Johnny esos momentos habían sido cada vez más
infrecuentes. Y cuando había empezado a reír, justo antes del primer
cumpleaños de Johnny, Iris había conocido la verdadera alegría.
Las risas de Raphael seguían siendo lo suficientemente raras como para
que ella apreciara cada una de ellas. Estaba agradecida por cada una de
ellas. Porque sabía el recorrido que había tenido que hacer su esposo para
pasar de la desesperación a la felicidad.
—Papá, hambre, —anunció Johnny, y levantó los brazos
imperiosamente hacia su padre.
Iris levantó las cejas. Johnny había heredado la estatura de su padre y
era un niño robusto. Ella ya no podía cargarlo -no en su condición- y le

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Duque del Deseo | Maiden Lane #12
divertía en secreto que Raphael lo complaciera lo suficiente como para
cargarlo todo el camino de regreso a la Abadía de Dyemore.
Pero él se inclinó y levantó a su hijo, colocándolo en lo alto de sus
hombros, donde la similitud entre los rizos negros de la cabeza del pequeño
y los mechones de ébano del hombre era inconfundible.
Johnny se acomodó con la complaciente satisfacción de un niño que
sabe que será cuidado.
Raphael se volvió hacia Iris y miró su vientre hinchado, con las cejas
juntas. —¿Estás segura de que puedes volver caminando a la Abadía? No
deberíamos haber llegado tan lejos hoy.
Ella puso los ojos en blanco. —Estoy bien. El bebé no llegará hasta
dentro de dos meses por lo menos.
—Muy bien, —decretó su marido—, pero iremos despacio, y quiero que
me tomes del brazo por las rocas.
—Por supuesto— Iris se puso de puntillas y lo besó bajo los interesados
ojos azules de su hijo.
Y luego, con Tansy saltando a su lado, se fueron a casa a tomar el té.

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