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Nefilim I

Valencia, 13 de julio de 2017


Para Fernanda, Violent, oda rivaille, Sirius James Black Potter, haarleeey, Alma de Roc,
Selphie_niyura, joely1313, llSapphirall, Yosss, Ananhv, Yun000, Kiami y para los que seguisteis y
apoyasteis la historia de Dariel y Evar hasta el final.
Gracias a vosotros, me animé a llevarla un poco más lejos.
Mil gracias por vuestro apoyo.
Prólogo. El encargo
“Que este infierno sea nuestro cielo.”
JAME S JOYCE

El olor a azufre y a carne quemada inundó sus fosas nasales. Una ola de insufrible calor
estalló contra su piel. La tierra arenosa pero dura como la piedra raspó sus patas desnudas. Sus
ojos recorrieron el paraje y ermo que se extendía en el horizonte, más allá de donde alcanzaba su
vista.
El Infierno no había cambiado un ápice en nueve mil años.
Para las almas que eran castigadas allí, la morada de Lucifer era tal y como relataban las
ley endas, puede que incluso peor; un lugar caluroso, con ríos de lava y montañas negras en las
que vivía su ejército de demonios. También había un desierto rocoso de arena rojiza, la entrada a
los dominios del Diablo.
El restallido de los gritos y aullidos, las risas malévolas de los demonios y el rugido de las
erupciones eran constantes en aquel mundo, así como el olor del humo y la sangre.
Sí, a ningún humano le gustaría estar en aquel lugar. El cielo, rojo con tintes violetas y
naranjas, sumido en un crepúsculo continuo, y a era bastante imponente y escalofriante, además
de la cordillera de volcanes que protegían la entrada a los dominios del Infierno.
Para él, no había un lugar mejor que aquel, su hogar. El calor era como una brisa refrescante
en comparación con su ardiente piel, su sensible sentido del olfato estaba más que acostumbrado
a aquel olor fuerte y cargado, y la imagen de las montañas recortadas contra aquel cielo cálido
le resultaba tan bella como acogedora.
Se encontraba sentado sobre una roca del color del carbón en la amplia e infinita cordillera
que era la entrada del mundo de los muertos. Su deber era vigilar, estar alerta a los miles de
enemigos que podían cruzar volando la frontera. Esa había sido su misión desde hacía, siglo
arriba siglo abajo, cinco mil años.
El aleteo de unas poderosas alas lo distrajo un segundo. Venía de su espalda, por lo que solo
podía ser uno de los suy os… y no se equivocaba.
Se levantó perezosamente y cruzó los brazos mientras su cola se balanceaba de un lado a otro.
—¿Cambio de turno?
Damián gruñó sonoramente cuando aterrizó.
Como todos los de su especie, Damián era muy alto, con sus dos metros y quince centímetros
intimidaba incluso a la Guardia Real de Lucifer. Tenía la piel negra recubierta de gruesas ray as
rojas que cubrían su musculoso torso, sus anchas espaldas, sus poderosos brazos, sus grandes
patas de dragón y parte de su larga cola. Las grandes alas lo hacían incluso más grande y
robusto, y su intenso cabello rojo, que caía por su espalda, le daba un aspecto sanguinario que
muchos temían. Los largos mechones enmarcaban un rostro de facciones duras, la mandíbula
cuadrada, la nariz recta y los labios carnosos. De su cabeza, surgían dos grandes cuernos negros
curvados hacia atrás, justo por encima de las orejas puntiagudas, como los colmillos que
sobresalían de su labio superior. Sus ojos, de un diabólico rojo oscuro, lo miraron entrecerrados.
—El jefe quiere verte.
Eso no era normal. Su expresión se ensombreció.
—¿Ha pasado algo?
Damián le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiera.
—Tiene una misión para ti.
Eso lo dejó intrigado, pero decidió guardar sus preguntas para más tarde.
Desplegó las alas y siguió a Damián, no sin antes lanzar una orden a los demonios de los
volcanes de que vigilaran en su lugar. Sobrevolaron las montañas y los profundos acantilados
donde se torturaban a las almas malvadas, así como las altas murallas del Palacio de Ébano, la
morada de Lucifer.
Se dirigieron justamente al balcón del salón de baile. Este era grande y muy espacioso, con
altas paredes de lapislázuli, gigantescas y complejas lámparas de araña de cristal, ventanales con
cortinas finas y vaporosas, y suelo de brillante mármol negro decorado con dibujos circulares
dorados.
En el centro de la sala, se encontraba el Diablo. Era alto, aunque no tanto como Damián o él,
y desde luego tenía una figura mucho más elegante y esbelta, aunque no por ello menos atlética.
Tenía la piel de un tono pálido que hacía que sus músculos parecieran estar cincelados en granito,
algo que armonizaba con su corto cabello rubio, cuy os indomables rizos caían sobre unas
facciones perfectas y suaves, casi delicadas.
Sin duda alguna, los rumores de que Lucifer era uno de los ángeles más bellos no se quedaban
en meros susurros murmurados; era la pura realidad.
Lo único que parecía desentonar en aquella imagen de serena belleza eran sus ojos. Tan
negros como el fondo de un abismo, tan oscuros y crueles que muy pocos creerían que una vez
fue un ángel. Solo con su mirada, sus facciones se volvían duras, su hermoso cuerpo se convertía
en un arma mortal, su presencia tranquilizadora se transformaba en una sombra imponente.
Lucifer sonrió en cuanto los vio atravesar uno de los ventanales y se dirigió a ellos con los
brazos abiertos.
—¡Evaristo! Bienvenido a mi humilde hogar —dijo al mismo tiempo que chasqueaba los
dedos, con lo que hizo aparecer un confortable sillón de cuero y un largo diván—. Gracias por
traerlo, Damianos. Puedes retirarte.
Damián inclinó la cabeza y se marchó por el balcón sin decir nada, ni siquiera le miró. Lo vio
subirse a la barandilla del balcón y dejarse caer para, a los pocos segundos, reaparecer en todo
su esplendor alzando el vuelo hacia el cielo rojizo.
—Está preocupado por ti —comentó Lucifer como quien no quiere la cosa.
Evaristo frunció el ceño.
—¿Ah, sí?
—Los demonios no sois muy expresivos, especialmente los de vuestra raza.
—¿Debería tomármelo como un cumplido?
—Solo he reafirmado un hecho. —Hizo una pausa muy breve—. Pero no estamos aquí para
comentar las peculiares características de tu especie, sino para enviarte a una misión.
El demonio asintió.
—¿De qué se trata?
El Diablo apretó levemente los labios y arrugó ligeramente la frente. Eso no era una buena
señal.
—Digamos que he encontrado algo… muy interesante.
Evaristo alzó una ceja.
—En tu retorcida mente hay setecientas mil ochocientas cincuenta y dos cosas a las que
calificas de interesantes, entre las cuales se encuentran las series de adolescentes y las novelas de
Crepúsculo.
Lucifer lo miró con cara de cordero degollado.
—Vamos, hombre, ¿a quién no le gusta Stiles de Teen Wolf? Seamos sinceros, sin él esa serie
no tendría ni pizca de gracia. —Evaristo puso los ojos en blanco para, un segundo después,
encontrarse con el dedo acusador de Satanás—. Y no leo Crepúsculo, sino la saga de Cazadores
Oscuros de Sherrily n Keny on. Ni se te ocurra comparar ambas.
—Como sea. ¿Qué tienes para mí?
Lucifer bajó el tono, haciendo que su voz sonará mucho más grave.
—¿Qué tienes para mí? —le imitó de una forma que a Evaristo se le antojó penosa—.
Pareces Timothy Hutton en Las reglas del juego.
Evaristo estuvo a punto de preguntar cuánto tiempo dedicaba a las cien series que veía al
mismo tiempo, pero decidió morderse la lengua. Si le daba cuerda, al final perdería tiempo en
esa misión que Lucifer tenía que darle y que, empezaba a pensar, tenía pinta de ser imaginaria.
—¿Vamos a ir al grano o tengo tiempo de cazar la cena?
Su comentario pareció hacerle gracia a la personificación de la maldad, pero no dijo nada al
respecto. En vez de eso, notó cómo se filtraba lentamente en su mente. Al instante, una imagen se
hizo paso en su cabeza. Era un hombre joven, de unos veinticinco años aproximadamente. Era
más alto que la media, aunque Evaristo seguía sacándole más de media cabeza, y poseía una
complexión atlética y fuerte. Era muy atractivo, de facciones agradables a primera vista, y algo
en su rostro le recordaba a las idealizadas cinceladas de un escultor griego. Tenía el cabello rubio
y voluminoso, algo descuidado, además de una perilla que necesitaba un recorte. Pero lo que
más llamaba la atención eran sus ojos, de un brillante azul turquesa que atraparía cualquier
mirada.
Cuando la visión terminó, Evaristo ladeó la cabeza. A primera vista, parecía un humano
normal y corriente, de ahí que no comprendiera el interés de Lucifer en él.
—¿Quién es?
—Un ser fascinante —anunció el Diablo reclinándose en su confortable sillón.
Desgraciadamente, esa respuesta no aclaraba nada.
—¿Podrías ser más concreto? —preguntó con los dientes apretados, haciendo un gran
esfuerzo por no gruñir.
—Conoces a Zeus, ¿no?
—¿Ese gilipollas que intentó entrar aquí persiguiendo a Lilit?
—El mismo. Ya sabrás que le gustan mucho las faldas… —Hizo una mueca al mismo tiempo
que se rascaba la nuca—. El caso es que logró seducir a un ángel y la dejó preñada. ¿Puedes
imaginártelo?
Evaristo entrecerró los ojos. Ese hombre debía de ser su hijo. Una mezcla entre ángel y dios.
Ahora podía comprender el interés de Lucifer en él…
—Quieres que lo mate. —Era algo comprensible. Al Diablo no le convenía que Dios tuviera
semejante criatura en su poder.
—No.
Para variar, Lucifer lo sorprendió.
—Pues explícame de una vez cuál es mi papel en este asunto. Y no te vay as por las ramas.
—¿Te estoy poniendo nervioso? —preguntó Lucifer, divertido.
—Siempre pones nervioso a todo el mundo. El único que parece que te soporta es Nico.
—Un demonio entrañable para pertenecer a tu raza pero, y a que veo que se te está acabando
la paciencia y que y o aprecio inmensamente nuestra amistad, no me andaré con rodeos. —Esta
vez, se puso muy serio y se inclinó, apoy ando los codos sobre sus rodillas y clavando sus ojos
negros en los de Evaristo—. No sé por qué, pero ese hombre no está de parte de los ángeles ni
tampoco está bajo la protección de Zeus, lo cual quiere decir que tenemos vía libre para…
ponerlo de nuestro lado.
Evaristo alzó una ceja, pero admiró en el fondo la astucia de Lucifer. ¿Por qué no
aprovecharse de aquella situación y poner a esa criatura de su parte? Porque estaba claro que lo
que quería el Diablo era que, de alguna manera, él lo convenciera para unirse a ellos.
Lucifer esbozó una lenta sonrisa.
—Ya sabes lo que quiero, ¿verdad?
Evaristo se la devolvió.
—¿Cuándo empiezo?
El Diablo se levantó poco a poco.
—Acabas de hacerlo.
Capítulo 1. El trato del Diablo
“Cree a aquellos que buscan la verdad,
duda de los que la han encontrado.”
ANDRÉ GIDE

—¡Eh, Bellow! ¿Qué coño estás haciendo? ¡Prepárate para grabar, hombre!
Dariel sintió deseos de gritarle que aún faltaba media hora para que terminara su descanso,
pero las cosas y a estaban bastante tensas en su trabajo como para vérselas con don Imbécil. Así
que cerró su fiambrera, la guardó en su mochila y fue a paso rápido hacia su puesto de trabajo,
ignorando las miradas que se posaban sobre él.
La may or parte del equipo lo odiaba, y el presentador, Howard York, más que nadie. Su
joven esposa y copresentadora no había dejado de devorarle con los ojos desde que posó los pies
en aquel plató, al igual que todas las mujeres que trabajaban allí, algunas de ellas novias o
parientes de sus compañeros. Los informáticos, la gran may oría de personas inteligentes pero
con poco atractivo, y el resto del equipo, lo veían como esa clase de persona que intentaba
ascender profesionalmente usando únicamente su físico.
Por eso, Dariel se había esmerado en tener el may or aspecto descuidado posible. Sus
camisetas anchas sobraban para ocultar su cuerpo bien formado junto a unos pantalones holgados
y unas deportivas viejas muy gastadas. Añadiendo a todo eso su cabello ligeramente largo y algo
enmarañado y su perilla de varios días, casi podría hacerse pasar por un fumador de marihuana.
Desgraciadamente, Megan York y la gran may oría de sus compañeras seguían comiéndoselo
con los ojos, y los demás no se tragaban su numerito ni apreciaban en absoluto su intento de
suavizar las cosas.
Y colorín colorado, Dariel los envió a la mierda y se dedicó a hacer su trabajo.
Estaba a punto de llegar a su cámara cuando alguien le tocó un brazo. Al desviar la vista, se
encontró con la amable sonrisa de April.
—No dejes que te machaquen —le susurró.
Dariel agradeció ese gesto de ánimo con un asentimiento y se colocó tras la cámara. Enfocó
la mesa de los presentadores, donde Howard York acababa de maquillarse mientras trataba por
todos los medios de captar la atención de su esposa, quien se pintaba los labios al mismo tiempo
que le lanzaba una mirada lasciva que lo molestó.
Decidido a hacer de su estancia en el trabajo más soportable, comprobó que todo su equipo
estuviera listo e ignoró la mueca despectiva de Michael, que trabajaba a su lado con el guion de
lo que debían decir los presentadores.
La siguiente hora de trabajo le dio un descanso de sus compañeros y pudo meditar sobre la
dirección que estaba tomando su carrera.
Su intención nunca había sido llegar a presentador. Ni a eso ni a nada que significara estar
delante de una cámara. Su sueño había sido grabar documentales, y a fueran de historia,
animales, viajes, culturas…
Un sueño al que había aprendido a renunciar. Crey ó que aquel trabajo era su oportunidad
para abrirse camino, pero teniendo en cuenta sus relaciones laborales, dudaba que el director de
la cadena, cuy a hija le miraba constantemente el trasero, le diera buenas referencias.
El grito del director ordenando el final de la grabación lo sacó de sus pensamientos. Apagó la
cámara y cogió su mochila, dispuesto a marcharse con el may or sigilo posible mientras todo el
mundo felicitaba a los York por su impecable trabajo.
Hizo una parada rápida en el cuarto de baño. No había nadie, así que no había peligro de
miradas despectivas y comentarios de desprecio susurrados por lo bajo. Dejó la mochila a un
lado, echó una meada y se lavó las manos y la cara. Justo cuando alzaba la vista, sus ojos se
fijaron en una figura de voluptuosas curvas que le dedicaba una sonrisa seductora, una que le
recordaba a un gato relamiéndose.
—Por fin solos, Dariel.
Él entrecerró los ojos y cruzó los brazos a la altura del pecho.
—¿Qué quieres, York?
Megan se acercó paso a paso.
—Por favor, llámame Meg.
—No somos amigos.
—No, preferiría que fuéramos más que amigos. —A esas alturas, Megan estaba muy cerca
de él, tanto que al alzar una mano esta se deslizó por su cuerpo, acompañada por su mirada
lujuriosa—. Tienes un cuerpo increíble, Dariel. Deberías presumir de él en vez de ocultarlo.
La caricia le produjo un escalofrío, y no de los agradables. Se apartó de ella haciéndose a un
lado.
—Sea lo que sea lo que quieras de mí, mi respuesta es no.
Megan abrió los ojos como platos, pero después sonrió.
—Vamos, Dariel, no te pido más de un poco de atención y, sin embargo, puedo hacer mucho
por ti. Puedo darte un trabajo mejor que el de cámara. Tal vez no el de presentador, pero sí
puedo ponerte en la sección de deportes… Estoy segura de que hasta las mujeres se interesarían
por el béisbol si fueses tú quien diera las noticias…
—No estoy interesado —dijo con voz tajante.
Megan frunció ligeramente el ceño, confusa.
—Pero…
—Creo que no comprendes que no quiero estar delante de una cámara. Estoy bien donde
estoy.
Sus palabras sorprendieron a Megan, quien se quedó con la boca abierta. Él no tenía tiempo
para aquella tontería, solo quería regresar a casa y pasar el fin de semana sin ninguna otra
compañía aparte de su persona. Así que se dispuso a marcharse, pero en ese instante, entró un
hombre que se quedó parado al verlos.
Era Howard York.
Si no fuera porque sabía que estaba metido en un lío, habría reído de buena gana al ver que el
rostro del presentador enrojecía por momentos.
—¿Qué estás haciendo aquí?
Megan se encogió y se apresuró a acercarse a su marido.
—Howard, y o…
—Le pregunto a él.
A Dariel le intrigó que él fuera el culpable de aquella escena en vez de su esposa. Pero en vez
de decir lo que pensaba, optó por encogerse de hombros.
—Este es el baño de hombres —explicó con sencillez.
—¿Y qué hacías aquí con mi mujer?
Tanta estupidez empezaba a cabrearlo.
—Mira, es ella quien se ha metido aquí. Así que a mí no me mires —dijo al mismo tiempo
que se dirigía a la puerta… Pero, antes de que pudiera salir, Howard York se interpuso en su
camino y le dio un puñetazo.
Dariel ni siquiera trastabilló. Giró la cabeza con mucha lentitud hacia el presentador, cuy os
ojos brillaban por la furia.
—Deja en paz a mi esposa.
El golpe debería haber sido la gota que colmara el vaso, pero no fue así. Aunque a Dariel lo
enfurecía que le pegaran, no podía hacer más que sentir pena por aquel pobre estúpido. Así que
soltó una risotada que retumbó en las paredes del cuarto de baño.
—¿Te estás burlando de mí? —preguntó York con la voz repleta de una ira que amenazaba con
estallar en cualquier momento.
Dariel negó con la cabeza sin dejar de sonreír.
—De ti, York. Porque, ¿sabes qué?, no merece la pena ni devolverte el golpe.
Howard alzó el puño y Dariel se preparó para esquivarlo, pero el estallido de la puerta al
golpear contra la pared los detuvo a ambos. April Bloom y Matthew Wolfe acababan de entrar en
el cuarto de baño.
April, a primera vista, no imponía nada en absoluto. De metro cincuenta y poco, tenía un
cuerpo regordete que no se molestaba en ocultar bajo su colorida ropa, consistente en una falda
larga de color rosa y una blusa morada con mangas anchas y vaporosas. Las gafas multicolor y
sus uñas fucsia hacían juego tanto con su indumentaria como con su personalidad alegre y
abierta. Tenía el cabello rubio muy claro y peinado en largos tirabuzones que caían sueltos por
sus hombros, y que enmarcaban una carita de redondos mofletes, nariz pequeña, labios llenos y
ojos oscuros.
Para aquel que no la conociera, podía parecer inofensiva, pero todo lo que podría faltarle en
atractivo, lo compensaba en un carácter fuerte y atrevido, afectivo y generoso. Pobre de aquel
que la haga enfadar…
Matthew, en cambio, era la viva antítesis de April, razón por la que llamaba mucho la
atención el hecho de que fueran amigos. Era bastante alto y tenía una complexión muy delgada.
La piel paliducha solo lograba darle un aspecto más débil, unido a su cabello castaño y largo
hasta los hombros y sus facciones escuálidas parecía el típico cerebrito con el que debían de
meterse en el instituto, situación que empeoraba el hecho de que Matthew era tartamudo.
April apretó los labios y se acercó a Howard, seguida muy de cerca por Matthew quien, pese
a ser tímido e introvertido, se mostraba muy protector respecto con ella.
—¿Cómo se atreve a golpear a Dariel, malnacido? —chilló ella, furiosa y roja como un
tomate.
Howard apretó la mandíbula.
—Este cabrón estaba… —empezó señalando a Dariel y a Megan, pero ella le clavó un dedo
en el pecho.
—¡Ni cabrón ni leches! ¡Si su mujer intenta llevárselo al huerto será porque usted no cumple
con su parte o porque no la cumple bien!
A Dariel se le escapó una sonrisa, al igual que a Matthew e incluso a Megan. Howard, en
cambio, enrojeció de furia.
—La culpa es de este hombre que no deja de ligar con…
—¿Quién? ¿Dariel? ¿Desde cuándo un hombre que flirtea lleva un aspecto tan descuidado?
¿Acaso lo ha visto hablando con ella? ¿Mirarla siquiera? ¡Vamos, hombre! Desde que está aquí
solo se ha dedicado a trabajar. Así que no vuelva a golpearle a menos que quiera que le caiga un
cubo de pintura en la cabeza estando en directo —dicho esto, April cogió a Dariel de la mano,
fulminó con la vista a los presentadores y se marchó con la cabeza bien alta hacia fuera del
cuarto de baño.
Una vez en el pasillo, Dariel deseó que la tierra se lo tragara. Gran parte del personal se había
congregado en el cuarto de baño para escuchar lo que sucedía. Todos le lanzaban miradas que
prefería evitar, los hombres de desprecio y las mujeres de celos.
Los mofletes de April se hincharon peligrosamente.
—¡¿Qué estáis haciendo aquí?! ¡¿Es que no tenéis vida?!
Todos se sobresaltaron ante el estallido de la mujer y se apresuraron a dispersarse. Todos
menos el director, quien se acercó a Dariel con una sonrisa prepotente en el rostro que a ninguno
de los tres les hizo gracia.
—Bellow, tenemos que hablar…
—No hay nada de qué hablar —gruñó April. Dariel y a preveía un nuevo estallido por el que
podían despedirla, así que le estrechó la mano y se interpuso entre ella y el director.
—No pasa nada.
Ella le miró con los ojos llenos de pena.
—Pero…
—Necesitas este trabajo más que y o. No te preocupes por mí.
April tenía cuatro sobrinos que criar mientras su hermana se encontraba en tratamiento
intensivo en el hospital. Aparte de su trabajo en la cadena, tenía otro nocturno como barman en
un club. El sueldo de ambos le daba lo justo para mantener a su familia.
Y lo último que necesitaba era que la despidieran por su culpa.
Dio media vuelta y se enfrentó al director, quien sacaba pecho, orgulloso de tener por fin la
oportunidad de ponerlo de patitas en la calle.
—Bellow, has provocado una pelea…
—Ha sido él quien me ha golpeado.
—No me interrumpas. Por mucho que Howard te hay a golpeado, has sido tú quien ha
provocado la pelea haciendo indecentes proposiciones a una mujer casada.
—Yo no le he hecho ninguna proposición a nadie —dijo con los dientes apretados.
El director iba a decir algo, pero alguien carraspeó. Era Matthew.
—N-no pu-pu-puede de-despedir a Dariel po-por algo que n-no está re-re-relacionado con el
tra-trabajo. —Le costaba hablar, cierto, pero su mirada firme impidió que el director lo
interrumpiera—. Dariel no ha gol-golpeado a na-nadie. Ha si-sido York y po-por eso no pu-pu-
puede de-despedirle. Ni ta-ta-tampoco por a-asuntos fu-fu-fuera del tra-trabajo. Si Dariel n-no
ha he-hecho nada que po-po-ponga en peligro la ca-cadena, n-no pu-pu-puede hacer na-na-nada.
El director lo miró como si acabaran de echarle un jarro de agua fría. Tal vez Matthew no
pudiera hablar bien, pero desde luego era el más inteligente de todo aquel edificio.
El hombre dijo algo en un gruñido ininteligible y se marchó echando pestes.
Dariel les dedicó una sonrisa agradecida.
—Gracias, chicos.
Matthew esbozó una de sus escasas sonrisas orgullosas, y April se puso de puntillas para darle
un beso en la mejilla.
—Sabes que estamos aquí para lo que necesites, cariño. —Los cogió a él y a Matthew del
brazo y los guio a la salida—. Bueno, chicos, ¿a quién le apetece cena en el chino y fiesta por la
noche? Las chicas estarán encantadas de tener entre el mar a dos peces como vosotros.
Matthew se sonrojó y Dariel esbozó una leve sonrisa. A él no le interesaba en absoluto
encontrar a alguien con quien pasar la noche, pero no iba a decírselo a April después de lo que
había hecho por él.
La siguió junto a Matthew hasta su coche, en una calle que daba a un callejón. Dariel no notó
nada extraño hasta que, por el rabillo del ojo, percibió un movimiento. Se giró alzando los brazos
en cruz a tiempo de detener la patada alta que le habría roto la nariz si no hubiera actuado a
tiempo.
Cogió la pierna por el tobillo y la empujó hacia atrás, haciendo que su atacante trastabillara y
cay era al suelo. Percibió otro movimiento entre las sombras. Había alguien más.
—¡Matthew! ¡Llévate a April!
April intentó resistirse, pero Matthew logró convencerla de meterse en el coche. Su alivio
duró apenas unos instantes, pues Matthew aceleró para interponerse entre sus contrincantes y él.
April abrió la puerta trasera.
—¡Sube! —gritó.
Dariel lo habría hecho, pero de repente, todo su cuerpo vibró. Apretó la mandíbula y cerró la
puerta, confundiendo a April y a Matthew. Miró a este último a los ojos y, de alguna forma,
comprendió lo que quería decirle. Vio el miedo en los ojos de Matthew antes de dar marcha atrás
a toda velocidad.
Solo entonces se quedó tranquilo. Se adentró en el callejón, dispuesto a enfrentarse a los dos
seres que ahora estaban de pie delante de él.
Las dos eran mujeres y se parecían mucho. Tenían la piel de una tonalidad blanca que hacía
que sus figuras atléticas fueran más imponentes, su pose era altiva y agresiva, y llevaban el
espeso cabello negro recogido en un perfecto peinado que dejaba sueltos un par de mechones
rizados que caían por uno de sus hombros. Los ojos de una de ellas eran de un tono pardo con
reflejos anaranjados, y los de la otra mujer eran de un frío gris metálico. Sus facciones eran
regias y elegantes, como las de dos reinas de un tiempo antiguo, o los de unas esculturas que
habían sobrevivido al paso del tiempo.
Dariel supo al instante que eran dos guerreras poderosas a las que no debía tomarse a la
ligera.
—¿Quiénes sois?
La de ojos pardos esbozó una cruel sonrisa.
—La muerte.
Qué graciosa.
—No es eso lo que os he preguntado.
—Quiénes seamos no tiene la menor importancia —anunció la de ojos grises—, lo único que
importa es que nuestra señora te quiere muerto.
Dariel entrecerró los ojos.
—¿Por qué?
—Nosotras no cuestionamos sus órdenes.
—Pero sabéis por qué quiere que muera, ¿verdad?
Los labios de la mujer se apretaron, convirtiéndose en una línea.
—Ya no importa. Vas a morir esta noche —y dicho esto, se abalanzó sobre él.
Dariel se hizo a un lado, pero la otra mujer llegó rápidamente hasta él y le propinó una patada
en la parte baja de la espalda que le hizo gemir de dolor. Un puñetazo en la boca del estómago lo
dobló en dos, pero logró apartarse del siguiente golpe, dar un brinco en la pared y pasar por
encima de ellas.
El combate fue duro para Dariel. Siempre se le habían dado bien las artes marciales y el
boxeo, pero esas dos mujeres, a juzgar por su forma de pelear, tenían mucha más experiencia
que él y, para colmo, eran dos contra uno.
Las dos lo golpearon con fuerza en el pecho, logrando que retrocediera un paso, más que
suficiente para que ellas alzaran una mano. Algo invisible lo estampó contra la pared y lo
inmovilizó. Dariel trató de usar sus poderes, pero los de ellas hicieron más presión y al final ni
siquiera pudo respirar.
Una de las mujeres, la de los ojos pardos, hizo un gesto con la mano.
—Adiós, hermanito.
Dariel no pudo procesar ese comentario, pues todo se estaba volviendo negro…
Y, de repente, pudo volver a respirar. Cogió una bocanada desesperada de aire y cay ó de
rodillas al suelo al mismo tiempo que tosía. Al alzar la vista, vio que las dos mujeres
contemplaban desconfiadas a una poderosa figura.
Dariel lo contempló con atención. Era muy alto, le sacaría al menos media cabeza de altura,
lo cual significaba que debería medir al menos unos dos metros. Tenía los hombros anchos y una
complexión musculosa que su camiseta de manga corta blanca no conseguía disimular. Los
sencillos vaqueros remarcaban unos muslos fuertes y ejercitados por horas de entrenamiento, y
las botas de motero le daban un aire rebelde que la chaqueta de cuero reafirmaba. Su piel tostada
hacía una escalofriante y perfecta sinfonía con su pelo negro, que caía en largos mechones hasta
la nuca y rozaba su rostro de afilados rasgos, al igual que remarcaban unos brillantes ojos
castaños que observaban atentos a las dos mujeres.
La de ojos grises fue la primera en hablar con la cabeza ladeada.
—¿Quién eres? No perteneces a nuestro panteón.
El hombre se acercó tranquilamente a ellas.
—No, y os diré una cosa más, no me gusta que se interpongan en mi camino. Así que y a
podéis marcharos.
La mujer de mirada parda se adelantó un paso.
—¿Crees que te tenemos miedo?
—Deberíais.
—¿Y eso por qué?
De repente, el hombre cambió. Fue solo un instante, pero Dariel estuvo seguro de que la piel
del hombre se volvió de un tono café veteada de un brillante amarillo. No tenía ni la menor idea
de qué era esa criatura, pero fuera lo que fuera, sus atacantes retrocedieron y ahogaron una
exclamación.
—Tú… —murmuró la de ojos pardos.
—Eres un Nefilim —terminó la otra en su lugar. Cogió a su compañera del brazo y la obligó a
andar hacia atrás—. Vámonos, Eris. Ya nos encargaremos de él en otra ocasión —y tras decir
esas palabras, desaparecieron.
Dariel intentó levantarse, pero se tambaleó y tuvo que apoy arse en la pared. Si esas dos se
habían marchado nada más ver a ese hombre, él y a podía ir saliendo de allí cagando leches.
Sin embargo, cuando lo tuvo encima, lo cogió por un brazo y lo ay udó a sostenerse en pie.
—¿Es la primera vez que peleas contra dos diosas?
Dariel sacudió la cabeza y lo miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué me ay udas?
El extraño lo apoy ó contra la pared para que se recuperara.
—Hay alguien que está muy interesado en ti.
Eso solo logró confundirlo aún más.
—¿Interesado en mí?
—Dime una cosa, ¿cuánto sabes sobre tus padres?
Dariel alzó la vista abruptamente y lo sondeó con la mirada.
—Que me dejaron en un orfanato con apenas un mes de vida.
El hombre asintió.
—Entonces tenemos mucho sobre lo que hablar… ¿O prefieres que pase directamente a
hablarte de la propuesta que tengo que hacerte?
Dariel entrecerró los ojos, meditando. Siempre se había preguntado quiénes eran sus padres,
cuál era el origen de sus extraños poderes… y ahora tenía la ocasión de averiguarlo.
Aunque, por otra parte, tampoco sabía si podía confiar en ese hombre o no.
—¿Cómo sé que puedo confiar en ti?
—Porque si quisiera matarte podría haber dejado que esas dos lo hicieran o y a te habría
destrozado y o mismo. Además, si quisiera llevarte a algún sitio puedo asegurarte que no me
estaría tomando la molestia de que te recuperaras o de que permanecieras despierto.
—A menos que me necesites para algo.
—Aunque así fuera, la tortura es mucho más efectiva que la confianza. Además, a mí no me
gusta esperar.
Tras unos segundos más de reflexión, decidió que no tenía motivos para no mantener una
conversación con él, a pesar de que tampoco tenía razones para que se convirtiera en su mejor
amigo de la noche a la mañana.
—Creo que tengo un par de preguntas que hacerte.
El hombre asintió.
—Me llamo Evar.
—Dariel.
—Bien, ¿dónde quieres hablar?
—Antes que nada, tengo que encontrar a mis amigos y decirles que estoy bien.
Evar asintió.
—Por supuesto.
No tardó mucho en dar con ellos. Nada más salir del callejón, localizó el coche de April a un
par de manzanas calle abajo, además de que ella iba corriendo en su dirección con el rostro
angustiado.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó cuando llegó hasta ellos.
Dariel le cogió las manos, las cuales habían empezado a revolotear por su cuerpo como si
buscaran alguna herida. Afortunadamente, solo tenía un par de moratones que aún tardarían una
hora en ser visibles.
—Tranquila, estoy bien.
April pareció conforme, momento en que Dariel se dio cuenta de que Matthew no estaba con
ella.
—¿Dónde está Matthew?
—Había ido a una cabina telefónica para llamar a la policía… ¡Ah! Allí está.
Dariel se giró y vio que Matthew iba corriendo en su dirección. Llevaba el pelo alborotado y
jadeaba por la carrera. Cuando estuvo frente a él, lo recorrió con la vista y su rostro se llenó de
puro alivio.
—Tienes unos amigos interesantes, Dariel —comentó Evar, que observaba atentamente a
Matthew con la cabeza ladeada.
Su amigo se fijó entonces en él y frunció la nariz.
Antes de que pudiera preguntar a qué venía aquel comentario, April se acercó a Evar con una
sonrisa coqueta.
—Y… ¿quién es tu nuevo amigo?
—Me ha ay udado con esos atracadores.
April abrió los ojos como platos.
—¿En serio? Muchísimas gracias.
Evar inclinó la cabeza.
—No tiene que dármelas.
—¡Claro que sí! ¿Qué habría sido de mí si el tío más bueno que he visto nunca deja de
aparecer por mi trabajo? ¿Tienes la menor idea de la alegría que me da ver a este semental todas
la mañanas?
A Evar pareció divertirle el comentario.
—Parece que eres muy popular entre las mujeres.
Dariel hizo una mueca desagradable.
—Sí, con lo fácil que es hoy en día engordar veinticinco quilos y quedarse medio calvo…
Evar frunció el ceño, sin entenderlo. Dariel no se molestó en explicárselo, no era asunto suy o
ni tampoco quería hablar del trabajo.
April le cogió una mano y se la estrechó.
—¡No seas tonto! Estás para untarte nata en el cuerpo y tomar fresas sobre él… antes y
después de explorarte a conciencia. —Como de costumbre, las palabras de April le arrancaron
una sonrisa. Ella le cogió un mechón de pelo y lo examinó con el ceño fruncido—. Si te
arreglaras un poco más podrías hacerte pasar por un actor de Holly wood.
Dariel esbozó una leve sonrisa que no le llegó a los ojos. April estaba hablando de un
restaurante cuando Dariel recordó lo que Evar y él tenían pendiente. Una conversación de vital
importancia para él.
—Evar, ¿me disculpas un momento? —le preguntó un tanto brusco, interrumpiendo así a
April, que lo miró un tanto confusa, probablemente extrañada por su cambio de comportamiento.
Evar asintió y se alejó hasta quedarse apoy ado en la pared de ladrillo, manteniendo suficiente
distancia como para que no pudiera oírlos. O eso creía. Teniendo en cuenta que no era un ser
humano normal y corriente, a Dariel no le sorprendería que pudiera oír cada palabra.
—¿Ocurre algo? —le preguntó April.
Dariel suspiró y le cogió ambas manos.
—Este hombre sabe algo sobre mis padres. —No esperó a que April o Matthew pudieran
decir nada, se limitó a continuar—. Necesito hablar con él a solas. Necesito…
—Lo entiendo —le dijo April con dulzura—. Anda, ve. Si necesitas algo, mi móvil estará
encendido toda la noche.
—Y e-el mío ta-también —añadió Matthew.
Dariel asintió, profundamente agradecido. Se despidió de ellos y se dispuso a marcharse, pero
Matthew lo atrapó a tiempo. Frunció el ceño al mirar su mano. Lo cogía con una fuerza nada
normal en un hombre de su constitución.
Al alzar la mirada, los ojos oscuros de Matthew tenían un brillo extraño, impropio en él,
aunque Dariel no supo identificar lo que era.
—N-no t-te fíes de él.
Su petición le pareció extraña, pero decidió guardarse sus preguntas para otro momento. Así,
dispuesto a obtener respuestas sobre sus padres, se dirigió adonde se encontraba Evar, quien
observaba a Matthew con los ojos rebosantes de curiosidad.
—Tu amigo es muy curioso.
Dariel frunció el ceño.
—¿Matthew?
—Ajá.
—¿Por qué lo dices?
Evar frunció el ceño.
—¿No te lo ha dicho? —Al ver que él hacía un gesto negativo, Evar se encogió de hombros—.
En fin, y a te lo contará. Ahora tenemos cosas de las que hablar. —Miró a su alrededor, como si
buscara algún lugar adecuado—. ¿Dónde podemos hablar sin que nos molesten?
Dariel imitó su gesto y recorrió la calle con la mirada. No le gustaba la idea de hablar de algo
tan íntimo e importante en un espacio abierto, con cientos de personas normales y corrientes que
probablemente se asustarían si supieran que existía un mundo de seres sobrenaturales como él…
y probablemente como sus padres.
Al final, soltó un suspiro.
—Vamos a mi casa.
Evar hizo un gesto afirmativo y le señaló con la cabeza una flamante Ducati 1098 R negra
que estaba aparcada en la acera. Dariel fue hacia ella e inclinó la cabeza.
—Mmm…
—¿Algún problema? —preguntó Evar mientras le tendía el casco.
—No. Me preguntaba si esa persona que está tan interesada en mí es la misma que te paga lo
suficiente como para comprarte esto.
—Pues sí.
—¿Y se supone que si trabajo para él ganaré lo mismo?
Evar se encogió de hombros.
—Probablemente. Es un precio pequeño en comparación a aguantarle.
Dariel alzó una ceja, pero decidió esperar a llegar a su casa para saberlo todo. De esa forma,
acabó detrás de Evar, recorriendo las atestadas calles de Los Ángeles a toda velocidad. A Dariel
no le molestaba la peligrosa forma en la que cruzaban las carreteras, de hecho, estaba
acostumbrado a ir mucho más rápido que aquello.
Tardaron menos de siete minutos en llegar. Dariel vivía en el sur de Los Ángeles, en un
pequeño piso situado en una finca un poco vieja del distrito de Compton. Guio a Evar por el
recibidor hasta el ascensor y subieron a la sexta planta.
Su casa era pequeña aunque acogedora. Con su sueldo podía permitirse de sobra aquel piso y
decorarlo a su gusto. Él mismo había pintado las paredes de un suave tono ocre, las cuales
estaban decoradas a su vez con paneles de fotografías de ciudades y paisajes.
Su hogar contaba con un salón y un dormitorio, una pequeña cocina, un cuarto de baño y un
diminuto balcón. Llevó a Evar hasta el salón, que tenía un sofá con forma de ele de color
chocolate, un sillón de cuero del mismo color, muebles de tonos castaños claros, y estanterías con
algunos libros, pero sobre todo llenas de documentales de toda clase.
Dariel no podía quedarse sentado, así que le ofreció a Evar asiento. Este se decidió por el
confortable sillón.
—¿Quiénes eran mis padres? —preguntó sin tapujos.
Evar alzó una ceja pero, afortunadamente para él, tampoco se andaba por las ramas.
—Tu padre era Zeus, y tu madre uno de los mensajeros de Dios, comúnmente conocidos
como ángeles. —La forma en que hablaba de estos últimos daba a entender que no le gustaban
en absoluto, pero Dariel estaba demasiado impactado como para darse cuenta de ello.
Se dirigió al sofá y se dejó caer en él.
—¿En serio?
—Bueno, lo cierto es que te pareces a Zeus, aunque diría que el pelo rubio y los ojos azules
son de tu madre, como todos los ángeles.
Dariel alzó la vista hacia él. Tenía tantas preguntas, tantas cosas que necesitaba saber que no
tenía ni idea de por dónde empezar.
—¿Tú los conocías?
Evar arrugó la nariz.
—Me topé con Zeus una vez. Iba persiguiendo a una conocida y su marido, su familia y y o lo
echamos de nuestro territorio. Era un hueso duro de roer, pero al final comprendió que Lilit no
quería sus atenciones.
Dariel hizo una mueca. Conocía algunos mitos de Zeus donde se le describía como un
mujeriego, así que no debería sorprenderle algo así.
—¿Y qué hay de mi madre?
Evar se encogió de hombros.
—A mi gente no les gusta los ángeles, y a mí tampoco. Por lo general, solo nos reunimos para
matarnos entre nosotros.
Dariel, al oír esas palabras, se levantó de un salto y se alejó de él. Evar, sin embargo, no se
movió un pelo.
—Tranquilízate, Dariel, no he venido para hacerte daño.
—¿Mataste a mi madre?
La sonrisa cruel que esbozó Evar le dijo que lo que estaba a punto de oír no iba a gustarle
nada.
—He matado a cientos de ángeles pero, si quieres una opinión, dudo que ellos dejaran viva a
tu madre después de que se hubiera acostado con un dios griego.
Dariel se quedó blanco. ¿Ángeles asesinando a uno de ellos? Se suponía que los mensajeros de
Dios eran compasivos, justos y bondadosos, ¿cómo iban a matar a alguien, más aun si era uno de
los suy os?
—Mientes —siseó. Sus poderes crepitaban en su interior y aumentaban acompañando su ira.
Evar esbozó una sonrisa torcida.
—Sabes muy poco sobre Dios, Dariel.
—He ido a un colegio católico, creo que sé lo suficiente.
—Ah, pero solo sabes lo que él quiere que sepas.
—¿Qué diablos quieres decir?
El hombre se levantó y se acercó a él. Esta vez, estaba mortalmente serio.
—Dime, ¿has oído hablar de los Nefilim?
Dariel lo fulminó con la mirada.
—¿Qué tiene eso que ver con mi madre?
—Que la historia de los Nefilim es el ejemplo perfecto para demostrarte que, a menudo, Dios
es mucho más cruel que el mismísimo Diablo. —Se acercó un paso más a Dariel, por lo que sus
rostros se quedaron a apenas unos centímetros—. Inténtalo una vez más. ¿Quiénes eran los
Nefilim?
Dariel se preguntó de qué iba todo aquello, pero decidió darle lo que quería para averiguarlo
cuanto antes. Hizo memoria de todo lo que recordaba sobre su educación religiosa, dando por fin
con lo que buscaba.
—Los Nefilim eran hijos de los Grigori, un grupo de ángeles caídos que se acostaron con
mujeres humanas.
—Exacto. ¿Y qué dicen los textos religiosos sobre esas mujeres?
Dariel trató de recordarlo, pero no encontró nada.
—No lo recuerdo.
—Porque no se mencionaba nada sobre su trágico final.
Alzó la mirada para encontrarse con los afilados rasgos de Evar. Había un brillo iracundo en
su mirada que le hizo tragar saliva, empezando a intuir que lo que le estaba contando no era una
mentira.
—¿Qué trágico final?
Evar apretó la mandíbula.
—Los Nefilim somos demonios al servicio de Lucifer. Éramos la élite, los más fuertes y
poderosos, y por tanto, constituíamos una gran amenaza contra Dios y el ejército de Miguel. —
Tragó saliva—. Dios envió a los ángeles a castigar a esas mujeres por engendrarnos. Fueron
asesinadas de la peor forma posible. Nosotros intentamos protegerlas, pero solo llegamos a
tiempo de verlas morir en nuestros brazos. —Alzó la vista y clavó sus ojos en los suy os—. Mi
abuela estaba entre ellas. Ya era may or, pero no tuvieron piedad con ella. Mi abuelo, mi padre,
mi hermano y y o la encontramos desnuda y con quemaduras muy graves. Mi abuelo la lloró
durante años, al igual que lo hicieron los Grigori que perdieron a sus mujeres. —El dolor que
destilaban sus palabras no era fingido, era muy real, tanto que hasta a Dariel le apesadumbraba
la muerte de aquella pobre mujer—. ¿Te parece eso obra de un dios misericordioso? Mató a
aquellas a quienes llamaba hijas de Dios, ¿qué te hace pensar que no mató a tu madre por el
hecho de haber creado un ser tan poderoso que podría suponer un problema para él en el futuro?
Dariel no sabía qué responder. Sabía que existían los dioses, los demonios y todo el resto, pero
jamás llegó a cuestionar los mitos y ley endas que contaban sobre cada uno de ellos. Si fuera así,
¿cómo sabría en quién confiar?
Se apartó de él para sentarse en el sofá y ocultar su rostro entre sus manos.
—No hay ninguna posibilidad de que siga viva, ¿verdad?
Evar bufó.
—Ya es un milagro que lograra ocultar tu embarazo a Dios. Debía ser un ángel excepcional si
logró esconderte durante tanto tiempo de él —dicho esto, bajó la mirada y suavizó su tono de voz
—. Si no volvió a por ti, dudo que lograra pasar desapercibida mucho más tiempo.
Dariel entrecerró los ojos.
—¿De verdad crees que habría vuelto a por mí?
—Si te tuvo, fue porque quería tenerte. Los ángeles pueden abortar si se lo piden a Gabriel.
Esta vez, alzó la vista. Solo de pensar en ello, se le subía la bilis a la garganta, pero necesitaba
saberlo. Necesitaba saber que no era hijo de uno de esos ángeles que masacraron a mujeres que
no habían hecho nada malo.
—¿Crees… que ella fue una de los que mató a vuestras mujeres?
Evar entrecerró los ojos.
—No hay manera de saberlo. Pero ahora y a no tiene importancia.
Eso también era verdad.
Dejó escapar un suspiro cansado y se dejó caer en el sofá. Se sentía agotado, pero de algún
modo aliviado. Al menos, sabía que su madre le había querido y que había intentado protegerle.
De repente, se levantó al recordar una cosa.
—¿Qué hay de mi padre?
Evar casi soltó una carcajada. Casi.
—Ese dios ha tenido tantas amantes e hijos que y a habrá perdido la cuenta. Aun así, no es la
clase de hombre que deja a sus hijos en el mundo humano, normalmente los lleva con él al
Olimpo, por lo que dudo que sepa de tu existencia.
Dariel asintió. Al menos, uno de sus padres seguía vivo, aunque tampoco estaba seguro de si
quería conocerlo… todavía.
Evar, mucho más tranquilo, volvió a sentarse en el sillón.
—¿Es todo lo que querías saber?
Dariel no estaba seguro. Ese demonio no podía darle tantos datos sobre sus padres como
esperaba, pero por el momento era suficiente.
—Por ahora.
El Nefilim asintió.
—Bien. En ese caso, ahora tienes que escuchar mi propuesta.
—¿De qué se trata?
Dariel supo que, por la sonrisa torcida de Evar, no iba a hacerle gracia.
—El Diablo quiere que trabajes para él.
Capítulo 2. Tentación
“Dos rojas lenguas de fuego que a un mismo tronco enlazadas se aproximan,
y al besarse se forma una sola llama.”
GUSTAVO ADOL FO BÉ CQUE R

—¿Qué? —Fue lo único que pudo decir Dariel después de escuchar la propuesta que Evar
acababa de hacerle…
¿Trabajar para el Diablo? ¿Un medio ángel como él? Ahora sabía que los ángeles no eran tan
santos como los pintaban, pero algo muy distinto era trabajar para la personificación de la
maldad, el pecado y todo eso… Al fin y al cabo, estaban hablando del mismísimo Satanás. Y
estaba seguro de que eso no podía ser bueno.
—Lucifer te ofrece un trabajo. —Evar frunció un poco el ceño y después se encogió de
hombros—. Bueno, y o diría que es más bien un trato.
—Yo no hago tratos con el Demonio.
Evar dejó escapar un resoplido.
—Lucifer no es tan malvado como lo pintan… Al menos no la may or parte del tiempo,
concretamente, cuando Dios no le toca las pelotas.
—No quiero ofender a tu jefe, pero no me creo que sea un santurrón.
—Yo no he dicho que lo sea. Simplemente, es un hombre normal y corriente a quien Dios le
hizo una putada, como a muchos otros, tan grande que juró vengarse. —Hizo una pausa breve—.
De ahí eso de convertirse en el Diablo.
Dariel se cruzó de brazos.
—¿Se puede saber qué demonios le hizo?
Evar se sobresaltó y apartó la vista.
—No creo que contarte ese asunto tan delicado entre dentro de mis órdenes, así que no voy a
decírtelo.
Dariel ladeó la cabeza, intrigado. Vay a, vay a, parecía que la Biblia se ha guardado unos
cuantos trapos sucios…
—Aun así, no tengo por qué trabajar para él.
—¿A pesar de todo lo que te ofrece a cambio?
Eso captó, muy a su pesar, su atención.
—Que es…
Evar esbozó una sonrisa divertida.
—Podrás seguir con tu vida tal y como la conoces, solo que con unos cuantos cambios como,
por ejemplo, la desaparición de cualquier problema que tengas. Y si no tienes problemas, algo
que dudo mucho, debes tener sueños o esperanzas. Lucifer puede cumplirlos, solo tienes que
pedírselo.
Dariel procuró que Evar no se diera cuenta de que, por un instante, la esperanza se filtró en su
interior. Lo cierto era que, si ese demonio no le mentía, sus problemas en el trabajo podrían
desaparecer, puede que incluso lograra meterse en algún programa de documentales.
Desde luego, el Diablo sabía cómo tentar a sus víctimas para conseguir lo que quería.
—¿Cómo sé que puedo fiarme de él?
Evar lo meditó unos instantes, como si estuviera recordando algo.
—Dispones de todo el tiempo que necesites para pensarlo y, si quieres ponerte en contacto
con él y hablar del asunto o condiciones, puedes morder esto —mientras hablaba, se levantó y se
dirigió a él. Del bolsillo de su chaqueta, sacó algo redondo de un color rojo brillante.
Era una manzana.
Dariel no pudo reprimir una sonrisa divertida.
—¿Va en serio?
Evar le devolvió el gesto.
—A Lucifer le encantan las analogías.
Dariel lo meditó un poco más y, con un suspiro y sabiendo que se arrepentiría, cogió la
manzana. Evar sonrió ampliamente.
—¿Eso significa que lo pensarás?
—Lo haré.
—Bien. —Entonces, los dos se quedaron en silencio unos momentos. Dariel esperaba que se
marchara, y por eso le sorprendió lo que dijo al poco rato—. ¿Qué hay para cenar?
El silencio se extendió entre ellos. Evar esperaba pacientemente a que respondiera, mientras
que Dariel estaba demasiado sorprendido para responder o siquiera asimilar el significado de esa
pregunta.
Al final, optó por lo único que se le pasó por la cabeza.
—¿Qué has dicho?
—Tengo hambre y quiero comer.
—… Ya, pues en la esquina hay una hamburguesería.
Evar lo miró con aparente aburrimiento.
—No puedo separarme de ti hasta que tomes una decisión.
—… ¿Qué?
—¿Eres medio sordo o es que no entiendes el inglés?
—¡Lo entiendo perfectamente! ¡Lo que no comprendo es a qué viene eso de no separarse de
mí hasta que tome una decisión!
Evar alzó los ojos al cielo unos instantes y volvió a bajarlos hacia él.
—La versión benevolente es que tengo que protegerte de los ángeles y de Hera…
—¿Hera? —La mención de esa diosa lo confundió—. ¿Qué tiene ella que ver conmigo?
—¿No has leído nada de mitología griega? La vida de Hera se reduce a hacerles la vida
imposible a las amantes y los bastardos de Zeus… y a matarlos.
Genial. Justo lo que necesitaba para que su vida se pareciera al Edén.
—¿Y la otra versión por la que tienes que quedarte aquí?
—Mi opinión es que Lucifer quiere que tomes una decisión rápida para deshacerte de mí
cuanto antes.
… Sí, eso le pegaba más a la visión que tenía del Diablo.
—¿En serio vas a quedarte aquí quién sabe cuánto tiempo?
—A mí tampoco me hace mucha ilusión, pero puedo protegerte mejor de las hijas de Hera y
de los ángeles estando contigo.
Dariel lo meditó un minuto entero, pensando en todas las desventajas que suponía compartir
un piso tan diminuto con un demonio que podría matarle en cualquier momento. Sin embargo,
tampoco quería ser asesinado por las dos piradas de antes, y hasta el momento, y a pesar de ser
un Nefilim al servicio del Diablo, Evar mostraba ser… un poco más de fiar de lo que pensaba.
Así que, resignado, le dijo:
—Siéntate mientras preparo algo.
En cuanto Evar se sentó, Dariel se dirigió a la cocina y abrió la nevera para ver qué podía
hacer para cenar. Después de aquel día, le habría gustado darse un buen festín, pero empezaba a
hacerse tarde y estaba deseando dormir para despejarse de aquella extraña situación.
Al final, optó por hacer lasaña. Llenó un recipiente con agua y dejó que las placas de pasta se
humedecieran mientras él troceaba la carne y hacía la salsa de tomate. La salsa boloñesa la tenía
preparada de unos tallarines que cocinó no hacía mucho para llevarse al trabajo.
Muy pocos habrían imaginado que era un aficionado a la cocina. En cuanto tenía tiempo libre
cogía un libro de gastronomía y buscaba alguna receta que probar, y una vez terminada con
éxito, le añadía algún toque personal o la modificaba un poco, aunque raras veces había tenido
que hacerlo, pues normalmente le gustaba cualquier tipo de comida.
Ya estaba colocando la carne picada y las salsas entre las placas de pasta cuando notó una
presencia tras él. Evar estaba justo a su espalda, muy cerca de él, observando por encima de su
hombro lo que estaba haciendo con la nariz arrugada.
Dariel se apartó un poco para no tenerlo a su espalda.
—¿Qué haces?
—¿Se supone que eso es comida?
El comentario lo ofendió más de lo que le habría gustado.
—¿Tienes algún problema? —le preguntó con un gruñido tan fiero que hasta él mismo se
sorprendió.
Evar, al percatarse de su hostilidad, suavizó su expresión.
—Nunca he comido… alimentos humanos.
La explicación tranquilizó a Dariel.
—¿Y qué se supone que coméis los demonios?
—A los Nefilim nos gusta cazar jabatos ígneos.
Dariel se le quedó mirando como si acabara de decir que su horno era la entrada al país de
las maravillas.
—¿Jabatos ígneos?
—Sí.
—Eso es…
—Un demonio que habita en el Bosque de la Llama Negra.
—¿Y no es mejor cazar jabalíes?
Evar, por primera vez, soltó una carcajada.
—Solo con cazar jabatos y a acabamos con varios huesos rotos, cazar un jabalí solo es un
suicidio.
Dariel no sabía cómo eran esos jabalíes, pero tampoco quería averiguarlo, mucho menos
saber a qué sabían. Así que volvió a centrar toda su atención en la comida.
Evar no se marchó. Siguió observándolo con aparente curiosidad mientras él iba a la suy a,
intentando ignorar al extraño con el que tendría que convivir durante… unos días. O eso esperaba.
Terminó de preparar la lasaña y la metió en el horno. Ahora tenía que esperar veinte minutos,
y puesto que no tenía nada mejor que hacer, decidió entablar una conversación anodina y, de
paso, intentar averiguar si podía fiarse de Evar y su jefe o no.
—¿Cómo es el infierno?
Evar se sobresaltó. Había estado muy concentrado en otra cosa y no había visto venir su
pregunta, pero se recuperó rápidamente y alzó los ojos, pensativo.
—No creo que te guste.
—Ponme a prueba.
—Supongo que para ti haría demasiado calor, no soportarías el olor a carne quemada y a
humo… Del paisaje no sabría qué decirte. El infierno es muy grande y no sabría por dónde
empezar.
—¿Por qué no empiezas por ese bosque de jabatos?
—Mmm… Está bien. Es como un bosque normal, solo que las copas de los árboles, a pesar de
que parecen hojas, son en realidad llamas de color negro.
—¿Queman?
—No para un Nefilim, pero supongo que a los ángeles les quemaría, no lo sé. Nunca han
llegado tan lejos.
Ese último comentario le llamó la atención.
—¿Los ángeles van al infierno a menudo?
—De vez en cuando. Pero los ángeles caídos y los Nefilim solemos mantenerlos a ray a.
—¿Nunca os han vencido?
Evar dudó un momento antes de responder.
—Una vez por poco logran llegar hasta Lucifer. Al final, los demonios y las bestias del
infierno nos ay udaron, pero prácticamente toda mi raza fue exterminada.
Esas palabras sobresaltaron a Dariel, quien miró a Evar con los ojos como platos.
—¿Me estás diciendo que eres el último Nefilim?
Evar hizo un gesto negativo.
—Solo quedamos seis; Damián, Zephir, Skander, Kiro, Nico y y o.
Dariel tragó saliva al comprender lo que eso significaba.
—Tu familia murió durante la masacre, ¿verdad?
El demonio bajó la vista.
—Mi padre murió durante la batalla. Algunos Nefilim, como mi hermano, también
sobrevivieron. Pero con el paso de los siglos solos hemos quedado nosotros.
Dariel sintió una oleada de compasión. El dolor que traslucían las palabras de Evar era real, y
podía ver el tormento en su mirada castaña.
Se dio la vuelta, dándole la espalda. Contempló el horno, al que y a le faltaba poco para que
sonara la campanilla.
—Lo lamento.
No oy ó nada después de decir eso. Sencillamente, Evar le dio un toquecito en un hombro. Al
darse la vuelta, y a no estaba ahí. Dariel no estaba seguro, pero suponía que ese breve contacto
había sido una forma de agradecerle el pésame.
Con un suspiro, siguió mirando la lasaña que se estaba haciendo en el horno.

Evar se tumbó en el sofá con el ceño fruncido. No sabía qué lo había impulsado a hablarle de
su familia, pero no le gustaba.
No era asunto de Dariel. Y él tampoco tenía por qué hablarle de su vida privada. Su deber era
protegerle e informarle de todo cuanto quisiera saber, aunque claro, tenía que guardar un par de
secretos por si Dariel elegía ponerse voluntariamente del lado de los ángeles.
Ese era otro motivo por el que estaba allí. Hera quería ver muerto a Dariel, pero tal vez Dios
se aprovechara, al igual que hacía Lucifer, del poder de ese hombre. Después de todo, no era la
primera vez que engañaba a alguien para cumplir sus caprichos.
Y en cuanto a Zeus… Probablemente estaría demasiado ocupado persiguiendo las faldas de
alguna diosa o mortal, por lo que dudaba de que se enterara de la existencia de otro de sus hijos
bastardos.
Tenía que conseguir que Dariel se pusiera de su lado. Solo quedaban seis Nefilim en el
infierno, y necesitaban a seres poderosos que los ay udaran a luchar contra el ejército de Miguel.
Los ángeles caídos eran leales y fuertes, pero no lo suficiente como para hacer que la balanza de
la guerra se inclinara a su favor.
Lo que necesitaban era a alguien como Dariel para proteger el infierno. Eso era lo que más
necesitaban, pues en una guerra, cada bando era más fuerte en su propio terreno. Y Dios sabía
que Lucifer jamás saldría de su escondite, no cuando podía volver a someterlo a su voluntad.
Lucifer lo sabía y por ello necesitaban a criaturas poderosas en su bando.
Suspiró y concentró sus poderes para asegurarse de que Dariel seguía donde lo había dejado.
Y así era, sus sentidos le dijeron que apenas se había movido de donde estaba. Sabiendo eso,
deslizó su energía alrededor del piso y de la finca, asegurándose de que no hubiera enemigos
potenciales cerca de allí.
Por el momento, no había peligro.
Un olor agradable se filtró por sus fosas nasales. Se levantó, aún olfateando, hasta posar los
ojos sobre el recipiente transparente en cuy o interior había una especie de masa blanca y roja,
todo mezclado en un rectángulo pegajoso.
Evar hizo una mueca.
—¿Seguro que es comida humana?
Dariel dejó la bandeja sobre la mesa que había tras el sofá.
—Seguro al cien por cien.
A pesar de sus recelos, Evar se sentó en la mesa y esperó a que Dariel le sirviera un plato.
Contempló la masa de cerca, la olfateó. Olía bien, pero su aspecto seguía sin convencerlo del
todo.
—Tranquilo, Nefilim, no va a comerte —le dijo Dariel con voz burlona.
Evar lo miró con cara de pocos amigos, pero levantó la mano para coger la masa… y recibió
un manotazo por parte del semidiós.
—¡Eh! —gruñó con su voz demoníaca, pero Dariel ni siquiera parpadeó.
—Eso no se come con las manos. Te he puesto cubiertos por algo.
Evar desvió la vista hacia los instrumentos metálicos que había junto al plato. Los cogió y los
miró detenidamente, sin comprender cómo demonios se comería aquella cosa tan blanda con
eso.
Oy ó que Dariel soltaba un suspiro frustrado. Lo vio levantarse y dirigirse hacia él.
—Trae, te enseñaré a usarlos.
Le cogió los cubiertos, se colocó a su espalda y se inclinó sobre él para mostrarle cómo se
hacía. A pesar de que Evar veía lo que estaba haciendo, fue otra cosa la que captó toda su
atención.
Su olor.
Desprendía el mismo que la comida que tenía delante, pero estaba mezclado con un aroma
semejante al mar. Un olor masculino y embriagador. Evar se sorprendió al reconocer la
sensación que ardió en sus entrañas y que por poco hizo que se levantara de un salto. La
excitación. El deseo.
A pesar de la sorpresa, lo encontró interesante. Puesto que los Nefilim no se reproducían
mediante las relaciones sexuales, raras veces sentían el deseo carnal. Evar solo lo había
experimentado una vez y solo por eso había reconocido de inmediato aquella imperiosa
necesidad de dominar a Dariel, de dejarlo desnudo bajo su cuerpo y exigirle que se quedara
quieto mientras él redescubría aquellos deseos que no había experimentado en milenios.
Precisamente por el hecho de ser un Nefilim, de pertenecer a una raza que rara vez
copulaba, la atracción sexual era mucho más fuerte en él que en un ser humano o en cualquier
otra criatura que necesitara reproducirse mediante el coito.
Contuvo el impulso de levantarse y acorralar a Dariel contra la pared. En vez de eso, trató de
concentrarse en cómo debía sostener los cubiertos y usarlos para cortar la comida. A pesar de sus
esfuerzos, no podía evitar notar el torso de Dariel en su espalda, su mentón prácticamente
apoy ado en su hombro y los brazos y manos que se movían delante de él.
Dariel no era tan corpulento como él, pero tenía igualmente una forma física estupenda. Con
esa piel clara y los finos músculos tensados por la posición forzada, parecían hechos del mármol
más exquisito, y Evar no pudo evitar preguntarse si su tacto sería suave como la seda o de una
textura similar a la suy a. Su pecho se pegaba a su espalda, y la excitación aumentó al imaginar
cómo se sentiría si ambos estuvieran desnudos el uno contra el otro, con los cuerpos encajados.
Apretó la mandíbula, conteniendo su naturaleza dominante, aquella que le ordenaba a gritos
que lo posey era allí mismo.
—¿Te encuentras bien?
Alzó la vista, encontrándose con los ojos color turquesa de Dariel. Hasta ese momento, no
había reparado en que tenía unos ojos muy seductores, de esos que en cuanto los mirabas no
podías apartar la vista, especialmente cuando estaban oscurecidos por la pasión, cuando te pedían
solo con la mirada que le dieras placer.
El cuerpo de Evar tembló imperceptiblemente ante esa expectativa.
—Parece fácil —dijo finalmente con la voz más grave de lo que esperaba.
Dariel ladeó la cabeza.
—¿Pero?
Evar frunció el ceño, tratando de encontrar alguna excusa que explicara su estado.
—Son pequeños y frágiles. ¿No los romperé?
—Simplemente no los fuerces.
Evar asintió, apartó sus lujuriosos pensamientos a un lado y se concentró en la tarea. Sostener
los cubiertos le resultó fácil, y le sorprendió que fueran tan sencillos de usar. La masa de la
comida cedió dócilmente ante los instrumentos, y en unos instantes y a tenía un trozo de esa
sustancia pegajosa preparada para probarla.
La olisqueó de nuevo y la miró ceñudo. ¿De verdad eso era comida?
—¿Qué pasa? ¿Un Nefilim le teme a un diminuto trozo de lasaña? —se burló Dariel con una
sonrisa torcida y un brillo desafiante en los ojos.
A Evar le gustó esa mirada. Lo excitó muchísimo e incluso se planteó seriamente dejar la
comida a un lado y dar un salto para lanzar a Dariel al suelo y demostrarle que nunca, bajo
ningún concepto, debía desafiarlo. Porque las consecuencias podían ser un par de días sin salir de
aquella casa. Evar llevaba unos milenios sin experimentar aquello, y ahora que el deseo había
vuelto, lo había hecho con una fuerza demoledora.
Clavó sus ojos en él y soltó un gruñido. Sabía que Dariel lo interpretaría como desagrado,
como si no le gustaran sus palabras, cuando la realidad era que su deseo estaba alcanzando puntos
peligrosos.
Dispuesto a controlarse, se llevó el trozo de masa a la boca y se preparó para el horrible sabor
de aquella mole pegajosa.
Sin embargo, se sobresaltó, miró su comida con los ojos como platos, cogió los cubiertos y
empezó a comer de una manera que un ser humano habría considerado grosera y maleducada.
A Dariel, sin embargo, no pareció importarle. Incluso parecía orgulloso.
—¿Qué me dice ahora el Devorador de Jabatos?
Evar se detuvo un instante. Masticó la comida rápido y tragó.
—¿Cómo se llama esto?
—Lasaña.
—Lasaña. Tendré que preguntarle a Nico si sabe hacer esto.
Dariel apoy ó la cabeza en una mano mientras comía.
—¿Nico es uno de los tuy os?
—Ajá.
—¿Y sabe cocinar?
—Es el único de nosotros que demuestra curiosidad por el mundo humano. Le encanta
cocinar y siempre está intentando que probemos lo que hace, pero teniendo en cuenta el aspecto
que tiene vuestra comida ninguno excepto Kiro hemos querido probar nada de lo que hacía.
—Pobre demonio.
—No te creas, ahora intenta enseñar a Lucifer a cocinar, pero por lo que me ha contado es un
negado.
Eso llamó la atención de Dariel.
—¿Al Diablo le dan clases de cocina? —Eso sí que era gracioso. No se imaginaba a Satanás
con un delantal y un sombrero de chef preparando tartas.
—Lucifer hace muchas cosas. La gran may oría incomprensibles para mí.
Dariel inclinó la cabeza a un lado, curioso.
—¿Y los Nefilim qué hacéis para divertiros?
Por entonces, Evar no solo había terminado el plato, sino que usó el cuchillo para coger los
restos de carne y salsa boloñesa para después comérselos, dejando así el plato casi tan limpio
como cuando Dariel lo había sacado del armario.
—Sobrevolamos el Infierno, cazamos, entrenamos… Lo cierto es que como somos pocos no
tenemos mucho tiempo libre. Normalmente nos dedicamos a vigilar nuestros territorios.
Dariel asintió con los ojos entrecerrados.
—¿Tú qué vigilas?
—La Sierra de Ceniza y el Desierto de Arena Roja. Es la entrada al Infierno, así que y o soy
el primero en dar la voz de alarma.
—Y mientras estás aquí, ¿quién vigila?
—Probablemente Damián. Lucifer pondría a un ángel caído, pero la entrada al Infierno tiene
que estar vigilada siempre por un Nefilim.
—¿Por alguna razón en especial?
—Somos los demonios más fuertes. Además, somos los únicos que podemos controlar a los
drakon.
Dariel se sintió tentado de preguntar, pero decidió dejar la geografía del Infierno para otro
momento. Se le había ocurrido una pregunta en la que no había pensado antes.
—Solo por curiosidad… ¿qué clase de trabajo tendré si acepto?
Evar clavó sus ojos en los suy os y lo meditó.
—No estoy seguro, supongo que te dará algo importante teniendo en cuenta tu naturaleza.
Una idea horrible cruzó fugazmente la mente de Dariel.
—¿Crees que quiere que mate a alguien?
Evar negó firmemente con la cabeza.
—No creo. Lucifer y a tiene asesinos de sobra tanto en el mundo humano como en el Infierno
—dijo con aire pensativo—. Sea cual sea el trabajo que te dé, creo que será de protección.
Dariel ladeó la cabeza.
—¿Protección?
—En el infierno hay cosas importantes que deben ser protegidas, cosas importantes tanto para
Lucifer como para nosotros.
Esas palabras hicieron que una bombilla se encendiera en la mente de Dariel.
—¿Te refieres a los Nefilim?
El cuerpo de Evar se tensó. Lo miró a los ojos un momento y los bajó.
—Si aceptas el trato, lo sabrás todo.
Dariel se reclinó en la silla, intrigado. Al parecer, no era el único que no confiaba en su nuevo
compañero de piso.
—Tu jefe y tú no confiáis en mí. —No era una pregunta, sino una afirmación.
Evar lo escrutó con la mirada. Vio la duda en ellos, lo que confirmó sus sospechas.
—No podemos arriesgarnos a contarte secretos si no vas a trabajar para nosotros. Además,
podrías ponerte del lado de los ángeles.
Dariel apartó la vista.
—Después de lo que me has contado sobre ellos, no tengo muchas ganas de estar de su parte,
sinceramente.
—Ah… Pero tú no sabes si lo que te he contado sobre ellos es mentira, ¿verdad?
—Sí puedo saberlo.
Esta vez, fue Evar quien se reclinó en la silla, como si tratara de poner distancia entre ellos.
—¿Y cómo es eso?
Dariel clavó su mirada turquesa en él.
—He visto tu dolor cuando hablabas de tu familia y tu especie. Dudo que algo tan profundo se
pueda fingir.
El Nefilim parpadeó y, una vez más, apartó la mirada.
Dariel recogió la mesa en silencio, sin dirigirle más la palabra. Después de todo lo que habían
hablado, había llegado a la conclusión de que, al menos, podía confiar en el demonio. Le había
parecido sincero en todo cuanto había dicho, y si quisiera matarlo, estaba bastante seguro de que
y a lo habría hecho.
Cogió una sábana y una almohada para entregársela a Evar, quien se estaba preparando para
dormir. Se había quitado la chaqueta de cuero y las botas, con lo que su musculoso torso quedaba
a la vista, y a que la camiseta blanca no hacía muchos esfuerzos por disimular su increíble figura.
Dariel le tendió las cosas.
—Puedes dormir aquí. Creo que el sofá es lo suficientemente grande para ti.
Evar asintió.
—Gracias. —Hizo una pausa antes de añadir—. Si notas algo extraño, avísame. Yo estaré
alerta.
—Lo mismo digo —dicho esto, dio media vuelta y fue a su cuarto. Una vez entre las sábanas,
Dariel se puso a darle vueltas a lo extraño de aquel día y en cuál sería su desenlace. Obviamente,
no podría tomar ninguna decisión hasta que supiera qué trabajo tenía reservado el Diablo para él,
lo cual implicaba morder la manzana y discutirlo con él personalmente…
Algo que no le hacía gracia.
Tendría que preguntarle a Evar si había alguna forma de averiguar qué quería el Diablo de él
sin tener su presencia tan cerca.

Pese a estar tumbado en el sofá, Evar vigilaba con los nervios a flor de piel las proximidades
de la finca donde se encontraba. Por el momento, no percibía nada, por lo que pudo dedicar unos
momentos a meditar lo que le estaba pasando.
El deseo que sentía hacia Dariel estaba luchando por dominarlo, y poner resistencia a él era
algo muy complicado, especialmente cuando lo tenía a apenas un par de metros, acostado en la
cama, tal vez desnudo.
Ese pensamiento le arrancó un gruñido no muy humano. No estaba en su naturaleza oponerse
a sus instintos, sino todo lo contrario. De hecho, la primera vez que experimentó la lujuria, no
pudo reprimirse, acechó a su presa y la posey ó sin miramientos. Ella se resistió al principio, pero
no tardó en caer víctima de sus besos y caricias.
Su lado más primitivo quería que Dariel también sucumbiera a él. Su parte racional le decía
que era una locura, que no podía confiar en ese hombre por cuy as venas corría la sangre de los
ángeles. Los que asesinaron vilmente a su abuela. Los que mataron a su padre y más tarde a su
hermano. Los mismos que intentaban acabar con él y el resto de sus compañeros Nefilim.
La última vez que experimentó aquella sensación acabó herido de por vida. Si Dariel no
aceptaba el trato de Lucifer, podría convertirse en una amenaza. Además, él había dicho que no
se uniría a los ángeles, pero Evar conocía mejor que nadie su poder de convicción, y estaba
seguro de que, si se lo proponían, si empezaban a llenarle la cabeza de mentiras sobre Lucifer y
los Nefilim, puede que incluso Dariel se fuera con ellos sin hacer más preguntas.
Por eso mismo, no deseaba ceder a lo que sentía.
Sus poderes vibraron de repente, sacándolo de sus pensamientos. Apartó la sábana, se levantó
de un salto y se materializó en el lugar donde había sentido esa presencia, en la azotea del edificio
de enfrente.
Hera estaba allí, tan majestuosa e imponente como debía ser la reina de los dioses. Más alta
que la may oría de las mujeres, llevaba un impecable vestido vaporoso de color blanco que le
llegaba hasta los tobillos; su figura esbelta y elegante hacía un perfecto juego con las facciones
nobles y severas de su rostro, y llevaba el cabello negro recogido en un complejo peinado que
dejaba sus ojos castaños al descubierto, los cuales brillaban con una emoción que Evar no supo si
calificar de furia o simple frustración.
Ella torció los labios al reconocer su esencia.
—Nefilim.
—Hera —saludó con la misma frialdad que ella. Se cruzó de brazos y esperó a que ella dijera
o hiciera algo.
La diosa se paseó por la azotea, aunque no se acercó en ningún momento a él. Una mujer
inteligente, a diferencia del bobalicón de su marido. Los Nefilim eran de los pocos demonios que
podían matar seres inmortales como los dioses.
—Tengo mucha curiosidad… —empezó ella—. ¿Qué interés tiene Lucifer en Dariel Bellow?
—¿Acaso no es obvio?
Hera se detuvo, lo miró y esbozó una sonrisa torcida tan arrogante que el mismo Lucifer
habría felicitado.
—Lo cierto es que sí. Ese hombre es astuto y cruel hasta la médula.
—Hay que ser ambas cosas para ser el regente del Infierno.
—Cierto. —Hizo una pausa mientras volvía a pasearse por la azotea—. ¿Y si y o le ofreciera
un trato?
Evar se encogió de hombros.
—Pues y a sabes qué debes hacer. Ve al Infierno y propónselo.
—No soy tan estúpida como para ir al Infierno.
—Después de tantos milenios deberías saber que a Lucifer solo le interesa acabar con Dios. Si
tienes buenas intenciones, mucho más si quieres hacer un trato con él, dudo que te ponga la mano
encima. Sé que no lo parece, pero es un caballero.
Hera lo meditó unos momentos. Durante ese tiempo, Evar dejó que sus poderes de
percepción se deslizaran por la zona, buscando alguna divinidad afín a Hera que pudiera atacar a
Dariel mientras él estaba con ella.
La respuesta de la diosa lo distrajo.
—De acuerdo. Me pondré en contacto con él. Ya nos veremos, Nefilim. —Y sin más,
desapareció.
Evar no perdió el tiempo. Desapareció de la azotea y se materializó en la casa de Dariel,
concretamente en su habitación. Se relajó al ver que estaba bien y que no había nadie en la sala a
excepción de ellos dos.
Ese pensamiento lo dejó paralizado. Sus ojos, desobedeciendo su voluntad, recorrieron a
Dariel de arriba abajo. Dormía únicamente con unos pantalones anchos de chándal, por lo que
ese torso que él y a había intuido que estaba en muy buena forma quedaba al descubierto.
Evar no pudo evitar preguntarse por qué tenía ese aspecto tan descuidado. Si se peinara un
poco, se cortara mejor la perilla y no vistiera ropa tan ancha, se convertiría en el hombre
atractivo que era.
Se relamió el labio inferior al deslizar la vista por su cuerpo. Tenía un brazo doblado bajo la
cabeza y el otro sobre el vientre bien formado por músculos levemente delineados. Su pecho
subía y bajaba al compás de su pausada respiración, una que Evar sabía que podría acelerar con
facilidad si empezaba a tocarlo.
Una llama prendió en su interior. El deseo recorrió su cuerpo y oscureció sus ojos. Sin
embargo, antes de que el control lo abandonara, un poderoso cuerpo lo estampó contra la pared y
un musculoso bíceps aplastó su garganta.
Dariel estaba despierto, y por la forma en que lo miraba, no estaba contento.
Al reconocerle en la oscuridad, frunció el ceño.
—¿Evar? ¿Qué haces aquí?
Evar alzó una mano y separó el brazo de Dariel de su garganta, solo lo justo para poder
hablar.
—Hera estaba cerca. Temía que hubiera enviado a alguien a por ti mientras y o me
enfrentaba a ella.
Dariel hizo una mueca que decía a todas luces que no había entendido ni una palabra. Evar
retiró el brazo de su garganta y trató de explicarse mejor.
—He sentido la presencia de Hera cerca y he ido a asegurarme de que no intentaba nada
contra ti. Temía que hubiera enviado otra vez a Eris o a Enio para matarte mientras estaba fuera.
—¿Hera ha estado aquí?
—En el edificio de al lado.
Dariel se acercó más a él. Su olor golpeó a Evar con fuerza, haciendo que una parte de su
cuerpo se desvelara y exigiera alivio. Apretó los dientes y aguantó el escrutinio de Dariel, que lo
analizó de arriba abajo.
—No estás herido.
—A Hera no le conviene pelear conmigo.
El hombre esbozó una sonrisa socarrona.
—Así que eres un tío duro.
Evar notó que su cuerpo se agitaba. Se dijo a sí mismo que debía aguantar… pero, entonces,
percibió un nuevo olor en Dariel, un olor que hizo que todo pensamiento racional desapareciera
de su mente.
Dariel se había quedado paralizado. La repentina cercanía de Evar lo había puesto nervioso.
Un rubor se había instalado en sus mejillas al sentir su aliento en el rostro, al percibir el calor que
desprendía su cuerpo.
No comprendía lo que le estaba pasando, mucho menos cuando Evar se inclinó y le rozó la
mejilla. Un escalofrío lo recorrió entero. Notó que Evar aspiraba su olor, y todo su ser se
estremeció ante la caricia de sus labios al rozar su cuello.
Una vocecita le susurró que debía detenerlo, pero se calló en cuanto Evar deslizó una mano
desde su hombro hasta la cadera. Tembló ligeramente, algo de lo que Evar se percató. Se acercó
a su rostro y le rozó los labios con los suy os. Dariel se descubrió a sí mismo deseando que lo
besara, entre otras cosas que jamás se le habían pasado antes por la cabeza.
Desgraciadamente, Evar retrocedió. Tenía la mandíbula apretada y el cuerpo tenso. No tenía
buen aspecto y Dariel no pudo evitar preocuparse.
—¿Estás bien?
—No —respondió con una voz ronca que lo excitó.
Un momento. ¿Estaba excitado? ¿Acaso Evar lo… atraía sexualmente? Eso no podía ser, no
después de todo lo que…
—Lo lamento —dijo Evar de repente al mismo tiempo que se apartaba de él—. No tendría
que haber hecho eso. —Inspiró aire muy despacio con los ojos cerrados—. No volverá a pasar.
—No… pasa nada. —Sacudió la cabeza, confuso, pero antes de que pudiera preguntarle algo,
este se dirigió a la puerta.
—Descansa esta noche. Mañana tenemos cosas que hacer. Buenas noches —y sin decir nada
más, cerró la puerta tras él.
Dariel se sentó en la cama y ocultó su rostro entre las manos. ¿Qué había sido eso? Bueno, sí,
sabía perfectamente qué había sido, la decepción que lo inundaba era la prueba de que se había
sentido atraído hacia Evar. Pero no podía comprenderlo. Después de todo por lo que había
pasado, jamás pensó que sentiría algo así, mucho menos por alguien de su mismo sexo.
Un estremecimiento lo inundó al recordar la forma en la que lo había tocado. Se irritó por
permitir que un mero recuerdo lo pusiera de esa forma. Evar era un demonio, no podía… No
quería sentirse atraído de esa manera. Ni por él ni por nadie.
Frustrado, se tumbó y se cubrió con la sábana, tratando de ignorar un preocupante
pensamiento que atizó su mente sin piedad.
Convivir con Evar y esa atracción iba a ser muy difícil…
Capítulo 3. La oferta de Hera
“Frío y fuerte en la distancia,
lleno de fuego y caliente por dentro.”
ARIST ÓT E L E S ONASSIS

Un ray o de sol le dio directamente en la cara. Se puso un brazo sobre los ojos y soltó un
gruñido digno del demonio que era. Lo cierto era que nunca había pasado tanto tiempo en su
forma humana, a la que no estaba demasiado acostumbrado. Después de todo, él había pasado
milenios en su forma demoníaca, sin pisar el mundo de los mortales…
El silencioso sonido de los pasos de unos pies descalzos hizo que apartara un poco el brazo
para ver quién era.
Contuvo el impulso de levantarse e ir hacia Dariel. Acababa de ducharse, llevaba el pelo
mojado y vestía unos vaqueros rotos y una camiseta de manga larga bastante ancha. Evar hizo
una mueca. ¿Por qué no se arreglaba un poco? Porque estaba casi seguro de que lo hacía a
propósito.
Dariel se detuvo al ver a Evar tumbado en el sofá. La misma corriente eléctrica que lo
invadió ay er cuando se tocaron lo envolvió de arriba abajo, en una sensual caricia que le puso la
piel de gallina…
Contempló cómo Evar se incorporaba lentamente hasta quedarse sentado. Dariel se quedó
observando cómo sus firmes músculos se contraían con cada movimiento, en una sinfonía
seductora que lo invitaba a acariciar su pecho con las manos y la boca.
Una vez más, se sintió irritado por sus pensamientos y emociones. Anoche trató de
convencerse de que solo era una atracción pasajera, fruto de un breve lapsus de confusión y de
un día duro y cansado, con grandes dosis de información que aún tenía que asimilar.
Sacudió la cabeza, ignorando ese nuevo ardor que sentía en las entrañas.
—Dariel.
Al escuchar que Evar lo llamaba, alzó la cabeza para mirarle. Parecía frustrado, arrepentido
y avergonzado al mismo tiempo.
—Te pido disculpas por mi comportamiento de ay er. No era mi intención que las cosas
llegaran a ese extremo.
Dariel no comprendió sus palabras.
—¿A qué te refieres?
Evar pareció dudar entre si contárselo o no. Al final, se encogió de hombros.
—Los Nefilim raras veces tenemos… necesidades de ese tipo. Por eso, cuando las sentimos,
es algo muy fuerte para nosotros, difícil de controlar.
Eso confundió e intrigó a Dariel al mismo tiempo.
—¿Quieres decir que los Nefilim no tenéis relaciones sexuales?
—Muy pocas veces o ninguna.
—¿Cómo es posible? ¿Cómo podéis tener hijos entonces?
En esta ocasión, Evar echó la espalda hacia atrás, en un gesto de cautela y desconfianza que
lo sorprendió.
—No tienes por qué preocuparte por eso. Todo lo que necesitas saber es que procuraré
mantenerme bajo control.
Por un lado, Dariel agradeció ese gesto, pero por otro, se sintió decepcionado. Esa parte lo
frustraba y lo irritaba, pero procuraba que no se le notara. Si Evar podía controlarse, él también.
Se fue a la cocina y preparó el desay uno. Evar, una vez más, apareció a su espalda,
contemplando esta vez con ojos llenos de curiosidad lo que hacía. Todas las mañanas, Dariel
optaba por preparar unas sencillas tortitas. No solía dormir bien por las noches, así que se
despertaba cansado y a menudo de mal humor. Aquella mañana solamente estaba un poco más
agotado de lo normal.
Evar se mantuvo alejado de él, evitando todo contacto físico, pero Dariel fue consciente de
alguna que otra mirada hambrienta, y no precisamente de comida. En momentos como aquel, su
lado más emocional gruñía satisfecho y con ganas de llegar más lejos, mientras que la parte
racional agradecía que se controlara.
Consiguió sorprender a Evar una vez más con la comida. Como anoche, devoró las tortitas
como si fueran un manjar de dioses, algo que lo halagó. Después, él recogió la mesa y fregó los
platos. Al terminar, se estaba poniendo sus viejas deportivas para salir a la calle.
—¿Nunca te has planteado arreglarte un poco más? —le preguntó Evar de repente.
Dariel hizo una mueca. Claro que sí. A él no le gustaba ir con esas pintas, pero no había otra
forma de librarse de las miradas de las mujeres de su trabajo, e incluso así no había forma de
que le dejaran en paz.
Al ver que no contestaba, Evar ladeó la cabeza. Por la expresión de Dariel, supo que sí se lo
había planteado, y en más de una ocasión. Por eso suponía que debía de haber algún motivo por
el que iba como un impresentable.
Unos minutos más tarde, salieron a la calle. Evar no sabía a dónde iban, se limitó a seguir a su
protegido por las calles de Compton. No le gustó aquel lugar. Si bien era cierto que él vivía en el
infierno y que allí se encontraba la peor escoria posible, no le gustaba la forma en que la gente
miraba la cámara que llevaba Dariel colgada de un hombro.
—Dariel, ¿soy y o o tus vecinos quieren atracarte con la mirada?
—Quieren atracarme, y tal vez lo hagan.
—Mmm, ¿así que vamos a tener que pelear?
Dariel le lanzó una sonrisa socarrona.
—¿Es que al infierno y a no van asesinos sangrientos y mucho más temibles que estos
adorables cachorritos?
Evar le devolvió el gesto.
—Te sorprendería la cantidad de basura que hay allí. Lucifer tiene algunos a los lleva
torturando desde hace milenios.
A medida que iban hablando, más hombres encapuchados se les iban acercando. Dariel y
Evar sonrieron.
—¿Te das cuenta de que estamos a punto de meternos en un lío? —preguntó el primero.
—Sí, y me encanta.
Dariel bufó con diversión.
—Se nota que eres un demonio.
—Gracias, es un detalle que no lo hay as olvidado.
Y entonces, los ladrones se abalanzaron sobre ellos.
No fue un gran combate. Dariel era rápido y golpeaba donde más dolía, algo que le pareció
muy gracioso a Evar, quien había imaginado a Dariel como alguien demasiado bueno como para
joder siquiera a sus adversarios. Al parecer, estaba equivocado, aunque claro, no debía olvidar
que llevaba la sangre de Zeus.
Respecto a Evar, apenas hizo esfuerzo alguno. Había pasado la vida entrenando con Nefilim,
y después de la masacre, con Damián y Zephir, que fueron aún peores. Así que pelear contra
esos diablillos del tres al cuarto fue más un juego para él que cualquier otra cosa.
A los pocos minutos, los ladronzuelos huían por un callejón, provocando que Dariel y Evar se
marcharan con sonrisas arrogantes en sus rostros.
—Vay a, vay a, así que el angelito sabe pelear, ¿quién lo diría? —se burló Evar mientras
avanzaban por la calle.
Dariel alzó una ceja y torció su sonrisa.
—No soy idiota. Desde que descubrí mis poderes me he entrenado para lo peor. Aunque debo
reconocer que no me sirvió de mucho contra esas dos diosas.
—Eso es porque has aprendido a luchar contra humanos, no contra seres sobrenaturales. —
Dariel iba a replicar, pero Evar lo detuvo con un gesto de la mano—. Es verdad que eso te sirve
para luchar contra algunas criaturas, pero no contra las más importantes.
Dariel se quedó pensativo. Muy a su pesar, tuvo que reconocer que Evar tenía razón. Desde
que cumplió los dieciséis años había ido al gimnasio y había aprendido todo tipo de artes
marciales, pero nadie le había enseñado a usar sus poderes… Al menos, no completamente.
Sabía hacer las cosas más básicas, pero nada impresionante a pesar de ser un semidiós con
poderes de ángel.
—Evar.
—¿Sí?
—¿Tú podrías enseñarme a pelear?
El demonio se detuvo y lo miró a los ojos. Tras unos instantes, sus labios se curvaron hacia
arriba en una sonrisa que solo podía calificarse como diabólica.
—No tienes ni la menor idea de lo que significa ser entrenado por un Nefilim, ¿verdad?
—No, pero podré soportarlo.
Evar soltó una carcajada burlona e hizo crujir los nudillos.
—Vuelve a repetirlo dentro de veinte minutos.

En el Palacio de Ébano, Lucifer contemplaba con los ojos entrecerrados y el cuerpo tenso
por la excitación al demonio que se encontraba agachado frente a él con las alas plegadas y la
cola balanceándose.
Nicodemos le estaba enseñando a hacer un suflé. Podía vivir con la trágica desgracia de ser
incapaz de cocinar un plato principal a derechas, pero se negaba a rendirse con los postres
humanos. Y por sus santos cojones que conseguiría hacer aquel maldito bollo hinchado fuera
como fuera…
El timbre del horno sonó y Lucifer por poco se sobresaltó. Contuvo las ganas de exigirle a
Nicodemos que le dijera cómo demonios había salido el dichoso postre. Este abrió la puerta sin
molestarse en ponerse un guante y sacó la bandeja de hierro con el recipiente. Lucifer tragó
saliva cuando Nicodemos inclinó la cabeza, olfateó el suflé y se apartó de golpe.
Ya estaba temiendo otro fracaso cuando el demonio se giró y le dijo con una ancha sonrisa:
—Diablo, abre la botella de champán, ¡porque no eres un caso perdido!
Lucifer soltó un grito triunfal y pegó un buen salto. Nicodemos se unió a él entre carcajadas,
probablemente incrédulas y sorprendidas. Acababan de abrir la botella de chorreante champán
cuando escucharon un aleteo.
Era Arioch, uno de los ángeles caídos que estaba al servicio del Diablo.
—Tienes visita, Lucifer.
Este, al ver el rostro sombrío de su viejo amigo, se irguió en toda su estatura y entrecerró los
ojos.
—¿Quién es?
Arioch arrugó la nariz.
—Hera.
Arqueó las cejas, sorprendido. ¿Qué hacía aquella diosa en el infierno y qué demonios
querría?
—¿Ha venido sola?
—Sorprendentemente sí.
Entonces, no podía tratarse de un ataque. Hera no era tan estúpida como para presentarse en
sus dominios sin más ay uda que sus poderes, y ella ni siquiera era una deidad guerrera.
—Hazla pasar.
Arioch lo miró con mala cara, pero obedeció. El ángel caído había estado a su lado desde el
principio de su guerra personal contra Dios, y se mostraba especialmente protector con él.
Nicodemos se colocó a su lado.
—¿Quieres que me quede?
—Si no te importa.
El demonio resopló.
—No me fío de ella.
—Yo tampoco —murmuró mientras se retorcía un mechón de su pelo rubio.
La imponente y hermosa diosa apareció en la estancia detrás de Arioch. Se paró en seco al
fijarse en Nicodemos, algo que provocó una sonrisa en Lucifer.
De todos los Nefilim, Nicodemos era el más afable, pero eso no evitaba que su aspecto
atemorizara a cualquier ser o dios que lo tuviera delante. Con sus dos metros de altura, tenía un
poderoso cuerpo de anchas espaldas y torso musculoso, algo que sumado a sus fuertes brazos y
potentes patas de dragón lo convertía en un adversario formidable. Su piel era plateada y estaba
decorada con angulosos y estilizados símbolos dorados, que indicaban su linaje y la familia de
Nefilim a la que pertenecía. Llevaba el cabello castaño claro y liso largo hasta rozar sus
hombros, tras cuy o flequillo centelleaban unos ojos color lavanda. De su cabeza, nacían dos
largos cuernos blancos curvados hacia atrás. Había abierto ligeramente sus alas emplumadas al
ver a Hera, y su cola estaba tiesa, señal de que la presencia de la diosa lo ponía tenso.
Hera hizo una mueca y retrocedió prudentemente un paso. Sí señor, una mujer inteligente y
con más cabeza que su marido.
—¿Podemos hablar en privado?
Lucifer se cruzó de brazos y alzó una ceja.
—No.
Hera estuvo a punto de decirle que era un cabrón por intentar intimidarla con su enorme
demonio, pero se mordió la lengua. Si algo había aprendido sobre los hombres, era que se sentían
más fuertes si sabían que tenían enfrente a una mujer asustada.
Ella no era una joven incauta, era la reina de los dioses. Así que alzó la barbilla, altiva, y se
acercó un poco más al Diablo.
—Quiero hablar contigo sobre Dariel Bellow.
Lucifer fue consciente de que Nicodemos se tensaba a su lado, probablemente temiendo que
Hera pensara hacerle algo a Evaristo, el actual guardián del semidiós.
—Tú dirás —dijo sin perder la calma.
—Quiero que me lo entregues. Sin oponer resistencia y sin derramar sangre.
—Una entrega limpia.
—Exacto.
—¿Y qué gano y o a cambio?
Hera alzó la mano y le enseñó lo que había en ella. Lucifer frunció el ceño, pero al poco
tiempo acabó resoplando.
—Yo no necesito ambrosía. Ya soy inmortal.
—Lo sé, pero te servirá para librarte del poco control que Dios tiene sobre ti.
Esas palabras hicieron que todos los músculos de Lucifer vibraran. Un atisbo de esperanza
llameó en su interior, al igual que el anhelo que siempre había guardado bajo llave salió a la luz
en una inminente explosión. No había podido salir del infierno desde que se marchó del Cielo y se
convirtió en un ángel caído, pues en el momento en que saliera, Dios lo llamaría y él no tendría
más remedio que acudir ante él.
—No te precipites —susurró Nicodemos en su mente. Las plumas de sus alas de platino se
habían erizado y las zarpas de sus patas empezaban a clavarse en el suelo de madera clara.
Lucifer acalló la voz de la esperanza y alzó la vista hacia Hera.
—¿Cómo sabes que funcionará?
—Me lo dijeron las Moiras.
Las diosas griegas que controlaban el destino. Lucifer no dudaba de su potencial, pero seguían
perteneciendo al panteón griego y él no se fiaba de nadie que no perteneciera a su propio
panteón.
Tras meditar lo que debía hacer, soltó un largo suspiro y volvió a mirar a la diosa.
—Déjame pensarlo.
Hera asintió y Arioch la condujo a la salida del palacio y del infierno. Una vez a solas con
Nicodemos, se dejó caer en una silla que había junto al banco de la cocina y se cubrió el rostro
con una mano.
El demonio se inclinó sobre él.
—¿Qué vas a hacer?
Lucifer se frotó los ojos, intentando pensar.
—Llama a Amón y dile que venga inmediatamente. Él me dirá lo que necesito saber sobre
todo este asunto.
Por la tarde, Dariel llegó a casa totalmente sudado y agotado. Evar tenía razón, entrenar con
él era la peor decisión que podría haber tomado nunca. Sin embargo, su orgullo le había impedido
parar tras los primeros veinte minutos infernales de entrenamiento.
La técnica de Evar había consistido, básicamente, en que él le atacara. A cada intento, Evar le
había derribado sin piedad e inmovilizado en el suelo estirándole los músculos hasta provocarle
dolor. Y el muy cabrón le decía que aquello solo era un calentamiento.
Después de eso, la cosa fue a peor. Evar le dio la oportunidad de parar en varias ocasiones,
pero él se negó. El demonio le enseñó a usar sus poderes al mismo tiempo que atacaba
físicamente, lo que le costó una gran dosis de concentración y le provocó un montón de
magulladuras por todo el cuerpo.
A pesar de todo, se sentía satisfecho. Había aguantado todo el día sin apenas descansar y,
además, se había percatado de la admiración y aprobación que había mostrado la mirada de
Evar. Eso le gustó más de lo debido, algo que lo irritó. Y, sin embargo, no podía evitar ese
hormigueo en la piel cada vez que sus miradas se cruzaban con intensidad o se rozaban
casualmente.
Dariel lo contempló de reojo. Puesto que los dos habían estado sudando por el entrenamiento,
Evar se había quitado su chaqueta de cuero, dejando solamente su camiseta blanca de manga
corta como única barrera entre su torso desnudo y la vista de Dariel.
Un estremecimiento descendió por su columna al contemplarlo. No podía ignorarlo, quería
recorrer esa deliciosa piel tostada con la lengua y enterrar las manos en su sedoso cabello negro
mientras se apoderaba de su boca. Deseaba sentir sus manos en su cuerpo, que lo explorara y
apaciguara el fuego que ardía en sus entrañas.
Jamás había sentido algo así por nadie. Ni siquiera durante la pubertad le había interesado el
sexo, época en la cual todos sus compañeros de clase se encerraban en los cuartos de baño con
una revista de mujeres en pelotas.
Por eso se sentía extraño… y excitado al mismo tiempo. Sentía una creciente curiosidad por
saber qué sentiría si dejaba que Evar lo tocara.
En ese instante, se dio cuenta de que lo había estado mirando demasiado rato y alzó la vista
para centrarla en sus ojos. Su pulso se aceleró. Evar lo estaba contemplando con esos ojos
castaños ensombrecidos y llenos de deseo. Su cuerpo reaccionó con una ola de calor que lo
recorrió de arriba abajo, desde la cabeza hasta la punta de los pies.
No hizo ningún movimiento cuando Evar se acercó a él. Estaban a unos centímetros de
tocarse cuando Dariel aspiró bruscamente y dijo:
—Lo has notado, ¿verdad?
Evar inclinó su rostro. No apartó la mirada de él en ningún momento.
—Los Nefilim tenemos el sentido del olfato muy agudizado —dijo con la voz ronca, lo que le
provocó un escalofrío—. Puedo oler tu excitación con la misma claridad con la que y o siento mi
deseo por ti.
Dariel no podía moverse, ni tampoco quería. Sus palabras habían hecho que la oleada de
pasión que llevaba conteniendo arrastrara las múltiples razones por las que no debería ceder ante
ese demonio.
No se resistió cuando Evar rozó su mejilla con la nariz. Notó que lo olía y sintió un suspiro
contra su piel.
—Tienes un olor delicioso, ¿lo sabías? Unido al deseo que te está comiendo por dentro, eres
irresistible. —Volvió a aspirar su olor y se apartó lo justo para mirarlo a los ojos primero, y
después, a los labios—. Me está costando mucho mantener el control.
—¿En serio? —preguntó Dariel con la voz más grave de lo normal. La idea de que a Evar le
costara controlarse por su causa le gustaba demasiado. De hecho, estaba deseando hacerle
perder el control.
Antes de que pudiera recordar por qué no debía hacer aquello, incluso antes de ser consciente
de lo que hacía, alzó una mano y le acarició la mandíbula. Evar no se movió, siguió mirándolo a
los ojos mientras él recorría con los dedos el áspero mentón, los pómulos afilados y esos labios
que deseaba mordisquear.
La experiencia le gustó. Evar no lo presionaba ni lo obligaba a hacer nada que no quisiera;
simplemente, le daba total acceso a su cuerpo. Más curioso que antes, deslizó la mano hacia su
cuello, delineó la curva de su hombro y descendió por el musculoso pecho.
—¿Te gusta? —le preguntó Evar con la voz aún más ronca.
Dariel asintió.
—¿Y a ti?
Un gruñido fue su respuesta.
Entonces, Dariel se fijó en la forma en que se tensaban sus músculos cada vez que lo
acariciaba, así como en su mandíbula tensa. Se estaba conteniendo. Y Dariel, por alguna razón
incomprensible, no quería eso. Deseaba que Evar actuara tan libremente como él, sin obligarle a
hacer nada que quisiera pero sin restricciones.
Quería el fuego que brillaba en sus cálidos ojos.
Sin pensárselo dos veces, le aferró la nuca y lo besó. Dariel jadeó en su boca cuando Evar le
devolvió el beso. Impaciente y apasionado. Salvaje y primario. De no haber estado tan ocupado
devorando sus labios habría soltado un rugido triunfal.
Evar lo acorraló contra una pared y le cogió las nalgas, apretándolo contra él. Dariel
contratacó metiendo una mano por debajo de su camiseta para acariciar el musculoso vientre.
Evar soltó un gruñido satisfecho y rozó sus labios con la lengua. La sensación hizo que diera un
respingo, pero no tardó en sacar la suy a y dejar que se entrelazaran, que se exploraran, que
juguetearan la una con la otra.
Dariel no podía expresar lo que sentía. Ni en sus más remotos sueños ni en sus pensamientos
más creativos habría imaginado que el deseo pudiera así. Notaba el latido de su corazón
golpeando su pecho con una fuerza apabullante, su pulso se había disparado, su cuerpo ardía en
llamas de pasión y su piel anhelaba el roce desnudo de Evar.
El demonio lo apretó aún más contra él. Dariel gruñó y tiró de él para que se acercara más. A
esas alturas, estaba totalmente descontrolado y no dudó en rajarle la camiseta a Evar. Él jadeó
contra sus labios en cuanto las manos de Dariel le recorrieron el pecho, la espalda, los costados y
el vientre.
El beso se intensificó, sus lenguas lucharon entre ellas por hacerse con el control, sus cuerpos
chocaron y forcejearon. Evar, incapaz de soportarlo más, se apartó lo justo para lamerle el
cuello y mordisquearlo. Dariel gimió de placer ante la húmeda y ardiente caricia, lo que lo
excitó muchísimo más.
Y entonces, su móvil vibró. Evar quiso ignorarlo, pero estaba casi seguro de quién le llamaba
y tenía que contestar.
Se apartó a regañadientes de Dariel, en cuy os ojos veía arder el mismo deseo que a él le
quemaba la piel. Odiaba dejar las cosas ahí, pero no tenía otra opción.
—¿Diga? —preguntó con un gruñido amenazador.
—¡Hola, Evaristo! ¿Me echabas de menos? —canturreó Lucifer.
Evar sintió deseos de mandarlo a la mierda, pero se mordió la lengua.
—¿Qué quieres?
—Esto… No habréis visto a Hera últimamente en las cercanías, ¿verdad?
La pregunta lo puso tenso. Dariel debió notar el cambio de su expresión, porque lo miró con el
ceño fruncido.
—Estuvo aquí anoche.
—Mmm… Eso explica que hay a acudido a mí en vez de ir directamente a por nuestro nuevo
amigo…
—Aún no ha aceptado, Lucifer.
—Pero ha accedido a pensarlo y eso y a es algo.
Evar puso los ojos en blanco. Como Lucifer no fuera al grano en cinco segundos colgaría y se
llevaría a Dariel a la habitación.
—Ve al grano.
—Uh… No estamos de buen humor, ¿eh? —El gruñido de advertencia de Evar fue suficiente
para que Lucifer decidiera no poner a prueba su paciencia—. De acuerdo. Hera me ha hecho
una oferta sobre nuestro amigo y tengo que hablar contigo antes de decidir nada.
Evar entrecerró los ojos. No le gustaba nada cómo sonaba eso.
—¿Quieres que vay a allí?
—Sí.
—¿Y qué pasa con Dariel?
—Nicodemos le hará compañía. Te espero en mi despacho —y sin más, colgó.
Evar guardó el teléfono y soltó una retahíla de blasfemias en la lengua de los Nefilim, una
extraña mezcla entre hebreo y griego, mientras se quitaba su camiseta rota y hacía aparecer una
nueva de color negro para ponérsela.
—¿Qué ocurre? —preguntó Dariel, claramente inquieto.
—Tengo que ir al infierno.
Dariel se sobresaltó.
—¿Pasa algo malo?
—Hera quiere hacer un trato con Lucifer. Quiere que te entregue.
El semidiós abrió los ojos como platos y retrocedió un paso. Evar hizo amago de ir hacia él,
pero se contuvo en el último momento.
—No voy a dejar que te entregue, Dariel.
—¿Y por qué deberías hacer eso?
—Porque los Nefilim no echamos a los lobos a alguien que no tiene ninguna oportunidad de
sobrevivir ante su adversario. La lucha debe ser justa y en igualdad de condiciones. Sin engaños,
cara a cara. Si Lucifer te entrega a Hera, acabarás muerto.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Que por muy semidiós que seas no puedes enfrentarte a tu madrastra y a todos sus hijos y
séquito. Te matarían antes de que supieras por dónde te están golpeando.
Dariel apretó los labios y cerró los puños. Era obvio que su comentario no le había hecho
gracia, pero era la verdad y quería dejárselo claro.
—¿Y qué piensas hacer?
—Convenceré a Lucifer. En cuanto venga Nico…
En ese instante, el timbre sonó.
Evar miró a Dariel y le hizo un gesto para que se quedara donde estaba mientras él se dirigía
a la entrada. Un olor familiar se filtró por sus fosas nasales. Abrió la puerta confiado y un
hombre de su misma altura y complexión musculosa apareció con una bandeja que contenía una
masa rectangular blanca amarillenta y roja intensa.
—Hola, Nico.
—Evar —lo saludó con una ancha sonrisa antes de pasar. Nico fue directamente a buscar a
Dariel. Evar no se molestó en detenerlo; conocía a Nico desde que era un adolescente y sabía
que a pesar de sus seis mil años seguía comportándose con el mismo carácter impulsivo e
hiperactivo de cuando era un niño.
Por otro lado, Dariel contempló al recién llegado con curiosidad. Iba bien vestido; con una
camisa negra bajo una americana gris pálida que hacía juego con sus pantalones largos. Tenía la
piel clara y unos rasgos agradables a primera vista, enmarcados por el cabello castaño claro que
le rozaba los hombros y resaltaba sus ojos color lavanda. Era unos pocos centímetros más alto
que él y tenía la misma complexión musculosa de Evar, aunque no poseía unas espaldas tan
anchas y la curva de su cintura era un poco más pronunciada.
Este le dedicó una sonrisa amable y le tendió la bandeja que llevaba en las manos.
—Mucho gusto en conocerte. Me llamo Nicodemos Vasilias, pero todos me llaman Nico. He
traído tarta de queso con arándanos, espero que no seas alérgico a la lactosa.
Dariel tenía la vaga impresión de que Nico también era un Nefilim, pero le cay ó bien al
instante. El demonio se quitó la americana con una elegancia innata y la dejó caer sobre el
respaldo del sofá.
—Dariel Bellow —se presentó—. Gracias por la tarta.
—Es lo que suelen hacer los humanos, ¿verdad?, traer comida cuando se les invita a pasar —
dicho esto, se volvió hacia Evar. Su sonrisa había desaparecido y estaba muy serio—. Ve al
infierno y convence a Lucifer de que no acepte ese trato, Evar.
Dariel se sobresaltó ante ese comentario, sin comprender qué interés podía tener Nico en que
el Diablo no lo entregara.
Evar también pareció interesado.
—¿No estás de acuerdo?
—No me fío de Hera. Ni de ella ni de ningún dios que quiera hacer tratos con Lucifer. Todo el
mundo intenta aprovecharse de su odio hacia Dios para conseguir lo que quieren y después
dejarlo tirado. Ningún dios le toma en serio y lo sabes. Hera no será una excepción.
Evar asintió y se acercó un poco más a Nico y Dariel.
—Le convenceré de que no acepte. De todas maneras, pensaba hacerlo aunque no me lo
pidieras.
Nico alzó una ceja y miró a Dariel de arriba abajo.
—Vay a, vay a. Debes de haberle caído muy bien como para que se hay a encariñado contigo
tan rápido.
Dariel no pudo evitar sonrojarse. Lo que había pasado entre Evar y él había sido… ¿Cómo
describirlo? Siempre había querido evitar situaciones como esa, tanto con hombres como con
mujeres. No quería saber nada del sexo, al menos, no hasta ahora. Hasta que Evar le había
demostrado lo que podía ser.
En esos momentos, Dariel tenía la mente más clara y recordaba los motivos por los que no
debería ceder a ese incomprensible deseo. Y aun así, cada vez que miraba a Evar, sus entrañas
ardían por la excitación y la curiosidad de saber cómo se habría sentido si hubiesen seguido hasta
el final.
Evar llamó la atención de Nico y, con ella, la del propio Dariel.
—Me marcho. Encárgate de Dariel mientras tanto. Y estate atento. Que Hera le hay a
ofrecido un trato a Lucifer no significa que no vay a a intentar atacarle.
Nico le lanzó una sonrisa arrogante.
—Oy e, que sea el más joven no significa que no pueda cargarme a un par de dioses. Sobre
todo si son griegos —dijo con un bufido—. Los may as y los aztecas sí que saben dar guerra de
verdad.
Evar puso los ojos en blanco y miró a Dariel.
—Ten los ojos bien abiertos.
Dariel asintió bruscamente. La aparente y genuina preocupación de Evar por él le gustaba
más de lo debido, y se sintió irritado por ello. Conocía a Evar desde hacía dos días y tenía la
sensación de que todo empezaba a girar en torno a él. Y no le gustaba.
Evar desapareció con un fogonazo de luz. Dariel no estaba seguro de qué hacer ahora con
Nico, pero fue este quien marcó la conversación.
—Bueno, ¿por qué no hacemos algo típicamente humano que te guste? Dime, ¿qué haces para
pasar el rato?
Dariel se quedó un tanto parado, pero al final logró responder.
—Esto… Me gusta grabar y cocinar…
—¿Cocinar? —Los ojos lavanda de Nico brillaron al oír esa palabra—. No me importaría que
me enseñaras un poco.
Dariel sonrió. No tardaron en ponerse manos a la obra en la cocina, al igual que a Dariel no le
costó en absoluto llevarse bien con Nico. Era abierto y afable, con un sentido del humor muy
curioso, y hablador por los codos.
—Nico, ¿tú también eres un Nefilim?
—Sí, y muy orgulloso de serlo —respondió sacando pecho.
Dariel ladeó la cabeza.
—No lo pareces.
Nico soltó un bufido.
—Que no te engañe la actitud de tío duro de Evar. Los Nefilim podemos ser tan sensibles
como cualquier humano. La diferencia es que a nosotros nos cuesta demostrarlo… además de
que tenemos una forma particular de mostrar afecto.
—¿En serio?
—Sí. Pero creo que tú y a te has dado cuenta de eso —comentó Nico con una sonrisilla y
alzando las cejas.
Dariel se hizo el loco.
—No sé de qué me hablas.
—Acabo de decirte que soy un Nefilim, y huelo el deseo de Evar hacia ti de la misma forma
que huelo el tuy o hacia él. Si no he dicho nada ha sido simplemente para evitar un momento
incómodo.
Dariel bajó la vista, notando cómo un sonrojo cubría todo su rostro.
—Eso es un inconveniente.
—No te preocupes, no es la primera vez que Evar pasa por esto. Se puede soportar.
Esas palabras llamaron la atención de Dariel.
—Espera, creía que los Nefilim no teníais relaciones sexuales.
—Y no solemos tenerlas. Aparte de ti, Evar solamente tuvo interés en otra persona.
—¿Quién era?
Nico alzó entonces la vista hacia él. Dariel retrocedió al ver que sus ojos tenían un brillo
peligroso.
—Se llamaba Arlet. Era un ángel.
Esta vez, él no pudo hacer otra cosa que sobresaltarse. ¿Cómo era posible? Estaba claro que
Evar odiaba a los ángeles, sobre todo después de que asesinaran a toda su familia.
—¿Pero cómo…?
—Evar tampoco lo comprendía. Pero sucedió, y la primera vez que sentimos el deseo sexual
es demasiado fuerte como para controlarnos. Evar no pudo hacer nada por evitarlo.
Dariel tragó saliva.
—¿La violó?
—No, Arlet se entregó a él. Ninguno de los dos quería llegar a eso, pero… No pudieron hacer
nada por evitar que sucediera.
Había algo en la forma de hablar de Nico que no le gustaba nada.
—¿Qué ocurrió?
—Se enamoraron… Y después, ella le traicionó. —Antes de que Dariel pudiera decir nada,
Nico se lo explicó—. Ella lo llevó al Cielo, donde un montón de ángeles lo esperaban para
matarlo.
Capítulo 4. Arlet
“No sé si habéis visto llorar alguna vez a un ángel. Si no es así, es una experiencia que no
os recomiendo. Las lágrimas de un ángel son más perturbadoras que la risa de un demonio.”
LAURA GAL L E GO GARCÍA

Evar se sintió mucho mejor tras adoptar su forma demoníaca y sobrevolar los cielos cálidos
del infierno. Sintió el ardiente humo que desprendían los volcanes de la Sierra de Ceniza en la piel
y el olor intenso y cargado del fuego y la sangre. Vislumbró a Damián justo en el lugar que él
había ocupado hacía poco como vigilante, y le saludó con un movimiento de cabeza al que el
Nefilim le respondió con otro idéntico.
Fue más allá de las Laderas de los Gritos, los Acantilados de los Encadenados y los picos de
las Montañas Tortuosas, hasta llegar al Lago de Sangre, en cuy o centro se alzaba el Palacio de
Ébano donde moraba Lucifer.
En vez de entrar por la puerta principal, dio un rodeo y buscó la ventana del despacho del
Diablo. Este era en realidad una gran biblioteca, cuy as paredes estaban recubiertas de estanterías
llenas de libros de todo tipo. El techo era una hermosa pintura de ángeles caídos que tocaban
distintos instrumentos.
Evar encontró a Lucifer recostado en un sillón de cuero negro tras una gran mesa ovalada
que estaba despejada. A los pies de esta, vio a un lobo negro tumbado con cola de serpiente que
alzó las orejas al verle y cuy os grandes ojos amarillos brillaron al verle.
A pesar de que Evar le sacaba más de metro y medio de altura, inclinó respetuosamente la
cabeza.
—Amón.
El demonio le devolvió el gesto.
—Evaristo.
Lucifer alzó una mano.
—¿Hola? Yo también estoy aquí, ¿a mí no me saludas?
Evar soltó un gruñido y le miró.
—No vas a aceptar ese trato con Hera.
Tanto el Diablo como Amón se quedaron sorprendidos. Se miraron un momento de una
forma que Evar no logró identificar antes de volver a dirigirse a él.
—¿A qué viene esa negativa tan firme? —interrogó Lucifer con aire pensativo.
—No me fío de Hera, y Nico tampoco.
—Todos los Nefilim me habéis dicho lo mismo. Sin embargo, Amón ha visto el futuro y dice
que Hera cumplirá su parte del trato si y o le entrego a Dariel. —Hizo una pausa al mismo tiempo
que contemplaba a Evar con los ojos entrecerrados—. La verdad es que deseo librarme de ese
control que tiene Dios sobre mí. Sería agradable salir del infierno y enseñarle mi culo desde el
mundo humano.
Sí, eso significaría una victoria para Lucifer, pero también supondría la muerte de Dariel.
Evar no podía permitirlo. Ese hombre no tenía nada que ver ni con que Zeus fuera un mujeriego
ni con la guerra contra Dios. No tenía por qué morir. Su cuerpo y su mente se rebelaban contra
esa idea.
—Lucifer, no lo hagas —dijo en un tono de voz bajo, casi suplicante.
El Diablo alzó las cejas ante su extraña petición. Lo miró fijamente, pero Evar no pudo
sostenerle la mirada, estaba demasiado avergonzado sin saber por qué… O mejor dicho, no
quería reconocer sus verdaderos motivos como para contradecir las órdenes de Lucifer.
Esperó que este se enfadara, pero en vez de eso, el Demonio se levantó, rodeó el escritorio y
le cogió el mentón para poder verle mejor la cara. Evar supo lo que vio por su expresión
horrorizada.
—Evaristo… Otra vez no…
Él apartó de nuevo la mirada.
—Lo lamento, pero sabes que no puedo luchar contra ello.
Lucifer, para la sorpresa de Evar, se acercó un poco más a él y lo abrazó. Teniendo en cuenta
que estaba en su forma demoníaca, con lo que le sacaba poco menos de media cabeza al Diablo,
la escena resultaba un tanto incómoda, puede que incluso cómica para algunos. Pero a Evar le
pareció un poco reconfortante, aunque extraña.
—Lo sé, sé que no puedes evitar esto —dijo con voz atormentada—. Es culpa mía. Tal vez
tendría que haberos despojado de esos deseos pero… Supongo que me pareció demasiado cruel.
La pasión es algo que todos deberíamos experimentar al menos una vez, y siento mucho que en
tu caso no fuera bien.
Evar cerró los ojos con fuerza al recordar a Arlet. Ya no sentía ningún deseo por ella, pero el
dolor sí seguía ensartado en su corazón como un vil cuchillo que no dejaba de hurgar en la herida.
Lucifer se apartó y lo miró a los ojos. Los del Diablo estaban nublados por muchas
emociones, algunas pertenecían al presente pero, muchas otras, eran de su propio pasado.
—No entregaré a Dariel a Hera, si eso es lo que quieres.
Evar asintió, agradecido.
—No es solo por deseo. Dariel… Creo que es un buen hombre. Puede que tenga sangre de
ángel, pero no se parece a ellos.
—Dariel no se ha criado con los ángeles, por lo que es muy difícil que tenga una fe ciega en
Dios y mucho menos que comparta su forma de pensar y actuar. Eso es bueno… —Hizo una
pausa y continuó, muy serio—. Pero no te confíes. No quiero que vuelvan a hacerte daño como
te lo hizo Arlet.
Evar negó con la cabeza.
—No estoy enamorado de él.
—Te creo, Evaristo, pero de todas formas ten cuidado. Entre el deseo y el amor hay una línea
muy fina. Y, sin quererlo, la rebasamos a menudo. —Lucifer le palmeó el hombro y esbozó una
leve sonrisa torcida—. Regresa con Dariel, tigre. Y dale como tú sabes.
El Nefilim no pudo evitar sonreír. Dariel parecía estar dispuesto a entregarse a él, a juzgar por
la forma en que se habían besado y acariciado hacía apenas media hora. Cómo había
disfrutado…
—Una cosa más —le dijo Lucifer. Él se giró y le miró con una ceja alzada—. Dile a Nico
que puede quedarse a cenar en casa de Dariel bajo la condición de que me traiga una porción de
cada plato que hagan.
Evar sonrió.
—Veo que le conoces bien.
—Me gusta tener vida social.
El demonio mostró sus largos colmillos al ensanchar su sonrisa y después se dirigió al amplio
balcón del despacho. No se lo pensó dos veces en saltar al vacío y remontar el vuelo para
regresar al mundo humano.
Por otro lado, Lucifer tenía una expresión preocupada en el rostro.
—¿Te arrepientes de no haber aceptado el trato de Hera? —le preguntó Amón, que no había
hecho ningún comentario durante la conversación de Lucifer con el Nefilim.
El Diablo hizo un gesto negativo.
—No. Les debo demasiado a esa raza de demonios como para negarles cualquier cosa que
me pidan. Lo único que me preocupa son los sentimientos de Evar.
Amón esbozó una leve sonrisa.
—Yo si fuera tú no me preocuparía tanto.
Al oírle, Lucifer alzó una ceja.
—¿Qué es lo que has visto?
El lobo movió alegremente la cola.
—Que Dariel no es absoluto como Arlet. Por muy mal que se pongan las cosas, y aunque
todo se vuelva muy negro, confía en esos dos.

Evar apareció en el salón del piso de Dariel vestido con una sencilla camiseta negra ajustada
y unos vaqueros. Olores desconocidos y agradables inundaron su nariz y, al alzar la vista, vio que
en la mesa había un montón de platos llenos de comida totalmente desconocida para él.
Unas pisadas desde la cocina llamaron su atención. Nico y Dariel aparecieron por la puerta
con los brazos repletos de más platos. Se quedaron parados al verle, pero Nico apenas tardó un
segundo en dejar la comida sobre la mesa y acercarse a él.
—¿Cómo ha ido?
Evar sonrió.
—Dariel se queda.
Nico pegó un salto con un grito alegre y se abrazó a Dariel. Ante esa visión, Evar le lanzó una
mirada fulminante a su compañero quien, al percibir su hostilidad, se apresuró a apartarse y a
colocar bien la mesa. Dariel, por otra parte, dio un paso hacia él y le dijo en voz baja: —Gracias.
Él quería agarrarlo por la cintura y pegarlo a su cuerpo para besarlo, pero Dariel no parecía
estar de mucho humor, así que se limitó a asentir brevemente. Después de eso, Nico
prácticamente lo obligó a sentarse en la mesa y se dedicó a ponerle delante todos los platos que
hubiera a mano. Si no fuera porque ese Nefilim era el más amable de toda su raza, Evar estaba
seguro de que le habría metido la cabeza de lleno en la comida.
Mientras cenaban y charlaban, siendo Nico el centro de atención para variar, Evar se percató
de que había algo extraño en Dariel. Parecía distraído y lo miraba constantemente de reojo para,
al instante, apartar la vista de nuevo. Le dio la sensación de que algo lo incomodaba, que lo
inquietaba incluso. Al final, no pudo contenerse más y le preguntó mentalmente a Nico: —¿Sabes
qué le pasa a Dariel?
Nico seguía hablando con ambos, pero le respondió sin que Dariel se diera cuenta de que los
dos demonios mantenían una conversación totalmente diferente a las recetas de cocina.
—Hemos estado hablando un poco y surgió el tema de las relaciones sexuales de los Nefilim.
Una cosa llevó a otra y le conté un poco lo que sucedió con Arlet.
La mención de ese nombre hizo que su sangre empezara a hervir. Antes de poder recurrir a
su autocontrol, se levantó bruscamente y le lanzó una mirada furibunda a Nico.
—¿Le has contado lo de Arlet? —bramó.
Dariel también se levantó e hizo amago de ir hacia él y defender a Nico, pero este le detuvo
con un gesto de la mano.
—No te acerques, Dariel. No es bueno estar cerca de un Nefilim cuando está así de
enfadado.
Evar sabía que tenía que tranquilizarse, pero no podía. Los recuerdos de aquel ángel y de las
consecuencias de amarle habían inundado su mente y no podía pensar. Ni siquiera fue consciente
de que su piel cambiaba intermitentemente desde el tostado hasta el marrón veteado de amarillo.
—¿Por qué se lo has contado? —le preguntó a Nico con voz demoníaca y los colmillos al
descubierto.
Nico se quedó mirándolo fijamente sin un asomo de culpa.
—Era una advertencia.
Dariel se sobresaltó y contempló al demonio con los ojos muy abiertos.
—¿Una advertencia?
—Para que no le hagas lo mismo que le hizo Arlet —contestó antes de mirarle. El brillo de sus
ojos lavanda provocó un escalofrío en el semidiós—. Porque si se lo haces, puedo asegurarte que
no habrá nada ni nadie en ningún mundo que me impida hacerte pedazos.
Dariel tragó saliva, pero no tuvo tiempo de acobardarse mucho más, y a que Evar se encogió,
abrazándose a sí mismo. Su camiseta se rasgó entonces, naciendo así de su espalda dos grandes
alas, cuy as plumas se erizaron un instante antes de colocarse correctamente en su sitio.
Evar dio media vuelta bruscamente, abrió la ventana del piso y se lanzó de cabeza al vacío.
Dariel corrió hacia el demonio a tiempo de ver cómo esquivaba edificios y se elevaba hacia el
cielo.
Decidido, colocó un pie en la ventana y se dispuso a saltar, pero una mano sobre su hombro lo
detuvo. Al girarse, vio a Nico.
—No le sigas. Está demasiado avergonzado.
Dariel frunció el ceño.
—¿Avergonzado?
El Nefilim dejó escapar un suspiro.
—No lo entiendes. Evar amaba a Arlet y lo dejó todo por ella. Y a cambio, ¿qué recibió? Solo
dolor y un sentimiento de culpa que lo ha acompañado durante milenios. Él sabía que los ángeles
tienen un enorme poder de convicción y, a pesar de ello, crey ó en Arlet cuando le dijo que
podían estar juntos sin ser enemigos.
Dariel se quedó en silencio. Contempló la noche iluminada por las luces de los edificios y,
finalmente, bajó de la ventana. Tenía los puños apretados y sus ojos turquesa se habían
oscurecido.
—Siempre creí que los demonios eran los malos y los ángeles los buenos. ¿Por qué tiene que
ser al revés?
Nico hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Ninguno de nosotros somos buenos o malos. Sencillamente, cada uno cumple su papel. Los
demonios torturamos las almas malvadas y ofrecemos tentaciones a los humanos, y los ángeles
cuidan a los humanos y, tras su muerte, los llevan al Cielo. —Las facciones de su rostro se
endurecieron—. Lo que ocurre es que, cuando estás en una guerra, nadie puede permitirse ser
amable con el enemigo.

Sobre una de las azoteas más altas de la ciudad, Evar se mantenía en su forma demoníaca,
incapaz de tranquilizarse y olvidar lo sucedido tres mil años atrás. En aquel entonces, también
odiaba a los ángeles. Asesinaron a su abuela cuando él apenas era un joven demonio y su padre
murió milenios más tarde durante la masacre. Solo quedaron él y su hermano Stephan.
Y entonces, conoció a Arlet. Ella era diferente de los demás ángeles, a pesar de que confiaba
plenamente en Dios. No pertenecía al ejército de Miguel, sino que cuidaba las almas de los niños
humanos, y puede que fuera esa la razón por la que, al verlo, no lo atacó.
El deseo que surgió entre ellos los condujo a un amor peligroso. Los Nefilim no lo entendían,
al igual que tampoco comprendieron su confianza ciega en Arlet y su deseo de estar con ella.
Pero Lucifer sí lo hizo. Y solo por eso, le dejó marchar.
Pero lo que le esperaba en el Cielo era muy diferente a lo que Arlet le había prometido.
—¡Evar!
Aquel grito en su mente lo sobresaltó. Se levantó saltando sobre sus poderosas patas y se
apoy ó con ellas en el borde de la azotea, alerta de repente.
—¿Nico?
—¡Necesito ayuda! ¡Los griegos han venido a por Dariel!
No se lo pensó dos veces. Regresó a su forma humana y apareció en el salón de la casa de
Dariel, donde se había desencadenado una guerra. Nico luchaba ferozmente contra un hombre
alto y musculoso, de piel morena y espeso cabello negro que blandía una espada. Dariel, por otro
lado, se las apañaba como podía con Enio y Eris.
Los tres eran hijos de Hera.
Al ver que era Dariel quien tenía más dificultades, corrió hasta él y atrapó a Enio con un
brazo antes de golpearla contra el suelo. Eris desvió su atención de Dariel y se apresuró a ay udar
a su hermana, pero Evar hizo aparecer su cola de dragón y la enrolló alrededor de la diosa para
atraparla y empezar a estrangularla.
—¡Ares! —gritó.
El dios de la guerra se apartó de Nico y miró horrorizado a sus hermanas.
—Si quieres que sigan con vida, más te vale desaparecer de aquí ahora mismo. —Para
afirmar sus acciones, apretó un poco más a Eris y acercó el cuello de Enio a sus largos colmillos.
Ares apretó la mandíbula, pero al final, optó por desaparecer. Solo entonces, Evar aflojó la
presión sobre Eris hasta dejarla libre.
—Tu turno.
La diosa miró a su hermana, cuy a vida dependía del Nefilim, y también desapareció. Por
último, Evar liberó a Enio, quien retrocedió y le fulminó con la mirada.
—Lucifer ha cometido un grave error al rechazar la oferta de mi madre. Recordadlo —dicho
esto, se desvaneció.
Evar soltó un suspiro aliviado y miró a Nico.
—¿Estás bien?
Su amigo sonrió anchamente y le mostró la camisa desgarrada. Pese a que la prenda estaba
destrozada, Nico no tenía ni un solo rasguño.
—Ares necesitará una espada mejor que esa para herir a un Nefilim.
Evar también sonrió y dirigió su atención a Dariel. El olor a sangre fresca llegó a su nariz y
sus ojos contemplaron el líquido rojo que manaba de uno de los costados de Dariel.
Se agachó junto a él y le desgarró la camiseta para ver los daños. No era muy profunda, pero
el hecho de que estuviera herido no le hizo ninguna gracia.
—¿Cómo estás?
Dariel clavó sus ojos turquesa en los de él.
—¿Y tú?
Evar apartó la vista y lo ay udó a levantarse.
—Tenemos que desinfectarte eso. Nico, ¿puedes vigilar mientras tanto? —Al ver que no
contestaba, se giró para mirarle. Nico estaba de pie en el centro del salón, totalmente quieto y
con los ojos entrecerrados—. ¿Nico?
—Hay un intruso en el infierno, tengo que irme —y sin más, desapareció en un fogonazo de
luz.
Dariel miró al Nefilim frunciendo el ceño.
—¿Un intruso en el infierno?
Evar asintió con la mandíbula apretada.
—No es la primera vez.
—¿Pero los ángeles pueden entrar con tanta facilidad en el infierno?
—No.
—Entonces, ¿qué…?
El demonio lo detuvo con un gesto de la mano. Dariel optó por permanecer en silencio
mientras Evar se quedaba en la misma postura que Nico hacía apenas un minuto. Pasaron
segundos y minutos hasta que se convirtieron en un cuarto de hora y después en media. Dariel
estaba a punto de perder la paciencia cuando Evar finalmente relajó su postura y le miró.
—Ya está.
—¿Le han capturado?
Evar hizo un gesto negativo.
—No, pero le han ahuy entado.
Dariel se acercó a él. Estudió sus facciones y la expresión de sus ojos. Evar no parecía estar
contento con el resultado, y había algo… Dariel no sabría definirlo con total exactitud, pero le dio
la impresión de que había cierta tristeza.
—¿Qué es lo que ocurre? ¿Quién era ese intruso?
Evar suspiró y lo miró con cautela. Dariel y a sabía lo que quería decir esa mirada.
—Déjame adivinar, no tengo por qué saberlo.
—Lo siento.
Dariel se sintió herido sin acabar de saber por qué.
—No confías en mí.
—Tú tampoco confías en mí. Ni en Lucifer tampoco. No podemos contarte nuestros secretos
si no estás de nuestro lado, y a lo sabes. Podrías unirte a los ángeles.
Eso último lo enfureció.
—Yo no soy como Arlet.
En esta ocasión, Evar dejó caer los hombros y bajó la vista.
—No he dicho eso.
—Pero lo piensas. Crees que porque soy un ángel voy a irme al Cielo y seguir a Dios como
un jodido cordero. Así que voy a dejártelo bien claro; me he educado en un colegio católico pero
nunca he sido seguidor de Dios ni de nadie. Y después de que me contaras lo que le hizo a tu raza
no me apetece en absoluto matar a cualquiera que le contradiga. Tal vez no me una al Diablo,
pero tampoco voy a unirme a él —dicho esto, se marchó a su habitación y se encerró dando un
portazo.
Dariel no sabía qué estaba haciendo. No tenía por qué darle explicaciones, ni tampoco tenía
por qué ponerse así. Sin embargo, se sentía dolido. Él no era la clase de persona que traicionaba a
los demás, mucho menos a una persona a la que quisiera.
Él no era en absoluto como Arlet.
Se quitó la camiseta y se miró la herida. Era más superficial que otra cosa, pero a saber en
qué cosas había estado clavada el arma de esa mujer. Iba a ir al baño cuando percibió una
presencia familiar a su espalda. Resopló y se giró para contemplar a Evar.
—Por si no te has dado cuenta, no quiero hablar contigo —gruñó.
Evar se acercó a él a paso firme.
—Me da exactamente lo mismo.
Antes de que Dariel pudiera hacer nada, Evar lo cogió del brazo y lo llevó al baño. Una vez
allí, lo obligó a sentarse y se inclinó sobre él. Dariel pegó un salto al notar el roce de su lengua en
la herida.
—¿Pero qué haces? —gritó al mismo tiempo que intentaba apartarlo de él, pero Evar lo
inmovilizó con sus poderes. Dariel maldijo no tener tanto dominio sobre los suy os para poder
quitárselo de encima.
—Desinfectarte la herida.
—¿Lamiéndola?
—Así es como lo hacemos los Nefilim.
Ante eso último, Dariel no supo qué decir o hacer. Estando inmovilizado, no podría hacer gran
cosa contra Evar hasta que él terminara, así que se limitó a no dirigirle la palabra y mucho
menos a mirar cómo su lengua se deslizaba por su piel, limpiando la sangre y provocando
pequeños escalofríos que por poco no le pusieron la piel de gallina.
—Ya sé que no eres como Arlet —le dijo Evar de repente.
Dariel no pudo evitar mirarle.
—Ella no era una guerrera. Se limitaba a cuidar las almas de los niños humanos. Por eso, la
primera vez que la vi, no me atacó, sino que intentó huir de mí. —Hizo una pausa para lamerle de
nuevo la herida—. Pero el deseo estalló en mí y no pude controlarme. Logré atraparla y empecé
a acariciarla. Al principio, se resistió… Pero después se entregó a mí.
Dariel esperó a que siguiera contándole la historia, pero Evar parecía estar dudando entre
seguir o no. Tras un par de minutos, el demonio tragó saliva y continuó sin mirarle.
—Los dos sabíamos que cometíamos un error y decidimos separarnos. Por desgracia,
volvimos a encontrarnos en un par de ocasiones y, de nuevo, y o no pude controlarme y ella no se
resistió. —Dejó escapar un suspiro tembloroso—. Supongo que fue inevitable enamorarme de
ella. Arlet era amable y cariñosa conmigo, y me aceptaba a pesar de ser un Nefilim.
—¿Qué pasó?
—Queríamos estar juntos. Nos amábamos y no queríamos esconderlo. Mis compañeros
Nefilim no comprendían lo que sentía porque ellos nunca lo habían experimentado. Más de uno
se enfadó conmigo. Al final, Arlet me dijo que Dios me aceptaría, que si me marchaba con ella
me acogería como si fuera uno de los suy os. —Evar alzó la vista para mirar a Dariel. Este sintió
una opresión en el pecho al ver la expresión atormentada del demonio—. No fue fácil tomar una
decisión, ¿sabes? Los Nefilim eran mi familia, el infierno era mi hogar. Arlet me estaba pidiendo
que renunciara incluso a mi propio hermano por nuestro amor.
Dariel tragó saliva. Se había inclinado sobre Evar, totalmente absorto en la historia.
—¿Qué hiciste?
—Hablé con Lucifer. Él era el único que comprendía lo que estaba sintiendo y lo difícil que
era para mí al mismo tiempo abandonar todo lo que era. —Evar esbozó una diminuta sonrisa—.
Me dijo que me deseaba lo mejor y que, si quería volver, que no tuviera reparos en hacerlo.
Dariel sintió un nudo en la garganta. Jamás habría pensado que el Diablo pudiera ser tan…
¿amable? ¿Generoso? Eran cualidades que nunca habría asociado con él.
—¿Qué hay de tu hermano? ¿Qué pensaban los Nefilim?
—Mi hermano solo quería que y o fuera feliz, aunque no comprendiera lo que me estaba
pasando. Nico y Kiro también estaban de mi lado, pero el resto se enfadó muchísimo, sobre todo
Skander.
Dariel asintió.
—Entonces, te fuiste al Cielo.
—Sí. Pero lo que encontré allí no se parecía en nada a lo que Arlet me había contado.
—¿Qué era?
—El ejército de Miguel estaba allí. Me atraparon, me ataron y me llevaron a una celda donde
me torturaron. Querían información sobre Lucifer y mi raza, al igual que sobre la disposición del
infierno. Su intención era volver a invadirlo como hicieron cuando exterminaron a los Nefilim,
pero esta vez querían estar seguros de que lograban llegar hasta Lucifer.
Dariel sintió náuseas. Por la forma en que Evar hablaba de Arlet, estaba seguro de que su
traición le habría hecho pedazos. En cuanto a ella… No podía creer que alguna vez le hubiera
amado.
—Arlet te tendió una trampa.
Evar dejó escapar un largo suspiro.
—No. Ella no sabía nada.
Esta vez, Dariel frunció el ceño, confuso.
—No lo entiendo. Nico me dijo que ella…
—Para Nico sí fue una traición. Piensa que Arlet tendría que haber sabido los planes que Dios
tenía para mí. Pero no fue así. Ella confiaba ciegamente en él y por eso no sospechó lo que iban
a hacer conmigo. En cuanto se dio cuenta de lo que estaba pasando, intentó protegerme, pero solo
consiguió que la torturaran a ella también y la encerraran en su habitación hasta que
recapacitara. Escapó varias veces para intentar ay udarme…
—Pero no lo consiguió.
El demonio afirmó sus palabras.
—Siempre acababa recibiendo un castigo.
Dariel se mordió el labio inferior.
—¿Cómo lograste regresar al infierno?
—Damián, Zephir, Skander, Nico, Kiro y mi hermano Stephan vinieron a por mí. Arlet les
ay udó a entrar en el Cielo y les guio adonde estaba. Lograron liberarme. —Hizo una pausa para
tragar saliva—. Mi hermano murió mientras huíamos. Se quedó en la retaguardia para cubrirnos.
Dariel sintió un nudo en la garganta. Incapaz de permanecer quieto mucho más tiempo, alzó
una mano para posarla sobre el hombro de Evar y darle un apretón. La fuerza invisible que lo
paralizaba hacía un rato que había desaparecido, pero estaba tan absorto en la historia que no se
había dado cuenta hasta aquel momento.
—¿Qué hay de los demás?
—Estábamos heridos, pero llegamos a casa con vida.
—¿Y Arlet?
Evar no dijo nada. Un manto oscuro cubría sus ojos, y Dariel no podía identificar la emoción
que había en ellos.
—Se quedó en el Cielo.
Eso sí que no lo entendía.
—¿Por qué? Ella te quería.
—También se quedó en la retaguardia. Intentó salvar a mi hermano con sus poderes
curativos, pero llegó demasiado tarde. Por entonces, nosotros estábamos en la puerta que
conducía al infierno y los ángeles estaban a punto de cogernos. Ella nos obligó a cruzar el portal y
lo cerró para evitar que nos cogieran. Se quedó allí dentro.
—¿Murió? —preguntó, sintiendo el corazón en un puño.
Evar hizo un gesto afirmativo.
No dijeron nada durante un par de minutos. Evar se dedicó a terminar de desinfectarle la
herida y vendársela. Después, Dariel fue a limpiar los platos mientras el demonio se quedaba
solo en el salón, tumbado y dándole la espalda.
Durante ese tiempo, Dariel tuvo tiempo para pensar, puede que demasiado. Llegó a la
conclusión de que no quería saber nada de Dios y los ángeles, que no se uniría a ellos de ninguna
de las maneras, ni siquiera quería saber más cosas de su madre por miedo a lo que podría
descubrir sobre ella, sobre las cosas horribles que podría haber hecho. A él le bastaba saber que le
había querido.
Y sobre unirse al Diablo… Seguía sin estar seguro y sin hacerle mucha gracia, pero tenía la
sensación de que tras su historia había mucho más que un intento de destronar a Dios.
Respecto a los Nefilim, no podía evitar sentir cierta compasión. Nico había sido sincero con él
y le había dicho que ellos solo cumplían con el papel que les había tocado en la vida, que por lo
que le había dicho Evar, era vigilar el infierno. Y aun así, a pesar de ser demonios y estar al
servicio de Lucifer, tenía la sensación de que no eran seres tan malvados.
Dios asesinó a sus madres humanas, a casi toda su raza, y mintieron a Arlet para que les
entregara a Evar. A él le torturaron quién sabe por cuánto tiempo.
Dariel se apoy ó en la pila y suspiró cansado. Había demasiadas cosas que desconocía y que
necesitaba saber para tomar una decisión respecto al trato del Demonio. Pero eso implicaba
tener que hablar con él personalmente… Y aún no estaba seguro de querer hacerlo.
Se dirigió al salón y contempló a Evar. Estaba encogido en el sofá, de cara al respaldo, por lo
que no podía verle los ojos. A juzgar por su postura, parecía que revivir tantos recuerdos
dolorosos le había pasado factura. Sin estar seguro de lo que hacía pero deseando al mismo
tiempo levantarle el ánimo, se sentó a su lado y entrelazó los dedos, un tanto incómodo.
Carraspeó e intentó un buen comienzo.
—Siento lo que te pasó. De verdad.
Evar asintió, pero no dijo nada.
Dariel lo intentó de nuevo.
—Eh… —No se le ocurría nada. Se había quedado en blanco. Nervioso y avergonzado por
ser incapaz de decirle una sola palabra de ánimo, se levantó bruscamente y se dirigió a la puerta
—. Buenas noches.
Antes de que pudiera llegar, sin embargo, Evar apareció justo delante de él, impidiéndole el
paso. Tenía los músculos un poco tensos, pero su diminuta sonrisa parecía sincera.
—Gracias —y dicho esto, se inclinó y lo besó.
La caricia de sus labios lo dejó sin aliento y le disparó el pulso, aunque no fue capaz de
moverse y mucho menos de apartarse. Evar le rozó el labio inferior con la lengua, y él abrió la
boca para darle total acceso y dejar que la suy a se enredara con la de él.
El demonio lo abrazó entonces por la cintura y lo acercó a él despacio. No intentaba obligarle
ni presionarle, al contrario, le daba el tiempo necesario para asimilar lo que estaba haciendo y
rechazarle si quería.
El problema era que lo último que deseaba Dariel era apartarse. Le gustaba demasiado sentir
ese cuerpo musculoso contra el suy o, su boca explorando sus labios y las caricias de sus manos
en la piel.
Se apretó contra Evar y le devolvió el beso. Este se intensificó poco a poco hasta que se
convirtió en un combate voraz por apoderarse de la boca del otro, ansiando algo más que aquel
simple roce. Dariel coló sus manos bajo la camiseta de Evar y le acarició el duro vientre y los
fuertes pectorales, haciendo que el demonio soltara un gruñido ronco que lo puso a cien.
—Así no me lo pones fácil —le susurró al oído antes de lamerle la oreja.
Un escalofrío lo recorrió entero, pero no se detuvo. Siguió acariciándole sin piedad alguna.
—¿Qué ha sido de tu autocontrol? —preguntó en un gemido. Evar le estaba mordisqueando el
cuello, y a él le costaba mantener la concentración.
—Lo estás echando por los suelos.
De repente, y a no estaban de pie. Evar lo había tumbado en el sofá y estaba sobre su cuerpo.
Se quitó la camiseta con un simple movimiento y levantó la de Dariel. En cuanto le acarició la
cadera con la lengua, se arqueó y gimió, sintiendo cómo el placer enardecía su cuerpo y se
concentraba en una parte de su anatomía que ansiaba desesperadamente atención.
Como si Evar ley era sus pensamientos, clavó los dedos en su muslo y los hizo ascender hacia
arriba, hasta su parte dolorida. En cuanto lo acarició, Dariel jadeó y se sentó de un salto, solo
para que Evar lo obligara a tumbarse otra vez.
—No te muevas —le ordenó.
Dariel no quería obedecer, pero se descubrió tumbado de nuevo en el sofá, con el cuerpo
expectante y ardiendo de deseo. Evar acarició el bulto entre sus piernas suavemente, procurando
no hacerle daño, al mismo tiempo que recorría todo su pecho y vientre con la lengua. Dariel
intentó moverse en un par de ocasiones, pero la mirada ardiente de Evar le advirtió de que no lo
hiciera.
Aun así, le fue imposible estarse quieto. Arqueaba la espalda, se retorcía y gemía
incontrolablemente; intentaba evitarlo, pero no podía hacer nada. Todo era demasiado nuevo e
intenso para él, placentero y excitante. Ansiaba esas nuevas sensaciones, y cuanto más lo
acariciaba Evar, más lo deseaba.
Este interrumpió su beso y lo miró a los ojos. El fuego que chispeaba en ellos le produjo un
estremecimiento.
—Desnúdate.
Dariel estaba demasiado aturdido por todo lo que sentía como para comprender su orden.
Solo pensaba en que había dejado de besarlo y tocarlo y eso no le gustaba nada. Intentó
incorporarse para atrapar sus labios, pero Evar volvió a tumbarlo y se inclinó sobre él, rozando
sus labios pero sin llegar a besarlo.
—Ahora, Dariel. Desnúdate.
Con un gemido, Dariel obedeció. Se quitó los pantalones y la ropa interior y la dejó tirada en
cualquier lado. Después, cogió a Evar por la nuca para buscar su lengua y colocó su mano justo
donde más deseaba que lo tocara.
Evar soltó un ronroneo.
—Te gusta que te toque aquí, ¿eh? —dicho esto, cogió su miembro con delicadeza y lo
acarició de arriba abajo. Dariel arqueó la espalda y jadeó de placer. Después, movió la cintura,
intentando frotarse contra la mano de Evar, anhelando más caricias.
—Sí, creo que sí.
—Maldita sea, Evar…
El demonio esbozó una gran sonrisa.
—¿Qué quieres?
—Ya lo sabes, bastardo.
—Quiero oírtelo decir.
El semidiós le lanzó una mirada fulminante y llena de deseo.
—Ni hablar.
—¿Ah, sí?
Volvió a acariciarlo, una y otra vez, lentamente. Dariel se aferró al sofá y se mordió el labio
inferior, intentando acallar sus gemidos. Sabía que le faltaba algo, algo que necesitaba y que lo
aliviaría, calmando la sed de ese fuego abrasador que lo cubría entero y que le daría un placer
que no había experimentado antes.
Pero Evar seguía torturándole. Una tortura deliciosa que nublaba su mente y estremecía su
cuerpo, pero que tenía que culminar, alcanzar el clímax. Lo necesitaba, y tenía que ser ahora.
—Evar…
—¿Sí? —preguntó el demonio sin dejar de sonreír, divertido e impaciente a un tiempo.
—Te odio…
Evar ascendió por su cuerpo, sin dejar de acariciarlo, y lo besó largamente en los labios.
—Yo te deseo, Dariel. Ardo en deseos de hundirme dentro de ti mientras me arañas la
espalda, de que grites mi nombre mientras te corres. —Le mordisqueó el lóbulo de la oreja y le
susurró al oído con la voz ronca y cargada de deseo—. Pídemelo, Dariel. Pídemelo y seré todo
tuy o.
No pudo resistirse. Estaba al límite y, aunque más tarde se sentiría herido en el orgullo, no
podía soportarlo más.
—Por favor, Evar —gimió en voz baja.
Los ojos del demonio resplandecieron y, antes de darse cuenta, estaba totalmente desnudo y
encima de él, devorando sus labios mientras sus manos lo acariciaban por todas partes. Dariel se
entregó por completo, le devolvió el beso con la misma pasión y recorrió su cuerpo con las
manos, incluso se atrevió a acariciarle su virilidad, logrando así que Evar jadeara y gimiera
puramente satisfecho.
Evar le mordisqueó de nuevo la cintura, un punto erógeno que Dariel desconocía que tuviera
y le cogió el trasero con fuerza. En ese momento, Evar deslizó un dedo en su interior.
Dariel se quedó paralizado.
Un recuerdo borroso y que se había esmerado en borrar de su mente se hizo paso en la
neblina de la memoria y estalló. De repente, se encontraba en el suelo, temblando
incontrolablemente y abrazándose las rodillas. Ya no estaba en su casa en Compton, había vuelto
a un lugar que se había jurado a sí mismo no volver a pisar jamás.
—¡Dariel! —gritó alguien a lo lejos, pero él no podía responderle.
Había regresado a aquel pozo del que había tardado años en salir.
—No lo haga, no lo haga —repetía una y otra vez mientras los ojos se le llenaban los ojos de
lágrimas.
Capítulo 5. Alas
“Eres un ángel que muerde la noche,
para no desgarrar mis alas.”
AL E JANDRO LANÚS

Despertó cuando los ray os del sol se filtraron por la ventana de su habitación, iluminando la
pequeña estancia e incordiando sus ojos. Los cerró con fuerza e intentó cambiar de postura, pero
algo lo tenía firmemente cogido por la cintura. Se cubrió la cara con la mano y observó el brazo
de tono tostado que lo abrazaba, pero no fue eso lo que lo sobresaltó. Una gigantesca ala de color
chocolate con finas pinceladas doradas tapaba su cuerpo desnudo.
—¿Dariel?
Esta vez, el brazo que lo mantenía sujeto aflojó su agarre y permitió que se girara lo
suficiente como para encontrarse con Evar. Un sonrojo cubrió sus mejillas. El demonio estaba
completamente desnudo, dejando así descaradamente al descubierto su magnífico torso
musculoso, así como sus largas y masculinas piernas y su miembro erecto. Con la cabeza
apoy ada sobre uno de sus brazos y las alas plegadas, habría sido el ángel más sexy sobre la faz
de la Tierra si no fuera porque sabía que era un demonio.
Sus ojos castaños tenían un brillo inquieto.
—¿Cómo te encuentras?
Dariel no respondió, estaba demasiado ocupado devorando ese pecaminoso cuerpo con los
ojos. De repente, recordó lo que Evar y él estuvieron haciendo anoche. Su rostro se convirtió en
un tomate por la vergüenza.
—Yo… Sobre lo de anoche…
—No me has respondido.
Su tono imperioso le hizo fruncir el ceño. Evar parecía preocupado, a juzgar por su postura
tensa y la forma en que lo miraba fijamente a los ojos.
—¿Por qué lo preguntas?
Evar se sentó en la cama sin dejar de cubrirle con una de sus suaves alas.
—Anoche, cuando te toqué… te caíste del sofá y empezaste a temblar.
Esas palabras confundieron a Dariel.
—¿En serio? ¿Por qué? ¿Dónde me tocaste?
El demonio hizo una mueca y se acercó más a él. Alzó una mano y le cogió una nalga. Dariel
estalló en llamas nada más sentir su caricia, al menos hasta que sus dedos se aproximaron a una
zona que no estaba preparada en absoluto para lo que Evar estaba a punto de hacer.
Se apartó bruscamente, recordando de repente la razón por la que no quería que lo tocara ahí.
Inevitablemente, su cuerpo tembló ligeramente, momento en que Evar cogió su rostro entre sus
manos y lo obligó a mirarlo a los ojos. Los suy os volvían a ser brillantes por las malditas
lágrimas.
Habían pasado muchos años desde entonces, pero aún no había olvidado lo que sintió durante
todo aquel tiempo. Tres años. Tres malditos años sufriendo y aguantando, rezando por poder salir
de allí cuanto antes y huir para siempre.
—Dariel, mírame.
Él hizo un gesto negativo con la cabeza, intentando apartarse, pero Evar no se lo consintió.
—Dariel, por favor.
Esta vez, al oír su tono suplicante, obedeció. El demonio nunca le había parecido tan humano
como hasta ese momento, a pesar de las alas que aún lo cubrían. Su rostro estaba demacrado por
la inquietud, tanto que Dariel sintió el impulso de tranquilizarlo pero, antes de que pudiera hacerlo,
Evar le acarició las mejillas y se inclinó muy despacio para rozarle los labios.
Dariel se derritió por dentro. A pesar de los amargos recuerdos que aún golpeaban su mente,
disfrutó del beso. No era ardiente y apasionado como lo había sido siempre, era una sencilla
caricia tierna, de consuelo y afecto.
Cuando se separaron, Evar lo abrazó con los brazos y las alas. Dariel, sin estar muy seguro de
dónde estaba su orgullo masculino, se dejó hacer y permitió que le acariciara el pelo.
—¿Quieres hablar de ello? —le susurró en voz baja.
Dariel se tensó por un instante, pero se relajó al sentir que la mano de Evar se deslizaba
suavemente por su espalda. Cerró los ojos y se apoy ó en su pecho, dejando que la caricia lo
calmara.
—No.
El demonio asintió y, durante una hora entera, no se movieron de donde estaban. Evar no
ahondó en su pasado, algo que agradeció profundamente y que lo sorprendió. Jamás habría
pensado que los demonios pudieran ser tan considerados, aunque teniendo en cuenta la forma en
que se puso Evar cuando se enteró de que Nico le había contado lo de Arlet, tampoco debería
extrañarle.
Después, Dariel decidió despejarse dándose una ducha rápida. Percibió la presencia de Evar
al otro lado de la puerta, paseándose de un lado a otro, todavía inquieto. No pudo evitar sentirse un
tanto conmovido. Que él recordara, nadie se había preocupado tanto por él. Desde su infancia
había sido un chico solitario, por lo que no había tenido muchos amigos, y cuando descubrió sus
poderes, no le fue mejor.
Las únicas amistades que había tenido realmente eran April y Matthew.
Al salir del baño, se topó con Evar. Se había vestido con unos vaqueros oscuros y una
camiseta blanca de manga corta, y sus alas habían desaparecido.
—¿Estás bien? —le preguntó.
Dariel asintió y, un tanto avergonzado, murmuró:
—Gracias por lo de antes.
Evar inclinó levemente la cabeza y le acarició una mejilla áspera por la ligera barba con los
nudillos. Casi se le cerraron los ojos. No entendía cómo podía permitir que lo tocara de esa
manera… Bueno, sí, claro que sabía que le encantaba que lo acariciara, pero seguía sin saber por
qué no se resistía.
Tal vez aún necesitara un poco de contacto humano después de todas las cosas desagradables
que había recordado ese día.
Entonces, el demonio se apartó y fue al salón. Dariel lo siguió al ver que se dirigía allí
decidido.
—Tu amiga humana ha llamado mientras te duchabas. Quería saber si esta noche te apetecía
salir. —Hizo una pausa con una ligera sonrisa divertida en los labios—. Le ha sorprendido mucho
que estuviera aquí y me ha preguntado el motivo. No sé por qué, pero tengo la sensación de que
ha malinterpretado nuestra relación.
Dariel lo miró con cara de pocos amigos.
—¿Qué quieres decir?
—Creo que piensa que, como y o no tengo casa aquí y te salvé de esos supuestos atracadores,
me has compensado con… ciertos placeres. —La sonrisa del demonio se ensanchó mientras que
el semidiós se sonrojaba.
—Ahora la llamaré. Y de paso, le aclararé ese pequeño malentendido —dijo tras coger el
teléfono y marcar el número.
Repentinamente, sintió el poderoso pecho de Evar a su espalda. Sus labios rozaron su hombro,
su cuello y su oreja, en una caricia erótica que de inmediato lo puso a cien.
—No es necesario que le des explicaciones. Salgamos esta noche y dejemos que juzgue ella
misma.
Dariel iba a replicar, pero en ese momento, April respondió.
—¡Hola, cariño! ¿Cómo te va con tu nuevo amigo? —preguntó remarcando la última palabra,
seguida de una risilla coqueta.
Dariel puso los ojos en blanco mientras Evar se separaba de él para curiosear su estantería de
documentales.
—April, solamente es un hombre amable que me salvó y que no tiene a dónde ir. ¿Qué hay
de malo en acogerle hasta que se vay a a…? —Lo miró de reojo. El demonio miraba los DVD
con el ceño fruncido, intentando averiguar su utilidad, probablemente. Dariel suspiró y dijo lo
primero que se le pasó por la cabeza—. Las Vegas. Es dueño de un casino y acaba de llegar a
Los Ángeles para tomarse unas vacaciones. Como aún no había echado un vistazo a los hoteles y
y o le ofrecí hospedarse en mi casa, pues…
—¡Guau! Así que te acuestas con un ricachón —April soltó otra risilla—. La verdad, jamás
había pensado que te gustaran los hombres, aunque eso explica que no sientas ningún interés en
las mujeres del trabajo que te comen con los ojos…
—No me acuesto con él —gruñó Dariel, lo que llamó la atención de Evar. El demonio se
acercó y pegó la oreja al teléfono, a pesar de sus intentos por apartarlo.
—Pues deberías hacerlo, está como un tren. Si y o estuviera en tu lugar, y a le habría dejado
que me atara a la cama y que me hiciera de todo.
—No estaría nada mal que lo hicieras —comentó Evar con un brillo pícaro en los ojos.
Dariel se sonrojó, pero a pesar de eso, le lanzó una mirada de pocos amigos.
—¡Evar! ¿Estás ahí?
—Sí, April. Hola otra vez.
—¿Entonces has conseguido que el mojigato de mi amigo se desmelene?
—Estoy en ello.
—¿Se puede saber desde cuándo sois tan amigos? —interrogó el semidiós, todavía fulminando
con la mirada al demonio, que parecía muy divertido por la situación.
—Desde que sé que April tiene tan buen gusto para los hombres —dijo Evar, que sonreía
ampliamente.
Dariel decidió cambiar de tema.
—En fin, ¿qué decías de salir esta noche?
—Mañana tenemos que volver al trabajo y he pensado que, como y a llevas unos meses muy
duros, tal vez podría ay udarte salir un poco.
La idea no le gustó nada. Fuera adonde fuera, las mujeres y algunos hombres se le quedaban
mirando como si quisieran abalanzarse sobre él, y eso siempre acababa causándole problemas.
Por eso pasaba la may or parte de su tiempo libre en casa, solo, donde pudiera estar tranquilo y
sin que nadie le molestara.
—No sé, April…
—Iremos —dijo Evar de repente, arrebatándole el teléfono. Dariel intentó recuperarlo, pero
el demonio saltó al otro lado del sofá mientras seguía hablando con la mujer—. No te preocupes
por nada, lo arrastraré si es necesario, solo dime dónde está el sitio. De acuerdo. Hasta esta
noche, April —dicho esto, colgó y le lanzó el teléfono a Dariel, quien lo cogió al vuelo y lo dejó
en su sitio antes de avanzar furibundo hacia él.
—¿Qué diablos estás haciendo?
Evar hizo un gesto despreocupado con la mano.
—Te vendrá bien, Dariel. Y si te soy sincero, a mí también.
Eso último llamó su atención.
—¿Qué quieres decir?
—Hera y a sabe dónde vives, así que hay como mínimo un noventa por ciento de
probabilidades de que vuelva aquí. Lo mejor que podemos hacer es evitar estos enfrentamientos.
Dariel alzó una ceja burlona.
—¿Desde cuándo te dan miedo los griegos?
Evar, en respuesta, soltó una risotada.
—A mí no me asustan los helenos, Dariel, he tenido que luchar contra cosas mucho peores en
mis nueve mil años. Sin embargo, son numerosos los seguidores de Hera, y si me descuido,
podrían cogerte y llevarte al Olimpo. Y una vez estés allí, y o no podré salvarte.
El semidiós arrugó la nariz, pero no presentó más argumentos. Apreciaba lo suficiente su vida
como para aguantar una noche de miradas lascivas y despreciables.
En ese momento, sonó el móvil de Evar. Se lo sacó del bolsillo y respondió. Tras un minuto en
el que Dariel lo observó con interés, el Nefilim le tendió el teléfono.
—Es Lucifer, dice que quiere hablar contigo.
Dariel retrocedió, mirando el objeto como si fuera una bomba a punto de explotar.
—Yo no.
—Tranquilo, Dariel, el Diablo tiene mucho poder, pero no puede hacerte nada a través de un
móvil —comentó Evar con una sonrisa divertida.
Aunque receloso, cogió el móvil y se lo acercó a la oreja. Tenía el cuerpo tenso.
—¿Diga?
—Por fin nos conocemos, Dariel —dijo una voz grave y musical al otro lado de la línea. Qué
curioso, él siempre se había imaginado la voz del demonio como diabólica y monstruosa.
—Diría que es un placer, pero entonces estaría mintiendo.
Evar soltó una risotada que, para su sorpresa, fue coreada por el Diablo.
—Desafiante, me gusta. No soporto a los tocapelotas.
—¿Qué quieres?
—En primer lugar, conocerte, aunque solo sea por móvil. En segundo, me encanta lo que
hiciste anoche para cenar. Tienes que darme las recetas para que pueda practicar un poco… Soy
un negado para cocinar, pero esa tarta de fresas con nata que hiciste era más celestial que la risa
de un querubín.
Dariel no tenía ni idea de cómo reaccionar. No podía creer que el Diablo en persona le
estuviera hablando de tartas.
—Ah… Gracias, supongo.
—No tienes que dármelas, es la verdad. Tienes un don para cocinar.
Tras una pausa, Dariel se armó de valor y dijo:
—No sé si vas a ir al grano o no, pero… aún no he decidido unirme a ti.
El Diablo se quedó en silencio unos instantes. Después, en vez de enfadada, su voz sonó tan
suave como la seda.
—Dariel, no te he llamado para que me des una respuesta; te dije a través de Evar que tenías
todo el tiempo del mundo para pensarlo. No me importa si pasa una semana o un siglo, los dos
tenemos tiempo de sobra —añadió con una sonrisa en la voz.
—¿Entonces?
Lucifer hizo una pausa que le pareció demasiado larga.
—No tengas miedo del pasado, Dariel. Ya no puede hacerte daño.
Esas palabras lo dejaron blanco como la cera.
—¿Qué?
—Soy el Diablo, y al igual que Dios, conozco todo lo referente a las almas que moran en tu
mundo. Incluida la tuy a. El hombre al que temes está muerto, de hecho, le tenía reservado un
lugar especial en mis dominios. Ya no tienes que preocuparte por él.
Su rostro se crispó y apretó los labios, pero sus manos temblaban. Hasta que Evar se las cogió
y se las estrechó entre las suy as. Al mirarle, vio de nuevo esa inquietud que lo había estado
acompañando aquella mañana.
Le devolvió el apretón, agradecido, y tragó saliva antes de preguntarle a Lucifer:
—¿Sufre?
—Cada instante de su mísera existencia.
Él asintió.
—Me alegro.
—Es lo que merece por todo el mal que ha causado. —Lucifer hizo una pausa más—. El
pasado no debería interponerse en nuestra felicidad, solo quería que supieras eso. —Entonces, su
tono se volvió más alegre—. Ha sido un placer conocerte, Dariel. Espero que nos veamos pronto
—y dicho esto, colgó.
Dariel le devolvió el móvil a Evar, quien se lo guardó en el bolsillo para poder abrazarle. No
supo por qué, pero dejó que lo encerrara en sus brazos.
—¿Estás bien?
—Tenías razón, necesito salir de aquí y despejarme.
El demonio esbozó una diminuta sonrisa. Solo entonces, Dariel se dio cuenta de que las alas de
Evar habían vuelto a aparecer y que lo envolvía con ellas.
—¿Y esto? Antes también lo has hecho.
—A los Nefilim nos avergüenza que personas ajenas a nuestra raza vean nuestro dolor. Así
que cada vez que uno de nosotros no puede mantenerse firme, los demás le cubrimos con
nuestras alas para que pueda llorar en paz.
Él alzó la vista para mirarle a los ojos.
—¿Lloráis a menudo?
En los ojos de Evar apreció un brillo triste.
—Yo lloré cuando mataron a mi abuela, cuando asesinaron a mi padre y a mi raza, cuando
escogí abandonar el infierno… y cuando murieron Arlet y mi hermano.
Dariel asintió y lo abrazó con más fuerza.
Evar sabía que sentía cierta lástima por él, especialmente desde que le contó lo sucedido con
Arlet. No sabía por qué se lo había contado, pero reconocía que se sentía mucho mejor.
Entonces, notó un extraño movimiento en la espalda de Dariel. Por poco se sobresaltó al ver
que unas alas de un blanco puro se extendían a ambos lados de él. Sus plumas acariciaron
delicadamente las suy as, en una especie de abrazo similar al de sus propias alas.
—¿Dariel?
—Has dicho que cuando un Nefilim siente dolor, los demás lo cubren con sus alas, ¿verdad?
Evar solo sonrió.

Aquella noche, Dariel se sentía fuera de lugar dentro de aquella discoteca. No había vuelto a
entrar en una desde que tenía unos diecinueve años; un par de chicas se le habían acercado,
chicas cuy os novios habían venido con sus grandes y musculosos amigotes, de los que tuvo que
huir a los pocos minutos. Afortunadamente, por entonces y a conocía sus poderes y pudo escapar
volando cuando nadie lo miraba.
La música latía en todo el local, al igual que la semioscuridad iluminada por las luces
intermitentes de todos los colores. Solo la barra estaba encendida con una luz verde fosforito que
hacía imposible que nadie la encontrara.
Gracias a su metro ochenta de altura, localizó por encima de las cabezas que se movían al son
de la música a April, que iba vestida con una chillona camiseta de tirantes rosa y una falda
blanca de volantes, y a Matthew, que por primera vez desde que lo conocía se había puesto una
sencilla camiseta de manga corta negra y unos vaqueros rotos. Si no fuera porque su cara
delataba que era un intelectual, habría podido ser perfectamente uno de esos tíos que van
continuamente a discotecas.
—Parece que y a tienes admiradoras por todas partes —comentó Evar a su espalda.
Al mirarle, se dio cuenta de que tenía el rostro sombrío.
—No soy el único —dijo él, tratando de que desviara su atención a dos despampanantes
mujeres que se lo comían con los ojos para que no decidiera asesinar a nadie.
En cuanto Evar posó su mirada sobre ellas, Dariel se arrepintió de habérselo dicho. Una de las
mujeres bebió de su refresco y se lamió los labios rojos sin dejar de mirar a Evar, mientras que
la otra se acarició la pierna desde la rodilla hasta el muslo, un poco más adentro de la corta
minifalda.
Sintió el impulso de usar sus poderes para hacer que una bandeja llena de jarras de cerveza
se les cay era encima, pero entonces recordó que, a la may oría de los hombres, les gustaban los
concursos de camisetas mojadas.
Maldijo para sus adentros y desvió la vista de ellas, no fuera que acabara optando por hacer
que tropezaran con cualquier cosa y acabaran pisoteadas en la pista de baile… Mierda. Quería
ver cómo las pisoteaban.
Cuando apartó la mirada, se encontró con los ojos de Evar. Y parecían hambrientos.
—No es su atención la que me interesa —le dijo con la voz ronca.
Dariel gruñó satisfecho en su fuero interno. Aunque no habían hablado todavía de la evidente
atracción que existía entre los dos, le gustaba saber que él era el único en el que estaba
interesado. Como si Evar le ley era el pensamiento y quisiera confirmar sus sospechas, se acercó
un poco más y se inclinó…
—¡Dariel, Evar!
Los dos se apartaron instintivamente al escuchar la voz de April a lo lejos. Se hacía paso
como podía a través de la multitud, seguida muy cerca por Matthew, cuy a mirada se centró en la
de Evar con evidente cautela.
Dariel frunció el ceño, sin comprender esa actitud, pero al demonio, en cambio, parecía
divertirle, incluso complacerle.
—Y y o que creía que encontrarías la forma de escapar de mí —dijo April mientras le
abrazaba.
—Te dije que lo llevaría aquí aunque tuviera que ser a rastras —comentó Evar, a quien April
también le dio un afectuoso abrazo antes de cogerlos a ambos por los brazos y llevarlos a la pista
de baile.
—¡Vamos a bailar! ¡Tú también, Matthew! ¡Y como me digas que no, seré y o quien acabe
arrastrándote!
Dariel no pudo evitar intercambiar una sonrisa con Matthew, que los siguió ágilmente entre la
multitud.
Antes de darse cuenta, April y a había cogido a Evar de la mano y danzaba con él. Al
demonio no pareció importarle y, para su sorpresa, bailaba increíblemente bien.
—¿Dónde has aprendido a bailar así? —le preguntó cuando April lo dejó con él y se llevó a
Matthew.
Evar se encogió de hombros.
—Las almas del Jardín de las Flores de Fuego tienen muchas fiestas, y muchos demonios
acuden a ellas por curiosidad. Los primeros Nefilim se sintieron atraídos por su música, y no
tardaron mucho en unirse a los bailes. Yo he seguido con la tradición; sus fiestas son uno de los
pocos entretenimientos que tenemos.
—Espera, y o creía que en el infierno se castigaba a las almas malvadas.
—Y así es, pero a veces, Dios no deja que vay an al Cielo algunas almas que han cometido
pequeños pecados.
Dariel frunció el ceño.
—Creo que no lo entiendo.
—Para Dios, cosas como no cumplir los votos de castidad, ser homosexual o ateo son pecado
y los envía al infierno. Lucifer no lo ve del mismo modo, así que creó un jardín donde las almas
buenas que Dios rechazaba pudieran vivir felizmente.
Eso lo dejó gratamente sorprendido.
—No imaginaba que el Diablo fuera tan… compasivo.
Evar se encogió de hombros.
—Lo quieras o no, antes de ser el regente del Infierno fue un ángel. Por mucho que odie a
Dios, no puede destruir esa parte de sí mismo.
Dariel asintió y se quedó pensativo. Tal vez debería plantearse hablar con Lucifer de ese
trabajo. No parecía ser alguien malvado, a pesar de todas las cosas que había escuchado sobre él.
—Evar, dime la verdad. ¿Qué piensas de Lucifer?
El demonio lo miró, extrañado, pero después se quedó pensativo.
—Cuando se va por las ramas es insoportable, pero aparte de eso, no me quejo. Desde que
llegó al infierno, por lo que he oído, ha puesto orden entre los clanes de demonios que luchaban
entre sí y los ha unido en un ejército digno de un dios. Es justo a la hora de imponer castigos a los
malnacidos que bajan a nuestros dominios, así como con aquellos que han tenido la mala suerte
de no caerle bien a Dios. —Hizo una pausa—. En cuanto a mi raza, siempre nos ha tratado bien.
Nos ha dado un hogar, comida y todo cuanto podamos pedir sin exigirnos nada a cambio.
—¿No se supone que protegéis el Infierno por él?
—No. Cuando asesinaron a las mujeres de los Grigori, ellos y los Nefilim no teníamos ningún
lugar adonde ir, habíamos vivido en la Tierra hasta ese momento. Lucifer convirtió su hogar en el
nuestro, y por eso lo protegemos. Es el único sitio que tenemos. Si hubiésemos vuelto a la Tierra,
los ángeles nos habrían dado caza. Incluso cuando mi raza fue prácticamente exterminada,
Lucifer estuvo dispuesto a entregarse a cambio de que no matara a los Nefilim y ángeles caídos
supervivientes.
Dariel tragó saliva. ¿Quién iba a decir que el Diablo sería capaz de algo así por sus hombres?,
parecía que se había equivocado completamente con él.
—Creía que era un ser cruel —murmuró. Sin embargo, Evar lo oy ó.
—Y lo es. Para castigar a las almas malvadas por sus crímenes, hay que tener estómago para
darles su merecido y dictar sus sentencias. Una persona que ha matado a alguien no puede ser
castigada con un discurso, porque entonces jamás se arrepentirá ni comprenderá el mal que ha
causado a otros. Deben pagar por lo que han hecho, no irse de rositas.
En eso tuvo que darle la razón.
Quiso hacerle más preguntas sobre Lucifer, sobre todo ahora que empezaba a pensar que el
Infierno no podía ser tan horrible, pero April llegó y se lo llevó a la pista de baile, no sin antes ver
la sonrisa divertida de Evar.
Aunque llevaba mucho tiempo sin bailar, no le importó lo más mínimo. Por ahora, la noche
iba bien y quería aprovechar todo el tiempo que pudiera para divertirse.
Poco después, April le dijo que iba a por unas bebidas y que le esperara allí. Él insistió en
ay udarla, pero la mujer le dijo que Evar y a se había ofrecido y que, además, había visto a
Matthew pagando en la barra y no quería que se escabullera. Así que se quedó allí un poco más,
bailando con una docena de desconocidos que, gracias a los dioses, no repararon en él.
Al menos, no todos. Unas manos se posaron en su cintura por detrás. Supo al instante que no
eran las de Evar, eran demasiado pequeñas y delicadas. Con cara de pocos amigos, se giró para
encontrarse con una mujer desconocida que le sonreía sensualmente.
—Hola, guapo. ¿No hace mucho calor aquí?
—No —respondió, seco. Había dejado de bailar y retrocedido un paso para apartarse de las
manos de la extraña.
Ella no captó la indirecta.
—Vamos, acompáñame a un lugar más privado.
Dariel estuvo a punto de soltarle una frase grosera acompañada de un insulto muy poco
agradable para los oídos. Afortunadamente, unos brazos musculosos le rodearon los hombros y lo
pegaron a un torso que conocía muy bien.
—Me voy un momento a por algo de beber y y a se te echan encima —dijo Evar con una
gran sonrisa, aunque sus ojos estaban oscurecidos por algo que, estaba seguro, no quería conocer
—. No te puedo dejar solo.
La mujer lo miró con mala cara, aunque al principio se había quedado embelesada por el
físico de Evar.
—Disculpa, tu amigo y y o estábamos teniendo una conversación privada.
—¿Mi amigo? —Evar abrió ligeramente los ojos y miró a Dariel—. ¿No te he dado tiempo a
decirle que no te van las mujeres? —y dicho esto, le besó.
Dariel ni siquiera se resistió. Inconscientemente, o no del todo, había estado todo el día
esperando ese momento. Sus labios encajaron en los suy os como si hubiesen estado unidos desde
el principio y alguien los hubiera separado tiempo atrás, y sus lenguas se entrelazaron en una
danza sensual que exigía que sus cuerpos se unieran a ella inmediatamente.
Por desgracia, Evar se apartó. Sus ojos aún lo miraban con deseo y sus manos lo tenían
firmemente pegado contra sí. A Dariel ni se le pasó por la cabeza intentar escapar de él, de
hecho, estaba a punto de soltarle por qué diablos había parado.
Entonces, Evar se giró hacia el lugar donde estaba la mujer. Cuando él también miró, ella
había desaparecido.
—Parece que ha captado el mensaje —dijo el demonio con una amplia sonrisa complacida.
Dariel gruñó.
—¿Has acabado con el numerito?
—Sí.
—Bien. —Aferró su nuca con una mano y lo besó.
Le pareció notar que el pecho de Evar temblaba, como si estuviera conteniendo un rugido.
Volvió a deslizar la lengua en su boca y se apretó contra él, buscando su trasero con las manos.
En cuanto atrapó las duras nalgas, al demonio se le escapó un gruñido muy poco humano y le
devolvió el beso con fiereza.
A esas alturas, Dariel empezaba a notar que hacía muchísimo calor, aparte de que todo su
cuerpo estaba tenso por la excitación. Deseó poder desnudar a Evar para lamerle el cuerpo y
acariciarlo, ver cómo se retorcería de placer y cómo gemiría cada vez que lo rozara con los
labios.
No supo cuánto tiempo estuvieron besándose, pero cuando se separaron, él jadeaba y los ojos
de Evar parecían aún más hambrientos que antes.
—Deberíamos volver a casa ahora mismo —susurró el demonio con voz ronca.
—Me parece una idea estupenda.
Evar le lanzó una sonrisa pícara y traviesa, tan sexy que sintió ganas de volver a besarlo hasta
que le suplicara que lo desnudara y que lo tocara.
Pensó que no era tan mala idea y se acercó para atrapar sus labios, pero una voz femenina lo
detuvo.
—¡Dios mío!, es la escena más caliente que he visto en toda mi vida —dijo April con una
enorme sonrisa, aunque tenía las mejillas un poco sonrosadas—. Dariel, no sabía que fueras tan
apasionado.
—Te sorprendería —comentó Evar mientras le daba disimuladamente un apretón en el
trasero.
Dariel ni se molestó en negar lo que había pasado, estaba demasiado ocupado pensando en
alguna excusa para poder salir de allí e ir a casa. Evar debió notar su impaciencia y la peligrosa
forma en que su cuerpo subía de temperatura, porque le sonrió a April y le dijo: —Ahora y si nos
disculpas, Dariel y y o tenemos cosas que hacer.
—Claro, claro. Cosas —comentó April con una risilla antes de ponerse de puntillas para darles
dos besos.
Evar y Dariel se dirigieron a la salida, o al menos Dariel lo habría hecho, porque una mano
firme lo detuvo en el último momento, justo cuando Evar estaba cruzando la puerta.
Era Matthew, y sus ojos sombríos daban escalofríos, algo que a Dariel jamás se le habría
pasado por la cabeza que pudiera pasar.
—Te dije que no te fiaras de él.
Dariel frunció el ceño.
—Matthew, te agradezco que te preocupes por mí, pero no pasa nada, en serio. Evar… —Hizo
una pausa y lo miró desconcertado—. Un momento, ¿cómo es que no tartamudeas?
Matthew se sobresaltó y lo soltó.
—C-c-claro que tar-tar-tamudeo.
—No lo has hecho. Nunca te había oído decir más de dos palabras seguidas sin que
tartamudearas. —Cruzó los brazos a la altura del pecho—. ¿Por qué le mientes a todo el mundo?
Su amigo bajó la cabeza.
—No se lo digas a nadie, por favor. Solo… Solo quiero ser normal.
—¿Qué quieres decir?
—Te lo explicaré, te prometo que te lo explicaré… Pero cuando esté preparado. Ahora
mismo no podría enfrentarme a ellos.
—¿A quiénes? —preguntó preocupado.
—¿Dariel?
Al girarse, vio a Evar de pie junto a ellos. La forma en que contemplaba la mano de Matthew
le hizo pensar que estaba a un paso de rompérsela.
Entonces, le dijo algo en griego. Para su completa sorpresa, su amigo le respondió con la
misma fluidez. Intercambiaron un par de frases y, finalmente, Matthew ladeó la cabeza, mirando
a Evar con curiosidad y cautela, para después dirigirse a él.
—Ten cuidado —le dijo seriamente antes de dar media vuelta y desaparecer entre la
multitud.
Dariel, todavía con el ceño fruncido, se giró para encararse a Evar.
—¿Qué diablos ocurre?
El demonio inclinó levemente la cabeza.
—Tu amigo no es humano. Pertenece al mundo sobrenatural, como nosotros.
… En pocas palabras, se quedó con la boca abierta.
—¿Hablas en serio?
—Sí.
—¿Y qué demonios es?
En esa ocasión, fue Evar quien frunció el ceño.
—Mmm… No sabría decírtelo. Tiene un olor extraño.
—¿Qué quieres decir?
—Normalmente, puedes reconocer a una criatura por su olor. Pero, a veces, algunas especies
se mezclan entre sí y dan lugar a nuevos seres. Matthew tiene un olor que me es completamente
desconocido, así que no tengo ni idea de qué es.
Dariel trató de encontrar a su amigo con la mirada, pero este había desaparecido.
—¿Por qué no se fía de ti?
—Porque soy un demonio, está claro. —Tras una pausa, lo cogió de la mano y lo acercó a él
—. Espero que hablar de esto no hay a hecho que cambies de opinión en lo que se refiere a volver
a casa para zanjar cierto asunto.
Al oírle, alzó la vista y esbozó una sonrisa complacida.
—En absoluto —dicho esto, salieron a la calle y se dirigieron a un callejón solitario donde
pudieron desvanecerse para aparecer en su casa, concretamente, en su habitación.
En ese instante, Evar posó sus manos en su cintura y lo besó. Dariel gimió al sentir cómo su
lengua rozaba la suy a y sus dedos bajo la ropa, acariciándole la sensible piel que estalló en
llamas, anhelante por rozar su cuerpo.
Le quitó la camiseta, dejando su poderoso torso al descubierto. Sus manos impacientes se
deslizaron por el delicioso vientre y los musculosos pectorales, con lo que consiguió que Evar
dejara escapar un ronroneo complacido antes de que su boca encontrara el punto erógeno de su
cuello. Se le escapó un jadeo al notar unos colmillos rozándole la piel.
—Lo siento —susurró Evar. Al instante siguiente, los largos caninos habían desaparecido y sus
labios volvieron a la carga. El beso fue descendiendo hacia el pecho, momento en el que el
demonio le rasgó la camiseta, algo que no le importó lo más mínimo. Es más, gimió encantado al
sentir su piel desnuda contra la suy a.
De repente, notó la pared a su espalda. Evar lo había acorralado contra ella tras deshacerse
de la camiseta y ahora sus dedos habían descendido hasta sus muslos, enfundados en los
pantalones rotos.
—Evar —susurró en un gemido ronco cuando le quitó el cinturón de un tirón y empezó a
bajarle los pantalones. El pánico lo inundó un instante cuando sintió sus manos deslizándose por
debajo de sus bóxers hasta las nalgas—. Evar, y o… No puedo…
—Lo sé —dijo con suavidad mirándole a los ojos—. Tranquilo, sé que no debo tocarte ahí. —
Lo besó largamente, enredando su lengua con la suy a antes de decir con una sonrisa sensual—.
Pero eso no significa que no pueda darte placer.
Los ojos de Dariel relucieron, curiosos.
—¿Cómo?
Evar ensanchó su sonrisa. Terminó de desnudarlo y le lamió el lóbulo de la oreja,
consiguiendo que un escalofrío lo recorriera entero. Después, su boca descendió por su cuello,
donde le dio un voraz mordisco que logró arrancarle un grito y doblarle las rodillas, pero Evar lo
cogió por el trasero y lo sujetó.
—Aguanta ahí —le ordenó con la voz mucho más grave de lo normal.
Dariel quiso obedecer, pero se le hizo muy difícil. Evar le lamía y mordía allá donde sus
labios se posaban, haciendo que sus piernas flaquearan y que él le aguantara con sus manos.
Cuando su lengua bajó por el pecho, trazando húmedos círculos y mordisqueando sus costados, se
le hizo casi imposible mantenerse en pie.
—Evar… —gimoteó, deseando que continuara y que lo aliviara al mismo tiempo.
Notó que el demonio sonreía contra su piel.
—¿Qué quieres?
Cerró los ojos un momento y, finalmente, dijo:
—Te deseo.
Evar alzó la vista. Parecía sorprendido de que lo hubiera reconocido, pero después esbozó una
lenta sonrisa triunfal.
—Yo también te deseo, Dariel. Pero aún quiero que disfrutes un poco más.
No pudo evitar soltar un resoplido angustiado.
—Dime que no vas a obligarme a suplicar otra vez.
—No, esta vez no.
—Entonces acaba de una vez. No puedo…
—¿Qué?
Dariel lo miró tragando saliva.
—No puedo aguantar más.
Los ojos del demonio brillaron de puro deseo.
—Como quieras.
Frunció el ceño cuando Evar se arrodilló en el suelo y le separó los muslos. No comprendió lo
que pretendía hasta que una repentina y abrasadora ola de calor le atravesó el cuerpo entero.
Evar había acogido su miembro en su boca. La suave caricia de sus labios y lengua hizo que
se le escapara una mezcla entre jadeo y grito. Tensó las piernas y echó la cabeza hacia atrás,
incapaz de contener y controlar las embestidas de placer que le producían las lentas caricias de
Evar.
Él le cogió por los muslos y le clavó los dedos, como si le dijera lo mucho que lo excitaba
verle en aquel estado de puro placer.
Dariel jamás había experimentado nada tan intenso. Era como si tuviera un volcán inactivo
en su interior y Evar hubiera encontrado la forma de hacerlo estallar en una violenta y
apasionada explosión.
Se le escapó otro grito cuando aumentó el ritmo. Las crestas de placer se intensificaron, su
cuerpo estaba ardiendo y no podía dejar de arquear la espalda y mover la cintura, anhelando
algo que aún no había experimentado pero que sabía que deseaba por encima de todo.
Y entonces, con una brusca sacudida, el fuego lo arrasó. Se estremeció con un último jadeo y
sus músculos se relajaron. Dejó que su espalda reposara contra la pared mientras trataba de
recuperar la respiración.
Había sido increíble. Ahora comprendía por qué la gente estaba tan obsesionada con el sexo,
sobre todo si era tan intenso como lo hacía Evar.
Al mirar hacia abajo, Evar aún lo seguía lamiendo lentamente. Se dio cuenta, con el rostro
totalmente sonrojado, de que se había corrido en su boca. Avergonzado, le cogió el rostro con las
manos e hizo ademán de apartarlo.
—Lo siento mucho, Evar, no quería…
Pero el demonio le cogió las manos y las dejó contra la pared. Después, le acarició su
miembro un par de veces más y se incorporó con una ancha sonrisa en los labios.
—Veo que te ha gustado.
Dariel asintió y dejó que Evar lo abrazara. Se sentía totalmente satisfecho y relajado, así que
ni siquiera puso pegas cuando lo tumbó en la cama y se puso a su lado, cubriéndoles con una
sábana.
—Evar —susurró después de acomodarse en su pecho.
—¿Sí?
—¿Siempre es así?
El demonio esbozó una sonrisa pícara cuando alzó la vista para mirarle.
—No. Cuando llegas hasta el final, es mucho mejor.
Dariel apartó la mirada.
—Lo siento, pero y o no…
—No te estoy echando nada en cara —le dijo con suavidad tras obligarle a mirarle de nuevo
—. Tendrás tus razones para no querer que te toque ahí. A mí no me importa. —Le dedicó una
gran sonrisa traviesa—. Ya he comprobado que puedo darte placer igualmente.
Él se sonrojó pero, aun así, le dio un beso largo en los labios.
—Gracias. —Hizo una pausa y le sonrió con picardía—. Pero no creas que siempre va a ser
tan fácil seducirme. Hoy me has pillado con la guardia baja.
Evar le devolvió el gesto.
—Entonces y a puedes prepararte para mañana.
—Mañana trabajo.
—Razón de más para que ahora descanses. Porque después del trabajo, pienso enseñarte un
par de cosas más.
Dariel estuvo a punto de pedirle que se las enseñara en ese mismo momento. Sin embargo,
los ojos se le cerraron y cay ó profundamente dormido en los brazos del demonio.
Capítulo 6. La línea
“De un tiempo a esta parte, me cuesta tanto, tanto, tanto, me cuesta tanto no amarte.”
I SMAE L SE RRANO

Dariel no quería ir a trabajar. Cualquier cosa antes que alejarse de los cálidos brazos que lo
envolvían cuando se despertó. Evar dormía plácidamente junto a él, con una de sus piernas
entrelazada con las suy as. Su rostro era sereno, nunca lo había visto tan tranquilo.
Lo invadió una inesperada ola de ternura cuando hizo amago de levantarse y él se lo impidió,
acurrucándose más contra él. ¿Cómo era posible que un demonio le pareciera tan irresistible?
Sonriendo, le besó en los labios hasta que Evar le respondió, y a despierto.
—Me gusta que me despiertes de esa forma —le dijo mientras lo colocaba sobre su cuerpo y
recorría su espalda con ambas manos, en unas caricias lujuriosas que lo excitaron de inmediato.
El deseo que sentía por él no dejaba de sorprenderlo; era tan ardiente e intenso como íntimo.
Jamás se había sentido así con ninguna otra persona.
—Lamento despertarte, pero tengo que ir a trabajar y quería avisarte.
Evar asintió y se sentó en la cama, colocándolo a horcajadas sobre él.
—Te acompaño.
—No es necesario…
—Yo también tengo que trabajar. Tengo que protegerte, ¿recuerdas?
La forma en que murmuró esas palabras le llegó a lo más hondo. Más que un trabajo, parecía
que tuviera un interés especial en él, como si fuera alguien importante para él…
Sacudió la cabeza, incrédulo. ¿En qué demonios estaba pensando? Parecía una adolescente
babeante por el chico más guapo del instituto, y él no era así. Nunca había deseado una relación,
nunca había querido tener un vínculo tan estrecho con nadie. Y aun así, estando con Evar esos
días… Se había acostumbrado a él.
Intentando apartar esos extraños sentimientos, se levantó seguido de Evar y ambos se
vistieron antes de ir en la moto del demonio hasta su trabajo. Una vez frente al edificio, Dariel se
detuvo y dejó escapar un largo suspiro.
Evar percibió su malestar.
—¿Ocurre algo?
—Odio mi trabajo.
El demonio frunció el ceño.
—Si las cámaras te encantan, tienes un montón en tu habitación.
—Ya, no es por eso.
—¿Entonces?
Dariel movió la cabeza de un lado a otro y fue hacia el edificio. Evar lo siguió con la cabeza
ladeada y cierta inquietud. No le gustaba ver al semidiós de esa forma, con la cabeza gacha y el
cuerpo tenso, en una postura sumisa que no había mostrado en ningún momento con él.
Dispuesto a descubrir lo que le sucedía, fue tras él. En el ascensor, se encontraron con April,
quien tenía una enorme sonrisa de oreja a oreja a pesar de que solo había dormido un par de
horas en toda la noche.
—Buenos días, chicos. ¿Qué tal anoche? —les preguntó con una sonrisa cómplice.
Dariel se sonrojó intensamente, pero en cuanto Evar le cogió la mano y le dio un ligero
apretón, se relajó.
—Creo que le incomoda hablar de eso —dijo el demonio en su lugar.
April dejó escapar una risilla risueña.
—Está bien, no importa, me basta con saber que no le has hecho nada raro y pervertido.
Esta vez, Dariel esbozó una sonrisa torcida.
—Pervertido sí que fue un poco —comentó, mordaz.
Evar le respondió con una mirada traviesa.
—Pero te gustó, ¿no?
—Más de lo que esperaba.
Antes de que pudiera hacer nada por evitarlo, Evar se inclinó para darle un beso demasiado
rápido para su gusto. April dejó escapar un gritito emocionado cuando el timbre del ascensor
anunció que había llegado a la planta donde Dariel y April trabajaban.
El semidiós miró a April.
—¿Podrías encargarte de Evar mientras estoy en la cámara? No creo que pueda acercarse al
plató.
—Claro, descuida.
Dariel asintió y se dirigió a Evar.
—Ve con ella, estaré bien.
El demonio le acarició la mano imperceptiblemente. Ese gesto cariñoso de ánimo se le clavó
en lo más profundo del corazón.
April le dio unas palmaditas en el brazo.
—No dejes que te machaquen.
Dariel acogió la frase de ánimo que April le dedicaba todos los días antes de trabajar y se
dirigió a la cámara, rezando por que al menos esa semana fuera un poco más soportable que la
anterior.
Por otra parte, Evar siguió a la humana con el ceño fruncido.
—¿Qué quieres decir con que le machaquen? —Su mirada se oscureció de forma
amenazadora y sus músculos se tensaron al máximo—. ¿Acaso alguien va a hacerle daño?
April se giró y le dedicó una mirada llena de tristeza.
—No, normalmente nadie le hace daño, pero a la gente de aquí no les gusta Dariel.
Eso solo logró confundirlo más.
—¿Por qué motivo?
—Fíjate bien.
Evar lo hizo. De inmediato, sus poderes demoníacos percibieron la hostilidad en el ambiente.
Al ser un demonio de Lucifer, reconoció de inmediato los pecados que cada uno de ellos estaba
cometiendo. Las mujeres miraban a Dariel con lujuria, a pesar de que este iba vestido con su
habitual camiseta de manga larga holgada y con unos pantalones de chándal de lo más horteras,
además de unas zapatillas que dudaba mucho que hubieran conocido tiempos mejores.
Los hombres, en cambio, tenían envidia. Eran conscientes del deseo que sentían las mujeres
por Dariel y eso despertaba unos celos intensos. Eso los estaba cegando y no veían que Dariel
ignoraba a todo el mundo mientras preparaba el equipo de su cámara. Solo veían a un hombre
condenadamente guapo y atractivo que intentaba hacerse el interesante, que quería acostarse con
todas las mujeres allí presentes sin importarles que fueran sus hermanas, primas, novias o las
chicas que les gustaban.
Evar quiso matarlos a todos. A los hombres por atreverse a tratar con tanto desprecio a Dariel
y a las mujeres por intentar seducirlo.
—Los odio a todos —gruñó.
April le sonrió.
—Ya somos dos —dijo con un suspiro mientras lo guiaba a una especie de oficina con un
cristal panorámico que daba al plató. Las mesas eran alargadas y estaban plagadas de
ordenadores con personas que vigilaban los índices de audiencia.
Nada más entrar Evar, todas las cabezas se giraron hacia él. Los hombres apartaron
rápidamente la mirada, intimidados por su imponente presencia, mientras que las mujeres se
quedaron con la boca abierta.
April lo señaló con una mano.
—Este es Evar, un amigo mío. Va a quedarse aquí todo el día, así que, chicas, no le miréis
demasiado, y a está cogido.
—Con ese cuerpo era de suponer —dijo una mujer bajita con gafas muy mona. Al
inspeccionarla con la mirada, Evar se percató de que era una persona de buen corazón.
Bien. Un mortal menos al que quería eliminar de toda aquella maldita planta.
Todo el mundo se puso en marcha. Evar se sentó junto a April mientras vigilaba atentamente
a Dariel y a todo aquel que intentara dañarle de la más mínima forma posible. Se percató de
inmediato del odio que desprendía Howard York, el presentador, y de la excitación incontrolada
de Megan hacia Dariel.
No supo quién de los dos le cay ó peor, pero le habría encantado pedirle a Lucifer que le
dejara un par de horas con ellos en el Acantilado de los Encadenados.
Cuando empezaron a grabar, Evar se tranquilizó un poco. Todo el mundo se concentró en el
trabajo, y percibió el alivio de Dariel. Al parecer, esos eran los pocos momentos en los que podía
disfrutar de algo de paz en su trabajo.
Bajó la vista y frunció el ceño. Había visto esos DVD o como se llamaran en casa de Dariel,
todos ellos sobre viajes, culturas, animales, historia… Él no acababa de entender esas cosas, pero
por lo que estaba oy endo en el plató, no tenía la sensación de que fuera eso lo que Dariel quería
hacer en su vida.
Su expresión no era como cuando cocinaba o como cuando cogió su cámara el sábado para
salir a grabar su entrenamiento.
Tal vez pudiera hablar con Lucifer para arreglar aquello…
No apartó la vista de él hasta que el director hizo un movimiento con el brazo y todos pararon.
Vio cómo Dariel recogía rápidamente su equipo y miraba a su alrededor, como si temiera que
alguien se acercara en cualquier momento.
Evar se enfureció. Nadie debería sentirse inseguro en su trabajo; no, mejor dicho, nadie
tendría que hacer que otra persona se sintiera acosada.
Apretó la mandíbula cuando vio que una mujer se acercaba con una sonrisa coqueta a Dariel.
Se levantó de un salto, sobresaltando a April.
—¿A dónde vas?
—A terminar con esta mierda —dijo mientras se dirigía a la salida.

Dariel rechazó la invitación de Mary de comer con ella alegando que tenía un problema
estomacal bastante asqueroso. Volvió a sentir las miradas lascivas y de completo desprecio sobre
él y suspiró. Sin pensárselo dos veces, y sin coger siquiera su mochila, se dirigió a la salida del
plató lo más rápido que pudo, esperando evitar a todo el mundo.
—Dariel.
Por poco pegó un salto al oír la voz de Evar en su cabeza. Había olvidado que también estaba
allí.
—¿Evar? ¿Qué ocurre?
—¿Puedes salir de ahí?
—Sí, ¿por qué?
—Tú hazlo.
Dariel obedeció. Nada más salir, se encontró con el imponente y majestuoso demonio. Ese
día llevaba puesta una fina camiseta de manga larga que se había remangado hasta los codos.
Los dos primeros botones del cuello estaban desabrochados, dejando así una porción de su pecho
al descubierto. Los pantalones vaqueros estaban ajustados a sus muslos y a su pecaminoso
trasero, y llevaba unas botas de motero que remarcaban ese aire rebelde y salvaje que siempre
lo acompañaba.
Tenía los brazos cruzados, aumentando así su postura de tío duro, y sus músculos estaban tan
tensos que eran perfectamente visibles en su ajustada ropa.
Dariel no lo había visto tan sexy como hasta ese momento. Parecía un dios de la guerra, y no
pudo evitar preguntarse si con una armadura estaría aún más impresionante.
Los ojos de Evar se oscurecieron cuando le preguntó:
—¿Cuánto tiempo tienes de descanso?
La pregunta lo desconcertó, pero respondió igualmente:
—Treinta minutos, pero siempre me llaman después de diez. ¿Por qué?
El demonio lo cogió de la mano y tiró de él.
—Es más que suficiente, ven.
Lo siguió sin tener la menor idea de lo que pretendía. Evar lo llevó al baño de hombres y, una
vez allí, se dirigió al último compartimento, que abrió antes de meterse dentro con él.
Iba a preguntar qué diablos estaba pasando cuando Evar se apoderó de su boca. El beso fue
tan ardiente y apasionado que no pudo hacer nada para resistirse. Abrió los labios y los movió
contra los suy os con el mismo ardor mientras pasaba los brazos por su cuello y lo apretaba contra
él.
Lo oy ó gruñir cuando pasó las manos por debajo de su camiseta, acariciando su vientre y
ascendiendo hasta encontrar uno de sus endurecidos pezones. Lo cogió con dos dedos y lo
estimuló antes de deshacerse de su prenda, dejándolo desnudo de cintura para arriba, y atraparlo
con la boca.
Dariel se arqueó al sentir cómo sus dientes le rozaban el pezón, enardeciéndolo al instante.
Con un gemido, le quitó la camiseta y pasó las manos por su ancha espalda, pegándolo a él y
suplicando en silencio más caricias. Evar gruñó satisfecho y centró toda su atención en su cuello.
Sus manos, sin embargo, le desabrocharon el cinturón y le bajaron la cremallera.
Jadeó de placer al sentir sus dedos en los testículos. No sabía que pudiera sentir tanto placer en
esa parte de su cuerpo, más aún cuando su mano rozaba levemente su miembro, endurecido por
el deseo.
—Evar… —gimió contra sus labios cuando lo besó. Le necesitaba ahora mismo, necesitaba
que lo hiciera suy o de una forma u otra. Jamás había querido entregarse a otra persona, pero
entre los brazos de ese demonio, todo carecía de lógica.
O tal vez todo tuviera más sentido que nunca. De alguna forma, sabía que Evar jamás haría
algo que él no deseara, que no le haría daño de ninguna de las maneras. Por todos los dioses,
tener esa certeza hacía que quisiera darle algo que no había entregado a nadie, una parte de sí
mismo que nadie conocía.
Estaba a punto de pedírselo cuando oy ó la puerta del baño abrirse de golpe.
—¡Bellow!, se acabó el descanso, ven ahora mismo —gritó Michael.
Dariel hizo amago de obedecer, pero Evar lo detuvo.
—Espera —le pidió mentalmente.
—¿Por qué?
—Confía en mí.
A pesar de que tenía sus dudas, hizo lo que Evar decía. Michael comprobó las puertas de los
compartimentos hasta que dio con la que estaban. Llamó furiosamente a la puerta.
—¡Deja de hacer el vago, Bellow, vamos!
En ese momento, Evar se interpuso entre él y la puerta antes de abrirla con brusquedad y una
cara de pocos amigos que asustó a Michael.
—¿Qué coño quieres? —le preguntó con un gruñido amenazador.
Michael miró a Evar y a Dariel y se sonrojó. Entonces, él fue consciente de cuál era su
aspecto. Evar le había quitado la camiseta y tenía los pantalones desabrochados, además de los
labios hinchados y el rostro enrojecido. Igualmente, Evar también tenía el pecho al descubierto.
Era obvio lo que habían estado haciendo Evar y él.
Michael empezó a balbucear.
—Tú… Él… Vosotros… —Los miró primero a uno y después a otro, una y otra vez. Cuando
pareció asimilar lo que había interrumpido, dio un paso atrás—. Esto… Yo…
—A Dariel aún le quedan veinte minutos —dijo Evar antes de lanzarle una mirada
hambrienta a su amante que no le pasó desapercibida a Michael—. Y, créeme, va a estar muy
ocupado durante ese tiempo, así que no vuelvas a molestarnos hasta que tenga que trabajar —
dicho esto, cerró de un portazo.
Michael se marchó casi corriendo del baño.
Dariel miró a Evar con los ojos como platos, incapaz de decir nada. El demonio le dedicó una
sonrisa satisfecha.
—Ahora dejemos que el rumor se extienda. Una vez las mujeres comprendan que estás
conmigo, nadie tendrá por qué molestarte, ¿verdad?
El corazón se le encogió al comprender lo que había hecho. Estaba intentando ay udarle.
Había notado la forma en que lo trataba todo el mundo y había montado aquella escena para que
le dejaran tranquilo.
No se había conmovido tanto su vida.
—¿Qué pasará si no funciona?
Evar esbozó una sonrisa diabólica.
—Lo haremos por las malas. Los encerraremos en la planta y le prenderemos fuego. Solo
salvaremos a April, Matthew y unos pocos más.
Dariel soltó una risotada. ¿Acababa de reírse? Hacía mucho tiempo que no lo hacía, y le sentó
tan bien que se sintió eufórico.
—Gracias, Evar. —Y sin decir nada más, tiró de él para besarle.
Le besó con ternura, lleno de agradecimiento. Evar le devolvió el beso con la misma dulzura,
despacio, saboreando el momento. Dejó que sus manos vagaran por su torso desnudo, que le
recorrieran la espalda y que se enredaran con su cabello. Él imitó sus caricias, deseando poder
darle tanto placer como él le daba cada vez que lo tocaba.
Fue un momento íntimo, uno que hizo que Dariel se sintiera como nunca; a salvo de cualquier
cosa, seguro de sí mismo y de todo cuanto sentía. Seguro de lo que quería. Y a quién.
Darse cuenta de que se estaba enamorando de Evar tendría que haberlo asustado, pero no lo
hizo. Ahí, abrazándolo, le pareció algo tan natural como respirar.
La puerta del baño se abrió de nuevo, esta vez con más suavidad. Dariel y Evar se separaron,
conteniendo la risa al escuchar los tímidos pasos de Michael. Sus nudillos repiquetearon la puerta
con tan poca fuerza que apenas se escucharon.
—¿Dariel? —susurró—, siento… esto… interrumpir otra vez pero… quedan cinco minutos.
Dariel y Evar intercambiaron sonrisas cómplices. De un salto, y sin molestarse en ponerse la
camiseta, Dariel se asomó por encima de la puerta y le sonrió a Michael.
—Ya voy, tranquilo.
El hombre suspiró aliviado y sonrojado y salió de allí.
Dariel bajó y se vistió.
—¿Sigue en pie lo de quemar la planta si no sale bien?
Evar le lanzó una sonrisa pícara.
—En realidad, provocar un incendio era mi primera opción, pero la idea de desnudarte era
demasiado tentadora.
Él sonrió y volvió a besarlo en los labios.
—El día es largo, tienes tiempo de sobra para hacerlo.
Los ojos del demonio brillaron.
—¿Intentas seducirme?
—Ya lo he hecho.
Su sonrisa se ensanchó.
—Tendrás sangre de ángel, pero eres un diablillo.
Dariel rio y salió del baño seguido de Evar. Cuando llegó al plató, todos le miraban con los
ojos como platos, probablemente y a enterados gracias a Michael de lo que había estado haciendo
con Evar.
Este lo cogió por la cintura y plantó un beso en la boca que lo dejó sin sentido. No podía ser
que un demonio besara tan condenadamente bien, no era bueno para su salud mental.
Cuando se separaron, el Nefilim le dio un apretón en el trasero que todo el mundo vio y le
guiñó un ojo antes de marcharse con April.
—Avísame si quieres que los quememos, sabes que estaré encantado.
Dariel negó con la cabeza y se dirigió a su puesto con una sonrisa en los labios. Hasta que no
estuvo junto a su cámara, no se dio cuenta de que Michael y un par de hombres más se habían
acercado a él. Parecían avergonzados y arrepentidos.
—Dariel, tenemos algo que decirte.
Él esperó con los brazos cruzados y cara de pocos amigos.
—¿Qué?
Se miraron los unos a los otros y, finalmente, Michael dijo:
—Queremos pedirte disculpas por nuestro comportamiento. No tendríamos que haberte
tratado así cuando estaba claro que no tenías intención de… bueno…
—¿De meterle mano a vuestras novias y hermanas?
Todos asintieron con la cabeza gacha. Dariel suspiró.
—Escuchad, me da igual. Yo solo quiero trabajar tranquilo, y que cuando vuelva a casa no
preocupe a mi pareja, porque se da cuenta de que aquí no me va bien.
—¿Se dio cuenta?
—¿Por qué creéis que ha venido aquí?, a solucionar todo esto y, de paso, marcar su territorio.
Michael y los demás suspiraron tranquilos.
—Lo sentimos mucho, de verdad. Nunca imaginamos que eras… Bueno, y a sabes.
Dariel cruzó los brazos.
—¿Puedo saber el motivo?
—Eh… Pues… En fin, no eres muy … —Hizo una pausa, un tanto incómodo, y luego añadió
en voz baja—. Ya sabes, afeminado.
—No necesito serlo para que me gusten los hombres. Y puedo asegurarte que Evar no tiene
nada de afeminado.
—De eso y a nos hemos dado cuenta… —murmuró mirando el lugar por donde Evar debía
estar observándolos a todos.
Dariel se encogió de hombros.
—En fin, y a sabéis lo que hay. Hacedme un favor y dejadme hacer mi trabajo en paz. Así
nos llevaremos todos bien y, si queréis un consejo, controlad a vuestras mujeres. Porque si tiene
que hacerlo Evar, tendrán que buscarse otro trabajo.
Los hombres asintieron vehementes y corrieron a sus puestos.
Una sonrisa se le escapó.
—Gracias, Evar —le dijo, agradecido de verdad.
El demonio ronroneó en su mente.
—Ha sido un placer, aunque es una lástima que no haya tenido que recurrir al fuego. Habría
sido muy divertido.
Dariel rio entre dientes y se puso a trabajar. El resto del día fue muy agradable,
especialmente cuando todo el mundo se despidió de él con pequeñas sonrisas llenas de timidez.
Cogió su mochila y se dispuso a reunirse con Evar cuando los York se plantaron frente a él.
—Dariel, ¿tienes un segundo? —le preguntó Howard con una mueca.
Él dio un paso atrás, desconfiado.
—¿Qué queréis?
Megan lo miró con ojos llenos de culpa.
—Queremos pedirte disculpas por todos los problemas que te hemos causado.
—Sí —coincidió Howard—, no sé qué me pasó. Supongo que fueron los celos. De todos
modos, te juro que jamás te habría puesto la mano encima si hubiera sabido que… Bueno, que
eres de la otra acera.
En fin, no era la mejor justificación que había oído, pero que Howard York se disculpara era
tan raro como ganar la lotería. Así que, en cierto modo, debería sentirse afortunado.
—Ya no tiene importancia. Está todo aclarado, por lo que propongo que nos olvidemos de esto
y nos dediquemos a hacer nuestro trabajo.
—Hablando de eso —comentó Megan, mirando a su esposo—, hemos hablado con el director
y queremos compensarte por cómo te hemos tratado. Nos gustaría recomendarte como
presentador en uno de nuestros programas.
Dariel frunció el ceño.
—¿Cómo?
—En tu currículum, vimos que además de periodismo hiciste una pequeña carrera de
gastronomía. El director está buscando a un presentador para un programa culinario y nos
gustaría que te presentaras a las pruebas.
Vay a, eso sí que era totalmente inesperado. En el fondo, se sintió tentado de aceptar, pero
después de lo que Evar había hecho por él, tenía la sensación de que aún podía cumplir su sueño.
—Os estoy muy agradecido, pero debo rechazar vuestra oferta.
Howard y Megan se miraron.
—No lo comprendo.
—No me gusta estar frente a las cámaras, me gusta más grabar. Se me da bien y me gusta.
Iban a decir algo más, pero cerraron la boca al instante. Dariel no tardó en comprender el
motivo cuando un brazo fuerte envolvió su cintura en un gesto posesivo.
—¿Has acabado y a, Dariel? —le preguntó Evar con un gruñido sin dejar de mirar a los York.
—Sí.
—Bien. —Se dirigió a Megan—. Tú, este hombre es mío y solo mío, así que no vuelvas a
acercarte. —Sin prestarle la más mínima atención a la cara que puso la mujer, se volvió hacia
Howard—. Y tú, como vuelvas a golpear a Dariel, mis puños y tú tendréis una charla muy larga
—y dicho esto, se lo llevó del plató.
No lo soltó hasta que salieron del edificio, donde les esperaba una sonriente April.
—Evar, eres alucinante.
El demonio sonrió, orgulloso.
—Lo sé, por eso Dariel está locamente enamorado de mí —le dijo, guiñándole un ojo.
Dariel rio, aunque por dentro notó un pinchazo en el corazón. Sí, empezaba a enamorarse de
Evar y, ahora que no estaba bajo la influencia de sus besos, tenía miedo. ¿Cómo iba a sobrellevar
aquello? Cuando estaba junto a él, parecía todo tan normal… y, sin embargo, no creía que
pudieran tener un futuro juntos.
¿O tal vez sí?
No, no lo sabía, no tenía forma de saberlo.
Decidió aparcar esos pensamientos a un lado. Enamorado o no, Evar acababa de hacer que
su vida fuera un poco mejor de forma totalmente desinteresada. Lo mínimo que podía hacer era
compensarle.
—Bueno, ¿qué vais a hacer ahora? —les preguntó April.
—Voy a llevar a Evar a ver una película en 3D —dijo, mirando al demonio con una sonrisa
—. Aún no has visto ninguna, ¿no?
—No —respondió con los ojos relucientes de curiosidad.
April hizo un puchero.
—Eso está muy mal, Evar. Eres un ricachón, tendrías que hacer cosas como ir a tomar el sol
a Sicilia todos los días, dormir en una cama llena de dólares o cagar en un retrete de oro macizo.
Dariel rio mientras que Evar trataba de asimilar toda la información. Conocía tan pocas cosas
del mundo humano…
—En fin, divertíos. Te veré mañana, Dariel —April se despidió de ellos y se fue en su coche
camino a casa para cenar con sus sobrinos.
Dariel y Evar, por otro lado, se fueron en la moto de este a casa. Una vez allí, Evar le
preguntó:
—¿Qué es eso del 3D?
Dariel alzó una ceja.
—¿Sabes acaso lo que es una película?
—A Lucifer le encantan las series de televisión. Pero no estoy familiarizado con el 3D.
—No te preocupes, pronto lo descubrirás. Estoy deseando ver tu cara cuando lo descubras —
le dijo mientras se dirigía al cuarto de baño—. Oy e, voy a darme una ducha y nos vamos.
—De acuerdo.
Entró en el aseo y se miró al espejo. Una sonrisa cubrió su rostro. Ahora que y a no tendría
problemas en su trabajo, podría hacer algo que llevaba deseando desde hacía mucho tiempo.

Evar curioseó los canales de televisión hasta que finalmente se quedó mirando un reportaje
sobre la religión. No fue una buena idea, le puso de mal humor escuchar cómo los humanos
hablaban de Lucifer, de los ángeles caídos y de los demonios.
Los humanos deberían estarles más agradecidos. De no ser por ellos, las almas malvadas
estarían campando a sus anchas por su mundo, envenenando a otros mortales y contaminándolos,
susurrándoles al oído que hicieran daño a otras personas.
De todos modos, eso no importaba. Siempre había sabido que los humanos los veían como
seres malvados, razón por la que no le gustaba ir al mundo de los vivos. Porque si se le iba la
mano, podría cargarse a alguno sin querer…
Entonces, oy ó que la puerta del baño se abrió y giró la cabeza para ver a Dariel. Seguro que
él podía calmarlo, le bastaba con echarle un vistazo a su increíble cuerpo para que olvidara todas
sus preocupaciones.
Sin embargo, lo que vio hizo que se sentara de un salto y aferrara con ambas manos el borde
del sofá hasta que los nudillos se le volvieron blancos.
Dariel estaba cambiado. Se había peinado su pelo rubio y afeitado la perilla, de forma que sus
hermosas facciones y sus brillantes ojos azules quedaban totalmente al descubierto. Ya no llevaba
la ropa holgada de siempre, sino una camiseta azul marino sin mangas que se ajustaba a su torso
y delineaba una ligera tableta de chocolate y unos vaqueros que se pegaban a su trasero y a sus
muslos. Había remplazado también sus viejas zapatillas por otras deportivas recién salidas de la
caja.
Estaba para comérselo, para devorarlo de arriba abajo y otra vez mientras le suplicaba
retorciéndose que le hiciera el amor de mil formas distintas.
—¿Qué? ¿Cómo estoy ?
“La única forma de que estés más bueno es desnudo”, pensó Evar mientras sus ojos se
oscurecían de deseo y notaba que su erección rugía dolorosamente. Mierda, mierda, mierda,
cálmate…
—Dariel…
La voz adolorida de Evar llamó de inmediato la atención del semidiós.
—¿Qué te ocurre? —preguntó, preocupado de repente.
Cuando el demonio alzó la cabeza para mirarle, vio que le habían salido los colmillos. Pero lo
que hizo que se estremeciera fueron esos ojos castaños nublados por una pasión tan ardiente que
ni todos los océanos del mundo podrían apagarla.
—Corre —le dijo con voz ronca.
Antes de que Dariel pudiera comprender esa palabra, Evar se abalanzó sobre él y lo tiró al
suelo. Incapaz de reaccionar, el demonio se apoderó de sus labios, logrando así que toda la
habitación diera vueltas. No se resistió a él, le devolvió el beso con la misma ferocidad,
enterrando las manos en su pelo y frotándose descaradamente contra él. Evar gimió en su boca y
le arrancó la camiseta.
Tendría que haber sentido pena por ella, y a que la estaba guardando para cuando pudiera
volver a vestirse como una persona normal, pero no fue así en absoluto. Le rasgó su propia
camiseta, anhelando sentir su ardiente piel desnuda contra la suy a. Evar jadeó en su boca cuando
Dariel le rozó los colmillos con la lengua y después enterró sus labios en su cuello. El roce hizo
que se arqueara y gimiera su nombre.
Entonces, Evar dirigió sus manos a la cinturilla de los vaqueros y se los bajó a base de tirones.
Una vez desnudo, él hizo desaparecer su ropa. Dariel suspiró cuando se fundieron en un
apasionado abrazo mientras se devoraban el uno al otro, acariciándose piel contra piel. Dariel se
sintió especialmente ansioso cuando el miembro de Evar se frotó con su trasero.
En esos momentos, los recuerdos de su pasado estaban totalmente cubiertos por la neblina del
deseo, por lo que respondió a sus caricias, anhelando unirse a él en cuerpo y alma.
—Dariel… —gimió Evar. Se había arqueado contra él, totalmente aturdido por el fuego de la
pasión—, tienes que detenerme, ahora.
¿Qué? ¡Y una mierda! No había estado tan caliente en toda su vida y ahora no podía quedarse
así, tan cerca de un placer que estaba seguro sería lo más increíble que sentiría en su vida.
—No, Evar, quiero que sigas. Te deseo.
Evar jadeó y lo besó. Sus lenguas se entrelazaron en una danza erótica y sensual que solo
consiguió excitarlos hasta un punto insoportable.
—Yo también te deseo —murmuró Evar con la voz más sensual que Dariel había escuchado
nunca—. Con desesperación, con anhelo. No creo que hay a habido nada que deseara más en
toda mi existencia, necesito estar dentro de ti… Por eso tienes que detenerme.
Dariel soltó un grito cuando Evar lo mordió en el cuello, clavándole un poco los colmillos. Sin
embargo, no le dolió, de hecho, no hizo más que aumentar el placer de sus caricias.
—No lo entiendo —jadeó.
—Quiero hacerte el amor tan fuerte y tan profundo que me suplicarás que no salga nunca de
tu interior —gruñó Evar mientras su mano agarraba su miembro y lo acariciaba con rápidas
embestidas. Dariel arqueó y rugió, anhelando más y más—. Estoy totalmente fuera de control,
así no puedo penetrarte.
—Claro que puedes —gruñó él, frotándose contra su mano.
—Maldita sea, Dariel, ¡te haré daño!
En ese momento, lo miró a los ojos. Esas profundidades de color castaño estaban oscurecidas
por un anhelo tan intenso que Dariel no quería negárselo, pero también vio miedo. Incluso en ese
estado, fuera de control, Evar se preocupaba por su bienestar.
Apretando los dientes y resistiéndose al fuego que ardía entre sus muslos y que Evar seguía
incendiando, usó sus poderes para lanzarlo al sofá e inmovilizarlo. Notó que Evar trataba de
forcejear contra sus poderes, pero vio cierto alivio en sus ojos. Algo que no se podía decir de su
miembro, al pobre tenía que dolerle como mil demonios.
Entonces, se dio cuenta de algo horrible. Desde que se conocían, Evar no se había corrido ni
una sola vez. Siempre que se habían tocado, era a él a quien le daba placer, mientras que el
demonio se quedaba sin nada. Sin pedir nada a cambio.
“Los Nefilim raras veces tenemos relaciones sexuales. Por eso, cuando sentimos el deseo,
este es más intenso en nosotros que en las personas, y es difícil de controlar”, recordó sus
palabras de la primera vez que se sintieron atraídos el uno por el otro.
¿Cómo había podido ser tan egoísta e insensible?
—Lo siento, Dariel —dijo de repente Evar. La culpa que inundaba sus ojos le sentó como una
bofetada—. Cuando te he visto así, tan cambiado de golpe… —Se le escapó una mezcla entre
gruñido y gemido—. Eres demasiado irresistible, no he podido controlarme.
Dariel hizo un gesto negativo con la cabeza mientras se acercaba.
—No, soy y o quien tiene que disculparse.
Evar no tenía ni idea de lo que el semidiós pensaba hacer con él. Solo sabía que verlo andando
totalmente desnudo hacia él le recordaba a un dios erótico, uno de esos que en cuanto los veías te
cautivaban, te hechizaban y te atrapaban. Y él y a no sabía cómo podría resistirse a Dariel.
Con Arlet no fue tan difícil. Al principio, sí, fue la primera vez que experimentó algo
parecido, pero después le resultó mucho más sencillo controlarse. Con Dariel no sucedía lo
mismo. Era desafiante, y no se dejaba dominar tan fácilmente, aunque después se entregara a él
libremente. Sus caricias lo volvían loco, lo ponían al borde de su autocontrol, al límite de su
naturaleza dominante.
Pero jamás le haría daño. Aunque tuviera que sufrir la hermosa visión de su cuerpo sin poder
tocarlo, no haría nada que él no quisiera hacer.
Para su completa sorpresa, Dariel se sentó a horcajadas sobre él y lo besó. Evar se rindió al
beso, dulce y apasionado a un tiempo. Notó sus manos enmarcando su rostro, acariciando con los
pulgares sus mejillas, ligeramente ásperas por la barba de dos días. Le recorrió el mentón con un
dedo y después deslizó sus labios hacia su cuello, donde se detuvo para explorarlo con la lengua.
Evar no recordaba haber estado tan excitado. Deseaba acariciar a Dariel por todas partes,
besarlo hasta dejarlo sin sentido y hacerle el amor una y otra vez hasta que no pudieran moverse.
Sin embargo, los poderes de Dariel lo tenían completamente inmovilizado, y el hecho de que él lo
estuviera tocando sin que él pudiera hacer nada… le pareció lo más erótico que le habían hecho
nunca.
Dariel descendió por todo su pecho, deslizando primero sus manos por este y su vientre y
después sus ávidos labios. Por poco se sobresaltó al sentir su lengua en el pezón, lamiéndolo y
mordisqueándolo. Se le escapó un gemido de puro placer, dejándose llevar con la seguridad de
que Dariel lo contendría si no podía resistirse.
Su lengua siguió torturándole, descendiendo por sus costados y su vientre, hasta que Dariel se
quedó arrodillado en el suelo, entre sus piernas. Evar gimió cuando le besó en las ingles y le
plantó un mordisco en el muslo.
—Dariel…
El semidiós le lanzó una pícara sonrisa que le aceleró el pulso.
—¿Te gusta?
—Vas a matarme.
Él soltó una risilla.
—Esa es exactamente mi intención —y tras pronunciar esas palabras, Dariel rodeó su
virilidad con la boca.
Evar jadeó y tensó todo el cuerpo, deseando moverse contra él pero sin poder hacerlo. Los
labios de Dariel lo acariciaron con suavidad, muy lentamente, explorándole con la boca y la
lengua poco a poco. Echó la cabeza hacia atrás y murmuró el nombre de su amante, que
aumentó el ritmo de sus embestidas. Más rápido, más apasionado. Dariel le devoró como Arlet
jamás lo había hecho, disfrutando por completo del placer que le estaba dando.
Entonces, sin previo aviso, estalló en llamas. Se quedó apoy ado en el sofá, respirando
profundamente mientras Dariel lo lamía suavemente, limpiando los rastros del orgasmo. Nunca
se había sentido tan satisfecho, tan relajado y tan tierno hasta ese momento. Sencillamente, había
sido perfecto.
—Dariel, suéltame. Ya estoy bien.
Él obedeció y se incorporó para comprobar que estuviera bien. Evar lo atrajo hacia sus
brazos, colocándolo de nuevo en su regazo, y apoy ó la cabeza en su pecho.
Dariel sonrió al ver a su demonio tan relajado. Todavía tembloroso por lo que le había hecho,
descansaba y se apoy aba en él. Le acarició el pelo, a lo que Evar le respondió con un ronroneo
que estuvo a punto de hacerle reír.
—Creo que lo he hecho bastante bien para ser mi primera vez.
De repente, Evar alzó la cabeza y lo miró con los ojos abiertos de par en par.
—¿Qué has dicho?
—Nunca había hecho esto con nadie.
—¿Ni siquiera con una mujer?
Dariel hizo un gesto negativo con la cabeza.
—¿Y por qué lo has hecho conmigo?
“Porque eres la única persona a la que he querido”, reconoció en su fuero interno. Pero, en
vez de decírselo, lo besó en los labios y lo abrazó con fuerza, ocultándole así las emociones que
había en sus ojos.
Evar percibió su malestar con el ceño fruncido. ¿Qué había pasado? ¿Qué era lo que había
hecho que Dariel se sintiera tan mal de repente?
Le devolvió el abrazo y le besó en el pecho.
—¿Qué te ocurre?
“Que me estoy enamorando de ti y los dos sabemos que eso no puede acabar bien. Ni
siquiera sé si quiero ir al infierno, y en cuanto y o tome una decisión, tú volverás a tu hogar
independientemente de lo que y o elija”, pensó Dariel.
Ojalá pudiera quedarse con Evar. Ojalá él también lo amara. Pero después de lo que pasó
con Arlet, dudaba que sucediera tal cosa.
—No es nada, solo estoy un poco cansado. —Esbozó una sonrisa un tanto forzada y se apartó
de él—. ¿Vamos? Aún quiero ver la cara que pones cuando veas lo que es el 3D.
Evar sabía que le había mentido, y aunque en el fondo se sintió herido, decidió no ahondar
más en el tema. No tenía ningún derecho a interrogarle, no le pertenecía ni era suy o, por mucho
que deseara que fuera al contrario.
Lucifer tenía razón. Entre el amor y el deseo había una línea muy fina.
Con el corazón encogido, se vistió para acompañar a Dariel.

Dariel no se sintió en absoluto decepcionado después de ver la película. Evar había estado
muy gracioso esquivando las armas que salían de la pantalla, incluso estuvo a punto de conjurar
sus poderes para destruirla. Sí, había sido muy divertido y se había reído de buena gana a costa
del demonio. Tendría que llevarlo más a menudo…
—No me gusta el 3D —gruñó Evar mientras salían por las puertas principales.
Dariel rio.
—¿Seguro? Yo creo que te lo has pasado en grande esquivando las flechas.
El demonio le miró con cara de pocos amigos.
—Podrían habernos matado.
—Es solo una película, y a te lo dicho.
—Esas cosas salían de la pantalla, no me gustan.
El semidiós negó con la cabeza y siguió andando. Hasta que se dio cuenta de que Evar no le
seguía. Se había quedado muy quieto a un metro de él, con los ojos entrecerrados y el cuerpo en
tensión.
—¿Qué ocurre? —le preguntó, usando sus poderes para inspeccionar la zona.
Evar lo miró a los ojos y le tendió el móvil.
—Ve a casa de inmediato y llama a Nico. Haz todo lo que te diga, él sabrá protegerte —tras
esas palabras, dio media vuelta y se metió por un callejón.
La orden no le hizo ni pizca de gracia, pero tampoco quería ser un estorbo para Evar. Así que
fue hasta el final de la calle y dobló una esquina para desaparecer… o lo habría hecho de no ser
porque dos hombres se plantaron frente a él.
Ambos eran altos, aunque no tanto como él, y tenían una complexión atlética que sus trajes
de ejecutivos no lograban disimular del todo. De cabello rubio corto y ojos azules, tenían una
facciones agradables a primera vista, dulces y amables incluso.
Sin embargo, a Dariel le dieron mala espina.
—¿Quiénes sois?
El de la derecha le dedicó una sonrisa extraña.
—Somos Hezron y Omar. Hemos venido para llevarte a casa.
Dariel retrocedió un paso, cauteloso. No, esto no tenía buena pinta, y por la forma en que sus
ojos azules brillaban, juraría que lo que querían de él no era nada bueno.
—¿A casa?
—Al Cielo, por supuesto. Junto a Dios.
Capítulo 7. Sacrificio, culpa y desesperación
“Nunca nadie me dijo que el dolor se sentía como se siente el miedo… La misma tensión
en el estómago, el mismo desasosiego.”
CL IVE STAPL E S LE W IS

Evar no podía evitar que un furioso gruñido retumbara en su pecho mientras se dirigía al lugar
donde había percibido su presencia.
Ángeles. Y no eran de su bando.
Completamente seguro de que iban tras Dariel, fue a su encuentro. A esas alturas, el semidiós
debería estar en su casa y estaría llamando a Nico. Su amigo acudiría inmediatamente, por
supuesto, él sabía lo importante que era para Lucifer tener a Dariel de su lado.
Y lo importante que era para él.
No permitiría que nadie le pusiera la mano encima, mucho menos los ángeles. Todavía
recordaba cómo lo habían torturado: lo ataron a una cruz, donde hundieron clavos en sus manos y
patas, estirándole las alas con unas cadenas hasta casi arrancárselas, y atravesando su cola con
múltiples dagas. Tampoco había olvidado el restallido del látigo al azotar la piel de su pecho y su
vientre. Por el amor de Lilit, no había experimentado tanto dolor en toda su existencia, no tenía ni
idea de cómo pudieron soportarlo Skander y Nico durante tantos años.
Fuera como fuera, a Dariel no le harían lo mismo. Si se atrevían a hacerle un mísero corte en
la piel, los despellejaría vivos, si se atrevían a golpearle, los descuartizaría, y si se atrevían a
torturarle, juraba por todos los demonios del infierno que pasaría el resto de la eternidad
castigándolos en todos y cada uno de los territorios de Lucifer.
Sin pérdida de tiempo, dobló una esquina y se preparó para enfrentarse a sus peores
enemigos.
Pero no había nadie.
Frunció el ceño y miró a todas partes mientras concentraba al máximo sus poderes de
percepción. No, no estaba equivocado, allí había ángeles, la señal era demasiado poderosa.
Inquieto, se adentró en el callejón, esperando a que aparecieran en cualquier momento, pero
no lo hicieron. En su lugar, vio algo más preocupante.
Se inclinó para coger unas plumas de color blanco puro, más suaves que cualquier otra cosa
existente en el mundo.
Eran plumas de alas de ángel.
El rostro de Evar se descompuso por la furia. Le habían engañado. Esas plumas eran lo que
había sentido, le habían tendido una trampa para ir a por Dariel mientras él buscaba su rastro.
Las desintegró con una llamarada salida de la nada y echó a correr en dirección contraria.
Tenía que darse prisa y llegar hasta Dariel antes de que se lo llevaran para siempre.

Dariel retrocedió un paso prudentemente mientras analizaba de arriba abajo a los dos
hombres. A juzgar por sus palabras y su aspecto, juraría que eran ángeles: pelo rubio, ojos azules,
nombres hebreos, hablando de Dios…
Apretó los dientes a la vez que sentía una oleada de furia. Esas eran las criaturas que tanto
daño le habían hecho a Evar, los mismos que asesinaron a las mujeres de los Grigori y mataron a
todos los Nefilim. Los mismos que segaron las vidas del hermano de Evar y la de Arlet. Los
mismos que le torturaron.
Dejó que sus poderes hirvieran en su interior, haciendo que de su piel saltaran chispas. Evar le
había enseñado que, puesto que era hijo de Zeus, tenía poder sobre el ray o y el tiempo
atmosférico, en otras palabras, tenía poder sobre la naturaleza.
Y en resumidas cuentas, eso mataba a casi cualquier cosa. Qué ganas tenía de comprobar si
también funcionaba con los ángeles…
Hezron y Omar fruncieron el ceño al ver la expresión airada del semidiós, pero solo se
inquietaron cuando el cielo empezó a oscurecerse por intensas nubes negras y al escuchar un
trueno a lo lejos.
Hezron fue el primero en dar un cauteloso paso hacia él.
—Espera, espera. No sé qué mentiras te habrá estado contando ese monstruo, pero no somos
tus enemigos.
Dariel tuvo ganas de soltar una carcajada. Evar no le había mentido, estaba seguro de ello.
Había visto el dolor en sus ojos cuando había hablado sobre su familia, había sido testigo de cómo
su cuerpo había temblado al hablar de su amor por Arlet, y las horribles consecuencias que le
trajeron.
¿Qué no eran sus enemigos? Puede que no, pero lo eran de Evar y no permitiría que volvieran
a hacerle daño. Nunca más.
—Tal vez.
Hezron pareció aliviado por sus palabras. Idiota.
—En ese caso, no hay por qué ponerse violentos, ¿verdad?
—Voy a ser muy claro. Me importa una mierda que mi madre fuera una de vosotros, eso no
os da ningún derecho sobre mí. No pienso ir al Cielo ni seguir a vuestro dios como si fuera un
borrego. Así que mi respuesta es no.
Ante esas palabras, el ángel se quedó muy serio. Intercambió una breve mirada con Omar,
quien asintió al mismo tiempo que se colocaba a su lado.
—Ya veo que tendrá que ser por la fuerza, pues.
Eso confirmaba todo lo que Evar le había dicho sobre los ángeles. No eran los piadosos y
benevolentes emisarios de Dios, sino seres perversos que obedecían todas y cada una de sus
órdenes sin importar a quién hicieran daño por el camino.
En ese instante, Dariel detestó su sangre de ángel.
Omar hizo aparecer una cadena de oro que pareció cobrar vida propia, como si se tratara de
una serpiente. Se alzó por sí sola y tintineó amenazadoramente mientras lo rodeaba poco a poco.
Dariel acumuló parte de su poder en las manos, cuy as palmas se iluminaron creando unas
brillantes bolas eléctricas.
Estaba preparado. Fuera lo que fuera esa serpiente metálica, no iba a cogerlo.
Sin previo aviso, esta se cernió sobre él, pero Dariel la golpeó con un puño, provocando un
chispazo que la hizo retroceder prudentemente.
Pero eso no evitó que el otro extremo atacara por la espalda.
—¡Dariel!
Antes de poder ver quién le había llamado, algo enorme y pesado lo lanzó al suelo con
brusquedad. Sin perder un instante, se dio la vuelta y se sentó a tiempo de contemplar cómo la
serpiente dorada alzaba a Evar. El demonio estaba rodeado por la cadena y tenía una mueca
dolorosa en el rostro mientras trataba de liberarse.
A Dariel se le encogió el corazón. Le estaba haciendo daño y, por si eso no fuera poco, podía
notar cómo intentaba usar sus poderes para soltarse, pero era como si ese objeto pudiera
anularlos.
—Vay a, vay a —dijo Omar con una sádica sonrisa. Dariel palideció al ver que llevaba una
larga espada en la mano—, pero si el monstruo ha aparecido. Y y o que pensaba que tardaría un
buen rato en descubrir el truco…
—Te dije que era un Nefilim —replicó Hezron, cuy os ojos azules estaban llenos de
desconfianza—. Son los mejores demonios del Diablo, ¿qué creías que iba a pasar?
—Pero míralo, Hezron, está indefenso —rio a la vez que se acercaba a Evar y lo cogía del
pelo para verle bien la cara—. ¿Quién me iba a decir que conseguiría coger a una de esas
bestias?
Evar gruñó mostrando los colmillos, pero Omar soltó otra carcajada.
—Vamos, hombre, seguro que puedes hacerlo mejor.
—Déjalo y a —gruñó Hezron—. Tenemos trabajo que hacer, ¿recuerdas?
El otro ángel resopló, miró a Evar con una cruel sonrisa y, sin más, hundió la espada en su
vientre.
El demonio se dobló por el dolor y la sangre borbotó de sus labios. Su estómago se convirtió
en una horrible mancha negra, entre la cual la espada blanca brillaba como si Dios la hubiese
bendecido por aquel acto tan terrible.
Dariel sintió algo extraño en su interior; le quemaba las entrañas como si el mismo infierno se
hubiera desatado en su cuerpo, su visión quedó emborronada por una neblina roja, y todo en lo
que podía pensar era en cómo descuartizar a esos ángeles. Pero más fuerte que eso, era la
sensación de frío que se había apoderado de su corazón, el miedo y la intensa agonía que lo
atenazaban. No quería ni pensarlo, no quería creer ni por un instante que le hubieran arrebatado a
Evar para siempre, no iba a consentirlo.
El cielo sintió su ira y, acudiendo a su llamada, un ray o cay ó justo al lado de los dos seres.
Omar y Hezron tuvieron que dar un salto para apartarse con los ojos como platos, pero Dariel no
les prestó atención. Dejó que los truenos que bramaban entre las nubes se encargaran de ellos
mientras él se dirigía a donde estaba Evar. La cadena intentó apartarlo con un fuerte latigazo,
pero Dariel la cogió como si nada y le mandó tal descarga eléctrica que se hizo pedazos con un
fuerte crujido metálico.
Llegó a tiempo de tomar a su demonio entre sus brazos. Tenía el rostro pálido, los ojos
entornados y su piel estaba fría.
—Tienes… que… irte… —susurró, haciendo que a Dariel le escocieran los ojos por las
lágrimas contenidas. Incluso con una herida mortal, Evar solo pensaba en él, en su bienestar.
—Te vas a poner bien, voy a sacarte de aquí —le prometió mientras presionaba una mano
contra su vientre e intentaba usar sus poderes para curarle. Siempre había podido sanar sus
propias heridas, pero jamás lo había intentado con otra persona. Aun así, concentró todas sus
fuerzas en intentar curarlo, o al menos en mejorar su estado.
No sucedió nada. Evar seguía sangrando. Soltó una maldición y volvió a intentarlo con el
rostro enrojecido por el esfuerzo.
La mano del demonio le tocó la cara.
—Déjalo, tienes que huir —sus palabras eran apenas un murmullo en su cabeza, pero estaban
llenas de firmeza.
—No te dejaré aquí.
Evar abrió los labios para decirle algo, sin embargo, se le pusieron los ojos en blanco y perdió
el conocimiento. Dariel tembló al intuir lo peor e intentó salvarlo de nuevo. ¡Maldita sea!, ¿por
qué no se curaba? ¿Por qué no podía ay udarle?
Se maldijo a sí mismo, maldijo no ser lo bastante fuerte ni controlar suficiente sus poderes
para salvar a la persona a la que más quería en el mundo. No podía dejar de pensar en que iba a
perderlo, y sería por su culpa. Si hubiese sido más poderoso, Evar no habría tenido que protegerlo
y seguiría vivo. No, aún estaba vivo, sentía su pulso, pero como no hiciera algo rápido moriría.
El pánico y la desesperación se adueñaron de él, tanto que ni siquiera se dio cuenta de que, al
centrar todas sus fuerzas en sus poderes curativos, hizo que la tormenta cesara, quedando
indefenso ante Hezron y Omar, quienes se habían acercado. Ambos llevaban sus respectivas
espadas en la mano, y el primero lo miraba contrariado y confuso mientras que el segundo tenía
una mueca de repugnancia en el rostro.
—¿En serio te preocupas por esa bestia?
Dariel no respondió, estaba demasiado ocupado intentando mejorar el estado de Evar, aunque
y a no sabía cómo hacerlo. Estaba tembloroso y asustado; quería moverse, hacer cualquier cosa,
pero sus músculos estaban rígidos y su cerebro era incapaz de formular una orden coherente.
Omar arrugó la nariz con desprecio.
—¿Cómo puede importarte? ¿Acaso te has puesto de su lado? ¿Has entregado tu alma al
Demonio? ¡Si es así, no mereces vivir!
Alzó su espada para cortarle la cabeza, aprovechando que Dariel estaba completamente
desorientado. Afortunadamente, Hezron lo detuvo y lo miró con mala cara.
—Tenemos órdenes, Omar. Debemos llevarlo vivo ante nuestro Señor.
Omar se zafó de su mano, pero guardó su espada y cruzó los brazos con un gruñido de
disgusto. Hezron lo ignoró e hizo que una nueva cadena de oro apareciera entre sus manos
mientras se acercaba sigilosamente a Dariel por detrás. Estaba casi seguro de que el semidiós no
se movería, sería fácil llevarlo al Cielo, donde Dios podría convencerle de que se pusiera de su
lado y se uniera al ejército de Miguel. Un hijo de Zeus les sería muy útil, su poder debería ser
suficiente para vencer a los Nefilim, a los príncipes demoníacos y a los ángeles caídos.
Sería una verdadera victoria.
Iba a colocarle la cadena alrededor del cuello cuando una descarga astral impactó contra su
cuerpo y lo lanzó por los aires hasta que se golpeó la cabeza contra un muro. Gimió de dolor,
cubriéndose la coronilla y abandonando la cadena en algún lugar donde desapareció.
Omar corrió a su lado.
—¿Qué coño ha sido eso?
Dariel, aun así, seguía sin reaccionar. No fue consciente de la figura que se acercó hacia él
hasta que una mano se posó en su hombro, sobresaltándolo. Al alzar la vista, se quedó de piedra la
reconocer al hombre que acaba de salvarle.
—¿Matthew?
Su amigo asintió y le dio un apretón a la vez que se agachaba a su lado. Entonces, sucedió
algo increíble. Matthew empezó a cambiar; su cuerpo se hizo más grande, hasta alcanzar la
misma altura que Dariel, y su piel se convirtió en una suave tonalidad dorada que cubría una
figura esbelta y atlética, de angulosos músculos que invitaban a ser acariciados. Su cabello
castaño se convirtió en un intenso rubio, brillante como los ray os del sol, y sus ojos oscuros se
aclararon hasta ser del mismo color que el cielo.
Dariel se quedó con la boca abierta, sin saber qué decir o hacer.
Matthew lo sacudió suavemente.
—Te prometo que te lo explicaré, pero ahora no hay tiempo. Tenéis que marcharos de aquí.
—Como si fuéramos a permitíroslo —gruñó Omar, apretando la empuñadura de su espada.
Matthew lo miró con desprecio.
—Claro que lo haréis, porque, ¿sabéis?, los lobos siempre vamos en manada.
Dicho esto, de entre las sombras del callejón, aparecieron siete hombres.
El primero al que Dariel vio era muy alto, debía sobrepasar sin problemas los dos metros de
altura. Tenía un cuerpo musculoso, de anchos hombros y poderosos pectorales que descendían
hacia una tableta de chocolate perfecta. Los grandes brazos y sus fuertes piernas daban a
entender que no era un hombre al que se le pudiera vencer con facilidad, mucho menos tumbar
de un simple golpe. Tenía la piel bronceada y el largo cabello trigueño recogido en una coleta
baja que descendía por uno de sus hombros, enmarcando un rostro de hermosas facciones y unos
ojos castaños con matices anaranjados que contemplaban a los dos ángeles con cautela.
A su derecha, había otro hombre más bajo al que le sacaba poco más de media cabeza de
altura. No era tan robusto, pero su cuerpo era fuerte y bello, de delineados músculos cubiertos de
una piel tostada por el sol. El cabello, negro y corto, caía en indomables rizos hasta su nuca,
dándole un aspecto un tanto juvenil, y resaltando unos intensos y fieros ojos avellana que
vigilaban constantemente cualquier movimiento sospechoso a su alrededor.
En dirección contraria, justo detrás de donde estaban Dariel, Evar y Matthew, había dos
hombres más. El primero en el que se fijó era tan alto como Evar e igualmente intimidante.
Poderoso de espaldas y con brazos enormes, tenía la piel dorada y oscuro cabello rubio, el cual
llevaba corto a la altura de la nuca. Sus facciones eran duras y curtidas, impasibles y frías, como
las de un soldado experimentado. Sus ojos marrones analizaban el campo de batalla y a sus
enemigos con la misma eficacia con la que un cirujano examinaba a un paciente antes de
operarlo.
El otro hombre era igual de alto y musculoso, pero a Dariel le pareció aterrador. Su piel era
pálida como la de un fantasma, la cual hacía que su cuerpo pareciera estar esculpido en el
mármol más duro e indestructible, llevaba el corto cabello platino peinado hacia atrás, dejando a
la vista un rostro gélido, de pómulos altos, finos labios convertidos en una delgada línea y unos
ojos grises que parecían gritar a los cuatro vientos lo peligroso que era.
Finalmente, a la izquierda de donde se encontraba con Matthew, salieron de la nada tres
hombres. El más alto era musculoso, aunque no tanto como el resto de sus compañeros, y su
cintura era ligeramente más estrecha. Tenía un tono de piel bronceado, como si pasara muchas
horas trabajando al sol, algo que combinaba a la perfección con su corto y espeso cabello
castaño oscuro, cuy os mechones hacían brillar amenazadoramente unos ojos que no sabría
decirse si eran marrones o verdes.
El hombre de su derecha era media cabeza más bajo, y de complexión fuerte, aunque había
algo en él que recordaba a las idealizadas esculturas griegas. Sus angulosos músculos estaban
recubiertos de una piel blanca que remarcaba su cabello cobrizo, largo hasta los hombros, el cual
caía alrededor de un rostro de facciones más suavizadas, hermosas como las de un ángel, aunque
la expresión fría de sus ojos azul grisáceos daban a entender que no era ni mucho menos más
débil que sus compañeros.
El último hombre tenía una figura similar a la de este, esbelto pero atlético, y su rostro era
más juvenil, de rasgos más dulces, pero no por ello menos masculinos. En todo lo demás, eran
totalmente distintos. Su piel era tostada, la cual hacía que su corto cabello rubio fuera más intenso
y brillante, al igual que sus hermosos ojos, una mezcla entre ambarino y verde claro. A Dariel no
se le habría ocurrido aventurar que no era tan fuerte como el resto, su aura desprendía la misma
ferocidad que la de un animal salvaje.
Los siete hombres se acercaron y rodearon a los ángeles.
—Vay a, vay a, mira por dónde, hoy comeremos costillar de cerdos —comentó el de pelo
platino con una sonrisa escalofriante.
—Son ángeles, Vladik —dijo el hombre de largo cabello rubio recogido en una coleta con los
labios curvados con diversión—, no es como cazar a los jabalíes de Erimanto.
—Alitas de pollo, entonces —rio el que tenía el pelo cobrizo.
Todos soltaron una carcajada.
—¿Crees que sabrán igual que el pollo? —preguntó su compañero de al lado.
—Yo tampoco los he probado —dijo el de pelo castaño oscuro.
—¿Aguantarán nuestro ritmo? —interrogó Vladik de nuevo.
El hombre de largo cabello dorado sonrió.
—Solo hay un modo de comprobarlo.
Y sin más, se lanzaron a por los ángeles. Dariel se quedó con la boca abierta al ver la
velocidad de sus movimientos y la fuerza con la que golpeaban. Uno de ellos, el hombre rubio de
ojos marrones, dio un puñetazo que hizo una brecha en un muro y que sin duda le habría roto el
cráneo a Omar si no lo hubiera esquivado.
Matthew le llamó palmeándole el brazo. Sus ojos azules parecían apenados.
—Evar está muy débil, Dariel. Si no lo sacamos de aquí, morirá.
El semidiós se tensó y contempló a su demonio. Su respiración era artificial, y su cuerpo
estaba cada vez más frío y pálido.
El pánico volvió a inundarlo.
—¿Podemos curarlo?
Matthew hizo un gesto negativo.
—Las armas de los ángeles son como cualquier espada normal para gente como tú o y o, pero
para un demonio de Lucifer… son un arma mortal.
—¿Y qué puedo hacer? —preguntó, angustiado y aterrado.
La mirada de Matthew se endureció.
—Solo hay una persona que puede curarlo, Lucifer. Tienes que llevarlo hasta él.
Dariel asintió.
—¿Cómo lo hago?
—Ese es el problema, nadie puede acceder a sus dominios así como así a excepción de sus
demonios, pero Evar no está en condiciones de gastar más energía… La única forma es que
tengas algún objeto que esté vinculado a él…
Dariel se tensó de inmediato.
La manzana. Evar se la dio cuando se conocieron, le dijo que si quería hablar con Lucifer,
que solo tenía que usarla.
—¿Serviría algo que él me dio?
Matthew se sobresaltó, pero hizo un gesto afirmativo.
—Mucho.
—Lo tengo, está en mi casa.
—Entonces no pierdas el tiempo y llévale hasta él cuanto antes —dijo mientras se levantaba
y flexionaba los músculos, preparado para unirse al combate.
Dariel lo cogió del brazo.
—¿Y tú qué?
Su amigo le guiñó un ojo.
—Tranquilo, estaré bien. Además, tenemos ventaja —comentó, señalando a sus compañeros.
Lo cierto es que no les iba nada mal. De hecho, cuando los miró, Dariel tuvo tiempo de ver
cómo el joven de cabello rubio y ojos verde ambarinos atrapaba a Hezron bajo su cuerpo y
gritaba:
—¡Tengo un pollo, tengo un pollo!
Sus amigos estallaron en carcajadas.
Más tranquilo, el semidiós se volvió una última vez hacia Matthew.
—Vendré en cuanto pueda.
—Descuida.
Sin perder más el tiempo, Dariel cogió a Evar del brazo y los materializó en su casa. Una vez
allí, corrió hacia la cocina y buscó la manzana que había dejado tres días atrás en la encimera.
No tardó mucho en dar con ella, su brillante color rojo parecía haber sido creado precisamente
para llamar su atención en un momento tan crucial.
La agarró y la aferró con fuerza mientras regresaba al lado de Evar. Le estrechó la mano,
intentando hacerle saber que seguía a su lado.
—Por favor, que esto funcione —y dicho esto, mordió la manzana.
De repente, y a no estaba en su casa. Se hallaba en una especie de biblioteca gigantesca, con
estanterías llenas de libros por todas partes. El techo era una hermosa pintura de ángeles caídos
tocando instrumentos, mientras que el suelo era de mármol negro con dibujos dorados de plantas
y flores que se enredaban entre sí. Al fondo de la sala, había una larga mesa ovalada con unos
cuantos libros y papeles encima.
Dariel miró a un lado y a otro, sin saber qué hacer. ¿Habría funcionado? Eso no tenía pinta de
ser el Infierno, al menos jamás había oído nada de una biblioteca en un lugar que se suponía
estaba plagado de demonios sangrientos y almas torturadas.
El sonido de unas puertas dobles que se abrían de repente lo sobresaltó. Por ellas, apareció un
hombre muy apuesto. Le superaba en altura por unos pocos centímetros, y su pálida piel
recalcaba unos fuertes músculos que cubrían su hermosa y sensual figura. Iba vestido con una
sencilla camiseta de lino blanco que dejaba una parte de su pecho al descubierto, y unos
pantalones vaqueros que le daban un aire muy informal, por no hablar de que iba descalzo, como
si esa fuera su casa. Su cabello corto y rizado parecía oro, resplandeciente por los ray os del sol, y
sus rasgos eran simétricos, con sus labios rojos seductores y sus negros ojos chispeantes de
diversión.
Abrió los brazos a modo de bienvenida, como si se conocieran desde siempre.
—¡Dariel!, no esperaba tu visita tan pron… —se calló a mitad de frase al ver el cuerpo
ensangrentado de Evar entre sus brazos. Su blanco rostro palideció más de lo que y a era—.
Evaristo —murmuró antes de aparecer repentinamente junto a él—. ¿Qué ha pasado?
Dariel tragó saliva.
—Unos ángeles me atacaron. Evar me protegió.
Lucifer soltó una palabrota y miró al techo.
—¡Tamiel! —bramó.
Al segundo siguiente, apareció un hombre. Debía medir cerca del metro noventa, e iba
vestido con una impoluta camisa blanca que llevaba remangada y unos pantalones de sedosa tela
clara que le llegaban por debajo de la rodilla. Su figura era delgada pero fuerte, y su piel
cremosa hacía una bella armonía con su corto cabello castaño claro y sus ojos del color de la
miel. Pero lo que más le impactó a Dariel fueron las dos alas de su espalda, grandes y
hermosas… y de un negro intenso.
Era un ángel caído.
Tenía el ceño fruncido cuando apareció, pero al ver a Evar tirado en el suelo con una
profunda herida en el vientre, corrió a su lado.
—Por todos los infiernos, ¿qué le ha pasado?
—Ángeles —respondió simplemente Lucifer.
Tamiel murmuró algo en hebreo que Dariel no comprendió, pero habría jurado que estaba
maldiciendo.
—¿Puedes curarle? —le preguntó el Diablo con voz angustiada.
Los ojos del ángel caído se llenaron de pena.
—Es demasiado profunda, no me será fácil.
—¿Qué necesitas?
—Llama a Sam, y a Kiro. Él no podrá hacer nada, pero a Evar le vendría bien contar con un
amigo.
—Yo me encargo.
Tamiel asintió y, antes de que Dariel pudiera hacer nada, desapareció con el Nefilim. Eso lo
inquietó aún más, y a que no sabía cómo estaría ni mucho menos qué era lo que iban a hacerle.
Quería estar a su lado, intentar ay udarle de alguna forma, aunque solo pudiera ofrecerle apoy o.
Una mano pálida sobre su hombro hizo que pegara un salto. Lucifer lo miraba con ojos serios
y atormentados al mismo tiempo.
—Se pondrá bien, confía en mí. Ya he mandado a Samael, seguro que podrá curarle, después
de todo era el más poderoso de los tronos. Y Kirios no se apartará de él en ningún momento, y a
lo verás —susurró a toda velocidad, como si se lo estuviera diciendo más a sí mismo que a él.
—¿No hay nada que pueda hacer? —preguntó Dariel, desanimado.
Lucifer le dedicó una sonrisa que no le llegó a los ojos.
—Esperar. Evaristo es duro, se recuperará.
Eso esperaba. Jamás se lo perdonaría si Evar moría por su culpa.
Lucifer lo miró inquieto y abrió los labios para decir algo, pero se detuvo en el último
momento y se lo pensó mejor. Dariel estaba asustado y preocupado por Evaristo, no necesitaba
que él intentara distraerlo y mucho menos con algo tan trivial como una presentación. Él también
había sufrido esa agonía, la desesperación de saber que el amor de tu vida estaba en peligro y
que tal vez no volvería a verlo jamás.
De hecho, él lo perdió para siempre.
Así que dejó a Dariel donde estaba, sentado en el suelo con la mirada perdida y el corazón en
un puño, y se dedicó a mirar a Evaristo a través de los ojos de Kirios. El Nefilim sintió la invasión
a su mente, pero le permitió quedarse en ella; estaba demasiado preocupado por su mejor amigo
como para sermonearle por su invasión de la intimidad.
Tamiel también se sentía inquieto. La herida era más grave de lo que había imaginado y le
estaba pidiendo a Samael que les echara una mano. El antiguo trono asintió sin decir ni una
palabra y colocó una mano sobre la herida antes de presionar con fuerza. Evaristo abrió los ojos
de repente y soltó un alarido de dolor, pero Kirios lo cogió por los brazos y empezó a hablarle en
la lengua Nefilim, una extraña mezcla de griego y hebreo. Al otro demonio le costó unos
segundos reconocerle, y cuando lo hizo, se aferró a la cama y dejó que Kirios absorbiera parte
de su dolor.
Lucifer tuvo que salir de su mente con un siseo. He ahí una de las grandes y curiosas
habilidades de esos demonios, la capacidad de compartir el dolor para evitar que un compañero
sufriera más de lo necesario. Bastaba con un simple contacto físico, pero los más
experimentados, como Damián o Zephir, solo necesitaban un roce. Era algo muy útil en la
batalla; cuando uno de los tuy os estaba herido, podías aliviarle y darle así más resistencia, y a que
mientras tú no tuvieras la herida, el dolor desaparecía al cabo de unos minutos.
Kirios estaba haciendo eso con Evaristo, de forma que pudiera aguantar el tiempo suficiente
con vida hasta que Samael terminara de curarle.
Frustrado por no saber lo que estaba pasando, buscó la mente de Tamiel y se introdujo en ella.
El ángel caído también lo notó, pero le permitió ver lo que estaba sucediendo; estaba sujetando
las piernas del Nefilim, mientras que Kirios seguía cogiéndole por los brazos. Samael, por otro
lado, jadeaba por el esfuerzo y le temblaban las manos.
A Lucifer le habría gustado meterse en la mente del trono para averiguar cuán grave estaba
el demonio, pero temía desconcentrarle y arruinar su única oportunidad de salvarlo.
Mientras tanto, Dariel había hundido el rostro entre sus manos y trataba de captar el aura de
Evar. No obtuvo ningún resultado, había demasiados demonios por todas partes, y no estaba lo
suficientemente acostumbrado a su presencia como para detectarla en aquel lugar tan enorme.
Así que pegó las rodillas al pecho y las rodeó con los brazos antes de ocultar el rostro en ellas.
La culpa lo abrumaba, y el hecho de no saber qué le estaba pasando a Evar no hacía más que
empeorar las cosas. Estaba herido de gravedad, sí, lo sabía, ¿pero cómo pensaban curarle?
¿Necesitaban alguna habilidad especial concreta? ¿Algún ungüento que solo crecía en el Infierno?
Por Dios, solo quería hacer algo más aparte de limitarse a esperar noticias.
Eso le hizo recordar que, de pequeño, también se había sentido así de vulnerable en el
orfanato y el colegio. Cuando el padre Tom empezó a llamarlo a su despacho, quiso hablar con
alguien, decirle lo que estaba pasando, pero se sentía demasiado avergonzado para hacerlo. Y
además, ¿a quién iba a decírselo? ¿A las monjas? Jamás le habrían creído, y lo único que habría
conseguido habría sido una bofetada por mentir. ¿A otros niños de su escuela? ¿Qué podían hacer
ellos? Bastante tenían algunos por ser también víctimas del padre Tom, y si no lo eran, ¿qué
podían hacer ellos? Tampoco podía acudir a sus padres, puesto que ambos lo habían abandonado
siendo un bebé en aquel orfanato.
Dariel apretó los puños con fuerza y tembló de rabia y dolor. No podía rezarle a Dios para
que Evar se pusiera bien, él lo mataría si pudiera y tuviera la oportunidad. Así que, ¿qué podía
hacer?
“Te quiero, Evar. No me dejes, por favor”, suplicó mentalmente una y otra vez, sin estar muy
seguro de si se lo estaba diciendo a sí mismo o si, por otro lado, intentaba decírselo a su demonio.
No supo cuánto tiempo pasó. Tal vez fueron unos minutos, pero Dariel estaba seguro de que
habían pasado siglos cuando por fin Lucifer se agachó a su lado y le levantó la cabeza con
suavidad para limpiarle los ojos anegados de lágrimas.
Una diminuta sonrisa aliviada asomó a sus labios.
—Evar está bien. Tamiel y Samael han podido salvarle.
Dariel sintió que su corazón daba un vuelco. Fue como si hubiera estado bajo el océano,
luchando contra la marea y la presión para subir a la superficie y coger aire, pero algo le había
impedido hacerlo y lo había empujado hacia abajo. Su alivio fue tan inmenso que se le escapó
otra lágrima.
—Gracias.
Lucifer le limpió la mejilla con suavidad, como si fuera un padre consolando a su hijo.
—No tienes que darlas, Dariel. Evaristo es uno de los míos, y y o cuido a mi gente. —Hizo una
pequeña pausa y usó sus poderes para que apareciera un confortable sillón de cuero—. Vamos,
siéntate, necesitas despejarte un poco. Ahora Evar solo necesita un poco de reposo. Estoy seguro
de que mañana podrás verle.
—¿No puedo verlo ahora? —preguntó con cierta decepción en la voz. Necesitaba ver con sus
propios ojos que estuviera bien, que estaba sano y salvo. Necesitaba saber que no le odiaba. Lo
que había pasado era culpa suy a, jamás lo negaría, pero necesitaba oírle decir a Evar que le
perdonaba y que todo estaba bien entre ellos.
Los ojos de Lucifer estaban apenados cuando lo miró.
—Ahora está inconsciente, y sus hermanos Nefilim no dejarán que nadie más se acerque
mientras él esté herido.
Dariel dejó caer los hombros y asintió.
—Comprendo. ¿Seguro que está bien?
A Lucifer lo enterneció la forma en la que Dariel se preocupaba por Evaristo. Estaba claro
que ese hombre lo amaba y que, pese a todas sus diferencias, ese vínculo era muy fuerte. En el
caso de Evar debía de ser lo mismo, de lo contrario, no habría protegido con su propia vida a
Dariel.
Solo esperaba que en esa ocasión no cometieran errores. Arlet y a había hecho demasiado
daño como para que Evar pasara otra vez por algo similar. Era verdad que Dariel no estaba
vinculado a los ángeles ni a Dios, pero conocía suficientemente bien al jefazo de arriba como
para saber que haría todo cuanto estuviera a su alcance para separarlo de Evar, sin importar los
trucos que tuviera que emplear.
Pasara lo que pasara, él estaría atento a los movimientos de esos dos.
Cogió a Dariel por los hombros y le ay udó a levantarse. El pobre aún tenía el cuerpo
tembloroso, y necesitaba descansar.
—Te juro por mi vida, tanto mortal como inmortal, que Evar está fuera de peligro y que
estará en pie en unos cuantos días. También te prometo que, en cuanto despierte y sus hermanos
lo consientan, serás el primero en verle. —Dariel lo miró un instante antes de asentir—. Y ahora,
acompáñame. Te daré una habitación en la que puedas descansar.
Dariel no opuso demasiada resistencia. Estaba agotado y lo único que quería era estar con
Evar, algo imposible en aquel momento. Así que cuando ese hombre que supuso que era el
Diablo en persona lo guio hasta una cama, no lo pensó dos veces y se metió entre las sábanas.
Antes de cerrar los ojos, le pareció ver que algo lo observaba desde la otra punta de la
habitación, pero puesto que se quedó dormido al instante, no supo si era real o sencillamente
formaba parte de su sueño.
Capítulo 8. El juicio de los Nefilim
“No hacen falta alas para ser más bellos,
basta el buen sentido del amor inmenso,
no hacen falta alas para alzar el vuelo”.
SILVIO RODRÍGUE Z

Cuando abrió los ojos, lo primero que supo fue que estaba herido. Notaba un intenso dolor en
su vientre, y al flexionar lentamente los músculos para comprobar los daños, se le escapó un
angustioso gemido. Era una herida muy grave, le quemaba las entrañas, y eso que a él no le
afectaba el fuego. Pero aparte de eso, solo notó el agarrotamiento de su cuerpo, probablemente
por haber estado sin moverse algún tiempo.
Procurando permanecer inmóvil, abrió los ojos con lentitud e inspeccionó dónde se
encontraba. La estancia estaba a oscuras a excepción de una pequeña vela que se hallaba en
algún otro lado de la habitación, lejos de su rostro. Su cuerpo y acía sobre una mullida cama y no
estaba atado, lo cual quería decir que no había caído en manos enemigas. Su vista todavía era un
poco borrosa, pero logró distinguir unas figuras delante de él que le resultaban familiares.
—Eh, está despertando. ¿Evar? ¿Me oy es?
Reconoció esa voz, al igual que el olor. Al menos el resto de sus sentidos funcionaban.
—¿Kiro?
Notó una pequeña presión en el brazo.
—Estoy aquí, todos estamos aquí, ¿cómo te encuentras?
Evar hizo un repaso de su estado físico.
—Me duele el cuerpo, sobre todo el vientre, y mi vista está borrosa, pero por lo demás estoy
bien.
Oy ó un suspiro aliviado. Inspiró profundamente, tratando de identificar el resto de olores que
se mezclaban en la habitación. La esencia de Kiro era la más abundante, se notaba que había
estado con él mucho tiempo. También reconoció rápidamente a Nico y a Damián, y un poco
más lejos detectó a Zephir y Skander.
Kiro le dio otro apretón.
—Has tenido mucha suerte, hermanito.
Evar soltó otro gemido a causa del dolor.
—¿Qué ha pasado? No recuerdo nada.
Su vista y a se estaba aclarando, y se dio cuenta de que sus compañeros contenían la
respiración y se miraban los unos a los otros. ¿Qué ocurría? ¿Por qué no le hablaban? ¿Habría
sucedido algo malo? ¿El Infierno habría sido invadido y Lucifer había sido capturado?
—Que alguien me diga algo, ¡maldita sea! —masculló al mismo tiempo que se levantaba,
pero Kiro se incorporó rápidamente y lo tumbó de nuevo en la cama. Nico también fue a su lado
para ay udarle y se sentó junto a él.
—Tranquilo, Evar, no pasa nada. Los ángeles te atacaron mientras estabas con Dariel.
Evar frunció el ceño e intentó hacer memoria. Una sucesión de imágenes surcó su mente a
toda velocidad y lo dejó petrificado.
Dariel. Los ángeles. Iban a llevárselo.
Un potente rugido salió de sus labios cuando la ira nubló su visión. Esas ratas voladoras habían
ido a por su Dariel, le habían engañado y habían llegado hasta él. ¡Joder!, había logrado evitar
que usaran su maldita cadena para neutralizar sus poderes, pero todavía podría estar en peligro,
se quedó inconsciente tras suplicarle que se marchara antes de que le hicieran daño.
Se agazapó en la cama, ignorando el agonizante dolor de su vientre. No le importaba si Dariel
estaba en el Cielo, se presentaría ante el mismísimo Dios y le descuartizaría hueso a hueso,
músculo a músculo, hasta que le entregara a su Dariel. Si tenía que ir solo, lo haría, lo único que
le importaba era que la persona a la que amaba estuviera de nuevo entre sus brazos sano y salvo.
Kiro y Nico se abalanzaron sobre él para sostenerlo. ¡Mierda!, ellos eran sus compañeros, sus
hermanos, la única familia que le quedaba en el mundo, pero no lograrían detenerle. Quería a
cada uno de ellos, daría su vida por salvarlos, pero ahora Dariel lo era todo para él, y no dejaría
que le impidieran salvarle.
—¡Joder, Evar! ¡Cálmate!
Evar rugió de nuevo y empujó con fuerza. Logró arrastrar las patas de los otros dos Nefilim
un poco más atrás, apartándolos de él para tener espacio y poder levantar el vuelo, pero no tuvo
ninguna oportunidad cuando Damián se unió a ellos. Volvieron a tumbarlo en la cama mientras él
se debatía entre feroces gruñidos y profundos rugidos.
—¡Evar, tranquilo! —gritó Nico—. Dariel está a salvo, está aquí, en el Infierno.
Esas palabras hicieron que se detuviera con los músculos rígidos. Miró al más joven de sus
compañeros con los ojos llenos de preguntas y esperanzas. Nico asintió y le sonrió.
—Hablo en serio. Luchó por ti, te protegió y te trajo aquí. Quería quedarse contigo, pero
necesitabas descansar y Lucifer lo metió en una habitación. Está a salvo, Evar.
Le costó unos segundos asimilar la información. ¿Dariel había luchado por él? ¿Le había
protegido? Y lo más importante de todo, ¿estaba allí mismo, en el Infierno? Entonces, ¿nadie le
había hecho daño ni lo había apartado de él? Se relajó notablemente y esbozó una pequeña
sonrisa. Kiro, Nico y Damián lo soltaron al ver que se calmaba.
—Lo siento, no sé qué pasó después de que me quedara inconsciente. Solo sé que Dariel
estaba allí y que no quería escapar sin mí. Pensaba que esos ángeles se lo habían llevado.
Nico sonrió.
—Es duro de pelar si no lograron cogerle.
—¿Dónde está ahora? —preguntó de repente. No captaba su olor por ninguna parte, pero sus
poderes de percepción le dijeron que estaba dentro del palacio.
El joven Nefilim iba a responder, pero Kiro le detuvo cogiéndole del brazo y le lanzó una
mirada de advertencia. Nico asintió y se apartó un poco, aunque hizo una mueca de disgusto.
Damián suspiró y tomó la palabra.
—Evar, antes de decirte dónde está y permitir que le veas, tenemos que hablar.
Evar arrugó la nariz. No le gustaba nada cómo sonaba eso, y a juzgar por la forma en que los
demás le miraban, a ellos tampoco les hacía gracia. Skander parecía furioso, Zephir tenía los
brazos cruzados y su rostro estaba crispado, como si algo lo molestara, los ojos de Kiro delataban
su preocupación, mientras que la mirada de Damián, el líder de su limitada raza, era
indescifrable.
—¿Qué? —gruñó.
—Nico nos ha dicho que te ha vuelto a pasar.
Miró al joven demonio, deseando poder estrangularlo allí mismo. Este bajó la cabeza,
apenado y un tanto avergonzado.
—Lo siento, tenían que saberlo.
—Pero no por ti.
—Él solo está preocupado por ti, Evar —razonó Kiro—, como todos nosotros. Ya sabes lo que
pasó la última vez, y también lo que estuvo a punto de suceder.
Claro que lo sabía. Él estuvo allí, lo vio todo mientras Damián lo sostenía y su hermano se
quedaba en la retaguardia para cubrirlos. Todavía podía ver cómo Stephan caía al suelo, víctima
de las flechas celestiales de Miguel, y cómo Arlet corría a socorrerlo antes de cerrar el portal
que los conduciría al Infierno, dedicándole una mirada de disculpa.
Sus hermanos no dejaban de culparla. Estaban seguros de que tendría que haber estado al
tanto de los planes de Dios, que al menos tendría que haberlo intuido. Pero no fue así y, por su
culpa, perdieron a Stephan.
Pero Dariel no era como ella.
Un suave gruñido surgió de su garganta.
—Dariel no es como Arlet.
—Es un ángel —dijo Skander mostrando los colmillos y apretando los puños.
Evar le imitó y se sentó muy despacio sin dejar de mirarlo fijamente.
—Es un semidiós.
—Pero lleva su sangre, es lo mismo.
Zephir hizo un brusco asentimiento, también mostrando los colmillos.
Kiro los miraba de uno en uno y tensaba los músculos, palpando la tensión del ambiente y
preparado para detener una muy probable pelea, y Damián tenía los ojos entrecerrados sin
hacer ningún comentario, pero su cuerpo estaba un poco inclinado hacia delante, como si
también esperara a que los tres Nefilim se abalanzaran los unos sobre los otros. Nico estaba
contrariado y parecía más preocupado por Evar, y a que había despertado hacía poco y no estaba
en condiciones de pelear.
Este volvió a gruñir.
—Los genes no deciden lo que eres. Lucifer, Sam, Tamiel, Asa, Kale y los demás fueron
ángeles puros, pero no desconfiaríais de ellos ni un solo momento.
Skander rugió y trató de lanzarse sobre Evar, pero Damián fue más rápido y lo estampó
contra la pared. El Nefilim lanzaba chispas por los ojos cuando levantó la vista hacia su
contrincante.
—No te metas en esto —le advirtió mostrando los colmillos.
Damián ni siquiera respondió a la provocación.
—Cálmate un poco y piensa, Skander. Evar aún está muy débil y si le atacas, se le podría
abrir la herida y entonces estaría en peligro otra vez. Sé que estás furioso porque hay a
mencionado a Kale, puedo comprenderlo, pero también sé que quieres a nuestro hermano y que
luego te arrepentirías de causarle dolor.
Skander apretó los puños e inspiró profundamente. Cuando miró a Evar, parecía tener toda la
intención de asesinarlo, sin embargo, no se movió de donde estaba.
—Ni se te ocurra comparar a esos cabrones con Kale. Ni con los otros ángeles caídos. Ellos
se volvieron contra Dios, el color de sus alas grita que son sus enemigos, llevan luchando contra él
y el ejército de Miguel desde antes de que nosotros naciéramos. Tu ángel puede irse con ellos
cuando quiera, si es que no lo ha hecho y a.
—Te equivocas.
Todos a excepción de Damián se sobresaltaron al oír la voz de Nico. Pese a ser el más bajo y
delgado del grupo, sus ojos color lavanda eran fieros y decididos.
Skander se quedó con la boca abierta.
—¿Qué? ¿Estás de su parte? ¿Tú? Odias a los ángeles tanto como y o.
Nico no lo negó.
—Eso es cierto, pero Dariel no es como ellos. De lo contrario, ¿por qué habría salvado a
Evar? Fue él quien lo llevó hasta aquí, de no ser por eso habríamos perdido a nuestro hermano. Si
estuviera con Dios, le habría dejado morir y se habría marchado con los ángeles, ¿no?
Evar agradeció las palabras de Nico y su confianza en Dariel. Significaba mucho para él que
le apoy ara cuando parecía que todos los demás estaban en su contra, y no quería ni pensar en lo
que harían si consideraban que Dariel era una amenaza para ellos.
Le destruirían. Y Lucifer no podría impedirlo. Él raras veces daba órdenes a los Nefilim,
prefería darles toda la libertad que quisieran o necesitaran. En una invasión, ellos no dudaban en
seguir sus instrucciones, pero en tiempos de paz, Damián era su líder y él dictaba las ley es de su
raza. Si él decidía librarse de Dariel, por muy valioso que pudiera ser para Lucifer… Tuvo que
contener un furioso rugido al pensarlo.
Zephir se adelantó entonces un paso y le dedicó una mirada dura a Nico.
—Puede que ahora no esté con ellos, pero y a sabes cómo son los ángeles. Se les da muy bien
engañar a cualquier criatura fingiendo compasión y honestidad, lo han hecho muchas veces con
los nuestros, tú mismo lo has visto. Es cuestión de tiempo que ese ángel se ponga de su parte.
—Yo no estoy tan seguro —afirmó Nico, sin dar su brazo a torcer.
Zephir gruñó y miró a Kiro.
—¿Tú qué piensas?
Evar desvió la vista hacia su mejor amigo. Kiro y él tenían prácticamente la misma edad,
unas pocas décadas de diferencia los separaban. Tras la muerte de sus padres, ellos y Stephan se
habían quedado solos bajo la tutela de Tamiel, el tío abuelo de Kiro. Se habían criado como
hermanos, y Evar no podía verlo de otra manera pese a que no hubieran compartido el mismo
nido.
Esa era la razón por la que Kiro le dejó marcharse con Arlet. Solo quería que fuera feliz, y si
esa felicidad significaba estar con un ángel, él lo aceptaría, por mucho dolor que eso le
produjese. Pero en esa ocasión podría haberle perdido, y ahora, Kiro no quería volver a pasar
por esa experiencia, sobre todo después de que Stephan muriera.
Evar vio la indecisión en sus ojos. Kiro suspiró y alzó la vista para dirigirse a Zephir, que aún
esperaba una respuesta.
—No me fío de ese hombre, ni de él ni de cualquier otro que pueda tener cualquier clase de
vínculo con Dios. —Hizo una pausa, dubitativo—. Pero ha salvado a Evar, de no ser por él, estaría
muerto y habríamos perdido a otro hermano.
Evar relajó un poco los hombros. Puede que no le diera todo su apoy o, pero al menos no
echaría a Dariel a los leones. Con eso le bastaba.
Damián asintió y se adelantó un paso para llamar su atención. Los Nefilim le observaron en
completo silencio, sabiendo que iba a anunciar su decisión. Evar solo esperaba que no planeara
matar a Dariel, al menos no de inmediato. Estaba débil, pero todavía era capaz de llevárselo a un
lugar seguro y protegerlo de sus compañeros. No quería hacerles daño, detestaba esa idea, pero
no dejaría que le pusieran las manos encima a Dariel. Lucharía por él.
—No parece que ese hombre esté de parte de Dios, al menos no por el momento, por lo que
no hay razones para considerarlo un enemigo. Además, Kiro tiene razón. Ha salvado a nuestro
hermano, y los Nefilim no somos desagradecidos con aquellos que nos ay udan. Todos vosotros
trataréis con el debido respeto a nuestro invitado y os prohíbo que le hagáis daño sin provocación
previa por su parte.
Nico chilló triunfal y chocó los cinco con Evar, quien le hizo una respetuosa inclinación de
cabeza a Damián, el cual se limitó a encogerse de hombros, dando a entender que había hecho lo
que le parecía más lógico y razonable. Él era el Nefilim de más edad, de hecho, era hijo directo
de un Grigori y de una mujer humana. Odiaba a los ángeles tanto como sus hermanos, pero la
experiencia de miles y miles de años le había enseñado a no dejarse llevar por el odio a la hora
de tomar decisiones.
Además, Damián era consciente de que Dariel no era completamente un ángel. Tenía sangre
divina, una sangre poderosa que le había dotado de grandes poderes. Esa era la razón por la que
Lucifer lo quería en su bando, y el Nefilim debía reconocer su inteligente movimiento. Si ese
semidiós se quedaba con ellos, serían más fuertes, y su familia estaría más protegida. Por el
momento, parecía sentir cierto afecto por Evar, a juzgar por lo que Nico les había contado. Eso
sería bueno para ellos.
Evar lo miró con ojos brillantes.
—¿Puedo ver y a a Dariel?
Damián frunció el ceño, no por desagrado, sino por confusión. Había oído hablar de los
Nefilim que sentían deseo físico, incluso lo había visto en Evar, pero seguía sin comprenderlo y le
resultaba extraña la necesidad que sentía su hermano por ver a ese hombre.
Aun así, asintió.
—Claro. Nosotros nos quedaremos en el palacio hasta que te recuperes del todo. Si necesitas
algo, solo tienes que llamarnos.
—Gracias —dijo Evar antes de mirar a Skander, quien gruñía furioso por la decisión que
había tomado Damián—. Siento haberte ofendido, Skander, no era mi intención.
El Nefilim lo miró un momento y resopló. A regañadientes, extendió su ala y rozó la de Evar
con suavidad.
—Lo sé. Le debo demasiadas cosas a Kale y me molestó que lo compararas con esos
pajarracos de mierda. No tengo nada en contra de tu medio ángel, pero y a sabes que no quiero
tener nada que ver con cualquier cosa que esté vinculada a esos bastardos. Trataré de ser
tolerante, pero dudo que me caiga bien. Es todo lo que puedo hacer por ti.
Evar sonrió y le devolvió la caricia, agradecido. Viniendo de Skander, era más de lo que
podría pedir.
Entonces, miró a Zephir. Antes de poder decirle nada, él gruñó.
—Yo tampoco tengo nada contra él, pero sabes que conozco muy bien los engaños de los
ángeles. Puede que ahora esté con nosotros, y lo respetaré mientras así sea. Pero no confiaré en
él.
—Gracias, de verdad.
Los dos asintieron y desaparecieron de la habitación. Damián les siguió, y Nico se despidió
con un gesto de la mano y una sonrisa, añadiendo que saludara a Dariel de su parte, antes de
marcharse. Solo se quedaron Kiro y él.
—¿De verdad sientes por él lo mismo que por Arlet? —le pregunto con el ceño fruncido.
Evar lamentaba ser el único Nefilim que había experimentado el deseo y el amor. Le habría
gustado poder contar con sus compañeros, incluidos Skander y Zephir, al fin y al cabo, eran su
familia. Sabía que le ay udarían si les necesitaba, pero no podían comprender las extrañas y
poderosas emociones que sentía. Solo Lucifer lo había hecho, e incluso hablar con él sobre sus
sentimientos era difícil, y a que los Nefilim no sentían de la misma forma que otros demonios. El
deseo y el amor eran más intensos en ellos, más poderosos, y a menudo era agotador lidiar con
ellos por su fuerza.
Esbozó una leve sonrisa.
—Creo que es más fuerte esta vez.
Kiro palideció.
—Evar…
—No te preocupes, estaré bien.
—No lo estuviste cuando murieron Arlet y Stephan. Estabas destrozado, apenas comías y no
pude sacarte del nido en un año entero.
—Había perdido a mi hermano y a la persona a la que amaba al mismo tiempo, ¿cómo
querías que estuviera?
Kiro hizo una mueca.
—Puedo comprender la pérdida de Stephan. Él también era como un hermano para mí, y a lo
sabes. Pero no comprendo cómo podías sentir tanto dolor por otra persona que no fuera de tu
familia.
Evar esbozó una torcida sonrisa.
—Puede que algún día sientas lo mismo que y o. Tal vez todos vosotros lo sintáis. Y entonces
agradeceréis que y o fuera el primero en pasar por esto, porque podré apoy aros y ay udaros.
Su amigo frunció el ceño.
—Ni siquiera Damián y Zephir, que son los más antiguos, han sentido algo así. Dudo que y o
lo haga.
Evar rio. Él era más pequeño que sus dos hermanos, pero aun así, eso no evitó que el deseo se
apoderara de él la primera vez que vio a Arlet. Ni tampoco que volviera a sentirlo cuando olió a
Dariel y lo sintió contra su cuerpo. Puede que la pasión sorprendiera a sus compañeros cuando
menos lo esperaran.
Se encogió de hombros, aunque reconocía que sería divertido ver sus reacciones.
—Nunca se sabe —dicho esto, recordó que Dariel estaba allí y que todavía no le había visto.
Sintió un poco de ansiedad, quería asegurarse de que no estaba herido y estar un rato a su lado.
Bueno, no solo un rato, todo el tiempo que le fuera posible, una eternidad si pudiera.
Ese pensamiento le arrancó un suspiro.
—¿Podrías dejarme a solas con Dariel?
Kiro asintió y se desvaneció tras hacerle prometer que si sentía dolor le llamara para
aliviarle. Una vez estuvo solo, se miró el vendaje que cubría su vientre e hizo una mueca. La
herida tardaría un tiempo en cerrarse del todo, por lo que no podría moverse del Infierno durante
una semana por lo menos. Le fastidiaba estar herido sabiendo que Dariel era perseguido ahora
tanto por los griegos como por los ángeles, pero en el Infierno estarían seguros.
Con un suspiro, se preparó para recibir a Dariel. Usó sus poderes para adoptar forma
humana… sin resultado. Su cuerpo todavía estaba demasiado débil.
Se encogió ante la idea de que Dariel lo viera con su verdadero aspecto. ¿Qué demonios iba a
hacer?

Dariel abrió los ojos con lentitud cuando alguien lo sacudió suavemente por el hombro. Le
costó un minuto orientarse al no reconocer la habitación y averiguar dónde estaba. Entonces, lo
recordó todo. Los ángeles, Matthew, aquellos hombres, la manzana, el Infierno, Lucifer, Evar.
Evar.
Se sentó de un salto y buscó con la mirada al que lo había despertado. Se encontró con el
mismo hombre rubio de ojos negros que lo recibió cuando llegó al inframundo, el que creía que
era el Diablo en persona.
Este le sonrió.
—Evar está despierto, y sus hermanos y a han salido de la habitación. Puedes ir a verle si lo
deseas.
Dariel asintió y se incorporó con rapidez.
—¿Está bien?
—Sí, pero debe guardar reposo durante unos días, no creo que pueda moverse con
normalidad durante un tiempo.
Asintió, profundamente aliviado y contento por poder verlo con sus propios ojos. Ni siquiera
se le pasó por la cabeza que el Diablo pudiera estar mintiéndole o tendiéndole una trampa,
necesitaba desesperadamente creer que Evar estaba bien.
Se detuvo un segundo al recordar a Matthew. ¡Mierda!, se le olvidó volver con él para
ay udarle con los ángeles, ¿cómo había podido abandonarlo a su suerte después de lo que había
hecho por él?
—Esto…
—Lucifer —se presentó el Diablo con una sonrisa que dejó al descubierto sus colmillos, para
al instante tensarse y hacer una mueca—. Pero si te resulta demasiado violento llamarme así,
puedes dejarlo en Lucien.
Sí, un poco violento sí que era, pero Dariel no se paró a pensarlo demasiado.
—Cuando me fui con Evar, un amigo me ay udó a escapar de los ángeles y …
Lucien lo detuvo con un gesto de la mano.
—Tus amigos están bien. Envié a dos de mis hombres a que se ocuparan de esos ángeles,
pero uno y a estaba muerto y el otro parece que escapó —dijo, sonriéndole con diversión—.
Tienes unas compañías de lo más interesantes, nunca había visto a unos hombres lobo moverse
en manada.
Dariel se quedó blanco.
—¿Qué?
El Diablo parpadeó.
—Vay a, no lo sabías, ¿verdad?
—No hasta ahora.
Lucien se encogió de hombros.
—Todos esos hombres que os ay udaron eran licántropos. Normalmente son criaturas
solitarias, territoriales y violentas, y muy pocas pueden controlarse durante la luna llena. Pero
estos actuaban de modo diferente, está claro que les une un vínculo muy fuerte si no sienten la
necesidad de morderse los unos a los otros. —Una lenta sonrisa iluminó su rostro—. Con razón
pudieron acorralar a los ángeles. Un hombre lobo solo no podría haber hecho tal cosa, pero siete
juntos… —soltó una carcajada.
Dariel todavía estaba en shock por descubrir que Matthew era un… un… En fin, eso daba
igual. Lo importante era que él y sus amigos estaban bien, y tendría que darles las gracias por
ay udarles en cuanto regresara al mundo humano.
Lucien debió de interpretar su expresión, porque se irguió y le sonrió.
—Quieres ver ahora a Evar, ¿verdad? —Dariel asintió—. Sígueme, te llevaré a su habitación
—dicho esto, las puertas de la estancia se abrieron y ellos salieron a un largo pasillo—. Por cierto,
no tienes que preocuparte por tu trabajo, he llamado personalmente al director diciéndole que tu
pareja había sufrido un grave accidente. Me ha dicho que te tomaras todo el tiempo que
necesitaras, después de cómo te ha estado tratando es lo mínimo que podía hacer por ti.
Dariel se detuvo un segundo para mirarlo petrificado. Lucifer también se quedó quieto y
frunció el ceño.
—¿Ocurre algo?
—¿Cómo sabías eso?
El hombre resopló como si se hubiera ofendido.
—Por favor, soy el Diablo, lo sé todo.
En esta ocasión, el semidiós se ruborizó.
—¿Viste lo que Evar y y o…?
Lucien lo silenció guiñándole un ojo.
—Tranquilo, sé cuándo tengo que cerrar los ojos. Evaristo me mataría si se enterara de que
espío todo lo que hace con su pareja.
Dariel relajó los hombros y siguió al Diablo por el pasillo. Tuvo que reconocer que la morada
del Señor del Mal era elegante y que tenía buen gusto, aunque un tanto antiguo. El techo era alto
y estaba lleno de pinturas en las que había ángeles caídos y demonios, pero no eran escenas de
luchas, sino de fiestas y bailes, todos reían y se divertían. Imponentes columnas sostenían la
bóveda, en las cuales había estatuas, donde abundaban serpientes y dragones, caballos de fuego y
animales míticos. Las paredes y el suelo eran de mármol negro con dibujos dorados de
enredaderas, árboles, plantas y flores. Era bastante hermoso, y para nada inquietante, aunque
debía reconocer que se sentía como si hubiera entrado en el palacio de un rey.
Lucien se detuvo frente a una gran puerta de roble oscuro y le miró.
—Antes de que le veas, me gustaría hacerte una pregunta.
Dariel asintió, un tanto impaciente.
—¿Qué?
Al Diablo pareció divertirle su ansiedad, pero no dijo nada al respecto.
—Como y a te he dicho, Evar tardará un tiempo en recuperarse, por lo que no podrá regresar
contigo al mundo humano. Eso nos deja con dos opciones; o vuelves al piso de arriba con otro
guardián, o permaneces aquí hasta que esté en condiciones de pelear. Tú decides.
Apenas tuvo que pensarlo mucho. No pensaba separarse de Evar hasta que estuviera bien del
todo, no podría centrarse en ninguna otra cosa.
—Me quedo aquí.
Lucien asintió con una sonrisa complacida y la puerta se abrió a su espalda.
—Entendido, y a hablaremos más tarde sobre tu instalación —dicho esto, se hizo a un lado—.
Adelante, Evar me avisará si necesitáis algo.
Dariel entró sin pérdida de tiempo. La estancia habría estado a oscuras de no ser por una
pequeña vela que había en una mesita de noche a su izquierda. El techo era tan alto como el
pasillo, y predominaba una lámpara de araña repleta de candelabros de oro que y acían
apagados. Los ventanales estaban cubiertos por grandes y pesadas cortinas de color azul oscuro,
haciendo juego con las paredes, de un tono más claro. El mobiliario era escaso; había una mesa
redonda con cuatro sillas, y un largo diván de blancos cojines. Él fue hacia el centro de la
habitación, donde se alzaba una gran cama con dosel, donde vio a Evar… Bueno, vio sus alas, las
cuales cubrían su cuerpo por completo.
—¿Evar? —preguntó con inquietud—. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?
El demonio hizo un sonido muy similar a un ronroneo.
—Dariel, me alegro de oír tu voz. ¿Estás herido?
Se sentó a su lado y pasó los dedos por sus plumas. Se apartó al notar que se estremecía.
—Lo siento, ¿te he hecho daño?
En esta ocasión, Evar bufó.
—Mi herida está en el estómago, no me pasa nada en las alas —dicho esto, suavizó su tono de
voz—. No pares, me gusta lo que estabas haciendo.
Dariel obedeció y volvió a acariciar sus alas. Le pareció escuchar que el Nefilim ronroneaba
de nuevo. Una pequeña sonrisa se escapó de sus labios.
—¿Cómo te encuentras?
—Me pondré bien, solo necesito descansar un tiempo. ¿Y tú? ¿Te hicieron daño esos ángeles?
—tras preguntar eso, un feroz gruñido retumbó en su pecho—. Dime qué es lo que te han hecho y
te prometo que se arrepentirán de…
—No estoy herido —lo tranquilizó Dariel—. Matthew y unos hombres se encargaron de ellos,
uno está muerto y el otro parece que escapó.
—¿Tu amigo nos ay udó?
—Sí.
Evar hizo una pausa y movió un poco las alas, como si estuviera acomodando su cuerpo.
—Tengo que darle las gracias, a él y a esos hombres. Me alegro de que no te pasara nada.
Cuando me he despertado, pensaba que te habían capturado.
—Estoy bien, en serio. —Sus ojos recorrieron sus enormes alas y se mordió el labio inferior
—. Evar, ¿seguro que estás bien?
—Sí, me curaré.
—Entonces, ¿por qué te ocultas?
Durante unos minutos, Evar se quedó en silencio. El semidiós empezó a preocuparse de
nuevo. Puede que esa cadena le hiciera algo más a su demonio que desconocía, o tal vez esos
ángeles le hicieron alguna otra herida.
Finalmente, Evar respondió en un susurro, como si algo lo avergonzara.
—Me temo que no estoy lo suficientemente recuperado como para adoptar forma humana.
Lo he intentado, pero ahora mismo no puedo hacerlo.
Dariel frunció el ceño.
—¿Quieres decir que ahora tienes tu verdadero aspecto?
—Sí.
—… ¿Y cuál es el problema?
—Soy mucho más grande y parezco menos humano. —Hizo una pausa y añadió en voz aún
más baja—. A Arlet le asustaba.
El otro hombre se quedó un momento en silencio, asimilando la información.
A Arlet le asustaba Evar. ¿Cómo podía hacerlo? Estaba seguro de que no podía ser tan malo.
Sabía que tenía colmillos, alas y recordaba una cola, así que ¿qué más faltaba?, ¿unos cuernos?
Evar seguiría siendo el mismo, no importaba cuál fuera su aspecto. Sería el mismo hombre
que le besaba y acariciaba con ternura, el mismo que le había mostrado lo que era el placer, el
mismo que había montado una escena en su trabajo para ay udarle, el mismo que había estado
dispuesto a dar su vida para protegerle.
Él lo amaba por todas las cosas que había hecho por él, por las cosas que le hacía sentir, no
por su apariencia.
Lo cogió del ala e intentó apartarla un poco, pero Evar no se lo permitió.
—No, por favor.
—No pasa nada, Evar. Yo no soy como Arlet, no te tengo miedo.
—Ella tampoco lo tenía antes de verme de esta manera.
—Somos diferentes. Ella era un ángel, le enseñaron que los Nefilim sois sus enemigos, que la
mataríais nada más verla. Yo sé que tú no me harías daño.
Evar se quedó callado un momento, probablemente reflexionando.
—… ¿Estás seguro?
—Sí.
Tras unos segundos, lo oy ó suspirar y, finalmente, apartó sus alas.
Dariel se quedó con la boca abierta. En su forma demoníaca, Evar superaba sin problemas
los dos metros de altura, y sus músculos parecían haberse hecho el doble de grandes. Sus
hombros eran muy anchos, y sus pectorales y abdominales estaban perfectamente remarcados,
estrechándose un poco en la cintura. Sus brazos eran largos y fuertes, acabados en manos
enormes y largas uñas, y sus piernas eran ahora poderosas patas de dragón, terminadas en
afiladas garras. Su piel y a no era morena, sino de un tono marrón oscuro veteado de dorado,
endureciendo tanto su cuerpo como los rasgos de su rostro, el cual había cambiado ligeramente;
sus orejas eran más alargadas y terminaban en punta, y de sus labios sobresalían unos largos
colmillos. De su cabeza, y entre su corto cabello negro, nacían dos largos cuernos castaños que se
curvaban un poco hacia atrás, y vislumbró por el rabillo del ojo su ancha y larga cola, que se
balanceaba suavemente de un lado a otro.
Era aterrador… y muy bello. Dariel no podía comprender cómo había podido Arlet apartarse
de Evar. Él seguía sintiendo el deseo de levantar las manos y pasarlas por ese impresionante
cuerpo, de hundir los dedos en su pelo y besarlo hasta quedarse sin sentido.
Evar bajó la vista, ocultando sus ojos castaños.
—Lo siento, Dariel, lo comprenderé si no quieres volver a verme hasta que pueda adoptar
forma humana.
El semidiós soltó un bufido, se subió a la cama y se sentó a horcajadas sobre él. El Nefilim lo
miró con los ojos como platos.
—¿Dariel?
Él no le dijo nada, se limitó a coger su rostro entre sus manos y a rozar sus labios con los
suy os. Evar no se resistió, envolvió sus brazos alrededor de su cintura y permitió que su lengua
penetrara en su boca para explorarla y seducirla, invitándole a hacer lo mismo. El demonio
siguió su ejemplo y muy pronto sus besos tiernos se convirtieron en una erótica y feroz danza.
Los dos habían estado muy preocupados y nerviosos después del ataque de los ángeles, y
necesitaban ese contacto íntimo.
Evar se apartó un momento, algo que aprovechó Dariel para deslizar su lengua por su cuello
y su hombro, dejando un rastro de fuego que hizo que su cuerpo se estremeciera de placer.
—¿No te repugno? —preguntó en un jadeo.
Dariel paró en seco y lo miró a los ojos con furia.
—¿Cómo puedes decir tal cosa? —Antes de que Evar pudiera decir nada, las manos del
semidiós acariciaron su pecho y descendieron por su vientre—. Estás un poco cambiado, de
acuerdo, pero eres hermoso.
El Nefilim se sobresaltó y lo miró con los ojos como platos.
—¿Hermoso, y o?
Dariel asintió y le acarició una mejilla. El tacto de su piel era liso y duro, como si llevara
puesta una armadura, y también estaba muy caliente; su temperatura corporal habría
escandalizado a cualquier médico, un ser humano no podría sobrevivir a eso. Sin embargo, el
calor no era enfermizo, no era como cuando uno tenía fiebre, sino cálido sin más. Era bastante
agradable.
Rodeó su cuello con los brazos y lo acercó a él. Evar apoy ó su cabeza en su pecho, con
cuidado de no golpearle con los cuernos.
—Muy, muy hermoso, Evar. ¿No dijiste que podías oler el deseo? Dime, ¿qué es lo que notas
en mí?
El demonio gruñó y se inclinó un poco para hundir la nariz en su vientre. Dariel se estremeció
al sentir cómo todo su cuerpo vibraba a causa de un ronroneo.
—Me quieres —dijo Evar cuando levantó la vista para mirarle. Sus ojos castaños estaban
oscurecidos por la pasión—, me deseas, ahora mismo.
Dariel asintió a la vez que deslizaba las manos por su ancha espalda. Evar volvió a apoy arse
en él e inspiró hondo, probablemente recogiendo su olor. Un suave suspiro escapó de sus labios.
—Me encanta cómo hueles, y que me toques de ese modo. Ojalá pudiera hacerte el amor
ahora.
El semidiós sonrió.
—¿No ha dicho el médico nada de sexo en unos cuantos días?
Evar hizo una mueca.
—Sam y Lucifer saben que aunque me lo digan no les haré caso. Pero tienen razón. Cuando
me muevo demasiado, la herida me duele. —Un gruñido retumbó en su pecho—. Odio esta
situación, pero tendré que esperar un poco para tomarte.
Dariel notó que un escalofrío recorría su columna. Le encantaba saber que Evar también le
deseaba, y más con tanta desesperación. Pero estaba herido, y lo último que quería era hacerle
daño.
Se sentó sobre sus talones, todavía encima de Evar, y le dedicó una leve sonrisa.
—Esperaremos, entonces.
El demonio gruñó, la idea parecía gustarle tan poco como a él.
Dariel decidió cambiar de tema para distraerle.
—He hablado con tu jefe. Parece que voy a quedarme aquí una temporada.
Evar abrió los ojos como platos.
—¿En serio?
El semidiós respondió encogiéndose de hombros.
—Pensé que sería una buena oportunidad para saber qué clase de trabajo podría tener aquí. Y
además… —se detuvo a mitad de frase, sonrojado por lo que había estado a punto de decir.
Evar ladeó la cabeza y acercó su rostro al suy o. Se quedaron tan cerca el uno del otro que
pudo sentir su aliento rozándole la piel.
—¿Además?
Apartó la vista, poco dispuesto a dejar que Evar intuy era que estaba enamorado de él.
Después de todo lo que había pasado, quería disfrutar de un tiempo a su lado, quería tumbarse a
su lado y dejar que lo abrazara y acariciara.
Sin embargo, el demonio colocó una mano en su rostro y le obligó a mirarlo a los ojos.
—Puedes decirme lo que sea, Dariel. Tengo nueve mil años, no me enfadaré ni me ofenderé
así como así. Confía en mí.
Muy a su pesar, Dariel y a lo hacía. No le miró a los ojos cuando susurró:
—Estaba preocupado por ti.
Oy ó que Evar soltaba un ronroneo y tiró de él para abrazarlo. Dariel solo se dejó hacer,
agradecido porque sus palabras no lo hubieran apartado de él. Cerró los ojos con fuerza al pensar
en lo que sucedería si le confesaba sus sentimientos y su demonio lo rechazaba. Bloqueó esos
pensamientos y se aferró a Evar con más fuerza, aunque procurando no hacerle daño.
El Nefilim frunció el ceño cuando hundió una mano en su pelo y lo besó en la cabeza. Algo le
sucedía a Dariel, y le ponía nervioso no saber qué era. Podía oler su miedo, pero no sabía qué lo
asustaba, contra qué luchar y cómo protegerlo. Tal vez estuviera algo desorientado por estar en el
Infierno, después de todo, que él supiera todavía no había planeado visitar a Lucifer. Pero no
pasaba nada, haría lo que fuera necesario para que su estancia allí fuera lo más cómoda posible.
Intentando alejar su miedo, esbozó una pequeña sonrisa.
—Hay muchas cosas que quiero enseñarte de aquí. Tienes que conocer a mis hermanos, y
me gustaría presentarte a Fovuno.
Logró su objetivo; Dariel levantó la cabeza y lo miró con recelo y curiosidad.
—¿Quién es?
Evar le guiñó un ojo.
—Ya lo verás, creo que te gustará. —Le acarició una mejilla y su sonrisa se volvió diabólica
—. ¿Qué me dices? En cuanto esté recuperado, haremos eso que los humanos llamáis visita
turística. ¿Te atreves a echarle un vistazo al Infierno?
Dariel le devolvió la sonrisa.
—Eh, y a he tratado con dos Nefilim y con el mismísimo Diablo. No creo que puedas
asustarme.
Evar soltó una carcajada y le estrechó contra su cuerpo.
—Me muero de ganas por verlo.
Capítulo 9. El Jardín de las Flores de Fuego
“En las fiestas no te sientes jamás. Puede sentarse a tu lado alguien que no te guste.”
GROUCHO MARX

Dariel hizo un inmenso esfuerzo por no tumbar de nuevo a Evar en la cama. Habían pasado
cinco días desde que llegaron al Infierno, y Tamiel, Nico y él estaban comprobando su estado
físico.
Esos días habían sido un tanto extraños. Cuando estaba con Evar se sentía bien y a salvo, pero
puesto que él tenía que pasar la may or parte del tiempo en reposo, disponía de una gran cantidad
de horas para estar solo. Afortunadamente, tenía a Nico. La primera vez que lo vio entrar en la
habitación de Evar no lo reconoció; nunca lo había visto en su forma demoníaca, y cuando se
presentó, ambos Nefilim se echaron a reír. Tenía que reconocer que si bien en forma humana
Nico tenía un aspecto bastante agradable, como demonio era igual de aterrador que Evar. Como
él, llegaba sin problemas a sus buenos dos metros de altura, y tenía una complexión musculosa
impresionante, aunque no era tan robusto como su demonio y estaba un poco más delgado. Su
piel era de un hermoso tono blanco puro, decorada con extraños símbolos dorados, al igual que
sus largos cuernos. Lo único que no había cambiado en él era su cabello castaño, largo hasta los
hombros, sus preciosos ojos color lavanda y su carácter alegre.
Nico le mostró la may or parte del palacio, y pasaban mucho tiempo en la cocina privada de
Lucifer, quien les dio permiso para preparar toda la comida que quisieran con la condición de
que le guardaran un plato de cualquier cosa que prepararan. Sabía que Nico cocinaba bien por la
otra vez que estuvo en su casa, pero verlo en su forma demoníaca lo dejó con la boca abierta, y a
que solía utilizar la cola en multitud de ocasiones, tanto para coger cosas del armario como para
remover la comida e incluso cortar todo tipo de alimentos.
El Diablo también pasaba algún tiempo con él, aunque procuraba no hacerlo demasiado,
probablemente intuy endo que todavía no acababa de sentirse cómodo en su presencia. La may or
parte del tiempo observaba lo que Nico y él hacían en la cocina, y las pocas veces que se habían
quedado a solas, él se había limitado a hablarle del Infierno.
Le contó que antes de que él llegara, los clanes de demonios habían estado en guerra por
conseguir los distintos territorios y también persiguiendo a las almas humanas para devorarlas, no
importaba si eran buenas o malas. En aquel tiempo, los ángeles caídos eran pocos, y necesitaban
un ejército que pudiera hacer frente a Miguel y sus legiones, por lo que hablaron con algunos
clanes y les dijeron que los ángeles iban a ir hacia allí tarde o temprano, algo que, obviamente,
no les hizo mucha gracia. Algunos y a habían creado alianzas y estuvieron de acuerdo en intentar
poner paz entre todas las razas demoníacas. Los primeros en unirse a ellos fueron los Eligos,
jinetes de caballos-dragón, los Sy try, leopardos alados, los Chium, demonios ave, y Leviatán,
señor de todas las bestias salvajes del Infierno.
Con semejante fuerza, los pocos clanes que intentaron enfrentarse a ellos acabaron muertos,
y cuando Miguel y sus ángeles llegaron a sus dominios por primera vez, estaban preparados y ni
siquiera lograron pasar de la Sierra de Ceniza, la entrada al inframundo.
Desde entonces, los demonios firmaron una alianza con Lucifer. Este repartió el Infierno en
partes que correspondían a cada raza demoníaca, según sus necesidades, y se gobernarían a sí
mismos con sus propios líderes y ley es, pero en tiempos de guerra contra los ángeles, estuvieron
de acuerdo en ponerse bajo su mando y el de los ángeles caídos, puesto que eran los que mejor
conocían a sus enemigos.
Esa era la razón por la que Dios creía que Lucifer reinaba en el Infierno, cuando en realidad
solo los ángeles caídos le obedecían en tiempos de paz.
Estuvo tentado a preguntarle qué clase de trabajo quería que hiciera, pero se mordió la
lengua. Aun así, Lucien pareció leerle el pensamiento, porque le dijo que ahora solo tenía que
preocuparse por Evar, que y a hablarían de negocios más adelante.
Respecto al resto de Nefilim, Dariel no vio a ninguno de ellos. Sabía que iban a menudo a ver
a Evar, pero nunca se habían mostrado ante él, aunque tenía la vaga impresión de que al menos
uno de ellos le observaba. Era la misma sensación que había notado el día en que trajo a Evar a
los dominios del Diablo, cuando se quedó dormido en su habitación, así que tuvo que suponer que
le habían estado vigilando.
Sin comprender por qué, un día se lo preguntó a Evar. Él había entrecerrado los ojos y dejado
escapar un suave gruñido.
—Te pido disculpas en su nombre. Los Nefilim somos muy protectores entre nosotros y con
las personas que nos importan, y me temo que el resto de mis hermanos no acaban de fiarse de
ti.
A Dariel no le costó adivinar el motivo.
—Es porque soy medio ángel, ¿verdad?
Evar asintió.
—A todos nos han hecho daño, de una forma u otra. Kiro te tolera, pero tiene miedo de que
me hagas daño como me lo hizo Arlet, aunque sea de forma inconsciente. Skander y Zephir son
diferentes; no te harán daño, pero estarán atentos a tus movimientos incluso aunque salgas de
aquí. Probablemente sea uno de ellos quien te está siguiendo. Lo lamento.
—No es culpa tuy a. Creo que puedo entenderlo —dicho esto, frunció el ceño y contó
mentalmente—. Falta uno, ¿no? Creo que dijiste que quedabais seis Nefilim.
—Damián. ¿Qué pasa con él?
—¿Qué es lo que piensa de mí?
Evar se encogió de hombros.
—Él es nuestro líder, y el más antiguo de todos nosotros. Odia a los ángeles, probablemente
más que nadie, pero sabe mantener la cabeza fría. Me salvaste la vida en vez de arrebatármela
como habría hecho cualquier ángel, por lo que no te considera un enemigo.
Después de esa conversación, Dariel estuvo atento a la presencia que le seguía, pero a pesar
de ello, no logró ver al Nefilim y mucho menos identificarlo. No sabía que esos demonios
pudieran ser tan rápidos para escapar y ocultarse, aunque claro, Evar nunca había tratado de
esconderse de él.
Ahora, estaba en su habitación, mordiéndose el labio inferior mientras contemplaba cómo
apoy aba sus grandes patas en el suelo. Nico se encontraba a su lado, preparado para cogerlo a la
menor señal de debilidad, y Tamiel estaba un poco más apartado de todos, observando los
movimientos de su cuerpo y evaluando su estado.
Evar se levantó con lentitud y sonrió. Flexionó todos sus músculos, haciendo que una corriente
eléctrica recorriera la columna de Dariel. No había podido tocar a su demonio durante días, y no
había nada que deseara más en ese momento que acorralarlo en una pared y lamer cada
centímetro de su cuerpo.
Al alzar la vista, se dio cuenta de que Evar le estaba mirando con los ojos oscurecidos y una
diabólica sonrisa seductora. ¡Maldición!, quería tocarlo y apoderarse de esa condenada boca.
La risilla de Nico hizo que se sonrojara. Había olvidado que los Nefilim podían oler esas
cosas.
Evar alzó una ceja en dirección a Nico y, para la sorpresa de Dariel, le dio un latigazo con la
cola en una de sus patas. Pero el otro demonio fue más rápido y se apartó.
—¡Ey !, ¿por qué haces eso?
—Estás avergonzando a Dariel, compórtate.
—Lo siento —le dijo Nico, aunque su maliciosa sonrisa no desapareció de su rostro.
—Parece que tus patas y tu cola funcionan sin problemas —comentó Tamiel, ignorando por
completo a ambos demonios. Sus ojos aburridos indicaban que había visto esa escena
innumerables veces—. Prueba las alas y los brazos. Con suavidad.
Evar obedeció y estiró sus alas. Eran enormes, majestuosas y preciosas, a Dariel le
recordaban a las de un águila gigantesca. Articuló los hombros y flexionó los brazos con una
ancha sonrisa en su rostro. Parecía estar completamente recuperado.
Eso lo alivió.
Tamiel cruzó los brazos a la altura del pecho e hizo un asentimiento.
—Parece que no hay problemas, creo que y a puedes regresar a casa. Haz algo de ejercicio
para recuperar tu fuerza, pero sé suave. Quiero que Nico te acompañe por si te fallan las alas,
piernas, brazos o cualquier otra cosa.
—De acuerdo, Tamiel. Gracias.
La mirada del ángel caído se suavizó.
—No tienes que darlas. Tú eres como de mi familia, y a lo sabes.
Evar asintió y miró a Dariel.
—¿Listo para esa ruta turística?
Él bufó.
—Te recuperas un poco y te crees que y a puedes sobrevolar todo el Infierno. No he salido de
aquí, pero por lo que he visto en las ventanas, esto es gigantesco y dudo que puedas recorrerlo
entero.
Evar sonrió. Le gustaba que Dariel se preocupara por él, eso indicaba que le importaba. Tal
vez no tanto como él, pero al menos era algo.
Una parte de sí mismo no quería alegrarse. No podía albergar tanto amor por una persona
que probablemente no le correspondería. Él vivía en el mundo humano, incluso aunque trabajara
para Lucifer, permanecería allí, y él debía quedarse en el Infierno. También eran muy
diferentes, él no se enamoraría de un demonio como él, no tenía nada que ofrecerle salvo su
corazón y su alma.
Aun así, no podía evitar alegrarse y albergar unas pocas esperanzas. Sabía que no debía
hacerlo, pero era incapaz de controlarse; Dariel se había quedado en el Infierno por él, porque
estaba preocupado por su bienestar. Eso quería decir que le apreciaba, que tenía sentimientos por
él, y que puede que con el tiempo llegara a amarlo.
Reprimió esos pensamientos. No quería decidir qué era lo que iba a hacer, quería disfrutar de
todo el tiempo que pasara con Dariel mientras pudiera.
—Solo quiero enseñarte un par de cosas. Además, Nico viene con nosotros.
El joven demonio asintió.
—Seré su niñera —dicho esto, soltó una carcajada—. Qué raro. Normalmente mis hermanos
suelen ser los que cuidan de mí.
Dariel frunció el ceño.
—¿Y eso?
Nico se encogió de hombros.
—Soy el más joven.
Después de eso, los cuatro salieron de la habitación. Tamiel se marchó tras despedirse de los
Nefilim y lanzarle una mirada extraña a Dariel, mientras que ellos fueron al gran salón. Este
tenía el techo tan alto como el resto de habitaciones, y las pinturas representaban a una hermosa
mujer desnuda, cuy o cuerpo estaba envuelto por el cuerpo de una gran serpiente negra. Las
paredes eran de color azul oscuro, probablemente de lapislázuli, y estaban repletas de cuadros de
paisajes que Dariel no había visto nunca, así como de algunas fotografías donde ángeles caídos,
demonios y otras bestias posaban con grandes sonrisas.
El suelo era de exquisita madera con dibujos geométricos, y al fondo había una enorme
chimenea. Pegados a las paredes, había elegantes divanes y pequeñas mesitas, y una gran
alfombra predominaba en el centro del salón. También había una larga mesa cuadrada repleta de
confortables sillas, con unos cuantos libros, unos pocos ordenadores portátiles y algún que otro
juego de mesa. Al otro lado, había tres largos sofás encarados a una enorme televisión de
plasma, con una mesita baja pero ancha frente a ellos. Lucifer estaba allí, recostado entre los
cojines y con los pies descalzos apoy ados en el mueble mientras leía un libro de una tal Laurann
Dohner.
Al verlos entrar, les dedicó una deslumbrante sonrisa.
—Qué inesperado placer veros a los tres aquí. Evaristo, me alegro de que y a estés en pie.
Dariel frunció el ceño al escuchar cómo lo llamaba. No se había dado cuenta antes de que el
nombre completo de su demonio fuera ese.
Evar hizo una mueca.
—¿Ya estás ley endo otra vez Crepúsculo?
El Diablo resopló y le enseñó la portada, donde aparecía el torso desnudo de un hombre muy
musculoso que llevaba unas cadenas que le colgaban por los hombros.
—Si esto fuera Crepúsculo, amigo mío, todas las adolescentes que lo hubieran leído habrían
muerto de un golpe de calor. El protagonista está tan caliente que no me importaría que me diera
un bocado.
Dariel se quedó con la boca abierta. ¿A Lucien le gustaban las novelas románticas? ¿A
Lucifer, señor del mal y las tinieblas?
Lucien les hizo un gesto con la mano.
—Sea lo que sea lo que vay áis a hacer, no hagáis mucho ruido. Voy por la mitad del libro de
Fury y os juro que como me interrumpáis, voy a cabrearme. Tengo una tonelada de trabajo
cuando lo termine y quiero acabarlo contento.
Evar asintió.
—No te causaremos problemas.
Él asintió y se concentró en la lectura. A Dariel le llamó la atención que se quedara tan quieto.
Solo sus ojos se movían de un lado a otro, ley endo las páginas con calma pero sin pausa.
Evar le tocó la mano y le dio un suave apretón. Al mirarle, sus ojos estaban un tanto inquietos.
—Quiero que conozcas a mis hermanos —dijo, un tanto dubitativo.
Dariel hizo una mueca, muy consciente de que no sería muy bien recibido.
—¿Estás seguro?
Su demonio le cogió por los hombros y los acarició.
—Quiero hacerles entender que no eres como Arlet, y que no tienes nada que ver con los
ángeles. No te aceptarán de inmediato, eso lo sé, pero me gustaría que pudiéramos estar todos en
la misma habitación sin gruñirnos, sobre todo ahora que vas a pasar más tiempo conmigo.
Esas últimas palabras hicieron que su corazón se acelerara.
—¿Y eso?
Evar le guiñó un ojo.
—Es una sorpresa, y a lo verás.
Genial, le encantaban las sorpresas, pensó con ironía. Pero para Evar parecía importante que
él y sus hermanos se llevaran bien, y estaba dispuesto a enfrentarse a cuatro enormes y
probablemente aterradores demonios por hacerle feliz.
—Está bien, intentaré ser agradable, pero luego no me hagas responsable si les lanzo un ray o.
Nico soltó una carcajada que fue coreada por Lucien, mientras que Evar sonreía
abiertamente.
—Solo sé tú mismo, a los Nefilim no nos gusta que nos mientan. —Hizo una pausa y sus labios
se curvaron con diabólica diversión—. Pero si empiezas a lanzar ray os, avísame para que me
ponga en un lugar alto como espectador.
—¡A mí también! —gritó Lucien, alzando la mano con una divertida sonrisa.
Evar, Dariel y Nico lo miraron con el ceño fruncido.
—¿Tú no estabas ley endo? —preguntó el primero.
El hombre le quitó importancia con un gesto de la mano.
—Soy el Diablo, y como las mujeres, puede hacer dos cosas a la vez.
El demonio puso los ojos en blanco mientras que su hermano menor soltaba una carcajada.
Al mirar a Dariel, se dio cuenta de que él también había rodado los ojos. Eso le divirtió, pero su
sonrisa duró muy poco. Estaba seguro de que Damián y Kiro se comportarían, puede que incluso
sintieran algo de simpatía, pero le preocupaban Zephir y Skander.
Quería que vieran que él no era como los ángeles, que no intentaría llevarlo al Cielo ni que le
haría daño como lo hizo Arlet. Le gustaría que le aceptaran. Él le amaba y lo último que quería
era que uno de ellos acabara perdiendo el control y le hiciera daño. Odiaba tener la seguridad de
que se enfrentaría a su propia familia por Dariel, pero era lo que sentía.
Tenía que funcionar.
—¿Estás preparado? —le preguntó a Dariel.
Él asintió, aunque no parecía muy convencido.
Intercambió una mirada con Nico, quien inclinó imperceptiblemente la cabeza y se colocó
detrás de Dariel, listo para llevárselo si las cosas salían mal.
Avanzó un paso, inspiró hondo y murmuró:
—¿Damián? ¿Kiro? ¿Zephir? ¿Skander?
Dariel contuvo el impulso de quedarse con la boca abierta al ver a los cuatro demonios que
aparecieron frente a él.
Decir que eran aterradores era quedarse corto. Como Evar y Nico, pasaban sin problemas de
los dos metros de altura, y sus cuerpos eran robustos, musculosos y estaba claro que habían sido
creados para intimidar hasta al mismísimo Dios. Los hombros anchos se estrechaban conforme
descendía la vista hacia sus amplios pectorales, sus fuertes abdominales y las curvas de sus
cinturas. Todos tenían enormes patas de dragón terminadas en escalofriantes garras afiladas, una
larga y potente cola, majestuosas alas, dos cuernos que se curvaban hacia atrás y temibles
colmillos. Y, sin embargo, eran muy diferentes entre sí.
El primero en el que se fijó era de un exótico colorido; su piel era una mezcla entre dorada y
anaranjada, y estaba repleta de motas negras, como si le hubiesen mezclado con un jaguar. No
era el más musculoso del grupo, se encontraba entre la figura más esbelta de Nico y la robusta
de Evar. Su cabello era rubio y lo llevaba bastante corto, aunque gracias a su espesura parecía
tenerlo más largo, algo que combinaba a la perfección con sus ambarinos ojos, que lo
contemplaron con una mezcla de desconfianza y curiosidad.
El que estaba a su lado le produjo un escalofrío. Era igual de grande que Evar, pero sus
facciones eran más duras e iracundas, era evidente que no le gustaba que estuviera allí. El color
de su piel era llamativo, pero de un modo aterrador; roja como la sangre y decorada con lo que
parecía ser tatuajes negros con forma de tallos espinosos. Con semejante aspecto, nadie habría
dudado que era un auténtico demonio del Infierno, cruel, despiadado y sediento de sangre. El
color de su cabello era bastante particular, tenía mechones pelirrojos y rubios, los cuales caían
largos hasta rozarle prácticamente el pecho, enmarcando así su furibundo rostro, donde
predominaban unos ojos pardos de intensa mirada.
El siguiente tenía un aspecto menos escalofriante, pero seguía siendo igualmente inquietante.
Era aún más grande que Evar y el Nefilim de piel roja, y su piel verdosa de tono oscuro
recordaba a la de un cocodrilo. Lo que más le llamó la atención fue el dibujo que la decoraba;
parecía una especie de delgada telaraña gris que lo cubría entero, desde las grandes patas hasta
su rostro. Llevaba el cabello corto y ondulado, de un tono castaño oscuro, y sus facciones eran
serenas e impasibles, aunque la tensión de sus labios y la cautela de sus claros ojos verdes le
dijeron a Dariel que él tampoco parecía tener intención de ser amigable.
El último puede que fuera el más intimidante, aunque no supo explicar por qué. Era enorme y
fuerte, tanto como el demonio verde, y su piel era negra como el carbón y estaba decorada con
ray as rojas. Su cabello le llegaba a la mitad de la espalda, y su intenso color rojo le daba un
aspecto salvaje y sanguinario. Su rostro de afilados rasgos era una perfecta máscara
indescifrable, en la cual predominaban unos diabólicos y oscuros ojos rojos que lo contemplaban
carentes de emoción.
Eran realmente imponentes, por no encontrar una palabra mejor con la que describirlos, y
asustaban de verdad. Pero Dariel se negó a mostrar miedo y los miró directamente a los ojos.
Cuando el Nefilim rojo se encontró con su mirada, desnudó sus colmillos y le gruñó. El
demonio de piel negra giró la cabeza para lanzarle una mirada de advertencia, a lo que el otro
respondió con un resoplido. Al menos, ocultó los largos caninos.
—Evar —saludó el que había detenido al ser rojo—, ¿qué podemos hacer por ti?
Este se hizo a un lado para que vieran bien a Dariel.
—Quiero presentaros a Dariel. Dariel, este es Damián, el líder de mi raza, y los demás son
Kiro, Skander y Zephir —los presentó señalando en primer lugar al Nefilim de piel dorada,
después al de color rojo y por último al de tonalidad verde.
Inclinó la cabeza a modo de saludo. Cada vez que Evar y Nico se veían se dedicaban una
pequeña inclinación, nunca se daban la mano, por lo que supuso que esa era su forma de decir
hola.
Los cuatro demonios parecieron sorprendidos por su gesto, y vio por el rabillo del ojo que
Evar esbozaba una sonrisa de aprobación.
Damián se adelantó un paso y le devolvió el saludo.
—Nos alegramos de conocerte, Dariel. Querríamos aprovechar esta ocasión para darte las
gracias por salvar a nuestro hermano. De no ser por ti, él habría muerto, y no olvidaremos eso.
En ese momento, Skander resopló. Damián lo ignoró.
—Ninguno de nosotros te hará daño, tienes mi palabra. Comprende, sin embargo, que algunos
estemos un tanto preocupados por tu procedencia. No nos llevamos especialmente bien con los
ángeles.
Dariel se encogió de hombros.
—Después de todo lo que me ha contado Evar, es comprensible.
—¿Qué vas a entender tú?
Todos se giraron para mirar a Skander. Dariel era consciente de las miradas reprobatorias que
le lanzaron al demonio, pero lo que más le sorprendió fue el amenazador gruñido que salió de los
labios de Evar.
—Skander —le llamó Damián alzando un poco el tono de voz—, compórtate.
El Nefilim lo fulminó con sus ojos pardos.
—No estoy haciendo nada malo. Solo digo que él no puede comprendernos. No tiene ni idea
de por lo que hemos pasado.
—Puede que no pueda entender vuestro dolor —dijo Dariel, ganándose así la atención de
todos, pero él solamente miraba a Skander—, pero sé que vuestro odio hacia los ángeles está
justificado.
Skander siseó.
—Tú no sabes nada.
—Sé que mataron a vuestras mujeres, y que después estuvieron a punto de mataros a todos.
Sé lo que Arlet le hizo a Evar, y que por su culpa perdisteis a uno de vuestros hermanos.
El demonio gruñó más fuerte.
—Pero y o no soy como ella. No me he criado con los ángeles, no tengo ninguna relación con
Dios.
—Puede que no, pero ¿cuánto tardarás en cambiar eso?
Los ojos de Dariel llamearon.
—No tengo interés en unirme a ellos. No después de que intentaran matar a Evar.
—Mientes, él no significa nada para ti.
Esas palabras hicieron que su sangre hirviera de rabia. ¿Cómo se atrevía a cuestionar sus
sentimientos? Nunca le había gustado nadie, nunca se había enamorado ni había tenido una
relación tan íntima con otra persona. Evar era el primero que había llegado a su corazón, se había
convertido en lo más importante de su vida, haría cualquier cosa por él.
¿Y ese demonio se atrevía a decir que Evar no era nada?
Apretó los puños con fuerza, tratando de contenerse, sin ser apenas consciente de que unas
pequeñas chispas estaban saltando de su piel.
Nico retrocedió prudentemente.
—Ahora eres tú el que no sabe de lo que habla.
Skander gruñó con fuerza.
—Que dejes que te folle no te convierte en su pareja.
Ahí había tocado una fibra sensible. Muy sensible, demasiado. No había nada que deseara
más que Evar le amara, pero se negaba a hacerse esperanzas. Y sin embargo, sabía que cuando
volviera a tocarle, él se dejaría llevar por sus besos y caricias, se haría más daño a sí mismo.
Pero aun así, quería ese contacto, quería hacerse por unos instantes la ilusión de que le importaba
más allá del plano físico.
Un relámpago salió disparado de su cuerpo en contra de su voluntad hacia donde se
encontraba Lucifer, pero este se desvaneció sin inmutarse y reapareció en el otro sofá. Sonrió
cuando el mueble saltó por los aires, totalmente chamuscado.
—¡Menuda chispa tienes, Dariel! —comentó, riendo.
Sin embargo, Skander no se lo tomó como una broma, sino como una amenaza. Con veloces
movimientos, se agazapó y se abalanzó sobre él con un potente rugido antes de que Damián o los
otros dos Nefilim pudieran detenerlo.
Dariel maldijo en voz alta y se preparó para el combate, pero se quedó petrificado cuando
Evar se interpuso entre ambos para plantar cara a Skander.
Su corazón palpitó con fuerza y pensó a toda velocidad. Evar todavía estaba herido y no
quería que le hicieran daño por su culpa. Reaccionó sin pensarlo, dispuesto a todo por protegerle;
lo empujó con sus poderes unos metros, apartándole del peligro, y se enfrentó a la furia de
Skander. No deseaba hacerle daño, era el hermano de su demonio y no quería que le odiara por
haberle atacado. Así que se agachó y golpeó el suelo con fuerza, creando una barrera eléctrica a
su alrededor.
Skander se paró en seco y contempló los ray os con desconfianza. Dariel no le atacaría
directamente, pero tampoco iba a quedarse indefenso.
En ese momento, Damián se abalanzó sobre Skander y lo inmovilizó en el suelo al mismo
tiempo que le hablaba a toda velocidad en otra lengua que Dariel desconocía. El demonio trató de
librarse de él, pero su líder le gritó y señaló a Evar con la cabeza. Como si le hubiesen echado
una jarra de agua fría, Skander se estremeció y relajó su postura hasta que sus alas se quedaron
en el suelo, como si algo lo hubiera abatido.
Nico fue el primero en acercarse a su hermano y en cubrirlo con sus alas, gesto que imitó
Damián. Dariel recordó aquella vez en la que Evar le contó que a los Nefilim no les gustaba que
otras personas vieran su dolor, por lo que los demás los protegían con sus alas.
¿Qué es lo que le habría dicho Damián?
—Dariel, ¿estás bien?
Quitó la barrera eléctrica al ver que era Evar quien se acercaba a él. Su demonio lo envolvió
con sus brazos y lo estrechó con fuerza contra él en ademán protector. Se sintió seguro al instante
y se alegró de que lo abrazara de esa manera, como si fuera lo más importante del mundo para
él.
—Sí, no es nada.
—Puede que sea mejor que deis una vuelta —dijo una voz a sus espaldas. Lucifer se había
colocado tras ellos, con el libro en una mano y una amable sonrisa.
Evar bajó un poco la cabeza.
—Discúlpanos, Lucifer. No queríamos molestarte.
—Al contrario, ha sido muy divertido. Deja que hable con tus hermanos antes de que se
reúnan en la fiesta con vosotros.
Dariel levantó la cabeza hacia su demonio.
—¿Fiesta? ¿Qué fiesta?
Evar sonrió.
—¿Recuerdas que te he hablado alguna vez del Jardín de las Flores de Fuego?
El semidiós hizo memoria y frunció el ceño.
—¿No es donde estaban las almas humanas buenas?
—Sí, les encantan las fiestas y llevan unos días haciendo los preparativos para hoy. Pensé que
tal vez te gustaría echar un vistazo.
Tras unos momentos de duda, asintió. Todavía tenía un poco de aprensión por estar en el
Infierno, pero al mismo tiempo, le picaba la curiosidad. Como si Evar pudiera leerle el
pensamiento, le acarició la parte baja de la espalda con suavidad. Tuvo que morderse el labio
inferior al sentir cómo sus uñas rozaban la piel desnuda por debajo de su camiseta, en una erótica
caricia que disparó su deseo de inmediato.
Evar dejó escapar un gruñido complacido y miró a sus hermanos, que todavía se ocultaban
bajo sus alas.
—Será mejor que nos vay amos —dicho esto, lo soltó a regañadientes y rodeó su cintura con
un brazo para guiarlo al pasillo y dejar así solos a los Nefilim con Lucifer.
Pasaron de largo las habitaciones y lo llevó al salón de baile. Abrió uno de los grandes
ventanales e invitó a Dariel a acercarse. Él obedeció, un poco nervioso por lo que estaba a punto
de ver. No era lo mismo observar el Infierno a través del cristal que contemplarlo personalmente,
y temía lo que iba a encontrar.
Lo que vio lo dejó con la boca abierta. Siempre se había imaginado el Infierno como un lugar
de asfixiante calor, oscuro y lleno de humo, repleto de almas en pena que vagaban por doquier y
de horrendos demonios. En cambio, era un lugar luminoso, pues el cielo parecía estar sumido en
un atardecer, con sus tonos anaranjados, rojos y violetas, anunciando la llegada de la noche. La
temperatura era alta, cierto, pero de una forma extrañamente agradable, acogedora incluso. Una
gran cordillera se extendía en el horizonte, recortada contra los hermosos colores del cielo.
Alcanzó a ver más montañas, acantilados, praderas y colinas, pero no mucho más.
Evar le señaló la larga cordillera.
—Esa es la Sierra de Ceniza, la entrada al Infierno, es donde y o vigilo y también el hogar de
los Nefilim. Desde allí hasta donde estamos nosotros, en el Palacio de Ébano, es la parte en la que
las almas malvadas son torturadas.
Dariel alzó las cejas.
—¿En serio?
El demonio asintió.
—Ahora no los oy es porque las Sombras estarán descansando. Cuando salgan, los volcanes
empezaran a echar humo y alcanzarás a oír el rumor de los gritos.
—¿Qué son las Sombras?
Evar frunció el ceño y se tomó su tiempo para meditar la mejor forma de explicárselo.
—Es difícil de decir. No son ni humanos, ni demonios ni cualquier otra criatura conocida.
Lucifer piensa que son la esencia misma de las tinieblas, pero tampoco puede estar seguro.
Aparecieron en el Infierno poco después de que llegara aquí y se ofrecieron a torturar a los
humanos. Ellas se alimentan de la energía vital de sus almas, y a Lucifer no le pareció mala idea
siempre y cuando se mantengan alejadas del resto de los demonios. No son nuestras aliadas, no
lucharán junto a nosotros para echar a los ángeles a menos que ellos intenten apoderarse de su
fuente de alimento.
—¿No os preocupa que se vuelvan contra vosotros? —preguntó Dariel, un tanto inquieto.
—Hasta donde sabemos, esas criaturas no parecen albergar ninguna clase de emoción. No les
interesa el poder de los demás ni los territorios del Infierno, solo piden torturar a las almas
malvadas a cambio de poder alimentarse de ellas. Lucifer crey ó que sería un buen castigo para
la clase de gente que viene aquí.
Dariel asintió y se removió, un tanto incómodo, mientras contemplaba las montañas.
—¿Dices que a veces se oy en sus gritos?
Evar asintió.
—No sientas compasión por esas almas, Dariel. Tú eres un semidiós, no puedes ver los
pecados que han cometido, pero y o sí. Algunos son tan horribles que los siento desde mi puesto de
vigilancia. Esos monstruos que se hacen llamar humanos no merecen compasión, al contrario,
me alegro de que las Sombras les hagan gritar de ese modo.
El semidiós asintió, recordándose a sí mismo que en el Infierno no solo había buenas personas
que habían sido rechazadas por Dios, sino que también llegaban toda clase de seres miserables.
Evar tenía razón; hombres como el padre Tom merecían todo el sufrimiento que pudiera ofrecer
ese lugar.
Su demonio lo cogió de la mano y le señaló la otra dirección.
—Ese es el norte, allí están todos los territorios de los demonios y el Jardín de las Flores de
Fuego. Mira, esas con las Llanuras de los Jinetes Negros, y más allá están las Cumbres de los
Cuervos. La Selva de la Noche se extiende hasta llegar a la costa y al Océano de las Tinieblas.
—¿Ahí es donde viven los demonios?
—Sí. Probablemente veas a algunos en el Jardín de las Flores de Fuego. Muchos vienen a las
fiestas, así que no te asustes al ver su aspecto. Las almas humanas que están aquí no les temen,
y a están acostumbradas.
—Entiendo.
Evar sonrió y, de un buen salto, se subió a la barandilla. Dariel vio cómo sacudía sus plumas
antes de que todas regresaran a su lugar. Era obvio que estaba a punto de alzar el vuelo.
Sus ojos castaños lo miraron resplandecientes de emoción.
—¿Vamos? Tengo ganas de volar. A los Nefilim nos encanta.
Dariel le devolvió la sonrisa y dejó que aparecieran sus alas.
—A mí también —dijo a la vez que aleteaba un poco para subirse a la barandilla. Al ver sus
blancas plumas, tuvo una duda—. Oy e, ¿no me atacarán cuando me vean? Podrían confundirme
con un ángel.
—No si vas conmigo. Todo el mundo sabe que los Nefilim no soportamos a los ángeles.
Pensarán que eres otra cosa.
Más aliviado, abrió las alas y miró abajo. Sus labios se curvaron hacia arriba. Hacía días que
no volaba, y lo cierto era que lo había echado de menos.
Cerró los ojos y se dejó caer al vacío. Le encantaba sentir cómo el viento golpeaba su cara
mientras descendía a gran velocidad, y ver cómo los majestuosos balcones del palacio de Lucien
pasaban rápidamente ante sus ojos. Cuando y a estaba cerca del gran lago rojo sobre el cual se
alzaba la morada del Diablo, abrió sus alas y se elevó velozmente hacia arriba, a tiempo de ver
cómo Evar tomaba impulso con sus fuertes patas para saltar.
Verlo alzar el vuelo era impresionante. Era la personificación del poder y la elegancia, la
fuerza y la majestuosidad. Podía ver cómo los músculos de su torso se contraían cada vez que
movía las alas hacia abajo para elevarse, y cómo el viento agitaba su cabello, dejando su rostro a
la vista. Parecía estar disfrutando del vuelo cuando fijó sus ojos en él.
Un brillo travieso oscureció su mirada. Instantes después, plegó sus alas y bajó en picado
hacia él.
Dariel sonrió, siendo muy consciente de lo que pretendía. Con una sonrisa juguetona, giró en
el aire a tiempo de evitar que Evar lo cogiera y huy ó de él entre carcajadas. Pero su demonio
era obstinado y volvió al ataque. Desafortunadamente para él, Dariel era más pequeño y ligero,
y le resultaba más fácil hacer volteretas y fintas en el aire para esquivarle y luego escapar.
Hubo un momento en el que el semidiós voló velozmente hacia un bosque que rodeaba el
Palacio de Ébano y Evar se colocó debajo, preparado para atacar desde ahí. Así que Dariel tomó
impulso hacia arriba, siendo sorprendido por el demonio, que giró todo su cuerpo para deslizarse
a un lado y batir las alas con fuerza. De repente, lo tenía encima. Su cola se enrolló alrededor de
su cintura y lo pegó a su duro cuerpo para después empujarlo hacia abajo.
Cay eron en el frondoso bosque, pero no se hicieron daño. Evar los protegió a ambos con sus
alas de las ramas y aterrizó sobre sus enormes patas antes de tumbarlo de espaldas en el suelo.
Dariel jadeaba y reía al mismo tiempo. ¿Cuándo había sido la última vez que había jugado
con alguien? Debía de ser muy pequeño, porque no lo recordaba. Su infancia había muerto el día
en el que el padre Tom empezó a llamarlo a su despacho, y debido a su timidez no había tenido
muchos amigos.
Evar también reía cuando se colocó sobre él, apoy ándose en los brazos y en sus patas. Dariel
fue entonces consciente de su ardiente piel, que presionaba suavemente contra su fina camiseta y
sus pantalones. Estaban muy cerca el uno del otro, y dejó de reír al ver el rostro de Evar a
escasos centímetros del suy o. Sus ojos tenían un brillo alegre que fue sustituido poco a poco por la
sombra de la pasión.
No tuvo que pensarlo mucho. Sabía lo que deseaba y quería tomarlo mientras le fuera
posible, así que cogió el rostro de su demonio entre sus manos y trazó sus hermosas facciones. Él
no hizo ningún movimiento cuando pasó los dedos por su frente y los bajó por su nariz, exploró
sus pómulos y acarició la mandíbula y el mentón, para terminar rozando sus labios entreabiertos.
Evar dejó escapar un ronroneo y se inclinó para apoderarse de su boca. Dariel dejó escapar
un gemido. Llevaba días y noches soñando con ese momento, a menudo había estado a punto de
ceder a la tentación de besarlo, pero el miedo a dejarse llevar y hacerle daño se lo había
impedido. Sin embargo, ahora Evar estaba bien, la forma en que los músculos de su torso se
contraían al pasar las manos por ellos le indicaban que no sentía ningún dolor, solo el placer de
sus caricias.
Exploró su amplio pecho y descendió hasta llegar al vientre. Procuró evitar la zona rugosa de
su piel, donde tenía la cicatriz de la herida, y hundió con suavidad los dedos en su cintura,
arqueando su cuerpo para poder frotarse contra él. Su demonio gruñó en respuesta y abandonó
sus labios, que se deslizaron hacia su cuello. Se le escapó un jadeo cuando le mordió. No le hizo
daño con los colmillos, pero su roce le produjo eróticos escalofríos, y deseó sentirlos en otras
partes de su cuerpo.
—Echaba de menos tocarte de esta forma —susurró Evar después de que su lengua dejara un
rastro de fuego por debajo de su oreja. Dariel gimió en respuesta y le clavó los dedos en la
espalda. El demonio gruñó, complacido—. Me encanta cómo te agarras a mí cuando eres presa
del placer, el olor que desprendes —dicho esto, inspiró profundamente y volvió a gruñir—.
Hueles tan condenadamente bien que me cuesta mantener el control.
—No lo hagas —murmuró Dariel a la vez que pegaba su cuerpo al de Evar—. Te deseo, y no
quiero que te contengas.
Los ojos del demonio brillaron, hambrientos.
—No me tientes, Dariel.
Él sonrió y se quitó la camiseta de un tirón. Oy ó el gruñido ronco de Evar antes de que
cogiera su rostro entre sus manos y lo besara. Quiso lanzar un grito de victoria al sentir cómo sus
labios se movían feroces sobre los suy os, impacientes y salvajes, y cómo sus dedos se deslizaron
por todo su cuerpo, con cuidado de no arañarle con sus largas uñas. Jadeó cuando una de sus
manos se detuvo en el bulto de sus pantalones y la movió de arriba abajo, acariciándole.
Tembló al sentir que la boca de Evar descendía sobre su cuerpo, explorándolo a conciencia,
lamiendo cada centímetro de su piel. Se arqueó contra sus labios tras sentir el roce de sus
colmillos en un pezón, y gimió después de pasar la lengua por él. Su mano seguía acariciando sin
piedad su parte adolorida, y que le estuviera torturando con su boca no lo ay udaba. Hundió los
dedos en su cabello y lo apretó más contra su cuerpo. Evar había llegado a sus caderas y le
estaba desabrochando los pantalones. Gritó de placer al sentir su mano desnuda sobre su virilidad,
acariciándola con embestidas lentas y suaves, sumiéndole en una deliciosa tortura.
—Evar… —gimió, balanceando sus caderas.
Él sonrió.
—¿Qué quieres, Dariel?
Le fulminó con la mirada, o al menos lo habría hecho de no ser porque sus ojos estaban
nublados por el deseo.
—¡Maldita sea, Evar! No estoy de humor para que juegues conmigo.
Su demonio ensanchó su sonrisa, tanto que se le vieron los colmillos.
—Pero y o sí. Llevo días sin poder tocarte, y tengo toda la intención de pasar un buen rato
viendo cómo te estremeces antes de que te corras.
A duras penas, Dariel logró sentarse. Evar le lanzó una advertencia con la mirada y con su
mano, que aumentó el ritmo de sus caricias, haciendo que se estremeciera de nuevo y jadeara,
pero eso no le impidió coger su rostro y rozar sus labios con los suy os a la vez que le decía: —Por
favor.
El demonio gruñó y lo besó con ansia. No tenía ni idea de si había logrado convencerle o no,
solo supo que su mano dejó de tocarle y gimió en protesta. Pero Evar lo tumbó en el suelo de
nuevo y le abrió los muslos. Un nuevo grito estremeció su cuerpo después de que su amante
tomara su miembro en su boca y lo acariciara con sus labios y lengua. Esta vez no fue lento, sino
que se movió rápido pero procurando no hacerle daño con los colmillos. Su boca le hizo el amor
de un modo apasionado y salvaje, y Dariel no podía dejar de retorcerse, presa de la oleada de
fuego que estaba a punto de consumirlo.
El clímax hizo que hundiera los dedos en la tierra y se estremeciera entero. Su cuerpo tembló
mientras las últimas crestas de placer lo atravesaban y se dejó arrastrar por la pasión. Evar lo
limpió con delicadeza a la vez que él trataba de recuperar el aliento. Poco después, le subió los
pantalones y se los abrochó.
Dariel entrecerró los ojos al ver que recogía su camiseta.
—¿Qué estás haciendo?
Evar lo miró un momento y, al ver su oscura expresión, frunció el ceño, confuso.
—Te he dado placer, por ahora hemos terminado. Por eso quería pasar más tiempo
lamiéndote, no quería acabar tan rápido.
Antes de que el demonio previera lo que iba a hacer, Dariel se agazapó y se abalanzó sobre
él, echándole al suelo. Cuando Evar se sentó en la tierra, sorprendido, se dio cuenta de que el
semidiós se había colocado a horcajadas sobre él.
La sonrisa pícara que le dedicó hizo que su deseo por él aumentara.
—Ni se te ocurra decir que hemos terminado, demonio. Yo aún no te he dado placer —dicho
esto y sin esperar a que le respondiera, le dio un beso que le dejó sin sentido.
Evar no tenía intención alguna de negarle cualquier tipo de placer que pudiera darle, así que
se dejó llevar por el beso y permitió que sus manos vagaran por todas partes de su cuerpo. Le
estaba mordisqueando el cuello cuando su agudo oído detectó un sonido familiar.
Sobresaltado, cogió a Dariel en brazos y lo puso en pie. Él frunció el ceño cuando le tendió la
camiseta.
—Póntela, tenemos compañía.
Su amante obedeció en silencio y se colocó a su lado con inquietud, pero se dio cuenta por su
mirada decidida de que estaba preparado para atacar.
Él le tranquilizó cogiéndolo de la mano.
—No te preocupes, es un viejo amigo.
Dariel ladeó la cabeza y agudizó sus sentidos. No tardó en escuchar un enorme estruendo y
en sentir que el suelo bajo sus pies empezaba a temblar ligeramente. Relinchos y gritos
atravesaron la espesura del bosque, y entre la neblina alcanzó a ver unas figuras que iban
montadas a caballo.
A medida que se acercaban, se dio cuenta de que no eran humanos. Pese a que iban sentados
sobre los animales, vio que todos eran casi tan altos como Evar, y prácticamente igual de
robustos y musculosos. Sus pieles eran de color negro, pero tenían pequeñas motas de colores
repartidas por todo el cuerpo. Casi todos tenían el cabello corto y rizado, entre el cual se
asomaban unos gruesos cuernos y unas orejas puntiagudas. En cuanto estuvieron a unos pocos
metros de distancia, se dio cuenta de que sus dientes eran afilados, y que todas sus monturas eran
de un intenso color negro, con ojos rojos y alas de dragón, que llevaban plegadas a los costados.
El demonio que iba delante detuvo su caballo y alzó un puño, ordenando al resto de jinetes
que pararan. Bajó de su montura de un salto y se dirigió hacia ellos con una sonrisa amistosa que
no parecía pegar con su escalofriante aspecto. Su piel negra estaba veteada de amarillo, y su
cabello oscuro tenía reflejos rojizos que hacían brillar sus ojos, de color miel.
—¡Evar! —exclamó, abriendo los brazos—, hacía tiempo que no te veía. He oído que estabas
en el mundo humano haciendo un trabajo para Lucifer.
El Nefilim sonrió y señaló a Dariel con la cabeza.
—Él es el trabajo. Me hirieron y tuvimos que venir aquí.
El demonio miró al semidiós de arriba abajo y asintió. Sus labios se curvaron traviesos hacia
arriba al ver sus manos, todavía unidas.
—Veo que es más que un trabajo.
Dariel se sonrojó y esperó a que Evar le soltara, pero no lo hizo. No parecía importarle que
otros supieran la clase de relación que mantenían. En vez de eso, gruñó suavemente y lo acercó
más a su cuerpo para rodear su cintura con un brazo.
—Mantén tus manos alejadas, Abe. Es mío.
El tal Abe estalló en carcajadas.
—Tranquilo, mis hombres y y o respetamos las parejas, ¿verdad, chicos?
El resto de jinetes gritó y les saludaron alegremente. Para tener un aspecto tan imponente, a
Dariel le parecieron bastante amigables.
Más relajado, Evar se apartó un poco y señaló a Abe.
—Este es Abigor, líder de los Eligos, creo que y a has oído hablar de ellos.
El Eligos levantó su puño y se lo llevó al pecho antes de hacerle una reverencia. Dariel supuso
que esa era la forma en la que saludaban, así que lo imitó, sintiéndose un tanto extraño.
—Puedes llamarme Abe, todo el mundo lo hace excepto Lucifer. Sé bienvenido al Infierno,
espero que tu estancia aquí sea agradable y que nos veamos a menudo —dicho esto, centró su
atención en Evar con ojos esperanzados—. ¿Vais a la fiesta del Jardín? Bite y Cay m también
vienen, incluso Lev se pasará un rato.
Evar asintió.
—Nos dirigíamos allí ahora mismo.
—Acompañadnos, entonces —los invitó Abe antes de decirles algo a sus hombres en un
idioma que Dariel no logró identificar, pero a lo que los jinetes respondieron con una nueva salva
de gritos alegres. Después, el demonio les sonrió—. Nos vemos en la fiesta, chicos.
El Nefilim cogió a Dariel de la mano y le instó a alzar el vuelo. Este tuvo la ocasión de
contemplar desde las alturas cómo los caballos corrían entre los árboles a gran velocidad hacia
un espacio abierto, libre de árboles y lleno de casas que parecían sacadas de un cuento.
—¿Qué te han parecido? —le preguntó Evar a la vez que les seguían desde el cielo.
—Son más… simpáticos de lo que esperaba.
El demonio sonrió.
—No creo que encuentres otra raza demoníaca más sociable que los Eligos. Viven al oeste del
Jardín de las Flores de Fuego y son los que tienen más contacto con las almas humanas. Pero no
te dejes engañar. Conocen bien la guerra y a los soldados, son muy resistentes y leales, y jamás
huy en ante un enemigo. Son temibles con cualquier tipo de arma, pero prefieren las lanzas, y
siempre atacan montados a caballo.
Dariel asintió y curvó un poco los labios hacia arriba.
—Lo cierto es que cuando los he visto parecían imponentes.
—Lo son cuando atacan los ángeles —comentó antes de apartar la vista—. Fueron los
primeros en llegar cuando mi raza fue exterminada. Mi padre había muerto y Stephan y y o
estábamos rodeados. De no ser por Abe y sus hombres nosotros también habríamos caído.
Dariel se acercó y rozó una de sus alas con la de Evar. Él le devolvió la caricia con una
sonrisa que no le llegó a los ojos y luego empezó a descender. Habían llegado al Jardín de las
Flores de Fuego. Tuvo que reconocer que era un lugar bonito, lleno de casas grandes y bordeadas
con flores de llamas rojas, naranjas, azules y amarillas, que no quemaban al tacto. Las calles
anchas estaban llenas de gente que reía y se dirigía a una enorme plaza donde se alzaba una gran
fuente decorada con estatuas de ángeles que portaban jarrones de los cuales brotaba el agua. Allí,
tanto humanos como demonios danzaban juntos mientras la música sonaba.
Vieron cómo los Eligos dejaban a sus fieles monturas a las afueras del Jardín, en una gran
llanura donde podían pastar y correr tranquilos sin que fueran molestados, y aterrizaron muy
cerca de ellos.
Dariel se sintió extraño al ser aceptado tan rápidamente por los demonios, pero también lo
agradecía. Evar no se apartaba de él en ningún momento y siempre lo tenía cogido de la mano,
por los hombros o la cintura. La escena le recordaba a una pareja normal que salía a divertirse,
aun en contra de su voluntad.
Pero era difícil no hacerlo, sobre todo porque el Nefilim no se molestaba en ocultar que
tenían una… especie de relación, por así decirlo. Además, unos pocos Eligos coquetearon en
broma con él, y Evar dejó siempre claro que no quería sus manos encima de él. Eso le hacía
sonreír.
Abe y los demás se fueron a bailar con sus mujeres. A diferencia de ellos, las Eligos no
medían más de un metro cincuenta, eran un poco rechonchas y sus cuernos más pequeños y
delgados. Su carácter dulce y amable hizo que le cay eran bien de inmediato, y los hombres las
trataban con respeto y como si fueran su may or tesoro, también eran un tanto sobreprotectores
con ellas. Aun así, Dariel pudo comprobar que a pesar de su tamaño, eran físicamente más
fuertes que una mujer humana y probablemente tanto como los hombres mortales.
Evar también quiso sacarle a bailar, pero se detuvo cuando casi habían llegado con el resto de
bailarines y se quedó muy quieto. Tensó un poco la mandíbula y lo pegó a su cuerpo en ademán
protector.
—Perdona, mis hermanos han llegado y han traído a Skander. Quiero asegurarme de que se
comportará antes de que vengan hasta aquí.
Dariel asintió, sintiendo que una oleada de ternura invadía su pecho.
—Está bien, no tardes.
Evar le dio un beso en los labios y lo abrazó.
—Esconde las alas y no te separes de Abe y los Eligos. Si ven que estás con ellos, nadie tiene
por qué hacerte daño.
Dariel asintió y le dio otro beso antes de que alzara el vuelo y se dirigiera a la entrada sur al
Jardín. Él se quedó contemplando a las parejas que bailaban, algunas formadas únicamente por
demonios o humanos, pero otras eran mixtas. Abe, por ejemplo, danzaba con una joven que tenía
las mejillas sonrojadas, y unos cuantos mortales sacaron a bailar a algunas mujeres Eligos. A los
hombres no les molestó; por lo que le habían contado, algunos humanos se habían casado con
miembros de su clan, y a fueran hombres o mujeres, pero no podían evitar vigilar a las que
estaban solteras, era más por instinto que por desconfianza.
Supuso que, en un principio, no deberían estar preocupados por esas almas. Después de todo,
si se encontraban en aquel lugar era porque habían sido buenas personas, de lo contrario, estarían
al sur del Palacio de Ébano.
Tuvo que reconocer que el Infierno no estaba tan mal como lo había imaginado. Podría
incluso acostumbrarse.
Ese pensamiento hizo que su corazón diera un salto. Si Evar se enamorara de él… ¿estaría
dispuesto a abandonar su vida en el mundo humano y quedarse allí? No estaba muy seguro. Toda
su vida estaba allí, April y Matthew, un trabajo que ahora creía que le daría acceso a cumplir su
sueño…
Hizo una mueca y trató de alejar esos pensamientos. Lo logró con mucha facilidad cuando
algo enorme y pasado lo tiró al suelo con brusquedad. Al alzar la vista, se encontró con lo que
parecía ser una pantera, con la diferencia de que su piel parecía estar cubierta de duras escamas,
tenía cola de serpiente y brillantes ojos amarillos de pupilas rasgadas que lo contemplaba con los
largos y afilados colmillos al descubierto.
El demonio gruñó con fuerza y clavó sus garras en sus hombros, haciendo que apretara los
dientes para no gemir.
—¿Creías que podías pasearte por el Infierno sin que yo me enterara, ángel? —le preguntó
una voz diabólica en su cabeza antes de abrir sus fauces y lanzarse a por su cuello.
Capítulo 10. La decisión de Dariel
“Como y a dije, a veces me traicionan los nervios, pero una vez que decido algo, me
mantengo firme en mi decisión, para bien o para mal.”
NAT SUME SOSE KI

Evar echaba humo cuando vio a todos sus hermanos reunidos en las colinas que rodeaban el
Jardín. ¿En qué diablos estaban pensando? ¿Cómo habían podido traer a Skander con ellos cuando
había atacado a Dariel hacía apenas un par de horas? ¿No había quedado claro que era incapaz
de controlarse?
Aterrizó sobre sus patas y avanzó a zancadas furiosas hacia Damián.
—¿Es que os habéis vuelto locos?
El líder de los Nefilim se adelantó unos pasos y lo detuvo con un gesto de la mano.
—Por favor, Evar. Skander nos ha prometido que no volverá a atacar a Dariel. Pensó que
había atacado a Lucifer y se abalanzó para protegerlo. No sabíamos que todavía no controlaba
bien sus poderes.
—¿Cómo va a hacerlo si sus padres lo abandonaron a su suerte? —bramó Evar, demasiado
airado como para pensar en lo que estaba a punto de decir—. Su madre probablemente solo tuvo
tiempo de dejarlo en alguna parte antes de ser asesinada, y su padre es tan incapaz de mantener
el puto pene dentro de unos pantalones que ni siquiera recordará que se acostó con un ángel, y
aunque lo recuerde, ni se le habrá pasado por la cabeza que tal vez la dejó preñada y que tiene
otro hijo en el mundo. No tiene a nadie que lo proteja de la zorra de Hera ni de los jodidos
ángeles. ¡Solo me tiene a mí!
Sabía que había perdido el control, y que sus compañeros lo miraban asustados, como si se
hubiera vuelto loco. Pero para él tenía toda la lógica del mundo. Dariel estaba solo en el mundo,
April no podía protegerlo, y Matthew y sus lobos, aunque poderosos, no podrían combatir contra
los griegos, no era como cazar a un par de ángeles. Solo con él estaría a salvo, al menos hasta que
Dariel aprendiera a usar sus poderes por completo. Y aunque así fuera, Evar sabía que no podría
alejarse de él. No le forzaría a quedarse a su lado, él jamás le retendría en contra de su voluntad,
pero sí podía pedirle a Lucifer que le permitiera vigilarlo para estar cerca si le necesitaba.
Si pudiera quedarse en el Infierno con él, si le amara… sería maravilloso. Pero no se lo
pediría, no podría hacerlo después de que Arlet le hiciera lo mismo. Él jamás dejaría que nadie
le pusiera un dedo encima a Dariel en el Infierno, pero no quería que se sintiera obligado a estar
con él. Probablemente Evar habría acabado siendo infeliz en el Cielo, aunque Miguel no le
hubiera atrapado y los ángeles hubieran tenido buenas intenciones con él. Lo último que deseaba
era que su Dariel no fuera feliz junto a él, que con el paso del tiempo eso se convirtiera en
resentimiento.
No, él jamás le causaría ninguna clase de dolor, aunque su corazón quedara destrozado por el
camino.
Una mano en su hombro le llamó la atención. Skander se había adelantado y lo miraba con
seriedad.
—Entiendo. Te pido disculpas, hermano, estaba equivocado con tu ángel. Si es tu decisión
protegerlo, deja que te ay ude a hacerlo.
Evar fue incapaz de reaccionar durante unos momentos. Que Skander se disculpara era raro,
pero no imposible. Su hermano sabía reconocer cuándo cometía un error, pero jamás habría
imaginado que depositara su confianza en alguien que pudiera estar relacionado con los ángeles.
—¿Qué te ha hecho cambiar de opinión?
La mirada parda de Skander se volvió cautelosa y retrocedió un paso antes de bajar la vista al
suelo.
—Es obvio que el ángel se preocupa por ti. Te trajo al Infierno para salvarte, y cuando te
ataqué y te interpusiste para salvarle, él te apartó temiendo que pudiera herirte. Tampoco intentó
golpearme, sino que se limitó a protegerse. Creo que no es una amenaza.
Evar tuvo que reconocer que estaba bastante impresionado. No tenía ni idea de qué le habrían
dicho sus compañeros, pero fuera lo que fuera se alegraba. Zephir y Skander eran los que
guardaban un resentimiento may or a los ángeles, pero el primero podía controlarse. Skander era
distinto, esos cabrones le hicieron demasiado daño y no dudaba en lanzarse a por cualquiera que
tuviera relación con ellos.
Lo contempló con detenimiento unos momentos, y se dio cuenta de que había algo que no les
había dicho. Tenía curiosidad por saber qué era, pero los Nefilim respetaban la intimidad, y si su
hermano quería compartir algo con ellos, lo haría cuando estuviera preparado.
De repente, un haz de luz cegó a los demonios. Alterados, se agazaparon y rugieron
amenazadoramente, listos para cualquier cosa. Por un momento todos pensaron que los ángeles
habían penetrado en el Infierno, pero no tardaron en comprender que no era posible. Ni siquiera
el ejército de Miguel podía pasar sobre la manada de drakon sin hacer un solo ruido.
Además, otro relámpago iluminó el cielo, un relámpago que provenía del Jardín de las Flores
de Fuego. Un solo pensamiento cruzó la mente de Evar.
Dariel. Algo había hecho que estuviera atacando.
Un nuevo rugido luchó en su pecho por salir nada más pensar en que alguien intentaba
hacerle daño. Extendió las alas y saltó hacia arriba para tomar impulso. Voló todo lo rápido que
pudo, sin prestar la más mínima atención a si sus hermanos le seguían o no. Todo lo que le
importaba era alejar a Dariel del peligro, y matar al cabrón que le había puesto la mano encima.

Dariel soltó una palabrota mientras contemplaba a la maldita pantera. Tenía que dar gracias
por ser hijo de Zeus, porque de no ser por la descarga eléctrica que le había propinado al
demonio, probablemente estaría tirado en el suelo con la y ugular abierta.
La gente de su alrededor se había apresurado a alejarse y les observaban con nerviosismo,
pero ninguno de los dos les hizo caso, al menos hasta que alguien cogió a Dariel del brazo y tiró
de él hacia atrás, momento que aprovechó la criatura para atacarle. Por desgracia, se encontró
con el firme puñetazo de Abe, que se interpuso entre el demonio y él a la vez que gemía y
sacudía la mano. Parecía haberse hecho daño.
—¡Mierda santa, Zeros! ¿Qué coño crees que estás haciendo? Evar se pondrá hecho una fiera
como se entere de que has atacado a su pareja. ¿Acaso quieres morir?, porque eso es lo que vas a
conseguir.
La pantera mostró los colmillos.
—Mientes, él es un ángel, y los Nefilim jamás se aparearían con uno.
Abe frunció el ceño y miró a Dariel, obviamente confundido.
—¿Es eso cierto?
Él se limitó a encogerse de hombros.
—Mi madre era un ángel.
—¿Y tu padre?
—Es Zeus.
Dariel esperaba que el Eligos le rechazara, pero en vez de eso, echó la cabeza hacia atrás y
soltó una estruendosa carcajada.
—¡La madre que lo parió! Sabía que se había follado a medio mundo, ¡pero nunca imaginé
que llegara a hacerlo con un pajarraco! —reía sin parar a la vez que se agarraba el estómago
con ambas manos y se doblaba de la risa.
Zeros gruñó con más fuerza.
—Entrégamelo. Debe ser eliminado.
Abe se paró en seco y le miró. Una pequeña sonrisa se asomaba a sus labios.
—Zeros, comprendo que desconfíes de él, pero si Evar lo ha traído consigo y Lucifer lo
permite, no veo por qué deberíamos preocuparnos. Ya sabes que los Nefilim les tienen tanta tirria
como tú, sin excepción. Además, a Lucifer no se le escapa nada. Mucho menos cuando está
relacionado con los ángeles.
Pese a sus palabras, el demonio no se apaciguó, seguía gruñendo ferozmente.
—Entonces deja que le interrogue. Tengo que asegurarme de que… —se paró en seco y se
encogió con un gemido.
Dariel no supo qué lo había asustado hasta que un rugido le ensordeció. Evar cay ó
literalmente del cielo y aterrizó delante de él sobre sus manos y patas. Tenía la cola levantada y
las alas medio desplegadas, y por la forma en que su pecho retumbaba por los gruñidos, no
parecía nada contento.
Sus compañeros no tardaron en seguirle y se colocaron frente a ellos con los colmillos al
descubierto. Eso le permitió a Evar incorporarse e ir hacia Dariel. Sus ojos castaños estaban
oscurecidos por un mar de emociones; furia, miedo, rabia, preocupación.
—¿Estás bien, Dariel? ¿Te ha hecho daño? —le preguntó mientras lo miraba de arriba abajo.
Un gruñido salvaje surgió de sus labios al ver las marcas de sus hombros, allá donde Zeros había
clavado sus garras para inmovilizarle—. ¡Le mataré! —rugió y dio media vuelta.
Dariel hizo ademán de detenerle, pero antes de que pudiera hacerlo, alguien se interpuso. Era
un hombre muy bello, de esbelta figura, pero con el torso musculoso y fuertes extremidades. Su
piel dorada parecía aterciopelada a primera vista, y hacía una hermosa armonía con su corto
cabello rubio oscuro, cuy os sedosos mechones enmarcaban un rostro que parecía haber sido
creado por los dioses, de pómulos altos y nariz recta, labios sensuales e intensos ojos verdes.
Evar le lanzó un gruñido aterrador.
—Apártate, Bite.
El hombre le devolvió el gruñido, tan fuerte y feroz que le confirmó a Dariel que, a pesar de
su apariencia, no era humano.
—Por favor, Evar. Podemos solucionarlo.
—Ha atacado a mi Dariel.
—Pensaba que era el enemigo, no puedes culparle, solo intentaba protegernos.
—¿Igual que protegió las puertas del Infierno hace cinco mil años? —bramó Evar. Estaba al
límite de su autocontrol, y solo el hecho de no querer lastimar a Bite consiguió que no se
abalanzara sobre él para hacerle pedazos con sus garras. Él no era quien había lastimado a su
Dariel, había sido ese demonio.
Era su sangre la que deseaba.
Zeros todavía estaba encogido, más que por miedo por sumisión, pero eso no le impidió mirar
al Nefilim a los ojos y susurrar:
—Es un ángel, es nuestro enemigo. No se puede confiar en él.
Evar rugió y apartó a Bite a un lado, pero en esta ocasión fue Skander quien se interpuso. Le
estaba dando la espalda, pero la posición de su cola frente a él era una clara barrera. Gruñó un
poco, pero su hermano le ignoró y centró toda su atención en Zeros.
—Solo es mitad ángel, y no puedes culparlo por haber tenido la desgracia de llevar la sangre
de uno de ellos. Y aunque fuera un jodido pajarraco blanco, está con mi hermano. Si está con él,
está conmigo. Y si está con nosotros, está con los Nefilim. Hasta que Evar diga lo contrario, es
uno de los nuestros, y te juro que como vuelvas a ponerle tus zarpas encima te arrancaré la
cabeza con mis dientes.
El silencio se extendió en la plaza. Dariel no sabría decir quién de todos parecía estar más
sorprendido, si Zeros, los Nefilim, o él mismo. Hacía poco más de una hora que Skander había
intentado matarle, y ahora le defendía como si fuera… ¿Cómo había dicho? ¿Uno de los suy os?
¿Qué diablos se habría perdido?
Bite aprovechó la sorpresa para interponerse entre los Nefilim y Zeros. El demonio miraba
hacia el suelo, aunque de vez en cuando avistaba a Dariel por el rabillo del ojo con una expresión
que dejaba claro que le encantaría estar a solas con él para hacerle pedazos.
—Lo ha entendido. Por favor, dejadle marchar.
Evar gruñó, aunque con menos intensidad. Damián puso una mano en su hombro y le dio un
apretón para tranquilizarlo.
—Calma, hermano. Ha sido un error.
—No quiero que vuelva a acercarse a él. Si lo hace, no me detendré —le advirtió desnudando
los colmillos y mirando fijamente a Zeros.
Bite asintió rápidamente.
—No lo hará. Vamos, Zeros —dicho esto, empujó al demonio lejos de ellos.
Evar no apartó la vista de Bite y la criatura hasta que desaparecieron. Solo entonces, regresó
junto a Dariel y le estrechó entre sus brazos, con cuidado de no tocar sus hombros heridos.
—¿Estás bien? Siento mucho lo que ha pasado, no imaginaba que Zeros andaría por aquí
cerca.
Dariel trató de tranquilizarlo frotando sus brazos.
—No te preocupes, solo es un rasguño. —Hizo una pausa y miró a Skander con seriedad—.
Gracias por defenderme.
Skander se encogió de hombros, le dio la espalda y alzó el vuelo para sentarse en un tejado y
tener mejor vista de la plaza. Evar frunció el ceño y miró a sus hermanos, al parecer estaban tan
anonadados como él.
—¿Alguien sabe qué le ha pasado?
—O vuestro amor le ha conmovido, cosa que dudo —comentó Nico—, o Lucifer le ha hecho
algo cuando han ido a esa habitación. —Hizo una pausa, mirando fijamente al Nefilim rojo—.
Definitivamente Lucifer le ha… ¿cómo se dice?, ¿lavado la cabeza?
—El cerebro —corrigió Dariel.
Evar miró confuso e interrogante a Damián, quien parecía estar igual que él.
—Lucifer se lo llevó un momento para hablar con él a solas. Tardaron menos de dos minutos
en volver.
—Me pregunto qué le habrá dicho.
El líder de los Nefilim se encogió de hombros.
—Nos lo dirá si necesitamos saberlo. Ahora, volvamos a hacer de este lugar una fiesta, ¿qué
te parece, Abe? —le preguntó al demonio.
El Eligos esbozó una ancha sonrisa y se dirigió a la multitud.
—No ha pasado nada, amigos, un simple malentendido. ¡Todo el mundo a bailar!
Como si su alegría fuera contagiosa, tanto humanos como demonios regresaron con sus
parejas o formaron otras nuevas y se dirigieron al centro de la plaza. La música volvió a sonar y
la tensión del ambiente se desvaneció rápidamente, sobre todo cuando Abe y algunos de sus
hombres iniciaron una conga. Resultaba muy cómico ver a esos demonios tan grandes e
imponentes puestos en fila, cogidos los unos a los otros y moviendo las caderas.
Dariel sonrió y se tranquilizó en los brazos de Evar, quien le apartó un poco la camiseta para
ver sus marcas. Un sonrojo cubrió todo su rostro cuando su demonio se inclinó y le rozó las
heridas con la lengua. Se estremeció ante la húmeda caricia y deseó estar en un lugar más
privado donde poder tumbar a Evar sobre el suelo y lamer cada centímetro de su cuerpo.
La risilla que escuchó le hizo saber que el Nefilim olía su deseo.
—Esto es de lo más incómodo —musitó, pero no se alejó de sus brazos ni de su lengua.
—No tienes que avergonzarte, me encanta cómo hueles —dicho esto, terminó de lamerle y le
dio un beso muy tierno en cada hombro antes de incorporarse y dedicarle una sonrisa—.
¿Quieres bailar?
Dariel asintió y dejó que Evar lo llevara al centro de la plaza. Una vez allí, le envolvió la
cintura con ambos brazos y lo pegó a su cuerpo. Era muy agradable tenerlo tan cerca, puede que
demasiado para bailar, pero no le importó, sobre todo cuando su demonio empezó a moverse.
Dariel no pudo pensar en otra cosa cuando sus caderas se mecieron sensualmente contra las
suy as, al mismo tiempo que sus manos recorrían su espalda en eróticas caricias. Sus rostros
estaban muy cerca, podía sentir su aliento en su piel y de vez en cuando sus labios se rozaban,
seduciéndolos a fundirlos en un beso.
Dariel sintió que su corazón se aceleraba y que cierta parte de su cuerpo se endurecía. Esta se
frotaba lentamente contra el pecaminoso cuerpo de Evar, quien de vez en cuando gruñía,
haciendo que todo su cuerpo vibrara y que Dariel temblara de deseo. Estaba muy excitado, solo
podía pensar en apoderarse de esos labios que le tentaban, en despojarse de su ropa y sentir
cómo su piel caliente se estremecía bajo sus dedos. Quería acariciarlo como había hecho él en el
bosque, quería darle placer de todas las formas que se le ocurrieran y escucharle gemir su
nombre.
—¡Guau! ¡Qué caliente, chicos! —gritó Abe, sobresaltando a Dariel, cuy o rostro debía de
parecerse bastante a una bombilla roja encendida.
Evar rio y lo abrazó con fuerza.
—No le hagas caso, mírame a mí.
Dariel obedeció, todavía un poco avergonzado porque le hubieran pillado restregándose con
Evar. Sin embargo, su demonio le guiñó un ojo.
—Tiene envidia, lleva siglos diciendo que quiere un compañero.
Eso le sorprendió.
—¿Y está soltero todavía? Parece un buen hombre.
—Lo es, dice que no ha encontrado a la persona adecuada —dicho esto, sonrió—, pero no
pierde la esperanza, está seguro de que tarde o temprano, se tropezará con ella.
“Como y o me tropecé contigo”, pensó, pero no lo dijo en voz alta. Reticente a pensar en eso,
cerró los ojos y apoy ó la cabeza en el pecho de Evar mientras seguían bailando. Estaba con él, y
eso era todo lo que importaba en ese momento. No quería pensar en lo que les deparaba el
futuro, sabía que no podía ser bueno para él.
Lo abrazó por la cintura y se aferró a él tan fuerte como pudo.
—Dariel, ¿te encuentras mal? —le preguntó Evar. Su voz sonaba preocupada y su cuerpo se
había tensado—. ¿Tienes alguna otra herida que no hay a visto? ¿Quieres que nos vay amos?
—No, estoy bien. Quedémonos un poco más, por favor.
Evar asintió y le besó en la cabeza a la vez que lo acunaba con todo su cuerpo. Eso le
encantaba. Era atento y tierno con él, jamás le ordenaba que hiciera nada a menos que fuera por
su propio bien, le protegía, cuidaba de él.
“Te amo”, susurró mentalmente y con el corazón partido por la mitad. No, no debía pensar en
eso, todavía estaban juntos, y Evar no parecía tener prisa por que se fuera. Tenía que
aprovecharse de eso, tenía que distraerse antes de que sus pensamientos volvieran a tomar un
rumbo peligroso.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Todas las que quieras —le respondió Evar apartándose lo justo para que pudieran mirarse a
la cara, ni un milímetro más.
—¿Quién era ese Zeros?
Evar dejó de bailar de repente y todos sus músculos se contrajeron. Un gruñido amenazador
retumbó en su garganta y mostró un poco los colmillos.
—Un cadáver si vuelve a acercarse a ti.
Dariel contuvo el impulso de sonreír.
—Me refiero a por qué me atacó de esa manera. Sé que los ángeles son enemigos de todos
los demonios que hay aquí, pero él parecía tener algo personal contra ellos y …
El Nefilim esperó a que continuara con la mandíbula apretada.
—¿Y?
—Parecía muy asustado cuando te vio llegar con tus hermanos.
Evar gruñó de nuevo, pero con más suavidad.
—Está bien que nos tenga miedo. Aún no hemos sido capaces de perdonarle lo que nos hizo.
—¿Qué pasó?
Su demonio se calmó un poco y lo miró con ojos llenos de tristeza y rabia.
—Fue culpa suy a. Mi raza y los Grigori fuimos eliminados por su culpa.
Dariel notó que se le revolvía el estómago y que la angustia lo invadía. Enmarcó el rostro de
Evar con sus manos y le acarició suavemente. Él dejó escapar un suspiro tembloroso.
—Zeros fue el guardián de las puertas del Infierno antes de que y o ocupara el puesto. Su
deber era vigilar y evitar que entrara cualquier enemigo. Pero se enamoró de un ángel, y fue
engañado. Ella bajó un día al Infierno pidiéndole ay uda, decía que Miguel y los suy os se habían
enterado de su relación y que iban a matarla. Zeros la dejó pasar, y ella lo inmovilizó para dejar
pasar al ejército de Miguel. Durmieron a los drakon usando sus propios poderes y llegaron hasta
el Palacio de Ébano. Nos pillaron por sorpresa y nos defendimos como pudimos, pero casi toda
mi raza y los Grigori fuimos eliminados. Vi morir a mi abuelo y a mi padre en esa batalla, y Kiro
y Damián también perdieron a sus familias. Otros tuvieron otra suerte.
—¿Qué quieres decir? —musitó Dariel, horrorizado. ¿Acaso no era suficiente que los
asesinaran? ¿Tenían que hacerles más daño?
El rostro de Evar era sombrío.
—Los ángeles no siempre matan a los nuestros, a veces se los llevan. Cuando nacimos los
primeros Nefilim, Miguel se llevó a uno de los niños para estudiarlo. Él se crio con los ángeles, y
le controlaron diciéndole que los Grigori habían matado a su familia, y que los que eran como él
vivíamos engañados. Luchó contra nosotros durante mucho tiempo.
Dariel tragó saliva.
—¿Qué fue de él?
Su demonio bajó un poco las alas, como si estuviera abatido.
—Un día vino al Infierno con la intención de matar a Lucifer, pero logramos atraparlo a
tiempo e intentamos convencerle de que en realidad él era el engañado. Nos costó mucho tiempo
hacerle ver la verdad, y desde entonces les guarda mucho rencor a los ángeles, porque mató a
muchos de nuestros compañeros, ángeles caídos y demonios, mientras estaba al servicio de
Miguel.
—Eso es horrible —dijo con la voz ahogada—, lo siento mucho por él.
—No lo digas tan alto, puede oírte y no le gusta nada que sientan compasión por él.
—¿Está aquí? —casi exclamó.
Evar se limitó a señalar disimuladamente con la cabeza. Al girarse, vio a uno de los Nefilim
que hablaba con un hombre enorme, tan alto como él e igual de musculoso, de piel morena y
largo cabello negro con reflejos azules, los cuales resaltaban sus oscuros ojos, del color del mar.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mirada de él y concentrarse en Evar, cuy a
mirada seguía empañada por la tristeza.
—¿Zephir? —articuló con los labios, incrédulo.
El demonio asintió.
—Por eso desconfía de ti tanto como Skander. Él sabe mejor que nadie lo convincentes y
persuasivos que son los ángeles, y por eso, aunque ahora no estés con ellos, está convencido de
que tarde o temprano te dirán o harán algo que te conduzca a convertirte en su nueva marioneta.
Dariel tragó saliva y miró de nuevo a Zephir. Sintió un poco de lástima y lamentó que
desconfiara de él, aunque podía comprender sus motivos para hacerlo.
Evar siguió hablando, con su mirada esta vez perdida en el pasado.
—El caso es que cuando mataron a los míos, algunos fueron secuestrados. Muchos eran
recién nacidos, eso era una ventaja y a que podían ser controlados con facilidad, pero no todos.
Nico era apenas un adolescente, y Skander y a era adulto.
—¿Qué? —exclamó, boquiabierto—. ¿Se los llevaron a ellos también? ¿Los controlaron?
El Nefilim negó con la cabeza. Su cuerpo volvía a estar tenso por la ira.
—No. Ellos eran carnada.
Esas palabras lo confundieron por completo.
—No lo entiendo.
—Fueron utilizados para el entrenamiento. Los encadenaron y dejaron que fueran golpeados
y torturados de múltiples formas. Skander luchaba contra ángeles experimentados, y Nico, al ser
más pequeño, tenía que aguantar a los novatos. Les enseñaban a través de ellos cómo matarnos y
atacarnos.
Dariel sintió el estómago revuelto. Estaba casi seguro de que iba a vomitar, así que decidió
centrar su atención en otra cosa.
—¿Cómo escaparon?
—Kale, un ángel que no sabía lo que hacían con ellos lo vio todo y perdió su fe en Dios. Se
convirtió en un caído y los ay udó a escapar. Por desgracia, solo pudo salvarlos a ellos dos.
—Entonces hay más que aún están allí, ¿verdad?
Evar asintió.
—No tenemos ni idea de cuántos pueden haber. Suponiendo que estén todos vivos, puede que
hay a unos veinte o treinta, tal vez más, y eso sin contar que hay an tenido hijos. Lucifer lleva
tiempo buscando algún modo de recuperarlos a todos, pero es muy difícil; habría que burlar la
seguridad del Cielo, evitar ser vistos y, por si no fuera poco, convencer a los Nefilim de que su
lugar está aquí.
Dariel entrecerró los ojos y, en ese instante, tomó una decisión.
—Evar.
Su demonio sacudió la cabeza, como si hubiera estado dormido y acabara de despertar de
golpe.
—¿Sí?
—Quiero ay udaros.
Evar le sonrió y le acarició una mejilla.
—Te lo agradezco mucho, Dariel, pero incluso contando con un hijo de Zeus, será muy
difícil. Dale tiempo a Lucifer para que se le ocurra algo.
Él no se rindió, le miró a los ojos y le dijo:
—Quiero ir a hablar con él. Ya sé que ahora es imposible que les salvemos, pero si aprendo a
usar mis poderes del todo y puedo seros útil de algún modo… Por favor, solo llévame con
Lucien.
El Nefilim frunció el ceño.
—¿Quién es Lucien?
—Es así como llamo a Lucifer.
—¿Por qué?
—Me resulta incómodo dirigirme a él por su nombre completo. Todavía se me hace extraño
estar junto a él y saber que es el Diablo. No es intimidante para nada.
Evar estalló en carcajadas, pero le cogió de la mano y lo sacó de la plaza.
—Cómo se nota que no le has visto furioso. Hazme caso, Lucifer es el ser más aterrador que
he visto nunca, y doy gracias por estar en su bando. Tendrías que ver cómo tembló el ejército
entero de Miguel al verlo salir de su palacio listo para luchar.
Dariel siguió a Evar hasta las afueras del Jardín y alzó el vuelo para ir hasta el Palacio de
Ébano. No se dio cuenta de que los otros Nefilim contemplaban su marcha pensativos.
—¿Lo veis? —dijo Nico, sacando pecho—, Dariel llevará sangre de ángel, pero no es malo
como ellos.
—Ahora no —musitó Zephir, a lo que el joven demonio respondió dándole un codazo.
—No seas tan pesimista. Esto es bueno, hermano, Dariel quiere ay udarnos.
—Tiene razón —comentó Damián—. Dariel es hijo de Zeus, su poder es inmenso, aunque
aún no lo hay a desarrollado del todo. Tenerlo en nuestro bando nos hará más fuertes.
El silencio de Zephir dejó claro su escepticismo.
—¿Crees que su poder será suficiente para liberar a los nuestros? —le preguntó Kiro, un tanto
esperanzado.
Damián entrecerró los ojos.
—Puede que no sea suficiente, pero tal vez ay ude.
Skander asintió sin apartar la vista de Dariel. Ninguno de sus compañeros sabía lo que estaba
pensando, mucho menos cuando una sádica sonrisa surcó su rostro.

Evar aterrizó junto a Dariel en el balcón del salón de baile y lo contempló con una sonrisa. Le
había llegado al corazón que quisiera ay udarle a él y a sus hermanos, y en esos momentos sentía
la necesidad de abrazarlo de nuevo y besarle hasta demostrarle lo mucho que significaban para
él sus palabras.
Pensar en probar sus labios hizo que todo su cuerpo reaccionara. Si hubiese estado en forma
humana, su virilidad se habría endurecido y alzado, deseosa de sus caricias. No había podido
dejar de pensar en la forma en que Dariel lo había tocado con su boca y su lengua, y quería que
lo hiciera de nuevo. Cuando estaban en el bosque y le había dicho que no habían terminado, que
quería darle placer, había querido rugir de deseo.
Dariel sacudió sus alas, las cuales llamaron su atención de inmediato. Siempre había odiado
las alas blancas, solían ser el indicio de la llegada de sus peores enemigos, acompañados por la
muerte y la devastación. Al menos, él siempre lo había visto así. Todavía recordaba a los ángeles
alejándose de su hogar en la Tierra, cuando era todavía un joven demonio, y a su abuela
carbonizada a sus pies. Tampoco había olvidado las plumas blancas a su alrededor, manchadas
con la sangre de su abuelo y su padre, mientras Stephan y él se cubrían el uno al otro.
Ni siquiera le habían gustado en Arlet. Si él le hacía recordar con su aspecto demoníaco lo
que era, un Nefilim, su enemigo, sus alas eran el indicio de que pertenecía a la misma clase de
criaturas que habían asesinado no solo a las personas a las que amaba, sino también a toda su
especie.
Sin embargo, en Dariel se veían hermosas. No había sangre, ni crueldad, ni desprecio por los
suy os en ella. Eran puras.
Sus alas desaparecieron y se giró para mirarle. Sus ojos azules tampoco mostraban el miedo
y la inseguridad que había visto en los de Arlet. Ambos se habían amado, pero fue un amor
amargo, ensombrecido por el convencimiento de que no deberían estar juntos, de que
pertenecían a mundos demasiado diferentes, y que siempre recelarían el uno del otro.
Con Dariel era distinto, sentía que podía confiar en él. Tal vez fuera porque estaba cegado por
sus sentimientos, o puede que el hecho de que no se hubiera criado con los ángeles le hiciera
pensar que no se pondría de su lado inmediatamente, y menos aún después de que se enfrentara
a ellos para salvarle.
Recordar eso hizo que se derritiera por dentro. Dariel había arriesgado su vida por él, le
importaba. ¿Sería capaz de amarlo? Su esperanza creció un poco, haciendo que olvidara todos los
motivos por los que podría rechazarle.
Él le sonrió, consiguiendo que su corazón se acelerara.
—¿Vamos? —le preguntó, levantando un brazo en su dirección.
Evar asintió en silencio y contempló la mano que le ofrecía. Quería que fueran cogidos, un
gesto habitual en las parejas para demostrar aprecio y posesividad. Los humanos lo usaban para
hacer saber a sus posibles competidores que no miraran a su amante. Él lo había hecho de forma
inconsciente durante todo el tiempo que habían estado en el Jardín, más por no querer separarse
de Dariel que por cualquier otro motivo. Puesto que no parecía molesto por el contacto físico, no
le había soltado salvo para cuando era estrictamente necesario, pero ahora era él quien quería
que lo tocara.
Su esperanza creció un poco más y entrelazó sus dedos con los suy os. Su piel no era ni de
lejos tan ardiente como la suy a, sino más bien cálida, refrescante comparada con la de él.
—¿Crees que Lucien seguirá en el salón? —le preguntó Dariel, sacándolo de sus
pensamientos.
Le respondió encogiéndose de hombros.
—Probablemente, sobre todo si sigue ley endo ese libro.
Dariel sonrió, divertido.
—No me imaginaba que le gustaran las novelas románticas.
—Prácticamente no lee otra cosa. No entiendo su obsesión con eso.
Al llegar al enorme salón, lo encontraron justo donde lo dejaron. El sofá que Dariel había
quemado con uno de sus ray os y a había sido remplazado por otro nuevo, y las marcas de la
barrera eléctrica del suelo habían desaparecido. La habitación estaba tan reluciente como si
acabaran de limpiarla.
Lucifer alzó la mirada y les dedicó una deslumbrante sonrisa.
—Bienvenidos de nuevo a mi humilde morada, ¿qué puedo hacer por vosotros?
Evar miró a Dariel, quien se adelantó un paso. Su mirada seguía siendo firme.
—Creo que ha llegado el momento de que hablemos de negocios, Lucien.
La mirada del Diablo se volvió brillante y su sonrisa se ensanchó hasta que mostró los
colmillos.
—Maravilloso.
—¿Lucien? ¿En serio? —preguntó Evar con una ceja alzada. Su voz estaba cargada de
diversión.
Lucifer se encogió de hombros.
—¿Qué? Es el nombre que más se parece al mío y no suena tan violento para alguien que se
está familiarizando conmigo.
—Suena a gatito inofensivo, Lucien —se burló el Nefilim sin dejar de sonreír.
El Diablo le quitó importancia con un gesto de la mano y se dirigió directamente a Dariel.
—Hay muchas cosas de las que quiero hablarte antes de que concretemos los detalles de
nuestro trato. —De repente, Lucien sonaba como un vendedor profesional—. Pero antes, hay una
cosa que quiero que hagas por mí. No pido mucho.
Los ojos del semidiós se volvieron cautelosos.
—¿El qué?
El rostro de Satanás se convirtió en la viva imagen de la súplica.
—¿Puedes volver a preparar esa tarta de chocolate con trozos de melocotón? Nunca había
probado algo tan delicioso, ni siquiera cuando estaba en el Paraíso. Sus benditas manzanas son
redondas mierdas rojas en comparación con ese postre. Mmm… ¿Por qué no lo habré pedido
antes? Seguro que si comía eso y leía el libro al mismo tiempo habría tenido un problema muy
gordo entre las piernas.
Evar no pudo hacer otra cosa que reír a carcajadas al ver la expresión de Dariel. Era una
mezcla de sorpresa y asco. Era demasiada información para alguien que no estaba
acostumbrado al carácter de Lucifer… Lucien. Una nueva risotada surgió de sus labios. Parecía
la clase de nombre que le pondría a una mascota y no a uno de los seres más poderosos del
Infierno.
Dariel finalmente sacudió la cabeza y fulminó a Lucien con la mirada.
—No pienso volver a probar esa tarta.
El Diablo puso cara de cordero degollado.
—Anda… Me apetece mucho.
El semidiós reprimió una maldición. La Biblia habría mentido en muchas cosas, pero no lo
había hecho al decir que Lucien era el ángel más hermoso que se había visto. No es que él
hubiera tratado con muchos, pero ¡mierda!, no le habría resultado tan difícil negarle a otro lo que
le viniera en gana.
Esta vez, maldijo en voz alta.
—Está bien, pero como vuelvas a hablar de tu pene delante de mí, olvídate de que vuelva a
cocinar para ti.
Lucien volvió a sonreír de un modo adorable. Sin embargo, a Dariel no se le escapó el brillo
travieso de sus negros ojos. Maldito Diablo…
—Lo juro. El estado de mis generosas partes nobles será siempre un misterio para ti.
Dariel gruñó y se dirigió a la cocina en compañía de Lucien. Estaban a punto de salir por la
puerta cuando se dio cuenta de que Evar no les seguía. Se dio la vuelta y vio que se había
quedado de pie a unos metros de distancia, contemplándole.
—¿Evar?
Él le dedicó una sonrisa de disculpa.
—No le gusta que hay a público cuando cuenta esa historia. Incluso después de tantos
milenios, todavía le resulta muy difícil hablar de ello.
—¿Qué historia?
—Ahora lo descubrirás. —Fue hacia él y le dio un beso en los labios que se alargó durante
unos minutos. Cuando se separaron, los ojos del Nefilim tenían un brillo hambriento—. No te
preocupes por mí, tengo que preparar un par de cosas. Pero estaré aquí antes de que terminéis, te
lo prometo.
Dariel asintió, un tanto entristecido por tener que separarse de él.
—Te veré luego, entonces.
Evar asintió y le dejó marchar a regañadientes. Dariel se apartó en contra de su voluntad y
siguió a Lucien al exterior de la sala. Este tenía una expresión extraña cuando lo contempló, una
mezcla de tristeza y comprensión, pero fue sustituida por una sonrisa tan rápido que pensó que lo
había imaginado.
Al llegar a la cocina, Dariel empezó a preparar todo el material necesario para el capricho de
Lucien, quien se había sentado en uno de los bancos más alejados, evitando molestar y dándole
todo el espacio necesario para los utensilios y la comida.
—Sea lo que sea lo que quieras decirme, puede esperar —dijo, un poco impaciente—. Evar
me ha contado las cosas que los ángeles les han hecho a los Nefilim y quiero hacer algo para
ay udarles. Y supongo que si lo hago, significa que estoy en tu bando.
Lucien asintió con los ojos entrecerrados.
—Me alegra que quieras hacer algo por ellos. Miguel y sus hombres nos han hecho
demasiado daño, no solo a los Nefilim, sino también a mis ángeles caídos y a los demonios que
viven aquí. —Al alzar la vista, sus oscuros ojos tenían una mirada insondable y siniestra—. Pero
antes de decirte lo que quiero que hagas, hay algo que quiero que entiendas.
—¿El qué?
—Por qué me marché del Cielo e inicié una guerra contra Dios.
Dariel se quedó petrificado. Hacía y a algún tiempo que sospechaba que a Lucien no le
interesaba demasiado el trono de Dios, su carácter era demasiado… ¿Cómo decirlo…? No estaba
seguro de cómo describirlo, parecía un hombre normal y corriente, y muy poco interesado en
mantener el control sobre los demás. Desde que estaba allí, se había dado cuenta de que hablaba
con todo el mundo más como si fuera un amigo que un rey.
Miró hacia abajo, hacia el bol donde había puesto la crema para la tarta y empezó a
removerla.
—No entiendo por qué debo saber eso.
—No quiero que tengas una mala impresión sobre mí.
—Lo que y o opine de ti no cambiará mi decisión. Ay udaré a los Nefilim porque quiero
hacerlo. Tus motivos para odiar a Dios no son cosa mía.
—Pero tarde o temprano los ángeles intentarán ponerte en su contra, y me utilizarán a mí
para hacerlo. Sabes que hay Nefilim en el Cielo, ¿verdad?, imagínate que ellos mismos te dicen
que son felices allí y que y o he engañado a los que están aquí. Sé que harás todo lo que esté en tu
poder por salvar a Evaristo si crees que está en peligro por mi culpa. Para evitar esos errores,
tienes que confiar en mí, y la mejor forma de hacerlo es que comprendas por qué me convertí
en el Diablo, y por qué jamás haría daño a los Nefilim.
Dariel lo meditó unos momentos y asintió. Sí, su educación había sido bastante católica, y
aunque nunca se había involucrado mucho con su religión, todavía tenía algunas dudas sobre
Lucien. Él tenía razón; si los ángeles trataban de engañarle con ese argumento, él haría todo lo
que fuera necesario y más para salvar a Evar y llevarlo a un lugar seguro. Y si lo llevaba al
Cielo, los ángeles le matarían.
Tenía que estar seguro de Lucien.
—Está bien. Habla.
El Diablo asintió.
—Hay algo que deberías saber sobre los ángeles. Como y a habrás supuesto, eso de que no
tenemos sexo es una gran mentira. De no ser así, tu madre no habría podido tenerte, lo cual te
confirma que somos hombres y mujeres. Confirma que en otro tiempo fuimos humanos
mortales.
Dariel se sobresaltó y miró al Diablo con los ojos como platos. Fue un milagro que la crema
de la tarta no se le cay era al suelo.
—¿Cómo dices?
Lucien sonrió.
—Los ángeles no somos más que personas de corazón puro que, al morir, se convierten en los
mensajeros de Dios. Recuerdo que cuando el arcángel Gabriel me explicó que había renacido
como uno de sus emisarios, me sentí muy honrado. Mi madre murió durante el parto de mi
hermano menor Zagiel, y mi padre cuando y o tenía dieciséis y mi hermano doce. Éramos muy
jóvenes, pero logramos sobrevivir muchos años a pesar de las guerras que asolaban nuestro país.
En aquel tiempo fuimos muy agradecidos a Dios, sobre todo cuando mi hermano se casó y tuvo
tres niños. Que me hubiera escogido para formar parte del Cielo cuando morí era un milagro
para mí.
A Dariel se le hacía extraño imaginar a Lucien como un hombre normal y corriente, pero no
dijo nada y le dejó continuar.
—Sin embargo, el hecho de que los ángeles fuéramos mortales crea una gran contradicción,
¿no crees?
—¿A qué te refieres?
Lucien escogió las palabras con cuidado.
—Si los ángeles fuimos mortales, eso significa que descendemos de Adán y Eva. Pero ellos
fueron expulsados del Paraíso después de que el Diablo, es decir y o, tentara a Eva.
Dariel se quedó pensativo unos momentos, y entonces, lo entendió.
—Pero eso sería imposible. Tú ni siquiera habrías nacido.
—Exacto, no fui y o.
—Pero entonces…
Lucien le detuvo con una paciente sonrisa.
—La historia de Lilit. Empezaremos por ahí.
Capítulo 11. La historia de Lucifer
“Soñé y vi que eras un ángel que del cielo te escapas, y Dios quiso detenerte y se quedó
con las alas.”
ME L CHOR DE P AL AU

—Mejor nos saltaremos toda esa parte de la creación del mundo porque, básicamente, es una
gran mentira que Dios lo creara. Antes que él y a existía una infinidad de dioses que habían
poblado diferentes territorios de la Tierra, así que nos limitaremos a empezar por el nacimiento
de Adán y Lilit.
Dariel sintió un repentino mareo. Acababa de terminar con la crema de la tarta y y a la
estaba colocando en un molde para que se secara un poco y después añadirle el resto de
ingredientes. Aprovechó esos minutos para apoy arse en una silla y concentrarse en lo que el otro
hombre le estaba contando.
—Espera, haz una pausa. Si Dios y los otros dioses no crearon el mundo, ¿quién lo hizo?
Lucien se limitó a encogerse de hombros.
—Nadie lo sabe. Al parecer, hay una especie de poder superior a todos que dio luz tanto al
mundo de los mortales como a los de los inmortales. Lo llamamos Caos, la fuerza primigenia que
creó a los primeros dioses de la luz y la oscuridad, los cuales crearon a su vez al resto de
divinidades que ahora conoces.
Dariel estaba realmente impresionado.
—¿En serio?
—No. Solo es una teoría, nadie lo ha visto y los dioses primarios se desentienden del tema.
Pero a los inmortales les parece lo más lógico que hay a algo rondando por ahí que lo creó todo.
El semidiós asintió, dejándolo pasar. Si intentaba encontrarle sentido a algo que ni siquiera los
dioses sabían, se volvería loco.
—Entonces, ¿y a habían otros humanos en el mundo aparte de Adán y Lilit? —Volver a la
conversación inicial le pareció lo más sencillo.
—En efecto. Como sabrás, hay infinidad de panteones; aztecas, may as, indios, nórdicos,
eslavos, griegos, egipcios, romanos, y oruba, chinos, japoneses, y la lista sigue y sigue —dijo
Lucien poniendo los ojos en blanco—. El caso es que el mundo estaba repartido entre todos los
dioses, y cada uno y a había creado a sus propios humanos y los había dejado sueltos por el
mundo. No les hizo mucha gracia descubrir que había llegado un nuevo dios, pero como estaba
solo no le consideraron una amenaza y le dejaron en paz, lo que le permitió crear en el Paraíso a
Adán.
Dariel asintió, muy atento a todo cuanto escuchaba.
Lucien continuó, escogiendo las palabras cuidadosamente para que pudiera seguirle.
—Dios dejó a Adán en la Tierra con la esperanza de que pudiera encontrar una compañera
humana que perteneciera a otro panteón. Eso le permitiría una especie de alianza con otros
dioses.
—Como un matrimonio de conveniencia —adivinó Dariel—, eso aseguraría su protección.
Al Diablo pareció divertirle su aguda intuición.
—Exactamente. Los dioses le habían dejado tranquilo, pero eso no significaba que estuvieran
dispuestos a compartir el mundo de los mortales con él. Ellos eran cientos, y Dios solo uno. Él es
poderoso, Dariel, y a que reúne todas las características de todos los dioses juntos, pero no es lo
mismo enfrentarse a dos o tres panteones. Los romanos, por ejemplo, tenían muchas alianzas
pese a ser un panteón relativamente joven; se ganaron la simpatía de los griegos, los egipcios y
los celtas, mientras que los sumerios estaban con los asirios e incluso podían pactar con los
hindúes, por no hablar de todos los demás. Si Adán encontraba a una mujer y conseguía que se
enamorara de él, Dios estaría en una posición segura, al menos durante un tiempo. Por desgracia,
los dioses advirtieron a sus mujeres, y todas ellas rechazaron a Adán —su tono de voz cambió de
repente, como si algo en esa historia le hubiera molestado.
Dariel frunció el ceño.
—¿Ocurre algo?
Lucien alzó bruscamente la vista y se pasó una mano por su rizado cabello.
—Discúlpame, estaba pensando en Adán. Él no conocía el propósito de su estancia en la
Tierra. Dios no le dijo en ningún momento que quería que se uniera a otra mujer para su propio
beneficio, sino que le engañó introduciendo el anhelo del amor en él. Adán creía que le había
enviado a la Tierra para conseguir una compañera que le amase, pensaba que sus intenciones
eran buenas. Él nunca fue consciente del egoísmo de Dios.
Dariel no pudo evitar sentir un poco de lástima por Adán. Tenía que ser duro desear tener una
persona que te quisiera y ser rechazado continuamente, por no hablar de que solo había sido
utilizado.
Lucien le dedicó una triste sonrisa.
—Afortunadamente, su plan fracasó. Ninguna mujer deseó a Adán, y cuando volvió al
Paraíso, le pidió a Dios que creara a una mujer para él. No pudo negarse, Adán sabía que tenía la
capacidad de crear a otros humanos, y de todos modos, su estrategia había fracasado. Así que
tuvo que trazar otro plan, y ese era Lilit.
La forma en que lo dijo le puso los pelos de punta. La mirada del Diablo se había vuelto
sombría y afilada, como si hubiese sido él quien hubiese pasado por aquella experiencia y no otra
persona.
—La creó de la misma forma que a Adán, con polvo, pero en ningún momento fue como él.
La hizo muy hermosa, más de lo que podrías imaginar, con la piel suave y rosada como el pétalo
de una flor, el cabello rojo e indomable como el fuego, y ojos verdes que hechizaban a cualquier
hombre que posara su mirada sobre ella. Le dio una mente despierta e inteligente, y un corazón
valiente y bondadoso. Pero también la llenó de oscuridad, una oscuridad en forma de maldición
para obtener lo que deseaba. Hizo que ningún mortal pudiera mirarla sin desearla, y que su
cuerpo estuviera tan lleno de lujuria que no pudiera ser saciada por un solo hombre.
Dariel estaba seguro de que su cara tenía que estar pálida como la de un fantasma, o al
menos, debía de tener una expresión horrorizada.
Los ojos de Lucien eran oscuros y tristes al mismo tiempo.
—Dios quería que Lilit se acostara con otros hombres, para así quedar embarazada y
conseguir la alianza que tanto deseaba mediante sus hijos. Dejó que la pareja viviera por un
tiempo en el Paraíso y esperó a que Lilit se sintiera lo suficiente frustrada sexualmente como
para que no pudiera resistir los efectos de la maldición y entregarse a otro hombre. Ella amaba
profundamente a Adán, y cuando bajó a la Tierra y se dio cuenta de las cosas que sentía, pidió
ay uda a Dios. Él le recomendó que se dejara llevar por sus instintos, que no había nada de malo
en ello. En ese instante, ella vio su engaño. Cuando fue creada, Dios le dijo que era la compañera
de Adán, y él le explicó lo que eso significaba, que se pertenecían el uno al otro y a nadie más.
Comprendió que Dios la había engañado por algún motivo y se negó, pero los mortales que había
a su alrededor seguían deseándola y fue violada múltiples veces. Cuando todo terminó y Dios la
llamó para que volviera, ella le desafió y le juró que le contaría a Adán la verdad. Era
demasiado inteligente, y no le costó mucho sospechar que, al igual que ella, el hombre al que
amaba había sido creado para su propio beneficio. Enfurecido, Dios la castigó y la envió al
Infierno.
Dariel sintió náuseas y compasión por la pobre mujer. Tuvo que ser muy duro para ella; el
dios en el que confiaba la había traicionado y la apartó del hombre al que amaba. Se quedó sola
en el Infierno, sin nadie que la ay udara.
—¿Qué fue de ella?
Esta vez, Lucien sonrió.
—Afortunadamente, fue encontrada por un clan de demonios que la acogió. Ellos la lavaron
y la cuidaron hasta que se recuperó de las violaciones, y le enseñaron las artes oscuras de la
magia y la hechicería. Se convirtió, por así decirlo, en la primera bruja.
El semidiós no pudo evitar terminar con la boca abierta. Al menos, era un final mejor que el
que había imaginado, siendo devorada por otras criaturas, y a que en aquel entonces el Infierno
debía de ser un campo de batalla entre las distintas razas demoníacas.
—Me alegra que no terminara tan mal.
Lucien asintió.
—Tuvo suerte, incluso encontró una nueva pareja. —Dariel abrió la boca para preguntar,
pero el hombre le detuvo con un gesto de la mano—. Pasó muchos años en el Infierno,
aprendiendo la magia necesaria para salir de allí e infiltrase en el Cielo, algo fácil entonces y a
que no existían los ángeles todavía. Regresó al Paraíso sin ser vista en forma de serpiente, y vio
que Dios había creado una nueva compañera para Adán, Eva. Él estaba enamorado de ella, y
Lilit lo amaba demasiado como para provocarle cualquier tipo de infelicidad haciendo daño a la
joven, así que los dejó tranquilos y ella encontró el amor de nuevo en la única criatura que podía
hacer frente a su maldición, un ser que podía satisfacerla sexualmente sin necesidad de que
buscara a otros hombres.
Dariel alzó las cejas, sorprendido.
—¿En serio? ¿Quién era?
La sonrisa de Lucien se volvió divertida.
—Un íncubo.
… Ah, vale, eso lo aclaraba todo.
El Diablo contuvo una risotada al ver su expresión, aunque sus labios seguían curvados hacia
arriba.
—Se llama Ranan y tienen por lo menos una docena de hijos. Poco después de llegar y o, me
pidieron que hiciera que Lilit dejara de quedarse preñada hasta que quisieran tener más niños.
Son muy felices juntos, él es el líder de los íncubos y súcubos y ella entrena a mis brujas. La
maldición no ha vuelto a tener efecto en ella.
Eso alivió un poco a Dariel. No podía ni imaginarse la decepción y el dolor que tuvo que
sentir Lilit al encontrar al hombre al que amaba con otra. Él no soportaría ver a Evar con otra
persona, no importaba quién fuera. A veces, cuando pensaba en Arlet, sentía una punzada de
celos. Era agradable escuchar que Lilit tuvo un final feliz. Tal vez no el que esperaba, pero al
menos lo tenía.
“Ojalá y o tuviera la oportunidad de tener uno con Evar”, pensó con tristeza.
La voz de Lucien lo sacó de sus pensamientos.
—En fin, regresemos a la historia. Pese a que Lilit y a no sentía deseos de estar en el Paraíso,
no podía dejar a Adán y a Eva solos a merced de Dios, no después de lo que le había hecho a
ella. Lo vigiló atentamente, y no tardó en ver sus planes. Eva no era igual que ella, había sido
creada a partir de una costilla de Adán, y era tímida y vulnerable, débil. Supuso que Dios la creó
de ese modo para que no volviera a ser desafiado. Adán era ciego y confiaba demasiado en
aquel que le había dado a una nueva compañera, y Eva era muy dependiente de Adán y jamás
decía algo que pudiera provocar una discusión con él. —Hizo una pausa, pensativo—. Lilit estaba
convencida de que Dios quería usarla para hacerle lo mismo que a ella, solo que de un modo
diferente. Eva no tenía su maldición, pero tampoco era completamente libre. Al haber sido
creada a partir de una costilla de Adán, estaba conectada a él de un modo muy íntimo. Sentía lo
mismo que él, incluso el dolor. Lilit y Eva no pudieron evitar preguntarse si ese hecho fue lo que
hizo que ella dependiera tanto de él, que su amor fuera en realidad producto de aquello. Solo Dios
lo sabe, pero el caso es que él tenía planeado algo para Eva, y estaba claro que usaría a Adán
para conseguir que obedeciera. Lilit actuó antes de que pudiera poner en marcha sus planes.
—¿Qué fue lo que hizo? —preguntó Dariel, totalmente inmerso en la historia.
Lucien le sonrió y señaló a su espalda.
—Creía haberte pedido una tarta a cambio.
El semidiós se sobresaltó. Se incorporó y fue a ver el estado de su postre. No tenía mala pinta,
tal vez había esperado un poco más de lo habitual pero la tarta parecía sólida sin llegar a estar
dura.
Lucien dejó escapar una risilla.
—Tú cocinas y y o hablo.
Dariel asintió y se puso manos a la obra. Cogió unas tabletas de chocolate, las troceó y las
metió en un cazo para que se calentaran y se derritieran. Una vez hecho, dejó que el fuego
hiciera su trabajo y se dedicó a cortar los melocotones en trozos.
Lucien se acercó sigilosamente por detrás y le robó una de las frutas. No le importó, no
necesitaba tantas. El Diablo la contempló con aparente aburrimiento.
—La Biblia dice que Eva y Adán fueron desterrados del Paraíso por morder la manzana del
Árbol de la Ciencia y el Conocimiento. Sé sincero conmigo, Dariel, ¿no te parece una soberana
estupidez?
El semidiós sonrió un poco.
—¿Y qué son las manzanas de Idun?
Lucien le quitó importancia con un gesto de la mano.
—Son manzanas de oro que conceden la inmortalidad y la juventud eternas, no es lo mismo.
—¿En qué se diferencian?
—Una cosa son los objetos que conceden características físicas, relacionadas con el cuerpo.
Otra muy distinta son los que otorgan mejorías mentales o emocionales. Esos suelen ser grandes
farsas.
—¿Quieres decir que ese árbol no existe?
—Exacto. Lilit adoptó forma de serpiente y se escondió de los ojos de Dios entre las ramas de
un manzano. Llamó a Eva para que se acercara y le dijo que fingiera que estaba recogiendo
unas manzanas para Adán. Ocultas bajo ese árbol, le contó lo que Dios había hecho con ella y lo
que le harían a Adán si no huían de allí lo más pronto posible. Eva no dudó cuando le dijo quién
era, y temerosa por la vida de Adán, escuchó todo cuanto Lilit le explicó. Le enseñó cómo
sobrevivir en la Tierra y evitar que Dios los llevara de nuevo al Paraíso, y llegado el momento,
Eva convenció a Adán de marcharse y Lilit les ay udó a escapar sin que él lo supiera.
—¿Por qué? —interrumpió Dariel, deteniendo el movimiento de su cuchillo—. ¿Por qué no
quería que él supiera que…?
—Adán había formado una nueva vida con Eva, y Lilit con Ranan. Revelarle que seguía viva
tal vez habría despertado viejos sentimientos, y Lilit no quería hacer daño a nadie. Nunca
olvidaría a Adán, pero eran incompatibles. Ella seguía presa de la maldición de Dios, y tarde o
temprano habría engañado a Adán con otros hombres, le habría hecho daño. Lilit sabía lo que era
mejor para todos, y le hizo prometer a Eva que jamás le diría la verdad.
—Muy noble por su parte.
—Lo es. Y Eva también. No quiero que pienses que ella no dijo nada para quedarse con
Adán, lo hizo porque sabía que ambos acabarían sufriendo. Ella era buena por naturaleza, dulce y
amable, siempre anteponía las necesidades de los demás a las suy as propias, y por eso Lilit se
encariñó con ella incluso antes de enamorarse de Ranan y renunciar al amor de Adán. Sabía que
ella sería una buena compañera para él, y siempre la quiso como si fuera su hermana.
Dariel se sintió conmovido por aquel extraño triángulo de amor. Lo único que le molestó fue
la ceguera de Adán, y su facilidad para olvidar a Lilit y enamorarse de Eva.
Como si Lucien ley era sus pensamientos, le dedicó una sonrisa de disculpa.
—Adán era ciego en lo referente a Dios, cierto, y puede que demasiado inocente y confiado.
Eva nunca le dijo por qué se marcharon del Paraíso, pero fue con ella porque no quería volver a
estar solo. La amaba, y también amó a Lilit. Cuando Dios le dijo que había muerto en su viaje a
la Tierra, estuvo llorando durante días, hasta que la ternura y la compasión de Eva le tocaron el
corazón. Él jamás la olvidó ni dejó de quererla, de la misma forma que Lilit nunca dejó de
amarle. Pero los dos tenían que seguir adelante, él para conservar su cordura, y ella por el bien
de Adán. ¿Lo entiendes? Sé que puede ser doloroso y complicado, pero al final fue lo mejor que
pudieron hacer.
Dariel asintió a regañadientes. Él no se imaginaba amar a otro que no fuera a Evar, pero
claro, ¿qué sabía él sobre esas cosas? Su demonio era el único que le había llegado al corazón, no
había conocido a nadie más por el que se hay a sentido atraído. Muchas mujeres le habían
ofrecido tener relaciones, pero él las había rechazado a todas. Hasta que Evar entró en su vida.
El día en que tuviera que despedirse de él sería insoportable. Notó un profundo dolor en el
pecho, y estuvo casi seguro de que un agujero se estaba abriendo bajo sus pies, a la espera de
engullirlo.
Las apresuradas palabras de Lucien lo distrajeron. Su expresión era serena mientras cortaba
un trozo de melocotón, pero Dariel estaba seguro de que había escuchado de algún modo lo que
pensaba y que intentaba atraer su atención a propósito. Una pequeña sonrisa se asomó a sus
labios.
—El caso es que Adán y Eva llegaron a la Tierra sin percances y comieron los alimentos de
allí para evitar que Dios pudiera llevarlos de vuelta al Cielo. Por supuesto, Adán no sabía por qué
estaban allí, pero Dios no volvió a hablarle ni a él ni a Eva. Tanto ella como Lilit pensaron que
habían conseguido que les dejara en paz, pero no fue así del todo. Dios esperó a que Adán y Eva
tuvieran dos hijos, Caín y Abel.
Dariel notó un escalofrío en la espalda. Conocía la historia, y algo le decía que no era en
absoluto como se la habían explicado en el orfanato.
Lucien mordió un pedazo de melocotón y masticó con los ojos entrecerrados.
—Los cuatro fueron muy felices, y pronto se convirtieron en cinco al nacer Set. A los dioses
no les gustó que los mortales de Dios estuviesen asentándose en su territorio, pero Lilit y los
íncubos y súcubos los protegieron, siempre manteniéndose ocultos, pues no querían que Dios los
descubriera. Su protección hizo que fuera posible que la descendencia de Adán y Eva floreciera
y que con el tiempo se unieran a humanos de otros panteones, por lo que sus dioses no pudieron
hacerles daño en el futuro. Pero ese no era el caso en la época de Caín y Abel. Dios estaba muy
presionado por las otras divinidades, y temía que muy pronto entrara en guerra con ellas, una
guerra que no podía ganar.
—¿Qué fue lo que hizo? —preguntó Dariel con un nudo en la garganta.
Lucien, para su completa sorpresa, dejó escapar un feroz gruñido que dejó al descubierto sus
colmillos.
—Les ofreció un sacrificio humano.
—Abel. —No hacía falta ser muy inteligente para intuirlo, aunque habían un par de cosas que
no acababan de encajar—. ¿Pero por qué?
—Uno no debe tomarse un sacrificio humano a la ligera, y mucho menos cuando se lo ofrece
un panteón a otro y este tiene a muy pocos humanos bajo su protección. El poder de los dioses se
basa en las almas que están en su poder, Dariel, lo cual significa que cuantas más mejor. Dios
aún no había acumulado ninguna, por lo que fue una oferta muy generosa —escupió las palabras
con repugnancia. Estaba claro que Lucien no era de la misma opinión.
—Entonces, ¿es cierto que Caín mató a Abel?
—Sí y no. Su cuerpo ejecutó la acción, pero no era él mismo. Puesto que Adán no sabía lo
que Dios le había hecho a Lilit ni lo que pensaba hacer con Eva, educó a sus hijos en la fe
cristiana. Obviamente, Eva no pudo decir nada o acabaría descubriendo a Lilit. El caso es que
Dios aprovechó un día que los dos hermanos le estaban ofreciendo un sacrificio para plantar la
semilla de la envidia y la locura en Caín. Les hizo saber que la ofrenda de Abel, unas ovejas, le
había complacido más que los frutos de Caín, y él montó en cólera. Asesinó a su hermano sin ser
consciente de sus acciones, y solo Dios permitió que se detuviera para verle morir. Intentó
salvarle, pero era demasiado tarde. El sacrificio estaba hecho, Dios estuvo a salvo de los
panteones y se vengó de Adán y Eva arrebatándoles a su hijo.
Dariel se aferró al borde del banco hasta que los nudillos se le volvieron blancos. Estaba
furioso por todas las cosas que Dios había hecho, al parecer desde el principio de los tiempos fue
un ser cruel y egoísta que solo se preocupaba de sí mismo. ¿Por qué tuvo que causar tanto daño?
—No puedo expresar con palabras el dolor que sintió Caín —continuó Lucien en un tono de
voz más bajo—. La culpa lo carcomió y abandonó a su familia. Eva sabía que no había sido
culpa suy a, que Dios había estado detrás de todo aquello, y Adán estaba seguro de que había
alguna explicación para lo que había pasado. Intentaron hacerle entrar en razón, pero Caín no les
escuchó y se marchó. Se casó con una mujer de otro panteón, tuvo hijos y fundó la primera
ciudad cristiana. Sus hijos y los de Set poblaron el mundo, y al morir, terminó aquí.
Dariel se sobresaltó y le miró con los ojos abiertos.
—¿Caín está aquí?
—La may oría de las almas humanas se rencarnan tras pasar un tiempo en el Cielo o en el
Infierno, pero unas pocas deciden quedarse. Las que lo hacen pueden decidir entre dirigir y
mantener el Jardín de las Flores de Fuego o ir a la Tierra para trabajar en empresas que paguen
los gastos de mis sicarios y brujas.
—¿Sicarios y brujas?
Lucien le dedicó una maliciosa sonrisa.
—¿Creías que no tenía adoradores? Yo también dependo de las almas que terminan aquí para
ganar más poder. A veces, los humanos tienen deseos muy poderosos y están dispuestos a hacer
tratos conmigo a cambio de que al morir vengan aquí. Te sorprendería la cantidad de mortales
que aceptan.
—¿Y cuál es su trabajo exactamente?
Todo rastro de diversión desapareció del rostro del Diablo.
—Hay gente malvada en el mundo, Dariel, gente malvada cuy as almas están condenadas a
terminar aquí. Las brujas son las encargadas de rastrearlos y juzgarlos, y una vez hecho,
entregan una lista a los sicarios, quienes deben perseguirlos y matarlos.
Dariel por poco se hizo un corte con el cuchillo. Acababa de terminar de trocear el melocotón
cuando Lucien había soltado sin más que tenía asesinos en el mundo humano.
—¿Matas gente?
Lucien le lanzó un gruñido y se plantó frente a él. Por primera vez desde que lo conocía,
Dariel sintió que el miedo lo invadía. El aura que desprendía el Diablo era poderosa y letal, como
si la muerte misma estuviera parada frente a él. De hecho, estaba seguro de que la veía en sus
intensos ojos negros.
—¿Piensas que soy un asesino?, ¿que soy como dicen todas las ley endas?, ¿que soy un
monstruo? Entonces, ¿qué es la gente que mata por dinero?, ¿qué son los que secuestran y violan a
las mujeres?, ¿qué son los que torturan a la gente solo por diversión? Créeme cuando te digo que
todos y cada uno de los bastardos que he mandado matar están mejor aquí, en el Infierno, que
haciendo daño a más personas. Tú lo entiendes, Dariel, sabes que aquellos que son como el
hombre que te hizo daño están mejor muertos.
Dariel se quedó paralizado cuando su mente se sumergió en sus recuerdos. Era como si
volviera a estar allí, en el despacho de paredes blancas decoradas con cuadros religiosos y un
Cristo crucificado de madera. Recordaba el amueblado viejo, de tonos oscuros, y el frío suelo de
azulejos que miraba cada vez que el padre Tom lo llamaba.
¿Cuántas veces había deseado que ese hombre tuviera un accidente? ¿Cuántas veces había
soñado con que era atracado de forma violenta? Cada día desde que cumplió los nueve años y
hasta los doce, quiso que muriera, el cómo no le importaba. Solo quería que le dejara tranquilo.
Soltó el aire despacio entre dientes, tratando de calmar los acelerados latidos de su corazón.
No le gustaba pensar en ello, se sentía avergonzado y humillado de la peor forma posible cuando
lo recordaba.
—Tienes razón —murmuró—, las personas como el padre Tom están mejor muertas.
Lucien se relajó y toda la tensión del ambiente se desvaneció. La diminuta sonrisa que le
dedicó suavizó la agresividad que había detectado antes en su rostro y en sus ojos.
—Puede que suene un poco retorcido, pero hemos salvado a bastantes personas gracias a los
sicarios. Su trabajo no es fácil, algunos se niegan al principio, pero después se dan cuenta de la
clase de monstruos que son aquellos a quienes persiguen.
—¿Nunca se han equivocado?
Lucien titubeó.
—A veces se cometen errores, pero suelen estar provocados por las brujas. Por eso no tengo
más remedio que relevarlas de su cargo en cuanto empiezan a salir con humanos. El dolor y los
celos no son motivos para matar a inocentes, y me enfurece que utilicen la confianza de sus
sicarios para vengarse. Desde que implanté ese sistema hace unos siglos no hemos tenido
equivocaciones, les tengo dicho a mis chicas que sean minuciosas en sus investigaciones y que
jamás declaren culpable a un mortal hasta que hay a pruebas concluy entes.
Dariel bajó la vista. Tenía un nudo en la garganta, provocado por los amargos recuerdos que
aún lo embargaban.
—El padre Tom era culpable.
Lucien parecía mortificado cuando le cogió por los hombros y los apretó.
—Siento mucho lo que te hizo, y lamento que uno de mis sicarios no llegara mucho antes para
evitarlo.
Le quitó importancia y se apartó de él para centrar su atención en los trozos de melocotón.
Necesitaba distraerse, pensar en cualquier otra cosa antes de que el dolor fuera demasiado
intenso como para ahogarse en él.
—¿Qué pasó después de lo de Caín?
Lucien se alejó un poco y volvió a sentarse en el banco de la cocina. Le dio otro mordisco al
melocotón que llevaba en la mano, masticó lentamente y tragó.
—Llegamos a mi parte, por supuesto.
Dariel esperó a que continuara hablando mientras él colocaba los trozos de las frutas en la
superficie de la tarta, pero no lo hizo. Extrañado, se giró para mirarle después de apagar el fuego
que había derretido el chocolate. Lucien tenía una expresión atormentada en el rostro, como si
alguien le hubiera clavado una daga en el pecho y la estuviera retorciendo para causarle el
may or daño posible.
—¿Estás bien? —No pudo evitar preguntarlo. Sentía el extraño impulso de acercarse y
tocarlo, como si el contacto físico pudiera aliviarle.
Lucien le dedicó una sonrisa que no le llegó a los ojos.
—Hace mucho que no hablo de ello, e incluso ahora me resulta muy difícil. —Tomó una
honda bocanada de aire, suspiró lentamente y se relajó—. Está bien, supongo que puedo
comenzar por lo más fácil. Como acabo de explicarte, los descendientes de Caín y Set poblaron
poco a poco el mundo. Yo pertenezco al linaje del primero, y no fui muy afortunado. Ya te he
contado que mis padres murieron siendo y o un niño, y que mi hermano Zagiel y y o nos
quedamos solos. Él encontró una mujer a la que amar y tuvo tres hijos. Yo no tenía a nadie, pero
era feliz con ellos y no necesitaba nada más. Habría hecho cualquier cosa por mi familia… De
hecho, entregué mi vida por ellos.
Dariel se tensó, pero se dio la vuelta de nuevo y centró su atención en escuchar a la vez que
vertía el chocolate sobre la tarta con cuidado. En cuanto lo hiciera, solo tenía que ponerlo en la
nevera un rato y podría prestar total atención a las palabras de Lucien.
Él siguió hablando.
—Vivíamos en una pequeña tribu, en Israel. Allí las guerras eran constantes, los asirios, los
babilonios y los egipcios querían hacerse con el territorio, y era inevitable que un día llegaran a la
casa donde vivíamos. Hice que Zagiel y su familia huy eran mientras y o les cubría. En aquella
época muchos habíamos aprendido a luchar, era necesario si queríamos defendernos, y a mí se
me daba especialmente bien. Mi hermano no deseaba dejarme, sabía que moriría y no deseaba
que mi vida acabara de aquella manera, y mucho menos por él. Pero tenía tres hijos pequeños y
una mujer indefensa, así que le convencí de que partiera. Supongo que sabrás cuál fue mi
destino. Aguanté todo lo que pude, pero al final morí desangrado por las heridas.
Dariel tragó saliva. No podía imaginar al Diablo siendo asesinado como un simple mortal,
parecía demasiado fácil, y a juzgar por el aura letal que envolvía a Lucien, estaba bastante
seguro de que no era alguien a quien se le pudiera vencer con facilidad.
—En fin —continuó este con un tono de voz irónico—, tras mi muerte desperté en el Cielo con
un par de alas blancas en mi espalda. Vi a Gabriel e intuí lo que estaba pasando, pero jamás
habría imaginado que acabaría convirtiéndome en un ángel. Me sentí muy agradecido, como te
he dicho —bufó. No parecía hacerle muy feliz el hecho de que acabara a merced de Dios. Su
rostro se alzó hacia él e hizo una mueca—. Detesto hacer una pausa, pero es algo que tienes que
entender. ¿Recuerdas algo sobre las jerarquías de los ángeles?
El semidiós se giró a la vez que daba la vuelta para meter la tarta en una nevera. No se le
escapó la mirada hambrienta de Lucien, que siguió el postre como si fuera un cofre lleno de
monedas de oro.
—Sé que hay tres, pero apenas recuerdo sus funciones y todos los nombres.
Lucien asintió pacientemente.
—Seré breve; en la primera se encuentran los serafines, querubines y tronos. Son los
consejeros de Dios y los encargados de mantener el orden universal. En otras palabras, tienen
poder de voto en la toma de decisiones y vigilan a aquellos que pueden suponer un problema en
may úsculas.
—Como y o —comentó Dariel con diversión.
El Diablo le devolvió la sonrisa.
—Oh, sí, como tú. No creo que el trono que se enteró de tu existencia se quedara contento. —
Hizo una pausa para darle otro bocado al melocotón—. Sigamos. En la segunda jerarquía
tenemos dominaciones, virtudes y potestades. Ellos son una especie de administradores, encargan
las tareas a los ángeles inferiores y los supervisan. Son los primeros en averiguar cuándo un ángel
se convierte en un caído.
—¿Cómo lo hacen?
Para su sorpresa, Lucien se levantó de un salto y, sin previo aviso, tres pares de alas surgieron
de su espalda. Eran tan negras como las de todos los caídos que había visto aquellos días.
—Nuestras alas se vuelven negras. Unos pocos logran ocultarlo hasta que consiguen escapar
del Cielo, pero son muy pocos. Kasbel, por ejemplo, logró mantener el blanco de sus alas para
engañar a Dios y arrebatarle a dos Nefilim que eran sus prisioneros.
—Nico y Skander —adivinó Dariel, pensando en lo que Evar le había contado sobre ellos.
Lucien asintió.
—Exacto —dicho esto, hizo desaparecer sus alas—. Por último, en la tercera jerarquía están
los principados, los arcángeles y los ángeles propiamente dichos. Son los que tienen más contacto
con los hombres; son mensajeros de Dios y los principados protegen a un determinado número
de personas. La may oría de los ángeles inferiores forman parte del ejército de Miguel.
Dariel apretó la mandíbula. Entonces, eran ellos los que torturaron a Evar… Solo de pensarlo,
peligrosas chispas empezaron a saltar de su piel.
—¡Ey ! —exclamó Lucien, esquivando con una inusual elegancia el pequeño relámpago que
le habría dado de lleno—. Tranquilo, Dariel. Todos odiamos a los ángeles y a Dios, pero ese no es
motivo para achicharrar al que tengas más cerca, en este caso y o.
—Disculpa —masculló y trató de calmarse.
El Diablo le sonrió, abrió la nevera y le sacó un botellín de zumo.
—Tómatelo, te sentará bien.
Dariel lo cogió con el ceño fruncido.
—¿Es que subes al mundo humano a hacer la compra?
Lucien rio con ganas.
—Qué más quisiera. La compra la hacen las brujas, y no, no es una cuestión machista —
dicho esto, su sonrisa se desvaneció—. Ni y o ni los ángeles caídos podemos ir al mundo de los
mortales.
El semidiós se le quedó mirando a la espera de que contara el chiste. Sin embargo, Lucien no
continuó, sino que aprovechó el momento de silencio para terminar el melocotón y tirarlo a la
basura.
—¿Hablas en serio?
—Sí. Bueno, técnicamente podemos subir al piso de arriba, pero no deberíamos. Si Dios nos
pilla y nos llama, no tendremos otro remedio que ir al Cielo, donde seremos capturados y
probablemente asesinados, o algo peor. Todo depende de la manía que nos tenga.
—¿Pero por qué? Sois libres ahora, os convertisteis en ángeles caídos.
Lucien esbozó una sonrisa triste.
—Exacto. Traicionamos a Dios y nuestras alas y aspecto cambiaron, pero seguimos siendo
ángeles. Al morir como mortales, él cogió nuestras almas y nos convirtió en sus mensajeros, de
ahí que formara un vínculo con nosotros. ¿No te has dado cuenta de que es un maniático del
control? No le gusta que desobedezcan sus órdenes, y pese a que no pueda controlar nuestra
mente y cuerpo, sí puede obligarnos a acudir a él en cuanto nos llame. En el Infierno estamos a
salvo, porque él solo tiene control sobre el Cielo y la Tierra.
—¿Y no podéis hacer nada? Adán y Eva comieron alimentos terrestres para que Dios no les
obligara a volver, ¿no podéis hacer algo parecido?
—Me temo que no. Adán y Eva fueron creados por él, igual que Lilit, pero en ningún
momento tuvo control sobre sus almas… —De repente, se calló y frunció el ceño—. Es difícil de
explicar. Dios solo creó sus cuerpos, pero ellos desarrollaron su esencia por cuenta propia, y sus
descendientes, en consecuencia, heredaron esa habilidad. Pero los ángeles somos diferentes, Dios
tuvo poder sobre nuestras almas antes de convertirnos en ángeles. El hecho de que tengamos que
acudir a él es como la maldición que le lanzó a Lilit, como el vínculo que unía a Eva a Adán y
como el anhelo de amor que implantó en él. No podemos evitarlo… a menos que tú nos ay udes.
Dariel se sobresaltó, pero al segundo siguiente, sus ojos azules estaban cargados de decisión.
—¿Qué tengo que hacer?
Lucien le guiñó un ojo.
—Un poco impaciente, ¿eh? Tranquilo, amigo mío, muy pronto llegaremos a esa parte, aún
soy el protagonista de la historia que te estoy contando. Ven, siéntate y ponte cómodo. Todavía
nos queda un poco más.
A regañadientes, hizo lo que le decía y se sentó de cara al respaldo de una silla para apoy ar
los brazos en este. Lucien se limitó a subirse al banco de la cocina, parecía gustarle ese sitio.
—Volviendo a cuando me convertí en ángel y por qué nos hemos desviado a todo ese rollo de
la angelología. Empecé siendo un mensajero como cualquier otro, pero no tardé en destacar con
mis habilidades de lucha y Miguel me quiso en su ejército. Te ahorraré que con el paso de los
años fui lo suficientemente poderoso como para convertirme en arcángel, y más adelante subí a
principado. Destaqué muy pronto entre el resto de mis compañeros, me gustaba lo que hacía y
estaba contento de servir en el Cielo, así que no tardé en ir subiendo los escalones. Acababa de
entrar en las potestades cuando mi hermano murió por la vejez y se reunió conmigo como ángel.
—En ese momento, su voz se quebró. Tenía los ojos llenos de lágrimas—. Me hizo tan feliz volver
a verlo… Cuando Gabriel lo llevó hasta mí, los dos pensamos que no podía ser cierto, que en
cualquier momento el otro se desvanecería. Pero no fue así. Nos abrazamos y Zagiel se echó a
llorar. Apenas me di cuenta de que y o también estaba empapado de lágrimas.
Dariel tragó el nudo que tenía en la garganta. No tenía ni idea de cómo debió de sentirse
Lucien, pero él también había soñado infinidad de veces que sus padres regresaban a por él y que
se lo llevaban lejos del orfanato, donde nadie podía hacerle daño. Por desgracia, eso jamás pasó.
Su madre estaba muerta, y su padre ni siquiera sabía que existía.
—La esposa de Zagiel también vino más tarde, y algunos de sus hijos y descendientes.
Siempre habíamos estado solos, pero ahora teníamos a una gran familia reunida en el Cielo. Fui
muy feliz… a pesar de que viví en la ignorancia —murmuró con voz rancia.
Dariel y a intuía que estaba muy cerca del final, un final que, no sabía por qué, creía que
acabaría en tragedia.
—Dios se fijó en mí, y pronto me quiso cerca de él, en la primera jerarquía. Cuando me
convertí en trono, empezó a hablar conmigo. Me preguntaba mucho sobre mi vida, tanto mortal
como la que llevaba en el Cielo en esos momentos. Los demás ángeles estaban extrañados, Dios
era amable con todos, pero no pasaba mucho tiempo con uno solo. Me convertí en el favorito, y
subí poco a poco de jerarquía hasta que llegó el día en el que por fin me convertí en serafín.
Algunos pensaban que lo logré porque Dios me prefería sobre los demás, pero la verdad es que
me había vuelto muy poderoso, y los ángeles que estaban más cerca de mí lo sabían. Tal vez fui
demasiado poderoso.
No le gustó nada cómo sonaron esas palabras, y a juzgar por el rostro sombrío de Lucien, a él
tampoco le hicieron gracia.
—Me hice tan fuerte que, de vez en cuando, era capaz de detectar algunos pensamientos de
Dios. No solía ser por mucho tiempo, su mente era compleja y poderosa, pero de vez en cuando
oía y veía algo. Siempre que estaba cerca, percibía algo extraño, algo que no estaba bien, y a
medida que pasaba el tiempo, la sensación se intensificaba. No sabía lo que era, pero le pedí al
serafín más antiguo que me diera unos días de descanso en la Tierra. Sabía que allí estaría a
salvo, Dios no bajaba nunca, se regodeaba con su propia creación —añadió poniendo los ojos en
blanco, como si fuera un rasgo que le exasperara.
—¿Te lo permitió?
—Feivel y y o éramos buenos amigos. Dios quería que y o me convirtiera en su mano
derecha, en el primer serafín, pero a mí me gustaba ser uno más del montón y no quería que
Feivel perdiera su puesto cuando había estado muchos más siglos que y o. Me estaba agradecido
por ello y por eso no tuvo pegas en dejarme ir al mundo humano. Los serafines bajábamos de
vez en cuando, así que a Dios tampoco le extrañaría y y o tendría tiempo para pensar en lo que
me inquietaba. Acabé en una pequeña aldea… donde le conocí.
Dariel no pudo evitar inclinar el cuerpo por la expectación. Tenía los músculos tensos y sus
manos se aferraban al respaldo de la silla con fuerza.
—¿A quién?
Los oscuros ojos del Diablo tenían un brillo febril cuando murmuró con voz temblorosa:
—Mi Ariel.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al adivinar a dónde quería llegar.
Ariel era su pareja. Había sentido por ese hombre lo mismo que él por Evar. Y por la
expresión adolorida de su rostro, supo que le había perdido.
Se lo habían arrebatado.
—Él era… irritante —continuó Lucien con una tierna sonrisa en los labios, aunque sus
facciones seguían crispadas por la agonía—. Era muy cabezota y no escuchaba a los demás
cuando estaba seguro de que tenía razón. Nada más verme, me dijo que y o tenía que ser un
ángel, y durante todo el tiempo que estuvimos juntos, no pude convencerle de lo contrario. Pero
tenía buen corazón, ay udaba a los demás siempre que podía, aunque era un poco torpe a la hora
de hacerlo. —Hizo una pausa y bajó la vista, parecía incapaz de mirar a Dariel a la cara
mientras hablaba—. Me cautivó, y nos enamoramos. Supe de inmediato que quería volver a
tener una oportunidad para ser humano y así pasar mi vida con él. En cuanto le dije que quería
estar a su lado y me aceptó, fui al Cielo y hablé con Zagiel y Feivel. Los dos estaban felices de
que hubiera encontrado a alguien y me llevaron con Dios. Yo había olvidado por completo sus
oscuros pensamientos, y estaba seguro de que me convertiría en mortal de nuevo… —tras
pronunciar esas palabras, se quedó muy callado y quieto. Parecía una perfecta estatua, con los
músculos tan tensos que parecían estar hechos de piedra recubiertos por su blanca piel. Solo las
emociones que Dariel veía en sus ojos le confirmaban que el Diablo estaba muy vivo. Y furioso.
—No lo hizo, ¿verdad? —murmuró con la may or delicadeza de la que fue capaz.
Lucien cerró los ojos con fuerza.
—Por primera vez desde que alguno de nosotros le conocíamos, perdió el control sobre sí
mismo y rugió airado. En ese instante, vi lo que había en su mente, y comprendí por qué no
deseaba que me marchara.
—¿Por qué?
En vez de responder, Lucien se bajó del banco y se acercó a él. Extendió el brazo, lo
suficiente como para que Dariel pudiera tocarlo si lo deseaba. No sabía si debería ver lo que iba a
mostrarle, pero era necesario. Si quería ay udar a los Nefilim sin hacerles daño, tenía que confiar
en el mismísimo Diablo.
Inspiró hondo y tocó sus dedos con los suy os. Al instante, todas las imágenes se filtraron en su
cabeza. Jadeó con fuerza al ver la retorcida forma en la que Dios había contemplado a Lucien.
Sus pensamientos eran obsesivos de un modo enfermizo, vio todo lo que quería hacerle, la
manera en que quería apoderarse de su cuerpo, mente y alma, y la envidia y los celos asesinos
que sintió contra Ariel, a quien imaginaba como un demonio que había seducido a Lucien para
apartarlo de él, su amo.
Su amo. Ese era el resumen de la relación que Dios veía entre él y Lucien.
Dariel se apartó bruscamente del otro hombre y corrió a la basura. Se apoy ó en ella y vomitó
con violencia. Las imágenes apenas habían durado un segundo, pero su cuerpo estaba temblando
y cubierto en sudor. Se sentía horrorizado y alarmado. En esos momentos era incapaz de pensar
que el Diablo le estaba mintiendo, no se lo había parecido cuando le había hablado de Lilit, Caín y
Ariel, y después de lo que había visto…
—¡Dariel! —exclamó Lucien, quien corrió a su lado. Notó sus manos frotándole los hombros
y la espalda, en un intento de reconfortarlo. Escuchó que soltaba una maldición en hebreo—.
Mierda, Dariel, lo siento, no tendría que habértelo enseñado, pero no se me ocurría otro modo de
explicártelo. Lo lamento mucho, estoy desesperado, quiero que me creas, y pensé que esta era la
mejor manera…
—¿Dariel?
Reconoció esa voz sin necesidad de alzar la cabeza. Se sintió ligeramente reconfortado al
saber que estaba allí con él, pero seguía aterrorizado por lo que había visto.
—¿Qué le ha pasado? ¿Está bien? —preguntó. La preocupación era evidente en su tono.
—Le he mostrado más de lo que debería. Perdóname, Evaristo, no esperaba que reaccionara
de esa forma.
Al instante, las manos de Lucien fueron sustituidas por unas más grandes y calientes. Evar le
acarició la espalda y después le sujetó la cabeza.
—Tranquilo, estoy aquí, no pasa nada. Solo era una visión del pasado, no va dirigida contra ti
—murmuró a la vez que le besaba en el cuello y el hombro—. Está bien, estoy contigo.
Eso lo calmó un poco, pero siguió vomitando unos minutos más. Incluso cuando pareció que
su estómago estaba mejor, su cuerpo siguió temblando entre los brazos de Evar, quien le limpió
los labios y lo acunó sobre su regazo.
—No sabes cuánto lo siento —se disculpó Lucien de nuevo. Parecía realmente arrepentido—.
No quería que te pusieras así, no era mi intención.
Evar le gruñó un poco.
—No vuelvas a enseñarle eso. Nunca.
El Diablo asintió con vehemencia y se inclinó para poder quedar a la misma altura que
Dariel.
—Lamento de verdad habértelo enseñado. No se me ocurría otro modo de explicarte lo que
Dios sentía hacia mí. Ni siquiera después de tantos milenios, he logrado comprender esos…
deseos… No tengo ni idea de qué decirte sobre eso. Solo sé que sintió celos de Ariel, y que me
encadenó contra una pared. Zagiel intentó ay udarme, pero a él también lo inmovilizó. Feivel
quiso hacerle entrar en razón, pero Dios no le escuchó. Abrió un portal allí mismo y le lanzó una
descarga astral a Ariel que lo mató.
Dariel todavía estaba un poco aturdido por lo que había visto, pero podía escuchar y
comprender todo lo que Lucien le contaba. Sensibilizado por todo ello, sintió pena por él, pero las
caricias de Evar lo reconfortaban. Se había sentado en una silla con él sobre sus patas y no
parecía tener la menor intención de marcharse. Agradeció que se quedara a su lado en esos
momentos, las imágenes aún daban vueltas en su cabeza.
No quería ni pensar en lo que tuvo que pasar Lucien. Ya fue bastante malo tener la duda de si
Evar viviría o no al ataque de los ángeles, no quería imaginar siquiera lo que sucedería en su
corazón si le perdía para siempre.
Se estremeció y tragó saliva. Evar le besó en la cabeza y lo abrazó más fuerte, pero
procurando no hacerle daño ni aplastarle el estómago por si volvía a vomitar.
—Lo siento mucho, Lucien —susurró. Quería decirle que podía comprenderle un poco,
aunque no del todo.
El Diablo suspiró.
—Te lo agradezco. Pero por desgracia, eso no fue lo peor que le hizo a mi Ariel.
Dariel se quedó pálido y notó que algo se le revolvía en los intestinos. Mierda… Era imposible
que quedara algo más en su estómago.
—No puede ser —masculló con la voz ahogada. Evar se tensó a su lado y cogió el cubo de
basura, listo para dárselo si lo necesitaba.
—Me temo que sí. Has visto a las personas del Jardín de las Flores de Fuego, ¿verdad? Debes
saber que a pesar de tener un cuerpo sólido, siguen siendo almas. Cuando Dios mató a Ariel, me
dolió, es cierto, pero aún podría haberse reencarnado en otro cuerpo y volver a vivir. Pero Dios
estaba cegado por la ira, y en vez de dejarlo libre, cogió el alma de mi pareja y la destruy ó
delante de mí. No quedó nada de mi Ariel. Nada que pudiera salvar. Solo me quedaron sus
recuerdos, y la culpa de no haber podido salvarle. —Lucien se detuvo, fue hacia la nevera y sacó
un refresco antes de desplomarse en una silla junto a él y Evar.
El demonio apretó a Dariel con más fuerza. Él sabía lo que sentía Lucien, lo sintió desde el
momento en que perdió a Arlet. El dolor que se quedó clavado en su pecho ahora era únicamente
una cicatriz que escocía, pero en aquel momento estuvo seguro de que se ahogaría en su propia
agonía.
Lucifer también parecía haberlo superado, pero cada vez que contaba su historia, la herida se
abría.
—Mi Ariel no fue el único que murió ese día. Feivel, tratando de salvarlo, se enfrentó a Dios
con un trágico final. Después de asesinar vilmente al amor de mi vida, se arrepintió de haber
matado al ángel, y me echó la culpa a mí. Dijo que debía pagar por haber permitido que un
mortal me sedujera, que Feivel había muerto por mi culpa. Hizo aparecer una espada y la
ensartó en el pecho de mi hermano Zagiel. Le supliqué que se detuviera, roto por el dolor al
haber perdido y a al hombre al que amaba y a mi mejor amigo, no soportaría ver morir a mi
hermano. Pero Dios no tuvo piedad, ni de mí ni de Zagiel, y mi hermano también falleció. Los
ángeles no podemos volver a nacer, Dariel, es un riesgo que corremos. A diferencia de las almas
humanas, no nos reencarnamos, es lo mismo que destruir la esencia de una persona. Ese día y o
perdí para siempre a tres hombres a los que amaba, y todo por culpa del egoísmo de Dios. Al
comprender eso, perdí mi fe y mi confianza en él, y mis alas, blancas hasta entonces, se
oscurecieron para guardarles luto.
Dariel notó un nudo en la garganta y se apretó contra el pecho de Evar. Él le acarició el
cabello y lo acunó de nuevo entre sus brazos.
—Después de aquello, Dios me encerró. Pasé unos cuantos años en una celda, ignorando sus
súplicas de que regresara a su lado y todo quedaría perdonado. Lloré a aquellos a quienes había
perdido y dejé que mi cuerpo y mi alma se consumieran en el odio y la sed de venganza. Quería
hacerle pagar a Dios por lo que había hecho, quería que sufriera como nadie lo había hecho
antes. Pero y o estaba encerrado y me estaban prohibidas las visitas. —Hizo una pausa para
apretar los puños—. Sin embargo, la esposa de Zagiel, mi cuñada, a la que amaba como si fuera
mi hermana, penetró en las mazmorras para buscarme. Dios les había dicho a los ángeles que
me había vuelto loco y que había asesinado a Feivel y Zagiel en un momento de cólera, como le
sucedió a Caín, pero ella no le creía. En cuanto la vi, le mostré lo que sucedió realmente, y ella se
convirtió en un caído también. En aquel momento y o no pensaba en una rebelión, estaba
demasiado cegado por el dolor, pero Leora tenía la mente más clara, a pesar de que su dolor no
era inferior al mío, y pasó mi historia a muchos otros ángeles. Ella me dijo que las parejas de
otros ángeles habían desaparecido, todas ellas homosexuales, y muchos querían saber si lo que
había sucedido era cierto. Ella lideró al escuadrón que me liberó y fuimos a buscar a Dios. Lo
acorralamos en una sala, donde tenía encadenadas a varias almas. Parece ser que mi amor por
Ariel provocó que sintiera rencor por los que nos sentimos atraídos por los de nuestro mismo
sexo, y no toleró que ninguno de sus ángeles tuviera esa clase de relaciones. Conseguimos
salvarlas y dejar que se marcharan al mundo mortal, donde se reencarnarían de nuevo, pero
muchos de los caídos murieron en aquella batalla y nos vimos obligados a huir al Infierno, el
único lugar donde Dios no podría alcanzarnos. Leora también falleció —dijo con la voz
entrecortada—, ella era todo lo que tenía y la perdí, y a menudo me pregunto si no fue una mala
idea que me liberara y que tratáramos de luchar contra Dios. Pero el daño está hecho, no puedo
ignorar los sacrificios de los caídos, ni tampoco a todas las personas que hemos perdido. No
puedo ignorar que me arrebató a Ariel, a Zagiel, a Feivel y a Leora. No puedo ignorar que
utilizara a Lilit, Adán, Eva y Caín para su propio beneficio. No puedo ignorar que asesinara a las
esposas de los Grigori, quienes se pusieron de mi lado al enterarse de lo que nos habían hecho. No
puedo ignorar que asesinaran y secuestraran a sus hijos. No me importa cuántos milenios tengan
que pasar, pero Dios pagará por toda la sangre que ha derramado a lo largo de su miserable
existencia —dicho esto, miró a Dariel con intensidad—. Si formas parte de nosotros, te prometo
que jamás te mentiré, y que te trataré como si fueras uno más de los míos. ¿Nos ay udarás?
Dariel lo miró fijamente sin pronunciar palabra. Los temblores habían cesado, y a no sudaba
y se sentía más fuerte. De hecho, su mirada celeste brillaba de determinación.
Se incorporó con deliberada lentitud. Evar no hizo nada por detenerlo, pero se quedó muy
atento a si necesitaba su ay uda para sostenerse. Dariel dio dos pasos y se plantó frente a Lucien.
Este estaba de pie, esperando por su respuesta.
El semidiós lo contempló unos minutos más y, después, le ofreció la mano.
—Acabas de cerrar un buen trato, Diablo.

Capítulo 12. Oportunidad


“Cada día es una oportunidad de salir a la calle y enfrentar al viento. Los sueños a veces
se hacen realidad, dale tiempo al tiempo.”
FITO P ÁE Z
—Entonces, ¿qué es lo que tengo que hacer? —preguntó Dariel.
Tras escuchar las historias de Lucien, se habían sentado en las sillas alrededor de la mesa. El
Diablo parecía muy feliz por poder devorar por fin la tarta de chocolate y melocotón, y contento
porque Dariel se hubiese decidido a quedarse en su bando. Evar estaba sentado muy cerca de él,
todavía inquieto por el estado de su estómago, mientras que el semidiós se tomaba el zumo que le
había dado antes Lucien.
Las imágenes que le había mostrado el ángel caído se habían quedado grabadas a fuego en su
mente, pero ahora eran más soportables y podía dejarlas a un lado mientras se concentraba en lo
que podía hacer por Lucien y los Nefilim. Había decidido que el Diablo no le había mentido, su
dolor parecía demasiado real, y concordaba con el carácter y el comportamiento que había
observado esos días en él.
Tenía todo el derecho del mundo a vengarse.
Lucien se llevó un trozo de tarta a la boca y gimió.
—Diablos, esto debería entrar en la lista de pecados. ¿Hay alguna posibilidad de que pueda
contratarte como cocinero a jornada completa?
Dariel puso los ojos en blanco. ¿Por qué siempre se iba por las ramas?
Al mirar a Evar, vio que estaba sonriendo, como si le comprendiera. Casi había olvidado que
también trabajaba para el Diablo. ¿Cuánto tiempo llevaría aguantándole? ¿Siglos? ¿Milenios?
—Lucien, nos estamos desviando.
—Lo siento, esta tarta me hace perder el norte. ¿De qué hablábamos?
El semidiós se pidió paciencia para no perder los nervios.
—Mi trabajo. ¿Cómo puedo ay udaros?
—Oh, sí, por supuesto. —Dejó la tarta a un lado y entrelazó los dedos por encima de la mesa
—. Veamos, ¿recuerdas lo que te he dicho sobre ese problemilla que tenemos los ángeles caídos
con el mundo de los humanos?
Dariel asintió. Si aparecían por allí y Dios les llamaba, se verían obligados a acudir ante su
presencia.
—Bien, al parecer hay una manera de romper esa conexión… y creo que tú puedes
ay udarnos a conseguirlo.
Eso lo sorprendió. No estaba seguro de lo que Lucien quería pedirle, pero desde luego, no
había esperado algo así.
Evar, en cambio, lo miró con suspicacia.
—¿Estás pensando en lo que te dijo Hera?
El Diablo le dirigió una ancha sonrisa.
—Bien visto, Evaristo. Tras nuestras muertes como humanos, Dios coge nuestras almas para
hacernos inmortales y concedernos poderes sobrenaturales, pero si utilizamos otro objeto que nos
conceda esas mismas habilidades, el vínculo que nos une a él se rompería.
Dariel frunció el ceño, tratando de entenderlo.
—¿Eso quiere decir que si coméis las manzanas de Idun u otra cosa parecida seréis libres de
él?
Lucien pareció complacido por que lo hubiera pillado tan rápido.
—Y podremos ir al mundo de los mortales y enseñarle nuestros culos desde allí sin que él
pueda hacer nada por controlarnos. Ah, daría lo que fuera por ver su cara cuando eso ocurra.
El Nefilim ladeó la cabeza y entrecerró los ojos.
—¿Y qué pinta Dariel en esto? No esperarás que se infiltre en Asgard para robarles las
manzanas a los nórdicos, ¿verdad? Provocarías una guerra contra Odín, y y o diría que y a
tenemos bastante con Dios y los ángeles como para ganarnos más enemigos.
Lucien, sin dejar de sonreír, le dio unas palmaditas a Evar en el brazo.
—Tranquilízate, mi querido amigo, no soy tan estúpido como para enviar a Dariel a una
muerte segura y a nosotros a la más absoluta devastación. Simplemente, estaba pensando en
aprovechar la ascendencia paterna de nuestro semidiós.
Algo se encendió en la cabeza del susodicho, que se quedó con la boca abierta y los ojos
abiertos de par en par.
—¿Quieres que robe ambrosía?
El Diablo hizo una mueca.
—Robar es una palabra muy fea, Dariel. Yo solo digo que podríamos organizar una pequeña
reunión familiar... entre tu padre y tú.
En pocas palabras, se quedó de piedra. Sí, vale, había pensado en conocer tarde o temprano a
su padre, pero aparecer así sin más y decirle a Zeus, rey de todos los dioses griegos, que era hijo
suy o y pedirle ambrosía en el proceso…
No creía que fuera a ser bienvenido.
Lucien se sobresaltó de repente.
—Por supuesto, no tiene por qué ser ahora. Comprendo que necesites tu tiempo para pensarlo.
Nosotros no tenemos prisa. Llevamos aquí miles y miles de años, esperar un poco más no va a
matarnos —dijo soltando una carcajada antes de ponerse serio de nuevo—. Aunque claro, si no
deseas enfrentarte a Zeus, tampoco tienes por qué hacer esto. Ya encontraremos otra manera.
—No —susurró Dariel con el ceño fruncido—, quiero conocer a mi padre. Es solo que…
Necesito un poco de tiempo.
—Todo el que te haga falta. —Lucien le sonrió levemente y después fijó su atención en Evar
con una ceja alzada—. Por ahora, puedes volver al mundo humano y hacer tu vida allí hasta que
decidas que ha llegado el momento de que conozcas a tu padre. En cuanto a ti, Evaristo, ¿qué
piensas hacer?
Dariel notó un nudo en el estómago mientras esperaba su respuesta. Ahora que él había
aceptado el trato con Lucien, Evar y a no tenía motivos para quedarse a su lado. Permanecería en
el Infierno, lejos de él. Esa realidad le sentó como un puñetazo en las entrañas.
El Nefilim contempló a Dariel con intensidad durante unos segundos. Después, asintió para sí
mismo.
—Iré con Dariel.
Él se sobresaltó y lo miró con los ojos como platos. ¿Había oído bien o solo lo que deseaba
escuchar? Su corazón palpitó con fuerza al mismo tiempo que esperaba a que dijera algo más.
Los ojos de Evar no se habían movido de los suy os. Eran cálidos y decididos, con un brillo
extraño que hizo que se estremeciera de la cabeza a los pies.
—Él no puede defenderse de los griegos y los ángeles. Me quedaré con él, al menos hasta que
aprenda a usar sus poderes por completo —dicho esto, deslizó una mano por encima de la mesa
y cogió la suy a con delicadeza para acariciarle los dedos.
Dariel asintió con lentitud, aunque en su fuero interno estaba gritando de alegría. Evar quería
quedarse con él. Tal vez sus motivos no fueran el amor que tanto anhelaba, pero al menos le
preocupaba que le hicieran daño. Eso era un buen comienzo, ¿no? Su demonio se preocupaba por
él, le tenía cierto afecto, y sabía que le deseaba.
¿Era demasiado descabellado tener esperanzas? Su parte racional decía que sí, que Evar
pertenecía al Infierno y que después de lo de Arlet jamás se marcharía con él al mundo humano
ni se permitiría enamorarse de nuevo. Sin embargo, su corazón se aceleró ante la expectativa
de… ¿intentarlo? ¿Se atrevería a tratar de seducirlo?, ¿de hacer que sus sentimientos por él se
volvieran más fuertes? Lo deseaba con todas sus fuerzas, y el hecho de que Evar estrechara su
mano con fuerza, como si no quisiera soltarlo, no ay udó a que su mente ganara terreno a la
esperanza.
Lucien asintió y sonrió.
—En ese caso, si Dariel quiere, puede esperar a que te hay as recuperado del todo para
regresar juntos a la Tierra. ¿Qué me dices, Dariel?
Evar le miró con intensidad. Algo brillaba en sus ojos, parecía una mezcla de ansiedad y
miedo. ¿Era posible que le preocupara que le rechazara? ¿O simplemente temía por su seguridad?
En cualquier caso, Dariel sabía lo que haría. No iba a desperdiciar la oportunidad de pasar
más tiempo con su demonio.
—Me quedaré hasta que esté bien.
El Nefilim se relajó al instante y a Dariel le pareció escuchar que ronroneaba, pero lo hizo
tan bajo que no estuvo seguro de si lo habría imaginado.
Lucien los contemplaba con una extraña mirada. Múltiples emociones se habían agolpado en
su interior, en parte provocadas por recordar a Ariel. Le echaba de menos, y todavía deseaba
con fervor el futuro que podrían haber tenido juntos, el futuro que Evaristo y Dariel tenían por
delante. Era muy consciente de los sentimientos de ambos por el otro, al igual que conocía sus
miedos.
Podría arreglar la situación fácilmente. Podría hablar en privado con ellos y revelarles lo que
sabía sobre el otro, pero eso sería interferir en su vida privada y sabía que no estaba bien.
Además, Dariel todavía tenía que conocer a su padre. ¿Y si se encariñaba con él y deseaba
quedarse con su familia griega en el Olimpo? Evar no iría allí, sabía que y a no abandonaría el
Infierno de forma definitiva. Podía pasar un tiempo fuera, pero no viviría en otra parte, y a no
podía hacerlo, y comprendía sus motivos a la perfección.
Esos pensamientos le inquietaron. Merecían ser felices, los dos habían sufrido y merecían el
amor que sentían, merecían tener el final feliz que él no pudo tener con su Ariel.
Haría cualquier cosa para que lo tuvieran. Él amaba a todos sus hombres; los caídos, los
Grigori, los Nefilim. También había aprendido a confiar y apreciar a los demonios con los que
convivía, y haría lo que fuera por cualquiera de ellos.
Por eso le gustaban tanto las novelas románticas. Tal vez solo fueran pura ficción, pero le
habían consolado a lo largo de los siglos, le hacían creer que, por muy feas que estuvieran las
cosas, era posible que todo el mundo tuviera un final feliz.
Él y a no podría tenerlo, pero sí las personas que le importaban.
Contuvo un suspiro y pensó con rapidez. Evar y Dariel estaban reaccionando bien por el
momento, tal vez solo necesitaran un poco más de tiempo juntos. Puede que consiguieran superar
sus temores por sí solos y solucionaran cualquier dificultad que se les presentase, y estaba seguro
de que Evaristo acudiría a él si necesitaba su ay uda, y a lo hizo el día que Arlet le pidió que fuera
al Cielo con ella.
Solo tenía que esperar y confiar en que todo saldría bien.
—Supongo que ahora querréis descansar un poco, ¿no, Evaristo? —le preguntó al demonio,
quien se levantó de un salto antes de mirar a Dariel.
—¿Hay algo más que necesites saber de Lucien? —No se le pasó por alto que pronunció su
nombre con tono burlón, pero no le importó lo más mínimo.
El semidiós hizo un gesto negativo con la cabeza y también se levantó antes de mirarle.
—Gracias por todo, Lucien.
Él le dedicó una sonrisa sincera.
—No dudes en acudir a mí si necesitas cualquier cosa o tienes alguna duda.
—No lo haré —prometió mientras Evaristo se dirigía a la ventana que daba al balcón. La
abrió y pegó un salto para posar sus fuertes patas sobre la barandilla. Sabía que se estaba
preparando para alzar el vuelo, pero Dariel no se movió de donde estaba. Parecía estar dudando
entre decirle algo o no.
Esta vez, dejó escapar un suspiro. No necesitaba leerle la mente para saber lo que quería
decirle.
—Gracias, Dariel. No negaré que echo de menos a Ariel, pero después de tantos milenios, lo
tengo superado. Sé que me amaba, y que incluso cuando estuvo en las garras de Dios, siguió
haciéndolo. No me odió por haber provocado su muerte, tanto física como espiritual, sino que se
sintió agradecido por el tiempo que habíamos estado juntos. Esos pensamientos hacen que me
sienta mejor.
Vio la comprensión en los ojos de Dariel cuando miró anhelante a Evar, quien le esperaba
pacientemente. Miraba distraído el cielo rojizo mientras balanceaba su cola de un lado a otro.
—Lo siento mucho.
Lucien asintió y contempló cómo se alejaba. No debería hacerlo, no debería interferir y lo
sabía, pero no pudo evitar decirle a Dariel mentalmente:
—No renuncies a él.
El semidiós se detuvo y le miró con los ojos como platos. Lucien le dedicó una sonrisa de
disculpa.
—Si yo fuera tú, no lo haría. Aprovecha la oportunidad que yo no tengo. Aférrate a ella.
Dariel giró la cabeza para observar a Evaristo. Este se percató de que alguien tenía su
atención fija en él y se dio la vuelta. Al ver quién era, le dedicó una sonrisa cálida y le hizo un
gesto para que le acompañara. El otro hombre asintió y se acercó a él.
—Lo haré —le prometió mentalmente.
Con eso debería bastar.
Lucien contempló cómo unas alas blancas salían de la espalda de Dariel y saltaba por encima
de la barandilla para lanzarse directamente al vacío. Escuchó que Evaristo soltaba una carcajada
y que se dejaba caer en picado. No tardaron en aparecer de nuevo dentro de su campo de visión,
remontando el vuelo en dirección al sur, a la Sierra de Ceniza.
Esbozó una pequeña sonrisa y apareció en el salón, donde había dejado el libro que estaba
ley endo. Lo había terminado y tenía que volver al trabajo. Se había enterado de que Zeros había
atacado a Dariel y tenía que darle una larga charla para que no volviera a pasar en el futuro,
sobre todo si las cosas entre él y Evaristo acababan bien.
Tenían que hacerlo.

Dariel no tenía ni la menor idea de lo que pretendía Evar cuando aterrizaron en la Sierra de
Ceniza. Las montañas parecían estar hechas de afiladas piedras escarpadas, negras como el
carbón, y no importaba a dónde mirara, no había vegetación y tenía la impresión de que no
paraban de andar en círculos.
—¿A dónde vamos? —le preguntó, un tanto inquieto.
Evar apretó su mano, tranquilizándolo en el acto. No le había soltado ni un momento desde
que habían tocado el suelo rocoso.
El Nefilim esbozó una ancha sonrisa.
—Ya lo verás.
Eso no tenía buena pinta. Evar estaba tramando algo, lo sabía por la forma en la que sus labios
se curvaban hacia arriba con diversión. Dariel lo miró con sospecha, pero su demonio siguió
sonriendo como si nada.
—Sea lo que sea lo que vay a a ver, no me gustará.
—Créeme, te encantará.
Dariel no estaba seguro de qué esperar. Por ese día, había tenido bastantes emociones, y no
todas ellas agradables; se había enfrentado a los hermanos de Evar, a Zeros, y había escuchado
todas esas historias. Las imágenes que le había mostrado Lucien amenazaron con inundar su
mente de nuevo, pero las mantuvo a ray a. Ahora y a no le causaban la misma repugnancia que la
primera vez que aparecieron en su cabeza, pero hacían que su sangre hirviera. Dios había sido
cruel y egoísta, y era algo que no podría olvidar. Por muy convincentes que fueran los ángeles, lo
que había visto sería suficiente para disuadirlo de unirse a ellos. No le arrebatarían a Evar del
mismo modo que asesinaron a Ariel, no lo permitiría.
Lucharía por él.
Las palabras de Lucien todavía resonaban en su cabeza. Él sabía lo que sentía por Evar, y le
había pedido que lo mantuviera a su lado. Quería hacerlo, quería tener la oportunidad que Ariel y
Lucien no tuvieron. No debía desperdiciarla.
La pregunta era cómo demonios iba a conseguirlo. No tenía ni idea de cómo de profundos
eran los sentimientos de Evar hacia él, y tampoco estaba seguro de cómo plantear el tema de
conversación; ¿por cierto, estoy locamente enamorado de ti y me preguntaba si sentías lo mismo
o algo remotamente parecido?, ¿hay algún modo de que pueda quedarme contigo? No, gracias,
y a había experimentado lo que era quedar en ridículo demasiadas veces en el instituto como para
volver a hacerlo.
Allí los chicos habían sido crueles con él porque las chicas siempre le pedían ser sus parejas o
si quería salir con ellas. Algunas incluso se ofrecieron a dejarle tocar sus pechos, y todavía
recordaba su vergüenza cuando una de ellas lo atrapó en el cuarto de baño y le suplicó que le
quitara la virginidad. Había salido corriendo.
Los chicos empezaron a decir que era mariquita. Tuvo que aguantar seis años de resignación,
humillación, burlas, y constantes penes dibujados en su taquilla o en su mesa.
No quería volver a pasar por eso. Sabía que Evar no se burlaría de él, pero también que le
rechazaría si le confesaba sus sentimientos tan pronto.
Meditó en silencio cuáles eran sus opciones mientras Evar lo guiaba por la montaña sin dejar
de sonreír. Confesarse ahora no era una opción, y tampoco se atrevía a preguntarle a Evar lo que
pensaba de él. Lo mejor era esperar, darle tiempo para que se acostumbrara a él y al estar
juntos. Puede que eso fuera suficiente, tendría que esforzarse para que él empezara a verle como
su compañero y no como una simple pareja sexual.
Evar se detuvo de repente, distray éndole de sus pensamientos. Su demonio le sonreía cuando
se colocó frente a él y colocó ambas manos en su rostro.
—No te asustes, ¿de acuerdo? Quédate aquí hasta que y o te lo diga y no le mires a los ojos —
dicho esto, y sin darle tiempo siquiera a abrir la boca, se apartó de él unos metros y se agazapó.
Un rugido surgió de sus labios, haciendo que su cola se estirara y que sus alas se extendieran
en toda su longitud con las plumas erizadas. Era una escena feroz y aterradora, pero entonces,
¿por qué sentía un hormigueo en el estómago? Su demonio parecía fuerte y poderoso, con todos
esos músculos contraídos por el potente rugido. Se lo imaginó en esa misma postura, de frente a
él, con una sonrisa pícara en los labios y la pasión ardiendo en sus ojos. Un gruñido habría
retumbado en su pecho cuando se habría lanzado sobre él para tirarlo al suelo y desgarrarle la
ropa. Le habría acariciado, besado y lamido hasta que su cuerpo estallara en llamas, y después,
le habría poseído.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo, uno agradable. Siempre había sentido aversión por el
sexo, nunca lo había asociado al placer, sino a un acto humillante y doloroso de dominación. Sin
embargo, cuando pensaba en dejar que Evar le hiciera suy o… se excitaba.
También tendría que trabajar en eso. Si quería iniciar cualquier tipo de relación duradera con
él, tendría que permitir que le hiciera el amor, y de forma completa. Se sentía excitado ante la
idea, cierto, pero también le aterraba. No quería relacionar a Evar con la vergüenza y la culpa,
no tenía ni idea de lo que provocaría eso en sus sentimientos hacia él, pero sabía a ciencia cierta
que sufriría.
Un nuevo rugido, más poderoso y profundo que el de Evar, resonó entre la silenciosa
montaña. Dariel se tensó y se colocó en posición defensiva. No tenía ni idea de qué había sido
eso, pero estaba seguro de que era mucho más grande que el Nefilim plantado delante de él,
quien se había incorporado y mantenía la vista fija en el cielo.
Sus sospechas no tardaron en ser confirmadas. Escuchó un fuerte aleteo que habría derribado
árboles de haber estado en un bosque, y un constante gruñido que retumbaba en sus oídos. No le
costó demasiado ver al ser que se acercaba a ellos con decisión.
Decir que era enorme era quedarse corto. Tenía el pecho amplio y alas gigantescas, sus
tensos músculos estaban recubiertos de brillantes escamas granates veteadas de negro, y su
figura era robusta y poderosa. Su larga cola se agitaba en el aire al son de sus movimientos, y sus
cuatro patas terminadas en grandes garras estaban recogidas para facilitar las maniobras aéreas.
El cuello era largo y su cabeza ancha, dotada de fuertes mandíbulas cuadradas, dos cuernos de
toro, escalofriantes ojos anaranjados y fauces aterradoras.
El dragón aterrizó frente a Evar apoy ando sus patas y las dos zarpas en forma de garfios de
sus alas. Su enorme cabeza miró hacia el Nefilim, una criatura insignificante en comparación
con la inmensa bestia, y dejó escapar un gruñido que hizo que Dariel se estremeciera.
Evar, en cambio, solamente sonrió y alzó una mano. El dragón apoy ó el hocico en ella y
aspiró con fuerza antes de volver a lanzar ese aterrador gruñido.
—Yo también te he echado de menos —le dijo el demonio a la vez que le daba unas
palmaditas. Dariel no pudo evitar preguntarse si ese ser las sentía siquiera—. No ha habido ningún
problema mientras y o estaba fuera, ¿verdad? —La criatura gruñó de nuevo y movió la cola de
un lado a otro—. Ese es mi chico. Eres grande y fuerte, no hay nada ni nadie que no puedas
comerte.
El dragón siguió haciendo esos profundos gruñidos mientras Evar le hacía cumplidos. Dariel
se dio cuenta entonces de que esos ruidos eran en realidad ronroneos complacidos. Si ese sonido
inocente hacía que se estremeciera, ¿cómo coño sonaría esa monstruosidad estando enfadada?
Evar dio un paso atrás entonces y señaló a Dariel con la cabeza. El dragón centró
rápidamente su atención en él y entrecerró los ojos a la vez que olfateaba el aire.
—Este es Dariel, es un amigo mío —le dijo el Nefilim al dragón—, así que no puedes
comértelo, aunque tenga las alas blancas. Sé bueno con él.
La criatura acercó su cabeza a él. La cabeza de Dariel apenas alcanzaba la mitad del cráneo
de la bestia, la cual pegó su hocico a su cuerpo y aspiró con fuerza. Sus colmillos se asomaron al
hacerlo, eran casi tan largos como él, y no dudó que eran muy capaces de hacerle pedazos en
dos simples mordiscos.
El dragón gruñó una vez más, bueno, ronroneó, si se le podía llamar así, y se apartó para
volver a poner su hocico sobre la mano de Evar, quien le miraba con una sonrisa.
—Este es Fovuno. Es mi drakon.
Dariel se quedó con la boca abierta.
—¿Esa bestia es tuy a?
—Bueno, no exactamente. Lucien se inspiró en ellos para crear a los Nefilim. Somos
parecidos y confían en nosotros por eso. Piensan que somos monos —dijo, poniendo los ojos en
blanco—, como una versión suy a en miniatura. Por eso a veces son muy protectores con
nosotros, creen que al ser más pequeños somos más débiles.
Apenas notó que Evar volvía a llamar al Diablo por ese nombre con diversión y que los
dragones consideraban a los Nefilim unos demonios indefensos, estaba tratando de asimilar lo
que acababa de decirle.
—¿Lucien os creó? ¿No se supone que sois hijos de los Grigori y de mujeres humanas?
Evar entrecerró los ojos y la ira brilló en ellos. Fovuno profirió un gemido y sacó la punta de
su lengua para lamer a Evar. Esta abarcó la cara y el cuello del demonio.
—Lucien te contó que Dios capturó las almas de los hombres que formaban pareja con otros
ángeles caídos, ¿verdad?
Dariel asintió con lentitud. Deseaba acercarse a Evar y calmar el dolor que vio en sus ojos,
pero temía que Fovuno lo tomara como una especie de amenaza… si es que lo era para un ser
como él.
—En cuanto los Grigori se enteraron de lo que les habían hecho, se compadecieron y se
pusieron de su lado, convirtiéndose también en caídos. Sin embargo, no fueron al Infierno. No
querían dejar solas a sus compañeras humanas en la Tierra y desafiaron a Dios. Él intentó
llamarles para que pagaran por su traición, pero los Grigori resistieron y no acudieron.
Dariel se quedó con la boca abierta.
—¿Pero cómo…?
—Su amor por sus mujeres y los hijos que esperaban fue lo bastante fuerte como para hacer
que resistieran. Cualquier otro ángel no lo habría aguantado, pero ellos tenían una razón muy
poderosa para hacerlo. Dios admitió su derrota y no volvió a intentarlo, sabiendo que obtendría el
mismo resultado y que puede que incluso la próxima vez fuera peor, y a que los primeros Nefilim
estaban a punto de nacer. Así que Dios decidió vengarse de ellos.
Dariel tragó saliva con fuerza. Ya había oído esa historia demasiadas veces, la del Dios
vengativo y cruel. ¿Cuánto más daño había hecho que no supiera?
—¿Cómo? —preguntarlo le supuso un gran esfuerzo, no estaba muy seguro de querer saberlo.
Evar se alejó de Fovuno, quien se había acostado y los había rodeado con su enorme cuerpo,
y se plantó frente a él. Sus ojos castaños estaban teñidos por el dolor.
—Mírame bien, Dariel. Mi abuelo era un ángel y mi abuela una mujer, ¿crees que tengo este
aspecto por puro azar? Mi padre era un niño humano cuando nació, al igual que Damián, Zephir
y los primeros Nefilim. Pero Dios nos lanzó una maldición para convertirnos en demonios. Mi
abuelo se estremecía cada vez que lo contaba, dijo que estaba aterrorizado cuando a mi padre
empezó a caérsele la piel a trozos y a cambiarle de color. Me dijo que adelgazó de forma
alarmante hasta que sus huesos se hicieron visibles, que le salió una pequeña cola y dos cuernos
diminutos, también nacieron en su espalda dos pequeñas alas desplumadas, para marcarnos
como la vergüenza de los Grigori, que habían traicionado y desafiado a Dios.
Dariel se acercó un paso y le acarició una mejilla en un intento de consolarlo. Él cerró los
ojos y colocó una mano sobre la suy a, manteniéndola sobre su piel.
—Estábamos malditos. Dios nos había convertido en unos demonios débiles, sin ninguna
posibilidad de sobrevivir. Le parecía un buen modo de vengarse de los Grigori por atreverse a
desafiarle. Pero ellos no iban a rendirse mientras sus hijos respiraran, y desesperados por
curarlos de algún modo, los llevaron al Infierno y le preguntaron a Lucien si había algún modo de
ay udarlos. La maldición y a estaba hecha y él no tenía el poder suficiente para romperla… pero
podía cambiarla.
El semidiós ladeó la cabeza.
—¿Qué significa eso?
Evar abrió los ojos y sonrió con malicia.
—Dios nos había condenado a convertirnos en demonios, pero no especificó en ningún
momento que debiéramos ser débiles o acabar muertos. Lucien se aprovechó de eso. Llevó a
todos los niños a una sala y allí empezó a cambiarnos; nos dio cuerpos sanos y resistentes, una
fuerza superior a la de nuestros propios progenitores, colmillos y garras, alas ágiles y veloces y
muchos poderes. A los Grigori no les importó que sus hijos tuvieran otro aspecto, se sentían
felices por que fueran a vivir.
Dariel también se sentía profundamente aliviado. Al menos, Dios perdió una batalla. Pero la
alegría duró poco, el rostro de Evar se ensombreció contra su mano y bajó la mirada al suelo.
—A Dios no le sentó bien que Lucien hubiera burlado tan fácilmente su maldición. Temía que
esta le hubiera dado de algún modo una ventaja sobre él, y rápidamente quiso estudiarnos.
Intentó secuestrar a algunos de los niños, pero solo consiguieron a uno.
—Zephir —adivinó Dariel con tristeza.
Su demonio asintió. Sus ojos estaban teñidos por la rabia y el dolor.
—Los padres de Zephir estaban desgarrados por el dolor, pero mantuvieron la esperanza de
encontrarle algún día y conseguir que regresara con ellos. Sin embargo, esto demostró lo
vulnerables que eran los niños, y los Grigori decidieron llevarlos al Infierno, el lugar más seguro
para ellos. Se turnaban entre cuidar a sus hijos y proteger a sus esposas.
—¿No podían ir ellas al Infierno? —preguntó Dariel, extrañado por que Lucien no les hubiera
dado esa opción.
Evar le miró apenado.
—Los humanos no pueden ir al Cielo o al Infierno hasta que mueren, de hecho, muchas
criaturas no pueden entrar aquí si no están muertas o no tienen permiso. Tú eres diferente, Dariel.
Lucien te dio una manzana para que fueras al Infierno cuando quisieras, pero si dominaras todos
tus poderes, no te haría falta ni eso.
Dariel notó una repentina tensión en el estómago. Empezaba a hacerse una idea de cómo
Dios consiguió matar a todas las esposas de los Grigori, y no le gustaba lo más mínimo.
—Por eso Dios consiguió matar a vuestras mujeres, ¿verdad? Los caídos tenían que cuidar de
vosotros también.
Para su sorpresa, Evar hizo un gesto negativo con la cabeza.
—Ellos nunca las dejaron desprotegidas. Los Grigori se quedaban con ellas la may or parte
del tiempo mientras que los ángeles que vivían en el Infierno con Lucien cuidaban de los
pequeños. Fue duro para ellos, pero era necesario. Sus hijos estaban a salvo con Lucien, pero sus
mujeres no tendrían ninguna oportunidad. Las décadas fueron pasando y los primeros de mi
especie se hicieron adultos, lo suficiente como para que pudieran vivir en la Tierra sin ser
vulnerables, y luego tuvieron sus propios hijos. Yo, Kiro y Skander pertenecemos a esa segunda
generación. Acabábamos de entrar en la pubertad cuando nos llamaron del Infierno. Había un
intruso, uno que había pasado totalmente desapercibido para todos y que había cruzado las
puertas delante de Zeros y de todos los drakon sin que ninguno de ellos lo detuvieran.
Dariel sintió que la sangre huía de su rostro y que algo helado atenazó su pecho. No podía ser.
No podían ser tan crueles como para hacer algo así.
Tenía un nudo en la garganta cuando murmuró:
—Zephir.
Evar dejó escapar un feroz gruñido que fue coreado al instante por Fovuno.
—Supongo que era lo apropiado —escupió el Nefilim—, que Zephir contribuy era a la
destrucción de las mujeres que nos dieron la vida. El pueblo donde vivíamos quedó desprotegido
mientras tratábamos de localizarlo desesperadamente. Él era fuerte y le habían entrenado bien.
Ay udó a unos cuantos ángeles a entrar y por eso tuvimos que acudir prácticamente todos los
Grigori y los Nefilim. No nos gustaba dejar a nuestras mujeres, pero no pensamos que sería una
simple táctica de distracción. Zephir y los ángeles habían entrado para secuestrar a Lucien y
llevarlo de vuelta al Cielo. Supongo que si lo hubieran logrado habría sido una victoria completa
para Dios, pero a pesar del ataque sorpresa, él y los caídos que vivían en el Infierno consiguieron
repelerlos. Cuando regresamos a nuestra aldea, Miguel y los suy os y a se estaban marchando, y
todo ardía en llamas.
La voz de su demonio se rompió y no pudo evitar abrazarlo con fuerza a la vez que movía las
alas para envolverlo. Sabía que a los Nefilim no les gustaba que otros vieran su dolor, por lo que
supuso que eso reconfortaría un poco a Evar.
Por poco pegó un salto cuando escuchó un sonido por encima de su cabeza. Fovuno también
parecía consciente del dolor de su jinete y los cubrió a ambos con una de sus enormes alas.
Evar se aferró a él con un gruñido retumbando en su pecho.
—Aún recuerdo a mi abuela. Era bastante may or y le quedaba poco tiempo de vida, pero nos
consolaba saber que Lucien estaría preparado para coger su alma cuando muriera de forma
natural y la llevara al Jardín de las Flores de Fuego. Allí mis abuelos habrían tenido el resto de la
eternidad para estar juntos, pero los ángeles la mataron antes de tiempo y Lucien estaba
atendiendo a sus hombres heridos. Dios no solo las mató físicamente, también se apoderó de sus
almas para destruirlas. Nos lo quitó todo.
Dariel sintió ganas de rugir de rabia. ¿Cuánto dolor tenía que causar ese desgraciado para
sentirse satisfecho? ¿Cuántas atrocidades más habría hecho para conseguir lo que quería? Odiaba
a ese Dios, a quien tanto mencionaban las monjas en el orfanato, quería hacerle sufrir por todo lo
que había hecho. Si alguna vez tenía la oportunidad, no dudaría en atacarle. Si le era posible, lo
mataría.
Evar finalmente se apartó de él. No quería dejarle ir, estaba demasiado furioso y temía que si
le soltaba, iría directamente al Cielo a decirle cuatro cositas. Nada importante, claro, aparte de
unos cuantos ray os con los que podría achicharrarlo de por vida. Esperaba que su poder fuera lo
suficientemente grande como para que pudiera dejarle una cicatriz para que se acordara de lo
que sucedería si se atrevía a acercarse alguna vez al Infierno.
Su demonio lo mantuvo sujeto por la cintura y bajó un poco la mirada.
—Perdóname. Hablar de esto me pone agresivo.
—Si no te pusieras así, tendría que darte una paliza —masculló Dariel, clavando los dedos en
sus hombros.
Evar abrió los ojos al principio, presa de la sorpresa, pero después dejó escapar un ronroneo
y frotó su mejilla contra la suy a a la vez que aspiraba su olor.
—Gracias, Dariel. Significa mucho para mí que estés en mi bando y que quieras ay udarnos.
Esas palabras lo relajaron un poco, lo suficiente como para deslizar sus manos desde sus
anchos hombros hasta el pecho. Las dejó ahí mientras meditaba en silencio lo que había
escuchado, y una idea horrible hizo que se tensara.
—Dios no puede llamaros a vosotros también, ¿verdad?
Evar hizo un gesto negativo y le acarició la parte baja de la espalda para calmarlo.
—Tranquilo, nuestras almas no han estado en su poder, no puede controlarnos. Ni siquiera a
los Nefilim que aún están en el Cielo. Por eso no suele enviarlos aquí a menos que sea necesario,
teme perderlos. Lucien nos hizo muy poderosos y Dios es consciente de eso.
Eso tranquilizó a Dariel. Si Dios se llevara a su demonio, le habría enseñado lo que era la
auténtica cólera. Su propio padre habría palidecido al ver su estado de ira, habría convocado la
peor de las tormentas en el Cielo y lo habría destruido todo hasta encontrar a Evar y al resto de
los Nefilim. Nadie habría estado a salvo de su furia.
Ni lo estaría. Si en un futuro intentaban apartar a su demonio de él, Dios podría ir
preparándose para recibirle.
Evar lo olfateó de nuevo y sonrió, divertido.
—Estás realmente furioso, ¿verdad? Lo huelo.
—Estoy deseando aprender a usar del todo mis poderes. ¿Crees que tendría alguna
oportunidad contra Dios si me enfrentara a él?
Todo rastro de humor desapareció del rostro del Nefilim. Un gruñido amenazador surgió de
sus labios, que se abrieron para dejar a la vista sus colmillos.
—Ni se te ocurra, Dariel. No permitiré que te pongas en peligro de esa forma.
—¿No sería lo bastante fuerte?
—Eres hijo de Zeus, tu fuerza no es para tomársela a broma y mucho menos cuando
aprendas a usarla por completo. Pero no permitiré que te pongas a su alcance, no te harán lo
mismo que me hicieron a mí ni lo que les hizo a mis hermanos. Si eso ocurriera, no habrá Cielo ni
ángeles suficientes que puedan evitar que le abra en canal y le ahogue con su propia sangre.
Dariel parpadeó, sorprendido por la ferocidad de sus palabras. Evar parecía tan dispuesto a
protegerle como él. Eso lo calentó por dentro y alivió su malhumor.
Se acercó a él y tiró de sus hombros para que quedaran a la misma altura. La furia todavía
bullía en sus ojos castaños.
—¿Qué te parece si por el momento te recuperas y luego me enseñas a usar mis poderes? La
próxima vez que vengan a por mí, me gustaría hacer una barbacoa con esos pajarracos blancos.
Todavía tengo que darles las gracias a Matthew y sus amigos y estoy pensando que tal vez les
guste la carne de bastardos.
Su estrategia funcionó. Parte de la ira de su demonio se desvaneció y sus ojos chispearon
divertidos a la vez que soltaba una risilla.
—Me gusta ese lado sádico tuy o. Deberías sacarlo a relucir más a menudo, sobre todo
cuando esté Skander presente. Si metes las palabras masacre y pajarracos tal vez se haga amigo
tuy o y todo.
La idea de que Skander y él pudieran ser amigos le arrancó una risotada.
Evar le envolvió la cintura de nuevo y lo acercó a su cuerpo. Fue muy consciente de su piel
caliente y de las manos que le acariciaban por debajo de la camiseta, que exploraban lentamente
su espalda con cuidado de no hacerle daño con las largas uñas.
Su demonio inclinó el rostro hasta que sus labios se rozaron. Su mirada era intensa y y a no
existía ni un milímetro de separación entre sus cuerpos. Dariel se sintió de repente acalorado y
deseó no llevar nada de ropa encima y frotarse contra su torso desnudo. La imagen que se formó
en su cabeza por poco le arrancó un gemido y su miembro se endureció de un modo doloroso.
Quería que Evar le tocara como hizo en el bosque, quería que recorriera todo su cuerpo con las
manos y la lengua, y que le hiciera otra vez el amor con la boca de un modo salvaje y primario.
Y luego, sería su turno. La idea de ser él quien dominara hizo que su virilidad chocara contra
sus pantalones, rugiendo por ser aliviada.
—Dariel —murmuró Evar, quien se humedeció los labios con la lengua. Ese gesto le llamó de
inmediato la atención y se quedó distraído con esa boca que le encantaría besar—, aún quiero
enseñarte una cosa más. ¿Me acompañas?
Haría cualquier cosa que le pidiera si lo hacía con esa voz ronca. Le deseaba y quería darle
placer en ese mismo instante, pero antes de que pudiera seducirlo, él se apartó para cogerle de la
mano y tiró de él. Dariel no tenía ni idea de a dónde se dirigían cuando alzó el vuelo, alejándose
de un Fovuno que desapareció misteriosamente, y le guio hasta una especie de acantilado que se
hundía en un pozo de oscuridad. Le inquietó un poco bajar por él para seguir a Evar, pero aun así
lo hizo. Confiaba en él y sabía que no le llevaría a ningún lugar que fuera peligroso.
Sin embargo, se detuvo a mitad de camino cuando la luz del cielo rojizo se extinguió y fue
incapaz de ver nada. Evar había desaparecido entre las sombras y no tenía ni idea de dónde
podría haberse metido.
Desorientado, preguntó:
—¿Evar?
—Estoy aquí, Dariel —detectó su voz justo debajo y entonces notó el aire que proy ectaban
sus alas al moverlas de arriba abajo. Sus brazos envolvieron su cintura y lo pegaron a su cuerpo
—. Perdóname, no había pensado en que no podrías ver nada aquí abajo. Escogimos este lugar
precisamente para que nadie las descubriera.
¿Descubrir?
Evar lo estrechó contra él.
—Pliega las alas y deja que y o te lleve.
Obedeció sin pensárselo dos veces y permitió que Evar lo llevara a donde quiera que fueran.
Le inquietaba un poco no ver nada y estar desorientado a causa de la oscuridad que parecía
reinar por todas partes, por eso se sintió aliviado en cuanto Evar torció por una dirección y
aterrizó sobre sus patas.
—Está bien, Dariel, casi hemos llegado. Cógete fuerte de mi mano, el suelo tiene unas
cuantas piedras y es posible que te tropieces. No te preocupes, no estamos muy lejos.
Quiso gemir al escuchar que iba a seguir a oscuras un poco más, pero se contuvo. No quería
que Evar pensara que le daba miedo la oscuridad, no lo tenía, pero le molestaba ir a ciegas.
Habría iluminado el camino con un relámpago si no fuera porque temía darle a su demonio sin
querer y herirle gravemente.
Caminaron despacio, Evar le indicaba cuándo tenía que levantar el pie un poco más de lo
normal o agachar la cabeza. La temperatura era fresca en esa zona, y de vez en cuando
escuchaba una especie de goteo. Dariel no podía estar seguro porque se encontraban en el
Infierno, pero a juzgar por lo que percibía y por haber entrado por un barranco, juraría que
estaban en una especie de cueva.
De repente, Evar le detuvo. Tanteó con los pies y se dio cuenta de que el suelo era liso en esa
zona y de que podía erguirse en toda su estatura sin chocar con nada. El Nefilim le estrechó los
dedos un momento.
—Voy a soltarte, ¿de acuerdo? No debes preocuparte por nada, solo voy a dar un par de pasos
para iluminar el lugar.
Dariel asintió y aguzó su oído. Escuchó las pesadas pisadas de las patas de Evar contra el
suelo alejarse un poco, cuy o sonido resonaba en las paredes, lo cual reforzó su teoría de que se
encontraban en una cueva.
Cuando se hizo la luz, Dariel se quedó maravillado. No se había equivocado, estaba en una
especie de gruta con un techo alto lleno de estalactitas, el cual se sostenía gracias a dos hermosas
columnas. El lugar era bastante amplio, y estaba iluminado ni más ni menos que por una especie
de enredaderas que recorrían las paredes. Su flor era de un bonito color lavanda y eran
pequeñas, pero había las suficientes como para que la cueva estuviera perfectamente iluminada.
A su derecha, había lo que creía que era una especie de cama, pero era redonda y enorme, de
sábanas blancas con reflejos azules gracias a la luz que proy ectaban los pétalos de las flores; y a
la izquierda, un pequeño lago incrustado, cuy o fondo era visible por los nenúfares blancos, que
también brillaban. Aparte de eso, no había ningún mueble, pero era un lugar hermoso gracias a
las flores que nacían del suelo y que desprendían una suave luz.
Fascinado, se acercó a una de las columnas y delineó el contorno de una imagen. Se trataba
de un hombre alado, probablemente un ángel caído.
—¿Qué es este sitio? —preguntó sin dejar de pasear la mirada por todas partes.
Evar se acercó a él con una tímida sonrisa.
—¿Te gusta?
—Es hermoso.
—Es mi casa.
Dariel se giró con brusquedad y le miró con los ojos como platos.
—¿En serio?
Su demonio le respondió con voz burlona.
—No somos humanos, Dariel, no necesitamos muebles ni edificar estas bellas grutas. Lo
único que nos gustó de los mortales fueron las camas.
Miró la susodicha y frunció el ceño.
—¿Por qué es redonda?
—Antes de tener camas dormíamos en nidos. Estamos acostumbrados a dormir hechos un
ovillo en nuestra forma demoníaca —dicho esto, se acercó un poco más y lo miró con cierta
preocupación—. ¿De verdad te gusta?
Dariel asintió a la vez que volvía a curiosear las imágenes de la columna. Se detuvo en la de
una mujer con un sencillo vestido y de sonrisa cálida.
—Es preciosa.
—Bien, porque mientras me recupero, vas a vivir conmigo.
Estuvo seguro de que había pegado un salto, porque de lo contrario no podría haberse movido
con tanta rapidez para mirar al Nefilim.
—¿Qué?
El rostro de Evar se tensó de repente.
—A menos que no quieras. Puedes quedarte en la habitación que te asignó Lucien en el
Palacio de Ébano, pero me gustaría que vivieras aquí.
Dariel no sabía cómo reaccionar a sus palabras, solo sabía que su corazón se había acelerado
de un modo alarmante. ¿Evar quería quedarse con él? No pensaba quejarse de ningún modo, de
hecho, le ay udaría en su decisión de intentar tener una relación con él, pero había algo que quería
saber.
—¿Por qué quieres que me quede?
Evar se quedó pensando en una respuesta. ¿Qué debería decirle? La idea de estar separado de
él más tiempo era insoportable, había estado cinco días sin poder dormir a su lado y eso lo había
irritado. Sam y Tamiel no le habían dejado estar con él más que unas pocas horas, según ellos
para acelerar el proceso de curación de sus heridas, y ahora que estaba casi recuperado, no
quería que le apartaran de nuevo.
Pero ¿qué debía responderle? ¿La verdad lo asustaría? Quería mantenerlo a su lado, hacer que
se enamorara de él, y para eso tenía que seducirlo día y noche, tenían que pasar más tiempo
juntos, así que ¿qué mejor táctica que vivir juntos?
El único problema sería si Dariel no deseaba tanta intimidad entre ellos. Pese al miedo de ser
rechazado, él era un Nefilim, y su gente no criaba a cobardes. Se arriesgaría, pondría la mano en
el fuego, y si se quemaba, cosa que dudaba debido a sus poderes, lo intentaría de nuevo de otra
forma.
Sin embargo, ahora tenía que pensar qué decirle. Él odiaría que le mintiera acerca de sus
sentimientos, así que decidió ser sincero sin confesarle aún que le amaba. Sabía por las películas
que veía Lucien y por sus conversaciones con Nico que los humanos se asustaban si alguien
intentaba comprometerse demasiado rápido. La gran may oría quería tiempo para conocerse
mejor, y si eso era lo que Dariel necesitaba, se lo daría.
Pero no le mentiría.
Inspiró hondo y se preparó para soltarlo todo.
—Durante estos cinco días apenas te he visto, y no me han permitido dormir contigo. Me
gusta tu compañía. En el mundo humano me enseñaste tu trabajo y lo que era el 3D. —Hizo una
mueca al recordarlo—. No es una experiencia que quiera repetir, pero me alegra que la
compartieras conmigo. Me siento bien cuando duermes en mis brazos, y me encanta que me
toques cuando me siento mal. —Dio un paso más hacia él, acercándose, sin apartar la vista de sus
hipnóticos ojos azules. Quería que viera que era sincero—. Adoro la forma en que hueles cuando
te excitas, y cómo gimes y te retuerces bajo mi cuerpo cuando te doy placer. Me gusta estar
contigo, Dariel. Te he echado de menos estos cinco días, y si tú también lo deseas, me gustaría
que te quedaras conmigo y que compartas mi cama. ¿Qué me dices?
No se movió ni un centímetro cuando terminó de hablar, ni tampoco apartó la mirada de los
sorprendidos ojos de su Dariel. Estaba seguro de que había dejado bastante claras sus intenciones,
ahora solo podía suplicar en su fuero interno que Dariel le diera una oportunidad.
Capítulo 13. Diabólico ángel
“La experiencia de la tempestad es siempre abismal. En el intervalo entre el relámpago y
el trueno, en cada ocasión tiembla el cuerpo, palpita el corazón.”
P ASCAL QUIGNARD

Dariel se quedó sin palabras tras escuchar a Evar. Había imaginado cien posibles respuestas
distintas, empezando por su protección, y a fuera por los ángeles, los griegos o demonios como
Zeros. Otra que se le había cruzado por la mente era que temiera que cambiara de opinión en lo
referente a ay udar a los Nefilim y a Lucien y pretendiera retenerle un poco más para
convencerle. Y la que más le habría dolido era la de su intención de tener sexo con él, pero solo
por un tiempo limitado. No le habría gustado sentirse utilizado, sabía lo que era eso y no
soportaría que la persona a la que amaba le tratara de esa forma.
Por eso se había sorprendido tanto. Evar había confesado que le gustaba su compañía, y que
le había echado de menos. También había dejado claro que le deseaba, pero no le parecía algo
cruel después de haber oído las dos primeras cosas.
Su corazón latió con fuerza mientras contemplaba los ojos castaños de su demonio. Parecía
nervioso y aterrado, y supo que estaba esperando a que le respondiera. ¿Cómo habría podido
decirle que no? Evar tenía sentimientos por él, acababa de admitirlo. Tal vez no fueran tan fuertes
como los suy os, pero le gustaba y eso era un buen comienzo. De no ser así, no le habría invitado
a vivir con él durante un tiempo.
Le dedicó una sonrisa que tendría que tranquilizarlo y le cogió una mano para estrecharle los
dedos.
—Me quedaré contigo.
Evar esbozó la sonrisa más feliz que le había visto hasta el momento y lo levantó del suelo
para abrazarlo y besarlo. La cabeza le dio vueltas al sentir el roce de su lengua sobre la suy a, y
respondió de inmediato tomando su boca. Sus manos se enredaron en su cabello, las cuales
chocaban de vez en cuando con sus cuernos, pero no le importó lo más mínimo. Evar gruñó
satisfecho y lo llevó a alguna parte. Supuso que era la cama y su cuerpo ardió en respuesta, por
eso lo sorprendió cuando lo dejó en el suelo, retrocedió un paso y le dijo: —Desnúdate, ahora.
Dariel sintió un poco de confusión, pero lo olvidó de inmediato nada más ver cómo Evar
contraía sensualmente sus músculos y le observaba con una mirada hambrienta. Sus alas estaban
recogidas, pero las plumas estaban en punta, y su cola se movía impaciente de un lado a otro.
Sabía lo que iba a pasar, y ahora y a no estaban en el bosque, donde alguien podría
interrumpirles. Sin apartar sus ojos de los de su demonio, hizo desaparecer sus alas y se quitó la
camiseta de un tirón. Sonrió ampliamente cuando Evar posó su mirada sobre su pecho desnudo y
gruñó.
—¿Te gusta lo que ves? —le preguntó a la vez que se pasaba una mano por el vientre, donde
sus abdominales se definían levemente.
Su demonio volvió a gruñir, esta vez más fuerte, y se agazapó con lentitud sin dejar de
observarle. Su postura no dejaba lugar a dudas, iba a cazarle en ese mismo momento.
—Sí, al menos lo que me permites —dijo con la voz ronca de deseo y deslizó su mirada hacia
sus vaqueros con disgusto—. Déjame verte entero.
Dariel colocó los dedos en la cinturilla de sus pantalones y los bajó despacio, disfrutando en
todo momento de la forma en que Evar seguía su movimiento y cómo su cuerpo vibraba por el
sensual gruñido que retumbó en su garganta. Lanzó la prenda en cualquier lado y se irguió,
permitiendo que el Nefilim le viera por completo. El hecho de que su miembro estuviera duro y
apuntando en su dirección tendría que haberlo avergonzado, pero no fue así. Evar tenía clavados
sus ojos en él, como si fuera incapaz de apartar la vista, y lo contemplaba como si quisiera
lamerlo una y otra vez. Se estremeció ante la idea de que lo hiciera. Lo deseaba.
Evar se mantuvo firme en su lugar, pero su mirada se alzó y atrapó sus ojos. Un suave
gruñido surgió de entre sus labios.
—Métete en el agua.
Dariel se giró y se encontró con el pequeño lago iluminado por los nenúfares. Tras echarle un
vistazo, se inclinó lo suficiente como para que sus manos se apoy aran en el suelo, listo para saltar
al agua. Una mezcla entre gruñido y rugido hizo que girara la cabeza para contemplar a Evar; se
había puesto en pie de un salto y respiraba con fuerza, su mirada castaña era víctima de las
brasas de la pasión.
No pudo evitar sonreír al darse cuenta de lo que estaba mirando. Probablemente en esa
posición tenía una perfecta visión sobre su trasero.
—¿Bonitas vistas? —le preguntó en tono burlón.
Evar apretó los dientes.
—Deliciosas —dicho esto, se agazapó y un nuevo gruñido se escapó de su garganta—. Date
prisa, Dariel. Te deseo demasiado y no quiero perder el control otra vez.
Obedeció sin pensarlo y se tiró al agua. La última vez, Evar estaba demasiado excitado como
para mantener el control y podría haberle penetrado con demasiada violencia. No es que tuviera
miedo de que le hiciera daño, pero no quería tener que inmovilizarlo de nuevo, no le gustaba nada
hacerlo y deseaba que Evar lo tocara otra vez.
Tras salir a la superficie, se echó el pelo mojado hacia atrás y buscó a su demonio. Este y a
no se encontraba donde lo había dejado, de hecho, no lo vio por ninguna parte. Inquieto, se
dispuso a salir del lago, pero unos brazos fuertes le rodearon la cintura y pegaron su espalda a un
torso poderoso que conocía muy bien.
—¿A dónde te crees que vas? —preguntó una voz que lo estremeció de la cabeza a los pies. Al
instante siguiente, una lengua empezó a jugar con su oreja, haciendo que se retorciera entre sus
brazos y gimiera.
—No te veía por ningún lado y … —se interrumpió para dejar que un jadeo se escapara de
sus labios. Había girado lo suficiente la cabeza como para contemplar el apuesto rostro de su
demonio, pero en vez de sus facciones cubiertas por piel marrón veteada de dorado, se encontró
con una cara totalmente humana.
Evar rio con ganas.
—Sorpresa.
—¡Puedes adoptar forma humana! Creía que no ibas a poder en un tiempo.
—Cinco días dan para mucho —dijo a la vez que le guiñaba un ojo—. Quería estar preparado
para cuando te llevara a mi casa, así es más placentero para los dos.
Dariel frunció el ceño al escuchar esas últimas palabras.
—¿Qué quieres decir? —Un pensamiento horrible cruzó su mente y se quedó clavado en su
pecho, mortificándolo por dentro—. ¿No te gusta que te toque cuando eres un demonio?
El Nefilim se tensó y gruñó.
—Claro que me gusta, Dariel, me excito de todos modos. Es simplemente que, por si no te has
fijado, en mi verdadera forma no tengo genitales, y disfruto más cuando los tocas.
Dariel se relajó y se sonrojó al mismo tiempo. Era cierto, no se había dado cuenta antes, pero
ahora que lo pensaba, ningún Nefilim usaba ropa en su aspecto original y entre sus patas no
tenían absolutamente nada.
—Disculpa.
Evar le sonrió.
—No te preocupes, dudo que pases el tiempo mirando si tenemos lo mismo que los humanos
—mientras decía esto, lo abrazó con más fuerza—. Me encanta que me toques, Dariel, en forma
humana o demoníaca, pero piensa que en una de ellas no puedo correrme. Me resulta más fácil
como estoy ahora.
Dariel tuvo que reconocer que tenía sentido, aunque aún seguía un poco sonrojado. Evar rio
contra su oreja y le plantó un beso húmedo en el cuello que le hizo temblar.
—Eres adorable cuando tienes las mejillas rojas. —Hizo una pausa y ronroneó suavemente
—. Tú también eres hermoso, Dariel. Podría estar mirándote durante horas y no me cansaría.
Eso era lo más bonito que le habían dicho nunca. Le pareció sentir que algo en su interior se
derretía y que su pecho se calentaba. Cada día que pasaba junto a Evar, su amor por él crecía un
poco más, y sabía que llegaría el momento en el que sería incapaz de vivir si le pasaba algo. Tal
vez y a lo amaba demasiado. Todavía temblaba al recordar cómo se sintió cuando esos ángeles le
atacaron.
Su demonio tensó los brazos a su alrededor.
—Dariel, ¿estás bien? ¿He dicho algo malo?
Él le acarició los antebrazos, haciendo que sus músculos se relajaran un poco.
—No, perdona. Estaba recordando un mal momento.
Evar le giró la cabeza para que lo mirara a los ojos. Los suy os eran oscuros y su voz se volvió
sensualmente ronca.
—Deja que te ay ude a olvidarlo —dicho esto, su boca se apoderó de sus labios.
Dariel gimió y no hizo nada por impedir que sus manos recorrieran todo su cuerpo. Las sintió
en su pecho y en los costados, y después bajaron por su vientre y su cintura hasta rodear sus
muslos y clavar los dedos en ellos. Jadeó por el ray o de deseo que lo atravesó y que hizo que
notara cierta incomodidad entre sus piernas. Le deseaba tanto que empezaba a dolerle.
—Evar… —murmuró contra sus labios, a lo que él respondió con un ronroneo.
—Echa el cuerpo hacia adelante y apoy a las manos en la orilla.
Hizo lo que le pedía. La posición despertó recuerdos horribles para él y miró a su demonio
por encima de su hombro. Quería hacerlo, lo deseaba más que nada, pero todavía no estaba
preparado.
—Evar, y o…
El Nefilim alzó la vista y le dedicó una tierna sonrisa.
—Tranquilo, no te tocaré en esa zona, no hasta que tú me lo permitas. —Hizo una pausa en la
que su mirada se llenó de inquietud—. ¿Crees que y o te forzaría? Jamás haría nada que pudiera
herirte, Dariel, antes preferiría morir cien veces.
Dariel se incorporó para acariciarle la cara.
—No, sé que no me harás daño, pero quería que supieras que aún no…
Evar le sonrió y frotó su mejilla contra la suy a. Su piel era muy suave, como si estuviera
recién afeitada, y supo que si hubiera podido habría ronroneado de puro gozo.
—Lo sé, no debes preocuparte por eso. Solo te tocaré ahí cuando tú quieras que lo haga.
Mientras tanto, te daré placer de otras formas —dicho esto, se apartó lo justo para mirarlo a los
ojos—. ¿Me dejarás? No va a dolerte, pero si soy demasiado brusco o no te gusta, dímelo y me
detendré.
De nuevo, una oleada de calor lo derritió por dentro. Evar siempre se preocupaba por su
bienestar, siempre lo anteponía a cualquier cosa. Probablemente un hombre normal se habría
ofendido por el modo sobreprotector en el que lo veía, pero a él le gustaba y, además, podía
comprenderlo. Él también pondría su salud y seguridad en primer lugar.
—Claro que te lo permito, Evar, confío en ti —tras decir esto, volvió a colocarse en posición y
esperó.
No tardó en sentir sus manos en sus caderas. Las y emas de sus dedos presionaron sus ingles
con suavidad y las movió lentamente. Dariel gimió y cerró los ojos, dejando que el placer se
apoderara poco a poco de él y borrara cualquier recuerdo de sus años en el orfanato. Balanceó
un poco las caderas, acompañando el movimiento de sus manos, hasta que Evar pegó su cuerpo
al suy o, sus caderas contra su trasero y su musculoso torso contra su espalda, dejándole
inmovilizado, aunque no lo suficiente como para sentirse acorralado.
Su lengua rozó su oreja y un escalofrío lo lamió de la cabeza a los pies, estremeciéndole. Un
gemido se escapó de sus labios y se frotó contra él, haciéndole saber que le gustaba lo que hacía.
Un gruñido hizo que el pecho de su demonio vibrara, lanzando una ola de llamas que cubrió su
piel y subió escandalosamente su temperatura. Se sentía caliente y ansioso, necesitaba que Evar
lo tocara por todas partes y que terminara en su miembro henchido, que gemía de pasión.
Como si su demonio ley era sus pensamientos, sus manos ascendieron por su vientre y se
detuvieron en su pecho. Sus dedos atraparon sus pezones y los acariciaron con apenas un roce,
endureciéndolos. Dariel empezó a retorcerse, necesitaba moverse o hacer cualquier cosa, pero el
enorme cuerpo del Nefilim, posado sobre el suy o, lo impedía, aumentando así la tensión tirante
de entre sus muslos. Los labios de Evar se deslizaron hacia su hombro, donde le plantó un
mordisco que le hizo jadear con fuerza. Al mismo tiempo, sus caderas se frotaron sensualmente
contra sus nalgas, haciendo que fuera muy consciente de la intensidad del deseo de su demonio;
no trató de penetrarlo en ningún momento, aunque no por falta de ganas, sino que lo acarició
suavemente, de un modo muy erótico que le puso a cien de inmediato.
Evar gruñó de nuevo, más fuerte.
—Dariel… —su voz apenas era humana, pero a él le sonó demasiado sexy para su propio
bien. En ese momento, notó su nariz en el cuello y aspiró con fuerza antes de que un poderoso
gruñido inundara su garganta—. Puedo oler lo excitado que estás, me encanta cómo hueles —
dijo al mismo tiempo que sus manos descendían con demasiada lentitud hacia abajo, acariciando
su vientre y deteniéndose a la altura de sus caderas. Dariel soltó una mezcla entre jadeo y grito
cuando sus dedos rodearon su virilidad y empezaron a acariciarla—. Pero tu olor es aún mejor
cuando te corres; es más intenso y no desaparece durante un rato. ¿Quieres que siga jugando,
Dariel?, ¿o prefieres que te dé placer ahora mismo?
Dariel apenas era capaz de formar un pensamiento coherente. No podía dejar de gemir y
mover las caderas para frotarse contra el miembro de Evar, quien no dejaba de asegurarle lo
mucho que le deseaba. Sus palabras no hicieron nada por disminuir su necesidad de alcanzar el
clímax. Quería ambas cosas, quería que jugara con él, que recorriera todo su cuerpo con las
manos y que trazara cada músculo con su lengua, pero también estaba muy cerca de la cima, y
si le torturaba un poco más, acabaría corriéndose.
Evar le acarició un poco más rápido, convirtiendo sus gemidos en jadeos. Así no aguantaría
mucho tiempo, tenía que…
—Dímelo, Dariel. Dime lo que quieres o pararé ahora mismo, y sé que no quieres que lo
haga —murmuró en su oreja con un gruñido feroz—. Yo tampoco quiero. Te deseo, mi frádam,
no me obligues a parar, quiero verte cuando te corras y que grites mi nombre —dicho esto,
aceleró el ritmo de sus caricias y le mordió en un hombro.
Dariel no pudo más. Su cuerpo se estremeció por la fuerza del orgasmo y gritó el nombre de
su demonio a pleno pulmón, dejándose llevar por completo por el fuego que lo arrasó todo. Aún
sentía su piel ardiendo y temblando cuando Evar lo abrazó y lo estrechó contra su pecho, dejando
que se apoy ara en él para recuperarse.
Por un rato, no se movieron. Dariel estaba muy cómodo y satisfecho, y el Nefilim tampoco
parecía tener prisa por salir del lago. Su nariz le acarició la mejilla al mismo tiempo que le olía y
ronroneaba.
—A esto me refería —murmuró, complacido—, hueles maravillosamente bien.
—Me alegra que te guste —dijo él, todavía jadeando—, a mí me encantan tus manos.
Evar soltó una risilla que se detuvo en seco. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron, y no
del mismo modo que cuando Dariel lo acariciaba.
—¿Evar? —preguntó, inquieto de repente—. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—Infiernos, Dariel, lo siento mucho —masculló antes de que su lengua empezara a lamer su
hombro con suavidad.
El semidiós intentó girarse para ver lo que sucedía, pero la cabeza del demonio se lo impedía.
—Evar, ¿qué pasa?
—Te he mordido en el hombro. Perdóname, Dariel, no quería hacerlo tan fuerte, ¿te he hecho
daño?
Entonces, Evar se echó atrás para lamerle el hombro por la parte posterior, por encima de su
espalda, y Dariel pudo ver qué era lo que había alterado al Nefilim. No tenía sangre ni ninguna
herida, pero sí dos marcas de colmillos que tardarían algún tiempo en desaparecer. Comprendió
de inmediato la reacción de Evar; creía que le había hecho daño, cuando él ni siquiera se había
dado cuenta del mordisco. Bueno, sí que lo había sentido, era una de las dos cosas que lo habían
catapultado al orgasmo, pero no había notado dolor alguno.
Se giró en sus brazos para poder tomar su rostro entre sus manos. Sus hermosos ojos castaños
estaban teñidos de culpa y remordimiento; detestó verlos en su mirada cuando había sido una de
las mejores experiencias de su vida.
—No te preocupes, te juro que no me ha dolido nada.
Evar no parecía muy convencido.
—¿Seguro?
—Totalmente. —Una sonrisa pícara se asomó casi inconscientemente a sus labios—. Estaba
más concentrado en otras cosas.
Esta vez, los ojos de su demonio brillaron.
—¿Te ha gustado?
—Juraría que he gritado tu nombre.
Evar ronroneó suavemente a la vez que lo envolvía con sus brazos.
—Lo he oído, y me gusta. No tengas reparos en gritarlo siempre que estemos haciendo esto
—dicho esto, cogió un nenúfar que pasaba cerca de ellos—. Date la vuelta, voy a lavarte y luego
descansaremos un poco.
Dariel frunció el ceño al ver que Evar metía dos dedos en la flor. Al acercarse más, se dio
cuenta de que en su interior había una especie de crema que olía muy bien, pero era algo que
jamás había llenado sus fosas nasales.
—¿Qué es eso?
—Lo usamos cuando nos bañamos, a los Nefilim no nos gusta oler mal —dijo a la vez que
arrugaba la nariz—. Nuestro sentido del olfato es muy agudo y somos muy sensibles a los malos
olores. Los perfumes humanos nos ponen de los nervios.
—Doy gracias entonces por no usarlos —comentó Dariel tras untar los dedos en la crema y
pasarla por el pecho de Evar.
Este gruñó.
—Tu olor es delicioso, no los necesitas.
Él se sonrojó un poco.
—Gracias.
Su demonio se inclinó y rozó su mejilla contra la suy a.
—No tienes que dármelas. No cambiaría nada de ti.
Sus palabras lo inundaron de calidez y provocaron que su corazón repiqueteara alegre. Él
tampoco cambiaría nada de Evar, era perfecto tal y como era. En el mundo humano, las
mortales se lanzarían a por él sin dudarlo, no era frecuente encontrar a un hombre tan noble,
protector, tierno y apasionado con semejante cuerpo. Notó un pinchazo de celos. No tenía ningún
motivo para tenerlos, pero la idea de que otros lo encontraran atractivo lo molestaba.
—¿Dariel?
Sacudió la cabeza y la centró en Evar. Su demonio le estaba lavando la espalda con esa
crema y se había detenido al ver que él se había detenido en su pecho.
—Perdona, estaba pensando.
—¿En qué?
Se mordió el labio inferior, sin estar muy seguro de si decírselo o no.
—No tiene importancia.
Sin embargo, el Nefilim no se rendía fácilmente.
—Puedes contármelo, Dariel, no me reiré.
—Me preocupa más que te enfades.
Tras esas palabras, Evar echó un poco la cabeza hacia atrás y lo miró con una mezcla de
preocupación y cautela.
—No puedo prometerte que no me molestaré, depende de lo que sea. Pero puedo intentar
comprenderte.
Dariel inspiró hondo. Está bien, se metería de lleno en el fuego.
—Estaba pensando que cuando regresemos a la Tierra, muchas mujeres se fijarán en ti, y
eso me molesta.
Evar se relajó inmediatamente y esbozó una sonrisa.
—No debes preocuparte por eso, Dariel. Si se me acercan, les digo que estoy contigo, y si se
ponen muy pesadas… —Una maliciosa sonrisa curvó sus labios— puedo intimidarlas. Puedo ser
aterrador si quiero.
—Lo sé, eres imponente.
—A mí tampoco me gusta que otros se fijen en ti —dijo de repente. Todo rastro de humor se
había desvanecido de su rostro—. Cuando estuve en tu trabajo y vi cómo te miraban las mortales,
me enfurecí —gruñó mostrando los colmillos—. No se acercarán a ti de nuevo con esas
intenciones, me aseguraré de ello.
Dariel sonrió. Le gustó que se mostrara tan posesivo con él. Al menos no era el único que se
ponía celoso.
En ese momento, una idea surcó su mente y sus labios se curvaron aún más, en una sonrisa
traviesa que puso a Evar en guardia.
—Yo tampoco estoy interesado en ellas. Deja que te lo demuestre.
Los ojos de su demonio se oscurecieron. El deseo volvió a inundar su mirada.
—¿Cómo?
—Siéntate en la orilla.
Evar obedeció con un gruñido complacido y la mirada reluciente.
—¿Vas a lamerme?
Dariel soltó una carcajada.
—Ya lo creo que sí, Evar. Voy a lamerte entero.

Unos días después, Dariel se paseaba distraídamente por la Sierra de Ceniza mientras
esperaba a que Evar regresara a casa. Su demonio iba después de dormir a su puesto de
vigilancia, donde se mantenía alerta al posible ataque de los ángeles, y tal vez a la infiltración de
algún Nefilim al que pudieran atrapar para salvarle del dominio de dichos pajarracos.
Podía entender que quisiera estar allí y en ningún momento se había quejado, pero no podía
evitar sentirse un poco solo. Nico y el resto de Nefilim también tenían cosas que hacer en el
Infierno, y seguro que Lucien también andaba ocupado. Así que dedicaba esa parte del día a
recorrer los territorios del inframundo y, últimamente, se le había unido una compañía que no
esperaba en absoluto.
Fovuno. Los tres últimos días lo había estado siguiendo allá adonde fuera. A Evar le resultó
muy gracioso que Dariel se sintiera intimidado por él, pero le dijo que probablemente le había
caído bien, lo cual era una buena señal. Lo que no le dijo fue que el gigantesco dragón pudiera
cambiar su tamaño a placer. Menudo susto le dio cuando se lo encontró una mañana trotando a su
lado como si fuera un perro. Tras preguntarle a Evar, este le explicó que era una habilidad innata
que usaban para ocultarse o tender emboscadas; Fovuno podía medir sus buenos veinticinco
metros de altura hasta los treinta centímetros de un ave pequeña. Eso explicaba por qué no había
visto a más drakon sobrevolando por las montañas, era un truco realmente útil, nadie los
esperaría aparecer de la nada.
Desde entonces, la bestia lo había acompañado en sus paseos matutinos. Al principio se sentía
un poco intranquilo, pero luego se había acostumbrado. Fovuno podía ser muy cariñoso si se lo
proponía.
Además, el aburrimiento obraba milagros; últimamente había estado pensando en coger una
cámara y grabar el Infierno. Obviamente, la cinta no saldría de allí, pero sería interesante hacer
un reportaje sobre los diferentes territorios y las razas demoníacas, por no hablar de los demonios
salvajes. Evar le había advertido que no fuera más allá del Castillo de la Tentación, donde
moraban Lilit y los súcubos, pues en esas tierras se encontraba el Bosque de la Llama Negra, el
Desierto Ilusorio, el Pantano del Lamento entre otros terrenos. El demonio Leviatán, o Lev para
los amigos, gobernaba a todas las bestias salvajes que vivían allí, pero había prohibido que se
profanaran los territorios que tanto tiempo había tardado en conquistar y que solo se podrían
cazar ciertos animales y con moderación.
En fin, podría empezar primero con la Sierra de Ceniza, el Palacio de Ébano, los Nefilim y
los ángeles caídos. Probablemente a Lucien le encantaría la idea con lo excéntrico que era.
—¿Qué me dices, Fovuno? —le preguntó al dragón que trotaba a su lado. Este alzó la vista y lo
miró con sus brillantes ojos anaranjados. En esos pocos días, había empezado a intuir el estado de
ánimo del dragón según sus movimientos o la forma en que lo miraba. Sus ojos eran más claros
cuando estaba contento, y oscuros si algo lo cabreaba—. ¿Cojo una cámara y te grabo en vídeo?
No sé si a tus compañeros les gustará, pero sería impresionante grabaros en el cielo mientras
voláis. Apuesto a que si presentáramos la cinta en un festival de cine seríamos los ganadores.
Fovuno soltó ese característico gruñido que hacía cuando estaba complacido. Tal vez su
comportamiento se asimilara al de un animal, pero Dariel estaba seguro de que era infinitamente
más inteligente que un ser humano. A menudo hacía comentarios típicos de un mortal que Evar
no comprendía, pero Fovuno sí lo hacía, a juzgar por los rugidos que lanzaba cuando reía.
Dariel saltó sobre una roca y contempló el Desierto de Arena Roja. La entrada al Infierno
era un desierto rocoso, no había dunas ni tampoco ningún lugar donde poder esconderse. El viento
era fuerte y transportaba arena rojiza, como si llamas danzaran en el aire. Era realmente
hermoso, pero Dariel nunca se había adentrado en su interior, Evar le había advertido de que no
fuera muy lejos. Allí no había animales ni demonios que pudieran protegerlo si los ángeles
bajaban, y además, podría terminar en la Tierra o en cualquier otro mundo sin darse cuenta.
Probablemente podría ir al Olimpo desde allí. Había estado pensando en ello, en conocer a su
padre. Tarde o temprano, tendría que hablar con él, después de todo era la única familia que
tenía. Lucien le había asegurado que Zeus le aceptaría en cuanto le demostrara que era hijo
suy o, por lo que en un principio no debería rechazarle.
De repente, Fovuno empezó a gruñir. Al darse la vuelta y mirarle, se dio cuenta de que su
tamaño había aumentado hasta los tres metros y medio de altura y que le estaba protegiendo con
su cuerpo de alguien a quien no conseguía ver.
—Mierda, Fovuno, quítate de en medio. Solo quiero hablar con él.
Dariel pegó un salto al escuchar esa voz. Aunque no le hacía gracia estar a solas con él, sabía
que Fovuno lucharía si le atacaba, así que le tocó el lomo y le empujó con suavidad. El dragón
gruñó, pero se hizo a un lado y le permitió contemplar al Nefilim de piel roja que estaba plantado
frente a él con los brazos cruzados y la mirada hostil, como era su costumbre.
—¿Qué quieres, Skander?
El demonio hizo una mueca.
—Hablar.
—¿Sobre qué?
Skander inspiró hondo y bajó los brazos a ambos lados de su enorme cuerpo.
—No se me dan bien estas cosas, así que te lo diré sin dar vueltas.
Dariel frunció el ceño. ¿Dar vueltas? ¿Qué demonios significa eso? Lo que dijo Skander a
continuación lo distrajo de su extraña expresión.
—Sé que Diablo te ha contado toda la mierda que Dios nos ha echado encima. También sé
que tienes sentimientos por mi hermano, así que no creo que vay as a irte con los pajarracos así
como así. —Hizo una pausa en la que su pecho se hinchó, respirando hondo. No parecía muy
contento—. Pero quiero enseñarte algo sobre ellos.
Dariel frunció el ceño cuando Skander se acercó hasta que sus cuerpos casi se rozaron. El
demonio era tan monstruosamente alto como Evar, así que tuvo que levantar un poco la cabeza
para observar sus ojos pardos. Le sorprendió no ver ira en ellos, sino una inmensa comprensión.
—Cuando Diablo habló conmigo a solas, me dijo que tú y y o éramos muy parecidos.
Por poco pegó un salto al oír aquello. ¿Skander y él parecidos? Vale, Lucien daba la sensación
de estar un poco chalado, pero no esperaba que fuera para tanto.
—¿Tú y y o?
Skander torció los labios en una sonrisa divertida y amarga al mismo tiempo.
—Yo también pensé lo mismo, hasta que me mostró algo —dicho esto, levantó una mano y se
la ofreció—. Mira.
Dariel la contempló con recelo, pero al final suspiró y posó sus dedos sobre su palma. Al
instante, las imágenes penetraron en su cabeza. No eran como las de Lucien, estaban más
definidas y eran más ruidosas, por no hablar de la gran cantidad de olores que pudo percibir. Supo
de inmediato que lo que estaba viendo era una vivencia de Skander. Por un instante, lo distrajo la
forma en la que los Nefilim percibían el mundo con sus agudizados sentidos, y también le
sorprendió la fuerza del cuerpo a través del cual vivía la experiencia. Sin embargo, la sorpresa
solo duró un efímero segundo. El horror la siguió.
Apartó los dedos del Nefilim y retrocedió con el estómago revuelto. No iba a vomitar, pero
estaba cerca de hacerlo. Se sintió como si hubiese retrocedido doce años atrás; el sudor frío
resbalando por todo su cuerpo, las rodillas temblorosas, los ojos anegados de lágrimas y aquella
mano de hierro que apretaba su pecho, impidiéndole respirar.
Al mirar a Skander, tragó saliva. No pensó realmente lo que hacía, simplemente, actuó por
instinto; se acercó de nuevo al Nefilim y lo abrazó. Tal vez eso lo sorprendió al principio, pero no
tuvo nada que ver con la incredulidad que lo invadió cuando Skander le devolvió abrazo con
fuerza y lo envolvió con las alas.
—Lo siento mucho —murmuró con un hilo de voz.
—Yo lamento lo que te hicieron a ti —la voz de Skander era furibunda, casi se podía oler en el
aire su ira—. Yo era grande y fuerte, podía defenderme y maté a unos cuantos por el camino,
pero tú eras pequeño y frágil, y no tenías a nadie que te protegiera —dicho esto, se apartó para
sostenerle por los hombros y mirarle fijamente a los ojos—. Lo que te hizo ese hombre es
vergonzoso, y te juro que como lo encuentre aquí, le haré pagar muy caro lo que te hizo. Ahora
tú eres mi hermano, y cualquiera que tenga algo contra ti, tendrá que pasar por encima de mi
cadáver para tocarte.
Dariel tragó el nudo que tenía en la garganta, emocionado. Skander decía que lo había pasado
mal, pero él fue aún más valiente. Los ángeles eran unos auténticos hijos de puta, y a no había
nada que pudiera evitar que les hiciera pedazos sin dudar la próxima vez que los viera. En ese
momento se sintió más avergonzado que nunca de llevar la sangre de un ángel. Deseó arrancarse
las alas y cambiar su aspecto, odió sus ojos azules, su pelo rubio y el blanco de sus plumas.
—Y y o llevo la sangre de uno de ellos —susurró con repugnancia.
Skander le apretó un hombro.
—Tú no tienes la culpa de lo que me hicieron, ni tampoco de todo lo que los pajarracos le han
hecho a mi gente.
Dariel apretó los puños con fuerza, siendo apenas consciente de las chispas azules que se
desprendían de su piel, signo de que su ira estaba alcanzando su punto álgido.
—Haré lo que sea para ay udaros. No me importa a cuántos bastardos tenga que matar.
Skander esbozó por primera vez una sonrisa divertida.
—Un medio ángel que ay uda a los demonios. Un ángel que se convirtió en Diablo.
“Igual que Lucien”, pensó con ironía.
Skander le palmeó la espalda y se apartó de él.
—Paciencia, hermano. Antes aprende a mantener esas chispas bajo control. Luego y a nos
encargaremos de ese líquido milagroso que curará a los caídos y de nuestra gente —dicho esto,
abrió las alas para marcharse, pero se detuvo en el último momento—. Dariel.
—¿Sí?
—No le cuentes nada de esto a nuestros hermanos. Es mi vergüenza, no quiero que la sufran
conmigo.
Dariel apretó más los puños y un relámpago salió disparado de su cuerpo hacia el cielo. Un
trueno estalló con fuerza e hizo eco en toda la Sierra de Ceniza, si los drakon u otros demonios lo
oy eron no le importó, solo podía pensar en el fuego del odio que ardía bajo su piel.
—No le diré nada a nadie, pero prométeme que no te avergonzarás de esto. La vergüenza es
de los pajarracos, no tuy a.
Skander le dedicó una sonrisa indecisa y se marchó. Al instante, Fovuno regresó al tamaño de
un perro y le tocó una mano con el hocico.
—Cuidado, Fovuno, estoy demasiado furioso y no puedo controlar bien mis poderes. Aléjate
durante un rato, necesito estar solo unos momentos.
Los ojos del dragón denotaron una inteligencia despierta antes de dar media vuelta y alejarse
volando de allí. Dariel se quedó solo. Cerró los ojos con fuerza y dejó que todos los poderes que
contenía salieran a la luz con un grito de angustia y furia. El cielo, siempre rojo en el Infierno, se
convirtió en negro por enormes nubes oscuras salidas de la nada, y un rugido estremeció la tierra
antes de que los ray os iluminaran brevemente los alrededores y la lluvia cay era con fuerza sobre
la Sierra de Ceniza.
El rostro de Dariel no mostraba nada mientras contemplaba los enormes ray os que caían a
diestro y siniestro sobre el Desierto de Arena Roja. Su interior era un pozo insondable de tinieblas.
Capítulo 14. Tres años de rodillas
“Quien sabe de dolor, todo lo sabe.”
DANT E AL IGHIE RI

Evar salió de la sala de incubación con aire pensativo. Detestaba mentirle a Dariel sobre a
dónde iba después de dormir con él, pero Damián le había prohibido que le hablara de ese tema
en concreto. Los Nefilim no podían permitirse que se conociera lo que había en esa habitación,
no cuando solo quedaban seis en libertad. No creía que Dariel fuera a decir nada, pero Zephir y
Damián insistían en ser precavidos. Y, por desgracia, no podía desobedecer una orden de su
hermano, no mientras él fuera el líder de su raza.
—¿Estás bien?
Giró la cabeza para encontrarse con Nico. El más joven de sus hermanos estaba sentado en el
suelo con las alas plegadas, y su cola y acía en el suelo inmóvil.
—Los Nefilim no mentimos, no está en nuestra naturaleza —dijo con sinceridad—, y no me
gusta tener que hacerlo con Dariel. Vosotros me morderíais si os mintiera.
Nico le dedicó una pequeña sonrisa de ánimo.
—Ten paciencia. En cuanto Dariel consiga ambrosía, seguro que confiarán en él.
Evar le devolvió el gesto.
—Eso espero. Me gustaría decírselo cuanto antes y enseñárselo.
—Es normal. Si es tu frádam, tiene todo el derecho a saber lo que le viene encima.
Asintió, pensativo. ¿Cómo reaccionaría Dariel cuando se lo contara? No crey ó que se lo fuera
a tomar mal, él no había percibido ninguna hostilidad o repulsión cuando hablaba de ellos. Tal vez
incluso le gustara la idea.
La oleada de ternura y amor que lo invadió al imaginarse la escena lo emocionó. Sería
maravilloso si Dariel accediera a que los dos pudieran…
El rugido de un trueno lo sobresaltó. Se agazapó por instinto mostrando los colmillos, igual que
hizo Nico. Sin embargo, cuando vio que no estaba en peligro inmediato, su mente trabajó rápido
y supo lo que estaba pasando.
Dariel.
No se lo pensó dos veces; abrió las alas y voló velozmente por el oscuro túnel que conducía
directamente al despacho de Lucifer. La puerta subterránea se abrió antes de que él saliera a la
estancia y se encontrara con el Diablo encaramado al gran ventanal, desde el cual contemplaba
un espectáculo increíble.
En sus nueve mil años de vida, el Infierno jamás había tenido el cielo oscuro. Cubierto por
nubes tan negras como las rocas de la Sierra de Ceniza, solamente era iluminado por los
relámpagos que atravesaban la oscuridad, finalizando con el estallido de los truenos. La lluvia
caía con tanta fuerza y era tan espesa que apenas se podía ver nada a dos metros de distancia,
incluso para la privilegiada vista de un Nefilim.
—Por todos los demonios, ¿qué es eso? —preguntó Nico, que se acercó prudentemente a la
ventana.
Lucifer contempló la tormenta con los ojos entrecerrados.
—Yo diría que algo o alguien ha cabreado a Dariel.
—¿Dariel está haciendo esto? —exclamó el joven demonio.
—Impresionante, ¿verdad? Desde que estoy aquí, no he conocido a nadie que sea capaz de
alterar el clima atmosférico del Infierno. Se nota que es hijo de Zeus.
—Voy con él —dijo Evar con decisión. No sabía si Dariel estaba en peligro o solo estaba
enfadado por algo, pero fuera lo que fuera, tenía que ir a su lado y calmarlo antes de que hiciera
daño a alguien o a sí mismo. Esa idea lo aterró—. ¿Puede hacerse daño con sus propios ray os,
Lucien?
—¿Lucien? —interrogó Nico con una sonrisa divertida—. Parece el nombre que los humanos
les pondrían a sus gatos.
Lucifer le ignoró y se dirigió a Evar.
—No lo creo, dudo que la electricidad le afecte siquiera. En todo caso, tendría que tener
cuidado el pobre desgraciado que lo hay a cabreado. Y tú, si vas a ir a buscarle.
—Lo tendré —dicho esto, abrió el ventanal y salió a la fría y punzante lluvia. El viento era
muy fuerte y los ray os caían por doquier, destruy endo cualquier cosa que tuvieran al alcance.
Afortunadamente, la tormenta no parecía haber llegado mucho más allá del Palacio de Ébano,
solo los relámpagos eran visibles en la Sierra de Ceniza, adonde se dirigió. Le habría resultado
difícil llegar de no ser porque conocía el camino de memoria, pero una vez alcanzara la
cordillera de volcanes, estaría perdido.
O no. Un rugido familiar lo llamó desde la lejanía y una mole inmensa que batía sus alas con
fuerza apareció ante sus ojos.
—¡Fovuno! ¿Dónde está Dariel?
El dragón posó su enorme cabeza bajo las patas de Evar, quien se dejó caer sobre esta para
que le guiara. Apenas tardaron unos segundos en llegar al centro de la tempestad. No pudo
detectar el olor de su Dariel por culpa de la lluvia, pero lo vislumbró cuando uno de los
relámpagos iluminó el cielo.
—¡Dariel! —gritó, intentando hacerse oír por encima del rugido de los truenos.
El semidiós se percató de su presencia. Giró lentamente la cabeza para centrar unos brillantes
ojos azules en él. Su mirada era perturbadora, relucía en la oscuridad y estaba tan vacía como la
de un muerto.
—¡Dariel! —Lo intentó de nuevo y trató de volar hacia él, a pesar del viento que lo empujaba
en dirección contraria.
Esta vez, le oy ó. Un brillo de reconocimiento apareció en sus ojos, los cuales dejaron de
brillar y le miraron.
—¿Evar?
Dariel se sentía desorientado cuando por fin regresó a la realidad. Lo último que recordaba
era lo que Skander le había mostrado, las cosas que los ángeles le habían hecho. Se había puesto
tan furioso que no había podido contener sus poderes por más tiempo, necesitaba dejarlos salir y
lo había permitido mientras su mente se perdía en su propio pasado. Sin embargo, al escuchar la
voz de Evar, su cuerpo había reaccionado.
Contempló su alrededor con los ojos como platos. Allá adonde mirara el cielo era negro y la
lluvia lo dominaba todo, mientras que ray os, truenos y relámpagos cruzaban el aire a gran
velocidad a su alrededor.
¿Qué diablos había pasado?
Se acercó a Evar y lo inspeccionó con las manos, sintiéndose aliviado al darse cuenta de que
no estaba herido.
—¡Dariel!, ¿estás bien? —gritó su demonio para hacerse oír.
—¡Sí! ¿Qué ha pasado?
—¡Provocaste la tormenta! ¿Alguien ha intentado hacerte daño?
¿Él había provocado esa tormenta infernal? ¿Cómo demonios…?
—¡No! Yo… estaba enfadado.
Evar lo cogió entre sus brazos y lo envolvió con las alas en ademán protector.
—¡Tienes que parar la tormenta!, ¿me oy es? ¡Podría llegar a herir a alguien! ¿Puedes
hacerlo?
Dariel no estaba muy seguro de eso, pero tenía que intentarlo de todos modos. Había puesto
en peligro a los habitantes del Infierno y era responsabilidad suy a detener aquello como fuera.
Así que cerró los ojos con fuerza y se concentró. Casi de forma instantánea, su mente se conectó,
como si de una red se tratara, a los ray os y les ordenó desaparecer. Los relámpagos y los truenos
cesaron de repente y la oscuridad empezó a aclararse, convirtiendo la cruel lluvia en una fina
cortina de agua. Unos minutos después, esta cesó y las nubes empezaron a apartarse, dejando a
la vista el brillante color rojizo del cielo.
Evar le estrechó con fuerza.
—Bien hecho.
—Lo siento mucho —se disculpó Dariel de inmediato, barboteando las palabras,
inmensamente arrepentido por lo que había hecho—. No quería provocar ninguna tormenta,
estaba muy enfadado y necesitaba que mis poderes salieran, no quería hacerle daño a nadie.
¿Alguien está herido?
El Nefilim le acarició suavemente el rostro y le sonrió.
—Tranquilo, todos estamos bien. Creo que no puedo decir lo mismo de las almas que están
siendo torturadas, tal vez hay as achicharrado a alguna, pero por lo demás, nadie ha salido herido.
Dariel se relajó inmediatamente… O lo habría hecho de no ser por el aleteo que escuchó a lo
lejos y de los brazos de Evar, que se tensaron.
—¿Evar?
—Quédate detrás de mí —dijo a la vez que lo colocaba a su espalda y lo protegía extendiendo
sus alas, ocultándolo de la vista de sus contrincantes—. ¿Qué pasa? —preguntó con un gruñido.
Otro idéntico le respondió. Dariel y a no necesitaba verlos para saber quiénes eran.
—Ha sido él, Evar, entréganoslo.
—Lo ha hecho sin querer y no hay heridos. Aléjate de él, Zephir.
De repente, vio que Evar se agazapaba, permitiéndole ver así a Zephir, Damián, Kiro y Nico.
El primero era el único que se había inclinado hacia delante, apoy ando las manos en el suelo con
las plumas erizadas y la cola estirada. Era evidente que iban a entrar en combate en breve.
Dariel no supo cómo lo hizo, pero en un abrir y cerrar de ojos, se interponía entre los dos
Nefilim, listo para proteger a su demonio. Los demás lo miraron parpadeando.
—No os peleéis.
Evar gruñó.
—Dariel, quítate de en medio.
—No —dijo con decisión antes de mirar a Zephir—, si tienes que pagarla con alguien, que
sea conmigo. Evar está herido todavía, podrías hacerle daño.
El demonio pareció contrariado al escuchar su preocupación por Evar, pero sacudió la cabeza
y le lanzó una mirada furibunda.
—¿A qué ha venido lo de la tormenta?
Dariel cruzó los brazos a la altura del pecho a la vez que miraba a Evar por el rabillo del ojo.
No se había movido de detrás de él, pero tampoco había abandonado su postura amenazante.
Sabía que aquello terminaría en combate como no apaciguara a Zephir, y a que el resto
solamente estaban tensos por si se peleaban.
—Estaba enfadado y no pude controlarme. Creo que sabéis que aún no domino bien mis
poderes, y esta vez he ido demasiado lejos. Lo siento, no quería herir o asustar a nadie.
—¿Qué es lo que ha hecho que te enfades? —preguntó Damián con el ceño ligeramente
fruncido. No parecía enfadado, sino confundido, más bien.
—Un servidor.
La voz de Skander los sobresaltó a todos. Estaba de pie junto a Lucien, quien contemplaba la
escena con su habitual sonrisa divertida.
Zephir gruñó y finalmente se levantó. Evar lo imitó, pero envolvió sus brazos alrededor de la
cintura de su Dariel y lo estrechó contra su pecho antes de enseñarle los colmillos a su hermano
recién llegado.
—¿Qué le has hecho? Me prometiste que no volverías a ponerle la mano encima, Skander.
El Nefilim rojo alzó los brazos en señal de rendición.
—Ey, que no le he hecho nada. Solo he hablado con él, quería enseñarle algo sobre los
pajarracos y se ha puesto de mala leche. Lo siento, pero mirad el lado bueno; ahora sabemos con
seguridad que Dariel los odia casi tanto como nosotros, ¿no?
—Eso está aún por ver —murmuró Zephir.
Damián le lanzó una mirada reprobatoria.
—Pero esto aclara el asunto, ¿verdad? ¿O acaso vas a dudar de tu hermano también?
El demonio gruñó, pero no dijo nada en contra. Damián suspiró y miró a Dariel.
—Mis disculpas. Nos asustó la tormenta, nunca habíamos visto algo así.
El semidiós le quitó importancia encogiéndose de hombros, algo que divirtió a Evar. Su Dariel
era demasiado bueno, perdonaba con mucha facilidad los errores de sus hermanos, y se lo
agradeció con un ligero apretón en la cintura al que él respondió acariciándole el brazo,
probablemente para calmarlo.
En cuanto sus hermanos se marcharon y solo quedaron ellos, Lucien y Skander, se volvió
hacia el Nefilim con el ceño fruncido.
—¿Se puede saber qué le has enseñado?
Skander soltó una risotada y, en vez de responderle, miró a Lucien.
—Tenías razón, Diablo. Dariel y y o somos más parecidos de lo que pensábamos.
El ceño de Evar se acentuó. ¿Skander y Dariel parecidos? ¿Desde cuándo?, eran la perfecta
contradicción del otro.
—¿De qué coño estás hablando?
Skander le dedicó una maliciosa sonrisa.
—Ese es un secreto entre él y y o, ¿verdad, hermanito? —dicho esto, le guiñó un ojo a Dariel.
Espera, ¿Skander acababa de guiñar el ojo? ¿Le había llamado hermanito a su Dariel? Eso era
bueno, muy bueno en realidad, pero estaba demasiado impactado como para asimilarlo.
Dariel asintió desde sus brazos y se despidió de Lucien y Skander con la mano cuando alzaron
el vuelo y se alejaron. Solo entonces, tras estar seguro de que y a nada le amenazaba, Evar le
soltó lo justo para hacerlo girar y que lo mirara a los ojos.
—¿Qué es lo que quería decir mi hermano? Creo que me he perdido una parte importante de
la conversación.
La mirada de su Dariel se empañó, llena de tristeza y rabia. Odiaba verlo de esa manera, así
que lo atrajo hacia sí para abrazarle y acariciarle la espalda, normalmente eso lo relajaba.
—¿Qué puedo hacer para que te sientas mejor?
Notó que el semidiós sonreía contra su pecho.
—Ya lo haces.
Eso lo alivió un poco. Odiaba ser inútil.
—¿Qué es lo que ha pasado entre Skander y tú? —preguntó con suavidad. No quería aumentar
su tristeza, pero necesitaba saber qué le había dicho su hermano que le hubiera molestado tanto.
Dariel levantó la vista para mirarle a los ojos.
—Lo siento, pero no puedo decírtelo.
Esas palabras se le clavaron en el corazón como un puñal.
—¿Por qué? —Estuvo seguro de que su voz sonó tan herida como él se sentía.
El semidiós se sobresaltó al escuchar su tono. Sus manos alcanzaron su rostro y acariciaron
sus mejillas.
—Por favor, no te lo tomes a mal. Quiero contártelo, pero le prometí a Skander que no se lo
diría a nadie.
Eso aligeró el peso que se había asentado en su pecho.
—Entonces lo entiendo. Las promesas son sagradas para nosotros. Skander se pondría furioso
si se lo contaras a alguien.
Dariel asintió distraídamente antes de mirarle de un modo extraño. Parecía atormentado y
asustado por algo, pero no comprendió el peligro; no había ninguna amenaza en los alrededores,
al menos que él percibiera. Inquieto repentinamente, alzó la cabeza para observar de un lado a
otro, atento a cualquier movimiento extraño o sospechoso.
—Evar.
Su atención regresó de inmediato a Dariel.
—Dime.
—¿Puedo contarte algo?
—Claro.
—Pero no puedes contárselo a nadie, ni siquiera a tus hermanos.
Eso llamó su atención. Debía de ser algo realmente importante para Dariel si no quería que se
supiera y, a juzgar por su expresión, no era bueno.
Procuró que su rostro fuera solemne.
—Lo prometo.
Su Dariel asintió y se apartó de él. Evar solo lo permitió porque le cogió de la mano.
—Vamos a casa. Esto no es algo que pueda contar en cualquier parte.
No se lo pensó dos veces y guio a Dariel hasta su cueva. Fovuno también les siguió, pero se
mantuvo en completo silencio mientras llegaban hasta allí; debía de percibir la tensión del
semidiós, él también la sentía. Había algo que lo tenía muy preocupado, angustiado incluso.
Quería saber qué era para poder borrarlo de la faz del universo, o como mínimo para poner un
escudo entre él y su Dariel.
Una vez en casa, fueron directamente a la cama, incluso Fovuno se hizo un ovillo a sus patas
sin dejar de mirarlos fijamente. Evar puso a Dariel en su regazo, de forma que su cabeza se
quedara apoy ada en su pecho. Sintió que sus manos acariciaban distraídamente su piel, y a que su
mirada estaba perdida en alguna parte.
—¿Qué es, Dariel? ¿Es algo malo?
—Bastante —murmuró.
Se tensó al oír la confirmación a sus temores. Algo o alguien le había hecho daño, y él se
encargaría de destruirlo personalmente.
—Cuéntamelo —dijo en un gruñido. Sabía que en esos momentos debería ser tierno y suave,
pero no podía cuando había algo que atormentaba a su frádam.
Dariel detuvo el avance de sus dedos y convirtió sus manos en puños.
—Puesto que no tenía padres, acabé viviendo en un orfanato que hacía las veces de colegio.
—Hizo una pausa, dudando entre si continuar o no. Evar lo abrazó y empezó a acariciarlo,
esperando que eso lo animara a seguir—. Normalmente las monjas nos daban clase, pero el
director las sustituía cuando ellas estaban enfermas. Era el padre Tom.
Evar asintió sin decir nada. Sabía que cuando se contaba algo doloroso, era mejor dejar que
la persona lo explicara a su manera y no forzarla con preguntas que podrían echarla atrás en su
decisión de abrirse a ti.
Notó que Dariel hundía el rostro en su pecho, como si no quisiera mirarle a la cara.
—Él era amable con los niños, y cuando tenía nueve años, empezó a hablar conmigo. Me
decía que me parecía a un ángel, ¿sabes? En aquel entonces pensaba que era algo bueno, pero y a
veo que me humilló de todas las formas posibles.
¿Humillarle? ¿De cuántas formas? Quería preguntarlo, pero sabía que no debía hacerlo, así
que lo abrazó con más fuerza y le acarició el cabello, recordándose que debía calmarlo antes que
saciar su curiosidad o ir a buscar a ese hombre.
—Yo no pensaba que fuera una mala persona, y los demás niños tampoco. Pero había
algunos que, cada vez que lo veían, salían corriendo. No comprendía por qué lo hacían… hasta el
día en que me llamó a su despacho.
Evar se removió inquieto. Había algo en esa historia que no le gustaba, y cuando escuchó las
siguientes palabras de Dariel, comprendió con furia por qué.
—Cerró la puerta y me dijo que me quitara la ropa, que era una simple inspección médica.
Confiaba en él, así que obedecí y me desnudé. Pero entonces empezó a tocarme, y me sentí
muy raro e incómodo, por lo que le pedí que parara. Él me preguntó si no me sentía bien, y y o le
dije que no y que si podíamos dejarlo para otro día. El padre Tom respondió que no tardaríamos
mucho, de modo que esperé un poco más.
—¿Y luego? —Evar no podía contenerse, estaba demasiado tenso, nervioso y con la ira a flor
de piel.
La voz de Dariel era apenas un murmullo cuando dijo:
—Me… tocó… ahí.
La furia estalló en su interior, pero no se permitió perder el control de sí mismo, no estando
Dariel sobre su regazo, podría hacerle daño sin querer si se levantaba e iba a buscar a ese
monstruo al mundo humano o al Infierno. Porque semejante hijo de puta no podía haber
terminado en el Cielo, Dios no tendría las pelotas suficientes como para negarle su venganza por
hacer daño de esa forma a la razón de su existencia, su corazón y su alma.
Dariel siguió hablando, haciendo que la sangre y el fuego hirvieran bajo su piel.
—Me aparté y grité, pero él me golpeó en la cara y me tiró al suelo. Me dijo que cerrara la
puta boca y que me pusiera de rodillas, que si no lo hacía, me haría daño de verdad. Yo no quise
hacerlo y traté de huir, pero se quitó el cinturón y me pegó con él hasta que obedecí. No sé
cuánto tiempo estuve en el despacho, tal vez fue una sola hora o cinco minutos, pero a mí me
pareció que había muerto y había llegado de algún modo al infierno donde pasaría el resto de la
eternidad sufriendo. Cuando terminó, me dijo que si se lo contaba a alguien, la próxima vez que
nos viéramos desearía haber sido un buen chico. Estaba tan asustado que no lo hice.
Evar lo estrechó más fuerte contra él, todo lo que pudo pero procurando no hacerle daño. Lo
cubrió con sus alas y le besó en la cabeza, aunque lo único que quería hacer era rugir y buscar a
ese desgraciado para hacerlo pedazos de un modo muy lento y doloroso, tanto que suplicaría que
le matara durante días y noches.
—¿Volvió a por ti? —Tenía que saberlo, tenía que saber cuánto daño le había hecho a Dariel
para multiplicarlo cuando lo encontrara.
—Hasta que cumplí doce años estuve en su despacho. —Hizo una pausa, y luego las palabras
salieron en tropel de sus labios, mezclándose unas con otras, pero Evar logró entenderlo todo—.
En cuanto terminé primaria, les pedí a las monjas que me enviaran a un internado para no tener
que cursar la secundaria también allí, y a no podía soportarlo más. Ellas querían que me quedara
porque el padre Tom les había dicho que tenía un gran futuro en su escuela, pero y o hice todo lo
necesario por evitarlo; les dije que tenía problemas con otros estudiantes, pero no me crey eron
y a que era muy tímido, así que tuve que pegar a otros chicos. No quería hacerlo, pero estaba
desesperado, tenía que salir de allí antes de que me llamara otra vez a su despacho. Algunos
dejaron que les golpeara y exageraron su historia sobre mí porque también habían sido víctimas
del padre Tom, y los que no lo eran estaban tan cabreados o asustados que hicieron el resto del
trabajo. Al final, las monjas me mandaron a un internado y y o abandoné el orfanato, pero las
cosas no terminaron ahí. Al principio no me di cuenta, pero estaba siendo observado por alguien.
El padre Tom se había obsesionado conmigo, aunque no sé por qué, y me seguía a todas partes.
Una noche que regresaba de la biblioteca, al año siguiente de abandonar el orfanato, me encontré
con él. Apareció de la nada, con el cinturón en la mano, y me golpeó en la cara, aturdiéndome.
Intenté escapar, pero él se subió encima y me bajó los pantalones. No sé exactamente cómo lo
hice, solo sé que oí un estallido, vi una luz muy brillante y de repente estaba libre. No me paré a
mirar qué había pasado, solo corrí todo lo rápido que pude hasta que llegué a mi edificio y me
encerré en mi habitación. A la mañana siguiente, me enteré de que el padre Tom había muerto.
Evar tragó saliva, tratando de asimilar todo lo que Dariel le había contado. Tres años de
abusos y palizas, una huida desesperada y un año más de acoso que podría haber terminado con
la vida de Dariel si hubiese sido un niño normal. Dio gracias en silencio a Zeus porque fuera él
quien hubiese dejado preñada a su madre en vez de cualquier otro ser más débil.
—Fuiste tú, ¿verdad? —murmuró.
Dariel asintió.
—Una semana después descubrí mis poderes. Supe entonces que y o le había matado —su voz
se quebró y Evar le levantó la cara. Sus ojos estaban rojos por las lágrimas que caían por su
rostro, llevaba un buen rato llorando y él ni siquiera se había percatado.
Le lavó con sus manos y lo besó una y otra vez sin dejar de acariciarlo, desesperado por
encontrar algo que le hiciera sentir mejor. Odiaba la sensación de impotencia y vulnerabilidad
que lo invadía, pero odiaba aún más al monstruo que le había hecho daño a su Dariel, tanto a
nivel físico como mental y emocional.
—No te sientas culpable, mi frádam, ese bastardo merecía una muerte más dolorosa que ser
alcanzado por un ray o —le dijo sin dejar de besarlo y acariciarlo.
Dariel asintió y se apoy ó en él, parecía agotado.
—No me siento culpable, pero tampoco estoy orgulloso.
—Nadie lo está. Matar es una necesidad, un instinto natural ante un peligro que no se puede
sortear razonando o huy endo. Actuaste para protegerte, tal vez solo querías apartarlo, pero como
no podías controlar tu poder, tu ataque fue más potente y lo mató. No pasa nada, Dariel, y o y
cualquier otro habríamos hecho lo mismo… Bueno, y o no. No después de saber lo que te ha
hecho.
El semidiós hizo un gesto negativo y se acurrucó en su pecho.
—Ahora y a no importa, no volverá a hacerme daño. ¿Sabes por qué te he contado esto? —
Evar movió la cabeza de un lado a otro y Dariel le sonrió un poco—. Porque te deseo, Evar,
mucho. Y aun así, cuando lo hacemos, soy incapaz de…
Su demonio se tensó y lo miró horrorizado.
—Tú has pasado por todo eso, y y o, en tu casa, intenté… —su voz se apagó. De repente, se
levantó y dejó a Dariel con suavidad en la cama antes de empezar a alejarse de él.
—¿Evar? —Al ver que no le respondía y que seguía andando hacia la salida, se puso en pie de
un salto y corrió hacia él—. ¡Evar, espera!
—No te acerques, Dariel, no me lo merezco.
Dariel resopló y se materializó justo delante de él. Evar se paró en seco y retrocedió un paso,
lo miraba como si hubiese cometido el peor acto imaginable.
—¿Cómo puedes dejar que te toque así después de lo que te hizo ese monstruo? Yo no quiero
hacerte sentir humillado, avergonzado, sucio o causarte dolor.
—Evar, para. No me haces sentir así.
Su demonio frunció el ceño, completamente perdido. Supuso que era normal, los Nefilim
raras veces tenían relaciones sexuales, por lo que tal vez fuera por eso que Evar no comprendiera
que lo que hizo el padre Tom y lo que le hacía él eran dos cosas completamente diferentes.
Se acercó a él y le cogió ambas manos para estrecharle los dedos con suavidad, a la vez que
meditaba la mejor forma de explicárselo.
—Tú no me haces daño cuando me tocas. Eres muy cuidadoso e intentas que me sienta bien.
Al padre Tom solo le preocupaba su propia satisfacción, le daba igual que me doliera. Contigo es
diferente, porque tú te preocupas por mí.
Los ojos de Evar brillaban de un modo que Dariel no acabó de comprender, pero supuso que
era algo bueno cuando su demonio lo arrastró de nuevo a sus brazos. Él se dejó hacer y apoy ó la
cabeza en su pecho, aspirando su olor masculino mezclado con el de la sustancia dulzona de la
flor.
—Gracias, Dariel —dijo de repente, sobresaltándolo.
—¿Por qué?
—Por no pensar que soy como él. Yo jamás te haría daño ni te obligaría a hacer nada que tú
no quisieras.
—Lo sé.
Evar suspiró y se apartó para mirarlo a los ojos. Pudo ver el caos emocional que giraba en
ellos; ira, impotencia, tristeza, rabia, vulnerabilidad, agradecimiento, emoción.
—Para mí es importante que seas consciente de eso. Si alguna vez no me deseas, debes
decírmelo y pararé de inmediato.
Dariel sonrió.
—No creo que eso sea posible. Me encanta lo que me haces con tus manos y tu lengua.
Su demonio ronroneó, complacido.
—A mí también —dicho esto, su sonrisa se desvaneció—, pero creo que ahora deberías
descansar un poco. Ha sido un día difícil.
Eso no podía negárselo. La tormenta que había provocado le había dejado físicamente
agotado, y después de contarle a Evar su terrible infancia, lo último que le apetecía era moverse
de donde estaba. Así que dejó que lo tumbara en la cama y notó que se acurrucaba a su lado.
Uno de sus brazos envolvió su cintura y su ala derecha lo tapó a modo de manta. Por poco se
sobresaltó cuando su cola se enroscó alrededor de sus piernas, parecía que lo estuviera cubriendo
para protegerlo de algo.
—También tienes que comer —reflexionó Evar en voz alta—. Lucien dice que cuando las
humanas pasan un mal momento van de compras o comen chocolate, pero tú eres un hombre.
Dariel no pudo evitar soltar una risilla. Eso era justamente lo que necesitaba para distraerse.
—Me conformo con una buena cena.
—¿Quieres algo en particular?
Respondió encogiéndose de hombros.
—Me gusta todo en general.
—Iré a preguntarle a Nico y Lucien. Ellos saben más de los humanos, seguro que encuentran
algo que te guste —dicho esto, su cuerpo se tensó un poco—. Tal vez no esté aquí cuando te
despiertes, pero Fovuno no se moverá de tu lado.
El dragón gruñó, afirmando sus palabras. Seguía teniendo el tamaño de un perro cuando se
metió entre los brazos de Dariel y se tumbó contra su pecho mientras le lamía la cara. Sus
escamas eran tan calientes como la piel de Evar, y se sintió extrañamente protegido y seguro.
—Está bien.
—No tardaré, te lo prometo.
Dariel empezaba a sospechar que su actitud sobreprotectora se debía a lo que acababa de
contarle. Era agradable que se preocupara por él, nadie lo había hecho cuando era pequeño a
excepción de los pocos niños que le ay udaron a salir del orfanato. Sin embargo, y a no tenía
miedo del padre Tom. El día en que supo de su muerte, se sintió profundamente aliviado y
seguro. Más tarde se daría cuenta de que había sido él quien le había asesinado y llegaría el
horror de haber matado a una persona, aunque ahora y a no se arrepentía de ello. No estuvo bien,
pero tampoco era completamente responsable de sus actos. Además, se lo merecía por todo el
daño que había hecho.
—No te preocupes por mí, estaré bien, de verdad. Lo he superado, pero no es fácil revivir
estas cosas.
Evar, tras unos minutos en silencio, asintió.
—De acuerdo. Pero aun así, intentaré volver lo más rápido posible. No me gusta estar lejos
de ti.
Eso le hizo sonreír y le dio un poco más de esperanza. No podía dejar que los recuerdos del
padre Tom le impidieran ser feliz con Evar, no lo permitiría. Ya le había arruinado su pasado, no
podía destruir también su futuro. Con ese pensamiento en mente y sintiendo el cálido cuerpo de
su demonio contra el suy o, cerró los ojos y cay ó en un profundo sueño, uno en el que nadie
abusaba de él y donde podía quedarse con el hombre de pelo negro y ojos castaños que tanto
amaba.

Evar se aseguró de que Dariel estaba dormido cuando se levantó con cuidado. Tenía que
conseguir comida para que su frádam se recuperara, él sabía muy bien lo difícil que podía ser
revivir esa clase de experiencias; las muertes de su hermano y de Arlet todavía le dolían, pero
había salido adelante, y Dariel también lo haría, él le ay udaría y le enseñaría. Tal vez no pudiera
borrar todo el dolor que le había causado ese desgraciado, pero estaría a su lado para consolarlo.
Miró a Fovuno, cuy os anaranjados ojos lo miraban con más inteligencia de la que desearía. A
veces tenía la impresión de que su drakon conocía cada uno de sus pensamientos.
—Quédate con Dariel.
Fovuno dejó escapar un gruñido suave y se acomodó entre los brazos del semidiós. Evar le
recorrió con la mirada, asegurándose de que sus sueños eran pacíficos antes de dirigirse a la
salida y volar al Palacio de Ébano. Aparte de conseguir comida, tenía que hacer una cosa más.
Lucien estaba en su despacho hablando con dos caídos, Gade y Asa. El primero era un
hombre grande, de complexión robusta y enormes brazos cruzados a la altura del pecho, y
bastante alto, aunque no tanto como Evar. Su piel era ligeramente bronceada, la cual armonizaba
a la perfección con su corto cabello cobrizo, el cual hacía resaltar unos llamativos ojos de color
ámbar. Fue uno de los primeros ángeles en rebelarse junto a Lucifer después de descubrir que el
alma de su amante humano estaba en las garras de Dios. Pese a que lograron salvarla, aún no
habían encontrado a su reencarnación, pero Gade no perdía la esperanza de volver a ver al
hombre al que amaba. Mientras tanto, era el jefe de la Guardia Real de Lucifer o, en otras
palabras, lideraba el ejército de ángeles caídos.
El otro hombre, Asa, más conocido por los cristianos como Azazel, era el líder de los Grigori,
que se unieron a Lucien después de enterarse de lo sucedido con Dios, y también el bisabuelo de
Nico. No era tan alto como Gade, pero sí más intimidante; el dolor por las pérdidas de sus
mujeres y más tarde de sus hijos había dejado profundas cicatrices en su corazón y un gran
rencor hacia los ángeles. Su figura era musculosa pero elegante, y su piel clara no parecía
concordar con su cabello color chocolate, que llevaba largo hasta el mentón, ni con sus
escalofriantes ojos verde oscuros, que solían desprender hostilidad. Las facciones de su rostro
eran duras y curtidas, Evar no sabía si alguna vez habían tenido la delicadeza característica de los
ángeles.
Al verlo entrar, Lucien y Gade sonrieron abiertamente, mientras que Asa suavizó su
expresión normalmente severa. Todos los Grigori amaban a su raza, y a no importaba si eran
descendientes suy os o no. Evar y sus hermanos eran su única esperanza de mantener su progenie
con vida.
—¡Evaristo! —exclamó Lucien con su habitual tono alegre—, ¿cómo tú por aquí sin tu
inseparable Dariel?
—He venido a pedirte un favor.
—Tú dirás.
En vez de decirle lo que quería, observó a Gade y Asa. Le había prometido a Dariel que no le
diría a nadie lo que le había contado, y los Nefilim jamás faltaban a su palabra.
—¿Podéis dejarnos a solas, por favor?
—Por supuesto, Evar —le dijo Gade antes de pasar un brazo por los hombros de Asa y salir
de la habitación. El Grigori solamente le dedicó una diminuta sonrisa amistosa antes de
desaparecer por la puerta.
Lucien se colocó a su lado.
—Se han tomado lo de Dariel bastante bien.
Evar giró bruscamente la cabeza en su dirección.
—¿Les has hablado de él?
—Todo el mundo sabe quién es, Evar, especialmente después del lío que armó Zeros, y más
aún con lo de la tormenta.
—¿Y qué opinan?
El Diablo se encogió de hombros.
—No estaban muy seguros al principio, pero Tamiel habló con ellos y les aseguró que Dariel
se preocupa por ti. Además, están esperanzados de que podamos conseguir esa ambrosía.
Evar frunció ligeramente el ceño.
—¿Asa la necesita? Creía que los Grigori aguantaban la llamada de Dios.
—Lo hacían porque sus mujeres e hijos les necesitaban en la Tierra. Ahora prácticamente
todos están muertos —murmuró.
El Nefilim guardó silencio un momento, recordando a sus abuelos, su padre, su hermano…
Arlet. Todas las personas a las que había querido le habían sido arrebatadas por los mismos seres,
y algún día pagarían por ello. Tal vez el hecho de tener a Dariel de su lado pudiera cambiar las
cosas, puede que lograra ay udarles.
—En fin, ¿qué querías pedirme? —La alegre voz de Lucien lo distrajo de sus fúnebres
pensamientos.
—Quiero tener unos momentos a solas con un alma humana.
La diversión se esfumó del rostro de Lucifer y sus ojos se ensombrecieron. Había un brillo
peligroso en ellos.
—¿El padre Tom?
Evar se sobresaltó.
—¿Cómo lo sabes? ¿Dariel habló contigo también?
El Diablo dejó escapar un suspiro mientras se dejaba caer en una silla y usaba los dedos
índice y pulgar para pinzarse el puente de la nariz.
—Conozco todas las almas que terminan aquí, tanto las buenas como las malas. Los Chium
condenaron al padre Tom a ser castrado y mutilado durante ciento tres mil años. Son
especialmente duros con aquellos que hacen daño a los niños.
Los Chium eran los demonios que se encargaban de juzgar toda alma que llegara al Infierno,
ellos decidían si debían ser castigadas o, por otro lado, ir al Jardín de las Flores de Fuego. Tenían
el poder de conocer la esencia de cualquier criatura con tan solo tocarla, podían reconocer la
maldad en ella, y también eran expertos en la tortura psicológica, pues sus palabras provocaban
desesperación y terror en aquellos que las escuchaban. Sin embargo, cuando no trabajaban, eran
demonios bastante pacíficos, con un gran sentido de la justicia y la lealtad, aunque poco
sociables.
Evar se paró a pensar en la condena de ese monstruo. ¿Castración y mutilación durante más
de cien mil años? El castigo era justo, pero no le parecía suficiente. Aunque claro, ninguna tortura
sería lo suficientemente dolorosa para él después de lo que le había hecho a su Dariel.
—¿Cómo le castran?
—Con un hierro al rojo vivo.
—Perfecto.
—Aunque si quieres torturarle por tu cuenta, no creo que las Sombras tengan problema
alguno. Pero deberás ponerte a la cola, Skander y a ha pedido cita.
Evar alzó una ceja.
—¿Qué tiene que ver Skander con todo esto?
Lucien entrecerró los ojos.
—Es decisión suy a decírtelo o no.
Una desagradable sospecha cruzó su mente y oscureció sus ojos. Skander jamás había
hablado sobre lo que le hicieron los ángeles. Nico, que estuvo con él, dijo que fue usado como
carnada para los entrenamientos, pero ¿y si le usaron para algo más…?
Un aterrador gruñido surgió de sus labios antes de darle la espalda al Diablo y dejarlo atrás.
Lucien no dijo nada ni trató de detenerlo, permaneció en silencio mientras Evar se dirigía al
ventanal. Se detuvo cuando salió y captó un tenue olor en el aire.
—Skander.
Su hermano le saludó con un gruñido disgustado.
—Te lo ha contado, ¿verdad?
—Solo me ha dicho lo que le hicieron a él —dicho esto, apretó los puños con fuerza—. ¿Era
esto lo que tenéis en común? Tendrías que habérnoslo contado.
Skander le lanzó una mirada fulminante.
—No necesito una jodida terapia de grupo.
Evar sintió una punzada en el corazón.
—No quería insinuar que fueras débil.
—Bien, porque no lo soy. —Hizo una pausa, desviando la vista hacia el Lago de Sangre—. No
me va eso de la autocompasión, prefiero la sed de venganza. Si veo a un puto pajarraco
acercarse a mí o a cualquiera de vosotros, lo destripo y punto. —Una sonrisa diabólica apareció
en sus labios—. Es consolador escuchar los gritos agónicos de tus enemigos suplicando clemencia
cuando estás a punto de abrirlos en canal.
Evar curvó sus labios hacia arriba, entendiéndole perfectamente. Los ángeles habían
asesinado a muchos de los suy os, y cada vez que ellos mataban a uno, sentían que estaban
vengando a su raza y a las mujeres de los Grigori, por no hablar de sus motivos personales. Él,
Kiro y Damián perdieron a sus familias, Zephir jamás perdonaría que le engañaran y le
utilizaran como si fuese un vulgar perro, y Nico y Skander no olvidarían todas esas décadas de
sufrimiento.
Evar sintió algo desagradable en el estómago. Dariel siempre había sido fuerte, pero había
bastado con mencionar a ese monstruo para echarse a llorar. No quería ni pensar en el dolor que
le había infligido, un dolor que probablemente Skander había padecido con la misma intensidad.
—¿De verdad no quieres hablar del tema?
Su hermano gruñó con fuerza.
—Ni se te ocurra contárselo a nadie. Se lo dije a Dariel para asegurarme de que tuviera claro
quiénes son los hijos de perra. Si y o puedo ignorar que él es medio pajarraco por esto, él ignorará
toda la mierda que le suelten para convencerle de que somos unos psicópatas asesinos que solo
piensan en sangre.
Evar pudo ver la lógica en sus palabras, de la misma forma que se percató de que Skander no
hablaría del tema. Él lo respetaría, por supuesto, bastante furioso estaba y a por lo que su Dariel le
había contado como para añadir lo que le habían hecho a su hermano. Por ese día, se
conformaría con hacer sufrir al padre Tom.
—Está bien, Skander —suspiró—. No volveré a mencionarlo.
Este se relajó notablemente y sus rasgos se suavizaron un poco.
—Por cierto, he oído tu conversación con Lucien. ¿Quieres que vay amos juntos a hacerle una
visita a ese desgraciado? Estoy seguro de que las Sombras le habrán hecho gritar hasta quedarse
sin voz, pero todavía no ha tenido el horror de conocernos.
Evar gruñó.
—Y que lo digas.
Skander le palmeó un hombro.
—Hagamos que suplique que le matemos. Luego y a hablaremos de cuándo vamos al mundo
de los mortales.
Él frunció el ceño.
—¿Has dicho vamos?
—Nico y y o te acompañaremos.
Evar se quedó en silencio unos momentos antes de preguntar:
—¿Por qué?
Skander sonrió.
—No voy a perder la oportunidad de participar en una buena pelea, mucho menos si hay
pajarracos de por medio. Además, no creo que la griega se hay a olvidado de Dariel, y la última
vez fueron tres dioses los que os hicieron una visita.
“En eso tiene razón”, coincidió Evar con el rostro sombrío. Él tampoco creía que Hera
dejaría en paz a Dariel tan fácilmente.

En el plano humano, una mujer tamborileaba con los dedos sobre una caja vacía mientras
esperaba. Iba vestida con un elegante traje, consistente en unos pantalones largos negros que
concordaban con la chaqueta que llevaba abrochada por un botón. La camisa blanca armonizaba
con su piel clara, la cual resaltaba su pelo negro recogido en un perfecto moño y sus fríos ojos
castaños. Cruzó las largas piernas, terminadas en unos sencillos zapatos de tacón negro, por
decimosexta vez.
¿A qué demonios estaba esperando? ¿Disfrutaba viéndola allí plantada? ¿Es que no era y a
bastante humillante tener que pedirle ay uda?
La impaciencia no ay udaba a mitigar su frustración. Sus hijos no habían sido capaces de
matar al bastardo de su marido, y era difícil encontrar aliados que estuvieran dispuestos a
ay udarla. Los dioses de su panteón y los aliados de los griegos se negarían por miedo a despertar
la ira de Zeus, y en cuanto al resto de divinidades, le parecían demasiado salvajes como para
querer tener trato con ellas.
Sencillamente, Ares, Enio y Eris no eran suficientes. Podría pedirles un favor al resto de sus
hijos, pero sabía que sería inútil; Hebe era demasiado débil, e Ilitía, como diosa de los partos y el
nacimiento, detestaba todo aquello relacionado con la muerte. En cuanto a Hefesto… la odiaba.
Así que no podía contar con ninguno de ellos.
Y eso la había conducido a esa humillante situación.
Un resplandor apareció de la nada. No le preocupó que alguien lo viera, estaba en un
almacén abandonado y eran altas horas de la noche, por lo que no había nadie en los alrededores.
Alzó la mirada para encontrarse con un hombre. Era alto y de complexión musculosa, desde
las anchas espaldas y sus amplios pectorales hasta la cintura estrecha, donde estaba segura que
había unos abdominales bien definidos por debajo de la camiseta blanca de manga corta. Su piel
bronceada resaltaba su largo cabello rubio recogido en una coleta alta, y hacía que sus ojos azul
celeste brillaran.
El desconocido hizo una mueca al verla.
—¿Aún estás aquí?
—Tu amo me prometió una respuesta inmediata —dijo con tranquilidad. Ese ser era más
débil que ella, podría fulminarlo con una descarga si quisiera.
El hombre le dedicó una mueca de desprecio a la vez que cruzaba los brazos a la altura del
pecho, pero se abstuvo de decir nada sobre su comentario.
—Aceptamos el trato, pero con una condición.
Eso no le gustó nada.
—¿Cuál?
—Uno de mis hombres murió por culpa de tu bastardo. Cuando lo atrapemos, lo llevaremos
con nosotros en primer lugar para castigarlo por lo que hizo. Luego te lo entregaremos y podrás
cortarle la cabeza para enseñársela a tu marido.
Ella lo meditó unos momentos. No le parecía una mala idea, de hecho, no le molestaría ni
siquiera que lo mataran. Lo único que quería era ver sufrir a Zeus, quería que sintiera tanto dolor
como el que él le había causado desde el día en que se conocieron.
—Entonces, ¿tenemos un trato, Miguel?
El arcángel asintió.
—Lo tenemos. Dariel Bellow estará acabado en el momento en el que ponga un pie en el
mundo humano.
Capítulo 15. ¿Confesión?
“¿En qué lugar, dónde, a qué deshoras dirás que te amo? Esto es urgente porque la
eternidad se nos acaba…”
JAIME SABINE S

Dariel se sentó en el sofá con una amplia sonrisa. Tras más de dos semanas y media en el
Infierno, había regresado a casa. Evar y a estaba recuperado del todo y Dariel había tomado una
decisión en lo referente a ay udar o no a Lucien. Ahora, solo tenía que aprender a dominar sus
poderes por completo y mentalizarse para su futuro encuentro con Zeus… con su padre.
Se tumbó entre los cojines y colocó los brazos bajo su cabeza. Ya había llamado al trabajo
para decir que volvía el lunes. El director tuvo la amabilidad de preguntar por Evar, algo que
Dariel agradeció y respondió que y a estaba bien. También había recibido múltiples mensajes de
April, con quien había estado hablando más de una hora por teléfono para tranquilizarla y
explicarle por qué no había contactado con ella. Su amiga se lo había perdonado, era demasiado
buena para guardar rencor, pero eso fue a cambio de que salieran esa noche. Por último, había
marcado el número de Matthew.
Le había pedido disculpas por no haber regresado a por él, pero su amigo le quitó importancia
añadiendo que su manada estaba agradecida por haber tenido un buen combate. También le
había pedido conocer a sus compañeros para poder darles las gracias personalmente, a lo que
Matthew había respondido que April le había rogado que salieran esa noche, por lo que los
llevaría consigo.
Después de tranquilizar a todo el mundo, se había dejado caer en el sofá, donde estaba en ese
instante. Evar se estaba duchando y a él no le apetecía hacer otra cosa que disfrutar de su regreso
a casa. La estancia en el Infierno había sido mejor de lo que había esperado, pero su hogar era su
hogar.
Miró la estantería que quedaba por encima de la televisión, donde tenía su cámara de vídeo.
La idea de hacer documentales sobre el Infierno todavía rondaba en su cabeza, pero aún no había
tenido la oportunidad de hacerlo. Además, gracias a sus alas, no necesitaba un helicóptero para
tener una mejor visión del terreno, y esperaba poder hacer algunas entrevistas…
Escuchó que la puerta del baño se abría y se giró para mirar a Evar. Se quedó sin aliento al
verle salir cubierto únicamente por una toalla que estaba envuelta alrededor de su cintura.
Llevaba el pelo mojado, por lo que pequeñas gotas de agua resbalaban por su musculoso torso,
tentándolo a limpiarlas con la lengua. Sería fácil librarse de la maldita prenda que impedía la
magnífica visión de su cuerpo desnudo, y podría usar sus poderes para materializarlos en su
cama.
Evar le dedicó esa sonrisa pícara que lo ponía a cien.
—¿Maquinando otra vez?
Dariel alzó una ceja, recorrió su cuerpo descaradamente y le devolvió el gesto.
—La culpa es tuy a, por estar tan bueno.
Su demonio gruñó y se movió rápido. De repente, estaba atrapado en el sofá, entre sus brazos
y rodillas. Evar inclinó su rostro y rozó levemente sus labios con los suy os. Una de sus manos se
deslizó sigilosamente hasta su vientre y ascendió en una caricia sensual hasta llegar al pecho,
donde cogió su camiseta y la desgarró por la mitad. Dariel le dedicó una sonrisa traviesa que no
concordaba en absoluto con sus palabras.
—Esa me gustaba.
—No importa, estaba en mi camino.
No pudo evitar soltar una risilla que se extinguió cuando Evar bajó la cabeza hasta que su
lengua encontró el punto sensible debajo de su oreja. Dariel se estremeció en el instante en que
sus colmillos acariciaron lentamente ese punto, había descubierto que le excitaba sentir sus
caninos en su piel siempre y cuando no le hiciera daño. Todavía tenía la marca que le hizo la otra
vez.
Dariel hundió los dedos en la espalda de Evar y los deslizó hacia abajo, hasta encontrar sus
nalgas. Encontró una agradable sorpresa al descubrir que la toalla había caído en alguna parte y
que ahora no había ninguna barrera entre ellos. Le bastó un pensamiento para hacer que su
propia ropa desapareciera para así quedar piel con piel.
Evar gruñó con fuerza.
—Veo que has estado mejorando a mis espaldas.
Dariel rio, pero prefirió usar sus labios para algo más interesante que confesarle que había
estado practicando con Lucien cosas sencillas como materializar y desmaterializar objetos, la
telepatía o la telequinesia. Tampoco tenía dificultad en lanzar ray os ni provocar tormentas, pero
tenía problemas para evitar que estos salieran de su cuerpo cuando algo lo alteraba.
De todos modos, no quería hablar de ello en ese momento. La boca de Evar se movía sobre la
suy a en una silenciosa promesa de placer…
—¡Toc, toc! ¿Quién es? —gritó alguien desde la puerta.
Evar y él gruñeron al unísono, disgustados. Al darse cuenta de lo que habían hecho, se
miraron sorprendidos y luego rieron.
—Voy a matar a Nico —refunfuñó Evar mientras se apartaba de él a regañadientes y se
vestía con una camiseta negra de manga corta y unos sencillos vaqueros.
Dariel le cogió de la mano y le estrechó los dedos.
—Solo están preocupados, no lo hacen con mala intención.
Su demonio se arrodilló a su lado y dejó que pasara sus dedos por los oscuros mechones de su
cabello húmedo.
—Se nota que aún no conoces a mis hermanos, especialmente a esos dos. —Alzó la mirada
para centrar sus hambrientos ojos en él—. Te deseo.
—Y y o a ti —dicho esto, lo besó en los labios y se levantó de mala gana para vestirse—. Pero
parece que tendremos que esperar a después de la fiesta. No te preocupes, tienes todo el fin de
semana para comerme antes de que vay a a trabajar.
Un destello iluminó sus profundidades castañas.
—Lo consideraré una promesa. —Evar también se levantó con una sonrisa complacida,
momento en que alguien aporreó la puerta—. Ese debe de ser Skander. Será mejor que abra
antes de que rompa la puerta con una patada.
—Evar —Dariel lo detuvo, mordiéndose el labio.
Su demonio se quedó quieto y le miró con una leve sonrisa.
—¿Sí?
Un tanto dubitativo, se acercó a él y le cogió de las manos. Hacía tiempo que se estaba
mentalizando para ello y creía que y a estaba preparando. Deseaba a Evar y era lo que quería,
pero necesitaría su ay uda.
—Verás, he estado pensando en… —se detuvo a mitad de frase, con las mejillas
completamente rojas.
Evar frunció el ceño y lo abrazó por la cintura, pegando su cuerpo al suy o.
—¿Qué has estado pensando? No sientas vergüenza, no me reiré.
Dariel inspiró profundamente y decidió soltarlo de golpe.
—Quiero intentar llegar hasta el final.
La reacción del Nefilim fue mejor de lo que había esperado; se sobresaltó y lo miró con los
ojos como platos.
—¿Estás seguro?
Él solo asintió, incapaz de decir nada más. Sin embargo, Evar no parecía estar muy
convencido.
—No tienes que hacer esto por mí. Puedo vivir sin tocarte de esa manera.
—Pero y o quiero hacerlo. He estado ley endo sobre el tema y creo que puedo, con la
preparación adecuada.
Evar escudriñó su rostro, tratando de ver si mentía. Tras unos segundos, bajó la vista.
—No quiero hacer nada que te recuerde a él.
Dariel sonrió y acarició su rostro. Él solo se preocupaba por su bienestar, como siempre
hacía. Era una de las cosas que más le gustaban.
—Tú jamás me recordarías a él —dijo antes de esbozar una divertida sonrisa—, él era una
bola de sebo con entradas y tú estás para comerte.
Sus palabras lograron su objetivo, Evar sonrió y frotó su mejilla contra la suy a.
—Yo también quiero devorarte —confesó en su oído con voz ronca, haciendo que un
escalofrío le estremeciera entero. Sin embargo y para su decepción, Evar se apartó lo justo para
mirarle con una sonrisa vacilante—. Si es lo que deseas, lo intentaremos.
Dariel se mordió el labio de nuevo.
—Necesitaré tu ay uda.
—Lo que haga falta. Avísame si te duele o si no quieres seguir —dijo a la vez que colocaba
una mano en su rostro y le acariciaba.
—Gracias.
—No me las des, haría cualquier cosa que te hiciera feliz.
Esa repentina declaración lo sobresaltó. Al contemplar sus ojos, sabía que era sincero, pero
aun así no podía creerlo.
—¿Cualquier cosa? ¿Lo que fuera?
Evar lo apretó contra sí y acercó tanto su rostro al suy o que solo necesitaban unos centímetros
para tocarse. La mirada de su demonio era fiera.
—Cualquier cosa —afirmó en voz baja pero intensa.
Dariel tragó saliva mientras su pulso se disparaba. ¿Debería decírselo? ¿Debería confesarle
que le amaba? Quería pensar por la forma en la que Evar hablaba que estaba esperando a que se
lo dijera, pero no podía estar seguro. ¿Y si solo oía lo que deseaba?
Evar se acercó un poco más, hasta que sus labios se rozaron y Dariel no pudo pensar con
claridad.
—Dime lo que quieres, Dariel. Dime lo que deseas y te lo daré.
“A ti”, pensó inmediatamente. Se pasó la lengua por los labios, sintiendo que su boca estaba
seca de repente, por no hablar de los acelerados latidos de su corazón; estaba seguro de que
estallaría en cualquier momento.
—Evar —empezó, olvidando repentinamente todos sus miedos—, y o…
—¡Abrid la jodida puerta o la echo abajo! —rugió Skander, haciendo que ambos pegaran un
salto.
Evar masculló algo en su idioma, mientras que Dariel se apartaba para dejar paso a sus
invitados, con las mejillas tan rojas como un tomate. Había estado a punto de decirle a Evar que
le amaba. Su corazón aún martilleaba contra su pecho y estaba casi seguro de que su sangre
corría a toda velocidad por sus venas.
¿Qué habría pasado si se lo hubiera dicho? ¿Rechazo o aceptación? Había tenido la sensación
de que Evar estaba esperando que se lo dijera, pero no estaba seguro. No podía ofrecerle nada,
los Nefilim no parecían desear o necesitar nada del mundo humano. Él solo podía darle su
palabra de ay udarle y protegerle siempre, y de que su cuerpo y alma le pertenecerían por el
resto de su existencia. No se veía capaz de amar a nadie más.
Evar quería rugirles a sus hermanos para que se fueran. Sabía que Dariel había estado a punto
de decirle algo importante, y tenía la ligera sospecha de saber qué era. Era consciente de que
había algo más que deseo entre ellos, lo intuy ó cuando sus hermanos le dijeron que luchó contra
los ángeles para salvarlo, lo había visto cada vez que se interponía entre él y sus compañeros para
protegerle. Lo sentía cada vez que se acariciaban y se tocaban. Dariel tenía sentimientos por él, y
de no ser por la inoportuna interrupción de sus hermanos, se lo habría dicho y él podría haberle
correspondido.
“Más tarde”, se prometió a sí mismo. Cuando regresaran, le diría lo que sentía por él y que
era su frádam.
Dariel abrió la puerta, encontrándose con un alegre Nico de pícaros ojos que le dedicó una
maliciosa sonrisa.
—¿Interrumpimos algo?
Él le gruñó en respuesta.
—¿Por qué no lo preguntas otra vez? Tal vez así te cierre la puerta en las narices, ponga los
pestillos y te lance un ray o si te atreves a entrar.
Una fuerte risotada llamó su atención. Dariel por poco se sobresaltó al reparar en Skander,
quien había adoptado forma humana. Le sacaba media cabeza a Nico y era tan alto como Evar.
Iba vestido de negro de la cabeza a los pies; llevaba una camiseta sin mangas donde había
dibujado un dragón que escupía fuego, sobre la cual se había puesto una chaqueta de cuero que
combinaba a la perfección con sus pantalones, hechos del mismo material, y con las botas de
motero. Su cabello de mechones rubios y rojizos caía suelto por sus hombros hasta casi rozar su
pecho, parecía negarse a llevar nada que lo sujetara. Sus facciones no eran tan aterradoras en
forma humana, pero seguían siendo duras y muy masculinas, por no hablar de sus intensos ojos
pardos, que en esta ocasión no eran hostiles, sino divertidos y maliciosos.
—¿Qué, sorprendido? —Hizo una mueca—. Sé que así no soy aterrador, es una mierda. Y es
raro.
—¡No digas chorradas! —resopló Nico a la vez que le daba un amistoso codazo y alzaba las
cejas—. En forma humana eres muy sexy.
Skander frunció el ceño y miró a Dariel.
—¿Sexy ?
—Básicamente, que las mujeres se echarán a tus pies y te suplicaran que las lleves a tu casa
para jugar con ellas —explicó Dariel.
El Nefilim parecía tan confundido como al principio.
—No lo entiendo. ¿Por qué iban a suplicarme si no es por sus vidas? ¿Y por qué querrían jugar
conmigo?, no soy ningún niño —esto último lo dijo gruñendo y cruzando sus brazos.
Dariel comprendió entonces que Skander no estaba para nada familiarizado con el mundo de
los mortales, por lo que no comprendería su forma de hablar. En otras palabras, tendría que usar
su propio idioma.
—Significa que todas las mujeres querrán follarte.
Finalmente, la comprensión brilló en sus ojos.
—Haberlo dicho así desde el principio.
—La may oría de los humanos son más suaves al hablar —aclaró Nico.
—Pues y o no. Soy directo y franco, todo lo demás es perder tiempo —dicho esto, frunció el
ceño y se dirigió a Dariel—. Entonces, ¿las mujeres querrán follarme?
—Y tal vez algunos hombres —añadió el joven demonio con una risilla.
Skander ladeó la cabeza, sin apartar la vista del semidiós.
—¿Yo te parezco sexy ?
Nico estalló en carcajadas, mientras que Dariel se sonrojó por su pregunta tan directa. Sin
embargo, no detectó deseo en los ojos de Skander, sino más bien curiosidad. Eso lo relajó
notablemente.
A decir verdad, Skander podría considerarse un hombre atractivo. Tenía una forma física tan
espectacular como la de Evar, y unos ojos de mirada intensa. El aura de peligro que lo envolvía
solía enloquecer a las mujeres, y el color de su cabello era llamativo y hermoso, aunque no
había muchos hombres que lo llevaran así de largo.
Se encogió de hombros y decidió ser sincero.
—Supongo que sí, pero no tanto como Evar.
En ese momento, escuchó un suave ronroneo a su lado. No se había dado cuenta de que se
había colocado a su lado. Al alzar la vista, sus ojos castaños eran brillantes.
—Tú también eres muy sexy —dicho esto, gruñó con fuerza, sobresaltando a Nico, aunque
no a Skander—. Las mujeres querrán acercarse a ti cuando vay amos a la fiesta.
—No os preocupéis, podemos usar a Nico como cebo —comentó Skander, quien miraba a su
hermano menor como si fuera el pavo de Acción de Gracias—. Él también es bastante sexy, las
mujeres lo querrán.
El Nefilim los miró con carita de cordero degollado.
—¿Por qué siempre soy y o el que acaba recibiendo?
—Porque el más joven pringa —dijo Evar con una enorme sonrisa antes de dirigirse a Dariel
—. ¿Lo he dicho bien?
—Sí.
—¿Qué significa eso en lenguaje humano? —preguntó Skander.
—Apuesto a que Dariel es miles de años más pequeño que y o —refunfuñó Nico.
Evar puso los ojos en blanco y miró al Nefilim rubio.
—El más joven se jode. —Su hermano asintió y sonrió, como si le gustara el significado,
mientras que Evar bajó la vista hacia Nico y gruñó suavemente—. Dariel es mío y nadie le
tocará sexualmente.
—¿Y por eso vas a dejar que me toquen a mí?
—Tú tienes un carácter demasiado suave para ser un demonio —bufó Skander con diversión
—, por eso Diablo te puso a cargo del Jardín de las Flores de Fuego, porque las almas humanas no
se asustan al verte. Lo mismo pasará con las mujeres de aquí, aunque si prefieres otra opción, y o
puedo asustarlas —comentó al mismo tiempo que esbozaba una sonrisa que dejó al descubierto
sus afilados colmillos.
Dariel sonrió mientras los tres Nefilim intercambiaban pullas. Pese a sus muchas diferencias,
discutían igual que los hermanos mortales. Él no había tenido la fortuna de compartir un vínculo
tan profundo, que él supiera, era hijo único…
Sin contar a sus hermanastros, claro. Si era hijo de Zeus, estaba seguro de que tendría un
montón, sin contar a los encantadores descendientes de Hera. Si lo que había oído sobre su
progenitor era cierto, no les gustaría que se enterara de que un hijo suy o había sido perseguido
hasta la muerte por ellos.
El móvil en su bolsillo vibró, instante en que los demonios se detuvieron y le miraron
fijamente. Al echarle un vistazo, Dariel vio que tenía un mensaje de Matthew, donde le decía que
estaba en la entrada de su edificio con su manada.
—Chicos, tenemos compañía.
—¿Son los lobos? —preguntó Nico con una sonrisa—. Nunca he visto uno.
—¿De verdad tenemos que tratar con esos pulgosos? —La voz de Skander sonaba tan aburrida
como la expresión de su rostro.
Evar rodeó a Dariel de la cintura con un brazo y lo estrechó con fuerza.
—Los hombres lobo nos salvaron a Dariel y a mí. Estamos en deuda con ellos y se lo
agradeceremos como es debido.
Tras esas palabras, Skander y Nico asintieron solemnemente y luego bajaron juntos las
escaleras hasta llegar a la entrada. Allí, Dariel visualizó a Matthew, quien volvía a tener el aspecto
de un informático en vez del bello hombre que contempló la última vez. También fue muy
consciente de los siete hombres que estaban tras él.
Sus auras seguían siendo tan agresivas y salvajes como recordaba, pero las sonrisas amistosas
en la may oría de ellos suavizaban esa sensación. Todos iban vestidos con camisetas de manga
corta o de tirantes, vaqueros o pantalones de cuero, deportivas o botas de motero. Nico parecía
ser el único que iba ligeramente elegante, con una camisa blanca arremangada y unos vaqueros
oscuros que finalizaban en unos cómodos zapatos.
Matthew se adelantó un paso y contempló con cautela a Evar y a los otros dos demonios antes
de fijarse en él.
—Parece que has vuelto sano y salvo.
Dariel alzó una ceja.
—¿Lo dudabas?
—No estaba muy seguro. No confío en demonios, mucho menos en los de Lucifer.
—Pues y o creía que los hombres lobo no iban en manada —comentó Evar rodando los ojos.
Matthew le fulminó con la mirada.
—No somos como dicen las ley endas.
—Nosotros tampoco.
—Evar tiene razón —Dariel hizo un intento por tranquilizar el ambiente tenso que empezaba a
formarse entre los demonios y los lobos. Las expresiones de todos se habían petrificado y estaba
bastante seguro de que alguien gruñiría en breve—. El Infierno no es como todos creen —dijo
mientras esbozaba una sonrisa—, lo cierto es que las vistas son impresionantes.
Matthew recorrió de nuevo a los Nefilim con la mirada y se relajó.
—Bueno, has vuelto con vida, así que supongo que no tengo motivos para desconfiar de ellos.
Evar se adelantó entonces y le ofreció la mano, sorprendiendo al otro hombre.
—Gracias por salvarnos a Dariel y a mí de los ángeles. Significa mucho para mí lo que
hicisteis por nosotros —dicho esto, Nico y Skander repitieron su agradecimiento.
Matthew, tras unos segundos, la estrechó.
—No tienes que dármelas. Dariel es amigo mío, y los amigos se protegen los unos a los otros.
Después de eso, los Nefilim y Dariel se mezclaron con el resto de hombres lobo para darles
las gracias y conocerse. Al semidiós le sorprendió la rapidez con la que hicieron migas, pese a la
cautela inicial.
Nireo, el líder de la manada, era el hombre alto de cabello dorado recogido en una coleta y
con los ojos castaños con reflejos anaranjados. Al enterarse de que era hijo de Zeus, le preguntó
rápidamente por Heracles, al parecer fueron amigos y era uno de sus hombres, que le ay udó a
realizar algunos de sus famosos doce trabajos, pero tuvo que marcharse tras su conversión en
hombre lobo.
Ly sander era su pareja, un joven de cabello negro rizado y ojos color avellana. Dariel se
sorprendió al escuchar que fue uno de los trescientos espartanos que protegieron el paso de las
Termópilas durante las guerras médicas, creía que no sobrevivió ninguno de ellos. Él rio
diciéndole que en un principio así fue, pero afortunadamente Nireo apareció para transformarlo
y así salvarle la vida.
Dorian también era espartano, pero de época posterior. Era tan grande y musculoso como
Nireo, tenía el cabello rubio oscuro y los ojos marrones. En sus tiempos, los romanos y su pueblo
formaron una alianza, pero fueron traicionados. No era demasiado hablador, pero trataba con
cariño a los que consideraba sus hermanos y entabló rápidamente conversación con Evar; su
demonio tenía interés en el famoso entrenamiento militar de los espartanos, y Dorian pareció
complacido por su curiosidad.
Way ne también era un hombre musculoso, pero no tanto como Nireo o Dorian. Tenía el
cabello castaño oscuro y Dariel no supo decir si sus ojos eran castaños o verdes. Él tenía apenas
dos siglos, y había dirigido un rancho con sus otros tres hermanos. También era callado, pero no
dudaba en devolver las pullas que le dirigían sus compañeros.
Neil era el joven de cabello cobrizo y ojos azul grisáceos. Era un poco tímido, pero su lengua
era afilada cuando la situación lo requería. Había vivido en Londres a principios del siglo XIX, al
parecer pertenecía a la aristocracia, pero Dariel se fijó en que no trató en ningún momento al
resto como si estuvieran por debajo de él. Hizo amistad rápidamente con Nico, quien al parecer
había ojeado alguna novela romántica de Lucien sobre aquella época y lo atacó a diestro y
siniestro con preguntas, algunas más desvergonzadas de lo que habría deseado. Neil le respondía
alegremente, al parecer divertido por su curiosidad, incluso intercambió algunos rumores y
anécdotas subidas de tono.
Con Gavril fue con quien Dariel se sintió más cómodo, tal vez porque tenían mucho en
común. Era el joven rubio de ojos verde ambarino, y al parecer el más pequeño del grupo,
habiendo nacido a principios del siglo XX. Como él, era huérfano y su infancia con sus padres de
acogida no fue demasiado feliz, salvo por la presencia de su hermana. Cuando le preguntó a él
por la familia que lo adoptó, le dijo que nadie quiso hacerlo y que pasó toda su vida en el
orfanato.
—Al menos te fue mejor que a mí con mi padre —comentó el lobo.
Dariel rio amargamente mientras caminaban hacia el club donde habían quedado con April.
—No lo creo.
—Hazme caso, es lo mejor que podría pasarte. Después de la Primera Guerra Mundial los
orfanatos no tenían suficiente comida para todos, pero era mejor que enviarte al hogar de un
hombre que no tienes ni idea de cómo va a tratarte.
—Por lo menos tú no pasaste tu infancia de rodillas —murmuró, más para sí mismo que para
Gavril.
Pero este le escuchó. Se detuvo en seco y lo miró con los ojos muy abiertos. Dariel no pudo
hacer otra cosa que horrorizarse al ver la comprensión y la compasión en sus ojos, brillantes por
las lágrimas contenidas.
—Oh, mierda —masculló.
—Parece que tenemos más en común de lo que imaginaba —susurró Gavril.
Después de eso, ambos procuraron cambiar de tema. El hombre lobo se mostró interesado en
su relación con Evar, le confesó que su hermana encontró un buen hombre y que desde entonces
él había deseado tener un compañero. Dariel reconoció que él había sido todo lo contrario, nunca
había querido tener una relación hasta que conoció a su demonio.
El último de los hombres lobo era Vladik, un eslavo de piel pálida, cabello platino y ojos
grises. Era un hombre sarcástico y aterrador… parecía que hubiera nacido expresamente para
encontrarse con Skander.
Al conocerse, ambos se habían mirado fijamente a los ojos con un brillo amenazador.
—Vladik —se presentó el lobo sin más.
—Skander —respondió el demonio con el mismo tono aburrido.
—Tu manada no me gusta.
—Me alegro, te convertiría en cenizas si quisieras follarte a alguno de ellos.
—Te habría degollado antes de que pudieras escupir fuego.
—¿En serio? ¿Tan lento? A mí me habría dado tiempo a abrirte en canal y sacarte las tripas
para metértelas por el culo.
—Y mientras estuvieras intentando averiguar cómo usar algo tan sencillo como un cuchillo, te
habría arrancado la piel a tiras.
—¿Necesitas usar un cuchillo para destripar a alguien? Qué pena me das, y o tengo garras.
—Y y o colmillos.
—¡Muy bien, lobisón! ¡Tus hermanos están orgullosos!, cuando te salgan alas avísame.
—¿Qué te parece si te las arranco de un mordisco?
—Tiemblo de miedo. Ven, bonito, ven, que te voy a enseñar cómo tratamos a los pajarracos
con tu cuerpo.
Vladik frunció el ceño.
—¿Pajarracos? ¿Te refieres a los ángeles? Nosotros matamos a uno de ellos.
Un brillo de interés apareció en los ojos de Skander.
—¿En serio?
—Fue divertido descuartizarlo entre todos, y o me quedé con la cabeza.
El Nefilim se quedó unos segundos en silencio antes de sonreír abiertamente.
—He decidido que los lobos me gustan.
Vladik rio de buena gana.
—Tienes una lengua afilada, creo que también me gustas.
Sí, sin duda alguna lo más raro que Dariel había visto en su vida.
Caminaron todos juntos hasta el club donde April les esperaba. La mujer se había vestido con
una bonita blusa de estilo japonés de color azul marino decorada con cerezos en flor. Las mangas
anchas le llegaban hasta los codos, y llevaba unos leggins negros que terminaban en unos
sencillos botines. Se había dejado el cabello rubio rizado suelto y sobre sus ojos llevaba sus
habituales gafas.
Dariel se fijó en que parecía preocupada mientras les esperaba; miraba el reloj cada pocos
segundos y se mordía el dedo.
—Será mejor que nos acerquemos —le dijo a Matthew, quien dejó escapar un suspiro.
—Estaba muy preocupada por ti. Cuando se enteró de que Evar había tenido un accidente,
supo que lo estarías pasando mal. Como no sabía en qué hospital estabas, empezó a buscar de uno
en uno, hasta que logré convencerla de que no estabais aquí.
—¿Cómo lo hiciste?
—Le dije que Evar había tenido que regresar al trabajo, que como estaba en otro estado,
habías tenido que viajar allí —dicho esto, frunció el ceño—. ¿Le dijiste que era el dueño de un
casino?
Dariel se encogió de hombros.
—No se me ocurrió otra cosa en ese momento. —Miró a April, sintiéndose muy culpable.
Sabía que su amiga le tenía mucho cariño, era una buena persona que sufría si uno de sus seres
queridos estaba herido, física o emocionalmente. Tendría que haberla llamado, sabía que por
alguna razón inexplicable, Lucien se comunicaba con sus brujas y sicarios mediante el móvil;
podría haber aprovechado eso para tranquilizarla.
Cogió la mano de Evar, quien le acarició los dedos con suavidad. Seguramente había
percibido su estado de ánimo.
—Vamos, tengo que disculparme.
Matthew, Evar y él fueron los únicos que se acercaron. El resto les dio un poco de espacio.
Además, no querían intimidar a la mujer.
April los vio cuando faltaban unos pocos metros para llegar a ella. Al reconocerlos, sus
bonitos ojos marrones se llenaron de lágrimas y corrió hacia ellos para abrazar a Dariel. Él tuvo
que soltar a Evar para acariciarle la espalda y calmarla.
—Lo siento, tendría que haberte avisado.
—No pasa nada. Matthew me dijo que Evar estaba en estado crítico y que lo estabas pasando
muy mal. Siento no haber estado allí para apoy arte.
—Por favor, no te sientas culpable. —No soportaría que su mejor amiga se sintiera así por
algo que él había hecho.
Ella se apartó, se limpió las lágrimas y miró a Evar.
—¿Seguro que estás bien? Me sorprendió que salieras tan pronto del hospital, he oído que el
accidente fue bastante grave.
Dariel vio cómo April acariciaba el brazo de Evar. Sin embargo, no se sintió celoso, sabía que
su intención solo era consolarlo. Su demonio le dedicó una divertida sonrisa.
—Dios necesitará algo más fuerte si su intención es matarme.
April sonrió abiertamente.
—¡Esa es la actitud! Reírte de la muerte es la mejor medicina —dicho esto, les sonrió a los
tres—. En fin, dejemos a un lado esta experiencia traumática y ¡vay amos a la fiesta!
—A-a-antes d-de eso —interrumpió Matthew, que volvía a tartamudear. Dariel frunció el
ceño, recordando que su amigo le debía una larga explicación—. Hemos t-t-traído a-a-a unos
ami-mi-migos.
April frunció un poco el ceño, pero poco después sonrió.
—Está bien. ¡Cuantos más, mejor!
Poco después, los dos Nefilim y los hombres lobo se unieron a ellos. La pobre mujer se quedó
con la boca abierta mientras Dariel y Matthew los presentaban uno a uno. Ninguno supo
interpretar si su expresión era a causa del miedo o por otra cosa. La verdad es que todos eran
bastante imponentes.
Cuando terminaron de hacer las presentaciones, April los miró a ambos.
—Dariel, Matthew, sois los mejores amigos que una chica puede tener —les dijo con una
amplia sonrisa.
Los dos se miraron confundidos.
—¿Qué?
—Me habéis traído un harén de hombres que están tan calientes que podría freír huevos sobre
ellos. ¿Qué mujer normal podría mirarles sin babear? De haber sabido que ibais a traerlos habría
venido directamente con un modelito de Victoria’s Secret.
Dariel contempló la reacción de los otros hombres. Neil y Gavril se habían sonrojado, incluso
Way ne lo había hecho, para su inmensa sorpresa. El resto parecían complacidos por las palabras
de su amiga, a excepción de Ly sander, que la contemplaba con cautela al mismo tiempo que
vigilaba a Nireo por el rabillo del ojo.
—Por favor, por favor —suplicó April mirándolo a él y a Matthew—, decidme que están
solteros.
—Todos menos Nireo y Ly sander. Son pareja.
April miró al hombre de pelo oscuro. Sonrió al pillarle en pleno ataque de celos, haciendo que
el hombre lobo apartara la vista, un tanto avergonzado. Pero en vez de ofendida, la mujer sonrió
y le dio unas palmaditas en el brazo.
—No te preocupes, no os pondré el ojo encima. Hacéis una pareja monísima.
Esta vez, las mejillas de Ly sander se tiñeron de rojo mientras que Nireo reía con ganas y lo
abrazaba por la cintura.
Unos segundos más tarde, todos estaban en el interior del club. Dariel fue rápidamente
consciente de las miradas lujuriosas que se posaron sobre él, lo que le molestó bastante. Estuvo
tentado de reventar las luces, con sus poderes no sería muy difícil, pero al final no fue necesario.
Evar lo cogió por la cintura y fulminó a todo aquel que posara su vista sobre él.
—Gracias —le dijo con una leve sonrisa.
Su demonio gruñó suavemente, procurando que no se le oy era por encima de la música.
—No me gusta que te miren.
Dariel alzó una mano para acariciarle la mejilla.
—No estés celoso.
Evar frotó su rostro contra su mano. No lo oy ó, pero pudo notar las vibraciones de un
probable ronroneo gracias a que sus dedos estaban cerca de su garganta.
—No son celos, exactamente. Sé que no estás interesado en esas mujeres. —Lo miró a los
ojos con intensidad. Dariel fue muy consciente de la advertencia que brillaba en ellos—. Pero
soy posesivo. Comprendo que se fijen en ti, pero no me gusta.
Él sonrió, lo comprendía perfectamente.
—Créeme, y o me siento igual.
Evar lo abrazó y lo acunó contra su pecho.
—Entiendo. —Cuando alzó la vista, su demonio estaba sonriendo—. No me importa que seas
posesivo conmigo, me gusta que no quieras que otros se me acerquen —dicho esto, su sonrisa se
desvaneció y todo su cuerpo se tensó—. Pero no quiero que pienses que voy a serte infiel. Solo te
quiero a ti.
Por un instante, el corazón de Dariel se detuvo. Su mente trató de luchar contra sus
sentimientos, intentando ser racional a pesar de que sabía que y a era demasiado tarde. Había
dicho que le quería solo a él, pero ¿qué quería decir eso exactamente? ¿Era solo sexo o había algo
más profundo? Le molestaba que otros se fijaran en él, le había dicho que él no le sería infiel…
Eso era lo habitual en una relación, ¿verdad? Le frustraba no estar seguro de ello y lamentó no
haber prestado más atención a las películas románticas para tener una guía.
No podía soportarlo. Tenía que saber qué significaba eso exactamente.
—¿Qué…? ¿Qué quieres decir con eso? —preguntó con la voz ahogada. Su ritmo cardíaco
estaba por los aires y hacía rato que había renunciado a ser racional. Su mente era un caos de
emociones que giraban entre el miedo y la esperanza.
Evar le miró fijamente, tal vez estudiando su expresión. Por un instante, vio un asomo de
temor en su rostro pero, al final, lo que único que estuvo presente fue una férrea determinación.
Una de sus manos enmarcó su cara, de tal manera que no pudiera mirar hacia otro lado. Dariel
no pensaba hacerlo de todos modos, necesitaba una respuesta.
—Dariel —empezó con la voz más profunda de lo normal—, no quiero asustarte, sé que has
estado viviendo entre humanos toda tu vida y que necesitan más tiempo para asimilar sus
sentimientos, por eso quería esperar a que te acostumbraras a mí para decírtelo. —Hizo una
pausa para analizar su rostro de nuevo. Dariel apenas era consciente de que estaba aguantando la
respiración—. Significas mucho para mí, le dije a Lucien que quería ir contigo porque quería que
aprendieras a usar tus poderes, pero en realidad fue una excusa. Quiero protegerte, no lo negaré,
pero en realidad no soportaba la idea de estar separado de ti. Para mí, lo que hay entre nosotros
es algo más fuerte que el deseo. Dariel, y o te…
Iba a decírselo. Dariel lo supo por la forma en la que había descrito sus emociones, idénticas
a las suy as. Le invadió la alegría y por primera vez desde que supo que le amaba pudo respirar
tranquilo y dejar que la esperanza invadiera todo su cuerpo. Él también le quería. Más tarde
podrían hablar sobre lo que iban a hacer con sus vidas, pero él le correspondía y eso era todo lo
que le importaba.
Antes de que Evar terminara de hablar, Matthew lo llamó. Esta vez no le importó ser
interrumpido, sabía lo que su demonio quería decirle, pero él no parecía tan contento. Alzó la
mirada hacia su amigo y gruñó con fuerza, haciendo que varias personas que estaban cerca de
ellos se sobresaltaran, Matthew incluido.
—¿Está todo bien? —preguntó, mirando a Dariel con preocupación y a Evar con cautela.
Él le dedicó una gran sonrisa.
—Perfecto. ¿Qué querías?
—¿Podemos hablar un momento a solas?
—Claro.
Vio que Evar estaba a punto de protestar, pero antes de que pudiera hacerlo, envolvió sus
brazos alrededor de su cuello y tiró de él para besarlo. Notó que sus brazos formaban una cárcel
sobre su cintura y que gruñía satisfecho cuando sus lenguas se encontraron y se entrelazaron. El
beso fue corto, pero intenso y apasionado. Dariel detestó ser quien lo rompiera, pero luego pensó
que tendrían toda la eternidad para hacerlo y eso le animó.
Al ver la expresión confusa de Evar, rio y le susurró al oído:
—Yo también te amo.
La cara de su demonio no tuvo precio. Sus ojos se abrieron como platos, incrédulo, antes de
dedicarle la sonrisa más grande y feliz que había visto nunca. Apenas fue consciente de que lo
había levantado del suelo para besarlo. Cuando se separaron, Dariel estaba sin aliento y tuvo que
hacer un gran esfuerzo para que no le temblaran las rodillas en cuanto sus pies rozaron la
superficie del suelo.
—Tenemos muchas cosas que hablar —le dijo Evar, sin que su sonrisa desapareciera en
ningún momento y negándose a soltarlo—, sé que al principio puede ser un poco complicado,
pero nos las apañaremos.
—Por supuesto. —Si él creía que podían hacer que aquello funcionara, él no iba a ser menos
—. Eh, tú eres un demonio del Diablo y y o soy el hijo de Zeus, no hay nada que no podamos
hacer.
—Cierto —dicho esto, le dio un beso rápido y le estrechó un instante contra sí antes de
apartarse unos centímetros—. Ve con tu amigo. Ahora que sé que me amas estoy más tranquilo.
—No tardaré mucho —le prometió.
—Más te vale —le dijo Evar con una sonrisa traviesa—, no me obligues a cazarte.
Dariel le sonrió y se dio la vuelta para reunirse con Matthew, quien los miraba con la boca
abierta. También fue consciente de que el resto de hombres lobo, Nico, Skander y April estaban
aplaudiendo y silbando en su dirección. Probablemente habían visto la escena e intuido lo que
significaba, por no hablar del montón de gente que le miraba, pero no podría importarle lo más
mínimo. No había sido tan feliz en toda su vida y nada podía estropearlo.
Llegó hasta Matthew, quien se había recuperado de la sorpresa y ahora sonreía.
—Enhorabuena.
—Gracias.
—La verdad, no terminé de creérmelo cuando Evar habló conmigo, pero después de esto es
difícil dudarlo.
Dariel jadeó al oírle.
—¿Qué? ¿Tú lo sabías?
—Me lo dijo la otra vez que salimos con April. Tú no lo entendiste porque hablábamos en
griego clásico, pero me juró que te amaba y que jamás haría nada que pudiera herirte. Me
pareció muy sincero, y cuando vi que arriesgaba su vida por ti… Siento haber desconfiado de él.
Así que Evar le quería desde hacía… casi tanto tiempo como él. Eso le hizo sentirse un poco
culpable; probablemente él había estado sufriendo, tal vez teniendo los mismos miedos y dudas.
Pero ahora lo sabía y, como había dicho, podrían arreglarlo. Estaba seguro de que si ambos lo
intentaban, funcionaría.
—No importa, Matthew, lo entiendo. Yo también desconfiaba de él cuando le conocí, pero
después de haber estado en el Infierno… Bueno, descubrí muchas cosas.
Su amigo asintió con severidad.
—Ya veo. De nosotros también se dice que somos violentos y matamos a las personas. Debes
saber que eso no es cierto. Tras la transformación nos sentimos algo agresivos, eso es verdad,
pero eso es porque no estamos acostumbrados a nuestros instintos animales y …
Dariel le tocó un hombro para que se calmara, parecía desesperado porque le crey era.
—Tranquilo, no tienes que darme explicaciones. Somos amigos desde hace tiempo y jamás
dudaría de tu palabra.
Matthew se relajó un poco y señaló la barra.
—Será mejor que hablemos allí, April no puede escucharnos, pero no quiero arriesgarme. No
me gustaría herirla si se entera de que le he mentido.
Él asintió y se sentaron frente a la camarera. Ella le dedicó una sonrisa coqueta, pero Dariel
solo le pidió un refresco de naranja y Matthew un vaso de agua. Eso le llamó la atención.
—Tú nunca bebes alcohol, ¿verdad?
Matthew soltó una risilla.
—Soy mitad hombre lobo, no soporto otro tipo de bebida que no sea agua ni tampoco las
verduras.
Dariel frunció el ceño, recordando de repente que Evar le comentó que su amigo estaba
mezclado.
—Y aparte de hombre lobo, ¿qué eres?
Este le miró con tristeza y suspiró.
—Un semidiós, como tú.
Él se quedó petrificado. Una idea fugaz surcó su mente, haciendo que palideciera.
—¿Eres mi hermano?
—Para, para, para, pertenecemos al mismo panteón, pero no estamos tan emparentados. Tu
padre es Zeus, ¿verdad? Mi madre es Afrodita.
La forma en que lo dijo le llamó la atención. Parecía asqueado por guardar cualquier clase
de vínculo sanguíneo con la famosa diosa del amor.
—No te llevas bien con ella.
Matthew gruñó, y no fue un sonido humano.
—Ella mantuvo relaciones con mi padre, pero no lo amaba. En cuanto me tuvo, me llevó con
él. Algunas ley endas sí son ciertas, Dariel, al menos en lo que se refiere a mi madre. Es una
diosa frívola y egoísta, solo se preocupa por sí misma.
—Lo siento mucho —le dijo con sinceridad, colocando una mano sobre su hombro para
apretarlo.
—Has visto mi verdadera forma, ¿verdad? ¿Sabes por qué me disfrazo? No soporto cómo me
mira la gente, Dariel, no ven más allá de mi aspecto físico. Cada vez que me mudo e intento
andar por la calle no puedo dar dos pasos sin que alguien se refriegue contra mí.
—Te entiendo.
Matthew suspiró.
—Sí, supongo que más o menos puedes hacerlo. Eres hijo de Zeus, obviamente has heredado
su atractivo, pero no es como mi caso. Tú eres un dios del tiempo atmosférico, pero y o soy uno
de la lujuria. A ti solo te miran o se acercan, pero a mí han llegado a intentar secuestrarme
docenas de veces solo para mantenerme en la cama de alguien.
Dariel se estremeció. Él tuvo bastante con el padre Tom y no quería ni imaginar a otras
personas intentando llevárselo para que le volvieran a hacer lo mismo. Matthew tuvo que pasar
mucho miedo.
—Afortunadamente, mi padre y mi manada siempre me protegieron —continuó Matthew
con una pequeña sonrisa—. Cuando me hice adulto, le pedí a mi padre que me transformara.
—Espera, ¿no eres hombre lobo por nacimiento?
—Los hijos de los hombres lobo nacen siendo humanos. Es el mordisco lo que nos convierte.
—¿Y por qué se lo pediste?
—Yo quería parecerme más a mi padre que a mi madre. Ella no solo me había abandonado,
sino que también había heredado su aspecto y sus poderes, haciendo que todo aquel que me mire
me desee. Yo deseaba ser algo más que eso, quería tener algo de mi padre, por eso se lo pedí. No
fue fácil al principio, pero creo que me controlé bastante bien gracias a mis poderes divinos.
Dariel asintió y se quedó pensativo unos minutos. Matthew le miró, entristecido.
—Siento haberos engañado a April y a ti, pero no esperaba hacerme amigo de nadie cuando
entré a trabajar en la cadena. No quería que ella me mirara como las demás mujeres…
—¿Y qué pasa conmigo? Yo también soy un semidiós, podrías habérmelo dicho.
Matthew apartó la vista.
—Al principio creía que estabas bajo la protección de Zeus y tenía miedo de que si te decía
quién soy, tal vez se lo contarías.
—¿Y qué pasa con eso?
—Zeus desprecia a mi madre. Él hirió su orgullo cuando escogió a Hera por encima de ella.
Por eso tu padre es tan mujeriego, Afrodita hace que se enamore de las diosas y las mortales,
provocando así que discuta constantemente con Hera. Él se vengó ofreciéndola a Hefesto como
esposa, y además, prohibió que sus hijos bastardos fueran al Olimpo. Si supiera de mi existencia,
podría decidir matarme para vengarse.
Dariel frunció el ceño.
—Pero entonces, tu madre no te abandonó. No tuvo más remedio que dejarte con tu padre,
¿no?
El rostro de Matthew se endureció.
—Ella no me amaba, Dariel. Cuando le pregunté a mi padre si lloró por mí al dejarme, él
apartó la vista. Ella no me quería, y y o tampoco la quiero.
Su corazón se partió en dos al escuchar aquello. Él siempre había pensado que sus padres no
lo amaban y que por eso le habían dejado en el orfanato. Sabía lo que era sentirse abandonado.
Afortunadamente, su madre le dejó para protegerle, le tuvo porque le quería, mientras que su
padre ni siquiera sabía que él existía.
—Lo siento, Matt.
Él le sonrió.
—Es la primera vez que me llamas así.
—Supongo que y a iba siendo hora, ¿no crees?
—Entonces, ¿me perdonas? —su voz sonaba esperanzada, aunque sus ojos eran tristes—.
Cuando supe que no sabías quiénes eran tus padres, estuve a punto de decírtelo, pero entonces
April te preguntó si querías buscarlos y tú respondiste que no serviría de nada. Supuse que no
querrías saberlo.
—No era eso exactamente. Yo quería saber de dónde venían mis poderes, y sabía que en el
registro del orfanato no pondría nada —dicho esto, le lanzó una mirada confusa—. De todos
modos, ¿cómo sabías que era hijo de Zeus?
Matt le sonrió.
—Por la naturaleza de tus poderes. Sé que estás mezclado con algo más, pero tu naturaleza es
la misma que la de tu padre. ¿Puedo preguntarte con qué estás mezclado? No quiero ofenderte, es
solo curiosidad.
—Mi madre era un ángel.
Su amigo abrió los ojos como platos.
—¿En serio?
—Por desgracia.
—Guau. —Hizo una pausa mientras Dariel bebía un trago de su refresco—. Y aun así, ¿Evar
y tú…?
Se limitó a encogerse de hombros.
—No me he criado con los ángeles y mis poderes son una gran aportación. Lucifer lo envió
porque me quería en su bando. Al principio él estaba también un poco receloso, por no hablar de
sus hermanos, pero me explicaron sus motivos y lo comprendí —mientras decía esto, apretó los
puños con fuerza—. Lo que ha hecho Dios con ellos no tiene nombre.
Esta vez fue Matt quien le frotó el hombro para calmarlo.
—Supongo que no debo preguntar.
—Créeme, no quieres saberlo. Lucifer me mostró una pequeña parte de su pasado y me dan
náuseas cada vez que lo recuerdo.
Su amigo iba a preguntar algo más, pero entonces, las luces del club se apagaron de repente.
El caos se desató en el local y alguien empezó a gritar y a correr. En menos de un minuto, todo el
mundo se precipitaba a la salida. Dariel y Matt se salvaron subiéndose a la barra.
—Matt, ¿puedes ver algo?
—Los lobos tenemos una excelente visión nocturna, ¿tú cómo lo llevas?
—Fatal. No controlo la may oría de mis poderes.
—Respira hondo y concéntrate. Piensa en lo que deseas y lo conseguirás, hay pocas cosas
que los semidioses no podamos hacer.
Dariel obedeció. Inspiró profundamente y mentalizó lo que quería. Al instante, notó un picor
en los ojos y los abrió. Ahora era capaz de ver cada detalle en la oscuridad más intensa, por lo
que logró ver cómo las últimas personas corrían hacia fuera. No comprendió qué era lo que las
había asustado, no había nadie en el club salvo ellos.
Buscó a Evar con la mirada, inquieto. Lo encontró sobre una de las mesas; todos estaban de
pie sobre varias e incluso habían cogido a April, quien se abrazaba a Skander, completamente
aterrada y con los ojos llenos de lágrimas.
Saltó de la barra y corrió hacia ella seguida de Matt.
—¿April? ¿Qué te pasa?
—Están aquí —gruñó Evar a la vez que se colocaba junto a él y le abrazaba en ademán
protector.
—¿Quiénes?
Matt cogió el rostro de April entre sus manos y la obligó a mirarlo a los ojos, pero ella no
parecía verlo.
—No pasa nada, April, solo es una ilusión, no es real —dicho esto, miró a Neil y Gavril—.
Sacadla rápido de aquí y encontrad un taxi que la lleve a casa.
Ambos obedecieron y la cogieron cuidadosamente de los brazos de Skander. En menos de un
minuto, los lobos formaron una barrera entre los Nefilim y la puerta trasera del club. Algunas
mesas se habían volcado por culpa de la multitud y había cristales rotos por todas partes,
manchando el suelo con toda clase de líquidos.
—¿Qué está pasando? —preguntó Dariel, nervioso e intentando salir de los brazos de Evar,
pero él no se lo permitía.
Matt le miró por encima del hombro.
—Concéntrate, Dariel. ¿Notas ese cosquilleo? ¿Esa vibración?
Trató de relajarse y hacer lo que le decía. Sí, ahora que estaba centrado, notaba algo. Era
como una corriente eléctrica, cinco para ser concretos. Había dos ligeramente débiles, mientras
que las otras tres eran más fuertes, predominando una de ellas.
—¿Qué es esto?
—Es lo que sientes cuando hay otro dios cerca. Cuanto más fuerte es la vibración, más
poderoso es el inmortal que se acerca.
Dariel palideció.
—Son los griegos, ¿verdad?
—Ares, Enio, Eris, Deimos y Fobos —gruñó Evar.
Skander coreó su gruñido con una sonrisa divertida.
—Los dioses de la guerra, el derramamiento de sangre, la discordia, el terror y el miedo. —
Se relamió los labios al mismo tiempo que se agazapaba—. Esta pelea promete.
Capítulo 16. Caos
“Demasiado tiempo para pensar. Demasiado tiempo para sentir cómo el dolor retorcía
cada uno de sus nervios. Tiempo para pensar en todo lo que había perdido… lo que iba a perder.”
CAMIL L A LÄCKBE RG

Evar estaba furioso mientras vigilaba atentamente el lugar por donde sabía que entrarían los
griegos a arrebatarle a su Dariel.
¿Por qué demonios tenían que aparecer en ese preciso momento? Era feliz hacía apenas unos
segundos, estaba celebrando que Dariel le amaba y que tendrían toda la eternidad para estar
juntos. Pero la perra de Hera tenía que venir a apartarlo de su lado. Y todo por una venganza
injustificada, su frádam no tenía la culpa de que su marido se fuera todas las noches a buscar
nuevas amantes.
Nada le gustaría más en esos momentos que bañarse en su sangre, pero antes que nada, tenía
que poner a Dariel a salvo. No podría luchar tranquilo sabiendo que él estaría en peligro y que tal
vez no pudiera evitar que se lo llevaran en un momento de descuido. Su prioridad era que
estuviera a salvo.
Lo estrechó con fuerza contra su pecho. No le gustaba dejarlo al cuidado de otros, era su
deber protegerlo, pero no tenía otra opción.
—Matthew, ¿puede llevarse tu manada a Dariel?
Este alzó la vista y lo miró con los ojos muy abiertos antes de que la ira relampagueara en
ellos.
—Yo no te dejo aquí con ellos.
—No puedo pelear contra ellos y estar pendiente de ti al mismo tiempo. No quiero que te
hagan daño, te matarán a la menor oportunidad que tengan.
Dariel se ablandó un poco. Levantó la mano hacia su rostro para acariciarle la mejilla.
—Lo entiendo, pero y o tampoco quiero que te hieran.
—No te preocupes, no le pasará nada —le dijo Nico con una alegre y despreocupada sonrisa
—. Los Nefilim somos lo suficientemente fuertes como para cargarnos a un dios, después de todo
somos demonios.
Skander asintió a la vez que estiraba escalofriantemente sus grandes músculos y hacía crujir
sus nudillos.
—Puede que estemos en inferioridad numérica, pero no saben que somos los hijos de puta
más cabrones que ha parido el universo. Vete con el equipo canino, hermano, haz palomitas y
prepara una peli, nosotros terminaremos en cinco minutos.
Dariel aún no parecía muy convencido, al menos hasta que Matthew intervino.
—Es lo mejor, Dariel. Mi manada es fuerte, pero no tendremos muchas oportunidades contra
los dioses, ni siquiera y o las tengo a pesar de ser un semidiós. Pero lucharé por ti si decides
quedarte, y sé que Nireo y los demás no me dejarán aquí.
Él maldijo entre dientes y miró al Nefilim a los ojos.
—Prométeme que volverás con vida.
Evar sonrió y frotó su mejilla contra la suy a.
—Tienes mi palabra, y recuerda que las promesas son sagradas para los míos. Ahora vete
con ellos, sé que estarás bien y a salvo.
Dariel asintió con cierta reticencia, le dio un beso rápido en los labios y dejó que Matt le
condujera hasta la puerta principal, seguido por el resto de la manada. Evar y los otros dos
Nefilim, una vez se quedaron solos, adoptaron su forma demoníaca y se prepararon para la
batalla.
—Gracias por quedaros conmigo —les dijo a sus hermanos.
Skander dejó escapar una carcajada.
—Deberíamos ser nosotros quienes diéramos las gracias, no teníamos una pelea tan
interesante en siglos… ¿o tal vez milenios?
Nico solo le palmeó el hombro.
—Eh, somos familia, y ahora que Dariel te ha aceptado, también forma parte de ella.
Nosotros moriríamos por cualquiera de nuestros hermanos.
Evar inclinó la cabeza, profundamente agradecido. Una potente vibración en el aire hizo que
alzara la cabeza y gruñera una advertencia a las cinco siluetas que se materializaron en la
entrada trasera del club. Ares, con su inmenso y musculoso cuerpo, fue el primero en aparecer,
seguido por sus hermanas Enio y Eris. Sus hijos, Deimos y Fobos, las seguían. Ambos eran tan
altos y fuertes como su padre, y tenían unas facciones idénticas, así como el tono bronceado de
su piel. Pero Fobos tenía el pelo y los ojos oscuros, mientras que Deimos era rubio y su fría
mirada era azul grisácea. Los cinco poseían una belleza devastadora, pero eso no anulaba el aura
de peligro que los envolvía. Todos eran dioses de la guerra y las batallas, y Evar no se atrevería a
subestimarlos lo más mínimo.
Fobos, al verlos, hizo una mueca de asco.
—Joder, tíos, ¿qué coño es eso? Parece que Tifón se hay a acostado con la hidra de nueve
cabezas y hay an tenido crías.
Skander soltó un bufido.
—¿En serio nos estás comparando con una vulgar serpiente? ¿Alguna vez te has visto la cara?
Parece mentira que la puta griega sea tu madre.
Fobos y Deimos se adelantaron a sus hermanas, dirigiéndole al Nefilim una mirada que, de
haber podido, le habría fulminado al acto.
—No te atrevas a insultar a nuestra madre.
—No la insulto, es lo que es. Las putas se acuestan con todo lo que se menea.
—En realidad —intervino Nico con toda la tranquilidad del mundo—, las putas se acuestan
con otros por dinero, y no creo que Afrodita lo necesite. Zorra es un término más adecuado.
Skander les dedicó una sonrisa burlona a los dos dioses.
—Puta, zorra, perra, ramera, ¿qué más da? Seguro que si estuviera aquí delante nos rogaría
que nos la folláramos por turnos.
Deimos y Fobos rugieron y se abalanzaron sobre Skander, pero Ares se interpuso de repente.
Los ojos de sus hijos se posaron en él con rabia, pero el dios no les prestó atención, sino que miró
fijamente a Evar.
—¿Dónde está el semidiós?
El demonio flexionó los músculos, se agazapó lentamente y levantó el labio superior para
mostrarle sus colmillos.
—No le pondréis las manos encima. Tendréis que pasar por encima de mí.
Ares entrecerró los ojos y apretó los labios.
—Que así sea. —Y soltó a sus hijos.
Estos fueron directamente a por Evar, pero Skander fue más rápido y arremetió contra ellos.
A Fobos lo inmovilizó bajo sus potentes patas de dragón, colocando a propósito una de ellas sobre
su cuello mientras que la otra se posaba sobre su pecho. Por otra parte, Deimos había recibido un
fuerte golpe de su cola, y de sus labios resbalaba una generosa cantidad de sangre.
—Los hijos de la perra griega son míos, hermanos. Hoy voy a ser bueno y les arreglaré la
cara de gilipollas que tienen, antes de que alguien más sienta el impulso de vomitar —les dijo con
una alegre carcajada.
—¡Que te jodan! —gritó Deimos y le lanzó una descarga astral que habría impactado en
Skander de no ser porque este levantó a Fobos y lo usó como escudo. El dios del miedo gritó de
dolor.
Evar desvió su atención para centrarse en sus otros tres contrincantes. Nico ladeó la cabeza a
su lado.
—Déjame a las mujeres a mí. Tú encárgate de Ares, la otra vez me dio muchos problemas.
El cabrón sabe pelear.
—No en vano es el dios de la guerra —le recordó Evar.
—Lo sé, pero sigo prefiriendo a las mujeres. Son más pequeñas que y o y más fáciles de
matar —dijo con una ligera sonrisa.
Su humor era contagioso, Evar también curvó los labios hacia arriba.
—Cobarde.
—Así será más rápido. Acabaré con ellas y vendré a ay udarte.
—¿Qué hay de Skander?
—Sabes que se enfadará si intervenimos. Hace tiempo que no tiene una pelea de verdad y
creo que le gustaría matar algo antes de pasarse unos cuantos siglos más sin nada.
Evar rio entre dientes y después se puso serio de nuevo. Enio y Eris les estaban rodeando,
mientras que Ares avanzaba de frente.
—Las diosas para ti, Ares para mí.
—Oído cocina —dicho esto, sus tres contrincantes se abalanzaron sobre ellos.
Evar tomó impulso y saltó hacia delante. Ares era musculoso, pero ni por asomo tan grande y
pesado como él. El batir de sus alas le permitió ganar más fuerza y lo estampó contra la pared,
mientras que Nico se las había apañado para enganchar a Enio por el cuello con una mano y a
Eris con la cola antes de lanzarlas al suelo, en dirección contraria.
El Nefilim marrón rugió y le dio un puñetazo a Ares en la cara que le rompió la nariz. El dios
apenas soltó un gemido al mismo tiempo que hacía aparecer una daga de la nada y se la clavaba
en el costado. Evar no hizo ningún sonido, aunque tuvo que apartarse para evitar ser apuñalado de
nuevo. No era la peor herida que le habían infligido, pero detestaba ser herido, lo volvía más
agresivo y salvaje, como si de un animal se tratara.
El inmortal transformó su arma en una larga lanza para mantener la distancia. Evar esbozó
una sonrisa. Los Nefilim eran fuertes con el cuerpo a cuerpo, y aunque podían usar armas, les
bastaba con sus garras y colmillos. Pero todos parecían olvidar que eran demonios del Infierno y,
allí, la gran may oría tenían mucha afinidad con el fuego.
Con los dientes curvados hacia arriba con crueldad, dejó que su piel ardiera en llamas hasta
cubrir su cuerpo por entero. Un rugido ensordecedor salió de su pecho segundos antes de saltar de
nuevo sobre su enemigo para hacerlo trizas.

Dariel se sentía inquieto mientras corría por los callejones, siguiendo a Matt y a su manada.
Gavril y Neil se habían reunido con ellos en una esquina, después de dejar a April en un taxi y
ordenarle al conductor que la llevara a casa. Tras preguntar qué demonios le había pasado a su
amiga, Matt le explicó que el poder de Deimos y Fobos era infundir miedo en los demás, aunque
este no tenga causa aparente. Por eso todo el mundo había salido corriendo sin explicación
alguna.
—¿Está bien? —le preguntó a Gavril, quien corría a su lado.
—Estaba un poco alterada y desorientada, pero se le pasará cuando esté lejos de esos dos. No
te preocupes de ella.
—Matt, ¿qué hacemos con Dariel? ¿A dónde le llevamos? —preguntó Neil.
—No tenéis por qué venir conmigo —masculló su amigo con los dientes apretados—. Nos
enfrentamos a dioses, soy consciente de vuestras limitaciones.
Nireo le tocó un hombro mientras corrían.
—Somos una manada, y nosotros no abandonamos a los nuestros.
Dariel se sintió mal de repente. No quería pensar siquiera en esa posibilidad, pero si Evar,
Nico y Skander no podían contener a los griegos, Matt y su manada morirían para ay udarle.
Pensar que su amigo y sus compañeros corrían peligro por su culpa hizo que dejara de correr y
se parara en seco. Su demonio y los Nefilim eran diferentes, ellos son fuertes y podían acabar
con los dioses, pero Matt le había dicho que su manada no era tan poderosa como para acabar
con un dios.
—Dariel, ¿qué haces? —le dijo Matt, que también se detuvo y fue hacia él para cogerle del
brazo—. Tenemos que darnos prisa, no podemos detenernos.
—No quiero que salgáis heridos por mi culpa. Marchaos —dicho esto, se deshizo de su agarre
y se apartó de él. Los labios de su amigo se apretaron en una línea y sus ojos, oscuros hasta el
momento, se volvieron de ese tono azul celeste que vio la última vez.
—No voy a dejarte desprotegido. Entiendo cómo te sientes, pero no es tu decisión. Yo elijo
arriesgar mi vida por ti.
—Yo también —anunció Gavril, mirándole a los ojos—. No nos conocemos mucho, pero me
caes bien y de todos modos no abandonaré a Matt aquí.
—Yo tampoco lo haré —declaró Neil, cogiendo a su compañero por el hombro.
—Ni y o —dijo Way ne.
—Como he dicho antes —comentó Nireo—, nosotros no abandonamos a un miembro de
nuestra familia. Es nuestro deseo permanecer con Matt y contigo, Dariel, lucharemos contra lo
que sea.
Ly sander lo cogió de la mano, dando a entender que tampoco iba a ceder, mientras que
Dorian hacía un seco asentimiento. Vladik, por otro lado, esbozó una maliciosa sonrisa.
—Toda pelea es bienvenida por lo que a mí respecta. Además, los dioses no son invencibles,
Nireo conoce formas de detenerlos, ¿verdad?
El líder de la manada asintió.
—Por muy dioses que sean, no se salvarán si les cortas la cabeza. También podéis herirles en
los tobillos, los pies y piernas, no tendrán suficiente movilidad para atacarnos con toda la fuerza
que podrían —dicho esto, miró a Matt y a Dariel—. Vosotros dos podéis usar descargas astrales,
especialmente tú, Cronión. Tus ray os son más poderosos contra ellos de lo que crees.
El semidiós frunció el ceño.
—¿Cómo me has llamado?
Ly sander soltó una risilla.
—Cronión es uno de los títulos de Zeus. Quiere decir que eres alguien que invoca a las
tormentas.
Dariel abrió la boca para decir algo pero, en ese momento, notó algo recorriendo su espalda.
No era una vibración, sino más bien una caricia, apenas un roce sobre su piel. Al mirar a su
alrededor, se dio cuenta de que los lobos se habían agazapado, incluso Matt había abandonado su
disfraz y volvía a ser el hombre rubio de extraordinaria belleza. Su postura defensiva era igual a
la de los lobos, inclinado sobre el suelo, pero a diferencia de ellos, no había apoy ado las manos en
las sucias baldosas del oscuro callejón.
—¿Notas eso? —le preguntó sin mirarle.
—No es la misma vibración de antes.
—Exacto, las criaturas que vienen no son dioses, sino otra cosa.
—¿El qué?
—Pollos —respondió Vladik con evidente alegría.
A Dariel no le pareció tan divertido. De repente, aparecieron de entre las sombras una docena
de hombres y mujeres. Todos tenían diferente aspecto, tamaño y musculatura, pero coincidían
en el pelo rubio, los ojos azules y la ropa blanca. No necesitaba ver sus alas para saber que eran
ángeles.
Uno de ellos, a quien reconoció como Omar, le dedicó una gélida sonrisa.
—Hola, pequeño. ¿Cómo está tu monstruo?
Dariel deseó que su gruñido fuera tan aterrador como el de los hombres lobo, pero en vez de
eso, dejó que una chispa veloz saliera disparada de su cuerpo e impactara contra el pajarraco
con tal fuerza que lo empujó hacia atrás. El hombre siseó por la quemadura que ennegreció su
ropa y que atravesó su piel, haciendo que el blanco puro de su camiseta se salpicara de rojo. No
pudo evitar esbozar una ancha sonrisa, sabiendo que a pesar del diminuto ataque le había hecho
sangre.
Bien. Estaba deseando ver qué pasaría si le lanzaba un ray o de verdad.
—Yo si fuese tú mediría mis palabras —comentó Vladik con una ancha sonrisa—, Dariel será
pequeño, pero matón. Igual que y o.
Dorian resopló con una sonrisa de diversión.
—No hay ni punto de comparación, tú eres más grande.
—Pero y o pego más fuerte —intervino Dariel, dejando que sus poderes recorrieran su
cuerpo. Era increíble sentir cómo estos obedecían dócilmente ahora. Se deslizaban desde su
interior hasta su piel, haciendo que esta refulgiera levemente y provocando que sus ojos azules
brillaran inquietantemente en la oscuridad.
Los lobos rieron.
—Eso es verdad —coincidió Way ne.
—¿Significa esto que vamos a tener otro festín? —preguntó Neil con una sádica sonrisa—. La
otra vez solo pudimos coger a uno y no hubo suficiente para todos.
—Pues hoy es nuestro día de suerte, parece que escucharon nuestros lamentos y decidieron
hacernos una oferta de bufet libre —rio Gavril.
—Menos hablar y más pelear, me está entrando hambre y el pollo de la última vez tiene
buena pinta —interrumpió Vladik, lamiéndose los labios.
Omar los fulminó con la mirada.
—¿Creéis que podéis con nosotros, malditos perros?
Dariel no comprendió la reacción de los hombres lobo. Todos se quedaron muy callados y
miraron fijamente al ángel con ojos furiosos y espeluznantes. Supo, de alguna forma, que Omar
les había insultado de algún modo.
—¿Perros? —repitió Way ne con suavidad. Dorian, que estaba a su lado, soltó un gruñido
aterrador.
—Se acabaron los juegos —declaró Nireo con una voz inhumana, casi en forma de rugido—.
Vamos a mataros a todos.
Y de repente, se desató el caos. Los ángeles hicieron aparecer de la nada unas espadas y se
abalanzaron los unos sobre los otros. Dariel no se preocupó de ver si algún mortal les estaría
observando, no tenía tiempo de pensar en ello. Siempre que podían, los emisarios de Dios se
lanzaban a por él, pero Matt y su manada los apartaban de su camino con una eficacia
demoledora.
Aun así, Dariel no necesitaba demasiada protección. Sus poderes crepitaban y rugían
victoriosos de ser liberados con una violencia que hasta a él mismo le sorprendió. Cada vez que
uno de ellos se colocaba frente a él, recordaba lo que le habían hecho a su demonio y a su raza, y
no tenía ningún reparo en atacarles con todas sus fuerzas. No se merecían vivir después de haber
asesinado a las mujeres de los Grigori, no merecían respirar después de secuestrar y esclavizar a
los niños Nefilim. No merecían piedad tras haberlos perseguido y asesinado hasta su práctica
extinción.
La batalla estaba igualada. Los ángeles les superaban en número por cuatro hombres, pero los
hombres lobo tenían más fuerza física y eran realmente feroces. Resultaba impresionante pelear
contra ellos; Nireo, Ly sander y Dorian eran fuertes en un cuerpo a cuerpo debido a los muchos
años que pasaron en entrenamientos militares, Way ne jugaba a usar la fuerza de sus enemigos en
su contra, Gavril y Neil, ágiles y veloces, no dudaban en hacer fintas para engañar a sus
contrincantes y atacar donde menos se les esperaba, y Vladik arremetía salvajemente contra
ellos entre rugidos escalofriantes. Todos poseían también garras y colmillos, y estaba claro que
sabían usarlos a juzgar por la sangre que salpicaba por todas partes.
Matthew tampoco debía ser subestimado. Mitad dios y mitad hombre lobo, su belleza igualaba
su ferocidad en combate. A sus mortales zarpas y caninos, había que añadirle la telequinesia, las
descargas astrales y la habilidad para hacer aparecer armas de la nada. Matt prefería, como su
manada, el cuerpo a cuerpo, aunque solía acompañarse de una descarga para rematar al
enemigo con más facilidad.
Por último, Dariel no perdía el tiempo. Con la piel recubierta por electricidad, sus enemigos
eran incapaces de tocarle sin recibir una descarga, y los ray os lo envolvían y se abalanzaban
sobre sus víctimas sin piedad alguna. La may oría de los que intentaron atacarle acabaron
inconscientes por la fuerza de su poder.
Tras encargarse de uno de los ángeles, quiso ay udar a los demás invocando una tormenta. El
cielo, y a oscuro por el manto de la noche, se llenó de espesas nubes que ocultaron las estrellas,
siendo sustituidas por atronadores relámpagos que atravesaban el aire con una seca y cruel
carcajada con forma de rugido. Dariel centró sus brillantes y espeluznantes ojos en sus
enemigos. Le bastaría un solo golpe para acabar con todos ellos.
—¡Dariel, atrás! —gritó alguien de repente.
Un segundo más tarde, estaba tirado en el suelo con un dolor punzante en la sien. Se había
golpeado en la cabeza y, durante unos instantes, todo fue borroso y confuso. Sin embargo,
recuperó la vista rápidamente y palideció al ver a Matt tumbado de espaldas, con el pie de un
ángel presionando su garganta.
Pero lo que lo horrorizó fue que Omar tenía una espada entre las manos. Iba a matar a su
amigo.
—Adiós, perro —se despidió con una sonrisa sádica.
Dariel no supo lo que pasó después de eso con exactitud. Solo pensó que tenía que llegar hasta
él y matar a ese cabrón. Hubo un estallido de luz y, de repente, el ángel estaba frente a él… lleno
de sangre por todas partes.
Le costó un segundo ver que su brazo, todavía cubierto de chispas, le había atravesado el
pecho. La conmoción le dejó paralizado. Podía sentir en su mano la fresca brisa de la
medianoche, pero el resto de su brazo estaba caliente y húmedo. Alzó la vista para contemplar el
rostro de Omar. Ya había matado antes, el padre Tom fue su primera y única víctima, pero esta
vez había sido consciente de lo que hacía.
Su mente procesó que el ángel merecía morir, fue él quien ensartó esa misma espada en
Evar y estuvo a punto de enviarlo a la muerte. La rabia empezó a hervir a fuego lento dentro de
él, pero no logró recuperarse lo suficientemente rápido como para evitar que Omar se agarrara a
su brazo y esbozara un asomo de sonrisa.
—Te tengo.
Dicho esto, todo empezó a dar vueltas a su alrededor. Apenas habían pasado unos segundos
cuando chocó contra el suelo con fuerza, como si hubiera caído de unos cuantos metros de altura.
Gimió y se levantó como pudo, todavía alerta, no sabía cuántos enemigos quedaban con vida.
Frunció el ceño y se cubrió los ojos cuando una luz muy brillante lo cegó. A sus pupilas les
costó muy poco adaptarse a la nueva iluminación, pero su mente no fue tan rápida como para
entender la nueva situación. Estaba en una estancia de blancas paredes de mármol, en las cuales
se habían incrustado enormes y magníficos ventanales. La sala parecía vacía, a excepción del
cuerpo inerte de Omar. Estaba desplomado a unos metros de distancia, manchando el brillante
suelo de sangre, la cual desentonaba de un modo perturbador sobre el intenso blanco de la
habitación.
Dariel todavía intentaba procesar lo que había pasado cuando algo se enrolló alrededor de su
garganta y tiró de él. Cay ó de espaldas, quedándose sin respiración unos instantes, pero los
suficientes como para sentir que algo frío se enganchaba a sus muñecas y a su cuello.
—¡Lo tenemos! —gritó alguien.
Entonces, se aclaró lo suficiente como para poder ver con claridad a los hombres y mujeres
que se congregaron a su alrededor. Vestidos de blanco y con alas en la espalda, tenían el cabello
dorado como el sol y los ojos del mismo color que el cielo.
Reaccionó instintivamente al reconocerlos; sus poderes se reunieron y lucharon para
liberarse, pero no llegaron a salir de su cuerpo, tan solo consiguió que su cuerpo parpadeara con
una débil luz azulada.
Un hombre se inclinó sobre él y sonrió.
—Esa griega tenía razón, las cadenas de Hefesto funcionan.
¿Cadenas de Hefesto? ¿Qué demonios significaba eso? ¿Qué estaba pasando?
—¿Qué hacemos con él? —preguntó alguien.
—Llevadlo a una celda y encerradlo. Dios está ocupado ahora mismo, pero después querrá
hablar con él.
Esas palabras hicieron que palideciera. Dios nunca bajaba al mundo humano, según le
explicó Lucien. Y eso quería decir que…
Aulló de rabia e intentó usar sus poderes para liberarse pero, aunque recorrieron cada
recoveco de su interior, no lograron salir. Algo se lo impedía, pero continuó intentándolo mientras
lo arrastraban mediante unas cadenas hechas de hierro rojo y oro por los largos pasillos.
Era la peor pesadilla imaginable. Estaba indefenso en el Cielo.

Evar gruñó mientras estudiaba a Ares con la mirada. Ambos estaban heridos, pero el dios,
sinceramente, tenía peor pinta que él. Su cara estaba llena de moratones y magulladuras, tenía la
nariz rota y los labios partidos. Su armadura estaba llena de arañazos que habían provocado
múltiples fisuras, por lo que algunos trozos de bronce y plata habían sido arrancados. Algunos de
sus huesos estaban rotos, tenía una fea y sangrienta herida en el muslo y su hombro izquierdo
había quedado inservible. El Nefilim, por otro lado, había recibido golpes por todas partes, pero su
piel gruesa y dura los aguantaba mejor que cualquier traje de hierro y apenas tenía unos cuantos
cortes.
La diferencia entre ellos no habría sido tan abismal si Evar no hubiese estado tan furioso. Ares
combatía para complacer a su madre, mientras que el demonio luchaba por el hombre al que
amaba, feroz e incansable, dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de protegerlo. Un gruñido
salió de sus labios mientras se encaminaba hacia el dios para darle el golpe de gracia. En su
estado, no aguantaría mucho, tal vez más que la may oría al ser una divinidad guerrera, pero Evar
aún no estaba tan cansado como para dejarse vencer. La imagen de su Dariel en la cabeza,
siendo acechado por esa perra griega y sus secuaces, lo enfurecía y le daba nuevas fuerzas.
Un aullido rasgó el aire y llegó hasta sus oídos. Eso había sido un lobo, no había ninguna duda.
En la ciudad no había animales salvajes, por lo que solo podía provenir de un hombre lobo.
Su cuerpo se tensó al comprender lo que eso significaba. Dariel estaba en peligro y Matthew
no había podido manejarlo. Se giró bruscamente para interrogar a Ares, pero este había
desaparecido. Al mirar a sus espaldas, vio que Nico y Skander tenían expresiones confusas en sus
demoníacos rostros. No había ni rastro de los griegos.
—¿A dónde han ido? —preguntó Nico. El joven Nefilim tenía unas pocas heridas, pero no
demasiado profundas.
Skander rugió, disgustado. Él estaba un poco más magullado por algunos golpes, pero tampoco
tenía nada serio a excepción de un corte profundo, aunque no mortal, en el pecho.
—¡Putos cobardes de mierda!, ahora que me estaba poniendo serio…
—¿Habéis oído eso?
Los dos demonios se quedaron en silencio y escucharon. Un nuevo aullido lastimero resonó
en la oscuridad.
—¿Son los lobos? —preguntó Nico, preocupado de repente. Skander soltó una palabrota.
Evar no dijo nada, salió del club adoptando forma humana y fue a un callejón para no ser
visto. Dejó que sus alas aparecieran y lo impulsaran por los aires mientras buscaba el origen del
aullido. No tardó en encontrarlo a varias calles, cerca del límite de la ciudad.
Los lobos y Matt estaban allí, pero no vio a Dariel por ninguna parte. El miedo se apoderó de
él a la vez que sus ojos recogían la sangre que salpicaba todo el callejón y las heridas de los
hombres. Aterrizó con rabia y se dirigió a Matt con furibundas zancadas.
—¿Dónde está Dariel?
El semidiós lo miró con la agonía presente en sus ojos azules, pero Evar estaba demasiado
asustado e iracundo para verlo.
—Se lo llevaron, lo siento. No pude evitarlo.
—¿Quién? —preguntó, a pesar de que y a estaba aspirando con fuerza, tratando de captar el
olor de su Dariel. La esencia que encontró logró hacerle palidecer—. Ángeles —gruñó.
—¿Qué ha pasado? —oy ó a Nico a sus espaldas. No se había dado cuenta de que él y Skander
le habían seguido, pero en esos momentos era incapaz de pensar por culpa del terror, la furia y la
impotencia.
Sin previo aviso, cogió a Matt por la camisa y lo golpeó contra la pared. Un rugido desgarró
su garganta y atravesó la noche como un cuchillo.
—¿Qué coño estabas haciendo? ¡Tú tenías que protegerle! ¡Tú tenías que ponerle a salvo!
Los lobos se arremolinaron a su alrededor, listos para atacar en el caso de que intentara hacer
daño a su compañero. Skander se interpuso entre ellos con una mirada de advertencia, mientras
que Nico cogió a Evar del brazo.
—Mírame, hermano —le ordenó. El demonio se negó a hacerlo, quería destrozar algo,
cualquier cosa y, casualmente, el culpable de que se hubieran llevado a su frádam estaba en sus
manos—. Maldita sea, Evar, estás siendo irracional, piensa por un momento. Hay un fuerte olor a
ángeles, por lo que eran numerosos, Matt y los chicos no podían estar atentos a todo. Tú sabes que
no ha sido culpa suy a, sabes quiénes son los verdaderos culpables. Si quieres recuperar a tu
frádam, cálmate y piensa.
Evar miró fijamente a Matt con la ira brillando en sus ojos, más oscuros de lo normal. Sí lo
sabía. Sabía que el semidiós y los lobos habían hecho lo que habían podido, pero nadie esperaba
que los ángeles atacaran al mismo tiempo que los griegos. Él solo estaba aterrado ante la
perspectiva de perder a Dariel. El dolor que le producía recordar todo el daño que le habían
hecho esos bastardos y que podían proy ectar en su pareja hacía que sus rodillas temblaran y que
la agonía lo ahogara. El miedo a perderlo para siempre lo empeoraba todo; quería salir de caza,
encontrar a su Dariel y matarlos a todos, se sentía violento, agresivo y casi podía saborear la
sangre en su lengua.
Una mano fuerte se posó sobre su hombro.
—Puedo oler tu rabia y tu miedo —dijo la suave voz de Nico—, pero no podremos hacer
nada por Dariel hasta que te tranquilices.
A Evar le costó un gran esfuerzo, pero lo logró. Soltó a Matt con suavidad y se alejó de él para
dirigirse al otro extremo de la pared, que golpeó con tal fuerza que los ladrillos se agrietaron. El
dolor, el miedo y la ira todavía lo dominaban, así que echó la cabeza hacia atrás y rugió con
todas sus fuerzas. No se sintió mejor, pero ahora podía pensar.
Los ángeles se habían llevado a su Dariel. No sabía qué planes tenía Dios para él, pero sabía
por experiencia que no eran buenos. Le harían daño, le torturarían como hicieron con él, le
matarían. Las lágrimas se agolparon en sus ojos.
—¿Por qué tienen que hacer esto? Ya mataron a nuestras mujeres, secuestraron a los niños y
los asesinaron a todos —murmuró con la voz rota—. ¿No hemos sufrido y a bastante? ¿También
tengo que perder a mi frádam?
Nico y Skander corrieron a su lado y lo envolvieron con sus alas. El hombre rubio lo miró con
sus ojos pardos más oscuros de lo habitual.
—No lo perderás. Encontraremos una forma de salvarle, tiene que haberla.
—Tenemos que hablar con Lucifer —dijo Nico rápidamente—, él es inteligente, seguro que
se le ocurrirá algo, siempre lo ha hecho.
Evar se sintió un poco más aliviado. Sus hermanos tenían razón, Lucien encontraría una
manera de ay udar a su Dariel, tenía que concentrarse en eso. Se irguió y miró a sus hermanos
con calma, quería regresar todo lo rápido posible al Infierno y hablar con él para encontrar una
solución.
—Sí, a Lucien se le ocurrirá algo.
—Voy contigo.
Todos se giraron al escuchar la voz de Matt. Sus ojos azules mostraban su férrea
determinación.
—Esto ha sido culpa mía. Tendría que haberlo protegido, pero Dariel se arriesgó para
salvarme. Él es mi amigo, dejad que os acompañe y os ay ude de alguna manera.
Skander y Nico interrogaron a Evar con la mirada, quien asintió con lentitud. Si su frádam
estaba en el Cielo, necesitarían toda la ay uda posible.
—Puedes venir, pero dudo que tus compañeros puedan entrar en el Infierno o en el Cielo.
Matt miró a su manada con un asomo de culpabilidad, pero ellos le sonrieron.
—Lo entendemos —dijo Nireo con una expresión serena en el rostro—, haz lo que tengas que
hacer y avísanos cuando regreses —dicho esto, se dirigió a Evar, quien apartó la vista—. No te
sientas avergonzado por haber perdido el control. Yo también tengo un compañero y comprendo
la rabia y el miedo que sientes ahora mismo. Espero de corazón que encuentres a Dariel sano y
salvo.
Él solo inclinó la cabeza como gesto de agradecimiento y miró a Matt.
—Vamos.
El semidiós fue a su lado y Skander, Nico y él se desmaterializaron para aparecer en el
Desierto de Arena Roja, la entrada al Infierno. Los Nefilim adoptaron forma demoníaca y Nico
permitió que Matt subiera a su espalda para llevarlo. Evar apenas pudo esperar a que estuviera
listo; alzó el vuelo y batió sus alas con fuerza en dirección al Palacio de Ébano.
No podía perder a Dariel. Ahora que sabía que le amaba, se negaba a que desapareciera de
su vida de esa manera. Encontraría un modo de salvarlo, aunque tuviera que ir solo al Cielo y
matar a cuantos cabrones se le pusieran delante. Nada le impediría llegar hasta su frádam, nada.

Dariel rugió de rabia una vez más mientras lo encadenaban a una pared entre cuatro
hombres. Ya había comprobado que, por alguna extraña razón, sus poderes no funcionaban, por
lo que optó por emplear la fuerza física. Se retorció, intentando liberarse, y sacudió los brazos y
las piernas. Uno de los ángeles se acercó lo suficiente como para darle un cabezazo y a otro le
dio una patada en las ingles que hizo que se doblara en dos. Aprovechó que el agarre de su brazo
se había aflojado para darle un puñetazo a otro y un rodillazo al último.
Por unos segundos, pensó que podría escapar, pero lo hizo demasiado pronto. El primero al
que había golpeado se había recuperado y logró tirar de la cadena de su cuello, haciéndole daño
suficiente como para estar a punto de asfixiarlo. Alguien le hizo la zancadilla y cay ó al suelo con
un gemido. Maldijo en su fuero interno al escuchar que sus cadenas se enganchaban a los hierros
de las paredes.
—Hijo de puta… Creo que me ha roto los huevos…
—Es un luchador —dijo uno de ellos con cierto respeto—, a pesar de que hemos incapacitado
sus poderes, ha peleado como una fiera.
—¡Me da igual!, voy a matarlo por tocarme las pelotas…
Dariel observó cómo avanzaba hacia él un ángel con el rubio cabello cortado al estilo militar,
pero otro le detuvo. Era un hombre joven, tal vez unos pocos años más pequeño que él. Su
complexión era delgada pero fuerte al mismo tiempo, lo supo por los angulosos y finos músculos
de sus brazos, que quedaban al descubierto por la camiseta sin mangas. Sus facciones eran de una
serena belleza, pero había cierta dureza en ellas, como si se tratara de los rasgos curtidos de un
hombre que había pasado por muchas penalidades y hubiese sobrevivido a ellas. Su cabello rubio
era rizado y corto hasta la nuca, y sus mechones caían sobre su frente, enmarcando unos
hermosos ojos azules… que eran tan fríos como el hielo.
—Déjalo, Jonathan. Tenemos órdenes, obedécelas.
—Vamos, Gery, no seas así. Serán un par de golpes, no tardaré mucho.
De repente, una espada surgió en la mano del tal Gery y su punta rozó el cuello del ángel. La
expresión del joven era impasible.
—Eres nuevo aquí y por eso te lo perdonaré esta vez, pero por si se le ha olvidado a tu
cerebro de mosquito, te recordaré una cosa; Dios da las órdenes, tú callas y obedeces. Nadie
tocará al semidiós hasta que nuestro señor hay a hablado con él, ¿está claro?
Jonathan inclinó la cabeza y se apartó, colocándose junto a los dos ángeles que sonreían,
divertidos.
—Eres muy gallito para ser un crío.
—Tengo casi cien años, así que cierra el pico. —Los ángeles salieron y Gery se concentró en
Dariel, quien le devolvió una mirada cautelosa. El joven suspiró—. Mira, he oído que el Diablo te
ha contado muchas cosas. Sé que puede ser muy convincente, pero no es más que un mentiroso
codicioso. Te recomiendo que escuches lo que Dios tiene que decirte.
Dariel bufó.
—Ya sé lo que va a decirme, las monjas me lo han repetido toda mi vida; Dios es bueno, el
Diablo es malo. ¡Ja!, ¡y una mierda! Espero que cuando venga aquí encuentre el modo de
quitarme las cadenas, porque voy a lanzarle tal descarga que se echará a temblar en el suelo
mientras muere. ¿Y sabes qué? ¡Reiré a carcajadas y me llevaré su cabeza para que el Diablo
pueda mearse en ella!
Gery gruñó y colocó la espada en su cuello, pero tras mirarlo fijamente, la retiró y
retrocedió un paso.
—Estás confuso, lo entiendo. Pero todo tendrá sentido después. Puedes salvarte, solo tienes
que escuchar —y dicho esto, se marchó de la celda y cerró la puerta.
Dariel aprovechó ese momento para luchar contra las cadenas. Nada. Era inútil. Sus poderes
no podían salir de su cuerpo y él no era lo bastante fuerte como para romperlas. Frustrado,
observó la habitación con atención, con la esperanza de encontrar algo que pudiera ay udarlo. El
lugar era oscuro, sin ventanas, y estaba iluminado por una única vela. Las paredes eran lisas y
frías, de color azul oscuro, y parecían fuertes a primera vista, por lo que no podría escapar
haciendo un agujero con sus propias manos.
Frunció el ceño al detectar una figura en las sombras.
—¿Hola?
—Hola —respondió una suave voz femenina, aunque no se dejó ver—. ¿Se han ido y a los
guardias?
—Sí —respondió, relajándose un poco. Ella era una prisionera, igual que él—. No voy a
hacerte daño, también estoy aquí en contra de mi voluntad. ¿Estás bien? ¿Te han atado a ti
también?
—Ellos no necesitan encadenarme —murmuró, entristecida—. Soy débil, no podría pelear
contra ellos.
—Acércate, por favor. Déjame verte.
Ella dudó un momento antes de salir a la tenue luz de la vela. Hacía tiempo que estaba allí
encerrada, lo detectó en su desgarrado vestido, en otro tiempo blanco y largo, pero ahora solo le
llegaba hasta las rodillas y era de un sucio color ceniciento. Su piel tenía una palidez que la hacía
parecer frágil y delicada, y su cabello de color chocolate era largo hasta la mitad de la espalda y
estaba enredado. Pero lo que más le sorprendió fue ver las dos alas negras que nacían de su
espalda.
Era un ángel caído.
—¿Estás bien? —le preguntó ella a la vez que sus ojos grises recorrían su cuerpo—. No
pareces herido, pero tienes la ropa llena de sangre.
—No es mía. —Al punto de decir esas palabras se arrepintió de haberlas pronunciado. Ella
parecía tan frágil… Puede que se escandalizara y quisiera escapar de él.
Sin embargo, la joven lo sorprendió cogiendo un cubo de agua que estaba escondido en un
rincón oscuro y una esponja. Se arrodilló junto a él para que quedaran a la misma altura, mojó la
esponja y empezó a lavarle con ternura. No se hubiese sorprendido más si le hubiera dicho que
estaban en un show televisivo.
—Pobrecillo, debes de estar cansado después de haber peleado tanto. Deja que te lave. No
podré hacerlo muy bien puesto que estás vestido y encadenado, pero al menos no estarás
manchado de sangre. Me gustaría ofrecerte algo de comer, pero aún quedan unas horas para
alimentar a los prisioneros. La comida no es la mejor, pero tendrás que acostumbrarte si quieres
aguantar; no sé qué quieren hacer contigo, pero necesitarás toda tu fuerza.
Dariel sonrió un poco. La joven parecía buena persona, le hablaba con dulzura y le sonreía
cálidamente, además de que le lavaba con cuidado, procurando que la áspera esponja no le
hiciera daño en el caso de que estuviera herido.
—Gracias por tu ay uda. Me llamo Dariel, ¿y tú?
Ella le sonrió.
—Arlet.
Capítulo 17. Reuniones
“Y para los amantes su amor desesperado podrá ser un delito… Pero nunca un pecado.”
JOSÉ ÁNGE L BUE SA

—¡¿Qué?!
El rugido del Diablo fue ensordecedor y sobresaltó a todo el mundo. Raras veces Lucien
gritaba o alzaba siquiera el tono de voz, y únicamente lo hacía en el fragor de la batalla o ante sus
enemigos… a menos que algo lo alterara. Y el secuestro de Dariel lo había hecho.
Evar era el único que no había pegado un salto al oír su bramido. Estaba demasiado
preocupado por el hombre al que amaba como para prestar atención al estallido de furia de
Lucifer.
—Por favor, tengo que ir con mi frádam. —Los Nefilim no suplicaban, pero a Evar no le
importó hacerlo esta vez. La idea de perder a Dariel le producía un inmenso dolor en el pecho,
más profundo que cuando perdió a Arlet y Stephan. Había sobrevivido a ellos, pero sabía que no
querría seguir viviendo si no llegaba a tiempo de salvar a Dariel—. Tienes que decirme cómo
puedo salvarlo. No me importa entregar mi vida a cambio, solo quiero que él esté a salvo.
Lucien parpadeó y la comprensión se asomó a sus ojos, pero estos se endurecieron con
rapidez.
—Dame un minuto, tengo que asimilar esto y pensar… —dijo al mismo tiempo que
empezaba a pasearse por toda la biblioteca a paso rápido.
Por otro lado, Evar agachó las alas hasta que se toparon con el suelo y dejó caer los hombros.
Lo único que quería era correr al lado de su Dariel, pero sabía que solo empeoraría las cosas si
aparecía allí sin más. Los ángeles eran crueles, torturarían a su frádam delante de él para hacerle
sufrir y disfrutarían de los gritos del hombre al que amaba. La imagen fue tan vívida que tuvo
deseos de rugir y los ojos se le anegaron de lágrimas.
Notó que alguien se agachaba delante de él y que le abrazaba con fuerza, con alas incluidas.
Al alzar la vista, vio que se trataba de Kiro, y que el resto de sus hermanos se habían puesto en
círculo para ocultarle a Lucien y a Matt su dolor.
—Le encontraremos, Evar —le prometió Kiro.
—Y mataremos a esos cabrones —gruñó Skander con fiereza.
Él les dedicó una mirada agradecida a todos hasta que se centró en Zephir. Este soltó un suave
gruñido, disgustado.
—No confío en tu ángel, y recelaré aún más de él cuando lo liberemos, pero no irás solo.
Eres mi hermano y no permitiré que te hagan daño.
Él inclinó la cabeza y la apoy ó en el hombro de Kiro, quien le sostenía todavía. Le alegraba
saber que Zephir estaría a su lado, él conocía bien el Cielo de los muchos años que pasó allí, y
podría conducirle hasta Dariel más rápidamente.
Se sentía impotente y vulnerable. Odiaba estar de brazos cruzados mientras que los ángeles
podrían estar haciéndole cualquier cosa a su Dariel. Quería pensar que no le harían daño
inmediatamente, que estaban interesados en sus poderes de semidiós, pero temía imaginar la
forma en la que tratarían de convencerlo. Tal vez al principio le hablarían, le dirían que Lucien le
había mentido y que ellos no hacían daño a nadie y que nunca lo harían, pero sabía que Dariel no
le traicionaría. Sin embargo, eso implicaba emplear otros métodos para convencerle… Su
corazón se llenó de terror al recordar las horribles torturas a las que le habían sometido.
La voz de Lucien lo sacó de sus funestos pensamientos.
—Habéis dicho que los griegos y los ángeles os atacaron prácticamente al mismo tiempo,
¿verdad?
—Sí —respondió Matt por ellos. Había estado en la sala todo el tiempo, un poco apartado de
ellos, pues se sentía inquieto ante la presencia del Diablo. Sin embargo, eso no mitigó su
determinación de ay udar a Dariel—. Poco después de salir nosotros del club nos atacaron.
Lucifer farfulló algo ininteligible.
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó Evar, levantándose y apartándose del abrazo de Kiro
para poder analizar la expresión sombría de Lucien—. ¿Qué pasa con mi frádam?
—No te mentiré, Evar. Esto no me gusta.
—Explícate —exigió Damián con un poco de brusquedad.
—Es probable que todo fuera una trampa.
—¿Quieres decir que los griegos y Dios se han unido? —exclamó Nico con la voz ahogada y
el rostro pálido. Evar también notó que le flaqueaban las piernas. Una cosa era pelear contra los
ángeles, pero otra muy distinta era enfrentarse al panteón griego. Sí, los Nefilim y las razas
demoníacas del Infierno, así como sus bestias salvajes y los ángeles caídos eran poderosos, pero
los helenos los superaban en número y en criaturas, por no hablar de que podían restablecer su
alianza con los romanos o con otro clan de dioses.
Evar iría igualmente a por Dariel. Jamás le dejaría a su suerte, aunque tuviera que
enfrentarse él solo a todo el mundo. Lo salvaría y lo escondería en alguna parte, estaba seguro de
que los griegos tenían enemigos, solo tenía que averiguar quiénes eran y ocultarle en su territorio.
Puede que con el tiempo olvidaran, y si no era así, y a se encargaría de hacer del mundo un lugar
seguro para su pareja, no le importaba cuántos siglos y milenios costara, aunque tuviera que
matar a los dioses uno a uno lo haría.
Afortunadamente para él, Matt negó con la cabeza.
—No creo que Zeus hay a dado luz verde para matar a su propio hijo.
Lucien resopló.
—Por supuesto que no. De todos modos, dudo que sepa de la existencia de Dariel, pero sé que
no mataría a otra criatura porque sí. Pese a sus defectos maritales, hay que reconocer que es una
divinidad de la justicia, no condenaría a Dariel a muerte así como así. Creo que esto ha sido más
bien obra de Hera.
Evar gruñó con fuerza, recordando de repente que todo aquello era culpa de ella. Un día se
encargaría de descuartizarla y dar sus tripas de comer a sus hijos.
—¿Estás seguro de eso? —preguntó Nico, todavía inquieto.
—Pensadlo. Los griegos son poderosos, no necesitan una alianza con los ángeles, si quisieran
matar a Dariel, podrían hacerlo ellos mismos. En cambio, Hera no tiene mucho apoy o en el
panteón debido a su fama de diosa vengativa. Además, os atacaron Ares, Enio, Eris, Deimos y
Fobos, que son hijos y nietos suy os.
—Entonces, ¿la alianza es entre Hera y Dios? —preguntó Zephir con los ojos entrecerrados.
—Apostaría por ello. —Evar iba a preguntar algo, pero Lucien se le adelantó—. No, Evaristo,
dudo que Dariel esté en el Olimpo. Dios no ay udaría a nadie sin sacar beneficio de la situación, y
teniendo en cuenta que fueron los ángeles quienes se lo llevaron, estoy seguro de que tiene que
estar en el Cielo. Es allí adonde tenéis que ir.
Su corazón dio un brinco, esperanzado.
—¿Tienes un plan?
Lucien hizo una mueca.
—Es un plan desesperado, pero es la única forma que se me ocurre de salvar a Dariel sin
acabar todos muertos —dicho esto, se acercó a Matt y le palmeó un hombro—. Prepárate,
guaperas, vas a hacerle una visita a un pariente.

Dariel se había quedado completamente paralizado al escuchar la identidad de la mujer con


la que estaba encerrado.
Arlet. La antigua amante de Evar. La primera persona que despertó su deseo. La mujer a la
que había amado. La misma que lo entregó a los ángeles sin ser consciente de que era una
trampa. La misma que sufrió innumerables castigos por tratar de salvarle. La misma que había
intentado salvar a su hermano y se había sacrificado para que él huy era.
Ahora la tenía enfrente.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó ella, preocupada de repente. Dariel era incapaz de
contestar—. Estás muy tenso, ¿te he hecho daño? ¿He sido muy brusca? ¿Acaso te he rozado una
herida?
—¿Eres la mujer de Evar? —interrogó entre dientes, intentando que su corazón no se partiera
en dos.
Arlet abrió los ojos como platos.
—¿Evar? ¿Le conoces? ¿Le has visto? —Sus ojos se llenaron de lágrimas y esbozó una
temblorosa sonrisa—. Está vivo, ¿verdad? Ha sobrevivido todo este tiempo, y o… Mereció la
pena. Todo lo que he pasado ha merecido la pena.
Dariel sintió que algo se rompía en su interior. Arlet, la mujer de Evar, estaba viva. De algún
modo había sobrevivido a los ángeles y había sufrido en silencio quién sabe cuántos siglos en
aquella celda, probablemente víctima de abusos inimaginables.
Ella cogió su rostro entre sus manos y lo miró con una expresión radiante.
—Háblame de él. Necesito saber cómo está, qué ha sido de su vida, él… —Tragó saliva, aún
con los ojos húmedos—. ¿Él lloró por mí?
No sabía qué contestar. Se sentía increíblemente mal, como si fuera el amante entrometido de
una relación, como si hubiera aprovechado la ausencia de Arlet para llevarse a Evar. Sabía que
no era culpa de nadie, todos pensaban que ella había muerto, pero eso no hacía que se sintiera
mejor. Ahora Arlet estaba delante de él, viva y coleando, y no podía mirarla a la cara sin sentirse
como una mierda.
Se notaba que ella era buena. A pesar de ser un completo desconocido, se había acercado a él
y le había lavado con una genuina ternura. Comprendía perfectamente lo que Evar había visto en
ella.
De repente, Arlet cogió su rostro entre sus manos para levantarlo. Él se negó, no quería
contemplar esas angelicales y amables facciones, le hacían demasiado daño.
—Dariel, ¿qué te ocurre? Puedo sentir tu dolor, pero no sé qué he dicho para hacer que te
sientas mal —dicho esto, su rostro se quedó petrificado—. ¿Es porque te he preguntado por Evar?
Lo siento mucho, tú lo estás pasando mal y y o solo pienso en mí misma, perdóname.
Era demasiado buena, demasiado amable y demasiado bondadosa. También podía apreciar
que era preciosa, no como una mujer despampanante, sino más bien bonita, de esa clase de
personas que podrían abrazarte y tú serías incapaz de decirles que no. La había preocupado herir
sus sentimientos, cuando lo más probable era que él dejaría una profunda brecha en su corazón.
Oy ó que ella gemía.
—Por favor, no sufras. Dime qué puedo hacer para que te sientas mejor.
—Nada —suspiró. Sí, él sentía un vacío en su corazón, pero esa no era razón para que ella no
supiera lo que Evar había sufrido por ella—. Él te quería mucho, lloró por ti —dijo, intentando
que no se le quebrara la voz.
Los ojos de ella volvieron a ser brillantes por las lágrimas.
—Pensé que me guardaría rencor después de lo que hice.
Esta vez, Dariel pudo mirarla a los ojos.
—No fue culpa tuy a.
Arlet no lo negó, pero supo que no era de la misma opinión.
—¿Él es feliz?
Dariel no supo cómo responder a eso. ¿Feliz? Su raza había sido asesinada y esclavizada, solo
quedaban seis Nefilim libres en el Infierno. Lo había perdido todo… Pero, al menos, no estaba
solo.
—Supongo que sí.
Arlet asintió y, de repente, bajó la vista. Sus bonitos ojos grises parecían tristes.
—¿Él…? ¿Él encontró a otra persona con la que estar?
Ahí estaba, la pregunta que más temía. Se limitó a bajar la vista, no iba a responder a eso, no
se veía con el suficiente valor ni con las suficientes fuerzas para hacerlo. Sería como admitir que
Evar había tenido una aventura con él, que fuera la causa de que su amor se hubiera roto. Pero
eso solo era porque no sabía que estaba viva. Si lo supiera, habría ido a buscarla para protegerla,
y a él jamás le habría…
Su corazón se rompió un poco más al pensarlo.
—Dariel, ¿por qué no me respondes? ¿Te encuentras mal? —Ella le alzó la cara de nuevo y
palideció un poco. No necesitaba leerle la mente para saber lo que estaba pensando. La sospecha
cruzó sus ojos y vio su dolor—. Hay otra persona.
Intentó apartar la vista otra vez, pero ella se lo impedía.
—No, por favor. No trates de no herir mis sentimientos, esperaba que pasara. No estoy segura
de cuánto tiempo he estado aquí, pero sé que ha sido mucho. No me enfadaré, lo entiendo. Le
quiero y quiero que sea feliz.
“Ya, hasta que te enteres de que tienes al amante delante”, pensó. Así que continuó intentando
que no le mirara mientras ella insistía, prometiéndole que no se enfadaría, que ella jamás le haría
daño a una persona a la que Evar quisiera.
Al final, trató de ponerse en pie. Él era más alto y Arlet no podría seguir intentando que la
mirara.
—¡Espera! No debes moverte, estás he… —se detuvo cuando su mano tocó su corazón. Ella
jadeó y puso la otra sobre su pecho. Dariel no estaba seguro de lo que estaba haciendo pero, de
repente, Arlet levantó sus bonitos ojos grises, abiertos como platos, y lo miró—. Eres tú.
En ese preciso instante, deseó que se lo tragara la tierra, o el Cielo, y a que estaba ahí. Abrió la
boca para decirle que Evar nunca habría estado con él de haber sabido que ella estaba viva, y esa
realidad logró que el corazón le doliera aún más. Sin embargo, no le pediría perdón, no se
arrepentía de haber conocido el amor, aunque doliera como si le hubieran clavado una espada y
la estuvieran retorciendo cuando aún estaba hundida en su carne. Él amaba a Evar, y durante el
corto tiempo que había estado con él, había sido más feliz que en toda su vida.
Pero no pudo decírselo. De repente, ambos escucharon un chirrido. La puerta de la celda se
abrió, dejando pasar la intensa luz del exterior. Dariel apartó la vista, cegado por un instante, pero
Arlet se colocó de repente frente a él, interponiéndose entre su cuerpo y la entrada con los brazos
y las alas extendidas.
—No te acerques a él —casi gruñó, dejándole con la boca abierta. ¿Le estaba protegiendo?
Oy ó un suspiro, probablemente proveniente de la persona que acababa de entrar.
—Déjame pasar, Arlet. Te estabas portando muy bien últimamente, no hagas que te
castiguen de nuevo.
Dariel frunció el ceño. Esa voz le resultaba terriblemente familiar, y la había oído no hacía
mucho, pero en esos momentos no podía recordar a quién pertenecía. De todas formas, la visión
de las temblorosas piernas de Arlet lo distrajo. Estaba muerta de miedo, era evidente que temía
el castigo pero, aun así, se negaba a apartarse.
¿Por qué le protegía?, no lo comprendía. Él era el amante de Evar, debería estar furiosa con
él y encantada de que alguien fuera a su celda para hacerle quién sabe qué. Pero ahí estaba,
tratando de evitar que le hicieran daño, y al parecer dispuesta a asumir las consecuencias.
No podía permitirlo. Ella había sido importante para su demonio, no se lo perdonaría a sí
mismo si dejaba que sufriera algún daño por su culpa. Además, parecía muy frágil; hasta ahora
había aguantado siglos en esa celda, pero no sabía si podría resistir mucho más. Tal vez incluso
decidieran matarla.
No, no dejaría que le hicieran daño si estaba en sus manos.
—Arlet —susurró con suavidad—, déjale pasar, no pasa nada.
La joven le miró por encima del hombro con los ojos llenos de inquietud.
—Te hará daño, lo sé.
—No es mi intención, mi querida Arlet —dijo esa voz que le resultaba tan familiar—. Solo
deseo hablar con él.
—Por favor —murmuró Dariel, poco dispuesto a permitir que la hirieran de cualquier
manera.
Ella dudó y finalmente se apartó, dejando a la vista al hombre que acababa de entrar en su
celda.
Se quedó horrorizado. Vestido de blanco de la cabeza a los pies, a juego con sus seis níveas
alas, llevaba una camisa y unos pantalones que terminaban en unos pies descalzos. Tenía una
figura atlética y esbelta, elegante, con angulosos músculos cubiertos de una piel rosada que
parecía juguetear con el brillo dorado de su rizado cabello corto, cuy os mechones enmarcaban
un rostro apuesto y angelical que armonizaban a la perfección con unos brillantes e irreales ojos
azul cielo.
Lucien.
O, al menos, su viva imagen cuando fue un ángel.
Apenas tardó unos segundos en intuir quién era. Sintió el estómago revuelto por las ganas de
vomitar al recordar aquellas imágenes que se quedaron grabadas a fuego en su memoria, y esto
solo confirmaba todo lo que había oído.
Lucien tenía razón. Estaba enfermo.
Soltó un gruñido cuando el hombre estuvo cerca de él y sus poderes crepitaron en su interior,
intentando salir. Por desgracia, seguía estando esa maldita cosa que se lo impedía.
—Es un placer conocerte al fin, Dariel. No sabes cuánto tiempo hemos estado buscándote.
—Dios —dijo con frialdad.
Este sonrió levemente.
—Lo has adivinado muy pronto. A la may oría le sorprende que adopte este rostro —dicho
esto, soltó una risa musical—. Me pareció adecuado. Mi Lucifer domina el Infierno bajo un
nuevo aspecto, así que pensé que y o podría adoptar el que tuvo cuando estuvo aquí.
A Dariel no se le escapó la forma en la que se había referido a Lucien. “Mi Lucifer”. Suy o.
De su propiedad, sin importarle lo que Lucien sentía al respecto.
Se estremeció de nuevo, recordando las nítidas imágenes de lo que quería hacer con el ángel
caído.
—Bueno —Dios siguió sonriéndole con soltura, como si fueran viejos amigos que hacía
mucho que no se veían—, ¿cómo le va en el Infierno? ¿No está cansado de ese lugar lúgubre y
oscuro donde las almas sufren siendo devoradas por demonios y bestias? —Hizo una pausa. Toda
sonrisa se borró de su rostro, siendo sustituida por una convincente expresión de tristeza—. Podría
volver. Él y los demás. Podría perdonarles si arrojaran las armas y firmaran la paz. Estoy seguro
de que echan de menos la luz y la serenidad del Cielo, la belleza del Paraíso, y dejar de tratar
con esas criaturas salvajes.
Dariel estuvo a punto de decirle que el Infierno era un lugar hermoso y que sus demonios
eran mil veces más civilizados e inteligentes que el gilipollas que tenía delante, pero se mordió la
lengua a tiempo. Por mucho que le molestara que hubiese llamado salvaje a Evar y a los
Nefilim, no quería darle ninguna información en lo que al Infierno se refería. Él era
maquiavélico, cruel y calculador, ¿quién sabe si podría utilizarlo en su contra?
—Dudo que quieran volver contigo —masculló, fulminándole con la mirada.
Dios le dedicó una mirada dolida, como si hubiera herido sus sentimientos.
—Supongo que mi Lucifer te habrá contado su versión de la historia. Deberías escuchar la
mía para poder juzgar. Yo no quería que las cosas terminaran así.
—Me cuesta creerlo.
—Es la verdad —dijo con un gemido y los ojos anegados de lágrimas—. Le apreciaba
mucho, no sabes cuánto. Es duro, Dariel, estar en mi lugar. Todos los panteones tienen familia o
parientes, pero y o estaba solo en medio del universo y no tenía a nadie. Luché durante muchos
siglos por sobrevivir a los demás dioses, luché para que Adán y Eva pudieran traer al mundo a la
humanidad. Me dolió profundamente que se marcharan del Paraíso sin decirme nada, y o no les
habría retenido. Tampoco podía intimar con mis ángeles; ellos y a tenían aquí a sus familias y
amigos, y no quería que se alejaran de ellos por hacerme feliz. Soy consciente de que me aman
y que harían cualquier cosa por mí, pero no sería justo para ellos. Por eso, cuando vi que mi
Lucifer estaba solo… Pensé que podría hacer un amigo, pero me equivoqué al volcar en él todo
mi afecto. Estar tan cerca de mí lo volvió codicioso y arrogante, creía que si y o dejaba de
existir… podría ocupar mi lugar.
Dariel lo contempló fijamente. Su rostro estaba deformado por un dolor intenso, resultaba
muy convincente y creíble.
Pero a él no le engañaba. Había oído cómo mencionaba que sus ángeles harían lo que fuera
por él, como si le fueran devotos o debieran serlo. Probablemente muchos lo eran, pero estaba
bastante seguro de que a él le encantaba. Sin embargo, el rasgo más revelador era que,
sencillamente, no podía creer que Lucien fuera codicioso y arrogante. Le conocía y sabía que no
era así. Gobernaba a los ángeles caídos, cierto, pero los trataba más como si fueran su familia
que meros subordinados, siempre se dirigía a ellos por su nombre y les trataba con amabilidad.
Tampoco dominaba el Infierno y ni siquiera a los Nefilim, a pesar de ser hijos de los Grigori, que
también eran ángeles caídos.
No, definitivamente, Dios mentía. Lo hacía muy bien, no podía negarlo, pero aun así, de su
boca no salían más que traicioneros engaños.
Y él sabía cómo hacer que se descubriera.
—¿Y qué me dices de Ariel?
Tuvo el impulso de sonreír al ver una brizna de crispación en su bello rostro, pero desapareció
rápidamente, siendo sustituida por una aparente confusión.
—¿Cómo dices? —preguntó con reticente amabilidad.
—Ariel, la pareja de Lu… Lucifer. —Había estado a punto de llamarlo Lucien—. Me habló
de lo mucho que lo amaba, de que estaba dispuesto a convertirse en humano para estar a su lado
durante los pocos años de vida que tendrían. Dijo que merecía la pena solo por el honor de estar
con él.
Dios entrecerró los ojos, y su máscara de genuina amabilidad se fracturó un poco. Apretó los
labios, intentando no fruncirlos, pero no consiguió engañarle.
Dariel continuó hablando.
—Me dijo lo mucho que sufría con su pérdida, que daría cualquier cosa por recuperar su
alma. —De repente, se le ocurrió una excelente idea. Trató de no sonreír, pero le costó mucho
esfuerzo—. Hizo un altar en su honor, todos los años celebra el día que nació para dar las gracias
por haberle conocido, y el día de su muerte para guardarle luto. Me contó que su deseo más
preciado era volver a tenerlo en sus brazos, y poder y acer con él una noche más…
Contempló con satisfacción cómo toda expresión de generosidad desaparecía del angelical
rostro de Dios para ser sustituida por la rabia más absoluta. Había herido sus sentimientos… Ah,
no, que no tenía. Alguien que ordenaba el asesinato de unas mujeres indefensas y que
secuestraba niños no podía tenerlos. En ese caso, probablemente su ego estaría hecho pedazos.
Perfecto.
—Ese pequeño monstruo fue el que metió todas esas ideas estúpidas en el cerebro de mi
Lucifer —gruñó con el rostro descompuesto por la ira—. De no ser por él, aún estaría aquí,
conmigo. Donde tiene que estar.
Dariel alzó una ceja.
—¿Por qué? ¿Acaso tus ángeles no tienen derecho a estar con quien deseen? —Dios iba a
decir algo, pero Dariel le interrumpió sin compasión alguna—. ¿Por qué Lucifer no podría follar
con quien quisiera? Tal vez por eso se marchó, porque no le permitías tener intimidad con otra
persona y decidió que en el Infierno podría tener a todos los amantes que se le antojaran.
Esas palabras fueron la gota que colmó el vaso. La puerta de la celda se cerró por sí sola con
violencia y Dios rugió de rabia antes de cogerle por el cuello y estamparlo contra la pared.
—¿Dices que tiene amantes? —bramó, completamente fuera de control—. Dime quiénes son.
Me aseguraré de torturarlos de forma que mi diablillo lo vea. No volverá a tocar a ningún otro
hombre, él me pertenece, ¡a mí!, ¡y a nadie más! ¡Él es mío!
Dariel sintió cómo su furia hacía que sus poderes se rebelaran con violencia contra aquella
fuerza invisible que los mantenía presos. La electricidad recorrió su piel hasta cubrirlo por entero
con una leve luz azulada y sus ojos brillaron en la oscuridad, amenazadores. Lanzó una descarga
contra la mano de Dios que subió por su brazo. El hombre gimió de dolor y se apartó velozmente,
permitiéndole respirar de nuevo. El aire llenó sus pulmones y contempló cómo ese cabrón se
agarraba el brazo. Lo tenía todo ensangrentado.
Una ancha sonrisa perversa se extendió por sus labios. Esperaba fervientemente que le dejara
una cicatriz.
Dios levantó la vista y clavó sus azules ojos en los suy os. La emoción que vio en ellos hizo que
quisiera soltar una risotada.
Miedo.
—¿Qué pasa? ¿Acaso no eras tú el Todopoderoso? —rio con fuerza—. Estoy encadenado a
esta mierda y ni siquiera puedes darme una bofetada sin que te haga sangrar, ¿por qué no vemos
de qué soy capaz si estuviera libre? —Le lanzó la mirada más letal y envenenada que pudo,
deseando proy ectar toda su ira en él—. Espero que sufras, cabrón, igual que hiciste sufrir a Lilit,
Adán, Eva y Caín. Espero que estés tan indefenso como lo estuvieron Ariel, Feivel, Zagiel y
Lucifer. Espero hacer que te retuerzas de dolor como tú hiciste con las mujeres de los Grigori,
que sientas la misma desesperación que ellos y los Nefilim cuando te llevaste a sus niños y los
asesinaste a todos. Juro que si puedo matarte, desgraciado hijo de puta, lo haré. Y créeme cuando
te digo que no vacilaré ni un segundo, que no tengo intención de desviar mi ataque ni un mísero
milímetro. Te arrancaré el corazón, te cortaré la cabeza y te despellejaré vivo. ¡Vas a pagar por
toda la mierda que has hecho en tu asquerosa, miserable y repugnante existencia! —gritó con
todas sus fuerzas.
Dios lo miró con los ojos desorbitados, en una mezcla de sorpresa y miedo. Dariel no pudo
evitar preguntarse si habría sentido pánico alguna vez, y si esa era la primera, se alegraba de que
él fuera la causa. Las imágenes de lo que les había hecho a todas esas personas rondaban en su
cabeza, haciendo que su corazón bombeara su furia a todos los rincones de su cuerpo. Notaba un
hormigueo en cada centímetro de su cuerpo, su piel ardía por la necesidad de dejar que sus
poderes salieran, y su visión se había convertido en una neblina rojiza.
Quería derramar su sangre, y esta vez, estaría encantado de atravesarle el pecho como hizo
con Omar.
Dios se relajó poco a poco, hasta que su rostro quedó inexpresivo.
—Dudo que seas capaz de hacer todo lo que dices. Tu madrastra, Hera, nos dio las cadenas
que ahora llevas puestas. Cortesía de Hefesto, ni siquiera Zeus puede romperlas.
¿Hera? ¿Así que ella estaba detrás de todo?
Dios le dedicó una sádica sonrisa.
—Veo que no lo sabías. Hice un trato con ella, le prometí que recibirías un castigo por matar a
uno de mis ángeles, pero en realidad no pienso entregarte a ella después. Eres demasiado
poderoso, Dariel, y muy valioso para mí. Si no quieres colaborar por tu cuenta conmigo, y a
encontraré otro modo de conseguirlo. Soy un dios muy paciente, pero de una forma u otra,
tendré lo que deseo de ti, igual que tendré a mi diablillo de vuelta en algún momento. Disfruta de
tu prisión hasta entonces —dicho esto, dio media vuelta y salió de la celda, no sin antes hacer
aparecer una venda que ocultó la sangre de su brazo. Capullo. No quería demostrar que un
indefenso semidiós le había herido pese a estar encadenado.
En cuanto la puerta se cerró, Arlet corrió a su lado de nuevo. Su mirada estaba llena de
preocupación.
—¿Te encuentras bien? ¿Te ha hecho mucho daño? —le preguntó inspeccionándole la cabeza,
probablemente por el golpe. Dariel se vio obligado a apagar su ira, no quería lanzarle una
descarga a la joven sin querer. Sus dedos se movieron gentiles por su cuero cabelludo, sin dar
muestra alguna de guardarle rencor. Un gemido escapó de sus labios—. Tienes un poco de sangre
en la cabeza. ¿Notas palpitaciones o mareos?
—Estoy bien, Arlet.
Ella sonrió un poco y dejó escapar una risilla.
—Me lo parecía. Nunca había visto a Dios tan fuera de control. Estaba furioso y asustado…
¡Incluso le has herido!
Dariel le frunció el ceño.
—¿Por qué estás tan contenta?
Los preciosos ojos de la joven lo contemplaron, brillantes.
—Llevo mucho tiempo rezando a la nada para que ese… —Hizo una pausa, tratando de
encontrar la palabra correcta—. Para que ese monstruo pague por todo el daño que le hizo a Evar
y a todos los que estamos aquí. No me cabe duda de que habrá hecho daño a muchas otras
personas. Pedir su sufrimiento me parecía imposible, pero hoy me has demostrado que no es
invencible, después de todo.
—Solo ha sido un brazo —murmuró Dariel, un tanto sonrojado.
—Pero le has herido, eso es algo.
El semidiós se quedó un momento en silencio y recordó la forma en la que le había protegido,
justo después de enterarse de que él y Evar habían estado juntos. Y ahora, reía con él como si
nada. ¿Acaso no le importaba? Le había parecido que ella le amaba, pero…
—¿Por qué no me odias?
Arlet se sobresaltó y le miró con los ojos como platos, casi horrorizados.
—No. Por todos los dioses, ¿por qué iba a hacerlo?
Dariel se atragantó un poco antes de poder decir con voz temblorosa:
—Evar.
Ella hizo una mueca y retrocedió un paso. No vio rencor o malicia en sus ojos, o dolor e ira.
Parecía más bien indecisa cuando por fin alzó la vista para mirarle.
—¿Puedo?
Él asintió, permitiendo que se colocara frente a él. De repente, cogió su rostro entre sus
manos y tiró de sus hombros para que inclinara la cabeza. Por un instante, crey ó que iba a
besarlo, pero solo apoy ó su frente en la suy a. No se habría sorprendido más si le hubiese
abofeteado.
No se movieron durante lo que le pareció una eternidad. Su corazón martilleaba contra su
pecho, temeroso e inseguro de lo que estaba haciendo.
Cuando por fin se apartó, Arlet estaba sonriendo y tenía los ojos llenos de lágrimas.
—¿Cómo podría odiarte? Amas a Evar con todo tu corazón, con cada fibra de tu ser. Sé que
darías tu vida y tu alma por él. Has sufrido mucho, he podido notar el dolor y la soledad que te ha
acompañado toda tu vida, pero eso no te ha impedido ser amable con los demás. Eres un hombre
bondadoso y cariñoso, pero también valiente y fuerte. —Arlet acarició su rostro, como si fuera lo
más preciado del mundo para ella—. Evar escogió bien. Sé que le harás muy feliz.
No podía decir nada. Se sentía aliviado y emocionado, no había esperado eso de ella. Arlet
parecía leer sus sentimientos cuando le acarició otra vez la cara.
—Tú no me odias porque Evar estuvo conmigo, ¿verdad? Yo siento lo mismo. Jamás le haría
daño a alguien que es tan importante para él —mientras decía esto, envolvió sus brazos alrededor
de su cuello y lo abrazó con cuidado, como si temiera hacerle daño. Dariel sentía deseos de llorar
por ese gesto tan cariñoso—. Te protegeré, Dariel. Aún no lo ha conseguido ninguno de nosotros,
pero encontraré la forma de escapar de aquí y llevarte con él.
—¿No quieres volver con él? —No podía evitar preguntarlo. No podía creer que ella no
deseara estar a su lado de nuevo.
Escuchó que Arlet suspiraba tristemente.
—Soy débil, Dariel. Débil y blanda. Yo nunca podría protegerle, la prueba de ello es que lo
intenté muchas veces cuando lo torturaban, pero siempre me cogían y me castigaban. Tú eres
más adecuado, eres fuerte, no solo por tus poderes, también de corazón. Yo lloraba y me
compadecía en vez de intentar luchar por él. Sé que tú no harías eso, no hay más que ver la
forma en que luchaste cuando te trajeron aquí. Además, nunca me perdonaré lo que le hice.
Le habría gustado abrazarla para consolarla, pero sus manos aún estaban atadas a los grilletes
y no podía soltarse.
—No fue tu culpa, no sabías que era una trampa.
—Pero tendría que haberlo sabido. Yo sabía que había otros Nefilim aquí que estaban siendo
maltratados, tendría que haberlo visto venir. Creía que ellos eran castigados por unos crímenes,
sobre todo porque había otros que eran felices aquí. Pero solo porque Dios los secuestró de niños
y los criaron para obedecer. Dioses… —Su voz se quebró y Dariel sintió algo húmedo en la
espalda. Estaba llorando—. Les hicieron cosas horribles delante de mis narices y ni siquiera me
paré a dudar.
Dariel se separó un poco y frotó su mejilla contra la suy a. Notó que Arlet sonreía un poco.
—Eso lo hacía Evar.
—Creo que es una forma de mostrar cariño —dicho esto, se apartó para mirarla a los ojos
con firmeza—. Saldremos juntos de aquí, te lo prometo. Y regresaremos con Evar. Ya lo verás.
La joven se limpió las lágrimas y le sonrió. Después, se sentaron en el suelo, muy cerca el
uno del otro. Dariel le preguntó cómo era que seguía viva. Ella le contó que Stephan quedó
gravemente herido por una flecha, y que ella fue a ay udarle. Pero muchos ángeles los
perseguían, y ninguno de los dos quería permitir que atraparan a Evar, y con él al resto de sus
hermanos. Ambos estuvieron de acuerdo en cerrar el portal después de que ellos pasaran y
quedaron a merced de los ángeles.
Lo siguiente que le contó lo dejó en estado de shock.
—¿Stephan está vivo? —exclamó, incrédulo.
Arlet asintió con tristeza.
—Me separaron de él y me llevaron a una celda para castigarme por lo que había hecho.
Pensé que estaba muerto, pero un día, Dios me llevó a la sala donde los ángeles entrenan y le vi
encadenado. Quería hacerme sufrir viendo cómo le hacían daño; le habían atado las alas para
que no pudiera volar y las cadenas apenas le dejaban moverse unos metros. Lo rodeaban y le
clavaban espadas, dagas, flechas, le hacían daño y disfrutaban haciéndolo. —Sus ojos se
anegaron de lágrimas de nuevo—. Le llamaban cosas horribles. Me permitieron atenderlo
después de aquello, pero apenas he vuelto a verlo.
—¿Dónde está ahora?
—Si no está en la sala de entrenamiento, estará en su celda con los demás.
—¿Los demás?
—Los otros Nefilim que fueron esclavizados.
Dariel se tensó, recordando de repente todo lo que Evar le había contado sobre lo que los
ángeles le hacían a su raza. Normalmente secuestraban niños Nefilim para usarlos en su
beneficio, pero los que y a eran un poco más may ores, como lo fueron Nico y Skander, no podían
ser engañados y eran utilizados para…
—¿Son los que usan de carnada? —Arlet asintió—. ¿Sabes cuántos son?
Arlet frunció el ceño, como si estuviera muy concentrada, e hizo una mueca.
—No estoy segura. Solo conozco a Stephan, pero sé por los otros caídos que hay más. Jared
podría darte esa información, creo que es el que más tiempo lleva aquí y conoce a todo el
mundo.
Esta vez fue Dariel quien arrugó la frente. Tenía un mal presentimiento…
—¿Otros caídos?
Arlet asintió con tristeza.
—No todos los ángeles conocen las cosas que se les hacen aquí a los Nefilim y a los caídos.
Dios encarga esas tareas a los que sabe que las cumplirán a rajatabla. Al resto se les tiene
engañados y se les oculta gran parte de lo que sucede. Algunos las descubren, y a sea por
sospechas o pura casualidad, pero solo unos pocos logran escapar del Cielo. La may oría estamos
encerrados aquí.
Dariel entrecerró los ojos, pensativo. Entonces, no todos los ángeles conocían la verdadera
maldad de Dios, sino que vivían tan engañados como los pequeños Nefilim que allí se habían
criado. Eso dejaba encarcelados a los caídos que no habían podido escapar de las zarpas de Dios
y a los demonios que habían sido capturados siendo y a adultos.
En ese mismo instante, tomó una decisión. Se puso en pie y cerró los ojos, concentrando sus
poderes con toda la fuerza de la que era capaz.
Dios había dicho que no podría escapar de las cadenas de Hefesto, que ni siquiera Zeus podía
romperlas, pero él no estaba tan seguro de ello. Antes le había lanzado una descarga, había roto
aunque solo fuera un poco el control que esos grilletes ejercían sobre él. El truco estaba en
ponerse furioso.
—¿Dariel? —murmuró Arlet, preocupada al ver que su piel quedaba recubierta por diminutas
chispas eléctricas que parpadeaban sin cesar—. Dariel, ¿qué pasa?
—Voy a librarme de estas cadenas y vamos a salir de aquí. —Cuando abrió los ojos, estos
tenían un brillo espeluznante y calculador—. Y una vez lo hagamos, iremos a por los ángeles
caídos y a por los Nefilim.

Lucien se sentía incapaz de estarse quieto mientras esperaba impacientemente a que Matthew
regresara de la isla de Lemnos. No tenía ni idea de cuánto tiempo tenían, y le preocupaba lo que
Dios quisiera hacer con Dariel. En un principio, la lógica le decía que no le mataría, sus poderes
divinos eran muy valiosos, puesto que no todos los hijos de Zeus los heredaban. Sin embargo, su
retorcida mente seguía siendo un completo misterio para él, y le preocupaba que empleara otros
métodos más dolorosos.
Se detuvo un instante en su interminable paseo rítmico por la biblioteca y contempló a
Evaristo con tristeza. Le partía el corazón verlo de esa manera, tan abatido y aterrado. Sus
hermanos lo rodeaban y trataban de tranquilizarlo, a pesar de que podía ver en sus mentes que no
eran ni de lejos más optimistas que él.
Los Nefilim eran los demonios que más habían sufrido a manos de Dios, y eso les había
hecho recelar de cualquier acción suy a, no mantenían la esperanza de que Dariel durara mucho
si ese hijo de puta decidía que no le sería de utilidad.
Notó un pinchazo en el pecho al contemplar el dolor en los ojos de Evaristo. Conocía muy
bien el miedo de perder a la persona a la que amaba, y también el profundo vacío que se creaba
en su cuerpo y alma al perderla. Odiaba la idea de que tuviera que pasar por aquello otra vez, el
Nefilim merecía más que nadie ser feliz de nuevo.
Una vibración en el aire hizo que toda su atención se concentrara en el centro de la sala. Fue
rápidamente hacia allí, igual que los demonios que también habían notado esa presencia.
Matthew apareció con un destello dorado. Su cabello, rostro, brazos, hombros, torso y piernas
estaban llenos de ceniza.
—¿Cómo ha ido? —preguntó antes incluso de llegar a su lado.
Matthew hizo una mueca a la vez que se limpiaba todo el cuerpo.
—Bueno, no le ha hecho mucha gracia ver al bastardo de su mujer, pero en cuanto le he
dicho que ella era una zorra fría, creo que me he ganado su simpatía. Le he explicado lo que ha
pasado y me ha dicho que hablaría inmediatamente con él.
—¿Estás seguro? —La voz de Evaristo estaba teñida por la ansiedad.
—Diría que sí, pero Hefesto es siempre tan serio que nunca se sabe.
—No lo entiendo, ¿por qué hemos tenido que pedirle ay uda al cojo? —interrogó Skander,
cruzándose de brazos—. El lobo es griego también, podría haber ido al Olimpo directamente y
hablar con él.
Matthew le lanzó una mirada fulminante.
—Tengo prohibido pisar el Olimpo, ¿vale? Caería fulminado antes de abrir la…
Un potente ray o surgido de la nada lo interrumpió. El cielo rojo del Infierno, sumido en un
eterno crepúsculo, se nubló hasta convertirse en una negra noche, cuy a oscuridad llenó cada
rincón del inframundo, siendo únicamente iluminado por los poderosos ray os cuy o rugido hizo
estremecer a todos sus habitantes.
Lucien entrecerró los ojos al sentir una nueva corriente eléctrica flotando en la estancia, tan
poderosa que dejaba la de Matthew a la altura del betún. Sabía que nadie lo detendría, había dado
la orden de que no se acercaran en cuanto percibieran su presencia, ni siquiera él se atrevería a
enfrentarse a ese ser sin pensárselo dos veces.
De repente, las puertas de la sala se abrieron de par en par por sí solas, dejando a la vista a un
hombre alto y robusto, vestido con una túnica blanca que dejaba sus voluminosos brazos al
descubierto y que le llegaba hasta las rodillas, sostenida por un cinturón de cuero en el cual
llevaba un medallón de oro, con un águila sobre un ray o. Por encima de la túnica y sostenido
sobre el hombro derecho, portaba un manto azul oscuro que caía por su pecho y se ataba a la
cintura, e iba calzado con unas sandalias. Tenía una buena masa muscular, desde los anchos
hombros hasta las atléticas piernas, y su piel dorada hacía juego con su cabello rizado, que caía
largo hasta los hombros y cuy o brillo se asimilaba a los ray os del sol. Las apuestas y simétricas
facciones de su rostro parecían ser las de un hombre de unos treinta y tantos años, con los
pómulos altos, la nariz recta, labios llenos y una mandíbula cuadrada cubierta de una barba de
varios días que lo hacía más varonil.
Lucien hizo una mueca al ver los relámpagos que salían de su cuerpo a cada paso que daba, y
sus fríos y brillantes ojos azules estaban teñidos por una furia que sabía que podría arrasar el
Infierno de un plumazo.
—Muy bien, Diablo, aquí me tienes. Explícame por qué demonios me ha dicho Hefesto que
esa insignificante criatura que se hace llamar Dios tiene a uno de mis hijos en su poder.
Capítulo 18. Dariel Eleuterio
“La libertad es como la mañana. Hay quienes esperan dormidos a que llegue, pero hay
quienes se desvelan y caminan en la noche para alcanzarla.”
SUBCOMANDANT E MARCOS

Gery avanzó por las blancas mazmorras en dirección a la celda de su último preso. Al
parecer, el semidiós se negaba a escuchar a Dios, lo cual no era una buena señal. Le necesitaban
para vencer de una vez por todas al Diablo y evitar que siguiera enviando a sus asesinos a la
Tierra para hacer daño a los mortales, o a esas zorras frías que tenían la habilidad de empujar al
corazón humano a cometer actos horribles y violentos.
Ellos eran los culpables. Era su culpa que su vida mortal hubiese sido un infierno en la tierra.
Jamás les perdonaría por todo lo que le hicieron a su gente y su familia, y por eso haría lo que
fuera para que pagaran caro. Tarde o temprano, él tendría su venganza.
Esa era la razón por la que se había ofrecido voluntario para llevarles la comida al semidiós y
a la prisionera con la que compartía celda. Ya era tarde para ella, una vez un ángel se convertía
en caído, muy pocos recuperaban la fe en su señor, pero a ese hombre podría convencerlo. Le
contaría lo que le hicieron pasar, le hablaría del dolor que sentía en su pecho cuando los
recuerdos de su vida humana lo abrumaban y de las cicatrices de su corazón. Estaba seguro de
que le escucharía, tenía que hacerlo. Solo así conseguiría su ay uda para vengarse.
Se detuvo frente a la celda y dejó a un lado el carro de comida para abrirla. Metió la llave en
la cerradura y empujó, encontrándose con una intensa oscuridad… y con una descarga eléctrica
que sacudió su cuerpo con violencia y lo dejó postrado en el suelo, inconsciente.
Dariel salió con total tranquilidad de la celda, dejando los grilletes rotos sobre el pecho del
ángel.
—La próxima vez poned más cadenas, cabrones —dijo al mismo tiempo que Arlet salía de la
diminuta estancia, incrédula.
—No lo puedo creer… Estamos fuera.
—Te dije que sería mejor si esperábamos a que nos trajeran algo para comer —le recordó
Dariel con una arrogante sonrisa—. Si hubiese destruido la puerta, nos habrían oído, y además…
—comentó a la vez que levantaba el juego de llaves que había estado incrustado segundos antes
en la puerta—, ahora tenemos la clave de la libertad de nuestros compatriotas.
Arlet se lanzó a sus brazos y le dio un efusivo beso en la mejilla.
—Eres el mejor.
—Lo sé. —Miró a ambos lados, asegurándose de que no venía nadie. Usó sus recién liberados
poderes para buscar esa extraña caricia que sentía cada vez que había un ángel cerca, pero no
notó nada—. Vamos, guíame con los otros caídos. No sé cuánto tiempo tardarán en darse cuenta
de que hemos salido y aún tenemos que buscar a los Nefilim.
Sin pérdida de tiempo, Arlet lo condujo por la mazmorra hasta la primera celda que vieron.
Dariel la abrió sin pensárselo dos veces y la joven entró en su interior. Tardó unos pocos segundos
en regresar a su lado junto a un receloso ángel caído, un hombre joven, un poco más may or que
él, de figura atlética y piel bronceada, con intenso y espeso cabello negro y ojos verdes.
Cuando reparó en él, le fulminó con la mirada.
—Ángel.
Arlet se apresuró a interponerse entre ellos cuando el caído se enderezó y avanzó un paso
hacia él, amenazante. Dariel se limitó a cruzarse de brazos y a alzar una ceja.
—No, Jared, él no es un enemigo. Hemos podido salir de la celda gracias a él.
El tal Jared frunció el ceño y lo miró de arriba abajo.
—¿Es un caído? —Rodeó a Arlet y se acercó un poco más a él. Cuando estuvieron a unos
centímetros, su postura se relajó—. Ah… Ya veo, un mestizo —dicho esto, le dedicó una pequeña
sonrisa y le tendió la mano—. Mis disculpas, pero tienes el pelo rubio y los ojos azules, por eso te
he confundido con uno de ellos. Soy Jared.
Dariel aceptó su mano.
—Dariel, y no te preocupes, muchos me confunden con un ángel, pero soy un semidiós.
—Noto la fuerza de tus poderes, es realmente impresionante.
—Mi padre es Zeus —comentó, encogiéndose de hombros.
Sin embargo, Jared se quedó con la boca abierta unos instantes antes de volver a sonreír y
dirigirse a Arlet.
—Buen aliado, Arlet.
Sus ojos grises brillaron.
—Está con nosotros al cien por cien, Jared. Dios vino a verle y trató de ponerlo de su lado,
pero Dariel le lanzó una descarga. Le hirió el brazo.
Jared jadeó y lo contempló con incredulidad.
—¿En serio? ¿Le hiciste sangrar?
Dariel ensanchó su sonrisa.
—Tanto que parecía una peli gore.
Al oír esas palabras, el caído soltó una risotada.
—¡Joder, tendrían que haberte puesto en mi celda!, me habría encantado ver eso.
El semidiós hizo una mueca y miró a su alrededor.
—Si nos demoramos demasiado, tal vez tengas la oportunidad de hacerlo, pero tenemos que
liberar al resto lo más rápido posible e ir a por los Nefilim.
Al instante, el rostro de Jared se volvió serio.
—Está bien. —Dariel se sobresaltó, no esperaba que no lo contradijera—. Abre las celdas y
Arlet y y o sacaremos a los demás, les explicaremos quién eres y que nos estás ay udando. No
creo que duden cuando les digamos que eres mestizo, por regla general, Dios no los soporta.
Así, Dariel se apresuró a abrir las celdas mientras que Jared y Arlet se encargaban de la
situación; les explicaron que habían sido liberados por un semidiós que parecía un ángel, pero que
estaba de su parte y venía a ay udarles, además de que tenían pensado ir a liberar a los Nefilim.
Los presos fueron rápidos y siguieron las instrucciones de los dos caídos de inmediato,
aceptando a Dariel, especialmente tras acercarse a él y asegurarse de que su esencia era la de
un dios mezclado con ángel.
Treintaicinco caídos fueron liberados y se congregaron en torno a él, Arlet y Jared. Este
último le dio la palabra.
—Tú mandas, Dariel. Dinos tu plan y lo que debemos hacer.
El semidiós contempló los rostros de los caídos, de serias facciones y mirada decidida. Era
evidente que estaban preparados para luchar, pese a que llevaban mucho tiempo encerrados y
probablemente estuvieran débiles, pero Dariel estaba dispuesto a protegerlos con toda la fuerza
de su poder.
En otra ocasión, se habría sentido nervioso al ser el centro de atención, pero esta vez,
necesitaba su ay uda para liberar a los Nefilim y regresar a casa.
—Soy Dariel Cronión —anunció utilizando uno de los títulos de su padre. Le pareció adecuado
puesto que y a le habían llamado de ese modo antes—, hijo de Zeus y aliado de Lucifer. Fui
secuestrado para que Dios utilizara mi poder en su beneficio, algo que no voy a permitir de
ningún modo, de la misma forma que no dejaré que vuelvan a encerraros. No solo deseaba
liberaros a vosotros, los caídos, sino que también tengo intención de salvar a los Nefilim. Podéis
marchar ahora al Infierno o venir conmigo, es decisión vuestra.
Nadie hizo ademán de querer marcharse. Dariel estaba seguro de que conocían algún camino
que los llevara al Infierno, por lo que intuy ó que todos querían quedarse a su lado y ay udar a los
demonios.
Uno de ellos se adelantó un paso. Su mirada era firme y decidida.
—Cuando dices Nefilim, ¿te refieres a los que han sido engañados también?
Dariel sintió una opresión en el pecho. Dudaba mucho que pudiera convencer a ese sector en
particular de ir con ellos, sobre todo cuando se habían criado en el Cielo y creían que los ángeles
eran sus aliados. Apesadumbrado, les habló a todos.
—Por lo que he oído, esos Nefilim no vendrán con nosotros por las buenas, y no creo que
tengamos mucho tiempo antes de ser descubiertos —dicho esto, frunció el ceño y miró a Jared
—. A menos que me digáis que hay un modo rápido y sencillo de que nos crean.
El ángel caído negó con la cabeza, entristecido.
—No, no lo hay. No podemos arriesgarnos a ir a por ellos, tendremos que esperar. —Alzó la
vista hacia Dariel y asintió—. Los Nefilim que son usados para los entrenamientos son nuestra
prioridad.
Dariel le devolvió el gesto.
—Está bien. ¿Alguien sabe dónde están?
—Bajo tierra —anunció un joven delgado—, fue así como me convertí en caído. Descubrí el
lugar donde estaban encerrados y vi lo que les hacían.
—Bien, guíanos —ordenó Dariel para después volver a dirigirse a Jared y a otros ángeles de
complexión musculosa—. Creo que puedo apreciar la diferencia entre los que sois guerreros y
los que no. Me gustaría pediros que los que tengáis experiencia en el combate se coloquen en la
retaguardia y en los flancos para proteger al resto. Yo iré al frente, mis ataques abarcan mucho
espacio y distancia y son muy rápidos, si nos sorprende un gran número de contrincantes, puedo
acabar con ellos.
Todos aceptaron sus órdenes e hicieron aparecer sus alas para volar rápidamente, siguiendo al
muchacho que los guiaba. Dariel iba a su lado y atento a la presencia de otros ángeles. No
tuvieron mucha dificultad hasta que llegaron a las escaleras de caracol que conducían al
subsuelo. Penetraron con cuidado, pues Jared le advirtió que al estar allí dentro los Nefilim que
odiaban a los ángeles habría muchos guardias para custodiarlos. Se encontraron con unos cuantos
por el camino, pero puesto que él iba atento, los detectó antes de ser descubiertos y los dejó
inconscientes con fuertes descargas eléctricas.
Así, después de unos largos minutos que se le hicieron eternos, sortearon al último guardia y
llegaron a las lúgubres mazmorras de los Nefilim. A diferencia de las celdas donde estaban los
caídos, la luz del Cielo no alcanzaba ese lugar, siendo iluminado por unas antorchas que hacían
del largo y amplio pasadizo un camino tenebroso. A los lados y al fondo, había jaulas, en las
cuales y acían encerrados y encadenados los Nefilim. Todos gruñeron al centrarse en Dariel,
debido a sus blancas alas, su pelo rubio y sus ojos azules, pero su expresión cambió a otra de total
desconcierto al ver que un montón de caídos lo seguían.
Puesto que habían conseguido las llaves de las celdas y las cadenas, los ángeles negros se
apresuraron a sacarlos y a explicarles quién era Dariel y por qué estaban allí. En total, salieron
veintidós demonios que se congregaron alrededor del semidiós, quien empezó a sentirse un poco
incómodo al verse rodeado de enormes y feroces Nefilim, justo como cuando conoció a los
hermanos de Evar.
Uno de ellos se colocó frente a él. Dariel jadeó al verlo de cerca, a la luz de una antorcha.
Era la viva imagen de Evar, tan grande y musculoso como él, con la piel de color marrón
veteada de dorado, el cabello negro y los ojos castaños.
Supo al instante de quién se trataba.
Stephan avanzó hasta que su cuerpo se detuvo a pocos centímetros del suy o, mirándolo
fijamente a los ojos. Tras echar un vistazo al resto de Nefilim, se dio cuenta de que no había ni
uno solo que no estuviera observándole.
No sabía si eso era bueno o malo. No pudo descifrar por sus miradas si pensaban que era un
ángel a pesar de las palabras de los caídos, o si por otro lado simplemente sentían curiosidad. A
opinión personal, Dariel se sentía bastante amenazado.
De repente, Jared se hizo paso a través de los gigantes demonios y se colocó junto a Dariel.
Parecía tan nervioso e inquieto como él.
—No le ataquéis, ha sido él quien nos ha liberado, quien os ha liberado. Se llama Dariel
Cronión, no es un ángel, es hijo de Zeus… —explicó rápidamente, pero el gruñido de Stephan lo
enmudeció y bajó la vista, aunque no se apartó de él.
Stephan continuó mirándolo fijamente a los ojos, y cuando habló, lo hizo mostrando los
colmillos.
—No.
Esa simple palabra lo dijo todo para Dariel. Estaba muerto. Mierda, mierda, mierda, mierda,
estaba bien jodido si le atacaban todos juntos; por muy semidiós que fuera, no podría ni de coña
con todos, y de todas formas, él jamás dañaría a la familia de Evar. O pensaban que era un ángel
o bien que su sangre de ángel imperaba sobre la de Zeus… Puede que crey eran que
precisamente por eso Dios tenía algún control raro sobre él o que les hubiera tendido una trampa.
Tal vez les habían hecho demasiado daño como para confiar en cualquiera que tuviera una
mínima relación con los ángeles.
De repente, Stephan alzó las manos. Dariel cerró los ojos y esperó un golpe, pero el Nefilim
solo las puso sobre sus hombros y los apretó con fuerza, aunque no la suficiente como para
hacerle daño. Qué extraño. Parecía más bien un gesto amistoso, así que abrió los párpados y
levantó tímidamente la cabeza para encontrarse con la mirada castaña de Stephan. Casi jadeó al
ver la emoción en sus ojos.
—Tu nombre es Dariel Eleuterio —anunció en voz alta y solemne—, el Libertador —dicho
esto, le soltó, se alejó tres pasos y, ante la atónita mirada del semidiós, le hizo una profunda
reverencia con las alas extendidas.
De repente, todos los Nefilim imitaron el gesto de Stephan, haciendo que Dariel se sintiera
confuso y recordara esas películas en la que los súbditos se inclinaban ante su rey. Fue algo un
poco incómodo, pero por la forma en la que lo contemplaban los caídos y Jared, con amplias
sonrisas, supuso que era algo bueno.
Unos segundos después, gracias a los dioses, se incorporaron y Stephan habló de nuevo.
—Mi raza está en deuda contigo, Eleuterio, y los Nefilim no olvidaremos que te debemos
nuestra libertad y nuestras vidas.
Dariel hizo una mueca.
—Hombre, podríais esperar a que os sacara de aquí, ¿no crees?
Stephan negó con la cabeza.
—Nos has quitado las cadenas y liberado de nuestras celdas. Si alguien intenta detenernos,
podremos luchar.
Conociendo perfectamente la terquedad de los demonios, decidió dejar el tema.
—Como quieras, Stephan.
El susodicho frunció el ceño.
—¿Conoces mi nombre? ¿Te han hablado de mí?
Dariel le dedicó una sonrisa.
—Conozco a tu hermano, Evar.
Tras escuchar sus palabras, Stephan se sobresaltó y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Mi aimou sigue vivo?
—Sí, él está bien. —De repente, recordó que Evar se estaba enfrentando a cinco dioses
griegos cuando él fue secuestrado, pero y a había luchado con anterioridad contra ellos y ahora
tenía de su lado a Nico, Skander, Matt y los lobos… Seguro que estaría bien, tenía que creerlo.
—¿Qué otros Nefilim conoces? —preguntó otro demonio.
—Nico, Skander, Damián, Kiro y Zephir…
—¡¿Zephir?! —exclamó alguien.
La multitud se hizo a un lado para dejar paso a tres Nefilim. De nuevo, Dariel se quedó con la
boca abierta al verlos. Era réplicas exactas de Zephir, enormes y musculosos, con la piel
esmeralda decorada con ese extraño dibujo de telaraña gris, el pelo castaño oscuro y los claros
ojos verdes.
Uno de ellos, el que estaba en medio, se adelantó un paso más con la mirada esperanzada.
—Has dicho Zephir, ¿verdad? ¿Se parece a nosotros?
—Es exactamente igual que vosotros —logró decir Dariel tras recuperarse de la sorpresa.
Los tres demonios se miraron con los ojos anegados de lágrimas y se abrazaron entre ellos. El
semidiós solo pudo quedarse con la boca abierta cuando escuchó que sollozaban suavemente.
—¿Qué…?
—Ellos son Estigio, Pandáreo y Herodion —comentó Stephan, acercándose a él de nuevo—.
Son los hijos de Zephir.
Dariel abrió los ojos como platos y contempló a los tres Nefilim que seguían abrazándose y
llorando. Llegó a escuchar que decían algo en su lengua materna y se dio cuenta de que estaban
sonriendo.
—Están felices de saber que su padre está vivo. Cuando Zephir fue capturado por mí y mis
hermanos, ellos fueron condenados a ser carnada para los ángeles como venganza contra él, y a
que logramos mostrarle que había sido engañado —dicho esto, le dedicó una mirada agradecida
—. No estábamos seguros de si nuestros seres queridos seguían con vida. Gracias.
—No tienes que dármelas —dijo Dariel, encogiéndose de hombros—. Supongo que fue bueno
que me secuestraran, después de todo, me ha llevado hasta vosotros.
—¿Puedo olerte? —le preguntó de repente, haciendo que le mirara extrañado y confuso.
Stephan hizo una mueca—. Creo haber olido a Evar en ti, ¿te importa si me acerco?
Tras unos segundos de duda, hizo un gesto negativo y el Nefilim avanzó unos pasos, hasta que
sus cuerpos casi se rozaron. Stephan inclinó un poco la cabeza e inhaló. Escuchó que dejaba
escapar un ronroneo suave, antes de que le olfateara de nuevo y se tensara. De repente, las
manos del demonio volvían a estar sobre sus hombros y Dariel miró sus ojos incrédulos.
—¿Estás con mi hermano? ¿Eres su frádam?
No comprendió lo que significaba esa palabra, pero supuso que quería decir si eran pareja…
Un momento, ¿cómo demonios lo había sabido?
—¿Cómo has…?
—Lo huelo en ti, no solo en tu ropa, sino en tu piel. Su olor es muy fuerte… —se detuvo a
mitad de frase y levantó la vista, mirando a alguien. Cuando Dariel le imitó, se dio cuenta de que
estaba contemplando a Arlet, quien le dedicó una sonrisa sincera. No vio dolor o tristeza en sus
ojos, sino más bien felicidad.
—Sabía que pasaría, Stephan. Esta vez, Evar ha escogido bien.
Dariel hizo una mueca. No le había dicho nada a Arlet, pero él tenía toda la intención de dejar
que Evar escogiera con quién quería estar. No le guardaría rencor si elegía a la joven, ella era
buena y le amaba, sabía que no volvería a hacerle daño, y él quería lo suficiente a su demonio
como para desearle la felicidad, así que no se interpondría entre ellos…
Se obligó a dejar de pensar en ello. Tenían que salir de allí, eso era lo primero. Estaba
convencido de que Evar habría salido sano y salvo del combate contra los griegos, era fuerte y
sus hermanos estaban con él para protegerle. Además, Matt y su manada habrían derrotado a los
ángeles y tal vez les estuvieran echando una mano. Puede que incluso estuviera buscándole.
Tenía que regresar a su lado. Con esa idea en mente, miró a Jared y a Stephan con seriedad.
—Escuchad, tenemos que salir de aquí cuanto antes. ¿Cómo podemos ir al Infierno?
Ante esas palabras, Stephan se adelantó un paso y lo miró con seriedad.
—No podemos irnos todavía.
Dariel se sobresaltó, sorprendido por esas palabras. Sin embargo, tras pensarlo un poco,
sospechó los motivos por los que no quería marchase.
—No podemos salvar a los Nefilim que creen que los ángeles están de su parte. Sé que es
duro, pero no creo que tengamos mucho tiempo para…
—No es eso —le interrumpió Stephan—. Los ángeles tienen nuestros thisos.
El semidiós frunció el ceño, confuso.
—¿Vuestros qué?
—Thisos. No sé cómo los llamáis, pero no podemos irnos sin ellos.
Jared colocó una mano sobre el hombro de Dariel, llamando su atención.
—Thisos, en su lengua, significa tesoros. Cada Nefilim tiene los suy os, son extremadamente
importantes para ellos, morirían antes que dejarlos abandonados a su suerte. —Dariel abrió la
boca para decir algo, pero el caído le interrumpió—. No es lo que piensas, no son bienes
materiales, sino algo mucho más valioso. No se marcharán sin ellos, y los caídos tampoco lo
haremos.
Dariel entrecerró los ojos, pensativo. No quería perder más tiempo, hasta ahora habían tenido
mucha suerte, pero estaba seguro de que eso no duraría eternamente. Temía que si iban a por los
tesoros de los Nefilim, serían descubiertos y los ángeles irían a por ellos, entonces, por muy
poderoso que fuera él y a pesar de la ay uda de los Nefilim y los caídos… Probablemente les
encerrarían de nuevo, y esta vez, estarían más vigilados y sería imposible escapar.
Pero, por otro lado, si esos tesoros eran tan importantes para ellos… Él no sabía si sus vidas
dependían de eso o tal vez de alguna otra cosa. El mundo sobrenatural era extraño, y aún no
conocía lo suficiente a los Nefilim como para deducir si sus vidas o almas estaban conectadas a
ellos.
Una idea aterradora cruzó sus mentes. ¿Y si mediante esos tesoros Dios podía controlarlos?
—¿Dios tendría poder sobre vosotros si se quedan aquí? —le preguntó a Stephan, quien asintió
sombríamente.
—Mucho. Él los utiliza para que no opongamos resistencia cuando nos llevan a la sala de
entrenamiento y para que no matemos a sus ángeles.
Dariel asintió. Entonces, no tenían elección.
—De acuerdo, ¿dónde están?
—En una de las salas de los pisos superiores. A veces nos dejan estar allí para asegurarnos de
que no los han destruido.
—Bien, guíanos hasta allí, pero no te precipites o será imposible que salgamos de aquí. Yo iré
contigo para asegurarme de que nadie da la voz de alarma.
Stephan le dedicó una mirada llena de agradecimiento y, para su inmensa sorpresa, le dio un
abrazo muy similar al que daría un oso.
—Eres un buen hombre, Eleuterio. Arlet tiene razón, mi aimou escogió bien.
Dariel se sonrojó un poco, para nada acostumbrado a los halagos, pero lo olvidó rápidamente
y empezó a trazar un plan. Stephan y Jared le explicaron cómo era el terreno que iban a pisar y,
por desgracia, no tenía buena pinta. Detestó que el Infierno tuviera ventanales por todas partes y
que siempre estuviese bien iluminado. Tenía que dirigir a treintaicinco caídos y veintidós Nefilim,
¡por todos los dioses!, alguien tendría que verlos llegar.
Tampoco podía arriesgarse a separar el grupo. Los que fueran con él tendrían ventaja y a que
contaba con sus poderes para dejar rápidamente inconscientes a los guardias que patrullaban el
edificio, pero los demás puede que no tuvieran tanta suerte y fueran detenidos.
—¿Y si les engañamos? —propuso Arlet de repente. Tanto él como Jared y Stephan la
miraron confundidos.
—¿A qué te refieres? —interrogó Dariel.
Arlet cerró los ojos con fuerza y se concentró. De repente, sus alas se volvieron blancas, y su
maltrecho vestido se arregló por sí solo. Su cabello se aclaró hasta convertirse en hilos de oro, y
sus ojos grises, al abrirse, adoptaron un tono azul brillante.
Dariel se quedó con la boca abierta.
—¿Cómo has hecho eso?
Arlet parpadeó y su aspecto volvió a ser el mismo de antes.
—Los ángeles nos dividimos en dos secciones; los que son guerreros y los que empleamos la
magia. Lo que he hecho no ha sido más que una ilusión.
Jared se sobresaltó a su lado.
—Este edificio es una prisión, la may oría de los que están aquí son guerreros, no se darían
cuenta del engaño. —Su mirada verdosa resplandeció esperanzada cuando contempló al grupo—.
Veo que tenemos unos cuantos que saben utilizar la magia, ¿creéis que podrías realizar una ilusión
que nos oculte a todos?
Uno de los ángeles negros se adelantó unos pasos. Parecía un hombre que superaba los
cuarenta años, de complexión robusta, cabello y barba rubios oscuros y ojos marrones.
—Yo fui una dominación, mi nivel mágico es alto, puedo crear y o mismo la ilusión y que el
resto de ángeles me ay uden a mantenerla con su energía.
—Nosotros dos somos principados —dijo otra ángel caída acompañada por un hombre—.
También somos fuertes con la magia, te ay udaremos a que el hechizo los cubra a todos.
El resto de caídos que sabían emplear la magia se ofrecieron inmediatamente a ay udar.
Dariel repasó de nuevo el recorrido e hizo una mueca.
—Somos cincuentainueve personas. Llamaríamos demasiado la atención…
—Podemos dividirnos —sugirió Jared—, una cosa es separarnos bajo nuestro verdadero
aspecto, ¿pero transformados en ángeles? Iremos en distintas direcciones y nos reuniremos en la
sala donde están los thisos. Creo que con ser seis grupos de diez personas no será muy
sospechoso, en cada uno de ellos debería haber uno o dos que sepan emplear la magia.
Dariel asintió, de acuerdo con la idea.
—Está bien. Recordad esperar en los pasillos contiguos a la sala. Si los guardias nos ven a
tantos sospecharán. Yo, Jared, Stephan, Arlet y unos pocos más nos encargaremos de los guardias
que la custodian. Después, podréis entrar para coger los thisos y luego escaparemos, ¿de
acuerdo? —Todo el mundo asintió y comenzaron a formarse los grupos. Dariel desvió su atención
hacia Jared—. ¿Alguna idea de cómo salir de aquí?
—Tenemos que llegar a las puertas del Cielo —dijo el caído antes de que sus facciones se
contrajeran de rabia—. Esto es la prisión donde caídos y Nefilim somos encerrados, por lo que
nuestra vía de escape está en la otra punta del Cielo.
Dariel se estremeció, recordando lo inmenso que era el Infierno.
—Mierda… —murmuró—. La ilusión no durará tanto, ¿verdad?
—Ese no es el problema, el problema es que cuando salgamos de aquí, habrá ángeles de
todas las clases merodeando por los alrededores, por lo que alguno que use la magia se dará
cuenta y alertará a los guerreros de Miguel —dicho esto, le miró con el ceño fruncido—. Puede
que incluso se presente Dios. Eres muy valioso, querrá mantenerte aquí.
El semidiós soltó una palabrota cuando, de repente, la luz se hizo en su mente y esbozó una
amplia sonrisa.
—Lo tengo.
—¿Qué? —preguntaron Jared, Stephan y Arlet al mismo tiempo.
—Los ángeles que están aquí, ¿cuántos de ellos están al tanto de todo lo que ha hecho Dios?
El caído lo miró confuso.
—¿Qué quieres decir?
—Arlet me dijo que no todos los ángeles saben lo que Dios ha estado haciendo durante
milenios. Si somos descubiertos, todo lo que tenemos que hacer es coger rehenes, muchos, a ser
posible, e inofensivos. Amenazaremos con hacerles daño, y así Dios no tendría más remedio que
dejarnos marchar porque de lo contrario, toda su tapadera estará en peligro. Y si se niega…
—Los otros ángeles verán que no es lo que creían —adivinó Jared, su rostro volvía a estar
iluminado por una gran sonrisa—, se convertirían en caídos y entonces nosotros podríamos
mostrarles lo que nos han hecho y todo el dolor que Dios ha causado.
—¡Sí! —gruñó Stephan con satisfacción.
Arlet le frotó el hombro a Dariel, también sonriendo.
—Eres increíble.
Él le devolvió la sonrisa.
—Aún no cantes victoria. Vamos a por los thisos y a salir de aquí.
Tras decir esas palabras, muchos desearon gritar para mostrar su apoy o, esperanzados ante el
ingenioso plan de Eleuterio pero, en vez de eso, permanecieron en silencio, procurando no alertar
a sus enemigos de que estaban libres. Los grupos y a estaban listos y, poco a poco, salieron de las
mazmorras con el grupo de Dariel a la delantera, el cual se aseguraba de que los guardias
siguieran inconscientes o de lanzar descargas a los pocos que aún quedaban en pie.
Una vez estaban a punto de subir las escaleras, el semidiós levantó el puño, dando la señal
para que se realizara la ilusión. Después, alzó tres dedos, indicándoles que los grupos debían salir
cada tres minutos para evitar cualquier sospecha en el caso de que hubiese ángeles en los
alrededores, y les recordó en voz baja que actuaran con normalidad. A continuación, él, Arlet,
Jared, Stephan y otros cuatro ángeles y un Nefilim más, salieron de la oscuridad y se adentraron
en territorio enemigo.
Dariel no necesitaba ser envuelto por el hechizo gracias a su apariencia, así que se adelantó
un poco para asegurarse de atacar rápidamente a otros ángeles en el caso de que fuesen
reconocidos. Cuando se cruzaron con un grupo de tres, se puso tenso e instó a sus poderes a
prepararse, aunque se aseguró de que no salieran a flote para evitar que sintieran su esencia
como lo habían hecho los caídos al estar cerca de él. Gracias a los dioses, los ángeles les
dedicaron una sonrisa amistosa acompañada de un saludo y siguieron su camino. Lo mismo
sucedió con los otros que se encontraron por el camino, hasta que finalmente llegaron a su
destino.
Dariel y los demás se detuvieron en el pasillo que los ocultaba de los guardias que custodiaban
la sala de los thisos, cuy as puertas eran de cristal opaco con rejas de plata. El semidiós se asomó
disimuladamente para analizar la situación. Sí, tal y como le había dicho Stephan, había cuatro
ángeles ante las puertas.
Al regresar con sus compañeros, el Nefilim, todavía bajo la forma de un ángel enorme, le
miró con ansiedad.
—¿Cómo vamos a entrar? Esa puerta no es como las nuestras, no se necesita llave, sino que
los guardias mismos las abran.
—¿Cómo es eso? —preguntó él con el ceño fruncido.
—Es como una especie de clave mental —le explicó Jared—. Dios utiliza múltiples hechizos
para proteger esa sala, y solo les da el poder para abrirla a unos guardias determinados que, a su
vez, entregan ese control a sus relevos, así Dios se asegura de que nadie más obtiene los medios
para entrar en esa habitación. Le aterra que le arrebaten el control sobre los Nefilim —murmuró,
asqueado.
Dariel pensó velozmente, absorbiendo la información y recordando todo lo que sabía sobre
dicha habitación. De repente, encontró una solución.
—Stephan, dijiste que a veces os dejan entrar en la sala, ¿verdad?
El Nefilim asintió.
—Sí, para asegurarnos de que no han destruido nuestros thisos.
El semidiós sonrió a la vez que Jared lo miraba con curiosidad.
—¿Qué has pensado?
En vez de responder, Dariel miró a Arlet y al otro ángel que estaban realizando la ilusión.
—Dadles a los Nefilim su verdadera apariencia y haced que parezca que están encadenados.
Los demás acompañadme y seguidme el juego. En cuanto abran las puertas, dejadlos
inconscientes —dicho esto, esperó a que cumplieran sus órdenes e inspiró hondo. Él nunca había
sido de protagonizar una escena, pero haría lo que fuera para sacar a todos de allí sanos y salvos.
Salió del pasillo y caminó hacia los guardias con naturalidad. Estos se tensaron al sentir su
presencia, pero al reparar en sus alas blancas, su pelo rubio y sus ojos azules, se relajaron y
sonrieron.
—Hola, compañero, veo que traes a otros dos.
Dariel suspiró como si estuviera cansado.
—Sí… Estas bestias me tienen harto, no paran de decir que hemos destruido sus estúpidos
tesoros.
Uno de los ángeles soltó una risilla.
—Sí que es verdad que son unos pesados. Eres nuevo, ¿verdad? —Dariel se quedó paralizado,
temiendo que le preguntara dónde había trabajado antes, pero el guardia siguió hablando—.
Tranquilo, acabarás acostumbrándote a sus lloriqueos y quejas, pero recuerda que tienes que
acceder a que los vean. No queremos que maten a alguien mientras jugamos con ellos.
A Dariel le vinieron a la cabeza los recuerdos de Skander y se enfureció. No pudo evitar
preguntarse si los otros Nefilim que estaban con él habrían recibido esa clase de abusos, pero
trató de olvidarlo y de apagar su furia. Tenía que conseguir que le abrieran las malditas puertas,
de lo contrario, ni los demonios ni los caídos ni él saldrían del Cielo.
—Entiendo. Gracias por tu consejo.
—De nada, es una mierda tratar con estos monstruos, pero nos son muy útiles.
—Lo sé —coincidió Dariel—, son jodidamente fuertes.
—Ah… ¿Has tenido que pelearte con uno de ellos? —preguntó divertido otro guardia.
—Mierda, no. No me gustaría que me metieran en sus jaulas.
Los cuatro ángeles rieron y se hicieron a un lado.
—Vamos, pasad. Dad dos golpes en cuanto creáis que esos cabrones han tenido suficiente —
dicho esto, las puertas de la sala empezaron a abrirse, pero Dariel no se atrevió a avanzar hasta
que estuvieron completamente abiertas. En cuanto se encontró a la misma altura que los
guardias, echó un vistazo atrás, dándole a sus compañeros la señal que tanto habían estado
esperando.
De repente, los guardias se vieron metidos de lleno en una emboscada. Dariel atacó al que
tenía más cerca con una descarga, Jared cogió a otro por detrás y le tapó la boca para evitar que
soltara ningún grito mientras que otro caído le daba puñetazos en el estómago, Stephan y el otro
Nefilim se abalanzaron sobre los dos restantes, uno acabó empotrado contra la pared y el otro en
el suelo.
Una vez vencidos, el hermano de Evar le lanzó al semidiós una sonrisa divertida.
—Cada vez me gustas más, Eleuterio.
Este solamente asintió y buscó con la mirada en los pasillos de los alrededores. Vio
rápidamente a algunos ángeles asomados, contemplándolo en silencio y expectantes. Dariel
intuy ó de inmediato que eran los otros grupos y les indicó con un gesto que se acercaran
rápidamente.
A los Nefilim les indicó que pasaran y cogieran sus thisos, mientras que a los caídos les
encargó otras tareas; que ay udaran a los demonios, que vigilaran las puertas y los pasillos para
asegurarse de que nadie se diera cuenta de la infiltración y a unos pocos que le echaran una
mano para meter a los guardias dentro de la sala y así evitar que nadie los viera.
Después de haberlos organizado a todos, Dariel contempló la sala. Era redonda y hacía
bastante calor. Las paredes no eran otra cosa que estanterías llenas de… ¿qué?
Sacudió la cabeza, confuso, se frotó los ojos y volvió a contemplar lo que creía haber visto.
No, no se había equivocado, lo único que había en los estantes no eran otra cosa que huevos; eran
bastante grandes, más o menos del tamaño de medio brazo, cuy a cáscara parecía tener un tacto
rugoso, y había de todos los colores, la gran may oría tenían dos o tres tonos mezclados con
diferentes dibujos.
Su sorpresa aumentó al ver que los Nefilim los cogían con suma delicadeza y los dejaban
entre sus brazos. La gran may oría llevaban entre uno y tres, pero se dio cuenta de que otros
solamente se quedaron cerca para observarlos e incluso ofrecerles llevar alguno.
—¿Sorprendido?
Dariel dio la vuelta para encontrarse con Arlet, quien le dedicó una leve sonrisa. Él frunció un
poco el ceño.
—Lo cierto es que me esperaba otra cosa.
Ella asintió, comprensiva.
—Yo nunca los había visto, ni siquiera Evar me lo contó. Stephan me dijo que Damián le
prohibió contarme lo que eran. Supongo que esa misma prohibición te fue aplicada a ti.
—Nunca vi que Evar tuviera ninguno, ni siquiera en su casa.
—Tal vez aún no los tenga.
—¿Qué quieres decir?
Arlet iba a responder cuando, de repente, alguien gritó con fuerza pidiendo ay uda. Aterrado y
pálido, Dariel se giró velozmente para centrar sus iracundos ojos en uno de los ángeles que había
despertado y que rugía a pleno pulmón que había intrusos. Ya estaba a punto de lanzarle una
descarga cuando Jared le dio un puñetazo en la cara que lo lanzó al suelo y lo dejó inmóvil. Sus
ojos verdes se encontraron con los suy os, tan asustados como Dariel se sentía.
Surgido de la nada, un sonido fuerte y estridente resonó en las paredes e hizo eco en todo el
edificio. El semidiós no necesitó preguntarle al caído para saber lo que era.
—Nos han descubierto —susurró Arlet, horrorizada.
—¡Corred! —gritó Dariel con todas sus fuerzas y dejó que sus poderes tomaran el control de
su cuerpo, preparado para lo que fuera que estaba a punto de venir.

Lucien contempló con irritación cómo Zeus se masajeaba pensativo una sien. Acababa de
explicarle rápidamente lo que había sucedido; que Hera había hecho un trato con Dios para
llevarse a su hijo Dariel y matarlo, pero que por ahora se encontraba en el Cielo y necesitaba su
ay uda para recuperarlo.
Llevaba así unos minutos, y él se estaba impacientando, al igual que Evar. El Nefilim estaba
de pie, con los brazos a los lados y el cuerpo completamente rígido. Sus facciones tensas
observaban con impaciencia al dios, quien se había sentado en una de las sillas cómodamente,
como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Si no se daba prisa, Evar se abalanzaría sobre él, de eso Lucien no tenía ninguna duda. Así que
tendría que acelerar un poco las cosas.
—Creía que te preocupabas por tus hijos, pero te veo muy tranquilo —dijo en un tono seco.
Zeus le lanzó una mirada fulminante.
—Y me preocupan.
—¿Quién lo diría viéndote de brazos cruzados?
El dios se levantó lentamente, dejando que todos los presentes percibieran el aura agresiva
que desprendía cada poro de su piel, acompañada por chispas que salían disparadas de su cuerpo.
—Yo me preocupo por todos y cada uno de mis hijos. Sé dónde están y les dejo siempre una
excelente protección. Por eso sé que ninguno de ellos está en el Cielo. —Su rostro se crispó por la
ira—. Estás intentando que me vuelva contra Dios para ay udarte a apoderarte de su trono
utilizando mi amor por mis hijos —dicho esto, apretó los puños con fuerza y le lanzó tal mirada
de odio que Lucien no comprendía cómo no estaba en el suelo expirando su último aliento—.
Pensaba que todas esas historias que circulan sobre ti eran mentiras, pero y a veo que eres más
despreciable de lo que pensaba —y tras pronunciar esas palabras, dio media vuelta y se dirigió a
la salida. Lucien se dispuso a detenerlo, pero antes de que pudiera hacer nada, Evar se abalanzó
sobre el dios, lo cogió por el cuello y lo estrelló contra la pared con un rugido de rabia.
Zeus lo miró al principio con sorpresa, pero después fue la furia lo que oscureció sus ojos.
—¿Osas desafiarme, criatura insignificante? ¿Acaso sabes quién soy ?
Evar le mostró los colmillos, iracundo y desesperado. Su Dariel le necesitaba, tenía que llegar
al Cielo antes de que le hicieran daño o le mataran, ¿y este gilipollas se atrevía a poner en duda
que el amor de su vida era su hijo? ¡A la mierda! Aunque tuviera que llevarlo a rastras, lo
conduciría al puto Paraíso y lo obligaría a derribar sus puertas, y por sus jodidos huevos que no
saldría de allí hasta que encontraran a su frádam.
—Eres el mismo hijo de perra que abandonó a mi Dariel a su suerte, ¿tienes la menor idea de
por lo que ha tenido que pasar porque tú no te molestaste en averiguar si habías dejado a su
madre preñada? ¿Tienes la menor idea de lo que le harán en el Cielo?, ¿de las torturas a las que lo
someterán? ¡Le arrancarán las alas! ¡Le acuchillarán y le golpearán hasta que no pueda tenerse
en pie! ¡Y si no les da lo que quieren, le destriparán vivo! ¡¿Y tú te haces llamar padre?! —gritó
con todas sus fuerzas, cada vez más y más aterrado ante las imágenes que se infiltraban en su
cabeza y permanecían allí ancladas, sintiendo un profundo dolor en el pecho que se extendió a
cada milímetro de su cuerpo, deseando rugir y volar hasta donde estuviera su Dariel e impedir
que le pusieran un dedo encima, aunque eso significara sacrificar su vida y su libertad.
Por desgracia, Zeus apenas le prestó atención. Golpeó su mano contra su estómago y le lanzó
tal descarga eléctrica que Evar salió por los aires antes de aterrizar sobre sus manos y patas en el
suelo. El ataque le había herido, pero no muy gravemente, le dolía y exasperaba más el hecho de
que el dios tuviera tan poco interés en Dariel.
—Yo no tengo ningún hijo llamado así —declaró con los ojos entrecerrados y contemplando
a Evar—. Comprendo que hay alguien importante para ti en el Cielo, pero y o no tengo nada que
ver con eso. —Volvió a girarse y se dirigió a la salida de la biblioteca, preparado para marcharse
y pensando en tener unas palabras con Hefesto…
—¿Y qué hay del ángel a la que dejaste preñada? —preguntó Lucien a su espalda.
Zeus se detuvo en seco.
—¿Ángel? —su voz fue apenas un susurro.
—Te acostaste con un ángel, ¿verdad? —repitió el Diablo con un gruñido y cruzando los
brazos—. Te la follaste y la abandonaste con un hijo tuy o en su vientre, no me sorprende que no
lo supieras porque esa es tu actitud en lo que se refiere a todas tus amantes.
El dios se giró con lentitud y taladró a Lucifer con la mirada.
—Eliane no se quedó embarazada, me lo habría dicho.
—A menos que los ángeles la hubiesen matado por dar a luz a un ser lo suficientemente
poderoso como para destronar a Dios —comentó Lucien, dedicándole una mirada sombría.
El rostro de la divinidad palideció.
—¿Eliane está muerta?
—Teniendo en cuenta que Dariel no la conoció y que se crio en un orfanato, suponemos que
lo está.
—No lo entiendo, si fue así, ¿por qué no acudió a mí para que la protegiera?
—No lo sé. Solo sé que Dariel es hijo tuy o por la naturaleza de sus poderes.
Zeus estrechó los ojos, contemplando al Diablo con cierta sospecha.
—¿Y qué haría un hijo mío involucrado contigo? ¿Por qué no acudió a mí en cuanto supo
quién era?
—Tal vez no quiera verte —masculló Matt, haciendo que Zeus reparara en su presencia y, por
supuesto, en el aura que desprendía. Hizo una mueca de asco.
—Un bastardo de Afrodita, ¿qué haces tú aquí?
—Dariel es amigo mío, vengo a ver si puedo ay udar y, por si no te has dado cuenta, estamos
perdiendo el tiempo aquí.
Zeus le lanzó una mirada asesina, pero en vez de atacarle, inspiró hondo y cerró un momento
los ojos. Finalmente, miró al Diablo con una expresión desconfiada.
—No me creo todavía toda esa historia de que ese chico que está en el Cielo sea hijo mío,
pero no quiero arriesgarme a que sea verdad y no protegerle. Os acompañaré al Cielo hasta que
descubra qué estás tramando, Demonio.
Lucien asintió, profundamente aliviado, y miró a los Nefilim.
—Damianos, ¿estáis todos preparados?
—Lo estamos —gruñó Evar con impaciencia. Quería ir cuanto antes al Cielo y encontrar a su
Dariel. Y ahora que Zeus estaba momentáneamente de su parte, no habría nada que pudiera
detenerlos, mataría a todo aquel que tratara de impedirle llegar hasta su frádam.
—Bien. Pues y a estáis saliendo cagando leches —ordenó Lucien segundos antes de que Zeus
se desmaterializara con un brillo dorado junto a los Nefilim y Matt. El Cielo les esperaba, y no se
imaginaban para nada lo que iban a encontrar allí.
Capítulo 19. El Infierno en el Cielo
“Antes o después, a todos nos llega en esta vida un demonio propio que nos persigue y
atormenta y a fin de cuentas hemos de luchar contra él.”
DAPHNE DU MAURIE R

Dariel salió volando de la sala seguido por Arlet, Jared, Stephan y el resto de caídos y
demonios. No podía dejar de maldecir en su fuero interno al ángel que se había despertado,
tendría que haber estado más atento a sus prisioneros en vez de quedarse embobado con los thisos
e intentar averiguar qué significado tendrían para los Nefilim. Ahora, por culpa de su descuido,
había puesto en peligro a caídos y demonios, y no tenía ni idea de cómo recorrerían un tramo tan
largo hasta la salida del Cielo.
Tenían que conseguir salir de la prisión al menos y, una vez ahí, tomar tantos rehenes como
fuera posibles, y cuanto más inofensivos, mejor. Los ángeles que no estuvieran al tanto del cruel
ser al que servían no tolerarían que Dios los dejara a su merced.
Nada más salir de la sala, se encontraron con un par de docenas de ángeles que vestían
armaduras de acero, plata y oro, en cuy as manos portaban lanzas, espadas y arcos con flechas.
Dariel se detuvo al verse rodeados. Escuchó a sus espaldas maldiciones e insultos por parte de los
caídos y feroces gruñidos por la de los Nefilim.
Uno de los ángeles, que supuso que sería el líder, se adelantó un poco manteniéndose en el
aire y mirándole con seriedad.
—Deshaced la ilusión inmediatamente.
Dariel intercambió una mirada con Arlet y ella asintió antes de dirigirse a los caídos que
empleaban la magia. El hechizo se desvaneció, dejándoles a la vista y sorprendiendo a todos los
guardias, quienes soltaron exclamaciones al darse cuenta de que los Nefilim a los que habían
maltratado durante milenios estaban fuera de sus jaulas, sin cadenas y, lo peor de todo, con sus
amados tesoros en las garras, por lo que no había nada que les impidiera hacerles pedazos.
El que los dirigía centró sus ojos en Dariel.
—Tú, ¿por qué les ay udas? ¿Acaso te han amenazado de alguna manera?
El semidiós tembló de rabia al comprender que le habían confundido con un ángel. Detestaba
que le compararan con esos perros falderos que creían cada mierda que soltaba Dios.
—No. Les he liberado porque me ha salido de los huevos, gilipollas.
Este frunció el ceño y retrocedió un poco. Dariel logró vislumbrar un atisbo de temor en sus
ojos azules.
—Es imposible, no tienes alas negras, sigues siendo un ángel de Dios.
Ante esas palabras, soltó una amarga risotada al mismo tiempo que se acercaba más a los
ángeles. Tenían que salir de allí, no importaba el cómo o lo que tuviera que hacer, pero ese día,
caídos y Nefilim serían libres de una vez por todas.
Dejó que sus poderes tomaran el control de su cuerpo; chispas azules brotaron por todas
partes, y sus ojos empezaron a brillar más de lo normal, haciendo que sus contrincantes
retrocedieran al sentir el enorme torrente de energía que estaba acumulando en su interior y que
estaba a punto de ser liberado.
—Yo nunca he sido uno de vosotros —dicho esto, los relámpagos surcaron la estancia,
rompiendo los ventanales, agrietando las paredes, agujereando el techo e impactando en sus
enemigos, que caían como moscas al suelo, quién sabe si inconscientes o muertos, teniendo en
cuenta la potencia del ataque.
Se hizo el silencio, interrumpido únicamente por la campana que todavía sonaba, anunciando
que los prisioneros estaban libres. Dariel jadeó, no había lanzado un ataque tan fuerte desde la vez
en la que provocó una tormenta en el Infierno. No estaba muy cansado, pero notaba la cantidad
de poder que había empleado.
Arlet voló a su lado y le cogió delicadamente por el brazo.
—¿Te encuentras bien?
Él asintió.
—Sí, no es nada. —Hizo una pausa, concentrándose. Tal y como temía, venían más a por
ellos—. Tenemos que darnos prisa y salir de aquí.
Tras esas palabras, se pusieron en marcha. Gracias a los ventanales rotos, salieron al exterior.
Dariel no se paró a contemplar la belleza de los jardines del Paraíso, una enorme extensión de
praderas verdes con árboles repletos de frutos y flores de todos los colores, con casas blancas
bien iluminadas donde moraban los ángeles y tal vez las almas humanas que terminaban allí. No,
estaba demasiado ocupado tratando de cruzar el maldito Cielo a gran velocidad, deteniendo a
todos los guerreros que se interpusieron en su camino, algo sencillo puesto que la campana había
sonado hacía apenas unos pocos minutos y nadie estaba preparado para atacar a treintaicinco
caídos, veintidós Nefilim y un semidiós, todos ellos muy cabreados y ansiosos por conseguir la
libertad con la que tanto habían soñado a lo largo de los siglos.
Al menos, eso era lo que pensaba Dariel cuando una lluvia de flechas se cernió sobre ellos.
Muchos cay eron heridos, entre ellos Stephan y él mismo. Todos se detuvieron y aquellos que no
habían sido alcanzados formaron una barrera que los separaba de una enorme horda de ángeles
que se dirigía hacia ellos. Dariel solo fue hasta Stephan, quien era sostenido por Jared y el otro
Nefilim que les había acompañado.
—¿Estás bien?
El demonio gruñó, apretando sus tesoros contra su pecho con un brazo, mientras que con la
otra mano se arrancaba la flecha de la pata.
—Esto no es nada. Tantos años siendo usado como carnada me han enseñado a aguantar una
gran cantidad de dolor.
Dariel asintió y contempló al centenar de ángeles que se acercaba a una peligrosa velocidad.
Su mente pensaba a toda prisa, buscando un modo de salir de esta… pero solo había uno.
Resignándose, Dariel inspiró hondo y miró a Jared y a Arlet.
—Sacadlos a todos de aquí. Yo me encargaré de ellos.
Todo aquel que se hallaba cerca lo miró con los ojos como platos.
—¿Estás loco? —masculló Jared—. Por muy semidiós que seas, ese es el ejército de Miguel,
y tan solo una pequeña parte; van a venir muchos más, no puedes contra todos ellos.
—Lo sé —coincidió Dariel con seriedad, sin apartar la mirada del enemigo que se acercaba
—, pero aguantaré el tiempo necesario para que podáis escapar de aquí. Mis ataques abarcan
mucho espacio, puedo detenerlos a todos a la vez y a partir de ahí atacar a diestro y siniestro.
Estoy seguro de que duraré un rato.
—¿Vas a sacrificarte por todos nosotros? —preguntó un incrédulo Stephan.
—No me matarán. Soy muy valioso, ¿recuerdas?
—No —murmuró Arlet con los ojos llenos de lágrimas—, ¿qué pasará con Evar? ¿Eres
consciente del dolor que le causarás?
Al oír esas palabras, Dariel se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el vientre.
Lamentaba no haber podido tener un poco más de tiempo con él pero, tal vez, con el tiempo,
encontraría la forma de escapar de nuevo y regresar… Siempre y cuando Dios decidiera que le
era útil.
Cogió a la joven de la mano y se la estrechó con una diminuta sonrisa.
—Tú y Stephan estaréis con él —dijo con un nudo en la garganta—, prometedme que le
cuidaréis… y decidle que le amo.
Arlet se echó a llorar y lo abrazó con fuerza. Del mismo modo, Stephan los envolvió a ambos
con su brazo libre y sus dos alas. Jared, por otro lado, los contempló con los ojos entrecerrados
antes de intercambiar una mirada con otros caídos y Nefilim, quienes también observaban la
escena con aprensión.
Eleuterio iba a sacrificarse por ellos, unos completos desconocidos. Jared no podía dejar de
pensar en eso. Él más que nadie deseaba ser libre y reunirse con sus seres queridos, pero… No
era justo.
Decidido, volvió a mirar a algunos de sus hombres, quienes asintieron sin que nadie se diera
cuenta. Algunos demonios, percatándose de ese imperceptible plan, tensaron sus facciones y le
lanzaron miradas severas llenas de determinación.
Jared se acercó a Dariel, quien aún era abrazado por Arlet y Stephan, y le dijo:
—No, tú te vas con los demás.
El semidiós abrió los ojos como platos.
—¿Qué?
—Mis hombres y y o nos quedaremos a entretenerlos.
—No puedes hacer eso.
—No, lo que no puedo permitir es que tú te sacrifiques por nuestra libertad. Ya has hecho
mucho por nosotros, Dariel, ahora nos toca a nosotros.
—Os matarán.
—No, a menos que Dios lo ordene, puesto que es pecado. Estaremos bien, tú solo ve con los
demás a las puertas y llévalos al Infierno.
—Algunos Nefilim también nos quedaremos —declaró el demonio que había estado con ellos
en el grupo. Era tan grande y robusto como Skander, con poderosas extremidades y voluminosos
músculos que se contraían en una escalofriante sinfonía de fuerza y agresividad. Su aspecto físico
era tan extraño como llamativo; su piel era una mezcla de gris y negro, como si estuviera
cubierto de cenizas, su cabello, tan blanco como la nieve recién caída, lo llevaba largo hasta
rozarle el pecho, y sus fríos ojos eran de un increíble color azul grisáceo.
Stephan, al oírle y ver que algunos demonios asentían, hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No… Ash, por favor, no lo hagas.
Los ojos de Ash no mostraban otra cosa que no fuera firmeza.
—Los caídos solos no lo conseguirán, Stephan, y los que tenéis thisos, debéis marcharos. Ellos
son el modo en el que nos controlan, pero si os los lleváis, y o y los que no los poseemos podremos
luchar para liberarnos. ¿Lo entiendes?, tendremos más oportunidades de ser libres, sabes que
somos fuertes y podemos hacerlo.
El hermano de Evar hizo un sonido extraño, una mezcla entre gemido y gruñido.
—Os castigarán por esto.
Ash le dedicó una sonrisa torcida.
—Al menos esta vez nos llevaremos a unos cuantos pajarracos de por medio. Mientras los
thisos estén a salvo, podremos rebelarnos.
Dariel maldijo y miró a Jared y a Ash con cara de pocos amigos.
—Esto es una estupidez, no aguantaréis.
—Jared tiene razón, Eleuterio —le dijo el Nefilim—, y a has hecho más que suficiente por
nosotros. A partir de ahora, tomamos el mando, lucharemos por nuestra libertad. —Colocó sus
manos en sus hombros y lo miró con emoción a los ojos—. Cuando veas a Skander, dile que
Thánasis derramará sangre en su nombre.
Dariel iba a decir algo, pero entonces, Jared se le adelantó. Se quitó una cadenita de plata y se
la puso en el cuello, dedicándole una sonrisa anhelante.
—Cuando regreséis, busca a un caído llamado Beliar. Dile que me perdone y que nunca
dejaré de amarlo.
Después de eso, Dariel fue consciente de que otros caídos y Nefilim se estaban despidiendo.
Al igual que él, muchos no querían que se quedaran allí para enfrentar a los ángeles,
especialmente los demonios, quienes se ofrecieron a quedarse todos juntos, pero por insistencia
de Ash y el hecho de que los thisos debían ser puestos a salvo, al final accedieron.
Él parecía ser el único que no podía aceptar lo que estaba a punto de suceder.
—Jared…
El caído le sonrió y le dio un apretón en los hombros.
—Ve en paz, Dariel Eleuterio. Hemos tomado una decisión y no vamos a cambiar de parecer.
Tú eres nuestro libertador, así que guía a nuestros seres queridos y protégelos hasta llegar al
Infierno —dicho esto, abrió más las alas y voló hacia el enemigo, quien estaba a unos escasos
veinte metros de ellos.
Doce ángeles negros y seis Nefilim se enfrentaron a ellos. Dariel, sintiéndose impotente, fue
arrastrado por Arlet y Stephan en dirección contraria, hacia las puertas del Cielo.
—¿Por qué han tenido que hacer esto? —se preguntó en voz alta—, les matarán.
Stephan le apretó un hombro.
—Mi gente está a salvo. Los Nefilim somos muy valiosos, y en cuanto a los caídos, no me
preocuparía demasiado. Dios los ha mantenido con vida durante siglos, así que debe tener algo
planeado para ellos.
Esas palabras le dieron un poco de esperanza. Mientras siguieran vivos, podrían regresar para
rescatarlos. Batió las alas con más fuerza, acelerando el ritmo y guiando al resto hacia la salida.
Con el tiempo, volvería, planearía algo con Lucien e iría a por Jared y los demás, se negaba a
abandonarlos a su suerte. Con esa idea en mente, se juró regresar algún día y salvar a las
personas que le seguían en ese instante.
Atravesaron las praderas a gran velocidad, deshaciéndose con éxito de todo aquel que trató de
detenerlos, y a bien fuera por las descargas eléctricas de Dariel, por los diestros ataques y
hechizos de los caídos o por las potentes llamaradas de los Nefilim. El semidiós dirigía la huida
con la destreza de un general espartano, atento a la presencia de los ángeles y ladrando órdenes a
toda velocidad, procurando que los thisos estuviesen lo menos expuestos posibles, pues no quería
ni pensar en lo que pasaría si caían en manos de los ángeles.
Tras lo que pareció una eternidad entre relámpagos, fuego y sangre, Dariel vislumbró al fin
las puertas del Cielo. Consistían en unas altas rejas doradas, algo que le pareció sumamente
extraño, pues cualquiera podría sortearlas volando… Al menos, eso pensó hasta que estuvieron un
poco más cerca, a unos treinta metros de distancia. Sentía una extraña y poderosa energía que se
extendía desde las puertas hacia el resto del Paraíso, como si lo rodeara entero… Era una
barrera. No estuvo seguro de cómo lo había adivinado, pero estaba lo suficientemente
preocupado como para no pararse a pensar en ello. El poder que emanaba de esa energía
esférica era abrumador, tendría que emplear toda la fuerza de sus ray os para hacerla pedazos, o
como mínimo para hacer una fisura y continuar a partir de ahí.
De repente, alguien gritó. Dariel se giró rápidamente y vio una nueva lluvia de flechas
cerniéndose sobre ellos. Maldiciendo, activó sus poderes y dejó que los relámpagos se movieran
a gran velocidad entre las armas arrojadizas y ellos, destruy éndolas en el acto. Una vez hecho,
Dariel se colocó entre sus compañeros y sus nuevos atacantes… Palideció al encontrarse con una
nueva horda de ángeles, dirigida ni más ni menos que por el rostro de un Lucifer angelical.
Dios estaba allí.
Un escalofrío recorrió su cuerpo al sentir el aura de poder que lo rodeaba. Lucien tenía razón,
era más poderoso de lo que creía, y le aterraba que sus fuerzas no fueran suficientes como para
sacarles de allí. ¿Qué podía hacer? No podía dejar que los Nefilim se enfrentaran cuerpo a
cuerpo con los ángeles, les arrebatarían los thisos y todo se iría a la mierda si podían controlarles.
Por otro lado, los caídos tampoco resistirían mucho tiempo si él intentaba romper la barrera y
guiarlos a la salida… Tampoco podía enfrentarse a Dios y todos los ángeles porque, en ese caso,
no podría destruirla y se quedarían atrapados… Estaban jodidos.
Dios le dedicó una mirada entristecida.
—Me decepcionas, Dariel, creía que eras un chico inteligente y, en cambio, mira lo que has
provocado. Has liberado a los caídos, peligrosos ángeles que se dejaron llevar por la tentación y
aceptaron la mano del Diablo, y a los Nefilim, los demonios más poderosos del Infierno, crueles,
sanguinarios e inmensamente fuertes… Me apena mucho que hay as hecho esto, habrías sido
muy feliz ocupando el lugar de tu madre.
Dariel se tensó al escuchar la mención a su madre. Él no quería saber nada de ella, no quería
indagar en quién era y descubrir las atrocidades que habría cometido en nombre del malnacido
que tenía delante.
—No la metas en esto —le advirtió.
Los ojos azules de Dios se empañaron, como si sufriera mucho dolor… Pero él vio el brillo de
perversa diversión en sus profundidades.
—La pobre se dejó llevar por la lujuria que le inspiraba ese dios griego y se entregó a él. Yo
solo intenté protegerla, no sabía por qué Zeus se acercaría a uno de mis ángeles si no fuera para
investigar a su enemigo, solo quería que Eliane volviera al Cielo para ponerla a salvo. Pero ella te
abandonó en un orfanato, crey endo que te estaba salvando de nosotros, quienes lo único que
deseábamos era que estuvierais sanos y salvos, y se enfrentó a mis hombres. Al ver que no tenía
escapatoria… —Cerró los ojos con fuerza, como si el dolor fuera insoportable, y su rostro se
contrajo—. Fue una muerte muy trágica.
Dariel sintió cómo la ira hervía a fuego lento en su cuerpo. Deseaba tanto atacar a Dios que
su piel le hormigueaba a causa de los ray os que bramaban por salir, pero logró contenerse.
—Es una verdadera lástima lo que te pasó, Dariel —continuó Dios, haciendo un gesto
negativo con la cabeza y con el rostro lleno de una palpable tristeza… o eso parecía—. Ojalá
hubiera podido encontrarte antes, pero la Tierra es grande y me resultó muy difícil hallar una
pista sobre ti. Toda una infancia de soledad… Sin unos padres que te enseñaran lo que era el
amor… Y luego lo que te hizo ese hombre.
Apretó los dientes al recordar al padre Tom y todos esos años que pasó en su despacho,
postrado de rodillas sin nada que pudiera hacer para defenderse. Temblando de ira, buscó algo a
lo que aferrarse, encontrándose con una mano pequeña y delicada que le estrechó los dedos con
suavidad. No necesitó apartar la vista de Dios para saber que se trataba de Arlet. Sus tiernas
caricias lo tranquilizaron un poco, aunque la furia no desapareció de su cuerpo.
Por desgracia, lo peor aún no había llegado.
—Lo que hizo ese hombre… no tiene nombre. Sabes que él estaba al servicio del Diablo,
¿verdad? Ninguno de mis sacerdotes haría tal cosa, violar a un inocente, puro e indefenso niño…
Si tu madre hubiese acudido a nosotros, te habríamos protegido de él, jamás te habría hecho tanto
daño… Sufriste tanto, te hizo daño y te humilló, te hizo sentirte sucio y despreciable… No lo
hagas, no te culpes a ti mismo, el Diablo le empujó a hacerlo, disfruta haciendo daño a los
demás.
No iba a poder aguantarlo mucho tiempo, deseaba atacar con tanta saña a Dios que no
volvería a levantarse del suelo en mucho tiempo, quería hacerle sangrar hasta que todo su cuerpo
no fuera más que una mancha roja en su perfecto jardín del Edén. Esta vez, no pudo evitar que
pequeñas chispas saltaran de su cuerpo, a pesar de que Arlet continuaba tocándole, tratando de
que mantuviera la calma.
—Y por si eso no fuera poco, incluso cuando lograste escapar de él, todo aquel que posara sus
ojos en ti, te deseaba, quería hacerte lo mismo, pero tú y a no eras un niño y podías defenderte.
Eras tan admirable, Dariel, ¿por qué te has hecho esto a ti mismo? Te he ofrecido una vida
tranquila y de paz aquí en el Cielo, y tú me rechazas, tan envenenada está tu mente de las
mentiras del Diablo. Cegado por sus viles palabras, has liberado a seres muy peligrosos, incluso
has entregado a alguno de tus hombres…
Se tensó al escucharle. Estaba hablando de Jared y los demás.
Todos sus músculos se contrajeron de rabia y miedo. No quería creerlo, no podía hacerlo, se
había prometido a sí mismo que los salvaría algún día, pero el brillo cruel de los ojos de Dios era
muy real.
—¿Qué les has hecho? —preguntó, soltando la mano de Arlet. Ya no podía contenerlo más,
sus poderes estaban saliendo a la superficie, la electricidad empezaba a recorrer cada centímetro
de su cuerpo con la misma violencia con la que un tsunami se cierne sobre la tierra.
El rostro de Dios expresaba muy bien la pena. Sin embargo, esa mirada retorcida no había
desaparecido.
—Todos han sido capturados. Yo no soy tan malvado como el Diablo quiere hacerte creer,
Dariel. Están heridos, pero se pondrán bien… Bueno, casi todos.
Dariel sintió un nudo en el estómago. Uno de ellos había muerto.
—¿Quién? —preguntó con un tono de voz extraño, inhumano. Era como si algo estuviera
rasgando su garganta al hablar.
El Lucifer angelical le dedicó una mirada de profunda tristeza y satisfacción.
—Un joven llamado Jared. Me temo que mis ángeles no tuvieron otra opción. Se resistió
demasiado y acabó con una espada ensartada en el pecho. El pobre se retorcía de dolor mientras
sangraba en el suelo, aullando y gritando… Ha sido realmente horrible.
Dios siguió hablando, pero en el instante en el que Dios había mencionado el nombre de
Jared, Dariel había perdido el contacto con la realidad. El ángel caído había confiado en él desde
el primer momento, había visto la esperanza en sus ojos cada vez que le miraba, se había
sacrificado crey endo en él, en que algún día conocería la libertad que podría haber tenido si no se
hubiera sacrificado por todos ellos. Ahora, jamás la conocería. Dios le había matado, a sangre
fría, lo sentía en su mirada diabólica, burlona y sádica. Jared le había entregado su confianza, su
esperanza y su vida, y él le había fallado.
La ira lo inundó todo. Su piel, sus músculos, sus huesos y su sangre se convirtieron en puro
fuego, sus pulmones respiraban el embriagador aroma del odio y podía paladear la venganza. Su
corazón palpitaba a toda velocidad, presa de un instinto depredador que no sabía que tuviera,
ansiando la cacería del desgraciado que había matado a un hombre que lo había dado todo por
una promesa que ahora y a no podría cumplir.
Un rugido ensordecedor, parecido al de un trueno, rasgó su pecho y su garganta e hizo que el
aire vibrara y la tierra se estremeciera. Todo su poder empezó a manar a través de su cuerpo y
se extendió en todo el espacio. La electricidad era tan fuerte que el mero hecho de contenerla le
dolía, así que se concentró en Dios y, sin más, la dejó salir en forma de un ray o azul que salió
disparado.
Sorprendido, este se hizo a un lado, esquivando casi por completo el ataque… pero no del
todo, y a que todo su brazo izquierdo recibió una pequeña parte del impacto, haciendo que un
chorro de sangre manara del mismo. A Dariel no le bastó con ese pequeño roce, así que
concentró un nuevo torrente de energía. Por desgracia, los ángeles y a habían atacado y cinco de
ellos que estaban cerca de Dios le lanzaron una potente descarga astral. No se molestó en tratar
de apartarse, estaba demasiado cegado por la ira como para hacerlo… Y, entonces, algo lo
empujó a un lado y se oy ó un fuerte alarido que resonó en su cabeza y lo sacó de la neblina de
furia en la que se encontraba.
Palideció al ver que la persona que le había salvado caía malherida al vacío. Sin pérdida de
tiempo, se lanzó en picado y logró cogerla entre sus brazos antes de aterrizar suavemente en el
suelo. Postrado de rodillas, presionó su mano contra su pecho, una enorme mancha roja y negra
que se extendía por el resto de su cuerpo.
—No —murmuró, intentando que se detuviera—, no, no, no, no. Por favor —gimió mientras
sus ojos se anegaban de lágrimas.
Arlet le dedicó una diminuta sonrisa y levantó una mano para acariciarle la cara.
—Tranquilo —dijo ella con un hilo de voz—, estaré bien…
—No digas eso. Quédate conmigo, Arlet —suplicó con la voz rota—. Prometimos que
regresaríamos juntos con Evar, ¿recuerdas? Tienes que aguantar, ¿me oy es?
Ella siguió tocándole la mejilla con los ojos brillantes.
—Perdóname… No podré ir contigo… Me habría gustado tanto verle aunque solo fuera una
vez… Cuídale bien, Dariel, sé que lo harás… Le quieres tanto como y o…
Dariel negó con la cabeza y siguió intentando parar la hemorragia, pero la sangre continuó
extendiéndose como una plaga. Impotente y aceptando que nada podía hacer para curarla, la
abrazó con fuerza y sollozó.
—No, por favor. No te mueras.
De algún modo, ella logró reunir las suficientes fuerzas para alzar un poco la cabeza y besarle
en la mejilla.
—Te quiero, Dariel. Cuida de Evar por los dos, y ámalo también por mí —dicho esto, Arlet le
sonrió una vez más y luego suspiró. Su mano cay ó a un lado, inerte, y Dariel sintió la repentina
frialdad de su piel. Lloró sobre su cuerpo hasta que este empezó a descomponerse en diminutas
luces plateadas que parecieron envolverlo en un último abrazo antes de apagarse. En cuanto nada
quedó de Arlet, el semidiós se mantuvo en completo silencio, a pesar de que las lágrimas no
dejaban de brotar de sus ojos. No se había fijado en que todos los caídos y Nefilim lo rodeaban,
muchos también sollozando y otros con las facciones tensas en una fiera expresión de dolor y
rabia.
Dariel se puso en pie despacio y cerró los ojos.
De repente, un viento gélido y fuerte empezó a aullar, filtrándose entre los árboles, dentro de
las casas y edificios, incluso en los huesos de todo aquel que se interpusiera en su camino. La luz
que siempre había en el Cielo fue oscurecida por negros nubarrones que llenaron el jardín de
tinieblas, truenos rugieron y bramaron en la noche, como si de la risa de los demonios se tratara,
relámpagos azules, violetas e incluso rojos creaban inquietantes y macabras sombras en el suelo
y las paredes, haciendo que el miedo brotara en los corazones de todos los habitantes del Paraíso,
y los ray os cay eron como halcones sobre la tierra, dejando profundas cicatrices que tardarían
mucho tiempo en cerrarse, creando agujeros llameantes que parecían anunciar la llegada del
mismísimo Apocalipsis del Cielo.
Sí, el temor reinaba en todo aquel que contemplara la escena, incluso Dios sintió un
desagradable escalofrío recorrer su espalda. Por mucho que intentara que la tormenta
desapareciera, esta parecía burlarse de él haciendo que los truenos sonaran con más fuerza,
como si rieran a carcajadas.
En ese instante, el semidiós abrió sus alas todo lo que estas le permitían y soltó un atronador
rugido idéntico al de un ray o al estrellarse contra el suelo. Saltó y voló alto, hasta colocarse frente
a él. La visión que tenía delante era realmente aterradora. Sus alas parecían haberse alargado y
hecho más grandes, de su cuerpo brotaban peligrosas chispas azules y rojas, y sus ojos
resplandecían con luz propia, llenos de una frialdad que únicamente había contemplado cientos
de milenios atrás, cuando Lucifer se rebeló contra él.
El miedo se apoderó poco a poco de él. Su intención había sido desde el principio provocarlo
para tener una excusa y poder atraparle mediante la violencia, como una pequeña venganza por
haber herido su brazo, pero no esperaba que tuviera tanto poder, el suficiente como para hacer
que su preciado Cielo se convirtiera en la mismísima visión del Infierno.
Dariel entrecerró los ojos y levantó una mano. Un torrente de electricidad en forma de onda
expansiva salió disparada a su alrededor, haciendo que todos los ángeles que acompañaban a
Dios fueran heridos gravemente y lanzados por los aires, probablemente docenas de ellos
acabaron en el suelo.
Dios pudo resistirlo, pero su vientre terminó herido. Al alzar la vista, se encontró con un
semidiós muy cabreado a apenas unos pocos centímetros de él. Le cogió por el cuello con tal
fuerza que lo dejó sin aire.
—Voy a decirte lo que vamos a hacer —dijo con suma lentitud y con un tono de fría calma
que le puso los pelos de punta—, mis compañeros y y o nos largamos de tu puto palacio, pero no
te preocupes, volveremos algún día, y espero que entonces no seas tan estúpido como para
hacerme enfadar otra vez. —Le apretó con más fuerza, haciendo que pequeñas descargas
recorrieran su cuerpo, centrándose especialmente en sus orgullosas seis alas blancas, las cuales
terminaron ensangrentadas. El rostro de Dariel se descompuso por la furia a la vez que su mano
libre brillaba con fuerza a causa de un ray o—. Y para que te acuerdes de mí y de lo que te haré
la próxima vez, te dejo un regalito de despedida —dicho esto, hundió los dedos en el rostro de
Dios, quien soltó un alarido de dolor que resonó en todo el Cielo.

Cuando Evar y los demás llegaron al Paraíso, no se encontraron en absoluto con lo que
esperaban. El Jardín del Edén, presidido por una gran extensión de luminosas nubes blancas, se
había convertido en una tenebrosa noche de tormenta. El viento aullaba y el cielo tronaba, ray os
y relámpagos surcaban el aire a una velocidad de vértigo.
El corazón de Evar se aceleró, esperanzado. Eso solo podía ser obra de su Dariel, el Cielo
jamás había tenido un solo nubarrón, jamás había existido una oscuridad que pudiera tragarse su
luz.
—Por todos los titanes… —murmuró Zeus, haciendo que todos se volvieran hacia él—.
Teníais razón. Siento el poder de mi hijo.
Matt soltó un bufido.
—¿Lo ves?
El dios sacudió la cabeza y su rostro enrojeció de pura furia.
—¿Cómo se atreve esa enclenque divinidad a amenazar a un hijo mío? Le voy a enseñar
cuatro cosas para que aprenda la lección…
—¿Y Hera? —gruñó Evar, recordando que ella era la culpable de todo ese lío.
Los ojos de Zeus relampaguearon.
—Sí. También hablaré con ella. Ha tocado a uno de mis hijos por última vez.
Evar no estaba muy convencido de ello, pero no importaba. Su Dariel estaba bien de
momento, tenía que estarlo para provocar semejante tormenta.
—Vamos —les dijo a sus hermanos.
—Sí… —ronroneó Skander con una diabólica sonrisa que dejó al descubierto sus colmillos—.
El angelito sabe cómo montar una fiesta.
Zeus sacó pecho con una evidente expresión de orgullo en sus ojos.
—No todos mis hijos heredan mis poderes divinos. Tengo ganas de conocer a mi chico.
Se estaban dirigiendo a las rejas doradas que eran la entrada al Cielo cuando, de repente, un
ray o brillante los cegó. Las hermosas puertas saltaron por los aires, rotas y dobladas por todas
partes, hechas pedazos… Y, entonces, sucedió un milagro.
Los Nefilim no podían creerlo cuando un montón de ángeles de alas negras salieron lanzando
un grito de guerra y de alegría, todos ellos empuñando espadas, lanzas o arcos, seguidos ni más ni
menos que por más de una docena de demonios de su propia raza, quienes rugían a pleno
pulmón.
Entonces, se fijaron en ellos. Estaban demasiado sorprendidos como para responder a todos
aquellos que les llamaban por sus nombres, y a fueran familiares o amigos.
—¡Damián, Kiro! —gritó alguien.
—¡Nico, Nico! ¡Somos libres! —chillaban unos jóvenes Nefilim de su misma edad.
—¡Skander, pareces un capullo con la boca abierta! —rio otro.
—¡Zódori! —exclamaron tres voces.
Los primeros demonios en llegar eran ni más ni menos que tres réplicas exactas de Zephir.
Este tenía los ojos llenos de lágrimas cuando se dio cuenta de que no estaba soñando y de que lo
que veía era real.
—¡Stig, Pan, Díon! —les llamó segundos antes de que sus hijos aterrizaran a toda pastilla
sobre su padre, haciéndole caer sobre las mullidas nubes. Los cuatro se vieron de repente
envueltos en un abrazo de alas, colas y brazos, sollozando de alegría. Zephir apenas podía creer
que sus hijos siguieran con vida, y por si fuera poco, pudo notar el calor que desprendían los
thisos que apretaban contra sus pechos.
—¿Qué diablos está pasando? —preguntó Matt al ver que tanto caídos como Nefilim
aterrizaban junto a ellos, y que los demonios corrían a abrazarse unos a otros.
Evar estaba tan anonadado con la escena que apenas se dio cuenta del demonio que había
frente a él y que le sonreía con lágrimas cay endo por sus mejillas.
—¿Yo no merezco un abrazo, aimou? —le preguntó.
Entonces, fue plenamente consciente de quién era. Sintió que algo apretaba su corazón y que
sus ojos le escocían. Antes de darse cuenta de lo que hacía, corrió hacia su hermano y lo abrazó
con todas sus fuerzas.
—¿Eres tú, Stephan? He soñado tantas veces con esto que no puedo estar seguro.
Stephan rio y se apartó lo justo para mirarle a los ojos con una radiante sonrisa.
—Esto es real, Evar. Los ángeles no me mataron, solo me encerraron. Pero ahora somos
libres.
—¿Cómo es eso posible? —preguntó Damián.
Todo el mundo se volvió hacia él y respondió:
—Eleuterio.
Zeus y Matt se sobresaltaron.
—¿Eleuterio? Ese es uno de mis títulos —dijo el primero con el ceño fruncido.
Stephan le dio una palmada en el hombro a un confundido Evar.
—Puedes sentirte muy orgulloso de tu frádam. Nos ha salvado a todos.
Se quedó con la boca abierta al oírle. ¿Dariel? ¿Su Dariel había hecho esto? ¿Había salvado a
su gente? Notó algo muy cálido en su pecho y sonrió, todavía llorando. Sabía que no le
traicionaría, que no se uniría a los ángeles después de todo el tiempo que habían pasado juntos,
pero jamás imaginó que conseguiría llegar tan lejos como para liberar a los caídos y a sus
hermanos…
De repente, se dio cuenta de que no estaba entre ellos y empezó a buscarlo con la mirada.
—¿Dónde está, Stephan? ¿Se encuentra bien? ¿Está herido?
Su hermano le frotó el brazo con su mano libre, y a que en la otra llevaba a sus thisos.
—Está herido, pero se pondrá bien… Ah, mira, ahí viene.
Evar deslizó la vista hacia la entrada, por la cual se escuchaba un fuerte batir de alas. Casi al
instante, Dariel apareció a gran velocidad, sobrevolando las nubes hacia ellos. El alivio de ver que
estaba sano y salvo lo llenó de puro alivio y alegría. Llevaba el pelo completamente despeinado
y la ropa rasgada y manchada de sangre, pero se le veía perfectamente. Apenas reparó en que
su cuerpo lanzaba chispas y que sus alas eran mucho más grandes, solo podía pensar en llegar
hasta él.
—¡Dariel! —gritó a la vez que saltaba y alzaba el vuelo para reunirse con él.
Su frádam le vio entonces. Sus ojos azules brillaron de alegría y le dedicó la sonrisa más
grande que había visto nunca. Sin pensárselo dos veces, voló hacia él y se lanzó a darle un fuerte
abrazo. Evar lo envolvió con sus brazos y hundió el rostro en su pelo, aspirando su olor. Estaba
bien, vivo y a salvo, eso era todo lo que le importaba. No dejaría que volviera a estar fuera de su
vista o lejos de él, no permitiría que volvieran a llevárselo, mataría al que se atreviera a
intentarlo.
Su Dariel levantó la vista y sus miradas se encontraron. No necesitaron decirse nada, los dos
sabían lo que sentía el otro, alivio porque estaban vivos y alegría por volver a estar juntos. Dariel
cogió el rostro del demonio entre sus manos y lo besó. Evar ronroneó y se dejó llevar,
importándole muy poco quién les estuviera mirando. Sus bocas se dieron la bienvenida y sus
lenguas se entrelazaron en una tierna y apasionada danza.
—Te amo —susurró el semidiós contra sus labios.
Evar acarició su rostro como si fuera lo más preciado del mundo para él y lo contempló con
los ojos relucientes de lágrimas.
—Y y o a ti. No vuelvas a hacerme pasar por esto, casi me vuelvo loco.
Dariel rio y lo besó de nuevo.
—Nunca más.
—Lo has prometido —gruñó él.
Entonces, escucharon gritos y vítores provenientes de abajo. Tanto los ángeles caídos como
los Nefilim estaban aplaudiendo y silbando, todos impregnados por la alegría de ser libres y estar
reunidos con sus seres queridos...
De repente, se escuchó un rugido de rabia. La multitud, Dariel y Evar incluidos, se giraron
hacia las puertas del Cielo, por donde apareció un gran número de ángeles armados, liderados
por Dios.
Se oy eron muchos jadeos al verlo. La orgullosa divinidad tenía las seis alas rotas y el brazo
izquierdo gravemente herido. Pero lo que más les impresionó, fue que la mitad de su furibundo
rostro estaba bañado en sangre.
Capítulo 20. Retorno
“Besos de eternidad marcando territorios, colinas, cavidades.”
DE L IA QUIÑONE Z

Evar se quedó congelado al ver el rostro de Dios. Nunca, que él supiera, había sido herido por
nadie. Claro estaba que jamás había tenido que luchar contra los griegos u otro panteón pero, aun
así, cuando Lucifer, los caídos y los demonios habían luchado contra él, no habían logrado
hacerle ni un mísero rasguño.
Por eso mismo, se quedó paralizado unos segundos, asimilando que el ser al que más odiaba
estaba sangrando. Superada la sorpresa, sintió una profunda satisfacción al verlo en ese estado
pero, al segundo siguiente, reparando en su iracunda expresión, tensó cada músculo de su cuerpo
y se interpuso entre Dariel y él con un gruñido amenazador retumbando en su pecho. Conociendo
a Dios como lo hacía su raza, tomaría represalias sin ninguna duda.
El Lucifer de alas blancas apenas reparó en la presencia de los recién llegados, solamente
buscaba a Dariel.
—Vuelve aquí inmediatamente, Dariel. Hazlo o los mataré a todos.
El semidiós hizo amago de apartarse de Evar, pero él lo interceptó con la cola. Su frádam lo
miró con serenidad.
—Déjame ir, Evar.
—No —gruñó. Ahora que Dariel volvía a estar en sus brazos, no podía dejarlo marchar. Dios
no cumpliría su parte del trato, lo atraparía y luego morirían todos, lo sabía muy bien. De todos
modos, no habría dejado que su frádam se sacrificara por los demás, se había convertido en su
mundo y no permitiría que se pusiera en peligro. Si tenía que enfrentarse a Dios en persona, lo
haría.
Su Dariel le dedicó una pequeña sonrisa y le acarició el rostro.
—No te preocupes, no voy a ir con él. Te prometí que no volvería a dejarte y voy a
cumplirlo. Confía en mí.
Evar dudó unos instantes, pero al final, lo soltó con un suspiro.
—Jamás dudaría de ti, mi frádam. Es de él de quien no me fío.
Dariel sonrió y le acarició una vez más.
—Tranquilo, solo será un momento —dicho esto, se alejó de Evar unos pasos, los justos para
ponerse al frente de todos, y se cruzó de brazos.
No estaba ni de lejos cerca de Dios, ni tampoco pensaba estarlo. Su sangre aún hervía por las
muertes de Jared y Arlet, prueba de ello era la intensa tempestad que todavía rugía tanto dentro
como fuera del Cielo. Ver a Evar lo había calmado un poco, al igual que había aliviado el
profundo dolor que sentía en el pecho, pero seguía sin ser suficiente. Si Dios le presionaba
demasiado, esta vez le mataría.
—No voy a volver a entrar en tu jodidamente perfecta creación. No soy tu perro y mucho
menos tu esclavo. Jamás lucharé por ti.
Dios entrecerró los ojos.
—¿No te importan las vidas de tus compañeros?
—Claro que sí. Pero antes de que llegues a ellos… —le advirtió con los ojos entrecerrados y
una voz que apenas sonaba humana— y o habré acabado contigo.
El inmortal apretó los puños con rabia.
—¿Crees que puedes compararte conmigo, criatura insignificante?
Antes de que Dariel pudiera decirle que, por si no se había dado cuenta, su estado no decía
mucho a su favor, notó una poderosa vibración en el aire, mucho más fuerte que la presencia de
Ares, que se acercó a él. Cuando se giró para ver a quién pertenecía, y si era de su bando, se
quedó de piedra.
No necesitaba preguntar para saber quién era, el parecido entre ambos lo decía todo. Era
apenas unos centímetros más alto que él, y tenían la misma tonalidad de piel, cabello y color de
ojos. La única diferencia que parecía separarlos era que el padre de todos los dioses griegos
llevaba una espesa barba, aparte de que sus poderes eran infinitamente superiores a los suy os.
—¿Acabas de llamar insignificante a mi hijo? —preguntó Zeus con los ojos entrecerrados.
Dariel se sobresaltó al escuchar que lo llamaba hijo. Nadie, en toda su vida, le había
nombrado así, y el hecho de que su padre lo hiciera a pesar de que no se conocían de nada… Se
le formó un nudo en la garganta.
Dios se sobresaltó al ver al poderoso líder del panteón griego y palideció.
—Zeus, ¿qué hace usted aquí?
El señor del trueno no parecía muy contento.
—Un pajarito con alas negras me ha dicho que tenías preso a uno de mis hijos. Pensaba que
estaba mintiendo, pero y a veo que has estado tramando algo contra mí.
Dios tembló, para la inmensa satisfacción de Dariel, ante el tono amenazador de su padre. El
inmortal se giró para ordenarles a los ángeles que regresaran al Cielo. Estos se negaron al
principio pero, tras un bramido de su señor, obedecieron. Dariel resopló; era obvio que Dios no
quería que sus hombres fuesen testigos de cómo tendría que arrastrarse para aplacar la ira de
Zeus.
—Le juro que tenía intención de hablar con usted, kyrios —dijo Dios, nervioso—. Hera
mandó a sus hijos a por el joven Dariel, y o solo ordené a mis ángeles que lo llevaran aquí para
que estuviera seguro hasta que recuperara sus fuerzas.
Dariel apretó los puños y no hizo nada por evitar que un par de chispas escaparan de su
cuerpo. ¡Será cabrón!, estaba tergiversando lo que había pasado a propósito.
Afortunadamente, Zeus no era estúpido, porque se giró para mirarle.
—¿Es eso cierto?
—No —respondió con convicción, viendo cómo los ojos de su padre centelleaban de furia—,
quería usarme para luchar contra Lucifer, me advirtió que si no lo hacía por las buenas, lo haría
por las malas.
Zeus soltó un ruido extraño, similar a un gruñido, pero más parecido al sonido bajo de un
trueno que anunciaba tormenta.
—Yahveh, deberías saber que soy muy protector con mis hijos, y que todo aquel que se
atreve a ponerles las manos encima recibe un castigo. Dime, ¿cómo debería castigarte a ti?
Dios palideció y retrocedió un paso.
—No, Lucifer le ha mentido, él lo encontró antes y le engañó para hacerle creer que quería
hacerle daño.
Zeus volvió a buscar a su hijo con la mirada. Dariel solamente fulminó con los ojos al
inmortal. Era un retorcido mentiroso, tendría que haber hecho algo más que marcarle la cara.
—Miente.
—¿Por qué estás tan seguro, hijo? —interrogó su padre con suavidad, vigilando a los ángeles
caídos y a los Nefilim—. El Diablo estaría tan deseoso como Yahveh de que estuvieras en su
bando. Detesto decirlo de este modo, pero eres una gran pieza.
—Yo hablé con Lucifer por voluntad propia.
Zeus entrecerró los ojos.
—¿Por qué?
Dariel, en vez de responder, le dio la espalda y regresó con los caídos y los demonios. Fue
directamente hacia Evar, quien había estado vigilando toda la escena agazapado, listo para atacar
al menor intento de Dios por abalanzarse sobre su frádam.
El joven sonrió cuando el Nefilim se irguió sin apartar sus ojos de los suy os. Sin decirle nada,
apoy ó su espalda contra su pecho, para al instante siguiente sentir cómo sus brazos se envolvían
alrededor de su cintura con un suave ronroneo. Una sonrisa se le escapó de los labios al ver que
las alas de su demonio también lo abrazaban, como si quisiera formar una barrera entre él y todo
aquello que pudiera hacerle daño.
Sin dejar de sonreír, miró a su sorprendido padre.
—Por él.
Tras unos segundos, Zeus curvó los labios hacia arriba.
—Entiendo —dicho esto, se dirigió a Dios, quien le lanzaba una mirada llena de odio a Dariel
—. No vuelvas a acercarte a mi hijo, Yahveh —le advirtió el señor del ray o con un extraño
gruñido escalofriantemente parecido al bramido de un trueno—. Tu guerra personal contra el
Diablo será el menor de tus problemas en comparación con lo que te haré si te acercas a él otra
vez, ¿he sido claro?
Dios apretó la mandíbula, tensando al máximo sus iracundas facciones.
—Sí, kyrios.
—Bien. —Zeus dio media vuelta y le dedicó una sonrisa a Dariel—. Será mejor que nos
vay amos de aquí. Tienes muchas cosas que contarme, hijo… empezando por ese amigo tuy o
que te abraza como si fueras a desvanecerte en cualquier momento.
Dariel levantó la cabeza para mirar a Evar con una sonrisa.
—Es mi pareja.
Su demonio le devolvió el gesto y le besó tiernamente en la frente.
—Para siempre.
Después de eso, no tardaron en regresar todos juntos al Infierno. Zeus quería que Dariel le
acompañara al Olimpo y así conocerse y ponerse al día, pero él se negó. Ahora que todo había
terminado, lo único que deseaba era pasar unos días sin separarse del lado de Evar, puede que
incluso unas semanas. Así que, aunque a regañadientes, el dios se marchó para hablar con cierta
diosa sobre eso de atacar a sus hijos a sus espaldas, pero no antes de pedirle fervientemente que,
en cuanto pudiera, le llamara para poder conocerse.
El retorno al Infierno fue de lo más emotivo. Los ángeles caídos y los Nefilim que habían
estado presos durante milenios gritaron a pleno pulmón llamando a sus seres queridos, haciendo
que el cielo se llenara de alas negras, incluso Lucien se unió a ellos, con la boca abierta al
descubrir quiénes habían llegado, y después, lanzándose a los brazos de todos ellos con los ojos
húmedos.
Muchos estaban heridos por las flechas del ejército de Miguel, por lo que mientras eran
sanados, Lucien mandó preparar una celebración en todo el Infierno para dar la bienvenida a sus
compañeros recién llegados.
El Diablo se acercó a Dariel con una gran sonrisa.
—Ya me han contado lo que has hecho, Eleuterio —le dijo, tomándole de la mano para
estrechársela—. Estamos en deuda contigo, no sabes cuánto significa esto para nosotros.
Dariel bajó un poco la vista, recordando a Jared y a los otros caídos y demonios que se
habían quedado atrás para ay udarlos. Ojalá hubiese podido salvarlos a todos, ojalá hubiese
podido evitar que Jared muriera.
—No pude salvarlos a todos.
Los ojos de Lucien se tiñeron de tristeza.
—Sí, también he oído eso —murmuró al mismo tiempo que le daba un apretón en el hombro
—. Jared fue de los primeros que se unieron a mí, era amigo mío —dicho esto, sus seis alas
oscuras bajaron un poco, como si se marchitaran—. Beliar está roto por el dolor. Eran pareja, le
amaba más de lo que puedo expresar, tanto como y o quise a mi Ariel. Tardará un tiempo en
recuperarse.
Dariel dejó caer las alas, abatido y notando un escozor en el pecho.
—Lo siento mucho.
Evar lo atrajo hacia su cuerpo y lo abrazó con fuerza.
—No fue culpa tuy a, mi frádam.
—Evaristo tiene razón, Dariel, fue decisión de Jared.
Él lo sabía, pero aun así, no podía evitar sentirse culpable.
—Quiero liberarlos, a los demás.
—Algún día, amigo mío —le dijo Lucien con los ojos entrecerrados—. Ahora Dios está
advertido de que estás con nosotros, y créeme que tomará medidas para evitar que esto vuelva a
ocurrir. Tenemos que ser precavidos y pensarlo dos veces antes de entrar allí de nuevo.
No le gustaba la idea de tener que dejar a esos caídos y Nefilim allí, pero comprendía la
decisión de Lucien. Era arriesgado, y Ash y a le dijo que sabían lo que debían esperar… Pero
aguantarían, estaba seguro de ello. Los que se habían quedado atrás eran guerreros fuertes,
sobrevivirían.
Ojalá Jared también lo hubiera hecho… y Arlet.
Sabía que tendría que contarle a Evar lo que había sucedido con la joven, tendría que decirle
que ella había estado viva todo este tiempo y que había muerto para protegerle… ¿Se enfadaría?
¿Le guardaría rencor?
Su demonio lo estrechó con un poco más de fuerza y apoy ó su cabeza en su hombro con un
ronroneo.
—Lucien, si no te importa, me gustaría que Dariel descansara un poco.
El Diablo se sobresaltó, como si hubiera estado medio dormido y acabara de despertarse. Sus
pensamientos probablemente estaban en los caídos y Nefilim todavía presos, tal vez considerando
las posibles opciones que tenían.
—Por supuesto, sé que haber estado encerrado y encadenado no es una buena experiencia.
Descansad un par de horas, y a os avisará alguien cuando todo esté listo para la fiesta —dicho
esto, esbozó una ancha sonrisa—. Celebraremos que nuestros amigos han regresado por todo lo
alto.
Evar asintió antes de coger a Dariel de la cintura y llevarlo hacia la Sierra de Ceniza. Antes,
sin embargo, se cruzaron con Zephir y sus tres hijos, quienes le dedicaron una inclinación de
cabeza.
—Mis hijos me lo han contado todo —dijo el Nefilim verde con los ojos brillantes de emoción
—. Me equivoqué contigo, no solo no nos has traicionado, sino que has traído de vuelta a todos
nuestros compañeros. —Tragó saliva mientras contemplaba a sus hijos—. Me has devuelto la
razón de mi existencia. No hay palabras que puedan expresar lo mucho que significa esto para
mí, y jamás podré pagarte lo suficiente por lo que has hecho, pero si alguna vez necesitas algo,
cualquier cosa, puedes acudir a mí.
—Y a mí —dijo Stephan, que acababa de unirse a su pequeño grupo, seguido por todos los
Nefilim que no estaban heridos.
—Cuenta conmigo también —afirmó Kiro.
—Y conmigo —añadió Nico con una enorme sonrisa, seguida por un firme asentimiento por
parte de Skander.
—¡Y con nosotros! —gritaron unos hermanos.
De repente, todos los demonios repetían las mismas palabras de apoy o incondicional,
haciendo que Dariel se sintiera un poco abrumado. Siempre había estado solo, sin padres o
amigos, y ahora…
Damián se acercó entonces hasta quedar frente a él. Muy a su pesar, Evar se apartó unos
centímetros, los suficientes como para permitir que el enorme demonio posara sus manos sobre
los hombros de Dariel y lo mirara con solemnidad.
—Los Nefilim no olvidaremos lo que hoy has hecho por nosotros, Eleuterio. A partir de este
momento, te consideramos nuestro hermano y nuestra familia. Nunca dudes en pedirnos
cualquier cosa, eres bien recibido entre nosotros.
Dariel se sonrojó, sin saber muy bien qué decir. Al parecer, ahora formaba parte de una
familia bastante numerosa.
Evar se adelantó un paso y le preguntó algo a Damián en lengua Nefilim. El líder de los
demonios sonrió y asintió.
—Por supuesto, Dariel es ahora uno de nosotros y sabemos que no revelará nuestros secretos.
—Gracias, ¿podrías traerlos?, me gustaría enseñárselos.
—No hay problema.
Evar sonrió y miró a Dariel.
—Vamos a casa.
El semidiós agradeció salir de la vista de todos. No estaba acostumbrado a ser el centro de
atención, siempre había estado detrás de la cámara, siendo un simple espectador. Ahora parecía
ser un héroe. No había sido su intención que los demás lo vieran de esa forma, él solo había
hecho lo que creía justo y correcto; liberar a los pobres caídos que habían servido a un dios cruel
y a los demonios que habían sido reducidos a la condición de esclavos.
Evar y él sobrevolaron las montañas hasta llegar al oscuro barranco que ocultaba las guaridas
de los Nefilim. Dariel, gracias a sus poderes, y a era capaz de ver en la oscuridad, por lo que
llegaron rápidamente a la acogedora casa de su demonio… donde un borrón rojo y negro se
abalanzó sobre él.
Se le escapó una carcajada al sentir que una áspera lengua lo lamía de arriba abajo. Fovuno,
que había adoptado el tamaño de un perro, le había lanzado al suelo y ahora gruñía alegremente
a la vez que movía la cola de un lado a otro.
—Sí, sí, y o también me alegro de verte, Fovuno.
El dragón se apartó tras un último lametón y después trotó hacia Evar, quien acarició un
momento su piel escamosa antes de darle una palmadita en un costado acompañada de unas
palabras en su lengua materna. Fovuno se marchó trotando hacia la salida, para la confusión de
Dariel.
—¿Se va? —preguntó al mismo tiempo que se giraba para mirar a Evar… y se quedó con la
boca abierta.
El Nefilim había adoptado forma humana, acabando completamente desnudo. No pudo evitar
deslizar la vista por todo su cuerpo, desde los anchos hombros y los amplios pectorales hasta las
musculosas piernas. Su mirada se entretuvo en sus fuertes abdominales y sus sensuales caderas,
finalizando en la impresionante erección que apuntaba en su dirección.
Dariel se estremeció al mirarlo a los ojos y ver el deseo y la pasión en ellos. Sus músculos se
contrajeron y notó un ardor en el vientre que bajó hacia su entrepierna. De repente, sintió la
urgencia de apretarse contra su cuerpo y frotarse contra él, de perderse en sus besos y caricias y
en el placer que sabía que podía proporcionarle.
Evar olfateó el aire y gruñó con fuerza.
—Voy a hacerte el amor, Dariel, y no quiero que nada ni nadie nos interrumpa. He pasado
unas horas horribles imaginando las mil formas en las que iba a perderte, necesito sentirte contra
mi cuerpo para convencerme de que estás aquí y sano y salvo —dicho esto, sus ojos recorrieron
su cuerpo y gruñó—. Quítate la ropa.
La piel de Dariel hormigueó ante la expectativa, pero su corazón se enterneció. Era evidente
que su demonio lo había pasado mal mientras había estado en el Cielo, probablemente había
sentido la misma sensación de vulnerabilidad y desesperación que él experimentó cuando creía
que moriría por esa herida que le hicieron los ángeles.
Dejó que sus alas desaparecieran y se quitó de un tirón la camiseta por encima de la cabeza.
En ese instante, vio que Evar se había acercado a él. Su mirada era feroz y hambrienta cuando le
desgarró los pantalones y se los bajó para después arrojarlos junto a las zapatillas y sus bóxers.
Un segundo después, Dariel se encontraba entre sus brazos, de camino a la pequeña laguna que
había en la cueva.
Se estremeció al sentir el agua fría, pero la ardiente piel de Evar hizo que entrara en calor
rápidamente, además del deseo imperioso de unirse a él en cuerpo y alma.
Su demonio lo recorrió de arriba abajo y gruñó.
—Antes tengo que lavarte. Estás lleno de sangre y quiero ver tus heridas —dicho esto, y sin
darle tiempo a replicar, Evar lo enjuagó de arriba abajo, examinando cada centímetro de su piel.
—Estoy bien —trató de tranquilizarlo a la vez que pasaba sus manos por sus grandes hombros
y su espalda. Le encantaba acariciarlo y sentir cómo sus músculos se contraían y relajaban en
una hermosa sinfonía de fuerza y sensualidad.
Evar gruñó.
—Lo sé, pero necesito saber que no tienes nada grave.
Dariel sonrió y lo besó mientras él seguía inspeccionando su cuerpo. No tenía nada más que
un par de moratones y algún que otro corte superficial, la herida más grave tal vez era la
descarga astral que le había lanzado Dios tras marcarle la mitad de la cara, y ni siquiera era
profunda. Su demonio lanzó una especie de mezcla entre gruñido y rugido al ver la piel
magullada de su costado.
—No pasa nada, Evar. De verdad que estoy bien.
—Pagará por esto, Dariel. Algún día lo tendré entre mis garras y le haré pedazos por todo lo
que te ha hecho.
Él le sonrió y alzó su rostro para poder besarle en los labios. Evar le correspondió de
inmediato, abrazándolo por la cintura y pegando su cuerpo al suy o por completo, sin dejar ni un
solo milímetro de separación entre ellos, pero procurando no hacerle daño.
—No te preocupes —le dijo cuando se separaron, acariciando un mechón de pelo húmedo—,
y a le he dejado una cicatriz para que se acuerde de lo que le pasará si vuelvo a verle por aquí
cerca —tras mencionar esas palabras, se tensó, recordando de repente su combate contra los
dioses griegos, llenándolo de ansiedad—. ¿Tú estás bien? No sé qué pasó con vosotros después de
que me capturaran, ¿estáis todos bien?
Evar le sonrió y frotó su mejilla contra la suy a.
—Estamos todos bien. Los lobos están en el mundo humano y y a viste a Matt, Nico y Skander.
Tenemos unas pocas heridas, pero sanarán en poco tiempo —dijo al mismo tiempo que salía de
la laguna y tiraba de él para que se pusiera a su lado. Después, hizo aparecer una toalla y empezó
a secarle con cuidado de no rozar los moratones o los cortes. Dariel hizo lo propio con Evar, algo
que hizo sonreír al demonio—. Esto es agradable.
—Te entiendo. Podría acostumbrarme a esto.
El Nefilim levantó la vista hacia él.
—Te acostumbrarás, porque vas a quedarte conmigo.
Antes de que Dariel pudiera preguntarle, con el corazón acelerado, qué quería decir con eso,
Evar lo cogió en brazos y lo tumbó en la cama. Su cuerpo encima del suy o, rozándose
eróticamente piel contra piel, hizo que todo pensamiento coherente desapareciera de su mente y
se centrara únicamente en la maravillosa sensación de sus labios contra los suy os, en un voraz
beso que hizo que la cabeza le diera vueltas. Su boca le exigió acceso a la suy a y sus lenguas se
entrelazaron. Dariel rodeó el cuello de su demonio con los brazos y su cintura con las piernas,
deseando el may or contacto posible. Él también necesitaba estar seguro de que estaba ahí, lejos
de Dios y los ángeles, con el hombre al que amaba con cada fibra de su ser.
Cuando se apartaron para respirar, Evar no se detuvo. Sus labios trazaron un rastro de fuego
por su cuello y su hombro, besando y lamiendo cada centímetro, haciendo que estremecimientos
de placer recorrieran a Dariel. Se agarró a las sábanas con fuerza cuando su demonio descendió
por su cuerpo y succionó un pezón. Se le escapó un gemido y arqueó la espalda, para que supiera
que le gustaba y que quería que continuara. Escuchó el suave ronroneo de Evar, quien siguió con
su tarea al mismo tiempo que sus manos se deslizaban por sus caderas y sus piernas, encontrando
los puntos erógenos del interior de sus muslos, logrando así que un jadeo se le escapara de la
garganta.
—Evar… —gimió, a punto de pedirle que se diera prisa. Necesitaba sentirlo en su interior, por
primera vez no tenía miedo, sabía que él nunca le haría daño y que tendría mucho cuidado.
El Nefilim lo miró con ojos enardecidos.
—Todavía no, mi frádam. Quiero saborearte.
—¿Qué significa…?
Antes de que pudiera terminar la pregunta, Evar se inclinó para lamer su vientre. La
sensación de su lengua acariciándole muy cerca de las ingles hizo que gimiera más fuerte y que
balanceara sus caderas. Su virilidad estaba hinchada y palpitante, necesitaba alivio y su demonio
le estaba torturando de un modo que hacía que su excitación aumentara por momentos.
De repente, Evar llegó a sus ingles y le mordisqueó con suavidad esa zona. Dariel se sentó de
un salto, sobresaltado y jadeante, sintiendo cómo el Nefilim hundía sus dedos en sus muslos y
cómo sus colmillos se clavaban más firmemente en su piel, pero sin llegar a causarle herida
alguna. Su cuerpo tembló y cogió a Evar del pelo con una mano para animarlo a seguir pero, en
vez de eso, su demonio levantó la cabeza y gruñó con fuerza, excitado.
—Túmbate.
—Por favor, Evar.
—Túmbate y agárrate a las sábanas. Te prometo que te daré lo que necesitas.
Dariel dudó, sabiendo que no sería capaz de estarse quieto mientras Evar lo tocara de esa
forma, pero al final, se recostó en la cama y se aferró al colchón con fuerza. Sin embargo, no
estaba preparado para lo que Evar pretendía; esperaba que volviera a morderle la cintura, pero
cuando se inclinó, sus labios se cerraron entorno a su miembro y lo succionó con suavidad.
Un grito se escapó de su garganta. Arqueó la espalda y movió sus caderas, adaptándose al
lento ritmo de Evar. Lo lamía con mucho cuidado, tratando de no hacerle daño con los colmillos
que le habían crecido a causa del deseo, pero eso no evitaba que Dariel se sintiera como si por
sus venas corriera fuego líquido. Trató de levantarse, deseando que fuera más rápido, anhelando
alcanzar la cima, pero nada más apoy arse sobre sus codos, Evar le gruñó una advertencia y lo
acarició más rápido con su lengua, haciendo que Dariel se sacudiera y que gritara su nombre
mientras todo su cuerpo caía presa del éxtasis.
Su demonio le dio un último lametón, limpiando los restos de su orgasmo, y se irguió para
mirarlo a los ojos. El hambre aún estaba presente en ellos, y Dariel no pudo evitar estremecerse,
sobre todo porque su mano volvió a tocarlo, haciendo que un nuevo placer lo envolviera y se
uniera al de su propio clímax.
—Quiero estar dentro de ti, Dariel —le dijo Evar con suavidad sin apartar sus ojos de los
suy os—. Lo deseo con todas mis fuerzas, necesito poseerte de esa forma, pero tengo miedo de
hacerte daño.
Esta vez, Dariel pudo incorporarse hasta terminar sentado frente a Evar, quien estaba a
horcajadas sobre él, aún acariciándolo. Tomó su rostro entre sus manos y lo acercó al suy o para
besarlo tiernamente.
—Sé que tendrás mucho cuidado, confío en ti.
—¿Estás seguro?
—Estoy preparado. Te deseo y sé lo que quiero.
El Nefilim lo miró un momento a los ojos y asintió.
—De acuerdo. Túmbate y relájate, tengo que prepararte.
Dariel obedeció sin pensárselo dos veces. Confiaba plenamente en Evar, sabía que él no le
haría daño intencionadamente y que sería lo más cuidadoso posible.
Su demonio acarició su virilidad de arriba abajo, un poco más rápido, pero no lo suficiente
como para que alcanzara el clímax. Entonces, notó que su mano le masajeaba las nalgas, como
si le advirtiera de lo que estaba a punto de hacer. Dariel cerró los ojos y asintió, intentando
relajarse y centrarse todo lo posible en las caricias de Evar, que seguían dándole placer.
Entonces, lo sintió. Evar le penetró con cuidado con un dedo.
Analizó la sensación que le producía. No le hacía daño, era más bien como un pequeño
escozor, pero se sentía bien. Notó que su demonio lo retiraba y volvía a introducirse en él,
siempre lentamente, procurando que no sintiera ningún dolor.
Al cabo de unos minutos, el picor desapareció y Dariel sintió algo diferente; su corazón se
había acelerado y su virilidad se endureció un poco más, del mismo modo que unos suaves
gemidos habían escapado de su boca.
—¿Estás bien? —le preguntó Evar con voz ronca.
—Sí.
—Huelo tu deseo, ¿esto te gusta? —dicho esto, lo penetró un poco más. Dariel jadeó y
balanceó sus caderas, entregándose por completo a la placentera sensación de que Evar lo
acariciara y le penetrara al mismo tiempo.
—Sí —gimió.
Escuchó que el Nefilim gruñía.
—¿Quieres que siga?
—Sí, por favor.
Evar ronroneó y lo tocó más rápido y más fuerte. Dariel simplemente se dejó llevar. El
placer lo arrastró, estaba a punto de correrse cuando sintió un nuevo escozor. Evar había
introducido un segundo dedo en su interior. Era un poco más doloroso que la otra vez pero, aun
así, el hecho de estar tan cerca del clímax, preso en las garras de la pasión, hizo que se olvidara
rápidamente de la invasión hasta que esta se volvió tan placentera como la primera.
La tercera apenas la sintió. Fue consciente por el picor, pero resultaba muy fácil ignorarla
cuando las caricias de Evar se habían intensificado. En poco tiempo, era incapaz de estarse
quieto, le encantaba la forma en la que los dedos de su demonio se movían dentro de él, nunca
había sentido nada parecido.
Este gruñía y ronroneaba, disfrutando de la forma en la que su pareja se retorcía bajo su
cuerpo y gemía sin parar. Deseaba estar dentro de él y hacerle suy o de una vez por todas, quería
que supiera que le pertenecía y que le amaba, y que nunca dejaría que se marchara de su lado.
Quería mostrarle todo eso, y no podía esperar.
—Dariel, es la hora —dijo con la voz llena de deseo.
El semidiós le miró a los ojos y asintió. Evar retiró los dedos y Dariel empezó a darse la
vuelta… pero el demonio le detuvo de repente.
—¿Evar?
—No te des la vuelta.
Dariel sintió dolor en el pecho.
—¿No quieres?
El Nefilim gruñó con fuerza y colocó su mano en su miembro. Estuvo a punto de gemir al
sentir lo duro que estaba.
—¿Te parece que no quiera? Voy a tomarte de frente.
Por poco se sobresaltó al escucharle.
—¿Se puede hacer así?
Evar le dedicó una sonrisa que dejó al descubierto sus colmillos.
—Rodea mi cintura con las piernas y lo sabrás —dicho esto, su rostro se volvió serio de
repente—. Quiero que veas quién te está haciendo el amor, Dariel, quiero que sepas que soy y o,
el hombre que te ama y que jamás te haría daño.
Dariel se tragó el nudo que tenía en la garganta, emocionado. No le había obligado a ponerse
sobre sus manos y rodillas para penetrarle desde atrás, le preocupaba que pudiera recordarle al
padre Tom. También le había dicho que le amaba, era la primera vez que se lo decía en voz alta,
aunque él y a lo sabía desde la noche del club.
Se tumbó de espaldas y abrazó la cintura de su demonio con las piernas. Evar ronroneó al
mismo tiempo que lo cogía con una mano de la cadera mientras que con la otra guiaba su
miembro a su interior.
Dariel cerró los ojos y esperó. No había olvidado el insoportable dolor de las veces que había
acudido al despacho del padre Tom, y suponía que esta vez no sería muy diferente… salvo que
era Evar quien estaba sobre su cuerpo, siendo cuidadoso y procurando darle placer. Por él,
aguantaría. Además, había oído que tarde o temprano dejaría de doler, así que solo tenía que ser
paciente y relajarse.
En ese momento, sintió cómo Evar le penetraba con mucha suavidad, dejando únicamente la
punta en su interior. A Dariel le sorprendió que no estuviera sintiendo absolutamente ningún dolor,
ni siquiera un escozor, por lo que abrió los ojos y se encontró con la inquieta mirada de su
demonio.
—¿Estás bien? ¿Te hago daño?
—No, nada —respondió, sorprendido.
Evar, por otro lado, sonrió, aliviado.
—Avísame si es demasiado para ti.
Dariel hizo un gesto negativo con la cabeza y tiró de sus hombros para poder acercar su rostro
al suy o. Quería que viera en sus ojos la verdad.
—Nunca había querido hacer algo así, Evar, me daba miedo que otra persona me tocara de
esta manera. Pero no siento eso contigo. Te amo, y quiero llegar hasta el final contigo.
Los ojos del Nefilim se oscurecieron y, de repente, su boca estuvo sobre la suy a. Dariel le
devolvió el beso sin pensárselo, hundiendo las manos en su pelo y disfrutando de la excitante
sensación de tener todo su cuerpo pegado al suy o. Entonces, Evar volvió a moverse; le penetró un
poco más, tanto como su cuerpo se lo permitía, y cuando encontró su límite, se detuvo unos
instantes, dejando que se acostumbrara a él, para después balancearse muy suavemente.
Esta vez, Dariel sintió algo de dolor, pero era bastante soportable y, a medida que pasaban los
minutos, este se convertía en puro placer. Poco a poco, Evar siguió introduciéndose en él,
esperando a que se adaptara a sus tiernas embestidas, hasta que, por fin, sintió cómo sus caderas
chocaban contra su trasero y su miembro golpeaba el punto más íntimo de su ser.
Al llegar a él, Dariel lanzó una especie de mezcla entre grito y jadeo. Su cuerpo tembló y sus
músculos se tensaron, presa de la lujuria.
Sin embargo, Evar lo tomó como una mala señal.
—Lo siento, Dariel, ¿te he hecho mucho daño?
—No, en absoluto —contestó, aún sorprendido por la intensidad del placer que se había
apoderado de él.
El Nefilim frunció el ceño, confuso, pero entonces, su rostro se relajó y le miró fijamente a
los ojos mientras se retiraba un poco de su interior y volvía a embestirle, alcanzando el mismo
punto que había hecho que Dariel gimiera. Él jadeó de nuevo y se agarró a los hombros de Evar
con fuerza. Este gruñó con satisfacción.
—¿Te gusta? —dicho esto, volvió a repetir el mismo movimiento, haciendo que el semidiós
hundiera los dedos en la piel de su amante y ocultara su rostro sonrojado en el hueco de su cuello
para sofocar un grito. Oy ó que Evar gruñía más fuerte—. Sí, te gusta.
Después de eso, Dariel perdió el contacto con la realidad. Evar siguió moviendo sus caderas,
embistiéndole primero despacio, dejando que se acostumbrara a todas las nuevas y apasionadas
sensaciones que se apoderaban de él, y luego un poco más rápido, hasta que al final, ambos se
perdieron el uno en el otro. El demonio le hizo el amor desenfrenadamente, apoderándose de su
boca y encarcelando su cuerpo entre sus brazos, mientras que Dariel se aferró a él con las
piernas y clavó los dedos entre su pelo y su espalda, dejando que las llamas del deseo
incendiaran su piel y lo arrasaran todo a su paso.
Entonces, con una última embestida, Dariel echó la cabeza hacia atrás y gritó su nombre,
mientras que Evar lanzó un ensordecedor rugido que hizo estremecer las paredes. Pocos
segundos después, su demonio se dejó caer sobre él y se acurrucó en su pecho con un constante
ronroneo, todavía sin salir de su cuerpo. Se sentía un poco extraño al tenerlo dentro, pero era muy
agradable, más aún sostener a Evar entre sus brazos y acariciarle el pelo. Al cabo de un rato, el
Nefilim se levantó sobre sus codos y lo miró, aún ronroneando, para después frotar su mejilla
contra la suy a.
Dariel sonrió y le besó en el cuello.
—Ha sido… —empezó, pero se quedó sin palabras. No sabía cómo definir cómo se había
sentido. Unido a Evar de un modo muy íntimo, pero más allá del plano físico, había sido más que
eso.
Su demonio le besó en los labios, la mejilla, el mentón y el cuello mientras decía:
—Lo sé, y o también lo he sentido —tras pronunciar esas palabras, se apartó para mirarlo con
ojos inquietos—. ¿Te he hecho daño? He intentado ser cuidadoso todo el tiempo, pero me sentía
tan bien… y el olor de tu excitación no hacía más que aumentar y y o… He perdido el control, lo
siento.
Dariel solo pudo sonreírle y darle un tierno beso en la nariz.
—No he sentido otra cosa que no fuera placer. Aún estoy … sorprendido. No esperaba que
fuera tan intenso.
Evar curvó los labios hacia arriba y, una vez más, se puso a ronronear y a frotar su mejilla
contra la suy a. Dariel y a había notado que hacía eso a menudo, pero nunca le había preguntado
el motivo, aunque intuía lo que significaba.
—¿Y esto?
—Lo hacemos para mostrar nuestro afecto. Solo lo hacemos con nuestras parejas o con
nuestra familia.
—¿Lo de ronronear también?
Evar dejó escapar una risilla.
—Eso es porque me siento muy bien. Estar dentro de ti es maravilloso, Dariel, y ahora estoy
en tus brazos. Soy feliz.
Esas palabras tocaron el corazón y el alma de Dariel. Lo abrazó con más fuerza y le besó el
hombro. Estuvieron un rato así, simplemente juntos y disfrutando del tacto y la compañía del
otro, así como de la intimidad que habían compartido. Evar nunca había sentido tanta paz como
en ese momento, y no le habría importado permanecer así por el resto de la eternidad. Su frádam
le quería y estaba con él, era todo cuanto necesitaba.
Por otro lado, Dariel tenía pensamientos similares, al menos durante unos minutos los tuvo.
Luego, recordó a Arlet y su preocupación regresó. Después de lo que acababan de compartir, no
quería que Evar le odiara porque ella se había sacrificado para salvarle la vida, no soportaría que
le rechazara ahora que su corazón había aceptado por completo el amor que sentía por él.
Sin embargo, tenía que contárselo, no sería justo que se lo ocultara.
—Evar.
—¿Mmm?
—Tengo que decirte algo.
Su demonio se apartó con una sonrisa que murió al ver su expresión temerosa. Casi de forma
instintiva, Evar lo tomó en sus brazos con ademán protector.
—¿Qué ocurre, mi frádam?
Dariel se mordió el labio, sin saber cómo comenzar. Tenía miedo de que el hombre al que
amaba le rechazara, peor todavía, que le odiara.
Al final, se decantó por ser sincero.
—No sé cómo decírtelo.
—¿Qué es lo que te retiene?
—No quiero que me odies —susurró, apartando la vista.
Los ojos de Evar se agrandaron, horrorizados, y cada músculo de su cuerpo se tensó.
—¿Por qué piensas eso? No has hecho nada que pueda hacer que lo que siento por ti cambie,
Dariel. Has salvado a mi raza y a los caídos, has luchado contra Dios por ellos. Dime, ¿por qué
tendría que odiarte?
Dariel dudó unos largos instantes antes de coger aire y murmurar:
—Arlet.
La expresión de Evar no cambió un ápice, ninguna emoción brilló en sus ojos al mencionar
ese nombre. Se quedó muy quieto, mirándole fijamente, esperando.
Finalmente, Dariel lo soltó todo a gran velocidad.
—Ella no murió cuando te sacaron del Cielo, sino que la encerraron como hicieron con
Stephan y los otros caídos. Ella estaba en mi celda, me limpió la sangre y trató de protegerme de
Dios cuando vino a hablar conmigo. Me consoló, estuvo conmigo todo el tiempo. Después de
escapar de las celdas y de que Jared y los demás se quedaran atrás para cubrirnos, Dios apareció
con un montón de ángeles. Me dijo que Jared había muerto, me puse furioso y ataqué, no me di
cuenta de que contratacaban y Arlet… —su voz se desvaneció al recordar la horrible escena en
la que ella caía al vacío y se desvanecía entre sus brazos sin que él pudiera hacer nada por
evitarlo.
Con un gran esfuerzo, levantó la vista hacia el rostro de Evar, esperando ver desprecio y
rencor en sus ojos, incluso furia en su expresión. Pero antes de que pudiera hacerlo, el Nefilim lo
abrazó y lo estrechó contra su pecho con fuerza.
—… ¿Evar? —lo llamó Dariel, dubitativo.
Él dejó escapar un gruñido.
—No tendrías que haberte puesto en peligro de esa forma, Dariel. Sé que perder a un
compañero es duro, pero debes mantener la cabeza fría, por tu bien y por el de las personas que
están contigo —mientras decía esto, sus brazos se apretaron entorno a su cuerpo y enterró el
rostro en su pelo—. ¿Y si te hubiera perdido, Dariel? ¿Sabes lo que me habrías hecho? ¿El dolor
que me habrías causado?
Dariel se apartó con suavidad, solo lo suficiente para poder mirarlo a los ojos, y a que Evar no
le permitía alejarse demasiado.
—¿No estás enfadado?
Su demonio acarició su rostro como si fuera lo más preciado del mundo para él.
—¿Por qué iba a estarlo? Tú estás vivo, Dariel, solo puedo darle las gracias a Arlet una vez
más, por proteger a la persona a la que más quiero en este mundo y en todos los demás.
Él lo contempló con el ceño fruncido.
—No pareces sorprendido por saber que ella estaba viva…
—Lo supuse en cuanto vi a Stephan, pero no la vi con los demás, así que no estaba seguro…
—Su ojos se empañaron por la tristeza, pero no dejó de acariciarlo—. Me habría gustado verla
una vez más, agradecerle lo que hizo por mí y mis hermanos al sacrificarse para dejarnos
escapar. Ahora debo estarle agradecido por mucho más que eso.
Dariel puso una mano en su corazón.
—¿Estás bien?
Evar le sonrió.
—Sí. —Hizo una pausa, pensativo, hasta que por fin le miró—. Hay algo que te preocupa
aparte de esto, ¿verdad?
—Yo… —Bajó la vista, incapaz de seguir mirándole y sacudió la cabeza—. Ya no tiene
importancia.
El Nefilim entrecerró los ojos.
—Todo lo que te preocupa es importante para mí, Dariel. Eres mi frádam, es mi deber y mi
honor cuidar de ti y hacerte feliz. No me ocultes tus temores cuando puedo protegerte.
Dariel lo meditó unos momentos con el corazón inquieto. Había algo que quería saber, pero
temía la respuesta y sabía que era egoísta, e incluso cruel hacer esa pregunta.
—No está bien que te lo pregunte.
Evar acarició su rostro y le sonrió para animarle.
—Hazlo.
—Es egoísta y cruel.
—Tú no eres ninguna de esas dos cosas. Dime qué es lo que te atormenta.
Dariel se quedó callado unos segundos, tratando de formular la pregunta en su cabeza… Miró
al suelo, incapaz de sostenerle la mirada.
—Arlet me dijo una vez, mientras estábamos en la celda, que habías hecho bien en
escogerme… que era mejor opción que ella. Yo… no quería pensar en el momento en el que los
dos regresaríamos contigo y … descubrir con quién… —No podía hacerlo, era demasiado
doloroso.
Sin embargo, Evar no parecía molesto, al contrario, lo acunó entre sus brazos y volvió a frotar
su mejilla contra la suy a.
—¿Era eso lo que temías preguntarme? —Dariel asintió—. Mi querido frádam, no debes
sentirte mal por querer saberlo, y o también querría si estuviera en tu lugar. —Su demonio le
sonrió y buscó sus ojos—. Pero no debes preocuparte por nada, porque te habría escogido a ti.
En ese instante, su corazón se aligeró y sintió cierto alivio, aunque estaba un poco confuso.
—¿Por qué?
Evar le besó en la frente y apoy ó la mejilla en su cabeza.
—Mi relación con Arlet nunca fue fácil, Dariel. Ambos nos queríamos, sí, pero no podíamos
confiar el uno en el otro, no cuando ella tenía una fe ciega en Dios y y o lo odiaba por todo el
daño que le había hecho a mi raza. Arlet no podía soportar verme en mi verdadera forma, y y o
detestaba sus alas blancas, porque me recordaban que era mi enemiga y que podía traicionarme.
—Lo abrazó con más fuerza y se apartó para mirarle con una hermosa sonrisa—. Contigo es
fácil, Dariel, tan natural como respirar. Puedo entregarte mi corazón sin pensarlo, porque confío
en ti y sé que no me harás daño. Tú me haces feliz… y eso Arlet nunca lo logró, al menos no
completamente. Siempre la querré, eso no cambiará… Pero y a no es lo mismo. Sé a quién
quiero, y es a ti.
Dariel tragó saliva, conmovido por sus palabras. Cogió el rostro de Evar entre sus manos y lo
besó, una y otra vez, dejando que todo el amor que sentía se reflejara en cada roce y cada
caricia.
Por un instante, se preguntó si Arlet y a lo sabría. Puede ser, ella estaba convencida de que
Evar se habría quedado con él, y no parecía haberle importado… No, no era eso exactamente,
pero lo había aceptado, había aceptado la elección de su demonio y se había sentido feliz por él,
porque sabía que él haría todo lo que estuviera en su poder para proteger y hacer feliz a Evar,
sabía que él lo amaría por siempre.
Ella le dijo que le quería antes de morir. Él también sentía lo mismo, y pese a que la
culpabilidad no había desaparecido del todo, sí le daría las gracias todos los días por haberle dado
una vida junto al hombre que ambos amaban.
Cuando se separaron, Evar lo miró con ojos brillantes.
—Entonces, ¿te quedarías aquí conmigo? ¿Para siempre?
Dariel sonrió y respondió sin dudarlo.
—Claro, no hay ningún otro lugar en el que quiera estar —dicho esto, frunció el ceño,
pensando en toda la vida que tenía en la Tierra—. Pero hay algo que me gustaría pedirte.
—Pídeme lo que quieras y será tuy o.
Por un instante, sus pensamientos no fueron para nada inocentes. Sus ojos vagaron por su
hermoso cuerpo, todavía desnudo, y se mordió el labio, recordando con un estremecimiento lo
que habían hecho hacía unos minutos… ¡Concéntrate, Dariel!
—April y Matt viven en el mundo humano, y también tengo un trabajo allí —dijo al mismo
tiempo que acariciaba su rostro—. No te estoy diciendo que vivamos allí, pero… Son mis amigos,
y me gustaría que siguieran formando parte de mi vida. Además, aún quiero viajar por el mundo
y grabarlo con mi cámara.
Evar asintió, comprensivo.
—Entiendo. No tengo problemas para que vuelvas al mundo humano, pero me gustaría que
antes pasaras un tiempo aquí… Al menos hasta que me calme y me convenza de que no te
pasará nada si te dejo allí solo.
Dariel frunció el ceño.
—¿No vendrías conmigo?
—Puedo estar contigo unos días, pero tendría que volver aquí al cabo de poco tiempo. Tengo
obligaciones y responsabilidades… aunque, ahora que han regresado los otros Nefilim, supongo
que no será difícil encontrar un sustituto —comentó, pensativo.
Él sonrió.
—Entonces, no habría problema en que te quedes conmigo cuando esté allí, ¿no?
Evar hizo una mueca extraña y lo miró con la duda en sus ojos… De repente, su rostro se
iluminó y se levantó de un salto, al mismo tiempo que su cuerpo cambiaba para adoptar su forma
demoníaca.
—Espera aquí, hay algo que quiero enseñarte —dicho esto, se alejó de él a paso rápido.
Dariel frunció el ceño, extrañado por la actitud de su demonio. Oy ó sus pesadas pisadas y le
pareció oír que le decía unas palabras a Fovuno, quien gruñó suavemente. Al poco tiempo, Evar
regresaba a su lado… con tres huevos en sus brazos, que los dejó con mucho cuidado sobre su
cama, junto a él.
Los contempló con curiosidad. Eran grandes, de color marrón con vetas amarillas y …
De repente, pegó un salto hacia atrás.
—Se ha movido —dijo, perplejo.
Evar dejó escapar una risilla y se tumbó junto a él. Su cola rodeó los huevos y le tendió la
mano para que se acercara. Dariel la aceptó, aunque un poco receloso y sin dejar de mirar los
tres objetos.
—Son mis thisos, Dariel. ¿Y sabes lo que hay dentro de ellos? ¿Sabes por qué son tan
importantes para nosotros?
El semidiós negó con la cabeza, en esta ocasión contemplando fijamente a su demonio, presa
de la curiosidad. Sí, quería entender por qué eran tan valiosos para los Nefilim, cuál era su
significado como para que los ángeles pudieran controlarlos a través de ellos.
Evar sonrió.
—Son mis hijos, Dariel.
… ¿Qué?
Al ver que no decía nada, Evar se sentó y abrió las alas, permitiendo que contemplara a la
perfección su cuerpo, desde las musculosas patas y la fuerte cola hasta sus majestuosas alas y
sus largos cuernos. La visión de su demonio en su verdadera forma no dejaba de fascinarlo.
—Una vez te dije que los Nefilim no nos reproducíamos mediante las relaciones sexuales.
Mírame bien, Dariel, ¿te haces una idea de lo que sería para una mujer dar a luz a un ser como
y o?, la destrozaría por dentro. Además, técnicamente no tenemos sexo, aunque podamos adoptar
forma humana. Lucien pensó en esto cuando cambió la maldición de Dios, e hizo que
pudiéramos tener hijos de forma natural.
—¿Cómo? —preguntó cuando logró recuperar la voz.
—Cuando un Nefilim llega a cierta edad, es cuando empieza. No podría decirte con cuántos
años tenemos a nuestros hijos, a cada uno le viene en una época determinada, pero siempre es
tras alcanzar la edad adulta, normalmente unos siglos después. Notamos los dolores en el
estómago y sabemos que están a punto de venir. Al cabo de unos meses, ponemos los thisos. A
partir de entonces, debemos incubarlos, para que reconozcan nuestro calor corporal y nuestro
olor. Por eso no puedo ir contigo durante mucho tiempo, Dariel, mis hijos me necesitan; están a
punto de nacer y no quiero perdérmelo.
Dariel trató de absorber la información como una esponja, pero le resultó imposible. Evar iba
a tener hijos. Tres, para ser exactos. Eso significaba que, si se quedaba con el Nefilim, ellos…
Frunció el ceño cuando un pensamiento fugaz pasó por su mente.
—Espera, espera, ¿por qué Lucien te envió conmigo entonces si tenías que quedarte con…?
—No era capaz de formular esa palabra en voz alta. Aún no podía…
Evar se encogió de hombros.
—Estaba convencido de que no tardarías mucho tiempo en tomar una decisión para librarte
de mí. Y si lo hacías, tan solo tenía que enviar a Nico o a otro.
Dariel asintió nerviosamente e inspiró hondo.
—Así que vas a ser padre.
Su demonio le miró con el ceño fruncido.
—Vamos a ser padres —rectificó, remarcando la primera palabra—. Eres mi frádam, todo
cuanto me pertenece es tuy o también. Así que estos son nuestros thisos, y dentro de poco, serán
nuestros hijos.
Algo dentro de él se rompió. Estaba emocionado y asustado al mismo tiempo; nunca había
pensado en tener una familia, lo que le hizo el padre Tom le había persuadido de buscar cualquier
tipo de relación y, en consecuencia, había desechado la idea de tener niños algún día. Y ahora iba
a ser padre de tres…
Se sintió mareado de golpe cuando se levantó de un salto.
—Yo no puedo ser padre.
Evar, en vez de enfadarse, lo miró muy tranquilo.
—¿Por qué? ¿Te da miedo que te muerdan? No te preocupes, no tienen dientes al principio,
aunque luego les dolerán y tendrás que tener cuidado, tu piel no es tan dura como la mía.
Semejante despliegue de humor por poco le arrancó una sonrisa, pero no fue suficiente como
para despejar el miedo que sentía.
—Evar, nunca he tenido padres ni familia, ¿cómo voy a saber qué necesitan? Maldita sea, ni
siquiera sé qué coméis o cómo tiene que ser su educación…
El Nefilim se levantó y caminó hacia él.
—Para eso estoy y o, mi frádam. Aprenderás lo que necesitan porque estarás conmigo y y o te
enseñaré —dicho esto, lo abrazó y le sonrió—. Lo más importante es que los quieras, Dariel. No
puedes ser padre si no amas a tus hijos, así que, respóndeme a esto, ¿podrías quererlos? ¿Los
cuidarías conmigo?
Dariel levantó la vista para mirarle.
—¿Qué clase de pregunta estúpida es esa?
—Solo respóndeme.
Contempló los tres huevos y, de repente, notó algo cálido esparciéndose en su pecho. Eran los
niños de Evar, del hombre al que quería y, si él lo deseaba, también podían ser suy os… ¿cómo no
iba a amarlos?
—Claro que podría quererlos. Creo que empiezo a hacerlo, y me encantaría ser padre
contigo… pero me da miedo. ¿Y si no soy bueno?
Evar rio y le besó en la frente.
—Serás un padre maravilloso, confía en mí —dicho esto, le dedicó una enorme sonrisa—. ¿Te
gustaría conocerlos? Nacerán de un momento a otro, y a pueden oír nuestras voces y a menudo
les hablo.
Dariel asintió, aunque aún estaba nervioso. Dejó que su demonio lo guiara hasta los thisos y se
sentaron junto a ellos. Evar los envolvió con la cola y los puso en fila para después señalarlos uno
a uno.
—Sus nombres son Valerian, Alekos y Rhexenos —le dijo, mirándole con ojos brillantes—.
De may ores serán como y o y Stephan… Ojalá pudiera hacer que se parecieran a ti.
Esas palabras lo derritieron por dentro. Se acercó a Evar y le plantó un beso en la mejilla.
—¿En serio quieres que les confundan con ángeles? A mí me molesta cuando me llaman
pajarraco blanco. —Evar soltó una carcajada—. Me alegro de que vay an a parecerse a ti, serán
tan hermosos como tú.
El Nefilim ronroneó y frotó su mejilla contra la suy a.
—Yo espero que algún día encuentren un frádam con el que compartir su vida. Gracias por
aparecer en la mía, Dariel.
El semidiós sonrió y le dio un beso que duró más de lo que esperaba. Poco después, Dariel
empezó a familiarizarse con los thisos; los cogió en brazos y los acunó contra su pecho, los
acarició y escuchó los extraños y graciosos ruidos que hacían sus futuros hijos en su interior.
Mientras tanto, Evar sonreía, completamente feliz por primera vez en mucho tiempo. Tras la
muerte de Arlet, estaba convencido de que no volvería a sentir algo así por nadie, pero estaba
equivocado. Dariel era todo cuanto deseaba, hablaba en serio cuando le había dicho que le habría
escogido a él por encima de Arlet. A ella la había querido, y siempre lo haría, pero nunca podría
compararse a lo que sentía por su Dariel. Y ahora que sabía que él también le amaba y que
aceptaba a sus hijos, se sentía tranquilo y relajado.
Dejó que una sonrisa se asomara a sus labios cuando vio que su frádam contemplaba a sus
thisos con un amor que empezaba a crecer. Serían muy felices juntos, estaba seguro de eso.
Abrazó a Dariel y lo colocó en su regazo para darle un beso que fue correspondido de
inmediato. Su cuerpo reaccionó ante el dulce sabor de sus labios y de su piel desnuda contra la
suy a. Casi sin pensar, adoptó forma humana y le arrebató a Alekos de sus manos para dejarlo
cuidadosamente junto a sus dos hermanos, de forma que pudiera centrar toda su atención en su
Dariel, quien alzó una ceja.
—¿No se supone que debía descansar?
—Luego, quiero saborearte otra vez.
Su frádam rio alegremente y envolvió sus brazos y piernas alrededor de su cuerpo.
—Te amo.
—Y y o a ti, Dariel. Para siempre —prometió antes de que sus labios se perdieran en los del
hombre con quien compartiría el resto de la eternidad.
Epílogo. Frádam
“Te amo. Eres el preludio y el epílogo de mi alma.”
MAHMUD DARW ISH

Dariel inspiró hondo una y otra vez. Estaba emocionado y nervioso al mismo tiempo, pero no
se arrepentía lo más mínimo de lo que estaba a punto de hacer.
Era increíble cómo podían cambiar las cosas de un día para otro. Había pasado un mes desde
que había regresado al Infierno, esta vez para quedarse, y su vida parecía haber dado un giro de
trescientos sesenta grados. Había dejado su trabajo para aceptar la oferta de National
Geographic de convertirse en cámara del equipo; ahora viajaba por todo el mundo haciendo lo
que más le gustaba, grabar documentales de todo tipo. Sin embargo, eso solo por un tiempo
limitado, y a que siempre que tenía tiempo, por muy corto que fuera, regresaba al Infierno para
estar con Evar y sus niños.
April y Matt también seguían formando parte de su vida. Le había informado a su mejor
amiga de que Evar y él habían decidido estar juntos mucho tiempo… lo que había incitado una
pregunta inevitable; cuándo era la boda. Obviamente, April no sabía que, según las ley es Nefilim,
él y Evar y a eran pareja de por vida desde el momento en que se dijeron que se amaban y que
querían estar juntos, pero no tuvieron problemas en decirle que era algo que querrían celebrar
más adelante. Evar aún no sabía cómo eran las bodas humanas, y aunque la idea de casarse al
estilo mortal no le molestaba, quería estar preparado para evitar meter la pata.
Matt y él pasaban mucho tiempo juntos, especialmente ahora que no tenían que esconder lo
que eran. Dariel le ofreció muchas veces ir al Olimpo con él, pero su amigo siempre se negaba,
alegando que no quería cruzarse con su madre ni por asomo. Por otra parte, la manada de Matt
también se había hecho un hueco en la vida de Dariel; Evar y él aún les estaban agradecidos por
haberles ay udado, y no perdían la oportunidad de verlos siempre que podían, es más, a su
demonio le encantaba ir a cazar con ellos.
Además, Dariel había empezado a hablar con su padre. Era extraño llamar padre a un
hombre completamente desconocido para él, pero se estaba acostumbrando. Zeus le enseñó a
usar todos sus poderes divinos, y pasaban muchas horas conversando sobre su vida. Obviamente,
no le hizo gracia descubrir su solitaria infancia y quiso compensarle por ello, pero Dariel le
aseguró que no era necesario, pues ahora que Evar estaba con él y que pronto nacerían sus hijos,
tenía la familia que siempre había deseado. Zeus se alegró al saber de su compromiso con él y
de sus futuros nietos, de hecho, había enviado un montón de regalos al Infierno para ellos.
En lo que se refería a su estancia en el inframundo… Sencillamente, era feliz. Tanto Nefilim
como caídos lo respetaban, pero era con los primeros con quienes había forjado una gran
amistad. Ya no había nadie que lo acusara de traidor por tener sangre de ángel, y siempre que
necesitaba algo, estaban dispuestos a ay udarle.
Ahora, pasaba el tiempo cocinando con Nico o haciendo documentales sobre el Infierno.
Lucien le había dado permiso y muchos demonios estaban entusiasmados con la idea, incluso
Abe, el alegre líder de los Eligos, propuso que grabaran una película.
Claro que eso lo hacía siempre y cuando Evar no fuera con él o estuviera vigilando la Sierra
de Ceniza junto a su hermano y otros Nefilim. Su pareja y él eran muy felices juntos, a Dariel le
había costado poco tiempo acostumbrarse a la casa de su demonio, puesto que la vida social se
hacía en el Palacio de Ébano, la morada de Lucien. También procuraba pasar tiempo con sus
futuros hijos, a los que amaba cada día más. En una ocasión, mientras él los incubaba, escuchó
un suave ronroneo proveniente de Rex, como llamaba cariñosamente a Rhexenos. Evar le había
dicho que nacerían de un momento a otro, que solo era cuestión de unos meses, y Dariel, que y a
había superado sus miedos, estaba deseando tenerlos en brazos.
Ahora, estaba en una de las habitaciones de la gigantesca casa de Lucien, con los nervios a
flor de piel y el corazón acelerado.
Unos suaves golpes en la puerta hicieron que se sobresaltara. Dio permiso para entrar y Zeus
asomó la cabeza con una gran sonrisa.
—Eh, ¿cómo está mi chico en su gran día?
—¿Quieres que te mienta o que te diga la verdad?
El dios cerró la puerta tras de sí con una carcajada.
—Ah, los nervios prematrimoniales, y o sé lo que es eso…
Dariel esbozó una media sonrisa.
—Papá, no me da miedo el compromiso.
Zeus se quedó pensativo unos momentos, hasta que por fin comprendió a lo que se refería.
Sus cejas se levantaron y sus labios se curvaron con diversión.
—¿Me estás diciendo que esto es solo un poco de pánico escénico?
—Todos los Nefilim están aquí, además de muchos caídos y …
Su padre lo cogió por los hombros y le dio un apretón.
—¿Quieres un consejo paternal?
—Por favor.
—Céntrate únicamente en la persona a la que amas. El resto del mundo no importa mientras
él espere por casarse contigo.
Dariel se abstuvo de decir que aquella era una ceremonia llamada kyník, no una boda. Los
Nefilim no creían en el matrimonio humano, y a que este tenía una alta tasa de fracasos, por lo
que los demonios tenían su propia celebración, una en la que la pareja declaraba delante de todos
que iban a estar juntos por el resto de su existencia, hasta que uno de los dos muriera.
Aun así, agradeció el consejo de su padre.
—Gracias, papá.
—No tienes que dármelas, hijo. No he estado a tu lado en todos estos años y me gustaría
estarlo ahora. Me alegro de que al menos no me hay a perdido tus nupcias y conocer a mis nietos
—comentó con una sonrisa sincera.
En ese momento, alguien entró en la habitación como una exhalación. Lucien iba
elegantemente vestido con una camisa negra a juego con unos pantalones largos oscuros y sus
seis alas del color de una noche sin luna. Lo único que parecía desentonar en él era el hecho de
que iba descalzo. Se había fijado en que la may oría de los caídos no llevaban zapatos, y se
preguntó la razón.
—A ver, caballeros, la kyník está a punto de empezar y aún estáis aquí de parloteo. Tenemos
mucho que hacer, Evar y a está listo y todos están esperando a que los novios aparezcan.
Dariel bufó.
—Claro, Evar no tiene que llevar vestido.
Zeus le miró estrechando los ojos.
—No es un vestido, es una túnica.
… Sí, sería una túnica, pero el hecho era que lo único que llevaba debajo de esta eran sus
bóxers, y no sabía a qué dios tenía que agradecerle el haber convencido a su padre de que le
permitiera llevarlos.
Lucien soltó una risilla antes de empujar a Zeus hacia la puerta.
—Bueno, sí, pero para alguien que se ha criado en el siglo veintiuno eso parece un vestido. Y
ahora, ¡vete! Ponte en tu sitio mientras y o me encargo del resto —dicho esto, logró que Zeus
saliera de la habitación y los dejara a solas. Lucien le dedicó una resplandeciente sonrisa—.
Bueno, ¿cómo te encuentras?
Dariel esbozó una leve sonrisa.
—Un poco nervioso.
—No lo estés, técnicamente Evar y tú y a sois pareja de por vida, esto solo es para hacerlo
más oficial y darme el gusto de celebrar una fiesta cuy o tema principal es el amor —dicho esto,
y aunque pareciera imposible, los labios de Lucien se curvaron aún más hacia arriba—. Adoro
los finales felices.
El semidiós se sintió un poco culpable en ese momento. Lucien no había tenido la oportunidad
de tener una celebración como aquella, Dios no le dio la oportunidad de ser feliz con Ariel.
Como si ley era sus pensamientos, como siempre, el Diablo le miró con serena alegría.
—No te sientas mal por mí, Dariel. Siempre me quedará el recuerdo del hombre al que
amaba, de lo feliz que fui a su lado. Me alegro profundamente de que tú y Evaristo vay áis a
compartir esa felicidad durante mucho tiempo.
Dariel alargó el brazo y le dio un apretón en el hombro.
—Espero que algún día encuentres el amor de nuevo.
Lucien se encogió de hombros.
—A Evaristo le sucedió, así que ¿por qué no? Solo espero que si eso llega a suceder Dios no se
entere nunca… Creo que confinaría a mi pareja aquí para evitar desgracias venideras.
Esas palabras hicieron que Dariel recordara algo.
—Hablando de confinamiento, he traído algo para ti.
Lucien le siguió con el ceño fruncido hasta el armario, de donde sacó una hermosa ánfora
negra con dibujos dorados que representaban a Zeus junto a otros dioses en un gran banquete y la
dejó en el suelo, frente al Diablo, quien la contemplaba con la viva curiosidad de un niño.
—¿Y esto? ¿Qué es? ¿Qué contiene?
Dariel solo sonrió.
—Ambrosía.
Tras pronunciar esas palabras, Lucifer se quedó petrificado y le miró con los ojos como
platos. El semidiós solo levantó una ceja, divertido.
—¿Creías que había olvidado nuestro trato?
Lucien abrió y cerró la boca varias veces, hasta que al final sacudió la cabeza.
—Has hecho tanto por nosotros…
—Considéralo un regalo si quieres. Quiero ay udarte, Lucien. Lucharé contra Dios a tu lado y
al de los Nefilim y caídos. Ahora, y o tampoco puedo ignorar todo lo que nos han hecho.
Vio que los ojos del Diablo se llenaban de lágrimas mientras contemplaba el ánfora que
contenía su preciada libertad. Sin embargo, en vez de abrirla y contemplar la ambrosía en su
interior, Lucien lo cogió por los brazos con una tierna sonrisa.
—Ya habrá tiempo para esto. Hoy es tu día y el de Evar. Vamos, tenemos una celebración
pendiente.
Dariel asintió, inspiró hondo y se preparó para afrontar a una multitud que estaría mirándolo
fijamente. No, tenía que concentrarse en Evar, él lo tranquilizaría y le haría sentirse menos
intimidado por las docenas de ojos que estarían puestos en ellos.
Siguió a Lucien fuera de la habitación, sintiéndose un tanto incómodo por la túnica que
danzaba a su paso. Se sentía demasiado “libre” ahí abajo…
Sin embargo, todas sus preocupaciones desaparecieron en cuanto vio a Evar de pie al final del
pasillo, frente a las puertas que conducían al patio interior del palacio donde iban a celebrar su
ceremonia. Estaba tan impresionante como siempre que lo veía en su forma demoníaca. Se le
veía genuinamente relajado, con los grandes brazos a los lados y las alas plegadas, mientras su
cola se balanceaba de un lado a otro suavemente.
Apenas había dado unos pasos cuando su demonio se giró y lo recorrió con la mirada a la vez
que ronroneaba. Dariel fue hacia él para abrazarlo y besarlo. Sus labios se encontraron y se
acariciaron, dejando que sus lenguas se entrelazaran y danzaran juntas una y otra vez, poco
dispuestas a permitir que se separaran ni un milímetro.
Solo lo hicieron al escuchar que alguien carraspeaba. Ambos le lanzaron una mirada
fulminante a Lucien, quien sonreía sin el menor atisbo de arrepentimiento.
—Dejad un poco de eso para los invitados que esperan fervientemente vuestra kyník, chicos.
Evar le guiñó un ojo a su frádam.
—Precisamente de eso no nos falta.
Dariel se sonrojó y escondió su rostro en su pecho, mientras que Lucien soltaba una risilla y
se alejaba de ellos para abrir las puertas y dirigirse al lugar donde oficiaría la ceremonia. Evar lo
abrazó con fuerza, sabía que a su pareja no le gustaba ser el centro de atención.
—¿Estás listo?
—Estaría mejor si no llevara esta cosa ridícula.
El Nefilim contuvo una sonrisa. Sabía que Zeus se las había ingeniado para convencer a
Dariel de que vistiera la túnica para la kyník. No era nada del otro mundo, estaba hecha de lino
blanco con bordes de hilos dorados y el símbolo del águila y el ray o en el pecho. Esta estaba
sujeta por un cinturón de cuero que iba a juego con los brazaletes que Dariel llevaba en los
antebrazos.
A él le parecía normal puesto que había visto a muchos dioses llevarla, pero suponía que para
su frádam debía de ser extraño. Intentando que se sintiera mejor, se inclinó para susurrarle al
oído: —A mí me gusta. Será más fácil quitártela de encima cuando volvamos a casa.
Vio cómo las mejillas de su Dariel se volvían rojas como las llamas, pero fue recompensado
con una sonrisa y un beso.
—Prométeme que la harás pedazos.
Evar soltó una carcajada.
—Será un placer —dicho esto, escuchó en su cabeza la voz de Lucien, que los apremiaba
para que salieran. Cogió a Dariel por la cintura y lo estrechó contra su cuerpo, esperando que así
se sintiera reconfortado—. Es la hora. ¿Estás preparado o necesitas algo más de tiempo?
Su amado frádam negó con la cabeza y le cogió de la mano con firmeza.
—Vamos, solamente no me sueltes ni te apartes de mí.
Evar gruñó.
—Nunca —juró fervientemente, y ambos salieron al patio.
Este no era extremadamente grande, pero tampoco muy pequeño. Cuatro pasillos de piedra
conducían al centro, donde había una hermosa fuente con estatuas de ángeles caídos esculpidos
en mármol negro que dejaban caer el agua desde sus jarras, mientras que, entre la superficie del
líquido que reflejaba el color rojizo del cielo, se asomaban cabezas de dragones, probablemente
drakon. Separados por los caminos, había jardines con árboles y flores que iluminaban el
hermoso lugar, que estaba vacío a excepción de Lucien, quien se encontraba frente a la fuente,
Zeus y Stephan. El resto de Nefilim, caídos y Matt se habían colocado en los balcones del palacio
o sobre las pequeñas torres para ver mejor la ceremonia, puesto que los únicos que tenían
derecho a estar junto a Evar y Dariel era la familia directa.
El demonio se fijó en que Dariel se había relajado notablemente al ver que no había
prácticamente nadie cerca de ellos, aunque estaba seguro de que no se le había escapado la
multitud de gente que los observaba desde las alturas.
Cuando estuvieron frente a un risueño Lucifer, se detuvieron.
—Queridos amigos, hoy estamos todos aquí para asistir a la kyník de Evaristo Efosion y
Dariel Eleuterio, quienes desean anunciar, y compartir, el vínculo de amor, confianza y lealtad
que los une y los seguirá uniendo por el resto de su existencia —dicho esto, ladeó la cabeza para
dirigirse al Nefilim—. Evaristo, ¿quieres empezar tú?
Evar asintió y se puso de rodillas frente a su Dariel. Su raza nunca hacía eso a menos que
tuviera que disculparse por una grave ofensa con un amigo o pariente… o el día en que tenía que
hacerle promesas a su frádam.
Le cogió las manos a su pareja y alzó la vista para mirarle a los ojos.
—Juro por la sangre de mi hermano Stephanos, mi padre Ikaros, mi abuela Taira y mi abuelo
Sachiel, que a partir de hoy, y durante todos los días de mi vida, te haré feliz, te cuidaré y te
protegeré —tras pronunciar su promesa, le sonrió—. Puede que me cueste un poco, no entiendo
las costumbres humanas, pero aprenderé por ti.
Dariel le devolvió el gesto y le acarició una mejilla.
—No necesito que cambies nada, Evar. Me haces feliz tal y como eres.
Evar se frotó contra la palma de su mano y la besó.
—Nunca volverás a estar solo. Me tendrás siempre, mi frádam.
Después de esas palabras, se levantó, sin soltar las manos de su Dariel, y esperó a que Lucien
prosiguiera.
—Ahora, tu turno, Dariel.
Este se arrodilló delante de él, sonriéndole.
—Juro por mi madre Eliane, mi padre Zeus, mi abuela Rea, mi abuelo Cronos… —se le
escapó una risilla—, y creo que será mejor saltarme a todos mis hermanos o esto durará mucho
rato.
Evar rio, acompañado de Lucien, Stephan y la gran may oría de Nefilim y caídos, pues todos
sabían que la lista de hijos de Zeus era tan larga como el mismo Leviatán. El dios, por otro lado,
no parecía ofendido en lo más mínimo, pues soltaba unas carcajadas que retumbaron en el patio
como el rugido del trueno.
Pasadas las risas, Dariel continuó con los ojos chispeantes de felicidad.
—Doy gracias porque aparecieras en aquel callejón para ofrecerme un trato con el Diablo.
Al final, me has dado más de lo que me he atrevido a esperar en la vida; amor y una familia. Te
prometo despertar todos los días a tu lado, cubrirte con mis alas cuando sientas dolor… y gruñir
como mínimo a todo aquel que trate de acercarse a ti para algo más que hablar.
Una nueva ola de risas se extendió por el patio. Evar tan solo sonrió, divertido.
—Sabes que y o nunca dejaría que nadie me pusiera las manos encima para el sexo. Solo te
deseo a ti.
Dariel le guiñó un ojo.
—Solo por si acaso.
—Tendría que haberte prometido eso también.
Ambos se sonrieron, recordando las veces en las que se habían sentido celosos por las
personas que se habían fijado en su pareja. Sin embargo, no le dedicaron mucho tiempo. Dariel
le dio un apretón en las manos para llamar su atención. Su rostro era ahora serio.
—Te juro que no te traicionaré, tendrás siempre mi lealtad y mi corazón.
Evar notó que el suy o se aceleraba y que algo cálido se instalaba en su interior. Sabía que
Dariel le quería, se lo había dicho muchas veces desde que estaban juntos, pero ahora se lo
estaba diciendo delante de todos.
Tiró de sus manos para que se levantara y envolvió su cintura con los brazos para acercarlo
más a su cuerpo.
—Y tú el mío.
Lucien, quien no dejaba de sonreír, prosiguió con la ceremonia.
—Muy bien. Ahora que se han hecho sus respectivas promesas, es hora de dejar las marcas.
Evar miró a su frádam, buscando cualquier signo de temor en sus ojos, pero él solo le sonrió y
asintió, haciéndole saber que estaba preparado. Las marcas eran un ritual por el que pasaban
todas las parejas de los Nefilim; una prueba visible de que pertenecían a alguien. Era dolorosa,
pues se quedaría en la piel para siempre, como si se tratara de un tatuaje. Sin embargo, Dariel no
parecía asustado. Era valiente, siempre lo había sabido, pero no quería hacerle pasar por eso si no
quería, al fin y al cabo, él no era un Nefilim.
—No tienes que hacerlo si no quieres —le susurró.
Dariel le dedicó una tierna sonrisa.
—Pero quiero. Si tú vas a llevar mi marca, y o llevaré la tuy a —dicho esto, se despojó de la
túnica, dejando su pecho al descubierto.
Lucien se acercó a ellos con una mueca de preocupación.
—¿Estáis bien? Sé que para Dariel puede ser un poco violento…
—Puedo hacerlo —dijo el semidiós con convicción antes de mirar a Evar—, solamente no
quiero hacerte mucho daño.
El demonio volvió a envolver su cuerpo con los brazos e inclinó su rostro sobre el suy o.
—Confía en mí, merece la pena.
Dariel asintió y buscó a Lucien con la mirada, quien imitó su gesto.
—Ahora —dijo.
Los dos se miraron y se besaron. Evar palpó con su mano el torso desnudo de Dariel hasta
encontrar el latido de su corazón. Apretó los dedos contra esa zona, mientras que su frádam hacía
lo propio con su pecho. Después, notó un ardor en la piel. Sintió cada línea de la marca que le hizo
Dariel en la piel, pero no le importó lo más mínimo, no mientras sus labios continuaran rozándose
íntimamente.
Cuando terminaron, los dos se separaron para poder ver bien sus marcas. Evar llevaba un
ray o sobre el corazón, y Dariel un dragón con las alas plegadas y de postura relajada en el
mismo lugar.
Ambos se sonrieron tras comprobar que el otro estaba bien y volvieron a besarse, solo que
esta vez no dejaron que el discurso final de Lucien ni los gritos de los presentes los
interrumpieran.
Por desgracia, hubo algo que sí lo hizo. Nico se abalanzó sobre ellos para abrazarlos y
felicitarlos a pleno pulmón, seguido por un Skander que parecía muy divertido por la interrupción.
Recibieron también un afectuoso abrazo por parte de Zeus, Matt, Damián, Zephir, Kiro y
Stephan. Luego, aunque no deseaban hacer otra cosa aparte de regresar a casa para estar solos
durante un par de horas, fueron obligados por el joven Nefilim a asistir al salón de baile donde se
celebraba el banquete. Y puesto que no tenían escapatoria por el momento, Evar cogió a Dariel
de la mano para llevarlo al centro de la pista junto a muchas otras parejas que danzaban
alegremente.
—¿Te duele mucho? —le preguntó Dariel, colocando una mano sobre su marca. Evar la cogió
y se la llevó a los labios.
—No es más que un escozor, ¿y a ti?
—Nada que no pueda soportar.
El Nefilim miró su marca y no pudo evitar sonreír. Dariel le pertenecía, y todo aquel que lo
mirara lo sabría. Eso hizo que se le escapara un ronroneo, a lo que su frádam respondió con una
sonrisa torcida.
—¿Me queda bien?
—Bueno, te falta una cosa para ser perfecto.
—¿El qué?
Evar esbozó esa sonrisa traviesa que tanto le gustaba a Dariel y colocó sus labios cerca de su
oído. No se le escapó el estremecimiento que recorrió el cuerpo de su pareja ni el dulce olor de
su excitación. Gruñó, profundamente satisfecho ante el modo en que reaccionaba a su cercanía.
—Estar desnudo, mi frádam —murmuró con la voz ronca de deseo.
Dariel le lanzó una mirada hambrienta y se apoderó por un instante de sus labios, dejándole
con ganas de más.
—Evar, hay algo que quiero saber desde hace tiempo —le dijo antes de que le propusiera
escapar volando por una ventana a su casa.
—Puedes preguntarme lo que quieras, y a lo sabes.
Su joven pareja frunció un poco el ceño mientras lo miraba.
—¿Qué significa frádam?
Evar sonrió, preguntándose cuál sería su reacción… Bueno, ahora lo sabría.
Lo abrazó con más fuerza y apoy ó su frente en la suy a.
—Frádam, literalmente, significa presa.
Dariel se apartó y estrechó los ojos.
—¿Me estás diciendo que me has estado llamando “carne fresca” todo este tiempo?
Evar soltó una carcajada, lo cual hizo que Dariel le fulminara con la mirada.
—No tiene gracia.
—Sí que la tiene; para empezar, los Nefilim no comemos personas… Vuestra carne es
demasiado blanda.
—En serio, esas bromas no son divertidas.
El demonio dejó de reír, pero le dedicó una cálida sonrisa a su frádam.
—Los Nefilim llamamos así a nuestras parejas porque nos es muy difícil resistir el impulso
de perseguir a la persona a la que deseamos. Os damos caza… y os seducimos hasta que os
rendís a nosotros. A mí me pasó primero con Arlet… y luego contigo. Si intentaras escapar de mí,
iría detrás de ti.
Dariel se tranquilizó al escuchar su explicación y alzó una ceja.
—Así que si ahora mismo huy era, ¿me cazarías?
Evar gruñó como respuesta.
—No lo harás.
Su frádam sonrió y, de repente, y a no estaba entre sus brazos. Sus instintos tomaron el control
de su cuerpo y alzó el vuelo para buscarlo con la vista y el olfato. Lo localizó en uno de los
ventanales, con los labios curvados hacia arriba y las alas extendidas.
Un gruñido escapó de su pecho al ver que le guiñaba un ojo y saltaba hacia el exterior. Así
que quería jugar, ¿eh? Se le escapó una sonrisa y fue tras él. Dariel era su frádam, le perseguiría,
le atraparía y después le mostraría lo que pasaba cuando hacías que un Nefilim te diera caza. Él
era suy o, para siempre.

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